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Instrucciones Marianas Ocr. GABRIELE ROSCHINI. MARIOLOGÍA
Instrucciones Marianas Ocr. GABRIELE ROSCHINI. MARIOLOGÍA
P. G. ROSCHINI
INSTRUCCIONES
MARIANAS
V ER SIO N D EL ITALIANO
DE
FRANCISCO VILLANUEVA
II EDICION
EDICIONES PAULINAS
N IH IL OBSTAT
P o r p a rte de la P ía S o c ie d a d d e S an Pablo,
P. D. COSTA, Sup. Prov.
N IH IL OBSTAT
Lic. R ic ard o U rb an o
M ad rid , 29 de m ay o de 1953
IM PR IM A SE
-J- Jo sé M aría, O bispo A uxiliar
y V icario G eneral
@ ED IC IO N E S PAULINAS. MADRID
P rin te d in Spain
E l e s t u d io d e M a r ía
I. — ¿ P o r q u e e s t u d ia r a M a r ía ?
(4) «C upis n o sse D eum ? M aria lege u t lib ru m ...» (D isp u t. Theoloe. schol.,
T rac t. V III, d e M aria D e ip ara, p. 205).
(5) P. G. 93, 1465.
(6) E n cíclica A d d ie m itlu m .
El estudio de la Santísim a Virgen, finalm ente, nos facilita
el conocim iento y am or de Ella misma. No se am a aquello
que no se conoce. Sólo se am a im perfectam ente aquello que
se conoce de una m anera im perfecta. El que quiere, pues,
am ar a María, el que quiere am arla perfectam ente, es ne
cesario que la conozca — en cuanto es posible — perfec
tam ente.
Todos estos grandes m otivos hacen el estudio de la San
tísim a Virgen inefablem ente delicioso. Ella, en efecto, posee
toda la fragancia de la m irra (7). Cuanto m ás se m aneja, tanto
más em balsam a la m ente y el corazón con su suave y divina
fragancia, fragancia que obliga a exclam ar: «Oh santa, ben
dita..., cuán dulce eres p ara la boca de los que te alaban,
p ara el corazón de los que te am an, p ara la m em oria de
los que te im ploran» (8). No sin razón, la Mariología, o sea
el estudio de María, ha sido llam ada «la perla de la ciencia
teológica» (9), pues la Virgen es toda la belleza y todo el en
canto del dogm a católico.
II. — ¿C om o e s tu d i a r a M a ría ?
III- — F uentes y p r in c ip io s pa ra e l e s t u d io de M a r ía
II. — ¿C om o e s tu d i a r a M a r ía ?
(7) «Q uasi m y rra clc cta o d o rem d e d isti su av itatis» , S a n c ta Dei G enitrix
(O ficio d e la B . V irg en M aría).
(8) «O s a n c ta , o b e n e d ic ta ... d u lc is es in o re te la u d a n tiu m , in c o rd e te
d ilig e n tiu m , in m e m o ria te d e p re c a n tiu m » (O d. 53 nd S. Vlrg. M. en las
O bras de S a n A n se lm o , P. L. 158, 960).
(9) C o r d o v a n i , M., in A n g e lic u m , 9 (1932), 211.
la palanca que buscaba Arquím edes p ara mover al mundo.
Efectivam ente, el am or y solam ente el am or nos puede soste
n er en la ardua em presa de estu d iar con diligencia y m etó
dicam ente el inagotable tem a m ariano, el m isterio inefable
de María. Pues — como dice San Agustín — cuando se am a
no se siente cansancio, y si se siente, el m ism o cansancio
es motivo de am or. ¿Y acaso u n tra b a jo que produce deleite
puede llam arse tal?
2. C o n d il ig e n c ia . — Debemos estudiar a María, en se
gundo lugar, con diligencia; es decir, hem os de poner en este
estudio toda la atención y todo el cuidado de que nos sen
timos capaces. Es necesario, p o r tanto, em plear todas nues
tras facultades en el desem peño de esta labor: la inteligencia
para escudriñar y com prender, en cu an to es posible, el excelso
e incom parable m isterio de M aría; la voluntad p ara superar
todas las dificultades que a lo largo de dicho estudio han de
surgir inevitablem ente, ya que se tra ta de una criatu ra que
dista infinitam ente del hom bre; la m em oria, aplicándola en
recordar con prontitud, con facilidad y con afecto todo cuanto
se refiere a María. En una p alab ra: es necesario engolfarse
en el estudio de María, sum ergirse en este «océano de luz
intelectual llena de amor».
E ste diligente estudio ha de hacerse no en form a parcial,
sino com pleta. Y así será, si se extiende a todo cuanto de una
m anera directa o indirecta se refiere a la Santísim a V irgen:
dogma, culto, historia, etcétera.
III- — F uentes y p r in c ip io s p a r a e l e s t u d io de M a r ía
1 — In s tr u c c io n e s M arianas.
«Ella es — diría San Anselmo — la m ujer adm irablem ente
singular y singularm ente adm irable»: «Foemina m irabiliter
singularis et singulariter mirabilis» (11). A dm irablem ente sin
gular desde el principio, o sea desde el p rim er instante de su
existencia; pues m ientras que todos los m ortales desde aquel
prim er instan te son víctim as de la culpa original, privados
de la gracia, enem igos de Dios, envueltos en las tinieblas del
pecado, sólo la Santísim a Virgen, en consideración a su sin
gular m isión de M adre del Creador y M edianera de las cria
turas, fue del todo inm une de la culpa, llena de gracia, am i
ga de Dios y envuelta en los rayos de la luz divina. Adm ira
blem ente singular en el curso de su existencia; pues, efecti
vam ente, m ientras todas las dem ás m ujeres llegan a la m ater
nidad dejando de ser vírgenes, esta m u je r singular llega a
ser m adre perm aneciendo virgen; m ientras todas las dem ás
m ujeres engendran en el dolor, esta adm irable m u jer engen
dró a su H ijo en m edio de la alegría m ás inefable; m ientras
todas las dem ás m ujeres dan a luz a un hom bre, Ella, en
cambio, nos dio al m ism o Dios; m ientras todas las demás
m ujeres tienen por sujetos a los hom bres, E sta tiene sujeto a
sí al m ism o Dios: «E t erat subditus illis»; m ientras todas las
dem ás m ujeres sienten h o rro r ante la m uerte y los dolores de
sus hijos, esta m u jer singular deseó ardientem ente los dolo
res y la m uerte de su propio H ijo, experim entándolos viva
m ente en sí m ism a, p a ra la eterna salvación del hom bre.
A dm irablem ente singular al comienzo de la carrera de su
vida terrena, la Virgen Santísim a lo fue tam bién al final de
la m ism a; pues, en efecto, m ientras el cuerpo de todos los
demás m ortales va a deshacerse en la oscuridad fría de una
tum ba, el cuerpo virginal de esta adm irable m u jer fue tran s
portado gloriosam ente ju n to con el alm a a aquel reino feliz
«que tiene como confín el am o r y la luz» y en el cual fue co
ronada com o Reina del cielo y de la tierra.
O tro principio secundario es el llam ado principio de con
veniencia, el cual puede ser enunciado en los siguientes tér
m inos: «Se deben a trib u ir a la Santísim a Virgen todas aque-
IV .— N u h . s t h o I 'R ík .h a m a
3, In stru cc io n e s M arianas.
v irtud de la gracia abundantísim a que le había sido concedida,
aquel grado de pureza y de santidad que la dispuso convenien
tem ente a ser digna M adre del C reador y M adre universal de
las criaturas. En este m ism o sentido hay que entender el te r
ceto de D ante: «Tú eres Aquella quic ennobleciste de tal m a
nera a la naturaleza hum ana — que su H acedor no rehusó ha
cerse tu criatura» (Paraíso, 33, 4-6). La predestinación, por
tanto, de la Santísim a Virgen a su singularísim a m isión fue
del todo gratuita.
P redestinada g ratuitam ente a la singular m isión de Madre
del Creador y de> las criaturas, M aría debió ser predestinada
tam bién gratuitam ente a la gloria eterna, pues Dios no podía
perm itir, evidentem ente, la eterna condenación de su Santí
sim a Madre.
II. — P r o fe c ía s in d ir e c t a s
4 — In stru cc io n e s M arianas.
LA MISION DE MARIA EN SU ACTUACION
ARTICULO PR1MRRO
L a M a t e r n id a d d e M a r í a c o n s i d e r a d a e n si m is m a
2. E r r o r e s c o n t r a l a M a t e r n i d a d d i v i n a . — C ontra est
preciso concepto de la m atern id ad divina surgieron, directa
o indirectam ente, varios errores condenados p o r la Iglesia.
Negaron indirectam ente la m aternidad divina todos aque
llos que aseguraron que Cristo no era verdadero hom bre
(Docetas, Valentinianos, A nabaptistas) o verdadero Dios (Ebio-
nitas, Cerintianos, Arríanos, Racionalistas y M odernistas).
Negaron en cam bio directam ente la m aternidad divina to
dos aquellos que, a pesar de a d m itir que C risto era verda
dero Dios y verdadero hom bre, adulteraron el concepto ds
unión entre la naturaleza divina y la hum ana. Tales fueron
los discípulos de Eutiques, los cuales enseñaron que la unión
se hizo en la naturaleza, de m odo que, verificada ésta, en
Cristo existió no sólo una única persona, sino tam bién
una sola naturaleza. Los N estorianos, p o r su parte, pa
ra salvar la doble naturaleza de Cristo, divina y hu
m ana, adm itieron la existencia de dos personas, m oral
m ente unidas e n tre sí. A dm itida esta dualidad de per
sonas en Cristo, h ab ría que ad m itir que la Santísim a Vir
gen fue M adre de C risto hom bre ( Christotócos) y no M adre
de Dios ( Theotócos). E ste error, condenado solem nem ente
por la Iglesia en el Concilio de Efeso (a. 431), es profesado
en nuestros días por los Caldeos cism áticos, llam ados tam
bién Nestorianos.
C ontra estas falsas doctrinas se levanta la verdad incon-
cuiiu de la M aternidad divina, dem ostrada de la m anera más
lum inosa por la Sagrada E scritura y por la Tradición.
II. — C o n v e n ie n c ia m u l t ip l e
1. C o n v e n i e n c i a a n t e t o d o p o r p a r t e d e D io s . — En el
dogma de la divina M aternidad de M aría se reflejan, en
efecto, de la m a n e r a m á s viva y esplendorosa aquellos tres
atributos de Ion c u a l e s s e sirve D io s más principalm ente pa
ra gnnnrae el corazón, e l am o r y la adm iración de los hom
b r e * , a sa b e r: la sabiduría, la justicia y la bondad infinita.
2. C o n v e n ie n c ia p o r p a r t e de C r i s t o . — A la conveniencia
por parte de Dios se añade la conveniencia por parte de Cris
to. Jesús, en efecto, vino a este m undo p a ra obligarnos en
cierta m anera a am arle y p ara dam os ejem plo luminoso de
todas las virtudes, p articularm ente de la hum ildad y obedien
cia, y sanarnos de este modo de las heridas producidas en
nosotros por ila soberbia y la desobediencia. Ahora b ie n : por
medio de la Encarnación realizada m odiante una m ujer, El
consiguió m aravillosam ente este doble objetivo. Y, en efecto,
¿quién dudará ni un instante en acercarse a un Dios que se
nos presenta bajo la am abilísim a apariencia de un niño en
tre los brazos de una m adre? ¿Acaso no se sentirá im pulsado
a exclam ar, con San B e rn a rd o : «Parvus Dominus et am abilis
nimis»: Pequeño es el Señor, pero am able en extrem o?... En
sem ejante estado, El no puede por menos que a tra e r los co
razones. Por o tra parte, sem etiéndose a la Virgen en calidad
de verdadero Hijo, Jesús nos ha dado el m ás lum inoso ejem
plo que se puede concebir de hum ildad y obediencia.
1. — G ra n d e za du ia M a te rn id a d d iv in a c o n s id e ra d a a b s o lu
ta m e n te , o sea en si m is m a
1. La M a d r e d e D i o s y l a s d e m á s c r i a t u r a s . — «La medi
da de la perfección de las cosas — observa un au to r (1) —
es conocida. Consiste en la m ayor o m enor proxim idad en
que se encuentran con relación a Dios, que es su principio.
De la m ism a m anera que el agua íes más p u ra y fresca cuan
to m ás se acerca uno al m anantial del cual proviene, al igual
que la luz es m ás radiante cuanto m ás se aproxim a al foco lu
m inoso: de la m ism a m anera, la criatu ra íes tanto m ás gran
de cuanto está en m ás estrecha relación con Dios».
Dios es la plenitud del ser y de la perfección. Todas las
dem ás cosas no son m ás que un reflejo, una participación
de su perfección; y este reflejo, esta participación es más o
menos viva, m ás o menos grande según que dichas cosas se en
cuentren m ás o menos próxim as a Dios, y, por tanto, m ás o
menos elevadas en la escala de la nobleza y dignidad.
En esta inm ensa escala de los seres, la cual se eleva desde
la m ás hum ilde criatu ra al Creador, nosotros podem os distin
guir num erosos grados, es decir: el m undo sensible, el mundo
racional, el m undo intelectivo, y por encim a de todos, a Nues
tro Señor Jesucristo sentado a la diestra de Dios Padre.
(1 ) C a m pa n a , M arta tiel D ogm a C attolico, P. 1, c a p . I, a r t. 3, núm . 3.
Y ¿cuál es el lugar que corresponde a M aría en esta vas
escala, en esta im ponente inm ensidad que constituye todo lo*
creado?... Ella viene inm ediatam ente después de su H ijo Jesús.
Ella es superior en dignidad a todo el m undo sensible, a todo
el m undo racional, a todo el m undo intelectivo. Es inferior so
lam ente a Jesús y a Dios. Prim eram ente, Dios; después, Jesu
cristo en cuanto H om bre, y en tercer lugar, M aría; todo el
m undo creado form a como el escabel de sus pies.
2. L a M a d r e d e D i o s y l a S a n t í s i m a T r i n i d a d . — Por e
hecho m ism o de su divina M aternidad, la Virgen Santísim a
co n trajo relaciones singularísim as con las tres augustas Per
sonas de la Santísim a Trinidad, relaciones que la elevaron al
m ás alto grado de gracia y gloria que se pueda im aginar.
5. — In s tr u c c io n e s M arianas.
porque por su m ediación el H ijo quedó como obligado y
dependiente de E l; aum entó la gloria del H ijo, porque le
proporcionó la naturaleza hum ana, que m ereció m ás tarde
la corona del triu n fo ; aum entó la gloria del E sp íritu Santo,
porque le hizo ad q u irir la fecundidad ad extra y autoridad
sobre el Hijo.
María, por tanto, puede llam arse com plem ento de la
Trinidad, siem pre que dicha expresión sea rectam ente in
terpretada.
I. — L a v o z d e la S agrada E s c r it u r a
II. — L a v o z d e la T r a d ic ió n
A — In stru cc io n e s M arianas.
tam bién que el diablo no ha perm anecido en la verdad por
que no fue fiel a Cristo, n uestra Cabeza (ln loan. Tract.
XLII, cap. V III, II, PL. 35, 1.074).
San Proclo de Constan/inopia pone en labios de San Juan
Uuutlsta extas palab ras: «¿Cómo es posible que la tierra pue
da soportal el vcrlc bautizado a Ti por un pecador. Tú que
Hantlflcus a los ángeles?» (Or. V IH iti S. Epiphania, PG. 65,
762).
Proco pió de Gaza afirm a que de Cristo deriva «la santi
ficación de toda criatura, tanto del Cielo com o de la tierra»
(C om m . in Exod. 28, PG. 87, 642).
San Fulgencio afirm a explícitam ente que «la gracia que
preservó al ángel de la caída no fue d istin ta de aquella que
reparó la ruina causada por el pecado del hom bre. La m is
m a gracia actú a sobre uno y sobre el otro» (ad Trasim.,
cap. III, lib. II, PL. 65, 240).
San Andrés de Creía pone en labios de los ángeles este
canto: «Por medio de Ella (M aría) nos han sido concedi
das las prendas do la salud» (ln dorm it. S. Mariae, 3, PG.
1.094).
San M áxim o Teólogo, escribe: «La Rncam ución se ha
realizado pura que la naturaleza se salvara (o sea, a fin de
que Cristo, con la gracia, fuese causa de la deificación de
todas las cosas creadas); los dolores yla m uerte fueron
ordenados p ara la redención de aquellos que, a causa del
pecado, estaban atados p o r el reato de la m uerte» (Ad Thal.,
quest. LXII, schol. 36, PG. 90, 691; 623).
San Ildefonso de Toledo afirm a que los ángeles y los
hom bres form an un solo C uerpo: la Iglesia, Cuerpo de Cris
to, el cual a los ángeles da la salvación y a los hom bres la
redención (Praef. in lib. de Cognit. B aptism i, PL. 96, 111).
San Agobardo, obispo de Lyón, asegura que «el Apóstol
enseña que la mediación de N uestro Señor Jesucristo une
al Padre con toda criatura ¡elegida..., de m odo que de los
ángeles y de los hom bres resulta una sola cosa..., y de tal
unión se deduce una sola Cabeza, que es Cristo» (Serm . de
verit. Fidei, X, PL. 104, 274).
Rabano Mauro afirm a «que la Pasión de C risto sostiene
el Cielo y rige el m undo... Por ella fueron confirm ados los
ángeles, etc». (De laudibus S. Crucis, D eclaratio figurae II,
PL. 107, 158).
San Bernardo enseña «que el m ism o Cristo es el Salvador
de los ángeles y de los hom bres: del hom bre desde el m o
m ento de la E ncarnación; del ángel desde el principio de
las criaturas» (Serm . I de Circumcis., PL. 183, 133). Dice ade
m ás: «El que levantó al hom bre caído, concedió al ángel
que estaba en pie la fuerza p ara que no cayera; uno y otro
fueron igualm ente redim idos, salvando a aquél (al hom bre)
y conservando a éste (al ángel)» (Serm . X X I I in Cant., PL. 183,
880).
E m atdo, abad de Honavalle, enseña expresam ente que
«de Cristo, com o del vértice de todas las cosas, desciende
a los ángeles, a El próxim os, el flujo de las gracias» (Comm.
in Ps. 133, PL. 1.891, 1.573).
Adán Escoto escribe: «Este es el gran médico de todos,
el cual en algunos conserva la salud y a otros cura la enfer
m edad. Este es nuestro verdadero Salvador, el m anso y pío
Jesús, cuya sangre inocente íes de tal precio que p o r medio
de ella quedaron pacificadas no sólo las cosas que están en
los Cielos, sino tam bién las de la tie rra (Col. I, 20). ¿Y de
qué m anera fueron pacificadas las cosas que están en los
Cielos, sino porque el que había restituido la gracia al hom
b re caído dio tam bién al ángel que estaba de pie, con la mis
m a gracia gratuita, la fuerza para que no cayera? P or la gra
cia, de nuestro Salvador, nos salvam os nosotros, que nos
habíam os alejado de El, y los que se encontraban ju n to a
El» (Fphcs., II, 17, PL. 198).
1. L a a r m o n í a d e l p l a n d i v i n o . — La razón, basada en la
E scritura y en la Tradición, com unica un evidente relieve a
la unidad y arm onía del plan divino, si adm ite que Cristo y
M aría han m erecido cuanto podían m erecer en favor de los
ángeles y de los hom bres, y que en vista de ellos han re-
:ibido cuanto poseían y poseen. C risto y María, en efecto,
son la causa final, o sea la razón de ser de todas las cosas
creadas, ángeles, hom bres, etc., en cuanto que en vista de
ellos y para su m ayor gloria fueron creadas todas las cosas;
lo que es menos noble es siem pre ordenado o subordinado a
lo que es m ás noble. En atención, pues, de Cristo y de Ma
ría — los personajes m ás nobles de toda la Creación y, consi
guientem ente, causa final de todas las cosas creadas —, se
ha concedido a todas las criatu ras (sean ángeles, sean hom
bres) todo bien, no sólo de orden n atural, sino tam bién de
orden sobrenatural, y, sobre todo, la gracia. C risto y M aría
son como los ejes del mundo.
2. L a u n i d a d d e l o r d e n s o b r e n a t u r a l . — Además, la unida
del orden sobrenatural (superior a la unidad que todos adm i
ram os en el orden n atu ral) se quebran taría si se adm ite que
la gracia del hom bre inocente y de los ángeles no tiene su
origen en Cristo y en María. En tal caso, en efecto, Cristo y
María no serían el centro del orden sobrenatural, no serían el
eje del inundo, al existir en él criatu ras que escapan en algo
a su universal mediación, a su influjo sobrenatural. Hay,
pues, que ad m itir necesariam ente que la gracia concedida al
hom bre inocente y a los ángeles fue m erecida por Cristo como
simple Mediador universal (en cuanto que ha unido las partes
sim plem ente no u nidas); m ientras que la gracia concedida
al hom bre pecador (después del pecado de Adán) procede de
los m éritos de Cristo como M ediador de Reconciliación, o
sea, como R edentor (en cuanto h a unido las p artes disiden
tes, Dios y el hom bre, que se alejó de El p o r el pecado).
Toda gracia, pues, fue p rep arad a p o r Dios ab aeterno y
concedida a toda c ria tu ra en el tiempo, en atención de
Cristo y sus m erecim ientos.
La opinión co n traria (la que niega que la gracia de nues
tros prim eros pad res antes de la culpa y la de los ángeles pro
cede de Cristo) se basa en la suposición de que la E ncarna
ción del Verbo depende, como de condición sitie qua non, de
la culpa de Adán, y que, consiguientem ente, fue decretada
por Dios después de la previsión del pecado de nuestros pri
m eros padres. Pero este fundam ento parece poco firm e. Dios,
en efecto, no p erm ite un mal, como es el pecado, sino en vista
de un bien, y de un bien proporcionado al mal. E ste bien p ro
porcionado al m ayor de los males, cual es la culpa, no podía
ser o tro que el Sum o Bien, que es Cristo. Dios, pues, perm i
tió el pecado de Adán en cuanto que previó que sería com
pensado con el bien sum o que es Cristo. Antes, pues — se
gún nu estra m anera de entender — previó y vio y quiso a
Cristo, y después previó y perm itió el pecado. H ay que con
cluir, pues, que Cristo (con su Santísim a M adre) fue previsto y
querido antes que cualquiera o tra cosa creada, como razón
de ser de todo, com o fuente de gracias p a ra todos (1).
Indudablem ente, Dios pudo hacer depender la E ncam a
ción del pecado de Adán como de condición sine qua non. Pe
ro esto está sin dem ostrar. Ni la E scritura, ni la Tradición
autorizan con suficiente certeza u n a tal suposición.
3. L a s t r e s c o n d ic io n e s d e l M e d ia d o r . — A la Virgen San
tísim a, por lo demás, se aplican, hechas las debidas p ropor
ciones, las tres condiciones requeridas p a ra el oficio de Me
diador, o sea, la cualidad de m edio en tre los dos extrem os, la
conjunción de dichos extrem os y la deputación por p arte de
los mismos, o al m enos p o r p a rte de Dios, p ara unirlos.
Ahora bien ; la Santísim a Virgen está como en m edio entre
los ángeles y Dios, a distancia de los unos y del otro. Dista, en
efecto, de Dios (y se aoerca a los ángeles) por su cualidad de
pura c ria tu ra ; y dista de los ángeles (y se acerca a Dios) por
su cualidad de Madre de Dios, estando adornada de una digni
dad y de una grnciu incom parablem ente superior a la de los
áiiKcIcx tom ados en conjunto. En algo, pues, difiere y en algo se
usemeju a estos dos extrem os, encontrándose, por tanto, en
medio.
