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Universidad Insuco, S. C. Ética Ciudadana
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Ética Ciudadana
ÉTICA CIUDADANA
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Bienvenido (a) a tu curso de Ética Ciudadana, este libro será tu mejor herramienta
para aprender los aspectos más relevantes de esta materia, será tu guía y además
te ofrecerá actividades que te serán prácticas y muy útiles para tu aprendizaje.
Esperamos sea de gran ayuda en tu desarrollo como estudiante de Preparatoria.
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Introducción
La ética y la discusión sobre los valores han cobrado mucha importancia en los
últimos años. Ello se debe, a la crisis moral provocada por los acelerados y
complejos cambios tecnológicos, científicos, políticos y sociales, pero también a que
la sociedad contemporánea está en búsqueda de nuevas orientaciones éticas para
lograr una mejor y más pacífica convivencia. La Ética, que siempre ha perseguido
descifrar cuál es el modo de actuar que le es propio al ser humano, cómo ha de vivir
y convivir, cómo ha de ejercer su libertad, es ahora una disciplina filosófica que está
a la altura de los problemas globales de nuestro mundo. Por ello, en una sociedad
como la nuestra que pugna por mejorar sus condiciones de vida, por consolidar su
democracia y su estabilidad y por participar activamente en los cambios a nivel
internacional, es necesario que los jóvenes que cursan el bachillerato tengan
conocimientos de ética, adquieran conceptos claros y objetivos, desde una
perspectiva laica y tolerante pero rigurosa, para que desarrollen su capacidad de
argumentación y de valoración de las cosas que nos conciernen a todos.
Se ha buscado, también que este libro ayude a enseñar una historia viva de la ética,
en la que lejos de presentar simplemente lo que los pensadores clásicos dijeron, de
destaca su relación con nuestro momento histórico actual. Así pues, las teorías y
los conceptos ético-filosóficos se estudian en función de los problemas actuales a
los que se enfrenta al alumno como individuo, como miembro de un grupo social y
como ciudadano.
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ÍNDICE
2. Libertad y responsabilidad
4. Los valores
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2.5 La paz
3.2 La familia
3.3 La escuela
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3.5 La patria
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Objetivo general:
Objetivo unidad 1
El alumno deberá estudiar a la ética como una disciplina filosófica, así como los
valores y virtudes.
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UNIDAD 1
INTRODUCCIÓN A
LA ÉTICA Y A LOS
VALORES
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La filosofía es una ciencia que surgió en Grecia cuando Tales de Mileto y los
filósofos que le siguieron se preguntaron: ¿cuál es la naturaleza o physis de todas
las cosas? Para los filósofos griegos resultaba evidente que tendría que haber un
factor de unidad de lo real, pues en la realidad hay diferencias entre las distintas
clases de seres y, sin embargo, hay una relación entre todo lo que existe. La materia
inorgánica (el universo físico: las piedras, los astros, las estrellas) coexiste con lo
orgánico (el universo biológico: las plantas, los animales, las bacterias, el hombre)
y el universo cultural, todo aquello que es creado por el ser humano y que pertenece
al lenguaje, ya sea verbal: la ciencia, el derecho, la filosofía, o no verbal: la danza,
la música, la pintura, la mímica, etcétera.
Igual que todo saber, la filosofía tiene un objeto de estudio. Éste consiste en la
totalidad, la universalidad y la radicalidad o esencialidad. Mientras las ciencias
particulares se dedican a un sector de la realidad, por ejemplo, la física, a la materia
inorgánica; la biología, a la materia orgánica; la astronomía, a una parte de la
materia orgánica que es la naturaleza y el movimiento de los astros, etc., a la
filosofía le interesa el todo de lo real, o sea, la unidad de lo diverso, y esto desde el
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Lo que une a todas las cosas no son sus características más inmediatas. Si sólo
consideramos una piedra por su aspecto, nos parecerá que no tiene relación con el
agua, las plantas y el lenguaje humano, sin embargo, comparte con todo esto el he-
cho de ser; de coexistir en el universo. Este hecho es justamente el que llama la
atención de los filósofos: Por consiguiente, podemos decir que el objeto de la
filosofía es el ser en total y en tanto que tal, o sea desde el punto de vista de sus
estructuras más profundas y definitorias.
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Pero al hacernos estas preguntas abandonados la actitud más inmediata con que
se desenvuelve nuestra vida: la actitud pragmática de utilizar las cosas y dar por
sabido que los objetos y los otros seres humanos conforman nuestro mundo. La
disposición filosófica consiste en una “segunda mirada” sobre lo real, una visión más
profunda gracias a la cual suspendemos la actitud inmediata y contemplamos
nuestro entorno, en vez de darlo por sentado. El filósofo se caracteriza, ante todo,
por ver lo real. Con la filosofía surge en Grecia la theoria, que en griego viene del
verbo theorein y significa precisamente “ver”.
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encontrar lo nuevo en lo viejo. En este sentido puede decirse que el filósofo es aquel
hombre que sabe hacerse un mundo nuevo.
3.Racionalidad y comunicación. El intento de ver las cosas tal corno son implica
atenerse a lo racional, a aquello que se puede razonar junto con los otros, que se
puede comunicar a los demás. Verdad y objetividad nunca se logran por completo,
nunca logramos ver lo real tal corno es de forma total. El filósofo se aproxima a lo
real dando razón de sus características, dialogando con ellos junto con otros
sujetos, atendiendo a lo que varios sujetos ven en común sobre el objeto. Se trata
de una racionalidad que se contrasta, que se revisa a sí misma y se sopesa o juzga.
Por tanto, la racionalidad filosófica es, necesariamente, crítica y autocritica.
supuestos son siempre perfectibles: por tanto, cambian según las épocas y según
la visión propia de quien pregunta.
7.Por todos los rasgos anteriores, la filosofía es vocación humana, es decir, es una
llamada al hombre para realizar las potencias que lo caracterizan como tal: el afán
de verdad, objetividad y racionalidad; el asombro; la vigilia; la integración a un
mundo común y comunicable, un mundo en el que se “da razón”; la posibilidad de
detenerse, de salir de la inmediatez y preguntar. La filosofía da forma al ser del
hombre: le permite experimentar aquellas características que, en su conjunto, sólo
le pertenecen a él y a ningún otro ser en el universo.
Y, ¿de dónde proviene el llamado?, ¿quién nos llama en esta vocación? En primer
lugar, nos llama nuestro propio ser, pues nuestras potencias se actualizan en el
acusar filosófico. En segundo lugar, nos llaman los demás seres humanos que han
ejercido el filosofar de forma eminente. Lo que otros filósofos han preguntado y
contestado resulta atractivo para todo hombre que busca el saber. Y en tercer lugar,
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nos llama la realidad. La simple presencia de lo real entraña múltiples misterios que
representan un reto para la razón humana.
Los nuevos sistemas filosóficos no cancelan o invalidan los anteriores, “lo nuevo”
no descarta a lo viejo. De hecho, en la filosofía no existe propiamente algo viejo o
desgastado, pasado de moda. No valen más las verdades enunciadas por filósofos
contemporáneos, como Paul Ricoeur (filósofo francés creador de la teoría de la
interpretación o hermenéutica) o Habermas (filósofo alemán), que las enunciadas
por Anaximandro o Heráclito veinticinco siglos atrás, ni siquiera se puede decir que
sean verdades más actuales. Todas las verdades filosóficas tienen algo que decir
al presente, conservan aspectos vigentes a Io largo del tiempo.
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ejemplo, se pensaba que el poder del rey tenía que venir de Dios y no de la voluntad
de los hombres. Dios era una garantía segura de la monarquía, porque era un ser
eterno que podía designar a los gobernantes. Ahora que vivimos en una época de
tantos cambios y en la que éstos se dan con tanta rapidez, hemos vuelto a
concederle importancia a lo que cambia, hemos tenido que encontrar un orden
Iógico en el cambio y eI movimiento. Para los primeros filósofos griegos esta ya era
una verdad evidente.
Pero a la vez, si atendemos aI objeto de la filosofía, es cierto que las distintas ramas
de la filosofía se dividen en teóricas, por un lado, y teórico-prácticas, por el otro.
