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Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales - Universidad Nacional del Litoral

Sexto Encuentro sobre políticas sociales urbanas “Pensar la ciudadanía hoy”


Eje temático 2: La investigación empírica sobre los procesos de ciudadanía.

“Aproximaciones etnográficas a la construcción de ciudadanía: de escalas, lenguajes y


adscripciones sociales entre los pobladores de un inmueble recuperado”.
Ana Gretel Thomasz
Facultad de Filosofía y Letras, UBA/ CONICET (Investigadora Adjunta).

Abstract

Esta ponencia recupera el trabajo etnográfico realizado en un inmueble recuperado de la ciudad


de Buenos Aires en el que residen casi 300 personas, distribuidas en ochenta hogares o unidades
domésticas. Una parte considerable son inmigrantes de Perú que han llegado a Buenos Aires en
las últimas dos décadas, en busca de trabajo y mejores condiciones de vida. El inmueble (un
antiguo edificio de seis pisos) se localiza en un barrio del sudeste de la ciudad.

La ponencia examina la problemática de la construcción y el ejercicio de ciudadanía desde una


perspectiva socio-antropológica ¿a través de qué mecanismos cotidianos y concretos logran
ciertos sectores sociales empobrecidos que no poseen empleos formales concretar el acceso a
derechos de diversa índole, tales como vivienda y justicia? ¿adquieren esos derechos de manera
individual y aislada como lo sugiere la concepción liberal dominante?

Tomando cierta distancia de los debates ético-filosóficos de impronta normativa que teorizan
acerca de lo que la ciudadanía “debería ser” y partiendo de la premisa de que los elementos
constitutivos de ésta última son acceso a derechos, cumplimiento de obligaciones y pertenencia o
membresía a una comunidad política, este escrito se interroga por el modo en que aquella es
construida y ejercitada en situaciones empíricas particulares. Recuperando aportes de James
Holston, Fernanda Wanderley y Sian Lazar -entre otros autores- se interroga, más exactamente,
por las diversas escalas en las que lxs pobladores del edificio demandan el acceso a derechos, por
los lenguajes en base a los cuales reivindican su cumplimiento y por el modo en que las diversas
adscripciones sociales de lxs sujetxs (género, pertenencia nacional o étnica) inciden en tal
sentido.

En términos teórico-metodológicos, la ponencia se nutre del exhaustivo trabajo de investigación y


extensión universitaria desarrollado entre 2015 y 2020 junto a lxs pobladores del edificio, quienes
han articulado acciones con distintas entidades y organizaciones sociales a fin de enfrentar el

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juicio de desalojo que pesa sobre ellxs desde 2010. La referida labor de extensión universitaria se
plasmó en la elaboración de variados documentos que fueron entregados a distintas agencias
estatales y al Poder Judicial. El trabajo que se presenta en esta oportunidad recupera en parte
observaciones, relevamientos y materiales que fueron generados en ese marco. Por otra parte,
retoma discusiones, categorías de análisis, bibliografía y conceptos trabajados en el marco de
proyectos de investigación UBACYT que encabezo desde 2016.

Palabras clave: ciudadanía, antropología, escalas, lenguajes, adscripciones sociales.

Introducción

La de ciudadanía es una categoría política medular de las sociedades occidentales. Objeto de


reflexión de los grandes filósofos de las Antigüedad, la discusión en torno a esa noción
experimentó en la Europa medieval cierto declive, para resurgir con fuerza a lo largo de los siglos
XVII y XVII. Monárquicos y pensadores liberales defensores de las doctrinas ius naturalistas
polemizaban fervorosamente en torno a los orígenes de la autoridad política, la libertad e
igualdad y los derechos y obligaciones de los miembros de un cuerpo político,.

La concepción moderna, abstracta y formal de ciudadanía gestada en torno al ideario iluminista y


la creencia en la existencia de leyes naturales y universales compartidas por todo el género
humano, hunde sus raíces al siglo XVII. Los debates protagonizadas por filósofos, juristas y
cientistas políticos se continuaron durante los siglos posteriores, dando lugar a las oposiciones
entre comunitaristas y liberales, universalistas y particularistas, defensores de los derechos
humanos por sobre los derechos de ciudadanía, partidarios de la redistribución o el
reconocimiento, etcétera.

Los últimos decenios del siglo XX y los primeros del siglo XXI se han caracterizado en cambio
por la expansión y el fortalecimiento de los estudios de base empírica sobre esta temática.
Aunque las contribuciones de los grandes filósofos contractualistas siguen interpelándonos aun
en la actualidad, una parte importante de los estudios contemporáneos acerca del ejercicio y la
construcción de ciudadanía en las modernas democracias liberales se caracterizan por su
orientación a la investigación empírica.

Las frecuentes revisiones del modelo que el sociólogo T. H. Marshall (1998) elaborara en 1949
para reflexionar sobre esta temática, el auge de los citizenship studies -retomando la expresión de
Kymlicka y Norman (1994)- y la proliferación de los estudios etnográficos situados que

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tensionan la concepción moderna y estatutaria de la ciudadanía, son desplazamientos que
manifiestan el cambio de énfasis actual. La difusión de expresiones fórmulas del tipo “ciudadanía
étnica”, “ciudadanía cultural”, ciudadanía “agraria” y hasta ciudadanía “biológica” dan cuenta
también del giro etnográfico mencionado.

La exploración de las diversas escalas en las que es posible ejercitar la ciudadanía, más allá de la
escala nacional, es otro rasgo definitorio de los estudios contemporáneos. Las pesquisas actuales
han contribuido además a desplazar el interés desde las esferas de estudio tradicionales (Estado-
nación, participación político-partidaria formal, sufragio) hacia las dimensiones locales,
ordinarias y cotidianas de construcción, disputa y ejercicio de ciudadanía. Asimismo, han puesto
de relieve el modo en que las diversas adscripciones sociales de los sujetos (pertenencia de clase
y étnico-nacional, orientación sexual, identidad genérica, localización en el espacio urbano)
condicionan el acceso a derechos y el reconocimiento.

Entre los trabajos de base etnográfica desarrollados desde una perspectiva socio-antropológica se
destacan las investigaciones de Sian Lazar (2013), Catherine Neveu (2005), James Holston
(2008) y Fernanda Wanderley (2009) -por citar solo algunos autores-. Las dos primeras autores
ahondan en la diversificación y la coexistencia de las distintas escalas o niveles en los que puede
dirimirse hoy la ciudadanía, además de la escala estrictamente nacional: la escala micro-local,
local, metropolitana, provincial, regional, continental, transnacional.