(1) A d m itido e sto , es fácil d e c o m p re n d e r, p o rq u e n o se a d m ita la d is tin
ción e n tre gracia d e D ios (la c o n ce d id a a los án g eles y a n u e s tro s p rim e ro s
p a d re s) y gracia de C risto (la q u e se co n ced ió al h o m b re caíd o d e sp u é s del
pecado). De n in g u n a m a n e ra . T o d a la g ra c ia p ro v ie n e d e C risto M ediador,
el cu al, com o u n ió la s p a rte s disgregadas p o r e l p eca d o (Dios y el h o m b re
pecador), a sí ta m b ié n u n ió las p a rtes sim p le m e n te no u n id a s (D ios, los á n
geles y el h o m b re suites d e la c u lp a ). C risto es el c e n tro y el e je del m u n d o .
Todo e stá b a jo El y g ira a su a lre d e d o r. T odo e s tá s u je to a El y a su general
in flujo.
La Virgen Santísim a, en segundo lugar ha unido, ju n tam en te
con Cristo, los dos extrem os, o sea, Dios y los ángeles, dando
a Cristo librem ente n u estra naturaleza hum ana, en fuerza
de la cual, El se ha colocado en el centro m ism o de la Crea
ción.
Que la Virgen Santísim a, finalm ente, haya sido deputada
por Dios para u n ir con C risto los dos extrem os, Dios y los
ángeles, se ve claram ente p o r los argum entos cscriturísticos
aducidos anteriorm ente.
I. — E n q u e s e n t id o e s M a r ía n u e s t r a M a d r e
II. — L a v o z dh l a S a g ra d a E s c ritu ra
2 . N u e s t r a i n c o r p o r a c i o n a C r i s t o . — A m enudo el Após
tol habla de n uestra m ística incorporación a Cristo, en fuer
za de la cual todos los hom bres constituyen con El un solo
cuerpo m ístico, del cual El es la cabeza (Rom., 13, 5), y de la
cual dim ana la vida sobrenatural a los m iem bros. Ahora bien;
los m iem bros son concebidos ju n tam en te con la cabeza en
el seno de la m ism a Madre. Todos los hom bres, p o r tanto,
com o m iem bros m ísticos de Cristo, ju n tam en te con El, que
es nuestra Cabeza, han sido m ísticam ente concebidos y han
nacido de María. Este es el fundam ento suprem o de la Ma
ternidad espiritual de María, prom ulgada p o r Cristo, como
direm os después, desde lo alto de la Cruz.
3. La PROMULGACION DE LA MATERNIDAD ESPIRITUAL. — El te r-
cer argum ento que nos proporciona la Sagrada E scritura, y
sobre el cual se ha discutido prolijam ente, está tom ado de
las palabras que Jesús, desde lo alto de la Cruz, dirigió a Ma
ría y a San Juan.
Volviéndose a M aría y refiriéndose a Juan, dijo Jesús:
«Mujer, he ahí a tu hijo»: Mulier, ecce filius tuus; y vuelto
después a Juan, y señalándole a María, añadió: «He ahí a
tu M adre»: Ecce M ater íua (Jn., 19, 27).
Desde el siglo X II en adelante, la m ayor p arte de los teó
logos ha ratificado que en este trozo evangélico se ¡encuentra
la proclam ación solem ne de la M aternidad espiritual de Ma
ría, hecha po r boca del m ism o Redentor.
Con estas palabras, en efecto, Cristo Crucificado quiso re
com endar en la persona de Juan como hijo a todos sus fieles
seguidores, en el m om ento preciso en que todos al realizarse
la obra de la Redención, nacían a la vida sobrenatural de
la gracia.
El substrato material, las circunstancias, las palabras m is
m as em pleadas por el hagiógrafo requieren ésta y no o tra in
terpretación.
Requiérelo ante todo el substrato material de las m ism as.
p ues — com o observa San León — esta diferencia, entre
otras, existe en tre la m uerte del Salvador y la m uerte de sus
m ártires: que éstos han dado la vida cada uno por cuenta
propia y sus m uertes son privadas o singulares: Singulares
in singulis m ortes s u n t; Jesucristo, en cam bio, ha dado la
vida p o r los dem ás, y su m uerte es una m uerte común,
pública, universal: Ititer filios hom inum solus Dominus nos
ter est in quo crucifixi et m ortui sum us. T rataba El enton
ces Ia causa die todos los hom bres, com o de todos los hom bres
tenía en sí m ism o y representaba la naturaleza, sin la culpa.
Per eum agebatur om nium causa, in quo erat om nium natura
sitie culpa. Sacerdote, pues, de su víctim a de su augusto sa
cerdocio — observa el Padre V entura —, Pontífice universal,
H ostia pública de propiciación, de reconciliación, de paz, su
bió a la Cruz ofreciendo a Dios, su Padre, el sacrificio de los
siglos por la salvación del m u n d o ; y haciéndose acepto, por
las hum illaciones profundas, p o r la oblación com pleta de
todo lo que le e ra propio y personal, por su resignación p e r
fecta y, sobre todo, p o r la inm ensa caridad que le Im pulsaba
a hacerlo. No es, pues, verosím il que haya querido Interrum pir
ni por un. instante esta sublim e acción, la acción por exce
lencia, la acción perfecta, para pensar sólo en el prem io del
Discípulo y en el alivio m om entáneo de su Madre. No es
verosímil tam poco que p o r un instante haya pretendido npur-
tar sus pensam ientos de la obra pública de la redención de
los hom bres, p ara dedicarse exclusivam ente a intereses per
sonales y privados.
Nada hay ciertam ente m ás justo, m ás religioso, m ás san
to, m ás pío, n atural, generalm ente hablando, que en pun to de
m uerte un hijo piense en su m adre, y un m aestro en su dis
cípulo m ás fiel. Pero considerada la función augustísim a, la
nobilísim a obra que realizaba el H ijo de Dios al m o rir; con
siderado el carácter p articular, la m odalidad sublim e de su
m uerte, no podía El, ni p o r un solo instante, ocuparse de la
M adre y del discípulo, sin descender, en cierta m anera, del
alto rango, del grado sublim e de personaje público, de víc
tim a universal, sin alte ra r la perfección, la integridad de su
ofrenda, en la cual todo cuanto había de personal y propio
procedía de El, en cuanto que se sacrificaba por nosotros y
a nosotros e ra aplicado.
Es cierto que en aquellos m isteriosos m om entos se preo
cupó por asegurar el perdón a quienes lo crucificaban: el pa
raíso a un ladrón. Mas de la m ism a m anera que aquel per
dón fue requerido conjuntam ente p ara todos los pecadores y
fue prom etido al m ism o tiem po a todos los penitentes, así
tam bién aquel ruego y aquella prom esa, aunque fueron expre
sados en térm inos particulares y privados, tuvieron un fin
público y universal. P or la m ism a razón, pues, tam bién la
proclam ación de la nueva M aternidad de M aría y de la nueva
filiación de Juan, a pesar de h ab er sido hechas m ediante
expresiones personales y privadas, tuvieron que tener un fin
público y universal p ara poder arm onizar y form ar un todo
con los pensam ientos y sentim ientos de interés público, que
eran los únicos que en aquellos precisos m om entos interesa
ban a Jesucristo.
El discípulo debió, pues, rep resen tar p o r esta m ism a razón
a todos los verdaderos creyentes, com o los que crucificaban
a Cristo, según la enérgica expresión de San Pablo, repre
sentaban a todos los pecadores, y el buen ladrón a todos los
verdaderos p enitentes; y la adopción de San Juan debió abar
carnos a todos nosotros. Sólo de esta m anera, la disposición
de Jesús adquiere toda su grandeza, todo su relieve, toda su
nobleza y extensión; no se tra ta sólo de un acto del Hijo
Unigénito de M aría, del M aestro p articu lar de Juan, sino de
un acto propio del Salvador universal de los hom bres, digno
por lo m ism o del Personaje que lo realizó y del tiem po y del
lugar en que fue hecho.
Todo esto queda confirm ado si se considera la conducta
que observó siem pre el R edentor con referencia a su Santí
sim a M adre en el curso de su vida m ortal. Jesucristo casi
llega a d ar m uestra de no conocerla... ¿Por qué? Porque — co
m o observa San Ambrosio — El cree deberse todo, m ás que
al afecto de su M adre terrena, al m inisterio de que h a sido
investido por su Padre Celestial. Sus relaciones personales,
sus aficiones dom ésticas, quedan siem pre supeditadas, que
dan subordinadas a su carácter público de Salvador. En to
dos los instantes, en todos sus pensam ientos, en todas sus
palabras, en todas sus acciones, El tiene siem pre presente
que es el R edentor de todos los hom bres. ¿H abría acaso de
olvidar esta norm a de conducta en el preciso m om ento en
que se ofrecía en la Cruz como Victim a por la salvación de
la hum anidad?
Exigen, ademán, en xtgundo lunar, una sem ejante inter
pretación In» clrcunitancla* «le lugar y de tiem po en que
Niic»lni Señor pronunció In» palabras en cuestión.
Pronuncióla» en un Utuar extraordinariam ente público y
en presencia de Innum erables testigos; y esto nos da a en
tender que no se refería solam ente a Juan, sino a todos cuan
tos habrían de abrazar la fe de Cristo R edentor. Si, en efecto,
se hubiere referido solam ente a Juan, aquella recom endación
la habría hecho ciertam ente antes de la Pasión; d urante ese
tiempo, en efecto, la Santísim a Virgen tendría grandísim a
necesidad de alguien que llenase p a ra con Ella las veces de
h ijo ; y Juan necesitaría grandem ente de M aría p ara perm a
necer fiel a su fe. Además, si Jesús hubiese querido hacer
una recom endación de carácter puram ente privado, no de
bía haber hablado en un lugar tan público como lo cru el
Calvario, ni delante de tantos testigos.
Tam bién el tiem po elegido por C risto para hacer manifies
ta esta su voluntad viene en confirm ación de lo mismo. En
este tiem po, el alm a de su M adre estab a traspasada por una
espada de dolor. Ahora b ien : cuando el alm a se siente con
m ocionada p o r u n a pasión m ás violenta, está capacitada para
recibir la im presión de otras pasiones. Si Cristo, pues, dis
creto hacer sem ejante recom endación precisam ente en aquel
m om ento de dolor suprem o, es señal de que quiso excitar
en el corazón de M aría u n a sum a y vehem ente pasión de
am or m aterno, que tuviese como objeto no sólo la persona
de Juan, sino todo el género hum ano.
Reclaman, finalm ente, tal interpretación las m ism as pa
labras de Cristo. En p rim er lugar, llam a a M aría con el nom
bre de m ujer, y no con el de Madre, com o p ara significar
que en aquel m om ento la Virgen era la m u jer por excelencia,
esto, es, la m u jer no sólo llena de fortaleza an te la Pasión
del Hijo, sino la m u jer rep arad o ra de las m iserias causadas
por la prim era m u je r; la m u jer que con su descendencia de
bía aplastar la cabeza de la serpiente, según había sido anun
ciado en el Génesis. Pero tam bién em plea este nom bre de
m ujer de un a m anera especial, p a ra d ar a entender que Ma
ría ¡era la segunda Eva, que nos debía engendrar a la vida
de la gracia perdida por la prim era.
En segundo lugar, el Evangelista se designa a sí m ism o no
con el nom bre de Juan, sino con el de discípulo, y discípulo
am ado de Jesús. M ientras todos los dem ás discípulos habían
abandonado a Jesús, él solo perm anece al pie de la Cruz,
para rep resen tar a todos los fieles hijos de Dios.
En tírc e r lugar, se ha de tener presente que las dos enun
ciaciones: «¡H e ahí a tu M adrel... |H e ahí a tu H ijo!» son
correlativas, o sea, que expresan claram ente una relación de
m aternidad por p arle de M aría y una relación de filiación
por p a rte de San Juan. Esto supuesto, si Jesús hubiese pre
tendido solam ente recom endar su Santísim a M adre a los cui
dados de San Juan, h abrían sido suficientes las palabras «¡H e
ahí a tu Madre!», sin que hubiera sido necesario que hubiese
pronunciado las o tra s: «¡He ah í a tu Hijo!»
«Es, p o r tanto, a todo el pueblo nuevo — concluye Bos-
suet (Serm ón sur le Rosaire, Op., t. II, p. 808) —, íes a toda
la sociedad de la Iglesia a quien Jesús pone b ajo la custodia
de la Santísim a Virgen en la persona de su discípulo am ado;
y en fuerza de aquellas divinas palabras, Ella queda conver
tida no solam ente en M adre de San Juan, sino tam bién de
todos los fieles.
« E n aq u el m o m e n to , u n la tid o m a te rn a l
g ratu le com o to d a la tie rr a , se e n ce n d ió en E lla
y com o M ad re en aq u el d iv in o la tid o
a b a rc ó a todos los m o rtale s» (1).
2. C uand o n o s c o n c ib io la V ir g e n y n o s d io a l u z . — La Vir
gen Santísim a, pues, es n u estra verdadera M adre, por ha
ber cooperado a regeneram os a la vida de la gracia. Tal es el
sentir de la E scritu ra y de la Tradición. Ella nos concibió en
N azaret y nos dio a luz en el Calvario. Ella comenzó a ser Ma
dre de los hom bres en el m om ento m ism o en que empezó a ser
M adre del R edentor. «Con su consentim iento para ser M;ulre
de Dios — escribió San B ernardino de Sena — proporcionó
la salvación y la vida a todos los elegidos, de form a que se
puede decir que en aquel instante acogió en su regazo la hu
m anidad jun tam en te con el H ijo de Dios» ( Tract. de B. Ai. V.
Serm . V III, art. 2.°). En realidad, cuando la Santísim a Virgen
dio su consentim iento p a ra la E ncam ación, sabía que a su se
no b ajaría el Salvador del m undo. Y por eso M aría, m ediante
aquel m ism o consentim iento, sabiendo que iba a d a r a los
hom bres a Aquel que los tenía que regenerar a la vida, acep
tó el concurrir a proporcionarles a ellos esta vida. Y de la m is
m a form a que esta vida de la gracia los hom bres la tuvieron
por medio del sacrificio del R edentor realizado en el Calvario,
asi tam bién en el m ism o Calvario, y uniéndose al Sacrificio
de su Mijo, entre Indecibles angustias de su corazón, Ella nos
dio a luz. La M aternidad espiritual de M aría se realizó en el
m ismo instan te .en que tuvo lugar la o b ra redentora de Cristo.
Entonces, en efecto, renacim os todos e<n form a potencial a la
vida de la gracia.
Después volvimos a nacer a tal vida de m anera actual, me
diante el Bautism o, el cual nos incorpora a Cristo y nos hace
partícipes de la vida de El.
IV. — L a v o z de la ra zó n
LA MEDIANERA UNIVERSAL
I. — La voz de la E s c r it u r a
1. En el a n t ig u o T e st a m e n t o : la Corredentora pr o m e t id
y — Al igual que la au ro ra b rilla ju n to al sol,
p r e f ig u r a d a .
com o la flor perm anece unida a su tallo, de la m ism a m anera,
desde los prim eros albores de la historia, brillan siem pre uni
das las dulces y rad ian tes figuras de Jesús y de M aría, del
R edentor y de la C orredentora.
Brillan de pronto unidas en las p rim eras páginas del Gé
nesis, el prim er libro de la Sagrada E scritura. En estas pági
nas encontram os de inm ediato predicha la misión de María,
la m isión de cooperadora a la obra divina de nuestro resca
te. Es la célebre profecía llam ada el Protoevangelio (Gén.,
3, 15), o sea, el p rim er m ensaje de la Redención, el prim er
anuncio del R edentor y de la C orredentora del género hu
mano.
En el Protoevangelio, en efecto, se dice claram ente que
una m ujer, ju n tam en te con su descendencia (el H ijo) y por
m edio de El, con su pie inm aculado aplastaría la cabeza de
la serpiente infernal (el demonio) y lograría la revancha so
bre la victoria lograda un día p o r esta m ism a serpiente sobre
la prim era m ujer, Eva. E sta interpretación la encontram os,
por así decirlo, au tenticada en la Bula Ineffabilis.
P rom etida de e sta m anera desde la cuna del género hu
m ano, la C orredentora se nos aparece continuam ente figura
da en los libros santos. Son innum erables m ujeres fuertes,
Eva, Agar, Resfa, Raquel, la m adre d3 los M acabeos, las que
nos la representan en la inefable aflicción con que ha coope
rado a redim irnos. Son ¡num erables las m ujeres heroicas, co
mo Débora, Judit, E ster, Rebeca, las que nos la rep resentan en
el m om ento de lograr la salvación con sus ínclitas gestas pa
ra el pueblo elegido, oprim ido por sus enemigos, p ara el pue
blo de Israel, figura del pueblo cristiano. Innum erables son
tam bién las cosas inanim adas, como el Arca de Noé, la roca
del desierto, la colum na de fuego, que nos la simbolizan en
su excelsa y dolorosa m isión de Corredentora del género hu
mano.
2. En b l Nimvo Tbstambnto : la C o r r e d e n t o r a e n a c t o . —
Todo lo anterio r lo encontram os en el Antiguo Testam ento.
En el Nuevo, y e»pedalm cnte en lo* Evnngclios, encontram os
el cum plim iento perfecto de cuanto ta b la sido prom etido y
prd lu m m ln en aquél.
Itn ruto* libro», m ediante una fácil deducción, vemos có
mo lu StviilUluui Virgen bu cooperado a la Redención de los
hom bres m o ra lm n il<?, m ediante una cooperación no sólo re
mota, sino tam bién próxima.
Ha cooperado m oralm ente a la Redención en form a re
m ota, pues con sus plegarias, con sus virtudes, ha atraído del
Cielo a la tierra al R edentor divino, según la expresión del
Salm ista: «Concupivit rex speciem tu a m » (Ps. 44). Lo confiesa,
por lo demás, Ella m ism a en su m aravilloso cántico: «Respe-
x it hum ilitatem ancillae suae» (Lucas, 1, 47): «Se fijó en la
poquedad de su sierva». Y, en efecto, con su fiel cooperación
a la gracia digna de la fu tu ra M adre de Dios, llegó a p rep arar
en sí m ism a una habitación digna del H ijo de Dios, que debía
venir a redim ir al mundo. Boccaccio cantó la hum ildad de
la Santísim a Virgen:
« ........ fu e ta n ta
q u e p u d o a n iq u ila r to d o a n tig u o desdén
e n tre Dios y n o so tro s, y a b r ir el cielo».
II. — L a v o z d e l a T r a d i c i ó n
8. — In s tr u c c io n e s M arianas.
el mismo, como símil, las gracias que la Santísim a Virgen
difunde de continuo p o r toda la tierra. Creo que no se podría
representar m ás al vivo ni de form a m ás plástica el oficio dis
D ispensadora de todas las gracias, concedido por Dios a la
Santísim a Virgen.
La distribución de todas las gracias p o r p arte de la Virgen
es una consecuencia lógica de su cooperación a la obra de la
Redención, o sea, a la adquisición de todas las gracias.
La Virgen Santísim a — según la enseñanza com ún de los
teólogos — coopera, dependientem ente de Cristo, a la distri
bución de todas y cada u n a de las gracias que provienen de
Dios y son concedidas a todos y cada uno de los hom bres,
de m anera que puede llam arse ju stam en te Dispensadora de
todas las gracias.
P ara proceder con o rd en : 1. Expondrem os el estado de la
cuestión; 2. Probarem os el hecho de la distribución de todas
las gracias, y, finalm ente: 3. Indagarem os la naturaleza, o sea,
la m odalidad de este hecho.
I. — E stad o de la c u e s t ió n
138
LOS PRIVILEGIOS DE MARIA
INMUNIDAD DE IMPERFECCIONES
I
SU INMUNIDAD DEL PECADO ORIGINAL
I. — E l s ig n if ic a d o d e l p r i v i l e g i o
II. — L as p r u e b a s del p r iv il e g io
I. — En que c o n s is t e el fo m es de la c o n c u p is c e n c ia
II. — N a t u r a l e z a de la im p e c a b il id a d de M a r ía
2. La v er d a d e r a r a z ó n d e la im p e c a b il id a d de M a r ía . —
¿En qué modo, pues, la Virgen fue confirm ada en gracia, y
p o r tanto im pecable?
De esta m an era: Ella fue asistida p o r Dios con tantos y
tan poderosos auxilios preventivos, tan apropiados a las cir
cunstancias, que si bien, absolutam ente hablando, hubiese po
dido pecar, era m oralm ente im posible que lo hiciese.
Una continua asistencia divina a su m ente la preservaba
de todo juicio práctico erróneo.
Tres cosas, principalm ente, concurrían a hacerle m oral
m ente im posible todo pecado, tanto m ortal com o venial, ni
aun sem ideliberado. La p rim era e ra la especial providencia
de Dios, que velaba p ara alejar de Ella las ocasiones. La se
gunda e ra aquella plenitud de gracia y de auxilios con que
Dios la favorecía, y m ediante la cual la voluntad de M aría
era prevenida y excitada a aplicarse indefectiblem ente y siem
p re librem ente al bien y a la virtud. La tercera consistía en
la exención del fom es de la concupiscencia, m ediante la cual
la razón no podía quedar su jeta al dom inio de las pasiones. Me
diante este privilegio singular, tan característico en María,
su vida en la tie rra era sem ejante a lo que será la nuestra
en el cielo.
La Virgen Santísim a, por tanto, vio siem pre en Dios al
m ejor de los padres, al m ás digno, al solo digno de todo su
am or, y se dedicó de m anera perfecta a glorificarlo en todo
instante de su carrera m ortal.
Ella fue, y será siem pre, a través de los siglos, la m ás
perfecta imagen, la más fúlgida expresión de la pureza divina.
I
LA GRACIA DE MARIA
ESQUEMA. — Introducción: Los g ra n d e s te so ro s del a lm a de M aría. — I.
La gracia de María en sus comienzos: 1. N a tu ra le z a de la g ra c ia ; 2.
M aría e stu v o a d o rn a d a de la g ra c ia s a n tific a n te d e sd e el p rim e r in s ta n te
de su e x iste n c ia ; 3. ¿De q u é m a n e ra ? ; 4. ¿ E n q u é g rad o ? E lla s u p e ró :
a ) a la g ra c ia in ic ia l d e c u a lq u ie r s a n to , b ) la fin a l d e los m á s g ra n d e s
e n tre los san to s P ro b a b le m e n te ta m b ié n s u p e ró : c) a la g ra c ia inicial y
a la m ism a g ra c ia fin a l d e to d o s los san to s ju n to s . — I I . La gracia de
María en su progreso : 1. La g ra c ia in m e n s a in ic ia l d e M aría p u d o a u m e n
ta r de c o n tin u o , sea ex opere operantis, com o ta m b ié n ex opere opera
to; 2. C ontin u o a u m e n to de la g ra c ia de M aría ex opere operantis, o sea,
m e d ia n te s u s o b ra s b u e n a s, las c u ales fu e ro n : a) o b je tiv a m e n te ex celen tísi
m as, b ) su b je tiv a m e n te p e rfe c tís im a s , y c) n u m é ric a m e n te in n u m e ra b le s ;
3. C ontinuo a u m e n to de la g ra c ia d e M aría ex opere operato, o sea , m e d ia n
te los S a c ra m e n to s. ¿C u á le s?; 4. L a m u n ifice n c ia d iv in a e n los m o m en to s
m ás solem nes d e la v id a d e M aría. — I I I . La gracia de María en su térm i
no: 1. A bism o in so n d ab le y a ltu ra v e rtig in o s a ; 2. U na o b jeció n fácil d e con
te s ta r. — Conclusión: C rezcam os c o n tin u a m e n te en g ra c ia ta m b ié n nos
otros.*.
