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palabras: «hacer la verdad en la caridad», como fórmula fundamental de la
existencia cristiana. En Cristo coinciden la verdad y la caridad. En la medida en
que nos acercamos a Cristo, también en nuestra vida, la verdad y la caridad se
funden. La caridad sin la verdad sería ciega; la verdad sin la caridad sería como
«címbalo que retiñe» (1 Co 13, 1).
Vayamos ahora al Evangelio, de cuya riqueza quisiera extraer sólo dos pequeñas
observaciones. El Señor nos dirige estas admirables palabras: «No os llamo ya
siervos..., sino que os he llamado amigos» (Jn 15, 15). Muchas veces nos
sentimos —y es la verdad— sólo siervos inútiles (cf. Lc 17, 10). Y, sin embargo, el
Señor nos llama amigos, nos hace amigos suyos, nos da su amistad. El Señor
define la amistad de dos modos. No existen secretos entre amigos: Cristo nos
dice todo lo que escucha del Padre; nos da toda su confianza y, con la confianza,
también el conocimiento. Nos revela su rostro, su corazón. Nos muestra su
ternura por nosotros, su amor apasionado, que llega hasta la locura de la cruz.
Confía en nosotros, nos da el poder de hablar con su yo: «Este es mi cuerpo...»,
«yo te absuelvo...». Nos encomienda su cuerpo, la Iglesia. Encomienda a
nuestras mentes débiles, a nuestras manos débiles, su verdad, el misterio de
Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo; el misterio de Dios que «tanto amó al mundo
que le dio a su Hijo único» (cf. Jn 3, 16). Nos ha hecho amigos suyos, y nosotros,
¿cómo respondemos?
El otro aspecto del Evangelio al que quería aludir es el discurso de Jesús sobre
dar fruto: «Os he destinado para que vayáis y deis fruto y vuestro fruto
permanezca» (Jn 15, 16). Aparece aquí el dinamismo de la existencia del
cristiano, del apóstol: os he destinado para que vayáis... Debemos estar
impulsados por una santa inquietud: la inquietud de llevar a todos el don de la
fe, de la amistad con Cristo. En verdad, el amor, la amistad de Dios se nos ha
dado para que llegue también a los demás. Hemos recibido la fe para
transmitirla a los demás; somos sacerdotes para servir a los demás. Y debemos
dar un fruto que permanezca. Todos los hombres quieren dejar una huella que
permanezca. Pero ¿qué permanece? El dinero, no. Tampoco los edificios; los
libros, tampoco. Después de cierto tiempo, más o menos largo, todas estas cosas
desaparecen. Lo único que permanece eternamente es el alma humana, el
hombre creado por Dios para la eternidad. Por tanto, el fruto que permanece es
todo lo que hemos sembrado en las almas humanas: el amor, el conocimiento; el
gesto capaz de tocar el corazón; la palabra que abre el alma a la alegría del
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Señor. Así pues, vayamos y pidamos al Señor que nos ayude a dar fruto, un fruto
que permanezca. Sólo así la tierra se transforma de valle de lágrimas en jardín
de Dios.
Por último, volvamos, una vez más, a la carta a los Efesios. La carta dice, con las
palabras del salmo 68, que Cristo, al subir al cielo, «dio dones a los hombres»
(Ef 4, 8). El vencedor da dones. Estos dones son: apóstoles, profetas,
evangelizadores, pastores y maestros. Nuestro ministerio es un don de Cristo a
los hombres, para construir su cuerpo, el mundo nuevo. ¡Vivamos nuestro
ministerio así, como don de Cristo a los hombres! Pero en esta hora, sobre todo,
roguemos con insistencia al Señor para que, después del gran don del Papa Juan
Pablo II, nos dé de nuevo un pastor según su corazón, un pastor que nos guíe al
conocimiento de Cristo, a su amor, a la verdadera alegría. Amén.
