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UNIVERSIDAD INSUCO, S. C.

Ética Ciudadana

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Material Académico de Apoyo Didáctico Institucional

ÉTICA CIUDADANA

PROHIBIDA LA REPRODUCCIÓN TOTAL O PARCIAL


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ÉTICA CIUDADANA

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ÉTICA CIUDADANA

Bienvenido (a) a tu curso de Ética Ciudadana, este libro será tu mejor herramienta
para aprender los aspectos más relevantes de esta materia, será tu guía y además
te ofrecerá actividades que te serán prácticas y muy útiles para tu aprendizaje.
Esperamos sea de gran ayuda en tu desarrollo como estudiante de Preparatoria.

Gracias por formar parte de Universidad INSUCO.

“De los diversos instrumentos inventados por el hombre, el más asombroso es el


libro; todos los demás son extensiones de su cuerpo… Sólo el libro es una
extensión de su imaginación y su memoria”.
Jorge Luis Borges.

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Introducción

La ética y la discusión sobre los valores han cobrado mucha importancia en los
últimos años. Ello se debe, a la crisis moral provocada por los acelerados y
complejos cambios tecnológicos, científicos, políticos y sociales, pero también a que
la sociedad contemporánea está en búsqueda de nuevas orientaciones éticas para
lograr una mejor y más pacífica convivencia. La Ética, que siempre ha perseguido
descifrar cuál es el modo de actuar que le es propio al ser humano, cómo ha de vivir
y convivir, cómo ha de ejercer su libertad, es ahora una disciplina filosófica que está
a la altura de los problemas globales de nuestro mundo. Por ello, en una sociedad
como la nuestra que pugna por mejorar sus condiciones de vida, por consolidar su
democracia y su estabilidad y por participar activamente en los cambios a nivel
internacional, es necesario que los jóvenes que cursan el bachillerato tengan
conocimientos de ética, adquieran conceptos claros y objetivos, desde una
perspectiva laica y tolerante pero rigurosa, para que desarrollen su capacidad de
argumentación y de valoración de las cosas que nos conciernen a todos.

Para abordar los temas se ha considerado que la presentación práctica y la alusión


a la experiencia concreta del estudiante es muy importante, pues es la materia prima
de su propia experiencia de conocimiento, pero igualmente importante es poder
dotar al alumno y al maestro de un horizonte claro de conceptos que pueda iluminar
los problemas que se enfrentan en la experiencia diaria. Así, teoría y práctica tienen
que estar íntimamente unidad en el proceso de conocimiento. Una presentación
puramente conceptual será vacía, y una mera atención a los problemas concretos
sería “ciega” sin la ayuda de la precisión conceptual.

Se ha buscado, también que este libro ayude a enseñar una historia viva de la ética,
en la que lejos de presentar simplemente lo que los pensadores clásicos dijeron, de
destaca su relación con nuestro momento histórico actual. Así pues, las teorías y
los conceptos ético-filosóficos se estudian en función de los problemas actuales a
los que se enfrenta al alumno como individuo, como miembro de un grupo social y
como ciudadano.

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ÍNDICE

Capítulo 1 INTRODUCCIÓN A LA ÉTICA Y LOS VALORES

1. La ética como disciplina filosófica: el bien y el mal

1.1 ¿Qué es la filosofía?

1.2 Ética, valores y virtudes

1.3 Ética, moral y códigos morales. Caracterización histórica y cultural de la


moral

1.4 Modelos de ética normativa

1.5 Ética como filosofía moral y moral filosófica

2. Libertad y responsabilidad

2.1 Autonomía y heteronomía

2.2 El problema de la libertad

2.3 Libertad y responsabilidad

2.4 Necesidades y pasiones. La práctica concreta de la libertad. La libertad


incondicionada y el determinismo.

2.5 Autonomía y deber

3. La eticidad como condición esencial del ser humano

3.1 Indeterminación constitutiva, necesidad de valorar y la creación del


carácter

3.2 Realización histórica de los valores. La negación del valor y el “progreso"


moral. Los desafíos para la ética.

4. Los valores

4.1 ¿Qué son los valores? Objetividad y subjetividad de los valores

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4.2 Universalidad y relatividad de los valores

4.3 Idealidad y realidad de los valores

4.4 Valores, virtudes y bienes

4.5 Jerarquía de valores

Capítulo 2 ÁMBITOS DE DECISIÓN PERSONAL Y SOCIAL

1. El juicio sobre las acciones humanas

1.1 Causas y motivos

1.2 Fines, intenciones y medios

1.3 Resultados, consecuencias y coherencia en el actuar

1.4 La decisión ética y la valentía

2. Las virtudes como realización de los valores universales

2.1 Libertad y autonomía

2.2 Igualdad, solidaridad y justicia

2.3 El amor propio

' 2.4 La tolerancia

2.5 La paz

2.6 La sabiduría ética o prudencia, la racionalidad y la valentía

2.7 La esperanza ética

3. Ámbitos de la práctica ética

3.1 El amor a sí mismo, la amistad y la pareja

3.2 La familia

3.3 La escuela

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3.4 El trabajo y las diversiones

3.5 La patria

3.6 El ámbito internacional y la humanidad en general

3.7 La naturaleza y el medio ambiente

Capítulo 3 DEMOCRACIA Y DERECHOS HUMANOS

1. Características y principios de la democracia

1.1 Voto y participación ciudadana


1.2 Protección de los derechos humanos
1.3 Estado de derecho
2. Valores y principios de la democracia
2.1 Pacto social y soberanía popular
2.2 Libertad

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Objetivo general:

El alumno aprenderá a reconocer los problemas esenciales de la libertad que


caracteriza al ser humano, así como los desafíos de la responsabilidad individual y
colectiva de un mundo cada vez más complejo.

Objetivo unidad 1
El alumno deberá estudiar a la ética como una disciplina filosófica, así como los
valores y virtudes.

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UNIDAD 1
INTRODUCCIÓN A
LA ÉTICA Y A LOS
VALORES

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1. LA ÉTICA COMO DISCIPLINA FILOSÓFICA: EL BIEN Y EL MAL

La ética es un saber teórico-práctico que se ocupa del actuar humano conforme a


valores, conforme al bien; es decir, se ocupa de aquello que en verdad le conviene
al hombre para ser de veras humano, para vivir y convivir de la “mejor” forma
posible. Se trata de un saber- reflexivo y sistemático, íntimamente unido a la vida y
que forma parte de la filosofía. Por ello resulta indispensable adentrarnos en la
naturaleza de esta última.

1.1 ¿Qué es la filosofía?

Caracterización de la filosofía por su objeto de estudio

La filosofía es una ciencia que surgió en Grecia cuando Tales de Mileto y los
filósofos que le siguieron se preguntaron: ¿cuál es la naturaleza o physis de todas
las cosas? Para los filósofos griegos resultaba evidente que tendría que haber un
factor de unidad de lo real, pues en la realidad hay diferencias entre las distintas
clases de seres y, sin embargo, hay una relación entre todo lo que existe. La materia
inorgánica (el universo físico: las piedras, los astros, las estrellas) coexiste con lo
orgánico (el universo biológico: las plantas, los animales, las bacterias, el hombre)
y el universo cultural, todo aquello que es creado por el ser humano y que pertenece
al lenguaje, ya sea verbal: la ciencia, el derecho, la filosofía, o no verbal: la danza,
la música, la pintura, la mímica, etcétera.

Igual que todo saber, la filosofía tiene un objeto de estudio. Éste consiste en la
totalidad, la universalidad y la radicalidad o esencialidad. Mientras las ciencias
particulares se dedican a un sector de la realidad, por ejemplo, la física, a la materia
inorgánica; la biología, a la materia orgánica; la astronomía, a una parte de la
materia orgánica que es la naturaleza y el movimiento de los astros, etc., a la
filosofía le interesa el todo de lo real, o sea, la unidad de lo diverso, y esto desde el

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punto de vista de la esencia, de lo más radical, de lo constitutivo y definitorio que


hay en las cosas, y no desde sus rasgos superficiales.

Lo que une a todas las cosas no son sus características más inmediatas. Si sólo
consideramos una piedra por su aspecto, nos parecerá que no tiene relación con el
agua, las plantas y el lenguaje humano, sin embargo, comparte con todo esto el he-
cho de ser; de coexistir en el universo. Este hecho es justamente el que llama la
atención de los filósofos: Por consiguiente, podemos decir que el objeto de la
filosofía es el ser en total y en tanto que tal, o sea desde el punto de vista de sus
estructuras más profundas y definitorias.

Es necesario aclarar que, en Filosofía, el todo se entiende en dos sentidos: 1. como


la totalidad de lo existente, tal como lo acabamos de explicar, y 2. como el todo o la
unidad de lo diverso referido a las diferentes formas de ser, a los diferentes grupos
de existentes. En este segundo sentido, la filosofía puede concentrarse en la
naturaleza física, o bien, en el ser del hombre, o en el actuar de este conforme a
valores, en el conocimiento, en la actividad política, en la actividad artística o en la
religiosa.

Cuando la filosofía atiende al todo de lo real, se denomina metafísico u ontología


general, mientras que cuando estudia el ser o las características constitutivas de los
distintos sectores de lo real y del actuar humano recibe diferentes nombres con los
que se designa a sus diversas “ramas”: filosofía natural, ontología del hombre,
ética, teoría del conocimiento o epistemología, filosofía de la ciencia, filosofía
política, estética y filosofía de la religión. Y puesto que la filosofía va a la raíz, a la
unidad radical, encuentra vínculos en sus diferentes "ramas". Éstas nunca se
reducen a sí mismas, siempre revelan su interconexión. Así, en casi todos los temas
de que se ocupa la ética, existe una intima relación con la ontología del hombre, con
la filosofía política y con la estética, aunque también en algunos temas particulares,
como el de ciencia y tecnología, la ética se relaciona con la filosofía de ciencia,
según veremos en el quinto capítulo.

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Caracterización de la filosofía por el sujeto

A diferencia de las otras ciencias, la filosofía no sólo se caracteriza por el objeto de


estudio al que elIa se dedica, sino también por la actitud propia de quien la estudia.
La filosofía implica una disposición, una actitud especial de estudio. No se trata de
un privilegio con el que sólo cuentan unos cuantos seres humanos. De hecho —
como pensaban Sócrates y Platón— “todo hombre es filósofo”. La filosofía es una
vocación humana universal. Todos nos planteamos preguntas radicales sobre
nuestra existencia y la del universo: ¿qué es la vida?, ¿qué es la muerte?, ¿qué es
lo real?, ¿cómo poder actuar "mejor”?

Pero al hacernos estas preguntas abandonados la actitud más inmediata con que
se desenvuelve nuestra vida: la actitud pragmática de utilizar las cosas y dar por
sabido que los objetos y los otros seres humanos conforman nuestro mundo. La
disposición filosófica consiste en una “segunda mirada” sobre lo real, una visión más
profunda gracias a la cual suspendemos la actitud inmediata y contemplamos
nuestro entorno, en vez de darlo por sentado. El filósofo se caracteriza, ante todo,
por ver lo real. Con la filosofía surge en Grecia la theoria, que en griego viene del
verbo theorein y significa precisamente “ver”.

La actitud contemplativa implica varias características y actividades del sujeto


íntimamente relacionadas entre sí:

1. Asombro. Como afirma Platón en su diálogo titulado Teeteto o de la ciencia, la


filosofía y el mito nacen del asombro y la maravilla, del thauma ("asombro” en
griego). El asombro filosófico consiste en quedarse deslumbrado por lo real. Esto
implica una actitud de inocencia, de ver lo real sin prejuicios, sin ideas
preconcebidas, volviendo a prestar atención a la realidad corno si fuera la primera
vez, como si fuera algo nuevo.

También quienes no traspasan lo inmediato pueden asombrarse, pero éstos se


asombran de los fenómenos extraordinarios, de lo que casi nunca sucede; por el
contrario, la actitud filosófica consiste en asombrarse de lo sabido, es decir, en
volver a ver lo que ya sabe, pero haciendo a un lado las ideas hechas, tratando de

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encontrar lo nuevo en lo viejo. En este sentido puede decirse que el filósofo es aquel
hombre que sabe hacerse un mundo nuevo.

2. Vigilia. Como asombro, el filosofar es también un estado de vigilia, de alerta


frente al propio ser. Sin la vigilia no se logra la “segunda mirada”. Heráclito de Éfeso,
filósofo del siglo VI a.C. distinguía entre los hombres "despiertos” y los "dormidos”.
Estos últimos son aquellos que no reflexionan sobre sus experiencias, que parece
que están presentes, pero en realidad están ausentes, quienes engloban lo que
viven en ideas vayas e ilusiones. Los “despiertos” son quienes se atienen a la
realidad y toman conciencia de ella, quienes hacen a un lado sus ideas
preconcebidas y tratan de ver lo real tal como es, de acuerdo con su verdad y
objetividad, no de acuerdo con el parecer del sujeto.

3.Racionalidad y comunicación. El intento de ver las cosas tal corno son implica
atenerse a lo racional, a aquello que se puede razonar junto con los otros, que se
puede comunicar a los demás. Verdad y objetividad nunca se logran por completo,
nunca logramos ver lo real tal corno es de forma total. El filósofo se aproxima a lo
real dando razón de sus características, dialogando con ellos junto con otros
sujetos, atendiendo a lo que varios sujetos ven en común sobre el objeto. Se trata
de una racionalidad que se contrasta, que se revisa a sí misma y se sopesa o juzga.
Por tanto, la racionalidad filosófica es, necesariamente, crítica y autocritica.

4.Pregunta. Del despertar y aprehender la presencia de lo real, surge la pregunta,


la interrogación: ¿qué es lo real?, ¿cómo es? Para filosofar es más importante
preguntar que responder. De hecho, las respuestas de los filósofos pueden estar
equivocadas y esto no los hace menos filósofos. Lo importante de Tales de Mileto
no es que haya dicho “la physis de todas las cosas es el agua", sino que se haya
preguntado cuál es la physis de todas las cosas. Y es que la pregunta implica un
conocimiento originario, básico o primigenio. En la interrogante de Tales de Mileto
se hace evidente la presencia y la unidad de lo real. Si preguntamos: ¿cuál es la
tarea o la función propia del hombre?, estamos revelando que el ser humano tiene
una función que lo hace ser propiamente tal. Las respuestas, en cambio, son
hipótesis o supuestos sobre los hechos básicos que encierran las preguntas a estos
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supuestos son siempre perfectibles: por tanto, cambian según las épocas y según
la visión propia de quien pregunta.

5. Búsqueda. De acuerdo con lo anterior, para el filósofo es más importante la


búsqueda de la verdad que el hallazgo o encuentro. Heráclito de Éfeso decía: “Los
buscadores de oro lavan mucha tierra y encuentran poco”; es decir, la verdad a la
que aspira el filósofo es tan valiosa como el oro y es preciso indagar o explorar
mucho para encontrar muy poco, pues, de hecho, toda verdad encontrada plantea
nuevas preguntas. La filosofía es una tarea sin fin, se ejerce como verbo, como
acción permanente. Lo decisivo es el acto fie filosofar.

6.Philia por la sophia. En el significado etimológico de filosofía está contenida una


de sus características esenciales, que en gran parte resume las dos anteriores. En
efecto, la filosofía es philia: amor por el saber, antes que por su obtención. Para los
griegos, el amor significa, ante todo, atracción, "movimiento hacia”, tendencia,
aspiración; por ende, el filósofo es el que se siente atraído por la sabiduría y por ello
la busca incansablemente; aun cuando cree encontrarla, sigue buscando; de lo
contrario ya no tendría amor, sino que quedaría instalado en la posesión.

7.Por todos los rasgos anteriores, la filosofía es vocación humana, es decir, es una
llamada al hombre para realizar las potencias que lo caracterizan como tal: el afán
de verdad, objetividad y racionalidad; el asombro; la vigilia; la integración a un
mundo común y comunicable, un mundo en el que se “da razón”; la posibilidad de
detenerse, de salir de la inmediatez y preguntar. La filosofía da forma al ser del
hombre: le permite experimentar aquellas características que, en su conjunto, sólo
le pertenecen a él y a ningún otro ser en el universo.

Y, ¿de dónde proviene el llamado?, ¿quién nos llama en esta vocación? En primer
lugar, nos llama nuestro propio ser, pues nuestras potencias se actualizan en el
acusar filosófico. En segundo lugar, nos llaman los demás seres humanos que han
ejercido el filosofar de forma eminente. Lo que otros filósofos han preguntado y
contestado resulta atractivo para todo hombre que busca el saber. Y en tercer lugar,

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nos llama la realidad. La simple presencia de lo real entraña múltiples misterios que
representan un reto para la razón humana.

Dimensión histórica de la filosofía

Otra nota distintiva de la filosofía es su carácter histórico: la conexión íntima entre


los pensadores del pasado y los del presente. Los filósofos se plantean problemas
respecto de la realidad, por ejemplo, ¿qué es el Ser?, ¿Qué es el hombre?, ¿qué
es el conocimiento?, ¿qué es el bien?, ¿Qué es la belleza?, sin embargo, al
enfrentarlos, entablan un diálogo crítico, de acuerdos y desacuerdos, con otros
filósofos del presente o el pasado. Ninguna teoría filosófica se entiende sin sus
antecedentes.

La conexión entre los sistemas filosóficos se da, sobre todo, a partir de la


comprensión de los problemas que ellos se plantean, y no a partir de las soluciones.
Estas últimas cambian dependiendo de cada pensador, de la época en la que vive
y del avance del conocimiento científico, pero los problemas y las preguntas
permanecen.

Los nuevos sistemas filosóficos no cancelan o invalidan los anteriores, “lo nuevo”
no descarta a lo viejo. De hecho, en la filosofía no existe propiamente algo viejo o
desgastado, pasado de moda. No valen más las verdades enunciadas por filósofos
contemporáneos, como Paul Ricoeur (filósofo francés creador de la teoría de la
interpretación o hermenéutica) o Habermas (filósofo alemán), que las enunciadas
por Anaximandro o Heráclito veinticinco siglos atrás, ni siquiera se puede decir que
sean verdades más actuales. Todas las verdades filosóficas tienen algo que decir
al presente, conservan aspectos vigentes a Io largo del tiempo.

