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Abstract
Tomando cierta distancia de los debates ético-filosóficos de impronta normativa que teorizan
acerca de lo que la ciudadanía “debería ser” y partiendo de la premisa de que los elementos
constitutivos de ésta última son acceso a derechos, cumplimiento de obligaciones y pertenencia o
membresía a una comunidad política, este escrito se interroga por el modo en que aquella es
construida y ejercitada en situaciones empíricas particulares. Recuperando aportes de James
Holston, Fernanda Wanderley y Sian Lazar -entre otros autores- se interroga, más exactamente,
por las diversas escalas en las que lxs pobladores del edificio demandan el acceso a derechos, por
los lenguajes en base a los cuales reivindican su cumplimiento y por el modo en que las diversas
adscripciones sociales de lxs sujetxs (género, pertenencia nacional o étnica) inciden en tal
sentido.
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juicio de desalojo que pesa sobre ellxs desde 2010. La referida labor de extensión universitaria se
plasmó en la elaboración de variados documentos que fueron entregados a distintas agencias
estatales y al Poder Judicial. El trabajo que se presenta en esta oportunidad recupera en parte
observaciones, relevamientos y materiales que fueron generados en ese marco. Por otra parte,
retoma discusiones, categorías de análisis, bibliografía y conceptos trabajados en el marco de
proyectos de investigación UBACYT que encabezo desde 2016.
Introducción
Los últimos decenios del siglo XX y los primeros del siglo XXI se han caracterizado en cambio
por la expansión y el fortalecimiento de los estudios de base empírica sobre esta temática.
Aunque las contribuciones de los grandes filósofos contractualistas siguen interpelándonos aun
en la actualidad, una parte importante de los estudios contemporáneos acerca del ejercicio y la
construcción de ciudadanía en las modernas democracias liberales se caracterizan por su
orientación a la investigación empírica.
Las frecuentes revisiones del modelo que el sociólogo T. H. Marshall (1998) elaborara en 1949
para reflexionar sobre esta temática, el auge de los citizenship studies -retomando la expresión de
Kymlicka y Norman (1994)- y la proliferación de los estudios etnográficos situados que
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tensionan la concepción moderna y estatutaria de la ciudadanía, son desplazamientos que
manifiestan el cambio de énfasis actual. La difusión de expresiones fórmulas del tipo “ciudadanía
étnica”, “ciudadanía cultural”, ciudadanía “agraria” y hasta ciudadanía “biológica” dan cuenta
también del giro etnográfico mencionado.
La exploración de las diversas escalas en las que es posible ejercitar la ciudadanía, más allá de la
escala nacional, es otro rasgo definitorio de los estudios contemporáneos. Las pesquisas actuales
han contribuido además a desplazar el interés desde las esferas de estudio tradicionales (Estado-
nación, participación político-partidaria formal, sufragio) hacia las dimensiones locales,
ordinarias y cotidianas de construcción, disputa y ejercicio de ciudadanía. Asimismo, han puesto
de relieve el modo en que las diversas adscripciones sociales de los sujetos (pertenencia de clase
y étnico-nacional, orientación sexual, identidad genérica, localización en el espacio urbano)
condicionan el acceso a derechos y el reconocimiento.
Entre los trabajos de base etnográfica desarrollados desde una perspectiva socio-antropológica se
destacan las investigaciones de Sian Lazar (2013), Catherine Neveu (2005), James Holston
(2008) y Fernanda Wanderley (2009) -por citar solo algunos autores-. Las dos primeras autores
ahondan en la diversificación y la coexistencia de las distintas escalas o niveles en los que puede
dirimirse hoy la ciudadanía, además de la escala estrictamente nacional: la escala micro-local,
local, metropolitana, provincial, regional, continental, transnacional.
En tanto que Holston (2008) y Wanderley (2009) focalizan la atención en los discursos y
lenguajes que son esgrimidos por los sujetos a la hora de reivindicar el acceso a derechos, y de
explorar sobre qué bases o fuentes se sustentan éstos últimos desde las perspectivas nativas. El
acceso a un derecho puede demandarse en tanto que tal, pero para reclamar derechos ante las
autoridades los sujetos pueden también apelar a otros motivos y estrategias tales como la de la
súplica, la necesidad, la victimización, y otros. Además de explorar los lenguajes articulados por
los sujetos para reivindicar el acceso a derechos de ciudadanía, Holston explora las bases sobre
las que fundamentan su derecho a tener derechos. Señala que el lenguaje de los derechos puede
remitir al texto de la Constitución pero puede construirse también sobre bases extra-jurídicas:
criterios moralistas, meritocráticos y de merecimiento individual que conciben los derechos como
privilegios, o bien como contrapartidas que se derivan de las contribución económica realizada en
concepto del pago de impuestos (Holston, 254: 2008)
Inscripto en las orientaciones y los debates actuales sobre la temática, y partiendo de la premisa
de que una definición mínima de la ciudadanía involucra tres elementos básicos como lo son el
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acceso a derechos, el cumplimiento de obligaciones y la pertenencia o membresía a una (o
varias) comunidad(es) política(s) (Thomasz, 2020), este escrito se interroga por el modo en que
ésta es construida y ejercitada por un grupo social situado en un contexto particular. A tal efecto,
recupera la labor etnográfica y de extensión universitaria llevada a cabo entre 2015-2020 junto a
un conjunto de familias que habitan en un edificio recuperado de la ciudad de Buenos Aires.
