You are on page 1of 265
CARLOS R. DARWIN LA EXPRESION DE LAS EMOCIONES EN EL HOMBRE Y EN LOS ANIMALES TOMO PRIMERO CUATRO REALES F, SEM°ERE Y C,*, EDITORES CALLE DE ISABEL LA CATOLICA, 5 SR Pee ars INDICE PNG ODUCGION= 659825 FUR ese Sa ee ae CapittLo pRimzRo.—Principios generales de la expre- sién.—Establecimiento de los tres principios funda- mentales.— Primer principio_—Los actos titiles se vuel- ven habituales asocidndose 4 ciertos estades de espiritu, y son cumplidos, hdgase 6 no sentir la necesidad, en cada caso particular—Poder de la costumbre.—He- rencia.— Movimientos asociados habituales en el hom- bre.—Acciones reflejas.—Transformacién de las cos- tumbres en acciones reflejas—Movimientos asociados en los animales.—Conclusiones.. . Capiru.o 11.—Principios generaies de la expresién (con- tinnacién).—Principio de la antitesis.—Ejemplos en el perro y el gato.—Signos convencionales.—E! principio de la antitesis no tiene su origen en acciones opuestas ejecutadas con conocimiento de causa bajo la influencia de impulsos opuestoe. . . . . . 2. Capiruto 111,—Principios generales de la expresién (con- clusion).—Tercer principio: Accién directa sobre la eco- nomia de la excitacién del sistema nervioso, inde- pendientemente de la voluntad y, en parte, de la costumbre.—Cambio de color del cabello.—Temblor de los mtisculos.—Modificacién de las secreciones.— Sudor.—Expresién de un vivo dolor, del furor, de la alegria, del terror—Diferencia entre las expresiones que causan 6 no movimientos expresivos.—Estados de espiritu que excitan 6 deprimen.—Resumen.. Pags. 5 TOMO I 17 Pass. Gapiruto 1v.—Medios de expresién en dos animates.— Emisiéa de sonidos.—Sonidos vocales.—Sonidos pro- ducidos por diversos mecanismos.—Erizamiento de los : apéndices cutdneos, pelos, plumag, etc., bajo la in- fiuencia dei furor 6 la ‘del terror.—Caida hacia atras de las orejas, como preparacién para el combate y como signo de célera._Enderezamiento de las orejas -y elevacién de la cabeza en sefialde atencién. . . . 103 CapiroLo v.— Hxpresiones especiales de los animales.— Diversos movimientos expresivos en el perro.—Gato. — Caballo. — Rumiantes. — Monos. — Expresiones de alegria y do afecto, de sufrimiento, de cdlera, de admi- racién y de terror en estos animales? 2). sae Capireso vi. Empresiones especiales del hombre: sufri- Gritos y llanto en el nifio.—Aspecto miento y Uanto. de las facciones._Edad en la cual comienza el Hanto. —Sollozo.—Causa de la contraccién de los musculos que rodean el ojo durante los gritos.—Causa de la se- erecién de las lagrimas... . - + + + et te 187 OapitcLo wir.—Abatimiento, ansiedad, pena, desaliento, desesperacién.—Efectos generales de la pana en la eco- nomfa.—Oblicuidad de las cejas- bajo la influencia del sufrirsiento.—Causa de la oblicuidad de las cejas.— Caida de los extremos dela boca. . . - - - + + 229 : leat 49! Al | Levies eae 18 ON eel 17 16! Ap Ru bob [stents 16 hgen: fief 14! a al a eae ia ! LOS R.!'DARWIN | R. > G+Y LA DE LAS EMOCIONES ABRE Y EN LOS ANIMALES uccion de Eusebio Heras ; OB vl el es I (6 wlll TOMO PRIMERO ill wlll . Sempere y C.*, Editores DE ISABEL LA CATOLICA, 5 VALENCIA SI ll iil rr int | Yo? 240, LA EXPRESION DE LAS EMOCIONES EN EL HOMBRE Y EN LOS ANIMALES OBRAS DEL MISMO AUTOR Origen del hombre. Una peseéa. Mi viaje alrededor del mundo (2 tomos). 2 pesetas. Origen de las especies (3 tomos). 3 pesetas. CARLOS R.' DARWIN R. SG LA o-649 EXPRESION DE LAS EMOCIONES EN EL HOMBRE Y EN LOS ANIMALES Traduceién de Eusebio Heras TOMO PRIMERO F. Sempere y C.*, Editores CALLE DE ISABEL LA CATOLICA, 5 VALENCIA LA EXPRESION DE LAS EMOCIONES EN EL HOMBRE Y EN LOS ANIMALES INTRODUCCION Mucho se ha escrito acerca de la expresién, y mAs atin sobre la fisiognomonia, es decir, sobre el arte de conocer el caracter por el estudio del esta- do habitual de las facciones. No hablaré aqui de este tiltimo asunto. Los an- tiguos tratados que 4 propésito de él consultara, me han sido de una utilidad mediana 6 nula. El mejor de ellos es el del pintor Le Brun, las famo- sas Conferencias publicadas en 1667, que contienen algunas buenas observaciones. Otro ensayo algo reputado, los Discursos (1774 4 1782) de Camper, anatomista helandés bien conocido, no merece se diga de él que hizo adelaniar notablemente la cues- tién. Por el contrario, las obras que 4 continua- ci6n voy 4 citar, deben ser bastante consideradas en este sentido. 