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**Volumen doble +r & V Hes) “STE KARL - MANUSCRITO SNUBTAL L os MANUSCRITOS sobre temas de o HS ECONOMIA Y FILOSOFIA claborados en ee al durante cerca de noyenta afios. Su publicacién, en 1932, So fis Signifie6 una yerdadera revolucion en los estudios a HS HLOS OHA marxianos y fue el comienzo de un aluvién de trabajos o Hs ‘sobre el oven Marx» y sus relaciones con el «Mary : ce maduro». Si hasta 1932 su obra parecia circunserita a he | dimensiones puramente econdmicas, socialogicas, my! histérieas y politicas, la publicacion de estos borradores ed -traducidos y pralogadas por FRANCISCO RUBIO. 12 i LLORENTE en esta edicién en castellano— puso de = I relieve la importancia que el concepto de enajenacién, los planteamientos bumanistas y la preocupacién filoséfieca tuvieron para el autor de «El Capital». Otros { titulos de Alianza Editorial relacionados con In t formacién y desarrollo del pensamiento marxiano: «Hacia la Estacion de Finlandia» (LB 425), de Edmund Wilson; «Razin y reyolucién» (LB 292), de Herbert Marcuse»; «Socialismo y filosoffay (LB 218), de Antonio Labriola; «Karl Marx» (LB 441), de Isaiah Berlin; «La sociologin marxistay (LB 625), de Tom Bottomore; «El marxisme como moral» (LB 101), de José Luis L. Aranguren; (Las principales corrientes del marxiemo» (AU 276) y «El hombre sin alternativay (LB 251), de Leszek Kolakovski El libre de bolsillo Alianza Editorial Seccién: Clasicos Karl Marx: Manusctitos: economia y filosoffa ‘Traduccién, introduccién y notas de Francisco Rubio Llorente Madrid juinta Sti Sein en cE Lib de Bolalon: 1977 Séptima edicién en «El Libro de Bolsillo Octava edicién en «El Libro de Bolsillo»: 1980 (marzo) Novena ediciéa en «El Libro de Bolsillow: 1980 (diciembre) © Alianze Editorial, S. A., Madsid, 1958, 1969, 1970, 1972, 1974, 1977, 1979, 1980 Calle Milén, 98; @ 200 0045 ISBN: 84.206-1119.0 Depésito legal: M. 382141980 Impreso en Closat-Oreoyen, 8, L. Martinez Paje, 5. Madrid-29 Printed in Spain Introduccién La época de redaccién de los Manuscritos es época de burguesta triunfante, Tras la instauracién de Luis Fe- lipe en ef trono francés y la consolidactén de le inde- pendencia belga, todo el Occidente europeo goza los beneficios de la monarquta constituctonal, Le Corona proporciona la cobertura de legitimided necesaria pera defenderse con éxito frente a los nostdlgicos, cada vex menos numerosos, det Ancien Régime 9 asegura el man- tenimiento de la «soberenta de la razin» que las sacu- didas intermitentes de quienes se obstinan en no enri- quecerse apenas logran inquietar. La miseria obrera, que ya nadie puede ignorer y que la literatura de la época comienza insistentemente @ describir, es atribuida lisa y Uanamente a la carencia de virtudes de quienes la pade- con. Con el progreso de los tiempos la sociedad se ha espiritualizado, y si los nobles del Antiguo Régimen nece- sitaban recurrir @ una supuesta diferencia racial para go- zar tranquilos de sus privilegios, los beati possidentes de Ia monarquia burguesa disfrutan en paz los suyos, como 7 8 F. Rubio Lioreate resultado de una feliz superioridad espiritual que los jus- tifica. Los pobres y pecadores, obligados a trabajar catorce o diccistis horas diarias y a presenciar la explotacién despiadada de sus bijos » la prostitucién de sus bijas, se sienten naturalmente exasperados en tal situactin, pero mas dispuestos a la revuelta que provistos de ideas para justificerla, Las asociaciones obreras, vestigios en gran parte de las viejas corporaciones medievales , por s- puesto, safiudamente perseguidas, adoptan por necesidad interior, tanto como exterior, un aspecto tenebroso, cons- pirativo, mas terrorifico que eficaz, sobre el cual resulta facil tejer una leyenda de crimenes sangrientos, deprava- cidn 9 barbarie. Las esporddicas rebeliones son general- mente més obra de la ira que de la raxdn, aunque el furor casi animal no sucle ser sanguinario y destruye con mayor frecuencia las maguinas que las vidas de sus pro- pietarios. Sdlo en Inglaterra comienza a nacer un mobi- miento sindicalista razonado y raconable y el afio en que Mars redacta los Manuscritos es también el afio en que se funda la asociacién de los Equitable Pioneers de Rochdale. En el resto de Europa se lucha mientras tanto con tos vestigios del pasado. En los paises del Sur, las fucrzas de la tradicion y del progreso se enfrentan en una