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Nadie Es Como Stanford - S Giner
Nadie Es Como Stanford - S Giner
S. Giner
Kate entró en la iglesia poco antes del mediodía. Estaba intranquila por
si se encontraba con ese hombre que se pasaba el día en la iglesia, aunque
hacía tiempo que no lo veía.
Hizo memoria recordando la primera vez que lo había visto. Sin saber la
razón, ese hombre le había llamado la atención y en aquel instante supo,
con toda seguridad, que todo cambiaría para ella desde ese momento.
Recordó cuando se miraron y él le sonrió, y Kate sintió una presión en el
vientre. Se alegró de saber que no estaba muerta respecto a los hombres,
como había pensado muchas veces. Pero haberse dado cuenta de ello, en
presencia de un hombre que podría conseguir a la mujer que quisiera,
simplemente con una insinuación o sin ninguna insinuación, no era una
buena cosa.
Tenía que reconocer que, a pesar de la inquietud que la invadió las dos
veces que lo tuvo cerca, le gustaría volver a sentirse así. El color de los ojos
de ese hombre no era normal, pensó. El gris intimidaba un poco, pero, al
mismo tiempo, resultaba fascinante. Era un hombre atractivo, de hecho,
muy atractivo. La última vez que lo vio tenía un aura de seriedad
inquebrantable, seguramente porque estaba cabreado con ella. Reconoció
que no había sido amable con él.
Ese hombre era como ese pastelito, que estás completamente segura de
que no deberías probar, porque sabes que querrás repetir, pero que, así y
todo, te lo comes pensando que podrás resistir la tentación. Sus miradas se
habían cruzado durante apenas unos segundos, pero ese corto instante había
sido más que suficiente para que se le acelerara el corazón y la sangre
corriera por sus venas a toda velocidad. Kate se había quedado inmóvil,
sintiendo un cosquilleo en su vientre. Sabía que no debía haber sentido
ningún cosquilleo. No podía sentir nada por ese hombre, ni siquiera tenía
que gustarle y, mucho menos, sentirse atraída por él. A pesar de todo lo que
se había dicho a sí misma, en aquel momento había experimentado unas
sensaciones extrañas, pero muy dulces, que habían hecho que se sintiera
sobrecogida.
Kate se quitó de la cabeza esos inapropiados pensamientos. Se colocó en
una esquina, detrás de una de las columnas de la iglesia y observó a las
personas que había en el templo de Dios. No había nadie que le estuviera
prestando atención. Se acercó al cepillo, sacó del bolsillo la ganzúa y lo
abrió con toda facilidad. Cogió rápidamente los billetes y los guardó en el
bolsillo. Estuvo tentada de coger también las monedas. Por la cantidad,
sabía que habrían unos doscientos dólares, tal vez más, pero perdería mucho
tiempo y no quería arriesgarse a que la cogieran in fraganti. Colocó de
nuevo el candado, lo cerró y se marchó.
Nada más subir al coche sacó el dinero del bolsillo. Había cuatrocientos
ochenta y cinco dólares. Sonrió agradecida, porque había suficiente dinero
para hacer frente a los pagos de esa semana.
—Hoy voy a hacer pasta y haré más salsa para comer lo mismo otro día
—dijo Kate mientras caminaban juntos por la acera.
—Me gusta la pasta —dijo Dexter sin mirarla.
—También puedes hacer arroz blanco. A veces lo haces y comemos
varias veces —dijo Taylor.
—Buena idea.
—Podemos comer huevos con arroz un día y con hamburguesas otro —
dijo la niña.
—Hay que comprar dos pimientos para la salsa y tomate triturado.
—Hay tres botes de tomate triturado en casa —dijo el niño.
—Me alegro de que hayas venido. Siempre sabes lo que hay en la
despensa. ¿Sabes si hay arroz?
—Sí.
—¿Y huevos?
—Solo tres. No hay hamburguesas —dijo Dexter.
—Vale. Podemos comprar espinacas congeladas y judías verdes, o
brócoli. Son más baratas que las verduras para ensalada.
—Me gustan las espinacas con ajitos —dijo la niña.
—Lo sé. ¿Sabes si hay leche, Dex?
—Solo la botella que hay en la nevera, y queda menos de la mitad.
—Compraremos dos botellas.
—No quedan cereales —dijo el pequeño.
—No llevo bolígrafo, ¿te acordarás de lo que tenemos que comprar?
—Sí.
—Por supuesto que sí, eres un genio —dijo Kate revolviéndole el pelo,
aunque el pequeño no mostró ninguna expresión en su rostro—. Si hay
alguna oferta de pollo compraremos uno entero y haré un guiso para dos
días.
—Podemos acompañarlo con arroz, patatas o pasta al ajillo—dijo la
niña.
—No hay patatas —dijo el niño.
Antes de subir a casa, Kate le dijo a su hermano que iba a ir a ver a Max,
y Bradley le dijo que mientras prepararía la comida.
El restaurante estaba cerca de su casa y eso le gustaba, porque, si
conseguía el trabajo, no tendría que coger el autobús.
Entró en el local y le preguntó por Max a Julie, la camarera. La chica le
dijo que estaba en el despacho y se dirigió hacia allí. Se detuvo frente a la
puerta. Llamó y entró cuando el hombre dijo que pasara. Max era un
hombre poco atractivo, pero con un corazón enorme. Se había hecho cargo
de su nieta cuando sus padres fallecieron. Su nieta había sido alumna de
Kate desde que se trasladaron a Nueva York. Ahora estaba en la
universidad.
—Vaya, esto sí es una sorpresa —dijo el hombre levantándose de la
butaca.
—¿Puedes dedicarme unos minutos? —dijo ella acercándose a él para
darle un beso.
—Por supuesto, siéntate. ¿Qué te trae por aquí?
—Estoy buscando trabajo —dijo Kate, sentándose frente al hombre.
—¿Has dejado el instituto?
—No. Necesito trabajo para el mes de agosto y a partir de septiembre,
que tendré que ir al instituto, podría trabajar los fines de semana, pero
siempre en el turno de mañana. Bradley se quedará con los pequeños
mientras trabajo.
—Kate, si estás en apuros, puedo ayudarte, no necesitas trabajar.
—Gracias, Max, pero no quiero dinero, sino un trabajo. Últimamente
tengo muchos gastos, primero se me rompió el coche. Luego el termo de
casa.
—Tu hermano me dijo lo del termo.
—El casero no quiso hacerse cargo de comprar otro y tuve que pagarlo
yo.
—Tu casero es una rata.
—Lo sé —dijo ella sonriendo—. Y ahora estoy comprando la ropa y los
zapatos que mi hermano necesita para la universidad. Ha crecido
muchísimo en poco tiempo y todo le queda pequeño. Necesita una bolsa
para el equipo de deportes, una mochila… En fin, ya sabes lo que es eso.
—Desde luego que lo sé, cuando se fue mi nieta a la universidad me
gasté un pastón —dijo el hombre sonriendo.
—El caso es que, de momento, mi sueldo no es suficiente. Y encima, el
colegio de Dexter ha subido, y no poco.
—Bradley pasó a saludarme el otro día y está altísimo.
—Sí, ha crecido mucho en poco tiempo.
¿Cómo está Dexter?
—Como siempre. Max, no quiero que me ofrezcas trabajo si no me
necesitas. Te lo he dicho a ti primero porque tengo confianza contigo, pero
puedo buscar en otros sitios.
—Estuviste llevando y trayendo a mi nieta al instituto durante años y
nunca aceptaste ni un céntimo por la gasolina.
—¿Cómo iba a aceptar dinero? Íbamos al mismo instituto.
—Vas a trabajar para mí, y en el turno de la mañana.
—¿Y Julie?
—No sé si sabes que va a casarse.
—No, no lo sabía.
—Quería dejar el trabajo a final de esta semana y le pedí que se quedara
hasta que encontrara a alguien que la sustituyera. Ya sabes que trabaja de
ocho a tres, todos los días de la semana. ¿Podrías hacer ese horario?
—En el mes de agosto, sí.
—¿Puedes empezar el próximo sábado?
—Sin problema.
—Pues ya tienes trabajo.
—Gracias, Max.
—No me des las gracias, necesitaba una buena camarera y de confianza,
y no podría haber encontrado a una mejor. El sábado tendré listo el contrato
para que lo firmes. Cobrarás trece dólares la hora. Y por supuesto, me haré
cargo del seguro médico.
—Yo tengo seguro médico para nosotros cuatro, así que puedes
ahorrártelo.
—En ese caso, tus hermanos comerán aquí todos los días el menú, y tú
también, en la media hora de descanso que tendrás.
—No tienes que hacer eso.
—Me gusta tenerlos por aquí.
—Gracias de nuevo —dijo ella poniéndose de pie—. Estaré aquí el
sábado a las ocho.
—Muy bien —dijo el hombre levantándose también.
Kate lo abrazó y él vio que tenía lágrimas en los ojos.
—Lárgate, no quiero verte llorar.
Capítulo 2
Cuando Kate llegó a casa, Bradley tenía la comida lista. Se lavó las
manos en el fregadero y se sentaron a comer.
—¿Qué tal te ha ido con Max? —preguntó su hermano.
—Muy bien. Ya tengo trabajo. Trabajaré todos los días de la semana de
ocho de la mañana a tres de la tarde.
—¿No vas a tener ni un día libre?
—No, pero solo será el mes que viene. En septiembre solo trabajaré los
sábados y los domingos en el mismo horario.
—No podrás hacernos la comida —dijo Dexter.
—Yo prepararé la comida, no te preocupes —dijo Bradley.
—Tú no cocinas tan bien como Kate.
—Pues lo siento, enano. Pero puedes decirle a Kate que te enseñe a
cocinar y así podrás hacerlo tú.
—Kate no me deja que encienda el fuego, y tampoco cerillas.
—No tendrás que preocuparte por la comida, cariño —dijo Kate
besándolo en la mejilla—. Max me ha dicho que vayáis los tres al
restaurante a comer todos los días. Podréis comer el menú del día.
—Me gusta Max —dijo el pequeño.
—A mí también —dijo Kate.
—Y me gusta comer en su restaurante —dijo Dexter.
—A mí también me gusta comer allí. Jack cocina muy bien dijo Taylor.
—¿Cuánto cobrarás? —preguntó Bradley.
—Trece dólares la hora.
—Eso serán noventa y un dólares al día —dijo Dexter.
—No está mal, ¿no crees? Conseguiré dinero para comprar lo que
necesitas para la universidad.
—A ti tampoco te vendría mal comprarte algo de ropa —dijo Taylor.
—Yo puedo pasar perfectamente con lo que tengo, aunque puede que me
compre algo de verano, ahora están de rebajas. Tal vez un par de camisetas.
—Yo creo que deberías comprarte algún vestido. Siempre vas a trabajar
con vaquero —dijo Bradley—. Tus alumnos pensarán que no tienes piernas.
—Qué tonto eres. Bueno, ya lo pensaré. Con lo que gane también podré
pagar algo de lo que debo en la iglesia.
—Debes mil setecientos setenta y cinco dólares —dijo Dexter.
—Lo sé, cariño. Y sé que es una cantidad muy grande.
—Si no gastas mucho dinero con Bradley, podrás pagar todo lo que
debes en la iglesia en un mes.
—Es increíble lo rápido que eres con los números.
Dexter ni siquiera miró a su hermana mayor. Siguió comiendo como si la
conversación no tuviera que ver con él.
—Eso sería estupendo. Además, puede que se venda el coche.
—¿Lo has llevado ya para venderlo? —preguntó Taylor.
—Bradley y yo lo hemos llevado al taller esta mañana, por eso te he
pedido que te quedaras un rato con Dexter. ¿Qué vamos a hacer esta tarde?
—preguntó Kate.
—Yo he quedado con mis amigos —dijo el hermano mayor—, pero si
me necesitas para algo lo cancelaré.
—No te necesito. ¿Queréis que nosotros vayamos al centro? Podemos ir
a pasear a Central Park y luego a tomar un helado.
—Ya no tenemos coche —dijo el pequeño.
—Iremos en autobús.
—No me gusta ir en autobús, hay mucha gente.
—No te preocupes, me encargaré de encontrar asientos y te sentarás
junto a la ventana para que nadie te moleste. ¿Te parece bien?
—Sí.
Logan fue a cenar a casa de Nathan, uno de sus amigos, porque era el
cumpleaños de Lauren, su mujer. Estaba todo el grupo, que se había
ampliado al unirse a él Ellie, al casarse con Carter un par de meses atrás, e
Eve, la hija de ambos.
En un principio solo eran dos amigos, Carter y Logan, pero conocieron a
Tess en la universidad y se hicieron amigos, a pesar de que ella era cuatro
años más joven que ellos. Más tarde, Tess se enamoró de Delaney Stanford,
un magnate hotelero multimillonario. Cuando Tess y él se casaron, además
de unirse al grupo Delaney, lo hizo también Sean, su hermano y Nathan, su
abogado y amigo. Poco después se unió a ellos Lauren, al casarse con
Nathan. A todos ellos se unieron Patrick y Louise, los padres de Delaney y
Sean, con quienes contaban en cualquier celebración o reunión. Y poco
antes de que Ellie hubiera aparecido en sus vidas y se casara con Carter, se
habían unido a ellos Ryan y Jules, dos médicos compañeros de Carter del
hospital, aunque de forma esporádica. Y desde hacía años, Carter y Logan
iban juntos de acampada, al menos, una vez al año, con un grupo de
médicos del hospital. El grupo de amigos había crecido mucho, y a todos
ellos había que añadir los dos hijos de Delaney, la hija de Nathan, y la de
Carter.
—Te habíamos echado de menos —dijo Lauren, la mujer de Nathan, a
Logan.
—Solo he estado fuera un fin de semana —dijo el sacerdote besándola.
—¿Cómo están tus padres?
—Los dos están bien.
Estuvieron hablando de todo un poco, cada uno comentando los
acontecimientos recientes. Logan no tenía mucho que decir. No pensaba
hablarles de la ladrona de la iglesia. Y rezaba para que ninguno de ellos lo
mencionara. Pero no tuvo suerte.
—Hace tiempo que no nos dices nada de la chica esa que se lleva el
dinero de tu iglesia —dijo Delaney—. ¿Has sabido algo de ella?
—Creo recordar que alguien comentó que había seguido visitándote cada
mes —dijo Tess.
—Pero a finales de marzo te pagó quinientos dólares de la deuda que
tiene contigo, ¿no? —dijo Carter.
—Sí.
—¿Solo vas a decirnos un simple sí? —preguntó Ellie.
—¿Qué queréis que os diga?
—¿Te entregó el dinero en persona? —preguntó Tess.
—No, lo encontré en el cepillo dentro de un sobre.
—Parece una chica muy organizada. En el sobre estaban detalladas todas
las cantidades que se había llevado y había descontado los quinientos
dólares —dijo Ellie.
—¿Y tú cómo lo sabes? —preguntó Lauren.
—Le pregunté a Logan y me lo dijo.
—¿Por qué no nos lo dijiste a los demás? —preguntó Tess.
—Porque no me lo preguntasteis, como hizo ella —dijo Logan,
sonriendo a su amiga.
—¿Volvió a pagarte esa chica algo más después de marzo? —preguntó
Louise.
—No, pero ha ido cada mes a llevarse dinero.
—¿Cuánto te debe ahora? —preguntó Ryan, el cirujano.
—Mil setecientos setenta y cinco dólares.
—Vaya, es una buena suma —dijo Jules, el traumatólogo.
—¿Te ha visitado ya este mes? —preguntó Patrick, sonriendo.
—Sí. Precisamente fue ayer. Se llevó cuatrocientos ochenta y cinco
dólares.
—Parece que va cogiendo confianza y se lleva más dinero —dijo
Patrick.
—Esta mañana ha vuelto para dejar la nota —dijo Logan sonriendo.
—Parece que te divierte la situación —dijo Nathan.
—No, no me divierte.
—¿Y por qué has sonreído? —preguntó Lauren, la mujer de Nathan.
—Porque hoy he hablado con ella.
—¿Habéis hablado? —preguntó Tess, la mujer de Delaney.
Logan les contó la conversación que habían mantenido.
—¿No se ha creído que eras sacerdote? —preguntó Carter, el
ginecólogo.
—No.
—No me extraña —dijo Ellie, su mujer—. Nadie creería que es
sacerdote. Yo aún no estoy del todo convencida.
Todos se rieron.
Logan no les dijo nada sobre los halagos que Kate le había hecho sobre
su físico, no quería que bromearan más con la situación. Siguió contándoles
lo que había hablado con Kate.
—Entonces, ya sabe que estás al corriente de que ella es la ladrona —
dijo Louise.
—Sí. Y sé su nombre.
—¿Cómo se llama?
—Kathleen Butler.
—Tiene un nombre bonito —dijo Patrick.
—¿Y te llamó listillo? —dijo Tess, la mujer de Delaney riendo.
—Sí, es un poco descarada.
—Al menos te ha dicho que te devolverá el dinero.
—Ya veremos cuánto tarda en hacerlo.
—Ahora tienes su nombre y puedes buscarla —dijo Carter.
—No voy a buscarla.
—¿No te interesa saber ni siquiera dónde vive?
—¿Para qué quiero saber dónde vive?
—No sé. Podrías hacerle una visita y averiguar si realmente está en
apuros.
—No me interesa mantener ningún contacto con ella.
—¿Por qué?
—Porque no.
—Una razón muy lógica —dijo Carter.
—Cuando me devuelva el dinero todo habrá terminado. Y si no me lo
devuelve, tampoco voy a llorar por ello, simplemente, lo olvidaré.
—¿Tienes miedo de mantener contacto con ella? —preguntó Tess.
—¿Por qué iba a tener miedo?
—No lo sé. Por eso te lo he preguntado.
—Estáis haciendo una montaña de un grano de arena. ¿Por qué no
cambiamos de tema?
Sean la llamó al día siguiente a las cinco de la tarde para decirle que la
recogería en su casa a las siete y media.
El arquitecto llegó con su todoterreno, paró frente al edificio y la llamó
para decirle que la esperaba bajo. Unos minutos después, Kate bajó con sus
dos hermanos pequeños. Sean estaba de pie junto al coche hablando por
teléfono. Se despidió de la persona con quien hablaba y la miró, pensando
que esa chica era preciosa. Kate se acercó a él.
—Hola, supongo que usted es el señor Stanford —dijo ella tendiéndole
la mano.
—Sí. Hola, Kathleen —dijo él estrechándosela.
—Llámeme Kate, por favor.
—De acuerdo. Usted puede llamarme Sean —dijo él mirando a los
niños.
—¿Le importa que mis hermanos nos acompañen? Mi hermano mayor
está trabajando y no quiero dejarlos solos durante mucho tiempo.
—No, no me importa.
—Ella es Taylor, y él es Dexter.
—Hola, chicos —dijo abriendo la puerta trasera para que subieran al
coche.
—Hola —dijo Taylor entrando detrás de su hermano, quien no respondió
al saludo.
—Disculpe que mi hermano no le haya saludado, tiene TEA.
—¿TEA?
—Trastornos del espectro autista. Si sabe algo de la enfermedad, sabrá
que los autistas se portan de manera diferente al resto de las personas.
—La verdad es que no sé nada sobre ello, pero no se preocupe.
—Esta es la dirección del local.
Él la introdujo en el GPS y a continuación arrancó el coche.
—¿Dónde están sus padres?
—¿Mis padres?
—Sí, sus padres.
—Murieron cuando tenía diecisiete años.
—¿Y se quedó sola con sus dos hermanos?
—Sí. Aunque, en realidad no son mis hermanos, son primos lejanos.
—¿Y viven con usted?
—Sí. Perdieron a sus padres hace algo más de cinco años.
—El que ha mencionado que está trabajando, ¿es hermano suyo o de
ellos?
—De ellos. Los tres están a mi cargo.
—¿Cuántos años tiene el hermano mayor?
—Diecisiete.
—¿Se está ocupando de ellos desde hace más de cinco años? Pero, usted
también es una cría.
—Kate tiene veintiséis años —dijo Dexter—. Nació el quince de
diciembre de mil novecientos noventa y cuatro.
—Gracias por la información, Dexter —dijo Sean mirando al niño por el
retrovisor.
—Lo siento. Mi hermano acostumbra a decir lo que sabe de cualquier
cosa que comenten cerca de él.
—No tiene que disculparse. ¿Cómo lo hace?
—¿Cómo hago qué?
—Ocuparse de usted, de sus hermanos, de pagar el alquiler, de los gastos
de la casa y de todo lo demás.
—Pasando algunos apuros, he de reconocer que a veces no es fácil.
Aunque ahora parece que las cosas nos van yendo mejor. Mi hermano
Bradley está trabajando desde primeros de mes de tres de la tarde hasta
media noche y lo hará hasta que vaya a la universidad el próximo mes.
Luego solo trabajará tres horas por las tardes.
—¿Usted también se hará cargo de la universidad?
—Tiene una beca. Es un buen estudiante. Yo también empecé a trabajar
de camarera a finales del mes pasado.
—¿Dónde trabajaba antes?
—Trabajo en un instituto. Ahora estoy de vacaciones, pero me
reincorporaré el próximo mes, cuando empiece el curso escolar.
—¿De qué trabaja en el instituto?
—Kate es profesora de Historia. Me gusta que me cuente la historia de
países lejanos —dijo Dexter.
—¿Es profesora de Historia?
—¿Por qué le sorprende? ¿No le parezco inteligente?
—No, no es eso —dijo él sonriéndole.
—Me estoy preguntando si necesita saber todos esos datos sobre mí y mi
familia para hacer una simple reforma. Porque, no sé si se ha dado cuenta,
pero me está interrogando.
—Lo siento —dijo él girándose para mirarla y dedicándole una preciosa
sonrisa—. Era simple curiosidad.
—Está bien.
—Ya hemos llegado —dijo el pequeño antes de que el GPS lo
mencionara.
—Muchas gracias, Dexter. Eres de gran ayuda —dijo Sean aparcando el
coche en el hueco que había dejado libre un vehículo que acabada de salir
—. ¿Ese es el local?
—Sí —dijo Kate.
—Parece grande.
—Tiene doscientos veintiocho metros cuadrados, doce metros de ancho
por diecinueve de largo —dijo el niño.
—Mi hermano es muy bueno con los números.
—Ya lo veo.
Bajaron todos del coche, Kate abrió la puerta y entraron.
—Esto es lo que necesito convertir en una vivienda —dijo Kate.
—¿El propietario está de acuerdo en hacer una vivienda del local?
—Sí.
—¿Lo tiene por escrito?
—He firmado el contrato esta misma mañana —dijo ella sacando el
documento del bolso y entregándoselo.
—Parece ser que puede hacer lo que quiera en el local —dijo él después
de leerlo.
—Sí, es lo que me dijo el dueño, es amigo de mi jefe, y lo conocemos
desde que vinimos a vivir aquí.
—¿Dónde vivían antes?
—En Texas.
—Su acento no es de allí.
—Kate nació en Belford, un pequeño pueblo de New Jersey. Estudió en
la Universidad de Nueva York —dijo Dexter.
—Con mi hermano no hay secretos, ¿eh?
—Eso parece —dijo Sean sonriendo—. Y volvió a Nueva York.
—Sí. ¿Quiere hacerme más preguntas?
—Discúlpeme. Otra vez me he dejado llevar por la curiosidad.
—Empiezo a pensar que es usted muy curioso.
—Me temo que sí. Bien, dígame qué es lo que quiere.
—El propietario me ha dicho que habría que revisar el tejado. Tuvo
goteras hace un par de años y vino un obrero a arreglarlas, pero me ha dicho
que hizo una chapuza y estaría bien echarle un vistazo.
—No hay problema.
—Como puede imaginar, necesito una cocina.
—Por supuesto.
—Me gustaría que las ventanas que hiciera tuvieran alguna protección,
tal vez rejas, o persianas, para tener un poco de seguridad.
—Claro —dijo Sean tomando nota de todo lo que ella mencionaba.
—Este es el aseo. Necesitaremos una ducha —dijo mostrándole el
pequeño espacio en el que solo había un váter.
—¿Quiere también bañera?
—No cabría una bañera.
—Lo del espacio déjemelo a mí. De todas formas, tampoco cabría una
ducha en este aseo, ni siquiera un lavabo.
—Yo creo que sera suficiente una ducha. La bañera consume mucha
agua, y hay que calentarla con electricidad. Sé que un baño no es suficiente
para cuatro personas, pero nos apañaremos. En la casa que vivimos ahora
solo tenemos uno y no hemos tenido nunca serios problemas.
—De acuerdo.
—Quiero que las paredes sean de obra, y que los dormitorios y el baño
tengan puerta —dijo Kate.
Sean la miró con las cejas levantadas.
—Quiero decir que no quiero separaciones cutres con tableros, como he
visto en algunos locales.
—Anotado —dijo él sonriendo—. ¿Cuántos dormitorios quiere?
—Me gustaría que tuviésemos cuatro. ¿Cree que sería posible?
—Por supuesto, es un local muy grande.
—Y uno de ellos tiene que ser más grande.
—¿El suyo?
—No, el de mi hermano. Necesitará un escritorio grande para estudiar y
poner el ordenador.
—Supongo que usted también necesitará uno grande para preparar las
clases y corregir los exámenes.
—Nunca he tenido un escritorio para mí, siempre he trabajado en la
mesa de la cocina. Si no pueden ser cuatro dormitorios nos apañaremos con
tres, e incluso con dos. Ahora tenemos dos y hemos sobrevivido.
—De acuerdo. ¿Quiere el salón comedor y la cocina separados?
—No lo sé. En las casas que hemos vivido estaban separados.
—Bueno, no importa, lo pensaré mientras esté haciendo el boceto del
plano.
—¿Cuándo podrá darme el presupuesto?
—Antes he de hacer el borrador del plano y que usted lo apruebe. Y
entonces podré hacer el presupuesto.
—¿Y cuándo lo tendrá?
—Intentaré hacerlo cuanto antes.
Kate soltó un resoplido muy poco femenino que hizo que Sean sonriera.
—¿Por qué no le pide al propietario que le deje unos meses sin pagar
alquiler, hasta que acabe la reforma? Al fin y al cabo, todas las mejoras que
haga usted se quedarán en la propiedad y él se beneficiará de ello.
—No tengo que empezar a pagar el alquiler hasta primeros de año —dijo
Kate.
—El alquiler es de doscientos dólares al mes —dijo Dexter.
—¿Solo le cobra doscientos dólares al mes?
—Sí, por eso quiero que nos marchemos lo antes posible del piso en el
que vivimos ahora, porque pago ochocientos dólares, y ese dinero me
vendría muy bien para pagar parte de la reforma.
—Entiendo. ¿Puedo disponer de una llave? He de tomar medidas del
local para hacer el plano.
—Claro, tome —dijo ella dándole sus llaves—. Solo hay un juego.
—Perfecto. No las perderé. La llamaré un día de esta semana para que
nos reunamos, y traeré el plano para que lo estudie.
—Yo no tengo ni idea de planos, pero puedo enseñárselo a Bradley, mi
hermano mayor.
—Yo le explicaré lo que es cada cosa para que lo entienda.
—De acuerdo. ¿Quedaremos en su oficina?
—Si pudiera ir hasta allí sería conveniente.
—¿Está muy lejos?
—En Manhattan. ¿Tiene coche?
—No. Lo he llevado a un taller para que intenten vendérmelo. A partir
de ahora tengo que desplazarme en autobús. Pero hay lineas que van hasta
allí.
—Supongo que sí, nunca he cogido un autobús —dijo él sonriendo—.
¿Los colegios de sus hermanos están cerca?
—Taylor va al instituto donde trabajo yo y está relativamente cerca, pero
el de Dexter está bastante lejos y tardaremos en llegar. Pero no importa. El
coche tiene muchos años y últimamente me estaba dando muchos
problemas. El dinero que me den lo emplearé en la reforma de la casa. Por
cierto, ha dicho que cobra el cincuenta por cien por adelantado, pero, ¿qué
me dice del resto? ¿Podré pagárselo poco a poco?
—Hablaremos del dinero más adelante.
—Vale. Es que no tenemos muebles ni electrodomésticos y tendré que
comprarlos, y tengo que pensar también en lo que me costarán.
—Llegaremos a un acuerdo en lo del pago.
—Bien.
—Y no se preocupe por ir a verme al trabajo, cuando tenga el plano
terminado iré a su casa para que lo estudiemos juntos.
—Estupendo, muchas gracias.
Sean los llevó a casa cuando terminaron de ver el local, luego se marchó.
El arquitecto pensaba en Kate mientras conducía hacia su casa. Era una
chica valiente, no cabía la menor duda. No sabía si saldría con alguien, y
pensó que a esa chica le vendría bien tener una pareja que le hiciera la vida
más llevadera.
Al día siguiente Kate le pidió a su jefe salir un poco antes, porque tenía
que ir a pagar una deuda. Cuando sus hermanos llegaron a comer al
restaurante, ella le dijo a Bradley que iba a ir a pagar el dinero que debía en
la iglesia y que si Max necesitaba ayuda, que le echara una mano.
Iba en el autobús pensando en sus cosas. Esa mañana le habían ingresado
la nómina del instituto y con lo que tenía guardado de su trabajo en el
restaurante y lo de su hermano, tenía suficiente para pagar el alquiler y la
deuda de la iglesia, y aún le sobrarían trescientos dólares. Hasta ese día
habían comido cada día en el restaurante, sin tener que pagar nada, porque
Max no se lo permitió. Además, el cocinero le daba cada día una bolsa con
comida para la cena de los cuatro. Y sabía que era cosa de Max. Kate le dijo
que no tenía que hacerlo, pero él le dijo que en su negocio hacía lo que
quería. Y tampoco tenía que preocuparse por la reforma, porque Sean le
había dicho que podía pagarle cada mes lo que pudiera. Al día siguiente
pagaría el último mes de alquiler y le diría al casero que se marcharían el
treinta de septiembre.
Se paró a pensar en Sean y en el presupuesto de la reforma. Le había
enseñado a su hermano la foto del plano del local, que Sean le había
enviado, y le había dicho lo costaría la reforma. Y Bradley se había reído al
escucharla, y le había dicho que una reforma como esa no costaría menos
de cuarenta mil dólares, eso, sin contar los muebles y los electrodomésticos.
Pero, por una vez en su vida, Kate dejó a un lado las dudas. Si era cosa
del arquitecto, que quería ayudarla, pues que lo hiciera, pero ella no tenía
porqué saber cuánto costaba una reforma de esa envergadura. Así que se
haría la tonta. Cuando la reforma estuviera totalmente terminada y vivieran
en la casa hablaría con Sean. Y si entonces tenía que pagar más, lo haría.
Pagando doscientos dólares de alquiler al mes, podría ahorrar un montón de
pasta.
Kate bajó del autobús y caminó hacia la iglesia. De pronto se detuvo al
ver a Logan bajar de un vehículo oscuro. Él se quedó un instante hablando
con el conductor a través de la puerta, que mantenía abierta.
Kate lo observó. Llevaba un traje gris claro y una camisa blanca con tres
botones desabrochados. Nunca le habían llamado especialmente la atención
los hombres con traje, pero al verlo a él cambió de opinión. El traje le
quedaba perfecto, como si se lo hubieran hecho a medida, porque no le
hacía ni una sola arruga.
Era un hombre muy alto y fuerte, deliciosamente fuerte, pensó
recordando cómo se ceñía a sus pectorales y brazos la camiseta que llevaba
el último día que lo vio. Le gustaba el aspecto de ese hombre, y también le
gustaba la sensación que experimentaba cuando lo tenía cerca. Le gustaba
incluso su nombre. Empezó a sentir un suave calor entre las piernas, y eso
le preocupó.
Logan se despidió del conductor y cerró la puerta del coche. Y cuando se
volvió la vio allí, de pie. En el mismo instante en que sus miradas se
cruzaron sucedió algo inexplicable. Fue como si una corriente eléctrica de
alto voltaje los invadiera. Se quedaron un instante mirándose, sin decir
palabra. Hasta que él reaccionó y se acercó a ella.
—Hola, Kathleen.
Tenía una voz grave y aterciopelada que hacía que Kate se estremeciera
al escucharla.
—Hola —dijo ella.
Logan la miró. El tono azul de sus ojos era fascinante. Sin duda eran los
ojos más azules que había visto en su vida. Había pasado unas semanas
horribles, impaciente por verla de nuevo y por poder hablar con ella. Sentía
que conectaban de una forma extraña, que él no llegaba a comprender, pero
esa conexión estaba ahí.
—¿Te dirigías a la iglesia?
—Sí. Pero ahora que estás aquí ya no necesito entrar —dijo sacando del
bolso un sobre y entregándoselo.
—¿Qué es esto?
—El dinero que te debo.
—¿Cuánto me pagas esta vez?
—Todo. Siento haber tardado tanto en devolvértelo, pero no he podido
hacerlo antes. Ya no te debo nada y ya no tendrás que verme.
—No me importa verte. Si en alguna ocasión necesitas dinero puedes
pedírmelo directamente, no necesitas abrir el candado. Por cierto, ¿cómo lo
haces? ¿te ha enseñado alguien a abrir cerraduras?
—Lo aprendí en un tutorial de YouTube.
Logan no pudo resistirse y soltó una carcajada.
Kate se quedó embobada, mirándolo con una sonrisa tímida. Se le veía
lleno de energía y sus preciosos ojos grises se iluminaban cuando reía. A
Kate le parecía el príncipe de los cuentos, o un héroe de alguna de las
novelas románticas que había leído.
—No sé por qué te ríes. Pueden aprenderse un montón de cosas en
YouTube.
—No lo dudo —dijo él sin apartar la sonrisa de sus labios—. ¿Te apetece
entrar en la iglesia?
—No tengo nada que hacer en la iglesia.
—A veces viene bien rezar.
—He rezado muchas veces a lo largo de mi vida y nadie ha escuchado
nunca mis plegarias.
—Puede que no tuvieras suficiente paciencia.
—Es posible. De todas formas, rezar está bien cuando estás desesperada,
pero ahora las cosas me van bien y no necesito rezar.
—Las personas también van a la iglesia a oír misa.
—Con un sacerdote como tú no creo que las mujeres vayan a oír misa —
dijo ella desviando la mirada por esa piel que se veía a través de la camisa
desabrochada.
Logan sintió que todos los músculos del cuerpo se le tensaban de la
excitación. Sin duda, ella se sentía atraída por él, pensó al ver cómo lo
miraba. Puede que tanto como él por ella. Logan tragó saliva y frunció el
ceño al darse cuenta de los pensamientos que tenía en la mente.
—¿Por qué lo dices?
—No me parece que seas estúpido.
—A veces la gente viene a la iglesia a pensar en sus cosas y a tomar
decisiones.
—Yo no necesito estar en la iglesia para pensar y tomar decisiones.
—También podrías venir a confesarte.
—¿Confesarme… contigo?
—Bueno, soy el sacerdote.
—El único pecado que he cometido en la vida ha sido coger dinero en el
cepillo de la iglesia, pero no creo que Dios esté enfadado conmigo, al fin y
al cabo lo he devuelto. ¿Crees que me habrá perdonado?
—Por supuesto. Pero no creo que ese haya sido el único pecado de tu
vida.
—Es posible que haya cometido algún otro, pero jamás hablaría contigo
de ello.
—¿Por qué?
—Puede que porque aún no he asimilado que seas sacerdote.
—Podríamos hablar simplemente.
—¿En el confesionario?
—O en otro sitio. ¿Quieres que vayamos a tomar un café?
—¿Un café? ¿Quieres que vayamos a tomar un café… juntos?
—Es lo que hacen las personas cuando quieren hablar, ¿no? —dijo él
sonriendo y haciendo que Kate sintiera algo raro en el vientre.
—¿Qué te hace pensar que quiero hablar contigo?
—Para empezar, podrías contarme tus problemas.
—Ya no tengo problemas.
—Los que tuviste. Te llevaste dinero de la iglesia, lo que quiere decir
que te sucedería algo serio para recurrir a ello.
—Dios mío, guapo y listo —dijo Kate con sarcasmo—. Me has dejado
alucinada.
Logan volvió a reír.
—Te aseguro que se me da bien escuchar.
—No tengo la menor duda, pero creo que no podría concentrarme en la
conversación teniéndote delante.
Logan la miró fijamente. No sabía si esa chica era una descarada, si
decía las cosas sin pensar, o si estaba flirteando con él.
—¿Y qué harías si me tuvieras delante y no pudieras concentrarte en la
conversación? ¿Te sentirías incómoda? ¿Te largarías? ¿Gritarías? —
preguntó él antes de poder retener las palabras en su boca.
—¿Crees que soy la clase de mujer que se pondría a gritar?
Yo podría hacerte gritar y llorar de placer, pensó Logan. De pronto se
sintió aturdido. ¿De dónde habían salido esos pensamientos?, se preguntó.
—No, no me lo pareces.
—Tengo que marcharme.
—De acuerdo.
—¿Puedo reservarme la invitación a ese café para otro día?
—No hay problema. Ya sabes donde encontrarme.
Kate lo miró una vez más, se dio la vuelta y comenzó a caminar.
Logan no tenía ni idea de porqué se le habían pasado por la cabeza esos
pensamientos tan turbadores. ¿Cuándo había pensado en hacer gritar o
llorar a una mujer de placer?, se preguntó. Suponía que era una reacción
normal ante una mujer guapa y, sin duda, esa chica era guapa. Aunque era
la primera vez que reaccionaba así delante de una mujer. Desde luego no
era tímida, porque había tonteado con él de forma descarada, incluso,
sabiendo que era sacerdote. Lo miraba directamente a los ojos, en vez de
bajar la mirada. Pero claro, la timidez no estaba en el vocabulario de esa
chica.
De pronto se dio cuenta de que la deseaba, y no solo un poco, la deseaba
con desesperación, más allá del sentido común o la razón. Logan reconocía
los problemas tan pronto los veía, y sabía con certeza que estaba con el
agua al cuello.
