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Mojeño Ignaciano

1.Aspectos generales
1.1Situación actual
La lengua mojeña ignaciana se
habla en la provincia de Mojos
del departamento del Beni, a
unos 70 kilómetros a la redonda
de la ciudad de San Ignacio de
Mojos. Las comunidades donde
se habla extensamente son San
Ignacio con gran porcentaje de
población ignaciana, unas 20
comunidades rurales y en
muchas estancias ganaderas. Los
hablantes actuales son unos
5.000.

Los mojeños o mojos son una


etnia del noreste de Bolivia.
Actualmente los mojeños
habitan en el departamento de
Beni, principalmente en los
alrededores de Trinidad y San
Ignacio de Moxos, en el Territorio
Multiétnico del Bosque de
Chimanes y en la zona del
parque nacional Isiboro Sécure. Su idioma pertenece a la familia lingüística arawak.

La población que se autoreconoció como mojeña en el censo boliviano de 2001 fue de 46 336
personas. Este número disminuyó a 42 093 en el censo de 2012. A ellos deben agregarse los
que se autorreconocieron ignacianos (1007), javerianos (40), loretanos (93) y trinitarios (7073).

2.Historia
Pobladores anteriores de la región –que antes de la independencia de Bolivia eran un solo
territorio denominado Mojos– fueron los aborígenes itonama, cayuvava, canichana, tacana y
movima; posteriormente llegaron los moxos o moxeños, de la etnia arawak que desarrollaron
una cultura más compleja entre la Amazonia y los llanos centrales.
Por razones desconocidas, entre el año 1500 y el 800 a. C., grupos agrícolas de origen arahuaco
provenientes de tierras bajas (Surinam) abandonaron su hábitat y migraron hacia el oeste y el
sur portando una tradición cerámica incisa. Los Mojos que hicieron parte de esta corriente de
la población, construyeron canales de riego y terrazas de cultivo, así como sitios rituales. Miles
de años antes de Cristo los arawak se dirigieron también hacia el norte y fueron poblando las
islas del mar Caribe pasando de isla en isla. El final de esta lenta expansión fue su llegada a la
isla de Cuba y a La Española.

Piezas de alfarería encontradas en el área rural del departamento de Santa Cruz y aun dentro
del actual recinto de la ciudad de Santa Cruz de la Sierra, revelan que la comarca sirvió de
morada a pueblos arawak que poseían una cultura cerámica, que se conoce como chané.

Las culturas prehispánicas de los Llanos de Moxos que se caracterizaron por sus obras de
ingeniería hidráulica, construidas los antepasados de los actuales pueblos mojeño y baure, que
llegaron a la región como parte de la gran corriente migratoria arawak.[4] En el s. XIII se
edificaron en esta región numerosas plataformas con formas geométricas regulares tales como
rectángulos intercalados, rombos, hexágonos y círculos, también figuras antropomorfas y
zoomorfas gigantescas por lo que los investigadores las consideran geoglifos dotados de
función simbólica. Se han identificado unas 150 de estas construcciones.[5]

En la región de Casarabe, un equipo de investigadores dirigido por el Instituto Arqueológico


Alemán ha descubierto entre la densa vegetación de la Amazonía boliviana restos
arqueológicos de urbanismo prehispánico.[6] A partir del método aerotransportado LIDAR se
obtuvo un mapa en 3D del terreno que reveló la presencia de dos sitios notablemente grandes
de 147 y 315 hectáreas dentro de un denso sistema de asentamiento de cuatro niveles, que
van desde caseríos hasta los grandes centros. Todos los asentamientos están en un paisaje
diseñado por humanos con un sistema masivo de control de agua para maximizar los
excedentes de alimentos. Su arquitectura incluye plataformas escalonadas, sobre la que se
hallan estructuras en forma de ‘U’, montículos de plataformas rectangulares y pirámides
cónicas que alcanzan los 22 metros de altura.[7]

Cronistas como Diego Felipe de Alcaya, cuentan de un pueblo viviente entre los últimos
contrafuertes de la cordillera andina y el curso medio del río Guapay. En la gran planicie y a lo
largo y ancho de las riberas estaban establecidas y confederadas las comunidades bajo el
mando superior de un caudillo, a quien Alcaya designa con el título de rey, este llevaba el
nombre dinástico de Grigotá, tenía una cómoda vivienda y vestía una especie de camisa de
vivos colores. Subordinados a él, disponiendo de centenares de guerreros estaban los caciques
a quienes se los nombra como Goligoli, Tundi y Vitupué.