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Proyecto de Extensión Universitaria UBANEX 11 “Acciones para el fortalecimiento de derechos de ciudadanía: el
derecho a la vivienda y el derecho a la ciudad desde una antropología litigante”. Período 2019-2020. Radicado en
Centro de Innovación y Desarrollo para la Acción Comunitaria y el Instituto de Cs. Antropológicas, Facultad de
Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires. Proyecto de Extensión Universitaria UBANEX 9. “Documentos
para la gestión por un derecho a la vivienda. La Casa Santa Cruz”. Período 2017- 2018. Radicado en la Facultad de
Arquitectura, Diseño y Urbanismo de la UBA.
Proyecto Ubacyt titulado “Antropología de la ciudadanía: investigaciones sobre ciudadanías situadas desde una
perspectiva histórico-etnográfica”. Proyecto de Investigación Básica - Modalidad 2 (Bienal) – Conformación Tipo B
–. Radicado en ICA, FFyL, UBA. 2018 - 2019. Proyecto UBACyT “De la ciudadanía universal a las ciudadanías
locales: procesos de ciudadanización, desciudadanización, re-ciudadanización en contextos urbanos de la ciudad de
Buenos Aires desde una perspectiva etnográfica”. Directora M. Florencia Girola. Co-Directora Ana Gretel Thomasz
Instituto de Ciencias Antropológicas, Facultad de Filosofía y Letras, UBA.
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Se realizaron entrevistas semi-estructuradas a integrantes de todas las familias que habitan en el edificio. Se
participó de Mesas de diálogo, Mediaciones judiciales y Audiencias Públicas de las que participaron funcionarios,
agentes estatales, el poder judicial y pobladores del edificio. Asistimos a asambleas, marchas, movilizaciones y actos
de protesta.
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Deterioro y renovación urbana
Sin embargo, hoy en día se vislumbran signos de un proceso de renovación urbana incipiente. El
parque público que se extiende frente al Edificio (Parque Ameghino) fue acondicionado hace
algunos años, al igual que el otro emblemático parque, el Parque de los Patricios, que se extiende
pocas cuadras más allá. Una nueva línea de subterráneos, que fue inaugurada en 2008, concluye e
inicia allí su recorrido allí. El Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires trasladó su sede a un
moderno y costoso edificio situado frente al Parque de los Patricios mientras que en 2008 se creó
en esta zona un distrito o Polo Tecnológico (por Ley Nº 2972, C.A.B.A) que favorece la
instalación de empresas del ramo de las telecomunicaciones (software y hardware).
La renovación del área próxima a la principal avenida que recorre el barrio (Avenida Caseros)
contrasta con la realidad que impera en el límite sur del barrio, en donde se extiende la Villa 21-
24.
Hasta finales del decenio de 1990, funcionó en el Edificio Santa Cruz la sede administrativa y el
comedor de la ex fábrica SELSA (una hilandería dedicada a la producción de sábanas y toallas).
La crisis económica de finales de 1990 precipitó la quiebra y el cierre de la fábrica. La sede
administrativa permaneció cerrada, clausurada y semi-abandonada durante varios años. En los
primeros años 2000 (los testimonios no coinciden exactamente respecto de la fecha), algunas
familias que necesitaban encontrar un forma urgente un lugar para vivir, lo abrieron, comenzaron
lentamente a acondicionarlo y lo fueron transformando en su hogar. En el momento en el que se
establecieron en el edificio, esos hogares se encontraban en distintas situaciones de “emergencia
habitacional”: ya no podían enfrentar el pago de un alquiler o de una pieza de hotel, debían
abandonar el lugar cedido o prestado por familiares o amigos, residían en algún asentamiento
precario o bajo otras modalidades informales. Hoy en día, se encuentran cooperativizadas en el
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marco de la Ley 341/00 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, que fomenta los procesos
autogestionarios. Una parte importante de los habitantes son de nacionalidad peruana o
descendientes de inmigrantes peruanos nacidos en la Ciudad de Buenos Aires (éste último es el
caso de varios niños y adolescentes).
Los testimonios de los pobladores que protagonizaron aquel proceso y que aun residen en el
edificio relatan que el momento inicial, el suministro de agua y electricidad estaban cortados y
que el interior del edificio se encontraba plagado de montículos de basura y tierra, insectos y
roedores. El aire era casi irrespirable y la absoluta oscuridad junto con la acumulación de residuos
y excrementos, dificultaban el acceso humano y los desplazamientos. Algunos vecinos cuentan
que además de roedores, culebras y arañas, se encontraron algunos alacranes en los pisos
superiores. Relatan también la manera en que lenta y esforzadamente, fueron humanizando y
“domesticando” un espacio (Giglia, 2012) que en un primer momento se presentaba como
eminentemente hostil y peligroso Debieron subir con esfuerzo baldes de agua hasta los pisos
superiores, retirar escombros, basura, tierra y otros elementos en estado de descomposición.