Joseph Ratzinger,
Fuente:
http://www.interrogantes.net/includes/documento.php?IdDoc=2048&IdSec=147
--Algunos interpretan en muchas ocasiones el hecho de anunciar a Cristo como una ruptura en
el diálogo con las demás religiones ¿Cómo es posible anunciar a Cristo y dialogar al mismo
tiempo?
--Cardenal Ratzinger: Diría que hoy realmente se da una dominación del relativismo. Quien nos
es relativista parecería que es alguien intolerante. Pensar que se puede comprender la verdad
esencial es visto ya como algo intolerante. Pero en realidad esta exclusión de la verdad es un
tipo de intolerancia muy grave y reduce las cosas esenciales de la vida humana al subjetivismo.
De este modo, en las cosas esenciales ya no tendremos una visión común. Cada uno podría y
debería decidir como puede. Perdemos así los fundamentos éticos de nuestra vida común.
Cristo es totalmente diferente a todos los fundadores de otras religiones, y no puede ser
reducido a un Buda, o a un Sócrates, o un Confucio. Es realmente el puente entre el cielo y la
tierra, la luz de la verdad que se nos ha aparecido. El don de conocer a Jesús no significa que
no haya fragmentos importantes de verdad en otras religiones. A la luz de Cristo, podemos
instaurar un diálogo fecundo con un punto de referencia en el que podemos ver cómo todos
estos fragmentos de verdad contribuyen a una profundización de nuestra propia fe y a una
auténtica comunión espiritual de la humanidad. (...)
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--Cardenal Ratzinger: La substancia de mi fe en Cristo ha seguido siendo siempre la misma:
conocer a este hombre que es Dios que me conoce, que --como dice san Pablo-- se ha
entregado por mí. Está presente para ayudarme y guiarme. Esta substancia ha seguido siendo
siempre igual. En el transcurso de mi vida he leído a los Padres de la Iglesia, a los grandes
teólogos, así como la teología presente. Cuando yo era joven era determinante en Alemania la
teología de Bultmann, la teología existencialista; después fue más determinante la teología de
Moltmann, teología de influencia marxista, por así decir. Diría que en el momento actual el
diálogo con las demás religiones es el punto más importante: comprender cómo por una parte
Cristo es único, y por otra parte cómo responde a todos los demás, que son precursores de
Cristo, y que están en diálogo con Cristo.
--¿Qué debe hacer una Universidad católica, portadora de la verdad de Cristo, para hacer
presente la misión evangelizadora del cristianismo?
Una Universidad tiene que tener como fundamento la construcción de una interpretación válida
de la existencia humana. A la luz de este fundamento podemos ver el lugar que ocupan cada
una de las ciencias, así como nuestra fe cristiana, que debe estar presente a un alto nivel
intelectual.
Por este motivo, en la escuela católica tiene que darse una formación fundamental en las
cuestiones de la fe y sobre todo un diálogo interdisciplinar entre profesores y estudiantes para
que juntos puedan comprender la misión de un intelectual católico en nuestro mundo.
--Usted es prefecto para la Congregación para la Doctrina de la Fe, lo que antes se llamaba la
Inquisición. Mucha gente desconoce los dicasterios vaticanos. Creen que es un lugar de
condena. ¿En qué consiste su trabajo?
--Cardenal Ratzinger: Es difícil responder a esto en dos palabras. Tenemos dos secciones
principales: una disciplinar y otra doctrinal.
La disciplinar tiene que ocuparse de problemas de delitos de sacerdotes, que por desgracia
existen en la Iglesia. Ahora tenemos el gran problema de la pederastia, como sabéis. En este
caso, debemos sobre todo ayudar a los obispos a encontrar los procedimientos adecuados y
somos una especie de tribunal de apelación: si uno se siente tratado injustamente por el
obispo, puede recurrir a nosotros.
La otra sección, más conocida, es doctrinal. En este sentido, Pablo VI definió nuestra tarea
como «promover» y «defender» la fe. Promover, es decir, ayudar el diálogo en la familia de los
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teólogos del mundo, seguir este diálogo, y alentar las corrientes positivas, así como ayudar a
las tendencias menos positivas a conformarse con las tendencias más positivas.