Sin embargo Grigotá y su pueblo fueron interrumpidos por pueblos agresivos y guerreros, los
guaraníes, que llegaron desde el este y el sudeste y lograron reducir a condición de esclavos a
los chanés. Todos los antecedentes indican que la irrupción guaranítica ocurrió cien o más años
antes de la conquista española.
Cuando Colón llegó al Caribe (1492), los arawak estaban siendo invadidos por los caribes o
canibas (guaraníes, llamados chiriguanos por los incas) o guarayos en tierras del oriente
boliviano, una etnia muy belicosa que –siguiendo el mismo camino que ellos– habían partido
de Sudamérica, habían ido tomando una por una todas las Pequeñas Antillas y estaban
comenzando a realizar ataques sobre la zona oriental de la isla Española (hoy Punta Cana); y
finalmente sometieron a los chané. Ocuparon toda la extensa zona de cordillera y los llanos.

La relación social entre los guaraníes y los chané fue la de patrón-esclavo, vencedor-prisionero.
La tasa numérica entre guaraníes y chanés era de 1 a 10. Se sigue sin comprender –aún
subrayando el carácter pacífico de los chanés– cómo pudieron ser reducidos a una situación
tan brutal de esclavitud, según apuntan todos los autores. Varios hechos justifican esta
afirmación. Por ejemplo, el uso de su lengua de manera secreta y el que en muchas ocasiones
acudieran a la ayuda española, soportando mal la presencia guaraní; a una acción de conquista,
es decir, práctica de matanza de los hombres, ritual de la antropofagia y acaparamiento de
mujeres y niños.

Sin embargo, en opinión de investigadores, la relación guaraní-chané, patrón-esclavo; llegó a


complementarse como una sociedad interesante en la que los primeros cumplían la función de
guerra y los segundos, la económica.

Al iniciarse la conquista española, los guaraníes ocupaban las tierras orientales y sostenían
duras luchas contra los incas del oeste, para impedirles el paso desde el fuerte.

Los guaraníes del Paraguay, atraídos por las noticias que tenían de los indios del Chaco de una
región rica en metales, en casas de piedra y en ornamentos de todo género, con un lago
inmenso (el Titicaca), y habitada por una población numerosa, cruzaron el Chaco y se dirigieron
hasta los contrafuertes andinos, donde se establecieron y comenzaron a guerrear en contra de
los pobladores del altiplano andino. Enrique de Gandía deja establecido que no puede hacer
conjeturas respecto al año en que la migración guaranítica pudo realizarse hacia el oriente
boliviano.

Escribe el historiador Enrique Finot que «establecer límites de territorio fue la lucha
permanente y sostenida por los originarios del altiplano y el Oriente antes de la irrupción de
los españoles y posteriormente, convertidos en soldados de la conquista, fundada Santa Cruz
de la Sierra y trasladada».

Esta provincia era llamada el ante muro de los Andes, porque desde Santa Cruz. No se olvide
que la conquista de los pueblos de América era disputada por Portugal y España. Así se impedía
el ingreso de los aguerridos bandeirantes del Brasil hacia el virreinato. Proteger las conquistas
españolas era el objetivo de fundar una provincia en medio de la selva.
Los chiriguanos y canichanas y otras familias igualmente belicosas perseguían con sus flechas
mortalmente emponzoñadas a los españoles de Domingo Martínez de Irala, de Nuflo de
Chaves, de Andrés Manso, de Juan Pérez de Zurita, de Lorenzo Suárez de Figueroa (las cinco
figuras más ilustres de esta larga contienda) porque ocupasen su territorio sagrado. Toda esa
tierra existía para esos pueblos originarios; y los blancos traían la conciencia de conquistar a
«impuros», «paganos» y «subhumanos». Renegaban por querer coexistir en la tierra de ellos.

