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HISTORIA DE LA FILOSOFÍA ANTIGUA

1º cuatrimestre 2010
Prof. Dra. Graciela E. Marcos

SELECCIÓN DE TEXTOS DE PREPLATÓNICOS

PARTE A: PRESOCRÁTICOS

I. HERÁCLITO

DK 22A1: Diógenes Laercio, Vidas, IX 1-3, 5-7.


(1) Heráclito, hijo de Blosón (o, según otros, de Heraconte), natural de Éfeso.
Floreció en la 69º Olimpíada [504-501 a.c.]. Llegó a ser sumamente arrogante y desdeñoso,
como es evidente también por su libro...
(2) .... Ataca además a los efesios por haber puesto en exilio a su amigo Hermodoro ...
(3) Retirado [de la vida pública] en el templo de Artemisa, solía jugar a los dados con los
niños. Rodeado en cierta ocasión por efesios que lo miraban, les dijo: "¿De qué os
asombráis, sinvergüenzas? ¿Acaso no es mejor hacer esto que participar en el gobierno con
vosotros?" ... Moría a los sesenta años
(5-6) ... El libro que nos ha llegado de él se titula, en razón de su contenido, Sobre la
naturaleza; está dividido en tres discursos: uno sobre el universo, otro político y otro
teológico. Lo ofrendó al templo de Artemisa, según dicen algunos, escribiéndolo
deliberadamente en forma oscura, de manera que sólo los iniciados pudieran tener acceso a
él y no fuese presa de fácil desprecio por parte del vulgo ...
Tanta fama adquirió su obra que se originó, a partir de ella, una secta de discípulos: los
llamados heraclíteos.
(7) ... Algunas veces se expresa en su obra con lucidez y claridad, de modo que hasta el
más torpe puede fácilmente comprender y sentir una elevación del alma; la brevedad y la
hondura de la exposición son incomparables.

DK 22A1a: Suda, I.472.


... filósofo físico, que fue llamado "el oscuro". No fue discípulo de ninguno de los
filósofos, sino que se formó por medio de sus dotes naturales y su aplicación ... Vivió
alrededor de la 69º Olimpíada ... y escribió muchas cosas en forma poética.

DK 22A4: Plotino, Enéadas, IV.8.1.15-17.


... parecía expresarse con imágenes, despreocupándose de hacer claro su significado para
nosotros, como si debiera cada uno buscar en sí, de la misma manera que él buscando
encontró.

DK 22B1
Aunque este mi discurso (lógos) existe siempre
los hombres se vuelven incapaces de comprenderlo
tanto antes de oírlo como una vez que lo han oído;
pues aun cuando todo sucede conforme a este discurso
parecen no tener experiencia de él, teniéndola sin embargo
de palabras y obras tales
como las que yo expongo
cuando distingo cada cosa según su naturaleza
y exhibo cómo es;
pero al resto de los hombres
les pasa inadvertido cuanto hacen despiertos,
de la misma manera que les pasa inadvertido cuanto hacen mientras duermen.

DK 22B2
Mientras este mi discurso es común, la mayoría vive como si tuviera una mente propia.

DK 22B12
Para los que entran en los mismos ríos,
aguas fluyen otras y otras.

DK 22B17
La mayoría no repara en aquellas cosas con las que se topa, ni las conoce aunque las haya
aprendido, pero así lo imagina.

DK 22B32
Uno, lo único sabio (sophón), quiere y no quiere ser llamado con el nombre de Zeus.

DK 22B34
Incapaces de comprender habiendo oído,
a sordos se asemejan;
de ellos da testimonio el proverbio
‘aunque presentes, están ausentes’.

DK 22B40
La polimathía no enseña a comprender;
lo habría enseñando, si no, a Hesíodo y a Pitágoras,
así como a Jenófanes y a Hecateo.

DK 22B41
Una sola cosa lo sabio: conocer el designio que gobierna todo a través de todo.

DK 22B50
No escuchándome a mí sino al discurso
es sabio convenir (homologeîn) que todas las cosas son una.

DK 22B51
No entienden cómo lo divergente converge consigo mismo: armonía de tensiones opuestas,
como la del arco y la lira.

DK 22B53
Guerra (pólemos)
de todos padre es, de todos rey;
a unos como dioses coloca, a otros, hombres,
a unos esclavos hace, a otros, libres.

DK 22B54
Armonía invisible, mejor que la visible.

DK 22B55
De cuantas cosas hay vista, audición, aprendizaje, a ellas prefiero (hóson ópsis akoé
máthesis, taûta egò protiméo).

DK 22B56
Se engañan los hombres acerca del conocimiento de las cosas visibles, de la misma manera
que Homero, que fue [considerado] el más sabio de todos los griegos. A él, en efecto, unos
niños que mataban piojos lo engañaron, diciéndole: ‘cuantos vimos y atrapamos, tantos
dejamos; cuantos ni vimos ni atrapamos, tantos llevamos’.

DK 22B57
Maestro de la mayoría, Hesíodo;
están seguros que éste sabe la mayor parte de las cosas,
quien no llegó a conocer el día y la noche:
en efecto, son una [sola cosa].

DK 22B61
Mar, agua purísima e impurísima;
para los peces, potable y saludable,
para los hombres, impotable y mortífera.

DK 22B67
El dios:
día noche, invierno verano,
guerra paz, saciedad hambre,
toma diferentes formas, al igual que el fuego,
que, cuando se mezcla con especias, es llamado según el aroma de cada una.

DK 22B80
Hay que saber
que la guerra es común,
y que la justicia es lucha,
y que todo sucede por lucha y necesidad.

DK 22B93
El señor de quien hay en Delfos el oráculo,
no dice ni oculta, sólo da signos”

DK 22B94
El sol no transgredirá sus medidas, si no, las Erinias, ayudantes de Díke, lo pondrán en
descubierto.

DK 22B101a
Los ojos son testigos más exactos que los oídos (ophthalmoì tôn óton akribestéroi
mártyres).

DK 22B102
Para el dios todas las cosas son bellas, buenas y justas; los hombres, en cambio, consideran
a unas injustas, a otras justas.

DK 22B107
Malos testigos son para los hombres los ojos y los oídos de los que tienen almas bárbaras
(kakoì mártyres anthrópoisin ophthalmoí kaì a barbárous psychàs echónton).

DK 22B108
De cuantos he escuchado los discursos,
ninguno llega al punto de comprender
que [lo sabio] es distinto de todas las cosas.

DK 22B114
Los que han de hablar con comprensión
es necesario que se afirmen en lo que es común a todos,
así como una ciudad en su ley,
y mucho más firmemente aún;
todas las leyes humanas, en efecto, se nutren
de una sola, la divina;
extiende ésta su poder tanto como quiere
y es suficiente para todas
y aún excede.

DK 22B123
La naturaleza (phýsis) ama ocultarse.

DK 22B125
También el ciceón se descompone si no se lo agita.

DK 22B129
Pitágoras, hijo de Mnesarco, cultivó la ciencia más que todos los otros hombres, y
haciendo una selección de tales tratados, forjó una sabiduría propia: polymathía, saber
equivocado.