6 CABL@S R, DARWIN En 1806 aparecié la primera edicién de la Ana- tomia y filosofia de la eapresion, de sir Carlos Bell; la tercera edici6n data do 1844. Con justicia puede decirse que el ilustre fisidlogo no se limitaba 4 co- locar las primeras piedras de un nuevo edificio cientifico, sino que eleyaba ya sobre esta base una obra verdaderamente magistral. Desde todo punto de vista, su obra ofrece gran interés; hay alli des- cripciones tomadas 4 lo vivo de las diversas emo- ciones, y también ilustraciones admirables. Su principal mérito consiste, ya se sabe, en haber mostrado la relacién intima existente entre los mo- vimientos de la expresién y los de la respiracién. Uno de los mas importantes, por pequeiio que a primera vista parezca, es el siguiente: los mtiscu- los que rodean los ojos se contraen con gran ener- gia durante los esfuerzos respiratorios, 4 fin de proteger estos érganos delicados contra los efectos de la presién sanguinea. El profesor Donders, de Utrecht, se ha prestado, 4 peticién mia, 4 hacer de este fendmeno un estudia completo, que, como se vera m4s adelante, proyecia una viva luz sobre las principales expresiones de la fisonomia humana. La importante obra de sir Carlos Bell no ha sido apreciada, 6 bien ha permanecido ignorada de muchos autores extranjeros. Algunos, sin em- bargo, le han hecho justicia; Lemoine, por ejem- plo, cuando dice, con mucha raz6n: «El libro de Carlos Bell debiera ser meditado por todos los que tratan de hacer hablar al rostro LA EXPRESION DE LAS EMOCIONES it del hombre, por los fildsofos lo mismo que por los artistas; porque, bajo ja m4s ligera apariencia y bajo el pretexto de la estética, es uno de los mas pellos monumentos de la ciencia de las relaciones de lo fisico y lo moral.» Sir Carlos Bell, por motives que indicaremos, no trat6 de proseguir sus jnvestigaciones hasta donde hubiera querido hacerlo. No intent6 expli- car por qué distintas emociones ponen en juego la actividad de diversos mtisculos; por qué, por ejem- pio, se ven las extremidades internas de las cejas elevarse y bajarse los lados de la boca en la perso- na atormentada por la pena y la ansiedad. En 1807, Moreau dié 4 luz una edicién del tra- tado de Lavater acerca de la Fisiognomonia, en el que inclufa muchos de sus propios ensayos, conte- niendo excelentes descripciones de los movimien- tos de los mtisculos faciales, con gran ntimero de notas juiciosas. Sin embargo, no procuraba gran- des progresos al lado filosdfico de la cuestién. Ha- blando, por ejemplo, del fruncimiento de las cejas, es decir, de la contraccién del miisculo cientifica - mente llamado corrugator supercibii, Moreau sentaba con razén «que la accién de tales mtisculos es uno de los sintomas mas marcados de la expresién. de las afecciones penosas 6 concentradas.» Pero agre- gaba que Gratiolet parece desconocer la costumbre here- ditaria, y aun hasta cierto punto la costumbre in- LA EXPRESION DE LAS EMOCIONES iL dividual; de donde resulta, yo asi lo creo, que es incapaz de dar la explicaci6n justa y aun una ex- plicaci6n cualquiera de muchos gestos y expresiO- nes. Como ejemplo de lo que llama los movimien- tos simbélicos, citaré las observaciones que toma (pagina 37) de Cheoreul, 4 propésito del jugador de billar: Me parece que movimientos de esta naturaleza pueden atribuirse gencillamente 4 la costumbre. Siempre quo un hombre deseé mover un objeto en cierta direccién, le empujé en esta direcciédn; para hacerle avanzar, le empujé hacia adelante; para hacerle retroceder, tir6é de él hacia atras. Por con- siguiente, cuando un jugador ve su bola rodar en mala direccién y desea vivamente que tome oira, no puede menos, 4 causa de una larga cestumbre, de ejecutar de un modo inconsciente los movimien- tos cuya eficacia experiment6 en otras ocasiones. : Como ejemplo de movimientos simpiticos, Gra- tiolet indica (pagina 212), el hecho siguiente: 12 CARLOS BR. DARWIN (1). (1) Pagina 25. balaktiai LA EXPRESION DE LAS EMOCIONES 13 Y dice en