Aunque en eI fondo unas y otras despiertan en el hombre una disposición específica
frente a lo real, las primeras no orientan el actuar humano, no señalan directrices
para la acción, no indican un contenido concreto de los valores, mientras que las
segundas sí. AI primer grupo pertenecen la filosofía natural, la epistemología, la
ontología del hombre, mientras que, al segundo, la ética, la filosofía política y la
estética.
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La reflexión ética busca orientar al hombre en aquello que le permite actuar “mejor.
Se basa entonces en unos criterios generales del bien a los que el ser humano ha
atendido a lo largo de la historia y puede atender en el presente. Estos criterios son
los valores que la humanidad ha perseguido y que han guiado muchas de sus luchas
y revoluciones: la libertad, la autonomía, la igualdad, la justicia, la tolerancia, la
solidaridad, el amor a los otros y a sí mismo, la valentía o la paz. Los valores son
ideales por cumplir, siempre están más allá de las situaciones concretas, pues
nunca es posible decir que hemos realizado la justicia o la paz totales; en ese caso,
viviéramos en un mundo perfecto, Io cual no ocurre.
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viene del latín: virtus y significa “excelencia”: la realización suprema del “bien”. Así,
un hombre o mujer virtuosos son los que buscan ser hombre o mujer de la mejor
forma posible.
En nuestra acción no solo nos guían esos criterios clásicos del bien o valores
generales, sino también otro tipo de valores y normas más específicas que
conforman Ia moral concreta de una sociedad, de una época o de un determinado
grupo de personas. El individuo se encuentra siempre inmerso en una comunidad y
ésta actualiza y da contenido concreto a los valores básicos, además de añadir otros
complementarios y secundarios. Cada sociedad tiene su propia moral. Las morales,
por tanto, son diversas, particulares y contienen algunas diferencias entre ellas. Es
posible hablar así de una moral mexicana tradicional y otra actual, y dentro de éstas
existen muchas otras, una para cada uno de los pueblos indígenas, otra para
quienes viven en las provincias y otra para los capitalinos.
Desde luego, ocurre lo mismo con los diferentes grupos que ocupan el continente
europeo, el africano o el asiático. Esto significa que las morales son históricas, que
cambian a través del tiempo y en los distintos lugares.
Por otro lado, las morales pueden establecerse de manera escrita o transmitirse de
generación en generación, ya sea de forma explícita y verbal o de forma implícita,
mediante las costumbres, los hábitos, los ritos y los estilos impuestos por las
necesidades y novedades del presente.
Cuando las normas críticas se dan por escrito se registran en los códigos morales.
Entre los más importantes de la antigüedad se encuentran el código de Hammurabi
—formulado por el pueblo babilonio—, los Diez Mandamientos o las Tablas de
Moisés,—elaborados por eI pueblo judío—, y eI código de Manú —escrito por los
sumerios—. En la actualidad, el código moral más importante con que cuenta gran
parte de la humanidad está constituido por La declaración universal de los derechos
del hombre elaborado por la ONU en 1948. Esta declaración tiene una importancia
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El carácter normativo de la ética enfrenta problemas. Por ejemplo: ¿en qué se funda
la obligatoriedad?, ¿cómo definir cuáles comportamientos son obligatorios y cuáles
no?, ¿cómo identificar cuáles acciones son preferibles a otras, ¿cuáles son mejores
y por qué?
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La ética de fines más elaborada es la que formuló el filósofo inglés John Stuart Mill
(1806-1873), quien proponía que el acto moralmente obligatorio era aquel que
tuviera como efecto “el mayor bien para el mayor número posible de personas”. Mill
denominó a su ética utilitarismo porque se centraba en el valor de Io útil como fin
último para el bien de toda la sociedad. Pero la utilidad depende de un cálculo de
bienes y males: el fin que se considera valioso (útil) consiste en obtener la mayor
cantidad de placer y bienestar, y la menor cantidad de dolor e insatisfacción. Lo útil
(lo que vale) será Io que dé como resultado mayor bien que mal. Así, Mill sostenía
que el único criterio racional que tenemos para distinguir un acto moralmente bueno
es la consideración de las consecuencias que se derivan de él para el Iogro de la
felicidad humana.
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hacer; sino sólo cómo es moralmente bueno actuar; no tiene, pues, un contenido
concreto.
Una ética que supera las limitaciones de las dos posturas anteriores es la ética
ontológica, que parte de la idea del ser del hombre como una integridad de múltiples
aspectos. Para esta ética el hombre no sólo debe actuar uniendo fines y deberes,
sino también ha de incorporar la satisfacción del deseo y la aceptación o la crítica
de las costumbres y leyes de una sociedad. Desde esta perspectiva ética
abordaremos los temas de este curso, es decir, no sólo veremos el actuar ético
conforme al deber y conforme a la utilidad sino integrando todo lo que preocupa al
hombre: cuerpo, deseo, placer y capacidad de oponerse a lo establecido.
Finalmente, es posible resumir que la ética es filosofía sobre la moral, sobre todo lo
que atañe al universo de los valores y las normas, ya sean básicos o secundarios,
y ya sea que se den como ideales por cumplir, como deseo y reflexión interna del
individuo, como costumbres llevadas a la práctica o como códigos escritos. Pero a
la vez, la reflexión ética implica vivir una moral determinada revisando de forma
permanente las normas y los valores, criticando o juzgando su auténtica validez y
su adecuación a la época actual. Desde este segundo punto de vista, de lo que se
trata es de no asumir una moral de manera acrítica, de forma impuesta y sólo porque
la sociedad y las costumbres lo establecen.
La ética es, pues, una filosofía moral (estudia el fenómeno moral) y también una
moral filosófica (propone normas fundadas en teorías y criterios filosóficos).
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Nuestro proyecto de vida tiene que tomar en cuenta la realidad que nos circunda.
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Pero, ¿cómo surge la responsabilidad de una libertad que es ambigua, que nos
permite “elevarnos” en la misma medida en que nos permite “decaer”?
Es preciso aclarar que la libertad tiene dos aspectos distintos sin los cuales no se
entiende su dinamismo: 1. El ontológico: radical y constitutivo del ser humano y que
reside en la condición indeterminada y ambiguas de nuestro ser. En este sentido,
somos libres por el derecho de nacer como hombres o mujeres y queramos o no ser
libres. Se trata de algo esencial y constitutivo. 2. El aspecto axiológico; esta palabra
bien el vocablo griego axios, “valor”. Es propio de la libertad humana valorar sus
propias decisiones; ella no se realiza solo al elegir, sino que trae consigo la
conciencia de valor que implica las distintas opciones para la persona y para la
sociedad. La libertad conlleva un aprecio, una evaluación de las diferencias
cualitativas, una distinción entre lo “mejor” y lo “menos bueno” y lo “peor”, entre las
posibilidades que nos humanizan, las que parecen dejarnos igual, y las que nos
deshumanizan.
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actúa conforme a los valores básicos mencionados, que quien opta, por ejemplo,
por la violencia y la crueldad. Nos hacemos verdaderamente libres cuando elegimos
desarrollar las potencias que nos caracterizan como seres humanos, cuando somos
creativos, no destructivos.
individuos que trascienden sus propias limitaciones. Los casos abundan; por
ejemplo, el ateniense. Demóstenes se sometió a la práctica de hablar con piedras
en la boca para vencer su tendencia a tartamudear y logró dar los mejores discursos
en el siglo V a.C.
A pesar de todo lo que nos limita, somos los autores de nuestro destino, podemos
modificar ciertas circunstancias basándonos en la libertad. Por supuesto, no es
posible cambiar todo nuestro entorno, pero sí influir en alguna medida para que las
situaciones sean favorables a nuestros propósitos. Si vivimos en un ambiente de
violencia, podemos oponernos a ella protestando de forma racional,
organizándonos con otros, buscando opciones para combatirla e incluso recurriendo
aI apoyo de las autoridades competentes.
