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Desaprender en el hospital:

¿Cómo construir una Salud para todxs?

“Mi cuerpo trans se vuelve contra la lengua de aquellos que lo nombran para negarlo. Mi cuerpo trans existe,
como realidad material, como entramado de deseos y prácticas, y su inexistente existencia pone todo en jaque:
la nación, el juzgado, el archivo, el mapa, el documento, la familia, la ley, el libro, el centro de internamiento, la
psiquiatría, la frontera, la ciencia, dios. Mi cuerpo trans existe.”1

Introducción:

A lo largo de este escrito, abordaré las dificultades e interrogantes planteados a


partir de un tratamiento en una sala de internación por salud mental, dentro de un hospital
general de C.A.B.A. Al mismo tiempo, tomaré la propuesta de An Millet, trabajador social
lesbiana transmasculina, y “daré vuelta la lupa” hacia nosotrxs, trabajadorxs de la salud
mental. Considero imprescindible poder reflexionar sobre nuestros saberes y prácticas a la
luz de la época en que vivimos, principalmente sobre todo aquello que no vemos de nuestra
propia formación y ejercicio profesional, y que puede llevar sin quererlo, a reproducir lógicas
de poder y opresión.
Por último me gustaría aclarar dos cosas. Por un lado, que este texto está escrito
desde la perspectiva de una mujer cis, psicóloga y residente de un hospital público,
atravesada por un marco teórico y ético basado en el respeto por los derechos humanos.
Por otra parte, que es una decisión incluir en el escrito distintas voces de personas trans, y
no solamente lo escrito y teorizado acerca de ellxs.

“Sapo de otro pozo”

Ana tiene 37 años y es travesti. Travesti, así se nombra ella. Ingresó al Servicio de
Salud Mental tras presentar distintos episodios de crisis en la guardia externa de este
hospital, luego de quedar en situación de calle tras el incendio accidental de su casa. Esto
había ocurrido en el contexto de un olvido, debido a que Ana posee deterioro cognitivo
como secuela de una enfermedad neurológica. Antes de eso vivía sola y anteriormente con
su madre, fallecida unos meses atrás. No tiene vínculos con familiares ni amistades.
Trabajaba en la prostitución (tal como ella se refiere a la misma) desde hacía mucho tiempo,
aunque ya no tenía contacto con compañeras de dicha actividad. Tiene diagnóstico de
Trastorno Bipolar tipo I y HIV, por lo que realizaba tratamiento ambulatorio en el hospital
desde hacía aproximadamente 20 años.
Desde la guardia, se intentaron distintas estrategias para dar respuesta a su
situación: instaurar un plan psico farmacológico, contactar a su hermano, derivarla a un
parador. Dado que el mismo la desalojaba tras pasar la noche, Ana regresaba una y otra
vez al hospital. Desde el punto de vista de su patología psiquiátrica de base, se encontraba
estable, habiendo presentado anteriormente varias internaciones por salud mental en
contexto de cuadros maníacos, y cuatro intentos de suicidio.

Finalmente, Ana fue internada en la sala de mujeres de Salud Mental, a pesar de lo


cual, a nivel institucional se consideró que "no tenía criterio de internación". Sin embargo, el

