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H ora Santa Eucarística

Diócesis de Querétaro- 2022

ESTACIÓN

Venimos cansados, Señor, de la jornada y venimos a Tí, como un mendigo, para recibir no las
migajas, sino un manjar de delicias en éste Banquete Celestial, en el que te das gratuita y
generosamente a nuestras almas, oh Jesús, pues sabes muy bien lo que necesitamos para seguir
nuestra peregrinación por la vida. ¡Ven, Señor Nuestro, y quédate con nosotros!...

Padre nuestro, Ave María y Gloria.

Gracias, Jesús, por el regalo tan grande de tu Presencia Sacramental en la que haces posible que día
con día estemos cada vez más estrechamente unidos a Tí, y como hermanos también. Es el deseo de tu
Corazón el querer quedarte con nosotros en ésta pequeña hostia y así te contemplamos y adoramos
que por ellos no envidiamos a los mismos Apóstoles que convivieron íntimamente contigo. ¡Ven,
Señor Nuestro, y quédate con nosotros!...

Padre nuestro, Ave María y Gloria.

Señor, no es el Cielo donde tú quieres estar, sino en el corazón y el alma de los hombres. Por eso te
decimos con absoluta confianza: ven a nuestra pobre alma, ven a nuestro pobre corazón. Ven, Señor
Nuestro, y quédate con nosotros!...

Padre nuestro, Ave María y Gloria.

+Lectura del Santo Evangelio: Marcos 14,22-26

Mientras estaban cenando, Jesús tomó un pan, pronunció la bendición y se lo dio, diciendo:
—Tomad, esto es mi cuerpo.
Cogiendo luego un cáliz, pronunció la acción de gracias, se lo dio y todos bebieron. Y les dijo:
—Esta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos. Os aseguro que no volveré a beber del fruto de la
vid hasta el día en que beba el vino nuevo en el reino de Dios.
Después de cantar los salmos, salieron para el monte de los Olivos.

REFLEXIÓN

Papa Francisco, AUDIENCIA GENERAL del 22 de noviembre de 2017

Queridos hermanos y hermanas:


La eucaristía nos lleva siempre al vértice de las acciones de salvación de Dios: el Señor Jesús, haciéndose pan
partido para nosotros, vierte sobre vosotros toda la misericordia y su amor, como hizo en la cruz, para renovar
nuestro corazón, nuestra existencia y nuestro modo de relacionarnos con Él y con los hermanos. Dice el
Concilio Vaticano II: «La obra de nuestra redención se efectúa cuantas veces se celebra en el altar el sacrificio
de la cruz, por medio del cual «Cristo, que es nuestra Pascua, ha sido inmolado» (Cost. Dogm. Lumen gentium,
3).
Cada celebración de la eucaristía es un rayo de ese sol sin ocaso que es Jesús resucitado. Participar en la misa,
en particular el domingo, significa entrar en la victoria del Resucitado, ser iluminados por su luz, calentados
por su calor. A través de la celebración eucarística el Espíritu Santo nos hace partícipes de la vida divina que
es capaz de transfigurar todo nuestro ser mortal. Y en su paso de la muerte a la vida, del tiempo a la eternidad,
el Señor Jesús nos arrastra también a nosotros con Él para hacer la Pascua. En la misa se hace Pascua.
Nosotros, en la misa, estamos con Jesús, muerto y resucitado y Él nos lleva adelante, a la vida eterna. En la
misa nos unimos a Él. Es más, Cristo vive en nosotros y nosotros vivimos en Él: «Yo estoy crucificado con
Cristo —dice san Pablo— y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí: la vida que sigo viviendo en la carne, la
vivo en la fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí» (Gálatas 2, 19-20).
Así pensaba Pablo. Su sangre, de hecho, nos libera de la muerte y del miedo a la muerte. Nos libera no solo del
dominio de la muerte física, sino de la muerte espiritual que es el mal, el pecado, que nos toma cada vez que

