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Nadie es como Stanford

S. Giner

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Los nombres, personajes, lugares y sucesos que aparecen en este relato
son ficticios, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.
Copyright © S. Giner 2023.
Todos los derechos reservados.
Título del relato: Nadie es como Stanford, registrado.

Novelas publicadas del autor:


Serie Stanford:
—Una esposa para Stanford.
—Adiós, señor Stanford.
—Tan arrogante como Stanford.
—Yo no soy como Stanford.
—Nadie es como Stanford.

—Una pelirroja indomable.


—Un paseo por Alaska.
—Susurros desde el mar.
—El anuncio de Alex.
—365 días en una cárcel de cinco estrellas.

Relatos eróticos publicados:


—Encuentro inusual.
—Atrapado por una novata.
—Una sola noche contigo.
Prólogo
Jueves, 21 de enero 2021

Carter y Sean estaban cenando en casa de Logan, mientras comentaban


una cosa y otra. Logan había estado hablándoles de algunos asuntos sobre la
escuela que habían abierto el grupo de amigos, para ayudar a adolescentes
con problemas, y que dirigía él.
—¿Qué tal van el resto de las cosas? —le preguntó Sean a Logan.
—¿Qué cosas?
—No sé, todo en general.
—Tú siempre escuchas los problemas de todos nosotros, tal vez porque
eres sacerdote, pero nunca nos cuentas los tuyos —dijo Carter.
—Yo no tengo problemas. Todo está en orden. Bueno…, tengo un
problemilla con una chica, pero lo resolveré.
—¿Con una chica? —preguntó Sean interesado.
—Sí, con una chica. Aunque debería decir más bien con una delincuente.
—¿Una delincuente, como Lauren? —preguntó Sean sonriendo.
—No, me temo que esta es una ladrona en toda regla.
—Cuéntanos —le pidió Carter.
—Hace unos cuatro meses, creo que era final de septiembre, fui a sacar
el dinero del cepillo de la iglesia, como hago cada semana, y solo había
monedas. No había ni un solo billete.
—¿Y qué tiene eso de extraño? Supongo que todas las semanas no serán
iguales —dijo Carter.
—Es cierto, pero me extrañó porque nunca había pasado.
—¿Y crees que la chica esa que has mencionado cogió los billetes? —
preguntó Sean.
—Estoy casi seguro. Al día siguiente encontré una nota en el cepillo que
decía: Ayer cogí ciento veinte dólares, los devolveré tan pronto pueda.
—Puede que estuviera apurada por algún pago imprevisto —dijo Carter.
—Eso mismo pensé yo. Pero a final del siguiente mes volvió a repetirse.
—¿Se llevó dinero de nuevo?
—Sí.
—¿Y cómo sabes que era la misma persona? —preguntó Sean divertido.
—Porque al día siguiente encontré de nuevo una nota suya.
—¿Cuánto se llevó esa vez?
—Ciento diez dólares.
—No puede decirse que sean cantidades importantes —dijo Carter.
—Lo que no entiendo es por qué deja una nota al día siguiente y no en el
momento que coge el dinero —dijo Sean.
—Supongo que no creerá conveniente sentarse en uno de los bancos a
contar el dinero que acaba de robar —dijo Logan con sarcasmo—. Es
lógico que lo cuente al llegar a su casa o, en todo caso, fuera de la iglesia.
—Tienes razón.
—¿Estuviste vigilando para cogerla cuando comprobaste que no había
billetes la segunda vez? —preguntó Carter.
—No sabía a qué hora solía ir, y no puedo estar vigilando el cepillo todo
el día. Tengo que celebrar misas, confesar, y otras muchas cosas. Además,
también paso mucho tiempo en la escuela. Y, si eso fuera poco, tengo que
atender un negocio.
—Claro, tienes razón. ¿El cepillo no tiene llave? —preguntó Sean.
—Sí, pero no es precisamente una cerradura de seguridad. Es un simple
candado. Lo cambié después de su primera visita, porque sospeché que
ocurría algo, pero lo abrió de nuevo la vez siguiente.
—Vaya, no pensé que nadie pudiera robar en una iglesia —dijo Sean.
—En realidad no ha robado, solo ha cogido el dinero prestado —añadió
Carter—, de lo contrario, no habría dejado ninguna nota.
—Pues parece ser que lo ha cogido por costumbre, porque a final de
noviembre volvió a repetirlo. Ese día se llevó ciento cuarenta dólares.
—¿Estás guardando los resguardos que te deja? —preguntó Sean.
—Sí, y estoy poniendo de mi bolsillo el dinero que se lleva. Menos mal
que vacío el cepillo cada semana. Y el mes pasado visitó la iglesia de nuevo
dos días antes de Navidad. Se llevó trescientos ochenta dólares.
—En esa ocasión se llevó bastante más —dijo Sean.
—Los días antes de las fiestas las limosnas son más cuantiosas, porque
los feligreses saben que empleo el dinero para comprar juguetes y ropa para
los niños de familias necesitadas.
—¿Y cómo sabes que es una mujer? —preguntó Carter sonriéndole.
—Porque la vi un día. Y no sonrías, porque no me hace ninguna gracia.
—¿La viste coger el dinero? —preguntó Sean.
—En realidad no, pero la vi alejarse del cepillo.
—Pero no la viste sacando el dinero —insistió el arquitecto.
—No.
—Sean tiene razón, podría haber sido una feligresa que acababa de dejar
una limosna —dijo Carter.
—Era ella.
—Pareces muy seguro. ¿Por qué piensas que era ella? —preguntó Sean
divertido.
—Intuición.
—¿Ahora eres detective? —preguntó Carter sonriendo.
—Si estabas tan seguro de que esa mujer era la ladrona, ¿por qué no te
acercaste a ella y se lo comentaste? —preguntó esa vez Sean.
—Estaba oficiando la misa de la tarde, y el altar no está precisamente
cerca del cepillo. Era el día antes de Nochebuena, pero al día siguiente volví
a verla.
—Supongo que regresó para dejar la nota del dinero que se había llevado
—dijo Sean sonriendo.
—Fue una coincidencia. Iba a marcharme a casa de mis padres y me
dirigía a la puerta de la iglesia. Y ella estaba entrando, precisamente en ese
momento.
—¿Cómo puedes estar seguro de que esa mujer era quien se llevaba el
dinero? Dices que el día anterior la viste alejarse del cepillo pero, como
bien has mencionado, el altar está bastante lejos.
—Porque cuando la vi entrar en la iglesia la reconocí, era la misma que
había visto el día anterior alejarse del cepillo. Vi que metió un papel por la
ranura. Me acerqué a ella y se quedó mirándome nerviosa. Que estuviera
nerviosa era otro síntoma de que estuviera haciendo algo que no debía, ¿no
creéis?
—¿Hablaste con ella?
—Sí. La saludé y, al ver que estaba quieta y en silencio, le pregunté que
qué hacía. Y me dijo que no era asunto mío —dijo él sonriendo—. Como vi
que se disponía a marcharse la sujeté del brazo y me dijo, con tono
amenazante, que le quitara la mano de encima.
—Parece que tiene carácter —dijo Carter.
—Sin duda.
—¿Qué hiciste? —preguntó Sean.
—La solté, por supuesto, y le dije que solo quería hablar con ella, pero
dijo que no estaba interesada en lo que quisiera decirle, y que me metiera en
mis asuntos.
—Menudo genio, ¿eh? —dijo Carter sonriendo.
—Sí. Le dije que era posible que sí fuera asunto mío, pero me contestó
que no lo creía y que tenía que marcharse.
—No me digas que dejaste que se fuera.
—Le dije que esperara, colocándome frente a ella, pero me dejó muy
claro que si no me apartaba gritaría. Así que tuve que apartarme para
dejarla pasar, y dejé que se marchara, de lo contrario me habría metido en
problemas. Luego abrí el cepillo y encontré la nota.
—La próxima semana es final de mes —dijo Carter sonriendo de nuevo.
—Lo sé.
—¿Crees que volverá a visitar la iglesia? —preguntó Sean, también
sonriendo.
—Apuesto a que sí.
—Todos comentamos en el grupo las cosas que nos pasan, ¿por qué no
nos mencionaste nada? —preguntó Carter.
—Porque son asuntos de la iglesia.
—Pero es algo divertido y todos habríamos pasado un buen rato
escuchándote.
—Querrás decir burlándoos.
—Tal vez deberías ir a la policía y contarles lo que sucede. Podrían
encontrarla por las huellas que haya dejado en los papeles —dijo Sean.
—O puede que enviaran a alguien vestido de paisano y la pesque —
añadió Carter.
—La has visto y sabes el aspecto que tiene, puedes darle a la policía su
descripción —dijo Sean.
—No puedo hacer eso. Es posible que esté en problemas y eso le crearía
más.
—Es posible que sea una madre con varios niños y las cosas no le vayan
bien —dijo Carter.
—No es tan mayor como para tener hijos, o eso creo —dijo Logan.
—O también puede que le venga bien un dinero extra, para comprar
algún capricho todos los meses —dijo Carter—. Por cierto, ¿qué aspecto
tiene? Por lo que acabas de mencionar parece que es joven.
—Yo diría que es muy joven, calculo que tendrá veintitantos. Las dos
veces que la he visto llevaba el pelo descuidado.
—¿Te refieres a sucio…, como una indigente?
—No, no lo llevaba sucio, y no es una indigente. Quiero decir que no iba
perfectamente peinada. Llevaba una coleta con algunos mechones que se le
habían soltado, como si hubiera estado en algún sitio durante mucho tiempo
haciendo algo y no se hubiera mirado al espejo. Me dio la impresión de que
no se preocupa mucho por su aspecto físico. Sus ojos son de un azul muy
intenso, y su mirada es serena y soñadora. Es lo que me pareció, antes de
que se cabreara conmigo, entonces su mirada se convirtió en un azul
glacial. Sus labios son sonrosados y carnosos, suaves y deseables.
Carter y Sean se miraron durante un instante.
—Tiene un aspecto angelical, aunque algo desaliñado. Sus manos son
delgadas y con dedos largos. Y su voz… Su voz me recuerda a la de Ellie,
es dulce y seductora —dijo Logan sonriendo.
—¿Cuánto tiempo estuviste delante de ella? —preguntó Carter.
—Un minuto escaso.
—Vaya, solo un minuto...
—Pues, para haberla visto durante menos de un minuto, parece que no se
te ha escapado ni el más mínimo detalle de ella —dijo Sean.
—Sean, soy sacerdote, pero no estoy ciego. Esa chica es jodidamente
guapa —dijo Logan, sonriendo de nuevo—. Debería estar prohibido tener
un aspecto como el suyo.
—Parece que te ha impresionado —dijo Carter.
—¡No digas tonterías!
—Yo no creo que sean tonterías.
—Lo que pasa es que me tiene intrigado, eso es todo. Puede que tenga
problemas y realmente necesite ayuda, pero sea muy orgullosa para pedirla.
—¿Y qué vas a hacer? —preguntó Sean.
—De momento no voy a hacer nada. Y no pienso denunciarla, hasta que
consiga hablar con ella y sepa lo que le ocurre.
—Al menos parece honesta, de lo contrario no dejaría una nota con la
cantidad que se lleva cada vez —dijo Carter.
—O puede que lo haga para reírse de ti. ¿Le has dicho que eres sacerdote
de la iglesia en la que roba? —preguntó Sean.
—Yo no se lo he mencionado, pero por las veces que ha visitado la
iglesia, puede que me haya visto oficiando misa.
—No creo que te haya reconocido con ese disfraz tan pomposo que os
ponéis los curas —dijo Carter.
—A lo mejor hace lo mismo en otras iglesias. Has dicho que va a tu
iglesia a final de cada mes. Es posible que las otras tres semanas vaya a
otras iglesias y se lleve el dinero del cepillo. Sacaría un sueldo cada mes —
dijo Sean—. ¿Estás seguro de que no es una indigente?
—Absolutamente seguro. Su ropa no era de marca, pero estaba limpia.
Las uñas las llevaba cuidadas, aunque sin pintar. No llevaba maquillaje, ni
siquiera máscara de pestañas.
—¿No te has planteado la posibilidad de que la ropa y la carencia de
maquillaje sean un disfraz para ir a tu iglesia a robar? —dijo Carter
sonriendo.
—Es posible, pero no lo creo probable. Parece una chica muy sencilla.
Después de cenar Logan fue a su despacho a coger unos documentos de
la escuela para enseñárselos.
—¿No crees que Logan ha prestado demasiada atención al aspecto de
esa chica? —le preguntó Sean a Carter cuando se aseguró de que Logan no
los podía oír.
—Estaba pensando lo mismo. No lo había oído hablar así de una mujer
desde antes de que lo ordenaran sacerdote —dijo Carter sonriendo.
—¿Crees que se le puede haber pasado por la cabeza en algún momento
la idea de abandonar el sacerdocio?
—Ni idea.

Sábado, 6 de febrero del 2021

El grupo de amigos estaba en el rancho del abuelo de Lauren, la esposa


de Nathan. Estaban cenando las sobras del banquete de la boda de Rebecca,
la hermana de Nathan, que se había casado ese mismo día.
Estaban comentando que solo quedaba Sean sin pareja, y Carter y Sean
decidieron poner a todos al corriente del asunto de la ladrona de la iglesia
de Logan.
—Yo no estoy muy seguro de ser el único del grupo que queda sin pareja
—dijo Sean—. Logan parece muy interesado por una chica.
Todos se volvieron a mirar a su amigo el sacerdote.
—No le hagáis caso —dijo el aludido.
—Supongo que no les has hablado aún de ella —dijo Sean.
—¿Por qué iba a mencionarles un asunto de la iglesia?
—¡Por el amor de Dios! —dijo Carter—. Siempre nos contamos todo lo
que nos sucede, incluso los asuntos de trabajo.
—Yo nunca lo he hecho —dijo el cura.
—Teníais que haber oído cómo describió a esa chica —dijo Sean—. Por
cierto. ¿La viste de nuevo a final del mes pasado?
—Sí.
—¿Conseguiste hablar con ella? —preguntó Carter interesado.
—Solo unas palabras. Pero se escabulló, como la vez anterior.
—¿De qué hablasteis?
—Me preguntó si yo no trabajaba, porque pasaba mucho tiempo en la
iglesia. Insinuó que no hacía nada e iba a la iglesia a ligar. Empiezo a
pensar que doy esa impresión, porque creo recordar que Ellie dijo algo
parecido cuando me la encontré en la iglesia la primera vez.
—Es cierto —dijo Ellie sonriendo—. Yo también pensé que querías ligar
conmigo.
—¿Le dijiste que eras cura? —preguntó Carter.
—Se largó antes de que le dijera nada. Esa chica tiene un carácter de mil
demonios. Y me da la impresión de que le gusta controlarlo todo.
—Entonces se llevaría bien contigo, señor controlador —le dijo Tess a
Delaney, su marido.
Él la miró sonriendo.
—¿No creéis que deberíais contárnoslo? Lleváis diez minutos hablando
de algo que desconocemos y, si estuviésemos al corriente, no tendríamos
que estar especulando sobre el tema de la conversación que estáis
manteniendo —dijo Delaney.
Logan no tenía ningún interés en contarles nada, así que fueron Carter y
Sean quienes les hablaron de las visitas de esa chica a la iglesia. Y Sean les
contó, con todo detalle, la descripción que Logan había hecho de ella.
—¿Os dijo que tenía una mirada serena y soñadora? —preguntó Lauren,
la mujer de Nathan, riéndose.
—Logan intenta disimularlo, pero siempre ha sido un romántico —dijo
Tess.
—También dijo que sus labios eran sonrosados y carnosos —dijo Carter.
—Y suaves y deseables —añadió Sean riendo.
Logan puso los ojos en blanco, pensando que sus amigos se estaban
convirtiendo en unos cotillas.
—No entiendo porqué estáis haciendo insinuaciones infundadas. ¿Habéis
olvidado que soy sacerdote?
—No lo hemos olvidado —dijo Sean.
—Pero a lo mejor, tú sí —dijo Carter mirando a su amigo y sin apartar la
sonrisa de los labios—. Tienes que reconocer que nunca has hablado de
ninguna mujer como lo has hecho de ella.
—¿Por qué no lo dejáis en paz? —dijo Patrick, el padre de Delaney y de
Sean—. Vamos a ver, Logan, más que nada para que me quede claro.
Entonces, desde septiembre del año pasado, esa chica va a tu iglesia a
finales de cada mes, se lleva los billetes que hay en el cepillo, y al día
siguiente deja una nota del dinero que se llevó el día anterior. ¿Lo he
entendido bien?
—Perfectamente.
—Parece honrada —dijo Patrick.
—Sí, muy honrada —dijo Jules, el traumatólogo que trabajaba en el
mismo hospital que Carter, sonriendo.
—Yo creo que está jugando contigo —dijo Ryan, el cirujano y
compañero de los dos médicos.
—¿Por qué tenéis que pensar mal de esa mujer? —dijo Fred, el abuelo
de Lauren y dueño del rancho—. No olvidéis a qué se dedicaba mi nieta
antes de tropezarse con Nathan. Era una delincuente.
—Gracias, abuelo.
—¿Acaso no es cierto? Y he dicho era, ya sabemos que te reformaste —
dijo el hombre sonriéndole a su nieta.
—Más que nada, porque se casó con quien la pescó en su cama —dijo
Sean.
Todos se rieron recordando la escena que tanto les había divertido en
aquel momento.
—Yo creo que esa chica tiene problemas. Y sé, casi con toda seguridad,
que piensa devolver todo el dinero que ha cogido —dijo el sacerdote.
—Logan, tú siempre piensas bien de todo el mundo —dijo Carter.
—Yo estoy de acuerdo con Logan. Porque, si no piensa devolverlo, ¿por
qué vuelve al día siguiente a dejar una nota informando del dinero que se ha
llevado? Yo no le veo ningún sentido —dijo Tess.
—Yo estoy de acuerdo con mi mujer —dijo Delaney—. Si no tuviese
intención de devolverlo se lo llevaría sin más.
—¿Qué hora era las veces que viste a esa mujer? —preguntó Jules.
—No estoy seguro de la hora, pero por la tarde.
—Podría significar que trabaja por la mañana. Eso, suponiendo que
trabaje —dijo Nathan, amigo y abogado de Delaney—. Porque, por la
descripción que nos han dado de ella, podría estar en la universidad o,
incluso, en el instituto.
—Podríamos ir todos a la iglesia por la tarde, haciendo turnos —dijo
Ryan.
—¿Vais a dejar vuestras consultas para ir a hacer guardia en la iglesia?
—preguntó Ellie riéndose.
—No tendríamos que dejar las consultas. Solo emplearíamos cada uno
un rato un día a la semana. Si nos organizáramos bien, puede que ni siquiera
tuviéramos que ir cada semana, somos muchos para hacer los turnos —dijo
Carter.
—Eso es cierto. Podrían hacer los primeros turnos las chicas, vosotras
tenéis flexibilidad en el trabajo —dijo Sean mirando a sus amigas.
—Si vais a hacerlo, me apunto —dijo Louise, la madre de los hermanos
Stanford.
—Cómo no, tú te apuntarías a un bombardeo —dijo Patrick, su marido.
—Ya somos cuatro. Estoy de acuerdo en que hagamos nosotras los
primeros turnos —dijo Tess—. Podríamos ir una hora cada una, desde
después de comer. Más que nada porque si estuviéramos más de una hora
llamaríamos la atención. Lauren tendría que elegir la hora, porque tiene que
dar de mamar a Nathalie.
—Y nosotros podríamos seguir el resto de los turnos —dijo Ryan.
—No haría falta que vosotros hicierais ningún turno, podremos hacerlo
nosotras solas —dijo Ellie.
—De todas formas, yo no me imagino a Delaney pasando una hora en la
iglesia —dijo Lauren sonriendo—. ¿Os imagináis que lo siguiera la prensa?
Todos se rieron.
—¿Y por qué no vas a la policía? —preguntó Ryan.
—No quiero causarle más problemas de los que pueda tener. Y estáis
diciendo tonterías —dijo Logan.
—Yo estoy de acuerdo con él —dijo Patrick—. Eso de los turnos es una
ridiculez. Si lo habláis con Jack, él se ocupará y resolverá el misterio en
unos días.
—Yo no estaría muy seguro —dijo Carter.
—Yo tampoco. Creo que a Jak lo pierden las chicas guapas. No olvidéis
que no podía ver a Tess cuando conoció a Delaney, porque pensaba que se
iba a quedar con parte de su fortuna, y eso cambió. Luego llegó Lauren, que
era una delincuente, y se lo metió en el bolsillo en un abrir y cerrar de ojos.
Y pasó exactamente lo mismo con Ellie. Si esa chica es como la ha descrito
Logan, Jack no nos sirve de nada.
Todos volvieron a reír.
—Eso solo le sucede con las mujeres que pertenecen a nuestro grupo —
dijo Tess excusando al guardaespaldas a quien tenía un gran cariño.
—También podríamos contratar al detective para que se encargue del
caso —dijo Carter.
—Si no os importa, me gustaría que cambiáramos de tema. Es un
problema de la iglesia y lo resolveré yo. Pero os pediré ayuda si os necesito.

Sábado, 6 de marzo del 2021

El grupo de amigos había ido a pasar el fin de semana a la casa de la


playa de Delaney. Y allí volvió a salir el tema de la ladrona de la iglesia.
Esa vez fue Patrick, el padre de Delaney, quien se interesó por ello.
—Logan, ¿has sabido algo de la chica esa que se lleva el dinero de tu
iglesia?
—Sigue yendo cada mes.
—Supongo que ninguna de las veces fue para hablar contigo o para
confesarse. ¿O ha cambiado eso? —preguntó Sean.
—No, no ha cambiado nada. En enero se llevó doscientos setenta y cinco
dólares. Es como si fuera a recoger la paga del mes —dijo el cura
sonriendo.
—¿El mes pasado también te visitó? —preguntó Lauren divertida.
—Sí.
—¿Cuánto se llevó esa vez?
—Ciento veinticinco dólares. Pero esas dos veces no conseguí verla.
Este asunto ya me está jodiendo.
—Los sacerdotes no deberían hablar así —dijo Eve, la hija de Carter y
Ellie.
—Lo sé, cielo. Disculpa.
—¿Ya te has cansado de la situación? —preguntó Nathan—. Creía que
habías dicho que esa chica podría tener un grave problema y necesitaría
ayuda.
—Empiezo a dudarlo. Parece ser que piensa que la iglesia va a estar
prestándole dinero durante toda su vida.
—Dijiste que tú estabas poniendo el dinero de tu bolsillo —dijo Carter.
—Y es cierto, pero ella no lo sabe.

Miércoles, 21 de mayo del 2021

—Logan no ha comentado nada en la cena sobre la ladrona de su iglesia


—dijo Carter a su mujer cuando se acostaron, unos días antes de su boda—.
Hace casi dos meses que no habla de ello.
—Conmigo sí lo ha hablado —dijo Ellie.
—¿Por qué te lo ha dicho solo a ti?
—Puede que porque siempre os burláis de él cuando sale el tema.
—Tienes razón. ¿Te ha dicho si ha conseguido hablar con ella?
—No, no ha hablado con ella.
—¿Qué te ha contado?
—Que el mes pasado volvió por allí, como siempre, aunque no la vio.
Pero que algo había cambiado.
—¿Qué había cambiado?
—En vez de llevarse dinero, Logan encontró en el cepillo un sobre con
la lista de las cantidades que se había llevado anteriormente, y había
descontado quinientos dólares del total de la suma. Ese dinero estaba en el
sobre en efectivo.
Carter se rio.
—¿Te das cuenta? Te estás riendo. Por eso Logan no os menciona nada.
¿Se puede saber por qué te ríes?
—Porque no consigue hablar con esa chica.
—El pobre. ¿Sabes? En el fondo pienso como Sean y tú.
—¿Respecto a qué?
—Creo que a Logan le gusta esa chica, y mucho.
—¿Eso crees?
—Sí.

Sábado, 5 de junio del 2021

Era el día de la boda de Carter y Ellie. La novia y Logan, el sacerdote


que los había casado, estaban bailando, poco antes de salir hacia Las
Maldivas en su luna de miel.
—Logan, intenta hablar con tu chica mientras estamos fuera —dijo Ellie.
—¿Mi chica? ¿De qué hablas?
—No creo que seas tonto. ¿Sabes, Logan? Creo que ha llegado el
momento de que empieces a pensar en replantearte tu vocación.
—¿Por qué iba a hacer eso?
—Porque creo que tu vocación se tambalea.
—No digas tonterías.
Carter se acercó a ellos cuando la pieza de música terminó y se llevó a su
mujer.
Capítulo 1
Kate estaba de vacaciones y sin nada que hacer, y eso no era bueno,
porque tenía demasiado tiempo para pensar. Desde finales de marzo, que
había devuelto quinientos dólares del préstamo, por llamarlo de alguna
forma, que tenía con la iglesia, no había pagado nada más, sino todo lo
contrario. En abril se había llevado de la iglesia doscientos cinco dólares, en
mayo ciento noventa y en junio doscientos veinticinco. ¡Debía mil
doscientos setenta dólares! Estaban llegando a final de julio y el día uno
tenía que pagar el alquiler. Y estaba realmente preocupada.
Sus hermanos estaban en casa, porque también tenían vacaciones.
Bueno, en realidad, no eran sus hermanos, aunque para ella sí lo eran. Los
había sacado a los tres del programa de acogida, o mejor dicho, los había
raptado.
Su hermano mayor, Bradley, había ingresado en el orfanato con ocho
años y nadie se había interesado por él, porque nadie quería adoptar a niños
tan mayores. Y no ayudaba que fuera un niño a quien le gustaba tener la
última palabra y, además, rebelde. Había estado en tres casas de acogida y
lo habían devuelto en las tres, por ser intratable. Lo que nadie sabía era que
él quería volver al orfanato, porque tenía que cuidar de dos niños, los otros
supuestos hermanos de Kate. En él destacaba que era un buen estudiante y
siempre aprobaba con las notas más altas. Cuando Kate lo sacó del orfanato
tenía doce años.
Su hermana mediana, Taylor, había estado en el orfanato desde los tres
años y cuando Kate se la llevó tenía ocho. Siempre había estado gorda, y
todos los niños del orfanato y del colegio se burlaban de ella. Los que
estaban a cargo del orfanato tampoco la apreciaban mucho. Además de
gruesa, era demasiado tímida, hasta el punto de casi no hablar. Esa fue la
causa de que nadie se interesara por adoptarla. En las casas de acogida en
las que había estado se burlaban de ella y le pegaban, y eso había hecho que
fuera mucho más retraída.
A su hermano pequeño, Dexter, lo llevaron al orfanato siendo un bebé.
Su vida no había sido para echar cohetes, y no solo por los castigos y las
palizas que recibía, sino por los problemas que tenía a causa de su
enfermedad y las manías causadas por la misma, y que nadie se preocupaba
de entender. Padecía trastornos del espectro autista. Tenía cinco años
cuando Kate se lo llevó.
Kate era profesora de Historia en el instituto al que asistía Bradley y a él
le caía muy bien. Ella le había ofrecido ayuda, si la necesitaba alguna vez.
Un día se armó de valor y le pidió que lo sacara del orfanato. A Kate le
costó mucho tomar la decisión, porque Bradley le había hablado de los
problemas que tenían Taylor y Dexter, y le había pedido que se los llevara a
ellos también. Y no era lo mismo hacerse cargo de un niño que te tres. Pero
Kate accedió. No pudo soportar que siguieran maltratando a esos pequeños.
Estaba sentada frente al televisor, junto a su hermano pequeño, que ahora
contaba con diez años. Estaban viendo un documental sobre Alaska. A
Dexter le gustaban los documentales de cualquier tipo.
Kate no prestaba atención a la pantalla, no se le quitaba de la cabeza que
era veinticinco de julio y que en una semana tendría que pagar setecientos
cincuenta dólares del alquiler, cantidad que no tenía. Su hermano mayor iría
a la Universidad de Nueva York en septiembre. Había conseguido una beca,
bien merecida por sus inmejorables notas, y no tenía que pagar la estancia
porque viviría en casa. Pero Kate no quería que se avergonzara por su ropa
y le había comprado varias prendas que iba a necesitar, como tres pares de
vaqueros, camisetas, algunos jerseys, dos pares de deportivos, dos camisa y
un pantalón de pinzas. Y todavía le faltaba comprar unos zapatos de vestir,
calcetines, ropa interior, una sudadera o dos, y una chaqueta abrigada, cosas
que compraría el próximo mes.
Kate cobraba un buen sueldo, pero últimamente se sentía desbordada,
porque todo le estaba saliendo mal. Volvió a pensar en el dinero y suspiró al
acordarse de que no era solo el alquiler lo que tenía que pagar en breve,
sino también la electricidad, el gas, la comunidad, el agua y el recibo del
teléfono de Bradley y del suyo. Y a todo eso había que añadir que tenían
que comer, y eran cuatro personas.
Kate sabía que no estaba bien abusar de la iglesia, pero no se le ocurría
nada más para salir de la situación en la que se encontraba. Había pensado
en buscar un trabajo para las tardes, pero le gustaba pasar tiempo con sus
hermanos. Sabía que necesitaría, al menos, quinientos dólares y estaba
segura de que en la iglesia no conseguiría tanto.
Había pasado mucho tiempo vigilando el cepillo de la iglesia y sabía que
lo vaciaban los lunes a última hora de la tarde. Así que volvería a ir al día
siguiente, que era lunes, antes de que se llevaran el dinero.
Kate miró a su hermano pequeño y suspiró sonriendo, porque él no
supiera por lo que estaba pasando.

Kate entró en la iglesia poco antes del mediodía. Estaba intranquila por
si se encontraba con ese hombre que se pasaba el día en la iglesia, aunque
hacía tiempo que no lo veía.
Hizo memoria recordando la primera vez que lo había visto. Sin saber la
razón, ese hombre le había llamado la atención y en aquel instante supo,
con toda seguridad, que todo cambiaría para ella desde ese momento.
Recordó cuando se miraron y él le sonrió, y Kate sintió una presión en el
vientre. Se alegró de saber que no estaba muerta respecto a los hombres,
como había pensado muchas veces. Pero haberse dado cuenta de ello, en
presencia de un hombre que podría conseguir a la mujer que quisiera,
simplemente con una insinuación o sin ninguna insinuación, no era una
buena cosa.
Tenía que reconocer que, a pesar de la inquietud que la invadió las dos
veces que lo tuvo cerca, le gustaría volver a sentirse así. El color de los ojos
de ese hombre no era normal, pensó. El gris intimidaba un poco, pero, al
mismo tiempo, resultaba fascinante. Era un hombre atractivo, de hecho,
muy atractivo. La última vez que lo vio tenía un aura de seriedad
inquebrantable, seguramente porque estaba cabreado con ella. Reconoció
que no había sido amable con él.
Ese hombre era como ese pastelito, que estás completamente segura de
que no deberías probar, porque sabes que querrás repetir, pero que, así y
todo, te lo comes pensando que podrás resistir la tentación. Sus miradas se
habían cruzado durante apenas unos segundos, pero ese corto instante había
sido más que suficiente para que se le acelerara el corazón y la sangre
corriera por sus venas a toda velocidad. Kate se había quedado inmóvil,
sintiendo un cosquilleo en su vientre. Sabía que no debía haber sentido
ningún cosquilleo. No podía sentir nada por ese hombre, ni siquiera tenía
que gustarle y, mucho menos, sentirse atraída por él. A pesar de todo lo que
se había dicho a sí misma, en aquel momento había experimentado unas
sensaciones extrañas, pero muy dulces, que habían hecho que se sintiera
sobrecogida.
Kate se quitó de la cabeza esos inapropiados pensamientos. Se colocó en
una esquina, detrás de una de las columnas de la iglesia y observó a las
personas que había en el templo de Dios. No había nadie que le estuviera
prestando atención. Se acercó al cepillo, sacó del bolsillo la ganzúa y lo
abrió con toda facilidad. Cogió rápidamente los billetes y los guardó en el
bolsillo. Estuvo tentada de coger también las monedas. Por la cantidad,
sabía que habrían unos doscientos dólares, tal vez más, pero perdería mucho
tiempo y no quería arriesgarse a que la cogieran in fraganti. Colocó de
nuevo el candado, lo cerró y se marchó.
Nada más subir al coche sacó el dinero del bolsillo. Había cuatrocientos
ochenta y cinco dólares. Sonrió agradecida, porque había suficiente dinero
para hacer frente a los pagos de esa semana.

Cuando Kate llegó a casa saludó a Dexter, que estaba haciendo un


platillo volante con unas piezas de plástico en la mesa de la cocina. Sacó el
dinero del bolsillo y lo dejó sobre la mesa. Cogió de uno de los armarios el
bote donde guardaba el dinero. Luego sacó del bolso la agenda, un
bolígrafo y la cartera, que vació sobre la mesa. Antes de hacer nada más
anotó en la agenda la cantidad que había cogido del cepillo de la iglesia
para llevar la nota al día siguiente. Luego añadió a la deuda la cantidad que
había cogido hoy. Dios mío, debía mil setecientos setenta y cinco dólares.
¿Cómo iba a pagarlos?, se preguntó.
Separó el dinero del alquiler y la comunidad para pagarlo el domingo,
que era primero de mes, y siempre se lo daba en mano a su tacaño casero,
que vivía en la primera planta. Puso en otro montón lo que necesitaba para
la electricidad, el gas y el agua, y lo metió en un sobre para ingresarlo en el
banco el siguiente fin de semana. Comprobó en el móvil el saldo del banco
y vio que había suficiente para los recibos del teléfono y de Internet. Contó
el dinero que quedaba sobre la mesa. Tenía cuarenta y dos dólares para
pasar la semana. Por suerte había llenado el depósito de gasolina el día
anterior.
—Hola —dijo Taylor, su hermana.
—Hola, cariño —dijo Kate.
—¿Dónde estabas?
—He ido al banco a sacar dinero para pagar el alquiler y la comunidad.
—Yo he limpiado nuestra habitación.
—Muchas gracias. ¿Dónde está Bradley?
—En su cuarto. Ha dicho que iba a ir a la biblioteca cuando tú llegaras.
Bradley entró en la cocina al oír hablar a sus hermanas. Unos minutos
después se despidió de ellas y se marchó.
—Tengo que ir al supermercado a comprar algunas cosas, ¿Me
acompañáis o queréis quedaros aquí?
—Yo voy contigo —dijo la niña.
—Vamos, Dex —le dijo Kate al pequeño.
—Quiero quedarme aquí.
—Tienes diez años y no puedes quedarte solo. Además, necesito de tus
habilidades con los números. Solo tengo cuarenta y dos dólares y tengo que
comprar comida para toda la semana.
El niño se levantó sin decir nada y sin mirarla. Kate cogió la lista de la
compra, donde todos apuntaban lo que se iba terminando, y al ver lo larga
que era supo que no podría comprarlo todo. Cogió tres bolsas para la
compra y se marcharon.

—Hoy voy a hacer pasta y haré más salsa para comer lo mismo otro día
—dijo Kate mientras caminaban juntos por la acera.
—Me gusta la pasta —dijo Dexter sin mirarla.
—También puedes hacer arroz blanco. A veces lo haces y comemos
varias veces —dijo Taylor.
—Buena idea.
—Podemos comer huevos con arroz un día y con hamburguesas otro —
dijo la niña.
—Hay que comprar dos pimientos para la salsa y tomate triturado.
—Hay tres botes de tomate triturado en casa —dijo el niño.
—Me alegro de que hayas venido. Siempre sabes lo que hay en la
despensa. ¿Sabes si hay arroz?
—Sí.
—¿Y huevos?
—Solo tres. No hay hamburguesas —dijo Dexter.
—Vale. Podemos comprar espinacas congeladas y judías verdes, o
brócoli. Son más baratas que las verduras para ensalada.
—Me gustan las espinacas con ajitos —dijo la niña.
—Lo sé. ¿Sabes si hay leche, Dex?
—Solo la botella que hay en la nevera, y queda menos de la mitad.
—Compraremos dos botellas.
—No quedan cereales —dijo el pequeño.
—No llevo bolígrafo, ¿te acordarás de lo que tenemos que comprar?
—Sí.
—Por supuesto que sí, eres un genio —dijo Kate revolviéndole el pelo,
aunque el pequeño no mostró ninguna expresión en su rostro—. Si hay
alguna oferta de pollo compraremos uno entero y haré un guiso para dos
días.
—Podemos acompañarlo con arroz, patatas o pasta al ajillo—dijo la
niña.
—No hay patatas —dijo el niño.

Cuarenta y cinco minutos más tarde volvieron a casa. Bradley había


llamado a Kate mientras estaban comprando y ella le había pedido que
pusiera agua a hervir para preparar la pasta. Mientras Taylor y Bradley
guardaban la compra y ponían la mesa, Kate preparó la comida. Poco
después, los cuatro estaban sentados en la mesa de la cocina.
—¿Qué tal te ha ido en la biblioteca? —preguntó Kate.
—Muy bien. Steven ha venido conmigo —dijo Bradley.
—¿Está emocionado por ir a la universidad?
—Está contento porque vamos a ir juntos, y yo también.
—Sí, está bien conocer a alguien en el primer año.
—He sacado tres novelas para mí y las dos que tú querías.
—Gracias, cariño.
—¿Por qué me das las gracias? Nunca podré agradecerte todo lo que has
hecho por mí, por nosotros tres.
—No digas tonterías —dijo Kate.
—No son tonterías. Tú no le das importancia, pero si no nos hubieras
ayudado, Dios sabe lo que habría sido de nosotros. Te has sacrificado para
darnos un techo y comida durante años.
—Yo también necesitaba ese techo. Y no cantes victoria, puede que
todavía me pillen por hacer lo que hice y acabe, ya sabes donde —dijo Kate
asegurándose de que no daba detalles delante de su hermano pequeño,
porque para él no existían los secretos—. La verdad es que no me gustaría
que nos separaran, y no lo permitiré. Antes de eso desapareceremos —dijo
sonriéndole.
—Voy a buscar trabajo —dijo Bradley.
—¿Trabajo?
—Sí. No empezaré la universidad hasta mediados de septiembre y faltan
casi dos meses. Tenía que haberlo pensado antes, podría haber trabajado
todo este mes.
—No necesitas trabajar —dijo Kate.
—Me das dinero cada semana para que salga con mis amigos, y no
quiero que lo vuelvas a hacer.
—¿Por qué? Tampoco es tanto dinero.
—Es más de lo que puedes permitirte. Y seguiré trabajando cuando vaya
a la universidad. Así podré ayudarte.
—De eso nada. De todas formas, iba a deciros que voy a hablar con
Max.
—¿El dueño del restaurante?
—Sí. Voy a preguntarle si necesita a alguien para trabajar los fines de
semana, en el turno de día, así estaré las noches aquí, por si tú quieres salir
con tus amigos —le dijo Kate a Bradley.
—Yo ya soy mayor y puedo quedarme sola —dijo Taylor.
—Lo sé, cariño, pero no quiero que te quedes sola con Dexter. Si Max
me da trabajo, puedo hacer el turno del desayuno y la comida. Aunque,
ahora que lo pienso, podría trabajar todos los días durante el mes de agosto
que no tengo que ir al instituto.
—¿Por qué se te ha ocurrido ahora buscar otro trabajo? ¿Es porque te he
dicho que voy a trabajar yo? —preguntó Bradley.
—No se me ha ocurrido ahora, llevo pensándolo desde hace unos días.
—¿No crees que ya tienes suficiente con el trabajo del instituto, preparar
las clases, corregir exámenes y ocuparte de nosotros y de la casa?
—Cuando empiece el instituto solo trabajaré los fines de semana. Pero
me vendrá bien trabajar en agosto, tengo atrasos en algunos pagos.
—Kate debe mil setecientos setenta y cinco dólares a la iglesia —dijo
Dexter.
—¿Ha dicho la iglesia? —preguntó Bradley mirando a su hermana.
—No te preocupes, no tengo fecha para devolverlo.
—No sabía que la iglesia prestara dinero.
—Lo ha robado —dijo el niño.
—No lo he robado, lo he cogido prestado —dijo ella ruborizada—.
¿Sabes, Dex? A veces odio que seas tan inteligente. Y no me gusta que leas
todo lo que está a tu alcance. Deberías saber que algunas cosas son
propiedad privada, como por ejemplo mi agenda.
—Lo ha robado, lo ha robado, lo ha robado —dijo el niño.
—De acuerdo. Dexter tiene razón, he cogido dinero de la iglesia. Pero os
aseguro que no lo he robado.
—Cuéntanoslo —dijo su hermano mayor.
—Todo empezó en septiembre del año pasado.
—¿Qué quieres decir con todo empezó?
—Que empecé a coger dinero en esa fecha.
—¿Estás cogiendo dinero de la iglesia desde hace casi un año?
—Fue cuando se rompió el coche. ¿Os acordáis que os dije que la
reparación me costó más de dos mil dólares?
—Sí —dijo su hermano.
—El mecánico me permitió que le pagara en unos meses, pero tuve que
pagarle al contado lo que costaban las piezas. Pensé que en la iglesia
encontraría la solución.
—¿Rezando?
—No estaba segura. El caso es que un día fui, estaba allí, en la parte de
atrás, observando el precioso recinto, y vi a algunas personas echar dinero
en el cepillo.
—¿Qué es el cepillo? —preguntó Taylor.
—Es una caja de madera donde los feligreses depositan sus limosnas —
dijo Dexter.
—Eso es —dijo Kate—. Pensé que ese dinero lo emplearían para ayudar
a la gente necesitada.
—Y nosotros necesitábamos ayuda —dijo Bradley.
—Sí, eso es lo que pensé. Al día siguiente fui a hablar con Henry.
—¿El dueño de la ferretería?
—Sí. Quería preguntarle cómo podía abrir un candado, pero después de
estar allí no me atreví a comentárselo, por si pensaba algo raro.
—Desde luego que le parecería raro —dijo el chico.
—A Henry le gusta Kate y quiere salir con ella —dijo Dexter.
—¿Es eso cierto, Charity? —preguntó Bradley.
—Es posible. De todas formas, yo no estoy interesada —dijo ella
levantándose para coger la agenda y volviéndose a sentar.
—Hablaremos de ese tema en otro momento —dijo su hermano—.
Sigue.
—Busqué un tutorial en Youtube para abrir candados. Volví a la iglesia,
abrí el cepillo y saqué los billetes.
Kate les dijo las cantidades que se había llevado cada mes desde que
comenzó. Luego les dijo que en marzo había pagado quinientos dólares del
dinero que debía, porque había cobrado la paga extra en el instituto.
—Seguí cogiendo dinero, porque no había terminado de pagar la
reparación del coche. Y luego pensé en la universidad. No podía permitir
que fueras mal vestido.
—Kate, a la universidad van todos con vaquero.
—Lo sé, pero has crecido mucho en los últimos meses y todos los
vaqueros te quedaban cortos y estrechos. Los niños también están
creciendo, y no puedo estirar el sueldo.
—¿Cuánto tiempo hace que tú no te compras ropa?
—Yo ya no voy a crecer.
—Kate siempre tiene alguna excusa para no comprarse nada —dijo
Taylor—. Se preocupa por nosotros, pero nunca por ella.
—El quince de este mes me pagaron las vacaciones y terminé de pagarle
al mecánico —dijo para que sus hermanos le prestaran atención—. Pero
hoy he vuelto a la iglesia.
—¿Por qué?
—Porque necesitas otras cosas para la universidad. Ahora debo mil
setecientos setenta y cinco dólares a la iglesia. Reconozco que es una buena
cantidad y que me va a costar pagarla, pero lo haré, si consigo trabajo.
—Yo me haré cargo de la deuda —dijo Bradley.
—El problema es mío, no tuyo.
—Charity, esto es un asunto familiar.
—Vale, tienes razón, es un asunto familiar. Pero si trabajas, quiero que te
quedes el dinero que ganes, así no tendré que darte yo nada y me quitaré un
pago de encima.
—Ya hablaremos de ello.
—También quería comentar algo con vosotros —dijo Kate.
—¿Ha sucedido algo más? —preguntó su hermano preocupado.
—No, no ha pasado nada, pero he pensado que podríamos vender el
coche. Solo lo empleo para ir al trabajo y llevar a Dex al colegio, y puedo
hacerlo en autobús, o caminando. No está lejos y me vendrá bien el
ejercicio.
—El colegio de Dexter está lejos y en invierno os moriríais de frío —
dijo Bradley.
—Vale, tienes razón. De todas formas, he sacado la cuenta y el autobús
costaría lo mismo que la gasolina, pero no tendría gastos de reparaciones
que, con los años que tiene el coche serían muchas.
—Tiene catorce años, cuatro meses y nueve días —dijo Dexter.
—Vaya, sí que tiene años —dijo Bradley mirando a su hermano y
sonriendo, aunque el niño no le sonrió ni mostró ninguna emoción.
—Y tampoco tendría que pagar el seguro, que no es nada barato.
—La verdad es que no lo utilizamos mucho —dijo Bradley.
—Si no tenemos coche ya no podremos ir de excursión al río —dijo el
pequeño.
—Podremos ir en autobús —dijo Kate.
—En ese río no hay parada de autobús.
—Pues buscaremos otro río.
—A mí me gusta el río al que vamos siempre.
—Seguro que encontraremos otro más bonito —dijo Bradley—, y si no,
alquilaremos un coche para ir a ese río.
—Entonces, ¿estamos de acuerdo en vender el coche?
—Ya no podremos ir al río —repitió el niño.
—Sí, yo creo que es lo mejor —dijo Bradley.
—El mecánico me dijo que si alguna vez quería venderlo que se lo
dijese. Dijo que podría venderlo en unos mil quinientos dólares.
—No es mucho.
—No, no es mucho, pero tiene muchos años.

Bradley y Kate salieron de casa al día siguiente con la idea de ir a la


gasolinera a lavar el coche por dentro y por fuera, y luego tenían pensado ir
a hablar con el mecánico para dejarle el vehículo para que lo pusiera a la
venta. Pero antes de eso Kate quería ir a la iglesia para dejar la nota del
dinero que se había llevado el día anterior.
Kate paró frente a la iglesia y le dijo a su hermano que lo espera en el
coche.
Eran las diez de la mañana cuando entró. Solo pensaba dejar la nota y
marcharse. Pero no contaba con que el hombre que siempre iba a la iglesia,
y deseaba ver, estuviera caminando hacia ella.
Logan la había visto meter el papel en el cepillo. Kate no pudo evitar
quedarse mirando embobada el cuerpo de ese hombre. Pensó que Dios lo
había bendecido con un don. Debería aparecer en un calendario, para que
las mujeres pudieran fantasear con él en la intimidad de su hogar. Aunque
ella lo estaba haciendo allí mismo, y nada menos que en la iglesia.
Pensó que tenía los bíceps y los pectorales más espléndidos que ella
hubiera visto nunca, y lo que captó toda su atención. Y no porque fuera
musculoso en exceso, porque tenía los músculos en la medida justa.
Aquel era un hombre hecho para llevar pantalones vaqueros muy
gastados, camisetas sencillas y deportivos, pensó. Tenerlo frente a ella hacía
que quisiera traspasar la linea del decoro y hacer realidad las fantasías que
tenía con él, y que había descubierto recientemente.
Kate miró al hombre que se había detenido frente a ella y le tendía la
mano. Ella miró su precioso rostro y luego desvió la mirada hasta su mano.
—Hola, soy Logan Hunter, el sacerdote de esta iglesia.
Kate le dio la mano instintivamente y él se la estrechó. Kate apartó
rápidamente su mano, porque había sentido un calor intenso al
estrechársela.
De pronto ella soltó una carcajada.
—¿Sabes? Habría creído cualquier cosa que me hubieras dicho, pero
sacerdote…
—No sé qué quieres decir.
Kate volvió a mirarlo de arriba abajo. Ese hombre no se parecía nada a
un sacerdote. Además de su físico, era joven, pensó que no tendría ni treinta
años. Era muy alto, delgado, pero fibroso, por lo que se podía apreciar en
sus brazos, en sus muslos poderosos y en sus largas piernas. Pensó que tenía
una boca deliciosa para ser besada y unos ojos grises increíblemente
preciosos.
Logan se sintió algo aturdido por el repaso que esa chica le había dado a
su cuerpo.
—Tenías que haberte mirando al espejo, antes de decir que eras
sacerdote— dijo Kate sacando a Logan de sus pensamientos—. No hay
sacerdotes como tú.
Tuvo que reconocer que se sentía atraído por ella. Le gustaba lo sincera
que parecía e, incluso, su descaro. La tenía allí, frente a él, iluminada por la
tenue luz de las velas que había a un lado en un pequeño altar. Le pareció
una misteriosa hada. Era como una llama candente que iluminaba con su
resplandor, pero al mismo tiempo era peligrosa.
—Si tú lo dices… No me has dicho tu nombre.
—Y no lo voy a hacer. Mira, listillo. No sé qué es lo que te traes entre
manos conmigo, pero, ¿sabes? No todos tenemos la suerte de tener unos
padres ricos que puedan pagarnos nuestros caprichos. La mayoría tenemos
que trabajar para sobrevivir, y muchos no podemos permitirnos, ni siquiera,
las cosas más básicas.
—¿Y esa es razón para robar en la iglesia? ¿Realmente necesitas el
dinero que te llevas todos los meses?
Kate lo miró realmente preocupada y preguntándose cómo sabía ese
hombre que era ella quien cogía dinero todos los meses. Lo esquivó para
salir corriendo, pero Logan pudo cogerle la mano a tiempo. Ella se volvió
hacia él y lo miró a los ojos. El calor de la mano de Logan la envolvió
derritiéndola. En su vida todo funcionaba mal y en esos momentos, peor
que nunca. Era lógico que su cuerpo también la traicionara.
—¡Suéltame! Por favor.
—Dime tu nombre.
—¿Me vas a denunciar?
—¡Por supuesto que no!
—Kathleen.
—Kathleen…
—Butler. Kathleen Butler.
Logan la soltó.
—Devolveré el dinero lo antes posible.
—Está bien. Si necesitas ayuda, sabes dónde encontrarme.
—Gracias —dijo Kate dirigiéndose rápidamente a la puerta.
Kate salió a la calle y él lo hizo detrás de ella. Logan la contemplaba
junto a la puerta de la iglesia, mientras Kate bajaba las escaleras corriendo.
La vio cruzar la calle y subir a un utilitario azul, arrancar y marcharse. Vio
que había un hombre sentado en el asiento del copiloto cuando el coche
pasó por delante de la iglesia.

Kate se sentó al volante diciéndose que la intranquilidad que sentía era a


causa del hambre, porque no había comido mucho en el desayuno, y que no
tenía nada que ver con el hombre a quien acababa de ver. Se sintió mal por
mentirse a sí misma.
—¿Por qué has tardado tanto? —preguntó Bradley cuando arrancó el
coche.
—Me ha visto alguien.
—¿Y qué? No creo que pase nada porque alguien te haya visto echar
algo en el cepillo, pensará que era un billete.
—Me ha visto un hombre a quien me he encontrado en la iglesia un par
de veces. Pensé que era un tío que quería ligar.
—¿En la iglesia? ¿Quien va a ir a una iglesia a ligar?
—Hay personas muy raras.
—Empiezo a pensar que te encuentras entre ellas.
Kate se volvió y miró a su hermano sonriendo.
—Entonces, ¿no quería ligar contigo?
—No, parece ser que es el cura de la iglesia. Y me temo que sabe que
soy quien se lleva el dinero del cepillo.
—¿Te lo ha dicho?
—Sí.
—¿Va a denunciarte?
—Me ha dicho que no.
—¿Le has creído?
—No creo que los sacerdotes mientan.
—Eso espero. ¿Cómo es que no sabías que era cura?
—No lleva sotana, y tampoco ninguna de las veces que lo he visto,
¿como querías que lo reconociera?
—Algunos curas no llevan sotana, solo alzacuellos.
—Tampoco lo he visto nunca con alzacuellos. Siempre que lo he visto
vestía vaqueros desgastados, camiseta o suéter, y deportivos. Y te aseguro
que ese hombre no tiene pinta de cura.
—Puede que no sea cura y te haya engañado.
—Es posible, pero no lo creo. Parece un hombre serio.
—Bueno, de todas formas no sabe tu nombre.
—Sí lo sabe, se lo he dicho yo.
—¿Por qué lo has hecho?
—Porque sabía que yo había robado el dinero, y no iba a dejarme ir
hasta que no le dijera mi nombre. También me ha dicho que podía acudir a
él si necesitaba ayuda.
—Tal vez deberías hablar con él y explicarle la razón por la que te has
llevado el dinero. Si es sacerdote lo entenderá
—Ni hablar, no quiero volver a verlo.
—¿Por qué? Yo puedo acompañarte si quieres.
—No quiero volver a encontrarme con él. Le he dicho que le devolvería
el dinero tan pronto pudiera, y es lo que haré.

Antes de subir a casa, Kate le dijo a su hermano que iba a ir a ver a Max,
y Bradley le dijo que mientras prepararía la comida.
El restaurante estaba cerca de su casa y eso le gustaba, porque, si
conseguía el trabajo, no tendría que coger el autobús.
Entró en el local y le preguntó por Max a Julie, la camarera. La chica le
dijo que estaba en el despacho y se dirigió hacia allí. Se detuvo frente a la
puerta. Llamó y entró cuando el hombre dijo que pasara. Max era un
hombre poco atractivo, pero con un corazón enorme. Se había hecho cargo
de su nieta cuando sus padres fallecieron. Su nieta había sido alumna de
Kate desde que se trasladaron a Nueva York. Ahora estaba en la
universidad.
—Vaya, esto sí es una sorpresa —dijo el hombre levantándose de la
butaca.
—¿Puedes dedicarme unos minutos? —dijo ella acercándose a él para
darle un beso.
—Por supuesto, siéntate. ¿Qué te trae por aquí?
—Estoy buscando trabajo —dijo Kate, sentándose frente al hombre.
—¿Has dejado el instituto?
—No. Necesito trabajo para el mes de agosto y a partir de septiembre,
que tendré que ir al instituto, podría trabajar los fines de semana, pero
siempre en el turno de mañana. Bradley se quedará con los pequeños
mientras trabajo.
—Kate, si estás en apuros, puedo ayudarte, no necesitas trabajar.
—Gracias, Max, pero no quiero dinero, sino un trabajo. Últimamente
tengo muchos gastos, primero se me rompió el coche. Luego el termo de
casa.
—Tu hermano me dijo lo del termo.
—El casero no quiso hacerse cargo de comprar otro y tuve que pagarlo
yo.
—Tu casero es una rata.
—Lo sé —dijo ella sonriendo—. Y ahora estoy comprando la ropa y los
zapatos que mi hermano necesita para la universidad. Ha crecido
muchísimo en poco tiempo y todo le queda pequeño. Necesita una bolsa
para el equipo de deportes, una mochila… En fin, ya sabes lo que es eso.
—Desde luego que lo sé, cuando se fue mi nieta a la universidad me
gasté un pastón —dijo el hombre sonriendo.
—El caso es que, de momento, mi sueldo no es suficiente. Y encima, el
colegio de Dexter ha subido, y no poco.
—Bradley pasó a saludarme el otro día y está altísimo.
—Sí, ha crecido mucho en poco tiempo.
¿Cómo está Dexter?
—Como siempre. Max, no quiero que me ofrezcas trabajo si no me
necesitas. Te lo he dicho a ti primero porque tengo confianza contigo, pero
puedo buscar en otros sitios.
—Estuviste llevando y trayendo a mi nieta al instituto durante años y
nunca aceptaste ni un céntimo por la gasolina.
—¿Cómo iba a aceptar dinero? Íbamos al mismo instituto.
—Vas a trabajar para mí, y en el turno de la mañana.
—¿Y Julie?
—No sé si sabes que va a casarse.
—No, no lo sabía.
—Quería dejar el trabajo a final de esta semana y le pedí que se quedara
hasta que encontrara a alguien que la sustituyera. Ya sabes que trabaja de
ocho a tres, todos los días de la semana. ¿Podrías hacer ese horario?
—En el mes de agosto, sí.
—¿Puedes empezar el próximo sábado?
—Sin problema.
—Pues ya tienes trabajo.
—Gracias, Max.
—No me des las gracias, necesitaba una buena camarera y de confianza,
y no podría haber encontrado a una mejor. El sábado tendré listo el contrato
para que lo firmes. Cobrarás trece dólares la hora. Y por supuesto, me haré
cargo del seguro médico.
—Yo tengo seguro médico para nosotros cuatro, así que puedes
ahorrártelo.
—En ese caso, tus hermanos comerán aquí todos los días el menú, y tú
también, en la media hora de descanso que tendrás.
—No tienes que hacer eso.
—Me gusta tenerlos por aquí.
—Gracias de nuevo —dijo ella poniéndose de pie—. Estaré aquí el
sábado a las ocho.
—Muy bien —dijo el hombre levantándose también.
Kate lo abrazó y él vio que tenía lágrimas en los ojos.
—Lárgate, no quiero verte llorar.
Capítulo 2
Cuando Kate llegó a casa, Bradley tenía la comida lista. Se lavó las
manos en el fregadero y se sentaron a comer.
—¿Qué tal te ha ido con Max? —preguntó su hermano.
—Muy bien. Ya tengo trabajo. Trabajaré todos los días de la semana de
ocho de la mañana a tres de la tarde.
—¿No vas a tener ni un día libre?
—No, pero solo será el mes que viene. En septiembre solo trabajaré los
sábados y los domingos en el mismo horario.
—No podrás hacernos la comida —dijo Dexter.
—Yo prepararé la comida, no te preocupes —dijo Bradley.
—Tú no cocinas tan bien como Kate.
—Pues lo siento, enano. Pero puedes decirle a Kate que te enseñe a
cocinar y así podrás hacerlo tú.
—Kate no me deja que encienda el fuego, y tampoco cerillas.
—No tendrás que preocuparte por la comida, cariño —dijo Kate
besándolo en la mejilla—. Max me ha dicho que vayáis los tres al
restaurante a comer todos los días. Podréis comer el menú del día.
—Me gusta Max —dijo el pequeño.
—A mí también —dijo Kate.
—Y me gusta comer en su restaurante —dijo Dexter.
—A mí también me gusta comer allí. Jack cocina muy bien dijo Taylor.
—¿Cuánto cobrarás? —preguntó Bradley.
—Trece dólares la hora.
—Eso serán noventa y un dólares al día —dijo Dexter.
—No está mal, ¿no crees? Conseguiré dinero para comprar lo que
necesitas para la universidad.
—A ti tampoco te vendría mal comprarte algo de ropa —dijo Taylor.
—Yo puedo pasar perfectamente con lo que tengo, aunque puede que me
compre algo de verano, ahora están de rebajas. Tal vez un par de camisetas.
—Yo creo que deberías comprarte algún vestido. Siempre vas a trabajar
con vaquero —dijo Bradley—. Tus alumnos pensarán que no tienes piernas.
—Qué tonto eres. Bueno, ya lo pensaré. Con lo que gane también podré
pagar algo de lo que debo en la iglesia.
—Debes mil setecientos setenta y cinco dólares —dijo Dexter.
—Lo sé, cariño. Y sé que es una cantidad muy grande.
—Si no gastas mucho dinero con Bradley, podrás pagar todo lo que
debes en la iglesia en un mes.
—Es increíble lo rápido que eres con los números.
Dexter ni siquiera miró a su hermana mayor. Siguió comiendo como si la
conversación no tuviera que ver con él.
—Eso sería estupendo. Además, puede que se venda el coche.
—¿Lo has llevado ya para venderlo? —preguntó Taylor.
—Bradley y yo lo hemos llevado al taller esta mañana, por eso te he
pedido que te quedaras un rato con Dexter. ¿Qué vamos a hacer esta tarde?
—preguntó Kate.
—Yo he quedado con mis amigos —dijo el hermano mayor—, pero si
me necesitas para algo lo cancelaré.
—No te necesito. ¿Queréis que nosotros vayamos al centro? Podemos ir
a pasear a Central Park y luego a tomar un helado.
—Ya no tenemos coche —dijo el pequeño.
—Iremos en autobús.
—No me gusta ir en autobús, hay mucha gente.
—No te preocupes, me encargaré de encontrar asientos y te sentarás
junto a la ventana para que nadie te moleste. ¿Te parece bien?
—Sí.

Logan fue a cenar a casa de Nathan, uno de sus amigos, porque era el
cumpleaños de Lauren, su mujer. Estaba todo el grupo, que se había
ampliado al unirse a él Ellie, al casarse con Carter un par de meses atrás, e
Eve, la hija de ambos.
En un principio solo eran dos amigos, Carter y Logan, pero conocieron a
Tess en la universidad y se hicieron amigos, a pesar de que ella era cuatro
años más joven que ellos. Más tarde, Tess se enamoró de Delaney Stanford,
un magnate hotelero multimillonario. Cuando Tess y él se casaron, además
de unirse al grupo Delaney, lo hizo también Sean, su hermano y Nathan, su
abogado y amigo. Poco después se unió a ellos Lauren, al casarse con
Nathan. A todos ellos se unieron Patrick y Louise, los padres de Delaney y
Sean, con quienes contaban en cualquier celebración o reunión. Y poco
antes de que Ellie hubiera aparecido en sus vidas y se casara con Carter, se
habían unido a ellos Ryan y Jules, dos médicos compañeros de Carter del
hospital, aunque de forma esporádica. Y desde hacía años, Carter y Logan
iban juntos de acampada, al menos, una vez al año, con un grupo de
médicos del hospital. El grupo de amigos había crecido mucho, y a todos
ellos había que añadir los dos hijos de Delaney, la hija de Nathan, y la de
Carter.
—Te habíamos echado de menos —dijo Lauren, la mujer de Nathan, a
Logan.
—Solo he estado fuera un fin de semana —dijo el sacerdote besándola.
—¿Cómo están tus padres?
—Los dos están bien.
Estuvieron hablando de todo un poco, cada uno comentando los
acontecimientos recientes. Logan no tenía mucho que decir. No pensaba
hablarles de la ladrona de la iglesia. Y rezaba para que ninguno de ellos lo
mencionara. Pero no tuvo suerte.
—Hace tiempo que no nos dices nada de la chica esa que se lleva el
dinero de tu iglesia —dijo Delaney—. ¿Has sabido algo de ella?
—Creo recordar que alguien comentó que había seguido visitándote cada
mes —dijo Tess.
—Pero a finales de marzo te pagó quinientos dólares de la deuda que
tiene contigo, ¿no? —dijo Carter.
—Sí.
—¿Solo vas a decirnos un simple sí? —preguntó Ellie.
—¿Qué queréis que os diga?
—¿Te entregó el dinero en persona? —preguntó Tess.
—No, lo encontré en el cepillo dentro de un sobre.
—Parece una chica muy organizada. En el sobre estaban detalladas todas
las cantidades que se había llevado y había descontado los quinientos
dólares —dijo Ellie.
—¿Y tú cómo lo sabes? —preguntó Lauren.
—Le pregunté a Logan y me lo dijo.
—¿Por qué no nos lo dijiste a los demás? —preguntó Tess.
—Porque no me lo preguntasteis, como hizo ella —dijo Logan,
sonriendo a su amiga.
—¿Volvió a pagarte esa chica algo más después de marzo? —preguntó
Louise.
—No, pero ha ido cada mes a llevarse dinero.
—¿Cuánto te debe ahora? —preguntó Ryan, el cirujano.
—Mil setecientos setenta y cinco dólares.
—Vaya, es una buena suma —dijo Jules, el traumatólogo.
—¿Te ha visitado ya este mes? —preguntó Patrick, sonriendo.
—Sí. Precisamente fue ayer. Se llevó cuatrocientos ochenta y cinco
dólares.
—Parece que va cogiendo confianza y se lleva más dinero —dijo
Patrick.
—Esta mañana ha vuelto para dejar la nota —dijo Logan sonriendo.
—Parece que te divierte la situación —dijo Nathan.
—No, no me divierte.
—¿Y por qué has sonreído? —preguntó Lauren, la mujer de Nathan.
—Porque hoy he hablado con ella.
—¿Habéis hablado? —preguntó Tess, la mujer de Delaney.
Logan les contó la conversación que habían mantenido.
—¿No se ha creído que eras sacerdote? —preguntó Carter, el
ginecólogo.
—No.
—No me extraña —dijo Ellie, su mujer—. Nadie creería que es
sacerdote. Yo aún no estoy del todo convencida.
Todos se rieron.
Logan no les dijo nada sobre los halagos que Kate le había hecho sobre
su físico, no quería que bromearan más con la situación. Siguió contándoles
lo que había hablado con Kate.
—Entonces, ya sabe que estás al corriente de que ella es la ladrona —
dijo Louise.
—Sí. Y sé su nombre.
—¿Cómo se llama?
—Kathleen Butler.
—Tiene un nombre bonito —dijo Patrick.
—¿Y te llamó listillo? —dijo Tess, la mujer de Delaney riendo.
—Sí, es un poco descarada.
—Al menos te ha dicho que te devolverá el dinero.
—Ya veremos cuánto tarda en hacerlo.
—Ahora tienes su nombre y puedes buscarla —dijo Carter.
—No voy a buscarla.
—¿No te interesa saber ni siquiera dónde vive?
—¿Para qué quiero saber dónde vive?
—No sé. Podrías hacerle una visita y averiguar si realmente está en
apuros.
—No me interesa mantener ningún contacto con ella.
—¿Por qué?
—Porque no.
—Una razón muy lógica —dijo Carter.
—Cuando me devuelva el dinero todo habrá terminado. Y si no me lo
devuelve, tampoco voy a llorar por ello, simplemente, lo olvidaré.
—¿Tienes miedo de mantener contacto con ella? —preguntó Tess.
—¿Por qué iba a tener miedo?
—No lo sé. Por eso te lo he preguntado.
—Estáis haciendo una montaña de un grano de arena. ¿Por qué no
cambiamos de tema?

Kate se presentó en el trabajo el sábado siguiente. Era el último día del


mes de julio. Llegó quince minutos antes, como le había pedido su jefe.
Ambos se dirigieron al despacho y Kate firmó el contrato temporal. Max le
dio dos uniformes y ella fue a la zona donde estaban las taquillas para
cambiarse.
Poco después estaba delante de la barra del bar, escuchando las
instrucciones de Peter, el barman que se ocupaba de la barra, a quien
conocía desde que sus hermanos y ella habían llegado a Nueva York varios
años atrás. No es que Kate no supiera hacer el trabajo, porque había
trabajado de camarera en un bar, en una cafetería y en un restaurante
cuando estaba en la universidad. Y los fines de semana había trabajado en
una discoteca recogiendo vasos y limpiando.
Lucy, la camarera del turno de tarde, que había ido un par de horas para
ponerla al día, se acercó para saludarla. No podría decirse que fueran
amigas, porque no habían salido juntas nunca, pero Kate y sus hermanos
iban un día a la semana a comer allí y hablaba con ella. Y a veces iba a
tomar un café por la tarde si salía a hacer algún recado, y la chica la
acompañaba y charlaban un rato. Era lo más parecido a una amiga que
tenía. Entre Lucy y Peter le explicaron todo lo que tenía que saber.
Kate entró en la cocina a saludar a Jack, el cocinero, que era amigo de
Max, y ella lo conocía desde que vivían en Nueva York. El hombre se
alegró de que trabajara allí. Kate y sus hermanos le caían muy bien. Todos
eran educados y simpáticos. Y le parecía encomiable que esa chica tan
joven se hubiera hecho cargo de tres primos lejanos, a quienes ni siquiera
conocía. Aunque, por supuesto, no sabía la verdadera historia sobre lo que
Kate había hecho para llevar a los niños a vivir con ella, de haberlo sabido,
estaba segura de que no se sentiría tan orgulloso de ella.

Bradley también había conseguido trabajo en el bar al que había llevado


el currículum y comenzó a trabajar el siguiente lunes en el turno de tarde—
noche. Empezaba a las cuatro y terminaba entre las once y las doce de la
noche, todos los días de la semana. Ganaría más de seiscientos dólares a la
semana, más las propinas. Estaba contento porque, por una vez, podría
ayudar a su hermana.
Kate también estaba contenta, porque de esa forma saldrían adelante sin
ningún tipo de apuros. Lo que menos le gustaba era que prácticamente no se
veían, excepto el rato que iban a comer al restaurante y ella les servía, y si
alguna vez Bradley no llegaba demasiado tarde por la noche y Kate seguía
despierta.

Bradley se presentó una semana después en el restaurante con sus


hermanos para comer, como hacían cada día. Solían ir sobre las dos y así se
marchaban a casa con Kate, que terminaba a las tres. Kate se sorprendió al
ver todas las bolsas de diferentes tiendas que llevaban sus hermanos.
—¿De dónde venís?
—De comprar unas cuantas cosas —dijo Taylor.
—He cogido la lista que tenía en casa de las cosas que, según tú,
necesitaba para la universidad y hemos ido a comprarlas.
—¿Te has gastado el dinero que has ganado con tu trabajo?
—No todo, me ha sobrado bastante —dijo el chico.
—Hemos encontrado algunas cosas rebajadas —dijo Taylor.
—Quería que te quedaras con el dinero para cuando estés en la
universidad —dijo Kate.
—Charity, yo no voy a necesitar dinero. Voy a vivir en casa y haré allí
todas las comidas.
—Lo sé, pero tienes que tener dinero para salir con tus amigos. Y no vas
a trabajar mientras estés en la universidad, tienes que centrarte en los
estudios.
—Tú trabajaste todos los años que estuviste en la universidad y me
dijiste que nunca suspendiste.
—Ya, pero yo no tenía a nadie, y tú me tienes a mí.
—Digas lo que digas, voy a trabajar. Ya he hablado con mi jefe y me ha
dicho que podré trabajar tres horas o tres horas y media todas las tarde.
Empezaré a las tres, y estaré en casa sobre las seis y media. Me pagará
cincuenta dólares al día. Ya he aceptado.
—¿Tendrás suficiente tiempo para estudiar?
—Por supuesto.
—Entonces, vale.
—A partir de ahora no necesitaré comprar nada más, así que te daré el
dinero que cobre todas las semanas.
—Deberías guardarlo.
—Me quedaré algo por si salgo con mis amigos, pero el resto, lo
utilizarás para lo que haga falta en casa. Y quiero que pagues cuanto antes
la deuda de la iglesia.
—Con el sueldo de los dos, la pagaré antes de que termine el mes.
—Estupendo.
—Gracias, Bradley —dijo Kate abrazándolo —. Os dejo, tengo que
trabajar.
—Hola, chicos —dijo Tom, el mejor amigo de Max, antes de que Kate
se alejara de la mesa.
—Hola, Tom —dijeron todos.
—¿Te importa que me siente con tus hermanos? Así no comeré solo.
—Por supuesto que no, ellos estarán encantados. ¿Sabes lo que vas a
comer?
—Pregúntale a Jack y lo que él diga, para mí estará bien —dijo
sentándose junto a Taylor.
—Vale. Os traeré la comida enseguida.
—¿Qué tal va todo? —preguntó el hombre a Bradley.
—La verdad es que muy bien.
—Me alegro. ¿Listo para ir a la universidad?
—Sí.
—Está bien que no te vayas lejos de casa. Tu hermana te necesita aquí.
—Y yo a ella.
—¿Y tú, Taylor? ¿Tienes ganas de que empiece el instituto?
—Por un lado sí, porque me gusta ir a clase y ver a mis amigas. Pero por
otro lado, no me gusta madrugar.
—Es lo normal. ¿Y tú, Dexter? ¿Tienes ganas de volver al colegio?
—En clase somos nueve niños y cinco niñas.
—Eso está bien.
—Kate me va a comprar libros nuevos.
—¿Estás ilusionado?
—Me gustan los libros —dijo el pequeño.
—¿Por qué está trabajando de camarera tu hermana? —preguntó el
hombre a Bradley.
—Hemos tenido gastos imprevistos últimamente.
—Me han dicho que tú también estás trabajando.
—Sí, trabajaré de tres de la tarde a once o doce de la noche hasta que
empiece la universidad. Y luego solo tres horas por la tarde. Quiero ayudar
a Kate con algunos pagos.
—Max me dijo que le había costado mucho la reparación del coche.
—Sí, además, tuvo que cambiar todas las ruedas hace un par de meses
para que pasara la ITV. Pero lo ha puesto a la venta, lo dejamos hace unos
días en el taller para venderlo.
—Es lo mejor. Cuando los coches tienen muchos años cuesta mucho
mantenerlos. Ya compraréis otro cuando estéis desahogados.
—De todas formas, no lo utilizábamos mucho.
—Íbamos al río —dijo Dexter—. Y Kate me llevaba al colegio en coche.
Ahora tendrá que llevarme en autobús. No me gusta ir en autobús porque
hay mucha gente y me empujan.
—Kate comprará pronto otro coche. —dijo el hombre mirando al niño y
sonriendo.
La enfermedad que padecía Dexter era extraña. No miraba nunca a la
persona que le hablaba y no mostraba en el rostro ninguna expresión.
—Seguro que sí —dijo Bradley.
—Me han dicho que también habéis tenido problemas con el casero.
—Siempre tenemos problemas con ese hombre. No es una persona justa.
El termo debería haber sido problema suyo, pero nos dijo que él no iba a
hacerse cargo. Tuvimos que comprar uno nuevo y Kate pagó mucho dinero
por la instalación. Bueno, no por la instalación en sí, pero los azulejos eran
antiguos y se desprendieron algunos, cayendo al suelo y rompiéndose. Y
como no encontramos azulejos iguales, tuvimos que comprar otros para
alicatar toda la galería.
—Es un usurero. No tiene buena fama en el barrio.
—Lo sé. Y nada más cambiar el termo, nos subió el alquiler.
—¿Cuánto pagáis ahora?
—Ochocientos dólares.
—¿Es un piso grande?
—No creo que tenga cuarenta metros cuadrados. Tiene dos habitaciones,
salón, cocina y un baño, todo de tamaño muy reducido.
—¿Estaríais dispuestos a cambiaros a otro sitio?
—Kate estuvo mirando otras viviendas, pero las que estaban en mejores
condiciones eran muy caras.
—Yo tengo algo que podría interesaros. Es un local que tiene doce
metros por diecinueve.
—Eso son doscientos veintiocho metros cuadrados —dijo Dexter.
—Sí, exacto —dijo Tom.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Bradley.
—Que lo tengo sin alquilar desde hace dos años. El último inquilino me
dio muchos problemas y me dejó a deber un montón de dinero. Todavía
estoy esperando recuperarlo, aunque sé que no sucederá.
—¿Y quieres alquilarlo?
—Si es a vosotros no me importaría.
—Pero has dicho que es un local.
—Sí, es un local. Habría que habilitarlo para vivir.
—Es grande y el alquiler será alto —dijo Bradley.
—Pago de impuestos al año dos mil cuatrocientos dólares, eso son
doscientos dólares al mes. Con que me paguéis esa cantidad, por mí está
bien. Os lo alquilaría, más que nada para que esté habitado. Los edificios
vacíos se deterioran.
—¿Y solo tendríamos que pagarte doscientos dólares al mes?
—Sí. Pero ya te he dicho que tendríais que hacer algunas reformas.
—Supongo que podríamos hacerla, pagando un alquiler tan bajo —dijo
el chico.
—Bradley, es un local que solo tiene un pequeño aseo.
—Así y todo…
—Habría que instalar radiadores, cambiar la puerta de entrada, que está
muy deteriorada, comprar muebles de cocina, hacer una chimenea. También
habría que ver en qué condiciones está el tejado, porque el invierno pasado
fue muy duro. Hace unos meses arreglé una gotera, pero el que vino era un
chapucero.
—¿Y lo alquilarías por doscientos dólares al mes? —repitió Bradley.
—Sí. Y tendríais que haceros cargo de la electricidad, el agua y el gas, si
instaláis una cocina de gas. ¿Crees que os interesaría verlo?
—¿Podrías esperar hasta que hable con mi hermana?
—Por supuesto, no hay problema.
—Aunque ella trabaja todos los días de la semana por la mañana, y yo
todas las tardes, y ya sabes que acabo sobre media noche.
—Dile que le pida a Max de entrar un poco más tarde algún día. Solo
sería cuestión de media hora. El local está muy cerca del restaurante. No
tendrá ningún problema, hablaré con él. Y a mí no me importa que sea el fin
de semana. Toma mi teléfono, llámame para quedar.

Kate y sus hermanos fueron a la dirección del local el siguiente


domingo. Tom estaba esperándolos en la acera. Después de saludarlo, el
hombre abrió la pequeña puerta que había junto a una persiana metálica y
entraron.
—No os asustéis por verlo tan sucio —dijo el hombre encendiendo la luz
—. El albañil que vino a arreglar las goteras no era muy cuidadoso que
digamos y no se molestó en sacar los escombros. Siempre me digo que
tengo que venir a limpiar, pero nunca encuentro el momento. Me limito a
venir a ventilar unos minutos de vez en cuando y listo.
—Es un local muy grande —dijo Kate mirando a su alrededor.
—Tiene doscientos veintiocho metros cuadrados —dijo Dexter.
Kate lo miró sonriendo. Luego miró al hombre.
—Mi hermano me ha dicho que nos lo alquilarías por doscientos dólares
al mes.
—Eso es.
—Entonces, nos lo quedamos.
—Como puedes imaginarte, tendréis que hacer algunas reformas.
—Sí, pero al pagar tan poco alquiler, podremos hacerlas.
—Las reformas son caras —dijo Tom.
—Lo supongo, pero podremos con ello.
—Muy bien. Como veis, el suelo está en buen estado. Los últimos
inquilinos lo cambiaron, aunque no es muy bonito, e hicieron esa ventana
—dijo el hombre señalándola.
—Entonces tendremos un gasto menos —dijo Kate ilusionada.
Estuvieron caminando por el local, aunque no había mucho que ver.
—Y este es el aseo —dijo el hombre abriendo la puerta.
Era una estancia minúscula y había un váter y un lavabo.
—Esto habrá que ampliarlo e instalar una ducha —dijo Kate.
—Tom, ¿habrá algún problema para hacer la reforma? —preguntó
Bradley.
—En absoluto. Cualquier cosa que hagáis aquí será en beneficio del
local. Y lo especificaré en el contrato. Podréis hacer lo que necesitéis.
—Bien.
—Lo que más os va a costar será la cocina porque habrá que hacer una
chimenea y comprar los muebles. Bueno, y supongo que también la
electricidad porque habrá que pasar cables hacia todas partes.
—No importa —dijo Kate—. ¿Conoces a alguien que se dedique a hacer
reformas y que no sea muy caro?
—Vino un tío a arreglar una gotera del tejado, pero hizo una chapuza y
no te lo aconsejo. Pero conozco a un obrero que trabaja muy bien, aunque
no trabaja por su cuenta. Pertenece a la cuadrilla de un arquitecto, que tengo
entendido que es un hombre serio y cumple muy bien con los trabajos. Pero
sé que es caro.
—A veces vale la pena pagar un poco más y que hagan un buen trabajo
—dijo Kate.
—En eso te doy la razón. Toma, Bradley, busca en mis contactos a Rob
albañil —dijo dándole su teléfono—. Y envíale el número a tu hermana. A
mí no se me da bien trastear con el móvil.
—Vale.
—Llama a Rob y dile que yo te he dado su teléfono —le dijo el hombre
a Kate—. Y pídele que te dé el número del arquitecto que, si no recuerdo
mal, se llama Stanford.
—Me suena ese apellido —dijo Bradley.
—Será por lo del hotel, que tiene su nombre.
—Le llamaré —dijo Kate.
—Toma, estas son las llaves, solo tengo un juego. Esta es la de la puerta
por donde hemos entrado y la otra la de la persiana metálica.
—¿Nos das ya las llaves? No he firmado el contrato.
—Te lo llevaré al trabajo cuando mi abogado lo redacte. Si te parece
bien, le pondremos fecha del uno de enero del próximo año.
—¿Nos vas a dejar todos esos meses sin pagar?
—Supongo que no os mudaréis hasta que la obra esté terminada, y una
reforma como esa llevará algunas semanas.
—Si nos mudamos antes, te lo diré.
—No te preocupes, puedes empezar a pagarme en enero.
—Gracias, Tom.
—De nada, cariño. Espero que estéis bien aquí. Y si en algún momento
queréis marcharos, solo tenéis que decírmelo. Haré que conste también en
el contrato.
—Estaremos perfectamente. Y no vamos a marcharnos —dijo Kate
sonriéndole.
Capítulo 3
Kate llamó al albañil al día siguiente cuando terminó de trabajar y el
hombre le dio el teléfono del arquitecto. Lo llamó un par de veces, pero no
le contestó. A las nueve de la noche él le devolvió la llamada.
—Hola —dijo Kate al ver en la pantalla de su móvil el nombre del
arquitecto.
—Hola, soy Sean Stanford. Me ha llamado un par de veces esta tarde.
Siento no haberle contestado hasta ahora, estaba ocupado en una obra y no
le he prestado atención al móvil hasta ahora.
—No importa, no es nada urgente. Soy Kathleen Butler. Me ha dado su
teléfono Rob, un empleado suyo.
—Lo sé, me ha dicho que usted me llamaría. Bien, ¿para qué quería
hablar conmigo?
—Tengo que hacer una pequeña reforma. Bueno, en realidad, no sé si la
reforma será pequeña o grande, será usted quien tenga que decirlo, porque,
sinceramente, no estoy segura de lo que quiero y necesito que me asesoren.
—¿Qué es lo que quiere reformar?
—Un local. Acabo de alquilarlo, pero no está acondicionado para vivir.
—Quiere hacer una vivienda en un local.
—No quiero hacerla, voy a hacerla.
—Al menos tiene seguro algo —dijo él, pensando que esa chica tenía
determinación.
—Sí. Me han dicho que trabaja muy bien, y quería que usted se
encargara.
—Tendría que ver el local, saber lo que usted quiere y calcular el tiempo
que me llevaría la obra. Entonces podría decirle cuando podría comenzar
con la reforma. ¿Tiene todos los permisos?
—¿Qué permisos?
—Quiere hacer una vivienda en un local, que no está destinado a
vivienda, ¿es eso lo que me ha dicho?
—Sí. El local es un espacio abierto y solo hay un pequeño aseo.
—En primer lugar necesitará un permiso para poder convertir un local
comercial en vivienda. Y luego un permiso de obras, para poder hacer la
reforma.
—Pero de eso se encargaría usted, ¿no? Yo no tengo ni idea de eso de los
permisos.
—Sí, podría encargarme yo.
—Estupendo. ¿Cuándo podría empezar?
—Puede que en tres meses y medio o cuatro.
—Pero… Yo necesito mudarme cuanto antes. Estoy pagando el alquiler
del piso en el que vivo ahora y me gustaría dejarlo cuanto antes.
—¿Pensaba que la reforma estaría terminada para final de mes?
—Por supuesto que no, pero sí que empezaría en breve.
—Lo siento, tengo una lista de espera muy larga.
—¿Podría hacerse, al menos, un hueco para ver el local? Usted tiene
experiencia y podría decirme más o menos cuánto podría costarme la
reforma. Y tal vez recomendarme a alguien que conozca, que trabaje tan
bien como usted, y que no tenga una lista de espera tan larga.
Sean sonrió preguntándose si esa mujer le estaba haciendo la pelota.
—Tendría que comprobar mi agenda.
—De todas formas, estoy pensando que no podré empezar la reforma,
hasta que pueda tener algún dinero ahorrado. ¿Podría añadirme a esa lista
de espera tan larga que tiene?
—Claro, no hay problema.
—Gracias.
—Tiene que saber que yo cobro el cincuenta por cien del total del
presupuesto antes de empezar la obra.
—De acuerdo, pero tendría que saber a cuánto ascenderá el presupuesto,
para saber cuánto es la mitad que tendría que pagarle.
—Claro, pero para calcular el presupuesto, tendría que ver el local —
dijo él sonriendo.
—Lo entiendo. Yo trabajo de ocho a tres todos los días de la semana y
tengo las tardes libres. Sé que está muy ocupado, pero le aseguro que
necesito que vaya a ver el local, para poder empezar con la obra cuanto
antes. Está claro que no va a poder encargarse usted de la reforma porque,
de momento, no tengo dinero, pero tal vez encuentre a alguien que no cobre
el cincuenta por cien por adelantado. ¿Podría ir a ver el local? Se lo
agradecería un montón. Y le pagaré el tiempo que emplee en hacerlo, puede
que para eso sí tenga dinero.
Sean sonrió de nuevo.
—De acuerdo. La llamaré cuando tenga algún hueco libre por la tarde.
Envíeme la ubicación del local.
—No la sé exactamente, pero le enviaré la de mi casa, que está muy
cerca.
—Vale, la recogeré cuando quedemos. La llamaré.
—Muchas gracias, señor Stanford. Buenas noches.
—Buenas noches.

Sean la llamó al día siguiente a las cinco de la tarde para decirle que la
recogería en su casa a las siete y media.
El arquitecto llegó con su todoterreno, paró frente al edificio y la llamó
para decirle que la esperaba bajo. Unos minutos después, Kate bajó con sus
dos hermanos pequeños. Sean estaba de pie junto al coche hablando por
teléfono. Se despidió de la persona con quien hablaba y la miró, pensando
que esa chica era preciosa. Kate se acercó a él.
—Hola, supongo que usted es el señor Stanford —dijo ella tendiéndole
la mano.
—Sí. Hola, Kathleen —dijo él estrechándosela.
—Llámeme Kate, por favor.
—De acuerdo. Usted puede llamarme Sean —dijo él mirando a los
niños.
—¿Le importa que mis hermanos nos acompañen? Mi hermano mayor
está trabajando y no quiero dejarlos solos durante mucho tiempo.
—No, no me importa.
—Ella es Taylor, y él es Dexter.
—Hola, chicos —dijo abriendo la puerta trasera para que subieran al
coche.
—Hola —dijo Taylor entrando detrás de su hermano, quien no respondió
al saludo.
—Disculpe que mi hermano no le haya saludado, tiene TEA.
—¿TEA?
—Trastornos del espectro autista. Si sabe algo de la enfermedad, sabrá
que los autistas se portan de manera diferente al resto de las personas.
—La verdad es que no sé nada sobre ello, pero no se preocupe.
—Esta es la dirección del local.
Él la introdujo en el GPS y a continuación arrancó el coche.
—¿Dónde están sus padres?
—¿Mis padres?
—Sí, sus padres.
—Murieron cuando tenía diecisiete años.
—¿Y se quedó sola con sus dos hermanos?
—Sí. Aunque, en realidad no son mis hermanos, son primos lejanos.
—¿Y viven con usted?
—Sí. Perdieron a sus padres hace algo más de cinco años.
—El que ha mencionado que está trabajando, ¿es hermano suyo o de
ellos?
—De ellos. Los tres están a mi cargo.
—¿Cuántos años tiene el hermano mayor?
—Diecisiete.
—¿Se está ocupando de ellos desde hace más de cinco años? Pero, usted
también es una cría.
—Kate tiene veintiséis años —dijo Dexter—. Nació el quince de
diciembre de mil novecientos noventa y cuatro.
—Gracias por la información, Dexter —dijo Sean mirando al niño por el
retrovisor.
—Lo siento. Mi hermano acostumbra a decir lo que sabe de cualquier
cosa que comenten cerca de él.
—No tiene que disculparse. ¿Cómo lo hace?
—¿Cómo hago qué?
—Ocuparse de usted, de sus hermanos, de pagar el alquiler, de los gastos
de la casa y de todo lo demás.
—Pasando algunos apuros, he de reconocer que a veces no es fácil.
Aunque ahora parece que las cosas nos van yendo mejor. Mi hermano
Bradley está trabajando desde primeros de mes de tres de la tarde hasta
media noche y lo hará hasta que vaya a la universidad el próximo mes.
Luego solo trabajará tres horas por las tardes.
—¿Usted también se hará cargo de la universidad?
—Tiene una beca. Es un buen estudiante. Yo también empecé a trabajar
de camarera a finales del mes pasado.
—¿Dónde trabajaba antes?
—Trabajo en un instituto. Ahora estoy de vacaciones, pero me
reincorporaré el próximo mes, cuando empiece el curso escolar.
—¿De qué trabaja en el instituto?
—Kate es profesora de Historia. Me gusta que me cuente la historia de
países lejanos —dijo Dexter.
—¿Es profesora de Historia?
—¿Por qué le sorprende? ¿No le parezco inteligente?
—No, no es eso —dijo él sonriéndole.
—Me estoy preguntando si necesita saber todos esos datos sobre mí y mi
familia para hacer una simple reforma. Porque, no sé si se ha dado cuenta,
pero me está interrogando.
—Lo siento —dijo él girándose para mirarla y dedicándole una preciosa
sonrisa—. Era simple curiosidad.
—Está bien.
—Ya hemos llegado —dijo el pequeño antes de que el GPS lo
mencionara.
—Muchas gracias, Dexter. Eres de gran ayuda —dijo Sean aparcando el
coche en el hueco que había dejado libre un vehículo que acabada de salir
—. ¿Ese es el local?
—Sí —dijo Kate.
—Parece grande.
—Tiene doscientos veintiocho metros cuadrados, doce metros de ancho
por diecinueve de largo —dijo el niño.
—Mi hermano es muy bueno con los números.
—Ya lo veo.
Bajaron todos del coche, Kate abrió la puerta y entraron.
—Esto es lo que necesito convertir en una vivienda —dijo Kate.
—¿El propietario está de acuerdo en hacer una vivienda del local?
—Sí.
—¿Lo tiene por escrito?
—He firmado el contrato esta misma mañana —dijo ella sacando el
documento del bolso y entregándoselo.
—Parece ser que puede hacer lo que quiera en el local —dijo él después
de leerlo.
—Sí, es lo que me dijo el dueño, es amigo de mi jefe, y lo conocemos
desde que vinimos a vivir aquí.
—¿Dónde vivían antes?
—En Texas.
—Su acento no es de allí.
—Kate nació en Belford, un pequeño pueblo de New Jersey. Estudió en
la Universidad de Nueva York —dijo Dexter.
—Con mi hermano no hay secretos, ¿eh?
—Eso parece —dijo Sean sonriendo—. Y volvió a Nueva York.
—Sí. ¿Quiere hacerme más preguntas?
—Discúlpeme. Otra vez me he dejado llevar por la curiosidad.
—Empiezo a pensar que es usted muy curioso.
—Me temo que sí. Bien, dígame qué es lo que quiere.
—El propietario me ha dicho que habría que revisar el tejado. Tuvo
goteras hace un par de años y vino un obrero a arreglarlas, pero me ha dicho
que hizo una chapuza y estaría bien echarle un vistazo.
—No hay problema.
—Como puede imaginar, necesito una cocina.
—Por supuesto.
—Me gustaría que las ventanas que hiciera tuvieran alguna protección,
tal vez rejas, o persianas, para tener un poco de seguridad.
—Claro —dijo Sean tomando nota de todo lo que ella mencionaba.
—Este es el aseo. Necesitaremos una ducha —dijo mostrándole el
pequeño espacio en el que solo había un váter.
—¿Quiere también bañera?
—No cabría una bañera.
—Lo del espacio déjemelo a mí. De todas formas, tampoco cabría una
ducha en este aseo, ni siquiera un lavabo.
—Yo creo que sera suficiente una ducha. La bañera consume mucha
agua, y hay que calentarla con electricidad. Sé que un baño no es suficiente
para cuatro personas, pero nos apañaremos. En la casa que vivimos ahora
solo tenemos uno y no hemos tenido nunca serios problemas.
—De acuerdo.
—Quiero que las paredes sean de obra, y que los dormitorios y el baño
tengan puerta —dijo Kate.
Sean la miró con las cejas levantadas.
—Quiero decir que no quiero separaciones cutres con tableros, como he
visto en algunos locales.
—Anotado —dijo él sonriendo—. ¿Cuántos dormitorios quiere?
—Me gustaría que tuviésemos cuatro. ¿Cree que sería posible?
—Por supuesto, es un local muy grande.
—Y uno de ellos tiene que ser más grande.
—¿El suyo?
—No, el de mi hermano. Necesitará un escritorio grande para estudiar y
poner el ordenador.
—Supongo que usted también necesitará uno grande para preparar las
clases y corregir los exámenes.
—Nunca he tenido un escritorio para mí, siempre he trabajado en la
mesa de la cocina. Si no pueden ser cuatro dormitorios nos apañaremos con
tres, e incluso con dos. Ahora tenemos dos y hemos sobrevivido.
—De acuerdo. ¿Quiere el salón comedor y la cocina separados?
—No lo sé. En las casas que hemos vivido estaban separados.
—Bueno, no importa, lo pensaré mientras esté haciendo el boceto del
plano.
—¿Cuándo podrá darme el presupuesto?
—Antes he de hacer el borrador del plano y que usted lo apruebe. Y
entonces podré hacer el presupuesto.
—¿Y cuándo lo tendrá?
—Intentaré hacerlo cuanto antes.
Kate soltó un resoplido muy poco femenino que hizo que Sean sonriera.
—¿Por qué no le pide al propietario que le deje unos meses sin pagar
alquiler, hasta que acabe la reforma? Al fin y al cabo, todas las mejoras que
haga usted se quedarán en la propiedad y él se beneficiará de ello.
—No tengo que empezar a pagar el alquiler hasta primeros de año —dijo
Kate.
—El alquiler es de doscientos dólares al mes —dijo Dexter.
—¿Solo le cobra doscientos dólares al mes?
—Sí, por eso quiero que nos marchemos lo antes posible del piso en el
que vivimos ahora, porque pago ochocientos dólares, y ese dinero me
vendría muy bien para pagar parte de la reforma.
—Entiendo. ¿Puedo disponer de una llave? He de tomar medidas del
local para hacer el plano.
—Claro, tome —dijo ella dándole sus llaves—. Solo hay un juego.
—Perfecto. No las perderé. La llamaré un día de esta semana para que
nos reunamos, y traeré el plano para que lo estudie.
—Yo no tengo ni idea de planos, pero puedo enseñárselo a Bradley, mi
hermano mayor.
—Yo le explicaré lo que es cada cosa para que lo entienda.
—De acuerdo. ¿Quedaremos en su oficina?
—Si pudiera ir hasta allí sería conveniente.
—¿Está muy lejos?
—En Manhattan. ¿Tiene coche?
—No. Lo he llevado a un taller para que intenten vendérmelo. A partir
de ahora tengo que desplazarme en autobús. Pero hay lineas que van hasta
allí.
—Supongo que sí, nunca he cogido un autobús —dijo él sonriendo—.
¿Los colegios de sus hermanos están cerca?
—Taylor va al instituto donde trabajo yo y está relativamente cerca, pero
el de Dexter está bastante lejos y tardaremos en llegar. Pero no importa. El
coche tiene muchos años y últimamente me estaba dando muchos
problemas. El dinero que me den lo emplearé en la reforma de la casa. Por
cierto, ha dicho que cobra el cincuenta por cien por adelantado, pero, ¿qué
me dice del resto? ¿Podré pagárselo poco a poco?
—Hablaremos del dinero más adelante.
—Vale. Es que no tenemos muebles ni electrodomésticos y tendré que
comprarlos, y tengo que pensar también en lo que me costarán.
—Llegaremos a un acuerdo en lo del pago.
—Bien.
—Y no se preocupe por ir a verme al trabajo, cuando tenga el plano
terminado iré a su casa para que lo estudiemos juntos.
—Estupendo, muchas gracias.
Sean los llevó a casa cuando terminaron de ver el local, luego se marchó.
El arquitecto pensaba en Kate mientras conducía hacia su casa. Era una
chica valiente, no cabía la menor duda. No sabía si saldría con alguien, y
pensó que a esa chica le vendría bien tener una pareja que le hiciera la vida
más llevadera.

Kate abrió la puerta del zaguán cuando Sean llamó al interfono de su


casa cuatro días después. Abrió la puerta del apartamento y la dejó
entreabierta. Sean entró y cerró la puerta.
—¿Kate?
—Hola, Sean, pase, por favor, estoy en la cocina.
Sean caminó hacia allí, escuchando la conversación de las dos hermanas.
—Pero es que no lo entiendo —dijo Taylor, que estaba en la mesa
sentada al lado de Kate.
—Cariño, ya sabes que no se me dan muy bien las Matemáticas. Dexter
sería más adecuado para explicártelo.
—Cuando le pregunto algo no se dedica a explicármelo, simplemente lo
resuelve a toda velocidad y no me entero.
—Mañana se lo preguntas a Bradley.
—Hola —dijo Sean.
—Hola —dijeron las dos mirándolo.
—A mí sí se me dan bien las Matemáticas —dijo él—. ¿Qué es lo que no
entiendes?
—Un problema.
—¿Quieres que te ayude?
—Sí.
Kate se levantó y Sean se sentó al lado de la niña para explicárselo.
—¿Lo entiendes ahora? —le preguntó unos minutos después.
—Sí. Ahora me parece fácil. Muchas gracias.
—De nada. Las Matemáticas son fáciles cuando se entienden.
Sean miró al niño, que estaba en el suelo haciendo un puzle sobre un
tablero.
—No sabía que vendría tan tarde. Íbamos a cenar. Mis hermanos se
acuestan sobre las nueve.
—Acabo de terminar en el estudio. Si no le va bien puedo volver otro
día.
—Por supuesto que no. ¿Le apetece cenar con nosotros? Así luego mis
hermanos se acostarán y no nos molestarán. Eso, si no tiene otro
compromiso, claro.
—No tengo ningún compromiso. Y, la verdad es que estoy muerto de
hambre. ¿Por qué no nos tuteamos?
—Muy bien —dijo Kate—. No vayas a pensar que es nada especial, solo
es un guiso de patatas, verduras y huevos.
—Suena bien.
—Taylor, ¿has terminado los deberes? —preguntó Kate.
—Sí, solo me quedaba el problema que me ha explicado Sean.
—Entonces, recoge los libros y pon la mesa, por favor.
—Vale.
Poco después estaban los cuatro cenando.
—Supongo que tu hermano está trabajando.
—Sí, suele llegar a casa sobre medianoche.
—¿Me estoy comiendo su cena? —preguntó Sean preocupado.
—No te preocupes, luego le prepararé algo.
—Me dijiste que tu hermano se llama Bradley, ¿no?
—Sí.
—Bradley le llama a Kate Charity —dijo Dexter sin mirar a nadie.
—¿Por qué te llama Charity?
—Me llama así desde poco después de que vinieran a vivir conmigo.
Decía que ellos eran mi obra de caridad.
—Y se quedó con el nombre —dijo Taylor—. A veces yo también la
llamo así.
—Pues la verdad es que el nombre te queda bien —dijo Sean
sonriéndole—. Dios, esto está buenísimo.
—Gracias.
—¿Dónde trabaja tu hermano?
—En un bar. Yo trabajo de ocho a tres y él de cuatro a 11, bueno, en
teoría, porque siempre termina más tarde. Así los niños no están solos en
ningún momento. Ahora trabajo todos los días de la semana, pero a partir
del próximo mes solo trabajaré los fines de semana, porque ya tendré que
empezar a ir al instituto por las mañanas, para preparar los exámenes de los
que han suspendido, y asistir a las reuniones de los profesores para
organizar el nuevo curso.
—Kate trabaja en el restaurante de Max. Está muy cerca de casa —dijo
Dexter.
—¿No tienes suficiente con lo que ganas en el instituto?
—Hasta hace poco sí, pero hemos tenido una mala racha y se me han
acumulado algunos pagos.
—Ha comprado mucha ropa para Bradley para la universidad —dijo el
niño.
—Ha crecido mucho en poco tiempo y todo le quedaba pequeño. Y no
iba a ir a la universidad con esa ropa.
—Claro.
—Él no irá a la universidad hasta dentro de un mes y ganará un buen
dinero en el bar —dijo Kate.
—Eso está bien.
—Puede que con su sueldo de este mes, el mío y lo de la venta del
coche, si se vende pronto, podamos pagar el cincuenta por cien de la
reforma y puedas encargarte tú.
Sean pensó que con lo que ganaran entre los dos no podrían pagar ni el
diez por cien de la reforma que tenía que hacer en su casa.
—Por lo que dijiste el otro día, supongo que los muebles de este piso no
son vuestros —dijo Sean.
—No, el piso estaba amueblado cuando lo alquilamos. Pero no me
importa. Cuando la reforma esté terminada compraré una mesa y unas sillas
para comer y para usar como escritorio y nos mudaremos. Me da igual que
tengamos que dormir en el suelo, no sería la primera vez. Quiero dejar este
piso cuanto antes. El casero es un hombre muy desagradable. La verdad es
que es un hombre horrible, y un tacaño.
—Kate tuvo que pagar mucho dinero por la última reparación del coche.
Y poco después tuvo que cambiar todas las ruedas para que pudiera pasar la
revisión anual. Y lo último ha sido que se rompió el termo y Kate tuvo que
comprar uno nuevo, porque el señor tacaño dijo que él no iba a comprarlo.
Y, además de pagar el termo, tuvo que pagar la instalación. Y al colocar el
termo en la pared se desprendieron algunos azulejos y se rompieron, y tuvo
que cambiar todos los azulejos de la galería donde está el termo —dijo
Taylor.
—¿Por qué tuviste que cambiarlos todos?
—Porque eran muy antiguos y no encontramos iguales. El casero dijo
que no quería azulejos diferentes. Por suerte la galería no es muy grande.
Así y todo, el cambio de termo me costó una fortuna.
—Eso tenía que haberlo pagado el propietario —dijo Sean.
—Tú no conoces a nuestro casero —dijo la niña.
—Con ese hombre no se puede razonar. Me dejó bien claro que no se
haría cargo y que si no estaba interesada en seguir en el piso, que podíamos
marcharnos, sin devolverme la fianza, claro, porque el termo estaba roto.
—Qué canalla.
Después de la cena, los niños fueron a ducharse y mientras, Kate y Sean
recogieron la cocina. Taylor se despidió del arquitecto y se fue a su cuarto a
leer. Kate fue a acostar a Dexter y a leerle unas páginas del libro que
estaban leyendo, como hacía cada noche.
Poco después Sean y Kate se sentaron en la mesa de la cocina frente al
plano del local que había llevado él.
—¡Qué bonito! Aunque no sé lo que estoy viendo —dijo Kate
sonriéndole y sentándose a su lado, como Sean le pidió.
Él sonrió. Le caía bien esa chica, sobre todo por su sinceridad.
—Es muy fácil de entender. Mira, esta es la entrada de tu nueva casa —
dijo él señalándola—. Por supuesto sacaré la horrorosa persiana metálica de
entrada de vehículos y cambiaré la puerta pequeña, porque ambas están
hechas un asco.
—Vale.
—Imagina que estamos allí.
—De acuerdo —dijo ella sonriéndole de nuevo. Sean le devolvió la
sonrisa.
En ese momento, Kate se preguntó por qué no le llamaba la atención ese
hombre. Era guapísimo y tenía un cuerpo de infarto. Pero no sentía
absolutamente nada por tenerlo a su lado. Sin embargo, había otro hombre
que hacía que la sangre le hirviera en las venas y se sintiera intranquila con
solo mirarlo. ¡Y era sacerdote!, se dijo maldiciéndose por sus pensamientos.
—Esto que ves aquí es el recibidor, y esto un armario —dijo Sean
señalándolo con el dedo y devolviéndola al presente—. Os será útil para
guardar las chaquetas en invierno, y cualquier otra cosa que quieras, como
las botas de agua, los chubasqueros, los paraguas...
—Eso estaría muy bien.
—En el plano he dibujado un espacio abierto donde se encuentra el
salón, el comedor y la cocina. La cocina quedaría en este rincón. Cuando
entras a la casa, al fondo a la izquierda.
—Ya la he ubicado en mi mente —dijo Kate con una resplandeciente
sonrisa.
—Estupendo —dijo él sonriéndole de nuevo. No podía evitar que esa
chica le gustara—. Aunque si prefieres que la cocina esté independiente, lo
cambiaré.
—Yo creo que es mejor que lo deje todo en tus manos, pareces muy
competente —dijo ella con una traviesa sonrisa, que hizo que Sean se riera.
—Esto es una ventana.
—No recuerdo que hubiera una ventana en ese lado.
—Y no la hay, pero yo haré una. Eso conseguirá que haya luz natural en
la cocina, además de una buena ventilación. Piensa que la cocina y el salón
van a ocupar la misma estancia.
—Es cierto. ¿Qué es esto que se ve aquí en medio?
—Es una barra de desayuno.
Kate sonrió.
—¿Por qué sonríes?
—Porque siempre he querido tener una barra de desayuno. Las he visto
en las películas, y me encantan.
—Me alegro de que te gusten. Entonces no se hable más, tendrás una
barra de desayuno. He pensado que no voy a hacer la cocina muy grande,
porque prefiero tener más espacio para el resto de la casa. No quiero decir
que vaya a ser pequeña, va a tener una gran bancada y un montón de
armarios, pero no voy a dejar espacio para que pongas una mesa. Por eso
voy a hacer la barra de desayuno en la que podréis desayunar o comer,
porque tendrá un buen tamaño. La mesa la reservaré para el comedor, que
será muy amplio.
—Genial.
—Más adelante hablaremos del color que quieres para los muebles de la
cocina y la bancada.
—¿Eso quiere decir que te vas a encargar de la reforma?
—Lo haré, si no encuentras a nadie que se encargue.
—Vale.
—Todo este espacio es el salón comedor. Esta ventana es la que hay en
el local y va a seguir donde está —dijo él señalándola—. Quedará en la
zona del comedor. Pero voy a abrir otra en esta pared. Da al oeste y tendrás
sol toda la tarde.
—Estupendo. ¿Qué es esto que has dibujado debajo de la ventana que da
al oeste?
—Tu escritorio.
—¿Voy a tener un escritorio?
—Tú lo decidirás, pero creo que iría bien es ese rincón, y tendrías un
espacio para ti. Cabría incluso una estantería alta o un mueble estrecho de
cajones, así no tendrías papeles por en medio.
—Eso sería estupendo. ¿Que son todas estas cosas?
—Puertas —dijo él sonriendo por la definición que ella había empleado.
—¿Por qué hay tantas?
—Cuatro dormitorios y dos baños.
—¡Oh, Dios mío! Es maravilloso. Jamás pensé que pudieras hacer cuatro
dormitorios y dos baños.
—Cariño, yo puedo hacer muchas cosas. Además, el local es grande.
—Estoy muy contenta.
—Vaya, cielo, eres fácil de contentar. Veamos. Este es uno de los cuartos
de baño. Aquí estará la bañera y una ducha separada. De esa forma podréis
compartir el baño. Tú decidirás si este es el baño de las chicas o el de los
chicos.
—Esa es una gran idea.
—Aunque creo que será más adecuado para ti y para Taylor.
—Yo también lo creo —dijo Kate.
—Voy a aprovechar este rincón para hacer un armario con estanterías.
Así podrás guardar las toallas de este baño, el secador y las cosas de aseo de
repuesto.
—¿Te refieres a que vas a hacer tú el armario o que reservas ese espacio
para que yo compre uno y lo coloque ahí?
—Lo haré yo. Dijiste que no teníais muebles, así que te facilitaré que no
tengas que comprar algunos. Y te aseguro que los armarios que hay en el
mercado son caros.
—Supongo que los que hagas tú también lo serán.
—Te dije que hablaríamos de dinero más adelante.
—Vale.
—Este es el otro baño, no tiene bañera, pero la ducha será muy amplia.
—Estupendo.
—Como aquí sobraba un pequeño espacio haré un armario pequeño.
—Me da la impresión de que te gusta aprovechar bien los espacios.
—Y es cierto, pero es porque en una casa hay muchas cosas, y más,
viviendo cuatro personas en ella —dijo Sean.
—Tienes razón. También me gustaría tener un armario para los
productos y utensilios de limpieza, donde quepa la escoba y la fregona, y
también la tabla de planchar. No me gusta tenerlos a la vista.
—Eso lo pensaré al diseñar los armarios de la cocina.
—Muy bien.
—Veamos los dormitorios. He hecho un pequeño pasillo para que las
puertas no estuvieran en el salón.
—Esa es una gran idea.
—Habrá dos habitaciones más grandes que las otras dos, aunque las
cuatro tienen un buen tamaño —dijo abriendo la primera puerta.
—¿Esta es la grande?
—No, esta es una de las pequeñas.
—Pues es inmensa.
—No está mal. He pensado que esta podría ser la de Dexter, por eso he
hecho el armario más pequeño y voy a poner en este hueco el escritorio. De
esa forma queda todo este espacio libre para que pueda hacer cosas en el
suelo, lo he visto hacer puzles.
—Sí, le gusta estar en el suelo. ¿Qué es todo lo que hay dibujado en la
habitación?
—Los muebles: la cama, una cómoda, las mesitas de noche, el escritorio
y la silla —dijo él al mismo tiempo que iba señalándolo.
—No me lo puedo creer.
—Este he pensado que sea el de Taylor —dijo él señalando el dormitorio
de al lado—. Es del mismo tamaño que el otro, pero el armario ocupa toda
la pared. Al ser chica tendrá más ropa, y accesorios.
—Claro.
—En los armarios haré una balda superior para que guardes la ropa de
otra temporada.
—Y los edredones, las sabanas…
—No, todo eso irá aquí. Sobraba un buen espacio en el pasillo junto al
último dormitorio y voy a hacer un gran armario que tenga profundidad.
Podrás guardar los edredones, las mantas, las sábanas, las colchas…
—Perfecto.
—En los armarios de los dormitorios haré una puerta con estanterías
para guardar los zapatos, así no estarán por en medio.
—Genial. Veo que no se te olvida nada.
—Eso procuro. Llevo muchos años diseñando casas y ya lo hago por
inercia, y casi sin pensar. Este dormitorio es el tuyo y el de este rincón es el
de Bradley. Así no lo molestarán cuando esté estudiando.
—Eso está muy bien.
—Esta será tu habitación. Toda esta pared será el armario.
—Parece grande.
—Y lo es.
—No voy a necesitar un armario tan grande.
—Eso no lo sabes.
—Por supuesto que lo sé, yo no tengo mucha ropa.
—Lo irás llenando con el tiempo.
—Lo que tú digas.
—No sé si te has dado cuenta, pero esto son ventanas, hay una en cada
dormitorio —dijo él señalando las cuatro.
—No me había dado cuenta, pero es algo que no olvidarías. Dios, prestas
atención al más mínimo detalle.
—Es mi trabajo, cielo. Aquí irá una cama doble.
—No necesito una cama doble.
—Puede que de momento no, pero en un futuro…
—No voy a salir con nadie. Al menos, hasta que todos mis hermanos se
independicen.
—Eso será mucho tiempo. ¿Qué pasa si conoces a alguien y te
enamoras?
—Eso no va a pasar.
—Así y todo, hay espacio para una cama doble. En tu habitación, en vez
del escritorio, que estará en el rincón del salón, habrá un sillón cómodo con
una mesita, por si te apetece pasar el rato leyendo, aislada de todo.
—Eso sería estupendo.
—También cabría un baúl en cada habitación a los pies de la cama, para
guardar..., no sé, juguetes, mochilas, equipos de deporte…
—Me gustan los baúles.
—Y este es el dormitorio de tu hermano mayor. También tendrá una
cama doble. ¿Es alto?
—Ahora mide casi un metro ochenta, pero crecerá más.
—Entonces mejor la cama doble, mide un metro treinta y cinco de ancho
y dos metros de largo. Así nos aseguraremos de que no se le salgan los pies
de la cama.
—Bien.
—Su armario ocupará la mitad de esta pared, y en la otra mitad hay
espacio para un gran escritorio. Habrá como en las otras: una cama, una
cómoda, las mesitas de noche… Creo que quedará bien.
—Por supuesto que quedará bien, todo quedará genial, aunque me temo
que pasará mucho tiempo hasta que esté toda la casa amueblada. Pero no
pasa nada, compraré las cosas por orden de prioridades.
—Apuesto a que tú eres la última de la lista.
—Ellos son más importantes.
—Bien, eso es todo. ¿Qué te parece? —dijo Sean enrollando el plano.
—Me parece un sueño. Un sueño muy bonito. Pero no soy estúpida. ¿Te
apetece un café?
—Sí, gracias.
Kate se levantó de la mesa y empezó a preparar la cafetera. Puso en la
mesa las tazas, las cucharitas, el azucarero y la leche. Cuando el café estuvo
listo lo sirvió y se sentó frente a él.
—Sé que todo lo que has mencionado costará una fortuna y no me lo
podré permitir. ¿Has hecho reformas poco a poco?
—¿Qué quieres decir?
—Por ejemplo, hacer primero el tejado y pagártelo, luego la cocina…
Así, pieza por pieza hasta tenerlo todo terminado.
—No, cariño. Yo no trabajo así. Antes de empezar una reforma me
pagan la mitad del presupuesto acordado, luego llevo una cuadrilla de
obreros, y trabajan cada día hasta que todo está terminado.
—¿Cuánto tiempo llevaría la obra?
—Tres semanas más o menos.
—¿Solo tres semanas?
—Sí.
—En ese caso, es mejor que nos olvidemos del proyecto. Al menos para
que te encargues tú. ¿Conoces alguna empresa que pueda hacerlo poco a
poco, para darme tiempo a recoger dinero?
—No.
—No sé cuánto costaría la reforma, pero sí sé que no podría pagarte el
cincuenta por cien que cobras antes de empezar. Puede que no pudiera
pagarte ni siquiera el diez por cien.
Sean vio que tenía los ojos empañados por las lágrimas.
—Siento haberte hecho perder el tiempo.
—Yo no diría que he perdido el tiempo, porque te he conocido.
—Dime lo que te ha costado el plano y te lo pagaré. Seguro que para eso
sí tendré dinero.
—No me debes nada por el plano, me ha gustado hacerlo. Además, me
has invitado a cenar.
—Sí, un plato de patatas.
—Que estaban riquísimas. Y con eso ya me lo has pagado.
—Muchas gracias por haberte molestado en venir hasta aquí y haber
perdido el tiempo explicándomelo todo.
—No ha sido molestia.
—Puede que te llame cuando tenga dinero para la reforma, en dos o tres
años.
Sean se rio.
—¿Qué vas a hacer?
—¿Sobre qué?
—Sobre tu nueva casa.
—No creo que se pueda llamar casa. Compraré de segunda mano lo
necesario para poder vivir allí. Ya sabes, un hornillo, una mesa con sillas,
unos colchones… Podremos apañarnos durante un tiempo. No tengo que
pagar alquiler hasta enero del próximo año y, como solo serán docientos
dólares, podré ahorrar, e iré comprando sobre la marcha lo que vayamos
necesitando. Puede que encuentre a alguien que pueda trabajar poco a poco
para darme tiempo a ahorrar.
—¿Vais a vivir en el local mientras los obreros hagan la reforma?
—No creo que haya problema. Y si no encuentro a nadie para que haga
la obra, lo pintaremos todo entre Bradley y yo y lo limpiaremos bien.
—No podréis vivir allí.
—Por supuesto que podremos. Comparado con cómo vivimos hace
algún tiempo, esto será como un palacio.
—No tenéis ducha.
—En el pasado tampoco tenían y la gente se lavaba.
—Sí, es cierto. ¿Cuándo os mudaréis?
—Cuando lo tengamos pintado y limpio.
Kate respiró hondo y soltó el aire lentamente.
—Sean, no quiero ser maleducada, pero mañana tengo que levantarme
temprano para ir a trabajar.
Y no quieres que te vea llorar, pensó Sean mirándola.
—Claro —dijo él levantándose—. De todas formas, haré el presupuesto
de la reforma.
—No te molestes, Sean. Si lo hicieras, pasaría tanto tiempo hasta que
tuviera la mitad de la cantidad para adelantártela, que el presupuesto habría
quedado obsoleto.
—Lo haré de todas formas.
—Yo no soy nadie para decirte qué tienes que hacer en tus ratos libres.
—Cuando tenga el presupuesto te lo traeré.
—De acuerdo.
—También te daré el plano, y si encuentras a alguien que trabaje de la
forma que tú necesitas, puedes enseñárselo, para que vea lo que quieres.
—Muchas gracias. Si en algún momento sabes de alguien para que se
ocupe de la reforma en las condiciones que yo necesito, ¿podrías llamarme?
—Lo haré.
—Me ha gustado mucho conocerte —dijo ella tendiéndole la mano.
Sean se la estrechó y la acercó a él para abrazarla.
—Puedes estar muy orgullosa de ti misma. Eres una mujer increíble.
—¿Eso crees?
—Sí, es lo que creo.
—Será mejor que te vayas, no me gusta llorar delante de nadie y, no sé la
razón, pero me siento vulnerable a tu lado —dijo ella caminando hacia la
puerta.
—Te llamaré —dijo Sean besándola en la mejilla.
—De acuerdo. Cuídate.
Capítulo 4
Sean fue a casa de Nathan después de jugar el partido con sus amigos,
como hacían cada sábado. Hasta que Lauren y Nathan tuvieron a su hija,
Nathalie, se reunían en casa de Delaney y Tess, porque tenían un bebé, y
habían acordado que siempre se reunirían en la casa del que tuviera el hijo
más pequeño. Aunque pronto cambiaría la cosa de nuevo, porque Carter y
Ellie esperaban un bebé para el siguiente mes.
Estaban todos echados en las tumbonas, excepto Brianna, la hija de
Delaney, que estaba bañándose en la piscina de niños, bajo la atenta mirada
de Jack, el chófer y guardaespaldas de la familia, que estaba loco por la
pequeña. Eve, la hija de Carter la estaba enseñando a nadar, pero Brianna
sabía que no podía meterse sola en la piscina grande, aunque lo intentaba
siempre que tenía ocasión.
Como siempre que se reunían, cada uno hablaba de lo que les había
sucedido durante la semana para ponerlos al día. Logan nunca hablaba del
problema que tenía con la chica de la iglesia, pero sus amigos se lo
recordaban cada cierto tiempo. Y esa era una de las veces.
—¿Te ha visitado tu ladrona este mes? —preguntó Ryan a Logan.
—No, no ha ido, pero todavía tiene tiempo, aún faltan unos días para que
termine el mes —dijo el cura con sarcasmo.
—¿La echas de menos? —preguntó Tess.
—No puedo pegar ojo por las noches pensando en ella.
Ellie lo miró a los ojos y se cruzó con su mirada. Y entonces supo que lo
que había dicho no era sarcasmo sino la realidad. La chica esa le quitaba el
sueño a su amigo.
—Es posible que no vuelva por la iglesia. Si no estoy equivocado, la
última vez que la viste te dijo que te devolvería el dinero cuanto antes, ¿no?
—dijo Jules.
—Sí.
—¿No has averiguado nada de ella? —preguntó Tess.
—No. Ya os dije que no lo haría.
Era cierto que no había averiguado nada, pero se moría de ganas por
saber cosas de ella. Y, sobre todo, deseaba volver a verla. Por mucho que
había intentado olvidarla, no lo había conseguido. Y eso lo tenía muy
preocupado porque, precisamente esa noche, se había despertado sudando,
después de tener un sueño erótico. Y no era la primera vez que soñaba con
ella.
—¿Crees que te visitará de nuevo a final de mes?
—Delaney, soy sacerdote, no adivino.
—Yo he conocido a una chica —dijo Sean de pronto.
—Vaya, eso sí es nuevo en ti —dijo Carter.
—¿Es nuevo que conozca a una chica?
—No, lo que es nuevo es que nos hables de un ligue. Porque, a no ser
que sea algo excepcional, no sueles hacerlo.
—No es un ligue, pero es una chica muy interesante. De hecho, creo que
es la mujer más interesante que he conocido en mi vida.
—¿Estás interesado en ella? —preguntó Louise.
—No te precipites, mamá. La conocí el martes, aunque anoche volví a
verla.
—¿La invitaste a cenar? —preguntó Jules.
—En realidad, fue ella quien me invitó a mí. Cenamos en su casa.
—Esto se pone interesante —dijo Tess.
—¿Cocinó para ti? —preguntó Lauren.
—Sí, lo hizo. Y también para sus dos hermanos pequeños.
—¿Estaban sus hermanos en vuestra cita? —preguntó Logan sonriendo.
—La verdad es que no fue una cita. Pero, tengo que deciros, que esa
chica me ha impresionado.
—¿En qué sentido? —preguntó Louise, su madre, interesada.
—En todos los sentidos. Me llamó para hablarme de una reforma que
quiere hacer.
—Entonces, ¿solo se trata de trabajo? —dijo Ellie.
—Sí.
—¿Te gusta? —preguntó Tess.
—Bueno, no voy a decirte que no, porque he de admitir que es muy
guapa. Es alta, puede que como vosotras —dijo mirando a sus tres amigas
—. Calculo que medirá un metro setenta y cinco. Es morena y sus ojos son
de un azul muy intenso. Y su cuerpo… Ummm. Digamos que tiene un
cuerpo que no le pasaría inadvertido a ninguno de vosotros, ni siquiera a los
casados.
Logan lo miró pensando si sabría algo de la chica que le quitaba el
sueño, porque era como si hubiera descrito a su ladrona particular.
—Muestra una gran confianza en sí misma y sería casi imposible pensar
que, detrás de esa coraza, se ocultara una persona sensible e insegura. Estoy
seguro de que no es insegura, pero sí muy sensible.
—¿Y eso lo has descubierto hablando de la reforma? —preguntó su
madre.
—La verdad es que sí. Es una chica de sonrisa fácil y, cuando ríe, se le
iluminan sus preciosos ojos. A pesar de ser una chica muy sencilla, tiene
una elegancia innata y una expresión de chispeante sentido del humor. No la
conozco mucho, pero apuesto que es impulsiva, terca, mandona e irritante
—dijo Sean sonriendo—. Pero es tan atractiva… Os aseguro que es una
delicia contemplarla y escucharla, porque tiene una voz preciosa.
—No entiendo por qué a mí no me pasan esas cosas —dijo Ryan, el
cirujano—. Vuestras tres mujeres son fantásticas, y no puede decirse que os
conocierais de la forma más tradicional. Dios, cuando pienso en vuestras
historias, se me eriza la piel. Son emocionantes. Incluso Logan, a pesar de
ser sacerdote, ha encontrado a una chica que parece que ha trastocado su
ordenada vida.
—No digas tonterías —dijo el aludido.
—¿Dónde conociste a esa chica? —preguntó Lauren a Sean.
—Alguien le dio mi teléfono y me llamó el lunes pasado. Me dijo que
quería hacer una reforma en un local y quedamos al día siguiente para que
me lo enseñara.
—El otro día me dijiste que estabas de trabajo hasta el cuello y no ibas a
coger ninguna reforma más —dijo Delaney, su hermano.
—Y no te engañé, porque tengo más trabajo del que debería. Pero la voz
de esa chica era tan seductora que no me pude resistir a verla.
—Ya salió el seductor —dijo su cuñada Tess.
—Es que tiene una voz preciosa, de verdad. Acababa de alquilar el local
y no sabía la dirección. Le dije que la recogería en su casa, porque no tiene
coche. Y cuando salió del edificio iba acompañada de sus dos hermanos.
—Entonces, no has estado a solas con ella ninguna de las dos veces que
la has visto —dijo Ellie.
—No, no hemos estado a solas. Aunque, en realidad, no son sus
hermanos. Me dijo que unos tíos lejanos, que vivían en otro estado y que
ella nunca había conocido, habían fallecido en un accidente y habían dejado
huérfanos a tres niños. Como ella era la única familia que tenían, se hizo
cargo de ellos. Si no me equivoco, me dijo que viven con ella desde hace
más de cinco años.
—¿Los padres de la chica viven con ellos?
—No. Sus padres también murieron en un accidente cuando ella tenía
diecisiete años, unos días antes de ir a la universidad.
—Has dicho chica, pero supongo que no será muy joven, para haber
tomado la difícil decisión de hacerse cargo de los niños —dijo Ellie.
—Tiene veintiséis años.
—¿Y a los veintiún años llevó a vivir con ella a tres niños, sin
conocerlos, y siendo ella también una niña? —preguntó su madre.
—Mamá, tenía veintiún años.
—Pues lo que he dicho, una cría.
—¿Cuántos años tienen los niños?
—El pequeño unos diez, la mediana tendrá la edad de Eve, y el mayor
diecisiete. Parece ser que es un buen estudiante y ha conseguido una beca.
Comenzará la universidad el próximo mes. Va a estudiar arquitectura.
—¿Conoces al mayor? —preguntó Carter.
—No. Estaba trabajando cuando quedé con ella.
—¿Cómo son los pequeños? —preguntó Patrick, su padre.
—La niña es educada, algo tímida y muy dulce. Me pareció adorable.
Mientras cenábamos, me dijo que hasta que fue a vivir con Kate estaba muy
gorda, pero que su hermana la había llevado a un nutricionista y había
seguido una dieta, y había adelgazado doce kilos.
—¿Quién es Kate? —preguntó Ryan.
—Así es como se llama la chica de quien os estoy hablando. La niña va
al instituto y le gusta estudiar.
—¿Y el pequeño? —preguntó Delaney.
—El pequeño me pareció extraño al principio. No porque sea raro, sino
porque tiene TEA.
—¿Qué es eso? —preguntó su padre.
—Las siglas significan Trastorno del Espectro Autista —dijo Ryan.
—Es una enfermedad compleja —dijo Jules, el otro médico.
—Había escuchado sobre personas autistas y sabía que algunas tenían un
comportamiento raro, pero no había conocido a nadie que la padeciera —
dijo Sean.
—Los síntomas son extraños —añadió Carter, el ginecólogo—. No todos
tienen los mismos síntomas, pero algunos los comparten. Como por
ejemplo: no les gusta tocar a nadie ni que los toquen; no suelen jugar con
otros niños; les gusta tener las cosas con cierto orden y se irritan cuando
alguien las cambia; repiten palabras o frases una y otra vez; juegan con
algún juguete, siempre de la misma forma; tienen intereses obsesivos; les
gusta seguir ciertas rutinas; mueven las manos, el cuerpo o giran en círculos
sin sentido; no suelen tener miedo, o tienen más de lo normal; y no
distinguen el peligro.
—Algunos son muy sensibles y no pueden controlar sus sentimientos o
emociones, así que se asustan y se sienten confundidos; no centran la
mirada en la persona que les habla, hasta que esta le dice que la mire;
repiten las cosas varias veces de manera metódica, como tocar el timbre un
número determinado de veces —dijo Ryan.
—Los autistas están desconectados, pero algunos son verdaderos genios;
no hablan con extraños; tienen solo unas personas conocidas con las que
hablan, normalmente sus familiares; cuando entran en una casa levantan el
pie para entrar, como si hubiera un escalón, aunque no lo haya.
—Vaya, es una enfermedad terrible —dijo Tess.
—Este niño en particular va a un colegio especial. Con sus hermanos se
nota que se siente cómodo. Yo creo que le incomodó que yo estuviera en su
casa. Tiene una memoria increíble. Cuando mencionas algo, él dice todo lo
que sabe al respecto. Él fue quien me dijo la edad que tenía Kate, dónde
había nacido y su fecha de nacimiento.
—Entonces, esa chica cargó con tres chavales, uno de ellos autista —dijo
Nathan.
—Sí. Para ella sus hermanos son lo más importante. El pequeño es una
fuente inagotable de información —dijo Sean sonriendo—. Me cae bien ese
chaval. Están viviendo en un piso muy pequeño, de dos habitaciones, que
está en muy malas condiciones y pagan ochocientos dólares de alquiler. Y
ahora ha alquilado un local de planta baja por doscientos dólares mensuales.
—¿Solo por doscientos dólares? Será muy pequeño, ¿no? —preguntó
Delaney.
—No es pequeño, tiene algo más de doscientos metros, pero en él solo
hay un pequeño aseo y quiere hacer una vivienda. Esa es la reforma que
quiere hacer, y no va a ser barata. Seguramente esa sea la razón de que
pague tan poco alquiler. Me enteré por los dos niños que el casero de la casa
donde viven ahora es un sinvergüenza. Se les rompió el termo y tuvo que
hacerse ella cargo de comprar otro e instalarlo. Parece que están
atravesando una mala racha. Kate está trabajando en un restaurante de
camarera.
—No ganará mucho —dijo Lauren.
—Su trabajo no es camarera. Es profesora de Historia en un instituto,
pero está trabajando en el restaurante hasta que comience el curso. Aunque
me dijo que luego seguiría trabajando los fines de semana. El hermano
mayor trabaja en un bar desde las cuatro de la tarde hasta media noche.
Kate me dijo que también seguiría trabajando cuando fuera a la universidad,
pero solo tres horas por las tardes.
—Es una lástima. Por lo que has dicho, parece una buena chica —dijo
Tess.
—Debería encontrar a un hombre rico, como hicimos nosotras, y le
solucione la vida —dijo Lauren.
—Es posible que ya lo haya encontrado —dijo Delaney mirando a su
hermano.
—Me parece una chica interesante, pero yo no le intereso. De hecho, por
lo que me dijo mientras comentábamos el plano, no piensa tener ninguna
relación con hombres hasta que sus hermanos se independicen.
—Va a pasar mucho tiempo —dijo Jules.
—¿En qué habéis quedado con lo de la reforma? —preguntó Ellie.
—No hemos quedado en nada.
—Pero vas a encargarte de ella, ¿no?
—No estoy seguro.
—¿Por qué no estás seguro?
—No tiene dinero. Quería que hiciera la reforma poco a poco. Ya sabéis,
hacer una cosa, pagármela, y luego ahorrar para hacer la siguiente. Le dije
que yo no trabajo así, y que cobraba la mitad del presupuesto total antes de
comenzar la obra. Después de ver el plano, se daría cuenta de que el
presupuesto sería elevado y me dijo que lo olvidara, porque no podría
adelantarme ni un diez por cien antes de comenzar.
—¿Y vas a dejarla colgada? —preguntó Lauren.
—No voy a dejarla colgada, Lauren, no lo digas en ese tono. No tengo
ningún compromiso con ella y no hemos firmado ningún contrato. Le dije
que le mandaría el presupuesto, pero no voy a hacer nada más.
—Cuando me hiciste la reforma del obrador y la de mi casa me cobraste
los materiales de construcción y los electrodomésticos a precio de costo —
dijo Ellie.
—Porque eras la madre de la hija de Carter.
—Entonces, ¿lo hiciste por Carter?
—Claro que no. Pero a esa chica no la conozco. Y ya os he comentado
que tengo mucho trabajo.
—Entonces, ¿por qué quedaste con ella? —preguntó Tess.
—Porque no sabía que no tenía dinero.
—¿Y qué va a hacer ahora?
—Me dijo que pintaría y limpiaría el local, que compraría un hornillo,
una mesa y unos colchones, y que se mudarían allí.
—¿Y vas a permitir que vivan en esas condiciones? —preguntó Ellie
muy alterada.
—¿Qué quieres que haga? ¿Que me los lleve a vivir conmigo?
—No, pero podrías decirle que, por estar apurada, vas a hacer la obra
poco a poco, como ella quiere.
—¿Tú estás tonta? Yo no puedo enviar a unos hombres a trabajar unos
días y luego sacarlos de la obra para llevarlos a otro sitio, hasta que ella
tenga dinero para hacer algo más. Tengo un negocio, Ellie.
—Lo sé. Y eres millonario.
—Que sea millonario no tiene nada que ver. El de las obras de caridad es
Logan. Le diré que vaya a su iglesia. Y hablando de caridad, el hermano
mayor la llama Charity desde que los acogió en su casa. Le dijo que ellos
tres eran su obra de caridad.
—También podrías decirle que vas a hacer toda la reforma y que puede
apagarte cada mes lo que pueda.
—Eres muy graciosa. A pesar de lo guapa y simpática que pueda ser esa
chica, es una desconocida y podría ser una estafadora.
—Entonces, averigua lo que puedas sobre ella. Dices que trabaja en un
restaurante. Ve a comer allí cuando ella no esté y procura sonsacarle algo a
algún compañero. Seguro que habrá alguna camarera a la que te puedas
camelar. Así sabrás si es de fiar —dijo Tess, su cuñada.
—Tess, no voy a ir haciendo preguntas sobre ella.
—Entonces, entérate de su horario de trabajo y habla con el propietario,
él podrá informarte mejor que un empleado.
—Sé cual es su horario. Trabaja de ocho a tres.
—¿Los demás no decís nada? Habéis gastado cientos de miles de dólares
en vuestra escuela. De hecho, Lauren, Ellie y yo vamos una vez a la semana
a trabajar allí gratis. Es cierto que habéis ayudado a muchos chicos, pero
esa chica está sacrificando su vida por unos niños que ni siquiera conocía,
¿Y no podéis echarle una mano? —dijo Tess mirándolos a todos y acabando
en su marido.
—Cariño, sabes que puedes hacer lo que quieras con nuestro dinero —
dijo Delaney.
—Yo no necesito tu dinero, Del. Sean, ayuda a esa chica, por favor. Yo
pagaré toda la reforma. Y cuando termines, amuebla la casa.
—La pagaremos entre las dos —dijo Lauren.
—Entre las tres, yo también estoy dentro —dijo Ellie.
—Y yo —añadió— Louise—. Me paso la vida recaudando fondos para
ayudar a los necesitados, y esa chica necesita ayuda.
—Vale, vale, de acuerdo —dijo el arquitecto, pero iré a informarme
primero al restaurante.
—Bien —dijo su cuñada sonriéndole.
—Madre mía, a lo mejor esa mujer se vuelve loca por ti y hay una boda
cerca —dijo Ryan sonriendo.
—Te aseguro que esa chica no siente el más mínimo interés por mí.
—Tendrás el ego por los suelos, una mujer que no siente ningún interés
por ti —dijo Lauren sonriéndole.
—Eres muy graciosa —dijo Sean estirándole del pelo.
—¿Cuándo tienes pensado ir al restaurante? —preguntó Ryan.
—No lo sé.
—Si vas mañana iré contigo.
—¿Por qué quieres venir conmigo?
—Porque mañana no he quedado con nadie y es domingo. No tengo
nada que hacer. Podemos aprovechar y cenar allí —dijo Ryan.
—De acuerdo. Y no se os ocurra decir a ninguno más que vendrá con
nosotros.
—¿Por qué no? —preguntó Tess.
—Lo habéis dejado en mis manos, ¿no?
—Vale. Pero tienes que contarnos lo que averigües.
—Con todo detalle —añadió Ellie.
—Por cierto, ¿cómo vas a encontrar el restaurante? —preguntó Lauren.
—No me va a costar encontrarlo. Sé que está muy cerca de su casa y que
el propietario se llama Max.
Sean y Ryan entraron en el restaurante a las ocho de la tarde del día
siguiente. Casi todas las mesas estaban ocupadas y decidieron tomar una
copa antes en la barra, para ver si le sacaban alguna información al barman.
—Hola, ¿qué van a tomar? —preguntó el hombre, que tendría más o
menos la edad de ellos.
—Whisky con hielo, por favor —dijo Sean.
—Yo tomaré lo mismo —dijo Ryan.
—No los había visto antes por aquí.
—Es la primera vez que venimos. Nos han dicho que se come bien.
—Y no los han engañado. Lástima que hayan venido por la tarde.
—¿Y eso?
—Habrían visto una auténtica belleza. Me refiero a la camarera. Además
de amable y simpática, es muy guapa. Pero hace el turno de la mañana.
—En ese caso, volveremos otro día por la mañana —dijo Ryan
sonriéndole.
—Lástima que le queden solo dos días de trabajar aquí. Desde primero
de mes solo trabajará los fines de semana.
—¿Ha encontrado otro trabajo o la han despedido?
—¿Despedido? Que va, el dueño no la despediría por nada. Es profesora
en un instituto y tiene que incorporarse al trabajo. La voy a echar de menos.
—Parece que le gusta esa chica.
—Eso se queda corto. La verdad es que estoy loco por ella desde hace
bastante tiempo, pero no está interesada en mí. De hecho, me ha dejado
claro que no está interesada en salir con nadie. Está centrada en sus
hermanos.
—¿Sus hermanos?
—Sí, tiene tres, y me temo que son lo más importante de su vida. Sé que
si se interesara por mí tendría que cargar con ellos, pero les aseguro que no
me importaría. Esa chica merece la pena, en todo los sentidos.
—¿Podríamos cenar o hay que reservar mesa?
—No, no hay que hacer reserva. Siéntense en cualquier mesa que esté
libre. Pueden llevar las copas a la mesa.
—Gracias.
—Vaya, tienes competencia —dijo Ryan en tono burlón, mientras
caminaban hacia una de las mesas.
—Eso parece.
Nada más sentarse, una camarera de unos cuarenta años largos comenzó
a caminar hacia ellos con una gran sonrisa en los labios.
—Puede que no sea tan antipática como piensa el tío de la barra —dijo
Ryan mirando como la mujer se acercaba.
—No ha dicho que fuera antipática, solo que la de la mañana era muy
simpática.
—Tal vez nos ha visto bajar del coche y huele dinero. Aunque es un
poco mayor, ¿no? —dijo el médico.
—A algunas mujeres mayores les gustan los jóvenes.
—Eso es cierto.
—Buenas noches, ¿van a cenar? —preguntó la mujer, sin apartar la
sonrisa de los labios y mirando a uno y al otro.
—Sí.
—Bien —dijo ella dejando las cartas sobre la mesa.
—¿Qué nos recomienda?
—Según los clientes, la lasaña está muy buena, y también el asado de
cordero. En mi opinión todo está riquísimo. El cocinero es un fuera de serie.
—En ese caso, yo tomaré la lasaña —dijo Ryan.
—Yo el cordero.
—Y una ensalada para compartir.
—De acuerdo. ¿Y de beber?
—Cerveza —dijo Sean.
—Para mí lo mismo.
—¿Alguna marca en especial?
—Heineken.
—Muy bien —dijo ella cogiendo las cartas y alejándose.
Poco después la mujer volvió con las cervezas y unas tapas.
—Gracias —dijo Ryan.
—¿Está el propietario? —preguntó Sean.
—Sí, él está aquí todo el día, es el primero que llega y el último que se
va. Está en su despacho. ¿Quieren que lo avise?
—Esperaremos a terminar de cenar.
—Muy bien. La cena estará en quince minutos.
—Gracias.
—No sé cómo se comerá, pero el restaurante está muy limpio —dijo
Ryan cuando la mujer se alejó.
—Es cierto.
Estuvieron hablando de una cosa y otra mientras cenaban. La comida era
deliciosa. Después de cenar pidieron tarta y café. La camarera les llevó lo
que habían pedido poco después.
—¿Sabe si su jefe está disponible en estos momentos?
—Está en la cocina decidiendo con el cocinero el menú de mañana.
—¿Podría decirle cuando acabe que me gustaría hablar con él?
—Desde luego.
—Gracias.
Unos minutos después, Max se presentó ante ellos.
—Hola, buenas noches. Soy Max, el propietario. Me han dicho que
querían hablar conmigo.
Los dos amigos se levantaron.
—Gracias por dedicarnos su tiempo. Soy Sean Stanford y él es Ryan
Owens —dijo dándole la mano al hombre.
—Mucho gusto —dijo estrechándosela a uno y al otro—. Yo soy Max
Forrest.
—¿Le importa sentarse con nosotros unos minutos?
—Por supuesto que no —dijo Max sentándose.
—¿Le apetece tomar algo? —preguntó Sean.
—No, muchas gracias. Bien, ¿de qué quieren hablar conmigo?
—Soy arquitecto. Una empleada suya se puso en contacto conmigo hace
unos días para que viera un local que quiere reformar.
—Ah, sí. Me lo contó Kate. El local es de un amigo mío. Parecía
ilusionada con cambiar de casa pero, después de que hablara con usted, sus
ilusiones se desmoronaron. Me dijo que no iba a hacer la reforma, de
momento. No me explicó la razón, porque en ese momento tuve que atender
a un representante, pero supuse que usted no tendría tiempo para hacer la
obra, o no habrían llegado a un acuerdo en cuanto al precio.
—Bueno, yo trabajo de cierta forma, y a ella no le iban bien mis
condiciones. Prácticamente me dijo que no estaba interesada.
—Kate es un poco impulsiva. Es muy rápida pensando y a veces habla
antes de lo debido. Pero le aseguro que es una buena chica. Es posible que
no tenga dinero para la reforma, pero puede estar se guro de que si se
encarga usted de hacerla, le pagará hasta el último céntimo.
—Sé que es una buena chica… —dijo Sean.
—Supongo que usted necesita estar seguro —dijo el hombre sin dejar
que terminara la frase—, yo también soy un hombre de negocios. Pero si
necesita una garantía para ocuparse de la reforma, yo se la ofreceré. Esa
chica necesita ayuda, creame, pero es muy orgullosa. La conozco desde que
ella y sus hermanos se mudaron aquí hace varios años y es una chica
estupenda, responsable y se preocupa por todos, excepto por ella misma. No
había tenido ningún tipo de problemas hasta hace unos meses, que las cosas
se le torcieron y, como pasa siempre, los problemas nunca vienen solos. Se
le acumuló una cosa tras otra y está algo desbordada. Pero no se echa atrás
por nada. Necesitaba dinero y ha buscado un segundo trabajo para salir del
paso, al igual que su hermano mayor. Encárguese de la reforma, por favor.
Si necesita una garantía, le haré un talón por el total del presupuesto y
cuando ella se lo pague todo puede devolvérmelo.
—Eso no hará falta. Solo quería tener alguna referencia sobre ella y
usted me ha dado lo que necesitaba.
—Entonces, ¿va a encargarse de su casa?
—Sí. Antes me ha dicho que el propietario del local era amigo suyo,
¿podría darme su teléfono? Me gustaría explicarle lo que voy a hacer en el
local. He leído el contrato de alquiler que le hizo a Kate, pero quiero que las
cosas queden bien claras, para evitar problemas.
—Puede hablar con él en persona, acaba de entrar. Es viudo y viene a
comer y a cenar cada día. ¿Les importa que se siente con nosotros?
—Por supuesto que no —dijo Sean sonriendo por la sencillez del
hombre.
Max se levantó cuando su amigo se acercó a la mesa a saludarlo. Sean y
Ryan lo hicieron también.
—Hola, Max.
—Hola, Tom. Quiero que conozcas al señor Stanford y al señor Owens.
Él es mi amigo Tom Wilson.
Después de estrecharse las manos le invitaron a sentarse con ellos y el
hombre lo hizo.
—El señor Stanford quiere hablar contigo.
—Llámenme Sean, por favor, y pueden tutearme.
—A mí también, me llamo Ryan.
—De acuerdo, nos tutearemos —dijo Tom—. ¿De qué quieres hablar
conmigo?
—Sean es el arquitecto que va a ocuparse de hacer la reforma del local
que le has alquilado a Kate.
—¿Ha aceptado hacer la reforma? —preguntó el propietario del local.
—Sí.
—En un principio pensé decirle a Kate que yo pagaría toda la reforma,
pero sabía que ella no aceptaría. Me dijo que no la podía hacer ahora porque
antes tenía que recoger algún dinero. Me ofrecí a prestárselo, pero esa chica
es muy orgullosa y le gusta hacerlo todo por sí misma. No aceptó que la
ayudara.
—Por eso le has alquilado el local en doscientos dólares al mes —dijo
Sean—. Podrías alquilarlo en mil dólares, sin ni siquiera hacer nada en él.
—Lo sé —dijo el hombre sonriendo—. No pensaba alquilarlo, pero
quería echarle una mano a esos chicos. Y quiero que salgan cuanto antes del
piso en el que viven. El casero es un sinvergüenza. Solo necesita esperar
unos años. Hasta ahora ella ha sido quien se ha ocupado de todo, pero su
hermano tomará las riendas tan pronto pueda. Él también es un buen chico
y está trabajando para ayudarla en lo que puede. El otro día me dijo que tan
pronto acabara la carrera y tuviera trabajo, lo primero que haría sería
construir una casa para su hermana. Ese chico la adora. Bueno, en realidad,
todos sus hermanos la adoran, por lo que ha hecho por ellos.
—Sean ha venido buscando alguna referencia de Kate, y también alguna
garantía de que le va a pagar la reforma —dijo Max a su amigo.
—Puedes estar seguro de que esa chica te pagará, aunque tenga que
trabajar las veinticuatro horas del día —dijo Tom—, pero si tienes alguna
duda, la avalaré con mi nombre.
—Eso no hará falta, Tom. Yo no tengo problemas de dinero y no la
presionaré para que me pague.
—Estupendo. ¿Sabes ya lo que ha decidido hacer en el local?
—No me pareció muy ambiciosa en lo que me dijo que quería, pero yo
he añadido algunas cosas más.
—Haz lo que a ti te parezca más oportuno. Esperaré un tiempo después
de que se instalen y luego veré la forma de pagar la reforma, o al menos
parte, sin que hiera su orgullo —dijo el hombre sonriendo—. ¿Te importaría
darme el presupuesto que hagas?
—Claro que no. Quedaremos aquí un día para dártelo y te enseñaré el
plano de la reforma, para que veas lo que voy a hacer en tu local, y que me
digas si a ti te parece bien.
—Fantástico.
—Si vas a ocuparte de la obra, deberías hablar con Kate cuanto antes —
dijo Max.
—¿Por qué? —preguntó Sean.
—Bradley, su hermano mayor, me dijo ayer que iban a buscar muebles
de segunda mano.
—¿Sabes cuándo tienen intención de mudarse? —preguntó el arquitecto.
—No estoy seguro, pero Kate me ha dicho esta mañana que iba a darle al
casero las dos semanas que le exige en el contrato. No sé si habrá hablado
ya con él, pero sí sé que quiere mudarse cuanto antes.
—La llamaré esta noche.
Cuando la camarera pasó junto a la mesa, Sean le pidió la cuenta.
—Olvídate de la cuenta, muchacho. Esta vez invita la casa.
—Muchas gracias.
Cuando salieron del local, Sean decidió ir a casa de Kate en vez de
llamarla, al fin y al cabo, vivía cerca de allí.
Aparcó el coche en un hueco que encontró cerca del edificio y
caminaron ambos hacia la entrada.