En tanto que Holston (2008) y Wanderley (2009) focalizan la atención en los discursos y
lenguajes que son esgrimidos por los sujetos a la hora de reivindicar el acceso a derechos, y de
explorar sobre qué bases o fuentes se sustentan éstos últimos desde las perspectivas nativas. El
acceso a un derecho puede demandarse en tanto que tal, pero para reclamar derechos ante las
autoridades los sujetos pueden también apelar a otros motivos y estrategias tales como la de la
súplica, la necesidad, la victimización, y otros. Además de explorar los lenguajes articulados por
los sujetos para reivindicar el acceso a derechos de ciudadanía, Holston explora las bases sobre
las que fundamentan su derecho a tener derechos. Señala que el lenguaje de los derechos puede
remitir al texto de la Constitución pero puede construirse también sobre bases extra-jurídicas:
criterios moralistas, meritocráticos y de merecimiento individual que conciben los derechos como
privilegios, o bien como contrapartidas que se derivan de las contribución económica realizada en
concepto del pago de impuestos (Holston, 254: 2008)

Inscripto en las orientaciones y los debates actuales sobre la temática, y partiendo de la premisa
de que una definición mínima de la ciudadanía involucra tres elementos básicos como lo son el

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acceso a derechos, el cumplimiento de obligaciones y la pertenencia o membresía a una (o
varias) comunidad(es) política(s) (Thomasz, 2020), este escrito se interroga por el modo en que
ésta es construida y ejercitada por un grupo social situado en un contexto particular. A tal efecto,
recupera la labor etnográfica y de extensión universitaria llevada a cabo entre 2015-2020 junto a
un conjunto de familias que habitan en un edificio recuperado de la ciudad de Buenos Aires.

En términos teórico-metodológicos, la ponencia se nutre del exhaustivo trabajo de investigación y


extensión universitaria desarrollado entre 2015 y 20201 junto a lxs habitantes del edificio, quienes
han articulado acciones con distintas entidades y organizaciones sociales a fin de enfrentar el
juicio de desalojo que fue sorpresivamente iniciado contra ellos en 2010. La labor de extensión
universitaria se plasmó en la elaboración de variados documentos que fueron entregados a
distintos organismos públicos y al Poder Judicial. El trabajo que se presenta en esta oportunidad
recupera en parte observaciones, relevamientos y materiales que fueron generados en ese marco 2.
Por otra parte, retoma discusiones, categorías de análisis, bibliografía y conceptos trabajados en
el marco de proyectos de investigación UBACYT que dirijo o co-dirijo desde 2016. Examina la
problemática de la construcción y el ejercicio de ciudadanía desde una perspectiva socio-
antropológica ¿a través de qué mecanismos cotidianos y concretos logran ciertos sectores sociales
empobrecidos que no poseen empleos formales concretar el acceso a derechos de diversa índole,
tales como vivienda y justicia? ¿adquieren esos derechos de manera individual y aislada como lo
sugiere la concepción liberal dominante? ¿Cuáles son las escalas que se perfilan como más
relevantes?

1
Proyecto de Extensión Universitaria UBANEX 11 “Acciones para el fortalecimiento de derechos de ciudadanía: el
derecho a la vivienda y el derecho a la ciudad desde una antropología litigante”. Período 2019-2020. Radicado en
Centro de Innovación y Desarrollo para la Acción Comunitaria y el Instituto de Cs. Antropológicas, Facultad de
Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires. Proyecto de Extensión Universitaria UBANEX 9. “Documentos
para la gestión por un derecho a la vivienda. La Casa Santa Cruz”. Período 2017- 2018. Radicado en la Facultad de
Arquitectura, Diseño y Urbanismo de la UBA.

Proyecto Ubacyt titulado “Antropología de la ciudadanía: investigaciones sobre ciudadanías situadas desde una
perspectiva histórico-etnográfica”. Proyecto de Investigación Básica - Modalidad 2 (Bienal) – Conformación Tipo B
–. Radicado en ICA, FFyL, UBA. 2018 - 2019. Proyecto UBACyT “De la ciudadanía universal a las ciudadanías
locales: procesos de ciudadanización, desciudadanización, re-ciudadanización en contextos urbanos de la ciudad de
Buenos Aires desde una perspectiva etnográfica”. Directora M. Florencia Girola. Co-Directora Ana Gretel Thomasz
Instituto de Ciencias Antropológicas, Facultad de Filosofía y Letras, UBA.
2
Se realizaron entrevistas semi-estructuradas a integrantes de todas las familias que habitan en el edificio. Se
participó de Mesas de diálogo, Mediaciones judiciales y Audiencias Públicas de las que participaron funcionarios,
agentes estatales, el poder judicial y pobladores del edificio. Asistimos a asambleas, marchas, movilizaciones y actos
de protesta.
4
Deterioro y renovación urbana

El Edificio Santa Cruz se ubica en un barrio semi-periférico de la ciudad de Buenos Aires -


Parque de los Patricios-, que en términos urbanos y socio-poblacionales es heterogéneo. Cuenta
con zonas de clase media dotadas de buena infraestructura y con un área desindustrializada más
deteriorada en la que abundan los depósitos de mercadería y galpones. En la zona aledaña al
edificio funcionaron antiguamente un cementerio y una cárcel: el Cementerio del Sud y la Cárcel
de Caseros. El área concentra además gran cantidad de instituciones sanitarias y educativas muy
emblemáticas edificadas a fines del siglo XIX o comienzos del XX, algunas de las cuales aun
funcionan en la actualidad tales como el Hospital Muñiz, el Instituto Malbrán, la Maternidad
Sardá y el Instituto Bernasconi.

Sin embargo, hoy en día se vislumbran signos de un proceso de renovación urbana incipiente. El
parque público que se extiende frente al Edificio (Parque Ameghino) fue acondicionado hace
algunos años, al igual que el otro emblemático parque, el Parque de los Patricios, que se extiende
pocas cuadras más allá. Una nueva línea de subterráneos, que fue inaugurada en 2008, concluye e
inicia allí su recorrido allí. El Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires trasladó su sede a un
moderno y costoso edificio situado frente al Parque de los Patricios mientras que en 2008 se creó
en esta zona un distrito o Polo Tecnológico (por Ley Nº 2972, C.A.B.A) que favorece la
instalación de empresas del ramo de las telecomunicaciones (software y hardware).

La renovación del área próxima a la principal avenida que recorre el barrio (Avenida Caseros)
contrasta con la realidad que impera en el límite sur del barrio, en donde se extiende la Villa 21-
24.

Hasta finales del decenio de 1990, funcionó en el Edificio Santa Cruz la sede administrativa y el
comedor de la ex fábrica SELSA (una hilandería dedicada a la producción de sábanas y toallas).
La crisis económica de finales de 1990 precipitó la quiebra y el cierre de la fábrica. La sede
administrativa permaneció cerrada, clausurada y semi-abandonada durante varios años. En los
primeros años 2000 (los testimonios no coinciden exactamente respecto de la fecha), algunas
familias que necesitaban encontrar un forma urgente un lugar para vivir, lo abrieron, comenzaron
lentamente a acondicionarlo y lo fueron transformando en su hogar. En el momento en el que se
establecieron en el edificio, esos hogares se encontraban en distintas situaciones de “emergencia
habitacional”: ya no podían enfrentar el pago de un alquiler o de una pieza de hotel, debían
abandonar el lugar cedido o prestado por familiares o amigos, residían en algún asentamiento
precario o bajo otras modalidades informales. Hoy en día, se encuentran cooperativizadas en el

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marco de la Ley 341/00 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, que fomenta los procesos
autogestionarios. Una parte importante de los habitantes son de nacionalidad peruana o
descendientes de inmigrantes peruanos nacidos en la Ciudad de Buenos Aires (éste último es el
caso de varios niños y adolescentes).