“Esta casa nosotros la encontramos hecha un desastre. Había un huecazo por acá, habían sacado plomo,
habían sacado cobre, todo eso… y en ese patio estaba todo una basura así (me indica con la mano una
altura de metro y medio más o menos), nosotros limpiamos todo y encontramos culebras. En ese baño que
hay ahí estaba lleno de murciélagos (…) este edificio estaba para caerse (…) estábamos en la oscuridad. A
veces daba miedo. Ratas, estaba lleno señorita, ratas (…) Hemos estado viviendo como 4, 5 meses sin luz y
nada. Agua teníamos que traer de abajo.” (Entrevista a habitante del edificio Santa Cruz, mayo 2017)
De los relatos y testimonios emergen algunos importantes comunes: los pobladores destacan el
esfuerzo, el sacrificio y la manera en que debieron cooperar e ir aunando esfuerzos para convertir
un edificio abandonado que se había convertido en un nicho en el que se reproducían ciertas
especies animales, en un lugar habitable. El esmerado trabajo desplegado para limpiarlo,
acondicionarlo y restablecer los servicios de agua y electricidad fue acompañado de la imposición
más o menos paulatina y espontánea de un cierto ordenamiento y de reglas de uso al edificio: las
familias fueron de a poco apropiándose de ciertos sub-espacios específicos, los delimitaron, los
dotaron de cierta infraestructura mínima para poder subsistir (cocinan con gas envasado en
garrafas y colocaron canillas y retretes) y los fueron convirtiendo en su hogar. Fueron asimismo
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organizándose para mantener la limpieza de los espacios comunes, cuidar la seguridad del
edificio, y reunir dinero en forma mensual a fin de enfrentar los gastos comunes. Designaron
representantes o “delegados” por piso y conformaron una Comisión Vecinal. Las primeras
asambleas que realizaron fueron reuniones espontáneas de vecinos en los pasillos y lugares
comunes, hasta que de a poco se fueron formalizando y realizando en la escalera principal del
edificio -que oficia como tribuna- localizada en la planta baja.
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formales de adquisición y ejercicio de ciudadanía tales como las autoridades comunales, el
Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires o el Estado Nacional.
El nivel micro-local
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El dinero se destina al pago del suministro eléctrico que insume la bomba de agua, la iluminación de los espacios
comunes y el salario de las personas responsables de la seguridad y la limpieza.
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Como se indicó, gran parte de los pobladores son inmigrantes del Perú que llevan varios años
residiendo en Buenos Aires, o descendientes de familias peruanas nacidos en la ciudad. Es fácil
encontrar núcleos familiares que llegaron al edificio porque poseían ya algún pariente o amigo
residiendo allí. De modo que junto a las relaciones de vecindad, se identifican redes sociales de
parentesco y amistad y vínculos afectivos y de solidaridad entre algunos hogares. Las relaciones
de connacionalidad se manifiestan además en la celebración de algunas fiestas patrias y
tradicionales peruanas, tales como el Día de la Madre, el Día de la Independencia y otras.
Asimismo, en ocasiones se han organizado para recaudar fondos comunes polladas y festivales en
los que se vende comida típica peruana.
La situación imperante durante los primeros años contrasta notablemente con la coyuntura actual,
y en cierta manera, contrasta con los procesos que se desarrollaron con posterioridad a 2010. En
2010, cuando hacía ya varios años que las familias habitaban el edificio en una situación de
relativa calma o estabilidad, el inmueble fue adquirido en remate público por algunos inversores a
un precio muy inferior a los valores de mercado predominantes entonces. Poco después, los
adquirientes en subasta iniciaron el juicio de desalojo que se encuentra en curso. Si hasta ese
momento, los pobladores se habían organizado para garantizar las condiciones de habitabilidad y
regular la convivialidad imponiendo normas de conducta y un conjunto de sanciones a quienes
incumplían, a partir de 2010 debieron enfrentar un nuevo desafío: el de organizarse para no ser
expulsados del lugar que con esfuerzo, habían podido auto-gestionarse y convertir en su hogar.
Cuando supieron que el inmueble en el que residían iba a ser rematado públicamente, se
movilizaron para repudiar la iniciativa. Algunos se acercaron el día de la subasta para “escrachar”
el acto, aunque no pudieron evitar que se concretara. “Podríamos haberlo comprado nosotros
con un crédito del IVC”, sostienen, lamentando no haberse enterado antes de que el inmueble
sería subastado.
Refiriéndose a aquel episodio que tuvo lugar en 2010, algunos pobladores suelen expresar “lo
que pasa es que en ese momento nosotros no sabíamos”, “no estábamos organizados”, “no era
la misma situación” que ahora. De esa manera indirecta y tácita, sostienen que en aquél momento
no encuadraban la problemática que los aquejaba en términos de ciudadanía, acceso a derechos o
lucha como -con algunos matices- sí lo hacen ahora.
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A partir de 2010, el habitar en el inmueble entró en efecto en otra fase. Sus habitantes pasaron de
ser un grupo social invisibilizado a ser categorizados como “intrusos” por el Poder Judicial de la
Nación. Una vez que se iniciara el juicio, algunas organizaciones sociales “de hábitat y vivienda”
comenzaron lentamente a establecer vínculos con los pobladores, a acercarse para prestar su
apoyo y asesorarlos, indicándoles qué podían hacer para evitar o -llegado el caso resistir- el
desalojo. Una jurista perteneciente a una importante organización de derechos humanos, la Liga
Argentina por los Derechos Humanos (LADH), comenzó a patrocinarlos para enfrentar el juicio
de desalojo. Las asambleas que se realizaban periódicamente para dirimir cuestiones vinculadas a
la administración del edificio, a su mantenimiento y al habitar y la convivialidad, de pronto eran
convocadas porque la abogada tenía novedades para informar acerca de “la causa”.
