You are on page 1of 214

Enamorada de mi mejor amigo

Cuando un secreto pone todo en riesgo

Josefina Rossi
Copyright © 2018 Josefina Rossi
Todos los derechos reservados
Contenido

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Epílogo
Capítulo 1

Alonzo
Desde el lugar que tenía en el bar tenía una visión perfecta de la pista de baile.
Me senté de espaldas a la barra, descansando mis codos de forma perezosa en la
superficie del bar. A mi lado, mi amigo Cristian ordenaba para los dos otras rondas
de cervezas. Mientras le pagaba a la camarera -una rubia alta con joyas de oro
sonándole en los brazos - escudriñé la pista de baile y tomé nota de todos los
cuerpos escasamente vestidos, que me rogaban que los eligiera.
Una mujer joven con pelo negro corto y lápiz labial rojo me llamó la atención.
Su piel brillaba bajo los colores azul y rosa de las luces intermitentes del club, y me
dedicó una sonrisa sensual. Le devolví el gesto con un leve asentimiento de cabeza y
la miré lentamente a lo largo de su cuerpo. Sus largas piernas llevaron mi mirada a
un culo que era difícil de ignorar. Llevaba una falda corta de cuero y un top de
encaje negro, y su escote me susurraba dulces cosas. Se contorneó hacia los lados,
con los ojos todavía fijos en los míos, y comenzó a mover sus caderas de forma
tentadora al ritmo de la música.
Cristian me dio un codazo y me pasó una cerveza.
“Gracias, hombre”, le dije, volviéndome a mi amigo y golpeando el cuello de mi
botella contra la suya.
Cristian giró en su taburete y asumió la misma posición que tenía yo.
“¿Encontraste a alguna belleza digna de tu destreza?”, Preguntó lanzándome una
mirada petulante antes de señalar con la barbilla hacia la pista de baile.
“Quizás”, le dije, volviendo con la vista en busca de la chica de pelo corto que
me había llamado la atención. No pude encontrarla.
El club, Dante’s, estaba más concurrido que de costumbre. Había tantos
cuerpos apretados en el lugar, que las cortinas de terciopelo negro que cubrían las
paredes de ladrillo eran casi imposibles de ver. Durante mucho tiempo, el edificio se
había utilizado como panadería, y el nuevo propietario lo había convertido en un
club. No había querido quitar la vieja mampostería de las paredes, ya que los
ladrillos tenían casi setenta y cinco años, por lo que optó por cubrirlos con lujosas
telas. Esto le daba al lugar un ambiente muy gótico e íntimo cuando no estaba
iluminado con destellantes luces de colores de neón.
De repente, sentí una mano en mi rodilla.
Me volteé para encontrarme con un par de agudos ojos verdes bajo unas
marcadas cejas negras. Era la chica de pelo corto de la pista de baile. Sus labios
rojos estaban silueteados en una sonrisa suave, y estaba de pie inclinada con la
cadera hacia un lado, dándole a su cuerpo una curva sensual que envió una descarga
de emoción directo a mi entrepierna.
“Hola”, me susurró acercándose mientras uno de sus dedos trazaba un círculo
en mi pierna. “¿Te gustaría acompañarme al baño? Un hombre como tú no viene
muy a menudo, y quiero… -me dirigió una incisiva mirada de arriba abajo mientras
sus ojos verdes se encendían- aprovecharme de ti”.
Yo no era del tipo de hombres que esperaba a que me preguntaran dos veces.
De hecho, por lo general nunca tenían que preguntarme. Me pareció agradable este
cambio de rol. Me puse de pie y tomé su mano, le guiñé un ojo maliciosamente a
Cristian y me dirigí con determinación hacia los baños. La conduje a través de una
multitud de personas que bailaban apretujadas a lo largo del camino. La mayoría de
ellos se separaba para darme paso; esto era algo a lo que estaba acostumbrado. Era
más alto que casi cualquier persona en el club, y me habían dicho en numerosas
ocasiones que poseía cierta presencia. Cuando pregunté a qué se referían me dijeron
que tenía el aire de un hombre con el que no se debe buscar problemas. Así que
siempre usé esto a mi favor. Siempre.
Los baños de Dante’s eran lugares elegantes, especialmente los de mujeres.