2. C o n t in u o a u m e n t o d e la g r a c ia d e M a r ía ex o pe r e o pera n
t is ,o se a m e d ia n t e l a s b u e n a s o b r a s . — Ante todo, la Santísim a
Virgen, con sus buenas obras, hizo crecer desm esuradam ente
•el tesoro de las gracias recibidas en el m om ento de su Concep
ción Inm aculada.
Sus buenas obras, d urante toda su vida, fueron objetiva
m ente excelentísim as, subjetivam ente perfectisim as, inconta
bles numéricamente consideradas: fueron, por tanto, singular
m ente eficaces p a ra au m en tar el tesoro, ya en sí ingente, de la
gracia santificante que le fue concedida.
a) Obras buenas objetivam ente excelentísimas.
Sus obras buenas fueron, ante todo, objetivam ente excelen
tísimas. El acto es m ás o m enos excelente según el objeto del
cual se deriva; de m anera que cuanto más excelente es éste,
tanto m ás lo es aquél.
Ahorn bien: lu excelencia objetivu de los actos de virtud
tic Muría, en m i» obran bucnus, fue sobrem anera singular. Toda
• ii vida, im p e rto u m u actividad espiritual, se podría convenien-
Irim n io dividir rn tro» grandes períodos: el prim ero, desde
m i I i i i i i i u ulmln Concepción hasta lu Encarnación del Verbo;
el segundo, desde lu Encarnación del Verbo h asta la Ascensión
de N uestro Señor; el tercero, desde la Ascensión de N uestro
Señor hasta la gloriosa Asunción de María. Ahora bien, no es
cosa en verdad sencilla expresar qué excelentes actos de vir
tud practicó la Santísim a Virgen en el curso de estos tres pe
ríodos. Para d a r una idea de ello, podem os decir que en el
prim er período prevalecieron en Ella los actos especialm ente
de la vida contem plativa. E ncerrada en el Templo — según la
Tradición — a la tem prana edad de tres años, en él perm aneció
hasta los quince, íntim a y perennem ente unida a Dios por
medio de la m ás sublim e contem plación, m ediante la cual cre
ció prodigiosam ente en caridad, preparándose convenientem en
te a su altísim a misión y dignidad de Mudre de Dios, para la
cual habla sido prrdnstlnadu ab atiento. En el segundo perío
do predom inaron en Muría los actos do lu vidu activa, habién
dose ocupado de una m anera especial en el servicio de su di
vino Hijo, lxis actos de caridad y de otras tuntas virtudes por
Ella practicadas en este largo período es más fácil imaginarlos
que describirlos. B asta d ar u n a sim ple m irada a lu vida de
Jesús, a las vicisitudes de su infancia, a sus ocupaciones, a su
apostolado, p a ra poderse fo rm ar una idea aunque pálida de
los actos de virtud practicados p o r su divina Madre, sobre todo
en el decurso de su Pasión y m uerte.
En el tercer período, finalm ente, vuelven a prevalecer los
f r i ar
actos de la vida contem plativa. | Y qué contem placiones tan
sublim es! ¡Qué dulcísim os éxtasis! ¡Qué suspiros y qué ele
vaciones hacia el Corazón de su Dios y hacia el Dios de su co
razón!... No p o r esto descuidó los actos propios de las virtu
des activas, pues m ientras perm anecía com pletam ente absor
ta en la contem plación de su Bienam ado, atendía, como Reina
de los Apóstoles, con singular celo, las funciones de u n a vida
del todo apostólica.
En la existencia de la Santísim a Virgen, por tanto, encon
tram os reunidas todas las características, todas las perfeccio
nes, todos los m éritos de la vida activa y contem plativa; en
Ella encontram os las dos alas de águila concedidas a la m u jer
coronada de estrellas, figura evidente de la M adre de D ios;
Ella es aquella águila fuerte y poderosa, de alas desplegadas,
descrita por Ezequiel, que desplegó el vuelo h asta las cum bres
del Líbano y en ellas se saturó de las esencias del cedro, es
decir, por medio de la excelencia de sus buenas obras, alcanzó
la cúspide suprem a de la gracia.
b) Obras buenas subjetivam ente perfectlsim as.
Si tan excelentes, consideradas en su objetividad m aterial,
fueron las obras buenas practicadas por M aría, ¿qué habría
mos de decir de su perfección subjetiva, o sea, del fervor de
caridad, de la pureza de intención, y, en general, de las dispo
siciones santísim as con que las realizó?
Incluso las obras de un pobre hom bre cualquiera, de una
viejecilla, aunque sean insignificantes en sí, o sea, objetivam en
te consideradas, si se realizan con gran fervor de caridad, en
la presencia de Dios, que se fija m ás en el cóm o sis da que
en lo que se da, son m ás espléndidas, preciosas y m eritorias
que las obras grandes realizadas por otras personas no con
tan buena intención, ni dem asiado fervor.
Ahora bien: los actos de la Santísim a Virgen fueron su
m am ente excelentes, no sólo objetivam ente considerados, sino
tam bién subjetivam ente tom ados, por el ard o r inefable de
caridad, por las perfectísim as disposiciones con que eran rea
lizados. N inguna obra externa, ni siquiera un solo movimiento
interior, se realizaba en Ella que no fuese fervoroso y per
fecto: Ella operaba siem pre con toda la intensidad del amor.
¿Quién podrá decir, pues, cuánto creció, aun en este aspecto,
en gracia?
c) Obras buenas num éricam ente incontables.
Finalm ente, nótese el núm ero im presionante de estas obras
buenas, tan perfectas, tan to objetiva como subjetivam ente con
sideradas, y consiguientem ente, el núm ero creciente de mé
ritos, correspondiente al núm ero de actos virtuosos. ¿Qué
m atem ático podrá jam ás calcular tan inm ensa cifra? Desde
su Concepción Inm aculada a su gloriosa Asunción, es decir,
desde el comienzo hasta el final de su vida, terrena, no hubo
una «ola hora, un solo m om ento, un solo instante en que no
huynn aum entado sus m éritos. Casi sin interrupción de nin
guna clase, con la m ente fija en Dios, pensaba en cosas divi
nas y, conservando el pleno dominio de sus actos, no pa
decía jam ás distracción alguna, ni siquiera involuntaria. Coo
peraba continuam ente, de m anera adm irable, a la gracia di
vina. Todos los instantes de la vida de la Virgen, pues, fue
ron m eritorios en el grado m ás perfecto. Referente al tiem po
en que M aría perm anecía despierta, esta doctrina es común
m ente adm itida p o r los teólogos m arianos; en cambio, se
discute si M aría m ereció tam bién d urante las horas del des
canso. Muchos son los que lo aseguran. C iertam ente esto no
podía suceder de una m anera n atural, sino solam ente por
virtud divina. Esto establecido había que ad m itir que la
Santísim a Virgen mereció duranto todos los instantes de su
vida, tnnto de din como de noche.
Y ahora no» hacem os una p re g u n ta : Dndos estos actos de
virtud tan perfecto* objellv# y subjetivam ente considerados,
¿rn qué proporción crecí» lu S antísim a Virgen en gracia
santificante?
Ante sem ejante pregunta la mente hum ana vacila y se en
cuentra como atónita. Muchos teólogos m arianos, capitanea
dos por Suárez, nos dicen que los grados de gracia y santidad
(a los cuales corresponden los grados de m érito), se duplica
ron al m enos en cada uno de sus actos de v irtu d ; de m anera
que Ella, p o r ejem plo, cuando realizó el p rim er acto d s vir
tud, no tenía m ás que un grado de gracia, y después de aquel
acto bueno contaba al m enos con dos grados, o sea que su san
tidad se duplicaba; después del segundo acto de v irtu d que
cum plía, conseguía cu atro grados de gracia; después del
tercero, ocho; después del cuarto, dieciséis; después del quin
to, trein ta y dos, y así sucesivam ente...
Sea com o sea, lo cierto es que M aría al fin de su vida
había adquirjdo un caudal de gracias incalculable. Esto so
lam ente lo sabe Dios, b ajo cuyo influjo Ella obraba continua
m ente, llegando casi a tocar a lo infinito.
4. La M u n if ic e n c ia d iv in a en lo s m om en to s m as solem n es
de la v id a de —■ Mas, independientem ente de este cú
m a r ia .
mulo de m edios de santificación, no se puede negar que Dios
se dignó san tificar cada vez m ás su tabernáculo viviente, so
bre todo en los m om entos m ás solem nes de su vida, com o fue
ron: el m om ento sublim e de la E ncam ación del V erbo; el
instante en que el H ijo la proclam ó desde la Cruz M adre de
todos los hom bres, y en el instante de su entrada en los Cielos.
¡Tres m om entos verdaderam ente sublim es 1
¡El m om ento de la E ncarnación del Verbo! La gracia de
la cual la Virgen se sintió colm ada desde el p rim er instante
de su Concepción, y que fue en aum ento m ediante el ejercicio
de sus heroicas virtudes, en el m om ento en que en su seno,
muy cerca del corazón, comenzó a p alp itar el corazón m ism o
del Hijo de Dios, experim entó un increm ento de incalcula
bles proporciones. Desde aquel instante, en efecto, Jesús co
menzó a d esp arram ar sobre Ella, de una m anera física, los
tesoros de su gracia. En el seno de María, y m ientras recibía
de Ella la vida corpórea y n atural, Jesús le com unicaba, de
modo excelentísim o, la vida sobrenatural y divina, en cuan
to que Ella, com o nosotros, form aba p arte del Cuerpo m ís
tico, del cual es Cabeza el m ism o Jesús. Razón tenía San Ber
n ardo cuando escribía: «Completam ente envuelta por el sol
como por una vestidura, ¡cuán fam iliar eres a Dios, Señora!
¡Cuánto has merecido estar cerca de El, en su intim idad;
cuánta gracia has encontrado en E l! El perm anece en Ti y
Tú en E l; Tú le revistes a El y eres a la vez revestida por
El. Lo revistes con la sustancia de la carne, y El te reviste
con la gloria de su m ajestad. Revistes al sol con u n a nube
y Tú m ism a eres revestida por el sol» (S erm . de 12 praerog.,
n. 6, P. L. 183, 432).
Aumentó aún m ucho m ás esta gracia en el m om ento
m ismo del nacim iento del divino Salvador. E sta fuente, tan
viva, no se secó, no se podía secar, cuando del tallo virginal
se separó la flor suave de los cam pos, el cándido lirio de los
valles. La M adre perm aneció siem pre unida al H ijo con un vín
culo estrechísim o, esencialm ente m oral. «María — escribe San
Agustín — alim entaba n Jesús con su leche virginal, y Jesús
alim entaba n Marín con lu iiraclu celestial. Marín envolvía a
Jesús en partnlen, y Jesús revestín u Mnrín con el m anto de la
Inm ortalidad. Mmln colocaba a Jesús en el pesebre, y Jesús pre-
purnbn u Mmln unn m c u celestial» (Serm . IV di' Tempore,
PL. 39, 2104). Cuando Muríu lo mccíu dulcem ente; cuando
lo estrechaba contra su seno e im prim ía en su rostro celes
tial sus am orosísim os besos de Virgen y de M adre, Jesús la
estrechaba contra su Corazón y le devolvía el beso eterno
de la Divinidad, o sea, su gracia. «A estas caricias del Niño
— añade San Pedro Canisio—, M aría se tornaba más bella,
más santa, m ás divina» (De Deipara, 1. 4., c. 26).
Si el M isterio de la E ncarnación fue tan fecundo de gra
cias p a ra la Santísim a Virgen, no lo fue m enos el M isterio
de la Pasión y M uerte de Cristo. Como ninguna alm a había
tom ado p arte tan intensa en el Sacrificio de la Cruz como
la Virgen, así ninguna o tra debería recoger frutos tan copio
sos. A los pies de aquel patíbulo de m uerte, del cual pendía
la Vida, M aría recibió una plenitud de gracias incom pa
rable.
III. — La g r a c ia d e M a r ía en s u t e r m in o
2. U n a o b j e c io n f á c i l d e r e s o l v e r . — H ablando de este
continuo aum ento de gracia en María, se podría o b je ta r: La
S antísim a Virgen, en el día de su Anunciación, fue saludada
por el arcángel «llena de gracia». Si ya entonces era llena
de gracia, ¿cómo pudo crecer de continuo en Ella?
Contestam os diciendo que la Santísim a Virgen, no sólo en
el día de la Anunciación, sino desde el p rim er instante de su
existencia terrena, fue «llena de gracia». Llena de gracia, no
en sentido absoluto, y, por tanto, incapaz de aum ento, como
lo fue N uestro Señor Jesucristo, sino en sentido relativo, esto
es, en relación con su capacidad subjetiva. La Santísim a Vir
gen, por tanto, fue verdaderam ente «llena de graciu» en su In
m aculada Concepción, «llena de gracia» en el m om ento de la
Encarnación del Verbo, «llena de gracia» al térm ino de su
vida terrena. Mas una plenitud de gracia era m ás perfecta que
la otra. E n su Concepción fue u n a plenitud cual se requería,
como prim era disposición, a la fu tu ra dignidad de M adre de
Dios; en el m om ento sublim e de la E ncam ación del Verbo fue
una plenitud conveniente a la actual M adre de Dios, y esta
plenitud fue m ás p erfecta que la prim era, y al final de su vi
da terrena se tra tó de una plenitud coronada por la plenitud
de la gloria, y ésta sobrepasó a todas las demás, alcanzando
el grado m ás alto que puede alcanzar una sim ple criatura.
E sto adm itido, no se puede decir, en sentido estricto, que
la plenitud de gracia de M aría sea sim plem ente infinita, pues
to que no señala el últim o lím ite de la potencia absoluta de
Dios. Sólo en sentido lato y en su género se le puede llam ar
infinita.
Ni se diga que cuando un vaso está lleno no se le puede
añad ir más. Si la Santísim a Virgen, p o r tanto, fue llena de gra
cia desde el p rim er instante de su existencia, fue como un vaso
lleno al cual no se le puede echar m ás líquido.
Ciertam ente que a un vaso lleno no se le puede añadir m ás
líquido si perm anece tal cual es; m as si la capacidad de di
cho vaso aum enta con el aum ento del líquido, nada im pide
que se le pueda echar m ás líquido. Tal sucedió con María.
Llena de gracia desde el p rim er instante de su inm aculada exis
tencia, Ella podía crecer en gracia, pues la capacidad de reci
birla provenía de Dio», que la aum entaba a medida que se la
otorgaba.
De tal m anera, Ella pudo crecer en gracia, en el verdadero
sentido de lu palabra, hasta el térm ino de su carrera m ortal,
esto es, hasta el m om ento de su en trad a triunfal en los Cie
los.
I. — L as v ir t u d e s teolo g ales de M a r ía
1. E n M a r í a e x i s t i e r o n to d a s la s v i r t u d e s e n su m o g ra d o .
— Por virtudes se entienden aquellos hábitos buenos que hacen
a las potencias del alm a capaces de realizar con prontitud, con
facilidad y deleite todo aquello que en el orden n a tu ra l exige
(1) C fr. Lbpicier: L 'In m a c o la ta C o r r e d e n tr ic e , M e d ia tr ic e . — Roma, 1928.
la recta razón, y lo que Dios nos invita a hacer en el orden
sobrenatural.
Ahora bien: en la Virgen se dieron todas las virtudes con
venientes a su condición. He dicho convenientes a su condi
ción porque es evidente que no todas las virtudes son prac
ticables por todos. La virtud, en efecto — observa justam ente
Cam pana (2) —, que supone en sí perfección, porque consiste
en la costum bre de o b rar bien, no siem pre supone que es
perfecto el sujeto que la posee; frecuentem ente, en cambio,
lo supone im perfecto, como p o r ejem plo, la continencia, que
supone las m alas concupiscencias a las cuales hay que resis
tir, y la penitencia, que supone algún pecado com etido. En este
sentido, ni el m ism o Jesús, que es modelo de toda santidad,
practicó todas las virtudes.
Exceptuadas, pues, las susodichas virtudes, que — usando
la frase de Santo Tom ás de Aquino —, por su objeto supo
nen siem pre una im perfección en quien las posee, la Santísi
m a Virgen estuvo dotada de todas las virtudes y las poseyó
en grado excelentísimo, singular, extraordinario. D esafortuna
dam ente, poco conocemos de la vida de M aría p ara poder
nos com placer en la consideración detallada de todos los ac
tos de virtud por Ella practicados. Poco, dem asiado poco, nos
han dicho los Evangelistas. Con todo, los breves datos que so
bre su existencia encontram os en los Evangelios pueden dar
nos una idea de sus exim ias virtudes. Son destellos de luz se
m ejantes a ráfagas, que ilum inan claram ente este aspecto de
la vida de M aría y nos dejan entrever, o al m enos adivinar, la
grandiosidad, lo sublim e de aquellos otros aspectos sobre los
cuales no cae directam ente el rayo de las revelaciones evan
gélicas. San Alberto Magno dejó escrito que M aría «tuvo en
grado superlativo todas y cada u n a de las virtudes diferen
ciándose de los Santos en que éstos sólo tuvieron algunas en
grado eminente». Así, la p rerrogativa de Noé fue la ju sticia; la
de Abrahán, la fidelidad; la de José la castidad; Moisés fue
manso, Job paciente, David hum ilde, Salomón sabio, Elias
custodio de la Ley, y así los dem ás. Por eso la Iglesia canta al
referirse a los Confesores: «No se encontró o tro sem ejante a
(2) M a rta t u l D o g m a , P. I I , q. 3.
él... Porque cada uno superó a los d e m á s d e su tiem po en la
práctica d e alguna virtud especial... Los Apóstoles se distin
guieron por un cúm ulo de virtudes. Mas la Santísim a Virgen
superó a todos los Santos, tan to del Antiguo como del Nue
vo Testam ento, en la p ráctica no sólo de cierto núm ero de vir
tudes, sino d e todas ellas» (Cfr. B o u r a s s e , S u m m a Aurea, t.
8, p. 277).
Lo m ism o y casi con idénticas palabras repite el gran discí
pulo de San Alberto Magno, Santo Tom ás de Aquino (3).
Antes que ellos, San Ambrosio había trazado con m ano m aes
tra un espléndido re tra to m oral de María. «María lúe tal —
escribió —, que sólo su vida es una escuela p ara todos» (Lib.
II, De Virginibus, c. 2, n. 6).
San Bernardo com para la Santísim a Virgen a un jard ín
florecido, cubierto de flores celestiales, m aravillosas por su
belleza y fragancia (4).
No de una m anera d istinta se expresan San Jerónim o y San
Agustín.
4. La e s p e r a n z a d e M a r í a . — De la fe nace la esperanza.
Por ésta esperam os de Dios todo cuanto la fe nos dice que
El nos ha prom etido, es decir, la vida eterna, o sea, la po
sesión sem piterna de Dios y los m edios com unes y particula
res para conseguirla. La esperanza es un hom enaje sublime
que la c ria tu ra trib u ta a la bondad, al poder, a la fidelidad
del C reador: hom enaje tan sublim e que bien podríam os de
cir que confina, si así podem os expresarnos, con lo imposi
ble. N osotros confiam os plenam ente, y por eso decim os: Na
da hay im posible a Dios.
G rande como su fe, fue la esperanza de M aría. En medio
de las grandes pruebas y dificultades, Ella se abandonó com
pletam ente en las m anos de Dios, confiando en El. H ablan
los hechos.
Cuando llevaba en su seno al H ijo de Dios, San José, des
conocedor del m isterioso arcano que en Ella se cum plía, estuvo
a punto de abandonarla. M aría se dio cuenta de la in tran
quilidad de su castísim o esposo, pero pensó tam bién que no
le convenía a Ella revelarle un tan elevado m isterio, y, por
tanto, se abandonó segura en las m anos de Dios y calló. Y
su confianza no fue vana.
Próxim a a ser M adre, M aría S antísim a dio u n a prueba
lum inosa de confianza en Dios, em prendiendo anim osam en
te el largo viaje de N azaret a Belén, refugiándose en una
gruta para d a r n luz a su Divino Hijo. Desprovista de toda
suerte de m edios hum anos, no dudó un m om ento del auxilio
divino, que no tardó en venir en su ayuda.
Dio tam bién prueba de su heroica esperanza cuando, en
plena noche, em prendió el cam ino del destierro hacia Egipto
aventurándose, sin recursos de ninguna clase, a un largo y
penosísim o viaje. Tam bién entonces se abandonó confiada en
las manos de Dios.
En las bodas de Caná, Ella, llena de m aternal atención,
invita a su H ijo p ara que saque de apu ro a aquellos pobres es
posos, a los cuales iba a fa lta r el vino. Y ante la respuesta
de Jesús que le hizo presente que aún no había llegado su
hora, Ella no se desanim a, sino que ordena sin inás a los
criados que hagan todo cuanto les diga el Señor, i Cuánta
confianza en Dios I
NI al cernirse sobre su cabeza las más densas tem pesta
des y las máa terribles contradicciones perdió la Santísim a
Vlrgon en un pun to su celestial tranquilidad, su incom para
ble abandono, que le procuraban siem pre una confianza ciega
en el auxilio de Dios. Ella, podem os decir, esperó siem pre y
o esperó contra toda esperanza» (Rom. 4, 18).
Mas la esperanza no es ni debe ser inercia. No se puede
pretender que Dios lo haga todo. La esperanza es una virtud
operativa. «¡Ayúdate, que Dios te ayudará!», dice un pro- /
verbio.
Así fue la esperanza de María. Fue una esperanza ope
rante. De su p arte hizo cuanto pudo. Hizo como si todo de
pendiese de Ella, y confió como si todo dependiese de D ios._j
Lo mismo debem os hacer nosotros.
II. — L a s v i r t u d e s c a r d i n a l e s dü M a r í a
IV — Instrucciones Marianas.
Las gracias gratis datae — respondem os — son concedidas
por Dios a aquellos que deben ocuparse de la salvación eter
na del prójim o y en la proporción que dichas gracias han de
contribuir a esta nobilísim a em presa. Y la Virgen Santísim a,
m ás quie todos los Santos, hubo de ocuparse en la salvación
del prójim o; p o r tanto, m ás que todos ellos tuvo que ser
adom ada de las gracias gratis datae. P or eso observa Santo
Tomás (III, P., q. 27, a. 5) tuvo en hábito todas las gracias
gratis datae: en acto contó con todas aquellas que eran con
venientes a su condición y a su misión. Mas conviene que ha
blemos de esto de una m anera p articular. Para m ayor clari
dad, pues, las subdividirem os en tres clases: 1, gracias de
conocimiento-, 2, gracias de palabra, y 3, gracias de operación.
I. — G r a c ia s de c o n o c im ie n t o
1. G r a c i a s d e s a b i d u r í a y c i e n c i a . — Comencemos por lo
dones de sabiduría y ciencia.
En M aría Santísim a existieron los m ás ricos tesoros de la
sabiduría y de la ciencia. Los teólogos distinguen tres clases
de ciencia: la ciencia adquirida, n atu ral al hom bre, la cual
ilu stra a la inteligencia con el estudio; la ciencia infusa, na
tu ral a los ángeles, com unicada a ellos directam ente p o r Dios,
como un rayo de luz divina, sin que tengan que h acer esfuerzo
alguno p a ra o btenerla; finalm ente, la ciencia beatífica, pro
pia de Dios solo y u n a como El, porque es el acto m ediante el
cual Dios se conoce a sí m ism o y se identifica con su n atu ra
leza infinitam ente simple.