Kate subió al autobús y se sentó junto a una de las ventanas, sin poder
apartar de la mente la imagen de ese hombre. Desprendía un encanto que
parecía inagotable. Pensó que sería un hombre sensible y considerado. Y
tenía que reconocer que tenía un cuerpo de escándalo. Le pareció que en un
momento determinado había flirteado con ella. Aunque no lo dijera con
palabras, se lo había leído en la mirada. Pero bien podía haberse
equivocado, porque no podría decirse que fuera experta en el tema. Dios,
era un monumento de hombre. Tal vez esa fuera la razón de que hubiera
dado rienda suelta a su imaginación, pensando en él. Y había pensado en él
varias veces. Demasiadas. Hacía años que no le interesaba ningún hombre,
desde que Paul la había abandonado unos años atrás.
Kate se preguntó qué había en él que lo hacía diferente a los demás
hombres, hasta el punto de no poder apartarlo de su mente. Sin duda era su
aspecto, se dijo dejando escapar un suave gemido de placer. No tenía la
menor duda de que eso la había atraído la primera vez que lo vio. ¿Qué
mujer no se sentiría atraída por un hombre como él, con esos turbulentos
ojos grises, esa boca de lo más seductora y ese cuerpo de infarto? ¡Por el
amor de Dios! Ese hombre era la fantasía de cualquier mujer. ¡Y era
sacerdote!, se dijo una vez más.
Kate pensaba que el destino no existía. Le parecía ridículo que dos
personas estuvieran destinadas a estar juntas. Sería como si alguna fuerza
desconocida los obligara a seguir un plan. Y si el destino existiera, ¿por qué
había querido que su vida fuera un infierno? ¿Habría algo más cruel?
Kate se maldijo al darse cuenta de que se había saltado la parada en la
que tenía que bajar, por estar abstraída en sus pensamientos. Bajó del
autobús en la siguiente parada y fue caminando con paso ligero hacia su
casa. Quería llegar antes de que su hermano se fuera a trabajar.
Sean paró el coche en segunda fila delante del edificio de Kate y bajó.
—Hola —dijo besando a Kate en la mejilla.
—Hola, Sean.
Sean saludó a los tres chicos. Bradley miró embobado el coche europeo
todoterreno, que sabía que costaría un pastón. Subieron todos al vehículo.
—¿Habéis preparado ya las cosas que queréis llevaros?
—Todavía no. Pero solo nos llevaremos la ropa, las cosas personales y el
televisor.
—Si todo en la casa os parece bien, ¿os mudaréis este fin de semana?
—Sí.
—En ese caso, esta tarde vendré con una furgoneta y lo llevaremos todo
de un viaje.
—No hace falta, Sean. No van a ser muchas cosas. Como me dijiste que
habías comprado la ropa de casa, nos hemos deshecho de la que teníamos.
Mañana lavaré la ropa de cama y las toallas que estamos usando y cuando
estén secas las llevaremos a una iglesia que hay cerca de casa. Hablé hace
unos días con el sacerdote y me dijo que llevara todo lo que no quisiéramos.
Y también las cosas de la cocina que no vamos a llevarnos, porque son
platos y vasos, cada uno de una clase. Y las sartenes y cacerolas están muy
estropeadas. Poco a poco iré comprando lo necesario.
—Aunque sean pocas cosas, lo llevaremos con mi coche después de ver
la casa, así solo tendréis que dedicaros a colocar la ropa en su sitio.
—Ya estamos llegando —dijo el pequeño.
—Ya hemos llegado —dijo Sean.
—Esta no es la casa —dijo Dexter, al ver que Sean ponía el intermitente
y detenía el coche delante de la puerta abatible de madera de un garaje.
Cogió el mando y la abrió.
—Dexter tiene razón, esta no es la casa —dijo Kate.
—Sí es la casa.
—¿Has hecho un garaje? —preguntó Kate.
—Sí.
—No tenemos coche.
—Pero lo tendréis pronto.
—Antes tendré que pagarte la reforma.
—Primero comprarás el coche para llevar a Dexter al colegio e ir a
trabajar. Y luego empezarás a pagarme la reforma de la forma que
acordamos. Y procura que el coche no tenga muchos años para que no te dé
problemas —dijo girándose para mirarla, mientras esperaba a que subiera la
puerta abatible.
Sean vio que tenía los ojos empañados por las lágrimas y se preguntó
qué sucedería cuando viese el interior de la casa.
—Dios mío —dijo Kate al ver el interior del garaje.
Había un espacio para un vehículo grande. Al fondo había un armario de
madera blanco que ocupaba de pared a pared. Y a un un lado un cesto
precioso y muy grande con troncos de leña, y otro igual, pero más pequeño,
con maderítas pequeñas.
—He hecho ese armario para que guardes… no sé, cosas para ir al
campo, las maletas, las herramientas, la aspiradora, las cosas del coche, las
de tu bicicleta —dijo mirando a Bradley por el retrovisor.
—Vaya, cada vez estoy más convencida de que piensas hasta en el más
mínimo detalle —dijo Kate.
Sean entró el vehículo y bajaron los cinco.
—También hay una toma de agua —dijo señalándola—, por si queréis
lavar el coche.
—Bradley es quien se encarga siempre de lavar el coche —dijo el
pequeño—. Pero ahora no tenemos coche. Kate me lleva al colegio en
autobús. No me gusta ir en autobús porque siempre me empujan. También
me gusta ir al río, pero ahora no tenemos coche y no podemos ir.
—Kate va a comprar un coche muy pronto. Mis amigos y yo solemos ir
de acampada unos días en verano. Y hay un río muy bonito en el que nos
podemos bañar.
—Bradley pesca mucho cuando vamos al río —dijo Taylor.
—Nosotros también pescamos bastante. La próxima vez que vayamos
podríais acompañarnos. Estoy seguro de que os gustaría el sitio.
—Oh, sí. Sería fantástico ir contigo y con tus amigos, todos millonarios
—dijo Kate con sarcasmo.
—Oye, ¿acaso yo no soy una persona normal?
—Por supuesto —dijo ella sonriéndole.
—Pues mis amigos también son normales.
—A mí no me gusta la gente —dijo Dexter.
—Mis amigos sí te gustarán.
Bajaron todos del coche. Kate empezó a abrir los armario, asombrada
porque no hubiera ni una mota de polvo en las baldas.
—Aquí hay una aspiradora —dijo Kate al abrir el último armario.
—Me la regalaron al comprar los electrodomésticos. La dejé ahí porque
pensé que la necesitarías.
—Puedes llevártela, no la necesitaremos.
—Bradley la necesitará para aspirar el interior del coche. Y también la
necesitaréis para las alfombras.
—No voy a comprar alfombras, son muy caras.
—Bueno, sigamos —dijo Sean, que no quiso decirle en ese momento
que ya tenía alfombras—. Esta puerta da a la vivienda. Tiene cerradura,
pero hay una llave de ella en los tres juegos de llaves que he preparado de la
casa.
—Vale.
—Salgamos fuera, así veréis la fachada de la casa y la puerta de entrada.
Sean pulsó el botón que había junto a la puerta abatible para que se
cerrara. Salieron todos a la calle y rodearon la propiedad para que viesen las
preciosas rejas que protegían las ventanas.
—¿Estás seguro de que no te has confundido de casa? —preguntó kate
cuando regresaron a la puerta de entrada—. Las paredes de la casa no eran
así.
—La fachada era blanca, aunque estaba sucia y desconchada por muchos
sitios —dijo Bradley.
—Es cierto. Pero un día vino Tom, el dueño, cuando yo estaba aquí. Le
pregunté si le importaba que reformara la fachada, porque era deprimente
verla, y me dijo que no. De hecho, toda la reforma exterior, incluidas las
puertas y las ventanas, la ha pagado él.
—¿La ha pagado Tom?
—Sí. Cuando vio cómo estaba quedando el interior de la casa supo que
te costaría mucho dinero. La verdad es que quedó impresionado. Y creo que
hablará contigo, me dijo que iba a dejaros un año sin pagar alquiler.
—¿En serio?
—Sí. Y no me extraña nada, porque cuando os marchéis de aquí, podrá
alquilarla, al menos por mil quinientos dólares, bueno, algo más, porque
tendrá garaje. Y él lo sabe.
—En ese caso, terminaremos de pagarte antes.
—No te preocupes por lo que me debes. Compra antes de nada un coche.
—Gracias, Sean.
—De nada, cariño. Toma, haz los honores —dijo él dándole las llaves.
—Me encanta la puerta. Y mira esta aldaba. Es preciosa —dijo Kate,
acariciando la pieza dorada que resaltaba sobre la puerta color mostaza.
—Estuve dudando si poner timbre o aldaba.
—Me alegro de que no pusieras timbre. No sabía que vendían aldabas.
—Sí que venden, pero esta precisamente es antigua, estaba en una puerta
que rescaté de una casa que tenía que derrumbar y la llevé a restaurar.
—Siempre me han gustado —dijo ella.
Bradley estaba muy callado y Sean lo miró. Vio que tenía los ojos
brillantes por las lágrimas retenidas. Incluso él se emocionó al verlo.
Kate abrió la puerta y dio unos pasos hasta detenerse donde se podía ver
toda la estancia abierta. Sean dejó pasar a los tres hermanos. Luego entró él
y cerró la puerta.
Sean se preocupó al ver a Kate en el mismo sitio y sin moverse. Y aún se
preocupó más cuando su hermano mayor se quedó quieto junto a ella.
—¿Qué ocurre? Ya os he dicho que si algo no os gusta lo solucionaré —
dijo acercándose a los dos hermanos mayores.
Entonces vio que Kate estaba llorando. Al verlo frente a ella, Kate se
abrazó a Sean y lloró durante mucho tiempo, sin despegarse de él. Sean
miró por encima de su hombro y vio que Bradley caminaba hacia el salón
secándose las lágrimas. Taylor había desaparecido y sospechaba que
también se habría emocionado y estaría escondida en cualquier rincón para
que no la viera.
—Cariño, estás empezando a preocuparme —dijo él acariciándole la
espalda arriba y abajo para tranquilizarla.
—Siento haberme desmoronado —dijo Kate separándose de él. Kate
sacó un pañuelo de papel del bolso, se secó las lágrimas y se sonó—. Es que
no esperaba ver algo así.
—¿Algo así? ¿A qué te refieres?
—Tan bonito. Todo es precioso.
—Me alegro de que te guste —dijo él sonriendo—. Echad un vistazo.
—Vale.
Kate se acercó a su hermano mayor, que estaba parado delante de la
pantalla del televisor, le pasó el brazo por la cintura y apoyó la cabeza en su
hombro.
—Esta pantalla es de última generación, no como la nuestra —dijo
Bradley.
—Parece que Sean no sabe hacer las cosas a medias. Seguramente los
millonarios lo harán todo a lo grande.
Sean, que estaba oyendo lo que hablaban sonrió.
—Estoy abrumado, y sé que de un momento a otro voy a ponerme a
llorar —dijo Bradley.
—A mí no me importa que llores, te voy a querer igual.
—Tú eres lo que más quiero en el mundo, lo sabes, ¿verdad? Nunca
podré olvidar lo que has hecho por mí. Has sacrificado la vida por nosotros.
—Cariño, solo han sido unos años de mi vida y si volviera atrás, volvería
a hacer exactamente lo mismo. Parece que las cosas se nos van arreglado,
¿no crees?
—Ya era hora de que tuvieras un respiro. Deberíamos prestar atención al
arquitecto, sin él no tendríamos esta casa.
—Tienes razón.
Kate se volvió hacia Sean y le sonrió. Luego miró a su alrededor. A un
lado había una cocina preciosa toda blanca con la bancada de granito negro
y gris.
—¿Dónde están los niños? —preguntó Bradley.
—Están viendo las habitaciones —dijo Sean.
Kate sonrió cuando vio las banquetas altas de la barra de desayuno.
Luego la rodeó para entrar en la cocina, seguida de su hermano. Todo
estaba brillante. Los electrodomésticos eran de acero y el frigorífico tenía
dos puertas y era enorme.
—Todo es precioso —dijo Kate acercándose a Sean y dedicándole una
tierna sonrisa—. ¿Y esta cafetera?
—Es otro de los regalos que me hicieron, además de la aspiradora, y
otras cosas que hay en los armarios. Puedo asegurarte que hace un café
estupendo, porque yo tengo la misma.
Kate abrió un armario y vio que habían platos. Luego abrió otro y
encontró tazas de desayuno y de café.
—¿Has comprado lo necesario para la cocina?
—Puestos ya. Es posible que falten algunas cosas, pero ya te encargarás
tú.
—No me lo puedo creer —dijo abriendo otro armario en el que habían
sartenes y ollas.
En el salón había dos sofás frente a la enorme pantalla de televisión, la
más grande que ellos habían visto en su vida.
—No nos hacía falta televisor —dijo Kate.
—Pero este es más moderno.
—¿Qué vamos a hacer con el nuestro? —preguntó Bradley.
—Se lo regalaremos a Max. Se ha portado muy bien con nosotros y el
televisor que tiene en el bar no es tan grande —dijo Kate.
—Buena idea.
—El equipo de música también me lo regalaron.
Bradley miró a Sean sonriendo. Nadie podría creerse que ese equipo de
música fuera un regalo por comprar un electrodoméstico, porque él sabía
que costaría una fortuna.
Había una mesita de centro grande, y debajo una preciosa alfombra.
Junto a uno de los sofás había una mesita con una lámpara. En el rincón
opuesto y más cercano a la cocina, había una mesa de comedor para ocho
personas con una alfombra debajo, y en el centro de la misma un jarrón de
cristal con tulipanes de colores.
—Parece ser que sí vamos a necesitar la aspiradora para las alfombras —
dijo ella mirando a Sean.
Él le guiñó un ojo.
Al otro lado del salón estaba el rincón donde se encontraba el escritorio
de Kate, debajo de una ventana. Se sentó en la silla y giró en ella dos veces
sonriendo.
—Nunca antes hemos tenido una silla giratoria —dijo Bradley a Sean,
excusando a su hermana.
Sean pensó que parecía una niña que había recibido su primer juguete.
Se la veía feliz. Y todo era por él.
Había plantas enormes por todos los rincones. Y las láminas de Kate,
que Sean había enmarcado, estaban en la pared del salón, detrás de uno de
los sofás.
—Todo es un sueño —dijo Kate mirando a Sean y sintiendo ganas de
llorar de nuevo.
—Vamos, os enseñaré el resto.
Los dos hermanos mayores se quedaron alucinados al ver que había dos
baños. Dos baños preciosos, uno en tonos rosa y el otro en color marfil.
Kate abrió los armarios que había en los dos y vio las mullidas toallas, de
todas las medidas y de colores preciosos, y las alfombrillas de la ducha a
juego.
Luego fueron a ver los dormitorios. Al abrir la primera puerta vieron a
los dos niños. Taylor estaba sentada en la silla del escritorio, llorando. El
pequeño estaba sentado en el suelo sobre la alfombra. La niña se levantó al
ver a su hermana y se abrazó a ella. Kate le devolvió el abrazo y
permaneció así hasta que la pequeña dejó de llorar.
—Lo siento —dijo separándose de su hermana y mirando a Sean.
—Espero que llores porque te gusta la casa y no por lo contrario.
—Todo es precioso —dijo Taylor acercándose a Sean y abrazándose a su
cintura.
—Me alegro, cariño —dijo él besándola en la cabeza.
La niña se separó de él.
—Este dormitorio y el de al lado los diseñé para Taylor y Dexter. Este es
el del pequeño. Los dos son un poco más pequeños que los otros, pero creo
que tienen todo lo que puedan necesitar —dijo Sean, después de que vieran
el al lado, que era el de la niña.
Luego entraron en el que había a continuación, que era el de Kate. Había
un sillón en un rincón, que parecía muy cómodo, con una mesita al lado con
una lámpara sobre ella.
—Es por si te apetece leer tranquila —dijo Sean cuando ella se sentó en
el sillón.
—Eres un cielo, Sean.
—Gracias, cariño. Y este último es el de Bradley —dijo el arquitecto
entrando en la última habitación.
—Vaya —dijo el chico entrando.
—Es el más alejado de tus hermanos. Así podrás concentrarte en los
estudios, sin escuchar ruido.
—Gracias, Sean. Charity tiene razón, piensas en todo. Espero ser tan
bueno como tú algún día.
—Eres muy amable.
—Me encantan los baúles de las habitaciones —dijo Kate.
—A mí también —dijo el arquitecto.
Después de verlo todo fueron al recibidor.
—Estos son los juegos de llaves. El de la B es el tuyo —le dijo a Bradley
—. Y este es el mando del garaje. Cuando saque el coche os daré el otro.
—Muy bien.
—De haber tenido tiempo habría comido con vosotros, pero los sábados
nos reunimos todos en casa de uno de los amigos para comer y pasar la
tarde juntos.
—Sean, no tienes que excusarte. De todas formas, hoy vamos a ir a
comer al restaurante donde trabajo. Max me ha dicho que fuéramos para
que le contáramos como era la casa.
—Bien. Saldremos por el garaje —dijo abriendo la puerta y entregándole
a Kate el llavero con las llaves—. Subid al coche.
—Sean, no hace falta que nos lleves a casa, está muy cerca.
—Iré con vosotros y haré un viaje con lo que tengáis preparado para
traer.
—No, en serio. No tengo listas las cosas que tenemos que traer. Iremos a
comer y por la tarde lo empaquetaremos todo.
—¿Quieres que venga a última hora de la tarde cuando lo tengas todo
listo?
—Te lo agradezco, pero no hace falta.
—De acuerdo, pero si cambias de opinión, llámame.
—Lo haré.
Kate lo abrazó.
—Nunca, jamás, voy a olvidar todo lo que has hecho por nosotros. Si
necesitas algo de mi, de nosotros, puedes contar con ello.
—No lo olvidaré —dijo él sonriendo a los dos mayores.
—A final del próximo mes te llamaré para quedar y te pagaré lo que
pueda.
—Vale. Y yo te daré la factura para que sepas lo que ha costado la
reforma.
—Muy bien —dijo ella.
—Pero, como te dije, me gustaría que nos viésemos, al menos, una vez a
la semana. Quiero que estemos en contacto para saber cómo os van las
cosas. Los viernes sería un buen día para mí. Podemos ir a cenar.
—No hace falta que gastes dinero, puedes venir a cenar los viernes.
—Ya lo acordaremos. Y, Bradley, recuérdale que compre un coche. Yo
no tengo prisa por cobrar.
—Lo haré. Gracias. Muchas gracias, por todo —dijo el chico dándole la
mano.
—Adiós, preciosa —le dijo a Taylor besándola en la mejilla.
—Adiós. La casa es muy bonita. Y mi habitación me encanta.
—Me alegro.
—Adiós, chaval —dijo despidiéndose del pequeño, que ni siquiera lo
miró.
—Adiós, cielo. Espero que seáis muy felices en esta casa —le dijo a su
amiga.
—Ya somos felices. Tú lo has conseguido.
Sean la besó en la mejilla. Luego subió al coche, abrió la puerta y le dio
el mando a Kate.
—Llámame si me necesitas, a cualquier hora del día o de la noche.
—Vale. Conduce con cuidado.
Capítulo 8
—Hola —dijo Sean cuando entró en el salón de la casa de Carter, donde
estaban reunido todos los amigos y acercándose a Ellie para besarla y
acariciarle la barriga—. ¿Cómo estás, preciosa?
—Un poco más gorda que ayer y a punto de reventar. Carter dice que el
bebé llegará en cualquier momento.
—Estupendo.
Sean saludó a todas sus amigas con un beso, al igual que a su madre.
—Kate y sus hermanos ya han visto la casa.
—Cuéntanoslo todo —dijo Tess.
—¿Cómo ha reaccionado al verla? —preguntó Lauren.
—Mejor que nos lo cuente todo desde el principio —dijo Louise.
Sean les contó todo desde que había recogido a Kate y a sus hermano en
su casa, paso por paso.
Logan lo escuchaba atentamente, al igual que todos los demás, pero con
un interés diferente al de sus amigos. Ninguno de los que estaban allí
podrían sospechar lo que rondaba por su cabeza.
Logan no había vuelto a ver a Kate desde que ella había ido a devolverle
el dinero que había cogido del cepillo de la iglesia. Habían pasado
veinticinco días y, ni uno solo de ellos, había podido dejar de pensar en ella.
Y eso no era lo peor. Se había imaginado deslizando los dedos entre sus
cabellos y saboreando sus sensuales y tentadores labios, y no solo una vez.
Luchaba con ahínco contra esos turbulentos e inapropiados pensamientos,
pero no conseguía apartarlos. Cada día, antes de irse a dormir salía a dar un
paseo por el barrio, esperando que el fresco de la noche le ayudara a
ordenar su mente que, últimamente, era un verdadero caos. Esa chica se
había colado muy hondo en su interior. Se había metido en su cabeza sin
darse cuenta y no podía deshacerse de ella. Y sabía que estaba con el agua
al cuello.
—Se puso a llorar —dijo Sean, devolviendo a Logan al presente.
—La pobre. Yo también me habría sentido así —dijo Tess.
—El hermano mayor también lloró, aunque intentó disimularlo. Incluso
yo me emocioné al verlos. Es un buen chaval y adora a Kate.
—Bueno, fue a vivir con ella cuando era un crío. Es mayor y sabe mejor
que los otros todo lo que esa chica ha hecho por ellos. Y es un buen chico
porque lo ha educado ella, con sus mismos valores —dijo Louise.
Sean terminó de contarles todo, y los amigos estuvieron encantados de
haber contribuido a hacerla feliz, aunque todavía no habían encontrado la
forma de pagar el dinero de la reforma.
—Entonces, ¿iban a mudarse hoy?
—Supongo que lo harán entre hoy y mañana.
El hijo de Carter y Ellie nació esa misma noche, antes de que amaneciera
el nuevo día. Y se llamaría Liam. Todos los amigos pasaron la noche en el
hospital.
Logan leyó el mensaje una vez más. No era capaz de decidir qué hacer.
Esa chica lo intranquilizaba de una forma que no comprendía. Había pocas
cosas que lo alteraban, pero cuando la tenía cerca, el corazón le latía
frenético en el pecho y sentía la sangre correr por sus venas a toda
velocidad, y concentrarse en su entrepierna. Desde luego no era algo que le
pasara a menudo. De hecho, nunca le había sucedido, excepto quizás,
cuando era adolescente.
Unos minutos después seguía indeciso y preocupado. Sabía que no
debería aceptar. Ni siquiera debería contestar al mensaje, sino ignorarlo, y
ella comprendería que no quería verla. Pero la necesidad de estar un rato
hablando con ella era muy fuerte. De todas formas, debería poner las cosas
claras y decirle que él no estaba interesado en ella, aunque no fuera cierto, y
nunca lo estaría. Y ese sería un buen momento para hacerlo. Cogió el móvil
y escribió un corto mensaje.
Kate se tensó al escuchar el sonido del WhatsApp entrante, cogió el
móvil, abrió la aplicación y lo leyó.
Allí estaré.
Kate dejó sin corregir los tres exámenes que le quedaban, ya lo haría por
la noche o al día siguiente. Al fin y al cabo, no era realmente un examen,
sino más bien una prueba para saber el nivel de conocimiento de sus nuevos
alumnos. Se levantó y se dirigió a la cocina, pensando que Logan había sido
muy parco en palabras.
Comenzó a sacar los ingredientes que necesitaba para preparar la cena de
esa noche, quería dejarla lista por si tardaba y que no tuviera que prepararla
su hermano, que tendría que ponerse a estudiar.
Le envió un mensaje a Bradley diciéndole que no se entretuviera porque
había quedado con una compañera de trabajo para tomar algo. No le
gustaba mentir, pero su hermano no entendería si le contaba que le había
enviado un mensaje a un sacerdote que le gustaba mucho, para encontrarse
con él en una cafetería. Bradley le devolvió el mensaje diciéndole que
llegaría a casa a las seis y media.
Kate consiguió aguantar una semana sin ver a Logan, y luego otra. Pero
el último lunes del mes ya no pudo soportarlo más. Necesitaba verlo. No
quería hablar con él, solo necesitaba verlo. Se maldecía a sí misma por estar
enganchada a un hombre que ni siquiera quería verla y, seguramente, ya ni
siquiera la deseara. Sabía que era patética, pero si no lo veía moriría de
desesperación. Pensó que lo mejor sería ir por la mañana. Como sabía el
horario de las misas, iría mientras estuviera en medio de una, así no podría
alejarse del altar. No tenía mucho tiempo, porque tenía que volver al
instituto a la una y eran las once y media pasadas.
Entró en la iglesia un instante antes de comenzar la misa para no
encontrarse con él. Se ocultó en el rincón más oscuro, como había hecho en
otra ocasión. Estuvo mirándolo durante quince minutos, mientras las
lágrimas le resbalaban por las mejillas. A continuación se puso la capucha
de la sudadera, que llevaba debajo de la chaqueta, y abandonó la iglesia.
Logan la vio salir, aunque no estaba completamente seguro de que fuera
ella. Kate volvió al trabajo preocupada, porque echaba de menos a ese
hombre, en quien no podía dejar de pensar.
Ese día era lunes, el día de la semana que Logan solía sacar el dinero del
cepillo. A última hora de la tarde, como solía hacer después de confesar,
vació el cepillo y encontró un papel doblado entre los billetes. Lo abrió y lo
leyó.
Dos días después Kate mintió a su hermano diciéndole que iba a cenar
con unos compañeros de trabajo. Odiaba mentirle, pero le daba vergüenza
contarle lo que le sucedía. Sabía que Bradley era muy maduro y que lo
comprendería, pero no quería que pensara mal de ella. Preparó un bocadillo
y lo guardó en el bolso junto con una botella de agua.
Kate se había informado y sabía que Logan confesaba sobre las seis y
media de la tarde y, según una de sus feligresas, eso le llevaba alrededor de
una hora. A las siete de la tarde estaba aparcada delante de la iglesia, en el
utilitario que había comprado el día anterior, un Toyota que le había
recomendado el dueño del garaje. Le dijo que tenía bastantes años, pero
muy pocos kilómetros y que estaba en muy buen estado.
Gracias a tener coche había decidido hacer una locura más relacionada
con Logan. Iba a seguirlo, porque quería saber dónde vivía. Le había
costado casi quince minutos aparcar cerca de la iglesia, desde donde podría
verlo salir. Estaba desesperada por verlo. Se preguntaba si se habría
obsesionado con él, porque incluso ella reconocía que no era normal lo que
iba a hacer. Se sintió como si fuera una acosadora, pero todas sus dudas se
desvanecieron tan pronto lo vio salir de la iglesia.
Logan caminó hacia un vehículo negro que había aparcado a pocos
metros de ella, pero en el otro lado de la calle. A Kate le pareció un coche
muy elegante y, seguramente, muy caro. Cuando Logan salió del
aparcamiento y se incorporó al tráfico, ella arrancó el utilitario y salió tras
él, dejando un coche entre ambos. Iba circulando por las calles más
importantes de la ciudad. Giró en una calle y se adentró en una zona donde
las casas eran muy grandes. Después de unos cuantos minutos, Kate lo vio
detenerse delante de una verja, que se estaba abriendo. No sabía si estaría
de visita, porque iba alejada de él y no había visto si había llamado al
interfono. Kate pasó de largo para no llamar su atención y se detuvo más
adelante. No estaba segura de si era su casa, aunque lo dudaba, porque las
casas de esa calle eran enormes. No había casi coches parados, porque las
casas del lado en el que había entrado Logan eran mansiones y aparcarían
en el interior. Las del otro lado eran más pequeñas, pero tenían su propio
garaje y además un espacio para dejar algún coche más.
Dio la vuelta al final de la calle y volvió al principio, fijándose en el
número de la casa en la que había entrado Logan. Kate anotó en el móvil el
nombre de la calle, que estaba en una placa en la verja de la primera casa, y
el número. Aparcó el coche una calle más abajo y volvió caminando.
Quería entrar para ver la casa de cerca, porque ni siquiera la había visto. No
había cogido el bolso del coche, así, si se cruzaba con alguien podría pensar
que había salido a caminar.
Se detuvo frente a la verja de la propiedad que buscaba. La casa estaba
bastante alejada, pero se distinguía a la perfección por las farolas que la
rodeaban. Era enorme y elegante. Pensó que no sería la casa de Logan,
porque de ser así, no entendía cómo podría mantenerla. Estaba segura de
que los sacerdotes no ganaban demasiado dinero.
Se apartó de la verja y caminó junto al muro que rodeaba la propiedad.
No mediría mas de un metro cincuenta de alto y sabía que podría subir a él
con facilidad, aunque en la parte interior y pegado al muro había un seto
muy alto y muy espeso que impedía que se viera el interior de la propiedad.
Era completamente de noche. Miró a su alrededor para asegurarse de que
no había nadie y de que no la estaban mirando desde las casas de enfrente.
Tampoco había ningún vehículo cerca con alguien en su interior. Se
preguntó si habría perro. En ese caso la atacaría tan pronto entrase, o
llamaría la atención de los vecinos con los ladridos. Se imaginó que
llamarían a la policía si veían algo sospechoso, pero si Logan estaba en la
casa no permitiría que la arrestaran. O al menos, eso esperaba. De todas
formas, de haber perro ya habría ladrado. O puede que estuviera entrenado
para esperar al acecho y atacar de pronto, se dijo a sí misma algo
preocupada.
Sin pensarlo más se subió al muro, separó los arbustos, con mucho
esfuerzo, porque eran muy espesos y las ramas muy gruesas, y pasó al otro
lado. Se quedó quieta, esperando a que un perro enorme se abalanzara sobre
ella, pero no apareció. Volvió a mirar hacia la casa, pensando que era
grandísima y muy elegante. De pronto se presentó en su mente la idea de
que podría ser feliz viviendo allí… con él, pensó sonriendo.
Había farolas que iluminaban la propiedad. Se veía una luz encendida en
el porche, delante de la puerta principal, y una ventana en la parte izquierda
de la planta baja estaba iluminada. Se dirigió corriendo hacia ella y miró a
través del cristal. Logan estaba allí. Se había quitado la cazadora. Llevaba
vaquero y un suéter negro con las mangas remangadas. Lo vio encender el
horno. Vio que sacaba algo del congelador mientras hacía una llamada.
Cuando colgó sacó verduras de la nevera y preparó una ensalada. Kate
pensó que se le veía muy puesto en la cocina. Cuando la ensalada estuvo
lista metió en el horno lo que había sacado del congelador. Luego abandonó
la cocina apagando la luz.
Kate se apartó de la ventana y corrió hacia la parte de delante de la casa
para ver qué luz se encendía. Cinco minutos después se iluminó un ventanal
de la primera planta, que daba a una gran terraza que hacía de techo del
porche. Le habría gustado poder subir, pero no encontraba la forma de
hacerlo. Decidió subirse a un árbol que había cerca. Al fin y al cabo, las
cortinas estaban abiertas y podría verlo desde allí. Mientras subía al árbol,
no con demasiada soltura, y dando gracias de que llevara deportivos,
pensaba porqué Logan no corría las cortinas, pero al mirar la casa de
enfrente se dio cuenta de que era más pequeña y mucho más baja, porque
no tenía escalones para llegar a la planta baja, y el seto de la casa de Logan
era muy alto.
Ya estaba convencida de que esa era la casa de Logan, o puede que fuera
de sus padres o de algún familiar con el que viviera. Pero de lo que estaba
segura era de que en ese momento estaba solo en la casa.
Le costó lo suyo llegar hasta la altura suficiente para poder ver algo a
través de la ventana. Y cuando miró hacia allí se desestabilizó y casi se
cayó del árbol. Logan salía por una puerta, con el torso desnudo y una toalla
rodeando sus caderas. Kate se sujetó fuertemente a una de las ramas para no
caerse, porque se había impresionado al verlo. Había visto a su hermano
numerosas veces salir de la ducha con una toalla, y no podía decirse que
Bradley no tuviera un cuerpo atlético, pero ese hombre no era su hermano.
Estaba a bastante distancia y no podía verlo con absoluta precisión, pero las
veces que lo había visto había distinguido cómo se le marcaban los
músculos debajo de las camisetas y, además, su imaginación era muy
buena.
Decidió bajar del árbol. Si seguía allí, quizás lo viera desnudo, y no
quería ser una mirona, ya era suficiente con ser una acosadora. Porque eso
es lo que era, acosaba a un hombre que le había pedido que no volviera por
su iglesia. Bajó lentamente, fijándose en dónde ponía los pies. Cuando llegó
bajo se apoyó en el tronco y respiró profundamente para calmarse porque,
como siempre que lo veía, se sentía intranquila. Cinco minutos después se
apagó la luz del piso superior.
Kate caminó nuevamente hacia la ventana de la cocina que acababa de
encenderse, y lo observó desde la esquina del cristal. Se había puesto un
pantalón de chándal y una camiseta, e iba descalzo. Pensó que tendría
buena calefacción, porque ya hacía frío para ir así. Lo vio sacar la pequeña
fuente del horno, que le pareció una lasaña, y la dejó sobre la tabla de
madera que había en la bancada. Puso en la mesa una servilleta, los
cubiertos y una copa. Abrió una botella de vino tinto y lo sirvió en la copa.
Después de dar un sorbo, aliñó la ensalada y la llevó a la mesa. Sirvió la
cena en un plato, lo cogió y se sentó a cenar. Kate se echó a un lado y se
apoyó en la pared para que no la viera, porque Logan se había sentado
mirando hacia la ventana. Pensó que debería haber traído el bocadillo y la
botella de agua que tenía en el coche, así habría sido como si cenara con él.
Decidió ir a ver la propiedad mientras él cenaba. Caminó hacia el otro
lado de la casa y se quedó alucinada contemplando la piscina, que estaba
iluminada. Era enorme y preciosa. El agua estaba completamente limpia.
Sin duda iba alguien a ocuparse de ella y del jardín, que también estaba
muy bien cuidado, pensó. Se acercó a las ventanas de la planta baja, pero no
se podía apreciar nada por la oscuridad, a pesar de que algunas de las
cortinas estaban abiertas.
Habían pasado unos minutos y decidió volver a la cocina. Se asomó a la
ventana con cuidado para que Logan no la descubriera, pero él ya estaba de
pie recogiendo la mesa. Aclaró la copa y los platos y los metió en el
lavavajillas. Luego cogió una manzana del frutero que había sobre la mesa
y abandonó la estancia comiéndosela. Kate vio como se apagaba la luz.
Se alejo un poco de la casa para ver qué ventana se iluminaba a
continuación y se alegró de que fuera otra de la planta baja. Se acercó a ella
y se quedó alucinada al ver el interior. Le había impresionado la cocina por
lo grande que era y por los muebles tan bonitos, pero esa estancia era
diferente. Era lo más precioso que ella hubiera visto en su vida.
Exceptuando a Logan, pensó sonriendo. A su entender, los muebles de esa
habitación eran de una calidad insuperable y una absoluta maravilla. Miró
la increíble mesa de escritorio, donde se encontraba él sentado. El
ordenador sobre la mesa daba la extraña sensación de que no cuadraba con
la decoración, por estar fuera de lugar. Toda la pared que había detrás del
escritorio estaba cubierta de estanterías repletas de libros. Cientos y cientos
de libros. La fantasía de cualquier lector, como ella. Al otro lado, junto a
una de las ventanas había una mesa pequeña y un sillón a su lado. El lugar
perfecto para leer. Junto a la otra ventana había un sofá con una mesa frente
a él. Miró de nuevo a ese hombre, sonriendo. Tenía un atractivo
sorprendente y todo en él era pura expresividad. Logan estuvo revisando
papeles durante media hora. Luego se levantó y se dirigió a la puerta,
apagando la luz antes de salir.
Kate vio que se encendía la luz de la habitación que había a continuación
y caminó hacia la ventana. Y otra vez se quedó alucinada. Era un salón
enorme, con unos sofás grandísimos. Había una chimenea increíblemente
grande y la pantalla de televisión que colgaba de la pared era inmensa. No
sabía que hubieran pantallas más grandes que la que Sean había comprado
para su casa. Logan estaba sentado en uno de los sofás. La pantalla se
encendió y pudo ver todas las opciones que tenía. Ese hombre tenía
contratados: Netflix, Amazon Prime, Apple TV, Disney, HBO… Tenía más
servicios de Streaming de los que ella conocía.
Empezó a pensar que Logan no era normal. Sabía que era sacerdote,
aunque solo porque lo había visto oficiando misa. Pero todo en él era
extraño: su forma de vestir, su forma de hablar, su forma de comportarse.
Ninguna de esas cosas cuadraba con un sacerdote. Y ahora esa casa. Estaba
claro que ese hombre nadaba en la abundancia. Todo era muy raro. De
pronto se preocupó y se sintió intranquila.
Se preguntó de nuevo qué hacía allí, espiando a un sacerdote, que no
sentía absolutamente nada por ella y que le había dejado claro que no quería
volver a verla. Miró la hora en su reloj, eran las nueve y media. Ella tenía
una familia. Tenía un hermano que iba a la universidad por las mañanas,
que trabajaba por las tardes para ayudarla con los gastos de la casa, y que
estudiaba muy duro para acabar una carrera. Y además, le ayudaba con la
casa y con los niños. De repente le entraron unas ganas terribles de ver a su
hermano y de hablar con él.
Carter y su familia habían ido a pasar el siguiente fin de semana con los
padres de él, y los amigos se reunieron el sábado en casa de Delaney.
Estaban en la sobremesa, charlando de una cosa y otra.
—¿Has vuelto a ver a tu amiga Kate? —preguntó Tess a su cuñado.
—La vi el jueves. Su hermano mayor cumplió dieciocho años y me
invitó a la fiesta. Era la primera fiesta de cumpleaños que celebraba en toda
su vida, ¿os lo podéis creer?
—Supongo que Kate tendría cosas más importantes en qué gastar el
dinero. No es fácil mantener a tres niños con un solo sueldo —dijo Louise.
—Tienes razón —dijo Sean.
—¿Cómo está Kate? —preguntó Delaney.
—Tan guapa como siempre.
—¿Por qué te ha invitado a ti solo? —preguntó Ryan.
—Puede que porque somos amigos y nos vemos todas las semanas, y a
vosotros prácticamente no os conoce.
—¿Te ha comentado algo del pago de la reforma? —preguntó Nathan.
—Cuando la vi la semana pasada me dio quinientos dólares. Dijo que no
podía pagarme más porque había comprado un coche y estaba pagándolo,
pero que en dos meses, cuando terminara de pagarlo, me daría una cantidad
más elevada cada mes.