1
Preciado, P. (B.), 2019, p. 217
grado de deterioro y desorientación era tal que sus conductas la dejaban expuesta a
situaciones de mucho riesgo, a lo que se sumaba la falta absoluta de red continente. Se
decidió entonces institucionalmente, que dado que "no había nada que tratar", la internación
consistiría principalmente en la espera de la derivación a un hogar, en el que pudiera contar
con acompañamiento en su vida cotidiana. Yo me preguntaba: ¿no había nada que tratar?
¿desde qué perspectiva se estaba leyendo que no había nada que tratar? ¿qué era lo que
se estaba dejando por fuera?
Por otro lado, desde su llegada al servicio, los prejuicios y rumores en torno a ella
por su identidad de género, sumado al diagnóstico de HIV, se hacían evidentes tanto en
pacientes como profesionales. Se decía que “había intentado agredir a alguien con un
cuchillo”, que “había robado”, que “dejaba sangre en el baño al propósito”, que “seguro
consumía porque ejercía la prostitución”, y otros comentarios teñidos de carácter moral.
Cabe aclarar que ninguno de esos hechos aparecía evolucionado en la historia clínica. Al
mismo tiempo, entre lxs pacientes internadxs eran frecuentes los actos de violencia y
discriminación hacia ella. Solían llamarla con pronombres masculinos, y, en cierta ocasión,
un paciente varón le exhibió los genitales, hecho que no era frecuente hacia otras pacientes
mujeres. Dichas violencias no eran nuevas en la vida de Ana: venían a sumarse a la larga
historia de maltratos padecidos como integrante del colectivo trans. Ella relataba cómo
tiempo atrás, había tenido que huir de agresiones físicas en la vía pública así como
enfrentar distintos hechos de violencia institucional.
"Me siento sola en la vida”, fue una de las primeras cosas que me dijo cuando la
conocí. Manifestaba además, sentir mucha angustia en relación a la muerte de su madre
(“lo único que tenía era a mi mami", decía) y en torno a no haberla podido acompañar,
relatando cómo la habían echado las enfermeras del hospital donde su madre había estado
internada. “No tengo con quien compartir, un “para qué hacer las cosas”, “no le encuentro
sentido a seguir viva", “no tengo nada”, eran frases que insistirían a lo largo del tratamiento.
Algunas veces, manifestaba deseos de poder formar una pareja y tener un hijo, pero refería
que "se sentía vieja para eso". Por otro lado comenzó, desde la primera entrevista, a
mostrarme escritos suyos. “Me libera un poco, escribo lo que me pasa y lo que pasa”, decía.
Con el paso de los días, Ana comenzó a manifestar quejas sobre distintas
cuestiones del servicio, como la “falta de códigos” en sus compañerxs y las “injusticias” en
torno a las normas, refiriendo que esto le generaba “impotencia”. La intolerancia frente a
estas cuestiones empezaba a incrementarse, y en las entrevistas conmigo pronto sólo
hablaba de eso. Le propuse entonces, que en los momentos en que sintiera "impotencia",
escribiera sobre las cuestiones del servicio que la incomodaban para que luego las
conversáramos. Comenzó a hacerlo, y en ocasiones recurría a llevar escritos al equipo de
guardia, los cuales yo luego tomaba para las entrevistas con ella. Entre las cuestiones que
manifestaba se encontraba la queja en torno a la falta de actividades en el servicio (“acá no
hay nada para hacer”), mencionando que sus intereses incluían una amplia gama de áreas:
mecánica, electrónica, expresión corporal, costura, teatro, política. Solía expresar también
que se sentía “sapo de otro pozo”, ya que sus compañerxs solo “veían dibujitos en la tele y
hablaban de boludeces”. Por otro lado, manifestaba particular incomodidad en relación a los
pacientes varones ("los masculinos"), refiriendo que notaba prejuicios ligados a su identidad
de género.
Por otra parte, el deterioro cognitivo de su cuadro sumado a las dificultades con las
normas llevaba a que se exponga a situaciones de riesgo. No resultaba sencillo distinguir
cuándo se trataba de una transgresión de la norma y cuándo una consecuencia de su
deterioro. Institucionalmente se insistía con "ponerle límites", planteando que desde el
equipo tratante teníamos que “ponernos más firmes” con ella.
Fue así que en cierta oportunidad, resultó necesario quitarle momentáneamente sus
objetos eléctricos (entre ellos planchita y secador de pelo), para evitar así prácticas
riesgosas (solía quedarse dormida con dichos artefactos encendidos). Tras explicarle los
motivos, Ana accedió aunque mostrándose evidentemente disgustada, alegando que en la
guardia externa ya había desaparecido su notebook.2 Unos días después, comenzó a
insistir fervientemente con recuperar sus pertenencias, refiriendo que si no se las
devolvíamos "se cortaría las venas". Tras varios intentos fallidos de persuadirla de usar
otros métodos para alisar su cabello, junto al médico del equipo le planteamos que
entendíamos que esto era muy importante para ella, y le propusimos conversarlo. Para
sorpresa nuestra, notamos que sus reacciones irritables y agresivas enseguida cedían, por
lo que de a poco comenzamos a compartir esta estrategia con el resto de lxs profesionales
de la sala.
En el espacio psicoterapéutico, le propuse a Ana que conversáramos acerca de la
importancia que tenía para ella el cuidado de su pelo. Comenzó a hablar de las partes de su
cuerpo con las que "no estaba conforme", entre las que se encontraban la panza, vello
facial, cabello. También admitió titubeando, que unos días atrás se había realizado cortes en
la mano debido a que sus pertenencias no le eran devueltas.
En este punto me pregunto por el efecto desestructurante que tenía para ella la
imposibilidad de “arreglarse”, dado que esta situación parecía diferenciarse de la serie de
“dificultad para aceptar las normas” de modo general. ¿Estaríamos entendiendo realmente
la importancia para ella de ese “arreglarse”? ¿Qué efectos subjetivos y estructurantes tenía
esto en ella? ¿Estaba relacionado con su identidad de género? ¿Cómo hacer lugar para su
subjetividad dentro del contexto institucional?