Ahora bien, ¿poseyó la Santísim a Virgen estas tres cien
cias? ¿Y en qué grado?
a) La ciencia bienaventurada. En cuanto a esta ciencia,
in s is te n te en la visión inm ediata de la Esencia divina, no
ha faltado quien ha querido ad m itirla en la Santísim a Virgen
durante toda su vida, desde el p rim er m om ento de su con
cepción Inm aculada, ya de una m anera ciierta (com o el fran
ciscano G uerra, m uerto en 1658), o de un modo probable (co
mo el jesuíta Cristóbal Vega, m uerto en el año 1672). E sta
«entienda es inadm isible, pues tal ciencia habría puesto a la
Virgen en estado de térm ino. Com únm ente, por esto, se ad
mite que In Sunt(lim a Virgen, de m anera probable y sólo
d* puno (no perm anentem ente) haya gozado de la visión
lu 'n t lf li a
I •«! pilvlh'glo, «mi efecto, fue probablem ente conccdido —
i « m u i a d m it e n Sun Agiiktln, Santo Tomás y otros — a Moisés
V a Huii Pablo. Con m ayor razón, por tanto, debió ser conce-
illilo u Murta. T anto inris que Ella, com o M edianera univer
sal, constituyó con C risto un principio total p ara llevar a los
iH im h re N a la visión beatífica.
NI no» preguntam os en qué período o m om ento de su vida
la SnutlNlina Virgen gozó de la visión beatífica, se puede ase
gurar, con cierta probabilidad, que esto sucedió en el ins
tante m ism o de su concepción, en su nacim iento, en la con-
ccpclón del Verbo, en lu notividad de C risto y en la gloriosa
reauirección del minino.
b) /.<i Hencto I n f i n a Con toda probabilidad (co n traria
m e n t e u lo qm- e n se f ta n a lg u n o s te ó lo go s), la Santísim a Vlr-
giMi tu v o e n m o d o p e r m a n e n t e , o sen, durante toda su vida
In r i e n d a Infima v d e u n a manera muy extensa.
Tal i l. iii In <ii «'f*« tu, l i o sólo n o tepugna como querrían
iiI|Iiiiiiik ii mi estado ile v la ih tn t, s i n o que le era de todo
p in ilo i iH iv i’ iili i i l r y iii'i «'nui l a
No r e p u g n a , unte todo, a entado de viadora. Tal ciencia,
m u
3. G r a c i a d e i .a i n t e r p r e t a c i ó n d e l a s p a l a b r a s . — La Santí
sim a Virgen tuvo tam bién la gracia de la interpretación. E sta
gracia, en efecto, adem ás de ser ú til a los dem ás, perfecciona
el entendim iento de la persona que la posee: ilum ina el en
tendim iento y mueve al bien a la voluntad.
M aría tuvo tam bién e sta gracia: la tuvo p ara santifica
ción propia y utilidad de la Iglesia.
4. G r a c i a d e l a d i s c r e c i ó n d e i .o s e s p í r i t u s . — Estuvo do
tada, finalm ente, la Virgen, de la discreción de los espíritus,
ya en el conocer (por especial revelación, como les fue conce-
dido a m uchos santos) los secretos de los corazones y de las in
teligencias, ya al juzgar si un determ inado pensam iento o de
seo provenía del espíritu bueno (Dios) o del espíritu m alo (el
demonio).
Y bástenos esto sobre la p rim era clase de las gracias gra
tis datae, o sea, de las gracias de conocim iento. Pasem os ahora
n la segunda clase: las gracias de palabra.
II, — G r a c i a s un p a i .a b r a
2, I'.l. in >n lili I.AH UiNUUAH. — ¿Tuvo tam bién M aría el don
de Iiin le iix n iH ? I'.ti ludan Ins circunstancias de la vida en que
se vio n e n slla d ti cíe* «II», por i'Jrniiplo, cuando lu venida de
lo* Müjion, en lu fililí a l'.glpto, DI»», ciertam ente, se lo hubo
ll<< mili 1‘lllM
Y ili* i i i i i i iiinii. ni i ’ N p r i Inll’iliiiii se lo hubo de o to r g a r en el
din dt> IVnti'i oMiS, Imito nirt» que líll.i hubo de h a b la r con
lif i iii'in lu i o n (¡rnii-i de I d i o m a distinto. ¿No h a b r ía sido u n a
vi 11luí le ■n ili .Ilusión p a r a los fieles de la iglesia prim itiv a de
lengua dlvema no p oder .ser enten didos p o r la M adre co m ú n ?
III. — G r a c ia s d e o p e r a c io n
EL CUERPO DE MARIA
I O mhi hn n o i i m . i n i m o
2. R e t o ñ o d e l a e s t i r p e s a c e r d o t a l d e A a r o n . — Además
de descender de la real estirpe de David, la Santísim a Virgen
desciende de la estirp e sacerdotal de Aarón. Tam bién esto
resulta claram ente explicado p o r las Sagradas Escrituras,.
María, en efecto, es llam ada p o r los Libros Sagrados parien-
ta de Isabel (Luc. 1, 36), la cual desciende de la estirpe sa
cerdotal de Aarón: «et uxor eius (Zachariae) de filiabus
Aaron» (Luc. 1, 5). Este parentesco de M aría con Isabel — co
mo observa Santo Tomás (1) — se refería a la m adre y no
al padre.
En las venas, por tanto, de la Santísim a Virgen había san
gre de Reyes y de Sacerdotes del pueblo escogido. Por eso
se puede, justam ente, asegurar con el a u to r de un discurso
atribuido a San Ildefonso: «En cuanto al origen de la car
ne, ninguna m ás noble que la M adre de Dios» (2).
1. L a s r a z o n e s d e e s t a p e r f e c t a c o m p l e x i o n . — E n la San
tísim a Virgen existió siem pre un perfecto equilibrio entre
todos los elem entos de su cuerpo. Esto resulta del fin para
que era destinado, de su proporción con el alm a y de la se
m ejanza con Cristo.
(1) S . T h „ I I I , q . 31, a . 2, a d 2.
(2) S e rm . I I I in A s s u m p t. M ad rid , 1782.
a) Finalidad del cuerpo de María. La p erfecta comple
xión del cuerpo de M aría resulta, ante todo, del fin nobilísi
mo a que era destinado: sum in istrar la carne al Verbo E n
cam ado. Si Dios — como observa Tertuliano — puso tanto
cuidado en fo rm ar el cuerpo de Adán porque su pensam ien
to estaba fijo en Cristo, el cual debía nacer de él, ¿cuánta
mayor diligencia no hubo de u sar al fo rm ar el cuerpo de
María, de la cual, no ya de u n a m anera rem ota y lejana, si
no de form a próxim a e inm ediata, debía nacer el Verbo En
cam ado?
b) Im proporción entre el alma y el cuerpo. La perfecta
complexión tlcl cuerpo virginal de María resulta, en segun
do lugar, de la proporción que existe siem pre entre el alm a
y el cuerpo, e n tre la m ateria y la form a. A un alm a perfec-
tíilm a, cual fue la de la Virgen Madre, debió corresponder un
cuerpo perfectísim o. El cuerpo, en efecto, es, con relación al
alma, lo que la m ateria p a ra la form a. Se requiere, p o r tan
to, cierta proporción en tre ellos. Una adecuada complexión
del cuerpo ayuda grandem ente a las operaciones espirituales
del alma.
c) La sem ejanza de María con Cristo. E sta complexión
perfecta resulta, finalm ente, de la sem ejanza que la Santísi
ma Virgen tuvo con Cristo, cuyo cuerpo estuvo dotado de
una proporción en los m iem bros, perfectísim a. Los hijos, en
efecto, ne H ue len asem ejar a los padres.
III. — F a c c io n e s ex tern a s b e l l ís im a s
1. L as f ig u r a s de la b elleza de m a r ia y la r e a l id a d . —
Cuenta Cicerón que Zeusis, célebre pin to r griego, teniendo
que p in ta r p a ra la ciudad de C roto el re tra to de Elena, la
reina griega p o r cuya belleza estalló u n a g uerra de diez años
y fue destruida la ciudad de Troya, tom ó com o m odelo a
cinco jovencitas de las m ás bellas p ara concentrar la herm o
sura de cada una de ellas en su obra m aestra.
¡Qué núm ero de jóvenes herm osas no habría de reunir
aquel que intentase d em o strar con el pincel toda la belleza
de M aría!
En las páginas del Antiguo T estam ento, el E sp íritu San
to nos ha dejado el re tra to de las m ujeres m ás célebres por
su belleza. Tales son, entre otras, Ja casta Susana y la virgen
Abisag, la bella Raquel y la gentil Rebeca, S ara y la reina
E sther, Débora, la guerrera, y la heroica Judit. Mas toda la
belleza de estas m ujeres, concentradas en una, no sería ca
paz p a ra darnos aunque fuera una pálida idea de la belleza
de María.
Fueron como u n a som bra, una figura de la realidad. Pues
— como asegura Gersón — el divino H acedor, que quiso y
nos dio en M aría su obra de arte, tan to en el orden de la
naturaleza com o de la gracia, no sólo concentró en su rostro
cuanto de m ás herm oso ha existido y existirá entre las más
herm osas de las h ijas de Adán, sino que nos dio lo m ás be
llo de cuanto h a existido en toda la N aturaleza creada (Serm.
5 super. M agnificat). Consiguientem ente, quiem desee form ar
se una idea d e la belleza de M aría, debe hacer respecto a
Ella lo que Zeusis hizo respecto a Elena. E l p in to r griego
sintetizó en su obra la belleza de cinco jóvenes; nosotros
debemos sintetizar en M aría la belleza de todo lo creado.
Digna de notación es la exaltación de M aría hecha por el
C antar de los Cantares.
Ait. I.
LA VIRGINIDAD DE MARIA
l'.SQUBMA. — In tr o d u c c ió n : La m á s fú lg id a p e rla e n la c o ro n a de la div in a
M ate rn id ad de M aría. — I . L a v irg in id a d p e rp e tu a de M aría en general:
I. E rro re s c o n tra s e m e ja n te v e rd a d ; 2. Las p ru e b a s : a) la E s c ritu r a ; b)
la Tradición. — I I . La v irg in id a d d e M aría en p a rtic u la r: 1. A ntes d e d a r
nos a J e s ú s ; 2. Al d a rn o s a J e s ú s ; 3. D esp u és d e h a b e rn o s d ad o a J e s ú s ;
4. O bjeciones a n tig u a s y re c ie n te s ; 5. M aría fu e la p rim e r a e n e m itir
rl voto de v irg in id a d . — C o n clu sió n : La R ein a d e las v írg en es.
Es cosa innegable: la corona m ás fúlgida que ado rna la
cabeza de M aría es ciertam ente, su divina m aternidad.
Mas entre las m uchas y preciosísim as piedras preciosas engas
tadas por la m ano m ism a de Dios en esta fulgidísim a corona,
la m ás preciosa, la m ás brillante, la que com unica un relie
ve particu lar a la excepcional personalidad de M aría es, in
dudablem ente, su virginidad. ¡M aría, Virgen y M adre!... He
aquí uno de los m ás grandes m ilagros obrados p o r la diestra
del Om nipotente, el único en su género que se puede aducir
en la historia de los siglos...
La m atern id ad y la virginidad son los dos m ás grandes o r
nam entos de la m u je r; pero son, n aturalm ente, irreconciliables:
el uno excluye al otro, como la flor excluye al fru to y el fru
to a la flor. Sólo con su Santísim a M adre, Dios h a hecho una
excepción. Es éste u n privilegio ta n extraordinario que bas
taría por sí solo p ara ponernos de m anifiesto la grande, la ine
fable benevolencia de Dios p ara con María. El m elifluo doc
tor San B ernardo vio en él el punto m ás culm inante de su
gloria, aquello por lo cual Ella se distingue de todos, cons
tituyendo un orden p ara sí. «Si m e entretengo en alab ar su
virginidad — dice — encuentro que m uchas o tras alm as, des
pués que Ella, fueron vírgenes. Si m e dedico a exaltar su
hum ildad, encontraré tal vez pocos, pero, al fin, algunos que,
según las enseñanzas de Jesús se hicieron m ansos y hum il
des de corazón. Si alabo la m u ltitu d de sus m isericordias,
encuentro que hubo otros hom bres y m ujeres llenos de m ise
ricordia. En u n a sola cosa M aría no tuvo igual, ni antes ni
después y fue en esto: en que le fue dado u n ir las alegrías
de la m atern id ad al h o n o r de la virginidad. Fue éste un
privilegio exclusivo de M aría que jam ás será concedido a
nadie más. Es una prerrogativa singular y al m ism o tiem po
inefable: nadie jam ás la podrá com prender y ni siquiera ex
plicarla. ¿Qué habríam os de decir al co nsiderar de quién fue
María constituida M adre? ¿Qué lengua, aunque fuese de án
gel, sería capaz de alab ar convenientem ente a la Virgen Ma
dre? ¿Y M adre no de cualquiera, sino de Dios? Doble m ila
gro, doble privilegio, caso inaudito, m as conveniente. Una
Virgen no podía tener p o r H ijo más que un Dios y un Dios
solo podía tener p o r M adre a u n a Virgen» (Serm . de As~
xiimpt., n. 5, PL. 183, 438).
Ahora bien, la virginidad en M aría no fue una prerroga
tiva p asajera; no fue como la flor que adorna a la p lan ta du
rante cierto tiem po y después se m archita, pierde el color, se
deshoja y cae p ara ceder el puesto al fruto. N o: en M aría, la
virginidad fue p erp etu a; se conservó a través de todos los es
tallos de su vida, siem pre. María fue toda y siem pre como el
perfum e de un lirio, de una azucena que trasciende a perfum e
ile Paniíno. Muría, en efecto, concibió virginalm ente al H ijo
de l)|o»; lo din a lu/ virginalm ente también, y en esu.' mismo
i imlii vIvio ilm m iiI to d a '«u villa. I.a liase que se ha hecho
i liwii a i>aia i<«p|t’«ai ««majante verdad, es é sta : M aría fue
«lempie VtiM'u unii-, tlrl parto, en el parto y después del
Ih lilu ,
I uta verdad lúe deílnldu en el Concilio V General de Cons-
lanllnoplu y en el Concilio de Letrán, en tiem po de M artin I,
ni *c puede poner en duda sin in cu rrir en herejía. Es una ver-
dad de l'e.
Graciosísima, a este respecto, es la leyenda que aparece en
la vida del Beato Egidio de Asís, discípulo predilecto de San
Iran ciico . Un pludoso y docto dominico, sintiéndose desde
liana muchos Bfio» gravem ente perturbado contra el dogma de
la peí peina virginidad de María, quiso finalm ente consultar
m u ri hum ilde franciscano, que tenía el don de calm ar las
i imrli'iH tan Inli ampillan, para exponerla «us tentaciones. El
IImito l uidlo, Iluminado por el rielo, lúe a su encuentro fuera
de la p u n ta del (olív en lo v, saludándolo, le dijo: «H erm ano
|*iedli ndiii, la Niuillnlliiit Madie de Dios, María, fue Virgen an-
le« ,lel mu Imleiit'i di Icnú*» Y al decir esto, golpeó la tie-
II m i "H su liAenlo, brotando un blanquísim o lirio. Tornó nue
vamente a golpear la tierra y a rep itir — : «H erm ano Predi
cador, Marín Santísim a continuó siendo Virgen al darnos a Je
sús». Y he aquí que brotó otro lirio m ás herm oso que el pri
mero. Golpeó p o r tercera vez el suelo, añadiendo: «H erm ano
Predicador, la Santísim a Virgen continuó siendo Virgen des
pués de habernos dado a Jesús». Y se vio b ro ta r un tercer li
rio, que aventajaba en belleza y candor a los dos anteriores.
Esto dicho, el Beato Egidio, volviéndole las espaldas, se
encam inó a su Convento, dejando a aquel religioso atónito y al
mism o tiem po libre de su violenta tentación.
Habiendo después sabido que aquel religioso franciscano
era el Beato Egidio de Asís, concibió una alta estim a de él
y m ientras vivió conservó aquellos tres lirios como tres tes
tim onios irrefutables de la p erpetua virginidad de M aría (Cfr.
S u r io , Vida del Beato Egidio. 23 de agosto).
I. — La v ir g in id a d perpetua de M a r ía en general
II. — La v ir g in id a d de M a r ía en p a r t ic u l a r
1. A n t e s d e d a r n o s a J e s ú s . — a) La Escritura. La con
cepción virginal de Jesús es testim oniada de una m anera ex
plícita por los dos Evangelistas M ateo y Lucas.
San M ateo (c. 1, v. 18 y sig.) cu en ta: «El nacim iento de
Jesús sucedió a s í: M aría, su M adre, desposada con José, antes
de que habitasen juntos, se descubrió que había concebido
por obra del E sp íritu Santo. Ahora bien, José, su m arido,
siendo ju sto y no queriéndola exponer a la infam ia, pensó
abandonarla en secreto. M ientras pensaba en esto, he aquí
que un ángel del Señor se le aparece en sueños diciéndole:
«José, hijo de David, no dudes en to m ar a M aría como tu
esposa, pues lo que ha concebido es o b ra del E spíritu Santo.
Dará a luz un hijo, al cual le pondrás p o r nom bre Jesús,
pues librará a su pueblo de sus pecados». Y todo esto sucedió
para que se cum pliese lo que dijo el Señor por boca del
Profctu: «He uqúí que una Virgen, etc...» Todo com entario
serlu superfluo, Inclino nocivo; el texto es dem asiado claro;
Mtiilii llegó it Madre de Jesús de una m anera milagrosa
Miilo txir ubra del E spíritu Santo. Todo es posible a Dios.
«¿Qulán ea — canta graciosam ente San Efrén — quién es el
que Iva inyectado en el seno de la vid — la form a de la uva?
— Y con todo ésta se produce sin necesidad de dedos que la
modelen ni escarpelo. — ¿Cómo se llenan del m osto sin ne
cesidad de padre? — Ellas contienen una especie de hijo y
engrasan silenciosam ente — quedan llenas sin rom perse. —
Esto sólo b astaría para llenar de confusión a los incrédu
los» (Cfr. Ricciotti G., H im nos a la Virgen, p. 54, Roma, 1925).
Tam bién los P.lvidianos, en tiem po de San Jerónim o, no
pudieron negar una verdad tan evidente.
El testim onio «le San l.uca» es aún más amplio. F.l nos dice
d u ram en te que Mmla concibió a Jesús sin detrim ento de
su virginidad, y ademán no» proporciona los elem entos ne-
u 'sm lns para probui que M aría perm aneció siem pre virgen,
mI ......... . n b u u v después de habérnoslo dudo.
I I Initu qu<' Nuil lol4, en el Evangelio, es llam ado expre-
«niiii'iilo ¡i,lili, de I r s u s ; mus se le llam a así siguiendo la
opinión pública y tam bién poique — como nota San Agus
tín — era verdadero esposo de María, M adre de Jesús.
b) La razón. E ra p o r o tra p a rte convenentísim o qu
Jesús naciese de una Virgen. Sólo una M adre Virgen — tal
es el pensam iento de San B ernardo — podía tener por hijo
a un Dios y sólo un Dios podía tener u n a M adre Virgen.
Santo Tom ás nos da cuatro razones de conveniencias, de-
ducidas: 1, de parte del Padre que m anda a su H ijo al m un
do; 2, de parte del H ijo enviado al m undo; 3, de parte de
la hum anidad de Cristo; 4, de parte del fin de la E ncarna
ción (S u m m . Th. p. III, q. 28, art. 1).
1. Nos enseña la fe que Cristo es el verdadero y n atural
H ijo de Dios: no era pues conveniente que tuviese sobre la
tierra otro padre fuera de Dios, a fin de que la dignidad del
Padre perm aneciese incólum e y no se convirtiese en p r i v i l e g i o
de un hom bre m ortal.
2. Además era conveniente que la M adre de Dios f u e s e
Virgen, atendida u n a propiedad del Verbo que debía nacer
de Ella. «El Verbo — dice Santo Tomás — no a l t e r a p a r a
n ada la integridad del corazón que lo concibe; m as un c o
razón, un espíritu, cuya integridad no fuese perfecta, n o
podría concebir a un Verbo perfecto. Por tanto, así c o m o
la Madre divina es p ara el Verbo de Dios hecho c a r n e lo
que la inteligencia para nuestro verbo, Ella tam bién debía
concebirlo sin ninguna som bra de ullcración, en l a plenitud
de su pureza virginal».
3. Todos aquellos que son concebidos de una m anera o r
dinaria tienen, p o r lo menos, la deuda del pecado, y s i s o n
preservados del pecado, com o sucedió en M aría, lo es sólo
por vía de privilegio. ¿Mas quién no considera cuán im pro
pio era del Verbo, que venía a b o rra r el pecado del m undo,
tener aunque sólo fuese la deuda del pecado? Su honor, pues,
le im ponía el nacer de una M adre Virgen.
4. Finalm ente, la cu arta razón por la cual Dios eligió por
M adre a una Virgen, se basa en esto: que de esta m anera
el nacim iento de Cristo se asem eja lo m ás posible a la m a
n era como nosotros llegamos a ser hijos de Dios. N uestra
generación sobrenatural, m ediante la cual somos hechos hijos
adoptivos de Dios, es el fin de toda la obra de la Encarnación.
Lo dice San Juan en el Capítulo prim ero de su Evangelio.
Mas el m ism o Apóstol describe tam bién la form a en que
esta filiación nos asem eja a Jesús y la form a en que se o p ;ra
en nosotros: «no p o r obra de la sangre, ni p o r voluntad de
la carne, ni p o r querer del hom bre, sino p o r beneplácito de
Dios». El tipo, el ejem p lar único y trascendente de esta ge
neración original, era ju sto que lo debiésem os encontrar en
el nacim iento m ism o del Salvador. Jesús, p ara u sa r la frase
de San Agustín, debía nacer de M aría de la m ism a m anera
que nosotros de la Iglesia: virginalm ente.
4. O b j e c i o n e s a n t i g u a s
y r e c i e n t e s . — Muchos son los
ataques antiguos y recientes contra la virginidad de María,
después de su parto. Algunos objetan, sobre todo, las pala
bras de Sun Muteo: «José no la conoció h a s t a o u e no dio a
l i l i II .«« l i l i » PwMOOBNlTO».
Aquella expresión, hasta que y la pulabra prim ogénito —
dicen I o n protestuntes — son dos argum entos que comprue-
bun que Marlu no fue siem pre Virgen.
Respondem os: 1) E stá al menos fuera de dudas que M aría
fue Virgen antes del parto. 2) En cuanto a la expresión hasta
que, San Jerónim o enseña que sem ejantes expresiones, en
lu Biblia, no siem pre indican cam bio de acción en el porve
nir. Nosotros tam bién solemos decir: Dios durará hasta que
dure el mundo. ¿Acaso con esto querem os excluir la duración
eterna de Dios? Todo hom bre dotado de razón debe, al me
nos, adm itir que este argum ento es incapaz de anu lar a todos
Ion otros que atestiguan de una m anera evidente la perpetua
virginidad tic Marín. B t necesario, adem ás, hacer notar que
*1 San José |,t purexn virginal de su esposa antes de
collocer el lln nltlklmo a q u o era destinada, tanto m ás hubo
i|e r e s p e t a r l a ul xaltet q u e e i a M n ilir de Dios. 3) Respecto
■i lu p a l a l u a i'ilmiiiii'ntlii, «Iivh tanto para determ inar un hijo
inliih'in •■'guillo d r o li o » , m i n o u n lil|o único. I'.n la Biblia,
lu ihiImIh iirlm<>ni*nilo n a u n a expresión Irunl y honorífica.
ii
17. — In s tr u c c io n e s M arianas.
M aría fue la prim era que, de una m anera irrevocable y ab
soluta, consagrara a Dios su virginidad, y comienza así aquella
estela cándida y lum inosa de vírgenes, que en todos los tiem
pos, después que Ella, han seguido al Cordero sin m ancha, en
tonando las notas de un cántico nuevo. Sólo en la ciudad de
Milán, en tiem po de San Ambrosio — el gran Apóstol de la
virginidad —, m ás de ochocientas jovencitas, de una sola vez,
tom aron el velo sagrado de la virginidad. Lo m ism o sucedía
en otros lugares. Nos dice San Ambrosio que sólo en la Iglesia
de Africa se consagraban m ás vírgenes a Dios que hom bres
nacían en Italia.