La otra dimensión es defender: en el contexto del mondo de hoy, con su relativismo, con una
oposición profunda a la fe de la Iglesia en muchas partes del mundo, con ideología agnóstica,
atea, etc., la pérdida de la identidad de la fe tiene lugar con facilidad. Tenemos que ayudar a
distinguir auténticas novedades, auténticos progresos, de otros pasos que implican una pérdida
de identidad de la fe.
Tenemos a disposición dos instrumentos muy importantes para este trabajo, la Comisión
Teológica Internacional, con 30 teólogos propuestos por cinco años a propuesta de los obispos;
y la Comisión Bíblica, con 30 exegetas, también ellos propuestos por los obispos. Son foros de
discusión para los teólogos para encontrar por así decir un entendimiento internacional incluso
entre las diferentes escuelas de teología, y un diálogo con el Magisterio.
Para nosotros es fundamental la colaboración con los obispos. Si es posible, deben resolver los
problemas los obispos. Pero con frecuencia se trata de teólogos que tienen fama internacional
y, por tanto, el problema supera las posibilidades de un obispo, de modo que es llevado a la
Congregación. Aquí promovemos el diálogo con estos teólogos para llegar, si es posible, a una
solución pacífica. Sólo en poquísimos casos se da una solución negativa. (...)
El interrogante fue planteado por el purpurado bávaro este sábado al intervenir en el Congreso
«Cristo: Camino, Verdad y Vida», que ha reunido del 28 de noviembre al 1 de diciembre a
algunos de los teólogos más respetados del mundo en la Universidad Católica San Antonio de
Murcia (UCAM).
«¿No es una arrogancia hablar de verdad en cosas de religión y llegar a afirmar haber hallado
en la propia religión la verdad, la sola verdad?», añadió el prefecto de la Congregación para la
Doctrina de la Fe.
Ante un auditorio de casi tres mil personas, en gran parte jóvenes, el cardenal Ratzinger
constató que «hoy se ha convertido en un eslogan de una enorme repercusión rechazar como
simultáneamente simplistas y arrogantes a todos aquellos a los cuales se puede acusar de
creer que "poseen" la verdad».
«Estas personas relativistas, según parece, no son capaces de dialogar y por consiguiente no
se les puede tomar en serio, pues la verdad no la "posee" nadie --añadió exponiendo las tesis
del relativismo--. Sólo podemos estar en busca de la verdad. Pero --y esto hay que objetar en
contra de esta afirmación--, ¿de qué búsqueda se trata aquí, si no puede llegar nunca a la
meta?».
«¿Busca realmente, o es que no quiere hallar la verdad, porque lo que va a hallar no debe
existir?», siguió preguntando.
«Naturalmente la verdad no puede ser una posesión --aclaró--; ante ella debo tener siempre
una humilde aceptación, siendo consciente del riesgo propio y aceptando el conocimiento como
un regalo, del que no soy digno, del que no puedo vanagloriarme como si fuera un logro mío».
«Si se me ha concedido la verdad, la debo considerar como una responsabilidad, que supone
también un servicio para los demás --explicó--. La fe además afirma que la desemejanza entre
lo conocido por nosotros y la realidad propiamente dicha es infinitamente mayor que la
semejanza (Lat IV DS 806)».
«¿No es una arrogancia decir que Dios no nos puede dar el regalo de la verdad?»; preguntó de
nuevo. «¿No es un desprecio de Dios decir que hemos nacido ciegos y que la verdad no es
cosa nuestra?».
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La «verdadera arrogancia» consiste en «querer ocupar el puesto de Dios y querer determinar
quiénes somos, qué hacemos, qué queremos hacer de nosotros y del mundo».
Por tanto, consideró, «lo único que podemos hacer es reconocer con humildad que somos
mensajeros indignos que no se anuncian a sí mismos, sino que hablan con santa timidez de lo
que no es nuestro, sino de lo que proviene de Dios».