Por ejemplo, en Anaximandro y Heráclito está ya la idea, de gran importancia en


nuestra época, de que el tiempo, el cambio y el movimiento son aspectos tan funda-
mentales de la realidad como la permanencia y la estabilidad. Durante una gran
parte de la historia, especialmente en la Edad Media, se pensó que Io verdadero y
significativo de la realidad natural y de la social era Io que permanecía igual, lo
inmutable y eterno, mientras que Io que cambiaba carecía de importancia. Por

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ejemplo, se pensaba que el poder del rey tenía que venir de Dios y no de la voluntad
de los hombres. Dios era una garantía segura de la monarquía, porque era un ser
eterno que podía designar a los gobernantes. Ahora que vivimos en una época de
tantos cambios y en la que éstos se dan con tanta rapidez, hemos vuelto a
concederle importancia a lo que cambia, hemos tenido que encontrar un orden
Iógico en el cambio y eI movimiento. Para los primeros filósofos griegos esta ya era
una verdad evidente.

El carácter teórico-práctico de la filosofía y de la ética

En cuanto a la caracterización de la filosofía por el sujeto, es necesario advertir que


en tanto cualquier hombre, sea o no filósofo profesional, desarrolle los rasgos
propios del filosofar, se ve afectado en su ser, en lo más propio de éI y en esta
medida se humaniza. La filosofía nunca nos deja indiferentes, propicia en nosotros
un movimiento y una nueva actitud ante la realidad. En este sentido, debe admitirse
que cualquiera que sea el objeto al que se dirija la reflexión filosófica, ella tiene un
carácter teórico- práctico: afecta nuestra existencia.

Pero a la vez, si atendemos aI objeto de la filosofía, es cierto que las distintas ramas
de la filosofía se dividen en teóricas, por un lado, y teórico-prácticas, por el otro.
Aunque en eI fondo unas y otras despiertan en el hombre una disposición específica
frente a lo real, las primeras no orientan el actuar humano, no señalan directrices
para la acción, no indican un contenido concreto de los valores, mientras que las
segundas sí. AI primer grupo pertenecen la filosofía natural, la epistemología, la
ontología del hombre, mientras que, al segundo, la ética, la filosofía política y la
estética.

La ética, pues, es un saber reflexivo y sistemático que implica un constante


asombrarse y preguntar por el ser del hombre, buscando dar razón de este y de
todo lo referente al universo de los valores con la mayor objetividad posible. A la
vez, la filosofía busca propiciar en eI individuo el descubrimiento de su propia
libertad, a fin de que se conduzca conforme a una clara distinción entre Io que vale
y lo que no vale.

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Los principales problemas de la reflexión ética son los siguientes: ¿qué es la


libertad?, ¿cuál es la relación entre la ética y el ser del hombre?, ¿qué es lo que
conviene a éste, ¿cuál es su “bien” y su “mal” ?, ¿en qué consisten los valores y los
antivalores?, ¿qué son las virtudes?, ¿cómo se relacionan el individuo y la
comunidad?, ¿cómo dirigir la vida en común?, y, ¿qué responsabilidades tiene el
hombre con la naturaleza y con su propio cuerpo? Además, el desarrollo actual de
la tecnología y las transformaciones que ésta ha traído en el medio ambiente obligan
a la ética a reflexionar no sólo sobre las responsabilidades del hombre con la
naturaleza, sino también con las generaciones posteriores, así como sobre los
problemas de la ciencia y la tecnología.

1.2 Ética, valores y virtudes

La reflexión ética busca orientar al hombre en aquello que le permite actuar “mejor.

Se basa entonces en unos criterios generales del bien a los que el ser humano ha
atendido a lo largo de la historia y puede atender en el presente. Estos criterios son
los valores que la humanidad ha perseguido y que han guiado muchas de sus luchas
y revoluciones: la libertad, la autonomía, la igualdad, la justicia, la tolerancia, la
solidaridad, el amor a los otros y a sí mismo, la valentía o la paz. Los valores son
ideales por cumplir, siempre están más allá de las situaciones concretas, pues
nunca es posible decir que hemos realizado la justicia o la paz totales; en ese caso,
viviéramos en un mundo perfecto, Io cual no ocurre.

Nuestra realidad es imperfecta, porque nosotros mismos lo somos y por ello


tenemos que esforzarnos de forma permanente por acercarnos a los valores e
intentar hacerlos ideales.

La realización concreta de estos valores y su práctica continuada es lo que se llama


virtud. En un sentido, valores y virtudes son lo mismo, son los nombres de aquello
que los humanos creemos que nos hace mejores y en los que ciframos nuestro
“bien”. Pero el valor expresa eI ideal regulador que deseamos alcanzar, mientras
que la virtud expresa la incorporación del valor a los propios actos, el esfuerzo por
darles realidad concreta en la propia persona y en la sociedad. La palabra virtud

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viene del latín: virtus y significa “excelencia”: la realización suprema del “bien”. Así,
un hombre o mujer virtuosos son los que buscan ser hombre o mujer de la mejor
forma posible.

1.3 Ética, moral y códigos morales. Caracterización histórica y cultural de la


moral

En nuestra acción no solo nos guían esos criterios clásicos del bien o valores
generales, sino también otro tipo de valores y normas más específicas que
conforman Ia moral concreta de una sociedad, de una época o de un determinado
grupo de personas. El individuo se encuentra siempre inmerso en una comunidad y
ésta actualiza y da contenido concreto a los valores básicos, además de añadir otros
complementarios y secundarios. Cada sociedad tiene su propia moral. Las morales,
por tanto, son diversas, particulares y contienen algunas diferencias entre ellas. Es
posible hablar así de una moral mexicana tradicional y otra actual, y dentro de éstas
existen muchas otras, una para cada uno de los pueblos indígenas, otra para
quienes viven en las provincias y otra para los capitalinos.

Desde luego, ocurre lo mismo con los diferentes grupos que ocupan el continente
europeo, el africano o el asiático. Esto significa que las morales son históricas, que
cambian a través del tiempo y en los distintos lugares.

Por otro lado, las morales pueden establecerse de manera escrita o transmitirse de
generación en generación, ya sea de forma explícita y verbal o de forma implícita,
mediante las costumbres, los hábitos, los ritos y los estilos impuestos por las
necesidades y novedades del presente.

Cuando las normas críticas se dan por escrito se registran en los códigos morales.
Entre los más importantes de la antigüedad se encuentran el código de Hammurabi
—formulado por el pueblo babilonio—, los Diez Mandamientos o las Tablas de
Moisés,—elaborados por eI pueblo judío—, y eI código de Manú —escrito por los
sumerios—. En la actualidad, el código moral más importante con que cuenta gran
parte de la humanidad está constituido por La declaración universal de los derechos
del hombre elaborado por la ONU en 1948. Esta declaración tiene una importancia

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especial porque no se reduce al sentir y pensar de un pueblo en particular sino que


expresa y defiende precisamente los valores generales de la humanidad tal como
se conciben hoy.

1.4 Modelos de la ética normativa

Los códigos morales contienen prescripciones o normas. Asimismo, las distintas


teorías éticas han intentado definir y fundamentar racionalmente la formulación de
las normas, es decir, buscan establecer los criterios para definir lo que es
obligatorio, lo que se debe hacer y Io que se debe evitar. Los valores, en tanto
expresan lo deseable, lo preferible o aquello que es mejor, constituyen el contenido
de las normas que se deben seguir, constituyen lo que se quiere alcanzar.

El carácter normativo de la ética enfrenta problemas. Por ejemplo: ¿en qué se funda
la obligatoriedad?, ¿cómo definir cuáles comportamientos son obligatorios y cuáles
no?, ¿cómo identificar cuáles acciones son preferibles a otras, ¿cuáles son mejores
y por qué?

En la historia de la ética filosófica ha existido un debate constante entre dos modelos


generales que intentan dar respuesta respecto de la forma en que deben expresarse
las normas o prescripciones para la acción concreta. Por un lado, la ética teleológica
o de fines (telos significa en griego “fin”) y, por otro, la ética deontológica o deI deber
(deontos que significa en griego “lo necesario”, Io que se debe hacer).

La ética de fines (también llamada consecuencialista) considera que la


obligatoriedad moral (Io que es correcto, lo que es mejor) está en función del fin
último (que se considera lo valioso), y para ello deben tenerse en cuenta los efectos
y las consecuencias de la acción. La ética deontológica, por su parte, considera que
lo obligatorio reside sólo en el deber (que es lo valioso), con independencia de los
fines y las consecuencias de la acción. En el primer caso, podríamos decir: “para
actuar correctamente tienes que considerar los efectos y las consecuencias de la
acción en función del fin que consideres más valioso”. En el segundo caso, diríamos:
“para actuar correctamente obedece el deber por el deber mismo,
independientemente de los efectos y las consecuencias de la acción”.

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Ambos modelos no han dejado de ser cuestionados, pues presentan diversas


dificultades, la obligatoriedad que se funda en los fines y las consecuencias de la
acción tiene que definir cuál es eI valor o virtud que se considera como fin último;
es decir, necesita dar un contenido concreto al concepto de fin, y para ello no hay
una respuesta única. Algunos filósofos han pensado que el fin último (el valor
máximo) es el placer, otros la felicidad, otros la utilidad o el conocimiento. Por su
parte, la obligatoriedad que se funda en el deber supone que la razón humana es
capaz de identificar deberes absolutos e inmutables que no cambiarán de acuerdo
con las circunstancias ni por las consecuencias de las acciones.

La ética de fines más elaborada es la que formuló el filósofo inglés John Stuart Mill
(1806-1873), quien proponía que el acto moralmente obligatorio era aquel que
tuviera como efecto “el mayor bien para el mayor número posible de personas”. Mill
denominó a su ética utilitarismo porque se centraba en el valor de Io útil como fin
último para el bien de toda la sociedad. Pero la utilidad depende de un cálculo de
bienes y males: el fin que se considera valioso (útil) consiste en obtener la mayor
cantidad de placer y bienestar, y la menor cantidad de dolor e insatisfacción. Lo útil
(lo que vale) será Io que dé como resultado mayor bien que mal. Así, Mill sostenía
que el único criterio racional que tenemos para distinguir un acto moralmente bueno
es la consideración de las consecuencias que se derivan de él para el Iogro de la
felicidad humana.

El modelo clásico de ética deontológica es el que propuso el filósofo alemán


Immanuel Kant (1724-1804), quien postulaba que Io moralmente bueno era actuar
por deber; con independencia de las consecuencias de la acción. (Por ejemplo,
siempre acatar el deber de decir la verdad, aunque ello provoque efectos
perjudiciales para la persona misma o para otros.) Para Kant eI deber se impone a
la razón en la forma de un imperativo categórico, cuya fórmula es “obra sólo según
aquella máxima que puedas querer que se convierta, aI mismo tiempo, en ley
universal”. Según Kant, eI deber se reconoce racionalmente como el valor más
universal, porque vale en cualquier situación y en cualquier época. Pero la
obligatoriedad que se funda en el deber es sólo formal porque no prescribe qué

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hacer; sino sólo cómo es moralmente bueno actuar; no tiene, pues, un contenido
concreto.

Ambos modelos de ética presentan diversos problemas en cuanto a la definición del


valor que rige las acciones. Por eso el sentido teleológico y el sentido deontológico
son complementarios y tienen que estar presentes en una teoría ética que se
proponga aportar indicaciones normativas para la vida práctica.

Una ética que supera las limitaciones de las dos posturas anteriores es la ética
ontológica, que parte de la idea del ser del hombre como una integridad de múltiples
aspectos. Para esta ética el hombre no sólo debe actuar uniendo fines y deberes,
sino también ha de incorporar la satisfacción del deseo y la aceptación o la crítica
de las costumbres y leyes de una sociedad. Desde esta perspectiva ética
abordaremos los temas de este curso, es decir, no sólo veremos el actuar ético
conforme al deber y conforme a la utilidad sino integrando todo lo que preocupa al
hombre: cuerpo, deseo, placer y capacidad de oponerse a lo establecido.

1.5 Ética como filosofía moral y moral filosófica

Finalmente, es posible resumir que la ética es filosofía sobre la moral, sobre todo lo
que atañe al universo de los valores y las normas, ya sean básicos o secundarios,
y ya sea que se den como ideales por cumplir, como deseo y reflexión interna del
individuo, como costumbres llevadas a la práctica o como códigos escritos. Pero a
la vez, la reflexión ética implica vivir una moral determinada revisando de forma
permanente las normas y los valores, criticando o juzgando su auténtica validez y
su adecuación a la época actual. Desde este segundo punto de vista, de lo que se
trata es de no asumir una moral de manera acrítica, de forma impuesta y sólo porque
la sociedad y las costumbres lo establecen.

La ética es, pues, una filosofía moral (estudia el fenómeno moral) y también una
moral filosófica (propone normas fundadas en teorías y criterios filosóficos).

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2.- LIBERTAD Y RESPONSABILIDAD

2.1 Autonomía y heteronomía

El objetivo principal de la reflexión ética es propiciar en el individuo el


descubrimiento de su libertad en relación con los valores. Esto significa que cada
uno de nosotros tiene la posibilidad de elegir el comportamiento que desea seguir,
es decir, tiene la capacidad de ser autónomo. La palabra autonomía proviene de
dos palabras griegas: actos, “si mismo” y nomos, “norma o ley”.

Para ser autónomo es preciso conocernos a nosotros mismos, ejercitar la reflexión


sobre aquello que queremos y creemos, sobre lo que nos parece mejor, es
necesario tener vida interior, estar en diálogo consigo mismo. De hecho, la ética
comienza cuando Sócrates propone el autoconocimiento. Para él: “una vida sin
autoexamen no vale la pena de ser vivida”. Se trata de saber quiénes somos, cómo
actuamos en realidad, qué ideales tenemos y cómo queremos ser, para poder
decidir de forma consciente y adecuada cuáles son las leyes y los valores que nos
van a guiar. La autonomía ética no consiste sólo en darse normas, sino en poder
diseñar con ellas un proyecto de vida, se trata de buscar los auténticos fines que se
desea alcanzar, de darle un sentido propio a la vida.

Pero la autonomía no es soledad ni aislamiento: es relativa, está en relación con los


valores de una sociedad y de la humanidad en general. Lo cierto es que nacemos y
vivimos en un mundo ya construido por otros y del cual no nos podemos sustraer o
apartar. Tenemos que conocer el mundo al que pertenecemos y analizar qué es lo
que en verdad nos convence, lo que en verdad aceptamos queremos, y qué es
aquello que no tiene verdadero significado o importancia.

Nuestro proyecto de vida tiene que tomar en cuenta la realidad que nos circunda.

No todo lo del exterior es rechazable. Somos autónomos éticamente cuando


decidimos por nosotros mismos dar un “sí” o un “no", y no sólo cuando decimos “no”
y pretendemos vivir en un mundo aparte. La autonomía implica tanto acuerdo como
desacuerdo. El acuerdo y la aceptación del mundo son éticos en la medida en que

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par- ten de la reflexión y el autoconvencimiento, en la medida en que los valores


que vienen del exterior dejan de adoptarse por obligación y se asumen desde la
reflexión interior y racional.

Lo que nos quita autonomía es la no reflexión, el caer en un comportamiento


mecánico y mimético o sumiso que acepta lo que viene del exterior sin
cuestionamiento y valoración propia. Immanuel Kant definió autonomía
precisamente como la capacidad de "darse a sí mismo la ley ética desde la propia
razón”. Esto significa que cuando asumimos normas de conducta sin haberlas
revisado racionalmente, caemos en la heteronomía, en el estar gobernados por la
exterioridad, por los otros (heteros significa en griego “otro" o “diferente”), ya sea
por lo que dicen los padres, el Estado, la sociedad o todo aquello que no proviene
de la reflexión y la búsqueda interior, como los caprichos personales, los deseos
inconscientes y las modas que nos imponen los amigos, así corno el mundo de la
publicidad y el comercio.

La heteronimia, pues, no hace referencia en realidad a la aceptación de lo que viene


de los otros, sino a la manera acrítica o no reflexiva de aceptarlo. Lo decisivo para
la autonomía ética es que la asunción de normas y valores sea un proceso de
autoconocimiento y no un mero dejarse llevar por lo que los demás dicen o hacen.

2.2 El problema de la libertad

Si podemos ser autónomos y decidir de acuerdo con nuestra reflexión racional, es


porque somos libre o indeterminados en nuestro ser mismo.

Con el problema de la libertad, la ética filosófica aborda la pregunta sobre la physis


o el ser del hombre, pues la libertad no es solamente una capacidad de acción y
decisión, sino que es el rasgo fundamental y constitutivo de nuestro ser. El ser
humano posee ciertas características como la racionalidad, la comunicación
recreativa, la historicidad, el sentido artístico, el amor, la sociabilidad y la
organización individual y colectiva conforme a leyes y valores. Pero estas

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características no son sino potencias, están en nosotros como posibilidades por


desarrollar en distintos grados y de muy variadas formas. Hay múltiples variantes
entre un individuo y otro, así como entre las distintas sociedades.

Esto se debe precisamente a que nuestro ser es libre, abierto, indeterminado o


ambiguo, no esta ya conformado y programado para que todos seamos igualmente
racionales, artísticos, e incluso sociales y comunicativos. Lo cierto es que podemos
ser racionales en la misma medida en qué podemos ser irracionales, podemos
comunicarnos tanto como aislarnos, podemos organizarnos conforme a leyes y
valores, y también podemos optar por los antivalores (desigualdad, justicia,
violencia, opresión, intolerancia). La naturaleza nos dota de ciertas características
que solo llegan a ser reales por nosotros mismos, por nuestro esfuerzo y decisión
frente a lo que somos y lo que queremos ser.

Está libertad radical, este poder realizar nuestras potencias e incluso


perfeccionarlas o no realizarlas es, en última instancia, lo que nos distingue de todos
los demás.