Análogo sentir habían evidenciado en el siglo anterior a la conquista española, los


chiriguanaes, al atacar desde sus cordilleras, a las tropas del inca enviadas con fines de
persuasión y dominio. Su protesta contra el invasor, sobre todo contra el introductor de dioses,
usos y gustos diferentes de los suyos, y por tanto, enemigo en todo lo íntimo, era una defensa
de lo secular y una vehemente rebeldía contra la imposición de cambios radicales en el ritmo
de su diaria existencia.

Los chiriguanaes preferían morir a entregarse y no sólo aceptaron las guerras que fueron hacia
ellos, triunfando a la larga en mérito a su conocimiento de las sendas serranas y a su astucia y
valor, sino que no perdían oportunidad de tender emboscadas a los expedicionarios y atacar a
los pueblos en toda coyuntura favorable para destruirlos, junto con todos sus habitantes, como
lo lograron con Santo Domingo de la Nueva Rioja y la Barranca.

Como señala Enrique Finot, los chiriguanos, los chanés, los chiquitos, los guarayos, los
ambayas, y los mojos reñían entre sí permanentemente con afanes de predominio sobre aguas
y pastos. Antes de llegar los españoles a estas tierras, estos pueblos guerreaban entre ellos.

3.Perfil sociolíngüístico

Sociológicamente, San Ignacio es hoy la más representativa de las antiguas Misiones de Mojos,
por conservar, como ningún otro, su semblante de pueblo indígena mojeño, su orgullo de serlo,
su organización y espiritualidad, su belleza festiva, su templo misional restaurado, su cabildo
muy representativo, su archivo musical grande, su coro musical y sus conjuntos de bailadores
tradicionales así como su Escuela de Música, todo ello en el mismo lugar de sus abuelos y con
presencia mayoritaria. Hasta tal punto que el 5° Encuentro Internacional sobre Preservación
del Patrimonio Histórico y Urbano del Oriente boliviano Territorio de Mojos y Chiquitos (San
Ignacio 1997) y, con aval de especialistas historiadores, arquitectos, antropólogos y, lo declaró
como “capital espiritual de los pueblos misionales jesuíticos del cono sur de América” (Ruíz H.
1998: 186).

4.Perspectivas educativas

Retrocesos fuertes de la extensión del habla de 1987 a 2007. Causas: papás hablan en
castellano para que lo aprendan bien sus hijos, y abuelos hablan castellano para entenderse
con sus nietos. Por otro lado, la escuela en castellano, por no conseguir ítemes para un estudio
recibidos bilingüe y bicultural, con lo cual el avance de las posibilidades culturales y lingüísticas
depende de cada profesor concreto. De ello viene un desinterés en el idioma de los abuelos.
Asimismo, los medios de comunicación social en el idioma local son limitados frente a la
avalancha de los en castellano; mucha migración de familias a ciudades

Progresos notables en la estima del propio idioma: nueva toma de conciencia de ser un pueblo
indígena específico con una lengua hermosa, muy rica y creativa (que avanza rápidamente y se
va separando de los idiomas hermanos); organización de centrales y subcentrales regionales
mojeñas, que retoman el idioma para sus reuniones y conversaciones; luchas por la defensa de
tierras ante la entrada de ganaderos, empresas madereras y piratas de la madera, Marchas por
el Territorio y la Dignidad desde 1990, en defensa del patrimonio de los abuelos, y concesiones
oficiales subsiguientes – aunque lentas y laboriosas – de TCO (Tierras Comunitarias de Origen)
de parte del Estado boliviano (Ávila 2006: passim). El ignaciano, hoy por hoy, es una de las 36
lenguas declaradas oficiales en el país. Existen, además, avances en la formación académica de
jóvenes indígenas a nivel bachillerato, profesores normalistas, técnicos especializados y
profesionales universitarios, lo cual les abre conocimiento y aprecio; orgullo étnico y sentirse
ciudadanos de primera clase con la Subida del MAS al poder a finales del 2005. Por otro lado,
una influencia renovada reaparece por el uso de la lengua en la liturgia de sus comunidades
cristianas, en emisoras de radio locales, en publicaciones bilingües de textos culturales,
históricos, pedagógicos, legales, sin descartar, por supuesto, el de las dos grandes gramáticas
ya citadas, en vistas a estudiar y conocer técnicamente el propio idioma.

