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Dirección Escolar. Contagiar Ilusión y Liderazgo
Dirección Escolar. Contagiar Ilusión y Liderazgo
Este libro es gratuito; pero ha sido realizado a beneficio del proyecto Emaús en la
provincia de Almería. Dicho proyecto lo lleva a cabo la congregación de religiosas
Adoratrices y tiene como objetivo la integración social y apoyo residencial a mujeres en
contextos de prostitución y/o víctimas de la trata con fines de explotación sexual.
Si deseas realizar un donativo para contribuir a la erradicación de esta lacra,
efectúalo en la siguiente cuenta del Banco de Santander: ES70 0075 0412 4207 0083 0209.
Para cerciorarte de la veracidad de esta información puedes hacerlo a través de
los siguientes medios:
http://www.adoratricesalmeria.org
Tfnos.: 950232100 y 662079772.
Correo electrónico: info@adoratricesalmeria.org
Agradecimientos
A todas las maestras y maestros que me han tenido que soportar y muy
especialmente a las personas con las que he compartido alegrías y fatigas en el equipo
directivo y de las que tantas cosas he aprendido: José Martínez, Francisco Pérez, Adela
Rodríguez, Ascensión López, Francisco Moreno, Esperanza Marín, María del Mar Reche,
Pepi Robles, Fermín Rubio, Toñi Rodríguez y José Luis Suanes.
A María José, Mari Luz y Patricia que, en pleno proceso de elaboración de este libro,
se prestaron a leer algunos capítulos y darme sus opiniones, las cuales tanto me animaron
a concluirlo.
También quiero mostrarle mi más profundo agradecimiento a Toñi, Emiliano y
Marta; las tres personas que han presidido las asociaciones de madres y padres en los
colegios en los que he sido director y que han sido fundamentales en mi trabajo.
Y a ti, Paqui, además, te deseo toda la suerte del mundo.
Aclaraciones
Hay muchos docentes que tienen muy claro que no quieren estar en el equipo
directivo y mucho menos ejercer la función de director. Solo desean dar sus clases. Piensan
que los cargos en los centros solo traen complicaciones con las que no tienen la más mínima
intención de convivir. A otros no les importaría formar parte del equipo de dirección, sin
ser la cabeza visible. No tendrían inconveniente en ser secretarios o jefes de estudios, si el
centro no es muy conflictivo y se llevan bien con los que completan el equipo. También hay
bastantes que ni se lo han planteado y solo cuando les ofrecen estar en la dirección se
piensan si dar el paso o no. En definitiva, en los centros se da toda la casuística de
posibilidades. Entre ellas está, por supuesto, la de aquellas personas a las que les encantaría
ser director.
Podemos querer ser directores por muchos motivos. Entre otros, porque es una
forma de promoción profesional, en un trabajo donde las posibilidades de ascenso
prácticamente están limitadas a formar parte de la dirección escolar y poco más; porque
las reducciones horarias permiten una menor cantidad de horas lectivas con alumnado,
porque podemos pensar que es más cómodo, porque se cobra más o, como decía una
maestra refiriéndose a mí, “porque le gusta mucho mandar”. Hay quien lo intenta debido
a cuestiones de prestigio social. Incluso nos encontramos docentes que, aparentemente, sin
comérselo ni bebérselo se encuentran, de pronto, ejerciendo el cargo y todavía no saben
cómo se han dejado convencer. Por descontado, también existe una mayoría que tiene
interés porque desde la dirección se pueden impulsar medidas que redunden en la mejora
del centro. Tienen una idea de proyecto que puede ser interesante y les gustaría
desarrollarla.
Los motivos pueden ser los que se quieran, pero una vez en el puesto hay que
intentar ejercerlo con la mayor dignidad posible. A muy pocos les importa por qué
queremos estar en un sitio determinado, lo que les interesa comprobar es cómo nos
desempeñamos en él. En la dirección, ya representamos a toda la comunidad educativa y
deberemos actuar sabiendo que, más tarde o más temprano, esta comunidad se va a sentir
orgullosa, indiferente o avergonzada de nuestra actuación. Si solo nos interesa nuestra
comodidad y no mostramos el más mínimo interés por introducir cambios positivos en el
funcionamiento del centro, podremos tirarnos toda la vida laboral en el cargo; pero
seremos directores para nada.
Prestamos un servicio público esencial y lo hacemos con unos docentes que tienen
que lograr que dicho servicio tenga un nivel de calidad lo más alto posible. No podemos
vivir en un mundo paralelo al claustro; tenemos que identificarnos con él y estar muy
próximos a cada uno de los maestros y maestras, porque nuestras iniciativas e ideas, por
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muy extraordinarias que sean, las tienen que llevar a cabo ellos. Por eso, es fundamental
mostrar mucha cercanía con nuestros compañeros y no comportarnos como alguien ajeno
que está por encima de todos. Debemos intentar ser una persona respetada, en primer lugar,
por quienes están con nosotros intentando sacar el centro adelante.
Una vez me recomendaron algo que luego he oído muchas veces: “No hagas nada
que no seas capaz de explicar”. En ocasiones, cometemos equivocaciones y pretendemos
arreglarlo incurriendo en otras nuevas. Para que los demás no se percaten; restringimos
informaciones. Para evitarnos preguntas incómodas, damos explicaciones falsas, tratando
a los demás como a niños a los que se puede engañar. O intentamos ponernos de perfil y
respondemos con expresiones escapistas, tales como “esa cuestión ahora no procede”,
dando una imagen autoritaria cuando nos quedamos sin argumentos... Así, poco a poco,
se teje una tela de araña que al final atrapa al fabricante.
Respetar al profesorado es considerarlo un adulto comprometido con el reto diario
de un centro educativo. Son personas que tienen derecho a ser escuchadas y a conocer
nuestras opiniones sinceras sobre cualquier tema que se nos demande. Merecen disponer
de toda la información sobre aquello que les afecta, ser tratadas con justicia, recibir ayuda
cuando están en dificultades... Entonces, también nos respetarán. Y lo harán porque nos
verán como un director que les es útil de cara a su trabajo y con el que pueden contar. Pero
todo lo condiciona el marco mental con el que actuamos en la dirección: pensar en primera
persona del singular o hacerlo en primera persona del plural.
Puedes querer ser director o directora por diferentes causas; pero procura que una
de ellas sea que la idea que tienes sobre cómo debe funcionar un centro es beneficiosa para
el alumnado y para tus compañeros, porque en poco tiempo todo el mundo las va a conocer.
Las motivaciones se nos notan enseguida; no se pueden disimular. El cargo de director es
muy expuesto y te conocen rápido. Cuando te pones al servicio de los demás, todos se dan
cuenta; pero si estás solo y exclusivamente por tu propio interés, por mucho que trates de
ocultarlo, no te valdrá de nada; te descubrirán más pronto que tarde. Quedarse con el mejor
horario, impartir docencia a las mejores clases, colocarse horas de apoyo y luego no darlas,
abusar de excusas ya manidas para no cumplir con tus asignaturas -has de ir a la delegación,
tienes que atender padres en el despacho o se te acumula el trabajo de dirección y es
urgentísimo que lo concluyas-, supone perder crédito a velocidad de vértigo.
Ni hay que pedir permiso para intentar ser director, ni es necesario justificarse ante
los demás. Ejercer la dirección tiene un gran mérito y es de alabar, porque exige
comprometerse con toda una comunidad educativa tratando de liderar un centro que
queremos que sea eficiente y proporcione a su alumnado una educación y una formación
adecuadas.
Seguro que hay muchos docentes a los que les agradaría poder ser algún día el
director de su colegio, pero ahora no se sienten lo suficientemente capacitados. No tienen
por qué renunciar a este propósito; solo hay que esperar un poco y prepararse para serlo
cuando se presente la ocasión. Si es tu caso, empieza haciéndote cargo de diferentes tareas
hasta poder tener un conocimiento más amplio del funcionamiento del centro. Asume la
coordinación de tu ciclo, ayuda en la biblioteca, dirige algún programa, echa una mano en
las actividades complementarias, colabora con el equipo directivo o forma parte de él como
Decir qué es el liderazgo es algo tan fácil como extenso. Hay tantas definiciones
como personas se han dedicado a hablar o escribir del tema. Asociado a la dirección de un
centro educativo, pienso que el liderazgo es la capacidad para ayudar a los demás a mejorar.
Cuando estamos al frente de un colegio, hay que saber el terreno que pisamos,
todos los aspectos que pueden influir para bien o para mal en su funcionamiento. Y en el
número uno de la lista está el profesorado. No somos entrenadores de equipos deportivos;
carecemos de banquillo y no podemos hacer cambios sustituyendo al que nos parece que
juega peor. Nos guste más o nos guste menos, el claustro es el que es y nos toca trabajar para
sacarle el máximo partido. Pretender extraer el mejor rendimiento del profesorado
significa entender que, para que dé todo lo que lleva dentro y se comprometa a fondo con
su profesión y con el centro, tiene que estar a gusto; disfrutar de un clima en el que haya el
menor nivel de conflictividad y las relaciones sean agradables. Que solo tenga que
preocuparse de trabajar, sin distracciones negativas. Desanimado y enojado
constantemente, no se rinde lo mismo que cuando se está satisfecho y contento. Y esto es
así en todas las profesiones. Por tanto, hay que ocuparse en crear un entorno de trabajo que
sea excepcional.
Ayudar al profesorado a entregar lo mejor de sí mismo implica conocerlo
profundamente. Y no solo su capacitación laboral, sino también su carácter, las dificultades
que tiene en clase y hasta sus problemas fuera del centro educativo. Son muchísimas las
circunstancias personales, transitorias o permanentes, que pueden afectar el ánimo. Esto
se refleja, en mayor o menor grado, en el desempeño profesional. No es lo mismo salir del
colegio y tener el resto del día para descansar, disfrutar y preparar las clases o alguna
actividad educativa; que atravesar por una época con serios problemas personales.
Conocer esas circunstancias de los trabajadores es bueno, porque nos hace más
comprensivos y, sobre todo, más justos. Preocuparte por tus compañeros debe convertirse
en una autoexigencia. Eso te permite saber quién puede precisar más ayuda en un
momento dado o un poco de apoyo y comprensión.
Tom Peters, considerado un experto humanista en dirección y gestión, afirma que
la empatía es el atributo más importante cuando de dirección de grupos humanos se trata.
Creo que tiene toda la razón del mundo. Es una cualidad imprescindible que debe poseer
toda persona que quiera dirigir con acierto un colegio. Si no se es capaz de asumir que los
demás también aciertan y se equivocan, que tienen contratiempos y que toman decisiones
en función de unas circunstancias y una forma de ser muy concretas; ni vamos a ser
comprensivos con sus errores, ni vamos a valorar sus aciertos. No sentiremos en nuestro
interior la necesidad de ayudarles.
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Para poder llegar a experimentar empatía por los otros, hay que relacionarse con
ellos. Hablar a menudo con el profesorado te hace ser conocedor de lo que piensa y cuáles
son sus prioridades y preocupaciones; te permite tejer relaciones personales cordiales y te
sitúa en una posición más preparada a la hora de tomar decisiones que les afecten. Hay
quien podría pensar que la empatía se tiene o no se tiene. No es cierto. Al igual que
cualquier otra cualidad, la empatía se puede entrenar como si de un músculo se tratara.
Solo es cuestión de proponérselo. Cuanto más hables y escuches a una persona, más cerca
estarás de ponerte en su lugar. Y no se trata de dar por bueno todo lo que piense o haga el
de al lado, sino de entenderlo. Si te preocupas por las personas, también más fácilmente
ellas te van a comprender a ti. En esas condiciones, las discrepancias que se puedan
producir entre dos serán más fáciles de resolver.
Conozco algún caso en el que el director no quería problemas que le hicieran
perder tiempo, ni realizar esfuerzos extras, y tomó la decisión de aislarse del profesorado
en el día a día. Se metía en su despacho y quería saber lo menos posible. Hasta cerraba la
puerta para no ser visto. Cuando alguien pasaba, si veía que la puerta estaba abierta,
automáticamente sabía que dentro no había nadie. Si estaba cerrada, todos entendían que
estaba dentro. Ocultaba información que afectaba al claustro, o a parte del mismo, porque
temía que, con dicho conocimiento, hubiera reacciones que pudieran cuestionar las
decisiones que había adoptado.
Sé de miembros de equipos directivos que, una vez tomada una resolución, esta ya
era inamovible por muchas y muy lógicas razones que les ofrecieran en sentido contrario.
Consideraban que rectificar era sinónimo de pérdida de autoridad. Mal entendida, la
autoridad no es otra cosa que autoritarismo. Cómo vas a pretender ayudar a nadie cuando
no lo tienes en cuenta.
Se producen situaciones en las que la dirección del centro hace encaje de bolillos para
beneficiar a unos, en detrimento de otros a los que se tiene menos considerados; pero, eso
sí, que no se note demasiado. Son prácticas en las que se usa el favoritismo para premiar
adhesiones y para castigar a los más díscolos o que caen peor. En todos estos casos no había
lugar a las sorpresas: el resultado era un desastre.
En cambio, nuestra disposición para ser comprensivos con los demás transmite
confianza. Les hace sentirse cómodos trabajando con nosotros y esa tranquilidad les
permite ser más eficaces. Ayudar no se circunscribe solo a la docencia, sino a todo lo que
la rodea. También cuando alguien tiene un conflicto. Las posibilidades de verte envuelto
en un problema con algún alumno, o familiar de este, no son una quimera. Como tampoco
lo es tenerlo con compañeros o equipos directivos. Sobre conflictos en los colegios hay
abundancia de referencias, desgraciadamente. Y producen efectos en el profesorado. Por
eso, es importante tener siempre presente que echar una mano al que lo necesita es propio
de un buen líder
Un equipo directivo que quiere llevar a cabo un proyecto educativo, en el que cree
y confía para que su centro funcione bien, desea que el profesorado sea de primera y realice
una labor excepcional; pero todos tenemos posibilidades de mejora profesional. Es en la
apuesta por esa mejora continua donde la dirección debe situar otro de los ejes de su
actuación. Los docentes nunca llegamos a ser productos acabados, siempre hay margen
para aprender y desarrollar cosas nuevas. Como directores, debemos abrirle la puerta de
par en par al progreso continuo de nuestro claustro.
La manera más eficaz de crecer es marcarse retos nuevos: asumir alguna
responsabilidad, dirigir un plan o programa, promover una actividad complementaria,
participar en un festival, aplicar en el aula un nuevo método, mejorar nuestro nivel TIC,
realizar una actividad formativa, etc. Son algunas de las incontables posibilidades que se
pueden aprovechar para proponer objetivos, dentro de una lógica de funcionamiento que
persigue mejorar. Nuestra labor ahí es animar a asumir esos desafíos que sabemos que
pueden llevar a cabo. Otras veces, influiremos para que el profesorado se integre en
proyectos que lidera un compañero o una compañera y participen en el desarrollo de
alguno. Hay docentes muy buenos, en según qué aspectos, y es ideal que cuenten con los
demás para implicarlos porque les pueden enseñar muchas cosas. La persona que quiere
liderar con eficacia propone retos de manera constante, pero que sean realizables.
Cuando el claustro se enfrenta a diferentes metas, debemos tener presente un
elemento irrenunciable: que tenga éxito. Para ello hay que estar pendiente de ayudar ante
cada dificultad que surja en el camino. Si fracasan, pueden vivir una experiencia
desagradable y la manera de no pasar otra vez por la misma situación, en muchos casos,
será no repetir. En cambio, si todo sale bien y obtienen satisfacción y reconocimiento por
lo conseguido, se sentirán orgullosos y no renunciarán a vivir, una y otra vez, una
experiencia similar tan gratificante. Lo volverán a intentar con otros proyectos o ideas.
Las iniciativas propias del profesorado hay que apoyarlas, aunque tengamos que
hablar con el interesado para modificar o matizar alguna cuestión. Cuando alguien plantea
una idea a llevar a cabo, aunque no sea perfecta, hay que intentar salvar todo lo que
podamos, pero nunca rechazarla completamente. Procuraremos no tirar nada.
Seguramente habrá quien proponga cuestiones que no generen aceptación en una parte del
claustro. En ese caso, las estudiaremos muy bien con las personas correspondientes y
trataremos de ver cómo presentarlas para que sean asumidas. Cuando se va cogiendo
práctica en estas lides, encontramos las soluciones con más facilidad. Como todo, esto es
también cuestión de hábito.