II. PARMÉNIDES

DK 28B1
1 Las yeguas que me conducen hasta donde llega mi ánimo,
2 me impulsaron, pues, guiándome, me llevaron hacia el camino
3 de la diosa, lleno de signos, la cual, respecto de todo, conduce aquí al hombre
que sabe.
(...)
22 La diosa me recibió amablemente, tomó con su mano
23 mi mano derecha y, dirigiéndose a mí, pronunció estas palabras:
24 ¡Oh, joven, acompañado por guías inmortales y por l as yeguas
25 que te conducen llegando hasta mi morada,
26 salud! No es un destino funesto el que te ha empujado a tomar
27 este camino (que, en efecto, se encuentra fuera y separado del
sendero de los hombres),
28 sino Themis y Dike. Es necesario, entonces, que te informes de todo:
29 tanto del corazón imperturbable de la bien redondeada verdad,
30 como de las opiniones de los mortales, en las que no hay verdadera
convicción.
31 No obstante, también aprenderás esto: cómo hubiera sido necesario
32 que las opiniones existiesen realmente abarcando todo incesantemente

DK 28B2
1 Y bien, yo diré –y tú, que escuchas mi propuesta, acógela-
2 cuáles únicos caminos de investigación hay para pensar:
3 uno, que es y que no es posible no ser, es el camino de
4 Persuasión, pues acompaña la verdad;
5 el otro, que no es y que es necesario no ser. Te enuncio
6 que este sendero es completamente incognoscible, pues
7 no conocerás lo que no es (pues es imposible) ni lo
8 mencionarás.

DK 28B3
... pues lo mismo es pensar y ser.

DK 28B6
1 Es necesario decir y pensar que hay ser, pues es posible
2 ser, y la nada no es. Esto te ordeno que proclames;
3 pues <comenzarás> por este primer camino de investigación
4 y luego por aquel por el que deambulan los mortales que nada saben,
5 bicéfalos, pues la carencia de recursos
6 conduce en sus pechos al intelecto errante. Son llevados
7 como ciegos y sordos, estupefactos, gente sin capacidad de juzgar,
8 que considera que ser y no ser son lo mismo y no lo mismo.
9 El camino de todos ellos vuelve al punto de partida.

DK 28B6 (Traducción de A. Gómez-Lobo)


Es necesario que lo que es (para) decir y (para) pensar sea,
pues es (para) ser,
pero (lo que) nada (es) no es (para ser). A estas cosas te ordeno
poner atención,
pues de esta primera vía de investigación te <aparto>,
y luego también de aquélla por la cual los mortales que nada saben
yerran, bicéfalos, porque la inhabilidad en sus
pechos dirige su mente errante. Son arrastrados,
sordos y ciegos a la vez, estupefactos, una horda sin discernimiento,
que considera al ser y no ser lo mismo
y no lo mismo. La senda de todos ellos es revertiente.

DK 28B6 (Traducción de C. Eggers Lan y V. Juliá)


Se debe decir y pensar lo que es; pues es posible ser,
mientras <a la> nada no <le> es posible <ser>. Esto te ordeno que muestres.
Pues jamás se impondrá esto: que haya cosas que no sean.
Pero tú <aparta> el pensamiento de este camino de investigación
en el cual los mortales que nada saben
deambulan, bicéfalos, de quienes la incapacidad guía en sus
pechos a la turbada inteligencia. Son llevados
como ciegos y sordos, estupefactos, gente que no sabe juzgar,
para quienes el ser y no ser pasan como lo mismo
y no lo mismo.

DK 28B7
1 Pues nunca dominará esto: que haya no ser. Aleja tú
2 el pensamiento de este camino de investigación,
3 y que la inveterada costumbre no te obligue, a lo largo
4 de este camino, a utilizar el ojo que no ve, el oído que
5 resuena, y la lengua; juzga con la razón la combativa
6 refutación que te he enunciado.
DK 28B8
1 Queda una sola propuesta de camino: que es. En el mismo hay muchas pruebas: lo
que es, es inengendrado e incorruptible, total, único, inconmovible y terminado.
5 Ni fue ni será, sino que es ahora, completamente homogéneo, uno, continuo. ¿Qué
génesis le buscarás? ¿Cómo y de dónde habría aumentado? No te permito que digas
ni que pienses que del no ser, pues no es decible ni pensable que haya no ser. ¿Qué
necesidad lo habría
10 impulsado a crecer antes o después, comenzando de la nada? De este modo, es
necesario ser absolutamente, o no; la fuerza de la convicción no permitirá que, a
partir del ser, nazca otra cosa a su lado, pues ni nacer ni morir le permite Dike,
aflojando las cadenas, sino que lo tiene.
15 El examen decisivo acerca de estas cosas reside en lo siguiente: es, o no es. Se ha
decidido, por necesidad, que uno sea impensable e innombrable (pues no es el
camino verdadero), y que el otro exista y sea auténtico.
19 ¿Cómo lo que es, podría ser después? ¿De qué forma podría nacer? Pues si nació, no
está presente, ni tampoco si alguna vez será. La génesis se extingue y las destrucción
es desconocida. Ni es divisible, pues es completamente homogéneo. No hay algo en
mayor grado, lo cual impediría su cohesión, ni algo en menor grado: está totalmente
colmado de lo que es
25 Es totalmente continuo: lo que es toca a lo que es. Inmóvil en los límites de grandes
cadenas, está presente sin comienzo y sin fin, pues la génesis y la destrucción están
muy alejadas: las rechazó la convicción verdadera.
29 Permaneciendo idéntico en lo mismo, está en sí mismo. Así, permanece indemne,
pues la poderosa Necesidad lo tiene en las cadenas del límite que lo clausura
alrededor, porque no es lícito que lo que es sea imperfecto.
33 En efecto: no tiene carencia alguna; si la tuviera, carecería de todo
34 Lo mismo es pensar y aquello por lo cual hay pensamiento; pues sin lo que es, en lo
que está expresado no encontrarás el pensar: no hay ni habrá nada aparte de lo que
es, pues la Moira lo obliga a permanecer total e inmóvil. Por eso son nombres todo
cuanto los mortales han establecido, en la creencia de que es verdadero: nacer y
morir, ser y no ser, cambiar de lugar y alterar el color exterior.
42 Pero como hay un límite supremo, es perfecto por doquier, semejante a la masa de
una esfera bien redondeada, completamente equidistante a partir del centro; pues no
es posible que exista en grado mayor o menor aquí o allá.
46 Pues lo que no es, que le impediría alcanzar la homogeneidad, no existe; y lo que es
no es de tal modo de tener aquí o allá mayor o menor cantidad de lo que es, porque
es completamente inviolable.
49 Igual por doquier a sí mismo, está homogéneamente en sus límites.
50 Acá termino para ti el razonamiento confiable y el pensamiento acerca de la verdad;
a partir de acá, aprende las opiniones de los mortales, escuchando la engañosa
ordenación de mis palabras.
53 Ellos establecieron dos puntos de vista para dar nombre a las apariencias externas,
con los cuales no han hecho una unidad -en esto se han equivocado-;
55 juzgaron la existencia de formas opuestas y de ellas ofrecieron pruebas separadas las
unas de las otras; por una parte, el etéreo fuego de la llama, suave y muy liviano,
completamente semejante a sí mismo, pero no semejante al otro; por otra parte, lo
que es en sí su contrario, la noche oscura, forma espesa y pesada.
60 Te expreso toda esta ordenación cósmica probable para impedir que se te llegue a
imponer algún punto de vista humano.

