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SELECCIÓN DE TEXTOS de LITERATURA 2022

3°CBT- Escuela Técnica Colón

PROFESORA ANA LAURA DÍAZ MARTÍNEZ

CONTENIDOS DEL CURSO


INTRODUCCIÓN

- Conceptualización del término ‘literatura’. Caracterìsticas del texto artìstico


- Clasificación de los géneros literarios tradicionales.

LA GENERACIÓN DEL NOVECIENTOS

1- Lectura de cuentos de Horacio Quiroga. Análisis de ”A la deriva”.

2- “Explosión” y “Otra Estirpe” de Delmira Agustini.

3- “Puertas adentro” de Florencio Sánchez.

UN RECORRIDO POR NUESTRA LITERATURA LATINOAMERICANA CONTEMPORÀNEA

4- Juan José Morosoli: lectura y comprensión lectora de "La lluvia", "Soledad" y "Los juguetes”. Análisis
de uno de ellos.

5 -“Millonarios” y "Rebelde" de Juana de Ibarbourou

6- “La isla desierta” de Roberto Arlt

7-”Espantos de agosto” de Gabriel Garcia Márquez

8- “Canto VII” de Martín Fierro de José Hernández

MÓDULO INTRODUCTORIO

ACTIVIDAD

1- Busca un sinónimo* de las palabras difíciles que hay en los textos

2- ¿Cuál es el tema** de estos textos?

3- ¿Qué diferencia hay respecto del desarrollo de ese tema?

EL BOSQUE CHILENO

"Bajo los volcanes, junto a los ventisqueros, entre los grandes lagos, el fragante, el silencioso, el
enmarañado bosque chileno.

Se hunden los pies en el follaje muerto, crepitò una rama quebradiza, los gitgantescos raulìes
levantan su encrespada estatura. un pàjaro de la selva frìa, cruza, aletea, se detiene entre los sombrìos
ramajes. y luego desde su escondite suena como un oboe.

Me entra por las narices hasta el alma el aroma salvaje del laurel, el aroma oscuro del boldo. El
ciprès intercepta mi paso. Es un mundo vertical, una naciòn de pàjaros, una muchedumbre de hojas".

EL BOSQUE

"Se llama bosque a la aglomeraciòn de àrboles o matas que cubre un espacio de terreno. Tiene
el bosque una biologìa propia e influye en el medio en que se desarrolla. Crece demasiado en las
regionbes hùmedas, en las semiàridas la vegetaciòn es màs rala y las capas de los àrboles
generalmente no se tocan. Por sus caracterìsticas se puede hablar de bosque tropical con àrboles de
gran corpulencia y lianas; bosque de la selva monzònica como la de Asia suroriental, con vegetaciòn
intermitente y el bosque de verano en zonas templadas con robledales, pinares y castañares".

ACLARACIONES

* Sinónimos son palabras diferentes pero con un significado parecido

** TEMA:

- Es una frase capaz de expresar el significado completo del texto, una exposición breve de su idea
principal, en torno a la cual se distribuyen el resto de las ideas secundarias.

- El tema no es un resumen del texto.

- El tema se expresa con un enunciado informativo, breve, claro, concreto

PANORAMA DEL URUGUAY DEL SIGLO XX

En la historia del Uruguay en el siglo XX se distinguen cuatro etapas:


•la consolidación de la democracia política, la reforma social y la prosperidad económica
(1903-1930);
•la crisis económica y política y la restauración democrática (1930- 1958);
•el estancamiento económico, la atomización de los partidos políticos tradicionales, el
crecimiento de la izquierda, y la dictadura militar (1959-1985);
•y por fin la restauración democrática y la entrada del Uruguay al Mercosur (1985-).
La primera etapa es fundacional y parece clave para explicar algunas de las características y la
mentalidad dominantes en el país hasta muy avanzado el siglo.
La figura de José Batlle y Ordóñez (1856-1929) domina políticamente este período.
Presidente en dos oportunidades (1903-1907), (1911-1915), signo con sus ideas y a la vez expresó la
sociedad de clases medias que estaba naciendo al amparo de la prosperidad económica y la facilidad del
ascenso social.
La economía vio aparecer nuevas formas industriales que valorizaron plenamente la producción de
carnes al refrigerardas y venderlas a Europa (el primer frigorífico es de 1905), lo que tuvo consecuencias
políticas pues alejó definitivamente el fantasma de las viejas guerras civiles entre blancos y colorados ya
que los estancieros se oponían ahora a ellas por destructoras de bienes con valor de mercado.
La intervención estatal comenzó. La gestión financiera del Estado (Banco de la República, 1896 y Banco
Hipotecario, 1912), comercial (Banco de Seguros, 1911), e industrial (energía eléctrica y teléfonos,
1912, combustibles y petróleo, 1931), se constituyó en un elemento definitorio de la relación entre
sociedad civil y Estado en todo el siglo XX.
La democracia política, obra, en la que sobresalió más la oposición política que el partido colorado en el
gobierno, se afianzó con el logro del voto secreto y la representación proporcional establecidos en la
Constitución de 1917, la pureza electoral garantizada por las leyes de 1924, y una atmósfera de
tolerancia fundada en parte en la imposibilidad tanto de las personalidades políticas como de los partidos
en que se dividía la opinión , de hegemonizar a la opinión pública.
En lo social, el Uruguay vivió una época de legislacion del trabajo, protectora de los obreros y otros
sectores populares (la ley de 8 horas fue aprobada en 1915) y de garantías para el retiro de los
trabajadores establecidas por diferentes leyes que fundaron Cajas de Jubilaciones para casi todos los
oficios en los años 20.
Demograficamente el país, que contaba con 1.042.000 habitantes según el Censo realizado en 1908,
apenas duplicó su población en 1930, estimada en 1.900.000. El descenso de la tasa de mortalidad fue
muy significativo y se debió sobre todo al avance del nivel de vida de la población y a las medidas
higiénicas que el gobierno adoptó. El descenso relevante de la tasa de natalidad convirtió al Uruguay,
probablemente en el primer país de América Latina que obviamente controlaba sus nacimientos.
La difusión de la cultura (la tasa de analfabetismo también descendió y se expandió la Enseñanza
Secundaria en el interior del país), la facil recepción de los modelos demográficos europeos por una
población de origen inmigratorios, la mentalidad prudente de las dominantes clases medias, todo ello
explica que en 1930 el Uruguay tuviera de sí mismo la imagen de un país moderno, europeizado y
escasamente latinoamericano. Un dato mas contribuía a acentuar esta imagen: la cultura y la enseñanza
se habían secularizado y la influencia de la Iglesia Católica era escasa al grado de que sin mayores
repercusiones sociales, ni políticas el Estado y la Iglesia se separaron por la Constitución de 1917.
La ley de divorcio por causal, la primera aprobada, fue en 1907 y la mujer obtuvo en 1913 la ley de
divorcio "por su sola voluntad". En 1932 logró el derecho al sufragio.
La crisis económica mundial iniciada en 1929 en Estados Unidos, repercutió en el Uruguay a partir de
1930-31. El descenso del precio de las materias primas y alimentos que el Uruguay exportaba, y las
restricciones del comercio internacional, generaron aumento de la desocupación y caída del ingreso.
La lucha por la distribución del mismo se acentuó entre los grupos sociales y el reformismo social
batllista fue enjuiciado duramente por ineficaz y populista por las gremiales de estancieros y
comerciantes que criticaban el peso impositivo de un Estado que no controlaban.
El Presidente de la República electo en 1931, Gabriel Terra, oyó estas demandas de las clases altas y
con el apoyo de algunas fracciones de los dos partidos tradicionales dio un golpe de Estado el 31 de
marzo de 1933, disolviendo el Poder Legislativo y la parte colegiada del Poder Ejecutivo, el Consejo
Nacional de Administración.
Este golpe y el gobierno resultante, de Terra, hasta 1938, aunque represor del movimiento obrero y los
partidos de izquierda y "progresistas", y desconocedor en muchos planos, de los derechos individuales,
demostró también la originalidad de la historia uruguaya. El golpe había sido protagonizado por un
presidente civil y dado con la aprobación del ejército pero sin su intervención directa, había contado con
el apoyo de arte de los partidos políticos tradicionales y además, procurado la legitimación inmediata de
las urnas convocando a elecciones ya en 1933.
La lenta recuperación de la economía mundial, el peso en la sociedad toda de las tradiciones
democráticas, y el alineamiento del Uruguay con los Aliados enemigos del nazi-fascismo en la II Guerra
Mundial (1939-45), determinaron la recuperación plena de la vida institucional democrática con las
elecciones de noviembre de 1942 en las que fue electo presidente Juan José de Amézaga (1943-1947).
Bajo el gobierno de Luis Batlle Berres (1947-1951), la prosperidad económica se consolidó por los
crecientes beneficios que deparó a las exportaciones uruguayas la guerra de Corea (1950-1953). En
1952 se adoptó una nueva Constitución que implantó una estructura colegiada de nueve miembros para
el Poder Ejecutivo, seis de ellos para el partido mayoritario y tres para el que le siguiera en votos.
La intervención del Estado en la economía recibió un nuevo impulso con la nacionalizacion de las
empresas británicas (ferrocarriles y aguas corrientes, 1949). En realidad, Gran Bretaña pagó de esa
manera al Uruguay la deuda que había contraído por el suministro de carnes uruguayas durante la II
Guerra Mundial.
La prosperidad económica y el impulso del gobierno de este segundo batllismo consolidaron un vigoroso
crecimiento de la industria de sustitución de importaciones y el número de obreros aumento con
espectacularidad.
Otra vez, el país de los años 50 parecía recordar al país de los años 20. El desarrollo cultural era muy
importante y el analfabetismo tendía a desaparecer. Desde el gobierno se insistía en que el Uruguay era
la Suiza de América, tanto por la continuidad de su democracia, como por la fuerza de su clase media y
hasta por el Ejecutivo Colegiado que lo regía.
La tercera etapa de la historia del Uruguay en el siglo XX (1959- 1985), estuvo caracterizada por la crisis
y el estancamiento económico y, en sus años finales (1973-1985), por la caída de las instituciones
democríticas y la instalación de una dictadura militar, aparentemente insólita, observadas las
características de la historia de la larga duración en el Uruguay, pero reveladora de la gravedad de la
situación.
Las modificaciones de la economía mundial, en especial la formación del Mercado Común Europeo
(1957) y la sustitución de la hegemonía británica por la estadounidense en América Latina, dejó a las
producciones exportables uruguayas a la deriva. El país, por ejemplo, dependía financieramente de una
nación (EEUU.) con una economía competitiva y no complementaria de la suya, mientras su tradicional
mercado europeo se cerraba a sus carnes. El estancamiento de la ganadería y el fin del proceso de
industrialización, completaron el panorama negativo que se tradujo en una disminución permanente del
ingreso.
Los diversos sectores sociales, los sindicatos obreros y de empleados públicos, y las gremiales
empresariales, lucharon entre sí por la distribución de una riqueza cada día menor en medio de una
inflación que nada parecía detener.
Los partidos tradicionales se alternaron en el poder (gobiernos blancos de 1959 a 1967 y colorados de
1967 a 1973) y se fraccionaron. La izquierda se unificó y surgió así el Frente Amplio en 1971. El gobierno
de Jorge Pacheco Areco (1967-1972) funcionó ya dentro de esquemas autoritarios pues decretó la
suspensión de las garantías individuales casi durante todo su mandato y, del otro lado, ciertos sectores
de la izquierda con el Movimiento de Liberación Nacional (Tupamaros) a la cabeza, también descreyeron
del sistema democrático impulsando la lucha armada.
El proceso de deterioro de las instituciones fue vivido dramáticamente por una sociedad que sólo con
lentitud dejó de tener fe en ellas, y culminó con el Golpe de Estado que las Fuerzas Armadas
protagonizaron el 27 de junio de 1973, disolviendo las cámaras legislativas y asumiendo, bajo la
cobertura del presidente civil Juan María Bordaberry (1972-1976), la totalidad del poder público hasta
febrero de 1985.
Los 12 años de la dictadura militar estuvieron signados por la represión de todas las fuerzas políticas,
particularmente dura con las de izquierda, por el encarcelamiento de todos los dirigentes sindicales y la
prohibición de la actividad gremial a obreros y empleados, y por la expulsión de los funcionarios públicos,
especialmente los docentes, sospechosos de cualquier inclinacion izquierdista.
Desde el punto de vista económico, el gobierno militar, asesorado por técnicos de ideas neoliberales,
procedió a cierta apertura de la economía al exterior, procurando atraer al capital extranjero y limitar la
intervención del Estado. El deterioro del salario real tuvo consecuencias imprevistas en un gobierno
conservador ya que forzó la entrada masiva de la mujer al mercado del trabajo fuera del hogar, estrategia
familiar de sobrevivencia que adoptaron los sectores populares y la clase media.
Las resistencias de la sociedad al régimen militar tuvieron su expresión más clara en el rechazo de la
Constitución autoritaria que el gobierno promovía, ocurrido en el plebiscito del 30 de noviembre de 1980
cuando "el NO" recogió el 57,2% del total de sufragios, y eso en medio de una censura militar casi
completa de los medios de comunicación.
La crisis financiera y económica de 1982, que aceleró la inflación y sobre todo la desocupación, y esas
resistencias sociales aludidas, que también condujeron a la reorganización del movimiento sindical,
llevaron a los militares a ceder el poder a la sociedad civil, aunque con ciertas limitaciones, de las que dio
cuenta el llamado Pacto del Club Naval concluído el 3 de agosto de 1984.
En elecciones en que hubo candidatos todavía vetados por las Fuerzas Armadas, surgió como
presidente constitucional el líder colorado Julio Maria Sanguinetti. Bajo su presidencia (1985-1990) y la
de su sucesor, Luis A. Lacalle (1990-1995) se fortificaron las instituciones democráticas, el clima de
tolerancia recíproca renació y políticamente el país tendió a dividirse en tercios: colorados, blancos y
frenteamplistas.
Los militares lograron que la Ley de Caducidad y el posterior referendum popular que la consolidó (1989)
impidiera su persecucion judicial ante las violaciones de los derechos individuales acaecida bajo la
dictadura.
En 1991, el Uruguay paso a fundar e integrar el Mercosur, alianza económico aduanera que lo incluye
junto a Brasil, Argentina y Paraguay.
En 1995, la población del país alcanza los 3 millones de habitantes, acentuándose el rasgo ya advertible
en los comienzos del siglo XX, el escaso crecimiento natural de su población, debido sobre todo al alto
grado de control de la natalidad que practican sus habitantes. La tasa de analfabetismo representa
apenas el 4,25 de la población del país. La calidad de vida de la mayoría de los habitantes es una de las
mas altas de América Latina, aventajada solo en ciertos rubros, por Costa Rica, Cuba y Argentina,
siendo la esperanza de vida al nacer de 71 años y fracción. La mayoría de sus habitantes es
considerada católica por las estimaciones de esta Iglesia, pero el numero de sacerdotes no sobrepasa
los 700. La tasa de divorcios es alta, similar a la de las naciones europeas.