En cierta ocasión, una compañera, Almudena, aprovechó los meses de verano para
irse a Nicaragua como voluntaria de una ONG. Su misión consistía en dar clases a niños y
niñas de zonas montañosas del interior del país con enormes dificultades para acceder a la
educación. Cuando regresó, me interesé por cómo le había ido y le propuse que participara
como ponente en una actividad formativa que yo organizaba. Consideré muy interesante
que pudiera dar a conocer su experiencia. Su primera reacción fue asustarse y decir que no,
que de ninguna manera, porque se moría de miedo. Le contesté que si no había tenido miedo
de irse a zonas del interior nicaragüense durante dos meses, cómo podía tenerlo por estar
dos horas delante de unas cuantas decenas de participantes en su charla. También le
aconsejé que si se iba a sentir más cómoda, podía estar acompañada por algún compañero
de su ONG. Quedamos en que se lo pensaría, aunque me insistía en que no se veía capaz.
Al día siguiente me comenta, con una sonrisa, que acepta el reto y que iba a participar.
Efectivamente, en la fecha prevista se presentó en las jornadas y dio su ponencia ante un
salón de actos lleno de docentes. Su intervención salió muy bien y, naturalmente, estaba
contentísima. Hacemos cosas increíbles sin mayor problema y algunas otras, que en
comparación son insignificantes, nos dan pánico. En ese momento lo que necesitamos es
que alguien nos dé un pequeño empujón para lanzarnos.
Años más tarde, ya en otro colegio, durante el primer claustro hablo de los planes
y programas que normalmente llevamos a cabo todos los años. Uno de los más populares
en Andalucía es Escuela: Espacio de Paz. Ofrezco la coordinación del mismo a quien tenga
interés en dirigirlo. Como nadie se decide, informo que lo coordinará alguien del equipo
directivo. Tras terminar la reunión, una compañera recién destinada al centro, Inma, se
dirige a la jefa de estudios y le comenta que a ella no le hubiera importado coordinarlo,
pero que al ser nueva se había sentido cortada y no se había atrevido a ofrecerse en el
claustro. Quedamos en que lo llevaría ella y que le echaríamos una mano en todo lo que
necesitara. En el siguiente claustro le dimos oficialidad nombrándola responsable del
proyecto. Hizo una labor fenomenal y nos introdujo en varios terrenos en los que estaba
muy formada. Así, gracias a su iniciativa, comenzamos a familiarizarnos con lo que
significaba la gestión de emociones, lo cual nos venía muy bien. Al curso siguiente cambió
de colegio y contacté con ella para que nos impartiera una sesión formativa centrada,
precisamente, en la referida gestión de emociones. Se mostró encantada; pero me comunicó
que posiblemente no estuviera lo suficientemente preparada. Le dije que había hecho
muchos cursos de formación sobre este tema y seguro que le sobraban conocimientos.
Además, lo que nosotros necesitábamos era que nos concienciara sobre la importancia de
tener en cuenta las emociones de nuestro alumnado y cómo poder trabajar con ellos en ese
terreno. Lo hizo en nuestro centro, fuera de su horario laboral, y lo que menos se esperaba
es que todo el claustro estuviera presente en la sala. Lo sorprendente fue que la que
aparentaba estar más agradecida era ella misma. El haberle pedido su colaboración le
reforzó su autoestima, ya que hizo que se sintiera aprovechada y reconocida.
A veces, lo que un docente precisa es simplemente convencerle de que puede llevar
a cabo tal o cual tarea. Hay muchas personas con unas capacidades increíbles para hacer
y enseñar cosas, tanto al alumnado como a otros maestros; pero la timidez o la modestia
hacen que ni se les haya pasado por la cabeza realizarlas. Por eso, es importante que
conozcamos con la mayor profundidad posible a nuestros compañeros. Saber qué
fortalezas tienen y poder aprovecharlas en beneficio del centro. Si todo sale bien, los
primeros que te lo van a agradecer van a ser ellos mismos, porque al ir realizando cosas
nuevas, el propio docente aprende y mejora profesionalmente. Se ve capacitado para
emprender desafíos y encuentra nuevos motivos de satisfacción personal y profesional.
Como enseñantes, nuestra labor es acompañar al alumnado en su proceso
formativo y contribuir a que consiga su máximo nivel de competencia; pero como dirección,
una de nuestras misiones, también es acompañar al profesorado en su desempeño y
ayudarle a entregar todo lo que tiene. Facilitarle las condiciones para que pueda aumentar
su capacitación profesional con la adquisición y dominio de nuevas habilidades. Si no
conocemos en profundidad a los que pretendemos dirigir, esta labor no dará todos los
frutos que podría. Pero cuando lo hacemos nos será más sencillo encontrar la mejor manera
de plantearle lo que creemos interesante que realice y, de paso, que le resulte más difícil
decir que no.
sin comprometerse con nadie, ni dirigir absolutamente nada. Por mucho que les asuste la
dirección, quieren un director que funcione bien y del que no se sientan abochornados. Por
tanto, si deseamos que nos tomen en serio, debemos actuar de forma seria.
Siempre hay docentes que están dispuestos a echar una mano a los demás y
comprometerse con lo que se les pida; pero si pretendemos conseguir que ayudarse en equipo
se convierta en una ley natural del centro, debemos ser los primeros en la entrega.
Ayudar es no perseguir a otro. Intenta hacerle a los compañeros las cosas lo más
fáciles que puedas, atendiendo a sus preferencias y capacidades. Si un curso alguien sale
más perjudicado en algo, procura que no le toque también el siguiente. Busca apoyos; pero
no vayas contra nadie. Echa una mano ante un padre complicado o algún alumno
problemático. Respétale al profesorado lo que le corresponde. Sé diligente y eficaz ante las
peticiones que te realice. No te desentiendas de sus preocupaciones y ponte siempre a
disposición de los demás... En fin, son innumerables las situaciones en las que podemos
demostrar cercanía y solidaridad con los compañeros de claustro. No pararemos un
momento; pero vamos a ahorrar una gran cantidad de energía y tiempo al no tener que
resolver problemas que ya no se van a producir.
La dirección marca directrices al claustro; pero también está a su servicio y, si da
ejemplo, el ejemplo cunde; el que es ayudado tenderá a ayudar. Se produce un efecto
imitación innegable. A todos les gusta que les echen una mano cuando están en dificultades
o tienen exceso de trabajo. Si eso ocurre, estarán más dispuestos a ofrecerse a los demás en
los momentos que se encuentren en parecida situación.
Durante uno de mis periodos como jefe de estudios, ante la ausencia de algún
docente, hubo algunos días que se me olvidó rehacer el horario para que las clases
afectadas no se quedaran desatendidas. Había una compañera que siempre se daba cuenta
y rápidamente iba hasta donde yo me encontraba para indicármelo. El tema se solucionaba
de manera inmediata. Una vez me comentó que ante hechos similares, en otro tipo de
centro, cerraría su puerta y, si una clase estaba sin maestro, allá se las apañara el equipo
directivo; pero que con nosotros eso no podía hacerlo.
Y el mantra. Es importante tener un discurso coherente como director. De esta
manera, podremos ir lanzando mensajes que ayuden a fijar determinados aspectos que nos
interesen sobre el funcionamiento del centro. Así, cada vez que tengamos ocasión
introducimos la idea de ayudarnos y colaborar unos con otros. Ayudarnos será esa coletilla
de la que, como directores, abusaremos hasta que se la oigamos decir a los demás de forma
mayoritaria. Conjugar ese verbo es la manera más perfecta de conseguir que todo tenga
sentido. Cuando hagamos alguna actividad colectiva, tenemos que destacar esa
colaboración entre todos los que han participado en ella, como elemento determinante del
resultado satisfactorio que se ha producido. Provoquemos como directores que unos
docentes se interesen por el trabajo de otros, que establezcan relaciones de cooperación
entre ellos y surjan complicidades, pequeñas sociedades. Intentemos que emprendan
proyectos y organicen actividades conjuntamente. Las ayudas que se puedan prestar
favorecerán unos mejores frutos. La satisfacción de cumplir con lo que se han propuesto
reforzará la idea de que juntos se llega más lejos. Además, el buen estado de ánimo que
genera el éxito es compartido por más personas. El verbo ayudar es generoso con las
Desde que empecé a trabajar de maestro, escuchaba debatir a los compañeros sobre
si era más conveniente formar al alumnado en la competitividad o en la colaboración con
los demás. Escuchaba argumentos del tipo “si la sociedad es competitiva, no preparar para
esa sociedad al alumnado es poco menos que condenarlo al fracaso”. Entonces, ¿debemos
intentar ser los mejores o centrarnos en mejorar?
La opción de intentar ser el mejor tiene la ventaja de proporcionarnos ambición y
un ansia de superación permanente; un espíritu competitivo que actúa como surtidor de
combustible, para que el depósito del esfuerzo lo tengamos siempre lleno. Nos ayuda
continuamente a querer progresar, porque es imprescindible para ser los mejores. Pero
tener la obligación de ser superiores a los demás, nos lleva a la rivalidad extrema con ellos
y a no ser capaces de apreciar sus méritos. Solo nos interesa superarlos al precio que sea.
Dejamos de percibirlos como fuente de aprendizaje. No valoramos sus progresos y aciertos;
qué cosas hacen bien y cómo podríamos aprender de ellos. Nos elimina opciones de
adquirir enseñanzas porque no los vemos como una referencia, sino como un peligro
potencial.
Además, si no alcanzamos el número uno, sentiremos frustración y seremos
incapaces de hallar satisfacción con lo conseguido. No nos consuela, ni nos sirve otra cosa
que no sea estar en la cima. Un ejemplo de este modelo, llevado al extremo, es el sistema
educativo de Corea del Sur, considerado por el informe PISA, en el año 2011, como el mejor.
Está basado en cuatro pilares básicos: competitividad extrema, disciplina, repetición y
memoria. Para quién no tenga conocimiento sobre los efectos que produce en los jóvenes,
solo tiene que buscar información en internet.
La opción más sensata, y la más satisfactoria, es la de intentar mejorar cada año.
Este camino también implica ambición; pero tiene la ventaja de no ver a los demás como
rivales a los que superar, sino como oportunidades de conocimiento. Como personas que
se esfuerzan en hacer bien su trabajo. Valoraremos las cosas que consiguen y podremos
incorporar aquellas que nos pueden servir de ejemplo o modelo. La satisfacción con
nuestros resultados no va a venir de una comparación enfermiza con el resto, sino de la
consecución de los objetivos que nos vamos marcando cada curso escolar. Querer mejorar
implica tratar de ampliar nuestro nivel competencial curso a curso. Perfeccionarnos como
docentes no persigue alcanzar el número uno; sino enriquecer la formación que ofrecemos.
No es nuestro ego lo que está en juego; es la posibilidad de beneficiar a nuestro alumnado.
Somos competitivos; pero competimos contra nosotros mismos.
Recuerdo una situación que viví un curso y que se me quedó grabada. Pusimos en
marcha una actividad basada en la práctica del voleibol durante el recreo. Hicimos unas
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normas diferentes para introducir el trabajo en valores. Así, los equipos debían ser mixtos.
No podían estar formados por miembros de la misma clase, para evitar rivalidades entre
las mismas. En los tantos conseguidos por un equipo, se daba un valor numérico en función
de los jugadores que tocaban el balón antes de pasarlo al otro campo -no había límite de
toques-. Los propios alumnos ejercían de árbitros y puntuaba el buen comportamiento y la
deportividad.
Era frecuente que faltara algún jugador. De entre el alumnado que asistía en gran
número como público, siempre esperaban algunos por si podían participar como sustitutos.
Había una niña que no paraba de insistirnos para que la metiéramos a ella en esas ocasiones.
Era malísima jugando al voleibol. Al principio, no le daba al balón ni por casualidad, pero
ponía un empeño descomunal. Luego, cuando comenzó a golpear alguno, lo enviaba a
cualquier sitio menos al campo contrario. Eso sí, se alegraba un montón solo por rozarlo.
El día que consiguió pasarlo correctamente al otro lado, comenzó a dar botes de alegría. Al
lograr su primer punto se volvió loca. Insistía en jugar, una y otra vez. Yo me preguntaba
cómo podía desearlo tanto, si tenía un nivel tan bajo que era imposible poder disfrutar
jugando de esa manera. En las ocasiones en las que le decía que no podía entrar a sustituir
porque le tocaba a otro, se me echaba a llorar. Era una niña de sexto y tenía un empeño
enorme en aprender. Me di cuenta que no pretendía ser la mejor, solo quería mejorar y
poder disfrutar de su progreso practicando el voleibol. Para divertirse, tenía que coger
nivel y, para coger nivel, tenía que practicar. Por eso quería jugar siempre.
Nosotros, como trabajadores, también pasamos por un proceso similar. Cuanto
mejores docentes seamos, más vamos a disfrutar de esta profesión. Así, si practicamos
aspectos necesarios en este trabajo, pero que no dominamos lo suficiente, tendremos más
herramientas para atender mejor a nuestro alumnado. Si nos cuesta dirigir una clase en la
que el alumnado trabaje en grupo, porque se nos descontrola, deberemos practicar más
asiduamente. Eso sí, cuanta mayor dificultad nos plantee una actividad más esfuerzo hay
que dedicarle a prepararla. Y siempre tendremos la opción de hablar con algún compañero
que domine bien ese aspecto y nos pueda dar pautas; pero cuando superamos
satisfactoriamente un reto difícil, tomamos conciencia de que somos mejores profesionales.
Nuestro repertorio se ha incrementado.
Si nos dedicamos exclusivamente a poner en práctica lo que ya dominamos en vez
de enfrentarnos a nuestros déficits, nos jubilaremos con ellos.
tenemos a las personas que se pueden poner al frente. Si contamos con alguien que domina
las TIC, aprovechémoslo. Y si hay varios, aprovechémoslos también. Trabajo en valores,
igualdad, actividades lúdico-deportivas, animación a la lectura, laboratorio, producciones
audiovisuales, actividades artísticas y musicales, ajedrez, cine, fotografía... Todo lo que sea
poner en marcha nuevas cosas es hacer algo que antes no realizábamos; es progresar. De
esta manera, en muy poco tiempo será perceptible que el nivel de nuestro centro aumenta
y las personas que se van implicando influirán, a su vez, en otros docentes.
Transcurridos unos cuantos años por el camino de la mejora, puede que tengamos
la sensación de estar en un colegio que es una máquina tan perfecta que funciona sola.
Arrojemos esa idea a la papelera. Si la valoración que hace la comunidad educativa de
nuestro centro es positiva, se debe a que hemos trabajado mucho y bien; pero esa máquina,
que aparentemente funciona sola, se va a quedar inmóvil en cuanto dejemos de darle a la
manivela.
Responder a la pregunta ¿Qué podemos mejorar? es el más efectivo de los
antídotos frente a la cuesta abajo que supone el conformismo. Si notamos que perdemos
capacidad de iniciativa y funcionamos de forma rutinaria, es porque llevamos demasiado
tiempo sin hacernos esa pregunta.
Por las circunstancias que sean, una parte del profesorado no siente como propio
todo lo que sucede en su centro. Tiene muy asumido que su responsabilidad se limita a la
docencia y a la tarea administrativa que lleva consigo. A esta cuestión hace referencia el
profesor Francisco Manuel Gago Rodríguez cuando afirma, aunque en relación a la
Educación Secundaria, que existe una cultura profesional docente que “carece de una idea
de centro”; por tanto, “prima la visión individual del profesorado, por encima de una
visión global de la dinámica del centro”. En consecuencia, “el docente suele abismarse en
cuestiones de aula y materia, olvidándose de todo lo demás”. Sería muy positivo que todos
los miembros del claustro tuvieran mentalidad de equipo directivo, entendida esta
circunstancia como compromiso con el conjunto de las realidades que conforman el centro;
que no les dé igual lo que suceda al margen de su trabajo personal y que quieran aportar
algo más que su docencia. Para poder conseguir que esto se haga realidad, se necesita una
forma de trabajar y un ambiente en el centro adecuados, que ayuden a promover en el
personal docente una implicación más allá de sus clases.
¿Qué podemos utilizar para que esto se produzca? Nosotros nos servimos,
fundamentalmente, de los planes y programas -los denominábamos proyectos- y de las
actividades complementarias. Los coordinadores de aquellos y los impulsores de estas
últimas son la base de la pirámide sobre la que edificar un claustro que comparta esa visión
global. La fuerza de los proyectos es que tienen una cierta transversalidad y duran todo el
curso. Son, por tanto, adecuados para que los dirijan compañeras y compañeros con un
mayor deseo de implicarse. En cambio, las actividades complementarias tienen una corta
duración -aunque su preparación puede llevar bastante tiempo- y vienen perfectas para ser
organizadas por quienes no quieran asumir, de entrada, compromisos excesivos.