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Por último, entre las determinaciones que acompaña la libertad, han tenido mucha
importancia en la tradición cultural las necesidades naturales y las pasiones del
cuerpo. Algunos filósofos como Platón y Kant, igual que muchas religiones, creen
que el hombre está conformado por dos realidades totalmente opuestas: el “alma”
o la libertad, por un lado, y el cuerpo, por la otra. Al “alma” correspondería la
conquista de los valores básicos de la humanidad, mientras que el cuerpo,
precisamente por sus necesidades y pasiones, por su deseo, carecería de reflexión
y de capacidad de dirigirnos hacia los fines superiores, el cuerpo estaría atado a la
satisfacción ciega e inmediata. Así, por ejemplo, Kant nos dice en La crítica de la
razón práctica que las pasiones son contrarias a la vida ética y aI ejercicio de la
libertad. Con esta idea, el hombre ético queda desgarrado, pues para alcanzar los
auténticos valores tiene que negar su cuerpo y si quiere satisfacer sus necesidades
corporales, se aleja de los valores. Esta idea acerca del ser humano recibe en
filosofía el nombre de dualismo antropológico.
En la actualidad, la filosofía no puede proponer esta idea dualista, escindida, del ser
humano, debe pensar en el hombre de manera sintética o integral. Libertad (”alma”)
y cuerpo están íntimamente unidos. Sabemos que somos seres materiales y
espirituales a la vez. No es posible concebir ninguna de estas dos dimensiones de
nuestro ser sin la otra en todo lo que hacemos están ambas. Sin eI cuerpo, sin su
pasión y su deseo, cualquier búsqueda de valores resulta imposible. La práctica de
la libertad, tal como se ha expuesto, exige eI deseo de ser libres, exige apasionarnos
por aquello que creemos y queremos alcanzar. No hay verdadera libertad sin
pasión, incluso sin aquellas pasiones y necesidades corporales que notaban placer
sensible, pues Io que la ética busca es la realización del ser entero del hombre, no
la represión ni eI desgarramiento.
Sin embargo, esto no significa que tengamos que vivir cualquier pasión en cualquier
circunstancia y en cualquier medida. Cuando las pasiones y necesidades del cuerpo
se convierten en eI primer objetivo por seguir, entonces no nos ayudan a encontrar
los auténticos valores, pues nuestro comportamiento se guía por lo imediato
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y no logra planear y proponerse fines de largo alcance, tan sólo importa gozar el
presente. En tanto la vida ética es reflexiva, exige una mediación, una jerarquización
de aquello que queremos para saber qué es más importante en cada circunstancia
y momento de nuestras vidas.
Lo que la vida ética nos pide no es reprimir las pasiones, negarlas o desconocerlas,
sino saber cuándo y cómo vivirlas. Como afirma Sócrates en la Apología, de lo que
se trata no es de descuidar el cuerpo, sino de no cuidarlo “antes y con tanta
intensidad” como habremos de dedicarnos a la búsqueda de los valores. Los polos
incompatibles e irreconocibles para la ética no son cuerpo y “alma”, sino vida no
reflexiva, que se satisface en lo inmediato y vida reflexiva: con conciencia de los
fines.
Al normar nuestras preferencias y dar Iugar a las normas y a los valores que son
mejores para nosotros, descubrimos el deber ético. Éste no consiste en algo
impuesto desde el exterior, pues en esa medida somos heterónomos; por el
contrario, proviene de las propias convicciones, de lo que nos parece preferible,
pues para la libertad responsable sus valores se convierten en una ley que obliga a
serle fiel.
Al conocer la obligación que nos imponen los propios fines, la libertad deja de ser
indeterminación o apertura. Ya no es posible optar en cualquier sentido, sino que la
libertad ha recibido una determinación, pero si ésta proviene de lo que nosotros
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Cada uno establece sus deberes conforme a sus fines y conforme a la conciencia
del contexto en el que se encuentra. En el fondo se trata de comprometernos con la
realización del ser humano, no sólo en nuestra persona sino también en la de lo
demás. Todos los valores básicos y universales implican a la comunidad. ¿Cómo
realizar la igualdad, la tolerancia, la justicia sin los otros? Incluso la misma libertad,
aunque la descubrimos individualmente, trae consigo la conciencia de que ella es
necesaria para otros, que de nada sirve ser libres y autónomos si los que nos
rodean, los que forman parte de nuestra sociedad, no actúan también de forma
autónoma. ¿Para quién tendrá sentido nuestra búsqueda de humanización si los
demás no ejercitan su libertad?, ¿con quién podremos compartir nuestros actos
libres si quienes nos rodean llevan una vida no reflexiva?
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Así, en cuanto a nuestro ser, hemos de advertir que somos racionales e irracionales,
individuales y comunitarios, capaces de amor y de odio, de alegría y tristeza. Y
debido a que llevamos los contrarios en nosotros, valoramos, diferenciamos, fijamos
preferencias, otorgamos a las distintas situaciones una cualidad, establecemos el
“bien” y el “mal". La valoración proviene de la condición contradictoria del hombre,
esta última es el fundamento que hace posible todos los valores hemos creado. De
tal forma que en la raíz de todas las éticas, de todos los ideales y valoraciones existe
un hecho, que recibe el nombre de eticidad, y que consiste en la capacidad propia
de la naturaleza humana de preferir, de no ser indiferente. Cualquier ética y
cualquier litoral se fundan en la eticidad constitutiva del ser humano, es decir, se
basan en la no indiferencia. Y aunque una persona pueda desconfiar de las distintas
morales de las diferentes sociedades, o pueda sentir que no le satisfacen, en el
fondo, tiene que establecer un sistema de preferencias en su vida. No podemos vivir
sin valorar.
De este modo, con los proyectos e ideales, el hombre ha podido generar a lo largo
de su historia características novedosas en las potencias que le ha dado la
naturaleza. Los griegos ejercieron la racionalidad de una forma muy distinta de
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como lo hicieron los renacentistas y de cómo lo hacemos hoy en día. Las formas de
amar también cambian en las distintas épocas, y lo mismo ocurre con el sentido
artístico. Las grandes revoluciones musicales, así como las pictóricas,
arquitectónicas, etc., han generado en nosotros la capacidad de escuchar nuevos
sonidos, de ver nuevas formas y colores, de apreciar la belleza y la armonía desde
distintas perspectivas. Por ejemplo, el impresionismo cambió nuestra manera de ver
los paisajes y de percibir la creación artística, nuestra visión se enriqueció con él.
La humanidad se transforma a sí misma y transforma el mundo con sus creaciones
culturales. A la naturaleza, el hombre añade la cultura, la cual se incorpora a él como
una “segunda naturaleza”.
él podemos construirnos una “segunda naturaleza” una forma de ser que sea
producto de la elección, que responda a Io que queremos, a nuestros ideales y
valores, y no sólo a lo que nos tocó al nacer. El carácter, en fin, nos da un “rostro
propio", una definición existencial que proviene de nuestro proyecto de vida. La
conquista de los propios fines.
1.La negación del valor. En tanto los valores son ideales, son posibles, su
realización puede o no darse. La historia humana, aunque es rica en ejemplos de
valores y virtudes, también nos cuenta innumerables episodios y acontecimientos
en los que resaltan la injusticia, la desigualdad, la guerra, la crueldad y el egoísmo
extremo. Incluso, algunos pensadores como Karl Marx han creído que la lucha o la
guerra es el motor de la historia, pues ésta llena, en efecto, de luchas por el poder,
de avasallamientos y derramamiento de sangre.
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que aunque la historia esté plagada de luchas, no ha habido un triunfo definitivo del
“mal”.
Desde la época de los antiguos griegos, filósofos como Heráclito, Sócrates y Platón
creían que todos los seres humanos somo iguales: todos tenemos la facultad de
pensar y ser creativos. Sin embargo, en Grecia, el sistema de gobierno no reconocía
la igualdad de todas las personas. Fue la primera democracia de la historia, pero
era muy limitada, pues sólo concedía igualdad a los ciudadanos, es decir, a los
varones adultos descendientes de familias nobles. Las mujeres, los esclavos, los
niños y los extranjeros no eran ciudadanos y, por tanto, no tenían los mismos
derechos que los demás.
El progreso moral no significa en modo alguno que estos valores se hayan logrado
por completo, significa tan sólo que entre la idea de igualdad del sistema político
griego, y la condición humana común, existe una gran diferencia y una mejoría.