5.Perfil etnohistórico

La opinión más escuchada en la zona es que, hace unos miles de años, salieron del sur asiático,
¿de Indonesia, pasando por Mongiolia? (ambos rasgos se mantienen como característicos en
tipo de cara), entrando por el Estrecho de Bering, bajando hacia Centroamérica y Caribe, de
donde unos grupos arahuacos se esparcieron por Colombia, Ecuador, Perú hasta Tiwanaku en
Bolivia, y el otro, por las Guyanas, Venezuela, cruzando el Brasil y llegando a Mojos.

Los estudios de carbono 14 evidencian la presencia arahuaca en Mojos desde hace unos 2000–
1500 años. Con fama de arquitectos, crearon una gran ‘cultura del agua’, organizada a base de
interconexiones a través de innumerables e ingeniosos terraplenes, lagunas, lomas, canales
artificiales; fertilizaban las tierras de cultivo con el tarope (nenúfar) y conseguían un riego
lateral por medio de acequias cada tres o cuatro metros de terraplén; cultivaban la yuca
(mandioca) y amaranto, entre otros alimentos; el pescado lo conseguían de las lagunas, y los
animales en los terraplenes …). Trabajos tan serios hicieron llegar otros pueblos y lenguas a la
zona, como mano de obra; eso explicaría tantas familias lingüísticas diferentes en tan poco
espacio geográfico (ver Lee 1979, 1996; Denevan 1980; Erickson 1980; Pinto Parada 1987;
Romero & Pastó 2003).
El gran parecido de figuras y de rituales con los de Centroamérica (Guatemala especialmente)
hace pensar en una convivencia común, de la que fueron expandiéndose hace tres o cuatro
milenios, hacia el sur (Pacífico, Andes y Llanos, del Continente). Es la tesis del gran historiador
de las civilizaciones americanas, Raphael Girard, que habla del “nudo gordiano en la prehistoria
americana” en tierras mayas. (Girard 1976, vol. I, 561–580): “Sólo la combinación de los
factores históricos, antropológicos, culturales, geográficos y ecológicos, con abundancia de
plantas silvestres comestibles, determinó el nacimiento de la civilización en el Nuevo Mundo.
Estos factores, en conjunto, sólo se encontraron reunidos en el área maya del Pacífico” (1976,
vol. I, 571).

Como mencioné antes, la mojeña ignaciana no existiría como es ahora, sin la organización de
pueblos misionales mojeños del tiempo de la colonia. La lengua de los morocosíes, primer
pueblo que contactaron los jesuitas a su llegada al actual Beni, se privilegió como lengua
común de las misiones de los llanos centrales de Mojos. San Ignacio se creó con unas 17 etnias
diferentes, pero, según las crónicas, seis de ellas hablaban “lengua moja corrupta”. Sobre la
lengua común tomada como base, las variantes de las seis formas mojeñas del lugar, y los otros
idiomas de sus habitantes, fue naciendo una lengua hija, de la misma estructura que sus tres
hermanas antes citadas, pero que fue distanciándose de ellas paulatinamente.

6.Clasificación genética

La lengua mojeña ignaciana pertenece al tronco común Mojo, lengua moja antigua, de la
extensa familia lingüística arahuaca, aprendida por los jesuitas en el primer pueblo misional
fundado en 1782 y tomada por ellos, en los siglos XVII–XVIII, como base de comunicación
oficial de cuatro Pueblos multiétnicos con fuerte base mojeña (Loreto, Trinidad, San Ignacio y
San Javier). De ellos – fruto de la convivencia de pueblos mojos con otras etnias dentro de cada
Pueblo Misional – han derivado las cuatro lenguas hijas mojeñas actuales: loretano, trinitario,
ignaciano, javeriano.