—¿Quién es? —preguntó Kate por el interfono.


—Kate, soy Sean. Me gustaría hablar contigo.
—Sean, son las diez y media de la noche, estoy en pijama, y no pienso
cambiarme.
Los dos hombres se miraron y sonrieron.
—No hace falta que te cambies, solo serán unos minutos.
—Vale.
—Oye, voy con un amigo, ¿te importa que suba conmigo?
—¿Qué importa que me vea en pijama un tío o dos? —dijo abriendo la
puerta.
—Esa chica tiene sentido del humor —dijo Ryan cuando entraron en el
edificio.
—Sí, te va a gustar, es muy simpática.
—Después de que nos la describieras, me muero de ganas por conocerla
—dijo entrando en el ascensor detrás de su amigo.
—Escucha, Ryan. Ya has visto como hablan de ella. Es una buena chica
y te aseguro que no tiene nada que ver con las mujeres con las que salimos.
—Por cómo la describiste, en el físico sí se parece. Pero no te preocupes,
solo siento curiosidad por ella.
—Compórtate, ¿vale?
—Siempre lo hago —dijo Ryan sonriéndole.
Kate abrió la puerta antes de que ellos tocaran el timbre, el sonido era un
poco escandaloso y no quería que sus hermanos se despertasen.
Kate se quedó embobada mirando a esos dos hombres. Los dos medían
casi dos metros. Llevaban vaquero y camiseta, Sean negra y Ryan gris. De
pronto le vino a la cabeza la imagen de Logan. Pensaba a menudo en la
última vez que lo había visto, un mes atrás, vistiendo como ellos, vaqueros
y una camiseta.
—Hola, Kate.
—Hola, Sean. Pasad, por favor.
Entraron en la casa y ella cerró la puerta.
Ryan la miró de arriba abajo, mientras su amigo le daba un beso en la
mejilla. Tenía un rostro precioso. Llevaba el pelo suelto y le caía por la
espalda como una cortina de seda. Las largas y espesas pestañas oscuras
acentuaban el intenso azul de sus ojos. Sus labios eran carnosos y sensuales.
Y su figura… Llevaba un pantalón de pijama muy corto y una camiseta de
tirantes negra. Y se notaba que no llevaba sujetador. Aunque el pecho lo
tenía en su sitio y en la medida adecuada. Era alta. Tenía un cuerpo esbelto
y moldeado por unas curvas deliciosas. Ryan tragó saliva, y se maldijo por
sus propios pensamientos.
—Él es mi amigo Ryan. Ryan, ella es Kate.
—Un placer conocerte, Kate —dijo acercándose a ella para besarla en la
mejilla.
—Lo mismo digo.
—Supongo que tus hermanos estarán durmiendo.
—Sí. Vamos a la cocina. ¿Os apetece tomar algo? Bueno, será mejor que
os diga primero lo que tengo en casa, antes de que me pidáis algo. No tengo
alcohol. Puedo ofreceros un refresco, agua, leche y café. Acabo de hacer la
cafetera, iba a tomar un café con leche.
—Un café con leche estará bien —dijo Sean.
—¿Y tú, Ryan?
—Tomaré lo mismo, gracias.
—Sentaos, por favor —dijo retirando los libros y los papeles que había
sobre la mesa.
—¿Estabas trabajando?
—Estoy preparando los exámenes para los alumnos que han suspendido.
He trabajado los siete días de la semana en el restaurante y no he dispuesto
de mucho tiempo libre. Las tardes las aprovecho para estar con mis
hermanos y comprar lo que necesitan para el nuevo curso, que empezará en
unos días —dijo ella mientras calentaba la leche y servía los cafés en las
tazas.
Lo llevó todo a la mesa y se sentó frente a Ryan, pensando que ese
hombre era guapísimo. Se preguntó de nuevo porqué al lado de ellos se
sentía relajada y cuando estaba con el sacerdote se intranquilizaba de
repente y sentía algo extraño en el bajo vientre.
—Bien, ¿de qué quieres hablar? Te aseguro que mi situación financiera
no ha cambiado desde que hablamos hace dos días.
—He terminado el presupuesto preliminar. No es el definitivo, porque no
sé los muebles de la cocina que quieres pero, elijas los que elijas, no
aumentará más de cuatrocientos o quinientos dólares.
—Y, solo por curiosidad, ¿a cuánto asciende ese presupuesto preliminar?
—A diez mil ochocientos dólares.
—¿Solo?
—Ya te he dicho que habrá que añadir unos cientos de dólares.
—Pensé que sería una cantidad astronómica. Me habían dicho que
trabajabas muy bien y que eras muy caro, pero esa cantidad sí me la puedo
permitir —dijo sonriéndole.
—Eso es genial, ¿no?
—¿Cómo es posible que sea tan barato?
—Bueno, yo compro los electrodomésticos y los muebles de cocina a
mayoristas y me hacen un buen descuento. Y sucede lo mismo con los
muebles y colchones.
—Un momento. ¿Los muebles, los electrodomésticos y los colchones
están incluidos en ese presupuesto?
—Sí. Aunque no puedes elegir muebles de artesanía, de lo contrario
encarecerían un montón.
—Si quieres que te sea sincera, desde los dieciocho años he vivido en
apartamentos tan cutres que no sé si tendría gusto para comprar muebles.
Supongo que tú sí tienes gusto.
—Bueno, estoy acostumbrado a comprar muebles.
—¿Te importaría encargarte a ti de todo?
—No hay problema.
—De todas formas, quiero que los muebles sean sencillos.
—Yo había pensado que fueran blancos, darían claridad.
—Me gustan los muebles blancos.
—Luego, los detalles de decoración y los cuadros darán el toque de color
que necesitará la vivienda.
—Tengo unas láminas de cuadros de pintores famosos que me regalaron
mis hermanos hace algún tiempo y me encantan. Nunca las he llevado a
enmarcar, porque siempre había algo más importante en qué gastar el
dinero. Y, de todas formas, no quedarían bien en este deprimente piso.
—Cuando quieras enmarcarlas dímelo, porque a mí me hacen precio de
mayorista.
—Muchísimas gracias, Sean.
—De nada. Quería hablarte de otra cosa.
—Dime.
—He estado pensando detenidamente en lo que hablamos la última vez
que nos vimos, y he decidido que no hace falta que me pagues la mitad,
antes de comenzar la reforma.
—¿Hablas en serio?
—Completamente. No tengo problemas de dinero y me caes bien. Así
que voy a hacer una excepción contigo
—Te lo agradezco. ¿Cómo has pensado que hagamos lo de los pagos?
—Yo me encargo de la reforma y de amueblar la casa por completo.
Cuando todo esté terminado te doy la factura del total y me vas pagando lo
que puedas cada mes.
—No estás bromeando, ¿verdad?
—Por supuesto que no, cariño —dijo Sean al ver que estaba reteniendo
las lágrimas.
—Recuerda que tengo un testigo —dijo ella mirando a Ryan.
—El testigo al que te refieres es amigo mío y no te serviría de nada —
dijo Sean sonriendo—. Pero no necesitas ningún testigo, porque soy un
hombre de palabra.
—Nunca podré agradecértelo.
—Buscaré alguna forma de que lo hagas.
—Si estás pensando en sexo, olvídalo.
—No estaba pensando en eso —dijo él sonriendo.
Hablaron de la reforma mientras se tomaban el café con leche.
—Bueno, nos marchamos.
Sean y Ryan se levantaron y Kate también.
—¿Cuándo empezarás con la reforma? —preguntó Kate cuando llegaron
a la puerta.
—Mañana iré a pedir los permisos que necesito. Tengo un conocido que
los agilizará y los tendré en un par de días. Mientras tanto, iremos a
inspeccionar el tejado, porque es lo primero que hay que arreglar. Iremos
llevando los materiales que necesitaremos para la obra. E iré pidiendo los
muebles de la cocina, los electrodomésticos, los sanitario y las griferías. Así
que empezaremos mañana. Me dijiste que querías que yo me ocupara de
todo, pero puede que quieras elegir los muebles de la cocina o…
—Quiero que tú te encargues de todo.
—De acuerdo.
—Me dijiste que tenías muchísimo trabajo y no podrías empezar pronto.
—Es cierto, pero sé que quieres mudarte cuanto antes.
—Sí.
—Y los otros clientes no son tan guapos como tú.
—Muchas gracias, Sean.
—No hay de qué, cielo. Calculo que la reforma estará acabada alrededor
del día veinte del próximo mes. Pero necesitaré una semana más para que
todo esté a punto. Pongamos el día veintiséis. ¿Podrás resistir en tu piso
hasta esa fecha?
—Por supuesto. Le diré al casero que nos marcharemos el día treinta de
septiembre.
—Muy bien.
—Gracias de nuevo, Sean —dijo dándole un fuerte abrazo.
—De nada, cariño.
—Siento no haber hablado contigo —le dijo Kate a Ryan—. Ha sido
muy grosero por mi parte.
—No te preocupes, preciosa. Me ha gustado mirarte.
—Hablaremos en otra ocasión —dijo ella abrazándolo también.
Tan pronto se marcharon, Kate se puso a llorar. Y así se la encontró
Bradley cuando llegó a casa a las once y media de la noche.
Capítulo 5
Al día siguiente todos fueron a cenar a casa de Nathan, porque era su
cumpleaños. Después de la deliciosa cena y de apagar las treinta y siete
velas que Ellie había conseguido poner en la preciosa tarta que le había
preparado, se sentaron todos los amigos a charlar un rato. Les faltó tiempo
para interesarse por la chica que había conocido Sean unos días atrás.
—¿Fuiste al restaurante donde trabaja la chica de la reforma? —preguntó
Tess a su cuñado.
—Sí. Ryan y yo estuvimos cenando allí. Se come de maravilla.
—El chaval que trabaja detrás de la barra del bar está loco por esa chica,
pero a ella no le interesa —dijo Ryan.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó Lauren.
—Porque nos lo dijo él. Nos habló muy bien de ella. Nos dijo que era
una belleza. Y os aseguro que lo es, y no solo es preciosa, tiene un cuerpo
de infarto —dijo Ryan.
—¿La visteis? ¿Fuisteis cuando estaba trabajando en el restaurante? —
preguntó Ellie.
—No, la vimos más tarde.
—Hablamos con el jefe de Kate —dijo Sean—. Ese hombre la aprecia
mucho, y también a sus hermanos. Parece ser que es una buena chica, cosa
que yo no dudaba. Le dije que ella había contactado conmigo, pero que no
sabía si aceptaría el trabajo.
—El hombre le dijo que pagaría toda la reforma por adelantado y que
Sean podría devolverle el dinero cuando Kate se lo pagara —dijo Ryan.
—Entonces, es de fiar —dijo Nathan.
—Sin lugar a dudas.
—También hablamos con el dueño del local, porque fue a cenar mientras
nosotros estábamos allí. Es amigo del jefe de Kate. Ese hombre también la
aprecia. Habló muy bien de ella —dijo Sean—. También se ofreció como
garantía para que me encargara de la reforma.
—Esos dos hombres también son buenas personas —dijo Ryan—. Luego
fuimos a casa de la chica.
—¿Sin llamarla antes? —preguntó Tess.
—Sí. Cuando contestó al interfono pensamos que no nos dejaría subir.
Dijo que era tarde y estaba en pijama. Sean le dijo que necesitaba hablar
con ella unos minutos. Y ella le dijo que no pensaba cambiarse. Entonces
Sean le preguntó si le importaba que subiera con un amigo y ella dijo que le
daba igual que la viera en pijama un tío que dos. Y yo agradecí que no se
cambiara el pijama, porque era una delicia contemplar sus piernas, con ese
pantalón tan corto.
—Vaya, Ryan, parece que te ha impresionado esa chica —dijo Ellie.
—Ya sabéis que me pierden las chicas guapas. Y ella es una preciosidad.
Pero os digo lo mismo que dijo Sean sobre ella. Esa chica no está interesada
ni él ni en mí.
—Estaréis traumatizados. Una mujer que no está interesada en vosotros
—dijo Ellie.
—No seas mala, pelirroja —dijo el cirujano sonriéndole.
—¿Hablasteis de dinero? —preguntó Tess.
—Sí, le dije que el presupuesto ascendía a diez mil ochocientos dólares,
pero que aumentaría unos cientos de dólares, dependiendo de la cocina y los
muebles que eligiese.
—¿Le dijiste que los muebles entraban en el presupuesto?
—Sí, y los colchones y electrodomésticos también.
—Sean, te esfuerzas en fingir que no te importa por lo que esté pasando
esa chica, pero en realidad eres tan tierno y dulce como un osito de peluche
—dijo Tess besándolo en los labios.
—No digas tonterías.
—¿Cuánto calculas que costará la reforma? —preguntó Carter.
—Alrededor de cincuenta mil dólares, puede que algo más.
Todos se rieron.
—¿Y se creyó que iba a costar unos once mil? —preguntó Carter.
—No estoy seguro, aunque esa chica no entiende mucho de construcción
y parece que se lo tragó. Le dije que a mi me cobraban precios de
mayorista.
—Has hecho un buen trabajo —dijo su hermano.
—¿Cuándo empezarás la reforma? —preguntó el abogado.
—He empezado hoy. Hemos revisado el tejado y mañana llevaremos los
materiales que necesitaremos para toda la reforma. El local es muy grande y
hay espacio para almacenarlos en él sin que nos molesten.
—Te has dado prisa en empezar —dijo Logan.
—Kate quiere salir del piso en el que viven cuanto antes. Voy a
retrasarme en una de las obras que estoy haciendo, pero no importa porque,
no tengo fecha de entrega. Cuando termine la reforma haré una factura y se
la daré. Ya le he dicho que puede pagarme lo que pueda cada mes.
—Pon sumo cuidado en la reforma para que quede perfecta —dijo su
hermano—. Esa chica merece lo mejor.
—Siempre lo hago, sin importar para quien sea la reforma.
—Yo creo que deberíamos pagar la obra entre todos, como hacemos con
los asuntos de la escuela —dijo Nathan.
—Yo estoy de acuerdo —dijo Carter.
—¿Y el resto?
Todos estuvieron de acuerdo.

Al día siguiente Kate le pidió a su jefe salir un poco antes, porque tenía
que ir a pagar una deuda. Cuando sus hermanos llegaron a comer al
restaurante, ella le dijo a Bradley que iba a ir a pagar el dinero que debía en
la iglesia y que si Max necesitaba ayuda, que le echara una mano.
Iba en el autobús pensando en sus cosas. Esa mañana le habían ingresado
la nómina del instituto y con lo que tenía guardado de su trabajo en el
restaurante y lo de su hermano, tenía suficiente para pagar el alquiler y la
deuda de la iglesia, y aún le sobrarían trescientos dólares. Hasta ese día
habían comido cada día en el restaurante, sin tener que pagar nada, porque
Max no se lo permitió. Además, el cocinero le daba cada día una bolsa con
comida para la cena de los cuatro. Y sabía que era cosa de Max. Kate le dijo
que no tenía que hacerlo, pero él le dijo que en su negocio hacía lo que
quería. Y tampoco tenía que preocuparse por la reforma, porque Sean le
había dicho que podía pagarle cada mes lo que pudiera. Al día siguiente
pagaría el último mes de alquiler y le diría al casero que se marcharían el
treinta de septiembre.
Se paró a pensar en Sean y en el presupuesto de la reforma. Le había
enseñado a su hermano la foto del plano del local, que Sean le había
enviado, y le había dicho lo costaría la reforma. Y Bradley se había reído al
escucharla, y le había dicho que una reforma como esa no costaría menos
de cuarenta mil dólares, eso, sin contar los muebles y los electrodomésticos.
Pero, por una vez en su vida, Kate dejó a un lado las dudas. Si era cosa
del arquitecto, que quería ayudarla, pues que lo hiciera, pero ella no tenía
porqué saber cuánto costaba una reforma de esa envergadura. Así que se
haría la tonta. Cuando la reforma estuviera totalmente terminada y vivieran
en la casa hablaría con Sean. Y si entonces tenía que pagar más, lo haría.
Pagando doscientos dólares de alquiler al mes, podría ahorrar un montón de
pasta.
Kate bajó del autobús y caminó hacia la iglesia. De pronto se detuvo al
ver a Logan bajar de un vehículo oscuro. Él se quedó un instante hablando
con el conductor a través de la puerta, que mantenía abierta.
Kate lo observó. Llevaba un traje gris claro y una camisa blanca con tres
botones desabrochados. Nunca le habían llamado especialmente la atención
los hombres con traje, pero al verlo a él cambió de opinión. El traje le
quedaba perfecto, como si se lo hubieran hecho a medida, porque no le
hacía ni una sola arruga.
Era un hombre muy alto y fuerte, deliciosamente fuerte, pensó
recordando cómo se ceñía a sus pectorales y brazos la camiseta que llevaba
el último día que lo vio. Le gustaba el aspecto de ese hombre, y también le
gustaba la sensación que experimentaba cuando lo tenía cerca. Le gustaba
incluso su nombre. Empezó a sentir un suave calor entre las piernas, y eso
le preocupó.
Logan se despidió del conductor y cerró la puerta del coche. Y cuando se
volvió la vio allí, de pie. En el mismo instante en que sus miradas se
cruzaron sucedió algo inexplicable. Fue como si una corriente eléctrica de
alto voltaje los invadiera. Se quedaron un instante mirándose, sin decir
palabra. Hasta que él reaccionó y se acercó a ella.
—Hola, Kathleen.
Tenía una voz grave y aterciopelada que hacía que Kate se estremeciera
al escucharla.
—Hola —dijo ella.
Logan la miró. El tono azul de sus ojos era fascinante. Sin duda eran los
ojos más azules que había visto en su vida. Había pasado unas semanas
horribles, impaciente por verla de nuevo y por poder hablar con ella. Sentía
que conectaban de una forma extraña, que él no llegaba a comprender, pero
esa conexión estaba ahí.
—¿Te dirigías a la iglesia?
—Sí. Pero ahora que estás aquí ya no necesito entrar —dijo sacando del
bolso un sobre y entregándoselo.
—¿Qué es esto?
—El dinero que te debo.
—¿Cuánto me pagas esta vez?
—Todo. Siento haber tardado tanto en devolvértelo, pero no he podido
hacerlo antes. Ya no te debo nada y ya no tendrás que verme.
—No me importa verte. Si en alguna ocasión necesitas dinero puedes
pedírmelo directamente, no necesitas abrir el candado. Por cierto, ¿cómo lo
haces? ¿te ha enseñado alguien a abrir cerraduras?
—Lo aprendí en un tutorial de YouTube.
Logan no pudo resistirse y soltó una carcajada.
Kate se quedó embobada, mirándolo con una sonrisa tímida. Se le veía
lleno de energía y sus preciosos ojos grises se iluminaban cuando reía. A
Kate le parecía el príncipe de los cuentos, o un héroe de alguna de las
novelas románticas que había leído.
—No sé por qué te ríes. Pueden aprenderse un montón de cosas en
YouTube.
—No lo dudo —dijo él sin apartar la sonrisa de sus labios—. ¿Te apetece
entrar en la iglesia?
—No tengo nada que hacer en la iglesia.
—A veces viene bien rezar.
—He rezado muchas veces a lo largo de mi vida y nadie ha escuchado
nunca mis plegarias.
—Puede que no tuvieras suficiente paciencia.
—Es posible. De todas formas, rezar está bien cuando estás desesperada,
pero ahora las cosas me van bien y no necesito rezar.
—Las personas también van a la iglesia a oír misa.
—Con un sacerdote como tú no creo que las mujeres vayan a oír misa —
dijo ella desviando la mirada por esa piel que se veía a través de la camisa
desabrochada.
Logan sintió que todos los músculos del cuerpo se le tensaban de la
excitación. Sin duda, ella se sentía atraída por él, pensó al ver cómo lo
miraba. Puede que tanto como él por ella. Logan tragó saliva y frunció el
ceño al darse cuenta de los pensamientos que tenía en la mente.
—¿Por qué lo dices?
—No me parece que seas estúpido.
—A veces la gente viene a la iglesia a pensar en sus cosas y a tomar
decisiones.
—Yo no necesito estar en la iglesia para pensar y tomar decisiones.
—También podrías venir a confesarte.
—¿Confesarme… contigo?
—Bueno, soy el sacerdote.
—El único pecado que he cometido en la vida ha sido coger dinero en el
cepillo de la iglesia, pero no creo que Dios esté enfadado conmigo, al fin y
al cabo lo he devuelto. ¿Crees que me habrá perdonado?
—Por supuesto. Pero no creo que ese haya sido el único pecado de tu
vida.
—Es posible que haya cometido algún otro, pero jamás hablaría contigo
de ello.
—¿Por qué?
—Puede que porque aún no he asimilado que seas sacerdote.
—Podríamos hablar simplemente.
—¿En el confesionario?
—O en otro sitio. ¿Quieres que vayamos a tomar un café?
—¿Un café? ¿Quieres que vayamos a tomar un café… juntos?
—Es lo que hacen las personas cuando quieren hablar, ¿no? —dijo él
sonriendo y haciendo que Kate sintiera algo raro en el vientre.
—¿Qué te hace pensar que quiero hablar contigo?
—Para empezar, podrías contarme tus problemas.
—Ya no tengo problemas.
—Los que tuviste. Te llevaste dinero de la iglesia, lo que quiere decir
que te sucedería algo serio para recurrir a ello.
—Dios mío, guapo y listo —dijo Kate con sarcasmo—. Me has dejado
alucinada.
Logan volvió a reír.
—Te aseguro que se me da bien escuchar.
—No tengo la menor duda, pero creo que no podría concentrarme en la
conversación teniéndote delante.
Logan la miró fijamente. No sabía si esa chica era una descarada, si
decía las cosas sin pensar, o si estaba flirteando con él.
—¿Y qué harías si me tuvieras delante y no pudieras concentrarte en la
conversación? ¿Te sentirías incómoda? ¿Te largarías? ¿Gritarías? —
preguntó él antes de poder retener las palabras en su boca.
—¿Crees que soy la clase de mujer que se pondría a gritar?
Yo podría hacerte gritar y llorar de placer, pensó Logan. De pronto se
sintió aturdido. ¿De dónde habían salido esos pensamientos?, se preguntó.
—No, no me lo pareces.
—Tengo que marcharme.
—De acuerdo.
—¿Puedo reservarme la invitación a ese café para otro día?
—No hay problema. Ya sabes donde encontrarme.
Kate lo miró una vez más, se dio la vuelta y comenzó a caminar.
Logan no tenía ni idea de porqué se le habían pasado por la cabeza esos
pensamientos tan turbadores. ¿Cuándo había pensado en hacer gritar o
llorar a una mujer de placer?, se preguntó. Suponía que era una reacción
normal ante una mujer guapa y, sin duda, esa chica era guapa. Aunque era
la primera vez que reaccionaba así delante de una mujer. Desde luego no
era tímida, porque había tonteado con él de forma descarada, incluso,
sabiendo que era sacerdote. Lo miraba directamente a los ojos, en vez de
bajar la mirada. Pero claro, la timidez no estaba en el vocabulario de esa
chica.
De pronto se dio cuenta de que la deseaba, y no solo un poco, la deseaba
con desesperación, más allá del sentido común o la razón. Logan reconocía
los problemas tan pronto los veía, y sabía con certeza que estaba con el
agua al cuello.
Kate subió al autobús y se sentó junto a una de las ventanas, sin poder
apartar de la mente la imagen de ese hombre. Desprendía un encanto que
parecía inagotable. Pensó que sería un hombre sensible y considerado. Y
tenía que reconocer que tenía un cuerpo de escándalo. Le pareció que en un
momento determinado había flirteado con ella. Aunque no lo dijera con
palabras, se lo había leído en la mirada. Pero bien podía haberse
equivocado, porque no podría decirse que fuera experta en el tema. Dios,
era un monumento de hombre. Tal vez esa fuera la razón de que hubiera
dado rienda suelta a su imaginación, pensando en él. Y había pensado en él
varias veces. Demasiadas. Hacía años que no le interesaba ningún hombre,
desde que Paul la había abandonado unos años atrás.
Kate se preguntó qué había en él que lo hacía diferente a los demás
hombres, hasta el punto de no poder apartarlo de su mente. Sin duda era su
aspecto, se dijo dejando escapar un suave gemido de placer. No tenía la
menor duda de que eso la había atraído la primera vez que lo vio. ¿Qué
mujer no se sentiría atraída por un hombre como él, con esos turbulentos
ojos grises, esa boca de lo más seductora y ese cuerpo de infarto? ¡Por el
amor de Dios! Ese hombre era la fantasía de cualquier mujer. ¡Y era
sacerdote!, se dijo una vez más.
Kate pensaba que el destino no existía. Le parecía ridículo que dos
personas estuvieran destinadas a estar juntas. Sería como si alguna fuerza
desconocida los obligara a seguir un plan. Y si el destino existiera, ¿por qué
había querido que su vida fuera un infierno? ¿Habría algo más cruel?
Kate se maldijo al darse cuenta de que se había saltado la parada en la
que tenía que bajar, por estar abstraída en sus pensamientos. Bajó del
autobús en la siguiente parada y fue caminando con paso ligero hacia su
casa. Quería llegar antes de que su hermano se fuera a trabajar.

Era viernes, tres de septiembre y desde primeros de mes Kate solo


tendría que ir al restaurante los fines de semana. Aunque desde el día uno
había comenzado a trabajar en el instituto.
Como el colegio de los niños no empezaba hasta mediados de mes,
Bradley se quedaba con ellos por la mañana. Les preparaba el desayuno,
iban al parque un rato y a la biblioteca a sacar algún libro para los cuatro,
porque a todos ellos les gustaba leer. Antes de volver a casa pasaban por el
supermercado para comprar las cosas que había anotadas en la lista que
hacían entre todos. Bradley preparaba algo para comer, ayudado por Taylor
y comían los tres. Los dos hermanos mayores habían acordado que ya no
irían a comer al restaurante, porque ya se habían aprovechado bastante de la
generosidad de Max. A las tres y media Bradley se marchaba a trabajar y
desde entonces, Kate se ocupaba de sus hermanos. Esa era la rutina que
seguirían hasta que los dos pequeños comenzaran el colegio.
Esa tarde, Kate y los niños fueron a comprar algunas cosas que
necesitaría Bradley para la universidad. Cuando volvieron a casa, Taylor le
preguntó a su hermana si podía ir a ver a una amiga que vivía cerca. Kate y
Dexter la acompañaron a la casa de la niña y quedaron en que la recogerían
a las ocho de la tarde. Kate y su hermano pequeño comenzaron a caminar.
—¿Adónde vamos? —preguntó Dexter.
—A caminar un poco. He pasado toda la mañana sentada en el trabajo y
necesito hacer un poco de ejercicio.
—Yo quiero ir a casa.
—Tú también necesitas ejercicio.
—Ya he hecho ejercicio esta mañana.
—Cuéntame todo lo que has hecho durante el día.
—Me he levantado a las ocho y media y tú ya no estabas.
—Ya sabes que empecé a trabajar en el instituto hace tres días.
—Siempre salimos de casa a las ocho cuarenta de la mañana.
—Es cierto, pero ahora tendremos que irnos antes. Ya sabes que no
tenemos coche y tendremos que ir en autobús.
—No me gusta ir en autobús.
—Lo sé, a mí tampoco. Pero yo me encargaré de que nadie te moleste.
—Vale.
—Tendrás que ayudarme a averiguar que linea de autobús tendremos que
coger para llevarte al colegio, y los horarios, y dónde está la parada.
—Está todo en Internet.
—Lo sé, y espero que me ayudes con ello. ¿Qué has hecho esta mañana
desde que te has levantado?
—He desayunado cereales, dos tostadas con mantequilla y un zumo de
piña.
—¿Te lo has comido todo sin rechistar?
—Sí. Bradley me ha dicho que no podía levantarme de la mesa hasta que
no me lo comiera todo.
—Muy bien.¿Y luego?
—He estado veintiocho minutos haciendo el puzle.
—Vaya, veintiocho minutos. Eso es mucho tiempo para ti.
—Es que Taylor me ha interrumpido para enseñarme un libro de
dinosaurios y me he entretenido.
—¿Has terminado el puzle?
—No, porque Bradley quería que fuésemos al parque.
—Es importante ir al parque para tomar aire fresco y que nos dé el sol.
¿Has jugado con algún niño?
—No. Me gusta jugar solo.
—¿Habéis ido a la biblioteca?
—Sí. Bradley ha cogido para ti la novela: Bajo la lluvia.
—Qué bien, empezaré a leerla esta noche. Leí las reseñas y hablaban
muy bien de ella.
—Bradley también ha cogido un libro para él, un thriller que tenía
anotado en la lista. Y Taylor ha elegido un libro de aventuras.
—¿Tú has cogido alguno?
—Sí. Historia de los faraones. Desde que me hablaste de Egipto me
gusta leer la historia de las pirámides.
—A mí también me ha gustado siempre.
—Me gustaría ver la película de Indiana Jones.
—Ya la hemos visto.
—La hemos visto dos veces, pero quiero verla otra vez.
—Te la pondré cuando lleguemos a casa, y podrás verla mientras preparo
la cena. ¿Qué más habéis hecho esta mañana?
—Hemos ido al supermercado.
—Qué habéis comprado?
—Hemos comprado leche, azúcar, cereales y pasta.
—Muy bien.
—Hemos comido pasta.
—Lo sé, me he comido lo que me habéis guardado.
—Me gustan más los macarrones que haces tú.
—A mí me ha parecido que estaban muy buenos. Bradley se esfuerza
mucho para cocinar bien.
—Tendrá que esforzarse más.
—Puede que tengas razón —dijo Kate sonriendo.
Llevaban un buen rato caminando, pero Dexter no se quejaba, porque le
gustaba caminar y hablar con su hermana.
Kate había decidido volver a la iglesia. Y no a la que había cerca de su
casa, sino a la de Logan. No había dejado de pensar en él ni un solo día, y
deseaba verlo de nuevo. Estaba un poco preocupada por lo que diría su
hermano, ya que era muy observador. Estaba pensando en ello, cuando
Dexter le habló.
—¿Dónde vamos?
Kate pensó que lo mejor era decirle la verdad.
—Vamos a ir un momento a la iglesia.
—Nunca vamos a la iglesia.
—Sí, es cierto. Pero tengo mucho que agradecerle a Dios por haberme
prestado el dinero que necesitábamos.
—Creía que lo habías robado.
—Ya te expliqué que no lo había robado, que lo había pedido prestado.
Y ya te dije que lo devolví todo.
—¿Dios te prestó el dinero?
—Bueno, ya sabes que Dios no es una persona.
—Sí, lo sé. Pero si Dios no te prestó el dinero, ¿quién lo hizo?
—Ya sabes que lo cogí del cepillo.
—Cogiste mucho dinero.
—Es verdad, pero lo devolví todo, y ya no debo nada.
—¿Y vamos a ir a la iglesia donde cogiste el dinero?
—Sí.
—¿De quién es el dinero del cepillo?
—Supongo que del sacerdote.
—¿Qué sacerdote?
—El de la iglesia. Cada iglesia tiene un sacerdote quien oficia las misas,
confiesa y supongo que otras cosas más.
—¿También se ocupa del dinero del cepillo?
—Sí, supongo que será una de sus tareas.
—¿Qué hace el sacerdote de la iglesia con el dinero que deja la gente en
el cepillo?
—Pues… Esa pregunta me ha cogido un poco por sorpresa. La verdad es
que no tengo ni idea. Mira, esa es la iglesia.
—Es muy grande.
—Sí.
—Por fuera parece vieja.
—Es muy antigua, tendrá varios siglos. Pero por dentro es muy bonita.
—¿Podré ver el cepillo?
—Claro —dijo Kate mientras subían las escaleras.
Entraron en el templo. Estaban oficiando misa. Kate cogió a su hermano
de la mano y caminaron hasta donde estaba el cepillo.
—Este es.
El niño lo miró, pero no prestó demasiada atención a la sencilla caja de
madera de color marrón oscuro.
—¿Quieres que nos sentemos un rato en uno de los bancos?
—¿Para dar gracias por el dinero que te prestó Dios o quien sea?
—Sí —dijo ella sonriendo.
—Vale.
Kate lo condujo hasta uno de los bancos de la parte de atrás de la iglesia
y se sentaron. La misa estaba terminando. De pronto, Kate miró al
sacerdote, que daba la bendición en ese instante, y lo reconoció. Era Logan.
Hasta ese momento no se había concienciado de que ese hombre fuera
sacerdote, aunque él se lo hubiera dicho. Estuvo mirándolo con atención.
Luego bajó la mirada y se quedó recapacitando sobre sus pensamientos.
Logan la había visto entrar en la iglesia. Tal vez porque no había podido
olvidarla en los tres días que no la había visto, y deseaba verla, y estaba
pendiente de la puerta.
Logan abandonó el altar y fue a la sacristía a cambiarse, rezando para
que ella no se marchara.
Kate seguía sentada en el banco, con la cabeza baja, intentando escuchar
las tontería que se le ocurrían a su hermano, como cuántos santos había en
las paredes, o cuantas velas había en el altar que estaba en la pared más
cercana a ellos. Kate no quería irse. Necesitaba verlo de cerca y, tal vez,
intercambiar unas palabras con él.
—Hola, Kathleen —dijo Logan deteniéndose junto al banco.
Ella levantó la vista al escuchar esa voz, que no había podido olvidar, y
lo miró de arriba abajo. Logan despertaba en ella todo lo que había estado
dormido desde que habían muerto sus padres. Ni siquiera Paul, su novio, o
lo que fuera, lo había conseguido. Incluso sus piernas largas y poderosas la
sacaban de quicio, debajo de esos vaqueros, que se ceñían a ellas con el
mayor de los descaros. Parecía que todo en él estuviera pensado para
intranquilizarla. Llevaba un suave suéter de hilo con cuello de pico del
mismo gris que sus ojos y con las mangas remangadas. Le sentaba de
maravilla y hacía que su figura resultara masculina y sexy.
—Hola, Logan.
El sacerdote miró al niño y luego a ella.
—Él es Dexter, mi hermano.
—Soy su hermano pequeño y tengo diez años. Cumpliré once el
dieciocho de diciembre —dijo el niño sin mirarlo.
—Encantado de conocerte, Dexter. Yo soy Logan Hunter.
Le extrañó que el niño no lo mirara. De hecho, no lo había mirado en
ningún momento.
—Dexter, él es el sacerdote de esta iglesia —le dijo su hermana.
—¿Habéis venido por algo en especial? Os he visto cerca del cepillo.
¿Tal vez necesitas otro préstamo?
—No. Mi hermano quería ver el cepillo de donde me había llevado el
dinero. Solo quería sentarme aquí un rato.
—¿Echabas de menos la iglesia?
—Es posible.
—Kate ya no debe dinero en la iglesia.
—Lo sé.
—Le he preguntado de quién es el dinero del cepillo y me ha dicho que
tuyo —dijo el niño sin mirarlo.
—Bueno, no es mío, sino de la iglesia —dijo él apoyándose en el
respaldo del banco que había delante de Kate y relajando las piernas.
—Ella me ha dicho que era tuyo.
—Yo me encargo del dinero.
—¿Qué haces con el dinero del cepillo? Kate me ha dicho que no tenía
idea.
—Disculpa que te haga tantas preguntas, mi hermano es autista.
En ese momento todo le cuadró a Logan. El niño la había llamado Kate y
ahora sabía que el pequeño era autista. Era la chica que se había puesto en
contacto con Sean para que hiciera la reforma de su casa.
—No me importa contestar a sus preguntas —dijo Logan sonriendo.
Logan se sentía muy bien, porque ahora sabía dónde podría localizarla,
en caso de que quisiera hacerlo.
—Verás, Dexter. El dinero del cepillo lo empleo para hacer algún
pequeño arreglo que haga falta en la iglesia, pero más que nada, para ayudar
a la gente que lo necesita.
—¿Qué lo necesita para qué?
—Para comprar ropa de abrigo, medicinas, para pagar deudas si están en
apuros…
—¿Y tú les das el dinero a ellos?
—Sí.
—¿Y te lo tienen que devolver cuando ya no estén apurados?
—No, no lo tienen que devolver.
—Entonces, ¿por qué Kate tuvo que devolverte los dos mil doscientos
veinticinco dólares que se llevó del cepillo? Lo cogió porque tenía muchas
cosas que pagar y no tenía bastante dinero.
—Tú lo has dicho. Se lo llevó sin pedirlo. No se molestó en hablar
conmigo de sus problemas.
—¿Tú conoces los problemas de todas las personas a las que ayudas?
—No de todas.
Vaya, pensó Logan, este niño es muy inteligente.
—Kate, ¿por qué no hablaste con él? Si lo hubieras hecho, no habrías
tenido que devolver el dinero.
—No me importa haberlo devuelto. Y no necesitábamos caridad, era un
préstamo.
—Tu hermano es muy inteligente, ¿eh?
—Sí.
—Dexter tiene razón y tal vez debería devolverte el dinero. Al fin y al
cabo, has cumplido tu palabra y me lo has devuelto todo. Y ahora sé que lo
cogiste porque tenías problemas.
—Olvídalo.
—¿Vas a devolverle el dinero? —preguntó el niño—. A Kate le vendría
muy bien.
—¿Tienes problemas de nuevo?
—Eso no es asunto tuyo.
—Kate ha alquilado una casa para que vivamos todos…
—Cariño, a Logan no le importan nuestros asuntos —dijo
interrumpiendo a su hermano.
—Tiene que pagar once mil dólares o más para que la arreglen, porque
no tiene cocina, ni ducha, ni habitaciones —dijo Dexter, sin prestar atención
a las palabras de su hermana.
—En ese caso, puedes contar con el dinero —dijo Logan mirándola—.
Te lo daré la próxima vez que vengas por aquí.
—Te lo agradezco, pero no necesito tu ayuda. Vamos, Dexter, tenemos
que marcharnos —dijo Kate levantándose—. Puedo ocuparme de mis
asuntos yo sola.
—Y no lo dudo. Así y todo, te lo devolveré. ¿Cuándo volverás por aquí?
—No volveré.
—Entonces, esperad aquí un momento y te traeré un cheque.
—Lo siento, tenemos prisa —dijo Kate saliendo de entre los bancos por
el otro extremo donde no estaba él.
—Dame tu dirección.
—He dicho que no quiero que me ayudes.
—Vivimos en el 53 de la calle Branson —dijo el pequeño.
—Gracias, Dexter —dijo Logan.
—Kate trabaja en el instituto por la mañana y no llega a casa hasta las
tres y media de la tarde.
Kate miró a Logan de forma amenazadora. Y él esbozó esa sonrisa
ladeada que tanto le gustaba a ella. Estaba segura de que con esa sonrisa
habría seducido, sin la menor intención, a cientos de mujeres, a pesar de ser
sacerdote.
Kate le dio la mano a su hermano cuando estaban en el pasillo central y
salieron a toda velocidad de la iglesia.
Mientras caminaban deprisa hacia casa, Kate pensaba en ese hombre.
Eso cuando su hermano no le hablaba, que era en pocos momentos. Sonrió
pensando en él. En su rostro siempre se apreciaba una ligera sonrisa y un
tono risueño en su voz. Y, por supuesto, era sexy, eso no había ni que
mencionarlo, porque estaba bien a la vista. Kate no sabía la edad que
tendría, aunque calculaba que rondaría la treintena, pero tenía un aire
juvenil y una sofisticación que le resultaban de lo más atractivo y la tenían
encandilada. Le era casi imposible resistirse a él.
Kate se quedó de pronto sin respiración al darse cuenta de que se había
enamorado, y sin que Logan hubiera hecho nada para llamar su atención, ni
que él tuviera el más mínimo interés en ella. Sin saber la causa, él se le
había metido bajo la piel y no había podido quitárselo de encima. Se decía a
sí misma que no era justo, porque el sentimiento debería ser recíproco.
Suspiró pensando que tenía que intentar seguir la vida, sin él.
Logan se dio la vuelta y caminó hacia la sacristía, donde tenía su
despacho, a ocuparse de unos asuntos. A él le sucedía como a Kate. Estaba
embobado con ella y no podía evitarlo. Era una chica inteligente e íntegra, y
le encantaba su sentido del humor, lo orgullosa que era y la ternura que
sabía que tenía, por lo que Sean les había contado.
Capítulo 6
Logan esperó hasta el lunes siguiente para ir a casa de Kate. Eran las
diez de la mañana cuando llamó al interfono y contestó Dexter. El niño
abrió.
—¿Quién era? —preguntó Bradley saliendo de su habitación.
—Logan —dijo el niño.
Taylor se unió a ellos para ver quien había llegado.
—¿Quién es Logan?
—El sacerdote de la iglesia donde Kate cogió el dinero prestado —dijo
Dexter con toda tranquilidad.
—¿Qué? ¿Cómo sabe dónde vivimos?
—Yo le di la dirección.
—¿Cuándo? ¿Dónde lo has conocido?
—Kate me llevó a la iglesia el viernes por la tarde, después de comprar
tu bolsa de deportes y la mochila.
—¿Por qué te llevó a la iglesia?
—Dijo que quería dar gracias a Dios por el dinero que se había llevado.
Creo que a Kate le gusta.
—¿Qué le gusta?
—Logan. Creo que a Kate le gusta Logan.
—¿Cómo va a gustarle? Has dicho que es sacerdote. ¡Mierda! —dijo
Bradley cuando sonó el timbre de la puerta.
Dexter fue a abrir y Taylor se fue a la cocina, asustada por si le pasaba
algo a su hermana.
—Hola, Dexter —dijo Logan.
—Hola. Mi hermano Bradley está en el salón —dijo el niño sin mirarlo.
Logan entró en el apartamento y Bradley se presentó frente a él, algo
preocupado, pensando que podría querer denunciar a su hermana.
—Hola, soy Logan Hunter —dijo tendiéndole la mano.
—Yo soy Bradley Butler —dijo el chico estrechándosela—. Mi hermano
me ha dicho que es sacerdote. ¿En que puedo ayudarle, padre?
—Puedes tutearme. Y, por favor, no me llames padre.
—De acuerdo —dijo el chico sin dejar de mirarlo y esperando que
Logan contestara a su pregunta. Bradley pensó que su hermana tenía razón
cuando le dijo que ese hombre no parecía un sacerdote.
—He venido a traerle esto a tu hermana.
—Kate trabaja en el instituto Wrunsbury, el mismo al que va Taylor —
dijo Dexter.
—Mi hermana está trabajando —dijo Bradley.
—Lo sé. He preferido venir cuando ella no estuviera, porque estoy
seguro de que no lo aceptaría.
—¿De qué se trata?
—Es el dinero que le prestó la iglesia. Tu hermano Dexter me dijo algo
que hizo que me diera cuenta de que tenía que devolvérselo.
—Kate llevó el dinero a la iglesia hace unos días —dijo Bradley.
—Esa es la razón de que haya venido, para devolvérselo.
—¿Por qué?
—El dinero del cepillo de la iglesia lo empleo para ayudar a gente que lo
necesita.
—Lo supongo —dijo el chico.
—Habría preferido que tu hermana hablara conmigo, en vez de coger el
dinero, yo se lo habría dado.
—¿Le habrías dado el dinero que necesitaba?
—Por supuesto —dijo Logan entregándole el sobre.
—¿En el sobre están los dos mil doscientos veinticinco dólares? —
preguntó Dexter.
—Hasta el último céntimo —dijo Logan, mirando al niño y sonriendo.
—¿Te apetece un café? —preguntó Bradley.
—Sí, me encantaría.
—Acompáñame a la cocina, por favor.
Cuando entraron en la cocina Logan vio a una niña que estaba fregando
los platos. Ella se volvió y se quedó embobada mirándolo. Ahora entendía
por qué Dexter había dicho que a su hermana le gustaba ese hombre, porque
era muy guapo.
—Logan, ella es nuestra hermana Taylor.
—Hola, Taylor.
—Hola.
—Siéntate, enseguida preparo el café.
Logan miró a su alrededor. Por lo que había visto desde que había
llegado, la casa era bastante deprimente, y muy pequeña, aunque estaba
muy limpia.
Poco después estaban los dos sentados a la mesa. Dexter y su hermana
habían ido al salón.
Estuvieron hablando mucho tiempo. Bradley le contó toda su vida y la
de sus hermanos, excepto que Kate les secuestró y se llevó a los tres a otro
estado. También le habló de la reforma de la casa, y de las deudas, que
habían hecho que Kate recurriera a la iglesia. Le dijo que pronto empezaría
en la universidad y que estudiaría arquitectura.
—Habéis tenido una vida muy interesante.
Si tú supieras, pensó el chico.
—Si tú lo dices…
—¿Cuándo empezaron la reforma de vuestra futura casa?
—Hace una semana. La está haciendo un arquitecto.
—¿Lo conoces?
—No, pero tiene una reputación impecable en cuanto al trabajo, y me
parece que es un buen tío.
—¿Por qué dices que es un buen tío?
—Voy a estudiar Arquitectura y sé lo que cuesta una reforma como la
que va a hacer en nuestra casa. Te aseguro que no costará menos de
cuarenta mil dólares. Apostaría que bastante más. Y le ha dicho a Kate que
costará alrededor de once mil dólares. Y no te lo pierdas, con muebles
incluidos.
—¿Por qué crees que lo hace?
—Tengo una teoría y, si conoces a mi hermana estarás de acuerdo
conmigo. Aunque, claro, eres sacerdote.
—¿Cuál es tu teoría?
—Que al arquitecto le guste Kate.
Logan sintió algo extraño en su interior. Se preguntó si serían celos. Eso
era nuevo para él. Le era casi imposible asimilar la oleada de sentimientos:
celos, amor, posesividad… Todos extraños y nuevos para él.
—No me extrañaría lo más mínimo. Y tengo que decirte que soy
sacerdote, pero no estoy ciego. Tu hermana es preciosa.
—Sí lo es. Además es la mejor hermana.
—¿Kate no sospecha nada sobre ese presupuesto tan bajo?
—Puede, pero creo que está cansada de soportar un problema tras otro
por nuestra culpa.
—No creo que sea por vuestra culpa.
—Cuando le dije que el presupuesto ese no era real, mi hermana me dijo
que cuando la reforma estuviera terminada y viviésemos en la nueva casa,
hablaría con el arquitecto para decirle que no era estúpida, y que le pagaría
la diferencia.
—¿Por qué has dicho que era por vuestra culpa?
—Porque si no estuviéramos con ella no tendría problemas. Cobra un
buen sueldo de profesora y podría vivir muy bien.
—Creo que vosotros sois lo más importante para Kate. Puede que quiera
relajarse un poco para que tengáis lo que os merecéis.
—Ella es quien lo merece todo, no nosotros.
—¿Han avanzado mucho con la reforma?
—Kate me pidió que no fuera por allí. Ni siquiera ella va. Le pidió al
arquitecto que se encargase él de todo. Estuve informándome sobre él. Su
empresa es muy solvente y es un arquitecto de prestigio. También sé que es
millonario. Puede que nosotros seamos su obra de caridad del año.
—En ese caso, habéis tenido suerte, ¿no crees?
—Eso parece.
—¿Cuándo os mudaréis a la nueva casa?
—Charity es quien habla con el arquitecto. Él la llama todas las noches
para contarle lo que han hecho durante el día, y el viernes vino a cenar.
Tengo entendido que han arreglado el tejado y han abierto agujeros para dos
chimeneas, una para la cocina y la otra para el salón.
Dexter entró en la cocina.
—Tengo hambre.
Bradley se levantó y puso unas patatas fritas en un plato.
—Ve comiendo esto —dijo dándole el plato.
—Kate no quiere que coma patatas fritas.
—Kate no está, y sabes que cuando ella no está yo estoy al mando.
—Vale —dijo el pequeño cogiendo el plato y sentándose a la mesa con
ellos.
Logan sonrió por lo bien que lo hacía ese chico con su hermano
pequeño.
—Creo que también han terminado la cocina, a falta de poner los
muebles. Le dijo que la reforma se terminaría el veinte de este mes, pero
que le llevaría una semana más amueblar la casa.
—¿Por qué la llamas Charity?
—Empezó a llamarla así cuando aceptó que fuéramos a vivir con ella.
Bradley pensó que era un acto de caridad —dijo el pequeño comiendo las
patatas fritas y sin mirarlos.
—A mí me gusta el nombre —dijo Logan.
—A mí también —dijo Dexter.
—Entonces, ¿os mudaréis a final de mes?
—Mi hermana ya le ha dicho al casero que nos marcharemos el día
treinta.
—A ese casero que me has dicho que es tan simpático y considerado.
—El mismo —dijo el chico sonriendo.
—Bradley, me ha gustado mucho hablar contigo, pero tengo que
marcharme —dijo Logan levantándose.
—Gracias por el dinero —dijo el chico levantándose también.
—No me des las gracias. Toma, este es mi móvil —dijo Logan dándole
una tarjeta—. Si necesitáis algo, llámame. Me temo que tu hermana es muy
orgullosa para hacerlo.
—Lleva muchos años ocupándose de nosotros y de todo, y es difícil
cambiar eso.
—Lo entiendo. Pero llámame de todas formas, aunque solo sea para
hablar.
—Lo haré. Gracias.
—Si necesitáis una furgoneta para la mudanza, dímelo y os la
proporcionaré.
—Te lo agradezco, pero no hará falta. No tenemos muebles y el
apartamento está muy cerca de aquí, y podemos llevarlo todo andando. No
tenemos muchas cosas, y lo más grande que tenemos es la pantalla de
televisión. Charity la compró en una oferta después de Navidad.
Posiblemente, con parte del dinero que cogió de tu iglesia —dijo el chico
sonriendo—. No podemos permitirnos gran cosa, pero ella dijo que por una
vez no pasaba nada y que como no solemos salir a ningún sitio, ni gastar
dinero, nos merecíamos un televisor grande.
—Me alegro de que el dinero de la iglesia sirviera para comprarla —dijo
Logan mientras salían de la cocina.
Logan se acercó a la puerta del salón.
—Taylor, me marcho, me ha gustado conocerte.
—A mí también —dijo la niña con timidez.
—Adiós, Dexter —le dijo al pequeño que los había seguido
revolviéndole el pelo.
—Adiós.
—Disculpa a mi hermano —dijo Bradley cuando se dirigían a la puerta
—. Su enfermedad hace que tenga un comportamiento extraño.
—No te preocupes, conozco los síntomas de la enfermedad. Y me cae
bien tu hermano. Taylor es un poco tímida, ¿verdad?
—Sí, sobre todo con alguien a quien no conoce. Pero después de un
tiempo se relaja. Es muy simpática.
—Me ha gustado mucho conocerte.
—A mí también. He de reconocer que cuando Dexter ha dicho que eras
el sacerdote de la iglesia donde Charity había cogido el dinero me he
asustado por si la denunciabas.
—Lo imagino. Te dejo. Cuídate.
—Lo mismo digo. Hasta la vista.
Cuando Kate volvió a casa, su hermano le contó lo de la visita de Logan.
Kate intentó no emocionarse, pero cuando Bradley se marchó a trabajar, se
encerró en su habitación y permaneció allí un buen rato llorando.

Sean invitó a cenar a Kate el viernes de la siguiente semana. Le envió un


mensaje cuando fue a recogerla a su casa para que bajara.
Kate salió del edificio cinco minutos después. Llevaba un vestido de
verano bastante corto, una cazadora imitación a piel y unos botines de tacón
alto.
—Estás muy guapa —dijo él besándola en la mejilla.
—Muchas gracias. Tú sí que estás guapo.
—Gracias, preciosa —dijo abriendo la puerta de su Porsche para que ella
subiera—. ¿Por qué sonríes?
—Porque es la primera vez que subo en un deportivo.
—Pues me alegro de que sea en el mío.
Sean cerró la puerta del vehículo cuando ella se sentó. Rodeó el coche
por delante y Kate lo miró, preguntándose de nuevo por qué no sentía nada
por ese pedazo de hombre, que estaba más bueno que el pan recién hecho, y
sin embargo se sentía atraída por un estúpido sacerdote. Sean se sentó al
volante.
—¿Qué tal te ha ido la semana? —preguntó arrancando y uniéndose al
tráfico.
—Bien. Se han examinado los que suspendieron alguna asignatura.
—¿Has corregido ya los exámenes?
—Sí.
—¿Los has aprobado a todos?
—¡Por supuesto que no! Algunos de ellos no tienen remedio. Llevan mal
el curso desde el principio y no han tenido ningún interés. Por suerte solo
son unos pocos.
—¿Eres buena profesora?
—No debería ser yo quien contestara a esa pregunta, pero al menos
puedo decir que los mantengo interesados en la lección del día.
—Eso es importante. Y si se pasan toda la clase interesados en lo que
dices, es porque eres una buena profesora.
—Gracias.
—Aunque también es posible que se interesen por ti. Yo no tenía
profesoras como tú en el instituto, de lo contrario me habría enamorado de
ellas —dijo él volviendo la cabeza para mirarla.
—Si con tus palabras estás insinuando algo, olvídalo. Yo no voy a salir
con ningún hombre, ni siquiera contigo, y eso que estás bueno de narices.
Sean soltó una carcajada.
—Gracias, cielo. Es la segunda vez que me dices que no vas a salir con
nadie y esas cosas no se pueden decir. Nunca se sabe lo que nos deparará el
futuro.
—Yo sí lo sé —dijo ella sonriendo.
—Pues, ¿sabes? A mí me parece muy extraño que no salgas con nadie.
—¿Por qué?
—Eres guapa, inteligente, simpática, joven, con una carrera y un buen
trabajo. ¿Estás segura de que no hay por ahí ningún tío interesado en ti?
—Yo no he dicho eso. Lo que he dicho es que no voy a salir con nadie.
Y los hombres que quieren salir conmigo no me llaman la atención.
—¿Hay alguno que te llame la atención y tú no le intereses?
—No.
—Vaya, has contestado muy rápido.
—¿Te importa si cambiamos de tema?
—Por supuesto que no. Vamos a cenar en un italiano, ¿te parece bien?
—Muy bien. No acostumbro a salir a cenar con un hombre. Bueno,
tampoco a comer. A veces he llevado a mis hermanos al restaurante donde
trabajo, antes de trabajar allí. Pero no es un restaurante elegante, es más
bien, un restaurante familiar. Aunque está limpio y se come muy bien. El
cocinero es fantástico.
—Ya hemos llegado —dijo él poco después entrando en la zona de
aparcamiento—. ¿Desde cuándo trabajas en el restaurante?
—Empecé el último día del mes de julio. Trabajaba todos los días de
ocho a tres. Pero desde primeros de septiembre solo trabajo los fines de
semana, en el mismo horario, porque a primeros de este mes tuve que
reincorporarme al trabajo del instituto.
Los dos bajaron del coche y caminaron hasta la entrada del restaurante.
Sean abrió la puerta y la dejó pasar delante.
—Buenas noches, señor Stanford —dijo el maître acercándose a ellos.
—Buenas noches.
—Acompáñenme, por favor.
Ambos lo siguieron. Kate se sacó la cazadora y la colgó en el respaldo
de la silla. El hombre retiró la silla para que ella se sentara y Kate le dio las
gracias.
—Tenías que haberme dicho que iríamos a un restaurante elegante. Por
lo que veo, no voy vestida de manera adecuada.
—Estás genial. Ese vestido te sienta bien. Y yo no llevo traje.
—Pero llevas chaqueta.
—No te preocupes, hemos venido a cenar no a mostrar nuestra ropa.
Además, este restaurante no es de los más elegantes.
—De todas formas, no habría podido ponerme nada elegante, porque no
tengo.
—¿No tienes?
—No. Este vestido lo compré hace un par de semanas, y porque mi
hermano me obligó.
—Tu hermano tiene buen gusto, y te sienta muy bien.
—Gracias. He de admitir que no me había comprado ropa desde… La
verdad es que ni me acuerdo. Me gusta el amarillo.
—Sí, ese color te favorece.
—El amarillo es el color del sol, de la luz y de la calidez del verano. Me
gusta porque es alegre. Ya hay bastante oscuridad y tristeza en mi vida.
—¿Tu hermano ha empezado la universidad?
—Sí, precisamente ayer fue su primer día. Por eso he podido venir a
cenar contigo. Ahora solo trabaja tres horas por las tardes y ha podido
quedarse con los pequeños.
—¿Tu vida es triste?
El camarero se acercó con las cartas y se retiró después de dejarlas en la
mesa.
—¿Quieres tomar vino?
—Sean, será mejor que te encargues de la bebida, y también de la
comida. Parece ser que vienes a menudo por aquí y sabrás lo que está
bueno. Y te aseguro que no soy especial en cuanto a la comida. Podría
comer cualquier cosa.
—Vale. ¿Quieres que pida dos cosas distintas y así las pruebas?
—Sí, me gustaría.
El camarero se acercó, Sean pidió el vino y la cena y el hombre se retiró
llevándose las cartas.
—¿Me contestas a la pregunta?
—Me has preguntado si mi vida es triste.
—Has dicho que había bastante oscuridad y tristeza en tu vida.
—No me refería a ahora, sino al pasado.
Les llevaron el vino y unos entrantes.
—Me gustaría conocer tu historia.
—Puede que te la cuente algún día.
—Creo que este es un buen momento.
—Estoy muerta de hambre y, si te la contara, me llevarías a casa sin
darme de cenar. Puede que ni siquiera te molestaras en llevarme a casa —
dijo ella sonriéndole.
—¿Tan mal concepto tienes de mí?
—No he hecho las cosas bien siempre, pero no tengo suficiente
confianza contigo para ponerte al corriente de ellas.
—De acuerdo, esperaremos a conocernos mejor.
—Sean, cuando termines la reforma no volveremos a vernos.
—¿No piensas pagarme?
—Por supuesto —dijo ella riendo—. Me refiero a que solo nos veremos
para pagarte.
—¿Puedo saber por qué?
—Porque tú y yo no tenemos nada en común.
—¿Y qué tiene que ver eso con que sigamos viéndonos?
—No querrás salir conmigo, ¿verdad?
—No en el sentido en el que piensas. Más que nada, porque me has
dejado claro que no quieres salir con nadie. Y parece ser que yo no te
atraigo.
—¿Eso crees?
—Entre nosotros no hay química.
—Química —repitió ella.
—Sí, química. Bueno, no hay química por tu parte, de mí no puedo decir
lo mismo —dijo él sonriendo.
El camarero les retiró los platos. Poco después les llevó las ensaladas y
les sirvió más vino.
—¿Qué quieres decir?
—Ya sabes, esa atracción que aparece cuando conoces a alguien. Cuando
saltan chispas cuando se miran. Pero esa atracción tienen que sentirla los
dos, y tú no la sientes —dijo Sean.
—¿Y tú sí?
—Es posible —dijo él sonriéndole de nuevo.
—Tengo que darte la razón. Y me parece extraño, porque eres un
hombre guapísimo y con un cuerpo espectacular.
—Cielo, has hecho que mi ego esté por las nubes. Eres adorable.
—Adorable —repitió ella sonriendo—. Menuda palabra.
—Quiero que seamos amigos.
—¿Amigos? ¿No tienes amigos?
—Tengo muchos, pero creo que tú no. Y me gusta estar contigo.
—Es cierto que no tengo amigos, de esos que se lo cuentan todo, pero es
porque he estado muy ocupada, y el tiempo que tengo libre se lo dedico a
mis hermanos.
—Háblame un poco de ti. Me da la impresión de que tu vida está
rodeada de misterio. No hace falta que menciones eso tan malo que has
insinuado que has hecho.
—No es que haya misterios en mi vida, son más bien preguntas sin
responder, porque las respuestas son complicadas. Son recuerdos de ciertas
personas que han pasado por mi vida y, simplemente, se han marchado. Y
también recuerdos de mi misma y de lo que he vivido. El curso de la vida
no se puede cambiar, he tenido que limitarme a amoldarme a las situaciones
a las que las circunstancias me han llevado, con la mayor elegancia posible
—dijo ella sonriendo—. Han sucedido muchas cosas a lo largo de mi vida.
Me considero una buena persona y nunca he hecho ningún mal a nadie, al
menos, que yo sepa. He llevado una vida sencilla. Desde luego no ha sido
para echar cohetes, pero tampoco me voy a quejar.
—En vez de aclararme las cosas con tus palabras, has hecho que me
sienta mucho más intrigado.
—Mi vida no tiene ningún misterio.
—Yo no pienso lo mismo. Háblame de tus padres.
—Eran gente sencilla. Mi padre era obrero y mi madre cajera en un
supermercado. Murieron en un accidente cuando yo tenía diecisiete años,
dos semanas antes de que me fuera a la universidad. Eran buenos padres y
me querían mucho. Cada año íbamos dos semanas de vacaciones, aunque
nunca muy lejos. El poco dinero que tenían ahorrado cuando fallecieron lo
gasté en el entierro. El piso era de alquiler y tuve que dejarlo, porque tenía
una beca en la Universidad de Nueva York y tenía que mudarme aquí.
—Estudiaste Historia, ¿verdad?
—Sí.
El camarero volvió para llevarse los platos y les sirvieron la cena.
—Siempre me ha gustado la Historia. Me habría gustado viajar, conocer
los otros estados del país, Europa, Egipto…
—Eres muy joven y tendrás tiempo de visitar todos esos sitios.
—Es posible.
—Sigue.
—Lo pasé mal durante el tiempo que estuve en la universidad. Trabajé
en un restaurante a media jornada, pero si quería salir adelante, tenía que
trabajar más horas. Pero entonces, no tendría tiempo de estudiar y perdería
la beca. Y eso no podía permitírmelo porque era mi futuro.
—¿Cómo lo solucionaste?
—Dejé el apartamento, que estaba muy cerca de la universidad, y me
mudé a un estudio en muy malas condiciones y en un barrio poco seguro;
me compré una bicicleta de segunda mano; comí menos; y evité comprar
cosas innecesarias. Poco después de terminar la carrera encontré trabajo en
un instituto de Texas y trabajé allí durante dos años.
—¿No te importó mudarte a otro estado?
—No, porque aquí no tenía familia.
—¿No echaste de menos a tus amigas?
—Mis amigas de siempre estaban en el pueblo donde nací y perdí el
contacto con ellas al marcharme. Tenía algunas amigas de la universidad
pero, en realidad, no éramos muy amigas. Yo trabajaba y el tiempo que
tenía libre lo empleaba en estudiar. Y lo mismo sucedía cuando estaba en el
instituto, que también trabajaba y tenía que estudiar para sacar buenas notas
para que me dieran una beca.
—¿Cuántos años tenías cuando te mudaste a Texas?
—Veinte.
—¿Cómo terminaste la carrera tan pronto?
—Porque hice dos cursos en un año.
—Vale. Continúa.
—Un año después se presentaron mis hermanos. Por suerte tenía trabajo,
pero vivía en un apartamento miniatura. Sabía que tenía que buscar un sitio
más grande para vivir, pero quería volver a Nueva York y decidí esperar a
encontrar trabajo aquí. Y cuando quedó vacante una plaza en el instituto en
el que estoy ahora, no me lo pensé dos veces. He de reconocer que no he
tenido una vida fácil. En todos estos años lo único que he hecho ha sido
estudiar, trabajar y cuidar de mis hermanos.
—Aunque no son tus hermanos.
—Pero como si lo fueran. Ellos son mi familia y lo único que tengo. He
pasado mucho tiempo sin preocuparme por mí misma. Tengo veintiséis
años y a veces me siento como una anciana.
—Una anciana muy joven y muy guapa.
—Gracias. Mi hermano está haciendo que mi vida cambie —dijo ella
sonriendo—. Desde que empezó a trabajar se cree el hombre de la casa.
—Es que es el hombre de la casa.
—Bueno, sí. Me lleva a comprar ropa, me pide cita en la peluquería... —
dijo ella sonriendo con cariño.
—Es porque te quiere y quiere compensarte por todo lo que tú has hecho
por ellos.
—Sí, lo sé. Aunque me he dado cuenta de que es un mandón.
—¿No has tenido ninguna relación con un hombre?
—En Texas salí con un chico durante unos meses, se llamaba Paul.
Estaba convencida de que le gustaba de verdad. Y yo creí que estaba
enamorada de él. Pero cuando cortó conmigo, me di cuenta de que no lo
quería, de lo contrario lo habría echado de menos, y no fue así. No es que
nos viéramos todos los días, ni siquiera tuvimos relaciones sexuales.
—¿Por qué cortó contigo?
—Porque aparecieron mis hermanos en mi vida. Dijo que no estaba
preparado para mantener una relación con alguien que tenía a tres niños a su
cuidado. En parte lo entendí. Pero podía haber cortado conmigo de una
manera más diplomática y no a través de un mensaje.
—Puede que no fuera suficientemente maduro para afrontar algo así cara
a cara. Pero seguro que te sirvió de lección. Cuando aquellos a los que
queremos nos hacen daño nos convertimos en mejores personas, y las
cicatrices que dejaron en nosotros desaparecen.
—Puede que tengas razón, porque él no dejó ninguna cicatriz en mí.
Puede que porque estaba ocupada.
—Nos hemos comido la mitad de cada plato, ¿quieres que los
cambiemos? —preguntó Sean.
—Sí, me gustaría.
—Yo creo que tienes que estar agradecida por lo mucho o poco que te
hizo sufrir. Y has de reconocer que abandonándote te hizo un gran favor —
dijo Sean después de que intercambiaran los platos.
—Desde luego. De haber seguido juntos, tendría que haber dado de
comer a uno más, porque no le gustaba mucho trabajar. Esto también está
delicioso.
—Sí.
—Cuando Paul cortó conmigo tuve la sensación de que mi vida había
ido a parar a la basura, como cuando te deshaces de las cosas que en un
tiempo fueron importantes, pero que al final pierden todo el valor que
tenían. Me sentí abandonada, despreciada y olvidada. Te aseguro que fue
una sensación horrible. Pero la única solución era seguir adelante, con la
esperanza de que poco a poco pudiera desprenderme de esa sensación de
soledad. Necesitaba apoyarme en alguien, pero no me quedaba nadie con
quien hablar y con quien compartir mis problemas. Tenía a mis hermanos,
pero eran niños. No sabes cuánto esperé para que mi destino, o lo que sea,
cambiara. Y he pasado más de cinco años esperando. Hasta ahora. Tú has
hecho que el curso de mi vida cambie. Bueno, también Max, mi jefe, que
me dio trabajo y permitió que mis hermanos fueran a comer al restaurante
cada día, sin pagar, durante todo el mes de agosto y, además, hacía que
antes de marcharme, el cocinero me diera una bolsa con la cena para los
cuatro.
—Algo harías bien para merecer todo eso.
—Y Tom, mi casero, también ha tenido que ver con el cambio de mi
vida. Me va a costar dinero la obra, pero solo voy a pagar doscientos
dólares de alquiler al mes. Es un buen hombre y me ha echado una mano
cuando lo más lo necesitaba. Voy a empezar a pensar que el dicho: Dios
aprieta, pero no ahoga, es cierto.
—Eres una buena persona y te mereces lo mejor.
—A veces te encuentras con personas que cambian el rumbo de tu vida y
hacen que, poco a poco, todo tenga sentido y empiece a mejorar. Y tú eres
una de esas personas —dijo Kate.
—¿Yo?
—Nadie habría hecho por mí lo que tú estás haciendo.
—No he hecho nada por ti.
—No me tomes por estúpida. Sé que la reforma de mi casa no va a costar
ni diez mil, ni once milólares, mi hermano dice que costará entre cuarenta y
cincuenta mil. Se informó sobre ti y dice que eres millonario. No me había
parado a pensarlo, hasta que te he visto hoy con el deportivo.
—¿Por qué no me dijiste nada?
—Llevaba una racha tan mala, que quise tomarme un respiro.
—No debes preocuparte porque tengas una mala racha, porque lo malo
es la mala racha, no tú. Y cuando pasa, todo vuelve a la normalidad.
—Se nota que nunca has tenido problemas económicos.
—Supongo que tienes razón.
—Me pregunté cuál sería la razón para que el universo se empeñara en
complicarme tanto las cosas. Y apareciste en mi vida como mi salvador. Tú
has conseguido que mi suerte cambie.
—No digas tonterías.
—Quiero que cuando termines toda la reforma me digas cuánto ha
costado, y te pagaré lo que pueda cada mes hasta cancelar la deuda.
—No necesitas hacerlo.
—Sí lo necesito. Estoy acostumbrada a lidiar con mis problemas sin
ayuda, y cuesta cambiar de costumbres. Además, tengo mi orgullo y no voy
a permitir que me trates como a una obra de caridad.
—Tú no eres una obra de caridad, eres mi amiga.
—Lo que tú digas. Ahora voy a pagar un alquiler insignificante.
Además, tengo trabajo los fines de semana y mi hermano también. Voy a
ahorrar bastante y te pagaré hasta el último céntimo, aunque puede que
tarde un poco.
—De acuerdo.
—De todas formas, gracias.
—¿Sabes que eres una chica estupenda?
—Gracias, Sean.
—Háblame de ese hombre que te gusta.
—¿Quién te ha dicho que me gusta un hombre?
—Lo he deducido yo solo.
—Todo estaba riquísimo.
—Me alegro de que te haya gustado —dijo él sin presionarla para que le
contestara.
El camarero se acercó para retirar los platos y luego les llevó la carta de
los postres. Poco después regresó para tomar nota.
—La señorita tomará un flan con piña, y para mí, melón. Y luego
tomaremos dos trozos de las dos tartas que considere las mejores de la carta
y dos cafés, ¿el tuyo solo? —le preguntó a Kate.
—Para mí cortado, por favor.
—Un cortado y uno solo —dijo Sean.
—Muy bien —dijo el hombre retirándose.
—Nunca he comido tanto.
—Seguramente porque no querías gastar mucho dinero —dijo
sonriéndole—. Pero hoy voy a pagar yo, así que puedes pedir lo que
quieras.
—¿Es verdad que eres millonario?
—Me temo que sí.
—Nunca he conocido a ningún millonario. Quiero decir que haya
hablado con él. Mi jefe tiene dinero, pero no creo que sea millonario.
El camarero les llevó los postres y se alejó.
Kate miró a Sean durante un instante, en silencio, pensando en la
posibilidad de hablar con él.
—¿Has deseado alguna vez en tu vida algo con tanta intensidad que
estarías dispuesto a hacer cualquier cosa para conseguirlo…, incluso
sabiendo que es un grave error?
—Creo que no. Recuerda que tengo dinero —dijo él con una sonrisa
seductora.
—Claro, y con dinero se consigue todo.
—Más o menos —dijo él sonriendo de nuevo—. Tu tono me ha sonado
algo sarcástico. ¿Por qué me has hecho esa pregunta?
—Me has pedido que te hablase de ese hombre que me gusta. Admito
que hay un hombre, que me gusta muchísimo, pero es un error y está fuera
de mi alcance.
—¿Lo dices porque él no siente por ti lo mismo?
—No, lo digo porque una relación entre nosotros sería imposible.
—¿Le has dicho lo que sientes por él?
—No.
—La vida es demasiado corta para no decirle a alguien que lo quieres —
dijo Sean.
—Hablas como si tuvieras setenta años.
—¿Está casado?
—No exactamente. Y, si no te importa, vamos a dejarlo aquí. No quiero
hablar sobre ello. Puede que más adelante. Según tú, vamos a ser amigos.
—Estaré a tu lado cuando quieras hablarme de él, o de cualquier otra
cosa.
—¿Por qué no me hablas un poco de ti? —preguntó Kate.
—¿Qué quieres saber?
—Lo que quieras contarme: sobre tu familia, tus amigos, tu trabajo, lo
que haces para distraerte, dónde estudiaste, tus novias…
—¿Quieres que te hable de todo eso? Necesitaría horas.
—No hace falta que profundices. Háblame un poco de todo, a grandes
rasgos. O, si lo prefieres, de una sola cosa, en profundidad.
—De acuerdo. Empezaré por mi familia. Mis padres son fantásticos. Él
es hotelero.
—Hotelero —repitió Kate.
—Sí, ya sabes, una persona que tiene hoteles.
—Sé lo que es un hotelero. ¿Has dicho hoteles? ¿En plural?
—Sí, tiene varios, aquí en Nueva York, en Boston, en Chicago… y en
algunos otros estados más.
—Vaya.
—También tiene muchos locales y pisos alquilados aquí en la ciudad,
pero es mi madre quien se encarga de ese negocio y la empresa está a
nombre de ella.
—¿Qué quieres decir?
—Que ella se ocupa de amueblarlos cuando mi padre los compra; de
hacer alguna reforma si lo cree conveniente; de cambiar los muebles cuando
los apartamentos se quedan libres…, ese tipo de cosas. No es que necesite
trabajar, pero así está ocupada y distraída.
—Y tu padre se ocupa de los hoteles.
—Eso es.
—¿Porque tienen separación de bienes?
—No, nunca han tenido separación de bienes. Mi padre empezó de cero
cuando eran novios y lo hicieron todo entre los dos. Y sigue siendo así.
—Entonces, tus padres tienen dinero.
—Sí. En realidad tienen mucho dinero. Aunque no tanto como mi
hermano.
—¿A qué se dedica tu hermano?
—Es hotelero —dijo Sean sonriendo.
—¡Cómo no! Apuesto a que no empezó de la nada.
—Bueno, mi padre le regaló un pequeño hotel, el mismo con el que mi
madre y él comenzaron. Mi hermano se independizó y se fue a vivir al
hotel.
—Si vuestros padres tenían dinero, ¿por qué no le compraron una casa
para vivir?
—Porque él quería empezar desde abajo.
—No se puede decir que tener un hotel sea empezar desde abajo.
—No seas impaciente. Deja que te lo cuente.
—Vale.
—Mi hermano se fue a vivir al hotel y Jack se fue con él.
—¿Jack es otro hermano tuyo?
—No, solo tengo un hermano. Jack era el chófer de mi padre. Fue quien
nos llevó a los dos al colegio y a todas partes hasta que tuvimos coche. Ha
sido siempre como de la familia. Se quedó viudo hace muchos años y
Delaney y yo somos como sus hijos.
—Supongo que Delaney es tu hermano.
—Sí.
—Y Jack, el chófer de tu padre se fue a vivir con él.
—Sí. Nunca nos lo dijeron, pero mi hermano y yo estamos seguros de
que mis padres le pidieron a Jack que fuera con él para protegerlo.
—Como si fuese su guardaespaldas.
—En realidad, es su guardaespaldas, el de toda su familia, de hecho.
—Voy asimilándolo —dijo ella sonriéndole.
—Mi hermano es muy inteligente y siempre prestó atención a mi padre y
a sus negocios. Aprendió mucho de él.
—Supongo que iría a la universidad.
—Sí, estudió en Stanford, junto con Nathan, su amigo de toda la vida, y
que es su abogado desde que mi padre le regaló el hotel.
—Estudió en la universidad que tiene vuestro apellido.
—Sí, cierto.
—¿Tu hermano también tiene varios hoteles?
—Sí, tiene más de doscientos, repartidos por todo el mundo.
—Madre mía, esas son palabras mayores.
—Ese es su principal negocio, pero se dedica a muchas cosas más. Sus
oficinas están en un edificio, que es suyo, por cierto, y en cada planta se
ocupan de uno de sus negocios.
—Vaya.
—Te aseguro que ha trabajado muy duro para conseguir todo lo que
tiene.
—¿Dónde estudiaste tú?
—En Harvard.
—¿A ti también te regaló tu padre un hotel?
—No, me regaló un local impresionante en pleno centro. Es donde tengo
el estudio —dijo Sean sonriendo—. Yo también trabajé muy duro para
llegar donde estoy.
—No lo dudo.
—Después de mis dos primeras obras importantes me hice un nombre. Y
no me puedo quejar.
—¿Tienes mucho trabajo?
—Más del que debería. Pero me gusta trabajar.
—Para tener tanto trabajo, empezaste mi reforma muy deprisa.
—Dijiste que querías mudarte cuanto antes. No quería que soportaras
por más tiempo al cretino de tu casero.
—Eres un buen tío.
El camarero les llevó los cafés y las tartas.
—¿Cuántos años tienes?
—Treinta y tres.
—¿Tú hermano es mayor o menor que tú?
—Mayor.
—¿Te llevas bien con él?
—Nos llevamos genial.
—¿Está casado?
—Sí. Y tengo una sobrina y un sobrino.
—¿Te llevas bien con tu cuñada?
—Nos llevamos de maravilla.
—¿Por qué no te has casado?
—Supongo que no he encontrado a la mujer adecuada. Cuando te conocí
pensé que podrías ser tú, pero me temo que estás pillada.
—¿Cuando te independizaste también enviaron tus padres a un
guardaespaldas para que te protegiera? Eso si estás independizado —dijo
ella ignorando sus palabras.
—No. Puede que no consideraran que pudiera necesitar uno. Y sí, vivo
en mi propia casa desde hace varios años.
—¿Qué me dices de tus amigos?
—Somos un grupo de amigos desde hace años, mi hermano es uno de
ellos. Él y dos más están casados y sus mujeres se han integrado
perfectamente en el grupo. Uno de ellos tiene dos hijos y el otro una hija.
He de añadir que mis padres están incluidos en el grupo.
—¿Como dos amigos más?
—Sí.
—¿Salís todos juntos?
—Lo que se conoce por salir, no. Desde que se casó mi hermano, que fue
el primero que lo hizo del grupo, vamos todos a casa de alguno de ellos
cada sábado y pasamos el día juntos. Nos reunimos en los cumpleaños de
todos, que siempre celebramos. De vez en cuando vamos todos a una casa
que tiene mi hermano en la playa y salimos a pescar, o a otra que tiene en
una isla —dijo sin mencionar que la isla era de su propiedad y que estaba en
Las Maldivas—. También vamos a una cabaña que tiene otro de ellos en las
montañas, y normalmente, pasamos allí unos días a final de año. Y el
verano pasado fuimos todos de acampada por primera vez y lo pasamos
genial.
—Tu vida sí es interesante. ¿Qué haces para distraerte?
—Los sábados los hombres del grupo y la hija de uno de ellos vamos a
jugar un partido de balón cesto con un grupo de chicos. También corro por
las mañanas temprano cuando no llueve, y si llueve, utilizo el gimnasio que
tengo en casa. Pero se puede decir que mis padres, mis amigos y mis
sobrinos son con lo que más disfruto. Y me gusta leer un rato antes de
dormir.
—Me has hablado de casi todo. La tarta está riquísima. ¿Te importa que
pruebe la tuya?
—Claro que no, adelante.
—Dios mío, está deliciosa —dijo después de coger un poco y probarla
—. Gracias por invitarme a cenar.
—Es un placer estar contigo.
—¿Qué me dices de tus novias?
—Nunca he tenido novia.
—Eso es extraño, teniendo en cuenta tu aspecto.
—Gracias, cielo. Suelo salir con alguna chica a cenar de vez en cuando,
y luego estamos juntos un rato, pero nada serio.
—Sexo sin compromiso, eso está bien. ¿No crees que tienes suficiente
edad para sentar la cabeza?
—Eso dice mi madre. Y tú eres muy joven para todo lo que has pasado.
—Tampoco es para tanto.
—Ya que no quieres hablarme de ese hombre que tanto te gusta,
hablemos de la reforma.
—Vale. ¿Cuándo la terminarás?
—El lunes.
—¿El siguiente lunes? ¿En tres días?
—Sí. Y ese día irán a tomar las medidas para los muebles.
—Madre mía, qué rápido has sido. ¿Cuándo podremos mudarnos?
—Supongo que todo estará terminado para finales de la próxima semana,
te llamaré para decírtelo seguro. De todas formas, cenaremos juntos el
viernes, ¿no?
—Sí, si tú quieres.
—Por supuesto que quiero.
—Sean, no olvides que el jueves día treinta tenemos que dejar el piso en
el que estamos.
—No lo he olvidado.
—Si no lo tienes todo terminado para final de mes no tendremos donde
vivir.
—Tranquila, yo siempre cumplo con las fechas.
—Vale.
—Deberías ir seleccionando las cosas que quieres llevar a tu nueva casa.
—¿A qué te refieres?
—A la ropa de cama y toallas, a los edredones y las mantas, las colchas,
lospaños de cocina, las sábanas… El otro día fui al almacén donde suelo
comprar las cosas y había una oferta de ropa de casa muy interesante. Así
que compré lo que pensé que necesitarías. Y también los estores para las
ventanas, creo que quedarán mejor que las cortinas. Espero que no te
moleste.
—Por supuesto que no me molesta.
—Pensé que, ya que vais a empezar en una nueva casa, merecería la
pena que empezarais de cero.
—Entonces, ¿no necesitaré nada de lo que has mencionado?
—Puedes llevarte lo que quieras, pero no lo necesitarás.
—Entonces, no llevaré nada. Tienes razón, empezaremos de cero, como
si fuera una nueva vida. De todas formas, todo está muy usado.
Capítulo 7
Al día siguiente, que era sábado, todos los amigos fueron a casa de
Carter a pasar el día, en vez de ir a casa de Nathan, a la que iban
últimamente, porque su hija era la más pequeña del grupo. Pero el bebé de
Carter y Ellie nacería en unos días y decidieron ir todos a su casa, porque ya
se encontraba muy pesada.
Estuvieron bañándose en la piscina, pero a la hora de comer, el día se
nubló y comieron en el interior de la casa.
Todos estaban al corriente de la reforma de la casa de Kate y se
preocupaban de que Sean lo dejara todo perfecto. Pero Logan no les había
informado de que la Kate que conocía Sean era Kathleen, la ladrona de la
iglesia, porque sus amigos eran unos entrometidos y comenzarían de nuevo
con bromas y burlas sobre él y ella. Y ya tenía sus propios problemas con
esa chica, como para añadir las bromas de sus amigos.
—Cuéntanos cómo va la reforma de tu amiga Kate —dijo Carter a Sean.
—¿Por qué lo dices en ese tono?
—Bueno, parece ser que hablas con ella a diario.
—Por teléfono —especificó Sean.
—Pero hablas con ella.
—Hablamos sobre la reforma y le cuento los avances que he hecho
durante el día.
—También has ido a cenar a su casa. ¿Cuántas veces has ido ya, por
cierto? —preguntó Nathan.
—Si no me equivoco, creo que han sido dos. Aunque anoche la llevé a
cenar a un restaurante.
—¿Estás saliendo con ella? —preguntó Lauren, la mujer de Nathan.
—No como pareja.
—Entonces, ¿cómo qué?
—No estoy seguro. En un principio como amigos, pero voy a procurar
cenar con ella cada semana.
—¿Por qué ese interés en tener otra amiga? —le preguntó Tess, su
cuñada.
—Cariño, no tienes que preocuparte ni estar celosa, no voy a quererte
menos por tener otra amiga.
—No estoy celosa, no digas tonterías. Es que nunca has tenido interés
por tener una amiga... con la que no te acuestas.
—Puede que eso cambie. Esa chica me interesa. Anoche lo pasé muy
bien con ella. Bueno, en realidad lo he pasado bien siempre que hemos
estado juntos.
Logan lo miró intentando adivinar si realmente le gustaba esa chica, pero
la expresión de su rostro era la misma de siempre.
—¿Has averiguado algo de ella? —preguntó Delaney, su hermano.
—Sí, algunas cosas. Ha tenido una vida bastante difícil. Perdió a sus
padres cuando tenía diecisiete años, poco antes de ir a la universidad, y no
tenía más familia.
—Tenía los tíos esos que murieron, los padres de sus supuestos
hermanos.
—Sí, pero ella no los conocía, porque vivían en otro estado y, además,
eran tíos lejanos.
—¿Y qué hizo? —preguntó Delaney.
—Gastó en el entierro el poco dinero que tenían ahorrados sus padres y
parte del que ella había ganado trabajando en un restaurante durante meses.
Cuando fue a la universidad trabajó en otro restaurante unas horas al día,
pero no le alcanzaba para llegar a final de mes, y no podía trabajar más
horas, porque entonces no tendría tiempo para estudiar.
—¿Cómo se las apañó? Porque era una cría —preguntó Ellie, la mujer
de Carter.
—Se mudó a un estudio en muy mal estado y en un barrio poco seguro.
Y empezó a reducir gastos. Pero consiguió terminar la carrera.
—¿Qué estudió? —preguntó Logan.
—Historia. Parece que es una buena profesora.
—Yo habría dado cualquier cosa por tener en el instituto una profesora
como ella —dijo Ryan—. Es un auténtico bombón.
—Ryan tiene razón, es preciosa. Trabajó en un instituto de Texas y allí
estuvo saliendo con un chico durante unos meses. Pero cuando sus
hermanos aparecieron, cortó con ella. Según me ha dicho, pasó una mala
época, pero no por el hecho de que ese tío la abandonara, porque me dijo
que nunca lo echó de menos, sino porque se sentía sola. Le habría venido
bien tener a alguien a su lado para compartir sus problemas.
—Está bien que estemos ayudándola —dijo Carter.
—Totalmente de acuerdo —dijo su mujer.
—Aunque, en realidad, todavía no la estamos ayudando —dijo Nathan.
—Encontraremos la forma de hacerlo —añadió Delaney.
—Sí, esa chica se merece lo mejor —dijo Sean—. Ayer me dijo que no
era estúpida y que sabía que la reforma costaría unos cincuenta mil dólares.
Se lo dijo su hermano, que está estudiando arquitectura y sabe los precios.
—¿Qué te dijo? —preguntó Delaney.
—Que cuando acabara la reforma le diera la factura de lo que había
costado y que me pagaría todo el dinero que pudiera cada mes hasta
cancelar la deuda.
—Algo se nos ocurrirá para solucionarlo —dijo Tess—. ¿Cuánto te
queda para terminar la reforma?
—La reforma está totalmente terminada.
—Te has dado prisa —dijo su hermano.
—Kate necesitaba mudarse cuanto antes. Quiero pediros algo a vosotras
—dijo mirando a sus amigas.
—Lo que quieras.
—Tengo que amueblar la casa la semana que viene, pero no tengo
tiempo de ocuparme de ello, y le he dicho a Kate que podrán mudarse el fin
de semana. Y tienen que hacerlo porque de lo contrario, su casero le cobrará
otro mes.
—Nosotras nos encargaremos —dijo Tess—. Dinos todo lo que debamos
saber.
—Os he traído un plano con las medidas a escala, para que sepáis el
espacio del que disponéis para los muebles. Quiero los muebles blancos y
sencillos, sin repujados ni florituras.
—Vale —dijo Lauren.
—Quiero que compréis toallas, las que creáis que hagan falta para cuatro
personas. Elegid bien los colores, ya sabéis que son dos chicos y dos chicas.
A Kate le gusta el amarillo.
—Vaya, también sabes cual es su color favorito —dijo Logan sin poder
contenerse.
—Kate y yo hemos hablado mucho —dijo Sean sonriéndole.
—Ya lo tengo anotado. ¿Qué más? —preguntó Ellie.
—No sé por qué apuntas nada, tú no vas a ir —dijo Carter, su marido.
—Por supuesto que voy a ir.
—¿Has olvidado que la semana que viene saldrás de cuentas?
—Todavía me quedan ocho días, puede que más.
—No te preocupes, Carter, nos llevará Jack. Y si se adelanta el parto él
tomará el mando y se ocupará de todo. Sabes que él siempre cuida de
nosotras —dijo Tess—. Y Louise también vendrá con nosotras.
—De acuerdo.
—También quiero que compréis edredones nuevos para las cuatro camas
—dijo Sean.
—¿Compramos de invierno y de entretiempo? —preguntó Ellie.
—Sí. Dos de las camas son dobles y las otras de un metro diez de ancho.
Y, por supuesto, las fundas para los edredones y las sábanas necesarias. Ah,
y hay que comprar también las almohadas. Y mantelerías para la mesa del
comedor. Bueno, ya sabéis, todo lo que hace falta en una casa
—¿Algo más?
—Cuando compréis los sofás, comprad unas mantas que queden bien
con ellos, para taparse cuando estén viendo la televisión. Ah, y paños de
cocina.
—¿Sabes si tienen perchas? —preguntó Louise.
—No lo sé, pero si tienen serán de mala calidad. Comprar de madera
buenas para todos los armarios de la casa.
—Vale.
—He dejado en la barra de desayuno unas láminas que me dio. Se las
regalaron sus hermanos hace tiempo y quiere ponerlas en las paredes.
—¿Pero son bonitas? —preguntó Tess—. De lo contrario es mejor no
ponerlas.
—Son preciosas. No estaban enmarcadas cuando me las dio,
seguramente porque no quería gastar dinero, pero las llevé a enmarcar.
—Madre mía. Creo que estás colado por esa chica —dijo Jules.
—No es eso. Si la conocierais y hubierais oído la conversación que
mantuvimos anoche, os darías cuenta de que esa chica no está interesada en
mí. De hecho, me lo dejó bien claro. Además, creo que está enamorada de
alguien.
—¿De quién? —preguntó Ellie.
—No quiso decírmelo, pero lo hará con el tiempo. ¿Necesitáis saber algo
más?
—¿Qué nos dices de la decoración? —preguntó Tess.
—No quiero que os paséis, esa chica no es estúpida.
—Podemos comprar algún centro de mesa, algún jarrón…, cosas como
esas —dijo Lauren—. A veces te regalan artículos de decoración, como
incentivo para que compres muebles o electrodomésticos.
—Y tú has comprado muchos muebles y electrodomésticos para saberlo
—dijo Nathan, su marido.
Porque Lauren, antes de conocerlos, vivía en casas de millonarios
mientras ellos estaban de viaje, sin saberlo. Uno de ellos fue su marido.
Todos se rieron.
—Vale, no he comprado muchas cosas, pero lo he escuchado en la radio
—dijo ella sonriéndoles.
—Tenemos que comprar plantas, muchas plantas —dijo Louise—. Es la
decoración más sencilla. Y con los muebles blancos quedarán genial.
—Tienes razón. Lo dejo en vuestras manos. Ah, también hay que
comprar las lámparas.
—De acuerdo —dijo Lauren.
—Decídmelo cuando estén en la casa y enviaré al electricista para que
las instale. Y al deciros lámparas no me refiero solo a las del techo.
Comprad todas las que hagan falta para las mesitas de noche, para los
escritorios, para el salón…
—No te preocupes —dijo Ellie.
—No carguéis la casa de muebles, pero debe haber un escritorio en los
dormitorios de los tres niños. En el plano he anotado los nombres de cada
uno de ellos en el dormitorio que le corresponde. Y en el de Bradley, que es
el mayor, que sea más grande.
—Anotado —dijo Ellie.
—Ah, y también quiero que compréis baúles para las habitaciones, para
colocarlos a los pies de las camas o donde mejor os parezca.
—De acuerdo.
—Y aquí, debajo de esta ventana, que será donde trabajará Kate, tiene
que haber otro escritorio.
—Ya veo que has escrito escritorio de Kate —dijo Lauren mirando el
plano y sonriéndole.
—¿Sabes si hace falta algo de cocina? —preguntó Louise.
—Supongo que tendrá lo necesario, pero comprar todo nuevo.
—¿También vajilla, cristalería y cubertería? —preguntó Tess.
—Sí. Las veces que he cenado en su casa los platos y los vasos no eran
iguales.
—Vamos a pasar unos días divertidos, como si fuésemos decoradoras de
interiores —dijo Ellie.
—¿Y pantalla de televisor?
—Tienen una pantalla grande, pero no es moderna. Así que comprad
una. Y un equipo de música.
—Estupendo —dijo Lauren sonriendo.
—No nos encontraremos con ella o con sus hermanos en el apartamento,
¿verdad? —preguntó Louise.
—No, mamá. Kate lo dejó todo en mis manos y le pedí que no fueran
por allí, porque quería sorprenderlos.
—Desde luego que los vas a sorprender —dijo Delaney.
—Además, yo tengo el único juego de llaves de la casa.
—¿Quieres que hagamos alguna copia más? —preguntó Ellie.
—Sí, haced dos copias, así tendrán casa uno la suya. El pequeño no
necesitará llave.
—Compraremos unos llaveros bonitos para los tres juegos de llaves —
dijo Lauren.
—¿Ya están instalados los radiadores? —preguntó Louise.
—Sí, la casa está completamente terminada.
—En las fotos que nos enseñaste del local, antes de comenzar la reforma,
era una especie de garaje y había una persiana metálica muy deteriorada —
dijo Carter—. Supongo que la habrás sacado.
—Sí, he quitado la persiana, que estaba oxidada. Tom, el dueño del local
pasó por allí cuando mis hombres estaban retirándola y le pregunté si le
importaría que modificara la fachada. Me dijo que podía hacer lo que
quisiera. Le había enseñado lo que estábamos haciendo en el interior y se
quedó impresionado. La fachada era blanca, bueno, tenía falta de pintar, y
estaba desconchada por muchos sitios. Él me ha pagado la reforma de la
fachada y también las puertas exteriores y las ventanas de toda la casa.
Aunque me pidió que no se lo dijera a Kate. Ahora, la fachada es toda de
piedra. Y la puerta de entrada, las ventanas y la puerta abatible del garaje
son color mostaza.
—Vaya, sabes que le gusta el color amarillo y has querido complacerla,
¿me equivoco? —dijo Logan, intentando evitar que viera lo molesto que
estaba.
—Era algo muy sencillo de hacer. Y tengo que deciros que ha quedado
preciosa —dijo Sean sonriendo.
Al día siguiente, a pesar de ser domingo, Tess, Lauren, Ellie y Louise
fueron a la nueva casa de Kate, acompañadas de Jack. Entraron todos en la
vivienda. Les encantó como había quedado la reforma. Jack no estaba
totalmente al corriente de lo que sabían de la vida de Kate y lo pusieron al
día mientras iban haciendo la lista de lo que tenían que comprar.
Jack se preguntó si Sean estaría interesado por esa chica, aunque ellas le
habían dejado claro que no era así. De lo contrario Sean se lo habría dicho a
sus amigos, sin ningún reparo.
Sean había contratado a la empresa de limpieza que siempre llamaba al
terminar una obra y trabajaban muy bien, y todo brillaba, incluso el suelo,
que había cambiado y ahora era de madera oscura.
La siguiente semana, las cuatro mujeres estuvieron muy ocupadas. El
lunes y el martes los dedicaron a comprar los muebles y algunas cosas más
de la larga lista que tenían. El miércoles fueron las cuatro a la casa, porque
tenían que llevar todo lo que habían comprado los dos días anteriores. Jack
fue a comprar unos zumos y los tomaron en el coche, para que Ellie
estuviera sentada.
Los muebles fue lo primero que llevaron. A Ellie la sentaron en una de
las sillas que acababan de desembalar y le pusieron los pies en alto,
mientras ella observaba los movimientos desenfrenados de los montadores
de muebles.
A media tarde Jack fue a comprar unos cafés con leche y unos dulces y
los tomaron en la mesa del comedor, que ya estaba montada.
A las siete y media de la tarde llegó Sean. Los muebles estaba colocados
en su sitio. Él ya había visto los muebles, porque sus amigas le habían
enviado decenas de fotos antes de comprarlos, para que les diera su opinión.
Caminó orgulloso por toda la casa.
—Ha quedado todo genial —dijo sonriendo a su madre y a las chicas,
que estaban sentadas en los sofás.
—A nosotras también nos gusta como ha quedado todo —dijo Tess.
—Me encantan los taburetes de la barra de la cocina.
—Los hemos comprado en una tienda vintage que han abierto nueva en
el centro. En realidad no son de segunda mano, todo lo que venden es
nuevo, pero tienen los diseños de aquella época —dijo Lauren.
—Pensamos que la casa necesitaba color para que rompiera el blanco, y
el rojo del cuero resalta —dijo Ellie.
—Las fotos de Marilyn que hay impresas en los asientos son fantásticas
—dijo Sean.
—Esperamos que a Kate y a sus hermanos les gusten. De todas formas,
pueden cambiar lo que quieran —dijo Louise.
—Yo creo que les va a encantar todo. ¿Os queda algo por comprar? —
dijo Sean.
—Algunos detalles —dijo Ellie.
—Mañana por la tarde traerán la ropa que hemos comprado de casa y las
alfombras. Vendremos a hacer las camas y a colocar la ropa en su sitio —
dijo Tess.
—No hagáis mucho esfuerzo al colocar las alfombras.
—Jack se está encargando de lo más pesado —dijo Louise.
—Hemos comprado cuatro mantas para los sofás preciosas y muy suaves
—dijo Lauren.
—De diferentes colores, para que cada uno tenga la suya —dijo Tess.
—Y también unas para los pies de las camas, a juego con las fundas de
los edredones —añadió Ellie.
—Los sofás me gustan —dijo Sean.
—Al principio pensamos que eran demasiado rojos y tendríamos que
devolverlos, pero cuando los vimos aquí nos gustaron. De todas formas, no
es un rojo chillón —dijo Tess.
—Me gusta el contraste del sillón amarillo con los sofás. ¿Habéis
comprobado si las sillas de los escritorios son cómodas?
—Las compramos Online y vimos todas las reseñas que habían escrito
sobre ellas, y eran inmejorables —dijo Lauren.
—Mañana a las diez de la mañana traerán las lámparas —dijo Ellie.
—Y también una aspiradora y algunos pequeños electrodomésticos para
la cocina —añadió Louise.
—Estupendo. Le diré al electricista que esté aquí a esa hora para que las
instale. Supongo que estaréis aquí. No tengo llave.
—Estaremos aquí, pero toma una llave, por si tienes que venir en algún
otro momento —dijo Tess—. Hemos hecho las dos copia y hemos
comprado unos llaveros preciosos.
—Ya veo, este es muy bonito —dijo Sean.
—Ese es el de Bradley, lo habrás adivinado por la B —dijo Tess.
—Me gusta.
—El de la niña tiene un unicornio y el de Kate un delfín —dijo Lauren.
—Les van a encantar.
—Mañana también traerán la pantalla del televisor —dijo Ellie.
—Perfecto, así la colgará el electricista en la pared, la instalará y la
programará.
—El viernes, cuando esté todo colocado en su sitio iremos a comprar lo
que nos falta —dijo Louise.
—¿Qué os falta?
—Las plantas, algún detalle de decoración, un cesto grande para la leña,
y leña. Aunque no haga frío todavía para encender la chimenea, quedará
bonito.
—Tienes razón.
—Compraremos también un cesto muy grande para guardar leña de
repuesto en el garaje —dijo Louise.
—Buena idea.
—Por cierto, el viernes por la mañana vendrán también a colocar los
estores de las ventanas y los visillos de debajo —dijo Tess.
—¿Visillos? —preguntó Sean.
—Es una planta baja, si no hubiera visillos tendrían que cerrar los
estores para que no les vieran todos los que pasaran por la acera, y no
tendrían claridad. Con los visillos podrán tener los estores subidos durante
el día, nadie los verá y tendrán luz —dijo Ellie.
—Es cierto, no había caído en eso.
—¿Vas a enviar a alguien para que cuelgue los cuadros? —preguntó
Lauren.
—Los colgaremos Jack y yo, ¿Te parece bien? —preguntó Sean al
chófer.
—Claro.
—Te llamaré mañana cuando termine y quedaremos aquí.
—De acuerdo.
—Sean, pásate por aquí mañana después de comer, por si hay algo que
no te guste y quieras cambiarlo —dijo su cuñada.
—Vale.
—¿Cuándo se mudarán Kate y sus hermanos? —preguntó Lauren.
—Mañana es viernes, ¿no?
—Sí —dijo Jack.
—Pues mañana, cuando Jack y yo terminemos de colgar los cuadros, iré
a cenar a su casa y le diré que todo está terminado.
—¿Otra vez vas a cenar con ella?— preguntó Ellie.
—Le dije que quería seguir viéndola después de terminar la obra, y
pienso hacerlo. Puede que Kate quiera ir a ver la casa esa misma noche.
Supongo que se mudarán el fin de semana.
—¿Crees que le gustará la casa?
—Por supuesto. El piso en el que viven es deprimente, el casero no se ha
molestado en arreglar nada desde hará medio siglo y está todo muy
deteriorado, incluidos los muebles.
—Lástima que no podamos estar presentes, nos gustaría ver la cara que
pone Kate cuando la traigas aquí—dijo Tess.
—Tal vez la conozcáis más adelante, y ella os contará cómo se sintió.
—Podías llevarlos a comer con nosotros algún sábado, así los
conoceríamos a todos —dijo Ellie.
—No creo que se sienta cómoda con todos vosotros.
—¿Por qué? Parece que se siente muy cómoda contigo. Y tampoco tuvo
ningún problema en conocer a Ryan, y eso que iba a verla con pijama.
—Dejemos pasar tiempo, a ver qué sucede.

Kate abrió la puerta el viernes a las ocho de la tarde y le dedicó a Sean


una preciosa sonrisa.
—Hola, cielo.
—Hola, Sean. Pasa, por favor.
Él entró en el apartamento y Kate cerró la puerta.
—Te estábamos esperando para cenar.
—No te había dicho que vendría a cenar.
—Pero me has llamado para decirme que vendrías. ¿Has cenado ya?
—No, no he cenado.
—Estupendo, así cenarás con nosotros. Y conocerás a Bradley, mi
hermano.
—Muy bien, gracias.
—Taylor, avisa a Bradley y venid a cenar —dijo levantando un poco la
voz porque su hermana estaba en el salón con el pequeño—. Vamos a la
cocina.
Sean entró en la pequeña estancia detrás de ella y se dirigió al fregadero
para lavarse las manos. Luego se las secó con un paño de cocina que le dio
Kate. El pequeño entró en la cocina, seguido de su hermana.
—Hola, Dexter.
—Hola —dijo el niño sin mirarlo y sentándose a la mesa en su sitio.
—Hola —dijo Taylor.
—Hola, preciosa.
La niña miró a Sean y se ruborizó. Bradley entró en la cocina.
—Sean, él es mi hermano Bradley. Bradley, él es Sean, el arquitecto.
—Hola —dijo Sean tendiéndole la mano.
—Hola —dijo el chico estrechándosela fuertemente.
—Eres muy alto para tener diecisiete años —dijo Sean al ver que era
casi tan alto como él. Y Sean medía un metro ochenta y nueve centímetros.
—Cumpliré dieciocho a primeros de noviembre.
—Sentaos.
Bradley tuvo que traer la silla que tenía en el escritorio de su cuarto
porque en la cocina solo tenían cuatro.
—Tu hermana me dijo que ya habías empezado la universidad.
—Sí, la semana pasada.
—¿Qué te parece?
—Me gusta. Estoy muy ilusionado.
—¿Por qué has decidido estudiar arquitectura?
—No estoy seguro, supongo que porque desde que era muy pequeño me
ha gustado construir cosas, cualquier tipo de cosas y con cualquier material
que tuviera a mi alcance. ¿Por qué estudiaste tú?
—Puede que por lo mismo. Siempre me fijaba en las grandes
construcciones de arquitectos importantes y me di cuenta de que quería ser
como ellos.
—Y ya te consideran entre los grandes. El edificio Alyster es una
maravilla. Al igual que el puente tan maravilloso que construiste. Dios, es
una pasada. Y no es lo único por lo que destacas.
—Muchas gracias.
—Cuando Kate me dijo que harías la reforma y averigüé quien eras, no
me lo podía creer.
—¿Por qué?
—No pensé que un arquitecto de tu categoría se dedicara a hacer simples
reformas.
—A veces las reformas no son tan simples. En vuestra casa, por ejemplo,
he tenido que hacer una vivienda en su totalidad.
—Lo sé.
—Voy a decirte algo para que lo tengas en cuenta en el futuro. En los
diez años que llevo trabajando, me he dado cuenta de que las reformas son
tan importantes como hacer un edificio. Todo importa, no hay que
desmerecer ningún trabajo. De hecho, tengo una lista de espera de varios
meses, solo para hacer reformas.
—Lo tendré en cuenta. ¿Cómo puedes abarcar tantas cosas?
—Tengo un grupo de trabajadores fuera de serie, y un maestro de obras
que se encarga de todo.
—¿Todos tus trabajadores se dedican a hacer construcciones y a las
reformas?
——No, cada uno de los hombres que trabajan para mí tienen su
especialidad y se dedican solo a ella. Y tengo una cuadrilla dedicada
expresamente a reformas.
—Pero, tengo entendido que tú te has ocupado de dirigir la reforma
nuestra, y te has involucrado al cien por cien. Además, dices que tienes una
lista de espera de meses, pero nosotros no hemos tenido que esperar ni un
solo día.
—Porque sois vosotros y tu hermana es amiga mía —dijo Sean
sonriéndole.
—Hablando de reformas, ¿cómo va la de nuestra casa? —preguntó Kate.
—Ya está terminada. He venido a decíroslo.
—¿En serio?
—Completamente en serio. Te dije que podríais mudaros este fin de
semana.
—La gente no es tan cumplidora y siempre se retrasa.
—Yo siempre cumplo mi palabra. Esta es la llave —dijo sacándola del
bolsillo y entregándosela a Kate.
—¡Oh! —dijo ella emocionada al ver el precioso delfín de plata—.
Entonces, ¿podemos mudarnos ya?
—Cuando queráis. Aunque me gustaría que antes vierais la casa por si
hay algo que os disguste. Así podré solucionarlo el lunes. Me dijiste que
podíais quedaros aquí hasta final de mes y falta casi una semana.
—Vale, ¿cuándo quieres que vayamos? —preguntó Kate.
—Mañana tengo que hacer algunas cosas a primera hora, pero estaré
libre sobre las diez y media o las once. ¿Os va bien a esa hora?
—Sí, por supuesto, nos irá bien a cualquier hora que tú digas. Bradley y
yo hemos pedido el fin de semana libre en el trabajo, por si teníamos que
mudarnos. Sean, llévate la llave —dijo Kate acercándosela.
—¿Por qué?
—Porque si me la quedo no me extrañaría que me levantara a media
noche y fuera a ver la casa.
—De acuerdo —dijo Sean sonriendo.

Sean paró el coche en segunda fila delante del edificio de Kate y bajó.
—Hola —dijo besando a Kate en la mejilla.
—Hola, Sean.
Sean saludó a los tres chicos. Bradley miró embobado el coche europeo
todoterreno, que sabía que costaría un pastón. Subieron todos al vehículo.
—¿Habéis preparado ya las cosas que queréis llevaros?
—Todavía no. Pero solo nos llevaremos la ropa, las cosas personales y el
televisor.
—Si todo en la casa os parece bien, ¿os mudaréis este fin de semana?
—Sí.
—En ese caso, esta tarde vendré con una furgoneta y lo llevaremos todo
de un viaje.
—No hace falta, Sean. No van a ser muchas cosas. Como me dijiste que
habías comprado la ropa de casa, nos hemos deshecho de la que teníamos.
Mañana lavaré la ropa de cama y las toallas que estamos usando y cuando
estén secas las llevaremos a una iglesia que hay cerca de casa. Hablé hace
unos días con el sacerdote y me dijo que llevara todo lo que no quisiéramos.
Y también las cosas de la cocina que no vamos a llevarnos, porque son
platos y vasos, cada uno de una clase. Y las sartenes y cacerolas están muy
estropeadas. Poco a poco iré comprando lo necesario.
—Aunque sean pocas cosas, lo llevaremos con mi coche después de ver
la casa, así solo tendréis que dedicaros a colocar la ropa en su sitio.
—Ya estamos llegando —dijo el pequeño.
—Ya hemos llegado —dijo Sean.
—Esta no es la casa —dijo Dexter, al ver que Sean ponía el intermitente
y detenía el coche delante de la puerta abatible de madera de un garaje.
Cogió el mando y la abrió.
—Dexter tiene razón, esta no es la casa —dijo Kate.
—Sí es la casa.
—¿Has hecho un garaje? —preguntó Kate.
—Sí.
—No tenemos coche.
—Pero lo tendréis pronto.
—Antes tendré que pagarte la reforma.
—Primero comprarás el coche para llevar a Dexter al colegio e ir a
trabajar. Y luego empezarás a pagarme la reforma de la forma que
acordamos. Y procura que el coche no tenga muchos años para que no te dé
problemas —dijo girándose para mirarla, mientras esperaba a que subiera la
puerta abatible.
Sean vio que tenía los ojos empañados por las lágrimas y se preguntó
qué sucedería cuando viese el interior de la casa.
—Dios mío —dijo Kate al ver el interior del garaje.
Había un espacio para un vehículo grande. Al fondo había un armario de
madera blanco que ocupaba de pared a pared. Y a un un lado un cesto
precioso y muy grande con troncos de leña, y otro igual, pero más pequeño,
con maderítas pequeñas.
—He hecho ese armario para que guardes… no sé, cosas para ir al
campo, las maletas, las herramientas, la aspiradora, las cosas del coche, las
de tu bicicleta —dijo mirando a Bradley por el retrovisor.
—Vaya, cada vez estoy más convencida de que piensas hasta en el más
mínimo detalle —dijo Kate.
Sean entró el vehículo y bajaron los cinco.
—También hay una toma de agua —dijo señalándola—, por si queréis
lavar el coche.
—Bradley es quien se encarga siempre de lavar el coche —dijo el
pequeño—. Pero ahora no tenemos coche. Kate me lleva al colegio en
autobús. No me gusta ir en autobús porque siempre me empujan. También
me gusta ir al río, pero ahora no tenemos coche y no podemos ir.
—Kate va a comprar un coche muy pronto. Mis amigos y yo solemos ir
de acampada unos días en verano. Y hay un río muy bonito en el que nos
podemos bañar.
—Bradley pesca mucho cuando vamos al río —dijo Taylor.
—Nosotros también pescamos bastante. La próxima vez que vayamos
podríais acompañarnos. Estoy seguro de que os gustaría el sitio.
—Oh, sí. Sería fantástico ir contigo y con tus amigos, todos millonarios
—dijo Kate con sarcasmo.
—Oye, ¿acaso yo no soy una persona normal?
—Por supuesto —dijo ella sonriéndole.
—Pues mis amigos también son normales.
—A mí no me gusta la gente —dijo Dexter.
—Mis amigos sí te gustarán.
Bajaron todos del coche. Kate empezó a abrir los armario, asombrada
porque no hubiera ni una mota de polvo en las baldas.
—Aquí hay una aspiradora —dijo Kate al abrir el último armario.
—Me la regalaron al comprar los electrodomésticos. La dejé ahí porque
pensé que la necesitarías.
—Puedes llevártela, no la necesitaremos.
—Bradley la necesitará para aspirar el interior del coche. Y también la
necesitaréis para las alfombras.
—No voy a comprar alfombras, son muy caras.
—Bueno, sigamos —dijo Sean, que no quiso decirle en ese momento
que ya tenía alfombras—. Esta puerta da a la vivienda. Tiene cerradura,
pero hay una llave de ella en los tres juegos de llaves que he preparado de la
casa.
—Vale.
—Salgamos fuera, así veréis la fachada de la casa y la puerta de entrada.
Sean pulsó el botón que había junto a la puerta abatible para que se
cerrara. Salieron todos a la calle y rodearon la propiedad para que viesen las
preciosas rejas que protegían las ventanas.
—¿Estás seguro de que no te has confundido de casa? —preguntó kate
cuando regresaron a la puerta de entrada—. Las paredes de la casa no eran
así.
—La fachada era blanca, aunque estaba sucia y desconchada por muchos
sitios —dijo Bradley.
—Es cierto. Pero un día vino Tom, el dueño, cuando yo estaba aquí. Le
pregunté si le importaba que reformara la fachada, porque era deprimente
verla, y me dijo que no. De hecho, toda la reforma exterior, incluidas las
puertas y las ventanas, la ha pagado él.
—¿La ha pagado Tom?
—Sí. Cuando vio cómo estaba quedando el interior de la casa supo que
te costaría mucho dinero. La verdad es que quedó impresionado. Y creo que
hablará contigo, me dijo que iba a dejaros un año sin pagar alquiler.
—¿En serio?
—Sí. Y no me extraña nada, porque cuando os marchéis de aquí, podrá
alquilarla, al menos por mil quinientos dólares, bueno, algo más, porque
tendrá garaje. Y él lo sabe.
—En ese caso, terminaremos de pagarte antes.
—No te preocupes por lo que me debes. Compra antes de nada un coche.
—Gracias, Sean.
—De nada, cariño. Toma, haz los honores —dijo él dándole las llaves.
—Me encanta la puerta. Y mira esta aldaba. Es preciosa —dijo Kate,
acariciando la pieza dorada que resaltaba sobre la puerta color mostaza.
—Estuve dudando si poner timbre o aldaba.
—Me alegro de que no pusieras timbre. No sabía que vendían aldabas.
—Sí que venden, pero esta precisamente es antigua, estaba en una puerta
que rescaté de una casa que tenía que derrumbar y la llevé a restaurar.
—Siempre me han gustado —dijo ella.
Bradley estaba muy callado y Sean lo miró. Vio que tenía los ojos
brillantes por las lágrimas retenidas. Incluso él se emocionó al verlo.
Kate abrió la puerta y dio unos pasos hasta detenerse donde se podía ver
toda la estancia abierta. Sean dejó pasar a los tres hermanos. Luego entró él
y cerró la puerta.
Sean se preocupó al ver a Kate en el mismo sitio y sin moverse. Y aún se
preocupó más cuando su hermano mayor se quedó quieto junto a ella.
—¿Qué ocurre? Ya os he dicho que si algo no os gusta lo solucionaré —
dijo acercándose a los dos hermanos mayores.
Entonces vio que Kate estaba llorando. Al verlo frente a ella, Kate se
abrazó a Sean y lloró durante mucho tiempo, sin despegarse de él. Sean
miró por encima de su hombro y vio que Bradley caminaba hacia el salón
secándose las lágrimas. Taylor había desaparecido y sospechaba que
también se habría emocionado y estaría escondida en cualquier rincón para
que no la viera.
—Cariño, estás empezando a preocuparme —dijo él acariciándole la
espalda arriba y abajo para tranquilizarla.
—Siento haberme desmoronado —dijo Kate separándose de él. Kate
sacó un pañuelo de papel del bolso, se secó las lágrimas y se sonó—. Es que
no esperaba ver algo así.
—¿Algo así? ¿A qué te refieres?
—Tan bonito. Todo es precioso.
—Me alegro de que te guste —dijo él sonriendo—. Echad un vistazo.
—Vale.
Kate se acercó a su hermano mayor, que estaba parado delante de la
pantalla del televisor, le pasó el brazo por la cintura y apoyó la cabeza en su
hombro.
—Esta pantalla es de última generación, no como la nuestra —dijo
Bradley.
—Parece que Sean no sabe hacer las cosas a medias. Seguramente los
millonarios lo harán todo a lo grande.
Sean, que estaba oyendo lo que hablaban sonrió.
—Estoy abrumado, y sé que de un momento a otro voy a ponerme a
llorar —dijo Bradley.
—A mí no me importa que llores, te voy a querer igual.
—Tú eres lo que más quiero en el mundo, lo sabes, ¿verdad? Nunca
podré olvidar lo que has hecho por mí. Has sacrificado la vida por nosotros.
—Cariño, solo han sido unos años de mi vida y si volviera atrás, volvería
a hacer exactamente lo mismo. Parece que las cosas se nos van arreglado,
¿no crees?
—Ya era hora de que tuvieras un respiro. Deberíamos prestar atención al
arquitecto, sin él no tendríamos esta casa.
—Tienes razón.
Kate se volvió hacia Sean y le sonrió. Luego miró a su alrededor. A un
lado había una cocina preciosa toda blanca con la bancada de granito negro
y gris.
—¿Dónde están los niños? —preguntó Bradley.
—Están viendo las habitaciones —dijo Sean.
Kate sonrió cuando vio las banquetas altas de la barra de desayuno.
Luego la rodeó para entrar en la cocina, seguida de su hermano. Todo
estaba brillante. Los electrodomésticos eran de acero y el frigorífico tenía
dos puertas y era enorme.
—Todo es precioso —dijo Kate acercándose a Sean y dedicándole una
tierna sonrisa—. ¿Y esta cafetera?
—Es otro de los regalos que me hicieron, además de la aspiradora, y
otras cosas que hay en los armarios. Puedo asegurarte que hace un café
estupendo, porque yo tengo la misma.
Kate abrió un armario y vio que habían platos. Luego abrió otro y
encontró tazas de desayuno y de café.
—¿Has comprado lo necesario para la cocina?
—Puestos ya. Es posible que falten algunas cosas, pero ya te encargarás
tú.
—No me lo puedo creer —dijo abriendo otro armario en el que habían
sartenes y ollas.
En el salón había dos sofás frente a la enorme pantalla de televisión, la
más grande que ellos habían visto en su vida.
—No nos hacía falta televisor —dijo Kate.
—Pero este es más moderno.
—¿Qué vamos a hacer con el nuestro? —preguntó Bradley.
—Se lo regalaremos a Max. Se ha portado muy bien con nosotros y el
televisor que tiene en el bar no es tan grande —dijo Kate.
—Buena idea.
—El equipo de música también me lo regalaron.
Bradley miró a Sean sonriendo. Nadie podría creerse que ese equipo de
música fuera un regalo por comprar un electrodoméstico, porque él sabía
que costaría una fortuna.
Había una mesita de centro grande, y debajo una preciosa alfombra.
Junto a uno de los sofás había una mesita con una lámpara. En el rincón
opuesto y más cercano a la cocina, había una mesa de comedor para ocho
personas con una alfombra debajo, y en el centro de la misma un jarrón de
cristal con tulipanes de colores.
—Parece ser que sí vamos a necesitar la aspiradora para las alfombras —
dijo ella mirando a Sean.
Él le guiñó un ojo.
Al otro lado del salón estaba el rincón donde se encontraba el escritorio
de Kate, debajo de una ventana. Se sentó en la silla y giró en ella dos veces
sonriendo.
—Nunca antes hemos tenido una silla giratoria —dijo Bradley a Sean,
excusando a su hermana.
Sean pensó que parecía una niña que había recibido su primer juguete.
Se la veía feliz. Y todo era por él.
Había plantas enormes por todos los rincones. Y las láminas de Kate,
que Sean había enmarcado, estaban en la pared del salón, detrás de uno de
los sofás.
—Todo es un sueño —dijo Kate mirando a Sean y sintiendo ganas de
llorar de nuevo.
—Vamos, os enseñaré el resto.
Los dos hermanos mayores se quedaron alucinados al ver que había dos
baños. Dos baños preciosos, uno en tonos rosa y el otro en color marfil.
Kate abrió los armarios que había en los dos y vio las mullidas toallas, de
todas las medidas y de colores preciosos, y las alfombrillas de la ducha a
juego.
Luego fueron a ver los dormitorios. Al abrir la primera puerta vieron a
los dos niños. Taylor estaba sentada en la silla del escritorio, llorando. El
pequeño estaba sentado en el suelo sobre la alfombra. La niña se levantó al
ver a su hermana y se abrazó a ella. Kate le devolvió el abrazo y
permaneció así hasta que la pequeña dejó de llorar.
—Lo siento —dijo separándose de su hermana y mirando a Sean.
—Espero que llores porque te gusta la casa y no por lo contrario.
—Todo es precioso —dijo Taylor acercándose a Sean y abrazándose a su
cintura.
—Me alegro, cariño —dijo él besándola en la cabeza.
La niña se separó de él.
—Este dormitorio y el de al lado los diseñé para Taylor y Dexter. Este es
el del pequeño. Los dos son un poco más pequeños que los otros, pero creo
que tienen todo lo que puedan necesitar —dijo Sean, después de que vieran
el al lado, que era el de la niña.
Luego entraron en el que había a continuación, que era el de Kate. Había
un sillón en un rincón, que parecía muy cómodo, con una mesita al lado con
una lámpara sobre ella.
—Es por si te apetece leer tranquila —dijo Sean cuando ella se sentó en
el sillón.
—Eres un cielo, Sean.
—Gracias, cariño. Y este último es el de Bradley —dijo el arquitecto
entrando en la última habitación.
—Vaya —dijo el chico entrando.
—Es el más alejado de tus hermanos. Así podrás concentrarte en los
estudios, sin escuchar ruido.
—Gracias, Sean. Charity tiene razón, piensas en todo. Espero ser tan
bueno como tú algún día.
—Eres muy amable.
—Me encantan los baúles de las habitaciones —dijo Kate.
—A mí también —dijo el arquitecto.
Después de verlo todo fueron al recibidor.
—Estos son los juegos de llaves. El de la B es el tuyo —le dijo a Bradley
—. Y este es el mando del garaje. Cuando saque el coche os daré el otro.
—Muy bien.
—De haber tenido tiempo habría comido con vosotros, pero los sábados
nos reunimos todos en casa de uno de los amigos para comer y pasar la
tarde juntos.
—Sean, no tienes que excusarte. De todas formas, hoy vamos a ir a
comer al restaurante donde trabajo. Max me ha dicho que fuéramos para
que le contáramos como era la casa.
—Bien. Saldremos por el garaje —dijo abriendo la puerta y entregándole
a Kate el llavero con las llaves—. Subid al coche.
—Sean, no hace falta que nos lleves a casa, está muy cerca.
—Iré con vosotros y haré un viaje con lo que tengáis preparado para
traer.
—No, en serio. No tengo listas las cosas que tenemos que traer. Iremos a
comer y por la tarde lo empaquetaremos todo.
—¿Quieres que venga a última hora de la tarde cuando lo tengas todo
listo?
—Te lo agradezco, pero no hace falta.
—De acuerdo, pero si cambias de opinión, llámame.
—Lo haré.
Kate lo abrazó.
—Nunca, jamás, voy a olvidar todo lo que has hecho por nosotros. Si
necesitas algo de mi, de nosotros, puedes contar con ello.
—No lo olvidaré —dijo él sonriendo a los dos mayores.
—A final del próximo mes te llamaré para quedar y te pagaré lo que
pueda.
—Vale. Y yo te daré la factura para que sepas lo que ha costado la
reforma.
—Muy bien —dijo ella.
—Pero, como te dije, me gustaría que nos viésemos, al menos, una vez a
la semana. Quiero que estemos en contacto para saber cómo os van las
cosas. Los viernes sería un buen día para mí. Podemos ir a cenar.
—No hace falta que gastes dinero, puedes venir a cenar los viernes.
—Ya lo acordaremos. Y, Bradley, recuérdale que compre un coche. Yo
no tengo prisa por cobrar.
—Lo haré. Gracias. Muchas gracias, por todo —dijo el chico dándole la
mano.
—Adiós, preciosa —le dijo a Taylor besándola en la mejilla.
—Adiós. La casa es muy bonita. Y mi habitación me encanta.
—Me alegro.
—Adiós, chaval —dijo despidiéndose del pequeño, que ni siquiera lo
miró.
—Adiós, cielo. Espero que seáis muy felices en esta casa —le dijo a su
amiga.
—Ya somos felices. Tú lo has conseguido.
Sean la besó en la mejilla. Luego subió al coche, abrió la puerta y le dio
el mando a Kate.
—Llámame si me necesitas, a cualquier hora del día o de la noche.
—Vale. Conduce con cuidado.
Capítulo 8
—Hola —dijo Sean cuando entró en el salón de la casa de Carter, donde
estaban reunido todos los amigos y acercándose a Ellie para besarla y
acariciarle la barriga—. ¿Cómo estás, preciosa?
—Un poco más gorda que ayer y a punto de reventar. Carter dice que el
bebé llegará en cualquier momento.
—Estupendo.
Sean saludó a todas sus amigas con un beso, al igual que a su madre.
—Kate y sus hermanos ya han visto la casa.
—Cuéntanoslo todo —dijo Tess.
—¿Cómo ha reaccionado al verla? —preguntó Lauren.
—Mejor que nos lo cuente todo desde el principio —dijo Louise.
Sean les contó todo desde que había recogido a Kate y a sus hermano en
su casa, paso por paso.
Logan lo escuchaba atentamente, al igual que todos los demás, pero con
un interés diferente al de sus amigos. Ninguno de los que estaban allí
podrían sospechar lo que rondaba por su cabeza.
Logan no había vuelto a ver a Kate desde que ella había ido a devolverle
el dinero que había cogido del cepillo de la iglesia. Habían pasado
veinticinco días y, ni uno solo de ellos, había podido dejar de pensar en ella.
Y eso no era lo peor. Se había imaginado deslizando los dedos entre sus
cabellos y saboreando sus sensuales y tentadores labios, y no solo una vez.
Luchaba con ahínco contra esos turbulentos e inapropiados pensamientos,
pero no conseguía apartarlos. Cada día, antes de irse a dormir salía a dar un
paseo por el barrio, esperando que el fresco de la noche le ayudara a
ordenar su mente que, últimamente, era un verdadero caos. Esa chica se
había colado muy hondo en su interior. Se había metido en su cabeza sin
darse cuenta y no podía deshacerse de ella. Y sabía que estaba con el agua
al cuello.
—Se puso a llorar —dijo Sean, devolviendo a Logan al presente.
—La pobre. Yo también me habría sentido así —dijo Tess.
—El hermano mayor también lloró, aunque intentó disimularlo. Incluso
yo me emocioné al verlos. Es un buen chaval y adora a Kate.
—Bueno, fue a vivir con ella cuando era un crío. Es mayor y sabe mejor
que los otros todo lo que esa chica ha hecho por ellos. Y es un buen chico
porque lo ha educado ella, con sus mismos valores —dijo Louise.
Sean terminó de contarles todo, y los amigos estuvieron encantados de
haber contribuido a hacerla feliz, aunque todavía no habían encontrado la
forma de pagar el dinero de la reforma.
—Entonces, ¿iban a mudarse hoy?
—Supongo que lo harán entre hoy y mañana.
El hijo de Carter y Ellie nació esa misma noche, antes de que amaneciera
el nuevo día. Y se llamaría Liam. Todos los amigos pasaron la noche en el
hospital.

Kate no podía soportarlo más, necesitaba ver a Logan. Las clases en el


instituto no habían empezado todavía y ese día no tenía ninguna reunión
más.
A las once y veinte abandonó el instituto, pero en vez de volver a casa,
se dirigió a la parada de autobús. Esperó unos minutos y cuando llegó
subió. Se sentó en uno de los asientos, pensando que tal vez Logan no
estuviera en la iglesia, que era donde se dirigía, porque, si no recordaba
mal, las veces que lo había visto había sido siempre por la tarde. Después
de veinte minutos bajó del autobús. Caminó hacia la iglesia y subió los
peldaños. Hizo una foto con el móvil a la placa que había junto a la puerta,
en la que constaban los horarios de las misas.
Eran las doce menos cinco cuando entró. Se dirigió al rincón derecho del
templo, que estaba en penumbra. Miró la foto que acababa de hacer y supo
que en unos minutos comenzaría una misa. De pronto se intranquilizó,
simplemente, por la expectativa de que podría ver a Logan en unos
instantes.
Se adentró más en el rincón, buscando la oscuridad de la iglesia. Su
vestuario era casi del mismo tono que la pared, y eso ayudaría a no
delatarse a sí misma. Quería pasar desapercibida. Se esforzaba por coger
aire, obligando a su corazón a calmarse, porque retumbaba en su pecho.
Logan se acercó al altar y comenzó a oficiar la misa. La iglesia era
grande y estaba bastante lejos de donde se encontraba Kate. Ella no lo
distinguía bien, pero le bastaba con saber que era él y escuchar su voz.
Después de veinte minutos, Kate seguía en la penumbra, inmóvil,
atrapada por esa voz que le erizaba la piel siempre que la escuchaba. Se
preguntó qué estaba haciendo. Seguramente él no sentiría nada por ella.
¡Por supuesto que no sentiría nada por ella! ¡Por Dios, era sacerdote!, se
dijo. Había intentado con todas sus fuerzas olvidarse de él, pero no lo había
conseguido.
Había cometido un error al haber ido allí, se dijo unos minutos más
tarde. Lo que tenía que hacer era volver a casa, a su vida, y no volver más
por la iglesia. Pero, en vez de marcharse, se apoyó en la pared y siguió
mirándolo unos minutos más. Pensó que era la mujer más patética del
planeta, ¡una mujer que se enamoraba de un sacerdote!
Cuando supo que la misa estaba llegando a su fin caminó hacia la puerta.
Al llegar a ella se volvió para verlo una vez más, pensando por segunda
vez, que ese hombre siempre sería la mejor de sus fantasías, pero también la
peor de sus pesadillas. De pronto se dio cuenta de que él la estaba mirando.
Abrió la puerta y salió rápidamente.
Se secó las lágrimas con los dedos mientras bajaba los escalones
corriendo. Había tomado una decisión, no volvería por allí nunca más.
Después de la misa Logan entró en la sacristía para cambiarse. Se
maldijo por no haberla terminado unos minutos antes, porque así, tal vez
podría haber hablado con ella. Pero, incluso sin haberlo hecho, estaba
contento. Había ido a verlo y eso significaba algo, se dijo. De pronto pensó
que tal vez hubiera dejado una nota en el cepillo, o que hubiera vuelto a
coger dinero.
Salió de la sacristía y se dirigió hacia allí para comprobarlo. Pero no
había ningún papel y todos los billetes estaban allí. Se preguntó qué estaba
haciendo. Se estaba portando como un irresponsable. Antes miraba el
cepillo una vez a la semana, pero desde hacía casi un mes, lo hacía cada día,
esperando encontrar alguna nota de ella.
Mientras volvía a la sacristía Logan pensó que debería hablar con
alguien, tal vez con un sacerdote, o mejor aún, con su padre. Él era un
hombre sensato y siempre le daba buenos consejos, pero le daba vergüenza.
Llevaba muchos años siendo sacerdote y nunca se había arrepentido, ni
siquiera había tenido la más mínima duda de su vocación. Hasta que ella
apareció en su vida. Sí, estaba convencido de que tenía que hablar con
alguien. Y decidió que la mejor opción sería un sacerdote, porque podría
preguntarle si alguna vez había deseado a alguna mujer desde que lo
ordenaron.
¿Por qué había llegado a esa situación?, se preguntó. Nunca le había
llamado la atención ninguna mujer. Eso no quería decir que no se fijara en
las mujeres, porque no podía evitar mirar a alguna por su atractivo, o por su
cuerpo, pero no volvía a pensar en ello. Y nunca había pensado que
estuviera mal, al fin y al cabo, era sacerdote, pero también era un hombre.
¿Por qué esa chica era diferente?, se preguntó.

Sean contestó a la llamada de su amiga el jueves de la semana siguiente.


—Hola, Kate.
—Hola, Sean. ¿Es mal momento para hablar? Puedo llamarte más tarde.
—No te preocupes, estoy en el estudio diseñando una casa. ¿Cómo
estás?
—Muy bien, ¿y tú?
—También bien. ¿Estáis ya en la casa nueva?
—Sí, el domingo ya dormimos allí.
—Perdona que no te llamara pero, la madrugada del domingo nació el
bebé de uno de mis amigos y estuvimos toda la noche y parte del día
siguiente en el hospital.
—¿Fue todo bien?
—Sí, el niño es precioso y la madre está bien.
—Me alegro.
—¿Os encontráis a gusto en la casa?
—Por supuesto. La casa es una maravilla.
—Gracias. Iba a llamarte para quedar mañana —dijo Sean.
—De eso quería hablarte.
—No me digas que no puedes.
—No es eso. Es que voy a dar una pequeña fiesta en casa mañana.
—¿Una fiesta?
—No pienses que voy a dar una fiesta debiéndote dinero. Tampoco
puede llamarse fiesta, simplemente van a venir las personas que me
importan, para inaugurar la casa. ¿Podrías venir? Tú eres una de esas
personas, y no podría inaugurar la casa, de no ser por ti.
—Iré encantado, cielo.
—Estaba pensando que la vez que tu amigo Ryan vino a casa contigo no
fui muy amable con él, ni siquiera hablamos. ¿Podrías invitarle… sin
compromiso? Si no quiere venir no hay problema. O podrías darme su
teléfono y lo invito yo. Aunque no creo que él quiera que tenga su teléfono.
—A Ryan no le importará que tengas su teléfono, te lo aseguro. Te lo
enviaré tan pronto cuelgue.
—Gracias.
—Llámalo a última hora de la tarde. Por la mañana trabaja en un hospital
y por la tarde en su consulta privada.
—¿Es médico?
—Sí, cirujano.
—En ese caso, quizás no le entusiasme la idea.
—Cielo, le encantará verte de nuevo.
—De acuerdo, le llamaré sobre las ocho de la tarde.
—Perfecto.
—¿Podrías ayudarme en algo?
—Claro, ¿qué necesitas?
—Un consejo.
—Adelante.
—Las personas que van a venir son sencillas y cualquier marca de vino
que me aconseje mi jefe serviría, pero vi que pediste un vino determinado
cuando me llevaste a cenar y, seguramente tu amigo Ryan, siendo médico,
también será un sibarita en cuando a comida y bebida. En cuanto a la
comida no tengo problema, porque va a encargarse el cocinero de mi
trabajo y es muy bueno. ¿Podrías decirme alguna marca de vino para que
compre para vosotros? Va a ser una cena fría y supongo que el vino blanco
irá bien.
—No hace falta que compres nada. ¿Vas a estar en casa en un par de
horas?
—Sí, terminaré en el instituto en media hora y me iré a casa.
—Perfecto. Te enviaré el vino.
—Vale, pero luego te lo pagaré.
—Lo añadiremos al total de la reforma.
—Eres muy amable. Voy a estar pagándote durante años. ¿Crees que
debería comprar también champán?
—Si es una cena fría, el vino será más que suficiente.
—Muy bien.
—¿A qué hora quieres que vayamos?
—¿Crees que os iría bien sobre las ocho o las ocho y media?
—Sí, es una buena hora. Kate, ¿te importaría que llevase a mi hermano?
Su mujer está de viaje.
—Claro, puedes traer a quien quieras, habrá suficiente comida. Un
momento, ¿tu hermano es ese que dijiste que tenía más de doscientos
hoteles?
—Solo tengo un hermano.
—¡Oh, Dios mío!
—No te preocupes, Delaney es un hombre sencillo.
—Seguro que sí. Esta noche no voy a poder dormir.
Sean se rio.
—Te veo mañana, cielo.

Ryan y Jules estaban en casa de Carter cenando. Al terminar en el


hospital habían decidido ir a ver a Ellie, que había tenido el bebé cuatro días
atrás, para ver cómo se encontraban los dos. Logan estaba con ellos. Ryan
recibió una llamada de un número desconocido y contestó, por si era algún
paciente.
—¿Diga?
—¿Ryan?
—Sí.
—Soy Kate.
—¿Kate?
Logan lo miró al escuchar el nombre.
—Puede que no me recuerdes, y no me extraña porque no fui muy
amable contigo. Fuiste a mi casa con Sean hace unas semanas.
—¡Kate! Ah, hola. No había caído, y tenía que haberte reconocido
porque tienes una voy preciosa.
—Gracias. Te preguntarás por qué te llamo.
—Sí, admito que me pregunto la razón. Por cierto, ¿cómo has
conseguido mi teléfono?
—Me lo ha dado Sean. Espero que no te haya molestado que me lo diera.
—No me ha molestado en absoluto.
—Lo he llamado esta mañana para invitarlo a una fiesta. Bueno, en
realidad no será una fiesta, solo una reunión. Voy a inaugurar mi nueva casa
y he invitado a algunos amigos a cenar mañana. Y he pensado en ti.
—Vaya, ¿me consideras tu amigo?
—No.
—Cielo, acabas de romperme el corazón.
—No digas tonterías. A Sean sí lo considero un amigo, pero porque
hemos hablado mucho las últimas semanas. Además, gracias a él tengo esta
casa, y será mi invitado principal. Pero quiero que vengas también. Eso si te
apetece y no tienes ningún otro compromiso.
—¿Me estás invitando a tu fiesta?
—Tampoco hace falta que te emociones. No va a ser una fiesta con
invitados millonarios a las que estarás acostumbrado. Es solo que, cuando
tú y yo nos conocimos no te presté mucha atención, fui algo grosera, y
quería arreglar eso. Pero no hace falta que vengas, si no quieres. Solo pensé
que podríamos hablar y conocernos un poco.
—¿Quieres que nos conozcamos?
—Con ello no me refiero a que quiera salir contigo ni nada que se le
parezca, pero suelo ser una persona agradable y contigo no lo fui.
—Estaré encantado de ir a tu fiesta. Y me gustará que hablemos y nos
conozcamos.
—De acuerdo. Sean vendrá sobre las ocho con su hermano.
—¿Delaney irá?
—Increíble, ¿verdad? —dijo ella con sarcasmo—. Entiendo
perfectamente que te extrañe que otro millonario vaya a venir a mi fiesta.
Pero es solo porque su mujer está de viaje y Sean no quería que estuviera
solo.
Ryan sonrió al escuchar la excusa que había dado Sean para que Delaney
fuera a la fiesta.
—Tampoco me ha extrañado tanto. Cariño, ya que permites que Sean se
lleve a su hermano, ¿te importa que lleve a unos compañeros del hospital?
Había quedado con ellos para cenar mañana.
—Claro que no. Me encargaré de que haya suficiente comida. Puedes
traer a quien quieras. Aunque no sé porqué podría interesarles mi casa a tus
amigos.
—Sean es un arquitecto muy importante en la ciudad. Todos ellos son
amigos suyos y lo aprecian.
—Yo puedo constatar que es un arquitecto fuera de serie. Mi casa es una
maravilla.
—Me alegro de que te guste.
—Desde que nos mudamos el domingo todos andamos por la casa con
absoluto cuidado para no manchar ni romper nada. Bueno, todos no, mi
hermano pequeño es autista y sigue con la misma rutina que tenía en la otra
casa.
—Eso es importante para los que padecen la enfermedad.
—Sí. Le he dicho a Sean que vinieran sobre las ocho. ¿quieres que te
envíe la dirección?
—No hace falta, cielo, seguramente iremos todos juntos.
—Vale.
—Me muero de ganas por verte.
—Ya. Hasta mañana.
Ryan colgó y guardó el móvil en el bolsillo.
—Era Kate.
—¿Kate? ¿La Kate de Sean? —preguntó Ellie.
—Sí. Me ha invitado a la inauguración de su casa —dijo con una amplia
sonrisa en los labios.
—¿Y por qué estás tan contento? —preguntó Logan.
—Si conocieras a esa chica no lo preguntarías. Es un auténtico bombón.
—¿Y crees que es tu tipo?
—Esa chica es el tipo de cualquier hombre. Le he preguntado si podía
llevar a unos compañeros del trabajo y me ha dicho que puedo llevar a
quien quiera.
—¿Vas a llevar a alguien? —preguntó Ellie.
—Podréis acompañarme los que queráis.
—¿Por qué íbamos a querer ir contigo? —preguntó Logan de nuevo,
muy molesto y preocupado porque sus amigos la conocieran—. Ni siquiera
la conocemos.
—Cada vez que hemos hablado de ella habéis dejado claro que queríais
conocerla.
—Yo nunca he dicho que quisiera conocerla.
—Porque tú eres sacerdote y no te interesan las mujeres. Delaney irá con
Sean.
—Delaney se está volviendo un cotilla —dijo Carter—. ¿Os habéis dado
cuenta de cómo ha cambiado desde que se casó con Tess?
—No es un cotilla, lo que pasa es que es un controlador nato y quiere
estar al corriente de todo lo que sucede a su alrededor —dijo Ellie, la mujer
de Carter—. Y solo ha cambiado respecto a su familia y amigos. Nathan
dice que en los negocios sigue siendo agresivo y prepotente. Me encanta
cuando se muestra arrogante y engreído. Aunque, es tan guapo, que puede
permitírselo.
—Estoy de acuerdo contigo —dijo Jules, que era gay.
—No sé si te has dado cuenta de que estoy sentado a tu lado —le dijo su
marido—. ¿Tengo que empezar a pensar que te gusta Delaney?
—No digas tonterías, cariño, para mí no hay nadie como tú, pero no
estoy ciega —dijo ella besándole en los labios.
—¿Vais a acompañarme? —preguntó Ryan.
—Yo me apunto —dijo Jules—. Quiero comprobar si es cierto todo lo
que Sean ha dicho de esa chica.
—Yo iría si estuviera recuperada del todo —dijo Ellie—, pero Carter sí
irá.
—¿Yo? —dijo su marido.
—Sí, tú. Así me darás tu punto de vista cuando conozcas a esa chica. Y
tenéis que prestar todos atención al comportamiento de Sean cuando esté
con ella.
—¿Crees que hay algo entre ellos? —preguntó Jules.
—No los he visto juntos y no puedo saberlo. Seguro que Tess también le
pedirá a Delaney que esté pendiente de ellos. Y no me extrañaría que
Lauren le pidiera a Nathan que os acompañara también. Puede que incluso
vaya ella.
—En ese caso iré —dijo Carter—. ¿Te apuntas, Logan?
—No. No tengo ganas de fiestas.
—¿No tienes interés en conocer a esa chica y a sus hermanos?
—No, ninguno.
—¿No creéis que Logan está raro últimamente?
—Será porque no ha visto a la ladrona de su iglesia desde hace tiempo—
dijo Carter mirando a su amigo y sonriendo.
—¿Cuándo la viste por última vez? —preguntó Ryan.
—Hace tres días.
—¿Ha vuelto por la iglesia?
—Sí.
—No nos lo habías dicho. ¿Hablaste con ella? —preguntó Ellie.
—No. Estaba oficiando misa, pero la vi marcharse.
—¿Se llevó dinero? —preguntó Carter.
—No.
—Entonces, ¿para qué fue?
—Puede que para asistir a misa.
—Eso no te lo crees ni tú —dijo Jules.
—¿Te has planteado que puedas gustarle a esa chica? —preguntó Ryan.
—¿Por qué iba a preguntarme una estupidez como esa? Soy sacerdote,
¿lo has olvidado? Las mujeres no se sienten atraídas por los curas, todo lo
contrario.
—Pero, tú no eres un cura normal —dijo Ellie—. Y vas por la vida sin
sotana, sin alzacuellos, exhibiendo tu belleza, y tentando a las mujeres.
—Vaya, preciosa, eres muy amable. Y, por si no estás al corriente, no es
obligatorio llevar sotana. Y siempre me pongo alzacuellos para estar en la
iglesia, menos cuando lo olvido —dijo sonriendo—. Odio llevarlo.
—Pues un hombre con tu aspecto debería llevar ambas cosas siempre.
Todos se rieron.