La condición humana reside en su posibilidad de “ascenso” y “descenso”, de


“crecimiento” o “decrecimiento” en su ser mismo. No está determinado de antemano
el grado en el que podemos crecer como seres humanos. Nosotros nos damos la
forma humana (dentro del rango de nuestras potencias) que deseamos adquirir. Los
seres no humanos como los animales, las plantas, las estrellas, las piedras, tienen
una forma de ser ya definida o determinada, ellos no pueden lograr un
perfeccionamiento o una mejoría en lo que son. Por el contrario, el hombre puede
humanizarse “más” o “menos” él lleva la “alternativa” en su propio ser. No sólo tiene
que decir ante las situaciones concretas, sino que debe decidir lo que hará de sí
mismo, la forma que quiere darse.

2.3 Libertad y responsabilidad

La libertad consiste en elegir y tomar decisiones respecto de nuestro ser y de las


distintas circunstancias. Sin embargo, para ser plenamente libres y autónomos no
basta con ejercer el poder de decisión, es preciso hacernos responsables. La

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responsabilidad es la culminación de la libertad. Hemos de ser capaces de


responder por nuestros actos y sus consecuencias; sobre todo, hemos de responder
ante nosotros mismos por nuestra humanización y el sentido que hemos dado a la
vida. ¿Seremos igualmente responsables si tomarnos la decisión de desarrollar las
potencias humanas que, si decidimos depender de una persona, adoptar una
adicción o descuidarnos y abandonamos?

Pero, ¿cómo surge la responsabilidad de una libertad que es ambigua, que nos
permite “elevarnos” en la misma medida en que nos permite “decaer”?

Es preciso aclarar que la libertad tiene dos aspectos distintos sin los cuales no se
entiende su dinamismo: 1. El ontológico: radical y constitutivo del ser humano y que
reside en la condición indeterminada y ambiguas de nuestro ser. En este sentido,
somos libres por el derecho de nacer como hombres o mujeres y queramos o no ser
libres. Se trata de algo esencial y constitutivo. 2. El aspecto axiológico; esta palabra
bien el vocablo griego axios, “valor”. Es propio de la libertad humana valorar sus
propias decisiones; ella no se realiza solo al elegir, sino que trae consigo la
conciencia de valor que implica las distintas opciones para la persona y para la
sociedad. La libertad conlleva un aprecio, una evaluación de las diferencias
cualitativas, una distinción entre lo “mejor” y lo “menos bueno” y lo “peor”, entre las
posibilidades que nos humanizan, las que parecen dejarnos igual, y las que nos
deshumanizan.

Y es que la libertad humana es esencialmente reflexiva y autoconsciente: tiene la


capacidad de volver sobre sí misma, de revisarse y juzgar sus decisiones; por eso
implica responsabilidad: se exige a sí misma una respuesta. Esto significa que
somos realmente libres cuando podemos responder por nuestros actos, cuando
asumimos sus consecuencias y no cuando los olvidamos, ni mucho menos cuando
los negamos.

Ser libre es actuar de forma consciente y responsable. Y la primera y más importante


responsabilidad es la forma que damos a nuestros ser, es aquello que hacemos con
nuestras potencias, es decir, nuestra humanización. No es igualmente libre quien

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actúa conforme a los valores básicos mencionados, que quien opta, por ejemplo,
por la violencia y la crueldad. Nos hacemos verdaderamente libres cuando elegimos
desarrollar las potencias que nos caracterizan como seres humanos, cuando somos
creativos, no destructivos.

2.4 Necesidades y pasiones. La práctica concreta de la libertad. La libertad


incondicionada y el determinismo.

En la práctica, el ejercicio de la libertad se encuentra con múltiples limitaciones o


determinaciones. Aunque nuestro ser es indeterminado, los distintos contextos en
los que actuamos nos determinan o condicionan. Nacemos en un contexto familiar
y social que no elegimos y que nos marca un ámbito de acción. Nacemos también
con un cuerpo que no elegimos y que nos impone necesidades y pasiones que
tenemos que satisfacer. No es posible dejar de comer, de dormir y de tener placer
en nuestras vidas. De suerte que la libertad, para realizarse, se encuentra siempre
en interacción con su contrario: la determinación. Y esta última tampoco se da sin
el deseo de actuar libremente, es decir, advertimos lo que nos limita en el momento
en que queremos decidir por nosotros mismos y actuar conforme a nuestro parecer.
Para quien no tiene este deseo, el mundo sólo está ahí, ni se le opone ni le favorece.
Libertad y determinación son dos contrarios íntimamente vinculados. Uno no se da
sin el otro. Actuamos siempre en un contexto, en una situación. La libertad de acción
no se da nunca como un absoluto, como un poder que se realiza sin obstáculos.
Pensar la libertad de esta manera es caer en la irrealidad. A la vez, tampoco las
limitaciones son absolutas. Estamos conformados ya por una herencia genética, por
una herencia psicológica y por un ambiente económico y social; asimismo, tenemos
que atender a las necesidades del cuerpo, y si es verdad que todo esto nos limita,
también es verdad que nos ofrece oportunidades de acción.

Toda situación ofrece varios aspectos, siempre es plural y diversa, contiene


múltiples ángulos en los cuales podemos encontrar la oportunidad para actuar. Si
las determinaciones fueran absolutas no podríamos generar cambios en la vida
individual o en la vida social. Lo cierto es que la historia humana está Ilena de
revoluciones sociopolíticas, artísticas y culturales, así como de ejemplos de
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individuos que trascienden sus propias limitaciones. Los casos abundan; por
ejemplo, el ateniense. Demóstenes se sometió a la práctica de hablar con piedras
en la boca para vencer su tendencia a tartamudear y logró dar los mejores discursos
en el siglo V a.C.

El ejercicio de la libertad requiere, entonces, una práctica permanente de reflexión,


fortaleza y firmeza en nuestros propósitos para encontrar la oportunidad de actuar.
Sólo así podemos ser autónomos, llevar a cabo nuestras decisiones y proyectos de
vida.

Dicho de otro modo, la libertad consiste en tener la capacidad de iniciar o generar


un cambio en las circunstancias establecidas, consiste en tener iniciativa. Para
poseer una vida propia, para ser independientes, hay que tomar en cuenta las
condiciones del país en que vivimos, de la familia, de la escuela a la que
pertenecemos, de nuestra pareja, los amigos, y en general de todo el contexto en
el que vivimos. Esto no quiere decir que nos conformemos con todo ello, sino que
debemos estar consientes y luchar por transformar lo que nos parece inconveniente.

A pesar de todo lo que nos limita, somos los autores de nuestro destino, podemos
modificar ciertas circunstancias basándonos en la libertad. Por supuesto, no es
posible cambiar todo nuestro entorno, pero sí influir en alguna medida para que las
situaciones sean favorables a nuestros propósitos. Si vivimos en un ambiente de
violencia, podemos oponernos a ella protestando de forma racional,
organizándonos con otros, buscando opciones para combatirla e incluso recurriendo
aI apoyo de las autoridades competentes.

No se puede transformar el ambiente psicológico de una familia o de un grupo de


convivencia de forma inmediata, pero si estamos seguros de nuestros fines,
encontraremos la manera de hacernos escuchar. Para ello conviene evitar el
pesimismo y el conformismo que dicen: “esto me tocó”, “ya sabemos que nada va a
cambiar”, “mis padres son así y yo también", “así lo hacen todos y es lógico que yo
lo haga así”. Podemos ser agentes de cambio, pues, aunque la libertad es limitada,
también es una fuerza transformadora, todo depende de nuestra iniciativa.

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Por último, entre las determinaciones que acompaña la libertad, han tenido mucha
importancia en la tradición cultural las necesidades naturales y las pasiones del
cuerpo. Algunos filósofos como Platón y Kant, igual que muchas religiones, creen
que el hombre está conformado por dos realidades totalmente opuestas: el “alma”
o la libertad, por un lado, y el cuerpo, por la otra. Al “alma” correspondería la
conquista de los valores básicos de la humanidad, mientras que el cuerpo,
precisamente por sus necesidades y pasiones, por su deseo, carecería de reflexión
y de capacidad de dirigirnos hacia los fines superiores, el cuerpo estaría atado a la
satisfacción ciega e inmediata. Así, por ejemplo, Kant nos dice en La crítica de la
razón práctica que las pasiones son contrarias a la vida ética y aI ejercicio de la
libertad. Con esta idea, el hombre ético queda desgarrado, pues para alcanzar los
auténticos valores tiene que negar su cuerpo y si quiere satisfacer sus necesidades
corporales, se aleja de los valores. Esta idea acerca del ser humano recibe en
filosofía el nombre de dualismo antropológico.

En la actualidad, la filosofía no puede proponer esta idea dualista, escindida, del ser
humano, debe pensar en el hombre de manera sintética o integral. Libertad (”alma”)
y cuerpo están íntimamente unidos. Sabemos que somos seres materiales y
espirituales a la vez. No es posible concebir ninguna de estas dos dimensiones de
nuestro ser sin la otra en todo lo que hacemos están ambas. Sin eI cuerpo, sin su
pasión y su deseo, cualquier búsqueda de valores resulta imposible. La práctica de
la libertad, tal como se ha expuesto, exige eI deseo de ser libres, exige apasionarnos
por aquello que creemos y queremos alcanzar. No hay verdadera libertad sin
pasión, incluso sin aquellas pasiones y necesidades corporales que notaban placer
sensible, pues Io que la ética busca es la realización del ser entero del hombre, no
la represión ni eI desgarramiento.

Sin embargo, esto no significa que tengamos que vivir cualquier pasión en cualquier
circunstancia y en cualquier medida. Cuando las pasiones y necesidades del cuerpo
se convierten en eI primer objetivo por seguir, entonces no nos ayudan a encontrar
los auténticos valores, pues nuestro comportamiento se guía por lo imediato

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y no logra planear y proponerse fines de largo alcance, tan sólo importa gozar el
presente. En tanto la vida ética es reflexiva, exige una mediación, una jerarquización
de aquello que queremos para saber qué es más importante en cada circunstancia
y momento de nuestras vidas.

Lo que la vida ética nos pide no es reprimir las pasiones, negarlas o desconocerlas,
sino saber cuándo y cómo vivirlas. Como afirma Sócrates en la Apología, de lo que
se trata no es de descuidar el cuerpo, sino de no cuidarlo “antes y con tanta
intensidad” como habremos de dedicarnos a la búsqueda de los valores. Los polos
incompatibles e irreconocibles para la ética no son cuerpo y “alma”, sino vida no
reflexiva, que se satisface en lo inmediato y vida reflexiva: con conciencia de los
fines.

2.5 Autonomía y deber

La autonomía y la libertad no consisten en hacer todo lo que nos venga en gana,


sino en pensar qué valor tiene aquello que deseamos. Al valorar establecemos una
preferencia respecto de las distintas formas de conducta, percibimos cualidades
“mejores” o “peores" en los diferentes comportamientos y, sobre todo, nos vemos
obligados a ser consecuentes con nuestras decisiones, a formular normas de
conducta, nos damos cuenta que no podemos actuar un día en un sentido y otro en
uno diferente, pues hemos de responder ante nosotros mismos de la dirección que
estamos dando a la existencia,

Al normar nuestras preferencias y dar Iugar a las normas y a los valores que son
mejores para nosotros, descubrimos el deber ético. Éste no consiste en algo
impuesto desde el exterior, pues en esa medida somos heterónomos; por el
contrario, proviene de las propias convicciones, de lo que nos parece preferible,
pues para la libertad responsable sus valores se convierten en una ley que obliga a
serle fiel.

Al conocer la obligación que nos imponen los propios fines, la libertad deja de ser
indeterminación o apertura. Ya no es posible optar en cualquier sentido, sino que la
libertad ha recibido una determinación, pero si ésta proviene de lo que nosotros

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mismos hemos decidido, sigue siendo libre. En otras palabras, la autonomía y la


libertad consisten en descubrir la capacidad de guiar la vida según nuestros propias
convicciones, en ser capaces de “escuchar la propia voz“, lo que nos dice la
conciencia y no dejarnos llevar simplemente por lo que los demás dicen y esperan
de nuestro comportamiento.

Cada uno establece sus deberes conforme a sus fines y conforme a la conciencia
del contexto en el que se encuentra. En el fondo se trata de comprometernos con la
realización del ser humano, no sólo en nuestra persona sino también en la de lo
demás. Todos los valores básicos y universales implican a la comunidad. ¿Cómo
realizar la igualdad, la tolerancia, la justicia sin los otros? Incluso la misma libertad,
aunque la descubrimos individualmente, trae consigo la conciencia de que ella es
necesaria para otros, que de nada sirve ser libres y autónomos si los que nos
rodean, los que forman parte de nuestra sociedad, no actúan también de forma
autónoma. ¿Para quién tendrá sentido nuestra búsqueda de humanización si los
demás no ejercitan su libertad?, ¿con quién podremos compartir nuestros actos
libres si quienes nos rodean llevan una vida no reflexiva?

3.- LA ETICIDAD COMO CONDICIÓN ESENCIAL DEL SER HUMANO

3.1 Indeterminación constitutiva, necesidad de valorar y la creación del


carácter

Debido a que el ser humano es indeterminado tiene la alternativa entre realizar o no


sus potencias humanas y, por ende, la posibilidad de optar por conquistar o no la
humanización. La condición indeterminada del hombre implica dos hechos básicos
para la ética: a) la posibilidad de valorar y b) la transformación del ser humano en lo
colectivo y en lo individual.

a) En tanto indeterminados, somos ambiguos y contradictorios. Si podemos


llegar a ser racionales es porque de alguna manera ya lo somos, pues lo que llega

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a ser supone, un antecedente; pero, a la vez, no somos completamente racionales


desde el inicio, ya que entonces, no se trataría de una potencia sino de una
característica fijada por Ia naturaleza. Lo que es posible puede darse o puede no
darse, de suerte que trae consigo a su contrario. Si existe la posibilidad de que cierto
día caiga una tormenta de lluvia, es porque también es posible que no caiga.

Así, en cuanto a nuestro ser, hemos de advertir que somos racionales e irracionales,
individuales y comunitarios, capaces de amor y de odio, de alegría y tristeza. Y
debido a que llevamos los contrarios en nosotros, valoramos, diferenciamos, fijamos
preferencias, otorgamos a las distintas situaciones una cualidad, establecemos el
“bien” y el “mal". La valoración proviene de la condición contradictoria del hombre,
esta última es el fundamento que hace posible todos los valores hemos creado. De
tal forma que en la raíz de todas las éticas, de todos los ideales y valoraciones existe
un hecho, que recibe el nombre de eticidad, y que consiste en la capacidad propia
de la naturaleza humana de preferir, de no ser indiferente. Cualquier ética y
cualquier litoral se fundan en la eticidad constitutiva del ser humano, es decir, se
basan en la no indiferencia. Y aunque una persona pueda desconfiar de las distintas
morales de las diferentes sociedades, o pueda sentir que no le satisfacen, en el
fondo, tiene que establecer un sistema de preferencias en su vida. No podemos vivir
sin valorar.

b) Por otro lado, en tanto el hombre es indeterminado, su ser no está acabado


o completo, no tiene una esencia fija y repetitiva, sino que es insuficiente o carente.
El hombre tiene que completar su ser con sus actos y, por lo mismo, es susceptible
de adquirir novedades y de transformarse. Puesto que nuestras potencias son
ambiguas, para realizarlas tenernos que colocarlas por encima de nosotros,
proyectarlas como un ideal por alcanzar. El ser del hombre es posible no sólo en el
sentido de que puede ser o no ser, sino también en el sentido de apertura y
proyección de algo que no parece ser real pero se quiere lograr.

De este modo, con los proyectos e ideales, el hombre ha podido generar a lo largo
de su historia características novedosas en las potencias que le ha dado la
naturaleza. Los griegos ejercieron la racionalidad de una forma muy distinta de
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como lo hicieron los renacentistas y de cómo lo hacemos hoy en día. Las formas de
amar también cambian en las distintas épocas, y lo mismo ocurre con el sentido
artístico. Las grandes revoluciones musicales, así como las pictóricas,
arquitectónicas, etc., han generado en nosotros la capacidad de escuchar nuevos
sonidos, de ver nuevas formas y colores, de apreciar la belleza y la armonía desde
distintas perspectivas. Por ejemplo, el impresionismo cambió nuestra manera de ver
los paisajes y de percibir la creación artística, nuestra visión se enriqueció con él.
La humanidad se transforma a sí misma y transforma el mundo con sus creaciones
culturales. A la naturaleza, el hombre añade la cultura, la cual se incorpora a él como
una “segunda naturaleza”.

En el orden individual, la naturaleza nos da ciertas inclinaciones a comportarnos de


determinada manera, nos dota de un temperamento. Pero cada ser humano puede
transformarlo y construirse un carácter (charakter significa en griego “marca” o “sello
distintivo”), que se relaciona con otra palabra griega, ethos, que es la raíz
etimológica de “ética”. Charakter se usaba, en un principio, para designar el dibujo
que llevaban los guerreros grabado en su escudo y que era un diseño único para
cada individuo.

Pero a partir de Heráclito, el carácter es el sello propio que cada hombre da a su


vida, es el periodo de ser que nos caracteriza y que nosotros diseñamos, no sobre
el metal que forma la base del escudo de los guerreros, sino sobre la personalidad
que nos da temperamento.

En realidad, el carácter proviene de la decisión que tomamos frente a esta manera


natural de ser. Por ejemplo, ante las situaciones conflictivas, algunas personas
tienden a deprimirse, otras a enojarse y buscar culpables, otras tienden a negar los
hechos, a evadir la situación. Si creemos que sólo podemos actuar de acuerdo con
estas reacciones naturales, entonces no formamos un carácter, pero si nos
preguntamos cómo queremos ser, nos crearemos una verdadera personalidad,
puesto que nuestra forma de actuar será el resultado de la reflexión, el
discernimiento y la opción libre. El temperamento no es libre, es precisamente una
de las determinaciones o limitaciones con que contamos en la existencia, pero sobre
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él podemos construirnos una “segunda naturaleza” una forma de ser que sea
producto de la elección, que responda a Io que queremos, a nuestros ideales y
valores, y no sólo a lo que nos tocó al nacer. El carácter, en fin, nos da un “rostro
propio", una definición existencial que proviene de nuestro proyecto de vida. La
conquista de los propios fines.