Legiones cándidas de alm as que corrían y corren detrás de
!a delinosa fragancia del ejem plo de María.
3. O t r o s l u g a r e s e s c r i t u r i s t i c o s . — Algunos E scotistas
vieron una alusión a la Asunción, tam bién, en los siguientes
pasajes de la E scritu ra: « E n tra en tu reino, tú y el arca de
tu santificación» (Salm o 131, 8); el arca sería M aría. «Sen
tóse a tu diestra la reina con su vestido de oro» {Salm o 44,
105); p o r el vestido de oro se puede entender el cuerpo sa
cratísim o de María. Y, finalm ente, el pasaje apocalíptico:
«Y una señal grande apareció en el cielo; una m u jer vesti
da del sol, con la luna b ajo sus pies y con la cabeza adorna
da con una corona de docc estrellas» (Apoc. 12, 1). Con es
tas palabras, M aría, figura de la Iglesia, es descrita viva y
triunfante en los cielos.
I. E n l o s p r i m e r o s c in c o s ig l o s . — Una nueva prueba so
bre la Asunción corpórea de M aría se debe deducir de la
Tradición.
a) Testim onios im plícitos. E sta Tradición fue siem pre
Ininterrum pida en la Iglesia y, por tanto, debem os considerar
la do origen apostólico.
F.n Ion prim eros cuutro siglos de la Iglesia, esta verdad
I tic profesada s o l a m e n t e de una m anera implícita, en cuan
to i'ntMtm p i i c o i i iidn o h o t r a s verdades udm itidas respecto a
l,i N itndslnut V lig en, ilr luí m o lo * después brotó naturalm en-
ii \ ili iii i|in f o r m a b a o i m i e n t o inlcgral. «Como aquellos
Him ilc uuiian a h o n d a n t e s observa Cumpana —, salutíferos
\ i i u n d a n te s , (|iir prim ero d i s c u r r e n largo trecho bajo tie-
it a v después apureccn de improviso a la luz del sol con to
llo el Ímpetu de su plenitud; así la creencia en la Asunción
tli> Marín se encuentra en la Iglesia prim itiva, pero en esta
do Intente, como envuelta y sepultada b ajo el m ando de otras
Idea*, progresa con el desarrollo de estas ideas y la comse-
i llénela lógica de sem ejante progreso había de ser la apertu
ra del envoltorio, dejando ver la nueva idea en un estado
de lorm nelón yn completa».
I.m P a d r e s de Ion prim eros siglos, en efecto, si exceptua-
1110*1 a T i m o t e o ile Jertisalén, no nos ofrecen ningún testim o
nio i Ivrto v explícito de la Asunción. Mus si no contam os
io n tes tim o n io * c ie r to s v explícitos, tenem os testim onios im
plícitos, v ñu e*f»/1 nrunilvn alnunti que nos autorice o haga
.....peí lini ipn Itii iiiil I g u o N representantes de la Tradición
iilMIium lin vmii ntdu i m itrarlos al hecho de la Asunción. Es-
li* lli ni lo puede m i deducido com o testim onio favorable,
corno ai Huiliento di- aprobación o, al menos, de no reproba
ción de la creencia universal, ya en aquellos prim eros tiem
pos tan enraizada en el alm a de los fieles.
b) /.os apócrifos y su valor. La literatu ra, en efecto, del
pueblo creyente de aquellos días lejanos, aseguraba de la
m anera más explícita la Asunción corporal de María. Los es
critos apócrifos, tan num erosos y tan p rolijam ente difundidos
en todas las lenguas orientales, cuentan con abundancia de
detalles la Asunción de María. En su contenido, no se puede
negar que hay m ucho de leyenda, m as el relato, en su esen
cia, tiene un verdadero valor histórico, capaz, al menos, de
hacernos conocer el pensam iento y las creencias de los cris
tianos de aquellos tiem pos. Si no fuera así no se explicaría
la veneración con que fueron considerados durante m ucho
tiem po, y la historia h ab ría hecho sentir, al menos, la pro
testa de algunos personajes im portantes. Y, p o r tanto, es el
caso de rep etir aquí: el que calla, consiente.
c) La fiesta de la Asunción. O tro argum ento que prueba
el hecho de la Asunción es la fiesta institu id a desde el siglo
iv para celebrar dicho m isterio. E sta aparece como de uso
universal y com ún, no sólo entre los católicos, sino tam bién
entre sectas disidentes y en antiquísim as iglesias nacionales,
como las de los arm enios y los etíopes.
d) Las razones del silencio relativo. El silencio relativo
de los prim eros cuatro siglos no debe m aravillarnos, pues
existían m uchas causas que lo m otivasen. Las principales, en
tre otras, el empeño de los Santos Padres en defender de los
ataques de los herejes la n aturaleza divina y los atributos de
N uestro Señor Jesucristo, el peligro de reincidir en la idola
tría, que duró en algunas p artes de Italia h asta el siglo vi,
el peligro de d ar pábulo a la propagación de la h erejía de los
Gnósticos o Docetas, los cuales sostenían que Jesucristo tu
vo un cuerpo aparente.
A todo esto añádase la disciplina del arcano, que duró
h asta el fin del siglo vi. Con razón, pues, San Andrés de Cre
ta (675) decía que la Iglesia no creyó bien divulgar la Asun
ción «porque aquellos tiem pos no p erm itían la divulgación
de sem ejantes verdades».
2. L a p l e n i t u d d e l a g l o r i a d e M a r í a . — Lo exigía, en se
gundo lugar, la plenitud de la gloria de María, o sea, aque
llas m últiples relaciones que unían a la Virgen con Cristo.
La Virgen Santísim a, en efecto, fue siem pre y en todo seme
jante a C risto; fue — diría el poeta — «el rostro que más se
asem eja a Cristo». Los m isterios de la vida de M aría se ar
monizan perfectam ente con los m isterios de la vida de Cristo.
A cada uno de los m isterios de la vida de Cristo corres
ponde siem pre uno análogo de la vida de María. Al misterio.
pues, de la gloriosa resurrección del Señor corresponde en
María su Asunción a los cielos. ¿Acaso dos destinos tan m a
ravillosam ente unidos desde sus comienzos y a lo largo del
curso de su existencia, tendrían que separarse al final?
Además, dada la originaria identidad de la carne de Cris
to con la de María, era muy conveniente que tan to aquélla
como ésta no estuviesen sujetas a la corrupción del sepul
cro. Unida de una m anera tan íntim a e indisoluble a Aquel
que es la vida: «F.go sum vita» ¿cómo era posible que aque-
llu cim o bendita l'ucve presa de la muerte?
d r h a b e r c o n a k l e r u d o 11 la Santísim a V ir g e n tan
I t i - .p in * »
to en kii N l i i u i i l u r i N l i i i u misión com o en si m ism a, o sea, en
NtlN s i n g u l a r e s privilegios de naturaleza, de gracia y de glo
ria, recibidos de Dios en vista a tal misión, s u r g e espontánea
In Maúlente pregunta: ¿Cuál debe ser n u estra actitu d con
roipccto a Ella? E sta actitud se expresa y sintetiza en la pa
l a b r a culto.
Debemos, en efecto, trib u ta r a la Santísim a Virgen un
culto singularísim o, proporcionado a su m isión extraordina
ria y a sus Im ponderables privilegios.
Conxldernremos, por tanto, el culto de M aría: 1, en sí
tnlamo, o seu, en su naturaleza y legitim idad; 2, en sus ele
m entos y actos esenciales (veneración, gratitu d , am or, in
vocación, servidum bre, Im itación); 3, en su necesidad; 4, en
su» beneficio» Indlvlduules y sociales; 5, en sus principales
prActlcuN externan. Tintarem os, finalm ente, a m odo de con-
ulunlón, de In Consagración a María, síntesis adm irable y,
ni minino tiempo, la m ás alta expresión de todos los actos
del culto Mariano.
NATURALEZA Y LEGITIMIDAD DEL CULTO MARIANO
3 . L e g it im id a d d e l c u l t o t r ib u t a d o a l a s r e l iq u ia s e im á g e
nes d e M a r í a . — Es legítimo, en tercer lugar, el culto tri
5. O b j e c i o n e s d e l o s p r o t e s t a n t e s c o n t r a e l c u l t o d e Ma
n ía . — a) Objeciones deducidas del Evangelio. Es en el m is
mo Evangelio donde los p ro testantes pretenden encontrar
lu Itiklllli m lóii dr mii l'obla Miu'iiina. Los Evangelios, según
e l l u i , iioii pi< m ' i i U i i ii JcNUcrlsto com o el p rim er enemigo
ilrl i iillu ii Mal fu, mi Madre. Me aquí lo que se lee en el
l'rateiHant Dlclionary de Wriglit (en la palabra M aría Virgen):
• (jno María no huya tenido una m isión o una posición ofi
cial en la Iglesia de su divino Hijo, se descubre claram ente
cada ve/, que en la E scritu ra se hace referencia a Ella. Cuan
do Jesús, a la edad de doce años, es encontrado en el tem plo
discutiendo con los doctores, a aquel reproche am oroso: «Tu
padre y yo te buscábam os llenos de angustia», responde con
una verdadera alusión a la filiación divina: «¿No sabíais que
yo debo de ocuparm e de las cosas de m i Padre?» Cuando
en las bodas de Caná, María quiere d ar una dirección al ejer
cicio de nú poder divino, El le responde: «M ujer, ¿qué ten-
l*o yo que ver coulltio?» Cuando María, con los herm anos de
Jesús, quiere ap artarlo del contacto eoii las turbas, El pre
tinilla: «¿Q uitaos min mi m adre y inis hermanos?» y p r o
clatna una fraternidad inri* am plia, acogiendo en ella a cuan-
UM lim en In voluntad del P adre celestial. Es tam bién m uy
nlliiillli iillvn el que N uestro Señor haga su p rim era aparición
a M alla Magdalena y a las dem ás m ujeres; como lo es tam
bién que en la asam blea del Cenáculo, la presencia de las de
más m ujeres es acordada antes que la de la M adre del Salva
dor. Todo esto dem uestra evidentem ente que M aría, durante
su vida m ortal, no asum ió p arte directiva alguna en las asam
bleas de la Iglesia».
E stas objeciones deducidas de la E scritura — apresuré
monos a decirlo —■ no causan perjuicio alguno al culto que
nosotros tributam os y solemos trib u ta r a M aría. Si las pala
b ras y los hechos que se nos aducen son considerados en su
m ism o texto y en su contenido, tan to próxim o com o rem oto,
hem os de concluir que excluyen toda suerte de desconsidera
ción, por m ínim a que sea, tanto p o r parte de Jesús con re
lación a M aría, como de E sta con relación a Aquél.
Y así, la respuesta dada por el Señor, niño de doce años
a su Santísim a Madre, que ju stam en te lo había buscado, lle
na de dolor, dem uestra solam ente que el Salvador, p a ra
cum plir la obra que le había encom endado su Padre, tenía
que p asar por encim a de los sentim ientos m ás vivos de la
Madre, porque los vínculos que le ligaban con Aquél eran
incom parablem ente superiores a los que le ligaban con su
M adre terrena.
Una razón superior, por tanto, desconocida p ara María
y para José, había obligado al divino Adolescente a d ejar los
corazones de personas p ara El tan queridas sum idos en una
desolación verdaderam ente profunda. No se trataba, pues, de
una relajación de la Madre, sino de una exaltación del Padre.
De la m ism a m anera, la respuesta dada por Jesús a aque
llos que le anunciaron, m ientras hablaba a las turbas, que su
M adre y sus herm anos (prim os) deseaban verle, no quería
significar o tra cosa sino que las razones hum anas de los pro
pios padres y parientes, en general, no deben obstaculizar ja
m ás los planes divinos de las personas dedicadas al apostola
do, porque los vínculos del espíritu son incom parablem ente
superiores a los de la carne y los bienes espirituales están
muy por encim a de los m ateriales. Tal es la interpretación da
da por San A m brosio: «Jesús, el M aestro de la m oralidad, que
se había puesto a sí m ism o p o r modelo, quiso p racticar por
sí m ism o las obligaciones que im ponía a los demás. El que ha
proclam ado que quien no deja al padre y a la m adre no es
digno del H ijo de Dios, fue el prim ero en som eterse a este
postulado. E sto no quiere decir que no se preocupase del pre
cepto del am or filial, pues suyo es el m andam iento que dice:
«El que no am a al padre y a la m adre, debe morir». Sino que
El tam bién sabía que los deberes que lo ligaban al Padre eran
más fuertes que los que tenía p ara con su Madre. En sus pa
labras y en sus acciones no existió, pues, desprecio alguno ha
cia sus padres, sino únicam ente u n a ju sta preferencia con
cedida al parentesco espiritual sobre el cam al» (Expositio in
Lucam, 6, 36).
Un sentido análogo a éste se le atribuye a la respuesta da
da por Jesús a la m u jer anónim a que llam ó bienaventurada a
la Madre del Señor. A la parentela puram ente cam al (no a la
divina, desconocida por la m ujer anónim a), es preferida la
parentela C N p irltu u l que proviene de o ir y p racticar la pala
tu u de I I I i i h , m i n o I d hacía, lu p rim era entre todas, la San-
11*1lint V liu n í A quella m u je r creyó huccr un elogio a la Ma-
ilii ilp |i<mU e x c la m a n d o : «Dichoso el seno que te llevó y los
peí lio* que te am am antaron» (Luc. 2, 27). Jesús, en cambio, ha-
i'O de Hllu un elogio m ayor diciendo: «Más dichosos son los
que oyen la palabra de Dios y la cumplen» (Idem , 28).
Respecto a la respuesta dada por Jesús a la Virgen Santí
sima en las bodas de Caná, observa atinadam ente Cam pana:
«M ientras sea cierto, y siem pre lo será, que los sentim ientos
de una persona se m anifiestan m ás con los hechos que con las
palabras, y que éstas se in terp retan según el desarrollo de
aquéllas, y no viceversa, es evidente que en ninguna circuns
tancia como en aquélla María quedó revestida de un poder
sencillam ente maravilloso. Pues los hechos procedieron a me
dida de s i i s deseos, habiendo Jesús satisfecho su petición, pro
veyendo del vino necesario, nada menos que con un milagro,
con el prim ero de min milagros. Se tratab a de un prodigio
requerido poi Ella, v no dudó ni por un m om ento que su sú
plica N e r l n cm lli luulti, |>nr-. nnle\ ilr ipii- Jesús lo ivalizasc,
o niMiiH't'Nl»ine ln Intención de hacerlo, Ella, segurísim a de cuan
to Iba a acaecer, fue a los sirvientes y les d ijo : «Haced cuan
to El os diga»: Dicit nm tcr ejus m inistris: quodeum que dixe
rit facite» (Juan, 2, 5). La respuesta dada p o r Jesús a María ex
presa, evidentem ente, cierta diferencia de pareceres; pero esta
diferencia —i como es evidente —• nacía no ya de la persona
que pedía el m ilagro, sino de la cosa pedida, o sea, un pro
digio, el prim ero de Cristo, que había de realizarse en un mo
m ento que no era ciertam ente el m ás oportuno (un banquete
de bodas), circunstancia que no h ab ría sido elegida p a ra ello,
con toda seguridad, de n o h ab er existido la intervención de
la Virgen. La respuesta de Cristo, p o r tanto, m ás bien que re
bajar, enaltece a la Virgen Santísim a, colocándola en u n a glo
riosa esfera de luz.
Es m uy cierto que el Evangelio refiere que la p rim era apa
rición de Jesús resucitado fue a M aría Magdalena. Pero es fá
cil com prender que los Sagrados Libros no entienden referir
todas las apariciones del Señor resucitado, sino solam ente
aquellas que debían de servir p a ra p ro b ar la realidad de este
hecho. La aparición a la Santísim a Virgen, o sea, a la Madre,
no habría sido evidentem ente la m ás indicada p a ra este fin.
Por o tra parte, es m uy n atu ral el suponer que la p rim e ra apa
rición de Cristo resucitado debió ser p a ra su M adre. El reve
larlo habría sido una cosa superflua.
Finalm ente, respecto a la objeción tom ada del hecho de
que la presencia de la Santísim a Virgen en el Cenáculo es
recordada después de la de las piadosas m ujeres, se puede
n o ta r que ninguna, entre las cien personas allí presentes — a
excepción de los once Apóstoles — fue indicada nom inalm en
te y de una m anera p articu lar com o la M adre de Jesús (Hechos,
1, 14, sig.); señal de una profunda y silenciosa veneración hacia
la Santísim a Virgen.
Las objeciones de los p rotestantes, p o r tanto, son todas in
fundadas, porque consideran las palabras y los hechos del
Evangelio bajo un solo aspecto y a la luz, m ejor dicho, a la
som bra de sus prejuicios.
b) Objeciones sacadas del pretendido origen pagano del cu
to de María. O tra objeción contra la legitim idad del culto Ma
riano es deducida por algunos protestantes del pretendido ori
gen idolátrico del mismo.
El culto de M aría — así lo dicen — h a tenido su origen
en el paganism o, o sea, en el falso culto trib u tad o a las dio
sas (A starté, Diana, Cibeles, Isis, etc.). Los paganos, en efecto,
habiendo en trad o en m asa en la Iglesia, habrían traído consi
go su m odo de sentir sobre las diosas exaltando m ás allá de
lo conveniente a la Virgen, m itigando de esta form a el rígido
m onoteísm o de la Iglesia oficial.
E sta teoría — digámoslo inm ediatam ente con la m ayor fran
queza — no se aviene con el dogm a ni con la historia. Repug
na al prim ero, porque el culto pagano trib u tad o a las diosas
es muy distinto del culto cristiano trib u tad o a M aría. El pri
mero, en efecto, es de la tría y, p o r tanto, ido látrico ; el segundo,
en cambio, es de hiperduiía.
Además, los efectos de uno y otro son com pletam ente di
versos. Los efectos del culto pagano trib u tad o a las diosas,
prescindiendo, generalm ente, de alguna que o tra norm a m oral,
engendraba y fom entaba la sensualidad, la inm oralidad, etc.
El culto crU tluno tributado a Murta, por el contrario, ha hecho
brotnr lu*» inri* raro* dore* de virtudes, especialm ente rela
cionada* con lu pureza.
Dicha te o r í a , p o r o tra parte, no se aviene con la histo
r i a . Si fuese cierta, no se explicaría cómo el culto a M aría
aparece tan débil, precisam ente en el tiem po en que los pa
cunos entraron en m asa en la Iglesia, hacia los siglos III y IV.
El verdadero origen del culto cristiano de M aría hay que
buscarlo en el Evangelio y en la Tradición apostólica, o sea,
en la singular excelencia de la M adre de Dios y M edianera de
los hom bres. Si existen algunas analogías en tre el culto pa
gano de las diosas y el culto cristiano de M aría, son p u ra
m ente extrínsecas y nacen del hecho de que cualquier culto,
verdadero o falso, corresponde, generalm ente, a algunas aspi
raciones o necesidades del corazón hum ano.
CULTO DE VENERACION
ESQUEMA. — Intro d u cció n : Los v a rio s a cto s y elem en to s del c u lto Ma
ria n o . — I . E l culto Mariano de veneración está justificado por el Evan
gelio: 1. C u án to h a h o n ra d o Dios a M a ría; 2. C u án to la h o n ró el a r
cángel S an G a b rie l; 3. C u án to la h o n ró S a n ta Isa b el. — I I . El culto Ma
riano dt' veneración está justificado por la Tradición: 1. La T rad ició n nos
UKCiftita <luo M uría lia sid o v e n erad a en todo tiem po: a ) la p ro fec ía de
M arín y mi p len o c u m p lim ie n to ; b ) la m u je r an ó n im a del E v an g elio; c)
Ioí c ilslln n o s de la* C u tu cu m b as; d ) los P a d re s y D octores de la Igle-
a ia ; 2. La T rad ició n nos a se g u ra q u e M aría h a sid o v e n erad a en todo
lugar; 3. La T rad ició n no s a se g u ra q u e la S a n tís im a V irgen h a sido ve
n e ra d a de todas las maneras: a ) las v a ria s fo rm as del c u lto M arian o ;
b) su c la ra ex p lic ac ió n ; c) a p ro b a ció n d e D ios. — I I I . El culto Mariano
de veneración está justificado por la razón: 1. La razó n no s in d u c e a h o n r a r
a a quellos en los c u ales re sp lan d e c e alg u n a e sp ecial ex celen cia; 2. La
v eneración trib u ta d a a M aría no p e rju d ic a , sin o q u e favorece a la d e b id a
a J e s ú s. — Conclusión: ¡V en erem o s a M aría!
I. — E l c u l t o M a r ia n o d e v e n e r a c ió n e s t a ju s t if ic a d o p o r
el E v a n g e l io
1. C u a n t o h a h o n r a d o D i o s m i s m o a M a r í a . — Los enemi
gos del culto M ariano de veneración están en ab ierta contra
dicción con el Evangelio. Este, en efecto, nos asegura, ante
todo, cuánto ha honrado Dios m ism o a María.
Habiéndola elegido como M adre suya, la ha elevado — co
m o hem os visto — a una dignidad que toca a los lím ites de
lo infinito y la ha enriquecido de todos aquellos privilegios
de naturaleza y gracia con que un H ijo om nipotente puede
enriquecer a su am adísim a M adre.
Y la honró de tal m anera que la hizo la Obra m aestra d
su sabiduría, de su poder y de su bondad infinita. ¡Cuánto no
la honró Dios al querer e sta r som etido a Ella y a su p ad re pu
tativo! «Et erat subditus illis» (Luc. 2, 51).
Dios, pues, ha sido el prim ero en dam os el ejem plo al hon
r a r a M aría. P o r m ucho que haga el hom bre, jam ás llegará
a h o n rar ta n to a la Virgen cu an to la h a honrado Dios.
2. C u a n t o la h o n r o e l A r c á n g e l S a n G a b r i e l . — El Evan
gelio, adem ás, nos recuerda el acto de profunda veneración
realizado p o r el Angel hacia M aría el día ien que fue constitui
da M adre de Dios. El la saludó llena de gracia, bendita entre
las m ujeres. Ahora bien, ¿por qué no podemos nosotros repe
tir el acto y las palabras de veneración pronunciadas un día
p o r el Angel enviado de Dios?
H asta u n p ro testan te — Dietlein — en u n opúsculo titula
do Evangelische Ave Maria, publicado en H alle en el 1863,
deploraba con nostálgico y p atético acento que el p rotestan
tism o, con su aversión a María, im pidiese a sus secuaces el
dirigirle aquel saludo que el m ism o Dios le hab ía dirigido por
boca del Angel, y m ientras que a todo m oribundo le es grato
el decirle: Salve, alm a piadosa, sólo con la M adre no sea
esto posible. Y se llam an cristianos — y se sienten orgullosos
de que se les llam e así — y con todo no han entendido nada
del Cristianism o.
3. C u a n t o l a h o n r o S a n ta I s a b e l . — El Evangelio, final
m ente, nos com prueba el honor, la veneración qu'e trib u tó a
M aría S anta Isabel cuando aquélla fue a visitarla. In spirada
por el E spíritu Santo, Isabel saludó a la Virgen con las pa
labras: «Bendita Tú eres entre todas las m ujeres y bendito
es el fru to de tu vientre» (Luc. 1, 42).