serie ininterrumpide de pronunciamientos y reacciones, tan es- tériles los unos como las otras. Los patses del Centro y del Este, vencedores al fin en las contiendas con Napo- le6n, conservan, en cambio, casi intactas las viejas for- mas, La nobleza terrateniente mantiene la mayor parte de sus privilegios tradicionales » domina absolutamente al campesinado. Rusia, nuevamente cerrada sobre si mis- ma, es el baluarte de ta reaccién, pero al mismo tiempo atiza solapadamente el naciente nacionalismo eslavo, cu- yos embates debilitan al Imperio y favorecen la absor- cién por Prusia de lox restantes territorios de habla ale- mana. Bien que el Estado prusieno sea el mds eficar de entre todos los sobrevivientes del Antiguo Régimen, esos territorios ven con recelo al nuevo seitor, 9 mas que Introduccién 9 ningin otro la Renania natal de Mars, que conocié bajo Napolein un régimen més progresista y on donde comien- za a surgir waa moderna industria. La burguesia renena tolere cada vez con reayor impaciencia los rigores del absolutismo teoldgico y burocratico de Berlin y se orienta hacia la formula salvadora de la monarquia constitucio- nal, Sus veleidades de evolucién se ven frenadas, sin embargo, como frecuentemente sucede en tos pafses en igual situacién, por los peligros que apuntan en los pak- ses més adelantados, por los movimientos del cuarto es- tado que ya se perciben en las naciones modélicas de Occidente. Porque, aunque con caractertsticas muy pecu- ares, la nacién alemana es en aquel tiempo un pueblo subdesarrollado, tanto en lo econdmico como en lo polt- tico, «Los alemanes —diré Marx por aquellos aitos— somos los contemporéneos filosdficos del presente sin ser sus contemporaneos en la realidad» Los alemanes no viven ain (ex decir, no saben si legarin jamais a vivir) Tas forneas ineperantes cn los patses progresives, pero esas formas estén asentedas sobre unos supuestos cultw- rales de los gue Alemania st participa y el pensamiento alemén se ocupa de los problemas que tales formas plan- tean més que de los que, en rigor, corresponderian a su presente. Es fécil entender las tentaciones de radicalismo que asaltan a un pensamiento asi situado. Oponer a la propia realidad la ajena y mds desarrollada implica, st no se va més lejos, una aceptacién conformista de las deficiencias que en esta tltima perciben quienes viven dentro de ella. Y como el pensamiento es, de suyo, maxi- maliste, de modo que resulta siempre inteleciualmente més elegante negar que afirmar, los intelectuales progre- sistas de los paises subdesarrollados se ven siempre ten- tados e incluso obligados a ir més alld del modelo pro- puesto, a no postular nunca una reforma y siempre wa revoluci6n que, al tiempo que elimina los males inbe- rentes a la situacién desarrollade, ahorra tos dolores del trénsito a las sociedades que no lo estén, doténdolas de tna vez de la estructura Sptima. En los rasgos gigantescos del pensamiento marxista 10 F, Rubio Lorene este proceso es claramente perceptible. La Introduccién a la ctitica de la Filosofia del Detecho de Hegel, sin deda uno de los més vigorosos escritos de Marx, efirma ya rotundemente que Alemania sblo puede verse libre de los males que la aftigen por obra de una revolucion que libere de los suyos a toda la humanilad. Como pueblo «que padece todos los mates de la sociedad moderna sin gozar de ninguno de sus beneficios», ha de aliarse con kina fuerza universal que se encuentre en su misma situa- cidn para hacer una revolucién que sdlo siendo universal seri eficaz. El recurso al proletariado y el entendimiento de su esencia aparecen ast en Mars antes de todo estu- dio econdmico (un hecho en ek que no se ba insistido bastante), simplemente porque la radical (griindlich) Ale- mania requiere un aliado igualmente radical. Pero, naturalmente, no se llega en una sola zancada desde el berlinés Club de los Doctores haste el movi- miento obrero, Entre 1838 y 1844, Marx ba debido pen- sar mucho y sufrir muchos desencentos. Para la ixguierda hegeliana a que pertenece, la tarea a realizar es mtcral- mente la de ta critica. El Espiritu (esto es, los hombres de espiritu), oponiendo continuamente 1a realidad a su nocién, senala las imperfecciones de aquélla e impulsa el cambio, Esta tarea, sin embargo, puede ser entendida de muy distintas maneras. Cabe reducirse 2 la critica de las construcciones espirituales, a la critica de la Religibn, por