-- * --
III. PROTÁGORAS

Tesis del homo mensura:

27. DK 80 A 14 (Sexto Empírico, Esbozos pirrónicos I 216ss.)


Y también Protágoras pretende que el «hombre es medida de todas las cosas, de las que
son en cuanto son y de las que no son, en cuanto no son [B 1]», designando con «medida»
al criterio y con «cosas» a las «realidades», de modo que en teoría afirma que el hombre es
el criterio de todas las realidades, de las que son, en cuanto son y de las que no son, en
cuanto no son. Y por ello admite sólo lo que a cada uno le parece y, de ese modo, introduce
el «con relación a…». (…) En este sentido, según Protágoras, el hombre es el criterio de
los entes. Puesto que todo lo que se manifiesta a los hombres existe, y lo que no se
manifiesta a hombre alguno no existe.

28. DK 80 A 15 (Sexto Empírico, Contra los matemáticos VII 389) (autorefutación)


No se puede decir, por tanto, que toda representación sea verdadera, por la posibilidad de
retorcer el argumento, tal como enseñaban Demócrito y Platón, al refutar a Protágoras.
Puesto que si toda representación es verdadera, también será verdadera la proposición de
que no toda representación es verdadera, en cuanto subyace a ella una representación. Y,
en consecuencia, la proposición de que toda representación es verdadera resultará ser falsa.

29. DK 80 B 1 (Sexto Empírico, Contra los matemáticos VII 60)


También a Protágoras de Ábdera algunos lo incluyeron en el grupo de los filósofos que han
eliminado el criterio, porque afirma que todas las representaciones y opiniones son
verdaderas y que la verdad es una de las cosas relativas, ya que todo lo que se le representa
o parece [ser] a alguien, inmediatamente cobra existencia para él. Al comienzo, por
ejemplo, de sus Discursos demoledores exclamó: «El hombre es medida de todas las cosas,
de las que son, puesto que son, de las que no son, puesto que no son [B 1]».

Interpretaciones y objeciones del homo mensura:

30. Platón, Eutidemo, 286b-c


– Pero cuando ninguno de los dos /286b/dé una explicación de esa cosa, ¿entonces
podríamos contradecirnos? ¿O así ninguno de nosotros estaría refiriéndose en absoluto a
esa cosa?
También en eso estaba de acuerdo.
– Por consiguiente, cuando yo doy explicación de una cosa, y tú das otra de otra cosa
distinta, ¿en ese caso nos contradecimos? ¿O yo estoy diciendo algo de una cosa, mientras
que tú no estás diciendo nada en absoluto? El que no dice, ¿cómo podría contradecir al que
dice?
Ctesipo se quedó callado, pero yo, asombrado por el argumento, respondí:
– ¿Cómo dices, Dionisodoro? /286c/Realmente siempre me asombro de este argumento
que escuchado de muchos y muchas veces. En efecto, los del grupo de Protágoras se valían
exageradamente de él e incluso los más antiguos, pero a mí me parece siempre que es algo
asombroso, porque anula tanto a los demás, como a él mismo, aunque creo que aprenderé
de ti la verdad sobre esto del mejor modo. ¿No es posible decir falsedades? –pues a eso
apunta el argumento, ¿no?–, sino que al contrario, ¿o al hablar se dicen cosas verdaderas o
no se dice nada?
Estaba de acuerdo.

31. Platón, Crátilo, 385d-386e


Sócrates. – En consecuencia, ¿lo que cada uno dice que es el nombre para algo, ¿eso es el
nombre para cada cosa?
Hermógenes. – Sí.
Sóc. – ¿Y cuantos se dice que son los nombres para cada cosa, tantos serán y en el
momento en que se los diga?
Herm. – Pues yo, personalmente, Sócrates, no conozco otra adecuación del nombre que
ésta: me es posible llamar a cada cosa con un nombre diferente, el que yo haya colocado, y
a ti con otro, el que a su vez hayas colocado tú. /385e/ Y así también veo que en cada una
de las ciudades hay nombres que se aplican en particular a las mismas cosas, tanto entre los
griegos frente a los demás griegos, como entre los griegos frente a los bárbaros.
Sóc. – Vamos. Veamos, Hermógenes, si te parece que también son así las cosas existentes,
que hay una esencia para cada una de ellas en particular, como decía Protágoras al plantear
que el hombre es “medida /386a/ de todas las cosas”, y por lo tanto, como me parece que
son las cosas, así son para mí, y como te parece a ti, así son para ti. ¿O te parece que tienen
una cierta constancia en su esencia?
Herm. – Ya antes, Sócrates, en la incertidumbre, yo también me dejé arrastrar allí, hacia lo
que dice Protágoras, pero no me parece que sea así de ninguna manera.
Sóc. – ¿Y qué? ¿Te dejaste arrastrar hasta el punto de que no te /386b/ parece que exista en
modo alguno un hombre dañino?
Herm. – No, por Zeus. Al contrario, realmente he padecido eso muchas veces, de modo
que me parece que existen algunos hombres muy dañinos, y son muy numerosos.
Sóc. – ¿Y qué? ¿Nunca te pareció que los hay muy buenos?
Herm. – Realmente muy pocos.
Sóc. – ¿Pero te pareció que sí, entonces?
Herm. – A mí, al menos.
Sóc. – Entonces, ¿cómo sostienes eso? ¿Acaso así: los muy buenos son muy sensatos y los
muy dañinos son muy insensatos?
/386c/ Herm. – Así me parece a mí.
Sóc. – Entonces, si Protágoras decía algo verdadero y la verdad misma es que tal como le
parezca a cada uno así son las cosas, ¿es posible que algunos de nosotros seamos sensatos
y otros insensatos?
Herm. – De ningún modo.
Sóc. – Y, según creo, estás convencido de esto: que habiendo sensatez e insensatez no es
posible en absoluto que Protágoras estuviera diciendo algo verdadero, porque en verdad en
nada sería más sensato uno que el otro, si /386d/ lo verdadero para cada uno
será lo que a cada uno le parece.
Herm. – Así es.
Sóc. – Pero seguramente, creo, tampoco te parece, como a Eutidemo, que todo existe para
todos del mismo modo, al mismo tiempo y siempre, porque así tampoco serían unos
buenos y otros dañinos, si la perfección y el vicio existieran del mismo modo, para todos y
siempre.
Herm. – Dices la verdad.
Sóc. – Entonces, si no todo existe para todos, del mismo modo, al mismo tiempo y
siempre, ni cada cosa existe en particular para cada uno, es evidente, por cierto, que las
cosas /386e/ existen con una esencia propia constante, no relativa a nosotros, ni tampoco
arrastradas arriba y abajo por nuestra imaginación, sino que existen por sí mismas en
relación con la esencia propia que tienen por naturaleza.