“Fue la paciencia”

Comencé entonces a conversar con Ana en torno a formas posibles de ocuparse de


su cuerpo durante la internación. Ella repetía con insistencia que extrañaba “arreglarse”
para salir, por lo que empezamos a pensar posibilidades de “arreglarse” con lo que había. Al
mismo tiempo ella comenzaba a preguntarme por mi pelo y a recomendarme formas
caseras para cuidarlo. En cierta oportunidad, se ofreció a coser parte de mi ambo que se
encontraba descosido y accedí. Progresivamente comenzaba a coser su ropa y a compartir
esta actividad con compañeras, así como a plancharles el cabello. Otro tema de gran
importancia para ella era su depilación. En ocasiones reconoció que no salía de su cuarto
por no poder depilarse y que sentía vergüenza e incomodidad al respecto. En ese momento,
decidí empezar a acompañarla con esta tarea, para poder garantizar condiciones seguras,
ya que era común encontrarla realizando prácticas riesgosas como introducir cera dentro de
la pava eléctrica. Fue así que comenzamos a pautar cada semana qué día la acompañaría
con la depilación. Algo a resaltar es que de eso no se olvidaba, y hasta solía acercarse a
recordármelo.3

2
Cabe aclarar que esto había sido efectivamente así, habiendo sido constatado con profesionales de la guardia.

3
Excede a los fines de este trabajo abordar la cuestión del deterioro cognitivo, pero considero importante
señalar la complejidad que implicaba realizar un tratamiento psicoterapéutico en esas circunstancias. Esto
llevaba a preguntarme constantemente cómo armar algún trabajo posible con Ana, a pesar de sus olvidos.
Progresivamente Ana comenzaba a estar más tolerante con las normas de la sala, y
las quejas en torno al servicio y a sus compañerxs disminuyeron hasta desaparecer. De a
poco también, comenzaba a transformarse la actitud hostil y prejuiciosa que el resto tenía
hacia ella. Un tiempo después, entabló un fuerte vínculo con su compañera de habitación,
con la que comenzó a salir de permiso e ir a comer pizza frente al hospital. En las
entrevistas conmigo, continuaba insistiendo la expresión “no tengo nada”. En una ocasión
intervine preguntándole si creía que no tenía nada para dar, señalándole el fuerte vínculo
que había entablado con su compañera de cuarto. Me respondió que sí, que disfrutaba de
ayudar a lxs demás, y que tenía miedo de aferrarse mucho a su compañera. Agregando que
esto le ocurría principalmente desde que había perdido a su mamá. Al mismo tiempo,
comenzaba a manifestar sorpresa por estar “sana a su edad”, y a referirse al paso del
tiempo como ligado a la experiencia y aprendizajes, apareciendo otros sentidos distintos al
de "sentirse vieja". Refería también, tener interés en “desaznar” a la gente, por ejemplo en
relación a la prevención del HIV. Le propuse entonces asistir al taller de radio de la sala para
poder compartir su saber al respecto y aceptó. Al mismo tiempo, la consideración de la “falta
de educación” en lxs demás por parte de Ana, resultaba un recurso suyo frente a la
incomodidad que le generaban los prejuicios por su identidad de género.
Un tiempo después, Ana comenzó a manifestar interés en estudiar para terminar el
secundario. Ante esto le ofrecí la posibilidad de asistir a Casa Trans para realizar dicha
actividad, con lo que se mostró entusiasmada. En ese momento, no solo se la observaba
con mayor comodidad con sus compañerxs de internación, sino que también comenzaba a
participar de algunas actividades grupales como el karaoke, cantando y bailando con lxs
demás. Al preguntarle con qué creía que tenía que ver ese cambio, respondió: “fue la
paciencia”. Luego agregó: “Ahora cierro el pico, para cuidar un lugar en el que me siento
bien”. En este punto pienso que quizás, para que alguien pueda cuidar un lugar, primero
tiene que tener un lugar allí.

