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Historia de Europa/> LA : EUROPA DEL RENA- CIMIENTO 1480-1520 JR Hale sores , <1 /siglo veintiuno editores s.a |. Tiempo y espacio 1, EL CALENDARIO, EL RELOJ Y LA DURACION DE LA ‘VIDA «iO espacioso relox —exclamaba el abrumado héroe de la obra de Fernando de Rojas, La Celes- tina—, aun te vea yo arder en bivo fuego de amor! Que si tu esperasses lo que yo, quando des doze, jams estarias arrendado a la voluntad del maes. tro que te compuso... Pero gqué es lo que’ deman- do? ¢...No aprenden los cursos naturales & rodear- se sin orden que & todos es un ygual curso, a to- dos un mesmo espacio para muerte y vida; un li- mitado término a los secretos movimientos del alto firmamento celestial de los Pplanetas y norte, de los crescimientos é mengua de la menstrua luna... ¢Qué me aprovecha 4 mi que dé doze ho- ras el relox de hierro, si no las ha dado el del cielo?» 1, Esta comparacién entre el tiempo del reloj y el natural ya no era una simple metdafora. Aunque hacia mucho que los relojes no eran novedad, para la mayoria de la gente el tiempo se media por la duracién de las labores, segtin el dia solar y la es: tacién del afio. Con Ja naturaleza se comenzaba y Se media el dia. «Al amanecer», «alrededor del mediodia», «hacia la puesta de sol»: tales eran aun las referencias temporales mds comunes. Los me- Ses se computaban en términos de las actividades Turales que les eran propias, dentro de un calen- dario de supervivencia. Sentimentalmente, el afio comenzaba con las primeras flores, la prolong cién de los dias y los primeros resultados de °= ventura que corriera el grano sembrado s eBH do- | no. Solamente aquellos que tenfan que wpa en el | cumentos legales o diplomaticos Pe Sial no re- comienzo del afio como una fecha oficial y I adn dé: la | ' Aqui, como ms adelante, se’cita de la edicién d Libreria’ Antonio Lépez, Editor, Barcelona, 5 Jacionada con Ia estacién; y aun entre éstos existia acuerdo undnime acerca de la fecha en ted el aio empezaba, variando ésta segtin los paises, del 25 de diciembre al primero de enero, e] uno de marzo, el 25 de marzo y el uno de septiembre. Podia variar de ciudad en ciudad y, atin dentro de una misma, en las diferentes clases de documen. tos: en Roma, las bulas se fechaban de acuerdo con un afio que daba comienzo el 25 de marzo las cartas papales de acuerdo con otro que em- pezaba el 25 de diciembre. Los dias de Afio Nuevo mas corrientemente usa- dos coincidian con festividades eclesidsticas: la Anunciacion, la Navidad y, en algunas partes de Francia, el comienzo de Ja Pascua. El calendario eclesiastico ocupaba el segundo lugar, tras el coémputo natural, en la divisidn de las ceremonias del dia y en los intervalos entre las mayores fes- tividades a lo largo del afio. Las rentas se paga- ban no el 29 de septiembre, sino el dia de San Mi- guel; la Sorbona daba comienzo no el 12 de no viembre, sino «el dia posterior a la festividad de San Martin». A pesar de que en las crénicas co- menzaban a utilizarse las fechas, los dos modos de computar continuaron coexistiendo. Seguin The Great Chronicle of London (Gran Cronica de Lon- dres), la paz angloescocesa se proclamo «el dia de San Nicolas o el IV dia de diciembre» y el incen- dio de Sheen, donde el rey habia reunido a la cor- te navidefia, se declaré «la noche siguiente al dia de Santo ‘Tomas, mértir>. Mas significativa aun ae ae del dia en horas Jo era Ja division zl ectamaes I estacion, el servicio eclesidstico y aiio rural Bebe as la pauta del horario del carestia del alumbr do peliere ons dae 2 la medida de lo bie se procuraba limitar en comprimién, doloso. le los horarios al dia solar, verano, Las fee invierno y espacidndolos en as horas candniccy yes, monasterios conservaban «horas» se as para sus Servicios, pero estas ran doce duran 1 invierno, para que die- gin. : esta Ua, aunque fueran cortas. ‘aba satisfactoria en Teron del tiempo no re- 6 ‘as ciudades comerciales, donde la hora podfa ser una unida de y la diferencia de un dia podfa significar también » -distintas tasas de cambio. Por ello, en las ciudades - se computaba el tiempo en horas iguales y me- diante relojes. Mientras que, en el campo, los es- colares asistian a la leccién una hora después del amanecer, en las ciudades los horarios estaban or- denados de un modo mis preciso, como Jo mues- tra uno de los Cologuios de Erasmo. id de Pproduccién Si no consigo Iegar antes de que pasen lis- ta, me ganaré una zurra. Por ese lado no hay peligro alguno. Son las cinco y media justas. Mira el reloj: la manilla no ha alcanzado atin la media. Desde que fueran introducidos en el sion, los felojen daban las horas en todas las ci ides de Europa; sin embargo, el modo de contarflas era distinto. En Italia, los relojes comenzaban en el ocaso y contaban de una a veinticuatro horas; en Alemania, de una a veinticuatro, pero comenzan- do con la aurora; en Inglaterra y Flandes, de una a doce horas desde el mediodia y la mediano- che, respectivamente. Cada ciudad medfa su tiem- po a partir del momento en que el sol desapa- Tecia tras su horizonte Particular o emergfa de él. Muchos relojes daban la hora, pero pocos te- nian minutero y muy pocos, desde luego, daban los cuartos. Ademds, todos eran inexac Ss y re- querian reparaciones continuas. Apes de que, con la ayuda del reloj y la igualdad de las ho- Tas, se introdujo un concepto diferente del tiemp emos considerar que hubiera un confli to entre el tiempo del sol y el de la maquina, entre el tiempo «natural» del campo y el «ar- tificial» de la ciudad, que caracterizé a la Revo- lucién Industrial. Muchos pueblos de Francia y de los Paises Bajos tenian relojes publicos. unekne, ticién de 1481 por la que se instaba al Saas to de Lyon para que instalase «un gran’ oe eee yas campanadas puedan ofr todos los ingiaba ae en todas las partes de la ciudad», se! bevouinet a «si se fabricara tal reloj, vendrian mas co 7 YY tes a la feria», aunque también se afiadian of razones: «los ciudadanos quedarian muy conte: tados, animados y felices, y vivirfan una vida aoe ordenada y la ciudad ganaria en decoro», Ademie. ciertas costumbres horarias, tales como el Teleyo de la guardia en las ciudades con guarnicién, q cierre de las puertas de la ciudad por la noche y el establecimiento del cubrefuego, después del cua] se castigaban los delitos con pena doble y hasta triple, exigfan un cémputo del tiempo. En las ciu. dades, las personas concertaban citas y asistfan a reuniones; los relojes eran la expresion de la ne. cesidad social de un lenguaje preciso y comun ca. paz de medir el tiempo y reflejaban el deseo de dividir el dia en interés del beneficio. Los grandes relojes de sol de las fachadas de las iglesias me- dievales y de los ayuntamientos, y los pequeiios, de bolsilio, habfan medido el tiempo eficazmente, si bien no de modo continuo. La proliferacién de los relojes y la introduccién de los portatiles y de Jos de resorte (mas inexactos atin que los relojes de torre) reflejaban tanto una moda como una ne- cesidad. Antonio de Beatis, que acompafié al car- denal de Aragén en el viaje de éste por Europa, en 1517 y 1518, anota que, en Nuremberg, el car- denal encargaba relojes y otros complicados arte- factos en metal como regalos para los dignatarios no capitalistas. Todos estos instrumentos eran re cordatorios del paso del tiempo y contribufan a mejorar la conciencia existente del transcurso de un dia de trabajo, pero conviene recordar que el , culto al trabajo y la condenacién de la pereza fue- ‘ron rasgos caracteristicos de la Alta Edad Media; \el nulla dies sine linea anticipa la invencién de la \contabilidad por partida doble. Incluso se podria sargumentar que, lejos de ser un simbolo del: ca- pitalismo, la medicién del tiempo por el reloj pro- tegia realmente al artesan iendo mas"preciso su horario laboral“obligatorio. La patisa” para el almuerzo de los bataneros dé Orleans, por ejem- plo, se establecié entonces entre una hora com- pleta antes y después del mediodia. Tampoco hay hubieo® alguno de que los horarios de trabajo ieran aumentado porque los empresarios tu- 8 | | viesen relojes en sus tiendas y casas. Cuando en Paris, ciudad tan bien provista de relojes como cualquier otra en Europa, se reformaron los es- tatutos que reglamentaban las condiciones labo- rales de los curtidores, el texto anterior a la in- troduccién del reloj se reprodujo intacto: los cur- tidores tenian que trabajar desde el alba hasta el cresptisculo, «hasta esa hora en que apenas se dis- tingue a un habitante de la ciudad de Tours de uno de la de Paris». Tampoco las vacaciones se acor- taron por el empleo del reloj en el cémputo del tiempo eclesidstico. La semana de dos dias labora- bles en su dependencia islefia de Skyros constituia un escandalo para los venecianos, quienes guar- daban un afio de doscientos cincuenta dias labo- rables; pero, a pesar de todo, las festividades dominicales y los santos (a los que se afiadfa el medio dia anterior para la confesién) seguian man- teniendo el afio laboral medio europeo en unos doscientos dias y, aunque quiza existiera un incre- mento del trabajo nocturno, especialmente entre los oficios mas nuevos, tales como la imprenta, para la mayoria de las personas el trabajo se aca- baba cuando el sol se ponia. Del mismo modo que habia un ritmo natural del dia y otro artificial, pautado por el reloj de la ciudad, y asi como habia un afio oficial y otro segtin las estaciones, también existia la considera- cién de una duracién natural y otra artificial de la vida de un homb: 1 re. Salvo en algunas ciudades italianas, raramente se registraban los nacimien- tos con cierta regularidad (este es el principal mo- tivo por el que el trabajo demogrdafico sobre esta época resulta tan inexacto) y muchas personas I desconocfan su propia edad. La siguiente relacién | \ \ | | \ de testigos de un asalto a una partida de comer- _. ciantes en camino al sur de Paris resulta comple- tamente tipica: «Jean Gefroy, trabajador, de unos cuarenta afios... Queriot Nichalet, carnicero, de unos sesenta afios... Pernet Callet, trabajador, € unos veintisiete afios... Colin Byson, casero, de unos ochenta afios.» En sus tareas organizadoras, sin embargo, el gobierno tenia que dar por Supt aa ta una precisién que no existia. Si habia q D ganizar un ejército, se estab! i las edades para el cicamnene Guldadosamente la edad maxima de un hombre para ser ut Y ne servicio militar era la de sesenta afios; Ia cael minima variaba, segun la urgencia de la Sitmens entre veinte y quince afios. En materia tributes la minima impositiva se establecia cominments 2 Ja temprana edad de quince afios. a A Ea ees una persona alcanzaba Ja mayorta le edad politica a los catorce afios: a esa edad ya se le podia exigir que asistiese a las reuniones del parlamento. En Florencia, como en otros lugares, se habian establecido minimos de edad para los nombramientos de los diferentes 6rganos de go- bierno, asi como para el perfodo de pena reducida «propter aetatis imbecillitatem» en Ja administra- cién del derecho penal. Los manuales de los confe- sores consideraban los catorce afios como la edad en que se presuponia conocimiento de Ja naturaleza del pecado mortal. Doce afios fue la edad minima que se sefialé para permitir el bautismo forzoso de los nifios judios durante la controversia que ello produjo. La mayoria legal de edad era distinta segtin el lugar, pero siempre estaba claramente de- finida, asi como la edad en Ja cual un principe po- - dia prescindir de la regencia, 0 aquella en la que un stibdito feudal tenia que rendir tributo, 0 un tutelado podia entrar en posesién de su patri- monio. t Incluso en las altas esferas de la sociedad era comun la incertidumbre acerca de la edad, espe cialmente fuera de Italia. Uno de los més dificul- tosos pleitos de la época fue aquel por el que Luis XII de Francia, sucesor de Carlos VIII, in- tentaba obtener la anulacién de su matrimonio 4 fin de desposar a la viuda de Carlos, Ana, y de este modo, conseguir que el ‘ducado de Bretaha no se sustrajese a la jurisdiccién de Ja corona de Francia. Luis pretendia, con toda la riqueza de ¢ le- talles fisicos precisos para apoyar su acusacion de deformidad, que no habia sido capaz de tener relaciones sexuales con su esposa. La acusaci6n no sdlo era desagradable, sino también carente de ve- rosimilitud, ya que Juana podia demostrar lo 10 rio, incluso por medio de testi Os, quienes ero que el rey habia entrado una mannenes ciendo: «Me tengo ganado un trago, y bien ganado, porque durante esta noche he montado a mi mu- jer tres 0 cuatro veces.» A esto argiifa Luis que su hazafia habia sido impedida por arte de bru- jerfa. En tal caso, contestaba Juana, ecémo pudo saber que habia intentado hacer el amor con ella? La causa del rey era tan endeble que si el papa Alejandro VI no se hubiera comprometido a con- ceder la anulacién debido a razones politicas, el monarca hubiera perdido el pleito. Sin embargo, estaba obligado a moverse en tan dudoso terreno debido a una razén: aunque se encontraba estre- chamente emparentado con Juana como para con- seguir una anulacién sdélo por este motivo, no lo podia probar. Todo lo que podia hacer era pre- sentar testigos que dijeran que, «en su opinidén», o «segtin su experiencia, ya que entonces vivian en Ja corte», los distintos vinculos matrimoniales ha: bian tenido lugar. También se invocé a las croni- cas en vano: no existia prueba documental alguna. lo mismo sucedié cuando Luis pensé alegar que, cuando se le obligé a la unién, se hallaba por debajo de la edad de consentimiento, catorce afios. ¥ no lo podia probar porque no existia certidum- bre alguna acerca de la fecha de su nacimiento. El sostenia que, por entonces, tenia doce afios, pero no pudo citar ni el dia de su nacimiento, ni el de su esposa. Los testigos diferfan en sus opi- niones: el rey «debia de tener» once, once y medio 0 doce o trece. Otros dijeron que el monarca: «de- bia de ser» entonces atin menor de edad, a juzgar por lo que ellos recordaban acerca de su altura y figura. Debido a esta contradiccién entre el tiempo objetivo y el subjetivo, el rey se vio forzado a st mergirse en las turbias aguas de aquel pleito bre la no consumacion. 5 Tales pretensiones de precisién no eran blarecne Z ; co burocratica. en aquella época relativamente Pp ‘de retratos En los sepulcros un creciente numero Ios artistas inclufan la edad del difunto, ahora que los a7 er estaban capacitados para reproducir un tiempo similar a una persona tal cual era en 11 i ‘o tal preocupacién se restringy, jineamenene pertenecientes a los sectores mejor educados de la comunidad, hombres a qui. mes enorgullecia poner en relacién su edad con's logros en los negocios, en la erudicion y en asuntos ptiblicos; la mayoria no sentia la ne dad de una perspectiva tan precisa. Por otro lad habia un vivo interés general por la edad en: sentido subjetivo generalizado. El tiempo fisiol gico era mas tenue que la huella del natural o culto del dia, pero también mas significativo pe algunos que el tiempo del reloj de hierro. Se: taba de la sucesién de estados de animo, codifi dos por los antiguos en el sistema de caracteres ye aceptados por la medicina contemporanea: el san: guineo dominaba desde la medianoche al aman cer, el colérico desde el amanecer hasta el medio. _ dia, el melancdlico desde el mediodia al anochecer y el flematico desde el anochecer a la medianoche. La literatura y la oratoria sagrada facilitaron an. cho campo a la opinion de que la vida se media mas eficazmente que por afios por estadios, tale como la infancia, la juventud, la madurez, lav jezyla senilidad; divisié i ba un gran dramati: de vida era de tre: y en tre aquellos que llegaban a edades superiores, to- Os, con excepcién de los ricos comenzaban efi de 1518), j j mat - Cincucnie® pouarenta aos ya fos heen Be , 8 cae con la edad “arlos de la debilidad en que | o18 par tide To’ nf86,° Primer ato mori tagos de los po » Y NO solamente los vAs- |O suscitaba DOBTES Este “holocausto ae infantes — " una consideracign special de la in- fancia como un estadio preciso y separado. A los ifios se les vestia al estilo de los adultos y se les urgia a desempefiar ocupaciones de adultos. No estaban sujetos a disciplina especial ni aislados en guarderias o mantenidos a distancia del mundo de preocupaciones de los mayores. La ensefianza | escolar no era obligatoria ni inclufa uniforme al- / guno, pupilaje o cédigo especial de comportamien- to; en la universidad, los estudiantes tenian una amplia autonomia; lo que dividia a los afios irres- ponsables de los responsables no era la conven- cién, sino la circunstancia. El patetismo de las «cinco edades» establecidas radicaba no en que re- flejaran mentalidades y actividades distintas, sino en que pusieran de manifiesto el raudo paso del cuerpo del hombre de una forma de desamparo a otra. El tiempo generacional estaba dominado por la imagen de la decrepitud, la espalda encorvada y la mueca desdentada de miles de tallas y carica-; turas. La leyenda de la fuente de la vida mantenia} su ilusoria promesa en las pinturas, los grabados! y las xilografias. Los ancianos, tropezando y arras- trandose, llegaban desde todos los puntos, hasta sus orillas y caian en sus aguas, para resurgir transformados en jévenes de piel tersa que son- reian maliciosamente a sus compaiieras a quienes asian lascivamente para demostrar su sexualidad recuperada. La tenue aura pornografica que exha- lan los sepulcros, mostrando a los difuntos casi como esqueletos con los vientres bullentes de gu- sanos; la jactancia con que Enrique VIII se palmeaba los muslos y alardeaba de su virilidad ante el embajador veneciano; las estampas satiri- cas populares de viejos espiando a las mozas, el esplendor con que el arte revestia los muscuios tensos y la carne fresca, todo ello, ya fuera abier- tamente, ya cubierto de moralidad y mito, denun- ciaba un culto al cuerpo sobre el que el tiempo se tomaria rapida venganza. Ponce de Leén exploré Florida con la intencién de descubrir la fuente de la vida. Todo esto no quiere decir que los ancia- nos fueran una rareza. En el campo habia muchos Queriot Nichalets de «alrededor de sesenta afios», muchos oscuros Colins Bysons, de «alrededor de 13 xin las descripciones, a alcanzay ai lejandro VI estaba «m4 los setenta anos, elP Pa seupaciones no le quita joven cada dia; vnpre feliz y nunca hace algo que _ Sean este comerciante veneciano Francesco aan entuvo el control de sus negocios hasta que murié, a Ja edad de ochenta y cuaine anos. Com historiador real, Marineo Siculo anduvo por log campos de batalla en los que las tropas espafiolas | luchaban, se rompié un brazo a los setenta afios y | murié a los ochenta y nueve, siempre sin dejar de escribir. Gran parte de la obra anatémica de Leo- nardo se basa en su diseccién del cadaver de un Acentenario. No era ninguna casualidad que De se- \nectute, de Cicerén, fuera una de los obras secula- ‘res mds reimpresas en su tiempo; y, desde luego, Jos viejos no eran tan dificiles de hallar como para que se originara un respeto especial por la sabi- duria y la experiencia de los venerables. Una de — las exhortaciones mds frecuentes de los predica- dores, los moralistas y los tratadistas sobre las cos: — tumbres era que los jévenes deberian ser mas Te: petuosos con los viejos. ochenta afios». Seg 2. LA ALIMENTACION Y LA SALUD La concepcién del tiempo generacional estaba li gada a los determinantes materiales de la dura: cién de la vida: comida, salud y violencia. Cada uno - de ellos tenia un efecto doble: la violencia mataba a algunos y afectaba a la perspectiva de los demas; la peste bubénica, el tifus y otras enfermedades, como el sudor inglés, mataban a muchos y ame-— nazaban la seguridad de todos; hambres como la: de 1502-1503 y 150 A ‘ poblar regiones enters onde ean podian''ded como relata un co; Sy largo de los caminos, Terence «vagaban a I 7 re evando a sus hij e cay pananicion, a sus espaldasy. La aniecnin fi lo que ef host’, la vida estaba condicionada po! Si bien en muches Podia permitir comer. 