La lenta construcción del habitar

Los testimonios de los pobladores que protagonizaron aquel proceso y que aun residen en el
edificio relatan que el momento inicial, el suministro de agua y electricidad estaban cortados y
que el interior del edificio se encontraba plagado de montículos de basura y tierra, insectos y
roedores. El aire era casi irrespirable y la absoluta oscuridad junto con la acumulación de residuos
y excrementos, dificultaban el acceso humano y los desplazamientos. Algunos vecinos cuentan
que además de roedores, culebras y arañas, se encontraron algunos alacranes en los pisos
superiores. Relatan también la manera en que lenta y esforzadamente, fueron humanizando y
“domesticando” un espacio (Giglia, 2012) que en un primer momento se presentaba como
eminentemente hostil y peligroso Debieron subir con esfuerzo baldes de agua hasta los pisos
superiores, retirar escombros, basura, tierra y otros elementos en estado de descomposición.

“Esta casa nosotros la encontramos hecha un desastre. Había un huecazo por acá, habían sacado plomo,

habían sacado cobre, todo eso… y en ese patio estaba todo una basura así (me indica con la mano una

altura de metro y medio más o menos), nosotros limpiamos todo y encontramos culebras. En ese baño que

hay ahí estaba lleno de murciélagos (…) este edificio estaba para caerse (…) estábamos en la oscuridad. A

veces daba miedo. Ratas, estaba lleno señorita, ratas (…) Hemos estado viviendo como 4, 5 meses sin luz y

nada. Agua teníamos que traer de abajo.” (Entrevista a habitante del edificio Santa Cruz, mayo 2017)

De los relatos y testimonios emergen algunos importantes comunes: los pobladores destacan el
esfuerzo, el sacrificio y la manera en que debieron cooperar e ir aunando esfuerzos para convertir
un edificio abandonado que se había convertido en un nicho en el que se reproducían ciertas
especies animales, en un lugar habitable. El esmerado trabajo desplegado para limpiarlo,
acondicionarlo y restablecer los servicios de agua y electricidad fue acompañado de la imposición
más o menos paulatina y espontánea de un cierto ordenamiento y de reglas de uso al edificio: las
familias fueron de a poco apropiándose de ciertos sub-espacios específicos, los delimitaron, los
dotaron de cierta infraestructura mínima para poder subsistir (cocinan con gas envasado en
garrafas y colocaron canillas y retretes) y los fueron convirtiendo en su hogar. Fueron asimismo

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organizándose para mantener la limpieza de los espacios comunes, cuidar la seguridad del
edificio, y reunir dinero en forma mensual a fin de enfrentar los gastos comunes. Designaron
representantes o “delegados” por piso y conformaron una Comisión Vecinal. Las primeras
asambleas que realizaron fueron reuniones espontáneas de vecinos en los pasillos y lugares
comunes, hasta que de a poco se fueron formalizando y realizando en la escalera principal del
edificio -que oficia como tribuna- localizada en la planta baja.

Fue la urgencia de resolver ciertas necesidades concretas vinculadas al hábitat y la subsistencia


(la necesidad de garantizarse refugio y abrigo, acceso a agua potable y sanitarios, de mantener
unas mínimas condiciones de higiene y habitabilidad) la que subyació al trabajo de limpieza,
acondicionamiento, humanización y domesticación del edificio. Aunque respondía a las
necesidades individuales de cada familia, la tarea de tornar habitable el espacio -en el sentido
amplio, filosófico-antropológico que Giglia (2012) da al término habitar, al que define como un
proceso multidimensional que involucra aspectos simbólico-culturales, afectivos, cognitivos y
normativos- fue en efecto una labor en la que los diversos pobladores cooperaron y
mancomunaron esfuerzos. Pero fue al mismo tiempo un proceso solitario, auto-gestionado,
silencioso y en cierta manera “invisible” para el afuera. Por lo que hemos podido reconstruir, no
hubo reclamos ni demandas ante el Estado para que determinados organismos públicos facilitaran
el acceso a bienes y servicios básicos sino más bien lo contrario. En sintonía con lo que observan
otros estudios acerca de familias que habitan en inmuebles recuperados, los relatos traslucen
cierta tendencia a prescindir del apoyo del Estado con el objeto de invisibilizar un accionar que
en aquel momento, aun era conceptualizado por los pobladores en términos de un acto que rozaba
la ilegalidad.

No se registra una racionalización inicial de las propias acciones y conductas en términos de


cumplimiento de derechos ni mucho menos un encuadramiento dentro del campo de los derechos
y obligaciones de ciudadanía. Fue la necesidad humana básica y existencial de tener un espacio
para desarrollarse, la necesidad antropológica de habitar, lo que impulsó las acciones. Fue en
efecto la “lógica de la necesidad”, y un lenguaje que destaca denodadamente los esfuerzos, el
sacrificio realizado y las dificultades enfrentadas para “levantar” el edificio y volverlo habitable,
lo que predominó en esta primera etapa (Thomasz y Boroccioni, 2018). El lenguaje y la lógica de
la necesidad, el trabajo y el esfuerzo colaborativo para poner a punto el edificio son los rasgos
distintivos de ese momento primigenio. La necesidad de hábitat o refugio se tramitó de manera
autogestionada y colaborativa, y se resolvió al nivel micro-local, sin apelar a las instancias

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formales de adquisición y ejercicio de ciudadanía tales como las autoridades comunales, el
Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires o el Estado Nacional.

El nivel micro-local

Para satisfacer adecuadamente la necesidad de hábitat, los pobladores diseñaron también un


sistema propio de normas y pautas de conducta, un reglamento consensuado que les permitiera
regular la convivialidad dentro del edificio y obligar a todos a cumplir con sus obligaciones.
Efectivamente, al tratarse de una construcción que permaneció cerrada y clausurada durante años
cuya arquitectura y disposición no es la de una casa de departamentos sino la de la sede de una ex
fábrica y al mismo tiempo, de un inmueble recuperado cuyos usos no se están regidos por un
reglamento de co-propiedad ni por relaciones contractuales de locación, quienes fueron fijando
allí su lugar de residencia debieron coordinar esfuerzos para la convivencia más pacífica y regular
el uso de espacios comunes. Se prohibió, por ejemplo, realizar fiestas los días de semana y oír
música a alto volumen. Los pobladores designaron a una persona para que vigilara la puerta de
entrada del edificio y la seguridad general, y a otra responsable de la limpieza. Comenzaron a
abonar una cuota mensual en concepto de expensas para solventar los gastos comunes3. Son los
Delegados de cada uno de los pisos quienes se ocupan de cobrar la cuota mensual a los hogares
de su planta y de informar a todos de cualquier inconveniente que pueda llegar a advenir. La
Comisión Vecinal comenzó a realizar asambleas periódicas en el hall del edificio y se encarga
también de resguardar el orden interno y garantizar la habitabilidad. Pagar la cuota destinada a
gastos comunes, respetar las reglas de uso del edificio, asistir a las reuniones de la Comisión
Vecinal, son algunas de las obligaciones que los pobladores enfrentan a nivel micro-local. En el
marco de las asambleas, se establecieron también algunos mecanismos para sancionar a los que
incumplen. Según las observaciones y entrevistas realizadas, los mecanismos de sanción fueron
igualmente discutidos y consensuados en asambleas: cortar el suministro de electricidad de las
unidades habitacionales habitadas por aquellos que incumplen es el último recurso al que se apela
en caso de que los transgresores se hayan negado también a pagar la multa, o de que haya
deudores que se niegan a pagar la cuota mensual destinada a solventar gastos comunes (las
personas que ocupan cargos directivos en la Comisión Vecinal o la Cooperativa de Vivienda
desactivan la palanca del tablero de electricidad, al que no todos los vecinos que residen en el
edificio tienen acceso) (Thomasz, 2020).