Había estado ahí varias veces. Entonces, sabía a dónde me llevaría la chica desde el
momento en que ella tomó la iniciativa. Caminó más allá del salón con espejos en el
techo ubicado hacia el este, pasando las lujosas sillas de respaldo alto que estaban
dispuestas ahí para que las mujeres arreglaran su maquillaje, y más allá de los
sumideros. Finalmente, se detuvo en la puerta al final, levantó el puño y golpeó.
Quince segundos más tarde, una chica rubia con un caminar desequilibrado
tropezó, nos dio una sonrisa borracha, y pasó a nuestro lado. Otras mujeres nos
lanzaban miradas que estaban divididas a partes iguales entre la desaprobación y la
envidia.
La chica de pelo corto entró en el cubículo para personas con discapacidad,
agarró mi camisa por el frente y me jaló detrás de ella. Antes de cerrar la puerta
detrás de nosotros, le mostré a las mujeres que estaban frente a los espejos mi mejor
sonrisa pícara. Una me volteó los ojos. Las otras cuatro se rieron.
Cuando volví a mirar a la chica de cabello corto ya se había quitado el top por
encima de la cabeza y se exhibía orgullosa frente a mí. Llevaba un sujetador negro
de encaje transparente. Sus pezones estaban duros debajo de la delgada tela. Me
acerqué a ella, y levantó la barbilla para mirarme. No era para nada alta. La parte
superior de su cabeza solo me llegaba a los hombros, a pesar de que usaba unos
malditos zapatos altos.
Aprobé su elección respecto al cubículo. Teníamos mucho espacio. Tenía su
propio lavamanos que estaba ubicado debajo de un espejo que era bastante grande.
La moví hacia el espejo de manera estratégica. Ya había hecho eso antes, y quería
tener una visión hacia todos los ángulos.
Sus ojos miraban fijamente los míos cuando extendí la mano y se la puse en su
cintura. Atraje su cuerpo hacia mí y luego puse mi otra mano detrás de su cuello
para que doblara la cabeza hacia atrás. Bajé mi cara hacia ella y presioné mis labios
contra su boca, saboreando su lápiz labial y su lengua. Ella había estado bebiendo
vodka y tenía un sabor dulce. Una oleada de deseo recorrió mi cuerpo. Empujé mi
lengua entre sus dientes y exploré su boca. Ella gimió sin aliento en mi boca, y eso
fue suficiente para impulsarme a la acción.
Encontré el final de su falda y la tiré hacia arriba. Me costó un poco subírsela
por el culo. Una vez que su falda quedó en su cintura la agarré por el trasero y la
apreté, sosteniéndola contra mí ferozmente mientras me mordía el labio inferior
con los dientes. Miré al espejo y admiré su cuerpo desde atrás. Tenía hoyuelos en la
parte inferior de la espalda, y la curva de su columna vertebral invitaba a pasar los
dedos por la mitad de su espalda. Ella no llevaba pantaletas.
Mi tipo de chica.
Me susurraba al oído, me mordisqueaba el lóbulo de la oreja y luego me llenaba
de besos por mi garganta.
Lo que ella hacía me parecía demasiado bueno como para seguir con los
pantalones puestos. En el interior de mis jeans me sentía presionado y estaba
ansioso por salir libre. Ella pareció sentirlo, así que llevó sus dedos hasta la hebilla
de mi cinturón. Continuó besando mi cuello mientras desabrochaba la hebilla.
Ella se apartó de mí una vez que mis pantalones se abrieron y miró hacia abajo.
Quería saber con qué iba a estar tratando y al parecer no iba a hacerla esperar. Mis
jeans cayeron alrededor de mis tobillos, y me bajé mis boxers.
El brillo en sus ojos se intensificó mientras me miraba. Se mordió el labio
inferior y se acercó más. Sus dedos encontraron el borde de mi camisa que ella
subió hasta mi cabeza. Luego pasó sus dedos por mi pecho y mi estómago,
sintiendo los surcos de mi cuerpo.
“Esto era tal cual lo que creía que estaba escondido debajo de esa camisa”,
susurró y me sonrió tímidamente mientras me agarraba el miembro con su mano.
Al principio la movía lentamente, pero luego inició un ritmo más rápido, con lo cual
me hizo agradecer mi buena suerte por haber tenido el descaro de traerme a este
baño.