Estos desafíos aparecen de manera constante, nunca se vencen por completo, pues
somos contradictorios, de modo que tanto en la vida individual como en la colectiva,
es necesario realizar un esfuerzo permanente, cotidiano por hacer que triunfen las
tendencias constructivas frente a las destructivas, por darle predominio al bien sobre
el mal. La vida ética, requiere, por tanto, una voluntad de realización efectiva de los
valores, de concreción de las proyecciones humanas, una vida atenta o despierta
ante el reino de los valores y sus negaciones, y dispuesta a realizar el esfuerzo de
defender lo “posible” y lo “mejor”. La vida ética requiere una disposición de entereza
y constancia o disciplina con uno mismo, a pesar de todo lo que pueda contradecirla.
Conviene, pues, que ustedes se dispongan a “hacer experiencia” de su propia
libertad, a hacer efectivo su derecho a ser tratados acorde con la dignidad de toda
persona y a hacer valer el derecho de los demás a un trato igualitario. Asimismo, es
importante que sepan percibir cuando un acto propio o ajeno es justo o injusto,
solidario o egoísta, tolerante o intolerante. Para llevar los valores a la práctica, es
necesario revisarse y educarse a sí mismos, tener et deseo de darle una dirección
ética a sus vidas.
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Pero en el siglo XIX y principios del XX los filósofos tomaron conciencia de que los
valores están en todos los ámbitos del actuar humano: hay valores económicos
(valor de uso de un producto y su valor de intercambio comercial) —como lo puso
de manifiesto Marx—, pero también hay valores científicos (verdad frente a
falsedad), estéticos (belleza frente a fealdad), religiosos (fe en otra vida frente-a
desesperación), hay incluso valores tecnológicos como la eficiencia frente a la
ineficiencia. De suerte que en todo lo que hacemos, la libertad se guía por valores.
Esta toma de conciencia hizo que algunos filósofos como Friedrich Nietzsche, por
un lado, y Max Scheler Nicolai Hartmann, por el otro, se plantearan preguntas sobre
la naturaleza de los valores: ¿a qué responden éstos?, ¿de acuerdo con qué
valoramos?, ¿no se trata solamente de vivencias meramente subjetivas que
responden al deseo individual o al parecer de cada sociedad —pregunta Nietzsche?
Por el contrario, Hartmann y Scheler (creadores de la disciplina filosófica llamada
axiología) se plantean si pueden existir la justicia, la verdad, la belleza “en sí” con
características plenamente objetivas.
Los valores no son ni subjetivos ni objetivos de manera absoluta; son ambas cosas
aI mismo tiempo. Es decir, la condición indeterminada de la libertad hace que ésta
se valore. La libertad advierte diferencias cualitativas en las propias potencias
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humanas y en las situaciones a las que se enfrenta. Valoramos porque nos parece
mejor o “deseable” una opción frente a otra. Pero también es cierto que las opciones
que se nos presentan poseen ciertas características que las hacen deseables. No
deseamos lo que nos parece valioso únicamente a partir del propio deseo, sino
porque coincidimos con otros en una búsqueda de objetividad acerca de lo
deseable. ¿Cómo saber que es mejor la verdad que la falsedad o la justicia que la
injusticia, la tolerancia frente a la intolerancia o la belleza frente a la fealdad? Porque
en el diálogo con los otros nos damos cuenta de que los antivalores afectarían
nuestras vidas. ¿Qué pasaría si los científicos y filósofos prefirieran la falsedad o si
nuestros amigos prefirieran la guerra como forma de vida?
Dicho de otra forma: los valores son subjetivos en el sentido de que no existe
ninguna realidad que podamos señalar como “justicia”, ni tampoco ninguna
situación que podamos señalar como totalmente justa. El valor de la justicia no tiene
el mismo tipo de existencia que un árbol, un pájaro o el cielo, es un criterio que
hemos elaborado los seres humanos a lo largo de la historia. Pero, a la vez, los
valores son objetivos, porque el sujeto los crea de acuerdo con bases objetivas, es
decir, cayendo en la cuenta de que es mejor para la vida de todos buscar este valor.
La naturaleza del valor reside, a fin de cuentas, en que está constituida por hechos
relacionales: se da en Ia relación entre sujeto y objeto, entre el deseo humano y las
condiciones reales que pueden traer beneficios a los miembros de una comunidad.
En tanto interviene el sujeto, es preciso advertir que los valores son convicciones
más generales que sirven de guía a nuestras acciones y responden al deseo
humano de superación. Las convicciones son ideas que se han incorporado a las
emociones y a la sensibilidad, de tal modo que los valores afectan la totalidad de
nuestro ser, los adoptamos con la inteligencia y con el corazón: la pasión, el deseo
de ser mejores, el sentimiento. En consecuencia, cuando estamos convencidos, por
ejemplo, de la igualdad de los seres humanos, nos sentimos afectados al ver ciertas
actitudes o actos de exclusión o de “racismo” y cuando estamos convencidos de
que es mejor vivir en la paz que en la violencia, nos revelamos —como ocurre con
los actos pacifistas— ante el surgimiento de una nueva guerra.
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Los valores se caracterizan por ser universales. Si cierto criterio de acción vale sólo
para unos cuantos o para un solo sujeto, entrará en conflicto con lo que piensan los
demás y no se sostendrá como realmente valioso. Lo que vale va más allá de los
intereses particulares, trasciende el tiempo y el espacio. Por ello, los que
denominamos valores básicos (libertad, autonomía, igualdad, justicia, tolerancia,
solidaridad, etc.) han estado a lo largo de toda la historia. Para que una civilización
perviva tiene que buscar la paz, de lo contrario se destruiría; asimismo, debe
basarse en la búsqueda de la solidaridad y en los otros valores. Los valores son,
entonces, universales. Sin embargo, esto no significa que todas las sociedades los
adopten de la misma manera y que no haya cambiado el contenido de los valores.
Ya hemos visto cómo ha variado la idea de igualdad a lo largo de la historia. Cada
sociedad, según su propio tiempo y espacio, según sus costumbres, tradiciones y
creencias, encarna los valores de una manera específica. El hecho de que la
igualdad no sea la misma actualmente que en el sistema político griego no le niega
su carácter universal, sólo indica que los valores son relativos al tiempo y el espacio
en el que se dan.
La universalidad de los valores responde al hecho de que es posible que todas las
comunidades los busquen y acepten, mientras que su relatividad se debe a que en
la práctica ellos se dan con modalidades distintas. Lo importante es comprender
ambos aspectos de forma simultánea. Los valores son universales y cambiantes o
relativos porque universalidad no significa uniformidad, sino precisamente implica
unidad de lo diverso, y la diferencia entre las distintas sociedades no implica una
ajenidad o inconexión entre una y otra. Lo que une a las diferentes sociedades es
el hecho básico de que buscan valores y que gracias a esta búsqueda unas pueden
aprender de otras.
Los valores se proponen como ideales por alcanzar; pero, al mismo tiempo tienen
que ser reales, debemos llevarlos a la práctica mediante un esfuerzo diario. La
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Para hacer reales los valores, requerimos una educación que nos capacite para
estar “despiertos” ante ellos, así como ante nuestras potencias humanas e
individuales.
Hemos hablado de los valores como referencias supremas que orientan nuestro
actuar. También comentamos que la virtud hace referencia al sujeto que encarna
los valores, a su esfuerzo por lograr la excelencia en su práctica de ellos e,
implícitamente, la excelencia como ser humano. Pero en su realización efectiva, los
valores no sólo encarnan en los sujetos, sino también en situaciones e incluso en
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objetos. Una obra dejar te, una obra científica son bienes en los que se da la belleza
o se da la verdad. En el terreno ético, los valores se convierten en bienes cuando
logran prevalecer en determinada situación y crean efectos. La justicia, la
solidaridad o el amor son bienes cuando los consideramos según sus
consecuencias para la vida personal o en común. Por ejemplo, hablamos de la
libertad como un bien, cuando atendemos sobre todo al cumplimiento como seres
humanos que ella nos aporta; hablamos del amor como un bien cuando nos importa
destacar qué puede traer éste a nuestras vidas.