3
El dinero se destina al pago del suministro eléctrico que insume la bomba de agua, la iluminación de los espacios
comunes y el salario de las personas responsables de la seguridad y la limpieza.
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Como se indicó, gran parte de los pobladores son inmigrantes del Perú que llevan varios años
residiendo en Buenos Aires, o descendientes de familias peruanas nacidos en la ciudad. Es fácil
encontrar núcleos familiares que llegaron al edificio porque poseían ya algún pariente o amigo
residiendo allí. De modo que junto a las relaciones de vecindad, se identifican redes sociales de
parentesco y amistad y vínculos afectivos y de solidaridad entre algunos hogares. Las relaciones
de connacionalidad se manifiestan además en la celebración de algunas fiestas patrias y
tradicionales peruanas, tales como el Día de la Madre, el Día de la Independencia y otras.
Asimismo, en ocasiones se han organizado para recaudar fondos comunes polladas y festivales en
los que se vende comida típica peruana.

Del habitar al resistir

La situación imperante durante los primeros años contrasta notablemente con la coyuntura actual,
y en cierta manera, contrasta con los procesos que se desarrollaron con posterioridad a 2010. En
2010, cuando hacía ya varios años que las familias habitaban el edificio en una situación de
relativa calma o estabilidad, el inmueble fue adquirido en remate público por algunos inversores a
un precio muy inferior a los valores de mercado predominantes entonces. Poco después, los
adquirientes en subasta iniciaron el juicio de desalojo que se encuentra en curso. Si hasta ese
momento, los pobladores se habían organizado para garantizar las condiciones de habitabilidad y
regular la convivialidad imponiendo normas de conducta y un conjunto de sanciones a quienes
incumplían, a partir de 2010 debieron enfrentar un nuevo desafío: el de organizarse para no ser
expulsados del lugar que con esfuerzo, habían podido auto-gestionarse y convertir en su hogar.
Cuando supieron que el inmueble en el que residían iba a ser rematado públicamente, se
movilizaron para repudiar la iniciativa. Algunos se acercaron el día de la subasta para “escrachar”
el acto, aunque no pudieron evitar que se concretara. “Podríamos haberlo comprado nosotros
con un crédito del IVC”, sostienen, lamentando no haberse enterado antes de que el inmueble
sería subastado.

Refiriéndose a aquel episodio que tuvo lugar en 2010, algunos pobladores suelen expresar “lo
que pasa es que en ese momento nosotros no sabíamos”, “no estábamos organizados”, “no era
la misma situación” que ahora. De esa manera indirecta y tácita, sostienen que en aquél momento
no encuadraban la problemática que los aquejaba en términos de ciudadanía, acceso a derechos o
lucha como -con algunos matices- sí lo hacen ahora.

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A partir de 2010, el habitar en el inmueble entró en efecto en otra fase. Sus habitantes pasaron de
ser un grupo social invisibilizado a ser categorizados como “intrusos” por el Poder Judicial de la
Nación. Una vez que se iniciara el juicio, algunas organizaciones sociales “de hábitat y vivienda”
comenzaron lentamente a establecer vínculos con los pobladores, a acercarse para prestar su
apoyo y asesorarlos, indicándoles qué podían hacer para evitar o -llegado el caso resistir- el
desalojo. Una jurista perteneciente a una importante organización de derechos humanos, la Liga
Argentina por los Derechos Humanos (LADH), comenzó a patrocinarlos para enfrentar el juicio
de desalojo. Las asambleas que se realizaban periódicamente para dirimir cuestiones vinculadas a
la administración del edificio, a su mantenimiento y al habitar y la convivialidad, de pronto eran
convocadas porque la abogada tenía novedades para informar acerca de “la causa”.

Haciendo abstracción de los aspectos jurídicos, cabe destacar la labor claramente pedagógica que
fue emprendida por los dirigentes y representantes de las organizaciones referidas. A la LADH se
sumó la llegada de la Coordinadora de Inquilinos de Buenos Aires. En el marco de las asambleas
que se convocaban periódicamente, la abogada comenzó a encuadrar la situación de los
pobladores apelando al lenguaje de los derechos. Señalaba frecuentemente que la vivienda
constituía un derecho que detentaban como ciudadanos porque es reconocido tanto en la
Constitución de la Ciudad de Buenos Aires, en la Constitución de la Nación argentina, como en
Pactos y tratados internacionales. Sostenía que dos principios jurídicos reconocidos de jure en la
Constitución Nacional, el derecho a la vivienda y el derecho a la propiedad privada, habían
entrado en abierto conflicto. Al mismo tiempo, como jurista pero también militante de una
importante organización de derechos humanos, realizaba un denodado esfuerzo para que los
vecinos comprendieran que el reconocimiento de jure de los derechos -fundamentalmente de
ciertos derechos sociales- no garantiza su concreción si no va acompañado de acciones que
demanden y exijan su cumplimiento en la esfera pública. Se esmeraba por explicar que para que
se materializaran, no bastaba con que los derechos sociales estuvieran escritos en la Constitución:
era imprescindible organizarse, luchar, salir a la calle a pelear en forma colectiva exigiendo su
cumplimiento (Boroccioni, 2019). Remarcaba así lo importante que resultaba apuntalar la
organización y la lucha, preparando marchas, movilizaciones y otras acciones colectivas para dar
visibilidad al reclamo. En ese sentido, diferenciaba claramente la lucha jurídica –que se dirimía
en Tribunales- de la lucha política -que se dirimía en las calles u organismos públicos tales como
el Instituto de Vivienda de la Ciudad y la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires-.En la misma
línea se pronunciaba el referente de CIBA, quien remarcaba la necesidad de luchar asistiendo a
apoyar a los vecinos de otros inmuebles (a los que llamaba “Casas”) que también enfrentaban
juicios de desalojo, de solidarizarse con otros reclamos participando de marchas y protestas
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organizando “planes de lucha” conjuntos4. Explicaba que en la ciudad de Buenos Aires, el
problema del déficit habitacional se debía entre otras cosas a que aunque el gobierno contaba con
un abultado presupuesto y fondos para enfrentarlo –ya que esa es la ciudad más rica del país- no
efectuaba un uso racional de los recursos. Argumentaba que en lugar de regular el mercado
inmobiliario, favorecía la especulación y a las grandes corporaciones. Señalaba que ciertos
intereses privados y la propiedad privada se privilegiaban por sobre otros derechos, en especial
sobre los derechos sociales que deben ser garantizados a sectores populares.