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caemos víctimas del pecado nuestro o de los demás. Y entonces nuestra vida se contamina, pierde belleza,
pierde significado, se marchita.
Si el amor de Cristo está en mí, puedo darme plenamente al otro, en la certeza interior de que si incluso el otro
me hiriera, yo no moriría; de otro modo, debería defenderme. Los mártires dieron la vida precisamente por esta
certeza de la victoria de Cristo sobre la muerte. Solo si experimentamos este poder de Cristo, el poder de su
amor, somos verdaderamente libres de darnos sin miedo. Esto es la misa: entrar en esta pasión, muerte,
resurrección y ascensión de Jesús; cuando vamos a misa es si como fuéramos al calvario, lo mismo. Pero
pensad vosotros: si nosotros en el momento de la misa vamos al calvario —pensemos con imaginación— y
sabemos que aquel hombre allí es Jesús. Pero, ¿nos permitiremos charlar, hacer fotografías, hacer espectáculo?
¡No! ¡Porque es Jesús! Nosotros seguramente estaremos en silencio, en el llanto y también en la alegría de ser
salvados. Cuando entramos en la iglesia para celebrar la misa pensemos esto: entro en el calvario, donde Jesús
da su vida por mí. Y así desaparece el espectáculo, desaparecen las charlas, los comentarios y estas cosas que
nos alejan de esto tan hermoso que es la misa, el triunfo de Jesús.Creo que hoy está más claro cómo la Pascua
se hace presente y operante cada vez que celebramos la misa, es decir, el sentido del memorial. La
participación en la eucaristía nos hace entrar en el misterio pascual de Cristo, regalándonos pasar con Él de la
muerte a la vida, es decir, allí en el calvario. La misa es rehacer el calvario, no es un espectáculo.

PRECES

A cada oración diremos: Tú eres, Señor, el Pan de Vida.

-Señor Jesús, creer en Tí no es algo estático, una manera de pensar o de vivir que se conserva
congelada en algún rincón interior de nuestra persona. Ayúdanos a tener una fe que consista en vivir
confiando en tí; a buscar vivir siempre con más hondura. Re-pensar nuestras decisiones pasadas y
tomar otras nuevas; tratar de vivir siempre con más coherencia y dignidad…

-Señor Jesús, ayúdanos a aceptar que en nuestras vidas siempre hay errores porque hay arrogancia,
egoísmo, orgullo, exclusión del otro, acaparamiento y muchas cosas más. Que comprendamos que ser
creyentes no es ser Perfectos, sino que nuestra fe nos mueva a reconocer nuestros pecados para
levantarnos y reorientar nuestra vida y así crecer más en tu amistad…

-Señor Jesús, ayúdanos a seguirte con más verdad; que no se nos escape la vida sin aprender a vivir
como tú; que comprendamos que no se puede servir a Dios y dedicarnos sólo a ganar lo que queramos
ganar; que no es posible enfrentarnos al futuro como Tú y volver la mirada atrás….

-Señor Jesús, ayúdanos a comprender que no podemos comulgar contigo en la intimidad de nuestro
corazón sin comulgar con los hermanos que sufren. Que no podemos compartir el pan eucarístico
ignorando el hambre de millones de seres humanos privados de pan y de justicia…

-Señor Jesús, somos familia, pueblo, iglesia, ayúdanos a qué no se nos olvide que no somos
individuos aislados, sino que tratemos de vivir el Santo Evangelio formando una comunidad de
creyentes y seguidores tuyos que quieren ser en el mundo testimonio e invitación a vivir de manera
fraterna y solidaria…

REFLEXIÓN

Todos los cristianos lo sabemos. La eucaristía se puede convertir fácilmente en un "refugio religioso" que nos
protege de la vida conflictiva en la que nos movemos a lo largo de la semana. Es tentador ir a misa para
compartir una experiencia religiosa que nos permite descansar de los problemas, tensiones y malas noticias que
nos presionan por todas partes.

A veces somos sensibles a lo que afecta a la dignidad de la celebración, pero nos preocupa menos olvidarnos de
las exigencias que entraña celebrar la cena del Señor. Nos molesta que un sacerdote no se atenga estrictamente a
la normativa ritual, pero podemos seguir celebrando rutinariamente la misa, sin escuchar las llamadas del
Evangelio.

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El riesgo siempre es el mismo: Comulgar con Cristo en lo íntimo del corazón, sin preocuparnos de comulgar con
los hermanos que sufren. Compartir el pan de la eucaristía e ignorar el hambre de millones de hermanos
privados de pan, de justicia y de futuro.

En los próximos años se van a ir agravando los efectos de la crisis mucho más de lo que nos temíamos. La
cascada de medidas que se nos dictan de manera inapelable e implacable irán haciendo crecer entre nosotros una
desigualdad injusta. Iremos viendo cómo personas de nuestro entorno más o menos cercano se van
empobreciendo hasta quedar a merced de un futuro incierto e imprevisible.