32. Platón, Crátilo, 391b-c


Sóc. – Entonces, después de esto, es preciso investigar, si es que quieres en verdad saber,
qué tipo de adecuación es, a su vez, la suya.
Herm. – Por supuesto que quiero saber.
Sóc. – Examina.
Herm. – Entonces, ¿cómo es preciso investigar?
Sóc. – La más adecuada investigación, querido amigo, se hace junto a los que saben,
pagándoles dinero y dándoles gracias. Y esos son los sofistas, por quienes /391c/ tu
hermano Calias, al haberles pagado mucho dinero, tiene fama de sabio. Dado que no
dispones de los bienes de tu padre, es preciso instar a tu hermano y rogarle que te enseñe la
adecuación en estos asuntos que aprendió junto a Protágoras.
Herm. – Absurdo sería para mí el ruego, Sócrates, si de ningún modo admito la Verdad de
Protágoras, pero acepto las cosas dichas en semejante verdad como de algún valor.

33. Platón, Teeteto 151e-152c


152a Sócrates. - La explicación que das acerca de la naturaleza del conocimiento no es, en
absoluto, despreciable. Es la misma que dio Protágoras, aunque él la enunció de una
manera diferente. Dice –como tú recordarás- que “el hombre es la medida de todas las
cosas, tanto del ser de las cosas que son como del no-ser de las que no son”. Sin duda lo
habrás leído.
Teeteto. Sí, y a menudo.
Sóc.: ¿No te parece que lo dice en este sentido: que toda cosa "es tal que a mí me parece y
tal como a ti te parece", puesto que tanto tú como yo somos hombres?
Teet.: Sí, eso es lo que dijo.
b Sóc. Bien. Lo que un sabio dice es probable que no sea algo sin sentido. A veces, cuando
sopla el mismo viento, unos lo sienten frío y otros no, o uno lo siente ligeramente frío y el
otro, completamente frío.
Teet. Así es.
Sóc. ¿Diremos, entonces, que el viento en sí mismo es frío o no frío? ¿O estaremos de
acuerdo con Protágoras en que es frío para quien lo siente frío y que no lo es para quien no
lo siente así?
Teet. Eso es razonable.
Sóc. Y más aún, ¿acaso no nos “parece” así a cada uno de nosotros?
Teet. Sí.
Sóc. ¿Y que nos “parece” significa que lo “percibimos” así?
Teet. Exacto.
c Sóc. Entonces, en el caso de lo caliente y demás cosas por el estilo, lo mismo es “parecer”
que “percepción”. Son para cada uno tal como cada uno las percibe.
Teet. Así parece.
Sóc. La percepción, pues, es siempre percepción de algo que es, y, como es conocimiento,
es infalible.
Teet. Está claro.