5 para la minoria, “esta foe Ga ge la vida y no s6lo 14 una época de cambio, | Jimentacién constitufa una monétona y univ eontinuidad con la Edad Media. No slo ee Jos suministros alimenticios fueran precarios y que, en el mejor de los casos, la alimentacién de la mayoria no podia recuperar las energias des- gastadas o preservar la salud, produciendo, por el contrario, estados de desasosiego nervioso y pa- roxismos de terror que subyacian en algunas de Jas turbulencias politicas y en los delirios reli- - giosos de la época. La alimentacién se componia, sobre todo, de farindceas: trigo, centeno, cebada, avena y mijo. La comida mas comun estaba com- _ puesta por trozos de pan que flotaban sobre una clara sopa de verduras. Raramente se comia carne fresca; en la mayoria de las familias, quizd una docena de veces por afio. A causa de la especial dedicacién a los cereales, y debido a la dificultad de mantener vivo el ganado durante el invierno, el numero de cabezas era pequefio. Solamente en las > ciudades mds grandes era posible encontrar car- niceros, y aun asi no siempre tenfan provisiones y sus precios eran elevados. La leche, la mantequilla y los quesos curados eran muy caros, y el habitan- te pobre de la ciudad probablemente no los pro- baba nunca. Los huevos y algiin ave ocasional pro- veian a la variedad de la mesa en el campo. A cau- sa de los elevados costes de la salazén, solia ser més conveniente enviar un cerdo al pueblo o al sefior feudal como pago, que comérselo. Los gran- des propietarios protegian celosamente la caza. Por supuesto, cerca de la costa se podia conseguir pescado fresco, pero es dudoso que el pescado salado formara parte de Ja alimentacién del hom- bre normal. Por los costos de la salazén y el trans- porte se deduce que los viernes y otros dias de ayuno se guardaban sin esfuerzos, siguiendo la dieta normal de ausencia de carne. En los rios y lagos se practicaba la pesca —en el muro de la ciudad de Constanza habia una placa que, mostra- eae [pe de pescado era mejor comer en'cada daban 7 afio—, pero los derechos pesqueros que- Sia ‘estringidos a los grandes sefiores riberefios, alos parte de la pesca iba a parar al mercado, monasterios o a las casas nobiliarias. 15 i variaban grandemente, h Los''tipos ae pied slitentados, que ont jombres yo no le debian sagazmente desde sus retratos, no 1 SU si guridad al pan y a la sopa. Seguin el suelo y ¢ Clima, habia diferencias entre una region y otra pero mucho mas aguda la habia entre la casa se. fiorial y el campo circundante, y entre el campo en su totalidad y las ciudades. Los empleados ‘de una casa noble podian comer carne todos los dias _ —dos veces al dia, segtin los cdlculos del conde bavaro Joachim von Gettingen—; el ama de juna casa burguesa préspera podia incluso utilizar azu-- car de Sicilia, no para su uso habitual a modo de medicina, sino como sustitutivo de la miel, como — edulcorante; los huertos monasticos, bien cuida- dos y adecuadamente abonados, podian producir esparragos, alcachofas y melones, pero aunque‘la diferencia entre la alimentacién del rico y la del pobre era tan extrema, en realidad hasta el mas afortunado comia .frugal y mondétonamente ‘en comparacién con la Europa moderna, y los‘casos de exceso a los que se concede. tan gran importan- cia en los relatos de la época, alcanzaban especial relieve porque contrastaban con una sobriedad obligada, debida a los altos precios y a la esca- sez. La ingenua alegria con la que se describe la fiesta aristocratica, con su_catdlogo pantagruéli- - co de carnes, aves y pescados, no es distinta del espiritu que debia presidir una orgia campesina, cuando una boda, una muerte o una fiesta de la recoleccién se presentaban como disculpa para to- mar un descanso en la existencia laboriosa. Tanto la Creu religiosa como la escena obtenian pro- ae 3 i fonsecuencias de tales excesos: bas: . E ‘as y enfermedades. En la ob! de coMIDA a la de cENA, donde vuelven a pecar, De nuevo invaden las enfermedades sus bebidas } y, esta vez, quedan triunfantes. Con ellos se han | traido a la SENORA EXPERIENCIA, y cuando BUENA | COMPANIA confiesa su falta, ella le entrega a sus servidores, PfLDORAS, LAVATIVA y SANGRIA. A CENA Ja condenan a no acercarse nunca menos de seis horas a coMipA y a llevar pulseras de plomo, de forma que sus manos no puedan volar tan rapida- mente hacia su boca. COMIDA se libra con una re- gaflina, pero a BANQUETE, tras confesar la groseria de su conducta, le cuelgan ALIMENTACION solemne- \ mente, a titulo de aviso al piblico. Era una advertencia que pocos necesitan tomar en serio, pero se repetia como corolario en la le- gislaci6n por la cual los gobiernos trataban de li- mitar el numero de platos que se podian servir en las bodas y en otras ocasiones de regocijo. El con- sumo del acomodado no debe ser tal que excite la envidia del pobre. La impresién de libros de cocina —el inglés Boke of Kerving (1508) es un ejemplo temprano— indica que entre los razoha- blemente acaudalados se estaba estableciendo un punto medio mas elaborado entre el ayuno y el banquete; de todas formas, si deseamos compren- der el sentido de la época tal como se desprende de los dias festivos, tenemos que imaginar uno en el que los excesos de la mesa estaban muy espa- ciados y dejaban memoria tras de si. No hay asunto que se trate mds insistentemente en la legislacién real y municipal que los intentos por mantener bajo el precio del pan, impedir- el monopolio del grano y fomentar el envio de sumi- nistros a las zonas de escasez. De todos los merca- dos de alimentos, el de granos solia estar vigilado, la mayorfa de las veces, tanto en lo arquitec- ténico como en lo administrativo, por el ayunta- miento de la ciudad. Desde los almacenes del Nor- te, herméticamente cerrados, hasta los silos sub- terraneos de las islas mediterraneas, los almacenes cla an eran tan importantes para la, observan- como siz ley y del orden dentro de las ciudades os es iS murallas para la proteccién del exterior. ™mpos producian poco, raramente lo sufi- 17 ciente para abastecer a todos. E] Propietarj, ‘ . io dal y la Iglesia restaban sus porciones antes » que la distribucién hubiera empezado; las ave el ganado absorbian atin otra fraccién antes que el grano se pusiera en camino —siem ‘que daba una cantidad para las necesidades locales | hacia el mercado y la cerveceria, porque en toy, la Europa.del norte el grano destinado a:lg ed boracién de bebida competia duramente con elite. servado para la alimentacion. El maiz fue el pro ducto aceptado con mayor avidez, de todos descubiertos en América antes de la tardia im tacion de la patata; a partir de su introducci6; alrededor del 1500, comenzé a extenderse des Espafia a través de Francia, Italia y los Balcanes, El hecho de que en los viajes de descubrimiento se llevaran depdsitos de viveres demuestra qu conocia la conveniencia de una alimentacién eq librada. Los hombres de Vasco de Gama dispo de una racién .compuesta del siguiente modo: lt bra y media de bizcocho, una libra de carne salad o media libra de cerdo salado, un tercio de gill de vinagre, un sexto de gill de aceite de oliva, sionalmente judias, lentejas, cebolla o ciruelas pa sas, dos pintas y media de agua y una y cuarto de vino diarios. Se afiadia también amplia provie sién de pescado salado. Si esa dieta, a mas de | fruta y verduras frescas, se hubiera podido. con- seguir regularmente en toda Europa, hubiera — transformado radicalmente la mentalidad, la pro- ductividad y la longevidad de la poblacién. Pero como no era y los nifios eran La basura que Jas murallas Ie; asi, los hombres, las mujeres muy vulnerables a la enfermedad. los ariee de Paris arrojaban a g0 a alcanzar tal altura en algu- . nos putttos que hubo que cavar y apartarla de alli _ Ps Be aa ae facilitarles el ataque a los ingleses — cai UdSr uno atribuia la peste y la enfermedad _ los ce or inglés a la Jnmundicia en las calles, a putos y a los orines de perro que obstruian * Media: i F (N. de TD de Uquides equivalente a un octavo de litro. 