En síntesis, en tanto el ser del hombre es indeterminado y posee contrastes, tiende


a establecer diferencias, a preferir y a transformar y proyectar su ser en nuevas
potencias y características que enriquezcan su naturaleza inmediata con las
creaciones culturales y con la adquisición de un carácter o ethos.

3.2 Realización histórica de los valores. La negación del valor y el “progreso”


moral. Los desafíos para la ética

Como consecuencia de lo anterior, a lo largo de la historia el hombre ha proyectado


los valores que pretende alcanzar, pues siempre valora e intenta completar su ser
en lo que le parece “preferible”. En las distintas épocas el ser humano ha intentado
realizar los ideales básicos de libertad, igualdad, solidaridad, justicia, tolerancia,
amor, valentía, paz. Pero este intento implica varios hechos:

1.La negación del valor. En tanto los valores son ideales, son posibles, su
realización puede o no darse. La historia humana, aunque es rica en ejemplos de
valores y virtudes, también nos cuenta innumerables episodios y acontecimientos
en los que resaltan la injusticia, la desigualdad, la guerra, la crueldad y el egoísmo
extremo. Incluso, algunos pensadores como Karl Marx han creído que la lucha o la
guerra es el motor de la historia, pues ésta llena, en efecto, de luchas por el poder,
de avasallamientos y derramamiento de sangre.

2.El progreso moral. A pesar de lo anterior, en tanto el hombre es proyección y


búsqueda de “mejoría”, aunque opte por eI “descenso” y contradiga los valores,
tiene la posibilidad de volver a tomar conciencia de su ser “perfectible”. Es por esto

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que aunque la historia esté plagada de luchas, no ha habido un triunfo definitivo del
“mal”.

Resulta evidente que, al mismo tiempo, hemos seguido proponiendo valores,


normas y códigos de conducta y que no nos hemos destruido por completo unos a
otros. En consecuencia, es posible advertir en la historia tanto el decaimiento de la
conciencia ética, como una continuidad de ella. A pesar de los múltiples tropiezos,
olvidos y negaciones de esta conciencia no ha habido un triunfo definitivo del “mal”.
Mas aún, cabe ver en la historia un cierto progreso, una ampliación y una toma de
conciencia más radical de la igualdad interhumana, así como del derecho a la
libertad y la búsqueda de condiciones justas para un mayor número de personas y,
sobre todo, puede observarse una defensa creciente de los oprimidos y excluidos.

Desde la época de los antiguos griegos, filósofos como Heráclito, Sócrates y Platón
creían que todos los seres humanos somo iguales: todos tenemos la facultad de
pensar y ser creativos. Sin embargo, en Grecia, el sistema de gobierno no reconocía
la igualdad de todas las personas. Fue la primera democracia de la historia, pero
era muy limitada, pues sólo concedía igualdad a los ciudadanos, es decir, a los
varones adultos descendientes de familias nobles. Las mujeres, los esclavos, los
niños y los extranjeros no eran ciudadanos y, por tanto, no tenían los mismos
derechos que los demás.

Posteriormente, la igualdad ha sido defendida en distintos momentos de la historia,


como en el cristianismo, en el Renacimiento y de forma especial en la Revolución
francesa, cuyo lema fue: “libertad, igualdad y fraternidad”. Ninguna sociedad la ha
realizado de manera plena. La política romana se guiaba por el afán de dominio y
la opresión de los súbditos. En la Edad Media y el Renacimiento las sociedades
eran jerárquicas, había una subordinación total de los súbditos al rey. Y la misma
Revolución Francesa trajo consigo una época de terror. Pero lo importante es que
en otros países, y por supuesto también en Francia, la humanidad ha seguido
renovando la idea de igualdad: las mujeres han reclamado su derecho a votar y
participar en la vida política, a tener mismas oportunidades laborales y el mismo
reconocimiento social que los hombres. Y nuestro tiempo se caracteriza
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precisamente por la igualdad de derechos de los grupos que tradicionalmente han


sido marginados: los pobres, los minusválidos, los enfermos, los extranjeros, los
homosexuales e incluso los niños. Gracias a estas Iuchas, se formularon los
derechos humanos, en los que destaca la reivindicación de la condición humana
común y la dignidad que merece todo ser humano.

El progreso moral no significa en modo alguno que estos valores se hayan logrado
por completo, significa tan sólo que entre la idea de igualdad del sistema político
griego, y la condición humana común, existe una gran diferencia y una mejoría.

3.Los desafíos de la ética. Debido a la condición contradictoria y posible del hombre,


la propuesta de valores no tiene un triunfo garantizado; por el contrario, ella debe
enfrentar el desafío que implican la irracionalidad, la tendencia a la opresión y la
esclavitud del otro (o de nosotros mismos), el egoísmo, la intolerancia, la injusticia
—y su expresión en la pobreza—, la violencia, el sufrimiento extremo, todo aquello
que implica destrucción y deshumanización y que podemos llamar el mal.

Estos desafíos aparecen de manera constante, nunca se vencen por completo, pues
somos contradictorios, de modo que tanto en la vida individual como en la colectiva,
es necesario realizar un esfuerzo permanente, cotidiano por hacer que triunfen las
tendencias constructivas frente a las destructivas, por darle predominio al bien sobre
el mal. La vida ética, requiere, por tanto, una voluntad de realización efectiva de los
valores, de concreción de las proyecciones humanas, una vida atenta o despierta
ante el reino de los valores y sus negaciones, y dispuesta a realizar el esfuerzo de
defender lo “posible” y lo “mejor”. La vida ética requiere una disposición de entereza
y constancia o disciplina con uno mismo, a pesar de todo lo que pueda contradecirla.
Conviene, pues, que ustedes se dispongan a “hacer experiencia” de su propia
libertad, a hacer efectivo su derecho a ser tratados acorde con la dignidad de toda
persona y a hacer valer el derecho de los demás a un trato igualitario. Asimismo, es
importante que sepan percibir cuando un acto propio o ajeno es justo o injusto,
solidario o egoísta, tolerante o intolerante. Para llevar los valores a la práctica, es
necesario revisarse y educarse a sí mismos, tener et deseo de darle una dirección
ética a sus vidas.
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4.- LOS VALORES

4.1 ¿Qué son los valores? Objetividad y subjetividad de los valores


Aunque la humanidad siempre se ha regido por valores, éstos estaban incorporados
al actuar del hombre y, por tanto, eran considerados por la ética filosófica como
virtudes. La ética filosófica se preguntaba cómo actúa y cómo debe actuar el ser
humano para ser justo, solidario, tolerante, etcétera.

Pero en el siglo XIX y principios del XX los filósofos tomaron conciencia de que los
valores están en todos los ámbitos del actuar humano: hay valores económicos
(valor de uso de un producto y su valor de intercambio comercial) —como lo puso
de manifiesto Marx—, pero también hay valores científicos (verdad frente a
falsedad), estéticos (belleza frente a fealdad), religiosos (fe en otra vida frente-a
desesperación), hay incluso valores tecnológicos como la eficiencia frente a la
ineficiencia. De suerte que en todo lo que hacemos, la libertad se guía por valores.
Esta toma de conciencia hizo que algunos filósofos como Friedrich Nietzsche, por
un lado, y Max Scheler Nicolai Hartmann, por el otro, se plantearan preguntas sobre
la naturaleza de los valores: ¿a qué responden éstos?, ¿de acuerdo con qué
valoramos?, ¿no se trata solamente de vivencias meramente subjetivas que
responden al deseo individual o al parecer de cada sociedad —pregunta Nietzsche?
Por el contrario, Hartmann y Scheler (creadores de la disciplina filosófica llamada
axiología) se plantean si pueden existir la justicia, la verdad, la belleza “en sí” con
características plenamente objetivas.

De este modo, el problema de la naturaleza del valor gira en torno de su carácter


objetivo o subjetivo. Como afirma Juliana González, la cuestión está en saber si algo
vale porque nosotros lo deseamos y, en consecuencia, es el hombre el que pone el
valor, o si algo vale por sí mismo y son sus características intrínsecas, su realidad,
lo que lo hace deseable.

Los valores no son ni subjetivos ni objetivos de manera absoluta; son ambas cosas
aI mismo tiempo. Es decir, la condición indeterminada de la libertad hace que ésta
se valore. La libertad advierte diferencias cualitativas en las propias potencias

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humanas y en las situaciones a las que se enfrenta. Valoramos porque nos parece
mejor o “deseable” una opción frente a otra. Pero también es cierto que las opciones
que se nos presentan poseen ciertas características que las hacen deseables. No
deseamos lo que nos parece valioso únicamente a partir del propio deseo, sino
porque coincidimos con otros en una búsqueda de objetividad acerca de lo
deseable. ¿Cómo saber que es mejor la verdad que la falsedad o la justicia que la
injusticia, la tolerancia frente a la intolerancia o la belleza frente a la fealdad? Porque
en el diálogo con los otros nos damos cuenta de que los antivalores afectarían
nuestras vidas. ¿Qué pasaría si los científicos y filósofos prefirieran la falsedad o si
nuestros amigos prefirieran la guerra como forma de vida?

Dicho de otra forma: los valores son subjetivos en el sentido de que no existe
ninguna realidad que podamos señalar como “justicia”, ni tampoco ninguna
situación que podamos señalar como totalmente justa. El valor de la justicia no tiene
el mismo tipo de existencia que un árbol, un pájaro o el cielo, es un criterio que
hemos elaborado los seres humanos a lo largo de la historia. Pero, a la vez, los
valores son objetivos, porque el sujeto los crea de acuerdo con bases objetivas, es
decir, cayendo en la cuenta de que es mejor para la vida de todos buscar este valor.

La naturaleza del valor reside, a fin de cuentas, en que está constituida por hechos
relacionales: se da en Ia relación entre sujeto y objeto, entre el deseo humano y las
condiciones reales que pueden traer beneficios a los miembros de una comunidad.

En tanto interviene el sujeto, es preciso advertir que los valores son convicciones
más generales que sirven de guía a nuestras acciones y responden al deseo
humano de superación. Las convicciones son ideas que se han incorporado a las
emociones y a la sensibilidad, de tal modo que los valores afectan la totalidad de
nuestro ser, los adoptamos con la inteligencia y con el corazón: la pasión, el deseo
de ser mejores, el sentimiento. En consecuencia, cuando estamos convencidos, por
ejemplo, de la igualdad de los seres humanos, nos sentimos afectados al ver ciertas
actitudes o actos de exclusión o de “racismo” y cuando estamos convencidos de
que es mejor vivir en la paz que en la violencia, nos revelamos —como ocurre con
los actos pacifistas— ante el surgimiento de una nueva guerra.
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4.2 Universalidad y relatividad de los valores

Los valores se caracterizan por ser universales. Si cierto criterio de acción vale sólo
para unos cuantos o para un solo sujeto, entrará en conflicto con lo que piensan los
demás y no se sostendrá como realmente valioso. Lo que vale va más allá de los
intereses particulares, trasciende el tiempo y el espacio. Por ello, los que
denominamos valores básicos (libertad, autonomía, igualdad, justicia, tolerancia,
solidaridad, etc.) han estado a lo largo de toda la historia. Para que una civilización
perviva tiene que buscar la paz, de lo contrario se destruiría; asimismo, debe
basarse en la búsqueda de la solidaridad y en los otros valores. Los valores son,
entonces, universales. Sin embargo, esto no significa que todas las sociedades los
adopten de la misma manera y que no haya cambiado el contenido de los valores.
Ya hemos visto cómo ha variado la idea de igualdad a lo largo de la historia. Cada
sociedad, según su propio tiempo y espacio, según sus costumbres, tradiciones y
creencias, encarna los valores de una manera específica. El hecho de que la
igualdad no sea la misma actualmente que en el sistema político griego no le niega
su carácter universal, sólo indica que los valores son relativos al tiempo y el espacio
en el que se dan.

La universalidad de los valores responde al hecho de que es posible que todas las
comunidades los busquen y acepten, mientras que su relatividad se debe a que en
la práctica ellos se dan con modalidades distintas. Lo importante es comprender
ambos aspectos de forma simultánea. Los valores son universales y cambiantes o
relativos porque universalidad no significa uniformidad, sino precisamente implica
unidad de lo diverso, y la diferencia entre las distintas sociedades no implica una
ajenidad o inconexión entre una y otra. Lo que une a las diferentes sociedades es
el hecho básico de que buscan valores y que gracias a esta búsqueda unas pueden
aprender de otras.

4.3 Idealidad y realidad de los valores

Los valores se proponen como ideales por alcanzar; pero, al mismo tiempo tienen
que ser reales, debemos llevarlos a la práctica mediante un esfuerzo diario. La

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realidad de los valores es obra de la lucha pues en la experiencia, en nuestras


actividades y relaciones sociales, nos encontramos con valores y antivalores. El
mundo nunca le ha sido totalmente solidario, justo, igualitario, pacífico. En la
experiencia encontramos egoísmo, injusticia, desigualdad, violencia. En nosotros
mismos es posible descubrir estos antivalores: no siempre ayudarnos a nuestros
amigos o a los necesitados, a veces creemos que tenemos más de que algunos de
nuestros compañeros o vecinos, nos gusta que nuestros caprichos se cumplan
porque de ese modo nos sentimos importantes. Los antivalores se dan en la
realidad, porque —como hemos dicho- somos seres contradictorios, luchamos por
adquirir una libertad responsable, por construirnos un ethos propio y darle forma
humanizada a nuestra vida.

Para hacer reales los valores, requerimos una educación que nos capacite para
estar “despiertos” ante ellos, así como ante nuestras potencias humanas e
individuales.

No es suficiente leer sobre los valores, ni tampoco admirarlos en otras personas.


Conviene estar dispuestos a practicarlos, a hacer experiencia de la libertad, a exigir
nuestro derecho a que se nos trate de manera igual que a los otros y concederles a
los demás un trato igualitario. Asimismo, es útil estar dispuestos a percibir cuándo
un acto, nuestro o de los otros, es justo o injusto, solidario o egoísta, tolerante e
intolerante, valiente o cobarde, liberador o esclavizante. Tal educación viene de
alguno educadores como los maestros o los padres, pero sobre todo tiene que venir
de nosotros mismos, del ejercicio de la reflexión y el autoconocimiento. Finalmente,
somo nosotros quienes nos educamos en valores.

4.4 Valores, virtudes y bienes

Hemos hablado de los valores como referencias supremas que orientan nuestro
actuar. También comentamos que la virtud hace referencia al sujeto que encarna
los valores, a su esfuerzo por lograr la excelencia en su práctica de ellos e,
implícitamente, la excelencia como ser humano. Pero en su realización efectiva, los
valores no sólo encarnan en los sujetos, sino también en situaciones e incluso en

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objetos. Una obra dejar te, una obra científica son bienes en los que se da la belleza
o se da la verdad. En el terreno ético, los valores se convierten en bienes cuando
logran prevalecer en determinada situación y crean efectos. La justicia, la
solidaridad o el amor son bienes cuando los consideramos según sus
consecuencias para la vida personal o en común. Por ejemplo, hablamos de la
libertad como un bien, cuando atendemos sobre todo al cumplimiento como seres
humanos que ella nos aporta; hablamos del amor como un bien cuando nos importa
destacar qué puede traer éste a nuestras vidas.

4.5 Jerarquía de valores

Jerarquizar significa establecer un orden de importancia. Todos los valores éticos


básicos de los que hemos hablado son usualmente importantes; por tanto, no
podemos establecer una jerarquía entre ellos. Tampoco es posible sentar una
jerarquía entre los valores que corresponden a distintos ámbitos de nuestro actuar.
Son igualmente importantes la libertad, la justicia, la verdad y la belleza. De hecho,
la vida ética nos pide que realicemos los valores en general, no solamente los éticos,
pues la verdad y la belleza también corresponden a potencias propias del hombre,
y de lo que se trata es de humanizarnos.

Sin embargo, el actuar humano no se guía sólo por valores básicos, existen otros
que podemos denominar secundarios y que —corno hemos visto— responden a las
tradiciones de una sociedad o conforman la moral de un pueblo. Algunos de estos
valores son la obediencia de la mujer respecto del hombre, las buenas maneras, la
elegancia y muchos otros. Entre los valores éticos básicos y los valores morales si
hay jerarquía. Los primeros afectan nuestra humanización, mientras que los
segundos no; y es preciso reconocer su importancia menor en relación con los que
sí la afectan. ¿Vale más la libertad o preservar la tradición de la obediencia
femenina?

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ACTIVIDADES

1.- Objetivo: reafirmar y precisar los conceptos tratados en este capítulo. Realizar el
siguiente ejercicio de la relación de columnas. Al unirlas correctamente se obtendrá
una expresión sintética de tales conceptos, que servirá de orientación en el universo
teórico de la ética.

1. La ética consiste en ( ) a) el ser de la libertad


2. La libertad responsable ( ) b) no existe
3. El ser del hombre coincide con ( ) c) la alternativa entre ser y
no ser
4. Las pasiones nos necesarias para ( ) d) la no indiferencia
5. El hombre complementa su ser con ( ) e) supera la contradicción
originaria

6. La libertad incondicional ( ) f) la vida reflexiva


7. El deber ético proviene de ( ) g) la creación de una
segunda naturaleza
8. La libertad ontológica consiste en ( ) h) cultura y carácter
9. El enemigo de la ética es ( ) i) la propia libertad
10. La “segunda naturaleza” es ( ) j) El descubrimiento de la
libertad y el desarrollo de
la vida ética.

2.- Relacionar lo que se ha planteado sobre los valores con la práctica en la vida
diaria. Realizar el siguiente ejercicio de reflexión. Redacta en tu cuaderno un párrafo
sobre las siguientes preguntas.