Travesti

"Todo el día los insultos, la burla. Todo el tiempo el desamor, la falta de respeto, las avivadas criollas de
los clientes, las estafas, la explotación de los chongos, la sumisión, la estupidez de creernos objetos de deseo,
la soledad, el sida, los tacos de los zapatos que se quiebran, las noticias de las muertas, de las asesinadas [...]
Todas habíamos pasado por eso"4.

“El término travesti ha sido y sigue siendo utilizado como sinónimo de sidosa,
ladrona, escandalosa, infectada, marginal. Nosotras decidimos darle nuevos sentidos a la
palabra travesti y vincularla con la lucha, la resistencia, la dignidad y la felicidad.”5, refiere
Lohana Berkins, activista travesti argentina. Considero que una lectura del tratamiento de
Ana y su sufrimiento, así como de los vericuetos institucionales durante su internación, no
puede obviar el contexto socio histórico y político actual de las subjetividades trans en

4
Sosa Villada, 2019, p. 33- 34.

5
Berkins, 2008, p.44.
Latinoamérica.6 Así, la autora mencionada plantea citando a Josefina Fernández (2004: p.
198) que “no es posible escindir la construcción de la identidad de las condiciones de
existencia de las travestis en nuestras sociedades. Estas condiciones de existencia están
marcadas por la exclusión de las travestis del sistema educativo formal y del mercado de
trabajo. En este tipo de escenarios, la prostitución constituye la única fuente de ingresos, la
estrategia de supervivencia más extendida y uno de los escasísimos espacios de
reconocimiento de la identidad travesti como una posibilidad de ser en el mundo”. 7
Al mismo tiempo la autora señala que la criminalización de la identidad travesti en la
sociedad, tiene consecuencias en la vida cotidiana y en la subjetividad (Berkins, 2008), y
afirma: “El Estado es el principal violador de los derechos de las travestis, por acción u
omisión. Por otro lado, la desvalorización social se expresa a través de los insultos y
estereotipos, que sistemáticamente remiten a las travestis a un supuesto origen biológico
masculino e impugnan nuestras posibilidades de existir en nuestros propios términos”8. Así,
la autora se refiere a la opresión sufrida como de dos tipos, por un lado la que tiene que ver
con el imaginario colectivo de lo que es una travesti, y por el otro, dice: “Sufrimos la
violencia institucional, aplicada en aras de salvaguardar la moral, las buenas costumbres, la
familia, la religión. Esta violencia es consecuencia de otra, la social, y nos es aplicada por
atrevernos a desafiar el mandato social de lo que tenemos que ser y hacer”.9
En este punto, considero importante analizar cuánto de dicha opresión cotidiana
sufrida por las personas trans tuvo lugar dentro de la sala de internación, así como qué
trabajo fue posible de hacer con eso. En este sentido, podría pensarse que el trabajo y las
dificultades durante la internación fueron no solo con Ana como paciente, sino también con
lxs distintxs actorxs involucradxs en la sala. Ahora pienso, que también de eso dependía la
posibilidad de que ella pudiera construirse un lugar.
Por otro lado, quisiera detenerme en la cuestión de la edad de Ana y su sufrimiento
en torno a esto. Ella “se sentía vieja, no encontraba sentido a seguir viva, sentía que no
tenía nada”. Me pregunto ahora, cuánto de ese sufrimiento, singular, hablaba a la vez de
sus condiciones de existencia trans en este socio histórico particular. Teniendo en cuenta la
baja expectativa de vida de las personas trans en nuestra sociedad, Berkins plantea:
“Ocurre que faltan generaciones de travestis mayores de treinta años y que las jóvenes no
conocen travestis adultas que les ayuden a entrever un momento más allá del presente
inmediato y una dimensión que trascienda la individualidad. La pérdida masiva de
compañeras travestis interviene en la falta de un relato colectivo, de una memoria
comunitaria que nos permita proyectarnos al futuro, afectándonos a cada una y a todas a la
vez”.10

Subjetividad y relaciones de poder

En su libro “Edipo Gay, Heteronormatividad y Psicoanálisis”, el psicoanalista Jorge


Reitter (2020) advierte sobre lo que implica escuchar en tanto analistas, a un sujetx que sea
6
En este punto quisiera aclarar que esto responde a una manera de entender la subjetividad como situada en
condiciones socio históricas, y no a la identidad de género de Camila.