«El modo ordinario de saludarse — observa el Cardenal Gib-
bons — aquí sufre u n cam bio radical. Es la vejez la que se in
clina ante la ju v en tu d ; es una m u je r universalm ente estim ada
la que saluda a u n a pobre joven; es una m atro n a inspirada
la que se m aravilla de verse visitada p o r u n a p arien ta joven-
císima. E xalta la fe de M aría y la llam a bienaventurada; mez
cla las alegrías de M aría con las de su H ijo y, finalm ente, el ni
ño Juan dem uestra su alegría saltando de gozo en el seno de
Isabel. Se nos advierte que en e sta entrevista, Isabel estuvo
llena del E spíritu Santo, y esto p ara hacem os com prender que
la vi-ncraclón que Ella siente hacia su p rim a no e ra fruto de
I o n propio* sentim ientos, sino del im pulso del E spíritu Santo»
(La fe de nuestros padres, p. 188).
Dios, pues, un ángel, una santa, y todos los representantes
de la je ra rq u ía intelectual, en sus distintos grados, han vene
rado a María. ¿No podrem os venerarla tam bién nosotros?
I I . — E l c u l t o M a r ia n o d e v e n e r a c ió n e s t a j u s t if ic a d o
por la T r a d ic ió n
1. L a T r a d ic ió n n o s a s e g u r a q u e M a r ía h a s id o honrada e
2. L a T r a d ic ió n n o s a s e g u r a q u e la S a n t ís im a V ir g e n h a s id o
v en e r a d a e n — En todas p artes donde es venera
todo l u g a r .
do Jesús, el Hijo, es venerada tam bién María, la Madre. A Ella,
como a Cristo, se le h an dedicado en todas p artes tem plos
y altares. A su nom bre, com o al de Cristo, se h a levantado
p o r todas p artes un coro de alabanzas que ha ido siem pre
en aum ento y que llegará a eternizarse, juntándose con el co
ro de los elegidos en el cielo.
3. L a T r a d ic ió n n o s a segu r a q u e M a r ía h a s id o honrada e
— Y no sólo en todo tiem po y lugar, sino tam
todos l o s m od o s .
bién en todos los modos, todas las generaciones cristianas,
im pulsadas p o r el am or, siem pre industrioso, han venerado
a la Santísim a Virgen y la h an proclam ado bienaventurada.
a) Las varias form as del culto Mariano. Innum erables, en
efecto, son las form as que h a revestido a través de los tiem
pos el culto M ariano. Las principales, con todo, se pueden re
ducir a las siguientes: 1, la / orina m ística, esto es, la expresión,
m ediante la plegaria y la palabra, de la devoción a M aría; 2,
la form a ritual, o sea, las procesiones y las fiestas instituidas
en honor de M aría: 3, la form a local y conm em orativa, o sea,
las peregrinaciones a sus santuarios m ás insignes, los cuales se
rem ontan a los prim eros siglos de la Iglesia; 4 , la form a voti
va, o sea, todo cuanto es consecuencia de u n voto em itido pa
ra h o nrar a M aría; 5, la form a patronal, o sea, las iglesias, ciu
dades y naciones colocadas b a jo el valiosísimo patrocinio
de N uestra S eñora; 6, la fo rm a social, o sea, Ordenes religio
sas, Congregaciones, Agrupaciones de caballeros, H erm anda
des, dedicadas a su nom bre y a su culto; 7, fo rm a literaria,
o sea, m illones de tratados, discursos, composiciones poéticas
a Ella consagradas; 8, form a artística, o sea, obras de pintu
ra, de escultura, de arq u itectu ra, de m úsica realizadas en su
honor; 9, form a num ism ática, o sea, m edallas y m onedas con
su veneradísim a imagen, que se rem ontan a los prim eros si
glos de la Iglesia.
b) Clara explicación de todo esto. Todas estas varias form as
de culto M ariano son explicables en extrem o. Quien tiene un
deber hacia una persona, cuando dicho deber es de tal magni
tu d que por m ucho que haga siem pre quedará al descubierto,
aprovecha todas las form as y m edios p ara corresponderle. Tal
sucede con los cristianos respecto a la Santísim a Virgen. Es
de tal m agnitud la deuda con que se sienten obligados h acia
María, que están convencidos que jam ás p o d rán cancelarla..
Por eso no dejan p a sa r ocasión alguna p a ra d em o strar a la
Madre de Dios toda la g ratitu d albergada en sus corazones..
c) La aprobación de Dios. Dios m ism o h a aprobado y aprue
ba, ha anim ado y anim a — por así decirlo — a la veneración
tributada a su Santísim a M adre con los m ás estrepitosos prodi
gios obrados en sus santuarios, en aquellos lugares donde, de
una m anera especial, florece este culto, donde con m ás fervor
se invoca a María.
Sería suficiente reco rd ar el santuario de Lourdes, donde de-
11
< de toatlgoa, creyentes y no creyentes, b ajo el
o m lm l i Inmuno »1« lu ciencia, la Suntísirna Virgen realiza de
continuo Ion imVt e s t r e p i t o s o * milagros. Estos son como el sello
de Dio», o confirm ación de la legitim idad del culto de vene
ración tributado continuam ente, en todas las form as, a M aría.
POR LA RAZON
I. — C u l t o d e g r a t it u d
1. P o r q u e d e b e m o s s e r g r a t o s a M a r í a . — El porqué d
bem os a la Santísim a Virgen un culto de g ratitu d es eviden
te. Nosotros, en efecto, debem os ser agradecidos a las per
sonas que nos han hecho y nos hacen un bien. A veces, hasta
las bestias dem uestran este sentim iento de gratitud. Arro
ja d un trozo de pan o un hueso a un perro y veréis con cuán
tos alegres saltos, o lam iendo la m ano generosa, os demues
tra su gratitud. Quien, p o r tanto, no siente el gran deber del
agradecim iento se m u estra inferior a las m ism as bestias y
se coloca en un nivel inferior al de ellas.
Ahora bien, ¿quién, después de Dios, nos ha reportado
más beneficios que M aría? Es Ella la que, ju n tam en te con
nuestro Redentor, com o C orredentora nuestra, satisfaciendo
y m ereciendo p o r nosotros, nos ha abierto las puertas del
cielo y nos ha librado del ignom inioso yugo de Satanás. Es
ella, que, a costa de inauditos dolores, nos ha regenerado con
Cristo u la vidu sobrenatural de la gracia divina, perdida por
i'l pecado, l i s F.lln In que no s e perdonó ni a si m ism a ni a su
lll|<>, ni cual amaba Incomparablemente más que a sí, para
ili•«< nosotros luéacmo* eternam ente felices. Todas las gra-
i Ihs de que hemos sido enriquecidos por Dios, todas, sin ex
cepción, hnn pasado por sus purísim as manos, o sea, nos han
sido concedidas m ediante su intercesión. Después de Dios,
por tanto, ninguna persona m erece tanto n u estra g ratitu d
como la Virgen Santísim a. La razón y la fe, p o r esto, repi
ten a nuestro oído, o m ejor dicho a nuestro corazón, aque
lla am onestación del Apóstol: «Grati estote», «Sed agrade
cidos» (Tes. 5, 18). Y qué cosa m ejor — exclam aba San Agus
tín — podemos llevar en nuestro corazón, pronu n ciar con
nuestra lengua, escribir con la plum a, que esta p alab ra: ¡G ra
cias! (1).
II. — C ulto de am or
CULTO DE SERVIDUMBRE
I . — ¿ P or q u e debem os s e r v i r a M a r ía ?
II. — ¿C om o dhihim os s i i r v i h a M a r ía ?
4 . E v it á n d o l e toda s u e r t e d e d is g u s t o s y p r o c u r á n d o l e toda
— Un siervo fiel de cualquier reina de la tie
c l a s e d e a l e g r ía s .
CULTO DE IMITACION
I. — E l m o d el o m a s p e r f e c t o y e l m a s adaptado
1. E l m o d e l o m a s p e r f e c t o : J e s ú s . — No hay du d a alg
n a ; el prototipo de todos los cristianos, el m odelo suprem o
que todos deben copiar es, indiscutiblem ente. Cristo. No en
vano en la ú ltim a Cena, después de haberles lavado los pies
a sus discípulos, les dijo: «¡Yo os he dado ejem plo! ¡Haced
vosotros lo mism o!» «E xem p lu m dedi vobis, u t quem adm o
d u m ego feci, ita et vos faciatis». El, d urante su vida, hizo
bien todas las cosas: «Bene om nia fecit!»
E sta im itación de Cristo no es cosa facultativa, sino obli
gatoria, al m enos en u n a m edida m ínim a, es decir, en aquella
m edida -que es indispensable p a ra la salvación de nuestra
alma. El Apóstol ha hablado m uy claro a este propósito. San
Pablo h a dicho que aquellos a los cuales Dios h a elegido pa
ra la gloria eterna, los h a p redestinado p a ra que sean con
form es a la im agen de su H ijo, a fin de que El sea el pri
m ogénito en tre muchos h erm anos: «Quos praescivit, et prae
destinavit conform es fieri im aginis Filii sui, u t sit ipse pri
m ogenitus in m u ltis fratribus» (Rom. 8, 29).
¡Jesús! He aquí el m odelo m ás acabado p a ra el hom bre.
Es necesario conceder, sin em bargo, que la im itación de este
sublim e m odelo resu lta dificultosa p ara n u estra débil natu
raleza. Pues si es cierto que Jesús es verdadero Hom bre, en
todo sem ejante a nosotros — menos en lo que afecta al pe
cado — no lo es menos que tam bién es Dios. Su hum anidad
y su divinidad subsisten en u n a m ism a persona y esta per
sona es divina: la persona infinita del Verbo. Las acciones
por tanto de su vida, todas sus virtudes, son acciones y virtu
des divino-humanas. El no es u n a sim ple criatura, m ientras
que nosotros lo somos. E n El, adem ás, a causa de la unión
hipostática, no podem os ten er el modelo perfecto de todas
las virtudes, pues algunas de ellas, com o la fe y la esperan
za, no existieron en Jesús, pues desde el p rim e r m om ento
de su existencia gozó de la visión beatífica.
1. M o d e l o d e p ie d a d f i l i a l p a r a c o n D i o s . — Debemos im
tar, ante todo, a la Virgen Santísim a en su piedad filial pa
ra con Dios. Fue la nota característica de su vida. Su cora
zón, desde las prim eras palpitaciones, se sintió tan lleno de
Dios que convirtió cada uno de los actos de su existencia en
flores fragantes de piedad p a ra con el Creador.
Su corazón se sintió desbordado por el am or cuando des
de el prim er instante de su vida hizo u n a entrega total y
perenne de sí m ism a a Dios, el cual la a tra jo a sí de la mis
m a m anera que un potente im án atra e a u n hilo de hierro.
Su corazón se sintió desbordado de am or cuando en el
tem plo de Jerusalén, al alba de su existencia, le fue concedi
do expresar externam ente aquella entrega in tern a hecha a
Dios desde el p rim er in stan te de su existencia.
Su corazón se sintió desbordado de am or m ás que nunca,
cuando, escondida como cándida palom a en los atrios del
templo, vivió toda absorta, sum ergida en Dios, en una con
tinua y filial intim idad con El, huyendo con el m ayor cuida
do de todo cuanto le hubiera podido causar desagrado y ha
ciendo am orosam ente todo cuanto podía proporcionarle al
gún placer.
Su corazón se sintió desbordado de am or de una m anera
muy particu lar, cuando el Verbo se encam ó y habitó en Ella
como en un riquísim o tem plo perfum ado con los efluvios de
su divinidad y sintió p alp itar el corazón de Dios m uy cerca
del suyo. En aquellos nueve m eses afortunados en los que
Jesús vivió literalm ente de la vida de M aría, su corazón pu
rísim o debió sentirse com o aniquilado en su pecho, tran sfo r
mándose por com pleto en el del m ism o Dios que se había
com unicado a Ella de m anera tan singular, ju n tam en te con
la plenitud de sus dones.
Su corazón se sintió desbordado de am or cuando su m i
rada virginal se posó en la hum ilde gruta de Belén, en el
Verbo hum anado en el preciso m om ento en que podía estre
charlo contra su seno cubriéndole de tiernos besos.
Su corazón se sintió desbordado de am or cuando se com
placía en contem plar a su Divino H ijo y Este, a su vez, se de
leitaba en la contem plación de su augusta Madre, im prim ien
do en Ella una suavísim a m irada.
Su corazón se sintió desbordado de am o r cuando vio a
Jesús adolescente correr hacia sus brazos m aternales para
estrecharse con tra su corazón, im prim iendo en su ro stro sua
vísimos besos am antes, con los cuales le m anifestaba todo su
amor.
Su corazón se sintió desbordado de am or de u n a m anera
muy p articu lar d urante los días trem endos de la Pasión y
m uerte de su divino Hijo, cuando en un arranque de gene
rosidad incom parable se entregó con El a la voluntad del
Padre, como víctim u reparadora de la divina gloria y p ara el
rescate del género humano.
Su corazón n c M in tió desbordado de am or siem pre que
pudo estrecharlo contra nu coruzón ul ofrecérsele oculto tras
los velos de la Sugrudu E ucaristía.
Su corazón se sintió desbordado de am or cuando vio lle
gado el m om ento de unirse eternam ente u su Dios.
¿Puede acaso im aginarse un modelo más com pleto de pie
dad filial p a ra con Dios?... Su am o r de M adre fue la mayor
consigna de toda su vida, la tónica de todas sus acciones.
Con ello nos enseña de la m anera m ás elocuente a « tratar
de Dios com o de Dios» en todo, y siem pre con extrem a deli
cadeza.
2. M o d e l o d e s i n g u l a r p u r e z a p a r a c o n s ig o m i s m a . — De
bemos im itar, en segundo lugar, a la Santísim a Virgen en su
singular pureza. Ella es la Purísim a p o r antonom asia. Físi
cam ente hablando, un cuerpo se 'lam a puro cuando no con
tiene ningún elem ento heterogéneo que desvirtúe su natu
raleza. Así, por ejem plo, decimos que el agua de un arroyue-
lo es pura. En sentido m oral decimos que una persona es
p u ra cuando no ha sido contam inada en m anera alguna pol
la m alicia de la culpa, aunque é sta sea leve. Tal fue en toda
circunstancia María. Fue única en la pureza como en todo
lo demás. Aún más, Ella fue la única criatu ra com pletam en
te pura. Fue la pureza personificada aparecida sobre este
nuestro planeta lleno de fango p a ra em briagarlo con su per
fume virginal. Desde el p rim er instante de su existencia vi
vió siem pre bajo el encanto, bajo la influencia del am or di
vino, como sum ergida en aquel océano de pureza, siguiendo
los cam inos que la m ano de Dios le m ostraba, senda toda
cubierta de azucenas. Dios fue siem pre el dueño absoluto de su
corazón, pues Ella vivió siem pre en El y p a ra El. Ella fue «vir
gen en todo — com o se expresa Santo Tom ás de Villanue-
va —, virgen en el cuerpo y virgen en el alm a, en la m irada
y en el tacto, en el pensam iento y en los afectos, en las pa
labras y en las obras, en el espíritu y en los sentidos». Exis
tía en M aría una perfecta arm onía entre los sentidos y las
potencias superiores del alma. Parecía u n a verdadera plan
tación de azucenas. E ra el encanto del cielo y de la tierra.
¡Oh si un p in to r hubiese podido plasm ar a la Virgen en to
dos los instantes m ás salientes de su vida: en el tem plo, en
tre las paredes de su hum ilde estancia, en presencia del án
gel, en casa de Isabel en espera del nacim iento del Precur
sor, en sus relaciones con el m undo y con las personas de di
verso sexo, en su fam iliar convivencia con el discípulo am a
do de Jesús!... Si un tal p in to r hubiese sabido y podido
ofrecernos la ingenuidad lum inosa de su m irada, la belle
za de su rostro, la m odestia de su tra je , la corrección de su
trato, la virginal fragancia de sus palabras..., ciertam ente
habría dado al m undo el re tra to m ás acabado y perfecto de
la pureza...
Por eso la pureza de M aría difunde tan ta luz, ta n ta fra
gancia, por eso su divina belleza es tan atrayente, tan bené
fica..., tan contagiosa... Legiones de alm as... «corren tras
la fragancia de sus perfumes».
3. M odelo de s in g u l a r m is e r ic o r d ia p a r a c o n e l p r o j im o . —
Debemos im itar, en tercer lugar, a la Santísim a Virgen en
su m isericordia p a ra con el prójim o. Se puede afirm ar con
la m ayor seguridad que en su corazón ternísim o y virginal,
grande como el mundo, encontró siem pre un eco poderoso
todos las miserius de los hom bres, o sea, sus necesidades,
dolores y priado*. Su m isericordia, por tunto, fue una misc-
rieordU que *e com place en consolar, una m isericordia que
p inloiw Tuvo, cii efecto, un corazón hecho a sem ejanza del
Corazón de su Divino Mijo.
u) Misericordia que socorre. La m isericordia de María,
en prim er lugar, fue una m isericordia inclinada a socorrer
lit Indigencia. ¡Oh si hubiesen sido escritos todos los epi
sodios de la vida de la Virgen! Cuántos haces de luz no hu
biesen proyectado sobre su Corazón m isericordioso. Con todo,
tío faltan algunas escenas muy elocuentes. Sería suficiente
recordar el episodio acaecido en las bodas de Caná.
b) Misericordia que consuela. La m isericordia de María,
en segundo lugar, es una m isericordia que consuela a aque
llos que sufren, sen física, sea m oralm ente. Se suele recordar
que los habitante* de Nazarot, cuando estaban oprim idos
por algunu desgracia, Ibun u buscur consuelo en M aría di
ciendo: «¡Vayamos en buscu de la suuvidad!» Y de aquella
sunvidad personiflcudu todos se partían serenos y consolados.
Sea histórico O no este detalle, lo cierto es que la Santísim a
Virgen lia sido y será siem pre el consuelo de los afligidos,
• Consolatrix a f/lictorum » por antonom asia. Es conmovedor
a este propósito, el episodio que se lee en la vida de San Al
fonso Rodríguez, alm a enam oradísim a de la Virgen.
Un día este santo, cuando era ya m uy avanzado en edad
y se encontraba m uy debilitado, acom pañaba a un Padre que
se dirigía a decir Misa a una Capilla de la Virgen m uy dis
tante del Convento, sobre una colina. El santo viejo cam i
naba con dificultad y con el ro stro bañado en sud o r; hubo
un m om ento en que sintió que le faltaban las fuerzas. De
pronto, una m ano invisible, con infinita delicadeza, le enju
gó la fren te; él se dio cuenta de la presencia de la Virgen
M aría, que había venido a aliviarle en su cansancio. Y des
pués de este hecho se sintió tan ágil y fuerte que prosiguió
sin fatiga el resto del cam ino con el corazón inundado de
celestial alegría.
c) Misericordia que perdona. La m isericordia de María,
en tercer lugar, es una m isericordia que perdona, generosa
m ente, a todos aquellos que de alguna m anera han herido
su tierno corazón. ¡Quién sabe cuántas veces, d u ran te su
vida, se le negaron ciertas atenciones y se le hicieron ver
d aderas ofen sas! Pues bien, todas estas faltas, antes que
exasperar su corazón, fueron p a ra Ella m otivos p a ra usar
p ara con aquellos que le ofendían las m ás delicadas aten
ciones, las m ás exquisitas finezas. Especialm ente, allá al pie
de la cruz, Ella unió la plegaria de su corazón a la de Cristo,
que intercedía p o r todos sus verdugos.
Al socorrer a los indigentes, al consolar a los afligidos,
al perdonar a los pródigos, em pleó todos los medios. Usó
de una m anera especial de la oración, recom endando a Dios
ininterrum pidam ente con su corazón encendido de m isericor
d ia, a todos sus hijos necesitados.
(2 ) B o s s u e t : La V irgen, p á g . 3 2 .
(3 ) C fr. L a C roix, 21 d ic. 1931.
BENEFICIOS DEL CULTO MARIANO
a r t ic u l o I
III. — B e n e f ic io s d e s p u e s d e la m u e r t e
II. — S obre la s o c ie d a d r e l ig io s a
1. I n f l u jo d o c t r in a l . El culto de M a r ía , « c e t r o de la o r
to d o x ia de la f e ». E s te continuo y benéfico influjo d e l culto
M ariano sobre la Iglesia fue doble: doctrinal y m o r a l . Influ
jo doctrinal, ante todo. E l l a , en efecto, fue p ara la Iglesia —
según se expresa León X III en la Encíclica A djutricem po
puli — «cetro de la fe ortodoxa», pues desplegó un c u i d a d o
continuo en hacer de m anera que la fe católica persistiese
firme en los pueblos y floreciese en tera y fecunda. Y sobre
esto, la historia nos proporciona m uchas y bien conocidas
pruebas, confirm adas, adem ás, p o r acontecim ientos extraor
dinarios. Especialm ente en aquellos tiem pos y lugares en los
que se hubo de deplorar una fe languideciente y descuida
da o atacada p o r la peste nefasta de los errores, se hizo más
m anifiesta la benignidad de la Virgen, que acudía en soco
rro de tal necesidad. Y ante su m irada se levantaron falan
ges incontables de hom bres ilustres p o r la santidad y el a r
dor Apostólico, los cuales orientaron y encendieron los áni
mo» d r m i s oyentes en el fulgor de la vida cristiana. Basta
nom brar uno entre muchos, Domingo de Gu/.mán, el cual se
entrenó n unii y otra misión con felices resultados p or me
dio drl Santo Rosario. Y no h abrá quien ponga en duda la
gran parte que corresponde a la M adre de Dios, de las victo
rias conseguidas p o r los Padres y Doctores de la Iglesia, al
reivindicar e ilu stra r de form a tan egregia a la verdad cató
lica. Ellos m ism os fueron los prim eros en reconocer que de
Ella, «Sedes sapientiae», recibieron la afluencia de las me
jores inspiraciones que tuvieron al escrib ir; a Ella, pues, y
no a ellos, se debe atrib u ir el que la m aldad del infierno fue
se aniquilada. Finalm ente, los Príncipes y los Rom anos Pon
tífices, custodios y defensores de la fe, los unos en las gue
rras santas que em prendieron, los otros en los solemnes de
cretos que prom ulgaron, lo hicieron com enzando p o r invo
car el nom bre de la Santísim a Virgen, a la que encontraron
siem pre propicia. De aquí que tanto la Iglesia como los Pa
dres hacen a la Virgen objeto de estas prolijas y bien m ere
cidas alabanzas; Ave, o boca de los Apóstoles siem pre elo
cuente, sostén estable de la fe, roca firm ísim a de la Igle
sia (1); salve ¡oh Tú!, por cuyo m edio hem os entrado a for
mar parte de los ciudadanos de la Iglesia una, santa, católica y
aposfótica (2); salve, fu en te inagotable de virtudes, de la
cual dimanan los ríos de la sabiduría celestial, de la más
limpia ortodoxia, poniendo en fuga a la turba de los erro-
(1) Ex H ym n o G raec. A ca íisío s.
(2 ) S . Jo . D a m a s c . O r. in A n n . D ei Gen.
res ( 3 ) ; alégrate, porque Tú sola extinguiste todas las here
jías en el mundo universo (4).
2. I n f l u jo e n elde la in t e l ig e n c ia , o se a , s o b r e
cam po l
3. I n f l u jo en el c a m po du la voluntad, o sea , so b r e el
h ie n y — En dos modos principalm ente ha
i.a s c o s t u m b r e s .
influido el culto de lu Santísim a Virgen en las costum bres
■ocluid: contribuyendo eficazm ente a la desaparición de la
barbarle y elevando el concepto social de la m ujer. El influ
jo de la Santísim a Virgen en la desaparición de la barbarie
en que se encontraban envueltos los pueblos del septentrión
ha sido puesto de relieve por m ás de u n historiador. Se sabe
que en los albores del siglo v los b árbaros que b ajaron del
N orte atacaro n con ím petu al im perio am enazando la civiliza
ción rom ana. Sólo la fuerza de la idea cristiana y M ariana con
siguió contener a estos pueblos, convirtiéndolos de lobos en
corderos. La suave figura de M aría abrió un surco de suavi
dad y dulzura en sus alm as duras.
