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Ricarpo Gui6n RELECTURA DE SAN MANUEL BUENO Don Manuel Bueno, petsonaje central de la novela, es en térmi- ‘nos estilisticos (no en términos psicolégicos) lo que Boris Eichenbaum llama «un oxymoron personificado»: una figura escindida por la con- tadiccién que le constituye. Esa contradicci6n, asumida y operante ‘en el texto, se produce por la voluntad de vivir como creyente y por la imposibilidad de creer. Personaje y vida ag6nicos, en el sentido uunamuniano del término, polémicos consigo mismo, sintiendo Ia vida como combate entre lo desiderativo y lo racional, y aceptando como ‘inica verdad sélida el amor al semejante, es decir, la caridad. EI oxymoron personificado es clave de Ja estructura y del drama referido en Ia novela. Se organiza ésta en torno al agonista y no hay amis argumento que el de su {ntimo debate. Su contradiccién puede Ricardo Gullén, «Relectura de Son Manuel Bueno», Letras de Dewsto, VIL (1977), pp. 4351. 268 MIGUEL DE UNAMUNO explicarse como producto de un régimen y de una clase social deter- minada, pero para hacerlo as{ es obligado leer el texto con la vista puesta fuera de él, en un referente que, siendo el mismo, aparecerd dlistinto segtin sea la perspectiva del lector. Convendria, para excluir las contingencias de la variacién, atenerse al texto en sf y leerlo con objetividad, rehuyendo las asechanzas de la interpretacién que, ya se sabe, inducen a suplantar la visién del autor, o del narrador, por Ia del lector. Al abordar estas cuestiones constato un hecho expresable de va- rias maneras; me atendré a dos: 1) Ia solidez del texto choca con la vulnerabilidad de la lectura; 2) su estabilidad contrasta con las varis- bles del acto de leer. Depende la lectura de variaciones en situacién (cultural, social, personal), estado de énimo, tiempo... ¢Quién no ha observado ef cambio que por acumulacién de lecturas se ha pro- ducido en el Quijote, del siglo xvir al presente? Lo esencial, Io con- siderado esencial, fue decantindose poco a poco. [...] Tres puntos destacaré en relacién con Don Manuel: Ja proble- mitica que Jo constituye; las analogias entre él y la figura de Jesu- cristo, y 1a recurrente identificacién espacio-personaje. Separados en el andlisis, no en la lectura, donde, en retérica simbiosis contribuyen ‘a una composicién de lugar —y de forma— muy persuasiva. Con- vincente por Ia autenticidad de la experiencia ofrecida, el lector la entiende, aun sin compartir los supuestos desde los cuales fue imagi- nada, Y excusindome por incurrir en lo paradéjico, diré esto: el distanciamiento del lector respecto al tema, lejos de obstaculizar la comprensién de la obra, facilita la concentracién en la lectura y la percepcién de aquélla en el contexto que le es propio. Hoy a nadie sorprende, aun simuchos lo contradicen, el dictum rotundo de Northrop Frye: la literatura tiene por contexto la literatura misma, Sobre el hombro de los habitantes de Valverde de Lucerna, su pueblo, Don Manuel se dirige a interlocutores menos visibles: al lector, desde luego, visto en su individualidad, nunca en la colecti- vidad’lamada piblico, por Ia que no tenfa simpatfa alguna; més lejos y en otra direccién, a Fogazzaro, por ejemplo, y a sus criaturas, © a figuras de ficciones que el pérroco de Valverde continuaba 0 con- tradecfa, como el Pedro Polo, de la galdosiana Tormento, dividido y, como dice el tftulo, atormentado por una escisién, més elemental y ‘més comin que Ia de aquel. Los indicios que registran analogfas entre el buen pastor de RELECTURA DE «SAN MANUEL BUENO® 269 almas y Jesuctisto son a mi juicio tan claros que establecen entre ellos una relacién de identidad. Empezando por el nombre: Manuel es Emmanuel, y asf se llam6 el Redentor; en lengua hebrea Imms- nuel significa «Dios con nosotros» y aplicado al pérroco sugiere que su presencia hace sentir