Kate estaba nerviosa. La casa estaba impecable. Sus hermanos estaban


vestidos correctamente y la comida estaba expuesta en la mesa del comedor,
que estaba cubierta con una preciosa mantelería a juego con los platos, y
sobre la barra de desayuno, aunque había más comida en la bancada de la
cocina y en la nevera. Había platos, copas y cubiertos a un lado de la mesa.
El vino, los refrescos y la cerveza estaban en la nevera. Estaba segura de
que no faltaría comida ni bebida. Y ella estaba vestida. Su hermano la había
acompañado a comprar un vestido para la ocasión. Era ceñido, color
burdeos y con cuello de barco, que le sentaba de maravilla. Llevaba unos
zapatos, que había comprado junto con el vestido, con un tacón de diez
centímetros, lo que hacía que midiera un metro ochenta y cinco centímetros
de altura. Se había recogido el pelo en lo alto, dejando algunos mechones
sueltos, obra de su amiga Lucy, la camarera del restaurante donde ambas
trabajaban.
—Relájate, Charity. Estás preciosa. Y todo está organizado a la
perfección.
—Gracias, Bradley.
Kate no llevaba joyas, más que nada, porque no tenía ninguna. Las pocas
cosas que tenía antes de ir a la universidad y las de su madre, que no eran
muchas y de poco valor, las había vendido para poder comer. Pero no le
hacía falta lucir joyas, porque esa chica brillaba con luz propia. Solo llevaba
máscara de pestañas y lápiz de labios rojo. Y estaba espectacular.
A las ocho comenzaron a llegar los invitados. En la casa ya estaba
Steven, el amigo de Bradley y Lucy. Los chicos se habían encargado de
poner música de ambiente y habían encendido la chimenea.
Max, el jefe de Kate y su amigo Tom, el dueño de la casa donde vivía
Kate, fueron los primeros en llegar. Henry, el dueño de la ferretería fue el
siguiente. A continuación llegaron William y Sandra, dos profesores y
compañeros de Kate en el instituto. Kate no los consideraba amigos suyos,
pero habían ido a tomar café en alguna ocasión y se llevaban muy bien.
Taylor estaba en uno de los sofás leyendo un libro. Dexter estaba sentado
en la alfombra a su lado y tenía un puzle a medio hacer sobre la mesita de
centro del salón y un montón de cuadernos de entretenimientos junto a él.
Kate no había querido molestarlo diciéndole que dejara de jugar. Sabía que
él estaría ausente de lo que sucedía a su alrededor y no molestaría a nadie.
Pero de todas formas, Taylor se ocuparía de vigilarlo.
Kate se disculpó con quien estaba hablando y fue a abrir la puerta. Al ver
a Sean sonrió.
Él arquitecto entró en la casa y ella lo abrazó.
—Vaya, cielo, estás guapísima.
—Muchas gracias, Sean. Pasad, por favor —dijo mirando a los hombres
que había tras él.
Cuando todos estuvieron dentro, Kate se quedó mirando el desfile de
hombres que había en su recibidor.
—Hemos venido algunos más —dijo Ryan sonriéndole—. Hola,
preciosa.
—Hola —dijo ella besándolo en la mejilla—. Me alegro de que hayas
venido.
—No me lo habría perdido por nada del mundo. Quiero que conozcas a
mis compañeros de hospital. Él es Carter, que ha tenido un bebé hace unos
días.
—Hola, Carter —dijo ella besándolo—. Felicidades. Espero que tu
mujer y tu pequeño estén bien.
—Hola, Kate. Los dos están perfectamente, gracias. ¿Cómo sabes que es
un niño?
—Me lo dijo Sean.
—A Ellie, mi mujer le habría gustado venir, pero aún no está recuperada
del todo.
—Ya lo supongo. Puede que la conozca en otro momento.
—Seguro que sí.
—Y él es Jules —dijo Ryan.
—Hola, Jules. Me alegro de conocerte —dijo ella besándolo.
—Yo también. Sean nos ha contado maravillas sobre ti y tus hermanos.
—Sean es adorable.
Delaney miró a su hermano y sonrió.
—Nunca había oído a nadie llamarte adorable, ni siquiera a mamá —dijo
Delaney.
Kate miró a aquel hombre, tenía una belleza sobrecogedora y era una
maravilla. Sean se parecía mucho a él, pero sin duda, ese hombre era mucho
más atractivo, más maduro, más… Más de todo.
—Supongo que eres el hermano de Sean. Os parecéis muchísimo.
—Sí, soy Delaney —dijo besándola en la mejilla.
—Yo soy Kate.
—Lo sé. Sean no deja de hablar de ti. Espero que no te moleste que haya
traído a un amigo. Él es Nathan.
—Por supuesto que no. Las fiestas son más divertidas con más personas.
Hola, Nathan —dijo besándolo.
—Hola, preciosa. Ya tenía ganas de conocerte.
—Parece que Sean os ha hablado a todos de mí, pero a mí no me ha
hablado de vosotros, excepto de ti —dijo Kate mirando a Delaney.
—Menudo honor —dijo Delaney mirando a su hermano.
—Supongo que tendríais cosas más importantes de qué hablar —dijo
Nathan.
—Acompañadme, os presentaré a los demás.
Tanto Sandra, la compañera de instituto de Kate como Lucy, la camarera
del restaurante, estaban embobadas mirando el despliegue de hombres,
vestidos todos con traje y que parecían modelos de algún anuncio de
televisión. Ambas habían reconocido a Delaney, porque lo habían visto
muchas veces en las revistas y en la televisión. Y luego habían ido
reconociendo a los demás, que también habían salido en las revistas varias
veces.
Kate les presentó a todos y, a pesar de lo que había pensado antes de que
llegaran, esos hombres se integraban entre la gente sencilla que los
rodeaban, como si fueran uno de ellos.
Poco después llegaron Peter, el camarero del restaurante de Max, y Jack,
el cocinero. Kate los abrazó a los dos y les enseñó la casa, como había
hecho con todos los invitados, y les encantó.
Uno de los momentos en que Kate estaba con su hermana miró a esos
hombres que, aunque no se lo propusieran, destacaban entre los demás
invitados por su elegancia y por su belleza. Ella nunca se había parado a
pensar qué clase de hombres le gustaban, porque no quería mantener
relación con ninguno y, además, se fijaba más en la forma de ser de las
personas que en el aspecto físico. Pero ahora, contemplándolos, se dijo que
le gustaba tener contacto con hombres de esos, altos, fuertes y atractivos. Y
de pronto se dio cuenta de que su sacerdote encajaría perfectamente con
ellos.
Estaba loca por Logan, eso lo tenía muy claro, pero esos hombres eran
una auténtica maravilla. Y los encabezaba Delaney Stanford. Ese hombre
parecía el lider de los ángeles caídos: hermoso, majestuoso y… letal.
Llevaba un traje negro y la camisa del mismo color. Y era absolutamente
devastador. Él era quien llamaba la atención de todas las mujeres que había
presentes. Y era lo que parecía: un hombre carismático, elegante, sexy y
poderoso.
Fue una fiesta muy animada. La clase y la sofisticación del grupo de
amigos de Sean, se combinaba a la perfección con la sencillez del resto de
los invitados. Estuvieron todos hablando de temas diferentes mientras
comían.
Delaney y Nathan se habían sentado en uno de los sofás para contemplar
cómo Dexter, el hermano pequeño de Kate, hacía un puzle. Estaban
fascinados, porque el niño no tenía que probar si las piezas encajaban en su
lugar, simplemente, cada una que cogía era la indicada.
—Tu hermano es muy inteligente, ¿eh? —preguntó Delaney a Taylor,
que estaba sentada a su lado.
—Sí. Te aseguro que no es nada divertido hacer un puzle con él. Puede
hacer uno de mil piezas en unos pocos minutos.
—Es fascinante —dijo Nathan, que estaba sentado en el otro sofá.
—Y eso que no lo habéis visto hacer un puzle del revés —dijo la niña.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Nathan.
—Con las piezas boca abajo, sin que se diferencien por los colores,
porque son todas del mismo color. Su mente es prodigiosa. Es como si al
ver todas las piezas desordenadas sobre la mesa, las viera en su mente ya
encajadas unas con otras, como si estuviera viendo una foto de ellas.
Empieza con la primera y va cogiendo las piezas una a una y colocándolas
en su lugar, sin ni siquiera probarlas.
—Estoy impresionado. ¿Es con todo así? —preguntó Delaney.
—Con todo lo que ve sí.
—Danos otro ejemplo.
—Cuando ve un mapa a escala es capaz de saber los kilómetros que hay
de un lugar a otro sin hacer ninguna operación, solo con verlo,
independientemente de lo alejados que estén.
—Fascinante —dijo Nathan.
—Sí que lo es. También es muy bueno con los números. Puede hacer
cualquier operación, por complicada que sea, mentalmente. Y nunca se
equivoca.
—Es alucinante —dijo Delaney, que no salía de su asombro.
—Y sin embargo, en las cosas sencillas del día a día, es terrible. Ha de
seguir una rutina y un orden y si lo sacan de ahí entra en cólera. Nosotros lo
conocemos bien y procuramos no alterarlo. Además, con nosotros se siente
seguro. No le gustan los extraños.
—Entonces no estará pasándolo muy bien con todos nosotros aquí. Hay
muchos extraños a su alrededor —dijo Nathan.
—Cuando sucede algo así se evade. Se concentra en sus cosas o en leer y
es como si no estuviera aquí.
—Es una enfermedad extraña —dijo Delaney.
—¿Sabes si todos los niños autistas son tan inteligentes? —preguntó
Nathan.
—No todos.
—¿No tiene problemas en el colegio? —preguntó Delaney.
—Va a un centro neuropsiquiátrico. Es un colegio especializado para
niños como él. Allí se siente seguro.
—Esos colegios suelen ser caros —dijo el abogado.
—Sí, lo sé. Por eso, a veces mi hermana tiene problemas, cuando se
rompe algo y tiene que desembolsar un dinero extra que no esperaba. Pero
ahora se van a terminar los problemas.
—¿Por qué? ¿Le ha tocado la lotería a tu hermana? —preguntó Delaney
sonriéndole.
—No —dijo la niña riendo—. Mi hermana no compra lotería, no cree en
la suerte. Pero vamos a estar más de un año sin pagar alquiler.
—¿Y eso?
—Porque ella se va a hacer cargo del total de la reforma y Tom, el dueño
de esta casa, le ha dejado un tiempo sin pagar. Y después de un año solo
pagará doscientos dólares de alquiler. Kate dice que en poco más de un año
le pagará todo el dinero que le debe a Sean. Él le ha dicho que le pague
cada mes lo que pueda. Kate dice que es una buena persona.
—Y no se equivoca —dijo Delaney.
—Parece que Sean y tu hermana se llevan muy bien —dijo Nathan.
—Sí, son buenos amigos. Y me alegro, porque mi hermana necesita
distraerse. Se ven un día a la semanas. A veces viene él a cenar a casa, pero
últimamente, Sean la invita a cenar fuera. Kate siempre dice que se divierte
mucho con él.
—Tú eres una chica lista, ¿crees que hay algo más que amistad entre
ellos? —preguntó Delaney, muy interesado en la respuesta.
—No, solo son amigos. Mi hermana está enamorada de un hombre, y ese
hombre no es tu hermano.
—¿Sabes quién es? ¿Lo conoces?
—Lo he visto una sola vez, pero no voy a hablaros de él.
—¿Por qué? —preguntó Nathan.
—Porque no, lo siento.
—No te preocupes, cielo.
Delaney miró a Kate, que estaba junto a la barra de desayuno hablando
con Ryan. De pronto, ella se rio. Nathan miró a la niña al verla sonreír.
—¿Por qué sonríes? —preguntó el abogado.
—Me gusta ver a mi hermana contenta. Se preocupa tanto por nosotros y
trabaja tanto para que no nos falte de nada, que no tiene tiempo para
dedicarse a ella. Hoy está muy guapa, ¿verdad?
—Sí —dijeron los dos hombres al mismo tiempo, sin apartar la mirada
de Kate.
—Bradley la obligó a ir con él de compras, y se compró el vestido que
lleva puesto y los zapatos.
—Ese vestido le sienta realmente bien —dijo Delaney observándola.
—Sí. Hacía años que no se compraba ropa, hasta que apareció Sean en
su vida. Su primer vestido lo compró la primera vez que él la invitó a cenar.
Este es el segundo que compra.
—¿Estás segura de que a Kate no le gusta Sean? —preguntó de nuevo
Nathan.
—Completamente segura.
Delaney miró a su alrededor. Kate seguía hablando con Ryan y con Lucy,
que acababa de unirse a ellos. Carter estaba hablando con el cocinero y el
camarero del restaurante donde trabajaba kate. Se dio cuenta de que el
camarero no apartaba la vista de Kate, al igual que el dueño de la ferretería,
que estaba hablando con Sean, el jefe de kate y Tom, el dueño de la casa.
Jules estaba hablando con los dos profesores del instituto. El hermano de
Kate y su amigo estaban comiendo en la cocina. Pensó que a todas las
personas que había allí les importaba mucho Kate, y también sus hermanos.
Se dio cuenta de que a Sean e, incluso a él mismo, le importaba esa chica, y
apostaba a que desde esa noche, les importaría también a sus amigos.
Los invitados comenzaron a marcharse. Los primeros fueron el cocinero
del restaurante, que solo había ido cuarenta y cinco minutos, y el barman,
que también había abandonado el trabajo solo para ir a ver la casa y a su
compañera. El jefe de Kate y Tom les siguieron. Bradley y su amigo se
habían ido diez minutos atrás para ver a sus amigos. Lucy, la camarera, se
marchó con los profesores, que se ofrecieron a llevarla a casa. El grupo de
amigos se quedaron hasta el final. Kate los acompañó al recibidor.
—A todos les ha encantado el apartamento —dijo ella mirando a Sean
orgullosa.
—A nosotros también —dijo Delaney—. Me habría gustado traer a mi
mujer para que la conocieras.
—La mía también habría disfrutado en la fiesta, y conociéndote —dijo
Nathan.
—Puedes apostar a que la mía también —añadió Carter.
—Tal vez nos conozcamos en otra ocasión —dijo kate.
La chica abrazó a los tres hombres, dándoles las gracias de nuevo por ir
a su casa.
—A ti tengo que darte las gracias de manera especial —le dijo a Sean—.
Sin ti no podría haber habido fiesta.
—Yo no he hecho nada.
—Nos has dado una casa. Has convertido un garaje mugriento y
destartalado en un hogar cálido y acogedor.
—El hogar lo habéis hecho vosotros viviendo aquí.
—Gracias, por todo. La próxima vez que vengas te llevarás el vino que
ha sobrado. Fuiste un exagerado enviándome dos cajas.
—Quédatelo para cuando venga a cenar con vosotros y para cuando te
apetezca una copa.
—Vosotros podéis acompañarlo siempre que queráis.
—Gracias —dijo Delaney—, pero creo que la próxima vez debes ser tú
quien nos visite. Me encargaré de que todos vayan un día a mi casa y te lo
haré saber para que vayas. Así conocerás a nuestras mujeres.
—Delaney, yo no voy ligera de equipaje, donde voy yo tienen que ir mis
hermanos, al menos los dos pequeños.
—Mi casa es grande.
—Y yo tengo una hija de la misma edad que tu hermana y seguro que
congeniarán —dijo Carter.
—Bueno, ya veremos. Gracias de nuevo por venir.
Kate cerró la puerta cuando se marcharon y se apoyó en ella suspirando.
Hacía muchos años que no había flirteado con un hombre. De hecho,
puede que nunca lo hubiera hecho. Pero recordaba el tiempo en que una
sencilla insinuación le alteraba la respiración y la hacía sentir intranquila. Y
esa noche lo había vuelto a experimentar. Los hombres que habían ido con
Sean, él incluido, habían flirteado con ella a la más mínima oportunidad.
Parecía físicamente imposible que dijeran dos frases seguidas sin que algo
en ellas sonara a flirteo, incluso los tres casados. Y Kate se había sentido
abrumada y desconcertada, porque no había sabido seguirles el juego, o eso
pensaba. Ellos lo hacían con total normalidad, como si lo hicieran cada día.
Y pensó que esa era la razón, esos hombres eran unos seductores
profesionales y no sabían comportarse con una mujer de otra forma. Y no
era que estuvieran echándole los tejos, simplemente era su forma de ser.
Además, los tres casados no habían dejado de hablar de sus mujeres, sin
duda estaban locos por ellas.
Kate se incorporó y se dirigió a su habitación para cambiarse. Mientras
lo hacía pensaba que estaba atravesando una etapa en la que no podía
pensar en los hombres. Bueno, una etapa que duraba ya varios años. Pero
eso no significaba que no apreciara un buen ejemplar cuando lo veía. Y
todos esos hombres eran ejemplares de primera.

El grupo de amigos se reunió en casa de Carter al día siguiente, después


de que los hombres e Eve, la hija de Carter, fueran a jugar el partido, como
cada sábado. Y, por supuesto, la conversación se centró en la fiesta de Kate
del día anterior.
—Delaney me dijo anoche que lo pasó muy bien en la fiesta —dijo Tess.
—Yo también lo pasé muy bien —dijo Carter.
—Creo que todos estamos de acuerdo —dijo Ryan.
—Desde luego, Sean, creo que te has esmerado con la casa de esa chica
—dijo Jules—. Cuando entré me acordé de la foto que nos habías enseñado
del local, antes de empezar la reforma, y te aseguro que me sorprendió
gratamente.
—Gracias.
—Y a vosotras os podría decir lo mismo. Los muebles que comprasteis
son sencillos, pero fantásticos.
—Y las alfombras, una maravilla —añadió Nathan.
—A mí lo que más me gustó fue la chimenea encendida, daba a la casa
un toque de hogar increíble —dijo Carter.
—¿Sabéis? Después de haber hablado con Kate y con todos los que
asistieron a la fiesta, me reafirmo más en que esa chica es excepcional —
dijo Nathan.
—Totalmente de acuerdo —dijo Delaney—. Y también me gustan sus
hermanos. Bradley, el mayor es un chaval muy responsable, para ser un
adolescente de diecisiete años. Sin duda Kate lo ha educado bien. Es
amable, educado y, además, buen estudiante.
—Y no hay duda de que adora a Kate. Se le nota, simplemente, en la
forma de mirarla —dijo Carter.
—Es cierto —dijo el abogado—. Y Taylor, la niña, es un cielo. Me
recordaba a Eve. Parece ser que también es buena estudiante. Al principio
me pareció tímida, pero Delaney y yo estuvimos un rato sentados con ella y
habló bastante.
—Excepto cuando le pregunté si creía que había algo más que amistad
entre Sean y su hermana. Dijo rotundamente que no, porque Kate estaba
enamorada de otro hombre —dijo Delaney.
—¿De quién? —preguntó Ellie.
Logan miró a Delaney preocupado por si ella le había mencionado algo
sobre un sacerdote. No es que pensara que Kate estuviera enamorada de él,
pero sabía que él no le era indiferente.
—No quiso decírnoslo. Pero, aunque no sepamos quien le gusta a Kate,
sí sabemos que en la fiesta había cuatro hombres que están locos por ella —
dijo Delaney.
—¿Alguno de vosotros estáis entre esos cuatro? —preguntó Lauren a los
solteros.
Todos negaron con la cabeza.
—Uno era el barman, que trabaja en el mismo restaurante que Kate. No
le quitó la vista de encima durante el tiempo que estuvo en su casa. Y os
aseguro que no le hacía ninguna gracia que ella hablara con ninguno de los
que estábamos allí —dijo Delaney.
—Nos lo dijo cuando Ryan y yo fuimos a cenar al restaurante donde
trabaja Kate —dijo Sean—. Le gusta desde hace años.
—¿Quién era otro? —preguntó Tess.
—El dueño de la ferretería que hay cerca de su casa. Tendrá poco más de
treinta años. Parece serio, pero cuando hablas con él es muy agradable, y un
hombre muy culto —dijo Nathan—. No la miraba de forma insistente, pero
digamos que nunca la perdía de vista.
—Ese hombre sería un buen partido para ella, tiene cuatro ferreterías y
todas funcionan muy bien —dijo Jules—. Estuve hablando un buen rato con
él y me da la impresión de que sería un buen marido para Kate.
Logan apretó los dientes al escucharlo.
—Otro es el profesor de matemáticas del instituto donde trabaja Kate —
dijo Carter—. Me dijo que era una chica fantástica y una profesora
increíble. Y que estaba colado por ella desde que fue a trabajar al instituto.
Me pareció una buena persona, la verdad es que me cayó muy bien.
—Vaya, esa chica tiene al barrio revolucionado —dijo Ellie.
—Y a esos tres hay que añadir al amigo del hermano de Kate. No puede
disimular que le gusta, y no desde hace poco, apostaría que desde que la vio
por primera vez —dijo Delaney sonriendo.
—¿Y no estará interesada en ninguno de ellos? Excepto del amigo de su
hermano, por supuesto —dijo Tess.
—No —dijo Ryan—. Yo estuve mucho tiempo hablando con ella y sé
que el hombre que le interesa no estaba en la fiesta.
—No estarás muy contento —dijo Ellie sonriendo—, una mujer que
estuvo mucho tiempo a tu lado y no sintió interés por ti.
—La verdad es que me fastidió bastante, no creas —dijo el cirujano
sonriendo—. Estuve flirteando con ella, y me devolvía los flirteos, pero se
notaba que habría preferido escucharlos de otro hombre. La verdad es que
me gustaría saber quién ese hombre.
—¿Para compararlo contigo? —preguntó Lauren.
—Bueno, me gusta saber con quien voy a competir —dijo Ryan.
—No vas a competir con nadie, porque no vas a acercarte a ella —dijo
Sean.
—Vaya, vaya. ¿Estás seguro de que no eres tú el hombre de quien está
enamorada? —preguntó Ryan.
—Por supuesto que estoy seguro. Ya te dije que esa chica no es como las
mujeres a las que estamos acostumbrados.
—Eso no hace falta que lo digas, lo sé perfectamente.
—En ese caso, te darás cuenta, de que no puedes tontear con ella.
—¿Por qué? Ella también tonteó conmigo —dijo Ryan.
—Apuesto a que ni siquiera sabía que lo estaba haciendo —dijo Sean.
—Ahora que lo dices, es posible. Y puede que ni siquiera supiera que yo
estuviera flirteando con ella —dijo Ryan sonriendo.
—Esa chica no se merece una aventura de unos cuantos días y que luego
la abandonen —dijo Sean.
—¿Cómo sabes que no está interesada en una aventura sexual? Por lo
que dijiste el otro día, no ha tenido muchas relaciones con hombres. Y,
además, ¿por qué piensas que solo estoy interesado en acostarme con ella?
Quizás me guste para mantener una relación seria.
—No digas tonterías, Ryan, todos sabemos que no es el caso —dijo
Louise.
—Vale, tenéis razón. De momento no estoy interesado en salir en serio
con nadie.
—Esa chica necesita a un hombre que se enamore de ella y que no le
importe el equipaje que arrastra, que es muy pesado. Necesita a alguien con
quien compartir su vida y sus problemas —dijo Sean.
—Tú podrías ser ese hombre —dijo Tess, su cuñada.
—¿Yo?
—Eres un hombre responsable, trabajador, guapo y rico. Tú podrías
solucionar cualquier problema que se le presentara a esa chica. Y nos has
dicho, varias veces, lo guapa y lo fantástica que es. El mayor problema sería
que tiene un hermano enfermo.
—No me importaría ser ese hombre, te lo aseguro. Y me caen muy bien
todos sus hermanos, incluido el pequeño, a pesar de su enfermedad.
Lástima que Kate esté enamorada de otro.
—A mí también me cayó muy bien el pequeño. Es un niño fascinante —
dijo Delaney.
—Muy cierto —dijo Nathan.
—He estado pensando en algo desde que lo conocí —dijo Delaney.
—¿En qué? —preguntó su abogado.
—Ese niño es extraordinariamente inteligente. Y estaba pensando que tal
vez estaría bien abrir un colegio especializado en niños con su enfermedad.
—Hay muchos centros especializados en todo el país. De hecho, el
hermano de Kate va a uno de ellos —dijo Sean.
—Lo sé. Pero me refiero a que sea un centro gratuito. Tengo entendido
que Kate paga una elevada suma de dinero cada mes. Un lugar estable y con
los mejores profesores y profesionales. Son personas que, por su elevado
nivel de enfermedad, no podrían encontrar trabajo, pero yo podría darles
trabajo a los más inteligentes. Taylor me dijo en la fiesta que su hermano
seguía una rutina en su casa y que cuando se salían de ella se alteraba. En el
trabajo también podría tener una rutina.
—¿Y los menos inteligentes qué? —preguntó Tess, su mujer.
—No estoy diciendo que a los que no son inteligentes no los fuera a
admitir en el colegio, todo lo contrario, recibirían la misma educación y
tratamiento que los demás. Solo digo que les ayudaría a prepararse para un
trabajo determinado y que les daría empleo a los que tengan una
inteligencia superior.
—Yo creo que es una idea genial —dijo Lauren—. En tu empresa de
informática encajarían de maravilla.
—Y también en el departamento de contabilidad —dijo Nathan.
—Sí, sobre todo el hermano de Kate, que es un genio con todo lo
relacionado con los números —dijo Delaney—. Nathan, empieza a buscar
información sobre ello.
—De acuerdo.
Capítulo 9
Kate se pasaba el día pensando en Logan, y aparecía en su mente
cuando dormía. Pensaba en sus ojos, aquellos ojos que la tenían fascinada.
Y en su boca, esa boca que a veces mostraba en sus labios el descaro. Y en
su forma de hablar, con esa voz que hacía que se estremeciera. Se había
propuesto no volver a verlo, porque sabía que todo sería más fácil si no
volviera a ir a la iglesia. Pero también sabía que lo deseaba con cada fibra
de su ser.
Desde el día de la fiesta de inauguración de su casa había pensado en él
con mayor intensidad. Quizás fuera porque al ver a Sean y a sus amigos,
había pensado que Logan era como ellos, que pertenecía a la misma clase
de hombres, que era de su mismo estilo. Tal vez porque lo había visto con
traje en una ocasión.
Había intentado evitar la tentación, pero el martes de la siguiente semana
ya no lo pudo resistir más. aprovechó que tenía dos horas libres en el
trabajo. Y allí estaba, de nuevo en la iglesia, sin poder negar lo que sentía
por él, y deseándolo con todas sus fuerzas. Pero esa vez no se escondió. Se
sentó en uno de los bancos del centro y estuvo contemplándolo mientras
oficiaba la misa.
Logan reparó en ella. Por un lado se alegró de verla, pero también se
preocupó, porque cuando estaba cerca de esa mujer se sentía aturdido. Ella
hacía que la sangre le hirviera y le obligaba a estar alerta y en tensión.
La misa acabó y, mientras Logan se cambiaba, rezó para que ella no se
marchara. Poco después salió de la sacristía vistiendo vaquero, un suéter y
una cazadora.
Kate lo miró embobada mientras caminaba hacia ella. Sin lugar a dudas,
ese hombre era digno de mirar y de admirar. Kate sonrió al pensar que no
podía ni respirar cuando él estaba cerca.
En el recorrido lo habían parado muchos de los feligreses para saludarlo
y felicitarlo por el sermón de ese día, pero Logan no había perdido de vista
a Kate ni un instante, temeroso de que se marchara.
Mientras se acercaba adonde se encontraba ella, se imaginó lo excitante
que sería tenerla desnuda en su cama. Se maldijo a sí mismo, intentando
deshacerse de ese pensamiento perturbador. Desde que la había visto la
última vez, no había dejado de tener fantasías sexuales con ella.
No comprendía a qué se debía la obsesión que tenía con esa mujer. Sus
contestaciones rápidas y su mirada desafiante lo impactaban. Aunque
también le fascinaba la belleza de su rostro y la intensidad del azul de sus
ojos. Necesitaba averiguar cosas de ella. Quería conocerla a fondo. ¡Joder,
lo que quería era follarla hasta dejarla exhausta!
Logan se detuvo junto al banco en el que Kate estaba sentada. Tuvo que
respirar profundamente varias veces para poder controlar aquel fuego que le
quemaba cuando estaba cerca de ella.
—Hola, Kathleen.
—Hola, Logan.
—¿Te importa que me siente a tu lado?
—Es tu iglesia, puedes hacer lo que quieras.
Él se sentó junto a ella y apoyó la espalda en el respaldo del banco, pero
no la miró.
—Siempre me siento cohibido cuando soy el centro de atención.
—Pues será muy a menudo, sobre todo cuando hay mujeres a tu
alrededor —dijo ella también sin mirarlo.
—Y tú has estado mirándome desde que has entrado en la iglesia —dijo
él ignorando sus palabras.
—Es difícil no mirarte.
Logan no quería sentirse halagado por sus cumplidos, pero lo estaba, y
mucho.
—Estoy acostumbrado a ser yo quien observa —dijo girando la cabeza
para mirarla con una sonrisa de lado, que conquistó un poco más el corazón
de Kate.
—Me he dado cuenta de que es una tontería esconderme. De todas
formas, los dos sabemos que estoy aquí por ti.
—No creo que te haya dado pie para que te sientas atraída por mí.
—No necesitas hacer nada para atraerme.
—No deberías olvidar que soy sacerdote.
—No lo olvido, te lo aseguro.
Kate miró a su alrededor. Todas las personas que habían ido para asistir a
la misa ya se habían marchado. No quedaba casi nadie en la iglesia, solo
cuatro personas que permanecían en los primeros bancos. Seguramente
porque era la hora de comer.
—Gracias por el dinero que me llevaste a casa.
—De nada. Pero, como le dije a tu hermano, te lo habría dado, si me
hubieras dicho que estaban en apuros.
—Ya lo sé para la próxima vez —dijo ella sonriéndole.
—¿Sigues teniendo problemas de dinero?
—No, todos mis problemas se han solucionado, prácticamente de la
noche a la mañana.
—Me alegro.
—No había vuelto por aquí desde hacía más de un mes.
—Viniste el lunes de la semana pasada.
—No sabía que me habías visto. ¿Llevas la cuenta de los días que
vengo?
—Tengo buena memoria.
—Es cierto que vine, pero no hablamos.
—Pensé que me esperarías, pero por lo visto tenías mucha prisa por
marcharte.
—No sabía que querías verme. De haberlo sabido te habría esperado.
Ese día no debí venir.
—¿Y por qué viniste?
—Porque no lo pude evitar.
—¿Y hoy?
—Hoy tampoco lo he podido evitar.
—¿Cuál es la razón para que estés aquí?
—Puede que me haya confundido y no seas tan inteligente como
pensaba.
—Me has dejado muy claro que te gusto, pero soy sacerdote y no puede
haber nada entre nosotros.
—Tengo un serio problema.
—Acabas de decirme que tus problemas se habían solucionado.
—No es un problema de dinero.
—Tal vez pueda ayudarte.
—No lo creo. No creo que quieras perder el tiempo escuchándome. Los
hombres prefieren hablar de sí mismos.
—A mí me gusta más escuchar. Soy sacerdote y estoy acostumbrado a
ello.
Se quedaron mirándose el uno al otro, en silencio.
La presencia de ese hombre provocaba en ella una sensación
desconocida que conseguía acelerar los latidos de su corazón hasta
retumbar descontrolado en su pecho e impedía que apartara los ojos de él.
Kate se preguntaba cuándo iba a dejar de mirarla de aquella forma tan
intensa y hacía algo al respecto, porque estaba totalmente convencida,
aunque no tuviera experiencia, de que veía deseo en sus ojos.
De pronto y sin pensarlo dos veces, Kate levantó la mano y la acercó al
rostro de él. Le acarició la mandíbula, embelesada al sentir la aspereza de la
barba incipiente en sus dedos.
Logan sintió el ligero y delicado roce sobre su piel y, de pronto, sintió
una sacudida en todo su cuerpo que lo desconcertó. No comprendía su
reacción, pero de repente estaba molesto con ella y la miró aturdido. No
podía pensar, ni moverse. La miraba fijamente, respirando con dificultad. A
pesar de ello, cerró los ojos por un instante para sentir aquella caricia.
Kate apartó los dedos de su rostro y retiró la mano. Él desvió la mirada,
y no con poco esfuerzo, de aquella chica que se había convertido para él en
una inesperada y absoluta debilidad.
—Eres un hombre encantador —dijo Kate antes de levantarse del banco
y marcharse.
Logan se quedó allí, inmóvil. El trozo de piel que ella había acariciado le
ardía. Nunca había experimentado nada igual. En ese momento se dio
cuenta de que el problema que tenía con esa chica era más grande de lo que
pensaba.
Kate iba corriendo hacia la parada del autobús, que llegaría en tres
minutos, y no podía perderlo, porque tenía que volver al instituto. Por suerte
llegó a tiempo. Subió al vehículo, respirando con dificultad por la carrera.
Se sentó en uno de los asientos vacíos e intentó tranquilizarse. Cerró los
ojos y revivió el momento en que había acariciado a Logan. No sabía cómo
se había atrevido a hacerlo. Y tampoco pensó que él se lo permitiría. Pero
se había quedado quieto, sintiendo su caricia. Ni siquiera pudo decir nada.
Le dio la impresión de que estaba asustado. Seguro que no esperaba que
hiciera algo así, pensó Kate sonriendo.

Pasó casi una semana y Kate necesitaba verlo de nuevo. Y ya no iba a


conformarse con verlo unos minutos en la iglesia, intercambiando unas
pocas frases. Quería estar un buen rato hablando con él. Recordó que Logan
le había pedido ir a tomar un café cuando fue a devolverle el dinero y ella
no aceptó. Ahora podría ser ella quien se lo pidiera. Tenía el teléfono de él,
porque se lo había dado a Bradley cuando fue a su casa, y estaba sujeto con
un imán en la puerta de su nevera. Fue a la cocina, cogió la tarjeta y añadió
el número de teléfono a sus contactos. Luego volvió a sentarse en su
escritorio.
Eran las tres y media de la tarde y estaba en casa con los dos pequeños.
Su hermano volvería del trabajo sobre las seis y media de la tarde. Podría
quedar con Logan sobre las siete, se dijo.
Sin pensarlo dos veces, para no darse tiempo a echarse atrás, cogió el
móvil, le escribió un whatsApp y lo envió. Tan pronto lo hizo dejó el
teléfono sobre el escritorio, donde estaba corrigiendo los exámenes, como si
le quemara. En ese momento se arrepintió de haberlo enviado. Había
cometido otra estupidez, se dijo, como todas las que cometía relacionadas
con ese hombre. Esperó cinco minutos y como no obtuvo contestación
siguió con lo que estaba haciendo.
Logan entró en su despacho y cogió el teléfono para hacer una llamada.
Vio que tenía un mensaje. Estaba acostumbrado a recibir mensajes de sus
amigas, que eran las únicas que se ponían en contacto con él a través de
WhatsApp, porque les gustaba enviarle emoticonos. Lo que le extrañaba era
que fuera de un número desconocido. Lo abrió y lo leyó.

Hola, Logan. Soy Kathleen.


Supongo que te extrañará que me haya puesto en contacto contigo.
Hace unas semanas me pediste que fuéramos a tomar un café, pero lo
rechacé porque tenía que volver rápidamente a casa. Aunque dijiste que
podríamos ir a tomar ese café en otro momento. Me preguntaba si te
apetecería ir hoy a las siete y media de la tarde. Hay una cafetería muy
cerca de la iglesia que se llama The Royal. Si no puedes hoy, o simplemente
no te apetece, o no quieres verme, no te preocupes. De todas formas, casi
sería mejor que no aparecieras. Kathleen.

Logan leyó el mensaje una vez más. No era capaz de decidir qué hacer.
Esa chica lo intranquilizaba de una forma que no comprendía. Había pocas
cosas que lo alteraban, pero cuando la tenía cerca, el corazón le latía
frenético en el pecho y sentía la sangre correr por sus venas a toda
velocidad, y concentrarse en su entrepierna. Desde luego no era algo que le
pasara a menudo. De hecho, nunca le había sucedido, excepto quizás,
cuando era adolescente.
Unos minutos después seguía indeciso y preocupado. Sabía que no
debería aceptar. Ni siquiera debería contestar al mensaje, sino ignorarlo, y
ella comprendería que no quería verla. Pero la necesidad de estar un rato
hablando con ella era muy fuerte. De todas formas, debería poner las cosas
claras y decirle que él no estaba interesado en ella, aunque no fuera cierto, y
nunca lo estaría. Y ese sería un buen momento para hacerlo. Cogió el móvil
y escribió un corto mensaje.
Kate se tensó al escuchar el sonido del WhatsApp entrante, cogió el
móvil, abrió la aplicación y lo leyó.

Allí estaré.

Kate dejó sin corregir los tres exámenes que le quedaban, ya lo haría por
la noche o al día siguiente. Al fin y al cabo, no era realmente un examen,
sino más bien una prueba para saber el nivel de conocimiento de sus nuevos
alumnos. Se levantó y se dirigió a la cocina, pensando que Logan había sido
muy parco en palabras.
Comenzó a sacar los ingredientes que necesitaba para preparar la cena de
esa noche, quería dejarla lista por si tardaba y que no tuviera que prepararla
su hermano, que tendría que ponerse a estudiar.
Le envió un mensaje a Bradley diciéndole que no se entretuviera porque
había quedado con una compañera de trabajo para tomar algo. No le
gustaba mentir, pero su hermano no entendería si le contaba que le había
enviado un mensaje a un sacerdote que le gustaba mucho, para encontrarse
con él en una cafetería. Bradley le devolvió el mensaje diciéndole que
llegaría a casa a las seis y media.

Kate estaba en la cafetería esperando, había llegado unos minutos antes


de la hora acordada. Estaba muy nerviosa. De hecho, era la segunda vez en
los últimos dos minutos que había pensado en marcharse a casa. Se dijo que
no era una cobarde, pero la embargó una sensación extraña, como de
impaciencia, y empezó a respirar con dificultad. Sentía una opresión en el
pecho por la expectativa de volver a verlo, junto con la confusión y la culpa
que crecían en su interior.
De pronto lo vio entrar en el local. Tenía el pelo revuelto por el viento, lo
que hacía que aún pareciera más sexy y atractivo. Logan era de esos
hombres que cuando vestían de manera informal tenían un aspecto algo
desaliñado, pero de una manera muy masculina. Estaba completamente
segura de que algunos modelos o actores de Holliwood tenían que
someterse a muchas horas de preparación para conseguir ese aspecto.
Sonrió pensando que lo mismo sucedía con su amigo Sean. Tenía que
reconocer que ambos eran imponentes. Bueno, también lo eran el resto de
los amigos de Sean.
Kate se quedó inmóvil, atrapada por la intensidad de aquellos ojos de un
color gris turbulento, que la miraban fijamente mientras caminaba hacia
ella. El corazón se le detuvo y estaba segura de que sería incapaz de
articular palabra. Kate le miró los labios, carnosos y sensuales. Recordó su
voz profunda. Dios mío, ese hombre desprendía una salvaje masculinidad, y
en ese instante le pareció peligroso. Así y todo, se sentía irrevocablemente
atraída por él.
El corazón de Logan se saltó un latido, o tal vez dos, al ver cómo el
rostro de Kate se iluminaba solo por verlo. Aunque imaginó que se le habría
iluminado igualmente ante cualquier conocido que se hubiera acercado a
ella.
—Hola —dijo Logan sentándose frente a Kate.
—Hola, Logan. Gracias por venir.
La camarera se acercó a ellos y pidieron dos cafés, el de Kate con leche.
—Bien, ya estamos aquí —dijo él echándose hacia atrás y apoyándose
en el respaldo de la silla.
—Ahora que te tengo delante no sé qué decir.
—En ese caso, hablaré yo.
—De acuerdo.
Kate vio que estaba muy serio, nunca lo había visto así, siempre
asomaba una sonrisa en sus labios.
—Mi reacción ante ti fue inesperada, desde el momento en que te vi por
primera vez —dijo Logan.
—¿Cuándo fue eso? —preguntó ella.
—¿Qué?
—Que cuándo me viste por primera vez.
—¿Eso importa?
—A mí sí.
—Está bien. Fue el año pasado, si no me equivoco, a finales de verano.
Bueno, en esa fecha fue cuando empezaste a coger dinero del cepillo, pero
no te vi hasta unos meses después. En noviembre, si no me equivoco.
¿Contenta?
—Sí —dijo ella sonriendo—. Puedes seguir.
—He de reconocer que sentí algo muy fuerte por ti.
—Hablas en pasado.
—De acuerdo. Tengo que admitir que sigo sintiéndolo, pero te aseguro
que lo que hay entre nosotros es pura química.
—Pero eres sacerdote.
La camarera les dejó los café y se retiró. Ella puso azúcar en el suyo,
Logan no.
—Las tentaciones siempre están ahí. Si crees que no me tientas es
porque no sabes mucho sobre los sacerdotes. También somos hombres, y
nos mantenemos en un deprimente estado de celibato. Pero no quiero que te
confundas, Kathleen. Si has pensado que pudiera sentir algo por ti, que no
fuera deseo, estás muy confundida. No siento más que atracción sexual, y
no la he sentido solo contigo —dijo Logan con un nudo en la garganta,
porque no solía mentir—. Siempre se me pasa.
—¿A las otras las has deseado durante tanto tiempo como a mí?
—¿Qué tiene que ver eso?
—Por lo que me has dicho, parece ser que me deseas desde hace…
¿cuánto, un año? ¿No crees que es mucho tiempo?
—Es difícil decirte esto, pero no deberías volver por la iglesia y, mucho
menos, llamarme o enviarme mensajes —dijo él, claramente enfadado.
—Yo pensé que la iglesia estaba abierta para todos.
—Y así es. Pero hay más iglesias, y no quiero que vayas a la mía. Hay
cuatro cercanas a tu casa.
—Vaya, te has molestado en averiguarlo, me tienes alucinada.
Kate se quedó mirándolo. Logan pensó que estar junto a esa mujer le
entorpecía las funciones del cerebro.
—No estoy muy bien informada pero, ¿la iglesia es de tu propiedad?
—No.
—En ese caso, no puedes prohibirme que vaya, ¿cierto?
—No te lo estoy prohibiendo, te lo estoy pidiendo.
—¿Tienes miedo?
—No es miedo sino precaución.
—¿De qué?
—Eres una tentación muy grande.
—Entonces, no quieres que vuelva por allí, porque no confías en ti.
—Podríamos decirlo así.
Kate veía en él una sinceridad aplastante, y no se esforzaba para nada en
esconder sus defectos o flaquezas.
—¿Por qué has venido? —preguntó Kate.
Al ver que él no contestaba, ella habló de nuevo.
—Te he dicho en el mensaje que si no podías o no querías venir, no hacía
falta que aparecieras. Podrías haberme enviado un mensaje diciéndome que
no querías verme. Sin embargo, estás aquí.
—¿Habrías dejado de ir a la iglesia si te hubiera dicho en un mensaje que
no quería volver a verte?
—No creo.
Logan sonrió por su respuesta, y Kate se alegró de que dejara a un lado
esa expresión tan seria.
—¿Te ha pasado alguna vez que a una chica le gustaras?
—Supongo que cuando iba al instituto, o en la universidad.
—Me refiero a después de ser ordenado sacerdote.
—No, al menos que yo sepa. Y a ti no te gusto.
—¿Cómo lo sabes?
Logan le sonrió por encima de la taza de café. Kate vio una belleza y una
seguridad en sí mismo especiales.
—Dime lo que sientes y te diré de qué se trata.
—¿Eres psicólogo?
—No.
—¿Psiquiatra?
—No.
—¿Has estado enamorado alguna vez?
—No.
—Entonces, ¿por qué afirmas que no me gustas? Tú no sabes
absolutamente nada.
—Puede que tengas razón pero, ¿sabes, cielo?
—¿Eso de cielo es porque eres sacerdote y tiene que ver con el cielo y el
infierno?
—Es simplemente una expresión.
—¿Pues sabes? Recientemente, algunos hombres la emplearon conmigo
y me gustó, porque sentí que lo decían como una muestra de cariño. Pero no
me gusta que tú lo hagas.
—De acuerdo. Por cierto, ¿quien te llama cielo? —preguntó él, aunque
sabía que se refería a sus amigos.
—Eso no es de tu incumbencia.
Se quedaron un instante en silencio. Kate era consciente de la intensidad
de la mirada de Logan. Sus turbulentos ojos grises veían cosas de su interior
con demasiada claridad. Ella lo miró a su vez, decidida a que su fija mirada
en ella no la incomodara.
—¿Puedo hacerte una pregunta?
—Ya que estoy aquí. Aunque puede que no la conteste —dijo Logan.
—Me arriesgaré.
—Adelante entonces.
—¿Cuál es el secreto para que no parezcas ni te comportes como un
cura?
—¿Secreto? No creo que haya ningún secreto. Quizás sea porque sigo
saliendo con mis amigos.
—¿Qué tienen que ver tus amigos con mi pregunta?
—Son unos mujeriegos y unos auténticos seductores. Puede que yo fuera
como ellos en el pasado. Bueno, puede no, era como ellos. Además, estoy
acostumbrado a escuchar sus conversaciones.
—¿Eras un mujeriego?
—Eso fue hace mucho tiempo. ¿Cómo te van las cosas? —preguntó él
para cambiar de tema.
—¿Qué cosas?
—Las cosas, en general.
—Pues… dejando a un lado que me gusta un hombre, que me desea,
pero que no siente nada por mí, todo me va realmente bien.
—¿Ya no tienes problemas de dinero?
—No. Debo un dinero, de hecho es mucho dinero, pero no me han dado
plazo para devolverlo. Además, estoy trabajando los fines de semana y mi
hermano trabaja unas horas por las tardes. Eso me ayudará a pagar la deuda
antes.
—Me alegro mucho.
—¿Querrás volver a verme de nuevo?
—No —dijo Logan.
—Vaya, no quieres que vaya a tu iglesia y tampoco quieres verme… Me
siento muy rechazada.
—Es lo mejor, créeme.
—¿Lo mejor para quien?
—Para los dos.
—Es una pena, porque creo que podríamos llevarnos bien. Apuesto a
que podría hablar contigo de cualquier tema, y no es frecuente encontrarse
con alguien así. ¿Qué estudiaste en la universidad?
—Geografía.
—¿Ves? Nos complementaríamos perfectamente, tú Geografía y yo
Historia. Lo pasaríamos muy bien juntos. ¿Te interesaría que fuéramos solo
amigos?
—¿Querrías algo más que amistad?
—Seguramente sí —dijo ella.
Logan sonrió de nuevo.
Cuando Kate lo miró a los ojos supo con toda certeza que Logan era la
clase de hombre en quien se podía confiar. Transmitía calidez y paciencia.
—Vaya, el tiempo ha pasado volando —dijo ella mirando la hora—.
Tengo que marcharme.
Kate sacó la cartera del bolso y dejó sobre la mesa el dinero para los
cafés.
—¿Qué haces?
—Yo te he pedido que vinieras, así que yo invito. La próxima vez podrás
pagar tú. ¡Oh, lo había olvidado! —dijo ella levantándose y sonriendo—.
No habrá próxima vez. A propósito voy a eliminarte de mis contactos, ya no
necesitaré tu teléfono. Tú deberías hacer lo mismo, no quiero que empieces
a acosarme con llamadas.
—Lo haré —dijo él levantándose también.
—¿Sabes? Siento que hay algo que nos une a ti y a mí. Como una cuerda
invisible que, estoy segura, acabará por unirnos.
—¿Hablas del destino? —preguntó Logan.
—No puedo ponerle nombre, pero tú puedes llamarlo como quieras.
Salieron los dos a la calle. El viento soplaba fuerte.
—¿Has venido en coche?
—No tengo coche, he venido en autobús.
—Entonces te llevaré a casa, he aparcado en la esquina.
—Te lo agradezco, pero no. Si sigo contigo más de un minuto me pondré
a llorar como una imbécil. De hecho, he pensado que iré caminando.
—Tu casa está lejos.
—Así me despejaré con el frío. No quiero que mis hermanos me noten
afligida. Adiós, Logan. Que te vaya bien.
Kate se dio la vuelta y comenzó a caminar, antes de que él pudiera
decirle adiós.
Logan fue caminando hacia el coche, sintiendo una opresión en el pecho
que no lo dejaba respirar. Solo pensaba que ella iba a eliminarlo de sus
contactos, como si eso fuera una tragedia, y que no volvería a verla.
Se sentó al volante de su Tesla, apoyó la cabeza en el respaldo del
asiento y cerró los ojos hasta que logró calmarse. Se sentía enfermo y
estaba cabreado. Ella le había dicho que tenía miedo, y esa era la realidad.
Estaba aterrorizado. Y ya era tarde para hacer nada al respecto, porque se
había dado cuenta de que esa chica no le gustaba solo un poco, le gustaba
muchísimo. Se preguntaba si se habría enamorado de ella, a pesar de todas
las advertencias que se había hecho a sí mismo. La deseaba como no había
deseado nada en su vida. Dios mío, ayúdame, rogó antes de poner el coche
en marcha.

Kate consiguió aguantar una semana sin ver a Logan, y luego otra. Pero
el último lunes del mes ya no pudo soportarlo más. Necesitaba verlo. No
quería hablar con él, solo necesitaba verlo. Se maldecía a sí misma por estar
enganchada a un hombre que ni siquiera quería verla y, seguramente, ya ni
siquiera la deseara. Sabía que era patética, pero si no lo veía moriría de
desesperación. Pensó que lo mejor sería ir por la mañana. Como sabía el
horario de las misas, iría mientras estuviera en medio de una, así no podría
alejarse del altar. No tenía mucho tiempo, porque tenía que volver al
instituto a la una y eran las once y media pasadas.
Entró en la iglesia un instante antes de comenzar la misa para no
encontrarse con él. Se ocultó en el rincón más oscuro, como había hecho en
otra ocasión. Estuvo mirándolo durante quince minutos, mientras las
lágrimas le resbalaban por las mejillas. A continuación se puso la capucha
de la sudadera, que llevaba debajo de la chaqueta, y abandonó la iglesia.
Logan la vio salir, aunque no estaba completamente seguro de que fuera
ella. Kate volvió al trabajo preocupada, porque echaba de menos a ese
hombre, en quien no podía dejar de pensar.
Ese día era lunes, el día de la semana que Logan solía sacar el dinero del
cepillo. A última hora de la tarde, como solía hacer después de confesar,
vació el cepillo y encontró un papel doblado entre los billetes. Lo abrió y lo
leyó.

Me prometí a mí misma que no volvería por la iglesia, y he faltado a mi


palabra. He intentado no venir durante dos semanas, pero no he podido
soportarlo por más tiempo. K.

Logan se sintió morir. Creía que estaba empezando a olvidarla y ahora


encontraba la nota. Aunque sabía que se estaba engañando a sí mismo,
porque llevaba a esa chica bajo la piel y no podía desprenderse de ella.
Además, no podía apartarla de sus pensamientos. Él también la echaba de
menos y deseaba verla.

Dos días después Kate mintió a su hermano diciéndole que iba a cenar
con unos compañeros de trabajo. Odiaba mentirle, pero le daba vergüenza
contarle lo que le sucedía. Sabía que Bradley era muy maduro y que lo
comprendería, pero no quería que pensara mal de ella. Preparó un bocadillo
y lo guardó en el bolso junto con una botella de agua.
Kate se había informado y sabía que Logan confesaba sobre las seis y
media de la tarde y, según una de sus feligresas, eso le llevaba alrededor de
una hora. A las siete de la tarde estaba aparcada delante de la iglesia, en el
utilitario que había comprado el día anterior, un Toyota que le había
recomendado el dueño del garaje. Le dijo que tenía bastantes años, pero
muy pocos kilómetros y que estaba en muy buen estado.
Gracias a tener coche había decidido hacer una locura más relacionada
con Logan. Iba a seguirlo, porque quería saber dónde vivía. Le había
costado casi quince minutos aparcar cerca de la iglesia, desde donde podría
verlo salir. Estaba desesperada por verlo. Se preguntaba si se habría
obsesionado con él, porque incluso ella reconocía que no era normal lo que
iba a hacer. Se sintió como si fuera una acosadora, pero todas sus dudas se
desvanecieron tan pronto lo vio salir de la iglesia.
Logan caminó hacia un vehículo negro que había aparcado a pocos
metros de ella, pero en el otro lado de la calle. A Kate le pareció un coche
muy elegante y, seguramente, muy caro. Cuando Logan salió del
aparcamiento y se incorporó al tráfico, ella arrancó el utilitario y salió tras
él, dejando un coche entre ambos. Iba circulando por las calles más
importantes de la ciudad. Giró en una calle y se adentró en una zona donde
las casas eran muy grandes. Después de unos cuantos minutos, Kate lo vio
detenerse delante de una verja, que se estaba abriendo. No sabía si estaría
de visita, porque iba alejada de él y no había visto si había llamado al
interfono. Kate pasó de largo para no llamar su atención y se detuvo más
adelante. No estaba segura de si era su casa, aunque lo dudaba, porque las
casas de esa calle eran enormes. No había casi coches parados, porque las
casas del lado en el que había entrado Logan eran mansiones y aparcarían
en el interior. Las del otro lado eran más pequeñas, pero tenían su propio
garaje y además un espacio para dejar algún coche más.
Dio la vuelta al final de la calle y volvió al principio, fijándose en el
número de la casa en la que había entrado Logan. Kate anotó en el móvil el
nombre de la calle, que estaba en una placa en la verja de la primera casa, y
el número. Aparcó el coche una calle más abajo y volvió caminando.
Quería entrar para ver la casa de cerca, porque ni siquiera la había visto. No
había cogido el bolso del coche, así, si se cruzaba con alguien podría pensar
que había salido a caminar.
Se detuvo frente a la verja de la propiedad que buscaba. La casa estaba
bastante alejada, pero se distinguía a la perfección por las farolas que la
rodeaban. Era enorme y elegante. Pensó que no sería la casa de Logan,
porque de ser así, no entendía cómo podría mantenerla. Estaba segura de
que los sacerdotes no ganaban demasiado dinero.
Se apartó de la verja y caminó junto al muro que rodeaba la propiedad.
No mediría mas de un metro cincuenta de alto y sabía que podría subir a él
con facilidad, aunque en la parte interior y pegado al muro había un seto
muy alto y muy espeso que impedía que se viera el interior de la propiedad.
Era completamente de noche. Miró a su alrededor para asegurarse de que
no había nadie y de que no la estaban mirando desde las casas de enfrente.
Tampoco había ningún vehículo cerca con alguien en su interior. Se
preguntó si habría perro. En ese caso la atacaría tan pronto entrase, o
llamaría la atención de los vecinos con los ladridos. Se imaginó que
llamarían a la policía si veían algo sospechoso, pero si Logan estaba en la
casa no permitiría que la arrestaran. O al menos, eso esperaba. De todas
formas, de haber perro ya habría ladrado. O puede que estuviera entrenado
para esperar al acecho y atacar de pronto, se dijo a sí misma algo
preocupada.
Sin pensarlo más se subió al muro, separó los arbustos, con mucho
esfuerzo, porque eran muy espesos y las ramas muy gruesas, y pasó al otro
lado. Se quedó quieta, esperando a que un perro enorme se abalanzara sobre
ella, pero no apareció. Volvió a mirar hacia la casa, pensando que era
grandísima y muy elegante. De pronto se presentó en su mente la idea de
que podría ser feliz viviendo allí… con él, pensó sonriendo.
Había farolas que iluminaban la propiedad. Se veía una luz encendida en
el porche, delante de la puerta principal, y una ventana en la parte izquierda
de la planta baja estaba iluminada. Se dirigió corriendo hacia ella y miró a
través del cristal. Logan estaba allí. Se había quitado la cazadora. Llevaba
vaquero y un suéter negro con las mangas remangadas. Lo vio encender el
horno. Vio que sacaba algo del congelador mientras hacía una llamada.
Cuando colgó sacó verduras de la nevera y preparó una ensalada. Kate
pensó que se le veía muy puesto en la cocina. Cuando la ensalada estuvo
lista metió en el horno lo que había sacado del congelador. Luego abandonó
la cocina apagando la luz.
Kate se apartó de la ventana y corrió hacia la parte de delante de la casa
para ver qué luz se encendía. Cinco minutos después se iluminó un ventanal
de la primera planta, que daba a una gran terraza que hacía de techo del
porche. Le habría gustado poder subir, pero no encontraba la forma de
hacerlo. Decidió subirse a un árbol que había cerca. Al fin y al cabo, las
cortinas estaban abiertas y podría verlo desde allí. Mientras subía al árbol,
no con demasiada soltura, y dando gracias de que llevara deportivos,
pensaba porqué Logan no corría las cortinas, pero al mirar la casa de
enfrente se dio cuenta de que era más pequeña y mucho más baja, porque
no tenía escalones para llegar a la planta baja, y el seto de la casa de Logan
era muy alto.
Ya estaba convencida de que esa era la casa de Logan, o puede que fuera
de sus padres o de algún familiar con el que viviera. Pero de lo que estaba
segura era de que en ese momento estaba solo en la casa.
Le costó lo suyo llegar hasta la altura suficiente para poder ver algo a
través de la ventana. Y cuando miró hacia allí se desestabilizó y casi se
cayó del árbol. Logan salía por una puerta, con el torso desnudo y una toalla
rodeando sus caderas. Kate se sujetó fuertemente a una de las ramas para no
caerse, porque se había impresionado al verlo. Había visto a su hermano
numerosas veces salir de la ducha con una toalla, y no podía decirse que
Bradley no tuviera un cuerpo atlético, pero ese hombre no era su hermano.
Estaba a bastante distancia y no podía verlo con absoluta precisión, pero las
veces que lo había visto había distinguido cómo se le marcaban los
músculos debajo de las camisetas y, además, su imaginación era muy
buena.
Decidió bajar del árbol. Si seguía allí, quizás lo viera desnudo, y no
quería ser una mirona, ya era suficiente con ser una acosadora. Porque eso
es lo que era, acosaba a un hombre que le había pedido que no volviera por
su iglesia. Bajó lentamente, fijándose en dónde ponía los pies. Cuando llegó
bajo se apoyó en el tronco y respiró profundamente para calmarse porque,
como siempre que lo veía, se sentía intranquila. Cinco minutos después se
apagó la luz del piso superior.
Kate caminó nuevamente hacia la ventana de la cocina que acababa de
encenderse, y lo observó desde la esquina del cristal. Se había puesto un
pantalón de chándal y una camiseta, e iba descalzo. Pensó que tendría
buena calefacción, porque ya hacía frío para ir así. Lo vio sacar la pequeña
fuente del horno, que le pareció una lasaña, y la dejó sobre la tabla de
madera que había en la bancada. Puso en la mesa una servilleta, los
cubiertos y una copa. Abrió una botella de vino tinto y lo sirvió en la copa.
Después de dar un sorbo, aliñó la ensalada y la llevó a la mesa. Sirvió la
cena en un plato, lo cogió y se sentó a cenar. Kate se echó a un lado y se
apoyó en la pared para que no la viera, porque Logan se había sentado
mirando hacia la ventana. Pensó que debería haber traído el bocadillo y la
botella de agua que tenía en el coche, así habría sido como si cenara con él.
Decidió ir a ver la propiedad mientras él cenaba. Caminó hacia el otro
lado de la casa y se quedó alucinada contemplando la piscina, que estaba
iluminada. Era enorme y preciosa. El agua estaba completamente limpia.
Sin duda iba alguien a ocuparse de ella y del jardín, que también estaba
muy bien cuidado, pensó. Se acercó a las ventanas de la planta baja, pero no
se podía apreciar nada por la oscuridad, a pesar de que algunas de las
cortinas estaban abiertas.
Habían pasado unos minutos y decidió volver a la cocina. Se asomó a la
ventana con cuidado para que Logan no la descubriera, pero él ya estaba de
pie recogiendo la mesa. Aclaró la copa y los platos y los metió en el
lavavajillas. Luego cogió una manzana del frutero que había sobre la mesa
y abandonó la estancia comiéndosela. Kate vio como se apagaba la luz.
Se alejo un poco de la casa para ver qué ventana se iluminaba a
continuación y se alegró de que fuera otra de la planta baja. Se acercó a ella
y se quedó alucinada al ver el interior. Le había impresionado la cocina por
lo grande que era y por los muebles tan bonitos, pero esa estancia era
diferente. Era lo más precioso que ella hubiera visto en su vida.
Exceptuando a Logan, pensó sonriendo. A su entender, los muebles de esa
habitación eran de una calidad insuperable y una absoluta maravilla. Miró
la increíble mesa de escritorio, donde se encontraba él sentado. El
ordenador sobre la mesa daba la extraña sensación de que no cuadraba con
la decoración, por estar fuera de lugar. Toda la pared que había detrás del
escritorio estaba cubierta de estanterías repletas de libros. Cientos y cientos
de libros. La fantasía de cualquier lector, como ella. Al otro lado, junto a
una de las ventanas había una mesa pequeña y un sillón a su lado. El lugar
perfecto para leer. Junto a la otra ventana había un sofá con una mesa frente
a él. Miró de nuevo a ese hombre, sonriendo. Tenía un atractivo
sorprendente y todo en él era pura expresividad. Logan estuvo revisando
papeles durante media hora. Luego se levantó y se dirigió a la puerta,
apagando la luz antes de salir.
Kate vio que se encendía la luz de la habitación que había a continuación
y caminó hacia la ventana. Y otra vez se quedó alucinada. Era un salón
enorme, con unos sofás grandísimos. Había una chimenea increíblemente
grande y la pantalla de televisión que colgaba de la pared era inmensa. No
sabía que hubieran pantallas más grandes que la que Sean había comprado
para su casa. Logan estaba sentado en uno de los sofás. La pantalla se
encendió y pudo ver todas las opciones que tenía. Ese hombre tenía
contratados: Netflix, Amazon Prime, Apple TV, Disney, HBO… Tenía más
servicios de Streaming de los que ella conocía.
Empezó a pensar que Logan no era normal. Sabía que era sacerdote,
aunque solo porque lo había visto oficiando misa. Pero todo en él era
extraño: su forma de vestir, su forma de hablar, su forma de comportarse.
Ninguna de esas cosas cuadraba con un sacerdote. Y ahora esa casa. Estaba
claro que ese hombre nadaba en la abundancia. Todo era muy raro. De
pronto se preocupó y se sintió intranquila.
Se preguntó de nuevo qué hacía allí, espiando a un sacerdote, que no
sentía absolutamente nada por ella y que le había dejado claro que no quería
volver a verla. Miró la hora en su reloj, eran las nueve y media. Ella tenía
una familia. Tenía un hermano que iba a la universidad por las mañanas,
que trabajaba por las tardes para ayudarla con los gastos de la casa, y que
estudiaba muy duro para acabar una carrera. Y además, le ayudaba con la
casa y con los niños. De repente le entraron unas ganas terribles de ver a su
hermano y de hablar con él.

Kate entró en casa poco después de las diez de la noche.


—Hola —le dijo a Bradley, que estaba sentado en el sofá viendo la
televisión.
—Hola —dijo mirando a su hermana.
Al ver su aspecto se levantó rápidamente.
—¿Qué te ha pasado?
—Nada, ¿por qué?
—Llevas un arañazo en la mejilla, la cara sucia y con sangre, supongo
que del arañazo. Estás despeinada . Y tu ropa está muy sucia —dijo él
mirándola de arriba abajo.
—No es nada.
—¿Eso que tienes en el pelo son telarañas? Dios mío, son telarañas. No
creo que todo eso te haya pasado en un restaurante.
—No he ido a ningún restaurante. Ni siquiera he cenado. Me había
llevado un bocadillo, pero no me lo he comido. Y no he estado con mis
compañeros del instituto.
—Entonces, ¿por qué me has mentido?
Bradley vio que tenía los ojos llenos de lágrimas, se levantó y la abrazó,
lo que hizo que ella se derrumbara y empezara a llorar.
—Vamos al sofá.
—Voy muy sucia para sentarme en el sofá, tengo que ducharme. ¿Me
esperas o quieres acostarte?
—Te esperaré.
Kate volvió al salón quince minutos más tarde con pijama y se sentó en
el sofá junto a su hermano.
—Me has preocupado.
—No es nada.
—No digas eso, tú nunca lloras.
—Es que… he hecho algo terrible.
—No digas tonterías, tú no serías capaz de hacer nada terrible.
—¿Que no? ¿Acaso no os secuestré y os llevé conmigo a otro estado?
—Charity, eso no fue algo terrible. Nos ayudaste a cambiar de vida.
—En eso te doy la razón. Habéis tenido que pasar muchas necesidades
por mi culpa.
—Lo que hiciste fue lo más maravilloso que nadie podría haber hecho. Y
tú has sido quien ha pasado más necesidades, porque siempre has pensado
primero en nosotros. Podrías haber llevado una vida desahogada y sin
problemas, pero preferiste sacrificarte por unos niños que ni siquiera
conocías.
—No me arrepiento de lo que hice.
—Lo sé. Y ahora cuéntame eso tan terrible que crees que has hecho.
—Me da vergüenza.
—¿Desde cuando te da vergüenza hablar conmigo? Siempre hemos
hablado de todo con confianza y sin la menor reserva.
—Es que vas a pensar que soy una estúpida, una irresponsable y que
estoy completamente loca.
—Jamás podría pensar algo así.
—Cuando sepas lo que he hecho, sí lo pensarás.
—Cuando me lo cuentes te diré lo que pienso. ¿Quieres que te prepare
algo para cenar?
—No, me comeré el bocadillo —dijo ella sacándolo del bolso junto con
la botella de agua. Lo desenvolvió y le dio un mordisco.
—¿Estás retrasando el momento?
—¿No tienes que estudiar?
—Ya he estudiado.
—Tengo miedo de que dejes de quererme.
—¿Dejar de quererte? ¿Crees que eso podría pasar alguna vez? Tú eres
lo que más quiero en el mundo.
—¡Oh, Dios mío! —dijo ella respirando hondo para no volver a llorar—.
¿Recuerdas al sacerdote de la iglesia donde cogí el dinero?
—Sí, Logan, ¿cómo voy a olvidarlo? Estuvo aquí. Bueno, no aquí, sino
en la otra casa. Nunca lo olvidaré, porque estaba asustado por si te
denunciaba. ¿Qué pasa con él?
—Lo he visto otras veces.
—Lo sé.
—No, no lo sabes. Lo he visto varias veces, después de que le devolviera
todo el dinero que le debía.
—¿Por qué? ¿Cogiste más dinero del cepillo?
—No. Las veces que lo he visto no han tenido nada que ver con el
dinero. Es algo personal.
—Personal —repitió Bradley.
—Sí.
Kate le contó la conversación que había mantenido con Logan cuando se
lo encontró delante de la iglesia.
—Eso fue el treinta y uno de agosto.
—Vale.
—Cuatro semanas después volví a ir a la iglesia.
—¿Por qué?
—Porque necesitaba verlo. Pero me marché antes de que se acercara a
mí.
—¿Te gusta ese hombre?
—Sí, mucho.
—Pero eso no tiene nada de malo, cariño.
—Bradley, es sacerdote.
—Pero también es un hombre. Supongo que te sientes atraída por él, no
estamos hablando de nada serio. Lo he visto y sé que es muy atractivo.
Bradley miró a su hermana y supo que no era solo atracción lo que sentía
por él.
—¡Oh, Dios mío! Te has enamorado de Logan.
—Me temo que sí. A principios de este mes volví a ir a la iglesia. Ese día
hablé con él, y le dejé claro que me gustaba.
—¿Se lo dijiste?
—No con todas las palabras, pero se lo insinué y no es estúpido.
—Sigue.
—A mediados de mes le pedí que quedáramos para tomar un café. Pensé
que no aparecería, pero sí fue. Ese día le dije claramente que me gustaba.
—¿Y qué dijo él?
—Me dijo que también se sentía atraído por mí, pero que no significaba
nada, que los sacerdotes tenían tentaciones y yo no era la primera que le
había tentado. Me pidió que no volviera por la iglesia y que no me pusiera
en contacto con él.
—¿Le hiciste caso?
—No, pero lo intenté.
—Eso ya es algo —dijo Bradley sonriendo.
—El día veinticinco de este mes volví a la iglesia. Pero él no me vio
porque estuve escondida. Solo quería verle.
—Eso fue hace dos días. ¿Qué ha pasado hoy?
—He hecho la tontería más grande de mi vida.
—Por favor, no me digas que te has lanzado a sus brazos.
—No, no he llegado a tanto.
Kate le contó con todo detalle lo sucedido esa noche. Cuando terminó de
hablar se quedó muy serio mirándola. De pronto Bradley soltó una
carcajada.
—No tiene gracia —dijo ella dando otro mordisco al bocadillo.
—Por supuesto que la tiene. Eres la persona más responsable y sensata
que conozco. Siempre he pensado que tenías en la cabeza un programador
automático y no sabías cómo desconectarlo. Siempre lo has tenido todo
bajo control. Y me alegro de descubrir que no eres una súper mujer y que
tienes debilidades.
—Muy gracioso.
—Tampoco es para tanto. Él mismo te dijo que tenía tentaciones.
—¿No crees que es horrible que esté enamorada de un cura? ¿Crees que
parezco patética? ¿O desesperada? ¿O las dos cosas?
—Por supuesto que no creo nada de eso. Es normal que te sientas atraída
por un hombre. Y apostaría a que no eres la única que se ha enamorado de
él.
—Es posible, pero seguro que ninguna le ha hablado de lo que sentía.
—La diferencia es que tú eres sincera.
—Desde que siento esto por él he comprendido algo.
—¿Qué?
—Que no sabemos cómo ni cuándo va a cambiar nuestra vida. No hay
nada que nos avise de lo que va a suceder. Tu vida funciona como siempre y
un día, alguien se cruza en tu camino y, sin ni siquiera darte cuenta, esa
persona ya está en tu vida.
—Supongo que eso es el amor.
—Es posible. No puedo negar lo que siento cuando estoy con él. Creo
que me enamoré de él la primera vez que lo vi. Entonces no sabía que era
sacerdote.
—¿Cuándo lo viste por primera vez?
—Dos días antes de la Nochebuena del año pasado.
—¿Lo conoces desde hace diez meses?
—Sí. ¿Sabes? Saltan chispas cuando nos miramos a los ojos. Es cómo si
nos encontráramos solos en una habitación y no pudiésemos hacer nada al
respecto, excepto intentar mantener el control para salvar la situación.
—Me da la impresión de que tú no tienes la situación bajo control —dijo
él sonriendo.
—Lo sé. Te aseguro que me gustaría no sentir esto.
Kate dio un buen mordisco al bocadillo.
—No estoy acostumbrada a las sensaciones y emociones nuevas que se
agolpan dentro de mí. Y cuando lo veo es horrible.
—¿Por qué?
—Porque me siento muy intranquila y alterada. Y me cuesta respirar.
¿Te lo imaginas?
—La verdad es que no te puedo imaginar una situación como esa —dijo
sonriendo—. ¿Cómo es su casa?
—Eso no es una casa, es una mansión. Tiene tres plantas. Parece muy
antigua, pero desde luego, está bien conservada. No sé cuántas habitaciones
tendrá, pero tiene un montón de ventanas. Los muebles que pude ver son
una maravilla. Y la piscina es increíble.
—Es un poco raro que un sacerdote tenga una casa así.
—Eso he pensado yo. Y el coche que lleva parece de lujo. Ya sabes que
no entiendo de coches. El símbolo es una te, es negro, grande y muy
elegante.
—Vaya, tiene un Tesla. Es un coche muy caro. Y tampoco cuadra con un
sacerdote. ¿Qué vas a hacer?
—No lo sé, ¿algún consejo?
—Creo que el consejo de un adolescente no te serviría de mucho.
—Tú te has saltado la adolescencia.
—Si se me ocurre algo, te lo diré.
—Vale.
—¿Tienes pensado volver a la iglesia?
—De momento no pero, quien sabe —dijo ella sonriendo.
—No hagas nada de lo que puedas arrepentirte.
—No lo haré. Espero.
—Me voy a la cama. Buenas noches —dijo el chico besándola en la
mejilla y levantándose—. Estaba pensando...
—Tienes una idea para mi problema. Eres rápido —dijo ella sin dejar
que terminara la frase.
—La única idea que se me ocurre, de momento, es que hables con Sean.
Es un hombre razonable y se preocupa por ti. Os veis cada semana.
—Esa sería una buena idea. ¿Sabes? Puedo soportar que tú pienses que
soy patética, pero no él. Es un buen amigo y no quiero estropear nuestra
amistad. Por cierto, este viernes vendrá a cenar y le pagaré los quinientos
dólares que he ahorrado. No puedo pagarle más porque he tenido que pagar
el coche.
—Que no le pagues más no le va a quitar el sueño. Tu amigo es muy
rico.
—Lo sé.
—Sean es un buen hombre y es la mejor opción para hablarle de Logan.
—Lo pensaré.
Capítulo 10
El sábado siguiente Kate decidió que fueran al campo. Dexter estaba
muy contento, aunque no lo demostrara, porque le gustaba ir al río donde
iban siempre y ver a su hermano pescar. Kate había preparado comida para
pasar el día allí. Steven, el amigo de Bradley, los acompañó. Al chico le
gustó que lo hubieran invitado a ir con ellos, porque Kate era su amor desde
que ella y sus hermanos llegaron a la ciudad hacía más de cinco años.
Pasaron un día fantástico y volvieron a casa cuando estaba anocheciendo.
Cinco días después era cuatro de noviembre, y el cumpleaños de
Bradley, que cumplía dieciocho años. Kate preparó una fiesta para su
hermano, con la ayuda de Steven, que se sintió feliz de ayudarla en la
organización. Como era jueves y al día siguiente tenían que levantarse todos
temprano decidieron que la fiesta comenzara a las siete de la tarde, con una
cena fría.
Sean y Kate solían cenar juntos los viernes, pero él le había dicho que
ese viernes no podría verla, porque era el cumpleaños de la hija de Nathan y
cenaría con ellos. Así que Kate lo llamó la noche anterior y lo invitó a la
fiesta. Y él aceptó encantado.
Taylor y Dexter se ducharon antes de que llegaran los invitados y Kate
les llevó la cena a su habitación.
Sean fue el primero en llegar. Le había llevado a Bradley unas láminas
enmarcadas, que pensó quedarían muy bien en su habitación. Eran fotos de
los edificios de la ciudad que más le gustaban a Sean. Al chico le
encantaron. Fue en ese momento cuando Bradley aprovechó para hablar con
él.
—¿Vas a quedarte hasta tarde hoy?
—Tal vez un par de horas, ¿por qué? —preguntó Sean.
—Mi hermana tiene un problema.
—¿Qué clase de problema? ¿Es algo serio?
—Me temo que sí.
—¿Necesita dinero?
—No es un problema económico, sino personal. Me lo ha comentado y
me ha pedido ayuda, pero no he sabido aconsejarla. Le dije que lo hablara
contigo, pero me dijo que le daba vergüenza y que si lo hacía, perdería tu
amistad.
—¡Menuda tontería! Hablaré con ella.
—No, por favor, no puede saber que te lo he dicho. Y hoy no es un buen
momento con la fiesta. Mejor un día de los que salís a cenar. Puede que si
se siente cómoda te hable de ello.
—De acuerdo.
—Ayudaría que bebiera un poco. No está acostumbrada a beber y se le
soltará la lengua.
—Lo tendré en cuenta —dijo Sean sonriendo.
Sean pensó en el hombre que Kate le había mencionado y se preguntó si
el problema que tenía tendría que ver con él.
—Por cierto, gracias por sacarla a cenar de vez en cuando —dijo
Bradley.
—No tienes que darme las gracias, soy yo quien tiene que agradecer que
quiera cenar conmigo.
—Ayúdala, por favor. Mi hermana se siente perdida.
—Haré lo que pueda.
A la fiesta asistieron algunos compañeros de Bradley y Steven de la
universidad y otros del instituto. A Kate le gustó conocerlos.
Y las chicas que había en la fiesta estuvieron encantadas de que Sean
hubiera ido, porque era un bombón.
Los amigos le regalaron a Bradley novelas, música y alguna camiseta.
Kate le regaló una bicicleta de carreras de segunda mano, que valía
nueva más de mil dólares. Y, aunque le había costado solo doscientos,
estaba en perfecto estado. Le gustó muchísimo el regalo, porque la bicicleta
que tenía era bastante vieja.
Henry, el dueño de la ferretería, que no desaprovechaba ninguna ocasión
para ver a Kate, fue a tomar una copa con ellos, pero solo estuvo unos
minutos, porque tenía una cena con un representante. Le había regalado un
candado para la bicicleta y unos soportes para que la colgara en la pared del
el garaje, como quería el chico, y había ido por la mañana a instalarlos.
Kate agradeció que Sean fuera a la fiesta, de lo contrario no habría
tenido a nadie con quien hablar, y se habría sentido como una anciana entre
tantos jóvenes, aunque era solo unos pocos años mayor que ellos. Los
amigos de Bradley no le quitaban ojo de encima, pero al saber que era
profesora en un instituto prefirieron mantenerse alejados.
Sean no habló con Kate ese día, como le había pedido Bradley, pero se
fijó en ella atentamente y vio, a pesar del maquillaje, un ligero tono azulado
debajo de sus ojos. Se preguntó si el problema que tenía le estaba quitando
el sueño.
Sean fue el último que se marchó de la fiesta, y Kate lo acompañó a la
puerta para despedirlo.
—Gracias por venir —dijo Kate.
—Lo he pasado muy bien. ¿Quieres que vayamos a cenar el sábado?
—Es que el sábado es el único día que suele salir Bradley por la noche
con sus amigos. ¿Te importaría que fuera un día entre semana?
—No me importa. Te recogeré el lunes a las ocho —dijo Sean, sin darle
elección a que pusiera algún impedimento, porque quería enterarse cuanto
antes del problema que tenía su amiga.
—Vale.

Carter y su familia habían ido a pasar el siguiente fin de semana con los
padres de él, y los amigos se reunieron el sábado en casa de Delaney.
Estaban en la sobremesa, charlando de una cosa y otra.
—¿Has vuelto a ver a tu amiga Kate? —preguntó Tess a su cuñado.
—La vi el jueves. Su hermano mayor cumplió dieciocho años y me
invitó a la fiesta. Era la primera fiesta de cumpleaños que celebraba en toda
su vida, ¿os lo podéis creer?
—Supongo que Kate tendría cosas más importantes en qué gastar el
dinero. No es fácil mantener a tres niños con un solo sueldo —dijo Louise.
—Tienes razón —dijo Sean.
—¿Cómo está Kate? —preguntó Delaney.
—Tan guapa como siempre.
—¿Por qué te ha invitado a ti solo? —preguntó Ryan.
—Puede que porque somos amigos y nos vemos todas las semanas, y a
vosotros prácticamente no os conoce.
—¿Te ha comentado algo del pago de la reforma? —preguntó Nathan.
—Cuando la vi la semana pasada me dio quinientos dólares. Dijo que no
podía pagarme más porque había comprado un coche y estaba pagándolo,
pero que en dos meses, cuando terminara de pagarlo, me daría una cantidad
más elevada cada mes.
—¿Le has dado ya la factura de la reforma de su casa?
—Sí.
—¿A cuánto ascendía?
—Cuarenta y ocho mil dólares. Pero desconté catorce mil que me pagó
el propietario de la vivienda, él se hizo cargo de la fachada, de las ventanas
y de la puerta de entrada a la casa y del garaje. No he podido hacerla por
menos, Kate no es estúpida, y su hermano tampoco.
—¿Cuánto te ha costado en realidad todo? —preguntó Jules.
—Con los muebles y lo que compraron las chicas, setenta y dos mil
dólares.
—Luego sacaremos la cuenta y te daremos cada uno la cantidad que
corresponda —dijo Logan a Sean.
—¿Ahora sí quieres hacer algo por ella? —preguntó Tess al sacerdote.
—Nunca me he echado atrás cuando hemos hecho alguna obra de
caridad —dijo Logan.
—Menos mal que Kate no está aquí, de lo contrario no le habría gustado
lo de la obra de caridad —dijo Sean.
—Tienes razón, a esa chica no le gusta que le den nada gratis —dijo
Delaney.
—Tendrás que inventar algo para que no te pague —dijo Nathan.
—Sí, de lo contrario cancelará la deuda en menos de un año —dijo
Ryan.
—Lo sé, pero no encuentro ninguna excusa para que no lo haga.
Quedamos en que nos haríamos cargo de la reforma entre todos, así que
también podéis opinar.
—Ya se nos ocurrirá algo —dijo Lauren.
—De todas formas, siempre podemos devolverle el dinero que ha
pagado, más adelante —dijo Delaney.
—¿Vas a ser tú quien le dé un talón? —preguntó su mujer.
—¿Por qué no?
—Porque no lo aceptaría.
—Apuesto a que sería capaz de convencerla.
—Estoy segura de ello —dijo Tess sonriendo a su marido—, y cuando
recapacitara y se diera cuenta de lo que había hecho, te lo llevaría a tu
oficina y te lo tiraría a la cara.
—Yo también creo que lo haría —dijo Sean sonriendo—, esa chica tiene
orgullo.
—Podemos enviarle el dinero en un sobre a través de un mensajero. Sin
remitente, por supuesto —dijo Nathan.
—Esa sería una buena solución, porque no sabría a quien devolvérselo
—dijo Jules.
—Pensaría que he sido yo —dijo Sean.
—Bueno, ya pensaremos algo —dijo Tess.
—¿Está contenta en su casa? —preguntó Lauren.
—Sí, con la casa está muy contenta. En cuanto al resto, no estoy seguro,
parece ser que tiene un problema.
—¿De dinero? —preguntó Logan.
—No, es algo personal.
—¿Qué te ha dicho? —preguntó Louise, su madre.
—Kate no me ha dicho nada, ha sido su hermano.
—¿De qué se trata? —preguntó Patrick, su padre.
—No tengo ni idea. Pero el chico lo sabe. El día de su cumpleaños me
dijo que Kate había hablado con él, pero que no le había servido de mucha
ayuda, porque no había sabido aconsejarla.
—¡Cómo iba a aconsejarla! ¡Acaba de cumplir dieciocho años! —dijo
Louise—. Ese chico no podrá ayudarla, si se trata de algo serio.
—Bradley me dijo que se sentía perdida.
—Eso me parece extraño —dijo Delaney—. Parece una mujer muy
segura de sí misma.
—Si su hermano lo dice será cierto, supongo que la conoce mejor que
nadie.
—Eso es cierto —dijo Lauren.
—Me pidió que intentara sonsacarle algo, para que me lo contara, y que
luego la aconsejara. Le dijo a Kate que lo hablara conmigo, ya que era un
adulto y además éramos amigos, pero ella le contestó que le daba vergüenza
y que si me enteraba, no querría volver a saber nada de ella.
—Vaya, parece que lo que le pasa es serio —dijo Tess.
—¿Vas a verla pronto? —preguntó Delaney.
—Hemos quedado el lunes para cenar.
—Parece que le estás tomando gusto a salir con esa chica —dijo Logan,
intentando no parecer celoso, que era como se sentía.
—¿Sabes, Logan? He salido con muchas clases de mujeres, algunas
inteligentes y otras con el cerebro más plano que una bandeja de hornear
galletas, pero puedo asegurarte que no me he encontrado con ninguna como
ella. Ya no se trata solo de que sea inteligente, es que con ella puedo hablar
de cualquier tema. Además, es divertida, simpática y sensible. Después de
un día de trabajo es relajante estar con esa chica. Me hace reír. Me gusta
oírla hablar de sus hermanos, es increíble cómo se preocupa por ellos y
cuánto los quiere. Soy consciente de que desde que viven con ella, los años
no habrán sido fáciles.
—¿Cómo iban a ser fáciles si era una cría cuando los acogió en su casa?
—dijo Louise.
—¿Entiendes ahora por qué me gusta salir a cenar con ella? —le dijo
Sean a Logan.
Logan se limitó a mirar a su amigo, preguntándose si se estaría
enamorando de ella.
—Según nos dijiste, por lo que ella te había contado, tampoco fueron
fáciles los años desde que murieron sus padres, hasta que aparecieron sus
hermanos en su vida —dijo Nathan.
—Esa chica me recuerda a Tess y a Lauren, y puede que también un
poco a Ellie —dijo Sean—. Ellas también tuvieron una vida dura y
sacrificaron mucho.
—Pero nos encontraron a nosotros —dijo Nathan.
—Tienes razón —dijo Delaney.
—Es una lástima que Sean no esté interesado en ella —dijo Tess.
—Yo no he dicho en ningún momento que no esté interesado en ella. Es
ella quien no está interesada en mí.
—No creo que ningún hombre llevara muy bien lo de tener de repente a
tres niños a su cargo, por mucho que le guste esa chica —dijo Louise—. Y
uno con una enfermedad como la que tiene el pequeño. Debe ser
complicado.
—Pues a mí no me importaría cargar con esos tres niños —dijo Sean—.
El hermano mayor es un buen estudiante y muy responsable. Y podría decir
lo mismo de la niña, que es un cielo. Pero el pequeño, me tiene fascinado,
os lo aseguro.
—Deberíamos averiguar quién es el hombre —dijo Tess.
Logan se tensó pensando que si investigaban, acabarían llegando a él.
—¿Qué hombre? —preguntó su marido.
—El hombre de quien está enamorada Kate. Por lo que sabemos, no sale
con él, pero si está enamorada, tiene que haberlo visto en alguna ocasión.
—En alguna ocasión, no. Si ese hombre vive en Nueva York, ella estará
viéndolo —dijo Nathan—. Kate no es una mujer que se acobarde ante nada.
Apuesto a que ya le ha dicho que está interesada en él.
—¿Tú qué dices, Delaney? —preguntó Lauren.
—Yo pienso lo mismo.
—Yo estoy de acuerdo con ellos. Después de todo lo que ha pasado esa
chica, no se detendría ante nada para conseguir al hombre que quiere —dijo
Patrick.
—A no ser que esté casado —dijo Delaney.
—Ahí te doy la razón. Esa chica es demasiado íntegra para meterse entre
una pareja —dijo Nathan.
Pero no le importa meterse entre Dios y un sacerdote, pensó Logan.
—¿Te pasa algo, Logan? —preguntó Louise.
—No, ¿por qué?
—¿No lo encontráis un poco apagado últimamente?
—Pues ahora que lo dices, tienes razón —dijo Lauren.
—¿Tienes algún problema? —preguntó Ryan.
Algún problema, pensó Logan. Tengo un problema de un par de cojones
y no sé cómo resolverlo.
—No, ninguno.
—¿Ha aparecido tu ladrona por la iglesia? —preguntó Jules.
No solo por la iglesia. He ido a tomar café con ella y me ha dicho que le
gusto, pensó.
—No, eso ya quedó atrás.
—Una lástima. Llegamos a pensar que había algo entre vosotros —dijo
Sean sonriendo.
—Vosotros veis muchas películas.

—¡Dios mío! —dijo Sean cuando vio salir a Kate de su edificio el lunes
siguiente.
Sean le había dicho que iban a ir a un restaurante elegante, y llevaba un
vestido negro por encima de las rodillas, medias de seda negras y unos
zapatos altos del mismo color. Y de su brazo colgaba un abrigo color beige.
—Estás espectacular.
—Gracias —dijo ella besándolo—. Tú también.
Sean le abrió la puerta del coche y ella se sentó. Él rodeó el vehículo por
delante y se sentó a su lado.
—¿Qué coche es este? El otro día no te lo pregunté.
—¿Te interesan los coches?
—La verdad es que no —dijo ella sonriéndole.
—Es un Porsche, es alemán.
—Es muy bonito, tanto por fuera como por dentro.
—Gracias. Ese vestido te sienta de maravilla.
—Es nuevo —dijo de forma coqueta—. Y también el abrigo. Desde que
te has empeñado en sacarme a cenar, estoy tirando la casa por la ventana.
—Lo dices como si fuera un gran esfuerzo llevarte a cenar. ¿Te he dicho
que me encanta salir a cenar contigo?
—Creo que no, de lo contrario, me acordaría.
—Pues siempre lo paso muy bien contigo.
—Yo también lo paso muy bien. Aunque a veces me pregunto si no
preferirías salir con alguna mujer con la que quieras acostarte.
—Bueno, la verdad es que no me importaría acostarme contigo —dijo
con una sonrisa seductora—. Pero, claro, estás colada por otro, ¿verdad?
—Es posible —dijo ella mirando por la ventanilla—. ¿Por qué vas a
llevarme a un restaurante elegante?
—Porque me dijiste que nunca habías ido a ninguno.
—¿Crees que mi vestido es adecuado?
—Por supuesto. Estás preciosa.
—No estoy segura de que tus halagos me hagan sentir más tranquila o lo
contrario.
—No tienes que estar intranquila.
—De acuerdo. ¿En ese restaurante se come o es de esos que cuando sales
sigues muerto de hambre?
Sean soltó una carcajada.
—¿Por qué te ríes?
—Porque eso es lo que le pregunta mi cuñada a su marido cuando va a
llevarla a algún restaurante nuevo.
—¿En serio?
—Si, muy en serio. Así sabe si tiene que comer algo antes de salir de
casa.
—Tenías que habérmelo dicho antes de salir de casa y habría comido
algo.
Sean volvió a reír.
—Si sales con hambre, iremos luego a comer una hamburguesa.
—¿Y por qué no vamos directamente a comer una hamburguesa? La
verdad es que no me atrae mucho la idea de ir a un restaurante elegante.
—Porque quiero presumir de ti.
—¡Qué gracioso! Apuesto que sueles salir con súper mujeres.
—De súper mujeres nada, cielo. Admito que algunas son guapas, pero
puedo asegurarte que no tan guapas como tú.
—Vaya seductor estás hecho. Pero, ¿sabes?. Me gusta que flirtees
conmigo. Hace que me sienta viva. Me pasó lo mismo con tus amigos y con
tu hermano cuando fueron a mi casa. Me pareció como si no pudieran
hablar con una mujer, sin flirtear durante la conversación.
—Espero que no hicieran que te sintieras mal.
—Para nada, todo lo contrario. Todos son un cielo.
—Ya hemos llegado —dijo Sean deteniendo el coche en la puerta del
local.
El aparcacoches abrió la puerta del copiloto para que ella bajara y Kate
le dio las gracias. Sean se acercó a ellos y el aparcacoches le dio el
resguardo. Sean la ayudó a ponerse el abrigo. A continuación la cogió de la
mano y entraron en el local.
—Recuérdame que te haga una foto cuando salgamos —dijo Sean.
—¿Una foto?
—Me lo ha pedido mi cuñada.
—¿Siempre sueles hacer lo que te pide tu cuñada?
—La verdad es que sí.
—Buenas, noches, señor Stanford. Señorita —dijo el maître.
—Buenas noches, James.
—Hola —dijo Kate.
—Su mesa está lista. Acompáñenme, por favor.
Ellos lo siguieron hasta la mesa. Sean notó lo intranquila que estaba
porque seguía cogiéndola de la mano y ella le sujetaba fuertemente. El
hombre la ayudó a sacarle el abrigo y lo colgó en el perchero que había en
la pared. Luego separó la silla para que se sentara. Sean se sentó frente a
ella.
—¿Pediste una mesa algo apartada cuando hiciste la reserva?
—No, pedí que estuviera junto a una de las ventanas. Pero si quieres
otra…
—No, por favor, esta está muy bien. Y prefiero que no esté en el centro
del restaurante.
El camarero se acercó y les dejó las cartas. Sean abrió la de vinos y antes
de que le preguntara, ella le pidió que eligiera él. Mientras él miraba los
vinos, Kate echó un vistazo a la carta.
—¿Estás seguro de que quieres cenar aquí? —preguntó ella mirándolo.
—Claro, ¿por qué?
—Porque con lo que cuesta un solo plato podríamos comer mis
hermanos y yo durante toda una semana.
—No mires los precios, ¿vale? —dijo él sonriéndole.
—De acuerdo —dijo ella cerrando la carta—. Elige tú lo que te apetezca
para los dos. Si elijo yo algo me sentará mal al saber el precio.
—Vale.
—Pero para mí no pidas ni caracoles, ni ancas de rana, ni sopa de
tiburón, ni caviar.
—Vaya, sí que eres especial —dijo él sonriendo.
Ella le dedicó una tierna sonrisa.
Poco después de que pidieran la cena, el vino y unos entrantes, que Kate
no podía imaginar lo que eran, les sirvieron el vino, y poco después les
llevaron los entrantes. Sean la miró sonriendo, al ver cómo miraba los
platos que había llevado. Kate de pronto se rio y Sean no pudo resistirse a
hacerle una foto. Ella lo miró.
—Lo siento, estabas preciosa y no podía dejar pasar el momento. ¿Por
qué te has reído?
—Porque hay tan poca cantidad de comida en cada plato que no habrá
suficiente para que lo probemos los dos.
Sean no pudo evitar reirse.
—Ilumíname, ¿qué es lo de los platos?
—Esto son tiras de calamar, esto ensaladilla de cangrejo y esto otro tipo
de pescado, que no me acuerdo cual es —dijo él señalando cada uno—. Me
dijiste que te gustaba más el pescado que la carne.
—Tienes buena memoria. Gracias. Todo tiene un aspecto delicioso.
—Espero que también te guste el sabor.
—Me va a gustar todo —dijo ella poniéndose la servilleta en el regazo
—. Háblame de tu cuñada. Las veces que la has mencionado me ha dado la
impresión de que te llevas muy bien con ella.
—Y no te equivocas.
—¿Cómo se llama?
—Theresa, pero la llamamos Tess. No sé si te lo había dicho, pero ella
no tenía dinero cuando conoció a mi hermano.
—Yo pensaba que los millonarios solo se casaban con mujeres ricas.
—Puede que algunos lo hagan, pero en mi grupo de amigos, los tres que
se han casado, incluyendo a mi hermano, lo han hecho con chicas sencillas.
—¿Quieres contarme sus historias y cómo se conocieron?
—Claro. Te van a parecer historias muy divertidas. Aunque te las
contaré a grandes rasgos, de lo contrario no tendría tiempo de terminarlas.
—Me parece bien.
—Empezaré por mi hermano y Tess.
—Vale. ¿Tienes una foto de ella?, así la imaginaré en la historia.
—Tengo un montón de fotos de las tres —dijo buscando en la galería del
móvil y mostrándole una de Tess con Delaney.
—Es guapísima. Tu hermano y ella hacen muy buena pareja.
—Sí.
—Bien, empieza.
—Todo comenzó porque mi madre estaba presionando a Delaney para
que se casara y formara una familia. Mi hermano tuvo una relación años
atrás y ella lo engañó con un amigo de la universidad que él le presentó.
—Menudo palo. ¿Cómo es posible que una mujer fuera capaz de engañar
a tu hermano? Es un bombón y, además, rico. Muchas matarían por salir
con alguien como él.
—Es posible. El caso es que Delaney cambió a partir de ese momento.
Estaba desengañado y se convirtió en un mujeriego. Salía con un montón de
mujeres, pero solo como desahogo físico. Ellas hacían algo por él y él por
ellas. Las llevaba a cenar y se veían unas cuantas veces, luego pasaba a otra.
—Supongo que no quería estar mucho tiempo con ellas para no
encariñarse.
—Sí, algo así. Mi madre insistía en que debía encontrar a una mujer y
formar una familia. Y puedo asegurarte que cuando mi madre quiere algo lo
consigue, es la mujer más tenaz y perseverante que conozco —dijo él
sonriendo—. Lo presionaba, una y otra vez, pero él pasaba de ella, porque
no tenía la más mínima de casarse. Así que se le ocurrió la brillante idea de
buscar a una mujer y ofrecerle un trato.
—¿Un trato?
—Sí. Delaney se había propuesto buscar a una mujer para casarse con
ella, durante un año. A cambió la compensaría. Ya sabes que es rico.
—¿Y qué pasaría al año?
—Que se divorciarían. Pero como ya se había casado, suponía que mi
madre no lo presionaría de nuevo.
—Tu hermano no me parece el tipo de hombre que se deja presionar,
sino todo lo contrario. Y por lo que me dices, es como si le tuviera miedo a
vuestra madre.
—Y le tiene miedo, al igual que yo.
—Eso no me lo creo —dijo ella riendo—. Bueno, dejaremos ese tema
para otro momento. Supongo que Tess se cruzó en su camino.
—Sí. Fue una coincidencia. La encontró en la cafetería de la librería
donde trabajaba ella.
—¿Tess era dependienta?
—Sí. Además trabajaba dos o tres días a la semana en un pub, cantando.
Y también escribía frases para una empresa, para cumpleaños, San Valentín,
ese tipo de cosas. Trabajaba muchísimo para ahorrar y poder montar una
librería, que era su ilusión.
—Y Tess aceptó el trato.
—No aceptó de la noche a la mañana, te lo aseguro, estuvo pensándolo
mucho tiempo. Pero se enamoró de Delaney y sabía que si no aceptaba lo
que él le ofrecía no volvería a verlo.
—¿Qué le ofreció Delaney a cambio?
—Le montaría una librería, que es lo que Tess quería; le compraría un
coche; un apartamento; un vestuario nada despreciable; le haría regalos,
como si realmente fuera su esposa; y le daría una tarjeta del banco para
comprar lo que quisiera. Y cuando se divorciaran se quedaría con todo,
excepto con la tarjeta del banco.
—Desde luego era una proposición nada despreciable, pero yo tampoco
habría aceptado, de no haber estado enamorada de él.
—Tess lo pasó muy mal desde que aceptó, porque habían acordado que
seguirían con sus vidas, como antes de conocerse, pero al estar enamorada
de él no llevaba muy bien eso de que Delaney saliera con mujeres y
apareciera en la prensa con ellas.
—Entonces, él siguió con su vida, al pie de la letra.
—Sí. No salía con Tess, ni siquiera la llevaba a cenar.
—No lo entiendo, no le habría costado nada comportarse como un
marido durante ese año. Y, sobre todo, podría haber sido discreto al salir
con otras mujeres durante ese tiempo.
—Sí. Yo no estaba muy contento con él por su comportamiento, me daba
mucha pena Tess. Esa fue la razón de que viera a mi cuñada más de lo
normal y nos hicimos muy buenos amigos.
—¿En el trato estaban incluidas las relaciones sexuales?
—No, las relaciones sexuales no estaban incluidas en el contrato.
—Había un contrato por medio.
—Cielo, mi hermano es muy rico y no es estúpido. Y Tess era una
desconocida.
—Claro, lo entiendo.
—Pero la química entre ellos era… No te lo puedes imaginar. Salían
chispas cuando estaban cerca. Delaney no quería reconocerlo, pero siempre
he pensado que se enamoró de ella desde el primer momento que la vio. El
caso es que decidieron acostarse solo una vez, para que, según él,
desapareciera esa atracción sexual que había entre ellos. Y a mi hermano se
le olvidó ponerse condón.
—¿Se le olvidó ponerse condón? ¿Eso se le olvida a los mujeriegos?
—Normalmente no, pero a él le sucedió. Delaney alucinó al saber que
Tess era virgen, porque ella no se lo había mencionado hasta poco antes de
que hicieran el amor.
—Vaya.
—Estaba loco por Tess. Yo creo que ese fue el motivo de que olvidara
usar condón. El caso es que se quedó embarazada. Delaney le había dicho
en varias ocasiones que no iba a casarse ni a tener hijos. Y ella se asustó por
si le quitaba el bebé, que ya había decidido que iba a tenerlo. Y preparó una
huida. Bueno, la preparamos entre sus amigos y yo.
—¿Traicionaste a tu hermano por Tess?
—En realidad no lo traicioné.
—Explícame eso.
—Tess despareció de la noche a la mañana, ayudada por el grupo de
amigos. Pero Delaney estaba al corriente de que yo sabía el paradero de
Tess, solo que no se lo dije. Movió cielo y tierra buscándola, pero no dio
con ella durante todo el embarazo. Aunque mi cuñada lo pasó muy mal,
porque le echaba de menos.
—¿Quién le dijo a Delaney que estaba embarazada? Apuesto a que no
fue ella.
—No, no fue ella. Fue por una simple casualidad. Fue divertido ver
cómo se volvía loco buscándola. Porque estaba locamente enamorado de
ella y también la echaba de menos.
—¿Y cómo terminaron juntos?
—El día del parto, que daría a luz en la casa donde vivía, Tess me llamó
para decirme que estaba sola. Carter estaba en el hospital, en el quirófano y
no tenía el móvil con él. Antes de ir a verla fui a recoger a mi hermano.
Sabía que la quería y no había vuelto a salir con mujeres desde que supo
que esperaba un hijo suyo. Lo llevé para que viera nacer a su bebé. Él fue
quien la asistió en el parto.
—¡Oh, Dios mío! Qué historia tan romántica.
—Sí lo fue —dijo Sean sonriendo.
Les habían llevado la cena hacía unos minutos, pero prácticamente
estaba sin tocar. Kate había estado inmersa en la historia. Entonces comió
un poco de pescado.
—¿Quién fue el siguiente de tus amigos que se casó?
—Nathan. Mi hermano y él son amigos desde la guardería. Son como
hermanos. Bueno, para mí también es como un hermano. Nathan también
era un mujeriego antes de casarse.
—¿Cómo se llama su mujer?
—Lauren.
—¿Su historia es también tan entrañable?
—Yo no la llamaría así, pero la forma en la que se conocieron fue muy
divertida.
—¿Me la cuentas rápidamente?
—Claro. ¿Quieres ver una foto de ella?
—Sí.
—Sean buscó una y le pasó el móvil para que la viera.
—Dios mío, es guapísima. ¿Tiene los ojos color violeta?
—Sí. Lauren tuvo una vida muy difícil y muy dura. Su madre era de una
buena familia y con dinero, pero se quedó embarazada y se marchó de casa
sin decirle nada a nadie. No sé la razón ni la vida que llevó, pero terminó
siendo una alcohólica y una drogadicta y, seguramente, esos vicios la
llevaron a la prostitución. Trató muy mal a Lauren, a causa de su adicción.
Vivían en una caravana, pero Lauren pasaba todo el tiempo que no estaba
en el colegio en un bosque que había alrededor. Prácticamente vivía allí.
Nunca había comida en casa, porque su madre empleaba el dinero en tabaco
y en sus vicios. Pasó hambre, frío y muchas necesidades. Cuando fue al
instituto buscó trabajo después de las clases, porque quería ahorrar dinero
para marcharse de casa. Quería irse lejos, para que su madre no la
encontrara.
Kate se emocionó pensando que ella también se había ido lejos para que
no la encontraran por lo que había hecho.
—El hermano del cocinero del restaurante donde trabajaba era capitán de
un barco de mercancías. El hombre estaba al corriente de la situación de
Lauren, que se había agravado cuando escuchó a un cliente de su madre que
le pagaría el doble de lo que le daba a ella, por acostarse con su hija. Lauren
decidió marcharse al día siguiente, porque su madre había aceptado el trato.
El cocinero la puso en contacto con su hermano y este la ayudó. La alojó en
el barco y la llevó al Reino Unido.
—¿La llevó a Europa?
—Sí.
—¿Cuántos años tenía?
—Si no me equivoco, quince.
—Pobre cría.
—Después de todo tuvo suerte. Por mediación del capitán conoció a
alguien que trabajaba en una mansión y consiguió trabajo para acompañar a
la propietaria, una señora mayor. Gracias a ella terminó el bachillerato. Un
par de años después se trasladó a París y trabajó de ayudante de cocina en
un restaurante.
—Vaya.
—Volvió aquí a los diecinueve años. Nada más llegar al aeropuerto le
robaron todo el dinero que llevaba. Todo lo que había ahorrado en los
cuatro años que había trabajado en Europa.
—Madre mía.
—Estuvo viviendo en la calle, hasta que se cruzó con alguien que la
ayudó.
—¿Una mujer?
—No. Un hombre. La encontró en el portal donde vivía y le ofreció su
casa.
—¿Y fue a vivir con él, sin conocerlo?
—Sí. En un principio pensaba quedarse unos días, pero estuvo con él
varios años. Estuvo trabajando por horas en un restaurante. El hombre era
ingeniero informático y la convenció para que estudiara informática en la
universidad a distancia, y así él la ayudaría.
—Está visto que aún quedan personas buenas. Nosotros somos dos de
ellas —dijo Kate sonriendo.
—Sí.
—¿Estás llegando a cuando conoció a Nathan?
—Sí. Lauren era muy inteligente, bueno, lo es. Es ingeniero informático
y ahora se dedica a diseñar juegos para las consolas y ordenadores.
—Vaya.
—Era tan inteligente que descubrió una forma para vivir en casas de
lujo, sin pagar nada.
—Eso es interesante.
—Y tanto que lo es. A través de Internet hacía un seguimiento a unas
cuantas personas millonarias y se informaba de absolutamente todo sobre
ellas. Y cuando esas personas se iban de viaje de negocios o por vacaciones
iba a vivir a su casa.
—Y supongo que ellos no lo sabían.
—Supones bien. Cuando ella se marchaba de las viviendas lo dejaba
todo, exactamente como lo había encontrado al llegar.
—No me digas que uno de esos millonarios era Nathan.
—Sí —dijo Sean riendo—. Él era uno de esos pardillos.
—¿Cómo fue? ¿Volvió y la encontró en su cocina preparándose la cena?
—dijo ella riendo.
—Eso no habría sido divertido. Nathan volvió de madrugada, agotado
del viaje desde Bali, y se metió en la cama. Lauren estaba durmiendo a su
lado.
—¡Oh, Dios mío! —dijo ella, antes de reírse.
—A todos nos pareció muy divertido. De hecho, estuvimos burlándonos
de él durante semanas.
—¿Y qué pasó?
—Ella logró escabullirse antes de que Nathan se diera cuenta. Pero, por
casualidades de la vida, nuestros caminos volvieron a cruzarse. Nathan no
la podía soportar, llegaba incluso a demostrar desprecio por ella, sin
importarle que tuvieran público. Pero no pudo evitar enamorarse de Lauren,
y ella de él, por supuesto.
—Por el amor de Dios, ¿a quién le suceden cosas como esas? Creía que
esas historias solo pasaban en las películas o en las novelas románticas.
—Pues ya ves que no. Lauren también era virgen.
—Supongo que el también se sorprendería, como tu hermano.
—Sí, no es normal encontrarse con vírgenes en estos tiempos. Termina
de comer, ya estará frío. ¿Quieres que pida que te lo calienten?
—No, no te preocupes —dijo ella terminando lo que le quedaba en el
plato—. Estaba muy bueno.
—¿Te has quedado con hambre?
—Comeré postre.
El camarero les retiró los platos y poco después les llevó la carta de
postres.
—Yo también soy virgen —dijo ella sin mirarlo, fingiendo interés por la
carta que tenía frente a ella.
—¿Cómo es posible? Tienes veintiséis años.
—El mes que viene cumpliré veintisiete.
—Todavía me lo pones mejor.
—Ya te dije que no me había acostado con el chico con quien salí hace
años.
—Pero pensé que habrías salido con otros, antes o después de él.
—Antes de él estaba muy ocupada con los estudios, y con el trabajo.
Mientras salí con él no estaba completamente segura de que quisiera perder
la virginidad. Y después de él estaba aún más ocupada, con el trabajo y con
mis hermanos. La verdad es que no he tenido tiempo para ponerme a pensar
en hombres.
El camarero se acercó de nuevo y pidieron los postres.
—Mi cuñada Tess tiene una teoría.
—¿Sobre qué?
—Sobre el grupo de amigos. Está convencida de que todos acabaremos
casados con mujeres vírgenes.
—Será duro para hombres como vosotros estar con una mujer virgen.
—¿Por qué duro?
—Bueno, parece ser que sois hombres diestros en la materia, y seguro
que las mujeres con las que salís también lo son. Y de pronto, tener que
hacer el amor con alguien que no tiene ninguna experiencia.
Les llevaron los postres y una copa de licor.
—Yo creo que a mi hermano le gustó enseñarle a Tess todo lo que había
aprendido con las mujeres.
—Si lo mirás así…
—Y te aseguro que Nathan piensa lo mismo. Me da la impresión de que
los dos están muy orgullosos de haber sido los primeros para ellas.
—Y, seguramente, están más orgullosos por haber sido los últimos.
—Sí, supongo que de eso también estarán orgullosos.
—Parecen muy posesivos con ellas.
—Y no te equivocas. Harían cualquier cosa por sus mujeres.
—Supongo que el otro hombre casado del grupo es Carter.
—Sí. Su mujer se llama Eleanor, pero todos la llamamos Ellie. Se
casaron dos veces.
—¿Se separaron y volvieron a casarse?
—No.
—¿Y entonces?
—La primera boda fue en marzo de este año. Estábamos en Las
Maldivas. Habíamos ido a celebrar el primer cumpleaños del hijo de
Delaney.
—¿Fuisteis a Las Maldivas a celebrar el cumpleaños de un niño de un
año? ¿Los millonarios sois así? ¿Os gastáis una fortuna en un bebé que no
va a enterarse de nada?
—Bueno, la isla es de Delaney y solemos ir todos un par de veces al año.
—¿Tu hermano tiene una isla?
—Sí. Y si vas a decir ahora que el vuelo también es caro, tienes que
saber que el avión era suyo.
—¿Tiene un avión?
— De hecho tiene dos y unos cuantos helicópteros.
—¡Dios bendito! ¿Se puede saber por qué me has traído a cenar? Tú y
tus amigos no tenéis nada que ver conmigo y mi sencilla vida.
—Me gusta tu vida sencilla. Y me gusta muchísimo estar contigo —dijo
con una sonrisa seductora.
—Vale, volvamos atrás. Hablábamos de Carter. Has dicho que se casó la
primera vez en la isla de tu hermano. ¡Demonios! ¿Quién tiene una isla?
Sean sonrió.
—Pues bien, se casaron en la isla, solo con el grupo de amigos. Y en
junio celebraron una boda formal con la familia, amigos y conocidos.
—La boda que celebraron en la isla con los amigos, no sería válida.
—Sí lo era, no para el estado, pero sí ante Dios. Los casó un sacerdote.
—Ah. Bueno, es cierto que no es normal casarse dos veces, pero
comparado con las historias de Delaney y Nathan, no veo que resalte
mucho.
—Eso es porque no sabes toda la historia —dijo buscando una foto de
Ellie para mostrársela—. Esta es Ellie.
—Una pelirroja muy guapa. Y el color de sus ojos es increíble.
—Sí. Carter y Ellie se conocieron en un campamento de verano cuando
eran unos críos. Se vieron en el campamento durante seis años y se hicieron
buenos amigos. Carter tenía diecisiete años el último año que fue al
campamento y Ellie quince. Y ese último verano hicieron el amor, por
primera vez, durante los dos meses que estuvieron juntos. Ellie estaba
enamorada de él desde que era una cría. Por cierto, Ellie también era virgen.
—Con quince años tiene sentido —dijo ella con una sonrisa divertida.
—Al finalizar ese verano, el día antes de marcharse del campamento,
Carter cortó con ella. Iba a empezar la universidad el mes siguiente y no
quería atarse a nadie, además, vivían lejos el uno del otro. Parece ser que
cortó con ella de manera muy brusca y nada delicada. Le dijo que tenía
planes de futuro, y le dejó claro que ella no estaba incluida en esos planes.
No volvieron a saber nada el uno del otro. Ella se casó con su amigo de toda
la vida, un chico de su pueblo, unos meses después de que Carter se
marchara.
—Pero… tenía quince años. ¿Por qué se casó?
—No seas impaciente, cielo. Déjame acabar.
—Vale.
—Catorce años después, Ellie se separó de su marido y se trasladó a
Nueva York, sin saber que Carter vivía aquí. Y un día se encontró con un
amigo de Carter, que precisamente ella había conocido en el campamento.
Fue otra de las casualidades de la vida. El caso es que él la introdujo en
nuestro grupo.
—¿También es amigo vuestro?
—Era amigo de Carter desde que eran pequeños. Cuando ambos estaban
estudiando conocieron a Tess, mi cuñada, que estudiaba en la misma
universidad e hicieron amistad. Y cuando ella se casó con mi hermano, los
dos pasaron a ser amigos nuestros.
—Y entonces, Carter y Ellie volvieron a encontrarse.
—Sí —dijo buscando una foto en el móvil de Carter con su hija y
enseñándosela—. Y Ellie tenía una hija.
—Pero…, esa niña es igual que Carter. ¡Oh, Dios mío! Ellie estaba
embarazada de Carter cuando cortó con ella.
—Sí.
—Pero has dicho que ella se casó.
—Peter, su exmarido es gay. Se casaron porque nadie sabía de su
condición sexual y no quería que se supiera por aquel entonces. Vivían en
un pueblo, y ya sabes cómo son los pueblos. Así que él le propuso que se
casaran, ella le ayudaría a él y Ellie tendría un padre para su hija. Pero no
tuvieron relaciones sexuales durante el matrimonio. Ni Ellie tuvo relaciones
con otro hombre durante el tiempo que estuvieron casados.
—¿Por qué no le dijo a Carter que estaba embarazada? Tenía derecho a
saber que tenía una hija.
—Puede que tengas razón. Pero Ellie estaba muy dolida. Estaba loca por
él desde que lo vio por primera vez en el campamento, siendo una cría. Al
saber que ella no se encontraba en el futuro que había planeado Carter,
pensó que si no quería tenerla a ella a su lado, tampoco querría tener a su
hija. Y tampoco quería desbaratar los planes de futuro que Carter había
hecho, sin ella.
—Supongo que no se puede pensar a la ligera en ciertas cosas. Puede
que yo también hubiera obrado de igual forma.
—El caso es que, aunque a Ellie le costó mucho volver a confiar en él, al
final se casaron. Se dieron cuenta de que nunca habían dejado de quererse.
—Entonces, Ellie era virgen cuando estuvo con él en el campamento,
pero no estuvo con ningún hombre después.
—Eso es.
—De manera que perdió la virginidad con él y, al igual que Tess y
Lauren, Carter fue el primero y el último para Ellie.
—Sí.
—Empiezo a pensar que Tess tiene razón en cuanto a la teoría de que
vais a casaros todos con vírgenes —dijo Kate sonriéndole—. Vas a tener
que enseñarle todo lo que sabes respecto al sexo a una chica virgen.
—No me importará, te lo aseguro. ¿Tienes prisa por volver a casa?
—Bradley está con los niños, así que no. Aunque tú tendrás que
levantarte temprano, y yo también.
—Vayamos al bar del restaurante a tomar una copa antes de volver a
casa.
—¿Puedo tomar un café con leche y un trozo de tarta en vez de la copa?
—Por supuesto. ¿Significa eso que te has quedado con hambre?
—Puede que los pobres comamos más que los ricos.
—Es posible —dijo él sonriendo.
—Y me gustaría tomar otro licor de este.
—Eso está hecho.
Capítulo 11
Sean y Kate se acomodaron en el sofá del acogedor salón del bar, que
estaba al otro lado del restaurante. Un camarero se acercó a ellos para tomar
nota de lo que querían.
—¿Sabes ya lo que quieres? —preguntó Sean.
—Sí. Tomaré un trozo de tarta de zanahoria, un café con leche y un licor
de canela.
—Mejor traiga la botella, por si le apetece otro —dijo Sean, pensando en
lo que le había dicho Bradley, que como no estaba acostumbrada a beber, el
tomar algunas copas ayudaría a que hablara.
—Muy bien. ¿Qué tomará usted, señor?
—Un whisky con hielo, por favor.
—¿Quieres emborracharme? —preguntó ella cuando el camarero se
retiró.
—Con ese licor es imposible que te emborraches. De todas formas, si
sucede, no tienes que preocuparte, porque te llevaré a casa y no me iré hasta
que estés dentro.
—Vale.
—Hemos hablado de mí y de mis amigos durante toda la cena.
—Me ha gustado conocer las historias de los tres casados. Son unas
historias preciosas y muy románticas.
—Sí, yo también lo pienso.
El camarero les llevó las bebidas. Poco después volvió y les dejó sobre la
mesa el resto de lo que habían pedido.
—He de reconocer que las suyas no son historias que suelan pasar
normalmente entre las parejas.
—No, desde luego que no lo son. Quiero preguntarte algo —dijo Sean
sirviéndole licor en la copa con hielo.
Sean cogió el vaso de whisky y lo levantó. Ella hizo lo mismo con su
copa.
—Por las vírgenes, que son difíciles de encontrar en estos tiempos —dijo
él rozando el vaso con la copa de ella y sonriéndole.
—Brindo por ello —dijo ella sonriendo también y bebiendo un sorbo—.
Me encanta este licor, está riquísimo.
—Pediré una botella para que te la lleves a casa.
—¡Ni se te ocurra! —dijo ella en voz baja—. Dios sabe lo que te
cobrarían aquí. Compraré una en el supermercado.
—De acuerdo.
Kate puso el azúcar en su café con leche, lo removió y tomó un pequeño
trago. Luego comenzó a comerse la tarta.
—Has dicho que querías preguntarme algo.
—Sí.
—Pues adelante. Te escucho.
—Desde la última vez que cenamos juntos, a finales del mes pasado, te
he notado diferente de las otras veces que nos hemos visto.
—¿Diferente? ¿en qué sentido? —dijo ella bebiéndose lo que le quedaba
en la copa, claramente intranquila.
—Bueno, tú no acostumbras a usar maquillaje y es fácil ver las suaves
sombras oscuras debajo de tus ojos. Y eso debe ser porque tienes algún
problema o porque no duermes bien, o al menos, no lo suficiente. Y cuando
uno tiene problemas para dormir es porque sucede algo.
—Vaya, eres muy observador —dijo ella mientras Sean le servía más
licor en la copa.
—Me gusta fijarme en las cosas que me importan, y tú me importas
mucho. Supongo que a estas altura ya me considerarás un amigo, ¿no?
—Por supuesto —dijo ella tomando el resto de café con leche.
—Quiero que sepas que puedes hablarme de lo que quieras. Sea lo que
sea.
—Lo sé.
—Y ello no afectará a nuestra amistad. Supongo que también lo sabes,
¿no?
—Sí.
—Y que los amigos no están solo para escuchar los pequeños problemas,
sino también los grandes.
—¿Crees que tengo un gran problema?
—Sí.
—¿Qué te hace pensar eso?
—Porque, después de la vida que has llevado, a alguien como tú, no le
quitaría el sueño un problema sin importancia.
Kate se tomó el resto de la tarta. Luego bebió un poco del licor. Y
suspiró.
—Es posible que tenga un problema, pero no es tan serio como crees, y
lo resolveré con el tiempo.
—Estoy dispuesto a escuchar cualquier cosa que quieras contarme.
—Apuesto a que muchas mujeres se morirían de ganas porque les dijeras
algo así. Pero Sean, yo no soy como las mujeres con las que sales. Y mis
problemas los resuelvo yo.
—Tengo muy claro que no eres como ellas. Y no tengo la menor duda de
que resolver los problemas lo haces muy bien. Pero, parece ser, que esta vez
tu método no está funcionando. Estás a punto de llorar. ¿No quieres probar
hablando conmigo? ¿No sueles confiar en los amigos?
—No tengo muchos amigos que digamos. Solo a ti y a Lucy.
—¿Desde cuándo la conoces?
—Desde que nos mudamos a vivir aquí. A veces mis hermanos y yo
íbamos a comer al restaurante de Max y ella ya era camarera allí. Aunque
no puedo considerarla una amiga a quien le cuento mis problemas. Ni
siquiera hemos salido juntas nunca. Estoy acostumbrada a solucionarlo todo
sola.
—A veces hay que apoyarse en los amigos. Y has dicho que me
consideras tu amigo —dijo él sonriéndole—. Yo te he hablado de cosas de
mi hermano, de mis padres y de mis amigos, cosas que nadie sabe. Si no
confiara en ti, te aseguro que no lo habría hecho. Podrías ir a la prensa con
toda esa información y sacarías un montón de pasta.
—¡No digas tonterías! ¿Por quién me has tomado? Yo jamás haría algo
así por dinero, y menos a ti —dijo ella ofendida.
—Sé que no lo harías.
Sean tomó un sorbo de su vaso y lo dejó sobre la mesa. Luego la miró.
Kate cogió su copa y bebió otro poco de licor. Sean se obligó a no sonreír al
ver que tenía la copa vacía de nuevo.
Cogió la botella para servirle.
—De acuerdo. He de admitir que tengo un problema. Hace unos días le
hablé a mi hermano de ello. Tan pronto lo hice me arrepentí de hacerlo,
pero no tuve elección. Era por la noche y volví a casa con la ropa sucia, el
pelo enredado y varios rasguños en la cara y en otras partes.
—¿El mismo rasguño que vi yo cuando nos vimos a finales del mes
pasado?
—Sí.
—Me dijiste que había sido con una rama de un árbol. ¿Te agredió
alguien? —preguntó preocupado.
—No, me lo hice yo sola, por estúpida. No creo que contarte eso sea la
mejor forma de empezar, porque no sabrías de qué hablo.
—Entonces, empieza por el principio, no tenemos prisa. Te escucho,
cariño.
—Antes de decirte nada, quiero que me des tu palabra de que todo lo que
voy a contarte quedará entre nosotros.
—Puedes contar con ella.
—Y quiero decirte también que, si decides no volver a verme después de
saberlo, lo entenderé y no te culparé de nada.
—De acuerdo. Aunque eso no va a suceder.
Kate volvió a beber otro trago y Sean le sirvió un poco más. Pero decidió
que esa sería la última vez que le rellenara la copa.
—Todo empezó a finales de septiembre del año pasado.
—¿Tienes un problema desde hace más de un año?
—Sí.
—Es mucho tiempo para tener un problema sin solucionar.
—Seguramente te avergonzarás de lo que hice.
—No suelo sorprenderme por las cosas que me cuentan mis amigos, y
menos aún avergonzarme de ellos. Adelante.
—En septiembre cogí dinero del cepillo de una iglesia —dijo ella
sacando la agenda del bolso y buscando la fecha.
Sean se quedó mirándola y pensando en lo que Logan les había contado
de la ladrona de su iglesia. No recordaba cuándo les había dicho que había
comenzado a llevarse dinero, pero sí recordaba cómo había descrito a la
ladrona. Y coincidía a la perfección con el aspecto de Kate.
—En esa ocasión me llevé ciento veinte dólares. Sucedió lo mismo en
octubre y en noviembre, que cogí ciento diez y ciento cuarenta dólares.
—¿Por qué cogiste dinero de la iglesia?
—Se me juntaron muchos pagos imprevistos: el aumento del alquiler;
me reventó una rueda del coche y tuve que cambiarlas todas para poder
pasar la revisión anual; se me rompió el coche una vez más; tuve que
comprar ropa para mis hermanos pequeños… Fuera por una cosa u otra,
siempre tenía atrasos en algún pago, y el casero no permitía atrasos. Me
pregunté si el universo no podría darme un respiro. En ningún momento
consideré que se tratara de un robo, porque pensaba devolverlo. ¿Te
avergüenzas de mí?
—Todavía no —dijo él sonriéndole.
—Entonces seguiré hablando hasta que lo consiga.
—Muy bien.
—Al día siguiente de coger el dinero volvía a la iglesia y dejaba una nota
en el cepillo con la cantidad que me había llevado el día anterior, para que
el encargado del cepillo lo supiera.
—¿Para que supiera qué?
—Para que supiera el dinero exacto que me había llevado.
—Vale.
—Dos días antes de Navidad fui otra vez y me llevé trescientos ochenta
dólares. No había podido comprar ningún regalo a mis hermanos y deseaba
hacerlo.
—¿Qué compraste para ti?
—¿Para mí?
—Sí, ¿qué regalo de Navidad compraste para ti?
—¿Crees que iba a coger dinero prestado para hacerme un regalo a mí
misma? Yo no necesitaba nada, pero ellos se merecían, al menos, un
pequeño regalo.
—¿Por qué no hablaste con alguien de la iglesia? Con el sacerdote, por
ejemplo.
—Me daba vergüenza. De todas formas, te hablaré de él en un momento
—dijo volviendo a comprobar algo en la agenda—. Al día siguiente volví a
la iglesia para dejar la nota de lo que me había llevado el día anterior y
alguien se acercó a hablar conmigo. Un hombre. Era la primera vez que lo
veía. Hablamos solo unos segundos, pero me asusté y salí corriendo.
Aunque he de admitir que ese hombre estaba bien, pero que muy bien —
dijo Kate, sonriéndole de forma traviesa.
Sean sabía que el alcohol empezaba a tener que ver con lo que decía.
Sonrió al verla beber de nuevo.
—Volví de nuevo a la iglesia a finales de enero de este año y me llevé
doscientos setenta y cinco dólares —dijo comprobándolo en la agenda—. Y
en febrero cogí ciento veinticinco más. El mes siguiente cobré la paga extra
del instituto y llevé a la iglesia un sobre con quinientos dólares, para pagar
parte del dinero que me había llevado durante los meses anteriores.
—¿Te sentiste mal en algún momento por llevarte ese dinero de la
iglesia?
—No, porque tenía la intención de devolverlo. Era muy tentador
disponer de ese dinero, sobre todo, cuando se acercaba la fecha de pagar el
alquiler. Así que volví por allí a final de cada mes y me llevé cantidades
pequeñas, excepto en julio, que cogí cuatrocientos ochenta y cinco dólares.
Cuando llegué a casa esa vez, saqué la cuenta y debía en la iglesia mil
setecientos setenta y cinco dólares.
—¿Se te complicaron más las cosas para necesitar todo ese dinero?
—La verdad es que sí. Mi hermano empezaría la universidad en unas
cuantas semanas, había crecido mucho recientemente y toda la ropa le
quedaba pequeña. Luego se rompió el termo, se rompió de nuevo el
coche… en fin, otra mala racha, a las que ya me estaba acostumbrando.
Sean la escuchaba atentamente, viendo cómo pasaba las páginas de la
agenda, como la persona organizada que sabía que era.
—El veintisiete de ese mes volví a la iglesia a dejar la nota de lo que
había cogido el día anterior. Pensaba largarme rápidamente, pero me
encontré de nuevo con el hombre que había visto las navidades pasadas.
—¿Te acordabas de él siete meses después?
—Sean, ese hombre es un monumento y no es fácil olvidarse de él. Tiene
la sonrisa más arrebatadora que he visto en mi vida, y cuando sonríe es
difícil apartar la mirada de él.
—Vale —dijo Sean preguntándose si estaría hablando de Logan. Porque
estaba completamente seguro de que Kate era la ladrona de la iglesia de su
amigo—. Sigue.
—Entonces no sabía quien era. Pero, desde luego, no era un hombre que
pasara desapercibido. Llegué a fantasear con él allí mismo, en la iglesia, ¿te
lo puedes creer?
Sean sonrió de nuevo. Si no le hubiera dado su palabra a Kate de que no
hablaría con nadie de ello, lo habría grabado para tenerlo en el futuro, por si
el hombre del que hablaba era Logan, y por si llegaba a haber algo entre
ellos dos, como pensaba su amiga Ellie.
—Entonces se presentó y me dio la mano. Y cuando nos la estrechamos
me quemaba.
—¿Por qué?
—¡Y yo qué sé! ¿Crees que es normal que una mano arda de calor
porque alguien te la estreche?
—No —dijo él riendo—. ¿Cómo se llama?
—Logan Hunter.
Ese era el momento para decirle que conocía a Logan, pero Sean no lo
hizo. Antes quería escuchar la historia, porque no sabía realmente cuál era
el problema que tenía Kate.
—Me dijo que era el sacerdote de la iglesia pero, por supuesto, no me lo
creí.
—¿Por qué?
—¿Por qué qué?
—Que porqué no creíste que era el sacerdote.
—Porque ese hombre es una maravilla, el sueño de cualquier mujer. Es
muy joven, alto y fibroso. Tiene unos ojos grises preciosos. Vestía vaquero
y camiseta. Te aseguro que no hay curas con ese aspecto.
—¿Los sacerdotes no pueden ser atractivos?
—Yo no he conocido a ninguno como él.
—Entonces, ese hombre estaba al corriente de que tú eras quien se
llevaba el dinero del cepillo de la iglesia.
—Sí. El caso es que pensé que era un tarado, uno de esos tíos que no
trabajan y que van a la iglesia a ligar.
—¿Hay personas que van a ligar a la iglesia?
—Hay gente muy rara. Ahora que lo pienso, creo que no fui muy amable
con él. Bueno, el caso es que me obligó a darle mi nombre. Me preocupé,
porque pensé que me denunciaría, pero dijo que no lo haría. Le dije que le
devolvería todo el dinero y me largué lo antes que pude.
—¿Le diste tu nombre?
—Sí.
Sean pensó que si Logan sabía el nombre de Kate, también sabría que
era la misma chica de la reforma que él había hecho, porque él le había
dicho como se llamaba a todos sus amigos. Se preguntó porqué Logan no lo
había mencionado en ningún momento.
—¿Volviste por la iglesia?
—Sí, un mes después. Fue el treinta y uno de agosto. Era el último día
que trabajé entre semana en el restaurante, porque al día siguiente
empezaba a ir al instituto. Mi hermano había estado trabajando como yo y
había ahorrado dinero. Pedí en el trabajo salir un poco antes.
—¿Para ir a la iglesia?
—Sí. Iba a dejar en el cepillo todo el dinero que debía. Además, había
echado de menos a Logan. La verdad es que me moría de ganar por verlo,
aunque no sabía si lo vería. Fui en autobús, porque ya había dejado el coche
en el taller para que el mecánico me lo vendiera. Cuando iba hacia la iglesia
caminando lo vi bajar de un coche muy elegante. Ese día no llevaba
vaquero. Llevaba un traje gris claro con una camisa blanca. ¡Dios! Le
sentaba de maravilla. Siempre lo había visto en la penumbra de la iglesia y
al verlo a plena luz del día… —dijo ella suspirando—. Se le veía alto,
fuerte y guapísimo. Llevaba desabrochados tres botones de la camisa y me
intranquilizaba, simplemente, con ver el trozo de piel que quedaba al
descubierto. Me gusta lo que siento cuando estoy cerca de él —dijo
sonriendo, antes de tomar otro sorbo del licor—. Cuando me vio y nos
miramos sucedió algo extraño.
—¿A qué te refieres con extraño?
—No lo sé. Si lo supiera no sería extraño, ¿no?
Sean sonrió.
—Fue algo que sentí, pero no puedo describirlo.
—Vale. Sigue.
—Tiene una voz preciosa, grave y sensual, que hace que se me erice el
vello cuando la escucho. No puedo mirarlo sin sentir que se me aflojen las
piernas y me tiemblen las manos.
—Parece que te gusta ese hombre.
—Cuando le miro esa boca tan seductora, no puedo pensar en nada que
no sea besarla.
Kate suspiró de nuevo y Sean volvió a sonreír.
Sean sabía que estaba haciendo mal, al no decirle que Logan era uno de
sus amigos. Y también sabía que ella se enfadaría, porque no se lo hubiera
dicho dicho tan pronto se enteró. Pero todavía no podía hacerlo.
—En fin. Le di el sobre con el dinero y se ofreció a que fuera a hablar
con él, si volvía a encontrarme en apuros. Estuvimos hablando unos
minutos. Me preguntó cómo abría el candado del cepillo y le dije que había
aprendido en un tutorial de YouTube.
Sean se rio.
—A Logan también le hizo gracia cuando se lo dije. Al reírse, sus
preciosos ojos se le iluminaron. Creo recordar que flirteé con él. Y no es
que lo haga a menudo, porque suelo ser tímida y me sonrojo. Pero con él,
no sé…
Kate tomó otro sorbo del licor.
—Es un hombre espectacular. Me ponía enferma tenerlo delante y ver
ese trozo de piel a través de la camisa y no poder tocarla. Puede que
habláramos de algo más, pero no podía concentrarme en lo que decíamos.
—¿Porque estabas pendiente de esa camisa abierta?
—Sí —dijo ella sonriendo—. Me invitó a ir a tomar un café, pero no
acepté. Tenía que volver a casa y, además, estaba tan nerviosa que la taza
me habría temblado en las manos. Pero le dije que me reservaría la
invitación para otro día. En algún momento vi algo en su mirada que hizo
que pensara que me deseaba. Aunque tampoco podría asegurarlo, porque ya
sabes que mi experiencia con los hombres es nula.
Sean sonreía escuchándola.
—El tres de septiembre fui a la iglesia con mi hermano Dexter.
Estábamos sentados en un banco y Logan se acercó a hablar conmigo. Tres
días después Logan fue a mi casa por la mañana, cuando yo estaba en el
instituto. Seguramente para no verme. Le dio a mi hermano Bradley un
cheque por la cantidad que yo le había devuelto, más los quinientos dólares
que le había pagado anteriormente.
—¿Te devolvió todo el dinero que habías cogido del cepillo?
—Sí.
—¿Por qué?
—Dexter le había preguntado en la iglesia cosas sobre el cepillo y para
qué empleaba el dinero que había en él. Logan le dijo que era para ayudar a
la gente necesitada. Y entonces mi hermano le dijo que yo había cogido el
dinero porque lo necesitaba y le preguntó que por qué tenía que haberlo
devuelto. Supongo que Logan pensó en ello cuando se quedó a solas. Me
habría gustado no aceptarlo, pero…
—Lo necesitabas —dijo él acabando la frase.
—Sí. No me vino nada mal. El día veintisiete de ese mismo mes volví a
a iglesia. Ya no tenía razón para ir, y me había prometido a mí misma que
no iría. Pero hacía casi un mes que no lo veía y lo echaba muchísimo de
menos. Sinceramente, no pude resistirme. Fui por la mañana, porque no
tenía clase en las dos últimas horas. Me quedé en un rincón de la iglesia.
Sabía que estaba apunto de empezar la misa. Estaba muy nerviosa,
simplemente, por la expectativa de volver a verlo. No quería que él me
viera, porque me sentía culpable de sentir lo que sentía por él. Seguí allí,
escondida en el rincón, escuchado esa voz con la que soñaba, y
preguntándome, una y otra vez, qué estaba haciendo.
Kate sacó un pañuelo de papel del bolso y se limpió las lágrimas.
—Si quieres nos vamos, no quiero que piensen que me has hecho daño
de alguna forma.
—No te preocupes por eso. Además, solo hay una pareja, y no está cerca
de nosotros. Continúa, por favor.
—Había intentado olvidarme de él, te lo aseguro, pero no lo había
conseguido. La verdad es que no sabía cómo hacerlo. Sabía que había
cometido otro error yendo a verlo, otra vez. Pensé en lo estúpida y patética
que era. Nadie se enamora de un sacerdote, y me preguntaba porqué me
había ocurrido a mí. Cuando la misa estaba a punto de terminar fui hacia la
puerta. Antes de abrir me volví a mirarlo por última vez, porque no pensaba
volver. Entonces me di cuenta de que, a pesar de la distancia, él me estaba
mirando, y salí de allí rápidamente. Unos días después volví a ir, también
estaba oficiando misa, pero esa vez no dejé que me viera.
—¿Fuiste más veces? —preguntó Sean sirviéndole licor en la copa,
porque le pareció que lo necesitaba.
—Sí —dijo secándose las lágrimas y tomando otro trago de licor—.
Volví por allí el día cinco del mes pasado. No podía dejar de pensar en él. Y
ya no era que quisiera verlo, es que necesitaba verlo. Me prometí mil veces
no volver por la iglesia, pero me he dado cuenta de que soy débil y no tengo
palabra.
—Podría pensar muchas cosas sobre ti, pero desde luego, que seas débil,
no es una de ellas. ¿Recuerdas la historia que te he contado de Lauren?
—Claro.
—Pues considero que eres tan fuerte como ella.
—Me gustaría creerlo.
—Sigue, cariño.
—Me senté en un banco. Poco después lo vi acercarse. Llevaba
vaqueros, un suéter y una cazadora. ¿Qué cura viste de esa forma? Solo le
faltaba salir y subirse a la moto.
Sean sonrió.
—Se sentó a mi lado en el banco y hablamos unos minutos. Le dije
claramente que estaba allí por él. Me dijo que no debía olvidar que era
sacerdote. La iglesia estaba casi vacía. Recuerdo que le di las gracias por el
dinero que me había llevado a casa y me dijo que si en alguna ocasión
necesitaba más, que se lo pidiera, en vez de cogerlo del cepillo. Me sentía
muy alterada y aturdida. Tal vez fuera la razón de que cometiera otro error.
Le acaricié la mandíbula, que estaba áspera por la barba. Esa noche no pude
dormir pensando en el tacto de su piel.
—¿Qué hizo él cuando lo acariciaste?
—Creo que se quedó paralizado, seguramente no esperaba que yo hiciera
algo así. Lo cierto es que me pareció que estaba asustado. No esperé a ver
lo que hizo a continuación. Me levanté y me fui.
Kate pasó varias hojas de la agenda.
—Seis días después, cuando fui a abrir la nevera de casa, vi una tarjeta
que se sostenía en la puerta con un imán. No recordaba haberla puesto allí.
La cogí y vi que era de él. Solo saber que era suya me alteró. Seguramente
Logan se la dio a mi hermano para que lo llamara si necesitábamos ayuda.
A esas alturas ya ni siquiera me acordaba de las promesas que me hacía a
mí misma de no volver a la iglesia o de olvidarme de él. Solo podía pensar
que tenía el número de su móvil. ¿Se puede ser más patética?
Sean sonrió.
—Mi hermano volvería del trabajo sobre las seis y media de la tarde y no
solía salir porque tenía que estudiar. No pude resistir la tentación y le envié
un mensaje.
—¿Le enviaste un mensaje a tu hermano?
—No. A Logan.
—Vale.
—Me arrepentí tan pronto pulsé la tecla de enviar. Le pedí ir a tomar un
café en una cafetería cercana a la iglesia. Le dije que si no quería ir lo
entendería. Pensé que ni siquiera se molestaría en contestar. Pero sí lo hizo.
Me dijo: Allí estaré.
Kate tomó otro sorbo de su bebida.
—Llegué antes de tiempo. Estaba muy intranquila y pensé en
marcharme, varias veces. Pero me quedé allí, diciéndome que no era una
cobarde. Él entró en la cafetería con puntualidad británica. Y estaba más
atractivo que nunca. Parecía un modelo de esos que salen en los anuncios
de televisión, aunque, ahora que lo pienso, no he visto a ninguno tan
atractivo como él. Bueno, dejándote a un lado a ti y a tus amigos.
—Gracias.
—Se sentó frente a mí. Nunca lo había visto tan serio. Me quedé en
blanco, sin saber qué decir. Pero él tenía un discurso preparado y fue quien
habló. Sabía exactamente lo que quería decirme. Me dijo que había una
atracción muy fuerte entre nosotros y que, de vez en cuando, a los
sacerdotes les sucedía con alguna mujer, pero que se les pasaba pronto. Me
dijo que no era la primera y que no sería la última, y que las tentaciones
siempre estaban ahí. Me dijo que no me confundiera, que él no sentía nada
por mí y nunca lo haría. Y que sentía una atracción muy grande por mí,
desde que me había visto por primera vez, nada menos que desde hacía un
año, pero que me olvidaría rápidamente. Eso me pareció que no tenía
sentido. ¿Me deseaba desde hacía un año, pero que me olvidaría
rápidamente? ¿Tú le ves algún sentido?
—La verdad es que no.
—Volví a decirle que me gustaba. No sé cómo pude ser tan estúpida.
Estuve dándole conversación, pero no sirvió de nada. Él había dicho todo lo
que tenía que decir y parecía muy convencido de sus palabras. Bueno, aún
le quedaba algo que decir. Me dijo que no volviera por su iglesia y que me
olvidara de que tenía su teléfono. Salimos a la calle y al decirle que había
ido en autobús, me dijo que él me acercaría a casa. Le dije que si seguía un
minuto más con él me pondría a llorar. Así que me marché. Y lo hice
caminando. Pensé que me despejaría un poco con el fresco de la noche,
porque no dejaba de llorar. Y te aseguro que tuve tiempo, porque su iglesia
no está cerca de casa.
Kate sacó otro pañuelo del bolso y se secó las lágrimas.
—Para un día que me maquillo, seguro que parezco un oso panda.
—Te equivocas. La máscara de pestañas debe ser muy buena, porque no
se te ha corrido.
—Es waterproof.
—Eso lo aclara todo —dijo Sean sonriendo—. Dime que no volviste a ir
a la iglesia, o intentaste verlo, o llamarlo.
—No puedo decírtelo. Pero, aguanté dieciséis días sin hacer nada al
respecto. Bueno, sí hice algo. Rompí la tarjeta suya que seguía en la puerta
de la nevera. De ninguna manera iba a pedirle ayuda a ese hombre. Y lo
bloqueé en mi móvil. ¡Cómo si él fuera a acosarme con llamadas! —dijo
ella sonriendo.
Sean volvió a reírse.
—Me di cuenta de que no tengo orgullo, ni principios. Soy cualquier
cosa, lo peor.
—No hables así de ti, por favor. Parece que quedar con él para tomar
café fue lo peor que hiciste —dijo él sonriendo—. Eso, si es lo último que
hiciste.
—No es lo último que hice. He caído tan bajo que no creo que pueda
volver a levantarme. Y no creo que vaya a volver por la iglesia nunca más.
—¿Segura?
—Eso espero. Porque siento vergüenza de mí misma.
—Cuéntame el resto.
—El día veintisiete del mes pasado hice lo peor. Eso sí fue lo peor, te lo
aseguro. Cometí la tontería y la insensatez más grande que nadie pueda
cometer.
—Me estás asustando.
—Y no es para menos, lo que hice da miedo. Fui a la iglesia por la tarde,
aparqué el coche y esperé a que él saliera. Y entonces lo seguí hasta su casa.
—¿Hablas en serio?
—Completamente. Me sentí como una acosadora. Dejé el coche alejado
de su casa y volví hasta allí caminando. Pensé en la forma de entrar en la
propiedad.
—No me lo puedo creer.
—Pues es totalmente cierto. No pensé que podría hacer algo tan bajo.
Ahora soy una acosadora y una mirona, además de una estúpida imbécil.
—Desde luego, si alguien hubiera oído todos las definiciones que te has
dedicado a ti misma desde que estamos aquí, no tendría muy buena opinión
de ti.
—Y tendría razón. Ni yo misma tengo buena opinión de mí. Pensé que
me conocía a mí misma, pero estaba equivocada. Soy una mala persona.
—No digas eso. Cuéntame lo que hiciste.
—Esto va a ser lo definitivo para que no quieras volver a verme.
—Ya veremos.
—Bien. Lo primero que hice fue pensar que si Logan tenía perro, me
destrozaría en unos segundos.
—¿Por qué pensaste eso?
—Porque salté la valla y me metí en su propiedad. Y no creas que fue
fácil, porque había unos setos muy altos y muy espesos detrás de la verja.
Así fue como me hice los rasguños y me manché la ropa.
—Vaya.
—Cuando estuve dentro de la propiedad me quedé quieta, esperando.
—¿Esperando qué?
—Supongo que a que llegara el perro para atacarme. Pero no había
perro. Su casa es enorme e impresionante. Caminé hasta la ventana que
estaba iluminada, que era la cocina.
Kate le contó lo que sucedió a continuación.
—¿Te subiste a un árbol?
—Sí, y me costó lo mío, no creas.
—¿Para qué te subiste al árbol?
—Para ver dónde estaba Logan.
—¿Y lo viste?
—Sí, acababa de salir por una puerta y solo llevaba una toalla en las
caderas.
—¿Era su habitación?
—Supongo que sí. No me quedé para contemplar la estancia. Pensé que
me había pasado y que ya no solo había entrado en su propiedad, sino que
estaba violando su intimidad. En ese momento me sentí muy culpable y
bajé rápidamente del árbol. Luego volví a verlo en la cocina mientras
cenaba, más tarde lo vi en el despacho, y a continuación en el salón.
—¿Te arrepientes de haberlo visto desnudo?
—No estaba del todo desnudo. Pero no me arrepiento.
—Lo imaginaba.
—Cuando volví a casa, mi hermano estaba levantado y tuve que
contárselo, porque mi aspecto no era el normal. Y ya puestos, se lo conté
todo. De eso hace dos semanas.
—¿Lo has vuelto a ver?
—No. Y no creo que lo haga.
—A lo mejor coincidís en algún sitio.
—Sean, estamos en Nueva York, ¿crees que es posible que dos personas
se encuentren por la calle?
—Es improbable, pero no imposible. Y las coincidencias existen. Por
todo lo que me has contado, deduzco que estás enamorada de ese hombre.
—¿Si a estas alturas te dijera que no estoy enamorada, me creerías?
—No —dijo él sonriendo—. A veces el destino hace que nos crucemos
con personas con el único propósito de que avancemos y descubramos lo
que queremos y necesitamos.
—¿Para que avancemos y descubramos? ¿Cómo podría avanzar si él no
siente lo mismo que yo y me ha prohibido que vaya a su iglesia? Tengo que
superar lo que siento por él. El problema es que, el amor no es algo de lo
que uno pueda desprenderse cuando quiere, y no sé cómo solucionar este
problema que me acucia y no permite que duerma.
—No todo lo relacionado con el amor es malo.
—El amor es una mierda.
—Puede que tengas razón —dijo él riendo—. ¿Qué vas a hacer?
—No tengo ni idea. Pensé que al contártelo se te ocurriría algo para
ayudarme.
—Pues no se me ocurre nada.
—En ese caso, ha sido una gran idea hablar contigo.
—Te dije que me hablaras de ello con la mejor intención —dijo él
sonriendo por sus palabras—. A veces, cuando tienes un problema, es mejor
compartirlo. ¿No te sientes mejor por habérmelo contado?
—Es posible.
—¿Te arrepientes de habérmelo contado?
—Claro que no. La diferencia es que ahora, en vez de saberlo dos
personas, lo sabemos tres.
Sean se rio.
—A veces tenemos que aceptar lo que nos da la vida. Y en muchas
ocasiones no es lo que esperábamos o deseábamos.
—Seguramente lo dices por tu experiencia, ¿no? Como has pasado tantas
necesidades.
—Bueno, yo he tenido suerte, he de reconocerlo —dijo él sonriendo de
nuevo.
—¿Sabes? Me gustaría olvidarme por un tiempo de todo, de mis
hermanos, de los trabajos, del dinero y de los problemas.
—Podrías irte de viaje.
—¿Lo dices tú, incluso debiéndote un pastón?
—¿Crees que voy a tener problemas para llegar a final de mes porque tú
me debas algún dinero?
—Por supuesto que no. Pero yo no podría irme de vacaciones debiendo
dinero. Y, de todas formas, aunque no te debiera dinero, no podría irme así
como así. Mis hermanos me necesitan.
—También tienes que pensar en ti.
—Llevo tanto tiempo sin pensar en mí, que ya no sé cómo hacerlo.
—Yo podría ayudarte. Podría ir a vivir a tu casa mientras tú estás de
viaje. O mejor aún, podría llevarme a tus hermanos a mi casa. Va una
señora a limpiar un día a la semana, pero pudo decirle que vaya todos los
días,y que cocine y cuide de ellos.
Kate comenzó a llorar.
—¿Por qué lloras ahora?
—Porque sé que lo que has dicho de cuidar a mis hermanos, lo dices de
verdad.
—Por supuesto que lo digo de verdad.
—Eres un cielo, Sean.
—No creo que esa palabra me defina.
—Yo creo que sí. No sé porqué estoy tan sensible y emotiva, yo no
acostumbro a llorar. Si no fuera porque estoy segura de que soy virgen,
pensaría que podría estar embarazada. Tengo entendido que es un síntoma
de las embarazadas.
Sean se rio.
—Yo puedo dar fe de ello.
—No me hace falta ir de viaje. Me siento feliz cuando llego cada tarde a
mi preciosa casa. Y también cuando veo a mis hermanos. Pero, solo por
imaginar, me gustaría disfrutar durante un par de semanas con sesiones de
sexo de cinco estrellas y olvidarme de mi vida.
Sean no pudo evitar reírse de nuevo.
—¿Y con quién imaginas que pasarías esas dos semanas? ¿Tal vez con
un cura?
—¿Con un cura? ¿Tú estás loco? ¿No has oído que he dicho sexo de
cinco estrellas? Un sacerdote no sabría ni por donde empezar. Lo que
necesitaría es un hombre con mucha experiencia.
—¿Cómo sabes que ese hombre no tiene experiencia? Puede que saliera
con chicas antes de ser sacerdote —dijo Sean, que tenía entendido que
Logan era un auténtico rompe corazones en la universidad.
—No lo creo. Cuando uno quiere ser sacerdote o monja, lleva una vida
tranquila y sin sobresaltos, y supongo que pensar en su vocación no le
dejaría tiempo para dedicarse a las chicas.
—Por cómo me has hablado de él, no parece que siga el patrón ese de
abstinencia que has insinuado.
—Es cierto que su aspecto y su forma de comportarse, y de mirarme, no
son las de un sacerdote. De todas formas, como solo estoy imaginando,
también puedo fantasear con que él sea un amante fuera de serie.
—Sí, siempre hay que imaginar a lo grande —dijo él sonriendo.
—Cuando te conocí me pregunté por qué no me sentía atraída por ti.
Eres un hombre increíblemente atractivo y, sin haberlo visto, apostaría a
que tienes un cuerpo espectacular. Y volví a pensarlo cuando fuiste a mi
casa con tu hermano y vuestros amigos. Todos sois hombres diez. Bueno,
Logan también lo es. Pero, ¿no te parece extraño que sienta esto solo por
él? ¿por un maldito sacerdote?
—Es muy halagador lo que has dicho sobre mí. Supongo que la
respuesta es que el amor es impredecible. Nunca puedes saber de quien te
vas a enamorar.
—Sí, como te he dicho, el amor es una mierda. ¿No tienes ningún
consejo, por pequeño que sea, que puedas darme respecto a mi situación?
—Yo no me he enamorado nunca, pero sí puedo decirte que el día que
me enamore de una mujer, no la dejaré escapar, por muchos obstáculos que
encuentre en el camino.
—¿Aunque ella te diga que no siente nada por ti y nunca lo sentirá?
—Sí.
—No creo que seas de los hombres que llama una segunda vez a una
puerta, que le han cerrado en las narices.
—Puede que tengas razón. De hecho, ninguna mujer me ha rechazado
hasta el momento.
—Y encima, arrogante y engreído. Aunque las dos palabras te sientan
bien.
Sean le sonrió.
—Lo que quiero decir es que no deberías rendirte demasiado pronto. Por
lo que me has comentado, lo que sientes por ese hombre es muy fuerte.
—¿Y qué me aconsejas? ¿qué vaya a la iglesia de nuevo y vuelva a
humillarme ante él?
—No tengo ni idea, cielo, pero creo que eres muy creativa y algo se te
ocurrirá.
—Estoy segura de que si Logan vuelve a verme llamará a la policía.
—Yo no lo creo. Es más, apostaría a que a ese hombre le gustas. Si
insistes un poco más, puede que no lo soporte y lo admita.
—Sí, seguro que sí.
—Espero que me cuentes los siguientes pasos.
—Lo haré. Sean, es tarde y tenemos que levantarnos temprano.
—Sí, vámonos.
Sean pagó la cuenta y se levantaron. Él la ayudó a ponerse el abrigo.
—Creo que he bebido más de la cuenta, me siento un poco mareada.
—No te preocupes, yo te sujetaré.
Cuando salieron a la calle Sean le rodeó los hombros y ella la cintura. De
pronto vieron el resplandor de la luz cegadora.
—¡Mierda! —dijo Sean.
—¿Qué ha sido eso? —preguntó Kate.
—No sé si te hará mucha gracia, pero vamos a salir en alguna revista.
—¿Qué?
—Lo siento, cariño, a veces me pasa. No sé como se enteran, puede que
algún empleado del restaurante les haya llamado, o puede que un cliente.
¿Crees que te perjudicará en algo?
—¿Salir en una revista con un tío guapísimo? Seguro que no —dijo ella
dedicándole una radiante sonrisa.
Kate entró rápidamente en el coche cuando él le abrió la puerta.
Capítulo 12
Sean había ido a jugar el partido de baloncesto con sus amigos, como
siempre. Intentaba no mostrarse diferente con Logan, después de lo que
sabía de su relación con Kate. Nadie le había preguntado nada sobre Kate,
pero sabía que eso cambiaría cuando se reunieran más tarde con las mujeres
y con sus padres en casa de Carter. Esas mujeres querían estar al corriente
de todo lo que les sucedía a cada uno de ellos. En un principio había
pensado llamar y decirles que no podía ir a comer, excusándose con
cualquier cosa. Pero eso solo serviría para retrasar lo inevitable.
Poco después de que los hombres llegaran, las tres chicas y Louise
estaban interrogando a Logan, porque últimamente lo veían muy apagado, y
querían saber qué le sucedía.
Sean estuvo entretenido con sus sobrinos y los hijos de sus otros amigos,
y pensando que tal vez a las chicas se les había olvidado interesarse por su
cena con Kate. Pero cuando se sentaron a comer, a su cuñada Tess le faltó
tiempo para preguntarle.
—Kate y tú habéis salido muy guapos en las fotos de una revista —dijo
Tess—. Hacéis muy buena pareja.
—No las he visto, pero Kate me llamó para decírmerlo —dijo Sean—.
Una compañera suya del instituto las vio. No le ha hecho mucha gracia
haber salido en una revista.
—Hacía mucho tiempo que tú tampoco salías —dijo Lauren.
—Porque soy muy discreto.
—Yo estoy de acuerdo en que hacéis muy buena pareja —dijo Louise.
—No te entusiasmes, mamá. Te aseguro que no me importaría salir con
esa chica, pero eso no va a suceder.
—En la foto se os ve muy acaramelados. Ya se preguntan si Kate es tu
siguiente ligue, o algo más —dijo Tess.
—Precisamente tú deberías saber que las fotos de las revistas nunca
tienen nada que ver con lo que escriben de ellas.
—Tienes razón.
—Pero teníais una mirada cómplice y estabais tan cerca el uno del otro
—dijo Lauren.
—Eso tiene una explicación. Kate no está acostumbrada a beber y se
sentía un poco mareada, por eso la sujetaba por los hombros cuando salimos
del restaurante.
—¿Has descubierto algo sobre el problema de Kate? —preguntó Tess.
—Algo no, lo he averiguado todo.
—¿Y es un problema tan serio como su hermano te dijo? —preguntó
Lauren.
—No es tan serio como me esperaba. Supongo que para un adolescente
los problemas son mayores.
—¿De qué se trata? —preguntó Ellie.
—Sé que no os va a gustar mi respuesta, pero no puedo hablaros de ello.
—¿Qué? —dijo Tess.
—¿Por qué? —preguntaron las otras dos al mismo tiempo.
—Porque antes de empezar a hablarme de ello, Kate me pidió que fuera
algo confidencial. Y le di mi palabra de que quedaría entre nosotros.
—¡Pero eso no es justo! —dijo Lauren—. Nos encargamos de comprar
los muebles de su casa y decorarla.
—E hicisteis un trabajo fantástico. A Kate le encanta la casa.
—Pero queremos ayudarla —dijo Tess.
—¿Os parece poca ayuda que vayamos a pagar toda la reforma, que
hayamos comprado los muebles y vosotras os hayáis encargado de la
decoración? —preguntó Carter.
—Pero queríamos ayudarla con su problema —dijo Ellie.
—Esa chica no os necesita para solucionar el problema que tiene. En
realidad, el problema se resolverá solo con el tiempo —dijo Sean.
—¿Vas a ayudarla tú? —preguntó Logan.
De haber sabido que Sean estaba al corriente de lo que pasaba entre él y
Kate, Logan no habría abierto la boca.
—¿Por qué lo preguntas? —preguntó Sean al sacerdote.
—Por si ella no puede solucionarlo sola.
—Logan, te aseguro que lo solucionará —dijo Sean mirándolo y
sonriéndole—. De todas formas, me ocuparé de mantenerme al corriente de
lo que suceda y tendrá mi apoyo en todo momento.
—Es un fastidio que no podamos ayudarla, pero al menos te tiene a ti —
dijo Tess a su cuñado.
—Sean, ¿por qué no la traes un día y nos la presentas? Así podríamos
hablar con ella. A veces es bueno comentar los problemas entre mujeres —
dijo Ellie.
—No creo que esté interesada.
—¿Por qué? ¿Te ha dicho que no quiere conocernos? A lo mejor piensa
que somos unas snobs? —preguntó Tess.
—No, nada de eso. Les he hablado de pasada de vosotras y sabe que no
sois así.
—Entonces, ¿cuál es el problema? —preguntó Lauren.
—Nuestros maridos nos han hablado muy bien de ella, y también de sus
hermanos —dijo Ellie.
—A Kate también le impresionaron ellos. Pero no creo que sea buena
idea que os conozca. Es cierto que es una chica sencilla, pero tiene su
orgullo, y también agallas —dijo pensando en cómo había actuado con
Logan—. Y me gusta tenerla como amiga. Si llegarais a conocerla, tarde o
temprano se enteraría de que estamos ayudándola con la reforma. Aunque,
en realidad, no hemos hecho nada todavía
—Pues entonces, dejemos que te pague cada mes lo que pueda y nos
olvidaremos de la ayuda que pensábamos ofrecerle —dijo Tess.
—Yo pienso como Sean —dijo Logan.
—¿Sobre qué? —preguntó Tess.
—Que no es buena idea que nos conozca.
—¿Por qué? No lo entiendo. A todos os cae genial. Bueno, tú no la
conoces —le dijo Tess a Logan—, y es amiga de Sean.
Sean miraba a Logan, esperando para ver por dónde salía. Sabía que su
amigo querría evitar por todos los medios que ella viera a Logan, con ellos.
Aunque él también pensó que tendría problemas con Kate, por haberle
ocultado que Logan era uno de sus amigos.
—Las mujeres que se han unido al grupo ha sido porque existía alguna
relación personal con alguno de vosotros.
—Ryan y Jules no —dijo Lauren.
—He dicho mujeres —dijo Logan.
—¿Qué importa que sean hombres o mujeres? —dijo Ellie.
—Yo no estoy de acuerdo —dijo Logan.
—¿Por algo en especial? —preguntó Louise.
—Ya somos más que suficientes en el grupo. Si seguimos ampliándolo,
ni siquiera podremos ir a la casa de Carter de las montañas, por falta de
espacio.
—¿Has olvidado que Sean reformó mi casa hace unos meses? —dijo
Carter.
—Ahora tiene tres dormitorios y tres baños más, y no habría problema
—dijo Ellie, su mujer.
—¿Y habéis olvidado que esa chica no va sola?
—En eso tiene razón Logan —dijo Delaney—. Esa chica necesitará, al
menos, dos habitaciones si viniera con nosotros.
—No entiendo que no quieras que sea amiga nuestra —dijo Tess—.
Siempre has sido el primero en querer ayudar a todos los que se encuentran
en apuros. ¿Por qué no te cae bien esa chica?
—No puedo saber si me cae bien o no, porque no la conozco.
—¿Y no crees que estaría bien que le dieras una oportunidad para
conocerla? —preguntó Nathan—. A mí me cayó muy bien.
—Haced lo que querías —dijo el cura.
—Ya os dije que le pasaba algo —dijo Tess.
—Yo también creo que tiene algún problema —dijo Louise—. Logan,
desde hace un tiempo estás como ausente. Me atrevería a decir que estás
triste. ¿Por qué no nos cuentas que te sucede?
—No me pasa nada. Puede que esté cansado.
—Pues entonces, descansa. Todos sabemos que pasas muchas horas en la
escuela con todos esos adolescentes. Y también en la iglesia —dijo Louise.
—No olvides que esa escuela es de todos nosotros, si la ayuda que tienes
no es suficiente, buscaremos a alguien más—dijo Patrick.
—Lo sé. Después de comer voy a ir a casa de mis padres, y me quedaré
con ellos hasta el lunes.
—Una buena decisión. Estar con ellos te sentará bien —dijo Louise.