.1.- ¿Qué ideales de comportamiento tenías hace un año y cuáles son los actuales?

2.- ¿Qué experiencia has tenido en la convivencia social sobre un valor o un


antivalor (por ejemplo, en una discusión de clase, en una competencia o concurso)?
¿Has experimentado la injusticia?

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3. ¿Qué aspectos del ser humano crees que participan en la posibilidad de ser
agente de cambio? Si has tenido una experiencia al respecto, nárrala.

4. ¿Qué peso crees que hay que darle al contexto social (familiar, escolar, a la
comunidad a la que pertenecemos) cuando queremos ser agentes morales?

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Objetivo general:

El alumno aprenderá a reconocer los problemas esenciales de la libertad que


caracteriza al ser humano, así como los desafíos de la responsabilidad individual y
colectiva de un mundo cada vez más complejo.

Objetivo unidad 2
El alumno deberá analizar las virtudes como realización de los valores universales,
así como, el ejercicio sobre las acciones humanas y los ámbitos de la práctica ética

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UNIDAD 2
ÁMBITOS DE
DECISIÓN
PERSONAL Y
SOCIAL

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La tratar el tema de los ámbitos de decisión personal y social, la ética se ocupa de


su realización práctica, es decir, de la manera en que tomamos decisiones éticas,
del contenido de las virtudes y de las diferentes áreas de nuestra vida en las cuales
hemos de actuar éticamente.

1.- EL JUICIO SOBRE LAS ACCIONES HUMANAS

Para vivir conforme a valores, para construirnos el carácter que deseamos y darle
a la vida individual y social el sentido que nos parece preferible es preciso deliberar
entre diferentes opciones y tomar una decisión respecto de ellas. La vida ética
implica reflexión racional, análisis, comparación y argumentación en pro y en contra
para, finalmente, establecer un juicio claro y preciso sobre la opción que vamos a
tomar o que hemos tomado en el pasado sin conciencia reflexiva.

Los elementos que intervienen en nuestros actos y sobre los cuales hemos de
pensar son los siguientes: las causas y motivos que nos Ilevan a desear hacer o no
hacer algo; los fines que queremos cumplir; la intención que tenemos al actuar; los
medios de los que nos valemos para realizar la acción y, finalmente, los resultados
y las consecuencias de nuestra acción.

1.1 Causas y motivos


Todo acto es causado en determinada situación. El contexto en el que nos
encontramos —según se vio en el capítulo anterior— nos sugiere actuar en un
sentido o en otro. Puede decirse que nos motiva. Motivar viene del latín motere que
significa “mover”. Pero no sólo nos mueve la situación, sino también los ideales, las
creencias, el temperamento, los hábitos y el carácter que hemos logrado formarnos.
Nos movemos por el exterior y por nosotros mismos, pues siempre estamos en
relación. Como se afirmó en el capítulo anterior, la libertad se da junto con las
determinaciones.

Por tanto, para que un acto sea ético, es decir, libre y voluntario, no se requiere
prescindir del ambiente, más bien, se necesita estar conscientes de él y de lo que
queremos y pensamos.
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Las éticas dualistas han considerado que si actuamos conforme al cuerpo, por
ejemplo, movidos por el hambre o por la pasión, nos estamos dejando determinar
por el exterior y los actos se convierten en involuntarios (heterónomos) y, por ende,
en actos no éticos. Sin embargo, hay que preguntarse si en verdad el hombre puede
prescindir de los motivos del cuerpo, pues somos una integridad de cuerpo y “alma”.
En todo lo que hacemos están ambas dimensiones de nuestro ser. Como afirma
Georg Wilhelm Friedrich Hegel (1770-1831), filósofo del idealismo alemán: “nada
grande se ha hecho sin pasión”. A partir del siglo XIX el pensamiento ético ha
recaído en la unidad o en la síntesis: cuerpo-“alma”. A ello responden las filosofías
de Arthur Schopenhauer (1788- 1860) y Friedrich Nietzsche (1844-1900), así como
el pensamiento de Sigmund Freud (1856-1939), la filosofía de Michel Foucault
(1926-1984) o de Gilles Deleuze (1925-1995) —entre muchos otros—. En el
pensamiento hispanoamericano esta perspectiva ha sido tratada por José Ortega y
Gasset (1883-1954), María Zambrano (1904-199 1), José Gaos (1900-1969),
Eduardo Nicol (1907-1990), Fernando Savater (1947- ) y Juliana González (1936- ).

De acuerdo con la idea sintética del hombre, lo que conviene evitar es el “dejarnos
llevar” por el exterior, por hambre o por una pasión no aclarada, pues de este modo
nos moveríamos mecánica o automáticamente, como la piedra que es movida por
una palanca o por un impulso externo. Pero en la medida en que nos hacemos
conscientes de las determinaciones y del movimiento o atracción que nos provocan,
y nos preguntamos qué es lo que deseamos realmente hacer, emergen nuestros
verdaderos motivos, debido a que iniciamos un movimiento entre nosotros. Así nos
convertimos en la causa de los actos y del sentido que anhelamos darle a la vida.

Desde este punto de vista, la alternativa que ha de juzgar el hombre que actúa
éticamente y sobre la cual se ha de deliberar, no está entre seguir al cuerpo o los
ideales de su razón, sino entre actuar de forma consciente, o de forma indiferente y
mecánica.

Al actuar conscientemente, no sólo realizamos la iniciativa y la autonomía, sino


también un aspecto central de la vida ética que es el llamado autodominio.
Autodominarse no significa reprimir lo que queremos o Io que somos, sino tomar las
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riendas de nuestra vida. Esto significa tener motivos propios, saber por qué
actuamos y hacia dónde queremos llegar, es decir; ver los fines que deseamos
realizar.

1.2 Fines, intenciones y medios

Sentido significa “dirección”, “rumbo" y, por ende, implica un objetivo, un fin, al que
se quiere llegar. Los fines por excelencia de las decisiones éticas son los valores;
darles realidad a éstos es en lo que, en ú1timii instancia, consiste el actuar
éticamente. La intención es la disposición con la cual aceptamos realizar tales fines
e implica la percepción que tenernos de las circunstancias en las cuales vamos a
realizar cierto fin. Desde luego, fines e intenciones están íntimamente relacionados.
El fin puede ser, por ejemplo, la solidaridad, y la intención se expresa entonces
como el afán de ayudar a determinada persona en una circunstancia concreta.

Pero en las acciones éticas concretas es indispensable tomar en cuenta que existen
dos grandes grupos de fines: los finales, que corresponden a los valores básicos, y
los inmediatos que, por lo general, se cumplen a corto plazo. Ejemplos de estos
últimos son la satisfacción del hambre y el afán de supervivencia, evitar la muerte,
la obtención de bienes materiales, el placer sensible. Para actuar éticamente es muy
importante distinguir estos dos tipos de fines pues, de hecho, los de corto plazo por
lo general son, en realidad, medios pura realizar los valores. Es un hecho que para
ser Iibres, justos, solidarios y tolerantes hemos de satisfacer la necesidad de comer,
buscar medios de supervivencia, huir de la muerte y gozar de los placeres.

No podemos pensar que en un grado extremo de pobreza y sufrimiento


encontraremos la motivación necesaria para realizar los valores. Pero evitar este
grado extremo no es más que un medio, algo necesario, no suficiente, para lograr
la vida ética. Para esto es preciso concederle un lugar primordial a los auténticos
fines, por ello, conviene preguntarnos siempre si aquello que decidimos es un medio
o un fin para la humanización, conviene establecer una jerarquía entre lo que
realmente importa para realizarnos corno seres humanos y lo que es menos
importante.

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Existe una historia clásica de la literatura hebrea que ejemplifica lo anterior. Esaú,
hijo primogénito de una familia, estaba destinado a heredar el patrimonio familiar,
pero en un día de mucho trabajo sintió un hambre incontrolable y le pidió a su
hermano Jacobo que le diera de comer del plato de lentejas que había preparado.
Jacobo le pidió a cambio los derechos de primogenitura. Puesto que Esaú sentía un
hambre atroz, le pareció que lo más importante en ese momento era alimentarse
pues finalmente, ¿de qué le serviría la primogenitura si algún día iba a morir? El
futuro le pareció incierto, mientras que en el presente él necesitaba comer.
Entonces, cambió el patrimonio, perdió el honor y los derechos del hijo primogénito
por un plato de lentejas.

¿No convenía más a Esaú subordinar lo inmediato a lo mediato? Aunque esto último
parece estar lejano y perder importancia ante el presente, el actuar con conciencia
ética implica darle realidad plena a los ideales, al futuro, en la confianza y la
convicción con la que actuamos. Claro está que al hacer esto, se nos pide renunciar
a la satisfacción inmediata en cierto momento, pero ello no significa que hayamos
de renunciar siempre a los bienes materiales y corporales. Por esto es muy
importante establecer un juicio adecuado para cada una de las diferentes
situaciones en que nos encontramos y ver si estamos comprometiendo lo de mayor
valor por obtener algo que vale menos de acuerdo con el sentido ético que
deseamos darle a la vida.

Hay que tomar en cuenta además, que los medios de los que nos valemos para
realizar los fines no siempre consisten en la satisfacción de las necesidades, pues
se presentan de muchas formas. Todo lo que hacemos para lograr un objetivo
previsto se convierte en un medio. Por ejemplo, el pensamiento puede considerarse
como tal en tanto nos permite elegir una opción con mayor claridad, o bien, las
juntas de vecinos son un medio que nos permiten llegar a acuerdos y aspirar a una
buena convivencia, así como los acuerdos internacionales son un medio para la paz
mundial.

Puesto que los medios pueden ser muy variaos, es preciso tener claro que ellos han
de concordar con los fines. Algunas naciones han creído que para conseguir la paz
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es preciso hacer la guerra. Asimismo, algunos individuos consideran que para


hacerse respetar tienen que imponer su opinión e incluso ser intolerantes con los
demás. Pero, ¿cómo es posible lograr la paz y el respeto mediante la guerra y la
intolerancia? Un camino de guerra, violencia y contraposición entre los hombres no
puede conducirnos a la paz.

En el actuar práctico, el camino es ya la gestación del fin, pues este último no está
al final del recorrido como si se tratara de un acontecimiento que tenemos planeado
para cierto día, o un lugar geográfico al cual queremos llegar. Dicho de otra forma:
los fines están al final en nuestra previsión, pero se van gestando con los medios
que elegimos, con nuestros actos concretos e incluso cotidianos. De suerte que, si
queremos la paz y el respeto, tenemos que dirigimos a los demás en términos no
violentos y respetuosos, del mismo modo que si queremos que los demás sean
solidarios, justos o' amorosos con nosotros, hemos de comenzar por comportarnos
de esta manera con ellos.

1.3 Resultados, consecuencias y coherencia en el actuar

La acción ética no puede quedarse sólo en tener la intención de hacer algo positivo
o benéfico; por el contrario, busca tener resultados, llegar a concretarse de forma
efectiva, es decir, que concuerde con lo previsto en la intención. Como dice el refrán
popular: “De buenas intenciones está lleno el camino del infierno.” En efecto,
muchas veces con toda la intención de ayudar y ser solidarios creamos problemas
a las personas. De suerte que no basta tener la intención de hacer el bien, es preciso
buscar las condiciones para hacerlo.

Ello nos exige reflexionar sobre la objetividad de nuestros actos. Éstos se insertan
en el mundo real, en un conjunto de otros actos que imponen condiciones y límites
espaciales y temporales a los proyectos personales. No todo lo que queremos se
puede realizar en cualquier espacio ni en cualquier tiempo, y no es lo mismo ofrecer
ayuda o buscar justicia en determinado momento que mucho tiempo después. La
ética nos pide ser realistas y esforzarnos por llevar a término nuestras intenciones.

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Por otro lado, al insertarse en el mundo real, los actos éticos no quedan aislados,
sino que traen consigo una serie de consecuencias para nuestra vida y para la de
la comunidad, frente a las cuales tenemos que responder. La responsabilidad no
consiste sólo en enfrentar nuestros actos, sino también lo que ellos suscitarán con
el tiempo. Es preciso, por tanto, prever tales consecuencias y tomar en cuenta que
algunas de ellas no son siempre evidentes.

Es necesario prever lo que nuestros actos pueden ocasionar en el futuro, cuando la


situación cambie y existan nuevas condiciones y nuevos riesgos. Hemos de pensar,
por ejemplo, ¿qué consecuencias puede traerme el no decidir con autonomía y
depender de la opinión de cierta persona?, ¿no corremos acaso el riesgo de
fortalecer la sumisión y adormecer nuestra capacidad de iniciativa?, ¿podemos
dejar para otro momento la decisión de ser autónomos?, ¿afecta esto a la
comunidad o solamente al individuo?

Las consecuencias de los actos nunca son estrictamente individuales, pues ellos se
inscriben en el mundo en que están los otros. Si ocultamos hoy una verdad, si no
nos decidimos a actuar en una circunstancia que exija nuestra acción, o si dejamos
de participar en los asuntos de los grupos sociales a los que pertenecemos con
seguridad afectaremos a varias personas. La responsabilidad no se funda nada más
en lo que hacemos, sino también en Io que dejamos de hacer. En otras palabras,
no sólo somos responsables por las acciones, sino también por las omisiones.

Según se verá en el capítulo 5, dedicado a ciencia y tecnología, un ámbito de acción


ética —en el que cobra particular importancia en la actualidad el pensar en las
consecuencias— es el de las acciones tecnológicas que afectan el medio ambiente.
Por ejemplo: ¿qué efectos producirá dentro de algunos años en la población actual
y en las generaciones futuras la liberación de los gases y sustancias tóxicas que se
emplean en la industria? Así pues, la responsabilidad por las consecuencias de
nuestros actos nos obliga a prever y anticipar los acontecimientos futuros.

1.4 La decisión ética y la valentía

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Al analizar todos los elementos anteriores tenemos una ayuda para decidir, para
escoger con mayor claridad una de las opciones que se nos presentan. En las
acciones cotidianas muchas veces primero decidimos y luego analizamos. Pero en
tanto la vida ética implica una mediación reflexiva, Io conveniente es que primero
se haga un juicio sobre la acción que vamos a tomar y después decidamos. Sin
embargo, esto no significa que primero analicemos lúcidamente con la razón y
después intervenga la voluntad para elegir.

En realidad, ambas facultades inter vienen en el análisis, pues nunca podemos


prescindir de la voluntad. En la duda ante las opciones hay ya una inclinación hacia
alguna preferencia. Pero es muy importante revisar hacia qué tipo de fines se
orientan las preferencias y, sobre todo, si los medios que estamos eligiendo son
adecuados para ello. Con todo esto lo que hacemos es confirmar, pulir o corregir lo
que podríamos llamar primera inclinación. Lo que distingue a ésta de la decisión es
la voluntad autoconsciente, clara frente a sí misma. No obstante, la voluntad
interviene desde el principio del proceso.

Tener claros los elementos de nuestras decisiones es muy importante, porque ellas
implican renunciar a otras opciones, por lo menos en determinado momento,
implican un “sacrificio” de lo que podría satisfacernos en la inmediatez y, por ende,
un esfuerzo por trascender, por ir más allá de los fines a corto plazo. Toda decisión
implica, pues, una renuncia. El hombre ético sabe que no todo es posible, que es
preciso ponerle Iímites a la acción y que estos límites deben ser “lo mejor”, Io más
adecuado para la humanización, es decir, que debe optarse por aquello que nos
haga más libres.

La renuncia, por tanto, ha de hacerse con pleno convencimiento; de lo contrario, se


convierte en una represión y mutilación de la voluntad. Dicho de otra forma, el
“sacrificio” ético, el dejar una opción a un lado, ha de hacerse desde una plena
aceptación de lo que sí queremos y una afirmación de nuestro ser en ello. Si no se
dan esta afirmación y eI convencimiento, entonces, caemos en la negación de lo
que en verdad queremos, y nuestro acto se torna falso.

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No obstante, el problema más fuerte al que nos enfrentamos con la decisión y la


renuncia es que ellas implican soledad y miedo. Nadie puede decidir por nosotros;
aunque pidamos consejo, la decisión parte del individuo, y es este el que ha de
enfrentar las consecuencias. Además, surge el temor a equivocarse, a no tomar la
decisión correcta o a no poder realizar aquello que se elige.

¿Cómo vencer el miedo al fracaso cuando tomamos una decisión? En sentido


estricto, el miedo no se vence, no se elimina, pero nunca tenemos la seguridad de
que triunfaremos. Lo único que podemos hacer, por paradójico que parezca, es “no
tener miedo al miedo”, es decir, enfrentar la sensación de temor y superarla para
luchar por los fines que nos hemos propuesto. La diferencia entre el hombre valiente
y el cobarde no se reside en que el primero no sienta miedo y el segundo sí, sino
en que el primero se mantiene firme en su elección, a pesar del temor, mientras que
el cobarde se deja llevar por él y se deja a un lado sus propósitos. No hay pues,
decisión sin valentía.

2.- LAS VIRTUDES COMO REALIZACIÓN DE LOS VALORES UNIVERSALES

La decisión ética implica el compromiso de llevar a la práctica los valores y de


realizarlos de la mejor forma posible. En tanto nuestro ser es indeterminado y se
hace a sí mismo en el tiempo, nuestras acciones transcurren en la temporalidad, en
la diferencia entre el pasado, el presente y el futuro, de modo que no podemos
actuar siempre igual, no somos seres que se conformen con la repetición —aunque
en determinados momentos, por comodidad, caemos en ella—. Sin embargo, al
hacerlo nos comportamos mecánicamente y dejamos de actuar como seres
humanos auténticos. La vida ética implica la aspiración hacia la mejoría, la
experiencia del progreso.