La familia lingüística arahuaca es la familia con más lenguas en Sudamérica. Esta posee un
sistema gramatical inconfundible; se ha ido casando con los pueblos por donde convivió y se ha
ido diversificando de tal modo que posee pocas raíces léxicas comunes. Extendida aún hoy por
América Central (Belice, Guatemala, Honduras, Nicaragua), y por Sudamérica (Bolivia, Brasil,
Colombia, Guyana, Guyana francesa, Perú, Suriname, Venezuela y, en ciertos aspectos,
Argentina y Paraguay), recibe diversos nombres, según latitudes: arauca, aruá, maipure, y para
las lenguas más al sur las llamó también von den Steinen ‘un-arawak’ (del Rey Fajardo 2002:
vi), en referencia al pronombre personal un-/nuti de primera persona singular.

El ‘intuidor’ de esta gran familia lingüística es el jesuita italiano P. Felipe Salvador Gilij (1748–
1767), misionero del Orinoco y expulsado de allí con sus compañeros jesuitas por decreto del
rey Carlos III de España. Él conoció la lengua moja por una gramática (hasta hoy perdida) del
jesuita P. Juan Manuel Iraizos (Cochabamba 1730 – Roma 1796), misionero de Mojos y también
expulsado de esa Misión por Carlos III, al que conoció en el exilio, y hace grandes alabanzas de
su belleza y riqueza (Gilij 1781: 183–297; ver Jordá 2003: 172). Otro admirador de la lengua
moja es el famoso catalogador de lenguas americanas, Lorenzo Hervás y Panduro, que en el
siglo XVIII la recoge y comenta (1800–1805).

6.1.Estudiosanteriores y fuentes para el presente trabajo

La lengua moja cuenta desde el s. XVII con gramáticas preparadas por jesuitas (principalmente
Julián de Aller, Pedro Marbán, Juan Manuel Iraizos). La gramática de Marbán (1701) es la única
que llegó hasta hoy, mientras que las demás las conocemos sólo por referencias. La apreciación
de esta lengua varió desde aquellos tiempos hasta la actualidad.

Para Marbán (s. XVII–XVIII), jesuita español fundador de la Misión de Mojos, no es lengua
sabia, por distanciarse tanto del latín; en el ofrecimiento de su Arte de la lengua moxa (1701) a
Melchor Portocarrero Lasse, capitán general de la Nueva España, le habla de su esfuerzo
lingüístico en “la intratable dificultad del bárbaro idioma” y del “confuso laberinto de voces tan
bárbaras”.

En cambio, Felipe Salvador Gilij (s. XVIII), jesuita italiano misionero en el Orinoco, que conoció
la lengua moja a través de la conversación y gramática del P. Iraizos, jesuita cochabambino de la
Misión de Mojos, toma muy en cuenta esta lengua moja y hace elogio de su belleza y grandeza.
El lector interesado puede acudir a su Ensayo de historia americana (1782), para hacerse cargo
de lo que afirmo. Aquí sólo sugiero sus aportes al respecto. Apéndice II: ‘De las más famosas
lenguas americanas’: pp.183–320: Parte I. ‘Extracto de las varias lenguas americanas’: pp. 183–
224, en su capítulo IV ‘De la lengua de los mojos’, le dedica con alabanzas las páginas 199–203;
Parte II. ‘Reflexiones sobre las lenguas americanas’: pp. 225–320, en su capítulo VI ‘De la
belleza de las lenguas americanas’: pp. 240–320, cita la lengua moja: p. 241. En el capítulo VII
‘De los defectos de las lenguas americanas’: pp. 244–250, cita para ellas la falta de números
altos, cosa que justifica diciendo que no eran sociedades con una vida tan complicada como
para largas cuentas. Finalmente, en el capítulo XVI: ‘Catálogo de algunas lenguas americanas
para hacer una comparación entre ellas y con las de nuestro hemisferio’, entra, en su Catálogo
IV: pp. 293–297, la lengua moja, que relaciona el autor con la maipure (del Orinoco), y da una
lista de palabras mojeñas firmada por Iraizos (Gilij 1965; ver Jordá 2003: 172).