Documento elaborado por: José Pedro Barrán

LA GENERACIÓN DEL 900

“A la deriva” de Horacio Quiroga

El hombre pisó algo blancuzco, y en seguida sintió la mordedura en el pie. Saltó adelante, y al volverse
con un juramento vio una yaracacusú que, arrollada sobre sí misma, esperaba otro ataque.

El hombre echó una veloz ojeada a su pie, donde dos gotitas de sangre engrosaban dificultosamente, y
sacó el machete de la cintura. La víbora vio la amenaza, y hundió más la cabeza en el centro mismo de
su espiral; pero el machete cayó de lomo, dislocándole las vértebras.
El hombre se bajó hasta la mordedura, quitó las gotitas de sangre, y durante un instante contempló. Un
dolor agudo nacía de los dos puntitos violetas, y comenzaba a invadir todo el pie. Apresuradamente se
ligó el tobillo con su pañuelo y siguió por la picada hacia su rancho.
El dolor en el pie aumentaba, con sensación de tirante abultamiento, y de pronto el hombre sintió dos o
tres fulgurantes puntadas que, como relámpagos, habían irradiado desde la herida hasta la mitad de la
pantorrilla. Movía la pierna con dificultad; una metálica sequedad de garganta, seguida de sed quemante,
le arrancó un nuevo juramento.
Llegó por fin al rancho y se echó de brazos sobre la rueda de un trapiche. Los dos puntitos violeta
desaparecían ahora en la monstruosa hinchazón del pie entero. La piel parecía adelgazada y a punto de
ceder, de tensa. Quiso llamar a su mujer, y la voz se quebró en un ronco arrastre de garganta reseca. La
sed lo devoraba.
-¡Dorotea! -alcanzó a lanzar en un estertor-. ¡Dame caña1!
Su mujer corrió con un vaso lleno, que el hombre sorbió en tres tragos. Pero no había sentido gusto
alguno.
-¡Te pedí caña, no agua! -rugió de nuevo-. ¡Dame caña!
-¡Pero es caña, Paulino! -protestó la mujer, espantada.
-¡No, me diste agua! ¡Quiero caña, te digo!
La mujer corrió otra vez, volviendo con la damajuana. El hombre tragó uno tras otro dos vasos, pero no
sintió nada en la garganta.
-Bueno; esto se pone feo -murmuró entonces, mirando su pie lívido y ya con lustre gangrenoso. Sobre la
honda ligadura del pañuelo, la carne desbordaba como una monstruosa morcilla.
Los dolores fulgurantes se sucedían en continuos relampagueos y llegaban ahora a la ingle. La atroz
sequedad de garganta que el aliento parecía caldear más, aumentaba a la par. Cuando pretendió
incorporarse, un fulminante vómito lo mantuvo medio minuto con la frente apoyada en la rueda de palo.
Pero el hombre no quería morir, y descendiendo hasta la costa subió a su canoa. Sentose en la popa y
comenzó a palear hasta el centro del Paraná. Allí la corriente del río, que en las inmediaciones del Iguazú
corre seis millas, lo llevaría antes de cinco horas a Tacurú-Pucú.
El hombre, con sombría energía, pudo efectivamente llegar hasta el medio del río; pero allí sus manos
dormidas dejaron caer la pala en la canoa, y tras un nuevo vómito -de sangre esta vez- dirigió una
mirada al sol que ya trasponía el monte.
La pierna entera, hasta medio muslo, era ya un bloque deforme y durísimo que reventaba la ropa. El
hombre cortó la ligadura y abrió el pantalón con su cuchillo: el bajo vientre desbordó hinchado, con
grandes manchas lívidas y terriblemente doloroso. El hombre pensó que no podría jamás llegar él solo a
Tacurú-Pucú, y se decidió a pedir ayuda a su compadre Alves, aunque hacía mucho tiempo que estaban
disgustados.
La corriente del río se precipitaba ahora hacia la costa brasileña, y el hombre pudo fácilmente atracar. Se
arrastró por la picada en cuesta arriba, pero a los veinte metros, exhausto, quedó tendido de pecho.
-¡Alves! -gritó con cuanta fuerza pudo; y prestó oído en vano.
-¡Compadre Alves! ¡No me niegue este favor! -clamó de nuevo, alzando la cabeza del suelo. En el
silencio de la selva no se oyó un solo rumor. El hombre tuvo aún valor para llegar hasta su canoa, y la
corriente, cogiéndola de nuevo, la llevó velozmente a la deriva.
El Paraná corre allí en el fondo de una inmensa hoya, cuyas paredes, altas de cien metros, encajonan
fúnebremente el río. Desde las orillas bordeadas de negros bloques de basalto, asciende el bosque,
negro también. Adelante, a los costados, detrás, la eterna muralla lúgubre, en cuyo fondo el río
arremolinado se precipita en incesantes borbollones de agua fangosa. El paisaje es agresivo, y reina en
él un silencio de muerte. Al atardecer, sin embargo, su belleza sombría y calma cobra una majestad
única.
El sol había caído ya cuando el hombre, semitendido en el fondo de la canoa, tuvo un violento escalofrío.
Y de pronto, con asombro, enderezó pesadamente la cabeza: se sentía mejor. La pierna le dolía apenas,
la sed disminuía, y su pecho, libre ya, se abría en lenta inspiración.
El veneno comenzaba a irse, no había duda. Se hallaba casi bien, y aunque no tenía fuerzas para mover
la mano, contaba con la caída del rocío para reponerse del todo. Calculó que antes de tres horas estaría
en Tacurú-Pucú.
El bienestar avanzaba, y con él una somnolencia llena de recuerdos. No sentía ya nada ni en la pierna ni
en el vientre. ¿Viviría aún su compadre Gaona en Tacurú-Pucú? Acaso viera también a su ex patrón
mister Dougald, y al recibidor del obraje.
¿Llegaría pronto? El cielo, al poniente, se abría ahora en pantalla de oro, y el río se había coloreado
también. Desde la costa paraguaya, ya entenebrecida, el monte dejaba caer sobre el río su frescura
crepuscular, en penetrantes efluvios de azahar y miel silvestre. Una pareja de guacamayos cruzó muy
alto y en silencio hacia el Paraguay.
Allá abajo, sobre el río de oro, la canoa derivaba velozmente, girando a ratos sobre sí misma ante el
borbollón de un remolino. El hombre que iba en ella se sentía cada vez mejor, y pensaba entretanto en el
tiempo justo que había pasado sin ver a su ex patrón Dougald. ¿Tres años? Tal vez no, no tanto. ¿Dos
años y nueve meses? Acaso. ¿Ocho meses y medio? Eso sí, seguramente.
De pronto sintió que estaba helado hasta el pecho.
¿Qué sería? Y la respiración…
Al recibidor de maderas de mister Dougald, Lorenzo Cubilla, lo había conocido en Puerto Esperanza un
viernes santo… ¿Viernes? Sí, o jueves…
El hombre estiró lentamente los dedos de la mano.
-Un jueves…
Y cesó de respirar.
"El almohadón de plumas" de Horacio Quiroga