ejemplo, que tiene un valor paradigmético, pero que deja intacte la realidad, Es ésta la «critica critican, que desprecia ala «masa» y que preconiza Bauer, Frente a ella, es posible atin otra actitud que, sin dejar de ser sins- ple critica, incide ya directamente sobre la realidad y que inicialmente y no por mucho tiempo serta adoptada por Marx, Cuando en 1841 Bauer es expulsado de la Univer- sidad de Bonn y se le cierran a Mare las puertas de una posible carrera de profesor, se inicta ta divergencia, y pronto la hostilidud, entre ambos. Mientras Bauer anima Ia Allgemeine Literatur Zeitung, una revista tebrica de critica literaria, filosofica y artistica, Marx acepta un puesto de redactor en la Rheinische Zeitung, un perié- Introduccién, ret dico liberat de Colonia desde et cual ba de ocuparse de la ley sobre el robo de lefia en los bosques 0 de la nueva regulacién de la censure. Alli entra en contacto con un poder real que trasciende de los libros y unas fuerzas que vivifican este poder y se ocultan tras él. Se trate de realidades contra las cuales es intpotente la critica; realidades que aprisionan con hicrros muy verdaderos y pesados a los que no se hace desaparecer con una simple declaracién como intenté hacer Edgar Bauer com el juex que to condenaba, negindole autorided. Contra los he- chos opaces de este mundo poco o nada valen las ideas brillantes y la vigorosa expresin. Marx habia de apren- derlo muy a su costa cuando el periédico quedd some- tido a los ataques de ta censura. Con énimo de impedir su cierre, los propictarios trataron en vano de convencer a Marx para que redujese sus criticas al estrecho ambito de lo permitido. Como & explica en una carta a Ruge, no accedié porque «es lacayuno limitarse a pinchar con dfileres lo que babria que atacar ¢ maxazos». El perid- dico Jue clausurado » Mare, recién carado, ne corrarse ‘ante st otro camino, No sélo no ba cumplido hasta et presente el mandato paterno de hacer feliz a su esposa ¥ conguister al asalto el respeto del mundo, sino que permanece desconocido salvo para un pequeno circulo y se ha ganado ademés la enemistad del Poder, que lo la privado de medios para sostencr su hogar. Que esta situa- ciba personal haya podido evar a Marx hacia la revo- lucién es cosa tan posible como poco importante. Es el razonamiento objetivo que sostiene una actitud tedrica © prictica y no la motivacién psicolbgica que la explica Io que la hace susceptible de adbesiOn 0 rechazo y la dota de importancia histérica Abogado por ei idealismo hegeliano o hegelianizante y por la politica prusiana, Marx procede a una nueva revi- sibn de sus ideas y rompe ‘con su pats. La revision la hace a la luz, sobre todo, del pensamiento de Feuerbach, «de quien arranca la critica positiva, realiste y natura listan, Este pensamiento esté constantemente presente en Tos Manusctitos, que frecuentemente atilizan también ex- 12 F. Rubio Lloreme Dresiones feuerbachianas. Pese a todo, no fue nunca ente- ramente aceptado por Marx. Aunque siempre se declaré su deudor y le guardé un respeto del que testimonia el tono adoptado en su critica, ian diferente del biriente sarcasmo con que se enfrenta a ctros idedlogos, Marx no acepté nunca la «pasividad» del pensamiento de Feuerbach, al que encuentra «demasiado hegeliano en su contenido y demasiado poco en su método», Feuerbach acierta, piensa Marz, al poner en lugar del Espiritu hege- liano al hombre sensible, real, menesteroso, pero yerra al no percibir el carécter bistérico de la esencia humana » encomendar la realizacién de su plenitud al cambio «natural» de las circunstancias y a la fuerza aglutinanto del amor. Aunque estas diferencias slo se harian expli- citas en La ideologia alemana y en las famosas Tesis, posteriores en algunos aiios a los Manusctitos, ye en é. tos,.