“Date la vuelta”, le dije, tomándola por las caderas y separándola de mí.
Se giró para mirar al espejo y me miró en el reflejo. Le besé el cuello y el
hombro mientras le desabrochaba el sujetador. Cayó al suelo, al lado de uno de sus
zapatos de tacón.
Sus pechos eran hermosos y firmes. Los agarré con mis manos y presioné mi
pene contra su espalda. Ella levantó su cabeza hacia mi pecho y continuó
mirándome en el espejo.
“Extiende tus piernas”, exigí.
Ella extendió su postura sin apartar sus ojos de mí. “Cógeme”, suplicó.
“Cógeme tan duro como puedas”.
Era lo que tenía en mente.
Le solté los pechos. Ella reemplazó mis manos con las suyas. Puse mi mano
sobre su espalda superior y la empujé contra el lavamanos. Ella se sometió y miró
por encima del hombro, viendo como tomaba mi pene en mi mano y la apretaba
suavemente contra su vagina. Ella estaba muy mojada y muy suave. Podía sentir la
palpitación en la punta de mi pene mientras me frotaba contra ella.
“Por favor”, gimió ella.
La penetré, deslizándome contra sus aterciopeladas paredes suaves. Ella estaba
apretada, y se agarró los senos firmemente cuando entré. Gimió una vez que se lo
había metido todo. Su espalda se arqueó más dramáticamente, y ella levantó la cara
hacia el techo, cerrando los ojos.
Saqué mi pene y nuevamente se lo metí. Repetí esto tantas veces hasta que
ninguno de nosotros pudo soportarlo más, sabía que iba a acabar, lo sentía en mis
bolas. Agarré sus caderas firmemente para disfrutarla con propiedad y me enterré
en ella una y otra vez. Extendió la mano y se agarró al soporte de mármol mientras
un grito de placer escapó de sus labios. Eso era todo lo que necesitaba para seguir,
le acaricié el culo y le di una palmada.
La cogí más duro. Sus piernas temblaban. Ella gritó de placer, y ese sonido solo
hizo que mi pene saltara dentro de ella.
Me alejé cuando estaba a punto de acabar y le di la vuelta. Ella no podía estar
parada de manera estable, lo que sentí como una señal segura de que estaba
haciendo un buen trabajo. La levanté con mis manos por debajo de su culo.
Envolvió sus brazos alrededor de mi cuello. Sentí la punta de mi pene presionado
contra su clítoris. Instintivamente una de sus manos bajo, tomo mi miembro y
ayudó a que se lo enterrara. La mire y sus ojos se blanquearon de placer y una
sonrisa curvó las comisuras de su boca.
Ahora la tenía en mi poder, la levanté arriba y abajo, arriba y abajo, y su vagina
se deslizaba sobre mi pene. Sus jugos hacían el recorrido más fácil, podía sentir el
sonido de sus fluidos mientras mi pene la golpeaba.
Enterró sus dedos en mi pelo y los jaló con su puño. Se inclinó y me besó con
fuerza, chupándome la lengua y explorándome con determinación. Podía sentir que
ella disfrutaba estar montada en mí, comenzó a moverse por la excitación y supe
que tendría otro orgasmo. Gimió en mi boca y ronroneo, soltó mi cabello y se alejó
un poco. Tenía las mejillas enrojecidas y los párpados pesados. Aún con mi pene
adentro, la dejé sobre el lavamanos y le separé las piernas. Apoyó un tobillo en mi
hombro y presionó sus dedos contra su clítoris. Ella comenzó a frotarse en círculos
lentos mientras yo continuaba empujando dentro de ella.
Saqué todo mi pene y luego se lo metí lentamente. Mi pene estaba resbaladizo
con sus fluidos, y su vagina estaba demasiado buena para resistir por mucho más
tiempo. La empujé más profundo que antes. Ella gritó en éxtasis. Sentí su pierna y
tobillo estremecerse contra mi hombro mientras ella sucumbía ante su tercer
orgasmo.
Enterré mi pene en ella tan profundo y tan duro como pude. Iba a acabar
pronto. Sus dedos se agarraron al borde del lavamanos mientras luchaba por
equilibrarse con cada estocada que le daba. Sus tetas le rebotaban, sus gemidos sin
aliento y su jugosa vagina me llevaron al borde.