El abate D. Lorenzo Hervás y Panduro, en su Catálogo de las lenguas de las naciones conocidas
… (1800– 1805), recoge en el vol. I, tratado I, cap. IV. ‘Lenguas de las naciones del Perú’, cita,
entre las 30 principales y en sexto lugar, la moja, después de las lenguas quechua, chanca,
aimara, yunca (mochica) y puquina. Y tras la moja, cita otras cuatro lenguas mojas: mure,
moque, baure y paicona. Todavía en su lista del antiguo Perú añade otras 12 lenguas del actual
departamento del Beni en Bolivia. A la lengua moja le dedica 10 páginas: idioma, ubicación,
historia, pueblos misioneros … (Hervás 1800: 246–256; Jordá 2003: 173).
Aunque no deje de tener cierta validez el comentario de Marbán, a la luz de estos dos párrafos
del gran lingüista Jesús Olza Zubiri, gran estudioso y admirador, por otra parte, de la lengua
moja, del cual hablaré ampliamente en seguida y sobre el que fundamento especialmente los
apuntes gramaticales de la segunda parte:

El ignaciano parece al principio difícil por demasiado fácil: no hay casi preposiciones, no hay
relativos, no hay conjunciones subordinantes; verbos estativos y adjetivos son iguales; se
verbifica con facilidad; es difícil distinguir el verbo del adjetivo, faltan nexos hipotácticos, es
difícil entender el régimen; la misma falta de ‘forma’ hace que parezca demasiado informe, que
uno no encuentre la estructura o secuencia que debe seguir. Cuesta entender la verdadera
forma interior del lenguaje ignaciano.

El idioma ignaciano le parece, al principio, a uno que viene de fuera, un idioma falto de
vertebración, sin pautas claras. La falta de textos escritos hace difícil la obtención de
estadísticas. lengua es económica o parsimoniosa en el empleo de los recursos de que
dispone; con un número limitado de fonemas, de sílabas, de palabras, de morfemas, y de
reglas, tiene que expresarlo todo. No es extraño que, a veces, haya ambigüedades que el
contexto lingüístico, el entorno y la situación comunicativa concreta van disipando (Olza et al.
2004: 587–595: la síntesis de ideas es mía; la repito luego).

Ya en el siglo XX, cito solamente a Rogers Becerra Casanovas, en su obra De ayer y de hoy.
Diccionario del idioma moxo a través del tiempo (Becerra 1980), sumamente interesante para
ver cómo han ido evolucionando los idiomas hijos mojeños, a partir de la lengua moja madre
estabilizada y divulgada por los jesuitas en el Mojos colonial. El autor pone la misma palabra en
columnas paralelas, haciendo ver coincidencias y divergencias. Tiene sí un fallo: no conocía él
mismo estos idiomas y se fió de lo que le contestaba la gente; y no basta con preguntar, por
ejemplo, cómo se dice cabeza (= chuti, común en todos estos idiomas), porque la gente le
responderá nuchuti ‘mi cabeza’ o pichuti ‘tu cabeza’ …, por lo que parecerán palabras
diferentes. Pero la obra es de gran orientación, teniendo en cuenta este punto. A nivel de
idioma hermano mojeño trinitario, hay dos obras excelentes de Wayne Gill, Trinitario Grammar,
y Vocabulario trinitario-castellano y castellano-trinitario; importantes a la hora de comparar
ambos idiomas actualmente.

Finalmente, a nivel mojeño ignaciano, están las dos grandes gramáticas sobre las que se basa
el estudio gramatical que presento:

El Diccionario ignaciano y
castellano con apuntes
gramaticales, de Willis Ott y
Rebeca Burke de Ott (1983: 3),
del que extraigo mucho de su
breve y lograda síntesis
gramatical. Dicen sus autores que “la lengua ignaciana es un idioma hermoso, muy útil para
expresar los deseos y aspiraciones de los que la hablan”.

Y la obra monumental que abre perspectivas sin fin a la profundidad de este idioma,
Gramática mojaignaciana (morfosintaxis), de Jesús Olza Zubiri, Conchita Nuni de Chapi y Juan
Tube (2004). Es imposible hacer aquí un semblante de esta obra de 1.040 páginas de un gran
lingüista especialista en idiomas arawak o arahuacas y en otros de la zona del Orinoco y autor
de otras gramáticas de esos idiomas, y de sus dos colaboradores ignacianos de gran perspicacia
lingüística y gran cariño a su idioma. Sólo digo aquí que – en mis años de convivencia a su lado
– fui viendo a Jesús Olza cada vez más admirado y cautivado por la creatividad, belleza,
armonía, e inmensa capacidad clasificatoria que posee este idioma, y por la sabiduría de
síntesis mental que supone en los que lo hablan.