Su luna de miel fue un largo escalofrío. Rubia, angelical y tímida, el carácter duro de su marido heló sus
soñadas niñerías de novia. Ella lo quería mucho, sin embargo, a veces con un ligero estremecimiento
cuando volviendo de noche juntos por la calle, echaba una furtiva mirada a la alta estatura de Jordán,
mudo desde hacía una hora. Él, por su parte, la amaba profundamente, sin darlo a conocer. Durante tres
meses -se habían casado en abril- vivieron una dicha especial. Sin duda hubiera ella deseado menos
severidad en ese rígido cielo de amor, más expansiva e incauta ternura; pero el impasible semblante de
su marido la contenía siempre. La casa en que vivían influía un poco en sus estremecimientos. La
blancura del patio silencioso -frisos, columnas y estatuas de mármol- producía una otoñal impresión de
palacio encantado. Dentro, el brillo glacial del estuco, sin el más leve rasguño en las altas paredes,
afirmaba aquella sensación de desapacible frío. Al cruzar de una pieza a otra, los pasos hallaban eco en
toda la casa, como si un largo abandono hubiera sensibilizado su resonancia. En ese extraño nido de
amor, Alicia pasó todo el otoño. No obstante, había concluido por echar un velo sobre sus antiguos
sueños, y aún vivía dormida en la casa hostil, sin querer pensar en nada hasta que llegaba su marido. No
es raro que adelgazara. Tuvo un ligero ataque de influenza que se arrastró insidiosamente días y días;
Alicia no se reponía nunca. Al fin una tarde pudo salir al jardín apoyada en el brazo de él. Miraba
indiferente a uno y otro lado. De pronto Jordán, con honda ternura, le pasó la mano por la cabeza, y
Alicia rompió en seguida en sollozos, echándole los brazos al cuello. Lloró largamente todo su espanto
callado, redoblando el llanto a la menor tentativa de caricia. Luego los sollozos fueron retardándose, y
aún quedó largo rato escondida en su cuello, sin moverse ni decir una palabra. Fue ese el último día que
Alicia estuvo levantada. Al día siguiente amaneció desvanecida. El médico de Jordán la examinó con
suma atención, ordenándole calma y descanso absolutos. -No sé -le dijo a Jordán en la puerta de calle,
con la voz todavía baja-. Tiene una gran debilidad que no me explico, y sin vómitos, nada... Si mañana
se despierta como hoy, llámeme enseguida. Al otro día Alicia seguía peor. Hubo consulta. Constatóse
una anemia de marcha agudísima, completamente inexplicable. Alicia no tuvo más desmayos, pero se
iba visiblemente a la muerte. Todo el día el dormitorio estaba con las luces prendidas y en pleno silencio.
Pasábanse horas sin oír el menor ruido. Alicia dormitaba. Jordán vivía casi en la sala, también con toda
la luz encendida. Paseábase sin cesar de un extremo a otro, con incansable obstinación. La alfombra
ahogaba sus pasos. A ratos entraba en el dormitorio y proseguía su mudo vaivén a lo largo de la cama,
mirando a su mujer cada vez que caminaba en su dirección. Pronto Alicia comenzó a tener alucinaciones,
confusas y flotantes al principio, y que
descendieron luego a ras del suelo. La joven, con los ojos desmesuradamente abiertos, no hacía sino
mirar la alfombra a uno y otro lado del respaldo de la cama. Una noche se quedó de repente mirando
fijamente. Al rato abrió la boca para gritar, y sus narices ylabios se perlaron de sudor. -¡Jordán! ¡Jordán!
-clamó, rígida de espanto, sin dejar de mirar la alfombra. Jordán corrió al dormitorio, y al verlo aparecer
Alicia dio un alarido de horror. -¡Soy yo, Alicia, soy yo! Alicia lo miró con extravió, miró la alfombra, volvió
a mirarlo, y después de largo rato de estupefacta confrontación, se serenó. Sonrió y tomó entre las suyas
la mano de su marido, acariciándola temblando. Entre sus alucinaciones más porfiadas, hubo un
antropoide, apoyado en la alfombra sobre los dedos, que tenía fijos en ella los ojos. Los médicos
volvieron inútilmente. Había allí delante de ellos una vida que se acababa, desangrándose día a día,
hora a hora, sin saber absolutamente cómo. En la última consulta Alicia yacía en estupor mientras ellos
la pulsaban, pasándose de uno a otro la muñeca inerte. La observaron largo rato en silencio y siguieron
al comedor. -Pst... -se encogió de hombros desalentado su médico-. Es un caso serio... poco hay que
hacer... -¡Sólo eso me faltaba! -resopló Jordán. Y tamborileó bruscamente sobre la mesa.Alicia fue
extinguiéndose en su delirio de anemia, agravado de tarde, pero que remitía siempre en las primeras
horas. Durante el día no avanzaba su enfermedad, pero cada mañana amanecía lívida, en síncope casi.
Parecía que únicamente de noche se le fuera la vida en nuevas alas de sangre. Tenía siempre al
despertar la sensación de estar desplomada en la cama con un millón de kilos encima. Desde el tercer
día este hundimiento no la abandonó más. Apenas podía mover la cabeza. No quiso que le tocaran la
cama, ni aún que le arreglaran el almohadón. Sus terrores crepusculares avanzaron en forma de
monstruos que se arrastraban hasta la cama y trepaban dificultosamente por la colcha. Perdió luego el
conocimiento. Los dos días finales deliró sin cesar a media voz. Las luces continuaban fúnebremente
encendidas en el dormitorio y la sala. En el silencio agónico de la casa, no se oía más que el delirio
monótono que salía de la cama, y el rumor ahogado de los eternos pasos de Jordán. Alicia murió, por fin.
La sirvienta, que entró después a deshacer la cama, sola ya, miró un rato extrañada el almohadón.
-¡Señor! -llamó a Jordán en voz baja-. En el almohadón hay manchas que parecen de sangre. Jordán se
acercó rápidamente Y se dobló a su vez. Efectivamente, sobre la funda, a ambos lados del hueco que
había dejado la cabeza de Alicia, se veían manchitas oscuras. -Parecen picaduras -murmuró la sirvienta
después de un rato de inmóvil observación. -Levántelo a la luz -le dijo Jordán. La sirvienta lo levantó,
pero enseguida lo dejó caer, y se quedó mirando a aquél, lívida y temblando. Sin saber por qué, Jordán
sintió que los cabellos se le erizaban. -¿Qué hay? -murmuró con la voz ronca. -Pesa mucho -articuló la
sirvienta, sin dejar de temblar. Jordán lo levantó; pesaba extraordinariamente. Salieron con él, y sobre la
mesa del comedor Jordán cortó funda y envoltura de un tajo. Las plumas superiores volaron, y la
sirvienta dio un grito de horror con toda la boca abierta, llevándose las manos crispadas a los bandós.
Sobre el fondo, entre las plumas, moviendo lentamente las patas velludas, había un animal monstruoso,
una bola viviente y viscosa. Estaba tan hinchado que apenas se le pronunciaba la boca. Noche a noche,
desde que Alicia había caído en cama, había aplicado sigilosamente su boca -su trompa, mejor dicho- a
las sienes de aquélla, chupándole la sangre. La picadura era casi imperceptible. La remoción diaria del
almohadón había impedido sin duda su desarrollo, pero desde que la joven no pudo moverse, la succión
fue vertiginosa. En cinco días, en cinco noches, había vaciado a Alicia. Estos parásitos de las aves,
diminutos en el medio habitual, llegan a adquirir en ciertas condiciones proporciones enormes. La sangre
humana parece serles particularmente favorable, y no es raro hallarlos en los almohadones de pluma.

1- ¿Què tipo de narrador tiene el cuento?


2- ¿Cuàles son los personajes?
3- ¿Puedes clasificarlos?
4- ¿Què clase de tìtulo tiene el cuento?
5- ¿Còmo describirìas a los personajes?
6- ¿Te parece un cuento realista o contiene elementos fantàsticos?
7- ¿Què estructura tiene el cuento?
A ___ tradicional con planteo, nudo y desenlace
B ___ fragmentaria con una sucesiòn de anècdotas mas o menos entrelazadas
8- ¿Cuàl es el tema principal del cuento?
9- ¿Què efecto te provoca esta historia como lector?
10- ¿Puedes encontrar en este texto alguno de los recursos literarios que estudiamos en el cuento
anterior?
11- Piensa què otro tìtulo podrìa tener este cuento
12- Imagina y escribe còmo podrìa esta historia terminar con un final feliz
“Puertas adentro” de Florencio Sánchez

Escena I
La escena representa un saloncito lujoso. Pequeño escritorio de mujer en el centro. Puertas al
fondo y a la derecha. Ventana a la izquierda.
PEPA. -(Cantando «Hijos del Pueblo» mientras limpia los muebles con un plumero.) «Hijos del pueblo te
oprimen cadenas». Ya lo creo que las oprimen. ¡Uff!... Y a nadie más que a nosotras, las hijas del pueblo
que servimos... ¡ Qué barbaridad! Imagínense ustedes, ahora limpiando los muebles... no tienen ni pizca
de polvo, pero hay que limpiarlos, o hacer la parada de que se limpian, mientras no lloran los chicos.
Porque en cuanto comienzan a berrear... Felizmente duermen. Oh, esos muchachos. Todo el santo día
molestando. -Mamá, mamá. ¡Yo quiero pis! Mamá, la nena me ha pegado, yo quiero ir a la puerta...
Mamá, esto; mamá, el otro; mamá lo de más allá... Ustedes creerán que la mamá se desvive por
atenderlos... ¡Pues no señor! Maldito el caso que les hace... Que Totó quiere pis, pues ya está la patrona
a gritos: ¡Pepa! ¡Pepa! ¡El servicio para el nene! Y por el estilo: ¡Pepa, calienta leche! ¡Pepa, llévalos a la
puerta! ¡Pepa!... Y Pepa arriba, y Pepa abajo... Todo tiene que hacerlo Pepa... la indispensable Pepa...
Terrible cosa... no bien amanece, de pie y a vestir a los niños; unos muñecos los más madrugadores y
después a darles el té con leche; y más tarde a lavar los pañales del menorcito, una monada de criatura
que no hace más que ensuciarse... y a tender las camas, y a servir la mesa, y a lavar el servicio... y no
bien han concluido todas esas tareas, vuelta con los niños; a bañarlos, a sacarlos a paseo, a... ¡ Oh!
¡Qué sofocación, señores, qué sofocación !... Y menos mal cuando todos estos trajines no van
acompañados de rezongos y gritos de la patrona...