Luego ella me miró fijamente y respiró: “acábame adentro”.
Perdí el control por completo. Empujé dentro de ella una última vez y la llené
con mi semen. Su vagina latió a mi alrededor mientras se tragaba todo.
Suspiró con satisfacción y levantó su tobillo de mi hombro. Yo todavía sostenía
sus caderas y comencé a bajarla suavemente hacia el piso, donde de alguna manera
logró balancearse precariamente sobre sus tacones de aguja. Agarró su falda y
movió sus caderas mientras tiraba de ella hacia abajo alrededor de sus muslos.
Se alejó de mí para mirarse al espejo otra vez. Su lápiz labial estaba corrido y
descolorido. Ella se inclinó hasta el suelo para recuperar su sujetador y su top. En
algún momento, un tubo rojo había caído al suelo. Lo agarró, le quitó la tapa y
repintó sus labios. Ella los frunció y los frotó mientras yo me limpiaba y me volvía a
poner los pantalones.
“Coges como un Dios”, me dijo mientras me miraba desde el espejo.
“Hago lo que puedo”.
Ella giró hacia atrás y se apoyó contra el mostrador, todavía desnuda de la
cintura para arriba. Cruzó sus brazos por debajo de sus pechos, y yo no aparté la
vista. Tiré de mi camisa sobre mi cabeza y pasé mis dedos por mi cabello en un
intento de bajar su volumen.
“Si te llamara alguna vez, ¿querrías volver a hacer esto?”, preguntó, mientras
levantaba una ceja.
“En realidad, no tengo teléfono” le dije, tratando de sacar las arrugas de mi
camisa. “Pero gracias de cualquier manera. Esto fue divertido”.
“¿Divertido?”, preguntó con un toque de irritación que oscurecía su voz.
“Sí”, dije con un ligero encogimiento de hombros. “Eres muy rica”.
Su irritación pareció desaparecer desde el momento en que le comenzó a
aparecer nuevamente una pequeña sonrisa en sus labios.
“Tengo que volver con mi amigo”, le dije, apuntando hacia la puerta del
cubículo.
Ella asintió y se giró hacia el espejo. “Te veré por aquí”, dijo mientras se ponía
el sujetador.
“Sí”, dije mientras abría la puerta y me salía.
Seis mujeres estaban de pie frente a los espejos mirándome. Me imaginé que
todas se habían estado arreglando antes de regresar al club para volver a pavonearse
frente a todos los hombres, pero se habían distraído con la cogida vigorosa del
hombre extraño que estaba en el baño para discapacitados.
No parecían molestas por mi presencia en el baño, pero sí un poco curiosas.
“Señoritas”, dije arrastrando las palabras mientras me deslizaba junto a ellas. Las
saludé levemente y me reí entre dientes cuando salí del baño, y un coro de risas
estalló detrás de mí.
Capítulo 2

Vanessa
Me incliné para apoyar mi frente en la parte superior del mesón. El escritorio
estaba atiborrado con papeles, mi lonchera para el almuerzo y cosas de oficina en
general. Mi jefe, Arturo Selman, director ejecutivo de Selman Publishing, había
llenado mi día con numerosas tareas que mantenían mi mente cansada. Ser su
asistente no era precisamente un paseo por el parque, y hoy era el tipo de día al que
le tenía un poco de temor.
Yo había llegado a las ocho de la mañana con su habitual taza de café en la
mano: un americano triple grande con un chorrito de jarabe de vainilla. Después de
entregárselo en su oficina, me dio un papel con una lista de las prioridades del día.
Después de organizar y preparar las tres reuniones de la junta, tuve que entrevistar a
seis posibles candidatos para una pasantía de verano, procesar el pedido mensual de
nuevos suministros de oficina y confirmar las citas de Arturo para el resto de la
semana.
Ahora, son casi las cuatro y media, y quería que el tiempo se apresurara en
pasar. Odiaba los lunes. Me pareció muy brusco este día luego del fin de semana.
Especialmente considerando que mi ritmo es lento, tranquilo, y que no hago nada ni
de día ni de noche durante el fin de semana. Había visto Netflix y había comido un
pote de helado de menta de chocolate yo sola entre el viernes y el domingo por la
noche.