7
Ibid., p.46
8
Ibid., p.45

9
Berkins, 2003, p. 136
10
10 Berkins, 2008, p. 48.
parte del colectivo LGTTBI. Según el autor, es importante entender que dicho sujeto debe
enfrentarse constantemente a una hostilidad y a un mandato de no existencia, ligado a un
orden simbólico que le otorga un lugar inferiorizado en el orden social y sexual. En este
sentido, afirma: “Si no se entiende esta ubicación del sujeto (y en particular del sujeto cuya
sexualidad no responde a las expectativas de la heteronorma) en las relaciones de poder,
que no son parte de su subjetividad pero que la determinan enormemente, es muy difícil
que de verdad se pueda escuchar a ese sujeto, porque se va a terminar atribuyendo al
sujeto la responsabilidad por esa parte de sufrimiento que tiene su origen en su lugar en las
relaciones de poder”.11
Es así que plantea, la importancia de poder distinguir el campo específico de lo
subjetivo de aquello que no lo es, para poder trabajar en todo caso con las respuestas
singulares de cada sujetx frente a ese malestar: “Es un sufrimiento específico pero, primera
trampa en la que no hay que caer, no es un sufrimiento producto de una condición
patológica en ese sujeto [..] se padece independientemente de todas las otras enormes
diferencias individuales que pueda haber en cada sujeto, y por eso va a haber respuestas
muy distintas a ese sufrimiento (y a esa hostilidad)”.12
Resulta pertinente considerar desde esta perspectiva, el padecimiento de Ana
respecto al vínculo con lxs demás, cuando mencionaba el "sentirse sapo de otro pozo", el
"cerrar el pico para no hacer quilombo", la "impotencia frente a la falta de códigos". ¿Cómo
impactan en su subjetividad las relaciones de poder en juego? ¿Cómo hacer lugar en la
escucha analítica, a la incidencia y los efectos de las relaciones de poder? Ana tenía en
claro que "la paciencia" era lo que le permitía hacerse un lugar, poder estar y "compartir"
con otrxs. ¿Sería la paciencia una forma de arreglárselas, una solución singular frente a ese
sufrimiento e incomodidad en los vínculos?
Siguiendo lo desarrollado por Reitter (2020), puede ocurrir que tengamos un lugar
diferente en las relaciones de poder con respecto a la persona que escuchamos, lo cual es
importante no invisibilizar. Es fundamental tener en cuenta esa lectura para evitar la
proyección de nuestros prejuicios (de clase, de raza, de género, etc.) en la escucha.
Por otro lado, al trabajar con sujetos cuya sexualidad escapa a la heteronorma,
propone “estar atentos al lugar que tiene ese sujeto en el discurso que lo nombra, [..] que
abre o le cierra posibilidades de nombrarse, de tomar la palabra, de apropiarse de su
cuerpo y su goce, de establecer lazos". 13
Respecto a la cuestión del cuerpo, ¿qué soportes le permitían a Ana sostenerse,
armarse subjetivamente para poder estar entre otrxs? ¿tendría que ver con el cuidado de su
imagen en tanto “arreglarse”? Teniendo en cuenta que el hecho de tener un cuerpo no tiene
nada de natural, ¿Cómo impactaría la desvalorización y criminalización proveniente de la
mirada de lxs otrxs sobre la subjetivación y el armado de su cuerpo? En este punto es
importante aclarar, que la identidad de género de Ana no era en sí generadora de
sufrimiento para ella. Lo que sí parecía serlo, en tanto dificultad para relacionarse con lxs
otrxs, era más bien la imposibilidad de “arreglarse”, sumado a las respuestas que recibía de
lxs demás en el marco de relaciones de poder.

