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Al final tenemos una sorpresa para ustedes así que no olviden llegar hasta la
ultima página.
EQUIPO DE TRADUCCIÓN
Orion Asteria Selene Oz
EQUIPO DE CORRECCION
Umbra Mortis Starless Saint Dark Regent Kikis
ENCARGADA DE DISEÑO
Orion
TABLA DE CONTENIDO
DEDICATORIA
MAPA DE LOS SEIS REINOS
MAPA DEL CASTILLO DE GAULE
Capítulo 1 Capítulo 14
Capítulo 2 Capítulo 15
Capítulo 3 Capítulo 16
Capítulo 4 Capítulo 17
Capítulo 5 Capítulo 18
Capítulo 6 Capítulo 19
Capítulo 7 Capítulo 20
Capítulo 8 Capítulo 21
Capítulo 9 Capítulo 22
Capítulo 10 Capítulo 23
Capítulo 11 Capítulo 24
Capítulo 12 Capítulo 25
Capítulo 13 Capítulo 26
SIGUIENTE LIBRO
SOBRE M. LYNN
Para Evelyn.
Eso era lo que se les había dicho cuando se limpió el frente de Gaule. El
padre de Alexandre Durand -el rey- se aseguró de que no pudiera hacerle más
daño.
Ya no. Lo más probable era que estuviera muerta. Odiaba su magia por
hacerla enemiga de Gaule. Persinette. Su amiga de la infancia. Todo lo que
pudo hacer mientras ella huía del palacio fue observar.
Puso su dibujo boca abajo, sin querer que su hermana viera las cosas
que anhelaba. Siempre estaba en guardia con ella, para que no lo acusara con
su padre. Ella era su mascota favorita.
—Por supuesto que sí. —Dejó escapar un gruñido bajo y se pasó una
mano por su largo pelo negro azabache, para atarlo hacia atrás.
A Gaule le iba bien con sus fronteras cerradas. Sin una guerra que los
mantuviera ocupados, el ejército había pasado años reconstruyendo
carreteras y cultivando tierras de labranza para que el reino fuese
autosuficiente. No necesitaban al resto del mundo. No con los peligros que
había allí fuera.
Alex dejó de caminar y se volvió hacia su hermano. —El mar está más allá
de los pabellones.
Las palabras de Tyson escocieron, pero Alex sólo sacudió la cabeza. Una
chica de servicio se detuvo frente a ellos.
Alex jadeó como si se sintiera muy ofendido. —No puedo creer que
pienses que yo discrimino.
La risa de Tyson rebotó por toda la sala, cosechando las miradas de más
de uno. —Bien por ti, hermano. Eres una escoria con igualdad de
oportunidades.
—Siendo que nadie podía encontrarme —Tyson sonrió—. No creo que sea
predecible en absoluto. —Empujó a Alex hacia atrás.
El rey miró a sus hijos con frialdad antes de que una sonrisa se dibujara
en su rostro.
—Ya es hora de que tengas a alguien que proteja a este zoquete —Señaló
a Alex—. Es una mierda con la espada y no ganará muchas batallas si lo único
que sabe hacer es disparar una flecha —Su sonrisa se extendió por su cara—.
Tal vez debería haber sido un cazador en lugar de un príncipe.
Etta lo rodeó. —Tú mismo has dicho que la gente con la que tendremos
que luchar no jugará con las reglas. ¿Por qué debería hacerlo yo?
—Si La Dame viene por ti, ¿vas a dudar? ¿Vas a retroceder y dejar que te
quite todo lo que tienes? ¿Todo lo que eres?
—No.
—¿Qué? —gritó.
—¡No!
Debería haberlo visto venir, pero sus ojos estaban tan concentrados en
su ardiente mirada que no se dio cuenta de que el brazo de él se movía hacia
un lado segundos antes de que el bastón se rompiera contra su espalda. Cayó
al suelo de bruces, gimiendo en el suelo.
Se agachó para recoger su bastón y sintió que el aire se movía para dar
paso a otro golpe sorpresa. Se apartó del camino, hizo girar el bastón y cerró
los ojos para escuchar con su magia los sonidos de la tierra. A cada intento de
golpe le seguía un pequeño silbido cuando la madera surcaba el aire. Cada
movimiento de pies acompañaba un cambio en la tierra.
—Tú tienes tus trucos, Padre. Yo tengo los míos —Le pinchó ligeramente
en el pecho—. ¿Te das por vencido?
—Retira tu magia, Persinette —Su rostro enrojeció.
El silencio entre ellos era casi tan vasto como el bosque que los rodeaba.
El Bosque Negro infundía miedo en los corazones de muchas personas. Creían
que un peligro acechaba entre los árboles. La magia. El mal. Para Etta, el
peligro estaba en el castillo más allá del límite Norte del bosque.
Ella corrió tras él. —No necesito que las leyendas me protejan.
Él giró y ella se detuvo para no chocar con él. —De la corona, tal vez. Pero
¿y cuando ella venga por ti?
—La Dame no puede cruzar los pabellones mientras la magia corra por
su sangre.
Sacudió la cabeza.
—Entonces lucharé contra ella. Soy una Basile. Es lo que se supone que
debo hacer.
Se decía que el Bosque Negro estaba embrujado. Esas eran las leyendas
que, según el padre de Etta, la protegían. Los pocos habitantes del pueblo, lo
suficientemente valientes como para aventurarse en el bosque, regresaban
con informes de sonidos extraños... cuando regresaban. El bosque guardaba
muchos secretos. El principal de ellos era la última magia que quedaba en el
reino. Cuando el gran ejército llegó, hacia tantos años, para destruir a todos
los que la poseían, el bosque y la protección de las guardas de su padre habían
sido el único lugar al que habían acudido muchos de los magos.
Etta se acercó al río hasta que su paso se hizo firme y comenzó a correr.
El cálido viento veraniego le rozó las mejillas y le levantó el largo cabello
trenzado de la nuca. El claro se hizo visible y una sonrisa se dibujó en su rostro
cuando la vista se hizo evidente. Vérité estaba de pie en la orilla, con la cabeza
baja y la melena cubriendo sus ojos mientras bebía.
Cuando llegaban las heladas del invierno, pasaba un mes o más sin
bañarse, incluso con el entrenamiento constante que la cubría de mugre. En
esos meses, no olía mucho mejor que Vérité.
Etta echó una mirada más a Vérité antes de saltar al agua y se dejó
hundir un momento antes de dar una fuerte patada y romper la superficie. El
agua la abrazó mientras flotaba y la lanzó hacia el caballo. Éste sacudió la
cabeza violentamente y ella se río.
No era la primera vez que se daba cuenta de que su padre debió haber
tenido un hijo. Era la primera mujer que se veía obligada a asumir la maldición
desde que se impuso a sus antepasados.
Etta cerró los ojos, confiando en el caballo. Recordó la noche que los
llevó allí. Ocho años antes. La noche en que se vieron obligados a huir del
castillo y a correr por sus vidas. La noche en que murió su madre. Sacudió la
cabeza y abrió los ojos cuando Vérité redujo la velocidad. Habían llegado a su
lugar favorito. Cada vez que su padre iba a la ciudad, ella se escapaba a ese
tapiz de flores dispuesto ante ella. Rojos, amarillos y azules salpicaban el
paisaje hasta donde podía ver.
***
La jovén Etta subió a lo alto del muro exterior del palacio, perdida en los
sonidos de la vida cotidiana. Su padre llevaba días sin llegar a casa y ella estaba
ansiosa por verle atravesar las puertas. Rara vez se alejaba del lado del rey y eso
significaba muchos viajes por todo el reino.
Para la mayoría de los niños, la hechicera no era más que una figura
oscura utilizada para asustarlos. Sin embargo, ninguno de ellos sabía las cosas
que Etta entendía. Que La Dame vendría por ellos. Era la mujer más poderosa
del mundo, no un simple cuento para dormir.
Pero ninguno de los otros niños tenía magia. No habían crecido con las
leyendas de Bela, ya que estaban prohibidas en la mayoría de los hogares de
Gaule.
2Aviso, orden o decreto publicado por la autoridad con el fin de promulgar una disposición, hacer
pública una resolución, dar noticia de la celebración de un acto o citar a alguien
los tejados a lo largo de la muralla. Las casas pequeñas se alineaban en los
bordes exteriores del castillo.
—Sé que estás ahí —dijo—. Y sé que posees una magia aún mayor que ella.
—Miró de reojo y golpeó el cuerpo con el dedo del pie.
—Déjala en paz —le ordenó una voz aguda pero fuerte detrás de ella.
Las lágrimas resbalaron por las mejillas de Etta cuando se volvió hacia el
recién llegado y corrió hacia él. Él la atrapó en un abrazo.
Alex era unos años mayor que ella, pero eran amigos desde que nació.
Etta observó sin emoción cómo su padre atravesaba el cuello del hombre
con su espada. El guardia cayó y su padre no se molestó en limpiar la hoja que
goteaba antes de meterla en su funda y marchar hacia ella.
—He venido a advertirte —dijo Alex—. Mi padre viene por la gente mágica.
***
Arrojó el arco con frustración. Era una habilidad que nunca había
podido dominar. Un palo chasqueó a su derecha y vio un ciervo con la cabeza
agachada, perdido en su propia hambre.
El ciervo levantó la cabeza, pero antes de que pudiera huir, Etta dio un
golpe de muñeca y envió el cuchillo volando de punta a punta. Golpeó al
ciervo en el pecho. El ciervo corrió y Etta lo persiguió durante unos pasos antes
de agarrar el segundo cuchillo y lanzarlo con la misma fuerza que el primero.
No era un ciervo de gran tamaño, así que Etta pudo levantarlo sobre sus
hombros, gruñendo por el esfuerzo. Recorrió la corta distancia que la separaba
de su cabaña y, cuando llegó, sus hombros gritaban por el esfuerzo. Dejó caer
el ciervo en el suelo frente a la puerta y sacudió los brazos. Los ojos del ciervo
la miraban fijamente, pero no había vida detrás de ellos.
***
Había pasado demasiado tiempo desde que salió del bosque. Apenas
había hablado con nadie más que con su padre o con Vérité. Su padre se
pondría furioso hasta que ella dejara caer el dinero de su venta en sus manos.
***
Fuera, Etta silbó una sola nota alta y esperó. Vérité apareció enseguida.
Nunca iba muy lejos.
—Siempre dices eso, Querida, pero eso no hace que sea así. —Tomó un
paquete y lo olisqueó—. Esto no huele tan fresco.
Etta gruñó. —Debes pensar que realmente soy una chica de mente
simple. No la venderé por eso. —Tomó los paquetes de carne para meterlos de
nuevo en su bolsa.
Etta tiró del brazo y recogió las monedas de la mesa. Vérité relinchó
cerca, y ella giró la cabeza para ver cómo un guardia le agarraba las riendas,
impidiéndole escapar a caballo.
Con los brazos en alto, dio un salto y aterrizó en la parte superior. Sus
pies sólo se rozaron brevemente antes de que se dirigiera hacia el otro lado,
donde la esperaba otro guardia. Lo derribó mientras saltaba por el aire y
ambos se estrellaron contra el suelo. Su hombro gritó en señal de protesta
cuando se puso en pie con destreza y liberó su cuchillo.
Una adolescente estaba de pie en la entrada más lejana del callejón, con
los ojos como platillos redondos.
Etta abrió la boca para hablar, para suplicar a la chica que guardara el
secreto, pero ésta levantó una mano.
—Sé quién eres, Etta. Y a menos que quieras que te atrapen, ven.
Etta no tuvo más remedio que seguirla hasta la tienda del curandero.
—Sé lo que crees que has visto ahí fuera —empezó Etta—. Pero no era lo
que parecía.
Etta gruñó.
—Padre. —Etta se adelantó y los dos hombres se fijaron en sus hijas por
primera vez—. ¿Qué riesgo es demasiado grande? Puedo manejar cualquier
cosa.
—Vérité.
Volvió a maldecir. —Te dije que te alejaras de ese caballo. No puede ser
domesticado.
Una semana.
Hasta la muerte.
Las guardas. Le resultaba irónico que la única protección del reino fuera
la misma magia que habían intentado eliminar. El hombre que creó las guardas
pasó años al servicio de la corona antes de que su magia lo convirtiera en una
amenaza.
