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NAVIDEÑO
Michael Basham
Sé que este no sonará como el típico relato navideño. Las navidades orientales no son nada
típicas, y al ser yo un norteamericano residente en el extranjero, uno tiende a sentir que en
esta parte del planeta no existe la Navidad.
Nunca me he considerado una persona muy espiritual, y por eso semejante experiencia ha
sacudido mi vida desde sus cimientos. Pero, para que ustedes puedan comprender mejor
cómo ese encuentro marcó mi relación personal con Dios, tengo que retroceder un poco
antes de esa Navidad. Japón puede ser un lugar muy ajetreado, y cuando vives en una
habitación justo en medio de Tokio con tu celular de alta tecnología (eso fue unos años
antes de que aparecieran los primeros iPhones, y los celulares japoneses estaban a años
luz por delante de los norteamericanos) y te mantienes en contacto constantemente con
todos tus compañeros de clase o con tus amigos, apenas si te queda tiempo para estar a
solas con el Señor. De todas formas, a pesar de todo ese bullicio, me tropecé con The
Everlasting Man (El hombre eterno) de G.K. Chesterton. Libro al que C.S. Lewis le atribuye
su deseo de convertirse al cristianismo.
Los meses a prior de aquella solitaria navidad japonesa, yo había estado revisando las
páginas de dicho libro, leyendo y descubriendo el fascinante panorama general de la
historia del mundo y sentía que iba a conocer a Dios y Su plan para la humanidad de una
forma totalmente nueva y diferente. Ese libro me inculcó un anhelo por conocer los
secretos del mundo como nunca antes, y todo culminó una noche, después de la peor cena
navideña de mi vida.
Y gracias en parte a haber leído recientemente The Everlasting Man me picó la curiosidad
sobre cómo transcurrió la historia de la iglesia entre la época bíblica y la actual. Le pedí al
Señor que llenara para mí esas lagunas. Sentí como si estuviera flotando y pudiera
contemplar los reinos del mundo de hace 2000 años, y los consecuentes ascensos y caídas
de otros reinos, hasta llegar al siglo pasado y las espantosas guerras que ha sufrido este
mundo durante el último siglo. Yo solo tenía 20 años, pero con mi limitado conocimiento
de la Biblia y de la historia, era como presenciar toda la experiencia de la raza humana en
un simple resumen. Los puntos oscuros, que aún desconocía, aguardaban a la espera de
que yo los descubriera.
Siempre me consideré un inepto e ignorante en historia y geografía, pero ahora por vez
primera en lugar de sentirme tonto e inútil, sentí que gracias a esta visión había
presenciado los lugares y sucesos que deseaba conocer. Me di cuenta de que podía
comprender todos esos acontecimientos, y me sentí como un niño pequeño a punto de
abrir sus regalos la mañana de Navidad, ¡y que me aguardaban las llaves del conocimiento!
Tras esta epifanía, las cosas comenzaron a cobrar sentido, no solo en cuanto al estudio y el
aprendizaje, sino también en mi vida personal. Dios comenzó a colocar las piezas en su
lugar y pude ver claramente lo que me tenía destinado y empezó una aventura
completamente nueva para mí. Pero mi perspectiva estaba a punto de cambiar todavía más.
Esa noche también aprendí que Él puede proyectar imágenes en nuestra mente tal y como
afirma en: «Concentren su atención en las cosas de arriba, no en las de la tierra» [1].
Si estás interesado en recibir visiones del Espíritu Santo, no hace falta que seas un gurú.
«Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá» [2]. Solo tienes que pedir y
buscar un lugar tranquilo (aunque no te recomiendo que agarres una indigestión para dejar
a un lado el frenesí de la vida), y a ver qué sucede. Tal vez no llegue en cuanto lo pidas,
pero yo diría que nueve de cada diez veces, si de veras quieres recibir una revelación del
Señor, Él te responderá.
Así que para mí ese fue el regalo navideño más extremo, aunque totalmente atípico, fuera
de lo común. Descubrí que la Biblia no solo era verdad, sino la entrada a la dimensión
espiritual. Hay un versículo fabuloso que resume por completo este regalo navideño y les
recomiendo que, para comprenderlo en su totalidad, se lean todo el capítulo de 1 de
Corintios 2: «Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son
la que Dios ha preparado para los que le aman. Pero Dios nos la reveló a nosotros por el
Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios» [3].