Sin embargo, el actuar humano no se guía sólo por valores básicos, existen otros
que podemos denominar secundarios y que —corno hemos visto— responden a las
tradiciones de una sociedad o conforman la moral de un pueblo. Algunos de estos
valores son la obediencia de la mujer respecto del hombre, las buenas maneras, la
elegancia y muchos otros. Entre los valores éticos básicos y los valores morales si
hay jerarquía. Los primeros afectan nuestra humanización, mientras que los
segundos no; y es preciso reconocer su importancia menor en relación con los que
sí la afectan. ¿Vale más la libertad o preservar la tradición de la obediencia
femenina?
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ACTIVIDADES
1.- Objetivo: reafirmar y precisar los conceptos tratados en este capítulo. Realizar el
siguiente ejercicio de la relación de columnas. Al unirlas correctamente se obtendrá
una expresión sintética de tales conceptos, que servirá de orientación en el universo
teórico de la ética.
2.- Relacionar lo que se ha planteado sobre los valores con la práctica en la vida
diaria. Realizar el siguiente ejercicio de reflexión. Redacta en tu cuaderno un párrafo
sobre las siguientes preguntas.
.1.- ¿Qué ideales de comportamiento tenías hace un año y cuáles son los actuales?
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3. ¿Qué aspectos del ser humano crees que participan en la posibilidad de ser
agente de cambio? Si has tenido una experiencia al respecto, nárrala.
4. ¿Qué peso crees que hay que darle al contexto social (familiar, escolar, a la
comunidad a la que pertenecemos) cuando queremos ser agentes morales?
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Objetivo general:
Objetivo unidad 2
El alumno deberá analizar las virtudes como realización de los valores universales,
así como, el ejercicio sobre las acciones humanas y los ámbitos de la práctica ética
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UNIDAD 2
ÁMBITOS DE
DECISIÓN
PERSONAL Y
SOCIAL
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Para vivir conforme a valores, para construirnos el carácter que deseamos y darle
a la vida individual y social el sentido que nos parece preferible es preciso deliberar
entre diferentes opciones y tomar una decisión respecto de ellas. La vida ética
implica reflexión racional, análisis, comparación y argumentación en pro y en contra
para, finalmente, establecer un juicio claro y preciso sobre la opción que vamos a
tomar o que hemos tomado en el pasado sin conciencia reflexiva.
Los elementos que intervienen en nuestros actos y sobre los cuales hemos de
pensar son los siguientes: las causas y motivos que nos Ilevan a desear hacer o no
hacer algo; los fines que queremos cumplir; la intención que tenemos al actuar; los
medios de los que nos valemos para realizar la acción y, finalmente, los resultados
y las consecuencias de nuestra acción.
Por tanto, para que un acto sea ético, es decir, libre y voluntario, no se requiere
prescindir del ambiente, más bien, se necesita estar conscientes de él y de lo que
queremos y pensamos.
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Las éticas dualistas han considerado que si actuamos conforme al cuerpo, por
ejemplo, movidos por el hambre o por la pasión, nos estamos dejando determinar
por el exterior y los actos se convierten en involuntarios (heterónomos) y, por ende,
en actos no éticos. Sin embargo, hay que preguntarse si en verdad el hombre puede
prescindir de los motivos del cuerpo, pues somos una integridad de cuerpo y “alma”.
En todo lo que hacemos están ambas dimensiones de nuestro ser. Como afirma
Georg Wilhelm Friedrich Hegel (1770-1831), filósofo del idealismo alemán: “nada
grande se ha hecho sin pasión”. A partir del siglo XIX el pensamiento ético ha
recaído en la unidad o en la síntesis: cuerpo-“alma”. A ello responden las filosofías
de Arthur Schopenhauer (1788- 1860) y Friedrich Nietzsche (1844-1900), así como
el pensamiento de Sigmund Freud (1856-1939), la filosofía de Michel Foucault
(1926-1984) o de Gilles Deleuze (1925-1995) —entre muchos otros—. En el
pensamiento hispanoamericano esta perspectiva ha sido tratada por José Ortega y
Gasset (1883-1954), María Zambrano (1904-199 1), José Gaos (1900-1969),
Eduardo Nicol (1907-1990), Fernando Savater (1947- ) y Juliana González (1936- ).
De acuerdo con la idea sintética del hombre, lo que conviene evitar es el “dejarnos
llevar” por el exterior, por hambre o por una pasión no aclarada, pues de este modo
nos moveríamos mecánica o automáticamente, como la piedra que es movida por
una palanca o por un impulso externo. Pero en la medida en que nos hacemos
conscientes de las determinaciones y del movimiento o atracción que nos provocan,
y nos preguntamos qué es lo que deseamos realmente hacer, emergen nuestros
verdaderos motivos, debido a que iniciamos un movimiento entre nosotros. Así nos
convertimos en la causa de los actos y del sentido que anhelamos darle a la vida.
Desde este punto de vista, la alternativa que ha de juzgar el hombre que actúa
éticamente y sobre la cual se ha de deliberar, no está entre seguir al cuerpo o los
ideales de su razón, sino entre actuar de forma consciente, o de forma indiferente y
mecánica.
riendas de nuestra vida. Esto significa tener motivos propios, saber por qué
actuamos y hacia dónde queremos llegar, es decir; ver los fines que deseamos
realizar.
Sentido significa “dirección”, “rumbo" y, por ende, implica un objetivo, un fin, al que
se quiere llegar. Los fines por excelencia de las decisiones éticas son los valores;
darles realidad a éstos es en lo que, en ú1timii instancia, consiste el actuar
éticamente. La intención es la disposición con la cual aceptamos realizar tales fines
e implica la percepción que tenernos de las circunstancias en las cuales vamos a
realizar cierto fin. Desde luego, fines e intenciones están íntimamente relacionados.
El fin puede ser, por ejemplo, la solidaridad, y la intención se expresa entonces
como el afán de ayudar a determinada persona en una circunstancia concreta.
Pero en las acciones éticas concretas es indispensable tomar en cuenta que existen
dos grandes grupos de fines: los finales, que corresponden a los valores básicos, y
los inmediatos que, por lo general, se cumplen a corto plazo. Ejemplos de estos
últimos son la satisfacción del hambre y el afán de supervivencia, evitar la muerte,
la obtención de bienes materiales, el placer sensible. Para actuar éticamente es muy
importante distinguir estos dos tipos de fines pues, de hecho, los de corto plazo por
lo general son, en realidad, medios pura realizar los valores. Es un hecho que para
ser Iibres, justos, solidarios y tolerantes hemos de satisfacer la necesidad de comer,
buscar medios de supervivencia, huir de la muerte y gozar de los placeres.
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Existe una historia clásica de la literatura hebrea que ejemplifica lo anterior. Esaú,
hijo primogénito de una familia, estaba destinado a heredar el patrimonio familiar,
pero en un día de mucho trabajo sintió un hambre incontrolable y le pidió a su
hermano Jacobo que le diera de comer del plato de lentejas que había preparado.
Jacobo le pidió a cambio los derechos de primogenitura. Puesto que Esaú sentía un
hambre atroz, le pareció que lo más importante en ese momento era alimentarse
pues finalmente, ¿de qué le serviría la primogenitura si algún día iba a morir? El
futuro le pareció incierto, mientras que en el presente él necesitaba comer.
Entonces, cambió el patrimonio, perdió el honor y los derechos del hijo primogénito
por un plato de lentejas.
¿No convenía más a Esaú subordinar lo inmediato a lo mediato? Aunque esto último
parece estar lejano y perder importancia ante el presente, el actuar con conciencia
ética implica darle realidad plena a los ideales, al futuro, en la confianza y la
convicción con la que actuamos. Claro está que al hacer esto, se nos pide renunciar
a la satisfacción inmediata en cierto momento, pero ello no significa que hayamos
de renunciar siempre a los bienes materiales y corporales. Por esto es muy
importante establecer un juicio adecuado para cada una de las diferentes
situaciones en que nos encontramos y ver si estamos comprometiendo lo de mayor
valor por obtener algo que vale menos de acuerdo con el sentido ético que
deseamos darle a la vida.