De esta manera, con posterioridad a 2010, nuevos lenguajes, terminologías y retóricas empezaron
a circular entre los pobladores: derecho a la vivienda, déficit habitacional, emergencia
habitacional, especulación inmobiliaria, organización, lucha jurídica, lucha política,
movilización callejera, compañeros.

Aunque los pobladores presentaban ya cierto grado de “organización”, al que habían logrado
darse previamente para enfrentar cuestiones atinentes a la convivencia, la gestión y el
mantenimiento del edificio, la organización que se requería ahora (al menos la clase de
organización a la que hacían referencia la jurista y el dirigente político de CIBA) era de otra
índole. La organización debía traspasar los muros del edificio, trasladarse a la calle y
transformarse en movilización y lucha política para exigir ante el Estado el cumplimiento de
ciertos derechos.

Efectivamente, ya no alcanzaba con que la Comisión Vecinal y los delegados de cada piso se
encargaran de cobrar “puerta por puerta” el monto mensual destinado al pago de servicios
comunes y al mantenimiento del inmueble. Tampoco bastaba con discutir en asamblea qué hacer
con las vecinos que adeudaban el pago o que incumplían las normas (qué hacer con las personas
que dejaban ingresar a gente extraña al edificio a altas horas de la noche, que no limpiaban el
excremento de sus mascotas, o que se alcoholizaban generando situaciones molestas en los
espacios comunes). Ahora había que salir a la calle para no ser desalojados del edificio que
habían recuperado trabajosamente. Había que salir a pelear por el “derecho a la vivienda”.

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Desde el Equipo de Extensión Universitaria de la FFyL que encabecé, contribuimos asimismo a consolidar el
lenguaje de los derechos y de la lucha, y –tras el objetivo de fortalecer los procesos de organización popular-
remarcamos la importancia de que los pobladores sostuvieran la cooperativa para presionar a las autoridades de
gobierno a dar una solución efectiva ante la difícil situación. La presencia de un equipo de profesionales de la UBA
supuso para los pobladores además otras obligaciones, tales como responder entrevistas. Por razones de espacio no
podemos realizar aquí una reflexión sobre la propia labor. En otro escrito (Thomasz, 2020) presentado en una
reunión científica internacional, presentamos algunos aspectos en esa línea.

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Al mismo tiempo, además de salir a la calle, era imprescindible que los pobladores se organizaran
jurídicamente para enfrentar el proceso propiamente legal. Si bien esta tarea fue delegada en la
jurista de LADH y encabezada por ella, los pobladores debieron cumplir con ciertas exigencias,
viéndose envueltos en procesos burocráticos intrincados a los que no estaban habituados. Debían
dar respuesta a los requerimientos burocráticos preparando información acerca de la composición
de las familias que habitan en el edificio, llevar documentos de distinto tipo a la LADH, firmar
notificaciones, y cumplimentar trámites de distinta índole con los que ciertamente no estaban
familiarizados.

En líneas generales, es posible aseverar que “el lenguaje de la necesidad” iba encabalgándose y
mixturándose con el “lenguaje de los derechos” mientras que nuevas prácticas, coherentes con
éste último lenguaje, iban surgiendo de a poco. A su vez, nuevas escalas de disputa, construcción
y ejercicio de ciudadanía irrumpieron con fuerza: la escala local y la escala nacional.

La Cooperativa de Vivienda Papa Francisco

Los dirigentes de las organizaciones sociales referidas incitaron a su vez a los pobladores a
cooperativizarse en el marco de una ley de la Ciudad de Buenos Aires, la Ley 341/00, que fue
específicamente diseñada para cubrir las necesidades habitacionales de sectores sociales que no
pueden acceder a otro tipo de políticas públicas de hábitat y vivienda (porque se desempeñan en
el sector informal de la economía o poseen empleos precarizados y por lo tanto no cumplen con
los requisitos formales impuestos por el Estado), y que tampoco poseen poder adquisitivo
suficiente para alquilar una pieza o vivienda precaria de manera informal.

La Ley 341/00 esta explícitamente dirigida a población vulnerable que se encuentran en situación
de “emergencia habitacional” y que enfrenta juicios de desalojo. Su característica más
sobresaliente es que reconoce a organizaciones sociales como sujetos de crédito y promueve los
procesos de organización colectiva autogestionados. Para convertirse en sujeto de crédito, las
familias u “hogares” interesados deben organizarse colectivamente conformando cooperativas de
vivienda, mutuales o asociaciones civiles sin fines de lucro.

De resultas, a instancias de las recomendaciones y sugerencias de la LADH y CIBA, los


pobladores del edificio se organizaron también para conformar una cooperativa que les permitiera
disputar el acceso a un crédito hipotecario antes el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. No
obstante, en el marco de las asambleas periódicas, los representantes de las organizaciones

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sociales a menudo remarcaban la falta de voluntad política de las autoridades del gobierno de la
Ciudad de Buenos Aires para aplicar la Ley 341/00. Remarcaban el hecho evidente de que las
autoridades del IVC obstaculizaban sistemáticamente la entrega de créditos a cooperativas y
hogares que se organizaban en ese marco. Empero, subrayaban enfáticamente que resultaba
imprescindible que se cooperativizaran, porque no se podía descartar que en algún futuro
pudieran efectivamente acceder al crédito. Ya que la decisión de entregar créditos o no era en
definitiva una decisión política, no económica ni mucho menos técnica.

En tal sentido, la cooperativa constituía de hecho una herramienta eminentemente política, una
herramienta de inestimable valor para construir la lucha política. Si bien las autoridades suelen
obstaculizar la adjudicación de créditos hipotecarios a las cooperativas de vivienda alegando falta
de presupuesto, la lucha para obtenerlo debía librarse de todos modos. Lo que tornaba más
urgente y necesario la conformación de la cooperativa, era que “la 341” constituía la única
operatoria en la que podían encuadrarse para acceder una vivienda definitiva (en oposición a los
subsidios habitacionales que ofrecía el área de desarrollo social). El resto de las operatorias
imponían requisitos formales y económicos que los pobladores del Edificio Santa Cruz no
reunían.

De esa manera, comenzaron a luchar en las calles. Asesorados y acompañados por sus dirigentes,
los pobladores participaron de un sinnúmero de acciones de protesta -marchas, movilizaciones y
manifestaciones- en distintos puntos de la ciudad tales como la sede central del Gobierno de la
Ciudad localizada en Parque Patricios, la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires, la Catedral
metropolitana, el Instituto de Vivienda de la Ciudad, la Secretaría de Desarrollo Humano y
Hábitat, la estación ferroviaria de Constitución, la Plaza Congreso, la Plaza de Mayo y el
Obelisco. Llevando pancartas, banderas y hasta pequeñas maquetas de cartón que simulaban
viviendas, y entonando ciertos cánticos –“vivienda sí, desalojo no”- exigían la intervención del
Estado, el reconocimiento y resguardo de su derecho a la vivienda, la asignación de presupuesto a
la Ley 341/00 y la concesión de un crédito hipotecario a a la Cooperativa de Vivienda Papa
Francisco que habían conformado.