@ pesar del entusiasmo feuerbachiano, es perceptible una diferencia de matiz. Feuerbach ha servido para evi- denciar que sélo lo sensible ex real y que ex en lo sen- sible en donde hay que verificar el cambio que por fin hard humano at hombre. Pero lo sensible es tanrbién obra humana. La dialéctica es ley de desarrollo de la natura- lexa, no de un Espiritu por encima de ella, pero dentro de la naturalera esta también la raxén, que es la racén del hombre, y es el hombre el que ba de impulsar el cambio y crear lo nuevo. El hombre, de otra parte, no es una esencia que se repita idéntica de unos individuos 4 otros y esté dada de una vez para siempre, aunque se haya visto oscurecida y perturbada de distintas Jormas a lo largo de Ia historia, El hombre es un ser social cuya botencialidad originaria realizen en cada momento de una determinada forma las relaciones sociales en las que vive inmerso. La esencia del hombre feuerbachiano no existe més que como potencia histérica; el hombre reat es lo que Ia sociedad concreta hace de él. La ciencia del hom- bre es la ciencia de la sociedad y el bumanismo activo es la revolucion. Para condcer al hombre de nuestro tiempo es nece- sario, en consecuencis, conocer la sociedad del presente, Tntroduccisn 3 la forma social més desarrollada que, aceptando el es- quema hegeliano del desarrollo lineal, permitiré desentra- fiar los misterios atin ocultos en las forreas mas primi- tivas. Es el conocimiento de esta sociedad el que Marx va buscando en su viaje a Parks. Alli no sélo existe la industria moderna, sino también sus lacras de miseria y Prostitucion. Y atin mas, Pars es también el principal punto de reunién de los activistas proletarios que con ain oscura conciencia tratan ya de destruir la sociedad existente. La ciencia nuclear de esta sociedad es la Eco- nomia Politica, la ciencia de la produccién y de la distri- bucién, de la riqueza y de la miseria. Marx descubre esta ciencia en Parts y del escindalo que de ella recibe brotaa los Manuscritos. No se trata, claro esté, de que los alemanes ignorasen la nueva ciencia, En ta Filosofia del Derecho hegeliana hay buellas muy perceptibles de la obra de Adam Smith y Mars era un espiritu demasiado alerta para baber pa- sado por alto ese pensamiento. Pero como antes decks mos, el conocimiento que en Alemania se tenia del mur- do moderno era un conocimiento predominantemente libresco. Sélo con el contacto directo de la realidad que la Economia interpreta cobra ésta su significado autén- tico, su verdadera dimensién. Cuando, con su traslado @ una gran ciudad industrial, realiza Marx este contacto, se lanza apasionadamente, como era habitual en él, al estudio de la Economia, y en este sentido es como puede Jecirse que la descubre. Lo que a Marx escandaliza en la Boonomta es su ma- teridismo 9 su exactitud. El hombre aparece en ella en una sola de sus facetas, como homo oeconomicus, afara- do en la creacién de riquetas y movido exclusivamente por el célculo racional 0, mas exactemente, por un célcu- lo inteligente y astuto, pero sin profundidad ni horizonte, incapaz de trascender ef més estrecho interés individual Un cileulo que realize la inteligencia, pero no la raz6n, utilizando la conocida distincién que el idealismo alemén establece entre estas dos facultades. Un hombre ast cosi- ficado en su proceder es naturalmente, una cosa més que 4 F, Rubio Llorente como tal ba de ser tratada. El correlato necesario del hombre econémico es ob hombre mercancte. Una acti ded exclusivamente orientada hacia le ganancia, hacia el lucro individual (siquiera este lucro se reduzea a lo que el individuo necesita para existir), es una energia «natu- ral», igual en todos los hombres, desindividualizeda, sus- ceptible de ser contada, pesada y medida. Actividad lu- crativa y trabajo-mercancia son cara y crux de una misma realidad, la consideractén, respectivamente, subjetiva y abjetioa de un determinado modo de ser hombre. La Economta Politica no inventa este modo de ser, ni lo postule. Simplemente lo describe » por via de generali- zacién inductiva establece las reglas que, dando por si- puesto tal modo de ser, gobiernan la mecknica de la pro- duccién » distribucién de biener sobre la que se asienta el edificio social. Si pecado hay en ella, el pecado de la Economta no es pecado de error, sino de miopia. Ve con exactitud lo que ante ella esté, pero lo acepta como natural sin percibir que no lo es, sin captar el tnjanito mundo bumano que esa enaturalexar social ante ella no realiza, ni el inmen- so dolor bumano que la no realizacién implica. Su -de- fecto no estriba sélo ni principalmente en su aceptecién de, por ejemplo, el paro y la miseria como resultados naturales de un proceso sometido a leyes ciegas, sino en su bipostatizacién de ese proceso como proceso natural ¢ irremediable que conniene conocer pare controlar, pero gue en modo alesino cabe sustituir. Su propia constitu: cién de ciencia «positivar Ia obliga @ partir de lo ya , los «portavoces que evan la voz de la masa masificadan, ha de