Hay que tomar en cuenta además, que los medios de los que nos valemos para
realizar los fines no siempre consisten en la satisfacción de las necesidades, pues
se presentan de muchas formas. Todo lo que hacemos para lograr un objetivo
previsto se convierte en un medio. Por ejemplo, el pensamiento puede considerarse
como tal en tanto nos permite elegir una opción con mayor claridad, o bien, las
juntas de vecinos son un medio que nos permiten llegar a acuerdos y aspirar a una
buena convivencia, así como los acuerdos internacionales son un medio para la paz
mundial.
Puesto que los medios pueden ser muy variaos, es preciso tener claro que ellos han
de concordar con los fines. Algunas naciones han creído que para conseguir la paz
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En el actuar práctico, el camino es ya la gestación del fin, pues este último no está
al final del recorrido como si se tratara de un acontecimiento que tenemos planeado
para cierto día, o un lugar geográfico al cual queremos llegar. Dicho de otra forma:
los fines están al final en nuestra previsión, pero se van gestando con los medios
que elegimos, con nuestros actos concretos e incluso cotidianos. De suerte que, si
queremos la paz y el respeto, tenemos que dirigimos a los demás en términos no
violentos y respetuosos, del mismo modo que si queremos que los demás sean
solidarios, justos o' amorosos con nosotros, hemos de comenzar por comportarnos
de esta manera con ellos.
La acción ética no puede quedarse sólo en tener la intención de hacer algo positivo
o benéfico; por el contrario, busca tener resultados, llegar a concretarse de forma
efectiva, es decir, que concuerde con lo previsto en la intención. Como dice el refrán
popular: “De buenas intenciones está lleno el camino del infierno.” En efecto,
muchas veces con toda la intención de ayudar y ser solidarios creamos problemas
a las personas. De suerte que no basta tener la intención de hacer el bien, es preciso
buscar las condiciones para hacerlo.
Ello nos exige reflexionar sobre la objetividad de nuestros actos. Éstos se insertan
en el mundo real, en un conjunto de otros actos que imponen condiciones y límites
espaciales y temporales a los proyectos personales. No todo lo que queremos se
puede realizar en cualquier espacio ni en cualquier tiempo, y no es lo mismo ofrecer
ayuda o buscar justicia en determinado momento que mucho tiempo después. La
ética nos pide ser realistas y esforzarnos por llevar a término nuestras intenciones.
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Por otro lado, al insertarse en el mundo real, los actos éticos no quedan aislados,
sino que traen consigo una serie de consecuencias para nuestra vida y para la de
la comunidad, frente a las cuales tenemos que responder. La responsabilidad no
consiste sólo en enfrentar nuestros actos, sino también lo que ellos suscitarán con
el tiempo. Es preciso, por tanto, prever tales consecuencias y tomar en cuenta que
algunas de ellas no son siempre evidentes.
Las consecuencias de los actos nunca son estrictamente individuales, pues ellos se
inscriben en el mundo en que están los otros. Si ocultamos hoy una verdad, si no
nos decidimos a actuar en una circunstancia que exija nuestra acción, o si dejamos
de participar en los asuntos de los grupos sociales a los que pertenecemos con
seguridad afectaremos a varias personas. La responsabilidad no se funda nada más
en lo que hacemos, sino también en Io que dejamos de hacer. En otras palabras,
no sólo somos responsables por las acciones, sino también por las omisiones.
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Al analizar todos los elementos anteriores tenemos una ayuda para decidir, para
escoger con mayor claridad una de las opciones que se nos presentan. En las
acciones cotidianas muchas veces primero decidimos y luego analizamos. Pero en
tanto la vida ética implica una mediación reflexiva, Io conveniente es que primero
se haga un juicio sobre la acción que vamos a tomar y después decidamos. Sin
embargo, esto no significa que primero analicemos lúcidamente con la razón y
después intervenga la voluntad para elegir.
Tener claros los elementos de nuestras decisiones es muy importante, porque ellas
implican renunciar a otras opciones, por lo menos en determinado momento,
implican un “sacrificio” de lo que podría satisfacernos en la inmediatez y, por ende,
un esfuerzo por trascender, por ir más allá de los fines a corto plazo. Toda decisión
implica, pues, una renuncia. El hombre ético sabe que no todo es posible, que es
preciso ponerle Iímites a la acción y que estos límites deben ser “lo mejor”, Io más
adecuado para la humanización, es decir, que debe optarse por aquello que nos
haga más libres.
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Libertad y autonomía son la base de todas las otras virtudes. Si no podemos vivir
como seres libres, capaces de autodeterminarse y decidir por sí mismos, no
buscaremos ninguna mejoría en nuestras vidas.
Entonces, ¿por qué vale la libertad?, ¿qué representa eIIa para el individuo y que
hemos de hacer para realizarla como una virtud?
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nosotros lo que debemos hacer y lo que debemos evitar, nos damos la propia ley y,
al hacerlo comprendemos la necesidad en general de toda ley posible.
"Para ser libres y autónomos, Io primero que hay que hacer es auto conocernos.
Libertad es conocimiento y conciencia de sí. Pero no se trata tan sólo de conocernos
como Pedro, Juan o María, según los gustos e historias personales, sino de algo
más radical y fundamental, es decir, obtener experiencia de nuestro ser
indeterminado siendo capaces de trascender las propias limitaciones. Se trata de
esforzarnos por “ser mejores cada día”, por perfeccionar, en la medida de Io posible,
nuestras potencias y capacidades.
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Ya nos hemos referido al miedo de tomar decisiones. Visto desde el punto de vista
de la vivencia de la libertad, el miedo se transforme en angustia. La diferencia entre
el miedo y la angustia es que el primero se da ante lo determinado, ante lo concreto,
por ejemplo: ¿podré ser buen amigo, buen profesional o no?, mientras que la
angustia se da ante lo indeterminado. Y precisamente, al enfrentarnos a la libertad,
nos descubrimos como seres indeterminados, indefinidos, como seres que no son
aun lo que quieren llegar a ser.
La libertad se vive, entonces, como vacío de ser, como pura posibilidad o potencia
y esto nos angustia. Sin embargo, la libertad implica también una vivencia feliz y
aIegre. AI descubrir la afirmamos nuestra potencia para el cambio, y en esta medida,
aunque el futuro sea incierto, podemos dirigirnos a él confiando en que lograremos
realizar Io que nos proponemos. El ejercicio de esta confianza se convierte en una
virtud que puede llamarse esperanza ética.
Pero a la vez, no todos nacemos con las mismas características ni en las mismas
condiciones socioeconómicas y culturales. hay diferencias de todo tipo entre chinos
y franceses, mexicanos e hindúes. Además, no todos los seres humanos hacen lo
mismo con la libertad de su ser; unos se comprometen más con ella y desarrollar
sus potencialidades humanas, otros no. Hay diferencias entre el responsable y el
que no lo es, entre el valiente y el cobarde, así como entre el virtuoso y el vicioso.
Sin embargo, es un hecho que todos seguimos siendo humanos en el sentido de
poder ejercer nuestra libertad, por eso, somos iguales y diferentes a la vez.
Entonces, ¿por qué proponer la igualdad como valor, como un ideal por alcanzar, si
ya la poseemos? Lo que ocurre es que en las condiciones concretas de existencia,
en los diversos sistemas político-sociales y en el trato que nos damos unos a otros,
intervienen los intereses particulares o de grupo y solemos dar mayor importancia
a las diferencias y generar con ello injusticias y discriminaciones.
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Existe, por tanto, la necesidad de reconocer que todos somos seres humanos, con
una physis común, a pesar de las diferencias y que por ello todos tenemos, en
principio, derecho a ser tratados con dignidad, a llevar a cabo el proyecto de vida
que hemos elegido, a mejorar nuestras condiciones concretas de vida y a que se
nos dé un trato igualitario.
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La necesidad de regular nuestros actos por la justicia proviene del hecho de que,
aunque somos iguales, no todos nacemos y nos desarrollamos en las mismas
condiciones de vida. La naturaleza nos da salud o enfermedad, y tal vez hayamos
nacido en un ambiente próspero o en uno pobre. Es preciso acortar estas distancias
para que las personas lleven una vida digna, para hacer efectivas su libertad y su
dignidad.