Cuando a comienzo de cada curso se ponen sobre la mesa los proyectos a
desarrollar, siempre nos vamos a encontrar con maestros y maestras que quieran liderar
alguno. Y también con profesionales excelentes que no se deciden, por muy diversos
motivos. Como dirección, deberemos aprovechar a los voluntarios e intentar convencer a
aquellos de los que conocemos su validez para que se atrevan a dar un paso al frente,
aunque sea con una planificación modesta; pero haciéndoles sentir que son capaces de
hacerlo bien y que su trabajo es importante. Para ello, es conveniente indicarles que no los
vamos a dejar que se sientan solos.
No hay por qué limitarse al catálogo de programas que oferta la administración
educativa. Estos tienen la ventaja de contar como mérito a la hora de participar en
determinadas convocatorias o solicitar el reconocimiento de sexenios. Cuando un docente
tenga interés en llevar uno al margen de los oficiales, deberemos apoyarlo. El destinatario
A beneficio del proyecto “Emaús” en Almería 24
DIRECCIÓN ESCOLAR
de nuestro trabajo es nuestro alumnado. Queremos que todo lo que hacemos para ellos
tenga calidad, que lo reciban con entusiasmo y les sea de utilidad. Cuando ponemos en
marcha algún proyecto en el centro, no se tiene que hacer, exclusivamente, porque es un
medio para obtener un certificado expedido por la administración a final de curso. Esa es
la consecuencia, no debe ser la causa. Lo hacemos porque entendemos que podemos
ampliar el conjunto de aprendizajes que ponemos a disposición de nuestros niños y niñas.
Igual consideración tienen las actividades complementarias. Algunas de estas -festival de
navidad, carnaval, semanas culturales, concursos literarios, efemérides o celebraciones,
etc.- ya están institucionalizadas en muchos centros; pero otras pueden surgir como
novedad, durante cualquier curso, a propuesta de un docente que desea realizarla.
Una vez que tengamos el grupo de coordinadores o responsables conformado, ya
contamos con un equipo de personas que va a trabajar con mentalidad de centro. Darle
valor a este grupo es muy importante, porque es el germen para construir una cultura de
trabajo que piensa en el conjunto. Para que esa concepción se extienda y vaya siendo
asumida por más docentes, es bueno trabajar en dos direcciones. Por una parte, implicando
en la planificación y ejecución de las actividades al mayor número de enseñantes. Y por
otra, proponiendo a los coordinadores que relacionen sus proyectos entre sí, en la medida
de lo posible.
Para conseguir el primer objetivo, habría que empezar con el responsable de cada
proyecto informando en claustro de la planificación de actividades que ha ideado, y que el
profesorado lo debata y realice aportaciones. Se trata de conceder a los demás la
posibilidad de participar en el diseño final que se va a ejecutar y así, posteriormente, se
sientan más inclinados a intervenir en la puesta en práctica con el alumnado. También hay
que explorar la posibilidad, por parte de las personas coordinadoras, de formar un equipo
de trabajo con compañeros y compañeras que les ayuden en todo el proceso, desde el
diseño inicial hasta su ejecución final. Sería como tejer una tela de araña que vaya
atrapando voluntades en favor del éxito final. El equipo directivo prestará todo el apoyo
posible a quien dirija cada proyecto. Con la mejor voluntad, debe hacerles aportaciones o
sugerencias que les sean útiles. Tienen que ver que les dedicamos atención y no nos
olvidamos de ellos. Hay que acompañarles en una tarea que, por otra parte, es voluntaria
y les va a suponer un esfuerzo extra que no están obligados a realizar. Si además los
responsables son capaces de aglutinar a otros en torno a ellos, se estará ampliando la base
de la pirámide y, al mismo tiempo, reduciendo la lista de las personas que solo tienen visión
individual.
La segunda dirección en la que nosotros incidíamos era la de relacionar los
proyectos entre sí, de manera que vayan todos cogidos de la mano. De esta forma, el avance
de unos provoca el avance de los demás. Así, algunos contenidos se abordaban desde
distintos programas con diferentes actividades y, a su vez, algunas actividades se
planificaban entre varios proyectos de manera conjunta. A modo de ejemplo, llegamos a
trabajar la igualdad de género desde el Plan de Igualdad, Escuela: Espacio de Paz, Plan
Lector (Biblioteca), Aula de Cine o Aula Djaque. Igualdad y Escuela: Espacio de Paz
organizaban actividades propias y otras en común. El equipo de la biblioteca dedicaba una
partida para adquirir una serie de libros indicados por Igualdad u otros. El Aula de Cine
proyectaba películas que le eran recomendadas por el resto. El Aula Djaque, que
promocionaba la práctica del ajedrez entre el alumnado, tenía en cuenta las indicaciones
de Igualdad o Escuela: Espacio de Paz a la hora de elaborar las normas de juego. Así
contemplaba que la competición debía ser mixta y los valores de respeto y deportividad
debían ser cumplidos durante las partidas. Los trabajos audiovisuales que se elaboraban
estaban basados en diferentes contenidos, propios de los programas que se desarrollaban
durante ese curso -valores, cultura, patrimonio, etc-. Cuando la biblioteca planificaba
actividades para celebrar el Día del Libro, tenía en cuenta a otros planes. Por este motivo,
para promover los valores de la integración, se organizaron encuentros durante varios
cursos con una autora cuyos libros tenían como protagonistas a niños y niñas autistas. En
definitiva, los proyectos se ayudaban entre sí. Siempre que uno podía cumplir sus objetivos
incluyendo contenidos de otros, lo realizaba. Y cuando veían la oportunidad de organizar
una actividad entre varios, lo hacían. Esta práctica se fue ampliando también a las
actividades complementarias.
Se trata de relacionar lo que hacemos para rentabilizarlo más. Las posibilidades no
son infinitas, pero sí muy numerosas. Las coordinadoras y coordinadores funcionan como
un equipo de trabajo porque establecen relaciones entre ellos. Al no contemplar cada plan
de manera aislada, las posibilidades de éxito aumentan. Cumplimos nuestra premisa nos
ayudamos en equipo; hacemos honor a nuestro objetivo de mejorar permanentemente y
promovemos que surjan nuevos liderazgos.
Es tan importante el resultado final de los proyectos como el proceso llevado a cabo
para lograrlo. No tenemos que obsesionarnos en que todos se relacionen entre sí en cada
una de las actividades que realicen; eso no se puede conseguir. Solo que compartan
determinados aspectos y los puedan abordar conjuntamente. El camino que nos lleva a
descubrir puntos de encuentro implica coordinación, trabajo en equipo, descubrir nuevas
posibilidades, ser más creativos, establecer conexiones personales y sumergirnos en una
visión más colectiva de nuestro trabajo. Es una manera de hacerlo más fructífero y más
placentero.
Para cerrar el círculo, es importante que las cosas llevadas a cabo tengan una buena
difusión y así sacarles mayor aprovechamiento; pero también porque supone un
reconocimiento más que merecido al profesorado que lo ha organizado y al alumnado que
participado. En nuestro caso, empleábamos dos modos de hacerlo; la ya tradicional
cartelería por todas las paredes y la página web del colegio. Nuestro coordinador TIC
estaba al servicio del profesorado para subir a la web todos los productos que se generaban,
ya fueran en forma de textos, fotos, audios o vídeos.
Un solo programa, bien realizado, produce una gran cantidad de efectos
beneficiosos. Se inicia con la persona o personas que planifican. Continúa con la
información al resto de dicha planificación. Sigue con la participación del profesorado y
las aportaciones que realiza en el debate en claustro o en otros órganos. Se prolonga con
los docentes y el alumnado que realiza las actividades. Se añade el trabajo de las personas
que hacen carteles, graban vídeos o echan fotos para subirlo a los medios TIC y se cierra el
círculo con la valoración de todo lo realizado en claustro o consejo escolar. Un solo proyecto
implica a muchas personas impulsando una tarea colectiva y, por tanto, creando cultura de
centro. Si son varios los programas que desarrollamos en un mismo curso, y a eso se suman
las actividades complementarias, los beneficios se multiplican. Así, poco a poco o en
avalancha, se va implicando la totalidad del claustro.
Se produce, además, un efecto añadido muy positivo que no hay que menospreciar;
se entretejen relaciones personales. Cuanto mejores sean estas, más difícil es que surjan
disputas y, si aparecen, son más fáciles de resolver porque hemos estrechado lazos mientras
nos habituábamos a debatir, colaborar para alcanzar un objetivo común y llegar a acuerdos.
Estamos formados en el trabajo en equipo y además nos llevamos bien. Los
enfrentamientos son una amenaza, porque pueden debilitar la cohesión del claustro -
suelen obligar a tomar partido- y restan disposición a participar en iniciativas colectivas.
Son ladrones de entusiasmo.
En definitiva, si construimos entre todos, tendremos casa; si destruimos, solo
tendremos escombros.
Para poder transmitir ilusión hay que ser optimista. No se puede conseguir desde
el pesimismo o siendo fatalistas; es imposible. Para ser escuchado y seguido con
entusiasmo por otros se ha de estar convencido de lo que se hace. Hay que creérselo. Los
demás tienen que percibir en ti confianza y seguridad. Ese es el primer paso para poder
contagiarlos. En cuanto les exponemos una propuesta, desde el más absoluto
convencimiento, ya intuyen que es interesante y posible; que merece la pena. Cuando
ponemos en marcha una iniciativa es porque tenemos el optimismo necesario para saber
que va a salirnos bien. Y la concluimos con éxito porque hemos sido realistas seleccionando
una acción realizable.
En un colegio nos vamos a encontrar compañeros muy diversos. La relación puede
ir desde el pesimista recalcitrante hasta el superoptimista indomable. En casi todos los
centros es típico hallar un compañero para el que todo está mal y así lo proclama cada vez
que tiene ocasión. Viviremos situaciones más o menos conflictivas y siempre habrá alguien
que no pare de hablar de ellas, haciendo comentarios que suenan a sentencias del tipo “con
los padres es imposible”, “la administración no nos hace ni caso”, “la inspección siempre
le da la razón a los padres y nos deja vendidos cada vez que puede”, y así una vez y otra.
Desahogos. Es cierto que se dan situaciones de este tipo; pero la generalización ni beneficia
a nadie, ni es verdad. Ocurre que algunos compañeros no verbalizan, ni valoran, las cosas
buenas que se viven en un colegio. Tienen una tremenda facilidad para recoger todas las
experiencias negativas que se producen y armar con ellas un discurso tremendista, en el
que el profesorado parece estar a punto de rendirse porque el resto del mundo lo tiene
rodeado. Este hábito de algunos docentes no tiene nada que ver con su capacitación
profesional, pueden ser tan buenos como cualquiera y no los descalifica el ser pesimistas y
ver siempre la botella medio vacía; pero durante su trayectoria profesional han ido
adquiriendo el hábito de analizar los hechos desde una perspectiva muy negativa. No son
personas a las que haya que descartar para nada, en absoluto; simplemente parece que
hayan perdido la esperanza. A este respecto, viene bien recordar al filósofo y ensayista José
Antonio Marina cuando destaca que “la esperanza puede convertir a un náufrago en
navegante”. Por el contrario, un navegante sin esperanza se convierte automáticamente en
un náufrago. No es una cuestión menor.
Hay que impedir que ese discurso derrotista se haga dominante en el colegio y lo
impregne todo. No podemos dejar de combatirlo, pero nunca de manera agresiva. No
descalifiquemos al que lo realiza; no sería justo. Ahora bien, si algunos solo ven lo negativo,
nosotros ponemos en valor las cosas positivas que hacemos. Nos toca llevar la iniciativa y
vamos a ir abriéndole puertas al optimismo a base de poner en el escaparate los productos
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de nuestro trabajo. ¿Que hay obstáculos en el camino? Claro, pero vamos a por ellos y les
hacemos frente.
Durante varios cursos en los que fui jefe de estudios, estaban muy de actualidad
las evaluaciones que los servicios de inspección realizaban cada año a un grupo de centros
educativos -colegios e institutos-. Algunos de mis compañeros comentaban que la
inspección era tremenda y que sus conclusiones resultaban demoledoras. En estas se hacían
valoraciones muy críticas con muchos aspectos del funcionamiento de los centros. Yo pedía
que me aclararan, en concreto, de qué se trataba; qué cosas evaluaban y qué juicios emitían
después. Y nadie sabía darme explicaciones, más allá de que pedían todas las
programaciones, entraban en las clases y concluían que el profesorado no sabía programar.
Y además, siempre olvidaba realizar algún documento. Durante esas evaluaciones, varios
inspectores iban muchas veces al centro en cuestión y allí pasaban la jornada hablando,
revisando y pidiendo papeles. Así que la cosa no podía ir solo de programaciones. Me fui
enterando de qué centros habían sido ya visitados y conseguí hacerme con algunos
informes finales de evaluación realizados a varios de ellos. De esa manera me enteré de
qué aspectos valoraban, cómo lo hacían y qué conclusiones entregaban a las direcciones de
los centros para que subsanaran las deficiencias detectadas. Lo cierto es que no había nada
por lo que no se interesaran estos inspectores. Lo revisaban todo.
En esas circunstancias, recuerdo una breve conversación que mantuve con un
amigo director:
– ¿A vosotros os han evaluado?
– Todavía no.
– ¿Y sabéis qué miran y qué cosas os piden?
– No. Ni me preocupa. Si estamos haciendo algo mal, ya nos lo dirán.
Era una actitud despreocupada. Que pase lo que tenga que pasar. Solo hablé de
este tema con unos pocos, pero todos me respondían más o menos en el mismo sentido. Se
sabía de docentes que habían llorado después de que un inspector les cantara las cuarenta.
Otros habían sido avergonzados, algún claustro entero se había sentido humillado... y
comprobé que algunos directores estaban muy tranquilos. Yo, en cambio, no paraba de
darle vueltas al tema: “Si no pasamos la prueba y la inspección me hunde al claustro en la
miseria, a ver cómo demonios le levanto yo la moral”. Porque con la moral y la dignidad
por los suelos, es imposible trabajar con ilusión.
Cuando ya tuve una idea clara, en un claustro informé sobre lo que podía
venírsenos encima. Me leí todos los papeles que me habían mandado de otros centros y
realicé una intervención para situar al profesorado en la realidad; en la más que probable
dura realidad. Planteé el tema como una cuestión de dignidad, como algo personal, a la
vieja usanza. Sabíamos qué iban a comprobar y, si conocíamos las preguntas del examen, no
lo podíamos suspender. Así que nos teníamos que poner en sistuación de cambiar lo que
hubiera que cambiar, pero no íbamos a quedarnos quietos esperando a que nos cortaran la
cabeza. Y recuerdo que en ese momento dije una frase que impactó a los compañeros:
“Tenemos que ponernos las pilas porque desde el momento en el que los inspectores entren
por la puerta del colegio, ya somos sospechosos”. Trataba de picarlos en el amor propio.
En realidad la expresión era una caricatura, y además injusta, pero muy útil a la hora de
Una de las diferencias esenciales entre las personas que lideran bien y las que no
lo hacen consiste en que los buenos se preocupan porque surjan nuevos líderes; nuevos
docentes que se conviertan en referentes para los compañeros en determinados temas.
Si además de su trabajo, algunos maestros aportan un plus en una parcela concreta
porque tienen un mayor dominio en ella que el resto, o poseen la inquietud y la motivación
necesarias para adentrarse en nuevas experiencias y responsabilizarse de una acción
educativa, todo el centro estará de enhorabuena.
Educación vial, alimentación saludable, elaboración de textos, consumo
responsable, producciones audiovisuales, una actividad formativa, un proyecto anual,
celebraciones y efemérides, la creación artística, alguna actividad de recreo... La lista de
posibilidades no es precisamente corta. Sabemos que el campo de la enseñanza es
prácticamente inabarcable; pero todo lo que le venga bien al alumnado tiene cabida. Cada
vez que una compañera o un compañero dirigen algo están asumiendo un compromiso
mayor del que tenían antes. Toman la iniciativa y van a provocar la movilización del resto
en torno a su figura y sus propuestas. Se estarán formando en liderazgo.
Seguramente, muchas de estas ideas que se van incorporando a la oferta del centro,
se mantendrán en los siguientes cursos. Las personas que las han coordinado acumularán,
pues, la experiencia suficiente como para poder convertirse en buenos especialistas. Sus
contribuciones se consolidarán para el futuro. En sus saberes serán autoridades en nuestro
colegio. Servirán de modelo para otros que también se puedan ir sumando y ofrezcan
nuevas opciones. El árbol del liderazgo crecerá echando más ramas y más frutos.