—¿Le has dado ya la factura de la reforma de su casa?
—Sí.
—¿A cuánto ascendía?
—Cuarenta y ocho mil dólares. Pero desconté catorce mil que me pagó
el propietario de la vivienda, él se hizo cargo de la fachada, de las ventanas
y de la puerta de entrada a la casa y del garaje. No he podido hacerla por
menos, Kate no es estúpida, y su hermano tampoco.
—¿Cuánto te ha costado en realidad todo? —preguntó Jules.
—Con los muebles y lo que compraron las chicas, setenta y dos mil
dólares.
—Luego sacaremos la cuenta y te daremos cada uno la cantidad que
corresponda —dijo Logan a Sean.
—¿Ahora sí quieres hacer algo por ella? —preguntó Tess al sacerdote.
—Nunca me he echado atrás cuando hemos hecho alguna obra de
caridad —dijo Logan.
—Menos mal que Kate no está aquí, de lo contrario no le habría gustado
lo de la obra de caridad —dijo Sean.
—Tienes razón, a esa chica no le gusta que le den nada gratis —dijo
Delaney.
—Tendrás que inventar algo para que no te pague —dijo Nathan.
—Sí, de lo contrario cancelará la deuda en menos de un año —dijo
Ryan.
—Lo sé, pero no encuentro ninguna excusa para que no lo haga.
Quedamos en que nos haríamos cargo de la reforma entre todos, así que
también podéis opinar.
—Ya se nos ocurrirá algo —dijo Lauren.
—De todas formas, siempre podemos devolverle el dinero que ha
pagado, más adelante —dijo Delaney.
—¿Vas a ser tú quien le dé un talón? —preguntó su mujer.
—¿Por qué no?
—Porque no lo aceptaría.
—Apuesto a que sería capaz de convencerla.
—Estoy segura de ello —dijo Tess sonriendo a su marido—, y cuando
recapacitara y se diera cuenta de lo que había hecho, te lo llevaría a tu
oficina y te lo tiraría a la cara.
—Yo también creo que lo haría —dijo Sean sonriendo—, esa chica tiene
orgullo.
—Podemos enviarle el dinero en un sobre a través de un mensajero. Sin
remitente, por supuesto —dijo Nathan.
—Esa sería una buena solución, porque no sabría a quien devolvérselo
—dijo Jules.
—Pensaría que he sido yo —dijo Sean.
—Bueno, ya pensaremos algo —dijo Tess.
—¿Está contenta en su casa? —preguntó Lauren.
—Sí, con la casa está muy contenta. En cuanto al resto, no estoy seguro,
parece ser que tiene un problema.
—¿De dinero? —preguntó Logan.
—No, es algo personal.
—¿Qué te ha dicho? —preguntó Louise, su madre.
—Kate no me ha dicho nada, ha sido su hermano.
—¿De qué se trata? —preguntó Patrick, su padre.
—No tengo ni idea. Pero el chico lo sabe. El día de su cumpleaños me
dijo que Kate había hablado con él, pero que no le había servido de mucha
ayuda, porque no había sabido aconsejarla.
—¡Cómo iba a aconsejarla! ¡Acaba de cumplir dieciocho años! —dijo
Louise—. Ese chico no podrá ayudarla, si se trata de algo serio.
—Bradley me dijo que se sentía perdida.
—Eso me parece extraño —dijo Delaney—. Parece una mujer muy
segura de sí misma.
—Si su hermano lo dice será cierto, supongo que la conoce mejor que
nadie.
—Eso es cierto —dijo Lauren.
—Me pidió que intentara sonsacarle algo, para que me lo contara, y que
luego la aconsejara. Le dijo a Kate que lo hablara conmigo, ya que era un
adulto y además éramos amigos, pero ella le contestó que le daba vergüenza
y que si me enteraba, no querría volver a saber nada de ella.
—Vaya, parece que lo que le pasa es serio —dijo Tess.
—¿Vas a verla pronto? —preguntó Delaney.
—Hemos quedado el lunes para cenar.
—Parece que le estás tomando gusto a salir con esa chica —dijo Logan,
intentando no parecer celoso, que era como se sentía.
—¿Sabes, Logan? He salido con muchas clases de mujeres, algunas
inteligentes y otras con el cerebro más plano que una bandeja de hornear
galletas, pero puedo asegurarte que no me he encontrado con ninguna como
ella. Ya no se trata solo de que sea inteligente, es que con ella puedo hablar
de cualquier tema. Además, es divertida, simpática y sensible. Después de
un día de trabajo es relajante estar con esa chica. Me hace reír. Me gusta
oírla hablar de sus hermanos, es increíble cómo se preocupa por ellos y
cuánto los quiere. Soy consciente de que desde que viven con ella, los años
no habrán sido fáciles.
—¿Cómo iban a ser fáciles si era una cría cuando los acogió en su casa?
—dijo Louise.
—¿Entiendes ahora por qué me gusta salir a cenar con ella? —le dijo
Sean a Logan.
Logan se limitó a mirar a su amigo, preguntándose si se estaría
enamorando de ella.
—Según nos dijiste, por lo que ella te había contado, tampoco fueron
fáciles los años desde que murieron sus padres, hasta que aparecieron sus
hermanos en su vida —dijo Nathan.
—Esa chica me recuerda a Tess y a Lauren, y puede que también un
poco a Ellie —dijo Sean—. Ellas también tuvieron una vida dura y
sacrificaron mucho.
—Pero nos encontraron a nosotros —dijo Nathan.
—Tienes razón —dijo Delaney.
—Es una lástima que Sean no esté interesado en ella —dijo Tess.
—Yo no he dicho en ningún momento que no esté interesado en ella. Es
ella quien no está interesada en mí.
—No creo que ningún hombre llevara muy bien lo de tener de repente a
tres niños a su cargo, por mucho que le guste esa chica —dijo Louise—. Y
uno con una enfermedad como la que tiene el pequeño. Debe ser
complicado.
—Pues a mí no me importaría cargar con esos tres niños —dijo Sean—.
El hermano mayor es un buen estudiante y muy responsable. Y podría decir
lo mismo de la niña, que es un cielo. Pero el pequeño, me tiene fascinado,
os lo aseguro.
—Deberíamos averiguar quién es el hombre —dijo Tess.
Logan se tensó pensando que si investigaban, acabarían llegando a él.
—¿Qué hombre? —preguntó su marido.
—El hombre de quien está enamorada Kate. Por lo que sabemos, no sale
con él, pero si está enamorada, tiene que haberlo visto en alguna ocasión.
—En alguna ocasión, no. Si ese hombre vive en Nueva York, ella estará
viéndolo —dijo Nathan—. Kate no es una mujer que se acobarde ante nada.
Apuesto a que ya le ha dicho que está interesada en él.
—¿Tú qué dices, Delaney? —preguntó Lauren.
—Yo pienso lo mismo.
—Yo estoy de acuerdo con ellos. Después de todo lo que ha pasado esa
chica, no se detendría ante nada para conseguir al hombre que quiere —dijo
Patrick.
—A no ser que esté casado —dijo Delaney.
—Ahí te doy la razón. Esa chica es demasiado íntegra para meterse entre
una pareja —dijo Nathan.
Pero no le importa meterse entre Dios y un sacerdote, pensó Logan.
—¿Te pasa algo, Logan? —preguntó Louise.
—No, ¿por qué?
—¿No lo encontráis un poco apagado últimamente?
—Pues ahora que lo dices, tienes razón —dijo Lauren.
—¿Tienes algún problema? —preguntó Ryan.
Algún problema, pensó Logan. Tengo un problema de un par de cojones
y no sé cómo resolverlo.
—No, ninguno.
—¿Ha aparecido tu ladrona por la iglesia? —preguntó Jules.
No solo por la iglesia. He ido a tomar café con ella y me ha dicho que le
gusto, pensó.
—No, eso ya quedó atrás.
—Una lástima. Llegamos a pensar que había algo entre vosotros —dijo
Sean sonriendo.
—Vosotros veis muchas películas.
—¡Dios mío! —dijo Sean cuando vio salir a Kate de su edificio el lunes
siguiente.
Sean le había dicho que iban a ir a un restaurante elegante, y llevaba un
vestido negro por encima de las rodillas, medias de seda negras y unos
zapatos altos del mismo color. Y de su brazo colgaba un abrigo color beige.
—Estás espectacular.
—Gracias —dijo ella besándolo—. Tú también.
Sean le abrió la puerta del coche y ella se sentó. Él rodeó el vehículo por
delante y se sentó a su lado.
—¿Qué coche es este? El otro día no te lo pregunté.
—¿Te interesan los coches?
—La verdad es que no —dijo ella sonriéndole.
—Es un Porsche, es alemán.
—Es muy bonito, tanto por fuera como por dentro.
—Gracias. Ese vestido te sienta de maravilla.
—Es nuevo —dijo de forma coqueta—. Y también el abrigo. Desde que
te has empeñado en sacarme a cenar, estoy tirando la casa por la ventana.
—Lo dices como si fuera un gran esfuerzo llevarte a cenar. ¿Te he dicho
que me encanta salir a cenar contigo?
—Creo que no, de lo contrario, me acordaría.
—Pues siempre lo paso muy bien contigo.
—Yo también lo paso muy bien. Aunque a veces me pregunto si no
preferirías salir con alguna mujer con la que quieras acostarte.
—Bueno, la verdad es que no me importaría acostarme contigo —dijo
con una sonrisa seductora—. Pero, claro, estás colada por otro, ¿verdad?
—Es posible —dijo ella mirando por la ventanilla—. ¿Por qué vas a
llevarme a un restaurante elegante?
—Porque me dijiste que nunca habías ido a ninguno.
—¿Crees que mi vestido es adecuado?
—Por supuesto. Estás preciosa.
—No estoy segura de que tus halagos me hagan sentir más tranquila o lo
contrario.
—No tienes que estar intranquila.
—De acuerdo. ¿En ese restaurante se come o es de esos que cuando sales
sigues muerto de hambre?
Sean soltó una carcajada.
—¿Por qué te ríes?
—Porque eso es lo que le pregunta mi cuñada a su marido cuando va a
llevarla a algún restaurante nuevo.
—¿En serio?
—Si, muy en serio. Así sabe si tiene que comer algo antes de salir de
casa.
—Tenías que habérmelo dicho antes de salir de casa y habría comido
algo.
Sean volvió a reír.
—Si sales con hambre, iremos luego a comer una hamburguesa.
—¿Y por qué no vamos directamente a comer una hamburguesa? La
verdad es que no me atrae mucho la idea de ir a un restaurante elegante.
—Porque quiero presumir de ti.
—¡Qué gracioso! Apuesto que sueles salir con súper mujeres.
—De súper mujeres nada, cielo. Admito que algunas son guapas, pero
puedo asegurarte que no tan guapas como tú.
—Vaya seductor estás hecho. Pero, ¿sabes?. Me gusta que flirtees
conmigo. Hace que me sienta viva. Me pasó lo mismo con tus amigos y con
tu hermano cuando fueron a mi casa. Me pareció como si no pudieran
hablar con una mujer, sin flirtear durante la conversación.
—Espero que no hicieran que te sintieras mal.
—Para nada, todo lo contrario. Todos son un cielo.
—Ya hemos llegado —dijo Sean deteniendo el coche en la puerta del
local.
El aparcacoches abrió la puerta del copiloto para que ella bajara y Kate
le dio las gracias. Sean se acercó a ellos y el aparcacoches le dio el
resguardo. Sean la ayudó a ponerse el abrigo. A continuación la cogió de la
mano y entraron en el local.
—Recuérdame que te haga una foto cuando salgamos —dijo Sean.
—¿Una foto?
—Me lo ha pedido mi cuñada.
—¿Siempre sueles hacer lo que te pide tu cuñada?
—La verdad es que sí.
—Buenas, noches, señor Stanford. Señorita —dijo el maître.
—Buenas noches, James.
—Hola —dijo Kate.
—Su mesa está lista. Acompáñenme, por favor.
Ellos lo siguieron hasta la mesa. Sean notó lo intranquila que estaba
porque seguía cogiéndola de la mano y ella le sujetaba fuertemente. El
hombre la ayudó a sacarle el abrigo y lo colgó en el perchero que había en
la pared. Luego separó la silla para que se sentara. Sean se sentó frente a
ella.
—¿Pediste una mesa algo apartada cuando hiciste la reserva?
—No, pedí que estuviera junto a una de las ventanas. Pero si quieres
otra…
—No, por favor, esta está muy bien. Y prefiero que no esté en el centro
del restaurante.
El camarero se acercó y les dejó las cartas. Sean abrió la de vinos y antes
de que le preguntara, ella le pidió que eligiera él. Mientras él miraba los
vinos, Kate echó un vistazo a la carta.
—¿Estás seguro de que quieres cenar aquí? —preguntó ella mirándolo.
—Claro, ¿por qué?
—Porque con lo que cuesta un solo plato podríamos comer mis
hermanos y yo durante toda una semana.
—No mires los precios, ¿vale? —dijo él sonriéndole.
—De acuerdo —dijo ella cerrando la carta—. Elige tú lo que te apetezca
para los dos. Si elijo yo algo me sentará mal al saber el precio.
—Vale.
—Pero para mí no pidas ni caracoles, ni ancas de rana, ni sopa de
tiburón, ni caviar.
—Vaya, sí que eres especial —dijo él sonriendo.
Ella le dedicó una tierna sonrisa.
Poco después de que pidieran la cena, el vino y unos entrantes, que Kate
no podía imaginar lo que eran, les sirvieron el vino, y poco después les
llevaron los entrantes. Sean la miró sonriendo, al ver cómo miraba los
platos que había llevado. Kate de pronto se rio y Sean no pudo resistirse a
hacerle una foto. Ella lo miró.
—Lo siento, estabas preciosa y no podía dejar pasar el momento. ¿Por
qué te has reído?
—Porque hay tan poca cantidad de comida en cada plato que no habrá
suficiente para que lo probemos los dos.
Sean no pudo evitar reirse.
—Ilumíname, ¿qué es lo de los platos?
—Esto son tiras de calamar, esto ensaladilla de cangrejo y esto otro tipo
de pescado, que no me acuerdo cual es —dijo él señalando cada uno—. Me
dijiste que te gustaba más el pescado que la carne.
—Tienes buena memoria. Gracias. Todo tiene un aspecto delicioso.
—Espero que también te guste el sabor.
—Me va a gustar todo —dijo ella poniéndose la servilleta en el regazo
—. Háblame de tu cuñada. Las veces que la has mencionado me ha dado la
impresión de que te llevas muy bien con ella.
—Y no te equivocas.
—¿Cómo se llama?
—Theresa, pero la llamamos Tess. No sé si te lo había dicho, pero ella
no tenía dinero cuando conoció a mi hermano.
—Yo pensaba que los millonarios solo se casaban con mujeres ricas.
—Puede que algunos lo hagan, pero en mi grupo de amigos, los tres que
se han casado, incluyendo a mi hermano, lo han hecho con chicas sencillas.
—¿Quieres contarme sus historias y cómo se conocieron?
—Claro. Te van a parecer historias muy divertidas. Aunque te las
contaré a grandes rasgos, de lo contrario no tendría tiempo de terminarlas.
—Me parece bien.
—Empezaré por mi hermano y Tess.
—Vale. ¿Tienes una foto de ella?, así la imaginaré en la historia.
—Tengo un montón de fotos de las tres —dijo buscando en la galería del
móvil y mostrándole una de Tess con Delaney.
—Es guapísima. Tu hermano y ella hacen muy buena pareja.
—Sí.
—Bien, empieza.
—Todo comenzó porque mi madre estaba presionando a Delaney para
que se casara y formara una familia. Mi hermano tuvo una relación años
atrás y ella lo engañó con un amigo de la universidad que él le presentó.
—Menudo palo. ¿Cómo es posible que una mujer fuera capaz de engañar
a tu hermano? Es un bombón y, además, rico. Muchas matarían por salir
con alguien como él.
—Es posible. El caso es que Delaney cambió a partir de ese momento.
Estaba desengañado y se convirtió en un mujeriego. Salía con un montón de
mujeres, pero solo como desahogo físico. Ellas hacían algo por él y él por
ellas. Las llevaba a cenar y se veían unas cuantas veces, luego pasaba a otra.
—Supongo que no quería estar mucho tiempo con ellas para no
encariñarse.
—Sí, algo así. Mi madre insistía en que debía encontrar a una mujer y
formar una familia. Y puedo asegurarte que cuando mi madre quiere algo lo
consigue, es la mujer más tenaz y perseverante que conozco —dijo él
sonriendo—. Lo presionaba, una y otra vez, pero él pasaba de ella, porque
no tenía la más mínima de casarse. Así que se le ocurrió la brillante idea de
buscar a una mujer y ofrecerle un trato.
—¿Un trato?
—Sí. Delaney se había propuesto buscar a una mujer para casarse con
ella, durante un año. A cambió la compensaría. Ya sabes que es rico.
—¿Y qué pasaría al año?
—Que se divorciarían. Pero como ya se había casado, suponía que mi
madre no lo presionaría de nuevo.
—Tu hermano no me parece el tipo de hombre que se deja presionar,
sino todo lo contrario. Y por lo que me dices, es como si le tuviera miedo a
vuestra madre.
—Y le tiene miedo, al igual que yo.
—Eso no me lo creo —dijo ella riendo—. Bueno, dejaremos ese tema
para otro momento. Supongo que Tess se cruzó en su camino.
—Sí. Fue una coincidencia. La encontró en la cafetería de la librería
donde trabajaba ella.
—¿Tess era dependienta?
—Sí. Además trabajaba dos o tres días a la semana en un pub, cantando.
Y también escribía frases para una empresa, para cumpleaños, San Valentín,
ese tipo de cosas. Trabajaba muchísimo para ahorrar y poder montar una
librería, que era su ilusión.
—Y Tess aceptó el trato.
—No aceptó de la noche a la mañana, te lo aseguro, estuvo pensándolo
mucho tiempo. Pero se enamoró de Delaney y sabía que si no aceptaba lo
que él le ofrecía no volvería a verlo.
—¿Qué le ofreció Delaney a cambio?
—Le montaría una librería, que es lo que Tess quería; le compraría un
coche; un apartamento; un vestuario nada despreciable; le haría regalos,
como si realmente fuera su esposa; y le daría una tarjeta del banco para
comprar lo que quisiera. Y cuando se divorciaran se quedaría con todo,
excepto con la tarjeta del banco.
—Desde luego era una proposición nada despreciable, pero yo tampoco
habría aceptado, de no haber estado enamorada de él.
—Tess lo pasó muy mal desde que aceptó, porque habían acordado que
seguirían con sus vidas, como antes de conocerse, pero al estar enamorada
de él no llevaba muy bien eso de que Delaney saliera con mujeres y
apareciera en la prensa con ellas.
—Entonces, él siguió con su vida, al pie de la letra.
—Sí. No salía con Tess, ni siquiera la llevaba a cenar.
—No lo entiendo, no le habría costado nada comportarse como un
marido durante ese año. Y, sobre todo, podría haber sido discreto al salir
con otras mujeres durante ese tiempo.
—Sí. Yo no estaba muy contento con él por su comportamiento, me daba
mucha pena Tess. Esa fue la razón de que viera a mi cuñada más de lo
normal y nos hicimos muy buenos amigos.
—¿En el trato estaban incluidas las relaciones sexuales?
—No, las relaciones sexuales no estaban incluidas en el contrato.
—Había un contrato por medio.
—Cielo, mi hermano es muy rico y no es estúpido. Y Tess era una
desconocida.
—Claro, lo entiendo.
—Pero la química entre ellos era… No te lo puedes imaginar. Salían
chispas cuando estaban cerca. Delaney no quería reconocerlo, pero siempre
he pensado que se enamoró de ella desde el primer momento que la vio. El
caso es que decidieron acostarse solo una vez, para que, según él,
desapareciera esa atracción sexual que había entre ellos. Y a mi hermano se
le olvidó ponerse condón.
—¿Se le olvidó ponerse condón? ¿Eso se le olvida a los mujeriegos?
—Normalmente no, pero a él le sucedió. Delaney alucinó al saber que
Tess era virgen, porque ella no se lo había mencionado hasta poco antes de
que hicieran el amor.
—Vaya.
—Estaba loco por Tess. Yo creo que ese fue el motivo de que olvidara
usar condón. El caso es que se quedó embarazada. Delaney le había dicho
en varias ocasiones que no iba a casarse ni a tener hijos. Y ella se asustó por
si le quitaba el bebé, que ya había decidido que iba a tenerlo. Y preparó una
huida. Bueno, la preparamos entre sus amigos y yo.
—¿Traicionaste a tu hermano por Tess?
—En realidad no lo traicioné.
—Explícame eso.
—Tess despareció de la noche a la mañana, ayudada por el grupo de
amigos. Pero Delaney estaba al corriente de que yo sabía el paradero de
Tess, solo que no se lo dije. Movió cielo y tierra buscándola, pero no dio
con ella durante todo el embarazo. Aunque mi cuñada lo pasó muy mal,
porque le echaba de menos.
—¿Quién le dijo a Delaney que estaba embarazada? Apuesto a que no
fue ella.
—No, no fue ella. Fue por una simple casualidad. Fue divertido ver
cómo se volvía loco buscándola. Porque estaba locamente enamorado de
ella y también la echaba de menos.
—¿Y cómo terminaron juntos?
—El día del parto, que daría a luz en la casa donde vivía, Tess me llamó
para decirme que estaba sola. Carter estaba en el hospital, en el quirófano y
no tenía el móvil con él. Antes de ir a verla fui a recoger a mi hermano.
Sabía que la quería y no había vuelto a salir con mujeres desde que supo
que esperaba un hijo suyo. Lo llevé para que viera nacer a su bebé. Él fue
quien la asistió en el parto.
—¡Oh, Dios mío! Qué historia tan romántica.
—Sí lo fue —dijo Sean sonriendo.
Les habían llevado la cena hacía unos minutos, pero prácticamente
estaba sin tocar. Kate había estado inmersa en la historia. Entonces comió
un poco de pescado.
—¿Quién fue el siguiente de tus amigos que se casó?
—Nathan. Mi hermano y él son amigos desde la guardería. Son como
hermanos. Bueno, para mí también es como un hermano. Nathan también
era un mujeriego antes de casarse.
—¿Cómo se llama su mujer?
—Lauren.
—¿Su historia es también tan entrañable?
—Yo no la llamaría así, pero la forma en la que se conocieron fue muy
divertida.
—¿Me la cuentas rápidamente?
—Claro. ¿Quieres ver una foto de ella?
—Sí.
—Sean buscó una y le pasó el móvil para que la viera.
—Dios mío, es guapísima. ¿Tiene los ojos color violeta?
—Sí. Lauren tuvo una vida muy difícil y muy dura. Su madre era de una
buena familia y con dinero, pero se quedó embarazada y se marchó de casa
sin decirle nada a nadie. No sé la razón ni la vida que llevó, pero terminó
siendo una alcohólica y una drogadicta y, seguramente, esos vicios la
llevaron a la prostitución. Trató muy mal a Lauren, a causa de su adicción.
Vivían en una caravana, pero Lauren pasaba todo el tiempo que no estaba
en el colegio en un bosque que había alrededor. Prácticamente vivía allí.
Nunca había comida en casa, porque su madre empleaba el dinero en tabaco
y en sus vicios. Pasó hambre, frío y muchas necesidades. Cuando fue al
instituto buscó trabajo después de las clases, porque quería ahorrar dinero
para marcharse de casa. Quería irse lejos, para que su madre no la
encontrara.
Kate se emocionó pensando que ella también se había ido lejos para que
no la encontraran por lo que había hecho.
—El hermano del cocinero del restaurante donde trabajaba era capitán de
un barco de mercancías. El hombre estaba al corriente de la situación de
Lauren, que se había agravado cuando escuchó a un cliente de su madre que
le pagaría el doble de lo que le daba a ella, por acostarse con su hija. Lauren
decidió marcharse al día siguiente, porque su madre había aceptado el trato.
El cocinero la puso en contacto con su hermano y este la ayudó. La alojó en
el barco y la llevó al Reino Unido.
—¿La llevó a Europa?
—Sí.
—¿Cuántos años tenía?
—Si no me equivoco, quince.
—Pobre cría.
—Después de todo tuvo suerte. Por mediación del capitán conoció a
alguien que trabajaba en una mansión y consiguió trabajo para acompañar a
la propietaria, una señora mayor. Gracias a ella terminó el bachillerato. Un
par de años después se trasladó a París y trabajó de ayudante de cocina en
un restaurante.
—Vaya.
—Volvió aquí a los diecinueve años. Nada más llegar al aeropuerto le
robaron todo el dinero que llevaba. Todo lo que había ahorrado en los
cuatro años que había trabajado en Europa.
—Madre mía.
—Estuvo viviendo en la calle, hasta que se cruzó con alguien que la
ayudó.
—¿Una mujer?
—No. Un hombre. La encontró en el portal donde vivía y le ofreció su
casa.
—¿Y fue a vivir con él, sin conocerlo?
—Sí. En un principio pensaba quedarse unos días, pero estuvo con él
varios años. Estuvo trabajando por horas en un restaurante. El hombre era
ingeniero informático y la convenció para que estudiara informática en la
universidad a distancia, y así él la ayudaría.
—Está visto que aún quedan personas buenas. Nosotros somos dos de
ellas —dijo Kate sonriendo.
—Sí.
—¿Estás llegando a cuando conoció a Nathan?
—Sí. Lauren era muy inteligente, bueno, lo es. Es ingeniero informático
y ahora se dedica a diseñar juegos para las consolas y ordenadores.
—Vaya.
—Era tan inteligente que descubrió una forma para vivir en casas de
lujo, sin pagar nada.
—Eso es interesante.
—Y tanto que lo es. A través de Internet hacía un seguimiento a unas
cuantas personas millonarias y se informaba de absolutamente todo sobre
ellas. Y cuando esas personas se iban de viaje de negocios o por vacaciones
iba a vivir a su casa.
—Y supongo que ellos no lo sabían.
—Supones bien. Cuando ella se marchaba de las viviendas lo dejaba
todo, exactamente como lo había encontrado al llegar.
—No me digas que uno de esos millonarios era Nathan.
—Sí —dijo Sean riendo—. Él era uno de esos pardillos.
—¿Cómo fue? ¿Volvió y la encontró en su cocina preparándose la cena?
—dijo ella riendo.
—Eso no habría sido divertido. Nathan volvió de madrugada, agotado
del viaje desde Bali, y se metió en la cama. Lauren estaba durmiendo a su
lado.
—¡Oh, Dios mío! —dijo ella, antes de reírse.
—A todos nos pareció muy divertido. De hecho, estuvimos burlándonos
de él durante semanas.
—¿Y qué pasó?
—Ella logró escabullirse antes de que Nathan se diera cuenta. Pero, por
casualidades de la vida, nuestros caminos volvieron a cruzarse. Nathan no
la podía soportar, llegaba incluso a demostrar desprecio por ella, sin
importarle que tuvieran público. Pero no pudo evitar enamorarse de Lauren,
y ella de él, por supuesto.
—Por el amor de Dios, ¿a quién le suceden cosas como esas? Creía que
esas historias solo pasaban en las películas o en las novelas románticas.
—Pues ya ves que no. Lauren también era virgen.
—Supongo que el también se sorprendería, como tu hermano.
—Sí, no es normal encontrarse con vírgenes en estos tiempos. Termina
de comer, ya estará frío. ¿Quieres que pida que te lo calienten?
—No, no te preocupes —dijo ella terminando lo que le quedaba en el
plato—. Estaba muy bueno.
—¿Te has quedado con hambre?
—Comeré postre.
El camarero les retiró los platos y poco después les llevó la carta de
postres.
—Yo también soy virgen —dijo ella sin mirarlo, fingiendo interés por la
carta que tenía frente a ella.
—¿Cómo es posible? Tienes veintiséis años.
—El mes que viene cumpliré veintisiete.
—Todavía me lo pones mejor.
—Ya te dije que no me había acostado con el chico con quien salí hace
años.
—Pero pensé que habrías salido con otros, antes o después de él.
—Antes de él estaba muy ocupada con los estudios, y con el trabajo.
Mientras salí con él no estaba completamente segura de que quisiera perder
la virginidad. Y después de él estaba aún más ocupada, con el trabajo y con
mis hermanos. La verdad es que no he tenido tiempo para ponerme a pensar
en hombres.
El camarero se acercó de nuevo y pidieron los postres.
—Mi cuñada Tess tiene una teoría.
—¿Sobre qué?
—Sobre el grupo de amigos. Está convencida de que todos acabaremos
casados con mujeres vírgenes.
—Será duro para hombres como vosotros estar con una mujer virgen.
—¿Por qué duro?
—Bueno, parece ser que sois hombres diestros en la materia, y seguro
que las mujeres con las que salís también lo son. Y de pronto, tener que
hacer el amor con alguien que no tiene ninguna experiencia.
Les llevaron los postres y una copa de licor.
—Yo creo que a mi hermano le gustó enseñarle a Tess todo lo que había
aprendido con las mujeres.
—Si lo mirás así…
—Y te aseguro que Nathan piensa lo mismo. Me da la impresión de que
los dos están muy orgullosos de haber sido los primeros para ellas.
—Y, seguramente, están más orgullosos por haber sido los últimos.
—Sí, supongo que de eso también estarán orgullosos.
—Parecen muy posesivos con ellas.
—Y no te equivocas. Harían cualquier cosa por sus mujeres.
—Supongo que el otro hombre casado del grupo es Carter.
—Sí. Su mujer se llama Eleanor, pero todos la llamamos Ellie. Se
casaron dos veces.
—¿Se separaron y volvieron a casarse?
—No.
—¿Y entonces?
—La primera boda fue en marzo de este año. Estábamos en Las
Maldivas. Habíamos ido a celebrar el primer cumpleaños del hijo de
Delaney.
—¿Fuisteis a Las Maldivas a celebrar el cumpleaños de un niño de un
año? ¿Los millonarios sois así? ¿Os gastáis una fortuna en un bebé que no
va a enterarse de nada?
—Bueno, la isla es de Delaney y solemos ir todos un par de veces al año.
—¿Tu hermano tiene una isla?
—Sí. Y si vas a decir ahora que el vuelo también es caro, tienes que
saber que el avión era suyo.
—¿Tiene un avión?
— De hecho tiene dos y unos cuantos helicópteros.
—¡Dios bendito! ¿Se puede saber por qué me has traído a cenar? Tú y
tus amigos no tenéis nada que ver conmigo y mi sencilla vida.
—Me gusta tu vida sencilla. Y me gusta muchísimo estar contigo —dijo
con una sonrisa seductora.
—Vale, volvamos atrás. Hablábamos de Carter. Has dicho que se casó la
primera vez en la isla de tu hermano. ¡Demonios! ¿Quién tiene una isla?
Sean sonrió.
—Pues bien, se casaron en la isla, solo con el grupo de amigos. Y en
junio celebraron una boda formal con la familia, amigos y conocidos.
—La boda que celebraron en la isla con los amigos, no sería válida.
—Sí lo era, no para el estado, pero sí ante Dios. Los casó un sacerdote.
—Ah. Bueno, es cierto que no es normal casarse dos veces, pero
comparado con las historias de Delaney y Nathan, no veo que resalte
mucho.
—Eso es porque no sabes toda la historia —dijo buscando una foto de
Ellie para mostrársela—. Esta es Ellie.
—Una pelirroja muy guapa. Y el color de sus ojos es increíble.
—Sí. Carter y Ellie se conocieron en un campamento de verano cuando
eran unos críos. Se vieron en el campamento durante seis años y se hicieron
buenos amigos. Carter tenía diecisiete años el último año que fue al
campamento y Ellie quince. Y ese último verano hicieron el amor, por
primera vez, durante los dos meses que estuvieron juntos. Ellie estaba
enamorada de él desde que era una cría. Por cierto, Ellie también era virgen.
—Con quince años tiene sentido —dijo ella con una sonrisa divertida.
—Al finalizar ese verano, el día antes de marcharse del campamento,
Carter cortó con ella. Iba a empezar la universidad el mes siguiente y no
quería atarse a nadie, además, vivían lejos el uno del otro. Parece ser que
cortó con ella de manera muy brusca y nada delicada. Le dijo que tenía
planes de futuro, y le dejó claro que ella no estaba incluida en esos planes.
No volvieron a saber nada el uno del otro. Ella se casó con su amigo de toda
la vida, un chico de su pueblo, unos meses después de que Carter se
marchara.
—Pero… tenía quince años. ¿Por qué se casó?
—No seas impaciente, cielo. Déjame acabar.
—Vale.
—Catorce años después, Ellie se separó de su marido y se trasladó a
Nueva York, sin saber que Carter vivía aquí. Y un día se encontró con un
amigo de Carter, que precisamente ella había conocido en el campamento.
Fue otra de las casualidades de la vida. El caso es que él la introdujo en
nuestro grupo.
—¿También es amigo vuestro?
—Era amigo de Carter desde que eran pequeños. Cuando ambos estaban
estudiando conocieron a Tess, mi cuñada, que estudiaba en la misma
universidad e hicieron amistad. Y cuando ella se casó con mi hermano, los
dos pasaron a ser amigos nuestros.
—Y entonces, Carter y Ellie volvieron a encontrarse.
—Sí —dijo buscando una foto en el móvil de Carter con su hija y
enseñándosela—. Y Ellie tenía una hija.
—Pero…, esa niña es igual que Carter. ¡Oh, Dios mío! Ellie estaba
embarazada de Carter cuando cortó con ella.
—Sí.
—Pero has dicho que ella se casó.
—Peter, su exmarido es gay. Se casaron porque nadie sabía de su
condición sexual y no quería que se supiera por aquel entonces. Vivían en
un pueblo, y ya sabes cómo son los pueblos. Así que él le propuso que se
casaran, ella le ayudaría a él y Ellie tendría un padre para su hija. Pero no
tuvieron relaciones sexuales durante el matrimonio. Ni Ellie tuvo relaciones
con otro hombre durante el tiempo que estuvieron casados.
—¿Por qué no le dijo a Carter que estaba embarazada? Tenía derecho a
saber que tenía una hija.
—Puede que tengas razón. Pero Ellie estaba muy dolida. Estaba loca por
él desde que lo vio por primera vez en el campamento, siendo una cría. Al
saber que ella no se encontraba en el futuro que había planeado Carter,
pensó que si no quería tenerla a ella a su lado, tampoco querría tener a su
hija. Y tampoco quería desbaratar los planes de futuro que Carter había
hecho, sin ella.
—Supongo que no se puede pensar a la ligera en ciertas cosas. Puede
que yo también hubiera obrado de igual forma.
—El caso es que, aunque a Ellie le costó mucho volver a confiar en él, al
final se casaron. Se dieron cuenta de que nunca habían dejado de quererse.
—Entonces, Ellie era virgen cuando estuvo con él en el campamento,
pero no estuvo con ningún hombre después.
—Eso es.
—De manera que perdió la virginidad con él y, al igual que Tess y
Lauren, Carter fue el primero y el último para Ellie.
—Sí.
—Empiezo a pensar que Tess tiene razón en cuanto a la teoría de que
vais a casaros todos con vírgenes —dijo Kate sonriéndole—. Vas a tener
que enseñarle todo lo que sabes respecto al sexo a una chica virgen.
—No me importará, te lo aseguro. ¿Tienes prisa por volver a casa?
—Bradley está con los niños, así que no. Aunque tú tendrás que
levantarte temprano, y yo también.
—Vayamos al bar del restaurante a tomar una copa antes de volver a
casa.
—¿Puedo tomar un café con leche y un trozo de tarta en vez de la copa?
—Por supuesto. ¿Significa eso que te has quedado con hambre?
—Puede que los pobres comamos más que los ricos.
—Es posible —dijo él sonriendo.
—Y me gustaría tomar otro licor de este.
—Eso está hecho.
Capítulo 11
Sean y Kate se acomodaron en el sofá del acogedor salón del bar, que
estaba al otro lado del restaurante. Un camarero se acercó a ellos para tomar
nota de lo que querían.
—¿Sabes ya lo que quieres? —preguntó Sean.
—Sí. Tomaré un trozo de tarta de zanahoria, un café con leche y un licor
de canela.
—Mejor traiga la botella, por si le apetece otro —dijo Sean, pensando en
lo que le había dicho Bradley, que como no estaba acostumbrada a beber, el
tomar algunas copas ayudaría a que hablara.
—Muy bien. ¿Qué tomará usted, señor?
—Un whisky con hielo, por favor.
—¿Quieres emborracharme? —preguntó ella cuando el camarero se
retiró.
—Con ese licor es imposible que te emborraches. De todas formas, si
sucede, no tienes que preocuparte, porque te llevaré a casa y no me iré hasta
que estés dentro.
—Vale.
—Hemos hablado de mí y de mis amigos durante toda la cena.
—Me ha gustado conocer las historias de los tres casados. Son unas
historias preciosas y muy románticas.
—Sí, yo también lo pienso.
El camarero les llevó las bebidas. Poco después volvió y les dejó sobre la
mesa el resto de lo que habían pedido.
—He de reconocer que las suyas no son historias que suelan pasar
normalmente entre las parejas.
—No, desde luego que no lo son. Quiero preguntarte algo —dijo Sean
sirviéndole licor en la copa con hielo.
Sean cogió el vaso de whisky y lo levantó. Ella hizo lo mismo con su
copa.
—Por las vírgenes, que son difíciles de encontrar en estos tiempos —dijo
él rozando el vaso con la copa de ella y sonriéndole.
—Brindo por ello —dijo ella sonriendo también y bebiendo un sorbo—.
Me encanta este licor, está riquísimo.
—Pediré una botella para que te la lleves a casa.
—¡Ni se te ocurra! —dijo ella en voz baja—. Dios sabe lo que te
cobrarían aquí. Compraré una en el supermercado.
—De acuerdo.
Kate puso el azúcar en su café con leche, lo removió y tomó un pequeño
trago. Luego comenzó a comerse la tarta.
—Has dicho que querías preguntarme algo.
—Sí.
—Pues adelante. Te escucho.
—Desde la última vez que cenamos juntos, a finales del mes pasado, te
he notado diferente de las otras veces que nos hemos visto.
—¿Diferente? ¿en qué sentido? —dijo ella bebiéndose lo que le quedaba
en la copa, claramente intranquila.