otra parte (1): Si el doctor Piderit hubiera estudiado la obra de Sir Carlos Bell, tal vez no hubiera dicho (2) que una risa violenta produce un fruncimiento de cejas, porque es de la naturaleza del dolor; ni que en los nifios (3) las lagrimas irritan los ojos y excitan asi- mismo la contraccién de los miisculos que le ro- dean. Algunas buenas observaciones, que recor- daré en tiempo y lugar oportunos, se hallan por otra parte repartidas en esta obra. Se encuentran en varios trabajos cortas diser- taciones acerea de la expresién, en las cuales no es menester nos detengamos por ahora. Citaremos no obstante, 4 Bain, quien en dos de sus libros ha tratado la cuestién con algtin desarrollo. «Miro—dice—lo que se llama la expresién como una simple parte de la sensacién; es, creo, una ley general del entendimiento que se produce siempre, ung acci6n difusa 6 excitacién en los 6rganos ex- Q@) Pag. 26. (2) Pag. 101. (®) Pég. 103. 14 CARLOS B. DARWIN teriores de la economia, al propio tiempo que se opera la sensaci6n interna 6 consciente.»> En otro pasaje agrega: «Gran ntimero de hechos podrian ser clasifica- dos bajo el principio siguiente: todo estado de pla- cer responde 4 un aumento, todo estado de dolor 4 una depresién de una parte, 6 de la totalidad de las funciones vitales.» La ley que precede acerca de la accién difusa de las sensaciones, parece ser demasiado general, para dar mucha luz respecto 4 las expresiones en particular. H. Spencer, tratando de las sensaciones en sus Principios de Psicologia (1), hace las siguientes ob- ser vaciones: Esta ley es, en mi concepto, importantisima por la claridad que extiende sobre nuestro asunto. Todos los autores que han escrito sobre la ex- presién, exceptuando 4 Spencer, el gran intérpre- te del principio de la evolucién, parecen estar fir- memente convencidos de que la especie, compren- dida desde luego la especie humana, aparecié en su estado actual. Sir Carlos Bell, penetrado de esta conviccién, sostiene, que muchos de nuestros mtisculos de la faz, son , 6 Y mas lejos: «Sus rostros parecen sobre todo capaces de ex- presar la rabia y el espanto.> Y, sin embargo, el hombre mismo no puede expresar la ternura y la humildad por sefiales ex- teriores, tan perfectamente como lo hace el perro, cuando avanza al encuentro de su querido duefio, las orejas caidas, los labios colgantes, el cuerpo ondulante y moviendo la cola. Tan imposible resulta explicar estos movimien- tos en el perro por los actos de volicién 6 la fatali- dad de los instintos, como lo seria explicar de igual modo la radiacién de la mirada y la sonrisa de los labios del hombre que encuentra 4 un viejo amigo. LA EXPRESION DE LAS EMOCIONES 17 Si se hubiese preguntado 4 Sir Carlos Bell, e6mo explicaria la expresién del afecto en el perro, hhabria indudablemente respondido que este ani- mal fué creado con instintos especiales que !e ha- cen propio para asociarse al hombre, y que toda investigaci6n ulterior 4 este respecto seria su- perflua. Gratiolet, aunque negando expresamente que un mtiseulo cualquiera haya sido desarrollado tini- camente con arreglo 4 la expresién, no parece ha- ber pensado nunca en el principio de la evoluci6n. Parece mirar cada especie como el producto de una ereaciOn distinta. Z Lo propio‘puede decirse de los otros autores que han estudiado la expresi6n. El doctor Duchenne, por ejemplo, después de hablar de los movimientos de los miembros, y re- firiéndose 4los que dan la expresién al rostro, hace la siguiente observacién: «El Creador no tuvo, pues, que preocuparse de las necesidades de la mecdnica; pudo, con arreglo 4 su sabiduria, 6—séame perdonado el modo de hablar—por un divino capricho, dar accién 4 tal 6 cual mtisculo, 4 uno solo 6 4 muchos miisculos 4 la vez, cuando quiso que las sefiales caracteristicas de las pasiones, aun las mas fugaces, quedasen es- eritas pasajeramente en el rostro del hombre. Una vez creado este lenguaje de la fisonomia, para ha- cerle universal 6 inmutable, le bast6 dar 4 todo sér humano la facultad instintiva de expresar siem- 2 18 CARLOS B. DARWIN pre sus sentimientos por la contraccién delos mis- mos mtisculos.» Muchos autores consideran la teoria de la ex- presi6n