18 iroyos cavados.en el suelo. Pero es facil exa- los arroyeondiciones antihigiénicas de los pueblos. erae ja de ellos tenfan grandes espacios abiertos piu eeaniat frecuente, de ventanas vidriadas in. Sica que las casas estaban a merced del aire frio, A despecho de la ineficacia de la medicina con- tempordnea o quiza a causa de ello, la Europa ur- bana habia alcanzado un nivel razonablemente alto en medicina preventiva. La caridad privada y el sentido comun municipal levaron al establecimien- to de un numero adecuado de hospitales. Incluso Lutero, a quien, en otros aspectos, cegaba el odio a Italia, reconocia¥ en la visita que hizo a la pen- insula en 1511, que «los hospitales estan graciosa- mente construidos y admirablemente provistos de excelente comida y bebida, asi como de servidores cuidadosos y médicos capacitados». Quiza Jos_hos-. pitales efectuaran pocas curas, pero su valor como defensa mediante el aislamiento par: pueblo era inestimable. La lepra habia sido. casi erradicada gracias al recono iento de la importancia del aislamiento y de la cuarentena, asi como a la pro- hibicién que pesaba sobre los tercaderes de telas usadas de que vendieran prendas pertenecientes a los pacientes; en 1490, el papa Inocencio disolvia la orden de los lazaristas porque el fin para el que se fundé se habia cumplido. Los obstaculos para la consecucién de la higie- ne personal eran enormes. En Alemania y en algu- nos partes de Suiza los bafios publicos mantenfan un elevado nivel de higiene, pero en paises que carecian de esa costumbre tradicional y_ subven- cionada, el coste y la dificultad para calentar el agua y el elevado precio del jabén hecho con acei- te de oliva o con sebo significaban que los cuerpos llegaban sucios a la mesa y a la cama. En algunos lugares era costumbre llevar un pequefio trozo de piel para incitar a las chinches a que se agruparan alli; en-otros se ponian ramitas de zarzamoras de- ajo de las camas para distraer a las pulgas: el acaudalado veneciano Marco Falier anota en sus cuentas caseras, en 1509, que la renovacion de las Tamitas le ha costado cinco soldi. Los libros so- bre buenas maneras reflejaban un interés crecien- 19 te por la higiene doméstica: algunos de estos He bros estaban impresos en verso, para ayudar’ J, memoria; otros se ajustaban a melodias popu}, res, como el aleman T: ischzucht im Rosenton (La educacién en la mesa en Rosenton). «Limpia tu nariz, tus dientes y tus ufias / Guardate de |g carne —advertia una obra inglesa— y no escupas en la mesa.» Sie stunt x En una época en que los médicos se limitaban a decir que «todo el que bebe media cucharada ‘de aguardiente cada manana, nunca estara enfermo» y en la que las amas de casa, sagazmente, prefe. rian los elixires destilados en casa a la sanguijuela y la lanceta, eran los mandatarios los que salva- ban vidas, y no los doctores. Cuando habia carne, se procuraba que no extendiera enfermedad calgu- na. Los estatutos (1514) del gremio de carniceros de Chevreuse, un pueblecito de la Ile de France, especificaban, entre otras regulaciones, que todo cerdo que se hubiera criado en las inmediaciones de una barberia o herreria tendria que ser ali mentado durante nueve dias en lugar aparte antes de la matanza. Pero no habia regulacién_eficaz contra la peste. Se sellaban las ¢asaS y se identi- ficaban por medio de cruces pintadas, se prohibia | la venta de telas infestadas, se alimentaban gran- des hogueras en todos los espacios abiertos, ins- , pectores de sanidad andaban a la busqueda de enfermos encubiertos, pero nada conseguia dete- ner la aparicién de los abscesos negros y azules en las axilas y las palmas de las manos, que eran» el anuncio de algunos dias de dolores seguidos, en la mayoria de los casos, por la muerte. Venecia la ciudad de Europa que se vefa obligada a adop- tar las mas estrictas regulaciones sobre la salud a causa de su constante comercio con el Est b taba indefensa ante la peste; la Entroni acti 3 izacion a un amigo con natural; guntas como va la esc ta de nuevo; pero en idad reveladora: uela. Bueno, ya el verano el ny numer I 20 © des ndié mucho. Muchos se marcharon a causa de la peste, que maté a 20 muchachos, y, sin duda, al- fan no aparecieron por tal motivo.» Los docto- res discutian la teoria de los miasmas o la del _ contagio, la del aire corrupto o la del cuerpo co- _ rrupto, pero toda su sabiduria se reducia a un _ consejo: «jHuid de los infectados!» No era nece- sario saber leer para seguir este precepto: en las epidemias de peste que azotaron Francia en 1493, 1497, 1518 y 1520 se evacuaron pueblos enteros y sus habitantes huyeron a bosques y arbolados que, normaimente, hubieran esquivado; las familias mo- rian alli de inanicién, y el cronista francés Jean d’Autun describe como en otro estallido de terror, en 1502, el rey y sus nobles se vieron obligados a organizar batidas de caza a fin de salvar a los en- flaquecidos refugiados de las fauces de los lobos. El espectro de la-peste era un visitante habitual, pero cuando la S§ifilis-lleg6 por primera vez a Eu- ropa en 1494 (traida; con toda certeza, en su forma virulenta, del Nuevo Mundo) la acompaiiaba el te- rror provocado por la novedad. Su paso a través de Europa fue espantosamente rapido: partiendo , de Napoles alcanzé Bolonia a principios del aiio 1495 y cruzé los Alpes ese mismo afio, con las tro- pas que se desbandaron después de la campajia de Italia y la Ilevaron a sus casas en todas las di- recciones. En enero de 1496 se la describia en Gi- nebra, y en Francia se denunciaba su presencia por doquier; antes del fin de afio ya estaba en Ho- Janda y en toda Alemania; la primera mencién cierta en Inglaterra data de 1497, y en 1499 habia pasado al este de Praga. Ademas, por la publicidad que ahora podia concederle la prensa y la xilogra- fia, la transmisién del virus se hacia aun mas per- turbadora. «El aspecto del cuerpo entero es tan repulsivo —escribia un doctor francés en 1495—, Jos dolores son tan intensos, sobre todo por la - noche, que esta enfermedad supera en horror a la lepra y a la elefantiasis, y amenaza la vida del _ hombre.» Los predicadores se apresuraron a salu- ar la aparicién de un aliado en su campafa con- a las relaciones sexuales ilfcitas. El obispo Fisher, de Rochester, en un sermén impreso en 1509, des- 3 a <% aterra poblada por hombres «aque. ” stulas francesas, pobres y Necesitg los caminos, fae ¥ casi po. : vida y con un intolerable dolor en los” Sssose. LOS cultos y los acaudalados tampoco.se libraban. Konrad Celtis la contrajo a Comlenzos ~ de 1496, y su colega el humanista Ulrich von Huten escribié un libro de mucho éxito acerca de SU CU. racién, pero muri de ella a pesar de todo; el mis. mo Erasmo la sufrid, asi como el amigo y protector de Durero, Willibald Pirckheimer. El numero de obispos de quienes se dice que eran sifiliticos hace pensar que se trata de una exageracion malicios: pero parece autorizado. creer que el papa, Julio I si lo era, aunque no turbo su animo heroico. Jers to es que la enfermedad mutilaba.a.muchas.mas 3 personas de las que mataba, pero la repugna que causaba y el dolor. que la acompafiaba jus ficaban el espanto con que se la veia. { Los doctores se apresuraron a elaborar razones _ que justificaran la aparicion de la plaga, princi- palmente de orden astroldgico, asi como remedios, si bien el primero que resulté parcialmente efec- tivo, la aplicacién interna de mercurio, no. se pro- — puso hasta 1512. Entretanto, las autoridades publi- cas tomaron medidas contra el panico. En 1497, Jacobo IV de Escocia ordené que todos los sifiliti- cos fueran aislados en una isla en el estuario del rio Forth. A comienzos del mismo, afio, en Paris se notificaba, mediante pregén callejero, a todos los residentes infectados que tenian que acudir a un alojamiento de cuarentena, improvisado en St. Germain-des-Prés; todos los infestados no residen- tes estaban obligados a abandonar la ciudad en un:plazo de veinticuatro horas por dos puertas cretas, donde tenian que firmar para Peet con- , ir el di- nero del transporte y ma cll bajo panne y marcharse a Sus casas. Todo cribia una Ingle jados de Jas pu: dos, tirados por 2 los hom- res en los umbrales del afio mistico de 1500 ¢ insté a su pueblo a abandonar el mal camino ya unirse a Ja cruzada que estaba intentando organi- zar contra el turco. 3, LA VIOLENCIA Y LA MUERTE Ya fuera organizada o casual, la violencia afia- dia una dimension perturbadora a la incertidum- bre que la enfermedad introducia acerca de la probable duracién de la vida de un hombre. En Jas guerras de esta época intervenian ejércitos mucho s grandes de los que hasta entontés*se“HaBian organizadoy el transito de éstos de un campo de batalla a otro dejaba tras de si un ancho sendero de miseria donde los empleados de la intendencia habian abusado, los acompafiantes civiles habian robado y los soldados saqueado. A las bajas_en combate, la matanza,de prisioneros y el_pillaje de los pueblos hay que afiadir las consecuencias de los graneros urbanos vacios, la escasez de alimentos, la elevacién de los precios que arrojaban a miles de no*coimbatientes del nivel de supervivencia a la necesidad mas desesperada. Pero no acababa aqui el azote de la violencia organizada: del mismo modo que un ejército se formaba trabajosamente a partir de compafifas de hombres que atravesa- ban el pais como bandidos legales en su camino ha- cia el punto de reuni6n, luego, cuando Ilegaba la disolucién, habia muchos que preferian la vida errabunda del aspirante a mercenario. Estos se abu- rujaban en cuadrillas, dependientes de la posibili- dad de empleo por medio de la clase ascendente de los Jefes militares y, entre tanto, se mantenian a Si mismos mediante el saqueo. Por supuesto, no €ra éste un fenémeno nuevo. En 1477, una horda de jévenes soldados suizos, licenciados de las gue- an oe Borgofia, se habia abierto camino como a i fogs Lucerna a Ginebra, provocando «vida at la de pillajes. Una vez cristianizada la jaba ‘un a esta delincuencia de masas refle- traba Problema que ninguna sociedad se encon- Preparada para resolver: la reabsorcién de 23 sus fuerzas armadas. Otra razén de la violencia constituia la creciente eficacia del intento de | gobiernos de imponer ley y orden. Los bandi que caian sobre los viajeros 0 que asaltaban p blos para pedir rescate no eran solamente los tritus de la guerra, sino también los residuos de la desfeudalizacién.y la cen lizacién, inasimila- dos sociales a quienes un contacto mas estrécho entre el gobierno y la sociedad en su totalidad ha- bia expulsado. Aparte de estos desplazados, la violencia podia surgir dondequiera que se hiciera un intento de transformar antiguas formas de vida, desde el asesinato del duque de Northumbéer- land en 1489, mientras trataba de recaudar un im- puesto real en una aldea de Yorkshire, hasta el desafio armado con el que la Sorbona de Paris trataba de proteger sus exenciones frente al de- recho comun. Sin embargo, la causa pz urbana_era la pura. . La _sospecha .de..que Jos comerciantes estaban almacenando grano cuan- do un alza de precios o un rumor acerca de un nuevo impuesto. bastaban para provocar ‘explosio- nes populares acompafiadas por incendios y asal- tos a las tiendas. En Francia, el mas rico de los paises europeos, se produjeron tumultos de este tipo