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Waenenauis PF, & And ade iene, ona Rubra eer tag dew art Hcp 218 Derecho, Legistaciin y Libertad amentales encaminadas a establecer cudl deba ser el volumen I del gasto, por otro, exige un tan fundamental replantea reacctign inicial de cualquier experto en la materia seré azar por utdpicas las sugerencias arriba consignadés. slo un radical y original enfoque de los actyfales esquemas tMgutarios seria capaz de detener la actual tendencia hacia la constapte y progresiva ampliaci6n de la parte del pro ducto social cuyg control se encomienda al Estado, dendencia que, de no ser dgortunamente detenida, acabaré éntregando toda la actividad sdgial en manos del gobierno. Ess evidente que Syalquier sistema tributario Zujeto a alguna normativa de tipo gengral es incompatible coryla progresividad fiscal. Ello no obstante\\eomo en otra ocasigéi * ha quedado ya establecido, conviene dotar de determinady/progtesividad a los impuestos de tipo directotal objeto de ompensar la compo nente regresiva que los inditectos conlfévan. En esa mi previa referencia a estas cuestiones\hice tgfbién alusién a ciertos principios generales cuya aplication permitisfa limitar el esfuer zo fiscal. Se evitaria con ello qua por la aludida via, las mayo- rias sigan echando el peso pringlpal del esfuerzo fiscal sobre ciettos grupos minoritarios, singuetpor ello pudiera la mayorfa arbitrar determinadas legitinygs ayutas a los estamentos mis necesitados. fiase mi obra The Constitution of Liberty (Los fundamentos d tad), cap. 20. de los principios fiscales hoy convencionales que la// CAPITULO XVIII Contener el poder y derribar la politica.de su pedestal Vivimos en una época ent que ‘ho, hay justia. Nuestros purlainentarios establecen despreocupadaménte disposiciones ue la niegen. Los diferentes Estados ni se acuerdair-se ella cuando de manera arbitraria tratan a sus sibditos. Quiengoiera que caiga bajo el poet de“otra nacin se convierte, a todos los elec: tos, en un gef"proscrito al que nada se le respeta, Su, derecho hnatural ae tierra natal, al hogar, a la propiedad, o simplemente 4 ganarse fa vida, queda conculeado, Han acabado con avestea, eota justicia, Albert Schweitzer PobERES LIMITADOS E ILIMITADOS El gran problema del orden social es la fimitacién del poder La tinica contribucién que el gobierno puede hacer al aludido orden es proteger al ciudadano contra la coercién y Ie violencia Pero tan pronto como, en el cumplimiento de dicha Iebor, el gobierno rechuua y obtiene para sf el monopolio de esa coereién y de esa violencia, conviértese en la principal amenaza de la libertad individual. En los siglos xvi y xvur, el objetivo fun: damental de los fundadores del orden constitucional fue la Jimitacién del poder, finalidad que inadvertidamente fue siendo abandonada, sin embargo, a medida que la opinidn general fue * EL passje que encabeza este capitulo ha sido traducidy al inglés del original en lengua alemana de Auosar Scuwestzen, Kultur wad Ethik, Kalturpbilosopbie, vol. 2 (Berna, 1923), pdg. XIX, En la version inglesa, publicads bajo el titulo Civilization and Ethics (Londtes, 1923), el citado pasaje conesponde a la pagina XVII 220 Derecho, Legislacién y Libertad cediendo ante Ja equivocada idea de que el control democré- tico del poder constituiria suficiente freno a su excesivo des- arvollo Desde entonces, sin embargo, hemos Iegado a advertit que Ja misma omnipotencia otorgada a las asambleas demo- créticas las somete a todo tipo de presiones mediante les que se intenta poner cl poder que ostentan al servicio de deterr nados inteteses, presiones a las que cualquier mayoria que dis ponga de atribuciones casi ilimitadas no puede resistirse si no quiere poner en peligro su propia condicién mayoritaria. La tinica manera de soslayar este inconveniente es vedar a Jas ma~ yorfas gobernantes la posibilidad de adoptar medidas discrimi- natorias a favor de cualquier especifico grupo o individuo. Abora bien, en una democracia, tal sugerencia ha sido consi- detada siempre inviable por implicar, a primera vista, la exis- tencia de una fuente de autoridad superior a la de los propios representantes de la mayorfa. Un régimen democrético, sin embargo, precisa aiin mas que cualquier otra forma de gobierno de la dréstica limitacién del poder discrecional, por encontrarse mucho mis sujeto a la presiGn de sectores, a veces muy mino- ritatios, de cuyo apoyo la propia condicién mayoritaria de- pende TCE K_R. Poween, The Open Society and its Enentics (5° ed. Londres, 1974), vol. I, pég. 124: «Porque cabe distinguie dos tipos de gobiezne. Abarca el primero todos aquellos de los que es posible librarse por vias que no impliquen derramamiento de sangre; es decie, por ejem blo, a través de unas elecciones pencrales. Quicre esto decir que las insti tuelones sociales aseguran Ja posibilidad de que fos gobernados puedan Geshacerse de sus gobernantes y qne los habitos socisles impiden que fas itadas instituciones sean fécilmente destruidas por guicnes ostentan el poder. Comprende el segundo aquellos otros gobiernos de los cuales Jos gobernados sélo a tzavés de una revoluci6n vietoriosa se pueden ibrar, fo que hace casi siempre imposible tal liberacién, Sugiero que el tétming 'democracia” sea utilizado para designar sucintamente a los gobiernos incluidos en la primera especie; y que los términos tirana” © "dictudura” se reserven para los de la