La práctica de los valores tendiente a la mejoría se conoce como virtud. Como se


vio en el capítulo anterior, virtus significa “excelencia” o “perfección”. Las virtudes
éticas son; así, la manera excelente de llevar a cabo los valores, y gracias a ellas,
nos hacemos mejores seres humanos. Las virtudes más importantes son libertad,
autonomía; igualdad, solidaridad y justicia. De ellas se derivan muchas otras como

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el amor propio, la tolerancia, la paz, la sabiduría moral o prudencia, la racionalidad,


la valentía y la esperanza ética. La mayor parte de estas virtudes tiene una
dimensión estrictamente ética y otra ético-política, pues atañen a la vida en
comunidad. Ahora se tratará la primera de estas dimensiones; se profundizará en la
segunda cuando se trate el tema de la democracia.

2.1 Libertad y autonomía

Libertad y autonomía son la base de todas las otras virtudes. Si no podemos vivir
como seres libres, capaces de autodeterminarse y decidir por sí mismos, no
buscaremos ninguna mejoría en nuestras vidas.

En sentido oncológico, la libertad consiste en la indeterminación que nos construye


como un ser posible, con potencias contradictorias: racionalidad e irracionalidad,
individualidad y comunidad, alegría y tristeza, “elevación”, por un lado, y “descenso”,
por el otro. Íntimamente unido a este sentido ontológico está el axiológico, el cual
se da cuando, gracias a la conciencia, la libertad valora las opciones y las cualifica
de “mejores” o “peores”. También en la experiencia concreta la libertad tiene una
condición dialéctica, puesto que siempre se da en correspondencia con la
determinación.

Entonces, ¿por qué vale la libertad?, ¿qué representa eIIa para el individuo y que
hemos de hacer para realizarla como una virtud?

La libertad es el valor más importante porque en ella se cifra la realización de Io más


propio del ser humano que es su physis o su condición indeterminada. Toda ética
busca hacernos libres, Io cual implica tomar conciencia, en la experiencia concreta,
de nuestro ser indeterminado y de este modo liberarnos de limitaciones y
esclavitudes para darle a la vida la forma que deseamos.

En tanto virtud, la libertad expresa la capacidad de autocreación o autonomía, es


decir, la capacidad de elaborar un proyecto de vida conforme a los fines o valores
supremos de la existencia. Autonomía significa darse a sí mismo (autos) la propia
ley (nomos). Y precisamente, cuando diseñamos un proyecto de vida, surge ante

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nosotros lo que debemos hacer y lo que debemos evitar, nos damos la propia ley y,
al hacerlo comprendemos la necesidad en general de toda ley posible.

"Para ser libres y autónomos, Io primero que hay que hacer es auto conocernos.
Libertad es conocimiento y conciencia de sí. Pero no se trata tan sólo de conocernos
como Pedro, Juan o María, según los gustos e historias personales, sino de algo
más radical y fundamental, es decir, obtener experiencia de nuestro ser
indeterminado siendo capaces de trascender las propias limitaciones. Se trata de
esforzarnos por “ser mejores cada día”, por perfeccionar, en la medida de Io posible,
nuestras potencias y capacidades.

El autoconocimiento ético consiste en vivenciar la posibilidad de generar un cambio


en nuestras vidas y comprometernos con ella hasta el grado de saber que, en el
fondo, no existen más limitaciones de las que nos queremos poner. Se trata, en fin
de la experiencia de nuestra infinitud o apertura a Io posible, aI futuro y la novedad.
Dicho de otra forma, la libertad es la capacidad de romper con la repetición, con las
limitaciones externas y con todo aquello que nos ata y pretende mantenernos
estáticos. En este sentido, el contrario de la libertad se da cuando vivimos como un
ser ya hecho y determinado por los otros o por las circunstancias, cuando decimos
“así soy yo", “éste es el destino que me tocó”.

La virtud de la libertad o autonomía es pues, una conquista interminable, nunca la


logramos de modo pleno, pues siempre es posible ser un poco mejores. Ella implica,
por ende, vivir como seres dinámicos y en perpetuo movimiento hacia nuestros
propios fines.

Tenemos que luchar permanentemente por hacernos libres, porque la libertad no


tiene un desarrollo garantizado; por el contrario, su descubrimiento tiene a la vez un
impulso a la realización y un movimiento regresivo. Es decir, que tenemos ganas de
ser libres y, a la vez, nos resistimos a ello. El movimiento regresivo de la libertad se
debe a tres factores: las ideas deterministas o fatalistas del hombre que nos hacen
tender aI conformismo, la angustia que implica saberse libre y la vivencia de la
libertad como soledad.

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Según la concepción fatalista, no tiene sentido intentar un cambio. Esta idea


aparece una y otra vez ante nosotros. Dudamos de nuestra capacidad de cambio
porque ella no se da más que como potencia y en la medida en que no la ejercemos,
no la conocemos y vivimos, en electo, como seres determinados. Es preciso por
ello, poner en práctica la libertad para hacer realidad su condición de poder ser.

Ya nos hemos referido al miedo de tomar decisiones. Visto desde el punto de vista
de la vivencia de la libertad, el miedo se transforme en angustia. La diferencia entre
el miedo y la angustia es que el primero se da ante lo determinado, ante lo concreto,
por ejemplo: ¿podré ser buen amigo, buen profesional o no?, mientras que la
angustia se da ante lo indeterminado. Y precisamente, al enfrentarnos a la libertad,
nos descubrimos como seres indeterminados, indefinidos, como seres que no son
aun lo que quieren llegar a ser.

La libertad se vive, entonces, como vacío de ser, como pura posibilidad o potencia
y esto nos angustia. Sin embargo, la libertad implica también una vivencia feliz y
aIegre. AI descubrir la afirmamos nuestra potencia para el cambio, y en esta medida,
aunque el futuro sea incierto, podemos dirigirnos a él confiando en que lograremos
realizar Io que nos proponemos. El ejercicio de esta confianza se convierte en una
virtud que puede llamarse esperanza ética.

La libertad implica también soledad. Al asumirnos como seres libres y autónomos


sabemos que tenemos un camino único, que nadie más puede recorrer y que
debemos construirlo con las decisiones propias. No podemos imitar a los otros o
dejar que ellos decidan lo que vamos a hacer. Tenemos que singularizarnos, es
decir, separarnos del refugio y la comodidad que implica eI querer ser como otro y
el dejar que alguien más tome las decisiones que nos corresponden. La soledad
ética consiste en que hemos de regirnos por nuestra propia conciencia, tener la
capacidad de escuchar la “propia voz” y no la que viene de afuera, de la moda y la
costumbre. En otras paIabras, se trata de ser independientes o autárquicos.
Autarquía viene del vocablo griego arqueo, que significa ’alimento" o “sustento”. Ser
autárquico significa sostenerse por sí mismo, basarse en el juicio propio, cortar con
toda dependencia y, sobre todo, ser fiel a aquello que queremos y creemos.
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Por último, la realización de la libertad, eI enfrentamiento de aquello que la puede


detener implica un "heroísmo ético”, implica trascender los obstáculos y concebirse
a sí mismo como un ser posible, con capacidad de darle forma propia a la vida, con
capacidad de no olvidar los valores e ideales, sino por el contrario mantenerlos con
firmeza. De este modo, la virtud de la libertad, su ejercicio permanente, produce un
fortalecimiento del “yo”, de nuestra identidad. Se trata de hacerse “persona".

2.2 Igualdad, solidaridad y justicia

Para comprender el valor de la igualdad es necesario entender qué implica su


contrario: la desigualdad. La idea de que los seres humanos somos iguales no
significa, en efecto, que seamos idénticos, que todos nos comportemos de la misma
manera ni tengamos las mismas características físicas, culturales o emocionales.
Igualdad no es uniformidad. Somos iguales y diferentes a la vez. ¿Cómo es esto
posible? Por un lado, todos los seres humanos compartimos la misma condición de
seres posibles e indeterminados. De hecho, es la libertad la que nos hace iguales,
pues nadie nace totalmente determinado, sino que siempre hay un margen para
desarrollar las distintas potencialidades.

Pero a la vez, no todos nacemos con las mismas características ni en las mismas
condiciones socioeconómicas y culturales. hay diferencias de todo tipo entre chinos
y franceses, mexicanos e hindúes. Además, no todos los seres humanos hacen lo
mismo con la libertad de su ser; unos se comprometen más con ella y desarrollar
sus potencialidades humanas, otros no. Hay diferencias entre el responsable y el
que no lo es, entre el valiente y el cobarde, así como entre el virtuoso y el vicioso.
Sin embargo, es un hecho que todos seguimos siendo humanos en el sentido de
poder ejercer nuestra libertad, por eso, somos iguales y diferentes a la vez.

Entonces, ¿por qué proponer la igualdad como valor, como un ideal por alcanzar, si
ya la poseemos? Lo que ocurre es que en las condiciones concretas de existencia,
en los diversos sistemas político-sociales y en el trato que nos damos unos a otros,
intervienen los intereses particulares o de grupo y solemos dar mayor importancia
a las diferencias y generar con ello injusticias y discriminaciones.

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Existe, por tanto, la necesidad de reconocer que todos somos seres humanos, con
una physis común, a pesar de las diferencias y que por ello todos tenemos, en
principio, derecho a ser tratados con dignidad, a llevar a cabo el proyecto de vida
que hemos elegido, a mejorar nuestras condiciones concretas de vida y a que se
nos dé un trato igualitario.

Y es precisamente la igualdad interhumana entre todos los seres humanos la que


nos permite comprender los valores de solidaridad y justicia. Desde el punto de vista
ético, la solidaridad no es otra cosa sino el reconocimiento de que todos tenemos
precisamente la misma naturaleza, la misma aspiración a “ser mejores” y a realizar
la libertad y que, por ende, existe una hermandad interhumana. Somos solidarios
en sentido ético cuando asumimos la frase del sabio romano Terencio: “Nada de lo
humano me es ajeno”, es decir, cuando comprendemos que las diferencias entre
los humanos no constituyen cortes o distancias radicales, que lo que otros han
desarrollado, ya sea el éxito o el fracaso ético, económico, político, social, también
es posible para cualquier ser humano y que, por ende, no podemos ser indiferentes
al destino de los demás, sino que por el contrario podemos hacer algo por ellos. La
solidaridad se convierte en virtud ética cuando ejercemos, en la medida de lo
posible, la responsabilidad de hacer aIgo por la mejoría de aquellos que conforman
nuestro entorno.

La virtud de la justicia consiste básicamente en “dar a cada quien lo que le


corresponde” y esto se refiere, ante todo, al reconocimiento de los derechos
humanos de los otros, a tratar a todo hombre como un ser libre, autónomo y digno
de respeto. La justicia excluye, por principio, el dominio y la manipulación. Pero,
además, implica buscar el reparto equitativo de los bienes materiales, así como de
las oportunidades de desarrollo personal o de grupo en el interior de una sociedad.
La justicia no se reduce, por tanto, al aspecto económico de la vida; sin embargo,
no podemos pensar que ejercemos esta virtud si no luchamos por acortar la
distancia entre los privilegiados y los desposeídos, entre los sanos y los enfermos,
así como entre los grupos que tradicionalmente han tenido acceso a la educación y
a un trabajo digno y los que no lo han tenido.

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La necesidad de regular nuestros actos por la justicia proviene del hecho de que,
aunque somos iguales, no todos nacemos y nos desarrollamos en las mismas
condiciones de vida. La naturaleza nos da salud o enfermedad, y tal vez hayamos
nacido en un ambiente próspero o en uno pobre. Es preciso acortar estas distancias
para que las personas lleven una vida digna, para hacer efectivas su libertad y su
dignidad.

2.3 El amor propio

El amor propio o autoestima consiste en querernos y respetarnos en tanto seres


posibles o libres, es decir, como seres indefinidos y, por ende, capaces de cambio.
El amor propio es inseparable del ejercicio de la libertad, para comprometernos con
esta última, debemos confiar en nosotros, en nuestra capacidad para realizar los
proyectos, los ideales y los valores, y tenemos que ser fieles a todo esto.

El amor propio, en tanto virtud ética, no consiste en darnos cosas. ni tampoco en


eIaborar una idea agradable de nosotros, ni mucho menos en una actitud de orgullo,
sino en cultivar lo más preciado que tenemos: la libertad responsable. Se trata de
amar o cuidar nuestro deseo de ser "mejores” siéndoles fieles y convirtiéndonos en
los conductores. de nuestra propia vida.

Ello implica establecer un diálogo permanente con nosotros mismos, establecer una
comunicación en la que nos preguntemos sobre las actitudes que tomamos y las
analicemos críticamente. El amor propio lleva consigo la autocrítica: juzgar lo que
hacemos, contrastarlo con lo que podría ser "mejor”. Por ende, representa un
esfuerzo, pero la gratificación de este último está en experimentar la propia
actividad, en vivir como seres capaces de crecer.

2.4 La tolerancia

Para hacer posibles la vida comunitaria basada en la igualdad, la solidaridad y la


justicia requerimos tolerancia, es decir el respeto activo hacia las diferentes formas
de vida, concepciones morales y comportamientos sociales.

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Existen dos formas de tolerancia: la pasiva, que no tiene valor ético ni es una virtud,
y la activa, que es la que importa realizar. La primera consiste en simplemente
aguantar al otro porque nos vemos forzados por las circunstancias. Es el mínimo de
aceptación que podemos dar a los demás en la convivencia. Pero se trata de algo
extrínseco y forzado, cuyo único objetivo es evitar el conflicto y esto no implica
ningún interés por conocer a quienes no son como nosotros ni comparten nuestros
valores morales. Por el contrario, la auténtica tolerancia es una forma genuina de
respeto que proviene de una aceptación libre y sincera de la íntima relación entre
igualdad y diferencia entre los seres humanos; gracias a ella podemos interesarnos
en conocer y aceptar las diferencias.

La tolerancia activa parte de la convicción de que la diversidad de formas de vida


no anula la igualdad interhumana; por tanto, no elimina el derecho que todos
tenemos a realizar nuestros proyectos, ideales y valores éticos, políticos y
religiosos. Voltaire (1694-1778), filósofo de la Ilustración francesa, precisó esta
síntesis de igualdad y diferencia en la siguiente frase —que puede considerarse el
lema de la tolerancia—: ”no estoy de acuerdo con lo que piensas pero estoy
dispuesto a defender hasta la muerte el derecho que tienes de pensar lo que
piensas”.

El respeto a la diferencia implica el reconocimiento del carácter relativo, no absoluto,


de la propia forma de vida; significa también una actitud de humildad, de no soberbia
ni superioridad frente al otro, pues se basa en reconocer que nadie posee nunca la
verdad absoluta. En el polo opuesto de la tolerancia genuina está la intolerancia: el
dogmatismo y el fanatismo de quienes tienen la soberbia de creer que sólo su
forma de vida es válida y, por tanto, intentan negar al diferente con la imposición y
el dominio. Esta actitud ha dado lugar en la historia a diversos tipos de
marginaciones y estigmatizaciones que van contra la dignidad del otro como son el
racismo, la marginación religiosa, la discriminación por diferencias sexuales. La
intolerancia lleva al desconocimiento de la diversidad o pluralidad humana.

En el fondo, la humildad proviene de la seguridad del hombre auténtico, que sabe


que la libertad, al ser posibilidad abierta, implica muchas formas de realización y,
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por ende, él busca sus propias convicciones sin necesidad de imponerlas a los
demás. Por el contrario, la soberbia proviene de la inseguridad de quién no ha
descubierto la naturaleza propia de la libertad, de quien no es libre y cree que al
imponer sus creencias y negar las de los demás realiza su ser.

Por último, hay que comprender que la tolerancia no puede ser indiscriminada, pues
no toda diversidad es aceptable desde el punto de vista ético. Si aceptamos
cualquier tipo de diversidad caemos en la indiferencia, todo es igual. La pluralidad
no es axiológicamente diferente, es tanto positiva como negativa, ¿Cuáles con las
diferencias negativas? Si los seres humanos nos caracterizamos por ser iguales y
diferentes, tenemos que aceptar la mayor parte de las diferencias, pues ellas nos
son propias. En efecto, la única de ellas que tiene un signo negativo es la
intolerancia de los fanáticos.

No es éticamente aceptable tolerar al que no tolera y actúa en contra de los


derechos del otro. No vale tolerar al racista, al terrorista, al violador, al cruel y
criminal, a quien no respeta la libertad y dignidad de los otros, al que quebranta el
orden de la igualdad y el respeto recíproco. Si permitimos todo esto caemos en una
fuerte contradicción ya que damos lugar a que la intolerancia destruya la diversidad
de formas de vida, y con ello invalidamos lo que proponemos como un valor. La
única forma de vida uno tolerable es la intolerante, la que pretende imponerse por
coacción y violencia sobre los demás.

Para enfrentar este límite, el hombre ético no puede servirse de una actitud
intolerante, por ejemplo, haciendo uso de la violencia. Debe valerse de medios
racionales, apoyarse en la educación, en el diálogo, en apelar a la ley y a la justicia.

2.5 La paz

La paz es incomprensible sin la guerra y la violencia debido a que en la historia


humana siempre ha habido conflictos con nosotros mismos y con los demás.

Estamos hechos de fuerzas contradictorias, unas hacia el ascenso y la construcción


y otras hacia el descenso y la destrucción. Pero también hemos visto que la libertad

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responsable está en un movimiento de trascendencia de la contradicción, pues se


propone fines, se compromete con ellos y, en esta medida, cobra una forma
definida. La dimensión ética de la paz provino de este movimiento en el que la
libertad encuentra un compromiso con el crecimiento del ser humano.

Sin embargo, es preciso comprender que la paz nunca se conquista por completo,
no es un estado definitivo, sino siempre relativo al conflicto. La paz no puede
provenir sino de este último; sin conflicto no surgirá la aspiración a una existencia
pacífica. Paz y violencia son dos contrarios que se implican mutuamente y que, por
ende, no se oponen de forma definitiva ni se anulan uno al otro.

El polo opuesto de la paz no es la guerra y la violencia, sino el predominio de las


fuerzas destructivas de la vida humana sobre las creativas. Lo verdaderamente
inadmisible es dejarnos llevar por las fuerzas que obstruyen la libertad: el fatalismo,
el miedo y la angustia, el sometimiento a los otros por no haber sabido conquistar
la independencia. Estas fuerzas se hacen presentes tanto en la paz destructiva
como en una guerra igualmente destructiva.