Sin embargo, eso no era lo que nublaba los pensamientos del príncipe
ese día. Muchos hombres iban a morir. Todos para tener un lugar de honor a
su lado. Se decía a sí mismo que habían entrado por voluntad propia. Nada de
eso sería culpa suya. Observaría el torneo como si fuera el gran
entretenimiento que debía ser.
Tyson resopló. —Te conozco, Alex. Estás a punto de caer en esa locura y
vas a abandonar a tus guardias para hacerlo. —Señaló hacia la multitud. Se
agolpaban alrededor de la arena que había sido construida específicamente
para el evento—. ¿Puedo ir?
Alex gimió y se volvió hacia Geoff, que se dirigía a toda prisa hacia ellos.
Sirvió en la guardia del príncipe y pensó que eso significaba que tenía el
control total de Alex. No había tratado de ocultar su desprecio por esta
competencia. Creía que debía ser nombrado protector. El rey, obviamente, no
había estado de acuerdo. Y Geoff no se había presentado a la competición. No
era lo suficientemente valiente.
—Me temo que debo preguntar a dónde creen que van —preguntó.
—Relájate, Geoff —Tyson se acercó a él y le pasó un brazo por los
hombros. El guardia se puso rígido—. Creo que sólo necesitas descansar.
Antes de que pudiera responder, el brazo libre de Tyson voló por el aire
y conectó con el lado de su cabeza con un fuerte crujido. El guardia se
desplomó contra la pared y se deslizó hacia abajo, inconsciente.
—Qué...
—¿Sabes que Padre te va a castigar por hacer algo que ni siquiera nos
ayudará a salir de aquí?
—Fue una semana, y apenas envió comida —Alex sacudió la cabeza con
incredulidad.
Alex soltó una carcajada. —Tiene muchos años más que tú.
Alex lo siguió hasta una cámara vacía en la parte trasera de la capilla del
palacio. Una puerta los condujo a un túnel que atravesaba el muro exterior.
—No quiero saber cómo sabes que esto está aquí —comenzó Alex—. O
cómo tienes la llave de esa puerta.
—Te sorprenderían los secretos que guarda este lugar. Antes de los
pabellones, el padre tenía muchos espías. Se reunía con ellos en la capilla,
usando el túnel para introducirlos y sacarlos.
El muro no era terriblemente grueso, así que salieron en poco tiempo.
—Lo siento mucho, mi lady. —Extendió una mano para ayudarla y sonrió
amablemente—. No estaba vigilando mis pasos.
—Su Alteza.
—¿Qué?
—Soy tu príncipe.
Ella murmuró algo en voz baja que sonaba mucho a "No es mi príncipe"
y eso le hizo sonreír más. No recordaba la última vez que alguien fuera tan
descaradamente grosero con él. Lo encontró bastante divertido.
Señaló su cara. —Como si fuera un niño que acaba de hablar por primera
vez.
Se rio.
—Me agradas.
—No —Entrecerró los ojos—. Eres... feroz. —Sus ojos se iluminaron—. Eso
es. Bueno, lady feroz... —Se inclinó, extendiendo un brazo hacia un lado—.
¿Puedo tener el placer de conocer su nombre?
—No.
Debería haberse alejado. Tenía que olvidarse de esa chica tan atrevida.
Pero sus pies no se movían. Una atracción invisible lo mantenía allí. Sus ojos se
conectaron, los de ella suplicándole que se fuera.
—No soy su amiga —La chica se dio la vuelta y caminó hacia las hileras de
tiendas de campaña.
—No creo que le hayas agradadi, hermano. ¿Le dijiste que eras un
príncipe?
Tyson se rio.
—Ya me agrada.
Alex negó con la cabeza, sin saber qué había pasado. Ni siquiera sabía
su nombre. Sólo era una campesina. Pero, sobre todo, anhelaba volver a
hablar con ella.
5
Agitada por el encuentro con el príncipe, Etta se sentó en su tienda con
la cabeza entre las manos. Alex no la había reconocido. Si lo hubiera hecho, ya
estaría encadenada.
En cuanto lo vio, quiso correr, alejarse de toda esa maldición. Sus pies
no se lo permitieron. Todo su cuerpo zumbaba ante la cercanía.
Pero ella sabía lo que su familia le hizo a la suya. Ocho años era mucho
tiempo. Había estado al lado de su padre mientras cazaban a la gente mágica
por todo el reino.
Todo el plan dependía de que no supiera que Etta era la misma persona
que la Persinette de la que se había hecho amigo. Nunca se le permitiría un
puesto en el palacio si sabían que tenía magia. No sabía lo que le harían.
Etta miró a Maiya, la chica de la que se había hecho amiga hacía apenas
una semana. Había lágrimas en sus ojos.
—Soy descendiente de Bela, como tú, pero también soy más que eso. —
Se puso de pie y enderezó los hombros—. Soy de la línea real.
Los ojos de Maiya se abrieron de par en par.
—Tú eres la que está maldita. —Su grito ahogado resonó en todo el
espacio.
Su padre le decía que apartara esa ira. La emoción sólo entorpece una
pelea. Pero ella no era su padre. Ella la usaría para ganar ese campeonato y
poner a ese reino de rodillas.
—No llores por mí, Maiya. —Etta suavizó sus ojos—. Muchos antes que yo
han aceptado la maldición. —Miró a cada uno de ellos—. Yo no seré diferente.
Si tengo que luchar para llegar al lado de ese atroz príncipe, lo haré. Puedo
hacerlo. Si las cosas fueran diferentes, sería una princesa de Bela. Es mi deber
representar bien a nuestro pueblo.
—Bela ya no está —raspó—. Pero lo veo en ti. —Puso una mano sobre su
corazón—. Princesa.
—Persinette Basile, la fuerza de Bela corre por tus venas. Sólo tienes que
encontrarla. Debes prepararte. Esperaré fuera.
Al pasar los dedos por la hoja curvada, vio su reflejo en el acero brillante.
Unos ojos glaciales la miraban fijamente.
Otro fue más audaz. —Chica, no necesitas morir para llamar nuestra
atención. Estaré encantado de darte un poco en mi tienda.
El labio inferior de Etta se curvó hacia arriba. Era perfecto. Ella podía
hacer eso.
Pierre le dirigió una mirada feroz antes de alejar a su hija. Ellos estarían
observando. Junto con todos los del reino.
Etta los observó, buscando algo, cualquier cosa, para alimentar su odio.
Ellos se lo dieron. Era fácil para ellos.
El rey continuó. —A todos los hombres que están aquí para luchar hoy,
son lo mejor que tiene nuestro reino. Todos y cada uno de ustedes tienen un
honor inigualable. —Señaló al príncipe Alexandre.
Agradecida por no haber sido la primera, Etta siguió a los demás fuera
de la arena para esperar. Un hombre grande con armadura completa pasó, y
un escalofrío la recorrió. Agarró la empuñadura de su espada en la cintura.
Él se inclinó ante ella y odió tener que matarlo, aunque fuera un guardia.
Inclinó la cabeza y desenfundó su espada. Atacó, desplazando su peso
sobre el pie delantero para clavar su espada hacia delante.
Corrió hacia donde había dejado su lanza y dejó caer su espada para
recuperarla. Etta sonrió, sabiendo que debía parecer enloquecida. Los
guardias adoraban sus lanzas y a Etta le encantaba que fueran más fáciles de
batir que una espada.
El rey se levantó una vez que la multitud se calmó para oírle hablar.
—Soy Etta.
—No.
Iban a descubrirlo.
6
—Padre —dijo Maiya en voz baja, haciéndole una señal con los ojos.
3
Tipo de malla que va debajo de la armadura
¿Cómo iba a cumplir la maldición si le pedían que lo hiciera una y otra
vez? Hacia años, cuando apenas era una niña, había pensado que sería mejor
estar muerta que matar por sus enemigos. No habría sido la primera portadora
de la maldición en su línea en considerarlo.
Maiya puso sus manos en la nuca de Etta y la calma fluyó en ella mientras
inclinaba la cabeza, tratando de estabilizar su respiración. La magia curativa de
la chica actuó como un tónico para su alma empañada.
—No dudé.
Su padre asintió.
—No te pases la vida trabajando por algo que no se puede hacer. —Se
apartó de ella y sintió el firme agarre de Pierre en su brazo.
***
No merecía morir.
Maiya y Pierre no aparecían por ninguna parte, así que tenían la tienda
para ellos solos. Luchó con su mail, pero esa vez consiguió quitárselo ella
misma y luego se arrodilló para lavarse.
Dudó.
—Ya sabes lo que puedo hacer —Puso las manos en las caderas—. No voy
a entregarte.
La miró fijamente.
—Nunca lo haría.
—Mi poder no es muy fuerte, pero puedo controlar los vientos. Cuando
estoy luchando, lo único que me sirve es para mantenerme concentrado. Alejo
todas las distracciones de la multitud, lo que me permite escuchar cada
pequeño movimiento de mi oponente.
Se sacudió el sentimiento.
—He estado viendo tus peleas. —Se rascó la nuca—. El rey debe estar
aterrorizado.
La boca de Etta se apretó en una línea plana. Para ganar, tendría que
matar a Edmund, y algo dentro de ella sabía que podría haber sido un aliado.
***
—¿Por qué estás aquí, Etta? —preguntó—. ¿Por qué quieres servir al
príncipe?
—Tú no sabes nada. Daría mi vida por Alexandre Durand antes de dejar
que le hicieran daño.
La hierba empezó a crecer a sus pies, pero esa vez estaba preparado
para ello. La soltó de un empujón y sacó un cuchillo de su funda para cortar el
nuevo crecimiento. Etta tiró de su magia hacia atrás, con el pecho agitado por
una fuerte respiración.
Etta se puso en guardia y miró hacia Edmund con pánico en los ojos.
Intentó aflojar los labios y subió los brazos para rodear su cuello. No era
una sensación desagradable. Nunca había besado a nadie y los labios de
Edmund eran suaves y cálidos.
—Celebrando, ¿verdad?
Edmund asintió hacia Etta, y ella apretó los dientes mientras se inclinaba
también. La única reacción que obtuvo por el gesto varonil fue una ceja
arqueada del príncipe.
Edmund la atrajo contra su costado y cuando ella intentó protestar, su
agarre se hizo más fuerte.
—Ya sabe cómo es, señor. Las peleas te irritan la sangre y necesitas
encontrar una buena dama para...
Etta miró entre los dos, notando el brillo curioso en los ojos de Edmund
y el ceño fruncido en el rostro del príncipe.
—Ve a asearte —dijo el rey a Edmund—. Cenarás con nosotros esta noche,
pero antes tengo que hablar con esta muchacha. —Se volvió hacia su hijo—.
Alexandre, espera fuera.
A solas con el rey, a Etta se le erizaron el vello de los brazos. Nunca había
estado tan cerca de su enemigo. La simpatía de hace unos momentos se
desvaneció y el fuego ardió en sus ojos.
—¿Crees que puedes mentirme? —Se inclinó hacia ella—. Soy el rey. Viktor
Basile fue visto en la ciudad hoy.
Le temblaban las manos cuando salió a buscar a Pierre. Tenía que llevar
un mensaje a su padre. Tenía que volver al bosque.
—No me dijiste cuando nos conocimos que lucharías por estar cerca de
mí.
—No. Algo me dice que puedes manejarte sola. —Se acercó para
mirarla—. Me intrigas.
—¿Te intrigo?
—¿Por qué?
Pero esa chica. Sacudió la cabeza. No, no quería que matara a su amigo,
pero tampoco creía que pudiera soportar verla caer. Estaba impresionado de
que no hubiera huido, asombrado por su habilidad. Conocía a todas las damas
de alta alcurnia del reino, las únicas que podían permitirse el tipo de
entrenamiento que ella había tenido tan obviamente. Pero no pudo ubicarla.
Tuvo la clara impresión de que ella no quería otra cosa que dejar en
ridículo a su padre. Ser la mujer que venciera a sus luchadores más brillantes.
Debilitarlo. Cuando miró al rey, había algo que se cocía a fuego lento bajo la
superficie de su mirada inexpresiva.