7.Celebraciones
Ichapekene Piesta
la fiesta mayor de San Ignacio de Moxos
La Ichapekene Piesta es una festividad sincrética
que reinterpreta el mito fundacional moxeño de
la victoria jesuítica de San Ignacio de Loyola,
asociándolo a las creencias y tradiciones
indígenas. Los festejos dan comienzo en el mes
de mayo con fuegos artificiales, cantos y
alabanzas, y prosiguen en el mes de junio con
celebraciones de misas diurnas y nocturnas,
velatorios, donaciones de limosnas y banquetes.
La principal representación de la victoria de San Ignacio consiste en una representación
escénica en la que doce guerreros solares con tocados de plumas espectaculares combaten a
los guardianes de la Santa Bandera –“señores” primigenios de los bosques y las aguas– antes
de acabar convirtiéndolos al cristianismo. Estos rituales constituyen un acto de fe y renovación
constante que permiten a los moxeños renacer al cristianismo en presencia de sus espíritus
ancestrales. En la procesión principal participan 48 grupos disfrazados con máscaras de
antepasados y animales que destacan la importancia otorgada al respeto de la naturaleza.
Estos grupos festivos gastan bromas y bailan al son de la música barroca de las misiones
jesuíticas hasta que, en torno de la medianoche, hacen surgir de sus sombreros bengalas y
petardos que simbolizan el don de la luz y la clarividencia para vivir en armonía con la
biodiversidad.

Carnaval
El carnaval es celebrado de una manera especial en el pueblo mojeño trinitario, dentro de las
manifestaciones se simbolizan elementos legados por los misioneros jesuitas, lo que en la
sociedad moderna es combinado por componentes de disfraces, grupos que cantan coplas,
desfiles y fiestas en la calle. Su característica común es la de ser un periodo de permisividad y
cierto descontrol.

En la comunidad mojeña, los integrantes del cabildo indigenal hacen una representación de los
días de Noe, cuando anunciaba al pueblo que vendría un gran diluvio y que duraría 40 días y 40
noches. En aquel entonces, mientras Noe llamaba al arrepentimiento, la gente se divertía
haciendo todo lo desagradable a los ojos de Dios. Según la creencia mojeña, el carnaval
representa la actitud rebelde y pecadora del pueblo.

Los tres días de carnaval: domingo, lunes y martes, la comunidad se une en una profunda
reflexión, para orar y pedir perdón por los pecados de la humanidad. Las parcialidades se
reúnen desde muy temprano en la capilla del cabildo para luego partir a la Catedral donde
permanecen en oración, hasta el medio día.

En el templo, la feligresía católica reza frente a Jesús expuesto en el santísimo sacramento. Las
mamitas abadesas reconocen toda su grandeza y le agradecen por el amor manifestado a lo
largo de su vida.

“Jesús es nuestro mejor amigo, nuestro reconciliador, a quien podemos recibir en el


Sacramento de la eucaristía, y a quien podemos visitar, acompañándolo, en el silencio”,
comenta una religiosa.

Comidas culturales
Entre los plato que se presentarán están el masaco de yuca con queso, el masaco de plátano
con charque, cuñapé, pan de arroz, tujuré, gallinazo, chocolate, majau, locro, sonso, keperí
entre muchos otros que van acompañados de jugos naturales.

En 2012 la Ichapekene Piesta fue declarada Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad


por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO).
Esta festividad reinterpreta el mito fundacional y se asocia con las creencias y tradiciones
indígenas de la población beniana de San Ignacio de Moxos.

Moxos del de Beni, fue nombrado en 1997 como “Capital Espiritual de los Pueblos Misionales
del Cono Sur” por su historia en el ámbito católico, sus costumbres y ritos culturales que aún se
mantienen.
Nombre: Charly Deybid Oscar Maldonado Peredo

Curso: 6“A”

Luz y Saber I

MOJEÑO IGNACIANO

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