¡Es lo que más rabia me da! Bebé, por corretear en la vereda, se rompe las narices. Pues la culpa la
tiene Pepa, una descuidada, una bandida, una canalla. Miren que dejar caer a la pobre criatura... ¡Qué
infamia! Porque los niños no se caen nunca sino por descuido de las mucamas... Y como esto, todos los
rezongos... menos mal, cuando la patrona no amanece de mal humor... ¡que sabe agarrar unas lunas!... ¡
Ay! Vale más no acordarse de ello. Y por ese trabajo, con malos ratos y todo, me pagan, señores, cuatro
pesos al mes, con comida, es claro... mejor dicho, con sobras. (Se interrumpe y recorre los muebles
tarareando.) ¡Ay! ¡Qué vida ésta! ¡Qué vida! ¡ Qué vida !... Ni un instante desocupada... Ahora mismo,
que podría hacerme una escapadita hasta la carnicería, a ver al podre Isidro que me ha de estar
esperando... a Isidro... ¿no lo conocen?... mi novio... Ahora que podría charlar un rato con él, pues no
están los señores, nada de poder moverse porque la niña se ha dormido y si se despierta y no estoy...
(Se oye llanto adentro.) ¡No ven, no ven! ¿Oyen ustedes? Muñecos del diablo. (Se acerca a la puerta de
la izquierda.) ¡Mée! ¡Mée! ¡Mée! (Remedando el llanto.) ¡Berrea, condenada, hasta que te mueras!
(Volviéndose hacia el público.) ¿Han visto cosa igual? ¡Ah! Y a todo esto estará Isidro... (Pausa.) ¿Han
oído? ¿Han silbado, verdad? (Se acerca al balcón.) Sí... sí... es el mismo Isidro. Véanlo. (Haciendo
señas.) ¿Qué? ¿Que vaya?... ¡ No, imposible !... No puedo... ¿Y los niños? (Se detiene un instante y
volviéndose al público.) ¡Pobre Isidro!... Si se comprometen a no decir nada les contaré que me ha tirado
un beso... así... ¿Se lo devuelvo? Sí, ¿verdad? (Volviéndose al balcón.) ¡Qué lástima! Ya se fué...
Caramba... ¡Pero calle! ¡Allí va Luisa! La voy a llamar. Así charlaremos un rato... Chist... Chist... ¡Luisa!...
Ya viene... Es una excelente muchacha... ¡Y sabe unas cosas de su patrona! Verán ustedes.

Escena segunda
PEPA - LUISA

LUISA. -(Entrando.) ¡Hola! ¿Cómo te va? (Dándole la mano.)


PEPA. -¡Bien, hija, bien!. Es decir, mal. Figúrate que hace rato que Isidro me está esperando...
LUISA. -Sí, lo vi en la esquina.
PEPA. -Y a causa de esos pebetes, nada de poder moverme de aquí... (Llorando otra vez adentro.) ¿Lo
ves? que están a gritos. (Aproximándose a la puerta con rabia.) ¡Revienten! ¡Malditos! ¡Uff!...
LUISA. -¡Ave María, qué mala!
PEPA. -¿Mala? demasiado tolerante. Pero ya se han callado. Vamos a charlar un rato en paz. ¿Te
parece? Nos sentaremos aquí como dos grandes señoras. (Se sientan.) ¿Has visto al tuyo, Luisa?
LUISA. -¡Calla, mujer! ¡Qué he de verlo! ¡Toda la mañana ocupada ¡ ¡Es sábado hoy pues!... Y que el
panadero, y que la lavandera, y que el lechero, y que... Y a todos tengo que atenderlos porque el señor
se ha ido para afuera, como todos los sábados. Y yo tengo que cargar con el burro muerto de los
rezongos de todos los acreedores... Que venga el otro sábado. Que pase a fin de mes... Que hoy no hay
plata... ¡ Jesucristo! Y las vergüenzas que me hacen pasar.
PEPA. -¡Hija, pues yo soy más feliz! ¡Aquí nada de eso ocurre!
LUISA. -¿De veras? ¡Qué extraño!
PEPA. -¡Claro, como que no hay quien les fíe a los señores!
LUISA. -¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! ¡Qué bueno! Y, dime, de aquello ¿has averiguado algo? ¿Descubriste?...
PEPA. -¡Calla, hija, nada... nada! (Observa si alguien escucha.) Pero, be pispado un detalle de primer
orden... Ahora verás.... El Viernes Santo, la señora recibió tempranito una carta... con sobre amarillo,
como siempre; la leyó y se puso loca de contenta: tan contenta que lo menos por una hora no me
rezongó... Este... como iba diciendo, después tomó un coche se fue a recorrer, según dijo ella, las
iglesias, a eso que llaman jubileo tal vez, y no regresó, hasta la tardecita...
LUISA. -(Con malicia.) ¡Ah! ¡Si! Ah jubileo... Y yo que creía que no era muy católica esa señora!
PEPA -Ya lo ves. La carta sería sin duda del... ilustrísimo arzobispo... ¿Y tú que has sabido?...
LUISA. -¡ Ah si supieras!.. ¡ A que no adivinas quién es él... él... vamos, la relación de mi señora! Ni lo
sospechas.
PEPA. -¿El diputado aquél?
LUISA. -¡No!
PEPA. -¿El hermano del corredor de la bolsa?
LUISA. -¡Tampoco!
PEPA. -¡Ah! ¡Ya se! El mozo rubio aquel que pasa todas las tardes.
LUISA. -Menos...¿Te das por vencida?...¿Sí?...Pues caete de espaldas Don Te o
PEPA. -¿Teófilo?
LUISA. -Teodoro.
PEPA. -¡El patrón!!!
LUISA. -El mismo.
PEPA. -¿Qué me decís? ¡Qué barbaridad! ¡Quién iba a sospecharlo!
LUISA. -Ya lo ves. ¡Las santitas de nuestras patronas!... Después de hablar de nosotras, dicen que
somos una relajadas, unas indecentes que tenemos novios o amantes... Y nos retan,... y nos llaman
sinvergüenzas, desorejadas... ¡ Ah! Pero...
PEPA. -Sí, hija. Tienes razón... Pero ¿cómo has hecho para saber todo eso?
LUISA. -Muy fácil... Esta mañana me llamó la señora y me dijo: Luisa, de parte del señor lleve esta carta
a don Teodoro García... y me entregó la carta... Yo, sabes, la tomé, y es claro miré el sobre y... Pero
esas tontas, mejor dicho esas idiotas de patronas se piensan que nosotras tenemos unas tragaderas así
de anchas... Figúrate que la dirección iba con letra de ella y el sobre... todo perfumado... me parece que
el señor no escribe así...
PEPA. -¡Qué pava!... ¿Y trajiste la carta?
LUISA. -Sí, aquí la tengo. ¡Mira!...
PEPA. -¿A ver? ¿a ver? (Huele) Rico, rico el perfume... (Observa el sobre y lo mira al trasluz.) ¿Qué
dirá? ¿qué dirá? Si pudiéramos...
LUISA. -¿Abrirla? ¡No!... Qué temeridad...
PEPA. -¿Y por qué no? ¡Es tan fácil!!! Mira, con un poquito de agua caliente... ¡Poniéndola al vapor!
LUISA. -¿Y no se conocerá? ¡Ah, hija! ¡Tengo un miedo de que nos descubran!...
PEPA. -¡Verás, verás! No seas tonta... nos vamos a divertir en grande. Espérame un poco... (Se va por la
izquierda.)

Escena tercera
LUISA

LUISA. -¡La verdad es que no merecen estas patronas que se les conserve fidelidad!... Qué diablos... Y
al fin y al cabo consintiendo en que se abra la carta no haré más que vengarme. El otro día me pegó una
reprimenda terrible por haberme pillado debajo de la almohada una carta de Enrique... ¡Uff! las cosas
que me dijo... sinvergüenza; grandísima... grandísima... grandísima oveja... Y digo oveja por no repetir la
palabra que ella empleó; que fue un poquito más fuerte. ¡Con que grandísima!... Eso sí; usan un lenguaje
entre casa, esas señoras decentes!... ¡Es claro, yo le contesté que era muy libre y muy dueña de hacer
mi santa voluntad, mientras no la ofendieran... y ella, se enfureció y siguió diciéndome cosas, unas
cosas! ¿y yo qué había de callarme? le dije que más sinvergüenza y más grandísima... eso... era su
hermana que se pasaba las noches con el novio en el balcón haciendo porquerías y... en fin, que casi
me echa a la calle por la moralidad de su hogar. Tan luego ella... ¡Ay, señores, como anda el mundo,
cómo anda la sociedad!...