34. Platón, Teeteto, 157e-160e


157eSóc. (…) Queda aún la cuestión de los sueños y de las perturbaciones, en especial la locura
y todas las alteraciones en la vista, en el oído y en los otros sentidos que se producen a raíz
de ésta. No ignoras, naturalmente, que en todos esos casos la teoría que hemos sostenido se
vería, por cierto, refutada, pues en semejantes condiciones tenemos sin lugar a dudas falsas
158a percepciones, y lejos de ser verdadero aquello de que lo que parece a cada uno también es,
nos encontramos, por el contrario, con que ninguna de estas apariencias es real.
Teet. Así es exactamente, Sócrates.
Sóc. ¿Qué argumento le queda, entonces, a quien pretende sostener que la percepción es
conocimiento, y que lo que a cada hombre parece, también “es” para aquel a quien le
parece?
Teet. No me decido a decir que no tengo respuesta, Sócrates, puesto que hace un instante
me has censurado por decirte eso. En verdad, no me atrevo a negar que los locos y los que
b
sueñan crean en la existencia de lo que es falso, como cuando los locos se imaginan que
son dioses o los que sueñan creen tener alas y volar durante su sueño.
Sóc. ¿Y no has advertido también otra duda que surge en estos casos, especialmente en lo
que atañe al sueño y a la vigilia?
Teet. ¿Cuál?
Sóc. Es la pregunta que, creo, habrás oído formular a menudo: ¿qué prueba podemos
aducir si alguien en este momento nos interroga acerca de si estamos despiertos o
dormidos, si estamos soñando que todo esto acontece en nuestras mentes o si estamos
c hablando unos con otros en plena vigilia?
Teet. En efecto, Sócrates, no sé con qué prueba podría demostrarlo, pues ambas situaciones
se corresponden en cada caso como si fuesen contrapartes exactas. La conversación que
hemos mantenido bien pudo haber sido nada más que algo de eso que pensamos cuando
soñamos; y cuando en un sueño sucede que pensamos que estamos contando otro sueño,
ambos estados resultan, a la postre, extraordinariamente semejantes.
Sóc. Ves, pues, que hay muchas razones para dudar, si hasta, en efecto, dudamos de si
d estamos dormidos o despiertos; y como, de hecho, nuestro tiempo se reparte entre la vigilia
y el sueño, en cada estado la mente se aferra a que sus convicciones del momento son
ciertas; y así, la misma cantidad de tiempo que empleamos en afirmar la realidad de un
mundo, la empleamos en afirmar la del otro, y estamos seguros de ambas.
Teet. Por cierto.
Sóc. Y lo mismo puede decirse de las perturbaciones y de la locura, salvo que en estos
casos no se trata de tiempos iguales.
Teet. Así es.
Sóc. Pero, ¿estará acaso la verdad determinada por la extensión o la brevedad del tiempo?
e Teet. No. Sería absurdo en muchos sentidos.
Sóc. ¿Tienes alguna otra prueba para mostrar cuál de estas dos suposiciones es verdadera?
Teet. No creo tenerla.
Sóc. Déjame, entonces, decirte qué explicación propondrían en estos casos aquellos que
sostienen que en todo momento lo que a cada uno le parece es verdadero para cada uno.
Imagino que ellos harían esta pregunta: “Dinos, Teeteto, cuando una cosa es
completamente diferente de otra, ¿no puede, de alguna manera, comportarse del mismo
modo que la otra? ¿O acaso no? No vamos a pensar que la cosa de que hablamos es la
misma en algunos aspectos, pero diferente en otros, sino que es completamente diferente”.
159a Teet. Si es así, no puede tener nada en común, ni en su forma de comportarse ni en ningún
otro aspecto, puesto que es enteramente diferente.
Sóc. ¿No debemos admitir, entonces, que esa cosa no es semejante a la otra?
Teet. De acuerdo.
Sóc. Entonces, si algo llega a ser semejante o distinto de sí mismo como de cualquier otra
cosa, diremos que cuando es semejante es lo mismo y cuando es distinto es diferente.
Teet. Así diremos, necesariamente.
Sóc. Y ya hemos dicho antes que no hay límite para el número de las cosas que son activas
o para las que son pasivas.
Teet. Así es.
Sóc. Y más aún: cuando una de ellas se une a otra, el producto resultante no será el mismo,
sino diferente.
b Teet. Por cierto.
Sóc. Tomémonos entonces, tú o yo, o cualquier otro, como ejemplo a los cuales se aplica
aquel principio: Sócrates sano y Sócrates enfermo, ¿diremos de uno que es semejante al
otro, o que es distinto?
Teet. Quieres decir: ¿si Sócrates enfermo, como un todo, es semejante a Sócrates sano,
también como un todo?
Sóc. Me has entendido perfectamente. Es eso lo que dije.
Teet. Desde luego, entonces, es distinto.
Sóc. Y, en consecuencia, puesto que es distinto, ¿es diferente?
Teet. Necesariamente.
c Sóc. ¿Y dirías lo mismo de Sócrates dormido o de Sócrates en cualquiera de los otros
estados mencionados?
Teet. Sí.
Sóc. Entonces, cualquier objeto cuya naturaleza sea la de actuar sobre algo, ¿me tratará en
forma diferente según encuentre a Sócrates sano o enfermo?
Teet. Desde luego.
Sóc. Y, en consecuencia, la pareja que integramos -yo que recibo la acción y la cosa que
actúa sobre mí- ¿dará origen a un producto diferente en los dos casos?
Teet. Naturalmente.
Sóc. Ahora bien, cuando estoy sano y bebo, el vino me parece agradable y dulce.
Teet. Sí.
Sóc. De acuerdo con la explicación antes aceptada, el paciente y el agente originan la
d dulzura y una sensación, y ambas son movimientos que ocurren simultáneamente. La
sensación, por el lado del paciente, vuelve percipiente a la lengua, mientras que, por el otro
lado, la dulzura, al entrar en contacto con el vino le provoca tanto el ser como el parecer
dulce a la lengua sana.
Teet. Por cierto que en esto estábamos de acuerdo.
Sóc. Pero cuando me hallo enfermo, la persona que ha de encontrar no será en realidad la
misma, sino distinta de la otra.
Teet. Así es.
e Sóc. Y entonces la pareja -Sócrates en ese estado y el hecho de beber vino- dan lugar a un
producto diferente: en la región de la lengua, a una sensación de amargura, y, por el lado
del vino, a la amargura que surge como un movimiento. El vino se vuelve no amargura,
sino amargo; mientras que yo me convierto no en una sensación, sino en alguien que
siente.
Teet. Es indudable.
Sóc. Se concluye, entonces, 1) que, por mi parte, jamás llegaré a ser de esta manera
percipiente de otra cosa, ya que a diferentes objetos corresponden diferentes percepciones,
y actuar sobre su percipiente es actuar sobre una persona que está en condiciones
160 diferentes, o sea, que es una persona diferente. Por su parte, tampoco 2) la cosa que actúa
a sobre mí nunca podrá encontrarse con alguna otra persona y originar el mismo producto y
llegar a ser de la misma cualidad; pues cuando origina otra cosa en otra persona, la cosa
misma llegará a ser de otra cualidad.
Teet. Así es.
Sóc. Y además 3) no llegaré a tener esta sensación por mí mismo, ni tampoco el objeto por
sí mismo será de tal cualidad.
Teet. No, por cierto.
Sóc. Más bien, cuando yo llego a ser percipiente, necesito ser percipiente de algo, pues no
puedo tener una percepción que sea percepción de nada; y del mismo modo el objeto,
b cuando llega a ser dulce, amargo, o lo que fuere, tiene que llegar a serlo para alguien: no
puede llegar a ser dulce para nadie.
Teet. Completamente de acuerdo.
Sóc. Sólo resta admitir, entonces, según supongo, que tanto el objeto como yo debemos ser
o llegar a ser -sea cual fuere la expresión que utilicemos- el uno para el otro; la necesidad
une nuestras existencias, pero no nos une con cualquier otra cosa ni con nosotros mismos;
de tal modo que sólo podemos estar unidos el uno con el otro. En consecuencia, cuando
decimos que algo “es” o “llega a ser”, en realidad tendríamos que referirnos a ello como si
c fuera o llegara a ser para alguien, respecto de algo o hacia algo; pero no debemos decir, ni
permitir que otros lo hagan, que una cosa es o llega a ser algo sólo en y por sí misma. Tal
es la conclusión a que llega nuestro argumento.
Teet. Por cierto, Sócrates.
Sóc. Y así, puesto que lo que actúa sobre mí es para mí y no para otro, yo, y no otro, es
quien lo percibe realmente.
Teet. Por cierto.
Sóc. Entonces, mi percepción es verdadera para mí; pues si objeto, en todo momento, es mi
realidad, y yo, como dice Protágoras, juzgo que lo que es para mí, es, y que lo que no es,
no es.
Teet. Así parece.
d Sóc. Si, entonces, yo soy infalible y no me equivoco acerca de lo que es o llega a ser,
¿cómo puedo dejar de tener conocimiento de las cosas que percibo?
Teet. No puedes equivocarte.
Sóc. Estabas entonces en lo cierto cuando decías que el conocimiento no es más que
percepción; y así resultó que estas tres doctrinas coinciden: la de Homero, Heráclito y
todos aquellos que sostienen que las cosas se hallan en continuo movimiento; la doctrina
de Protágoras, el más sabio de los hombres, según la cual el hombre es la medida de todas
las cosas; y la conclusión de Teeteto de que en vista de lo que hemos dicho, resulta que la
e percepción es conocimiento. ¿No es así, Teeteto? ¿Podemos decir que éste es tu flamante
hijo, al cual acabo de sacar a luz? ¿No te parece?
Teet. Sólo puedo estar de acuerdo contigo, Sócrates.