Haciendo abstracción de los aspectos jurídicos, cabe destacar la labor claramente pedagógica que
fue emprendida por los dirigentes y representantes de las organizaciones referidas. A la LADH se
sumó la llegada de la Coordinadora de Inquilinos de Buenos Aires. En el marco de las asambleas
que se convocaban periódicamente, la abogada comenzó a encuadrar la situación de los
pobladores apelando al lenguaje de los derechos. Señalaba frecuentemente que la vivienda
constituía un derecho que detentaban como ciudadanos porque es reconocido tanto en la
Constitución de la Ciudad de Buenos Aires, en la Constitución de la Nación argentina, como en
Pactos y tratados internacionales. Sostenía que dos principios jurídicos reconocidos de jure en la
Constitución Nacional, el derecho a la vivienda y el derecho a la propiedad privada, habían
entrado en abierto conflicto. Al mismo tiempo, como jurista pero también militante de una
importante organización de derechos humanos, realizaba un denodado esfuerzo para que los
vecinos comprendieran que el reconocimiento de jure de los derechos -fundamentalmente de
ciertos derechos sociales- no garantiza su concreción si no va acompañado de acciones que
demanden y exijan su cumplimiento en la esfera pública. Se esmeraba por explicar que para que
se materializaran, no bastaba con que los derechos sociales estuvieran escritos en la Constitución:
era imprescindible organizarse, luchar, salir a la calle a pelear en forma colectiva exigiendo su
cumplimiento (Boroccioni, 2019). Remarcaba así lo importante que resultaba apuntalar la
organización y la lucha, preparando marchas, movilizaciones y otras acciones colectivas para dar
visibilidad al reclamo. En ese sentido, diferenciaba claramente la lucha jurídica –que se dirimía
en Tribunales- de la lucha política -que se dirimía en las calles u organismos públicos tales como
el Instituto de Vivienda de la Ciudad y la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires-.En la misma
línea se pronunciaba el referente de CIBA, quien remarcaba la necesidad de luchar asistiendo a
apoyar a los vecinos de otros inmuebles (a los que llamaba “Casas”) que también enfrentaban
juicios de desalojo, de solidarizarse con otros reclamos participando de marchas y protestas
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organizando “planes de lucha” conjuntos4. Explicaba que en la ciudad de Buenos Aires, el
problema del déficit habitacional se debía entre otras cosas a que aunque el gobierno contaba con
un abultado presupuesto y fondos para enfrentarlo –ya que esa es la ciudad más rica del país- no
efectuaba un uso racional de los recursos. Argumentaba que en lugar de regular el mercado
inmobiliario, favorecía la especulación y a las grandes corporaciones. Señalaba que ciertos
intereses privados y la propiedad privada se privilegiaban por sobre otros derechos, en especial
sobre los derechos sociales que deben ser garantizados a sectores populares.
De esta manera, con posterioridad a 2010, nuevos lenguajes, terminologías y retóricas empezaron
a circular entre los pobladores: derecho a la vivienda, déficit habitacional, emergencia
habitacional, especulación inmobiliaria, organización, lucha jurídica, lucha política,
movilización callejera, compañeros.
Aunque los pobladores presentaban ya cierto grado de “organización”, al que habían logrado
darse previamente para enfrentar cuestiones atinentes a la convivencia, la gestión y el
mantenimiento del edificio, la organización que se requería ahora (al menos la clase de
organización a la que hacían referencia la jurista y el dirigente político de CIBA) era de otra
índole. La organización debía traspasar los muros del edificio, trasladarse a la calle y
transformarse en movilización y lucha política para exigir ante el Estado el cumplimiento de
ciertos derechos.
Efectivamente, ya no alcanzaba con que la Comisión Vecinal y los delegados de cada piso se
encargaran de cobrar “puerta por puerta” el monto mensual destinado al pago de servicios
comunes y al mantenimiento del inmueble. Tampoco bastaba con discutir en asamblea qué hacer
con las vecinos que adeudaban el pago o que incumplían las normas (qué hacer con las personas
que dejaban ingresar a gente extraña al edificio a altas horas de la noche, que no limpiaban el
excremento de sus mascotas, o que se alcoholizaban generando situaciones molestas en los
espacios comunes). Ahora había que salir a la calle para no ser desalojados del edificio que
habían recuperado trabajosamente. Había que salir a pelear por el “derecho a la vivienda”.
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Desde el Equipo de Extensión Universitaria de la FFyL que encabecé, contribuimos asimismo a consolidar el
lenguaje de los derechos y de la lucha, y –tras el objetivo de fortalecer los procesos de organización popular-
remarcamos la importancia de que los pobladores sostuvieran la cooperativa para presionar a las autoridades de
gobierno a dar una solución efectiva ante la difícil situación. La presencia de un equipo de profesionales de la UBA
supuso para los pobladores además otras obligaciones, tales como responder entrevistas. Por razones de espacio no
podemos realizar aquí una reflexión sobre la propia labor. En otro escrito (Thomasz, 2020) presentado en una
reunión científica internacional, presentamos algunos aspectos en esa línea.
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Al mismo tiempo, además de salir a la calle, era imprescindible que los pobladores se organizaran
jurídicamente para enfrentar el proceso propiamente legal. Si bien esta tarea fue delegada en la
jurista de LADH y encabezada por ella, los pobladores debieron cumplir con ciertas exigencias,
viéndose envueltos en procesos burocráticos intrincados a los que no estaban habituados. Debían
dar respuesta a los requerimientos burocráticos preparando información acerca de la composición
de las familias que habitan en el edificio, llevar documentos de distinto tipo a la LADH, firmar
notificaciones, y cumplimentar trámites de distinta índole con los que ciertamente no estaban
familiarizados.
En líneas generales, es posible aseverar que “el lenguaje de la necesidad” iba encabalgándose y
mixturándose con el “lenguaje de los derechos” mientras que nuevas prácticas, coherentes con
éste último lenguaje, iban surgiendo de a poco. A su vez, nuevas escalas de disputa, construcción
y ejercicio de ciudadanía irrumpieron con fuerza: la escala local y la escala nacional.