como enteramente imposible. Asi, el ilustre fisidlogo Miller, escribe: (1). Esto se aplica 4 los nervios motores y 4 los nervios sensitivos lo mismo que 4 las fibras afectas al fenémeno del pensamiento. No cabe dudar que no se produzea algtin cam- bio fisico en las células 6 las fibras nerviosas cuyo uso es m4s frecuente; sin esto no se podria com- prender cémo la predisposicién 4 ciertos movi- mientos adquiridos es hereditaria. Es comprobada esta herencia, en los caballos, en la transmision de ciertos andares que no les son naturales, como el galope cazador y el paso de andadura; también la vemos guiar 4 los jovenes perros de muestra, en ciertas especies de palomas de vuelo especial y en otros animales. _ Laespecie humana nos da ejemplos andlogos, en la herencia de ciertas costumbres 6 de ciertos (1) Miiller, Elementos de fisiologia (traduccién inglesa, vola~ men II, pagina 939). A EXPRESION DE LAS EMOCIONES 39 gestos inusitados; pronto volveremos 4 hablar de esto. - Los que admiten la evolucién gradual de las especies, encontraraén un ejemplo muy notable de la perfecci6n con que los movimientos asociades mis dificiles pueden transmitirse, en la macroglossa; poco después de salir del capullo (como lo indica 6l brillo de sus alas cuando descansa), se puede ver 4 esta mariposa manteniéndose inmévil en el aire, su larga trompa filiforme desenrollada 6 in- troducida en los néctares de las flores; pues bien, nadie, que yo sepa, vid nunca 4 esta mariposa ha- ciendo el aprendizaje de su dificil practica, que exige tan perfecta precisién. Cuando existe una predisposicién hereditaria 6 instintiva en el cumplimiento 6 un acto, 6 bien un gusto hereditario, por cierto género de alimen- to, es menester no obstante, en la mayoria 6 hasta en la generalidad de los casos, que a él venga 4 agregarse cierto grado de costumbre in- dividual. Es lo que observamos en los andares del caba- llo, y hasta cierto punto en el perro de muestra; algunos perros jévenes, atin cuando se portan bien la primera vez que se les lleva 4 la caza, no por eso dejan de tener muy comunmente, unidos 4 esta cualidad hereditaria, un olfato defectuoso’y atin una mala vista. He oido afirmar que, sise deja que un ternero mame una sola vez, hAcese més dificil criarle arti- 40 CARLOS B. DARWIN ficialmente. Se han visto orugas alimentadas con hojas de un drbol de cierta especie dejarse morir de hambre antes que comer hojas de otro Arbol, aun cuando este Ultimo les diese justamente su alimen- to normal; lo propia sucede en otros muchos casos. El poder de la asociacién es admitido por todo el mundo. Bain hace observar que Es importantisimo para nuestro asunto recono- cer la facilidad con que unos actos se asocian 4 otros actos y 4 estados de espiritu diversos; daré, pues, algunos ejemplos en tal sentido, los unos re- lativos al hombre, los otros referentes 4 animales. Algunos de estos ejemplos se relacionan con accio- nes de un alcance insignificante, pero tan buenos son para nuestros fines como las m4s importantes costumbres. Todos sabemos hasta qué punto es dificil y hasta imposible, 4 menos de mediar esfuerzos re- petidos, el mover los miembros en ciertas direc- ciones opuestas en las que nunca hiciéronse ensa- yos. Semejante hecho se reproduce respecto 4 las sensaciones, como en la experiencia, bien conocida, que consiste en hacer rodar una bola de billar bajo los extremos cruzados de dos dedos, lo que ‘da exactamente la sensaci6n de dos bolas. LA EXPBRESION DE LAS EMOCIONES 41 Al caer al suelo, el hombre se proteje exten- diendo los brazos; segtin la observacién del pro- fesor Alison, pocas personas pueden dejar de hacer otro tanto al dejarse caer sobre un blando lecho. Cuando sale de casa, el hombre se pone los guantes de un modo inconsciente; y, por sencilla que parezca esta operacién, el que ha ensefiado 4 enguantarse 4 un nifio sabe bien que no lo es en manera alguna. La turbacién de nuestro espiritu se comunica 4 los movimientos de nuestro cuerpo; pero aqui, ademas de la costumbre, otro principio entra en juego en cierta medida: el flujo desordenado de la fuerza nerviosa. Con frecuencia se ve c6bmo el hombre se rasca ja cabeza cuando se halla embarazado. Me parece que obra de tal manera impulsado por la costumbre que ha contraido bajo la influen- cia del ligero malestar 4 que se halla mas expuesto: ja comezén de la cabeza, que alivia merced 4 esta maniobra. Otro se frota los ojos cuando esta perplejo, 6, cuando se siente embarazado, tose lizeramente, obrando en ambos casos cual si experimentase un ligero malestar en los ojos 6 en la garganta. A consecuencia del uso continuo que hacemos de nuestros ojos, estos 6rganos son presa especial- mente de la asociacién, que los emplea en diversos estados del espiritu, aun cuando la vista no des- empefie ningtin papel. 