a sus feligreses la proximidad de lo celestial. (Sensacién reforzada por las imégenes espaciales de que en seguida hablaré.) Dice la narradora: «el dia primero de afio iban a felicitarle por ser el de su santo —su santo patrono era el mismo Jestis Nues- to Sefior», marcando por la indicacién del patronazgo una primera semejanza de los homénimos. Se lama luego «divina» a Ia voz de Don Manuel, adjetivo que ahorra todo comentario. Y Ia voz es el instrumento de la comuni- cacién y, en este caso, del adoctrinamiento. Por si el lector no hubiera retenido el sentido de la alusién, y para remacharlo, se afiade que ‘cuando el pérroco predicaba el sermén de Viernes Santo, «era como si [los presentes] oyesen a Nuestro Sefior Jesucristo mismo, como si la voz brotara de aquel viejo crucifijo ...», La identificacién queda asf bbien establecida, Todavia, mas adelante, vuelve el texto a recoger el estremecimiento de Lézaro, hermano de la narradora, cuando oyendo a Blasillo el bobo cree «oft la voz de Don Manvel, acaso la de Nuestro Sefior Jesucristo». Esto en cuanto a la voz portadora de la palabra. Atendiendo a lo dicho por esa voz, la identifcacién Jestis-Manuel es més inequtvo- cca, més contundente, pues ya no depende de lo hasta aqui presenta- do como adjetivo seleccionado por la narradora, o de un «como six, atraigado en simil y no menos atribuible a impresiones de aquélla, 0 de una creencia de Lézaro, situados en el punto de vista de su her- ‘mana, Si tales analogfas pudieron derivarse de le perspectiva, no ccurre lo mismo cuando las constataciones operan sobre el mensaje mismo, recogido, en cuanto tal, sin alteracién alguna. Habla Don Manuel con palabras de Cristo: «{Dios mio, Dios mio!, gpor qué me has abandonado?» (evangelios de San Marcos y San Mateo), y luego, «En tus manos encomiendo mi espfritu» (evan- gelio de San Lucas). El lector advierte, una vez més, que el espfritu del hijo de Dios alienta en el sacerdote y que éste vive a su modo Ja pasién de aquél, compartiendo su dolor y Ia sensacién de aban- dono que padecia a Ja hora de la muerte. Peto [...] quien asi habla es un sacerdote, 0 predicando, en la primera cita, 0 ejercitando su ministerio de consuelo, en Ia segunda. Por lo tanto, cabrfa una lec- 270 MIGUEL DE UNAMUNO tura del texto’ limitada a entender sus palabras en funcién del oficio. [...] Otra analogfa, reiterada, tan significativa como la expuesta, se es- tablece entre personaje # espacio novelesco. Situada Ia aldea del cuento, a orillas de un lago legendario (con su Ieyenda 0 tradicién dentro) y junto a una montafia, ambos elementos concurren a la ca- racterizacién del personaje: leva Ia cabeza como la Pefia del Buitre su eresta, y en sus ojos hay «toda Ia hondura azul» del lago. Bejo éte duerme una ciudad sumergida que una vez al afio emerge para despertar y vivir durante unas horas; asf, «en el fondo del alma de nuestro Don Manuel hay también sumergida una villa y se oyen sus campanadas». Quienes ast duermen —ademés de las almas de los abuelos, del pasado— son los intrahistéricos de hoy, y el lago les sirve de cuna, manteniéndoles en el suefio el agua maternal que es Don Manuel. Agua, sfmbolo de la matemnidad, suscitadora, como dice Gaston Bachelard, «de ensuefios sin fin». Ensuefio 0 suefio de sofiar que aqui es el de creer en Ie resurrecci6n y en Ia vide per- durable. Metéfora central, el lago, como el personaje a quien se refiere, desempetia funcién privilegiada: sintetizar el espacio novelesco como reducto del suefio que es vida, de Ia proteccién maternal (sitero de Jas oscuras afioranzas del adulto) contra amenazas exteriores y contra Ja verdad misma, « veces difcil de soportar, Vivir del suefio es la tentacién rechazeda por Don Manuel en cuanto a su vida; propues- to, en cambio, para los demés, Es el lago espacio del milagro, y a 61 acuden enfermos, sobre todo histéticos —posefdos, endemoniados—, en