Los dirigentes de las organizaciones sociales referidas incitaron a su vez a los pobladores a
cooperativizarse en el marco de una ley de la Ciudad de Buenos Aires, la Ley 341/00, que fue
específicamente diseñada para cubrir las necesidades habitacionales de sectores sociales que no
pueden acceder a otro tipo de políticas públicas de hábitat y vivienda (porque se desempeñan en
el sector informal de la economía o poseen empleos precarizados y por lo tanto no cumplen con
los requisitos formales impuestos por el Estado), y que tampoco poseen poder adquisitivo
suficiente para alquilar una pieza o vivienda precaria de manera informal.
La Ley 341/00 esta explícitamente dirigida a población vulnerable que se encuentran en situación
de “emergencia habitacional” y que enfrenta juicios de desalojo. Su característica más
sobresaliente es que reconoce a organizaciones sociales como sujetos de crédito y promueve los
procesos de organización colectiva autogestionados. Para convertirse en sujeto de crédito, las
familias u “hogares” interesados deben organizarse colectivamente conformando cooperativas de
vivienda, mutuales o asociaciones civiles sin fines de lucro.
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sociales a menudo remarcaban la falta de voluntad política de las autoridades del gobierno de la
Ciudad de Buenos Aires para aplicar la Ley 341/00. Remarcaban el hecho evidente de que las
autoridades del IVC obstaculizaban sistemáticamente la entrega de créditos a cooperativas y
hogares que se organizaban en ese marco. Empero, subrayaban enfáticamente que resultaba
imprescindible que se cooperativizaran, porque no se podía descartar que en algún futuro
pudieran efectivamente acceder al crédito. Ya que la decisión de entregar créditos o no era en
definitiva una decisión política, no económica ni mucho menos técnica.
En tal sentido, la cooperativa constituía de hecho una herramienta eminentemente política, una
herramienta de inestimable valor para construir la lucha política. Si bien las autoridades suelen
obstaculizar la adjudicación de créditos hipotecarios a las cooperativas de vivienda alegando falta
de presupuesto, la lucha para obtenerlo debía librarse de todos modos. Lo que tornaba más
urgente y necesario la conformación de la cooperativa, era que “la 341” constituía la única
operatoria en la que podían encuadrarse para acceder una vivienda definitiva (en oposición a los
subsidios habitacionales que ofrecía el área de desarrollo social). El resto de las operatorias
imponían requisitos formales y económicos que los pobladores del Edificio Santa Cruz no
reunían.
De esa manera, comenzaron a luchar en las calles. Asesorados y acompañados por sus dirigentes,
los pobladores participaron de un sinnúmero de acciones de protesta -marchas, movilizaciones y
manifestaciones- en distintos puntos de la ciudad tales como la sede central del Gobierno de la
Ciudad localizada en Parque Patricios, la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires, la Catedral
metropolitana, el Instituto de Vivienda de la Ciudad, la Secretaría de Desarrollo Humano y
Hábitat, la estación ferroviaria de Constitución, la Plaza Congreso, la Plaza de Mayo y el
Obelisco. Llevando pancartas, banderas y hasta pequeñas maquetas de cartón que simulaban
viviendas, y entonando ciertos cánticos –“vivienda sí, desalojo no”- exigían la intervención del
Estado, el reconocimiento y resguardo de su derecho a la vivienda, la asignación de presupuesto a
la Ley 341/00 y la concesión de un crédito hipotecario a a la Cooperativa de Vivienda Papa
Francisco que habían conformado.
Más allá de los detalles y las innumerables acciones colectivas encabezadas para obtener un
crédito, interesa remarcar que -en una línea similar a la que describe Holston (2008)- el lenguaje
de los derechos fue acompañado y complementado con acciones políticas que eran presentadas,
enmarcadas y comprendidas en términos de “la lucha” política a la que era necesario librar para
preservar, conquistar y/o adquirir formalmente los derechos que en los documentos escritos, sólo
eran reconocidos de jure.
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Por otra parte, la conformación de la Cooperativa de vivienda “Papa Francisco” hizo que los
vecinos tuvieran que organizarse en otro sentido adicional, a fin de cumplir con los interminables
procedimientos burocrático-administrativos contenidos en la reglamentación de la Ley 341/00.
Debieron tramitar la personería jurídica, votar para designar las autoridades específicas de la
cooperativa (presidente, tesoreros, vocales), entregar cierta documentación en forma periódica
ante al INAES, abonar una cuota mensual para sostenerla, contratar una contadora que se ocupara
periódicamente de efectuar los balances, y enfrentar otras obligaciones asociadas.
Como resultado de este proceso de organización, que articuló la lucha jurídica con la lucha
política y el lenguaje de la necesidad con el lenguaje de los derechos, lograron que el IVC
accediera a abrir una “Mesa de diálogo”, de negociación y trabajo con algunos representantes de
la Cooperativa Papa Francisco. No obstante, ésta fue interrumpida sin que se arribara a una
solución o que se entregara efectivamente el crédito.
Como lo indicamos, el tipo de organización primigenia que los pobladores del Edificio Santa
Cruz se habían dado para abordar y resolver cuestiones cotidianas vinculadas a la habitabilidad
del inmueble, garantizar el orden interno y regular la convivencia, los condujo a crear una
Comisión Vecinal. Mientras que por otra parte, el juicio de desalojo que fue iniciado contra ellos
los empujó a organizarse también de otra manera y con otros fines, lo que los llevo a conformar
una Cooperativa de Vivienda. La creación de la primera –la Comisión Vecinal- tuvo que ver en
forma directa e incontestable con satisfacer una necesidad acuciante: la de mantener las
condiciones de habitabilidad mínimas para poder desarrollar sin grandes dificultades la vida
cotidiana, y la de regular los conflictos. Sin embargo, el rol de la segunda –la Cooperativa de
Vivienda- no era tan evidente.