«Sólo así se hace inteligible el encargo misionero, que no puede significar un colonialismo
espiritual, una sumisión de los demás a mi cultura y a mis ideas», subrayó. «La misión exige,
en primer lugar, preparación para el martirio, una disposición a perderse a sí mismos por amor
a la verdad y al prójimo». «Sólo así la misión es creíble», concluyó. «La verdad no puede ni
debe tener ninguna otra arma que a sí misma».
-La Congregación para la Doctrina de la Fe, que Su Eminencia preside, vela por la correcta
doctrina en la Iglesia católica. Hay sectores de la Iglesia en el País Vasco vinculados a la
Teología de la Liberación, empeñados en construir una «Iglesia indígena vasca» y hasta
profesores ¬algunos de ellos sacerdotes¬ que de algún modo minimizan los crímenes de ETA.
¿Qué medidas puede tomar la Iglesia ante esto?
-Se tiene que aplicar lo que la Congregación ya dijo en los años ochenta sobre la Teología de la
Liberación: el cristianismo tiene que ver con la libertad, pero la libertad no es sólo el resultado
de una receta política. La política tiene su autonomía, y de la Sagrada Escritura no se pueden
deducir recetas políticas, máxime para el terrorismo. La novedad del mesianismo cristiano es
que no hace política de la liberación cristiana. No es como Barrabás, que buscaba crear con el
terrorismo la liberación de Israel. Cristo ha venido a liberar al mundo con su Iglesia, no con
violencia.
-La Iglesia defiende que cuando Dios desaparece de la sociedad, se cae en aberraciones. ¿Se
quiere hacer por eso mención de Él en la futura Constitución Europea?
-La Europa unida no debe ser sólo algo económico o político: necesita unos fundamentos
espirituales. Europa ha crecido sobre el cristianismo, que sigue siendo el criterio de los valores
fundamentales de este continente, que a su vez ha dado luz a otros continentes. Por eso me
parece necesario que en esta Constitución se mencionen los fundamentos cristianos de
Europa.
-Estos dos últimos años han sido difíciles para la Iglesia por la continua aparición de
escándalos. ¿Qué ha sacado en claro la Iglesia?
-Por desgracia, los sacerdotes también son pecadores. Sin embargo, respecto a los casos de
pederastia, por ejemplo, el porcentaje de abusos que se dan en el sacerdocio es igual o incluso
menor que en otras categorías humanas. Menos del uno por ciento de los sacerdotes
estadounidenses son culpables. Por eso sorprende la presencia tan constante que han tenido
estas noticias en los medios de comunicación, porque no obedece a la objetividad de los
hechos.
-Parece que existe una campaña para desacreditar a la Iglesia que viene desde EE UU.
-Algunos dicen incluso que está orquestada por el lobby judío estadounidense como
«venganza» por el apoyo de la Santa Sede a la causa Palestina...
-No me atrevo a señalar a un grupo en concreto. Además, no se debe generalizar a todos los
israelíes. Como en todos los colectivos, hay gente muy buena y otra menos buena.
-Hay algunas voces que piden un nuevo Concilio. ¿Cree que es necesario?
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-No; aún no ha fructificado toda la herencia del Concilio Vaticano II. Todavía estamos
trabajando para comprender e interpretar esa herencia. Los procesos vitales llevan mucho
tiempo. Las acciones más concretas van más rápidamente. Para que crezca una selva son
necesarios cuarenta años, y un concilio no se desarrolla de un día para otro. Creo recordar que
San Gregorio Nacianceno, en el siglo IV, cuando le convocaron para un nuevo Concilio, se
negó, puesto que el anterior había sido apenas diez años antes.
-El papel de la mujer ha sido importantísimo en todos los períodos de la Iglesia, pero a veces
es un papel muy desconocido. En mi patria, la misión católica sólo empezó a ser fecunda en el
momento en que llegaron las mujeres. San Bonifacio decía que sin las mujeres, la fe no puede
tocar el corazón. En las misiones, las mujeres eran las que hacían amable a la Iglesia, porque
mostraban la maternidad de la misma. En Hispanoamérica, el camino de la Iglesia comenzó
cuando aparece la Virgen.
