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Comentario de Texto 1: ¿Qué es la teoría de la evolución?

– Elliott Sober

En el capítulo titulado “¿Qué es la teoría de la evolución?”, primero del libro Filosofía de


la biología, Sober discute la centralidad de dicha teoría en el paradigma dominante de la
ciencia biológica actual, así como la profundidad y alcance que dicha teoría tiene en la
Biología actual, tratando de delimitar, entre otras cosas, las difusas fronteras que tiene el
concepto de evolución surgido de la teoría darwiniana y de la posterior síntesis biológica
de mediados del siglo XX. Lo hace, en primer lugar, discutiendo una de las ideas más
frecuentes en torno al concepto de evolución: aquella que lo define como un cambio en
las frecuencias de los genes de una población. Para ello, aduce varias consideraciones.

Primero distingue entre genotipo (dotación genética de un individuo) y fenotipo


(características físicas que expresan de diferente manera ese genotipo e incluye diferentes
rasgos morfológicos, fisiológicos y comportamentales). Esta distinción introduce otra
entre qué tipo de cambios en una población se consideran un fenómeno evolutivo y cuáles
no. Un mismo cambio fenotípico constituirá un proceso evolutivo si afecta al número y
frecuencia de genes en una población (si es debido a un cambio genotípico) y no lo será
si no la altera (si responde a un cambio en las circunstancias contextuales del hábitat de
esa población). Un cambio fenotípico de origen no genético o en la ontogenia o el tamaño
de las poblaciones que no altere la frecuencia genética per cápita de esas poblaciones no
serán de interés para un biólogo evolucionist<a, pueden ser de gran relevancia para un
ecólogo, por ejemplo, incluso desde una perspectiva histórica y no meramente
descriptiva. Lo cual lleva a plantearse la centralidad de la teoría de la evolución en todas
las ramas de la biología y en todos los fenómenos relevantes para esta disciplina.

Otro punto relevante en la crítica de Sober al concepto tradicional de evolución como


variación en la frecuencia de genes es que éste no permite dar cuenta de los procesos de
especiación. Aquí rescata Sober la distinción entre microevolución -cambios genéticos
dentro de la misma especie- y macroevolución -nacimiento de nuevas especies y
desaparición de otras-. El cambio de un rasgo genotípico concreto en una población no
implica una evolución de la especie (incluso puede no tener una expresión fenotípica
identificable) y, sin embargo, supone una variación en la frecuencia de los genes y, por
tanto, debería considerarse un proceso evolutivo.

A la inversa, en los casos de apareamiento por afinidades, la frecuencia de los genotipos


cambia por la disminución de genotipos heterocigóticos, pero la frecuencia de genes se
mantiene, por lo que los cambios (expresados fenotípicamente) no serían un proceso
evolutivo de acuerdo con la definición tradicional. Otros cambios, como la variación del
ADN mitocondrial, fundamental para definir ciertos rasgos, quedarían también fuera de
la definición por no afectar a la frecuencia de los genes de los cromosomas del núcleo.
Pero estos cambios sí serían para Sober un claro caso de evolución, por lo que concluye
que la evolución no exige necesariamente un cambio en la frecuencia génica, aunque no
niega la relevancia de estos cambios en los procesos evolutivos.

Desde esta consideración, Sober aborda la pertinencia de la centralidad de la evolución


en la biología, concretamente en el tipo de explicación de los diferentes fenómenos
biológicos. Lo hace recuperando el dictum de Dobzhansky de que «en biología nada tiene
sentido si no es a la luz de la evolución». Sober no invalida este aserto, pero sí lo matiza.
No se trata de que una explicación en biología que no considere la evolución sea inválida,
sino que será incompleta. Pero, añade, también la explicación de un fenómeno biológico
es incompleta si sólo atiende al proceso evolutivo y deja fuera el punto de vista de la
biología molecular, la fisiología o la ecología. Lo relevante aquí, para entender la posición
de Sober es atender al tipo de explicación que proporciona cada uno de estos campos.
Ante el comportamiento de un organismo, la fisiología explicaría cómo se produce ese
comportamiento, mientras que la teoría de la evolución explicaría por qué se produce ese
comportamiento. Es decir, la fisiología o la biología molecular no estaría ofreciendo una
explicación próxima, identificando una causa ontogenética cercana en el tiempo, mientras
que la teoría de la evolución nos ofrecería una explicación última, identificando una causa
filogenética en el pasado remoto. Gracias a esta distinción entre explicación próxima y
explicación última, que Sober rescata de E. Mayr, Sober puede matizar el lugar que la
teoría de la evolución tiene en la Biología. Sober le otorga un papel similar al que tiene
la Historia en las Ciencias Sociales. La teoría de la evolución es importante en la Biología
porque una explicación ahistórica será siempre una explicación incompleta, pero eso no
quiere decir que todo fenómeno en Biología deba explicarse desde la teoría de la
evolución ni que una explicación que no la tenga en cuenta sea inválida.