35. Platón, Teeteto, 160e-163a


Sóc. He aquí por fin que, después de nuestra labor un tanto penosa, tenemos a la criatura
que hemos ayudado a nacer, sea cual fuere su índole. Una vez nacida, deberá realizarse la
ceremonia de conducirlo en torno del fuego del hogar, y debemos observar a nuestro
producto desde todos los ángulos, para asegurarnos de que no se trate de un fantasma sin
161 vida al cual no vale la pena alimentar. ¿O piensas que, de todos modos, debería ser
alimentado y no abandonado? ¿Soportarás verlo puesto a prueba, y no te has de irritar si te
lo quitan?
Teodoro. Teeteto ha de soportarlo, Sócrates, porque es sumamente tranquilo. Pero
explícame dónde está lo erróneo de la conclusión.
Sóc. Tienes una gran pasión por la discusión, Teodoro. Me agrada tu manera de
considerarme como una especie de bolsa llena de argumentos, e imaginar que puedo
fácilmente sacar de ella una prueba que nos muestre que nuestra conclusión es errónea. No
b te das cuenta de lo que en realidad ocurre: los argumentos nunca se originan en mí, sino
que vienen de la persona con la que estoy hablando. Yo sólo tengo la pequeña ventaja de
poseer la habilidad de atrapar la sabiduría del prójimo en un razonamiento y de someterlo a
un buen examen. Por eso no daré ahora ninguna explicación por mí mismo, sino que trataré
de hallarla con nuestro amigo.
Teod. Muy bien, Sócrates, haz como dices.
c Sóc. Y bien, Teodoro, te diré qué es lo que me sorprende de tu amigo Protágoras.
Teod. ¿Qué cosa?
Sóc. Las palabras iniciales de su tratado. En general, me agrada la afirmación de que lo que
parece a cada uno también es; pero me sorprende que no haya comenzado su Verdad con
estas palabras: la medida de todas las cosas es el cerdo, o el cinocéfalo, o cualquier otra
criatura aun más extraña, que posea sensaciones. Hubiera sido, en verdad, algo magnífico,
con esa presentación tan altanera que hace, que nos dijera, mientras nosotros lo
admirábamos por su sabiduría que estaba más allá de los mortales,
d que, en realidad, en cuanto al saber, no sólo no era superior a cualquier otro ser humano,
sino que ni siquiera era superior a un renacuajo. ¿Qué más podemos decir, Teodoro? Si lo
que cada hombre cree, como resultado de la percepción, es, sin lugar a dudas, verdadero
para él; si, precisamente nadie es mejor juez que uno mismo de sus propias experiencias,
tampoco nadie tiene derecho a considerar si es verdadero o falso lo que otro piensa, y si –
como hemos dicho más de una vez- cada hombre ha de tener para sí mismo sus propias
creencias, que serán todas correctas y verdaderas,
e entonces, amigo mío, ¿dónde está la sabiduría de Protágoras que os justifique su capacidad de
enseñar a los demás y la paga generosa que recibe por ello? Y, ¿dónde está nuestra
ignorancia o nuestra necesidad de ir hacia él, y de sentarnos a sus pies, si cada uno de
nosotros es la medida de su propia sabiduría? ¿Acaso debemos suponer que Protágoras
hablaba así para halagar los oídos de la multitud? Nada digo de mí mismo ni de la ridícula
notoriedad de que goza mi arte de obstétrico, y, por lo mismo, toda esta tarea de
conversación filosófica; pues examinar y comprobar las nociones y
162a opiniones de uno y otros, para ver si ellas son correctas, es un tedioso y monstruoso
despliegue de tontería, si sucede que la Verdad de Protágoras es realmente verdadera y no
se entretiene a sí misma con oráculos proferidos desde el recóndito altar de su libro.
Teod. Como has dicho, Sócrates, Protágoras era mi amigo, y no quisiera que mis
sentimientos sirvieran para refutarlo. Por otra parte, no querría contradecir mis
convicciones por refutarte a ti; en consecuencia, es mejor que vuelvas a Teeteto, cuyas
respuestas han demostrado siempre adecuarse perfectamente a lo que tú quieres decir.
b Sóc. Si te encontraras en la palestra de Esparta, Teodoro, ¿te limitarías a mirar a los
luchadores desnudos -algunos de los cuales tienen un aspecto bastante lamentable- sin
desnudarte tú mismo para comparar tu propia estampa?
Teod. ¿Y por qué no, si me escucharan con gusto y no se opusieran, del mismo modo que
espero persuadirte de que me permitas continuar ahora observando? Ya no tengo agilidad a
mis años; en lugar de forzarme a seguir tus ejercicios, asegúrate el éxito con un joven más
diestro que yo.
c Sóc. Bien, Teodoro, como dice el proverbio: “lo que a ti te gusta, no me disgusta a mí”.
Retornaré, pues, a la sabiduría de Teeteto, acerca del punto que acabamos de tratar: ¿no te
sorprendería que llegaras a ser de pronto más sabio que cualquier otro hombre o incluso
que cualquier dios? ¿O no creer que la sentencia de Protágoras se aplica tanto a los dioses
como a los hombres?
Teet. Creo que sí, claro. Y te diré, respondiendo a tu pregunta que, en verdad, estoy muy
d sorprendido. Cuando discutíamos sobre el significado de lo que a cada uno le parece real, y
lo es, en efecto, para quien piensa así, la cosa me pareció bastante satisfactoria; pero,
ahora, de pronto, toma un cariz muy distinto.
Sóc. Esto te sucede, amigo, porque eres joven; prestas fácilmente oído a lo engañoso, y te
convences. Protágoras o su representante tendrían una respuesta para el caso. Dirían:
“Buena gente que estáis ahí sentados, jóvenes y viejos, todo esto es una trampa. Os
detenéis demasiado en los dioses, cuya existencia o no existencia me niego expresamente a
discutir en mis discursos y en mis escritos y tenéis en cuenta argumentos del vulgo como
e éste: ¡qué extraño que ningún ser humano sea más sabio que el más inferior de los
animales! Dais por sentado lo que parece probable, sin ofrecer jamás ningún tipo de
prueba. Si un matemático como Teodoro razonara así en geometría, bien poca cosa sería
considerado. De modo que tanto vosotros como Teodoro debéis considerar si permitiréis
que cuestiones de tanta importancia como ésta sean resueltas apelando a la mera
163 verosimilitud”.
Teet. Ni tú, Sócrates, ni nosotros, pensamos que esto sea correcto.
Sóc. Parece, entonces, que deberemos abordar la cuestión desde otro ángulo. ¿Acaso no es
lo que vosotros y Teodoro pensáis?
Teet. Ciertamente, debemos hacer eso.

