Relata la historia de un pingüino que quería volar como los aviones...
Raquel Silvetti. Nació en Uruguay y es escritora y narradora oral escénica de cuentos infantiles desde el año 1999. Tiene publicados más de 10 libros
Relata la historia de un pingüino que quería volar como los aviones...
Raquel Silvetti. Nació en Uruguay y es escritora y narradora oral escénica de cuentos infantiles desde el año 1999. Tiene publicados más de 10 libros
Relata la historia de un pingüino que quería volar como los aviones...
Raquel Silvetti. Nació en Uruguay y es escritora y narradora oral escénica de cuentos infantiles desde el año 1999. Tiene publicados más de 10 libros
Silvetti, Raquel Pingüichís / Raquel Silvetti. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Universidad de la Defensa Nacional, 2023. 18 p. ; 21 x 30 cm.
ISBN 978-631-90236-2-6
1. Antártida. 2. Educación. I. Título.
CDD U863.9282
Coordinación editorial: Martín H. Bertone
Correción: UNDEF Libros Diseño de tapas, maquetación y retoque de imágenes: María Cordini
ISBN 978-631-90236-2-6
Publicado en el mes de julio de 2023.
Hecho el depósito que indica la ley 11.723
Impreso en Argentina. Ninguna parte de esta publicación, inclusive el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo del editor. Antártida y niñez, donde anida la aventura La fascinación por lo apenas vislumbrado es, como diría Juan José Saer, el lugar perfecto para que la imaginación infantil despliegue sus alas, el espacio perfecto para que se entrelacen conocimientos, amor y voluntad. Esa enorme página en blanco, salpicada aquí y allá por cosas indistinguibles en la lejanía. Con la publicación colaborativa de esta primera serie de cuentos infantiles ilustrados, la Universidad de la Defensa Nacional aceptó el desafío de acercar estos dos mundos con la esperanza de contribuir a la construcción de un futuro mejor para la humanidad. Un mundo que haga del respeto por el prójimo y el ambiente su brújula. Esta propuesta busca ser una herramienta para la labor didáctica cotidiana de nuestros docentes, pero también la voz cálida y entrañable que sosiega antes del sueño y garabatea en el aire un fractal de historias emocionantes, escritas en espera. En este presente en que nuestra niñez está llena, como dijo Eduardo Galeano, “de plástico y ruido”, nuestra Antártida es el ejemplo programático de la paz y el silencio, donde la experiencia simple de producir el agua que tomamos nos da otro registro del tiempo, donde la vida en comunión nos permite enfrentar los más increíbles desafíos con los que se pone a prueba la ciencia y donde, al fin, los ojos reflejen auroras australes. Resguardar esa promesa en el futuro será responsabilidad de quienes hoy transiten estas lecturas, que por esa misma razón son necesarias y oportunas. A disfrutarlas. ¡Crac… crac… crash! —Ya nació, por fin nació —dijo papá pingüino emocionado, después de haber incubado al huevo durante sesenta días. —Ya voy, ya estoy ahí —respondió mamá pingüino, acercándose tan rápido como sus torpes patas le permitían caminar. Venía de cazar para alimentar a su pequeño. Los dos lo miraron con ternura… —¡Atchís… atchís! —¿Atchís? —exclamaron sus padres. Aunque no lo creas, el bebé pingüino estaba resfriado. Claro, sus padres desconocían esa palabra tan rara que decía su hijo. —Bueno, se llamará Pingüichís —dijo orgulloso papá. Pingüichís pronto se hizo personaje en la Antártida, su hogar, ya que era el único pingüino que decía “atchís”. El pequeño polluelo paseaba cabalgando sobre las patas de su madre, abrigadas por los pliegues de la tibia piel de la pancita de mamá. —Pingüichís, ¿quieres venir a jugar? —preguntaban otros pingüinos. —No puedo, aún soy pequeño y mamá no me deja —respondía apenas asomando la cabeza. Sus padres se sentían orgullosos porque pronto entraría al jardín de infantes “Los Pingüis”. Así, papá y mamá podrían ir juntos de pesca, sabiendo que el pequeño quedaría en buen cuidado. —Pingüichis, hoy comenzás el jardín. A portarse bien, hacele caso a la maestra — dijo su mamá mientras le daba un beso pico. —Qué lindo —dijo Pingüichis—, ahora voy a tener amigos y vamos a hacer muchas travesuras. Pero no fue como él lo pensaba, su maestra enseñaba muuuuchas cosas, para que pudieran defenderse contra algún enemigo. —Pequeños, escuchen con atención —dijo la maestra y empezó a armar tremenda lista: 1) Al ir a nadar, tenemos que observar que no venga el leopardo marino, porque es nuestro enemigo. 2) En tierra, si vemos un ave llamada skúa, hay que correr a refugiarse, porque se come a los polluelos. 