Seguramente, al igual que yo, no pocos habréis conocido, en cualquier ámbito de
la sociedad, a personas con unas capacidades extraordinarias; pero que de forma
intencionada, a la hora de conformar equipos de trabajo, no elegían a los mejores que tenían
disponibles, sino a otros con una cualificación menor o unas capacidades inferiores. El
motivo era que nadie pudiera hacerles sombra. No tenían como objetivo conseguir los
mejores resultados, sino garantizarse que no hubiera otros que pudieran desbancarlos,
aunque solo fuera del podio mental de los observadores. Son personas con unas grandes
capacidades, pero que las malgastan por egoísmo impropio. Funcionando así, los
resultados son escasos.
Igualmente, he sabido de seres excepcionales dispuestos siempre a desarrollar
magníficas iniciativas, con una generosidad que rallaba en la ternura; pero que fueron
puestos en cuestión por alguien que pensó que representaban un peligro. Conclusión: boicot
al canto. Son casos extremos, pero no extraños. Ilustran algunas de las muchas maneras
que existen de desperdiciar talento y arruinar magníficas posibilidades.
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te responde que aquellas actividades tan interesantes, que antes se realizaban, ahora no se
programan porque la maestra que las hacía ya no está? Hay cosas que nos retratan como
centro. Compartir o no nuestra ciencia es una de ellas.
Durante un curso, una compañera, María del Mar Barba, nos planteó al equipo
directivo que deseaba hacerse cargo del programa ComunicA. Era uno de los muchos que
ofertaba la Consejería de Educación de la Junta de Andalucía. Entre otras actividades, esta
maestra puso en marcha un blog en el que el alumnado publicaba algunos textos y trabajos.
Al final de ese curso, la maestra cambió de centro. Nos dejó toda la información necesaria
y el material que ella había realizado. Y nos planteamos el siguiente dilema: ¿seguimos
profundizando en lo que ella había puesto en marcha o damos carpetazo y se acabó?
Nos pareció imperdonable que lo que había construido esta maestra se perdiera y
su esfuerzo hubiera dado solo unos frutos temporales. Así que nos pusimos manos a la
obra. Inspirándonos en lo que ella había realizado, y con la ayuda de un grupo editorial de
medios de comunicación, pusimos en marcha una revista digital en la que el alumnado era
el protagonista. Con bastante esfuerzo, creamos una herramienta ideal para promover y
publicitar la producción de textos de nuestros niños.
Para aprovechar la revista, las responsables de la biblioteca del centro convocaron
un concurso literario para el alumnado y se difundieron sus trabajos. De esta manera,
cumpliendo uno de nuestros principios -relacionar los proyectos-, se potenciaban entre sí
la biblioteca y la revista digital.
Cuando el responsable de las TICs en el colegio se nos fue porque obtuvo otro
destino -qué faena, Fermín-, nos encontramos con el gravísimo problema de no tener a
nadie que estuviera en condiciones de hacerse cargo de la página web del colegio. Este
compañero era un genio. Habíamos delegado en él toda la responsabilidad y no nos
habíamos preocupado de formarnos otros por si algún día se presentaba la necesidad. En
vez de paralizarnos, nos pusimos manos a la obra para encontrar una solución. Así que un
compañero se hizo cargo de ella y, asesorado por el profesor que ya no iba a seguir,
consiguió adquirir los conocimientos necesarios para poder hacer frente a la situación. La
coincidencia quiso que durante ese curso se nos confinara a partir del mes de marzo, como
consecuencia de la pandemia. Con el alumnado en sus casas, el profesorado, además de
hacerse cargo de sus clases de forma telemática, comenzó a proponer a aquel una cantidad
ingente de actividades complementarias basadas en la producción de trabajos que eran
grabados en vídeo, o fotografiados, y que luego eran colgados en la web. En la mayoría de
estas actividades colaboraron los familiares y el resultado fue espectacular. Parecíamos una
productora audiovisual y la verdad es que, con esta sobrecarga de trabajo, acabamos todos
agotados; pero, eso sí, muy satisfechos de lo realizado. De no habernos puesto las pilas
desde el primer momento, nos hubiera pillado el toro y hubiera sido imposible dar la
respuesta que dimos.
Cuando te planteas que tu centro imparta una enseñanza del máximo nivel posible,
no hay que despreciar nada y cualquier cosa que ayude a incrementarla hay que
aprovecharla. Si algún docente posee una cualidad hay que exprimirlo; pero, además,
tenemos que encontrar la manera de que ese conocimiento se comparta con el resto del
profesorado para contribuir a su formación permanente y esté en mejores condiciones
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Cuando empecé a trabajar, en los colegios por los que iba pasando era un tema
socorrido, entre algunos maestros, comparar la escuela de aquel momento con la del
periodo anterior. Que ya no se exigía nada, que el profesorado había perdido autoridad,
que las familias no nos respetaban, que en cualquier momento se nos podía acusar de
haberle causado un trauma a un niño, que todo el mundo exhibía sus derechos, pero nadie
hablaba de deberes; que si la inspección se creía todo lo que les decían los padres... En fin,
para estos compañeros, en todas las comparaciones la escuela contemporánea salía
perdiendo.
En la actualidad las quejas siguen estando presentes en las conversaciones del
profesorado. Supongo que esta situación se produce en muchos entornos laborales. Lo
cierto es que durante nuestra vida profesional se convive con las quejas, las nuestras y las
de los demás. En lo de quejarse hay una parte de hábito, de desahogo; pero también hay
otra, muy importante, que es fruto de un ambiente y unas condiciones en el trabajo.
Nos quejamos porque unos padres nos pueden amargar el día, la semana, el mes
y hasta el curso entero; porque puede que tengamos en el aula algún chaval que nos rompe
la clase constantemente, porque podemos sentir impotencia y soledad ante los problemas,
porque no sentimos suficiente apoyo del equipo directivo, porque no estamos a gusto con
algún compañero, porque una parte del alumnado no se esfuerza nada, porque no vemos
suficientemente los frutos de nuestro trabajo, porque no nos sentimos bien tratados, porque,
en medio del desastre, a veces pensamos que la culpa es nuestra; porque perdemos las
ganas de ejercer, porque hay momentos en los que sufrimos demasiado...
Disfrutar del trabajo se ha convertido en una necesidad urgente para los docentes.
Tomándole prestada parte de una expresión a Arturo Pérez Reverte, diría que es una
necesidad en defensa propia.
Nuestro oficio exige mucho esfuerzo y es difícil, a veces, trabajar en determinados
entornos. Tenemos que ser conscientes de esa realidad y desde los equipos directivos se
debe intentar, de entrada, no hacerlo todavía más difícil. En primer lugar, cuando alguien
se nos queje, no lo culpabilicemos de lo que le pasa. Pongámonos siempre en su piel y
dediquémonos a encontrar las soluciones. Ante cualquier problema, normalmente se
pueden adoptar diferentes medidas, pero no todos los docentes son capaces de poner en
práctica cualquiera de ellas. Unas gustarán más y otras serán más complicadas de aplicar,
por eso es muy importante consensuarlas con las personas afectadas y que estén
convencidas sobre cómo abordar cada situación. Algunos temas se pueden solucionar
rápido, pero otros llevan su tiempo, a veces, demasiado tiempo; y durante el proceso
deberemos ir viendo lo que funciona y lo que no, para poder realizar cambios. En estos
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DIRECCIÓN ESCOLAR
casos, es muy importante hablar periódicamente con el profesor afectado y que perciba que
estamos siempre cerca y no nos olvidamos de él. Que sienta nuestro aliento. Es posible que
atender al profesorado, en algunas ocasiones, nos lleve mucho tiempo y esto no nos
permita desarrollar otras tareas que también hay que hacer. Tengamos siempre presente
que los docentes deben ser nuestra prioridad número uno. Salvo causa de fuerza mayor,
nuestro claustro está el primero de la lista; es nuestro ejército y con él enfrentamos el trabajo
cada día. Y sí, esto implica que muchísimas cuestiones propias de la dirección tenemos que
dejarlas para otro momento, esencialmente para casa por las tardes... y por las noches.
Nadie, que no haya estado antes en un equipo directivo, se puede hacer una idea sobre la
cantidad de horas que el cargo lleva consigo. A las que hay que sumar las de docencia y
preparación de clases. A los directores les llegan todos los problemas. Y todos, significa
todos. No es buena idea plantearse acceder a la dirección como medio para trabajar menos
o estar más cómodos. La catástrofe está garantizada.
Existe también el hábito entre el profesorado de generalizar. Es frecuente hablar de
que los padres son tal o cual, en vez de referirnos a un padre o a una madre concretos
cuando de culpabilizar se trata. Lo mismo ocurre con el alumnado; hacemos referencia a
que los niños se portan fatal o a que los niños no estudian, cuando en realidad no todos
tienen ese comportamiento; pero ya muchos hemos interiorizado esa manera de
expresarnos. Hay que saber diferenciar la necesidad de desahogarse de lo que luego es la
realidad fiel en cada aula. Descontado el atrezo del consabido hábito de quejarse
permanentemente, hay que prestar oídos y anotar en nuestra mente las cuestiones que
preocupan a nuestros compañeros, para intentar echarles una mano. Es un error
demasiado común dejar que cada uno se ocupe de lo suyo -que para eso yo ya tengo
bastante con lo mío.
Es cierto que nos podemos encontrar con el caso extremo de un compañero que
está todo el curso en dificultades. Cuando no es una cosa, es otra; la cuestión es que siempre
lo tenemos en el despacho pidiendo socorro. A mí me ha sucedido en alguna ocasión, pero
es excepcional. Y aunque se nos hagan muy pesados, debemos dedicarles nuestra atención.
Es cuando el profesorado pasa por graves problemas, cuando más cercano tiene que
sentirnos. Puede llegar a ser agotador, por lo que siempre que sea posible el equipo
directivo debe repartirse esta tarea, de manera que, una vez unos y otra vez otros, podamos
estar dispuestos para la ocasión.
También deberemos estar preparados para cuando suceda un hecho con el que a
lo mejor no contamos, pero que es más frecuente de lo que se piensa. Hay docentes que
cuando sufren algún percance serio, le echan la culpa a otros de la situación que están
viviendo. Que si tú no hubieras dicho, que si el director lo tenía que haber solucionado,
que yo ya lo avisé, que si la culpa es del tutor... Puede que sea muy humano buscar
culpables, pero no podemos seguirle la corriente al que lo hace. Lo peor que podría
pasarnos sería enredarnos con acusaciones mutuas entre nosotros cada vez que un
incidente le afecta a alguien. Cuando estalla un conflicto hay que centrarnos en quién lo
está padeciendo y no implicar a más gente de forma acusatoria, porque entonces encontrar
una solución va a ser muchísimo más difícil. Si en vez de dedicar nuestro tiempo a arreglar
un tema, lo malgastamos arremetiendo unos contra otros, ya sí que la cosa se pondrá
imposible.
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mundo salir de su zona de confort. Tienen una forma de ser que alguien podría calificar
como poco altruista. Me impuse no tener incidentes con ellos y para conseguirlo utilicé dos
verbos: empatizar y prever. Para ser capaz de ponerte en el lugar de cualquier otro, ayuda
mucho hablar con cierta frecuencia con esa persona. A veces, cuando alguien te cae mal o
te da problemas, dejas de dirigirle la palabra o le hablas lo imprescindible. Te vas alejando
y se va perdiendo el contacto. Al final se produce una distancia que ayuda a enquistar
posiciones. Nos reforzamos cada uno en la nuestra y así es imposible reconducir nada. Es
con los que tenemos más diferencias y dificultades con quien hay que perder más el tiempo,
que a la postre es aprovecharlo. No se trata de tratarlos mejor que a otros -por temor-, sino
de hablar más con ellos que con los demás -por necesidad-, para tratar de entenderlos y
que te entiendan. Debatiendo en los momentos tranquilos y no en los tensos. Tampoco hay
que ser ingenuos; no es seguro que hablando nos garanticemos el ponernos de acuerdo con
cualquiera. Hay posturas que están tan alejadas que no siempre se van a acercar lo
suficiente; pero si conocemos cómo es una persona, sabremos mejor cómo actuar con ella.
Y en cualquier caso, cuando dos personas se tratan con cordialidad y frecuencia surgen
esos lazos invisibles que provocan que los desencuentros se planteen de forma razonable
y no se produzcan batallas encarnizadas. Se consigue más con un discurso tranquilo que con
otro en el que la persona que nos escucha se pueda sentir violentada.
Si uno quiere ser capaz de prever los problemas que te puede plantear el
profesorado, y así anticiparse, hay que dedicar tiempo a descubrir cómo funciona. Cuanto
más lo hagas, mejor. Sabrás qué les molesta y cómo reaccionan, sobre todo en los momentos
complicados y en esos en los que vas a proponerles algo. Es bueno intuir cómo se van a
comportar para tenerlo previsto y que no te pille de sorpresa. El mensaje no cambia, pero
las formas con las que lo transmites tienen que estar adaptadas a cada uno. Hay ocasiones
en las que actúas de manera confiada y un tanto ingenua y cuando te das cuenta del error
ya es tarde. Yo comencé a dedicarle tiempo a esta cuestión, casi a diario, durante los
momentos en los que me desplazaba al colegio o regresaba a casa. Ese rato lo dedicaba a
repasar mentalmente cómo podría encontrarse el profesorado, no solo en relación a mí,
sino también entre ellos mismos; analizando, por ejemplo, situaciones que se habían
producido y que no era deseable que se volvieran a repetir. Es muy importante no
circunscribirnos únicamente a lo que nos puede afectar directamente a nosotros, ya que es
muy frecuente el roce entre compañeros; conflictos que surgen entre ellos y que pueden
llegar a ser tan serios que te obligan a intervenir. Otras veces tienes que pedirle a alguien
un cambio de actitud o que haga algo que no le agrada demasiado, pero que es importante.
También pensamos en esa maestra que tiene un alumno un tanto particular y recordamos
que tenemos que hablar con ella para saber cómo lo va llevando. Se nos vienen a la cabeza
esos dos compañeros de ciclo que suelen chocar con cierta frecuencia y queremos encontrar
la manera de evitarlo. O cómo le irá al tutor de quinto que tiene por la tarde una reunión
con un padre imposible; con qué cosas debería tener cuidado y de qué forma podría enfocar
dicha reunión... Por eso, un momento diario para pasar revista, siempre nos va a venir bien.
Nunca lo puedes prever todo, pero quince o veinte minutos, un día tras otro, dan para
bastante. Así que repasaba mentalmente todas las situaciones susceptibles de convertirse
en problemáticas y valoraba las diferentes opciones que tenía. Luego era cuestión de aplicar
la mejor o, al menos, aquella que impidiera que se formara una bola de nieve con un
volumen preocupante.
Podría decirse aquello de sé optimista y ponte siempre en lo peor. Un optimista no es
una persona que piensa que las cosas le van a salir perfectas. Es una persona que sabe que
haciéndolo bien, tiene muchas posibilidades de que las cosas le salgan bien y se dedica a
ello con entusiasmo. Por eso, visualiza qué podría ocurrir para que algo salga mal e intenta
poner remedio de forma preventiva. Analizar cómo pueden surgir nuevos problemas no
es convertirse en un obseso; es puro entrenamiento para poder ganar el partido. Esto lo
realizan muchos directores. Fue Robin Sharma el que escribió una frase genial “cuanto más
sudes en la práctica, menos sangrarás en la guerra”.
Si se sabe que determinados compañeros tienen conductas negativas en según qué
circunstancias, intentemos que estas últimas no se produzcan. Y si no es posible evitarlas
en un momento dado, tratemos de minimizar los daños. Por eso, para tener la máxima
información, algunos directores preguntan a otros colegas sobre cómo han actuado con
este o aquel maestro que ha estado destinado con anterioridad en su centro. Y por eso,
también, cuando surge un conflicto con alguien que tiene un carácter especial, tratamos
que hable con él un miembro del equipo directivo que sabe entrarle bien y que tiene una
cierta ascendencia sobre él. Ponerse en lo peor no es fatalismo, es invertir en prevención de
riesgos escolares.
Sí, es imposible tenerlo todo previsto; pero a fuerza de práctica se perfecciona el
hábito y se consiguen excelentes resultados. ¿Y qué hacemos cuando la cosa nos viene por
sorpresa y nos pilla con la guardia baja? Lo primero, escuchar. A continuación, dialogar. Y
si encontramos la respuesta en el momento, darla. Si tenemos dudas, quedamos en un “lo
estudiaré detenidamente” y, tras hacer las consultas que consideremos necesarias,
comunicar nuestra decisión a la persona interesada, explicando el porqué de esta y los
inconvenientes que tenían las otras opciones.