en Bayona en 1488 y en Montauban y Moissac_ en 1493. En 1500, las calles de Paris fueron inva- — didas por masas de personas que trataban de arro- jar al Sena a lds comerciantes de granos. En 1507 se produjeron en Nevers tumultos a causa de la alimentacién. En 1514, la muchedumbre ocupé por completo la ciudad de Angers y, antes de que el. ejército hubiera podido cercarla, las masas exigie: ron una distribucién igualitaria de los bienes y la’ exclusi6n de los ricos del gobierno municipal Cuando Lyon se encontré al borde de una explag sion similar en 1515, los magistrados prohibi y las reuniones publicas y censuraron tod ie Reaniea populares que contuvieron pro, aa ee igualitaria; dos afios mas tarde, la ciudad caia 6 manos de bandas armad: al las di ie ne de extrafio que en la mayoriande tty Nada europeds se prohibiera el use de are ages Pueblos. o de armas y se i 4 A y se impu*, principal de Ja violencia siera ‘el cubrefuegos por las noches en las calles; ualquier persona que saliera por la noche tenfa ue llevar una antorcha y explicarle sus intencio- es a la guardia; y, frecuentemente, las calles te- fan cadenas que se podian desenrollar de sus obinas y usar para impedir la entrada en caso de disturbio. En los manuales de orientacién para los confe- sores se concedia gran importancia a la necesidad de convencer a los feligreses de que guardaran la paz, no provocaran a otros a disputa y no excita- yan a los vecinos mediante ruidos, gestos desafian- tes o murmuraci6n maliciosa. También se deplora- ba el juego como la causa principal de la reyertas; en vano lo prohibian el gobierno en las taber- nas, los capitanes en los barcos y los estatutos gremiales a los aprendices. Era ésta una legisla- cién de clase. Enrique VIII podia permitirse hacer sus apuestas delante de toda la corte, al ajedrez, a los.dados, a las cartas, en el tiro con arco 0 en el tenis; el libro de apuestas de los comerciantes de Ja*Hansa en Danzig muestra a éstos apostando sobre la duracién de una guerra, los resultados de una eleccién o de una justa, sobre el precio de los arenques, sobre las posibilidades que asis- tian a una cocinera que sefialaba al sefior feudal como el probable padre de sus hijos; todos ellos podian afrontar las pérdidas. Los pobres eran los que tenfan una mas clara inclinacién a sentirse engafiados y a tirar de cuchillo, especialmente des- pués de haber bebido; las actas de los tribunales estan Ilenas de salvajismo de taberna y peque- fias y brutales vendettas rurales. Habia, sin em- bargo, una oculta inclinacién hacia la violencia en todas las esferas de la sociedad, violencia pre- sente incluso en los pasatiempos. De las justas se esperaban heridos y, por lo comun, las batallas fingidas, escenificadas como entretenimiento pu- blico, se convertian en auténticas. Estas bajas eran el atroz resultado de una época brutalizada por su contacto continuo con la violenéia’y su aiiferencia hacia ‘ella. Los combates de animales er beeeaiones habituales de los principes. Se aba y descuartizaba a los criminales en pu- - 25. blico, ante numerosos espectadores excitados,.. sus cuerpos, 0 los pedazos, se colgaban en pig tas fuera de las murallas o en los cruces de caminos. A veces se celebraba la tortura en pub co, como la vez que, en 1488, los ciudadanos q Brujas aullaban para que el espectaculo se py longara tanto tiempo como fuera posible o con el caso, citado por Johan Huizinga, en el que los | habitantes de Mons «compraron un bandido aun precio muy elevado por el placer de verlo descu tizado, ante lo cual el pueblo disfruté mas qu si un nuevo cuerpo santo hubiera surgido del muerto». 4 Consideradas en este contexto, Jas crueldade que, bajo el impulso de la codicia o el miedo, i fligieron los portugueses y los espafioles a cristianos no resultan sorprendentes: Vasco de Gama disparando contra un pufiado de mujeres y nifios, los hombres de Tristao da Cunha en Soma: lia amputando los brazos y las piernas de las mu jeres para obtener sus brazaletes mas rapidamen: te, Balboa soltando los perros enfurecidos contra Jos. indios de Centroamérica. Los filé6sofos, como- Marsilio Ficino, podian deplorar la crueldad de los hombres que «les acercaba a las bestias», pero quizé resulten mds sorprendentes los prolongados esfuerzos de los monarcas espafioles, Fernando e¢ Isabel, para mitigar la crueldad de sus colonos en las Indias Occidentales. Mezclando lo sagrado con lo terrible, los mis- terios trajeron al escenario publico los cuadros- mas bestiales de las cAmaras de tortura y de mostraron una gran ingenuidad al sustituir a los peters por maniquies en el momento en que las enazas comenzaban a apretar i ; a@ apretar y los hierros al rojo a quemar. La misma inclinacién mérbid: horror reflejan las xilograffas en las cr6: rida vag presas, con sus descripciones d micas \ letalladas. a nudo ilustradas, de nacimientos 2 ae campos de batalla sembrados d ee tmuesog i y lo mismo ocurre con el arte fe trozos de carne; las versiones de la tentacié: di especialmente of norte de Europa, y la fla a le San Antonio, d supuesto, esta inclinacion es com Ae Cristo. Fo €s comin a todos’ lo 26 tiempos; sin embargo, el caracter especialmente - febril con que aparece en este periodo sdlo se plicar parcialmente y de modo factico. La cinacion que la tortura ejerce se puede ver muy ramente en Francia, para no escoger mas que in ejemplo y, no obstante, las penas prescritas de hecho por el derecho francés se estaban dulcifi- cando notablemente en aquel tiempo. Siempre que no hubiera atentado contra el orden publico, el erecho penal en toda Europa era injustamente mario en sus procesos, pero no salvaje. La prac- tica era diferente de un pais a otro: por un caso juramento blasfemo que en Francia hubiera stado 17 sous, se arrancaba la lengua en Italia; la ley podia transformarse subitamente en vio- Jencia en virtud del panico, pero el hombre medio 10 estaba mal protegido. El stibdito poderoso era quien podia sufrir la arbitrariedad completa, que es el hado de las victimas propiciatorias: asf el sesinato propagandistico que Enrique VIII hizo los dos impopulares mandatarios de su padre, Empson y Dudley, 0 el consejo practico de Ma- juiavelo de ofrecer el asesinato politico de Rami- ro D’Orco como un presente para los stibditos de César Borgia en la Romajia. La enorme cantidad de procesos que se producian,.a pesar de las de- moras y de los elevados gastos, demuestra que el derecho no sélo tenia como funcién la disminucién de la violencia, sino también el constituirse en coso donde los instintos combativos podian en- ontrar una salida publica, formalizada y, nor- nalmente, incruenta. El barniz con el que el derecho, los Mandamien- Os y una prosperidad relativa habian cubierto la violencia era quebradizo y se rompia facilmente, en especial cuando la creencia de que Dios habia decidido castigar a su pueblo desembocaba en olas € panico, * Al-azote de la peste se afiadia el del‘ infiel. El error generado por las narraciones sobré‘las atro- dades de los turcos durante la ocupacién de tranto en 1480 eficontré expresién no solamente ‘@ Imprenta, sino también en la pintura, a tra- de un sarpullido de martirologios de santos 27 inocentes. Un médico, que escribia en 1496 acerca de la sifilis, se preguntaba si esta enfermedaq. como castigo al pecado, no estaria mas all4 de cualquier posible cura humana, y si esto no serfg una verdad aplicable a todas las enfermedades, considerada como un desfallecimiento del Animo; teorfa que subyacia en la tendencia, creciente y. nueva, a identificar toda enfermedad mental con los manejos del diablo y, por ello, con Ja brujeria. La milenaria preocupacién por Ja muerte de la Edad Media, que la proximidad del aiio 1500 tendia a exacerbar en algunos, adquirfa una morbosidad especialmente profunda en las diversas versiones de la Vida del Anticristo: un judio engendra un monstruo en su propia hija, entre sicofantes que Je adoran; el monstruo se circuncida a si mismo y triunfa sobre aquellos que le niegan, mientras éstos son serrados, quemados, crucificados o en- terrados vivos. A medida que se acercaba el fin del siglo se multiplicaban los rumores y los sig- nos portentosos: nacimientos monstruosos, lluvias de leche y sangre, manchas en el cielo. Las no- ticias legaban de Francia —una luna triple—, de Alemania —una verdadera plaga de nifios defor- mes—, de Grecia —una corona de espadas lla- meantes—, de Italia —un rayo entraba en el Va- ticano y derribaba al papa ‘de su trono—. El sentimiento de una inminente perdicién persistia atin después de que hubiera pasado el peligro. Continuaron cayendo lluvias de sangre (Durero consiguié imitar una mancha en forma de cruci- fijo como si uno de esos aguaceros la hubiera dejado sobre la camisa de una sirviente), los pre- dicadores fogosos atin anunciaban el fin del mun- do y los cronistas pasados de moda, hartos ya las seculares narraciones de violencia, aseguraban a sus lectores que el mundo se acercaba a su ultimos dias.’En las ilustraciones de la Danza dé la Muerte, la mano del esqueleto tocaba a i : yor numero de personas refractarias y apuntaba una seccion mas detallada de la soci and Y: ‘0 se solia representar a la ledad. 