Su madre no se había unido a ellos para las peleas del día, justificándose
por alguna enfermedad en su lugar. Era un alma bondadosa, no apta para el
marido que le había tocado. Incluso el entusiasmo de Tyson había disminuido
después de ese primer día. No había aparecido para unirse a ellos y, en su
lugar, probablemente estaba escondido en sus túneles.
Camille estaba allí, con la cara de piedra como siempre. Nada la
perturbaba.
Sólo que los príncipes no podían esconderse de las cosas que se hacían
en su nombre. Tenían que afrontar las consecuencias de la realeza. Sus manos
se aferraron a los brazos de la silla cuando comenzó la pelea. Los dos estaban
igualados y continuaron luchando hasta que Marcus tuvo suerte cuando Chaz
retrocedió a trompicones. Ward arqueó su espada sobre su cabeza, cortando
el cuello de su enemigo.
Esa fue mucho más rápida y menos sangrienta. Edmund sabía cómo dar
el golpe mortal de la manera más fácil y humana. No disfrutaba de la lucha
como muchos otros parecían hacerlo, pero siempre haría lo necesario para
proteger al príncipe. Para él, eso significaba ganarse el título de campeón.
Etta hizo una reverencia burlona al rey y Alex escuchó un gruñido que
retumbó en el pecho de su padre. Miró de reojo para captar la mirada
depredadora que provenía del trono. ¿Su padre se sentía amenazado por una
simple chica?
—Es una pena —comenzó el rey—. Que no podamos quedarnos con los
dos. Serían grandes adiciones a la guardia.
4
A cámara lenta
Alex se puso de pie y caminó hacia el borde del escenario antes de
darse cuenta de lo que estaba haciendo.
—Estoy bien —dijo ella, dedicándole una sonrisa tentativa. Ella nunca le
había sonreído antes y, mientras él presionaba sus manos contra su herida
superficial, temía que no volviera a hacerlo. Otros corrieron a ayudarla, pero él
no quería dejarla ir.
—Su Alteza —le gritó alguien—. Váyase. —Sus guardias lo apartaron de ella
mientras llegaba el curandero. Lo levantaron para que se pusiera de pie
mientras permanecía en trance.
Una joven de piel acaramelada y rizos de ébano lo miró con ojos suaves.
Esa no era ella. Había pasado su vida entrenando para ser una
protectora. No una asesina. ¿Tal vez eran lo mismo?
—Ahhh —Se agarró a los bordes del jergón, sacudida por el mareo,
mientras todo se volvía borroso ante sus ojos.
—Es fácil para ti decirlo. No tienes que volver a luchar mañana con las
entrañas derramándose por el costado.
Etta gritó cuando la piel le tiró donde había sido herida, pero consiguió
levantar los brazos lo suficiente para que Maiya le quitara la cota de malla y la
5
Colchón relleno de paja, hierba o esparto sin puntadas o bastas que mantengan repartido y sujeto
el relleno
camisa que llevaba debajo, dejando a Etta sólo con la tela que había usado
para atar sus pechos para la pelea.
Maiya pasó una mano suave por los planos del estómago de Etta,
enviando pulsos de calor a su piel. El dolor comenzó a disminuir. Cerró los ojos
cuando sus dedos encontraron los bordes de la herida. La piel empezó a
unirse. Etta miraba asombrada cómo se curaba la herida. Cuando se cerró, lo
único que quedaba era la sangre que recorría su piel.
Maiya abrió los ojos y retiró la mano. —Voy a dejar los moretones. Si
alguien pregunta, eso es lo que te derribó, pero la espada sólo te melló la
ropa.
Etta se sentó y miró fijamente a su amiga. —Tu magia es mucho más útil
que la mía.
Maiya se rió, poniéndose en pie. —Algún día habrá que usar todo esto.
—Estás bien.
—Pero lo vi apuñalarte.
—Sus ojos le engañan, Su Alteza. O tal vez sólo le muestran lo que quiere
ver.
—¿Qué significa eso?
—No me retiro —Dejó caer el mail y se giró para enfrentarse a él—. Voy a
ganar. Puedes decirle a su padre que apostó contra la chica equivocada.
—¿Mi padre?
Alex abrió la boca para hablar, pero se lo pensó mejor. ¿Dónde estaban
las bromas o las bonitas sonrisas por las que era conocido? Desaparecieron.
Su lugar lo ocupó una fría actitud de distanciamiento mientras giraba sobre sus
talones y salía de la tienda.
—Ten cuidado.
***
Ladró una carcajada carente de humor. —Entonces lamento que así sea
como terminemos.
—El miedo es parte de la vida cuando eres un hijo del reino de Bela.
—El destino no tiene nada que ver con esto. Sólo un rey con sed de
sangre.
Ward se lanzó tras él, llevando una pesada espada de hierro y una lanza.
Los tres formaron un triángulo. Etta dobló las rodillas, preparada para
un ataque inmediato. El rey levantó una mano. Cuando la soltó, la lucha pudo
comenzar.
Etta esquivó otro arco de su espada mientras él la bajaba con una mano,
mientras con la otra agarraba su lanza. La clavó hacia ella y ésta retrocedió de
un salto. Entonces se convirtió en una batalla entre la fuerza de él y la velocidad
de ella. Tiró la lanza a un lado para poder rodear con una segunda mano la
empuñadura de su espada.
No había nadie más que ellos dos. Nada más que sus lanzas.
No cayó. Se giró para enfrentarse a ella una vez más, y ella saltó, dándole
una rápida patada en el torso. Cayó, rodando mientras lo hacía antes de
levantarse una vez más. Su estilo mezclaba la fuerza con la rapidez de pies. Una
combinación mortal. Se le ocurrió que tal vez Edmund merecía convertirse en
el campeón del príncipe. Era leal, valiente y hábil.
La única cosa que no estaba era una maldición. Estaba atado al príncipe
por amor, no por magia.
Pero ella no quería morir. Y la única manera de que Edmund ganara era
con su muerte.
Se lanzó a la lucha con más avidez que antes. Cada golpe suyo era
bloqueado, cada movimiento anticipado.
No fue así como terminó, una marioneta del rey.
Bueno, ella estaba luchando por una razón mayor que esa. Venganza.
Odio. Porque no tenía otra opción.
—Persinette —susurró.
Sonrió débilmente.
Sus ojos rojos eran el único indicio de que su padre acababa de morir.
Alex se acercó antes de volverse para mirar a Etta. —Ya estás haciendo
un buen trabajo para mí, Etta. Veo que has encontrado al asesino de mi padre.
Alex asintió.
Cabalgaron tan rápido como los caballos podían llevarlos. Los guardias
se quedaron atrás para tratar de encontrar y calmar a los caballos restantes.
Las tiendas de campaña se derrumbaron sobre sí mismas al pasar al
galope. La gente, presa del pánico, corrió para evitar la caída de las
estructuras. El trayecto hasta el palacio fue una estruendosa persecución de
cascos y escombros caídos. Las puertas estaban abiertas cuando llegaron y las
atravesaron a toda velocidad. No aminoraron la marcha cuando atravesaron el
castillo exterior y evitaron por completo los establos, dirigiéndose a la puerta
interior del palacio. Una vez dentro del patio, el estruendo comenzó a calmarse
y el suelo dejó de temblar.
***
—¿Qué quieres decir con que las guardas han desaparecido? —gritó el
corpulento Lord Leroy, cuya voz resonó en la sala del consejo. La sala era
puramente ornamental, ya que no se había utilizado ningún consejo en los
años de protección bajo las guardas. Pero Lord Leroy tenía un alto estatus con
el padre de Alexandre. Ya estaba tratando de ejercer su influencia con el nuevo
rey.
Por otra parte, tal vez no lo era. No cuando Viktor Basile vivía.
Se dio la vuelta para irse, pero Lord Leroy le llamó de nuevo. —Su
majestad, debemos planear una coronación.
Alex suspiró. Sabía que el duque tenía razón. —Mi padre ni siquiera está
en la tierra. Corónenme si deben, pero sin ceremonia.
Nadie discutió.
—¿Y su protectora?
—¿Muerto?
—Sí, bueno, podría elegir un protector que proyecte una cierta imagen.
Una cierta fuerza.
Entrecerró los ojos. —Y con él fuera, también podría elegir un asesor con
medio cerebro.
Si esa preocupación era lo que significaba ser rey, deseó haber nacido
mendigo.
—Señor, sé que antes tenía sus propios guardias que le daban más...
espacio, pero ahora va a ser rey y debe estar más vigilado.
Anders gruñó, con el ceño fruncido. No era lo que quería hacer, pero
cumpliría con su deber. Anders era bueno para eso. Mientras no intentaras
sacarle una conversación y pudieras vivir a base de gruñidos, lo haría. No era
que a Alex le importara. No le gustaba hablar en la última semana.
Alex levantó una mano. —No les pido cuentas. Pero la próxima vez que
intente darme una orden, se encontrará sin hombres a los que dirigir.
¿Se iba a hacer algo más fácil? Empezó a caminar sin esperar respuesta.
Anders lo siguió sin decir nada, sus pesados pasos sonaban contra las piedras
bajo sus pies.
—Pero el hombre era su mejor amigo —Alex le dirigió una mirada gélida.
Quería despreciar al hombre que mató a su padre, pero una parte de él
recordaba al Viktor que intentó enseñarle a manejar una espada. Había pasado
más tiempo con Viktor y su hija que con su propio padre.
—La princesa me puso aquí —gruñó—. Estoy para evitar que nadie entre
o salga.
—Vuelve con mi hermana y dile que exijo su presencia en la sala del trono
a primera hora de la mañana. —No prestó más atención al guardia mientras
llamaba a la puerta.
—Te he dicho que no tengo hambre —gritó una voz enfadada desde el
interior.
—No.
Sus ojos estaban rojos como si hubiera estado llorando, pero todas las
lágrimas se secaron mientras sus pupilas ardierón al encontrarse con su
mirada. Desvió la vista hacia el guardia y escaneó a Anders de pies a cabeza.
No sabía por qué, pero eso hizo que la ira de Alex aumentara.
—Pero, Su Alteza...
—¿Estoy bien? —Una risa salió de sus labios, pero de alguna manera sonó
mal—. ¿Qué significa eso? ¿Alguno de nosotros está bien? Tu padre acaba de
morir y te ha colocado en el trono. No estás bien, pero debe parecer que lo
estás. —Apoyó los codos en las rodillas—. Yo... perdí a alguien cercano a mí
recientemente y no tengo forma de llorarlo. Mis manos se han bañado en
sangre por orden de la corona a la que ahora debo servir. —Finalmente se
encontró con su mirada—. ¿Ha matado alguna vez a alguien, Príncipe?
Alex le exigió que le acompañara a una reunión en la sala del trono. Ella
estaría a su lado en todas las reuniones en adelante. Alex sería su compañero
constante. No odiaba la idea, y luego se odiaba a sí misma por no odiarla.
Doblaron otra esquina y Etta tomó nota de cada paso que daba. Era un
hábito inculcado por su siempre precavido padre. Fíjate en todo. No olvidar
nada. Conoce tu entorno. Planea una ruta de escape.
¿Era este el momento? se preguntó Etta. No sabía por qué Alex había
insistido en que viniera cuando aún no habían hecho la ceremonia que la hacía
oficial, pero había estado esperando que alguien, cualquiera, revelara su
identidad. ¿Era posible que el rey no hubiera dicho a nadie quién era
realmente?
—Yo ... Yo... —tartamudeó antes de enderezarse y pasar una mano por la
parte delantera de su vestido de encaje azul—. Padre no confiaba en ella.
—Lo importante ahora son los vivos. Tenemos problemas más grandes
que el hecho de que Padre no quiera una mujer a mi lado.
—¿Estás tan cegado por su belleza que no puedes ver que algo no está
bien?
—La belleza no tiene nada que ver —Levantó la voz para que los que
estaban en el fondo de la sala pudieran escuchar—. Mi protectora ha ganado
el torneo y yo honraré su victoria. Habrá consecuencias para aquellos que
intenten interferir de nuevo.
Se volvió hacia él, con una mirada fría e implacable. —Todavía no eres
mi rey, hermano.