Ello implica establecer un diálogo permanente con nosotros mismos, establecer una
comunicación en la que nos preguntemos sobre las actitudes que tomamos y las
analicemos críticamente. El amor propio lleva consigo la autocrítica: juzgar lo que
hacemos, contrastarlo con lo que podría ser "mejor”. Por ende, representa un
esfuerzo, pero la gratificación de este último está en experimentar la propia
actividad, en vivir como seres capaces de crecer.
2.4 La tolerancia
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Existen dos formas de tolerancia: la pasiva, que no tiene valor ético ni es una virtud,
y la activa, que es la que importa realizar. La primera consiste en simplemente
aguantar al otro porque nos vemos forzados por las circunstancias. Es el mínimo de
aceptación que podemos dar a los demás en la convivencia. Pero se trata de algo
extrínseco y forzado, cuyo único objetivo es evitar el conflicto y esto no implica
ningún interés por conocer a quienes no son como nosotros ni comparten nuestros
valores morales. Por el contrario, la auténtica tolerancia es una forma genuina de
respeto que proviene de una aceptación libre y sincera de la íntima relación entre
igualdad y diferencia entre los seres humanos; gracias a ella podemos interesarnos
en conocer y aceptar las diferencias.
por ende, él busca sus propias convicciones sin necesidad de imponerlas a los
demás. Por el contrario, la soberbia proviene de la inseguridad de quién no ha
descubierto la naturaleza propia de la libertad, de quien no es libre y cree que al
imponer sus creencias y negar las de los demás realiza su ser.
Por último, hay que comprender que la tolerancia no puede ser indiscriminada, pues
no toda diversidad es aceptable desde el punto de vista ético. Si aceptamos
cualquier tipo de diversidad caemos en la indiferencia, todo es igual. La pluralidad
no es axiológicamente diferente, es tanto positiva como negativa, ¿Cuáles con las
diferencias negativas? Si los seres humanos nos caracterizamos por ser iguales y
diferentes, tenemos que aceptar la mayor parte de las diferencias, pues ellas nos
son propias. En efecto, la única de ellas que tiene un signo negativo es la
intolerancia de los fanáticos.
Para enfrentar este límite, el hombre ético no puede servirse de una actitud
intolerante, por ejemplo, haciendo uso de la violencia. Debe valerse de medios
racionales, apoyarse en la educación, en el diálogo, en apelar a la ley y a la justicia.
2.5 La paz
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Sin embargo, es preciso comprender que la paz nunca se conquista por completo,
no es un estado definitivo, sino siempre relativo al conflicto. La paz no puede
provenir sino de este último; sin conflicto no surgirá la aspiración a una existencia
pacífica. Paz y violencia son dos contrarios que se implican mutuamente y que, por
ende, no se oponen de forma definitiva ni se anulan uno al otro.
Una paz destructiva es la que proviene del conformismo con las propias limitaciones
y del temor a protestar, a exigir nuestros propios derechos, la que huye del conflicto
con uno mismo y con los otros. Ella no constituye, desde luego, ninguna virtud. Así
mismo, existe una guerra esencialmente destructiva: beligerante, cuando lo que
motiva el conflicto es el propósito de sojuzgar a otros. Esta actitud belicosa surge
de la incapacidad de asumir las propias fuerzas creativas, de la falta de compromiso
con nuestros fines; entonces, lo que buscarnos es someternos a nosotros mismos
al miedo, o bien, someter a los otros. La guerra que busca el sometimiento y el
dominio tiene como fin lo que se ha caracterizado como la “paz de los sepulcros”,
puesto que se acerca al quietismo de la muerte y a la impotencia. Es la paz
manchada de sangre, la de la resignación de los vencidos. Pero no puede ser una
paz estable y duradera, puesto que alimenta el resentimiento de los sojuzgados y,
tarde o temprano, la explosión de más violencia.
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Lo decisivo para que la paz adquiera un carácter ético (que surja de la tolerancia y
no del miedo y el sometimiento) es la tendencia hacia la libertad comprometida con
los valores humanizantes, con aquello que permite el desarrollo de las virtudes de
todos los seres humanos.
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Lo que la virtud ética de la paz exige evitar es, así, la actitud belicosa, la disposición
a la guerra sin cuartel, sin fines adecuados al desarrollo de la libertad y sin búsqueda
de acuerdo y conciliación.
La prudencia (en griego phrónesis) es la virtud que nos permite tomar decisiones en
la práctica concreta para realizar los valores ideales. Ella se ejerce ante las
situaciones específicas a las que nos enfrentemos, se opone a lo particular; pero
tiene como horizonte lo universal. La prudencia consiste en preguntarse qué es ser
justo, tolerante, solidario, etc., y con qué medios poner en práctica estas virtudes
“aquí y ahora”, es decir, cómo realizar el ideal ético en esta situación concreta, cómo
acortar la distancia entre uno y otro. Es decir, la prudencia es el arte de saber cómo
actuar de la mejor manera posible en cada caso, por lo que ella requiere la
comprensión de la singularidad o el carácter irrepetible de cada caso y de la
generalidad de la Iey.
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guerra podemos salvar a un amigo con una mentira. Por supuesto, de esto no se
concluye que no sea una regla válida “no decir mentiras”. Más bien, hemos de
concluir que de acuerdo con ese caso singular, podemos hacer a un lado el
principio, pero no siempre. Lo que destaca en la sabiduría ética es la resolución de
lo singular dentro de un horizonte de valores, pero sin dejarse llevar por la
aplicación mecánica de las reglas.
Para realizar los valores en general es preciso esperar que los ideales puedan
hacerse reales, a pesar de los impedimentos a su realización. Los valores son
convicciones que muchas veces no han cobrado realidad en nuestro entorno, pero
que nosotros tenemos que hacer reales, si en verdad estamos convencidos de su
valor. Para esto requerimos esperanza, necesitamos pensar que podemos ser
agentes de cambio y que los valores tienen fuerza transformadora no sólo en
nuestra persona sino en la de los demás.
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A la vez, cabe admitir que no basta el mero realismo racional, sino que este tiene
que ser esperanzador. Pues la vida ética es la vida de la libertad y, por ende, de lo
posible, de lo que aún no es. Ella implica lanzarse al futuro, y para esto no es
suficiente la mera razón, se requiere una actitud de auténtico convencimiento en la
que intervienen fuerzas extranacionales como la imaginación, la intuición y el amor.
La ética implica la integridad de nuestro ser.
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Se trata de algo mucho más profundo, que consiste en tener interés porque ambos
miembros de la relación descubran sus capacidades y puedan desarrollarse sin
cortapisas. Tal interés no siempre comienza de forma simultánea.
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El “mal amor” es el que sólo se interesa por lo sexual, desconoce la integridad del
otro e incluso pretende poseerlo y limitar su autonomía. En este tipo de relación no
hay, desde luego, confianza mutua, respeto ni aspiración a la reciprocidad.
En síntesis, hay amistad y pareja ética cuando existe un vínculo de libertad entre
iguales; por el contrario, hay una mala relación cuando se dan la posesión y el
sometimiento, cuando no se cultiva la igualdad interhumana.
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3.2 La familia
Todo esto no significa que desaparezca la autoridad de los padres y que éstos no
dicten reglas de comportamiento a los hijos. En la familia éticamente estructurada
debe persistir un principio de autoridad, pero sin llegar al autoritarismo o la
dictadura. La autoridad debe conservar se debido a que los padres tienen la
responsabilidad de formar a los niños y jóvenes, pues poseen mayor experiencia
vital. Pero debe ser una autoridad racional, que pueda explicar las reglas y no las
imponga sin más, de forma arbitraria, con violencia y dominación. Desde el punto
de vista ético, no cabe tampoco que los padres evadan su responsabilidad de
adultos y pretendan comportarse como amigos de los hijos. La amistad debe tener
cabida en estas relaciones, pero sin dejar a un lado el ejercicio de quien tiene ya un
camino recorrido y tiene la obligación de encauzar la trayectoria de los que vienen
después. Los padres deben ser una guía y no tan solo interlocutores confiados y
cariñosos.