239 casi consoladora del ee del auténtico fa gran. divelador © del guardi la, la salvacién. Un nul 28 oO tema proliferaba rapidamente en libros de xilo- rafias y en la imaginerfa de los sermones: el arte de morir, que se centraba no en la misma muer- te, sino en el preciso momento en que ésta llega al borde de la cama. Resulta imposible averiguar en qué medida se compartian los terrores. Los suicidios eran raros y, por tanto, se les podia satirizar, como sucede n la obra de Diego de San Pedro, Cdrcel de amor 1492), en Ja cual el héroe, rechazado por su aman- e, comete suicidio tragandose las cartas de aqué- la. Las inscripciones de las tumbas continuaban ndo por supuesto el interés de Jas generaciones an nonatas, los hombres de negocios y los poli- icos continuaban haciendo planes, sin que hubie- afluencia de mercedes pias para ganar la amis- ad de San Pedro. Los humanistas podian seguir islumbrando una era de ilustracién ante cellos, tuando hubiesen acabado de pulir y publicar todo 1 tesoro de la antigua sabiduria. «Creo que veo Ja aurora de una edad dorada en el futuro pré- ximo», escribia Erasmo en una carta de 1518. «Veo acercarse una transformacién que viene de lo pro- fundo», escribia el erudito y reformador de la en- sefianza espajfiola, Vives, al afio siguiente. «En to- las las naciones estan surgiendo hombres de una inteligencia clara y verdaderamente libre, cansados le la servidumbre.» Y un afio después de esto, un ibro escolar ensefiaba el latin porque «la vena de ro o mundo de oro (por revolucién celestial) ha elto o retornado». Se comenzaba a dominar el pasado. Los historia- dores podian mirar hacia atras con perspectiva; pisodios que, frecuentemente, en la crénica me- eval habian oscilado en la atemporalidad, se localizaban ahora con referencia a un punto con- vencional. Los caracteres histéricos, vistos a tra- vés de una psicologia bastante realista, resultaban nds faciles de imaginar y se posibilitaba la iden- tificacién con ellos. La busqueda de un razona- iento de causalidad que explicaba los aconteci- Hentos en funcién de la debilidad y la ambicién lumanas, fortalecieron el hilo narrativo de la his- Orla, y cierta seleccién en la utilizacién de las 29 ES fuentes realzé su atractivo intelectual. Ya fuerg para buscar informacién o una confirmacién q patriotismo, ya movidos por una busqueda de lg sabiduria, por un elevado sentido de la identid: personal o simplemente por la evasion, los hom. bres se interesaron cada vez mas por ese pasado organizado. Se sucedieron las ediciones de Livio, César, Josefo, Eusebio y Valerio Maximo (pai escoger una muestra de un solo centro impresor: Lyon); se revisaron Jas crénicas medievales y sa lieron otras nuevas respondiendo a la demanda de todo un publico lector. Por otro lado, no existia’ 1 futuro préximo, principio rector alguno para é salvo el emitido por la Iglesia, que era potencial- mente. amenazador. El concepto de progreso secu- Jar no existia, excepto en el sentido de una recu- peracién mas eficaz del pasado, esto es, la con- solacion por la sabiduria antigua y el acicate para emular las consecuciones de la antigiiedad. La idea de que el hombre pudiera mejorar su destino fi- sico, de que se podian aumentar los recursos ali- menticios, erradicar las enfermedades y hacer la vida mds cOmoda y agradable no existia: faltaba: las dos motivaciones que posibilitan una planifi- cacién esperanzada para el futuro: las humanita rias y las tecnoldgicas. Para la jnmensa mayoria el futuro no era una zona en la que un homb: pudiera proyectar con confianza sus propias aci vidades y las de su descendencia o especular modo optimista. acerca de la sociedad como tot lidad. El futuro se agotaba en la imagen de muerte. 4, LA MOVILIDAD La idea del tiempo es jetiva, influid por calendarios, trabajos. Pen inal parcialmente subjetiva, deterring dal or ae Giones, el hambre, la actitud del individuo antedl aoe iscurrir vital y la esperanza d sapee timo, intelectual, condicionada or ii aad penetrar con la imaginacié en en uturo. De la misma Tae ale , 30 del espacio retine un aspecto ffsico, otro emociu- nal y otro imaginativo o intelectual. Es una idea configurada por lo que vemos —el contorno in- mediato y los itinerarios elegidos en los viajes—, por lo que pensamos acerca de lo que vemos y por la capacidad de imaginarnos lo que el ojo no puc- de ver. El primer elemento est4 determinado por la movilidad; el segundo, por la idea de la natura- leza; el tercero, al menos en su esencia, por los mapas. En casi toda su extensién, Europa era una zona agricola, con grandes bosques, pantanos y chapa- rrales, y casi inhabitada. La gran mayoria de los hombres, posiblemente el 85 por 100 en la Europa occidental y cerca del 95 por 100.en la oriental, vivian en caserios desperdigados o en pequefias al- deas. Nacian, se casaban y morian a la. vista del mismo bosque y de la misma iglesia parroquial. En Inglaterra y Gales habia unos 810 pueblos con mer. cado (con poblaciones que oscilaban entre los 300 y los 1.000 a 2.000 habitantes) y que atendian a los suministros que no se podian conseguir o cul- tivar en las casas particulares. La distancia media que un hombre tenia que recorrer para alcanzar el mas préximo de estos pueblos era de siete mi- llas. Si tomamos en consideracién las Areas me- nos uniformemente urbanizadas, asi como el largo trecho que al amanecer tenian que cubrir los hom- bres entre la aldea fortificada y los pastos en las islas del Mediterraneo y las lianuras al este del Elba, no nos equivocaremos si fijamos en quince millas el viaje medio mas largo que hacia la ma- yoria de la gente en toda su vida. Los pueblos, particularmente los que se hallaban al borde de los caminos mas frecuentados, actua- ban ahora como centros de nuevas ideas y de pro- cesos de ajuste social mds decididamente de lo que hicieran un siglo antes. Aunque las abadias aisladas y las aldeas mondsticas atin podian alber- gar a algunos meritorios eruditos aislados, ya no jan centros de aprendizaje. Los dias de las escue- as de arte radicadas en las pequefias ciudades, St. an, Aix, Siena, habian pasado ya o estaban declinand Hi 7 ndo. Lentamente, a medida que la pobla 31 —"__—i—s— cién “europea, especialmente a partir de la mii del siglo xv, S¢ recobraba de Ja peste de la mi te negra, crecian los pueblos, principalmente los en las rutas se debia en part ue habian nacido y s, asi como a la emig frecuentadas. ec que eran mas los nifios q' seguido sobrevivir en ello: v cién del campo. Fueron las grandes poblacione sobre todo, con sus oportunidades econémicas, variedad social, sus imprentas, sus grupos mino tarios cosmopolitas, sus racimos d y la proteccién que extendian 2 Jas artes, las que atrajeron, minos y rios de Europa, necesitados de trabajo, qui larse entre las nuevas experi: las y continuar su camino. Para la mayoria de los hombres que ensancharon su horizonte espacial viajando, siempre fue una ciudad lo que les. im- pulsé a dar el primer paso. Para el viajero, las dificultades eran inevitables y los avatares grandes. El gobierno veneciano, po- seedor de uno de los sistemas diplomaticos mas elaborados de Europa, tenia que amenazar con gra- ves sanciones si queria mantener a sus agentes en ‘ movimiento. En 1506, Francesco Morosini escribia desde Turin para decir que, al atravesar los Al- pes, a su regreso de Francia, algunos de su act | pafiamiento habian muerto a consecuencia d od tormentas de nieve. Al afio siguiente, el ed io pontificio, de regreso del encuentro entre L eens y Fernando de Aragon, en Savona, escribi: uis a ‘el mar se habia mareado «usque d a que os y, en efecto, alcanz6 Roma en t fe Sanguinem>) i@ salud que contrajo una fiebr ‘al mal estado de’ i ‘e y murié. La corres- ‘ iencias o para recoger- malas posadas, s insolentes y de ecialmente en las zonas deshabitadas de Eu- pa oriental, el miedo constante a los bandidos. cluso en la parte occidental, los viajeros que no nian dinero suficiente para pagarse una pequefia scolta, esperaban el paso de un convoy de co- ‘erciantes, antes de aventurarse por las regiones s desoladas. Algunas regiones estaban muy pobladas, como sulta evidente echando una ojeada a las cifras le poblacién en numeros redondos: Alemania, 0 millones de habitantes; Francia, 19; Rusia (muy ), 9; Polonia, 9; Castilla, 6-7; Los Balca- de los rios Save y Danubio, 5*/.; Borgofia incluyendo el Artois, Flandes y Brabante), 6; In- Jaterra, 3; el reino de Napoles, 2; los Estados Pa- al 2; Portugal, 1; Aragon, 1; Suecia y Suiza, ambas, */.. La densidad de poblacién era baja. Lo centros mayores tendian a agrandarse, mientras que los pequefios no aumentaban y las aldeas no se convertian en pueblos. El viajero podia em- plear dias enteros en atravesar extensiones de cam- po abierto que separaban a un oasis de comodidad del siguiente. Napoles era un caso extremo: con una poblacién de mas de 200.000 habitantes, posi- blemente fuera la mayor ciudad de Europa, pero, aparte de ella, no habia ninguna otra ciudad, ni siquiera mediana, en todo el sur de Italia. Londres tenia 60.000 habitantes; luego se contaban Nor- wich, con 12.000, Bristol, con 10.000, Coventry y quiza una decena mds con unos 7.000, algunas, como Northampton y Leicester, con 3.000, y la gran mayoria con 200 o menos. Paris tenia mds de 150.000 y comenzaba entonces a extenderse mds alla de sus murallas, en el futuro Faubourg St. Germain; Lyon era la mitad que Paris, y mucho oe abajo aparecian los centros de orden inme- Sa inferior, tales como Reims o Bourges, Aleman poy anes: La disparidad politica de Biataieoees lugar a una situacién diferente: no muchas. aed poblacién realmente grande, pero si furt del Oa ledor de los 15.000 habitantes (Frank- (Maing, Speyer a Regensburg) o de los 10.000 esas cifras: Cai Yorms), y algunas por encima de = Colonia, con 40,000; Nuremberg y Mag- 33 deburg, con 30.000. En Castilla, Burgos, Toledo Sevilla tenian poblaciones por encima de los 50.008 habitantes y Salamanca probablemente 100.009 (Madrid, que aun no era capital, tenia 12.000); tras estas ciudades, las cantidades descendian Vertigi. nosamente; por algo la mayoria de los viajeros contaban a Espafia entre los paises mas desértj, cos y risticos de Europa occidental. En Portugal, ningun otro centro se aproximaba al tamafio de Lisboa (40.000). Aun mds pronunciado era el con. traste entre Estocolmo, con 6.500 habitantes; Ber. gen, con 6.000; y otros pueblos suecos y noruegos, o el que existia entre Moscu, probablemente con 150.000 habitantes, y las otras poblaciones