Lo más destacado de mi fin de semana fue la llamada telefónica que recibí de
Alonzo el domingo por la tarde. Quería invitarme a cenar hoy lunes y mi
entusiasmo por verlo solo hacía que el tiempo pasara más lento.
Siempre he disfrutado mi tiempo con Alonzo. Me hace reír, sin importar lo
terrible que haya sido mi día. En general, era una gran compañía. Habíamos sido
amigos íntimos desde primer año y desde entonces me había enamorado por
completo de él, obviamente jamás se lo dije, yo no era el tipo de chica que él
buscaba.
Levanté la cabeza del escritorio y miré el reloj en la pantalla de mi computadora.
Todavía faltaban veinte minutos más antes de irme a casa y prepararme para la cena.
Me iba a encontrar con Alonzo en nuestro lugar favorito, un pequeño restaurante
italiano llamado The Italian Corner. Evoqué una imagen de él sentado frente a mí
en la cena.
Me imaginé su cabello castaño oscuro perfecto, y cómo se le escapaban algunos
mechones para caerle sobre la frente e incluso rozarle las pestañas. Esto hacía que
sus brillantes ojos avellana lucieran misteriosos. Pensé en sus hombros anchos y en
la forma en que a veces llevaba el cuello de la camisa abierta, exponiendo la
cantidad justa de pecho.
Tragué saliva cuando sentí que un repentino calor comenzó a arder por debajo
de mi vientre.
Alonzo y yo habíamos sido amigos por mucho tiempo, y sabía que un tipo
como él no buscaba una chica como yo, bastante aburrida, predecible y simple. Él
era un seductor y siempre lo había sido, era guapo, caballero y divertido, yo estaba
agradecida por al menos ser su amiga. Si había algo de lo que estaba segura, era que
necesitaba a Alonzo en mi vida. Haría cualquier cosa por él, y sospecho que él haría
cualquier cosa por mí. Excepto, por supuesto, enamorarse de la forma en que me
enamoré de él hace tantos años.

Salté del taxi y enderecé mi chaqueta. Por debajo llevaba mi vestido negro
favorito que se ajustaba a mi cuerpo en los lugares correctos. Había terminado mi
vestimenta con un par de tacones que tenían la altura suficiente como para caminar
sin hacer el ridículo.
Vi a Alonzo sentado en una de las mesas junto a la ventana. La vela que ardía
frente a él proyectaba una elegante y cálida luz sobre su rostro, y me tomé un
momento para admirarlo. Él nunca se dio cuenta. Estaba concentrado en su
teléfono, probablemente enviando un mensaje de texto o un correo electrónico.
Suspiré y agarré mi bolso con más fuerza. Reacciona, niña, él es solo tu amigo, nada
más. Asentí con la cabeza para confirmar lo que estaba pensando. Nada más. Sólo un
amigo.
Me dirigí al restaurante. La anfitriona me reconoció enseguida, sonrió y señaló
hacia donde estaba sentado Alonzo. Todavía estaba mirando la pantalla de su
teléfono. Me acerqué a la mesa, me quité la chaqueta de los hombros y la coloqué
sobre el respaldo de la silla.
“Oye”, dije.
Alonzo levantó la vista. Su rostro se iluminó con una gran sonrisa. Dejó caer su
teléfono en su bolsillo y se levantó, echando para atrás la silla para poder abrazarme.
Disfruté la sensación momentánea de sus brazos a mi alrededor. Cuando se separó,
dejó sus manos en mis brazos. Me las levantó para observarme bien. “Te ves
hermosa”, dijo. “¿Zapatos nuevos?”
“No”, sonreí. “Solo un par viejo que normalmente no uso”. Porque no tienen
soporte para el arco y aplastan los dedos de los pies.
“Me gustan”, dijo, dando un paso atrás y volviendo a su asiento.
Me senté frente a él y acerqué mi silla a la mesa. “También te ves genial”, le dije,
haciendo un gesto mientras lo señalaba. Él siempre se veía genial.
Sonrió tímidamente y rechazó mi cumplido. Nuestra mesera llegó, y Alonzo
pidió una botella de Merlot antes de preguntarme si estaba lista para ordenar. Ya
había decidido qué iba a comer desde la tarde anterior cuando me llamó y me invitó
a salir. Pedimos nuestras comidas, y una vez que recuperamos nuestra privacidad, le
pregunté a Alonzo qué de nuevo tenía para contarme.