36. Platón, Teeteto, 166a-167d (apología de Protágoras);


166d (Apología de Protágoras) Yo afirmo que la verdad es como la tengo escrita: a saber, cada
uno de nosotros es la medida de las cosas que son y de las que no son; ahora bien,
infinitamente difiere uno de otro exactamente en el hecho de que para uno existen y se le
revelan unas cosas, y para otro, otras. Muy lejos estoy de negar que existan la sabiduría y
el sabio; sin embargo, sabio llamo yo a quien logre cambiar a cualquiera de vosotros, de
forma que lo que le parece y es para él malo, le parezca y se a para él
e bueno... Recordad los términos de la conversación anterior: que al enfermo le parecen
amargos los alimentos que come y lo son, mientras para el que está sano son y le parecen
todo lo contrario. No hay, por tanto, que considerar más sabio ni a uno ni a otro
167a –porque ni siquiera sería posible- ni debe hacerse una acusación en los términos de que el
enfermo es un ignorante por sostener una opinión de esa naturaleza, mientras que el sano
es sabio, por sostener una opinión de naturaleza distinta. Por el contrario, se debe efectuar
un cambio hacia la otra posición, ya que la disposición segunda es mejor. Así también en la
educación debe efectuarse un cambio de una disposición hacia otra mejor. Ahora bien, el
médico realiza ese cambio con medicinas, mientras el sofista lo hace con discursos. Porque
nadie ha conseguido que uno que sustenta opiniones falsas mantenga, después, opiniones
verdaderas. Ya que ni es posible mantener opiniones sobre cosas que no existen, ni otras
distintas a las experiencias, sino que
b éstas son siempre verdaderas. Más bien creo que quien, por efecto de una disposición
perniciosa del alma, sostiene opiniones coherentes con ese estado, una disposición
adecuada le hace concebir otras opiniones de igual carácter, opiniones que algunos, por
inexperiencia, califican de verdaderas, y yo, en cambio, mejores que las otras, pero, en
modo alguno, más verdaderas. Y a los expertos en... cuerpos los llamo médicos, y, si lo son
en plantas, agricultores. Porque yo afirmo que también éstos, cuando alguna planta está
enferma, en lugar de sensaciones perjudiciales, les inducen otras
c sensaciones beneficiosas, saludables y verdaderas. Y, del mismo modo, digo que los
oradores buenos y sabios logran que las ciudades crean justo lo que es beneficioso, en
lugar de nocivo, para ellas. Porque lo que a cada ciudad le parezca justo y bello, lo es
efectivamente para ella, en tanto sea valorado como tal. Ahora bien, el sabio, en lugar de
las opiniones particulares que resultan nocivas para los ciudadanos, logra que parezcan y
sean buenas aquellas otras que son beneficiosas. Por la misma razón, el sofista, que tiene la
capacidad de educar, por ese procedimiento, a los que acuden a él,
d es, para sus discípulos, sabio merecedor de un elevado pago. Y en ese sentido unos son más
sabios que otros y ninguno tiene opiniones falsas; y tú, quieras o no, debes soportar el ser
medida: porque en esos argumentos se sustenta la doctrina expuesta. [A propósito de lo
justo y de lo injusto, de la piedad y la impiedad, los seguidores de Protágoras pretenden
sostener que no existe por naturaleza, con existencia propia, ninguna de esas entidades,
sino que aquello que parece bien a la opinión pública se vuelve verdadero, desde el
momento mismo en que se profesa dicha opinión y mientras se mantenga como tal.]

37. Platón, Teeteto 170c-171c (auto-refutación)


170c Sóc. Entonces, Protágoras, ¿qué haremos con tu doctrina? ¿Diremos que lo que los hombres
piensan es siempre verdadero, o que a veces es verdadero y a veces falso? Pero, sea como
fuere, los pensamientos de los hombres no son siempre verdaderos. Fíjate, Teodoro. ¿Tú o
algún partidario de Protágoras sostendrá que nadie cree que hay personas ignorantes o que
emiten juicios falsos?
Teod. Sería increíble, Sócrates.
d Sóc. No obstante, es consecuencia inevitable de la doctrina que hace del hombre la medida
de todas las cosas.
Teod. ¿Qué dices?
Sóc. Cuando en tu mente tienes formado un juicio respecto de algo y me lo expresas,
concedamos que, tal como dice la teoría de Protágoras, es verdadero para ti; pero ¿debe
entenderse entonces que para nosotros, tus compañeros, resulta imposible pronunciar
cualquier juicio respecto del tuyo o que, de poder, nos limitaremos a decir que tu opinión
es verdadera? ¿no es más común encontrar centenares de oponentes que expresan sus
opiniones distintas de las tuyas y que sostienen en todo momento que tu juicio y tu
creencia son falsos?
e Teod. Pienso que sí, Sócrates, y, como dice Homero, que no sólo son centenares, sino
decenas de centenares, y que me causan todos los fastidios posibles.
Sócr. ¿Y qué? ¿Diremos en tal caso que la opinión que tú sostienes es verdadera para ti, y
falsa para esas decenas de centenares?
Teod. La doctrina parece implicarlo.
Sóc. ¿Y qué consecuencia debemos sacar de Protágoras mismo? ¿No sería acaso ésta: si
suponemos que él ya no creía más en que el hombre era la medida, y si tampoco lo creía el
resto de la gente -como realmente ocurrió- entonces la Verdad sobre la que
171a escribió no es verdadera para nadie? Sí, por otra parte, creía en ella, pero la mayoría de la
gente no estaba de acuerdo con él, entonces, como ves, la doctrina es más falsa que
verdadera, pues los que creen que es verdadera son muchos menos que los que creen que
es falsa.
Teod. Esto es lo que se deduce de afirmar que la verdad o la falsedad varía según la
opinión individual.
Sóc. Sí, y también esto implica una conclusión muy sutil. Protágoras, al admitir –como lo
hace- que la opinión de cada uno es verdadera, debe reconocer la verdad de la creencia de
quien se le opone, cuando alguien cree que él está equivocado.
Teod. Por cierto.
b Sóc. Es decir, debe admitir que su propia creencia es falsa, si admite que es verdadera la
creencia de quienes piensan que él está equivocado.
Teod. Necesariamente.
Sóc. Pero los otros, por su parte, no admiten estar equivocados.
Teod. No.
Sóc. Mientras que Protágoras, en cambio, de acuerdo con lo que escribió, admite que la
opinión de ellos es tan verdadera como cualquier otra.
Teod. Evidentemente.
Sóc. Desde todo punto de vista, entonces, incluido el del mismo Protágoras, su opinión
podría ser discutida, o, más bien, el propio Protágoras se ha de asociar al
c consenso general. Cuando admita la verdad de alguien que se opone a su propia opinión,
Protágoras deberá admitir que ni un perro ni un transeúnte cualquiera puede ser medida de
algo que no haya entendido, ¿no es así?
Teod. Así es.
Sóc. Y puesto que puede ser refutada por cualquiera, la Verdad de Protágoras no es
verdadera para nadie, ni para él mismo ni para ningún otro.