Kate volvió a la iglesia el viernes de la semana siguiente. Habían pasado


cinco semanas, desde que fue a tomar café con Logan. Bueno, había ido a la
iglesia dos semanas atrás, aunque solo estuvo allí unos minutos mientras
oficiaba misa, pero él no la vio.
Eran las seis y media de la tarde y la última luz del atardecer entraba por
las vidrieras de colores, haciendo que la iglesia se iluminara con tonos
anaranjados.
Kate no se había sentado en ningún banco, se había quedado escondida
en el rincón de siempre. Sabía que Logan estaba en el confesionario, porque
algunas personas estaban esperando para confesarse. Ese día estaba más
intranquila que nunca, porque no sabía cómo reaccionaría él al verla. No
podía olvidar que le había pedido que no volviera por su iglesia. Pero allí
estaba.
Logan la vio nada más marcharse el último de sus feligreses. Cada vez
que terminaba de hacer algo, barría la iglesia con la mirada, con la
esperanza de verla. Kate estaba frente al pequeño altar que había a la
derecha de la iglesia, cerca del rincón donde solía esconderse.
El pulso de Kate se aceleró y supo que él estaba cerca. Giró la cabeza y
lo vio detrás de ella.
Logan la miraba en silencio, y ella lo miraba a él, embobada. Estaba tan
atractivo que quiso gritar. Su pelo brillante hacía que deseara acariciarlo,
para ver si era tan suave como parecía. Llevaba barba de dos días y eso
hacía que resaltaran aquellos labios diabólicos con los que soñaba. Y el gris
de sus ojos brillaba tanto que estuvo a punto de cerrar los ojos para que no
la deslumbrara. No le parecía justo que en un solo hombre hubiera todos
esos rasgos tan espectaculares.
Kate volvió a la realidad y lo miró a los ojos, algo ruborizada por sus
pensamientos. A Logan le gustaba cuando se sonrojaba, de ese modo tan
inocente y encantador que conseguía que su rostro se iluminara y sus ojos
brillaran de forma especial.
Kate se volvió de nuevo hacia el pequeño altar, para seguir con lo que
estaba haciendo. Ninguno había dicho absolutamente nada, pero ambos
podían sentir la atracción que había entre ellos cuando estaban cerca el uno
del otro, o simplemente cuando se miraban. Saltaban chispas.
—¿Qué haces?
Kate se estremeció al escuchar esa voz ronca y armoniosa. Tenía una de
esas voces que hacían que la piel se le calentara de pronto al escucharla y la
sangre corriera descontrolada por las venas.
—Encendiendo velas —dijo ella sin mirarlo.
—¿Para qué?
—He oído que Dios te ayuda cuando enciendes velas.
—¿Cuánto dinero has puesto?
—¿Dinero? Yo no quiero comprar las velas.
—Hay que echar en esa ranura algo de dinero por cada vela que
enciendes —dijo él señalando la ranura.
—¿Dios cobra por su ayuda? —preguntó ella, sin ni siquiera mirarlo.
—No exactamente, es como una limosna, el dinero obtenido sirve para
ayudar a gente con problemas.
—O sea que tengo que pagar para que Dios me ayude.
—Si quieres verlo así…
—¿Hay alguna garantía de que me ayude si pago?
—No. ¿Qué clase de ayuda necesitas?
—Eso no es asunto tuyo.
—¿Por qué has venido?
—¿Y porqué no iba a venir? —dijo ella girándose para tenerlo de frente
—. ¿Crees que porque me ordenaras que no viniera ibas a librarte de mí?
—Yo no te ordené que no vinieras, te lo pedí amablemente. Y te dije que
había otras iglesias a las que podrías ir.
—No pienso ir a otra iglesia. En las otras iglesias no estarías tú. Y me
importa un pimiento que no quieras verme por aquí.
A Logan le gustaba de ella su manera de ser, esa forma inocente que
tenía de hablar, su ímpetu y su sinceridad. No había engaño ni maquinación
en ninguna de sus palabras o sus actos. Era tan franca y honesta, que podía
leerse en sus ojos lo que pensaba. Y le encantaba cuando se sonrojaba,
como hacía de nuevo en ese instante bajo el escrutinio de su mirada.
Logan la observaba de manera intensa. Kate intentaba mantenerle la
miraba, pero no era fácil, porque la química y la tensión sexual que había
entre ellos la estaba abrasando por dentro.
Kate se separó un poco de él y lo miró de arriba abajo. Tenía un aspecto
increíble. Llevaba un suéter con las mangas remangadas, que dejaban ver
sus antebrazos bronceados. Se preguntó por qué seguía bronceado en
noviembre. Sus ojos estaban rodeados de ligeras arrugas provocadas por la
risa y que aún lo hacían más atractivo.
A Kate le parecía de mala educación decirle que se marchara, pero no
quería dejar ver lo intranquila que estaba, simplemente, por tenerlo cerca.
Ni siquiera quería admitirlo para sí misma. Y todavía se intranquilizó más
cuando Logan se acercó a ella, haciéndola retroceder, hasta que chocó con
la pared de piedra de la iglesia, obligándola a apoyarse contra ella.
—Pareces nerviosa.
Kate disimuló una sonrisa, pensando en lo prepotente que era a veces ese
hombre. Aunque reconoció que en esa ocasión tenía razón, no pensaba
dársela, por supuesto, ni decirle que el simple hecho de verlo la alteraba.
Kate se quedó completamente quieta, sin poder pronunciar palabra.
Era la chica más deliciosa y preciosa que había visto en su vida. Era una
tentación encantadora y muy atrayente, pensó Logan mientras se acercaba
aún más a ella.
Una avalancha de sensaciones nuevas y desconocidas la invadió. Deslizó
las manos por debajo del suéter de él, sin dejar de mirarlo a los ojos y con
las mejillas ruborizadas, y apoyó las palmas en sus pectorales.
Los músculos de su cuerpo se tensaron, marcándose a la perfección
debajo de las suaves manos de Kate. Logan estaba en shock. Permanecía
quieto y en silencio. Ni siquiera se había parado a pensar que estaban en la
iglesia y que podría verlos alguien.
Ahora fue Kate quien se acercó más a él, hasta quedar casi pegados.
Comenzó a acariciarlo con suavidad con las yemas de los dedos, sintiendo
el cálido aliento de Logan sobre su sien.
Logan se sentía aturdido, por esas inseguras y dulces caricias. Y
abrumado, al notar sus roces temblorosos. Y también se sentía muy
desconcertado, por lo que estaba sintiendo en esos momentos.
Kate cerró los ojos y respiró profundamente, intentando que las
sensaciones que la invadían no llegaran a desbordarla. El corazón le latía
frenético en su pecho y necesitaba serenarse para encontrar la calma. Pero,
¿cómo podía hacerlo si todo el cuerpo de él estaba en contacto con el de
ella?
Logan apoyó las manos en la fría pared, para no tocarla. Estaba
temblando y excitado. Intentaba respirar profundamente, pero no parecía
que el aire llegara lo bastante hondo. Se separó un poco de ella y la besó.
Fue un suave beso, simplemente un ligero roce de sus labios.
Kate se dijo que eso no podía significar nada. Pero desde ese leve
contacto, el corazón empezó a latirle desenfrenado. Poco a poco, el beso fue
convirtiéndose en pura necesidad y su cuerpo empezó a arder. Hundió los
dedos entre los cabellos de él y lo sujetó de la nuca para devolverle el beso
con la misma pasión que él demostraba.
Logan le dijo en ese beso todo lo que no podía decirle con palabras. Y le
demostró, claramente, que era capaz de drogarla, sin utilizar ningún tipo de
droga.
Kate acercó las caderas a las de él para poder sentir su erección.
De pronto, Logan se apartó de ella rápidamente y las manos de Kate
cayeron a ambos lados de su cuerpo.
—¡Hostia puta! ¡Te dije que no volvieras por mi iglesia! —dijo él
alterado, pero hablando en voz baja.
Ella soltó un resoplido de incredulidad de lo menos elegante.
—Mira, guapo. Me he estado informando y sé que la iglesia no es tuya.
Eres un simple y triste empleaducho. Te crees muy seguro de ti mismo,
¿verdad? Eres un arrogante y un engreído cura de pacotilla.
Logan no pudo evitar que en sus labios apareciera una leve sonrisa al
escuchar sus palabras, a pesar del terror que sentía en su interior. Cuando
esa chica se irritaba aún le gustaba más.
Permanecieron el uno frente al otro, a un metro de distancia, sin
recuperar la tranquilidad. Ambos se sentían turbados por el momento tan
íntimo que habían compartido un instante atrás. No podían negar la
atracción que había entre ellos, y la tensión sexual podría cortarse con un
cuchillo.
—Es posible que seas frío y tu control sea perfecto, aunque parece ser
que no lo controlas todo —dijo ella refiriéndose a que había notado su
erección—, pero yo no soy capaz de dominar mis emociones. Pienso que es
una estupidez ocultarlas. Creo que te quiero desde que te vi por primera
vez, y de eso hace casi un año. Desde luego, he tenido tiempo más que
suficiente para olvidarme de ti, y te aseguro que lo he intentado, pero no lo
he conseguido. Es patético, ¿verdad?
—Yo…
—Así que me temo que no voy a dejar de quererte porque me prohíbas
verte —dijo ella interrumpiéndolo—. Si es que me lo puedes prohibir.
—Kathleen, tienes que comprender la situación en la que me encuentro.
Crees que estás enamorada de mí, pero eso no puede ser.
—¿Por qué no puede ser? Tú mismo me dijiste que, además de ser
sacerdote, eras un hombre.
—Yo no siento nada por ti.
—¿En serio?
—Sí, completamente en serio.
—Pero me deseas.
—Eso solo es algo físico. No voy a dejar de ser sacerdote, y entre
nosotros no va a pasar nada.
—¿Por qué dices que no va a pasar nada? Ya ha pasado. Me has besado,
y te has excitado mientras lo hacías. Y también has dejado que te acariciara.
—Ha sido un error y no volverá a suceder. Tal vez deberías buscar ayuda
profesional.
—¿Me estás diciendo que debería ir a un psicólogo o a un psiquiatra?
—Si con ello me libro de ti, sí. Yo te daré el dinero.
Al escuchar sus últimas palabras aún se cabreó más.
—Puede que seas tú quien necesite ayuda.
—No te lo voy a discutir.
—Seguramente no eres consciente de lo que me has hecho. Te cruzaste
en mi vida, oscura y sombría, como si fueras un huracán, y la iluminaste
con tus intensas miradas y tus sonrisas arrebatadoras —dijo ella con los
ojos brillantes por las lágrimas.
—Lo siento.
—Yo también lo siento. Desde que he aparecido en tu vida, lo único que
hago es darte preocupaciones, ¿verdad?
—Tienes razón, cielo. Pero la preocupación principal eres tú, el resto
solo son ligeros obstáculos con los que puedo lidiar.
—Te dije que no me llamaras cielo.
—Lo siento.
—Tengo que marcharme.
—¿Vas a volver por aquí?
—Intentaré no hacerlo, pero no puedo asegurarlo.
—Busca ayuda.
—Métete en tus asuntos, gilipollas —dijo ella caminando hacia la puerta.
De pronto se paró y se dio la vuelta para volver sobre sus pasos. Se
acercó al altar donde estaban las velas y las apagó todas menos dos.
—He dejado las dos que estaban encendidas cuando llegué. Ya no quiero
la ayuda de Dios, ni la de nadie.
Y entonces se marchó.
Logan caminó hacia la sacristía, pensando que quizás ella tuviera razón y
fuera él quien necesitara ayuda. Decidió de nuevo que tenía que hablar con
alguien, de lo contrario se volvería loco. Hablaría con su amigo David, con
quien había coincidido en la universidad, y era también sacerdote. Era el
cura de una iglesia que había cerca de Trenton, New Jersey, la ciudad donde
vivían sus padres. Y lo haría en unos días, tan pronto lo llamara y acordaran
una cita. Era el más adecuado para ayudarle a pensar en los problemas con
el sacerdocio y en encontrar la solución para su problema con Kate.
También pensó en sus amigos, que siempre estaban ahí para ofrecer su
ayuda, a cualquiera de ellos que la necesitara. Decidió que les contaría lo
que le estaba ocurriendo, a pesar de que sabía que se burlarían de él, cuando
supieran que era la ladrona de su iglesia. Tendría que pensar en el momento
más adecuado para hacerlo, se dijo.
Terminó de revisar los papeles que tenía en la mesa del despacho y se
fue a casa.

Kate le había dicho a su hermano que había hablado con Sean sobre
Logan y que todo estaba bien, aunque no fuera cierto, porque nada estaba
bien. Pero no quería que se preocupara por ella.
Estaba en la cama, haciendo la croqueta sobre el colchón, y sin poder
conciliar el sueño. ¿Cómo podría dormir con lo que había pasado esa misma
tarde en la iglesia?, pensó dando vueltas para un lado y otro.
No se sentía culpable por haberse enamorado de él, le echaba la culpa a
su corazón. ¿Cómo iba ella a saber que tenía un corazón tan imprudente?
¿Cómo se le había ocurrido enamorarse de ese hombre, que era el menos
indicado que podría haber encontrado? Además de no sentir nada por ella,
jamás pensaría en ella del modo que ella pensaba en él. Estaba tan lejos de
ese hombre como de Saturno. De pronto pensó que, aunque por un milagro
de todos los santos de la iglesia, Logan llegara a sentir algo por ella, no
sería más que deseo.
¿Cómo iba a cargar un hombre con ella y sus tres hermanos? Si fuera
rica, puede que encontrara a alguien interesado, pero tenía que trabajar los
siete días de la semana para poder llegar a final de mes y para pagar la
cantidad astronómica de dinero que debía de la reforma de la casa. Una casa
que ni siquiera era suya.
Cogió un pañuelo de papel de la mesita de noche y se secó las lágrimas,
pensando que se convertiría en una solterona y viviría sola con su hermano
Dexter, porque los otros se casarían y tendrían una familia.

Kate volvió a la iglesia el último día de ese mes de noviembre, cuando


su hermano volvió del trabajo. Habían pasado once días desde que Logan y
ella habían tenido ese momento de intimidad. Un momento que ella había
rememorado en su mente una y otra vez. Estaba sentada en uno de los
bancos del centro de la iglesia.
Logan sabía de su presencia desde que llegaba a la iglesia hasta que se
marchaba. Cuando terminó de confesar, pasó por el pasillo central y miró a
Kate con esos ojos grises, que en ese momento parecían nubes amenazantes
y que lograron intimidarla. Siguió su camino, sin detenerse ni un instante.
En su rostro no apareció ningún gesto de alegría por volver a verla, ni
siquiera le brillaban los ojos por el deseo, como las otras veces. Estaba serio
y a ella le pareció que en su mirada había desprecio. No pudo evitar
derramar unas lágrimas, pero pocas. Se levantó del banco y abandonó la
iglesia.
Nueve días después Kate volvió a hacerle una visita. Ese día todavía fue
peor. Ella se sentó cerca del confesionario. Él la miró, pero no le dedicó la
más mínima atención. Parecía incluso que hubiera desaparecido ese deseo
que flotaba siempre alrededor de los dos. Logan tenía una mirada abierta y
directa y se movía de tal forma que hacía que todas las mujeres que había a
su alrededor se sintieran cómodas cuando estaban con él. Kate pudo ver
cómo les sonreía. Abandonó la iglesia, muy decepcionada, con él y consigo
misma. No quería llorar, pero lo estuvo haciendo durante todo el trayecto
hasta su casa.

Kate estaba duchándose mientras pensaba en sus cosas. Se sentía triste.


Haber ido esa tarde a la iglesia la había sumido en una desesperación muy
grande. En los veinte días que habían pasado desde que Logan la había
besado, había estado luchando consigo misma. Se sentía frustrada. Había
pasado de pensar que Logan estaba interesado en ella, a pensar que la
odiaba. Había deseado verlo, pero cuando lo veía, todavía se sentía peor. Y
más ahora, que ya no la miraba, y si lo hacía era para mirarla con desprecio.
Se sentía sola y defraudada. Llegó incluso a sentir lástima de sí misma. Le
cabreaba pensar que todo hubiera sido obra de su imaginación y que él se
hubiera limitado solo a jugar con ella y con sus sentimientos. Y, sobre todo,
le irritaba no poder detenerse a sí misma y humillarse.
Por supuesto, Logan no había vuelto a besarla. Suponía que para él el
beso no habría tenido importancia, pero a ella le había roto todos los
esquemas. Solo la había besado un hombre en su vida, además de él,
aunque no de esa forma. Pero, claro, ¿por qué iba a besarla de nuevo si la
odiaba?
Sean había llamado varias veces a Kate para invitarla a cenar y poder
hablar con ella, como había hecho unos minutos atrás. Pero ella no había
aceptado sus invitaciones, y tampoco permitía que fuera a verla a casa,
diciéndole que últimamente se acostaba muy temprano porque estaba
cansada. Se sentía culpable porque Sean era un buen amigo, pero no quería
volver a llorar delante de él.

Logan había llegado a su casa hacía un buen rato, pero no tenía ganas de
cenar. No podía dejar de pensar en la forma que Kate lo había mirado. Se
sentó en el sofá del salón con un vaso y una botella de whisky. Hacía
muchos años que no se había emborrachado, pero pensó que ese era un
buen momento para hacerlo. Recordó la última vez que había bebido más
de la cuenta, fue cuando estaba en la universidad, cuando era joven y
estúpido. Ahora era un adulto, pero igual de estúpido, o más.
Se levantó con el vaso en la mano y caminó hasta quedar frente a la
ventana. Miró a través del cristal y suspiró profundamente. Su estado de
ánimo era tan deprimente como la fría lluvia de invierno que estaba
cayendo y azotaba las ventanas. La tormenta rugía en el exterior. Los
truenos retumbaban en la casa y la luz de los relámpagos hacía que el salón
se iluminara. El corazón le palpitaba con fuerza por el temor y la
intranquilidad.

El lunes de la siguiente semana Kate estaba preparando la cena. Sus


hermanos pequeños estaban duchándose y Bradley estaba en su habitación
estudiando. Llamaron a la puerta y ella fue a abrir. Pensó que sería Sean,
que el viernes anterior la había llamado para invitarla a cenar y no había
aceptado tampoco. Pero no era Sean sino Logan.
Tan pronto la puerta se abrió, todos los pensamientos del cura se
disiparon como el humo cuando puso sus ojos en ella.
Allí estaba ese hombre, la peor de sus pesadillas. Se maldijo a sí misma
al sentir el vuelco que le había dado el corazón al verlo frente a ella con
vaqueros y cazadora de piel. Se preguntó por qué ningún hombre hacía que
se le acelerase el corazón, excepto él. Pero sabía la respuesta. Logan era
educado, rico, atento, elegante, inteligente… y estaba para comérselo. Pero,
además de todo eso, tenía cierto aire de peligro que hacía que los instintos
básicos de Kate se activaran. Y no podía olvidar que era un buen hombre, o
al menos, ella lo creía.
Desde que la besó sentía como si algo se hubiera instalado en su interior
y dominara su cuerpo. Con solo verlo, su mente volvía a recordar el
momento y se humedecía en el acto.
Fantaseaba con él en todas partes y a todas horas. Se había sorprendido a
sí misma, y en más de una ocasión, escribiendo el nombre de él mientras
preparaba la clase del día siguiente, como si fuera una adolescente. Solo le
había faltado dibujar corazoncitos. Hasta que había ido a la iglesia y había
visto el desprecio en sus ojos al mirarla. Y ahora estaba ahí, frente a ella.
—¿Qué haces aquí?
—Quería verte.
—Mira, Logan. Si has venido a incomodarme es mejor que te vayas. Y
no me digas que estás aquí por mi belleza, porque tengo espejos en casa.
—En ese caso, es que debes estar ciega.
Una suave sonrisa apareció en sus labios. Una sonrisa que hizo que a
Kate le temblaran las piernas. Sintió el calor de sus mejillas al sonrojarse.
Pensó que tenía que mantener la calma.
—¿Puedo pasar?
—Solo puedo dedicarte diez minutos. Luego tendrás que marcharte.
—De acuerdo.
Kate se hizo a un lado para dejarlo entrar y luego cerró la puerta.
Caminó hacia la cocina sin invitarle a que la siguiera. Él fue tras ella y se
sentó en un taburete de la barra de desayuno.
—¿Cómo sabes dónde vivo? —preguntó, apoyándose en la bancada de
la cocina y cruzando los brazos.
—He ido al piso donde vivíais antes. Tu vecina me ha informado.
—Te podías haber quedado con ella. ¿No te ha parecido suficientemente
atractiva?
—Sí, es muy atractiva.
—Seguro que tus feligresas también te parecen atractivas. Vi como
derrochabas sonrisas con ellas la última vez que fui por la iglesia.
Logan se dio cuenta de que estaba celosa y se esforzó porque no se
notara el placer que sintió al saberlo, pero la emoción se concentró en su
pecho.
—Te dije que no volvieras por allí.
—¿Crees que me importa lo que tú digas?
—Parece ser que no.
—Mira, Logan, no sé lo que buscas, ni lo que haces aquí. Eres un
hombre encantador cuando quieres.
Logan soltó un suspiro. No era la primera vez que ella empleaba ese
adjetivo para definirlo. Esperaba con ansias poder demostrarle lo poco
encantador y lo perverso que podía llegar a ser. Y ese día llegaría. Se quedó
un instante asimilando los pensamientos que acababan de pasar por su
mente y se asustó.
—No quiero ser maleducada, pero me gustaría que te marcharas.
—No han pasado diez minutos. ¿Dónde están tus hermanos?
—Bradley estudiando y los otros duchándose. ¿A qué has venido?
—Quería verte. No he dejado de pensar en ti desde la última vez que
estuvimos juntos en la iglesia.
—¿Quieres decir cuando me besaste?
—Sí. No sé la razón, pero no puedo apartarte de mis pensamientos.
—Bienvenido al club —dijo dedicándole una tierna sonrisa—. ¿Sabes?
Me paso el día descifrando los mensajes sutiles y contradictorios que me
envías. Aunque la última vez, no puede decirse que fueran sutiles —dijo
Kate refiriéndose al beso y a la erección.
—Perdí el control. Lo siento.
—Eso es porque eres humano.
Logan se acercó y se apoyó en la bancada junto a ella.
Kate sintió el familiar cosquilleo de su piel, la presión en su vientre y el
revoloteo de su estómago, cosas naturales para ella cuando él estaba cerca.
Su corazón latía frenético en su pecho y pensó que él podría oírlo. Se quedó
inmóvil, intentando calmarse, porque no podía oír nada, excepto los latidos
de su propio corazón.
—Siento cómo me porté las dos últimas veces que fuiste a la iglesia.
—Yo también. Sentí que me despreciabas.
—Nunca te he despreciado.
—¿Todavía me deseas? —preguntó ella, después de asegurarse de que
ninguno de sus hermanos estuviera a la vista.
—No puedo evitarlo.
Kate se incorporó y se colocó frente a él.
—Por tu posición, sé que es difícil para ti desearme. Y puede que hayas
sido sincero y te pase como a mí, que no puedo apartarte de mis
pensamientos ni un solo instante. Y no solo últimamente, sino desde la
primera vez que te vi. Sé que he sido muy insistente y habrás pensado, más
de una vez, que me he humillado ante ti.
—Nunca he pensado eso.
Kate respiró hondo porque no quería llorar, pero Logan vio las lágrimas
retenidas.
—Das unos giros en tu comportamiento que me confunden y, realmente,
no sé cómo comportarme contigo. Lo único que sé cierto es que estoy
enamorada de ti y no sé cómo actuar en tu presencia.
—Conmigo no tienes que actuar de ninguna manera, prefiero que seas tú
misma. Creo que deberíamos hablar de lo que sucedió la última vez que nos
vimos.
—La última vez que nos vimos me ignoraste. Estabas demasiado
ocupado entreteniendo a tus feligresas, mientras babeaban por ti.
Ahí estaban otra vez los celos, pensó Logan. Y eso le hizo esbozar una
ligera sonrisa.
—Ya te he dicho que lo siento.
—De todas formas, este no es el momento ni el lugar para hablar de ese
tema. Mis hermanos aparecerán de un momento a otro.
—¿Quieres que quedemos en otro sitio?
—¿Me estás pidiendo una cita?
—No sería una cita.
—De acuerdo.
—Pero antes tienes que prometerme que me ayudarás a mantener el
sentido común para hacer lo correcto.
—Puede que lo correcto para ti no sea lo mismo que para mí —dijo ella.
—Ya pensaremos en eso. ¿Me das tu palabra?
—Logan, si quieres dejarlo en mis manos, tienes un grave problema.
Él sonrió.
—No sé si seré capaz de tomar una decisión.
—Supongo que al ser sacerdote tendrás fe. Debes confiar en ti mismo.
Dicen que Dios ayuda a quien se ayuda a sí mismo.
—¿Quién lo dice?
—No lo sé, lo habré oído en alguna parte.
—¿Qué te parece si, después de que hablemos y resolvamos nuestros
problemas, somos amigos? —preguntó él.
—Entre nosotros solo hay un problema. Y si lo resolviésemos, fuera cual
fuese el resultado, ya no necesitaríamos ser amigos. Además, yo no necesito
más amigos.
—Hola —dijo Taylor cuando llegó a la cocina.
—Hola, preciosa —dijo Logan incorporándose para besarla en la mejilla,
lo que hizo que la niña se ruborizara.
—¿Te ayudo, Charity?
—No, ya lo tengo todo casi listo.
—¿Te gusta que te llamen Charity? —preguntó Logan.
—No me importa, ya estoy acostumbrada.
Logan miró a la niña y vio que le sonreía a Kate. Era una tierna sonrisa,
que demostraba cuánto quería a su hermana mayor. Él sintió algo extraño en
su pecho.
—¿Te has secado bien el pelo? —preguntó Kate.
—Sí.
—¿Qué hace Dexter?
—Se está poniendo el pijama, saldrá enseguida.
Aún no había dicho la última palabra cuando el pequeño apareció en la
cocina.
—Hola, Dexter —dijo Logan.
—Hola —dijo el niño sin mirarlo.
—¿Te acuerdas de mí?
—Eres Logan Hunter, el dueño del cepillo de la iglesia.
—Buena memoria —dijo él sonriendo.
—Kate ya no te debe dinero.
—Ya lo sé.
—Ahora debe treinta y dos mil quinientos dólares a Sean Stanford. Es el
arquitecto que nos hizo la casa. Me gusta vivir aquí.
—A mí también me gusta más esta casa, la otra no era muy bonita.
Kate lo miró. Estaba entre sus dos hermanos y se le veía de lo más
cómodo.
—¿Te apetece una copa de vino? —preguntó Kate.
—No, gracias, tengo que marcharme.
—Puedes quedarte a cenar con nosotros —dijo la niña.
Logan miró a Kate y vio que no era lo que ella quería.
—Hoy no puedo, pero puede que lo haga en otra ocasión.
—Vale —dijo la pequeña.
Logan la besó y luego besó al niño en la cabeza.
—Te acompaño a la puerta —dijo Kate caminando hacia la salida.
—¿Cuándo te va bien que quedemos? —preguntó ella cuando llegaron a
la puerta.
—¿Esta noche sería muy precipitado?
—¿Esta noche?
—Sí. Podemos ir a tomar algo, o a mi casa.
Logan vio que se ruborizó de repente y pensó que llevarla a su casa no
era buena idea. Lo que no sabía era que Kate ya había estado en su
propiedad y por eso se había sonrojado.
—O podemos hablar en el coche.
—En el coche me parece bien, así no tendré que arreglarme.
—Entonces, hablaremos en el coche. ¿A qué hora quieres que venga?
—¿Qué te parece en una hora?
—De acuerdo.
—Puedes aparcar en la entrada de nuestro garaje.
—Vale. Te espero fuera a las ocho y media.
—Bien. Hasta luego.
Logan se acercó a ella y la besó en los labios.
—Te veo en un rato —dijo él antes de que ella dijera nada.
Kate cerró la puerta y sonrió desconcertada. ¿Por qué la había besado?,
se preguntó. En ese momento no era solo amor lo que sentía por ese
hombre. Era como si una masa incandescente se hubiera instalado en su
interior prendiendo cada célula de su ser.

A Kate le había dado tiempo a cenar, a recoger la cocina, a ducharse y a


ponerse el pijama. No iba a vestirse para hablar con Logan en el coche, y no
quería que él pensara que se había arreglado para él. Solo le faltaba leerle a
Dexter en la cama unas páginas del libro que estaban leyendo.
Logan no había vuelto a su casa. En vez de eso había ido a dar una
vuelta por la ciudad. Conducir le relajaba y, realmente lo necesitaba, porque
se sentía alterado, como se había sentido el tiempo que había estado en casa
de Kate. Volvió quince minutos antes de la hora acordada y aparcó el coche
en la puerta del garaje. Se fijó en la fachada de la casa, que había quedado
preciosa, al igual que la puerta de entrada y la del garaje. Respiró hondo,
intentando relajarse.
Le sorprendía la atracción física que sentía por esa chica. Pero sabía que
había algo más que ansia o deseo por su precioso cuerpo. Lo que lo atraía
era toda ella: su risa; su voz; su carácter amable y tierno; su mirada; su
inteligencia; su honradez; su sinceridad. Pero sobre todo, ese corazón
inocente que había entregado a tres niños que habían quedado huérfanos. Y,
parecía ser, que también le había entregado el corazón a él.
Esa chica desconocía los juegos de seducción y el flirteo. Y a Logan le
costaba un gran esfuerzo no dejarse llevar por la atracción que todas esas
cosas suponían, aunque ella ni siquiera se diera cuenta. Le había parecido
increíble el ambiente que lo rodeaba el tiempo que había estado en la casa
de Kate. No podía definir qué era exactamente, pero le hizo sentir
emociones desconocidas y que no comprendía.
Logan volvió a sentirse alterado cuando miró el reloj del coche y vio que
solo faltaban cinco minutos para que ella saliera. Entonces bajó del coche,
se puso la cazadora y cerró la puerta. Fue al otro lado del vehículo y esperó.
Capítulo 13
Kate salió de la casa a la hora acordada. Logan la observó. Caminó
hacia él con esa sonrisa abierta y sincera que le llegaba a los ojos y le
iluminaba todo el rostro. Sus pasos eran largos y tenían la determinación de
una mujer segura de sí misma y que, sin duda, estaba acostumbrada a estar
a cargo de todo.
Kate lo vio sonreír. Su sonrisa comenzaba con un tenue brillo en la
mirada e iba extendiéndose hasta llegar a sus preciosos labios. El gris de sus
ojos podía pasar del tono del mercurio a oscurecerse como una nube de
tormenta.
Cuando ella se acercó y lo besó en los labios, Logan sintió la sangre
caliente correr por sus venas a toda velocidad.
—Hola.
—Hola, cielo.
—¿Estás seguro de esa palabra que me dedicas a menudo? ¿No sería más
apropiado llamarme infierno? Supongo que soy un infierno para ti.
—Sí, algo así. Te veo como un demonio tentándome. Un demonio muy
atractivo, por cierto.
—Gracias.
—Sácate el abrigo antes de entrar, en el coche hace calor.
—Es que voy en pijama.
—Solo voy a verte yo.
—Vale —dijo ella sacándose la prenda.
Logan la miró de arriba abajo. Llevaba un pijama en tonos azules que
parecía suave y muy abrigado. Y unas zapatillas grises de estar por casa con
forma de ositos. Le abrió la puerta para que se sentara y cuando ella lo hizo
la cerró. Luego rodeó el coche por la parte de atrás y se sentó a su lado.
—Qué calentito se está aquí.
—No quiero que pases frío —dijo él mirándola con una sonrisa—. Dame
el abrigo.
Ella se lo dio y Logan lo dejó en el asiento trasero junto con su chaqueta.
—Tu coche es muy bonito, y muy cómodo.
—Gracias.
—Háblame un poco de ti —le dijo Kate.
—¿De mí?
—Sí, de ti. Apuesto a que tú lo sabes todo sobre mí por mis hermanos,
incluido el dinero que debo.
—Tu hermano Dexter es genial.
—Todos no piensan como tú.
—No tiene que importarte lo que piense la gente. De acuerdo, dime de
qué quieres que te hable.
—No sé. De tu trabajo, por ejemplo.
—¿Te refieres a mi trabajo de sacerdote?
—¿Tienes más trabajos, además de el de la iglesia?
—Sí. Me encargo de una escuela para adolescentes problemáticos.
—Eso es muy interesante. ¿Das clases de Geografía?
—No. Es una escuela de oficios, ya sabes, de electricidad, fontanería,
peluquería…
—Cuando dices chicos problemáticos, ¿te refieres a pandilleros?
—Más bien a chicos que quieren salir de alguna pandilla, o evitar
ingresar en ella.
—Vaya.
—También drogadictos, ladrones…
—Eso aún es más interesante. ¿De qué les das clase tú?
—De nada. Yo dirijo la escuela.
—Es mucha responsabilidad para esa clase de estudiantes.
—Tengo mucho apoyo.
—Supongo que la iglesia tiene mucho poder.
—La iglesia no tiene nada que ver con la escuela.
—¿Has abierto la escuela por tu cuenta?
—Somos varios socios.
—¿Y es rentable?
—Las clases son gratuitas.
—Eso es encomiable.
—Gracias.
—Deben irte muy bien las cosas. ¿Tanto se cobra de sacerdote para
llevar a cabo un proyecto como ese?
—No, el sueldo es muy bajo, pero yo no tengo problemas de dinero, y
mis socios tampoco.
Kate entendía ahora que Logan tuviera esa mansión y ese coche de lujo
que parecía muy caro. Ese hombre era rico.
—Entonces, si no cobráis las clases, ¿qué beneficio obtenéis?
—No obtenemos ningún beneficio económico, pero sí la satisfacción de
saber que estamos sacando a algunos chicos de la calle.
—¿Por qué lo hacéis?
—Puede que por desgravar impuestos.
—No digas tonterías. Apuesto a que os gastáis cada año una verdadera
fortuna con esa escuela.
—Merece la pena —dijo él, sin darle la menor importancia.
—¿Y qué me dices de tu trabajo en la iglesia?
—El trabajo de la iglesia no es que me entusiasme. Todas esas misas, las
bodas, las misas de entierros, lo de visitar a enfermos para darles la
extremaunción… Eso no es lo mío. Me gusta más lo que hago en la escuela.
Aunque también me gusta ayudar a personas que lo necesitan, con el dinero
del cepillo —dijo él sonriéndole.
—Personas como yo.
—Por ejemplo. Pero hay gente mucho más necesitada que tú, créeme.
—Si dices que lo que menos te gusta son las tareas que desempeñas en la
iglesia, ¿por qué eres sacerdote?
Logan la miró sonriendo.
—¿He dicho algo gracioso?
—No. Es solo que una amiga me dijo exactamente lo mismo hace algún
tiempo.
—¿Una amiga como yo…, con derecho a besarla?
—No, una amiga de verdad.
—Claro, yo no soy tu amiga.
—A mí no me importaría que lo fueses.
—El resto de cosas que has mencionado, como dirigir la escuela o
ayudar a la gente necesitada, podrías hacerlas perfectamente sin ser
sacerdote, ya que has dicho que no tienes problemas de dinero. Eso,
suponiendo que tengas mucho dinero o unos ingresos periódicos de algún
otro sitio —dijo ella ignorando lo que él acababa de decir.
—Sí, es cierto. Pero no me arrepiento de ser sacerdote.
—Por supuesto que no. Te sentirás como un súper héroe, absolviendo los
pecados de tus feligreses.
Logan sonrió.
—Deberíamos hablar de lo que sucedió la última vez que nos vimos —
dijo ella.
—¿A qué te refieres?
—Al beso.
—No creo que haya mucho de qué hablar. Estaba muy aturdido. Y
además, ¡estábamos en la iglesia!
—Lo sé, recuerda que yo también estaba allí.
—Perdí completamente la razón. ¿Qué crees tú que sucedió?
—Que me besaste, y que besas muy bien.
—No me refiero al sentido técnico de la cuestión —dijo él intentando no
sonreír.
—Yo me sentí tan aturdida como tú, o puede que más. La verdad es que
no esperaba que me besaras.
—Yo tampoco esperaba besarte.
—Además, no puedo pensar ni razonar con normalidad cuando te tengo
cerca. Y estabas demasiado cerca.
—No has dicho nada que no supiera —dijo él sonriendo.
—Supongo que no soy muy buena ocultando mis emociones. Bueno,
creo que lo que sucedió fue que me besaste y te devolví el beso, porque hay
algo muy fuerte entre nosotros, algo que no podemos ignorar.
—Pues tendremos que hacerlo.
—¿Sabes, Logan? Estoy acostumbrada a volar sola. No dependo de
nadie desde que tengo diecisiete años, y no me siento cómoda poniendo mi
vida en manos de otra persona.
—¿Por qué dices eso?
—Porque tú haces que me sienta desvalida e indefensa. No quiero ser
solo una de las chicas esas de quien me hablaste a quienes deseas, pero que
te olvidas de ellas rápidamente —dijo Kate, repitiendo las palabras que él le
dijo cuando quedaron para tomar café.
—¿Rápidamente? Llevo colgado de ti desde hace un año. Y nunca había
ido tan lejos con una mujer, desde que soy sacerdote. De hecho, nunca ha
habido absolutamente nada con ninguna otra.
—¿Qué quieres decir?
—Que nunca me he fijado en ninguna mujer, ni me he sentido atraído
por nadie.
—Eso no es lo que me dijiste.
—Te mentí.
—Pensé que los sacerdotes no mentían.
—No deberían mentir. Y, por supuesto, tú eres la primera a quien he
besado.
—Tu forma de besar no dice lo mismo.
—Salí con algunas chicas antes de ser sacerdote. Y eso es como subir en
bicicleta, no se olvida.
—¿Desde cuando eres sacerdote?
—Desde los veintidós años.
—¿Y cuántos años tienes?
—Cumpliré treinta y dos a final de este mes.
—¿Llevas siendo sacerdote diez años, sin acostarte con una mujer?
—No sé si sabes que los sacerdotes hacemos voto de castidad. Así que
sí, no me he acostado con ninguna mujer desde que soy sacerdote. Y no he
tenido problemas hasta ahora.
—Tal vez sea porque yo soy la indicada.
—¿Qué quieres de mí, Kathleen?
—¿Que qué quiero de ti? Lo quiero todo, por supuesto.
—Soy sacerdote.
—Lo sé. Y tendrás que hacer algo al respecto.
—No pareces muy justa.
—Eso es parte de la vida. ¿Crees que la vida es justa? Puede que para ti,
que no tienes problemas de dinero lo sea, pero puedo asegurarte que no lo
es.
—No puedo dejar de verte. Pero verte es una tentación.
—Sé que, por ser sacerdote, eres un hombre complicado.
—Yo no soy complicado.
—Puede que esa no sea la palabra correcta, pero la situación en la que
estás, sí. Yo no me considero una mujer especialmente paciente, pero sí lo
suficientemente terca y obstinada como para seguir insistiendo contigo.
Más que nada, porque me gustas de verdad. También sé que mi vida es aún
más complicada que la tuya, muchísimo más, porque quien quiera
compartir su vida conmigo, tendrá que cargar con mis tres hermanos.
—¿Quieres decirme algo con tus palabras?
—Sí. Quiero decirte que tengo un límite y puede que mi paciencia se
agote y no quiera seguir esperando. Con esto no quiero decir que te esté
amenazando ni presionando, pero si crees que no vas a cambiar de parecer
en cuanto a seguir siendo sacerdote, dímelo sinceramente para que no siga
insistiendo. Porque prefiero saber que sonríes estando alejado de mí, que
verte triste y desgraciado a mi lado.
—Pero entonces, tú no serás feliz.
—Yo no importo.
—Así es siempre, ¿verdad? Todos son más importantes que tú.
—Me da lo mismo.
—¿Y si no pudiera contestar todavía a tu pregunta?
—Esperaré a que me des una respuesta. Pero he de decirte que no
esperaré demasiado.
—¿Podremos seguir viéndonos, como amigos?
—Seguramente debería decirte que no, pero te echaría mucho de menos
—dijo ella.
—Podemos quedar para hablar de vez en cuando.
—¿Cómo hoy en el coche?
—Contigo me siento bien en cualquier parte. Pero podemos salir a comer
o a cenar cuando pueda quedarse tu hermano con los pequeños. O pueden
venir con nosotros.
—¿Quieres que vayamos todos juntos a comer?
—A mí no me importa, tus hermanos me caen muy bien. Y de esa forma
no tendría tentaciones contigo.
—Lo pensaré.
—Háblame de algo —preguntó Logan.
—¿De qué?
—De lo que sea, no quiero que te vayas.
—Yo no quiero irme —dijo ella sonriéndole—. De acuerdo. Me altero
simplemente con verte. Podría decir que eres el error más grande de mi
vida, pero que no me arrepiento de cometer.
—¿Por qué crees que soy un error?
—¿Tú qué crees? ¿Ves normal que una mujer se enamore de un cura?
—Supongo que el amor no tiene fronteras.
—¿Sientes algo por mí? —preguntó Kate.
—Siento por ti un deseo casi incontrolable...
—Que va en contra de tus principios —dijo Kate, terminando la frase
por él.
—Sí.
—Te hablaré de algo. Recientemente he pensado que, después de tantos
años de soledad, era hora de pensar en mí.
—¿Qué quieres decir con después de tantos años de soledad?
—A los años que han pasado desde que mis padres fallecieron. Tenía
diecisiete años. Los años siguiente fueron muy duros. No voy a entrar en
detalles, porque no quiero ponerme triste, ni aburrirte.
—Tú no podrías aburrirme.
—Tuve una especie de novio, que desapareció cuando me hice cargo de
mis hermanos. Los años siguiente, con ellos en mi vida, también fueron
muy duros. Y me he sentido muy sola durante todo ese tiempo. Creo que la
peor soledad es la que se siente cuando estás acompañada. He echado de
menos la compañía de un hombre, y no solo por el sexo, sino para poder
hablar con él y compartir mis problemas. Aunque, últimamente, pienso
mucho en ello, me refiero al sexo. Puede que desde que te conozco a ti.
—¿En qué piensas realmente?
—Bueno… Tener una aventura con un hombre sexy y espectacular sería
el mayor regalo que podría hacerme a mí misma.
—¿Estás insinuando que has pensado en mí para ello?
—No lo estoy insinuando —dijo ella sonriendo—, lo estoy afirmando.
Logan vio esa descarada sonrisa, al tiempo que ella se sonrojaba y
sonrió. Kate no sabía flirtear, Logan se había dado perfecta cuenta de ello.
Pero era brutalmente sincera. Le había hecho la descarada proposición sin
vacilación y sin saber si la rechazaría. Todo en ella era sincero, no se
andaba con pretextos ni evasivas.
—Me he dicho a mí misma muchas veces que ya era hora de estar con
un hombre y disfrutar en serio del sexo. De ese sexo que te deja exhausta y
con las manos temblando, de tal forma que al levantarte de la cama no
puedes ni sostener una taza —dijo sonriendo de nuevo—. Y tú has sido mi
candidato número uno.
—Vaya, muchas gracias.
—De nada. Se me pasó por la cabeza, y no una sola vez, tener contigo
una aventura ardiente y apasionada.
A Logan se le tensaron todos los músculos del cuerpo al escucharla.
—Aunque no estoy muy segura de que tú seas lo que necesito. Llevas
demasiados años siendo sacerdote y, teniendo en cuenta que yo no tengo
mucha experiencia, me gustaría que fuera un hombre experto. Aunque
claro, sería de forma provisional.
—¿Qué quieres decir?
—Que me gustaría que ese hombre me enseñara a desarrollar mis
habilidades respecto al sexo, antes de buscar a mi media naranja. Y podré
divertirme en el proceso. Eso, suponiendo que tú no estés interesado en
tener una relación seria conmigo, claro.
—¿Por qué buscas un hombre así?
—Porque, además de perder la virginidad, seré una experta en la cama.
Logan volvió a tensarse al saber que era virgen.
—Por tus palabras deduzco que has cambiado de opinión y ya no soy tu
candidato número uno.
—Es que pensé que, si seguía pensando en ti y en ello a la vez, me
colgaría de ti y querría más. Y mi vida ya es bastante complicada.
—¿Por qué pensaste que ibas a colgarte de mí?
—Porque eres un bombón.
—Si me eligieras a mí, podrías permanecer con los ojos cerrados y no
sabrías que soy yo.
—¿Tú también permanecerías con los ojos cerrados?
—No, cariño. A mí no me gustaría perderme nada del momento. Y solo
se complicaría dependiendo de lo que dejáramos que se complicara.
—¿Qué quieres decir?
—Quiero decir que acostarse con alguien es fácil. Lo que es realmente
complicado es hacer el amor.
—Habló el experto sacerdote. ¿Cuántas veces has hecho el amor?
—Nunca he hecho el amor.
—¿No has hecho nunca el amor?
—Me he acostado con algunas mujeres, pero eso no es hacer el amor. El
amor solo se hace cuando hay sentimientos por medio.
—Vaya, eso no lo sabía.
—¿Qué es lo que habías planeado para esa aventura ardiente y
apasionada?
—Supongo que eso, sexo. ¿Y tú?
—Yo no he dicho que quisiera estar contigo.
—Pero estás aquí, hablando de ello.
—Estamos hablando de muchas cosas. De todas formas, no hay prisa.
—¿Así es como solucionas los problemas con los que te encuentras?
¿Los dejas a un lado hasta que llegue el momento más adecuado?
—Las respuestas a las preguntas que nos hacemos suelen llegar cuando
no intentas obtenerlas por la fuerza.
—Como sea. De todas formas, ya ves, no quería colgarme de ti por
miedo a querer más, y he terminado irrevocablemente enamorada. La vida
es cruel. Y la verdad es que no sé lo que estoy haciendo aquí contigo.
Debería entrar en casa.
—¿Qué vas a hacer cuando entres?
—Voy a terminar de preparar la clase de mañana. Luego leeré un rato en
la cama.
—¿A qué hora sueles acostarte?
—Sobre las diez y media, pero me duermo sobre las once. Aunque,
últimamente, me cuesta mucho dormirme.
—¿Por qué?
—Tú eres el culpable. Me has quitado el sueño muchas noches pensando
en ti. Antes lo llevaba bastante bien, pero todo cambió desde que me
besaste. Desde entonces he deseado que me besaras cada día. Supongo que
en lo que has dicho antes de vernos de vez en cuando, como amigos, no
podrías añadir con derecho a besos, ¿verdad?.
Logan sonrió.
—No hay nada que desee más que besarte.
—Entonces, hazlo.
—Cielo…
Kate no esperó a que él diera el paso. Se acercó, lo sujetó de la nuca y lo
besó, pero Logan no permitió que fuera más que un beso en los labios. Kate
se apartó de él y lo miró.
Logan estaba tan asustado por lo que sentía por ella que las manos le
temblaban.
—Tu entusiasmo es sobrecogedor —dijo ella con sarcasmo y
enderezándose en su asiento—. Tengo que marcharme.
Kate cogió el abrigo del asiento trasero, abrió la puerta y salió del coche.
—Espera, no te vayas —dijo Logan saliendo también del vehículo.
Kate se puso el abrigo mientras él se acercaba. Kate se apoyó en el coche
y lo miró esperando a que hablara, pero Logan no dijo nada, en vez de eso,
rozó una de sus manos con la suya y entrelazó los dedos con los de ella.
Kate estaba muy confundida. Cuando él le acarició la mano con el dedo
pulgar se sintió aturdida. La calma que había sentido minutos atrás mientras
hablaban desapareció cuando el leve contacto de la mano de él se expandió
por todo su cuerpo. Pensó en algo que la distrajera, pero una sensación
cálida la invadió y se sintió aún más desconcertada.
Kate se esforzaba por recuperar el control, que había perdido por
completo. Pero no podía deshacerse de la deliciosa sensación que estaba
experimentando y que la aturdía. El rostro de ese hombre era lo único que
podía distinguir en la penumbra en la que se encontraban. Sabía que lo
quería, pero, en ese preciso instante, se dio cuenta, por si había tenido
alguna duda, de que estaba locamente enamorada de él.
Logan se acercó más a ella, se inclinó y le rozó el cuello con una leve
caricia de sus labios.
Kate estaba tan excitada que no podía pensar con claridad. Notaba una
sensación extraña en su bajo vientre y la humedad formándose entre sus
piernas. Había sentido deseo muchas veces, pero nunca había sentido algo
así.
Logan soltó su mano y la subió para sujetarla de la nuca, y entonces la
besó. La besó con la habilidad de quien ha probado docenas de bocas. Sus
labios eran diestros e insistentes. A ese primer beso le siguió otro, y otro
más atrevido.
Kate no le devolvía los besos con la misma destreza, pero sí con la
misma pasión. Sintió como si algo le recorriese el cuerpo, haciéndola sentir
una calidez inesperada en la entrepierna. Si sentía eso con un beso, ¿cómo
se sentiría haciendo el amor con el?, se preguntó.
Ella le rodeó la cintura con los brazos y él recibió una descarga eléctrica
en todo el cuerpo, como si un rayo del cielo lo hubiera alcanzado.
Logan dio por finalizada la sesión de besos, y no porque deseara parar,
sino porque había recuperado el sentido común, que había perdido por un
instante. Se quedó quieto, con la mejilla apoyada en la sien de ella,
sintiendo el pulso de su acelerado corazón, que latía tan frenético como el
de él. Hasta que su respiración volvió a la normalidad.
La boca de esa chica era un arma letal. Se sentía abrumado por lo que
había sentido al besarla y se preguntaba si a ella le habría afectado igual.
Nunca había sentido al besar a una chica lo que acababa de experimentar
con ella.
—Sé que no debería haberte besado así. Bueno ni así ni de ninguna otra
forma. Me siento culpable por ello, y también por lo que he imaginado
hacer contigo. Pero no me arrepiento, aún sabiendo que voy a ir al infierno
por ello —dijo Logan.
—No digas tonterías. Lo único que tienes que hacer es confesarte.
Logan se apartó un poco de ella y le sonrió.
—Creo que me dijiste que ibas a eliminarme de tu móvil o a bloquearme,
no lo recuerdo bien. De cualquier forma, supongo que ya no tienes mi
teléfono.
—Te bloqueé en un momento de rabia y te eliminé. Pero sigo teniendo la
tarjeta que le diste a mi hermano en la puerta de la nevera. ¿Quieres que te
llame?
—Puedes llamarme cuando quieras.
—De acuerdo —dijo ella dándole un beso en los labios—. Buenas
noches.
—Buenas noches, cielo.
Kate lo miró, pero no le dijo que no la llamara cielo. En vez de eso, le
dedicó una preciosa sonrisa. Luego se dio la vuelta y caminó hacia la puerta
de la casa. Después de abrirla se volvió a mirarlo y lo saludó con la mano.

Sean llamó a Kate dos días después para invitarla a cenar. A ella le
extrañó porque, normalmente se veían los viernes, y era miércoles.
—¿Por qué no vienes tú a casa?
—Porque si salimos a cenar no tendrás que cocinar para dos más.
—Es que es mi cumpleaños y siempre lo paso con mis hermanos.
—Entonces no se hable más. Pero no prepares nada, yo llevaré la cena y
el postre.
—No hace falta que traigas nada.
—Insisto. Felicidades, cariño.
—Gracias.
—¿A qué hora quieres que vaya?
—No muy tarde porque mañana hay colegio.
—¿Te parece bien sobre las ocho menos cuarto?
—Perfecto. Y Sean, no se te ocurra ponerte traje.
—Muy bien. Hasta luego, cielo.
Cuando colgó Kate sonrió, pensando que ese hombre la llamaba cielo,
como Logan.

Kate se quedó maravillada con la cena que llevó Sean. Era digna de
reyes.
—Meteré el postre en la nevera —dijo Sean.
—Eso es mucho postre —dijo Kate viendo la caja blanca de corcho que
había sacado de una bolsa, y otra más pequeña.
—Cariño, es tu cumpleaños.
—La caja grande no será una tarta, ¿verdad?
—No me digas que ya tenías la tarta.
—No, solo compro algunos pasteles en los cumpleaños de los pequeños.
En el cumpleaños de Bradley había tarta porque era el primer cumpleaños
que celebrábamos con más gente. Nunca he tenido dinero para derrochar.
—Pues este año tendrás una tarta.
—Es maravilloso tener un amigo millonario —dijo ella sonriéndole.
—Se la encargué ayer a Ellie, la mujer e Carter, que es repostera.
—¿Ha preparado una tarta especialmente para mí?
—Sí, y me ha pedido que te felicite.
—Ahora me siento culpable por no haber invitado a tus amigos.
—No te preocupes, no son amigos tuyos, sino conocidos.
—Si no fuera porque es tarde los invitaría, aunque solo fuese para tomar
un café y una copa de champán con la tarta.
—Pues te aseguro que estarían encantados, sobre todo, nuestras tres
amigas. Sus maridos y yo les hemos hablado de ti y tienen muchas ganas de
conocerte.
—En ese caso, llámalos. Si aceptan venir iré al supermercado y
compraré unas botellas del champán más caro que tengan.
—De acuerdo —dijo Sean sonriendo al escuchar lo último de la frase.
Marcó el número de su cuñada—. Y no hace falta que vayas al
supermercado.
—Pero…
—Hola, Sean.
—Hola, Tess. ¿Estáis en casa?
—Sí, estamos a punto de cenar. ¿Quieres venir? Pensaba que habías
quedado con Kate. ¿No es su cumpleaños?
—Sí, estoy en su casa. Nosotros también vamos a cenar. Es que le he
dicho que Ellie había preparado la tarta para ella y se siente culpable por no
haberos invitado. Me ha pedido que os llamara para invitaros a un café y a
un trozo de tarta después de cenar. Quería ir a comprar unas botellas de
champán, pero le he dicho que no hacía falta, que vosotros las traeríais.
Espera que se lo pregunte —dijo Sean, aunque Tess no le había dicho nada
—. Mi cuñada dice que mis padres están en su casa y van a cenar con ellos,
¿te importa que vengan también?
—Por supuesto que no —dijo Kate.
—Tess, que vengan mis padres también.
—Vale —dijo su cuñada sonriendo—. Espero que ahora cuando los
llame estén en su casa.
—Y llama al resto del grupo.
—De acuerdo.
—Otra cosa, Tess. Vamos todos en vaquero.
—Estupendo, así no tendré que arreglarme. Y a Delaney no le haría
mucha gracia ponerse traje, porque acaba de sacarse uno.
—Si mi hermano no se acuerda de la dirección que me lo diga y le envío
la ubicación.
—Vale, estaremos allí en una hora más o menos.
—Perfecto, hasta luego.

Tess empezó a llamar por teléfono nada más colgar. Los primeros fueron
sus suegros que, por suerte, estaban en casa. Louise se alegró de ir a casa de
esa chica porque tenía ganas de conocerla, después de todo lo que había
dicho Sean de ella. Ellie también estuvo encantada de ir a conocerla, al
igual que Lauren. Ryan no podía asistir porque estaba de guardia en el
hospital. Y Jules había quedado con alguien para cenar. Por último llamó a
Logan.
—Hola, Tess.
—Hola, Logan. ¿Estás en casa?
—Sí.
—Estupendo. Kate nos ha invitado a tomar algo en su casa después de
cenar y vamos a ir todos.
—¿Por qué os ha invitado? No os conoce.
—Quiere que vayamos, precisamente para conocernos. Tú también estás
invitado. Todavía no la conoces y hoy es su cumpleaños. Es el día perfecto
para que la conozcamos todos.
—Agradezco que me hayas llamado, pero tengo un montón de papeleo
que necesito revisar esta noche sin falta.
—Puedes hacerlo cuando vuelvas.
—Es que, además, no me encuentro muy bien.
—¿Qué te pasa?
—Creo que tengo gripe.
—En ese caso mejor que no nos acompañes.
—¿Van a ir todos?
—Ryan y Jules no.
—Otro día la conoceré. Ya me contaréis cómo ha ido.
—Vale. ¿Vas a quedarte mañana en casa acostado?
—No, tengo muchas cosas que hacer.
—Que te mejores. Si necesitas algo, llámame.
—Gracias, cariño.
Logan soltó una maldición nada más colgar. De haber sabido que era el
cumpleaños de Kate le habría comprado algo, pensó. Y nada más pensarlo,
maldijo de nuevo. ¿Por qué iba a comprarle un regalo de cumpleaños? No
era su novia, se dijo. Y pensar que nunca sería su novia todavía lo cabreó
más. Le fastidiaba que todos sus amigos fueran a ir a su casa y apagara las
velas en su compañía. Pensó que esa chica se merecía tener amigos como
ellos, que estarían a su lado si se le presentara alguna adversidad. Decidió
que tenía que hablar con todos cuanto antes, porque no quería perderse
momentos como el de esa noche. La había visto dos días atrás y no le había
mencionado que era su cumpleaños. Y ahora se preguntó por qué había
invitado a los amigos de Sean y no a él. No habría aceptado, por supuesto,
pero le dolía que no lo hubiera hecho.
La cabeza de Logan era un caos. Se dio cuenta de que su vida, su futuro
y su cordura, estaban en manos de esa chica. Rezaba para que ella no
descubriera jamás el poder que tenía sobre él, de lo contrario, estaría a su
merced.
Capítulo 14
Kate se sentía un poco intranquila por la visita que esperaban. Ya habían
terminado de cenar la exquisita cena que Sean había llevado. Bradley y
Sean recogieron la mesa y Kate fregó los platos. Luego puso sobre la mesa
del comedor uno de los preciosos manteles que Sean había comprado para
la casa.
Cuando llamaron a la puerta Kate se tensó.
—Te acompañaré a abrir —dijo Sean.
Fueron los dos hacia la puerta y él abrió. Kate se sorprendió de nuevo al
ver a esos hombres guapísimos y tan altos. Y a esas mujeres preciosas.
—Hola, pasad, por favor —dijo Kate haciéndose a un lado.
Las tres chicas entraron en la casa. Delaney, Nathan y Carter entraron
detrás de ellas y felicitaron a Kate, dándole un beso en la mejilla. Nathan
cerró la puerta.
—Kate, quiero presentarte a mi cuñada, Tess. Y a nuestras amigas, Ellie,
que es la mujer de Carter y a Lauren, la de Nathan. Chicas, ella es Kate —
dijo Sean.
—Mucho gusto en conoceros a las tres. Sean me ha hablado de todos
vosotros —dijo Kate.
—A nosotros también nos ha hablado mucho de ti. Me alegro de
conocerte —dijo Tess besándola.
—Teníamos muchas ganas de verte —dijo Lauren—. Sean no parecía
que tuviese mucho interés en que te conociéramos.
—Parecía que quería reservarte para él —añadió Ellie—. Me alegro de
conocerte, al fin.
—Y yo a vosotras. Muchas gracias por la tarta. Sean no me ha dejado
verla, pero me ha dicho que haces unas tartas preciosas y deliciosas.
—Gracias, Sean.
—De nada, cielo.
Tess le dio a Sean la bolsa con las botellas de champán y él las llevó a la
cocina para meterlas en la nevera.
—Hemos llamado al resto de los amigos, pero uno de ellos estaba de
guardia en el hospital, otro tenía una cena y el último estaba enfermo —dijo
Carter.
Sean dio gracias porque no dijera el nombre de Logan.
—Espero que no sea nada grave —dijo Kate.
—No, nada serio, un simple resfriado.
—¿Mis padres no han venido? —preguntó Sean a Tess.
—Tu padre ha recibido una llamada cuando hemos llegado y ha
preferido contestar en el coche. Vendrán enseguida.
Nada más terminar de decirlo llamaron a la puerta y Sean abrió. Saludó a
sus padres con un beso y cerró la puerta.
—Mamá, papá, ella es Kate. Kate, ellos son mis padres, Louise y
Patrick.
Ahora comprendía de dónde venía la belleza de los hermanos Stanford,
pensó Kate. Su padre era tan alto como ellos y era guapísimo. Tenía canas
en las sienes, lo que le añadía atractivo. Y la madre era una mujer preciosa
y elegante.
—Es un placer conocerlos.
—Te aseguro que el placer es nuestro —dijo Louise besándola—. Sean
nos ha hablado mucho de ti.
—Espero que bien.
—Puedes estar segura de ello —dijo Patrick besándola—. Parece que
sois buenos amigos.
—Sin lugar a dudas. Tengo mucho que agradecerle a su hijo.
—No me hables de usted.
—Y a mí tampoco —dijo Louise.
—De acuerdo. Pasad, por favor.
Se adentraron todos en el salón. Kate les presentó a sus hermanos.
Bradley era casi tan alto como todos ellos y se sintió orgullosa de él.
—Kate, ¿te importa que les enseñe la casa a mis padres y a las chicas?
—preguntó Sean.
—Por supuesto que no, adelante. Aunque no sé si las habitaciones de los
niños estarán ordenadas.
Pero las habitaciones estaban impecables. A todos les encantó la casa,
aunque las mujeres ya la habían visto.
—Sean es un genio. No tuve que decirle lo que quería, él se ocupó de
todo, y nos encanta.
—Sí, tengo entendido que mi hijo es muy bueno en lo que hace —dijo
patrick.
—Desde luego que lo es. Ha hecho mucho por nosotros. Sin él no
tendríamos esta casa. Y encima, me ha dejado pagar la reforma poco a
poco. Eso no lo hubiera hecho nadie. Es un hombre excepcional.
—Sí, lo es —dijo Louise orgullosa de su hijo.
—Si no os importa, apagaré las velas antes de nada para que mis
hermanos se acuesten. Mañana hay colegio y tienen que levantarse
temprano.
—Claro —dijo Louise—. Vamos a la cocina, te ayudaremos.
Entre todas prepararon los platos y los cubiertos para la tarta y la pala
para cortarla.
—Ellie, saca la tarta a la mesa, por favor —dijo Louise.
—Vale.
—Espero que mi hermano pequeño no diga nada fuera de lugar —dijo
Kate mirando hacia el salón donde estaban sus tres hermanos, con Delaney
y su padre.
—No te preocupes, todos estamos al corriente de su enfermedad —dijo
Lauren.
Cuando estuvo todo sobre la mesa, Kate les pidió que se acercaran. Ella
cogió a su hermano pequeño de los hombros y lo colocó junto a ella de pie
frente a la mesa. Y entonces miró la tarta. Y no pudo evitar que los ojos se
le empañaran por las lágrimas.
—¿Estás bien, cariño? —le preguntó Sean al verla emocionada.
—Sí, es solo que…
—Es que no ha tenido una tarta de cumpleaños desde que era
adolescente —dijo Bradley, terminando la frase por ella y rodeándole los
hombros con el brazo.
—Lo siento. Es una tarta preciosa, Ellie. Muchas gracias.
—Hay veintisiete velas —dijo Dexter—. Charity nació el quince de
diciembre de mil novecientos noventa y cuatro, en Belford, es una pequeña
población de New jersey.
—Lo siento —dijo Kate disculpándose con todos por la información que
les daba su hermano.
—No hace falta que te disculpes —dijo Delaney—. A mí me tiene
fascinado tu hermano.
—¿Preparada, cielo? —dijo Nathan cuando Sean y él terminaron de
encender las velas.
—Sí. La tarta está preciosa con las velas.
—Yo creo que las velas son la decoración más bonita para las tartas de
cumpleaños. —dijo Ellie.
—Dices eso porque no tienes muchos años —dijo Patrick.
—Cuantas más velas, más bonita estará la tarta —dijo Kate sonriéndole
al hombre.
De pronto empezaron a cantar el cumpleaños feliz y Kate volvió a
emocionarse.
—Pide un deseo, cariño —dijo Patrick.
Kate cerró los ojos. Luego sopló las velas, mientras un par de lágrimas
resbalaban por sus mejillas. Se las limpió con las manos para que nadie se
diera cuenta, pero no tuvo suerte.
—¿Has pedido un deseo? —preguntó Sean.
—Sí —dijo ella dedicándole una tierna sonrisa.
—Hora de irse a la cama —dijo Dexter—. Me tienes que leer cinco
páginas del libro. Vamos por la página doscientos setenta y nueve.
—Ellie nos ha regalado esta tarta preciosa, y seguro que querrás probarla
—dijo Kate.
—Hora de irse a la cama —repitió el pequeño.
—Vale, cariño. Ve lavándote los dientes y ponte el pijama, yo iré
enseguida —dijo Kate.
El niño caminó hacia el baño y desapareció.
—Lo siento —dijo Kate.
—¿Quieres que lo acueste yo? —preguntó Bradley.
—Sabes que estará repitiendo que tengo que leerle cinco páginas hasta
que yo vaya. ¿Os importa que os deje diez minutos?
—Por supuesto que no —dijo Louise.
—Mientras te ocupas de él prepararé el café —dijo Bradley.
—Y cortaremos la tarta y la serviremos en los platos —dijo Ellie.
—Tómate el tiempo que necesites —dijo Tess.
Kate regresó quince minutos después.
—Dexter no nos ha dado tiempo a darte los regalos después de que
apagaras las velas —dijo Lauren.
—No hacía falta que me comprarais nada. Ya me habéis regalado la
tarta, y habéis traído el champán.
—Sin regalos no sería un cumpleaños —dijo Sean.
—¿Y dónde los habéis comprado? Porque cuando Sean ha llamado a
Tess las tiendas ya estarían cerradas.
—Hemos ido todos a una joyería donde mi marido suele comprar.
Delaney ha llamado al dueño y nos ha esperado —dijo Tess.
—¿Me habéis comprado un regalo en una joyería?
—Hemos comprado uno cada matrimonio —dijo Delaney.
—Será mejor que Taylor y yo te demos el nuestro primero —dijo
Bradley—. Apuesto a que el de ellos es mucho más caro.
Taylor le dio la bolsa de una tienda en la que había tres paquetes
envueltos con papel de regalo. Kate sacó uno de ellos y lo abrió. Se quedó
mirando el vestido y luego miró a sus hermanos.
—Es el vestido que me probé cuando elegiste el negro —le dijo a su
hermano levantando la prenda.
—No teníamos dinero para comprar los dos, pero este también te
quedaba genial —dijo Bradley—. Le dije a la dueña que me lo guardara.
Fui a recogerlo hace unos días, cuando terminé de pagarlo.
—Me encanta —dijo ella nuevamente emocionada y abrazando a sus
hermanos—. Muchas gracias.
—Me gusta porque es del color de tus ojos —dijo Taylor.
—Es precioso —dijo Lauren tocándolo—. Es de seda.
—¿Qué me habéis comprado más? —preguntó sacando otro de los
paquetes.
—Lo necesario para ponerte el vestido. Nos ayudó a elegirlos la dueña
de la tienda —dijo Taylor.
—Nos dijo que puedes cambiar lo que no te guste —añadió Bradley.
Kate lo abrió. Eran unos zapatos del mismo tono que el vestido. Luego
abrió el otro y vio un bolso a juego. Y Kate estaba de nuevo a punto de
llorar.
—¿Ves como hice bien en hacer grande tu armario? —dijo Sean—. Poco
a poco irás llenándolo.
—Sí. A mi hermano le ha dado por comprarme ropa últimamente.
—Ya era hora, hacía años que no te comprabas nada —dijo la niña a su
hermana.
Kate abrazó muy fuerte a sus hermanos.
—Comamos la tarta, así mi hermana podrá acostarse —dijo Kate.
—No voy a acostarme sin ver los otros regalos —dijo Taylor.
—De acuerdo —dijo su hermana.
Las mujeres se sentaron a la mesa. Sean se acercó a la chimenea y puso
unos troncos en el fuego. Luego tomaron el café y comieron la tarta.
—La tarta, además de preciosa, está riquísima —dijo Kate.
—Gracias —dijo Ellie.
Dejaron los regalos sobre la mesa frente a Kate. Y ella empezó a
abrirlos. El primero fue el de Sean. Y se quedó de piedra al verlo. Era un
juego de pulsera, pendientes y gargantilla de diamantes. Las piedras no eran
grandes, seguramente, porque sabía que Kate era una mujer sencilla y que
nunca llevaba joyas, pero eran una maravilla.
—No llores todavía —dijo Tess al verla emocionada—. Debes esperar a
abrir todos los regalos, de lo contrario llorarás muchas veces.
—De acuerdo. Gracias, Sean —dijo abrazándolo.
Cada matrimonio le había regalado joyas, pero todas eran muy sencillas,
aunque de gran valor.
—¿Puedo llorar ya? —preguntó Kate mirando a Tess, y después de abrir
el último regalo y agradecérselo a Lauren y a Nathan.
—Respira, cielo. Se supone que tienes que respirar —dijo Sean
abrazándola mientras sollozaba.
—No voy a olvidar este día en mi vida —dijo Kate secándose las
lágrimas—. Ha sido genial.
Taylor les dio a todos las buenas noches y se fue a su habitación. Y poco
después Bradley también se despidió, porque tenía que terminar un trabajo
para la universidad.
Hablaron de todo un poco, sentados alrededor de la mesa del comedor.
Tomaron otro café y champán.
—Cuando os marchéis os lleváis las botellas de champán.
—Las dejaremos aquí para cuando volvamos —dijo Delaney.
—De acuerdo —dijo ella.
—¿Qué planes tenéis tus hermanos y tú para las fiestas? —preguntó
Tess.
—¿Planes?
—Sí, ya sabes. Para la comida de Navidad y fin de año.
—Siempre lo pasamos juntos en casa.
—¿No coméis con la familia el día de Navidad? —preguntó Lauren.
—No tenemos familia.
—Si no tenéis familia, ¿por qué no venís a comer con nosotros? —
preguntó Louise—. Tess tampoco tiene familia y vendrán a comer, como
cada año. Así podréis conocer a nuestros nietos.
—Es una gran idea —dijo Patrick.
—No sé… Somos cuatro personas. Puede que no tengáis tanto espacio.
—Mi madre ha tenido una idea estupenda —dijo Sean—. No sé cómo no
se me ha ocurrido antes a mí.
—Y no te preocupes por el espacio, hay de sobra para todos —dijo Tess.
—Es que ya sabéis que mi hermano…
—Tu hermano estará perfectamente, nos ocuparemos de ello —dijo
Delaney.
—Va a ser estupendo— dijo Patrick.
—Tenéis que ir a media mañana, porque siempre nos damos los regalos
después de desayunar —dijo Louise.
—A nosotros no hace falta que nos compréis nada.
—Cariño, si estáis en casa el día de Navidad, recibiréis regalos, como
todos —dijo Patrick.
—Pero no te preocupes, suelen ser cosas sencillas —añadió Louise.
—Sí, supongo que como los regalos que me habéis dado hace unos
minutos. Sean, hazte a la idea de que este mes no te voy a pagar nada de la
reforma, porque yo también tendré que comprar regalos para todos.
—No hay problema, cariño.
—Kate, tú no tienes que comprar nada a nadie —dijo Louise.
—Si vamos a tu casa en Navidad, llevaremos regalos —dijo Kate.
—De acuerdo, pero nada de mucho valor, ¿de acuerdo?
—No podría comprar cosas de valor, aunque quisiera.
—El día de Navidad cae sábado. ¿Por qué no venís el día anterior y
cenáis con nosotros? Siempre hacemos una cena especial en Nochebuena. Y
podéis pasar la noche en casa, tenemos habitaciones de sobra.
—Te lo agradezco mucho, Louise, pero con mi hermano es un poco
complicado. Cambiar de rutina lo altera mucho.
—¿Crees que tendrá problemas por pasar con nosotros el día de
Navidad? —preguntó Patrick.
—Le compraré un puzle y un libro de pasatiempos para que esté
entretenido. Aunque seguro que me exige comer a la una, es la hora a la que
comen en el colegio.
—No te preocupes, nos apañaremos —dijo Louise.
—Además, tendremos que acostumbrarnos todos a estar juntos, incluido
Dexter. Parece ser que vamos a vernos en muchas ocasiones más —dijo
Carter.
—Entonces, ¿contamos con vosotros?
—Sí. Pero si hay problemas con mi hermano nos marcharemos.
—No va a haber ningún problema —dijo Sean—. Dexter ya nos conoce
a todos.
—Gracias por invitarnos.
Kate agradeció que fueran las once de la noche cuando se marcharon,
porque así Sean se marchó con ellos por ser muy tarde. No quería que le
preguntara si había visto de nuevo a Logan. Pero antes de marcharse, Sean
le preguntó a Kate si quería que fueran el siguiente sábado a comprar los
regalos de Navidad. Y ella aceptó. Prefería ir con él, porque no tenía idea de
qué comprar a su familia.

Sean fue el sábado siguiente a desayunar con sus amigos y con Eve, la
hija de Carter. Luego jugaron el partido de balón cesto con los adolescentes
de la escuela, como hacían cada sábado. Y cuando terminaron fueron a casa
de Delaney a comer, donde se reunían ese día el grupo de amigos.
Mientras comían, estuvieron hablando de los planes que tenía cada uno
de ellos para las fiestas. Nada más terminar de comer, Sean dijo que tenía
que marcharse, porque había quedado con Kate para comprar los regalos de
Navidad. Sus amigos empezaron a bromear con él, insinuando que había
algo más que amistad entre ellos.
Logan estaba bastante molesto porque Louise hubiera invitado a Kate y a
sus hermanos a comer con ellos el día de Navidad. Aunque en realidad no
estaba molesto, estaba celoso de que pudieran disfrutar de su compañía y él
no. Y aún le cabreaba más que Sean hubiera quedado con Kate para ir de
compras. ¿Desde cuándo le gustaba a Sean ir de compras con? Siempre que
tenía que comprar algo se lo encargaba a su madre o a alguna de sus
amigas. Empezó a pensar que tal vez Sean estuviera interesado en ella,
aunque siempre lo hubiera negado. Sabía que se veían casi todas las
semanas para cenar en casa de Kate o en algún restaurante. Y eso lo llevó a
recordar las fotos que había visto de ellos dos en una revista, y le pareció
que estaban muy pegados y se miraban sonriendo. Y había tenido que
soportar escucharlos hablar sobre la velada tan agradable que habían pasado
en casa de Kate el día de su cumpleaños.

Sean recogió a Kate en el trabajo, y luego la llevó a casa para que se


cambiara de ropa.
Kate le dijo a su hermano que recogiera a Taylor, que había ido a casa de
una amiga. Y le aseguró que estaría en casa a tiempo para acostar a Dexter.
A Bradley le gustaba que saliera con Sean. Ese hombre le caía muy bien,
aunque también le caía bien Logan. Pero sabía que Logan no era una buena
opción para su hermana, por ser sacerdote. Aunque también sabía que Kate
y Sean eran solo amigos, y eso no cambiaría.
—¿Tienes la lista de los regalos? —preguntó Sean mientras iban en el
coche hacia el centro de la ciudad.
—La lista de los regalos no, tengo la lista de todas las personas a las que
tengo que comprarles un regalo. Soy la reina de las listas.
—Lo imagino. Pareces muy organizada.
—Espero que no te hayas olvidado de nadie de tu familia. Me falta
anotar los nombres de tus sobrinos.
—Mi sobrina se llama Brianna y tiene tres años y medio. El pequeño se
llama Christian, y tiene un año y medio.
—¿Tú sabes ya lo que le vas a comprar a todos?
—Ni idea, ¿y tú?
—A Bradley voy a comprarle una cazadora. A Taylor unas planchas para
el pelo. Me temo que está entrando en la pubertad y empieza a prestar más
atención a su aspecto físico.
—Ahora mismo estás hablando con ella de chicos.
—Sí, lo sé. Tendré que comprar algún libro para informarme sobre qué
he de decirle, porque con mi experiencia con los hombres...
—Si tienes alguna duda, puedes preguntarle a Ellie, su hija tiene la
misma edad que tu hermana —dijo él sonriendo.
—Es cierto, me lo dijo Carter. El tiempo pasa muy rápido. Siento como
si me hubiera quedado estancada cuando murieron mis padres, y ahora me
encontrara en un mundo desconocido. Nunca he hablado con Bradley de
chicas, porque no habría sabido qué decirle, aunque sí le hablé de las
precauciones que debía tomar.
—Bradley es muy maduro para la edad que tiene. Pero si te quedas más
tranquila, la próxima vez que lo vea, le diré que si tiene alguna duda sobre
algo, que no dude en decírmelo.
—Gracias.
—¿Qué le comprarás a Dexter?
—Para él todos los días son iguales, ninguno es más especial que otro.
De hecho, hoy es su cumpleaños, pero nunca hacemos nada especial. Ya
viste lo tenso que estaba poco antes de apagar las velas el día de mi
cumpleaños.
—Sí, me di cuenta.
—Así y todo, voy a comprarle un puzle gigante, de mil quinientas piezas
o más. Se lo daré el día de Navidad, después de comer, y estará entretenido
mientras comemos nosotros. Si tu madre tiene un sitio en el que no moleste,
claro.
—La casa de mis padres es grande. Tengo entendido que es muy rápido
haciendo puzles.
—Sí, súper rápido.
—¿De cuánto tiempo hablamos?
—De una media hora.
—¿Un puzle de mil quinientas piezas en media hora?
—Sí, a veces, incluso menos.
—¿Los vuelve a hacer en más ocasiones?
—Lo ha hecho alguna vez, pero tarda unos pocos minutos y sin ni
siquiera mirar las piezas, creo que se aburre haciéndolos por segunda vez.
—Es alucinante.
—Sí, lo es.
—Te gastarás una fortuna en puzles.
—Los compro de segunda mano.
—No sabía que había tiendas de segunda mano de esa clase de artículos.
—Hay una tienda en el centro que se dedica solo a juegos didácticos. La
primera vez que fui le hablé de mi hermano al dueño, que es un chico joven.
Como vio que me llevaba varios juegos cada semana me dijo que no iba a
cobrarme. Así que yo le llevo de vez en cuando alguno que he comprado y
lo ha resuelto ya Dexter y él no me paga nada. Es un buen chaval. Me
llevaré también algún libro de entretenimientos, ya sabes, esos con
crucigramas, sopa de letras, ese tipo de cosas, en ellos hay mucha variedad
y mucho para resolver, y estará entretenido durante algún tiempo. Hoy no sé
si tendrá mucha cosa, al ser fiestas. De todas formas, si no tiene lo que
quiero, lo compraré nuevo. ¿Qué soléis regalaros vosotros en Navidad?
—Cosas sencillas, mi madre no te engañó.
—¿A qué te refieres con cosas sencillas? Porque yo sé que el valor de las
cosas no es el mismo para todas las personas. Dime, por ejemplo, que te
regalaron las navidades pasadas.
—Si no recuerdo mal, un suéter, una cartera, un cinturón…
—¿Te regalaron cosas de gente normal?
—Somos gente normal —dijo él sonriendo.
—Claro, todo el mundo tiene islas, aviones y helicópteros.
—Yo no tengo nada de eso.
—Pero como si los tuvieras, ¿no?
—Bueno, sí. Puedo disfrutar de lo que tiene mi hermano y mi padre.
Pasaron una tarde fantástica. Estuvieron pateando la ciudad y terminaron
agotados, pero habían comprado regalos para todos.
Volvieron a casa de Kate poco después de las ocho de la tarde. Ella
quería volver temprano por si Bradley quería salir con sus amigos después
de cenar. Kate había llamado a su hermano para decirle que cenaría con
ellos.

Sean aparcó el coche delante de la puerta del garaje y apagó el contacto.


—Hace tiempo que no hablamos de tu amor, de hecho, hace más de un
mes. Sé que me has estado evitando.
—Tienes razón, es que me daba vergüenza.
—¿Te has acostado con él?
—¡No!
Kate le contó la vez que fue a la iglesia y le metió las manos por debajo
del suéter para acariciarlo.
—Eres un poco atrevida, ¿eh?
—No sabía que yo era así, pero es que cuando estoy con él no puedo
pensar. Ese día me besó. Y le dije que lo quería.
—¿Te besó?
—Sí.
—Vaya.
—Volví dos veces más por la iglesia, pero no me prestó ninguna
atención. Parecía enfadado, como si el que me besara hubiera sido una gran
tragedia. Sentí que me miraba con desprecio.
—¿Con desprecio?
—Sí. Aunque creo que no estaba enfadado conmigo, sino consigo
mismo.
—¿Por qué crees que estaba enfadado consigo mismo?
—Por haberme besado.
—Siendo sacerdote, tiene sentido.
—El lunes pasado vino a mi casa. Dijo que quería que nos viésemos para
hablar. Ese hombre me confunde.
—Puede que sea él quien está confundido.
—Puede no, seguro. Creo que está muy confundido.
—¿Y qué pasó?
—Antes de marcharse me preguntó si quería que nos viéramos más
tarde.
—¿Y os visteis?
—Sí. Estuvimos hablando un buen rato en el mismo sitio en el que
estamos tú y yo ahora, dentro de su coche. Me habló de una escuela que
tiene con unos amigos, para ayudar a adolescentes. Eso me impresionó.
Luego hablamos de la iglesia. Parece ser que no le gusta mucho el trabajo
que desempeña en ella. Admitió que era rico, y que es uno de los socios de
la escuela. Aunque ya sospechaba que tenía dinero, porque la casa en la que
vive no puede mantenerla nadie con un sueldo normal. Y el coche que
conduce también parece muy caro. Hablamos de lo que pasó en la iglesia,
cuando le acaricié y me besó. Se sentía confundido por lo que hicimos, y
más aún, por haberlo hecho en la iglesia. Me dijo que le gustaba desde la
primera vez que me vio —dijo ella mirando a Sean y sonriendo de forma
traviesa—. Desmintió lo que me había dicho de que tenía tentaciones con
otras mujeres. Dijo que nunca había sentido por ninguna lo que sentía por
mí. Tiene treinta y dos años, bueno, los cumplirá a final de este mes. Le
pedí que si no pensaba hacer nada sobre lo nuestro que me lo dijera para no
esperarle.
—¿Te refieres a dejar el sacerdocio?
—¿Conoces otra solución para estar juntos?
—No.
—Me pidió que siguiéramos viéndonos como amigos mientras él decidía
lo que quería hacer. Le dije que sí, porque no podría soportar no verlo. Me
dijo que me deseaba, pero eso no es lo que yo siento por él. No quiero decir
que no lo desee, le deseo y me gustaría estar con él, pero yo no me
entrometería entre él y Dios, solo por sexo.
—Lo sé.
—Le dije que me gustaría tener una aventura con un hombre que supiera
qué hacer en la cama, para perder la virginidad y adquirir experiencia.
Bueno, y también para disfrutar del sexo. Creo que, después de la vida de
mierda que he llevado, me lo merezco. Le dije que había pensado tener la
aventura con él.
—¿Qué le pareció la idea? ¿Cómo reaccionó?
—No estaba interesado.
—Lo siento.
—Le dije que desde que me había besado deseaba que volviera a
hacerlo. Dijo que besarme era lo que más deseaba. Pero cuando me acerqué
para besarlo yo, me rechazó.
—¿Te rechazó?
—Sí. Me cabreé, porque me enviaba señales confusas. Salí del coche
rápidamente, porque quería irme a casa. Parece ser que no llevo bien los
rechazos —dijo Kate sonriendo.
—Yo tampoco.
—¿Te han rechazado muchas veces?
—Nunca —dijo Sean.
Los dos se rieron.
—Él también salió del coche y se acercó a mí. Y entonces hizo algo que
me dejó aturdida y desconcertada. Entrelazó los dedos de su mano con los
de la mía y me acarició con el pulgar. La poca calma que me quedaba se
esfumó cuando me acarició el cuello con los labios.
—Me parece un acto muy romántico.
—Sí, yo también lo pensé. Entonces me besó. Y no una vez, sino varias.
Y no creas que lo hacía de forma tímida, o como si no supiera hacerlo. Te
aseguro que para besar así se necesita mucha práctica.
—¿Crees que ha besado a otras mujeres siendo sacerdote?
—No lo creo. Ese hombre es totalmente sincero.
—¿Qué pasó luego?
—Cuando dejó de besarme dijo que iba a ir al infierno —dijo ella con
una descarada sonrisa.
—¿Y por qué sonríes?
—Porque si va al infierno, yo seré la causante.
—Eres un poco perversa, ¿no crees?
—Es posible. Y eso es lo que pasó. Estar con ese hombre es pura
adicción, como una droga dulce y destructiva, y no puedo dejar de verlo. Lo
deseo de tal forma que me duele.
—Empiezo a creer que estás loca por él.
—¿Todavía tenías dudas? —dijo ella suspirando—. Ese hombre me
agota. Sus cambios de humor y la forma que tiene de actuar me pone de los
nervios. Cambia de parecer a la velocidad de la luz.
—¿Por qué dices que cambia de parecer? No te ha dicho que vaya a
abandonar la iglesia.
—Lo sé. Lo que quiero decir es que es impredecible en su
comportamiento, al menos, conmigo, y me tiene completamente
confundida.
—¿Tienes planeado verlo pronto?
—Me gustaría verlo una vez antes de Navidad. Me dijo que podía
llamarlo para quedar, como amigos, claro.
—Como amigos que se besan —dijo Sean sonriendo y pensando en
Logan.
—No sé cómo va a terminar esto.
—No pienses demasiado en ello, todo se arreglará. A veces el tiempo
hace que se solucionen las cosas, sin hacer nada.
—Es posible. Voy a entrar en casa, mis hermanos estarán esperándome
para cenar. Supongo que Bradley saldrá luego a dar una vuelta con los
amigos. Está estudiando muy duro y se merece salir para relajarse.
—Tú también lo mereces.
—Por eso he pasado la tarde contigo.
—¿Encuentras relajante pasar toda la tarde de tiendas?
—Si es contigo, sí.
—Muchas gracias.
—De nada. Es una lástima que esté enamorada de otro hombre porque,
de lo contrario, te pediría tener esa aventura sexual contigo. Creo que eres
el hombre perfecto.
—Te aseguro que no me importaría tener esa aventura contigo. Siempre
que no cambiara lo que hay entre nosotros. Avísame cuando te
desenamores.
—Lo haré.
Ambos bajaron del coche y sacaron del maletero las bolsas.
—Salir de compras no es algo que suela hacer, y he pasado una tarde
fantástica —dijo Kate.
—Yo también.
—No voy a pedirte que entres a cenar con nosotros porque no quiero
robarte más tiempo. Es sábado y querrás salir.
—Sí, ya que tú no estás disponible, voy a llamar a una amiga.
—Que te diviertas —dijo ella besándolo en la mejilla.
Kate entró en casa. Se cambió y cenó con sus hermanos. Después de la
cena, encendieron las dos velas que llevaba la pequeña tarta que Sean había
comprado para Dexter y el niño las apagó, con poco entusiasmo.

Kate llamó a Logan al día siguiente, que era domingo, en un descanso de


diez minutos que tuvo en el restaurante. Quedaron para tomar café a media
tarde en una cafetería cercana a la casa de ella.
Logan llegó a su hora y Kate no estaba. Pero cinco minutos después
entró por la puerta.
Ahí estaba su amor, pensó Logan mirándola. Inesperada y bienvenida,
como un soplo de aire fresco.
Kate se había sacado el abrigo al entrar. Llevaba el vestido azul que le
habían regalado sus hermanos en su cumpleaños y que era del mismo color
de sus ojos. Era corto y se adhería a sus curvas de forma deliciosa. Llevaba
descubiertos sus bonitos hombros y esas piernas largas e increíblemente
preciosas.
Logan se levantó del sillón y la besó en la mejilla cuando llegó a la
mesa. Y Kate se ruborizó, simplemente, porque él tuviera el detalle de
levantarse.
—Hola.
—Hola, cielo.
—Siento haber llegado tarde. He venido caminando y aún no estoy
acostumbrada a caminar con tacones.
—Ha merecido la pena esperar. Estás preciosa. Ese vestido te sienta muy
bien.
—Gracias. Tú también estás muy guapo —dijo ella sentándose y
dejando el abrigo y el bolso en el sillón de al lado.
Logan se sentó frente a ella y le sonrió.
Kate lo miró y le dedicó una sonrisa arrebatadora. Sus ojos azules
brillaban con una intensidad cegadora. Logan buscó una palabra para
definir a esa chica que lo tenía embelesado y solo se le ocurrió: inocencia.
—¿Qué quieres tomar?
—Un chocolate caliente. ¿Puedo comer algo?
—Cariño, puedes comer lo que quieras.
—Entonces, una magdalena de arándanos.
—Vale. Enseguida vuelvo —dijo él levantándose y dirigiéndose a la
barra.
Kate lo veía desde la mesa. Estaba esperando en la cola para hacer el
pedido. Por la forma en que la miraba desde la distancia, como si fuera la
mujer más increíble y deseada de entre todas las que había en el local, sabía
que era un hombre romántico. La miraba con intensidad, serio, y con los
ojos entrecerrados. Por un momento pensó que era un hombre intimidante,
hasta que vio esa casi imperceptible sonrisa seductora en sus labios.
Después de hacer el pedido, Logan camino de vuelta a la mesa. Kate se
quedó paralizada mirándolo. Sus pasos perezosos y la intensidad con la que
la miraba tenían una fuerza que la atraían y no podía apartar la vista de él.
Tenía una sonrisa auténtica, cálida y absolutamente arrebatadora, que
iluminaba sus ojos grises, haciendo que aparecieran de nuevo aquellas
pequeñas arrugas, que hacían que aún fuera más atractivo cuando sonreía de
aquella forma. Cada vez que lo veía era como si lo viera por primera vez.
Podría pasarse todo el día mirándolo sin cansarse de la vista.
Logan se sentó frente a ella, sin decir nada. Kate tampoco pronunció
palabra. Estuvieron así, mirándose durante varios minutos, hasta que él
rompió el silencio.
—Te agradezco mucho que me hayas escuchado.
—Logan, no has hablado. Has permanecido en absoluto silencio.
—Poca gente es capaz de escuchar el silencio.
—Al menos es algo. No hablamos, pero somos cómplices del silencio.
La camarera se acercó y dejó sobre la mesa lo que habían pedido. Kate
comió un trozo de magdalena y luego tomó un sorbo de chocolate,
mirándolo por encima de la taza. Kate dejó la taza sobre la mesa, y Logan
vio la mancha de chocolate en la comisura de sus labios. De pronto, algo se
removió en su entrepierna. Era la primera vez en su vida que se excitaba por
ver los labios manchados de una mujer, y no había deseado a ninguna como
deseaba a Kate en ese momento. Ella se limpió los restos del chocolate con
la lengua y el deseo de Logan se acentuó.
—¿Qué has hecho en los días que no nos hemos visto? —preguntó él,
intentando desviar los pensamientos de su mente.
—Ayer fue el cumpleaños de mi hermano Dexter.
—¿Lo celebrasteis?
—No acostumbramos a hacerlo, porque incluso eso lo altera.
—¿Y no hicisteis nada especial?
—Sean compró una tarta con velas y la comimos después de cenar.
—¿Tu amigo Sean fue a cenar con vosotros?
—No. Pero pasamos toda la tarde juntos comprando los regalos de
Navidad.
—¿Sean os acompañó a comprar los regalos?
—Me acompañó, en singular, fuimos los dos solos. Su madre nos invitó
a comer con ellos el día de Navidad y pensé que él me ayudaría a decidir
qué comprar —dijo ella tomando otro trozo de la magdalena y luego un
poco del chocolate.
—¿Compraste todo lo que necesitabas?
—Sí, compré los regalos para mis hermanos y para todos los miembros
de su familia. Él también los compró todos.
—¿Tenías dinero suficiente?
—Sí. Compré, incluso un detalle para los otros amigos que no comerán
con nosotros en Navidad. Bueno, excepto para uno a quien todavía no
conozco. Le dije a Sean que este mes no le pagaría nada de la reforma.
Como es rico no le importó.
—Parece que os lleváis muy bien.
—Sí, es cierto.
—¿Te gusta?
—¿Estás celoso?
—No.
—No puedo decir que no me gusta porque esas palabras no tendrían
sentido hablando de él.
—¿Qué quieres decir?
—Que ese hombre le gustaría a cualquier mujer. Pero es mi amigo. A mí
solo me gusta un hombre, y ese hombre eres tú.
—No deberías insistir en eso. Quedamos en que lo nuestro no podía ser.
—Yo no lo dije, fuiste tú. Y te aseguro que lo de obedecer no lo llevo
muy bien —dijo ella terminándose la magdalena.
—¿Por qué os invitó a su casa la madre de tu amigo? —preguntó,
aunque ya sabía la respuesta.
—El miércoles fue mi cumpleaños y los padres de Sean vinieron a casa.
—¿Fueron a tu casa? No sabía que los conocieras.
—Logan, tú no lo sabes todo de mí.
Kate le contó lo que sucedió la noche de su cumpleaños.
—Entonces, ¿vais a ir a su casa a comer?
—Sí. Aunque no sé si nos quedaremos mucho tiempo. A mi hermano
Dexter le afectan los cambios y no sé cómo se sentirá en una casa
desconocida.
—Puede que sea bueno para él conocer a otras personas.
—Bueno, en realidad ya conoce a los que verá en su casa. Dexter habló
con el hermano y con el padre de Sean, y también con sus amigos, y no lo
noté nervioso. Puede que porque estaban en nuestra casa —dijo ella.
—¿Te hicieron muchos regalos en tu cumpleaños?
—Mis hermanos me regalaron este vestido —dijo acariciando la seda—.
Y también los zapatos y el bolso que llevo —dijo estirando una pierna para
que viera el zapato.
—Son muy bonitos.
—Sí —dijo ella tomando otro trozo de magdalena y bebiendo un poco de
chocolate.
—Tus hermanos tienen buen gusto.
—Sí, me encantó el regalo.
—¿Te regaló algo tu amigo Sean? —preguntó tomando lo que le
quedaba del café.
—Sí, Sean me hizo un regalo maravilloso. Pero los demás también me
hicieron regalos. Me sentí muy rara.
—¿Por qué?
—En primer lugar, porque no estoy acostumbrada a recibir regalos. Y
además porque, aunque parecían joyas sencillas, no sabía qué eran. Pero
sabiendo que todos son millonarios, no me extrañaría que fueran piedras
preciosas, eran de varios colores y yo no estaba segura. Aunque no
mencioné nada al respecto, ni hice ninguna pregunta.
—Bueno, si son ricos, estarán acostumbrados a hacer ese tipo de regalos.
—Las joyas que llevo son uno de esos regalos —dijo Kate acariciando el
colgante azul que colgaba de una fina cadena—. Fue el regalo de Delaney y
su mujer. Delaney es el hermano de Sean.
Logan miró el colgante, la pulsera y los pendientes.
—Pues he de decirte que las piedras que llevas son zafiros.
—¿Los zafiros son piedras preciosas?
—Sí.
—Y supongo que muy caras.
—Supones bien. ¿De qué colores son las otras?
—Rojas, verdes y blancas. Todas tienen un brillo increíble. Seguro que
también serán valiosas.
Logan sonrió pensando que serían diamantes, rubíes y esmeraldas. Se
preguntó por qué habrían comprado regalos tan caros para alguien que
prácticamente no conocían.
—Apuesto a que sí. No me dijiste que era tu cumpleaños.
—No pensé que te interesara —dijo ella.
—Somos amigos.
—Lo de que seamos amigos no me ha quedado muy claro.
—¿Por qué no me invitaste?
—Pues… no lo sé. ¿Habrías venido de haberte invitado?
—No estoy seguro.
—De todas formas, no creo que sea apropiado que conozcas a ninguno
de mis amigos hasta que no decidas qué vas a hacer con tu vida.
—Tienes razón. Pero podría haberte comprado un regalo.
—Los sacerdotes no hacen regalos a las mujeres. ¿Dónde comerás el día
de Navidad? —preguntó ella para cambiar de tema.
—Con mis padres, con dos tíos y sus mujeres. Y puede que venga algún
primo, aunque no estoy seguro. Tengo tres y están casados, y puede que
coman con la familia de sus mujeres.
—Claro.
—Vi la foto de la revista en la que salíais Sean y tú. Se os veía muy
íntimos.
—No te puedes fiar de lo que veas en una foto. En el trabajo también
estuvieron bromeando respecto a lo que decían de nosotros en la revista.
Los periodistas de esas revistas son lo peor. Especulaban si sería su actual
amante o algo más.
—Sí, ya lo leí.
—Como dijo Sean, lo mejor es no darle importancia. Me dijo que había
tenido suerte, porque a veces averiguan donde vive o trabaja la mujer que
sale con él en la foto y la acosan por un tiempo.
—Entonces, ¿no hay nada entre vosotros?
—Ya te he dicho que somos amigos. ¿Has tomado alguna decisión sobre
lo que hablamos?
—¿Te refieres a lo de colgar los hábitos?
—Sí.
—He estado pensando en ello, pero…
—Sabía que habría un pero —dijo ella interrumpiéndolo—. Logan, estoy
cansada de pensar en ti. He de pensar en mi vida y en mi futuro. No estoy
dispuesta a esperar a que mi horóscopo sea benévolo conmigo y a que los
astros estén perfectamente alineados.
Logan sonrió por sus palabras.
—Con eso quiero decirte que no voy a esperar mucho tiempo más.
—Kate, no voy a abandonar el sacerdocio.
A ella se le cayó el alma a los pies.
—¿Esa es tu última decisión?
—Sí.
—En ese caso, todo está aclarado. Es mejor que me vaya.
—Pero volveremos a vernos, ¿no? Aceptaste que fuéramos amigos.
—Te dije que seríamos amigos mientras tomabas la decisión, pero ya lo
has hecho.
—Quiero seguir viéndote.
—Y yo quiero que me toque la lotería para pagar lo que debo. Pero no
podemos tenerlo todo, ¿verdad? Lo mejor es que no volvamos a vernos.
—Hemos cambiado los papeles.
—Sí, ya me he rebajado bastante. Te echaré de menos, pero se me
pasará. Te aseguro que he pasado situaciones mucho peores en mi vida, y he
salido adelante.
—Kate, no voy a poder estar sin verte.
—No olvides que eres sacerdote. Se te pasará rezando —dijo ella
levantándose.
Logan se levantó también, se puso la chaqueta y la ayudó a ponerse el
abrigo.
—Te llevaré a casa.
—No te preocupes, está cerca, y quiero ir caminando —dijo ella
andando hacia la salida mientras se ponía la bufanda.
—Entonces te acompañaré —dijo abriéndole la puerta del local para que
saliera.
Comenzaron a caminar el uno junto al otro en silencio, un silencio
incómodo, al menos para ella, que se sentía morir y solo quería dejarse
llevar y llorar como una imbécil.
—Deberías abrocharte el abrigo.
—No tengo frío —dijo ella, que de pronto se sentía acalorada por el
cabreo que llevaba encima.
Sus antebrazos se rozaban con el vaivén de los pasos, haciendo que
ligeras descargas eléctricas saltaran con cada roce. Kate era consciente de
que la sensibilidad de su piel se había incrementado y del cosquilleo que
sentía entre sus muslos. Y se maldijo por ello.
Logan le rozó la mano, y luego se la cogió de forma suave, pero a su vez
de manera posesiva. Kate sintió que un desconocido hormigueo le subía por
el brazo. Las lágrimas comenzaron a resbalar por sus mejillas. Sabía que no
iba a poder vivir sin verlo y solo le quedaban unos minutos para estar con
él. Porque esa vez sí que había tomado una decisión, no volvería a verlo
nunca más.
Sentía la leve caricia de Logan en la parte exterior de su mano, que la
tenía aturdida. De pronto, él tiró de ella para dirigirse a la estrecha calle que
había a su izquierda. La arrastró hasta un portal, resguardándose un poco
del frío y se colocó delante de ella. Le secó las lágrimas con los dedos y la
besó en los labios.
Logan intentaba ignorar, por todos los medios, sus necesidades físicas,
que no era una tarea sencilla. Se decía a sí mismo, una y otra vez, que no
debía sucumbir al deseo. Pero no le sirvió de nada.
Se acercó a ella y le lamió los labios. Luego le mordisqueó la barbilla y
deslizó sus labios por el cuello de Kate, acariciándolo. A continuación
acercó su boca hasta la de ella. Solo quería darle un beso suave, pero no
contaba con lo que quería ella.
Kate lo besó, y no de manera tímida o recatada. Y él perdió el control.
Logan la empotró contra la pared y la mantuvo allí. Se besaron con
desesperación, comiéndose la boca el uno al otro, como si el fin del mundo
fuera algo inminente. Las sensaciones que Kate experimentó eran tan
poderosas que casi estalló de placer. Logan metió las manos dentro del
abrigo de ella y la acarició por encima del vestido, sin oposición ninguna
por parte de Kate. Ella temblaba entre sus brazos y disfrutaba de su boca,
rogando en silencio para que no dejara de acariciarla.
Logan deslizó las manos suavemente por sus caderas y fue subiéndolas,
dibujando el contorno de sus curvas. Era una caricia suave, pero con la
presión exacta para que ella pudiera sentirla a través de la seda del vestido.
Estaba inmovilizada entre la pared y el cuerpo de él y no podía hacer nada
más que concentrarse en el placer que estaba sintiendo.
Logan se pegó a ella y Kate pudo sentir su excitación. Al menos no era
la única que estaba excitada, pensó Kate. Ambos estaban fuera de control.
Ella había metido las manos por debajo del suéter de él y las tenía en su
espalda, acariciándolo. Se sentía deliciosamente atrapada por su cuerpo, por
su olor, por su calor.
Las manos de Logan descendieron por las caderas y se colocaron sobre
las nalgas de Kate, acercándola a su erección sin ninguna delicadeza.
Besarla y acariciarla se había convertido en una necesidad incontrolable.
Esa chica se le había metido bajo la piel y circulaba por sus venas como si
fuera una droga.
—Logan, tenemos que parar, estamos en la calle.
—Joder, me vuelves loco. No he podido apartarte de mi mente desde la
primera vez que te vi en la iglesia —dijo separándose un poco de ella.
Logan apoyó la frente sobre la de Kate y permaneció así, aferrado a su
cintura hasta que se tranquilizó. Luego la miró a los ojos y no se pudo
resistir. La abrazó y volvió a besarla con desesperación. Quería castigarla
con ese beso, arrollándola, para que no le dijera otra vez que parara. Hasta
que se dio cuenta de que eso no se parecía a un castigo, sino que era un
verdadero placer, arrollador y ardiente, porque ella le devolvía el beso con
el mismo ardor. Y entonces la soltó de golpe y se apartó de ella.
—¿Estás seguro de que no vas a dejar la iglesia?
Logan dio un paso atrás, alejándose más de ella, y metió las manos en
los bolsillos de su chaqueta. La erección desapareció al instante, como si le
hubieran echado un cubo de agua helada sobre ella, al escuchar sus
palabras.
Logan la acompañó a casa, caminando ambos en silencio.
Kate se sentía feliz y no necesitaba que él dijera nada. Se dijo que era
cosa de tiempo que él tomara la decisión final, que sin duda sería, elegirla a
ella.
Capítulo 15
Logan llegó a casa maldiciéndose por lo que había ocurrido. Se decía
una y otra vez que no debería ver a esa chica, porque cuando estaba con ella
perdía totalmente el control. ¡Y bien que lo había perdido en esa ocasión!
Sabía que debería olvidarse de ella. Le parecía extraño que se sintiera
atraído por esa mujer, y no porque no fuera guapa, porque era preciosa, sino
porque no se había sentido atraído por ninguna mujer desde que era
sacerdote. Pero con Kate le sucedía algo. No podía quitársela de la cabeza y
cuando estaba con ella el corazón le latía frenético en el pecho y sentía un
calor incontrolable en todo el cuerpo.
Nada más entrar y cerrar la puerta recibió una llamada y contestó.
—Hola, mamá.
—Logan.
—Mamá, ¿qué pasa? —preguntó él al sentir miedo en la voz de su
madre.
—Tu padre... —dijo ella llorando.
—Mamá, ¿qué sucede?
—Tu padre y George estaban en la puerta del restaurante donde habían
quedado para cenar, esperando a Edward. Y le ha dado un infarto.
—¿A quién?
—A tu padre. Acaba de llamarme George, me estoy cambiando para ir al
hospital.
—Pero, ¿cómo está?
—No sé nada. George solo me ha dicho que acaba de llevárselo una
ambulancia.
—Salgo para allí enseguida.
—Vale. Pero, cariño, si estás alterado, no cojas el coche. Te llamaré
cuando lleguemos al hospital y nos digan algo.
—Estoy bien. ¿A qué hospital lo han llevado?
—Tampoco lo sé. George y Alice están de camino, ellos me llevarán al
hospital.
—Llámame cuando lo sepas. Te veo en un rato, mamá.
—Vale, cariño. Estoy asustada.
—Yo también. Llegaré lo antes posible.
—No corras.
—No lo haré.
Logan llamó a Carter nada más colgar.
—Hola, Logan. Acaba de llamarme mi padre.
—Yo acabo de hablar con mi madre.
—¿Estás en casa?
—Sí, pero me marcharé tan pronto coja algo de ropa. Mi madre está
asustada.
—Te recogeré en quince minutos.
—¿Vas a venir conmigo?
—Por supuesto. Tan pronto me ha llamado mi padre te he llamado, pero
estarías hablando con tu madre. He llamado al hospital para que me
sustituyan mañana en el trabajo.
—Gracias, Carter. Meteré algunas cosas en una maleta.
—Ellie está preparando algunas cosas para mí. Ella irá más tarde.

Logan y Carter llegaron al hospital. George, el padre de Carter, estaba


esperándolos en el vestíbulo.
—Hola, George —dijo Logan abrazándolo.
—Hola, hijo.
Carter besó a su padre.
—¿Cómo está? —preguntó Logan.
—Los médicos aún no nos han dicho nada.
—Vamos arriba —dijo Carter.
Los tres hombres entraron en la sala de espera. Carter abrazó a Alice, su
madre y a Anne, la madre de Logan. Luego se fue a buscar a un amigo
cardiólogo que trabajaba allí y con quien había hablado mientras conducía
hacia el hospital. Le había dicho que James, el padre de Logan, era paciente
suyo.
Logan abrazó a su madre y a la madre de Carter y saludó a Edward, el
otro amigo de su padre, con quien iban a ir a cenar esa noche, y a su mujer.
Carter volvió a la sala de espera una hora y media después y se encontró
allí a los padres de Delaney, a Jack y a todos sus amigos, excepto a Ryan y
Jules que no habían podido ir porque ambos tenían una operación a primera
hora de la mañana y no podían aplazarla. Pero Ryan habló con Carter para
que le hablara del estado del paciente. Carter le explicó lo que le había
dicho el cardiólogo.
—Tú sabes que no hay que perder la esperanza, pero después de decirme
el diagnóstico, es mejor que no os hagáis ilusiones —dijo Ryan, que sabía
de lo que hablaba.
James Hunter, el padre de Logan murió al día siguiente, veinte de
diciembre a las cinco y cuarto de la tarde. Todos los amigos seguían allí,
Jack se había encargado de reservar habitaciones para todos en un hotel
cercano, aunque solo habían ido a ducharse y a cambiarse de ropa porque,
prácticamente, no se habían movido del hospital.
Ryan y Jules habían ido ese día tan pronto terminaron en el hospital y
estaban allí cuando les informaron de que el padre de Logan había muerto.
Ryan y Jules volvieron a Nueva York esa misma noche, porque tenían
que ir al hospital temprano al día siguiente. Quedaron en que volverían para
el entierro, que sería en dos días.
Logan le había pedido a su madre que instalara a todos sus amigos en
casa, porque no pensaban marcharse. Más que nada para mantenerla
ocupada, porque parecía rota.
Anne no tuvo que hacer nada, Logan se encargó del entierro, del papeleo
y del seguro de vida con la ayuda de Nathan. Todos acompañaron a Logan
hasta después del entierro.
Carter y Ellie volvieron a Nueva York a recoger a su hija, porque
pasarían las navidades en casa de los padres de él. Así también verían a
menudo a Logan. Los padres de Carter y los de Logan eran amigos de toda
la vida y Carter sabía que sus padres se ocuparían de la viuda y de todo lo
que pudiera necesitar.
Para Logan y su madre no iban a ser unas fiestas muy felices. Pasarían
solos el día de Navidad, porque Anne no se sentía con ánimos de ir a comer
a casa de nadie de los que les habían invitado.

Kate llamó a Logan el día veintitrés, cuatro días después de que se vieran
por última vez. Quería proponerle ir a tomar algo, pero él no contestó. Al
día siguiente era Nochebuena y lo llamó de nuevo, pero tampoco contestó.
Entonces le envió un mensaje, pero no obtuvo respuesta. Le parecía extraño
que no contestara. Entonces se le pasó por la cabeza que él se hubiera
arrepentido de todo lo que había pasado entre ellos y no quisiera volver a
verla.
Sean recogió a Kate y a sus hermanos al día siguiente, que era Navidad,
a las diez de la mañana para llevarlos a casa de sus padres. Ella y Bradley se
quedaron fascinados con la mansión de los Stanford. Era una construcción
impresionante.
Kate llevaba el vestido azul que se había puesto la última vez que había
visto a Logan, y Sean la encontró preciosa. Sacaron las bolsas de los regalos
del coche y entraron en la casa.
El interior también era una maravilla. El árbol de Navidad que había en
el salón tendría más de cuatro metros de altura y estaba adornado con un
gusto exquisito. Sonrió al pensar que ellos nunca habían tenido en casa un
árbol de Navidad, porque siempre había habido algo más importante en qué
gastar el dinero.
Pasaron un día fantástico. Sean no la había engañado y los regalos que
les hicieron a los cuatro fueron sencillos, aunque habían sido cuantiosos.
Habían recibido más regalos ese día que en toda su vida.
Patrick y sus hijos estaban fascinados, viendo lo rápido que funcionaba
el cerebro de Dexter, haciendo puzles o cualquier pasatiempo de los que
todos le habían regalado. Kate casi se puso a llorar cuando vio el perfume
de Chanel, porque no había tenido un perfume desde que era adolescente,
aunque, desde luego, no tan caro.
Kate le puso la comida en la mesa a su hermano Dexter, cuando empezó
a decirle que era la hora de comer. Después de terminar lo sentó en un
rincón del comedor y le dio el libro de historia, que le había regalado Tess
ese día, y un cuaderno de pasatiempos.
Kate se dio cuenta de cuánto le gustaban los niños. Estaba entusiasmada
con los dos hijos de Delaney y Tess.
Sean los llevó a casa a media tarde, porque Bradley había quedado con
sus amigos para ir a dar una vuelta. Kate y los dos pequeños se quedaron en
casa y ella aprovechó para llamar a sus conocidos para felicitarlos. Volvió a
llamar a Logan, porque deseaba felicitarlo también, pero esa vez tampoco le
contestó. Así y todo le envió un mensaje felicitándole las fiestas. Mensaje
que tampoco contestó. De hecho, Kate había comprobado en el móvil que
ni siquiera había leído ninguno de los anteriores WhatsApps que le había
enviado.

—Taylor, ¿te importa que vayamos a la iglesia de Logan? Me gustaría


felicitarle las fiestas y darle el regalo que le he comprado.
—No, no me importa. De todas formas no tenemos nada que hacer hasta
la hora de cenar. ¿A qué hora irá Bradley al restaurante?
—Me ha dicho que sobre las ocho y media.
Poco después entraron los tres en la iglesia. Logan le había dicho a Kate
que ese día comería con sus padres, pero no estaba segura de si volvería a la
iglesia por la tarde. Y tampoco sabía dónde vivían sus padres. Eran las siete
menos veinte y Kate sabía que las confesiones estarían a punto de terminar.
Y sí estaban confesando, porque quedaban dos personas cerca del
confesionario esperando. Se sentaron los tres en un banco.
Kate se quedó de piedra al ver salir al sacerdote del confesionario quince
minutos después. No era Logan. Llevaba sotana, era grueso y tendría unos
cincuenta años. Ese era el aspecto normal de un sacerdote, pensó ella.
—Logan no viene —dijo Dexter.
—No, no viene. Parece que no está aquí —dijo Kate mirando al
sacerdote que se dirigía a la sacristía.
—Puede que esté de vacaciones —dijo Taylor.
—Sí, es posible. Cuida de Dexter, ahora vuelvo.
Kate se levantó y se acercó a dos mujeres que estaban sentadas en uno de
los bancos del otro lado del pasillo. Se sentó junto a ellas.
—Disculpen, ¿suelen venir a esta iglesia?
—Sí, desde hace años.
—¿Saben dónde está el otro sacerdote?
—El padre Logan se marchó hace unos días —dijo una de ellas.
—¿De vacaciones?
—No lo creo. Siempre que se va de vacaciones nos lo dice —dijo la otra
—. Esta vez no dijo nada, simplemente se marchó.
—¿Recuerdan cuándo fue?
—Seguramente el domingo pasado, porque el lunes ya ofició las misas
otro sacerdote.
—Gracias.
Kate caminó temblando hasta el banco donde estaban sus hermanos. Sus
sospechas se habían hecho realidad. Logan y ella se habían visto el
domingo que las mujeres habían mencionado a última hora de la tarde, el
mismo día que se había marchado. Ahora sabía que no quería nada con ella
y por eso no contestaba a sus llamadas ni a sus mensajes. Seguramente
habría pedido el traslado a otra iglesia o, peor aún, a otra ciudad. Bueno, al
fin había tomado una decisión, había elegido ser sacerdote en vez de a ella,
se dijo.
—Vámonos a casa —dijo a sus hermanos cuando llegó junto a ellos.
—¿Qué te han dicho esas mujeres? —preguntó Taylor.
—Parece ser que le han trasladado a otra iglesia.
—¿Sabes a cuál?
—No, pero si hubiera querido que lo supiera me lo habría dicho.
—¿Qué vas a hacer con su regalo?
—Lo devolveré. Me costó casi cien dólares. Emplearemos ese dinero en
la cena de hoy y en tomar un buen postre.
—Me caía bien Logan —dijo Taylor.
—A mí también. Y no hace falta que hables en pasado, no está muerto,
cariño, solo trabaja en otro lugar.
Cuando subieron al coche, Kate le envió un mensaje a Sean.

Ya no vas a tener que aguantar mis patéticas conversaciones hablándote


de Logan. No ha contestado a las llamadas ni a los mensajes que le he
estado enviando desde hace unos días. Acabo de ir a la iglesia, quería
felicitarle las fiestas y darle el regalo que le compré, pero ya no está. Hay
otro sacerdote. Parece que por fin ha tomado una decisión y ha elegido la
iglesia, en vez de a mí.

Sean la llamó por teléfono.


—Hola, Sean.
—Hola, Kate. ¿Estás bien?
—Por supuesto que estoy bien. Hemos pasado un día fantástico con
vosotros. Gracias de nuevo por invitarnos.
—No tienes que darme las gracias. Nosotros también hemos pasado un
día estupendo con vosotros.
Sean se sintió muy culpable. Debería decirle que era amigo de Logan y
que él acababa de perder a su padre y por eso se había ausentado. De pronto
se le ocurrió que ella y sus hermanos los acompañaran a la casa de Carter de
las montañas, a la que iban cada año.
—Kate, voy a colgar unos minutos, pero te llamo enseguida, ¿de
acuerdo?
—Vale.
Sean seguía en casa de sus padres y lo comentó con ellos. Luego llamó a
Carter para preguntarle, y él le dijo que a Ellie y a él les encantaría que
fuesen los cuatro hermanos, y que habría suficiente espacio, porque Logan
no los acompañaría en esa ocasión.
Kate contestó al teléfono cuando Sean la volvió a llamar.
—Hola.
—Hola, preciosa. ¿Estáis en casa?
—Estaremos allí en unos minutos.
—¿Tenéis planes para esta noche?
—Vamos a ir a cenar al restaurante de mi jefe, hemos quedado allí con
mi hermano.
—¿Te importa que os acompañe?
—Claro que no. Así podré invitarte por una vez en un restaurante.
—No vas a pagar tú, ya me invitas demasiadas veces a cenar en tu casa.
—Me has convencido.
—¿Quieres que os recoja?
—No, no te molestes, nos veremos en el restaurante sobre las ocho y
media.
—De acuerdo. Hasta luego.

—Después de pasar tantas horas en casa de tus padres, ¿todavía no te has


cansado de nosotros? —preguntó Kate cuando Sean se sentó en la mesa del
restaurante con ellos.
—No.
—¿Por qué has decidido acompañarnos a cenar?
—Me apetecía. Pero, además, quería invitaros a un sitio. Bueno, no yo,
sino todos los amigos.
—Hola —dijo Bradley acercándose a la mesa—. Hola, Sean. No sabía
que cenarías con nosotros.
El chico se sentó con ellos.
—Lo he pensado de pronto. Le estaba diciendo a tus hermanos que mis
amigos y yo queremos invitaros a un sitio. Una especie de viaje.
—No voy a permitir que nos pagues un viaje —dijo Kate—. Ya te debo
bastante dinero.
—No vamos a coger ningún avión, ni ir a ningún hotel.
—¿Entonces?
—Todos los años vamos a pasar unos días a una casa que tiene Carter en
las montañas. Está bastante lejos, pero os aseguro que merece la pena el
viaje.
—¿Y quieres que vayamos con vosotros?
—Sí. Ya he hablado con Carter y está de acuerdo. La verdad es que tanto
él como Ellie están encantados. Al igual que el resto de amigos.
—¿Quienes iréis?
—Carter y su mujer, mi hermano y Tess, Nathan y Ellie, Ryan y Jules, y
todos los niños. Y Jack, a quien habéis conocido hoy en casa de mis padres.
Ya sabes que es el chófer y guardaespaldas de Delaney.
—Pero…
—No digas que no —dijo Sean interrumpiéndola—. Será divertido.
Estará todo nevado y podremos lanzarnos con trineos por las pendientes. Os
va a encantar a todos. Nos iremos el próximo lunes y volveremos el
domingo, día dos por la tarde. Solo será una semana.
—¿Una semana? No creo que Dexter se sienta cómodo.
—A Dexter le gustará la nieve. Además, hay muchos animales en el
bosque y en una ocasión me dijo que le gustaban mucho los animales.
Todos los que vamos a ir lo conocen. Hoy no ha tenido problemas en casa
de mis padres, ¿verdad? Allí podrá seguir con sus horarios y sus rutinas.
¿Cuánto hace que no tenéis unas vacaciones fuera de casa?
—Nunca hemos tenido unas vacaciones fuera de casa —dijo Taylor.
—¿Ves? A Taylor le gusta la idea —dijo Sean sonriéndole a la niña—.
¿Verdad que sí?
—Sí, pero haremos lo que diga Kate.
—Sean, te agradezco la invitación, pero es que no sé qué pintamos con
todos vosotros.
—Eres amiga mía y os aprecio a todos. Y todos mis amigos y mi familia
también. ¿Tú qué piensas, Bradley?
—Yo no tengo nada que hacer y puedo decir en el trabajo que necesito
unos días libres, pero las decisiones las toma mi hermana, que es quien se
ha ocupado de nosotros desde que aparecimos en su vida.
—¿No crees que a todos os vendría bien un cambio de ambiente? A ti la
primera. Di que vendréis con nosotros —dijo Sean a su amiga.
—No hace falta que me lo ruegues, no te pega nada. De acuerdo, está
bien.
Max, el jefe de Kate se acercó a la mesa.
—Feliz Navidad a todos —dijo el hombre.
Todos lo felicitaron abrazándolo.
—Vaya, tenemos aquí al arquitecto.
—Feliz Navidad, Max —dijo Sean levantándose para darle la mano.
—Feliz Navidad, muchacho.
—Este es tu regalo —dijo Kate entregándole un paquete a su jefe.
—Eres la primera persona que conozco que le hace un regalo a su jefe.
¿Crees que el televisor que me regalasteis no es suficiente?
—Por supuesto que no es suficiente.
El hombre abrió el paquete. Era un precioso suéter.
—Es muy bonito, gracias.
—De nada. Max, ¿crees que podría pedirte libre el próximo fin de
semana? Es que Sean nos ha invitado a ir una semana con sus amigos a una
casa que tiene uno de ellos en las montañas.
—Cuenta con ello. Ya es hora de que disfrutéis de unas auténticas
vacaciones.
—Gracias.
—Confío en que cuidarás de ellos —le dijo el hombre a Sean.
—Puedes estar seguro.
Carter y su familia volvieron a casa el día siguiente, que era domingo,
para hacer los preparativos para ir a su casa de las montañas. Logan se
quedó con su madre, no quería dejarla sola todavía y, además, tenía que
tomar algunas decisiones importantes y prefería estar en casa de sus padres
tranquilo.

Kate estaba echada en la cama por la tarde. Ya tenían todo preparado


para salir al día siguiente hacia las montañas. Le había dicho a sus
hermanos que le dolía la cabeza y que iba a echarse un rato en la cama. No
es que le doliera la cabeza, pero se sentía desanimada.
Le era difícil mostrarse contenta, cuando en realidad se sentía morir. La
alegría y la ilusión que había experimentado la última vez que había estado
con Logan, se desvanecieron como hojas arrastradas por el frío viento del
invierno.
Volvió a limpiarse las lágrimas con el pañuelo. Seguro que tendría los
ojos hinchados de tanto llorar, y de no haber podido dormir mucho durante
los últimos días. Por suerte estaba de vacaciones y no tenía que ir al
instituto, porque era lo último que le apetecía. Lo único que deseaba era
quedarse allí para siempre, calentita debajo del edredón.
Últimamente leía novelas que concordaban con su estado de ánimo.
Historias sobre almas atormentadas. Pasaba horas leyendo y dejándose
llevar por las palabras escritas y trasladándose a lugares lejanos, a otras
épocas, a otras vidas, como si esas historias fueran la suya.
Había tenido una vida dura y, a pesar de vivir con sus hermanos, se
sentía sola. Necesitaba compañía, alguien con quien compartir el día a día.
Alguien que la ayudara con la carga que llevaba sobre su espalda desde
hacía años. Alguien con quien poder hacer el amor, y la deseara, pensó
suspirando.
Abrió la ventana para que el frío de la tarde le nublara los sentidos y la
llevara al mundo de los sueños. Kate nunca había estado deprimida antes,
pero parecía que ahora se encontraba al borde de un precipicio húmedo y
resbaladizo.
Siempre había pensado que había estado enamorada de Paul, su novio,
pero desde que conoció a Logan, había comprendido que había estado
equivocada. Lo que sentía cuando estaba con Logan era totalmente distinto.
Era algo más que placer y la hacía pensar en el futuro. Y deseaba de todo
corazón que él sintiera lo mismo.
Las veces que Logan la había besado, había perdido el control de tal
forma, que apenas se reconocía a sí misma. No podía evitar echarle de
menos con desesperación. No podía comprender cómo era posible que se
pudiera añorar tanto a una persona, conociéndola desde hacía tan poco
tiempo y a quien había visto solo unas cuantas veces. Deseaba con todo su
corazón ver a aquel hombre, que la aturdía y la desconcertaba. Y que se
alegraría de haberla perdido de vista para siempre, pensó. Él no se daba
cuenta de lo confundida que la hacía sentir. No sabía cómo le molestaban
esos giros inesperados que daba y, seguramente, ya había decidido no
volver a verla, por eso había desaparecido.
El dolor de perderlo disminuiría día a día, se dijo. Y supuso que también
la intensidad del deseo que sentía por él, aunque a ella le pareciera todo lo
contrario. Pensó que cuando entre dos personas había la química que había
entre ellos, la urgencia por estar juntos era sobrecogedora.
Qué equivocada había estado al pensar que Logan la elegiría a ella.
Llevaba varios días sin verlo, no contestaba a sus llamadas, ni a sus
mensajes, y ya no era sacerdote de esa iglesia. Había desaparecido y estaba
segura de que no volvería a verlo. Imaginó que habría solicitado que le
trasladaran a otra iglesia para que ella no lo localizara. Aunque ella no
tendría problema en localizarlo, porque sabía donde vivía. Pero también
sabía que no iría a su casa. Logan había puesto el punto final a lo que había
entre ellos.
Era imposible vencer a un hombre que había tomado una decisión sólida
y la determinación para llevarla a cabo. Ahora comprendía perfectamente lo
que quería decir Tennyson al escribir que era mejor amar y perder que no
haber amado nunca. Porque jamás se había sentido tan viva, como cuando
estaba con él.
Kate intentó desprenderse de los patéticos pensamientos que invadían su
mente. Cerró la ventana y se metió de nuevo debajo del edredón, pensando
que había un grupo de hombres y mujeres maravillosos que parecían
empeñados en que ella y sus hermanos se unieran a su grupo.

Cuando falleció el padre de Logan todos los amigos decidieron que ese
año no irían a la cabaña de Carter para disfrutar de la nieve y de los últimos
días del año. El día de Nochevieja era el cumpleaños de Logan y siempre lo
celebraban juntos. Pero Logan insistió en que tenían que ir, porque solo
iban una vez al año y hacía mucho tiempo que todos lo esperaban. Y les
dijo que ese año no se sentía con ánimos de celebrar su cumpleaños.
Sean recogió a kate y a sus hermanos al día siguiente a las siete de la
mañana. Se reunieron con el grupo de amigos en casa de Delaney y salieron
todos juntos.
El trayecto fue largo pero, como les había dicho Sean, merecía la pena,
porque el paisaje era una auténtica maravilla. Después de dos paradas para
que los niños hicieran pis y estiraran las piernas, llegaron a la propiedad de
Carter.
Cuando bajaron del coche, Kate y sus hermanos no podían creer que
estuvieran en un lugar como ese. La casa era una preciosidad. Estaba
rodeada de bosque y todo estaba blanco por la nieve. Parecía una postal
navideña.
Estaban pasando unos días fantásticos, disfrutando de la impresionante
casa, que Sean había ampliado, a petición de Carter, y ahora era enorme.
Estaban disfrutando de unas comidas exquisitas, de manos de Lauren,
que era una excelente cocinera, aunque Kate y Tess la habían ayudado, y
también Bradley. Los dulces que Ellie preparaba para el desayuno y para
tomar con el café eran una delicia.
Bradley aprovechó el tiempo que estuvieron allí para hablar con Sean de
su trabajo. El arquitecto le explicó cómo habían sido sus principios, el
miedo que había sentido, pensando que tal vez no fuera tan bueno como
creía, le habló de su forma de trabajar, y de lo importante que era ser
honesto con los clientes, en cuanto a dinero y a cumplir las fechas de los
contratos. A Sean le gustaba hablar con él y el chico retenía en su mente
cada palabra y cada consejo que salía de sus labios, porque no todos tenían
la oportunidad de escuchar los consejos de un arquitecto tan importante
como él. Y Sean le dijo que si necesitaba hablar de chicas o de cualquier
otra cosa, que siempre estaría disponible para él, cosa que Bradley
agradeció.
Nadie mencionó en ningún momento a Logan, aunque pensaban todos en
él, ya que era la primera vez que no les acompañaba.
Disfrutaron de largos paseos cuando el sol calentaba, se deslizaron con
los trineos por las pendientes, hicieron guerras con bolas de nieve, y
disfrutaron, incluso, de una gran nevada que cayó el último día del año.
Pero sobre todo, Kate disfrutó de la compañía de sus nuevos amigos,
porque ya los consideraba sus amigos. Además, había encajado
perfectamente con las mujeres del grupo.
Kate podría decir, sin lugar a dudas, que esa había sido la mejor semana
de su vida y en la de sus hermanos.
Sean se sentía cada vez más culpable por ocultarle a Kate lo de Logan
porque, a pesar de que parecía contenta y estaba disfrutando mucho con su
estancia allí, sabía que estaba sufriendo al pensar que él la había
abandonado.