Más allá de los detalles y las innumerables acciones colectivas encabezadas para obtener un
crédito, interesa remarcar que -en una línea similar a la que describe Holston (2008)- el lenguaje
de los derechos fue acompañado y complementado con acciones políticas que eran presentadas,
enmarcadas y comprendidas en términos de “la lucha” política a la que era necesario librar para
preservar, conquistar y/o adquirir formalmente los derechos que en los documentos escritos, sólo
eran reconocidos de jure.
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Por otra parte, la conformación de la Cooperativa de vivienda “Papa Francisco” hizo que los
vecinos tuvieran que organizarse en otro sentido adicional, a fin de cumplir con los interminables
procedimientos burocrático-administrativos contenidos en la reglamentación de la Ley 341/00.
Debieron tramitar la personería jurídica, votar para designar las autoridades específicas de la
cooperativa (presidente, tesoreros, vocales), entregar cierta documentación en forma periódica
ante al INAES, abonar una cuota mensual para sostenerla, contratar una contadora que se ocupara
periódicamente de efectuar los balances, y enfrentar otras obligaciones asociadas.

Como resultado de este proceso de organización, que articuló la lucha jurídica con la lucha
política y el lenguaje de la necesidad con el lenguaje de los derechos, lograron que el IVC
accediera a abrir una “Mesa de diálogo”, de negociación y trabajo con algunos representantes de
la Cooperativa Papa Francisco. No obstante, ésta fue interrumpida sin que se arribara a una
solución o que se entregara efectivamente el crédito.

La tensión Cooperativa de vivienda-Comisión Vecinal

Como lo indicamos, el tipo de organización primigenia que los pobladores del Edificio Santa
Cruz se habían dado para abordar y resolver cuestiones cotidianas vinculadas a la habitabilidad
del inmueble, garantizar el orden interno y regular la convivencia, los condujo a crear una
Comisión Vecinal. Mientras que por otra parte, el juicio de desalojo que fue iniciado contra ellos
los empujó a organizarse también de otra manera y con otros fines, lo que los llevo a conformar
una Cooperativa de Vivienda. La creación de la primera –la Comisión Vecinal- tuvo que ver en
forma directa e incontestable con satisfacer una necesidad acuciante: la de mantener las
condiciones de habitabilidad mínimas para poder desarrollar sin grandes dificultades la vida
cotidiana, y la de regular los conflictos. Sin embargo, el rol de la segunda –la Cooperativa de
Vivienda- no era tan evidente.

En efecto, el rol que vino a desempeñar la Cooperativa de Vivienda no resultaba para todos los
pobladores tan claro. El trabajo etnográfico y de extensión universitaria realizado permitía
entrever que a contrapelo de lo que ocurría con la Comisión Vecinal, los pobladores nunca se
sintieron del todo identificados con la cooperativa. No resultaba evidente con qué finalidad había
sido creada puesto que el anhelado y ansiado crédito hipotecario nunca llegaba, y el juicio de
desalojo seguía su curso. Además, para encarar el proceso jurídico ya contaban con el apoyo de
LADH y la jurista que los representaba.

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La existencia de la cooperativa se ubicaba, en términos simbólicos y políticos, en el espacio que
mediaba entre la lógica y el lenguaje de la necesidad, por un lado, y la lógica y el lenguaje de los
derechos, por el otro. Para que el desplazamiento desde la lógica de la necesidad a la lógica de los
derechos se concretara efectivamente era necesario pasar por la lucha política. Y la Cooperativa
de Vivienda era la institución clave, la herramienta insustituible en ese sentido porque los
habilitaba a trascender el abordaje de las problemáticas “internas” vinculadas al habitar que eran
tramitadas a través de la Comisión Vecinal por un lado, y las vinculadas la lucha jurídica que se
dirimía en los Tribunales y que era tramitada a través de la LADH, por el otro. Efectivamente, la
Cooperativa de Vivienda era la llave para pelear no tanto jurídica sino políticamente, para
reclamar y exigir al Estado que cumpliera con la aplicación de las leyes que sostenían ciertas
políticas públicas habitacionales. Más exactamente, para reclamar al IVC que aplicara la ley 341
otorgando un fondo de crédito a la cooperativa.

A pesar de que constituía una herramienta capital en lo que a la lucha política se refería, los
pobladores siempre se identificaron en forma espontánea y directa con la institución que ellos
mismos habían fundado para darse un orden y satisfacer necesidades básicas e inmediatas. En
cierta manera, la Cooperativa de Vivienda aparecía ante sus ojos como una imposición externa
cuyo sostenimiento les adicionaba más obligaciones y cargas mientras que su función y utilidad
práctica era ambigua y hasta cuestionable. Si la posibilidad de que el IVC les concediera un
crédito era cada vez más remota ¿para qué sostenerla? Sostenerla solamente para apuntalar una
lucha política no parecía ser -desde la perspectiva de todos los pobladores- un motivo de
suficiente peso. La falta de compromiso de los pobladores con las obligaciones que imponía el
sostenimiento de la cooperativa condujo que se decidiera colectivamente extender el sistema de
multas y sanciones que había nacido en el seno de la Comisión Vecinal, a las que se vinculaban
con el funcionamiento de la cooperativa.

El Juzgado Nacional en lo Civil Nro. 60 y las Audiencias Públicas: el lenguaje de los


sentimientos y las emociones

La estrategia trazada por la jurista sumada a la lucha política librada en las calles posibilitó que el
Juez interviniente accediera a recibir a los pobladores así como a autoridades de diversos
organismos púbicos del nivel nacional y local en Tribunales, el marco de las distintas Audiencias
Públicas a las que convocó a lo largo de los años. Participaron funcionarios y representantes de la

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Defensoría General de la Nación, la Procuraduría de la Ciudad de Buenos Aires, el Instituto de
Vivienda de la Ciudad y la Secretaría de Desarrollo Humano y Hábitat –entre otros-.

Antes de ingresar a “la Sala”, en la vereda, junto a la escalinata de Tribunales, la jurista explicó a
los pobladores ciertas cuestiones acerca de la dinámica de la Audiencia y les solicitó
explícitamente que allí, en el Juzgado, no hablaran “de la lucha”, ni de “la resistencia”, “nada
de eso acá”. En caso de que sintieran la necesidad de expresarse, podían decir al Juez algo
“desde el corazón”, “desde los sentimientos”, o algo acerca de “los derechos” y de sus
necesidades, pero “de la lucha, acá no”. Todos asintieron, preparándose para ingresar. Las
autoridades ocuparon las primeras filas de “la Sala” mientras que los pobladores se ubicaron en
las últimas.

