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Reporte 4. Hartog, Francois. Evidencia de la historia.

Ciudad de México: Universidad


de Iberoamérica, 2011, p. 183-224.

Víctor Manuel Peña Melo

La lectura presenta una interesante reflexión sobre la evolución del papel del testimonio y
el testigo en la historiografía a lo largo de la historia, centrándose en el siglo XX como un
período caracterizado por el paradigma de la "huella" en la escritura de la historia. Este
paradigma implica un cambio significativo en la forma en que los historiadores abordan la
construcción de la historia, destacando la importancia de la voz del testigo como elemento
fundamenta l.El texto comienza planteando que el siglo XX se caracteriza por este nuevo
enfoque en el testimonio, donde la voz del testigo se convierte en un componente crucial
para comprender y narrar los eventos históricos. Esto representa un cambio significativo en
la historiografía, donde antes se había priorizado principalmente la escritura basada en
documentos y fuentes escritas.

Se nos presenta la idea de que, en ocasiones, la experiencia humana puede ser tan
abrumadora y traumática que resulta casi imposible transmitirla a través del lenguaje. Esto
nos lleva a cuestionarnos la capacidad del testimonio para capturar la totalidad de una
experiencia vivida.La noción de un "acontecimiento sin testigo" es particularmente
impactante. Significa que hay experiencias tan extremas que no pueden ser adecuadamente
atestiguadas por ningún observador humano. Incluso el concepto tradicional de validación a
través de múltiples testigos no se aplica aquí. Esta idea nos lleva a reflexionar sobre las
limitaciones inherentes al acto de dar testimonio y la dificultad de representar lo
inconcebible.

La distinción que hace Primo Levi entre los sobrevivientes y las víctimas que no
sobrevivieron es profundamente conmovedora y reveladora. Argumenta que solo aquellos
que no sobrevivieron pueden ser "verdaderos testigos" de la destrucción, ya que su muerte
es la evidencia más cruda y completa de lo que ocurrió. Esta perspectiva nos desafía a
considerar quién tiene el derecho o la autoridad para dar testimonio y cómo se relaciona
esto con la autenticidad y la credibilidad.
El texto también destaca la soledad del testigo, su responsabilidad única y aislada para
contar su historia. Se convierte en un testigo delegado, hablando en nombre de aquellos que
no pueden hacerlo. Esto resalta la carga que recae sobre los hombros del testigo y su papel
crucial en la preservación de la memoria histórica.La evolución del concepto de testimonio
a lo largo de las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial es particularmente
interesante. La urgencia por preservar la memoria de los eventos traumáticos, junto con la
resistencia ante los intentos de negación y distorsión, ha llevado a una mayor valorización
del testimonio como una forma de contrarrestar el olvido y la negación.

Se menciona la aparición de la noción de "fuentes orales" utilizada por los historiadores


para recopilar testimonios de testigos o de sus descendientes. Sin embargo, el autor duda si
este término es suficiente para abordar el problema de la credibilidad y la relación entre
testimonio y verdad. Aquí, el autor plantea una preocupación fundamental sobre cómo se
debe entender y evaluar la fiabilidad de los testimonios y cómo se relaciona con la verdad
histórica. Paul Ricoeur, un destacado filósofo y pensador, entra en escena al proponer que el
testimonio actúa como una "estructura de transición" entre la memoria y la historia. Esta
propuesta sugiere que en lugar de preguntarnos cómo se parece una narración a un evento,
debemos centrarnos en la relación de confianza y credibilidad que subyace en el testimonio.
Esto implica que el testimonio puede ser más accesible y comprensible que la propia
narración de los eventos, ya que se basa en la confianza en el testigo.

El texto señala que los testigos contemporáneos tienden a ser víctimas o descendientes de
víctimas, lo que fundamenta su autoridad y a menudo lleva a un respeto reverencial hacia
su testimonio. Sin embargo, existe el riesgo de confundir autenticidad y verdad, o de
identificar la verdad únicamente con la autenticidad, sin considerar la veracidad y la
confiabilidad del testimonio en sí mismo.Luego, el autor menciona una comparación
sugerente entre la noche del Gólgota (un evento relacionado con la crucifixión de
Jesucristo) y las chimeneas de Auschwitz (el campo de concentración nazi). Aunque el
autor se abstiene de emitir juicios sobre esta comparación, destaca que ambos momentos
históricos representan crisis importantes en la capacidad de testimoniar eventos
traumáticos.El texto destaca dos momentos de crisis en la historia del testimonio: uno en el
siglo I y otro en los años ochenta del siglo XX. Aunque los contextos y los contenidos son
diferentes, ambos momentos plantean la cuestión urgente de cómo testimoniar y transmitir
eventos traumáticos y su influencia en la historiografía.

Finalmente, el autor plantea una pregunta crítica: ¿una historia basada en testimonios o en
las voces de las víctimas corre el riesgo de reactivar un modelo anterior? Además, se
cuestiona si la historia debe ser capaz de abordar los dos lados de cualquier evento para
comprender verdaderamente lo que ha ocurrido en el pasado. En última instancia, se trata
de reflexionar sobre la complejidad del testimonio en la historiografía y su importancia en
la construcción de la historia en un mundo donde la voz del testigo se ha vuelto esencial.

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