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Transferencia

A lo largo de la presente unidad intentaremos desarrollar un concepto fundamental que nos

aporta el psicoanálisis para poder pensar el vínculo particular que se establece entre el

acompañante terapéutico y el paciente.

Cuando comienza un acompañamiento terapéutico partimos de una premisa fundamental:

antes de poder pensar en cualquier actividad, en cualquier objetivo, en cualquier lineamiento que

nos transmita un profesional debemos partir de un objetivo fundamental: el establecimiento del

vínculo.

Cuando hablamos del establecimiento del vínculo nos referimos al hecho de que, para que

un paciente pueda confiar en los profesionales, para que pueda hablar de aquello que lo angustia,

debe haberse establecido una cierta confianza con el acompañante terapéutico. Decimos que el

paciente debe haber podido ubicar a su acompañante terapéutico en un lugar muy particular, en un

lugar en el cual no sólo deposita su máxima confianza sino en un lugar referencial para con el cual

actuará sus máximas inhibiciones, exhibirá sus síntomas y manifestará sus angustias.

Ese modo particular de relación psicoanalítica que se establece entre el acompañante

terapéutico en posición psicoanalítica y el paciente es aquel que en psicoanálisis se denomina

transferencia.
A continuación, realizaremos un recorrido por el concepto de transferencia tomando como

base un historial freudiano para luego poder ubicar el concepto de transferencia en el

acompañamiento terapéutico.

El concepto de transferencia en Freud

A lo largo de toda la obra freudiana y particularmente en sus historiales clínicos, podemos

ubicar un recorrido que hace Freud siempre que se encuentra con un síntoma neurótico en la

clínica psicoanalítica que es el siguiente: Freud va del síntoma a una fantasía que ese síntoma

encubre. Y de esa fantasía hacia una exigencia pulsional que se satisface en el síntoma.

Es decir que lo que orienta la clínica freudiana es la exigencia pulsional que se satisface en el

síntoma en la neurosis.

Ahora bien, tendríamos que poder ubicar de qué modo se articula esa orientación con la

transferencia.

A continuación, haremos un breve recorrido por dos historiales freudianos para poder

pensar la construcción freudiana del concepto de transferencia: el caso que Freud ha dado en

llamar “la Joven Homosexual” y el famoso caso de su paciente llamada Dora.

Tenemos por un lado a la Joven Homosexual. La joven homosexual llega a análisis empujada

por el padre, quien dice a Freud: “vuelva a mi hija a la normalidad”. Pedido ante el cual Freud ubica:

“Evité por completo pintarles a los padres la perspectiva de que su deseo se cumpliera”. Este es un
primer punto de iniciación del tratamiento, hay un evitamiento activo de enunciar una promesa de

curación.

Esta primera intervención freudiana que es el silencio ante el pedido del padre de su

paciente es ya una aproximación inicial al momento del inicio del tratamiento y al establecimiento

del vínculo. Como acompañantes terapéuticos, no enunciamos promesas puesto que, en principio,

nada sabemos de lo que somos capaces de realizar con un paciente, así como tampoco sabemos si

esa promesa que enunciamos se articula o no a un deseo del paciente. Supongamos que la joven

homosexual no quisiera “volverse a la normalidad”, para decirlo de alguna manera. ¿Sería posible

para nosotros cambiar su orientación sexual? Partimos con seguridad de la negativa frente a esta

pregunta. Es por eso que, una primera condición para el establecimiento del vínculo es que no

realizamos promesas de curación.

Por otra parte, Freud ubica perfectamente que no había un conflicto para esta paciente. Él

sabe muy bien que un punto clave para la iniciación de un tratamiento tiene que ver con que se

ubique un punto de conflicto y sabe perfectamente que no hay un punto de conflicto en la joven

homosexual. Y aún así la toma en tratamiento.

Lo que Freud detecta en el caso de la joven homosexual es que no hay un conflicto que

produzca la desorientación y es precisamente en ese conflicto y con esa desorientación que

podemos basar nuestra tarea. Es interesante la palabra que utiliza Freud en este punto, es decir,

que para que se produzca la entrada en un análisis o la iniciación de un tratamiento Freud ubica
que un sujeto tiene que estar desorientado, es necesario que haya un conflicto que produzca la

desorientación y el sujeto no sepa muy bien para dónde disparar.