En efecto, el rol que vino a desempeñar la Cooperativa de Vivienda no resultaba para todos los
pobladores tan claro. El trabajo etnográfico y de extensión universitaria realizado permitía
entrever que a contrapelo de lo que ocurría con la Comisión Vecinal, los pobladores nunca se
sintieron del todo identificados con la cooperativa. No resultaba evidente con qué finalidad había
sido creada puesto que el anhelado y ansiado crédito hipotecario nunca llegaba, y el juicio de
desalojo seguía su curso. Además, para encarar el proceso jurídico ya contaban con el apoyo de
LADH y la jurista que los representaba.
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La existencia de la cooperativa se ubicaba, en términos simbólicos y políticos, en el espacio que
mediaba entre la lógica y el lenguaje de la necesidad, por un lado, y la lógica y el lenguaje de los
derechos, por el otro. Para que el desplazamiento desde la lógica de la necesidad a la lógica de los
derechos se concretara efectivamente era necesario pasar por la lucha política. Y la Cooperativa
de Vivienda era la institución clave, la herramienta insustituible en ese sentido porque los
habilitaba a trascender el abordaje de las problemáticas “internas” vinculadas al habitar que eran
tramitadas a través de la Comisión Vecinal por un lado, y las vinculadas la lucha jurídica que se
dirimía en los Tribunales y que era tramitada a través de la LADH, por el otro. Efectivamente, la
Cooperativa de Vivienda era la llave para pelear no tanto jurídica sino políticamente, para
reclamar y exigir al Estado que cumpliera con la aplicación de las leyes que sostenían ciertas
políticas públicas habitacionales. Más exactamente, para reclamar al IVC que aplicara la ley 341
otorgando un fondo de crédito a la cooperativa.
A pesar de que constituía una herramienta capital en lo que a la lucha política se refería, los
pobladores siempre se identificaron en forma espontánea y directa con la institución que ellos
mismos habían fundado para darse un orden y satisfacer necesidades básicas e inmediatas. En
cierta manera, la Cooperativa de Vivienda aparecía ante sus ojos como una imposición externa
cuyo sostenimiento les adicionaba más obligaciones y cargas mientras que su función y utilidad
práctica era ambigua y hasta cuestionable. Si la posibilidad de que el IVC les concediera un
crédito era cada vez más remota ¿para qué sostenerla? Sostenerla solamente para apuntalar una
lucha política no parecía ser -desde la perspectiva de todos los pobladores- un motivo de
suficiente peso. La falta de compromiso de los pobladores con las obligaciones que imponía el
sostenimiento de la cooperativa condujo que se decidiera colectivamente extender el sistema de
multas y sanciones que había nacido en el seno de la Comisión Vecinal, a las que se vinculaban
con el funcionamiento de la cooperativa.
La estrategia trazada por la jurista sumada a la lucha política librada en las calles posibilitó que el
Juez interviniente accediera a recibir a los pobladores así como a autoridades de diversos
organismos púbicos del nivel nacional y local en Tribunales, el marco de las distintas Audiencias
Públicas a las que convocó a lo largo de los años. Participaron funcionarios y representantes de la
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Defensoría General de la Nación, la Procuraduría de la Ciudad de Buenos Aires, el Instituto de
Vivienda de la Ciudad y la Secretaría de Desarrollo Humano y Hábitat –entre otros-.
Antes de ingresar a “la Sala”, en la vereda, junto a la escalinata de Tribunales, la jurista explicó a
los pobladores ciertas cuestiones acerca de la dinámica de la Audiencia y les solicitó
explícitamente que allí, en el Juzgado, no hablaran “de la lucha”, ni de “la resistencia”, “nada
de eso acá”. En caso de que sintieran la necesidad de expresarse, podían decir al Juez algo
“desde el corazón”, “desde los sentimientos”, o algo acerca de “los derechos” y de sus
necesidades, pero “de la lucha, acá no”. Todos asintieron, preparándose para ingresar. Las
autoridades ocuparon las primeras filas de “la Sala” mientras que los pobladores se ubicaron en
las últimas.
Durante la última Audiencia realizada en junio de 2019, la primera parte de la discusión giró en
torno a la necesidad de “censar” nuevamente a los vecinos para saber exactamente cuántas eran
las personas que debían ser desalojadas y -llegado el caso- subsidiadas por el Gobierno de la
Ciudad (cómo se realizaría el censo, cuando, quienes lo efectuarían). El otro punto de discusión
remitió justamente a este último aspecto: mientras los funcionarios y empleados del Estado local
afirmaban que la única respuesta que podían dar era la de entregar subsidios; los representantes
de la Defensoría General de la Nación y desde luego también la jurista de la LADH, reclamaban
que se extendiera un crédito hipotecaria a la Cooperativa de vivienda Papa Francisco. Era urgente
obtener el crédito a fin de que los pobladores del Edificio Santa Cruz pudieran acceder
colectivamente a una vivienda definitiva, comprando el edificio al mismo especulador que lo
había adquirido con ellos mismos habitando adentro. Había, de hecho, algunos antecedentes de
situaciones que se resolvieron de esa manera en la ciudad de Buenos Aires, con la intervención
del Estado Nacional. Los funcionarios se negaban rotundamente a dar esa solución o “salida”, a
la que ellos no denominaban “colectiva” sino como “global”, alegando falta de presupuesto y
desconociendo de esa manera el proceso de organización colectiva que los pobladores habían
logrado desplegar a lo largo de los años.