-Creo que el error de algunos creyentes es que están apegados a su idea de cristiandad, y nos
preocupamos demasiado de nosotros: el celibato de los sacerdotes, la ordenación de mujeres...
Trabajamos siempre en nuestros «problemas», mientras que el mundo necesita respuestas
porque no sabe cómo vivir. El mundo tiene sed, y hay que darle el Evangelio. Si nosotros
evangelizásemos, los problemas internos terminarían.
-No soy profeta; no me atrevo a decir lo que ocurrirá dentro de cincuenta años. Pero creo que
su aportación más importante al catolicismo ha sido que en todas partes ha dado una
experiencia viva de la unidad de la Iglesia. Con sus visitas, con tantos encuentros en todo el
mundo, ha logrado esa sintonía con todos en la Iglesia. Y, sin duda, quedarán sus grandes
escritos, especialmente la Redemptoris Missio, la Veritatis Splendor, Evangelium Vitae y Fides
et Ratio.
-Si Dios quiere, vendrá a España el primer fin de semana de mayo. ¿Conoce Su Eminencia
alguna novedad del viaje del Santo Padre?
-Desconozco el itinerario que va a seguir, ni a qué ciudades va a acudir. Pero tenemos que
respetar las posibilidades físicas del Papa, y comprobar cómo un hombre que sufre hace una
contribución grandísima a la humanidad.
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de la Fe
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demás libremente».
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"La fuerza de la razón contra el relativismo"
Las raíces cristianas de Europa, las pretensiones del laicismo y los desafíos
éticos que presentan los avances biomédicos fueron algunos temas de un
coloquio entre el cardenal Joseph Ratzinger, prefecto de la Congregación para la
Doctrina de la Fe, y el historiador Ernesto Galli della Loggia, catedrático de la
Universidad de Perugia y columnista habitual del diario “Corriere della Sera”.
Ofrecemos algunos pasajes del diálogo, que tuvo lugar el pasado 25 de octubre,
organizado en Roma por el Centro de Orientación Política. La síntesis que se
ofrece ha sido realizada por Aceprensa partiendo de la amplia transcripción del
diálogo publicada por el diario “Il Foglio” (27 y 28 de octubre de 2004).
El poder del hombre ha crecido hasta un límite inimaginable hace pocos años.
Un poder que alcanza incluso a la posibilidad de la destrucción del propio
planeta y que ha llegado hasta las raíces de nuestro ser: el hombre es capaz de
producir el hombre en un laboratorio. El hombre no se ve ya como un don de la
naturaleza, de Dios, sino que se convierte en un producto que se puede fabricar;
y cuando se puede fabricar, se puede también destruir y sustituir con otras
cosas.
Un vacío de identidad
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es precisamente el mundo político democrático el que reacciona con mayor
dificultad: la identidad se siente como algo peligroso, ya que contrasta con la
tensión universalista del pensamiento democrático.
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la muerte, sobre la libertad compartida, entonces ya no hay criterios. Todo
hombre puede y debe actuar solo según su conciencia.
Quizás nos puede ayudar tener presentes dos hechos de la época moderna con
los que el concepto de derecho natural, que viene de la antigüedad, renació y se
reforzó. El primero fue el descubrimiento de América: ¿estas gentes, que no
están bautizadas, tienen derechos o no? ¿Hay que respetarlos como sujetos de
derecho, o al estar fuera de nuestra esfera no tienen derechos y podemos hacer
lo que queramos? Al final, en medio de muchas dificultades, venció la postura
de considerar que sí tienen un derecho porque son personas humanas, y como
tales tienen el derecho inscrito en su ser humano. Esta no era una doctrina
occidental, sino justamente la defensa de los no occidentales contra Occidente.