rusas, de entre las cuales sdlo Novgorod tenia unas di- mensiones apreciables. En Holanda, tinicamente Leiden, Amsterdam, Delft y Haarlem pasaban de 10.000 habitantes; en Suiza, sdlo Ginebra con 12.000 a 15,000 habitantes. Las mas grandes poblaciones _ de Italia, después de Napoles, eran Venecia, con unos 100.000 habitantes, y Milan, que, aproximada- mente, tenia la misma cantidad; la poblacién de Florencia era de unos 70.000. En realidad no exis- tia razon alguna para que el peregrino o el comer- ciante europeos se sintieran superiores cuando vi- sitaban Constantinopla (bastante mas de 100,000 habitantes), Aleppo (65.000) 0 Damasco (57.000) y, sobre todo, cuando visitaban El Cairo, ya que no se poseen cifras, si obra el testimonio de los visi- tantes ere oe los cuales era una ciudad capaz de albergar las poblaciones 2 5 cia, Milan y Florencia juntas es de Roma, Vene Es preciso tomar con pr i6 an Los gobiernos tenian escaso interes ae ee pace or las_esta- disticas de poblacién por si mismas I : ‘ tributarias, a partir de las cuales se ; ie lista pilar, suelen ser incompletas o esta © pueden com- tadas. Pero, desde el punto d an mal interp’ la situacion esta clara, Re, re: © vista del viajero “7 S€presentadas en un map! las grandes ciudade; i no pasaban de cece: las libres, las hospitalaria Puntos espaci, a unos de los otros, Unicamenae a ee de comercio podian «° Stancias de diez i a qui i ; . quince millas, Sélo los quiera que quisiera viajar, a pesar de las di- Itades, podia hacerlo, y ello a velocidades que as se transformaron hasta la llegada del fe- carril. De Paris a Calais, por ejemplo, se pre- aban cuatro dias y medio; a Bruselas, cinco y dio; a Metz, seis; a Burdeos, siete; a Toulouse, ocho a diez; a Marsella, de diez a catorce; a rin, de diez a quince. La media de tiempo para ras distancias era: de Venecia a Roma, cuatro as (aunque existe noticia de un correo que lo izo en dia y medio, sin detenerse); de Venecia a ndres, veintiséis dias; a Madrid, cuarenta y dos; Constantinopla cuarenta y uno. Estas eran dura- jones de viajes de comerciantes y diplomaticos presurados. En las rutas donde habfa un servicio stal organizado todavia se podian acortar mas los lazos. En 1516, las cartas enviadas desde Bruselas or medio del sistema postal explotado por la fa- ‘ilia Taxis alcanzaban Paris en el verano en trein- ‘a y seis horas, Lyon en tres dias y medio y Roma n diez dias y medio. Sin embargo, fuera de las ru- ‘as principales, y especialmente si se inclufa un pa- aje maritimo, resultaba imposible predecir a nin- un nivel de exactitud la duracién del viaje. El trafico mds importante, el de los comercian- tes, sus mercancias y sus agentes, alcanzaba su pogeo durante las cuatro ferias anuales, segtin las Staciones, que se celebraban en Lyon, donde, dil- ante quince dias de intensa actividad, los merca- deres trafan muestras de todos los confines de Eu- Tropa occidental. Los buenos caminos, los rios na- vegables, su posicién central y la proteccién real hacian de Lyon la més activa de las ciudades eu- Topeas. La ciudad se llenaba también con los ma- yordomos de las familias ricas, que enviaban a aquéllos a largas distancias para cargar una recua ee con articulos exéticos. Los libros de cuen- prin ag uno de estos compradores, el agente de la ees Filiberta de Luxemburgo, muestran las Sona Clas que alcanzaban la red del comercio. Sus Pras incluian especias de Venecia, vino de Cre- 35 las de Corinto, pescado salado de des anchoas secas espafiolas, ee de In rra, Italia y Holanda, mercancias de cuerg , Espafia y Alemania, collares de perro, pihuelag bolsos. La feria de Lyon es sélo una de Ellas, gj bien la mas grande; unicamente en Francia habia también ferias de comercio en Paris, Rouen, Tours, Troyes, Dijon y Montpellier. Sefialemos que las fg. rias se limitaban a concentrar una actividad cop. tinua. La movilidad europea era mas que nada mercantil. ! Ademas de los comerciantes habia un sin nuime. ro de hombres buscando trabajo. La poblacién de Europa crecia lentamente, pero mas deprisa de lo que la agricultura y la oferta de trabajo urbano podia absorber sin problemas. Esto era especial- mente cierto en lo que se refiere a Castilla y las montafias centroeuropeas, menos fértiles que las islas y costas del Mediterr4neo. De estas zonas provenia un flujo constante de hombres a la bis. queda de empleo, sobre todo como soldados. Se podian encontrar mercenarios albanos en luga- res tan lejanos de su patria como Espafia, aunque la mayoria buscaba servir en Italia y encon- traba acomodo particularmente en Venecia. Ila. mados stradiotas porque siempre estaban en ca- mino (en italiano, strada), alli se les reunian hom- bres procedentes de otras regiones estériles a la busqueda de guerras que otros, mas présperos, quisieran hacer sin riesgos personales. Con un poco de fortuna y un ntimero escaso de hombres, un vagabundo se convertia en soldado de la noche ala maiiana; practicamente éste lo dificil que le resultaba al vagabundo no cuali- ficado, al Jornalero, encontrar empleo viajand No se le admitia, excepto quizd temporalmente, <2 otros distritos agricolas y en las ciudades no se le admitia en nin é ii a ‘guna época, Po; va- lfa la pena viajar cuando a r otro lado, ia Lv € poseia una cualifica- Sprentcauitida y la capacidad de servir como “nl anilisis de dos compaiifas londinen* 36 2 muestra que casi la mitad de sus aprendices nia del norte de Inglaterra. Algunos podian viajar; tenfan que viajar, mds en, con la‘esperanza de conseguir empleo. Los lojes de las aldeas los hacian relojeros errantes, las iglesias, frecuentemente, las construfan afiiles errantes. Renegados cristianos habian struido las grandes mezquitas de Constanti- la, asi como los cafiones que destruyeron las allas de la ciudad en 1453. Para muchos, la renta era una profesion errante, al igual que 1 correccién de pruebas. Sabemos mucho de los ipos errantes de actores, juglares y mtusicos, algo de los jugadores profesionales errantes de fut- ol y tenis, pero, desgraciadamente, casi nada acer- de los mas errabundos de todos, los gitanos. bian sido expulsados de Espafia (de derecho, ya no de hecho) en 1499, de Borgofia en 1515; per- 'idos por doquier, en Escocia y Escandinavia a donde mas tolerantemente se les trataba. Sin nbargo, a través de la musica y los testimonios ictéricos sabemos que, a pesar de todo, tuvieron auge. Un grupo de gitanos interpreté en la oda de Matias Corvinus y Beatriz de Aragon en ida en 1476 y también vuelven a aparecer repre- sntando ante la corte en 1483. En Corfu, y bajo la roteccién veneciana, un centenar de gitanos for- 6 una comunidad eximida del servicio de gale- s y de las obligaciones campesinas habituales. Vagabundos también por necesidad, casi tanto mo los otros, eran los estudiantes y los eruditos. 9S grados universitarios se podian conseguir por artes, tras haber residido en distintas universi- ades. Habia un plan de estudios idéneo para cada Studiante, basado en los libros de los grandes aestros y en la ensefianza oral acerca de ellos; ero este plan de estudios no se podia seguir tras- dandose de un aula a la otra, sino de un pais a el griego y el hebreo ha- ano, y para an de correr ando entre la: Participar de él los estudiantes ha- de una fuente a otra, segtin iba ma- S pefias de la ensefianza escolastica 27 tradicional. Motivo de viaje era también la ne. cesidad de entrevistarse con los colegas, de sq. car partido de algun editor entusiasta o de esta, blecerse durante un tiempo bajo el ala de algun protector magnanimo. A este respecto, Moro. es. cribia en defensa del incansable errar de su amigo, «Erasmo desafia los mares tormentosos, los. Cie. los enfurecidos y la mortificacién de los viajes por tierra, y atraviesa cansado por los viajes den. sas selvas y bosques salvajes, cumbres escarpadas y pasos montafiosos, caminos acosados por los bandidos... azotados por los vientos y ensuciado: por el lodo.» Pero hace esto a fin de aprender y ensefiar, porque «al igual que el sol esparce sus rayos, del mismo modo, donde quiera que esta, Erasmo esparce sus maravillosos dones». } Esta defensa del nomadismo de una persona puede aplicarse a la cultura europea como un todo, caracterizada en esta época por una veloci- dad desconocida hasta entonces, por la interna: cionalizacién de sus formas o, mas bien, por una exposicion sin precedentes de las formas naciona- les 0 locales al desafio de las influencias exterio- res. A fines del siglo xv y principios del xvt, los eruditos italianos introdujeron el Derecho Roma: no y el estudio del griego y del latin clasico en la universidad de Cracovia; ademas, fueron italianos los que trabajaron en la catedral de la ciudad y en el palacio de la colina Wawel, dejando una hue- Na perdurable en los polacos que trabajaron a sus Ordenes. También los italianos, a quienes Fer- nando e Isabel protegian, le dieron.a | 1 : espafiola un matiz similar perma: a mente; de exten- derlo se encargaron tanto |: i a pro, izacié BSwlaNCoreMGT ey propia organizacién P ropa, Ivan III importé italianos que a Etta obras finales del Kremlin. Aris- Fioraventi terminé en 1479 el Uspensky yr, y Solari, que habia disefiado el palacio Gra- ‘ como un prisma, pensando en la deco- de los palacios de Ferrara, lo termind en . Enrique VII de Inglaterra empled trabaja- es en vidrios policromos procedentes de Flan- algunas de sus monedas también las disefié flamenco y la verja de bronce que rodea su numento —éste del italiano Torrigiano— era a de un holandés. En Francia se incorporaron pes enteros de artifices italianos, que venian fladirse a Leonardo da Vinci (muerto alli en 9) y a los arquitectos Francesco Laurana, Fra Ss propios hornos. los musicos les caracterizaba una movilidad milar. Al igual que los ejércitos, las mejores or- uestas eran las que estaban compuestas por espe- alistas de varias naciones; y