—Bueno, tú no acostumbras a usar maquillaje y es fácil ver las suaves
sombras oscuras debajo de tus ojos. Y eso debe ser porque tienes algún
problema o porque no duermes bien, o al menos, no lo suficiente. Y cuando
uno tiene problemas para dormir es porque sucede algo.
—Vaya, eres muy observador —dijo ella mientras Sean le servía más
licor en la copa.
—Me gusta fijarme en las cosas que me importan, y tú me importas
mucho. Supongo que a estas altura ya me considerarás un amigo, ¿no?
—Por supuesto —dijo ella tomando el resto de café con leche.
—Quiero que sepas que puedes hablarme de lo que quieras. Sea lo que
sea.
—Lo sé.
—Y ello no afectará a nuestra amistad. Supongo que también lo sabes,
¿no?
—Sí.
—Y que los amigos no están solo para escuchar los pequeños problemas,
sino también los grandes.
—¿Crees que tengo un gran problema?
—Sí.
—¿Qué te hace pensar eso?
—Porque, después de la vida que has llevado, a alguien como tú, no le
quitaría el sueño un problema sin importancia.
Kate se tomó el resto de la tarta. Luego bebió un poco del licor. Y
suspiró.
—Es posible que tenga un problema, pero no es tan serio como crees, y
lo resolveré con el tiempo.
—Estoy dispuesto a escuchar cualquier cosa que quieras contarme.
—Apuesto a que muchas mujeres se morirían de ganas porque les dijeras
algo así. Pero Sean, yo no soy como las mujeres con las que sales. Y mis
problemas los resuelvo yo.
—Tengo muy claro que no eres como ellas. Y no tengo la menor duda de
que resolver los problemas lo haces muy bien. Pero, parece ser, que esta vez
tu método no está funcionando. Estás a punto de llorar. ¿No quieres probar
hablando conmigo? ¿No sueles confiar en los amigos?
—No tengo muchos amigos que digamos. Solo a ti y a Lucy.
—¿Desde cuándo la conoces?
—Desde que nos mudamos a vivir aquí. A veces mis hermanos y yo
íbamos a comer al restaurante de Max y ella ya era camarera allí. Aunque
no puedo considerarla una amiga a quien le cuento mis problemas. Ni
siquiera hemos salido juntas nunca. Estoy acostumbrada a solucionarlo todo
sola.
—A veces hay que apoyarse en los amigos. Y has dicho que me
consideras tu amigo —dijo él sonriéndole—. Yo te he hablado de cosas de
mi hermano, de mis padres y de mis amigos, cosas que nadie sabe. Si no
confiara en ti, te aseguro que no lo habría hecho. Podrías ir a la prensa con
toda esa información y sacarías un montón de pasta.
—¡No digas tonterías! ¿Por quién me has tomado? Yo jamás haría algo
así por dinero, y menos a ti —dijo ella ofendida.
—Sé que no lo harías.
Sean tomó un sorbo de su vaso y lo dejó sobre la mesa. Luego la miró.
Kate cogió su copa y bebió otro poco de licor. Sean se obligó a no sonreír al
ver que tenía la copa vacía de nuevo.
Cogió la botella para servirle.
—De acuerdo. He de admitir que tengo un problema. Hace unos días le
hablé a mi hermano de ello. Tan pronto lo hice me arrepentí de hacerlo,
pero no tuve elección. Era por la noche y volví a casa con la ropa sucia, el
pelo enredado y varios rasguños en la cara y en otras partes.
—¿El mismo rasguño que vi yo cuando nos vimos a finales del mes
pasado?
—Sí.
—Me dijiste que había sido con una rama de un árbol. ¿Te agredió
alguien? —preguntó preocupado.
—No, me lo hice yo sola, por estúpida. No creo que contarte eso sea la
mejor forma de empezar, porque no sabrías de qué hablo.
—Entonces, empieza por el principio, no tenemos prisa. Te escucho,
cariño.
—Antes de decirte nada, quiero que me des tu palabra de que todo lo que
voy a contarte quedará entre nosotros.
—Puedes contar con ella.
—Y quiero decirte también que, si decides no volver a verme después de
saberlo, lo entenderé y no te culparé de nada.
—De acuerdo. Aunque eso no va a suceder.
Kate volvió a beber otro trago y Sean le sirvió un poco más. Pero decidió
que esa sería la última vez que le rellenara la copa.
—Todo empezó a finales de septiembre del año pasado.
—¿Tienes un problema desde hace más de un año?
—Sí.
—Es mucho tiempo para tener un problema sin solucionar.
—Seguramente te avergonzarás de lo que hice.
—No suelo sorprenderme por las cosas que me cuentan mis amigos, y
menos aún avergonzarme de ellos. Adelante.
—En septiembre cogí dinero del cepillo de una iglesia —dijo ella
sacando la agenda del bolso y buscando la fecha.
Sean se quedó mirándola y pensando en lo que Logan les había contado
de la ladrona de su iglesia. No recordaba cuándo les había dicho que había
comenzado a llevarse dinero, pero sí recordaba cómo había descrito a la
ladrona. Y coincidía a la perfección con el aspecto de Kate.
—En esa ocasión me llevé ciento veinte dólares. Sucedió lo mismo en
octubre y en noviembre, que cogí ciento diez y ciento cuarenta dólares.
—¿Por qué cogiste dinero de la iglesia?
—Se me juntaron muchos pagos imprevistos: el aumento del alquiler;
me reventó una rueda del coche y tuve que cambiarlas todas para poder
pasar la revisión anual; se me rompió el coche una vez más; tuve que
comprar ropa para mis hermanos pequeños… Fuera por una cosa u otra,
siempre tenía atrasos en algún pago, y el casero no permitía atrasos. Me
pregunté si el universo no podría darme un respiro. En ningún momento
consideré que se tratara de un robo, porque pensaba devolverlo. ¿Te
avergüenzas de mí?
—Todavía no —dijo él sonriéndole.
—Entonces seguiré hablando hasta que lo consiga.
—Muy bien.
—Al día siguiente de coger el dinero volvía a la iglesia y dejaba una nota
en el cepillo con la cantidad que me había llevado el día anterior, para que
el encargado del cepillo lo supiera.
—¿Para que supiera qué?
—Para que supiera el dinero exacto que me había llevado.
—Vale.
—Dos días antes de Navidad fui otra vez y me llevé trescientos ochenta
dólares. No había podido comprar ningún regalo a mis hermanos y deseaba
hacerlo.
—¿Qué compraste para ti?
—¿Para mí?
—Sí, ¿qué regalo de Navidad compraste para ti?
—¿Crees que iba a coger dinero prestado para hacerme un regalo a mí
misma? Yo no necesitaba nada, pero ellos se merecían, al menos, un
pequeño regalo.
—¿Por qué no hablaste con alguien de la iglesia? Con el sacerdote, por
ejemplo.
—Me daba vergüenza. De todas formas, te hablaré de él en un momento
—dijo volviendo a comprobar algo en la agenda—. Al día siguiente volví a
la iglesia para dejar la nota de lo que me había llevado el día anterior y
alguien se acercó a hablar conmigo. Un hombre. Era la primera vez que lo
veía. Hablamos solo unos segundos, pero me asusté y salí corriendo.
Aunque he de admitir que ese hombre estaba bien, pero que muy bien —
dijo Kate, sonriéndole de forma traviesa.
Sean sabía que el alcohol empezaba a tener que ver con lo que decía.
Sonrió al verla beber de nuevo.
—Volví de nuevo a la iglesia a finales de enero de este año y me llevé
doscientos setenta y cinco dólares —dijo comprobándolo en la agenda—. Y
en febrero cogí ciento veinticinco más. El mes siguiente cobré la paga extra
del instituto y llevé a la iglesia un sobre con quinientos dólares, para pagar
parte del dinero que me había llevado durante los meses anteriores.
—¿Te sentiste mal en algún momento por llevarte ese dinero de la
iglesia?
—No, porque tenía la intención de devolverlo. Era muy tentador
disponer de ese dinero, sobre todo, cuando se acercaba la fecha de pagar el
alquiler. Así que volví por allí a final de cada mes y me llevé cantidades
pequeñas, excepto en julio, que cogí cuatrocientos ochenta y cinco dólares.
Cuando llegué a casa esa vez, saqué la cuenta y debía en la iglesia mil
setecientos setenta y cinco dólares.
—¿Se te complicaron más las cosas para necesitar todo ese dinero?
—La verdad es que sí. Mi hermano empezaría la universidad en unas
cuantas semanas, había crecido mucho recientemente y toda la ropa le
quedaba pequeña. Luego se rompió el termo, se rompió de nuevo el
coche… en fin, otra mala racha, a las que ya me estaba acostumbrando.
Sean la escuchaba atentamente, viendo cómo pasaba las páginas de la
agenda, como la persona organizada que sabía que era.
—El veintisiete de ese mes volví a la iglesia a dejar la nota de lo que
había cogido el día anterior. Pensaba largarme rápidamente, pero me
encontré de nuevo con el hombre que había visto las navidades pasadas.
—¿Te acordabas de él siete meses después?
—Sean, ese hombre es un monumento y no es fácil olvidarse de él. Tiene
la sonrisa más arrebatadora que he visto en mi vida, y cuando sonríe es
difícil apartar la mirada de él.
—Vale —dijo Sean preguntándose si estaría hablando de Logan. Porque
estaba completamente seguro de que Kate era la ladrona de la iglesia de su
amigo—. Sigue.
—Entonces no sabía quien era. Pero, desde luego, no era un hombre que
pasara desapercibido. Llegué a fantasear con él allí mismo, en la iglesia, ¿te
lo puedes creer?
Sean sonrió de nuevo. Si no le hubiera dado su palabra a Kate de que no
hablaría con nadie de ello, lo habría grabado para tenerlo en el futuro, por si
el hombre del que hablaba era Logan, y por si llegaba a haber algo entre
ellos dos, como pensaba su amiga Ellie.
—Entonces se presentó y me dio la mano. Y cuando nos la estrechamos
me quemaba.
—¿Por qué?
—¡Y yo qué sé! ¿Crees que es normal que una mano arda de calor
porque alguien te la estreche?
—No —dijo él riendo—. ¿Cómo se llama?
—Logan Hunter.
Ese era el momento para decirle que conocía a Logan, pero Sean no lo
hizo. Antes quería escuchar la historia, porque no sabía realmente cuál era
el problema que tenía Kate.
—Me dijo que era el sacerdote de la iglesia pero, por supuesto, no me lo
creí.
—¿Por qué?
—¿Por qué qué?
—Que porqué no creíste que era el sacerdote.
—Porque ese hombre es una maravilla, el sueño de cualquier mujer. Es
muy joven, alto y fibroso. Tiene unos ojos grises preciosos. Vestía vaquero
y camiseta. Te aseguro que no hay curas con ese aspecto.
—¿Los sacerdotes no pueden ser atractivos?
—Yo no he conocido a ninguno como él.
—Entonces, ese hombre estaba al corriente de que tú eras quien se
llevaba el dinero del cepillo de la iglesia.
—Sí. El caso es que pensé que era un tarado, uno de esos tíos que no
trabajan y que van a la iglesia a ligar.
—¿Hay personas que van a ligar a la iglesia?
—Hay gente muy rara. Ahora que lo pienso, creo que no fui muy amable
con él. Bueno, el caso es que me obligó a darle mi nombre. Me preocupé,
porque pensé que me denunciaría, pero dijo que no lo haría. Le dije que le
devolvería todo el dinero y me largué lo antes que pude.
—¿Le diste tu nombre?
—Sí.
Sean pensó que si Logan sabía el nombre de Kate, también sabría que
era la misma chica de la reforma que él había hecho, porque él le había
dicho como se llamaba a todos sus amigos. Se preguntó porqué Logan no lo
había mencionado en ningún momento.
—¿Volviste por la iglesia?
—Sí, un mes después. Fue el treinta y uno de agosto. Era el último día
que trabajé entre semana en el restaurante, porque al día siguiente
empezaba a ir al instituto. Mi hermano había estado trabajando como yo y
había ahorrado dinero. Pedí en el trabajo salir un poco antes.
—¿Para ir a la iglesia?
—Sí. Iba a dejar en el cepillo todo el dinero que debía. Además, había
echado de menos a Logan. La verdad es que me moría de ganar por verlo,
aunque no sabía si lo vería. Fui en autobús, porque ya había dejado el coche
en el taller para que el mecánico me lo vendiera. Cuando iba hacia la iglesia
caminando lo vi bajar de un coche muy elegante. Ese día no llevaba
vaquero. Llevaba un traje gris claro con una camisa blanca. ¡Dios! Le
sentaba de maravilla. Siempre lo había visto en la penumbra de la iglesia y
al verlo a plena luz del día… —dijo ella suspirando—. Se le veía alto,
fuerte y guapísimo. Llevaba desabrochados tres botones de la camisa y me
intranquilizaba, simplemente, con ver el trozo de piel que quedaba al
descubierto. Me gusta lo que siento cuando estoy cerca de él —dijo
sonriendo, antes de tomar otro sorbo del licor—. Cuando me vio y nos
miramos sucedió algo extraño.
—¿A qué te refieres con extraño?
—No lo sé. Si lo supiera no sería extraño, ¿no?
Sean sonrió.
—Fue algo que sentí, pero no puedo describirlo.
—Vale. Sigue.
—Tiene una voz preciosa, grave y sensual, que hace que se me erice el
vello cuando la escucho. No puedo mirarlo sin sentir que se me aflojen las
piernas y me tiemblen las manos.
—Parece que te gusta ese hombre.
—Cuando le miro esa boca tan seductora, no puedo pensar en nada que
no sea besarla.
Kate suspiró de nuevo y Sean volvió a sonreír.
Sean sabía que estaba haciendo mal, al no decirle que Logan era uno de
sus amigos. Y también sabía que ella se enfadaría, porque no se lo hubiera
dicho dicho tan pronto se enteró. Pero todavía no podía hacerlo.
—En fin. Le di el sobre con el dinero y se ofreció a que fuera a hablar
con él, si volvía a encontrarme en apuros. Estuvimos hablando unos
minutos. Me preguntó cómo abría el candado del cepillo y le dije que había
aprendido en un tutorial de YouTube.
Sean se rio.
—A Logan también le hizo gracia cuando se lo dije. Al reírse, sus
preciosos ojos se le iluminaron. Creo recordar que flirteé con él. Y no es
que lo haga a menudo, porque suelo ser tímida y me sonrojo. Pero con él,
no sé…
Kate tomó otro sorbo del licor.
—Es un hombre espectacular. Me ponía enferma tenerlo delante y ver
ese trozo de piel a través de la camisa y no poder tocarla. Puede que
habláramos de algo más, pero no podía concentrarme en lo que decíamos.
—¿Porque estabas pendiente de esa camisa abierta?
—Sí —dijo ella sonriendo—. Me invitó a ir a tomar un café, pero no
acepté. Tenía que volver a casa y, además, estaba tan nerviosa que la taza
me habría temblado en las manos. Pero le dije que me reservaría la
invitación para otro día. En algún momento vi algo en su mirada que hizo
que pensara que me deseaba. Aunque tampoco podría asegurarlo, porque ya
sabes que mi experiencia con los hombres es nula.
Sean sonreía escuchándola.
—El tres de septiembre fui a la iglesia con mi hermano Dexter.
Estábamos sentados en un banco y Logan se acercó a hablar conmigo. Tres
días después Logan fue a mi casa por la mañana, cuando yo estaba en el
instituto. Seguramente para no verme. Le dio a mi hermano Bradley un
cheque por la cantidad que yo le había devuelto, más los quinientos dólares
que le había pagado anteriormente.
—¿Te devolvió todo el dinero que habías cogido del cepillo?
—Sí.
—¿Por qué?
—Dexter le había preguntado en la iglesia cosas sobre el cepillo y para
qué empleaba el dinero que había en él. Logan le dijo que era para ayudar a
la gente necesitada. Y entonces mi hermano le dijo que yo había cogido el
dinero porque lo necesitaba y le preguntó que por qué tenía que haberlo
devuelto. Supongo que Logan pensó en ello cuando se quedó a solas. Me
habría gustado no aceptarlo, pero…
—Lo necesitabas —dijo él acabando la frase.
—Sí. No me vino nada mal. El día veintisiete de ese mismo mes volví a
a iglesia. Ya no tenía razón para ir, y me había prometido a mí misma que
no iría. Pero hacía casi un mes que no lo veía y lo echaba muchísimo de
menos. Sinceramente, no pude resistirme. Fui por la mañana, porque no
tenía clase en las dos últimas horas. Me quedé en un rincón de la iglesia.
Sabía que estaba apunto de empezar la misa. Estaba muy nerviosa,
simplemente, por la expectativa de volver a verlo. No quería que él me
viera, porque me sentía culpable de sentir lo que sentía por él. Seguí allí,
escondida en el rincón, escuchado esa voz con la que soñaba, y
preguntándome, una y otra vez, qué estaba haciendo.
Kate sacó un pañuelo de papel del bolso y se limpió las lágrimas.
—Si quieres nos vamos, no quiero que piensen que me has hecho daño
de alguna forma.
—No te preocupes por eso. Además, solo hay una pareja, y no está cerca
de nosotros. Continúa, por favor.
—Había intentado olvidarme de él, te lo aseguro, pero no lo había
conseguido. La verdad es que no sabía cómo hacerlo. Sabía que había
cometido otro error yendo a verlo, otra vez. Pensé en lo estúpida y patética
que era. Nadie se enamora de un sacerdote, y me preguntaba porqué me
había ocurrido a mí. Cuando la misa estaba a punto de terminar fui hacia la
puerta. Antes de abrir me volví a mirarlo por última vez, porque no pensaba
volver. Entonces me di cuenta de que, a pesar de la distancia, él me estaba
mirando, y salí de allí rápidamente. Unos días después volví a ir, también
estaba oficiando misa, pero esa vez no dejé que me viera.
—¿Fuiste más veces? —preguntó Sean sirviéndole licor en la copa,
porque le pareció que lo necesitaba.
—Sí —dijo secándose las lágrimas y tomando otro trago de licor—.
Volví por allí el día cinco del mes pasado. No podía dejar de pensar en él. Y
ya no era que quisiera verlo, es que necesitaba verlo. Me prometí mil veces
no volver por la iglesia, pero me he dado cuenta de que soy débil y no tengo
palabra.
—Podría pensar muchas cosas sobre ti, pero desde luego, que seas débil,
no es una de ellas. ¿Recuerdas la historia que te he contado de Lauren?
—Claro.
—Pues considero que eres tan fuerte como ella.
—Me gustaría creerlo.
—Sigue, cariño.
—Me senté en un banco. Poco después lo vi acercarse. Llevaba
vaqueros, un suéter y una cazadora. ¿Qué cura viste de esa forma? Solo le
faltaba salir y subirse a la moto.
Sean sonrió.
—Se sentó a mi lado en el banco y hablamos unos minutos. Le dije
claramente que estaba allí por él. Me dijo que no debía olvidar que era
sacerdote. La iglesia estaba casi vacía. Recuerdo que le di las gracias por el
dinero que me había llevado a casa y me dijo que si en alguna ocasión
necesitaba más, que se lo pidiera, en vez de cogerlo del cepillo. Me sentía
muy alterada y aturdida. Tal vez fuera la razón de que cometiera otro error.
Le acaricié la mandíbula, que estaba áspera por la barba. Esa noche no pude
dormir pensando en el tacto de su piel.
—¿Qué hizo él cuando lo acariciaste?
—Creo que se quedó paralizado, seguramente no esperaba que yo hiciera
algo así. Lo cierto es que me pareció que estaba asustado. No esperé a ver
lo que hizo a continuación. Me levanté y me fui.
Kate pasó varias hojas de la agenda.
—Seis días después, cuando fui a abrir la nevera de casa, vi una tarjeta
que se sostenía en la puerta con un imán. No recordaba haberla puesto allí.
La cogí y vi que era de él. Solo saber que era suya me alteró. Seguramente
Logan se la dio a mi hermano para que lo llamara si necesitábamos ayuda.
A esas alturas ya ni siquiera me acordaba de las promesas que me hacía a
mí misma de no volver a la iglesia o de olvidarme de él. Solo podía pensar
que tenía el número de su móvil. ¿Se puede ser más patética?
Sean sonrió.
—Mi hermano volvería del trabajo sobre las seis y media de la tarde y no
solía salir porque tenía que estudiar. No pude resistir la tentación y le envié
un mensaje.
—¿Le enviaste un mensaje a tu hermano?
—No. A Logan.
—Vale.
—Me arrepentí tan pronto pulsé la tecla de enviar. Le pedí ir a tomar un
café en una cafetería cercana a la iglesia. Le dije que si no quería ir lo
entendería. Pensé que ni siquiera se molestaría en contestar. Pero sí lo hizo.
Me dijo: Allí estaré.
Kate tomó otro sorbo de su bebida.
—Llegué antes de tiempo. Estaba muy intranquila y pensé en
marcharme, varias veces. Pero me quedé allí, diciéndome que no era una
cobarde. Él entró en la cafetería con puntualidad británica. Y estaba más
atractivo que nunca. Parecía un modelo de esos que salen en los anuncios
de televisión, aunque, ahora que lo pienso, no he visto a ninguno tan
atractivo como él. Bueno, dejándote a un lado a ti y a tus amigos.
—Gracias.
—Se sentó frente a mí. Nunca lo había visto tan serio. Me quedé en
blanco, sin saber qué decir. Pero él tenía un discurso preparado y fue quien
habló. Sabía exactamente lo que quería decirme. Me dijo que había una
atracción muy fuerte entre nosotros y que, de vez en cuando, a los
sacerdotes les sucedía con alguna mujer, pero que se les pasaba pronto. Me
dijo que no era la primera y que no sería la última, y que las tentaciones
siempre estaban ahí. Me dijo que no me confundiera, que él no sentía nada
por mí y nunca lo haría. Y que sentía una atracción muy grande por mí,
desde que me había visto por primera vez, nada menos que desde hacía un
año, pero que me olvidaría rápidamente. Eso me pareció que no tenía
sentido. ¿Me deseaba desde hacía un año, pero que me olvidaría
rápidamente? ¿Tú le ves algún sentido?
—La verdad es que no.
—Volví a decirle que me gustaba. No sé cómo pude ser tan estúpida.
Estuve dándole conversación, pero no sirvió de nada. Él había dicho todo lo
que tenía que decir y parecía muy convencido de sus palabras. Bueno, aún
le quedaba algo que decir. Me dijo que no volviera por su iglesia y que me
olvidara de que tenía su teléfono. Salimos a la calle y al decirle que había
ido en autobús, me dijo que él me acercaría a casa. Le dije que si seguía un
minuto más con él me pondría a llorar. Así que me marché. Y lo hice
caminando. Pensé que me despejaría un poco con el fresco de la noche,
porque no dejaba de llorar. Y te aseguro que tuve tiempo, porque su iglesia
no está cerca de casa.
Kate sacó otro pañuelo del bolso y se secó las lágrimas.
—Para un día que me maquillo, seguro que parezco un oso panda.
—Te equivocas. La máscara de pestañas debe ser muy buena, porque no
se te ha corrido.
—Es waterproof.
—Eso lo aclara todo —dijo Sean sonriendo—. Dime que no volviste a ir
a la iglesia, o intentaste verlo, o llamarlo.
—No puedo decírtelo. Pero, aguanté dieciséis días sin hacer nada al
respecto. Bueno, sí hice algo. Rompí la tarjeta suya que seguía en la puerta
de la nevera. De ninguna manera iba a pedirle ayuda a ese hombre. Y lo
bloqueé en mi móvil. ¡Cómo si él fuera a acosarme con llamadas! —dijo
ella sonriendo.
Sean volvió a reírse.
—Me di cuenta de que no tengo orgullo, ni principios. Soy cualquier
cosa, lo peor.
—No hables así de ti, por favor. Parece que quedar con él para tomar
café fue lo peor que hiciste —dijo él sonriendo—. Eso, si es lo último que
hiciste.
—No es lo último que hice. He caído tan bajo que no creo que pueda
volver a levantarme. Y no creo que vaya a volver por la iglesia nunca más.
—¿Segura?
—Eso espero. Porque siento vergüenza de mí misma.
—Cuéntame el resto.
—El día veintisiete del mes pasado hice lo peor. Eso sí fue lo peor, te lo
aseguro. Cometí la tontería y la insensatez más grande que nadie pueda
cometer.
—Me estás asustando.
—Y no es para menos, lo que hice da miedo. Fui a la iglesia por la tarde,
aparqué el coche y esperé a que él saliera. Y entonces lo seguí hasta su casa.
—¿Hablas en serio?
—Completamente. Me sentí como una acosadora. Dejé el coche alejado
de su casa y volví hasta allí caminando. Pensé en la forma de entrar en la
propiedad.
—No me lo puedo creer.
—Pues es totalmente cierto. No pensé que podría hacer algo tan bajo.
Ahora soy una acosadora y una mirona, además de una estúpida imbécil.
—Desde luego, si alguien hubiera oído todos las definiciones que te has
dedicado a ti misma desde que estamos aquí, no tendría muy buena opinión
de ti.
—Y tendría razón. Ni yo misma tengo buena opinión de mí. Pensé que
me conocía a mí misma, pero estaba equivocada. Soy una mala persona.
—No digas eso. Cuéntame lo que hiciste.
—Esto va a ser lo definitivo para que no quieras volver a verme.
—Ya veremos.
—Bien. Lo primero que hice fue pensar que si Logan tenía perro, me
destrozaría en unos segundos.
—¿Por qué pensaste eso?
—Porque salté la valla y me metí en su propiedad. Y no creas que fue
fácil, porque había unos setos muy altos y muy espesos detrás de la verja.
Así fue como me hice los rasguños y me manché la ropa.
—Vaya.
—Cuando estuve dentro de la propiedad me quedé quieta, esperando.
—¿Esperando qué?
—Supongo que a que llegara el perro para atacarme. Pero no había
perro. Su casa es enorme e impresionante. Caminé hasta la ventana que
estaba iluminada, que era la cocina.
Kate le contó lo que sucedió a continuación.
—¿Te subiste a un árbol?
—Sí, y me costó lo mío, no creas.
—¿Para qué te subiste al árbol?
—Para ver dónde estaba Logan.
—¿Y lo viste?
—Sí, acababa de salir por una puerta y solo llevaba una toalla en las
caderas.
—¿Era su habitación?
—Supongo que sí. No me quedé para contemplar la estancia. Pensé que
me había pasado y que ya no solo había entrado en su propiedad, sino que
estaba violando su intimidad. En ese momento me sentí muy culpable y
bajé rápidamente del árbol. Luego volví a verlo en la cocina mientras
cenaba, más tarde lo vi en el despacho, y a continuación en el salón.
—¿Te arrepientes de haberlo visto desnudo?
—No estaba del todo desnudo. Pero no me arrepiento.
—Lo imaginaba.
—Cuando volví a casa, mi hermano estaba levantado y tuve que
contárselo, porque mi aspecto no era el normal. Y ya puestos, se lo conté
todo. De eso hace dos semanas.
—¿Lo has vuelto a ver?
—No. Y no creo que lo haga.
—A lo mejor coincidís en algún sitio.
—Sean, estamos en Nueva York, ¿crees que es posible que dos personas
se encuentren por la calle?
—Es improbable, pero no imposible. Y las coincidencias existen. Por
todo lo que me has contado, deduzco que estás enamorada de ese hombre.
—¿Si a estas alturas te dijera que no estoy enamorada, me creerías?
—No —dijo él sonriendo—. A veces el destino hace que nos crucemos
con personas con el único propósito de que avancemos y descubramos lo
que queremos y necesitamos.
—¿Para que avancemos y descubramos? ¿Cómo podría avanzar si él no
siente lo mismo que yo y me ha prohibido que vaya a su iglesia? Tengo que
superar lo que siento por él. El problema es que, el amor no es algo de lo
que uno pueda desprenderse cuando quiere, y no sé cómo solucionar este
problema que me acucia y no permite que duerma.
—No todo lo relacionado con el amor es malo.
—El amor es una mierda.
—Puede que tengas razón —dijo él riendo—. ¿Qué vas a hacer?
—No tengo ni idea. Pensé que al contártelo se te ocurriría algo para
ayudarme.
—Pues no se me ocurre nada.
—En ese caso, ha sido una gran idea hablar contigo.
—Te dije que me hablaras de ello con la mejor intención —dijo él
sonriendo por sus palabras—. A veces, cuando tienes un problema, es mejor
compartirlo. ¿No te sientes mejor por habérmelo contado?
—Es posible.
—¿Te arrepientes de habérmelo contado?
—Claro que no. La diferencia es que ahora, en vez de saberlo dos
personas, lo sabemos tres.
Sean se rio.
—A veces tenemos que aceptar lo que nos da la vida. Y en muchas
ocasiones no es lo que esperábamos o deseábamos.
—Seguramente lo dices por tu experiencia, ¿no? Como has pasado tantas
necesidades.
—Bueno, yo he tenido suerte, he de reconocerlo —dijo él sonriendo de
nuevo.
—¿Sabes? Me gustaría olvidarme por un tiempo de todo, de mis
hermanos, de los trabajos, del dinero y de los problemas.
—Podrías irte de viaje.
—¿Lo dices tú, incluso debiéndote un pastón?
—¿Crees que voy a tener problemas para llegar a final de mes porque tú
me debas algún dinero?
—Por supuesto que no. Pero yo no podría irme de vacaciones debiendo
dinero. Y, de todas formas, aunque no te debiera dinero, no podría irme así
como así. Mis hermanos me necesitan.
—También tienes que pensar en ti.
—Llevo tanto tiempo sin pensar en mí, que ya no sé cómo hacerlo.
—Yo podría ayudarte. Podría ir a vivir a tu casa mientras tú estás de
viaje. O mejor aún, podría llevarme a tus hermanos a mi casa. Va una
señora a limpiar un día a la semana, pero pudo decirle que vaya todos los
días,y que cocine y cuide de ellos.
Kate comenzó a llorar.
—¿Por qué lloras ahora?
—Porque sé que lo que has dicho de cuidar a mis hermanos, lo dices de
verdad.
—Por supuesto que lo digo de verdad.
—Eres un cielo, Sean.
—No creo que esa palabra me defina.
—Yo creo que sí. No sé porqué estoy tan sensible y emotiva, yo no
acostumbro a llorar. Si no fuera porque estoy segura de que soy virgen,
pensaría que podría estar embarazada. Tengo entendido que es un síntoma
de las embarazadas.
Sean se rio.
—Yo puedo dar fe de ello.
—No me hace falta ir de viaje. Me siento feliz cuando llego cada tarde a
mi preciosa casa. Y también cuando veo a mis hermanos. Pero, solo por
imaginar, me gustaría disfrutar durante un par de semanas con sesiones de
sexo de cinco estrellas y olvidarme de mi vida.
Sean no pudo evitar reírse de nuevo.
—¿Y con quién imaginas que pasarías esas dos semanas? ¿Tal vez con
un cura?
—¿Con un cura? ¿Tú estás loco? ¿No has oído que he dicho sexo de
cinco estrellas? Un sacerdote no sabría ni por donde empezar. Lo que
necesitaría es un hombre con mucha experiencia.
—¿Cómo sabes que ese hombre no tiene experiencia? Puede que saliera
con chicas antes de ser sacerdote —dijo Sean, que tenía entendido que
Logan era un auténtico rompe corazones en la universidad.
—No lo creo. Cuando uno quiere ser sacerdote o monja, lleva una vida
tranquila y sin sobresaltos, y supongo que pensar en su vocación no le
dejaría tiempo para dedicarse a las chicas.
—Por cómo me has hablado de él, no parece que siga el patrón ese de
abstinencia que has insinuado.
—Es cierto que su aspecto y su forma de comportarse, y de mirarme, no
son las de un sacerdote. De todas formas, como solo estoy imaginando,
también puedo fantasear con que él sea un amante fuera de serie.
—Sí, siempre hay que imaginar a lo grande —dijo él sonriendo.
—Cuando te conocí me pregunté por qué no me sentía atraída por ti.
Eres un hombre increíblemente atractivo y, sin haberlo visto, apostaría a
que tienes un cuerpo espectacular. Y volví a pensarlo cuando fuiste a mi
casa con tu hermano y vuestros amigos. Todos sois hombres diez. Bueno,
Logan también lo es. Pero, ¿no te parece extraño que sienta esto solo por
él? ¿por un maldito sacerdote?
—Es muy halagador lo que has dicho sobre mí. Supongo que la
respuesta es que el amor es impredecible. Nunca puedes saber de quien te
vas a enamorar.
—Sí, como te he dicho, el amor es una mierda. ¿No tienes ningún
consejo, por pequeño que sea, que puedas darme respecto a mi situación?
—Yo no me he enamorado nunca, pero sí puedo decirte que el día que
me enamore de una mujer, no la dejaré escapar, por muchos obstáculos que
encuentre en el camino.
—¿Aunque ella te diga que no siente nada por ti y nunca lo sentirá?
—Sí.
—No creo que seas de los hombres que llama una segunda vez a una
puerta, que le han cerrado en las narices.
—Puede que tengas razón. De hecho, ninguna mujer me ha rechazado
hasta el momento.
—Y encima, arrogante y engreído. Aunque las dos palabras te sientan
bien.
Sean le sonrió.
—Lo que quiero decir es que no deberías rendirte demasiado pronto. Por
lo que me has comentado, lo que sientes por ese hombre es muy fuerte.
—¿Y qué me aconsejas? ¿qué vaya a la iglesia de nuevo y vuelva a
humillarme ante él?
—No tengo ni idea, cielo, pero creo que eres muy creativa y algo se te
ocurrirá.
—Estoy segura de que si Logan vuelve a verme llamará a la policía.
—Yo no lo creo. Es más, apostaría a que a ese hombre le gustas. Si
insistes un poco más, puede que no lo soporte y lo admita.
—Sí, seguro que sí.
—Espero que me cuentes los siguientes pasos.
—Lo haré. Sean, es tarde y tenemos que levantarnos temprano.
—Sí, vámonos.
Sean pagó la cuenta y se levantaron. Él la ayudó a ponerse el abrigo.
—Creo que he bebido más de la cuenta, me siento un poco mareada.
—No te preocupes, yo te sujetaré.
Cuando salieron a la calle Sean le rodeó los hombros y ella la cintura. De
pronto vieron el resplandor de la luz cegadora.
—¡Mierda! —dijo Sean.
—¿Qué ha sido eso? —preguntó Kate.
—No sé si te hará mucha gracia, pero vamos a salir en alguna revista.
—¿Qué?
—Lo siento, cariño, a veces me pasa. No sé como se enteran, puede que
algún empleado del restaurante les haya llamado, o puede que un cliente.
¿Crees que te perjudicará en algo?
—¿Salir en una revista con un tío guapísimo? Seguro que no —dijo ella
dedicándole una radiante sonrisa.
Kate entró rápidamente en el coche cuando él le abrió la puerta.
Capítulo 12
Sean había ido a jugar el partido de baloncesto con sus amigos, como
siempre. Intentaba no mostrarse diferente con Logan, después de lo que
sabía de su relación con Kate. Nadie le había preguntado nada sobre Kate,
pero sabía que eso cambiaría cuando se reunieran más tarde con las mujeres
y con sus padres en casa de Carter. Esas mujeres querían estar al corriente
de todo lo que les sucedía a cada uno de ellos. En un principio había
pensado llamar y decirles que no podía ir a comer, excusándose con
cualquier cosa. Pero eso solo serviría para retrasar lo inevitable.
Poco después de que los hombres llegaran, las tres chicas y Louise
estaban interrogando a Logan, porque últimamente lo veían muy apagado, y
querían saber qué le sucedía.
Sean estuvo entretenido con sus sobrinos y los hijos de sus otros amigos,
y pensando que tal vez a las chicas se les había olvidado interesarse por su
cena con Kate. Pero cuando se sentaron a comer, a su cuñada Tess le faltó
tiempo para preguntarle.
—Kate y tú habéis salido muy guapos en las fotos de una revista —dijo
Tess—. Hacéis muy buena pareja.
—No las he visto, pero Kate me llamó para decírmerlo —dijo Sean—.
Una compañera suya del instituto las vio. No le ha hecho mucha gracia
haber salido en una revista.
—Hacía mucho tiempo que tú tampoco salías —dijo Lauren.
—Porque soy muy discreto.
—Yo estoy de acuerdo en que hacéis muy buena pareja —dijo Louise.
—No te entusiasmes, mamá. Te aseguro que no me importaría salir con
esa chica, pero eso no va a suceder.
—En la foto se os ve muy acaramelados. Ya se preguntan si Kate es tu
siguiente ligue, o algo más —dijo Tess.
—Precisamente tú deberías saber que las fotos de las revistas nunca
tienen nada que ver con lo que escriben de ellas.
—Tienes razón.
—Pero teníais una mirada cómplice y estabais tan cerca el uno del otro
—dijo Lauren.
—Eso tiene una explicación. Kate no está acostumbrada a beber y se
sentía un poco mareada, por eso la sujetaba por los hombros cuando salimos
del restaurante.
—¿Has descubierto algo sobre el problema de Kate? —preguntó Tess.
—Algo no, lo he averiguado todo.
—¿Y es un problema tan serio como su hermano te dijo? —preguntó
Lauren.
—No es tan serio como me esperaba. Supongo que para un adolescente
los problemas son mayores.
—¿De qué se trata? —preguntó Ellie.
—Sé que no os va a gustar mi respuesta, pero no puedo hablaros de ello.
—¿Qué? —dijo Tess.
—¿Por qué? —preguntaron las otras dos al mismo tiempo.
—Porque antes de empezar a hablarme de ello, Kate me pidió que fuera
algo confidencial. Y le di mi palabra de que quedaría entre nosotros.
—¡Pero eso no es justo! —dijo Lauren—. Nos encargamos de comprar
los muebles de su casa y decorarla.
—E hicisteis un trabajo fantástico. A Kate le encanta la casa.
—Pero queremos ayudarla —dijo Tess.
—¿Os parece poca ayuda que vayamos a pagar toda la reforma, que
hayamos comprado los muebles y vosotras os hayáis encargado de la
decoración? —preguntó Carter.