El último punto de debate tuvo que ver con la argumentación que el propio Juez esgrimió una y
otra vez para explicar ante los pobladores, la jurista, el representante de CIBA y el equipo de la
UBA, los motivos por los cuales él, en calidad de Juez, no podía solucionar el conflicto ni mucho
menos seguir postergando el desalojo. No podía tampoco obligar al Gobierno de la Ciudad a que
extendiera a la cooperativa un crédito colectivo. Señalaba que en su condición de Juez de la
Nación, carecía de autoridad y competencia para obligar a un organismo de otro nivel distinto del
nacional -como lo es la Ciudad Autónoma de Buenos Aires- a adoptar cierta conducta. Un juez
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nacional no podía, según su argumentación, involucrarse en asuntos de la ciudad, ni dictar
órdenes a las autoridades de la ciudad tendientes a resguardar el derecho a la vivienda de los
pobladores de un edificio localizado en un barrio de la ciudad. “Yo no voy a hacer cosas
extravagantes como hacen otros jueces”, señaló en un par de oportunidades. Expresó además lo
siguiente:
“La plata [para la cooperativa] no la van a poner ustedes, sino el gobierno, el Estado [de la
ciudad]. Y si no la pone, yo no puedo hacer nada, tengo que avanzar. Tengo orden de
lanzamiento en Corte Suprema de Justicia ¿que quieren que haga?”
Por otra parte, es claro que la negativa del Instituto de Vivienda de la Ciudad a entregar créditos a
la cooperativas creadas en el marco de la Ley 341/00 no cuadra con la ideología liberal del
gobierno de turno, que considera el acceso a la vivienda bajo la forma de la propiedad privada
individual y a través de los mecanismos de mercado como la única vía posible, desacreditando y
de esa manera denegando todo lo que tenga que ver con la lucha política y la organización
colectiva. La tensión entre la concepción liberal, que considera que los derechos de ciudadanía se
adquieren y ejercitan únicamente al nivel de los individuos preferentemente en el mercado, y la
ciudadanía colectiva (Wanderley, 2008) , se ubicaba en el centro de la discusión desarrollada en
la Audiencia Pública.
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Las recomendaciones e indicaciones de la jurista efectuadas antes de que los pobladores
ingresaran a la Audiencia, reenvían directamente al tema de los lenguajes: si cuando protestaban
en la vía pública era imprescindible que los pobladores adoptaran el lenguaje de la lucha, la
resistencia y se mostraran convencidos de la necesidad de dar pelea para que los derechos se
concretaran y fueran respetados, los Tribunales de Comodoro Py no eran el lugar indicado ni
adecuado para dar esa lucha. La movilización política y la acción colectiva debían darse en las
calles y ante los poderes políticos de la ciudad, pero no en sede judicial. La separación de poderes
y los principios republicanos de la democracia liberal, los procedimientos jurídico-formales,
establecen que ante el Juez no se reclama ni se exige. Ante “la justicia”, solo pueden brindarse
testimonios subjetivos, despolitizados y ascépticos. Es posible, como mucho, apelar a
sentimientos y emociones personales e individuales -siempre con respeto y cuidando las formas-.
Invocar a luchas colectivas y procesos de organización política no era una estrategia inteligente,
solo iba a empeorar la situación entorpeciendo el diálogo y forzando al Juez a tomar una decisión
técnica por oposición a la política.
De todas formas, minutos antes de que la Audiencia concluyera, y luego de que el Juez pidiera a
los vecinos que “colaboraran” y que “no obstaculizaran” su propio desalojo, dos pobladoras
rompieron todos los libretos: una, acusó de corrupto a los gritos al especulador que había
adquirido el edifico en subasta con ellos mismos viviendo adentro, y de mantener negocios
espurios con las autoridades de la ciudad. La otra, advirtiendo al Juez que ni se le ocurriera que
ellos fueran a colaborar con el desalojo:
“No vamos a colaborar con el desalojo. Voy a entregar mi vida, si es necesario a morir
reprimida por policía, porque a calle con mis hijos NO ME VOY A IR, PORQUE ACA HUBO
UN ESTADO AUSENTE”.
Conclusiones
Los distintos procesos y etapas atravesadas por los pobladores del Edificio Santa Cruz ponen de
manifiesto que contra lo que sugiere la concepción liberal de ciudadanía, los sectores populares
no suelen cubrir sus necesidades ni disputar derechos en forma aislada e individual sino a través
de acciones colectivas.
Por otra parte, están las obligaciones y deberes impuestas por el Gobierno de la Ciudad de
Buenos Aires a la cooperativa de vivienda, estipuladas en la reglamentación de la Ley 341/00.
Debieron tramitar la personería jurídica, realizar la inscripción en el IVC y el INAES. El
sostenimiento de la cooperativa requiere además del cumplimiento de ciertos procedimientos
burocráticos que se realizan periódicamente, de la delegación de ciertas tareas en una contadora,
del pago de una cuota mensual, la elección y renovación periódica de las autoridades de la
cooperativa, y otras.
Al mismo tiempo, están las obligaciones con el Juzgado Nacional en lo Civil Nro. 60, ante el que
fueron acusados de “intrusos”, entre las que se cuentan asistir a las Audiencias y cumplir con las
disposiciones dictaminadas por el Juez: censarse, responder encuestas, participar de una instancia
de mediación en la Defensoría de la Ciudad de Buenos Aires, y otras. Mientras que las
obligaciones para con la cooperativa remiten al nivel local, las que impone el Juzgado se
inscriben en el nivel nacional.