Escena cuarta
PEPA - LUISA

PEPA. -(Entra con la caldera en la mano tarareando la marcha del «Riego».) Tariráráráráaá... Ya está...
Vamos a ver... (Pone la caldera sobre el escritorio.) ¡Ajajá !... Así... Un poquito de vayor y le ponemos en
claro la conciencia a tu patrona... (Las dos observan.) Ya empieza a ablandarse la goma...
LUISA. -¿Pero no se echará a perder el sobre?
PEPA. -¡Calla tonta! Déjame hacer... ¿ves? ¡Ya va a estar!...
LUISA. -Bueno, pero yo la leo primero... me corresponde.
Pepa. -¡Qué esperanzas! ¡Yo la leo!
Luisa. -¡Déjamela! ...Yo, yo debo hacerlo...
PEPA. -¡Muchacha! ¡Que rompes el sobre! ¡Suelta!... Lárgame... ¡Ves que ya lo has roto!...
LUISA. -¡Qué barbaridad!... ¿Y ahora?
PEPA. -Ahora a leerla. (Desdobla el pliego y lee.) «Mi querido negro». ¡Caramba! ¡Caramba!
LUISA. -¡Ay la señora moralista! ¡Con que «Mi querido negro». Muy bonito! Sigue.
PEPA. -(Leyendo.) «Mi querido negro: Buena me la has hecho. Ayer te esperé largo rato en la capilla de
los Salesianos, y tú nada de llegar... Recé por ti, tres padres nuestros que no te los mereces por infame.
Esta noche voy a la Catedral. Estaré junto al altar de Nuestra Señora de los Dolores... Trata de no
cansármelos demorando mucho... Tu pochocha que te adora. Clara» (Dejando caer los brazos
estupefacta.) ¡Qué me dices Luisa! ¿Qué me dices?
LUISA. -Que todo es muy digno de la moral católica de mi señora.
PEPA. -Y tan devota, ya querida Pochocha. ¡Ja! ¡ja! ¡ja!
LUISA. -Y todavía se permite insultarme porque tengo novio.
PEPA. -Vaya. ¿Y eso te llama la atención? Parece que no hubieras servido nunca. Si te empezara a
contar las cosas por el estilo que he presenciado en la buena sociedad, teníamos para llegar a viejas
antes de concluir... Esto, es así. Las señoras, las patronas, nos critican, nos acusan de indecentes, para
tranquilizar sus conciencias, sin duda...
LUISA. -O envidiando nuestra moralidad. Pero... y ahora ¿qué hacemos con el sobre roto?
PEPA. - Cierto. Lo olvidaba... No se por qué me estaba entristeciendo, apenando. Me invadía un
profundo desconsuelo. Porque mira que es lastimosa a torturar sus sentimientos a...
LUISA. -¡Qué penas, ni qué lástimas! ¿Porque no se rebela? ¿Por qué no protesta contra ese
convencionalismo, que la obliga a considerar delito, su amor.? ¿Por qué no es como nosotras las que
para amar no precisamos del visto bueno de la sociedad?... ¿Por qué es hipócrita?... ¿Por qué disimula?
¿Por qué? ¿Por qué me ha reprendido a mí que al fin no engaño, ni mistifico a nadie? Vamos, vamos,
eso es perversión moral, nada más, la perversión bíblica de esas Evas de la buena sociedad, que se
pasan la vida buscando serpientes que las tienten a comer la manzana prohibida. Pero en fin, dejando
esas cosas... ¿Cómo arreglaremos eso del sobre?
PEPA. -¡Ah! ¡Sí! ¡Mira! Tú tienes buena letra... Hacemos un sobre nuevo. Mi señora debe tener algunos
aquí, en su escritorio. ¡A ver!... ¡Creo que una de esas llaves sirve! (Saca un llavero.) Fíjate por la calle
por si viene alguien. (Probando las llaves.) Esta no sirve... ni ésta... ¡Ajajá! ¡Ya está abierto! ¡Cuantas
cartas empaquetadas! ¡Y con letra de hombre! ¿Y ésta? ¿Cerrada? ¡A ver, a ver!... letra de la señora, de
mi señora... dice... Señor Silvio Laguna....
LUISA. -¿Qué dices de Silvio Laguna?...
PEPA. -Que aquí hay una carta para él.
LUISA. -¿Para mi patrón?
PEPA. -(Con ironía.) Ya lo ves. Y de mi patrona, de Misia Catalina.
LUISA. -¡Ave María Purísima!!
PEPA -Sí. Hay que abrírla también... El que hace un cesto hace un ciento. Caramba está fría ya el agua.
Pero, qué importa. Romperé el sobre.
LUISA. -¡Muchacha! Eso es más difícil. ¿No ves que irremisiblemente te descubrirán?
PEPA. -¡Y qué! Me echarán a la calle. Bueno. Estoy en tren de todo. Lo que es de esta hecha no me
quedo con la curiosidad... A la una... a la dos... y a las tres. (Rompe el sobre alejándose de Luisa que
quiere impedirlo.)
LUISA. -¡Pepa? ¡Pepa! ¿Qué has hecho?
PEPA. -(Leyendo.) «Silvio adorado». Esta noche voy al «Solís» con el imbécil de mi marido. No faltes y
mírame mucho, mucho, con los gemelos. Te adora Catalina. ¿Eh? ¡Has visto! ¡Juegan a las cambiaditas
muchas señoras con sus maridos !
PEPA. -A las cambiaditas, eso es, mi patrón con tu patrona y tu patrón con mi patrona... Y esto queda en
familia...¡Qué asco!
LUISA. -¡Pero qué asco!
PEPA. -¿Y qué destino le daremos a esta carta?...
LUISA. -Ponerle otro sobre.
PEPA. -Pero conocerá la señora Catalina que le han cambiado el sobre, que no es su letra...
LUISA. -Es verdad... ¿Qué hacemos, pues? (Pensativa.)
PEPA. -Eso pregunto yo.
LUISA. -¡¡Ah! ¡ Qué idea! ¿Te animas a hacer una barbaridad conmigo? ¿Una barbaridad muy grande?
LUISA. -Según.
PEPA. -Enterar a los maridos de que sus mujeres los traicionan.
LUISA. -¿Estás loca?... ¡Es una felonía!
PEPA. - Puede ser un acto revolucionario. Una lección, un castigo a la elástica moral de esas gentes
bien. Figúrate. Ponemos las cartas de las dos señoras en los sobres correspondientes a sus respectivos
esposos.
LUISA. -Es decir la de mi señora irá a mi patrón su esposo, y...
PEPA. -Y la de la mía a su esposo. Esto es que la carta enviada al marido de tu señora la recibirá el
esposo de la mía, mi patrón... Así se darán cuenta ambos de que se engañan respectivamente con sus
propias mujeres... ¿Aceptas?
LUISA. -Pero...
PEPA. -¿Aceptas?... Si se arma farra, que se arme. Nada nos ha de tocar. ¿Quieres? No será muy digno
esto... pero, tampoco el caso exige muchos escrúpulos... La cocina es para tiznarse. ¿Aceptas?
LUISA. -Bueno, últimamente...Vaya, lo haremos. (Sentándose a escribir.) « Al señor Teodoro García».
Calle Tal, número tal... Jájájá. Ya está uno. «Al señor Silvio Laguna... calle... etc., etc. Ya está el otro.
Ahora a poner las cartas adentro.
PEPA. -No te equivoques, ¿eh?
LUISA. -Pierde cuidado. (Pone los pliegues dentro de los sobres.) Ahora al correo.
PEPA. -¿Las llevas tú?
LUISA. - Sí, en seguida... Adiós ¿eh?... Adiós. (Vase.)
PEPA. -Hasta luego. (La acompaña hasta la puerta. Se siente llanto otra vez.) ¡Voy! ¡Ya voy! ¡Mocosos!
(Al público) ¡Qué demonios! Tienen razón los jesuitas. El fin justifica los medios... ¡Voy! ¡Voy!

(FRAGMENTO DE “Muñecas” de Eduardo Galeano)


… Una señorita como es debido sirve al padre y a los hermanos como servirá al marido, y no hace ni
dice nada sin pedir permiso. Si tiene dinero o buena cuna,acude a misa de siete y pasa el día
aprendiendo a dar órdenes a la servidumbre negra, cocineras, sirvientas, nodrizas, niñeras, lavanderas, y
haciendo labores de aguja o bolillo. A veces recibe amigas, y hasta se atreve a recomendar alguna
descocada novela susurrando:
—Si vieras cómo me hizo llorar...Dos veces a la semana, en la tardecita, pasa algunas horas
escuchando al novio sin mirarlo y sin permitir que se le arrime, ambos sentados en el sofá ante la atenta
mirada de la tía. Todas las noches, antes de acostarse, reza las avemarías del rosario y se aplica en el
cutis una infusión de pétalos de jazmín macerados enagua de lluvia al claro de luna.Si el novio la
abandona, ella se convierte súbitamente en tía y queda en consecuencia condenada a vestir santos y
difuntos y recién nacidos, a vigilar novios, a cuidar enfermos, a dar catecismo y suspirar por las noches,
en la soledad de la cama, contemplando el retrato del desdeñoso

“Explosión” de Delmira Agustini


Si la vida es amor, ¡bendita sea!
¡Quiero más vida para amar! Hoy siento
que no valen mil años de la idea
lo que un minuto azul de sentimiento.
Mi corazón moría triste y lento...
Hoy abre en luz como una flor febea;
¡La vida brota como un mar violento
donde la mano del amor golpea!

Hoy partió hacia la noche, triste, fría,


rotas las alas, mi melancolía;
como una vieja mancha de dolor

En la sombra lejana se deslíe...


¡Mi vida toda canta, besa, ríe!
¡Mi vida toda es una boca en flor!

“Otra Estirpe
Eros, yo quiero guiarte, Padre ciego…
Pido a tus manos todopoderosas,
¡su cuerpo excelso derramado en fuego

sobre mi cuerpo desmayado en rosas!

La elèctrica corola que hoy despliego

brinda el nectario de un jardìn de Esposas;

parasus buitres en mi carne entrego

todo un enjambre de palomas rosas.

Da a las dos sierpes de su abrazo, crueles,

mi gran tallo febril... Absintio, mieles,

vièrteme de sus venas, de su boca...

¡Asì tendida, soy un surco ardiente

donde puede nutrirse la simiente

de otra estirpe sublimemente loca!

"LA LLUVIA" DE MOROSOLI

Ver llover allí, en aquella chacra, era una cosa que causaba placer. Un placer tranquilo que aún me alegra.
No olvidaré nunca aquella mañana. Hasta aquel día no había sentido la emoción de la lluvia. Me parecía
que el campo y el árbol y yo éramos felices de la misma manera: quedándonos quietos y dejándonos
penetrar por aquella música mansa y aquella lluvia lenta que caía sin interrupción.

A mi hermana le gustaba mucho jugar a las casitas. Con cuatro palos, algunos cueros y unos mazos de
paja mansa, había construido la suya. Era una vivienda como la de los indios.

El agua vino despacio. La sentimos llegar. La vimos venir, borrando cerros, y dejando todo detrás de su
vidrio esmerilado. Las gallinas corrían apresuradas y ganaban hornos y graneros. Lejanos cantos de
aguateros y alborozados gritos de teru-terus confirmaron la presencia lejana de la lluvia. Unos horneros
vinieron hasta donde nosotros. Los vimos volar y luego detenerse en la horqueta de un árbol. Habían
elegido hogar. Cuando llegaron las primeras gotas, picotearon la tierra y trajeron una mota en el pico.
Colocaban la piedra fundamental de su casa.

Las gentes del pago comenzaron a llegar a los ranchos. Venían a jugar a las cartas. La lluvia creaba una
sociedad candorosa, sencilla y feliz.

Desde los cerros comenzaban a bajar pequeñas corrientes. En las quebradas nacían cañadas. Al campo le
nacía un sistema de venas. Mirando éste, recién comprendí el mapa con los azules nervios de sus ríos
dibujados.

Sobre los cueros llovía lentamente. Aquel asordinado tambor nos iba invadiendo. De tarde mi hermana
volvió a la casita. Quería pasar la tarde con las niñas de la chacra jugando a las abuelas.

Quería hacer cuentos de su juventud y me pedía a mí que me portara mal así podía decir a cada rato que
los hijos daban mucho trabajo.

Mi hermana –la abuela- tenía doce años.

Aquella tarde fue una de las más felices de mi vida.

"Los juguetes" de José Morosoli

Cuando mi madre estuvo grave, nosotros salimos de nuestro hogar. Mi abuela se llevó a mis hermanos
más chicos y yo fui a la casa que era la más lujosa del pueblo. Mi compañero de banca vivía allí.
La casa no me gustó desde que llegué a ella.
La madre de mi compañero era una señora que andaba siempre recomendando silencio. Los criados
eran serios y tristes. Hablaban como en secreto y se deslizaban por las piezas enormes como sombras.
Las alfombras atenuaban los ruidos y las paredes tenían retratos de hombres graves, de caras apretadas
por largas patillas.
Los niños jugaban en la sala de los juguetes sin hacer ruido. Fuera de aquella sala no se podía jugar.
Estaba prohibido. Los juguetes estaban alineados cada uno en su lugar, como los frascos en las boticas.
Parecía que con aquellos juguetes no hubiera jugado nadie. Yo hasta entonces había jugado siempre
con piedras, con tierra, con perros y con niños. Pero nunca con juguetes como aquellos. Como no podía
vivir allí, mi padrino don Bernardo me llevó a su casa.
En lo de mi padrino había vacas, mulas, caballos, gallinas, un horno de cocer pan y un cobertizo para
guardar el maíz y alfalfa. La cocina era grande como un barco. En el centro tenía un picadero de leña
enterrado en el suelo. Cerca de la chimenea una llanta de carreta reunía pavas, parrillas y hombres.
Pájaros y gallinas entraban y salían.
Mi padrino se levantaba a las cinco de la mañana, y comenzaba a partir la leña. Los golpes que daba
con el hacha resonaban por toda la casa. Una vaca mimosa venía hasta la puerta y mugía apenas lo
veía. Luego un concierto de golpes, balidos, gritos, cacarear y batir de las alas, conmovían la casa. A
veces al entrar en las piezas, el vuelo asustado de un pájaro que se sorprendía nos paraba indecisos.
Era una casa viva y trepidante.
La leche espumosa y el pan casero, suave y dorado, nos acercaba a todos a la mesa como a un altar.
Nuestras mañanas transcurrían en el granero oloroso de alfalfa. De unos agujeros altos, que el sol
perforaba, caían hacia el piso unas listas de luz donde danzaba el polvo.
Las ratoneras entraban y salían por todos lados, pues allí había muchísimas.
En casa de mi padrino supe que los juguetes y los juegos que hacen felices a los niños no están en las
jugueterías.