Pero el m ejo r influjo del culto M ariano sobre las costum
bres sociales lo realizó elevando a la m u jer social y m oral
m ente. Es un hecho que no necesita dem ostración que la
m ujer es el term óm etro del estado m oral de una edad, de
un siglo, de unu nación. Cual es la m ujer, tales son las cos
tum bres. Para com prender bien toda la influencia de María
en la elevación moral de la m ujer, es necesario d ar una rá
pida m irada al estado m oral en que se encontraba antes de
M aría y en el estado en que se encuentra actualm ente en los
pueblos aún no ilum inados por la luz del Evangelio.
Fijém onos en el O riente y en el Occidente. En el Oriente,
entre los persas, los asirios, los indios, etc., la m ujer, más
que una persona, no e ra o tra cosa que un vil objeto de pla
cer y de tráfico, estando su jeta a la prostitución religiosa o
legal. La inferioridad m oral de la m u jer con respecto al hom
b re era indiscutible, proclam ada altaneram ente p o r el hom
bre y aceptada sum isam ente p o r ella. La m u je r no podía as
p ira r a la dignidad de hija, de esposa, de m adre.
El Occidente nos ofrece un cuadro no menos oscuro. Los
griegos m ism os y los rom anos estuvieron m uy lejos de te
ner el concepto ju sto y verdadero de la m ujer. En Atenas,
la m u jer estaba como secuestrada y m antenida bajo tutela.
N ada le pertenecía. De todos los seres vivientes y dotados
de razón — decía Medea en la tragedia de Eurípides — nos
o tras las m ujeres somos los m ás desgraciados: nos vemos
obligadas, ante todo, a com prar un m arido m ediante sum as
enorm es; el esposo es el dueño absoluto de nuestra persona.
El divorcio no está consentido p a ra las m ujeres, a éstas no
les es posible desprenderse del marido... ¿Qué nos queda,
pues, sino morir?» E n E sp arta ap arecía del todo em ancipa
da y asociada a la vida exterior y política de los ciudadanos.
Pero debía de pagar tal privilegio con el precio de la abdica
ción de las propiedades de su sexo y de una m anera espe
cial debía de sacrificar su tesoro m ás preciado: el pudor. E ra
u na especie de heroína bárbara. Las m ujeres casadas se cam
biaban y se vendían com o anim ales inm undos.
Tam bién en Roma la m u jer estaba su jeta a u n control
perpetuo de su persona y de sus bienes, en la sociedad do
m éstica y en la sociedad civil. Su único refugio, su m isera
ble consuelo, eran el lujo y la lu ju ria desenfrenada. E ntera
m ente inm olada al m arido, no era p ara éste, en realidad,
m ás que una cosa.
En resum en : «Todas las legislaciones antiguas — como
asegura De M aistre — desprecian a la m ujer, la degradan, la
m olestan, la m altratan m ás o menos» (5). «Si existe algún
punto constante — observa Troplong — es la inferioridad en
la cual las m ujeres eran situadas p o r la religión y p or las
constituciones políticas» (6).
Hubo u n solo pueblo entre los antiguos que obró de una
m anera excepcional, y fue el pueblo judío. La m u jer judía, a
(5) E c la irc isse m e n t s u r le s sa crific e s, p . 22.
(6) De l'in flu e n c e d u C h ristia n ism e s u r le D roit c M I des R o m a in s, p. 288.
pesar de la poligam ia y el repudio, era altam ente honrada
en todos sus estados (virgen, esposa, m adre, viuda); se le
consentía cierta participación en la vida política. Pero estos
honores le eran prodigados en vista a una m u jer — la m u
je r por excelencia — : la fu tu ra M adre del Mesías, tan es
perado y deseado. Tal era, en pocas palabras, el estado de
la m ujer antes de María. No es m enos desconsolador su si
tuación después de María, en los lugares donde no ha llega
do la luz del Evangelio. «Sacrificada en la India — dice De
M aistre — sobre la tum ba de su esposo; esclava, b ajo el
Corán; bestia de carga, entre los salvajes».
La raíz últim a do este universal desprecio hacia la m ujer
antes de que fuese conocida María, tiene como fundam ento
la iniciativa que la com pañera del hom bre tuvo en el dram a
del pecado original, hecho del cual quedó siem pre algún
recuerdo en la historia de los pueblos. Así Hesiodo, n arra
dor de los m itos griegos, nos refiere que Vulcano, al plas
m ar a Pandora «en lugar del bien, fabricó un bello mal».
«Las m ujeres — dice — cómplices de todo mal, han sido
dadas a los hom bres por el Señor del rayo, como el más
funesto de los dones». «¡Oh m ujeres — g rita Esquilo —,
criaturas insoportables, sexo odiado p o r los sabios, con el
cual no s e ' debería jam ás h abitar, principal flagelo de la
fam ilia y del estado!» Sim ónides llegó a declarar que Dios
«al crear a la m ujer, le hizo un alm a aparte y le form ó un '
cuerpo con m aterias tom adas de algunos animales». «La
m ujer — proclam a H ipócrates — es perversa por n aturale
za». La m ism a Sabiduría hubo de lanzar esta piedra contra
la m ujer, no sin razón; *A m uliere facium esi initium pecca
ti et per illam om nes m orim u r»: «Con lu m u jer tuvo comien
zo el pecado y a cuu.su de t'llu todos hemos de morir» (Ecles.
25, 33). El pecado: he aquí la raíz de Ja m aldición universal
sobre la m ujer.
Mas he aquí o tra m u jer que es todo lo contrario de Eva
y que rep ara sobreabundantem ente el daño por ella ocasio
nado a todo el género hum an o : ¡M aría! Ella rehabilita en
sí m ism a a Eva y a todas sus desventuradas hijas. ¿Cómo
puede la m u jer seguir siendo esclava desde el m om ento en
que una m u je r se convierte en la dueña del cielo y de la
tierra?... ¿Cómo p odrá seguir siendo m enospreciada por el
hom bre, desde el m om ento que éste se arrodilla lleno de
m aravilla y de respeto delante de una m ujer?... De esta for
ma, la Virgen convierte a la esclava en señora. La que era
considerada com o un bello mal se convierte en un bien bello.
La que era acusada de ser cóm plice de todos los males, es
trocada p o r M aría en cóm plice de todos los bienes, en las
escuelas, en los hospitales, en las misiones, donde hay vin
bien que realizar. A la m aldición universal provocada por
Eva, sucede la bendición universal originada p o r M aría. De
esta m anera, la m u jer elevada p o r M aría llega a alcanzar un
puesto incom parablem ente m ás alto que aquel del cual ha
bía caído. Vuelve a ser altam ente respetada en todos sus es
tados: com o hija, como esposa y com o m adre. De lo cual
se origina un florecim iento de virtudes en v entaja directa e
indirecta de la sociedad civil. Se sabe, en efecto, que las na
ciones se form an sobre las rodillas de las m adres; la m u
je r influye sobre la sociedad, form ando al hom bre en el niño,
en el herm ano y no raram ente en el esposo.
1. E x c e p c io n a l im p o r t a n c ia d e l p r o b l e m a . — Muchos, im
portantes y difíciles son los problem as que han agitado y
continúan inquietando al espíritu hum ano. No solam ente en
el orden sobrenatural, sino tam bién en el orden n atural, el
hom bre se encuentra m uy frecuentem ente delante del m is
terio. E s con todo innegable que en tre todos estos problem as
im portantes y difíciles, el m ás trascendental, y al m ism o
tiem po el m ás difícil, es precisam ente el que se refiere a
nuestra predestinación a la gloria del cielo. E s un problem a
éste capaz de hacer v ib rar todas las fibras de nuestro ser. Es
éste el problem a de los problem as.
2 Í. — f n s t r t j n n i n n t M n r i n n n < ;
b) Las oraciones y el auxilio de María. Por o tra parte,
aunque la predestinación, en sí m ism a, o sea, com o se halla
ab aetem o en la m ente de Dios, dependa únicam ente de
Dios, causa prim era, con todo, el efecto de la m ism a, o sea su
actuación en e l tiem po, no se obtiene con certeza sin el con
curso de las causas segundas, y , especialm ente, como ense
ñ a S anto Tom ás (S. Th. q. 23, a. 8), sin las oraciones de los
santos y las obras buenas. Por esto, precisam ente, las ora
ciones de los bienaventurados y las obras buenas son los
dos indicios m ás ciertos de predestinación, pues con ellos el
hom bre llega a realizar en sí m ism o la etern a predestinación
de Dios.
Ahora bien, si p ara el efecto de la predestinación son tan
eficaces las oraciones de los santos, ¿cuánto m ás lo serán las
de la Reina de los santos? «Me resu lta m ás ventajoso — es
cribía un célebre escritor m a ñ a n o — ser devoto solam ente de
la Virgen que de todos los santos y ángeles ju n to s; y estoy
seguro de mi salvación si Ella se encarga de agenciarla, más
que si en ello se em peñaran con sus oraciones y sus m ereci
m ientos todos los bienaventurados» ( D ’A r g e n t a n , Conferences,
t. III, p. 431). ¿Y si la Reina de los santos suplica p o r todos,
cuánto m ás lo h ará p o r sus devotos?
Además, p a ra realizar las obras buenas — otro indicio de
predestinación —, ¿no es acaso necesario, indispensable, el
auxilio de la gracia divina? Sin ésta, en efecto, n ad a pode
mos hacer que sea m eritorio p a ra el cielo. ¿Y acaso no es la
Virgen Santísim a — p o r disposición divina — la M edianera
de todas las gracias?... ¿Y de estas gracias, indispensables pa
ra realizar buenas obras, especialm ente obras escogidas, efi
caces, no será Ella generosa en concederlas a aquellos que la
honran y la invocan? E n ello e stá com prom etido su honor.
¿Acaso le puede fa lta r el poder y la voluntad?... ¿Acaso el Al
tísim o no le ha dotado del brazo fu erte de M adre de Dios y
de un Corazón ternísim o com o M adre del hom bre? El poder
es la m ano que alcanza, y la bondad es la m ano que distri
buye. El poder la acerca a Dios, y la bondad la aproxim a al
hom bre.
Es evidente, pues, que ser devotos de M aría es realizar en
sí mismos las condiciones señaladas por la Sabiduría divina
para obtener con certeza el efecto de n u estra predestinación;
ser devotos de M aría es, p o r tanto, u n a señal evidente de
predestinación a la gloria del cielo.
4. ¿ Q u e d e v o c io n a M a r ía e s s e ñ a l d e p r e d e s t i n a c ió n ? — Po
dríam os preg u n tarn o s: ¿basta acaso u n a devoción cualquiera
a M aría p a ra e sta r m oralm ente seguros de h ab er sido destina
dos por Dios p ara la gloría del cielo?
Para dar una respuesta conveniente a esta pregunta, es ne
cesario distinguir una triple devoción hacia la Santísim a Vir
gen, es decir: u n a devoción perfecta, una devoción im perfecta
y una devoción falsa. Devoción perfecta es la de aquellos los
cuales, además de trib u ta r alabanzas a María, ejecutan el man
dato que Ella dio a los criados del banquete de las bodas de
C a n á : «Haced todo lo que Jesús os diga». Son, p o r tanto, los
que a la veneración de la Virgen, unen inseparablem ente la
práctica de los preceptos divinos. Devoción im perfecta es la
de aquellos los cuales, aun viviendo en pecado m ortal, o sea,
en desgracia de Dios y sin intención alguna de p racticar las
virtudes, le trib u tan , con todo, con honrada intención, un pe
renne testim onio de alabanzas. Su devoción es verdadera pero
im perfecta. Es verdadera, pues en estos pobres pecadores exis
te una verdadera y pronta voluntad de realizar las prácticas
que redundan en honra y gloria de María. Es adem ás im perfec
ta, porque sus actos de devoción no están anim ados por la
caridad; son como flores herm osas atadas con un lazo su
cio. Devoción falsa es la de aquellos que no sólo viven en pe
cado, sino que tam bién tom an m otivo de su devoción a la Vir
gen para vivir más libre y tranquilam ente en él. E sta es una
devoción presuntuosa, una especie de sacrilegio, pues profana
una cosa santísim a, pretendiendo, en cierta m anera, hacer
cómplice a la Santísim a Virgen de la ofensa de Dios.
Una vez sentado esto, podem os decir: la certeza de estar
entre el núm ero de los predestinados conviene en sum o gra
do a la perfecta devoción; en m enor escala, a la im perfecta, y
nada en absoluto a la falsa. Consiguientem ente, cuanto más
quiera uno estar m oralm ente seguro de su predestinación a la
gloria, tanto m ás debe buscar el perfeccionar su devoción a
María.
2. No f a l t a n , c o n t o d o , m o t i v o s p o d e r o s o s . — ¿Puede se
guirse de esto que el culto de devoción a la Santísim a Virgen
(1) E p íto m e J u r is C anonici, L. I I , e d . ♦, n . 601.
es una cosa de sim ple consejo, u n a o b ra de supererogación,
com o el culto y la devoción hacia los santos? ¿Que sea una
cosa de la cual se puede prescindir o m enospreciar cuando se
tra ta de alcanzar la eterna salvación? De ninguna m anera.
Pues existen m otivos poderosos que nos inducen a a d m itir q u e
la devoción filial a la Santísim a Virgen, p ara los adultos q u e
conocen suficientem ente a M aría es m oralm onte necesaria
p a ra salvarse, de m anera que uno que positivam ente se mos
trase indiferente o se negase a invocar y venerar a María, es
m oralm ente im posible que se salve. Expliquem os un poco
estos térm inos.
II. — L as pr u e b a s
1. La a u t o r id a d d e l a I g l e s i a . — La Iglesia, en su liturgia
pone en boca de M aría las palabras de la E sc ritu ra : «El
que me encuentre hallará la vida y recibirá la salvación del
Señor; m as el que peque co n tra mí, d añará su alm a. Todos
los que m e odian, am an la m uerte» (8, 35-36). Al considerar
estas palabras, el m ism o Ecolam padio, protestante, hacía, im
presionado, la siguiente declaración: «Jam ás, como lo espero,
con el auxilio de Dios, se podrá decir de m i que soy un a d
versario de M aría; pues yo considero como signo de repro
bación el no se n tir am or hacia Ella». La Iglesia, adem ás, en
su liturgia, nos presenta a la Santísim a Virgen como puerta
del cielo, «Iatiua coeli». Ahora bien, ¿cómo es posible querer
p en etra r en un palacio tan excelente, cual es el cielo, sin
p asar por la p u erta que es M aría? La Iglesia, finalm ente, nos
hace rep etir de continuo que la Santísim a Virgen es «vida,
dulzura y esperanza nuestra, «vita, dulcedo et spes nostra».
¿Cómo podrá, por tanto, conseguir la vida eterna el que no se
preocupa de h o n rar a Aquella que es n uestra vida? ¿Cómo
podrá gu star la eterna dulzura quien no saborea a Aquella
que es nu estra dulzura? ¿Cómo podrá esperar el prem io eter
no, quien vive olvidado de la que es n u estra esperanza?
En un him no de la Edad Media se asegura de una m anera
explícita que puede desesperar de su etern a salvación sola
m ente aquel que se olvida de invocar a M aría, de la cual
procede nuestra salvación: «Ille potest desperare — qui te
non vult invocare — : Tota enim n o stra salus — a te sola pro
greditur» ( M o n e , H ym n i latini... t. II, p. 360).
2. L as r e it e r a d a s a f ir m a c io n e s de los P adres y e s c r it o r e
L os Padres y Doctores y escritores de la Iglesia proclam an
unánim em ente, de una m anera im plícita y explícita, la nece
sidad de la devoción a M aría p a ra salvarse.
San Germán de C onstantinopla (740) en el II Discurso so
b re la dorm itio de María, dice: «Nadie se salva si no es por
m edio de M aría, M adre de Dios» (P. G. 96, 719). Y en o tro lu
g ar: «Cuando lu H ijo venga a juzgar al universo en su ju s
ticia, llorarán cuantos no quisieron, oh Madre, alab arte con
fe, y com prenderán, finalm ente, de qué tesoro se privaron si
guiendo sus perversas inclinaciones».
San Juan Damasceno (754) llega a asegurar que el culto
a la Augusta M adre de Dios «debe ser m ás grato a nuestro
corazón que el m ism o aliento vital», porque es p a ra nosotros
tanto «como la m ism a vida». Y llam a felices a aquellos cris
tianos que tienen su confianza p u esta en Ella, que es «verda
dera áncora de salvación» (Discurso I sobre la dorm itio de
la Virgen, P. G. 96, 719).
San Ildefonso (669) invita a los fieles a colocarse con él
«bajo el m anto del poder de María, p ara no verse un día
cubiertos de confusión como de u n vestido» (De V irginitate
perpetua S. Ai., c. 4, P. L. 96, 69).
Eadm ero de Canterbury (1109) asegura que si querem os
llegar al puerto de la salvación, debem os h o n ra r a la Virgen
Inm aculada. Dice, adem ás, que el patrocinio diario de la San
tísim a Virgen nos es necesario y que fatalm ente perece quien
se aleja de M aría (De Conceptione B. Mariae).
Ricardo de San Lorenzo escribe: «Debes servir a la Madre
de Dios durante tu vida si quieres conseguir la etern a salva
ción y vivir después de la m uerte» (De laudibus B. M. V.,
lib. II).
El au tor de la Biblia M ariana, atrib u id a a San Alberto
Magno, asegura explícitam ente que no puede conseguir la
eterna salvación quien no invoque a la Santísim a Virgen.
Según San B uenaventura (1274), M aría Santísim a es lla
m ada «puerta del cielo» porque «nadie puede p en etrar en el
P araíso si no p asa por María, com o a través de u n a puerta»
(C om ent. in. Luc. c. 1. n. 70, Op. 7, 27). Pues «de la m ism a m a
nera que por m edio de Ella Dios ha descendido hasta noso
tros, tam bién es necesario que nosotros, p o r medio de Ella,
subam os h asta Dios» (Scrm . 4 De Nativ. B. M. V Op. 9, 712).
S. L. Grignon de M ontfort (1716), en su áureo tratado de la
V erdadera devoción a la Virgen, enseña explícitam ente que
la devoción a la Virgen nos es necesaria p a ra salvarnos.
San Leonardo de Porto Mauricio (1751) orientó toda su
predicación m ariana hacia el problem a de la eterna salvación.
«Es im posible — decía — que se salve quien no es devoto de
María» (Pláticas en honor de la B. V. M., disc. 7, n. 1). «Tanto
interesa ser devotos de M aría cuanto im porta e n tra r en el
Paraíso, pues en el cielo no en tra quien no es devoto de la
Virgen» (Disc. 5, n. 3).
San Alfonso María de Ligorio (1787) enseña que la devoción
a la Santísim a Virgen es m oralm ente necesaria p ara sal
varse. «Por lo que — concluye — no se puede p ensar favora
blem ente de quien descuida esta devoción» (Apéndice a la
Selva predicable).
4. ¿ E n q u e grado e s n e c e s a r ia la d ev o c io n a M a r ía ? — La
devoción a la Santísim a Virgen, p o r tanto, es necesaria para
la salvación. Se podría p re g u n ta r: ¿en qué grado, en qué me-
LA CONSAGRACION A MARIA
ESQUEMA. — In tr o d u c c ió n : El 31 d e o c tu b re de 1942. — I. C óm o e n te n d e r
la Consagración a M a ría : 1. E l sig n ific a d o : d o n ació n to ta l y p e re n n e a
M a ría ; 2. La b a s e : la re a le za d e M aría p o r d e re ch o n a tu ra l y a d q u iri
do. — I I . C óm o v iv ir la consagración a M aría: La v id a de u n ió n con
M a ría: 1. E n q u é c o n sista : u n ió n h a b itu a l d e p e n sa m ie n to , d e afecto, de
o b ra s , h a cién d o lo to d o : a) co n M aría, y b ) p o r M a ría; 2. S u s fu n d a
m e n to s: a ) la p re s e n c ia de M aría e n n o s o tro s ; b ) la m a te rn id a d e s p iri
tu a l d e M a r ía ; 3. S u s v e n ta ja s : a ) ric a fu e n te de g ra c ia s ; b ) in efab le
a legría y p a z e n v id ia b le; c) m e d io in c o m p a ra b le d e u n ió n con Jesú s,
sien d o M aría la v ía m á s fácil, m á s b re v e , m ás p e rfe c ta y m ás seg u ra
p a r a lle g a r a E l. — C o n clu sió n : « T o tu s tu u s su m ego, e t o m n ia m ea tu a
su n t!»
I. — C omo en ten d er la
II. — C omo v iv ir la c o n s a g r a c ió n a M a r ía
14. — I n s tr u c c io n e s M a ria n a s.
im itarla según n u estra capacidad. Es necesario, pues, que
en cada acción considerem os cóm o la practicó o la pratica-
ría M aría si estuviese en nuestro lugar; p ara lo cual debe
mos m editar en las grandes virtudes que Ella practicó du
ran te su vida y, particularm ente, en su fe viva, en su hum il
dad profunda, en su celestial pureza, cosas en las cuales su
peró a todas las criatu ras sobre la tierra y a los ángeles y
santos del cielo» (S. L. G. de M o n t f o r t , Tratado, n. 260).
De la m ism a m anera que los prim eros cristianos — según
se cuenta en las Actas de los Apóstoles — «perseveraban uni
dos en la oración en com pañía de María, M adre de Jesús»
(Act. 1, 14), de la m ism a form a nosotros debem os continuar
realizando todas n uestras acciones «con María», «cu m Ma
ría», o sea, en su presencia, con su auxilio y según su ejem
plo. Es necesario, p o r tanto, en cuanto es posible, no per
derla de vista. Es necesario que «al igual que los ojos de
la sierva están en las m anos de su señora» (Ps. 24, 15), así
nuestros ojos estén de continuo, en cuanto sea posible, en
las m anos de n uestra excelsa Señora, p ara conocer sus órde
nes, para considerar sus ejem plos, p ara recibir de Ella el
auxilio necesario, o sea, la gracia p ara secundarlos. ¡Cuán
dulce y suave es vivir con M aría, realizar todas n uestras ac
ciones en su presencia, según el ejem plo que Ella nos da y
m ediante su auxilio!
b) Obrar por María. O b rar p o r M aría quiere decir orde
n a r toda nu estra vida a la m ayor gloria de n u estra Reina:
*Ad m ajorem Deiparae gloriam».
De esta m anera M aría se convierte en el fin de todas
nuestras acciones, no en el fin últim o, que debe ser Cristo
solam ente, sino en el fin próxim o, en el cam ino m ás fácil
p ara llegar h asta Jesús y p a ra hacerlo todo p a ra gloria de
su Hijo, al cual está indisoluble y continuam ente unido.
M aría es, pues, el fin de todas n uestras acciones «-non ra
tione sui sed ratione alterius», no p o r razón de sí m ism a, si
no por razón de Cristo. Debemos, pues rep etir frecuente
m ente, m ejo r dicho de continuo, según los casos, a la San
tísim a V irgen: «¡Oh am adísim a Señora, p o r Vos me afano,
por Vos hago esto o aquello, yo os ofrezco esta pena, esta
injuria» (S. Luis G. d e M o n t f o r t , Secreto de Maria, n. 49).
Y así se tend rá el consuelo y la alegría inefable que experi
m enta siem pre el que obra, sufre y se sacrifica p o r u n a per
sona grandem ente querida y am ada, h asta llegar a no sen tir
•el peso de lo que hace o sufre p o r ella. El pensam iento m is
mo de tenerla contenta, es origen de su contento.