Una vez aclarada la posición de la teoría de la evolución en la Biología contemporánea,


Sober pasa a considerar el paradigma evolutivo dominante, el que proviene de la teoría
elaborada por Charles Dawin en su libro de 1859 El origen de las especies. Para Sober,
el punto clave de la teoría de Darwin es haber conseguido articular dos ideas que ya
existían en su tiempo. La primera de ellas es la idea del árbol de la vida, la idea de que
todas las especies existentes actualmente y todas las que han existido a lo largo de la
historia tienen un antepasado común. En el caso de Darwin, además, ese antepasado
común sería uno solo, frente a teorías como la de Lamarck, que defendían que existían
distintos linajes de los que habían evolucionado diversas especies, idea defendida también
por otros naturalistas como Lyell o, en cierta manera, por Linné para el reino vegetal.
Para Darwin, existiría un único patrón, un árbol de la vida único, que explica la existencia
de todas las especies a lo largo de la historia. La otra idea, tampoco original suya, que
conforma la teoría de Darwin, es la de que el proceso que da lugar a ese árbol de la vida
es el de la selección natural, es decir, la idea de que las distintas condiciones ambientales
favorecerán la supervivencia de aquellos individuos que posean rasgos fenotípicos mejor
adaptados a dichas condiciones, de manera que la acumulación de pequeñas variaciones
dará lugar a grandes cambios en las especies en períodos de tiempo muy amplios (como
el tiempo geológico). Estas variaciones deben ser heredables y afectar a la eficacia en la
adaptación de los individuos de una misma especie al medio, de manera que, dado que
los descendientes tienden a parecerse a los progenitores, las variaciones beneficiosas se
irán heredando de generación en generación hasta dar lugar a nuevas especies.

La teoría darwiniana tiene gran capacidad explicativa y puede aclarar tanto fenómenos
de microevolución (dentro de una misma especie) como de macroevolución (aparición y
desaparición de especies) y, dentro de estos, de la aparición de especies por anagénesis
(dentro de un mismo linaje que se va modificando) como por cladogénesis (aparición de
nuevos linajes a partir de un linaje anterior común, en general por las diferentes
condiciones de hábitat a que se enfrentan distintas poblaciones aisladas de una misma
especie). Sin embargo, resalta Sober, la teoría de Darwin no explica el mecanismo de
transmisión de los caracteres ni hace mención a los genes, por lo que su teoría no se basa
en el principio de que la evolución es una variación en la frecuencia de los genes, sino en
la observación de variaciones fenotípicas. De hecho, su teoría de la pangénesis fue un
intento fallido de explicación de la trasmisión de los caracteres y no será hasta que la
síntesis moderna una la teoría darwiniana a la teoría de la herencia de Mendel y los
conocimientos de la estructura de los cromosomas cuando se proponga un mecanismo de
transmisión plausible, que dará lugar la definición tradicional de evolución. Y aun así,
esta versión de la síntesis moderna tomará en consideración la versión de Alfred Wallace,
que defendía, a diferencia de Lamarck, que los caracteres adquiridos durante la vida del
individuo no se transmitían (lo que era uno de los mecanismos propuestos por Darwin).
La teoría de Darwin, al igual que otras teorías de la evolución proporcionan un modelo
para explicar los cambios en y de las distintas especies. Esto es relevante para Sober por
cuanto hay algunos filósofos de la ciencia que niegan que la biología pueda ser una
ciencia nomotética, basada en enunciados del tipo “si...entonces” y con una validez
universal. Para algunos de estos filósofos, la biología, a diferencia de la física (ciencia
nomotética por excelencia) tan sólo se preocupa de caracterizar objetos o procesos
particulares. Y, dada la relevancia de la teoría de la evolución en la Biología, según este
enfoque, ésta sería mayoritariamente una ciencia histórica, dedicada a describir procesos
concretos de cambio. Y ciertamente ramas como la paleobiología o la reconstrucción
filogenética tienen esta vocación, pero también la teoría de la evolución permite construir
supuestos del tipo “si... entonces” y elaborar modelos sobre procesos de cambio que
pueden no haber ocurrido, pero que están determinados por leyes científicas y permiten
asegurar que si se dieran determinadas condiciones entonces se producirían determinados
cambios. El modelo de Fisher acerca de la estabilización de la proporción entre sexos de
una determinada población es un buen ejemplo de ello. Fisher no está estudiando cómo
se ha producido la estabilización de sexos en una proporción 1:1 en una población
concreta de una especie diploide con reproducción sexual en un lugar y tiempo
determinados, sino que está proponiendo un modelo que, de darse las condiciones de
partida adecuadas se cumplirá incluso para especies no existentes aún o en lugares
exteriores a la Tierra. Y para ello elabora un modelo matemático que responde a leyes
empíricamente demostrables. Por ello, Sober propone una interacción mutua entre
enfoques nomotéticos e históricos en la teoría de la evolución.