42 CARLOS BR, DARWIN Segiin la observacién de Gratiolet, el hombre, al rechazar enérgicamente una proposicién, cerra- r4 casi siempre los ojos y volverd la cabeza. Si, por el contrario, accede 4lo que se le pide, inclinara afirmativamente la cabeza abriendo mucho los ojos. En este tiltimo caso, obra cual si viera clara - mente la cosa misma; y, en el primero, como si no la viese 6 no la quisiera ver. He observado que describiendo un espectaculo horrible, ciertas personas solian cerrar los ojos de yez en cuando y con fuerza, 6 meneaban la cabeza como por no ver 6 para rechazar un espectaculo desagradable; 4 mi mismo me ha ocurrido cerrar fuertemente los ojos al pensar en la obscuridad en un espectaculo horrible. Cuando se mueven bruscamente las miradas hacia un objeto, 6 se pasean en derredor, se elevan siempre las cejas de modo que se puedan abrir pronto y lo mas posible los ojos; el doctor Duchen- ne hace observar que la persona que recurre Asu memoria, suelo alzar las cejas como para ver lo que busca. Un indio ha comunicado al sefior Erkine Ja misma observacién respecto 4 sus compatriotas. ‘A mi voz he tenido ocasién de examinar 4 una se- fiora joven que hacia esfuerzos por recordar el nombre de un pintor: fijaba sus miradas en uno de los 4ngulos del techo, luego en el Angulo de la otra parte, alzando el centro de la ceja correspon- diente, aunque, desde luego, no hubiese alli nada que atrajera sus miradas. = 3 ; 3 LA EXPRESION DE LAS EMOCIONES 43 En Ja mayoria de los casos precedentes, pode- mos comprender eémo los movimientos asociados han sido adquiridos por la costumbre; pero en al- gunos individuos ciertos gestos extrafios y ciertos movimientos, se han mostrado unidos 4 ciertos es- tados de espiritu por causas completamente inex- plicables, y son indudablemente hereditarios. Doy en otra parte, segtin mi observacidén personal, el ejemplo de un gesto extraordinario y complicado unido 4 sentimientos agradables, que se transmiti6 de un padre 4 su hija. No escasean los casos andlo- gos. Otro curioso ejemplo de un gesto chocante, asociado 4 un deseo, ser referido en el curso de este volumen. Hay otros actos que son generalmente cumpli- dos en ciertas circunstancias, independientemente de la costumbre, y que parecen debidos 4 la imita- cién 6 4 una especie de simpatia. Por ejemplo, pué- dese ver cémo ciertos individuos mueven la man- dibula al mismo tiempo que las hojas de unas tije- ras, cuando se sirven de estas tltimas para cortar algo..Cuando los nifios aprenden 4 escribir, suelen sacar la lengua y menearla de un modo risible, si- guiendo los movimientos de sus dedos. Cuando en un lugar ptiblico un cantante es presa de una ron- quera stibita, puédese ver cé6mo muchas personas de las que componen el auditorio se rascan la gar- ganta, como me lo ha asegurado una persona dig- na de fe; pero aqui la costumbre entra tal vez en j4ego, ya que nosotros también nos rascamos la 44 CARLOS R. DARWIN garganta cuando nos sucede lo que al cantante. Se me ha referido también que, en las partidas de sal - tos, cuando el jugador toma carrera, muchos de los espectadores, que son generalmente hombres 6 muchachos, mueven los pies; pero ahi también la costumbre desempefia su papel, pues es muy du- doso que las mujeres obrasen de igual manera. Acciones rejlejas. Las acciones reflejas, en el sentido estricto dela palabra, son debidas 4 la excitacién del ner vio pe- riférico que transmite su influeneia 4 ciertas célu- jas nerviosas, las cuales, A su vez, provocan la accién de mtisculos y glandulas determinadas; se- rie de fendmenos que