busca de curacién y des- canso, No sorprende que Don Manuel ‘emprenda ela tarea de hacer 41 de lago, de piscina probética», tratando de aliviarlos, como lo consigue, por medios cuya eficacia explica bien la psicologia pro- funda: su presencia, su mirada, Ia autoridad de sus palabras y su vor, dice el texto; es decir, poder de sugestién de una personalided fuerte sobre los débiles ¢ influenciables. La inmersién real en les aguas milagreras sustituida por la entrada en Ia acogedora tibieza del alma donde todo mal es bafiado en comprensién y sometido a cura de amor. _ Todo el pueblo acaba siendo Don Manuel. Se dilata el. perso- naje a ojos del nartador hasta ser el pueblo entero, lenéndolo «de su aroma», modo de subrayar y de anticipar Ia transfiguracién en RELECTURA DE «SAN MANUEL BUENO am 0 © piscina probitica 1 via de la imagen indicard su sen- we Spetie'y oun que fea por as alms. de todos, incides Ie de Lézato y Don Manuel. Citaré, para concluir este punto, una observacién de Bachelard que puede contribuir a iluminarlo y a orientar al lector: «El lago —escribe— es un gran ojo tranquilo. El lago coge toda Ia luz y hace un mundo. Por él ya el mundo es con- templado, es representado, El también puede decir: el mundo es mi representaciéno. Estas palabras, en donde la filosofia de Schopenhauer se deja oir, son aplicables a La situacién de Valverde de Lucerna (reouérdese, Lucema, entrada de la luz), y el lago-personaje contem- pla el mundo y lo hace. Don Manuel puede decir también que su mundo es sw representacién, una creacién de su voluntad. (Y segui- mos en Schopenhauer.) Percepcidn de lo azul por lo azul; el lago donde se refleja el cielo visto por el.ojo azul. Color emblemético de lo celeste; vinculo, en este caso, entre las imagenes que a él se refieren y les exptesiones tencaminadas @ establecer el paralelismo JestisManuel. Ast va refor- zhndose la trama textual y la problematica novelesca, tercer punto de los convocedos al andlisis. Problemstica enunciada por la contradic. ci6n constituyente del personaje. ‘Después del protagonista el narrador recama la atencién del cx tico. Narrador que es narradora, Angela Carballino, ferviente admi- radora (y el adjetivo dice la extensién ¢ intencién del modo afectivo aque le vincula al santo) de Don Manuel y puntusl cronista suyo. Desempefia diversas funciones y de ahi la complejided de su figura: siete son, por Jo menos, esas funciones, entrecruzadas en Ja accién dramética, pero separables en el andlisis. Angela es narradora, men- sajera, confesante, confesora, testigo, ayudante ¢ hija-madre del pro- tagonista, Narrador-testigo, narrador-personaje con peculiaridades muy interesantes. ‘Desde el primer pérrafo de la novela, constan el nombre y Ia funcién natrativa de Angela Carballino: «quiero dejar aqui consig- nado, a modo de confesién, y sélo Dios sabe, que no yo, con qué destino, todo lo que sé y recuerdo de aquel varén patriarcal ...». ‘Leeremos, pues, cudnto quien escribe sepa y recuerde de este Don Manuel, ya aqut calificado de santo. Puede anticiparse asi una con- viccién surgida en un narrador constituido como patcialidad, no tanto excluyente de otras, como reducida por el propésito confesional a proyectar en el texto lo que el sentimiento considera como estricta 272 MIGUEL DE _UNAMUNO verdad. Refiere lo visto y ofdo —funcién testimonial—, pero tam- bién to sentido, incorporéndolo al testimonio y como parte de dl, Siendo Ja tinica fuente de informaci6n, se interpone necesariamente entre Jos hechos y el lector, imponiéndole la tarea de despejar la bruma sentimental para descubrir Ia clave de la personalidad pro- tagonista. No omnisciente, sino limitada a lo aprendido sobre Don Ma- uel, su limitacién serfa garantia de fidelidad, si el espejo no estuviera turbio de amor. Y si la voz narrativa se ditige siempre a un lector, 4 éste, al oyente incumbe el