Cuando se fue, Alex se retiró del trono, ignorando a los demás que
querían hablar con él. Mientras caminaba hacia Anders, se rascó la nuca.
—Odié eso.
***
En la mesa, delante de una de las sillas, había una bandeja con varios
pasteles y una tetera. Otro olor familiar se apoderó de su conciencia y se
abalanzó sobre un plato tapado, tirando de la tapa. Tocino.
Cerró los ojos para evitar que las lágrimas fluyeran mientras masticaba
cada glorioso trozo. Apenas había comido el día anterior y su estómago
protestaba por tanta actividad.
Diez días. Llevaba diez días muerto. Y ella aún no sabía cuál iba a ser su
papel en el castillo. Se escuchó un golpe en su puerta y se puso en pie de un
salto para correr hacia su armario en busca de una muda que cubriera su
desnudez. Los camisones se enredaban en sus piernas cuando se retorcía en
el sueño. Sólo se los ponía cuando su padre estaba en casa.
—Oh, querida —dijo la reina con calidez, extendiendo sus brazos que
estaban apilados con ropa—. Ayuda a una anciana.
—¿Te gusta? Lo mandé hacer con unas cortinas viejas que había en mi
habitación. Unas cortinas horribles, pero hicieron un vestido precioso.
Etta tosió. —Sí, quiero decir que sí, mi lady. Es un honor conocerla.
—¿A mí? Tú eres la mujer que acaba de vencer en combate a los mejores
hombres del reino. —Ella se inclinó—. Probablemente fui la única en el palacio
que realmente te apoyaba. —Guiñó un ojo—. Aunque, no pude ver. Fue terrible.
Aborrezco la violencia. Y ese torneo era innecesario.
—Un buen hombre murió ese día. Y un monstruo. —Los abrió y clavó en
Etta una mirada que la atravesó.
—Si voy a proteger al rey, necesito poder caminar sin caerme de bruces.
La risa de la reina Catrine rebotó en los altos techos. —Así es. Habría sido
más fácil si hubieras podido recoger tus pertenencias de tu tienda, pero por
desgracia...
La reina apretó los labios. —Bueno, encuentra algo en ese montón para
ponerte. Debo volver a mis habitaciones para tomar un aburrido té con Lady
Leroy. Ella ocupará mi oído con preocupaciones sobre sus igualmente
aburridas hijas. —Su suspiro fue exagerado—. Pronto las conocerás. Su hija
mayor, Amalie, está comprometida con mi Alexandre.
—Esta noche tienes una invitación para cenar en las habitaciones del rey.
-Edmund
Cerró los ojos para disfrutar del momento, pero volvió a la realidad
cuando un hombre que llevaba dos cubos de agua chocó con ella y le salpicó
el estómago. Abrió los ojos y frunció el ceño, pero el hombre ya se había
marchado.
La puerta de la parte exterior del castillo estaba abierta, pero ella sabía
que podía cerrarse en cualquier momento. Ya lo había visto antes. Cuando
tenía diez años, un grupo de hombres y mujeres utilizó la magia para
aterrorizar el castillo exterior. Cerraron la puerta interior para proteger a la
familia real. Todavía podía oír los gritos.
Esa fue la primera vez que supo que no toda la magia era buena.
Si tenía razón sobre las razones de Edmund para enviarla aquí, sabía qué
hacer.
Silbó una sola nota aguda y esperó.
Por primera vez desde que puso el pie en el palacio, una sonrisa
genuina se extendió por su rostro. Lo escuchó. El inconfundible relincho de su
mejor amigo. Pero no lo vio.
Como para darle la razón, Vérité le dio un pellizco. Ella le golpeó la nariz,
mirándol fijamente a los ojos.
—Tal vez sea porque no está hecho para estar en una jaula —espetó.
—Cariño, esto no es una jaula. Estos animales de aquí comen mejor que
yo.
Alex se rascó la nuca. —Yo... um... eso fue después de tu primer combate
en el torneo.
—Ya veo —Cerró el libro y lo miró mientras se llevaba el vaso a los labios.
—Por favor, no me llames así —Se aclaró la garganta—. Lo que quiero decir
es que vamos a pasar mucho tiempo juntos. Quiero que seamos amigos.
Reprimió una sonrisa. Allí estaba la chica que había conocido entre las
tiendas antes del torneo. Le calentaba pensar que las peleas no le quitaban
eso.
—La gente que importa sabe lo que es realmente el protector del rey.
Dejó el vaso en el suelo y puso las manos en la cadera. —¿Así que voy a
ser tu escudo? ¿Vas a esconderte detrás de mí si nos atacan?
Etta se inclinó más bajo de lo que nunca había hecho para Alex o su
padre. Cuando se levantó, sonreía.
Alex empezó a hablar, pero su madre levantó una mano. —Camille, ganó
el torneo de tu padre. Venció a muchos hombres adultos con años de
entrenamiento en la guardia de palacio. Creo que merece nuestro respeto.
Camille resopló, lanzándose hacia delante cuando Tyson chocó con ella
al entrar en la habitación.
Alex gimió y se frotó los ojos. Cuando volvió a mirar a Etta, ésta
observaba a su familia con asombro. ¿A qué clase de familia había renunciado
para entrar en el torneo y mudarse a palacio? No sabía qué habría sido peor.
Renunciar a ellos, o no tener nada a lo que renunciar.
***
Etta nunca tuvo hermanos. Había sido una persona solitaria y nunca
deseó tener ninguno, pero al escuchar la charla de la familia de Alex, vio lo que
podría ser tener una familia.
Su padre había sido todo lo que ella necesitaba. Cuando su madre vivía,
había dado amor suficiente para diez familias. Pero sus cenas nunca fueron así.
No había Tyson rugiendo de risa. Ni Alexandre sonriendo como si nadie lo
viera. Incluso Camille desempeñaba bien su papel, frunciendo el ceño a sus
hermanos.
Y al igual que esta mañana, la reina Catrine era todo lo que Etta
recordaba. Cuando era niña -antes de que su padre le permitiera empezar a
entrenar con una espada- su madre la arrastraba a tomar el té con la reina. Sus
familias estaban muy unidas, hacía tiempo.
—Padre fue el mejor rey que ha tenido Gaule. Alex no podría palear la
mierda de su caballo. —Salió furiosa de la habitación.
Catrine sonrió y fijó sus cálidos ojos en Etta. —Tenemos una ardua batalla
que pelear, querida, pero ahora eres parte de esta familia como antes lo fue el
protector de mi marido.
—Y lo he desencancelado.
Una sonrisa se dibujó en la cara de Tyson, pero Alex negó con la cabeza.
—Alex.
—¿Qué?
Esa era una línea que ella se negaba a cruzar. Pidió amistad cuando no
conocía la barrera que su historia creaba entre ellos. Un Basile y un Durand no
podían ser amigos. Mira a dónde había llevado a su padre.
La luna estaba en lo alto del cielo nocturno cuando Etta salió al exterior
y su brillo plateado se posó sobre los terrenos del castillo. De niña, le
encantaba la noche entre los muros. La quietud era cautivadora. La luz de las
velas iluminaba las ventanas de las casas a su paso. Había pasado sus años de
juventud robando, sin necesitar realmente los objetos que robaba. Lo hacía
por diversión. Así que conocía cada callejón, cada tejado bajo, cada escondite.
Cada uno de los guardias sabía quién era ella. La habían visto cortar a
sus camaradas en el torneo. Mientras caminaba, mantenían la distancia, pero
sus ojos la seguían.
Las caballerizas estaban tranquilas con los caballos en sus establos para
pasar la noche. Un solo mozo de cuadra estaba sentado dormitando sobre un
fardo de heno cerca de las sillas de montar colgadas contra la pared.
Etta puso los ojos en blanco. —Bueno, no lo entendí hasta hoy, pero
gracias.
—No —dijo ella—. Pero si voy a vivir aquí, lo menos que puedo hacer es
compartir una comida con el hombre. Puede que no me guste, pero acaba de
perder a su padre y su mejor amigo ha desaparecido.
Y Edmund era leal a la corona. Así que, ella comenzó a hilar una historia.
—Crecí en el Bosque Negro. —Al menos esa parte no era una mentira,
aunque sus primeros años los pasó en este mismo castillo—. Allí es donde viven
la mayoría de la gente mágica que escaparon de la purga. No pudieron
escapar de Gaule porque una vez que los guardias estaban en su lugar, nadie
con magia en su sangre podía cruzar la frontera.
—Viktor Basile.
—¡No me mientas!
Sólo había visto ese lado de él una vez, cuando la atacó en su tienda.
Con la cabeza nublada por la falta de oxígeno, levantó los brazos en un
instante, apuntando a su garganta. Él la soltó y retrocedió, tosiendo.
Cada interacción que había tenido con Edmund pasó por su mente. Él
arriesgando su vida en el torneo. La promesa que le había hecho antes del
combate final. Él había estado dispuesto a dar su vida. No por el rey y la patria,
sino por Alex.
—Dios, eso espero —Por primera vez en su vida, deseaba más que nada
que Alex Durand, su enemigo de nacimiento, fuera un hombre al que no
tuviera que odiar.
12
La muerte no llegó como un espíritu, silenciosa en la noche. Esa vez fue
la cachiporra, golpeando a Gaule hasta que no quedaron más que escombros.
—Qué bonito, su Alteza —Edmund hizo una mueca—. Pero no dejes que
ninguno de tus otros guardias te escuche llamarnos cachorros. Y hay muchos
más guardias veteranos que yo para ser colocados como jefe de tu guardia
personal. Estoy seguro de que mi padre preferiría nombrar a uno de ellos.
Edmund y otros tres guardias siguieron a Alex hasta la sala del consejo.
—Bien, bien —El Duque Leroy agitó una mano delante de su cara.
Nada de lo que dijo fue una sorpresa, pero aun así succionó el aire de
los pulmones de Alex.
—No que pudiéramos decir. Eso es lo que nos pareció extraño. Nuestras
órdenes eran inspeccionar los pabellones y regresar, pero no podíamos volver
sin echar un vistazo a lo que estaba por venir. Cuando dije que no había nada,
no me refería sólo a los pabellones. Bela está abandonado.
—No hay más gente mágica en Gaule. —Leroy se recostó en su silla con
suficiencia, cruzando sus robustos brazos sobre el pecho y asintiendo a Alex—
. Su padre y yo nos encargamos de ello.
—Ustedes dos recordaran a La Dame más que yo. Era un niño cuando
rompimos nuestra lealtad a ella.
—Lo único que mis tutores me dijeron de Bela fue que fue destruido por
la magia —dijo—. Y que Bela fue una vez nuestro enemigo, aplastando ejércitos
enteros con su poder.
—Si es tan poderosa, ¿por qué tuvo que esperar a que estuvieran
debilitados?
La libertad. Sus últimas horas. Pronto estaría aún más atada al príncipe
de lo que ya estaba. La maldición se cumpliría. Estaba preparada, pero eso no
significaba que le gustara.
Pero no era asunto suyo. Etta estaba allí con un propósito singular. No
le convenía involucrarse en los asuntos de la corte. Ella estaba allí para
proteger el cuerpo del rey. Eso era todo.
Etta empezó a caminar, con los ojos todavía puestos en ellos. Chocó con
algo y retrocedió a trompicones. Al levantar la vista, se encontró con un Tyson
sombrío. En ese momento, parecía tener todos sus quince años.
—Ah, pero ¿alguna vez pasas tiempo entre caballos? ¿Hablas con ellos?
—Gracias, Etta —dijo—. Por traerme aquí. No eres tan insensible como
tratas de parecer.
—No conocí a mi padre. En realidad, no. Nunca tuvo mucho tiempo para
su hijo menor. En Alex, tuvo un heredero. En Camille, tuvo una hija que lo
adoraba. Pero yo... Yo sólo era una molestia. Sin embargo, parece que soy el
único que se preocupa de que lo enterremos hoy.
—Lo sé. —Se encontró con sus ojos—. Pero era nuestro padre. —Su cabeza
giró de izquierda a derecha lentamente—. Y eso no es lo peor.