“Millonarios” de Juana de Ibarbourou


Tómame de la mano. Vámonos a la lluvia
descalzos y ligeros de ropa, sin paraguas,
con el cabello al viento y el cuerpo a la caricia
oblicua, refrescante y menuda del agua.

¡Que rían los vecinos! Puesto que somos jóvenes


y los dos nos amamos y nos gusta la lluvia,
vamos a ser felices con el gozo sencillo
de un casal de gorriones que en la vía se arrulla.

Más allá están los campos y el camino de acacias


y la quinta suntuosa de aquel pobre señor
millonario y obeso, que con todos sus oros,

no podría comprarnos ni un gramo del tesoro


inefable y supremo que nos ha dado Dios:
ser flexibles, ser jóvenes, estar llenos de amor.

“Espantos de agosto” de Gabriel García Márquez


Llegamos a Arezzo un poco antes del medio día, y perdimos más de dos horas buscando el castillo
renacentista que el escritor venezolano Miguel Otero Silva había comprado en aquel recodo idílico de la
campiña toscana. Era un domingo de principios de agosto, ardiente y bullicioso, y no era fácil encontrar a
alguien que supiera algo en las calles abarrotadas de turistas. Al cabo de muchas tentativas inútiles
volvimos al automóvil, abandonamos la ciudad por un sendero de cipreses sin indicaciones viales, y una
vieja pastora de gansos nos indicó con precisión dónde estaba el castillo. Antes de despedirse nos
preguntó si pensábamos dormir allí, y le contestamos, como lo teníamos previsto, que sólo íbamos a
almorzar.
-Menos mal -dijo ella- porque en esa casa espantan.
Mi esposa y yo, que no creemos en aparecidos del medio día, nos burlamos de su credulidad. Pero
nuestros dos hijos, de nueve y siete años, se pusieron dichosos con la idea de conocer un fantasma de
cuerpo presente.
Miguel Otero Silva, que además de buen escritor era un anfitrión espléndido y un comedor refinado, nos
esperaba con un almuerzo de nunca olvidar. Como se nos había hecho tarde no tuvimos tiempo de
conocer el interior del castillo antes de sentarnos a la mesa, pero su aspecto desde fuera no tenía nada
de pavoroso, y cualquier inquietud se disipaba con la visión completa de la ciudad desde la terraza florida
donde estábamos almorzando. Era difícil creer que en aquella colina de casas encaramadas, donde
apenas cabían noventa mil personas, hubieran nacido tantos hombres de genio perdurable. Sin embargo,
Miguel Otero Silva nos dijo con su humor caribe que ninguno de tantos era el más insigne de Arezzo.
-El más grande -sentenció- fue Ludovico.
Así, sin apellidos: Ludovico, el gran señor de las artes y de la guerra, que había construido aquel castillo
de su desgracia, y de quien Miguel nos habló durante todo el almuerzo. Nos habló de su poder inmenso,
de su amor contrariado y de su muerte espantosa. Nos contó cómo fue que en un instante de locura del
corazón había apuñalado a su dama en el lecho donde acababan de amarse, y luego azuzó contra sí
mismo a sus feroces perros de guerra que lo despedazaron a dentelladas. Nos aseguró, muy en serio,
que a partir de la media noche el espectro de Ludovico deambulaba por la casa en tinieblas tratando de
conseguir el sosiego en su purgatorio de amor.
El castillo, en realidad, era inmenso y sombrío. Pero a pleno día, con el estómago lleno y el corazón
contento, el relato de Miguel no podía parecer sino una broma como tantas otras suyas para entretener a
sus invitados. Los ochenta y dos cuartos que recorrimos sin asombro después de la siesta, habían
padecido toda clase de mudanzas de sus dueños sucesivos. Miguel había restaurado por completo la
planta baja y se había hecho construir un dormitorio moderno con suelos de mármol e instalaciones para
sauna y cultura física, y la terraza de flores intensas donde habíamos almorzado. La segunda planta, que
había sido la más usada en el curso de los siglos, era una sucesión de cuartos sin ningún carácter, con
muebles de diferentes épocas abandonados a su suerte. Pero en la última se conservaba una habitación
intacta por donde el tiempo se había olvidado de pasar. Era el dormitorio de Ludovico.
Fue un instante mágico. Allí estaba la cama de cortinas bordadas con hilos de oro, y el sobrecama de
prodigios de pasamanería todavía acartonado por la sangre seca de la amante sacrificada. Estaba la
chimenea con las cenizas heladas y el último leño convertido en piedra, el armario con sus armas bien
cebadas, y el retrato al óleo del caballero pensativo en un marco de oro, pintado por alguno de los
maestros florentinos que no tuvieron la fortuna de sobrevivir a su tiempo. Sin embargo, lo que más me
impresionó fue el olor de fresas recientes que permanecía estancado sin explicación posible en el ámbito
del dormitorio.
Los días del verano son largos y parsimoniosos en la Toscana, y el horizonte se mantiene en su sitio
hasta las nueve de la noche. Cuando terminamos de conocer el castillo eran más de las cinco, pero
Miguel insistió en llevarnos a ver los frescos de Piero della Francesca en la Iglesia de San Francisco,
luego nos tomamos un café bien conversado bajo las pérgolas de la plaza, y cuando regresamos para
recoger las maletas encontramos la cena servida. De modo que nos quedamos a cenar.
Mientras lo hacíamos, bajo un cielo malva con una sola estrella, los niños prendieron unas antorchas en
la cocina, y se fueron a explorar las tinieblas en los pisos altos. Desde la mesa oíamos sus galopes de
caballos cerreros por las escaleras, los lamentos de las puertas, los gritos felices llamando a Ludovico en
los cuartos tenebrosos. Fue a ellos a quienes se les ocurrió la mala idea de quedarnos a dormir. Miguel
Otero Silva los apoyó encantado, y nosotros no tuvimos el valor civil de decirles que no.
Al contrario de lo que yo temía, dormimos muy bien, mi esposa y yo en un dormitorio de la planta baja y
mis hijos en el cuarto contiguo. Ambos habían sido modernizados y no tenían nada de tenebrosos.
Mientras trataba de conseguir el sueño conté los doce toques insomnes del reloj de péndulo de la sala, y
me acordé de la advertencia pavorosa de la pastora de gansos. Pero estábamos tan cansados que nos
dormimos muy pronto, en un sueño denso y continuo, y desperté después de las siete con un sol
espléndido entre las enredaderas de la ventana. A mi lado, mi esposa navegaba en el mar apacible de
los inocentes. “Qué tontería -me dije-, que alguien siga creyendo en fantasmas por estos tiempos”. Sólo
entonces me estremeció el olor de fresas recién cortadas, y vi la chimenea con las cenizas frías y el
último leño convertido en piedra, y el retrato del caballero triste que nos miraba desde tres siglos antes
en el marco de oro. Pues no estábamos en la alcoba de la planta baja donde nos habíamos acostado la
noche anterior, sino en el dormitorio de Ludovico, bajo la cornisa y las cortinas polvorientas y las sábanas
empapadas de sangre todavía caliente de su cama maldita.

ROBERTO ARLT: “La Isla Desierta”. Burlería en un acto


Personajes
EL JEFE
EMPLEADA 1a
MANUEL
EMPLEADA 2a
MARÍA
EMPLEADA 3a
EMPLEADO 1o
CIPRIANO (MULATO)
EMPLEADO 2o
DIRECTOR
TENEDOR DE LIBROS

