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¡La indignación no puede ser selectiva!

El reciente fallo condenatorio de un juez contra el periodista Christopher Acosta y al


responsable de una casa editorial por delitos contra el honor hacia César Acuña respecto a
frases difamatorias en un libro, es el marco preciso para un debate largo y tendido sobre hasta
dónde puede llegar la libertad de expresión y la libertad de prensa y sobre todo en que
momento se puede transforma en difamación o calumnia.

No obstante, vale decir también que la indignación sobre el fallo del juez contra Acosta no
puede ser selectiva, ni contener tintes políticos e ideológicos. Es decir, si uno se indigna por el
fallo de un juez contra un periodista como Acosta, quien durante la campaña electoral
presidencial muchas veces habría tomado posición por una opción política -Pedro Castillo,
también vale indignarse por otros hechos, que atentan contra la libertad de expresión como
aquella vez que una montonera le hizo un scrache al periodista de oposición, Beto Ortíz o los
continuos campañas en redes sociales contra Milagros Leiva, la misma RMP o Juliana
Oxenford.

Es que hemos llegado a un nivel de politización del periodismo (a la que han contribuido
algunos periodistas) -sobre todo durante el vizcarrato- donde muchas veces las redacciones se
volvieron trincheras de combate a favor de algún color político. Como en el periodismo, la
politización avanzó hacia la justicia a tal punto que algunos fiscales se volvieron héroes a pesar
de que no haber iniciado ninguna una sola acusación alte un juzgado hasta ahora. Quizá todo
ello se deba a la desaparición de los partidos políticos que al no existir, la política se desborda
hacia los medios y la justicia, pero eso es harina de otro costal.

Si bien considero que el fallo del juez es sumamente exagerado en el sentido de dos años de
pena privativa de la libertad (suspendida) y un pago de 400 mil soles por reparación civil
(podría convertirse en una espada de Damocles luego), sí vale decir que el criterio de
rigurosidad debió estar presente en todo el libro. Según el fallo, por ejemplo, Acosta habría
colocado testimonios de Matilde Pinchi Pinchi sobre una posible relación entre César Acuña y
Vladimiro Montesinos, no obstante lo que indica el fallo es que Pinchi Pinchi se refiere a Jorge
D´acunha Cuerva y no el Acuña que todos conocemos. En todo caso, lo dice el fallo y la defensa
de Acuña no ha podido negar semejante afirmación.

Asimismo, sobre un posible acto de plagio en la tesis del doctorado en la Universidad


Complutense de Madrid, vale recordar que esta casa de estudios conformó una Comisión en la
que determinó que no hubo plagio sino una mala redacción de las citas. Asimismo decir que
una universidad en Colombia haya retirado o prohibido compartir la tesis de Acuña, por
ordenes expresas de este sin tener documentos o pruebas no se condice con la rigurosidad del
periodismo de investigación. En todo caso al fallo me remito.

Pero también vale decir que este fallo sí deja abierta la posibilidad para que cualquier otro
político o caudillo pueda abrir procesos legales contra periodistas que no sean del agrado del
régimen. Sobre todo si un periodista soslaye pruebas de denuncias, revelaciones o
acusaciones, y más en un libro. ¿Por qué el juez puso una condena de dos años de cárcel
(suspendido, pero cárcel al fin)? ¿Cuál fue el rigor para que sea 1 o 2 meses? ¿Por qué 400 mil
soles y no una cifra menor? En fin.

En todo caso una de las primeras lecciones de todo este asunto es que el periodismo debe ser
más riguroso si se quiere investigar a un político de turno, más si se trata de Acuña, personaje
cuya historia de vida y éxitos siempre merece la pena conocer. A diferencia del periodismo,
donde se permiten ciertas licencias o excesos de subjetivismo, en la justicia la prueba manda.
Esperemos que el fallo no sea similar en otra instancia.

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