11
Reitter, 2020, p. 56.
12
Ibíd., p. 55
13
Reitter, 2020, p. 54.
Cisexismo y salud: “dar vuelta la lupa”

“Ahora yo les pregunto: cada vez que el Sistema de salud ignoró,desconoció o reprobó nuestra identidad, cada
vez que expandió el interrogatorio sin que viniera al caso, cada vez que nos llamaron a los gritos con un nombre
distinto al nuestro en una sala de espera repleta de gente, cada vez que se rieron de nosotrxs, cada vez que nos
ignoraron, nos subestimaron, nos maltrataron, cada vez que nos negaron la atención, ¿no se dieron cuenta de
que de este lado del lente también se ve? Les vemos las ideas y las prácticas, las preguntas desubicadas, los
comentarios que no vienen al caso, los formularios, las asunciones, los prejuicios, los miedos. Les vemos la
mirada, la herramienta cisexista”.14

En términos de An Millet, una persona cis es aquella “que no es trans o [...] que se
identifica con el sexo/ género que le fue impuesto al momento del nacimiento.”15 Respecto al
Cisexismo, el autor lo define como “un sistema complejo y totalizador capaz de
hegemonizar la creencia de que las opiniones, las identidades, los deseos, las experiencias,
los cuerpos; en suma, las vidas de las personas trans, valen menos que los de las personas
cis y a partir de esta idea arbitra una distribución desigual de violencias y privilegios”.16
Siguiendo la propuesta de Millet, de desplazar la lupa desde “la población trans”
hacia el cisexismo en el campo de la salud, en este apartado me propongo correr el foco de
Ana en tanto “paciente trans”, y tomar herramientas para pensar su tratamiento en el
hospital desde otro lado.
Millet (2020) se refiere al Cisexismo como a un lente a través del cual leemos el
mundo, a partir del cual “la Salud ha objetificado a las personas trans, travestis y no binaries
justificando prácticas intrusivas, violentas y exotizantes. Desde una perspectiva
patologizante ha justificado que nos midan con miradas, con reglas, con jeringas, con
balanzas, con preguntas”. 17
De esta manera, el autor sostiene que la falta de formación e información en las
instituciones de salud no alcanza para explicar las situaciones de maltrato y discriminación
hacia las personas trans (Millet, 2020), y sostiene que el problema no se circunscribe
únicamente a “la necesidad insatisfecha de seminarios, cursos, jornadas, incluso maestrías
para formar especialistas en “salud trans”. Más bien, radica en los contenidos cisexistas de
la educación formal desde el nivel inicial y en la naturalización de esta perspectiva. [...]
Porque la formación que imparte el sistema actual no carece de una perspectiva específica
sobre lo cis y lo trans, justamente lo contrario, lo que hace es formarnos en cisexismo”.18
Al mismo tiempo, es innegable que la Ley 26.743 de Identidad de Género,
sancionada en nuestro país en el año 2012, ha marcado un punto de inflexión respecto a los
derechos de las personas trans.19 Sin embargo, Millet (2020) propone la idea de que existe
un desfasaje entre los paradigmas y prácticas propuestas por dicha ley y la formación
recibida por lxs profesionales. Para saldar dicha distancia, sostiene la importancia de
propiciar instancias de desaprendizaje del cisexismo.

14
Millet, 2020, p. 22.
15
Ibíd., p. 10.
16
Ibíd., p. 9.
17
Ibíd., p. 22
18
Ibíd., p. 63.
19
Entre los puntos más importantes, establece el derecho de las personas al reconocimiento de su identidad de
género y a ser tratada de acuerdo a la misma. A su vez, instituye a la rectificación registral como un derecho, sin
que sea requisito acreditar tratamientos de hormonización, intervenciones quirúrgicas de reasignación genital
parcial o total, o tratamiento psicológico o médico. Respecto al nombre de pila adoptado, plantea que deberá ser
utilizado para cualquier gestión o servicio en ámbitos públicos y privados.
Por último y volviendo a Ana, me quedo con una pregunta: ¿Qué cosas no habré
entendido o escuchado durante su tratamiento, precisamente por mi propio lente cisexista?