“Oh, ya sabes, lo mismo de siempre. Salí con Cristian anoche. Me preguntó
cómo estabas. Le conté todo sobre las razones del fracaso amoroso con el chico
rudo que me contaste la semana anterior. Le dije que te recomendé terminarlo y que
lo hiciste. Me dijo que me encantaba arruinar tus posibilidades de relación y que yo
era un idiota”. Alonzo se encogió de hombros. “Pero eso ya lo sabíamos”.
Sacudí la cabeza con fingida consternación y me reí. “Sabía que no te lo
guardarías. ¡Qué vergüenza!”
“¿Por qué?”
“Terminé con alguien porque odiaba a los Backstreet Boys y son mi grupo
favorito. No puedo evitarlo. Ya sabes lo que me sucede cuando su música suena. Es
como si tuviera catorce años otra vez. Y te hice caso para terminar con él por esa
sola razón ¿Cómo eso no va a ser embarazoso?”
Alonzo se rio entre dientes. “Cristian piensa que eres dulce”.
“Terminar. Ese es mi segundo nombre”, dije mientras la camarera regresaba
con nuestra botella de vino. Ella sirvió la mía primero. Lo olí y tomé un sorbo,
pretendiendo saber lo que estaba haciendo, antes de sonreír con aprobación. Luego
llenó su copa, y una vez más nos dejaron solos.
Antes de la llegada de nuestras comidas, discutimos todas las cosas nuevas que
nos habían pasado desde que nos vimos por última vez. Le conté todo sobre mi jefe
y lo fastidioso que estaba últimamente. Me contó sobre los nuevos proyectos con su
aplicación, y la posible nueva dirección que iba a tomar.
“Oh, Bruno te manda saludos, por cierto”, dijo Alonzo después de un sorbo de
vino. “Lo vi ayer por la tarde. Me preguntó por ti, así que, naturalmente, también
conoce todo el fiasco sobre Backstreet Boys”.
Gruñí y enterré mi cara en mis palmas. “Eres lo peor”, mentí.
Alonzo solo parecía animado por mi humillación. Se rio más que todo para sí
mismo, pero cuando se dio cuenta de que estaba genuinamente mortificada, se
disculpó. “Escucha, esas cosas le ocurren a la gente todo el tiempo”.
“¿En serio?”, le pregunté con escepticismo. Tomé un sorbo de vino y sacudí la
cabeza. “Dudo mucho que te pasen esas cosas a ti”.
“Claro que sí”.
“Mentiroso”.
“No miento”. Alonzo se rio. “Hace dos fines de semana tuve una noche terrible
con una chica que insistió en llamarme ‘Kent’ porque creía que me parecía a
Superman. Además, debo señalar que estaba borracha cuando llegó a la cena y olía
como si acabara de salir de un cuarto lleno de humo”.
“Guao, eso debe haber sido terrible para ti”, le dije sarcásticamente. “¿Cómo se
atreve a insultarte sugiriendo que te ves como un Dios kryptoniano?”
“Eres una tonta”.
Me encogí de hombros. Eso era verdad, y él y yo lo sabíamos. Levanté un dedo
y lo fijé bajo mi mirada acusadora. “Déjame adivinar; a pesar de tu humillación -le
dije mientras hacía gestos en el aire- todavía permaneciste con la cita, la llevaste a
casa y le hiciste el amor dulcemente”. Odiaba que esas palabras salieran de mi boca,
pero era un mecanismo de defensa. Sabía que nunca podría ser la clase de chica con
la que Alonzo se acostara o que llegara a amar. No es que yo le hubiera escuchado
decir que había amado a alguien aparte de su madre. Pero tuve que conformarme
con el hecho de que él era un amigo, y que tenía que escucharlo hablar sobre las
mujeres con las que había tenido relaciones sexuales. A veces, me iba a casa y me
veía como una de esas mujeres.
“Bien”, dijo, echándose hacia atrás en su silla y cubriendo su brazo con el
respaldo. “No dejé de acostarme con ella, eso es seguro. Ella era muy sexy y
definitivamente pervertida, y por supuesto que valía la pena el momento incómodo
durante la comida”.