Era el primer día del año. Después de la nevada del día anterior
amaneció un día esplendoroso. Los hombres habían quitado la nieve de los
alrededores de la casa antes de desayunar. Después del desayuno, Sean no
pudo soportarlo más y le pidió a Kate que le acompañara a dar un paseo.
—Pareces preocupado —dijo Kate cuando salieron al exterior muy
abrigados.
—Estoy muy preocupado.
—¿Qué pasa?
—Estoy preocupado por lo que hay entre tú y yo. Puede que cuando te
diga lo que ocurre ya no quieras volver a verme.
—Vaya. ¿Cuántas veces te he dicho yo esas palabras? —dijo ella
sonriendo.
—Algunas, pero me temo que esta vez sea verdad.
—No te preocupes, te debo mucho dinero y voy a verte muchas veces
para pagarte. Y puedo asegurarte de que lo que hay entre tú y yo no va a
cambiar, me digas lo que me digas.
—De acuerdo. ¿Cómo estás?
—Estoy perfectamente, ¿acaso se me ve alicaída?
—La verdad es que no. Cuando te recogí en tu casa para venir aquí sí te
vi triste, pero estos días te han sentado bien.
—¿Eso es lo que tenías que decirme?
—No.
—Espero que no tengas que pedirme que te pague el total de la reforma.
—No, no tiene nada que ver con el trabajo ni con el dinero.
—¿Y entonces? Sean, me estás asustando, no estoy acostumbrada a verte
tan serio. Di lo que tengas que decir.
—Hay algo que me preocupa desde hace tiempo.
—Si puedo ayudarte a que tu preocupación se desvanezca, estaré
encantada de hacerlo.
—Estoy seguro de que cuando lo sepas no vas a querer saber más de mí.
—No digas tonterías, eso no va a pasar.
—Eso espero.
—Sean somos amigos. Y no olvides que te he confesado mis
vergonzosos secretos. No te habrás enamorado locamente de mi, ¿verdad?
Todavía no me he olvidado de Logan.
—No, no van por ahí los tiros.
—¿Es porque has comentado con alguien lo que te conté de manera
confidencial? —preguntó Kate.
—Por supuesto que no.
—Bueno, no me tengas en ascuas, suéltalo.
—¿Me prometes que no te enfadarás?
—No puedo prometértelo, sin saber de qué se trata. Pero no creo que la
sangre llegue al río, me importas demasiado.
—Tú también a mí, y no quiero perderte.
—No vas a perderme. Y no te preocupes porque, aunque me hagas
cabrear, te pagaré lo que te debo.
—Si supiera que olvidando tu deuda no te enfadarías, la daría por pagada
en este momento.
—Ya debe ser algo serio, con el dineral que te debo. Venga, no le des
más vueltas.
—De acuerdo. Te he estado mintiendo desde hace algún tiempo. Bueno,
en realidad no es que te haya mentido, porque no te he dicho ninguna
mentira, pero te he ocultado algo desde la primera vez que me hablaste de
tu problema.
—¿De mi problema? ¿Te refieres a Logan?
—Sí.
—¿Qué es lo que me has ocultado?
—Logan es ese amigo nuestro que todavía no has conocido.
—¿Qué?
—Es uno más del grupo.
—Oh, Dios mío.
—Ya sabes que siempre comentamos entre nosotros lo que nos sucede.
—¿Quieres decir que Logan habló con vosotros de lo que había entre él
y yo?
—No, no, nada de eso. Logan no ha comentado con nadie nada sobre
vuestra relación.
—Nuestra inexistente relación —rectificó ella.
—Lo que sea. Pero a primeros del año pasado nos dijo que tenía un
problema con una chica desde el verano anterior.
—¿Con una chica?
—Seguro que va a sonarte de algo. Esa chica, cada mes cogía dinero del
cepillo de la iglesia.
—Entonces, ¿todos sabíais desde el principio que yo era esa chica?
—Por supuesto que no, nadie lo sabe, excepto yo. Lo supe cuando me
contaste lo que te había sucedido con Logan, por lo que él nos había
hablado de ti. Y porque me dijiste su nombre, ¿recuerdas? Y él también
había mencionado tu nombre meses atrás, pero yo no te conocía todavía.
Cuando comencé la obra de tu casa les hablé mucho de ti, de tus hermanos,
de la reforma, de tu trabajo. Ya sabes que todos somos como hermanos.
—Y Logan estaba presente.
—Sí. Ya te dije que todos nos reunimos cada sábado en la casa de alguno
de los casados y hablamos de lo que nos ha sucedido durante la semana.
—Entonces, Logan sabía que la chica de la iglesia y la de la reforma
éramos la misma persona.
—Yo jamás les he comentado nada de lo que tú y yo hablamos, ni de lo
del dinero de la iglesia, ni de lo que hay entre Logan y tú. Ninguno de los
que hay en la casa lo saben y tampoco mis padres. Así que Logan no tiene
porque saberlo.
—Lo sabe desde hace algunas semanas. Desde que le hablé de ti y de
que tu hermano y vuestros amigos habían venido a casa el día de mi
cumpleaños —dijo Kate.
—Pero lo ha sabido por ti, no por mí.
—¿Por qué no me lo dijiste?
—No lo sé. Siento mucho habértelo ocultado. No creas que ha sido fácil
para mí ver a Logan, sabiendo lo que ha habido entre vosotros. Tenía que
habértelo dicho cuando me contaste vuestra historia, aquella noche en el bar
del restaurante.
—Desde luego, no me siento feliz porque me lo ocultaras, pero no te
preocupes, porque lo que había entre Logan y yo ha terminado, antes de que
empezara. Le he llamado varias veces y le he enviado mensajes, y no ha
contestado a ninguno de ellos. No sé nada de él desde mediados del mes
pasado. Ni siquiera me ha enviado un mensaje para felicitarme las fiestas.
Pero pronto estaré bien. Seguro que esto no va a ser lo peor que me pase en
la vida.
Sean vio que tenía los ojos empañados por las lágrimas.
—He de decirte otra cosa.
—Vaya, tenías muchas cosas guardadas.
—Sé la razón de que Logan no se haya puesto en contacto contigo.
—Ah, claro. Había olvidado que sois amigos.
—Su padre sufrió un infarto el día diecinueve del mes pasado.
—¡Oh, no! Logan y yo nos vimos ese día a media tarde.
—Ocurrió a última hora de la tarde. Al enterarse se fue rápidamente a
Trenton, que es donde viven sus padres, para estar con su madre.
—¿Su padre está ya bien?
—Falleció al día siguiente.
—¡Oh, Dios mío! De haberlo sabido no lo habría llamado, ni le habría
enviado ninguno de los estúpidos mensajes.
—Tú no lo sabías. Parece ser que tiene el móvil apagado. Hablamos con
él cada día, pero llamamos al teléfono fijo de su casa.
—¿Fuisteis al entierro?
—Fuimos todos el día diecinueve, nada más enterarnos de lo del infarto,
y nos quedamos allí hasta después del entierro, que fue el día veintidós.
—Al menos estuvisteis con él y con su madre. ¿Cómo estaban?
—Logan estaba destrozado. Su padre y él estaban muy unidos y fue un
gran golpe. Anne, su madre no se creía que no volvería a verlo. Fue una
sorpresa para todos, porque James no estaba enfermo y se cuidaba mucho.
Algunos infartos no avisan con antelación.
—Me siento culpable por haber pensado mal de él.
—No tienes que sentirte culpable por nada.
—Creí que se había marchado sin despedirse. Me sentí muy mal por ello.
¿Sabes cuándo volverá?
—Creo que va a pasar un tiempo con su madre.
—Claro, es normal.
—Le hemos echado de menos estos días. Ha estado con nosotros aquí
cada año y celebrábamos sus cumpleaños juntos, que fue precisamente ayer.
—¿Crees que le molestaría si fuese a darle el pésame en persona?
—No lo creo. Siento habértelo ocultado.
—Me duele más que me lo haya ocultado él que tú.
—No se lo tengas en cuenta. Te aseguro que está pasando muy malos
momentos, y no me refiero solo a la muerte de su padre, estaba mal antes de
que sucediera.
—¿Crees que yo soy la culpable?
—Está luchando consigo mismo, pero no tienes que sentirte culpable.
Además, ¿tú lo estás pasando bien?
—No, para nada. Ahora que sé que sois amigos, háblame un poco de él.
—Supongo que no has podido olvidarlo desde que os visteis. ¿Sigues
enamorada de él?
—Sí. Soy patética, lo sé —dijo ella suspirando.
—Nada de eso, solo eres una mujer. ¿Qué podría decirte de él? Es muy
sociable, sensible, atento y muy familiar. Y sobre todo, es leal a sus amigos.
Tiene sentido del humor y a veces es sarcástico. Es un hombre de sonrisa
fácil y le gusta bromear. Es divertido y siempre consigue sacarte una
sonrisa, aunque estés triste. Pero, por encima de todo, siempre está ahí para
lo que necesites, sea lo que sea. Se desvive por ayudar a quien necesita
ayuda. Es cariñoso, tierno y le gustan mucho los niños. Te aseguro que es
un hombre fuera de serie.
—Has dicho que cada sábado todos comentáis lo que os ha ocurrido
durante la semana. ¿Por qué él nunca os ha hablado de mí? Me refiero a lo
que ha habido entre nosotros.
—Supongo que se sentía algo avergonzado.
—¿Por desearme?
—No, por Dios. Por no saber qué hacer respecto a su vocación.
—No creo que tenga que avergonzarse por ello.
—Yo tampoco. Nunca te he dicho lo que pensaba respecto a vuestra
relación, porque no estabas al corriente de que Logan era amigo nuestro.
—¿Qué piensas? —le preguntó Kate al verlo pensativo.
—Me da la impresión de que ese hombre, aunque sea sacerdote, es tu
destino. Y del destino no se puede huir, porque él ya se encarga de
encontrarte.

Logan llevaba con su madre veintiún días. Había querido quedarse con
ella para hacerle compañía, mientras asimilaba la muerte de su marido y se
acostumbraba a vivir sola. Le había ofrecido ir a vivir con él a Nueva York,
pero ella no había aceptado. Durante todo ese tiempo, también había estado
pensando en sus problemas, esperando que las nubes oscuras que
ensombrecían sus pensamientos se disiparan. Cosa que aún no había
sucedido.
Estaba en el salón leyendo el periódico, cuando su madre entró y se
sentó en el sofá a su lado.
—¿Cómo estás? —preguntó Logan a su madre.
—Bien, supongo. Ha sido duro sacar toda su ropa del armario —dijo
Anne, que había pasado horas en el dormitorio sacando la ropa de su
marido y metiéndola en cajas.
—Me he ofrecido a ayudarte.
—Lo sé. Alice, la madre de Carter, también me ofreció su ayuda, pero
era algo que quería hacer sola. Tengo que ir despidiéndome poco a poco de
todas sus cosas.
—Lo entiendo.
—Cuando vuelvas a casa, quiero que te lleves sus relojes, sus gemelos y
los alfileres de corbata. Los he dejado sobre la cómoda de tu cuarto.
—Mamá, no hace falta que me los lleve.
—Quiero que los tengas tú. Solo voy a quedarme el reloj que llevaba
puesto cuando sufrió el infarto.
—Lo que tú decidas
—Necesito algo más de tiempo para deshacerme de él.
—Me parece bien.
—Por cierto, ¿cuándo te marchas? —preguntó Anne.
—Había pensado quedarme un poco más. ¿Quieres que me vaya?
—Claro que no. Si por mí fuera, te tendría conmigo para siempre.
—¿Y por qué no quieres venir a vivir conmigo? Y no me refiero solo a
ti, sino también a Clara, ella es de la familia.
—Lo sé. Pero esta es mi casa, donde he vivido desde que me casé y
donde tú naciste. No quiero marcharme.
—Entonces no lo hagas.
—Puede que en unas semanas, o en unos meses me lo plantee.
—Ya sabes que podéis ir a vivir conmigo cuando queráis. Pero mientras
tanto, podéis ir a visitarme y quedaros en mi casa unas semanas.
—Lo haremos —dijo sonriéndole—. ¿Estás aquí únicamente por
hacerme compañía o hay algo más?
—¿Por qué lo preguntas?
—Porque sé que te ocurre algo, además de la pérdida de tu padre.
—Qué bien me conoces.
—¿Quieres contármelo?
—De acuerdo. Pero no quiero que te alarmes, ¿vale?
—No me asustes, ¿qué ocurre?
—No es nada de lo que tengas que preocuparte. La verdad es que hacía
algún tiempo que pensaba hablar con el papá… No debí pensármelo tanto.
—Sé que estabais muy unidos, pero yo estoy aquí. Escucharé todo lo que
tengas que decirme e intentaré aconsejarte. Y habla ya, porque sabes que no
soy muy paciente.
Logan le sonrió.
—Ha sucedido algo en mi vida y tengo que tomar una decisión. Una
decisión muy importante. Bueno, en realidad, ya la he tomado, pero no me
siento bien al respecto.
—¿Qué quieres decir?
—Que creo que he tomado la decisión adecuada, pero no me hace feliz.
Porque voy a perder algo muy importante para mí.
—¿Y estás seguro de que has tomado la decisión adecuada? La vida es
muy corta para perderla cometiendo errores.
—Estoy seguro.
—Todas las decisiones que tomamos a lo largo de nuestra vida tienen
alguna consecuencia, incluso, aquellas que pensamos detenidamente y
estudiamos con atención. Parece que tú has pensado bien antes de decidirte.
—Sí, lo he hecho.
—¿Crees que podrías hablarme un poco de lo que te sucede?
—Se trata de una mujer.
—Una mujer —repitió Anne, intentando que no se le escapara ni un
atisbo de sonrisa.
Su marido y ella habían intentado resignarse a no tener nietos, pero
nunca perdieron la esperanza de que Logan se enamorara de una mujer y se
casara.
—Sí. La conocí de forma extraña.
—Voy a decirle a Clara que nos prepare un café y me lo cuentas, ¿vale?
—De acuerdo.
Poco después Anne volvía a estar sentada junto a su hijo, sirvió el café
que les había llevado Clara, el ama de llaves, y lo miró.
Logan le contó lo del cepillo de la iglesia.
—¿Estuviste durante meses consintiendo que se llevara dinero?
—Sí, me sentía muy atraído por ella.
—¿Cómo es? Ya sé que es una ladrona —dijo la mujer sonriendo,
porque le hacía gracia que se sintiera atraído por alguien así—, pero me
refiero a su físico.
—Es alta, puede que como mis amigas, y está delgada, pero con curvas.
Tiene el pelo oscuro y los ojos de un azul muy intenso. Su boca es preciosa.
Se llama Kathleen, pero la llaman Kate.
—¿Cuántos años tiene?
—Cumplió veintisiete el mes pasado.
—¿A qué se dedica?
—Es profesora de Historia en un instituto.
—¿Y no tenía suficiente con su sueldo para tener que robar en la iglesia?
Logan le contó lo que sabía de ella: la pérdida de sus padres; la llegada
de sus hermanos a su vida; el abandono de su novio; la enfermedad de su
hermano pequeño; la razón de que su hermano mayor la llamara Charity.
—Parece que ha tenido una vida muy dura. Pocas personas habrían
aceptado que tres familiares, a quien ni siquiera conocían, fueran a vivir con
ellos, y más siendo tan joven. Creo que ya no pienso tan mal de ella. Me
alegro de que le devolvieras todo el dinero que te pagó.
Logan le contó lo de su trabajo en el restaurante y la relación que tenía
con Max, su jefe. Luego le habló de lo de la reforma de la casa, que había
hecho Sean. Y por último de lo que había sucedido entre ellos todas las
veces que se habían visto, incluidos los momentos íntimos.
—Te sentirás avergonzada de mí.
—No digas tonterías. Puede que seas sacerdote, pero también eres un
hombre. Entonces, ¿Sean sabe lo vuestro?
—Él no me ha dicho nada, pero Kate y él se llevan muy bien, son buenos
amigos, y estoy seguro de que le ha comentado algo.
—¿Estás seguro de que solo son amigos?
—Completamente seguro.
Logan le habló de las conversaciones que había tenido con Kate.
—¿Te dijo que estaba enamorada de ti?
—Sí.
—Me has dicho que te quiere, pero no has hablado de lo que tú sientes.
—No lo sé. Pero desde luego me siento muy atraído por ella.
—¿Por su cuerpo?
—No solo por su cuerpo, aunque es fantástico —dijo sonriéndole—. Me
gusta mucho estar con ella.
—Que seas sacerdote no quiere decir que no seas vulnerable como
cualquier persona y que no tengas las mismas emociones, temores y
sentimientos. Y además las mismas necesidades que cualquier hombre.
—He de confesarte que he tenido muchas tentaciones de acostarme con
ella.
—Tu padre me comentó muchas veces que no comprendía cómo podías
abstenerte de estar con mujeres —dijo ella sonriendo—. La verdad es que
nunca entendió tu vocación.
—Entonces, ¿no crees que se habría sentido decepcionado de haber
sabido esto?
—Para nada. Él deseaba verte casado y con hijos. Y he de admitir que yo
también. Es una lástima que no decidieras venir a hablar con él, antes de
que nos dejara. Le habrías hecho muy feliz.
—No sabía que pensarais así.
—Nunca perdimos la esperanza de tener nietos. Dime lo que sientes
cuando estás con esa chica.
—Cada vez que la veo se me acelera la respiración, solo por verla —dijo
él sonriendo—. Tiene carácter y una mezcla de inocencia y descaro, de
ignorancia y valor, y de ternura. Y esa es una combinación que me parece
deliciosa. Es una mezcla explosiva de contradicciones.
—Parece una mujer interesante.
—Me siento absolutamente fascinado por ella, y no solo por su físico,
sino por su forma de ser y de actuar. Me gusta su manera de hablar, la forma
en la que gesticula y mueve las manos, y su naturalidad. Lo procesa todo
para encontrar las respuestas más lógicas y sensatas a los problemas. Y, sin
embargo, desprende compasión, amabilidad e inocencia.
—No me extraña que te fascine.
—Cuando está cerca, mi corazón late frenético. Cuando me cuenta algo,
aunque solo me hable del tiempo, me siento… Creo que me siento feliz.
—Vaya.
—Me ha dicho muchas veces que se siente muy confundida.
—Y no es para menos. Le dices que no vas a abandonar el sacerdocio y
que se olvide de ti, y antes de acabar la frase la estás besando
apasionadamente. Y parece ser que no lo has hecho una sola vez.
—Lo sé —dijo él sonriendo—. Yo también me siento aturdido por lo que
siento. Y también aterrorizado.
—Te entiendo.
—No puedes imaginar cuánto la echo de menos. Deseo que me dedique
una de sus mágicas sonrisas. Quiero volver a experimentar la sensación de
tenerla entre mis brazos y de besarla. Pensarás que soy poco considerado,
después de lo que hemos pasado todos estos días. Pero eso solo hace que
me entristezca más.
—No tienes que sentirte culpable por tus sentimientos.
—Cuando estoy con ella me siento…, no sé, como si estuviera en casa.
Como si ella fuera lo que me faltara en la vida y de pronto todo hubiera
encajado y volviera a funcionar perfectamente.
—Tu padre me decía a veces que no eras feliz.
—¿Por qué?
—No lo sé, puede que intuyera que te faltaba algo.
—Me estoy volviendo loco.
—Nada de eso. ¿Te despediste de ella antes de venir aquí?
—No, y no la he llamado.
—Entonces, ¿no sabe lo que ha ocurrido recientemente?
—No. A no ser que se lo haya dicho Sean.
—A ella le habría gustado saberlo. Estoy segura de que habría venido al
entierro.
—Mamá, no tenemos una relación tan profunda. Pensé que al estar algún
tiempo aquí la olvidaría.
—¿Lo has conseguido?
—No. Todo es muy complicado.
—Las relaciones no son complicadas, solo se complican cuando se
piensa con la cabeza en vez de con el corazón.
—Si pensara con el corazón habría colgado los hábitos hace meses.
—Ahí tienes parte de las respuestas a las preguntas que te estás
haciendo. Esa chica te importa demasiado para olvidarla.
—¿Qué me quieres decir?
—A veces las cosas no salen como queremos, o como planeamos, o
como deberíamos hacerlas, pero eso no significa que no terminen siendo
perfectas.
—Estoy muy confundido, mamá.
—Lo sé, cariño. La vida se compone de etapas que van pasando y de
sueños que en algunas ocasiones se cumplen. A veces tenemos etapas
relajadas y sin altibajos, y otras, con serios problemas o tragedias, como la
que hemos vivido nosotros recientemente, que nos hacen plantearnos
decisiones inesperadas. Y para eso está la familia y los amigos. Tú tienes
que dar gracias de tener a ese grupo de amigos con los que puedes contar,
para cualquier cosa que se presente en tu vida. Yo puedo darte mi opinión
como madre, pero ellos tienen tu edad, algunos están casados y podrán
entenderte y darte su opinión sobre lo que te preocupa. Mi consejo es que
hables con ellos, con todos ellos.
—Es lo que pensaba hacer.
—Tarde o temprano tendrás que tomar una decisión, pero la tendrás que
tomar solo. Y puede que cuando lo hagas, no sea la que pensaste al
principio que tomarías.
—Lo sé.
—Debes saber una cosa, cariño.
—¿Qué?
—No has mencionado en ningún momento que estés enamorado de esa
chica, pero cuando uno se enamora de alguien, ya no se puede dar marcha
atrás.
—Es que no sé si estoy enamorado.
—Yo creo que sí lo estás, porque lo que sientes por ella no tiene otra
explicación. Pero no te preocupes. Todo volverá a la normalidad cuando
asimiles y reconozcas que la quieres. Entonces sabrás qué decisión tomar. Y
otra cosa. Para tomar la decisión correcta, deberías plantearte el problema,
dejando a Kate a un lado.
—¿Qué quieres decir?
—Debes estar completamente convencido de que quieres dejar la iglesia,
aunque Kate no existiera.
—Bueno, ya veré.
—Tu padre decía que los problemas hay que atenderlos cuando aún son
un problema, no cuando ya no tienen solución y es demasiado tarde.
—Lo dices por si ella no me espera.
—Lo has dicho tú, no yo.
—He pensado hablar con David.
—¿Tu amigo el sacerdote?
—Sí.
—Te vendrá bien su opinión.
—Lo sé.
David había tenido una crisis de fe tres años atrás, a causa de una mujer.
Capítulo 16
Kate llevó a sus hermanos al colegio al día siguiente. Ese día no tenía
ninguna clase y se lo tomó libre. Le pidió A Bradley que recogiera a los
pequeños del colegio, porque ella iba a ir a casa de los padres de Logan a
darle el pésame.
Sean le había dicho que vivían en Trenton, una ciudad de Nueva Jersey,
que estaba a poco más de cien kilómetros de Nueva York. Tardaría
alrededor de una hora en llegar y no pensaba quedarse allí mucho tiempo.
Así y todo, Bradley había cambiado el turno con un compañero y no iría
trabajar esa tarde, por si sucedía algo y su hermana se retrasaba.
Kate detuvo el coche en la verja de la dirección que Sean le había dado.
Estaba muy nerviosa, simplemente porque iba a verlo. No se habían visto
desde hacía casi un mes y, además, no sabía si a él le agradaría verla allí.
Cuando llegó a la propiedad bajó el cristal de la ventanilla y pulsó el
interfono.
—Buenos días, ¿qué desea?
—Hola, vengo a ver a Logan Hunter. Soy Kathleen Butler.
Anne, la madre de Logan salió del salón y fue al recibidor.
—¿Quién es?
—Una chica que busca a Logan. Se llama Kathleen.
—Clara, abre la puerta —dijo la mujer rápidamente—. Es la chica de
quien te hablé. Creo que Logan está enamorado de ella.
—¿En serio? —dijo la mujer sonriendo.
Clara llevaba trabajando en la casa desde antes de que naciera Logan. Al
principio se marchaba a casa después de la cena, pero desde que su marido
falleció treinta años atrás, Anne le había pedido que se trasladara a vivir con
ellos, y era como de la familia.
—Abre antes de que se marche.
Clara abrió rápidamente.
—Yo le abriré la puerta —dijo Anne.
—Me gustaría verla —dijo Clara.
—Estaremos en mi salita. Dentro de unos minutos entras y me preguntas
si queremos tomar algo.
—De acuerdo —dijo la mujer dirigiéndose a la cocina.
Kate entró en la finca. La casa era impresionante, tanto como la de
Logan, y el jardín era una maravilla, a pesar de ser invierno. Paró el coche a
un lado de la entrada de la casa, bajó del vehículo y se puso el abrigo. Hacía
muchísimo frío. Caminó hacia los escalones y los subió algo intranquila.
Una cosa era ver a Logan en la iglesia o en una cafetería, pero esa era la
casa de sus padres. Volvió a pensar de nuevo que tal vez él no quisiera que
estuviera allí. Se dijo que quizás, él no le había devuelto las llamadas, ni los
mensajes porque no tenía intención de volver a verla. Se detuvo frente a la
puerta, que se abrió antes de que ella llamara.
—Hola, buenos días —dijo Kate.
—Hola —dijo Anne sonriendo al ver lo guapa que era la chica—. El ama
de llaves me ha dicho que busca a mi hijo. Pase, por favor.
—Gracias.
Kate entró y Anne cerró la puerta.
—Soy Kathleen Butler. Su hijo y yo somos… amigos. Acabo de
enterarme de lo que le sucedió a su marido. Solo he venido a presentarles
mis respetos y a decirles cuánto lo siento.
—Muchas gracias, Kathleen. Yo me llamo Anne y, por favor, tuteame.
—De acuerdo. Puedes llamarme Kate.
—¿Vives en Nueva York?
—Sí.
—No tenías que haberte molestado en venir hasta aquí.
—He llamado a tu hijo varias veces, pero no contesta. Solo quiero
decirle que lo siento muchísimo, solo estaré unos minutos.
—Logan no está en casa en estos momentos y no volverá hasta última
hora de la tarde.
—Oh. No había pensado en la posibilidad de que no estuviera. Tenía que
haber llamado antes.
—Ha ido a pasar el día a Vineland, una ciudad cercana. Pero estás aquí y
no te vas a marchar sin que hablemos. Acompáñame.
—De acuerdo —dijo Kate siguiéndola al salón.
—Si no tienes mucha prisa, a mí me vendría bien tener compañía.
Cuando Logan está en casa no me deja tiempo para pensar en lo sucedido,
pero hoy estaré sola todo el día y, he de admitir, que no me gusta pensar
—No me importa acompañarte durante un rato. Hoy no tengo que ir a
trabajar y mi hermano mayor se encargará de recoger a los pequeños del
colegio —dijo Kate sacándose el abrigo, que dejó sobre una silla.
Anne la miró. Llevaba un vestido negro muy elegante y que le sentaba
de maravilla.
—Estupendo. ¿Has desayunado?
—Desayuné a las siete con mis hermanos.
—Entonces ya tendrás hambre. Yo he tomado un café con leche esta
mañana con Logan, pero no he comido nada. La verdad es que no tengo
muchas ganas de comer últimamente.
—Claro, lo entiendo.
—¿Quieres que tomemos un café con leche y unas galletas? ¿O prefieres
un té?
—Sí, me gustaría. Y prefiero café con leche.
—Ah, Clara. Iba a llamarte —dijo Anne al ver a su ama de llaves y
amiga en la puerta—. Clara, ella es Kate, una amiga de Logan. Kate, ella es
Clara, el ama de llaves. Aunque de ama de llaves tiene ya bien poco. Lleva
con nosotros más de treinta años y es uno más de la familia.
—Un placer conocerla, Clara.
—El placer es mío, Kate —dijo la mujer sonriendo—. Y puedes
tutearme.
—De acuerdo. Lo mismo te digo.
—¿Puedes prepararnos dos cafés con leche, por favor?
—Claro, enseguida los traigo.
—Si tenéis costumbre de tomar café juntas, por mí no hay problema.
—Estupendo, vuelvo enseguida —dijo la mujer abandonando la salita.
—Desde que ha muerto mi marido, Clara, Logan y yo comemos juntos
en la cocina. Clara nunca quiso comer en el comedor cuando vivía mi
marido. Decía que no era su lugar.
—Supongo que es normal, con tu marido no tendría tanta confianza
como contigo.
—Es como una hermana para mí. Me alegro de que hayas venido.
Cuando se vaya Logan me voy a sentir muy sola. Por suerte Clara está aquí.
—¿No tienes amigas?
—Sí, tengo tres buenas amigas. Alice, una de ellas es la madre de Carter,
un amigo de mi hijo que también vive en Nueva York.
—Conozco a Carter.
—¿En serio?
—Sí.
Clara entró poco después con la bandeja y la dejó sobre la mesita de
centro.
—¿Quieres que sirva yo el café? —preguntó Clara.
—Sí, por favor.
La mujer sirvió los cafés con leche y se sentó con ellas.
—¿Conoces a Sean? —preguntó Kate.
—Claro, es hijo de Louise y Patrick. La verdad es que conozco a todos
los amigos de Logan y a sus familias desde hace mucho tiempo.
—Sean se encargó de la reforma de mi casa.
Kate no entendía por qué le estaba hablando de su vida, tal vez porque
Anne parecía sentirse muy sola. El caso es que habló de la reforma y de
cómo iba a pagarla; de la amistad que había surgido entre Sean y ella; del
trabajo del instituto y del restaurante. Incluso le habló de sus hermanos y de
porqué vivían con ella, y de la enfermedad de Dexter. Se sintió culpable por
haberle mentido sobre sus hermanos, pero ese era un tema del que no podía
hablar con nadie.
Clara se disculpó con ellas poco después diciéndoles que iba a preparar
la comida.
Anne le enseñó la casa y Kate quedó maravillada, sobre todo, cuando vio
la biblioteca, que le recordaba a la de la casa de Logan, porque en ella
también había cientos de libros. Luego le enseñó las habitaciones, incluida
la de Logan. Pensó que era una casa elegante y preciosa. Se imaginó a
Logan corriendo por la escalera cuando era pequeño.
—Es una casa muy grande.
—Sí. Mi marido la construyó poco antes de casarnos. Pensábamos tener
muchos hijos y muchos nietos, pero tuvimos que conformarnos con uno. Y
encima es sacerdote. Las cosas se complicaron en el parto y me dieron la
mala noticia de que no tendría más hijos. Así que tuvimos que olvidarnos
de los nietos.
—Yo también soy hija única, aunque tengo a mis hermanos —dijo Kate.
—Pero no son hermanos tuyos.
—No, pero como si lo fueran.
—James y yo nos consolábamos, porque Logan nunca ha estado solo.
Carter y él siempre han sido como hermanos, él también era hijo único. Los
padres de Carter viven muy cerca de aquí y los dos siempre han estado
juntos, fueron a la misma guardería, al mismo colegio, y luego al instituto.
Incluso estudiaron en la misma universidad, eran inseparables. Carter
siempre ha sido como un hijo más. Cuando Logan terminó la carrera se
mudó a Nueva York, porque le dieron la iglesia. Carter y él vivieron juntos
en casa de Logan, que la había heredado de su abuelo, mi suegro, y era muy
grande. Carter abrió una consulta en Manhattan. Poco después compró un
precioso ático en el mismo edificio y se mudó a vivir allí. Pero siguieron
estando muy unidos, de hecho, Logan sigue teniendo la habitación de Carter
a su disposición, y se ha quedado muchas veces a dormir allí, hasta que se
casó. El resto de sus amigos también son maravillosos.
—Estoy de acuerdo contigo, a mí me caen todos muy bien.
—Todos son muy guapos, ¿no te parece?
—Desde luego que lo son. ¿Vais a quedaros a vivir aquí solas? —
preguntó Kate.
—Sí —dijo Anne.
—¿Por qué no os vais a vivir con Logan?
—Porque aún no estoy preparada para abandonar mi casa. Además, aquí
tengo mi vida, mis hermanos, mis amigos. Mi hijo también vive en una casa
enorme. Mi suegro se la dejó pensando que se casaría y formaría una gran
familia. Menos mal que falleció antes de que se ordenara sacerdote, porque
lo habría decepcionado. Era su único nieto y lo quería con locura.
—Yo no conocí a mis abuelos.
—Yo tampoco, fallecieron cuando era muy pequeña. ¿Tienes novio?
—¿Novio? No.
—¿Y eso? Eres muy guapa.
—Yo no tengo tiempo para novios. Estuve saliendo con un chico hace
algunos años, pero se esfumó cuando me hice cargo de mis hermanos.
—¿Te dejó por eso?
—Sí. Además, tengo dos trabajos y el poco tiempo libre de que dispongo
lo paso con ellos.
—Pero tienes que vivir tu vida y disfrutar. Conocer a chicos y salir.
—Lo haré en unos años. Mi hermano mayor está estudiando
arquitectura, tiene dieciocho años y es un buen estudiante y sé que no
repetirá ningún curso.
—Eso está muy bien.
—Cuando termine la carrera me echará una mano con los pequeños.
Dice que, tan pronto pueda, construirá una casa para mí —dijo Kate
sonriendo.
—Desde luego te la mereces. ¿Qué edad tienen los otros?
—Mi hermana Taylor cumplió catorce años el mes pasado.
—Dicen que las adolescentes son difíciles.
—Ella no, es una niña encantadora, y también es una buena estudiante.
Y el pequeño, Dexter, acaba de cumplir once años.
Kate pasó un buen rato hablándole de la enfermedad del niño. Y luego
fue Anne quien le habló de su vida, de su matrimonio, de cómo se
conocieron su marido y ella, de su marido, de Logan. Del disgusto que les
había dado cuando les informó de que iba a ser sacerdote.
Anne se moría de ganas por saber qué significaba Logan para ella y si ya
lo había olvidado. Pero, por supuesto, no se lo preguntó. Y Kate tampoco
comentó nada al respecto.
Anne la llevó al exterior de la casa para enseñarle el jardín. Estaban a
tres grados y hacía muchísimo frío, pero a Kate le encantó ver el jardín y la
piscina, que era increíble y estaba completamente limpia. Mientras le iba
mostrando todo, la mujer le hablaba de las veces que Logan había llevado
allí a sus amigos en verano, y sobre las fiestas que había celebrado.
Habían hablado durante tanto tiempo que se había hecho la hora de
comer. Anne la invitó a quedarse, porque Clara había preparado ya la
comida. Y comieron las tres en la cocina.
El ama de llaves también le habló de Logan y de las travesuras que
hacían Carter y él, y ella les encubría. Y de las chicas que iban a buscarlo
cuando estaba en el instituto y en la universidad. Le dijo que jamás habría
podido imaginar que se hiciera sacerdote, porque le gustaba mucho estar
con chicas.
Después de comer y de tomar café Kate les dijo que tenía que marcharse.
Anne le pidió que fuera a visitarla en otra ocasión y le llevara a sus
hermanos para conocerlos. Y Kate le prometió que lo haría.
Durante el trayecto de vuelta a Nueva York, Kate pensó en todo lo que
había hablado con Anne y Clara. Luego pasó a pensar en Logan. Le habría
gustado verlo. Se preguntaba por qué no se había enamorado de un hombre
normal. Tenía muchos candidatos a su alrededor que estaban interesados
por ella. Eran buenas personas y sabía que cualquiera de ellos cuidaría de
ella y de sus hermanos, pero ninguno de ellos le interesaba.
Se había pasado la vida estudiando, trabajando y cuidando de sus
hermanos. No había tenido mucho tiempo para relacionarse con hombres.
Su única experiencia había sido Paul, su antiguo novio, pero se había dado
cuenta de que la experiencia de esa relación no contaba, porque con él no
había aprendido nada respecto a los hombres. Aunque tampoco podía decir
que fuera realmente su novio. Pero se había enamorado de un sacerdote que
conseguía que se echara a temblar solo con verlo. Y, además, no hacía falta
tener mucha experiencia para saber que él era un experto besando, a pesar
de ser cura.

Logan llegó a la iglesia de su amigo David a media mañana. Había


asistido a la misa oficiada por él, y luego habían ido a comer a un pequeño
restaurante.
—Me ha alegrado mucho que vinieras —dijo David cuando se sentaron
en la mesa del restaurante.
—Yo también. Hacía tiempo que no hablábamos.
—Cierto. El día del entierro de tu padre fue un día muy triste y no era el
momento adecuado para hablar.
—Sí que fue un día triste —dijo Logan.
El camarero les llevó la carta y ordenaron la comida. Luego se retiró.
—¿Cómo estás?
—Bien, supongo. Haciéndome a la idea de que no volveré a verlo.
—¿Y tu madre?
—Mejor de lo que pensé que estaría. Lo va asimilando poco a poco.
Supongo que es difícil, porque todo en la casa le recuerda a él.
El camarero les llevó el vino y unos entrantes.
—Como has venido, supongo que es porque aún sigues en casa de tu
madre.
—Sí, pero no creo que tarde en marcharme. Me están sustituyendo en la
iglesia, pero me necesitan en la escuela. Y mi otro negocio también lo tengo
abandonado. Deberías hacerme una visita y así verías lo que estamos
haciendo en la escuela.
—Lo haré pronto, te lo prometo. ¿Qué te ocurre, Logan?
—¿Que qué me ocurre? Ha muerto mi padre, ¿te parece poco?
—Sé que eso te ha afectado mucho, porque estabais muy unidos, pero
sea lo que sea que te pasa, no es solo por la muerte de tu padre.
—Vaya, sigues conociéndome bien. Tengo un problema bastante serio y
quería comentarlo contigo.
—¿Cómo de serio? ¿Es algo relacionado con la iglesia?
—Es muy serio y no tiene nada que ver con la iglesia, sino con una
mujer.
—Con una mujer —repitió David.
—Sí.
—Pensaba que tu vocación era muy sólida.
—Yo también. Ayer precisamente hablé con mi madre del tema, y le
conté todo lo que me pasaba con esa chica.
—¿Y qué te dijo?
—Me dijo que estaba enamorado de ella.
—Vaya, eso sí que es serio. ¿Quieres contármelo a mí también?
—Por eso estoy aquí.
Logan le contó absolutamente todo, incluidos los detalles que había
evitado mencionarle a su madre.
—Supongo que todo lo que te he dicho te es familiar.
—Sí, mucho.
—Cuando hablaste conmigo de lo que te sucedía en aquel momento, no
fui de gran ayuda para ti —dijo Logan.
—Estás equivocado. Me ayudaste muchísimo. Y no te asustaste cuando
te lo comenté. Fuiste el único que me dijo lo que realmente pensaba sobre
lo que me sucedía —dijo David.
—Te aseguro que estaba perdido. Nunca me había planteado un
problema como el tuyo y no me sentía capacitado para aconsejarte.
—Me dijiste que hiciera caso a lo que me dictaba el corazón.
—Sí, lo recuerdo.
—Debí haberte hecho caso.
—¿Por qué lo dices?
—Porque me equivoqué en mi elección. Decidí seguir siendo sacerdote,
en vez de hacer lo que me decía el corazón. Estaba loco por esa chica. Se
llamaba Christine.
—Lo sé. Estuvimos hablando de ella durante mucho tiempo.
—Pasó más de un año hasta que me di cuenta de que me había
equivocado en mi decisión. Entonces fui a buscarla.
—¿La encontraste?
—Sí.
—¿Le dijiste que seguías queriéndola?
—Sí, pero ya era demasiado tarde. Me dijo que me había estado
esperando hasta hacía poco, pero que había conocido a un hombre que la
hacía sentir como yo, según dijo, y se enamoró de él.
—Lo siento. No me lo dijiste.
—No había nada que decir. La perdí por estúpido. He seguido siendo
sacerdote, y no es que me disguste la vida que llevo, pero… Me habría
gustado pasar mi vida con ella y tener hijos.
—Yo también he pensado en ello. Esa chica me hace sentir cosas que no
pensé que sentiría nunca. Estoy abrumado por las emociones que estoy
experimentando desde que la conozco. A veces me siento angustiado por
todas las sensaciones que se desplazan por mis venas, casi todas
desconocidas para mí. Y también estoy asustado porque, a pesar de la
incertidumbre y el aturdimiento, me siento feliz —dijo Logan sonriendo.
—A veces, la única linea que nos separa de los sueños es la inquietud de
que se hagan realidad. Sé que estás sufriendo, porque yo he pasado por lo
mismo pero, aunque no lo parezca, a veces ese sufrimiento nos ayuda a ver
qué es lo que queremos y poner las cosas en perspectiva. Y también te da
fuerzas para hacer lo que sea por conseguirlo.
—Pues creo que voy a necesitar mucha fuerza, porque esa chica es una
tentación muy grande.
—Lo primero que tenemos que hacer para resolver un problema es
investigar a fondo el problema en sí.
—Investigar sobre el problema —repitió Logan.
—Por lo que me has contado, no creo que en tu caso tengas que
investigar mucho sobre ello.
—¿Por qué no?
—Porque estoy de acuerdo con tu madre. Estás irrevocablemente
enamorado de esa chica. Cuando me sucedió lo de Christine aprendí que
algunos trenes solo se detienen una vez en la misma estación. Yo fui un
estúpido por dejarlo pasar. Si tú decides subir a ese tren, tienes la opción de
hacerlo, cambiando de vida.
—¿Cambiando de vida?
—Quiero que pienses en algo.
—Vale.
—Me has dicho que esa chica está enamorada de ti.
—Sí.
—Si ella consigue que sientas todo eso en tu interior, ¿no crees que ella
debe sentir lo mismo respecto a ti?
—Es posible.
—Logan, la vida da giros que no podemos prever. Se presentan de
repente y te desestabilizan, arrasando todo lo que tú creías que querías.
—Desde luego me siento desestabilizado, y también inseguro.
—He pasado por eso y te entiendo.
—¿Te acostaste con Christine?
—Sí. ¿Y tú con tu chica? Por cierto, no me has dicho cómo se llama.
—Kathleen, pero todos la llaman Kate. Y no, no me he acostado con
ella, pero no por no desearlo, porque las veces que la he besado estábamos
en lugares en los que no podíamos hacer nada más, a Dios gracias. ¿Te
sentiste mal por haberte acostado con ella? ¿O culpable?
—No, no me sentí ni mal ni culpable. Me encantó hacer el amor con ella.
Y tú tampoco debes sentirte culpable si llegas a hacerlo. Debes estar
completamente seguro de lo que sentís el uno por el otro, en todos los
sentidos, antes de tomar la decisión definitiva.
—Te refieres a dejar el sacerdocio.
—Sí. Dios no te va a castigar por abandonarlo. No te sientas culpable ni
pienses que vas a traicionarlo, porque le has dado diez años de tu vida,
siendo un sacerdote ejemplar. Y no vas a ir por ahí acostándote con todas
las chicas con las que te encuentres, ¿no?
—Por supuesto que no.
—Si dejas la iglesia es para casarte con la mujer a quien quieres y formar
una familia con ella.
—Tengo muchas cosas en las que pensar. Como te he comentado, Kate
no va sola, son un pack de cuatro personas, y una de ellas padece una
enfermedad.
—¿Te preocupa eso, dirigiendo una escuela de delincuentes?
Logan soltó una carcajada.
—No digas eso, son buenos chicos.
—Porque tú no les das tiempo para que se porten mal y estás encima de
ellos. No creo que los hermanos de esa chica sean un problema para ti.
Según me has dicho, el mayor está en la universidad y tiene una beca, no te
supondrá ningún gasto.
—Ya sabes que el dinero no es problema.
—Has dicho que la niña tiene catorce años y es una buena estudiante.
Entonces, ¿el problema es el pequeño?
—Es que no sé si le gustaré.
—Me has comentado que habla contigo y, por lo que sé de los autistas,
eso no sucede muy a menudo con desconocidos. Además, los autistas no
expresan sus emociones.
—Lo sé. Así y todo, me cae muy bien.
—¿No crees que eso es suficiente? Estarías ayudando a una familia, que
ha perdido a sus padres y necesita ayuda. Y tendrías a tu lado a la mujer a
quien quieres.
—Lo sé. Además son unos buenos chicos, de hecho son increíbles.
—¿Has hablado con Kate desde lo de tu padre?
—No, ni siquiera sabe lo que sucedió. Me marché sin decirle nada. Me
ha llamado varias veces y me ha enviado unos cuantos mensajes, pero no le
he contestado. La verdad es que con lo de mi padre y lo aturdido que ella
me tiene, ni siquiera los he leído. Posiblemente ya ni se acuerde de mí.
—¿Por qué no le has contestado?
—Pensé que al no estar en contacto con ella la olvidaría.
—¿La has olvidado?
—No, todo lo contrario. La echo muchísimo de menos —dijo sonriendo.
—Logan, ve haciéndote a la idea de que estás enamorado de ella.
—Espero que te equivoques.
—No cometas el mismo error que yo. Si la quieres, no la dejes escapar.
—Mi madre dice que tengo que decidir si quiero dejar el sacerdocio por
mí mismo, sin pensar en ella.
—Y estoy de acuerdo, pero toma la decisión cuanto antes, para que no la
pierdas, de lo contrario, te aseguro que te arrepentirás.
—Puede que no esté enamorado de ella y solo sea deseo.
—Pues entonces, averigualo.
—Pensaré en ello. Me ha gustado hablar contigo.
—A mí también. Y, ¿sabes? Si decides dejar la iglesia, no la vas a echar
de menos. Fíjate, ni siquiera llevas alzacuellos.
—Lo odio. Solo me lo pongo al entrar en la iglesia y me lo quito al salir.
Nunca me he sentido menos sacerdote por no llevarlo.
—Yo siempre he pensado que no tienes pinta de sacerdote.
—Kate me lo ha dicho un par de veces, y también mis amigas.

Logan volvió a casa de su madre poco antes de la cena y entró en el


salón.
—Hola, mamá —dijo acercándose a ella y besándola en la mejilla.
Luego se sentó a su lado en el sofá.
—Hola, cariño. ¿Has pasado un buen día?
—Sí, ha sido un día muy productivo.
—¿Cómo está tu amigo?
—David está muy bien. Me ha dado recuerdos para ti.
—Qué amable.
—Me ha ayudado hablar con él.
—¿En qué sentido?
—Sus puntos de vista van a ayudarme a aclarar mis ideas y mis dudas.
—Me alegro mucho —dijo ella sonriéndole.
—Pareces contenta y muy animada. ¿Ha pasado algo hoy que me he
perdido?
—He pasado un día maravilloso.
—¿Y eso? —preguntó él extrañado, porque su madre se sentía muy
desanimada últimamente.
—Ha venido a verte tu amiga.
—¿Mi amiga? ¿Qué amiga?
—Kate.
—¿Kate ha estado aquí?
—Sí. Llegó sobre las diez de la mañana. Vino a verte para darte el
pésame. Al decirle que no estabas me dijo que se marchaba.
—¿Y se fue?
—No. La convencí para que se quedara conmigo —dijo sonriéndole—.
Desayunamos Clara ella y yo, y luego comimos las tres. Hemos hablado
mucho. Se ha marchado hace un par de horas. He pasado un día muy
agradable. Esa chica no es solo preciosa, es divertida, inteligente e
increíblemente sexy. Ahora entiendo que te hayas enamorado de ella. Me
encanta oírla hablar, tiene una voz preciosa. Y no es una persona que quiera
aparentar más de lo que es, se porta con absoluta naturalidad. Me gusta la
forma que tiene de contar las cosas, seguramente se debe a que es profesora.
Y cuando habla de sus hermanos se nota cuánto los quiere, eso dice mucho
de ella.
—¿Te ha dicho algo de nosotros?
—No, solo que te ha llamado varias veces y no le has cogido las
llamadas. Y que no le has devuelto ninguno de los mensajes que te ha
enviado. Ha venido tan pronto se ha enterado de lo del papá. Y ha dicho que
de haberlo sabido antes, habría venido al entierro.

Al día siguiente Logan se pasó el día mirando el móvil por si Kate le


enviaba algún mensaje, aunque él no se había puesto en contacto con ella,
ni siquiera para agradecerle que hubiera ido a darle el pésame. Había
escuchado todos los WhatsApps que le había enviado y sintió ganas de
llorar. No había nada que deseara más que llamarla para escuchar su voz.
Deseaba abrazarla y besarla. Quería escucharla reír y ver esa sonrisa que
iluminaba sus ojos, dándoles un brillo especial.
Estaba desbordado por lo que sentía por ella y ansiaba volver a casa para
verla de nuevo. Se había dado cuenta de que en todo el tiempo que había
permanecido con su madre no había echado de menos la iglesia, ni una sola
vez, pero sí la escuela. Eso querría decir algo, se dijo. El significado de su
vida estaba cambiando y eso le aterraba.
Cuando llegó la hora de la cena su madre ya no lo soportó más.
—Quiero que te marches —dijo Anne.
—¿Qué?
—Tienes que volver a casa.
—Pero…
—Logan, has estado mirando el móvil durante todo el santo día —dijo
ella, sin dejar que terminara la frase—. Seguro que esperas que Kate te
envíe un mensaje, ¿me equivoco?
Logan la miró, pero no dijo nada.
—Supongo que estoy en lo cierto. ¿La has llamado siquiera para
agradecerle su visita?
—No.
—¿Y esperas que ella se ponga en contacto contigo?
—No sé lo que espero.
—Mira, cariño. Quiero que prepares la maleta antes de acostarte y que
mañana, después de que desayunemos, te marches a casa. Llevas aquí
demasiado tiempo. Tienes que ocuparte de la escuela.
—Pensaba quedarme algún tiempo más contigo.
—Logan, no estás aquí por mí, sino por ti. Te estás escondiendo y no te
hemos educado para ser un cobarde. Tienes que afrontar de una vez por
todas el problema que tienes con esa chica y tomar una decisión. Porque,
por mucho que Kate te quiera, si tardas mucho, la perderás.
—¿Tú estarás bien?
—Estaré perfectamente. Me ha hecho mucho bien que me hayas
acompañado todo este tiempo. Tengo a Clara y sabes que los padres de
Carter estarán ahí para lo que necesite.
—De acuerdo, me marcharé mañana.
Logan abandonó Trenton a la una y media del día siguiente. Mientras
conducía iba pensando adónde ir. Descartó la iglesia, ya iría al día siguiente,
o al otro. Tampoco le apetecía ir a la escuela, porque sus amigos se habrían
ocupado de todo mientras estuvo fuera. En cuanto a su negocio privado, no
importaba que fuera un día más tarde. Así que pensó que no pasaría nada
por dejarlo todo para el día siguiente. Pero sí le gustaría ver a sus amigas, a
las que había echado mucho de menos. Pero, sin lugar a dudas, lo que más
le apetecía era ver a Kate.
Al entrar en Nueva York Logan recordó el nombre del instituto donde
trabajaba Kate, que le había dado su hermano pequeño, junto con la hora
que salía del trabajo. Miró el reloj del coche y vio que eran las dos y
veinticinco, y el instituto terminaba a las tres. Y entonces puso en el GPS el
nombre del instituto, porque decidió ir a verla.
Era temprano cuando llegó y no había nadie esperando a los alumnos,
por lo que pudo aparcar en la puerta del centro escolar. Y esperó.
Se sentía intranquilo, como si fuera un adolescente que esperaba ver a la
chica que le gustaba. Entre otras cosas de las que había pensado en casa de
su madre, se había preocupado por si ella buscaba a otro hombre para la
aventura sexual, que le había mencionado unas semanas atrás, y se había
dado cuenta de que no le agradaba la idea. No quería compartirla con nadie.
No quería que le sonriera a otro hombre. Y no quería que le entregara su
cuerpo a nadie, que no fuera él. La quería solo para él. Dios mío, estaba
loco por ella, pensó.
De pronto la vio salir por la puerta. Estaba muy guapa con esos vaqueros
ceñidos y esa camiseta con un súper héroe en el pecho. Parecía una de las
estudiantes del instituto. Llevaba el pelo sujeto en una cola alta. Dios, era
guapísima, pensó Logan, y tan joven, que casi le dolía mirarla. Sabía que
era una chica inteligente y dura, pero con una dulzura que lo atraía sin
remedio. Llevaba el abrigo en la mano, sin duda porque iba a subir
enseguida al coche. Se acercaron a ella dos chicos altos, aunque ella era casi
tan alta como ellos. Cuando empezaron a hablar, Kate se puso el abrigo
rápidamente, ayudada por uno de los chicos a quién le sonrió. Cosa que a
Logan no le gustó nada. Se preguntó si estaría celoso.
Logan bajó del coche, lo rodeó para quedar en el lado del instituto y se
quedó de pie junto al vehículo.
Cuando Kate terminó de hablar con sus alumnos miró a su alrededor
buscando a su hermana, y se quedó de piedra al ver a Logan de pie en la
acera. Estaba quieta mirándolo, sin poder creer que estuviera allí. Se
preguntó porqué cada vez que lo veía, o estaba cerca de ella, se quedaba sin
respiración y con la mente obnubilada. Había algo en ese hombre que hacía
que el corazón latiera desenfrenado en su pecho y que ponía su cuerpo en
alerta máxima.
Seguía allí de pie, sin moverse e indecisa. No sabía si acercarse a él o
marcharse sin más. Estaba muy molesta con él porque hubiera ignorado sus
llamadas y mensajes, que ni siquiera se había molestado en leer. Aunque
Logan los había leído todos el día anterior. Y también porque no le hubiera
agradecido haber ido a darle el pésame por la muerte de su padre. Logan
también estaba quieto, esperando que ella decidiera si quería hablar con él o
no.
Kate pensó que se estaba portando como una estúpida. Ese era el hombre
de quien estaba enamorada y si había ido a verla a su trabajo, tenía que ser
por algo. Comenzó a caminar y se detuvo frente a él.
Logan se acercó a ella, colocó la mano en la parte de atrás de su cintura
y le dio un suave beso en la mejilla. Kate notaba el calor de su mano a
través de la ropa. Le dio tiempo a aspirar su olor, ese olor a aftershave, a gel
de baño, y a él. De repente su respiración se aceleró y la sangre, más
caliente de lo normal, comenzó a correr por sus venas a una velocidad
vertiginosa. Estaba paralizada. No entendía cómo su cuerpo podía
reaccionar de esa forma ante un hombre que apenas conocía. Se apartó un
poco de él y lo miró a los ojos.
—Hola.
—Hola, Logan.
—Te agradezco que fueras a mi casa a darme el pésame.
—De haber sabido lo de tu padre habría ido al entierro. Pero
desapareciste de la noche a la mañana.
—Los infartos no avisan. Pensaba quedarme unos días con mi madre,
pero decidí quedarme más tiempo. Tenía que pensar en unas cuantas cosas y
tomar algunas decisiones importantes.
—Sí, ya conozco el sistema que tienes de hacerlo. Meditas sobre ellas y
las dejas en un rincón de tu mente hasta que la respuesta aparece como por
arte de magia.
Logan sonrió.
—¿Te sirvió de algo? ¿Has tomado las decisiones que querías?
—Todavía no. Siento no haber contestado a tus llamadas ni a tus
mensajes.
—Supongo que estabas atravesando unos días duros.
—Supones bien.
—Siento mucho lo de tu padre.
—Muchas gracias.
—Tu amigo Sean me dijo que habías apagado el móvil, y lo entiendo —
dijo ella recalcando lo de amigo, para que supiera que ya estaba al corriente
de lo que le había ocultado.
—Siento también que no te dijera lo de Sean.
—¿Te refieres a que no me dijeras que era amigo tuyo? ¿O a que todo su
grupo de amigos eran también amigos tuyos? ¿O que te has estado riendo
de mí desde que Sean estuvo al corriente de lo nuestro?
—Lo siento todo, pero no me he reído de ti en ningún momento. Es
cierto que supe, por lo que Sean nos contaba de ti, que eras la chica de la
iglesia. Pero no te lo dije porque no quería que Sean lo supiera. Estoy
atravesando una crisis.
—¿Quieres hablarme de ella?
—No, no tiene la menor importancia.
—No sabía que hubieran crisis que no fueran importantes.
—Puede que te hable de ello en otro momento.
—De acuerdo. Te compré un regalo de Navidad, pero como
desapareciste, lo devolví y empleé el dinero en invitar a cenar a mis
hermanos y a Sean el día de Navidad.
—Hiciste bien. Yo no te compré nada.
—No te preocupes. No esperaba que un sacerdote me hiciera un regalo.
Logan, estoy esperando a mi hermana para irnos a casa.
—Ya.
—Pero antes, me gustaría saber para qué has venido.
—He decidido aceptar tu proposición.
—¿Proposición? ¿Qué proposición?
—Quiero tener contigo esa aventura ardiente y apasionada que
mencionaste.
Kate lo miró con los ojos abiertos por la sorpresa. Luego los entrecerró
mirándolo fijamente y preguntándose si estaba burlándose de ella. Parecía
amable, incluso tierno, pero se le veía una ligera picardía en su mirada.
Pensó que ese hombre habría roto muchos corazones en el pasado. Al darse
cuenta de que no estaba bromeando se ruborizó, y Logan sonrió.
—Hola, Logan —dijo Taylor cuando se acercó a ellos.
—Hola, cielo —dijo él abrazándola. La niña lo abrazó por la cintura y a
él le gustó—. ¿Cómo va todo?
—Muy bien, gracias. Siento lo de tu padre —dijo Taylor, separándose de
él para mirarlo.
—Muchas gracias, cariño.
—¿Estás bien?
—Sí.
—Taylor, espérame en el coche —dijo Kate dándole las llaves—. Tengo
que hablar unos minutos con Logan.
—Vale. Hasta luego, Logan. Espero verte pronto.
—Yo también lo espero. Adiós.
Kate lo miró cuando su hermana estuvo lo suficientemente alejada para
que no los oyera.
—¿Te has vuelto loco?
—¿Por qué lo dices?
—Por lo que has dicho antes de que llegara Taylor.
—¿Acaso no era eso lo que querías? ¿Qué ha cambiado?
—Me dejaste bien claro que no estabas interesado.
—Yo no mencioné en ningún momento que no estuviera interesado.
—No lo dijiste con esas palabras, pero dijiste que no dejarías el
sacerdocio.
—¿Has encontrado a otro?
—¡No digas tonterías! ¿Sigues siendo cura?
—Sí, pero quiero estar contigo.
—Sabes que en esta vida no se puede tener todo.
—Toma —dijo Logan entregándole una tarjeta que sacó del bolsillo
trasero del vaquero—. Esta es la dirección de mi casa.
—¿Por qué me das la dirección de tu casa?
—Si todavía no te has dado cuenta de lo que quiero de ti, puede que no
seas tan inteligente como creía.
—¿Es en serio que quieres tener una aventura conmigo?
—Absolutamente. A no ser que sigas pensando que no estaré a la altura,
por ser sacerdote.
—Nunca he pensado eso, aunque lo dijera.
—Perfecto.
—Logan…
—Llámame, o envíame un mensaje diciéndome el día y la hora —dijo él
sin dejar que ella hablara—. Me da igual que sea por la mañana, por la tarde
o por la noche. Pero no pueden ser menos de tres horas, mejor más. Y si
prefieres ir a un hotel en vez de a mi casa, por mí no hay problema. O si
quieres que te recoja yo, solo tienes que decírmelo.
Kate lo miró con la tarjeta en la mano.
—No creo que vaya a tu casa.
—Llámame con lo que decidas —dijo él besándola en la mejilla.
Logan se dio la vuelta y subió al vehículo, lo puso en marcha y se alejó.
Kate caminó hacia su coche, completamente desconcertada. Se sentó al
volante junto a su hermana.
—Todavía me cuesta creer que Logan sea sacerdote —dijo Taylor.
—A mí también.
—¿Qué quería?
—Darme las gracias por haber ido a su casa a darle el pésame.
—¿Y por qué me has dicho que me marchara?
—No lo sé, no lo he pensado.
Capítulo 17
Era sábado. Habían pasado dos días desde que Logan le había dicho a
Kate que quería tener la aventura con ella. Ese día el grupo de amigos
comería en casa de Delaney, porque su mujer estaba embarazada. Se había
quedado embarazada el treinta de diciembre, estando en la casa de Carter de
las montañas, porque no habían utilizado ninguna protección. Tess le había
dicho a su marido que no quería tener hijos después de los treinta años, y
Delaney se había puesto manos a la obra rápidamente.
Logan había llamado a Tess antes de ir al partido que jugaban cada
sábado, para que se asegurara de que todos asistirían a su casa, porque tenía
que hablarles de algo.
A media mañana todo el grupo estaba reunido. Hablaron,
principalmente, del embarazo de Tess, y de lo que había sucedido durante la
larga ausencia de Logan, sobre todo en la escuela.
Después de comer, Cath, el ama de llaves de Delaney, sirvió el café y
dejó sobre la mesa de la cocina, que era donde habían comido, los dulces
que había llevado Ellie. Logan les pidió a Cath y a Jack que se sentaran con
ellos, ya que eran como de la familia y quería que estuvieran al corriente de
lo que iba a decirles.
—Suelta ya lo que tengas que decir —dijo Tess—. Llevamos horas aquí.
Pensaba que llegaría la hora de marcharos sin que hablaras.
—Eres una impaciente, cariño. De acuerdo. He de deciros algo que me
ha sucedido —dijo Logan.
—Pareces muy serio. Supongo que es algo importante —dijo Carter.
—La verdad es que sí. Iba a ir anoche a tu casa para hablarte de ello —
dijo Logan a Carter, que era su amigo de toda la vida—, pero pensé que si
lo hacía, tendría que repetirlo hoy para que todos lo escucharan, así que
preferí esperar. Sean ya está al corriente.
—¿Por qué se lo has dicho a él y no a los demás? —preguntó Tess.
—No he sido yo quien se lo ha dicho —dijo mirando a Sean, que le
sonrió.
—Bien, ¿de qué se trata? —preguntó Nathan.
—No sé si será correcto que Eve esté presente.
—¡Qué dices! Yo soy uno de vosotros. ¿Acaso no jugamos, como
amigos, el partido de los sábados? —dijo la niña.
—Tienes razón —dijo Logan sonriéndole—. De todas formas, ya eres
mayor. Quiero hablaros de la chica de la que os he estado hablando desde
hace algún tiempo, la que se llevaba dinero del cepillo de la iglesia.
—Nos dijiste que te lo pagó todo, ¿no? —dijo Lauren.
—Sí.
—Y luego él se lo devolvió —añadió Ellie.
—¿Ha vuelto a llevarse dinero de la iglesia? —preguntó Tess.
—¿Por qué no os calláis? Si no dejáis de hacerle preguntas no podrá
hablar —dijo Sean.
—Habla, cariño. ¿qué ocurre con esa chica? —preguntó Louise.
—Me ha sucedido algo con ella —dijo Logan.
—¿Qué significa algo? —preguntó Delaney.
—Será mejor que os lo cuente desde el principio.
—Sí, eso ayudará —dijo Lauren.
Logan les habló de las conversaciones que había mantenido con Kate en
la iglesia, de las veces que habían ido a tomar café, de la vez que habían
hablado en el coche en la puerta de casa de ella, de las veces que la había
besado, y de la última vez que había perdido el control en un portal. Les
dijo que Kate había ido a casa de sus padres a darle el pésame, cuando se
enteró de que había muerto, y que había pasado el día con su madre. Luego
les habló de la conversación que había mantenido con su madre sobre lo
que le ocurría con ella, y también lo que había hablado con su amigo David,
el sacerdote.
Ryan silbó sonriendo.
—Pensé que la siguiente historia sería la de Sean y estaba seguro de que
sería tan notable como la de vosotros tres —dijo Ryan mirando a sus tres
amigos casados—. Jamás habría imaginado que fuera tu historia —dijo
mirando a Logan—. Aunque admito que es igual de excepcional como la de
ellos.
Sus amigos miraban a Logan, sin poder creer lo que les había contado.
—Podéis hablar. Os agradecería que, al menos, dijerais algo.
—Después de saberlo, ahora cuadran muchas cosas que no entendíamos
de tu comportamiento —dijo Tess.
—Yo te apoyo al cien por cien —dijo Sean.
—¿Y tú cómo te has enterado? —preguntó Delaney a su hermano.
—Porque la chica de la iglesia de la que os ha hablado Logan y mi
amiga Kate son la misma persona —dijo Sean.
—¿Qué? —dijo Tess.
—¿Desde cuándo lo sabes? —preguntó Lauren.
—Desde hace unas semanas. Cuando Kate me contó que le gustaba un
sacerdote y que había cogido dinero del cepillo de su iglesia. Aunque
también me dijo el nombre y apellido de Logan.
—¡No me lo puedo creer! Eso sí que es una coincidencia —dijo Patrick.
—Por eso no quisiste acompañarnos a la inauguración de la casa de
Kate, ni tampoco a su cumpleaños —dijo Carter.
—Sí. No estaba seguro de lo que quería para mi vida. Bueno, ahora
tampoco estoy seguro. He de tomar una decisión cuanto antes.
Entonces Logan les habló de cuando había ido a esperarla a la salida del
instituto dos días atrás.
—¡Por el amor de Dios! —dijo Jules—. Esto es de película.
—Entonces, ¿vas a acostarte con ella? —preguntó Louise.
—No me ha llamado, pero si lo hace, sí.
—Pero eres sacerdote —dijo Nathan.
—Nos has casado a los tres —añadió Carter.
—¿Y eso que tiene que ver? —preguntó Ellie.
—No vais a dejar de estar casados, si decido dejar el sacerdocio.
—Ya sabía yo que no era un cura normal —dijo Eve sonriendo.
—¿Y qué vas a hacer? —preguntó Tess.
—Tengo que pensarlo detenidamente. Y he de estar completamente
seguro de lo que siento por Kate.
—Pero, planeas acostarte con ella —dijo Delaney.
—Creo que eso también es necesario para averiguar si estoy enamorado.
—Logan ha intentado por todos los medios alejar a Kate de él, pero no lo
ha conseguido —dijo Sean sonriendo—. Esa chica es la mujer más
obstinada y testaruda que conozco, y no se asusta ni porque sea sacerdote,
ni porque no sienta nada por ella, cosa que estoy seguro que no es así.
—Necesito pensar y hacer tantas cosas…
—Lo que tienes que hacer es relajarte —dijo Nathan interrumpiéndole
—, y hacer planes.
—Yo no estoy de acuerdo contigo —dijo Patrick—. Soy de la misma
opinión que su amigo David, el sacerdote. Cuando la mujer adecuada
aparece en tu vida, no hay que perder ni un solo instante. Esto es como los
negocios. Hacer planes y estar preparado es importante, y mucho más
importante es tener paciencia para esperar. Pero la clave está en aprovechar
el momento adecuado cuando llega. Y yo creo que tu momento ha llegado.
—No puedes dejar escapar a ese bombón —dijo Ryan—. Me sentí
atraído por ella en el momento que la vi por primera vez. Lástima que ya
estuviera pillada.
—Sé cómo te sientes —le dijo Sean a Logan.
—¿En serio?
—Estás aterrado porque esa chica quiere pasar tiempo contigo.
—Es posible.
—¿Sabes cuál es tu problema?
—Ilumíname.
—Que has encontrado algo que te importa mucho más que el trabajo de
la iglesia, e incluso que el de la escuela.
—No es eso, es solo que…
—Logan, ya es tarde para ti. Siempre lo has tenido todo bajo control,
pero hay cosas que no se pueden controlar. Y créeme, sé de lo que hablo —
dijo Delaney—. A mí me pasó cuando me enamoré de Tess y no quería
reconocerlo.
—Delaney tiene razón. Te has enamorado como nosotros tres y puedo
asegurarte de que no es posible controlar el amor —dijo Nathan.
—No estoy seguro de que esté enamorado, aunque mi madre dice que sí.
—Las madres siempre lo saben todo y, normalmente, suelen tener razón
—dijo Louise.
—Eso sería discutible —dijo Lauren pensando en su madre.
—Yo estoy de acuerdo con Lauren —dijo Tess.
—Y tu amigo el sacerdote también cree que estás enamorado —dijo
Ellie a Logan.
—Me gustaría estar completamente seguro. No me gusta lo que me está
pasando. Me siento aturdido y desconcertado. Siempre he tomado las
decisiones sobre la marcha, pero ahora… ¡Dios! Me siento atrapado.
—¿No eres feliz cuando estás con ella? —preguntó Louise.
—Esa mujer me hace feliz solo con que me sonría.
—Aunque, después de tantos años de abstinencia, estoy seguro de que el
sexo también le haría feliz —dijo Carter.
—Mi consejo es que no dejes escapar a esa chica —dijo Cath hablando
por primera vez—. Yo estoy totalmente de acuerdo con Eve, yo tampoco te
he visto nunca como un sacerdote. Y pienso como tu madre, estás
completamente enamorado de esa mujer. Solo con nombrarla te brillan los
ojos. Y a mí, esa chica me cae realmente bien.
—Victor Hugo dijo: El futuro tiene muchos nombres. Para los débiles es
lo inalcanzable. Para los temerosos lo desconocido. Para los valientes es la
oportunidad. Yo apoyo el consejo de Cath. No deberías dejar escapar a esa
chica, aprovecha la oportunidad que se te ha ofrecido, porque sería difícil
que encontraras a otra como ella —dijo Lauren.
—Habéis hablado de Logan y de lo que siente por ella, pero no habéis
mencionado a Kate. No sabemos realmente lo que siente por él —dijo Jack
—. Porque, excepto Sean, ninguno de vosotros habéis hablado con ella
sobre el tema.
—Yo puedo aseguraros de que esa chica está loca por él. Logan la ha
tenido aturdida desde el principio. Primero porque se enamoró de un
sacerdote, algo que no es usual. Luego, cada vez que ella le decía que le
gustaba o que le quería, él la rechazaba, pero a continuación la besaba como
si no hubiera un mañana. Luego volvía a decirle que no iba a dejar el
sacerdocio, y la besaba de nuevo. La verdad es que no sé cómo Kate ha
tenido paciencia para esperar —dijo Sean sonriendo—. Además de eso, está
preocupada porque sabe que el hombre que se enamore de ella tendrá que
cargar con sus tres hermanos.
—No creo que eso sea un problema, Logan es millonario y puede
ocuparse de ellos —dijo Ellie.
—Todos nos hemos apoyado cuando alguien nos ha necesitado —dijo
Tess—. A mí Kate me cae genial.
—A Patrick y a mí también —dijo Louise—. Nos gustó tenerlos a todos
en nuestra casa el día de Navidad.
—Y sus hermanos son un buen ejemplo de buena educación —dijo
Patrick.
—Desde luego que sí. Esa chica ha hecho un buen trabajo con ellos —
dijo Louise.
—Cuando fuimos a la casa de Carter de las montañas lo pasamos de
maravilla —dijo Delaney—. A mí me gusta mucho esa chica.
—No me habíais dicho que Kate y sus hermanos habían ido con vosotros
a las montañas —dijo Logan.
—Fue idea mía —dijo Sean—. Kate no sabía nada de ti desde que
falleció tu padre. Un día fue a tu iglesia y vio a otro sacerdote. Unas
mujeres que estaban allí le dijeron que te habías marchado, y Kate pensó
que habías pedido que te trasladaran a otra iglesia para no volver a verla.
Cuando estábamos en las montañas es cuando le dije que tú eras parte de
nuestro grupo y le conté lo de tu padre.
—¿Qué pensáis de lo que me está pasando? Estaba muy preocupado por
si os avergonzabais de mí.
—¡Menuda tontería! —dijo Tess, acercándose a él y besándolo en los
labios—. Te apoyaremos, decidas lo que decidas.
—¿Sabéis? Nunca me acostumbraré a que Carter y tú beséis a mi mujer
en los labios —dijo Delaney.
—Ese es tu problema —dijo Logan.
—Sean también lo hace —dijo Tess sonriéndole a su marido.
—Porque se copió de Carter y Logan —dijo Delaney.
—Date prisa en tomar la decisión, porque queremos que esa chica forme
parte de nuestro grupo —dijo Lauren.
—¿Sabes lo que hay que hacer, en caso de que decidas dejar el
sacerdocio?
—No, pero David sí lo sabe y me informará, si llegara a necesitarlo.
—Algunos hombres tiene suerte al encontrar a la primera a la mujer de
su vida. Todos vosotros las habéis encontrado —dijo Ryan.
—Bueno, yo diría que nuestras mujeres también han tenido suerte al
encontrarnos a nosotros —dijo Patrick.
—Sí, sin duda —dijo Tess, besando en los labios a su marido.

Kate había esperado seis días hasta tomar la decisión de si debía tener
esa aventura con Logan u olvidarlo para siempre. Se dijo que si el destino
había querido que ese monumento de hombre se cruzara en su camino,
siendo sacerdote, seguramente valdría la pena prestarle atención al destino y
seguirle la corriente. Decidió que si las cosas no salían bien, al menos,
perdería la virginidad con el hombre a quien quería.
Kate lo organizó para el viernes de la siguiente semana. Le había
preguntado a su hermano si podía quedarse en casa con los niños esa noche.
Y por supuesto había dicho que sí.
Kate envió un mensaje a Logan el mismo viernes, en un descanso que
tuvo entre clase y clase.
Podría ir a tu casa en cualquier momento entre las siete de esta tarde y
las siete de la mañana. Dime a qué hora te va bien.

Al leerlo, Logan notó en ese mensaje el aturdimiento y la poca confianza


que Kate había sentido al escribirlo. Había esperado con ansias ese mensaje.
Le contestó rápidamente, empleando el mismo estilo que ella al escribir.

Necesito estar contigo dos días, porque no quiero abusar de ti el día que
pierdas la virginidad. El segundo día me tomaré mi tiempo para disfrutar
de ti y que tú disfrutes de mí. Me da igual que sea mañana u otro día. Te
espero en casa hoy a las siete.

Logan se entretuvo en la escuela y llegó a casa a las siete menos cuarto,


y solo disponía de quince minutos antes de que Kate llegara.
Acababa de salir de la ducha cuando sonó el interfono. Se puso la toalla
a las caderas y bajó corriendo a abrir y, mientras que Kate entraba en la
finca con el coche, volvió a subir a su habitación a vestirse.
Kate bajó del coche y miró hacia el cielo. Ese era su momento preferido,
cuando el día se encontraba con la noche. Todavía quedaba un ligero
resplandor, pero las estrellas comenzaban a aparecer en la semioscuridad de
la noche.
Logan se puso un pantalón de chándal, cogió una sudadera limpia y bajó
corriendo la escalera al oír la aldaba de la puerta. Abrió con la respiración
acelerada y con la sudadera en la mano.
Kate no pudo evitar escanearle el cuerpo con la mirada, de arriba abajo.
Ese hombre era un bombón y estaba para comérselo. El pantalón del
chándal lo llevaba a la cadera. Y había que reconocer que le sentaba bien.
Tenía los pectorales, los abdominales y los oblicuos bien definidos y una
fila de vello discurría desde el ombligo hasta perderse en la cinturilla del
pantalón. El camino hacia el pecado, pensó Kate sonriendo, porque había
leído en una novela romántica que lo llamaban así. Deseaba recorrer con los
dedos ese torso increíble. O mejor aún, con los labios. El aspecto de ese
hombre era casi pecaminoso, pensó.
Cuando sus miradas se encontraron, Logan le dedicó una sonrisa
traviesa, dando a entender que la había pillado recreándose en su cuerpo,
cosa de la que ella no se avergonzó en absoluto.
Logan seguía observándola, mientras ella le daba un último repaso a su
cuerpo. Tenía las mejillas ruborizadas por el frío, o puede que por verlo con
el torso desnudo. Tenía el pelo revuelto por el viento y sus ojos brillaban.
Logan no sabía si se debía al frío o, simplemente, por verle a él. Deseó que
la razón fuera lo segundo. Sus sentimientos eran un auténtico caos, una
combinación de pánico y felicidad.
—Hola.
—Hola, Kate. Pasa, por favor.
Ella se adentró en la casa y él cerró la puerta. Y entonces la abrazó.
A ella le encantó sentir la seductora dureza de sus músculos y el calor de
su cuerpo al abrazarla. Todo lo que experimentaba con ese hombre era
nuevo para ella.
Logan se puso la sudadera y se abrochó la cremallera.
—Dame el abrigo.
Logan la ayudó a sacárselo y lo colgó en el armario del recibidor.
—He llegado a casa hace quince minutos.
—Si lo llego a saber habría venido unos minutos más tarde.
—No digas tonterías. Acabo de salir de la ducha y no he tenido tiempo
de vestirme. Subiré a cambiarme.
—Por mí no te cambies. Así estás bien.
—De acuerdo. ¿Quieres ver la casa?
—Sean, no he venido a socializar.
—Estás preciosa —dijo él al verla nerviosa, y sonriendo por lo que
acababa de decir—. Ese vestido te sienta realmente bien.
Llevaba un vestido azul de lana por encima de la rodilla, que ella sabía
que le quedaba de maravilla.
—Gracias. Aunque me sentiría más cómoda vistiendo como tú.
—Si quieres puedo dejarte un chándal para que te cambies.
—No hace falta, gracias.
Logan volvió a mirarla. En esa chica estaban encerradas todas las
esperanzas, las promesas y las fantasías que un hombre pudiera tener.
Quería tenerla sobre su cama. Quería tomarse tiempo solo para mirarla.
Deseaba pasar un buen rato acariciando y lamiendo sus pechos. Quería
explorar cada centímetro de piel de su precioso cuerpo con los dedos, con la
lengua, con los labios y con los dientes. Y quería estar dentro de ella
durante horas.
—Vamos a la cocina —dijo él dándose la vuelta para que no pudiera ver
su erección.
—¿A la cocina? —preguntó ella siguiéndole.
—¿Has cenado?
—Es pronto para cenar.
—Yo tampoco he cenado y estoy hambriento. No he comido nada al
mediodía pensando en lo de esta noche.
—Logan, no hace falta que pierdas tiempo con halagos, voy a acostarme
contigo de todas formas.
—Está bien saberlo —dijo él sonriendo—, aunque no te estoy
halagando. He estado nervioso desde que he leído tu WhatsApp.
—Yo estoy más que nerviosa. Estoy asustada. ¿Sabes? Te quiero con
locura, pero haces que me sienta muy confundida.
—Lo sé, cielo. Y te aseguro que no es mi intención confundirte.
Una sonrisa traviesa brillaba en los ojos de Logan. Como si la acariciara
lentamente con la mirada. Kate supo, en ese preciso instante, que todas sus
preocupaciones habían terminado y que todo era insignificante. Todo menos
él. Al menos, mientras que estuviera en su casa.
No estaba segura de lo que iba a pasar, pero tampoco le importaba. Lo
único que deseaba era estar con ese hombre. Se acabó pensar en los demás,
por una noche iba a pensar en ella y en lo que deseaba.
Logan empezó a sacar verduras de la nevera.
—Voy a preparar pescado con espárragos y unas patatas salteadas, ¿te
parece bien?
—Claro, pero, ¿no crees que deberíamos aprovechar el tiempo haciendo
otras cosas?
—¿Por qué? Tenemos mucho tiempo. Has dicho que tienes libre hasta
mañana a las siete de la mañana, y te quedarás a dormir, ¿no?
—¿Quieres que me quede a dormir? —preguntó ella extrañada
apoyándose en la bancada.
Logan la miró aturdido. Era la primera mujer que había ido a su casa. Iba
a cocinar para ella, y eso no lo había hecho para ninguna mujer. Y era la
única que le hacía sentir… Simplemente eso, sentir.
—Por supuesto —dijo él sacando el salmón de la nevera.
—¿Quieres que te ayude?
—No, hoy eres mi invitada —dijo él sabiendo que seguía nerviosa—.
¿Qué otro día vendrás?
—Si te parece bien, mañana sobre la misma hora. Le he preguntado a
Bradley y me ha dicho que se quedaría los dos días con los niños.
—Estupendo.
Logan se acercó a ella y la besó. El beso suave la tranquilizó un poco,
pero solo durante un instante, porque cuando Logan profundizó el beso,
dentro de Kate comenzó a arder un infierno.
Logan le devoró la boca, apretándola contra él. Esa chica conseguía que
se abrasara por dentro.
Cuando dio por finalizado el beso y se apartó de ella, Kate lo miró a los
ojos y le dedicó una traviesa sonrisa.
—Da miedo, ¿a que sí?
—¿El qué? —preguntó él.
—Saber lo mucho que me deseas —dijo ella, porque había notado su
erección.
—Apuesto a que tú me deseas tanto como yo a ti.
—Por eso te lo digo, porque me aterra cómo te deseo.
—Al menos tenemos eso en común.
—Pensé que me besarías nada más llegar.
—Quería tranquilizarme un poco antes de hacerlo.
—No te he visto nervioso en ningún momento.
—Pues lo estoy, créeme. Hace demasiados años que no estoy con una
mujer. Y no sé lo que va a pasar.
—No tienes que preocuparte por eso. Yo no tengo experiencia y no voy a
juzgarte. Pero sí he de decirte que estoy algo preocupada. Ya sabes que va a
ser mi primera vez.
—No te inquietes, cielo. Lo único que vas a tener que hacer es
acostumbrarte a que te toque y a tocarme a mí. Porque supongo que querrás
tocarme.
—Claro —dijo ella ruborizándose ligeramente.
—Luego tendrás que saber lo que te gusta y lo que te excita.
—No necesito saber nada. Tú eres todo lo que necesito para excitarme.
Me excito solo con verte.
—Eso es fantástico. A mí me pasa lo mismo —dijo él intentando no
mostrar la satisfacción que sentía al escuchar sus palabras—. De todas
formas, vamos a ir paso a paso, no tenemos ninguna prisa.
Aunque Logan no estaba muy seguro de que fuera muy paciente, porque
la deseaba con desesperación.
—Supongo que te acordarás de todos los pasos que hay que seguir para
hacer el amor.
Logan no pudo evitar sonreír al escucharla.
—Tengo entendido que eso no se olvida —dijo él sonriéndole, mientras
abría una botella de vino y servia un poco en dos copas. Le dio una a ella.
—Gracias —dijo ella cogiéndola.
—¿Por qué no vas a dar una vuelta por la casa mientras te bebes el vino?
Es grande y seguro que cuando termines de verla ya tendré la cena lista.
—De acuerdo.

Kate volvió veinte minutos después.


—Pensé que te habías perdido —dijo poniendo en dos platos la ensalada
que había preparado y llevándolos a la mesa.
—Es tan grande que podría haber sucedido.
—Siéntate, la cena está lista.
—Gracias —dijo ella cuando le separó la silla para que se sentara.
—¿Te ha gustado la casa?
—Es fantástica. Me ha extrañado ver que algunos de los salones y
habitaciones no los usas. Lo digo porque los muebles están cubiertos con
sábanas.
—Es demasiado grande.
—Desde luego que lo es. ¿Cuántas habitaciones tiene?
—Catorce más tres de servicio.
—Son muchas habitaciones.
—Sí. Además está la buhardilla.
—En la que se podrían hacer varias habitaciones, porque es enorme.
—Es cierto.
—¿Vives solo?
—Sí.
—¿Por qué vives en esta casa tan grande?
—Era la casa de mis abuelos, los padres de mi padre, la heredé de ellos.
—Lo sé, me lo dijo tu madre.
—Fallecieron antes de que me ordenaran sacerdote. Me la dejaron a mí
porque era su único nieto. Siempre me ha gustado vivir aquí.
—Lo entiendo, porque es una maravilla de casa. Pero es una lástima que
no uses todas las estancias.
—Creo que no podría vivir en un apartamento, aunque fuera grande. Me
faltaría espacio. Y me gusta tener un gran jardín.
—Desde luego espacio tienes. Tu salón, bueno, el salón que usas es tan
grande como toda mi casa. A mí tampoco me gustaría vivir en un piso,
teniendo una casa como esta. Tu madre me dijo que le habías pedido que
viniera a vivir contigo.
—Es cierto, pero no está preparada para dejar la casa donde vivió con mi
padre desde que se casaron, y donde nací yo.
—Puede que con el tiempo cambie de opinión.
—Es posible.
—¿Vamos a hacerlo en la cama?
—¿Hacer qué?
—¿Sabes de muchas cosas que un hombre y una mujer puedan hacer en
la cama?
Logan sonrió al ver el rubor en sus mejillas.
—Sí, creo que deberíamos hacerlo en la cama, al menos, la primera vez.
Luego podremos improvisar en cualquier otro sitio —dijo él sin dejar de
sonreír.
—Te aseguro que quiero hacerlo, pero estoy un poco nerviosa. Y, sobre
todo, no quiero decepcionarte.
—¿Decepcionarme? Tal vez sea yo quien te decepcione a ti. Te deseo
con locura. Pero intenta tranquilizarte, porque yo voy a ocuparme de todo y
tú no tendrás que hacer absolutamente nada.
—Vale. ¿A qué te dedicarías si dejaras el sacerdocio y no tuvieras que
trabajar en la iglesia?
—No me dedico solo a la iglesia. Creo recordar que te mencioné que
dirijo una escuela para chavales con problemas.
—Lo recuerdo. Dijiste que erais varios socios.
—Todo el grupo de amigos.
—Ahora me cuadra, todos tus amigos millonarios.
—Sí. Compramos una nave, que estaba en muy mal estado, y Sean la
reformó.
—¿Tus amigos se ocupan de algo de la escuela? Todos parecen muy
ocupados.
—Desde luego que están ocupados, aunque casi todos aportan algo,
además de dinero. Carter va una vez a la semana para pasar consulta y
atiende a las mujeres que no tienen papeles, de manera gratuita, claro.
Nathan fue quien se ocupó del papeleo para abrir la escuela y quien se
encarga de solucionar cualquier problemas que se nos presente, ya sabes
que es abogado. —Sí, lo sé.
—Delaney y él han conseguido el visado para muchas familias que no
tenían papeles.
—Vaya. Sé que eso no es fácil.
—Supongo que hay pocas cosas que Delaney no pueda conseguir. Las
chicas también ponen su grano de arena. Tess da clases a madres y padres
que no saben leer ni escribir, y ha formado un grupo de lectura. Lauren es
ingeniero informático y da clases de informática. Y Ellie da clases de
repostería. Aunque solo van una vez a la semana, el resto de los días van
profesores. Eve ayuda a los chicos con los exámenes de matemáticas y les
asesora en los métodos de estudio. Supongo que la conoces.
—Sí, estuvimos con tus amigos en las montañas en navidades. Ella y mi
hermana se llevan muy bien. No podía creerme que fuera hija de Carter y
Ellie, son los dos tan jóvenes.
—También la tuvieron muy jóvenes.
—Sí, lo sé. Es maravilloso tener su edad y una hija tan mayor. Aunque
para mí es como si tuviera tres hijos.
—¿Te has arrepentido alguna vez de haberte hecho cargo de ellos?
—No, nunca. ¿Cuándo lo vamos a hacer?
—¿Hacer qué?
—Ya sabes, acostarnos. Me da la impresión de que me estás vacilando.
—Para nada. Pero, ¿no crees que deberíamos esperar a terminar de
cenar? —preguntó él sonriendo.
—Claro. Perdona. Es que no consigo relajarme.
—Yo me encargaré luego de relajarte.
—Creo que voy a ponerme por completo en tus manos —dijo ella
totalmente convencida—. De todas formas, no sabría qué hacer. Y la verdad
es que no me gustaría hacer el ridículo.
—¿Estás segura de que no sabrías qué hacer? Porque besas realmente
bien.
—Apuesto a que la primera vez que me besaste notaste que no era muy
buena en ello y que no tenía práctica alguna.
—Es posible, pero ahora no podría decir lo mismo.
—Gracias.
—¿Ese novio que tuviste no te besó?
—Sí, me besó unas cuantas veces, pero no de la forma que tú lo haces.
Además, con él nunca sentí nada de lo que siento contigo. Puede que fuera
un novato.
Logan se levantó, retiró los platos de las ensaladas y sirvió el salmón con
los espárragos y las patatas salteadas. Los llevó a la mesa y se sentó frente a
ella.
—Eres un buen cocinero.
—Vivir solo te obliga a aprender. Aunque no creas que cocino mucho.
Algunas noches paso por un restaurante de camino a casa y traigo la cena.
—Menudo lujo.
—Sí, tenemos un amigo que es chef y tiene un restaurante. Y a veces,
Ellie y Lauren preparan algo para mí, y también Cath, quien se ocupa de la
casa de Delaney, y la cocinera de mis padres. Cuando llego a casa lo
congelo y tengo para varios días. Y Ellie también me da un buen surtido de
dulces cada semana. Y no puedo olvidar que algunos días ceno con algunos
de ellos.
—Menudo chollo tienes.
—Desde luego. ¿Estás más tranquila?
—No.
Logan se rio por la rapidez que contestó.
—No te preocupes, yo estoy tan nervioso como tú. ¿Sabes, cielo?
Necesito quitarme de encima esta tensión sexual que he soportado durante
meses. Por tu culpa —dijo él sonriéndole.
—Yo podría decir lo mismo. Logan, no hemos hablado de lo que hay
entre nosotros.
—De momento es mejor que no digamos nada al respecto. Todavía no he
decidido lo que quiero hacer. He hablado con algunas personas y me han
dado su opinión, pero la última decisión es mía.
—¿Crees que está bien que me acueste con un sacerdote?
—No. Y entenderé perfectamente si no quieres hacerlo.
—Pero es que yo te quiero, y quiero estar contigo. No creo que sea
pecado que me acueste con un hombre de quien estoy enamorada. Tú eres
sacerdote, ¿crees que Dios me perdonará?
—Dios no tiene nada en contra del amor.
—¿Cuánto calculas que tardarás en tomar una decisión? Me refiero a si
vas a seguir siendo sacerdote.
—No lo sé. ¿Tienes prisa?
—Prisa no, pero tengo muchas cosas en las que pensar. Aunque, claro,
has dicho que querías tener una aventura conmigo, y puede que, aunque
dejaras de ser sacerdote, no quieras tener una relación seria.
—¿Por qué no nos centramos solo en esta noche?
—De acuerdo. ¿Subimos ya a tu habitación?
—Pensaba que estabas nerviosa.
—Y lo estoy, pero has dicho que tú me relajarías. Además, siempre se ha
dicho que los malos tragos hay que pasarlos cuanto antes.
—¿Crees que lo vas a pasar mal?
—Sé que duele la primera vez. Así que, cuanto antes termine, mejor.
—¿No quieres terminarte primero el pescado?
—Sí, mejor lo termino, está muy bueno. La verdad es que todo está
riquísimo.
Kate comió en silencio y sin avergonzarse de su apetito. Cuando terminó
todo lo que tenía en su plato se echó hacia atrás apoyándose en el respaldo
de la silla y suspiró. Luego le dedicó a Logan una sonrisa traviesa de
satisfacción, que hizo que la sangre de él ardiera.
Se sentía totalmente fascinada por ese hombre desde que lo había visto
por primera vez. Pero a medida que averiguaba cosas sobre él, le gustaba
mucho más. Le gustaba el afecto y la amabilidad que mostraba cuando la
veía; lo paciente que era y el respeto que sentía por los demás; su
responsabilidad y su inteligencia. Incluso le gustaba que tardara tanto en
tomar una decisión respecto a ellos, porque eso demostraba que era
precavido con las cosas importantes.
—Ya he terminado y estoy lista.
Logan la miró y sonrió.
Capítulo 18
Nada más entrar en el dormitorio, Logan cerró la puerta y apoyó a Kate
contra ella para besarla, y Kate le devolvió el beso de forma descontrolada.
—No puedo creer que esté aquí, en tu casa —dijo ella cuando se
separaron para coger aire y poder respirar—. He deseado tantas veces estar
contigo.
Kate le bajó la cremallera de la sudadera.
—Has dicho que ibas a dejarlo todo en mis manos —dijo él subiéndose
de nuevo la cremallera—. Eso significa que yo decido qué hacer en todo
momento.
—Tampoco vayas a pensar que me voy a quedar quieta, como si fuera un
muerto, sin hacer absolutamente nada.
Logan se abalanzó de nuevo sobre su boca devorándola. Un deseo
salvaje invadió el cuerpo de Kate y recordó las veces que había imaginado
estar con él y que la rodeaba con sus brazos. Y también había imaginado
que la besaba, aunque la forma en la que la estaba besando en ese momento,
no tenía nada que ver con las fantasías que había tenido con él.
Kate ronroneaba y emitía unos sonidos de placer que estaban volviendo
loco a Logan, que seguía ocupado devorándole la boca. Si seguía
escuchándola un instante más, perdería el poco control que le quedaba.
Logan le acariciaba el cuello con los labios, mientras le bajaba la
cremallera del vestido y se lo bajaba por los hombros. Los suaves gemidos
que Kate dejaba escapar cuando rozaba la piel con sus labios le hacían arder
la sangre.
Logan rozó su cuello, deteniéndose donde el pulso latía acelerado, y el
ansia de ella se incrementó. Kate sintió una suave presión en su vientre, que
la hizo pronunciar el nombre de él una y otra vez, entre gemidos.
Kate siempre había pensado que la gente exageraba, y que el sexo estaba
sobrevalorado. Pero en ese instante y en cómo se sentía, había cambiado de
opinión. Con ese hombre estaba experimentando unas sensaciones físicas
extraordinarias, y eso, casi sin tocarla.
Al escuchar su nombre entre los gemidos de Kate, Logan sintió un deseo
desesperado y se llenó tanto del sabor de la piel de ella, que la esencia de
Kate se metió en sus venas, corriendo a toda velocidad, como si se tratara
de su propia sangre.
Logan le bajó el vestido, que cayó al suelo. Kate sacó los pies de entre la
tela, él lo cogió y lo lanzó sobre una butaca. Logan la miró de arriba abajo.
Su forma de mirarla hizo que Kate cayera fulminada ante él de forma torpe
y romántica. Como haría una adolescente soñadora: con toda la inocencia y
con todo su corazón, sin reservas.
Desde que Kate lo había conocido, había deseado con todas sus fuerzas
hacer el amor con él. Sin embargo, no había podido imaginar, ni por un
instante, pensar en él como su pareja, como una pareja seria. Pero tenía que
admitir que, a pesar de que se sentía inquieta cuando él estaba cerca, al
mismo tiempo lo encontraba estimulante. Era una combinación inesperada
y que la intrigaba.
—¿Quieres que apague la luz?
—¿Por qué me lo preguntas?
—A algunas mujeres les da vergüenza y prefieren hacerlo a oscuras —
dijo él.
—A mí no me da vergüenza que me veas. Y si apagas la luz no podré
verte. Pero si tú quieres apagarla...
—No, cariño, yo no quiero perderme nada de lo que pase esta noche.
—Yo tampoco. Y me gustaría que tú también te desnudaras. Quiero
verte.
Caminaron hacia la cama. Logan se bajó la cremallera de la sudadera, se
la sacó y la lanzó sobre el vestido de Kate. Ella le miró el pantalón.
—El pantalón luego —dijo él mientras echaba la ropa de la cama hacia
los pies—. Súbete a la cama y apoya la cabeza en una de las almohadas.
Kate se quitó los zapatos e hizo lo que le pidió.
—Tienes un cuerpo fantástico. No sabes cuánto me he resistido hasta
llegar hasta aquí —dijo él mirándola desde los pies de la cama.
—Sí lo sé, créeme —dijo ella.
—Llevo deseándote mucho tiempo.
—Porque has querido.
—Me pregunto por qué hemos tardado tanto en hacer el amor.
—Logan, tú has sido el único culpable. Llevas meses evitándome, como
si tuviera una enfermedad contagiosa. Yo sabía que nos iría bien juntos. Me
decía que era imposible que dos personas que se rechazaban de ese modo,
no encajaran a la perfección. Bueno, tú eras quien me rechazaba.
Logan se subió a la cama y se sentó a horcajadas sobre sus caderas. Se
inclinó hacia adelante y apoyó las manos junto a su cabeza. Bajó la cabeza
y la besó en los labios. Luego deslizó la lengua por su cuello y fue
descendiendo hasta que llegó al sujetador.
—Apuesto a que no estás acostumbrado a esta ropa interior tan sencilla.
—No me importa tu ropa interior —dijo mirándola mientras se
incorporaba de nuevo.
Logan admiró la curva de sus pechos mientras deslizaba las yemas de los
dedos por el borde del sujetador negro de algodón. Jugó con sus pezones
por encima de la tela y vio como se endurecieron por sus caricias.
—Relájate, cielo —dijo inclinándose para besarla en los labios—. Solo
tienes que limitarte a sentir.
Logan metió las manos por debajo de su espalda para desabrocharle el
sujetador. Luego se lo sacó por los brazos y lo dejó a un lado. Las
sensaciones se desataban en su interior como flechas de placer. Cuando le
miró los pechos fue incapaz de resistirse y bajó la cabeza para saborearlos.
Se metió un pezón en la boca y con la otra otra mano acarició el otro. Cogió
con los dientes un pezón y lo mordisqueó con suavidad, lo que hizo que a
Kate la invadiera una ola de placer que arrasó todo su cuerpo hasta llegar a
los dedos de los pies, dejándola a las puertas del orgasmo.
Ella gimió con la respiración agitada. Se movía debajo de él por puro
instinto, y Logan lo sabía. La barba incipiente le rozaba los pechos,
mientras la lengua se centraba en sus pezones. Él pronunciaba tiernas
palabras, pero a Kate no le importaba lo que dijera, mientras no se apartara
de ella.
Logan adivinó el miedo a lo desconocido en sus ojos, a pesar de que el
cuerpo le temblaba por el deseo. Y él volvió de nuevo a las suaves caricias
para que se relajara. Le costaba esforzarse para que sus manos se deslizaran
lentamente y con suavidad por su piel, para no precipitarse.
Kate se estremeció mientras él acariciaba su cuerpo, dejando sobre su
piel la humedad de sus labios y su lengua. No podía evitar los sentimientos
que fluían cada vez que Logan la tocaba con aquella delicadeza. Encontraba
en él algo que había echado de menos durante toda su vida, sin saber
exactamente lo que era.
Logan se metió el otro pezón en la boca y la llevó de nuevo a la cima.
Kate arqueó el cuerpo, empujando el pezón dentro de su boca. Y no pudo
resistir más. La ola de placer la sorprendió de nuevo. Fue algo intenso y
rápido, que comenzó en su centro del placer y se extendió por el resto de su
cuerpo.
Aún estaba saboreando su orgasmo cuando, en tan solo unos pocos
minutos, él volvió a hacerla subir a lo más alto y hacerla estallar de nuevo
como un volcán.
Logan descendió por su estómago y sus caderas. Se saltó el lugar en el
que Kate deseaba que se detuviera, al mismo tiempo que intentaba relajarse.
Su polla estaba dura como una piedra, y lo único en lo que podía pensar era
en hundirse en ella con fuerza y hasta el fondo.
Él dedicó unos minutos a deshacerse de sus medias, besando con
delicadeza la piel que iba quedando al descubierto. Le acarició el talón con
la lengua y los labios, antes de morderla con suavidad. Ese mordisco hizo
que Kate se retorciera sorprendida. Jamás habría pensado que sintiera placer
al acariciarle el pie. Logan se metió los dedos de uno de los pies en la boca
y una ráfaga de calor la atravesó concentrándose en su sexo y
humedeciéndolo. Luego fue ascendiendo por su pierna.
Donde quiera que la acariciara o la saboreara, Kate respondía con un
placer tan profundo que lo dejaba sin habla. Era la mujer más receptiva con
la que había estado, pensó Logan, aunque eso había sido hacía muchos
años. Y su receptividad echaba por los suelos toda la capacidad de control
que tenía, y hacía que la deseara con la misma desesperación que un
adolescente. No podía dejar de acariciarla. Necesitaba sentir la calidez de su
piel.
Kate era puro fuego cuando estaba entre sus brazos. Respondía a sus
caricias con fiereza. La polla de Logan se tensaba en sus pantalones a la
espera de un desahogo y, desde luego, no necesitaría mucho para
conseguirlo. Él fue deslizando las manos, ascendiendo y acariciando la
parte exterior de sus largas piernas y le bajó las bragas lentamente.
La definición que Kate conocía de la palabra preliminares se quedó muy
corta. Logan la derritió con sus palabras, sus caricias y sus besos. De vez en
cuando regresaba a su boca y la besaba como si tuviese todo el tiempo del
mundo. Y tuvo que esforzarse mucho para no suplicarle que dejara de
hacerla sufrir. No quedó ni un centímetro de piel sin que él acariciara con
las manos o con los labios. Kate lo sentía por todas partes y estaba
completamente excitada y aturdida.
—Seguro que mis bragas están empapadas —dijo Kate sin mirarlo.
—Esa es una buena señal —dijo él sonriendo al ver sus mejillas
sonrojadas.
Logan le abrió las piernas y mordisqueó la cara interna de sus muslos.
Kate gritó cuando él rozó su sexo con la nariz y luego con los labios.
Seguidamente se abrió paso con la lengua. La lamió aprehendiendo su
sabor, impregnándose de su olor y dejándola al filo del orgasmo.
Ese hombre era un maestro improvisando, pensó Kate, que se arqueó y
soltó un grito por el placer que estaba sintiendo. Logan se centró en su
clítoris y Kate ya no pudo más. El orgasmo fue una liberación exuberante,
cálida y devastadora. La sintió desde todas las direcciones, atravesándola de
manera salvaje, hasta dejarla estremecida.
Cuando se tranquilizó, Kate hizo que ascendiera y entonces se aferró a
su cuello y lo besó con ansias y desesperación.
—Estás buena de cojones.
—No puedo más.
—Claro que puedes. Sigues siendo virgen —dijo sonriéndole.
—Tienes razón. Quiero tenerte dentro.
—¿Estás segura? Si entro en tu interior ya no habrá vuelta atrás.
—Lo que más deseo es perder la virginidad contigo.
—De acuerdo.
—¿Vas a desnudarte alguna vez?
—Sí.
—Estoy pensando que, antes de perder la virginidad, me gustaría
acariciarte el cuerpo, como has hecho tú con el mío.
—Siempre que no sea cerca de mi polla, no habrá problema, o eso creo
—dijo él con una sonrisa arrebatadora.
—¿Por qué lo dices?
—Cariño, llevo muchos años de abstinencia. Tengo la polla tan dura
como una piedra y con que solo la roces me correré.
—Entonces, procuraré no estar demasiado cerca —dijo ella con una
sonrisa descarada—. Date prisa, quiero verte.
Logan se bajó el pantalón del chándal y se lo sacó por los pie descalzos.
Luego se echó en la cama al lado de ella. Era consciente del deseo, pero no
comprendía que el ansia fuera tan intensa, para que sintiera un dolor en el
pecho y que le temblaran las manos al desnudarse.
Kate lo contempló y se puso de rodillas a su lado. Sus oblicuos y
abdominales la dejaban sin aliento. Los acarició con las yemas de los dedos
y deslizó la mano para jugar con el vello de su pubis mientras observaba
cómo su polla, que ya era enorme, rápidamente aumentaba más de tamaño.
—Esta zona no la puedo tocar, ¿verdad? —preguntó ella mirándolo y
señalando con el dedo su miembro.
—Mejor no —dijo él sin poder evitar sonreír.
—Da igual. Podría pasarme horas acariciándote el resto del cuerpo.
Kate se sentó sobre él y Logan se quedó sin respiración al sentir su polla,
que estaba dura como un palo, delante del sexo de ella, y cada vez que Kate
se movía se restregaba sobre ella.
Kate se echó hacia delante y apoyó el sexo sobre su erección.
—Lo estás haciendo a propósito, ¿verdad?
—¿El qué? —preguntó ella inclinándose sobre él para besarlo con
desesperación.
Con ese beso, a Logan se le olvidó lo que le había preguntado. Kate lo
estaba besando como si fuera la mujer más experta. Su polla se tensaba
debajo de ella y pensó que en cualquier momento se correría.
Kate dejó de besarlo, y entonces comenzó a explorar su cuerpo. Le
acarició con las yemas de los dedos el cuello, siguió por sus anchos
hombros y sus bíceps. Luego cambió los dedos por los labios y la lengua.
La extraña mezcla de sensualidad, inexperiencia y timidez de Kate lo
volvían loco. Terminó con los brazos y volvió de nuevo a su boca. Logan le
devolvió el beso abrazándola y apretándola de las caderas para sentirla más
cerca de su miembro.
Kate descendió hacia su cuello, pasando la mejilla por su mandíbula,
para que la rozara con su barba incipiente. Luego bajó por su pecho,
acariciándolo con la lengua. Le mordió los pezones y Logan se tensó. Se
incorporó para hacerse un poco hacia atrás y comenzó a rozarle los
abdominales con los dedos.
—Tienes un cuerpo espectacular —dijo mirándolo y sonriéndole.
—Tú también —dijo él rozándole los pezones con los dedos y haciendo
que se endurecieran rápidamente.
—Estoy húmeda solo por sentirte cerca de mi sexo.
—¡Oh, Dios mío!
Esa chica conseguía llevarlo a lo más alto, simplemente con sus
palabras.
—Me gustaría meterme la polla en la boca.
—Hoy no, cielo. Hoy quiero correrme dentro de ti. Pero mañana
podremos hacer todo lo que quieras.
—Vale. ¿Podemos hacerlo ya?
—Claro.
Logan la tumbó en la cama y deslizó los dedos por toda la piel de su
cuerpo. Cuando llegó a su sexo le separó las piernas y la penetró con dos
dedos. El corazón de Kate se volvió loco, latiendo a doscientos por hora, y
la respiración se le aceleró.
Logan parecía conocer su cuerpo como si se estuvieran acostando juntos
durante años. Sabía cómo tenía que acariciarla para que dejara de estar
tensa. Sabía cómo y donde tenía que tocarla para excitarla. Ese hombre era
un experto seduciendo y dando placer. Y ella que había pensado que no se
acordaría de qué tenía que hacer con una mujer en la cama, se dijo
sonriendo.
Logan pudo ver en su rostro, con toda claridad, la excitación, el placer y
el terror por lo desconocido. La miraba alucinado, mientras le invadía
aquella ola incontrolable de emociones. Sus dedos entraban y salían de su
interior, mientras le acariciaba un pezón con la lengua.
Un grito de placer escapó de la boca de Kate cuando llegó el orgasmo. Él
volvió a besarla, y no solo porque quisiera, sino porque lo necesitaba.
Logan sacó los dedos de su interior, se colocó entre sus piernas y se
tumbó sobre ella, solo para sentirla. Era una maravilla tenerla debajo de él.
Le encantaba verla retorcerse con sus caricias, y escuchar los suaves
gemidos, casi imperceptibles, que lo ponían a cien.
Poco después se incorporó y se arrodilló entre sus piernas. Metió de
nuevo los dedos en la vagina, para asegurarse de que estaba lista para él. La
encontró caliente y húmeda. Logan soltó un gruñido cuando Kate se
retorció debajo de él, no estaba seguro de si estaba resistiéndose o
pidiéndole que se diera prisa para estar dentro de ella. Se había prometido ir
despacio, y lo estaba consiguiendo, pero ya no podía aguantar más el deseo
que sentía por ella, ni los gemidos suplicantes de Kate.
Hizo que flexionara las piernas y se las separó. Se introdujo en ella con
una suave acometida. Logan empleó toda la voluntad que le quedaba para
no embestirla de forma brusca cuando entró un poco en ella y sintió que los
músculos de su vagina se cerraban a su alrededor. Gimió al notarla tan
estrecha y resbaladiza.
Logan se encontró con la barrera de su virginidad, se detuvo y la miró.
Kate lo miraba con los ojos muy abiertos.
—Todavía puedes echarte atrás —dijo él.
—No voy a echarme atrás.
—De acuerdo. Lo siento, pero esto te va a doler un poco.
Ella no apartó la mirada de la de él, pero no dijo nada.
Logan la penetró con una embestida firme, hasta que estuvo en lo más
profundo y ella soltó un quejido agudo. Kate se adaptó a él de manera
gloriosa.
—Lo siento, cariño, pero era inevitable.
—Lo sé.
—¿Estás bien?
—Sí.
Permanecieron mirándose a los ojos y disfrutando de aquel momento,
que había tardado tanto en llegar. Al tenerlo en su interior, Kate se sentía…
completa. Como si hubiera encontrado su media mitad.
La sangre de Logan rugía en su corazón, en su cabeza y en su miembro.
Solo podía pensar en embestirla, una y otra vez, hasta el fondo.
Kate no sabía que era posible entregarse a un hombre de esa manera tan
plena. Oía a Logan pronunciar su nombre, su fuerte cuerpo temblando
contra el suyo, el pulso de su polla enterrada en ella, y sus labios
acariciándole el cuello… No podía pedirse nada más.
—Me gusta tenerte dentro.
El gris de los ojos de Logan se oscureció de manera peligrosa cuando
miró a Kate. Empezó a moverse. Entraba y salía de ella con una exasperante
lentitud, que la hacía suplicar. Y Kate lo siguió con el ritmo que él había
impuesto. Poco después Logan fue incrementando la velocidad, mientras
observaba el rostro de ella, buscando signos de dolor, pero no los encontró.
Cuando habló con ella por primera vez, Logan supo que era una mujer
apasionada. Una pasión que no mostraba, pero el sabía que estaba ahí,
esperando a que él la descubriera.
Se detuvo un instante. Lo que sentía era demasiado bueno para que
acabara pronto, y estaba a punto de correrse. Kate se movía debajo de él
buscando algo.
Logan se incorporó y se apoyó con los antebrazos a ambos lados de ella.
Se quedó sin respiración al ver la belleza de esa chica. El cuerpo de Kate,
tenso, encendido, salvaje e indomable, pedía una satisfacción desconocida,
pero el deseo la empujaba a lo más alto. Y él solo deseaba follarla de forma
brusca y salvaje, llegando a lo más hondo. La besó, de forma lenta y suave,
para intentar tranquilizarse.
Logan comenzó a moverse de nuevo, entrando y saliendo de ella. Buscó
sus labios para besarla una vez más. Kate se entregó al beso por completo,
utilizando la lengua con una habilidad que lo dejó sin respiración y que
estuvo a punto de hacer que se corriera.
Kate lo rodeó con sus piernas y él se adentró más en su interior por la
postura. Ella cerró los ojos y entreabrió la boca, porque le faltaba aire para
respirar. Logan sabía que se correría de un momento a otro y ella también.
Se quedó quieto y la miró a los ojos.
—Kate, quiero que no apartes los ojos de mí. Quiero que me mires
cuando te corras.
—Vale.
Logan comenzó a moverse de nuevo, cada vez más rápido.
—¡Oh, Dios del cielo! Esto es maravilloso —dijo ella.
Kate sintió unas repentinas ganas de llorar, pero no sabía a qué se debía.
Los pechos le ardían y sentía un anhelo entre las piernas que necesitaba
sosegar, pero no sabía qué hacer. Un temblor recorrió su interior y se tensó
rápidamente. De pronto se convulsionó y un gemido salió de su garganta.
—¡Oh, Dios mío! —dijo Kate.
—No nombres a Dios en este momento, por favor.
Kate no pudo evitarlo y las palabras te quiero escaparon de sus labios
cuando el clímax la alcanzó. Y eso hizo que Logan subiera a la cima a toda
velocidad.
Kate se sintió fuera de control, y solo le quedaba él, que la rodeaba con
sus brazos, temblando como ella, mientras se corría en su interior. El
despliegue de sensaciones que Logan vio en su rostro: esa intranquilidad
por la expectativa, el suave temblor que se apreciaba en sus labios y al final,
la total rendición a él y a sí misma, cuando el clímax la invadió. Logan se
dejó llevar por un orgasmo absolutamente abrumador que lo devoró por
dentro y lo dejó devastado. El cuerpo de Kate se contrajo al dejarse llevar.
Oyó decir a Logan un ¡Dios mío! junto a su cuello y lo sintió temblar por el
placer.
Se quedaron sin moverse, completamente inmóviles, aferrándose el uno
al otro y dejando que el placer los invadiera y se extendiera por sus cuerpos
hasta sentir la satisfacción en cada una de sus células.
Logan no quería separarse de ella. Sentirla debajo de su cuerpo era lo
más maravilloso que había experimentado en su vida, como si fuera el lugar
al que correspondía. No se le ocurrió que pudiera estar aplastándola, y
permaneció allí, sintiendo cómo el ritmo de sus pulsaciones volvía poco a
poco a la normalidad.
Logan pensó que le había sucedido algo. Desde luego había
desaparecido la tensión por desearla tanto y, sin duda, tenía que agradecer el
alivio físico, pero no se sentía completamente satisfecho. Quería
permanecer dentro de ella. Era el primer hombre que había estado en su
interior y eso hacía que se sintiera maravillado.
Poco después, Logan estaba totalmente recuperado, se separó un poco de
ella y la miró a los ojos. El sexo con ella había sido como pasar al siguiente
nivel, como encontrar la conexión entre lo trascendental y lo insignificante,
pensó.
—¿Estás bien?
—Estoy mejor que bien, aunque un poco dolorida.
—Supongo que es lo normal. Voy a traer una toalla para limpiarte —dijo
saliendo de su interior con cuidado. Kate se tensó un poco.
—No hace falta, yo iré al baño.
—No te muevas, vuelvo enseguida.
Kate lo miró con atención cuando se levantó de la cama. Cuando
regresaba lo miró de nuevo de la cabeza a los pies y sonrió. Pensó que era
un hombre espectacular, lo miraras por donde lo mirases. Sonrió de nuevo
al ver que caminaba hacia ella.
Kate pensó que le daría la toalla, pero en vez de eso, le separó las piernas
y la limpió con delicadeza. Agradeció el calor húmedo de la tela.
—Se ha manchado la sábana de sangre —dijo ella algo avergonzada.
—Eso es señal de que no me has engañado al decirme que eras virgen.
—¿Los hombres no lo notáis?
—Sí. Hay una especie de barrera que hay que atravesar —dijo sin
mirarla mientras terminaba de limpiarla.
—¿Vamos a hacerlo otra vez?
—Esta noche no —dijo él levantándose—, pero mañana lo haremos
todas las veces que quieras.
—Ha sido divertido, a pesar del miedo que tenía. No quería que lo
notaras, pero estaba asustada —dijo ella riendo.
—Mañana no vas a reírte tanto cuando te folle como he querido hacerlo
hoy —dijo él mirándola, antes de caminar hacia el baño para dejar la toalla
y lavarse él.
Kate lo miró con los ojos muy abiertos.
Logan volvió al dormitorio poco después.
—No tienes que taparte, he visto cada milímetro de tu cuerpo —dijo él al
ver que se cubría los pechos—. Eres la mujer más preciosa que he visto en
mi vida.
—No me he tapado por vergüenza, sino porque he sentido un poco de
frío.
Kate pensó que se sentiría avergonzada e incómoda por su desnudez y
por lo que habían hecho, pero era todo lo contrario. Sentía una euforia que
le calaba hasta los huesos y una sensación de plenitud y satisfacción que
jamás había sentido con anterioridad. Había hecho el amor con Logan,
estaba enamorada de él y se sentía completamente feliz.
—¿Quieres que suba la calefacción? —preguntó él antes de acostarse a
su lado.
—No, no te preocupes. Tengo hambre —dijo ella de repente.
—¿Hambre de qué?
—De ti también, pero principalmente de comida.
—¿Quieres que prepare otra cena?
—No, por favor. No tengo tanta hambre.
—¿Te apetece un café con leche o un chocolate caliente con algo dulce?
—Chocolate caliente con algo dulce sería genial.
—Bajo a prepararlo.
—Te ayudaré.
—No, quédate aquí, solo tardaré unos minutos.
—Vale.
Logan entró poco después con una bandeja, sobre la que había dos tazas
de chocolate humeante, unas magdalenas de limón y unos mini cruasáns y
la dejó sobre la cama.
—Qué bien huele. Me muero de hambre.
—Tengo que decirte que esto no es lo normal.
—¿El qué?
—Que una mujer diga que quiere comer algo después de hacer el amor.
—Yo no sé lo que es normal, porque ha sido mi primera vez. Y siendo
sacerdote desde hace diez años, no creo que tú estés muy al corriente de lo
que hacen las mujeres, después de hacer el amor.
—En eso tienes razón.
—A mí, hacer el amor me ha abierto el apetito. Además, recuerda que no
hemos comido postre en la cena.
—Es cierto —dijo él sonriéndole—. Aunque no hemos comido postre,
porque tenías mucha prisa en perder la virginidad.
—No me ha importado no comer postre, porque he pensado que el postre
serías tú. Y he de admitir que ha sido delicioso.
—Gracias, cielo.
Estaban los dos sentados en la cama, el uno frente al otro y cubiertos de
cintura para abajo. Logan la miró mientras comía y se quedó abstraído.
Tenía la piel sonrojada por la pasión; el pelo revuelto; los labios hinchados
por los besos que habían compartido; la mirada cansada, pero brillante por
el placer; y esa sonrisa franca, como ella misma. La encontró tan preciosa
que su corazón se aceleró, pensando que esa chica podría ser solo suya, si él
quisiera. De pronto Kate le sonrió.
¡Por todos los santos! Su madre y su amigo David tenían razón, se había
enamorado de ella. No tenía idea de cuándo había sucedido, pero había
pasado. Y ahora todavía estaba más aterrado. No se había enamorado nunca
y pensó que jamás lo haría. Y se había equivocado. Estaba loco por esa
mujer, de esa forma plena y que duraría toda la vida.
Logan cogió la bandeja de patas cuando terminaron y la dejó sobre el
escritorio que había junto a la ventana, aturdido y desconcertado por lo que
acababa de descubrir.
—Después de los intercambios que hemos hecho de fluidos, supongo
que no te importará que use tu cepillo de dientes. De haber sabido que
querías que pasara la noche contigo habría traído el mío.
—No, no me importa, aunque tengo un cepillo nuevo.
—Estupendo.
—Así lo tendrás aquí para cuando vuelvas.
Se lavaron los dientes los dos a la vez y colocaron los cepillos en el vaso
donde antes estaba solo el de Logan. Él miró los cepillos, juntos, y sin saber
la razón se intranquilizó.
—¿Quieres dormir ya? Si no tienes sueño podemos ver una película.
—Estoy muy cansada y mañana tengo que levantarme muy temprano.
Antes de ir al trabajo tengo que ir a casa a ducharme y cambiarme de ropa.
Pero tú puedes ver algo si te apetece.
—Yo también necesito dormir, últimamente no he descansado mucho
que digamos.
—¿Pensando en el problema que tienes por mi causa?
—Y pensando en ti.
—Deberías decirme cómo salir de la casa y de la finca, no quiero que te
levantes tan temprano.
—Me levantaré contigo.
—De acuerdo —dijo ella poniendo la alarma del móvil y dejándolo en la
mesita de noche.
Se acostaron el uno junto al otro.
—¿Has dormido alguna vez con una mujer?
—No. ¿Y tú? —preguntó él, tapándolos con el edredón.
—Sí, con alguna amiga del instituto.
—Me refería a un hombre —dijo él sonriendo.
—No.
—¿Ni siquiera con tu novio?
—No fuimos tan íntimos. No pasamos de los besos y de alguna caricia.
Kate se pegó a Logan y él le pasó el brazo por la espalda. Ella colocó la
mano sobre sus abdominales.
—Me gusta esta tableta que tienes aquí —dijo ella acariciándola.
—Me alegro.
Logan reconocía que estaba obsesionado con ella, porque siempre
deseaba acariciarla y besarla. Suponía que después de hacer el amor podría
desprenderse de aquel deseo que lo embargaba y esa obsesión se
desvanecería. Pensó que se olvidaría de ella y seguiría con su vida. Pero se
había dado cuenta de que se había equivocado en todas sus suposiciones.
Porque lo que había experimentado con ella no se parecía nada a lo que
había vivido con anterioridad. Y, después de hacer el amor con ella, ese
deseo se había incrementado. Y no se sentía saciado, porque la deseaba de
nuevo. Poco después, ella estaba dormida.
Kate se acurrucó pegada a él, ya dormida. Logan, sintió en sus costillas
el pecho de ella, el calor de su sexo en la cadera y una de sus piernas entre
las suyas, y su polla se despertó de nuevo.

Kate se despertó con la alarma del móvil. La apagó y volvió a abrazarse


al cuerpo de Logan. Tenía una agradable sensación de cansancio y le dolían
partes del cuerpo que no sabía ni que tenía, pero no cambiaría ese momento
por nada del mundo. Se sentía completamente feliz de estar en los brazos
del hombre de quien estaba enamorada.
Se incorporó un poco para besar a Logan en los labios, pero él no la dejó
que se apartara y la besó como si fuera el último día sobre la faz de la tierra
y ella fuera la única mujer.
—Quédate unos minutos más.
—No puedo, ya voy con el tiempo justo —dijo ella dándole un ligero
beso en el pecho y saliendo de la cama a continuación.
—¿No tienes tiempo ni para tomar un café?
—Tengo que irme, no me gusta llegar tarde —dijo cogiendo la ropa y
empezando a vestirse.
—¿Cómo te sientes? —preguntó él levantándose también y poniéndose
el pantalón del chándal.
—Tengo una ligera molestia en la vagina. Pero me siento feliz.
—Esta tarde te sentirás mejor —dijo poniéndose la sudadera y
abrochándosela—. Siento que tengas que trabajar. ¿Por qué no dejas el
trabajo del restaurante?
—Porque tengo que pagarle a Sean la reforma, y es mucho dinero.
—Yo podría ayudarte.
—Me parece muy bien que seas millonario, pero mis deudas las pago yo.
—De acuerdo.
—¿Qué vas a hacer hoy?
—Los sábados vamos todo el grupo de amigos a desayunar y luego
jugamos un partido con algunos chavales de la escuela.
—¿Tus amigos y tú jugáis con esos chicos? —preguntó ella claramente
sorprendida.
—Pareces extrañada.
—Y no te equivocas.
—¿Te sorprende porque somos ricos o porque algunos de esos chicos
son delincuentes?
—Porque sois ricos y no sabía que los de vuestra clase se mezclaban con
la clase baja. Aunque, ahora que lo pienso, no debería sorprenderme,
porque tú eres uno de ellos y estás conmigo.
—Voy a olvidar lo que acabas de decir. Jugamos con ellos desde que
abrimos la escuela. Y puede que algunos millonarios sean clasistas, pero te
aseguro que ninguno de nosotros lo somos.
—Entendido.
—Después del partido vamos a casa de alguno de los casados y pasamos
el día allí. Hoy iremos a casa de Carter.
—¿Y qué hacéis en todo el día? —preguntó ella mientras se ponía las
medias.
—Comer y hablar. En verano es mejor, porque pasamos casi todo el día
en la piscina, y tomamos el sol y nos bañamos. Solemos comentar lo que
nos ha sucedido durante la semana. Así fue como todos ellos supieron de ti.
Les dije que tenía un problema con una chica en la iglesia. Y cómo Sean te
conoció.
—Parece que estáis muy unidos.
—Y lo estamos. Todos ellos quieren que pertenezcas al grupo.
—¿Y qué es lo que quieres tú?
—A mí también me gustaría que estuvieras en nuestro grupo, pero
prefiero solucionar antes lo mío. Tengo mucho que pensar, antes de tomar
una decisión.
—Perteneceré a vuestro grupo si abandonas la iglesia, de lo contrario no
pintaría nada entre vosotros.
—Lo entiendo.
—Después de esta noche, no deberías demorar mucho más lo de tomar
una decisión.
—Lo sé.
—Ya estoy lista. Siento que hayas tenido que levantarte tan temprano.
—No importa —dijo cogiéndola de la mano y saliendo del dormitorio.
Al llegar a la planta baja Logan sacó el abrigo de ella del armario y la
ayudó a ponérselo. Luego cogió una chaqueta para él y se la puso también.
Antes de abrir la puerta la pegó a él y la besó con desesperación.
—Voy a echarte mucho de menos —dijo Logan.
—Yo también.
—He pasado una noche fantástica
—Y yo. A pesar de la molestia por perder la virginidad.
—Siento haberte hecho daño.
—Yo no lo siento.
—Aunque me ha gustado ser el primero.
—Si quieres, también podrías ser el último.
—Lo sé.
—Tengo que irme, Logan. No salgas, hace mucho frío.
—Te acompaño al coche.
Salieron de la casa. Kate subió rápidamente al vehículo y cerró la puerta.
Luego bajó la ventanilla.
—Sé puntual esta tarde —dijo Logan.
—Siempre soy puntual.
—¿O prefieres que vaya a por ti?
—No. Mañana también trabajo y tendré que irme temprano. Te quiero.
Logan metió la cabeza por la ventanilla para besarla en los labios, pero
no dijo nada.
—Conduce con cuidado.
—Lo haré.
Capítulo 19
Logan había ido a desayunar con sus amigos, pero ninguno le había
preguntado si había visto a Kate. Puede que porque Eve, la hija de Carter,
estaba con ellos.
No había podido dejar de pensar en Kate desde que abandonó su casa esa
mañana. Se dijo que esa chica era memorable. Era generosa, entregada y
muy sensual. Tenía un deseo fogoso y tierno, y una inocencia apasionada.
Él no había conocido nunca a una mujer que fuera tan receptiva como Kate.
Se dio cuenta de que la necesitaba. Quería demostrarle que él era el único
que podía hacerla sentir especial en la cama, y también fuera de ella. Pero,
por otra parte, tampoco olvidaba la situación en la que se encontraba. Tenía
que tomar cuanto antes una seria decisión. Y desde que que había hecho el
amor con ella, esa decisión se había vuelto mucho más difícil y complicada.
Cuando todos llegaron a casa de Carter, Logan subió a su habitación y se
metió en la ducha. Y sus pensamientos volvieron a Kate. Sentía un inmenso
deseo por ella. Quería tenerla desnuda debajo de él. Quería verla correrse,
empapada en sudor. Quería follarla de manera brusca. Quería besarla hasta
que le suplicara que parase. Y esa misma noche haría con ella todo lo que
deseaba. Logan se dio cuenta de que estaba acariciándose bajo el agua y
soltó un gruñido, pensando que esa chica lo tenía atrapado.
Durante la comida nadie preguntó nada sobre Kate, ni a Logan ni a Sean.
Después de comer Eve se retiró a su dormitorio para hablar con una de sus
amigas por videollamada y se quedaron solos. Se trasladaron todos al salón
a tomar café y unos dulces que había llevado Ellie.
—¿Y bien? —dijo Tess mirando a Logan.
—¿Y bien qué? —preguntó él.
—Dijiste que te acostarías con Kate si te llamaba. ¿Te ha llamado?
—Sí, me llamó ayer por la mañana.
—¿Y?
—Y vino a mi casa a cenar.
—A cenar —dijo Lauren.
—¿A cenar solo? —preguntó Ellie.
—¿Por qué siempre queréis saberlo todo?
—Porque somos tus amigos —dijo Tess—. ¿Hicisteis algo más que
cenar?
—La besé.
—¿Y? —preguntó Louise.
—¿En serio, Louise? ¿Tú también te has hecho tan cotilla como ellos?
Porque, no sé si os habéis dado cuenta, pero sois todos unos cotillas —dijo
Logan mirando a sus amigos.
—Será porque pasamos mucho tiempo juntos —dijo Louise.
—Yo creo que mi mujer no es cotilla —dijo Patrick—, lo que pasa es
que quiere estar al tanto de lo que sucede, para tenerlo todo controlado.
Porque controladora sí que es.
—No digas eso —dijo su mujer dándole una palmada en el brazo.
—No queremos que nos cuentes lo que pasó con todo detalle —dijo
Tess.
—Eso faltaría —dijo Logan sonriendo—. De acuerdo. Será mejor que os
lo cuente, de lo contrario, no me dejaréis en paz. Digamos que ya no es
virgen.
—¿Era virgen? —preguntó Lauren sonriendo.
—Otra virgen que va a terminar casada con uno de nosotros —dijo
Delaney sonriendo.
—No vayas tan deprisa, todavía no he tomado ninguna decisión.
—¿Se puede saber a qué esperas para tomarla? —preguntó Nathan.
—No es fácil.
—Esa chica no va a esperarte siempre —dijo Carter.
—No les hagas caso, Logan —dijo Louise—. Tómate el tiempo que
necesites. Esa chica no va a ir a ninguna parte y, si está enamorada de ti,
esperará todo el tiempo que sea necesario.
—Yo pienso como mi madre. Y sé, positivamente, que Kate está loca por
ti y eso no va a cambiar, aunque pase algún tiempo —dijo Sean.
—Esta tarde volverá a mi casa.
—¿Vas a acostarte con ella de nuevo? —preguntó Jules.
—Ayer solo lo hicimos una vez. Al ser virgen, pensé que estaría molesta
después.
—Ha sido una idea genial. Delaney hizo lo mismo conmigo. Lo hicimos
una sola vez el primer día y fue muy tierno. Y al día siguiente me enseñó un
montón de cosas —dijo Tess con una sonrisa traviesa—. Pasamos todo el
día en la cama.
—Eso fue porque tenías muchas cosas que aprender —dijo su marido.
—¿Creéis que Louise y yo necesitamos esa clase de información? —
preguntó Patrick.
—Sois parte del grupo y tenéis que estar tan informados de todo como
nosotros —dijo Lauren sonriéndole.
—Tienes razón.
—Patrick dice que yo soy una controladora…
—Es que lo eres —dijeron sus dos hijos al mismo tiempo,
interrumpiéndola.
—Es posible, pero Patrick también lo es, al igual que Delaney —dijo
Louise—. Les gusta tenerlo todo bajo control.
—Patrick, ¿no te sientes orgulloso de que tu hijo mayor fuera tan tierno
con Tess en su primera vez? —preguntó Ellie.
—Por supuesto que lo estoy, pero no habría esperado menos de él.
—Aunque al día siguiente no fue ni tierno ni delicado —dijo Tess
mirando a su marido de forma descarada.
Delaney la cogió de la nuca, la acercó a él y le dio un largo beso que la
dejó temblando y sin respiración.
—Tal vez debí haber hablado antes con Delaney, así podría haber
actuado como él —dijo Logan.
—¿Se quejó Kate? —preguntó Nathan.
—No. Pero estoy preocupado por lo de hoy, llevo muchos años sin estar
con una mujer. Si fuera como Delaney no tendría ningún problema.
—Logan, no hay nadie como Stanford —dijo Tess sonriendo y mirando
orgullosa a su marido.
—Has dicho que anoche fue todo bien —dijo Ryan.
—Sí. De hecho, creo que fue muy bien. Parece que no he olvidado nada
respecto al sexo —dijo Logan.
—Eso no se olvida —dijo Ellie—. Mírame a mí. Solo había hecho el
amor con un hombre en mi vida, con Carter, cuando era una adolescente.
Estuvimos catorce años sin vernos, pero cuando estuve nuevamente con él
fue como si todos esos años no hubieran pasado.
—No tienes que preocuparte, Logan, todo te va a ir genial —dijo Carter.
—Y si tienes alguna duda respecto a algo, puedes llamarme por teléfono
—dijo Delaney sonriendo.
—Espero no tener que llegar a ese extremo.
—¿Por qué no le dices aque venga a comer con nosotros el próximo
sábado? Al fin y al cabo ya la conocemos todos —dijo Tess.
—Ayer le dije que os gustaría que perteneciera al grupo.
—¿Y qué te dijo ella?
—Me preguntó lo que quería yo, y fui sincero.
—¿En qué fuiste sincero? —preguntó Carter.
—¿Qué le dijiste? —preguntó Sean.
—Que antes tenía que tomar una decisión.
—¿Qué os apostáis a que esa chica se le escapa? —dijo Ryan.
—A mí no me extrañaría nada —dijo Jules—. No creo que le haya
gustado que le dijeras que no puede ser amiga de tus amigos, hasta que no
sepas lo que quieres para tu vida.
—Jules tiene razón, es como si le hubieras dicho que hay algo más
importante que ella y tienes qué decidir por quien te inclinas —dijo Nathan.
—Es que eso es realmente lo que sucede —dijo Logan.
—Tal vez deberíamos ir nosotras a verla —dijo Tess.
—Podríamos invitarla a comer un día. No hace falta que sea en casa de
nadie, por si le preocupa encontrarse con Logan —dijo Lauren—. Podemos
ir a un restaurante.
—Esa chica no tiene mucho tiempo libre —dijo Logan—. Por las
mañanas trabaja en el instituto y las tardes tiene que estar con sus hermanos
mientras Bradley está en el trabajo.
—Podemos quedar para cenar —dijo Ellie.
—O el fin de semana —añadió Tess.
—Los sábados y los domingos trabaja de ocho a tres —dijo Sean.
—Me recuerda a Tess antes de casarnos —dijo Delaney—. Trabajaba
todo el día en la librería y los fines de semana en un pub.
—Pero Tess no tenía tres hermanos de quien ocuparse —dijo Sean.
—Tienes razón —dijo Delaney—. Nunca se lo he dicho a mi mujer, pero
estuve a punto de comprar la librería y el pub en el que trabajaba, para que
no me dijera más que no podía quedar conmigo porque tenía que trabajar.
—¿En serio? —preguntó Tess.
—Sí —dijo Delaney, acercándose a ella para besarla.
—Pero qué empalagosos sois. Pensé que las parejas se comportaban así
cuando estaban recién casadas —dijo Sean.
—Pues yo espero que sigamos así muchos años más —dijo Tess.
—Podemos quedar cuando su hermano mayor vuelva a casa por la tarde.
Solo iríamos a cenar. Seguro que tú estuviste más tiempo con ella —dijo
Lauren a Logan.
—Sí. Kate se ha marchado de mi casa esta mañana.
—Si sacó tanto tiempo para ti, también puede sacarlo para nosotras. La
llamaremos esta semana a ver qué le parece —dijo Tess.
—Deberíamos pensar en algo para que no tenga que pagarle a Sean lo de
la reforma. Así dejaría el trabajo de los fines de semana y tendría más
tiempo para ella —dijo Lauren.
—Es verdad —añadió Ellie.