Un determinado día me encuentro en una dependencia del colegio a un grupo de
maestras y maestros charlando entre sí. Por las caras que tenían, ya vi que estaban afectados
por algo. De inmediato, uno de ellos me mostró su malestar de una manera algo más que
ostensible. Otra maestra, que se encontraba junto a mí, me comentó: “Lo siento, no he
podido evitarlo”. Le respondí con tranquilidad, quitándole importancia e indicándole que
la gente tiene que desahogarse y que no pasaba nada. Era un grupo de docentes magníficos,
tanto en lo personal como en lo profesional; pero algo les había irritado tanto como para
que uno se manifestara de forma tan alterada. Así que lo mejor era esperar a informarme
antes de abrir la boca. Cuando tuve claro lo que había pasado, me olvidé del tema. Nunca
pedí explicaciones. Comprendí que había sido un hecho aislado que le puede pasar a
cualquiera y no le di mayor importancia. Mi excepcional opinión sobre ese profesor no
varió un ápice por el incidente. Lo seguí tratando lo mejor que supe y al poco nada había
sucedido. No hay otra cosa más rentable que tratar bien a la gente y ser generosos siempre
que se pueda. Al final, te lo van a devolver con intereses.
¿Y el puñetazo en la mesa? A lo largo de mis años en la dirección yo di algunos, en
la mesa y en los armarios; pero me ha ido muchísimo mejor cuando los he evitado. Perder
los papeles no nos sale gratis. Ese no poder dormir bien. Esa víctima de nuestros malos
modos que hemos creado y que despierta la solidaridad de otros miembros del claustro. El
maldito runrún que no se nos va de la cabeza y que no nos deja en paz. Y sobre todo, pensar
en “cómo demonios he podido cometer este error”. Lo mejor es que no nos pase; pero si
nos sucede hay que intentar resolver tranquilamente la situación con el afectado, charlando
aparte y teniendo una disculpa a mano. Te ganas el respeto de tus compañeros que, al
menos, pensarán que están ante un director que es capaz de reconocer sus errores. Hoy por
mí y mañana por ti.
13
LAS EMOCIONES
Y de pronto María del Mar coge la guitarra y con su hija Paula nos canta esta
canción que nos deja sin aliento y sin palabras.
Dedicada a todos nuestros niños y a sus familias. Para que os dé fuerzas, para
que os dé ánimos, para que os dé suerte, para que os dé esperanza... Os queremos.
Enseguida, María del Mar me envía un WhatsApp con el siguiente texto: “José Luis,
me emocionas”. Lo que ella no sabía es que yo me emocioné antes, en cuanto escuché su
canción (https://www.youtube.com/watch?v=SMBNNUszVKU). Aún hoy me produce
escalofríos cada vez que la oigo.
Llevábamos apenas dos semanas confinados. Habíamos pasado unos días terribles
adaptándonos a la enseñanza virtual y estábamos echando muchísimas horas al día frente
al ordenador, para poder atender de la mejor manera a nuestro alumnado. Nos
comunicábamos permanentemente entre nosotros, ayudándonos todo lo que podíamos e
intentando ser lo más eficaces en esta nueva situación; pero estábamos agobiados y
agotados. Y de pronto sale María del Mar y nos canta un tema cargado de esperanza.
¡Cómo no emocionarse! Lo cambió todo. Nuestro estado de ánimo fue creciendo y pasamos
de vernos arrollados por la ola que teníamos encima a surfearla. Comenzamos a sentirnos
fuertes. El profesorado no paró de proponer actividades audiovisuales que
complementaran las propias de cada materia y que pudieran servir también para
desconectar un poco del miedo y del hastío que provocaba el estar todos encerrados en
casa, un día sí y otro también. Las familias y el alumnado respondieron de maravilla con
una participación asombrosa. Los trabajos los subíamos automáticamente a la web del
colegio para que todo el mundo pudiera contemplarlos. Intentábamos acompañarlos de
textos muy cuidados que consiguieran tocar las fibras sensibles y se dimensionara todo el
esfuerzo y entusiasmo del profesorado, de los niños y de los padres. Estos últimos nos
hacían llegar sus comentarios y valoraciones continuamente. Se creó un clima de comunión
absolutamente especial; la intensidad era tal que parecíamos electrizados. Las emociones
lo inundaron todo. Estábamos viviendo una tragedia y... disfrutábamos con nuestro trabajo.
A beneficio del proyecto “Emaús” en Almería 44
DIRECCIÓN ESCOLAR
Estimadas familias:
Tras estas tres semanas de confinamiento, en primer lugar me gustaría decirles,
en nombre del profesorado y del personal de administración y servicios del colegio, que
nuestro deseo es que todos estén en perfecto estado de salud y muy especialmente sus
hijos e hijas, nuestro alumnado.
Estos días, así vividos, están siendo muy difíciles, en unas condiciones
absolutamente desconocidas para todos, con miedo y, por si faltaba algo, con la escuela
en casa. Dedicándole un tiempo a la formación de los hijos, en algunas ocasiones después
de volver del trabajo y, en otras, simultaneándolo con la realización de teletrabajo en casa;
si es que se tiene esa suerte, porque otros de ustedes directamente han tenido que dejar
de ejercer su profesión, con la carga de angustia que supone pensar ahora en las
consecuencias futuras e incluso, ya en algunos casos, presentes.
Nuestro único objetivo, como maestros y maestras, es que en estos meses que
quedan hasta finalizar el curso escolar, podamos ser lo más eficaces en la ayuda que les
tenemos que prestar a sus hijos e hijas. Seguramente estaremos cometiendo errores; pero
les aseguro que estamos poniendo todo nuestro empeño en que todo salga lo mejor posible.
No se trata solo de un reto profesional; es también un reto personal y, sobre todo, un
compromiso emocional y afectivo con los niños.
En este sentido, no duden en transmitirnos sus opiniones e ideas porque
seguramente podremos ir haciendo las cosas un poco mejor cada día.
Y llegados a este punto, no puedo dejar de mencionar la extraordinaria labor que
están realizando las delegadas y delegados, con una entrega tremenda, dedicándole
mucho tiempo y mucho esfuerzo a ayudar al resto de familias y transmitiéndonos a
nosotros una información fundamental. Sabed que estamos sorprendidos, agradecidos y
orgullosos de vosotras y vosotros. Vuestro trabajo es digno de destacar y cuando todo
pase, y vuelva la ansiada normalidad a nuestras vidas, os daréis cuenta que habéis escrito
una de las páginas más impresionantes de la historia del centro. Desde la admiración y
el respeto, recibid de todos nosotros un fuerte abrazo.
A todas las familias, para terminar, decirles que ojalá más pronto que tarde
volvamos a vernos todos otra vez, a la misma hora de siempre y en el mismo lugar.
Con nuestros mejores deseos.
mismos, en las peores circunstancias que habíamos sufrido en todos los años de profesión.
Conseguimos llegar al final transportados de emoción en emoción.
Estando ya jubilado, durante el mes de mayo de 2021 contacté con Marta, la
presidenta de la AMPA, y le pedí que me comentara cómo valoraba los años de
colaboración que habíamos mantenido entre nosotros. Desde el inicio de la pandemia
habían pasado catorce meses y, a pesar de lo que llevábamos trabajando juntos, ella tenía
grabado en su mente, por encima de otras consideraciones, todo lo que sintió durante el
confinamiento. Esto fue lo que me envió:
Pero para mí, Marta Núñez, presidenta de la AMPA, fue un total descubrimiento
cuando llegó la maldita pandemia que puso nuestro colegio, y nuestras vidas, patas
arriba. Nos encontramos que había muchas familias, no todas favorecidas, con escasos
materiales informáticos… y, en pocos días, nos encontramos a un centro coordinado en
cada una de las casas. Todo el profesorado fue al colegio a guardar en bolsas
personalizadas los libros del tercer trimestre y otros materiales que el alumnado no se
había llevado a casa, ya que no pensábamos que el confinamiento iba a durar tanto. José
Luis se expuso al virus -mientras que todos estábamos luchando con nuestro miedo e
incertidumbre- repartiendo todas las bolsas a esas familias; además de las comidas y
meriendas de nuestros peques incluidos en los programas de ayuda a familias más
desfavorecidas.
No había horario para él. De hecho, problema que surgía, información que yo
recibía en minutos, horas… mediante el móvil o internet: documentos hechos, problemas
solucionados, correos entregados, mil claves y contraseñas recuperadas y enviadas, etc.
Y venga actualizar la página web del centro con los trabajos audiovisuales que hacían
los niños para que las familias sonrieran y se perdieran un poco de esa ola de pánico que
teníamos. Yo tuve la suerte de estar con él, mano a mano, y descubrí una persona íntegra
que cuidaba de los suyos -profesorado, alumnado y padres- como un padre entregado y
con un gran sentido del humor. Siempre animando desde la primera fila para que todo
saliera PERFECTO.
Por eso, yo y la AMPA aplaudimos su gran labor en todos los años que estuvo
con nosotros -con más éxitos que fracasos-, y no tendré vida suficiente para agradecerle
lo fácil que hizo todo lo que estuvo en sus manos, a todas horas. Pienso que fue una labor
no reconocida, ya que las familias no fueron conscientes de cómo esos cimientos se
movieron y salieron de la nada de sus manos.
Su respuesta es una clara muestra de que lo que te hacen sentir las emociones es
algo único que perdura en el tiempo; ese es su poder. Cuando consigues emocionar a
alguien, te pone en un pedestal.
Si me preguntaran qué curso ha sido el más duro de toda mi trayectoria profesional,
respondería “el que nos encerró en casa la COVID-19”. Y si me pidieran que escogiera el
mejor, respondería lo mismo; porque fue el más difícil y nunca me he sentido más orgulloso
de mis compañeras y compañeros -docentes y no docentes-, del alumnado, de las familias
y hasta de mí mismo.
Las personas que consiguen emocionarse en su trabajo son privilegiadas, porque
sienten de una forma más profunda las cosas que viven. Cambian todos sus esquemas y
disfrutan de una manera más especial. Se reconcilian con esta profesión porque
experimentan verdadera satisfacción al ejercerla. El claustro desea provocar continuamente
nuevas situaciones que le permitan volver a emocionarse. La creatividad se dispara, los
retos se superan con más facilidad, la producción y originalidad de las actividades se lleva
al límite... y queremos más.
La productora Rossana Giacomelli y el creativo Carlos Gómez-Miras, fundadores
de Thinkwild, un estudio de éxito mundial, con sede en Las Rozas (Madrid); y dedicado a
la creación de vídeos y presentaciones animadas para eventos y candidaturas del máximo
nivel, declaraban a la revista Actualidad Económica lo siguiente: “Nuestra premisa parte
de la base de que emocionar es la mejor manera de transmitir ideas... la gente puede olvidar
lo que les has dicho, pero no lo que les has hecho sentir”. No seré yo la persona que les
lleve la contraria.
En muchas ocasiones vivimos situaciones u observamos cosas y pensamos que
están bien, pero echamos en falta algo. No nos llenan por completo. Lo que sucede es que
no consiguen emocionarnos. Y lo sabemos porque cuando algo lo hace, nos conquista. El
día de la fiesta de su puesta de bandas, el alumnado de sexto de primaria, que pasará al
IES el curso siguiente, llora y siente pena al tener que trasladarse, por mucho que haya
estado todo el curso deseando que llegara el momento de ir al instituto. En esos últimos
instantes idealiza su colegio y todas las cosas que ha vivido en él. ¿Por qué? Porque se
emociona.
Siempre que desde la dirección se pueda encontrar la manera de hacer aflorar las
emociones en el profesorado, hay que hacerlo. Se puede conseguir comportándose de un
modo educado, atento, cortés, respetuoso y, sobre todo, siendo generoso. Ensalzar,
alegrarse, encumbrar, tener atenciones, agradecer, reconocer, emplear palabras que
emocionen... son acciones que bien utilizadas remueven el interior de las personas.
Contribuyen a que quieran más su trabajo y, sobre todo, su lugar de trabajo.
No existen los colegios jardín de las delicias todos los días del curso. Nuestra
actividad es exigente y se viven situaciones duras. Poder emocionarse en el trabajo, como
mínimo, ayuda a contrarrestar otros momentos amargos y, en el mejor de los casos,
produce una conexión entre el profesorado que une más allá del simple compañerismo. Es
alcanzar otra dimensión como resultado de haber compartido experiencias muy positivas
y haberlas vivido y sentido de una manera muy especial. Te notas diferente. Las relaciones
personales se fortalecen y, en los momentos de dificultad, esto ayuda a mostrar
comprensión y solidaridad con el que lo está pasando mal, transmitiéndole seguridad y la
sensación de estar en un lugar cálido y acogedor. Nos facilita compartir entre nosotros más
cosas y nos proporciona confianza.
De la misma forma que conectar con una persona nos hace sentir bien; cuando en
un centro conectamos los miembros del claustro la satisfacción es enorme. Estamos a gusto
cuando vamos al trabajo y sabemos que podemos vivir momentos muy gratificantes. La
complicidad entre nosotros aumenta. Nos consideramos más capaces de abordar retos y
desafíos porque nos sentimos más seguros de nuestra fuerza, que ya es colectiva. Ese centro
se convierte en especial porque los docentes se consideran acompañados y, en cierto modo,
amparados. Cuando se produce esa conexión emocional, hay que cuidarla día a día para
que no desaparezca porque es un regalo. Cuesta tiempo y esfuerzo disfrutarla y se puede
perder muy fácilmente. Gozar de las emociones proporciona dosis enormes de optimismo
y cargan nuestras pilas de energía positiva y esperanza. Sentimos deseos de escalar nuevas
cumbres para conquistarlas y tener la posibilidad de volver a emocionarnos otra vez. Nos
retroalimentamos y nos sentimos cada vez más fuertes y más a gusto. El trabajo se convierte
en una fuente de satisfacción. Por supuesto que este estado no se da de forma permanente.
Momentáneamente, pasaremos por dificultades; pero siempre es preferible que los
inevitables malos tragos que nos toque vivir, nos sucedan en un centro donde haya una
dirección que nos apoye y donde tengamos compañeros que nos entiendan y se
identifiquen con nosotros. Nos puede caer encima alguna tempestad, pero el claustro
estará blindado. En una ocasión, para transmitirle tranquilidad a una compañera que pasó
un momento delicado, le aseguré que no deseaba que tuviera nunca problemas en el trabajo;
pero que si, por desgracia, le tocaba tener que afrontarlos, prefería que le sucediera en
nuestro centro. Me entendió a la primera.
Como dirección, debemos actuar con afecto sincero. Llegar a lo más profundo de
nuestros compañeros cuando la ocasión lo merece, compartiendo nuestros sentimientos de
orgullo y gratitud por la labor que desempeñan. Si queremos agradar y lo hacemos de una
manera forzada y poco sincera, se nos notará demasiado. Las palabras deben ir
acompañadas de los hechos. Cuando nuestra manera de actuar se contradice con lo que
decimos, no sirve para nada; quedamos como una persona falsa y un tanto ridícula. Esto
pasa cuando decimos lo que no sentimos.
Si juntamos en un centro unos magníficos docentes y los maldirigimos, seguiremos
teniendo unos magníficos docentes, en el plano individual; pero tendremos un mal claustro,
en lo colectivo. No se eleva el nivel diciéndole a todos lo que tienen que hacer y cómo tienen
que hacerlo; sino permitiendo y promoviendo que cada uno explote todo su potencial y lo
ponga al servicio de la enseñanza y de su propio crecimiento profesional. El claustro ideal
no existe; hay que crearlo. Ponte a ello.
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dignidad.
Desde la dirección hay que potenciar la idea fuerza de que nuestra labor es esencial
para la sociedad y, por tanto, somos imprescindibles. Nuestra dignidad, autoestima y
profesionalidad no depende de que alguien no nos valore. No le compramos el discurso
sobre nuestro desprestigio social a nadie y no nos resignamos.
Como las pinceladas victimistas van a ir apareciendo más o menos espaciadas en
el tiempo, la dirección tiene que manejar mensajes en positivo cargados de reconocimiento
hacia el profesorado. Si un ciclo realiza una exposición se lo agradecemos. Una docente
que lleva a cabo una actividad audiovisual interesante se verá destacada. El profesorado
que organiza y participa en un festival de navidad será celebrado. Una excursión que sale
muy bien, la publicitamos. Cuando una maestra resuelve un problema serio que le ha
surgido en clase con algún padre, la felicitamos y lo comentamos en el órgano
correspondiente para que sirva de inspiración al resto. Si un docente aplica en su aula un
método o una actividad innovadora facilitamos que transcienda... No rebatimos los
comentarios victimistas, nos conformamos con poner en valor lo que hacemos.