Conoceremos de cerca inmigrantes privados de asistencia sanitaria, enfermos sin saber cómo resolver sus
problemas de salud o medicación, familias obligadas a vivir de la caridad, personas amenazadas por el
desahucio, gente desasistida, jóvenes sin un futuro nada claro... No lo podremos evitar. O endurecemos nuestros
hábitos egoístas de siempre o nos hacemos más solidarios.

La eucaristía en medio de esta sociedad en crisis puede ser un lugar de concienciación. Necesitamos liberarnos
de una cultura individualista que nos ha acostumbrado a vivir pensando solo en nuestros propios intereses, para
aprender sencillamente a ser más humanos. Toda la eucaristía está orientada a crear fraternidad.

No es normal escuchar todos los domingos a lo largo del año el Evangelio de Jesús, sin reaccionar ante sus
llamadas. No podemos pedir al Padre "el pan nuestro de cada día" sin pensar en aquellos que tienen dificultades
para obtenerlo. No podemos comulgar con Jesús sin hacernos más generosos y solidarios. No podemos darnos la
paz unos a otros sin estar dispuestos a tender una mano a quienes están más solos e indefensos ante la crisis.

COMULGAR ES ESTAR DE ACUERDO CONTIGO

Cada vez que me acerco hasta tu altar,


estoy reforzando mi amistad contigo,
te capto como alguien vivo y cercano
y siento tu esperanza y fortaleza en mi interior.

Cada vez que comulgo, Señor,


me llenas de entusiasmo y de sentido
y ya no puedo prescindir de tu misión
de agrandar mi corazón universal.

Cada vez que te acepto y te recibo,


renuevas mis ilusiones fraternas,
porque me indicas claramente la ruta
de construir una tierra justa y nueva.

Cada vez que comulgo contigo,


acepto tus ideas radicales,
de preferir a los pobres y marginados
para gastar mi vida en mejorar la suya.

Cada vez que entras en mis adentros,


tu espíritu me anima y me sostiene,
haces renacer en mí la solidaridad,
un talante agradecido y sensibilidad.

Cada vez que me encuentro contigo,


mi corazón se ensancha y se dinamiza,
me sacas de todos mis pequeños egoísmos
y me llenas de tu capacidad de obrar el bien.

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ORACIÓN DE PETICIÓN:

Como a los apóstoles, Cristo nos invita a todos a su Cena, en ella entrega su cuerpo y su sangre para la
vida del mundo. Digámosle, después de cada petición: Jesús Pan de Vida, escúchanos.

-Cristo, Hijo de Dios vivo, que nos mandaste celebrar la Cena Eucarística en memoria tuya enriquece
a tu Iglesia con la constante celebración de este misterio…

-Cristo, sacerdote único del Altísimo, que encomendaste a los sacerdotes ofrecer tu sacramento, haz
que su vida sea fiel reflejo de lo que celebran sacramentalmente…

-Cristo, maná del cielo, que haces que formemos un solo cuerpo todos los que comemos del mismo
pan, refuerza la paz y la armonía de todos los que creemos en ti…

-Cristo, médico celestial, que, por medio de tu pan, nos das un remedio de inmortalidad y una prenda
de resurrección, devuelve la salud a los enfermos y la esperanza viva a los pecadores…

-Cristo, maná bajado del cielo, que nutres a la Iglesia con tu cuerpo y con tu sangre, haz que
caminemos con la fuerza de este alimento…

-Cristo, rey de paz y de justicia, que consagraste el pan y el vino como signo de tu propia oblación,
haz que sepamos ofrecernos junto contigo…

Oración final:
Señor, quiero agradecerte la profunda alegría que siempre me transmites al sentir tu contacto y tu
ternura al estar contigo y como abrazas mi corazón para que sea más sensible con las necesidades de
mis hermanos, sobre todo de los más pobres; y me llenas de tu fuerza y de tu alegría para transmitirla
en gestos de amor a los demás. Ven Señor Jesús, te quedaste en medio nuestro, para enseñarnos a vivir
en comunión contigo y con nuestros hermanos.
Gracias por estar siempre a nuestro lado en los momentos de alegría y en los momentos de dificultad,
no nos dejes nunca. Amén.

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