segunda. Creo que ello con- cuerda ademas con los tradicionales significados de los. citados tér tninos» En relacién con cl eardeter negative que procede atribuir a los mas altos valotes politicos, véase K. R. Povpe, Conjectures and Ref tations (2+ cd., Londres, 1963), pag. 230 zal Ahora bien, el que el problema de referencia haya parecido insoluble hasta abora deriva del hecho de haberse relegado al olvido el viejo ideal segtin el cual cnantos ejeren funciones de gobierno deben someter en todo momento su comportamiento 2 normas duraderas que nadie pueda modificar 0 derogar en favor de ningtin fin conereto, principio que otorga estabitidad a ese orden social que slo reconoce como auroridad aquella que se compromete a respetar Jas citadas normas permanentes. La supersticion constructivo-positivista, sin embargo, engendrs Ja idea de que es necesaria la existencia de un poder supremo, {inico ¢ ilimitado, del que todos los demas deriven su autoridad. Lo cierto es, sin embargo, que la autoricad sélo merece respeto popular en la medida en que ajuste su comportamiento a las limitaciones establecidas por una normativa general Por tazones consustanciales a su propia esenc hoy denominamos gobiernos democraticos no ajustan sus deci siones a lx opinién de Ja mayoria, sino que las abandonan al arbitrio de un conglomerado de intereses correspondientes a aquellos diversos grupos cuyo apoyo —a través de una inter minable sucesién de concesiones— se ven obligados a comprar para poder mantener el favor de quienes el poder les otorpan, ya que nunca se atteverdn a negarles lo que aquéllos saben esté en st mano conceder, ES correspondiente progresivo aumento del uso de la arbitraria coercién amenaza el futuro desarrollo de una civilizacién basada en la libertad individual, Una ert- nea interpretacion constructivista del orden social, unida a un equivocado enfoque acerca de lo que la justicia verdaderamente significa, constiruyen, de ca al Cavuto, Jos peligros que mas seriamente amenazan, no sélo al bienestar de la humanidad, sino también a la propia moral y convivencia paeifica, Nadie que disponga de una objetiva percepcién de los acontecimientos puede ya poner en duda que la amenaza a Ia libertad personal proviene hoy sobre todo de Ia izquierda; y ello, no en rarén a alguno de los ideales que ese sector politico sustenta, sino por- que los diversos movimientos socialistas son hoy las tinicas grandes organizaciones que, en pos de abjetivos que muchos no dudan en aplaudir, pretenden imponer a la sociedad algdn lo y ordenado esquema de comportamiento, ‘Tl a, los que 222 Derecho, Legistectén y Libertad realidad ha de acabar necesariamente con la responsabilidad moral del individuo y sin duda ha destraido ya, una tras otra, la mayor parte de las salvaguardias que siglos de evolucidn del Derecho habian logrado erigir en defensa de la libertad indi- vidual. Al objeto de reafirmar ciettas fundamentales verdades hoy conculcadas por generaciones de demagogia, conviene de nuevo aludir a las razones por Jas cuales los valores bésicos de la Sociedad Abierta deben ser s6lo de cardcter negativo; es decir porque deben limitarse a garantizar al individuo la posibilidad de propiciar —en el dmbito de una esfera de libertad cono cida— las metas que en su opinin sean més oportunas, utili- zando a tales efectos los medios considerados por él también més convenientes. Sélo una normativa negativa de la especie apuntada puede, en efecto, alumbrar un orden autogenerante capaz de orientar el conocimiento que entre todos se hella disperso hacia el logro de los personales objetivos de cada ser humano. Por extrafio que nos parezca, resulta obligado admitir que, en condiciones normales, en una sociedad libre la autori dad suprema no debe poder ordenar a nadie que haga algo Sometida siempre a las limitaciones establecidas por las normas de recta conducta, dnicamente deberé prohibir ciertos tipos de comportamiento al objeto de que su autoridad repose asf en el ininterrumpido respeto a principios de cardcter general. LIBERTAD ¥ JUSTICIA: LOS TRES GRANDES VALORES NEGATIVOS El hecho de que el ms alto servicio que el gobierno puede prestar a una colectividad de hombres libres sea establecer medidas de carécter meramente negativo deriva fundamental mente de la ignorancia que cualquier individuo u organizacién necesariamente tiene del conjunto de acontecimientos que con- dicionan la realidad social. Sélo los necios creen que todo lo saben, pero los necios son innumerables. Esa ignorancia es lo que da lugar a que la tinica contribucién que el gobierno puede ca de su pedestal 225 hacer a Ja formacién de un modelo o estructura social abstracta, a cuyo amparo puedan ser armonizadas las diversas expectati= vas de quienes la integran, sea la de velar por la observancia de ciettas prohibiciones normas negativas que ninguna rela- cid pueden tener con el logro de fin concreto alguno. Solo delimitando la esfera de libertad individual mediante la apli- cacién de normas de tipo abstracto y negativo podra el gobierno asegurar el carécter también abstracto —nunca el contenido positivo— de ese orden que permite que los individuos puedan poner sus propios conocimientos al servicio de sus también particulares fines. A la mayor parte de los seres humanes, sin embargo, restiltales diffcil aceptar que la principal ayuda que el gobicrno puede oftecer para facilitar la més eficaz utilizacién por cada ciudadano de