Sin embargo, Freud nos da algunas coordenadas del caso que hubiesen podido orientar el

análisis en caso de que se hubiese producido su entrada.

En principio, en el caso de la Joven Homosexual no hay un conflicto psíquico para la

paciente. El conflicto es de los padres o más precisamente del padre, que pide a Freud que vuelva a

su hija a la normalidad. Uno podría decir, entonces, que es el padre quien debería analizarse y no su

hija. Sin embargo, esta es la particularidad con la que muchos tratamientos de niños, adolescentes

y adultos comienzan: son llevados a tratamiento por otros o incitados a comenzar un tratamiento

por la esposa, el esposo, la madre, el padre. Partimos de la premisa de que, si no hay un conflicto,

no hay un síntoma con el cual trabajar. Y para que comience un acompañamiento terapéutico y se

establezca la transferencia entre el paciente y el AT es fundamental partir de que haya algo que al

sujeto le moleste, le resulte disfuncional, le genere malestar, padecimiento. Un síntoma, podríamos

decir. Pero, aunque no fuera un síntoma hecho y derecho basta con que el sujeto se manifieste

molesto frente a algo que le pasa, que eso le resulte conflictivo o problemático y que además le

suponga al profesional (en este caso al acompañante terapéutico) un saber en relación a eso que le

pasa. Es decir, que le suponga a su acompañante terapéutico la potestad de poder ayudarlo a

resolver ese conflicto. Esa suposición de saber inicial de cada tratamiento es la que da inicio a la

transferencia.
En ningún momento del historial de la joven homosexual Freud habla de síntoma. De hecho,

Freud dice: “la muchacha no aportó al análisis ningún síntoma histérico”.

Sin embargo, sí empieza ubicando dos aspectos de su conducta que habían desencadenado

la ira en el padre, dice Freud. Por un lado, que no tuviese ningún pudor en exhibirse con la dama de

su elección amorosa por las calles públicamente pero aún más, que no utiliza ningún medio de

engaño o mentira para encubrir sus encuentros con la dama. Es interesante que el padre le pida a

Freud que vuelva a su hija a la normalidad, pero lo que efectivamente lo enoja es que esta joven no

tenga la más mínima intención de engañarlo.

Es importante esto porque hace a una distinción entre el motivo de consulta y el punto de

conflicto: el motivo de consulta es el que enuncia este hombre cuando dice a Freud: “Por favor,

vuelva a mi hija a la normalidad”. Pero, ¿qué es lo que efectivamente enoja tanto a este hombre?

Que no se moleste en engañarlo a él, el padre.

¿Cuál es la situación coyuntural que hace que el padre empuje a la joven a su análisis con

Freud? Un día cualquiera a la joven se le ocurre salir a pasear con la dama en un horario, dice

Freud, en que el encuentro con el padre era altamente probable.

Efectivamente, ese encuentro se produce de lo que resulta que el padre lanza a ambas una

mirada colérica, furiosa, enfurecida, tras la cual, dice Freud, la joven se precipita a las vías del tren.

Sin embargo, en el discurso de la muchacha ni siquiera es mencionada la angustia suscitada frente a

la mirada colérica del padre pese a lo cual Freud ubica que a esto le cabe el papel principal en el

análisis.
Pues bien, Freud interrumpe el tratamiento con la joven homosexual porque considera en

principio que ella lo había desautorizado como lo hacía con todos los varones y le aconseja la

continuidad del tratamiento con una analista mujer.

Pasemos ahora al historial clínico de Dora. Con Dora la cuestión es diferente porque Dora

tiene un síntoma histérico con todas sus particularidades que es el síntoma de la tos y que además

sólo aparece en análisis cuando Dora se queja de su padre.

Pero yendo un poquito más hacia atrás o hacia el principio, tenemos lo siguiente: por un

lado, Dora no pide analizarse con Freud, no es Dora quien decide empezar a analizarse o pedir

ayuda porque considera que no puede resolver el conflicto a solas, sino que es nuevamente el

padre quien la lleva a Freud y dice: “procure ponerla usted en buen camino”.

Sucede que, aparentemente, Dora se había puesto un poco molesta en cuanto a la relación

del padre con la Sra. K, una vieja amiga de la familia y pedía al padre que rompa relación con la

familia K. Ponerla en buen camino hubiese supuesto para el padre de Dora que la niña,

básicamente, no molestara más.