Durante la última Audiencia realizada en junio de 2019, la primera parte de la discusión giró en
torno a la necesidad de “censar” nuevamente a los vecinos para saber exactamente cuántas eran
las personas que debían ser desalojadas y -llegado el caso- subsidiadas por el Gobierno de la
Ciudad (cómo se realizaría el censo, cuando, quienes lo efectuarían). El otro punto de discusión
remitió justamente a este último aspecto: mientras los funcionarios y empleados del Estado local
afirmaban que la única respuesta que podían dar era la de entregar subsidios; los representantes
de la Defensoría General de la Nación y desde luego también la jurista de la LADH, reclamaban
que se extendiera un crédito hipotecaria a la Cooperativa de vivienda Papa Francisco. Era urgente
obtener el crédito a fin de que los pobladores del Edificio Santa Cruz pudieran acceder
colectivamente a una vivienda definitiva, comprando el edificio al mismo especulador que lo
había adquirido con ellos mismos habitando adentro. Había, de hecho, algunos antecedentes de
situaciones que se resolvieron de esa manera en la ciudad de Buenos Aires, con la intervención
del Estado Nacional. Los funcionarios se negaban rotundamente a dar esa solución o “salida”, a
la que ellos no denominaban “colectiva” sino como “global”, alegando falta de presupuesto y
desconociendo de esa manera el proceso de organización colectiva que los pobladores habían
logrado desplegar a lo largo de los años.

El último punto de debate tuvo que ver con la argumentación que el propio Juez esgrimió una y
otra vez para explicar ante los pobladores, la jurista, el representante de CIBA y el equipo de la
UBA, los motivos por los cuales él, en calidad de Juez, no podía solucionar el conflicto ni mucho
menos seguir postergando el desalojo. No podía tampoco obligar al Gobierno de la Ciudad a que
extendiera a la cooperativa un crédito colectivo. Señalaba que en su condición de Juez de la
Nación, carecía de autoridad y competencia para obligar a un organismo de otro nivel distinto del
nacional -como lo es la Ciudad Autónoma de Buenos Aires- a adoptar cierta conducta. Un juez
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nacional no podía, según su argumentación, involucrarse en asuntos de la ciudad, ni dictar
órdenes a las autoridades de la ciudad tendientes a resguardar el derecho a la vivienda de los
pobladores de un edificio localizado en un barrio de la ciudad. “Yo no voy a hacer cosas
extravagantes como hacen otros jueces”, señaló en un par de oportunidades. Expresó además lo
siguiente:

“La plata [para la cooperativa] no la van a poner ustedes, sino el gobierno, el Estado [de la
ciudad]. Y si no la pone, yo no puedo hacer nada, tengo que avanzar. Tengo orden de
lanzamiento en Corte Suprema de Justicia ¿que quieren que haga?”

(Audiencia Judicial, 4 junio de 2019, Juzgado Nacional en lo Civil Nº60)

En términos de construcción de ciudadanía y lenguajes, es evidente que lo que el juez invocaba


era un problema de escalas: las autoridades que administran justicia al nivel nacional no pueden
forzar a autoridades de otros niveles, en este caso del local, a cumplir un derecho. Lo que el
jurista nunca explicó era por qué el juicio tramitaba en un juzgado nacional y no había sido ya
traspasado al nivel local. La conversión de la ciudad de Buenos Aires en una jurisdicción
autónoma es un proceso aun inacabado que deja importantes vacíos que suelen ser
arbitrariamente aprovechados según el caso, para denegar recursos y acceso a derechos si las
autoridades lo consideran pertinente o apropiado por falta de presupuesto u otros motivos.

La distinción entre la esfera de la política y la esfera jurídica deudora de la separación de poderes,


y la decisión de no inmiscuirse en que aquí lo denominamos “la lucha política”, era el otro
motivo de peso por el cual el magistrado evitaba obligar a las autoridades políticas de la ciudad
de Buenos Aires a extender un crédito a la cooperativa.

Por otra parte, es claro que la negativa del Instituto de Vivienda de la Ciudad a entregar créditos a
la cooperativas creadas en el marco de la Ley 341/00 no cuadra con la ideología liberal del
gobierno de turno, que considera el acceso a la vivienda bajo la forma de la propiedad privada
individual y a través de los mecanismos de mercado como la única vía posible, desacreditando y
de esa manera denegando todo lo que tenga que ver con la lucha política y la organización
colectiva. La tensión entre la concepción liberal, que considera que los derechos de ciudadanía se
adquieren y ejercitan únicamente al nivel de los individuos preferentemente en el mercado, y la
ciudadanía colectiva (Wanderley, 2008) , se ubicaba en el centro de la discusión desarrollada en
la Audiencia Pública.

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Las recomendaciones e indicaciones de la jurista efectuadas antes de que los pobladores
ingresaran a la Audiencia, reenvían directamente al tema de los lenguajes: si cuando protestaban
en la vía pública era imprescindible que los pobladores adoptaran el lenguaje de la lucha, la
resistencia y se mostraran convencidos de la necesidad de dar pelea para que los derechos se
concretaran y fueran respetados, los Tribunales de Comodoro Py no eran el lugar indicado ni
adecuado para dar esa lucha. La movilización política y la acción colectiva debían darse en las
calles y ante los poderes políticos de la ciudad, pero no en sede judicial. La separación de poderes
y los principios republicanos de la democracia liberal, los procedimientos jurídico-formales,
establecen que ante el Juez no se reclama ni se exige. Ante “la justicia”, solo pueden brindarse
testimonios subjetivos, despolitizados y ascépticos. Es posible, como mucho, apelar a
sentimientos y emociones personales e individuales -siempre con respeto y cuidando las formas-.
Invocar a luchas colectivas y procesos de organización política no era una estrategia inteligente,
solo iba a empeorar la situación entorpeciendo el diálogo y forzando al Juez a tomar una decisión
técnica por oposición a la política.

De todas formas, minutos antes de que la Audiencia concluyera, y luego de que el Juez pidiera a
los vecinos que “colaboraran” y que “no obstaculizaran” su propio desalojo, dos pobladoras
rompieron todos los libretos: una, acusó de corrupto a los gritos al especulador que había
adquirido el edifico en subasta con ellos mismos viviendo adentro, y de mantener negocios
espurios con las autoridades de la ciudad. La otra, advirtiendo al Juez que ni se le ocurriera que
ellos fueran a colaborar con el desalojo:

“No vamos a colaborar con el desalojo. Voy a entregar mi vida, si es necesario a morir
reprimida por policía, porque a calle con mis hijos NO ME VOY A IR, PORQUE ACA HUBO
UN ESTADO AUSENTE”.

(Audiencia Judicial, 4 junio de 2019, Juzgado Nacional en lo Civil Nº60)

Conclusiones

Los distintos procesos y etapas atravesadas por los pobladores del Edificio Santa Cruz ponen de
manifiesto que contra lo que sugiere la concepción liberal de ciudadanía, los sectores populares
no suelen cubrir sus necesidades ni disputar derechos en forma aislada e individual sino a través
de acciones colectivas.

Las dificultades y la imposibilidad para acceder al derecho a la vivienda de manera formal y


legal, la desidia y la falta de voluntad manifestada por los funcionarios del Gobierno de la Ciudad
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para facilitar el acceso a ese derecho a los pobladores del edificio Santa Cruz, contrastan con la
hipertrofia de deberes y obligaciones que debieron ir asumiendo éstos últimos para permanecer
informalmente, de facto, en el inmueble que recuperaron.