puede preducirse sin provo- car ninguna sensaci6n, sin que tengamos -concien- cia de ello, al menos en ciertos casos. Como quiera que muchas de estas acciones re- flejas son expresivas, debemos aqui extendernes en cierta medida acerca de este punto. Veremos, ademas, que algunas de elias llegan 4 confundirse con los actos producidos por la costumbre y pueden apenas ser distinguidas. La tos y el estornudo son ejemplos familiares de acciones refiejas. En los nifios, el primer acto res- piratorio suele ser un estornudo, no obstante exigir los movimientos coordinados de muchos miiscu- los. La respiracién es, en parte, voluntaria, pero eg sobre todo refleja, y sin la intervencién de la vo- Juntad ciimplese del modo mas natural y regular. LA EXPRESION DE LAS EXMOCIOXES 45 Gran ntiimero de movimientos complejos som de naturaleza refieja. Uno de los mejores ejemplos que pueden darse, 6s el do iarana decapitada, que no es incapaz, evidentemente incapaz, de sentir 6 de ejecutar un movimiento, déndose cuenta de él, y sin embargo, si se vierte una gota de dcido en la faz interior del anca de una rana en tal estado, so enjugara este 4cido con la faz superior del pie del mismo lado; sise le corta el pie, no podra ya hecer este movimiento; (1). yer la diferencia que existe entre los os reflejos y los movimientos volunta- rios los nifios: son incapaces—me dice—Sir Enrigue Horland, de ejecutar ciertos actos més 6 menos anflogos al estornudo y la tos; son incapa- ces, por ejemplo, de sonarse los mocos (es decir, @) Mandsley, Body and Mind, 1870; pagina 8. 46 CARLOS B. DARWIN do oprimir la nariz y de soplar violentamente 4 través del orificio disminuido) y de desembarazar su garganta de la saliva. Hs menester ensefiarles 4 cumplir estos actos, que les serén, cuando sean mayores, casi tan faciles como acciones reflejas. Sin embargo, el estornudo y la tos no dependen mucho, tal vez no dependan nada de la voluntad; mientras que los actos de rascarnos la garganta y de limpiarnos los mocos son enteramente volun- tarios. Cuando tenemos conciencia de la presencia de una particula irritante en nuestras fosas nasales 6 en nuestras vias aéreas, conciencia que nos es transmitida por la excitacién de las mismas células nerviosas sensitivas, en el caso del estornudo y el de la tos, podemos expulsar voluntariamente ese cuerpo extrafio empujando aire con fuerza 4 tra- vés de esos conductos; pero la accién de nuestra voluntad no tiene nunca tanta energia, rapidez y precisi6n como en el caso de intervenir la accién refleja. En este tiltimo caso, aparentemente las células nerviosas sensitivas excitan las células nerviosas motrices, sin que se haya desperdiciado fuerza al- guna por la comunicacién preliminar de los hemis- ferios cerebrales, asiento de la conciencia y de la volicién. En todo caso, parece existir un profundo con- traste entre los movimientos idénticos, segtin que sean regidos por la voluntad 6 por una excitacién LA EXPRESION DE LAS EMOCIONES 47 refleja, con relacién 4 Ja energia, con la cual son ejecutados, y la facilidad con que se provocan. En ocasiones, basta el deseo razonado de cum- plir un acto reflejo para detener 6 interrumpir su cumplimiento de la excitacién de los nervios sen- sitivos apropiados. He aqui un ejemplo de esto: Muchos afios hace, hice con una docena de j6- venes una pequefia apuesta; dije que tomarian rapé sin estornudar, aun cuando me hubiesen declarado que, en caso tal, siempre estornudarian. Absorbie- ron cada uno una pequefia cantidad de tabaco; mas, como desearan mucho ganar, ninguno de ellos estornud6, aun cuando sus ojos se llenasen de lagrimas, y todos, sin excepcién, perdieron la apuesta. Sir H. Holland ha observado que !a atencién prestada al acto de tragar es un obst&culo 4 sus moyimientos; lo que explica sin duda, al menos en parte, la dificultad que experimentan ciertas per- sonas para tomar pildoras. Otro ejemplo familiar de accién refleja es la caida inyoluntaria de los parpados, cuando algo tropieza con el ojo. Se produce un guifio andlogo cuando se dirige un golpe al rostro; pero es este, hablando con propiedad, un acto que deriva dela costumbre antes que de una acci6n refleja, porque 48 CARLOS B. DARWIN