ACTO ÚNICO
ESCENA
Oficina rectangular blanquísima, con ventanal a todo lo ancho del salón, enmarcando un cielo infinito
caldeado en azul. Frente a las mesas escritorios, dispuestos en hilera como reclutas, trabajan, inclinados
sobre las máquinas de escribir, los empleados. En el centro y en el fondo del salón, la mesa del JEFE,
emboscado tras unas gafas negras y con el pelo cortado como la pelambre de un cepillo. Son las dos de
la tarde, y una extrema luminosidad pesa sobre estos desdichados simultáneamente encorvados y
recortados en el espacio por la desolada simetría de este salón de un décimo piso.
EL JEFE. - Otra equivocación, Manuel.
MANUEL. - ¿Señor?
EL JEFE. - Ha vuelto a equivocarse, Manuel.
MANUEL. - Lo siento, señor.
EL JEFE.-Yo también. (Alcanzándole la planilla.) Corríjala. (Un minuto de silencio.)
EL JEFE. - María.
MARÍA. - ¿Señor?
EL JEFE.-Ha vuelto a equivocarse, María.
MARÍA (acercándose al escritorio del JEFE).-Lo siento, señor.
EL JEFE.-También yo lo voy a sentir cuando tenga que hacerlos echar. Corrija.
Nuevamente hay otro minuto de silencio. Durante este intervalo pasan chimeneas de buques y se oyen
las pitadas de un remolcador y el bronco pito de un buque. Automáticamente todos los EMPLEADOS
enderezan las espaldas y se quedan mirando la ventana.
EL JEFE (irritado). - ¡A ver si siguen equivocándose! (Pausa.)
EMPLEADO 1° (con un apagado grito de angustia). - ¡Oh! no; no es posible. (Todos se
vuelven hacia él.)
EL JEFE (con venenosa suavidad).-¿Qué no es posible, señor?
MANUEL. - No es posible trabajar aquí.
EL JEFE.-,¿No es posible trabajar aquí? ¿Y por qué no es posible trabajar aquí? (Con
lentitud.) ¿Hay pulgas en las sillas? ¿Cucarachas en la tinta?
MANUEL (poniéndose de pie y gritando).-¡Cómo no equivocarse! ¿Es posible no
equivocarse aquí? Contésteme. ¿Es posible trabajar sin equivocarse aquí?
EL JEFE.-No me falte, Manuel. Su antigüedad en la casa no lo autoriza a tanto. ¿Por qué se arrebata?
MANUEL. - Yo no me arrebato, señor. (Señalando la ventana.) Los culpables de que nos
equivoquemos son esos malditos buques.
EL JEFE (extrañado). - ¿Los buques? (Pausa.) ¿Qué tienen los buques?
MANUEL. - Sí, los buques. Los buques que entran y salen, chillándonos en las orejas,
metiéndosenos por los ojos, pasándonos las chimeneas por las narices. (Se deja caer en la silla.) No
puedo más.
TENEDOR DE LIBROS. - Don Manuel tiene razón. Cuando trabajábamos en el subsuelo no nos
equivocábamos nunca.
MARÍA. - Cierto; nunca nos sucedió esto.
EMPLEADA 1a - Hace siete años.
EMPLEADO 1°-¿Ya han pasado siete años?
EMPLEADO 2o - Claro que han pasado
TENEDOR DE LIBROS. -Yo creo, jefe, que estos buques, yendo y viniendo, son perjudiciales para la
contabilidad.
EI JEFE. - ¿Lo creen?
MANUEL. - Todos lo creemos. ¿No es cierto que todos lo creemos?
MARÍA. - Yo nunca he subido a un buque, pero lo creo.
TODOS. - Nosotros también lo creemos.
EMPLEADA 2a -jefe, ¿ha subido a un buque alguna vez?
EL JEFE. -¿Y para qué un jefe de oficina necesita subir a un buque?
MARÍA. - ¿Se dan cuenta? Ninguno de los que trabajan aquí ha subido a un buque.
EMPLEADA 2a- Parece mentira que ninguno haya viajado.
EMPLEADO 2o - ¿Y por qué no ha viajado usted?
EMPLEADA 2a - Esperaba a casarme...
TENEDOR DE LIBROS. - Lo que es a mí, ganas no me han faltado.
EMPLEADO 2°-Y a mí. Viajando es cómo se disfruta.
EMPLEADA 3a - Vivimos entre estas cuatro paredes como en un calabozo.
MANUEL. - Cómo no equivocarnos. Estamos aquí suma que te suma, y por la ventana no
hacen nada más que pasar barcos que van a otras tierras. (Pausa.) A otras tierras que no
vimos nunca. Y que cuando fuimos jóvenes pensamos visitar.
EL JEFE (irritado). - ¡Basta! ¡Basta de charlar! ¡Trabajen!
MANUEL. - No puedo trabajar.
EL JEFE.-¿No puede? ¿Y por qué no puede, don Manuel?
MANUEL. -No. No puedo. El puerto me produce melancolía.
EL JEFE. - Le produce melancolía. (Sardónico.) Así que le produce melancolía.
(Conteniendo su furor.) Siga, siga su trabajo.
MANUEL. - No puedo.
El JEFE.-Veremos lo que dice el director general. (Sale violentamente.)
MANUEL. - Cuarenta años de oficina. La juventud perdida.
MARÍA. - ¡Cuarenta años! ¿Y ahora? ...
MANUEL. - ¿Y quieren decirme ustedes para qué?
EMPLEADA 3a -Ahora lo van a echar...
MANUEL. - ¡Qué me importa! Cuarenta años de Debe y Haber. De Caja y Mayor. De
Pérdidas y Ganancias.
EMPLEADA 2a - ¿Quiere una aspirina, don Manuel?
MANUEL. - Gracias, señorita. Esto no se arregla con aspirina. Cuando yo era joven creía que no podría
soportar esta vida. Me llamaban las aventuras ... los bosques. Me hubiera gustado ser guardabosque. O
cuidar un faro ...
TENEDOR DE LIBROS. - Y pensar que a todo se acostumbra uno.
-MANUEL. -Hasta a esto ...
TENEDOR DE LIBROS.-Sin embargo, hay que reconocer que estábamos mejor abajo. Lo
malo es que en el subsuelo hay que trabajar con luz eléctrica.
MARÍA. - ¿Y con qué va a trabajar uno si no?
EMPLEADO 1°-Uno estaba allí tan tranquilo como en el fondo de una tumba.
TENEDOR DE LIBROS. - Cierto, se parece a una tumba. Yo muchas veces me decía: "Si se apaga el sol,
aquí no nos enteramos" . . .
MANUEL. -Y de pronto, sin decir agua va, nos sacan del sótano y nos meten aquí. En plena luz. ¿Para
qué queremos tanta luz? ¿Podés decirme para qué queremos tanta luz?
TENEDOR DE LIBROS. - Francamente, yo no sé ...
EMPLEADA 2a - El jefe tiene que usar lentes negros . . .
EMPLEADO 2a -Yo perdí la vista allá abajo ...
EMPLEADO 1o -Sí, pero estábamos tan tranquilos como en el fondo del mar.
TENEDOR DE LIBROS. - De allí traje mi reumatismo.
Entra el ordenanza CIPRIANO, con un uniforme color de canela y un varo de agua helada. Es MULATO,
simple y complicado, exquisito y brutal, y su voz por momentos persuasiva.
MULATO. - ¿Y el jefe?
EMPLEADA 2a - No está. ¿No ve que no está?
EMPLEADA 3a - Fue a la Dirección ...
MULATO (mirando por la ventana). - ¡Hoy llegó el "Astoria"! Yo lo hacía en Montevideo.
EMPLEADA 2a (acercándose a la ventana). - ¡Qué chimeneas grandes tiene!
MULATO. - Desplaza cuarenta y tres mil toneladas ...
EMPLEADO 1° - Ya bajan los pasajeros...
MANUEL. - Y nosotros quisiéramos subir.
MULATO. - Y pensar que yo he subido a casi todos los buques que dan vuelta por los
puertos del mundo.
EMPLEADO 2° - Hablaron mucho los diarios ...
MULATO.-Sé los pies que calan. En qué astilleros se construyeron. El día que los botaron.
Yo, cuando menos, merecía ser ingeniero naval.
EMPLEADO 2° - Vos, ingeniero naval ... No me hagas reír.
MULATO. - O capitán de fragata. He sido grumete, lavaplatos, marinero, cocinero de veleros, maquinista
de bergantines, timonel de sampanes, contramaestre de paquebotes...
EMPLEADO 2°-¿Por dónde viajaste? ¿Por la línea del Tigre o por la de Constitución?
MULATO (sin mirar al que lo interrumpe). - Desde los siete años que doy vueltas por el
mundo, y juro que jamás en la vida me he visto entre chusma tan insignificante como la que tengo que
tratar a veces ...
MARÍA (a EMPLEADA 1a). - A buen entendedor...
MULATO. - Conozco el mar de las Indias. El Caribe, el Báltico ... hasta el océano Ártico conozco. Las
focas, recostadas en los hielos, lo miran a uno como mujeres aburridas, sin
moverse ...
EMPLEADO 2° - ¡Che, debe hacer un fresco bárbaro por ahí!
EMPLEADA 2a - Cuente, Cipriano, cuente. No haga caso.
MULATO (sin volverse). - Aviada estaría la luna si tuviera que hacer caso de los perros que ladran. En un
sampán me he recorrido el Ganges. Y había que ver los cocodrilos que nos seguían...
MARÍA - No sea exagerado, Cipriano.
MULATO. - Se lo juro, señorita.
EMPLEADO 2° - Indudablemente, éste no pasó de San Fernando.
MULATO (violento). - A mí nadie me trata de mentiroso, ¿sabe? (Arrebatado, se quita la
chaquetilla, y luego la camisa, que muestra una camiseta roja, que también se saca.)
EMPLEADA 1a - ¿Qué hace, Cipriano?
EMPLEADA 2a - ¿Está loco?
EMPLEADA 3a - Cuidado, que puede venir el jefe.
MULATO. - Vean, vean estos tatuajes. Digan si éstos son tatuajes hechos entre la línea del Tigre o
Constitución. Vean...
EMPLEADA 2a - ¡Una mujer en cueros!
MULATO.-Este tatuaje me lo hicieron en Madagascar, con una espina de tiburón.
EMPLEADO 2° - ¡Qué mala espina!
MULATO. - Vean esta rosa que tengo sobre el ombligo. Observen qué delicadeza de pétalos. Un trabajo
de indígenas australianos.
EMPLEADO 2o-¿No será una calcomanía?
EMPLEADA 2a - ¡Qué va a ser calcomanía! Este es un tatuaje de veras.
MULATO. - Le aseguro, señorita, que si me viera sin pantalones se asombraría ...
TODOS. - ¡Oh ... ah! ...
MULATO (enfático).-Sin pantalones soy extraordinario.
EMPLEADA 1a - No se los pensará quitar, supongo.
MULATO. - ¿Por qué no?
EMPLEADA 3a - No, no se los quite.
MULATO. - No voy a quedar desnudo por eso. Y verán qué tatuajes tengo labrados en las
piernas.
EMPLEADA 1a -Es que si entra alguien ...
EMPLEADA 3a - Cerrando la puerta. (Va a la puerta.)
MULATO (quitándose los pantalones y quedando con un calzoncillo corto y rojo con
lunares blancos). - Miren estos dibujos. Son del más puro estilo malasio. ¿Qué les parece esta guarda de
monos pelando bananas? (Murmullos de "Oh ... ah...".) Lo menos que merezco es ser capitán de una isla.
(Toma un pliego de papel madera y rasgándolo en tiras se lo coloca alrededor de la cintura.) Así van
vestidos los salvajes de las islas.
EMPLEADA 1a - ¿A las mujeres también les hacen tatuajes...?
MULATO. - Claro. ¡Y qué tatuajes! Como para resucitar a un muerto.
EMPLEADA 2a - ¿Y es doloroso tatuarse?
MULATO. -No mucho ... Lo primero que hace el brujo tatuador es ponerlo a uno bajo un
árbol ...
EMPLEADA 2a - Uy, qué miedo.
MULATO. - Ningún miedo. El brujo acaricia la piel hasta dormirla. Y uno acaba por no
sentir nada.
EMPLEADO 1° -Claro ...
MULATO.-Siempre bajo los árboles hay hombres y mujeres haciéndose tatuar. Y uno termina por no
saber si es un hombre, un tigre, una nube o un dragón.
TODOS. - ¡Oh, quién lo iba a decir! ¡Si parece mentira!
MULATO (fabricándose una corona con papel y poniéndosela). -Los brujos llevan una
corona así y nadie los mortifica.
EMPLEADA 1a - Es notable.
EMPLEADA 2a - Las cosas que se aprenden viajando...
MULATO. - Allá no hay jueces, ni cobradores de impuestos, ni divorcios, ni guardianes de plaza. Cada
hombre toma a la mujer que le gusta y cada mujer al hombre que le agrada. Todos viven desnudos entre
las flores, con collares de rosas colgantes del cuello y los tobillos adornados de flores. Y se alimentan de
ensaladas de magnolias y sopas de violetas.
TODOS. - Eh, eh ...
EMPLEADA 2a - ¡Eh! ¡Cipriano, que no nacimos ayer!
MULATO. - Juro que se alimentan de ensaladas de magnolias.
TODOS. - No.
MULATO. - Sí.
EMPLEADO 2° - Mucho ... mucho ...
MULATO. - Digo que sí. Y además los árboles están siempre cargados de toda clase de fruta.
MANUEL.-No será como la que uno compra aquí, en la feria.
MULATO.-Allá no. Cuelgan libremente de las ramas y quien quiere, come, y quien no quiere, no come ...
y por la noche, entre los grandes árboles, se encienden fogatas y ocurre lo que es natural que ocurra
entre hombres y mujeres.
EMPLEADA 1a - ¡Qué países, qué países!
MULATO. -Y digo que es muy saludable vivir así libremente. Al otro día la gente trabaja
con más ánimo en los arrozales y si uno tiene sed (toma el vaso de agua y bebe) parte un coco y bebe
su deliciosa agua fresca.
MANUEL (tirando violentamente un libro al suelo). - ¡Basta!
MULATO. - ¿Basta qué?
MANUEL.-Basta de noria. Se acabó. Me voy.
EMPLEADA 2a - ¿A dónde va, don Manuel?
MANUEL. -A correr inundo. A vivir la vida. Basta de oficina. Basta de malacate. Basta de
números. Basta de reloj. Basta de aguantarlo a este otro canalla. (Señala la mesa del jefe.)
Pausa. Perplejidad.
EMPLEADO 1°-¿Quién es el otro?
TODOS. - ¿,Quién es?
MANUEL (perplejo). -El otro ... el otro ... el otro ... soy yo.
EMPLEADA 3a - ¡Usted, don Manuel!
MANUEL. - Sí, yo; que desde hace veinte años le llevo los chismes al jefe. Mucho tiempo
hacía que me amargaba este secreto. Pero trabajábamos en el subsuelo. Y en el subsuelo las cosas no
se sienten.
TODOS. - ¡Oh! ...
EMPLEADO 1°-¿Qué tiene que ver el subsuelo?
MANUEL. - No sé.La vida no se siente. Uno es como una lombriz solitaria en un intestino de cemento.
Pasan los días y no se sabe cuándo es de día, cuándo es de noche. Misterio. (Con desesperación.) Pero
un día nos traen a este décimo piso. Y el cielo, las nubes, as chimeneas de los transatlánticos se nos
entran en los ojos. Pero entonces, ¿existía el cielo? Pero entonces, ¿existían los buques? ¿Y las nubes
existían? ¿Y uno, por qué no viajó? Por miedo. Por cobardía. Mírenme. Viejo. Achacoso. ¿Para qué
sirven mis cuarenta años de contabilidad y de chismerío?
MULATO (enfático). - Ved cuán noble es su corazón. Ved cuán responsables son sus palabras. Ved
cuán inocentes son sus intenciones. Ruborizaos, amanuenses. Llorad lágrimas de tinta. Todos vosotros
os pudriréis como asquerosas ratas entre estos malditos libros. Un día os encontraréis con el sacerdote
que vendrá a suministraros la extremaunción. Y mientras os unten con aceite la planta de los pies, os
diréis: "¿Qué he hecho de mi vida? Consagrarla a la teneduría de libros. Bestias.
MANUEL. - Quiero vivir los pocos años que me quedan de vida en una isla desierta. Tenermi cabaña a la
sombra de una palmera. No pensar en horarios.
EMPLEADO 1o - Iremos juntos, don Manuel.
MARÍA. - Yo iría, pero para cumplir este deseo tendría que cobrar los meses de sueldo que me acuerda
la ley 11.729.
EMPLEADO 2o -Para que nos amparase la ley 11.729, tendrían que echarnos.
MULATO. - Aprovechen ahora que son jóvenes. Piensen que cuando les estén untando con aceite la
planta de los pies no podrán hacerlo.
MARÍA. -La pena es que tendré que dejar a mi novio.
EMPLEADO 2° -¿Por qué no lo conserva en un tarro de pickles?
EMPLEADA 2a - Cállese, odioso.
MULATO. - Señores, procedamos con corrección. Cuando don Manuel declaró que él era el chismoso,
una nueva aurora pareció cernirse sobre la humanidad. Todos le miramos y nos dijimos: "He aquí un
hombre honesto; he aquí un hombre probo; he aquí la estatua misma de la virtud cívica y ciudadana".
(Grave.) Don Manuel. Usted ha dejado de ser don Manuel. Usted se ha convertido en Simbad el Marino.
EMPLEADA 3a - Qué bonito!
MANUEL. - Ahora, lo que hay que buscar es la isla desierta.
TENEDOR DE LIBROS. - ¿Hay todavía islas desiertas?
MULATO. - Sí, las hay. Vaya si las hay. Grandes islas. Y con árboles de pan. Y con
plátanos. Y con pájaros de colores. Y con sol desde la mañana a la noche.
EMPLEADO 2o - ¿Y nosotros? ...
MULATO. - ¿Cómo nosotros?
EMPLEADA 2a -¿Claro? ¿Y a nosotros nos van a largar aquí?
MULATO. - Vengan ustedes también.
TODOS. - Eso... vámonos todos.
MULATO. - Ah ... y qué les diré de las playas de coral.
EMPLEADA 1a Cuente, Cipriano, cuente.
MULATO. - Y los arroyuelos cantan entre las breñas. Y también hay negros. Negros que por la noche
baten el tambor. Así.
El MULATO toma la tapa de la máquina de escribir y comienza a batir el tam tam ancestral, al mismo
tiempo que oscila simiesco sobre sí mismo. Sugestionados por el ritmo, van entrando todos en la danza.
MULATO (a tiempo que bate el tambor). -Y también hay hermosas mujeres desnudas. Desnudas de los
pies a la cabeza. Con collares de flores. Que se alimentan de ensaladas de magnolias. Y hermosos
hombres desnudos. Que bailan bajo los árboles, como ahora nosotros bailamos aquí ...
La hoja de la bananera
De verde ya se madura
Quien toma prenda de joven
Tiene la vida segura.
La danza se ha ido generalizando a medida que habla el MULATO, y los viejos, los empleados y las
empleadas giran en torno de la mesa, donde como un demonio gesticula, toca el tambor y habla el
condenado negro. Y bailan, bailan, bajo los árboles cargados de frutas. De aromas … Histéricamente
todos los hombres se van quitando los sacos, los chalecos, las corbatas; las muchachas se recogen las
faldas y arrojan los zapatos. El MULATO bate frenéticamente la tapa de la máquina de escribir. Y cantan
un ritmo de rumba. La hoja de la bananera...
EL JEFE (entrando bruscamente con el DIRECTOR, con voz de trueno).-¿Qué pasa aquí?
MARÍA (después de alguna vacilación). - Señor ... esta ventana maldita y el puerto ... Y los
buques ... esos buques malditos ...
EMPLEADA 2a - Y este negro.
DIRECTOR. - Oh ... comprendo. . . comprendo. (Al JEFE.) Despida a todo el personal. Haga poner
vidrios opacos en la ventana.
TELÓN