Accesibilidad

Al referirnos a las personas trans, es usual decir y escuchar que “al hospital en
general no llegan”, y es algo común que durante toda la residencia la mayoría de nosotrxs
nunca haya atendido a una persona trans. Considero importante no naturalizar esto casi al
modo de una particularidad de dicha población, sino pensarlo como una deuda del sistema
de salud en tanto cisexista y expulsivo.
Respecto a la accesibilidad de las personas trans, Millet (2020) plantea que lo que
vuelve a un dispositivo de salud accesible, son principalmente las recomendaciones de
otras personas trans que no hayan sido maltratadas en dicho efector. Además, el autor
ubica que la convivencia con otrxs usuarixs es otra variable que condiciona los
acercamientos iniciales y la permanencia en los dispositivos de salud. En sus palabras:
“Cuando habitamos una institución en la que las expulsiones de los baños, las miradas con
desprecio, [...], los comentarios dirigidos y comentarios más ‘generales’ en conversaciones
públicas, el acoso, la agresión, la humillación y el menosprecio se repiten, resulta muy difícil
la permanencia”.20
Ahora pienso en la incomodidad de Ana, en sus quejas, en su “impotencia” y la “falta
de códigos”. Y también me pregunto, qué habrá permitido que ella pueda quedarse.
Por último: ¿qué responsabilidad nos toca en tanto trabajadorxs de la salud mental,
sobre ese sesgo cisexista en nuestra formación y en las instituciones? Para Millet, “el
trabajo sobre ese cisexismo debería haber corrido siempre por cuenta de las instituciones,
deberían haber sido ellas las que propiciaran instancias de desaprendizaje. En cambio,
venimos siendo lxs usuarios, lxs activistas y profesionales trans lxs que hacemos ese
trabajito de hormiga cuando ‘atendemos’ esos comentarios, esas miradas, esas
(micro)expulsiones. Ya no podemos permitir que se dilate más la toma de responsabilidad
de las propias instituciones de salud en este asunto, deben ser ellas las que se esfuercen
por desarticular el cisexismo institucional reconociendo que las perspectivas y prácticas de
usuarios también son parte de la institución”.21

Conclusiones:

En este trabajo partí del recorrido realizado con Ana en la sala de internación, para
luego “dar vuelta la lupa” y mirarnos a nosotrxs, trabajadorxs pertenecientes al campo de la
Salud.
“Vivimos en un mundo cisexista, racista, capacitista, xenófobo, heteronormado,
clasista, gordofóbico, cuerdista; injusto. [...] Ni lxs trabajadorxs ni usarixs que habitamos
dispositivos de salud escapamos de eso. Hacemos lo que podemos cuando podemos,
abrimos conversaciones sobre cómo las injusticias se reparten y cómo podemos hacer para
20
Millet, 2020, p. 83.

21
Millet, 2020, p. 85.
desmantelarlas. [...] Porque la conjugación entre nuestros privilegios y nuestros privilegios
epistémicos nos permite ver con mayor claridad algunos sistemas de opresión y con menor
claridad otros.”22
Creo que estar a la altura de la subjetividad de la época, quizás tenga que ver no
solamente con nuestra formación sino con un camino más incómodo y más difícil:
preguntarnos, dejarnos interpelar, tratar de desaprender aquello invisibilizado, en el intento
de construir una salud más justa e inclusiva. Además de la perspectiva cisexista, ¿qué otras
cuestiones deberíamos desaprender?

Soledad Volij

22
Ibíd., p. 84.
Bibliografía:

● Berkins, L. (2008). Travestis. Una identidad política. En Grande, A. (comp.) La sexualidad


represora. Buenos Aires, Editorial Topía.

● Berkins, L. (2003). Un itinerario político del travestismo. En Maffía, Diana (comp.)


Sexualidades
Migrantes. Género y Transgénero. Buenos Aires, Feminaria Editora.

● Ley N° 26.743 de Identidad de Género, 2012.

● Millet, A. (2020). Cisexismo y salud. Algunas ideas desde otro lado. Buenos Aires, Puntos
suspensivos Ediciones.

● Preciado, P. (B.). (2019). Un apartamento en Urano. Barcelona, Anagrama.

● Reitter, J. (2020). Edipo Gay. Heteronormatividad y psicoanálisis. Buenos Aires, Letra


Viva.

● Sosa Villada, C. Las malas. (2019) Buenos Aires, Tusquets Editores.

● Zaccaro, S. (2020). El cuerpo y sus costuras. Buenos Aires, La docta ignorancia.

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