Una paz destructiva es la que proviene del conformismo con las propias limitaciones
y del temor a protestar, a exigir nuestros propios derechos, la que huye del conflicto
con uno mismo y con los otros. Ella no constituye, desde luego, ninguna virtud. Así
mismo, existe una guerra esencialmente destructiva: beligerante, cuando lo que
motiva el conflicto es el propósito de sojuzgar a otros. Esta actitud belicosa surge
de la incapacidad de asumir las propias fuerzas creativas, de la falta de compromiso
con nuestros fines; entonces, lo que buscarnos es someternos a nosotros mismos
al miedo, o bien, someter a los otros. La guerra que busca el sometimiento y el
dominio tiene como fin lo que se ha caracterizado como la “paz de los sepulcros”,
puesto que se acerca al quietismo de la muerte y a la impotencia. Es la paz
manchada de sangre, la de la resignación de los vencidos. Pero no puede ser una
paz estable y duradera, puesto que alimenta el resentimiento de los sojuzgados y,
tarde o temprano, la explosión de más violencia.

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En cambio, es posible hablar de una paz e incluso de una violencia constructivas.


En este caso lo decisivo es que el dinamismo y la complementariedad entre una y
otra esté marcado por la búsqueda autentica de la libertad responsables. Es un
hecho que en ocasiones tenemos que entrar en conflicto con las determinaciones
del medio social y político que nos limitan, y también con la voluntad de otros que
se oponen a nuestros proyectos legítimos y al desarrollo de nuestra libertad y
autonomía. Por ello, es no sólo legitimo sino necesario, desde un punto de vista
ético, protestar y exigir los derechos personales o de un pueblo. La defensa de la
libertad personal o colectiva puede valerse de la violencia para combatir a las
fuerzas que intentan destruirla. Así sucedió, por ejemplo, en la guerra de
Independencia en México en 1610 o en la Revolución de 1910. Sin embargo, la
violencia siempre implica un mal (en el caso de una guerra, la muerte de muchas
personas, combatientes y civiles), por lo que una defensa de la libertad mediante
protestas y acciones pacíficas resultaría una mejor opción, tal como lo demostró
Mahatma Gandhi (1869-1948) en su lucha por la independencia de la India, o Martin
Luther King (1929-1968) en la defensa de los derechos civiles de los afroamericanos
en Atados Unidos de América. Ambos personajes, símbolos de la defensa de la
libertad y la tolerancia, murieron trágicamente, víctimas de lo que combatían: la
intolerancia; pero enseñaron al mundo entero que la violencia y la guerra no son
indispensables para la autodefensa.

Lo decisivo para que la paz adquiera un carácter ético (que surja de la tolerancia y
no del miedo y el sometimiento) es la tendencia hacia la libertad comprometida con
los valores humanizantes, con aquello que permite el desarrollo de las virtudes de
todos los seres humanos.

La paz exige el ejercicio permanente de actitudes conciliatorias (aun en el conflicto)


como la serenidad, la tranquilidad de ánimo y el autodominio. Desde luego, no el
autodominio como represión de la libertad, sino como verdadera conciencia de la
dirección que deseamos dar a la libertad. Si tenemos claro esto conquistaremos la
tranquilidad incluso en la guerra y la protesta.

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Lo que la virtud ética de la paz exige evitar es, así, la actitud belicosa, la disposición
a la guerra sin cuartel, sin fines adecuados al desarrollo de la libertad y sin búsqueda
de acuerdo y conciliación.

En síntesis, la paz tiene como objetivo el desarrollo de las potencias humanas, la


preservación de la libertad y la autonomía. La violencia y la guerra pueden ser un
medio para alcanzar la paz cuando se busca defender el derecho a la autonomía y
la independencia política de un pueblo, o cuando una comunidad trata de preservar
sus derechos o su identidad cultural ante la oposición violenta de un grupo
dominante o de un Estado. En cambio, los contrarios irreconciliables y opuestos a
la virtud son la paz por impotencia y la belicosidad. Conviene evitar estos extremos,
pues sin la búsqueda constante de la paz no puede realizarse una auténtica libertad
del ser humano. Sin esta búsqueda, el hombre no será capaz de apropiarse de sus
potencias creativas. Sin la paz el hombre se pierde a sí mismo y pierde su vínculo
con los demás.

2.6 La sabiduría ética o prudencia, la racionalidad y la valentía.

La prudencia (en griego phrónesis) es la virtud que nos permite tomar decisiones en
la práctica concreta para realizar los valores ideales. Ella se ejerce ante las
situaciones específicas a las que nos enfrentemos, se opone a lo particular; pero
tiene como horizonte lo universal. La prudencia consiste en preguntarse qué es ser
justo, tolerante, solidario, etc., y con qué medios poner en práctica estas virtudes
“aquí y ahora”, es decir, cómo realizar el ideal ético en esta situación concreta, cómo
acortar la distancia entre uno y otro. Es decir, la prudencia es el arte de saber cómo
actuar de la mejor manera posible en cada caso, por lo que ella requiere la
comprensión de la singularidad o el carácter irrepetible de cada caso y de la
generalidad de la Iey.

El polo opuesto de la sabiduría ética es el apriorismo o purismo ético, que consiste


en proceder desde la pura generalidad sin tomar en cuenta las especificidades de
la situación. Por ejemplo, tomar como inquebrantable el principio de decir siempre
la verdad, sin considerar que, en una situación de peligro, como es el caso de la

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guerra podemos salvar a un amigo con una mentira. Por supuesto, de esto no se
concluye que no sea una regla válida “no decir mentiras”. Más bien, hemos de
concluir que de acuerdo con ese caso singular, podemos hacer a un lado el
principio, pero no siempre. Lo que destaca en la sabiduría ética es la resolución de
lo singular dentro de un horizonte de valores, pero sin dejarse llevar por la
aplicación mecánica de las reglas.

La prudencia es el arte de decidir adecuadamente. Un artista.es aquel que teniendo


una idea previa de lo que quiere hacer, sabe descubrir cómo manejar los elementos
con que cuenta, según la manera en la que se va desarrollando su obra. Del mismo
modo, el hombre prudente tiene que ir descubriendo cómo actuar en cada caso. La
prudencia implica, por tanto, intuición, es decir, el arte de saber hacer según las
circunstancias, Pero también implica el desarrollo de la racionalidad de la
inteligencia. En realidad, a la prudencia corresponde lo que ya se comentó acerca
del juicio moral o la deliberación. Hemos de analizar racionalmente las causas y los
motivos, los fines y los medios, así como las consecuencias de los actos y de
acuerdo con todo esto determinar con valentía qué hacer. No hay prudencia sin un
análisis racional así como, valor para decidimos por una acción y actuar en
consecuencia.

2.7 La esperanza ética

Para realizar los valores en general es preciso esperar que los ideales puedan
hacerse reales, a pesar de los impedimentos a su realización. Los valores son
convicciones que muchas veces no han cobrado realidad en nuestro entorno, pero
que nosotros tenemos que hacer reales, si en verdad estamos convencidos de su
valor. Para esto requerimos esperanza, necesitamos pensar que podemos ser
agentes de cambio y que los valores tienen fuerza transformadora no sólo en
nuestra persona sino en la de los demás.

Pero no se trata en modo alguno de una esperanza meramente ilusoria que se


aferra a que en el futuro las cosas serán mejores que en el presente, y con ello
desplaza los problemas hacia un mañana indefinido. La esperanza ética se basa en

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el ejercicio de la razón analítica y crítica, en el conocimiento de la naturaleza o


physis humana, en el conocimiento de su historia y su presente. Asimismo, para
actuar éticamente hemos de conocer la situación concreta a la que nos
enfrentamos, así como nuestros fines, motivos y medios. La esperanza ética debe
ser realista.

A la vez, cabe admitir que no basta el mero realismo racional, sino que este tiene
que ser esperanzador. Pues la vida ética es la vida de la libertad y, por ende, de lo
posible, de lo que aún no es. Ella implica lanzarse al futuro, y para esto no es
suficiente la mera razón, se requiere una actitud de auténtico convencimiento en la
que intervienen fuerzas extranacionales como la imaginación, la intuición y el amor.
La ética implica la integridad de nuestro ser.

En tanto virtud, la esperanza consiste en la conjunción del conocimiento realista y


la fidelidad a los propios ideales y valores, aun cuando ellos todavía no lleguen a
realizarse. Se trata de reunir el ejercicio de la razón con el afán de tener un futuro
imaginativo y transformador. Si sólo ejercemos uno de estos dos aspectos, es decir,
si solo somos realistas o si sólo anhélamos un futuro sin ninguna base en la realidad,
no se da la virtud de la esperanza, y sin ella no hay un auténtico movimiento ético.
En este caso es preciso evitar los extremos: por un lado, la pura racionalidad que
sólo analiza sin impulsar el cambio y por el otro la mera ilusión vacua y estéril que
proyecta ideales sin analizar los datos de una determinada situación.

3.- Ámbitos de la práctica ética

La decisión y el actuar ético se dan en distintos ámbitos: a) la relación con uno


mismo, los amigos y la pareja, b) las relaciones sociales de la familia, la escuela, el
trabajo y las diversiones, c) las relaciones con la patria y con el ámbito internacional
o la humanidad en general, y d) la relación con el entorno ecológico o la naturaleza.

Estos ámbitos de acción conforman, según destacó el escritor mexicano Alfonso


Reyes en su Cartilla moral, una serie de “círculos concéntricos", pues todos tienen

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un mismo centro: el individuo y su relación consigo mismo. Los distintos círculos


rodean este centro haciéndose cada vez más amplios.

Es posible representamos la idea de Alfonso Reyes haciendo una comparación de


estos ámbitos con las órbitas de un sistema planetario, pues puede decirse que el
actuar ético conforma un universo. Si esto es así, en el centro debe haber un astro
que ilumina todos los ámbitos de acción ética y éste es el ‘amor a uno mismo", sin
él no surge la libertad ni los vínculos con los demás. De suerte que, en el fondo,
cada uno de nosotros es el “sol” que Ilumina su universo ético y todas las otras
órbitas no son sino extensiones del amor propio.

3.1 El amor a sí mismo, la amistad y la pareja

En su sentido radical, el amor no se reduce al sentimiento agradable y complaciente


que puede suscitarnos una persona o cualquier otro ser, sino que es atracción, afán
de vínculo, interés y cuidado; por ende, implica actividad, esfuerzo y constancia. El
“amor a sí mismo” es el cuidado permanente de la libertad responsable, la atención
a los proyectos e ideales a fin de experimentar el progreso o crecimiento de nuestra
autonomía y personalidad ética, a fin de humanizarnos.

Este cultivo de uno mismo se irradia o extiende, en primer término, a la amistad y la


relación de pareja. Tanto una como la otra adquieren una cualidad ética cuando hay
un interés mutuo por el despliegue de la libertad de la otra persona. Estas relaciones
requieren reciprocidad, en el sentido de que no puede haber dominio de uno por
otro. Es preciso evitar cualquier forma de subordinación o de concentración en el
crecimiento de uno a costa del otro. Reciprocidad no significa hacer una
equivalencia de “uno a uno” y pretender que lo que ayer le tocó al otro, ahora nos
toca a nosotros.

Se trata de algo mucho más profundo, que consiste en tener interés porque ambos
miembros de la relación descubran sus capacidades y puedan desarrollarse sin
cortapisas. Tal interés no siempre comienza de forma simultánea.

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Ya Sócrates nos recomienda en la Apología que si queremos que el amigo se


interese, por nuestros asuntos, es preciso comenzar a interesarnos por los de él. Es
decir, no tenemos que esperar a que el otro dé el primer paso, hemos de ser
nosotros, si queremos desarrollar nuestra capacidad amorosa, quienes lo demás y
hemos de tener, por tanto, paciencia. Si hay auténtico interés por el crecimiento del
otro, sabremos esperar, pues el amor implica confianza en uno mismo y en aquel a
quien queremos.

Lo que debemos evitar es que el otro pretenda subordinarnos o negar nuestra


libertad, que pretenda hacer de nosotros una posesión. La amistad y la pareja
exigen un esfuerzo constante por mantener nuestra dignidad de personas
autónomas frente al otro, pero no podemos exigir desde el inicio el mismo interés
por los asuntos que nos atañen; para ello hay que dar y saber recibir lo que el otro,
desde su situación y su perspectiva, puede darnos. Con el tiempo, la donación de
un amor interesado en el crecimiento del amigo o la pareja genera amor en el otro.

En el caso específico de la pareja amorosa interviene el vínculo sexual que otorga


placer, Platón, en el Banquete o Simposium, hace una distinción que conviene tener
presente entre “buen amor” y “mal amor”. El primero es aquel en el que además de
darse la relación sexual, hay un interés por la persona en su integridad y se busca
formar entre los dos una unidad mayor, más fuerte y completa: dar nacimiento a
nuevos intereses y capacidades (los “hijos del alma”) o a otros seres humanos (los
“hijos del cuerpo”). Este amor exige respeto de uno por el otro e implica una mutua
ayuda en el despliegue de la libertad y la autonomía.

El “mal amor” es el que sólo se interesa por lo sexual, desconoce la integridad del
otro e incluso pretende poseerlo y limitar su autonomía. En este tipo de relación no
hay, desde luego, confianza mutua, respeto ni aspiración a la reciprocidad.

En síntesis, hay amistad y pareja ética cuando existe un vínculo de libertad entre
iguales; por el contrario, hay una mala relación cuando se dan la posesión y el
sometimiento, cuando no se cultiva la igualdad interhumana.

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3.2 La familia

En cuanto a la familia, es preciso tomar en cuenta que constituye la célula de la


sociedad, es la primera forma de intercambio social al que nos enfrentamos desde
que nacimos y gracias a ella, la sociedad se organiza y transfiere su herencia
cultural a cada uno de sus miembros.

El significado ético de la familia está determinado por los valores de igualdad y


libertad, de respeto recíproco de unos por otros, por la búsqueda de
complementación y colaboración. Para la comprensión ética de nuestro tiempo no
cabe una estructura familiar basada en el autoritarismo y la dominación, ni del
hombre sobre la mujer (o viceversa), ni de los padres sobre los hijos. No pueden
seguirse admitiendo las vio las formas de dominación familiar, de separación y
exclusión entre mayores y menores, poderosos y débiles, y de una absoluta
obediencia de los hijos hacia los padres.

Todo esto no significa que desaparezca la autoridad de los padres y que éstos no
dicten reglas de comportamiento a los hijos. En la familia éticamente estructurada
debe persistir un principio de autoridad, pero sin llegar al autoritarismo o la
dictadura. La autoridad debe conservar se debido a que los padres tienen la
responsabilidad de formar a los niños y jóvenes, pues poseen mayor experiencia
vital. Pero debe ser una autoridad racional, que pueda explicar las reglas y no las
imponga sin más, de forma arbitraria, con violencia y dominación. Desde el punto
de vista ético, no cabe tampoco que los padres evadan su responsabilidad de
adultos y pretendan comportarse como amigos de los hijos. La amistad debe tener
cabida en estas relaciones, pero sin dejar a un lado el ejercicio de quien tiene ya un
camino recorrido y tiene la obligación de encauzar la trayectoria de los que vienen
después. Los padres deben ser una guía y no tan solo interlocutores confiados y
cariñosos.

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3.3 Le escuela

La escuela, por su parte, es el ámbito en que conocernos, en rigor personas muy


diferentes. Los miembros de una familia guardan un estilo de vida que resulta
precisamente “familiar”, además, está garantizado un mínimo de aceptación y
reconocimiento entre sus integrantes. Por el contrario, en la escuela nos
enfrentamos a personas con otras costumbres y creencias, con otros estilos de vida
y la aceptación de unos por otros no está garantizada. Tenemos que aprender a
conocer y reconocer las diferencias, construir el vínculo con los demás y conquistar
su amistad.

Por supuesto, en la escuela deben privar todos los valores de los que hemos
hablado, y de forma particular el respeto recíproco, de tolerancia. También debe
existir la autoridad racional pues los maestros y directores, por el hecho de tener
más conocimiento, son responsables de guiar a niños y jóvenes, sin llegar al uso
arbitrario e irracional de la autoridad.

Uno de los valores más importantes que puede transmitir la escuela es eI del
conocimiento, unido a la libertad de pensamiento. Para desarrollar adecuadamente
la libertad es preciso conocer la realidad física y social que nos circunda, Sin el
conocimiento, el hombre no llega a realizarse, pues como bien lo señala Aristóteles
en su Metafísica: “todo hombre tiende por naturaleza aI conocimiento”. Existe una
curiosidad espontánea que requiere satisfacerse y a ello debe estar orientada la
educación escolar.

Pero el conocimiento también tiene una dimensión ética. El hombre ético no busca
simplemente conocer por conocer, sino que el conocimiento es para él también un
medio para hacerse libre, Para lograr la libertad de pensamiento y la autonomía
propia y de los demás. El conocimiento debe conducirnos a la autenticidad, al
descubrimiento de lo que cada quien quiere ser, según sus capacidades personales
y aspiraciones. El fin último del conocimiento es aprender a ser lo que somos, crecer
como seres humanos capaces de creatividad y comunicación Iibre con los demás.

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3.4 El trabajo y las diversiones

La dimensión ética del ámbito laboral está en Io que los griegos llamaron el “bien
hacer”. Solamente hacemos algo de manera plena cuando se hace bien. El bien no
es un mero añadido, sino que es parte del hacer mismo. Hacer mal algo es, en
realidad, deshacerlo, no lograr lo Propio de ese algo.

Para actuar con profesionalismo es preciso tener estudios, capacitación, dominio


del campo al que nos dedicamos, ya sea teórico o práctico, y perfeccionar las
habilidades y destrezas adecuadas. Es preciso realizar el trabajo con concentración,
entrega, cuidado, inteligencia, cumplimiento y sacrificio (si es necesario). Estas
condiciones son las que nos autorizan a realizar cierto tipo de trabajo; gracias a ellas
nos convertirnos en personas “dignas de fe” para realizar determinada labor.