Dicho cúmulo de deberes y obligaciones superpuestas remiten a su vez a diversas escalas de


construcción y ejercicio de ciudadanía. Identificamos en la escala micro-local la primera escala
de constitución de ciudadanía, puesto que a través de la Comisión Vecinal -cuyas autoridades son
elegidas por los pobladores y actúan como sus representantes- establecieron un conjunto de
derechos y obligaciones que regulan el habitar en el edificio así como un sistema de multas y
sanciones a los que incumplen. La primera comunidad de pertenencia estaría constituida entonces
por la comunidad de pobladores que habitan en el Edificio Santa Cruz, quienes reconocen a la
Comisión Vecinal y a sus representantes como la institución y la autoridad primaria de referencia.
A nivel micro-local se destacan además las festividades y eventos también organizados por la
Comisión Vecinal para recaudar fondos y/o celebrar fechas patrias de su comunidad política de
origen, es decir la nación peruana. El nivel microlocal se articula así con la escala nacional -en
este caso supra-nacional, por tratarse de población inmigrante- mientras que las relaciones de
vecindad se imbrican con la relaciones de connaacionalidad. Los vecinos son al mismo tiempo
compatriotas y el apego a su patria se manifiesta no tanto a través de obligaciones y derechos
como a través de ciertas actividades culturales que dan cuenta de la existencia de vínculos
afectivos, de sentimientos de pertenencia y membresía a la nación peruana.

Por otra parte, están las obligaciones y deberes impuestas por el Gobierno de la Ciudad de
Buenos Aires a la cooperativa de vivienda, estipuladas en la reglamentación de la Ley 341/00.
Debieron tramitar la personería jurídica, realizar la inscripción en el IVC y el INAES. El
sostenimiento de la cooperativa requiere además del cumplimiento de ciertos procedimientos
burocráticos que se realizan periódicamente, de la delegación de ciertas tareas en una contadora,
del pago de una cuota mensual, la elección y renovación periódica de las autoridades de la
cooperativa, y otras.

Al mismo tiempo, están las obligaciones con el Juzgado Nacional en lo Civil Nro. 60, ante el que
fueron acusados de “intrusos”, entre las que se cuentan asistir a las Audiencias y cumplir con las
disposiciones dictaminadas por el Juez: censarse, responder encuestas, participar de una instancia
de mediación en la Defensoría de la Ciudad de Buenos Aires, y otras. Mientras que las
obligaciones para con la cooperativa remiten al nivel local, las que impone el Juzgado se
inscriben en el nivel nacional.

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Las enumeradas hasta aquí son las obligaciones que se presentan a los pobladores en el plano
estrictamente jurídico, y se limitan a aquellas que se vinculan más directamente con el derecho a
la vivienda y al hábitat: es decir con la disputa por permanecer en el inmueble y no ser arrojados
a la calle. Como lo indicamos, a la lucha jurídica se le sobreañadió un lucha política para obtener
un crédito hipotecario o bien para forzar al Estado local a negociar una salida o solución con los
pobladores que les permita acceder a una vivienda de manera formal y definitiva -en oposición a
los subsidios habitacionales-.

Sin embargo, el trabajo etnográfico realizado permite entrever que el desplazamiento desde el
lenguaje y la lógica de la necesidad al lenguaje y la lógica de los derechos, y desde ésta última al
lenguaje de la lucha y la movilización política, no son fenómenos naturales. En los casos de
algunos pobladores y pobladoras que se transformaron luego en referentes políticos, esa
transición se dio en forma más o menos paulatina y espontánea. En otros casos, se observan
algunos indicios en esa dirección, que se expresan en la voluntad de querer pelear y el desarrollo
de ciertas prácticas en las asambleas y las marchas, que claramente denotan la convicción de
luchar para defender su hogar -a pesar de que la actitud con la que llegaron al edificio no tuvo
que ver con la lucha política-.

En otros casos, se registra cierta actitud de indiferencia, hartazgo y cansancio ante la demanda de
tanta lucha y ante el cúmulo de obligaciones superpuestas y las incesantes demandas del Juzgado,
de la cooperativa y la Comisión Vecinal -no hay que olvidar que además del hábitat, la necesidad
de trabajar para subsistir demanda dedicar la mayor parte del día y de las energías. Cabe recordar
que se aplican multas y sanciones a los pobladores que incumplen con sus deberes, por lo que
algunos solo asisten a marchas y movilizaciones para evitar sanciones. No se operó en estos casos
el pasaje de una lógica a la otra, o se operó muy débilmente. Otros pobladores cumplían con sus
obligaciones entendiendo que era importante para no ser desplazados, aunque si podían evitarlo o
evadirlo, lo hacían. Llegó a darse el caso de que una pobladora que por sus horarios de trabajo no
podía asistir a una protesta, envió en su lugar a su hijo de 17 años, lo que generó una polémica en
una asamblea respecto de esa práctica, si aceptarla o no.

En suma, una parte de los pobladores fue incorporando y apropiándose de la terminología


esgrimida por los dirigentes de LADH y CIBA y encuadrando la propia problemática que los
aquejaba en el campo de la ciudadanía, los derechos jurídicos y la política. Algunos habitantes
que en un inicio aceptaban en forma más o menos pasiva la posibilidad de ser desalojados en un
futuro, comenzaron a afirmar que iban a luchar, porque la vivienda es un derecho y el gobierno

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algo debía hacer para hacerlo cumplir. Pero otros se mantuvieron más o menos indiferentes,
aunque desde luego mostraban cierta disposición a “organizarse” para no ser desplazados.

Si hay algo que el recorrido realizado junto a los pobladores del Edificio Santa Cruz puso en
evidencia, es que los distintos lenguajes y las prácticas asociadas a ellos -que en algún sentido
podrían parecen contradictorios-, son en realidad complementarios, pudiendo coexistir y emerger
con distinta fuerza en distintos contextos. En este sentido cabe advertir que la adquisición del
lenguaje de los derechos y la lucha política no deben ser considerados como la meta final a la que
necesariamente deben arribar todos los pobladores. Si bien ese es el ideal de las organizaciones
políticas y sus dirigentes, desde las ciencias humanas y sociales nos permitimos realizar
reflexiones críticas que nos permitan vislumbrar qué lenguajes emergen qué contextos y escalas y
las razones sociológicas por las cuales lo hacen. ¿Por qué “se salieron de libreto” dos referentes
del Edificio Santa Cruz al finalizar la Audiencia? ¿Es casual que en ambos casos hayan sido
mujeres? El juez se mostraba inflexible en su posición de avanzar con el desalojo, y no parecían
quedar alternativas de diálogo. El lenguaje de la necesidad y a los sentimientos, había conmovido
un poco a las autoridades presentes pero no resultó suficiente para torcer la voluntad del
magistrado. Emergió, como último recurso, el lenguaje de la lucha, aunque entremezclado con
una apelación indirecta al rol de algunas mujeres como madres y a los derechos de los niños y
adolescentes, y con ciertas acusaciones de corrupción al poder político local.

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