Esta interacción y relación entre ciencias historias y nomotéticas abre un interesante


debate con el que Sober cierra el capítulo. Se trata de la posibilidad de reducir la Biología
a la Física, entendida esta última como una ciencia más general. Para abordar esta
problemática, Sober comienza por distinguir los objetos que caen bajo el dominio de la
Física (todo cuerpo que conste de materia) y los que caen bajo el dominio de la Biología
(todo cuerpo que esté vivo), lo que plantea el problema de sus relaciones. Las dos posturas
clásicas que señala Sober son el fisicalismo, por un lado, que plantea que todo cuerpo
vivo es en última instancia un cuerpo físico y, por tanto, el dominio de la Biología queda
incluido en el de la Física, más general; y, por otro, el vitalismo, que niega esta posibilidad
de entender los objetos vivos como un simple subtipo de objetos físicos, pues los primeros
estarían animados por una fuerza inmaterial, un élan vitial o entelequia, que haría que no
fuesen únicamente físicos y que explicaría la teleología existente en los seres vivos e
inexistente en los cuerpos físicos. Pero, como señala Sober, es difícil sostener el vitalismo
sin poder demostrar en qué consiste ese principio inmaterial ni sus relaciones con los
aspectos físicos y, además, el conocimiento progresivo en la Biología ha ido
desentrañando los fenómenos físicos que subyacen a muchos procesos biológicos y, por
otro lado, la teoría de la evolución proporciona una explicación aceptable a un proceso
teleológico sin necesidad de recurrir a entidades inmateriales inobservables.

Sober se posiciona, por tanto, del lado del fisicalismo, pero esto sólo quiere decir que los
objetos vivos son también objetos físicos, lo cual no aclara la relación entre la Biología y
la Física. Las explicaciones de la Física y la Biología no sólo son distintas, sino que
utilizan un lenguaje diferente y se refieren a entidades dispares, independientemente de
si esas entidades están pueden reducirse unas a otras. Decir que la Biología es, en
principio, reducible a la Física no aporta ninguna guía sobre cómo debería producirse esa
reducción ni acerca de qué tipo de relaciones deberían establecerse entre una disciplina y
otra ni entre sus objetos. Lo que lleva a concluir a Sober que seguramente la mejor manera
de seguir haciendo avanzar a la Biología no es pensando en términos de la Física.

Esta conclusión enlaza con el contenido anterior del artículo. Parece que el tipo de
problemas en los que se centra Sober son problemas epistemológicos y científicos, no
ontológicos. Le interesa de qué manera los conceptos y modelos de la Biología son
funcionales y prácticos para su desarrollo y no cuál sea la realidad última de los seres
vivos o del proceso evolutivo. La crítica al concepto de evolución con que se abre el
artículo demanda la necesidad de enfocar los conceptos de una manera heurística,
intentando que ayuden a ampliar el conocimiento actual que poseemos. Para ello quizás
lo mejor sea que los conceptos centrales de la ciencia ganen cierta flexibilidad y permitan
abarcar procesos que, en principio, no incluían, aunque pierdan con ello algo de definición
y especificidad. Se trata de una cuestión de inteligibilidad. También su discusión acerca
de los distintos tipos de explicaciones dentro de la biología, del papel que juega la teoría
de la evolución o de las diferencias y semejanzas entre Física y Biología o leyes, modelos
y explicaciones históricas va en esta dirección. La cuestión parece ser, para Sober, de qué
manera conseguir una Biología con un mayor alcance explicativo y una mayor
funcionalidad. Y, para ello, la teoría de la evolución, aun con las pertinentes críticas que
se le pueda hacer, es un elemento central. Una teoría y un concepto, el de evolución, capaz
asimismo de evolucionar según se va desarrollando el campo de la Biología.

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