Combatimos el pesimismo promocionando el optimismo. Las valoraciones positivas tienen
que formar parte de nuestro día a día para que el profesorado se sienta orgulloso de sí
mismo. Es una forma de fortalecer al claustro. Frente a los ataques de victimismo,
reconocimiento permanente.
¿Y si con tantas autoalabanzas y consideraciones perdemos la perspectiva de la
realidad y lo que nos invade es la autocomplacencia? ¿No acabaremos creyéndonos que
somos tan buenos como para sentirnos por encima del bien y del mal? Frente a este
hipotético peligro, el mejor antídoto es ¿qué podemos mejorar?. Se trata de estar siempre en
movimiento -las aguas estancadas se corrompen-, pero con la moral alta y satisfechos. Cada
etapa que cubrimos debe suponer un empujón para alcanzar la siguiente.
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los que podemos aprender muchísimas cosas. Y tenemos un equipo con el que poder hablar
sobre cómo abordar estas situaciones. Sepamos ver lo que a unos les funciona para que nos
sirvan de referencia. Nadie es perfecto. Cada uno de nuestros fracasos debe ser un motivo
para hacer la lectura correcta y extraer la conclusión adecuada. Ni culpabilizarnos siempre,
ni pensar que, como el causante es otro, no tenemos por qué preocuparnos. Hay que estar
continuamente en situación de analizar qué ha pasado y cómo hay que actuar para que no
vuelva a suceder. Descubrir dónde está la raíz del problema y dónde puede estar la
solución.
Cuando tengamos cuestiones que aclarar, o problemas a resolver con alguien en
particular, deberemos abordarlos de frente con la persona interesada. A veces no es sencillo
-los cara a cara impresionan- y hay que darse un tiempo para ir encauzándolo. Entendiendo
las razones del otro y utilizando argumentos en vez de imponer las cosas. Obligar es muy
sencillo para el director, pero así no se construye. Forzando, vamos dejando gente herida
por el camino y se abren grietas en la cohesión del claustro. A veces hay que llegar a
soluciones intermedias que contenten a todos y seguir avanzando. La imposición debe ser
un recurso solo a emplear en casos muy claros de personas irreconducibles y con actitudes
inaceptables. Y de estas hay pocas. Cuando alguien, de manera equivocada, incumple
flagrantemente la normativa legal o los acuerdos con los que nos hemos dotado, y no
manifiesta intención de rectificar, hay que informarle con claridad de las consecuencias
negativas que para él tendría seguir con esa actitud. Debe ser consciente de que el director
no puede mirar para otro lado y dejarlo pasar, porque entonces será él mismo el que
posiblemente tenga que rendir cuentas ante instancias superiores.
Si nuestro trato al profesorado, y al resto de trabajadores del centro, ha sido
correcto y educado, siempre podremos hablar con ellos de cualquier cosa. Si no está siendo
así, los problemas serán más difíciles de abordar. En este intento por actuar desde la mesura,
hay que evitar una pulsión peligrosa: el linchamiento público. Ese “te vas a enterar tú” que
tanto tiempo estábamos deseando aplicar. Aprovechar una reunión para arremeter contra
alguien es un error. Yo también lo he cometido -rozando la venganza- y me gustaría no
haberlo hecho. Molesta mucho y hace daño ser criticado delante del resto de compañeros
y compañeras. Y más aún si la crítica va acompañada de ensañamiento. Lo normal es que
el afectado se hunda y se calle o que se defienda con todo lo que tiene a mano. El
espectáculo está garantizado y la fractura ya será un hecho. Lo que se destruye en un
momento cuesta luego mucho tiempo volver a recomponerlo y la desconfianza será ya
difícil que desaparezca del todo. La relación que como directores tengamos con el
profesorado, es el secreto que explica cómo se va a comportar este con nosotros.
Por convicciones profundas o por conveniencia oportunista, trata bien a tu gente.
Conviértete en responsable de ellos y cuídalos como a tu mayor tesoro.
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“Los centros no están para ser punitivos”. Estas palabras las pronunció, durante
un encuentro con un grupo de docentes, la persona que ostentaba el más alto rango en la
Delegación de Educación de Almería.
“Cuando los niños tengan comportamientos sancionables, por favor, dejen ya de
seguir mandándolos al rincón de pensar y adopten otras medidas más serias”. Estas, en
cambio, las expresó un inspector, meses más tarde, en una reunión con directoras y
directores.
Lo que demuestran estas opiniones contrapuestas es que el tema es muy complejo.
En la enseñanza hay pocas cosas que no lo sean; pero la cuestión de las sanciones al
alumnado lo es especialmente. En realidad lo que provoca debates intensos y dudas
recurrentes es, sobre todo, la expulsión o la suspensión del derecho de asistencia al centro,
que es como lo denomina la normativa. Hay directores que descartan por completo la
posibilidad de aplicar esta medida y te dicen abiertamente “mientras yo sea director, en
este colegio no se expulsa a nadie”; o también “a estos niños no se les puede expulsar
porque no sirve para nada”. Los hay que ponen en marcha expedientes sancionadores que
pueden concluir con la citada expulsión, pero intentan hacerlo lo menos posible. Y también
existen directores que creen que es una medida más a aplicar, cuando proceda, y actúan
con absoluta naturalidad. Entre el profesorado, las opiniones van desde aquellos a los que
no les gusta hasta los que la consideran necesaria.
Las familias, por lo general, aceptan que se pueda sancionar a sus hijos por
determinados actos que hayan protagonizado, pero no con la expulsión. Suelen buscar
cualquier argumento para tratar de evitarlo; normalmente, que la culpa es de otro. A lo
sumo “te conceden”, haciendo un exceso, que la duración sea de un día. Además, te piden
o exigen que se tome la misma medida con un alumno que, ellos saben muy bien, fue en
realidad el que inició el incidente. En resumen, los padres afectados los tendremos en
contra, con mayor o menor rotundidad. Para algunos directores supone un auténtico trago
tener que darle audiencia a unos adultos a cuyos hijos o hijas se les pretende sancionar con
una medida tan expeditiva, porque presienten que la reunión puede ser tensa.
En realidad, existe la percepción de que la expulsión es una especie de línea roja y
una vez que se cruza ya no hay marcha atrás. Si se vuelven a repetir incidentes similares
protagonizados por otros alumnos, lo justo es sancionar también de la misma manera a
estos. Cuantas más veces inicie un director alguno de estos procedimientos, más cerca
estará la posibilidad real de que tenga algún problema con un padre.
No me atrevo a pontificar sobre este tema y mucho menos aconsejar a nadie sobre
cómo debería actuar; pero sí puedo explicar qué razones fueron las que me hicieron ser un
A beneficio del proyecto “Emaús” en Almería 55
DIRECCIÓN ESCOLAR
director que aplicó, creo que con prudencia, pero con normalidad, correcciones y medidas
disciplinarias, incluida la expulsión.
En un centro educativo hay cosas que un alumno no puede hacer y, si las hace,
debe haber correcciones en función de la gravedad, por una simple cuestión de justicia. Los
padres de un niño agredido, por ejemplo, pueden entender que la primera vez apliquemos
medidas pedagógicas al causante; pero, a la segunda que hagan daño a su hijo, nos van a
exigir que tomemos otras más severas con el agresor, si no irán hasta donde tengan que
llegar para solucionarlo. Por ejemplo, a la inspección. Si pretendes nadar entre dos aguas,
pensarán que no quieres meterte en líos o, directamente, que tienes miedo del otro padre.
El temor a que su hijo pueda volver a ser agredido en cualquier momento no se les va de
la cabeza. Eso les hace mostrarse hipersensibilizados. Si entienden que no actúas por miedo,
puede que lo intenten compensar provocando que se lo tengas también ellos.
El alumno que es agredido por un compañero -seguimos con el mismo ejemplo-
espera y necesita que se le proteja. Y sabe perfectamente lo que es una sanción justa y lo
que es cubrir el expediente. Si no se sienten defendidos y tienen un poco de carácter, en
siguientes ocasiones se buscarán la vida por su cuenta o, si carecen de él, empezarán a
sentirse intimidados. En este último caso, comenzará a hablarse de posible acoso. Las
sanciones también tienen un componente de ejemplaridad para el resto del alumnado,
evitando el efecto imitación o contagio.
Luego está el profesorado que es víctima de comportamientos incorrectos graves
y que tanto dificultan su trabajo. Este es un tema muy delicado porque las faltas de respeto
del alumnado producen bastante daño. A muchos docentes se les hacen insoportables. Si
no se toman medidas para corregir esas situaciones o acabar con la impunidad de los
autores, el maestro irá acumulando tensión hasta enfermar o hasta acabar perdiendo los
nervios y cometer alguna acción punible. En el mejor de los casos, terminará odiando su
trabajo y su centro. Tampoco es de extrañar que empiece a sentirse culpable por no ser
capaz de controlar su clase y porque “todo siempre me pasa a mí”. Claro que la cosa aún
podría empeorar. Bastaría con que alguien tenga una explicación genial del porqué a
algunos maestros les ocurren estas cosas. Atención, no te lo pierdas: “Te faltan
herramientas”. Estás machacado y encima te acusan indirectamente. ¡Ánimo, chico! ¿A que
ahora te sientes mejor? Meterle los dedos en la herida justo el día del accidente. ¿Por qué
no se me habría ocurrido antes? En este trabajo a todos nos falta alguna herramienta. Así
que no nos demos golpes de pecho, ni nos colguemos medallas. Simplemente, si
comprobamos que alguien necesita nuestra ayuda, y podemos ofrecérsela, hagámoslo sin
tirarle los instrumentos a la cabeza. Si como director lo único que podemos hacer por un
maestro o una maestra en dificultades es decirle que no sabe gestionar su clase, dejará de
comunicar los incidentes que le suceden en el aula y lo aguantará todo en silencio, mientras
pueda. Con tal de no verse señalado... aquí no pasa nada.
En mi último centro de destino, nos planteamos que lo primero que teníamos que
hacer era conocer todo lo que pasaba dentro de las aulas -lo que sucedía en los recreos ya
lo veíamos-. Para ello, el profesorado nos informaba puntualmente -todo se anotaba en un
cuaderno-. A partir de ahí, cada conducta inadecuada debía tener su consecuencia -gracias,
Patricia, por dejar que te robe la frase-. Si se trataba de pequeños incidentes, lo que
denominamos como lo normal que ocurre en todas las clases, los resolvía el profesorado -
especialista o tutor- y si consideraba, además, que tenía que hablar con las familias, se
ocupaba de ello. Pero si esas conductas eran reiteradas o se convertían en algo más serio,
intervenía el equipo directivo y este se encargaba de gestionarlas. Ahí tocaba charlar con el
alumnado, informar y mantener entrevistas con los padres e imponer las correcciones o
sanciones. Todo de acuerdo con el tutor o la tutora. El niño que impedía el desarrollo
normal del trabajo de forma contumaz, esos casos a los que nos referimos cuando decimos
“no me deja dar clase”, salía del aula y quedaba a cargo del equipo directivo y, muy
ocasionalmente, de otros docentes que, dependiendo del día, podían atenderlos durante
un tiempo. Eran pocos casos, pero reincidentes. Así salvaguardábamos el derecho del resto
de la clase a trabajar con normalidad, facilitábamos la labor del profesorado e impedíamos
quejas del resto de padres. A los progenitores de este alumnado más conflictivo se les
mantenía informados para que fueran conocedores. Con este sistema se evitaba que se
produjeran muchos otros incidentes que hubieran motivado las sanciones
correspondientes. Las expulsiones se reservaban, por lo general, para las agresiones u otras
conductas graves.
Centralizando en la dirección los casos más significativos, garantizábamos el
mismo tratamiento y uniformidad para todos ellos; que no existieran las diferencias que
podrían llegar a producirse si cada tutor fuera el responsable del proceso en su totalidad,
por aquello de las distintas varas de medir. De este modo, la justicia es más justa.
Paralelamente, se le evitaba a los docentes la tensión que ocasiona enfrentarse a los
procesos disciplinarios más comprometidos y ahorrarle el desgaste que eso conlleva. A
ningún maestro o maestra se le decía nada parecido a “eso es problema tuyo; ocúpate tú”.
En este tema está especialmente contraindicado el principio que cada palo aguante su vela.
Por supuesto, las incidencias se registraban en el programa informático de gestión de
centros. No nos parecía serio ocultar la realidad.
Le dedicábamos muchas energías a estas cuestiones y siempre tenía la sensación
de que, como director, lo podría haber hecho mejor. Me sentía como si me faltaran... sí, eso...
herramientas.
La convivencia es un tema de lo más complicado. Lo que funciona con un alumno
puede que no sirva para otros. Algunas situaciones que se dan en el seno familiar,
convierten al niño o a la niña en una bomba de relojería. En la mayoría de los casos tenemos
garantizada la colaboración de los padres; pero en otros, estos no saben cómo actuar y se
sienten desbordados. Nunca hay que descartar que acaben culpando al profesorado,
incluso delante de sus propios hijos. Si además tenemos casos de alumnos con TGC
(Trastornos Graves de Conducta), se nos presentará una situación muy difícil de manejar.
La labor de la maestra especialista en estos trastornos, cuando dispusimos de ella, fue
increíble. Como también fue muy importante la compañera que nos introdujo en el campo
de la gestión de emociones. Para tratar los casos de niños con trastornos de conducta, que
además suelen tener dificultades para saber gestionar bien sus emociones, todos los
conocimientos que tengamos nos van a resultar escasos. Habrá que completar nuestra
formación con lo que desconocemos de estos temas y tratar por todos los medios de contar
con los recursos que las delegaciones provinciales tengan previstos, que nunca serán
suficientes.
Y como decía, a mí siempre me quedaba la sensación de que la convivencia en mi
centro no era lo perfecta que nos hubiera gustado. Supongo que sentir ese cierto
inconformismo, que nos suele acompañar a los docentes, no nos viene mal si solo nos
obliga a querer ser cada vez un poco más eficaces.
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equipos directivos. Cuando se vean en esa tesitura, reproducirán aquellas cosas que han
interiorizado porque han comprobado fehacientemente que dan buenos resultados. Por el
contrario, desecharán los modos y maneras que llevan al fracaso. El profesorado al que
dirigimos está aprendiendo continuamente de nuestra forma de actuar. Compara,
fundamentalmente, por decirlo de una manera simplista, dos cosas: lo que funciona y lo
que no funciona. Lo que hacemos bien y lo que hacemos mal. En el momento en que a ellos
les toque ser cabeza visible de un colegio, echarán mano de ese bagaje para aprovecharlo
y tratar de realizar las cosas correctamente. En definitiva, no solo dirigimos, sino que
también formamos y debemos sentir una cierta responsabilidad por esto último. Debe ser
un orgullo que podamos generar dinámicas positivas que a otros les puedan ser útiles
cuando se encuentren en nuestra misma situación.
Pero el acuerdo no es posible siempre en todas las ocasiones. Habrá veces en las
que se tendrá que optar entre blanco y negro. Y sin posibilidad de quedarse con el gris. En
mi último periodo de director solo realizamos una votación en el claustro, creo recordar.
Era un tema que generaba mucho debate en el centro y no había posibilidad de consensuar
una medida intermedia. Había que decidir sí o no; no existía otra alternativa. Y la perdí por
bastante diferencia de votos. Yo estaba a favor de la propuesta, el secretario votó en contra
y la jefa de estudios se abstuvo. Además, el secretario y yo fuimos los que tomamos la
palabra de inicio, para defender cada una de las dos posturas enfrentadas, antes de que
interviniera el resto del profesorado... Y no pasó nada.
Es evidente que los componentes de un equipo directivo deben tener un nivel de
coincidencia sobre el modelo de centro que se persigue para que las discrepancias no hagan
saltar por los aires todo. Para eso el director tiene la potestad de elegir personas con las que
mantiene una visión similar; pero las coincidencias absolutas, por los siglos de los siglos,
no existen. Puede surgir algún tema que los tres no lo vean de la misma manera. En nombre
de la lealtad, como director no puedo forzar al resto de mi equipo a que me secunde en
todas las circunstancias. No es bueno pretender quebrar voluntades. Como norma general,
debemos perseguir el acuerdo. ¿Y cuando no es posible? Democracia.