38. Platón, Teeteto 177c-179b


177c Soc. – Muy bien. Pienso que el punto al que habíamos llegado era éste: decíamos que los
qe creen en una realidad que cambia continaumente y en la doctrina de que lo que le parece
a cada uno en algún momento es así para él, mantendrían con todo rigor, en lamayoría de
lso casos , su principio, y no menos cuando se trate de lo que es justo, donde ellos
sotendrían que todos losso decretos que un Estado puede establecer son sin duda justos
d para ese Estado mientras tengan vigencia; pero en lo que se refiere a lo que es bueno,
dijimos que el más osado no llegaría al extremo de discutir que cualquier cosa que un
Estado puede creer y declarar benficiosa para sí mismo es, en verdad, beneficiosa durante
todo el tiempo que se decida que sea, a menos que quisiera decir que la palabra
“beneficiosa” continuará aplicándose de esa manera; pero ello sería convertir a nuestro
tema en una broma.
Teod. - Por cierto.
e Supondremos, entonces, que no se refiere al nombre, sino que tiene en vista la cosa que lo
lleva.
Teod. - Así lo haremos.
Sóc. - Cualquier sea el nombre que el Estado le dé, el beneficio es seguramente el objeto
de su legislación, y todas sus leyes, en el más amplio alcance de sus pensamientos y
posibilidades, se establecen para su propio y mejor provecho. ¿O se tiene presente algún
otro objeto cuando se hacen las leyes?
178a Teod. - Ningún otro.
Sóc. - Entonces, ¿aciertan en todos los casos?¿O a menudo todos los estados yerran
completamente su objetivo?
Teod. - Diría que a menudo se cometen errores
Sóc. - Todavía podemos tener una oportunidad mejor que hacer que todos estén de acuerdo
con esto, si comenzamos con una pregunta que abarque la clase entera de cosas en las que
están incluidas las beneficiosas. Es, sugiero, algo que tiene que ver con el futuro. Cuando
legislamos, hacemos nuestras leyes con la idea de que serán beneficiosas en el futuro.
Podemos llamar a esta clase la de ‘lo que ha de ser’.
b Teod. - Efectivamente.
Sóc. - He aquí entonces la pregunta para Protágoras o para cualquier otro que piense como
él. De acuerdo contigo y con tus amigos, Protágoras, el hombre es la medida de todas las
cosas –de lo blanco, lo pesado, lo liviano y las restantes de esa índole. Posee en sí mismo
la norma de esas cosas y creyendo que son tales como él las experimenta, cree en lo que es
verdadero y real para él. ¿No es así?
Teod. - Así es.
c Sóc. - ¿Es también verdad, Protágoras, que posee el hombre dentro de sí mismo la medida
de lo que va a ser en el futuro, y que aquello que cree que ha de ser sucederá en realidad
para quien así lo cree? Consideremos, por ejemplo, el calor. Cuando algún lego cree que va
a afiebrarse y que va a producirse en él un calor, y otro, que es médico, cree lo contrario,
¿vamos a suponer que el hecho futuro va a ocurrir de acuerdo con una de las dos opiniones,
o de acuerdo con ambas, de tal modo que para el médico el paciente no sentirá calor, ni
tendrá fiebre, mientras que para el paciente se producirán, según él cree, tanto una cosa
como la otra?
Teod. - Sería absurdo.
d Sóc. - Y en el caso de si un vino ha de ser dulce o no, supongo que el juicio del viticultor
es autorizado y, en cambio, no lo o enseñaban Demócrito y Platón, al refutar a Protágoras.
Puesto que si toda representación es verdadera, también será verdadera la proposición de
que no toda representación es verdadera, en cuanto subyace a ella una representación, Y,
en consecuencia, la proposición de que toda representación es verdadera resultará ser falsa.
es del flautista
Teod. - Por supuesto
(…) Pero no discutiremos aún sobre lo que es o ha sido agradable a alguien, sino sobre lo
que en el futuro parecerá y será para cada uno ¿Es todo hombre el mejor juez de sí mismo,
o caso tendrías tú anticipadamente, Protágoras –por lo menos en lo que se refiere a los
argumentos que cualquiera de nosotros consideraría convenientes para una corte de
justifica- una opinión mejor que cualquier persona sin experiencia?
Teod. - Ciertamente, Sócrates, en ese asunto él se considera abiertamente superior a todo el
mundo.
179a Sóc. - ¡Bendita sea tu alma! Tendría que habérmelo imaginado. Nadie habría pagado
sumas tan fuertes para hablar con él, a no ser que hubiese convencido a la gente que iba
hacia él de que nadie, quienquiera que fuera, ni aun un profeta, juzgaría mejor que él lo que
va a ser y parecer en el futuro.
Teod. - Por cierto que sí.
Sóc. - Y también la legislación y el problema de lo beneficioso son asuntos que tienen que
ver con el futuro, y nadie dejará de reconocer que un estado, cuando hace sus leyes, yerra a
menudo al buscar lo que es más beneficioso.
Teod. - Indudablemente.
Sóc. - Entonces, con toda razón, podemos decirle a tu maestro que debe admitir que un
hombre sea más sabio que otro y que el más sabio sea la medida, mientras que un ignorante
como yo no ha de ser de ninguna manera el más indicado para se tomado como medida,
pretensión que –me agradara o no- se concluía del discurso que hicimos en defensa de
Protágoras.
Teod. - Pienso que ése es el aspecto más débil de la teoría, Sócrates, aunque ella también
es vulnerable por el hecho de que vuelve válidas las opiniones de los demás cuando éstas
sostienen que las afirmaciones de Protágoras son totalmente falsas.

39. Aristóteles, Metafísica IV 4, 1007b18-25


Además, si todas las contradicciones fueran verdaderas a la vez del mismo sujeto, es
evidente que todas las cosas serán una sola. La misma cosa sería, en efecto, trirreme y
muro y hombre, si es que un predicado cualquiera puede afirmarse o negarse de todo,
como sucede necesariamente a los que afirman la doctrina de Protágoras. En efecto, si a
alguien le parece que el hombre no es trirreme, evidentemente no es trirreme y, por tanto,
también lo es, supuesto que la contradicción es verdadera.

40. Aristóteles, Metafísica X 1, 1053a31-b3


Y también decimos que la ciencia y la sensación son medida de las cosas por la misma
razón, porque con ellas conocemos algo, si bien más que medir, son medidas. Pero nos
sucede como si, al medirnos otra persona, conociéramos cuál es nuestra altura porque
aplica la vara de un codo sobre tantas partes nuestras. Por su parte, Protágoras dice que «el
hombre es medida de todas las cosas», refiriéndose a éste en cuanto sabe o percibe: y se
refiere a éstos porque poseen el uno sensación y el otro ciencia, las cuales solemos decir
que son medida de las cosas que caen bajo ellas. Conque parece que dicen algo, aunque no
dicen nada de extraordinario.

41. Aristóteles, Metafísica XI 6, 1062b12-19


Próximo a las opiniones expuestas está también el dicho de Protágoras. Pues éste dijo
también que el hombre es medida de todas las cosas, con lo que no quería decir sino que lo
que a cada cual le parece, eso también es firmemente. Pero si esto es así, sucede que la
misma cosa es y no es, es mala y buena, y los demás predicados que corresponden a
expresiones opuestas, por aquello de que esta cosa les parece ser bella a unos y a otros lo
contrario, y que la medida es lo que a cada cual le parece.

Fuentes
Aristóteles, Metafísica, trad. de T. Calvo Martínez, Madrid, Gredos, 1994.
Heráclito: Traducción de Francisco J. Olivieri en Heráclito. Selección de textos y
fragmentos, Serie Cuadernos de filosofía antigua, 3, Buenos Aires, Biblos, 1979.
Parménides: Traducción de Néstor-Luis Cordero.
Platón, Eutidemo, trad. de C. Mársico y H. Inverso, Madrid, Losada, 2009.
Platón, Crátilo, trad. de C. Mársico, Buenos Aires, Losada, 2005.
Platón, Teeteto, trad. de N. L Cordero y M. D. Ligatto (en Cornford, F., La teoría platónica
del conocimiento. El Teeteto y el Sofista: traducción y comentario, Buenos Aires, Paidós,
1968).
Sexto Empírico, Esbozos pirrónicos, trad. de A. Gallego Cao y T. Muñoz Diego, Madrid,
Gredos, 1993.
Sexto Empírico, Contra los profesores, trad. de J. Bergua, Madrid, Gredos, 1997.

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