empefio discriminante de separar el puro relato cobjetivor de su dramatizaciGn. Si, en general, el narrador deja ver més nftidamente su persona cuando pasa de lo concreto a lo abs- tracto, de la visi6n a Ia idea, Angela, poco interesada en sf misma, soslaya las generalizaciones, atendiéndose a la rememoraci6n de cit, ‘cunstancias y dichos. Por eso induce a confar en su palabra, Sefialads, antes y ahora, Ja unidad de perspective, recordaré, de ‘paso, la unidad tonal: Angela habla desde el principio al fin en un fono que tanto se ajusta a las situaciones como las constituye del modo —en la forma— que el lector las enfrenta; ofmos su voz, aun si en lo dicho —en lo esctito— se intercalan otras, incluide a de Don Manuel, citado textualmente, Siendo ella enlace vinico entre lector ¢ incidente novelado, su posicién en la estructura es excepcio. nal, por fronteriza: habla de los personsjes en Ia novela y desde ella, eto a un lector situado, fuera, al otro lado de la pégina, La funci6n testimonial queda registrada en lo ya dicho, Haré un par de observaciones més: sobre testigo, Angela Catballino es par- Hcipe en Ia accién —en seguida notaremos Ia importancia de su participacién— y tal participacién atentia, 0 al menos matiza la neu. ttalidad en principio atribuible a narradores de su clase. En cuanto testigo se conforma necesatiamente a los azares de tal actividad: puede no ver 0 no recordar con precisi6n; faible, como cada quien, ¢ influenciable, no tanto desde ef exterior, por ottos, por el reflujo de su propia pasién, ngcla, menssjera de Dios. Su funcién como tal se bifurca: en tuna direccién es mensajera entre Dios y Don Manuel, su sietvo y, en Ia medida indicada, su representante y hasta su equivalente; o otro sentido, mensajera entre Don Manuel y el lector, transmisora Se intétprete— del mensaje en la rememoraciGn del comportamien- fo. Si Manuel participa de Ja natureleza de Emmanuel, quien recoge RELECTURA DE «SAN MANUEL BUENO? 23 y comunica su pasién y muerte es bueno figure con nombre angélico, de simbélica resonancia, Participe de esa manera y por esa funcién, Io es, a la vex de otros modos, no menos significantes. Por razones de espacio conviene englobar as cuatro funciones pendientes de andlisis en un comen- tario que condense lo pertinente a cada una de ellss. Confesante desde el principio, pues confesién es su relato, se advierte luego que la relacién «natural» de Angela con Don Manuel es la de penitente a penitenciario; pronto se deslizan en esa relacién insospechados ele- ‘mentos: «volvi a confesatme con él para consolatlo», dice, y su decir cs revelacin de que ha penetrado la infelicidad del santo, aun si todavia ignora sus causas. De ahf a Ia confidencia, a la comunicacién operante en dos direcciones, hay una distancia répidamente salvade, La confesante se convierte en confesora. Transformacién insélita, incidente misterioso, pero no inexplica- ble, antes muy explicable en contexto. Angela sabe ya, por boca de Lézaro (otra confesién), el secreto de Don Manuel, cuando vuelve al tribunal de la penitencia, en estado de énimo vacilante, dudando de ‘quién sea el reo y quién el juez. Es ella quien hace Ia pregunta fun- damental: «gcree usted?», de donde, y después de la técita respuesta negativa, se deriva Ia cuestién 0 peticién cltima del sacerdote: «y ahora, Angelina, en nombre del pueblo, ¢me sbsuelves?». Incidente explicable, die, pues es claro que Don Manuel se siente culpable de ocultar a los feligreses su incredulidad, de mantenerles en el engafio. Necesita ser perdonado y solicita el perdén de quien en ese ‘momento representa al pueblo, de la sacerdotisa (asf se siente la mu- chacha, iluminada), que sin vacilar le absuelve, Paralelamente a esta inversién de las posiciones iniciales respecto ala confesiGn, se produce alteracién no menos absoluta en Ia relacién paternofilial de Don Manuel y Angela. El