***
Sus pies se movieron por sí solos hasta llegar al lado del nuevo rey. Él
se había levantado y ya la observaba expectante. Sus rodillas se doblaron y
golpearon con fuerza contra la piedra, pero el dolor apenas se dejó sentir. Ese
momento era lo que había sido toda su vida. Porque ella era Persinette Basile,
y estaba maldita. Su vida no era suya. Pertenecía al hombre que en ese
momento estaba frente a ella con una corona de oro sobre su cabeza.
Algo que no sabía que estaba roto dentro de ella se deslizó en su lugar
como si su mundo fuera ahora como debería ser. Estaba preparada para el
dolor, para el tormento. Había visto a su padre vivir con la maldición durante
años. Para lo que no la había preparado era... para la alegría. La plenitud. La
maldición no se sentía como magia, sino como la cosa más natural del mundo.
—No lo sé.
Marchó por el pasillo, lanzando una última mirada hacia atrás por
encima del hombro. Etta lo siguió, desviando la mirada hacia sus pies.
La reina Catrine, Camille y Tyson los siguieron junto con sus guardias,
mientras que el resto de los nobles se encargaron de la retaguardia. La gente
esperaba en la sala cuando llegaron. Se había erigido una plataforma en la
parte delantera de la sala y el cuerpo conservado del rey yacía a la vista de
todos. Los pasos de Alex se ralentizaron al acercarse a su padre.
Alex sacudió la cabeza con tristeza. —Me vendría bien tu consejo, Padre.
Etta miró a Tyson, que tardó en ocultar una mirada de disgusto. Tenía
los ojos rojos, pero ya sabía que no era porque su padre estuviera muerto. Era
porque no se atrevía a amar al hombre muerto y la culpa lo corroía.
No sabía qué había pasado entre ellos durante aquella ceremonia, pero
lo que más deseaba era volver a sentirse así. Nunca había estado tan
conectado a alguien como en ese momento. Su piel zumbaba con los restos
de la energía. ¿Lo había imaginado? ¿Etta también se lo estaba cuestionando?
—¿Etta? —preguntó.
—Hay cosas sobre Gaule que debes aprender ahora como protectora.
Algo era diferente en ella. ¿Era la ceremonia? Se pasó una mano por la
cara. No entendía nada. ¿Qué le estaba pasando? Era el rey y en ese momento
no tenía palabras para su protector.
Se dirigió hacia ella. Ella retrocedió hasta que su espalda dio con la
puerta.
Ella le rodeó el cuello con las manos y él se acercó más, sin poder
evitarlo. Una fuerza invisible lo mantuvo en su sitio mientras él la agarraba por
las caderas y la besaba con más fuerza. Los dedos de ella tiraron de su pelo.
No se dieron cuenta. Nada importaba más que ellos. Nada existía, salvo
ese momento, ese lazo que los unía. Sus pechos subían y bajaban como uno
solo, perfectamente sincronizados.
—No lo entiendes —Señaló con un dedo desde ella misma hacia él—. Esto
no es real.
Una lágrima se filtró por el rabillo del ojo. —Ahora soy tu protectora. Y
de lo primero que debo protegerte es de mí.
Dio un paso hacia ella y la agarró por los hombros para obligarla a
quedarse quieta y mirarlo.
Sus palabras eran ciertas. ¿Es eso lo que había sentido entre ellos?
¿Magia? ¿Pero cómo era posible?
Esa noche no habría niños, pero todos los nobles del reino se desviarían
de su camino, algunos viajando durante días para estar allí cuando su nuevo
rey diera su primer brindis. Ya no habría más luto por los reyes muertos. Era el
deseo de Alexandre. Si el reino iba a resistir los desafíos que se avecinaban,
debían mirar al futuro, no al pasado.
Ese futuro tenía a Etta vistiendo un vestido que era demasiado ajustado,
y un colorete que la hacía parecer otra persona. Ella pasó las manos por la
suave tela de su vestido rosa. Este abrazaba cada curva antes de ensancharse
en la cintura. El escote se hundía profundo entre sus pechos, dejando su lugar
favorito para esconder su cuchillo no disponible.
La cara que la recibió no era la del rey. Camille se burló desde la puerta,
con los ojos entrecerrados como un depredador que encuentra su presa.
—Cuidado hermano.
¿No lo sientes?
—Su Majestad.
—Etta.
—Es... —se pasó una mano por el pelo, dejando caer su coronilla—. Es
perfecto... quiero decir, es perfecto.
—No recuerdo la última vez que vi a Alex nervioso. —Le dio un ligero beso
en la mejilla de Etta—. Creo que está tratando de decir que estás deslumbrante.
—De pie.
Etta miró a la mesa para que no se le vieran los ojos en blanco. Su padre
era el que había proporcionado esa protección.
Alex continuó
— ¿Por qué no? —dijo un hombre rotundo de pelo canoso—. La purga fue
un gran acontecimiento en nuestra historia. Haría bien, señor, en ser más como
su padre.
—Por Gaule.
—No dejes que te golpeen, mi rey —Un hombre condujo a dos chicas de
mejillas sonrosadas hacia la mesa alta—. Todos sabemos que continuarás el
legado y las reglas de tu padre. Tu padre era bueno para actuar sin miedo.
Harías bien en practicar esa habilidad.
Una de las chicas soltó una risita, pero la otra sólo miró al suelo.
Amalie levantó sus ojos grises hacia los de Etta y sonrió suavemente.
Tenía la piel pálida y una ligera pizca de pecas que creaban una belleza
delicada. Etta estaba fascinada. Pero si esa chica iba a ser reina, también sería
una enemiga de los Basile.
—Hola.
Su voz tenía un tono musical. Etta miró de reojo a Tyson, que parecía
estar bajo algún tipo de hechizo.
—Mi lady, ¿le importaría apiadarse de un pobre guardia y bailar con él?
Etta sonrió.
Ella dejó que la guiara a la pista de baile y que la tomara en sus brazos.
Él se rio y ella se dio cuenta de que el rey y Amalie estaban junto a ellos,
moviéndose en sincronía. Edmund miró por encima de su hombro.
—Y tú te lo estás pasando bien —La hizo girar para que estuvieran fuera
del alcance auditivo del rey—. Pero en serio, está demasiado preocupado. Le
encantan estas cosas. Ya conoces su reputación, es bien conocida. Es el
príncipe sonriente convertido en rey adusto. Estoy preocupado por él.
— ¿Y por qué no? ¿Tienes miedo de que te vean pasándolo bien? Podría
hacer que la gente te temiera un poco menos, y nosotros no podremos
permitir eso —se rió.
Etta deslizó su mano libre por la espalda de él, sintiendo sus músculos
debajo de la chaqueta.
Él la hizo girar por la pista de baile como si fueran los únicos presentes.
Su corazón latía frenéticamente y ella quería estar más cerca, mucho más cerca.
Pero no pudo. Le costó todo lo que tenía para no perderse en su contacto.
—Sí —él dirigió sus ojos hacia ella—. He sabido de su acuerdo desde que
mi padre murió. Sé todo lo que lo que ocurre en este palacio.
—Tienes que sopesar el daño que causará contra tu amor por ella —ella
dudó—. La línea entre ser un buen hombre y un tonto se dibuja en arena, es
fácilmente borrable. Siempre movible. Nunca donde esperas que esté.
—Sí, pero dejará atrás a un rey celoso que muy probablemente no verá
su cama durante algún tiempo.
—Diviértase, Su Majestad.
15
Después de sus primeras semanas como Rey, Alex había logrado nada
más que apagar los incendios entre los nobles. Había que recaudar dinero
para reparar los daños de los terremotos. La gente acudía al castillo para
agasajar al rey con historias de aquellos que los intimidaban con magia.
Parecía que los pueblos tenían un problema.
—Padre —las lágrimas corrieron por el rostro del joven príncipe—. Se han
ido. Viktor. Persinette.
—Gracias, Edmund.
Etta sacó su caballo de los establos. Ella había elegido uno que nadie
más lo habría hecho.
Alex suspiró.
Ella no había hablado más que unas pocas palabras amables con él en
toda la mañana. Ninguno de los dos había reconocido la cercanía que sentían
desde su beso. Bailar con ella la noche anterior fue el único momento del baile
en el que no quiso lanzar su corona por la habitación y hacer una carrera loca
hacia la frontera.
Era una de las muchas cosas que Alex ya no entendía. ¿Por qué se sentía
tan atraído por ella? Era una mujer difícil y grosera. Tenía un evidente
desprecio por su padre. Nada en ella era sencillo. Sus rasgos eran fuertes y
endurecidos, en lugar de los delicados rostros que él había experimentado
entre las mujeres de la corte.
Alex echó la cabeza hacia atrás entre risas. Etta no lo miró a él. Sus ojos
se desviaron hacia la gente, pero sus labios se torcieron mientras intentaba
ocultar una sonrisa.
Apretó sus puños con fuerza, hasta que las uñas se clavaron en su piel,
y miró a Etta. Ella había tenido razón. La mañana siempre traía claridad. Ella
estaba destinada a ver eso con él. Sus ojos se levantaron hacia los suyos y la
misma electricidad de aquella noche en su habitación fluyó entre ellos. Ella
asintió una vez, y él supo que podía hacerlo.
***
—El rey tiene un anuncio que hacer —la voz de Edmund se elevó por
encima de la multitud y esta se calmó.
Se aclaró la garganta.
—Magia.
—Vamos.
—Su Majestad.
— ¿Cómo iba a hacerlo? —Etta nunca había visto a Maiya tan enfadada.
Etta dudó.
—No lo permitiré.
—No lo sé.
—Eso es... tranquilizador.
—Mi padre...
Ella lo abrazó como nunca lo había hecho. Pierre y Maiya eran todo lo
que le quedaba de su padre.
—Mi padre tenía razón —dijo—. La magia es mala. Haré todo lo posible
para aplastarla —miró a los demás en la sala—. Esto lo prometo.
—Deberíamos estar ahí fuera luchando contra los bastardos —el rojo le
subió por el cuello mientras intentaba contener su ira.
—No tengo elección. Puede que ellos sean mi gente, pero yo soy la
maldita. Temo que mi vida se gastará luchando contra aquellos por los que
debería luchar.
Etta corrió por el lado del edificio, oculto a la vista, y llamó su magia. Las
piedras bajo sus pies empezaron a temblar y a resquebrajarse mientras se
levantaban. Alex tropezó hacia atrás, con los ojos muy abiertos. Edmund
aprovechó la pausa momentánea para empujar una ráfaga de aire hacia su
atacante. Se levantó ligeramente antes de volver a estrellarse contra la cara del
edificio.
—Ve al norte.
Ella no podía llevar al Rey de Gaule a través del bosque. Para empezar,
no sería seguro. Ni para él ni para la gente que vivía allí. Era demasiado cerca,
demasiado arriesgado. Sus secretos pendían de un hilo y Edmund le estaba
pidiendo que los expusiera aún más.
—Es la única manera —miró hacia abajo en el callejón cuando los pasos
llegaban a sus oídos.
Etta se estremeció.
— ¿Y tú?
—Estaré bien mientras el rey esté a salvo. Tú eres su protectora. Así que
protégelo.
—Vamos.
Alex, por su parte, apretó su agarre sobre ella. Él había sido criado con
historias del bosque. Para él, debía representar todo lo malo de Gaule.
—Lo sé, pero eso no me hace menos deseoso de estar aquí. Debería
volver al palacio o luchar en la ciudad.
—Tal vez dos días —mirando el sol menguante detrás de ella—. Entramos
en un extremo lejano y tendremos que evitar todos los caminos que conduzcan
a la ciudad o conseguir cualquier tipo de rastro. Son alrededor de dos días
hasta el lado más lejano de los muros del palacio si sólo tomamos los caminos
más seguros.
—La mayoría de las historias sobre este lugar que has escuchado son...
falsas. Pero aun así debemos ser precavidos.
Estaba demasiado cerca de la verdad. Piensa. Piensa. Ella cerró sus ojos,
agradeciendo que él no pudiera ver su cara.
—Eras valiente.
Ella ignoró eso. Si fuera valiente, habría cabalgado hasta Dracon para
enfrentarse a La Dame para romper su maldición en lugar de inclinarse ante
ella.