—Pero queríamos ayudarla con su problema —dijo Ellie.
—Esa chica no os necesita para solucionar el problema que tiene. En
realidad, el problema se resolverá solo con el tiempo —dijo Sean.
—¿Vas a ayudarla tú? —preguntó Logan.
De haber sabido que Sean estaba al corriente de lo que pasaba entre él y
Kate, Logan no habría abierto la boca.
—¿Por qué lo preguntas? —preguntó Sean al sacerdote.
—Por si ella no puede solucionarlo sola.
—Logan, te aseguro que lo solucionará —dijo Sean mirándolo y
sonriéndole—. De todas formas, me ocuparé de mantenerme al corriente de
lo que suceda y tendrá mi apoyo en todo momento.
—Es un fastidio que no podamos ayudarla, pero al menos te tiene a ti —
dijo Tess a su cuñado.
—Sean, ¿por qué no la traes un día y nos la presentas? Así podríamos
hablar con ella. A veces es bueno comentar los problemas entre mujeres —
dijo Ellie.
—No creo que esté interesada.
—¿Por qué? ¿Te ha dicho que no quiere conocernos? A lo mejor piensa
que somos unas snobs? —preguntó Tess.
—No, nada de eso. Les he hablado de pasada de vosotras y sabe que no
sois así.
—Entonces, ¿cuál es el problema? —preguntó Lauren.
—Nuestros maridos nos han hablado muy bien de ella, y también de sus
hermanos —dijo Ellie.
—A Kate también le impresionaron ellos. Pero no creo que sea buena
idea que os conozca. Es cierto que es una chica sencilla, pero tiene su
orgullo, y también agallas —dijo pensando en cómo había actuado con
Logan—. Y me gusta tenerla como amiga. Si llegarais a conocerla, tarde o
temprano se enteraría de que estamos ayudándola con la reforma. Aunque,
en realidad, no hemos hecho nada todavía
—Pues entonces, dejemos que te pague cada mes lo que pueda y nos
olvidaremos de la ayuda que pensábamos ofrecerle —dijo Tess.
—Yo pienso como Sean —dijo Logan.
—¿Sobre qué? —preguntó Tess.
—Que no es buena idea que nos conozca.
—¿Por qué? No lo entiendo. A todos os cae genial. Bueno, tú no la
conoces —le dijo Tess a Logan—, y es amiga de Sean.
Sean miraba a Logan, esperando para ver por dónde salía. Sabía que su
amigo querría evitar por todos los medios que ella viera a Logan, con ellos.
Aunque él también pensó que tendría problemas con Kate, por haberle
ocultado que Logan era uno de sus amigos.
—Las mujeres que se han unido al grupo ha sido porque existía alguna
relación personal con alguno de vosotros.
—Ryan y Jules no —dijo Lauren.
—He dicho mujeres —dijo Logan.
—¿Qué importa que sean hombres o mujeres? —dijo Ellie.
—Yo no estoy de acuerdo —dijo Logan.
—¿Por algo en especial? —preguntó Louise.
—Ya somos más que suficientes en el grupo. Si seguimos ampliándolo,
ni siquiera podremos ir a la casa de Carter de las montañas, por falta de
espacio.
—¿Has olvidado que Sean reformó mi casa hace unos meses? —dijo
Carter.
—Ahora tiene tres dormitorios y tres baños más, y no habría problema
—dijo Ellie, su mujer.
—¿Y habéis olvidado que esa chica no va sola?
—En eso tiene razón Logan —dijo Delaney—. Esa chica necesitará, al
menos, dos habitaciones si viniera con nosotros.
—No entiendo que no quieras que sea amiga nuestra —dijo Tess—.
Siempre has sido el primero en querer ayudar a todos los que se encuentran
en apuros. ¿Por qué no te cae bien esa chica?
—No puedo saber si me cae bien o no, porque no la conozco.
—¿Y no crees que estaría bien que le dieras una oportunidad para
conocerla? —preguntó Nathan—. A mí me cayó muy bien.
—Haced lo que querías —dijo el cura.
—Ya os dije que le pasaba algo —dijo Tess.
—Yo también creo que tiene algún problema —dijo Louise—. Logan,
desde hace un tiempo estás como ausente. Me atrevería a decir que estás
triste. ¿Por qué no nos cuentas que te sucede?
—No me pasa nada. Puede que esté cansado.
—Pues entonces, descansa. Todos sabemos que pasas muchas horas en la
escuela con todos esos adolescentes. Y también en la iglesia —dijo Louise.
—No olvides que esa escuela es de todos nosotros, si la ayuda que tienes
no es suficiente, buscaremos a alguien más—dijo Patrick.
—Lo sé. Después de comer voy a ir a casa de mis padres, y me quedaré
con ellos hasta el lunes.
—Una buena decisión. Estar con ellos te sentará bien —dijo Louise.
Kate le había dicho a su hermano que había hablado con Sean sobre
Logan y que todo estaba bien, aunque no fuera cierto, porque nada estaba
bien. Pero no quería que se preocupara por ella.
Estaba en la cama, haciendo la croqueta sobre el colchón, y sin poder
conciliar el sueño. ¿Cómo podría dormir con lo que había pasado esa misma
tarde en la iglesia?, pensó dando vueltas para un lado y otro.
No se sentía culpable por haberse enamorado de él, le echaba la culpa a
su corazón. ¿Cómo iba ella a saber que tenía un corazón tan imprudente?
¿Cómo se le había ocurrido enamorarse de ese hombre, que era el menos
indicado que podría haber encontrado? Además de no sentir nada por ella,
jamás pensaría en ella del modo que ella pensaba en él. Estaba tan lejos de
ese hombre como de Saturno. De pronto pensó que, aunque por un milagro
de todos los santos de la iglesia, Logan llegara a sentir algo por ella, no
sería más que deseo.
¿Cómo iba a cargar un hombre con ella y sus tres hermanos? Si fuera
rica, puede que encontrara a alguien interesado, pero tenía que trabajar los
siete días de la semana para poder llegar a final de mes y para pagar la
cantidad astronómica de dinero que debía de la reforma de la casa. Una casa
que ni siquiera era suya.
Cogió un pañuelo de papel de la mesita de noche y se secó las lágrimas,
pensando que se convertiría en una solterona y viviría sola con su hermano
Dexter, porque los otros se casarían y tendrían una familia.
Logan había llegado a su casa hacía un buen rato, pero no tenía ganas de
cenar. No podía dejar de pensar en la forma que Kate lo había mirado. Se
sentó en el sofá del salón con un vaso y una botella de whisky. Hacía
muchos años que no se había emborrachado, pero pensó que ese era un
buen momento para hacerlo. Recordó la última vez que había bebido más
de la cuenta, fue cuando estaba en la universidad, cuando era joven y
estúpido. Ahora era un adulto, pero igual de estúpido, o más.
Se levantó con el vaso en la mano y caminó hasta quedar frente a la
ventana. Miró a través del cristal y suspiró profundamente. Su estado de
ánimo era tan deprimente como la fría lluvia de invierno que estaba
cayendo y azotaba las ventanas. La tormenta rugía en el exterior. Los
truenos retumbaban en la casa y la luz de los relámpagos hacía que el salón
se iluminara. El corazón le palpitaba con fuerza por el temor y la
intranquilidad.
Sean llamó a Kate dos días después para invitarla a cenar. A ella le
extrañó porque, normalmente se veían los viernes, y era miércoles.
—¿Por qué no vienes tú a casa?
—Porque si salimos a cenar no tendrás que cocinar para dos más.
—Es que es mi cumpleaños y siempre lo paso con mis hermanos.
—Entonces no se hable más. Pero no prepares nada, yo llevaré la cena y
el postre.
—No hace falta que traigas nada.
—Insisto. Felicidades, cariño.
—Gracias.
—¿A qué hora quieres que vaya?
—No muy tarde porque mañana hay colegio.
—¿Te parece bien sobre las ocho menos cuarto?
—Perfecto. Y Sean, no se te ocurra ponerte traje.
—Muy bien. Hasta luego, cielo.
Cuando colgó Kate sonrió, pensando que ese hombre la llamaba cielo,
como Logan.
Kate se quedó maravillada con la cena que llevó Sean. Era digna de
reyes.
—Meteré el postre en la nevera —dijo Sean.
—Eso es mucho postre —dijo Kate viendo la caja blanca de corcho que
había sacado de una bolsa, y otra más pequeña.
—Cariño, es tu cumpleaños.
—La caja grande no será una tarta, ¿verdad?
—No me digas que ya tenías la tarta.
—No, solo compro algunos pasteles en los cumpleaños de los pequeños.
En el cumpleaños de Bradley había tarta porque era el primer cumpleaños
que celebrábamos con más gente. Nunca he tenido dinero para derrochar.
—Pues este año tendrás una tarta.
—Es maravilloso tener un amigo millonario —dijo ella sonriéndole.
—Se la encargué ayer a Ellie, la mujer e Carter, que es repostera.
—¿Ha preparado una tarta especialmente para mí?
—Sí, y me ha pedido que te felicite.
—Ahora me siento culpable por no haber invitado a tus amigos.
—No te preocupes, no son amigos tuyos, sino conocidos.
—Si no fuera porque es tarde los invitaría, aunque solo fuese para tomar
un café y una copa de champán con la tarta.
—Pues te aseguro que estarían encantados, sobre todo, nuestras tres
amigas. Sus maridos y yo les hemos hablado de ti y tienen muchas ganas de
conocerte.
—En ese caso, llámalos. Si aceptan venir iré al supermercado y
compraré unas botellas del champán más caro que tengan.
—De acuerdo —dijo Sean sonriendo al escuchar lo último de la frase.
Marcó el número de su cuñada—. Y no hace falta que vayas al
supermercado.
—Pero…
—Hola, Sean.
—Hola, Tess. ¿Estáis en casa?
—Sí, estamos a punto de cenar. ¿Quieres venir? Pensaba que habías
quedado con Kate. ¿No es su cumpleaños?
—Sí, estoy en su casa. Nosotros también vamos a cenar. Es que le he
dicho que Ellie había preparado la tarta para ella y se siente culpable por no
haberos invitado. Me ha pedido que os llamara para invitaros a un café y a
un trozo de tarta después de cenar. Quería ir a comprar unas botellas de
champán, pero le he dicho que no hacía falta, que vosotros las traeríais.
Espera que se lo pregunte —dijo Sean, aunque Tess no le había dicho nada
—. Mi cuñada dice que mis padres están en su casa y van a cenar con ellos,
¿te importa que vengan también?
—Por supuesto que no —dijo Kate.
—Tess, que vengan mis padres también.
—Vale —dijo su cuñada sonriendo—. Espero que ahora cuando los
llame estén en su casa.
—Y llama al resto del grupo.
—De acuerdo.
—Otra cosa, Tess. Vamos todos en vaquero.
—Estupendo, así no tendré que arreglarme. Y a Delaney no le haría
mucha gracia ponerse traje, porque acaba de sacarse uno.
—Si mi hermano no se acuerda de la dirección que me lo diga y le envío
la ubicación.
—Vale, estaremos allí en una hora más o menos.
—Perfecto, hasta luego.
Tess empezó a llamar por teléfono nada más colgar. Los primeros fueron
sus suegros que, por suerte, estaban en casa. Louise se alegró de ir a casa de
esa chica porque tenía ganas de conocerla, después de todo lo que había
dicho Sean de ella. Ellie también estuvo encantada de ir a conocerla, al
igual que Lauren. Ryan no podía asistir porque estaba de guardia en el
hospital. Y Jules había quedado con alguien para cenar. Por último llamó a
Logan.
—Hola, Tess.
—Hola, Logan. ¿Estás en casa?
—Sí.
—Estupendo. Kate nos ha invitado a tomar algo en su casa después de
cenar y vamos a ir todos.
—¿Por qué os ha invitado? No os conoce.
—Quiere que vayamos, precisamente para conocernos. Tú también estás
invitado. Todavía no la conoces y hoy es su cumpleaños. Es el día perfecto
para que la conozcamos todos.
—Agradezco que me hayas llamado, pero tengo un montón de papeleo
que necesito revisar esta noche sin falta.
—Puedes hacerlo cuando vuelvas.
—Es que, además, no me encuentro muy bien.
—¿Qué te pasa?
—Creo que tengo gripe.
—En ese caso mejor que no nos acompañes.
—¿Van a ir todos?
—Ryan y Jules no.
—Otro día la conoceré. Ya me contaréis cómo ha ido.
—Vale. ¿Vas a quedarte mañana en casa acostado?
—No, tengo muchas cosas que hacer.
—Que te mejores. Si necesitas algo, llámame.
—Gracias, cariño.
Logan soltó una maldición nada más colgar. De haber sabido que era el
cumpleaños de Kate le habría comprado algo, pensó. Y nada más pensarlo,
maldijo de nuevo. ¿Por qué iba a comprarle un regalo de cumpleaños? No
era su novia, se dijo. Y pensar que nunca sería su novia todavía lo cabreó
más. Le fastidiaba que todos sus amigos fueran a ir a su casa y apagara las
velas en su compañía. Pensó que esa chica se merecía tener amigos como
ellos, que estarían a su lado si se le presentara alguna adversidad. Decidió
que tenía que hablar con todos cuanto antes, porque no quería perderse
momentos como el de esa noche. La había visto dos días atrás y no le había
mencionado que era su cumpleaños. Y ahora se preguntó por qué había
invitado a los amigos de Sean y no a él. No habría aceptado, por supuesto,
pero le dolía que no lo hubiera hecho.
La cabeza de Logan era un caos. Se dio cuenta de que su vida, su futuro
y su cordura, estaban en manos de esa chica. Rezaba para que ella no
descubriera jamás el poder que tenía sobre él, de lo contrario, estaría a su
merced.
Capítulo 14
Kate se sentía un poco intranquila por la visita que esperaban. Ya habían
terminado de cenar la exquisita cena que Sean había llevado. Bradley y
Sean recogieron la mesa y Kate fregó los platos. Luego puso sobre la mesa
del comedor uno de los preciosos manteles que Sean había comprado para
la casa.
Cuando llamaron a la puerta Kate se tensó.
—Te acompañaré a abrir —dijo Sean.
Fueron los dos hacia la puerta y él abrió. Kate se sorprendió de nuevo al
ver a esos hombres guapísimos y tan altos. Y a esas mujeres preciosas.
—Hola, pasad, por favor —dijo Kate haciéndose a un lado.
Las tres chicas entraron en la casa. Delaney, Nathan y Carter entraron
detrás de ellas y felicitaron a Kate, dándole un beso en la mejilla. Nathan
cerró la puerta.
—Kate, quiero presentarte a mi cuñada, Tess. Y a nuestras amigas, Ellie,
que es la mujer de Carter y a Lauren, la de Nathan. Chicas, ella es Kate —
dijo Sean.
—Mucho gusto en conoceros a las tres. Sean me ha hablado de todos
vosotros —dijo Kate.
—A nosotros también nos ha hablado mucho de ti. Me alegro de
conocerte —dijo Tess besándola.
—Teníamos muchas ganas de verte —dijo Lauren—. Sean no parecía
que tuviese mucho interés en que te conociéramos.
—Parecía que quería reservarte para él —añadió Ellie—. Me alegro de
conocerte, al fin.
—Y yo a vosotras. Muchas gracias por la tarta. Sean no me ha dejado
verla, pero me ha dicho que haces unas tartas preciosas y deliciosas.
—Gracias, Sean.
—De nada, cielo.
Tess le dio a Sean la bolsa con las botellas de champán y él las llevó a la
cocina para meterlas en la nevera.
—Hemos llamado al resto de los amigos, pero uno de ellos estaba de
guardia en el hospital, otro tenía una cena y el último estaba enfermo —dijo
Carter.
Sean dio gracias porque no dijera el nombre de Logan.
—Espero que no sea nada grave —dijo Kate.
—No, nada serio, un simple resfriado.
—¿Mis padres no han venido? —preguntó Sean a Tess.
—Tu padre ha recibido una llamada cuando hemos llegado y ha
preferido contestar en el coche. Vendrán enseguida.
Nada más terminar de decirlo llamaron a la puerta y Sean abrió. Saludó a
sus padres con un beso y cerró la puerta.
—Mamá, papá, ella es Kate. Kate, ellos son mis padres, Louise y
Patrick.
Ahora comprendía de dónde venía la belleza de los hermanos Stanford,
pensó Kate. Su padre era tan alto como ellos y era guapísimo. Tenía canas
en las sienes, lo que le añadía atractivo. Y la madre era una mujer preciosa
y elegante.
—Es un placer conocerlos.
—Te aseguro que el placer es nuestro —dijo Louise besándola—. Sean
nos ha hablado mucho de ti.
—Espero que bien.
—Puedes estar segura de ello —dijo Patrick besándola—. Parece que
sois buenos amigos.
—Sin lugar a dudas. Tengo mucho que agradecerle a su hijo.
—No me hables de usted.
—Y a mí tampoco —dijo Louise.
—De acuerdo. Pasad, por favor.
Se adentraron todos en el salón. Kate les presentó a sus hermanos.
Bradley era casi tan alto como todos ellos y se sintió orgullosa de él.
—Kate, ¿te importa que les enseñe la casa a mis padres y a las chicas?
—preguntó Sean.
—Por supuesto que no, adelante. Aunque no sé si las habitaciones de los
niños estarán ordenadas.
Pero las habitaciones estaban impecables. A todos les encantó la casa,
aunque las mujeres ya la habían visto.
—Sean es un genio. No tuve que decirle lo que quería, él se ocupó de
todo, y nos encanta.
—Sí, tengo entendido que mi hijo es muy bueno en lo que hace —dijo
patrick.
—Desde luego que lo es. Ha hecho mucho por nosotros. Sin él no
tendríamos esta casa. Y encima, me ha dejado pagar la reforma poco a
poco. Eso no lo hubiera hecho nadie. Es un hombre excepcional.
—Sí, lo es —dijo Louise orgullosa de su hijo.
—Si no os importa, apagaré las velas antes de nada para que mis
hermanos se acuesten. Mañana hay colegio y tienen que levantarse
temprano.
—Claro —dijo Louise—. Vamos a la cocina, te ayudaremos.
Entre todas prepararon los platos y los cubiertos para la tarta y la pala
para cortarla.
—Ellie, saca la tarta a la mesa, por favor —dijo Louise.
—Vale.
—Espero que mi hermano pequeño no diga nada fuera de lugar —dijo
Kate mirando hacia el salón donde estaban sus tres hermanos, con Delaney
y su padre.
—No te preocupes, todos estamos al corriente de su enfermedad —dijo
Lauren.
Cuando estuvo todo sobre la mesa, Kate les pidió que se acercaran. Ella
cogió a su hermano pequeño de los hombros y lo colocó junto a ella de pie
frente a la mesa. Y entonces miró la tarta. Y no pudo evitar que los ojos se
le empañaran por las lágrimas.
—¿Estás bien, cariño? —le preguntó Sean al verla emocionada.
—Sí, es solo que…
—Es que no ha tenido una tarta de cumpleaños desde que era
adolescente —dijo Bradley, terminando la frase por ella y rodeándole los
hombros con el brazo.
—Lo siento. Es una tarta preciosa, Ellie. Muchas gracias.
—Hay veintisiete velas —dijo Dexter—. Charity nació el quince de
diciembre de mil novecientos noventa y cuatro, en Belford, es una pequeña
población de New jersey.
—Lo siento —dijo Kate disculpándose con todos por la información que
les daba su hermano.
—No hace falta que te disculpes —dijo Delaney—. A mí me tiene
fascinado tu hermano.
—¿Preparada, cielo? —dijo Nathan cuando Sean y él terminaron de
encender las velas.
—Sí. La tarta está preciosa con las velas.
—Yo creo que las velas son la decoración más bonita para las tartas de
cumpleaños. —dijo Ellie.
—Dices eso porque no tienes muchos años —dijo Patrick.
—Cuantas más velas, más bonita estará la tarta —dijo Kate sonriéndole
al hombre.
De pronto empezaron a cantar el cumpleaños feliz y Kate volvió a
emocionarse.
—Pide un deseo, cariño —dijo Patrick.
Kate cerró los ojos. Luego sopló las velas, mientras un par de lágrimas
resbalaban por sus mejillas. Se las limpió con las manos para que nadie se
diera cuenta, pero no tuvo suerte.
—¿Has pedido un deseo? —preguntó Sean.
—Sí —dijo ella dedicándole una tierna sonrisa.
—Hora de irse a la cama —dijo Dexter—. Me tienes que leer cinco
páginas del libro. Vamos por la página doscientos setenta y nueve.
—Ellie nos ha regalado esta tarta preciosa, y seguro que querrás probarla
—dijo Kate.
—Hora de irse a la cama —repitió el pequeño.
—Vale, cariño. Ve lavándote los dientes y ponte el pijama, yo iré
enseguida —dijo Kate.
El niño caminó hacia el baño y desapareció.
—Lo siento —dijo Kate.
—¿Quieres que lo acueste yo? —preguntó Bradley.
—Sabes que estará repitiendo que tengo que leerle cinco páginas hasta
que yo vaya. ¿Os importa que os deje diez minutos?
—Por supuesto que no —dijo Louise.
—Mientras te ocupas de él prepararé el café —dijo Bradley.
—Y cortaremos la tarta y la serviremos en los platos —dijo Ellie.
—Tómate el tiempo que necesites —dijo Tess.
Kate regresó quince minutos después.
—Dexter no nos ha dado tiempo a darte los regalos después de que
apagaras las velas —dijo Lauren.
—No hacía falta que me comprarais nada. Ya me habéis regalado la
tarta, y habéis traído el champán.
—Sin regalos no sería un cumpleaños —dijo Sean.
—¿Y dónde los habéis comprado? Porque cuando Sean ha llamado a
Tess las tiendas ya estarían cerradas.
—Hemos ido todos a una joyería donde mi marido suele comprar.
Delaney ha llamado al dueño y nos ha esperado —dijo Tess.
—¿Me habéis comprado un regalo en una joyería?
—Hemos comprado uno cada matrimonio —dijo Delaney.
—Será mejor que Taylor y yo te demos el nuestro primero —dijo
Bradley—. Apuesto a que el de ellos es mucho más caro.
Taylor le dio la bolsa de una tienda en la que había tres paquetes
envueltos con papel de regalo. Kate sacó uno de ellos y lo abrió. Se quedó
mirando el vestido y luego miró a sus hermanos.
—Es el vestido que me probé cuando elegiste el negro —le dijo a su
hermano levantando la prenda.
—No teníamos dinero para comprar los dos, pero este también te
quedaba genial —dijo Bradley—. Le dije a la dueña que me lo guardara.
Fui a recogerlo hace unos días, cuando terminé de pagarlo.
—Me encanta —dijo ella nuevamente emocionada y abrazando a sus
hermanos—. Muchas gracias.
—Me gusta porque es del color de tus ojos —dijo Taylor.
—Es precioso —dijo Lauren tocándolo—. Es de seda.
—¿Qué me habéis comprado más? —preguntó sacando otro de los
paquetes.
—Lo necesario para ponerte el vestido. Nos ayudó a elegirlos la dueña
de la tienda —dijo Taylor.
—Nos dijo que puedes cambiar lo que no te guste —añadió Bradley.
Kate lo abrió. Eran unos zapatos del mismo tono que el vestido. Luego
abrió el otro y vio un bolso a juego. Y Kate estaba de nuevo a punto de
llorar.
—¿Ves como hice bien en hacer grande tu armario? —dijo Sean—. Poco
a poco irás llenándolo.
—Sí. A mi hermano le ha dado por comprarme ropa últimamente.
—Ya era hora, hacía años que no te comprabas nada —dijo la niña a su
hermana.
Kate abrazó muy fuerte a sus hermanos.
—Comamos la tarta, así mi hermana podrá acostarse —dijo Kate.
—No voy a acostarme sin ver los otros regalos —dijo Taylor.
—De acuerdo —dijo su hermana.
Las mujeres se sentaron a la mesa. Sean se acercó a la chimenea y puso
unos troncos en el fuego. Luego tomaron el café y comieron la tarta.
—La tarta, además de preciosa, está riquísima —dijo Kate.
—Gracias —dijo Ellie.
Dejaron los regalos sobre la mesa frente a Kate. Y ella empezó a
abrirlos. El primero fue el de Sean. Y se quedó de piedra al verlo. Era un
juego de pulsera, pendientes y gargantilla de diamantes. Las piedras no eran
grandes, seguramente, porque sabía que Kate era una mujer sencilla y que
nunca llevaba joyas, pero eran una maravilla.
—No llores todavía —dijo Tess al verla emocionada—. Debes esperar a
abrir todos los regalos, de lo contrario llorarás muchas veces.
—De acuerdo. Gracias, Sean —dijo abrazándolo.
Cada matrimonio le había regalado joyas, pero todas eran muy sencillas,
aunque de gran valor.
—¿Puedo llorar ya? —preguntó Kate mirando a Tess, y después de abrir
el último regalo y agradecérselo a Lauren y a Nathan.
—Respira, cielo. Se supone que tienes que respirar —dijo Sean
abrazándola mientras sollozaba.
—No voy a olvidar este día en mi vida —dijo Kate secándose las
lágrimas—. Ha sido genial.
Taylor les dio a todos las buenas noches y se fue a su habitación. Y poco
después Bradley también se despidió, porque tenía que terminar un trabajo
para la universidad.
Hablaron de todo un poco, sentados alrededor de la mesa del comedor.
Tomaron otro café y champán.
—Cuando os marchéis os lleváis las botellas de champán.
—Las dejaremos aquí para cuando volvamos —dijo Delaney.
—De acuerdo —dijo ella.
—¿Qué planes tenéis tus hermanos y tú para las fiestas? —preguntó
Tess.
—¿Planes?
—Sí, ya sabes. Para la comida de Navidad y fin de año.
—Siempre lo pasamos juntos en casa.
—¿No coméis con la familia el día de Navidad? —preguntó Lauren.
—No tenemos familia.
—Si no tenéis familia, ¿por qué no venís a comer con nosotros? —
preguntó Louise—. Tess tampoco tiene familia y vendrán a comer, como
cada año. Así podréis conocer a nuestros nietos.
—Es una gran idea —dijo Patrick.
—No sé… Somos cuatro personas. Puede que no tengáis tanto espacio.
—Mi madre ha tenido una idea estupenda —dijo Sean—. No sé cómo no
se me ha ocurrido antes a mí.
—Y no te preocupes por el espacio, hay de sobra para todos —dijo Tess.
—Es que ya sabéis que mi hermano…
—Tu hermano estará perfectamente, nos ocuparemos de ello —dijo
Delaney.
—Va a ser estupendo— dijo Patrick.
—Tenéis que ir a media mañana, porque siempre nos damos los regalos
después de desayunar —dijo Louise.
—A nosotros no hace falta que nos compréis nada.
—Cariño, si estáis en casa el día de Navidad, recibiréis regalos, como
todos —dijo Patrick.
—Pero no te preocupes, suelen ser cosas sencillas —añadió Louise.
—Sí, supongo que como los regalos que me habéis dado hace unos
minutos. Sean, hazte a la idea de que este mes no te voy a pagar nada de la
reforma, porque yo también tendré que comprar regalos para todos.
—No hay problema, cariño.
—Kate, tú no tienes que comprar nada a nadie —dijo Louise.
—Si vamos a tu casa en Navidad, llevaremos regalos —dijo Kate.
—De acuerdo, pero nada de mucho valor, ¿de acuerdo?
—No podría comprar cosas de valor, aunque quisiera.
—El día de Navidad cae sábado. ¿Por qué no venís el día anterior y
cenáis con nosotros? Siempre hacemos una cena especial en Nochebuena. Y
podéis pasar la noche en casa, tenemos habitaciones de sobra.
—Te lo agradezco mucho, Louise, pero con mi hermano es un poco
complicado. Cambiar de rutina lo altera mucho.
—¿Crees que tendrá problemas por pasar con nosotros el día de
Navidad? —preguntó Patrick.
—Le compraré un puzle y un libro de pasatiempos para que esté
entretenido. Aunque seguro que me exige comer a la una, es la hora a la que
comen en el colegio.
—No te preocupes, nos apañaremos —dijo Louise.
—Además, tendremos que acostumbrarnos todos a estar juntos, incluido
Dexter. Parece ser que vamos a vernos en muchas ocasiones más —dijo
Carter.
—Entonces, ¿contamos con vosotros?
—Sí. Pero si hay problemas con mi hermano nos marcharemos.
—No va a haber ningún problema —dijo Sean—. Dexter ya nos conoce
a todos.
—Gracias por invitarnos.
Kate agradeció que fueran las once de la noche cuando se marcharon,
porque así Sean se marchó con ellos por ser muy tarde. No quería que le
preguntara si había visto de nuevo a Logan. Pero antes de marcharse, Sean
le preguntó a Kate si quería que fueran el siguiente sábado a comprar los
regalos de Navidad. Y ella aceptó. Prefería ir con él, porque no tenía idea de
qué comprar a su familia.
Sean fue el sábado siguiente a desayunar con sus amigos y con Eve, la
hija de Carter. Luego jugaron el partido de balón cesto con los adolescentes
de la escuela, como hacían cada sábado. Y cuando terminaron fueron a casa
de Delaney a comer, donde se reunían ese día el grupo de amigos.
Mientras comían, estuvieron hablando de los planes que tenía cada uno
de ellos para las fiestas. Nada más terminar de comer, Sean dijo que tenía
que marcharse, porque había quedado con Kate para comprar los regalos de
Navidad. Sus amigos empezaron a bromear con él, insinuando que había
algo más que amistad entre ellos.
Logan estaba bastante molesto porque Louise hubiera invitado a Kate y a
sus hermanos a comer con ellos el día de Navidad. Aunque en realidad no
estaba molesto, estaba celoso de que pudieran disfrutar de su compañía y él
no. Y aún le cabreaba más que Sean hubiera quedado con Kate para ir de
compras. ¿Desde cuándo le gustaba a Sean ir de compras con? Siempre que
tenía que comprar algo se lo encargaba a su madre o a alguna de sus
amigas. Empezó a pensar que tal vez Sean estuviera interesado en ella,
aunque siempre lo hubiera negado. Sabía que se veían casi todas las
semanas para cenar en casa de Kate o en algún restaurante. Y eso lo llevó a
recordar las fotos que había visto de ellos dos en una revista, y le pareció
que estaban muy pegados y se miraban sonriendo. Y había tenido que
soportar escucharlos hablar sobre la velada tan agradable que habían pasado
en casa de Kate el día de su cumpleaños.
Kate llamó a Logan el día veintitrés, cuatro días después de que se vieran
por última vez. Quería proponerle ir a tomar algo, pero él no contestó. Al
día siguiente era Nochebuena y lo llamó de nuevo, pero tampoco contestó.
Entonces le envió un mensaje, pero no obtuvo respuesta. Le parecía extraño
que no contestara. Entonces se le pasó por la cabeza que él se hubiera
arrepentido de todo lo que había pasado entre ellos y no quisiera volver a
verla.
Sean recogió a Kate y a sus hermanos al día siguiente, que era Navidad,
a las diez de la mañana para llevarlos a casa de sus padres. Ella y Bradley se
quedaron fascinados con la mansión de los Stanford. Era una construcción
impresionante.
Kate llevaba el vestido azul que se había puesto la última vez que había
visto a Logan, y Sean la encontró preciosa. Sacaron las bolsas de los regalos
del coche y entraron en la casa.
El interior también era una maravilla. El árbol de Navidad que había en
el salón tendría más de cuatro metros de altura y estaba adornado con un
gusto exquisito. Sonrió al pensar que ellos nunca habían tenido en casa un
árbol de Navidad, porque siempre había habido algo más importante en qué
gastar el dinero.
Pasaron un día fantástico. Sean no la había engañado y los regalos que
les hicieron a los cuatro fueron sencillos, aunque habían sido cuantiosos.
Habían recibido más regalos ese día que en toda su vida.
Patrick y sus hijos estaban fascinados, viendo lo rápido que funcionaba
el cerebro de Dexter, haciendo puzles o cualquier pasatiempo de los que
todos le habían regalado. Kate casi se puso a llorar cuando vio el perfume
de Chanel, porque no había tenido un perfume desde que era adolescente,
aunque, desde luego, no tan caro.
Kate le puso la comida en la mesa a su hermano Dexter, cuando empezó
a decirle que era la hora de comer. Después de terminar lo sentó en un
rincón del comedor y le dio el libro de historia, que le había regalado Tess
ese día, y un cuaderno de pasatiempos.
Kate se dio cuenta de cuánto le gustaban los niños. Estaba entusiasmada
con los dos hijos de Delaney y Tess.
Sean los llevó a casa a media tarde, porque Bradley había quedado con
sus amigos para ir a dar una vuelta. Kate y los dos pequeños se quedaron en
casa y ella aprovechó para llamar a sus conocidos para felicitarlos. Volvió a
llamar a Logan, porque deseaba felicitarlo también, pero esa vez tampoco le
contestó. Así y todo le envió un mensaje felicitándole las fiestas. Mensaje
que tampoco contestó. De hecho, Kate había comprobado en el móvil que
ni siquiera había leído ninguno de los anteriores WhatsApps que le había
enviado.
Cuando falleció el padre de Logan todos los amigos decidieron que ese
año no irían a la cabaña de Carter para disfrutar de la nieve y de los últimos
días del año. El día de Nochevieja era el cumpleaños de Logan y siempre lo
celebraban juntos. Pero Logan insistió en que tenían que ir, porque solo
iban una vez al año y hacía mucho tiempo que todos lo esperaban. Y les
dijo que ese año no se sentía con ánimos de celebrar su cumpleaños.
Sean recogió a kate y a sus hermanos al día siguiente a las siete de la
mañana. Se reunieron con el grupo de amigos en casa de Delaney y salieron
todos juntos.
El trayecto fue largo pero, como les había dicho Sean, merecía la pena,
porque el paisaje era una auténtica maravilla. Después de dos paradas para
que los niños hicieran pis y estiraran las piernas, llegaron a la propiedad de
Carter.
Cuando bajaron del coche, Kate y sus hermanos no podían creer que
estuvieran en un lugar como ese. La casa era una preciosidad. Estaba
rodeada de bosque y todo estaba blanco por la nieve. Parecía una postal
navideña.
Estaban pasando unos días fantásticos, disfrutando de la impresionante
casa, que Sean había ampliado, a petición de Carter, y ahora era enorme.
Estaban disfrutando de unas comidas exquisitas, de manos de Lauren,
que era una excelente cocinera, aunque Kate y Tess la habían ayudado, y
también Bradley. Los dulces que Ellie preparaba para el desayuno y para
tomar con el café eran una delicia.
Bradley aprovechó el tiempo que estuvieron allí para hablar con Sean de
su trabajo. El arquitecto le explicó cómo habían sido sus principios, el
miedo que había sentido, pensando que tal vez no fuera tan bueno como
creía, le habló de su forma de trabajar, y de lo importante que era ser
honesto con los clientes, en cuanto a dinero y a cumplir las fechas de los
contratos. A Sean le gustaba hablar con él y el chico retenía en su mente
cada palabra y cada consejo que salía de sus labios, porque no todos tenían
la oportunidad de escuchar los consejos de un arquitecto tan importante
como él. Y Sean le dijo que si necesitaba hablar de chicas o de cualquier
otra cosa, que siempre estaría disponible para él, cosa que Bradley
agradeció.
Nadie mencionó en ningún momento a Logan, aunque pensaban todos en
él, ya que era la primera vez que no les acompañaba.
Disfrutaron de largos paseos cuando el sol calentaba, se deslizaron con
los trineos por las pendientes, hicieron guerras con bolas de nieve, y
disfrutaron, incluso, de una gran nevada que cayó el último día del año.
Pero sobre todo, Kate disfrutó de la compañía de sus nuevos amigos,
porque ya los consideraba sus amigos. Además, había encajado
perfectamente con las mujeres del grupo.
Kate podría decir, sin lugar a dudas, que esa había sido la mejor semana
de su vida y en la de sus hermanos.
Sean se sentía cada vez más culpable por ocultarle a Kate lo de Logan
porque, a pesar de que parecía contenta y estaba disfrutando mucho con su
estancia allí, sabía que estaba sufriendo al pensar que él la había
abandonado.
Era el primer día del año. Después de la nevada del día anterior
amaneció un día esplendoroso. Los hombres habían quitado la nieve de los
alrededores de la casa antes de desayunar. Después del desayuno, Sean no
pudo soportarlo más y le pidió a Kate que le acompañara a dar un paseo.
—Pareces preocupado —dijo Kate cuando salieron al exterior muy
abrigados.
—Estoy muy preocupado.
—¿Qué pasa?
—Estoy preocupado por lo que hay entre tú y yo. Puede que cuando te
diga lo que ocurre ya no quieras volver a verme.
—Vaya. ¿Cuántas veces te he dicho yo esas palabras? —dijo ella
sonriendo.
—Algunas, pero me temo que esta vez sea verdad.
—No te preocupes, te debo mucho dinero y voy a verte muchas veces
para pagarte. Y puedo asegurarte de que lo que hay entre tú y yo no va a
cambiar, me digas lo que me digas.
—De acuerdo. ¿Cómo estás?
—Estoy perfectamente, ¿acaso se me ve alicaída?
—La verdad es que no. Cuando te recogí en tu casa para venir aquí sí te
vi triste, pero estos días te han sentado bien.
—¿Eso es lo que tenías que decirme?
—No.
—Espero que no tengas que pedirme que te pague el total de la reforma.
—No, no tiene nada que ver con el trabajo ni con el dinero.
—¿Y entonces? Sean, me estás asustando, no estoy acostumbrada a verte
tan serio. Di lo que tengas que decir.
—Hay algo que me preocupa desde hace tiempo.
—Si puedo ayudarte a que tu preocupación se desvanezca, estaré
encantada de hacerlo.
—Estoy seguro de que cuando lo sepas no vas a querer saber más de mí.
—No digas tonterías, eso no va a pasar.
—Eso espero.
—Sean somos amigos. Y no olvides que te he confesado mis
vergonzosos secretos. No te habrás enamorado locamente de mi, ¿verdad?
Todavía no me he olvidado de Logan.
—No, no van por ahí los tiros.
—¿Es porque has comentado con alguien lo que te conté de manera
confidencial? —preguntó Kate.
—Por supuesto que no.