Sin embargo, luego de comenzado el tratamiento con Freud, aparece un motivo de

padecimiento en Dora sobre el cual va a girar la cuestión: haber sido entregada como objeto de

intercambio al Sr. K en las relaciones del padre con la Sra. K.

Hay toda una primera operación que supone ubicar un pasaje de la queja o del

padecimiento a la demanda de análisis o que supone poder ubicar un motivo de consulta bien

diferenciado del punto de conflicto, desorientación o de padecimiento del sujeto.


En el caso de Dora, podríamos pensar que este movimiento se produce a partir de que Freud

ubica en la queja de Dora que todo reproche esconde un auto reproche. Dice Freud que toda vez

que en el tratamiento psicoanalítico emerge un reproche hacia un tercero, se trata de redirigir ese

reproche a la persona que lo profirió. Por un lado, le da a Dora la razón: dice que efectivamente ella

había sido entregada como objeto de intercambio al Sr. K., pero ubica que ella misma se había

vuelto cómplice de toda esta situación. En este punto se produce un quiebre en la relación de Dora

con su decir, es este el punto de la introducción del inconsciente.

El punto de introducción del inconsciente tiene su importancia no sólo por el hecho de que

pone al sujeto en relación con su decir, tan fundamental para el inicio de un tratamiento de base

psicoanalítica, sino también porque inaugura el establecimiento del vínculo en tanto y en cuanto el

profesional devuelve al sujeto su saber en esa relación particular que se establece.

Lo interesante de esta intervención, más allá de que introduce el inconsciente, radica en que

introduce a Dora en el tratamiento y sin caer en el facilismo de que “la implica en aquello de lo cual

se queja” es que Freud introduce la división subjetiva: Freud no dice a Dora que ella es totalmente

cómplice de lo que hace o que es una pobre víctima y que él está ahí para salvarla. Freud le dice a

Dora que ella es tan víctima como cómplice. No es más víctima que cómplice ni a la inversa.

En “Intervenciones sobre la transferencia”, Lacan nos dice que en un psicoanálisis el sujeto

se constituye en efecto por un discurso donde la presencia del analista aporta la dimensión del

diálogo. Es una experiencia del sujeto (de deseo) al sujeto (supuesto saber). El psicoanálisis es una

experiencia dialéctica y esta noción tiene que prevalecer cuando se plantea la cuestión de la
naturaleza de la transferencia. La dialéctica es platónica: cuando a Sócrates le suponían el saber, él

no respondía con un contra-saber sino que le devolvía el saber a los comensales. En el análisis

cuando el sujeto supone el saber al analista, el analista supone el saber al inconciente, lo devuelve

al sujeto.

Lacan toma el caso de Dora para representar la experiencia de la transferencia. El caso es

expuesto bajo la forma de una serie de inversiones dialécticas. En ellas la posición del sujeto se

rectifica, se modifica, se transmuta para el sujeto la verdad y no tocan solamente la comprensión

de las cosas, sino su posición misma en cuanto al sujeto del que los “objetos” son función. A nivel

de su posición respecto de su relación con sus objetos de amor.

 Primer desarrollo de verdad: Después de una puesta a prueba de Dora hacia Freud, ¿irá Freud a

mostrarse tan hipócrita como su padre? Freud se diferencia respecto del padre y le da un estatuto

de verdad a lo que ella le cuenta.

Primera inversión dialéctica = Freud le cree y le da la razón, pero le pregunta qué

participación, qué implicación subjetiva tiene ella en esto de lo que se queja. Es decir, Freud

se diferencia del padre en tanto y en cuanto le da importancia a lo que Dora le cuenta. Freud

asume transferencialmente el lugar referencial del padre de Dora, no obstante, maniobra en

ese lugar y se diferencia partiendo de la base de que no toma a la ligera lo que a Dora le

pasa, le cree, le da importancia. A partir de aquí se despliega un nuevo desarrollo de verdad.

 Segundo desarrollo de verdad: No es sólo por el silencio, sino también por la complicidad de Dora

como pudo durar la relación del padre y la Sra. K. A su vez, Dora estaba implicada en la sutil
circulación de regalos que partían del padre a la Sra. K. y retornaban a la paciente por el Sr. K. Al

mismo tiempo, la relación edípica revela estar constituida en Dora por una identificación con el

padre que la impotencia sexual de éste ha favorecido. El síntoma conversivo de Dora (su tos) refleja

una identificación al padre que revela su impotencia sexual. El descubrimiento de esta

identificación trae como efecto el levantamiento del síntoma de la tos. El análisis entonces vira

hacia la siguiente pregunta: ¿qué significan los celos de Dora ante la relación amorosa de su padre?