3) Nunca hay que acercarse a la aldea del animal que camina como nosotros y vuela pájaros gigantes. No sabemos si es nuestro amigo. Pingüichís bostezaba. Él soñaba con volar como esas maravillosas aves gigantes, que había visto en el cielo. Hacía intentos subiéndose a una montaña de nieve lanzándose al vacío, pero… ¡PLASH! Caía de panza en el hielo. —¿Qué comerán esas grandotas para tener semejantes músculos? —se preguntaba el pequeño. Una mañana, sabiendo que todavía no estaba preparado para nadar, se fue con Foquis, su amiga foca, a darse un chapuzón. Cuando menos lo esperaban, un leopardo marino se acercó a ellos dispuesto a darse un banquete. —Comidaaaaaaaaaa —gritó. Si no fuera por una Ballena Azul que andaba de paseo y lo asustó con su enorme tamaño, Pingüichís y Foquis no contaban la historia. —Y te quedarás sin una posta de pescado hasta mañana —dijo furioso el papá pingüino. Dejando caer una lágrima congelada por la mejilla, el polluelo se fue a dormir. Pingüichís era muy juguetón y curioso… —Foquis, ¿me acompañas a la aldea de las aves raras? Quiero saber qué comen para ser tan fuertes y volar. —¡Nooo! No debemos ir, quizás nos quieren comer. —Qué miedosa. Voy solo, qué me importa —respondió Pingüichís mientras se deslizaba por una montaña de hielo camino hacia la gran aventura. —Voy a comer lo mismo que el ave gigante y volaré como ella, ya vas a ver que vendré volando —decía patinando por el hielo. De pronto… —Qué despacio caminas, si volaras llegarías más rápido. —Y tú, ¿quién eres? —preguntó el pingüino. —¿No ves? Soy un ave y estoy dispuesta a enseñarte a volar. Claro, si te animas. —Tienes toda la apariencia de ser una skúa. Mi maestra nos dijo que te comes a los polluelos, por lo tanto… ¡fuera! —Te equivocas —decía el skúa—. Si fuera así, no te enseñaría a volar. Sigue tu camino, pájaro bobo. —Pájaro bobo ¿yo? Para que sepas, soy un pingüino emperador, pronto aprenderé a volar mejor que tú, gaviota fea. La skúa ofendida estaba dispuesta a lanzarse sobre el polluelo para comerlo, cuando escuchó un ruido ensordecedor, que hizo que huyera. Era una avioneta que pasaba por encima de sus cabezas despertando la admiración del pequeño pingüino. —Espera, espera, quiero ir contigo —decía Pingüichís entre tropiezos. Pingüichís no podía creer que había llegado a la aldea y mucho menos que estaba cerca de las aves gigantes. ¿Lo querrían comer? —Oye, soy Pingüichís, un ave como tú. Me gustaría saber que comes para ser tan fuerte y volar. Pero, ¿por qué no me miras ni me hablas? —decía el polluelo. Al costado, encontró un tanque con líquido de olor muy fuerte, seguramente era lo que comía el ave gigante. —Probaré un poquito, tiene mucho —dijo metiendo la cabeza dentro del tanque. Pingüichís cayó al piso desmayado. Entonces salió de la base antártica “Gral. Artigas”, que así se llamaba la aldea, el dueño del ave gigante. Lo tomó en brazos y lo llevó dentro. Allí había un médico que se hizo cargo del paciente inesperado. Cuando Pingüichís despertó, se encontró rodeado por aquellos animales raros, que se llaman seres humanos y que le salvaron la vida. El médico, dándole trocitos de pescado, le decía que nunca más volviera a comer alimentos desconocidos. —Bueno, pequeño —le dijo el aviador dueño del ave gigante—. Ahora que estás bien te llevaré a tu hogar, estoy seguro de que tu familia estará muy preocupada. Los padres de Pingüichís ya se habían organizado para salir a buscarlo cuando… Cuando apareció el ave gigante, de la cual bajó sonriente Pingüichís, con una gorra de lana que le habían regalado. —¿No te dije, Foquis, que vendría volando? —exclamó nuestro amigo corriendo hacia sus padres, quienes entre piquitos y algún rezongo lo abrazaron. Pingüichís comprendió que nunca podría volar, porque los pingüinos no vuelan. Pero se conformaba con pasear de vez en cuando en la avioneta de su nuevo amigo el aviador, que lo llevaba a recorrer los cielos antárticos. Autora Me llamo Raquel Silvetti. Nací en Uruguay. Soy escritora y narradora oral escénica de cuentos infantiles desde el año 1999. Tengo publicados 10 libros y 34 publicaciones. Algunos abordan temas como el bullying, las drogas en la infancia, el reciclaje o el medio ambiente. Trabajo en la Biblioteca Nacional de Uruguay, donde cumplo tareas en Secretaría, Gestión Territorial y Visitas Guiadas a Instituciones Escolares. Hace poco me sumé al equipo de trabajo internacional “Proyecto Antártico Latinoamericano de literatura infantil” con la participación de Argentina, Chile, Brasil y Uruguay. Ilustradora Me llamo Lourdes Medina. Nací en Bahía Blanca, Argentina. Me formé como ilustradora en la Escuela de Artes Visuales “Lino Enea Spilimbergo”, de la que egresé en el año 2011. Tres años después, me fui a vivir a Uruguay, en donde comencé a trabajar ilustrando libros álbumes infantiles con reconocidas editoriales y autores del país. Actualmente, me encuentro estudiando Psicología en la Universidad de la República y trabajando de manera independiente en proyectos artísticos personales. ESCANEÁ EL QR Y DESCUBRÍ COSAS NUEVAS La maestra del jardín les explicó varias cosas a los polluelos: 1) Al ir a nadar hay que tener cuidado con los leopardos marinos. 2) En tierra, si ven una skúa, hay que esconderse, porque se come a los polluelos. 3) Nunca se acerquen a la aldea del animal que camina como los pingüinos y vuela en pájaros gigantes, porque no sabemos si es amigo.
Pingüichis bostezaba. Él quería comer lo mismo que el ave
gigante y volar como ella. Así que se deslizó por el hielo hacia la gran aventura.