Kate llegó a casa de Logan a las siete de la tarde del día siguiente, que
era sábado. Entró el coche en la finca cuando la puerta de la verja se abrió.
Dejó el vehículo cerca de la entrada de la casa y subió los peldaños hasta el
porche.
Logan abrió la puerta y ella lo miró de arriba abajo. Llevaba un traje
negro y una camisa del mismo color. Parecía un dios sombrío, aunque le
sentaba de maravilla.
—Hola, Kate. Acabo de llegar —dijo besándola en los labios. Aunque lo
que deseaba era empotrarla contra la pared y devorarle la boca.
—Hola. Estás muy elegante —dijo Kate.
—Muchas gracias.
—Me encanta verte con traje —dijo ella mientras él la ayudaba a sacarse
el abrigo.
—Tú estás preciosa. He traído la cena. ¿Tienes hambre? —preguntó
mientras colgaba la prenda en el armario del recibidor.
—¿Tú tienes?
—Bueno… Podemos hablar mientras cenamos.
—Logan, no quiero hablar.
¡Por Dios bendito!, pensó Logan. ¿Habría alguna frase más seductora
que esa en ese preciso instante? Todo su cuerpo se tensó y se encendió.
—Pero, la cena se enfriará.
—¿Qué cenaremos?
—No tengo ni idea.
—Entonces no te preocupes, eso también está bueno frío.
Logan sonrió por sus palabras. Le cogió la mano y caminaron hacia el
salón. El largo camino hasta el sofá fue la cosa más erótica que Logan había
experimentado en su vida. A cada paso que daban el calor del cuerpo de
Kate se deslizaba por su brazo y se extendía por sus manos, que tenían
unidas, enviando un latigazo de placer que lo animaba a llegar cuanto antes.
—Tengo que follarte ahora. Más tarde lo haremos con suavidad. Desde
que te marchaste de mi casa esta mañana, no he dejado de pensar en ti ni un
solo segundo. Y necesito estar dentro de ti.
—Me parece bien. Estoy húmeda y lista para ti.
—¡Oh, Dios! No sabes cuánto me gusta que seas descarada.
—Me gustas con traje —dijo dedicándole una sonrisa traviesa.
Nada más llegar al sofá, Logan metió las manos por debajo del vestido y
le bajó las bragas, ella levantó un pie y luego el otro para que él se las
sacara. Luego la hizo ponerse a cuatro patas en el sofá. Él se quitó la
chaqueta y la lanzó al sillón. Se desabrochó el cinturón, apoyó una rodilla
en el sofá, se bajó la cremallera y a continuación se bajó un poco el
pantalón. Le subió el vestido hasta la cintura y deslizó la cabeza de su polla
por el sexo de ella para impregnarla de su humedad. La sujetó por las
caderas y entró en ella con una profunda y firme embestida, que hizo que
ambos se quedaran sin aliento durante un instante.
Desapareció la suave y erótica delicadeza con la que Logan la había
tratado la noche anterior, y se convirtió en fuerza y fuego. Logan le
presionó la espalda con una mano para que agachara la cabeza, hasta que la
tuvo apoyada en el sofá. Kate estaba totalmente abierta para él y dispuesta.
Logan salió de su interior y volvió a embestirla con brusquedad hasta el
fondo, aferrándose fuertemente a sus caderas, haciendo que Kate soltara un
grito.
Esa chica había liberado algo en él. Podía sentirlo cuando deslizaba de
forma brusca sus manos por sus muslos y su trasero. Y podía sentirlo con el
feroz golpeteo de su corazón. Se sentía insaciable de ella. Quería saborearla
durante horas.
Kate nunca se había sentido tan excitada. Estaba ardiendo y a punto de
estallar. Logan pasó una mano por delante de sus piernas para acariciarle el
clítoris y entonces Kate gritó cuando un orgasmo estremecedor invadió su
cuerpo.
Aunque Kate aún estaba disfrutando de su orgasmo, Logan comenzó a
embestirla con fuerza, entrando y saliendo de su cuerpo sin descanso, hasta
que el placer la alcanzó de nuevo, estremeciéndola. Experimentó una
sensación increíble y sonrió como una estúpida. El orgasmo le recorrió el
cuerpo, de la cabeza a los pies, desencadenando en su interior una oleada de
placer. Empujó sus caderas hacia Logan, mientras gemía con la respiración
entrecortada, mostrándole todo lo que sentía. Logan dio una, dos, tres
embestidas brutales más, y se detuvo en lo más profundo, soltando un
gruñido y dejándose llevar. Apoyó su torax en la espalda de ella para
intentar tranquilizarse.
—¿Te he hecho daño?
—No.
—He sido un poco brusco.
—A mí me ha gustado.
Logan salió de su interior y ella se echó boca abajo sobre el sofá.
—Aunque prefiero hacerlo contigo encima, porque me gusta mirarte a
los ojos cuando me haces el amor.
—A mí también, pero quiero hacerlo contigo en todas las posturas
posibles. Y la verdad es que tenía tantas ganas de follarte, que pensé que
sería la postura más rápida —dijo él subiéndose el bóxer y el pantalón, y
abrochándoselo.
—No solo me ha gustado, me ha encantado. Y a mí también me gustaría
hacerlo de todas las maneras posibles.
—De todas formas, a partir de ahora lo haremos más relajados. ¿Quieres
lavarte?
—Sí, por favor —dijo ella levantándose del sofá y cogiendo las bragas
que estaban sobre él.
—Vamos arriba.
Entraron en el dormitorio de Logan.
—En el armario del baño encontrarás toallas de todos los tamaños.
—Gracias.
Logan salió de la habitación y entró en la de al lado, que era la de Carter,
para usar el baño.
Cuando regresó encontró a Kate tumbada en la cama, desnuda.
Logan la miró. Parecía cómoda, como si para ella, estar desnuda delante
de un hombre fuera lo más normal. Cuando la miró a los ojos vio en ellos el
deseo y el hambre salvaje, que dejaba ver de manera atrevida.
Logan se desnudó frente a la cama, bajo la atenta mirada de Kate. Nada
más echarse a su lado, ella se acercó a él y lo besó. A Logan le gustaba ese
ansia que tenía por besarlo cuando se veían y después de hacer el amor.
Los dedos de Logan comenzaron a deslizarse por su cuerpo hacia abajo,
encendiendo a su paso la piel donde la rozaba. El deseo de Kate se
intensificó. Logan se separó un poco de ella durante un instante para mirarla
a los ojos. Deslizó la mano por su muslo en una ligera caricia y la fue
subiendo, rozándola suavemente y acercándose a su centro del deseo.
Kate pensó que iba a sufrir un infarto, si él no hacía algo para aliviarla.
Cuando sus dedos rozaron el clítoris, donde tenía acumulada toda la sangre
de su cuerpo, se le escapó un gemido. Logan la miró fijamente a los ojos.
Luego se inclinó y sopló sobre su vello, le separó los pliegues con
delicadeza con los dedos y pasó la lengua por su clítoris. Kate dejó de
pensar. Elevó las caderas para estar más cerca de su boca. Sentía sus labios
y su lengua lamiéndola, con absoluta precisión.
¡Oh, Dios bendito! Ese hombre haría bien en dejar el sacerdocio, pensó.
Sería un desperdicio malgastar sus habilidades con la boca, porque su forma
de besar, lamer y chupar eran una delicia. Los pezones los tenía como
piedras de duros y sintió que las piernas le temblaban. Necesitaba aliviar el
deseo que Logan le estaba proporcionando entre las piernas.
Kate se perdió en una ola de deseo. El placer fue incrementándose hasta
que él la llevó a lo más alto, sin dejar de lamerla en todo momento, hasta
que sus gemidos se convirtieron en jadeos entrecortados.
Era como si estuvieran ellos dos solos en el mundo. Para Kate no había
nada más que ese hombre, con ese cuerpo espectacular, que la llevaba una y
otra vez al paraíso del placer y la envolvía en un mar de emociones y
sensaciones de calor y olor. Kate no podía hablar ni pensar, dejó de ser
atrevida y ya no sonreía.
Logan colocó las piernas de ella sobre sus hombros, bajó la cabeza y le
mordisqueó la parte interna de los muslos. Luego se deslizó hacia su sexo y
comenzó a saborearla para, un momento después, penetrarla con la lengua.
Ella se aferró al suave pelo de Logan, suplicándole, una y otra vez, que no
se apartara de ella.
Logan estaba absolutamente concentrado en darle placer con la lengua.
Tenía todo el control, la elevaba hasta determinada altura, con movimientos
perfectamente estudiados, sin permitir que llegara a la cima. Y ella estaba
desesperada y con todas las terminaciones nerviosas a punto de estallar, por
todo lo que estaba sintiendo.
La explosión del placer llegó con una rapidez asombrosa y la obligó a
apretar los dientes ante aquella avalancha de sensaciones, cuando un
orgasmo cegador la invadió. El placer tan intenso hizo que fuera casi
imposible que controlara las convulsiones que sentía su cuerpo.
Kate bajó las piernas de sus hombros. Subió los brazos y se aferró al
cuello de Logan para besarlo.
—Quiero tener tu polla en mi boca —dijo ella con los labios aún
pegados a los de él.
—Soy todo tuyo, cielo.
Cambiaron de posición y Kate se colocó entre sus piernas. Se inclinó
para lamer el miembro, que no había dejado de estar erecto desde que ella
había llegado a su casa. La deliciosa boca de Kate estaba sobre su polla y se
olvidó de todos los problemas y preocupaciones. Cerró los ojos y disfrutó
de aquella sensación.
Kate estaba algo preocupada, porque era su primera felación y no sabía
si a él le gustaría cómo lo hacía. Mordisqueó la polla por los laterales. A
Logan se le tensaron todos los músculos del cuerpo cuando ella se lo metió
en la boca. Él notaba que no tenía experiencia, así y todo, estuvo a punto de
correrse nada más entrar en ella. Kate cogió los testículos con una mano,
amasándolos, mientras seguía jugando con el miembro, que cada vez estaba
más grande y más grueso. Logan hizo que se detuviera y ella se lo sacó de
la boca y lo miró.
—Cariño, me estás dando un placer increíble y voy a correrme. Sé que
no has hecho esto nunca y puede que no te guste que me corra en tu boca.
—Si no lo haces no sabré si me gusta o no, y prefiero averiguarlo
contigo.
—¿Estás segura?
—Completamente segura —dijo inclinándose y metiéndoselo de nuevo
en la boca.
—Logan solo tardó un minuto en correrse. Cuando ella se retiró de su
polla lo miró de forma descarada.
—¿Qué tal? —preguntó él.
—Me ha gustado. Y ahora quiero tenerte dentro de mí.
Logan la miró. Esa chica era dulce, tierna e inocente, pero al mismo
tiempo apasionada. Se entregaba por completo a él, pero también le
reclamaba, y en Logan se activaba su deseo animal, mientras su corazón
latía frenético de felicidad. Era sincera y directa y, en cuanto al sexo, no se
andaba con tonterías, pensó. Estaba claro que le gustaba disfrutar con él. La
noche anterior se había sentido algo tímida, pero hoy le había dejado claro
que sabía lo que quería.
—Supongo que sabes que los hombres necesitamos un tiempo de
recuperación.
—Claro. Mientras tanto podemos besarnos —dijo poniéndose sobre él.
Tan pronto lo hizo, su polla se puso dura de nuevo.
—Parece que no necesitas mucho tiempo para recuperarte —dijo ella,
mirándolo de manera traviesa.
Logan la cogió del pelo para acercarla a él y la besó durante un buen
rato.
Pensó que esa chica era pura contradicción. Se sonrojaba con la cosa
más simple, pero cuando hacían el amor se mostraba absolutamente
desinhibida. A Logan le gustaban esos cambios en ella, pasaba de ser tímida
y discreta, a convertirse en un huracán salvaje y descontrolado.
—Tengo hambre —dijo Kate.
—Yo también. Bajemos a cenar.
—¿Podemos hacerlo una vez más antes?
No se lo tuvo que repetir. Logan la echó sobre la cama, le separó las
piernas y se colocó entre ellas. Estaba hambriento de esa chica. Colocó su
miembro en la entrada de la húmeda vagina y la penetró con una sola
embestida hasta el fondo. Salió de su interior para volver a hundirse en ella.
Kate se amoldó enseguida al ritmo que él había marcado, alzando las
caderas para ir a su encuentro. Pensó que lo que estaba experimentando no
eran unas simples relaciones sexuales para encontrar una satisfacción. Era
puro arte.
Se miraban a los ojos mientras él entraba y salía de ella, llegando hasta
el fondo en cada embestida. Kate era experta escondiendo sus emociones,
pero cuando hacían el amor se le reflejaba en el rostro cada sensación que
estaba experimentando. Y él podía verlas, como si viese en su interior.
Kate se sentía abrumada. Jamas podría haber imaginado que un hombre,
y más aún, un sacerdote, pudiera hacer el amor con esa destreza destructiva.
Logan colocó una mano debajo de sus caderas para que ella las
levantara. Cada vez que la embestía era como si la acariciara con todo el
cuerpo. El vello de sus pectorales rozaba sus pechos y la estaba haciendo
estremecer de placer.
Kate le rodeó con las piernas y Logan gruñó al entrar más hondo en ella
por la posición. El cuerpo de Kate temblaba de pura necesidad por liberarse.
Con un último y efectivo movimiento de caderas, la llevó hasta lo más alto,
haciéndola gritar, pronunciando el nombre de él una y otra vez cuando el
orgasmo los alcanzó, y subieron juntos al cielo. Cada vez que Kate
pronunciaba su nombre se le removía algo en su interior.
—¡Hostia puta! —dijo Logan echándose sobre ella y escondiendo el
rostro en su cuello.
—¡Dios! Ha sido genial —dijo ella en su oído.
Dejando a un lado la vez que Kate había perdido la virginidad, que había
sido para ella la mejor noche de su vida, por el significado del momento,
Logan le había hecho el amor de manera salvaje, casi brutal. Pero luego le
había mostrado el dulce placer que se experimentaba cuando los besos y las
caricias se alargaban y el deseo iba creciendo poco a poco en el interior de
ambos, hasta que explotaba fuera de control.
—Me gustaría quedarme así el resto de mi vida —dijo Logan, sin
moverse ni un milímetro de donde estaba.
—Ya sabes que está en tus manos.
Logan no dijo nada.
—Me muero de hambre —dijo Kate en su oído.
—Entonces, bajemos a comer eso que has dicho que estaba mejor frío.
—A lo mejor está asqueroso, pero creo que me lo comeré de todas
formas, porque estoy hambrienta.
—Yo también.
—¿Puedes dejarme una camiseta? No quiero ponerme el vestido.
—Claro —dijo él entrando en el vestidor y cogiendo una. Luego salió y
se la dio.
Kate se la puso y él le recorrió el cuerpo con la mirada, pensando que
cada vez que él se pusiera esa camiseta pensaría en ella.
Calentaron la comida en el microondas y se lo comieron todo,
acompañado con media botella de vino, y no podría decirse que había poca
comida. Y se comieron todo el postre.
—Ya hemos cogido fuerzas para seguir —dijo ella con una sonrisa
descarada.
—Parece que le has cogido gusto al sexo.
—De haber sabido lo que se sentía, habría encontrado la forma de
hacerlo antes. Pero también tengo que decirte que no me arrepiento en
absoluto de haber esperado hasta encontrarte.
—Vaya, gracias.
—Recojamos la mesa deprisa —dijo ella levantándose.
Kate llevó los platos al fregadero, los aclaró y los metió en el
lavavajillas, mientras Logan retiraba lo que quedaba en la mesa.
—¿Te apetece un café?
—Me encantaría. El café me ayudará a pasar la noche despierta.
—No estarás pensando matarme, ¿verdad?
—Eres muy joven para morir por algo así. Además, has tenido un
periodo de abstinencia muy largo y te vendrá bien practicar.
—¿Crees que necesito practicar? ¿No lo estoy haciendo bien?
—Supongo que lo estás haciendo increíble, pero mi opinión no significa
mucho, porque no puedo comparar.
—¿Quieres pasar la noche despierta? Pensaba que tenías que trabajar
mañana.
—Sí, tengo que estar a las ocho en el restaurante.
—¿Y entonces?
—No me importa estar toda la noche despierta contigo. Puedo descansar
cuando vuelva a casa después del trabajo.
—Muy bien —dijo cogiéndola de la cintura, elevándola y sentándola
sobre la mesa.
—¿Qué haces?
—¿No tenías prisa por follar?
—Pero… Logan. No hay cortina en la ventana, y alguien puede vernos.
—Los arbustos de la verja, son altos y muy espesos, y lo cubren todo. Y
nadie va a entrar en la propiedad.
Yo lo hice, pensó Kate.
Logan le separó las piernas y le quitó la camiseta por la cabeza. Se bajó
el pantalón del chándal que se había puesto. El calor del sexo de kate lo
atraía. Los dedos de ella acariciaron su polla y le anularon toda la capacidad
de pensar. Con ella era algo más, mucho más que la pura necesidad sexual.
—Pon tus piernas alrededor de mi cintura —le pidió él.
Logan la penetró de una sola acometida hasta el fondo. Y entonces se
detuvo en su interior y la besó con desesperación, a tiempo de recoger en su
boca el grito que se le escapó a Kate, con la brutal embestida.
Logan siguió besándola de forma devastadora, mientras entraba y salía
de ella, una y otra vez, con acometidas bruscas y profundas. El deseo se
apoderó por completo de él y no se refrenó en esconderlo, dominándola a su
antojo. Kate colocó las piernas sobre sus hombros, haciendo que su polla
entrara aún más adentro.
Kate no podía hablar ni pensar. Lo único que hacía era sentir. Lo
contemplaba hipnotizada. Podía distinguir en sus ojos, con absoluta
claridad, cómo la pasión iba apoderándose de él. Logan tenía los ojos
entrecerrados, mientras la penetraba con potentes envites. Kate veía cómo
su respiración iba acelerándose con cada uno de ellos. Kate estaba
gimiendo.
—Cariño, córrete para mí —dijo Logan, metiendo la mano entre sus
cuerpos para acariciarle el clítoris, porque estaba a punto de correrse y
quería que ella lo hiciera también.
—Logan, Logan… —dijo Kate en un susurro que le puso a él los pelos
de punta al escucharlo.
La follaba de manera implacable, con embestidas brutales, deslizando su
polla, potente y dura, en su interior resbaladizo. La acometía una y otra vez,
penetrándola hasta el fondo, hasta que no quedó ni un solo resquicio de ella
sin alcanzar.
Logan se tensó y soltó un gruñido cuando llegó a la cima, y no pudo
evitar dejarse llevar. Pronunciaba el nombre de ella en un susurro, con esa
voz ronca que a Kate le erizaba la piel, y estalló con él.
Logan se inclinó sobre ella, Kate lo abrazó muy fuerte, y luego lo besó
con desesperación.
—Cariño, tienes que abandonar la iglesia, porque yo ya no podría vivir
sin hacer el amor contigo —le dijo Kate al oído.
Logan se tensó al escucharla. No le gustaba que lo presionara. Aunque
pensó que era tan franca y sincera en su deseo como en la forma que tenía
de pensar, o en su carácter. Logan salió de su interior.
—Me estás destrozando. Apuesto a que mañana no voy a poder
moverme. Pero me gusta sentirme así.
—Vayamos a la cama —dijo él subiéndose el pantalón y dándole la
camiseta para que se la pusiera.
Subieron la escalera en silencio. Cuando entraron en el dormitorio Logan
se abalanzó sobre ella para besarla. Le quitó la camiseta y luego se sacó él
el pantalón. La cogió en brazos y la llevó a la cama. Después de dejarla
sobre ella, le abrió las piernas y se colocó entre ellas. Ya tenía la polla dura
y notaba la humedad del sexo de Kate en su miembro. La embistió
adentrándose en ella de una sola estocada. Empezó a penetrarla sin apartar
la mirada de sus ojos.
Logan pensaba que era casi imposible no abrazarla, o besarla, o tocarla.
Hacer el amor con ella se había convertido en una necesidad para él. Y
sabía que no disminuiría con el paso del tiempo, porque cada vez que estaba
con ella, más la necesitaba y la deseaba.
Kate estaba gimiendo, y poco después jadeaba con la respiración agitada.
De pronto se vio invadida por un orgasmo desolador. Logan bajó un poco el
ritmo hasta que se detuvo en su interior para que ella pudiera saborear su
momento. Aprovechó para inclinarse hacia ella y la besó con desesperación.
Cuando la respiración de Kate volvió a la normalidad, Logan comenzó a
embestirla de nuevo. Ella lo sintió temblar, mientras entraba en ella una y
otra vez. A Kate la invadió un nuevo orgasmo, que hizo que el placer de
Logan aumentara y se dejara llevar entre los brazos de ella con un gemido.
Kate lo abrazó fuertemente y lo besó en el cuello, feliz de sentir su peso
sobre ella.
Logan se dio cuenta en ese momento del error que había cometido. No
tenía que haberse acostado con ella. Había sentido demasiado placer. Había
sido demasiado íntimo. Había sido demasiado intenso. Simplemente, había
sido demasiado. Se incorporó y se quedó frente a ella.
Kate lo miró desconcertada por lo que veía en sus ojos. Veía confusión y
aturdimiento. Y comprendió, con absoluta certeza, que él se había
arrepentido de lo que habían hecho.
Logan salió de su interior y bajó de la cama.
—Voy a ducharme. Luego puedes ducharte tú.
—Vale.
Logan la miró de arriba abajo.
—No he sido muy cuidadoso contigo —dijo al ver las marcas en sus
caderas.
—No te preocupes. Y me parece que yo también te he marcado —dijo
ella, señalándole el hombro.
—Lo siento, no debí ser tan brusco.
—No me estoy quejando, ¿y tú?
—Yo tampoco.
Logan caminó hacia el baño.
—Crees que acostarte conmigo ha sido un error, ¿verdad?
Logan se paró al escucharla y se volvió hacia ella.
—No lo sé. No estoy seguro. Puede que me haya precipitado… Tal vez
debí haberlo pensado mejor antes de actuar —dijo mirándola, antes de
entrar en el baño y cerrar la puerta.
Kate pensó en marcharse, pero después de ver y escuchar su indecisión,
sabía con toda seguridad, que ya no volverían a estar juntos, y deseaba estar
un poco más de tiempo con él.
—He dejado una toalla limpia sobre el mueble —dijo él cuando salió del
baño con una toalla en las caderas.
—Gracias —dijo ella levantándose de la cama y caminando hacia el
baño.
Kate volvió a la habitación unos minutos después. Logan estaba
acostado boca arriba y cubriéndose los ojos con un brazo. Kate se sacó la
toalla y volvió a ponerse la camiseta que llevaba anteriormente.
—¿Quieres que me marche a casa? —preguntó ella antes de meterse en
la cama.
—Claro que no, es tarde para ir sola.
Kate sintió ganas de llorar. Eso significaba que le habría dicho que se
marchara, de haber sido más pronto. Se metió en la cama y se tapó con el
edredón. Estuvo un instante boca arriba y al ver que Logan no se acercaba a
ella se giró y le dio la espalda. Estuvo mucho tiempo llorando en silencio
hasta que se durmió.
Kate se despertó en mitad de la noche y con las molestias físicas del
ejercicio de la noche anterior. Tenía la piel irritada en algunas zonas donde
la barba de Logan la había rozado y besado y le dolían los lados internos de
los muslos. Y debería haberse sentido feliz, pero no era así.
Se levantó despacio para no despertarlo. Cogió el vestido y el sujetador
guiándose por la luz de las farolas del jardín que entraba por la ventana y
los zapatos. Mejor olvidarse de las medias, de todas formas, no pensaba
perder tiempo poniéndoselas. Abandonó el dormitorio y bajó a la planta
inferior. Entró en el salón, encendió la luz y cogió las bragas. Se las puso y
se vistió. Se puso los zapatos de tacón y caminó hacia la entrada, intentando
hacer el menor ruido posible. Cogió el abrigo del armario y se lo puso
rápidamente. Luego abrió la puerta de la calle. La noche anterior había visto
el interruptor que abría la puerta de la verja. Se abría lentamente y pensó
que le daría tiempo a salir de la propiedad. Lo pulsó y salió, cerrando la
puerta despacio. Subió al coche a toda velocidad, arrancó y condujo hacia la
puerta de la verja. Salió de la finca y esperó a que la verja se cerrara. Luego
se fue a casa.
Logan se despertó a las ocho menos cuarto del día siguiente, que era
domingo, y estaba solo en la cama. Kate no estaba a su lado. La buscó por
toda la casa. Abrió la puerta de la calle y al ver que su coche no estaba soltó
una maldición.
Capítulo 20
Kate había olvidado el móvil en casa. Pensó que Logan la llamaría para
recriminarle que se hubiera ido sin despedirse. O puede que no lo hiciera y
se hubiera alegrado de que se marchara sin decirle nada. De todas formas,
no se arrepintió de no haber llevado el teléfono al trabajo, porque no tenía
ningún interés en hablar con él.
Bradley se levantó a las ocho y empezó a preparar el desayuno. Vio el
móvil de su hermana sobre la bancada y lo puso a un lado para que no se
manchara. Nada más dejarlo comenzó a sonar. Se acercó a mirar la pantalla
por si era Kate y vio que era Logan. Silenció la llamada y siguió con lo que
estaba haciendo. Cinco minutos después volvió a sonar. Era Logan de
nuevo, y volvió a silenciar la llamada. Cuando se cortó cogió el móvil y
comprobó que tenía ocho llamadas perdidas de él. Se preguntó por qué la
llamaba con tanta insistencia.
Kate no le había dicho con quien iba a salir la noche anterior, ni la
anterior a esa. Y tampoco sabía a qué hora había vuelto a casa, si es que lo
había hecho. Pero pensó que si Logan la llamaba con tanta insistencia
podría ser porque hubiera estado con él las dos noches. Rogaba para que ese
hombre no le hiciera daño a su hermana.
Logan fue a la iglesia a oficiar la misa de las diez. Y luego ofició la de
las once. A continuación fue a su despacho, que estaba junto a la sacristía, y
se ocupó del papeleo que tenía pendiente. Volvió a llamar a Kate y, como
las once llamadas anteriores, no contestó. Comprendió que estaría enfadada
con él, y tendría toda la razón. Le había dicho, sin palabras, que se
arrepentía de haberse acostado con ella.
Logan desistió de llamarla. Sabía que estaba trabajando y, posiblemente,
no llevase al móvil con ella. Pensó que, de querer hablar con él, le llamaría
tan pronto viera las llamadas, o cuando pudiese.
Logan se marchó de la iglesia. Cuando subió al coche pensó en ir a casa
de Carter para hablar con él, pero al final no lo hizo y se marchó a casa.
Pasó la tarde amargado y desconcertado. Y Kate no lo llamó. Sabía que
ella terminaba de trabajar a las tres y eran las seis. Fue al salón y encendió
el televisor para olvidarse de que la noche anterior había follado a Kate en
el sofá en el que estaba sentado. Estuvo frente a la pantalla pensando, y sin
prestar atención a lo que emitían. A las ocho fue a la cocina y se preparó un
sandwich. Se lo comió en la mesa de la cocina, y gruñó al recordar que
también la había follado allí. Cada rincón de la casa le recordaba a ella y se
maldijo.

Kate se había portado como un zombi durante los seis días siguientes.
Iba al instituto por las mañanas; corregía exámenes, o preparaba las clases
del día siguiente cuando volvía a casa; se ocupaba de sus hermanos y de
preparar la cena. Y por la noche, tan pronto acostaba a Dexter y le leía las
cinco páginas del libro, se acostaba. Pasaba un buen rato antes de que se
durmiera, porque desde que había estado con Logan no había dormido
mucho.
Había empezado a correr y salía de casa a las seis de la mañana. El
intenso frío y el ruido la acompañaban en su estado de ánimo, turbulento y
oscuro. Luego volvía a casa, se duchaba y preparaba el desayuno para
todos, fingiendo que todo iba bien, aunque no fuera así.
Acostarse con Logan la había alterado demasiado y dio gracias porque
no volvería a ocurrir. Ella prefería estar tranquila, ya tenía bastante con sus
problemas, para tener que añadir uno más. Y, sin duda, ese hombre era un
gran problema. No quería pensar en sus besos, ni en sus labios, ni en sus
caricias. Solo con pensarlo se le erizaba el vello de la piel.
Sabía que estaba enamorada de él, y sospechaba que había ocurrido
desde la primera vez que lo tuvo frente a ella. Y seguía estando tan
enamorada que le dolía el corazón. Le dolía no besarlo. Le dolía no tocarlo.
Le dolía, incluso, no verlo sonreír. Pero sabía que él tenía muchos asuntos
que resolver y, hasta que lo hiciera, no podría haber nada entre ellos.
Bradley intentó hablar con Kate para que le contara lo que le sucedía,
pero ella se cerró en banda y le dijo que no le pasaba nada. El chico estaba
muy preocupado así que ese mismo día, que era viernes, llamó a Sean
cuando salió del trabajo.
—Hola, Bradley, ¿cómo va todo?
—Hola, Sean. Bueno…, casi todo va bien.
—¿Qué ocurre?
—¿Hace mucho que no ves a mi hermana o hablas con ella?
—La llamé la semana pasada para invitarla a cenar, pero me dijo que
había quedado con alguien. Y esta semana la he llamado varias veces, pero
no me ha cogido las llamadas. ¿Qué pasa?
—Está rara. Como sois amigos, pensé que habría hablado contigo, por
eso te he llamado, para preguntarte.
—Si está apurada con el dinero, ya le dije que podía pagarme como ella
quisiera.
—No tiene nada que ver con el dinero. El otro día me dijo que iba a
buscar a algunos alumnos para darles clase de apoyo por las tardes.
—¿Por qué? Si dices que no tenéis problemas de dinero, ¿para qué va a
dar clases particulares? No le va a quedar tiempo libre.
—Me da la impresión de que eso es lo que quiere.
—¿Le ha pasado algo?
—Tal vez no debería decírtelo, pero el viernes pasado y el sábado quedó
con alguien por la noche. Yo me acosté pasadas las once y no había vuelto.
Puede que no volviera ninguna de las dos noches. Al día siguiente, cuando
me levanté ya se había ido a trabajar y no la vi.
—¿Sabes con quien salió? —preguntó Sean, aunque lo sabía.
—Con un hombre.
—¿Con Logan?
—¿Sabes lo suyo con Logan?
—Kate me lo contó. Hablaré con ella el domingo. Estoy en Miami por
asuntos de trabajo y no volveré hasta mañana.
—Te lo agradezco.
—No me lo agradezcas. Te dije que me llamaras si ocurría algo.

Sean no pudo ir a jugar el partido con sus amigos el día siguiente, porque
el vuelo de Miami llegaba a Nueva York a la una del mediodía. Salió del
aeropuerto y se dirigió directamente a casa de Delaney, donde se reunía el
grupo de amigos ese día. Llegó cuando iban a empezar a comer.
Agradeció que Eve, la hija de Carter y Ellie, no estuviera con ellos,
porque había ido a comer a casa de una amiga.
—¿Qué coño le has hecho a Kate? —dijo Sean parándose junto a la
mesa y mirando a Logan.
—¿A Kate?
Todos desviaron la mirada hacia el sacerdote.
—Sí, a Kate —dijo Sean sentándose a la mesa.
—Yo no le he hecho nada. Tuvimos un desacuerdo. Bueno, no fue un
desacuerdo…
—En qué quedamos, ¿fue un desacuerdo o no?
—No lo sé. La llamé varias veces después de que nos viéramos, pero no
contestó a ninguna de mis llamadas.
—Tampoco contesta a las mías. Y ahora resulta que, como le quedaban
dos horas libre por las tardes, ha decidido buscar otro trabajo, seguramente,
porque quiere terminar de pagarme lo que me debe cuanto antes.
—¿Y eso es culpa mía?
—¡Por supuesto que es culpa tuya! Estuviste con ella el viernes por la
noche y también la noche del sábado.
—¿Estuviste con ella también el sábado y no nos lo has dicho? —
preguntó Tess.
—¿Es que tenéis que saberlo todo?
—Nos contaste lo que te había pasado con ella, ¿no? ¿no crees que eso
también deberíamos haberlo sabido? —preguntó Lauren.
—Parece ser que nos cuenta solo lo que le interesa, pero el resto se lo
guarda para él —dijo Delaney.
—Vale, de acuerdo. Creo que algo no hice bien. Pasamos juntos las dos
noches, pero la última vez que hicimos el amor me asusté.
—¿Qué quiere decir con que te asustaste? —preguntó Carter.
—Pues eso, joder, que me asusté.
—Será mejor que te expliques —dijo Louise.
—Lo sentía todo con demasiada intensidad. Y entonces pensé que no
debí haber estado con ella, sin estar seguro de lo que iba a hacer con mi
vida.
—¿Te refieres a que no tenías que haberte acostado con ella? —preguntó
Nathan.
—Sí. Kate vio algo en la expresión de mi rostro y me preguntó si
pensaba que había sido un error acostarme con ella.
—¿Y qué le dijiste? —preguntó Carter.
—Que no estaba seguro. Que tal vez me había precipitado. Que tenía que
haberlo pensado mejor.
—En otras palabras, le dijiste que para ti había sido un error —dijo
Lauren.
—Fui sincero.
—Fuiste un capullo —dijo Ryan.
—Apostaría cualquier cosa a que cuando acabe de pagarme la reforma
no querrá saber nada más de mí, simplemente porque soy amigo tuyo.
—Yo no tengo la culpa de eso —dijo Logan.
—¡Por supuesto que tienes la culpa!
—¿Sucedió algo más? —preguntó Nathan.
—Me preguntó si quería que se marchase y le dije que no, porque era
muy tarde.
—Ahí lo terminaste de cagar —dijo Delaney.
—¿Por qué?
—Pues porque le diste a entender que, de haber sido más pronto, le
habrías dicho que se marchara —dijo Louise.
—Os dije que lo estropearía todo y que la perdería —dijo Ryan—.
Parece ser que no me equivoqué.
—¿Y después de decirle eso se quedó a dormir contigo? —preguntó
Jules.
—Sí. Pero no nos sentíamos cómodos. Yo me quedé en mi lado de la
cama y poco después, ella se giró dándome la espalda.
—O sea, que no la abrazaste ni te acercaste a ella —dijo Patrick.
—No. Estaba aturdido, y sigo estándolo.
—¿Sabes, Logan? Creo que lo mejor es que sigas siendo sacerdote —
dijo Patrick.
—Esa chica no se merece lo que le estás haciendo —añadió Louise.
—Voy a intentar quedar con ella, a ver si me cuenta algo de lo que os ha
sucedido. Aunque no estoy seguro de que quiera volver a verme —dijo
Sean.
—Yo también creo que lo has hecho muy mal —dijo Nathan—. Te dijo
que te esperaría hasta que tomaras una decisión. No tenías que haberte
acostado con ella y luego darle a entender que prefieres ser sacerdote.
—Yo entiendo que te acostaras con Kate el viernes, al fin y al cabo, ella
quería que tú fueras el primero —dijo Delaney—, pero no tenías que haber
estado con ella una segunda vez, si no estabas seguro de lo que querías.
—Es una buena chica y no ha tenido una vida fácil. Yo creo que deberías
renunciar a ella y seguir con tu iglesia —dijo Jules.
—Eso es muy fácil decirlo. Tú no sabes la tentación que es esa chica
para mí.
—Pero, por mucha tentación que sea, parece ser que ya has tomado la
decisión, ¿no? —dijo Tess.
—No he tomado ninguna decisión, solo me asusté.
—Deberías pensar muy bien lo que quieres, pero sin pensar en ella —
dijo Carter.
—No puedo hacer eso. Pienso en ella las veinticuatro horas del día.
—Lo que quiere decir Carter es que debes decidir, de una vez por todas,
si quieres dejar de ser sacerdote o no. Independientemente de lo que sientas
por ella. Porque, es posible que Kate ya no quiera nada contigo, pero puede
que te enamores de otra mujer en el futuro —dijo Louise.
—Yo estoy de acuerdo con mi mujer —dijo Patrick—. Deja en paz a esa
chica, no la llames y no intentes verla. Déjala vivir su vida. Y si alguna vez
cuelgas los hábitos, podrás ir a buscarla.
—¿Y si no me espera?
—Pues entonces te jodes. Hubieras hecho bien las cosas —dijo Sean.
—De todas formas, independientemente de lo que hagas, Ellie, Lauren y
yo vamos a intentar convencerla para que seamos amigas —dijo Tess.
—Y, como ha dicho Sean, nosotras tampoco vamos a ponernos de tu
lado —dijo Lauren.
—Muchas gracias, cariño —dijo Logan con sarcasmo.
—Lauren no lo ha dicho con mala intención, lo que quiere decir, y yo
comparto con ella, es que tú puedes superar cualquier cosa —dijo Ellie—.
Tu vida ha sido tan fácil que no te supondrá ningún esfuerzo. Pero esa chica
ha tenido una vida dura y, sinceramente, creo que merece algo mejor que tú.
—Vaya, eres muy considerada conmigo —dijo Logan con sarcasmo de
nuevo.
—No me refiero a tu persona, sino a crearle más problemas de los que ya
tiene. Kate merece a un hombre que esté completamente enamorado y que
ella sea lo más importante para él. Y has demostrado que tú no eres ese
hombre —dijo Ellie.
—Aunque me joda saberlo, sé que tenéis toda la razón —dijo Logan.
Por mucho que le dijeran sus amigos, Logan no podía pensar nada que
no fuera que esa mujer era suya. La había echado de menos en su casa y en
su cama cada noche, desde que habían estado juntos. Era incomprensible
cómo su cuerpo se había acostumbrado rápidamente a tenerla a su lado.
Hacía mucho que no había estado con una mujer, pero nunca había deseado
a ninguna y nunca había disfrutado tanto como con ella. Se dio cuenta de la
estupidez que había cometido. Sus amigos habían tenido razón en todo lo
que le habían dicho. Tenía que seguir en la iglesia o abandonarla. Pero
estaba dominado por el miedo y la inseguridad. Temía dejar la iglesia y que
luego no salieran bien las cosas con Kate. Y entonces, se encontraría solo y
abandonado. Sabía que no podía dejar la iglesia por una mujer, tenía que
hacerlo por él mismo, porque deseara más una familia.

Sean sabía que Kate terminaba el trabajo a las tres de la tarde. Había
llamado a Bradley esa mañana y el chico le había dicho que él y sus
hermanos irían al restaurante a comer sobre las dos y media, y luego
volverían los cuatro a casa. Y él se iría entonces a trabajar. Sean decidió ir a
comer con ellos y así se quedaría con Kate y los pequeños cuando Bradley
se marchara. Y cuando volviera podría irse con Kate a cenar o a tomar algo
mientras hablaban.
Kate se sorprendió cuando vio a Sean entrar en el restaurante. Se acercó
a saludar a Max, que estaba detrás de la barra, y le dio a Kate un beso.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Kate.
—No contestas a mis llamadas. Sabía que tus hermanos comían hoy aquí
y he pensado venir a comer con ellos. No te importa, ¿verdad?
—Claro que no.
—Cuando Bradley se vaya a trabajar me quedaré contigo y con los
pequeños.
—¿No tienes nada mejor que hacer un domingo por la tarde?
—Me gusta pasar tiempo con mis amigos, y tú eres una buena amiga —
dijo Sean sonriéndole.
—De acuerdo. Ve a sentarte con ellos. Mis hermanos van a comer el
menú, que hoy es muy bueno.
—Pues yo comeré lo mismo. Y hoy invito yo, Max —dijo mirando al
hombre.
—Me parece bien. Lleva esta noche a Kate a cenar. Le hace falta
distraerse con algo que no sea el trabajo —dijo cuando Kate fue a llevar un
pedido a una de las mesas.
—Es lo que pretendo.
Sean pasó una hora fantástica, y no solo por la comida, que era deliciosa,
sino por la compañía de esos niños. Después de comer volvieron todos a
casa.
A Sean le fascinaba el comportamiento y la inteligencia de Dexter. Le
había llevado un libro de pasatiempos y era increíble lo rápido que lo
resolvía todo. No habló a solas con Kate en ningún momento. Estuvo
hablando con Taylor en el salón, y luego acompañó al pequeño mientras
Kate y su hermana preparaban la cena. A las siete menos cuarto Bradley
volvió del trabajo y estuvo hablando con Sean de la universidad y de lo que
estaban estudiando en esos momentos, mientras Kate se duchaba. Sean le
dijo de ir a cenar, pero Kate le dijo que no le apetecía salir, y que se quedara
a cenar con ellos.
Cenaron los cinco y luego recogieron la mesa entre todos. Bradley y
Sean se sentaron en el salón mientras Kate acostaba a su hermano y le leía
las cinco páginas, como cada noche. Taylor salió de la ducha y se despidió
de Sean, porque iba a acostarse. Bradley también le dio las buenas noches y
se retiró a su dormitorio a terminar algo para la universidad. Kate fue al
salón y se sentó en el sofá junto a su amigo.
—¿Por qué no has contestado a mis llamadas?
—He tenido unos días malos y complicados. ¿Te apetece un café?
—Sí.
—Vuelvo enseguida.
—Te acompaño —dijo él levantándose y yendo a la cocina con ella.
—Estoy muy contenta con la casa. Bueno, mis hermanos también están
encantados.
—Me alegro. ¿Hay algo que no funcione bien?
—No, todo está perfectamente —dijo ella poniendo la cafetera en el
fuego.
—¿Por qué has dicho que has tenido unos días malos? La verdad es que
no hace falta que te lo pregunte, sé exactamente por qué te sientes mal.
—¿Lo sabes?
—Sí. Ayer comimos juntos todos los amigos, como sabes que hacemos
cada sábado.
—¿Logan os contó algo?
—Sí, nos dijo lo que había hecho.
—¿Todos saben que nos hemos acostado?
—Cariño, somos adultos, y no puede decirse que nos asustemos porque
te hayas acostado con él.
—¿Aunque sea sacerdote?
—Incluso siendo sacerdote. Todos estamos muy cabreados con él.
—¿Por qué?
—Por cómo te trató al final.
Kate lo colocó todo en una bandeja y volvieron al salón.
—No sé lo que os ha contado, pero me sentí fatal. Ahora sé que ha
decidido seguir siendo sacerdote. No creas que lo estoy recriminando por
ello. Si él quiere seguir como hasta ahora no tengo nada que objetar, lo
único que quería era que se decidiera. Pero no me gustó lo que hizo.
Pasamos un fin de semana fantástico, pero al final…
Sean vio cómo se le humedecían los ojos. Kate sirvió el café para
tranquilizarse.
—No me arrepiento de lo que hicimos el viernes, porque yo ya había
decidido que quería perder la virginidad con él, pero si no estaba seguro de
su decisión, no debería haberme pedido que fuera a su casa el día siguiente.
Me sentí humillada al dejarme claro que no abandonaría la iglesia. Y luego,
cuando íbamos a dormir, se quedó en un lado de la cama, sin rozarme
siquiera, como si yo no le importara lo más mínimo. Te aseguro que he
pasado malos días en mi vida, pero ese momento fue el peor de todos.
—¿Por qué te quedaste a pasar la noche con él?
—Porque soy una imbécil. Sabía que no volvería a verlo y quería pasar
con él algo más de tiempo.
—Olvídalo. No merece la pena que sufras por algo así.
—¿Me estás diciendo que me olvide de lo mal que lo pasé, o de él?
—De Logan y de todo lo relacionado con él.
—Creía que era tu amigo.
—Y lo es, pero tú también eres amiga mía. Has de saber que todos le
hemos aconsejado que te deje en paz. Y que tiene que decidir lo que quiere
para su vida.
—Entonces, ¿va a olvidarse de mí?
—¿No crees que es lo mejor? Logan está aturdido y no sabe qué hacer, y
en parte es por ti. Estar contigo hace que no tenga las ideas claras.
—Bueno, sí. Supongo que en estos momentos no seré una buena
influencia. De todas formas, ya había decidido no volver a verlo.
—Eso va a ser un poco difícil.
—¿Por qué?
—Porque Tess, Lauren, Ellie y mi madre, han decidido venir a hablar
contigo.
—¿Para qué?
—Puede que yo tenga la culpa. Les dije que no tienes muchas amigas y
están decididas a que pertenezcas a nuestro grupo.
—Sean, yo no pinto nada entre vosotros.
—Eso es lo que tú dices, pero te equivocas. A todos nos caes muy bien.
—Sabes que tengo que llevar a mis hermanos a cualquier parte que yo
vaya.
—Eso lo sabemos todos. ¿Lo pasasteis bien cuando comisteis en casa de
mis padres?
—Sí, muy bien.
—¿Y cuando fuimos a la casa de las montañas de Carter?
—Eso fue genial. Fueron las vacaciones perfectas.
—Pues así va a seguir siendo. ¿Crees que tendrías algún problema si
vieses de nuevo a Logan?
—No, ninguno. Tengo claro que lo que había entre nosotros, si es que
había algo, ha terminado.
—Entonces, venid a pasar el próximo sábado con nosotros. No
permitiremos que Logan se acerque a ti, a no ser para saludarte al llegar, o
al despedirse
—No sé.
—Lo único que tienes que hacer es ignorarlo.
—Eso podría hacerlo perfectamente —dijo ella sonriéndole.
—Estupendo.
—¿Lo saben los otros?
—Sí.
—¿Y Logan?
—Sabe que estamos dispuestos a introducirte en el grupo.
—Está bien. Pero, si no te importa, esperaré unas semanas. Antes quiero
olvidarme de él.
—¿Lo olvidarás en unas semanas?
—Eso espero. He de darte algo —dijo levantándose y caminando hasta
su escritorio para coger un sobre. Cuando regresó se lo dio.
—¿Qué es?
—Un talón de lo de la reforma.
—Es de dos mil quinientos dólares —dijo él después de verlo.
—Ya no tengo problemas de dinero. Entre Bradley y yo ganamos casi
tres mil quinientos dólares. Y, posiblemente trabaje un par de horas cada día
durante la semana. Si lo hago, podré pagarte cada mes tres mil dólares. Y
cancelaré la deuda que tengo contigo en unos meses.
—Te dije que no tenía prisa.
—Lo sé.
—No estarás pensando pagarme cuanto antes para no volver a verme,
¿verdad?
—He de confesar que ese era el plan que hice en los últimos días.
—No querías volver a verme porque soy amigo de Logan.
—Sí.
—Al menos eres sincera. No busques otro trabajo, Kate. Ya trabajas más
que suficiente. Dedica esas dos horas que pensabas emplear dando clase, a
estar con tus hermanos. O conmigo y con mis amigos.
—De acuerdo, te haré caso.
—Perfecto. ¿Estás anotando el dinero que me estás entregando de la
reforma?
—Claro. Tengo una hoja en la agenda solo para ello.
Sean se tomó el resto del café.
—Tengo que irme. Mañana tengo que estar en el estudio a las ocho y aún
tengo que revisar unos planos —dijo Sean poniéndose de pie.
—Gracias por haber pasado la tarde con nosotros, y por haber hablado
conmigo —dijo ella levantándose también.
—Cariño, siempre voy a estar aquí cuando me necesites. Y pronto vas a
tener muchos amigos en los que apoyarte.
—Sí, un grupo de millonarios.
—Y con mucha influencia, no lo olvides —dijo Sean caminando hacia la
entrada seguido por ella—. Seguro que las chicas te llamarán o vendrán a
verte. Por cierto, mi cuñada está embarazada.
—Felicidades. ¿Delaney está contento?
—Sí. Los dos están muy contentos. Tess le dijo hace unas cuantas
semanas que no quería quedarse embarazada después de los treinta, y los
cumple en abril del próximo año. Me da la impresión de que tendrán este
bebé y puede que otro más.
—Cuatro hijos son muchos.
—Cuando se casaron, Tess le dijo a mi hermano que quería tener
muchos hijos para verlos correr por la casa.
—Y supongo que Delaney le da todo lo que quiere.
—Sí —dijo él sonriendo.
—Tu hermano es genial, me cae muy bien.
—Lo sé. Quedaremos los viernes para ir a cenar, como hacíamos antes, o
vendré a cenar aquí con vosotros. Así me irás contando cómo te sientes
respecto a Logan —dijo él cuando llegaron a la puerta.
—Muy bien.
—Aunque seguro que nuestras amigas te convencerán para que pases los
sábados con nosotros. Y si mi madre se une a ellas, ya no podrás negarte, te
aseguro que es una mujer implacable.
—Ya veremos —dijo ella besándolo y abriendo la puerta—. Conduce
con cuidado.
—Lo haré.

Las chicas no se habían puesto en contacto con Kate en las siguientes


semanas, como les había pedido Sean. Los días y las semanas transcurrían,
y Logan no la había vuelto a llamar, ni había ido a verla.
Hacía casi cinco semanas que Kate y Logan habían estado juntos. Kate
pensó que después de todo ese tiempo ya tendría que haberlo olvidado, pero
no había sido así. Se preguntaba si él lo habría hecho.
Sean seguía viendo a Kate los viernes por la noche, algunas veces la
llevaba a cenar y otras cenaba con los cuatro hermanos, aunque no hablaban
de Logan. Ella le había dicho que había empezado a correr por las mañanas
desde hacía algunas semanas y el ejercicio le estaba sentando muy bien. Y
era cierto, porque habían desaparecido las sombras que tenía debajo de los
ojos y se la veía fresca y mucho más animada.
Tess la llamó la última semana de febrero, para invitarla a cenar el
viernes, y ella le dijo que le contestaría cuando hablase con su hermano. En
un principio pensó rechazar la invitación, pero al fin aceptó. Le caían muy
bien esas chicas y también sus maridos. Lo comentó con su hermano y
Bradley le dijo que aceptara, porque él no pensaba salir y se quedaría con
los niños.
Kate la llamó al día siguiente para aceptar la invitación.
—Cenaremos en casa —dijo Tess.
—Pensé que estaríamos las cuatro solas.
—Y lo estaremos, pero no seremos cuatro sino cinco. Mi suegra se ha
apuntado. Delaney y Nathan están de viaje de negocios. Y Carter cenará
con los compañeros de trabajo, porque es el cumpleaños de uno de ellos e
iban a ir a cenar.
—Vale. Envíame la ubicación y dime la hora.
—¿Te parece bien a las ocho?
—Sí, muy bien.
—Jack te recogerá.
—Puedo ir con mi coche.
—Son órdenes de mi marido, él no quiere que vuelvas sola a casa tan
tarde, y yo soy muy obediente.
—Me da la impresión de que de obediente tienes bien poco.
—Me has pillado. Así y todo, esta vez obedeceré. Ya conoces a Jack.
—Sí. Es un hombre muy agradable.
—Yo siempre lo he pensado, aunque la gente no piensa lo mismo. Te
recogerá a las ocho menos cuarto, ¿te parece bien?
—Claro.
—Estupendo, nos vemos mañana.
Capítulo 21
Bradley abrió la puerta cuando llamaron al día siguiente a las ocho
menos cuarto de la tarde.
—Hola, Jack.
—Hola, Bradley. ¿Cómo va todo?
—Muy bien, gracias. ¿Quiere pasar? Mi hermana está despidiéndose de
Dexter.
—Hola, Jack —dijo Kate acercándose al hombre para besarlo en la
mejilla.
—Hola, Kate. ¿Está lista?
—Sí —dijo ella cogiendo el abrigo del armario del vestíbulo—. No me
esperes levantado —le dijo a su hermano.
—¿Volverás tarde?
—No te preocupes, yo la traeré a casa y no me marcharé hasta que no
esté dentro —dijo el hombre.
—Muchas gracias —dijo el chico—. Diviértete.
—Lo haré —dijo Kate besándolo.
Salieron a la calle. Jack se adelantó y le abrió la puerta trasera del
vehículo para que ella subiera.
—Si no le importa me sentaré a su lado.
—De acuerdo —dijo él abriendo la puerta del copiloto y pensando que
esa chica se parecía a Tess y a sus amigas, porque ninguna de ellas le había
tratado como a un empleado de Delaney. Las tres habían tenido una vida
difícil, aunque habían tenido suerte al encontrar a los hombres adecuados.
Se preguntó si Logan sería el hombre apropiado para Kate.
A pesar de ser el chófer y el guardaespaldas de la familia cara al exterior,
Jack no era solo eso, era parte de la familia, al igual que Cath, el ama de
llaves de Delaney.
Kate lo miró cuando el hombre se sentó al volante.
—¿Sería un problema que nos tuteáramos? —preguntó Kate.
—Por mi parte no, pero solo cuando estemos a solas o con sus amigos.
No la tutearé cuando estemos con desconocidos.
—Vale —dijo ella sonriendo.
—¿Cómo va todo? —preguntó el hombre.
—Bien.
—¿Estás contenta con la reforma que hizo Sean en tu casa?
—Sí, muy contenta. Es una casa fantástica. Lo peor es que no es nuestra.
Pero el dueño solo nos cobra doscientos dólares al mes, que es una cantidad
irrisoria. Aunque no va a cobrarnos nada durante el primer año.
—Teniendo en cuenta que te hiciste cargo de la reforma, me parece
normal. Vi el local antes de que Sean comenzara la obra. Seguro que sabrá
que te ha costado una fortuna.
—Bueno, aún no la he pagado, pero procuro entregarle una buena
cantidad cada mes. No me gusta deber dinero.
—Por Sean no tienes que preocuparte. Tiene mucho dinero y no le va a
quitar el sueño que le debas unos cuantos miles de dólares. Tengo entendido
que sois buenos amigos.
—Sí, es cierto. La verdad es que nunca he tenido un amigo como él. Es
un hombre fantástico. Y se preocupa mucho por mí y por mis hermanos.
—Puedes contar con él para lo que necesites.
—Lo sé. Me dijo que llevas con ellos más de treinta años y que eres
como de la familia.
—Llevo con ellos casi cuarenta años.
—Vaya, eso son muchos años.
—Cuando nació Delaney ya trabajaba para su padre. Los llevé al colegio
a los dos hasta que tuvieron edad de conducir.
—Sean me dijo que fuiste tú quien los enseñó a conducir.
—Sí, es cierto.
—A Delaney no lo conozco mucho, pero Sean te quiere muchísimo.
—Y yo a los dos.
—Me dijo que te fuiste con Delaney cuando se independizó.
—Los dos son como hijos para mí. Cuando supe que iba a dejar la casa
de sus padres le dije a Patrick que quería irme con él, y estuvo de acuerdo.
—¿Querías cuidar de él?
—Sí. No es que necesitara que lo cuidaran, porque era un hombre que
sabía lo que quería, pero tenía asegurarme de que estuviera bien.
—Y te quedaste con él hasta ahora.
—Sí.
—Pero cuando Sean se independizó no te fuiste con él.
—Los dos son muy diferentes. Sean estaba loco con la arquitectura y yo
sabía que no iba a tener problemas, pero su hermano era muy ambicioso y
tenía unos planes de futuro demasiado arriesgados. Pero, aunque no me
fuera con Sean, siempre he estado ahí para lo que ha podido necesitar.
Aunque tampoco me necesitaría, porque Delaney, a pesar de lo ocupado que
está siempre, está pendiente de él en todo momento. Ser el hermano mayor
es más importante para él que los negocios, y Sean siempre será su
prioridad. Mi jefe es muy protector con su familia y con sus amigos. Y
parece que tú vas a formar parte de ellos.
—Es maravilloso tener a alguien que te cuide. Yo me he tenido que valer
por mí misma desde los diecisiete años, cuando mis padres murieron en un
accidente. Vivíamos de alquiler. Mis padres eran gente sencilla, simples
trabajadores. Con el dinero que tenían en el banco y lo que yo había
ahorrado trabajando después de las clases, pude pagar el entierro. No sé lo
que habría hecho si no hubiera tenido ese dinero.
—¿Cómo te valiste desde entonces? —preguntó Jack, aunque lo sabía
por Sean.
—Pasando algunas necesidades. Pero lo importante es que sobreviví.
—Eres una chica muy fuerte —dijo el hombre, pensando que
seguramente no le había hablado de las penurias que había pasado para que
no le tuviera lástima.
—A veces, suceden cosas en la vida que hacen que lo seas.
—Sí, tienes razón. ¿Sientes por Sean algo más que amistad?
—No, solo somos buenos amigos, y lo aprecio mucho.
—Y él a ti.
—Me pregunto porqué sus amigas quieren mantener una relación
conmigo. No tenemos nada en común.
—Yo creo que tienes muchas cosas en común con las tres. Me recuerdas
a todas ellas. Todas eran como tú antes de conocer a sus maridos.
—Me lo contó Sean. Me fascinaron las historias que me contó de cómo
se conocieron, son de película.
—Sí, es cierto. Creo que te vendrá bien tenerlas como amigas.
—No me gusta aprovecharme de los demás. Que me inviten siempre
hace que me sienta mal y yo no podría invitarlas a menudo, porque seguro
que van a restaurantes caros.
—¿Sabes, Kate? Es cierto que los maridos de las tres son millonarios.
Bueno, mi jefe es mucho más que millonario. Pero ellas no han cambiado
por estar con ellos. Son ellos los que han cambiado y se han amoldado a
ellas. Es verdad que tienen las mejores casas, los mejores coches y el mejor
vestuario, pero siguen siendo ellas mismas, las chicas que eran antes de
casarse.
—Eso está bien.
—No tienes que preocuparte por si ellas te invitan. Aunque, no pienses
que suelen salir muy a menudo. Sus maridos son hombres muy ocupados,
que viajan mucho por el trabajo, que van a comer a restaurantes casi a
diario con clientes, y cuando llegan a casa quieren disfrutar de su familia.
Aunque de vez en cuando van a alguna fiesta importante.
—Sean me dijo que los sábados se reúnen en casa de alguno de ellos y
pasan el día juntos.
—Sí. Están muy unidos.
—No sé si estás al corriente de lo que me sucedió con uno de ellos.
—¿Te refieres a Logan?
—¿Lo sabes?
—Logan nos pidió a Cath y a mí que estuviéramos presente cuando se lo
contó a sus amigos. Además, suelo estar con ellos y los escucho. Primero
supe del problema que tuvo Logan con una chica que se llevaba el dinero
del cepillo de la iglesia —dijo el hombre mirándola con una sonrisa.
—Dios mío, qué vergüenza.
—No tienes de qué avergonzarte. Luego supimos de la reforma que iba a
hacer Sean, sin saber que eras la misma chica de la iglesia. Y,
recientemente, Logan nos habló de ti y de que… Bueno, ya lo sabes. De lo
que siente por ti y de lo confundido que está.
—Sé que se siente confundido y aturdido, porque es algo que no sucede
a menudo. De todas formas, ya no tiene que preocuparse por mí. Lo que
debería saber es lo que quiere él para su vida. Yo ya no cuento. Hizo algo
que no me gustó. No sé si has oído hablar de lo que sucedió. Hicimos el
amor un día y perdí la virginidad, que es lo que yo quería. Pensé que era
mejor hacerlo la primera vez con un hombre que me importara. Y al día
siguiente volvimos a vernos y nos acostamos de nuevo. Yo pensé que si
quería estar conmigo otra vez era porque había decidido abandonar el
sacerdocio, pero no fue así. Me dejó claro que no lo haría. Se aprovechó de
mí y me sentí humillada.
—¿Estás enamorada de él?
—No me habría acostado con él de no haberlo estado. Y sigo estando
enamorada de él, no creo que eso pueda cambiar de un día para el otro. Pero
lo superaré. Esto no es lo más duro que he pasado en mi vida, créeme.
—No tienes que pensar en ello. Todo se arreglará sin hacer nada. Esas
cosas se solucionan solas.
—Es posible.
—¿Tendrás problemas con ver a Logan?
—No me digas que va a estar esta noche en casa de Tess. Ella me dijo
ayer que estaríamos solas.
—Estaréis solas, no tienes que preocuparte. Pero supongo que ellas
querrán que te reúnas con el grupo los sábados, como si fueras uno más de
ellos. Bueno, cuatro más, porque todos tienen asumido que sois un pack de
cuatro —dijo Jack mirándola y sonriendo.
—Para mí no es un problema ver a Logan, el problema lo tiene él no yo.
Yo sé lo que quiero para mi vida.
—Y lo que quieres es él —dijo el hombre girándose para mirarla.
—Sí, pero lo olvidaré… con el tiempo. Además, siempre he sabido que
no lo tendría fácil cuando me enamorara de un hombre. No estoy sola y ese
hombre tendría que cargar con mis hermanos.
—Eso no es problema para Logan.
—Lo dices porque tiene dinero, ¿no?
—En parte. Pero, además de eso, se pasa la vida ayudando a chicos
desconocidos y problemáticos, y le gusta. Tus hermanos no son
problemáticos, sino todo lo contrario.
—No tendrá que hacer nada por mí, ya no estoy interesada.
—Me parece bien —dijo el hombre, aunque no se lo había creído.
Jack entró en la finca y paró el coche delante de la mansión.
—Dios mío, menuda casa.
—No te sientas demasiado impresionada. Supongo que sabes que
Delaney tiene mucho dinero.
—Sí, lo sé.
—Toma. Este es mi número de móvil. Si alguna vez tienes un apuro, de
cualquier tipo, llamame. A cualquier hora del día o de la noche. Y lo mismo
si necesitas hablar de lo que sea.
—Gracias, Jack —dijo ella cogiendo la tarjeta y guardándola en el bolso.
Kate no esperó a que el hombre le abriera la puerta. Salieron ambos del
coche y entraron en la casa.

Vamos a la cocina y te presentaré a Cath. No la conoces, ¿verdad?


—No.
—Ella es quien se encarga de la organización de la casa. Tiene muchas
ganas de conocerte.
—De acuerdo.
—Hola, Cath —dijo Jack cuando entraron en la cocina.
—Hola —dijo la mujer dándose la vuelta y mirando a Kate.
—Ella es Kate. Kate, Cath.
—Un placer conocerla —dijo Kate.
—No me hables de usted, por favor.
—De acuerdo, lo mismo te digo.
—Tenía muchas ganas de conocerte —dijo la mujer.
—Supongo que es porque te han hablado de mí.
—Sí, y muy bien, por cierto. Eres muy guapa.
—Gracias.
—¿Dónde están todas? —preguntó Jack.
—En el salón principal.
—Vamos, Kate, te llevaré con ellas.
—Hasta luego, Cath.

Jack abrió la puerta del salón y dejó pasar a Kate. Luego cerró la puerta
y fue a la cocina.
—¡Hola! —dijo Tess levantándose y acercándose a Kate para abrazarla.
—Hola, Tess —dijo devolviéndole el abrazo.
Luego saludó a las otras dos chicas y a Louise.
—Me alegro de que decidieras cenar con nosotras —dijo Tess—.
Sentémonos.
—Mi hermano ha tenido mucho que ver en ello. Aprovecha cualquier
oportunidad que se me presenta para que salga. Creo que está preocupado
por mí.
—¿Y eso?
—Bueno, él no lo sabe, pero vosotras sí, ¿verdad? Sé que estáis al
corriente del dinero que me llevé del cepillo de la iglesia de Logan. Y de lo
que ha habido entre él y yo.
—Sí, lo sabemos —dijo Lauren sonriendo.
—Pero quiero dejaros claro que estoy bien. En dos días hará cinco
semanas que lo vi por última vez. No voy a deciros que lo he olvidado
porque, por si no lo sabéis, estoy enamorada de él, pero se me pasará.
—Te gustan las cosas claras —dijo Louise.
—Sí. Y no me gusta que me tengan lástima.
—Comprendido —dijo Lauren.
—¿Crees que conseguirás olvidarte de Logan? —preguntó Ellie.
—He de hacerlo. Y os agradecería que lo mencionarais lo menos
posible.
—Es amigo nuestro, pero lo intentaremos —dijo Tess.
—No digo que no podáis hablar de él, sino que no tenéis que hablarme a
mí de él, ni de lo que ha habido entre nosotros.
—De acuerdo —dijo Lauren.
—¿Quieres tomar algo? —preguntó Tess.
—¿Qué estáis tomando vosotras?
—Agua —dijo Lauren—. Estoy embarazada.
—Enhorabuena.
—Muchas gracias.
—¿De cuánto estás?
—De cuatro semanas.
—Yo también estoy embarazada —dijo Tess—. De ocho semanas.
Kate ya lo sabía, porque se lo había dicho Sean, pero no lo mencionó.
—Vaya, las dos al mismo tiempo. Felicidades.
—Gracias —dijo Tess.
—Felicidades, Louise.
—Muchas gracias. Estoy muy feliz, va a ser mi tercer nieto —dijo la
mujer.
—¿Es casualidad u os habéis puesto de acuerdo las dos?
—Casualidad —dijo Lauren—. Aunque las dos queríamos tener otro
bebé.
—Carter y yo también estamos pensando en tener otro hijo. Llevamos
unos días haciéndolo sin protección. La última vez me quedé embarazada el
primer día que hicimos el amor —dijo Ellie sonriendo.
De pronto, Kate se quedó quieta pensando. En ese momento recordó que
Logan y ella no habían usado condón. Puede que él pensara que tomaba
anticonceptivos, pero Kate no tomaba nada. ¿Por qué iba a hacerlo, si no
había salido con nadie? Ese día hacía exactamente cinco semanas que
Logan y ella habían estado juntos. Intentó pensar cuándo había tenido la
regla por última vez, pero no se acordaba. Ahora deseaba volver a casa para
comprobar la agenda, que era donde lo anotaba cada mes. Porque, de estar
embarazada, ya estaría de cinco semanas. Eso la inquietó.
—¿Estás bien? —preguntó Tess.
—Sí, solo estaba pensando en algo.
—¿Qué quieres tomar? Ellie está tomando un té —dijo Louise.
—Solo tomaré un poco de agua, gracias.
Tess sirvió agua en un vaso y se la dio.
Estuvieron hablando de una cosa y otra para ir conociéndose. Luego
fueron al comedor que había junto a la cocina, donde Cath les sirvió la
cena.
Lo pasaron realmente bien. Hacía tiempo que Kate no se reía tanto. Las
tres chicas le contaron anécdotas de sus matrimonios y de todos los amigos.
Y Louise les habló de sus hijos.
Kate pensó que esas mujeres habían tenido suerte. Por lo que Sean le
había hablado de ellas y lo que las tres le contaron durante la cena, se
merecían haber encontrado a esos maravillosos hombres y que ellos les
cambiaran la vida. Se notaba que estaban completamente enamoradas de
ellos, y Kate había comprobado, las veces que los había visto, que ellos
también estaban locos por sus mujeres. Se dijo que ella también se merecía
encontrar a un buen hombre.
Kate les habló también de su vida, a grandes rasgos, sin saber que ya
estaban al corriente por Sean de muchas de las cosas que les mencionó.
Después de cenar tomaron café descafeinado con unos dulces.
A la hora de marcharse, Kate fue a la cocina para despedirse de Cath y la
mujer le dio a Kate unas galletas para que se las llevara a sus hermanos. La
chica le dio las gracias y se despidió de ella.
—¿Te apetece venir mañana a pasar el día con nosotros? —preguntó
Tess a Kate cuando salieron al porche a despedirla.
—Mañana nos reuniremos todos en mi casa —dijo Ellie—. Me gustaría
que nos acompañaras.
—A Delaney le gustará verte —dijo Tess.
—¿No has dicho que está de viaje con Nathan?
—Volverán esta noche —dijo Lauren.
—Si no os importa, lo dejaremos para la próxima semana. Así le diré a
mi jefe con más tiempo que no iré a trabajar el sábado.
—Claro, no hay problema. No hace falta que te digamos que tienes que
traerte a tus hermanos, porque contamos con ellos.
—De acuerdo.
—Llámame cuando sepas seguro que vendréis y Jack os recogerá —dio
Tess.
—No hace falta, yo tengo coche.
—Bien. Te llamaré para decirte en qué casa nos reuniremos, porque no
es siempre en la misma —dijo Tess.
—Vale. Gracias por la cena. Lo he pasado muy bien —dijo Kate.
—Me alegro. Nosotros también.
Kate se despidió de ellas y bajó las escaleras del porche. Jack estaba
esperándola junto al coche y le abrió la puerta para que subiera en el asiento
del copiloto. Luego arrancó el vehículo y se marcharon.

—¿Lo has pasado bien?


—Sí, muy bien. Me gustan mucho las tres, y también Louise.
—Son buenas chicas. Y Louise es una mujer excepcional.
—Lo imagino. Las tres son guapísimas. Bueno, Louise también es muy
atractiva y muy elegante.
—Son tan guapas como tú.
—Si tú lo dices… Me han dicho que viniera mañana a pasar el día con
ellos, pero les he dicho que lo dejaríamos para la próxima semana. Mañana
tengo que ir a trabajar y no puedo decir que no voy a ir, sin avisar con
antelación.
—Claro.
—Y, además, creo que aún no estoy preparada para ver a Logan. Puede
que incluso anule lo de la semana que viene.
—Yo de ti no lo haría. Vas a verlo muchas veces y es mejor que vayas
acostumbrándote cuanto antes.
—Puede que tengas razón.
Poco después Jack detuvo el coche delante de la casa de Kate.
—Muchas gracias por traerme.
—Ha sido un placer. Recuerda lo que te he dicho. Si me necesitas,
llámame.
—Lo haré —dijo acercándose para besarlo en la mejilla—. Buenas
noches.
Kate bajó del coche y le dijo adiós con la mano. Jack esperó a que
entrara en casa y luego se marchó.
Era medianoche, pero Kate se acercó a su escritorio y se sentó se sentó.
Abrió la agenda y comprobó cuando fue la última vez que había tenido el
periodo. Fue el uno de enero.
—Dios mío. Estoy embarazada —dijo en voz baja para sí misma.
Fue a su dormitorio, se desnudó y se puso el pijama. Luego colgó el
vestido y preparó la ropa para ponerse al día siguiente para ir a trabajar al
restaurante. Cuando se metió en la cama empezó a pensar.
¿Qué iba a hacer? No podía permitirse dejar el trabajo. Sabía que le
correspondían unas semanas de baja por maternidad después del embarazo
y que se las pagarían, pero ese no era el problema. Lo que le preocupaba era
qué iba a hacer después de esas semanas. ¿Cómo iba a ocuparse de un
bebé? Ya tenía que ocuparse de sus hermanos.
Tenía que hablar con alguien pero, ¿con quien? Jack acababa de
ofrecerse para que lo llamara si necesitaba ayuda. Pero seguramente se lo
diría a Delaney, ya que era su jefe, o a Tess. O tal vez no, pero no estaba
segura. Supo que ese hombre no era una opción, le apreciaba demasiado
para involucrarlo con algo así.
Podría hablar con Sean, se dijo, pero también pensó que no debería
meterlo en ese compromiso porque, aunque era amigo suyo, también lo era
de Logan.
Y también podría hablar con Logan. Al fin y al cabo, era el padre. Pero
entonces le obligaría a dejar la iglesia, y ella no quería eso. Quería que
decidiera lo que quería él, sin presiones de ningún tipo. Y decirle que iba a
tener un hijo, era una presión muy grande.
Reconoció que la mejor opción era abortar. Si lo hiciera, se terminarían
todos los problemas.
Decidió que tenía que hablar con su hermano. Pasó la noche dando
vueltas en la cama, muy inquieta. Y ya no pensaba solo en el embarazo.
Pensaba en Logan. Llevaba un hijo suyo en su vientre, y no quería
deshacerse de él.

Kate se levantó a las siete de la mañana al día siguiente. Se sentía muy


cansada, porque no había dormido prácticamente nada en toda la noche.
Estaba sentada en la mesa de la cocina tomando un café con leche, y
diciéndose que tenía que comprar café descafeinado. Las chicas le habían
dicho la pasada noche que Carter les había prohibido la cafeína.
—Buenos días.
—Buenos días, Bradley. Has madrugado.
—Ayer estaba cansado y me acosté pronto. ¿Estás bien?
—Sí, ¿por qué?
—Pareces cansada —dijo mientras se preparaba un café con leche.
—Ahora me maquillaré un poco. No he dormido mucho.
—¿Por qué? —preguntó sentándose frente a ella—. ¿Te ocurrió algo
anoche?
—No, la cena fue perfecta, y lo pasé realmente bien.
—¿Y entonces?
—Voy a hacerte una pregunta, hipotéticamente.
—De acuerdo.
—Sabes que vinimos a Nueva York para que nadie pudiera encontraros.
Y también sabes que nunca me he arrepentido de ello.
—Lo sé.
—¿Qué pensarías si os pidiera que nos fuésemos a vivir a otro estado?
—¿Rápidamente o teniendo algún tiempo para organizarnos?
—Digamos que a finales de mayo o primeros de junio.
A Kate le sorprendió que su hermano diera por hecho que tendrían que
marcharse.
—En junio terminará el curso. Podría solicitar plaza en otra universidad.
No estoy completamente seguro, pero creo que la beca sirve para todo el
país, lo averiguaré. Con Taylor no habría problema, porque el curso termina
en junio y solo tendríamos que cambiar la matrícula a otro instituto. Y
tendríamos que buscar un colegio para Dexter. ¿Qué pasaría con tu trabajo?
—Podría solicitar un traslado con tiempo. Y si no hay ninguna plaza,
tendría que dejarlo y solicitar una plaza en el estado en el que viviéramos.
—Tendríamos que buscar un piso de alquiler y, por supuesto, no
pagaríamos doscientos dólares al mes. Pero si tenemos que marcharnos lo
solucionaremos. ¿Qué pasaría con el dinero que le debemos a Sean?
—Hablaría con él para que me diera más tiempo para pagarle. Siempre
me ha dicho que no tenía prisa por cobrar.
—Es cierto.
—Aunque tú y Taylor no volveríais a ver a vuestros amigos.
—Tú te sacrificaste por nosotros. Y nosotros lo haremos por ti. ¿Crees
que no sé que Paul te dejó por nuestra culpa?
—Paul no era un hombre que mereciera la pena.
—Si te dejó así, sin más, desde luego que no merecía la pena. Podremos
hacer amigos nuevos. No tienes que preocuparte por nada.
—No me has preguntado cuál sería la razón para tener que marcharnos.
—Has dicho que era una pregunta hipotética.
Kate le sonrió con cariño.
—Vale. Sé que no es una pregunta hipotética. ¿Podrías decirme cuál es la
razón para que tengamos que huir?
—Me da vergüenza.
—Espero que no sea por hablar conmigo. Hemos pasado por muchas
cosas juntos para sentir vergüenza a estas alturas, ¿no crees?
—Te dije que estaba enamorada de Logan.
—No lo he olvidado.
—Hay algo que no sabes. ¿Recuerdas que hace cinco semanas salí dos
noches seguidas?
—Sí.
—Estuve con él.
—¿Con él? ¿Con Logan?
—Sí. Pasamos las dos noches juntos.
—¿Estás saliendo con Logan?
—No. No lo he visto desde entonces.
—¿Por qué lo has mencionado? ¿Te ha sucedido algo con él?
—Sí, me ha pasado algo terrible.
—No me asustes. Venga, suéltalo.
—Estoy embarazada.
Bradley la miró sin decir nada.
—No me he hecho la prueba, así que cabe la posibilidad de que no lo
esté, pero estoy casi segura. La última menstruación la tuve el uno de enero
y me acosté con él el día veintiuno y el veintidós de ese mes. Estaré
embarazada de unas cinco semanas.
—Me has dicho muchas veces que tenía que usar protección siempre y
me lo has repetido millones de veces —dijo el chico.
—Lo sé. Y fui una estúpida al no pensar en ello.
—¿Logan tampoco pensó en ello?
—Puede que, después de tantos años de abstinencia por ser sacerdote, no
se acordara. Y yo era virgen, así que estábamos en iguales condiciones.
—Vaya.
—Sí, vaya. ¿Qué vamos a hacer? —preguntó Kate.
—Hace unos años, cuando aparecimos en tu vida, tú te encargaste de
nosotros, y has llevado el peso de todo lo que nos ha sucedido hasta hoy.
Ahora soy mayor y compartiremos ese peso.
—Vale.
—Lo único que hay que saber es lo que quieres hacer tú. Cuando lo
decidas, lo organizaremos todo.
—En realidad, lo mejor sería que abortara. Tener el bebé nos crearía
muchos problemas.
—¿Es lo que quieres tú?
—Sé que sería lo mejor, pero no, no es lo que quiero —dijo Kate con los
ojos empañados por las lágrimas.
—Entonces, el aborto está descartado. Charity, todavía eras una cría
cuando te hiciste cargo de nosotros tres. Ahora todo es diferente, yo soy
mayor y Taylor también. Entre los tres nos encargaremos de Dexter y del
bebé. Y Taylor estará encantada, ya sabes cuánto le gustan los niños.
—Tengo miedo.
—Lo sé, pero no estás sola, y eres fuerte. Eres la mujer más fuerte que
he conocido. Nos informaremos del tiempo que te corresponde por
maternidad. Y a partir de ahí nos organizaremos. ¿Por qué has mencionado
antes lo de marcharnos a otro estado? —preguntó Bradley.
—No quiero que Logan sepa lo del bebé. Ni siquiera está seguro de si
quiere dejar el sacerdocio. Y yo no creo que quiera hacerlo, así que no voy
a hablarle del bebé. De lo contrario abandonaría la iglesia para casarse
conmigo, pero no es lo que él quiere. Y no quiero que sea desgraciado.
—De acuerdo. De todas forma, es posible que decida dejar la iglesia, sin
saber lo del bebé, y se dé cuenta de que también te quiere.
—Eso no va a ocurrir.
—Imagínalo por un momento. Si llegara a pasar y quisiera casarse
contigo, antes tendrías que contarle lo nuestro.
—¿Qué quieres decir?
—Cualquier hombre que quiera casarse contigo tiene que saber antes que
ninguno de nosotros somos hermanos. Por mí no hay problema, pero Taylor
y Dexter son menores de edad.
—¡Oh, Dios mío! Es cierto. No me había parado a pensar en eso. Cometí
un error al pensar solo en el presente y en el futuro y me olvidé del pasado.
Y ahora tengo que pagar las consecuencias de mis actos. ¿Cómo se me
ocurrió acostarme con Logan? ¿En qué estaría pensando?
—Tranquilizate, todo se arreglará.
—Anoche, las chicas me pidieron que fuésemos a pasar el próximo
sábado con ellos. Será mejor que lo anule.
—Tal vez sea mejor que vayamos.
—¿Por qué?
—¿No crees que sería mejor actuar con normalidad mientras no se te
note? Al menos con ellos.
—Puede que tengas razón.
—¿Cuándo darás a luz?
—He visto en Internet que el embarazo dura cuarenta semanas. El bebé
nacerá a finales de octubre.
—¿Sabes cuándo se notará que estás embarazada?
—Parece ser que todas las mujeres no son iguales. A algunas se les nota
a los cuatro meses, otras a los cinco. A finales de mayo estaré de cuatro
meses y medio.
—Y puede que entonces ya se te note.
—Sí, posiblemente.
—Puedes seguir viendo a tus amigos hasta finales de mayo o mediados
de junio. Cuando veamos que empiezas a engordar, inventaremos alguna
excusa para no volver a verlos. Y mientras tanto, pensaremos qué hacer.
Tenemos unos tres meses.
—¡Dios mío!
—Todo saldrá bien, no te preocupes.
—Tess y Lauren también están embarazadas.
—¿Qué pasa? ¿Hay epidemia de embarazos?
—Es posible. Y Carter y Ellie están intentando tener otro niño. Dios, no
puedo creer que esté embarazada.
—No estés triste, por favor. Va a ser como si tuviéramos otro hermano.
—Este no sería nuestro hermano, sería mi hijo y vuestro sobrino.
—Me gusta la idea de tener un sobrino. ¿Sabes? Yo creo que deberíamos
quedarnos en Nueva York. Si evitamos verlos a todos ellos, Logan no se
enterará de tu embarazo. Pero aquí pagamos poco alquiler y podríamos
sobrevivir.
—De hecho, no estamos pagando alquiler y no lo haremos hasta Enero
del próximo año —dijo Kate.
—Es cierto. Después de tener al bebé, cuando tengas que reincorporarte
al trabajo, buscaremos una buena guardería para el niño, o la niña. O, si lo
prefieres, buscaremos a alguien que venga a quedarse con el bebé hasta que
volvamos a casa. Hablaremos con Max. Él conoce a mucha gente y nos
ayudará a encontrar a alguien de confianza.
—Tienes razón.
—Todo va a salir bien. ¿Cómo te encuentras?
—Bien, no tengo ningún síntoma.
—Supongo que tendrás que ir al ginecólogo.
—Sí. Cabe la posibilidad de que tenga un trastorno en la regla o
cualquier otro problema y no esté embarazada.
—Pide hora cuanto antes y lo averiguaremos. ¿El seguro médico cubre el
ginecólogo?
—Sí. Pediré hora mañana.
—Hablaré con mi jefe a ver si puedo trabajar algunas horas los fines de
semana, así podremos terminar de pagarle antes a Sean —dijo Bradley.
—Yo le diré a Max que iré los viernes a la hora de las cenas, cuando tú
llegues a casa, ya sabes que a veces me pide que vaya.
—Vale, pero solo si te encuentras bien.
—Bradley, estoy embarazada, no enferma. A partir de ahora voy a
ahorrar todo lo que pueda, porque cuando esté a punto de dar a luz
necesitaremos comprar algunas cosa para el bebé.
—Es verdad. Pero no quiero que te preocupes por nada. No creo que
tener preocupaciones sea bueno para el bebé.
Capítulo 22
Kate se levantó nerviosa el sábado siguiente. Iban a ir a pasar el día a
casa de Delaney. Sabía que Logan estaría con sus amigos y ella no estaba
segura de cómo iba a reaccionar al verlo. Hacía seis semanas que no se
veían y, aunque había intentado, de todas las formas posibles, olvidarse de
él, no le había servido de nada. Pensaba en él cada minuto del día y soñaba
con él cuando dormía. Y ahora no podía apartar de su mente que llevaba en
su interior a un hijo suyo. El día anterior había ido a la cita que tenía con el
ginecólogo y le había confirmado lo que ya sabía, que estaba embarazada.
Y le había dicho que todo estaba bien con el embarazo.
Condujo Bradley hasta la casa de Delaney. Le habían dado el carnet
hacía solo unos días y siempre que salían conducía él para practicar. El
chico había cambiado mucho en unos meses. Antes era muy maduro, pero
ahora lo era mucho más. Su físico también había cambiado. Se había hecho
un pequeño gimnasio en el garaje, en el espacio que quedaba libre, con
máquinas que había comprado de segunda mano, y lo usaba un rato cada
día. Además, solía correr por las mañanas, cuando el tiempo lo permitía, e
iba a la universidad y al trabajo en bicicleta. Medía casi un metro noventa y
tenía un cuerpo impresionante. Tenía el pelo castaño y unos ojos verdes
muy bonitos.
Ese día, Bradley había cambiado el turno en la cafetería e iría a las seis
de la tarde. Y Kate había trabajado el día anterior desde las seis y media de
la tarde hasta medianoche para tener ese sábado libre.
Además de la preocupación por ver a Logan, preocupación que Bradley
compartía con su hermana, porque no le gustaba verla intranquila, Kate se
preocupaba por Dexter, porque no sabía cómo iba a portarse, aunque había
llevado muchos entretenimientos para él.
Tess le había dicho a Kate que fueran sobre las once, que era cuando los
hombres volvían a casa después de jugar el partido, y se duchaban allí. Y
también le dijo que Logan no iría hasta la hora de comer, porque tenía que
oficiar una misa a las doce y luego tenía una reunión a la que no podía
faltar. Al menos eso le daba entre dos y tres horas para calmarse, mientras
hablaba con el resto de los amigos.
Iba a oficiar una misa, lo que significaba que había decidido seguir
siendo sacerdote, pensó Kate. Y tal vez fuera lo mejor. De todas formas, ya
había asimilado que no podía tener una relación seria con ningún hombre, al
menos, hasta que todos sus hermanos fueran mayores de edad, y no corriera
riesgo de que los apartaran de ella.
Bradley detuvo el coche delante de la casa de Delaney.
—¿Estás bien? —dijo su hermano mirándola.
—Sí.
—¿Qué sucede? —preguntó Taylor.
—Ha sucedido algo con Logan —dijo Kate.
—¿Qué quieres decir?
—Hablaré contigo esta noche, ¿te parece bien?
—Los dos hablaremos contigo —dijo Bradley.
—Vale. Parece serio.
—Logan es amigo mío —dijo Dexter.
—Es amigo de todos, ¿verdad? —dijo Taylor mirando a sus hermanos
mayores.
—Bueno…
—¿Te has peleado con Logan? —preguntó la niña interrumpiéndola.
—No exactamente —dijo Kate.
—A mí me cae muy bien. Es muy simpático.
—Taylor, hablaremos en casa —dijo Bradley para zanjar el tema.
—Bien.

Bradley bajó la ventanilla, llamó al interfono y la verja se abrió. Jack


estaba esperándolos en el porche de la casa.
—Hola a todos —dijo el hombre.
—Hola, Jack —dijo Kate besándolo.
—Tess está con el pequeño y Delaney está duchándose. Bajarán
enseguida, pasad.
—¿Te importa que esperemos aquí? —dijo Kate.
—Claro que no, aunque hace frío.
—No importa.
—Sentaos. ¿Queréis tomar algo?
—No, muchas gracias, Jack. Daremos una vuelta por el jardin.
—Hola —dijo Brianna saliendo de la casa.
—Hola, pequeñaja —dijo Bradley levantándola del suelo para besarla.
Luego la besaron Kate y Taylor.
—Jack, estaremos en el jardín —dijo Kate.
—Yo también quiero ir —dijo la pequeña.
—No quiero que los molestes —dijo Jack.
—Jack, no va a molestarnos. Vamos —dijo Kate dándole la mano a la
niña.
—De acuerdo. Subiré para decirle a Tess que Brianna está en el jardín
con vosotros, no tardaré —dijo el hombre.
—Vale.
—Tener cuidado al llegar a la zona de la piscina. A la pequeña le gusta
mucho el agua y es capaz de echarse a la piscina, a pesar del frío.
—No le soltaré la mano.
Jack entró en la casa y Kate y sus hermanos bajaron al jardín con la
pequeña. Unos minutos después Delaney se acercaba a ellos. Kate se quedó
impresionada al verlo. Siempre le pasaba lo mismo con ese hombre, era
guapísimo y tenía un cuerpo de infarto. Llevaba vaqueros y una sudadera, y
estaba tan impresionante como si llevara un traje de etiqueta. Delaney los
saludó a todos y después siguieron paseando por el jardín. Taylor y Brianna
jugaban a perseguirse riendo.
—Tu casa es fantástica.
—Gracias.
—¿Eso son vestuarios? —preguntó Bradley, al ver el edificio cerca de la
piscina.
—Sí, y aseos. Y eso de ahí es la barbacoa. Pronto empezaremos a
utilizarla. En verano comemos en esa mesa cuando nos reunimos. Ve a
echar un vistazo —le dijo Delaney al chico.
—De acuerdo —dijo Bradley alejándose con su hermano Dexter, que no
le había soltado la mano desde que habían llegado.
Delaney y Kate iban caminando, sin apartar la vista de la pequeña,
aunque Jack ya estaba pendiente de ella.
—Felicidades, Delaney. Tess me dijo lo del embarazo —dijo Kate.
—Muchas gracias.
—Supongo que estarás contento. Me han dicho que eres un padrazo.
—Sí, estoy muy contento. ¿Cómo está Dexter?
—Como siempre, supongo.
—¿Le han hecho algún test para saber su coeficiente intelectual?
—Sí, se lo hicieron cuando empezó en la escuela.
—¿Cuál es?
—Ciento sesenta y ocho.
—Si no me equivoco, el de Einstein era ciento setenta.
—No estoy completamente segura, pero creo haber leído que a Einstein
nunca le hicieron las pruebas del coeficiente intelectual. Solo existe un
cálculo aproximado de que debía ser entre ciento setenta y ciento ochenta.
Pero nadie lo sabe con exactitud.
—Veo que estás bien informada. Estoy organizándome para abrir una
escuela para niños autistas.
—¿En serio?
—Sí, ya tengo comprado el edificio. Nathan está encargándose de
averiguar lo que necesitamos, y de localizar a los profesores. Tal vez
podríamos reunirnos un día los tres para hablar de ello. Tu hermano va a un
colegio especial y puede que estés al corriente de detalles que nos sirvan de
ayuda.
—Os ayudaré en todo lo que pueda.
—Gracias. Quiero que esté abierto para el próximo curso. Y me gustaría
que tu hermano fuera uno de los alumnos.
—A Dexter no le gustan los cambios. Le costó mucho adaptarse a ese
colegio.
—¿Antes iba a otro colegio especial?
—No.
Kate no le dijo que, desde que los había secuestrado del orfanato,
ninguno de los tres habían ido a un colegio, hasta que llegaron a Nueva
York. Fue ella quien se había encargado de darles clase.
—Si para conseguir que Dexter vaya a mi escuela necesito contratar a su
profesor y a quienes se encargan de él, lo haré.
—¿Cómo sabes que querrían irse contigo?
—Soy muy persuasivo —dijo él con una seductora sonrisa.
—Eso no lo dudo.
—Pero, además, puedo ofrecerles un sueldo más elevado, mucho más
elevado del que tienen ahora.
—¿Harías eso por mi hermano?
—Por supuesto. Dexter es un genio y me gustaría que trabajara para mí
en el futuro. Su coeficiente intelectual podrá incrementarse con
estimulación.
—No estoy segura de que mi hermano pueda trabajar en ninguna
empresa. Necesita una rutina para todo lo que hace.
—Hola, Kate —dijo Tess acercándose a ellos y besándola.
—Hola, Tess.
—Acaban de llegar Nathan y Lauren. Han ido a acostar a la pequeña. No
ha pasado buena noche y tenía sueño.
—Hablaremos del tema en otro momento —dijo Delaney a Kate.
—Vale.
Volvieron todos a la casa y se sentaron en el porche. Poco después,
Nathan y su mujer se reunieron con ellos y Kate felicitó a Nathan por el
embarazo de su mujer. Nadie quiso tomar nada y estuvieron charlando.
Carter y Ellie llegaron quince minutos después con sus dos hijos. Sean salió
de la casa a las doce y media.
—Por fin te has levantado —dijo Tess a su cuñado.
—Hola. Anoche me acosté muy tarde y estaba cansado.
Todos lo saludaron.
—¿Qué hacéis? —preguntó Sean a su hermano, que estaba sentado junto
a Nathan y Dexter.
—Compruebo lo inteligente que es —dijo Delaney—. Este niño es
fantástico. Me tiene muy impresionado. Es capaz de sumar una hilera de
grandes cantidades, sin ni siquiera escribirlas.
Sean se sentó junto a su hermano y siguió hablando con ellos.
Poco después Kate contuvo la respiración al ver el vehículo que se
acercaba a la casa. Sabía que era Logan. El ritmo de su corazón se aceleró.
Logan bajó del coche, cerró la puerta y miró hacia el porche. Y centró la
mirada en Kate.
Allí estaba, el rey de la iglesia, o mejor, el ángel caído, para que ella no
olvidara cómo se había sentido cuando hizo el amor con él.
Logan había pensado mucho si reunirse con sus amigos ese día, porque
sabía que Kate estaría allí. Hacía seis semanas que no la veía y pensó que lo
mejor sería no ir, pero no pudo resistir la tentación. En todo el tiempo que
no se habían visto había esperado que ella fuera a la iglesia, pero no había
sucedido, y la echaba mucho de menos.
Kate lo miró mientras subía los escalones. Llevaba un elegante traje
negro y una camisa, también negra, con tres botones desabrochados. Y todo
le quedaba de muerte. Llevaba el traje con la misma naturalidad que llevaba
unos vaqueros. Parecía igual de cómodo como la primera vez que fue a su
casa y él vestía un pantalón de chándal y una sudadera.
Se quedó un instante observándolo. Iba vestido todo de negro y era la
misma imagen del pecado. La camisa se amoldaba a su torso de forma
escandalosa. Esa era otra tontería para añadir a la larga lista de
pensamientos estúpidos que le rondaban por la cabeza desde que lo había
visto por primera vez. Pensó que era sexy y sofisticado. ¡Joder! Qué guapo
era, pensó Kate.
En ese momento parecía tan frío como un iceberg pero, a pesar de ello,
era un hombre arrebatador. Un mechón de cabello se deslizó por su frente y
ella se humedeció al instante al recordar cómo la habían acariciado esos
mechones al tener el rostro de él entre sus muslos y la suave y deliciosa
presión de su boca sobre su sexo. No tenía la más mínima duda de que
seguía enamorada de él. Irrevocablemente enamorada.
Logan besó a sus tres amigas, a Tess en los labios, como acostumbraba a
hacer desde que estaban en la universidad, al igual que Carter. A Kate no la
besó. La miró y le dijo hola y ella asintió con la cabeza porque, al ver que a
ella no la besaba, se le puso un nudo en la garganta y no podía hablar.
Logan no saludó a sus amigos porque los había visto en el partido. Pero
sí se acercó a los hermanos de Kate para saludarlos. Besó a Taylor, le dio la
mano a Bradley, aunque notó que esa vez el chico no fue tan efusivo como
en las anteriores ocasiones en las que se habían visto. Luego saludó a
Dexter. Kate se sorprendió al ver que su hermano pequeño se abrazaba a su
cintura.
—Voy a subir a cambiarme —dijo Logan.
—Dexter, vamos a dar un paseo antes de comer —dijo Kate, que no
quería estar allí sentada cuando Logan volviera.
—La comida es a la una —dijo el niño.
—Lo sé, pero todavía no es la una —dijo ella, aunque era la una y diez.
—Le diré a Cath que tenga la comida lista para él en unos minutos —
dijo Tess.
—Gracias.
—Kate, ¿quieres que coma yo con él? —preguntó Taylor.
—Si tú quieres.
—Yo también comeré con ellos —dijo Eve.
Las dos niñas ya se habían caído bien cuando estuvieron en la casa de
Carter de las montañas y les gustaba hablar de sus cosas.
—Eve, dile a Cath que prepare la comida para vosotros tres primero —
dijo Tess.
—Vale. Iremos poniendo la mesa.
Mientras bajaba los escalones del porche junto a su hermano, Kate pensó
que el sentido de pertenencia sería una necesidad básica, porque se había
dado cuenta de que le pertenecía a ese hombre y siempre sería así.
Necesitaba sentirse querida y quería sentirlo a su lado. Se quitó esa idea de
la cabeza y comenzó a caminar con Dexter.
Kate jamás había sentido algo tan intenso como lo que sentía cuando
estaba con Logan. Era como si hubiera estado dormida toda su vida y
hubiera despertado cuando lo vio por primera vez. No podía evitar desearlo.
Lo deseaba hasta tal punto, que casi no podía respirar.
Logan subió la escalera y entró en su dormitorio. Cerró la puerta y se
maldijo al darse cuenta de que, a pesar del tiempo que había transcurrido
desde que se vieron por última vez, no había podido dejar de pensar en
Kate. ¡Joder! Lo único que había deseado al verla con sus amigos fue
arrinconarla contra una pared, que ella le rodeara las piernas, embestirla
hasta el fondo y follarla hasta que los dos quedaran exhaustos. La deseaba
con tal intensidad que no podía pensar en nada más.
Kate y Bradley pensaron que las cosas estaban yendo mejor de lo que
ambos habían imaginado. La comida había sido muy animada. Habían
hablado de todo un poco. Cada uno de los amigos había comentado lo que
habían hecho durante la semana. No todo, sino lo más relevante. Kate les
contó alguna anécdota divertida con sus alumnos y con algunos clientes del
restaurante.
—Ryan no ha venido, ¿está de guardia en el hospital? —preguntó Kate.
—No, no está de guardia, pero tiene muchas cosas que organizar —dijo
Jules—. La próxima semana se mudará a Atlanta.
—¿Se va de Nueva York?
—Sí, le han ofrecido un puesto muy importante en uno de los mejores
hospitales del país y ha aceptado.
—Entonces, ¿ya no volveré a verlo? ¿Podríais darme su teléfono? Me
gustaría despedirme de él.
—El viernes celebraremos en casa una cena de despedida —dijo Ellie—.
Ya contábamos contigo. Supongo que podrás venir.
—Me encantaría.
—Estupendo —dijo Ellie.
—Pasaré a recogerte cuando termine en la consulta —dijo Carter.
—No hace falta, yo vendré. De lo contrario te verás obligado a llevarme
a casa de vuelta —dijo Kate.
No quería que la recogiera Carter. Era ginecólogo y no sabía si podría
descubrir algún síntoma de su embarazo.
—Yo te recogeré —dijo Sean—. Y luego te llevaré a casa.
—De acuerdo —dijo ella sonriéndole, y pensando que iba a echarle
mucho de menos cuando dejara de verlo.
A Logan no le gustaba la idea de que Kate pasara tiempo a solas con su
amigo, pero no podía impedirlo.
—¿Qué nos cuentas tú, Logan? —preguntó Patrick.
—No hay mucho que contar. Excepto que ya he tomado una decisión.
Voy a dejar la iglesia.
—Te ha costado decidirte —dijo Tess.
Las miradas de Kate y Logan se encontraron, pero él no vio el mismo
interés que Kate sentía por él semanas atrás.
—No era algo sencillo.
—¿No te arrepentirás? —preguntó Louise.
—El martes por la tarde tengo una cita para zanjar el tema. Y no, no me
arrepentiré, lo he meditado detenidamente
—¿Vas a ir solo? —preguntó Carter.
—No, me acompañará David Johnston, el amigo sacerdote de quien os
hablé.
—¿Qué pasará en la iglesia cuando cuelgues los hábitos? —preguntó
Ellie.
—Enviarán a un sacerdote para que me sustituya, igual que hicieron
cuando falleció mi padre, hasta que encuentren a uno que se haga cargo por
completo de la iglesia.
—¿Y qué harás tú?
—Me centraré en la escuela. Ya sabéis que hay mucho por hacer allí. Y
le dedicaré algo más de tiempo a mis negocios.
—Qué casualidad, el martes es el cumpleaños de nuestro hijo, el mismo
día que dejarás el sacerdocio —dijo Tess.
—¿Lo celebraréis el martes o el fin de semana? —preguntó Logan.
—Lo celebraremos el martes, pero no hace falta que vengas.
—Será una fiesta infantil con algunos niños de la guardería. Nathan y yo
ni siquiera estaremos en la ciudad —dijo Delaney.
—La fiesta será a las cinco de la tarde, y Carter y Jules no van a dejar la
consulta para venir.
—Yo sí vendré —dijo Louise.
—Y yo —dijeron Lauren y Ellie al mismo tiempo.
—Lo siento, pero yo no podré venir —dijo Kate—. Por la tarde tengo
una reunión en el colegio de Dexter. Pero vendré cuando Bradley vuelva a
casa, y le traerle el regalo.
—No te preocupes por venir, ni por el regalo —dijo Tess—. Todos estos
le comprarán un montón de cosas para malcriarlo. El año pasado
celebramos el cumpleaños de Christian en la isla. En un principio pensamos
celebrarlo también allí este año, o el de Brianna, que es el día veinticuatro,
pero este embarazo no lo estoy llevando muy bien y tengo muchas náuseas
y vómitos. Y, sinceramente, no me apetece.
Después de los postres Eve, Taylor y Dexter fueron a una salita para que
él niño se entretuviera con sus cuadernos, mientras las dos niñas hablaban.
Los más pequeños estaban durmiendo la siesta y los amigos fueron al salón
a tomar café con los deliciosos dulces que Cath había preparado.
Tanto en la mesa como en el salón, Kate y Logan estuvieron lo más
alejados posible el uno del otro, aunque se veían perfectamente.
Logan no lo había pasado bien durante la comida y tampoco se sentía
cómodo en ese momento. No podía dejar de pensar en las dos noches que
Kate y él habían estado juntos. Intentó no recordar las piernas de ella
rodeándole la cintura, mientras él la embestía hasta el fondo, una y otra vez,
hasta acabar completamente exhaustos.
Le había costado mucho tomar la decisión final, pero había hecho caso a
sus amigos y a su madre. Lo había decidido pensando en lo que él quería, y
no porque estuviera enamorado de Kate. Y es lo que había hecho. Pero
ahora se sentía mal, porque ella parecía que hubiera cambiado y ya no
estuviera interesada en él.
Kate y sus hermanos fueron los primeros que se marcharon, tan pronto
terminaron el café. Se despidieron de todos, pero Kate se despidió de Logan
con un frío hasta la vista, de la misma forma que él la había saludado al
llegar.
—¿Estás bien? —preguntó Bradley cuando subieron al coche.
—Sí, muy bien —dijo Kate.
Kate acostó a Dexter después de que se duchara después de cenar, y
luego le leyó las cinco páginas del libro.
Sus hermanos estaban esperándola en el salón cuando ella salió del
dormitorio del pequeño.
—He preparado un vaso de leche para los tres —dijo Bradley.
—Muy bien —dijo Kate sentándose en el sofá y poniendo una cucharada
de café soluble descafeinado en su taza y una cucharada de azúcar.
—¿Desde cuándo tomas café descafeinado? —preguntó Taylor.
—Sabrás la respuesta cuando te hable de lo que pasa —dijo Kate.
—De acuerdo. Lo hemos pasado bien hoy, ¿verdad?
—Sí, muy bien —dijo Kate.
—Bien, decidme de qué se trata.
—Ya eres mayor y creo que lo suficientemente inteligente para
comprender lo que voy a decirte.
—Vale.
—Estoy embarazada.
El rostro de la niña se quedó sin ninguna expresión, hasta que de pronto
comenzó a sonreír.
—Eso es estupendo. Supongo que el bebé es de Logan.
—Sí, es de Logan.
—¿Te ha pedido que te cases con él?
—No sabe que estoy embarazada.
—¿Y cuando se lo vas a decir? Ahora ya no tienes ningún impedimento,
antes de marcharnos Eve me ha dicho que el martes dejará de ser sacerdote.
—Cariño, es cierto que Logan va a dejar de ser sacerdote, y Kate está
enamorada de él, pero hay un problema —dijo Bradley.
—¿Cuál?
—Que si Logan le pidiera a Kate que se casara con él, ella tendría que
contarle lo que hizo con nosotros.
—¿Y cuál sería el problema? Si Logan está enamorado de ella no se lo
dirá a nadie.
—En primer lugar, Logan nunca me ha dicho que estuviera enamorado
de mi. Y en segundo lugar, no voy a arriesgarme a que lo descubran y me
encierren. Si eso sucediera los servicios sociales se harían cargo de ti y de
Dexter, y no volvería a veros.
—Pero eso no es justo. Tú has sacrificado tu vida por nosotros. No has
salido con ningún hombre y ahora estás enamorada. Mereces ser feliz.
—He sido feliz con vosotros.
—¿Y qué vas a hacer?
—Sé que si abortara ya no tendríamos ningún problema, pero no quiero
hacerlo. Quiero tener el bebé.
—Yo le he dicho que entre los tres nos ocuparemos de todo —dijo
Bradley.
—Por supuesto que lo haremos. Me gusta la idea de que haya un bebé
con nosotros —dijo la niña entusiasmada.
—No estoy segura de si deberíamos permanecer aquí o mudarnos a otro
estado. De ser así, ya no estaríais en contacto con vuestros amigos —dijo
Kate.
—Yo estaré de acuerdo con cualquier cosa que decidáis. Y vosotros sois
más importantes que mis amigas —dijo Taylor.
—Gracias, cariño.
—Puede que pasemos unos meses un poco agobiados —dijo Bradley.
—¿Por qué?
—Porque voy a trabajar todo lo que pueda para conseguir la mayor
cantidad posible de dinero, para pagarle a Sean cuanto antes. Además,
tendré que comprar unas cuantas cosas para el bebé —dijo Kate.
—Yo también voy a trabajar los fines de semana para poder ahorrar más
—dijo Bradley.
—Yo podría buscar un trabajo de canguro. Quiero ayudar también —dijo
la niña.
—Será suficiente ayuda con que cuides de Dexter cuando Bradley y yo
estemos trabajando.
—De acuerdo.

El martes siguiente era el cumpleaños de Christian, el hijo de Delaney y


Tess, y Kate fue a su casa a última hora de la tarde para felicitarlo y llevarle
el regalo que le había comprado.
Pensaba quedarse solo unos minutos, mientras tomaba un café con leche
y un trozo de tarta con sus amigas. Logan llegó cuando Kate todavía estaba
allí.
—Pensaba que no vendrías —dijo Tess acercándose a él para besarlo.
—Quería felicitar al pequeñajo, y celebrar con vosotras, que ya no soy
sacerdote —dijo Logan.
—No sé si en estos casos se da la enhorabuena —dijo Tess—. ¿Cómo te
sientes?
—Supongo que bien. He pensado mucho antes de tomar la decisión.
Sus amigas lo abrazaron, excepto Kate. Poco después Kate se despidió
de todos y entró a despedirse de Cath. La mujer le dio un trozo muy grande
de tarta para sus hermanos y ella le dio las gracias. Luego se marchó.
Poco después Logan fue a hablar con Carter, que acababa de llegar.
—Es una lástima que Logan y esa chica no vayan a estar juntos —dijo
Lauren.
—Sí, hacen muy buena pareja —dijo Ellie.
—A Kate le vendría bien que, por una vez, alguien se ocupara de ella y
de sus hermanos —dijo Cath, que se había unido a ellas.
—Desde luego que le vendría bien —dijo Louise—. Pero los he visto
muy distanciados.
—¿Crees que Kate debería ser amable con él, después de cómo se portó
con ella? —dijo Tess—. Yo me habría portado igual, de haber estado en su
lugar.
—De todas formas, yo no daría por zanjado el asunto —dijo Ellie—.
Entre esos dos hay algo muy fuerte.
—¿Crees que terminarán juntos? —preguntó Cath.
—He visto cómo se miran —dijo Ellie.
—Y Logan ya no es sacerdote —añadió Tess.
—Siempre he sabido que ser sacerdote no era lo suyo —dijo Cath.
—Ojalá tengas razón, me cae muy bien Kate, y también sus hermanos.
Los ha educado muy bien —dijo Louise.
—A mí también me caen bien todos —dijo Lauren.
—A Logan también le iría bien una chica como ella, es dulce, pero tiene
carácter. Y lleva demasiado tiempo solo.
Poco después Logan y Carter se reunieron con todas ellas.
—Logan me ha dicho que Kate ya no siente nada por él —dijo Carter.
—¿Cómo lo sabes? No te lo puede haber dicho ella, porque no os he
visto hablar —le dijo Tess a Logan.
—Lo he sabido por la forma de mirarme.
—¿Y eso no te gusta? —preguntó Lauren—. Pensaba que habías dejado
de ser sacerdote por ti y que Kate no había tenido nada que ver en tu
decisión.
—Y es cierto. Pero no me he olvidado de ella, sigo queriéndola.
—¿Le has dicho en algún momento de los que habéis estado juntos que
la quieres? —preguntó Ellie.
—No.
—Tenías que haberlo hecho —dijo Louise.
—¿Vas a pedirle que salga contigo? —preguntó Cath.
—Ahora ya no estoy seguro. Puede que deje pasar un poco de tiempo.
—Si la quieres, te aconsejo que no esperes demasiado, no vaya a ser que
alguien se te adelante —dijo Carter.
—¿Por qué lo dices? ¿Sabes de alguien que esté interesado en ella?
—Logan, cualquier hombre estaría interesado en ella. Y he de decirte
que tiene varios pretendientes. Los chicos y yo nos dimos cuenta en la fiesta
de inauguración de su casa.
—¿Os ha comentado ella algo sobre alguno de ellos?
—No —dijo Tess.
—¿Os ha dicho algo de mí?
—No —dijo Lauren.
—Ya sabes que el viernes celebraremos la despedida de Ryan, y Kate
asistirá —dijo Ellie.
Ese sería un buen momento para invitarla a salir —dijo Tess.
—O, al menos, hablar con ella y decirle que la quieres —dijo Lauren.
—No parece que tenga mucho interés en hablar conmigo.
—Logan, no te portaste bien con ella y no creo que esté muy contenta
contigo. Kate piensa que te aprovechaste de ella. Y yo pienso lo mismo —
dijo Lauren.
—No debiste acostarte con ella, al menos una segunda vez, si pensabas
seguir en la iglesia, que es lo que le diste a entender —dijo Louise.
—Yo creo que, antes de nada, deberías pedirle disculpas —dijo Ellie.
—Lo sé.

La despedida de Ryan se celebró en el salón de la casa de Carter y Ellie.


Era una estancia enorme.
Logan se quedó embobado y sin aliento mirando a Kate cuando entró en
la habitación con Sean, cogidos de la mano. Kate llevaba un vestido rojo,
que revoloteaba entre sus rodillas cuando caminaba, y unos zapatos de
tacón de aguja altos del mismo color. Llevaba el pelo recogido en lo alto de
la cabeza y pequeños mechones caían a ambos lados de su rostro. Estaba
preciosa.
Kate los saludó a todos, incluido Logan, pero a él no lo besó ni lo
abrazó, como hizo con los demás, simplemente le dijo hola, y sin ni
siquiera mirarlo.
—Dios mío —dijo Kate a sus amigas—. Esto parece un desfile de
modelos masculinos. ¿Cómo es posible que se reúnan tantos hombres con
su aspecto? Todos son perfectos.
Kate los miraba, todos llevaban traje, que les sentaba de maravilla.
—Estoy de acuerdo contigo —dijo Lauren—. Esos hombres saben llevar
traje.
Kate estuvo hablando con todos antes de la cena, mientras cenaban, y
luego después de cenar. Pero no se acercó a Logan en ningún momento.
Logan pensó que no lo pasaría bien si Kate seguía viéndose con sus
amigos, ya que lo ignoraba. Porque estaba loco por ella y no parecía que sus
sentimientos fueran a cambiar. Y era duro ver que ella no le prestaba la más
mínima atención.
La fiesta de despedida de Ryan fue muy emotiva. Kate lo abrazó muy
fuerte y durante mucho tiempo.
—Kate, vas a hacer que me emocione y echarás mi reputación por los
suelos —dijo Ryan separándose un poco de ella y secándole las lágrimas
con los dedos.
Kate se preguntaba qué coño le pasaba. Nunca había sido tan emocional,
y menos aún, con alguien a quien solo había visto unas pocas veces.
Seguramente sería el embarazó, pensó.
—Es que me da pena que te vayas.
—Va a ser un cambio para mejor.
—Lo supongo, de lo contrario, no te marcharías.
—Si aceptas salir conmigo puede que me plantee quedarme.
—No digas tonterías. Y yo no voy a salir con nadie, de momento.
Todos los miraban preguntándose si hablaban en serio, sobre todo
Logan.
—Podrías venir a Atlanta conmigo.
—¿Y qué haría con mis hermanos? —preguntó ella siguiéndole la
broma.
—Llevarlos contigo, por supuesto. He comprado una casa muy grande.
—Gracias, pero me gusta mucho vivir en Nueva York. Y tengo una casa
nueva. Y no puedo olvidar mi trabajo.
—Puedes pedir el traslado.
—Gracias, Ryan, pero no.
—Me has roto el corazón.
—Ya.
—De todas formas, mi oferta seguirá en pie.
—Vale —dijo Kate sonriéndole—. Ha sido divertido flirtear contigo.
—¿Quién te ha dicho que estaba flirteando?
Carter encendió el equipo de música. Cuando la música se expandió por
el enorme salón, Delaney se acercó a su mujer y la llevó al centró de la
estancia para bailar. Poco después se unieron a ellos Nathan y Lauren. Un
minuto después Carter cogió a Ellie de la mano y la llevó a bailar junto a
sus amigos.
—¿Quieres bailar? —preguntó Ryan a Kate.
—Bailar —repitió ella—. No he bailado desde… tal vez desde que tenía
veinte años. No creo que me acuerde.
—Te irá bien practicar conmigo, yo bailo muy bien.
—De acuerdo, pero no te quejes si te piso.
—No me quejaré. Solo por abrazarte merecerá la pena.
Ryan la cogió de la mano, la llevó al centro del salón y la rodeó con sus
brazos.
Logan se tensó al verlos tan cerca el uno del otro. Se levantó y caminó
hacia la mesa donde estaban las bebidas para servirse otra copa. Estuvo de
pie contemplándolos, con el vaso en la mano. Pensó en el fin de semana que
Kate y él habían estado juntos y sintió una presión en el bajo vientre.
Recordaba sus ojos azules, que lo miraban, a veces con descaro. Recordaba
la sensación de tenerla debajo de él, el sabor y la suavidad de su piel, sus
besos…
—¿Estás bien? —preguntó Jules sacándolo de sus pensamientos.
—Sí.
—Tal vez deberías bailar con Kate.
—No creo que quiera bailar conmigo.
—No lo sabrás si no se lo pides.
—¿Cómo te sientes no siendo sacerdote? —preguntó Jules.
—Bien.
—¿Lo echas de menos?
—Estoy demasiado ocupado para echarlo de menos.
—Además, nunca te gustaron los trabajos que desempeñabas en la
iglesia —dijo Sean, que había oído el final de la conversación al unirse a
ellos.
—¿Qué vas a hacer con Kate?
—¿Tengo que hacer algo? —preguntó Logan mirando a Jules.
—Deberías, si quieres recuperarla. Para empezar, podrías invitarla a
bailar —dijo Sean.
—Eso me ha dicho Jules. Tú la conoces mejor que yo, ¿crees que querrá
bailar conmigo si se lo pido? —le preguntó Logan a Sean.
—Kate no te rechazará, si cree que con ello puede dejarte en ridículo. Y
tampoco es de las que se acobardan.
—De acuerdo —dijo Logan bebiendo de un trago lo que le quedaba en el
vaso.
Caminó hasta donde Kate y Ryan estaban bailando.
—Ryan, ¿te importa que baile con Kate?
—Eso tendrá que decirlo ella.
—¿Quieres bailar conmigo? —preguntó Logan mirándola.
—Sí. Gracias, Ryan. Me ha encantado bailar contigo.
—Ha sido un placer, cariño.
Logan la rodeó con los brazos. Bailaban sin apartar la mirada el uno del
otro. Estaban perfecta e íntimamente conectados. La abrazaba de igual
forma que había hecho Ryan, pero Logan la acercó más a él, y en ese
momento estaban pegados. Sus pasos al bailar se entrelazaban de manera
íntima. Fue una sensación estimulante y extraña, pero también aterradora
para Kate. Las respiraciones de los dos se mezclaban y el calor del cuerpo
de Logan llegó al de ella.
Él le apartó de los ojos un mechón de pelo. Esa simple caricia de sus
dedos hizo que la sensibilidad de su piel se incrementara y Kate sintiera el
simple roce como si se lo hubiera grabado a fuego sobre la piel.
Desde de que comenzaran a bailar ninguno de los dos dijo nada, sus
cuerpos se comunicaban entre ellos, sin necesidad de palabras. Dos minutos
después, ya no seguían el ritmo de la música, sino un ritmo lento y suave.
Kate sabía que estaba cometiendo un error, pero se sentía tan bien entre sus
brazos, que no fue capaz de evitar la tentación.
—Me gustaría que quedáramos un día para hablar —dijo Logan cerca de
su oído.
—Logan, tú y yo no tenemos nada de qué hablar —dijo ella separándose
de él y dejando de bailar.
—¿Ya no sientes nada por mí? Dijiste que me querías —dijo él
separando los brazos de ella.
Kate caminó hacia la mesa de las bebidas y Logan la siguió.
—Y era cierto, pero ha pasado mucho tiempo.
—¿Quieres tomar algo?
—Agua, por favor.
—Nos vimos hace siete semanas, ¿crees que es mucho tiempo? No me
querrías mucho si en siete semanas has dejado de quererme.
—Las cosas han cambiado.
—Sí, sé perfectamente que han cambiado. Ya no me miras de la misma
forma. Quiero disculparme por mi comportamiento de la última vez que nos
vimos.
—No tengo nada que disculparte. En aquel momento decidiste que la
iglesia era más importante que yo.
—No era más importante que tú, pero estaba aturdido, y asustado.
—Si no tenías las cosas claras no tenías que haberte acostado conmigo la
segunda vez.
—Lo sé.
—Aunque claro, habíamos acordado que fuese una simple aventura
sexual.
—Para mí nunca fue una simple aventura sexual. Ahora no tengo ningún
impedimento, ya no soy sacerdote.
—Espero que no hayas abandonado la iglesia por mí.
—No, lo he hecho por mí mismo. Pero me gustaría salir contigo. Quiero
que nos conozcamos.
—No siempre podemos tener lo que queremos. Logan, ya no estoy
interesada en ti.
Esa chica lo sacaba de sus casillas. ¿Cómo era posible que hubiera
dejado de quererlo en unas cuántas semanas? Así y todo, seguía queriendo
empotrarla contra la pared más cercana y saciar las ansias que tenía de ella.
Sean se acercó a ellos.
—¿Bailas conmigo, cielo?
—Sí —dijo Kate sonriéndole a su amigo. Luego miró al exsacerdote—.
Logan, busca a una mujer que no lleve tanto equipaje como yo y que pueda
dedicarte todo su tiempo.
—No me importa el equipaje que lleves.
—Te deseo lo mejor en tu nueva vida —dijo ella besándolo en la mejilla.
Sean y Kate fueron los primeros en marcharse. Al despedirse, Tess le
dijo a Kate que se verían al día siguiente para comer, pero Kate le dijo que
no contara con ellos, porque habían quedado con un amigo para ir a pescar.

—Me ha dado la impresión de que has cortado con Logan —dijo Sean
cuando iban en el coche.
—Y no te equivocas. No quiero tener nada con él.
—Pensé que lo querías.
—Y le quiero, pero no puedo salir con él.
—¿Por qué? Ya no hay nada que os lo impida.
—No soy la mujer adecuada para él. Después de tantos años de
sacerdote se merece a alguien que le dedique todo su tiempo y no tenga que
ocuparse de tres hermanos, como yo.
—Logan está enamorado de ti, y tú de él.
—No creo que esté enamorado de mí. Pero si es así, me olvidará, igual
que lo olvidaré yo. De todas formas, yo no tengo tiempo para mantener una
relación. Tengo el instituto, el trabajo de los fines de semana en el
restaurante, que se ha ampliado y ahora trabajaré también los viernes por la
noche. Además, la siguiente semana empezaré a dar clases de apoyo de
lunes a jueves por la tarde. Y Bradley también va a trabajar a partir de ahora
los fines de semana.
—No vas a tener tiempo para ti ni para tus hermanos.
—Taylor se ocupará de Dexter.
—¿Por qué?
—¿Porque qué?
—¿Por qué quieres trabajar tanto?
—Quiero pagarte cuanto antes lo que te debo.
—¿Sabes lo mal que me hace sentir eso? —dijo Sean, claramente
enfadado.
—No debes sentirte mal por ello.
—No te he presionado de ningún modo para que me pagues antes, y
sabes que no lo haré.
—Lo sé, pero no me gusta deber dinero, lo siento.
Nada más parar el coche en la puerta de la casa de Kate empezó a llover,
y no una ligera lluvia.
—Entonces, ¿no podremos vernos el viernes que viene?
—No, ya no podremos vernos ningún viernes, porque estaré trabajando.
A partir de ahora va a ser complicado que nos veamos. Pero nos veremos el
sábado de la próxima semana, aunque nosotros iremos después de comer.
—¿No comeréis con nosotros?
—El sábado pasado fuimos porque pude arreglarlo, pero a partir de
ahora tengo que organizarlo con tiempo. Además, los días que no trabaje no
cobraré.
—Pues vaya faena. Me jode que lo hagas por pagarme antes, me siento
culpable por ello.
—Tú no tienes ninguna culpa. Yo soy así y no puedo cambiar. Y de no
haber sido por ti, no tendríamos esta fabulosa casa, así que no te sientas
culpable.
—No tuviste tanta prisa en pagarle a Logan el dinero que te llevaste de la
iglesia.
—Ahora tengo mis razones.
Sean no quiso insistir más, pero estaba seguro de que a Kate le sucedía
algo.
—Puede que me pase por tu casa un día de la próxima semana para cenar
con vosotros.
—Puedes venir cuando quieras.
—Te llamaré.

Kate estaba en la cama, no podía dejar de dar vueltas. Le daba golpes a


la almohada, intentando ordenar sus pensamientos y poder conciliar el
sueño. No podía dejar de pensar que Logan ya no era sacerdote y que le
había dicho que quería salir con ella. Tenía la oportunidad de tener todo lo
que había deseado durante tantos meses, y ahora que lo tenía al alcance de
la mano, no podía aceptarlo. Deseaba dormirse. Deseaba no pensar en cómo
se había sentido bailando con Logan. Quería olvidarse de él, pero sabía que
no lo conseguiría, por mucho que se esforzara.
Logan estaba en su casa, delante de la ventana de su habitación. Le
gustaban los días de tormenta cuando estaba en casa: la lluvia torrencial que
golpeaba los cristales, el ruido ensordecedor de los truenos y cuando el
cielo se iluminaba a causa de un relámpago. En ese momento todo estaba en
consonancia con el estado de ánimo que lo embargaba. No podía creer que
Kate ya no lo quisiera. Logan había pensado tiempo atrás que le daba miedo
estar enamorado de ella, porque eso significaría que podría destruirlo
cuando quisiera. Pero en ese momento se dio cuenta de que le daba mucho
más miedo no tenerla a su lado, porque sabía que no sería capaz de vivir sin
ella.
Logan estaba muy intranquilo. Era cierto que había colgado los hábitos
por él mismo, por lo que quería para su vida, pero tenía que admitir que
siempre había pensado que Kate estaría a su lado y que juntos formarían
una familia. Comprendió, con imperiosa certeza, que esa chica era lo que
quería para su futuro, y lo que siempre había deseado, aunque nunca lo
hubiera sabido. La necesitaba y la deseaba con todo su ser. Nunca había
deseado nada ni a nadie con esa intensidad. Quería pasar el resto de su vida
a su lado. Quería tenerla en su cama cada noche y despertarse con ella a su
lado.
Capítulo 23
Kate fue el sábado de la semana siguiente a casa de Nathan, que era
donde se habían reunido todos los amigos para pasar el día. Llegó a las tres
y media de la tarde, y sola. Había ido directamente desde el trabajo y ni
siquiera había pasado por casa a cambiarse. Solo permaneció con ellos
media hora, porque dijo que su hermano tenía que ir a trabajar y quería
llegar antes de que se marchara.
Logan y ella no hablaron nada. Él se limitó a mirarla, hasta conseguir
ponerla nerviosa. Estaba embarazada de dos meses y no podía olvidar que
pronto se le notaría el embarazo y ya no podría verlos. Esa fue la razón por
la que decidió ir.
—¿Habéis sabido alguno algo de Ryan? —preguntó Lauren.
—Supongo que estará liado con la mudanza —dijo Tess.
—A mí me llamó hace un par de días —dijo Kate—. Me envió unas
fotos de su nueva casa. Es una maravilla. Me ha invitado a ir a verlo.
—Vaya, la última en unirse al grupo y resulta que solo la llama a ella —
dijo Ellie.
—No sé qué decir, no fui yo quien lo llamó. Mirad las fotos —dijo Kate
pasándole el móvil a Lauren que era a quien tenía al lado.
—¿Vas a ir a verlo? —preguntó Ellie.
—Por supuesto que no, no tengo tiempo libre para hacer nada. Ayer me
acordé que el próximo jueves es el cumpleaños de Brianna, y no podré
venir, porque tengo clases de apoyo de lunes a jueves. Pero he traído el
regalo, lo tengo en el coche. Te lo daré antes de marcharme —le dijo Kate a
Tess.
—No tenías que haberte molestado. ¿Qué día de la semana tienes libre?
—preguntó Tess.
—Ninguno —dijo Kate sonriendo—. Y he de marcharme ya. Me ha
gustado veros a todos.
—Vamos a organizar una acampada para el mes de mayo —dijo
Delaney, antes de que Kate se levantara—. Parece que vamos a tener una
ola de calor y queremos aprovecharla. Nos gustaría que vinierais con
nosotros.
—No sé…
—Dexter me dijo que de vez en cuando ibais a pescar y que le gustaba,
de hecho tengo entendido que fuisteis recientemente, o eso nos dijiste.
—Sí, es cierto.
—Entonces no tienes excusa.
—Bueno, tengo que trabajar todos los días.
—Apuesto a que podrás arreglarlo —insistió Delaney.
—¿Cuántos días serían?
—Cuatro o cinco, con un fin de semana entre medio. ¿Crees que podrías
organizarte? —dijo Delaney.
Ese hombre hablaba de tal forma que, incluso una pregunta sonaba como
una orden.
—Supongo que sí. Hablaré con mi hermano a ver si puede cambiar los
turnos de esos días.
—Estupendo. Te diremos con tiempo las fechas de ida y vuelta.
—Vale. Tengo que marcharme. No os levantéis, por favor —dijo
levantándose ella y besándolos a todos, que ya se habían levantado para
despedirla. Luego cogió uno a uno a los pequeños para besarlos en el cuello
y hacerlos reír.
—Te acompaño al coche —dijo Sean.
—Bien, así te daré el regalo de tu sobrina.
Sean volvió poco después con una bolsa que le dio a Tess.
—A esa chica le pasa algo —dijo Nathan.
—¿A qué te refieres? —preguntó Logan.
—No lo sé. Sean, tú eres su amigo, ¿sabes algo que no sepamos los
demás?
—No. Pero estoy de acuerdo contigo. No es normal que haya buscado
trabajo para todos los días de la semana, al igual que Bradley.
—¿Tendrá algo que ver con Logan? —preguntó Tess.
—No veo que pueda haber relación —dijo Lauren.
—¿Os habéis dado cuenta de que está más guapa que nunca? —dijo
Louise—, a pesar de ir sin arreglar.
—Es cierto. Se supone que ha trabajado de ocho a tres y debería tener
aspecto de cansada, sin embargo, está radiante —dijo Sean.
—Bueno, es joven —dijo Patrick.
—Además, parece feliz —dijo Ellie.
—Será porque se ha librado de Logan —dijo Carter sonriendo a su
amigo.
—Muy gracioso —dijo el aludido.

Kate inventó todas la excusas que se le ocurrieron para no reunirse con


el grupo de amigos los sábados. Sean fue a cenar dos días de las semanas
siguientes con ella y sus hermanos y él llevó la cena.
Las tres chicas se presentaron en casa de Kate un día a última hora de la
tarde y Kate las invitó a un café con leche. Y otro día la llamaron para
invitarla a cenar y Kate aceptó. Pero, por más que lo intentaron, no
consiguieron averiguar nada de lo que sentía por Logan, si es que todavía
sentía algo. No les gustaba ver a su amigo tan triste y desanimado.
La última semana de abril, Delaney llamó a Kate un día a las siete y
media de la tarde para decirle que ya sabían la fecha para ir de acampada.
Saldrían el miércoles, cuatro de mayo y volverían el domingo, día ocho.
Kate hizo números de cabeza y se dio cuenta de que estaría embarazada de
quince semanas. No estaría ni de cuatro meses y supuso que no se le
notaría. De manera que aceptó.
Kate y su hermano se organizaron bien para tener libres los días que
duraría la acampada. Aunque los últimos días, ella se había preguntado si
podría soportar ver a Logan durante veinticuatro horas al día, cuatro días
seguidos. Pero llegó a la conclusión de que soportaría cualquier cosa,
porque seguramente sería la última vez que lo vería, ya que tenía que
empezar a pensar en cortar con todos ellos.

El día de la partida amaneció un día increíble y con una temperatura


altísima. Sean llegó a casa de Kate a las tres y media. Ella acababa de llegar
del trabajo, pero solo tuvo que cambiarse, porque la noche anterior habían
dejado preparado todo lo que tenían que llevarse.
Sean y Bradley cargaron todo en el maletero del Volvo todoterreno y se
marcharon a casa de Delaney, que era donde habían quedado todos.
Cuando bajaron del coche Kate no podía salir de su asombro. Era un
espectáculo de cuerpazos, y completamente gratis, pensó al ver a todos esos
hombres. Cada uno de ellos estaba como un tren, no tenían desperdicio
alguno.
Logan vio cómo el rostro de Kate se le iluminó al verlo. No estaba
acostumbrado a ver una expresión tan sincera y resplandeciente en el rostro
de una mujer. Recordó las palabras de Louise y estuvo de acuerdo con ella,
Kate estaba más guapa que nunca.
A las cuatro y cuarto de la tarde todo estaba cargado en los vehículos.
Algunos de los pequeños querían cambiar de coche, pero los padres no lo
permitieron, porque ya tenían las sillitas para bebés instaladas en los
asientos.
Tardaron poco más de dos horas en llegar al bosque donde siempre
acampaban.
Decidieron no entretenerse enseñándole a Kate y a sus hermanos la zona,
porque tenían mucho que hacer y no querían que se les hiciera de noche.
Lo primero que hicieron los hombres, ayudados por las dos adolescentes,
fue montar las tiendas formando un semicírculo. Jack colocó los coches de
espaldas, terminando de cerrar el círculo por completo, mientras las mujeres
organizaban todo lo que habían llevado para comer y beber, colocándolo en
los maleteros de los vehículos.
Cuando todo estuvo terminado, los hombres fueron a buscar leña. Y las
mujeres organizaron la ropa en el interior de las tiendas. Cuando ellos
volvieron les hablaron a Kate y a sus hermanos de las normas que debían
seguir mientras estuvieran allí, resaltando, que no podían ir sin botas en
ningún momento.
Los hombres se encargaron de preparar la barbacoa, mientras las chicas
ponían la mesa. Su primera cena fue carne, pimientos y cebollas a la brasa,
y una deliciosa ensalada de patatas que les había preparado Cath.
—Siento no haber traído nada —dijo Kate a sus amigos.
—Trabajas siete días a la semana, no habrías tenido tiempo de preparar
nada —dijo Lauren—. Y no te preocupes, yo tampoco he traído nada.
—No puede decirse que nosotras nos hayamos matado a trabajar —dijo
Tess—, Cath y Rosita, el ama de llaves de Carter y Ellie, se han encargado
de la comida y la bebida.
—Y yo solo he traído los dulces para el desayuno y el café —añadió
Ellie.
—¿Cómo os encontráis? —preguntó Kate a sus tres amigas
embarazadas. Porque Ellie también lo estaba, se lo habían dicho una de las
veces que se vieron unos días atrás—. No puedo creer que las tres estéis
embarazadas. ¿De cuánto tiempo estáis?
—Yo de once semanas —dijo Ellie.
—Yo de dieciocho —dijo Tess.
—Yo de quince —añadió Lauren.
Yo también estoy embarazada casi de quince semanas, pensó Kate.
A ninguna se le notaba el embarazo, pero Tess tenía un ligero
abultamiento en el vientre.
—Este embarazo lo estoy llevando peor que los dos anteriores —dijo
Tess—. Con los otros no sentí absolutamente nada, pero con este me matan
las náuseas.
—Posiblemente no sintieras nada porque estabas asustada por si Delaney
descubría tu embarazo —dijo Sean sonriendo.
—Es posible —dijo ella mirando a su marido y sonriendo.
—¿Y vosotras? —preguntó Kate.
—Yo no siento nada —dijo Lauren.
—Yo tampoco —añadió Ellie.
Tampoco yo noto nada, pensó Kate. Solo tristeza, porque mi bebé nunca
va a saber quien es su padre.
—Está haciendo muchísimo calor —dijo Carter.
—Mañana podremos bañarnos —dijo Tess.
—¿Los niños también podrán bañarse, o hay algún peligro? —preguntó
Kate.
—No hay peligro alguno. Hay un remanso bastante grande donde solo
hay un palmo de agua, así y todo, los niños estarán siempre vigilados por
alguien de nosotros —dijo Delaney.
—Yo no perderé de vista a ninguno de los pequeños —dijo Jack.
—Espero que el río no haya cambiado, porque hace un año que no
venimos por aquí —dijo Sean.
Dexter se sentó en una silla a leer todo lo relacionado con ese bosque, en
el libro que le había llevado Delaney.
Logan no conseguía apartar la mirada de Kate. Parecía feliz jugando con
los pequeños, cogiéndolos en brazos para achucharlos.
Mientras comían, Dexter les dio una clase, perfectamente detallada, de la
fauna y flora que había en ese bosque. Delaney volvió a sorprenderse de la
memoria del niño, porque acababa de leer el libro, aunque seguramente no
lo habría terminado.
Las mujeres se llevaban genial. A Logan le molestaba que Kate estuviera
tan contenta con ellas. Bueno, también parecía contenta hablando con los
hombres, incluido Jack. Con todos, menos con él. Porque se había limitado
a saludarlo al verlo en casa de Delaney y desde entonces no le había
dirigido la palabra.
Ninguno de ellos tenía mucha confianza con Kate y sus hermanos como
para compartir tienda. Pero Logan había comprado una para ellos casi tan
grande como la de Delaney, que hasta ese momento, era la más grande de
todas.

El día siguiente también amaneció un día precioso y con mucho calor.


Los hombres remontaron el río para pescar, acompañados de la hija de
Carter y la hermana de Kate, que tenían la misma edad y se llevaban muy
bien. Las mujeres se quedaron en el río, tumbadas en las hamacas que Jack
les había llevado. Los pequeños estaban en la orilla jugando con los cubitos
de playa, llenándolos con guijarros, mientras Jack los vigilaba como un
halcón, sentado en una silla a dos metros de ellos.
—Entonces, ¿lo de Logan y tú se ha acabado definitivamente? —
preguntó Tess a Kate.
—Hace tiempo que se terminó.
—Pensaba que estabas enamorada de él —dijo Lauren.
—No hace falta que hables en pasado. Cuando una está enamorada, no
creo que pueda dejar de querer a esa persona como por arte de magia.
—¿Quieres decir que sigues enamorada de él? —preguntó Ellie.
—Sí, pero se me pasará, solo necesito tiempo.
—¿Por qué quieres que se te pase? —preguntó Louise—. Ahora ya no
hay nada que impida que os queráis.
—Logan está enamorado de ti —añadió Tess.
—Lo siento por él, pero no va a haber nada entre nosotros.
—Pero, ¿por qué? No lo entiendo —dijo Ellie.
—Me he dado cuenta de que Logan no es lo que necesito.
—¿En serio? —dijo Tess con sarcasmo—. Es un monumento de hombre,
inteligente, educado, trabajador, cariñoso… y, por si eso fuera poco,
millonario. Es el tipo de hombre de cualquier mujer. Y además, le gustan
los niños. ¿Qué más podrías necesitar?
—Tienes razón.
—¿Y entonces?
—No puedo estar con él.
—¿Por qué? —preguntó Lauren.
—Hay cosas de mí que no sabéis y de las que no puedo hablar. Y Logan
no me aceptaría si las supiera. Cuando me enamoré de él estaba cegada por
lo que sentía y no me paré a pensar en ello. Ahora sé que nunca debí decirle
que lo quería. De hecho, no debí haber vuelto por la iglesia después de la
primera vez que lo vi, al darme cuenta de que me sentía muy atraída por él.
Él y yo nunca podremos estar juntos. Así que, si estamos aquí, solo porque
pensáis que Logan y yo vamos a terminar juntos, cuando volvamos a casa
no volveremos a veros.
—¿Cómo puedes pensar eso de nosotros? —dijo Tess—. Todos os
apreciamos.
—¿Por qué no nos hablas de eso que piensas que impide que estéis
juntos? —le pidió Louise.
—Porque entonces, tampoco me aceptaríais vosotras ni vuestros
maridos. Y no quiero hablar de ello, por favor.
—De acuerdo —dijo Tess—. Pero quiero que sepas que cualquier cosa
que te haya sucedido, lo que sea, nuestros maridos, Sean o Logan, podrían
resolverla rápidamente.
—No lo creo. Además, me moriría de vergüenza si lo supierais.
—¿Has pensado que si nos ocultas algo es como si nos mintieras? —
preguntó Louise.
—No es mi intención, te lo aseguro.
—Yo también podría haberme avergonzado por la vida que llevaba antes
de conocer a Nathan, pero no lo hice —dijo Lauren—. Ninguno de ellos me
dio la espalda, y me ayudaron en todo lo que necesité.
Jack miró a Kate y la vio muy alterada. Había escuchado la conversación
y se preguntaba qué le habría sucedido para estar tan afligida. Sabía, por
todo lo que había pasado, que no era poco, y que posiblemente no sería
todo. Y ahora se encontraba con un buen hombre que podría ocuparse de
ella y de sus hermanos, y prefería rechazarlo, incluso estando enamorada de
él, antes de que descubriera lo que le había sucedido. Se dijo que tendría
que hablar con Delaney de ello.
—De acuerdo, no volveremos a mencionarlo. Pero quiero que lo pienses
detenidamente. Podemos ayudarte con cualquier cosa que te haya sucedido
—dijo Louise.
—Lo pensaré, gracias.
No volvieron a mencionar el tema, pero las cuatro mujeres pensaron en
comentarlo con sus amigos, cuando Kate no estuviera presente.
Al mediodía, ellas prepararon unas ensaladas y arroz blanco. Los
hombres volvieron con peces suficientes para todos, y limpios. Los
pusieron sobre la parrilla y poco después estaban comiendo.
A Kate se le llenaron los ojos de lágrimas al mirarlos a todos. Logan se
había dado cuenta y no pudo resistir acercarse a ella.
—¿Estás bien?
—Sí —dijo Kate mirándolo y maldiciéndose por sentirse tan vulnerable
a causa del embarazo—. Estaba pensando en algo y me he emocionado.
—¿En qué pensabas?
—En que cualquier mujer mataría por tener amigos como vosotros.
—¿Por qué se te ha ocurrido pensar en algo así? Tú ya eres uno de
nosotros.
—Sí, lo sé.
Poco después Eve se cayó y se golpeó en el pie con una piedra. Carter y
Jules se acercaron a ella, que estaba sentada junto a Kate en una tumbona.
—Está un poco hinchado, pero no parece que esté roto —dijo Kate a los
dos médicos.
—¿Y tú cómo lo sabes? —preguntó Jules, que era traumatólogo,
sonriendo.
—No estoy completamente segura, pero me gusta ser positiva —dijo
Kate sonriéndole también—. ¿Puedes mover los dedos, cariño?
—¿Qué tienen que ver los dedos? —preguntó Eve.
—No tengo ni idea, pero ¿no es lo que siempre preguntan cuando te
golpeas el pie?
Jules soltó una carcajada. A continuación le palpó el pie a la niña, lo
movió de un lado al otro y dijo que no era nada.
—¿Has dicho que te gusta ser positiva? —preguntó Tess a Kate.
—Sí.
—Pues por lo que nos has dicho antes, no lo parece.
—Esto es diferente —dijo Kate.
—¿De qué habláis? —preguntó Nathan.
—De cosas de chicas —dijo Lauren, su mujer.
Pasaron un día estupendo. Incluso Dexter parecía estar disfrutando. Kate
no se arrepintió en ningún momento de haberlos acompañado, porque no
volverían a ir a una acampada como aquella en la vida.
—¿Lo estáis pasando bien? —preguntó Kate a sus hermanos cuando ya
estaban dentro de la tienda por la noche. El pequeño estaba profundamente
dormido desde hacía dos horas.
—Sí, muy bien —dijo Taylor—. Este sitio no tiene nada que ver con el
río al que vamos nosotros.
—Tienes razón.
—Yo también lo estoy pasando muy bien. ¿Y tú? —preguntó Bradley a
su hermana.
—Estupendamente.
—Esta tienda es una pasada, y valdrá una fortuna —dijo Bradley.
—Sí, es enorme, y me encanta el techado en la puerta. Creo que después
de esta acampada no deberíamos volver a verlos —dijo Kate.
—¿Ni siquiera a Sean? —preguntó Taylor.
—No, ni siquiera a él.
—Pero, todavía le debes mucho dinero.
—Le pediré el número de su cuenta y le haré una transferencia cada mes.
Es una lástima, porque todos me caen muy bien —dijo Kate.
—A mí también —dijo su hermana.
—Aunque, no siempre podemos tener lo que deseamos —dijo Kate
sonriéndole.
—Siento mucho que por nosotros no puedas salir con Logan.
—No te preocupes, cariño. Lo olvidaré pronto. Vamos a dormir, de lo
contrario mañana no podremos levantarnos. Y tenemos que aprovechar,
porque nunca más vamos a tener como amigos a un grupo de millonarios.
—Eso no lo puedes decir, porque la vida da muchas vueltas —dijo
Taylor.
—¿Crees que volveremos a encontrar a unos amigos como ellos? —
preguntó Kate.
—Puede que no acepten tu negativa de volver a verlos.
—Pues tendrán que hacerlo.

Kate salió de la tienda muy temprano al día siguiente, aún no había


amanecido del todo. Se dirigió hacia el río pensando en Logan. En dos días
regresarían a Nueva York y no volvería a verlo. Eso la entristecía. Llegó al
río y se detuvo en la orilla. Las lágrimas se deslizaban por sus mejillas.
—Buenos días —dijo una voz, que ella conocía bien, a su espalda.
Kate se dio la vuelta y vio a Logan tumbado en una hamaca. Al oírla
sollozar se levantó rápidamente y se acercó a ella. Kate lo miró a los ojos.
Logan no pudo contenerse, la sujetó de la nuca y la besó con desesperación,
haciendo que ella le devolviera el beso de igual forma.
Sus lenguas se buscaban, haciendo que la excitación de ambos
aumentara. Logan la devoró, como si fuese el manjar más exquisito y
llevara varios días sin comer. Buscaba sus labios y su lengua con un ansia
incontrolable. La besaba con adoración, pero también con erotismo,
dejándole ver cuánto la deseaba.
Esa combinación aturdía a Kate. Aunque el aturdimiento no le impedía
que se entregara al beso con la misma pasión que él.
Logan se apartó un poco de ella y Kate lo miró de forma tímida.
—Si te sientes mal por lo que has hecho, podemos fingir que no ha
pasado —dijo Kate.
—Si te refieres al beso no me siento mal, todo lo contrario. Pero no te he
besado yo solo, tú me has devuelto el beso.
—Pero tú has empezado. Aunque no me arrepiento de habértelo
devuelto.
—De todas formas, no podemos fingir que ha sucedido.
—Por supuesto que podemos. Esto solo ha sido una reacción física —
dijo ella.
Desde luego que había sido una reacción física, pensó Logan. Y no solo
quería besarla, deseaba metérsela hasta el fondo y follarla de manera brusca
hasta que ella le suplicara que parara.
—Te necesito, cielo. No sabes hasta qué punto. Cuando no estás
conmigo es como si me faltara el aire. Espero que recapacites y aceptes
salir conmigo porque no podré vivir sin ti.
—Logan, no necesito recapacitar mi decisión. No puedo salir contigo.
—¿Por qué? No lo entiendo.
—Porque hice algo en el pasado que me impide tener una relación seria.
Él la miró, desconcertado por sus palabras.
—No me refiero a una relación seria contigo, sino con cualquier hombre.
—No creo que sea algo tan terrible como para eso.
—Es demasiado serio, y no quiero hablar de ello.
—Kate, te quiero, y no voy a rendirme. A no ser que me digas
claramente que ya no sientes nada por mí.
Era la primera vez que él le decía que la quería y Kate creyó morir.
—Logan, yo ya no te quiero —dijo bajando la mirada.
—Eso no me lo creo.
—Pues tendrás que creértelo.
—Te conozco bien y sé que no me habrías besado como lo has hecho si
no estuvieras enamorada de mí.
Ella lo miró un instante a los ojos.
—Lo siento —dijo ella dándose la vuelta y volviendo al campamento.

Kate encontró a Jack preparando café.


—Buenos días, Jack.
—Hola, Kate. No sabía que estabas levantada.
—Me levanté temprano porque no podía dormir.
—¿Por qué no podías dormir? ¿Estás bien? —preguntó el hombre al ver
que tenía los ojos empañados por las lágrimas.
Jack retiró la cafetera de hornillo de gas y lo apagó.
—Sí.
Jack vio que también tenía los labios rojos e hinchados y le extrañó. Pero
todo tuvo sentido cuando vio a Logan entre los árboles, por el mismo sitio
que había llegado ella.
—¿Puedo tomar un café? —preguntó Kate.
—Claro —dijo el hombre sirviendo una taza—. ¿Lo quieres con leche?
—Sí por favor y una cucharada de azúcar.
—¿Quieres comer algo?
—No, gracias. Desayunaré luego con todos.
—Buenos días, Jack —dijo Logan cuando llegó hasta ellos.
—Buenos días, Logan. Acabo de hacer la cafetera —dijo el hombre
llevando a la mesa su café y el de Kate y sentándose frente a ella.
Jack empezó a contarle anécdotas de la última acampada que hicieron.
Logan se sentó en la mesa con su café.
—¿Hubo algún contratiempo? —preguntó Kate.
—Bueno, a Ellie le picó algo en el muslo y se le hinchó.
—¿Qué le picó?
—No lo llegamos a saber, puede que una abeja o una araña. Pero nos
acompañaban tres médicos y venían muy bien preparados. Según dijeron,
fue una reacción alérgica. Le inyectaron algo y en unas horas todo volvió a
la normalidad.
—Desde luego es una ventaja que nos acompañen médicos.
—Sí.
—Buenos días —dijo Delaney.
—Buenos días dijeron los tres.
—¿Hay café para mí?
—Sí, y está cliente —dijo Jack.
—¿Qué habría pasado si no hubiera habido café hecho? —preguntó Kate
sonriéndole a Stanford cuando llegó donde estaban ellos—. Porque Tess me
dijo que no sabías hacer nada en la cocina.
—Mi mujer es una exagerada —dijo él mientras se servía el café.
—Lo máximo que mi jefe hace en la cocina es sacar una cerveza de la
nevera —dijo Jack muy serio.
—Es tan duro ser millonario —dijo Delaney guiñándole un ojo a Kate.
Ella soltó una carcajada.
—Yo también soy millonario y sé cocinar —dijo Logan.
—Es porque tú eres un millonario de pacotilla. Y yo tengo más dinero
que tú.
—Qué razón tenía tu mujer al decirme que eras un arrogante. Aunque un
arrogante guapísimo.
—Gracias, cielo. ¿Has dormido bien?
—Sí, muy bien.
—¿Y por qué te has levantado tan temprano?
—Me he despertado antes de que amaneciera y ya no he podido
dormirme.
—¿Lo estás pasando bien?
—Lo estoy pasando de maravilla. Y mis hermanos también. Gracias por
traernos.
—No me des las gracias, los cuatro sois parte del grupo. Tan pronto
tenga unos días libres iremos a la isla que tengo en las Maldivas. Y me
gustaría que nos acompañéis.
—Teniendo tanto dinero y siento tu propio jefe, ¿no puedes coger
vacaciones cuando quieras?
—En teoría podría, pero tengo muchos compromisos, viajes… Además,
no depende solo de mí. Siempre vamos todo el grupo y ellos también tienen
que organizarse con sus trabajos.
—Lo entiendo. Gracias por la invitación, pero yo ya no puedo coger más
tiempo libre en el instituto.
—Pero, el mes que viene se termina el curso, ¿no?
—Sí, a finales de mes. Pero tan pronto me den las vacaciones trabajaré
todos los días en el restaurante por la mañana, y por la tarde daré clases de
apoyo.
—¿Por qué tienes que trabajar tanto?
—Puede que porque no soy tan rica como tú —dijo ella mirándolo con
una sonrisa radiante.
—Eso está claro —dijo Delaney sonriéndole.
—Pero tengo entendido que solo pagas doscientos dólares de alquiler —
dijo Jack.
—De momento no estoy pagando nada, el propietario nos ha dejado un
año sin pagar alquiler, porque yo me hice cargo de la reforma. Pero sí, en
enero del próximo año empezaré a pagar doscientos dólares al mes.
—Supongo que con los tres trabajos que tienes y el trabajo de Bradley os
dará para vivir bien.
—Nos da para vivir muy bien pero, por si lo has olvidado, le debo dinero
a tu hermano.
—¿Cuánto te costó la reforma?
—Cuarenta y ocho mil dólares. Ahora le debo treinta y un mil dólares.
—¿Cómo le has pagado tanto en tan poco tiempo?
—No le he pagado casi nada todavía. Pero Tom, el propietario le pagó
catorce mil dólares, que costó arreglar la fachada, cambiar las ventanas de
toda la casa y la puerta de entrada y del garaje. Pero de aquí a Julio le
pagaré trece mil dólares más.
—¿Por qué te estás dando tanta prisa?
—Porque no me gusta deber dinero.
—Sean no notaría ninguna diferencia, aunque no le pagaras lo que le
debes.
—Él no tiene que pagar la reforma de mi casa.
—¿Y si yo comprara tu casa? Entonces no tendrías que pagar nada a mi
hermano, porque yo me haría cargo.
—¿Por qué ibas a hacer algo así?
—Porque puedo. Además, tendría una buena propiedad cuando tú te
marcharas.
—Yo no voy a marcharme.
—Yo podría hacer que lo hicieras.
—Ni tú, con todos tus millones, podrías echarme de allí. Comprarías una
propiedad con inquilinos.
—Vale. Olvidemos la idea de comprar la casa. Aunque quiero dejarte
claro que, si quisiera comprarla, podría echarte a la calle en un abrir y cerrar
de ojos —dijo Delaney sonriendo.
—Parece que confías mucho en tu influencia.
—No sabes hasta qué punto. Dejemos el tema, porque no voy a comprar
tu casa.
—Claro que no vas a comprarla, porque sabes que no podrías echarme.
Stanford soltó una carcajada.
—Volvamos a lo que estábamos. Supongo que podrás coger unos días
libres este verano. Estoy seguro de que te gustaría la isla, y a tus hermanos
también.
—No me cabe la menor duda. Ya veremos. Es posible que pueda
arreglarlo.
—Te avisaremos con tiempo.
—De acuerdo.
Ese día lo pasaron tan bien como el día anterior, con la diferencia de que
Logan la había besado y Kate no había podido quitarse el beso de la cabeza.
Estaban todos sentados después de cenar, hablando de los embarazos de
las tres chicas. A Kate volvieron a llenársele los ojos de lágrimas. Le habría
gustado que todos supieran que ella también estaba embarazada y que el
hijo era de Logan. Su bebé era tan importante como los de ellas. Logan la
miró a los ojos y se dio cuenta de que estaba apunto de llorar, y no fue solo
él. Jack también se dio cuenta y se preguntó porqué se había emocionado.

Bradley salió de la tienda muy temprano al día siguiente, cerró la


cremallera y se dio la vuelta. Y se encontró a Logan preparando café. Desde
que habían llegado, el chico había evitado por todos los medios estar a solas
con él, por miedo a que le hiciera alguna pregunta sobre Kate. Pero no
podía volver a entrar en la tienda, porque Logan lo habría oído.
—Buenos días, Logan.
—Buenos días, Bradley. ¿Te apetece un café?
—Sí, gracias. Voy un momento a orinar y a lavarme la cara.
Cuando el chico volvió Logan le sirvió el café y se sentaron a la mesa, el
uno frente al otro.
—Si no supiera que no eres un cobarde, pensaría que desde que hemos
llegado has evitado quedarte a solas conmigo.
—¿Por qué iba a hacer eso?
—Puede que porque no quieres que te haga ninguna pregunta sobre tu
hermana.
—No me preocupa que me preguntes nada sobre ella. De todas formas,
si no quiero contestar a algo no lo haré. ¿Quieres preguntarme algo?
—Le he dicho a Kate que la quiero.
—¿La quieres?
—¿Te extraña? La verdad es que no estaba seguro de lo que sentía por
ella, pero creo que estoy enamorado desde hace mucho. También le he
dicho que quiero salir con ella.
—¿Y qué te ha dicho?
—Que no podía salir con nadie, porque había algo en su pasado que se lo
impedía. ¿Sabes de qué se trata?
Bradley tomó un sorbo del café, intranquilo.
—¿Por qué no se lo has preguntado a ella?
—Lo he hecho, pero dice que no puede hablarme de ello. ¿Tú sabes algo
al respecto?
—Es posible, pero aunque lo supiera no te lo diría. Es ella quien tiene
que decidir si quiere comentarlo contigo o no.
—No voy a rendirme —dijo Logan.
—Entonces, que tengas suerte. Pero tienes que saber que mi hermana es
la persona más testaruda y obstinada que conozco y, si no quiere que sepas
lo que le pasa, no lo sabrás.
—Yo también soy obstinado y testarudo. Te noto bastante frío conmigo.
¿He hecho algo que te haya molestado?
—No, es solo que no me gusta ver sufrir a mi hermana. Y tú llevas
mucho tiempo haciéndola sufrir.
—Lo sé, y te aseguro que no ha sido de manera intencionada. No estaba
seguro de lo que quería. Ya le he pedido disculpas por ello.
—Mira, Logan. Me caes muy bien, de hecho, siempre me has caído bien,
pero no puedo ayudarte. Yo jamás traicionaría a Kate.
—De acuerdo. Lo solucionaré yo solo.

Al día siguiente, que era domingo, se marcharían después de comer.


Pasaron una buena mañana, bañándose y disfrutando de la compañía.
La hora de la despedida fue muy triste para Kate, porque sabía que ya no
volvería a verlos. Se despidió de todos, incluso besó a Logan, como había
hecho con todos los amigos.
—Kate, tenemos que hablar —le dijo Logan al oído cuando ella se
acercó para besarlo.
—Logan, es mejor que te olvides de mí y de mis hermanos. Imagina que
nunca nos has conocido.
Capítulo 24
—¿Qué excusa ha puesto Kate esta vez para no venir a pasar el día con
nosotros? —preguntó Carter mientras comían en casa de Nathan, que era
donde se habían reunido ese sábado.
—Me ha llamado mientras estabais en el partido. Me ha dicho que su
compañera estaba enferma y que tenía que hacer el turno de ella también —
dijo Tess.
—Cada vez estoy más convencido de que a esa chica le sucede algo —
dijo Delaney.
—¿Por qué lo dices? —preguntó Jules.
—Kate habló con las chicas y les dijo que no podía salir con Logan
porque había sucedido algo en su pasado que se lo impedía.
—¿Quién te lo ha dicho? —preguntó Tess—. No hace falta que me lo
digas. Has sido tú, ¿verdad, Jack?
—Pensé que debería saberlo. Creo que esa chica necesita ayuda de algún
tipo —dijo el guardaespaldas.
—Tenía que haberlo sabido por ti —le reprochó Delaney a su mujer.
—No le eches la culpa a Tess —dijo Lauren—. Era una conversación
privada y pensamos que deberíamos dejar pasar un tiempo antes de
comentarlo con vosotros. Yo tampoco se lo dije a Nathan.
—Ya ves que no ha sido la única que no ha confiado en ti, Ellie tampoco
ha comentado nada conmigo —dijo Carter.
—Le dije a Kate que la quería y me dijo que nunca podría tener una
relación con ningún hombre —dijo Logan.
—¿Y no te dijo la razón? —preguntó Carter.
—No.
—¿Qué pensáis que pueda ser? —preguntó Patrick.
—Puede que una mala experiencia con un hombre —dijo Louise.
—Eso no es —dijo Sean—. Solo ha salido con un hombre en toda su
vida, y puedo aseguraros que no le afectó demasiado cuando cortó con ella.
Apostaría a que está preparándose para cortar con nosotros.
—¿Por qué iba a cortar con nosotros? —preguntó Ellie.
—Porque sabe que si sigue formando parte del grupo descubriremos lo
que sea que tanto le preocupa de su pasado —dijo Sean.
—¿Y eso sería culpa mía? —preguntó Logan—. Porque parece ser que
todo lo que sucede relacionado con esa mujer es culpa mía.
—Puede que seas el culpable o puede que no. Pero me extraña
muchísimo que esté trabajando tanto, porque no lo necesita —dijo Sean.
—A mí me dijo que quería pagarte cuanto antes lo que te debía —dijo
Delaney.
—También me lo dijo a mí, pero yo nunca la he presionado para que me
pagara, sino todo lo contrario —dijo Sean.
—Nadie querría cortar con nosotros. Tenernos como amigos podría
abrirles muchas puertas —dijo Nathan.
—Si lo dices porque podríamos ayudarla en algunas cosas, he de decirte,
que a esa chica le gusta hacer las cosas por sí misma —dijo Sean.
—Yo estoy de acuerdo con él —dijo Logan.
—Yo creo que no debemos precipitarnos. Démosle un poco de tiempo
para que recapacite —dijo Louise.
—Puede que sea lo mejor. Si no le hablamos de ello por un tiempo, tal
vez cambie de opinión y nos cuente lo que tanto le preocupa —dijo Lauren
—. A mí tampoco me hizo gracia cuando tuve que hablaros de mi pasado.
Y os aseguro que me sentía muy avergonzada. Pero al final lo hice, ¿no?
—Lauren tiene razón —dijo Tess—. Puede que cuando la veamos unas
cuantas veces más, se dé cuenta de que no vamos a asustarnos de lo que
haya hecho.
—De acuerdo, lo dejaremos estar por el momento —dijo Delaney.