del mismo modo que mpleaba piqueros suizos, Francisco I habia con- atado, desde comienzos de su reinado, corne- mes y trombones procedentes de Italia, El orga- 5 y de ‘aises ‘ » sus brillantes logro: Reine Europa. Johannes T; 6 mae de Pi inctoris pasé mas de afios (de 1474 napoli 10 a conoce: umerosog tratados Fi compositores de la época, Johan Bi HARE prop Okeahem Pas agin tempt en la Espafia de Fernando el Catélico y su infly cia nérdica quedé confirmada cuando en 1516 sucesor de Peraanee) ei se trajo consigo yp ndés completo. B oat des Prez’ doyen de los compositores qe la época, también habia abandonado su patria, Haj. nault; trabajé en Milan, en la capilla pontificia en Roma y, al final del siglo, en la corte de Ercole d’Este, en Ferrara; mas tarde pasé la mayor parte del tiempo en Francia, donde murié en 1521, Esta costumbre de viajar, asi como la afable Practica establecida por los reyes de llevarse a los musicos con ellos y de prestarse ejecutantes unos a otros, son claro indicio de que Europa aprendia a ha- blar un lenguaje musical comin con una rapidez y un método que, felizmente, contradecian la ley de Gresham. Los procedimientos administrativos también obligaban a muchos hombres a desplazarse. La pertenencia a la magistratura o a un cuerpo re- presentativo, la necesidad de apelar a un tribunal de instancia superior, todo ello desarraigaba a los hombres de una existencia por otro lado estatica: este proceso de desarraigo operaba como un fac- tor de seleccién social, ya que cuanto mas rico 0 mejor nacido era un hombre, tanto mds se espe- raba que se desplazara hasta los tribunales cen- trales de la nacion. Este lento afluir hacia el cen- tro de representantes, litigantes cieros, mensajeros re; gadoras. peas Viejas rutas de peregrinacién, a caer en desuso 9" cae Compostela, comenzaban demasiado ocupart cmas, entre los que estaban ° @ g 2 5 @ z 8 g. 2 5 B @ 5 Fs 8 a) 4 nacion delegada’ pop P*"4 que fueran en peregri- bastante probable @r° 2 Pesar de todo cio es le que Remo enon a que en aquella €poca hubiera peregrinos que en los tiempos anteriores o - poste riores. Tenemos el testimonio negativo de los riticos que desde el pulpito a la prensa tronaban contra los que iban en peregrinacién de forma jemasiado irreflexiva 0 despreocupada. Tenemos también el positivo del comercio de recuerdos mchas pintadas e imagenes de estafio de San ‘Miguel en el monte del mismo santo—, las cifras de asistentes, anotadas por los porteros de Aix- Ja-Chapelle, adonde acudieron 142.000 peregrinos enun sdlo dia para adorar el relicario con la santa gre; la estimacién de que de los cientos de mi- les de peregrinos que Ilegaron a Roma en 1500, a de peste y de jubileo, unos 30.000 murie- alli. Naturalmente, los motivos que les impulsaban diferentes. El humanista francés Lefévre ‘taples describe la sincera ingenuidad de un an- iano, antiguo esclavo de los turcos, a quien en- Bi mtré en el norte de Italia en 1491. «Vi a un - hombre vestido con una tela de saco, descalzo y n nada en las manos. Tenia un cinto hecho de juncos y llevaba una cruz de madera. Iba de ca- illa en capilla sin cuidarse de la Iluvia ni de la nieve, muy espesa en aquella época. Si encontraba erradas las puertas, aguardaba fuera en oracién, arrodillado sobre la nieve. No se alimentaba de nada mas que de pan y de hierbas y ayunaba dias enteros de una sola vez. Su bebida era agua y su ama la tierra.» En el otro polo de la escala se encontraba el fraile Félix Fabri, quien se prepa- raba para una peregrinacién a Jerusalén con gozo- so entusiasmo. Abarroté la celda que ocupaba en el convento de Ulm con cuantos libros de viaje pudo conseguir. Por supuesto, como escribia en su relato penetrante y atento: «Le doy mi palabra de que trabajé mds pasando de uno a otro libro, Copiando, corrigiendo y cotejando lo que habia es- crito, que yendo de un lugar a otro en mi peregri- nacion,» Este era el tipo de curiosidad que im- pulsé al doctor Diego Chanca y a Miguel de Cuneo @ acompafiar a Colén en su segundo viaje, sin per- Seguir beneficio alguno o que incité a Pigafetta a abandonar su Vicenza nativa para unirse a la ex- Al pedicién de Magallanes «para experimentar e j, y ver con mis propios ojos»; éste es el interés que hizo que Ludovico Varthema mostrara «el mismo deseo, que habia animado a otros, de contempla; jos distintos reinos de la tierra», de tal modo que, en 1502, «anhelando la novedad», zarpé hacia La Meca, disfrazado de peregrino musulman, conti. nuando después hasta hacer comercio con algun éxito en Burma y Ceilan. 5. LA IDEA DE LA NATURALEZA En si mismos, los viajes no condicionan el sen- tido del espacio; éste depende de las reacciones del individuo ante los lugares que atraviesa. A este respecto nos enfrentamos con un gran problema de falta de testimonios. De no ser por la coleccién de ésbozos a la acuarela sobre el paisaje, indepen- dientes del diario de viajes de Durero, tal diario sugeriria que el pintor sélo estaba interesado en la cantidad de millas que viajaba, en la gente que se encontraba y en los precios de las fondas. En todo caso no existia la idea de una serena contemplacién de muchos de los accidentes natii- rales por si mismos. Aparte de las escasas comu- nidades de pescadores, muy separadas unas de otras, y de las aisladas salinas, la costa maritima de Europa estaba desierta; sus pefias y ciénagas eran un cordon sanitaire que el viajero o el co merciante se limitaban a traspasar para embarcar o desembarcar. Hasta los paises costeros como Portugal © Venecia padecian escasez de marine- ros. Una vida miserable, arafiando la subsistencia del suelo, resultaba mas atractiva que la existen- cia a bordo de un barco, Nadie iba a la costa a cra peligroso y el mundo de ¢S montafias constituian zona! adie admiraba —excepcién hech@ - ato como Leonardo— mas que de terror, que de un estratig: 42 el caso de que sus pastos y bosques los hicieran utiles para el hombre, Nadie penetraba en las sel- vas, que cubrian gran parte de Europa, salvo los cazadores y ios fugitivos de la justicia. También la oscuridad ponia un limite a la con- templacién de la naturaleza. El miedo a la noche estaba gencralizado; durante las horas nocturnas, nadie entraba o salia de las aldeas, y los campesi- nos atrancaban las puertas. Si un vecino gritaba en la calle, nadie ofa sus gritos. Los lobos ronda- ban por los alrededores, los jabalies desenterra- ban los Arboles frutales tiernos y las bandas de ladrones se ensefioreaban de los caminos. Esta in- seguridad en un mundo en el que apenas habia ley y orden alimentaba las narraciones de pesadi- Ila sobre licdntropos y horrores semejantes. La noche era el dia del diablo, cuando sus brujas vo- Jaban. Con los fogones asfixiados con agua por miedo al fuego, la gente que no vivia en las ciu- dades pasaba la noche en una situacién fisica y psiquica parecida al estado de sitio. Era una época en la que también la salud, y a veces la vida, dependian del tiempo atmosférico. Los diarios consistian frecuentemente en una an- sustiosa relacién de grandes Iluvias y heladas. El ' campo, esto es, lo que quedaba tras restar las zo- nas costeras, las selvas, las montafias y los desier- tos, era, mds que nada, el lugar de donde proce- dia la alimentacién. Una mala cosecha afectaba a todo el mundo, con excepcion de los ricos; los mas _pobres morian de inanicién; «fértil» o «arido» en lugar de «bello» o «deprimente» eran las palabras que expresaban la primera reaccién ante el pai- _saje. Todo el mundo tenia una vision de agricul- tor: el humanista, el comerciante o el monje. La Europa agricola no era ni especialmente exube- rante (debido al posterior avenamiento y a la se- leccion de pastos) ni tampoco estaba agradable- mente recortada, ya que habia pocas divisiones jor medio de cercas. Ademas, tampoco tenia una pyoductividad tan alta, a pesar de la escasa po- puacion, pone para compensar una mala cosecha a ra buena. Aproximadamente un tercio de la ‘a se encontraba en permanente barbecho, 43 puesto que, debido a la escasez de ganado ausencia de abonos artificiales, raramente *,.. Ja tierra soportar mas de dos cosechas SUCesiyg El alto precio y escaso numero de animales tiro, asi como la ineficacia de los arados mayoria de los campesinos podia Procurarse, ¢ terminaban una propensién al cultivo superficig como, ademas, le faltaba humus a la tierra (lo campesinos ingleses extendian helechos sobre | veredas, esperando que los viandantes los con ir. tieran en abono al pisarlos), la rentabilidad @ a baja. Por tanto, todo dependia del tiempo at. mosférico; la valoracién objetiva contrarrestaba la idea subjetiva de la naturaleza. No solamente en los campos de cultivo cedia el placer al calculo de la utilidad, también se ‘consi. deraba a las flores, los matorrales y las hierba fundamentalmente en funcién d condimento o medicinas. Es di deformada, que se habia mantenido desde los tiempos de Dioscérides, a lo largo de toda la Edad Media, sin que la observacién directa viniera a formarla. Los herbarios y los bestiarios most ban las flores comunes y los animales familia bajo formas que contradecian la experiencia dia: ria; pero tales imagenes poseian dos fuentes poder: de un lado, simbolizaban el conocimiento'y la autoridad y, de otro, Constituian jeroglifico: aceptados que demostraban lo variado de la ob! de Dios y su inmediato interés por el hombri Tras el ojo que contemplaba la naturaleza_habi una botdnica falsa, una Zoologia falsa y una topo grafia falsa, habida cuenta de que, tanto para ar bol como para rio y montaiia existian simbolo: convencionales. Aun cuando los artistas habfan di mostrado su capacidad para representar una cit dad con exactitud, los impresores continuaban ilustrando las descripciones escritas de las dife- rentes ciudades con la misma vista convencional 44

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