Lo cierto es que no siempre nos resulta fácil movernos en el terreno de las
reuniones. Hay personas que las dominan muy bien; plantean correctamente los temas y
conducen los debates con maestría. Saben encontrar la manera de enderezar una reunión
que se va torciendo. O integran con facilidad las propuestas que se realizan, para poner
encima de la mesa una que recoja la mayor parte de las aportaciones de los que han
intervenido. A otros les cuesta mucho más y le tienen un cierto respeto, porque dudan del
resultado final al que se puede llegar. Dirigir las reuniones es un arte. Cuanto más lo
practicas más lo dominas. Hay que intentar convertirse en un experto y aprender sus
mecanismos de funcionamiento, para no cerrar los debates en falso. Nos encontraremos
con situaciones en las que puede ser adecuado plantear las propuestas como algo abierto
a ser complementado. Si no encontramos la solución más adecuada, dejar la cuestión para
resolverla más adelante y poder hablarlo con las personas que han expresado opiniones
contradictorias con las nuestras. Ir viendo ventajas e inconvenientes de tomar una decisión
u otra.
En algunas ocasiones, según lo que se vaya a tratar, es más conveniente que los
ciclos se reúnan previamente y se pronuncien sobre qué idea es la que más les convence.
Así, si pretendemos confeccionar un programa de actividades para celebrar el Dia del Libro,
por poner un ejemplo cualquiera, y pensamos que será más complicado conseguir
ponernos de acuerdo en claustro, estaría bien que el profesorado lo debata en su ciclo. De
esta manera, los docentes van a opinar todos y se van a inclinar por aquellas actividades
que vean más factibles para sus clases respectivas. Si cada ciclo tiene propuestas diferentes,
la solución sería que hubiera actividades distintas para cada uno de los mismos. Se trata
de encontrar aquella fórmula de la que todos estén más convencidos. Si forzamos
demasiado, alguno puede bajarse del carro o no mostrar demasiado entusiasmo, cuando
se trate de aplicar lo que se acuerde.
Preparando las reuniones, y poniendo interés y esfuerzo, se va cogiendo agilidad
mental para aprender a dirigirlas, haciéndolas operativas. No en todas se emplea la misma
metodología. Solo la práctica nos va a ayudar a encontrar el punto justo para saber cómo
manejarnos y que el resultado final sea satisfactorio.
Durante un tiempo en el que fui jefe de estudios, mi directora tenía el hábito de
reunirnos al equipo directivo, antes de un claustro o un consejo escolar, para analizar
previamente qué temas íbamos a moderar cada uno de nosotros. De esta manera, repartía
el trabajo y, a priori, cada punto iba a ser responsabilidad de aquel que más lo dominaba o
más lo había trabajado. Los tres teníamos un tiempo en el que llevábamos la reunión
cuando nos tocaba tratar nuestros temas. Puro aprendizaje.
Una cosa importante que hay que tener en cuenta: no ridiculicemos a nadie por lo
que expone. Cuando alguien hace una propuesta, es de lo más normal que interiormente
otro piense que no tiene nada de oportuna. Pero si no somos respetuosos con las
intervenciones de los demás y hacemos bromitas o comentarios de desaprobación,
conseguiremos que la destinataria o el destinatario de los mismos se autoimponga el
silencio en próximas reuniones. Además, contribuiremos a que otros también lo hagan -no
querrán verse expuestos a lo mismo- y la participación se empobrecerá. A mí nunca me
han gustado las reuniones largas y he intentado, cuando me ha tocado dirigirlas, que
fueran siempre ágiles; pero nunca al precio de que haya gente que se quede sin decir lo que
piensa. Aunque, a veces, todo hay que decirlo, también he cometido alguna que otra
imprudencia, por expresarlo suavemente.
A este respecto, recuerdo un claustro en el que una compañera planteó la
oportunidad de concienciar al alumnado sobre lo que significa el hambre y cómo se sufre
cuando se padece. Para tal fin, lanzó como idea que se fijara un día en el que todos,
alumnado y profesorado, pasáramos toda la mañana en el colegio alimentándonos solo con
un quesito. De esta manera, sintiendo en nosotros mismos la necesidad, nos
sensibilizaríamos más fácilmente con todos aquellos niños que están en situación de
pobreza extrema y para los que el hambre es una indeseada enemiga con la que conviven
a diario. Se notó enseguida que la propuesta no sentó muy bien. Solo un quesito y nada
más; ni un café con leche. Ni ese capuchino de avellana por el que sentíamos devoción y
que nos tenía haciendo cola ante la máquina a la hora del recreo. La compañera se tomó su
tiempo en la exposición, dando detalles minuciosos e intentando convencer de su bondad.
Que si lo hicieron el año pasado en su anterior colegio y salió fenomenal. Que si la AMPA
los felicitó por la actividad... Yo veía la cara que iban poniendo los maestros. Cómo se
miraban unos a otros imaginando el banquete que se iban a pegar metiéndose entre pecho
y espalda... ¡un quesito! Uno que todos los días iba al colegio con un buen bocadillo
envuelto en papel albal pedía socorro con la mirada, suplicando que alguien parara aquella
locura. El director parecía estar buscando desesperadamente un resquicio para meter baza...
Así que no me lo pensé dos veces, interrumpo a la compañera y lo suelto -perdóname,
Rocío-: “No sé si yo seré capaz de aguantar toda la mañana con un quesito”. A partir de
ahí, ya hubo cachondeo general:
- Hombre, si se me permite extender el quesito en un bocadillo de chorizo, estoy
dispuesto a sensibilizarme todos los días.
- Que a mí, si el quesito forma parte del relleno de un cochinillo al horno, la idea
me parece genial. Que conste en acta.
- Yo, como experto en nutrición, doy fe.
- Y yo, como director, doy el visto bueno.
- Parece que este año se adelanta a noviembre la operación biquini.
Y así por el estilo. Bueno, en realidad he hecho una transcripción un tanto
enriquecida del debate real; pero lo cierto es que hubo comentarios realmente hilarantes y
seguramente hirientes. La compañera forzó una sonrisa y dio por concluida su
intervención.
No hubiera costado nada coger lo importante -la intención-, que era llevar a cabo
en el centro una actividad de sensibilización contra el hambre y haber visto, entre todos,
cómo la podíamos desarrollar. Esto es lo que se llama no tirar nada a la basura. Tal y como
transcurrió el claustro, ni hubo actividad, ni la compañera hizo más propuestas hasta que
transcurrido un buen periodo de tiempo se le pasó el mosqueo. Se perdió una oportunidad.
Mea culpa.
18
LA RESITENCIA AL CAMBIO
ciudadanos y que estas necesidades se van modificando con el tiempo? En teoría, sí. En la
práctica, no; porque nos vamos a encontrar argumentos del tipo “Yo estoy de acuerdo con
que el sistema educativo tiene que evolucionar, pero ese cambio concreto que se plantea
ahora, es peor que quedarnos como estamos”; y otros por el estilo. La única vía eficaz que
yo he practicado ha consistido en situar a nuestro colegio en una dinámica de cambios
permanentes. Somos nosotros mismos los que planificamos y llevamos a cabo nuestros
pequeños movimientos curso a curso. Las novedades llevan nuestra firma y generamos
una forma de trabajar que se alimenta con más ideas y propuestas de manera continua.
Vamos introduciendo transformaciones en busca de la perfección. Nos convertimos en los
seres más interesados en aportarle al alumnado más cosas positivas y por eso no dejamos
de buscar. Cuando la administración plantee otras normativas no sufriremos la tensión
propia de quien ha estado mucho tiempo sentado debajo de un árbol, a la sombra, y ahora
tiene que mudarse de sitio y cambiar de estilo de vida. Y esto es así porque estamos de
mudanza permanente.
Si creamos la cultura de ayudarnos, de llegar a acuerdos, de formarnos en el propio
centro y practicarlo en nuestras aulas, de relacionar los proyectos que desarrollamos, de
fomentar nuevos liderazgos, de proponernos alcanzar anualmente nuevos objetivos de
mejora, y todo eso lo realizamos con seriedad; conseguiremos que el claustro, y por ende
el centro, esté en clave de cambio continuo. No quiere esto decir que de pronto desaparezca
nuestro espíritu crítico y nos abracemos con entusiasmo a cualquier ocurrencia que se nos
ofrezca. Todo lo contrario, cuánto más esfuerzo hayamos invertido para ir adaptándonos a
escenarios diferentes, más capacidad vamos a tener para distinguir lo importante de lo
perfectamente prescindible e innecesario.
Y ahora un detalle importante. Los detalles pueden resultar definitivos y nunca se
deben despreciar, porque pueden llegar a condicionar el funcionamiento de un centro. Será
frecuente encontrarnos a compañeros que, ante las modificaciones y novedades que vamos
introduciendo, tengan más dificultades que otros para adaptarse. Su flexibilidad es más
rígida. Estemos más pendientes de ellos y dediquémosles el tiempo y la ayuda que
necesiten para que no se les hagan insuperables. No los estigmaticemos. Permitámosles un
periodo de adaptación y que puedan llevar otro ritmo. Pongámoselo lo más fácil posible.
Si se sienten señalados, porque no dejamos de criticarles su inmovilismo y falta de
evolución, se autoexcluirán. Probablemente se reforzarán en su rechazo, como respuesta a
la marginación que sienten. Ya no habrá fuerza humana que les pueda obligar a moverse
un milímetro, salvo que sea una cuestión de normativa y, además, esta sea innegociable.
Secuenciémosles los pasos a dar y facilitémosles el asesoramiento que necesiten.
Reconozcámosles cualquier avance y animémosles a seguir cubriendo etapas. Cuando
sienten cercanía y buena voluntad, sus mecanismos de resistencia se debilitan y muestran
una mejor disposición.
19
se las podremos decir de forma más natural. Asumen perfectamente que se les plantee la
verdad sin adornos. En cambio, nos encontraremos a compañeros y compañeras con los
que habrá que ser más sensibles y tener una especial delicadeza. De cómo es la
personalidad de cada docente, va a depender el envoltorio del mensaje que le queremos
transmitir; con más cariño y cuidado para no herir o con más normalidad. Y siempre con
empatía
Es cierto que cuanto más les ayudes más te van a buscar y más tiempo les vas a
tener que dedicar. El buen trato con los demás tiene como efecto secundario que estos van
a reclamarte más tiempo para hacerte partícipe de sus inquietudes, porque como decían
Toñi e Isabel “siempre encuentras las palabras exactas”. Pero si queremos que la labor del
profesorado sea lo más efectiva posible, tenemos que tener presente que, en el colegio,
necesita dedicar la máxima atención a su trabajo y para eso es preciso que tenga la cabeza
despejada. Un profesor agobiado, nervioso o a disgusto se verá afectado en el desempeño
de su tarea. Por tanto, efectivamente, uno de los aciertos más importantes de un director es
influir en sus compañeros para que consigan todo lo que se propongan.
20
SIEMPRE A LA CABEZA
21
Siempre he pensado, como creo que casi todo el mundo, que la actividad de las
AMPAs tiene que estar comprometida con el funcionamiento de la escuela. En justa
correspondencia, desde la dirección hay que facilitarle un espacio de colaboración para que
pueda aportar sus iniciativas. Durante el tiempo que he ejercido la dirección -en dos
colegios- me he considerado afortunado por haber conocido dos AMPAs con las que
compartía un mismo punto de vista: el centro y la asociación de madres y padres deben
trabajar en la misma dirección. Las ideas que tenían nos las comunicaban y nosotros les
manifestábamos lo que habíamos previsto. Siempre supimos ponernos de acuerdo sin
ninguna dificultad. Analizábamos, tanto las actividades que la asociación deseaba
desarrollar en solitario, como aquellas que iban a ser conjuntas. Posteriormente se
ejecutaban. Eran muy respetuosos con la dirección y el profesorado y se comportaban
siempre como aliados. Realizaban muchas actividades a lo largo del curso escolar,
movilizaban a mucha gente y situaban al alumnado en el centro de su acción. Nunca tuve
motivos de queja. Si hubo algún error aislado en nuestra relación, fue porque lo cometí yo.
Cuando se dan estas situaciones en las que ambos podemos ir de la mano, los
frutos son para todos. Para la asociación, que puede sentir la satisfacción de aportar su
trabajo y comprueba que se la considera un pilar importante; para la dirección y el claustro,
que se sienten respaldados; y, sobre todo, para el alumnado que es el beneficiario de esta
labor conjunta. La clave está en comprender que no hay mejor alternativa.
Si la AMPA se convierte en una mera transmisora de quejas de las familias del
alumnado, aparecen los problemas. Todo se mezcla y los agravios empiezan a complicar
las cosas. Las reclamaciones deben realizarlas las personas que tengan algo que solicitar,
sin intermediarios. Cuando la AMPA actúa como si su único papel consistiera en ser
representante del conjunto de padres y madres ante la dirección, para comunicar las malas
noticias, va a recibir como contraprestación la visión negativa del profesorado, ya que
considerará que solo se ocupa de criticar. Si se desea desarrollar un trabajo en colaboración,
hay que alejarse del campo de batalla y de las inevitables cicatrices que produce. Es
imprescindible la mutua confianza.
Nunca he necesitado aclarar estas cosas con las AMPAs de los centros en los que
he sido director o he formado parte del equipo directivo. Simplemente existía ya esa visión
coincidente y todo fue muy fácil. Por eso fuimos capaces de llevar a cabo una gran cantidad
de proyectos que resultaron muy exitosos, convirtiéndose para nosotros, los docentes, en
un sostén más que importante. Fue un auténtico placer trabajar con ellas.
Si la asociación está a otra cosa, y se dedica a desestabilizar a las maestras y
maestros, será muy difícil ponerse de acuerdo en cuestiones importantes, aunque como
A beneficio del proyecto “Emaús” en Almería 70
DIRECCIÓN ESCOLAR
dependiendo de la respuesta del niño. En nuestra mano está intentarlo todo. Si algo no
funciona, cambiaremos de estrategia una y otra vez, buscaremos asesoramiento, etc.; pero
hay algo que no podremos sustituir nunca, la voluntad del alumno. Sin ese esfuerzo
imprescindible, no hay nada que hacer. Cuando una de estas situaciones se enquista y no
conseguimos avances, podemos encontrarnos con una familia que pasa de confiar en el
colegio a culpar al profesorado, a la dirección, a los otros alumnos, a otros padres, a los
monitores del comedor... Son padres o madres que te pueden llorar en un primer momento
y acabar perdiéndote el respeto a los cinco minutos. Sin descartar que te amenacen con
una denuncia. Están desesperados y acaban achacando su frustración al resto del mundo;
o sea, a nosotros. A veces, sabemos perfectamente que algunos padres son parte causante
de los problemas que padecen sus hijos. Otras, no actúan correctamente y hacen todo lo
contrario a lo que debieran, contrarrestando los efectos positivos que podrían producir las
medidas que se aplican en el colegio.
Hay que prestar una especialísima atención a la posibilidad de tener algún alumno
que no acepta que se le corrija su actitud o comportamiento en el centro. Si en casa
encuentra unos progenitores que no valoran nuestra función y, además, suelen dedicarnos
comentarios negativos delante de él, tomará nota y, si se siente molesto con algún docente,
puede verse tentado a exagerar y desvirtuar lo que sucede en el colegio, con el propósito
de incendiar a sus padres y hacerles venir al centro a ajustar cuentas. Son situaciones que
son excepcionales; pero cuando se producen son complicadísimas, porque en el momento
que un padre adopta posiciones irracionales, la sensatez se vuelve inútil y nos queda
únicamente la opción de enfriar el tema y rebajar la tensión del adulto. En cualquier caso,
ningún maestro puede convertirse en víctima de las incoherencias de un padre y aceptar
desvaríos, porque podemos acabar haciendo disparates. Tendremos que decidir, como
directores, junto con el profesorado afectado, lo más conveniente, con independencia de
que le pueda parecer bien o mal al progenitor. Eso sí, cuanto más fuera de sí venga éste,
más calma debemos transmitir. Si nosotros nos ponemos nerviosos y nos exaltamos
también, los fuegos artificiales están garantizados y las consecuencias pueden ser
impredecibles. Lo deseable es que nadie pierda los papeles; pero, si al final sucede, que sea
siempre otro el que lo haga.