—Creo que deberíamos viajar sin parar —dijo Alex—. Yo necesito volver a
palacio lo antes posible para ocuparme de los atacantes y prestar apoyo al
pueblo —habló rápidamente—. ¿De dónde vienen? ¿Están trabajando para La
Dame? ¿A cuántos mataron? ¿Tomaron rehenes?
—Aquí no hay rey, sólo los que sobreviven y los que no.
***
La llamaban.
—Todavía no.
Su vieja choza no estaba cerca, pero ese lugar significaba más para ella
de lo que nunca había sido su hogar. El suelo era blando bajo sus pies y sus
ojos sólo captaban los contornos de flores que se extendían en la distancia.
Pero no necesitaba verlas. Las sintió.
Una gota de agua golpeó su cara, y ella la inclinó hacia arriba para ver
cómo se abría paso a través de la cubierta de los árboles. Sonrió a pesar suyo.
Alex se detuvo a su lado, con las gotas cayendo sobre su pelo.
—No. —Él levantó la mano para trazar el contorno del ceño fruncido que
ella llevaba ahora. —Por favor. Cuando sonríes, siento que todo mi mundo no
se desmorona. Sólo por un momento. —Él le tomó la mano—. Yo sólo...
Era inútil intentar parar, ya que su boca reclamaba la de ella una vez más.
No importaba que nada de eso fuera real. Sólo importaba que, por
primera vez desde el torneo, sintió algo más que el agujero donde su alma
debería estar.
Sin embargo, nada de eso podía durar y ella nunca había estado más
agradecida por la oscuridad que ocultaba sus lágrimas.
16
Un escalofrío recorrió el cuerpo de Alex mientras un gemido de su
estómago vacío lo despertó. El sol empezaba a salir, oculto por los árboles que
lo cubrían. Le llevó un rato orientarse, y luego todo volvió a su mente. Se
incorporó con un sobresalto. El día anterior los habían atacado. Se había visto
obligado a huir como un cobarde. Ser rey no tenía ningún poder cuando se
enfrenta a la magia.
Se pasó una mano por la cara y abrió los ojos cuando se dio cuenta de
dos cosas nuevas. Estaba desnudo. Y estaba solo. Estaban empapados cuando
se protegieron de la lluvia en un denso parche de árboles. Durante toda la
noche, el agua goteaba sobre ellos, pero se habían utilizado mutuamente para
mantener el calor.
Etta.
—Padre —dijo, ella—. Esto es mucho más difícil de lo que pensaba. Las
cosas se están desmoronando.
Alex se acercó. Ver a la verdadera Etta era una rareza que no podía dejar
pasar.
Etta quería que la gente la viera como una guerrera. Alguien sin
emociones. Sin remordimientos. Ella mantenía su pasado oculto.
—Mi padre.
—¿Falta algo?
—Es su culpa.
Etta se subió y Vérité pisó fuerte mientras Alex intentaba hacer lo mismo.
Cuando Alex miró hacia atrás, una parte de él no quería dejar atrás aquel
lugar. Porque él lo sabía. Cuando llegara a casa, regresaría a un país en guerra
***
La urgencia hizo que el viaje fuera largo. Vérité sólo podía ir a galope
durante un tiempo antes de frenar
El aire que los rodeaba era fresco y limpio por la lluvia de la noche.
Estaba lleno de vida, pero Alex sólo podía concentrarse en la mujer que tenía
delante. El calor de ella se encontraba entre sus muslos, y su brazo subía y
bajaba contra su estómago con cada respiración que ella hacía. Ella sacudió la
cabeza y su trenza dorada cayó sobre un hombro. Él apartó los cabellos
restantes y le apretó los labios en la nuca. Ella se inclinó hacia él.
— ¿Perfecto?
Ella negó con la cabeza y cuando él pasó sus manos por los brazos de
ella, se estremeció.
Dejó caer la mano y se dio la vuelta como si hubiera dicho algo que no
debía y Alex no la detuvo. Ella se estaba conteniendo de él y pronto volverían
al palacio donde él tendría que ser rey y ella sería su protectora. Les esperaba
una tormenta. Los flashes de la batalla del día anterior día anterior jugaron en
su mente mientras cerraba los ojos.
¿Y la gente del pueblo? ¿El curandero y su hija que los había ayudado?
¿La gente del mercado que habían salido sólo para ver a su rey?
No se dio cuenta de que había hablado en voz alta hasta que Etta
respondió.
—No siempre creí que las guardas fueran un medio justo de defensa —
hizo una pausa—. No sé con qué libertad puedo hablar con el rey.
—No lo conociste.
Ella dudó.
—Dijiste que podía decir cualquier cosa —dijo ella con valentía—. No voy
a complacerte con halagos inútiles.
Respiró profundamente para calmar las palabras defensivas en su
lengua.
—Continúa.
—Tu padre era un tirano que cazaba a su propia gente. Las guardas le
permitían hacerlo sin ninguna vía de escape. Cualquiera con magia en su
sangre no podía cruzar la frontera. Mantenía a Gaule a salvo, pero también
aislaba al país del mundo exterior. Los que no tenían magia no cruzaban por
miedo a ser capturados.
Ella asintió.
— ¿Cómo?
— ¿Cómo era ella? —la voz de Etta contenía una pizca de miedo, el primer
miedo que Alex había visto en ella.
—Maravillosa.
Etta se movió.
— ¿Maravillosa?
Etta entrelazó sus dedos con los de él con la mano que se situaba en su
estómago y apretó las riendas.
— ¿Qué decía?
—Me dijo que algún día volvería con ella. No importaba. Al día siguiente,
mi padre hizo que Viktor construyera las guardas.
—Sí, Etta, cuando dijiste que mi padre era un rey horrible, no sabías
cuánta razón tenías. Traicionó a la mujer más poderosa del mundo. Una mujer
que ha destruido a hombres más grandes y ha puesto de rodillas a reinos
enteros. E hizo que Viktor usara su magia para evitar que ella volviera a poner
un pie en este reino.
—Va a venir por nosotros — dijo él—. La cuestión es cuándo. Creo que
aún tenemos tiempo para prepararnos. Cuando ella haga un movimiento, será
calculado, planeado. Mira las leyendas de Bela. Si hay que creerlas, su plan
tardó generaciones en completarse.
Alex los condujo a una puerta oculta que no se utilizaba casi nunca. No
había necesidad de mantener el secreto en tiempos de paz.
—Ni hablar.
— ¿Y tú?
Empezó a discutir, pero ella se inclinó para tomar la mano que él tenía
en su estómago mientras subían la colina cubierta de hierba. Sus dedos se
entrelazaron entre los de él y los apretó.
Todavía no era real para ella, todo lo que estaba sintiendo. Era parte de
la maldición. Pero ya no le importaba. Por primera vez desde la muerte de su
padre, no se sentía completa y absolutamente sola. Quería que ese
sentimiento durara hasta que llegara el momento de romper la maldición. Esa
seguía siendo la misión, aunque le costara toda la vida hacerlo.
Desmontaron al llegar junto al alto muro exterior del castillo. Etta miró
hacia arriba.
—Una vez dentro de esa puerta, hay un pasaje secreto que te llevará más
allá del muro interior.
Alex se llevó las manos unidas a los labios y las besó antes de mirarla.
Retiró la mano.
—Eres el rey.
El dolor brilló en sus ojos y luego se fue, dejando a Etta en esa colina de
hierba fuera de las murallas con sólo su temperamental caballo como
compañía.
Ella hizo lo que se le pidió y vio cómo se abrían lentamente las pesadas
puertas.
— ¿Dónde está el rey? —preguntó Anders, con sus duros ojos clavados
en los de ella.
—Edmund no es hijo mío. —Con eso, se dio la vuelta y se alejó, con sus
botas de punta de acero golpeando el camino de piedra.
Etta agarró con fuerza las riendas de Vérité y lo arrastró detrás de ella.
Los soldados de la puerta volvieron a su guardia, sin mirarla al pasar. Las calles
estaban desiertas, un espectáculo poco común cuando el sol todavía estaba
en el cielo.
De vez en cuando, una cabeza asomaba por una casa o una tienda por
la que pasaba, pero siempre se agachaban con miedo. ¿A quién temían detrás
de esos muros?
—El pueblo está casi destruido. Muchos han perdido la vida. Los demás
se refugian detrás de nuestras murallas.
Se secó la cara para tratar de ocultar sus lágrimas. Había una inocencia
en Tyson que ella temía que pronto se rompiera. Al igual que la de Alex todos
esos años atrás.
—Mamá me dijo que te esperara aquí fuera. Alex está ahí dentro tirando
cosas.
Siguió los sonidos hasta la sala del trono, donde dos guardias
esperaban ante una puerta cerrada.
Un rugido recorrió la sala cuando Alex lanzó una copa contra la pared.
Se hizo añicos y el vino burdeos corrió por la piedra.
Alex gruñó.
—Sal de mi vista.
—Estás aquí.
Etta asintió.
—Alex no...
—Alex, es Edmund.
Camila avanzó hacia Etta y la miró fijamente a los ojos. Etta quiso
apartarla, pero ponerle las manos encima a la princesa era un crimen.
Etta levantó los ojos hacia el rey, pero él no los encontró. En cambio,
pasó junto a ella, abriendo la puerta de golpe y dejándolos a todos en estado
de shock.
Tenía razón. Su trabajo era estar a su lado, tanto si él quería que hubiera
alguien allí como si no. Ese no era el momento de que él anduviera solo por el
palacio.
—Deberías irte —salió más como un suspiro que como el gruñido que
había pretendido.
—Soy tu protectora.
—Hay mucho.
¿De qué era culpable? ¿De no odiar al hombre que había sido como un
hermano para él? ¿De no haber actuado rápidamente para librar a Gaule de
su magia?
Etta se echó hacia atrás para sentarse sobre sus talones, sin levantarse
para mirarlo.
Uno de ellos se alegró cuando un par de dados chocaron entre sí, pero
el otro vio al rey y se puso de pie inmediatamente.
***
Etta negó con la cabeza. No se merecía nada de eso. Como si leyera sus
pensamientos, sonrió ligeramente.
— ¿Cómo pudiste?
Alex estaría demasiado ciego para verlo, pero Etta reconoció el origen
de la ira de Edmund. El amor. Alex lo significaba todo para él y en ese
momento estaban en lados opuestos de los barrotes de la prisión.
—Tú —dijo.
—No fue así. —Edmund se puso de rodillas y se acercó hasta que las
cadenas le hicieron retroceder. Su ira había desaparecido, sustituida por la
desesperación.
Eran sus palabras, que llegaban sin avisar y sin ser bienvenidas. Etta
trató de decirse a sí misma que eran para consolar a Edmund. Que escondían
un significado más profundo sobre la protección del rey.
—Su Majestad.
***
Se puso las manos delante de la cara y las examinó. Cada línea. Cada
huella. Tenían mucho poder. Un poder que podía destruirla.
Si ese día le había enseñado algo, era que no podía quedarse en Gaule.
Era hora de buscar algo que pudiera romper la maldición.
Pero la cicatriz más profunda no tenía nada que ver con una espada.
Estaba en la parte posterior de su pierna. Cuando era una niña, el joven
príncipe Alexandre la desafió a escalar el exterior de la torre norte. Enamorada
de él, aceptó. Podía escalar cualquier cosa. Pero la atraparon y, en un intento
de escapar, se cayó, cayendo sobre una de las herramientas del herrero.
***
Alex no tuvo tanta suerte. Cada vez que cerraba los ojos, era
transportado al pasado. Un pasado que en ese momento sabía que estaba
lleno de mentiras.
—Soy Edmund
Edmund pareció percibir que una nube se cernía sobre Alex, así que le
dio un codazo en el hombro.
Alex sonrió y asintió lentamente. Nadie se dio cuenta cuando los chicos
salieron sigilosamente de la sala del trono y fueron corriendo hacia la puerta
interior del castillo.
Alex comenzó a guiarlos hacia el único lugar en el que quería estar sin
siquiera pensarlo. La torre del Norte estaba sin personal, lo que les permitía
acercarse. Estaba rodeada por la herrería a un lado y por una colina cubierta de
hierba al otro.
Edmund se rio.
— ¿Una chica?
—Se ha ido.
