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El modelo Ciudadano de Jesús / Parte III

Jesús frente a la corrupción.


Pr. Andy Araya

Hemos aprendido muchos principios acerca del trabajo, del mundo laboral. Vimos a Jesús desde la
perspectiva emprendedora y política. Aprendimos principios políticos, descubrimos que la base de
toda política de estado debería contener estos tres ejes, “justicia, misericordia y fe”. Y finalmente
quisiera terminar esta serie, hablándoles de un signo que revela el estado de salud de las
personas, de las sociedades; que afecta a la justicia, al bien común; que fomenta la desconfianza,
el chantaje, el aprovechamiento de la buena voluntad; no nos deja ser honrados con la realidad de
los pobres:

La corrupción. Veremos cómo trata la biblia este tema y como trato Jesús con esta problemática.
Me gusto una frase que vi por la redes sociales y que dice “La corrupción somos todos”.

Hemos escuchado: “No robes. No se engañen ni se estafen unos a otros. No traigas vergüenza al
nombre de tu Dios al usarlo para jurar en falso”. (Lev 19,11-12) porque «la verdad nos hará
libres» (Jn 8,32). Sí, pero para ello hay que vivir «desechando la mentira, cada uno hablando con
la verdad con su prójimo» (Ef 4,25). La Biblia está repleta de alusiones muy explícitas a una
corrupción que se asemeja mucho a la que está destruyendo Argentina y en las que se marca el
camino que el "justo" debe seguir.

Antiguo Testamento

- El importante profeta Isaías ya aseguraba en el siglo VIII antes de Cristo que "el que rehúsa
ganancias fraudulentas, el que se sacude la palma de la mano para no aceptar soborno, el que
se tapa las orejas para no oír hablar de sangre, y cierra sus ojos para no ver el mal. Ese morará
en las alturas, subirá a refugiarse en la fortaleza de las peñas, se le dará su pan y tendrá el agua
segura". (Is. 33, 15-16).

- El libro del Levítico, uno de los que forma el Pentateuco y escrito unos 1.500 años a.C cita
también: "no hurtaréis; no mentiréis ni os defraudaréis unos a otros" (Lv 19, 11). En él igualmente
aparece que "no haréis sentencias injustas, ni cometeréis injusticias en pesos y medidas. Tened
balanza, pesas y medidas exactas" (Lv 19, 35).

- El Deuteronomio, otro de los grandes libros del AT muestra referencias claras: "no torcerás el
derecho, no harás acepción de personas, no aceptarás soborno, porque el soborno cierra los ojos
de los sabios y corrompe las palabras de los justos". (Dt, 16, 19). En otro punto escribe que
"maldito quien acepte soborno para quitar la vida a un inocente" (Dt 27, 25).

- También el libro de los Salmos contiene distintas referencias a esta lacra. "No morará en mi casa
quien cometa fraude" (Sal 101, 7). "No juntes mi alma con los pecadores, ni mi vida con los
hombres sanguinarios, que tienen en sus manos la infamia, y su diestra repleta de soborno" (Sal
26, 10).
- En el libro de Samuel, por ejemplo, se citan también los presentes como agasajo para conseguir
favores: "sus hijos no siguieron su camino: fueron atraídos por el lucro, aceptaron regalos y
torcieron el derecho" (I Sam 8, 3). El profeta Daniel tiene un mensaje para un colectivo
cuestionado. "Envejecido en la iniquidad, ahora han llegado al colmo los delitos de tu vida
pasada, dictador de sentencias injustas, que condenabas a los inocentes y absolvías a los
culpables" (Dn 13, 53). No estoy leyendo la tapa de un diario matutino. En la biblia hay
muchísimas referencias más entre los libros y profetas del Antiguo Testamento que inciden en
estas cuestiones.

Nuevo Testamento

Las referencias a sobornos, extorsiones y fraude en general también tienen gran cabida en los
Evangelios así como entre los apóstoles en sus cartas posteriores, especialmente en San Pablo.
Quizás el ejemplo más claro es Zaqueo, un recaudador de impuestos que se había enriquecido
defraudando aún más a su pueblo y que ve pasar a Jesús a su paso por Jericó. Su conversión fue
inmediata y en el Evangelio de Lucas se cuenta que conmovido fue consciente de lo que había
hecho hasta entonces afirma: "daré, Señor, la mitad de mis bienes a los pobres; y si en algo
defraudé a alguien, le devolveré el cuádruple".