la informacién disponible, en orden al Jogro de sus propios objetivos, sea de cardcter «meramente» negative. Los constructivistas, por tl razén, intentan siempre cuestionar Ja validez del antes citado principio. Acaso sea la paz el tinico de los grandes ideales cuyo carae- ter negative sea mas fécilmente captado por las gentes. Es de esperar, por lo menos, que cuando Krushchey, haciendo uso de un hebitual ardid socialista, se declaré partidario de la paz —siempre y cuando se tratase de una «paz positivan— todo el mundo Hegé a comprender que se tataba de paz Gnicamente en Ja medida en que, en virtud de ella, quedata dl autorizado a hacer cuanto considerara oportuno. Pocos, sin embargo, parecen advertir que cuando nuestros reformadores sociales exigen gue la libertad, la justicia y el derecho tengan también cardcter «positivo», hallimonos ante un similar intento de pervertir ideales caya importancia nunca resultaré posible sobrevalorar. Como con tantas otras cosas valiosas acontece la tranquilidad, la buena salud, el ocio, la paz espiritual 0 Ja buena conciencia—, lo que el individuo precisa para poder con éxito propiciar sus personales objetivos es la ausencia de ciertos males en mayor medida que la presencia de algin bien La popular utilizacién de los términos «positivo» y «nega- tivo» como casi sindnimos de «bueno» y «malay ha inducido a la gente a pensar que un avalor negativo> debe ser todo lo a ane Sees es 224 Derecho, Legislacién y Libertad contrario de un valor, es decir, un disvalor 0 ua mal, Ello hace que muchos sean incapaces todavia de vislumbrar cuil es la mas fundamental de las ventajas que el entorno social propor- ciona, En un orden civilizado esos tes grandes principios nega tivos, paz, libertad y justicia, son, en realidad, los tinicos que el gobierno debe garantizar. Irremediablemente ausentes en el estado «natural del hombre, tampoco pueden sus instintos innatos facilitérselos. Y, como veremos en el epilogo, aunque sea de manera apenas apuntada, se trata del mds importante Jogro que Ia conviveneia civilizada conlleva La coercién slo puede contribuir a que el ser humano libremente pueda propiciar sus personales fines en la medida fen que sea utilizada para respaldar un conjunto de normas universales que nada en concreto obliguen a nadie a hacer, pero que a todos garanticen la proteccién de un entotno dentro del cual no puedan producirse impredecibles injerencias de terce- ros en sus personales iniciativas, incluidas las de los propios agentes del gobierno. La autoridad ideal es, en consecuencia, aquella que, aunque a todos deba decir «no», a nadie pueda imponer obligacién «positiva» alguna La idea de que Ja autoridad suprema nada deba poder ordenar puede parecer extraiia y hasta autocontradictorie. He- mos Ilegado a entender, en efecio, que dicha maxima autoridad debe necesariamente ser de cardcter omnipotente y omnicom prensivo, asi como compendio de cuantos poderes de ella de- pendan, Semejante supuesto «positivistan, sin embargo, carcce de justificacién. Excepto cuando, por la incidencia de fuerzas externas de origen humano o material, el periurbado orden esponténeo precise de la aplicacién de medidas excepcionales que aseguren el adecuado retorno a la normalidad, [a autoridad suprema no debe disponer de potestad «positiva» alguna. So bradas razones aconsejan, por el contrario, que su autoridad repose slo en su propia sumisién a una normativa abstracts que, sin tener en cuenta las consecuencias concretas que de cada aplicaciéa practica se puedan derivar, impida en todo momento que individuos o gobernantes atenten contra los de- Contener ef pus rechos de Jos individuos. La mencionada autoridad, compro- metida sicmpre en la defensa de ciertos principios’ generales cuyo respeto debe imponer, a su vez, y sin disponer de ningu- na otra facultad coercitiva en tanto en cuanto la colectividad no se vea amenazada por algiin peligro externo, puede, sin embargo, prevalecer sobre el gobierno ¢ incluso ser la tinica que, con carécter general, controle todo el tertitotio nacional El poder gubernamental propiamente dicho, por ef contrario, bien puede encontrarse disperso entre las distintas autoridades regionales, \\ CENTRALIZACION ¥ DESCENTRALIZACION E] fendniego de Ia centealizacién, en virtud del cual’ se acumula tanto HNuncién legislativa como ta gubernamental en sa organizacién uiigaria que solemos denominar Natién 0 Es tado, es cuestidn que'eon ef tiempo apenas ha perdido vigencia (incluso en los Estados Federales) y que, en grant medida, deriva de Ia necesidad historica de, potenciar a la,comunidad de cara ala guerra. Hoy en dfa, sim.embargoy-por lo menos en los paises de Europa occidental y dela Amética septenttional, zo nas en las que cteemos haber elinjifiado la posibilidad de que se suscite el conflicto bélico por’ estar las naciones cada vez més enlazadas entre si por ung’éomunidad de intereses y donde las funciones defensivas haf sido confiddas (esperamos que acertadamente) a organizationes de caréeter supranacional, qu 24 vayamos advirtiendy’ cada vez en mayor medida la conve niencia de reducir el“grado de centralizaciGn politica existence y desistamos en ¢F futuro de confiar tan elevado oimulo de responsabilidades al gobierno, tareas que solo le fueron atri buidas al objeto de potenciar su capacidad de reaccidn ante el enemigo exttanjero. En estas paginas, y en aras de una mayor claridad, al analizag“los cambios