You are on page 1of 3

Qué es república, le podría preguntar Leonor de Borbón a su padre, Felipe VI.

El rey
clavaría esa mirada que ha visto a tantos republicanos de pacotilla y golfos envueltos en
banderas rojiamarilllomoradas en la pupila azul de la heredera al trono. Que no es su trono,
como le advierte el recuerdo de su padre vagando por el mundo como emérito errante, sino
el trono de todos los españoles.

No es fácil de explicar, podría empezar el padre de la probable futura reina, porque el


término “república” es multívoco. Atendiendo a su etimología significa básicamente el
ámbito público, el espacio social donde se toman las decisiones políticas. El tratado de
Cicerón titulado De re publica podríamos traducirlo sin mucha imaginación como La cosa
pública. Por otro lado, de acuerdo con el uso común, por república se entiende un régimen
político opuesto a la monarquía por lo que respecta al nombramiento del Jefe del Estado,
que en la monarquía es paradigmáticamente hereditario. Por tanto, tan república es Irán
como los Estados Unidos. Este sentido vulgar de república es el que tiene en la cabeza
Irene Montero cuando trata de refutar nuestra monarquía constitucional

«En democracia es la ciudadanía quien debe elegir todas las instituciones que nos
representan. El principio hereditario propio de la institución monárquica no solo es de
otro tiempo, es sobre todo incompatible con la democracia.»

Sin embargo, hay otro sentido de república que nos interesa mucho más. República
significa genuinamente, en el sentido de Kant, "democracia liberal". Las paradojas son
difíciles de asimilar por las mentes simples, y la monarquía constitucional es una paradoja
inabarcable para mentes como la de Irene Montero: son más repúblicas las monarquías
constitucionales que las repúblicas populares. Más república kantiana es Noruega que
Cuba. Y mucho más republicana es la España de Felipe VII que la Venezuela de Maduro.
Mucho más republicana, por tanto, Leonor de Borbón que Irene de Iglesias. Pongámonos
algo técnicos. Es decir, citemos a Immanuel Kant en La paz perpetua.

«El republicanismo es el principio político de la separación del poder ejecutivo y del


poder legislativo. El despotismo es el principio del gobierno del Estado por leyes que
el propio poder ejecutivo ha dado.»

Sigue diferenciando Kant entre el principio democrático que arroga todo el poder al pueblo,
sin límites a su autoritarismo, y el principio liberal que separa los poderes para que se
equilibren entre sí. Si se da el principio democrático sin el principio liberal lo que tenemos,
dice Kant, es necesariamente despotismo. Le damos la vuelta entonces a Irene Montero: el
principio hereditario dentro de un marco liberal es la mayor cobertura que tenemos contra la
democracia despótica que defiende la extrema izquierda desde Cuba hasta Corea del Norte
pasando por Venezuela.

Podría parecer en una visión ingenua que la monarquía es un claro ejemplo de antítesis del
liberalismo. Al fin y al cabo, en sus orígenes en la Escuela de Salamanca el liberalismo
luchó contra la monarquía absoluta, poniéndole límites. Pero ello no implica necesariamente
que el liberalismo se enfrente a la monarquía, sino únicamente a su versión absolutista. Una
versión liberal de la monarquía en clave constitucional es posible e incluso deseable cuando
se acopla el principio monárquico de la sucesión hereditaria de la jefatura del Estado al
principio democrático de que el soberano es el pueblo y, por último, con el principio liberal
de la separación de poderes, los derechos fundamentales y, en suma, el Estado de
Derecho. Una vez que el Jefe de Estado monárquico se concentra en una función simbólica,
de representación, ejemplaridad y prudencia, su función dentro de un orden constitucional
liberal no solo es legítima sino muchas veces deseable por una cuestión de tradición,
simbolismo y encarnación de los valores más representativos de una nación.

Hay, por tanto, una diferencia abismal entre Felipe VI de España y Mohamed VI de
Marruecos. O entre el rey Carlos Gustavo de Suecia y el rey Salmán bin Abdulaziz de
Arabia Saudí. Mientras que los reyes islámicos hacen derivar su poder directamente de
Dios, en el caso de los reyes europeos su legitimidad proviene de una Constitución
refrendada por el pueblo, del mismo modo que ocurre con otras instituciones como la
judicatura o el sistema autonómico. Esta vinculación directa de la monarquía con la
Constitución hace que sea, junto al poder judicial, una institución enfocada al largo plazo, en
contraposición a los poderes legislativo y ejecutivo volcados al cortoplacismo. El hecho de
ser una institución democrática pero no electa la dota de un superpoder liberal: es mucho
más difícil capturarla por parte de la partitocracia hegemónica. Como muestra la defensa de
la Constitución por parte de Juan Carlos I y de Felipe VI contra los golpistas militares y
nacionalistas, la monarquía es el último dique contra los enemigos de la democracia liberal
y la nación española. No es de extrañar que traten de acabar con ella los que tienen el plan
de convertir a España en una república bolivariana, o a Cataluña y al País Vasco en
repúblicas etnoculturales.