“Canto VII” de Martín Fierro de José Hernández

De carta de más me vía


sin saber a dónde dirme;
mas dijeron que era vago
y entraron a perseguirme.

Nunca se achican los males,


van poco a poco creciendo,
y ansina me vide pronto
obligado a andar juyendo.

No tenía mujer ni rancho


y a más, era resertor;
no tenía una prenda güena
ni un peso en el tirador.

A mis hijos infelices


pensé volverlos a hallar,
y andaba de un lao al otro
sin tener ni qué pitar.

Supe una vez por desgracia


que había un baile por allí,
y medio desesperao
a ver la milonga fui.

Riunidos al pericón
tantos amigos hallé,
que alegre de verme entre ellos
esa noche me apedé.

Como nunca, en la ocasión


por peliar me dio la tranca.
Y la emprendí con un negro
que trujo una negra en ancas.

Al ver llegar la morena,


que no hacía caso de naides,
le dije con la mamúa:
va-ca-yendo gente al baile.

La negra entendió la cosa


y no tardó en contestarme,
mirándome como a un perro:
más vaca será su madre.

Y dentró al baile muy tiesa


con más cola que una zorra,
haciendo blanquiar los dientes
lo mesmo que mazamorra.

!Negra linda! -dije yo-


me gusta pa la carona;
y me puse a champurriar
esta coplita fregona:

A los blancos hizo Dios,


a los mulatos San Pedro,
a los negros hizo el diablo
para tizón del infierno.

Había estao juntando rabia


el moreno dende ajuera;
en lo escuro le brillaban
los ojos como linterna.

Lo conocí retobao,
me acerqué y le dije presto:
po-r-rudo que un hombre sea
nunca se enoja por esto.

Corcovió el de los tamangos


y creyéndose muy fijo:
¡más porrudo serás vos,
gaucho rotoso!, me dijo.

Y ya se me vino al humo
como a buscarme la hebra,
y un golpe le acomodé
con el porrón de ginebra.

Ahí nomás pegó el de hollín


más gruñidos que un chanchito,
y pelando el envenao
me atropelló dando gritos.

Pegué un brinco y abrí cancha


diciéndoles: caballeros,
dejen venir ese toro.
Solo nací, solo muero.

El negro, después del golpe,


se había el poncho refalao
y dijo: vas a saber
si es solo o acompañado.

Y mientras se arremangó,
yo me saqué las espuelas,
pues malicié que aquel tío
no era de arriar con las riendas.

No hay cosa como el peligro


pa refrescar un mamao;
hasta la vista se aclara
por mucho que haiga chupao.
El negro me atropelló
como a quererme comer;
me hizo dos tiros seguidos
y los dos le abarajé.

Yo tenía un facón con s,


que era de lima de acero;
le hice un tiro, lo quitó
y vino ciego el moreno.

Y en el medio de las aspas


un planazo le asenté,
que lo largué culebriando
lo mesmo que buscapié.

Le coloriaron las motas


con la sangre de la herida,
y volvió a venir jurioso
como una tigra parida.

Y ya me hizo relumbrar
por los ojos el cuchillo,
alcanzando con la punta
a cortarme en un carrillo.

Me hirvió la sangre en las venas


y me le afirmé al moreno,
dándole de punta y hacha
pa dejar un diablo menos.

Por fin en una topada


en el cuchillo lo alcé,
y como un saco de güesos
contra un cerco lo largué.

Tiró unas cuantas patadas


y ya cantó pal carnero:
nunca me puedo olvidar
de la agonía de aquel negro.

En esto la negra vino


con los ojos como ají
y empezó la pobre allí
a bramar como una loba.
Yo quise darle una soba
a ver si la hacía callar,
mas pude reflesionar
que era malo en aquel punto,
y por respeto al dijunto
no la quise castigar.

Limpié el facón en los pastos,


desaté mi redomón,
monté despacio y salí
al tranco pa el cañadón.
Después supe que al finao
ni siquiera lo velaron,
y retobao en un cuero,
sin rezarle lo enterraron.

Y dicen que dende entonces,


cuando es la noche serena
suele verse una luz mala
como de alma que anda en pena.

Yo tengo intención a veces,


para que no pene tanto,
de sacar de allí los güesos
y echarlos al camposanto.

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