que en la estructura constitucional con- viene/ir introduciendo al objeto de asegurar la defensa de la Jibgttad individual, hemos hecho siempre referencia al tipo de gobierno centralizado que nos es mas familiar. Dicha evolucin, Pa Ng Derecho, Legistacién y Libertad ee eterna a individiitles efectos no fueron pretendidos ni previstes por na- dic cuando Svegieron las correspondientes instittitiones. Estas han perdurado porjyzgarse que satislacfait las expectativas de todas o de la mayor paitede las,getites en cuanto al objetivo de ver sus necesidades cubjceta¥=Exigir justicia de tal proceso es un claro dislate y .es-é¥identement=igjusto privilegiar en seme jante sociedad'@ algunos, como si dichasspersonas tuvieran de- rechg.a-tiha concreta participacién. ea EXIf0 POPULAR DE LA IDEA DE @JUSTICIA SOCIAL» La apelaci6n a Ia gjusticia social» se ha convertido, sin em- argo, en el argumento mas manido y eficaz en la discusién politica. Casi siempre que se pide Ia intervencidn del gobierno a favor de detetminado grupo, se hace en su nombre: y si se ogra que determinada medida sea considerada imperativo de la justicia social», cualquier oposicién perderd rapidamente consistencia. Se poded discutir si una medida concreta ¢s 0 no exigida por la «sjusticia social». Nunca, sin embargo, se pondré en duda que ésta constituye modelo al que la accién politica deberé apuntar, o que tal expresin goza de un preciso signi ficado. Cabe afirmar, en consecuencia, que probablemente no existe en a actualidad movimiento © personalidad politica que de buena gana no apele a la ajusticia social» en apoyo de las concretas medidas propugnadas, No cabe, por otra parte, negar que la demanda de «justicia social» ha vansfounado y sigue transformando en gran medida el orden social segiin una direccién que jamés contemplaron quienes inicialmente propugnaron tales metas. Aunque Ia ali dida expresi6n ha contribuido indudablemente a hacer a todos més iguales ante la ley, resulta dudoso que, en Io que respecta ala demanda de justicia distributiva, haya logrado hacer més justa a la sociedad o reducido ef descontento de las gentes. Es indudable que, desde on principio, esta expresin re cogié las aspiraciones del socialismo. Pese'a que el socialisino clisico haya sido normalmente definido en funcién a su exigen- cia nacionalizadora de los medios de produccidn, la aludida medida politica no era para aquel movimiento sino instrumen- to en cuanto a lograr una «justa» distribucidn de la tiqueza, raz6n por Ja cual, una vex descubierto por los socialistus que dicha redistribucién podfa, en gran medida y con menor oposi- Cidn, lograrse por la via fiscal (y los servicios del gobierno asi financiados), desistieron en la préctica de propiciar su pristina exigencia y centraron su programa en la realizacién de la «jus- ticia social». Podria decirse, en efecto, que la diferencia prin- cipal entre el orden social al que el liberalismo clésico aspiraba y el tipo de sociedad que en la actualidad se esta estructurando estriba en que el primero estaba regido por los principios del recto comportamiento individual, mientras que In sociedad actual esti comprometida a satisfacer cuantas exigencias le impone la «justicia social». Dicho con otras palabras, mientras, que el liberalismo exigia al individuo un comportamiento justo, la sociedad actual atribuye de manera creciente el deber de rea izar la justicia a una autoridad que goza del poder de dictar alas gentes lo que éstas deben hacer. La expresién de referencia pudo producir tal efecto 9 causa de que el apuntado ideal se trasladé poco a poco desde el movi- miento socialista a los restantes movimientos politicos ¢ incluso a la mayor parte de los pensadores morales. Fue también adop- tada por un amplio sector del clero de la mayor parte de las confesiones cristianas, el cual, a medida que iba experimentan do un debilitamiento de Ja fe en una revelacién sobrenatural, parece haber ido encontrando consuelo y refugio en esta nueva religin de tipo social que le permitia ir sustituyendo la pro mesa de una justicia eu ef cielo pur oua eu Ja tietta, poumi- tiendo asi a los jefes religiosos proseguir su lucha por ef bien. La Iglesia Catélica Romana, de manera especial, ha convertido esta aspiracidn a la «justicia social» en parte fundamental de su doctrina oficial’, si bien la mayor parte de los ministros de las confesiones cristianas parecen pugnar también entre si por * Chr, especialmente las enciclicas Quadragesinxa Anno (1931) y Divini Redemptoris (1937), y el ensayo de Jonannes Mrsswie, «Zam Begriff der Sozialen Gerechtigkeit», en Die soziale Frage und de Katbolizismus (Paderborn, 1931), editado para conmemorar el cwaren versatio de Ia publicacién de fa enciclica Rerun Novarien: us Derecho, Legislecién y Libertad proponer metas a cual més mundanas, metas que también pa recen subyacer en la mayor parte de sus reiterados esfuerzos ecuménicos. Los diversos gobiernos autoritarios y dictatoriales de nues tro tiempo tampoco han dejado de proclamar la «justicia social» su primordial aspiracién. El autorizado testimonio de Andrei Sajasov nos habla de cémo millones de hombres en la Rusia actual son victimas de un terror que «trata de ocultarse tras el lema de la justicia social» Ef compromiso con la «justicia social» se ha convertido, dc hecho, en la principal vilvula de escape de la emotividad Ha Iegado a ser el atributo que permite distinguir al hombre bueno