Esa misma tarde, Lauren llamó a Kate para invitarla a pasar el siguiente
fin de semana en el rancho de su abuelo. Y Kate le dijo que lo hablaría con
Bradley y le contestaría.
Kate lo comentó con sus hermanos esa noche mientras cenaban.
—¿Tú quieres ir? —preguntó Bradley a Kate.
—No estoy segura, pero no creo que podamos verlos muchas veces más
—dijo Kate, sin mencionar lo del embarazo para que Dexter no se entrara,
porque lo hablaba todo. Aunque sus dos hermanos sabían que se refería a
que pronto se le notaría.
—Si tú quieres ir, iremos —dijo Bradley—. Lo arreglaré en el trabajo.
¿Tú podrás solucionar lo del restaurante?
—Supongo que sí. Lauren me ha dicho que nos iríamos el viernes por la
tarde.
—Tendrías que cancelar la clase que tienes ese día —dijo Bradley.
—No es problema.
—¿Cuándo volveríamos?
—El domingo, también por la tarde. ¿A ti te parece bien que vayamos?
—preguntó Kate a su hermana.
—Me gustaría mucho ir. Eve me dijo que cuando iban lo pasaban genial.
Me dijo que me enseñaría a montar a caballo.
—¿Tú qué dices, Dexter?
—No sé si me van a gustar los caballos —dijo el niño.
—También hay ponis —dijo Taylor.
—Los ponis son caballos.
—Pero son muy pequeños —dijo Kate.
—También hay vacas —dijo la niña.
—Las vacas no me gustan.
—No puedes saberlo porque nunca has visto una.
—Las he visto en los documentales y son muy grandes.
—Tess tiene un perro muy bonito —dijo Kate.
—Se llama sombra y es amigo mío —dijo Dexter.
—Eve me dijo que a veces se lo llevaban —dijo Taylor.
—Me gustaría verlo —dijo el pequeño.
—Le diré a Tess si pueden llevarlo —dijo Kate—. Aunque es muy
grande y no sé si tendrán espacio en el coche.

Llegó el viernes siguiente, el día que saldrían para el rancho. Habían


acordaron reunirse todos en casa de Kate porque era quien salía más tarde
del trabajo.
Logan bajó del coche y fue a llamar a la puerta. Kate abrió con esa
preciosa sonrisa que tanto le afectaba, y la polla se le puso dura en unos
segundos. La sonrisa de esa chica lo volvía loco.
Kate llevaba un pantalón de chándal y un suéter ancho, para que nadie
notara su embarazo, aunque en realidad no se le notaba absolutamente nada.
—Hola, cielo. ¿Estáis listos? —preguntó Logan.
—Casi.
—Hola, Logan —dijo Bradley dejando una bolsa de viaje en la entrada
junto a la puerta interior que daba al garaje.
—Bradley, ve metiendo todo en el coche —dijo Kate.
—Si no quieres llevar tu coche, yo voy solo con Jules y con el perro de
Tess. Taylor puede ir en el coche de Carter, con Eve —dijo Logan.
—Prefiero que vayamos con el mío. Así, si sucede algo, podremos
volver a casa sin molestar a nadie.
Logan la miró con las cejas levantadas.
—No me refiero a que suceda algo contigo —dijo Kate aclarándoselo,
pero a veces Dexter no se siente cómodo en algunos sitios.
—Se va a sentir genial en el rancho. No va a haber ningún problema.
—Eso espero.
Logan y Bradley llevaron las bolsas al garaje y las metieron en el
maletero del coche. Poco después estaban todos de camino.
—¿Crees que a Lauren se le nota el embarazo? —preguntó Kate a
Bradley, que era quien conducía, en voz baja—. Está del mismo tiempo que
yo.
—No, no he notado ninguna diferencia en ella. Y a ti tampoco se te nota,
no te preocupes. No hacía falta que te pusieras ese suéter mío.
—Es que a lo mejor se me nota pronto.
—¿Crees que vas a engordar en uno o dos días? —dijo girándose para
mirarla sonriendo.
—No lo sé.
—Charity, no te preocupes por nada. Vamos a pasar un fin de semana
estupendo en el rancho, y vamos a volver a casa muy relajados. Vamos a
intentar disfrutar al máximo porque, me temo, que este fin de semana sí será
el último que pasaremos con ellos.
—Sí, tienes razón, este será el último. No podré montar a caballo. Se lo
comenté al ginecólogo cuando lo vi el martes y me lo prohibió. ¿Qué
excusa voy a poner? Seguro que insistirán en que monte.
—Tienes la excusa perfecta. Tus tres amigas están embarazadas, y estoy
seguro de que Carter también les ha prohibido montar, solo tienes que decir
que prefieres quedarte con ellas.
—Tienes razón.
—A Tess sí que se le nota el embarazo, aunque no demasiado —dijo
Bradley.
—Es porque está de cinco meses.

El abuelo de Lauren salió de la casa al oír los coches acercarse y bajó los
escalones del porche. Todos bajaron de los vehículos y se acercaron a
saludar al hombre.
—Abuelo, ella es Kate, la amiga de quien te hablé. Kate, él es Fred, mi
abuelo.
—Un placer conocerle, señor…
—Nada de señor, con Fred es suficiente y tutéame —dijo el hombre sin
dejarla terminar la frase—. Ya tenía ganas de conocerte, me han hablado
mucho de ti. Bueno, de vosotros. Supongo que ellos son tus hermanos —
dijo el hombre mirando al chico y a los tres niños que estaban a su lado.
—Sí, él es Bradley.
—El estudiante de arquitectura —dijo el hombre dándole la mano.
—Ese soy yo. Un placer conocerte, Fred —dijo él estrechándole la mano
fuertemente.
—Lo mismo digo, Bradley.
—Ella es Taylor —dijo Kate.
—Hola, pequeña —dijo Fred besándola.
—Hola, Fred.
—Y él es Dexter, el pequeño.
—También me han hablado de ti. Hola, Dexter.
—Hola —dijo el niño sin mirarlo.
—Sacad las cosas de los coches mientras Anne prepara el café —dijo
Fred ayudándoles con las bolsas.
Entre todos las sacaron de los vehículos y las llevaron a la casa.
—Lauren, ya sabes las habitaciones que hemos asignado para vuestros
nuevos amigos —dijo su abuelo.
—Sí.
—Mi nieta me dijo que solo queríais dos habitaciones, pero si necesitáis
alguna más, solo tenéis que decírmelo —dijo el hombre.
—Dos serán más que suficientes. Gracias por invitarnos, Fred —dijo
Kate.
—Es un placer teneros a todos aquí. Si queréis deshacer ahora las
maletas, tomaremos el café cuando terminéis. ¿Os parece bien en media
hora?
—Estupendo. Media hora será suficiente —dijo Louise.
Kate entró con sus hermanos en una de las habitaciones y abrió la bolsa
de Dexter para guardar sus cosas.
—Kate, yo me ocuparé de la ropa de Dexter y de la mía. Id a vuestra
habitación y encargaros de vuestras cosas —dijo Bradley a sus dos
hermanas.
—Vale. Vendremos en terminar.
—Aquí estaremos —dijo el chico.

Tomaron café en el porche, que estaba en alto, y todos los pequeños


bajaron a jugar, acompañados de Eve y Taylor. Incluso les acompañó
Dexter, que quería estar con Sombra, el impresionante perro de Tess.
—Vuestra nueva amiga os va a facilitar el trabajo con los pequeños.
Ahora tenéis dos niñeras en vez de una —dijo Fred sonriendo y mirando a
las adolescentes.
—Es cierto —dijo su nieta.
—Y en unos meses habrá tres bebés más —dijo Ellie.
—Y lo mejor es que Eve y Taylor se llevan muy bien —dijo Tess.
—Parece que os hayáis puesto de acuerdo para quedaros embarazadas —
dijo Fred—. Si lo hubierais buscado a propósito, estoy seguro de que no lo
hubierais conseguido.
—Sí. Los bebés van a llevarse solo unas semanas entre ellos —dijo
Louise.
—¿En qué fecha daréis a luz? —preguntó el hombre.
—Yo seré la primera. El bebé nacerá alrededor del seis de octubre —dijo
Tess.
—Yo seré la siguiente —dijo Lauren—. Cumpliré el día cuatro de
noviembre.
Yo daré a luz antes que tú, pensó Kate. Mi bebé nacerá el día veintiocho
de octubre.
—Yo seré la última. Según mi marido, nuestro bebé nacerá alrededor del
veinticuatro de noviembre —dijo Ellie.
—Así que en Navidad tendremos a los tres bebés con nosotros —dijo
Fred—. Va a ser fantástico.
—Patrick y yo estamos muy ilusionados con los tres bebés —dijo Louise
—. A ver si Sean encuentra pronto a una chica y nos hace abuelos. Pronto
cumplirá treinta y cuatro años.
—Mamá, hablas como si fuera un viejo. No olvides que Delaney tenía
más o menos mi edad cuando conoció a Tess —dijo Sean defendiéndose.
—Eso es cierto —dijo su padre.
—Es verdad que tenía tu edad, pero él no ha desaprovechado el tiempo,
ya tienen dos hijos y esperan otro —dijo su madre.
—¿Y cómo sabes que no voy a aprovechar el tiempo como él cuando
conozca a la mujer indicada? Además, ¿por qué tengo que ser como él?
—No digo que tengas que ser como él, pero no deberías dejar pasar
mucho tiempo.
—Te estás haciendo mayor, hijo —dijo Patrick.
—¿Tú también vas a empezar con eso, papá?
—Perdona, hijo.
—A lo mejor tienes que buscar a una chica y hacer lo que hice yo con
Tess —dijo Delaney a su hermano.
—Puede que tengas razón —dijo Sean sonriéndole a su hermano.
—Ni se te ocurra —dijo su madre, que sabía lo mal que lo había pasado
Tess, al aceptar el trato que le había propuesto Delaney.
—¿Qué vais a hacer hasta la hora de cenar? —preguntó Fred para
cambiar de tema.
—Podemos enseñarle a Kate y a sus hermanos nuestra cabaña —dijo
Lauren—. Hace una tarde estupenda para sentarnos un rato junto al río y
disfrutar del sol.
—Esa es una buena idea —dijo el hombre—. Mientras iré a ocuparme de
unos asuntos con el capataz.
—Abuelito, yo quiero montar a mi caballo —dijo Brianna.
—Yo también —dijo su hermano Chris.
—Hoy ya es tarde y están descansando, pero mañana podréis montar
todo el tiempo que queráis —dijo Fred.
—Vale.

A Kate y a sus hermanos les encantó la cabaña de Lauren. Los hombres


sirvieron unos whiskys y salieron a la terraza que había sobre el río y que
tenía el suelo de madera. Los hombres arrastraron hasta allí las tumbonas y
los sillones que había junto a la cabaña y las chicas sacaron de la casa los
cojines para ponerlos encima de cada uno. Poco después todos estaban
sentados. Aunque como no había asientos para todos, las dos adolescentes y
Dexter se sentaron en el suelo. Los pequeños se dedicaron a corretear por
allí, ya que no había peligro de caer al agua, porque los rodeaba una verja
de madera.
—Es una cabaña fantástica —dijo Kate a Nathan.
—Sí, a nosotros nos encanta. Antes era más pequeña, pero Sean la
reformó, e hizo un trabajo increíble.
—No me extraña. Sean es el mejor —dijo Kate mirando a su amigo y
sonriéndole.
—Gracias, cielo.
—Me gusta mucho la chimenea, está en medio del salón y se ve por los
cuatro lados, me ha parecido impresionante —dijo Kate.
—Siento decirte que eso fue cosa del cuñado de Nathan. Él fue quien
diseñó la cabaña para Lauren, sin ni siquiera conocerla —dijo Sean.
—Me lo contó Lauren. Parece ser que, al igual que tú, es un arquitecto
muy bueno —dijo Kate sonriéndole de nuevo.
—¿Cómo va todo? —preguntó Fred saliendo de la cabaña por la parte
del río y reuniéndose con todos.
—Siéntate, Fred —dijo Bradley levantándose de su sillón.
—Gracias, muchacho —dijo el hombre sentándose.
—Vamos a tener que comprar más sillones —dijo Nathan.
—Tienes razón —dijo su mujer sonriendo.
—¿Te apetece un whisky, Fred? —le preguntó Logan.
—Sí, gracias.
—Enseguida lo traigo.
Poco después Logan salió de la cabaña y caminaba hacia ellos. Kate lo
miró, sin poder evitarlo. Guapo no era una palabra suficiente para definir a
ese hombre, pensó. Era muy atractivo e interesante. Un hombre fascinante y
un seductor nato, aunque no se propusiera serlo. Era insoportablemente
sexy y absolutamente tentador. Caminaba de forma lenta y confiada. Todo
en él demostraba un perfecto control. Llevaba unos vaqueros desgastados
negros y una camiseta gris de manga larga, del mismo color que sus ojos.
Le pareció un hombre irresistible. Cumplía con todos los requisitos con los
que cualquier mujer podría soñar. Era una fantasía hecha realidad... Y
estaba enamorado de ella, pensó sonriendo. Sabía que era un hombre muy
protector, persistente y amigo de sus amigos. Y tenía una sonrisa preciosa.
Kate intentó apartar la mirada de él, pero no lo consiguió. Pensó que era
patética. Tenía a ese bombón de hombre a su disposición y listo para comer,
y que era perfecto para alguien como ella, y tenía que rechazarlo.
A nadie le pasó por alto cómo lo había mirado Kate, sin apartar los ojos
de él ni un segundo. Y Logan tampoco había intentado disimular, al haber
puesto la mirada en ella desde que salió de la cabaña hasta que llegó donde
estaban todos.
Le dio el whisky a Fred y se sentó de nuevo en el sillón, apoyando el
tobillo de una pierna sobre la rodilla de la otra. A kate le habría gustado
levantarse y sentarse en su regazo.

—Parece que esta mesa se ha quedado pequeña —dijo Fred cuando


estaban todos sentados en el comedor—. Voy a pedir a un amigo carpintero
que venga a ver si se le ocurre alguna solución, de lo contrario, tendré que
comprar otra. Si no fuera porque Eve, Taylor y Dexter han decidido comer
antes, no cabríamos. Quien iba a decirme hace unos años que iba a tener
tanta familia. Porque a todos os considero parte de mi familia.
—Para todos nosotros también eres parte de la familia —dijo Patrick.
—¿Qué sabéis de vuestro amigo Ryan? El día antes de abandonar Nueva
York me llamó para despedirse —dijo Fred.
—Con quien más habla es con Kate —dijo Carter.
—Se ha olvidado de sus amigos —dijo Jules.
—Yo también la elegiría a ella en vez de a vosotros —dijo el hombre
sonriendo.
—Tiene una casa preciosa —dijo Kate—. Y no digáis que habla solo
conmigo, porque Tess, Lauren y Ellie me dijeron que Ryan las había
llamado.
—¿Está contento en el trabajo?
—Sí, muy contento —dijo Carter.
—A mí me dijo que no echaba nada de menos en el trabajo. Que lo único
que añoraba éramos todos nosotros —dijo Lauren.
—A mí me dijo que vendría unos días este verano para poner en venta su
casa y decidir qué quería llevarse —dijo Kate.
—Podría haberse organizado y haberla puesto a la venta antes de irse, así
no estaría obligado a venir —dijo Fred.
—A mí me dio la sensación de que quería empezar en el nuevo trabajo y
dejar pasar unos meses, para ver si se sentía a gusto y quería seguir en él —
dijo Carter—. Y no quería precipitarse vendiendo su casa de Nueva York,
por si decidía volver.
—Tiene sentido. ¿A qué te dedicas, Kate? —preguntó Fred.
—Soy profesora de historia en un instituto.
—¿Qué edad tienen tus alumnos?
—Casi la misma que ella —dijo Delaney mirando a Kate y sonriéndole.
—Entre quince y dieciocho años.
—Delaney tiene razón, los mayores parecerán tus hermanos. ¿Cuántos
años tienes?
—Veintisiete.
—Eres muy joven para ser profesora.
—Estoy trabajando de profesora desde los veintiún años.
—¿En serio?
—Sí, quedó una vacante y yo era la primera de la lista.
—¿En Nueva York?
—No, trabajé un par de años en un instituto de Amarillo, en el estado de
Texas. Luego pedí el traslado a Nueva York y nos mudamos cuando me
ofrecieron una plaza.
—Mi nieta me habló un poco de ti, porque yo le pregunté. Me dijo que
los padres de tus hermanos fallecieron en un accidente.
—Sí. Aunque, si le habló de mí, ya sabrá que no son mis hermanos, sino
unos primos lejanos, pero para mí son como mis hermanos.
—¿Cuándo murieron vuestros padres? —preguntó el hombre a Bradley.
—Hace seis años.
—Supongo que a ti te afectaría más que a tus hermanos, por ser el
mayor. ¿Cómo te sentiste?
Los hombres del grupo, todos muy observadores, se preguntaron por qué
el chaval se había sonrojado por la pregunta.
—En cuanto a mis padres… fue muy doloroso. Por otra parte, me sentí
muy agradecido porque Kate nos acogiera en su casa. Jamás podremos
pagarle todo lo que ha hecho por nosotros. Nadie en su lugar se habría
hecho cargo de tres niños, uno de ellos enfermo, y más, siendo ella tan
joven.
—No digas tonterías —dijo Kate a su hermano con los ojos brillantes
por las lágrimas retenidas—. No he sacrificado nada.
—No seas modesta. Todos sabemos lo duro que debe haber sido —dijo
Patrick.
—No he dicho que haya sido fácil, pero no tiene ningún mérito.
—¿Qué edad tenías cuando fallecieron tus padres? —preguntó Fred a
Kate.
—Diecisiete años. Por suerte cumplía dieciocho dos meses después de
que murieran y pude evitar que me llevaran a algún centro de acogida por
ser menor de edad.
—¿Tus padres te dejaron la vida solucionada?
—Bueno, tuve que abandonar la casa, porque el piso era de alquiler, pero
pude pagar el entierro con el dinero que tenían en el banco —dijo ella.
—O sea que también pasarías una mala racha.
—He de admitir que no fue fácil, pero ya pasó. No me gusta pensar en el
pasado, prefiero mirar hacia delante.
—Sí, eso está bien. Me han dicho que últimamente estás trabajando
mucho.
—Bueno…, sí.
—¿Puedo preguntarte por qué?
—Parece ser que te han informado de muchas cosas sobre mí. Seguro
que también sabes que Sean ha hecho una importante reforma en mi casa.
—Algo he oído.
—La reforma costaba cuarenta y ocho mil dólares y todavía le debo
treinta y un mil. Y quiero terminar de pagarla cuanto antes.
—Sean es rico. De hecho es millonario. No creo que necesite
urgentemente tu dinero.
—Soy consciente de que no lo necesita, pero es suyo. Y no trabajo yo
sola para pagarle, mi hermano también trabaja para ayudarme.
—¿Dónde trabajas? —preguntó el hombre al chico.
—En una cafetería, trabajo tres horas por las tardes. No puedo trabajar
más horas, de lo contrario, no tendría tiempo para estudiar. Y necesito sacar
buenas notas para no perder la beca.
—¿Y tú, Kate? ¿Qué haces, además de trabajar en el instituto?
—Trabajo en un restaurante los viernes de siete de la tarde hasta media
noche. Y los sábados y domingos de ocho a tres. Y de lunes a viernes doy
clases de apoyo por las tardes a unos cuantos chicos.
—Vaya, no te queda mucho tiempo libre.
—Cuando paguemos la reforma todo cambiará.
—Seguro que sí. ¿Cómo llevas lo tuyo, Logan? —preguntó el hombre.
Kate agradeció que cambiaran de tema, porque le había parecido un
interrogatorio en toda regla.
Kate se sentía excitada desde que se había sentado a la mesa frente a
Logan, y no porque estuviera mirándola de forma descarada. Hablaba con
unos y con otros con normalidad, pero su sonrisa era seductora. Le miró los
labios y pensó que eran los más deliciosos que había visto en su vida. Cada
vez que él decía algo, en la mente de Kate aparecían imágenes eróticas de
los dos. Recordaba cómo se habían abrazado y besado unas semanas atrás,
en un portal en la calle. Y ese recuerdo hizo que se sonrojara.
—Bien —dijo el exsacerdote.
—¿Echas de menos la iglesia?
—La verdad es que estoy tan ocupado con la escuela y con mi negocio
que no me queda tiempo para echarla de menos. Pero creo que no, nunca
me gustaron las tareas que desempeñaba allí.
Después de cenar, los hombres se quedaron un rato sentados en el salón
tomando un coñac, excepto Bradley que los acompañó, pero no bebió nada.
Las mujeres y las adolescentes subieron a los dormitorios a encargarse de
los niños. Poco después los hombres subieron a acostarse.
Kate bajó a la planta baja, cuando supuso que todos estaban en sus
habitaciones. Aunque Logan seguía a oscuras en el salón pensando,
mientras terminaba su copa de coñac, y había visto a Kate pasar a través de
la puerta entreabierta.
Kate salió al porche y se sentó en el balancín. Logan salió poco después
y la vio con los ojos cerrados. Ella abrió los ojos cuando él se sentó a su
lado.
—Logan.
—Hola. ¿Qué haces aquí? —preguntó él.
—Tomando el fresco. No tengo sueño y me apetecía estar un rato a solas
pensando en mis cosas.
—Pues siento que quieras estar sola, porque no voy a marcharme. ¿Qué
es eso que tienes que pensar que te quita el sueño?
—Nada en especial. Pienso en todo un poco.
—¿En ese todo entro yo?
—Me temo que no.
—No me lo creo. Como tampoco me creo que ya no sientas nada por mí.
¿Por qué no me hablas de eso que hiciste en el pasado y que tanto te
preocupa? Te doy mi palabra de que no se lo diré a nadie y que te ayudaré a
solucionarlo.
—Lo siento, no puedo.
—Sabes que estoy loco por ti, ¿verdad?
Kate no contestó.
—¿Te has arrepentido de haber abandonado la iglesia?
—No. Ahora estoy dedicándome a lo que realmente me gusta, aunque
trabajo muchas horas.
—Es bueno trabajar en lo que a uno le gusta, aunque se trabaje mucho.
—La mayoría de esas horas las paso intentando olvidarme de ti, pero no
lo consigo. Apuesto a que a ti te sucede lo mismo.
Kate tampoco dijo nada.
—Supongo que no dejarías la iglesia por mí —dijo ella poco después.
—Supones bien. En un principio lo pensé, porque deseaba estar contigo.
Después de recapacitar decidí que lo que quería era pasar contigo el resto de
mi vida. Pero me aconsejaron que te dejara a un lado y pensara solo en mí y
en lo que quería para mi vida. Y eso es lo que hice, aunque me costó mucho
tomar una decisión.
—Entiendo que no fuera fácil. De todas formas, era de esperar que
dejaras la iglesia, porque no tienes aspecto de sacerdote. Los hombres con
tu cara y con tu cuerpo no son curas.
—¿Estás flirteando conmigo?
—Por supuesto que no, yo no sé hacer eso.
—Yo creo que sí, y lo haces realmente bien. Quiero preguntarte algo, y
me gustaría que fueras muy sincera.
—Lo intentaré, si decido contestar a tu pregunta.
—¿Trabajas tanto porque quieres pagarle a Sean lo que le debes cuanto
antes, o hay otra razón?
—Esa es la única razón.
—¿Y por que tienes tanta prisa en pagarle?
—Porque quiero quitarme de encima ese peso y pasar al siguiente.
—¿Tienes que pagar algo más, cuando acabes con la deuda de Sean?
—No es la misma clase de peso que he mencionado. No se trata de
dinero.
—¿Por qué no me hablas claro para que pueda entenderte?
—Porque no puedo.
—Por supuesto que puedes. Los problemas son más llevaderos cuando
se comparte. Y a mí me gustaría compartirlo todo contigo.
—Eso suena muy bien, pero te aseguro que, si conocieras cuales son mis
problemas, no querrías volver a verme.
—¿Eso piensas de mí? ¿Crees que voy a asustarme? Tienes que saber
que no hay nada, por muy grave que sea, que me impida volver a verte. Te
quiero, Kate. Y no hablo a la ligera al decirlo, te aseguro que lo que siento
por ti no es algo pasajero.
—Pues lo siento mucho.
Logan la cogió de la barbilla y le giró la cabeza para que lo mirara.
—Dime que ya no sientes nada por mí mirándome a los ojos.
Logan vio que intentaba bajar la cabeza y se lo impidió, pero Kate no
contestó.
—Si no dices nada es porque sigues queriéndome.
—Logan, deberías olvidarte de mí. Yo no soy la mujer que necesitas.
—Eso tengo que decidirlo yo, no tú. Y creo que eres exactamente la
mujer que necesito.
—Llevo una pesada carga conmigo.
—Seguramente no tienes idea del dinero que tengo.
—Vaya, va a resultar que eres un arrogante.
—No soy arrogante, pero puedo manteneros a los cuatro durante toda
vuestra vida y mi cuenta no se resentiría en absoluto. Kate, puedo daros
todo lo que necesitéis y cuidaré de vosotros.
—Eres una buena persona, y una gran tentación para mí, pero tú y yo no
podemos estar juntos.
—Eres una cabezota.
Logan no le pidió permiso. La sujetó de la nuca y la acercó a él. Y con el
otro brazo la aprisionó y la besó con desesperación. Todo fue tan rápido,
que Kate no tuvo tiempo de rechazarlo, aunque, seguramente, no lo habría
hecho, de haber tenido tiempo. Le rodeó el cuello con los brazos y le
devolvió el beso con la misma intensidad. Cada centímetro de su cuerpo se
rindió a él.
Logan le acarició los pechos por encima del suéter y al ver que ella no lo
rechazaba, metió la mano por debajo del jersey para poder sentir el calor de
su piel.
—No sabes cuánto te he echado de menos —dijo él dejando de besarla y
acariciándole el cuello con los labios.
—Yo también te he echado de menos.
Logan acarició con los dedos uno de los pezones y Kate gimió. Sintió un
placer inmenso con cada una de sus caricias.
—No puedes imaginar cuánto he añorado tus manos y tu boca —dijo ella
antes de besarlo de nuevo.
—Te quiero, cielo. Y me muero de ganas por hacer el amor contigo. No
he podido dejar de pensar en ti ni un solo día.
—Yo también, pero no deberíamos estar haciendo esto —dijo Kate.
—Tienes razón. No deberíamos hacer esto, aquí. Necesito tenerte
desnuda para acariciarte. Vamos a mi habitación.
—Logan, no podemos hacer eso.
—Por supuesto que podemos —dijo poniéndose en pie y cogiéndola de
la mano para llevarla al interior de la casa.
Subieron la escalera en silencio, pero Logan no le soltó la mano, como si
temiera que se escapara. Kate quería resistirse a él, pero no podía dejar de
pensar que esa sí sería la última vez que se verían y deseaba estar con él.
Entraron en la habitación de Logan sin hacer el menor ruido. Nada más
cerrar la puerta él la abrazó, se abalanzó sobre su boca y la besó como si no
hubiera un mañana. Pero ella no se quedó atrás, porque también le devoró la
boca.
Logan la estrechó entre sus brazos. Esa sería su última noche juntos y
Kate pensaba que se lo merecía. Tenía toda la noche para crear bonitos
recuerdos, que pudieran llenar cada día de su futuro, en que no estarían
juntos. Momentos que permanecerían en su memoria, caricias que reviviría
con el tiempo cuando se sintiera sola, triste y desamparada. Tenía toda la
noche para despedirse de él con su cuerpo.
Kate le subió el suéter y él se lo sacó por la cabeza. Y ella apoyó la
mejilla sobre la piel cálida.
—Dime que me quieres.
—Te quiero —respondió Kate.
Logan le sacó el jersey por la cabeza y le desabrochó el sujetador. Luego
se echó un poco hacia atrás para observarle los pechos.
—Eres una fantasía hecha realidad.
—Eres muy amable.
—Tienes el pecho diferente a como lo recuerdo —dijo Logan.
—Ha pasado mucho tiempo.
—No es eso.
—Tal vez sea porque he engordado un poco y uso una talla más de
sujetador.
—Pues me gusta.
Logan echó hacia atrás la ropa de cama. Luego la sentó en el borde y se
arrodilló en el suelo para quitarle los deportivos y los calcetines. A
continuación le bajó el pantalón del chándal y luego las bragas. Kate se
subió a la cama y se colocó en el centro con la cabeza apoyada en una de las
almohadas. Logan se desabrochó el vaquero bajo la atenta mirada de Kate y
se sentó en la cama para descalzarse. Luego se levantó y se giró hacia ella.
Y entonces se bajó los pantalones y el bóxer al mismo tiempo. Volvió a
sentarse para sacárselos por los pies y se subió a la cama. Se echó sobre ella
y la besó. Kate lo abrazó muy fuerte, sintiendo el calor de su piel sobre la
de ella.
Logan le lamió los pezones, que ya estaban duros como piedras, y Kate
gimió de placer. Por muchas veces que lo hiciera, para ella siempre sería
una experiencia nueva y descubría sensaciones más intensas. Los labios de
Logan iban dejando una estela de fuego a medida que se deslizaban por su
cuerpo.
—Dios, tus piernas podrían volver loco a un hombre. Y yo me incluyo
entre ellos, por si te interesa.
Kate elevó las caderas suplicándole más, necesitaba que la llevara a lo
más alto. Al sentir los labios de él en su clítoris, una descarga eléctrica
recorrió todo su cuerpo estremeciéndolo.
Kate se retorcía de placer debajo de él. Deseaba que la acariciara con la
lengua más fuerte, y más rápido, pero él no parecía tener prisa. Se tomaba
su tiempo explorando su sexo y gruñendo de placer cuando la veía más
excitada. Cuando la penetró con la lengua, ella lo sujetó de la cabeza para
obligarlo a que la llevara a la cima. No era capaz de asimilar lo que estaba
ocurriendo, estaba en manos de Logan, entregada a él por completo. Su
cuerpo temblaba de deseo.
Logan recorrió de nuevo con la lengua y los labios hasta el último
centímetro de su piel. Estaba deslizando la lengua por la zona que ella más
lo necesitaba. Le abrió los labios con los dedos y se centró en su clítoris. Y
Kate lanzó un gemido de placer cuando él la recorrió con la lengua, e hizo
que ella elevara las caderas para que estuviera más cerca de su boca.
Logan la penetró con dos dedos, entrando y saliendo de ella. Kate arqueó
la espalda cuando un placer cegador recorrió su cuerpo, y cerró los ojos.
Los músculos de su vagina aprisionaron los dedos de Logan cuando un
orgasmo brutal la alcanzó.
Kate se sentía descontrolada, entregada a la ola de sensaciones que la
invadía. Logan volvió a besarla y recogió en su boca el grito de placer que
soltó.
—Estoy desesperado por estar dentro de ti —dijo bajando de la cama
para coger un condón que tenía en el bolsillo del pantalón y que había
guardado allí, por si acaso tenía la oportunidad de estar con ella.
Kate sonrió al ver la bolsita plateada. A buenas horas se acordaba del
condón, pensó divertida.
Logan volvió a su lado y la besó de nuevo. Se incorporó para ponerse el
preservativo y la penetró de una sola embestida. Se sostuvo con las manos,
adentrándose en ella, una y otra vez, provocándole sensaciones que Kate no
recordaba haber experimentado con anterioridad. Ninguno apartó la mirada,
demostrándole al otro cuanto se deseaban.
—Quiero más, Logan.
Él gruño, porque sus palabras hicieron que su polla se pusiera aún más
dura.
—Rodéame con las piernas.
Kate lo hizo y Logan empezó a embestirla de manera brutal, haciendo
que gimiera de placer con cada una de las acometidas.
—Te quiero, te quiero, te quiero —dijo Kate, sin poder evitar pronunciar
las palabras.
—Dios mío. Yo también te quiero, cariño. Eres lo que más quiero en el
mundo.
—Más fuerte, por favor.
Logan la penetró hasta el fondo, una y otra vez, de manera desesperada.
Kate no pudo aguantar más. Lo abrazó más fuerte con las piernas y se dejó
llevar. Y él se corrió unos segundos después.
Logan se dejó caer sobre ella, escondiendo el rostro en su cuello y con la
respiración agitada. Y ella lo abrazó muy fuerte con los brazos, y con el
corazón latiéndole a quinientos por hora.
Esa chica disfrutaba del sexo tanto como él. No había ninguna duda de
que en la cama se entendían a la perfección. Juntos eran explosivos. Cuando
estaba con Kate le ardía la piel y el mundo parecía reducirse a ella.
—Ha sido fantástico —dijo Kate.
—Sí que lo ha sido.
—He echado de menos hacer el amor contigo.
—¿A esto le llamas tú hacer el amor? —preguntó él con una sonrisa en
los labios.
—Todo lo que hemos hecho juntos ha sido para mí hacer el amor.
—Has dicho que me quieres, y no solo una vez. Así que no rechaces salir
conmigo, por favor.
—Lo siento pero, a pesar de lo mucho que te quiero, no puedo salir
contigo.
—Vale, bien, no saldremos juntos. Pero podremos vernos para hacer el
amor.
—Logan, no puedo.
—¿Por qué te niegas? ¿Acaso no acabamos de hacer el amor? ¿Qué
diferencia hay en hacerlo hoy u otro día? Me estás cabreando y, si crees que
me voy a rendir, estás muy equivocada. Voy a esperarte todo el tiempo que
haga falta.
—Supongo que no puedo evitar que lo hagas, pero quiero dejarte claro
que, por mucho tiempo que pase, no voy a cambiar de opinión.
—Me da igual que cambies o no de opinión, te esperaré hasta que te des
cuenta de que tú tampoco puedes vivir sin mí.
—Debería irme a mi habitación.
—Si esta va a ser la última noche que pasemos juntos, me gustaría que te
quedaras a dormir conmigo.
—De acuerdo, me quedaré, pero no porque sea la última noche, sino
porque no hay nada que desee más.
—Perfecto. ¿Quieres que nos duchemos? —preguntó Logan.
—¿Juntos?
—Sí, si tú quieres.
Logan se incorporó y salió de dentro de ella. Se sacó el condón y bajó de
la cama. Fueron los dos al baño y él tiró el condón a la papelera. Kate se
sujetó el pelo con la pinza en lo alto de la cabeza para no mojárselo. Logan
abrió el grifo de la ducha y cuando salió caliente se colocó debajo.
—Quiero follar contigo aquí —dijo Kate cogiéndole el miembro y
haciendo que él soltara un gemido.
—Saldré a por un condón. Aunque puedo hacer marcha atrás antes de
correrme…, si confías en mí.
—Confío plenamente en ti.
Logan le acarició el sexo para ver si estaba lista para él, y estaba
completamente mojada. La elevó un poco cogiéndola de la cintura.
—Rodéame con las piernas.
Kate lo hizo y él le apoyó la espalda en el mármol de la pared y la
penetró de una sola estocada.
—¡Sí! Me gusta tenerte dentro —dijo ella.
Logan comenzó a moverse lentamente, pero llegando hasta el fondo en
cada una de las embestidas.
—Más, Logan. Quiero más.
Volvió a embestirla más fuerte, una y otra vez.
—Más rápido, por favor.
Logan comenzó a penetrarla con envites brutales. Kate sintió ganas de
llorar al pensar que eso era lo más cerca que iba a estar él de su bebé.
—¿Estás bien? —preguntó él al ver que tenía los ojos encharcados por
las lágrimas.
—Estoy mejor que bien. Voy a correrme —dijo Kate besándolo y
abrazándolo muy fuerte.
Logan le devolvió el beso con la misma pasión. Eso lo llevó a lo más
alto y salió rápidamente de su interior. Y entonces se dejó llevar.
Se mantuvieron quietos, allí, de pie, abrazados hasta que se
tranquilizaron y sus respiraciones volvieron a la normalidad.
—Te quiero, cielo —dijo él besándola en el cuello.
—Vamos a ducharnos, será más de medianoche.
—Sí.
Se lavaron el uno al otro, deslizando las manos por sus cuerpos y
besándose de vez en cuando. Luego se envolvieron en las toallas y
regresaron al dormitorio. Se secaron bien y se metieron en la cama
desnudos.
—Ponte de espaldas a mí, quiero abrazarte mientras dormimos.
Se durmieron rápidamente porque estaban agotados.

Logan se despertó dos horas más tarde y se colocó sobre ella. Y le hizo
el amor con suavidad. La penetraba lentamente, llegando a lo más profundo
y luego sacaba el miembro hasta estar casi fuera y volvía a introducirlo
hasta el final.
Kate estaba volviéndose loca de placer. Se movía debajo de él,
intentando llegar a lo más alto, pero Logan no permitía que se precipitara.
Quería que eso no se acabara nunca. Quería pasar toda la noche follándola.
Y quería hacerlo cada noche del resto de su vida.
Logan susurraba frases cariñosas y ella se sentía en el cielo.
Ninguno de los dos se dio cuenta, pero estaban haciendo el amor sin
ningún tipo de protección, cosa que a ella no le preocupó.
Los susurros fueron haciéndose más apasionados y sus embestidas más
rápidas y profundas. Kate levantó las caderas cuando Logan aceleró el
ritmo, para ayudarse a moverse con él. Poco después aprisionó la polla al
contraerse los músculos de su vagina, con tanta pasión e intensidad, que la
mente se le quedó en blanco.
Logan intentó tomar de nuevo el control, pero unas convulsiones
incontenibles y un placer cegador lo arrastraron a un orgasmo descomunal.
Nunca había sentido nada igual.
Cuando se tranquilizaron, Kate se quedó dormida. Logan sacó la polla de
su interior y entonces se dio cuenta de que no había usado preservativo. En
un principio se preocupó, pero luego pensó que si se quedaba embarazada,
le facilitaría las cosas, porque el bebé necesitaría un padre.
Logan se puso boca arriba y los tapó a ambos. Kate se pegó a él y le
rodeó el torso con el brazo sin despertarse.
—Cielo, eres todo lo que necesito para ser feliz —dijo Logan, aunque
sabía que ella dormía.
Pero Kate, que estaba medio dormida, lo escuchó con toda claridad. Se
durmió pensando que la voz de ese hombre era como una caricia. Con esa
voz sería capaz de embaucar, incluso a un ángel.
Logan se quedó dormido. Estaba agotado, pero feliz de tenerla a su lado.

Logan se despertó a la mañana siguiente poco antes de las nueve y


estaba solo en la cama. Tomó una ducha rápida y salió de la habitación.
Cuando llegó a la planta baja, sus amigos estaban desayunando. Miró a
Kate y ella bajó la cabeza centrándose en su plato.
—Perdonad que haya bajado tan tarde, me he quedado dormido.
—Si te has quedado dormido es porque necesitabas dormir —dijo Fred.
—Además, estamos aquí para relajarnos y disfrutar de la paz de esta casa
—dijo Patrick.
—De todas formas, ninguno de nosotros hemos madrugado —dijo
Delaney.
—Acaban de bajar todos —dijo Fred—. Y mi nieta y Nathan aún no han
llegado.
—Sí hemos llegado —dijo Lauren entrando en el comedor con su
marido, que llevaba a su hija en brazos.
—Dame a la pequeña, yo me ocuparé de ella —dijo Cath cogiéndola de
los brazos de su padre.
—Gracias, Cath.
—Disfrutad del desayuno —dijo la mujer.
Después de desayunar, los hombres, Fred y las dos adolescentes fueron a
montar a caballo. Bradley y Taylor era la primera vez que subían a un
caballo y estuvieron dándoles consejos.
Las mujeres se quedaron con los niños, que todos querían montar en los
ponis, y Jack se quedó con ellos.
Kate hizo un montón de fotos a los pequeños y a sus amigas, y le pidió a
Jack que la fotografiaran con ellas. Y cuando los hombres regresaron volvió
a pedirle que la fotografiara con cada uno de ellos. Todos estaban
encantados y le rodeaban los hombros o la cintura con el brazo de manera
muy familiar.
Jack pensó que tal vez Sean hubiera tenido razón al decir que Kate se
estaba preparando para cortar con ellos. Le dio la impresión de que Kate
quería tener fotos con todos para recordarlos.
Pasaron la tarde jugando a las cartas y al monopoli y se divirtieron
mucho.
Esa noche Kate también la pasó con Logan, sabía que no debía hacerlo,
pero no pudo evitar la tentación.

Al día siguiente se marcharon después de comer. Kate y sus hermanos


fueron los primeros en irse. Ella no quiso demorarlo más tiempo, porque
sabía que de un momento a otro se pondría a llorar como una estúpida.
Quedaron todos en verse en casa de Delaney el sábado de la siguiente
semana para pasar el día juntos. Kate ya sabía que ella y sus hermanos no
irían, ya pondría alguna excusa.
Después de ese fin de semana el cuerpo de Kate estaba impregnado del
aroma de Logan y no podía desprenderse de él, ni siquiera duchándose. Lo
tenía metido bajo la piel, en su interior y acelerándole el corazón.
Capítulo 25
Como ya tenía previsto, Kate llamó a Tess el siguiente viernes,
excusándose de que sus hermanos y ella no podrían ir a su casa al día
siguiente. Precisamente ese día cumplía dieciocho semanas de embarazo y a
partir de ese momento comenzaría a notársele.
Una semana después llamó a Lauren, porque no quería llamar
nuevamente a Tess, y le dijo exactamente lo mismo, pero con una excusa
diferente.
El martes de la siguiente semana llamó a Sean por la mañana temprano.
Era el último día de mayo.
—Hola, Kate.
—Buenos días, Sean.
—Te haces cara de ver.
—Ya sabes que estoy trabajando mucho y no me queda tiempo libre.
—Haces que me sienta culpable al saber que trabajas tanto para
pagarme.
—No te sientas culpable. Ya te dije que no me gustaba deber dinero.
—¿Por qué me llamas tan temprano? ¿Sucede algo?
—No te habré despertado, ¿verdad?
—Claro que no. Aunque si me hubieras despertado tampoco habría sido
problema.
—Es tu cumpleaños y quería ser una de las primeras en felicitarte. Feliz
cumpleaños.
—Gracias, cielo.
—Cumples treinta y cuatro años y esa ya es una cifra importante.
—¿Me estás llamando viejo?
—¿Viejo? Cariño, eres un ejemplar magnífico, y apuesto que con los
años mejorarás.
—Vaya, gracias.
—De nada. Deseo que pases un día estupendo.
—Supongo que no vendrás a felicitarme. Esta noche cenamos todos en
casa de mis padres para celebrarlo.
—Lo sé. Ayer me llamó tu madre para invitarnos a cenar, pero tuve que
rechazar la invitación.
—¿Por qué no puedes venir?
—Bradley tiene que hacer el último turno en el trabajo y no quiero dejar
solos a mis hermanos.
—Podrías llevarlos contigo.
—Mi hermano Dexter se acuesta cada noche a las nueve y no quiero
cambiarle la rutina.
—De acuerdo.
—De todas formas, quería preguntarte si te iría bien quedar mañana. No
hace falta que sea para cenar, podríamos tomar solo un café, si no te apetece
cenar —dijo Kate.
—Siempre me ha apetecido cenar contigo.
—Entonces, ¿te va bien quedar mañana? Así te daré tu regalo, aunque no
esperes que sea algo de mucho valor. Hasta que no termine de pagarte lo
que te debo no puedo permitirme regalos caros.
—No tenías que haberme comprado nada.
—Es tu cumpleaños, y eres mi amigo. Mañana te daré también el dinero
que tengo para que lo descuentes de mi deuda.
—Vale.¿A qué hora quieres que pase a recogerte?
—Mis alumnos se marcharán a las siete y media.
—¿Te recojo a las ocho?
—Sí, perfecto. Que pases un feliz día.
—Muchas gracias, lo mismo te deseo.
Esa noche, antes de acostarse, Kate se había probado toda la ropa que
tenía para que su hermano la ayudara a decidir qué se ponía para ir a cenar
con Sean al día siguiente y que no se le notara el embarazo, porque no
podía olvidar que estaba casi de cinco meses.

Sean llegó puntual, como siempre. Kate abrió la puerta y él la miró de


arriba abajo. Llevaba un vestido con pequeñas flores estampadas de colores
suaves y de tirantes, aunque llevaba una rebeca encima que conjuntaba a la
perfección. El vestido iba cortado debajo del pecho, lo que disimulaba el
ligerísimo aumento de su vientre, y era muy juvenil. Llevaba unas sandalias
de cuña color crema. Sean la encontró preciosa.
—No sé cómo lo haces, pero cada vez que te veo estás más guapa —dijo
Sean entrando en la casa cuando ella se apartó a un lado.
—Gracias, Sean. Tú sí que estás guapo —dijo ella besándolo—. Tener
un año más te sienta de maravilla.
—Con palabras como esas apetece cumplir años. ¿Estás lista?
—Sí, solo tengo que coger el bolso y despedirme de mi hermano
pequeño. Siéntate un momento en el salón.
—De acuerdo.
—Hola, Sean —dijo Taylor acercándose a él para besarlo.
—Hola, Taylor, ¿cómo estás?
—Muy bien, gracias. Felicidades —dijo la niña dándole un pequeño
paquete—. Es el regalo de Bradley y mío.
Sean lo abrió. Era una pulsera de cuero y plata.
—Vaya, me gusta muchísimo.
—Si no quieres no te la pongas.
—Me encanta. Ayúdame a ponérmela. ¿Va todo bien en el instituto?
—Sí, genial —dijo la niña mientas se la abrochaba en la muñeca—. Te
dejo que voy a ducharme.
—Vale. Buenas noches.
—Hola, Sean —dijo Bradley.
—Hola, Bradley.
—Felicidades atrasadas.
—Gracias. Y gracias también por el regalo —dijo mostrándole la pulsera
—. Me ha gustado mucho.
—No ha sido nada.
—¿Va todo bien en la universidad?
—Sí.
—¿Y en el trabajo?
—También bien. He vuelto hace un rato. Estaba estudiando. ¿Dónde está
Kate?
—Ha ido a despedirse de Dexter.
—Me ha dicho que vais a ir a cenar.
—Sí. Hace mucho que no nos vemos.
—Mi hermana no tiene mucho tiempo libre últimamente.
—Lo sé. Y parece ser que tú tampoco.
—Quiero ayudarla en todo lo que pueda.
—Habla con ella y convéncela de que no necesito que me pague
rápidamente.
—Tú no conoces a Kate.
—Me conformaría con que me pagara cien dólares al mes. Aunque
tampoco me preocuparía que no me pagara nada de lo que me debe.
—Si se le ha metido en la cabeza pagarte cuanto antes lo que te debe no
habrá nada que la haga cambiar de opinión.
—Al menos podrías intentar que se relaje un poco y que no me pague
tanto dinero todos los meses.
—Lo intentaré. Te dejo, Sean. Que pases una buena noche.
Cuando Kate volvió al salón le dio el regalo a su amigo.
—Muchas gracias —dijo él cuando abrió el paquete y vio la última
novela de un escritor que le gustaba—. Tenía intención de decirle a Tess
que me la trajera de su librería. ¿La has leído?
—No. Ya me dirás si te gusta.
—Vale.

Hoy vamos a cenar en mi casa —dijo Sean mientras conducía su


Porsche.
—¿Por qué?
—Bueno, no te he llevado nunca, y creo que es una buena ocasión para
que la veas.
—Estupendo.
Kate se quedó maravillada cuando atravesaron la puerta de la verja. El
jardín era una maravilla, al igual que la piscina, pero la casa era
impresionante. Bajaron del coche y entraron. Sean se la enseñó. Tenía dos
plantas y era enorme.
—Todo es precioso. Me encanta.
—Gracias. Vamos a la cocina, tengo la cena casi lista.
—¿Has cocinado tú?
—No todo, pero he preparado la ensalada y los entrantes. Cath se ha
ocupado de la cena. Espero que te guste.
—A mí me gusta todo.
—Me alegro.
Sean metió la lasaña en el horno y llevó a la mesa los entrantes y el vino.
—Yo prefiero beber agua.
—Vale —dijo él llevando a la mesa un botellín.
Luego se sentaron el uno frente al otro.
—Hacía mucho tiempo que no cenábamos juntos —dijo Sean.
—Sí.
—Lo echaba de menos.
—Yo también.
—Hoy no estás muy habladora. No has dicho nada en el trayecto desde
tu casa aquí. Me ha parecido que estabas distraída.
—Lo siento —dijo Kate mirándolo—. Tal vez debería hablarte de algo
antes de empezar a cenar...
—No, primero cenaremos. Luego hablaremos de lo que te pasa —dijo él
sin dejar que terminara la frase.
—Vale.
—¿Segura que no quieres otra cosa para beber?
—No, me apetece agua.
Kate sacó un sobre de dentro del bolso y se lo dio.
—Supongo que es el dinero que has reunido este mes para pagarme.
—Sí —dijo ella sonriéndole.
—¿Cuánto hay esta vez?
—Seis mil dólares.
—Vaya, te vas superando.
—Bradley y yo estamos ganando bastante dinero. Si todo sale como
calculo, cancelaré tu cuenta a finales de agosto, puede que incluso antes.
—¿Va a tocarte la lotería?
—No, pero Bradley trabajará todo el día a jornada completa cuando le
den las vacaciones y yo también. Taylor se encargará de Dexter.
—Te has tomado en serio lo de pagarme.
—Soy una chica muy seria —dijo ella sonriéndole de forma traviesa.
—Últimamente podría decirse de ti que sí lo eres.
—Quería decirte algo en cuanto a la deuda.
—¿Y es?
—¿Puedes darme el número de tu cuenta? Me gustaría hacerte una
transferencia a final de cada mes.
—No hace falta, puedes darme el dinero en mano.
—Prefiero hacerlo a través del banco.
—¿Ahora te has vuelto maniosa?
—Es posible.
—De acuerdo —dijo él sacando una tarjeta del banco de su cartera.
—Vaya, tienes la tarjeta platino.
—¿Has olvidado que soy millonario?
—No lo he olvidado. Y eres un engreído. Haré la foto a la tarjeta —dijo
sacando el móvil de su bolso y haciéndola—. En llegar a casa anotaré el
número en mi agenda y eliminaré la foto de mi móvil.
Sean guardó la tarjeta y la miró fijamente.
—¿Por qué me miras así?
—Sé que te traes algo entre manos.
—No sé de qué hablas.
—Sí lo sabes.
—Has dicho que hablaríamos después de cenar.
—Tienes razón.
—¿Qué tal fue tu cumpleaños?
—Trabajé todo el día. Pero la cena que organizó mi madre fue fantástica.
Todos te echamos de menos.
—Y yo a vosotros.
—¿En serio ha terminado todo entre Logan y tú?
—Sí. Pero tengo que decirte, aunque me avergüenza, que me acosté con
él cuando estuvimos en el rancho de Fred.
—¿Os acostasteis juntos?
—Yo no quería, pero ese hombre es una gran tentación para mí. Estoy
loca por él y no sé cómo dejar de quererlo.
—No tienes porqué dejar de quererlo. Logan también está enamorado de
ti.
—Me lo dijo, pero le dejé claro que no podíamos estar juntos.
—¿A causa de eso tan imperdonable y vergonzoso que dijiste que habías
hecho en el pasado?
—Sí.
—¿Por qué no me lo cuentas? Tú y yo somos buenos amigos y hemos
hablado de cosas muy importantes.
—Si te lo cuento dejaremos de ser amigos.
—Eso no pasará —dijo Sean retirando los platos de los entrantes.
Sean sirvió más vino en su copa y agua en la de ella. Luego aliñó la
ensalada que tenía lista en la nevera y la llevó a la mesa. Y a continuación
sacó la lasaña del horno y la sirvió en dos platos. Sean la miró, esperando
que dijera algo.
—Puede que te lo comente, pero más adelante.
—No tengo prisa, esperaré.
Estuvieron hablando de una cosa y de otra, como hacían cada vez que
estaban juntos. Después de la cena tomaron un café, ella descafeinado. Y
luego se marcharon. Caminaron hasta el coche, que Sean no había metido
en el garaje, y él le abrió la puerta para que ella entrara. Luego rodeó el
vehículo por delante y se sentó a su lado.
—El verano está a la vuelta de la esquina. Ya está haciendo días muy
agradables —dijo Kate.
—Sí. En un par de semanas hará suficiente calor para bañarnos. En
verano lo pasamos bien cuando nos reunimos todos en casa de alguien,
porque comemos en el exterior y pasamos el día en la piscina. Espero que
Bradley y tú os organicéis a partir de ahora para tomaros libres los sábados.
—Claro —dijo ella sin mirarlo—. ¿Cómo llevan los embarazos las
chicas?
—Muy bien. Ya se han acabado las nauseas para mi cuñada, lo estaba
pasando realmente mal. Sus maridos están encantados. Yo los envidio por
tener lo que tienen.
—Ya encontrarás a la mujer de tu vida, como las encontraron ellos.
—Eso espero. Logan también ha encontrado a la mujer de su vida. Por
desgracia es una testaruda de cuidado. Pero tarde o temprano se dará cuenta
de que no puede vivir sin él y lo aceptará —dijo Sean mirtándola.
Poco después Sean paró el coche en la entrada del garaje de Kate.
—Tengo que decirte algo.
—Ya lo sé. Lo he sabido desde que hemos salido de tu casa. Y he de
admitir que ese tono de voz al decir esas palabras no me ha gustado. Bien,
te escucho.
—Te aseguro que va a ser muy duro para mí, porque te considero un
gran amigo, pero…
—Un momento. ¿Lo que querías decirme es algo relacionado conmigo?
—preguntó él interrumpiéndola.
—En parte sí.
—Bien, en ese caso, termina la frase.
—Tenemos que dejar de vernos.
—¿Qué?
—Que no quiero volver a verte.
—Pero, ¡qué dices! ¿Por qué no quieres volver a verme?
—Es lo mejor, te lo aseguro.
—Por eso has dicho que me hablarías de tu problema más adelante.
Porque ibas a cortar conmigo y no volveríamos a vernos.
—Lo siento, Sean.
—¿Lo sientes? ¿Eso es todo lo que vas a decir?
—Me gustaría que les dijeses a tus amigos que no podré verlos de nuevo.
—Eso tendrás que decírselo tú, yo no voy a hacer de recadero.
—Por favor, yo no puedo hacerlo —dijo Kate mientras las lágrimas le
resbalaban por las mejillas.
—Esta vez no me vas a conmover con tus lágrimas. Si me lo has dicho a
mí, también puedes decírselo a ellos.
—Te lo he dicho a ti porque eres un amigo muy especial para mí.
—Un amigo muy especial con el que quieres cortar… sin darle ningún
tipo de explicación.
—La vida da muchas vueltas. Quien sabe si en unos años volvemos a
encontrarnos y reanudamos nuestra amistad.
—Si cortas conmigo, no volveré a hablar contigo jamás.
—Lo sentiría muchísimo, pero si es lo que quieres... De todas formas,
quiero que sepas que voy a echarte mucho de menos. No has sido solo mi
mejor amigo, has sido alguien con quien he compartido mis problemas,
alguien que me ha escuchado siempre que he necesitado hablar. Después de
esta noche no tendré a nadie. Y te aseguro que me voy a sentir muy sola sin
ti.
—Sí, lo imagino —dijo él de manera sarcástica. Aunque veía en sus ojos
la tristeza.
—No hace falta que seas borde conmigo, hablo completamente en serio.
—Vale.
—Quiero que le des esto a Tess —dijo dándole una pequeña bolsa que
había dejado en el suelo del coche cuando salió de casa, y en la que había
una caja—. Dentro hay una nota.
—No pienso darle nada, tendrás que llevársela tú.
—Por favor, Sean. Ya es bastante difícil para mí, no hagas que me sienta
aún peor —dijo secándose las lágrimas.
Sean se acercó a ella y la abrazó.
—Lo siento, cariño. Aunque no sé de qué se trata, sé que está siendo
duro para ti. No llores, por favor —dijo separándose de ella y limpiándole
las lágrimas—. Le daré la bolsa a mi cuñada. No te preocupes, todo se
arreglará. Y estoy seguro que en un futuro próximo volveremos a estar
juntos. Voy a respetar tus deseos de que no volvamos a vernos, y lo mismo
harán nuestros amigos. Pero quiero que me llames, si en algún momento
necesitas hablar.
—Gracias.
—Estoy seguro de que ese problema tan grave que dices que tienes lo
podríamos solucionar en un abrir y cerrar de ojos. El dinero abre muchas
puertas y todos tenemos de sobra, pero el poder puede con cualquier cosa y
te aseguro que mi hermano solventaría tu problema antes de que terminaras
de contárselo.
—Yo no lo creo, pero gracias por mencionarlo.
—¿Sabes que es lo que más me cabrea de esta situación?
—¿Qué?
—Que no has confiado en ningún momento en nosotros, pero sobre todo,
en mí.
—¿Por qué dices eso? Te he contado muchas cosas.
—Pero no has confiado hasta el punto de hablar de tu problema y darme
la oportunidad de echarte una mano, como hacen los amigos.
—Puede que tengas razón, pero no te he hablado de ello por miedo, no
por no confiar en ti. Te quiero, Sean. Te quiero muchísimo.
—Y yo a ti.
Sean bajó del coche, se acercó a la puerta de ella y la abrió.
—Todavía no estoy acostumbrada a esto de esperar a que me abran la
puerta del coche, a que retiren la silla para que me siente, a abrirme la
puerta para que entre. Creo que también lo voy a echar de menos —dijo
ella, aún sentada en el asiento del copiloto y mirándolo.
—Son normas de conducta, que he aprendido sin darme cuenta mientras
he ido creciendo, al ver a mi padre hacerlo, o a Jack, o a mi hermano —dijo
él sonriendo.
Sean la abrazó cuando ella salió del coche y Kate le devolvió el abrazó
muy fuerte.
Cuando Kate entró en casa, Sean arrancó y se unió al tráfico. Y entonces
llamó a su hermano. No eran ni las once y sabía que estaría levantado.
—Hola, Sean.
—Hola, Delaney.
—¿Por qué me llamas a estas horas?
—Quiero que nos reunamos cuanto antes, todos.
—¿Para qué?
—He cenado con Kate esta noche. Acabo de dejarla en su casa.
—¿Te ha hablado de su problema?
—No, pero me ha dicho algo. Os lo contaré cuando nos veamos.
—Nathan y yo vamos a Atlanta mañana y volveremos el viernes por la
noche.
—En ese caso, nos veremos el sábado en tu casa. Dile a Jack que llame a
su amigo el detective y que vaya a tu casa el sábado, pero después de que
nosotros hablemos.
—De acuerdo. Le diré que lo cite para media tarde.
—Estupendo.
—¿No puedes adelantarme nada de lo que sucede?
—Mejor os lo digo a todos juntos. Nos veremos el sábado para
desayunar antes del partido.
—Vale.
—Que tengáis un buen viaje.
—Gracias.

Todos los amigos desayunaron en la cafetería a la que iban los sábados.


Pero Sean no comentó nada de lo que había hablado con Kate, porque
estaba con ellos Eve, la hija de Carter. No quería que se enterara de nada,
porque era amiga de Taylor y, aunque posiblemente no se verían, podrían
hablar por teléfono. Carter le había dicho que después del partido Eve había
quedado con sus amigas para pasar el día juntas, así que podrían hablar con
tranquilidad cuando ella se marchara.
Cuando llegaron a la casa, Delaney y Sean subieron a sus habitaciones a
ducharse.
Una hora después el grupo de amigos estaba sentado en el porche
tomando café. Los padres de Delaney llegaron poco antes de comer y unos
minutos más tarde llegó Logan. Jack y Cath se unieron a ellos, a petición de
Sean. Entonces sirvieron un whisky para los hombres.
—Supongo que has esperado a que estuviéramos todos aquí para
contarnos lo que pasa con Kate —dijo Tess a Sean.
—Y tiene que ser importante, ya que has pedido que venga el detective
—dijo Nathan.
—Sí, es importante. El miércoles cené con ella. Me extrañó, porque fue
ella quien me llamó para quedar, y siempre la llamo yo. Últimamente no
había querido que nos viésemos a causa de su trabajo, ya sabéis que no
tiene mucho tiempo libre.
—Es verdad. No la hemos visto desde hace tres fines de semana, desde
que estuvimos en el rancho de mi abuelo —dijo Lauren.
—Kate no quiere volver a verme —dijo Sean.
—¿Qué le has hecho para que no quiera volver a verte? —preguntó
Logan—. Pensaba que erais grandes amigos.
—No le he hecho nada. ¿Recordáis que os dije que estaba preparándose
para cortar con nosotros? Pues no me equivoqué.
—Has dicho que no quiere volver a verte a ti —dijo Tess.
—Me ha pedido que os diga que tampoco puede volver a veros a
ninguno de vosotros.
—¿Por qué? —preguntó Ellie.
—Por el problema ese tan grave que cree que tiene.
—Esa chica es muy sensata —dijo Patrick—. Si piensa que es un
problema grave, es que lo es.
—Pero, ¿qué puede ser? Por más que Ellie y yo hemos pensado en ello
no se nos ha ocurrido nada —dijo Carter.
—Por eso quería que viniera el detective —dijo Sean—. Creo que ha
llegado el momento de averiguar cuál es ese problema, que Kate piensa que
ni siquiera nosotros podremos solucionar.
—¿Por qué no ha hablado con nosotros para decirnos que no quería
volver a vernos, como ha hecho contigo? —preguntó Tess.
—Puede que esto conteste a tu pregunta. Me dijo que te diera esto y que
dentro encontrarías una nota —dijo Sean entregándole la pequeña bolsa.
Tess sacó la caja del interior de la bolsa y la abrió.
—Vaya.
—¿Qué es? —preguntó Delaney.
—Nos ha devuelto todas las joyas que le regalamos en su cumpleaños —
dijo Lauren después de mirar hacia el interior de la caja y ver todos los
estuches de la joyería.
—¿Qué? —preguntó Nathan.
—No querrá que pensemos que es una aprovechada al quedarse las
joyas, después de cortar con nosotros —dijo Louise.
—Mañana haré que se las lleven en mano a su casa —dijo Delaney—, y
le dejaré claro que tiene que quedárselas.
—Yo se las llevaré —dijo Jack.
—De acuerdo.
—Aquí está la nota —dijo Tess sacando el sobre de la bolsa y
desdoblando la hoja que había en su interior.
—Leela —dijo Ellie.
Hola a todos.
Espero que me perdonéis por no haber hablado en persona con vosotros,
seguro que pensaréis que soy una cobarde, pero sabía que si lo hacía, me
desmoronaría y no quiero parecer delante de vosotros más patética de lo
que soy en realidad.
Ya sabéis que hay algo oscuro en mi pasado que no puedo compartir con
vosotros. Si no hubiera habido nada entre Logan y yo no tendría ningún
problema en seguir viéndoos, porque no afectaría en nada a nuestra
amistad.
Si lo hubiera pensado detenidamente antes, no le habría dicho a Logan
nada de lo que siento por él. El destino me llevó a esa iglesia e hizo que lo
conociera. Y no tengo culpa de haberme enamorado de él. Aunque he de
deciros que no me he arrepentido de lo que ha habido entre él y yo, que no
es mucho, por cierto.
Me sentí mal por quererlo cuando era sacerdote y él no me
correspondía. Y ahora que él siente algo por mí, soy yo quien no puede
permitirse el lujo de estar con él. Cometí un grave error al pensar en el
presente y en un posible futuro a su lado, y me olvidé del pasado.
He pasado por cosas muy duras en mi vida y las superé. Y también
podré olvidarlo a él, con el tiempo. Y si no puedo olvidarme de él, viviré de
los recuerdos que he creado estando juntos.
Cortar con vosotros es, en parte, porque no puedo volver a ver a Logan.
Me he dado cuenta de que mi fuerza de voluntad desaparece cuando estoy a
su lado. Lo vi en el rancho del abuelo de Lauren hace tres semanas y me
acosté de nuevo con él.
Todos miraron a Logan y él levantó los hombros como diciendo: yo no
tengo culpa o no pude evitarlo. Tess siguió leyendo.
En cuanto a todos vosotros, quiero que sepáis que sois lo mejor que me
ha pasado en la vida. Nunca, jamás, podría haber imaginado que pudiera
tener unos amigos tan increíbles.
¡Incluso he salido en una revista con uno de vosotros!
Pero, muy a pesar mío, no puedo seguir viéndoos, porque me arriesgaría
a que descubrierais lo que hice en el pasado. Y no quiero que penséis que
tenéis a una delincuente por amiga. Y cuando hablo de delincuencia, no me
refiero a lo que hacía Lauren antes de encontrar a Nathan, que me pareció
atrevido, pero para nada escandaloso. La verdad es que pensé que fue una
preciosa historia, y muy romántica. Lo mío es diferente, porque la pena por
mis actos sería la cárcel, y no solo pasaría un corto tiempo en ella.
Entonces, perdería a mis hermanos, y ellos son lo más importante de mi
vida. Si lo supierais me sentiría avergonzada de lo que pudierais pensar de
mí, pero no de lo que hice porque, si volviera atrás, lo haría de nuevo.
Me encantaron vuestros regalos, jamás había tenido algo de tanto valor
y tan maravilloso. Pero os los he devuelto porque no quiero que penséis que
he sido una desagradecida y una aprovechada, quedándome con esas
fabulosas joyas, después de cortar con vosotros.
A pesar de que no volveremos a vernos, quiero que sepáis que os quiero
muchísimo a todos.
Nunca os olvidaré y siempre os llevaré en mi corazón.
Kate

Las tres chicas estaban llorando y secándose las lágrimas. Seguramente


se habían emocionado a causa del embarazo. Aunque Louise también se
emocionó.
—¿Por qué no está Jules con nosotros? —preguntó Patrick.
—Conoció a alguien hace unas semanas en el congreso ese que fue —
dijo Carter—. Es el médico del que nos habló, el que vive en Luisiana. Ha
ido a pasar el fin de semana con él.
—El pasado fin de semana vino él a verlo —dijo Ellie.
—Me temo que Jules va a desaparecer de nuestro grupo, como pasó con
Ryan —dijo Logan.
—No me extrañaría. Están planteándose vivir juntos y están pensando en
dónde les interesaría más vivir —dijo Carter.
—Les ha dado fuerte —dijo Sean.
—Sí. Me dijo que estaba loco por él y que era el amor de su vida —dijo
Carter.
—Bueno, seguiremos en el grupo los de siempre —dijo Delaney.
—Nathan, ¿qué crees que pueda ser eso que hizo Kate en el pasado? —
preguntó Logan.
—No tengo ni idea.
—¿Creéis que pudo haber matado a alguien? —preguntó Lauren.
—Si lo hizo sería por accidente, o defendiéndose —dijo Jack—. Esa
chica no es una asesina.
—Además, de ser así, se habría entregado. Kate no es una cobarde —
dijo Ellie.
—No se habría entregado, si pensara que podría perder a sus hermanos
—dijo Nathan.
—¿Es posible que robara una gran cantidad de dinero? —preguntó
Delaney.
—Kate no ha tenido dinero nunca, ella y sus hermanos han pasado
muchas calamidades —dijo Sean—. Y no me lo ha contado con detalle,
pero lo sé por lo que he hablado con Bradley.
—Yo no creo que esa chica sea una ladrona —dijo Cath—. Si fuera así
se habría quedado las joyas que le regalasteis.
—Cath tiene razón —dijo Lauren.
—No hace falta que especulemos por lo que pueda o no haber hecho. El
detective se encargará de averiguarlo —dijo Patrick.

A las cinco y media llegó el detective y Jack lo acompañó al salón donde


estaban todos.
—Adelante, pasa —dijo Jack al detective, que era amigo suyo desde
hacía muchos años.
Los hombres se levantaron. Después de saludarse se sentaron todos.
—Sabía que volveríamos a vernos —dijo el detective mirando a Sean—.
¿Ha conocido a alguna chica, señor Stanford?
—Yo no, pero nuestro amigo, el señor Hunter, sí —dijo Sean.
—Pero usted es sacerdote.
—Lo era, hasta que colgué los hábitos hace unos meses.
—No me extraña. Cuando lo conocí, lo primero que pensé fue que no
tenía aspecto de sacerdote. Y parece ser que mi intuición sigue intacta —
dijo el detective.
—Eso parece.
—Entonces, es usted quien ha conocido a una mujer.
—Sí.
—No está saliendo con ella, aunque es lo que él quiere —dijo Jack.
—La chica en cuestión no quiere salir con él, parece ser que hizo algo
muy grave en el pasado y cree que si sale con él lo descubriremos —dijo
Nathan.
—¿Esa chica está interesada en él? —preguntó el hombre.
—Sí, ambos están enamorados —dijo Tess.
—¿Saben lo que hizo en el pasado?
—Si lo supiéramos, no estaría usted aquí —dijo Delaney—. Es la razón
de que lo hayamos llamado. Queremos que averigüe de qué se trata.
—De acuerdo.
—Creemos que es algo muy serio porque ella piensa que es un delito y
que de descubrirlo la llevaría a la cárcel —dijo Carter.
—¿Qué pueden decirme de ella? —dijo el hombre sacando un bloc del
bolsillo de la chaqueta y un bolígrafo.
—Mi hermano es quien más ha hablado con ella y podrá informarle —
dijo Delaney.
El hombre miró a Sean.
—Lo primero que necesito es su nombre y dirección.
—Se llama Kathleen Butler, pero todos la llaman Kate —dijo Sean.
A continuación le dio la dirección de su casa y también la de la casa
donde vivía antes, por si pudiera serle de utilidad. Luego le habló de la
reforma que había hecho en su casa y cuánto había costado, y que ella le
pagaba una buena cantidad cada mes para pagarla. Le informó de los
trabajos que tenía Kate. Le dijo que era profesora de Historia en un instituto
y Logan amplió la información diciéndole el nombre y la dirección del
mismo. Le habló del restaurante donde trabajaba. Y por último le mencionó
que daba clases de apoyo en casa.
—Esa chica trabaja mucho, por lo que veo —dijo el hombre anotando lo
último.
—Sí, mucho. Me dijo que había hecho algo muy malo en el pasado.
—¿No le mencionó nada que le ayudara a saber sobre qué podría
tratarse?
—No.
—Continúe.
—Me dejó claro que había llevado una vida muy sencilla. Su padre era
obrero y su madre cajera de un supermercado. Ambos murieron en un
accidente cuando ella tenía diecisiete años. Estudió en la Universidad de
Nueva York.
—Historia —dijo el hombre, porque Sean lo había mencionado unos
minutos atrás.
—Sí. Estudió con una beca, pero tuvo que trabajar para poder sobrevivir.
Desde que se quedó sola parece ser que lo pasó muy mal, pero logró salir
adelante. Nada más terminar la carrera le ofrecieron una plaza en un
instituto de Texas y se mudó allí. Entonces tenía veintiún años. Antes de
cumplir los veintidós acogió a tres niños, primos lejanos suyos.
—¿Por qué?
—Los padres habían fallecido en un accidente y no tenían más familia.
—¿Se hizo cargo de los tres con veintiún años?
—Sí. Unos meses después pidió el traslado, porque quería vivir aquí. Y
se mudaron los cuatro cuando le ofrecieron una plaza en el instituto en el
que trabaja ahora —dijo Sean.
—¿Algo más?
—Salió un tiempo con un chico mientras vivió en Texas, pero cortó con
ella cuando Kate se hizo cargo de los niños.
—¿Sabe dónde nació?
—En Belford, una pequeña población de New Jersey. Se enamoró de
Logan cuando aún era sacerdote y se lo hizo saber a él, pero no hubo nada
entre ellos. Cuando Logan colgó los hábitos le dijo que la quería y entonces,
ella le dijo que no podía salir con él por lo que había hecho en el pasado.
Creo que ya le he dicho todo lo que sé —dijo Sean.
—Tengo material más que suficiente para empezar. ¿Sabe en que pueblo
o ciudad de Texas estuvo trabajando?
—En Amarillo.
—Estupendo.
—Queremos saberlo absolutamente todo sobre ella —dijo Logan.
—Y también sobre sus hermanos —dijo Delaney—. Puede que ellos
tengan algo que ver con lo que hizo en el pasado.
—¿Qué quiere decir?
—Nada en concreto.
—Bien. Tengo que terminar el caso que tengo entre manos y luego me
pondré con ello —dijo el detective.
—Dígale a Jack la cantidad que tiene que darle para empezar y lo que
vaya necesitando a medida que avance la investigación —dijo Delaney.
—De acuerdo.
—Jack, pásame a mí todos los gastos, yo me haré cargo —dijo Logan.
—Vale.
—¿Quieren que les informe de lo que vaya averiguando sobre la
marcha?
—No, no tenemos prisa. Hablaremos cuando lo haya averiguado todo y
tenga el informe completo. Kate ha cortado con nosotros y hemos decidido
darte un tiempo, mientras dure la investigación —dijo Delaney.
—Bien. Pues les dejo. Que tengan una buena tarde —dijo el hombre
levantándose.
Se despidieron todos de él y Jack lo acompañó hasta el coche.

A las siete de la mañana del día siguiente llamaron a la puerta. Era


domingo y Kate estaba en la cocina terminando de desayunar. Miró por la
mirilla y se sorprendió al ver a Jack. Por suerte llevaba un pantalón y un
suéter ancho que disimulaba por completo el embarazo. Abrió la puerta.
—Hola, Jack.
—Hola, Kate. Siento haber venido tan temprano, pero sé que entras a
trabajar a las ocho y quería verte antes de que te marchases. ¿Podría hablar
contigo un momento?
—Claro, pasa, por favor.
—Gracias —dijo el hombre entrando en la casa—. ¿Están tus hermanos?
—Sí.
—¿Podríamos hablar en el coche?
—Claro. Dame dos minutos para que me ponga los zapatos.
—No hay problema, te espero fuera.
—Vale.
Kate salió poco después. Jack le abrió la puerta del copiloto del
Mercedes y ella se sentó.
—¿Por qué has venido a verme?
—Delaney me ha enviado para traerte las joyas que les devolviste. La
verdad es que a ninguno de ellos les gusto que lo hicieras, pero a mi jefe
menos que a nadie. Que le desprecien un regalo no lo lleva bien.
—No podía quedarme con esos regalos tan caros. No quería que
pensaran mal de mí.
—Nadie habría pensado mal de ti. Piensa que para cualquiera de ellos su
regalo es como para ti un regalo de veinte dólares.
—Así y todo.
—Se molestaron porque se los devolviste. Lo tomaron como un
desprecio por tu parte.
—Nada más lejos de la realidad. Los quiero muchísimo a todos.
—Y ellos a ti. Y te van a echar mucho de menos.
—Y yo a ellos. ¿Cómo están las tres embarazadas?
—Muy bien. ¿Cómo estás tú?
—Bien también, aunque un poco triste.
—Te dije que podías llamarme si me necesitabas en alguna ocasión y eso
seguirá en pie.
—Lo sé. Gracias.
—¿Por qué no me hablas de eso que dicen que has hecho tan terrible?
—No puedo, Jack.
—Tienes que saber algo de tus amigos. Ellos harían cualquier cosa por
uno de los suyos.
—Lo sé. Y sé que hice mal al pensar que podría tenerlos como amigos.
Debí haber pensado bien las cosas antes de conocerlos.
—Cualquiera de ellos estará encantado de ayudarte con tu problema.
—Nadie puede ayudarme.
—Tú no sabes el poder y los contactos que tiene mi jefe. Delaney puede
conseguir cualquier cosa que se proponga, y con solo una llamada.
—Lástima no haberlo conocido seis años atrás. Posiblemente podría
haberme ayudado entonces.
—Puede ayudarte, aunque hayan pasado seis años.
—No puedo arriesgarme, Jack. Porque si las cosas no salieran bien iría a
la cárcel y mis hermanos pasarían a formar parte de los servicios sociales.
Bradley es mayor de edad, pero no tiene dinero para mantenerlos y tendría
que dejar la universidad y ponerse a trabajar. No puedo permitirlo. Pero dile
a Delaney que le agradezco de todo corazón que quiera ayudarme.
—Se lo diré. Supongo que aceptarás las joyas, de lo contrario será él
quien se presente en tu casa. Y no te gustaría verlo enfadado.
—Me quedaré con ellas, pero no porque le tenga miedo a tu jefe.
El hombre la miró sonriendo.
—Serán un buen recuerdo para el futuro. Me acordaré de todos ellos
cuando las vea— dijo Kate con los ojos brillantes por las lágrimas
retenidas.
—De acuerdo. No me has preguntado por Logan.
—Prefiero no saber nada de él. Así será más fácil olvidarlo.
—Me parece bien. Ninguno de ellos va a ponerse en contacto contigo.
Me han dicho que van a darte tiempo para que puedas pensar y recapacitar.
Pero que puedes llamarles cuando quieras, a cualquiera de ellos, tanto para
hablar simplemente, como para pedirles ayuda.
—No voy a llamar a ninguno. Si lo mío saliera a la luz les salpicaría y no
puedo permitir que eso suceda por un error que cometí en el pasado. Me
sentiría culpable el resto de mi vida si les hiciera daño de algún modo.
—¿Crees que podría causarles algún problema a alguno de ellos?
—No lo sé, pero si dejando de verlos puedo evitarlo, merecerá la pena el
sacrificio.
—A mí no puede afectarme nada de lo que hayas hecho. Por lo tanto,
llámame si necesitas ayuda o hablar.
—Vale. Gracias, Jack.
Antes de bajar del coche, el hombre le dio la bolsa con las joyas.
—Eres una buena persona, Kate, y mereces ser feliz.
—Gracias —dijo ella abrazándolo—. No bajes del coche, por favor.
—De acuerdo.
Cuando Jack volvía a casa llamó al detective para darle un nuevo dato
que le sería útil en la investigación: Que lo que Kate había hecho, había
sido seis años atrás.
Capítulo 26
Las semanas transcurrían y a Kate le sorprendía que ninguno de sus
amigos se hubiera puesto en contacto con ella, ni la hubieran ido a ver a su
casa. Sobre todo sus amigas o Sean. Aunque, claro, había sido ella quien se
lo había pedido. Y en parte se alegraba por ello, porque faltaban dos días
para terminar el mes de julio y ese día precisamente cumplía veintisiete
semanas de embarazo, estaba casi de siete meses, y ya no había forma de
disimular que esperaba un bebé. Pero por otro lado, no se sentía bien al
pensar que todos se hubieran olvidado de ella tan pronto, incluido Logan.
La semana anterior había sido el cumpleaños de Delaney. Le caía muy
bien ese hombre y le habría gustado haberlo visto ese día para felicitarlo y
decirle lo imponente que era, a pesar de cumplir treinta y ocho años. Y dos
días atrás había sido el cumpleaños de Lauren, que cumplió veintinueve
años. Se conocían desde hacía poco tiempo, pero tenía que reconocer que
echaba mucho de menos a sus amigas.
Kate se metió en la cama. No quería quejarse delante de su hermano,
para que no la obligara a dejar el trabajo del restaurante, pero estaba
exhausta. Desde que habían cerrado el instituto por vacaciones, había
dejado las clases particulares y había empezado a trabajar en el restaurante
a jornada completa los siete días de la semana. Ese mes le pagaría a Sean
doce mil quinientos dólares y el siguiente mes cancelaría la deuda en su
totalidad. Y solo pensar que en agosto tendría que trabajar también todos
los días la agotaba.
Esa tarde su hermano y ella habían pedido libre en el trabajo para ir a
comprar algunas cosas para el bebé, de la larga lista que tenían. Llevaban
haciéndolo desde tres meses atrás. Ya tenían la cuna montada en su
habitación y la bolsa del bebé lista.
Kate estaba asustada, porque sabía que cuando tuviera el bebé, su vida
cambiaría de manera radical. Pensaba trabajar en el instituto hasta el último
momento y en el restaurante, hasta que pudiera, porque necesitaba ahorrar
todo el dinero posible. También le había preocupado que alguno de sus
amigos fuera al instituto y la viera… embarazada. De hecho, Logan había
ido en una ocasión, después de que falleciera su padre, y podría volver a
hacerlo. Pero no había sucedido. De todas formas, había tenido la
precaución de no salir a su hora y esperaba a que todos los coches se
alejaran de la entrada, antes de salir a la calle. Rezaba para que no fueran y
la vieran cuando empezara el curso, porque que ya estaría muy gorda.
En casa habían acordado que solo abriría la puerta Bradley. Y si era
alguno del grupo de amigos, les diría que Kate no estaba, que había ido a
una reunión del colegio de Dexter y que el pequeño la había acompañado.
Y Taylor se ocuparía de mantenerlo en su cuarto sin hacer ruido, porque no
podían arriesgarse a que Dexter apareciera, ya que no se callaba nada.
Pensó en la visita que le había hecho Jack ocho semanas atrás y en lo
que le había dicho de su jefe. Era una tentación llamar a Delaney y pedirle
que solucionara su problema con solo una llamada. Y entonces sí podría
casarse con Logan. Aunque, después del tiempo que había pasado, pensó
que tal vez hubiera encontrado a una mujer, que no fuera tan problemática
como ella. Ese pensamiento hizo que se estremeciera de la angustia.
Porque, a pesar de haberlo intentado con todo su ser, Logan permanecía en
su corazón, más arraigado que nunca.

Las semanas siguieron pasando. Era el último día del mes de agosto y
Kate pensó en el embarazo de sus amigas. Le habría gustado verlas. Sería
un espectáculo maravilloso ver a tres mujeres preciosas embarazadas junto
a sus espectaculares maridos, quienes las adoraban. Se preguntó qué mal
había hecho ella para que no pudiera también tener a un hombre en su vida
que la adorara. Pero su bebé no tendría padre. Pensó en el imponente
Nathan, que el día anterior había cumplido treinta y ocho años, la misma
edad que Delaney.
Kate había visto a su amigo Sean en la portada de una revista al pasar
por un quiosco y no pudo resistirse a comprarla. En el interior había varias
fotos del pequeño de los Stanford con diferentes mujeres y Kate sonrió al
verlas. Y entonces pensó que eso estaría haciendo Logan, después de tantos
años de abstinencia, sin duda estaría saliendo con mujeres para desquitarse.
Kate se sentó en su mesa de despacho, antes de irse a la cama, y le hizo
una transferencia bancaria a Sean de doce mil quinientos dólares, con la que
cancelaba la deuda que tenia con él.

El viernes, siete de octubre Kate recibió un mensaje de Jack diciéndole


que Tess había dado a luz a una niña ese mismo día por la tarde. Y Kate fue
a una floristería y compró un precioso ramo de flores y lo envió a la
habitación de hospital que Jack le había indicado, con una simple nota que
decía: Muchas felicidades a los dos.
—¿De quién es? —preguntó Tess a su marido, que acababa de leer la
tarjeta del precioso ramo de flores que acababan de llevar.
—Pone: Muchas felicidades a los dos, pero no tiene firma.
—Seguramente será de Kate. Le he enviado un mensaje para decirle que
habéis tenido una niña —dijo Jack.
—Qué amable —dijo Delaney.
—¿Por qué no se ha puesto en contacto con nosotros el detective? —
preguntó Tess—. ¿Tanto tiempo necesita?
—Tengo entendido que ha averiguado muchas cosas, pero le dijisteis que
os visitara cuando tuviera el informe completo—dijo Jack—. Hablé con él
hace un par de días y ya lo tenía todo. Solo le faltaba ordenarlo y pasarlo a
limpio.
—Llámalo a ver si puede tenerlo todo listo para la semana que viene —
dijo Delaney—. Ya le hemos dado bastante tiempo a Kate para que piense
las cosas, y no parece que haya servido de nada.
—Cuando fui a devolverle las joyas, Kate me dijo que no quería que sus
problemas os salpicaran a ninguno de vosotros y por eso no quería volver a
veros —dijo Jack.
—Menuda tontería. Apuesto a que cuando sepamos de qué se trata lo
resolveremos en un abrir y cerrar de ojos —dijo Delaney.
—Esa chica es fantástica, ha rechazado su felicidad, únicamente
pensando en nosotros —dijo Tess.

El sábado quince de octubre el detective se presentó en casa de Delaney


a las cinco de la tarde. Y Cath les sirvió café a todos.
—Supongo que, después del tiempo que le ha llevado, nos traerá un
informe suficientemente completo —dijo Delaney.
—Me ha llevado más tiempo del que pensaba, y no ha sido fácil, se lo
aseguro. Sobre todo, por la aparición de sus hermanos.
—Bien. Comience cuando quiera —dijo Logan.
—Tengo un informe muy detallado —dijo el hombre mientras sacaba
una carpeta de su maletín y la abría.
—Estamos listos para escucharle —dijo Nathan.
—Me he remontado hasta el día del nacimiento de la señorita Butler.
—Puede llamarla Kate cuando la mencione, así ahorraremos tiempo —
dijo Delaney.
—De acuerdo —dijo el hombre, sacando el informe de la carpeta.
—Sus padres nacieron en Belford, una pequeña población de New
Jersey.
—¿Ha estado en el pueblo? —preguntó Carter.
—Sí, pasé allí un par de días. Su padre se llamaba Peter Butler y era
obrero, oficial de primera, y un buen trabajador. Su madre, Claire, trabajaba
en un supermercado, la mayoría de las veces de cajera. Algunos de sus
vecinos siguen viviendo allí y hablé con ellos. Parece ser que eran buenos
padres y muy cariñosos con su hija. Tanto el padre como la madre eran
también hijos únicos. Nunca tuvieron deudas y los vecinos y amigos los
respetaban. Vivían en un pequeño piso de alquiler de dos habitaciones. Kate
nació el quince de diciembre de mil novecientos noventa y cuatro. Una vez
al año iban dos semanas de vacaciones, cada año a un lugar distinto, pero
todos con playa. En el instituto fue una buena estudiante y una alumna
modelo, según un profesor suyo que ya está jubilado. Según él Kate
siempre quiso ser profesora de Historia, y el hombre sabía que sería una
buena profesora, porque era muy paciente, pero también inflexible. Conocí
a algunas de sus compañeras y todas hablaron muy bien de ella.
—¿Salió con algún chico en el instituto? —preguntó Sean.
—Según ellas no, porque no tenía tiempo. Quería ir a la universidad y
tenía que sacar buenas notas para conseguir una beca. Además, desde los
catorce años, trabajaba todos los fines de semana de camarera en una
cafetería cercana a su casa, porque quería ahorrar dinero para cuando se
fuera a la universidad. Los vecinos de su casa me dijeron que era una chica
muy responsable. Kate preparaba la cena cada día para que su madre no
tuviera que cocinar al volver del trabajo. Y los fines de semana se
encargaba de limpiar la casa, de lavar la ropa, de planchar y de hacer la
compra, antes de ir a trabajar. Y todo eso lo hizo desde muy temprana edad.
—Esa chica empezó a trabajar muy joven —dijo Ellie.
—También me hablaron muy bien de ella en la cafetería donde trabajaba.
Me dijeron que era una chica muy responsable, amable, educada y una
buena trabajadora. Consiguió una beca para la Universidad de Nueva York,
estudió Historia, como ya saben. Se suponía que tenía que trasladarse a
Nueva York a mediados de septiembre para comenzar la universidad, pero
sus padres tuvieron un accidente de carretera y fallecieron ambos un par de
semanas antes de que Kate se mudara. Fallecieron el tres de septiembre del
dos mil once. Kate tenía diecisiete años y cumpliría dieciocho tres meses
después. Por lo que he averiguado, desde ese momento, el mundo se hundió
a sus pies. Se vio sola y sin ningún familiar en quien apoyarse. Un
matrimonio amigo de sus padres la ayudaron con los trámites del entierro.
Por suerte, la pareja tenía comprado un nicho en el cementerio. Así y todo,
el entierro se llevó todo el dinero que el matrimonio tenía ahorrado, que no
era mucho, y parte del que había ahorrado Kate con su trabajo en la
cafetería. Se puso en contacto con la universidad para explicarles lo que
había sucedido y aceptaron que empezara un poco más tarde, porque tenía
que solucionar lo de dejar la casa y su traslado. Dejó el piso a finales de
Septiembre porque no quería pagar otro mes de alquiler. Kate habló con el
sacerdote de la iglesia a la que solían ir, porque quería donar las
pertenencias de sus padres. Y él se encargo de recogerlo todo. El primero de
octubre Kate abandonó su casa con una maleta y una mochila.
—Me recuerda a cuando yo me marché de casa —dijo Lauren con los
ojos llenos de lágrimas—. Sé exactamente lo que ella sintió en ese
momento: tristeza, soledad, abandono…
Nathan la rodeó con su brazo y la besó en el pelo.
—Siga, por favor —dijo Delaney.
—Kate alquiló un estudio cerca de la universidad, aquí en Nueva York,
con un precio bastante elevado. Supongo que pensó que podría mantenerse
unos meses con el dinero que le quedaba de sus ahorros, pero sabía que
tenía que buscar un trabajo. Poco después empezó a trabajar en un
restaurante los fines de semana. Hablé con su casero. El hombre me dijo
que le caía muy bien Kate y que hablaban a menudo. Seis meses después de
ir a vivir allí ella le dijo que para poder seguir en el apartamento tendría que
buscar un trabajo a tiempo completo para poder pagar el alquiler, los gastos
de la casa y la comida, pero entonces no tendría tiempo de estudiar, y no
podía permitirse perder la beca. Hablé con un chico que había estudiado con
ella y me dijo que se mudó a un estudio, que estaba en muy malas
condiciones, sin calefacción y en un barrio poco seguro. Él fue quien la
ayudó a llevar todas sus cosas. Me dijo que él no habría ido a vivir a ese
barrio ni loco. Como estaba muy lejos de la universidad Kate se compró
una bicicleta de segunda mano, para ahorrar el dinero del trasporte. El chico
me dijo que no se cuidaba, en cuanto a la alimentación, que comía lo más
barato que encontraba en las ofertas de los supermercados, casi siempre
cosas caducadas, y que se saltaba muchas comidas, simplemente por
ahorrar dinero. También me dijo que entraron dos veces en su casa y le
robaron todo lo que tenía, que no era mucho.
—Vaya por Dios, esa chica no ha tenido mucha suerte en su vida —dijo
Tess—. Perdone por interrumpirlo, siga, por favor.
—Antes de terminar el primer año de carrera encontró trabajo para los
viernes por la tarde, los sábados y los domingos en un restaurante, en el que
trabajaba entre doce y catorce horas al día, y estuvo trabajando allí hasta
que terminó la universidad.
—Pobre chica —dijo Delaney.
—Encontró su primer trabajo como profesora de Historia en Amarillo,
Texas, en el instituto Weverly. Se trasladó allí en el mes de julio del dos mil
quince. Entonces tenía veintiún años. Estuvo hospedada en un motel, a las
afueras de la ciudad. No era un establecimiento muy aconsejable ni limpio,
pero sí barato. Hasta que encontró un pequeño apartamento amueblado,
aunque bastante apartado del instituto, y se instaló en él. Encontró una
cafetería para trabajar los fines de semana. Según una compañera de
trabajo, que ya no trabaja, porque lo dejó al casarse, era un piso miniatura,
según le dijo Kate, porque ella nunca la visitó, ya que Kate vivía muy lejos
de la cafetería y del instituto. Me dijo que a veces tomaban un café juntas al
salir o entrar del trabajo, pero quedaban en una cafetería que había al lado
de donde trabajaban. Comenzó a trabajar en el instituto en septiembre de
ese mismo año, un mes y medio después de mudarse a esa ciudad. Según
esa chica, cada semana se compraba algo de ropa, porque le había dicho que
antes de mudarse a Amarillo le habían robado toda la que tenía. Poco
después se compró un utilitario de segunda mano, con muchos años.
También hablé con su casero. Me dijo que era una chica muy limpia y
cuidadosa. Lo único relevante que sucedió durante su primer año de trabajo
fue que empezó a salir con un chico. Un día, el chico entró en una cafetería
y se encontró a Kate y a su compañera tomando café, y Kate se lo presentó.
La chica me dijo que era muy guapo, que trabajaba en una agencia de
seguros y que Kate lo consideraba algo más que un amigo, pero que no se
veían muy a menudo. También me dijo que rompieron la relación en la
primavera del siguiente año, en el dos mil dieciséis. Pregunté por él en
algunos sitios, pero me dijeron que ya no vivía en Amarillo, y no pensé que
fuera importante para que perdiera tiempo investigando sobre él.
—Hizo bien —dijo Logan.
—En mayo de ese año aparecieron los hermanos de Kate, ella tenía
entonces veintiún años.
A partir de entonces la investigación me llevó mucho más tiempo.
—¿Por qué? —preguntó Delaney.
—Porque había muchas cosas que no me cuadraban.
—¿Qué cosas? —preguntó Logan.
—Cariño, ten un poco de paciencia —dijo Tess sonriéndole.
—Disculpe, siga.
—Pregunté en el barrio donde ella había vivido, para ver si alguien me
hablaba de algo que hubiera sucedido relacionado con ella. Algo que
hubiera cambiado.
—¿Por qué esperaba que algo hubiera cambiado? —preguntó Delaney.
—Porque habían muchas cosas que no tenían sentido para mí, y a mí me
gusta saber la razón de todo.
—¿Qué cosas no tenían sentido para usted? —preguntó Sean.
—¡Por el amor de Dios! —dijo Tess—. Si seguís interrumpiéndolo
perderá el hilo de lo que está diciendo.
—No se preocupe, señora Stanford, no me importa contestar a las
preguntas, y no perderé el hilo, porque lo tengo todo anotado por orden.
—De acuerdo —dijo ella.
—Hablé con un chico que trabajaba en un supermercado cercano a su
casa y que seguía trabajando allí. Cuando le enseñé la foto de Kate la
reconoció al instante. Me dijo que era una chica muy guapa y muy
simpática y que siempre había sido amable con él. También me dijo que
solía ir a comprar todas las semanas, como un reloj, pero que desde la
primavera del dos mil dieciséis, había pasado de comprar muy poca comida
a comprar más del doble.
—¿No es lo normal? Vivían tres niños con ella —dijo Patrick.
—Sí, habría sido lo normal, de no haberme dicho el chico que un sábado
la había visto salir de un supermercado, que estaba muy lejos de su casa, y
con el carro lleno.
—¿Qué tiene eso de raro? —preguntó Carter.
—Lo raro es que ese mismo día, había ido a hacer la compra de la
semana al supermercado donde trabajaba él, y que estaba muy cerca de la
casa de Kate. No me cuadraba que fuera a comprar a un supermercado tan
lejos de su casa cuando tenía uno, con precios similares, en su misma calle.
Y más aún el mismo día que había hecho la compra de la semana.
—Bueno, un poco raro sí que es —dijo Nathan—. A no ser que le
cogiera de paso al volver de algún sitio y aprovechara para comprar.
—O que supiera que en ese supermercado había ofertas —añadió Ellie.
—También pensé en eso, pero no me convenció, porque el
establecimiento no estaba de camino a su casa ni desde el instituto, ni desde
la cafetería en la que trabajaba los fines de semana. Y tampoco me cuadraba
que no le hubiera comentado a ese chico, con el que hablaba cada vez que
iba a comprar, que tres familiares habían ido a vivir con ella.
—Yo no voy contando mi vida a los empleados del supermercado —dijo
Lauren.
—Puede que porque no vas al supermercado —dijo su marido
sonriéndole.
—Es cierto que no suelo ir ahora, pero lo he hecho en el pasado, y no lo
haría. Podría comentar con él cualquier detalle sin importancia o respecto a
algo sobre la compra, pero nada relacionado con mi vida. A mí no me
parece extraño que no le hablara de sus hermanos.
—A mí no me pareció normal, porque el chico me dijo que habían
hablado de la vida de él y de la de ella.
—En ese caso, lo normal es que se lo hubiera dicho —dijo Lauren.
—También me llamó la atención que ninguno de sus vecinos, ni siquiera
su casero, supiera nada de la existencia de los niños, ni nadie los viera
entrar y salir nunca del edificio. Todos insistían en que vivía sola.
—Eso sí es raro —dijo Nathan—. Y más siendo niños, que suelen ser
ruidosos.
—El caso es que empecé a hacerme algunas preguntas y no me
convencían las respuestas. Así que decidí investigar a los niños y a su
familia.
—¿Por qué? —preguntó Logan.
—Porque no me parecía lógico que nadie los viera, ni siquiera a la hora
de ir al colegio. Y esa es otra. Fui a los colegios cercanos a la vivienda, y en
ninguno de ellos estaban matriculados.
—Claro, eso no es normal —dijo Carter.
—Comprobé todos los accidentes de tráfico que habían ocurrido en el
país, en el que hubiera fallecido una pareja, dejando solos a tres hijos. Y no
encontré nada que coincidiera con las edades y el sexo de los niños.
—¿Qué quiere decir con eso? —preguntó Logan.
—Que los padres de esos niños no murieron en un accidente de coche.
—¿Por qué iba a mentirnos Kate respecto a su muerte? —preguntó Sean.
—En ese momento no sabía la razón —dijo el detective.
—Puede que me confundiera yo y Kate no me dijera que hubiera sido un
accidente de tráfico, sino solo un accidente —dijo Sean.
—También pensé en esa posibilidad. Me gusta averiguar las cosas hasta
el fondo. Y, como quería estar completamente seguro, además de los
accidentes de tráfico, busqué los accidentes de autobuses, de trenes, de
barcos y de aviones, pero nada coincidía con ellos. Entonces decidí dejar a
un lado los accidentes para centrarme en los niños. Y busqué en
desaparecidos.
—¿Desaparecidos? ¿Por qué buscó en desaparecidos? —dijo Delaney.
—Porque tenía que empezar por algún sitio.
—¿Y encontró algo?
—Sí. Los encontré por las fotos que me facilitaron ustedes de ellos. El
hermano mayor está muy cambiado, pero es él —dijo dejando sobre la mesa
los informes de los tres pequeños con las fotos.
—Son ellos —dijo Nathan al ver las fotos de los tres niños.
Fueron pasándose las fotos para que las vieran todos.
—Sí, lo son. —dijo el detective—. Esos niños no son hermanos.
—¿Que no son hermanos? —dijo Logan.
—No. No existe ningún parentesco entre ellos.
—Entonces, ¿Kate nos mintió? —preguntó Sean.
—Sí. Los tres niños vivían en un orfanato de Amarillo. Un día amaneció
y ninguno de los tres estaba en el orfanato.
—¿Vivían en un orfanato? —preguntó Logan desconcertado.
—Sí. Fui a hablar con el director y él me confirmó la desaparición de los
tres niños, seis años y medio atrás. Me dijo que no los habían encontrado.
No era un hombre muy amable y no me habló nada bien de los pequeños.
Del mayor decía que siempre estaba castigado, porque se metía en líos por
ayudar a los otros niños. Del pequeño dijo que era un imbécil y que no
sabía hacer ni la o con un canuto. Y de la niña dijo que no hablaba, porque
era retrasada mental.
—¡Oh, Dios mío! —dijo Delaney.
—¿Cómo es posible que alguien así sea director de un orfanato? —dijo
Louise muy enfadada.
—Estoy de acuerdo con usted, ese hombre es una mala persona. Me dijo
que sabía que el mayor de los tres se había llevado a los dos pequeños,
porque era muy protector con ellos.
—¿Y usted qué cree? —preguntó Logan.
—Aunque no me guste, estoy de acuerdo con ese cretino. Mi teoría es
que el hermano mayor se llevó a los niños una noche mientras todos
dormían. Y Kate llevó a los tres niños a su casa y los mantuvo escondidos.
—¿Por qué cree que Kate se los llevó a su casa? —preguntó Logan—.
¿Qué relación tenía con ellos?
—El mayor iba al instituto donde Kate trabajaba y ella era su profesora
de Historia.
—Dios mío —dijo Logan.
—No sé cómo se las arregló, pero consiguió cambiar el nombre y los
apellidos de los niños.
—Eso no es fácil —dijo Nathan.
—No, no lo es, pero ella lo consiguió. También investigué más a fondo a
los padres de Kate, por si tuvieran algún familiar, aunque fuera lejano. Pero
no encontré a nadie. Kate no tiene familia.
—Entonces, Kate se hizo cargo de tres niños, que no conocía de nada,
los metió en su casa y les dio su apellido —dijo Carter.
—Sí, eso es lo que creo yo. Los sacó del sistema de acogida y los hizo
desaparecer. Y consiguió papeles para poder incluirlos en el seguro médico
del trabajo.
—¿Cómo hizo eso? —preguntó Patrick.
—Eso no lo he descubierto.
—Lo hizo un hacker —dijo Lauren—. Yo podría hacerlo también.
—¡Por supuesto! —dijo el detective—. No se me había ocurrido. Tenía
que haber pensado en usted. Cuando la investigué me dejó asombrado la
forma en que vivía.
Lauren le sonrió.
—Ha hecho un buen trabajo —dijo Sean.
—Gracias. Siento haber tardado tanto, porque descubrir lo de los niños
me llevó algún tiempo. Pero no he terminado.
—¿Aún hay más? —preguntó Delaney.
—Precisamente fue usted quien me pidió un informe completo.
—Tiene razón. Siga, por favor.
—Un año después de que se llevara a los niños, Kate consiguió una
plaza de profesora…
—Sí, lo sabemos, en el instituto Wrunsbury, y trabaja allí desde entonces
—dijo Nathan interrumpiéndolo.
—Eso es. Supongo que también saben que su hermano está en la
universidad, bueno, me refiero al niño mayor, está estudiando arquitectura.
—Sí, estamos al corriente —dijo Sean.
—Kate tiene tres trabajos, el del instituto, uno de camarera en un
restaurante cercano a su casa y, además, da clases particulares por las
tardes. Esa chica trabaja mucho. Bueno, trabajaba —dijo el detective
leyendo una nota adhesiva que tenía pegada en el informe—, porque dejó el
trabajo del restaurante y el de las clases particulares, precisamente ayer. Y,
según el contacto que tengo en el instituto, trabajará solo hasta el día veinte
de este mes, porque está embarazada y saldrá de cuentas en dos semanas.
—¿Ha dicho que está embarazada? —preguntó Logan.
—Pensé que precisamente eso lo sabrían, no es algo que se pueda
esconder.
—Hace meses que no vemos a Kate —dijo Tess sorprendida.
—Y supongo que usted es el padre —dijo el hombre mirando a Logan.
—Eso espero —dijo Logan sonriendo.
—Dios mío. Las veces que hemos hablado con ella de nuestro embarazo
y resulta que también estaba embarazada, y casi del mismo tiempo que
nosotras —dijo Lauren—. Debió de sentirse muy mal, como si su bebé
fuera menos importante que los nuestros.
A Logan le afectaron las palabras de su amiga, porque supuso que Kate
lo habría pasado mal. Pero, a pesar de ello, una sonrisa apareció en sus
labios.
—Voy a ser padre —dijo Logan.
—No sabes si el bebé es tuyo —dijo Nathan.
—Si como dice el detective, Kate sale de cuentas en dos semanas, se
quedó embarazada entre el veinte y el veinticuatro de enero —dijo Carter.
—Me acosté con ella el día veintiuno y el veintidós de enero —dijo
Logan—. Puede que olvidara usar condón. Hacía muchos años que no
estaba con una mujer.
—Entonces no hay duda, tú eres el padre —dijo Carter.
—Eso es todo —dijo el hombre metiendo las fotos en la carpeta,
cerrándola y dejándola sobre la mesa—. Este es el informe de la
investigación.
—Muchas gracias, ha hecho un buen trabajo, como siempre —dijo
Delaney.
—Cuando tenga lista la factura, désela a Jack y le daré un cheque —dijo
Logan.
—De acuerdo. No sé si volveremos a vernos.
—Todavía queda soltero uno de nosotros —dijo Patrick mirando a su
hijo pequeño y sonriendo.
—En ese caso, puede que me necesiten una última vez. Felicidades por
sus embarazos. Espero que todo les vaya bien.
Se despidieron todos de él, dándole las gracias y Jack le acompañó hasta
el coche.
—Voy a ir a ver a Kate esta noche —dijo Logan.
—Antes deberíamos pensar bien las cosas —dijo Louise.
—Está esperando un hijo mío y no me lo ha dicho y, parece ser, que no
tiene intención de decírmelo.
—Logan, todo está relacionado con su problema —dijo Delaney—.
Pensaba que era algo más serio.
—No le quites importancia, Delaney —dijo Nathan—. Kate tenía razón
para estar preocupada. Lo que hizo es un delito muy grave. Lo que no
entiendo es cómo no lo han descubierto.
—Esa chica ha sido muy lista —dijo Lauren.
—Creo que deberíamos dejarle claro que estamos al corriente de lo que
hizo, y también del embarazo. Entonces no le quedará más remedio que
hablar con nosotros —dijo Patrick.
—Lo que hay que decidir es quién hablará con ella, porque estoy segura
de que si le decimos que se reúna con nosotros no aparecerá —dijo Ellie.
—Yo estoy de acuerdo con Ellie —dijo Lauren.
—Yo hablaré con ella —dijo Logan.
—Tú eres el menos indicado —dijo Sean.
—Delaney sería el más adecuado —dijo Tess.
—¿Por qué yo?
—En primer lugar porque a Kate le caes muy bien. No quiero decir con
esto que los otros no le caigáis bien —se disculpó Tess—, pero siente
admiración por ti, y la intimidas un poco. En segundo lugar, Kate sabe que
de todos, tú eres quien más poder tiene, porque tienes muchos contactos y
podrías ayudarla. Y en tercer lugar, porque confía plenamente en ti, puede
que más que en el resto de nosotros, y piense que tú la protegerás a ella y a
sus hermanos y no permitirás que la separen de ellos. Y cuando quieres
puedes ser tierno y delicado.
—Nunca he sido tierno y delicado.
—Por supuesto que lo eres —dijeron las otras dos chicas al mismo
tiempo.
—Entonces todo solucionado. Delaney hablará con Kate —dijo Carter.
—Y a ti ni se te ocurra acercarte a ella, de momento —le dijo Sean a
Logan.
—Pues date prisa en hablar con Kate, porque está apunto de dar a luz y
quiero estar presente en el parto de mi hijo —dijo Logan a Delaney.
—La llamaré, después de que Nathan y yo hablemos con algunas
personas. Tenemos que asegurarnos de que se puede solucionar el delito que
Kate cometió hace más de seis años —dijo Delaney.
—Cuando la llames queda con ella en tu oficina. Cuando quedabas
conmigo allí iba temblando —dijo su mujer sonriéndole.
—Tú nunca me has tenido miedo —dijo Delaney mirándola divertido.
—Porque disimulaba muy bien.
—Tess tiene razón. Estarás en tu ambiente y ella se sentirá un poco
intimidada —dijo Lauren.
—Y vulnerable —añadió Ellie.

Al día siguiente Kate estaba preparando la cena con su hermano, que


acababa de llegar del trabajo. Recibió una llamada y cogió el teléfono de
encima de la bancada. Y se quedó perpleja mirando la pantalla.
—¿Qué pasa? —preguntó Bradley.
—Es Delaney.
—¿Delaney? ¿Por qué te llama?
—Bradley, no soy adivina.
—¿Quieres que conteste yo?
—No. Ese hombre es demasiado poderoso y no quiero que se moleste —
dijo ella cogiendo el móvil.
—Hola, Delaney.
—Hola, cielo.
—Felicidades por tu bebé.
—Muchas gracias. Y gracias por el ramo de flores que enviaste.
Kate se preguntó cómo había averiguado lo del ramo de flores.
—¿Tess está bien?
—Sí, perfectamente.
—¿Y tu pequeña?
—Está muy bien, y es preciosa.
—¿A quién se parece?
—Creo que tiene de los dos. Ha sacado los ojos grises de su madre.
—¿Cómo se llama?
—Todavía no lo hemos decidido. Tenemos tres nombres que nos gustan.
—Entonces ponerle los tres y llamarla como más os guste.
—Esa es una buena idea.
—¿Cómo están Lauren y Ellie?
—Las dos están bien. Si no me equivoco, Lauren sale de cuentas a
primeros del próximo mes y Ellie a finales.
—Me alegro mucho.
—Tengo entendido que tú darás a luz antes que ellas. ¿Para qué día
tienes previsto que nazca el bebé?
Kate se quedó en silencio un instante. ¿Cómo lo había sabido? ¿Lo
sabría Logan?, se preguntó.
—El día veintiocho.
—¿Sabes el sexo del bebé?
—Es una niña.
—Estupendo, la tuya y la mía van a ser buenas amigas.
—¿Qué quieres, Delaney? Porque supongo que estarás muy ocupado
para perder tanto tiempo conmigo.
—Tenemos que hablar.
—No me gusta esa frase.
—Te entiendo. A mí tampoco, pero te lo voy a poner muy fácil. Tú me
escucharás y contestarás a algunas preguntas. ¿Qué te parece?
—Depende de lo que vayas a decirme y preguntarme.
—Eres muy precavida.
—Sé que a veces hay trampas ocultas en las conversaciones.
—¿Crees que voy a ponerte una trampa? Cariño, tú y yo somos amigos.
—¿Sobre qué quieres que hablemos?
—Bueno, ya sé que estás embarazada. Y también estoy al corriente de lo
que hiciste hace unos años.
—¡Oh, Dios mío!
—Tranquilízate, Kate.
—Eso es muy fácil decirlo.
—¿Sabes, cielo? Nuestros problemas y nuestros miedos se hacen
mayores si no los sacamos al exterior. Hay que afrontarlos a la luz del día.
—¿Vas a denunciarme?
—¿Por quién me has tomado? Deberías saber que tener amigos es una
bendición, porque te guardan la espalda.
—Yo no confío en nadie que esté detrás de mí.
Delaney se rio.
—Tú y yo nos parecemos.
—Yo no encuentro ningún parecido entre nosotros. Tú tienes dinero y
puedes permitirte tener guardaespaldas.
—Cierto —dijo él sonriendo—. Cariño, no te hagas la dura conmigo. Sé
que eres un trocito de pan. Los amigos están ahí cuando los necesitas.
Escuchan cuando necesitas desahogarte. Te animan y te hacen sonreír si
estás triste. Y, sobre todo, te ayudan cuando necesitas ayuda.
—Eso te ha quedado precioso.
—Gracias, cielo. A veces soy bueno hablando. Te llamaré para quedar
un día esta próxima semana y te enviaré un coche para que te recoja.
—Delaney, tengo coche.
—No quiero que conduzcas en tu estado. ¿A qué hora te vendría bien?
—Por la mañana no puedo porque trabajo. Me vendría bien sobre las
siete de la tarde, que Bradley ya estará en casa.
—Perfecto, te llamaré.
—Delaney, no quiero verlos a todos todavía.
—Estaremos tú y yo solos.
—De acuerdo.
Kate colgó y dejó el móvil sobre la bancada.
—¿Qué quería? ¿Qué te ha dicho?
—Delaney lo sabe todo —dijo Kate.
—¿Todo… todo?
—Sí.
—¡Oh, Dios mío! Aunque es un buen tío y no creo que te denuncie.
—Lo sé.
—¿Qué crees que quiere?
—Supongo que querrá saber lo que hice para que acabarais viviendo
conmigo. No creo que pueda haberlo descubierto todo —dijo Kate.
—Si no lo ha descubierto todo es porque no ha querido. Ese hombre
tiene mucho dinero y mucho poder.
Jack abrió la puerta del copiloto del Mercedes para que Kate se sentara.
—Gracias —dijo ella cuando se sentó, ayudada por Jack.
—¿Cómo estás? —preguntó el hombre cuando se sentó al volante.
—Gorda, pero bien.
—Que estés gorda es buena señal. ¿Va todo bien con el embarazo?
—Sí. El bebé ya está colocado y listo para salir.
—¿Cuándo sales de cuentas? —preguntó Jack, aunque ya lo sabía, pero
quería entretenerla con la charla, porque la notaba intranquila.
—El viernes de la próxima semana, el día veintiocho.
—¿Sigues trabajando?
—El trabajo del restaurante y el de las clases particulares lo dejé la
semana pasada. Y hoy ha sido mi último día en el instituto. Me siento ya
muy pesada para dar clases. La verdad es que me encuentro pesada para
hacer cualquier cosa.
—¿Hasta cuando tendrás el permiso de maternidad?
—Voy a tomarme tres meses, hasta el veintitrés de enero.
—Estupendo.
—¿Cómo se lo ha tomado Logan?
—Está feliz.
—¿Estás seguro de eso? No ha venido a casa a verme, ni me ha llamado.
—Decidieron que Delaney hablaría antes contigo.
—¿Por qué él?
—Porque es el único que puede solucionar cualquier cosa que os suceda,
a cualquiera de vosotros.
—¿Desde cuándo lo sabéis todo?
—Desde el sábado pasado.
—¿Y por qué Delaney no me ha llamado antes?
—Porque Nathan y él tenían que hablar con algunas personas, y
solucionar algunas cosas referentes a tu caso.
—Dios mío. Entonces lo sabe más gente, además del grupo.
—No tienes que preocuparte de nada.
—¿Dónde vamos?
—Al edificio de Delaney.
—¿Tiene un edificio? —preguntó Kate sonriendo.

Jack y Kate subieron hasta la planta donde Delaney tenía su despacho.


Dejó a Kate sentada en un cómodo sofá que estaba junto a la puerta.
—Hola, Sarah, ¿dónde está Delaney?
—Delaney y Nathan están en la sala de juntas en una reunión, pero no
tardarán —dijo la mujer.
Kate estaba abstraída en sus pensamientos. Le gustaba enfrentar las
cosas cara a cara y sin adornos. Decidió que iba a ser directa y sincera con
Delaney, al fin y al cabo, él ya sabía su secreto. Pero estaba temblando y
sabía que no sería capaz de articular palabra. Los latidos de su corazón
retumbaban en su pecho y estaba convencida de que Jack y la mujer con la
que hablaba podrían escucharlos.
Se sentía intimidada por estar allí, en aquellas oficinas tan elegantes.
Intentó respirar hondo para que su frenética respiración volviera a la
normalidad. Deseaba salir al exterior para respirar aire fresco. De pronto vio
a Delaney y a Nathan caminar hacia ella y su cerebro se quedó en blanco.
Kate los contemplaba, con ese andar fluido y elegante, y pensando que
esos hombres sabían moverse. Tenían la forma relajada de caminar de los
hombres que se sienten cómodos consigo mismos. Los trajes les sentaban
de maravilla y se les veía tan cómodos como si llevaran unos simples
vaqueros y una camiseta. Tenían un cuerpo espectacular, solo los mejoraba
la belleza de sus rostros.
El corazón de Kate se aceleró aún más. Su pulso se desbocó y sintió una
presión en el vientre.
—Hola, cielo —dijo Delaney, dándole la mano para ayudarla a
levantarse y abrazándola.
—Hola —dijo ella.
—Hola, cariño —dijo Nathan abrazándola y besándola también.
—Hola, Nathan.
—Estás guapísima —dijo el abogado.
—Gracias.
—¿Va todo bien en el embarazo?
—Sí, todo está genial.
—Me alegro. Nos veremos pronto —dijo Nathan besándola en la mejilla.
—Vale —dijo ella.
—Estaré en mi despacho —dijo Nathan a Delaney.
—De acuerdo. Entremos en mi despacho, cielo —dijo Delaney a Kate,
rodeándole los hombros con su brazo.
Eso debería haberla puesto nerviosa, sin embargo, esa familiaridad la
ayudó a relajarse un poco.
—Sarah, que no nos moleste nadie —dijo Delaney a su secretaria.
—Bien.
—Te esperaré aquí mismo, Kate —dijo Jack.
—Vale.
Entraron los dos en el amplio despacho y Delaney cerró la puerta. Kate
miró la preciosa estancia.
—¿Cómo estás?
—Un poco nerviosa.
—No lo estés. Somos amigos y no tienes porqué preocuparte. Siéntate,
Kate.
Ella se sentó en el cómodo sofá que Delaney le indicó y él se sentó en el
de enfrente.
—Luego tendrás que ayudarme a levantarme.
—No es problema, tengo mucho experiencia. ¿Te apetece tomar algo?
—No gracias, ya voy al baño a menudo.
—El baño está ahí, puedes ir cuando quieras.
—Gracias.
—Voy a tomar un whisky. ¿Seguro que no te apetece nada? —preguntó
él levantándose.
—¿Puedo tomar un café con leche?
—Por supuesto. Sarah, ¿podrías traernos un café con leche descafeinado
y un whisky? —le dijo a su secretaria por el intercomunicador.
—Claro, enseguida lo llevo.
—Gracias.
Delaney se sirvió un whisky y volvió a sentarse frente a ella. Estuvo
preguntándole a Kate sobre cómo le iban las cosas a sus hermanos, para que
se relajara un poco.
La secretaria les llevó lo que Delaney le había pedido.
Kate se tomó el café con leche mientras Delaney le hablaba del parto de
su mujer, en el que estuvo presente. Kate lo miraba embobada. Ese hombre
tenía unos ojos verdes que resultaban matadores; una sonrisa sensual que
podría derretir un iceberg; y unos labios que, incluso ella, estaba tentada de
besar. Y eso que estaba enamorada de otro hombre. Seguro que se debía a
las hormonas, pensó.
—Sean nos dijo que le habías terminado de pagar la reforma.
—Sí, terminé de pagarla a final de agosto.
—Te diste mucha prisa.
Kate pensó en decir cualquier tontería, pero había decidido ser sincera
con él.
—Cuando supe que estaba embarazada pensé que tenía que darme prisa
en pagarle.
—Para no volvernos a ver, supongo.
—Supones bien. No creas que fue fácil para mí dejar de veros.
—Lo imagino. ¿No pensabas decirle a Logan que iba a ser padre?
—No. Si se lo hubiera dicho, habría querido casarse conmigo, y en aquel
entonces aún no estaba seguro de lo que iba a hacer con su vida y no quería
presionarlo. De todas formas, mi hermano y yo lo hablamos y decidimos
que no podía saberlo, porque tendría que decirle lo que había hecho en el
pasado. No queríamos arriesgarnos.
—A que descubriéramos lo que habías hecho unos años atrás.
—Sí. No quería que nos separaran. ¿Cómo lo descubristeis? Porque
supongo que no fue solo idea tuya.
—Fue idea de todos. Contratamos a un detective. Es un amigo de Jack y
de toda confianza. Ya trabajó para nosotros anteriormente.
—Supongo que fue quien investigó a Lauren y más tarde a Ellie.
—¿Lo sabías?
—Me lo contaron ellas. Sé que incluso buscó a tu mujer, sin éxito, por
cierto —dijo Kate sonriéndole—, y no solo en una ocasión.
—Sí, es verdad —dijo él sonriendo—. Aunque lo tuyo fue más
complicado, por eso al detective le llevó tiempo averiguar qué había pasado
con el asunto de tus hermanos. Al final lo descubrió buscando niños
desaparecidos. Y no le fue fácil, porque buscaba a tres hermanos.
—Entiendo que no le fuera fácil. Supongo que lo sabrás todo por el
detective, pero contestaré a lo que quieras preguntarme.
—¿Puedes contarme qué sucedió?
—Yo trabajaba en un instituto de Amarillo, en Texas, y Bradley era
alumno mío. Su comportamiento era extraño, parecía tímido y no se
mantenía en contacto con sus compañeros. De vez en cuando se peleaba con
algunos, y no me refiero a que discutieran, sino a puñetazo limpio. Yo sabía
que estaba en un orfanato. Poco a poco fue abriéndose a mí y me dijo que
no se sentía muy bien en el orfanato, que siempre lo castigaban, que pasaba
hambre y que le pegaban. Me ofrecí a hablar con los servicios sociales, pero
me suplicó que no lo hiciera, porque de lo contrario, los castigos serían más
duros. Unos meses después me dijo que iba a escaparse. Todavía no tenía
doce años y no podía consentir que abandonara el orfanato y viviera en la
calle. Le dije que solicitaría la adopción y lo llevaría a vivir conmigo, pero
me dijo que no podía marcharse solo, que tenía que llevarse a Taylor y a
Dexter, aunque esos no eran sus verdaderos nombres.
—¿Les pusiste tú sus nombres?
—No, los eligieron ellos. Taylor tenía entonces ocho años y Bradley me
contó que en el orfanato todos se burlaban de ella, incluso los cuidadores, y
que la maltrataban diciéndole que estaba gorda como un cerdo, y que
siempre estaba deprimida. Dexter tenía cinco años. Bradley me dijo que no
podía dejarlo allí porque era autista y recibía muchos castigos y palizas por
sus manías. Estaba claro que no podía adoptarlos a los tres, porque era muy
joven y estaba soltera, ni siquiera estaba segura de que pudiera adoptar a
uno. Así que los llevé a vivir conmigo en secreto.
—Supongo que fue muy complicado para ti.
—Sí, mucho.
—El detective nos dijo que comprabas en un supermercado cerca de tu
casa, pero que también hacías una compra grande en otro, que estaba
bastante alejado, supongo que para que nadie notara que comprabas mucha
comida.
—Sí, compraba en el de cerca de casa lo que compraba normalmente,
antes de que ellos vivieran conmigo, pero las compras grandes las hacía en
otros supermercados. Les daba clases cuando volvía del trabajo, porque no
podía llevarlos al colegio. Era consciente de que estaba cometiendo un
delito muy grave, pero, ¿cómo iba a dejarlos en el orfanato, sabiendo que
las personas que debían protegerlos, los maltrataban?
—¿Cómo organizaste la huida?
—¿Seguro que tienes tiempo para perderlo conmigo?
—¿Crees que estar contigo es perder el tiempo? Te he echado mucho de
menos. Todos te hemos echado de menos. No llores, cielo, ¿vale? —dijo él
al ver las lágrimas a punto de salir de sus ojos.
—Lo intentaré, pero supongo que sabes que las hormonas hacen que en
las embarazadas todo sea más emocional.
—Sí, lo sé. Sigue contándome.
—Un día Bradley volvió al orfanato después del instituto. Y por la noche
se marchó con los dos pequeños, mientras todos dormían, llevándose solo
una mochila él y otra Taylor. Me había dicho que Dexter cogía rabietas
cuando cambiaban alguna rutina y le dije que no llevará nada en las manos
por si el niño gritaba y tuviera que cogerlo en brazos y taparle la boca. Yo
estaba esperándolos en el coche en el lugar que habíamos acordado y los
llevé a casa. No puedes imaginar como estaban, perecían tres cervatillos
asustados —dijo secándose las lágrimas.
—Tranquila, cariño.
—Tuve que apretarme el cinturón, porque tuve que comprar muchas
cosas, y no solo ropa para ellos. Tres camas plegables, que guardábamos en
la única habitación que tenía mi apartamento, por si venía alguien a casa, y
las poníamos en el salón por la noche para que ellos durmieran. Tuve que
comprar sábanas, edredones, almohadas, toallas, libros, juguetes… Éramos
cuatro personas y mis gastos con la comida se multiplicaron por cuatro.
Cuando terminaba en el trabajo iba a casa y les daba clases, al ser pequeños
no tenía problemas y, he de reconocer, que Bradley era una gran ayuda. Él
les enseñaba Matemáticas y se ocupaba de que hicieran los deberes que yo
les ponía cada día. Él se encargaba también de que comiesen los bocadillos
que yo les dejaba, o los que preparaba él. Sabían que no podían hacer ruido,
ni abrir la puerta a nadie. Y no podían encender los hornillos de la cocina
por si sucedía algo, ni las luces cuando yo no estaba, para que nadie supiera
que había más gente viviendo allí, además de mí. Por el día las cortinas
estaban abiertas, pero había visillos y la luz entraba, pero no podían ver el
interior desde el edificio de enfrente, porque la fina cortina lo ocultaba.
Cuando oscurecía cerraban todas las cortinas, para que no se viera la luz y
se metían en la habitación, que daba a la parte de atrás del edificio. Y
Bradley se ocupaba de entretenerlos y de que no hicieran ruido. Estuvieron
casi un año metidos en casa, sin salir. En el instituto comentaban la noticia
de la huida de los niños del orfanato, porque la policía había ido a hacernos
preguntas a todos sobre Bradley. Supongo que no tomaron mucho interés,
por ser niños huérfanos. Un día hablé con Bradley y le dije que deberíamos
trasladarnos a otro lugar para poder salir a la calle, porque no podían seguir
encerrados. Yo tenía un amigo que estudió conmigo en la universidad, no
habíamos perdido el contacto y hablábamos de vez en cuando. Estudió
ingeniería informática. Él vivía en Florida. Le llamé para decirle que tenía
un problema y necesitaba consejo. Así que le dije que iba a ir a verlo. Y nos
fuimos todos a Florida.
—¿Te llevaste a tus hermanos?
—No podía dejarlos solos, por si pasaba algo en el piso. Salimos a las
dos de la madrugada, porque no quería que nadie nos viera. Mi amigo es un
hacker y encontró la solución para mi problema.
—Lauren sabía que había sido un hacker quien te había ayudado —dijo
Delaney sonriendo.
—Claro, ella también podría haberlo hecho. Mi amigo me dijo que nos
trasladáramos a otro estado y él conseguiría documentación para los tres
niños. No puedes imaginar lo que disfrutaron ese fin de semana, después de
estar tanto tiempo encerrados en un piso de treinta metros cuadrados —dijo
ella sonriendo.
—Ya lo imagino.
—Y elegí Nueva York. Pedí el traslado y tuve suerte de que un profesor
de historia se jubilaba. Tenía que estar aquí en septiembre para comenzar el
curso. En agosto nos vinimos y estuvimos una semana en un motel,
mientras buscaba un sitio donde vivir. La vivienda que encontré no era gran
cosa, pero no podía permitirme nada más caro, al menos tenía dos
dormitorios. Mi amigo se encargó de arreglarnos toda la documentación.
Me dijo que debía cambiar el nombre de los tres. Fue entonces cuando mis
hermanos eligieron los nombres, y les di mi apellido, para dar credibilidad a
la historia que habíamos inventado. Bradley me dijo que era como una
madre para ellos y querían llevar mi apellido. Por eso decidí convertirlos en
mi familia.
—Pues tu amigo hizo un trabajo fuera de serie. Nathan y yo hemos
hablado con las personas adecuadas y, después de revisar tu caso, han
decidido que es mejor no hacer nada.
—¿Qué quieres decir?
—Que vamos a dejar todo tal como está, para no remover mucho el
asunto. Y cuando Logan y tú os caséis, él adoptará a los tres. Nathan ya
tiene el papeleo de la adopción listo.
—Yo no sé si me casaré con Logan. ¿De quién ha sido la idea?
—Puede que tú estés indecisa, pero Logan tiene muy claro que va a
casarse contigo. Ayer vino con nosotros para hablar con algunas de las
personas con quienes habíamos quedado, y él fue quien decidió lo de la
adopción. Sabía lo importante que son tus hermanos para ti. Todos lo
sabemos.
Kate rompió a llorar.
—Cielo, no me hagas esto. Soy un hombre…
—Eso me ha quedado claro —dijo ella mirándolo y secándose las
lágrimas —. Y eres un excelente representante del género masculino.
—Muchas gracias, pero lo que quería decirte es que soy un hombre, y
los hombres no llevamos bien lo de consolar a nadie —dijo sentándose en el
sofá de ella, secándole las lágrimas con su pañuelo y abrazándola después.
—Tu mujer dice que eres muy tierno.
—Mi mujer está enamorada de mí y es una romántica.
—No solo eres tierno, eres también adorable.
Delaney sonrió. Kate vio esa perfecta sonrisa, una sonrisa sincera y
cálida, con un punto de picardía. Le encantaban esas arrugas que se le
formaban alrededor de sus preciosos ojos cuando sonreía.
—Menos mal que estamos solos, porque esas dos palabras arruinarían mi
reputación.
—Entonces, ¿ya no tendré que preocuparme, ni tendré que tener
precaución respecto a mis hermanos?
—No. Aunque pronto dejarán de ser tus hermanos y se convertirán en
tus hijos.
—Para mí no será extraño, he sido como una madre para ellos. Aunque
no estoy segura de que vaya a casarme.
—Eso tendrás que decírselo a Logan. No tardará mucho en ir a verte. De
todas formas, tendréis que adoptarlos para que se acaben los problemas del
todo.
—O sea que tendré que casarme con él.
—Me temo que sí. Aunque si realmente no quieres hacerlo, encontraré la
forma de solucionarlo.
—No lo he visto desde hace cinco meses. Bueno, no os he visto a
ninguno de vosotros.
—Pues esas ausencias se acabaron. El sábado nos reuniremos en mi
casa, y tú irás con tus hermanos.
—Allí estaré.
—No nos diste la oportunidad de pagar la reforma de tu casa.
—¿Pagar la reforma de mi casa? ¿Qué quieres decir?
—Habíamos planeado hacernos cargo de la factura entre todos.
—Como una obra de caridad.
—Algo así. Mi hermano dijo que tú no lo permitirías.
—Me conoce bien.
—Acordamos que Sean te diera un presupuesto muy bajo, pero no te lo
creíste.
—Me dio un presupuesto ridículo —dijo ella riendo.
—Tienes razón —dijo él sonriendo—. Entonces pensamos en alguna
manera de darte el dinero, sin que supieras que era nuestro, pero no
encontramos la forma.
—Me alegro de que no lo hicierais.
—Le pagaste demasiado rápido.
—Quería terminar cuanto antes de pagarle, porque sabía lo que se
avecinaba con el embarazo y luego con el bebé. Pero Tom, el dueño de la
casa, me dio hace un par de meses un talón de diez mil dólares, para pagar
parte de la reforma.
—¿Por qué no te lo dio antes?
—Supongo que me lo dio al ver que estaba embarazada y saber que sería
madre soltera. Sentiría lástima de nosotros. No lo habría aceptado, pero
pensé que podría hacerme falta.
—Hiciste bien en coger el dinero. Le pagaste a mi hermano un buen
dinero de la reforma, y la casa es suya y no vuestra.
—Sí, tienes razón.
—Por cierto. Jules ya no está con nosotros. Conoció a un médico en un
congreso y se ha mudado a Seattle con él.
—No me digas. ¿Y Ryan? ¿vino en verano a poner su casa en venta?
—Sí, vino a finales de agosto y se quedó aquí dos semanas.
—¿Está contento con el cambio?
—Sí, muy contento. Quería ir a verte, pero le pedimos que no lo hiciera.
—Menos mal, de lo contrario habría descubierto lo del embarazo. Le
llamaré para ponerlo al día de todo lo que me ha pasado.
—Se alegrará.
—Os han abandonado dos de vuestros amigos.
—Sí, pero permanecemos todos los que estamos en el grupo desde el
principio.
—Es cierto. Bueno, Delaney, no quiero robarte más tiempo.
—Tú puedes robarme el tiempo que quieras.
—Gracias. Y gracias por todo lo que has hecho por mí. Te habrá costado
un pastón el detective.
—Lo ha pagado Logan, tus hermanos y tú vais a ser su familia.
—Eso no es seguro.
—Eso ya lo hablaréis vosotros. Quiero que sepas que cualquier cosa que
necesites o que surja contigo o con tus hermanos, no has de ocultarlo,
somos amigos y los amigos están para ayudarse. Y tú no vas a ser una
amiga por un tiempo. Vas a casarte con Logan y eres uno de nosotros.
—Ayúdame a levantarme porque, si sigo aquí, voy a ponerme a llorar
otra vez.
Delaney la ayudó a levantarse y se quedó frente a ella.
—Me siento muy orgulloso de ti. Porque no abandonaste a esos tres
pequeños, que necesitaban ayuda y los acogiste en tu casa, sacrificando tu
vida por ellos.
—Lo has hecho a propósito —dijo ella poniéndose a llorar de nuevo.
Delaney la abrazó muy fuerte.
—El detective fue a hablar con el director del orfanato y no le habló muy
bien de tus hermanos, nada bien. Le dijo que Bradley era muy
problemático, que Dexter era un imbécil retrasado y Taylor… Ya no me
acuerdo de lo que dijo. Pero sí supimos que ese hombre no debería ocupar
ese puesto. Desde entonces, mi madre está removiendo cielo y tierra para
poner a ese tío en la calle.
—Tu madre es una gran mujer.
—Sí, lo es.
—Voy a despedirme de Nathan.
—Espera —dijo él separándose de ella para hablar con su secretaria—.
Sarah, dile a Nathan que venga, por favor.
—Enseguida.
El abogado entró poco después en el despacho y ella se emocionó de
nuevo al verlo.
—¿Te ha hecho llorar el cabrón este? —dijo Nathan abrazándola.
—Lloro de emoción. Gracias por ayudar a que se solucionen mis
problemas.
—La próxima vez no dejes de vernos porque tengas un problema.
—No habrá una próxima vez, te lo aseguro. Me marcho. Os veré el
sábado.
—Te hemos echado mucho de menos —dijo el abogado.
—No menos que yo.
—Jack te llevará a casa —dijo Delaney.
—Gracias.
—Hasta el sábado, cielo —dijo Nathan.
—Adiós.
Capítulo 27
Bradley salió de la cocina cuando oyó cerrarse la puerta de la calle y se
acercó a su hermana rápidamente.
—¿Qué ha pasado?
—Es una maravilla tener amigos poderosos. De haber sabido que
podrían ayudarnos no habríamos tenido que pasar esos meses tan duros. Ya
se han solucionado todos nuestros problemas.
—¿Lo dices de verdad?
—Sí.
Bradley la abrazó muy fuerte y los dos se emocionaron. A continuación,
Kate le contó la conversación que había mantenido con Delaney.
—¿Tenían la intención de pagar la reforma de nuestra casa?
—Sí, pero no encontraron la forma de hacerlo para que yo aceptara —
dijo ella sonriendo.
—Entonces, ¿vas a casarte con Logan?
—No lo he visto todavía y no hemos hablado. Pero lo veré el sábado,
vamos a pasar el día con todos ellos en casa de Delaney.
—Estupendo. Pero, ¿Logan sabe que estás embarazada?
—Bradley, cuando uno de ese grupo sabe algo, lo saben todos.
—¿Crees que te pedirá que te cases con él?
—Si sigue enamorado de mí, supongo que sí. Bueno, la verdad es que
creo que lo hará de todas formas, porque espero un hijo suyo. Además, les
ha dicho a todos que va a adoptaros, así que sí, creo que me lo pedirá.
—¿Estás contenta?
—Sí, mucho. Ya no tendremos que preocuparnos por si nos descubren o
no.
—Me refería a casarte con Logan.
—Hasta que no me lo pida no lo creeré.
—Pero, ¿te gustaría casarte con él?
—Sí.
—Entonces, ¿Logan tiene intención de adoptarnos?
—Parece ser que ya tienen los papeles de la adopción listos para firmar.
Aunque Delaney me ha dicho que si no quiero casarme con Logan, él
encontrará la forma de solucionar el problema.
—Parece que para ese hombre no existen problemas que se le resistan.
—Es cierto. Si nos casamos, cambiaréis mi apellido por el de Logan.
¿Eso sería un problema para ti?
—En absoluto. Pero no tendré que llamarle papá, ¿verdad?
—Seguro que no —dijo ella abrazando a su hermano y riendo.
Taylor fue a la cocina donde se encontraban sus hermanos. Kate le contó
lo que había ocurrido con Delaney y también se alegró al saber que todos
sus problemas se habían solucionado.
—Me alegro de que Logan vaya a casarse contigo —dijo Taylor a su
hermana—. A mí me gusta la idea de que nos adopte, me gustará tener un
padre como él, y encima tan joven y tan guapo. Mis amigas del instituto se
volverán locas cuando lo vean. Me gusta incluso la idea de llamarle papá.
Sus dos hermanos mayores se rieron.
—¿Vamos a seguir viviendo aquí? —preguntó Taylor.
—Antes tenemos que esperar a ver si Logan me pide que me case con él.
Ni siquiera lo he visto. Después lo decidiremos.
—Vale. Aunque te lo va a pedir seguro.
—Yo no estaría muy segura. Estará cabreado conmigo por no haberle
dicho que estaba embarazada.