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3.3 Le escuela
Por supuesto, en la escuela deben privar todos los valores de los que hemos
hablado, y de forma particular el respeto recíproco, de tolerancia. También debe
existir la autoridad racional pues los maestros y directores, por el hecho de tener
más conocimiento, son responsables de guiar a niños y jóvenes, sin llegar al uso
arbitrario e irracional de la autoridad.
Uno de los valores más importantes que puede transmitir la escuela es eI del
conocimiento, unido a la libertad de pensamiento. Para desarrollar adecuadamente
la libertad es preciso conocer la realidad física y social que nos circunda, Sin el
conocimiento, el hombre no llega a realizarse, pues como bien lo señala Aristóteles
en su Metafísica: “todo hombre tiende por naturaleza aI conocimiento”. Existe una
curiosidad espontánea que requiere satisfacerse y a ello debe estar orientada la
educación escolar.
Pero el conocimiento también tiene una dimensión ética. El hombre ético no busca
simplemente conocer por conocer, sino que el conocimiento es para él también un
medio para hacerse libre, Para lograr la libertad de pensamiento y la autonomía
propia y de los demás. El conocimiento debe conducirnos a la autenticidad, al
descubrimiento de lo que cada quien quiere ser, según sus capacidades personales
y aspiraciones. El fin último del conocimiento es aprender a ser lo que somos, crecer
como seres humanos capaces de creatividad y comunicación Iibre con los demás.
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La dimensión ética del ámbito laboral está en Io que los griegos llamaron el “bien
hacer”. Solamente hacemos algo de manera plena cuando se hace bien. El bien no
es un mero añadido, sino que es parte del hacer mismo. Hacer mal algo es, en
realidad, deshacerlo, no lograr lo Propio de ese algo.
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Estas actividades llamadas recreativas también tienen una dimensión ética. Pueden
vivirse como una evasión y Ilegar a mecanizarse si no se realizan en equilibrio con
el trabajo o pueden vivirse como una forma del auténtico gusto por vivir y descubrir
la riqueza de Io humano. Así como hay un trabajo enajenado, existe un descanso
enajenado, esclavizado y destructivo.
3.5 La patria
Lo que llamamos patria o nación es esa reqión del mundo, esa “tierra”, ese paisaje
y esa historia política y ética de la que formamos parte como individuos y como
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Debemos hacer por la patria todo lo que podamos, pues de ello depende el futuro
de la comunidad a la que pertenecemos y permanecerán nuestros hijos. Pero este
deber tiene que cumplirse por amor y no solo porque lo señalan las leyes. El amor
a la patria es un constitutivo de la vida ética. Surge cuando -corno señala el
historiador griego Tucídides (siglo V a.C.)— admiramos la grandeza de las ciudades
del país y comprendemos que “fue gracias aI valor y al conocimiento de las
necesidades prácticas y a un sentido de dignidad de la conducta como los hombres
ganaron todo esto”.
Tener presente el “bien común” implica reconocer nuestra liga indestructible con los
otros y reconocer en éstos la igualdad de derechos. Por ello, tal reconocimiento nos
humaniza. Así, Alfonso Reyes sintetiza la dimensión ética de la relación con la
patria, afirmando que “quien ignora el deber patrio es extranjero en la humanidad”.
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Así como la relación del individuo con su patria adquiere una dimensión ética en
tanto se da una liga consciente y amorosa con la nación, así se requiere un vínculo
amoroso con la humanidad en general para ocuparse de los problemas
internacionales y asumir los deberes que impone la unión entre las naciones. De
hecho, eI hombre ético hace de todo el mundo su patria.
Tenemos una responsabilidad con todos los hombres en general, incluso con los
que no han nacido. Esto se debe a que, queramos o no, hay una influencia mutua
entre nosotros, unos aprendemos de otros, servimos de ejemplo o contraejemplos,
aun sin proponérnoslo. Estamos influenciados no sólo por quienes conforman
nuestro entorno más próximo, sino también por quienes viven en otros países y
quienes han vivido en el pasado.
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Por último, en relación con las generaciones futuras tenemos una doble
responsabilidad. Por un lado, hemos de hacer valer el respeto a las personas
practicando los valores y virtudes éticas de las que hemos hablado, para crear con
ello un precedente que los demás habrán de continuar.
Para la filosofía, la naturaleza es para el hombre más que un lugar en el que habita,
pues estamos hechos de los elementos químicos y biológicos que conforman a toda
la naturaleza. La Tierra da origen aI cuerpo, a la materia humana. Además, resulta
evidente que nunca podemos prescindir de la relación con lo vivo en general y con
los elementos físicos que conforman la naturaleza: agua, fuego, tierra, aire, piedras,
así como la belleza del mar, de las estrellas o de un bosque. Nuestro cuerpo y el
desarrollo de nuestras capacidades humanas requieren de todo esto. Por tanto, la
Tierra no es sólo una casa sino que es nuestro origen mismo, cabe decir, nuestra
madre. La liga con la naturaleza es, así, profunda; la Tierra es un complemento
indispensable de nuestro ser y, en esta medida, la actitud hacia ella adquiere una
dimensión ética.
Es posible establecer dos tipos de vínculo con la naturaleza. Por un lado, se da una
relación práctica y utilitaria, pues transformamos los recursos naturales, los
trabajamos para sobrevivir; pero por el otro, la naturaleza puede ser objeto de
contemplación desinteresada (no utilitaria) desde el punto de vista estético y desde
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UNIDAD 3
DEMOCRACIA Y
DERECHOS
HUMANOS
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Así pues, debemos pensar cuáles serían las razones por las que consideramos una
clase de sociedad como la mejor, más deseable, más valiosa que otra. También
esta pregunta implica que la sociedad puede cambiar, que no es algo fijo, sino algo
que se da de diferentes maneras. Las sociedades cambian de acuerdo con lo que
deciden los hombres y mujeres que las forman.
Nuestro país está comprometido con un cierto modo de pensar la sociedad que se
llama democracia. La democracia se distingue de otras maneras de organización
social por la participación efectiva de los ciudadanos en la toma de decisiones que
lleven al bien común. En principio democracia significa “gobierno del pueblo”
(demos, “pueblo” 'y kratos, “gobierno”) y en su forma más simple demanda que los
ciudadanos participan en las decisiones sobre las políticas más adecuadas para
todos.
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Los partidos políticos deben presentar al pueblo las opciones políticas entre las que
puede elegir, mediante discusiones públicas y la selección de candidatos
capacitados.
Por ejemplo, en México los ciudadanos votamos directamente por los candidatos a
la presidencia y se cuenta voto por voto. En Estados Unidos de América, cada esta-
do tiene un porcentaje de electores igual al número de sus senadores (siempre dos)
más el número de sus diputados que varía según el número de habitantes. Los
partidos presentan a sus candidatos para presidente y vicepresidente, y los
electores votan.
El partido que obtenga más votos en cada estado se llevará el total de los votos
asignados a este estado. Gana el candidato que obtenga la mayoría absoluta.
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hacer para lograr la disposición de someter los intereses propios a las exigencias
del bien común.
Los derechos humanos deben concebirse derechos éticos y como derechos legales.
Es verdad que todavía hay países en los que no se da un reconocimiento legal a los
derechos humanos; sin embrago, conservan su validez y su universalidad corno
derechos éticos. Es indiscutible que para que éstos adquieran plena fuerza se debe
luchar por lograr un reconocimiento legal universal, ya que mientras la legitimidad
de los derechos humanos está vinculada a su fuerza moral, su eficacia práctica
depende en gran medida de su reconocimiento legal.
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La teoría del estado de derecho y la de los tres poderes tiene en común que se
oponen a la concepción de la sociedad política que tenía el absolutismo del Antiguo
Régimen, así como su reinvindicación de los derechos humanos individuales
asociada al liberalismo.
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2.2 Libertad
La democracia, para ser tal, exige también el respeto a las llamadas libertades
personales: libertad de expresión y discusión, libertad de asociación, libertad
religiosa.
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