y prueba suficiente de que se dispone de adecuada con: iencia moral. Puede dudarse eventualmente sobre cud! de las aspiraciones en conflicto concuerda verdaderamente con Ia justicia, pero en ningtin caso se dudaré de que el eoncepto ten- g2 un significado preciso y exprese un alto ideal; ni rampoco que conttibuya a descubrir algunos de los graves defectos de que adolece el orden social existente y que resulta urgente eliminar. A pesar de que, hasta hace muy poco, cualquiera que en Ja correspondiente copiosa literatura existente, preten iese encontrar una definicién inteligible del concepto que nos cocupa habria fracasado en el empefio, parecen existir pocas du das, tanto entre las masas como entre la gente culta, de que la expresién «justicia social» posee un significado definido inteligible, Pero la casi universal aceptacién de una idea no prueba su validlee ni le otorga contenido, al igual que la general ereencia en las brujas o en los espiritus no constituye prueba de que a tales conceptos corresponda realidad alguna. La «justicia so- cial», en realidad, no pasa de ser una supersticién cuasi-religiosa * La expresidn ajusticia sovialy (o mas bien su correspondiente ‘expresin italiana) fe utilizada por primera vez, en su sentido moder no, por Luigi Taparelli d'Azegtio, Sageio teoretico di diritto. naturale (Palermo, 1840), y ha sido més ‘ampliamente difundida por Antonio RosminiSerbati, Le costituzione secondo Ia giustizia sociale (Milén, 1848). Para un andlisis més moderno, cfr. N. W. Witzoucuay, Social Justice (Nueva York, 1909); Stepaen Leacock, The Unsolved Riddle La Justicia «social 0 distributives wy del tipo de las que cabe tolerar y respetar en tanto en cuanto se limiten a contribuir a la felicidad de quienes las sustentan, pero contra Jas que es preciso luchar cuando se convierten en pretexto para someter por ln coaccién a Jas yentes. La genera- lizada fe en la «justicia social», probublemente, constituyc hoy Ja mds grave amenaza que se cierne sobre la mayor parte de dos valores de la civilizacién libre. of Social Justice (Londres, y Nueva York, 1920}; Jou A Rvan, Dis sributive Justice (Nueva York, 1916); L. E. Hossiouse, The Elements 9f Socal stce Londres y Nusys Vouk, 1922); TN. Cons, Esigys in Social Justice (Harvard, 1922); W.’ Suenos, Social Justice, The History anid Meaning of the"Term: (Notre Dame Ind. 1941}; BeNvENuTO Donat, «Che cosa € giustizia sociale?», Archivio tiuridico, vol. 134, 1974; C. pe Pasquuux, «La notion de justice sociales, Zeitschrift fir Schweizerisebes Recht, 1952; P. Awrowe, «Queestce la justice socia lee», Archives de Pbilosopbie, 24, 1961. Para una relacién més com plesa de este tipo de estudios eft. G. vet, Vecomo, op. cit., pix.s 37°39, Pese a la abundancia de escrites sobre el tema, cuando hace diez afios redacté el primer borrador de este capitulo, ine di cuenta de que era todavia muy dificil emprender cualquier discusida seria acerca de Jo que la gente quiere decir mediante la expresion de referencia. Apare cieron casi de inmediato, sin embargo, un gran nimero de estudios serios, particularmente los dos trabajos citados en In precedente nota 6, asi como K, W. BaLDwin, Social Justice (Oxford y Londres, 1966) y R. Rescmn, Distributive Justice (UIndianspolis, 1966). Un tratamiento mucho més prolundo del tema puede hallawse en un ensayo escrita en alemin por el eeonomista suizo Eout. Kune, Wirtsebapt und Gerechtig. zeit (Tubinga, 1967). Flay comentarios muy sutiles en lx obra de TH. B ‘Acton, The Morals of the Market (Londzes, 1971; trad. esp.: La moral del mercado, Union Editorial, Madrid, 1978), especialmente en la py gina 71. sLa pobrera y el infortunio’ son males, pero av injustiviss-» ‘Muy importante es también la aportucidn de Bextkano oe JouvENtt, The Ethics of Redistribution (Cambridge, 1951}, asi como determins- dos pasajes de su obra Sovereignty (Londres, 1957), dos de los cuales conviene citar. Pég. 140: «La justicia ahora recomendada n0 es una eualidad relativa al hombre o a se comportamiento, sino a una deter- minada configuracién de las cosas en la yeometsia social, que nada tiene que ver con los medios utilizados. En la actualidad Ia justicia es algo que existe con independencia del hombre justo.» Pag. 164: «Nine guna proposicién escandalizari més a nuestros contemporsneos que quella que asevera: es imposible establecer un orden social justo, Pe aque la misina deriva Iogicamente de! verdadero eoncepto de justicia, por nosotros tun trabajosamente alumbrado, cuando se acomere un we _Derecho, Legistacion y Libertad ‘Tenga o no tazén Edward Gibbon, ¢s indudable que las cre- encias morales y religiosas pueden destcuir una civilizacion y que, cuando tal tipo de docttinas prevalecen, no sélo los més ex celsos ideales metatisicos, sino también los lideres morales més venerables -figuras a veces de indiscutida santidad, cuyo aleruismo se halla més alld de toda sospecha— pueden con- vettirse en graves peligros para valores que también la gente considera inquebrantables. Sdlo cabe ahuyentar tal amenaza sometiendo nuestros més queridos suefios de un mundo mejor a un despiadado andlisis racional. Son muchos los que creen que la «justicia social» es un nuevo valor moral que procede afiadir a los ya tradicionalmente admitidos, para que asi quede integrado en el actual marco moral. Lo que no suele reconocerse es que, para que la expre- sion alcance sentido, es preciso alterar radicalmente el