Además del profesionalismo, la dimensión ética del trabajo está en la


responsabilidad con que lo asumimos. Se trata de ser responsables ante nosotros
mismos y respecto de nuestras propias facultades, es decir, hacer las cosas de la
mejor manera posible por cumplimiento y satisfacción propios, no por el calificativo
que podemos recibir de los demás. En esta medida, eI trabajo se humaniza, pues
se asume como una vía para el descubrimiento y el perfeccionamiento de las
propias potencias, en especial, de la posibilidad de “ser mejores” mediante la
superación de nuestras limitaciones. El trabajo es una forma de humanización.

También la responsabilidad es ante los otros, pues todo trabajo es social.


Trabajamos con otros y para otros, de modo que la forma de hacer el trabajo implica
una respuesta a lo que los demás esperan de nuestro compromiso social. Somos
responsables con el grupo cercano de trabajo, con la empresa, universidad, fábrica,
establecimiento, etc., donde trabajamos; asimismo, tenemos una responsabilidad
con la nación a la que pertenecemos, pues en gran medida, el profesionalismo
depende de los elementos que esta nos proporcionó.

Si el trabajo se realiza buscando eI perfeccionamiento de nuestras capacidades y


se lleva a cabo con responsabilidad, entonces se convierte en fuente de
satisfacción, incluso podemos encontrar las vías para escapar a lo rutinario de cierto

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tipo de obligaciones laborales y realizarlas con iniciativa, pues nos hemos


descubierto a nosotros mismos en lo que hacemos. Pero si no ponemos esta
intención humanizante, entonces, el trabajo se convierte en insatisfactorio y
frustrante, incluso puede llegar a enajenarnos, a convertirnos en seres mecánicos,
insensibles, incapaces de disfrutar de la vida.

Finalmente, el trabajo tiene que alternarse con el descanso y la diversión. La entrega


al trabajo no significa llegar al embotamiento o convertirnos en compulsivos, en
adictos al trabajo como una forma de escapar a la convivencia con el entorno
familiar o amistoso, como una forma de huir del vínculo interhumano y de abandono
de la pluralidad de dimensiones que conforman el inundo humano.

La productividad y creatividad de la vida no reside tan sólo en el ámbito laboral,


están presentes en la forma de relacionarnos con nosotros mismos y con los demás,
se dan en la forma de descansar de contemplar la naturaleza, de dialogar con los
amigos, de dar y recibir placer, que jugar.

Estas actividades llamadas recreativas también tienen una dimensión ética. Pueden
vivirse como una evasión y Ilegar a mecanizarse si no se realizan en equilibrio con
el trabajo o pueden vivirse como una forma del auténtico gusto por vivir y descubrir
la riqueza de Io humano. Así como hay un trabajo enajenado, existe un descanso
enajenado, esclavizado y destructivo.

El hombre es un ser multidimensional, que está llamado a desarrollar una pluralidad


de aspectos, sin que ninguno de ellos Io satisfaga por sí solo ni lo agote. Por ello,
necesitamos aprender a darnos tiempo para todas las actividades de las que se
habIó y evitar caer en la “unidimensionalidad”, en la reducción de la vida humana a
un solo aspecto.

3.5 La patria

Lo que llamamos patria o nación es esa reqión del mundo, esa “tierra”, ese paisaje
y esa historia política y ética de la que formamos parte como individuos y como

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pueblo. La patria es física, terrenal y, al mismo tiempo, es un símbolo de los valores


que hemos heredado de nuestros antepasados.

Tenemos un compromiso ineludible con el ámbito nacional, pues somos producto


de su devenir y con nuestra actividad y forma de ser contribuimos, aun sin quererlo,
a su destino futuro. La patria nos pertenece en tanto hemos nacido y crecido en ella,
pero a la vez, nosotros le pertenecemos. Parece que sólo en tiempos de guerra la
patria nos llama, pero en realidad es sobre todo en tiempos de paz cuando
advertimos que todo lo que hacemos repercute en mayor o menor medida, para bien
o para mal, en eI contexto nacional. No es posible ser indiferentes a esto. Con el
concepto de nación comprendemos también eI de “bien común”, o “bien del grupo”,
superior al bien individual, lo cual implica que hemos de estar dispuestos a
subordinar nuestro beneficio personal al de la patria. Ella protege a los individuos
creando leyes, en particular, la Carta Magna o Constitución, pero también señala
obligaciones del individuo para que perviva la relación de éste con el sentir y pensar
de la generalidad.

Debemos hacer por la patria todo lo que podamos, pues de ello depende el futuro
de la comunidad a la que pertenecemos y permanecerán nuestros hijos. Pero este
deber tiene que cumplirse por amor y no solo porque lo señalan las leyes. El amor
a la patria es un constitutivo de la vida ética. Surge cuando -corno señala el
historiador griego Tucídides (siglo V a.C.)— admiramos la grandeza de las ciudades
del país y comprendemos que “fue gracias aI valor y al conocimiento de las
necesidades prácticas y a un sentido de dignidad de la conducta como los hombres
ganaron todo esto”.

Tener presente el “bien común” implica reconocer nuestra liga indestructible con los
otros y reconocer en éstos la igualdad de derechos. Por ello, tal reconocimiento nos
humaniza. Así, Alfonso Reyes sintetiza la dimensión ética de la relación con la
patria, afirmando que “quien ignora el deber patrio es extranjero en la humanidad”.

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3.6 El ámbito internacional y la humanidad en general.

Ninguna nación sobrevive aislada, todas establecen vínculos con el exterior. En la


época actual, debido a la globalización, al gran adelanto que hemos logrado en las
comunicaciones, y al hecho de que todos los habitantes de la Tierra nos
enfrentamos a problemas comunes ocasionados por la tecnología y la explotación
de los recursos naturales, las naciones están interconectadas. No sólo existen
intereses económicos entre ellas, también hay responsabilidades y preocupaciones
comunes que han dado lugar a leyes y tratados internacionales que eI hombre ético
y. reflexivo tiene que asumir.

Así como la relación del individuo con su patria adquiere una dimensión ética en
tanto se da una liga consciente y amorosa con la nación, así se requiere un vínculo
amoroso con la humanidad en general para ocuparse de los problemas
internacionales y asumir los deberes que impone la unión entre las naciones. De
hecho, eI hombre ético hace de todo el mundo su patria.

Tenemos una responsabilidad con todos los hombres en general, incluso con los
que no han nacido. Esto se debe a que, queramos o no, hay una influencia mutua
entre nosotros, unos aprendemos de otros, servimos de ejemplo o contraejemplos,
aun sin proponérnoslo. Estamos influenciados no sólo por quienes conforman
nuestro entorno más próximo, sino también por quienes viven en otros países y
quienes han vivido en el pasado.

La manera de ser y de vivir en esta época es en qran parte el resultado de lo que


fueron nuestros padres y antepasados de este país y del mundo entero. Si hoy en
día defendemos valores como la libertad, la igualdad, la justicia, es porque nuestros
antecesores también lucharon por ellos. Asimismo, lo que todos los hombres del
presente hagamos influirá en la formación de quienes vengan después. Dicho de
otro modo, los seres humanos formamos una comunidad universal con herencia
histórica, una comunidad que deja huellas a lo largo del tiempo y a través de las
naciones debido a nuestra capacidad de aprender.

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Aprendemos porque somos seres incompletos, abiertos al futuro y abiertos a los


demás seres humanos. Los actos del individuo llevan un mensaje para nuestros
semejantes, aun cuando no estemos conscientes de ello. Cada una de nuestras
decisiones las tomamos creyendo que es Io mejor, creyendo, implícitamente, que si
alguien estuviera en nuestra situación haría lo mismo. Tendemos a no elegir lo que
pueda valer sólo para un momento, pues es evidente que se trata de un valor
limitado. Buscamos lo que sea reconocido por los demás.

Por último, en relación con las generaciones futuras tenemos una doble
responsabilidad. Por un lado, hemos de hacer valer el respeto a las personas
practicando los valores y virtudes éticas de las que hemos hablado, para crear con
ello un precedente que los demás habrán de continuar.

3.7 La naturaleza y el medio ambiente

Para la filosofía, la naturaleza es para el hombre más que un lugar en el que habita,
pues estamos hechos de los elementos químicos y biológicos que conforman a toda
la naturaleza. La Tierra da origen aI cuerpo, a la materia humana. Además, resulta
evidente que nunca podemos prescindir de la relación con lo vivo en general y con
los elementos físicos que conforman la naturaleza: agua, fuego, tierra, aire, piedras,
así como la belleza del mar, de las estrellas o de un bosque. Nuestro cuerpo y el
desarrollo de nuestras capacidades humanas requieren de todo esto. Por tanto, la
Tierra no es sólo una casa sino que es nuestro origen mismo, cabe decir, nuestra
madre. La liga con la naturaleza es, así, profunda; la Tierra es un complemento
indispensable de nuestro ser y, en esta medida, la actitud hacia ella adquiere una
dimensión ética.

Es posible establecer dos tipos de vínculo con la naturaleza. Por un lado, se da una
relación práctica y utilitaria, pues transformamos los recursos naturales, los
trabajamos para sobrevivir; pero por el otro, la naturaleza puede ser objeto de
contemplación desinteresada (no utilitaria) desde el punto de vista estético y desde

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el punto de vista cognoscitivo, con lo cual establecemos un vínculo de respeto y


gozo hacia ella.

Hoy en día tiende a desaparecer este segundo modo de relación y el primero se ha


exagerado al grado de dar lugar a una destrucción del entorno natural y crear un
grave desequilibrio ambiental. El hombre se siente amo de la naturaleza; ya no la
disfruta, sino que la ve casi de manera exclusiva como fuente de materias primas.

La relación ética con la naturaleza se da cuando no exageramos la búsqueda de


utilidad, cuando si bien obtenemos beneficios, racionalizamos la forma de intervenir
en la naturaleza, tratando de no alterar su orden propio y midiendo las
consecuencias que podemos causar con la intervención. Se necesita, por ende,
actuar con responsabilidad, tomando en cuenta que vendrán otras generaciones
que también necesitarán a la Tierra.

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UNIDAD 3
DEMOCRACIA Y
DERECHOS
HUMANOS

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1.- Características y principios de la democracia

Cuando hablamos de democracia, lo primero que debemos tener presente es que


esta sólo es posible debido a que somos libres, es decir, tenemos capacidad de
elegir entre varios posibles modos de organización social.

Así pues, debemos pensar cuáles serían las razones por las que consideramos una
clase de sociedad como la mejor, más deseable, más valiosa que otra. También
esta pregunta implica que la sociedad puede cambiar, que no es algo fijo, sino algo
que se da de diferentes maneras. Las sociedades cambian de acuerdo con lo que
deciden los hombres y mujeres que las forman.

Nuestro país está comprometido con un cierto modo de pensar la sociedad que se
llama democracia. La democracia se distingue de otras maneras de organización
social por la participación efectiva de los ciudadanos en la toma de decisiones que
lleven al bien común. En principio democracia significa “gobierno del pueblo”
(demos, “pueblo” 'y kratos, “gobierno”) y en su forma más simple demanda que los
ciudadanos participan en las decisiones sobre las políticas más adecuadas para
todos.

En el pensamiento griego la democracia representaba la forma de gobierno en la


que el mismo pueblo en su conjunto ejercía la soberanía política, en oposición al
dominio de uno solo (monarquía) o de un grupo determinado (oligarquía o
aristocracia). En Grecia “el pueblo” estaba conformado por muy pocas personas,
sólo los ciudadanos varones, adultos, por ello era posible la democracia directa.

El concepto moderno de democracia se basa en la idea de la soberanía del pueblo


que además exige de todos los ciudadanos hábitos para el ejercicio de su razón y
de su conciencia una cooperación de hecho, en la medida de sus posibilidades, en
la decisión de las cuestiones políticas que les afectan, como personas libres y en
condiciones de igualdad.

1.1.-Voto y participación ciudadana

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En las sociedades contemporáneas se considera a la democracia como un estado


político en el que la soberanía pertenece a la totalidad de los ciudadanos, sin
distinción de nacimiento, sexo, posición económica o capacidad. En los grandes
estados, los ciudadanos capaces de participar son más; por ello, la participación de
todos no es posible sin una forma de representación popular que consiste en elegir
representantes que, a su vez, serán los encargados de decidir sobre las políticas
más convenientes; a esta forma de democracia se le llama democracia participativa
y requiere que la Constitución de los estados establezca procedimientos que
posibiliten la participación ciudadana, como los plebiscitos y las elecciones libres y
secretas de los representantes del pueblo. Estos representantes se eligen por un
tiempo limitado, son electos según el principio de la mayoría y tendrán obligaciones
y derechos perfectamente definidos.

Los partidos políticos deben presentar al pueblo las opciones políticas entre las que
puede elegir, mediante discusiones públicas y la selección de candidatos
capacitados.

Pero diferentes estructuras de este sistema representativo producen resultados muy


diversos, de aquí que no haya una fórmula simple para la democracia que relacione
las preferencias populares con los resultados políticos.

Por ejemplo, en México los ciudadanos votamos directamente por los candidatos a
la presidencia y se cuenta voto por voto. En Estados Unidos de América, cada esta-
do tiene un porcentaje de electores igual al número de sus senadores (siempre dos)
más el número de sus diputados que varía según el número de habitantes. Los
partidos presentan a sus candidatos para presidente y vicepresidente, y los
electores votan.

El partido que obtenga más votos en cada estado se llevará el total de los votos
asignados a este estado. Gana el candidato que obtenga la mayoría absoluta.

Una democracia capaz de funcionario bien presupone la madurez política y la


capacidad de juzgar de los ciudadanos, además del esfuerzo que éstos tienen que

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hacer para lograr la disposición de someter los intereses propios a las exigencias
del bien común.

1 .2 Protección de los derechos humanos

La tarea de promover y proteger los derechos humanos no es propia de los


Estados nacionales democráticos que reconocen legalmente la doctrina de los
derechos humanos; pero la validez última de éstos no depende del reconocimiento
de los Estados. La justificación ética y moral de los derechos humanos tiene
precedencia sobre la soberanía nacional; pues lo que se trata de derechos
universaIes, es decir, válidos en cualquier lugar; por ello, la apelación a la soberanía
no debería ser un medio para que los Estados nacionales se apartaran de sus
compromisos con los derechos humanos. Para muchos, la doctrina de los derechos
humanos está dirigida a proveer una base moral legítima para regular el orden
geopolítico contemporáneo.

La doctrina de los derechos humanos se apoya en el supuesto de que existe un


orden ético identificable racionalmente, orden cuya legitimidad precede las
condiciones históricas y contingentes, y que se aplica a todos los seres humanos
en todas partes y en todos los tiempos. Desde esta perspectiva, los valores éticos
pueden ser validados como fundamental y universalmente verdaderos.

Los derechos humanos deben concebirse derechos éticos y como derechos legales.
Es verdad que todavía hay países en los que no se da un reconocimiento legal a los
derechos humanos; sin embrago, conservan su validez y su universalidad corno
derechos éticos. Es indiscutible que para que éstos adquieran plena fuerza se debe
luchar por lograr un reconocimiento legal universal, ya que mientras la legitimidad
de los derechos humanos está vinculada a su fuerza moral, su eficacia práctica
depende en gran medida de su reconocimiento legal.

1.3 El Estado de derecho

El estado de derecho se refiere al cumplimiento puntual de las leyes en una


sociedad. La idea de un Estado de derecho aparece fundamentalmente ligada a la

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doctrina política de la separación de poderes, así como al reconocimiento de los


derechos humanos en una sociedad.

La teoría del estado de derecho y la de los tres poderes tiene en común que se
oponen a la concepción de la sociedad política que tenía el absolutismo del Antiguo
Régimen, así como su reinvindicación de los derechos humanos individuales
asociada al liberalismo.

El Estado de derecho, asociado a la división de poderes aplica el principio del


equilibrio de poder. La democracia es una forma de este equilibrio, ya que en ella la
oposición siempre puede acceder al gobierno gracias al apoyo de una mayoría. Una
sociedad democrática, en ultima instancia, consiste en la participación de todos en
el ejercicio del poder, algo posible gracias al compromiso del Estado y a la
convivencia ordenada de los seres humanos.

2.- Valores y principios de la sociedad.

2.1 Pacto social y soberanía nacional.


Los diferentes pueblos pueden tener diferentes valores, o bien, clasificarlos de
distinta manera, lo que da lugar a los varios tipos de morales que son modos
históricos distintos de vivir la condición esencial humana. Como se comentó en el
primer capítulo, las morales pueden cambiar, los seres humanos pueden tener
distintas maneras de pensar sobre lo que llaman bueno o malo, valioso o no valioso;
lo que no cambia y constituye una característica permanente de la naturaleza
humana es su necesidad de distinguir y valorar éticamente. Lo que no cambia de
este no ser indiferente, esta necesidad de elegir como característica del ser humano
y como motor de la creación de las diferentes morales.

Estas diferencias morales o formas de valorar se traducen políticamente en


diferentes maneras de organización social: por ello es necesario conocer los valores
que inspiran a cada forma de organización social, en este caso, la democracia.

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2.2 Libertad

La libertad política en un estado democrático es la que garantiza al ciudadano una


participación en los asuntos públicos por medio de sus representantes, quienes
idealmente, harán llegar las opiniones de los ciudadanos a los foros de discusión
pública.

La democracia, para ser tal, exige también el respeto a las llamadas libertades
personales: libertad de expresión y discusión, libertad de asociación, libertad
religiosa.

La democracia en los Estados contemporáneos va asociada tanto al liberalismo,


como al socialismo. En el primer caso estaríamos hablando de la democracia liberal;
en el segundo de la social democracia.

La libertad de los individuos es inconcebible sin la libertad de todos. Ya que nuestra


propia libertad, en su realización efectiva, está en función de la libertad efectiva de
los demás. Debemos tener un particular interés en la libertad de los demás.

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