Kate estaba tumbada el la cama de Dexter, leyéndole el libro como cada


noche. Y Taylor estaba duchándose, cuando llamaron a la puerta. Bradley
fue a abrir y se quedó de piedra.
—Hola, Bradley.
—Hola, Logan.
—¿Está Kate?
—Está leyendo un libro a Dexter. Pasa, por favor.
—Gracias —dijo Logan entrando en la casa.
—Vamos al salón —dijo el chico después de cerrar la puerta.
Logan lo siguió.
—Siéntate, por favor. ¿Quieres tomar algo?
—No, gracias —dijo Logan sentándose en uno de los sofás.
—Kate no tardará —dijo Bradley sentándose frente a él—. Sé que estás
al corriente de lo del embarazo de Kate.
—Sí.
—Siento que ella no te lo dijera.
—No tienes que disculparte, sé que estabais todos muy preocupados y lo
entiendo. Supongo que Kate te diría ayer que ya no corríais peligro.
—Sí, lo hizo, gracias.
—¿Por qué me das las gracias?
—Sé que fuiste tú quien pagó al detective. Y apuesto a que no fue
barato.
—Mereció la pena. Y no tengo problemas de dinero, Bradley.
—Logan, no quiero que le hagas daño a Kate.
—¿Crees que voy a hacerle daño? Tengo que decirte que tu hermana es
lo que más quiero. Estoy loco por ella.
—Me alegro —dijo el chico sonriendo—. Sale de cuentas la semana que
viene, exactamente el día veintiocho. Es una niña.
—Una niña —repitió Logan sonriendo, porque Delaney había olvidado
decirle ese detalle.
—Supongo que tendréis que hablar de muchas cosas.
—Sí. ¿Te importaría quedarte con los niños un rato?
—Claro que no. A Charity le gusta ir a dar un paseo antes de cenar. Es
una costumbre que ha cogido desde hace un par de meses. No suele dormir
bien últimamente y caminar le ayuda a conciliar el sueño. Suelo
acompañarla yo, pero esta noche puedes hacerlo tú —dijo el chico
sonriéndole de nuevo.
—Estaré encantado. Gracias.
Kate apareció en el salón y Logan se levantó rápidamente. Para él fue un
golpe fuerte verla. Estaba muy, muy embarazada, igual que había estado
Tess antes de dar a luz dos semanas atrás, pero estaba radiante.
Ella se quedó paralizada mirándolo. Él estaba de pie, con las manos
metidas en los bolsillos del pantalón de su precioso traje. No llevaba
corbata, y llevaba tres botones de la camisa desabrochados. Sus ojos grises
estaban encendidos, ella no supo si de deseo o de decepción, porque parecía
disgustado. Lo miró de arriba abajo una vez más, pensando que parecía un
dios salido de la nada.
Kate se sentía aturdida. Tenía el corazón desbocado y la piel le ardía. No
entendía lo que le sucedía con ese hombre. Simplemente estaba de pie
frente a ella, a dos metros de distancia y sin ni siquiera rozarla.
—Hola, cielo.
—Hola.
—Kate, esta noche te acompañará Logan en tu paseo —dijo Bradley.
—Pero…
—Buenas noches a los dos —dijo el chico desapareciendo rápidamente
camino de su habitación.
—No hace falta que vayamos a pasear —dijo Kate.
—Tu hermano me ha dicho que lo haces todas las noches. Me gustaría
mucho dar un paseo contigo.
—De acuerdo, vamos —dijo ella caminando hacia la puerta de la calle.
—¿No te pones una chaqueta? Hoy hace frío.
—La tengo en el armario de la entrada.
Logan la ayudó a ponerse la chaqueta y ella se puso la bufanda y se la
anudó al cuello. Cogieron la llave y salieron a la calle.
—¿Estás enfadado? —preguntó Kate cuando comenzaron a caminar.
—Tengo buenos motivos para estarlo, ¿no crees?
—Supongo que sí.
—Me habría gustado saber que iba a tener un bebé.
—Siento no haberte dicho lo del embarazo.
—Yo también lo siento. Y también me habría gustado estar a tu lado
desde el principio, y haberte acompañado en las visitas al ginecólogo.
—Ya sabes porqué no te lo dije.
—Lo sé, y lo entiendo. De todas formas, podría estar muchísimo más
enfadado, pero saber que voy a tener una hija hace que me olvide un poco
de ello. ¿Es bueno tu ginecólogo?
—No lo sé, es el que me toca en la seguridad social.
—Carter quiere verte.
—¿Para qué?
—Bueno, él ha traído al mundo a todos los bebés del grupo, supongo que
quiere hacerlo también con el nuestro. Puede que se haya convertido en una
tradición para él. Además, Carter y yo somos como hermanos.
—Lo sé, me lo dijo tu madre.
—Es un buen ginecólogo.
—No lo dudo, pero daré a luz la semana que viene, y mi ginecólogo
tiene todos los informes. Aunque yo también los tengo.
—Estupendo. Tengo entendido que hoy ha sido tu último día de trabajo.
—Sí.
—¿Quieres que vayamos mañana a su consulta?
—Vale. Pero tendrá que ser por la mañana, mientras mis hermanos están
en el colegio, o a partir de las siete de la tarde, cuando Bradley llegue a
casa.
—Le pediré que nos haga un hueco por la mañana. ¿A qué hora sueles
salir de casa para llevar a los niños al colegio?
—Sobre las ocho y veinte.
—Estaré aquí a las ocho y cuarto, los llevaremos al colegio y luego
iremos a su consulta.
—A lo mejor no puede darnos cita para mañana.
—Por supuesto que podrá.
—No tienes porqué acompañarme a llevar a mis hermanos al colegio.
—He estado mucho tiempo sin ti y te he echado muchísimo de menos.
Voy a pasar contigo la mayor parte de tiempo posible.
—De acuerdo. Supongo que Delaney te habrá explicado lo de mis
hermanos.
—Sí, estoy al corriente. Todos estábamos presentes cuando el detective
nos contó lo que había averiguado sobre vosotros. Fue un informe muy
preciso.
—Lo imagino. Y también imagino que te habrá costado mucho dinero.
—El dinero no importa. Delaney nos dijo ayer algunas cosas que el
detective no sabía. Cosas que le habías dicho tú.
—Supongo que estarás decepcionado conmigo.
—¿Decepcionado? Para nada, cariño. Ninguno de nosotros lo estamos.
Seguramente, de estar en tu lugar, todos habríamos actuado de igual forma.
Ojalá te hubiera conocido en aquella época. Me habría gustado estar a tu
lado para soportar entre los dos la gran carga que seguro fue para ti. Y
apoyarte en todo lo que pudieras necesitar, y no me refiero solo a apoyo
económico.
—La verdad es que me habría venido muy bien algo de apoyo, y también
tu dinero —dijo ella sonriéndole—. ¿Quieres preguntarme algo sobre mi
pasado?
—Tenemos mucho tiempo por delante. Me lo irás contando a medida
que nos vayamos conociendo —dijo Logan cogiéndola de la mano.
Kate se sintió bien al sentir el contacto de su piel.
—Vale. ¿Cómo está tu madre?
—La verdad es que está de maravilla. Creo que superó lo de mi padre
bastante bien. Ella y Clara han venido a verme un par de veces y se han
quedado en casa algunos días. Y yo he ido a su casa algunos fines de
semana.
—Me alegro de que esté bien. ¿Sabe lo de mi embarazo?
—Todavía no.
—Te he echado muchísimo de menos. He pensado en ti cada día, de los
cinco meses que no nos hemos visto.
—¿Eso quiere decir que sigues enamorada de mí?
—Nunca he dejado de quererte, Logan.
—Yo tampoco. Me muero de ganas por estar contigo en la cama —dijo
él llevándose la mano de ella a los labios y besándola.
—En estos momentos no me gustaría que me vieras desnuda. Mi cuerpo
no es una maravilla, te lo aseguro.
—Tu cuerpo será tan espectacular como la última vez que estuvimos
juntos, más aún, porque ahora llevas a nuestra hija en tu vientre.
—¿Te dijo Delaney que era una niña?
—No, se le olvidó darme ese detalle. Me lo ha dicho Bradley hace un
momento. ¿Te gusta que sea una niña?
—Sí.
—Yo estoy muy ilusionado. ¿Estás cansada? ¿Quieres que volvamos a
casa?
—No estoy cansada, pero me gustaría estar un rato contigo en el coche.
—¿En el coche? No creo que sea muy cómodo para ti en tu estado.
—Logan, no hay nada cómodo para mí en mi estado. Tengo ganas de dar
a luz para no sentirme tan pesada. Y tu coche es muy amplio.
—De acuerdo —dijo él dando la vuelta con ella.
Esa chica tenía un tono de voz acaramelado y sexy que podría provocar
en un hombre un infarto, solo escuchándola, pensó él.
Logan abrió la puerta del copiloto cuando llegaron. Se volvió hacia ella
y se miraron. Él deslizó la mirada hacia su boca. Tenía unos labios carnosos
que retaban a un hombre a probarlos. Se acercó a ella y la besó. Solo había
sido un simple beso, el contacto de sus labios sobre los de ella con un ligero
roce de la lengua, pero para kate fue el momento más sensual y erótico de
su vida. Los pechos se le pusieron duros y deseaba sentir sus dedos sobre
ellos y su boca en los pezones. Y de pronto se sintió húmeda entre las
piernas. Logan vio el deseo en su mirada.
—Kate, yo también te deseo, pero no podemos hacer nada, y menos aún
en el coche.
Logan echó el asiento hacia atrás para que tuviera más espacio y reclinó
un poco el asiento.
—Tu entusiasmo es sobrecogedor —dijo ella sentándose con la ayuda de
él.
Logan no pudo evitar reírse mientras rodeaba el coche por detrás.
—¿Para qué querías estar en el coche? —preguntó mirándola cuando se
sentó a su lado—. Podríamos haber entrado en tu casa y sentarnos un rato a
charlar en el sofá, y seguro que habrías estado más cómoda.
—Porque no quiero hablar, sino que me toques, y no quiero que lo hagas
en mi casa. El embarazo hace que mi deseo se acentúe. Lo he llevado
bastante bien hasta ahora, pero verte ha sido el detonante del placer.
Logan le sonrió. Puso el coche en marcha para que la calefacción se
encendiera.
—¿Dónde quieres que te toque?
—Donde a ti te apetezca.
—De acuerdo. ¿Quieres quitarte la chaqueta?
—Dentro del coche no tengo suficiente espacio para maniobrar, y no voy
a perder tiempo saliendo de nuevo.
—No importa, me apañaré —dijo él quitándole la bufanda y
desabrochándole la chaqueta a continuación—. ¿Tienes frío?
—¿Frío? Podría encender una hoguera con el calor que tengo.
Logan apartó la chaqueta a un lado y metió la mano por debajo del ancho
suéter de Kate. Le acarició los pezones por encima del sujetador.
—¡Oh, Logan!
El efecto físico que tuvo en él ese ¡Oh, Logan! le incapacitó para
presentarse en público. La erección fue instantánea.
—Voy a desabrocharte el sujetador, ¿vale?
—Puedes hacerme lo que quieras.
Logan se acercó a ella con una sonrisa en los labios. Metió de nuevo la
mano por debajo del suéter y la llevó hasta su espalda. Segundos después, el
sujetador estaba suelto.
—Menos mal que no ves el sujetador, las copas son enormes.
—Pues a mí me gusta lo que estoy tocando —dijo él mientras acariciaba
un pecho y luego el otro.
—Y a mí me gusta que me toques. ¿Puedes besarme mientras lo haces?
—Claro. ¿Estás segura de que no quieres que entremos en tu casa?
Puedo quedarme a pasar la noche contigo.
—No puedes quedarte a dormir conmigo.
—¿Por qué no? Vamos a casarnos.
—Todavía no me los has pedido.
—Te lo pida o no, vamos a casarnos. ¿Acaso has olvidado que esperas
una hija mía? Pero no te preocupes, lo haré tan pronto tenga el anillo.
—Entonces, esperaremos.
Logan se acercó a ella y la besó, mientras le acariciaba un pezón con los
dedos.
Ese hombre besaba a conciencia. Besaba como alguien que adora a las
mujeres. Un beso suyo no era solo parte del preludio del sexo, cuando la
besaba la hacía pensar, que si se tomaba su tiempo, podría llegar a correrse.
Kate sintió como si hubiera esperado a ese hombre durante toda su vida.
Sentía la piel caliente, tensa y sensible. Tenía los pechos tan henchidos
por el deseo, que le dolían. Se acercaba sin remedio al precipicio del
orgasmo, estaba al borde y era inevitable que cayera. Pero seguía allí,
gimiendo, al borde del abismo y ansiando dar el salto.
—¡Oh, Dios mío! Me encanta tocarte.
Logan se inclinó hacia ella, le subió el suéter y se metió el pezón en la
boca. Kate comenzó a jadear para que le entrara más cantidad de aire en los
pulmones. Se retorcía, mientras Logan seguía haciéndola disfrutar de hasta
la última gota de placer.
Kate sintió una explosión en su interior. El orgasmo fue instantáneo. En
apenas unos segundos pasó de la expectación más grande, al más completo
de los placeres. Y eso, únicamente porque él le acariciara los pezones con la
lengua. Las sensaciones que la arrastraban eran tan intensas que pensó que
no sería capaz de volver a la realidad.
Logan volvió a besarla de forma desesperada y ella le devolvió el beso
con la misma pasión.
—Te has corrido solo acariciándote los pechos.
—Contigo no necesito mucho más. He cambiado de opinión, quiero
dormir cada noche contigo. Mañana hablaré con mis hermanos, ¿vale?
—De acuerdo. Tenemos que hablar de algunas cosas.
—Supongo que sí. Gracias por el orgasmo.
—Ha sido un placer proporcionártelo —dijo él sonriendo.
—Me gustaría hacerte una mamada para devolverte el favor, pero sería
un poco complicado para mí estando aquí.
—No te preocupes, cariño. Ya tendremos tiempo para eso.
—Puedo tocarte —dijo ella, dedicándole una pícara sonrisa.
—Mejor lo dejamos para otro momento. No quiero manchar el tapizado.
—Vale.
—¿Quieres que te abroche el sujetador?
—No hace falta.
—¿Cuándo te quedaste embarazada?
—La primera vez que estuvimos juntos, cuando perdí la virginidad, o al
día siguiente. No usaste condón ninguna de las veces.
—Me di cuenta cuando me enteré hace unos días de que estabas
embarazada. El detective nos dijo la fecha en que salías de cuentas y Carter
me dijo la fecha en que debiste quedarte embarazada. Y coincidió con los
dos primeros días que estuvimos juntos. Recordé que había comprado una
caja de condones, pero no me acordaba si los había usado. Cuando me
enteré de que estabas embarazada, comprobé la caja y vi que solo había
usado uno. Y eso quiere decir que en el rancho de Fred tampoco usé
protección. Lo cierto es que ni lo pensé, al igual que la primera vez.
—En el rancho ya estaba embarazada.
—Me habría gustado saberlo.
—Cuando nos marchamos del rancho el domingo por la tarde estaba
muy triste, porque sabía que ya no podría volver a verte. Estaba embarazada
de cuatro meses y medio y pronto se me notaría.
—Ahora ya no hay que pensar en eso.
—Lo sé. Logan, es tarde, tengo que marcharme.
—Vale. No abras, ahora te ayudo —dijo él bajando del coche.
—No podría salir sola ni aunque quisiera.
Logan la ayudó a salir del coche y la acompañó a casa. Kate abrió la
puerta y lo besó en los labios.
—Buenas noches.
—Buenas noches. Estaré aquí a las ocho y cuarto.
—De acuerdo.

Logan llegó a la hora que habían acordado. Bradley se despidió de él con


una sonrisa, cuando salió del garaje con la bicicleta.
Taylor y Dexter subieron en el asiento trasero del Tesla, mientras Logan
ayudaba a Kate a sentarse en el asiento del copiloto.
—¿Vas a casarte con Kate? —preguntó Taylor nada más arrancar el
coche.
—Por supuesto.
—Pero ella nos ha dicho que no se lo has pedido.
—Es que aún no he comprado el anillo.
—Kate no tiene ningún anillo, todas las joyas que tenía las vendió para
comprar comida —dijo el pequeño.
—Yo le compraré anillos para que no eche de menos los que tuvo que
vender —dijo Logan mirando a Kate y sonriendo.
—¿En qué casa vamos a vivir? —preguntó de nuevo la niña.
—Kate y yo todavía no hemos hablado de ello.
—¿Tu casa es bonita?
—A mí me gusta.
—¿Es más grande que la nuestra?
—Sí, un poco más grande.
—No es un poco más grande. Es muchísimo más grande —dijo Kate.
—Cuando Kate y yo tomemos una decisión lo comentaremos con
vosotros. De todas formas, creo que, de momento, deberíamos vivir en
vuestra casa, hasta que nazca el bebé y Kate esté recuperada. No creo que
sea el momento más adecuado para hacer una mudanza —dijo Logan.
—¿Vas a venir a vivir con nosotros?
—Sí, me gustaría.
—Anoche solo pude decírselo a Bradley porque vosotros ya estabais
dormidos cuando me lo dijo Logan —dijo Kate a su hermana.
—¿Tú estarías de acuerdo? —preguntó Logan a la niña.
—Claro. Y Dexter también —dijo Taylor contestando por su hermano—.
Siempre dice que eres su amigo.
—¿Qué te dijo Bradley cuando le dijiste que iba a vivir con vosotros? —
preguntó Logan a Kate.
—Me dijo que le parecía estupendo. Que quería lo mejor para mí, y que
tú eras lo mejor. Y me dijo que se alegraba de que vivieras con nosotros,
porque estaba cansado de ser el hombre de la casa.
—Entonces, todo solucionado. Hoy me mudaré a vuestra casa.
Primero dejaron a Taylor en el instituto y luego llevaron a Dexter al
colegio especial.
—¿Has conseguido cita con Carter?
—Claro. A las diez menos cuarto. Llegaremos con el tiempo justo.
—Si tienes que buscar aparcamiento llegaremos tarde.
—Las oficinas de Delaney están muy cerca y dejaremos el coche en la
puerta.
—¿Y no te multarán?
—En la puerta hay un espacio de uso privado para aparcar, el edificio es
de Delaney. De todas formas, he llamado a Jack y me ha dicho que estará
esperándonos en la puerta y que nos llevará a la consulta de Carter.
—Menuda organización —dijo Kate sonriendo.
—Para eso están los amigos.

—Hola, preciosa —dijo Carter cuando Kate y Logan entraron en su


despacho.
—Hola, Carter —dijo ella abrazándolo cuando él se acercó.
—Te he echado de menos, todos lo hemos hecho.
—Y yo a vosotros.
—Sentaos —dijo Carter señalándoles el sofá y sentándose frente a ellos
—. Estás radiante. ¿Cómo te encuentras?
—Como una ballena.
—Sí, mi mujer dice lo mismo.
—¿Ellie está bien?
—Sí, muy bien. A punto, como tú.
—Te he traído todos los informes del embarazo —dijo ella sacándolos
del bolso y entregándoselos.
—Estupendo —dijo Carter abriendo la carpeta y leyéndolos—. Los
análisis están todos bien. Veo que has tenido un buen embarazo.
—Sí, no he sentido molestias, dejando aparte lo del aumento de peso.
—Eso está bien. Según tu ginecólogo, sales de cuentas el día veintiocho
—dijo él, que acababa de leerlo en el informe.
—Supongo que ayudó que le dijera la fecha exacta que me había
quedado embarazada.
—¿Cuándo fue?
—El veintiuno o el veintidós de enero.
—Entonces es correcto. ¿Has notado contracciones?
—No.
—¿Estás yendo a clases de preparación al parto?
—No, he estado trabajando hasta ayer y no he tenido mucho tiempo
libre.
—Lo importante es que te sientas bien. Me gustaría reconocerte.
—De acuerdo.
Logan la ayudó a levantarse del cómodo sofá. Una enfermera que
acababa de entrar la acompañó a la sala contigua.
—Es una niña —dijo Logan a su amigo.
—Estarás contento.
—Estoy feliz.
Después de pesar a Kate y de reconocerla volvieron al despacho y se
sentaron en las butacas que había frente a la mesa de despacho. Carter se
sentó detrás de la mesa.
—¿Tienes especial interés en que te atienda el ginecólogo que te ha
estado viendo durante el embarazo?
—No.
—Me gustaría asistirte en el parto.
—Me lo dijo Logan, y no tengo inconveniente.
—Darás a luz en el hospital donde trabajo.
—Quiero que Logan esté conmigo mientras doy a luz.
—No hay problema. De todas formas, él no se lo perdería por nada del
mundo.
—¿Tendré que pagar algo?
—Cariño, no te preocupes por eso —dijo Logan.
—Sigue con las vitaminas como hasta ahora.
—De acuerdo. ¿Tengo que llamar al médico para decirle que no volveré
por allí?
—No te preocupes, yo le llamaré.
—Bien.
—Convendría que tuvieras preparada la maleta y l bolsa del bebé para ir
al hospital.
—Ya las tengo preparadas.
—Muy bien. Llámame si sientes algo fuera de lo normal o tienes
contracciones.
—Vale.
—Si el siguiente lunes no has dado a luz, quiero que vengas para que te
vea. No hace falta que pidáis hora, venid sobre las siete de la tarde.
—De acuerdo —dijo Logan.
—¿Crees que daré a luz antes del día veintiocho?
—No lo sé. La niña ya está en la posición adecuada para salir, será ella
quien decidirá el momento —dijo Carter—. Delaney me ha dicho que
mañana pasaréis el día con nosotros en su casa.
—Sí —dijo Kate.
—Mi hija estará encantada de ver a Taylor. Me preguntó si después de
casaros la cambiaríais de instituto.
—¿Cambiarla de instituto? —dijo Kate.
—La casa de Logan está cerca de la mía y le correspondería el instituto
al que va Eve.
—De momento no irán a vivir a mi casa —dijo Logan.
—Lo entiendo, Kate no está en el mejor momento para una mudanza.
—Carter, sé que nos has hecho un hueco para atendernos, pero tendrás
pacientes esperando —dijo Kate—. No queremos entretenerte más.
—Vale, cielo, hablaremos mañana en casa de Delaney.
Kate lo besó para despedirse y se marcharon.
—¿Cogemos un taxi? —preguntó Logan cuando salieron a la calle.
—Está cerca. ¿Vamos dando un paseo?
—Claro.
Fueron caminando hasta el edificio de Delaney y subieron al coche.
—¿Dónde quieres que vayamos? —preguntó Logan arrancando el motor.
—Supongo que tú tendrás cosas que hacer. Déjame en casa.
—No voy a dejarte sola en casa.
—No va a pasarme nada, y tú tendrás trabajo.
—¿Me acompañas a la escuela? Solo estaremos un rato.
—Vale.

Entraron en la escuela y se dirigieron al despacho de Logan.


—Quédate aquí un momento, vuelvo enseguida. Luego te enseñaré todo
esto.
—De acuerdo —dijo ella sentándose en una de las butacas.
Logan salió y cerró la puerta. Llamó a su madre mientras caminaba por
el pasillo.
—Hola, Logan.
—Hola, mamá, ¿va todo bien?
—Sí.
—Te llamo para decirte que el detective ya averiguó cuál era el problema
que tenía Kate.
—¿Era tan serio como ella pensaba?
—Sí, era muy serio. Pero todo está solucionado.
Logan le contó todo lo que el detective les dijo.
—Bueno, no la culpo. Yo habría hecho lo mismo. En el fondo sabía que,
cualquier cosa que hubiera hecho, habría sido por una fuerza mayor. Esa
chica es valiente y no ha tenido mucha suerte en la vida. Lo ha pasado
bastante mal, ¿eh?
—Sí.
—Entonces, ¿Delaney lo ha solucionado todo?
—Sí, está todo arreglado.
—¿Has hablado con ella o sigue sin querer saber nada de ti?
—Hablé con ella anoche y todo se ha solucionado entre nosotros.
—¿En serio?
—Sí. Sigue enamorada de mí.
—No sabes cuánto me alegro.
—Voy a mudarme a vivir a su casa.
—¿De verdad?
—Sí. No pienso separarme de ella. Tengo que darte otra noticia, y seguro
que también va a alegrarte.
—Vas a pedirle que se case contigo.
—Eso por supuesto. ¿Y sabes por qué?
—Porque estás loco por ella.
—Tienes razón, pero, además, está embarazada.
—¿Qué? ¿Embarazada? ¿El bebé es tuyo?
—¡Por supuesto que es mío!
—¿De cuánto está?
—Dará a luz en cualquier momento. Acabamos de salir de la consulta de
Carter, él la atenderá en el parto.
—¿Carter ha dicho que va todo bien?
—Sí. Se quedó embarazada la primera vez que me acosté con ella.
—Era de esperar, después de tantos años de abstinencia... Un momento,
¿cuándo has dicho que dará a luz?
—Cumplirá cuarenta semanas el día veintiocho, así que en cualquier
momento. Vas a ser abuela en unos días.
—¡Oh, Dios mío! —dijo la madre llorando—. No sabes lo feliz que me
siento. Tu padre y yo deseamos tantas veces que esto ocurriera.
—Lo sé. Cuando nos casemos adoptaré a los tres niños.
—Es una idea estupenda. Al fin y al cabo, esos niños son como hijos
para Kate. Me gustaría verla.
—Mañana vamos a ir a casa de Delaney. Todavía no ha visto a todo el
grupo.
—Claro, lo entiendo.
—¿Te parece bien que vayamos a comer contigo el domingo?
—Eso sería maravilloso. ¿Le has pedido ya que se case contigo?
—Aún no. Tengo que comprar un anillo.
—No lo compres, me gustaría que le dieras el mío.
—¿El tuyo? ¿Estás segura?
—Completamente. Me haría mucha ilusión que lo llevara. Sería como si
tu padre lo hubiera comprado también para ella. Precisamente lo llevé a
limpiar y a revisar hace unas semanas y no me lo he puesto desde entonces.
—De acuerdo. En ese caso, le pediré que se case conmigo el domingo en
tu casa.
—Fantástico. Por cierto, ¿tienes un estuche para ponerlo?
—Sí.
—Muy bien. Te dejo mamá. Nos vemos pronto. Te quiero.
—Y yo a ti, cariño. Me has hecho muy feliz.
—Lo sé. Por cierto, los hermanos de Kate irán el domingo con nosotros.
—Ya contaba con ellos. Aunque no son sus hermanos. De hecho van a
ser tus hijos cuando os caséis.
—Tienes razón.
—No tenía nietos y ahora, de repente, voy a tener tres.
—Y pronto cuatro. Mamá, ¿te dije que uno de los niños es autista?
—Sí, me lo dijiste. Y también me lo dijo Kate. Hasta el domingo.
—Adiós, mamá.

Logan le enseñó a Kate las instalaciones de la escuela. Se asomaron en


las diferentes clases, llenas de alumnos, y le presentó a un par de profesores
que se habían encontrado en el pasillo. Después de firmar unos papeles que
le llevó el contable al despacho y hablar con quien se ocupaba de la
dirección de la escuela cuando él no estaba, se marcharon.
—¿Tienes hambre? —preguntó Logan cuando salieron a la calle.
—Yo siempre tengo hambre.
—Genial. Voy a llevarte a un restaurante que te va a encantar. Es de un
amigo nuestro, se llama Carlo.
—He oído hablar de él. Pero no pertenece a vuestro grupo de amigos,
¿verdad?
—En un principio era amigo de Delaney. Él le ayudó a montar el
restaurante, y no solo invirtiendo en él, sino dándole popularidad al
establecimiento, yendo a comer allí con su mujer y con gente muy
importante.
—¿Delaney también es propietario?
—No, simplemente le ayudó en los comienzos, pero Carlo le devolvió
hasta el último céntimo. No tiene mucho tiempo libre, porque ahora tiene
tres restaurantes. Cuando puede escaparse asiste al cumpleaños de Delaney
o al de Tess. También ha ido a las despedidas de solteros. Es un buen tío.
—Me gustará conocerlo.

Carlo sonrió cuando se acercaba a la mesa donde estaban sentados. Nada


más entrar les habían buscado una mesa. En sus restaurantes había que
hacer la reserva con bastante antelación, pero siempre había una mesa
disponible para cualquiera de los amigos de Delaney. Logan se levantó.
—Cuánto tiempo sin verte —dijo Carlo abrazando a su amigo—. Me
alegro de que hayas venido.
—He tenido unos meses un poco extraños.
—Lo sé. Me dijeron que ya no eres sacerdote.
—Y no te engañaron.
—Cuando lo supe no me extrañó. Siempre pensé que no te quedaba bien
eso de ser sacerdote.
Logan puso los ojos en blanco, pensando que eran demasiadas las
personas que se lo habían dicho, y Kate lo miró sonriendo al adivinar lo que
pensaba.
—Carlo, quiero presentarte a Kate, mi futura esposa. Kate, él es Carlo,
un buen amigo del grupo.
—Hola, preciosa —dijo el hombre inclinándose para besarla—. Parece
que no solo va a ser tu esposa, sino la madre de tu hijo. ¿Para cuando lo
esperas?
—Para la semana que viene —dijo ella—. Es una niña.
—Tío, te has dado prisa —dijo Carlo sonriendo—. Felicidades.
—Muchas gracias.
—Y felicidades también por esta novia tan guapa que tienes.
—Gracias.
—Espero que me invitéis a la boda.
—Eso no tienes ni que mencionarlo —dijo Logan.
—¿Sabéis lo que vais a comer?
—Traenos lo que a ti te parezca bien. A Kate le gusta todo, y ya sabes
que a mí también.
—Perfecto.
—Carlo, ¿podrías preparar cena para llevar para cinco personas?, Kate
tiene tres hermanos, así no tendremos que cocinar esta noche.
—Por supuesto. Diré que os la traigan cuando terminéis de cenar. Me he
alegrado mucho de conocerte, Kate.
—Lo mismo digo.
—Os dejo, que tengo que volver a la cocina. Luego me daré una vuelta
por aquí.
—Vale.
—Podría haber preparado yo algo para cenar —dijo Kate cuando el chef
se alejó.
—Lo sé, y yo también podría haber cocinado algo, pero va a ser mi
primer día en vuestra casa y quería celebrarlo de alguna forma. Espero que
no te haya molestado que no te lo haya preguntado.
—Por supuesto que no.
—¿Te parece bien que vayamos a comer con mi madre el domingo?
—Claro. ¿Quieres que llevemos también a mis hermanos?
—Kate, a partir de ahora vamos a ser una familia y donde vayamos
nosotros irán ellos.
—Gracias —dijo Kate emocionada.
Les llevaron vino para Logan y agua para ella, y a continuación unos
entrantes.
—Desde ahora ya no estarás sola. Los dos resolveremos cualquier
problema que se presente en casa.
—Gracias, Logan.
—Soy yo quien tiene que darte las gracias por haberte encontrado, y
porque me hayas esperado. He de admitir que me tenía preocupado que
conocieras a alguien.
—Nunca podría haber mirado a otro hombre, porque estoy loca por ti.
—No sabes lo orgulloso que estoy de ti. Y en parte es por lo que hiciste
por tus hermanos. Has sacrificado tu vida por ellos.
—No me arrepiento.
—Lo sé.
—Esto está buenísimo.
—Me alegro de que te guste.
—¿Vamos a vivir en tu casa, después de tener el bebé? —preguntó Kate.
—Creo que sería lo mejor. Tengo entendido que tu casa tiene cuatro
dormitorios. De momento no habrá problema, pero en unos meses nuestra
hija necesitará una habitación para ella.
—Tienes razón.
—Además, en casa tengo un garaje para cinco coches. Yo tengo dos y tú
uno. Pero supongo que Bradley tendrá uno pronto, y también Taylor en
unos años.
—Es verdad, aunque podríamos dejar algunos en la calle.
—¿Y tener que buscar aparcamiento? Ni lo sueñes.
—Voy a echar de menos mi casa. Con ella se acabaron muchos de los
problemas que teníamos.
—Y en la mía se acabarán absolutamente todos.
—Todavía no me hago a la idea de que seas rico.
—Ahora ya no tendrás que pensar tanto en el dinero. Por mí, como si
quieres dejar de trabajar.
—Yo no podría estar sin hacer nada.
—Podrías trabajar en la escuela conmigo, y no me refiero a que vayas
todos los días. O en la escuela que está montando Delaney, a la que parece
que va a ir Dexter.
—No es seguro de que Dexter vaya a ir.
—Si Delaney quiere que vaya, no podrás evitarlo.
—Ya veremos.
—O podrías hacer lo que hace Louise, ella se encarga del negocio del
alquiler de los apartamentos y Patrick de los hoteles. No es que ella se mate
a trabajar porque tiene una secretaria, un contable y alguien que se encarga
de enseñar los pisos. Mi negocio es el mismo y podrías ocuparte tú de él.
—Ya lo pensaré. No sé porqué me da la impresión de que no quieres que
trabaje en el instituto.
—Bueno… No es que no me guste y, además, sé que eres una buena
profesora, pero no me hace mucha gracia que des clase a esos tíos, que son
más altos que tú.
—¿Estás celoso?
—Es posible.
—Lo decidiremos todo sobre la marcha.
—De acuerdo. El propietario de tu casa va a ponerse contento cuando os
vayáis. Sean dice que podrá alquilarla en dos mil dólares al mes.
El camarero se acercó para llevarles la cena y les sirvió más bebida.
—Tom es un buen hombre y lo único que pretendía al alquilarnos el
local era ayudarnos. Nunca pensó que haríamos una obra de esa
envergadura. Aunque haya tenido que desembolsar un buen dinero, siempre
le estaré agradecida. Le pagó a Sean el arreglo de la fachada, que no era
poco dinero. Y cuando supo que estaba embarazada y mi bebé no tendría
padre me dio un talón de diez mil dólares. Dijo que era para ayudarme con
lo de la reforma, pero sé que era para ayudarme a mí. En un principio no iba
a cogerlo, pero pensé que podría necesitar el dinero para el bebé.
—Hiciste bien en aceptarlo.
—Estoy pensando que no sé si cabremos tú y yo en mi habitación. Ahora
está la cuna y un montón de cosas que he ido comprando para la niña. ¿Tú
tienes mucha ropa? Que pregunta más estúpida. Por supuesto que tienes
mucha ropa, vi tu vestidor.
—Traeré solo unas cuantas cosas. ¿Tú quieres que vivamos en mi casa
después de que nazca la pequeña?
—Tu casa es fantástica. Cualquiera se volvería loco por vivir en ella. Y
nunca he tenido piscina —dijo ella con una sonrisa traviesa.
—Entonces, nos mudaremos cuanto antes.
—Vale. Mis hermanos se van a volver locos cuando vean la piscina.
De pronto, Logan se quedó mirándola.
—¿Cómo sabes que tengo piscina? Está en un lado de la casa y no se vé
desde la entrada. Y no recuerdo que la vieras las dos veces que estuviste en
casa.
—Fui a tu casa en otra ocasión.
—Nunca fuiste a mi casa antes de la noche que hicimos el amor por
primera vez.
—Sí lo hice.
—¿Cuándo?
—En octubre del año pasado.
Kate le contó la vez que lo había seguido desde la iglesia hasta su casa, y
que luego había saltado la valla y había entrado en la propiedad.
—No me lo puedo creer —dijo él riendo.
—Si hubieras visto la pinta que tenía cuando volví a casa. Bradley se
asustó al verme. Llevaba el pelo hecho un desastre, estaba sucia y llevaba
un arañazo en la mejilla.
—¿Lo estás diciendo en serio?
—Por supuesto. No voy a mentirte nunca más en mi vida, y tampoco voy
a tener secretos contigo.
—Eso me gusta.
—Por eso, aquella vez que íbamos a hacer el amor en la cocina estaba
preocupada porque no hubiera cortina en la ventana. Me dijiste que nadie
podía vernos y que nadie entraría en la propiedad. Pero yo había entrado y
cualquiera podría haber entrado también.
Logan se rio.
—¿Qué habrías hecho si hubiera salido al jardín y te hubiera visto subida
al árbol?
—Sin duda, morirme de vergüenza.
—Voy a tener que solucionar eso para que nadie pueda entrar en la
propiedad.
—Esa noche vi la piscina —dijo ella sonriéndole.
—Eres increíble.
—He de reconocer que yo jamás pensé que pudiera hacer algo así.
Capítulo 28
Logan y Kate recogieron a Taylor del colegio y luego fueron a por
Dexter. Entraron para hablar con la directora y con la tutora del niño, para
que conocieran a Logan, a quien Kate presentó como su prometido, por si
tenía que recogerlo él del colegio alguna vez, ya que estaba apunto de dar a
luz.
Luego fueron a casa y Kate se la enseñó, porque solo conocía lo que se
veía al entrar. Logan pensó que Sean había hecho un buen trabajo con la
reforma. Las habitaciones eran muy completas y tenían todo lo que
pudieran necesitar. Pero la de Kate resultaba pequeña para ellos dos, y
mucho más cuando naciera el bebé. Aunque tenía un buen armario en el que
él podría colocar sus cosas, ya que Kate no tenía mucha ropa.
Y tendría que compartir el baño, pensó Logan sonriendo. Sería la
primera vez en su vida que compartiría el baño, excepto los veranos que
pasó en el campamento de verano con Carter, cuando eran niños. Pero
también podría acostumbrarse a ello.
—¿Todavía quieres quedarte a vivir aquí? —preguntó Kate después de
que él inspeccionara la habitación.
—Por supuesto. Voy a estar perfectamente. ¿Cuando vuelve Bradley?
—Sobre las siete menos cuarto.
—¿Quieres que vayamos a casa cuando venga para que la vean? Y al
mismo tiempo cogeré algo de ropa.
—Vale.

Los hermanos de Kate se asombraron, simplemente, por ver la puerta


metálica abrirse. Entraron con el coche y se quedaron embobados mirando
la casa.
—¿Cuántas familias viven en el edificio? ¿Son apartamentos? —
preguntó Taylor.
—No soy apartamentos —dijo Kate—. Es solo una vivienda. Y Logan
vive solo.
—¿En serio? ¿Vives solo en esa mansión? —preguntó la niña.
—Sí.
La casa estaba rodeada por unos árboles altos e increíblemente
preciosos, que parecían acariciar el cielo. La exuberancia del jardín,
perfectamente cuidado, le daba al lugar un toque de ensueño.
—Vayamos a ver la piscina —dijo Logan.
—Está casi de noche —dijo Kate.
—Se verá perfectamente con las farolas, está muy bien iluminada.
—¿Tienes piscina? —preguntó la niña de nuevo.
—Sí.
—Yo no sé nadar —dijo Dexter—. Me da miedo el agua.
—No te preocupes, le pediremos a Sean que construya una piscina para
niños. Hasta ahora no la había necesitado porque siempre he ido yo a casa
de los otros, pero ahora va a haber un bebé en casa, y todos vendrán a pasar
el día aquí de vez en cuando. Así podrás bañarte sin miedo, como hiciste
cuando fuimos al río —le dijo Logan al pequeño.
—Me gusta el río, pero el agua estaba muy fría.
—La de la piscina no estará fría porque estará climatizada, como la
grande.
—No sé nadar.
—¿Tú sabes nadar, Taylor?
—Sí. Kate nos llevó a Bradley y a mí a clases de natación cuando
vinimos a vivir aquí.
—Estupendo.
—¡Oh, Dios mío! —dijo la niña al ver la increíble piscina—. Es una
maravilla.
—Me alegro de que te guste.
—¿Estás bien? —preguntó Kate acercándose a su hermano mayor.
—Sí —dijo él intentando no llorar—. Ya merecías tener suerte en la
vida. Has encontrado a un buen hombre que te quiere.
—Sí —dijo ella abrazándolo—. Tú también mereces tener un padre
como él.
Aunque habían hablado en voz baja para que no los oyera, Logan pudo
escucharlos y se emocionó.
—¿Vamos a la casa? Otro día que vengamos más pronto veréis todo el
exterior.
Caminaron los cinco hasta la entrada. Los escalones de piedra conducían
a un porche muy grande y amueblado con sillones que parecían muy
cómodos.
—Adelante —dijo Logan después de abrir la puerta y dejarlos pasar.
—¡Hala! —dijo Taylor—. ¿Vamos a vivir aquí?
—Si no os gusta compraremos otra casa.
—¿Estás loco? Es una casa magnífica —dijo Bradley.
—Era de mis abuelos.
—A mí me encanta tu casa —dijo Kate.
Logan les enseñó la planta baja.
—Como puedes ver, hay muchos salones —le dijo Logan a Bradley—.
Yo me he quedado el despacho de mi abuelo, pero puedes elegir cualquiera
de los otros y haremos en él un estudio para ti.
—Logan, yo no necesito un estudio, con tener un escritorio en mi
habitación será más que suficiente.
—No digas tonterías. Hay un montón de estancias y seguro que no
vamos a usarlas todas. Kate también necesitará un sitio para trabajar y se
quedará otro de los salones.
—Ya lo pensaremos, no hay prisa —dijo el chico abrumado.
Logan les enseñó la planta superior, donde habían catorce habitaciones,
seis de ellas con baño interior y cuatro baños completos en el pasillo.
—Hay una buhardilla muy grande que está medio vacía. Mis abuelos
tenían allí un montón de muebles, pero cuando Carter compró la casa, se
llevó muchas cosas y yo lo agradecí. Si prefieres vivir en ella, la vaciaremos
del todo y compraremos lo necesario —dijo Logan a Bradley.
—Logan, ya lo decidiremos más adelante —dijo el chico.
—De acuerdo. Quiero que os sintáis cómodos viviendo aquí.
—¿Crees que nos vamos a sentir mal en esta casa tan increíble? —dijo
Bradley.
—Echar un vistazo por ahí. Yo voy a meter algo de ropa en una maleta.
Kate, deberías ir a la cocina y meter en bolsas todo lo que hay en la nevera
y en la despensa, al menos lo que caduque pronto. Hay bolsas en el armario
inferior, junto al del fregadero.
—Vale.
—Te ayudaremos —dijo Bradley.

Cuando volvieron a casa de Kate, ella le ayudó a colgar la ropa en su


armario. Logan dejó sus artículos de aseo en el cuarto de baño y sonrió al
ver el cepillo de dientes junto al de los dos chicos, con quienes compartiría
el baño.
Cenaron lo que habían llevado del restaurante de Carlo. Después de
cenar, Dexter se duchó y se fue a la cama. Kate y sus dos hermanos se
sorprendieron al escuchar que Dexter le pedía a Logan que le leyera el
libro, porque siempre quería que lo hiciera Kate. Y él aceptó encantado.
Taylor fue a ducharse, les dio las buenas noches y se fue a su habitación.
Bradley salió a dar una vuelta con sus amigos, ya que era viernes y no tenía
clase al día siguiente. Luego fue Kate quien se duchó, mientras Logan
contestaba a algunos correos que tenía pendientes. Él fue el último en
retirarse al dormitorio después de ducharse.
Kate estaba en la cama leyendo, cuando Logan entró con una toalla a las
caderas. Ella miró ese torso, por el que resbalaban gotas de agua. Tenía un
cuerpo perfecto, pensó. Las mariposas revoloteaban en el estómago de
Kate. No podía evitar estar enamorada de ese hombre.
—Hola, preciosa.
Kate odiaba que su intensa mirada provocara un efecto tan devastador en
su cuerpo. Odiaba el cosquilleo que se extendía por su cuerpo al escuchar
su preciosa voz, ese sonido bajo que era casi suficiente para hacerla llegar a
lo más alto y estar al borde del abismo. Odiaba lo que le hacía sentir,
únicamente con verlo. Odiaba lo que sentía su corazón cuando estaban
juntos. Y, a pesar de todas las cosas que odiaba, deseaba que la besara y la
tocara.
Logan se quitó la toalla y se secó bien, sin esconderse de ella. Luego
abrió la cama y se metió dentro, desnudo.
—¿No te pones pijama?
—Nunca duermo con pijama, pero he traído uno por si lo necesitaba,
¿quieres que me lo ponga?
—No.
—Bien —dijo él sonriendo al verla contestan tan deprisa—. A mí
también me gustaría tenerte desnuda a mi lado.
—Logan, necesitaría una grúa para sacarme el pijama dentro de la cama.
—Yo me encargaré —dijo él echando la ropa de cama a los pies de la
misma y sacándole el pantalón.
—Si pasa algo y tengo que levantarme rápidamente, tendré que volver a
ponérmelo.
—¿Si tienes que levantarte rápidamente no necesitarás la grúa? —dijo
Logan arrodillándose a su lado y sacándole por la cabeza la parte de arriba
del pijama—. No podrías levantarte rápidamente, aunque llevaras el pijama.
Cariño, si se presenta algo por la noche, me pondré el pantalón del pijama y
me encargaré yo.
—Vale.
Logan se tumbó junto a ella y los tapó a los dos con el edredón.
—Seguro que vas a echar de menos tu enorme cama.
—No la voy a echar de menos porque estaré contigo. ¿Cómo te sientes?
—Bien, dentro de lo que cabe.
—Supongo que el lado en el que estás es en el que sueles dormir.
—Sí. ¿En qué lado duermes tú?
—Pues, aunque no lo creas, en este. Pero, de todas formas, me daría
igual dormir en cualquiera de los dos, siempre que estuvieras a mi lado.
—Entonces, perfecto.
—¿Qué postura te es más cómoda para dormir?
—Ahora no tengo ninguna postura cómoda, me siento incómoda con
cualquiera.
—Lo siento, cielo —dijo incorporándose y besándola en los labios.
Logan se puso de lado y colocó una mano sobe uno de sus pechos.
Empezó a rodear el pezón con el dedo hasta que se puso duro.
—Me gusta que me toques.
—Y a mí me gusta tocarte.
Kate le sujetó la mano y la colocó sobre su vientre.
—Tienes la piel muy tirante —dijo él deslizándola de una parte a otra.
—Lo sé —dijo ella dirigiéndole la mano hasta su costado y apoyando la
suya sobre la de él—. No la muevas. Tu hija suele moverse a estas horas.
Parece que sepa cuando me voy a la cama.
—¿Y por qué pones mi mano ahí?
—Es donde tiene los pies.
—¡Oh, Dios mío! —dijo Logan al sentir un brusco movimiento.
—Tu hija es un poco salvaje. A veces pienso que disfruta dando patadas.
Puede que le guste el fútbol.
—Carter ha dicho que ya estaba colocada.
—Sí. Aquí está la cabeza —dijo ella arrastrando la mano de él hasta su
bajo vientre.
—Yo estuve presente en el nacimiento de Brianna. Bueno, en realidad,
estuvimos todos.
—¿Quiénes son todos?
—Delaney, Sean, Nathan, yo, Jack y Cath. A Lauren y a Ellie aún no las
conocíamos.
—¿Estuvisteis todos con ella mientras daba a luz?
—Sí. Fue muy emocionante. Delaney fue quien la asistió en el parto.
—Me lo dijo Sean. Y también me dijo que Carter estaba en el piso de
abajo de la casa, hablando por teléfono con vosotros.
—Sí. No sabíamos que estaba allí. Él quería que fuera Delaney quien
trajera a su hija al mundo.
—Supongo que todo salió bien.
—Sí. Jamás pensé que vería a Delaney llorar.
—¿Por qué? Ver nacer a tu hijo será emocionante.
—Supongo. Pero Delaney no era como es ahora. Tenía una mala hostia
que no te puedes imaginar. Era insensible y frío.
—¿Frío? Tengo entendido que salía con muchas mujeres.
—No salía con mujeres, follaba con mujeres, que es muy distinto. Y no
me refiero a frío con las mujeres, sino con el trato con las personas en
general. Se portaba como un hombre de negocios implacable, pero las
veinticuatro horas del día.
—¿Por qué era frío e insensible?
—Tuvo una mala experiencia. Un día volvió de viaje y quiso darle una
sorpresa a su prometida.
—Apuesto a que la sorpresa se la llevó él.
—Y no te equivocas. La encontró haciendo el amor con un amigo de
Delaney de la universidad.
—Debió ser terrible.
—Tengo entendido que lo pasó mal durante un tiempo. Eso lo convirtió
en un mujeriego. Desde entonces no quiso nada de ninguna mujer, que no
fuera sexo. Hasta que conoció a Tess.
—¿Tess lo cambió?
—No sé si fue ella, pero cambió mucho desde que la conoció.
—Me alegro de que cambiara.
—Sí, nosotros también.
—Tess se sentiría bien siendo la única mujer entre todos vosotros.
—Nos encariñamos con ella. Para Carter y para mí era como nuestra
hermana pequeña.
—Tess me dijo que la conocisteis en su primer año de universidad.
—Sí, tenía diecisiete años. Tess siempre ha sido muy fuerte, y la
veíamos vulnerable en la relación que mantenía con Delaney.
—¿Por qué?
—Ella era inocente, nunca había salido con un chico y de pronto nos dijo
que salía con Delaney. Carter y yo casi nos morimos del susto, porque
conocíamos la reputación de Stanford.
—Un día quiero que me cuentes la historia con todo detalle.
—Lo haré cuando quieras. ¿Cuándo supiste que estabas embarazada?
—A finales de febrero, exactamente el día veinticinco. Ese día fui a
cenar a casa de Tess, con ella y con las chicas. Delaney y Nathan estaban de
viaje. Tess y Lauren me dijeron que estaban embarazadas. Entonces recordé
que tú y yo habíamos hecho el amor cinco semanas atrás. Y al pensar en
ello detenidamente, me di cuenta de que no habías usado condón. No sabía
si fue porque pensaste que yo tomaba algún anticonceptivo o, simplemente,
lo olvidaste.
—Lo olvidé por completo.
—Después de tantos años de sacerdote, no me extraña que lo olvidaras.
Yo tampoco me di cuenta, ya tenía bastante con la preocupación que tenía,
por ser mi primera vez.
—Para mí también fue como si fuera mi primera vez.
—Además, también me preocupaba que fueras sacerdote. Acostarme con
un cura no me hacía sentir bien.
—He de admitir que yo también estaba preocupado por acostarme
contigo.
—Saber que ellas esperaban un bebé me hizo pensar que yo también
podría estar embarazada. Mientras cenábamos, intenté recordar cuando
había tenido mi última menstruación. Pero, por mucho que me esforcé, no
lo conseguí. Empecé a preocuparme de que estuviera embarazada. No podía
pensar en nada más.
—Lo entiendo.
—Cuando regresé a casa fui directamente a mi escritorio y busqué en la
agenda la fecha que buscaba. Y fue el uno de enero. De manera que estaba
embarazada, y de cinco semanas nada menos.
—¿Qué hiciste entonces?
—Asustarme. Hablé con Bradley y decidimos que teníamos que dejar de
veros. Yo no podía tener ninguna relación seria con ningún hombre.
—¿Por qué?
—Porque, antes de comprometernos, tendría que contarle lo que había
hecho unos años atrás. Y yo no confiaba en nadie.
—Claro.
—Así y todo, esperamos hasta mediados de mayo, porque quería verte
una vez más. Cuando estuvimos en el rancho de Fred y nos acostamos,
estaba de cuatro meses y medio.
—Por eso te encontré los pechos diferentes.
—Sí. Ese fin de semana sí me di cuenta de que no habíamos usado
condón la mayoría de las veces.
—¿Por qué no me dijiste que usara condón?
—¿Para qué? No podía quedarme más embarazada de lo que estaba —
dijo ella sonriéndole.
—Tienes razón.
—Me entristeció pensar que eso sería lo más cerca que estarías de tu
hija.
—¿Te refieres a haciendo el amor?
—Sí. Eso me hizo sentir muy mal.
—Entonces, el embarazo es lo que hizo que buscaras todos esos trabajos.
—Sí. Quería terminar de pagarle a Sean lo que le debía, antes de dar a
luz. Además, tenía que comprar muchas cosas para el bebé.
—Pero Tom, el dueño de tu casa, te dio diez mil dólares. No necesitabas
trabajar tanto.
—Nuestra vida iba a cambiar, porque tener un bebé afectaba también a
mis hermanos.
—Pero, ¿por qué necesitabas tanto dinero?
—Quería tener unos ahorros, por si acaso las cosas se complicaban.
—Lo siento, cielo.
—Tú no tienes la culpa.
—Te dejé embarazada, porque no usé protección.
—Ahora no vamos a pensar en eso, ya no tiene solución.
—¿Cómo tomaron tus hermanos lo del embarazo?
—Estaban encantados, sobre todo Taylor. Al principio Bradley estaba un
poco preocupado, pero se portó maravillosamente bien. Hizo todas las horas
que pudo en el trabajo para ahorrar dinero. Trabajó los fines de semana, sin
ver a sus amigos.
—Tu hermano te quiere y se preocupa por ti.
—Lo sé. Lo pasé genial contigo los dos primeros días que estuvimos
juntos, y en los que me dejaste embarazada. Y me gustó perder la virginidad
contigo.
—Yo también lo pasé de maravilla. Y me gustó que me eligieras.
—Estaba loca por ti, Logan.
—Y yo por ti, aunque me sintiera tan inseguro. Sigue hablándome del
embarazo.
—Conforme iban avanzando las semanas y veía a las chicas, encantadas
con sus embarazos, me sentía peor. A mí también me habría gustado tener
un poco de atención de todos vosotros. Me lo merecía, y también mi bebé.
—Lo sé. Y siento no haberlo sabido antes, porque habrías tenido toda mi
atención, y también la de todos ellos. Hace mucho tiempo que eres lo más
me importa. Siento todo lo que has tenido que soportar a lo largo de tu vida.
—Ya ha pasado.
—Voy a compensarte por todo.
—Te quiero muchísimo, Logan.
—Y yo a ti. No sabes cuánto me gustaría hacer el amor.
—Puedes hacerlo.
—No voy a hacer nada en tu estado, ya tendremos tiempo. Tenemos toda
la vida para disfrutar el uno del otro.
—Si no quieres hacer el amor conmigo lo respetaré.
—No he dicho que no quiera hacerlo, no hay nada que desee más, pero
sé que no me sentiría cómodo haciéndolo.
—Y yo lo respeto, pero podemos tocarnos, ¿no? —dijo ella llevando la
mano hasta su polla, que se puso dura en solo unos segundos.
—Sí, eso sí podemos hacerlo.

Logan entró en la cocina al día siguiente, con el pantalón del pijama y


descalzo. Iba sin afeitar y tenía aspecto de cansado, tal vez porque le había
costado mucho dormirse, pensando en todo lo que había pasado Kate, y
sintiendo las patadas y los movimientos de su hija en el vientre de su madre,
mientras Kate dormía plácidamente.
Le dio un beso a Kate en los labios y se dirigió a la cafetera para
prepararse un café. Los músculos se le tensaban y destensaban con cada
movimiento que hacía.
Kate se quedó embobada mirándolo y sintió un estremecimiento en su
cuerpo.
—¿Por qué no está la calefacción encendida? —preguntó Logan.
—Si no fueras medio desnudo por la casa no la necesitarías. Y no me
estoy quejando por verte medio desnudo, te lo aseguro.
Logan la miró sonriendo, mientras tomaba un sorbo de café.
—¿No sabes que la electricidad es cara?
—Desde ahora ya no tienes que preocuparte por ahorrar, ¿de acuerdo?
Ve a encenderla, por favor, de lo contrario me voy a congelar —dijo él
besándola en los labios de nuevo—. En tomarme el café prepararé el
desayuno.
—¿Vas a preparar el desayuno?
—Por supuesto. Tan pronto me vista. ¿Te gustan las tortitas?
—¿A quién no le gustan las tortitas? —dijo ella dirigiéndose a la puerta
del garaje donde estaba el mando de la calefacción.
Bradley fue el primero que apareció en la cocina quince minutos
después. Logan ya estaba vestido y cocinando.
—Buenos días.
—Buenos días —dijeron Logan y Kate.
—¿Cómo te encuentras? —preguntó el chico a su hermana,
acariciándole el vientre.
—Muy bien.
—Has encendido la calefacción.
—Órdenes de Logan. Me ha dicho que, a partir de ahora, él se hará cargo
de las facturas de la electricidad.
—Genial, al menos no pasaremos más frío —dijo Bradley sonriendo a
Logan—. ¿Ya te ha puesto Kate a cargo de la cocina?
—Ha sido idea mía. ¿Te divertiste anoche?
—Sí, estuvimos unos cuantos amigos tomando unas cervezas y
escuchando música.
Kate los miraba, se comportaban como si fueran amigos de toda la vida.
Logan se dio cuenta de que ella lo estaba mirando y le sonrió. Era un
hombre impresionante, con un cuerpo de escándalo y una sonrisa matadora.
Y ese corte de pelo hacía que tuviera un aspecto irresistible.
Poco después apareció Taylor y les dio los buenos días.
—¿Has dormido bien, Logan? —preguntó la niña.
—Sí, muy bien.
—Estupendo, así no nos abandonarás.
—¿Abandonaros? No sé si os habéis dado cuenta, pero vais a tener que
cargar conmigo durante toda vuestra vida.
—Eso me gustará —dijo la niña.

Entraron en la propiedad de Delaney y Logan paró el coche delante de la


casa. Lauren, Tess y Ellie salieron al porche y bajaron los peldaños. Bradley
ayudó a Kate a bajar del vehículo y sus amigas la abrazaron.
—Vaya, estás más gorda que yo —dijo Ellie—. ¿Cuándo sales de
cuentas?
—En seis días.
—Yo en trece días —dijo Lauren—. Nuestros cuatro hijos van a tener la
misma edad.
—Sí —dijo Kate.
—Yo daré a luz a final del mes que viene —dijo Ellie.
—¿Cómo está tu pequeña? —preguntó Kate a Tess.
—Está muy bien. Es preciosa.
—Hola, guapísima —dijo Sean acercándose a Kate y abrazándola.
—Hola, Sean.
Pasaron un día fantástico. Kate no se sintió mal por haber estado tantos
meses sin verlos, porque todos se portaron con ella como si la hubieran
visto el fin de semana anterior.
—¿Vais a mudaros pronto a casa de Logan? —preguntó Nathan a Kate.
—Hemos decidido quedaremos en mi casa, de momento —dijo Kate—.
No estoy en condiciones de hacer una mudanza.
—Me he mudado yo a su casa —dijo Logan.
—¿Habéis pensado en la boda? —preguntó Delaney.
—Logan no me ha comentado nada sobre ninguna boda —dijo Kate.
—¿No le has pedido que se case contigo? —preguntó Ellie a Logan.
—Lo haré cuando tenga el anillo.
—Pues date prisa. Si tardas, tu hija nacerá antes —dijo Tess.
—Estoy en ello.
—Si queréis mudaros de casa podemos ayudaros —dijo Tess.
—Si quieres que te sea sincera, en este momento, no tengo el más
mínimo interés en cambiarme de casa. Me siento tan gorda y tan pesada que
no tengo ganas de hacer nada en absoluto —dijo Kate.
—A mí tampoco me apetecería hacer una mudanza en mi estado —dijo
Lauren.
—Supongo que Logan es el más perjudicado, porque en casa no tiene
mucho espacio que digamos. Le dije que no hacía falta que viviésemos
juntos de momento, pero él se empeñó. Bueno, la verdad es que yo también
quería que estuviéramos juntos, ya hemos estado demasiado tiempo
separados —dijo Kate sonriendo.
Logan se acercó a ella y la besó en los labios.
—Logan nos ha preparado hoy el desayuno —dijo Dexter—. Hemos
comido tortitas. Me gustan más las tortitas de Logan que las de Kate.
—Muchas gracias, Dexter —dijo Kate sonriendo.
—¿Os habéis organizado ya para llevar a los niños al colegio? —
preguntó Ellie.
—Ayer los llevamos Logan y yo —dijo Kate.
—A partir de ahora los llevaré yo, así podrás quedarte más tiempo en la
cama —dijo Logan.
—No me importa levantarme temprano, estoy acostumbrada. Además,
no me siento cómoda estando acostada mucho tiempo.
—Puedes sentarte en el sofá. Estás apunto de dar a luz y necesitas
tranquilidad.
—Logan, Kate está embarazada, no enferma. Y es mejor que esté activa
—dijo Carter.
—Lo sé, pero quiero evitarle el estrés del tráfico a la hora de los
colegios. Ayer sentí a mi hija por primera vez —dijo Logan cambiando de
tema de pronto y sonriendo.
—Es una sensación extraña, ¿verdad? —dijo Delaney.
—Sí, pero al mismo tiempo maravillosa. Me encanta sentirla. Me fascina
que se esté formando en el vientre de su madre —dijo Logan.
—Mañana vamos a ir todos a pasar el día con la madre de Logan —dijo
Kate—. A mí ya me conoce, pero a mis hermanos no.
—A Anne le van a caer muy bien —dijo Carter—. ¿Sabe ya que vais a
tener una hija?
—Sí, se lo dije ayer —dijo Logan.
—Puede que ahora que va a tener una nieta se anime a venir a vivir con
vosotros. Por muchos amigos que tenga, incluidos mis padres, vive sola con
Clara. Mi madre me ha dicho que desde que murió su marido no sale
mucho.
—Es verdad. Aquí estaría entretenida con el bebé y con los hermanos de
Kate —dijo Tess.
—Y con todos nuestros bebé —añadió Lauren.
—Y se sentiría útil —dijo Ellie.
—Y podrá acompañarnos los sábados que quiera —dijo Louise.
—Esa es una buena idea —dijo Sean—. Así la tendremos entretenida.
—Mañana voy a pedirle que venga a vivir con nosotros, cuando nos
mudemos a la casa de Logan —dijo Kate—. Y también a Clara, por
supuesto.
—Cielo, no es mi casa, es nuestra casa —dijo Logan.
—Vale. Y si Anne dice que no, le diré que venga una temporada, hasta
que esté recuperada del parto.
—Yo entiendo a Anne —dijo Louise—. Tiene su casa, y si se muda aquí
ya no será su casa. No quiero decir que no estuviera bien con vosotros, pero
cada uno tiene sus forma de hacer las cosas.
—Si es por eso, hay una solución. Podríais ofrecerle la casa de invitados.
Es muy grande y tiene dos dormitorios —dijo Carter.
—Eso sí es una gran idea —dijo Louise—, porque estaría con vosotros,
pero teniendo su propia casa.
—Clara estaría encantada de organizar vuestra casa —dijo Carter a
Logan—. Sabes que te quiere como a un hijo.
—Veremos qué pasa mañana. Ya os contaremos.

Salieron para Trenton, New Jersey, con dos coches, porque Bradley tenía
que volver a Nueva York después de comer para ir a trabajar. Logan le
había dicho el viernes anterior que dijera en el trabajo que lo dejaba, pero
tenía que dar una semana para que encontraran otro camarero. Bradley iba
con el coche de Kate, acompañado de Taylor. Detrás de ellos iban Logan,
Kate, y Dexter. El pequeño iba en el asiento trasero jugando a la
videoconsola que había instalada en el respaldo del asiento delantero.
Trenton no estaba lejos, pero tuvieron que hacer una parada, porque Kate
necesitaba ir al aseo.
Anne y Clara se sentían felices cuando salieron de la casa al escuchar el
coche. Las dos mujeres abrazaron a Logan, con lágrimas en los ojos, y
luego hicieron lo mismo con Kate. Y a continuación abrazaron a los niños
cuando se los presentaron. Excepto a Dexter, porque no querían que se
sintiera incómodo.
Entraron en la casa y Anne se la mostró a todos, aunque Kate ya la había
visto. Y Logan les enseñó el jardín y la piscina a los niños.
Comieron en la mesa de la cocina. Desde que había fallecido James, el
marido de Anne, ella y Clara, que no era solo su ama de llaves, sino
también su amiga, comían en la cocina. Clara llevaba con ellos desde que se
casaron y era uno más de la familia.
Mientras comían, hablaron de los colegios de los niños, de la universidad
de Bradley, del trabajo y de la casa en la que vivían.
Después de comer fueron al salón a tomar el café. Logan había hablado
con su madre y le había dicho que ese sería el momento en que le pediría a
Kate que se casara con él a. Anne y Clara estaban muy emocionadas,
porque Logan ya tenía el anillo de pedida en el bolsillo. Clara sirvió el café
y se sentó con ellos.
De pronto, Logan se levantó del sillón en el que estaba sentado y se
acercó a Kate. Ella lo miró, sin saber que hacía. Se quedó desconcertada al
verlo de pie. Logan puso una rodilla en el suelo y la miró con el pequeño
estuche abierto en la mano.
—Logan… —dijo ella mirando el precioso anillo de pedida.
—De haber sabido que estabas embarazada te lo habría pedido hace unos
meses. Kate, ¿quieres casarte conmigo?
Kate lo miró fijamente. Sus hermanos la miraban esperando su
contestación.
Los ojos grises de Logan parecían del color de un cielo turbulento bajo
la suave luz de la estancia.
—Cielo, estoy esperando.
—¡Sí, sí, sí! —dijo ella lanzádose a su cuello para abrazarlo, con tanto
ímpetu que casi lo hizo caer.
Logan la besó en los labios y a continuación le puso el anillo en el dedo.
—Es precioso.
—Es el anillo de pedida de mi madre.
Kate miró a la mujer, que se estaba secando las lágrimas con un pañuelo.
—Pensé que si llevabas mi anillo, que lo compró mi marido, sería como
si tuvieras también algo de él —dijo la mujer— A James le habrías caído
muy bien y estaría encantado con los niños. Y se sentiría feliz al saber que
iba a tener una nieta.
—Será un orgullo para mí llevarlo —dijo Kate abrazándola, porque la
tenía a su lado, y llorando de la emoción—. Me habría gustado mucho
conocerle.
Logan, Bradley y Taylor fueron al garaje, porque Logan quería enseñarle
al chico su moto. Cuando Logan quitó la tela que la cubría, Bradley se
quedó embobado mirándola. Era una BMW negra y gris. Estaba fascinado y
no podía apartar la vista de ella.
—¿Tienes carnet de moto?
—No, solo de coche.
—Pues tendrás que sacártelo cuanto antes, porque vamos a llevar la
moto a casa. En invierno puedes ir a la universidad con el coche, pero en
verano puedes utilizar la moto.
—¿Hablas en serio?
—Claro. Yo solo la cojo cuando vengo aquí, nunca la he llevado a Nueva
York.
—El coche es de Kate y lo necesitará para ir a trabajar.
—Va a estar un tiempo sin conducir y cuando tenga el bebé no podrá
llevarlo en ese coche tan pequeño. Iremos tú y yo a comprarle uno.
—No puedo creer los cambios que está dando nuestra vida. Gracias,
Logan.
—No me des las gracias, somos familia. Y si algún día quieres coger
alguno de mis coches, están a tu entera disposición.
—Gracias. Voy a entrar a despedirme, tengo que marcharme ya, no
quiero llegar tarde —dijo el chico entrando en la casa emocionado.
—¿Yo también puedo tener una moto? —preguntó Taylor cuando se
quedaron solos.
—Tal vez cuando tengas su edad —dijo Logan rodeándole los hombros
con el brazo y caminando hacia la parte de atrás de la casa.

Kate estaba en el salón con las dos mujeres, sentada en la mecedora que
Anne y Clara habían comprado el día anterior, expresamente para ella.
Clara estaba sentada junto a la ventana cosiendo unas cosas. Dexter estaba
en la alfombra con un cuaderno de entretenimientos y un lápiz. Sus otros
dos hermanos había salido de la casa con Logan, que quería enseñarles
algo.
—El embarazo te sienta de maravilla, te hace resplandecer —dijo su
futura suegra.
—Gracias.
—¿Cómo te sientes? —preguntó Anne.
—En cuanto al embarazo, bien. Aunque estoy preocupada de que las
cosas no vayan como deberían ir. Me refiero entre Logan y yo. Estamos
viviendo juntos y casi no nos conocemos.
—Te entiendo. Todos los que hemos estado casados hemos pasado por
eso. Pero tengo que decirte que hasta que no vives con alguien algún tiempo
no lo conoces. Y el amor no es como si te tocara la lotería, que cobras el
dinero y ya está. Hay que cuidarlo y ocuparse de él cada día. Y no solo por
tu parte, también tendrá que hacerlo mi hijo. Y puedo asegurarte de que
puede llegar a ser un trabajo arduo y, a veces, desesperante. Pero también he
de decir que merece la pena. Y, en cuanto a tu vida, puedes estar tranquila
porque Logan se ocupará de todo y cuidará de vosotros. No es porque sea
mi hijo, pero es un buen hombre.
—Lo sé.
—¿Hay algo que te preocupe además de eso?
—Bueno…
—Puedes hablarme con sinceridad de lo que quieras.
—La verdad es que tengo miedo por lo del parto y… no sé si seré capaz
de cuidar de un bebé. Si mi madre estuviera viva, me asesoraría y estaría a
mi lado, hasta que yo pudiera ocuparme por mí misma de la niña.
—Cariño, yo estaré a tu lado, y también Clara. Tan pronto vayas al
hospital para dar a luz iremos a Nueva York para ayudaros en lo que
necesitéis. Y luego nos quedaremos con vosotros todo el tiempo que sea
necesario.
—¿De verdad vais a hacer eso?
—Por supuesto. Va a ser mi primera nieta, y seguro que también para
Clara.
—Desde luego que sí —dijo Clara desde su silla.
—También me preocupa la casa de Logan, porque parece ser que vamos
a vivir allí cuando tengamos el bebé.
—¿Por qué te preocupa la casa? ¿No te gusta?
—Por supuesto que me gusta, es una maravilla. Pero nosotros siempre
hemos vivido en casas muy pequeñas y esa es tan grande que... no sé, creo
que no voy a saber organizar nada en ella.
—Eso no es problema. Clara y yo nos ocuparemos de la casa y de tus
hermanos. Que cuando os caséis van a ser mis nietos.
—Muchísimas gracias, Anne.
—No me des las gracias. Me alegro de poder hacer algo por todos
vosotros. Pensé que mi vida estaba terminando, pero parece ser que tengo
otra misión que cumplir —dijo la mujer sonriendo—. Voy a tener que
ocuparme de cuatro nietos.
Kate se sintió conmovida por sus palabras.
—¿Crees que podríais venir antes del parto? La verdad es que me
sentiría muy bien teniéndoos a mi lado.
—Por supuesto que podremos ir. Y me gustaría estar contigo en el
nacimiento de mi nieto.

Logan y Taylor entraron en el salón cuando Anne y Kate estaban en la


planta superior, porque la mujer quería enseñarle los juguetes que
conservaba de cuando Logan era pequeño. A Kate le gustaron algunos de
ellos y la mujer le dijo que podían llevárselos todos cuando quisieran.
Taylor le pidió permiso a Logan para ir a la biblioteca y él le dijo que
podía ir adonde quisiera, porque estaba en casa de su abuela.
—Esa novia tuya es muy inteligente —dijo Clara a Logan cuando la niña
salió de la estancia.
—¿Por qué lo dices?
—Le ha dicho a tu madre que está asustada por el parto, y que puede que
no esté preparada para ocuparse del bebé. Podría pensar muchas cosas de
ella, pero después de conocer la vida que ha llevado, eso es lo último que
podría creer. Además, le ha dicho que está preocupada porque tu casa es
muy grande y no sabrá organizarse.
Logan sonrió.
—No me extrañaría que tu madre quisiera que nos marcháramos mañana
mismo.
—A Kate y a mí nos gustaría que vinierais a vivir con nosotros.
—¿Estáis seguros de que queréis que yo también vaya?
—Clara, eres de la familia.
—Muchas gracias, Logan.
—¿Crees que podrías convencerla?
—No hará falta convencerla, puedes estar seguro de que nos
presentaremos en tu casa antes de que nazca tu hija.
—Eso hace que tenga que tomar algunas decisiones —dijo Logan.
—¿Qué decisiones?
—Acabo de saber que Kate está embarazada y he ido a vivir a su casa,
porque no está en condiciones de hacer una mudanza. Y en su casa no hay
habitaciones de invitados.
—Por supuesto que no puede encargarse de una mudanza en su estado.
Aunque, esa es la mejor excusa para que vayamos a Nueva York.
—¿Qué quieres decir?
—Cuando os marchéis hoy hablaré con tu madre y se lo diré. Va a ser
ella quien os llame para deciros que vamos a mudarnos a tu casa por un
tiempo. Y nosotras nos encargaremos de la mudanza.
—Perfecto.
Se marcharon a media tarde, después de que Logan pusiera la moto en el
remolque y lo enganchara a su coche.

Nada más entrar en casa, Kate recibió una llamada de un número


desconocido y contestó.
—¿Diga?
—Hola, Kate, soy Anne.
—Ah, hola.
—¿Habéis llegado ya?
—Sí, estamos entrando en casa.
—Me dio tu teléfono Logan.
—Debí habértelo dado yo, no lo pensé.
—No te preocupes por eso. Hemos decidido que vamos a ir a Nueva
York lo antes posible.
—Estupendo. ¿Sabéis ya cuándo vendréis?
—Empezaremos a preparar el equipaje ahora. Iremos mañana por la
mañana. ¿Te parece demasiado pronto?
—Para nada. Me parece genial.
—Clara me ha dicho que estáis viviendo en tu casa.
—Sí. Supongo que nos mudaremos cuando tenga el bebé. Como
comprenderás, ahora no estoy en mi mejor momento para encargarme de
una mudanza.
—Claro, lo entiendo. Supongo que no dispondrás de dos habitaciones
para nosotras en tu casa.
—Me temo que no.
—Hemos pensado que podríamos encargarnos nosotras de la mudanza.
En realidad, solo habría que contratar a una agencia especializada, y ellos se
encargarían de todo. Tú ni siquiera tendrías que hacer nada. Tendríamos que
llevarnos alguna ropa de todos vosotros para unos días y lo de aseo, nada
más. En casa de Logan hay de todo, las habitaciones están amuebladas y
con ropa, y la cocina está bien equipada. Así podríamos estar ya juntas y
nunca estarías sola. Y Clara podría ocuparse de cocinar, es una buena
cocinera.
—Eso sería maravilloso, Anne —dijo Kate mirando a Logan y
sonriéndole.
—¿Estás de acuerdo? —preguntó su suegra.
—Por supuesto. Estaremos todos encantados de teneros aquí. Podríais
ayudarme, incluso, a decorar la habitación del bebé.
—¡Oh! Eso sería estupendo —dijo la mujer—. Bien, te dejo. Clara y yo
tenemos que preparar el equipaje y organizar algunas cosas.
—Vale, llámame antes de salir mañana y le diré a Logan que me lleve a
su casa para estar allí cuando lleguéis.
—Cariño, no es la casa de Logan, sino de los dos.
—No me acostumbro...
—Hasta mañana, Kate.
—Adiós, Anne. Y gracias por todo.
—Gracias a ti por querer que esté con vosotros.
—Tu madre y Clara vendrán mañana —dijo Kate cuando colgó—.
¿Estás de acuerdo con que nos mudemos a tu casa?
—Me parece bien. La verdad es que me da igual donde vivamos, porque
mi casa siempre será donde vivas tú.
—Sabía que eras un romántico —dijo ella besándolo en los labios.
—¿Te sentirás bien teniendo a mi madre y a Clara con nosotros?
—Por supuesto. Tu madre va a ser como una madre para mí y una abuela
para mis hermanos. Me ha dicho que ellas van a encargarse de la mudanza.
Me temo que mañana ya dormiremos en tu casa.
—Nuestra casa —le rectificó él.
—Perdona, es que no puedo hacerme a la idea. Mi vida ha cambiado de
repente y supongo que necesito algo más de tiempo para asimilar los
cambios.
—¿Vamos a mudarnos ya? —preguntó Taylor.
—Mañana. Pero nos llevaremos solo las cosas de aseo y algo de ropa. El
resto lo llevarán los de la mudanza.
—Estupendo, yo ya he elegido mi habitación.
—Espero que no haya sido la de Carter —dijo Kate—, porque Carter
tiene un cuarto con sus cosas.
—No, Logan me dijo cual era la de Carter.
—Ahora el instituto quedará más lejos de casa —dijo Kate.
—¿Habría algún problema en cambiar de instituto a mitad de curso?
—No, siempre que dispusieran de una plaza para ti en el otro. ¿Quieres
cambiarte de instituto? —preguntó Kate.
—Eve me dijo ayer que la casa de Logan y la de ellos está muy cerca.
¿Podría ir al mismo instituto que va ella?
—Supongo que sí, aunque puede que necesitemos alguna influencia.
—Influencias es lo único que sobra en nuestro grupo. Precisamente, la
mujer del director es paciente de Carter y él trajo al mundo a sus dos hijos
—dijo Logan.
—¿Crees que será suficiente? —preguntó Kate a Logan.
—Si necesitas alguna influencia más puedes pedirle ayuda a Delaney, si
no acceden a admitirla, él comprará la escuela.
Kate soltó una carcajada.
—¿Estás segura de que quieres cambiar de instituto? —preguntó Kate a
su hermana.
—Sí. Ya sabes que Lys es mi mejor amiga, pero ella y su familia se
mudarán a California después de Navidad. Conozco a Eve y a sus amigas, y
todas nos llevamos bien. Y el curso acaba de empezar.
—Hablaré con Carter para que pida cita e iremos a hablar con el director
—dijo Logan.
—Yo me encargaré de pedir en tu instituto el cambio de expediente —
dijo Kate.
Capítulo 29
Al día siguiente, kate se dedicó a preparar el equipaje. Bueno, en
realidad lo preparó Logan, porque no permitió que ella estuviera de pie. Se
limitó a estar en la cama con la espalda apoyada en el enorme cojín que
empleaba para leer, y diciéndole a él todo lo que tenía que meter en las
maletas que Logan había comprado. Y no se quejó porque no la dejara
hacer nada, porque era una delicia contemplarlo moviéndose por su
habitación.
Logan y Kate estaban esperando a Anne y Clara, cuando llegaron a la
casa a media mañana. Desde ese momento todo había sucedido a una
velocidad pasmosa.
Los de la mudanza llevaron sus cosas al día siguiente. Anne y Clara le
preguntaron a Kate dónde quería que lo pusieran todo y ella dijo que lo
colocaran donde creyeran conveniente, porque tenían más experiencia que
ella. Y es lo que hicieron.
En tres días habían conseguido que la habitación que habían elegido para
el bebé estuviera pintada del color que Kate y Logan eligieron, gracias a
Sean, que envió a su mejor pintor.
Habían ido a comprar todo lo necesario para la habitación de la pequeña,
acompañados de sus tres amigas y de Louise, Anne y Clara. Y Jack había
sido el encargado de llevarlas de un sitio para otro en la limusina.
Además, habían contratado a una asistenta para que fuera cada día y se
encargara de que la casa estuviera siempre limpia. Clara se ocupaba de
poner las lavadoras y de planchar, y entre ella y Anne cocinaban.
También dejaron solucionado lo del instituto de Taylor, gracias a Carter,
que acompañó a Logan a hablar con el director del centro.
Los hermanos de Kate estaban muy contentos, porque Anne y Clara eran
como las abuelas que nunca habían tenido y eran muy cariñosas. Nunca
habían tenido a nadie que los quisiera, además de a Kate.

—¿Cómo te encuentras, cariño? —preguntó Logan cuando se fueron a la


cama dos días después.
—A pesar del miedo que tengo al parto, por si algo sale mal, tengo ganas
de que llegue el momento.
—Carter se ocupará de que todo salga bien.
—Ya no me siento nada cómoda y tu hija parece que esté jugando un
partido de fútbol, sin ningún descanso.
—Sí, va a ser muy revoltosa —dijo él acariciándole el vientre desnudo y
sonriendo al sentir el movimiento—. Al menos sabemos que está bien.
—Sí.
—Yo también quiero que todo termine para conocerla. Pero también para
poder hacer el amor contigo.
—Carter nos dijo que podíamos tener sexo, que no había ningún peligro.
—A pesar de lo que dijo, tengo miedo. Pienso que pudiera provocarte un
aborto mientras hacemos el amor y se me ponen los pelos de punta.
—Tanto Ellie como Lauren siguen teniendo relaciones sexuales con sus
maridos.
—Lo sé, me lo han dicho.
—Y Tess también lo hizo.
—Cielo, ya lo sé. He hablado con ellos.
—Y entonces, ¿qué te pasa? Los abortos ocurren porque hay algún
problema, no cuando todo va bien. Además, ahora ya no podría tener un
aborto, sería un nacimiento, porque nuestro bebé está completamente
formado. Y, si quieres que te diga la verdad, desde que nos hemos vuelto a
ver, he deseado que hiciéramos el amor.
—¿Y la postura?
—Logan, podemos hacerlo en cualquier postura, siempre que sea
cómoda para mí. Quiero hacerlo ahora.
—¿No crees que es mejor esperar? Solo faltan unos días.
—Quiero hacerlo estando embarazada.
—No me hagas esto, cielo.
—Es porque ya no me deseas, ¿verdad? No me extraña, ningún hombre
querría estar conmigo, porque parezco un hipopótamo.
—Por supuesto que te deseo, no digas tonterías —dijo mirándola.
—Tienes que saber que después de dar a luz no podremos hacerlo
durante unas cuantas semanas.
—¿Qué? Me has convencido, lo haremos ahora. Aunque no tengo
condones.
—No creo que haya peligro de que me dejes embarazada.
Logan se rio.
—Tienes razón.
—¿Has estado con alguna mujer desde que estuvimos juntos?
—¡Por supuesto que no! No he estado con ninguna desde antes de ser
sacerdote, excepto contigo, claro.
—Entonces no necesitamos condones. Yo tampoco he estado con nadie,
aparte de ti.
—Lo sé, cielo.
—Podríamos hacerlo de lado, ¿crees que sería posible?
—Por supuesto —dijo incorporándose y besándola—. No sabes cuánto
te deseo.
—Y yo a ti.
Logan descendió por su cuello besándola y acariciándola con los labios y
la lengua. Se centró en sus pechos y en sus pezones y Kate levantó las
caderas buscando un desahogo más.
—Cariño, no quiero que te alteres.
—Ya estoy alterada.
—Déjame a mí, tú no hagas nada.
—Tócame, por favor.
Logan bajó la mano hasta su sexo y comenzó a acariciarlo.
—Sí, así. Dios, cómo me gusta.
Logan la penetró con dos dedos.
—Qué estrecha estás.
Logan volvió a uno de sus pechos para chupar el pezón, mientras tenía
dos dedos dentro de ella y el pulgar en su clítoris.
Kate pensó que era muy inquietante, y una delicia, que él supiera
exactamente dónde y cómo tenía que tocarla, y lo que necesitaba en cada
momento. Parecía que le leyera la mente. Sin duda era un experto en el
conocimiento del cuerpo de las mujeres.
—Logan, Logan, no puedo más.
—Córrete para mí, cielo.
El placer no tenía fin y Kate se dejó llevar por el estallido que
convulsionó su cuerpo, quemándole la piel. Logan estaba desesperado por
estar dentro de ella. Sacó los dedos de su interior.
—Ponte de lado, cariño.
Tan pronto Kate lo hizo, Logan le colocó una pierna hacia delante y se
arrodilló detrás de ella. Le levantó un poco la pierna y se deslizó en su
interior.
Kate se sujetó fuertemente de su brazo, que había apoyado sobre la cama
cuando la penetró, llegando hasta lo más hondo.
Para Kate desapareció todo, excepto el contacto del cuerpo de ese
hombre y la sensación de tener su polla en su interior, llenándola por
completo.
Kate sollozó a causa del deseo y el alivio que sintió al tenerlo dentro. Era
como si le hubiera faltado algo durante largo tiempo y al fin lo hubiera
encontrado.
—¿Estás bien?
—Estoy muy bien. Quiero que te muevas.
—De acuerdo.
A Logan lo volvía loco el deseo que lo consumía, de una forma tan
despiadada y tan profunda que lo sentía en todo el cuerpo.
Sacó el miembro despacio hasta que estuvo fuera casi en su totalidad y
volvió a penetrarla lentamente, pero llegando hasta el fondo.
—Sí, así, así. Te quiero, Logan.
—Y yo a ti, cariño.
Logan sabía que no podría durar mucho. Estaba sintiendo un placer
increíble, pero quería que ella llegara antes al final.
Kate se sentía al borde de la muerte, pero no le importó en absoluto. Con
cada penetración se iba formando una hoguera en su interior y lo único que
podía hacer era sumergirse en el mundo de oscuridad donde el placer la
arrastraba. De pronto explotó en cientos de pedazos, quedándose desolada.
Logan la siguió después de dos embestidas más. Se echó sobre Kate, con
las manos apoyadas en la cama a ambos lados de ella.
—Ha sido fantástico. Creo que, que estuvieras embarazada me ha
excitado más.
—No sabes cuánto he echado de menos hacer el amor contigo.
—Sí lo sé, porque yo te he deseado con desesperación desde la última
vez que estuvimos juntos —dijo Logan.
—No puedes imaginar cómo aumentó mi deseo con el embarazo.
—Sí lo sé. Delaney, Nathan y Carter lo han mencionado varias veces,
diciendo que sus mujeres son insaciables. Siento no haber estado contigo
todos estos meses para poder saciar ese placer.
—No te preocupes, me lo cobraré.
—Y yo estaré encantado de pagarte. Voy a por una toalla para limpiarte.
—No te molestes, tengo que ir a hacer pis.
Logan iba a aprovechar que Bradley estaba en casa para ir un rato a la
escuela a revisar unos documentos y comprobar que todo fuera bien. Le dio
un beso en los labios a Kate para despedirse, demorándose en ello. Antes de
apartarse de ella le acarició la mejilla y la barbilla con las yemas de lo
dedos, diciéndole sin palabras cuánto la quería.
Era viernes, veintiocho de octubre, el último día que Bradley había ido a
trabajar a la cafetería y, precisamente, el día que Kate salía de cuentas. Los
dos hermanos estaban en la cocina tomando un café con leche.
—Esta mañana Logan me ha llevado al banco —dijo Bradley.
—¿Para qué?
—Ha abierto una cuenta a mi nombre, con una cantidad desorbitante.
—¿De cuánto dinero hablamos?
—De veinticinco mil dólares —dijo el chico—. No quería aceptarlo.
—¿Para qué te ha dicho que era? —preguntó Kate.
—Ha dicho que a partir de ahora era su hijo y que, como ya era mayor,
necesitaría dinero para comprar material para la universidad, para gasolina,
para salir, para ropa…
—Vaya.
—No podía decirle que no necesitaba dinero, en realidad no podía
decirle nada, porque sabía que si hablaba me pondría a llorar —dijo Bradley
sonriéndole.
Kate se acercó a él y lo abrazó muy fuerte.
—Logan es un buen hombre —dijo Kate.
—Desde luego que lo es.

Logan y Taylor salieron de casa al día siguiente, que era sábado, para
reunirse con sus amigos y con Eve. Era el primer día que Taylor se uniría a
ellos para jugar a balón cesto. Estaban desayunando, como hacían siempre
antes del partido. Logan recibió una llamada y contestó.
—Hola, Bradley.
—Tal vez deberías volver a casa.
—¿Por qué?
—Porque tu hija va a nacer.
—¿Ahora? Pero si hemos salido de casa hace unos minutos y Kate se
encontraba bien.
—Me ha dicho que se notaba rara desde hacía un par de horas, pero que
como sabe que te gusta ir al partido…
—Voy para allí.
—Díselo a Carter.
—Vale. Tengo que marcharme. Kate está de parto —dijo levantándose.
Todos se levantaron con él. Cuarenta y cinco minutos después, todos los
amigos, Eve, Taylor, Bradley y los padres de Delaney estaban en la sala de
espera del hospital y la ocupaban en su totalidad. Clara se había quedado
con Dexter.
—¿Cómo está Kate? —preguntó Tess cuando Carter salió por una puerta
y entró en la sala de espera.
—Está bien, pero aún tardará un poco.
—¿Y Logan?
—Muy nervioso.
—¿Va a estar con ella en el parto?
—Dice que no piensa moverse de su lado.
—Todo irá bien, ¿verdad? —preguntó Bradley.
—Por supuesto —dijo Carter.
—¿Anne también está con ellos? —preguntó Louise.
—Le he dicho que podía esperar fuera, pero tampoco quiere salir. Dice
que Kate la necesita a su lado.
—Kate estará más tranquila con los dos —dijo Tess.
—¿Tranquila? —dijo Delaney—. A mí me encantó ver nacer a mis hijos,
pero Tess parecía una salvaje, insultándome sin piedad. Os aseguro que no
es nada agradable. Dando a luz las mujeres se vuelven locas.
—Puede que nos alteremos un poco a causa del dolor —dijo Lauren—.
Si fueran los hombres quienes tuvieran que tener a los hijos, el mundo se
terminaría, porque solo daría a luz uno.
Todos se rieron.
—Bien, os dejo. ¿Tú te encuentras bien? —le preguntó Carter a Lauren,
que salía de cuentas en seis días.
—Sí, perfectamente.
—Bien. Os veo luego.

—Tranquila, cielo, tienes que relajarte —dijo Logan cogiendo a Kate de


la mano.
—¿Relajarme? ¿Crees que puedo relajarme cuando tu hija está saliendo
por ahí bajo como una bruta y desgarrando todo lo que encuentra a su paso?
Si hay una mínima oportunidad de que me vuelvas a dejar embarazada, no
me volveré a acostar contigo. De hecho, no pienso acostarme en la misma
cama que tú, así evitaré riesgos.
Logan miró a Carter con cara de asustado y el médico le sonrió.
—No te preocupes, esto es lo normal, cuando tenga al bebé en sus
brazos, se olvidará de todo lo que te ha dicho —dijo Carter, aprovechando
que Kate estaba gritando con otra contracción.
—¿Estás seguro?
—Completamente seguro.
Anne miró a su hijo y sonrió. Logan se tensó cuando Kate volvió a gritar.
Estaba sudando por el esfuerzo y tenía el pelo mojado y pegado a la cabeza
por el sudor. No estaba para nada atractiva, pero Logan la miraba como si
en ese instante fuera la mujer más imponente que hubiera visto en su vida.
—Cariño, en la siguiente contracción quiero que empujes todo lo fuerte
que puedas y verás a tu hija —dijo Carter.
—Estoy agotada.
—Lo sé, pero solo falta un último empujón.
—Lo estás haciendo muy bien, cariño —dijo Logan secándole el sudor
de la cara—. Te quiero con locura. Haz un último esfuerzo y tendrás a
nuestra hija en tus brazos.
—Vale.
Logan la besó en los labios. Kate empujó con todas sus fuerzas cuando
llegó la contracción y el bebé terminó de salir. La enfermera retiró la sábana
que cubría a Kate y Carter puso el bebé sobre su vientre. Kate rodeó a su
pequeña con los brazos sonriendo.
Logan estaba embobado mirándolas a las dos y con lágrimas en los ojos
por la emoción, hasta que Carter le pidió que se acercara para cortar el
cordón umbilical. Logan hizo lo que su amigo le pidió, y ya no pudo resistir
más, y las lágrimas comenzaron a correr por sus mejillas. Kate miró a su
bebé y luego a Logan.
—Tenemos una hija.
—Sí —dijo él besándola en los labios—, y es preciosa.
—¿Cómo lo sabes? Está tan sucia que no se le ve ni la cara.
—Eres su madre, no puede ser fea.
—Anne, siento si he dicho algo fuera de lugar —dijo Kate mirando a su
suegra.
—No tienes que sentirlo, cariño. Te entiendo perfectamente, yo pasé por
ello, ¿recuerdas? Mi marido se libró porque no estaba conmigo. Lo has
hecho muy bien. Estoy muy orgullosa de ti —dijo la mujer besándola en la
frente.
—¿Kate está bien? —preguntó Logan a su amigo.
—Está perfectamente. Solo está cansada por el esfuerzo.
—¿Cuándo la llevarán a una habitación?
—Logan, el parto no ha terminado. Ahora tenéis que salir fuera —dijo
Carter—. Tenemos que ocuparnos de Kate y del bebé. Cuando esté limpio
haré que os lo lleven a la sala de espera para que lo vean todos durante unos
minutos.
—Vale —dijo Logan sin dejar de mirar a su pequeña y a Kate, que tenía
los ojos cerrados.
—Kate estará pronto en la habitación y podréis estar con ella —dijo
Carter.
—Vale —dijeron Logan y su madre al mismo tiempo.
—Salid por esa puerta. Una enfermera os ayudará a quitaros la bata —
dijo Carter—. Luego nos vemos.
—De acuerdo —dijo Logan, abandonando la sala con su madre—.
Carter, cuida de ellas.
—Lo haré.
Logan se sacó la bata y el gorro y se lavó las manos. Y a continuación se
derrumbó de la emoción.
—Felicidades, cariño —dijo Anne emocionada y abrazándolo mientras
él lloraba.
—Gracias, mamá.
—No puedo creer que tenga una nieta. Es lo que deseamos tu padre y yo
siempre. Le habría gustado tanto estar aquí en estos momentos.
—Siento haber sido sacerdote.
—No digas eso. Fuiste un buen sacerdote. Y no tienes que olvidar que si
no hubieras sido sacerdote no habrías conocido a Kate y no tendrías a tu
hija.
—Tienes razón.
—Dios te ha bendecido con una buena mujer y un bebé. Bueno, y con
tres niños más —dijo Anne sonriéndole.
Entraron en la sala de espera y Logan los miró a todos.
—Tengo una hija —dijo orgulloso. Todos los abrazaron.
Media hora más tarde una enfermera llevó al bebé para que lo vieran, y
pasó de unas manos a otras, como si fuera un juguete.
Cuando un rato después les dijeron que Kate ya estaba en la habitación
fueron todos a verla. A pesar de lo cansada que estaba, se alegró de verlos a
todos. Había recibido un ramo de flores de cada uno de ellos y la habitación
parecía un jardín en primavera.
Poco después fueron marchándose todos para continuar con su rutina y
para que Kate descansara. Se quedaron Logan, Anne, Bradley y Taylor.
—Logan, aprovecha ahora que Kate estará un buen rato durmiendo y
lleva a Bradley y a Taylor a casa. Clara tendrá la comida preparada, y estará
ansiosa por felicitarte y que le cuentes los detalles del parto.
—Me gustaría quedarme con Kate. Bradley puede llevarse mi coche.
—Cariño, yo no me moveré de su lado, y tenéis que comer. Así te
cambiarás de ropa —dijo mirándolo de arriba abajo—. Con ese chándal no
estás muy presentable.
—De acuerdo. Vamos a comer, chicos —dijo Logan levantándose de la
butaca.
—Logan, cuando vuelvas traeme algo de comer a mí —dijo su madre.
—Se lo diré a Clara.
—Ella querrá venir a ver al bebé.
—¿Podréis haceros cargo vosotros de Dexter? —preguntó Logan a
Bradley y a Taylor.
—Por supuesto —dijo el mayor—. Puede que vengamos por la tarde con
él.
—A Kate le gustará verlo —dijo Logan—. Tan pronto coma y me duche
vendré con Clara—dijo Logan.
—Aquí estaremos —dijo Anne.

Logan y Clara llegaron dos horas después. Kate seguía dormida. La


mujer dejó sobre la mesa la comida que había llevado para Anne y esta se
sentó a comer. Kate se despertó poco después.
—Hola —dijo Kate.
—Hola, pequeña. Me han dicho que lo has hecho muy bien —dijo Clara
a Kate.
—He hecho lo que he podido.
—Tienes una niña preciosa —dijo Clara que tenía al bebé en brazos en
ese momento.
—Sí.
—Hola —dijo la enfermera entrando en la habitación—. ¿Cómo te
encuentras?
—Mucho mejor, ya no me siento tan cansada —dijo Kate.
—Tienes que darle el pecho de nuevo —dijo la mujer cogiendo a la niña
y llevándola a la cama de su madre.
Kate se descubrió el pecho y acercó al bebé.
—Se ha acostumbrado muy pronto a mamar. Hay bebés que tardan una
barbaridad, algunos incluso no lo consiguen.
Logan miraba maravillado cómo su hija succionaba con ansias.
—Es una comilona —dijo la abuela sonriendo.
Por la tarde volvieron a verla los amigos, de forma escalonada para que
no hubiese muchas personas en la habitación, y estuvieron un rato con ella.
También fueron Bradley, Taylor y Dexter. Y Jack, que subió a verla cuando
llevó a Delaney y a Tess. Esa noche se quedó Logan con Kate y todos los
demás se marcharon.
—Soy completamente feliz —dijo Logan sentado junto a la cama y
cogiéndole la mano a Kate.
—Yo también.
—Tenemos una hija preciosa.
—Sí. Tu madre dice que se parece a ti cuando eras un bebé. Y parece ser
que va a tener los ojos grises, como tú. Me encanta el color de tus ojos.
—Yo habría preferido que se pareciera a ti.
—Puede que la siguiente se parezca a mí —dijo Kate.
—¿Quieres tener más hijos?
—Tendremos que llenar algunos de los dormitorios de nuestra mansión,
¿no? —dijo ella sonriéndole de forma traviesa.
—Nunca podría haber imaginado que pudiera llegar a tener un bebé. Me
alegro de haber dejado el sacerdocio.
—Nunca debiste ser sacerdote. No dudo de que fueras un buen
sacerdote, pero porque eres una buena persona y te gusta ayudar a los
demás. Y eso lo confundiste con la vocación.
—Puede que tengas razón.
—Tenías que haber dedicado todos esos años a disfrutar de la vida… y
de las mujeres. En vez de estar en esa larga moratoria sexual.
—Bueno, tú también estuviste un largo periodo de abstinencia —dijo
Logan sonriéndole.
—Porque te estaba esperando a ti.
—Puede que a mí me sucediera lo mismo. ¿Crees que Dios estará
enfadado conmigo por haberlo abandonado?
—Por supuesto que no. Seguro que se estará riendo de ti, por haber
tardado tanto tiempo en darte cuenta de que ser sacerdote no era lo que
querías.
—No seas mala.
—Estará muy orgulloso de ti. Por hacer lo que estás haciendo en esa
escuela, por enamorarte de mí y por querer hacerte cargo de mis hermanos.
—Gracias, cielo. ¿Cuándo nos casaremos?
—Dame un poco de tiempo para que mi cuerpo vuelva a la normalidad,
me gustaría parecer una novia, no una vaca.
—No hay prisa. ¿Quieres una boda por todo lo alto?
—Logan, yo no tengo familia y solo unos cuantos amigos y conocidos,
por lo tanto no necesito una gran boda. Mejor que lo decidáis tú y tu madre.
—A mí me gustaría una boda sencilla, pero no sé lo que piensa mi
madre.
—Entonces, dejaremos que sea ella quien lo decida. Está tan emocionada
con su nieta que no sería capaz de negarle nada. Además, mi novio es
millonario y puede permitirse cualquier cosa.
—¿De verdad te sientes bien de que mi madre y Clara pasen unas
semanas con nosotros? Si no es así, dímelo con toda confianza. Pueden
vivir en la casa de invitados.
—Logan, no digas tonterías.
—Es que…
—Me encanta que las dos vivan en casa. Me he encariñado con ellas, y
mis hermanos también. De hecho, ellos están encantados, incluido Dexter.
Me gustaría que se quedaran con nosotros para siempre. La casa es enorme
y no creo que nos falte espacio.
—De acuerdo.
—Gracias por decirle a Bradley que deje el trabajo.
—Debe centrarse en los estudios.
—Es un buen estudiante, y no perdería la beca, aunque siguiera
trabajando.
—Lo sé, pero ya es hora de que disfrute un poco de su edad, ¿no crees?
De todas formas, tan pronto nos casemos y los adopte perderá la beca.
—¿La perderá? ¿Por qué?
—Porque no puede decirse que seamos pobres.
—Nunca me acostumbraré a ser rica. Me he enterado de que has abierto
una cuenta en el banco a su nombre.
—Ya es mayor para tener que andar pidiendo dinero para salir, ¿no te
parece?
—¿Te he dicho hoy que te quiero?
—Creo que no.
—Pues te quiero con locura.
Logan se acercó a ella y se besaron.

Kate permaneció en el hospital tres días. Y tres días después de que Kate
se marchara a casa, Nathan llevó a Lauren al mismo hospital, porque estaba
de parto. Y se repitió lo de unos días antes. Todos estuvieron en la sala de
espera hasta que dio a luz, incluido el abuelo de Lauren, Rick y Rebecca, la
hermana de Nathan. Tuvieron un niño.
Logan y Kate se habían ausentado un rato para ir a dar de mamar a la
pequeña. Al igual que Tess, que Jack la llevó a casa por la misma razón.
Ese mismo día era el cumpleaños de Bradley, que cumplía diecinueve
años. El chico le dijo a Logan y a Kate que iba a invitar a los amigos a
cenar en un restautrante y luego irían a tomar algo. Kate supo que no quería
celebrarlo con el grupo de amigos, porque todos le harían un regalo y ya
había recibido bastantes cosas de Logan. Kate se lo comentó a Logan y él le
dijo que no se libraría de los regalos, ni de la tarta.
Al día siguiente era el cumpleaños de Nathalie, la hija de Nathan y
Lauren, que cumpliría dos años, pero lo dejaron para el siguiente fin de
semana, que habían acordado pasarlo todos en el rancho.
El viernes fueron todos al rancho. Solo quedaba Ellie por dar a luz.
Pasaron un fin de semana fantástico, y celebraron que el grupo de amigos
hubiera aumentado con dos más.
El sábado celebraron el cumpleaños de la pequeña Nathalie y había
recibido un montón de regalos, incluido un poni que le había regalado su
bisabuelo.
Y el domingo celebraron el cumpleaños de Bradley, cosa que le cogió
por sorpresa porque no se lo esperaba.
Después de tomar café, Anne, la madre de Logan, que también los había
acompañado, al igual que Clara, entró en la cocina y dejó sobre la mesa,
delante de Bradley una tarta con diecinueve velas encendidas, cosa que hizo
que el chico se sonrojara por no esperarlo. Le cantaron el cumpleaños feliz,
apagó las velas y abrió el montón de regalos que le habían hecho. Los
regalos fueron muy variados, la mayoría ropa, que habían comprado las
mujeres. Sean le había regalado un libro de arquitectura que le encantó.
Jack le compró unas novelas que Kate le había dicho que quería leer. Anne
quiso que tuviera el reloj que llevaba su marido cuando tuvo el infarto, el
único que se había quedado, porque los otros se los había dado a Logan. Era
un Rolex extraplano que al chico le encantó. Abrazó a la mujer, su abuela,
muy fuerte y con lágrimas en los ojos.
Después de que abriera todos los regalos salieron de la casa y se
dirigieron al garaje de Fred. Y Bradley vio allí lo que evidentemente era un
coche por el tamaño, pero estaba envuelto en un papel con un gran lazo. Sin
duda, lo del envoltorio había sido cosa de las chicas. Y cuando rasgó el
papel se quedó de piedra al ver el BMW. Se emocionó de tal forma que se
abrazó a Kate y estuvo llorando largo rato. Y cuando fue a darle las gracias
a Logan volvió a emocionarse y el chico se abrazó a él llorando.

Ellie se adelantó y dio a luz el día veintiuno de noviembre, cuatro días


antes de salir de cuentas, a un precioso niño.
Dos semanas después celebraron el cumpleaños de Taylor, que cumplía
quince años. Fue la primera fiesta que celebraron en la casa de Logan.
Había invitado a los amigos del instituto y celebraron la fiesta en uno de los
salones de la casa. Decidieron que el grupo de amigos no iría, ya que era
viernes y se verían al día siguiente en casa de Carter, como hacían cada
sábado. Y allí le darían los regalos.
El sábado de la semana siguiente celebraron en casa de Carter su
cumpleaños, cumplía treinta y tres años, aunque había sido unos días antes.
El siguiente sábado tuvieron otra celebración. Ese mes cumplían años
muchos del grupo. Aunque agradecían cualquier celebración para volver a
estar juntos. Los amigos estaban cada vez más unidos, como si fueran una
gran familia. En esa ocasión fue Kate, que cumplió veintiocho años el día
quince, pero al ser jueves, lo dejaron para el sábado. Y Logan le regaló un
coche, un Mercedes, que la sorprendió muchísimo. Y unos día después,
cumplió años Dexter, trece años, pero la celebración no fue muy sonada,
para que el niño no se alterara. Aunque parecía que se sentía bien con todos
los amigos y, sobre todo, con su abuela y Clara, que adoraban al pequeño.
Louise y Anne se estaban ocupando de organizar la boda de Logan y
Kate. Se celebraría el sábado, dieciocho de febrero del siguiente año. Las
dos mujeres habían insistido en que esperaran un poco hasta que pasara el
frío, pero Logan dijo que quería casarse ya, y no hubo nada que lo
convenciera para cambiar de idea.
Pasaron los días y llegaron las navidades. Fueron unas fiestas
inolvidables para Kate y sus hermanos. Un día llegaron a casa y había un
gigantesco árbol de Navidad en el salón, medía más de tres metros. Ellos
nunca habían tenido un árbol de Navidad, porque Kate había preferido
comprar comida en vez de un árbol, que además necesitaría adornos.
Pasaron un par de días decorándolo y poniendo las luces. Y además,
adornaron el salón y la escalera, con detalles navideños.
El miércoles, veintiocho de diciembre fueron todos, niños incluidos, a la
casa de las montañas de Carter. Aunque Patrick y Louise prefirieron
quedarse en casa, al igual que Anne y Clara. Kate y sus hermanos habían
estado allí el año anterior por esas fechas, cuando creía que nunca más
volvería a ver a Logan. Pero esos días fueron muy diferentes, porque
Logan, Kate y los niños ya eran una familia, aunque no se hubieran casado.
Habían decidido entregarse allí los regalos de Navidad. Logan había sido
muy generoso con Kate, al igual que sus amigos. Fueron unos días
entrañables en los que celebraron el cumpleaños de Logan, que cumplió
treinta y tres años, al mismo tiempo que dieron la bienvenida al Año Nuevo.
Y no hubo día en que no picaran a Sean, diciéndole que ahora sí era el
único que quedaba sin pareja. Y él agradeció que su madre no estuviera con
ellos.
La siguiente semana Kate asistiría a su primera fiesta de etiqueta con sus
amigos. Estaban invitados Delaney y su padre, con sus mujeres, y Sean,
pero los tres tenían suficiente influencia para que invitaran al resto de sus
amigos.

Logan, Sean y Bradley esperaban en el recibidor de casa de Logan a que


Kate terminara de arreglarse. Cuando la oyeron bajar las escaleras
levantaron la vista. Logan la miró de arriba abajo. Ese vestido lo habían
diseñado para que una mujer estuviera atractiva, pero también para que los
hombres que la miraran disfrutaran de él.
Logan solo pensó en conservar en su mente la imagen de ella en ese
momento para el resto de su vida. El vestido de seda blanco se ajustaba a
sus curvas como una segunda piel. Esas curvas que él había acariciado con
devoción. Pensó en los dos primeros días que habían estado juntos, en cómo
había recorrido con sus labios hasta el último centímetro de su piel.
Se sintió celoso de la prenda de seda que rozaba su cuerpo con
delicadeza en todos los puntos que él deseaba poner sus labios. Sentía un
impulso casi incontenible de acariciarla. Llevaba los pendientes con dos
hileras de brillantes que Logan le había regalado en Navidad, a juego con el
collar y la pulsera. Los zapatos de tacón de aguja altos hacían que sus
piernas parecieran más largas de lo que ya eran, a pesar de que no se le
veían. Llevaba el pelo recogido hacia arriba con un pasador, también de
brillantes, lo que hacía que destacara el precioso bronceado que había
adquirido recientemente en el jardín de su casa, a pesar del frío, y que
contrastaba con el blanco inmaculado del vestido.
—Estás preciosa —dijo Sean cuando Kate bajó el último peldaño.
—Gracias.
—La palabra preciosa no define tu aspecto. Estás deslumbrante —dijo
Logan.
—Mi hijo tiene razón. Estás increíble —dijo Anne.
—Gracias. Vais a hacer que me ruborice.
Bradley miraba orgulloso a su hermana.
—Hasta que volvamos estás a cargo de todo —dijo Logan al chico.
—Defenderé el fuerte, descuida —dijo Bradley sonriéndole.
—De eso no me cabe la menor duda.
—Que os divirtáis.

Kate no podía creer que estuviera allí. La mansión en la que estaban era
impresionante, aunque demasiado ostentosa para su gusto. Las mujeres
deslumbraban con sus elegantes vestidos y sus espectaculares joyas.
Aunque ella también llevaba un vestido precioso que, según como habían
reaccionado Logan y Sean, sabía que le sentaba de maravilla. Y sus joyas
eran tan impresionantes como las que lucían a su alrededor. Y podía decir lo
mismo de sus amigas.
Kate bailó con todos sus amigos y con algunos conocidos de ellos. Dio
gracias por haber ido a clases de baile el último año de instituto. Porque sus
amigos bailaban como si fueran profesionales, Logan incluido.
Kate estaba con sos mujeres que le acababan de presentar y contemplaba
a Logan y a sus amigos, que estaban hablando y riendo. Kate desvió la
mirada por la sala fijándose en los otros hombres, pero no vio a ninguno
como ellos. No pudo clasificarlos en una categoría de hombres, porque
pertenecían a un grupo, en el que solo estaban ellos.
Logan la miró desde la distancia y se dio cuenta de que estaba
mirándolo. Le dedicó una sonrisa, que hizo que el corazón de Kate se
saltara un latido. Era una sonrisa que reservaba únicamente para ella y le
decía te quiero. Kate le sonrió a su vez, deseando que él adivinara en ella
todo lo que sentía por él.
Kate estaba pasando una noche espectacular. Era maravilloso tener a
todos esos hombres como amigos, que coqueteaban con todas ellas,
haciéndolas sentir como únicas y especiales.
Sean estaba bailando con Kate, cuando Logan se acercó a ellos.
—Sean, ¿te importa que baile con mi mujer?
—Aún no es tu mujer.
—Lo que tú digas. Si espero a que termine este tema, se me adelantará
otro hombre y no podré bailar con ella.
—¿Tú quieres bailar con él, cielo? —preguntó Sean a Kate.
—Me muero de ganas por hacerlo —dijo Kate sonriendo a su amigo.
—En ese caso, no hay problema. Te veo luego —dijo besándola en la
mejilla y separándose de ella.

Logan colocó las manos en posición y comenzaron a bailar.


—No he podido apartar la vista de ti en toda la noche.
—Ni yo de ti. El traje de etiqueta te sienta de maravilla.
—Gracias, cariño. Te has recuperado muy pronto del embarazo.
—Excepto por el pecho. Es lo que tiene dar de mamar.
—A mí me gusta tu pecho. Aunque también me gustaba antes. ¿Cómo te
sientes por lo de la boda?
—Ansiosa. Quiero que seas mío.
—Ya soy tuyo.
—Pero quiero que todos lo sepan.
—Esa es una buena razón. Para haberme dicho anoche que no sabías
bailar, lo estás haciendo de maravilla.
—No te dije que no sabía, dije que no sabía si me acordaría. Aunque tú y
yo ya habíamos bailado.
—Lo recuerdo, fue en la fiesta de despedida de Ryan.
—Sí. Pero, aunque no supiera bailar, es fácil seguir a un hombre que se
mueve con tal destreza y seguridad.
—Cada vez que hablas me pones a cien.
Logan nunca había estado tan excitado. Bailaban tan pegados que las
piernas de ambos se entrelazaban. Logan sentía la calidez de ella. Y, por
supuesto, ella también podía sentir su miembro, que se frotaba sobre el sexo
de Kate con suavidad, haciendo que el deseo se incrementara.
Logan quería marcharse para tenerla para él solo.
—Vámonos a casa —le dijo él al oído.
—Oh, ¿tan pronto? Con lo bien que lo estamos pasando.
—En casa lo vamos a pasar mejor.
—¿Estás seguro? —dijo ella mirándolo con una sonrisa traviesa.
—Completamente seguro.

Kate estaba sentada en el asiento del copiloto del Tesla de Logan. Él se


sentó al volante y salió de la propiedad. Luego se unió al tráfico. Logan se
giró a mirarla y la vio sonreír.
—¿Qué ocurre?
—Conduces con seguridad, como cuando bailas o haces el amor,
tomando las riendas del placer con esa habilidad tan devastadora.
—Has bebido bastante, ¿eh?
—Un poco, pero me siento genial.
—Ya lo veo.
—Compartir un espacio tan pequeño con un hombre que parece la
personificación del pecado, no es una sensación muy relajante.
Logan se giro hacia ella de nuevo y sonrió. Kate lo miró. Sus ojos eran
grises como la plata y la miraban con tanta intensidad que casi podía
palparse. En su mirada podía apreciarse la astucia y la sonrisa,
perfectamente estudiada. Sus perfectas facciones le daban un punto extra de
masculinidad, cosa que no necesitaba en absoluto.
Logan paró de pronto el coche junto a la acera, en un hueco que vio
libre. Se desabrochó el cinturón de seguridad y se acercó a ella para besarla.
Si Kate había pensado que iba a arder cuando Logan la sujetó de la nuca
se equivocó, porque cuando Logan convirtió el beso en algo más intenso,
más profundo y más apasionado, Kate era una hoguera. El fuego que sentía
en su interior se avivó consumiéndola. No podía respirar. Contempló los
ojos de ese hombre, que hacía que la excitación se apoderara de ella en
segundos.
—Arranca y vámonos, de lo contrario tendrás que terminar aquí lo que
has empezado.
—¡Hostia puta!
—Y te aseguro que no me importará en absoluto. Tengo las bragas que
se podrían escurrir.
—No sé cómo te las arreglas, pero siempre me pones a cien —dijo él
arrancando el coche y saliendo a toda velocidad.
Capítulo 30
Kate se despertó intranquila. Era el día de su boda. Jamás había pensado
que un día se casaría, y mucho menos, que lo haría con un hombre como
Logan. Pero ahí estaba, y el día había llegado. Anne le había dicho a su hijo
que esa noche no debería dormir con Kate, pero Logan la había ignorado.
Kate se giró para mirarlo y sonrió al verlo profundamente dormido. Qué
suerte había tenido en entrar en su iglesia y no en otra, pensó. No estaba
acostumbrada a tener suerte pero, ¿acaso no se la merecía?
—Buenos días, cielo —dijo Logan abriendo los ojos y viendo que lo
miraba—. No sabía que estabas despierta.
—Acabo de despertarme.
—¿La pequeñaja no se ha despertado?
—Está despierta, pero está ahí dando patadas. Voy a darle de comer.
—Muy bien. Cuando termines me la llevaré a dar un paseo —dijo
Logan.
—Te gusta mucho estar con tu hija, ¿eh?
—No me separaría de ella ni un solo minuto.
—A mí me pasa lo mismo.
—Puede que algún día me la lleve al trabajo, quiero presumir de ella.
—Cada vez se parece más a ti.
—Eso me gusta.
—A mí también. Al final ha sacado tus ojos grises. ¿Te he dicho alguna
vez que me gustan mucho tus ojos? Bueno, la verdad es que me gusta todo
de ti.
—Gracias, cariño. A mí me pasa lo mismo.
—Deberíamos pensar en serio en el nombre, no podemos seguir
llamándola, pequeñaja, bebé o renacuajo.
—Tienes razón. Lo pensaremos durante el viaje de novios.
—Vale.
—¿Cómo estás?
—No muy bien. Tu madre estará enfadada conmigo, por haber permitido
que pasaras la noche en mi cama.
—Tengo que aclararte que esta no es tu cama sino la mía, aunque me
gusta mucho que duermas en ella, así que, si tiene que decirle algo a alguien
será a mí —dijo él acariciándole la mandíbula—. De todas formas, no
tienes que preocuparte por mi madre, te adora y no te lo tendrá en cuenta.
—También estoy intranquila por la boda.
—No tendrás dudas.
—Claro que no, no es eso. Pero tu madre se ha esforzado mucho
organizándola y quiero que todo salga bien.
—Recuerda que Louise ha organizado la boda de tres de nuestro amigos,
y lo están haciendo juntas.
—Sí, lo sé. ¡Oh, Dios mío!
—¿Qué pasa?
—Acabo de darme cuenta de algo.
—¿De qué?
—¿Nathan es tu abogado?
—Sí.
—Tienes que llamarlo rápidamente para que redacte un acuerdo
prematrimonial. Seguramente se te pasó por alto ese detalle, y yo no había
pensado en ello hasta ahora.
—¿Para qué quieres un acuerdo prematrimonial?
—Porque tú eres rico y yo no tengo nada. Si te sucediera algo…
—Cariño. Tengo arreglados los papeles de la adopción y serán efectivos
tan pronto nos casemos.
—Pero, Logan, tienes que pensar bien las cosas. Tú tienes mucho dinero.
Y, además… ellos no son tus hijos.
—En unas horas serán mis hijos. Y he de aclararte, que todo lo que tengo
también es tuyo, no hay nadie en quien confíe más que en ti. Y, además, de
momento, no tengo intención de morirme.
—¿Y si nos separamos?
—Yo no pienso separarme. Y si alguna vez se te pasa por la cabeza
hacerlo tú, deberías pensarlo muy bien, porque me quedaré con los niños.
—No serías capaz —dijo Kate mirándolo con los ojos abiertos como
platos.
—Por supuesto que sería capaz.
—De todas formas, no voy a separarme nunca de ti. He pasado muchas
penurias hasta encontrarte. Y te quiero con locura.
—Yo tampoco permitiría que te alejases de mí. ¿Acaso todavía no sabes
que ya no podría vivir sin ti? —dijo Logan.
—No sabes cuánto te quiero.
—Sí lo sé.
—No me has dicho dónde vamos a ir de luna de miel.
—Y no voy a hacerlo.
—Me enteraré tan pronto lleguemos al aeropuerto.
—Es posible.
—¿Crees que lo nuestro saldrá bien?
—Llevamos viviendo juntos casi cuatro meses. ¿Crees que las cosas nos
han ido bien es ese tiempo?
—Han ido muy bien. Eres un hombre maravilloso, y me ha encantado
vivir contigo todo este tiempo. Y te has portado muy bien conmigo y con
mis hermanos.
—He hecho lo que hubiera hecho cualquiera.
—Seguro que sí —dijo ella con sarcasmo—. Nadie se habría portado
como tú. Has hecho obras en el ático para que Bradley tenga su habitación,
un estudio, un salón y un baño. Y lo has amueblado todo. Además, le has
comprado un televisor enorme y un equipo de música increíble.
—El equipo de música y la pantalla de televisión no los he comprado yo,
eran los que Sean compró para vuestra casa. Está estudiando arquitectura y
necesita espacio
—No digas tonterías. A Bradley le habría bastado con tener un escritorio
en su dormitorio, sabes que no es exigente.
—Lo sé, pero ya no es un niño. Además, de esa manera, cuando vienen
sus amigos tienen intimidad.
—También le has pagado el carnet de moto.
—Es que lo necesitaba. ¿Querías que la moto estuviera muerta de risa en
el garaje?
—Le has ofrecido la casa de invitados para cuando quede con alguna
chica.
—¿Prefieres que traiga chicas a casa?
—Le has dicho que cuando acabe la carrera puede quedarse a vivir en la
casa de invitados.
—Eso, si quiere independizarse. Pero si no le gusta vivir tan cerca de
nosotros, le compraré una casa en la zona que él elija.
—Claro, cómo no. ¿Y qué me dices del coche que le regalaste en su
cumpleaños?
—No me gustaba que fuera con el tuyo, ya tenía muchos años, y no
podía decirse que fuera muy seguro.
—¿Y tenía que ser un BMW?
—Es un coche seguro.
—Tienes respuesta para todo, ¿eh? Eres un hombre maravilloso.
—Gracias, cariño. ¿Sabes que me gusta mucho vivir contigo? —dijo
Logan para cambiar de tema.
—No me lo habías dicho.
—Me gusta la sensación de volver a casa, tener un sitio donde hay
personas que me esperan. Me hace sentir abrumado y feliz a la vez.
—Te quiero, Logan.
—Y yo a ti, preciosa.
—Pero no me gusta que gastes tanto dinero. Y yo tampoco necesitaba
ese coche tan caro que me regalaste, aunque he de admitir que me encanta
—dijo ella con una sonrisa coqueta.
—Pues esto te va a encantar más —dijo Logan poniéndose sobre ella y
cubriéndolos con el edredón—. Y deberías empezar a referirte a ellos por su
nombre, nada de mis hermanos, piensa que a partir de hoy serán nuestros
hijos.
—Tienes razón. Me encanta ser tan joven y tener un hijo de diecinueve
años —dijo Kate.
—A mí también.

La boda fue preciosa. El padrino de Logan fue Carter, su amigo de toda


la vida. Y Bradley fue quien llevó a Kate al altar. Tuvo todo lo que
cualquier chica hubiera deseado. Nathalie, la hija de Nathan y Christian, el
hijo de Delaney, iban echando pétalos de rosas blancas por el largo pasillo
de la preciosa iglesia. David, el amigo de Logan sacerdote, era quien los iba
a casar. Una niña llevaba los anillos sobre un cojinito de terciopelo. Esa
niña era Brianna, la hija de Delaney, que ya tenía experiencia, porque no era
la primera vez que lo hacía. Y tres damas de honor impresionantes y
espectaculares. Sus tres amigas se habían recuperado del parto, al igual que
ella, y lucían maravillosas con sus increíbles vestidos.
Cuando Logan vio aparecer a Kate del brazo de Bradley, sonrió. Habían
elegido el vestido entre todos los amigos, excepto Logan, claro.
El momento de ir a ver vestidos de novia se había convertido en una
tradición para los amigos, que había empezado con Tess. Las mujeres
elegían los que más les gustaban y luego los hombres iban a verla
probárselos y elegían el que les gustaba a ellos. Jane, la dueña de la tienda
de novias, estaba encantada de tener a todos esos hombres increíbles en su
establecimiento.
Kate llevaba un vestido color marfil, entallado hasta la cintura, lo que
hacía que se apreciaran sus espectaculares pechos. Las joyas que lucía eran
sencillas, pero maravillosas. El pelo lo llevaba suelto y recogido con una
diadema de diamantes, que Logan había hecho que le llevaran a la
habitación cuando se estaba vistiendo, y desde donde salía el velo, que caía
por la parte de atrás del vestido. Logan pensó que parecía la princesa de una
película de Disney.
Logan pronunció sus votos mirándola a los ojos y luego lo hizo ella de la
misma forma. No fue una ceremonia larga, pero sí muy emotiva. David, el
sacerdote, se veía feliz de casar a su amigo. Cuando dijo puedes besar a la
novia, Logan no lo demoró. Metió los dedos entre sus cabellos y la sujetó
de la nuca. Se aferró a su boca con fiera desesperación e hizo que Kate se
sintiera confusa y poderosa a la vez, devolviéndole el beso con la misma
pasión. Se separaron al escuchar las risas de sus amigos y ambos se
volvieron a mirarlos sonriendo. Por lo visto, ese beso largo y excitante,
también se había convertido en una tradición entre ellos.
La cena fue algo espectacular. La decoración del salón era una maravilla
y la comida deliciosa. Comieron la tarta nupcial y con el brindis final,
Carter dijo unas palabras sobre su amigo, lo que hizo reír a los invitados. Y
luego fue Delaney quien habló de Kate. Dijo cosas tan bonitas de ella y de
lo que había hecho durante su vida, que no pudo evitar que las lágrimas
rodaran por sus mejillas.
Poco después los novios abrían el baile.
—Esto es un sueño —dijo Kate mientras bailaban.
—No, cariño, esto es la realidad. Este ha sido el segundo mejor día de mi
vida.
—¿El segundo?
—El primero fue el día que nació nuestra hija.
—Tienes razón. Ese día también fue el mejor de mi vida. Voy a echarla
de menos los días que estemos fuera. ¿No crees que deberíamos llevarla con
nosotros? —dijo Kate.
—Yo también la echaré de menos, pero estará muy bien en casa. Habrá
mucha gente para cuidar de ella.
—Lo sé.
—Y la luna de miel es importante —dijo él guiñándole un ojo.
—Desde luego que es importante.
Ambos bailaron con los amigos, después de que Logan lo hiciera con su
madre y con Clara.
Kate se reunió con sus hermanos poco después.
—Esto es una fantasía hecha realidad —dijo Bradley.
—Pareces una princesa —dijo Taylor.
—Me siento como una —dijo Kate—. Echo de menos que Dexter no
esté aquí.
—Está mejor en casa. A pesar de considerar a tus amigos también suyos,
ya sabes que no lleva muy bien lo del ruido y las multitudes. Estará muy a
gusto durmiendo en su cama desde las nueve de la noche.
—Sí, lo sé —dijo Kate—. Desde que Logan y yo nos hemos casado, ya
no somos hermanos.
—Lo sabemos —dijo Bradley sonriéndole—. Ahora eres nuestra madre.
—A mí me gusta que seas nuestra mamá. De todas formas, para mí
siempre has sido como mi mamá —dijo la niña.
—Hemos pasado por muchas cosas juntos. Quiero que sepáis que os
quiero muchísimo y que no me arrepiento de nada de lo que hice, a pesar de
las penalidades que hemos pasado —dijo Kate.
—Yo también te quiero muchísimo. Y estoy muy agradecido por lo que
hiciste por nosotros, y por lo que Logan y tú estáis haciendo —dijo Bradley
—. Es un hombre increíble, el hombre que te mereces.
—Yo pienso exactamente lo mismo. Te quiero, y no podría tener a una
madre mejor que tú —dijo Taylor abrazándola muy fuerte.
—Logan y yo nos iremos pronto. Cuidad de Dexter, de Anne y de Clara.
Y también de la pequeñaja —dijo Kate.
—Lo haremos. No tienes que preocuparte por nada. Divertíos en vuestra
luna de miel —dijo Bradley.
—¿Sabéis dónde me llevará Logan de viaje?
—Sí, pero no te lo vamos a decir —dijo Taylor.
—De acuerdo. Os llamaré todos los días.
—Vale.
Poco después los novios se despidieron de todos los invitados y dejaron
para el final a sus amigos. Kate los abrazó a todos y volvió a llorar. Luego
subieron a cambiarse.
—No sabes las ganas que tenía de que llegara este momento.
—¿Para qué?
—Para quitarte el vestido.
—¿Vamos a hacer el amor ahora?
—No, cariño. Eso lo haremos más adelante, pero me muero de ganas por
saber lo que llevas debajo.
—Eres malo.
Después de cambiarse fueron al cuarto de la pequeña y él no pudo
reprimir las ganas de despertarla para achucharla entre sus brazos.

Al llegar al aeropuerto, Kate se dio cuenta de que no iba a enterarse del


destino del vuelo. El coche de Delaney, que conducía Jack, se detuvo frente
al precioso jet, que ponía Stanford en la cola. Jack sacó el equipaje del
maletero y lo subió al avión.
—Delaney te ha dejado su avión.
—Sí. Nuestra noche de bodas será entre las nubes.
—Eso me va a gustar.
Jack abrazó a Kate muy fuerte y le dio un buen apretón de manos a
Logan para despedirse.
Subieron al avión y se sentaron, el uno frente al otro en los enormes y
cómodos sillones.
Kate miró a su marido. Seguía asustándole lo que sentía por él. Se
estremecía con sus caricias y el corazón se le aceleraba con la expectativa
de volver a verlo. Y cuando la besaba, algo desconocido y maravilloso
despertaba en ella, como si en su interior se encendiera una luz. Se
preguntaba si siempre le ocurriría lo mismo.
Fue un destino largo, pero a ninguno de los dos se lo pareció, porque
estuvieron casi todo el vuelo haciendo el amor en el dormitorio que Tess y
las chicas habían decorado para ellos. Y cuando decidieron terminar,
estaban tan cansados que se quedaron dormidos.
Se despertaron poco antes de llegar a su destino, y porque Logan había
puesto la alarma del móvil.
Jack lo había organizado todo para que un coche los recogiera tan pronto
bajaran del avión. Después de pasar el control del aeropuerto los llevaron al
hotel.
Kate sonrió al ver el nombre Hotel Stanford en la entrada.
—¿Aún no adivinas dónde estamos? —preguntó Logan cuando bajaron
del coche.
—No tengo dudas de que estamos en Europa. Y por el acento del chófer
y por la lluvia, apostaría que estamos en El Reino Unido.
—Qué mujer más lista tengo —dijo cogiéndola de la mano para llevarla
al interior del hotel, y dejando que el botones se encargara del equipaje.
—Bienvenidos a Dublín —dijo la chica de recepción cuando se
acercaron al elegante mostrador.
—Gracias —dijeron los dos a la vez.
Logan le entregó los pasaportes. La recepcionista le dio la llave al
botones y el chico les acompañó a la suite para mostrársela. Kate se quedó
maravillada con la suite. Logan le dio una buena propina y el botones se
marchó con una amplia sonrisa en los labios.
—Es una suite preciosa.
—Ya te dije que todos los hoteles de Delaney eran de cinco estrellas.
—Desde luego hacen juego con su propietario.
—¿Quieres decir que piensas que Delaney es un hombre de cinco
estrellas?
—Por supuesto, igual que tú —dijo ella acercándose a él y besándolo en
los labios—. ¿Sabías que deseaba venir a Irlanda?
—Me lo dijo Bradley. Aunque no sé si ha sido buena elección. Tengo
entendido que aquí llueve a menudo.
—No importa, los días que llueva nos quedaremos en la cama —dijo ella
susurrándole de forma seductora al oído.
—Cielo, cuando digo a menudo, me refiero a casi a diario.
—Eso me va a gustar.
—Eres una descarada. Pensé que querías venir a Irlanda para conocer la
isla.
—Iremos de excursión, los días que no llueva. Y si no nos da tiempo a
verlo todo, podemos volver en otro momento, y tal vez en verano. Total,
eres millonario.
—Parece que te vas acostumbrando a tener dinero.
—Una se acostumbra pronto a eso.
—Cada vez me gusta más la idea de estar aquí —dijo él sonriendo—.
¿Qué quieres que hagamos?
—Bueno, teniendo en cuenta el día tan gris que hace, y que está
lloviendo, propongo que nos metamos en la cama.
—¿Estás cansada?
—Yo no he dicho que sea para dormir —dijo Kate de forma coqueta.
—Pues eso me gusta.
—Mira, nos han dejado champán, ¿lo abrimos?
—Claro —dijo él acercándose a la mesa para descorchar la botella y
servir la bebida en dos copas.
—Más tarde podemos pedir la cena —dijo Kate, cogiendo la copa que él
le entregó.
—¿No quieres bajar al restaurante? Puedo asegurarte que estará a la
altura de la suite.
—No esperaba menos de Delaney, pero hoy prefiero cenar aquí y
disfrutar de mi marido a solas.
—Me parece genial. ¿Quieres que deshagamos primero el equipaje?
—No necesito ropa hasta que deje de llover.
—Lo que yo digo, eres una perfecta descarada —dijo él riendo.
Logan se acercó a ella y la besó. Luego se desnudaron el uno al otro e
hicieron el amor. Dos horas después estaban abrazados debajo del edredón.
—¿Qué habría pasado si no hubiera dejado el sacerdocio?
—Cuando falleció tu padre y desapareciste, fui a tu iglesia y vi que había
otro sacerdote. Pensé que habías pedido que te trasladaran a otra iglesia y
que no volvería a verte. Intenté olvidarte, pero fue totalmente imposible.
Creo que, aunque no hubiera vuelto a verte, te habría olvidado con el
tiempo, pero siempre te habría llevado en el corazón.
Poco después estaban profundamente dormidos.

Sean bajó de su Porsche y se quedó apoyado en él. Había quedado con


un cliente para que le enseñara los dos apartamentos que acababa de
comprar, porque quería reformarlos y hacer solo uno.
La detective Connors se dio cuenta de que la estaban siguiendo. Sin duda
habían descubierto su tapadera. Al ver a Sean allí de pie, que parecía estar
esperando a alguien, se acercó a él para que quien la seguía pensara que era
ella a quien esperaba y así despistarlo, y esperando que ese hombre no
reaccionara mal.
Sean la vio acercarse y se incorporó. Guardó el móvil en el bolsillo de la
cazadora y le echó un buen vistazo a esa desconocida, que le parecía
preciosa y que se acercaba a él sonriendo. Cuando llegó hasta él se
sorprendió, porque la chica le rodeó el cuello con los brazos, pegándose
totalmente al cuerpo de él, y lo besó. Y no ligeramente en los labios.
Sean se sintió algo desconcertado, porque era una desconocida, así y
todo, se movió por puro instinto, le rodeó la cintura con los brazos y le
devolvió el beso. Y no se arrepintió, porque le gustó tanto besarla, que se
excitó.
Sean abrió los ojos y vio a un hombre por encima del hombro de ella.
Llevaba un arma en la mano y estaba apuntando a la espalda de la chica que
tenía entre sus brazos. Sin pensarlo dos veces, la hizo a un lado, y entonces
sintió el impacto del disparo en su pecho.
La detective notó el peso de él, resbalando hasta el suelo. Se giró para
mirar atrás, por si quien había disparado seguía allí, pero ya no estaba. La
gente se alejó de ellos al oír el disparo. Ella se arrodilló en el suelo junto a
Sean. Intentó no moverlo, por si empeoraba las cosas. Se sacó la chaqueta
rápidamente, la dobló y se la puso debajo de la nuca, levantándole la cabeza
con cuidado, para que estuviera más cómodo. Luego se quitó el suéter y lo
colocó sobre la herida, apretando la prenda sobre ella. Sacó el móvil del
bolsillo de su chaqueta, sin dejar de presionar la herida con la otra mano
sobre el suéter, para que dejara de sangrar.
—Soy la detective Connors, necesito una ambulancia en la calle Empire,
junto al hotel Zafir. Han disparado a alguien y está inconsciente, pero
respira. Dense prisa —dijo ella antes de colgar.
La gente comenzaba a detenerse alrededor de ellos. La detective separó
el suéter de la herida y le dio la vuelta, al ver que estaba empapado de
sangre. Volvió a presionar fuertemente sobre la herida. Ella llevaba solo una
camiseta, y hacía un frío de muerte. Tenía la ropa, las manos y la cara
manchadas de sangre.
La ambulancia llegó ocho minutos después y subieron a Sean al
vehículo, y ella subió con ellos, sin apartarse de la camilla y sin dejar de
presionar sobre la herida, hasta que los profesionales se hicieron cargo.
Al llegar al hospital se llevaron a Sean rápidamente porque la bala estaba
dentro y tenían que operarlo.
La detective se identificó y pidió que le entregaran los objetos personales
para averiguar quién era y poder avisar a su familia. Media hora después le
dieron dos bolsas con las pertenencias de Sean.

La detective Connors se sentó en la sala de espera. A pesar de que solo


llevaba una camiseta de manga larga y estaban en Nueva York en el mes de
febrero, no sentía frío porque la calefacción del hospital estaba bastante
alta. Aunque, seguramente, también influía el que estuviera nerviosa.
Seguía manchada de sangre, de la sangre de Sean. Miró lo que había
dentro de la bolsa grande. Estaba la chaqueta de él y la de ella, que la
habían recogido del suelo cuando levantaron a Sean y el suéter
ensangrentado que había empleado ella para presionar la herida, y una bolsa
pequeña. En otra bolsa estaban los zapatos y los calcetines de Sean. Supuso
que el resto de la ropa de él la habrían cortado en el quirófano para
sacársela.
Dejó las bolsas grandes a un lado en el suelo y cogió la bolsa pequeña.
Vació sobre la silla que había junto a ella lo que había en el interior de la
bolsa. Cogió la cartera, la abrió y sacó el carnet de conducir. El herido se
llamaba Sean Stanford. Llamó a la comisaría y pidió que le pasaran con la
agente que se encargaba de localizar a las personas.
—Agente Swim.
—Hola, Helen, soy Abby. Necesito información sobre alguien.
—¿Sabes su nombre?
—Sean Stanford.
—¿Has dicho Sean Stanford?
—Eso es.
—Es un arquitecto importante, a no ser que haya otro Sean Stanford.
¿Qué aspecto tiene?
—Un metro noventa de altura, pelo castaño con mechas doradas, ojos
verdes...
—Es él —dijo la chica al otro lado del teléfono—. Es hermano de
Delaney Stanford, el magnate hotelero. Seguro que habrás oído hablar de él.
—¿Debería saber quien es porque ha estado en prisión?
—¡Por supuesto que no!
—No me suena de nada.
—¿No has oído hablar de los hoteles Stanford? Son hoteles de cinco
estrellas.
—Tal vez por eso no los conozco, solo he estado en moteles de mala
muerte.
—Así y todo, deberías haber oído hablar de él.
La detective recordó que Sean había guardado el móvil en el bolsillo de
la chaqueta, antes de que ella se le acercara, y rebuscó en la bolsa grande
hasta encontrarlo. No tenía contraseña y entró en sus contactos—. ¿Has
dicho que su hermano se llama Delaney?
—Sí, Delaney Stanford. ¿Necesitas su teléfono?
—No, ya lo tengo, gracias —dijo la detective al encontrar el nombre en
los contactos—. Luego hablamos. ¿Ha llegado Decker?
—No.
—Intentaré comunicarme con él. De todas formas, si lo ves por la
comisaría, dile que me llame.
—De acuerdo.

Delaney estaba en su despacho con Nathan, su abogado. Recibió una


llamada de un número desconocido y la ignoró. Un minuto después
volvieron a llamarlo y él colgó de nuevo sin contestar. A continuación lo
llamaron una vez más y colgó de nuevo.
—¿Quién te llama?
—Ni idea. Es un número desconocido.
—Si vuelven a llamar pásamelo, yo contestaré —dijo el abogado.
—Vale.
Entonces recibió otra llamada, pero era de su hermano.
—Hola, Sean.
—¿Señor Stanford?
—Sí, soy yo. ¿Por qué tiene el teléfono de mi hermano?
—Le he llamado tres veces desde mi teléfono, pero no ha cogido la
llamada.
—No acostumbro a contestar llamadas de desconocidos.
—Lo he supuesto, por eso le he llamado desde el móvil de su hermano.
—¿Por qué tiene el teléfono de mi hermano? —preguntó Delaney de
nuevo.
Nathan que estaba sentado frente a él lo miró.
—Su hermano está en el hospital Reginald.
—¿Quién es usted?
—Soy la detective Connors.
—¿Le ha pasado algo a mi hermano?
—Le han disparado.
—¿Ha dicho disparado?
—Sí. Acaban de llevarlo al quirófano. Tenía la bala dentro y están
operándolo.
—¿Cómo está?
—No puedo decirle nada todavía, ha pasado poco tiempo y no me han
informado. Lo único que puedo decirle es que estaba inconsciente.
—¿Dónde está usted?
—Sigo en el hospital.
—No se mueva de ahí, estoy de camino.
—De acuerdo —dijo Abby, pensando que, seguramente, a ese hombre le
gustaba controlarlo todo.
—¿Qué pasa? —preguntó Nathan.
—A Sean le han disparado y está en el quirófano.
—Vámonos —dijo el abogado cerrando la carpeta que tenía el las
manos.
Salieron del despacho. Delaney parecía ausente, cosa rara en él, que
siempre estaba centrado en lo que hacía.
—Sarah, cancela todo lo de esta tarde —dijo Delaney a su secretaria—.
Y ocúpate de que también cancelen lo de Nathan.
—De acuerdo. ¿Ocurre algo?
—Sean ha tenido un accidente y está en el hospital, todavía no sabemos
qué ha sucedido, ni cómo está.
—De acuerdo, no te preocupes por nada. Si quieres que cancele lo de
mañana, dímelo.
—Gracias.
—Llámame cuando sepas algo de Sean —dijo la mujer.
—Lo haré.
Jack estaba dentro del coche, en la puerta del edificio, esperando a
Delaney para llevarlo a una reunión que tenía en veinte minutos. Delaney y
Nathan subieron al vehículo sin dar tiempo a que Jack les abriera la puerta.
Delaney llamó a su padre, y luego a Tess, su mujer, y le pidió a ella que
llamara a los amigos. Mientras Delaney hablaba por teléfono, Nathan le
contó a Jack lo poco que sabían de lo que había ocurrido. Y el hombre se
preocupó.

Delaney, Nathan y Jack entraron en la sala de espera. La detective los


miró. Sin duda el de los ojos verdes era hermano del herido, porque se
parecían muchísimo. Aunque la mirada de ese hombre era dura e
implacable, al menos, en ese momento. Desde luego no era como la de
Sean, que era toda calidez, pensó Abbey, extrañada y sorprendida de sí
misma, porque era la primera vez que pensaba en un hombre. Los dos que
iban delante caminaban con paso firme, muy seguros de sí mismos y ambos
estaban serios.
—Hola —dijo ella levantándose—. Soy la detective Connors.
Ambos la miraron de arriba abajo. Abby no se había cambiado de ropa,
porque no se había movido de la sala de espera. Lo único que había hecho
era limpiarse la cara y las manos con unas toallitas húmedas que le ofreció
la mujer de un paciente, aunque aún le quedaban rastros de sangre, sobre
todo, alrededor de las uñas. Pero la camiseta, que era azul claro, estaba
manchada de sangre por todas partes.
—Soy Delaney Stanford, y él es Nathan Brooks, mi abogado.
Stanford ni siquiera le dio la mano, seguramente para no mancharse,
pensó la detective. Ese hombre la habría intimidado, si no hubiera tratado
en alguna ocasión con capullos poderosos como él.
—¿Qué ha ocurrido?
—Su hermano ha sido una víctima colateral en un caso.
—¿Cómo ha sucedido? —preguntó Delaney.
—He de admitir que yo he tenido parte de culpa.
Abby vio como la expresión del rostro de Stanford se ensombrecía y la
miraba con los ojos entrecerrados.
—Explíquese.
—Estaba en una misión importante y me he dado cuenta de que me
seguían. Su hermano estaba esperando a alguien y he pensado dirigirme a
él, como si fuera yo a quien estuviera esperando.
—¿Y?
—Bueno, tenía que evitar que me descubrieran. Me he acercado a él y lo
he besado, para no darle tiempo a que dijera nada.
—¿Ha besado a mi hermano sin conocerlo?
—Habría besado a quien fuera, estaba en peligro.
—Y al hacerlo, ha sido él a quien ha puesto en peligro.
—Sí, lo siento.
—Termine de contarme lo sucedido, y yo le diré cuánto tiene que
sentirlo —dijo Delaney.
—Parece ser que su hermano ha visto al asesino por encima de mi
hombro y me ha echado a un lado para protegerme. Él ha recibido el
impacto que iba dirigido a mí. Lo siento muchísimo.
—¿Que lo siente? Ya puede rezar para que mi hermano salga de esta, de
lo contrario, puede estar segura de que acabaré con usted. ¡No tenía ningún
derecho a involucrarlo en su trabajo! De hecho, voy a llamar al alcalde para
que se encargue de que la suspendan. Usted no debería estar al servicio de
los ciudadanos, porque en vez de ayudarlos, hace que les disparen. Es una
incompetente y una irresponsable.
Abby lo miraba con los ojos entrecerrados, pero en silencio, más que
nada, porque sabía que tenía razón. A Sean le habían disparado por su
culpa.
Patrick, el padre de Delaney, entró en la sala de espera. Al oír que su hijo
levantaba la voz a una chica y verlo tan alterado, cosa que no era normal en
él, se acercó a ellos.
—Tranquilízate, Delaney. Nathan, haz que mi hijo se tranquilice,
mientras hablo con ella.
Otro Stanford, pensó la detective. Ese sería el padre, porque sus físicos
era muy parecidos. Aunque no parecía tan intimidante como su hijo.
—Hola, soy Patrick Stanford —dijo él dándole la mano.
—Detective Connors —dijo ella estrechándosela.
—Detective, es mejor que se mantenga alejada de mi hijo —dijo el
hombre llevando a la chica a un lado.
—Sí, ya me he dado cuenta.
—¿Puede decirme qué ha sucedido?
Abby repitió lo mismo que le había dicho a su hijo, al abogado y al
hombre que los acompañaba.
—Bien. Ya puede marcharse —dijo Patrick.
—No voy a irme hasta que su hijo salga del quirófano. Gracias a él sigo
con vida. He de saber cómo está.
—¿La sangre de su camiseta es de mi hijo?
—Sí, he venido en la ambulancia con él y no me he movido de aquí. Ni
siquiera me había dado cuenta de que estaba manchada —dijo ella
mirándose.
—¿Por qué no va a tomar un café?
—De acuerdo, volveré enseguida —dijo alejándose por el pasillo.
Patrick se acercó a su hijo, que estaba con Nathan y Jack, el chófer.
—Esa chica no tiene culpa de lo ocurrido.
—¡Por supuesto que la tiene! De hecho, es la única culpable. No tenía
que haberse acercado a Sean. Como no salga de esta va a saber quien soy
yo —dijo Delaney igual de alterado que hace unos minutos—. Voy a hacer
que la echen del trabajo.
—No vas a hacerlo, y tranquilízate.
—¿Cómo quieres que me tranquilice? Sean está luchando entre la vida y
la muerte.
—Tu hermano es tan culpable como ella. No tenía que echarla a un lado
para protegerla, pero lo hizo, ¿no?
Los amigos fueron llegando uno a uno y poco después la sala de espera
estaba llena.
Abby estaba sentada al fondo de la sala, apartada de todos. Se levantó y
se acercó a Patrick.
—Señor Stanford, he de marcharme. Tengo que redactar el informe de lo
ocurrido.
—Gracias por haber esperado.
—Volveré después del trabajo. ¿Le importaría llamarme si hay alguna
novedad? —dijo ella entregándole una tarjeta.
—No hace falta que vuelva. La llamaré cuando el médico hable con
nosotros —dijo él cogiendo la tarjeta.
—Volveré.
—Lo que usted quiera.
—Estas son las pertenencias que su hijo llevaba en el momento del
accidente —dijo ella dándole la bolsa pequeña.
—Gracias.
—El coche de su hijo está junto al hotel Zafir.
—Enviaré a alguien para que lo recoja.
—Siento muchísimo lo que ha ocurrido.
—Yo también.
Abby cogió la bolsa con la ropa de Sean y de ella, que tenía sobre una de
las sillas, y abandonó la sala de espera.

La detective volvió a las ocho y veinte de la noche. Patrick la había


llamado a media tarde, para informarle de que su hijo había salido del
quirófano. La operación había salido bien, le habían extraído la bala y no
tenía ningún órgano afectado. Pero que no se había despertado. Estaba en
coma. Y lo habían trasladado a una habitación.
Abby llamó a la puerta de la la habitación y Patrick fue a abrir.
—Hola, señor Stanford.
—Hola, detective. ¿Quiere pasar?
—Me gustaría. Gracias.
Abby entró en la habitación y miró la cama donde se encontraba Sean.
—Hola —dijo la chica mirando a la mujer que estaba sentada en un sofá
cerca de la cama.
—Louise, ella es la detective Connors, de quien te he hablado. Detective,
ella es Louise, mi mujer.
—Un placer conocerla, señora Stanford.
—Yo no puedo decir que sea un placer conocerla. Si no fuera por usted,
mi hijo pequeño no estaría aquí.
—Lo siento muchísimo. ¿Ha habido algún cambio? —preguntó la
detective, apartando la mirada de la mujer y dirigiéndose a Patrick.
—No.
—¿Le importa si me quedo un rato?
—Por supuesto que no. Pero estoy seguro de que mi hijo mayor vendrá a
ver a su hermano pronto y no creo que le guste verla aquí.
—Yo no le tengo miedo a su hijo.
El hombre sonrió, pensando que esa chica tenía agallas.
—Me sentaré en ese rincón y no molestaré.
—Bien. ¿Ha cenado? Puedo acompañarla al restaurante para que coma
algo.
—No he cenado, pero no tengo hambre. Gracias de todas formas.
Quince minutos después entraron Delaney, Nathan y Jack. Abby se
preguntó si ese hombre iría a todas partes con su abogado. No sabía que,
además de ser su abogado, era como un hermano para él. Delaney la miró al
entrar, y no de forma muy amable, pero ella no le apartó la mirada.
La detective se sorprendió al ver que Nathan le guiñaba el ojo. Bueno, al
menos ese hombre no era tan cretino como Stanford, pensó.
Abby pasó esa noche en el hospital. Patrick, Delaney, Nathan y Jack se
fueron cerca de medianoche, y la detective seguía sentada en la misma
butaca. Louise también se extrañó cuando se despertó, poco antes de las
seis de la mañana, y la vio en el mismo sillón, y dormida. Pero cuando
volvió a despertarse a las siete, cuando entró una enfermera, la detective ya
no estaba.

Logan recibió una llamada y cogió el teléfono medio dormido. Kate y él


habían pasado el día anterior en la cama y no podía decirse que hubieran
dormido mucho.
—¿Tess? —preguntó medio dormido.
—Veo que te he despertado.
—Sí, pero no te preocupes. ¿Sucede algo? Está todo bien en casa?
¿Nuestra pequeña está bien?
—En tu casa está todo bien. Es Sean.
—¿Qué le pasa a Sean?
Al escuchar a Logan pronunciar el nombre de Sean, Kate abrió los ojos,
se sentó en la cama y lo miró.
—Le han disparado y está en el hospital.
—¿Qué?
—Una detective ha llamado a Delaney para decirle que le habían
disparado y que estaba en el hospital.
—¿Es grave?
—Parece ser que sí. Lo han operado y le han sacado la bala, pero no se
ha despertado. Está en coma.
—¿Cuándo ha ocurrido?
—Hace unas horas. No sabía si llamaros, porque estáis de luna de miel,
pero quería que lo supierais.
—Gracias por llamar, Tess. Llámanos si hay alguna novedad.
Cuando Logan colgó, Kate estaba abriendo la maleta para sacar algo de
ropa, porque todavía no habían sacado nada de ella.
—Logan, organiza lo del vuelo para lo antes posible —dijo Kate.
—De acuerdo. Siento que…
—No lo digas. Podremos tener la luna de miel en cualquier otro
momento. Tenemos que estar allí. Lo único que siento es estar tan lejos,
porque vamos a tardar en llegar.
—Te quiero, cielo.
—Y yo a ti.
Kate se duchó mientras Logan hablaba con el piloto de Delaney. Tres
horas más tarde estaban en el avión de vuelta a Nueva York.

Logan llamó a Jack desde el avión para informarse de todo, porque no


quería molestar a Delaney. El hombre fue a recogerlos al aeropuerto y en el
trayecto les contó todo lo que había sucedido y el estado de Sean.
Logan y Kate entraron en la habitación del hospital sin ni siquiera ir a
casa primero. Kate se acercó a la cama y besó a Sean en la frente.
—¿Qué hacéis aquí? —preguntó Delaney al ver a la pareja de recién
casados y abrazando a Kate.
—¿A ti qué te parece? —dijo ella.
—Se supone que estáis de luna de miel.
—Irlanda es mejor conocerla en verano —dijo Kate sonriéndole—.
Aunque he de reconocer que me ha gustado pasar unas horas en uno de tus
hoteles. Era una maravilla.
—Gracias.
—Teníamos que estar aquí —dijo Logan abrazando a su amigo.
—Gracias por venir —dijo Delaney mirando a Kate y con lágrimas en
los ojos.
—¿Me das las gracias? ¿Acaso has olvidado todo lo que Sean ha hecho
por mí desde que lo conozco? ¿Y has olvidado lo que tú hiciste por mi y
mis hermanos? Además, hemos venido en tu avión —dijo ella sonriéndole
—. Tendrás que prestárnoslo de nuevo en verano para seguir la luna de miel
donde la dejamos.
—Podéis contar con él —dijo Delaney volviendo a abrazarla.

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