candcter de todo el orden social, sacrificando con ello necesariamente algunos de Jos valores que lo sustentan. La transformacién de auestra sociedad en otra fundamentalmente diferente se esté produciendo paso a paso y sin que seamnos conscientes de cusl hha de ser el resultado final del proceso. El pueblo, en la segu- ridad de que cabe alcanzar algo parecido a la ajusticia social, ha otorgado a los gobiernos poderes que éstos no pueden ne. labor distributiva, hacer justicia implica establecer un orden de prelat cid social, cosa que la mente humana es incapaz de hacer con relacisn «foros los sesutss y en todos fos aspecos de la realidad. Los hombres tienen que satisfucer necesidades, recompensar méritos y acuaulizar post Billdades, Considerando inclaso tan sélo estos tres aspeetos y aun seve niendo —cove que no sucede— yue existen seflales e indicios precisos sasceptibles de valorar estos aspectos, no cabe ponderar correctamente entre si los tres conjuntos de indices adoptados.» El ensayo, otrota tan famoso e influyente, de Gustav Scumontex sobre «Die Gerechtigheit in der Volkswittschafts, en Jahrbuch fice Volkswirtschaft, etc., vol. V, 1895, es, intelectualmente, en extreme decepcionante: ‘un planteamiento pretencioso de la confusion caracte ristica del «benefactor» que se empefia en ignorar determinadas ulte. totes desagtadables consecuencias. Sabemos ahora lo gue suceds cuando las grandes decisiones se dejan en manos de «jeweilige Volksbewusstscin nach der Ordnung der Swecke, die im Augenblick als die tichtige erscheint>! sha Justicia «soctal o aistrebutivan garse a utilizar en [a satisfaccién de Jas aspiraciones de un mi mero siempre creciente de inteteses patticulares que, a su vez, han aprendido a utilizar el sésamo de la «justicia social» No tengo duda alguna de que se reconocera finalmente que la gjusticia social» ha sido el seiuelo que ha inducido a los hombres a abandonar muchos de los valores que en el pasado inspicaron el desarrollo de Ia civilizacidn, Se tata de un insento de satisfacer un anhelo heredado de los pequesios grupos an cestrales que ningtin significado tiene en la Gran Sociedad de hombres libres. Por desgracia, este vago deseo, que ha llegado a ser uno de los impulsos que en mayor medida mueven a la accién a gentes de buena voluntad, no sélo esta abocado al fracaso, cosa ya bastante triste, sino que, al igual que la mayor parte de los intentos propiciadores de alguna inalcanzable meta, ha de producir consecuencias indeseadas; de hecho, la destruc: cidn de ese medio que es indispensable al florecimiento de Jos valores morales tradicionales, y en especial el de [a libertad personal. SOBRE LA INAPLIGABILIDAD DEL CONCEPYO A LOS RESULTADOS DE LOS PROCESOS ESPONTANEOS: Debemos ahora distinguir con elaridad dos problemas to talmente distintos que la aspitacién a la «justicia social» plan- tea en un mercado libre, El primero de ellos estriba en dilucidar si, en un orden econémico basado en el mercado, tiene verdadero y concreto significado el concepto de ¢justicia social». El segundo, si el orden de mercado puede subsistir cuando se le impone (en nombre de la gjusticia social» o de cualquier otta finalidad) algtin médulo de ingresos que se base en [a apres ciaciGn de los méritos y necesidades de los diferentes individos © grupos por parte de una antoridad que disponga de poder para imponer su propio criterio. La respuesta a una y otra de Ins aludidas preguntas debe ser un otundo no, Derecho, Legislacion 9 Libertad Y, sin embargo, es fa generalizada aceptacién de la «jus- ticia social» lo que induce a las sociedades contempordneas a realizar esfuerzos cada vex mayores en Ia direccién apuntada por la segunda de las cuestiones planteadas, proceso que goza de una singular tendencia hacia la autoaceleracién; cuanto més se admite que la posicién de los individuos o de los grupos debe depender de Ja accién det gobierno, mayor es la insistencia para que Ja acciGn estatal se oriente hacia un claro modelo distributivo; y cuanto més intente el gobierno realizar deter- minado preconcebido modelo de distribucién, tanto més deberd someter a control a los distintos individuos y grupos, En la medida en que la fe en la «justicia social» domine Ia accién politica, tal proceso deberd necesariamente conducit a un siste- ma totalitario. Pero centremos en primer lugar nuestra atencién en torno al significado, © por mejor decir la ausencia de significado, de la expresin «justicia social», para considerar después los efec~ tos que las tentativas de imponer cualquier modelo preconce- bido de distribucién han de producir en Ja esteuctura social El aserto de que en una sociedad de hombres libres (en contraste con Jo que aconiece en cualquier organizacién de tipo coactivo} el concepto de «justicia social» resulta hueto y carente de significado tal vez parezca increible a la mayor parte de las gentes. ¢Acaso no nos sentimos constantemente turbados al advertir cudn injustamente trata la vida a muchas personas; o al ver sufrir a los buenos y prosperar a los malos? ¢No dis. ponemos todos de un cierto sentido del mérita, que con com placencia aplicamos cuando advertimos que los resultados no se cotresponden con el esfuerzo y el sacrificio? La primera consideracién que ha de hacer tambalear tal cetteza de quienes asi argumentan es que andlogos senti mientos experimentamos también con respecto a las diferencias que el destino reserva a los hombres, de