Cuando un padre o una madre sienten un gran descontento puede que quieran
hacer sangre. En este caso, no dudarán en buscar complicidades en otros padres. Intentarán
presentarse en grupo para engordar el problema o recogerán firmas al pie de un escrito de
protesta exigiendo soluciones. Estas cosas hacen daño y suelen producir consecuencias en
el docente afectado. En las conversaciones que mantengamos con los familiares del
alumnado, es absolutamente imprescindible no dejar vendido al profesorado. Si se nos
escapara algún comentario inadecuado que no deje en buen lugar al maestro en cuestión,
se agarrarán a él como a un clavo ardiendo para atacar con más fuerza -algunos corrillos
de padres y madres a la puerta de los colegios pueden llegar a ser delirantes-. Tendremos
reuniones largas y muy tensas. En algunos momentos podemos sentirnos inseguros e
inexpertos y, como humanos que somos, cometer algún error. En estos casos no nos
excusemos a nosotros mismos; hay que reconocer que nos hemos equivocado y
disculparnos. No hay otra opción mejor. Magníficos directores saben que han cometido
errores garrafales, pero hay que ser honestos y reconocerlo. Puede ser duro; pero es el
mejor camino.
En la cuestión de las relaciones con los familiares del alumnado, es imprescindible
convertirse en especialistas en el menor tiempo posible. El profesorado espera de la
dirección que actúe como paragolpes y lo defienda. En definitiva, que resuelva con
maestría las situaciones complicadas que se le puedan presentar. En cierto modo, nos
convertimos en un muro protector muy importante y nuestra habilidad reconduciendo
conflictos redundará en beneficio de los docentes; pero también del propio centro.
Hay actitudes de progenitores que escandalizan a otros padres tanto como a
nosotros. Ellos también esperan del equipo directivo que sepa estar donde le corresponde,
no dejándose arrastrar hacia la incongruencia y sabiendo amparar la labor que realiza el
profesorado. Por eso, a pesar de lo amargas que resultan algunas experiencias para el
personal docente, no debemos ser injustos. Los comportamientos impropios de un padre o
una madre no pueden recaer como un pecado original sobre todos los demás. Siempre
tenemos que diferenciar, porque la mayoría de las familias no se merecen ser acusadas de
lo que no son responsables. Antes, al contrario, representan un apoyo fundamental en
nuestro trabajo. Es preciso realizar pedagogía con este tema, haciendo recaer sobre los
causantes de los problemas nuestras opiniones críticas y valorando al máximo la labor de
aquellos otros progenitores que son excelentes colaboradores en el centro. Y personas
agradecidas.
22
EL COLEGIO Y EL IES
Cuando estando en el CEIP Los Millares accedí al equipo directivo -primero como
jefe de estudios y posteriormente como director-, existía ya una dinámica de trabajo
conjunto con el IES Al Ándalus, nuestro instituto de referencia y al que van de forma muy
mayoritaria nuestros chicos cuando concluyen la Educación Primaria. La distancia entre
ambos centros está en torno al centenar de metros y esto facilita enormemente los
desplazamientos, en uno u otro sentido, por parte de docentes y alumnado. Cada curso
escolar poníamos en marcha toda una serie de actividades, que iban mucho más allá de las
previstas en el Programa de Tránsito establecido por la Consejería de Educación. De esta
forma, facilitábamos extraordinariamente la adaptación de los niños y niñas de sexto, que
al curso siguiente pasarían al centro de secundaria. Estas acciones se desarrollaban en el
colegio o en el instituto y hacían referencia a una buena variedad de temáticas. Así, se
trabajaban los valores -día de la discapacidad, carreras solidarias, formación de
mediadores para la convivencia, etc.-, se realizaban talleres basados en las ciencias
experimentales, colaborábamos en la celebración de diferentes efemérides o en la
elaboración de producciones audiovisuales. También desarrollábamos jornadas lúdicas
dedicadas a los juegos tradicionales, que en ocasiones se relacionaban con el inglés y se
convertían en juegos bilingües. Como centros que estábamos acogidos, cada uno por su
cuenta, al programa Escuela: Espacio de Paz, vimos oportuno integrarnos ambos en la
modalidad intercentros y de esta manera se acentuó mucho más nuestra sociedad.
Los directores del Al Ándalus con los que trabajé, Pedro y Sandra, fueron siempre
muy generosos y serviciales y nos ayudaron mucho. La verdad es que nos lo ponían muy
fácil. Todo lo que sé hacer en este campo lo empecé a aprender de ellos y de mi entonces
directora, María del Mar. Creo que si no me hubiera encontrado ya un trabajo muy
consolidado, a mí no se me hubiera ocurrido profundizar tanto por esa vía.
Le pregunté a Sandra cómo valoraba ella la dinámica que veníamos practicando
desde hacía tanto tiempo. Esta fue parte de su respuesta:
En estos años, ha sido una constante la información fluida entre los dos centros
para favorecer el trabajo conjunto a nivel organizativo, metodológico e, incluso,
curricular.
El valor de estas acciones es indiscutible. El alumnado de Los Millares acude al
instituto en primero de ESO con ilusión, habiendo conocido ya las instalaciones, parte
del profesorado y nuestra filosofía de trabajo. Los temores, comprensibles por el cambio
de etapa educativa y de centro, se minimizan. Así, cada alumna y cada alumno sacan lo
mejor de sí mismos desde el principio. Esta colaboración es necesaria y queremos seguir
A beneficio del proyecto “Emaús” en Almería 74
DIRECCIÓN ESCOLAR
Amén.
Por encima de otras consideraciones, la clave para poder desarrollar cualquier tipo
de cooperación permanente entre un colegio y un IES la indica Sandra cuando afirma que
“queremos seguir llevándola a cabo siempre”. Si uno de los dos centros no lo desea, todo
quedaría reducido al cumplimiento estricto del Programa de Tránsito. Sin embargo, la
voluntad conjunta de ir más allá, permite tejer toda una red de relaciones y actividades
cuyo máximo interesado es el alumnado. También el profesorado disfruta de una forma de
trabajar que amplía su visión profesional, por el hecho de adentrarse en un terreno nuevo.
Esta labor estará condicionada por la cercanía o lejanía entre ambos centros; pero merece
la pena explorar aquellas posibilidades que las circunstancias permitan. Si la distancia es
grande, las visitas mutuas se verán reducidas. Así que es necesario replantearse qué
actividades conjuntas son más factibles de ejecutar.
En nuestro caso, ya desde el inicio de cada curso escolar, manteníamos reuniones
para ir planificando las ideas que desde cada claustro y cada equipo directivo habíamos
visto que eran positivas. Para aquellos que os lo propongáis, es una buena manera
comenzar con un encuentro de este tipo entre ambas direcciones y poner en común
vuestras iniciativas. Una vez se comienza el camino, observaréis que empiezan a aparecer
muchas nuevas opciones, hasta que llega un momento en el que la labor con el IES se
convertirá en una cuestión estratégica. Merece la pena no dejar pasar esta oportunidad.
Si le preguntáramos a los padres, seguro que se sienten más tranquilos con el
traslado de sus hijos a un centro que estos ya conocen, sobre todo en una etapa tan crucial
como sensible para ellos.
23
LA INSPECCIÓN
Probablemente, la palabra que mejor defina la visión que se tiene del servicio de
inspección en los centros sea desconfianza; cuando no, temor. La inspección nos impone;
quizá porque no es fácil sentirse cómodos ante quién nos controla. Siempre tenemos
presente que se nos puede abrir un expediente que concluya en sanción. Esa espada de
Damocles sobre nosotros es una imagen que está en el subconsciente y se nos aparece de
manera, más o menos, recurrente. Ejemplos de personas que han sufrido un proceso
disciplinario los conocemos casi todos y eso nos hace sentir vulnerables.
Algunos padres utilizan esto para amenazarnos con presentar denuncias o quejas,
intentando presionarnos para que tomemos algunas medidas que no deseamos adoptar.
Los que han tenido que vivir alguna de estas situaciones saben lo desagradables que
resultan estos chantajes. Independientemente de que un padre o una madre nos estén
intentando amedrentar, lo único que debe ocuparnos es si están en lo cierto o no. De lo
demás hay que aislarse, centrándonos en lo nuclear del asunto. Si la familia lleva razón hay
que tratar de solucionar lo que haya motivado la queja o petición. Y si no la lleva se le
explica por qué no podemos actuar de otra manera. Si en alguna ocasión, un descontento
acude a la inspección, para nosotros lo realmente importante es que no esté en posesión de
la verdad. Si se cumple eso, no hay problema.
En la administración educativa hay un principio básico: si un tema llega a tu mesa,
resuélvelo. Si no lo haces tú, le llegará a otro. Lo que debía zanjarse al principio, ocupando
el tiempo de una persona, acaba ocupando el de dos. No gusta. Pura cuestión de eficiencia.
También hacen una lectura muy elemental. Si los padres no plantean reclamaciones
es porque el centro las resuelve. Conclusión: el colegio funciona bien en ese aspecto. Si, por
el contrario, van llegando problemas es que algo falla. Se interrogarán sobre qué está
pasando. Cuando se hacen esa pregunta es que empiezan a dudar de la dirección.
¿Se cede, pues, siempre, ante las familias? Negativo. Se transige cuando la
legalidad ampara lo que se nos demanda o cuando la lógica lo aconseja -la normativa no
contempla toda la casuística de situaciones que pueden ser objeto de debate-. La sensatez
nos dicta que hay que agotar todas las posibles opciones razonables para resolver una
cuestión; pero también nos dice que no nos adentremos en terrenos pantanosos. Siempre
que podamos atender una petición, lo debemos intentar; pero no a cualquier precio. Se nos
volvería en contra. Y si el tema rebota por todos los departamentos de la delegación, ya no
es nuestro problema. Como decía anteriormente, cuando esto suceda, solo debe
preocuparnos que seamos nosotros los que estemos en lo cierto. Y cuando no estemos
seguros de la respuesta que hay que dar, es imprescindible tomarnos un tiempo e
informarnos bien. A veces, perderlo un poco al principio, nos hace ahorrarlo mucho
A beneficio del proyecto “Emaús” en Almería 76
DIRECCIÓN ESCOLAR
24
EL EQUIPO DIRECTIVO
El equipo directivo es muy importante para un colegio e influye mucho en que este
tenga un nivel más alto o más bajo en la calidad de la enseñanza que ofrece. Sobre esto no
hay ninguna duda. Pues bien, haz que tu jefe de estudios y tu secretario se sientan
importantes... y que disfruten todo lo que les sea posible.
25
NUESTRO DISCURSO
Todo lo que hablamos del colegio con las personas que tienen algún tipo de
relación con él, constituye nuestro discurso. Si tenemos una idea clara de cómo queremos
que funcione el centro, debemos tener un discurso que acompañe ese modelo y lo defienda.
En la inmensa mayoría de los casos, el profesorado que conforma el claustro tiene
ya unos cuantos años de servicio en varios destinos diferentes y, por tanto, posee
experiencia. Tiene una historia y, como resultado de la misma, ha adquirido ideas propias
o hábitos de pensamiento. Cuando esas ideas fijas van en consonancia con lo que
planteamos, a los directores nos viene muy bien; pero cuando entran en contradicción con
nuestra visión, nos supondrá trabajo extra. Estos hábitos de pensamiento, al igual que
sucede con los posturales, están muy arraigados y son reproducidos una y otra vez.
Aunque intentemos modificárselos a los demás, no es fácil. Cuántas veces le comentamos
a un alumno que no se acerque tanto al cuaderno porque no es bueno para su vista y a los
cinco segundos ya está otra vez con los ojos pegados al papel. Seguimos insistiendo,
hablamos con la familia para que estén pendientes de él y con el tiempo, si nos hemos
preocupado de estar vigilantes en el colegio y en la casa, lo corregirá.
El proceso para atraerse a ese profesorado, que en cuestiones claves no piensa
como nosotros, no es tan mecánico y las posibilidades de éxito se basan en los resultados.
Si realizamos propuestas y luego se demuestran acertadas, aquellas ideas fijas que
pudieran ser inicialmente contrarias, comienzan a ceder. Ideas y resultados van de la mano.
No pueden triunfar unas sin los otros. Una propuesta que nos parece magnífica, si fracasa
cuando la llevamos a cabo, y no se ha debido a un imponderable, es muy difícil poder
mantenerla sin hacerle notables modificaciones. Por eso, es muy importante que nuestro
modelo de centro se refuerce con un discurso coherente. Lo que practicamos tiene que ser
consecuente con lo que previamente hemos verbalizado. Si no es así, eso no es un discurso;
es un auténtico tostón repleto de incoherencias.
¿Cuáles son nuestras ideas fuerza? Para mí, algunas de las más importantes, y que
ya he tratado en estas páginas, han sido las siguientes: nos ayudamos en equipo, relacionamos
los proyectos entre sí y con las actividades complementarias, intentamos mejorar continuamente,
promovemos que surjan nuevos liderazgos, practicamos la cultura del acuerdo y nos formamos en el
propio centro, transfiriendo nuestro conocimiento. Por tanto, en las conversaciones y reuniones,
las menciono siempre que procede para que calen en el profesorado. Si este acaba
compartiendo nuestras ideas, ya comparte también nuestro modelo de centro. Esa
coincidencia nos facilitará el trabajo una barbaridad. Lo hará más sencillo.
Cuando algún compañero tenga que responsabilizarse de alguna actividad, allí
estaré ayudando y solicitando, al mismo tiempo, la colaboración del resto con él. A las
A beneficio del proyecto “Emaús” en Almería 82
DIRECCIÓN ESCOLAR
personas que dirigen proyectos, las animaremos a que relacionen aquellas actividades que
sean susceptibles de abordarse desde varios de ellos. Los resultados serán más
satisfactorios y los programas se desarrollarán de una manera uniforme, porque cada uno
contribuye al fortalecimiento de los demás. Plantearé propuestas de mejora que sean
viables y posibilitaré a todo el profesorado que participe y plantee las suyas. Propondré
actividades formativas a llevar a cabo en el centro, aprovechando la experiencia de aquellos
compañeros que puedan enseñarnos a los demás alguna cuestión relevante.
En la toma de decisiones hay que ser escrupulosamente democráticos, intentando
consensuar todas las propuestas para que puedan ser asumidas y defendidas por todos. Si
excepcionalmente se realiza votación, hay que aceptar los resultados.
Por el contrario, si nos llenamos la boca con la palabra colaboración y luego nos
desentendemos de los demás, no los volveremos a engañar más. Si a las propuestas de
mejora que aprobamos no les hacemos un seguimiento, para impulsarlas y que se vayan
consiguiendo, en la evaluación final del curso quedaremos retratados; como carta a los
reyes magos no estuvo mal. Si no somos capaces de organizar una sesión formativa en
nuestro centro, para que el profesorado pueda intercambiar conocimiento y aprender cosas
que no sabía, estaremos defraudando las expectativas de aquellos a los que les gustaría
exponer lo que saben a los demás. También las de los que estarían encantados de adquirir
nuevos aprendizajes. Y si nuestra apuesta por promover la cultura del acuerdo se traduce
en un intento permanente por imponer nuestros criterios y salirnos siempre con la nuestra,
perderemos la poca credibilidad que nos queda. Sin coherencia, como directores carecemos
de valor y nos convertimos en un obstáculo.
Asimismo, debemos prestar atención a otra serie de cuestiones para que se
fortalezca eso que he venido en llamar nuestro discurso. Una muy importante consiste en
impregnarlo de optimismo. Cuando defendamos la conveniencia de poner en marcha
alguna nueva actividad o planteemos la necesidad de mejorar algún aspecto, hay que
transmitir que es posible hacerlo. Si creemos que pueden existir dificultades, las
exponemos indicando también cómo creemos que podemos superarlas. En cambio, si es
algún compañero o compañera quien enumera los inconvenientes que encuentra,
comentaremos las soluciones y pediremos al profesorado que opine sobre la cuestión.
Finalmente, fijamos el objetivo al que llegar y definimos la ruta a seguir para conseguirlo.
Si hay que rodear de emotividad alguna acción llevada a cabo, ya sea por uno o
por varios docentes, ve directo al corazón de los protagonistas. Hazles sentir que son
especiales. Siempre que puedas, haz referencia al claustro en su conjunto. Intenta no dejar
a nadie fuera de las celebraciones emocionales. Si solo aludes a los mismos siempre, el resto
se sentirá desplazado. Busca los instantes adecuados para que a lo largo del curso todos
tengan su momento. Lo recibirán como la mejor de las recompensas.
La inmensa mayoría de los directores trabajan muchísimo por su centro, pero la
ausencia de algunos detalles provoca que no se les valore todo el esfuerzo y la dedicación
que realizan. Las palabras mal empleadas pueden producir daño y, en consecuencia, no
dejarán de originarnos quebraderos de cabeza. En cambio, bien utilizadas son una
herramienta muy valiosa para reforzar nuestros mensajes. Los hacemos más atractivos y
multiplicamos el poder de sus efectos. Dediquémosle atención y práctica. Eso sí, si no lo