—Me alegro de que puedas pasar por alto mis defectos —respondió Alex
secamente.
—Un momento. —Refunfuñó, lanzándose a por una bata que colgaba del
extremo de la cama. Miró por la ventana al pasar, observando el cielo oscuro
y la luna llena que aún brillaba con fuerza.
—Por favor —comenzó la reina viuda—. Dejanos entrar antes de que nos
vean los guardias de Alexandre.
—Un momento —la reina escudriñó el pasillo una vez antes de entrar y
cerrar la puerta—. No podemos permitir que nadie sepa que hemos estado
aquí.
Etta aceptó la copa y dio un sorbo vacilante, sin apartar los ojos de
madre e hijo.
Etta se dirigió a la parte delantera del sofá y se sentó, con una postura
rígida. El silencio se extendió ante ellos mientras Tyson seguía comiendo y
Catrine cerraba los ojos como si reuniera su voluntad.
Estudió a su hijo.
Se bajó para que sus rodillas tocaran el suelo de piedra y se inclinó hacia
delante. Etta casi extendió la mano para detenerlo mientras él vertía
deliberadamente el agua en el suelo. Se encharcó frente a él.
Dejó la taza a un lado y levantó una mano por encima del charco. El agua
comenzó a expandirse y a extenderse. No se movió mientras se deslizaba entre
sus rodillas y, en poco tiempo, lo rodeó.
Etta aspiró un suspiro mientras su cabeza temblaba por sí sola. Sus ojos
debían estar engañándola. Un príncipe de Gaule no podía tener magia.
Simplemente no podía.
***
El aire estaba cargado de confesiones inminentes y a Etta le costaba
respirar cada segundo que pasaba. Así que el príncipe tenía magia. Era difícil
siquiera empezar a comprender lo que eso significaba.
Ese día pasó por su mente. Si el rey no hubiera sido asesinado, ella
habría sido arrestada y probablemente ejecutada. Después de ganar, y de que
nadie fuera a buscarla, supuso que él no había compartido sus sospechas con
nadie. Pero, por supuesto, la reina lo sabía.
—Lo sé.
—Me hubiera gustado que conocieras a Viktor Basile, pero sólo eras un
niño cuando se fue.
—No se fue —el acero entró en la voz de Etta—. Su mujer fue asesinada y
él se vio obligado a huir con su hija. Luego fue perseguido durante años por
el mismo hombre al que había servido lealmente.
Catrine se pasó una mano por la cara y pareció envejecer con cada
palabra que decía. Su boca se volvió hacia abajo, y miró hacia otro lado.
—Es mi hermano.
—No eres malo —se sentó de nuevo sobre sus talones—. La gente dirá lo
contrario, pero no es la magia lo que hace que una persona sea buena o mala.
Es la forma de usarla. Tú puedes elegir. Úsala para el bien y serás bueno.
Tyson asintió sin decir nada y cuando volvió a su asiento, Catrine le lanzó
una sonrisa de agradecimiento, casi de orgullo. Hubo un tiempo en que había
idolatrado a la reina. Su madre la llevaba a tomar el té y ella se sentaba allí con
asombro. Eso fue antes de que empezara a querer ver a los guardias en el patio
de entrenamiento.
—Persinette. —La reina dijo su nombre como si fuera lo más natural del
mundo. Como si no le diera un tirón al corazón de Etta que alguien, cualquiera,
supiera quién era realmente.
Etta sabía que ese día llegaría, el día en que tendría que revelarse. Un
alivio inesperado la inundó ante la idea de desahogarse.
Etta asintió.
Y fue entonces cuando Etta lo supo. Estaba viendo cómo una reina se
rompía ante sus ojos. Las personas a las que adoras de niño parecen algo más
que humanas. Son fuertes, impenetrables. No se supone que se rompan como
un cristal, dejando fragmentos que reflejen la destrucción.
Etta se erizó. Esas palabras eran ciertas. Ella odiaba a los Durand.
Odiaba todo lo que representaban, todo lo que habían hecho. Pero la mujer
sentada frente a ella no era su marido. Y todo en su interior le rogaba que no
odiara a Alex.
—Los Basile y los Durand son los mayores enemigos —dijo con cuidado—
. Puede que Bela ya no exista, pero su línea real sigue viva en mí. —La esquina
de su boca se inclinó hacia arriba—. Si Bela siguiera en pie, yo sería la reina.
Quizá eso signifique que aún hay tiempo para la reconciliación.
Su sonrisa cayó.
Etta se quedó callada, pero su esperanza por Alex era lo único que le
impedía marcharse en ese momento para ir a buscar una forma de romper la
maldición.
Ahora lo entendía. Ella debía ser la escolta. Pero eso no era posible.
—Mierda —al darse cuenta de lo que había dicho y de con quién estaba,
el rostro de Etta enrojeció—. Lo siento.
—Lenguaje, muchacho.
20
¿Qué cambia en un palacio tras la detención del amigo más leal del rey?
Aparentemente, nada. Todo sigue igual.
Su tono era neutro y respondió sin mirarla—: Tenemos una reunión con
muchos de los nobles de Gaule. Luego una reunión privada con Lord Leroy.
Esperaba que la Duquesa Moreau asistiera, pero ha vuelto a casa para
ocuparse de una escaramuza fronteriza. Luego el almuerzo con mi madre. Se
ha hecho de rogar. Esta tarde hay una serie de reuniones sobre los próximos
pasos para salvaguardar a Gaule de la gente mágica.
Se apresuraron por el pasillo, sin que ninguno de los dos dijera nada
más. Alex parecía... distante. Algunos dirían que parecía un rey, pero ese no
era el tipo de rey que ella esperaba que fuera.
Cuando se fueron, los nobles seguían peleando entre ellos. Etta puso
una mano en el brazo de Alex y lo arrastró a otra sala para que tuviera
intimidad. Él dejó de moverse, pero no la miró.
—Déjalo, Etta.
—Su Majestad —Lord Leroy encontró su voz y volvió los ojos hacia su rey—
. Lo he estado buscando.
Etta abrió la boca para hablar, pero no le salió ninguna palabra. La gente
del bosque no era la gente mágica que atacaba pueblos y hacía daño a la
gente. No podían serlo, pero en Gaule, todos los mágicos eran tratados igual.
Serían juzgados por los peores y ella no podría hacer nada al respecto. Cerró
la boca e hizo una promesa silenciosa a su gente de que encontraría la manera
de ayudarlos. Tenía que hacerlo.
***
— ¿Qué?
Una mano se posó en su brazo y él bajó la vista para mirar sus largos
dedos, incapaz de encontrarse con sus ojos.
—Porque, hijo mío, sabes tan bien como yo que las cosas han cambiado.
No se puede confiar en las lealtades. No sabemos quiénes son nuestros
enemigos y quiénes nuestros amigos. Y alguien debe ir a hacer un
reconocimiento de los movimientos de La Dame, inspeccionar el muro que
rodea a Dracon. Ver cuánto tiempo tenemos.
Se inclinó hacia atrás con un suspiro. Ella tenía razón. No tenían más
tiempo que perder. Sabía a quién tendría que enviar, y la verdad se retorcía en
sus entrañas. Ella no debía alejarse de su lado, pero no tenía otra opción.
— ¿Confías en ella?
—Cancela mi tarde.
— ¿Tienes miedo de que te haga daño? —Edmund dirigió sus ojos al rey
y la frialdad en ellos hizo que Alex se detuviera.
—Claramente.
— ¿Qué quieres que haga? —gritó Alex, pasándose una mano por el pelo,
quitándose la corona de la cabeza. La corona cayó al suelo a los pies de
Edmund—. Soy el rey, Edmund. En Gaule, es ilegal tener magia.
—No lo sé —levantó la mirada hacia los ojos de su amigo, unos ojos que
ya no eran fríos, sino que estaban inundados de simpatía—. ¿Recuerdas el
primer día que nos conocimos?
—Me contaste todo lo que había que saber sobre ti en una sola
conversación —desvió la mirada—. Todo excepto esto.
— ¿Por qué has venido hoy aquí? —preguntó Edmund; sus cadenas
traqueteaban mientras se movía.
—Yo... no quería que anoche fuera la última vez que te viera —hizo una
pausa—. Yo... — Cerró la boca, decidiendo en contra de las palabras que iba a
decir.
—No, Edmund —se pasó una mano por el pelo, tirando de las puntas—.
No... Sabías que iba a hacer esto.
— ¿Hacer qué?
—Te quiero, Alex. Si no voy a volver a verte, a mirarte a los ojos, entonces
supongo que es el momento de las confesiones —se rió suavemente—. Creo
que te he querido desde aquel primer día en que me pediste que sólo fuera
tu amigo.
—Gracias.
21
Etta sintió que la miraban mientras regresaba al palacio, con el arco
firmemente agarrado en la mano. No entendía por qué Alex estaba tan
apegado a esa cosa. Ella sólo los había utilizado para cazar. Para luchar, un
arco y una flecha no eran buenos. Prefería estar en medio de la batalla en lugar
de abatir enemigos desde lejos.
—Está bien, Etta. Todo el mundo está un poco nervioso estos días.
Etta examinó a su amiga de pies a cabeza. Era real. Estaba viva. Estaba
allí, dentro del castillo. Antes de que Etta se diera cuenta de lo que estaba
haciendo, había tirado de la chica más pequeña en un aplastante abrazo.
—He estado muy preocupada por ti. No sabía si habías conseguido salir
del pueblo o si...
—Lo sé, pero... —las lágrimas brillaron en los ojos ambarinos de Maiya.
—Pero ¿qué?
Etta cerró los ojos por un breve momento. Sabía exactamente quiénes
eran "ellos". Los hombres de Alex. Pierre estaba en las mazmorras.
—Cuéntame todo.
Maiya lo hizo. De pie en ese callejón, habló de ver la lucha que se libraba
en la calle frente a su tienda. Ella pensó que estaban perdidos. Entonces Etta y
Alex escaparon, dejando a Edmund luchando solo. Pierre se unió a él en un
intento de salvar a un puñado de familias que estaban siendo aterrorizadas.
Los guardias los vieron a ambos y cuando la lucha terminó, los llevaron a los
calabozos.
—Por favor.
—Maiya, no puedo suplicar por la vida de todos los magos, sobre todo
cuando lo único que conseguirá es arrojar sospechas sobre mí.
—Lo siento.
Lord Leroy la vio y se marchó. Alex apenas se fijó en ella, ya que algo
premonitorio se reflejaba en sus ojos.
***
La mayoría pensaba que era obra de Viktor Basile, que los mantenía
ocultos. Ese hombre salvó innumerables vidas, pero eran personas que no
deberían haber estado en Gaule. La purga estaba destinada a exterminarlos.
Excepto a Edmund.
Alex se puso delante de una nueva diana, esa vez a mayor distancia. La
flecha navegó con la misma precisión que la primera, aterrizando exactamente
donde el rey había planeado. Se rio para sí mismo, sintiéndose tranquilo por
primera vez en días. Eso se le daba bien. Podía hacer esto. A diferencia de ser
rey.
No sabía lo que estaba haciendo. Por primera vez desde que mataron a
su padre, deseó que siguiera allí. No por ningún sentimiento de amor -sabía lo
que el hombre había sido-, sino porque Alex no se creía lo suficientemente
fuerte como para liderar a su pueblo contra La Dame, o contra cualquier otro
pueblo mágico.
—Hermano.
—Camille.
—Déjame, Camille.
—No hasta que te des cuenta de que eres el rey de Gaule. No Dracon.
No Bela. El pueblo de Gaule es el que cuenta contigo para borrar el azote en
nuestras tierras. Para mantenernos a salvo —puso las manos en las caderas—.
Anders y yo lo hemos discutido. Si no puedes sentenciar a Edmund, como
deberías, podemos encargarnos del problema por ti. Discretamente, por
supuesto.
—Escúpelo.
Alex le agarró la barbilla con tanta fuerza que se sorprendió de que aún
no hubiera emitido ningún sonido.
Alex se pasó una mano por el pelo y soltó un largo suspiro, sintiéndose
algo mejor respecto a lo que tenía que hacer. No estaba traicionando todo lo
que representaba Gaule. Estaba impidiendo que se convirtiera en alguien
como su hermana.