—Bueno, no me tengas en ascuas, suéltalo.
—¿Me prometes que no te enfadarás?
—No puedo prometértelo, sin saber de qué se trata. Pero no creo que la
sangre llegue al río, me importas demasiado.
—Tú también a mí, y no quiero perderte.
—No vas a perderme. Y no te preocupes porque, aunque me hagas
cabrear, te pagaré lo que te debo.
—Si supiera que olvidando tu deuda no te enfadarías, la daría por pagada
en este momento.
—Ya debe ser algo serio, con el dineral que te debo. Venga, no le des
más vueltas.
—De acuerdo. Te he estado mintiendo desde hace algún tiempo. Bueno,
en realidad no es que te haya mentido, porque no te he dicho ninguna
mentira, pero te he ocultado algo desde la primera vez que me hablaste de
tu problema.
—¿De mi problema? ¿Te refieres a Logan?
—Sí.
—¿Qué es lo que me has ocultado?
—Logan es ese amigo nuestro que todavía no has conocido.
—¿Qué?
—Es uno más del grupo.
—Oh, Dios mío.
—Ya sabes que siempre comentamos entre nosotros lo que nos sucede.
—¿Quieres decir que Logan habló con vosotros de lo que había entre él
y yo?
—No, no, nada de eso. Logan no ha comentado con nadie nada sobre
vuestra relación.
—Nuestra inexistente relación —rectificó ella.
—Lo que sea. Pero a primeros del año pasado nos dijo que tenía un
problema con una chica desde el verano anterior.
—¿Con una chica?
—Seguro que va a sonarte de algo. Esa chica, cada mes cogía dinero del
cepillo de la iglesia.
—Entonces, ¿todos sabíais desde el principio que yo era esa chica?
—Por supuesto que no, nadie lo sabe, excepto yo. Lo supe cuando me
contaste lo que te había sucedido con Logan, por lo que él nos había
hablado de ti. Y porque me dijiste su nombre, ¿recuerdas? Y él también
había mencionado tu nombre meses atrás, pero yo no te conocía todavía.
Cuando comencé la obra de tu casa les hablé mucho de ti, de tus hermanos,
de la reforma, de tu trabajo. Ya sabes que todos somos como hermanos.
—Y Logan estaba presente.
—Sí. Ya te dije que todos nos reunimos cada sábado en la casa de alguno
de los casados y hablamos de lo que nos ha sucedido durante la semana.
—Entonces, Logan sabía que la chica de la iglesia y la de la reforma
éramos la misma persona.
—Yo jamás les he comentado nada de lo que tú y yo hablamos, ni de lo
del dinero de la iglesia, ni de lo que hay entre Logan y tú. Ninguno de los
que hay en la casa lo saben y tampoco mis padres. Así que Logan no tiene
porque saberlo.
—Lo sabe desde hace algunas semanas. Desde que le hablé de ti y de
que tu hermano y vuestros amigos habían venido a casa el día de mi
cumpleaños —dijo Kate.
—Pero lo ha sabido por ti, no por mí.
—¿Por qué no me lo dijiste?
—No lo sé. Siento mucho habértelo ocultado. No creas que ha sido fácil
para mí ver a Logan, sabiendo lo que ha habido entre vosotros. Tenía que
habértelo dicho cuando me contaste vuestra historia, aquella noche en el bar
del restaurante.
—Desde luego, no me siento feliz porque me lo ocultaras, pero no te
preocupes, porque lo que había entre Logan y yo ha terminado, antes de que
empezara. Le he llamado varias veces y le he enviado mensajes, y no ha
contestado a ninguno de ellos. No sé nada de él desde mediados del mes
pasado. Ni siquiera me ha enviado un mensaje para felicitarme las fiestas.
Pero pronto estaré bien. Seguro que esto no va a ser lo peor que me pase en
la vida.
Sean vio que tenía los ojos empañados por las lágrimas.
—He de decirte otra cosa.
—Vaya, tenías muchas cosas guardadas.
—Sé la razón de que Logan no se haya puesto en contacto contigo.
—Ah, claro. Había olvidado que sois amigos.
—Su padre sufrió un infarto el día diecinueve del mes pasado.
—¡Oh, no! Logan y yo nos vimos ese día a media tarde.
—Ocurrió a última hora de la tarde. Al enterarse se fue rápidamente a
Trenton, que es donde viven sus padres, para estar con su madre.
—¿Su padre está ya bien?
—Falleció al día siguiente.
—¡Oh, Dios mío! De haberlo sabido no lo habría llamado, ni le habría
enviado ninguno de los estúpidos mensajes.
—Tú no lo sabías. Parece ser que tiene el móvil apagado. Hablamos con
él cada día, pero llamamos al teléfono fijo de su casa.
—¿Fuisteis al entierro?
—Fuimos todos el día diecinueve, nada más enterarnos de lo del infarto,
y nos quedamos allí hasta después del entierro, que fue el día veintidós.
—Al menos estuvisteis con él y con su madre. ¿Cómo estaban?
—Logan estaba destrozado. Su padre y él estaban muy unidos y fue un
gran golpe. Anne, su madre no se creía que no volvería a verlo. Fue una
sorpresa para todos, porque James no estaba enfermo y se cuidaba mucho.
Algunos infartos no avisan con antelación.
—Me siento culpable por haber pensado mal de él.
—No tienes que sentirte culpable por nada.
—Creí que se había marchado sin despedirse. Me sentí muy mal por ello.
¿Sabes cuándo volverá?
—Creo que va a pasar un tiempo con su madre.
—Claro, es normal.
—Le hemos echado de menos estos días. Ha estado con nosotros aquí
cada año y celebrábamos sus cumpleaños juntos, que fue precisamente ayer.
—¿Crees que le molestaría si fuese a darle el pésame en persona?
—No lo creo. Siento habértelo ocultado.
—Me duele más que me lo haya ocultado él que tú.
—No se lo tengas en cuenta. Te aseguro que está pasando muy malos
momentos, y no me refiero solo a la muerte de su padre, estaba mal antes de
que sucediera.
—¿Crees que yo soy la culpable?
—Está luchando consigo mismo, pero no tienes que sentirte culpable.
Además, ¿tú lo estás pasando bien?
—No, para nada. Ahora que sé que sois amigos, háblame un poco de él.
—Supongo que no has podido olvidarlo desde que os visteis. ¿Sigues
enamorada de él?
—Sí. Soy patética, lo sé —dijo ella suspirando.
—Nada de eso, solo eres una mujer. ¿Qué podría decirte de él? Es muy
sociable, sensible, atento y muy familiar. Y sobre todo, es leal a sus amigos.
Tiene sentido del humor y a veces es sarcástico. Es un hombre de sonrisa
fácil y le gusta bromear. Es divertido y siempre consigue sacarte una
sonrisa, aunque estés triste. Pero, por encima de todo, siempre está ahí para
lo que necesites, sea lo que sea. Se desvive por ayudar a quien necesita
ayuda. Es cariñoso, tierno y le gustan mucho los niños. Te aseguro que es
un hombre fuera de serie.
—Has dicho que cada sábado todos comentáis lo que os ha ocurrido
durante la semana. ¿Por qué él nunca os ha hablado de mí? Me refiero a lo
que ha habido entre nosotros.
—Supongo que se sentía algo avergonzado.
—¿Por desearme?
—No, por Dios. Por no saber qué hacer respecto a su vocación.
—No creo que tenga que avergonzarse por ello.
—Yo tampoco. Nunca te he dicho lo que pensaba respecto a vuestra
relación, porque no estabas al corriente de que Logan era amigo nuestro.
—¿Qué piensas? —le preguntó Kate al verlo pensativo.
—Me da la impresión de que ese hombre, aunque sea sacerdote, es tu
destino. Y del destino no se puede huir, porque él ya se encarga de
encontrarte.
Logan llevaba con su madre veintiún días. Había querido quedarse con
ella para hacerle compañía, mientras asimilaba la muerte de su marido y se
acostumbraba a vivir sola. Le había ofrecido ir a vivir con él a Nueva York,
pero ella no había aceptado. Durante todo ese tiempo, también había estado
pensando en sus problemas, esperando que las nubes oscuras que
ensombrecían sus pensamientos se disiparan. Cosa que aún no había
sucedido.
Estaba en el salón leyendo el periódico, cuando su madre entró y se
sentó en el sofá a su lado.
—¿Cómo estás? —preguntó Logan a su madre.
—Bien, supongo. Ha sido duro sacar toda su ropa del armario —dijo
Anne, que había pasado horas en el dormitorio sacando la ropa de su
marido y metiéndola en cajas.
—Me he ofrecido a ayudarte.
—Lo sé. Alice, la madre de Carter, también me ofreció su ayuda, pero
era algo que quería hacer sola. Tengo que ir despidiéndome poco a poco de
todas sus cosas.
—Lo entiendo.
—Cuando vuelvas a casa, quiero que te lleves sus relojes, sus gemelos y
los alfileres de corbata. Los he dejado sobre la cómoda de tu cuarto.
—Mamá, no hace falta que me los lleve.
—Quiero que los tengas tú. Solo voy a quedarme el reloj que llevaba
puesto cuando sufrió el infarto.
—Lo que tú decidas
—Necesito algo más de tiempo para deshacerme de él.
—Me parece bien.
—Por cierto, ¿cuándo te marchas? —preguntó Anne.
—Había pensado quedarme un poco más. ¿Quieres que me vaya?
—Claro que no. Si por mí fuera, te tendría conmigo para siempre.
—¿Y por qué no quieres venir a vivir conmigo? Y no me refiero solo a
ti, sino también a Clara, ella es de la familia.
—Lo sé. Pero esta es mi casa, donde he vivido desde que me casé y
donde tú naciste. No quiero marcharme.
—Entonces no lo hagas.
—Puede que en unas semanas, o en unos meses me lo plantee.
—Ya sabes que podéis ir a vivir conmigo cuando queráis. Pero mientras
tanto, podéis ir a visitarme y quedaros en mi casa unas semanas.
—Lo haremos —dijo sonriéndole—. ¿Estás aquí únicamente por
hacerme compañía o hay algo más?
—¿Por qué lo preguntas?
—Porque sé que te ocurre algo, además de la pérdida de tu padre.
—Qué bien me conoces.
—¿Quieres contármelo?
—De acuerdo. Pero no quiero que te alarmes, ¿vale?
—No me asustes, ¿qué ocurre?
—No es nada de lo que tengas que preocuparte. La verdad es que hacía
algún tiempo que pensaba hablar con el papá… No debí pensármelo tanto.
—Sé que estabais muy unidos, pero yo estoy aquí. Escucharé todo lo que
tengas que decirme e intentaré aconsejarte. Y habla ya, porque sabes que no
soy muy paciente.
Logan le sonrió.
—Ha sucedido algo en mi vida y tengo que tomar una decisión. Una
decisión muy importante. Bueno, en realidad, ya la he tomado, pero no me
siento bien al respecto.
—¿Qué quieres decir?
—Que creo que he tomado la decisión adecuada, pero no me hace feliz.
Porque voy a perder algo muy importante para mí.
—¿Y estás seguro de que has tomado la decisión adecuada? La vida es
muy corta para perderla cometiendo errores.
—Estoy seguro.
—Todas las decisiones que tomamos a lo largo de nuestra vida tienen
alguna consecuencia, incluso, aquellas que pensamos detenidamente y
estudiamos con atención. Parece que tú has pensado bien antes de decidirte.
—Sí, lo he hecho.
—¿Crees que podrías hablarme un poco de lo que te sucede?
—Se trata de una mujer.
—Una mujer —repitió Anne, intentando que no se le escapara ni un
atisbo de sonrisa.
Su marido y ella habían intentado resignarse a no tener nietos, pero
nunca perdieron la esperanza de que Logan se enamorara de una mujer y se
casara.
—Sí. La conocí de forma extraña.
—Voy a decirle a Clara que nos prepare un café y me lo cuentas, ¿vale?
—De acuerdo.
Poco después Anne volvía a estar sentada junto a su hijo, sirvió el café
que les había llevado Clara, el ama de llaves, y lo miró.
Logan le contó lo del cepillo de la iglesia.
—¿Estuviste durante meses consintiendo que se llevara dinero?
—Sí, me sentía muy atraído por ella.
—¿Cómo es? Ya sé que es una ladrona —dijo la mujer sonriendo,
porque le hacía gracia que se sintiera atraído por alguien así—, pero me
refiero a su físico.
—Es alta, puede que como mis amigas, y está delgada, pero con curvas.
Tiene el pelo oscuro y los ojos de un azul muy intenso. Su boca es preciosa.
Se llama Kathleen, pero la llaman Kate.
—¿Cuántos años tiene?
—Cumplió veintisiete el mes pasado.
—¿A qué se dedica?
—Es profesora de Historia en un instituto.
—¿Y no tenía suficiente con su sueldo para tener que robar en la iglesia?
Logan le contó lo que sabía de ella: la pérdida de sus padres; la llegada
de sus hermanos a su vida; el abandono de su novio; la enfermedad de su
hermano pequeño; la razón de que su hermano mayor la llamara Charity.
—Parece que ha tenido una vida muy dura. Pocas personas habrían
aceptado que tres familiares, a quien ni siquiera conocían, fueran a vivir con
ellos, y más siendo tan joven. Creo que ya no pienso tan mal de ella. Me
alegro de que le devolvieras todo el dinero que te pagó.
Logan le contó lo de su trabajo en el restaurante y la relación que tenía
con Max, su jefe. Luego le habló de lo de la reforma de la casa, que había
hecho Sean. Y por último de lo que había sucedido entre ellos todas las
veces que se habían visto, incluidos los momentos íntimos.
—Te sentirás avergonzada de mí.
—No digas tonterías. Puede que seas sacerdote, pero también eres un
hombre. Entonces, ¿Sean sabe lo vuestro?
—Él no me ha dicho nada, pero Kate y él se llevan muy bien, son buenos
amigos, y estoy seguro de que le ha comentado algo.
—¿Estás seguro de que solo son amigos?
—Completamente seguro.
Logan le habló de las conversaciones que había tenido con Kate.
—¿Te dijo que estaba enamorada de ti?
—Sí.
—Me has dicho que te quiere, pero no has hablado de lo que tú sientes.
—No lo sé. Pero desde luego me siento muy atraído por ella.
—¿Por su cuerpo?
—No solo por su cuerpo, aunque es fantástico —dijo sonriéndole—. Me
gusta mucho estar con ella.
—Que seas sacerdote no quiere decir que no seas vulnerable como
cualquier persona y que no tengas las mismas emociones, temores y
sentimientos. Y además las mismas necesidades que cualquier hombre.
—He de confesarte que he tenido muchas tentaciones de acostarme con
ella.
—Tu padre me comentó muchas veces que no comprendía cómo podías
abstenerte de estar con mujeres —dijo ella sonriendo—. La verdad es que
nunca entendió tu vocación.
—Entonces, ¿no crees que se habría sentido decepcionado de haber
sabido esto?
—Para nada. Él deseaba verte casado y con hijos. Y he de admitir que yo
también. Es una lástima que no decidieras venir a hablar con él, antes de
que nos dejara. Le habrías hecho muy feliz.
—No sabía que pensarais así.
—Nunca perdimos la esperanza de tener nietos. Dime lo que sientes
cuando estás con esa chica.
—Cada vez que la veo se me acelera la respiración, solo por verla —dijo
él sonriendo—. Tiene carácter y una mezcla de inocencia y descaro, de
ignorancia y valor, y de ternura. Y esa es una combinación que me parece
deliciosa. Es una mezcla explosiva de contradicciones.
—Parece una mujer interesante.
—Me siento absolutamente fascinado por ella, y no solo por su físico,
sino por su forma de ser y de actuar. Me gusta su manera de hablar, la forma
en la que gesticula y mueve las manos, y su naturalidad. Lo procesa todo
para encontrar las respuestas más lógicas y sensatas a los problemas. Y, sin
embargo, desprende compasión, amabilidad e inocencia.
—No me extraña que te fascine.
—Cuando está cerca, mi corazón late frenético. Cuando me cuenta algo,
aunque solo me hable del tiempo, me siento… Creo que me siento feliz.
—Vaya.
—Me ha dicho muchas veces que se siente muy confundida.
—Y no es para menos. Le dices que no vas a abandonar el sacerdocio y
que se olvide de ti, y antes de acabar la frase la estás besando
apasionadamente. Y parece ser que no lo has hecho una sola vez.
—Lo sé —dijo él sonriendo—. Yo también me siento aturdido por lo que
siento. Y también aterrorizado.
—Te entiendo.
—No puedes imaginar cuánto la echo de menos. Deseo que me dedique
una de sus mágicas sonrisas. Quiero volver a experimentar la sensación de
tenerla entre mis brazos y de besarla. Pensarás que soy poco considerado,
después de lo que hemos pasado todos estos días. Pero eso solo hace que
me entristezca más.
—No tienes que sentirte culpable por tus sentimientos.
—Cuando estoy con ella me siento…, no sé, como si estuviera en casa.
Como si ella fuera lo que me faltara en la vida y de pronto todo hubiera
encajado y volviera a funcionar perfectamente.
—Tu padre me decía a veces que no eras feliz.
—¿Por qué?
—No lo sé, puede que intuyera que te faltaba algo.
—Me estoy volviendo loco.
—Nada de eso. ¿Te despediste de ella antes de venir aquí?
—No, y no la he llamado.
—Entonces, ¿no sabe lo que ha ocurrido recientemente?
—No. A no ser que se lo haya dicho Sean.
—A ella le habría gustado saberlo. Estoy segura de que habría venido al
entierro.
—Mamá, no tenemos una relación tan profunda. Pensé que al estar algún
tiempo aquí la olvidaría.
—¿Lo has conseguido?
—No. Todo es muy complicado.
—Las relaciones no son complicadas, solo se complican cuando se
piensa con la cabeza en vez de con el corazón.
—Si pensara con el corazón habría colgado los hábitos hace meses.
—Ahí tienes parte de las respuestas a las preguntas que te estás
haciendo. Esa chica te importa demasiado para olvidarla.
—¿Qué me quieres decir?
—A veces las cosas no salen como queremos, o como planeamos, o
como deberíamos hacerlas, pero eso no significa que no terminen siendo
perfectas.
—Estoy muy confundido, mamá.
—Lo sé, cariño. La vida se compone de etapas que van pasando y de
sueños que en algunas ocasiones se cumplen. A veces tenemos etapas
relajadas y sin altibajos, y otras, con serios problemas o tragedias, como la
que hemos vivido nosotros recientemente, que nos hacen plantearnos
decisiones inesperadas. Y para eso está la familia y los amigos. Tú tienes
que dar gracias de tener a ese grupo de amigos con los que puedes contar,
para cualquier cosa que se presente en tu vida. Yo puedo darte mi opinión
como madre, pero ellos tienen tu edad, algunos están casados y podrán
entenderte y darte su opinión sobre lo que te preocupa. Mi consejo es que
hables con ellos, con todos ellos.
—Es lo que pensaba hacer.
—Tarde o temprano tendrás que tomar una decisión, pero la tendrás que
tomar solo. Y puede que cuando lo hagas, no sea la que pensaste al
principio que tomarías.
—Lo sé.
—Debes saber una cosa, cariño.
—¿Qué?
—No has mencionado en ningún momento que estés enamorado de esa
chica, pero cuando uno se enamora de alguien, ya no se puede dar marcha
atrás.
—Es que no sé si estoy enamorado.
—Yo creo que sí lo estás, porque lo que sientes por ella no tiene otra
explicación. Pero no te preocupes. Todo volverá a la normalidad cuando
asimiles y reconozcas que la quieres. Entonces sabrás qué decisión tomar. Y
otra cosa. Para tomar la decisión correcta, deberías plantearte el problema,
dejando a Kate a un lado.
—¿Qué quieres decir?
—Debes estar completamente convencido de que quieres dejar la iglesia,
aunque Kate no existiera.
—Bueno, ya veré.
—Tu padre decía que los problemas hay que atenderlos cuando aún son
un problema, no cuando ya no tienen solución y es demasiado tarde.
—Lo dices por si ella no me espera.
—Lo has dicho tú, no yo.
—He pensado hablar con David.
—¿Tu amigo el sacerdote?
—Sí.
—Te vendrá bien su opinión.
—Lo sé.
David había tenido una crisis de fe tres años atrás, a causa de una mujer.
Capítulo 16
Kate llevó a sus hermanos al colegio al día siguiente. Ese día no tenía
ninguna clase y se lo tomó libre. Le pidió A Bradley que recogiera a los
pequeños del colegio, porque ella iba a ir a casa de los padres de Logan a
darle el pésame.
Sean le había dicho que vivían en Trenton, una ciudad de Nueva Jersey,
que estaba a poco más de cien kilómetros de Nueva York. Tardaría
alrededor de una hora en llegar y no pensaba quedarse allí mucho tiempo.
Así y todo, Bradley había cambiado el turno con un compañero y no iría
trabajar esa tarde, por si sucedía algo y su hermana se retrasaba.
Kate detuvo el coche en la verja de la dirección que Sean le había dado.
Estaba muy nerviosa, simplemente porque iba a verlo. No se habían visto
desde hacía casi un mes y, además, no sabía si a él le agradaría verla allí.
Cuando llegó a la propiedad bajó el cristal de la ventanilla y pulsó el
interfono.
—Buenos días, ¿qué desea?
—Hola, vengo a ver a Logan Hunter. Soy Kathleen Butler.
Anne, la madre de Logan salió del salón y fue al recibidor.
—¿Quién es?
—Una chica que busca a Logan. Se llama Kathleen.
—Clara, abre la puerta —dijo la mujer rápidamente—. Es la chica de
quien te hablé. Creo que Logan está enamorado de ella.
—¿En serio? —dijo la mujer sonriendo.
Clara llevaba trabajando en la casa desde antes de que naciera Logan. Al
principio se marchaba a casa después de la cena, pero desde que su marido
falleció treinta años atrás, Anne le había pedido que se trasladara a vivir con
ellos, y era como de la familia.
—Abre antes de que se marche.
Clara abrió rápidamente.
—Yo le abriré la puerta —dijo Anne.
—Me gustaría verla —dijo Clara.
—Estaremos en mi salita. Dentro de unos minutos entras y me preguntas
si queremos tomar algo.
—De acuerdo —dijo la mujer dirigiéndose a la cocina.
Kate entró en la finca. La casa era impresionante, tanto como la de
Logan, y el jardín era una maravilla, a pesar de ser invierno. Paró el coche a
un lado de la entrada de la casa, bajó del vehículo y se puso el abrigo. Hacía
muchísimo frío. Caminó hacia los escalones y los subió algo intranquila.
Una cosa era ver a Logan en la iglesia o en una cafetería, pero esa era la
casa de sus padres. Volvió a pensar de nuevo que tal vez él no quisiera que
estuviera allí. Se dijo que quizás, él no le había devuelto las llamadas, ni los
mensajes porque no tenía intención de volver a verla. Se detuvo frente a la
puerta, que se abrió antes de que ella llamara.
—Hola, buenos días —dijo Kate.
—Hola —dijo Anne sonriendo al ver lo guapa que era la chica—. El ama
de llaves me ha dicho que busca a mi hijo. Pase, por favor.
—Gracias.
Kate entró y Anne cerró la puerta.
—Soy Kathleen Butler. Su hijo y yo somos… amigos. Acabo de
enterarme de lo que le sucedió a su marido. Solo he venido a presentarles
mis respetos y a decirles cuánto lo siento.
—Muchas gracias, Kathleen. Yo me llamo Anne y, por favor, tuteame.
—De acuerdo. Puedes llamarme Kate.
—¿Vives en Nueva York?
—Sí.
—No tenías que haberte molestado en venir hasta aquí.
—He llamado a tu hijo varias veces, pero no contesta. Solo quiero
decirle que lo siento muchísimo, solo estaré unos minutos.
—Logan no está en casa en estos momentos y no volverá hasta última
hora de la tarde.
—Oh. No había pensado en la posibilidad de que no estuviera. Tenía que
haber llamado antes.
—Ha ido a pasar el día a Vineland, una ciudad cercana. Pero estás aquí y
no te vas a marchar sin que hablemos. Acompáñame.
—De acuerdo —dijo Kate siguiéndola al salón.
—Si no tienes mucha prisa, a mí me vendría bien tener compañía.
Cuando Logan está en casa no me deja tiempo para pensar en lo sucedido,
pero hoy estaré sola todo el día y, he de admitir, que no me gusta pensar
—No me importa acompañarte durante un rato. Hoy no tengo que ir a
trabajar y mi hermano mayor se encargará de recoger a los pequeños del
colegio —dijo Kate sacándose el abrigo, que dejó sobre una silla.
Anne la miró. Llevaba un vestido negro muy elegante y que le sentaba
de maravilla.
—Estupendo. ¿Has desayunado?
—Desayuné a las siete con mis hermanos.
—Entonces ya tendrás hambre. Yo he tomado un café con leche esta
mañana con Logan, pero no he comido nada. La verdad es que no tengo
muchas ganas de comer últimamente.
—Claro, lo entiendo.
—¿Quieres que tomemos un café con leche y unas galletas? ¿O prefieres
un té?
—Sí, me gustaría. Y prefiero café con leche.
—Ah, Clara. Iba a llamarte —dijo Anne al ver a su ama de llaves y
amiga en la puerta—. Clara, ella es Kate, una amiga de Logan. Kate, ella es
Clara, el ama de llaves. Aunque de ama de llaves tiene ya bien poco. Lleva
con nosotros más de treinta años y es uno más de la familia.
—Un placer conocerla, Clara.
—El placer es mío, Kate —dijo la mujer sonriendo—. Y puedes
tutearme.
—De acuerdo. Lo mismo te digo.
—¿Puedes prepararnos dos cafés con leche, por favor?
—Claro, enseguida los traigo.
—Si tenéis costumbre de tomar café juntas, por mí no hay problema.
—Estupendo, vuelvo enseguida —dijo la mujer abandonando la salita.
—Desde que ha muerto mi marido, Clara, Logan y yo comemos juntos
en la cocina. Clara nunca quiso comer en el comedor cuando vivía mi
marido. Decía que no era su lugar.
—Supongo que es normal, con tu marido no tendría tanta confianza
como contigo.
—Es como una hermana para mí. Me alegro de que hayas venido.
Cuando se vaya Logan me voy a sentir muy sola. Por suerte Clara está aquí.
—¿No tienes amigas?
—Sí, tengo tres buenas amigas. Alice, una de ellas es la madre de Carter,
un amigo de mi hijo que también vive en Nueva York.
—Conozco a Carter.
—¿En serio?
—Sí.
Clara entró poco después con la bandeja y la dejó sobre la mesita de
centro.
—¿Quieres que sirva yo el café? —preguntó Clara.
—Sí, por favor.
La mujer sirvió los cafés con leche y se sentó con ellas.
—¿Conoces a Sean? —preguntó Kate.
—Claro, es hijo de Louise y Patrick. La verdad es que conozco a todos
los amigos de Logan y a sus familias desde hace mucho tiempo.
—Sean se encargó de la reforma de mi casa.
Kate no entendía por qué le estaba hablando de su vida, tal vez porque
Anne parecía sentirse muy sola. El caso es que habló de la reforma y de
cómo iba a pagarla; de la amistad que había surgido entre Sean y ella; del
trabajo del instituto y del restaurante. Incluso le habló de sus hermanos y de
porqué vivían con ella, y de la enfermedad de Dexter. Se sintió culpable por
haberle mentido sobre sus hermanos, pero ese era un tema del que no podía
hablar con nadie.
Clara se disculpó con ellas poco después diciéndoles que iba a preparar
la comida.
Anne le enseñó la casa y Kate quedó maravillada, sobre todo, cuando vio
la biblioteca, que le recordaba a la de la casa de Logan, porque en ella
también había cientos de libros. Luego le enseñó las habitaciones, incluida
la de Logan. Pensó que era una casa elegante y preciosa. Se imaginó a
Logan corriendo por la escalera cuando era pequeño.
—Es una casa muy grande.
—Sí. Mi marido la construyó poco antes de casarnos. Pensábamos tener
muchos hijos y muchos nietos, pero tuvimos que conformarnos con uno. Y
encima es sacerdote. Las cosas se complicaron en el parto y me dieron la
mala noticia de que no tendría más hijos. Así que tuvimos que olvidarnos
de los nietos.
—Yo también soy hija única, aunque tengo a mis hermanos —dijo Kate.
—Pero no son hermanos tuyos.
—No, pero como si lo fueran.
—James y yo nos consolábamos, porque Logan nunca ha estado solo.
Carter y él siempre han sido como hermanos, él también era hijo único. Los
padres de Carter viven muy cerca de aquí y los dos siempre han estado
juntos, fueron a la misma guardería, al mismo colegio, y luego al instituto.
Incluso estudiaron en la misma universidad, eran inseparables. Carter
siempre ha sido como un hijo más. Cuando Logan terminó la carrera se
mudó a Nueva York, porque le dieron la iglesia. Carter y él vivieron juntos
en casa de Logan, que la había heredado de su abuelo, mi suegro, y era muy
grande. Carter abrió una consulta en Manhattan. Poco después compró un
precioso ático en el mismo edificio y se mudó a vivir allí. Pero siguieron
estando muy unidos, de hecho, Logan sigue teniendo la habitación de Carter
a su disposición, y se ha quedado muchas veces a dormir allí, hasta que se
casó. El resto de sus amigos también son maravillosos.
—Estoy de acuerdo contigo, a mí me caen todos muy bien.
—Todos son muy guapos, ¿no te parece?
—Desde luego que lo son. ¿Vais a quedaros a vivir aquí solas? —
preguntó Kate.
—Sí —dijo Anne.
—¿Por qué no os vais a vivir con Logan?
—Porque aún no estoy preparada para abandonar mi casa. Además, aquí
tengo mi vida, mis hermanos, mis amigos. Mi hijo también vive en una casa
enorme. Mi suegro se la dejó pensando que se casaría y formaría una gran
familia. Menos mal que falleció antes de que se ordenara sacerdote, porque
lo habría decepcionado. Era su único nieto y lo quería con locura.
—Yo no conocí a mis abuelos.
—Yo tampoco, fallecieron cuando era muy pequeña. ¿Tienes novio?
—¿Novio? No.
—¿Y eso? Eres muy guapa.
—Yo no tengo tiempo para novios. Estuve saliendo con un chico hace
algunos años, pero se esfumó cuando me hice cargo de mis hermanos.
—¿Te dejó por eso?
—Sí. Además, tengo dos trabajos y el poco tiempo libre de que dispongo
lo paso con ellos.
—Pero tienes que vivir tu vida y disfrutar. Conocer a chicos y salir.
—Lo haré en unos años. Mi hermano mayor está estudiando
arquitectura, tiene dieciocho años y es un buen estudiante y sé que no
repetirá ningún curso.
—Eso está muy bien.
—Cuando termine la carrera me echará una mano con los pequeños.
Dice que, tan pronto pueda, construirá una casa para mí —dijo Kate
sonriendo.
—Desde luego te la mereces. ¿Qué edad tienen los otros?
—Mi hermana Taylor cumplió catorce años el mes pasado.
—Dicen que las adolescentes son difíciles.
—Ella no, es una niña encantadora, y también es una buena estudiante.
Y el pequeño, Dexter, acaba de cumplir once años.
Kate pasó un buen rato hablándole de la enfermedad del niño. Y luego
fue Anne quien le habló de su vida, de su matrimonio, de cómo se
conocieron su marido y ella, de su marido, de Logan. Del disgusto que les
había dado cuando les informó de que iba a ser sacerdote.
Anne se moría de ganas por saber qué significaba Logan para ella y si ya
lo había olvidado. Pero, por supuesto, no se lo preguntó. Y Kate tampoco
comentó nada al respecto.
Anne la llevó al exterior de la casa para enseñarle el jardín. Estaban a
tres grados y hacía muchísimo frío, pero a Kate le encantó ver el jardín y la
piscina, que era increíble y estaba completamente limpia. Mientras le iba
mostrando todo, la mujer le hablaba de las veces que Logan había llevado
allí a sus amigos en verano, y sobre las fiestas que había celebrado.
Habían hablado durante tanto tiempo que se había hecho la hora de
comer. Anne la invitó a quedarse, porque Clara había preparado ya la
comida. Y comieron las tres en la cocina.
El ama de llaves también le habló de Logan y de las travesuras que
hacían Carter y él, y ella les encubría. Y de las chicas que iban a buscarlo
cuando estaba en el instituto y en la universidad. Le dijo que jamás habría
podido imaginar que se hiciera sacerdote, porque le gustaba mucho estar
con chicas.
Después de comer y de tomar café Kate les dijo que tenía que marcharse.
Anne le pidió que fuera a visitarla en otra ocasión y le llevara a sus
hermanos para conocerlos. Y Kate le prometió que lo haría.
Durante el trayecto de vuelta a Nueva York, Kate pensó en todo lo que
había hablado con Anne y Clara. Luego pasó a pensar en Logan. Le habría
gustado verlo. Se preguntaba por qué no se había enamorado de un hombre
normal. Tenía muchos candidatos a su alrededor que estaban interesados
por ella. Eran buenas personas y sabía que cualquiera de ellos cuidaría de
ella y de sus hermanos, pero ninguno de ellos le interesaba.
Se había pasado la vida estudiando, trabajando y cuidando de sus
hermanos. No había tenido mucho tiempo para relacionarse con hombres.
Su única experiencia había sido Paul, su antiguo novio, pero se había dado
cuenta de que la experiencia de esa relación no contaba, porque con él no
había aprendido nada respecto a los hombres. Aunque tampoco podía decir
que fuera realmente su novio. Pero se había enamorado de un sacerdote que
conseguía que se echara a temblar solo con verlo. Y, además, no hacía falta
tener mucha experiencia para saber que él era un experto besando, a pesar
de ser cura.
Kate había esperado seis días hasta tomar la decisión de si debía tener
esa aventura con Logan u olvidarlo para siempre. Se dijo que si el destino
había querido que ese monumento de hombre se cruzara en su camino,
siendo sacerdote, seguramente valdría la pena prestarle atención al destino y
seguirle la corriente. Decidió que si las cosas no salían bien, al menos,
perdería la virginidad con el hombre a quien quería.
Kate lo organizó para el viernes de la siguiente semana. Le había
preguntado a su hermano si podía quedarse en casa con los niños esa noche.
Y por supuesto había dicho que sí.
Kate envió un mensaje a Logan el mismo viernes, en un descanso que
tuvo entre clase y clase.
Podría ir a tu casa en cualquier momento entre las siete de esta tarde y
las siete de la mañana. Dime a qué hora te va bien.
Necesito estar contigo dos días, porque no quiero abusar de ti el día que
pierdas la virginidad. El segundo día me tomaré mi tiempo para disfrutar
de ti y que tú disfrutes de mí. Me da igual que sea mañana u otro día. Te
espero en casa hoy a las siete.
Kate llegó a casa de Logan a las siete de la tarde del día siguiente, que
era sábado. Entró el coche en la finca cuando la puerta de la verja se abrió.
Dejó el vehículo cerca de la entrada de la casa y subió los peldaños hasta el
porche.
Logan abrió la puerta y ella lo miró de arriba abajo. Llevaba un traje
negro y una camisa del mismo color. Parecía un dios sombrío, aunque le
sentaba de maravilla.
—Hola, Kate. Acabo de llegar —dijo besándola en los labios. Aunque lo
que deseaba era empotrarla contra la pared y devorarle la boca.
—Hola. Estás muy elegante —dijo Kate.
—Muchas gracias.
—Me encanta verte con traje —dijo ella mientras él la ayudaba a sacarse
el abrigo.
—Tú estás preciosa. He traído la cena. ¿Tienes hambre? —preguntó
mientras colgaba la prenda en el armario del recibidor.
—¿Tú tienes?
—Bueno… Podemos hablar mientras cenamos.
—Logan, no quiero hablar.
¡Por Dios bendito!, pensó Logan. ¿Habría alguna frase más seductora
que esa en ese preciso instante? Todo su cuerpo se tensó y se encendió.
—Pero, la cena se enfriará.
—¿Qué cenaremos?
—No tengo ni idea.
—Entonces no te preocupes, eso también está bueno frío.
Logan sonrió por sus palabras. Le cogió la mano y caminaron hacia el
salón. El largo camino hasta el sofá fue la cosa más erótica que Logan había
experimentado en su vida. A cada paso que daban el calor del cuerpo de
Kate se deslizaba por su brazo y se extendía por sus manos, que tenían
unidas, enviando un latigazo de placer que lo animaba a llegar cuanto antes.
—Tengo que follarte ahora. Más tarde lo haremos con suavidad. Desde
que te marchaste de mi casa esta mañana, no he dejado de pensar en ti ni un
solo segundo. Y necesito estar dentro de ti.
—Me parece bien. Estoy húmeda y lista para ti.
—¡Oh, Dios! No sabes cuánto me gusta que seas descarada.
—Me gustas con traje —dijo dedicándole una sonrisa traviesa.
Nada más llegar al sofá, Logan metió las manos por debajo del vestido y
le bajó las bragas, ella levantó un pie y luego el otro para que él se las
sacara. Luego la hizo ponerse a cuatro patas en el sofá. Él se quitó la
chaqueta y la lanzó al sillón. Se desabrochó el cinturón, apoyó una rodilla
en el sofá, se bajó la cremallera y a continuación se bajó un poco el
pantalón. Le subió el vestido hasta la cintura y deslizó la cabeza de su polla
por el sexo de ella para impregnarla de su humedad. La sujetó por las
caderas y entró en ella con una profunda y firme embestida, que hizo que
ambos se quedaran sin aliento durante un instante.
Desapareció la suave y erótica delicadeza con la que Logan la había
tratado la noche anterior, y se convirtió en fuerza y fuego. Logan le
presionó la espalda con una mano para que agachara la cabeza, hasta que la
tuvo apoyada en el sofá. Kate estaba totalmente abierta para él y dispuesta.
Logan salió de su interior y volvió a embestirla con brusquedad hasta el
fondo, aferrándose fuertemente a sus caderas, haciendo que Kate soltara un
grito.
Esa chica había liberado algo en él. Podía sentirlo cuando deslizaba de
forma brusca sus manos por sus muslos y su trasero. Y podía sentirlo con el
feroz golpeteo de su corazón. Se sentía insaciable de ella. Quería saborearla
durante horas.