las cuales ninguna instancia humana es responsable, razén por la cual resultaria evidentemente absurdo calificar de injusta la aludida realidad Es cierto que clamamos contra la injusticia cuando una serie de calamidades inciden repetidamente sobre una familia, mien- tras otra reposa cémodamente en la prosperidad, 0 cuando un Lea Justicia «social 0 distributivan w esfuerzo meritorio se ve frustrado por algiin imprevisto acci- dente, y particularmente cuando a individuos que se hays» esforzado por igual, sonrfa en un caso el éxito y en otro el mis rotundo fracaso, No deja de ser trdgico constatar el fracaso de los mas metitorios esfuetzos realizados por los padres en pro de sus hijos, 0 de los javenes para labrarse un porveni © de un explorador o cientifico en pos de una brillante idea No dejaremos de rebelarnos contra el destino, aun cuando en tales casos no sepamos a quign culpar, 0 no veames forma algu- nna de evitar o prevenir los aludidos efectos. En una sociedad de hombres libres, lo mismo cabe deci con respecto al sentimiento general de injusticia en relacién con la distribucién de los bienes materiales. Pese a que, en este caso, estemos menos dispuestos a admtirlo, nucstras quejas sobre la injusticia de los resultados del mercado en. modo algu- no implican que alguien haya actuado de manera culpable o injusta. No existe contestacién a la pregunta: equicn es el que ha sido injusto? La sociedad ha sido convertida simplemente en esa nueva deidad a la que inculpamos y exigimos reparacidn si no logra colmar las expectativas por ella misma creadas. No existe individuo 0 grupo algano contra el que quienes sufren deban ditigir sus quejas. Y no cabe concebir regla alguna de recto comportamiento individual que pueda simulténeamente asegurar el orden y soslayar tales distorsiones, "EI iinico reproche que estas quejas pueden contener es el de que se tolera la existencia de un sistema en el que, puesto que cada cual es libre de orientar su actividad, nadie tiene et poder ni el derecho de hacer que los resulindas se ajnsten a los deseos de nadie. En semejante esquema —en el que cada eval pueda otfentar sus conocimientos al logro de sus propios obje- tivos °—, el concepto de «justicia social» carece necesariamente de significado, ya que en él nadie est4 en posicidn de determi nar los ingresos relatives de las diferentes personas o de evitar que Jos mismos dependan en parte de ciscunstancias acciden- tales. Sélo cabe dar significado al concepto de «justicia social» en una economia ditigida 0 de «mando» (como sucede en el » Chr, Ja nota 7 del capitulo VIL. _Werecho, Legistacion y Libertua caso del ¢jéreito), en Ja que se le ordene al individuo lo que debe hacer; cualquier concepcién conereta de la ajusticia vo. cial s6lo puede plasmarse en un sistema centralizado del vipo aludido, En tal supuesio, la gente debe ser guiada por espect. ficas directrices y no por normas de recto comportamiento indi vidual. En realidad, ningtin sistema de normas de recto com. portamicnto, y, por consiguiente, ningiin comportamiento libre individual, puede producir resultados que satisfagan principio alguno de’ sjusticia disttibutivay No nos equivocamos, desde luego, cuando advertimos que dos efectos del proceso propio de una sociedad libre sobre los diferentes individuos no se ajustan a principio algumo de jus ticia, Exramos, sin embargo, cuando de ello concluimos ue se tata de resultados injustos, y que alguien debe ser eulpado. En una sociedad libre en Ja’ gue la situacién de los diferentes individuos y grupos no es consecuencia del designio de nadie =© caya posiciéa no pueda ser alierada de acuerdo con prin. cipios de cardcter general— las diferencias de temuneracign no pueden en rigor ser calificadas de justas o injustas, Muchos comportamientos individuales orientados a conseguir una de. terminada retribucién pueden, sin duda, ser juzgados justos o injustos. Pero no existen principios de conducta individval capaces de configurar un modelo de distribueidn que, en eusnto tal, quepa considerar justo. En consecuencia, tampoco existe le posibilidsd de que el individuo sepa que es lo que tiene que hhacer para asegurar la justa remuneracién de sus comparteas, LA MECANICA DEL JUEGO ECONOMICO EN EL QUE s6Lo EL COMPORTAMIENTO —NO FI. RESULTADO— PUEDE SER JUSTO Scgiin ha quedado indicado, la justicia es atributo de la conducta humana, que hemos aprendido a exigir de nuestros semejantes porque, para asegurar Ja formacién y el manteni, ‘miento de un orden fructifero, es necesario adoptar ciertos tipos de comportamiento. La justicia puede, pues, predicarse de los La Justicia «social 0 distributivan 129 resultados intencionados de la aceién humana, pero no de cual- quier otra circunstancia que no haya sido deliberadamente esta- blecida por el hombre. Exige la misma que, en el «trato» con otra u otras personas, es decir, en los actos intencionados que afecten al bienestar de los demas, se observen ciextas normas de comportamiento uniforms. Nada tiene que ver, sia embar- go, con la forma en que el proceso impersonal del mercado asigne el dominio de los bienes y servicios. No puede ser tal proceso justo ni injusto, por watarse de resultados que no han sido ni pretendidos ni previstos y que dependen de una mul- titud de circunstancias que nadie en su totalidad conoce. La conducta individual en el curso de dicho proceso bien puede ser justa o injusta; pero puesto que actos plenamente