elestimulo estransmitido porla mediacién delérga- nopensante, y no por la excitaci6n del 6rgano peri- férico. La cabeza y todo el cuerpo suelen ser brus- camente echados hacia atrés. Podemos, sin embar - go, modificar estos ultimos movimientos si ek peligro no parece demasiado inminente 4 nuestra imaginacién; mas no basta que nuestra razon nos | asegure que ese peligro no existe. Puedo citar un pequefio hecho, que viene en apoyo delo que digo, y que me divirtié mucho en otro tiempo. En cierta ocasién, halldndome en el Jardin zoo- légico, se me ocurrid apoyar el rostro contra el cristal de la jaula de una serpiente (puff-adder), con e! Gecidido propésito de no retroceder si la ser- piente lanz4base 4 mi; mas, apenas el animal tocé el vidrio, mi resoluci6n desaparecié, y retrocedi uno 6 unpar de metros con asombrosa rapidez. Mi voluntad y mi razén habian sido impotentes contra mi imagina taba un peligro, al cual, sin embargo, no esiuve nunca ex- puesto. La violencia de un estremecimiento parece de- pender en parte de la vivacidad de la ginacién y en parte del estado habitual 6 momentdneo del sistoma nervioso. Que un jinete estudie el estreme- cimiento de su caballo eaando esta fatigado y cuan- do sale fresco y dispuesto dela caballeriza, y reco- noceré lo perfecto de la gradaciéa desde la simple ojeada echada sobre un objeto inesperado, acom- it lel Ha tr Al al LA EXPRESION DE LAS EMOCIONES 49 pefiada de una corta vacilacién frente 4 un su- puesto peligro, hasta un salto tan rapido y tan violento, que el animal no habria tal vez podido hacer voluntariamente un movimiento tan pronto. El sistema nervioso del caballo joven y bien ali- mentado envia sus 6érdenes al aparato locomotor con tanta rapidez, que no Je queda tiempo de juz- gar si el peligro es 6 no real. Después de un pri- mer estremecimiento violento, una vez que se halla excitado y la sangre afluye libremente 4 su cere- bro, el animal se encuentra dispuesto 4 estreme- cerse nuevamente; he observado el mismo fenéme- no en los nifios. El estremecimiento causado por un ruido stibi- to, cuando el estimulo es transmitido por los ner- vios auditivos, va acompafiade siempre en el adul- to del guifio de los paérpados. A la inversa, he notado en mis hijos que el es- tremecimiento ante los ruidos stibitos, cuando atin no contaban quince dias, no iba acompafiado or- dinariamente, casi dirfa que no iba acompafiado nunca, del guifio de los ojos. El estremecimiento de un nino de mas edad parecia responder 4 una vaga necesidad de tomar un punto de apoyo para no caer. Agité una caja de cartén junto 4 los ojos de uno de mis hijos, de 114 dias de edad, y el nifio ni siquiera movié los pérpados; pero coloqué unos bombones en la caja, la coloqué en la misma pos- tura y la movi; y cada vez que lo hice, el nifio gui- Hi6 los ojos y se estremecié ligeramente. Era evi- 4 50 CABLOS RB. DARWIN dentemente imposible que una criatura cuidada con esmero pudiese haber aprendido por experien- cia que aquel ruido cerca de sus ojos era una sefial de peligro para ellos. Pero esta experiencia ha de- bido adquirirse lentamente 4 una edad més avan- zada, durante una larga serie de generaciones; y segtin lo que sabemos respecto 4 la herencia, no es de ningtin modo improbable que la costumbre se haya transmitido y aparezca en los descendientes 4 una edad més temprana que aquella en la cual fuera contraida por sus antecesores. Las observaciones precedentes permiten pensar que ciertos actos, al principio cumplidos de una manera razonada, se han convertido en actos re- flejos por la costumbre y por la asociacién, y que en la actualidad se hallan tan bien fijados y adqui- ridos, que se producen, aun sin ningiin esfuerzo titil, siempre que surgen causas semejantes 4 las que, en su origen, provocaban en nosotros el cum- plimiento voluntario. En caso tal, las células ner- viosas sensitivas excitan les células nerviosas mo- trices, sin comunicar antes con las células de las cuales dependen nuestra percepcién y nuestra vo- licidn. Es probable que el estornudo y la tos hayan sido en su origen adquiridos por la costumbre de expulsar, tan violentamente como se puede, una particula cualquiera qu hiere la sensibilidad