También en Lucas aparece un pasaje de Juan Bautista, al que acudieron muchos a bautizarse entre
los que había personas que no actuaban cumpliendo las normas. El pasaje dice así: Lucas 3:14
“Qué debemos hacer nosotros? —preguntaron algunos soldados. Juan les contestó: No
extorsionen ni hagan falsas acusaciones, y estén satisfechos con su salario. Igualmente, en
Mateo se cuenta que los sumos sacerdotes "sobornaron" a los guardias que custodiaban el
sepulcro cuando Jesús resucitó para que no dijeran la verdad.

Pablo en su carta a los Romanos habla de la importancia de no evadir impuestos ante una
costumbre extendida entonces. El apóstol de los gentiles insta a esta comunidad en Romano 13:6-
7 y les dice: "Por esas mismas razones, también paguen sus impuestos, pues los funcionarios de
gobierno necesitan cobrar su sueldo. Ellos sirven a Dios con lo que hacen. 7 Ustedes den a cada
uno lo que le deben: paguen los impuestos y demás aranceles a quien corresponda, y den
respeto y honra a los que están en autoridad.

Juan el Bautista criticó el sistema político de su época con la metáfora «raza de víboras» (Mt
23,33). Esto le costó su vida. Jesús denunció el comercio que existía en torno al Templo, donde
confluían actores políticos, económicos y religiosos; los comparó con una «cueva de ladrones» (Mt
21,13), dejando al descubierto cómo vivían de la mentira, de la corrupción, manipulando las
conciencias de los pobres, quitándoles sus bienes (Mc 12,41-44). Al final lo matan. Quien roba y
miente le quita el pan, el futuro al pobre, y torna al otro en dependiente, porque ha convertido al
«dinero» en su ídolo (Lc 16,13).

Jesús captó que su pueblo andaba cual «ovejas sin pastor» (Mt 9,36). Nadie lo representaba
dignamente ante esta situación: el poder político lo engañaba con duras «cargas» que
apesadumbraban la vida cotidiana, y el religioso había olvidado hablar como «profeta» y «sanar»
como pastor. Uno y otro justificaban lo que sucedía. Tenían miedo (Jn 11,48). Jesús los llama
hipócritas porque eran «semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera lucen hermosos,
pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de inmundicia» (Mt 23,37). Habían hecho de
la mentira un modo de vida para sostenerse en el poder, olvidando la causa del pobre, el servicio
fraterno.

La mentira deshumaniza, perturba nuestras palabras, nuestros tratos, divide a las personas (Jn
8,44) y destruye el bien común. Herodes engañó a los sabios para matar a un inocente (Mt 2,1-12),
así como algunas autoridades acusaron falsamente a Jesús para poder ejecutarlo (Mt 26,59).

¿Cómo actúa la justicia de Dios frente a la corrupción de los hombres?

Vemos a continuación como la justicia de Dios denuncia la corrupción en todas sus dimensiones:

Denuncia sobre “Violación de los derechos humanos”.

Amós 1:6-7,11 – “Esto es lo que dice el Señor. Son tantos los delitos de Gaza que no los dejaré
sin castigo. Por haber deportado a poblaciones enteras entregándoselas a Edom… Son tantos los
delitos de Edom que no los dejaré sin castigo… por perseguir a su hermano y no haber tenido
compasión manteniendo un odio implacable y perpetuo…” El mensaje profético de Dios a través
de Amós, lanza una mirada que pone al descubierto la corrupción de naciones en forma de
violencia, crueldad, venganza, odio, tortura, deportaciones masivas de gentes pobres que no
tienen dónde ir y son entregados como mercancía a otros países porque nadie les quiere. La
ruptura de pactos internacionales, el pisoteo de los derechos humanos más elementales y la
espiral de violencia sin medida parecen confirmar que la maldad no tiene fin.

Cuando lees al profeta Amós, que vivió en el siglo VIII a. de C. pareciera que te están describiendo
el relato de nuestros días: Deportaciones masivas, limpiezas étnicas, transgresión del derecho
internacional, destrucción de pueblos que parecen no importar a nadie y guerras entre países
hermanos sólo justificadas por intereses económicos de terceros.

¿Es ésta la civilización capaz de construir un mundo mejor? ¿O es el mundo de la barbarie, los
abusos y atropellos, la corrupción y el desprecio de los derechos humanos? Dios no es indiferente
a todas estas contradicciones y miserias y denuncia la perversión de las naciones. ¡No
prosperarán!

Denuncia sobre “La perversión del derecho por parte de los poderosos”.