Kate nunca se había sentido tan excitada. Estaba ardiendo y a punto de
estallar. Logan pasó una mano por delante de sus piernas para acariciarle el
clítoris y entonces Kate gritó cuando un orgasmo estremecedor invadió su
cuerpo.
Aunque Kate aún estaba disfrutando de su orgasmo, Logan comenzó a
embestirla con fuerza, entrando y saliendo de su cuerpo sin descanso, hasta
que el placer la alcanzó de nuevo, estremeciéndola. Experimentó una
sensación increíble y sonrió como una estúpida. El orgasmo le recorrió el
cuerpo, de la cabeza a los pies, desencadenando en su interior una oleada de
placer. Empujó sus caderas hacia Logan, mientras gemía con la respiración
entrecortada, mostrándole todo lo que sentía. Logan dio una, dos, tres
embestidas brutales más, y se detuvo en lo más profundo, soltando un
gruñido y dejándose llevar. Apoyó su torax en la espalda de ella para
intentar tranquilizarse.
—¿Te he hecho daño?
—No.
—He sido un poco brusco.
—A mí me ha gustado.
Logan salió de su interior y ella se echó boca abajo sobre el sofá.
—Aunque prefiero hacerlo contigo encima, porque me gusta mirarte a
los ojos cuando me haces el amor.
—A mí también, pero quiero hacerlo contigo en todas las posturas
posibles. Y la verdad es que tenía tantas ganas de follarte, que pensé que
sería la postura más rápida —dijo él subiéndose el bóxer y el pantalón, y
abrochándoselo.
—No solo me ha gustado, me ha encantado. Y a mí también me gustaría
hacerlo de todas las maneras posibles.
—De todas formas, a partir de ahora lo haremos más relajados. ¿Quieres
lavarte?
—Sí, por favor —dijo ella levantándose del sofá y cogiendo las bragas
que estaban sobre él.
—Vamos arriba.
Entraron en el dormitorio de Logan.
—En el armario del baño encontrarás toallas de todos los tamaños.
—Gracias.
Logan salió de la habitación y entró en la de al lado, que era la de Carter,
para usar el baño.
Cuando regresó encontró a Kate tumbada en la cama, desnuda.
Logan la miró. Parecía cómoda, como si para ella, estar desnuda delante
de un hombre fuera lo más normal. Cuando la miró a los ojos vio en ellos el
deseo y el hambre salvaje, que dejaba ver de manera atrevida.
Logan se desnudó frente a la cama, bajo la atenta mirada de Kate. Nada
más echarse a su lado, ella se acercó a él y lo besó. A Logan le gustaba ese
ansia que tenía por besarlo cuando se veían y después de hacer el amor.
Los dedos de Logan comenzaron a deslizarse por su cuerpo hacia abajo,
encendiendo a su paso la piel donde la rozaba. El deseo de Kate se
intensificó. Logan se separó un poco de ella durante un instante para mirarla
a los ojos. Deslizó la mano por su muslo en una ligera caricia y la fue
subiendo, rozándola suavemente y acercándose a su centro del deseo.
Kate pensó que iba a sufrir un infarto, si él no hacía algo para aliviarla.
Cuando sus dedos rozaron el clítoris, donde tenía acumulada toda la sangre
de su cuerpo, se le escapó un gemido. Logan la miró fijamente a los ojos.
Luego se inclinó y sopló sobre su vello, le separó los pliegues con
delicadeza con los dedos y pasó la lengua por su clítoris. Kate dejó de
pensar. Elevó las caderas para estar más cerca de su boca. Sentía sus labios
y su lengua lamiéndola, con absoluta precisión.
¡Oh, Dios bendito! Ese hombre haría bien en dejar el sacerdocio, pensó.
Sería un desperdicio malgastar sus habilidades con la boca, porque su forma
de besar, lamer y chupar eran una delicia. Los pezones los tenía como
piedras de duros y sintió que las piernas le temblaban. Necesitaba aliviar el
deseo que Logan le estaba proporcionando entre las piernas.
Kate se perdió en una ola de deseo. El placer fue incrementándose hasta
que él la llevó a lo más alto, sin dejar de lamerla en todo momento, hasta
que sus gemidos se convirtieron en jadeos entrecortados.
Era como si estuvieran ellos dos solos en el mundo. Para Kate no había
nada más que ese hombre, con ese cuerpo espectacular, que la llevaba una y
otra vez al paraíso del placer y la envolvía en un mar de emociones y
sensaciones de calor y olor. Kate no podía hablar ni pensar, dejó de ser
atrevida y ya no sonreía.
Logan colocó las piernas de ella sobre sus hombros, bajó la cabeza y le
mordisqueó la parte interna de los muslos. Luego se deslizó hacia su sexo y
comenzó a saborearla para, un momento después, penetrarla con la lengua.
Ella se aferró al suave pelo de Logan, suplicándole, una y otra vez, que no
se apartara de ella.
Logan estaba absolutamente concentrado en darle placer con la lengua.
Tenía todo el control, la elevaba hasta determinada altura, con movimientos
perfectamente estudiados, sin permitir que llegara a la cima. Y ella estaba
desesperada y con todas las terminaciones nerviosas a punto de estallar, por
todo lo que estaba sintiendo.
La explosión del placer llegó con una rapidez asombrosa y la obligó a
apretar los dientes ante aquella avalancha de sensaciones, cuando un
orgasmo cegador la invadió. El placer tan intenso hizo que fuera casi
imposible que controlara las convulsiones que sentía su cuerpo.
Kate bajó las piernas de sus hombros. Subió los brazos y se aferró al
cuello de Logan para besarlo.
—Quiero tener tu polla en mi boca —dijo ella con los labios aún
pegados a los de él.
—Soy todo tuyo, cielo.
Cambiaron de posición y Kate se colocó entre sus piernas. Se inclinó
para lamer el miembro, que no había dejado de estar erecto desde que ella
había llegado a su casa. La deliciosa boca de Kate estaba sobre su polla y se
olvidó de todos los problemas y preocupaciones. Cerró los ojos y disfrutó
de aquella sensación.
Kate estaba algo preocupada, porque era su primera felación y no sabía
si a él le gustaría cómo lo hacía. Mordisqueó la polla por los laterales. A
Logan se le tensaron todos los músculos del cuerpo cuando ella se lo metió
en la boca. Él notaba que no tenía experiencia, así y todo, estuvo a punto de
correrse nada más entrar en ella. Kate cogió los testículos con una mano,
amasándolos, mientras seguía jugando con el miembro, que cada vez estaba
más grande y más grueso. Logan hizo que se detuviera y ella se lo sacó de
la boca y lo miró.
—Cariño, me estás dando un placer increíble y voy a correrme. Sé que
no has hecho esto nunca y puede que no te guste que me corra en tu boca.
—Si no lo haces no sabré si me gusta o no, y prefiero averiguarlo
contigo.
—¿Estás segura?
—Completamente segura —dijo inclinándose y metiéndoselo de nuevo
en la boca.
—Logan solo tardó un minuto en correrse. Cuando ella se retiró de su
polla lo miró de forma descarada.
—¿Qué tal? —preguntó él.
—Me ha gustado. Y ahora quiero tenerte dentro de mí.
Logan la miró. Esa chica era dulce, tierna e inocente, pero al mismo
tiempo apasionada. Se entregaba por completo a él, pero también le
reclamaba, y en Logan se activaba su deseo animal, mientras su corazón
latía frenético de felicidad. Era sincera y directa y, en cuanto al sexo, no se
andaba con tonterías, pensó. Estaba claro que le gustaba disfrutar con él. La
noche anterior se había sentido algo tímida, pero hoy le había dejado claro
que sabía lo que quería.
—Supongo que sabes que los hombres necesitamos un tiempo de
recuperación.
—Claro. Mientras tanto podemos besarnos —dijo poniéndose sobre él.
Tan pronto lo hizo, su polla se puso dura de nuevo.
—Parece que no necesitas mucho tiempo para recuperarte —dijo ella,
mirándolo de manera traviesa.
Logan la cogió del pelo para acercarla a él y la besó durante un buen
rato.
Pensó que esa chica era pura contradicción. Se sonrojaba con la cosa
más simple, pero cuando hacían el amor se mostraba absolutamente
desinhibida. A Logan le gustaban esos cambios en ella, pasaba de ser tímida
y discreta, a convertirse en un huracán salvaje y descontrolado.
—Tengo hambre —dijo Kate.
—Yo también. Bajemos a cenar.
—¿Podemos hacerlo una vez más antes?
No se lo tuvo que repetir. Logan la echó sobre la cama, le separó las
piernas y se colocó entre ellas. Estaba hambriento de esa chica. Colocó su
miembro en la entrada de la húmeda vagina y la penetró con una sola
embestida hasta el fondo. Salió de su interior para volver a hundirse en ella.
Kate se amoldó enseguida al ritmo que él había marcado, alzando las
caderas para ir a su encuentro. Pensó que lo que estaba experimentando no
eran unas simples relaciones sexuales para encontrar una satisfacción. Era
puro arte.
Se miraban a los ojos mientras él entraba y salía de ella, llegando hasta
el fondo en cada embestida. Kate era experta escondiendo sus emociones,
pero cuando hacían el amor se le reflejaba en el rostro cada sensación que
estaba experimentando. Y él podía verlas, como si viese en su interior.
Kate se sentía abrumada. Jamas podría haber imaginado que un hombre,
y más aún, un sacerdote, pudiera hacer el amor con esa destreza destructiva.
Logan colocó una mano debajo de sus caderas para que ella las
levantara. Cada vez que la embestía era como si la acariciara con todo el
cuerpo. El vello de sus pectorales rozaba sus pechos y la estaba haciendo
estremecer de placer.
Kate le rodeó con las piernas y Logan gruñó al entrar más hondo en ella
por la posición. El cuerpo de Kate temblaba de pura necesidad por liberarse.
Con un último y efectivo movimiento de caderas, la llevó hasta lo más alto,
haciéndola gritar, pronunciando el nombre de él una y otra vez cuando el
orgasmo los alcanzó, y subieron juntos al cielo. Cada vez que Kate
pronunciaba su nombre se le removía algo en su interior.
—¡Hostia puta! —dijo Logan echándose sobre ella y escondiendo el
rostro en su cuello.
—¡Dios! Ha sido genial —dijo ella en su oído.
Dejando a un lado la vez que Kate había perdido la virginidad, que había
sido para ella la mejor noche de su vida, por el significado del momento,
Logan le había hecho el amor de manera salvaje, casi brutal. Pero luego le
había mostrado el dulce placer que se experimentaba cuando los besos y las
caricias se alargaban y el deseo iba creciendo poco a poco en el interior de
ambos, hasta que explotaba fuera de control.
—Me gustaría quedarme así el resto de mi vida —dijo Logan, sin
moverse ni un milímetro de donde estaba.
—Ya sabes que está en tus manos.
Logan no dijo nada.
—Me muero de hambre —dijo Kate en su oído.
—Entonces, bajemos a comer eso que has dicho que estaba mejor frío.
—A lo mejor está asqueroso, pero creo que me lo comeré de todas
formas, porque estoy hambrienta.
—Yo también.
—¿Puedes dejarme una camiseta? No quiero ponerme el vestido.
—Claro —dijo él entrando en el vestidor y cogiendo una. Luego salió y
se la dio.
Kate se la puso y él le recorrió el cuerpo con la mirada, pensando que
cada vez que él se pusiera esa camiseta pensaría en ella.
Calentaron la comida en el microondas y se lo comieron todo,
acompañado con media botella de vino, y no podría decirse que había poca
comida. Y se comieron todo el postre.
—Ya hemos cogido fuerzas para seguir —dijo ella con una sonrisa
descarada.
—Parece que le has cogido gusto al sexo.
—De haber sabido lo que se sentía, habría encontrado la forma de
hacerlo antes. Pero también tengo que decirte que no me arrepiento en
absoluto de haber esperado hasta encontrarte.
—Vaya, gracias.
—Recojamos la mesa deprisa —dijo ella levantándose.
Kate llevó los platos al fregadero, los aclaró y los metió en el
lavavajillas, mientras Logan retiraba lo que quedaba en la mesa.
—¿Te apetece un café?
—Me encantaría. El café me ayudará a pasar la noche despierta.
—No estarás pensando matarme, ¿verdad?
—Eres muy joven para morir por algo así. Además, has tenido un
periodo de abstinencia muy largo y te vendrá bien practicar.
—¿Crees que necesito practicar? ¿No lo estoy haciendo bien?
—Supongo que lo estás haciendo increíble, pero mi opinión no significa
mucho, porque no puedo comparar.
—¿Quieres pasar la noche despierta? Pensaba que tenías que trabajar
mañana.
—Sí, tengo que estar a las ocho en el restaurante.
—¿Y entonces?
—No me importa estar toda la noche despierta contigo. Puedo descansar
cuando vuelva a casa después del trabajo.
—Muy bien —dijo cogiéndola de la cintura, elevándola y sentándola
sobre la mesa.
—¿Qué haces?
—¿No tenías prisa por follar?
—Pero… Logan. No hay cortina en la ventana, y alguien puede vernos.
—Los arbustos de la verja, son altos y muy espesos, y lo cubren todo. Y
nadie va a entrar en la propiedad.
Yo lo hice, pensó Kate.
Logan le separó las piernas y le quitó la camiseta por la cabeza. Se bajó
el pantalón del chándal que se había puesto. El calor del sexo de kate lo
atraía. Los dedos de ella acariciaron su polla y le anularon toda la capacidad
de pensar. Con ella era algo más, mucho más que la pura necesidad sexual.
—Pon tus piernas alrededor de mi cintura —le pidió él.
Logan la penetró de una sola acometida hasta el fondo. Y entonces se
detuvo en su interior y la besó con desesperación, a tiempo de recoger en su
boca el grito que se le escapó a Kate, con la brutal embestida.
Logan siguió besándola de forma devastadora, mientras entraba y salía
de ella, una y otra vez, con acometidas bruscas y profundas. El deseo se
apoderó por completo de él y no se refrenó en esconderlo, dominándola a su
antojo. Kate colocó las piernas sobre sus hombros, haciendo que su polla
entrara aún más adentro.
Kate no podía hablar ni pensar. Lo único que hacía era sentir. Lo
contemplaba hipnotizada. Podía distinguir en sus ojos, con absoluta
claridad, cómo la pasión iba apoderándose de él. Logan tenía los ojos
entrecerrados, mientras la penetraba con potentes envites. Kate veía cómo
su respiración iba acelerándose con cada uno de ellos. Kate estaba
gimiendo.
—Cariño, córrete para mí —dijo Logan, metiendo la mano entre sus
cuerpos para acariciarle el clítoris, porque estaba a punto de correrse y
quería que ella lo hiciera también.
—Logan, Logan… —dijo Kate en un susurro que le puso a él los pelos
de punta al escucharlo.
La follaba de manera implacable, con embestidas brutales, deslizando su
polla, potente y dura, en su interior resbaladizo. La acometía una y otra vez,
penetrándola hasta el fondo, hasta que no quedó ni un solo resquicio de ella
sin alcanzar.
Logan se tensó y soltó un gruñido cuando llegó a la cima, y no pudo
evitar dejarse llevar. Pronunciaba el nombre de ella en un susurro, con esa
voz ronca que a Kate le erizaba la piel, y estalló con él.
Logan se inclinó sobre ella, Kate lo abrazó muy fuerte, y luego lo besó
con desesperación.
—Cariño, tienes que abandonar la iglesia, porque yo ya no podría vivir
sin hacer el amor contigo —le dijo Kate al oído.
Logan se tensó al escucharla. No le gustaba que lo presionara. Aunque
pensó que era tan franca y sincera en su deseo como en la forma que tenía
de pensar, o en su carácter. Logan salió de su interior.
—Me estás destrozando. Apuesto a que mañana no voy a poder
moverme. Pero me gusta sentirme así.
—Vayamos a la cama —dijo él subiéndose el pantalón y dándole la
camiseta para que se la pusiera.
Subieron la escalera en silencio. Cuando entraron en el dormitorio Logan
se abalanzó sobre ella para besarla. Le quitó la camiseta y luego se sacó él
el pantalón. La cogió en brazos y la llevó a la cama. Después de dejarla
sobre ella, le abrió las piernas y se colocó entre ellas. Ya tenía la polla dura
y notaba la humedad del sexo de Kate en su miembro. La embistió
adentrándose en ella de una sola estocada. Empezó a penetrarla sin apartar
la mirada de sus ojos.
Logan pensaba que era casi imposible no abrazarla, o besarla, o tocarla.
Hacer el amor con ella se había convertido en una necesidad para él. Y
sabía que no disminuiría con el paso del tiempo, porque cada vez que estaba
con ella, más la necesitaba y la deseaba.
Kate estaba gimiendo, y poco después jadeaba con la respiración agitada.
De pronto se vio invadida por un orgasmo desolador. Logan bajó un poco el
ritmo hasta que se detuvo en su interior para que ella pudiera saborear su
momento. Aprovechó para inclinarse hacia ella y la besó con desesperación.
Cuando la respiración de Kate volvió a la normalidad, Logan comenzó a
embestirla de nuevo. Ella lo sintió temblar, mientras entraba en ella una y
otra vez. A Kate la invadió un nuevo orgasmo, que hizo que el placer de
Logan aumentara y se dejara llevar entre los brazos de ella con un gemido.
Kate lo abrazó fuertemente y lo besó en el cuello, feliz de sentir su peso
sobre ella.
Logan se dio cuenta en ese momento del error que había cometido. No
tenía que haberse acostado con ella. Había sentido demasiado placer. Había
sido demasiado íntimo. Había sido demasiado intenso. Simplemente, había
sido demasiado. Se incorporó y se quedó frente a ella.
Kate lo miró desconcertada por lo que veía en sus ojos. Veía confusión y
aturdimiento. Y comprendió, con absoluta certeza, que él se había
arrepentido de lo que habían hecho.
Logan salió de su interior y bajó de la cama.
—Voy a ducharme. Luego puedes ducharte tú.
—Vale.
Logan la miró de arriba abajo.
—No he sido muy cuidadoso contigo —dijo al ver las marcas en sus
caderas.
—No te preocupes. Y me parece que yo también te he marcado —dijo
ella, señalándole el hombro.
—Lo siento, no debí ser tan brusco.
—No me estoy quejando, ¿y tú?
—Yo tampoco.
Logan caminó hacia el baño.
—Crees que acostarte conmigo ha sido un error, ¿verdad?
Logan se paró al escucharla y se volvió hacia ella.
—No lo sé. No estoy seguro. Puede que me haya precipitado… Tal vez
debí haberlo pensado mejor antes de actuar —dijo mirándola, antes de
entrar en el baño y cerrar la puerta.
Kate pensó en marcharse, pero después de ver y escuchar su indecisión,
sabía con toda seguridad, que ya no volverían a estar juntos, y deseaba estar
un poco más de tiempo con él.
—He dejado una toalla limpia sobre el mueble —dijo él cuando salió del
baño con una toalla en las caderas.
—Gracias —dijo ella levantándose de la cama y caminando hacia el
baño.
Kate volvió a la habitación unos minutos después. Logan estaba
acostado boca arriba y cubriéndose los ojos con un brazo. Kate se sacó la
toalla y volvió a ponerse la camiseta que llevaba anteriormente.
—¿Quieres que me marche a casa? —preguntó ella antes de meterse en
la cama.
—Claro que no, es tarde para ir sola.
Kate sintió ganas de llorar. Eso significaba que le habría dicho que se
marchara, de haber sido más pronto. Se metió en la cama y se tapó con el
edredón. Estuvo un instante boca arriba y al ver que Logan no se acercaba a
ella se giró y le dio la espalda. Estuvo mucho tiempo llorando en silencio
hasta que se durmió.
Kate se despertó en mitad de la noche y con las molestias físicas del
ejercicio de la noche anterior. Tenía la piel irritada en algunas zonas donde
la barba de Logan la había rozado y besado y le dolían los lados internos de
los muslos. Y debería haberse sentido feliz, pero no era así.
Se levantó despacio para no despertarlo. Cogió el vestido y el sujetador
guiándose por la luz de las farolas del jardín que entraba por la ventana y
los zapatos. Mejor olvidarse de las medias, de todas formas, no pensaba
perder tiempo poniéndoselas. Abandonó el dormitorio y bajó a la planta
inferior. Entró en el salón, encendió la luz y cogió las bragas. Se las puso y
se vistió. Se puso los zapatos de tacón y caminó hacia la entrada, intentando
hacer el menor ruido posible. Cogió el abrigo del armario y se lo puso
rápidamente. Luego abrió la puerta de la calle. La noche anterior había visto
el interruptor que abría la puerta de la verja. Se abría lentamente y pensó
que le daría tiempo a salir de la propiedad. Lo pulsó y salió, cerrando la
puerta despacio. Subió al coche a toda velocidad, arrancó y condujo hacia la
puerta de la verja. Salió de la finca y esperó a que la verja se cerrara. Luego
se fue a casa.
Logan se despertó a las ocho menos cuarto del día siguiente, que era
domingo, y estaba solo en la cama. Kate no estaba a su lado. La buscó por
toda la casa. Abrió la puerta de la calle y al ver que su coche no estaba soltó
una maldición.
Capítulo 20
Kate había olvidado el móvil en casa. Pensó que Logan la llamaría para
recriminarle que se hubiera ido sin despedirse. O puede que no lo hiciera y
se hubiera alegrado de que se marchara sin decirle nada. De todas formas,
no se arrepintió de no haber llevado el teléfono al trabajo, porque no tenía
ningún interés en hablar con él.
Bradley se levantó a las ocho y empezó a preparar el desayuno. Vio el
móvil de su hermana sobre la bancada y lo puso a un lado para que no se
manchara. Nada más dejarlo comenzó a sonar. Se acercó a mirar la pantalla
por si era Kate y vio que era Logan. Silenció la llamada y siguió con lo que
estaba haciendo. Cinco minutos después volvió a sonar. Era Logan de
nuevo, y volvió a silenciar la llamada. Cuando se cortó cogió el móvil y
comprobó que tenía ocho llamadas perdidas de él. Se preguntó por qué la
llamaba con tanta insistencia.
Kate no le había dicho con quien iba a salir la noche anterior, ni la
anterior a esa. Y tampoco sabía a qué hora había vuelto a casa, si es que lo
había hecho. Pero pensó que si Logan la llamaba con tanta insistencia
podría ser porque hubiera estado con él las dos noches. Rogaba para que ese
hombre no le hiciera daño a su hermana.
Logan fue a la iglesia a oficiar la misa de las diez. Y luego ofició la de
las once. A continuación fue a su despacho, que estaba junto a la sacristía, y
se ocupó del papeleo que tenía pendiente. Volvió a llamar a Kate y, como
las once llamadas anteriores, no contestó. Comprendió que estaría enfadada
con él, y tendría toda la razón. Le había dicho, sin palabras, que se
arrepentía de haberse acostado con ella.
Logan desistió de llamarla. Sabía que estaba trabajando y, posiblemente,
no llevase al móvil con ella. Pensó que, de querer hablar con él, le llamaría
tan pronto viera las llamadas, o cuando pudiese.
Logan se marchó de la iglesia. Cuando subió al coche pensó en ir a casa
de Carter para hablar con él, pero al final no lo hizo y se marchó a casa.
Pasó la tarde amargado y desconcertado. Y Kate no lo llamó. Sabía que
ella terminaba de trabajar a las tres y eran las seis. Fue al salón y encendió
el televisor para olvidarse de que la noche anterior había follado a Kate en
el sofá en el que estaba sentado. Estuvo frente a la pantalla pensando, y sin
prestar atención a lo que emitían. A las ocho fue a la cocina y se preparó un
sandwich. Se lo comió en la mesa de la cocina, y gruñó al recordar que
también la había follado allí. Cada rincón de la casa le recordaba a ella y se
maldijo.
Kate se había portado como un zombi durante los seis días siguientes.
Iba al instituto por las mañanas; corregía exámenes, o preparaba las clases
del día siguiente cuando volvía a casa; se ocupaba de sus hermanos y de
preparar la cena. Y por la noche, tan pronto acostaba a Dexter y le leía las
cinco páginas del libro, se acostaba. Pasaba un buen rato antes de que se
durmiera, porque desde que había estado con Logan no había dormido
mucho.
Había empezado a correr y salía de casa a las seis de la mañana. El
intenso frío y el ruido la acompañaban en su estado de ánimo, turbulento y
oscuro. Luego volvía a casa, se duchaba y preparaba el desayuno para
todos, fingiendo que todo iba bien, aunque no fuera así.
Acostarse con Logan la había alterado demasiado y dio gracias porque
no volvería a ocurrir. Ella prefería estar tranquila, ya tenía bastante con sus
problemas, para tener que añadir uno más. Y, sin duda, ese hombre era un
gran problema. No quería pensar en sus besos, ni en sus labios, ni en sus
caricias. Solo con pensarlo se le erizaba el vello de la piel.
Sabía que estaba enamorada de él, y sospechaba que había ocurrido
desde la primera vez que lo tuvo frente a ella. Y seguía estando tan
enamorada que le dolía el corazón. Le dolía no besarlo. Le dolía no tocarlo.
Le dolía, incluso, no verlo sonreír. Pero sabía que él tenía muchos asuntos
que resolver y, hasta que lo hiciera, no podría haber nada entre ellos.
Bradley intentó hablar con Kate para que le contara lo que le sucedía,
pero ella se cerró en banda y le dijo que no le pasaba nada. El chico estaba
muy preocupado así que ese mismo día, que era viernes, llamó a Sean
cuando salió del trabajo.
—Hola, Bradley, ¿cómo va todo?
—Hola, Sean. Bueno…, casi todo va bien.
—¿Qué ocurre?
—¿Hace mucho que no ves a mi hermana o hablas con ella?
—La llamé la semana pasada para invitarla a cenar, pero me dijo que
había quedado con alguien. Y esta semana la he llamado varias veces, pero
no me ha cogido las llamadas. ¿Qué pasa?
—Está rara. Como sois amigos, pensé que habría hablado contigo, por
eso te he llamado, para preguntarte.
—Si está apurada con el dinero, ya le dije que podía pagarme como ella
quisiera.
—No tiene nada que ver con el dinero. El otro día me dijo que iba a
buscar a algunos alumnos para darles clase de apoyo por las tardes.
—¿Por qué? Si dices que no tenéis problemas de dinero, ¿para qué va a
dar clases particulares? No le va a quedar tiempo libre.
—Me da la impresión de que eso es lo que quiere.
—¿Le ha pasado algo?
—Tal vez no debería decírtelo, pero el viernes pasado y el sábado quedó
con alguien por la noche. Yo me acosté pasadas las once y no había vuelto.
Puede que no volviera ninguna de las dos noches. Al día siguiente, cuando
me levanté ya se había ido a trabajar y no la vi.
—¿Sabes con quien salió? —preguntó Sean, aunque lo sabía.
—Con un hombre.
—¿Con Logan?
—¿Sabes lo suyo con Logan?
—Kate me lo contó. Hablaré con ella el domingo. Estoy en Miami por
asuntos de trabajo y no volveré hasta mañana.
—Te lo agradezco.
—No me lo agradezcas. Te dije que me llamaras si ocurría algo.
Sean no pudo ir a jugar el partido con sus amigos el día siguiente, porque
el vuelo de Miami llegaba a Nueva York a la una del mediodía. Salió del
aeropuerto y se dirigió directamente a casa de Delaney, donde se reunía el
grupo de amigos ese día. Llegó cuando iban a empezar a comer.
Agradeció que Eve, la hija de Carter y Ellie, no estuviera con ellos,
porque había ido a comer a casa de una amiga.
—¿Qué coño le has hecho a Kate? —dijo Sean parándose junto a la
mesa y mirando a Logan.
—¿A Kate?
Todos desviaron la mirada hacia el sacerdote.
—Sí, a Kate —dijo Sean sentándose a la mesa.
—Yo no le he hecho nada. Tuvimos un desacuerdo. Bueno, no fue un
desacuerdo…
—En qué quedamos, ¿fue un desacuerdo o no?
—No lo sé. La llamé varias veces después de que nos viéramos, pero no
contestó a ninguna de mis llamadas.
—Tampoco contesta a las mías. Y ahora resulta que, como le quedaban
dos horas libre por las tardes, ha decidido buscar otro trabajo, seguramente,
porque quiere terminar de pagarme lo que me debe cuanto antes.
—¿Y eso es culpa mía?
—¡Por supuesto que es culpa tuya! Estuviste con ella el viernes por la
noche y también la noche del sábado.
—¿Estuviste con ella también el sábado y no nos lo has dicho? —
preguntó Tess.
—¿Es que tenéis que saberlo todo?
—Nos contaste lo que te había pasado con ella, ¿no? ¿no crees que eso
también deberíamos haberlo sabido? —preguntó Lauren.
—Parece ser que nos cuenta solo lo que le interesa, pero el resto se lo
guarda para él —dijo Delaney.
—Vale, de acuerdo. Creo que algo no hice bien. Pasamos juntos las dos
noches, pero la última vez que hicimos el amor me asusté.
—¿Qué quiere decir con que te asustaste? —preguntó Carter.
—Pues eso, joder, que me asusté.
—Será mejor que te expliques —dijo Louise.
—Lo sentía todo con demasiada intensidad. Y entonces pensé que no
debí haber estado con ella, sin estar seguro de lo que iba a hacer con mi
vida.
—¿Te refieres a que no tenías que haberte acostado con ella? —preguntó
Nathan.
—Sí. Kate vio algo en la expresión de mi rostro y me preguntó si
pensaba que había sido un error acostarme con ella.
—¿Y qué le dijiste? —preguntó Carter.
—Que no estaba seguro. Que tal vez me había precipitado. Que tenía que
haberlo pensado mejor.
—En otras palabras, le dijiste que para ti había sido un error —dijo
Lauren.
—Fui sincero.
—Fuiste un capullo —dijo Ryan.
—Apostaría cualquier cosa a que cuando acabe de pagarme la reforma
no querrá saber nada más de mí, simplemente porque soy amigo tuyo.
—Yo no tengo la culpa de eso —dijo Logan.
—¡Por supuesto que tienes la culpa!
—¿Sucedió algo más? —preguntó Nathan.
—Me preguntó si quería que se marchase y le dije que no, porque era
muy tarde.
—Ahí lo terminaste de cagar —dijo Delaney.
—¿Por qué?
—Pues porque le diste a entender que, de haber sido más pronto, le
habrías dicho que se marchara —dijo Louise.
—Os dije que lo estropearía todo y que la perdería —dijo Ryan—.
Parece ser que no me equivoqué.
—¿Y después de decirle eso se quedó a dormir contigo? —preguntó
Jules.
—Sí. Pero no nos sentíamos cómodos. Yo me quedé en mi lado de la
cama y poco después, ella se giró dándome la espalda.
—O sea, que no la abrazaste ni te acercaste a ella —dijo Patrick.
—No. Estaba aturdido, y sigo estándolo.
—¿Sabes, Logan? Creo que lo mejor es que sigas siendo sacerdote —
dijo Patrick.
—Esa chica no se merece lo que le estás haciendo —añadió Louise.
—Voy a intentar quedar con ella, a ver si me cuenta algo de lo que os ha
sucedido. Aunque no estoy seguro de que quiera volver a verme —dijo
Sean.
—Yo también creo que lo has hecho muy mal —dijo Nathan—. Te dijo
que te esperaría hasta que tomaras una decisión. No tenías que haberte
acostado con ella y luego darle a entender que prefieres ser sacerdote.
—Yo entiendo que te acostaras con Kate el viernes, al fin y al cabo, ella
quería que tú fueras el primero —dijo Delaney—, pero no tenías que haber
estado con ella una segunda vez, si no estabas seguro de lo que querías.
—Es una buena chica y no ha tenido una vida fácil. Yo creo que deberías
renunciar a ella y seguir con tu iglesia —dijo Jules.
—Eso es muy fácil decirlo. Tú no sabes la tentación que es esa chica
para mí.
—Pero, por mucha tentación que sea, parece ser que ya has tomado la
decisión, ¿no? —dijo Tess.
—No he tomado ninguna decisión, solo me asusté.
—Deberías pensar muy bien lo que quieres, pero sin pensar en ella —
dijo Carter.
—No puedo hacer eso. Pienso en ella las veinticuatro horas del día.
—Lo que quiere decir Carter es que debes decidir, de una vez por todas,
si quieres dejar de ser sacerdote o no. Independientemente de lo que sientas
por ella. Porque, es posible que Kate ya no quiera nada contigo, pero puede
que te enamores de otra mujer en el futuro —dijo Louise.
—Yo estoy de acuerdo con mi mujer —dijo Patrick—. Deja en paz a esa
chica, no la llames y no intentes verla. Déjala vivir su vida. Y si alguna vez
cuelgas los hábitos, podrás ir a buscarla.
—¿Y si no me espera?
—Pues entonces te jodes. Hubieras hecho bien las cosas —dijo Sean.
—De todas formas, independientemente de lo que hagas, Ellie, Lauren y
yo vamos a intentar convencerla para que seamos amigas —dijo Tess.
—Y, como ha dicho Sean, nosotras tampoco vamos a ponernos de tu
lado —dijo Lauren.
—Muchas gracias, cariño —dijo Logan con sarcasmo.
—Lauren no lo ha dicho con mala intención, lo que quiere decir, y yo
comparto con ella, es que tú puedes superar cualquier cosa —dijo Ellie—.
Tu vida ha sido tan fácil que no te supondrá ningún esfuerzo. Pero esa chica
ha tenido una vida dura y, sinceramente, creo que merece algo mejor que tú.
—Vaya, eres muy considerada conmigo —dijo Logan con sarcasmo de
nuevo.
—No me refiero a tu persona, sino a crearle más problemas de los que ya
tiene. Kate merece a un hombre que esté completamente enamorado y que
ella sea lo más importante para él. Y has demostrado que tú no eres ese
hombre —dijo Ellie.
—Aunque me joda saberlo, sé que tenéis toda la razón —dijo Logan.
Por mucho que le dijeran sus amigos, Logan no podía pensar nada que
no fuera que esa mujer era suya. La había echado de menos en su casa y en
su cama cada noche, desde que habían estado juntos. Era incomprensible
cómo su cuerpo se había acostumbrado rápidamente a tenerla a su lado.
Hacía mucho que no había estado con una mujer, pero nunca había deseado
a ninguna y nunca había disfrutado tanto como con ella. Se dio cuenta de la
estupidez que había cometido. Sus amigos habían tenido razón en todo lo
que le habían dicho. Tenía que seguir en la iglesia o abandonarla. Pero
estaba dominado por el miedo y la inseguridad. Temía dejar la iglesia y que
luego no salieran bien las cosas con Kate. Y entonces, se encontraría solo y
abandonado. Sabía que no podía dejar la iglesia por una mujer, tenía que
hacerlo por él mismo, porque deseara más una familia.
Sean sabía que Kate terminaba el trabajo a las tres de la tarde. Había
llamado a Bradley esa mañana y el chico le había dicho que él y sus
hermanos irían al restaurante a comer sobre las dos y media, y luego
volverían los cuatro a casa. Y él se iría entonces a trabajar. Sean decidió ir a
comer con ellos y así se quedaría con Kate y los pequeños cuando Bradley
se marchara. Y cuando volviera podría irse con Kate a cenar o a tomar algo
mientras hablaban.
Kate se sorprendió cuando vio a Sean entrar en el restaurante. Se acercó
a saludar a Max, que estaba detrás de la barra, y le dio a Kate un beso.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Kate.
—No contestas a mis llamadas. Sabía que tus hermanos comían hoy aquí
y he pensado venir a comer con ellos. No te importa, ¿verdad?
—Claro que no.
—Cuando Bradley se vaya a trabajar me quedaré contigo y con los
pequeños.
—¿No tienes nada mejor que hacer un domingo por la tarde?
—Me gusta pasar tiempo con mis amigos, y tú eres una buena amiga —
dijo Sean sonriéndole.
—De acuerdo. Ve a sentarte con ellos. Mis hermanos van a comer el
menú, que hoy es muy bueno.
—Pues yo comeré lo mismo. Y hoy invito yo, Max —dijo mirando al
hombre.
—Me parece bien. Lleva esta noche a Kate a cenar. Le hace falta
distraerse con algo que no sea el trabajo —dijo cuando Kate fue a llevar un
pedido a una de las mesas.
—Es lo que pretendo.
Sean pasó una hora fantástica, y no solo por la comida, que era deliciosa,
sino por la compañía de esos niños. Después de comer volvieron todos a
casa.
A Sean le fascinaba el comportamiento y la inteligencia de Dexter. Le
había llevado un libro de pasatiempos y era increíble lo rápido que lo
resolvía todo. No habló a solas con Kate en ningún momento. Estuvo
hablando con Taylor en el salón, y luego acompañó al pequeño mientras
Kate y su hermana preparaban la cena. A las siete menos cuarto Bradley
volvió del trabajo y estuvo hablando con Sean de la universidad y de lo que
estaban estudiando en esos momentos, mientras Kate se duchaba. Sean le
dijo de ir a cenar, pero Kate le dijo que no le apetecía salir, y que se quedara
a cenar con ellos.
Cenaron los cinco y luego recogieron la mesa entre todos. Bradley y
Sean se sentaron en el salón mientras Kate acostaba a su hermano y le leía
las cinco páginas, como cada noche. Taylor salió de la ducha y se despidió
de Sean, porque iba a acostarse. Bradley también le dio las buenas noches y
se retiró a su dormitorio a terminar algo para la universidad. Kate fue al
salón y se sentó en el sofá junto a su amigo.
—¿Por qué no has contestado a mis llamadas?
—He tenido unos días malos y complicados. ¿Te apetece un café?
—Sí.
—Vuelvo enseguida.
—Te acompaño —dijo él levantándose y yendo a la cocina con ella.
—Estoy muy contenta con la casa. Bueno, mis hermanos también están
encantados.
—Me alegro. ¿Hay algo que no funcione bien?
—No, todo está perfectamente —dijo ella poniendo la cafetera en el
fuego.
—¿Por qué has dicho que has tenido unos días malos? La verdad es que
no hace falta que te lo pregunte, sé exactamente por qué te sientes mal.
—¿Lo sabes?