justos han de provocar en otros consecuencias que no han sido ni deseadas ni previstas, no pueden las mismas ser consideradas justas ni injustas. ‘Tomamaos la decision de mantener y exigit el cumplimiento de normas uniformes de comportamiento para que se ponga cn marcha ua proceso que ha demostrado ser capaz de mejorar considerablemente Jas oportunidades de todos en relacién con la satisfaccién de nuestras propias expectativas, mecinica que sin duda exige que individuos y grupos asuman el riesgo de tener que hacer frente a un inmetecido fracaso. Ahora bien, si se acepta el proceso de referencia, la recompensa de los distintos grupos e individuos debe ser ajena al control delibe- rado. Se trata tan s6lo del tinico procedimiento hasta ahora des- cubierto en orden a conseguir que la informacién que se en- cuentra ampliamente difundida entre millones de personas pueda ser utilizada eficazmente en beneficio de todos y que al propio tiempo asegura también @ todos una libertad indivi dual que, desde el punto de vista ético, os en si misma deseable. ‘Aunque se trata de un procedimiento que, por supuesto, nunca ha sido «planificado», hemos aprendido a mejorarlo gradual- mente habida cuenta de lo mucho que ha sido capaz de incre- mentar la eficacia del ser humano en aquellos grupos donde ha sido Hevado a la préctica. Derecho, Legislaci y Libertad Tritase de un proceso que, como afiemara Adam Smith * (y antes que él probablemente descubrieran ya los estoicos), en kedos sus aspectos esenciales (exceptuando el hecho de que, por lo general, no sea practicado tan sélo como diversién} es totalmente similar a Ios juegos cuyos resultados dependen tan, to de la suerte como de la habilidad. Mas adelante denomina, remos al mismo «el jucgo de la catalaxian. Como cualquier Otro juego, se desarrolla segdin unas reglas que condicionan cl comportamiento de cuantos en A patticipan, pero cuyos propdsitos, destreza y conocimiento difieren entre si Todo ello hace que el resultado sea impredecible y que existan siempre ganadores y perdedores. Y aunque, cual sucede en cualquier juego, deba insistirse en la necesidad de que todos los jugadores se comporien honestamente y nadie haga trampas, sevio dislate exigit que todos los jugadores alcanzaran un resultado justo Dichos resultados seran, necesariamente, en parte fruto cle le destreza y en parte consecuencia del aver. Algunas de las cit. cunstancias que hacen que los servicios de determinada persona resulten més © menos valiosos para sus semejantes, o que le obliguen a alterar la orientacién de sus esfuetzos, no dependen del hombre ni son de cardcter previsible, En el capitulo siguiente volveremos a ocuparnos de la me- cénica del proceso de descubrimiento que el juego de la com. petencia implica. Nos limitaremos por el momento a recalear ue los resultados que para los distintos individuos o grupos fenga un proceso encaminado a utilizar més informacion de la que persona o institucién alguna pueda poseer, son de eatse ter imprevisible y, por necesidad, habrin de apestarse 4 nies 1 Lit, ADAM Sure The Theory of Moral Sentiments (Londces, 1801), wol. IL, parte VIL, see. I cap, J, pig. 198: «Los estocoe sare gen haber considerudo gue, aunque Ia vida del hombre es un joeve dle gran destreza, existe en clla también Ia inflaencia del sear He ig gite valparmente se denomina Is suerte.» Cfe. tambien Anaya Fancison, Principles of Moral and Political Science (Bdinburgo, 1192) eal} ig, 7: Los esioicos concibieron Ia vida como ut juego on el qué cl entretenimiento y el mérito de los participantes consiste en jugalts atentamente y bien, con independencia de la importancia tle ly meee Pondlente apuesta.» En una nota, Ferguson se refiere a los Discones of Epictetus veeogidos por Arriano, libro Il, eap. V La Justicia asovial 0 distributioas 1a ido de las esperanzas ¢ intenciones gue determinaron la Gueccss c'inpoatied del ateees personal. Sdlo podremos hacer uso efectivo de este conocimiento disperso si (cireunstan- cia gue también Adam Smith fae de. los primeros en peti bis!) permisimos que opere el principio de atelimentacién negativay que, paturalmente, exige que algunos tengan que sofrir alguna inmerecida desilusin respecto a sus expectativas También veremos més adelante que ]t importancia que para el funcionamiento del orden de mercado tienen los precios ¥ satis, y por Jo tanto los ingresos de lus diferentes grupos e individuos, ‘no es principalmente “dcbida a lox cee tos, de fos precios vobre quienes, Tos periben, sino hecho de que Ios, misimes| se comportan con "sefales aque inducen “a quienes “participan en el proceso econs mico a alterar la direccién de sus esfuerzos. Su funcién no es tanto recompensat ala gente pot lo que fa hecho cuanto sefa- lar lo que, tanto en beneficio propio como del interés general, se debe hacer, Veremes, asimisno, ue para que exist un in- centivo capa ce mantener aquella movilidad que un orden de meteado libre sequiere, sri necesario a menudo que Ia tecor pensa a los esfuerzos de la gente 0 se corresponda con los méritos reconocibles. Serd, por el contrario, conveniente que, pese a haber hecho los mayores esfuerzos de que se sea capes, ¥ por razones que los actores no podtin preve, aparczcan re sultados mis o menos distintos de lo que razonablemente cabrfa esperar. Bn un ordenamiento, espontineo, fa cuesti6n. de si alguien ha hecho © no lo

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