Amós 2:6-8; 4:1-2; 5:7-12 – “… Venden al inocente por dinero, al pobre por un par de sandalias;
aplastan contra el polvo al desvalido y no imparten justicia al indefenso… sobre ropas tomadas
en prenda beben en el templo de su Dios vino comprado con multas injustas… oprimís a los
pobres, maltratáis a los necesitados… Hay de los que cambian el derecho en amargura y
arrastran por tierra la justicia… odian a quien pide un juicio justo y detestan al que testifica con
verdad… aplastáis al inocente, aceptáis sobornos, atropelláis al desvalido en el tribunal”.
Una mirada cuidadosa al mundo que le rodea, lleva a Amós a denunciar la corrupción y la
injusticia, no como una excepción que confirma la regla, sino como una regla, como una constante
que se viene repitiendo de manera escandalosa por parte de los que más pueden y más tienen
hacia los más débiles y los más pobres. Los grandes y poderosos son dueños de la institución
judicial sobornando a los jueces para ganar los pleitos silenciando testigos y pisoteando el derecho
de los demás, que acaban creyendo que la justicia es para los que pueden “pagarla”.

El Dios en el que creen los cristianos no está en “las nubes” sentado en una hamaca. Le importan
las cosas de aquí abajo y no calla, no vuelve la mirada, ni tapa sus oídos ante las injusticias y la
corrupción porque jamás ha sido, ni será cómplice de ellas. El Dios de la Biblia desnuda las tramas
de un sistema corrupto y perverso sin ningún miramiento, porque pisotea sin compasión los
derechos humanos y aplasta a los últimos. Por tanto, ni la corrupción, ni la perversión del derecho,
ni la práctica de la injusticia y las desigualdades sociales podrán ser jamás amparadas y
legitimadas en su nombre

Denuncia de la “insaciable codicia de “LOS DUEÑOS” del sistema.

Amós 3:10 »Mi pueblo ha olvidado cómo hacer lo correcto, dice el Señor. Sus fortalezas están
llenas de riquezas obtenidas por el robo y la violencia.

Miqueas 3:1-2 Yo dije: «¡Escuchen, líderes de Israel! Ustedes deberían saber cómo distinguir
entre lo bueno y lo malo. Sin embargo, ustedes mismos son los que odian lo bueno y aman lo
malo. Despellejan vivo a mi pueblo y le arrancan la carne de sus huesos.

De la responsabilidad se ha hecho poder. Del puesto ocupado, prepotencia. De la autoridad,


abuso. Del dinero, compra de influencias (clientelismo). Quieren ser los dueños de todo. Hoy
diríamos que esos desmanes se encuentran en manos de los que pretenden poseer el monopolio
de la política, la economía y las entidades financieras y los medios de comunicación ¿Están
hablando los profetas de su mundo, del nuestro, o de todos los mundos posibles instalados en la
corrupción, que han olvidado, pisoteado y anulado la justicia de Dios y, por tanto, la justicia social?

El problema último del hombre no es sólo que no practique la justicia. El problema fundamental es
de carácter antropológico: Su corazón es injusto, tiende al mal, es perverso.

Jer. 17:9 – “Engañoso es el corazón, más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?”.

El ser humano no sólo hace el mal, sino que además está herido en su centro más personal, es un
ser deficitario de justicia propia y abriga un potencial de maldad absolutamente incalculable.

¿Hay alguien en este mundo capaz de encarnar la justicia de Dios, en su vida y en sus obras?

La respuesta a esta pregunta es si: Jesús de Nazaret.

Lc. 4:16-19 – Vino a Nazaret, donde se había criado; y en el día de reposo entró en la sinagoga,
conforme a su costumbre, y se levantó a leer. Y se le dio el libro del profeta Isaías; y habiendo
abierto el libro, halló el lugar donde estaba escrito: El Espíritu del Señor está sobre mí, Por
cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; Me ha enviado a sanar a los
quebrantados de corazón; A pregonar libertad a los cautivos, Y vista a los ciegos; a poner en
libertad a los oprimidos; A predicar el año agradable del Señor”.

Jesús nos habló con su vida, con sus palabras y con sus obras:

* De la justicia, del amor, de la profunda sensibilidad de un Dios a quien le importa el sufrimiento


de las personas en este mundo:

“Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación” (Mateo 5:4)

* De un Dios que se compromete a favor de la verdad, del derecho, de la igualdad y en contra de


los abusos hacia los más vulnerables:

“Bienaventurados los pobres, porque de ellos es el reino de os cielos” (Mateo 5:3)

* De un Dios distinto del dios/ídolo legitimador de sistemas socio-políticos y económicos perversos


e impresentables que pisotean los derechos, excluyendo, marginando y empobreciendo a los
últimos, a los más pobres:

“Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al
uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas”.