texto es explicito y acorde a las realidades presentadas: «padre espiritual» de la muchacha es el prroco santo; padre de su espiritu, en el sentido de engendratlo y formarlo segtin lo conocemos. Pero, cunforme va introduciéndose Ia hija en el alma del padre y descubriendo en sus sombras y repliegues Ja necesidad de consuelo, va transformandose y adaptindose a las exi- sencias de su nuevo papel. Siente «afecto maternal» por el padre, y por ser madre, ademés de ser pueblo, para consolarle, Io absuelve; cuando salen de la iglesia después de darle la absolucién, «se [le] cestremecfan las entraiias maternales». E 274 MIGUEL DE UNAMUNO Y hay mis: creaci6n del padre espiritual, del gufa y orientador. ‘Atrafda a su esfera y deslumbrada por la luz emanente del santo, una vez sobrepuesta al descubrimiento de las penas en que vive, edemés de sentirse madre, por el hecho de convertirse en cronista de sus hhechos, lo hace suyo, se Jo spropia y crea en el texto, Transmisora de Ia imagen creada, madre en verdad engendradora de su criatura, hhace sw San Manuel, el tinico Don Manuel que el lector conoce. Nada es preciso afiadir respecto a su funcién como ayudante del pro- tagonista, harto manifesta en lo ya escrito. Explicitamente dice el texto: ale ayudaba en cuanto podia en su ministerio» (subrayado mio), y es llamada «diaconist», puntualizando el carécter subordins- do de’su relacién con el presbitero. Gustaba Unamuno de introducir en Ia ficcién figuras duplican- tes de las de sus primeros agonistas. No falta en San Manuel Bueno tal duplicacién, presentada en forma de eco, para reforzar los signos cstimulantes de una versién en profundidad del cédigo estructural. Blas, el bobo, viviente en la inconsciencia, repite palabras del pérro- co cuyo sentido ignora; recorre el pueblo clamando «;Dios m{o, Dios mio, gpor qué me has abandonado?», y al hacerlo subraya sin quererlo la més enigmitica de las resoluciones divinas, privar al hom- bre de Ia capacidad de discernir, abandonar al inocente en la mente- catez; al mismo tiempo repite inconscientemente la queja clamada por Don Manuel desde Ia conciencia més hicida, sugitiéndose en la ecolalia lo entrafiable de la conviccién que desde lo racional descien- de y se instala en abismos de sombre. Cuando Don Manuel muere, Blasillo muere; muertes simulté- neas 0, més bien, una sola en y de los dos, significando la extincién de la inconciencia y de la conciencia, del mismo golpe. Al faltar la voz «divina», el eco carece de funcién, pues el vacfo no consiente resonancia, El resto, bien se sabe, es silencio, y en ese resto queda el pasaje del Credo imposible de cruzar sin ayuda de quienes con su fe transportan al que calla cuando llegan las palabras indecibles. Muerto el hombre bueno, Lézaro, continuador del empefio ilu- sionante, pero sin fuerza bastante, desaparece igualmente. Angela, sola y desolada» concluye su memoria reflexionando sobre la leccién del santo: unirse al pueblo y vivir —y morit en l—; si esto se consic gue, el alma se salva en la comunién general, incluso si cree no ‘reer, como fue el caso del resucitante y el resucitado. Vidas ejem- plares, en cuanto sirvieron de ejemplo a las gentes sencillas de EL TEATRO DE UNAMUNO 25 Valverde de Lucerna que, ateniéndose a lo visto, canonizan a Don Manvel sin esperar a que el obispo comience las diligencias de beati- ficacién. . El final de la narracién declara 1a intencién testimonial muy explicitamente, y antes, Angela pone retéricamente en cuestién la sustancia de su testimonio: cual es Ia verdad y cudl es Ja mentira?, goémo separar en el recuerdo lo vivido de lo sofiado?, equé es, en Ultima instancia, creer? Y serd el lector quien deba responderlas; el ti implicito en el texto, el oyente mudo, llamado a dar las respuestas y con ellas el descifrado de las figuras y de Ia novela.

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