El segundo hecho fue la división de las confesiones en Europa: había que buscar
entre los Estados la paz no solo jurídica sino también moral. Se comprendió
que, aunque en la fe estábamos divididos, compartimos la naturaleza humana,
que indica comportamientos morales fundamentales. Pienso que no debería ser
tan imposible comprender que no es una invención católica, sino la respuesta a
los desafíos del ser humano: el reconocimiento de que el hombre, antes de todas
las constituciones, tiene derechos; que el Derecho debe conformarse a los
derechos y no los derechos a la Constitución. Me parece de gran importancia
esta constatación con el fin de volver a ganar un concepto comprensible y
aceptable que pueda ser la plataforma para una visión ética común.
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absolutización del “yo” e implica la existencia del derecho común, de la
autoridad. Es un gran error considerar la autoridad como enfrentada a la
libertad. En realidad, una autoridad bien definida es la condición de la libertad.
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garantizar. La libertad de los libertarios está muy bien definida por Jeremy
Bentham: “Toda ley es un mal porque toda ley es una violación de la libertad”.
Los viejos liberales conocían únicamente el arbitrio del poder y del soberano,
pero me pregunto si la voluntad subjetiva no puede presentarse también con un
fuerte carácter arbitrario cuando puede tomar decisiones como las que permite
el progreso científico. Pienso que no nos podemos limitar a decir: “este campo
es complejo, cada uno tiene su verdad, todas son aceptables siempre que no
hagan mal a nadie, aceptamos el principio de que no es posible definir ninguna
verdad”.
El discurso público debe estar animado de una tensión hacia la verdad cuando
se trata de las fronteras entre libertad y arbitrio en ciertos temas. El ideal de una
sociedad justa se apoya sobre la idea de que la verdad está en la justicia y la
mentira en la injusticia. Lo que me sorprende como laico es que, cuando se
habla en Italia de la ley de fecundación asistida, la posición predominante por el
lado laico suele ser la de decir que resulta ocioso interrogarse sobre el bien y el
mal, sobre lo justo y lo injusto, sobre lo verdadero y lo falso a propósito de esos
temas.
Defensa de la racionalidad
Joseph Ratzinger. Hay dos cosas que, en mi opinión, debemos defender como
gran herencia europea. La primera es la racionalidad, que es un don de Europa
al mundo, también querida por el cristianismo. Los Padres de la Iglesia han
visto la prehistoria de la Iglesia no en las religiones sino en la filosofía. Estaban
convencidos de que “semina verbi” no eran las religiones sino el movimiento de
la razón comenzado con Sócrates, que no se conformaba con la tradición.
Esa necesidad de salir de la cárcel de una tradición que ya no es válida abrió las
puertas al cristianismo. Tenemos algo que es comunicable y ante lo cual la
razón, que lo estaba esperando, sale al encuentro. Es comunicable porque
pertenece a nuestra naturaleza humana común. La racionalidad era, por tanto,
postulado y condición del cristianismo y permanece como una herencia europea
para confrontarnos, de modo pacífico y positivo, con el islam y con las grandes
religiones asiáticas.
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positivista, si reduce los grandes valores de nuestro ser a la subjetividad. No
queremos imponer a nadie una fe que solo se puede aceptar libremente, pero –
como fuerza vivificadora de la racionalidad de Europa– la fe pertenece a nuestra
identidad. Se ha dicho que no debemos hablar de Dios en la Constitución
europea para no ofender a los musulmanes y a los fieles de otras religiones. La
verdad es exactamente la contraria: lo que ofende a los musulmanes y a los
fieles de otras religiones no es hablar de Dios y de nuestras raíces cristianas,
sino más bien el desprecio de Dios o de lo sagrado.
Esa actitud nos separa de las demás culturas, impide una posibilidad de
encuentro: expresa la arrogancia de una razón disminuida, que provoca
reacciones fundamentalistas. Europa debe defender la racionalidad, y en este
punto también los creyentes debemos agradecer la aportación de los laicos, de la
Ilustración, que ha de permanecer como una espina en nuestra carne. Pero
también los laicos deben aceptar la espina en su carne: la fuerza fundante de la
religión cristiana en Europa.
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