Las riquezas son un “dios” extraordinariamente seductor que reclama en su altar pleitesía única y
absoluta.

* De un Dios que denunció la condición del corazón humano sin trapos calientes y con palabras
demoledoras:

“Nada hay fuera del hombre que entre en él que le pueda contaminar; pero lo que sale de él, eso
es lo que contamina al hombre”. Si alguno tiene oídos para oír, oiga. (Mr. 7:15-16

Pero nosotros no quisimos escuchar del Dios hecho hombre la denuncia ensordecedora de
nuestras injusticias y pecados, de tal modo que nos descarriamos, cada cual se apartó por su
camino, nos resistimos a la voz de Dios, la negamos y amordazamos hasta el punto de que fuimos
capaces de silenciarle crucificándole en el calvario. Pero la muerte no le retuvo. Jesús venció con
su resurrección a todos los poderes que en este mundo pretendieron someterlo y silenciarlo. Y,
hoy, aquí y ahora, su justicia se levanta contra toda la corrupción e injusticia del corazón humano
con estas palabras:

Romanos 3:10-12 “«No hay ni un solo justo, ni siquiera uno. Nadie es realmente sabio, nadie
busca a Dios. Todos se desviaron, todos se volvieron inútiles. No hay ni uno que haga lo bueno,
ni uno solo”

Romanos 5:6-8; Cuando éramos totalmente incapaces de salvarnos, Cristo vino en el momento
preciso y murió por nosotros, pecadores. 7 Ahora bien, casi nadie se ofrecería a morir por una
persona honrada, aunque tal vez alguien podría estar dispuesto a dar su vida por una persona
extraordinariamente buena; 8 pero Dios mostró el gran amor que nos tiene al enviar a Cristo a
morir por nosotros cuando todavía éramos pecadores.

Isaías. 53:5-6 “ero él fue traspasado por nuestras rebeliones y aplastado por nuestros pecados.
Fue golpeado para que nosotros estuviéramos en paz; fue azotado para que pudiéramos ser
sanados. Todos nosotros nos hemos extraviado como ovejas; hemos dejado los caminos de Dios
para seguir los nuestros. Sin embargo, el Señor puso sobre él los pecados de todos nosotros.

2ª Co. 5:21 Pues Dios hizo que Cristo, quien nunca pecó, fuera la ofrenda por nuestro pecado,
para que nosotros pudiéramos estar en una relación correcta con Dios por medio de Cristo.

Para él las heridas, para nosotros la paz. Para él las llagas, para nosotros la sanidad. Para
que, como dice la Escritura: “Si confesares con tu boca que Jesús es el Señor y creyeres en tu
corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo” (Rom. 10:9)

Este es el evangelio que, aún por encima de nuestra corrupción moral y la injusticia que nos
habita, ofrece vida, justicia y salvación aquí, ahora y por toda la eternidad.

Queremos terminar con la corrupción? Empecemos por nosotros mismos, empezar por tu casa,
por tu trabajo. Empecemos siendo ejemplos para nuestros hijos. Seamos activistas del Evangelio y
sembrémoslo en los corazones de las personas. Esto se llama discipular naciones. Necesitamos ser
luz y pero también sal. Cambiarle el gusto a las cosas que por años han olido mal. Y para ello
necesitamos involucrarnos. Hoy sufrimos persecución, discriminación. Pero sabemos que nuestra
causa tiene un fin mayor y ultimo y es que todos lleguen al conocimiento de Cristo. Que todos
lleguen al arrepentimiento. ¿Es posible vivir de otro modo? Sí, pero hay que «cambiar». Hablar
con la verdad significa dejar de engañarnos, no tratarnos con odio, denunciar la corrupción, ser
honrados ante la realidad, no descargar la propia ira sobre otros y «decir sí cuando es sí, y no
cuando es no; porque cualquier otra cosa viene de Satanás» (Mt 5,37), es decir, acciones y
palabras que «dividen», «deshumanizan» y producen «carencias». El reto está en recuperar la
calidad de vida con la que Dios nos creó: que vivamos de la «verdad» y no de la mentira, gozando
de «abundancia» y no de escasez, tratándonos «fraternalmente» y sin odio. Porque son estos tres
signos que devolverán la salud a nuestras vidas, a nuestras familias y a nuestra sociedad.

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