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Las enumeradas hasta aquí son las obligaciones que se presentan a los pobladores en el plano
estrictamente jurídico, y se limitan a aquellas que se vinculan más directamente con el derecho a
la vivienda y al hábitat: es decir con la disputa por permanecer en el inmueble y no ser arrojados
a la calle. Como lo indicamos, a la lucha jurídica se le sobreañadió un lucha política para obtener
un crédito hipotecario o bien para forzar al Estado local a negociar una salida o solución con los
pobladores que les permita acceder a una vivienda de manera formal y definitiva -en oposición a
los subsidios habitacionales-.
Sin embargo, el trabajo etnográfico realizado permite entrever que el desplazamiento desde el
lenguaje y la lógica de la necesidad al lenguaje y la lógica de los derechos, y desde ésta última al
lenguaje de la lucha y la movilización política, no son fenómenos naturales. En los casos de
algunos pobladores y pobladoras que se transformaron luego en referentes políticos, esa
transición se dio en forma más o menos paulatina y espontánea. En otros casos, se observan
algunos indicios en esa dirección, que se expresan en la voluntad de querer pelear y el desarrollo
de ciertas prácticas en las asambleas y las marchas, que claramente denotan la convicción de
luchar para defender su hogar -a pesar de que la actitud con la que llegaron al edificio no tuvo
que ver con la lucha política-.
En otros casos, se registra cierta actitud de indiferencia, hartazgo y cansancio ante la demanda de
tanta lucha y ante el cúmulo de obligaciones superpuestas y las incesantes demandas del Juzgado,
de la cooperativa y la Comisión Vecinal -no hay que olvidar que además del hábitat, la necesidad
de trabajar para subsistir demanda dedicar la mayor parte del día y de las energías. Cabe recordar
que se aplican multas y sanciones a los pobladores que incumplen con sus deberes, por lo que
algunos solo asisten a marchas y movilizaciones para evitar sanciones. No se operó en estos casos
el pasaje de una lógica a la otra, o se operó muy débilmente. Otros pobladores cumplían con sus
obligaciones entendiendo que era importante para no ser desplazados, aunque si podían evitarlo o
evadirlo, lo hacían. Llegó a darse el caso de que una pobladora que por sus horarios de trabajo no
podía asistir a una protesta, envió en su lugar a su hijo de 17 años, lo que generó una polémica en
una asamblea respecto de esa práctica, si aceptarla o no.
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algo debía hacer para hacerlo cumplir. Pero otros se mantuvieron más o menos indiferentes,
aunque desde luego mostraban cierta disposición a “organizarse” para no ser desplazados.
Si hay algo que el recorrido realizado junto a los pobladores del Edificio Santa Cruz puso en
evidencia, es que los distintos lenguajes y las prácticas asociadas a ellos -que en algún sentido
podrían parecen contradictorios-, son en realidad complementarios, pudiendo coexistir y emerger
con distinta fuerza en distintos contextos. En este sentido cabe advertir que la adquisición del
lenguaje de los derechos y la lucha política no deben ser considerados como la meta final a la que
necesariamente deben arribar todos los pobladores. Si bien ese es el ideal de las organizaciones
políticas y sus dirigentes, desde las ciencias humanas y sociales nos permitimos realizar
reflexiones críticas que nos permitan vislumbrar qué lenguajes emergen qué contextos y escalas y
las razones sociológicas por las cuales lo hacen. ¿Por qué “se salieron de libreto” dos referentes
del Edificio Santa Cruz al finalizar la Audiencia? ¿Es casual que en ambos casos hayan sido
mujeres? El juez se mostraba inflexible en su posición de avanzar con el desalojo, y no parecían
quedar alternativas de diálogo. El lenguaje de la necesidad y a los sentimientos, había conmovido
un poco a las autoridades presentes pero no resultó suficiente para torcer la voluntad del
magistrado. Emergió, como último recurso, el lenguaje de la lucha, aunque entremezclado con
una apelación indirecta al rol de algunas mujeres como madres y a los derechos de los niños y
adolescentes, y con ciertas acusaciones de corrupción al poder político local.
Bibliografía citada
Boroccioni, Luciana (2019). Construyendo la lucha por el derecho a la vivienda de la Casa Santa
Cruz. Trabajo Final presentado al Seminario “Conflictos, activismos y victimizaciones
contemporáneas” de la Facultad de Filosofía y Letras UBA. (Inédito)
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Lazar, S. (2013). Introduction. En The Anthropology of Citizenship: A Reader. Sian Lazar Editor.
Wiley Blackwell.
Lazar, Sian. 2013. El alto, ciudad rebelde. Plural Editorial: La Paz Thomasz,
Marshall, Thomas Humphrey y Tom Bottomore 1998 [1950]. Ciudadanía y Clase Social.
Madrid: Alianza.
Thomasz, Ana Gretel y Boroccioni, Luciana (2018). “De la ciudadanía formal a las ciudadanías situadas:
acceso a derechos y membresía entre habitantes de un inmueble recuperado de la ciudad de Buenos
Aires”. Actas del 56° Congreso Internacional de Americanistas, Salamanca, España. 15 al 20 de julio de
2018.
Thomasz, Ana Gretel; Girola, María Florencia; Laborde, Soledad; Sander, Joanna, Garibotti Ma.
Belén, Boroccioni Luciana, Pavone Anabel (2018). Informe Técnico “El edificio Santa Cruz.
Informe cualitativo”
Thomasz, Ana Gretel (2020). “Sociedades sin ciudadanía y sociedades con ciudadanía” Ponencia
presentada al Simposio “Exploraciones socio-antropológicas sobre las ciudadanías en el mundo
contemporáneo” (EJE 8: Movimientos Sociales y Acción Colectiva). VI Congreso Asociación
Latinoamericana de Antropología (ALA). 23 al 28 de noviembre, Montevideo Uruguay
(Modalidad Virtual).
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