suministrar todavia Is primera prucba de que, aparte de sus teoldgicas cues- tiones de familia, tambign en las cuestiones mundanales tiene algo que decir] 2 Es obvio que, ademds de los socialistas franceses e ingleses, también he utilizado trabajos de socialistas ale- manes. Los trabajos alemanes densos y originales cn esta clencia se reducen realmente (aparte de los escritos de Weitling) al articulo de Hess publicado en los 21 plic. gos? y al «Bosqucjo para la Critica de la Economia Politica», de Engels, en los Anuarios Franco-Alemanes, en donde yo anuncié igualmente, de manera totalmente general, los primeros elementos del presente trabajo. Aparte de estos escritores que se han ocupado critica- mente de Ia Economia Politica, la critica positiva en general, y por tanto también Ia critica positiva alemana de Is Economfa Politica, tiene que agradecer su verdade- ra fundamentacién a los descubtimientos de Feuerbach, contra cuya «Filosofia del Futuro» y contra cuyas «Tesis para la reforma de Ia Filosofiay en las Anéedotas* (por més que se las utilice calladamente) la mezquina envidia de los unos y la célera real de los otros, parecen haber tramado un auténtico complot del silencio. Sélo de Feuerbach arranca Ja critica positiva, humani ta y naturalista. Cuanto menos ruidoso, tanto mds seguro, Prologo 49 profundo, amplio y permanente es el efecto de los escri- tos fewerbachianos, los rinicos, desde la Logica y la Fe- nomenologia de Hegel, en los que se contenga una revoluci6n te6tica real En oposicién a los tedlogos criticos de nuestro tiempo, he considerado absolutamente indispensable el capftulo final del presente escrito, la discusién de la Didléctica begeliana y de la Filosofia hegeliana en general, pues tal trabajo no ha sido nunca realizado, lo cual constitaye una inevitable falta de sinceridad, pues incluso el tedlogo eritico contintia siendo teédlogo y, pot tanto, o bien debe partir de determinados presupuestos de Ia Filosofia como de una autoridad, o bien, sien el proceso de Ia critica y merced a descubrimientos ajenos nace en él dudas sobre los presupuestos filosdficos, los abandons cobarde ¢ in- justificadamente, prescinde de ellos, se limita a expresar su setvidumbre con respecto a ellos y el disgusto por esta servidumbre en forma negativa y carente de con- ciencia, y sofistica [sélo lo exptesa on forma nepativa y carente de conciencia, en parte repitiendo continuamente la seguridad sobre la pureza de su propia critica, en arte, a fin de alcjar tanto los ojos del observador como los suyos propios del necesario ajustamiento de cuentas entre la critica y su cuna —la Dialéctica hegeliana y la Filosofia alemana en general—, de esta indispensable clevacién de la moderna critica sobre su propia limita- cién y tosquedad, tratando de crear la apariencia de que la critica sélo tiene que habérselas con tina forma limita- da de la erftica fuera de clla —concretamente con la eritica del siglo xvi— y con la limitacién de la masa, Finalmente, cuando se hacen descubrimientos —como los fewerbachianos— sobte la esencia de sus propios presu- puestos filosdficos, el tedlogo critico, o bien finge haber- los realizado ¢!, y lo finge lanzando los resultados de estos descubrimientos, sin poderlos elaborar, como con- signas contra los escritores que estén atin presos de la Filosofia, 0 bien saben crearse la conciencia de su supe- rioridad sobre esos descubrimientos, no colocando 0 tra- tando de colocar en su justa relacién los elementos de la 30. Karl Marx dialéctica hegeliana, que echa atin de menos en aquella erftica de la misma, que ain no han sido criticamente ofrecidos a su goce, sino haciéndolos valer misteriosa mente, en el modo que le es propio, de forma escondida, maliciosa y escéptica, contra aqnella critica de Ia dialéc: tica hegeliana, Ast, tal vez, la categoria de Ia prueba me- diadora contra Ia categoria de la verdad positiva que arranca de s{ misma, la... etc. El tedlogo critico encuen- tra, efectivamente, perfectamente natural que del lado de la Filosoffa esté todo por hacer, para que él pueda charlar sobre la pureza, sobre el carécter decisivo de la cexftica perfectamente critica, y se considera como él ver- dadero superador de la Filosofia cuando siente que falta en Feuerbach un momento de Hegel, pues por més que practique el fetichismo espisitualista de la «autoconcien- cia» y del

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