Dado que el análisis revela que no es por amor hacia su madre que Dora cela a su padre en ese

vínculo con la Sra. K.

Segunda inversión dialéctica = Los celos de Dora enmarcan un interés hacia la Sra. K. Ella no

manifiesta odio hacia la Sra. K. sino más bien una atracción fascinada que Freud ubica como

interés de tipo homosexual.

 Tercer desarrollo de verdad: La atracción fascinada de Dora hacia la Sra. K. (su cuerpo blanquísimo),

las confidencias que recibe de la relación con su marido, el hecho de que ambas eran embajadoras

de sus deseos respecto del padre. La pregunta de Freud es ¿cómo no le tiene rencor a la Sra. K. por

la traición? Hasta aquí llega Freud.

Tercera inversión dialéctica = Nos da el valor real del objeto que es la Sra. K. para Dora. No

un individuo sino un misterio, el de su propia feminidad. No hay manera de nombrar lo

femenino, de decir qué es ser una mujer. Como respuesta Dora ubica a la Sra. K. Si Freud

hubiere sostenido el deseo de Dora como deseo de Otra cosa y no del Sr. K. probablemente

el análisis hubiera continuado.


 Última inversión dialéctica (sin desarrollo de verdad): La imagen de Dora infantil en que se chupaba

el pulgar y tironeaba la oreja del hermano funciona como matriz imaginaria, como respuesta a qué

es ser un hombre y qué es ser una mujer. La mujer es el objeto imposible de desprender de un

primitivo deseo oral y en el que, sin embargo, es preciso reconocer su propia naturaleza genital. La

afonía durante las ausencias del Sr. K. expresaba el violento llamado de la pulsión erótica oral en el

encuentro a solas con la Sra. K. El hombre es para Dora un objeto de identificación. Todas sus

relaciones con los hombres manifiestan esa agresividad en la que vemos la dimensión propia de la

alienación narcisista.

De la última inversión dialéctica se desprende ese recorrido del análisis que planteábamos al

inicio: Freud va del síntoma (en Dora, la tos) a la fantasía (ese recuerdo infantil de Dora con su

hermano) a la pulsión (oral).

Transferencia y Acompañamiento Terapéutico

De la experiencia freudiana se desprenden algunas premisas para pensar el establecimiento

de la transferencia (vínculo fundamental para el inicio del dispositivo) en el acompañamiento

terapéutico.

En principio, partimos de la base de que el acompañamiento terapéutico desde una

perspectiva psicoanalítica no es una práctica intersubjetiva. Es decir, el AT no posee un saber

respecto de lo que al sujeto le pasa, sino que posee las herramientas para oír, en el discurso del
sujeto, dónde están las causas de su padecimiento y orientar al sujeto, a través de la palabra, hacia

ese punto de origen.

En segundo lugar, resulta fundamental para el establecimiento de un vínculo que el paciente

esté en relación a algún punto de conflicto o algún motivo de padecimiento dado que ese es el

punto de partida para el establecimiento del vínculo: tener un motivo de angustia y suponerle al AT

un saber en relación a su cura.

Por último, las intervenciones del acompañante terapéutico se ordenan en dos lineamientos

fundamentales: el primero, es poder señalar en el discurso del sujeto dónde está la intención en

aquello que dice. Cuando un sujeto habla, se pone en relación a lo que dice con una intención

determinada. Es decir, hablamos con un fin determinado. En este sentido, el primer lineamiento

fuerte es poder ubicar dónde está la enunciación del sujeto en el enunciado que produce.

El segundo lineamiento es el de poder devolver al sujeto lo que dice en forma invertida. Es el

enunciado que se dice bajo las palabras “tú lo has dicho”. Se trata de poder ubicar que, aquello que

el AT dice es lo que rescata del discurso del paciente y de lo único que se trata es de devolverle al

sujeto su propio saber a través de la formulación “tú lo has dicho, yo sólo cumplo en hacerte oír tus

propias palabras”. Es en este sentido que lo que el sujeto dice es oído con atención flotante.

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