—No lo hagas.
Ninguno de los dos se creía las palabras, pero de todos modos les sentó
bien decirlas.
22
Etta se paseó por el pasillo frente a la puerta de Tyson. Deberían haber
salido ya. Tyson necesitaba estar fuera del palacio antes de que se revelaran
sus secretos. Etta llevaba días esperando que Alex planteara una misión en la
frontera. Seguramente la reina habría logrado convencerlo.
Al igual que días atrás, cuando atravesó el palacio exterior, sintió que
los ojos observaban cada uno de sus movimientos mientras se quitaba el
cinturón de la espada y lo dejaba en la larga mesa de madera que había a un
lado del patio de prácticas. Se giró para encontrar a la princesa Camila
mirándola desde la escalera.
Intentando ignorar la dura mirada, Etta pasó una mano por los cuchillos
que tenía delante, eligiendo uno al azar. Volvió a girar y, con un movimiento
de la mano, envió el cuchillo volando de un extremo a otro, viendo cómo se
hundía en el objetivo más lejano. Miró hacia atrás lo suficientemente rápido
como para ver que la princesa se estremecía.
Etta lanzó los dos cuchillos restantes antes de avanzar para recuperarlos.
Cuando se volvió, se dio cuenta de que tenía público. Hombres y mujeres con
uniformes de guardia hicieron una pausa en su entrenamiento para observar a
la enigmática protectora del rey. La chica que había vencido y matado a
algunos de sus compañeros en el torneo.
Etta nunca tuvo mucho que ver con los guardias. Eran tan misteriosos
para ella como ella para ellos. Mientras observaba los rostros curiosos, no
pudo evitar preguntarse quién de ellos había sido enviado al Bosque Negro
para encontrar a su gente. ¿Quién había detenido a Edmund? ¿Estaban los
guardias más antiguos cuando su padre había sido cazado?
Se precipitó hacia la mesa y golpeó los cuchillos con tanta fuerza que
temblaron.
Esa noche tenía que encontrar a la Reina Catrine. Algo iba mal.
***
—Por el rey —los hombres vitorearon—. Por Gaule. Por destruir la magia
dentro de nuestras fronteras de una vez por todas —miró a Alex—. Estoy seguro
de que su majestad está de acuerdo en que debemos empezar a defender las
leyes de Gaule. La horca está terminada, aunque un ahorcamiento es más
humano de lo que estos animales merecen. —Un estruendo de acuerdo se
abrió paso en la sala—. Yo digo que empecemos con el hombre que se hizo
pasar por uno de nosotros.
Alex aspiró una bocanada de aire. Era la cosa más exquisita que había
visto nunca. El tirón invisible que llevaba días tratando de ignorar en su interior
lo acercó hasta que pudo oler su dulce aroma. Ella se frotó la cara y lo miró con
ojos cautelosos.
Cerró la puerta de golpe, sin querer nada más que tomarla en sus
brazos. Pero no pudo. Eso era demasiado importante.
— ¿Y extraoficialmente?
— ¿Cuándo me voy?
Se le quitó un peso del pecho, pero pronto fue reemplazado por uno
nuevo. ¿Preocupación? Se sacudió el pensamiento de su mente mientras veía
a Etta seguir sonriéndole. Como si se moviera por sí mismo, su brazo se
levantó. Tenía que tocarla. Sus dedos rozaron la línea curva de su labio inferior.
—Me gusta que por fin haya hecho algo que te haga sonreír de nuevo —
dijo.
— ¿Qué va a pasar?
Ella se acercó a él, rodeando su cuello con los brazos mientras apretaba
su pecho contra el suyo y lo besaba como si fuera lo último que haría. Sus
palabras vibraron contra sus labios.
Cuando se durmieron esa noche, Alex la abrazó con fuerza. Ella apoyó
la cabeza en su pecho mientras sus piernas se enredaban.
—No eres el hombre que pensé que serías. Eres un buen hombre,
Alexandre Durand. Pero los buenos hombres no están destinados a ser reyes
—apretó sus labios contra su frente—. No se suponía que me enamorara de ti.
Ella no podía seguir amándolo cuando podría no ser real. La verdad era
preciosa y debía ser encontrada. Si ella todavía lo amaba cuando ya no
estuvieran atados, lo encontraría.
—Hola, Persinette.
— ¿Alex?
—Cuide de él.
—Lo sé —la reina sonrió—. Siempre has sido una guerrera, Etta. Incluso
cuando eras sólo una niña corriendo por las murallas o escalando torres para
entretener a mi hijo. —Su sonrisa se tensó—. Espero que llegue un día en que
no tengas que luchar más.
—Te voy a sacar de aquí —susurró—. Alex quiere que estés a salvo. Vamos,
tengo agua justo al subir las escaleras.
Tres guardias corrieron hacia él. Los ojos de Alex recorrieron el patio y
se ensancharon cuando los vio agazapados cerca de la entrada. Uno de sus
guardias se volvió para ver qué había llamado la atención del rey, y otro entró,
deteniéndose justo delante de Etta.
—Informen.
Corrió con pies silenciosos hacia el lado de la casa. Los cajones en los
que habían guardado las gallinas seguían allí. Se volvió hacia los chicos.
—Bien, tenemos que intentar esto lo más silenciosamente posible. Hay
gente durmiendo allí.
Tyson se adelantó.
—Tyson, tenemos que irnos. —Se subió a las cajas que ya no contenían
pollos y saltó como había hecho mil veces antes. Sus dedos se aferraron al
borde del techo y sus piernas colgaron debajo de ella antes de que lograra
levantarse, su cuerpo adulto podía hacerlo con más facilidad que antes.
—No podrá dar el salto en su estado. Tyson, tendrás que alzarlo y entre
los dos podremos subirlo.
***
Llegaron a los establos sin problemas, gracias al rey. Mantuvo a los
guardias ocupados con un registro casa por casa. El mozo de cuadra de
guardia por la noche estaba dormido contra la pared, y con un golpe de Tyson,
no se despertaría para verlos ensillar los caballos.
El caballo resopló.
Una vez que Vérité estuvo ensillado, lo sacó del establo entre un coro
de bufidos y relinchos procedentes de los otros establos. Tyson la esperaba
junto a un semental completamente blanco. Edmund se apartó de la pared
que había estado utilizando para apoyarse.
Sus manos sujetaron las riendas con tanta fuerza que sus nudillos se
volvieron blancos.
—Lo sabes.
Apenas se dio cuenta de que había utilizado su magia hasta que vio la
cara de asombro de Tyson.
— ¿Tienes magia?
—Claro —la amargura tiñó sus palabras—. Si no, habrías estado en esa
mazmorra conmigo.
—Etta, ¿qué está pasando? —Edmund hizo una mueca de dolor mientras
se arrodillaba, tratando de no caer junto a ella.
— ¿La maldición de Basile? ¿Las leyendas son ciertas? —no esperó una
respuesta mientras se inclinaba hacia delante—. Eso es. Por qué has vuelto.
Estás atada a Alex.
—Me alegro de que tengas una epifanía, porque todo lo que siento es
dolor.
—Ya estamos bastante lejos del palacio y te ves como la muerte, así que
deberíamos descansar por la noche.
Ella asintió, sin tener la voluntad de discutir. Utilizó sus últimas fuerzas
para crear troncos para el fuego antes de acurrucarse junto a su calor.
Esa noche, Tyson le contó todo a Edmund. Sobre él. Sobre ella. Etta
cerró los ojos, demasiado agotada para preocuparse mientras su mundo
cambiaba una vez más, el equilibrio que tanto había luchado por mantener se
desvanecía.
25
¿Las traiciones no terminarían nunca?
El primer instinto de Alex fue negar sus palabras. Por supuesto que
Tyson era un Durand. Era un príncipe de Gaule. El querido hermano del rey.
Todos esperaban que trajera una nueva purga. Pensó que odiaba la
magia. Había visto el mal que podía hacer. Pero también conocía a Edmund y
a Tyson y no podía odiarlos.
—Madre —graznó.
—Lo habría protegido —la voz de Alex tembló—. No tenía que huir de mí.
— ¿Amabas a papá?
—Cuéntame.
—Etta.
—Alexandre…
—Entonces, ¿por qué otra cosa estaría ella aquí? Debería querer estar
lejos de cualquiera de nosotros después de todo lo que hizo Padre —se volvió
hacia su madre, sus ojos se abrieron de par en par al ver su expresión de
preocupación. Preocupada, no sorprendida—. Lo sabías. Lo sabías y aun así me
rogaste que confiara en ella. Enviaste a Tyson con ella. Lo único que
complacería a los Basile es nuestra caída.
Les había dado una gran ventaja, pero nunca lo había lamentado tanto.
—Toma un contingente de hombres y comienza la búsqueda entre aquí
y la frontera de Bela. —Tragó con fuerza—. La chica es su máxima prioridad. Se
llama Persinette Basile, y lleva demasiado tiempo engañándonos.
Persinette era diferente. Todas las preguntas que había tenido sobre
ella desde el torneo de repente tenían respuestas. Pero ya no tenían que ver
con Etta, porque esa chica no existía. Se había enamorado de alguien que no
era real.
—Es tu nombre.
—Pero tú eres ella. Tanto si has cambiado como si no. Te llamen como te
llamen. Eres Persinette, hija de Viktor Basile.
Estaba agradecida por las acciones de su padre, pero sabía que pasaría
a la historia como nada más que un asesino de reyes.
—Ves, ahí es donde te equivocas. Sí existe. Puede que el propio Bela esté
desocupado, pero ¿no somos todos los magos descendientes de Bela?
Etta asintió.
Él mordió el anzuelo.
Ella se rio.
—Creo recordar que pude atraparte con mis "malas hierbas" cuando nos
conocimos.
Se encogió de hombros.
—Tuviste suerte. No esperaba que el ladrón al que perseguía tuviera
magia. Te habría vencido sin ella.
Etta se rio.
—Ni hablar. He oído las leyendas de lo que se supone que puede hacer
el último descendiente de los Basile y no me voy a perder el espectáculo.
—Tienen un poder que puede luchar contra La Dame. Por eso nunca
consideré que Etta pudiera ser Persinette —levantó un hombro—. A menos que
planee atarla con maleza y golpearla en la cabeza con la rama de un árbol o
algo así.
—Pero...
Edmund trató de azotar el aire para evitar que las flechas los alcanzaran,
pero su magia también le falló.
Otra flecha falló por poco en el flanco de Vérité. Eso fue todo. Ella sabía
lo que tenía que hacer. Se inclinó tan cerca como pudo de Edmund.
Cuando abrió los ojos, todo le dolía. Apenas pudo levantar la cabeza
para ver a Edmund y a Tyson dudando.
—Vayan —graznó.
—Hola, hija del asesino de reyes. Estás arrestada por orden de la corona.
Su cabeza golpeó el suelo con un golpe seco al dejarla caer. Sabían
quién era.
***
El dolor se había desvanecido ahora que estaba cerca del rey una vez
más, pero aún la dejaba débil.
Mientras sus ojos observaban lo que ocurría dentro de los muros del
castillo, se dio cuenta de que nada había cambiado. Pero todo su mundo era
en ese momento diferente. No entró por esas puertas como protectora del rey.
Entró como prisionera, como enemiga.
Etta levantó los ojos como pudo mientras se acercaban a las puertas
interiores. La lengua se le pegó al paladar y el sudor comenzó a recorrer su
frente al contemplar la escena. El rey los esperaba rodeado de su guardia
personal. Estaban en formación a su alrededor, como si temieran que ella
intentara hacerle daño.
No sabían que ella estaba demasiado débil para usar su magia.
Todo lo que sabían era que ella era una Basile y una descendiente de
Bela. Eso era suficiente para ellos.
Maiya.
Alex sabía quién era ella. Sabía que había estado mintiendo incluso
cuando compartía su cama.
Un sollozo se le escapó.
—Alex.
Él se pasó una mano por la cara y ella vio cómo su corazón se partía en
dos, sintiendo el mismo dolor en su pecho.
Una gota de agua golpeó su cara como lluvia que caía como las lágrimas
que se negaba a llorar. El rey y sus hombres se volvieron y marcharon hacia el
palacio seco.