—Sí. Ayer comimos juntos todos los amigos, como sabes que hacemos
cada sábado.
—¿Logan os contó algo?
—Sí, nos dijo lo que había hecho.
—¿Todos saben que nos hemos acostado?
—Cariño, somos adultos, y no puede decirse que nos asustemos porque
te hayas acostado con él.
—¿Aunque sea sacerdote?
—Incluso siendo sacerdote. Todos estamos muy cabreados con él.
—¿Por qué?
—Por cómo te trató al final.
Kate lo colocó todo en una bandeja y volvieron al salón.
—No sé lo que os ha contado, pero me sentí fatal. Ahora sé que ha
decidido seguir siendo sacerdote. No creas que lo estoy recriminando por
ello. Si él quiere seguir como hasta ahora no tengo nada que objetar, lo
único que quería era que se decidiera. Pero no me gustó lo que hizo.
Pasamos un fin de semana fantástico, pero al final…
Sean vio cómo se le humedecían los ojos. Kate sirvió el café para
tranquilizarse.
—No me arrepiento de lo que hicimos el viernes, porque yo ya había
decidido que quería perder la virginidad con él, pero si no estaba seguro de
su decisión, no debería haberme pedido que fuera a su casa el día siguiente.
Me sentí humillada al dejarme claro que no abandonaría la iglesia. Y luego,
cuando íbamos a dormir, se quedó en un lado de la cama, sin rozarme
siquiera, como si yo no le importara lo más mínimo. Te aseguro que he
pasado malos días en mi vida, pero ese momento fue el peor de todos.
—¿Por qué te quedaste a pasar la noche con él?
—Porque soy una imbécil. Sabía que no volvería a verlo y quería pasar
con él algo más de tiempo.
—Olvídalo. No merece la pena que sufras por algo así.
—¿Me estás diciendo que me olvide de lo mal que lo pasé, o de él?
—De Logan y de todo lo relacionado con él.
—Creía que era tu amigo.
—Y lo es, pero tú también eres amiga mía. Has de saber que todos le
hemos aconsejado que te deje en paz. Y que tiene que decidir lo que quiere
para su vida.
—Entonces, ¿va a olvidarse de mí?
—¿No crees que es lo mejor? Logan está aturdido y no sabe qué hacer, y
en parte es por ti. Estar contigo hace que no tenga las ideas claras.
—Bueno, sí. Supongo que en estos momentos no seré una buena
influencia. De todas formas, ya había decidido no volver a verlo.
—Eso va a ser un poco difícil.
—¿Por qué?
—Porque Tess, Lauren, Ellie y mi madre, han decidido venir a hablar
contigo.
—¿Para qué?
—Puede que yo tenga la culpa. Les dije que no tienes muchas amigas y
están decididas a que pertenezcas a nuestro grupo.
—Sean, yo no pinto nada entre vosotros.
—Eso es lo que tú dices, pero te equivocas. A todos nos caes muy bien.
—Sabes que tengo que llevar a mis hermanos a cualquier parte que yo
vaya.
—Eso lo sabemos todos. ¿Lo pasasteis bien cuando comisteis en casa de
mis padres?
—Sí, muy bien.
—¿Y cuando fuimos a la casa de las montañas de Carter?
—Eso fue genial. Fueron las vacaciones perfectas.
—Pues así va a seguir siendo. ¿Crees que tendrías algún problema si
vieses de nuevo a Logan?
—No, ninguno. Tengo claro que lo que había entre nosotros, si es que
había algo, ha terminado.
—Entonces, venid a pasar el próximo sábado con nosotros. No
permitiremos que Logan se acerque a ti, a no ser para saludarte al llegar, o
al despedirse
—No sé.
—Lo único que tienes que hacer es ignorarlo.
—Eso podría hacerlo perfectamente —dijo ella sonriéndole.
—Estupendo.
—¿Lo saben los otros?
—Sí.
—¿Y Logan?
—Sabe que estamos dispuestos a introducirte en el grupo.
—Está bien. Pero, si no te importa, esperaré unas semanas. Antes quiero
olvidarme de él.
—¿Lo olvidarás en unas semanas?
—Eso espero. He de darte algo —dijo levantándose y caminando hasta
su escritorio para coger un sobre. Cuando regresó se lo dio.
—¿Qué es?
—Un talón de lo de la reforma.
—Es de dos mil quinientos dólares —dijo él después de verlo.
—Ya no tengo problemas de dinero. Entre Bradley y yo ganamos casi
tres mil quinientos dólares. Y, posiblemente trabaje un par de horas cada día
durante la semana. Si lo hago, podré pagarte cada mes tres mil dólares. Y
cancelaré la deuda que tengo contigo en unos meses.
—Te dije que no tenía prisa.
—Lo sé.
—No estarás pensando pagarme cuanto antes para no volver a verme,
¿verdad?
—He de confesar que ese era el plan que hice en los últimos días.
—No querías volver a verme porque soy amigo de Logan.
—Sí.
—Al menos eres sincera. No busques otro trabajo, Kate. Ya trabajas más
que suficiente. Dedica esas dos horas que pensabas emplear dando clase, a
estar con tus hermanos. O conmigo y con mis amigos.
—De acuerdo, te haré caso.
—Perfecto. ¿Estás anotando el dinero que me estás entregando de la
reforma?
—Claro. Tengo una hoja en la agenda solo para ello.
Sean se tomó el resto del café.
—Tengo que irme. Mañana tengo que estar en el estudio a las ocho y aún
tengo que revisar unos planos —dijo Sean poniéndose de pie.
—Gracias por haber pasado la tarde con nosotros, y por haber hablado
conmigo —dijo ella levantándose también.
—Cariño, siempre voy a estar aquí cuando me necesites. Y pronto vas a
tener muchos amigos en los que apoyarte.
—Sí, un grupo de millonarios.
—Y con mucha influencia, no lo olvides —dijo Sean caminando hacia la
entrada seguido por ella—. Seguro que las chicas te llamarán o vendrán a
verte. Por cierto, mi cuñada está embarazada.
—Felicidades. ¿Delaney está contento?
—Sí. Los dos están muy contentos. Tess le dijo hace unas cuantas
semanas que no quería quedarse embarazada después de los treinta, y los
cumple en abril del próximo año. Me da la impresión de que tendrán este
bebé y puede que otro más.
—Cuatro hijos son muchos.
—Cuando se casaron, Tess le dijo a mi hermano que quería tener
muchos hijos para verlos correr por la casa.
—Y supongo que Delaney le da todo lo que quiere.
—Sí —dijo él sonriendo.
—Tu hermano es genial, me cae muy bien.
—Lo sé. Quedaremos los viernes para ir a cenar, como hacíamos antes, o
vendré a cenar aquí con vosotros. Así me irás contando cómo te sientes
respecto a Logan —dijo él cuando llegaron a la puerta.
—Muy bien.
—Aunque seguro que nuestras amigas te convencerán para que pases los
sábados con nosotros. Y si mi madre se une a ellas, ya no podrás negarte, te
aseguro que es una mujer implacable.
—Ya veremos —dijo ella besándolo y abriendo la puerta—. Conduce
con cuidado.
—Lo haré.
Jack abrió la puerta del salón y dejó pasar a Kate. Luego cerró la puerta
y fue a la cocina.
—¡Hola! —dijo Tess levantándose y acercándose a Kate para abrazarla.
—Hola, Tess —dijo devolviéndole el abrazo.
Luego saludó a las otras dos chicas y a Louise.
—Me alegro de que decidieras cenar con nosotras —dijo Tess—.
Sentémonos.
—Mi hermano ha tenido mucho que ver en ello. Aprovecha cualquier
oportunidad que se me presenta para que salga. Creo que está preocupado
por mí.
—¿Y eso?
—Bueno, él no lo sabe, pero vosotras sí, ¿verdad? Sé que estáis al
corriente del dinero que me llevé del cepillo de la iglesia de Logan. Y de lo
que ha habido entre él y yo.
—Sí, lo sabemos —dijo Lauren sonriendo.
—Pero quiero dejaros claro que estoy bien. En dos días hará cinco
semanas que lo vi por última vez. No voy a deciros que lo he olvidado
porque, por si no lo sabéis, estoy enamorada de él, pero se me pasará.
—Te gustan las cosas claras —dijo Louise.
—Sí. Y no me gusta que me tengan lástima.
—Comprendido —dijo Lauren.
—¿Crees que conseguirás olvidarte de Logan? —preguntó Ellie.
—He de hacerlo. Y os agradecería que lo mencionarais lo menos
posible.
—Es amigo nuestro, pero lo intentaremos —dijo Tess.
—No digo que no podáis hablar de él, sino que no tenéis que hablarme a
mí de él, ni de lo que ha habido entre nosotros.
—De acuerdo —dijo Lauren.
—¿Quieres tomar algo? —preguntó Tess.
—¿Qué estáis tomando vosotras?
—Agua —dijo Lauren—. Estoy embarazada.
—Enhorabuena.
—Muchas gracias.
—¿De cuánto estás?
—De cuatro semanas.
—Yo también estoy embarazada —dijo Tess—. De ocho semanas.
Kate ya lo sabía, porque se lo había dicho Sean, pero no lo mencionó.
—Vaya, las dos al mismo tiempo. Felicidades.
—Gracias —dijo Tess.
—Felicidades, Louise.
—Muchas gracias. Estoy muy feliz, va a ser mi tercer nieto —dijo la
mujer.
—¿Es casualidad u os habéis puesto de acuerdo las dos?
—Casualidad —dijo Lauren—. Aunque las dos queríamos tener otro
bebé.
—Carter y yo también estamos pensando en tener otro hijo. Llevamos
unos días haciéndolo sin protección. La última vez me quedé embarazada el
primer día que hicimos el amor —dijo Ellie sonriendo.
De pronto, Kate se quedó quieta pensando. En ese momento recordó que
Logan y ella no habían usado condón. Puede que él pensara que tomaba
anticonceptivos, pero Kate no tomaba nada. ¿Por qué iba a hacerlo, si no
había salido con nadie? Ese día hacía exactamente cinco semanas que
Logan y ella habían estado juntos. Intentó pensar cuándo había tenido la
regla por última vez, pero no se acordaba. Ahora deseaba volver a casa para
comprobar la agenda, que era donde lo anotaba cada mes. Porque, de estar
embarazada, ya estaría de cinco semanas. Eso la inquietó.
—¿Estás bien? —preguntó Tess.
—Sí, solo estaba pensando en algo.
—¿Qué quieres tomar? Ellie está tomando un té —dijo Louise.
—Solo tomaré un poco de agua, gracias.
Tess sirvió agua en un vaso y se la dio.
Estuvieron hablando de una cosa y otra para ir conociéndose. Luego
fueron al comedor que había junto a la cocina, donde Cath les sirvió la
cena.
Lo pasaron realmente bien. Hacía tiempo que Kate no se reía tanto. Las
tres chicas le contaron anécdotas de sus matrimonios y de todos los amigos.
Y Louise les habló de sus hijos.
Kate pensó que esas mujeres habían tenido suerte. Por lo que Sean le
había hablado de ellas y lo que las tres le contaron durante la cena, se
merecían haber encontrado a esos maravillosos hombres y que ellos les
cambiaran la vida. Se notaba que estaban completamente enamoradas de
ellos, y Kate había comprobado, las veces que los había visto, que ellos
también estaban locos por sus mujeres. Se dijo que ella también se merecía
encontrar a un buen hombre.
Kate les habló también de su vida, a grandes rasgos, sin saber que ya
estaban al corriente por Sean de muchas de las cosas que les mencionó.
Después de cenar tomaron café descafeinado con unos dulces.
A la hora de marcharse, Kate fue a la cocina para despedirse de Cath y la
mujer le dio a Kate unas galletas para que se las llevara a sus hermanos. La
chica le dio las gracias y se despidió de ella.
—¿Te apetece venir mañana a pasar el día con nosotros? —preguntó
Tess a Kate cuando salieron al porche a despedirla.
—Mañana nos reuniremos todos en mi casa —dijo Ellie—. Me gustaría
que nos acompañaras.
—A Delaney le gustará verte —dijo Tess.
—¿No has dicho que está de viaje con Nathan?
—Volverán esta noche —dijo Lauren.
—Si no os importa, lo dejaremos para la próxima semana. Así le diré a
mi jefe con más tiempo que no iré a trabajar el sábado.
—Claro, no hay problema. No hace falta que te digamos que tienes que
traerte a tus hermanos, porque contamos con ellos.
—De acuerdo.
—Llámame cuando sepas seguro que vendréis y Jack os recogerá —dio
Tess.
—No hace falta, yo tengo coche.
—Bien. Te llamaré para decirte en qué casa nos reuniremos, porque no
es siempre en la misma —dijo Tess.
—Vale. Gracias por la cena. Lo he pasado muy bien —dijo Kate.
—Me alegro. Nosotros también.
Kate se despidió de ellas y bajó las escaleras del porche. Jack estaba
esperándola junto al coche y le abrió la puerta para que subiera en el asiento
del copiloto. Luego arrancó el vehículo y se marcharon.
—Me ha dado la impresión de que has cortado con Logan —dijo Sean
cuando iban en el coche.
—Y no te equivocas. No quiero tener nada con él.
—Pensé que lo querías.
—Y le quiero, pero no puedo salir con él.
—¿Por qué? Ya no hay nada que os lo impida.
—No soy la mujer adecuada para él. Después de tantos años de
sacerdote se merece a alguien que le dedique todo su tiempo y no tenga que
ocuparse de tres hermanos, como yo.
—Logan está enamorado de ti, y tú de él.
—No creo que esté enamorado de mí. Pero si es así, me olvidará, igual
que lo olvidaré yo. De todas formas, yo no tengo tiempo para mantener una
relación. Tengo el instituto, el trabajo de los fines de semana en el
restaurante, que se ha ampliado y ahora trabajaré también los viernes por la
noche. Además, la siguiente semana empezaré a dar clases de apoyo de
lunes a jueves por la tarde. Y Bradley también va a trabajar a partir de ahora
los fines de semana.
—No vas a tener tiempo para ti ni para tus hermanos.
—Taylor se ocupará de Dexter.
—¿Por qué?
—¿Porque qué?
—¿Por qué quieres trabajar tanto?
—Quiero pagarte cuanto antes lo que te debo.
—¿Sabes lo mal que me hace sentir eso? —dijo Sean, claramente
enfadado.
—No debes sentirte mal por ello.
—No te he presionado de ningún modo para que me pagues antes, y
sabes que no lo haré.
—Lo sé, pero no me gusta deber dinero, lo siento.
Nada más parar el coche en la puerta de la casa de Kate empezó a llover,
y no una ligera lluvia.
—Entonces, ¿no podremos vernos el viernes que viene?
—No, ya no podremos vernos ningún viernes, porque estaré trabajando.
A partir de ahora va a ser complicado que nos veamos. Pero nos veremos el
sábado de la próxima semana, aunque nosotros iremos después de comer.
—¿No comeréis con nosotros?
—El sábado pasado fuimos porque pude arreglarlo, pero a partir de
ahora tengo que organizarlo con tiempo. Además, los días que no trabaje no
cobraré.
—Pues vaya faena. Me jode que lo hagas por pagarme antes, me siento
culpable por ello.
—Tú no tienes ninguna culpa. Yo soy así y no puedo cambiar. Y de no
haber sido por ti, no tendríamos esta fabulosa casa, así que no te sientas
culpable.
—No tuviste tanta prisa en pagarle a Logan el dinero que te llevaste de la
iglesia.
—Ahora tengo mis razones.
Sean no quiso insistir más, pero estaba seguro de que a Kate le sucedía
algo.
—Puede que me pase por tu casa un día de la próxima semana para cenar
con vosotros.
—Puedes venir cuando quieras.
—Te llamaré.
Esa misma tarde, Lauren llamó a Kate para invitarla a pasar el siguiente
fin de semana en el rancho de su abuelo. Y Kate le dijo que lo hablaría con
Bradley y le contestaría.
Kate lo comentó con sus hermanos esa noche mientras cenaban.
—¿Tú quieres ir? —preguntó Bradley a Kate.
—No estoy segura, pero no creo que podamos verlos muchas veces más
—dijo Kate, sin mencionar lo del embarazo para que Dexter no se entrara,
porque lo hablaba todo. Aunque sus dos hermanos sabían que se refería a
que pronto se le notaría.
—Si tú quieres ir, iremos —dijo Bradley—. Lo arreglaré en el trabajo.
¿Tú podrás solucionar lo del restaurante?
—Supongo que sí. Lauren me ha dicho que nos iríamos el viernes por la
tarde.
—Tendrías que cancelar la clase que tienes ese día —dijo Bradley.
—No es problema.
—¿Cuándo volveríamos?
—El domingo, también por la tarde. ¿A ti te parece bien que vayamos?
—preguntó Kate a su hermana.
—Me gustaría mucho ir. Eve me dijo que cuando iban lo pasaban genial.
Me dijo que me enseñaría a montar a caballo.
—¿Tú qué dices, Dexter?
—No sé si me van a gustar los caballos —dijo el niño.
—También hay ponis —dijo Taylor.
—Los ponis son caballos.
—Pero son muy pequeños —dijo Kate.
—También hay vacas —dijo la niña.
—Las vacas no me gustan.
—No puedes saberlo porque nunca has visto una.
—Las he visto en los documentales y son muy grandes.
—Tess tiene un perro muy bonito —dijo Kate.
—Se llama sombra y es amigo mío —dijo Dexter.
—Eve me dijo que a veces se lo llevaban —dijo Taylor.
—Me gustaría verlo —dijo el pequeño.
—Le diré a Tess si pueden llevarlo —dijo Kate—. Aunque es muy
grande y no sé si tendrán espacio en el coche.
El abuelo de Lauren salió de la casa al oír los coches acercarse y bajó los
escalones del porche. Todos bajaron de los vehículos y se acercaron a
saludar al hombre.
—Abuelo, ella es Kate, la amiga de quien te hablé. Kate, él es Fred, mi
abuelo.
—Un placer conocerle, señor…
—Nada de señor, con Fred es suficiente y tutéame —dijo el hombre sin
dejarla terminar la frase—. Ya tenía ganas de conocerte, me han hablado
mucho de ti. Bueno, de vosotros. Supongo que ellos son tus hermanos —
dijo el hombre mirando al chico y a los tres niños que estaban a su lado.
—Sí, él es Bradley.
—El estudiante de arquitectura —dijo el hombre dándole la mano.
—Ese soy yo. Un placer conocerte, Fred —dijo él estrechándole la mano
fuertemente.
—Lo mismo digo, Bradley.
—Ella es Taylor —dijo Kate.
—Hola, pequeña —dijo Fred besándola.
—Hola, Fred.
—Y él es Dexter, el pequeño.
—También me han hablado de ti. Hola, Dexter.
—Hola —dijo el niño sin mirarlo.
—Sacad las cosas de los coches mientras Anne prepara el café —dijo
Fred ayudándoles con las bolsas.
Entre todos las sacaron de los vehículos y las llevaron a la casa.
—Lauren, ya sabes las habitaciones que hemos asignado para vuestros
nuevos amigos —dijo su abuelo.
—Sí.
—Mi nieta me dijo que solo queríais dos habitaciones, pero si necesitáis
alguna más, solo tenéis que decírmelo —dijo el hombre.
—Dos serán más que suficientes. Gracias por invitarnos, Fred —dijo
Kate.
—Es un placer teneros a todos aquí. Si queréis deshacer ahora las
maletas, tomaremos el café cuando terminéis. ¿Os parece bien en media
hora?
—Estupendo. Media hora será suficiente —dijo Louise.
Kate entró con sus hermanos en una de las habitaciones y abrió la bolsa
de Dexter para guardar sus cosas.
—Kate, yo me ocuparé de la ropa de Dexter y de la mía. Id a vuestra
habitación y encargaros de vuestras cosas —dijo Bradley a sus dos
hermanas.
—Vale. Vendremos en terminar.
—Aquí estaremos —dijo el chico.
Logan se despertó dos horas más tarde y se colocó sobre ella. Y le hizo
el amor con suavidad. La penetraba lentamente, llegando a lo más profundo
y luego sacaba el miembro hasta estar casi fuera y volvía a introducirlo
hasta el final.
Kate estaba volviéndose loca de placer. Se movía debajo de él,
intentando llegar a lo más alto, pero Logan no permitía que se precipitara.
Quería que eso no se acabara nunca. Quería pasar toda la noche follándola.
Y quería hacerlo cada noche del resto de su vida.
Logan susurraba frases cariñosas y ella se sentía en el cielo.
Ninguno de los dos se dio cuenta, pero estaban haciendo el amor sin
ningún tipo de protección, cosa que a ella no le preocupó.
Los susurros fueron haciéndose más apasionados y sus embestidas más
rápidas y profundas. Kate levantó las caderas cuando Logan aceleró el
ritmo, para ayudarse a moverse con él. Poco después aprisionó la polla al
contraerse los músculos de su vagina, con tanta pasión e intensidad, que la
mente se le quedó en blanco.
Logan intentó tomar de nuevo el control, pero unas convulsiones
incontenibles y un placer cegador lo arrastraron a un orgasmo descomunal.
Nunca había sentido nada igual.
Cuando se tranquilizaron, Kate se quedó dormida. Logan sacó la polla de
su interior y entonces se dio cuenta de que no había usado preservativo. En
un principio se preocupó, pero luego pensó que si se quedaba embarazada,
le facilitaría las cosas, porque el bebé necesitaría un padre.
Logan se puso boca arriba y los tapó a ambos. Kate se pegó a él y le
rodeó el torso con el brazo sin despertarse.
—Cielo, eres todo lo que necesito para ser feliz —dijo Logan, aunque
sabía que ella dormía.
Pero Kate, que estaba medio dormida, lo escuchó con toda claridad. Se
durmió pensando que la voz de ese hombre era como una caricia. Con esa
voz sería capaz de embaucar, incluso a un ángel.
Logan se quedó dormido. Estaba agotado, pero feliz de tenerla a su lado.
Las semanas siguieron pasando. Era el último día del mes de agosto y
Kate pensó en el embarazo de sus amigas. Le habría gustado verlas. Sería
un espectáculo maravilloso ver a tres mujeres preciosas embarazadas junto
a sus espectaculares maridos, quienes las adoraban. Se preguntó qué mal
había hecho ella para que no pudiera también tener a un hombre en su vida
que la adorara. Pero su bebé no tendría padre. Pensó en el imponente
Nathan, que el día anterior había cumplido treinta y ocho años, la misma
edad que Delaney.
Kate había visto a su amigo Sean en la portada de una revista al pasar
por un quiosco y no pudo resistirse a comprarla. En el interior había varias
fotos del pequeño de los Stanford con diferentes mujeres y Kate sonrió al
verlas. Y entonces pensó que eso estaría haciendo Logan, después de tantos
años de abstinencia, sin duda estaría saliendo con mujeres para desquitarse.
Kate se sentó en su mesa de despacho, antes de irse a la cama, y le hizo
una transferencia bancaria a Sean de doce mil quinientos dólares, con la que
cancelaba la deuda que tenia con él.
Salieron para Trenton, New Jersey, con dos coches, porque Bradley tenía
que volver a Nueva York después de comer para ir a trabajar. Logan le
había dicho el viernes anterior que dijera en el trabajo que lo dejaba, pero
tenía que dar una semana para que encontraran otro camarero. Bradley iba
con el coche de Kate, acompañado de Taylor. Detrás de ellos iban Logan,
Kate, y Dexter. El pequeño iba en el asiento trasero jugando a la
videoconsola que había instalada en el respaldo del asiento delantero.
Trenton no estaba lejos, pero tuvieron que hacer una parada, porque Kate
necesitaba ir al aseo.
Anne y Clara se sentían felices cuando salieron de la casa al escuchar el
coche. Las dos mujeres abrazaron a Logan, con lágrimas en los ojos, y
luego hicieron lo mismo con Kate. Y a continuación abrazaron a los niños
cuando se los presentaron. Excepto a Dexter, porque no querían que se
sintiera incómodo.
Entraron en la casa y Anne se la mostró a todos, aunque Kate ya la había
visto. Y Logan les enseñó el jardín y la piscina a los niños.
Comieron en la mesa de la cocina. Desde que había fallecido James, el
marido de Anne, ella y Clara, que no era solo su ama de llaves, sino
también su amiga, comían en la cocina. Clara llevaba con ellos desde que se
casaron y era uno más de la familia.
Mientras comían, hablaron de los colegios de los niños, de la universidad
de Bradley, del trabajo y de la casa en la que vivían.
Después de comer fueron al salón a tomar el café. Logan había hablado
con su madre y le había dicho que ese sería el momento en que le pediría a
Kate que se casara con él a. Anne y Clara estaban muy emocionadas,
porque Logan ya tenía el anillo de pedida en el bolsillo. Clara sirvió el café
y se sentó con ellos.
De pronto, Logan se levantó del sillón en el que estaba sentado y se
acercó a Kate. Ella lo miró, sin saber que hacía. Se quedó desconcertada al
verlo de pie. Logan puso una rodilla en el suelo y la miró con el pequeño
estuche abierto en la mano.
—Logan… —dijo ella mirando el precioso anillo de pedida.
—De haber sabido que estabas embarazada te lo habría pedido hace unos
meses. Kate, ¿quieres casarte conmigo?
Kate lo miró fijamente. Sus hermanos la miraban esperando su
contestación.
Los ojos grises de Logan parecían del color de un cielo turbulento bajo
la suave luz de la estancia.
—Cielo, estoy esperando.
—¡Sí, sí, sí! —dijo ella lanzádose a su cuello para abrazarlo, con tanto
ímpetu que casi lo hizo caer.
Logan la besó en los labios y a continuación le puso el anillo en el dedo.
—Es precioso.
—Es el anillo de pedida de mi madre.
Kate miró a la mujer, que se estaba secando las lágrimas con un pañuelo.
—Pensé que si llevabas mi anillo, que lo compró mi marido, sería como
si tuvieras también algo de él —dijo la mujer— A James le habrías caído
muy bien y estaría encantado con los niños. Y se sentiría feliz al saber que
iba a tener una nieta.
—Será un orgullo para mí llevarlo —dijo Kate abrazándola, porque la
tenía a su lado, y llorando de la emoción—. Me habría gustado mucho
conocerle.
Logan, Bradley y Taylor fueron al garaje, porque Logan quería enseñarle
al chico su moto. Cuando Logan quitó la tela que la cubría, Bradley se
quedó embobado mirándola. Era una BMW negra y gris. Estaba fascinado y
no podía apartar la vista de ella.
—¿Tienes carnet de moto?
—No, solo de coche.
—Pues tendrás que sacártelo cuanto antes, porque vamos a llevar la
moto a casa. En invierno puedes ir a la universidad con el coche, pero en
verano puedes utilizar la moto.
—¿Hablas en serio?
—Claro. Yo solo la cojo cuando vengo aquí, nunca la he llevado a Nueva
York.
—El coche es de Kate y lo necesitará para ir a trabajar.
—Va a estar un tiempo sin conducir y cuando tenga el bebé no podrá
llevarlo en ese coche tan pequeño. Iremos tú y yo a comprarle uno.
—No puedo creer los cambios que está dando nuestra vida. Gracias,
Logan.
—No me des las gracias, somos familia. Y si algún día quieres coger
alguno de mis coches, están a tu entera disposición.
—Gracias. Voy a entrar a despedirme, tengo que marcharme ya, no
quiero llegar tarde —dijo el chico entrando en la casa emocionado.
—¿Yo también puedo tener una moto? —preguntó Taylor cuando se
quedaron solos.
—Tal vez cuando tengas su edad —dijo Logan rodeándole los hombros
con el brazo y caminando hacia la parte de atrás de la casa.
Kate estaba en el salón con las dos mujeres, sentada en la mecedora que
Anne y Clara habían comprado el día anterior, expresamente para ella.
Clara estaba sentada junto a la ventana cosiendo unas cosas. Dexter estaba
en la alfombra con un cuaderno de entretenimientos y un lápiz. Sus otros
dos hermanos había salido de la casa con Logan, que quería enseñarles
algo.
—El embarazo te sienta de maravilla, te hace resplandecer —dijo su
futura suegra.
—Gracias.
—¿Cómo te sientes? —preguntó Anne.
—En cuanto al embarazo, bien. Aunque estoy preocupada de que las
cosas no vayan como deberían ir. Me refiero entre Logan y yo. Estamos
viviendo juntos y casi no nos conocemos.
—Te entiendo. Todos los que hemos estado casados hemos pasado por
eso. Pero tengo que decirte que hasta que no vives con alguien algún tiempo
no lo conoces. Y el amor no es como si te tocara la lotería, que cobras el
dinero y ya está. Hay que cuidarlo y ocuparse de él cada día. Y no solo por
tu parte, también tendrá que hacerlo mi hijo. Y puedo asegurarte de que
puede llegar a ser un trabajo arduo y, a veces, desesperante. Pero también he
de decir que merece la pena. Y, en cuanto a tu vida, puedes estar tranquila
porque Logan se ocupará de todo y cuidará de vosotros. No es porque sea
mi hijo, pero es un buen hombre.
—Lo sé.
—¿Hay algo que te preocupe además de eso?
—Bueno…
—Puedes hablarme con sinceridad de lo que quieras.
—La verdad es que tengo miedo por lo del parto y… no sé si seré capaz
de cuidar de un bebé. Si mi madre estuviera viva, me asesoraría y estaría a
mi lado, hasta que yo pudiera ocuparme por mí misma de la niña.
—Cariño, yo estaré a tu lado, y también Clara. Tan pronto vayas al
hospital para dar a luz iremos a Nueva York para ayudaros en lo que
necesitéis. Y luego nos quedaremos con vosotros todo el tiempo que sea
necesario.
—¿De verdad vais a hacer eso?
—Por supuesto. Va a ser mi primera nieta, y seguro que también para
Clara.
—Desde luego que sí —dijo Clara desde su silla.
—También me preocupa la casa de Logan, porque parece ser que vamos
a vivir allí cuando tengamos el bebé.
—¿Por qué te preocupa la casa? ¿No te gusta?
—Por supuesto que me gusta, es una maravilla. Pero nosotros siempre
hemos vivido en casas muy pequeñas y esa es tan grande que... no sé, creo
que no voy a saber organizar nada en ella.
—Eso no es problema. Clara y yo nos ocuparemos de la casa y de tus
hermanos. Que cuando os caséis van a ser mis nietos.
—Muchísimas gracias, Anne.
—No me des las gracias. Me alegro de poder hacer algo por todos
vosotros. Pensé que mi vida estaba terminando, pero parece ser que tengo
otra misión que cumplir —dijo la mujer sonriendo—. Voy a tener que
ocuparme de cuatro nietos.
Kate se sintió conmovida por sus palabras.
—¿Crees que podríais venir antes del parto? La verdad es que me
sentiría muy bien teniéndoos a mi lado.
—Por supuesto que podremos ir. Y me gustaría estar contigo en el
nacimiento de mi nieto.
Logan y Taylor salieron de casa al día siguiente, que era sábado, para
reunirse con sus amigos y con Eve. Era el primer día que Taylor se uniría a
ellos para jugar a balón cesto. Estaban desayunando, como hacían siempre
antes del partido. Logan recibió una llamada y contestó.
—Hola, Bradley.
—Tal vez deberías volver a casa.
—¿Por qué?
—Porque tu hija va a nacer.
—¿Ahora? Pero si hemos salido de casa hace unos minutos y Kate se
encontraba bien.
—Me ha dicho que se notaba rara desde hacía un par de horas, pero que
como sabe que te gusta ir al partido…
—Voy para allí.
—Díselo a Carter.
—Vale. Tengo que marcharme. Kate está de parto —dijo levantándose.
Todos se levantaron con él. Cuarenta y cinco minutos después, todos los
amigos, Eve, Taylor, Bradley y los padres de Delaney estaban en la sala de
espera del hospital y la ocupaban en su totalidad. Clara se había quedado
con Dexter.
—¿Cómo está Kate? —preguntó Tess cuando Carter salió por una puerta
y entró en la sala de espera.
—Está bien, pero aún tardará un poco.
—¿Y Logan?
—Muy nervioso.
—¿Va a estar con ella en el parto?
—Dice que no piensa moverse de su lado.
—Todo irá bien, ¿verdad? —preguntó Bradley.
—Por supuesto —dijo Carter.
—¿Anne también está con ellos? —preguntó Louise.
—Le he dicho que podía esperar fuera, pero tampoco quiere salir. Dice
que Kate la necesita a su lado.
—Kate estará más tranquila con los dos —dijo Tess.
—¿Tranquila? —dijo Delaney—. A mí me encantó ver nacer a mis hijos,
pero Tess parecía una salvaje, insultándome sin piedad. Os aseguro que no
es nada agradable. Dando a luz las mujeres se vuelven locas.
—Puede que nos alteremos un poco a causa del dolor —dijo Lauren—.
Si fueran los hombres quienes tuvieran que tener a los hijos, el mundo se
terminaría, porque solo daría a luz uno.
Todos se rieron.
—Bien, os dejo. ¿Tú te encuentras bien? —le preguntó Carter a Lauren,
que salía de cuentas en seis días.
—Sí, perfectamente.
—Bien. Os veo luego.
Kate permaneció en el hospital tres días. Y tres días después de que Kate
se marchara a casa, Nathan llevó a Lauren al mismo hospital, porque estaba
de parto. Y se repitió lo de unos días antes. Todos estuvieron en la sala de
espera hasta que dio a luz, incluido el abuelo de Lauren, Rick y Rebecca, la
hermana de Nathan. Tuvieron un niño.
Logan y Kate se habían ausentado un rato para ir a dar de mamar a la
pequeña. Al igual que Tess, que Jack la llevó a casa por la misma razón.
Ese mismo día era el cumpleaños de Bradley, que cumplía diecinueve
años. El chico le dijo a Logan y a Kate que iba a invitar a los amigos a
cenar en un restautrante y luego irían a tomar algo. Kate supo que no quería
celebrarlo con el grupo de amigos, porque todos le harían un regalo y ya
había recibido bastantes cosas de Logan. Kate se lo comentó a Logan y él le
dijo que no se libraría de los regalos, ni de la tarta.
Al día siguiente era el cumpleaños de Nathalie, la hija de Nathan y
Lauren, que cumpliría dos años, pero lo dejaron para el siguiente fin de
semana, que habían acordado pasarlo todos en el rancho.
El viernes fueron todos al rancho. Solo quedaba Ellie por dar a luz.
Pasaron un fin de semana fantástico, y celebraron que el grupo de amigos
hubiera aumentado con dos más.
El sábado celebraron el cumpleaños de la pequeña Nathalie y había
recibido un montón de regalos, incluido un poni que le había regalado su
bisabuelo.
Y el domingo celebraron el cumpleaños de Bradley, cosa que le cogió
por sorpresa porque no se lo esperaba.
Después de tomar café, Anne, la madre de Logan, que también los había
acompañado, al igual que Clara, entró en la cocina y dejó sobre la mesa,
delante de Bradley una tarta con diecinueve velas encendidas, cosa que hizo
que el chico se sonrojara por no esperarlo. Le cantaron el cumpleaños feliz,
apagó las velas y abrió el montón de regalos que le habían hecho. Los
regalos fueron muy variados, la mayoría ropa, que habían comprado las
mujeres. Sean le había regalado un libro de arquitectura que le encantó.
Jack le compró unas novelas que Kate le había dicho que quería leer. Anne
quiso que tuviera el reloj que llevaba su marido cuando tuvo el infarto, el
único que se había quedado, porque los otros se los había dado a Logan. Era
un Rolex extraplano que al chico le encantó. Abrazó a la mujer, su abuela,
muy fuerte y con lágrimas en los ojos.
Después de que abriera todos los regalos salieron de la casa y se
dirigieron al garaje de Fred. Y Bradley vio allí lo que evidentemente era un
coche por el tamaño, pero estaba envuelto en un papel con un gran lazo. Sin
duda, lo del envoltorio había sido cosa de las chicas. Y cuando rasgó el
papel se quedó de piedra al ver el BMW. Se emocionó de tal forma que se
abrazó a Kate y estuvo llorando largo rato. Y cuando fue a darle las gracias
a Logan volvió a emocionarse y el chico se abrazó a él llorando.
Kate no podía creer que estuviera allí. La mansión en la que estaban era
impresionante, aunque demasiado ostentosa para su gusto. Las mujeres
deslumbraban con sus elegantes vestidos y sus espectaculares joyas.
Aunque ella también llevaba un vestido precioso que, según como habían
reaccionado Logan y Sean, sabía que le sentaba de maravilla. Y sus joyas
eran tan impresionantes como las que lucían a su alrededor. Y podía decir lo
mismo de sus amigas.
Kate bailó con todos sus amigos y con algunos conocidos de ellos. Dio
gracias por haber ido a clases de baile el último año de instituto. Porque sus
amigos bailaban como si fueran profesionales, Logan incluido.
Kate estaba con sos mujeres que le acababan de presentar y contemplaba
a Logan y a sus amigos, que estaban hablando y riendo. Kate desvió la
mirada por la sala fijándose en los otros hombres, pero no vio a ninguno
como ellos. No pudo clasificarlos en una categoría de hombres, porque
pertenecían a un grupo, en el que solo estaban ellos.
Logan la miró desde la distancia y se dio cuenta de que estaba
mirándolo. Le dedicó una sonrisa, que hizo que el corazón de Kate se
saltara un latido. Era una sonrisa que reservaba únicamente para ella y le
decía te quiero. Kate le sonrió a su vez, deseando que él adivinara en ella
todo lo que sentía por él.
Kate estaba pasando una noche espectacular. Era maravilloso tener a
todos esos hombres como amigos, que coqueteaban con todas ellas,
haciéndolas sentir como únicas y especiales.
Sean estaba bailando con Kate, cuando Logan se acercó a ellos.
—Sean, ¿te importa que baile con mi mujer?
—Aún no es tu mujer.
—Lo que tú digas. Si espero a que termine este tema, se me adelantará
otro hombre y no podré bailar con ella.
—¿Tú quieres bailar con él, cielo? —preguntó Sean a Kate.
—Me muero de ganas por hacerlo —dijo Kate sonriendo a su amigo.
—En ese caso, no hay problema. Te veo luego —dijo besándola en la
mejilla y separándose de ella.