de las vias aéreas. Las costumbres de esta indole han tenido tiem- LA EXPRESION DE LAS EMOCIONES 51 po de volverse innatas 6 de convertirse en accio- nes reflejas, porque son comunes 4 todos en casi todos los grandes cuadripedos, y han debido, por econsiguiente, aparecer por primera vez en una época muy lejana. gPor qué el acto de rascarse la garganta no es una acci6n refleja y ha deser aprendido por nues- tros hijos? He aqui lo que no puedo tener la pretensién de decir; se puede comprender, por el contrario, por qué fué menester acostumbrarse 4 limpiarse los mocos con un paiiuelo. Los movimientos de la rana decapitada, que enjuga en su nalga una gota de Acido 6 que aparta de ella otro objeto, son perfectamente coordinados por un fin especial; asi es que resulta dificil ne- garse 4 admitir que, voluntarios al principio, se tornaron al punto tan faciles 4 causa de una larga costumbre, que pueden por fin cumplirse de un modo inconsciente 6 independiente de los hemis- ferios cerebrales. También parece de igual modo probable, que el estremecimiento haya tenido por origen la costumbre de saltar hacia atrds tan pronto como és posible para evitar el peligro, siempre que cualquiera de nuestros sentidos nos advierte de su preferencia. Segtin se ha podid> ver, este estremecimiento Ya acompafiado del guifio de los parpadcs, que Protejen los ojos, 6rganos los més delicadcs y més 52 CARLOS B. DARWIN sensibles del cuerpo; va acompafiado siempre, yO asi lo creo, adem4s, de una inspiraci6n raépida y enérgica que constituye una preparacién natural para todo esfuerzo violento. Pero cuando un hom- bre 6 un caballo se estremece, los movimientos de su coraz6n elevan violentamente su pecho, en lo cual se puede decir tenemos el ejemplo de un 6r- gano que nunca se ha encontrado bajo la influen- cia de la voluntad y que toma parte en los movi- mientos reflejos generales de la economia. Insisti- remos sobre este punto en uno Ge los capitulos siguientes. La contraccién del iris, cuando la retina es ex- citada por una viva luz, no parece haber sido en su origen un movimiento yoluntario, en seguida fijado por la costumbre, porque no se conoce ani- malen el cual el iris se halle sometido 4 la accién directa de la voluntad. Falta descubrir, para estos casos, una explica - cin cualquiera, distinta seguramente de la influen- cia de la costumbre. Tal vez sea en la radiacién de la fuerza nerviosa de células fuertemente excitadas 4 otras células unidas & las primeras donde se ha de buscar el origen de ciertas acciones reflejas, Si una radiacién nerviosa de esta especie ocasiona un movimiento que tiende 4 disminuir la irritacién primitiva, como en el caso en que la contraccién del iris impide que en la retina caiga un exceso de luz, puede por tal motivo ser utilizado y modifica- do con este fin especial. LA EXPRESION DE LAS EMOCIONES 53 Se ha denotar, ademas, que las acciones refle- - jas estin probablemente sujetas 4 ligeras Vane -nes, como lo estan todos los detalles anatémicos y los instintos, y que toda variacién que era venta- josa 6 importante ha debido ser conservada y ¢ransmitirse por herencia. Asi, ias acciones reflejas, una vez adquiridas por una necesidad cualquiera, pueden en seguida ser modificadas independien- toemente dela voluntad 6 dela costumbre, para ser afectas 4 una necesidad determinada. Estos hechos son del mismo orden que los que se producen, raz6n tenemos para creerlo, en lo que atafie 4 muchos instintos; si algunos de estos ins- tintos, en efecto, deben sencillamente atribuirse 4 una costumbre larga y hereditaria, hay otros, muy complejos, que se han desarrollade con ayuda de la fijacién de las variaciones producidas en los instintos preexistentes, es decir, con ayuda de la seleccién natural. He tratado con alguna extensién, aunque de una manera bien imperfecta, lo comprendo, el modo de adquirir acciones reflejas, porque éstas suelen entrar en juego con motivo de los movi- mientos que expresan nuestras emociones; era ne- cesario hacer ver que algunas de eilas, por lo menos, han podido ser adquiridas al principio volantariamente, con el fin de satisfacer un deseo 6 de evitar una s2nsacién desagradable.

You might also like