M ediante esta vida de unión, la Santísim a Virgen llega a
ocupar no solam ente u n a p arte de n u estra vida, o sea de nues
tros pensam ientos, de nuestros afectos, de nuestras acciones,
sino toda nuestra vida, o sea, toda n u estra m ente, todo nues
tro corazón, toda nuestra actividad, de form a que todo suba
hacia su trono com o perfum ado incienso. E sta vida de unión
con Muría es como una entrega a la Virgen de cuanito de me
ritorio hay en nuestra persona y en n u estra actividad. Y Ma
ría, a su vez, lo presenta a Dios. Porque hem os de rep etir nue
vam ente que la Virgen Santísim a no es la m eta. Ella será
siem pre el cam ino que conduce, necesariam ente, al fin, que
es Dios.
2. Los f u n d a m e n t o s d e l a v id a d e u n i o n c o n M a r í a . — Para
vivir, pues, consagrados a M aría, y p a ra vivir esta consagra
ción en toda la extensión de la palabra, de u n a m an era p le
na, es necesaria una vida de íntim a unión con M aría. Es nece
sario pensar habitualm ente en M aría, am ar a María, realizar
todas nuestras obras con M aría y por M aría. Es necesario, en
una palabra, una vida em inentem ente M ariana. Consagración,
en efecto, íes lo m ismo que entrega. E ntrega exige dependen
cia. Dependencia exige unión.
Y los fundam entos, o sea, los m otivos que a e sta unión nos
impelen, son muchos. Podemos, con todo, reducirlos a d o s :
la presencia de M aría en nosotros y su cualidad de Madre.
a) La presencia de María en nosotros. El p rim e r funda
m ento de nuestra unión con u n a persona o cosa se basa siem
pre en la presencia de aquella persona o de aquella cosa. Dos
cosas, en efecto, no pueden perm anecer unidas si la una no
está presente en la otra.
¿Y la Santísim a Virgen está de alguna m anera presente en
nosotros? ¡No existe d u d a alguna de ello! M aría está con
tinuam ente presente en nosotros. Y no solam ente de u na m a
nera. Podem os hablar, en efecto, de una «triple presencia de
la Virgen en nosotros, es decir, de una presencia o unión in
telectiva, o sea, con el pensam iento dirigido de continuo a
sus h ijo s : de una presencia o unión afectiva, o sea con el afec
to, am ándonos continuam ente; de u n a presencia o unión ope
rativa, o sea, m ediante la acción, operando continuam ente en
nosotros, en la distribución de todas las gracias. Ella nos ve
continuam ente, Ella continuam ente nos am a. Ella se ocupa
continuam ente de nosotros. Hay que deducir, pues, que entre
M aría y nosotros debe existir u n ininterrum pido intercam bio
de pensam iento, de afecto, de acción, o sea, p a ra decirlo en
pocas palabras, una verdadera vida de unión.
Si ella nos m ira continuam ente, o sea, está en nosotros,
con el pensam iento, tam bién nosotros, en cuanto nos sea po
sible, debem os posar n uestra m irada sobre su dulce, suave y
arrobadora figura, procurando no perderla jam ás de vista.
Si Ella nos am a continuam ente, o sea, está en nosotros
m ediante el afecto, tam bién nosotros debem os am arla sin in
terrupción, evitando cuidadosam ente todo cuanto puede pro
porcionarle desagrado y haciendo de buen grado cuanto le
satisface.
Si Ella obra continuam ente en nosotros, se ocupa de nos
otros, m ediante la distribución de las gracias, com o una m a
dre se desvela sin cesar p o r el hijo que ha engendrado y lleva
en sus brazos, tam bién nosotros debemos ocupam os continua
m ente de Ella, haciendo que todos la conozcan y la am en.
De este intercam bio ininterrum pido de pensam ientos, de
afectos, de acciones, o sea, de esta vida ín tim a de unión con
M aría irrum pen torren tes de gracias sobre n u estra alm a.
b) La m aternidad espiritual. María, adem ás, es nuestr
M adre y nosotros somos sus hijos m uy queridos, o m ejor di
cho, sus pequeñuelos. Con toda intención he dicho pequeñue-
los. Porque todo el discu rrir de n uestra vida terrenal hasta
el m om ento en que lleguemos «a la plenitud de Cristo»
(Ephes. 6, 13) estarem os en u n continuo período de infancia
espiritual. Y, en efecto, d urante este tiem po existen en nos
otros todas las debilidades y todas las necesidades propias
de la infancia. Debemos, pues, sen tir una especie de depen
dencia de Dios y de M aría, n u estra M adre, en todas las de
bilidades, en todas las necesidades de n u estra infancia espi
ritual, de la m ism a m anera que el niño débil e indigente se
siente necesitado de los cuidados de sus padres. Y es m edian
te este reconocim iento de n u estro estado de infancia espiri
tual y reconociéndonos y com portándonos, ante Dios y ante
la Virgen, como niños débiles, necesitados continuam ente de
todo, com o habrem os dado con el gran secreto p ara conse
guir la santidad. Es «el ascensor divino», como lo llam a San
ta Teresa del Niño Jesús, que nos lleva y nos levanta hacia
la altura, al m ayor grado de gracia sobre la tierra y al más
alto grado de gloria en el cielo.
3. V e n t a j a s d e l a v id a d e u n i ó n c o n M a r í a . — De la vida
de unión con M aría, b ro ta n innum erables flores delicadas
que a su tiem po se convierten en frutos m aduros en el tiem
po y en la eternidad. Vamos a indicar los principales.
a) Fuente abundante de g r a c i a E l p rim er fru to de esta
unión es la abundancia de gracias que de ella se derivan, mer
ced a la unión estrecha existente con aquel canal, a través
del cual pasan las aguas de todas las gracias divinas.
b) Inefable alegría y paz envidiable. Segundo fru to de esta
unión es la alegría inefable que inunda todo nuestro ser. Y
no puede ser de form a diversa. El que vive con u n a persona
a la cual am a entrañablem ente, necesariam ente se siente di
choso. ¿Qué gozo no experim entará, pues, el que vive perenne
m ente con M aría? No sin razón la Iglesia le aplica las pala
b ras del salm ista: «Los que viven contigo form an p arte de
una fam ilia, cuyos com ponentes están com o en la gloria» (Ps.
82, 7). Pues la convivencia con Ella es fuente de dulzura y de
alegría.
A esta alegría inefable se añade una paz envidiable; una
paz relativa, se entiende, pues la paz absoluta, o sea, la libe
ración de toda suerte de preocupaciones, es un fruto que m a
dura solam ente en el cielo. Aquí en la tierra podrem os lle
gar a un grado relativo de paz que nos p erm ita un suave re
poso, una liberación de tem ores, de escrúpulos e inquietudes.
Sem ejante paz, nosotros la encontrarem os en María, viviendo
unidos a Ella. Ella, en efecto, nos sirve de estím ulo eficacísi
m o p a ra evitar aquello que m ás que cualquier cosa com pro
m ete la paz, es decir, el pecado. «No caerán en pecado —
escribe S. L. G. de M ontfort, — los que tra b a je n conm igo en
conseguir la p ropia santificación» ( Tratado, n. 175). Por eso
la Iglesia aplica a la Santísim a Virgen las palabras del Ecle
siástico: «Qui operantur in m e, non peccabunt» (Eccli. 24, 30),
pues el m undo, el dem onio y la carne jam ás hicieron m ella
en María, que es toda pureza.
c) Medio incomparable de unión con Dios. Pero la flor más
bella y el fru to m ás exquisito de n u estra vida de unión con
M aría lo constituye el hecho de que sem ejante vida de unión
es el m edio m ás eficaz y m ás fácil p a ra conseguir la vi
da de unión con Cristo, en la cual consiste precisam ente toda
la perfección de la vida cristiana, la santidad.
«Ella — así se lo reveló Dios a Santa Catalina de Sena —
es como un espejuelo colocado p o r m i bondad p ara a tra e r a las
c riatu ras hum anas».
Jesús y M aría, en efecto, form an un grupo indisoluble, una
única persona m o ral: no se puede ir a M aría sin ir a Jesús.
E ntre los cam inos, pues, que conducen a Cristo y a la
íntim a unión con El, María, según la enseñanza lum inosa de
S. L. G. de M ontfort, es la senda m ás fácil, m ás breve, más
perfecta, m ás segura.
E s la senda m ás fácil. Es, en efecto, un cam ino ancho, es
pacioso, cómodo, libre de piedras y de espinas. Es, p o r tan
to, un cam ino m uy fácil de recorrer. «Es cierto, dice el m is
mo santo, que se puede llegar a la unión con Dios p o r otros
caminos, pero tiene que ser pasando p o r tro ch as m ás difíciles
y llenas de obstáculos casi insuperables. H abrá que p asar por
noches oscuras, so p o rtar batallas y agonías de m uerte, su
p e ra r terrenos escabrosos, avanzar en tre espinas punzantes y
recorrer desiertos desolados. Por el cam ino de María, en cam
bio, se avanza suavem ente y con gran tranquilidad. Es cierto
que al recorrerlo no faltarán ásperas luchas y dificultades
graves que superar, pero esta buena M adre se acerca tanto a
sus hijos fieles p a ra socorrerlos en sus tinieblas, p a ra ilum i
narlos en sus dudas, p a ra darles aliento en sus tem ores, para
sostenerlos en sus com bates y en sus dificultades, que, con ra
zón, este cam ino virginal p a ra llegar a Cristo se suele com
p a ra r a un cam ino sem brado de rosas y de am brosía. Hubo
santos, en corto núm ero, Como San Efrén, San Ju an Damas-
ceno, San B ernardo, San B em ardino, San B uenaventura, San
Francisco de Sales, etc., que recorrieron e sta vía suave para
llegar a Jesucristo. El E spíritu Santo, fiel Esposo de M aría,
les había indicado, concediéndoles u n favor señaladísim o, la
senda que habían de seguir; pero los dem ás santos, que son
m ás num erosos, aunque todos fueron devotos de la Santísim a
Virgen, cuminuron muy poc« p o r esta senda y así pasaron por
pruebas muy ásperas y difíciles» ( Tratado, n. 152-154).
E s el cam ino m ás breve p ara en co n trar a Jesús y unirse
a é l; es una senda, en efecto, que no tuerce ni a derecha ni
a izquierda, sino que va derecha, pues M aría, como hem os di
cho ya, es inseparable de El, y como no se puede p en sar en
M aría sin p en sar en Jesús, así no se puede ir a M aría sin ir
al m ism o tiem po a Jesús. R ecorriendo este cam ino se llega
inm ediatam ente a Jesús. «Se avanza m ucho m ás en algún
tiem po de dependencia y de sum isión a M aría que en dos
años enteros de h acer la p ropia voluntad y confiándose en
sí m ism o, pues u n hom bre obediente y som etido a M aría can
ta rá señaladas victorias sobre todos sus enemigos. Estos p ro
curarán por todos los m edios cerrarle el cam ino, o le aconse
ja rá n e in stig arán p ara que vuelva a trá s o in ten tarán hacerle
caer, pero con el apoyo, el auxilio y la guía de M aría, sin caer,
sin volver atrás, incluso sin retard o alguno, avanzará a pasos
de gigante hacia Jesucristo, siguiendo el m ism o cam ino, por
el cual, según está escrito, Jesucristo llegó h a sta nosotros a
pasos de gigante y en breve tiempo» (Tratado, n. 155).
E s el cam ino m ás perfecto, pues la Santísim a Virgen es
la criatu ra m ás perfecta, incluso la única que haya encam ado
en sí m ism a el tipo perfecto de la hum anidad. La pru eb a m ás
eficaz de esto es que el Rey de la gloria, cuando quiso venir
al m undo, no eligió o tro cam ino sino María.
E s el cam ino m ás seguro, pues se tra ta de una senda tra-
zada por la m ano m ism a de Dios; p o r tanto, M aría es la sen
da m ás segura p a ra conducim os a Jesús. Nadie, h a conocido
o conoce a Jesús, m ejo r que Ella. Nadie, por tanto, m ejo r que
Ella, nos puede conducir a Jesús. Es tam bién el cam ino m ás
seguro, pues es el m ism o que ha recorrido Jesús, n u estra Ca
beza, para llegar h asta nosotros; y los m iem bros de este cuer
po, pasando por él, no se pueden equivocar.
P r o l o c o ....................................................................................................... pág. 5
E sq u em a general d e la o b r a .................................. ” 7
In stru c ció n I. — E l estu d io d e M a r í a ................ ” 9
ESQUEMA. — In tr o d u c c ió n : La e d ad de M aría. — I. E l p o rq u é de este es
tu d io : Se d e b e e s tu d ia r la fig u ra d e M aría: 1. P o r n u e s tr a calid ad de
h o m b re s ; 2. P o rq u e som os c ris tia n o s; 3. P o r la excelencia d e e ste e stu
dio c o n sid e ra d o : a) en sí m ism o ; b ) e n sus a d m ira b le s efectos. — I I .
C óm o e stu d ia r a M aría: Se d eb e e s tu d ia r a M aría: 1. Con a m o r; 2. Con d ili
g en cia; 3. Con m éto d o . — I I I . F u e n te s y p rin cip io s: 1. F u e n te s: a) la S ag ra
da E s c ritu r a ; b ) la T rad ició n . 2. P rin cip io s: a ) p rin c ip io s p rim a r io s ; b )
p rin c ip io s sec u n d a rio s. — IV . N u e s tr o p rogram a: Las tre s p a rte s de n u e str o
e stu d io a b a r c a n : 1. La m isió n ; 2. Los p riv ileg io s; 3. El c u lto de M aría.
— C onclusión: N u e stro p echo d eb e s e r « u n a b ib lio teca M ariana»...
I n s t r u c c i ó n X I . — S u in m u n id a d d e l pecado
original pág. 141
ESQUEMA. — I n tr o d u c c ió n : Sólo u n a c ria tu ra es In m a c u la d a : M aría. —
I . E i sig n ific a d o d el p r iv ile g io : su p o n e c u a tro c o sa s: 1. E levación del
h o m b re a l e sta d o s o b re n a tu ra l m e d ia n te la g ra c ia s a n tific a n te ; 2. P é r
d id a de e s ta g ra c ia s a n tific a n te m e d ia n te el p e ca d o d e n u e stro s p rim ero s
p a d re s ; 3. T ran sm isió n d e e ste p e ca d o a todos su s n a tu ra le s d e sc e n
d ie n te s; 4. E xcepción h e c h a con M aría, la c u a l fue p re s e rv a d a : a) p o r
s in g u la r p riv ileg io ; b ) en p re v isió n d e los m é rito s de su H ijo , el Re
d e n to r; c) en el p rim e r in s ta n te d e s u e x isten cia. — I I . L a s p ru eb a s d el
p rivileg io : 1. La. S agrada E s c r itu r a : a ) el Pro to ev an g elio , b ) el salu d o
del ángel a M a ría ; 2. L a T r a d ic ió n : d o s p e río d o s: a ) en los p rim e ro s tre s
sig lo s: p ro fesió n im p líc ita ; b ) d e sd e el siglo c u a rto e n a d e la n te , p ro fe
sión c ad a vez m á s e x p líc ita ; 3. La razón d e m u e stra q u e Dios a) p u d o
p re s e rv a r a la S a n tís im a V irg en d e la c u lp a o rig in al, y b ) q u e e sto e ra
g ra n d e m e n te c o n v en ien te. — C o n clu sió n : ¡A legrém onos y recem o s!
I n s tr u c c ió n X I I . — E x e n c ió n d e l fo m e s d e la
concupiscencia ................................................................ p á g . 152
ESQUEMA. — In tro d u c ció n : Una e n fe rm e d a d com ún a todos los hijo s de
A dán. — I. E n qué co n siste el fo m e s de la c o n cu p iscen cia : 1. La concu
p iscen cia to m a d a a) en s en tid o etim ológico, b ) en sen tid o lato y c) en
sen tid o e s tr ic to ; 2. El fom es en s en tid o e stric to , efecto del p eca d o o ri
g in a l; 3. S u u n iv e rsalid ad , ex cep tu ad o s Je sú s y M aría. — I I . A usencia
p ere n n e y co m p leta d el fo m e s en M aría: 1. Las sen ten cia s d e los teólo
gos: a ) e n q u é cosas convienen to d o s ; b ) e n q u é d is ie n te n ; 2. Las
p ru eb a s: a) la S a g ra d a E s c ritu r a , b ) la T rad ició n , c) la ra z ó n ; 3. Falta d e
fu n d a m e n to d e las dos sen ten cia s o p u e sta s a la au se n c ia co m p leta y p e
re n n e del fo m e s: a) la d ific u lta d p a r a re a liz a r el b ie n n o es n e ce saria p a
ra el a u m e n to d e los m é rito s ; b ) la extin ció n del fom es d e sd e la con
cepción in m a c u lad a n o p e rju d ic a en n a d a a la d ig n id a d d e C risto Re
d e n to r; 4. E l Paraíso d e la E n c a m a c ió n . — C onclusión: P a ra a se m e ja m o s
a M aría.
I n s tr u c c ió n X III. — In m u n id a d d e l pecado
actual pág. 162,
ESQUEMA. — In tr o d u c c ió n : E l p rivilegio d e la in m u n id a d del p ecad o y la
ira d e los p ro te s ta n te s c o n tra el m ism o . — I. E l h ech o d o g m ático d e la
im p eca b ilid a d d e M aría: 1. E l s e n tir d e la Ig le sia ; 2. La voz de la S a
g ra d a E s c ritu r a ; 3. La voz d e la T rad ició n c ris tia n a . — I I . N a tu ra leza de
la im p eca b ilid a d de M aría: 1. R azones de las q u e hay q u e p re s c in d ir;
2. R azones v a ria s. — C onclusión: V itam p ra e sta p u ra m 1
I n s tr u c c ió n X V I I . -— Los carism as d el E sp í
r itu S a n t o ..................................................................... pág. 224
ESQUEMA. — In tr o d u c c ió n : Q ué so n , c u áles y c u á n to s los c a rism a s o « ru
c ias gratis da ta e. — I . G racias d e co n o cim ien to : 1. G ra c ias d e s a b id u
ría y de c ie n c ia : a ) la cien cia b ie n a v e n tu ra d a ; b ) la c ien cia in finta; c)
la c ie n cia a d q u irid a ; 2. G ra c ia d e la p ro fe c ía ; 3. G ra c ia de la In te rp re
ta ción d e la s p a la b ra s ; 4. G ra c ia d el d is c e rn im ie n to de Ion e n p írltiu .
I I. G racias d e p a labra: 1. E l don d e la fe ; 2. El don de lenguna. — III .
G racias d e op era ció n : La g ra c ia d e la s cu ra cio n es y el don d e m ilagros.
— C onclusió n : ¡M a ría , la p rim e r a e n todo!
I n s t r u c c i ó n X X I . — N a tu ra leza y le g itim id a d
d e l cu lto M ariano .................................................. pág. 270
ESQUEMA. — In tro d u c c ió n : U na p ro fec ía c u m p lid a . — I. N a tu ra leza del
c u lto M ariano: 1. S ig n ificad o d e la p a la b ra c u lto ; 2. T res e sp ecies de
c u lto : la tría , d u lía e h ip e rd u lía ; 3. E l c u lto M arian o no es id o lá tric o . —
II. L e g itim id a d d el c u lto M ariano: 1. L eg itim id ad d el c u lto trib u ta d o a
la p e rso n a de M a ría; 2. L e g itim id ad del c u lto trib u ta d o al C orazón de
M aría. O b je to : a) to ta l, re m o to y p rim a r io ; b ) o b je to m a teria l parcial,.
pró x im o y se c u n d a rio ; c) o b je to fo rm a l general, y d) o b je to fo rm a l es
pecial d e d ich o c u lto ; 3. L eg itim id ad d el c u lto trib u ta d o a las reliquias
e im ágenes de M aría; 4. L eg itim id ad del c u lto trib u ta d o al N o m b re s a n
tísim o de M a ría ; 5. Las o b jecio n es d e los p ro te s ta n te s c o n tra el c u lto
de M aría: a ) o b jecio n es sac a d as del E v an g elio ; b ) o b je c io n es d e d u cid as
de las p re te n d id a s d eriv acio n es p a g an a s del c u lto M arian o . — C onclu
sió n: E l sello d e D ios.
I n s tr u c c ió n X X I I I . — C ulto de g ra titu d , de
am or y de i n v o c a c ió n ......................................... pág. 290
ESQUEMA. — In tr o d u c c ió n : La M ed ia n e ra d e las c ria tu ra s . — I. E l c u lto de
g r a titu d : 1. Por q u é d eb em o s s e r g ra to s a M a ría; 2. C óm o d ebem os s e rle
g ra to s. — I I . E l c u lto d e a m o r: 1. Por q u é d eb em o s a m a r a M a ría; 2.
C óm o debem o s a m a r a M aría. — I I I . E l c u lto d e invocación: 1. Por qué
d ebem os in v o c a r a M aría. E lla : a) sab e so c o rre rn o s; b ) p u e d e s o c o rre r
n o s ; 2. C óm o in v o carla. C onfianza ilim ita d a : a ) en la v id a ; b ) en la
m u e rte , y c ) d e sp u é s de la m u e rte . — C on clu sió n : Las tre s p a la b ra s m ás
h e rm o sa s: g ra titu d , a m o r, invocación.
I n s t r u c c i ó n X X V I I I . — S eñ a l d e p re d e stin a
ció n ................................................................................. P^g* 349
ESQUEMA. — In tr o d u c c ió n : L a c ú sp id e de los beneficios d eriv ad o s del
c u lto d e M aría. — I . L os té rm in o s d el gran p ro b lem a : 1. Excepcional
im p o rta n c ia del p ro b le m a ; 2. S u ex isten c ia ; 3 ¿ E sta ré p re d e stin a d o ? ; 4.
T em o r y te m b lo r; 5. S eñales d e p re d e stin ac ió n . — I I . Las p ru eb a s del
p ro b lem a : 1, L a voz d e la Ig le s ia ; 2. La voz de la T rad ició n ; 3. La voz
de la razón ilu m in a d a p o r la fe : a) sem ejan za con C risto , efecto de la
devoción a M aría; b) la s o racio n es d e M aría y su a u x ilio al re a liz ar
o b ra s b u e n a s , ind icio s lum in o so s d e p re d e stin a c ió n ; 4. Qué devoción a
M u i ln ACM ncftul de p re d e stin a c ió n ; 5. La fu e rz a d e los h ech o s. — Con
ihtU O u: ln devoción n M aría, a r m a y re m e d io seguro.
I i i n I Mi c c i ón \ \ l \ . La necesidad d e l culto
M ar i a no ......................... ................................................................. 358
II
d e re ch o n a tu ra l y a d q u irí
I •>#»««*v ivir la c o n sa urat Aiti a M aría : La v id a de u n ió n con
MioIm I l n »¡ué a m s h t a : unión h a b itu a l de p e n sa m ie n to , de afecto, de
mIiim*, Inu li'iulolo to d o : n) con M aría, y b ) p o r M a ría; 2. S u s fu n d a -
»i Im p reten da de M aría en n o s o tro s ; b ) la m a te rn id a d e sp iri-
IiimI «Ip MmiIii; 3. S u s v en ta ja s: a ) ric a fu e n te d e g ra c ia s ; b ) inefable
mIi'kHm y p « i c n v ld iu b le ; c) m ed io in c o m p a ra b le de u n ió n con Jesú s,
«lendo MmiIii ln vln m ás fácil, m á s b re v e , m ás p e rfe c ta y m ás seg u ra
|u h a Urum m Rl. — C onclusión: « T o tu s tu u s su m ego. e t om n ia m e a tu o
•m il I*
Se te rm in ó d e im p rim ir en la
Pía S o cied ad d e S a n Pablo
S a n F e m a n d o d e H e n a re s (M a d rid ) 18-IV-63