En una monarquía teocrática el que se sienta en el trono es Dios. En una monarquía


constitucional el que se sienta en el trono es el pueblo. Como decía, fue la Escuela de
Salamanca, con Juan de Mariana y Francisco Suárez fundamentalmente, la responsable de
este giro democrático de la monarquía. Leonor ha mostrado a sus pares de generación
cómo ser responsable políticamente, jurando fidelidad a nuestra Constitución. Algo
subversivo en un ambiente político de deslealtad, frivolidad y desprecio constitucional.
Leonor ha hecho lo que no hace Sánchez. Que Leonor esté haciendo rabiar a la extrema
izquierda, que es intrínsecamente republicano-totalitaria, y la ultraderecha, que odia la
Constitución del 78 por sus querencias francoides, es una muestra de la función
imprescindible de la institución monárquica en España.

Pensamos también la monarquía con perspectiva de género. De Isabel la Católica a Leonor


pasando por Juana y otra Isabel. Triunfos para el feminismo liberal, que celebra el triunfo de
mujeres de carne y hueso, no de abstracciones de género. Al feminismo de izquierdas le
hace rabiar el triunfo de Leonor porque refuta su tesis sobre el patriarcado estructural.
Evidentemente, hay que cambiar el artículo constitucional que establece la prioridad del
varón sobre la mujer, un pegote que no solo no casa con los valores de la propia
Constitución, sino con la tradición española contraria a la Ley Sálica. Restaurado la
neutralidad de la selección del sexo por la lotería genética, quedaría retratada quien como
Francina Armengol ocupa un cargo institucional por la aberrante política de cuotas de
género de la izquierda. No deja de ser gracioso que Irene Montero critique a Leonor por ser
la “hija de”, cuando ella está ahí al aplicársele aquello que criticó Pablo Iglesias respecto de
Ana Botella: "Encarna ser esposa de, nombrada por, sin preparación".
Hablando de preparación, la monarquía constitucional cumple con el requisito de Platón por
antonomasia para ser un gobernante. Mientras que de presidente de la República nos
podríamos encontrar al típico político español con un curriculum mediocre cuando no
falsificado, al cargo de monarca español se llega, como vimos en el caso de Juan Carlos,
Felipe y ahora Leonor, tras una formación rigurosa, completa y de excelencia. Esta
reverberencia platónica hace que quien esté en la cúspide del Estado sea alguien con una
formación extraordinaria basada en una inteligencia teórica y práctica suprema es también
un argumento a favor de la monarquía constitucional, en sí misma un sistema de autocontrol
de las emociones, disciplina de la voluntad, respeto por las formas y saber estar en el
mundo. Frente a una concepción vulgar de la libertad consistente en poder hacer muchas
cosas (y suelen poner como ejemplos banales, fumar porros o hacer top less), Leonor y
nuestra monarquía española muestra en grado sumo la mejor definición de libertad que es
la de un filósofo que despreciaba a los liberales precisamente porque no eran capaces de
plantearla y llevarla a cabo como “la voluntad de la autorresponsabilidad”.

Una última razón para apoyar a la monarquía española es que también es ejemplar en
haber sabido depurar a Juan Carlos cuando no estuvo a la altura de dicha misión. Todo lo
contrario de la casta política habitual que permite que políticos condenados, de Pujol a
Griñán, de Junqueras a Puigdemont, no solo se paseen como si tal cosa, sino que se
conviertan en árbitros del régimen constitucional que desprecian y de la nación española
que odian.

Tras estas reflexiones, Felipe VI podría responder a Leonor con unos ripios de inspiración
becqueriana, irónicos a la par que lucidez y contundentes:

¿Qué es república?, dices Leonor mientras clavas


en mi pupila tu pupila azul.
¿Qué es república? ¿Y tú me lo preguntas?
República... eres tú.

You might also like