Puse los ojos en blanco para ocultar lo incómoda que estaba. “Tan predecible,
Alonzo Parot, tan predecible”.
“¿Y tú no lo eres, Vanessa Andrade? Déjame adivinar, pasaste tu fin de semana
acurrucada en pijama, bebiendo té y viendo televisión”.
“No estamos hablando de eso”, dije a la defensiva.
“Estoy tratando de argumentar. Sólo digo que no me juzgues ni a mí ni a mis
actividades extracurriculares si tú no tienes ninguna”.
“No quiero acostarme con extraños, ¿de acuerdo?”
Alonzo me guiñó un ojo. Sabía que estaría pensando en eso mientras intentara
dormirme más tarde.
“Tirar con extraños es grandioso. Sin ataduras. Sin expectativas. Solo sexo. Te lo
digo, deberías intentarlo”.
“Mmm, no gracias. Me quedaré mirando mis programas de Netflix, muchas
gracias”.
“Llegó”, dijo Alonzo mientras la camarera llegaba con nuestra comida.
Mientras comíamos, hablamos sobre cosas menos incómodas, y eso se lo
agradecí. Nos reímos mucho, como siempre, y compartimos comida de los platos
del otro. Esto era una rutina para nosotros; Alonzo pidió bistec mientras que yo
pedí pasta en salsa marinara. De esta forma, ambos obtuvimos lo mejor de ambos
mundos. A veces, si tenía mucha suerte, Alonzo me daba de comer carne del
tenedor, y fingía por un momento que era su cita. Su verdadera cita.
Cuando los dos platos estuvieron vacíos, me limpié la boca con la servilleta, me
incliné hacia atrás y palmeé mi vientre. “Bueno, eso estuvo genial”, dije.
Alonzo estuvo de acuerdo y cogió el menú de postres que estaba en la mesa
junto a la sal y la pimienta. “Claro que sí. ¿Quieres compartir el postre? He estado
anhelando chocolate durante al menos cuatro días y no he podido satisfacer mi
necesidad de dulce”.
Podía entenderlo. Había estado deseando a Alonzo durante ocho años y nunca
había sido capaz de satisfacer esa necesidad.
“Claro”, le dije, “te acompañaré con un par de cucharadas”.
“Um jum, eres el tipo de chicas que dice que no tiene hambre, pero se come las
papas fritas de su acompañante cinco minutos después”.
“Me conoces demasiado bien”, sonreí, descansando los codos sobre la mesa y
colocando mi barbilla en mis manos. Vi a Alonzo leer el menú. Sus ojos escanearon
el texto de un lado a otro, y los músculos de su afilada mandíbula se tensaban
mientras deliberaba sobre lo que quería ordenar. Suspiré.
Alonzo levantó la vista. “¿Todo bien?”
“¿Qué?”
“Suspiraste, ¿estás bien?”
“Oh, sí”, dije, sintiendo que mis mejillas comenzaban a arder. “Ni siquiera noté
que lo había hecho. Lo siento”.
“No lo lamentes, puedes suspirar”.
“Bien”, dije, mordiéndome el interior de la mejilla. Me comenzó a molestar el
mariposeo que comencé a sentir en mi vientre.
Alonzo arrojó el menú hacia abajo y escaneó la habitación en busca de nuestra
mesera. Realmente estaba anhelando algo dulce. Vi sus ojos avellana asentarse en la
camarera, y él le hizo un gesto con la mano. Pidió un tipo de brownie que estaba
segura tendría el tamaño de su puño. Luego se volvió hacia mí e imitó mi postura
apoyando la barbilla en sus manos.
Y a continuación dijo “¿cuál es tu plan para el resto de la noche?”
“Bueno, ahora que lo mencionas, me preguntaba si querías venir. Tengo
palomitas de maíz con aderezo de queso cheddar, y estaba pensando que podríamos
ver una película o algo así”. Había mencionado deliberadamente el condimento
cheddar. Sabía que era su favorito, y le costaba mucho rechazar bocadillos salados.
Alonzo hizo una mueca con sus labios mientras negaba con la cabeza. Mi
corazón se hundió antes de que comenzara a hablar. “Lo siento, Vanessa, pero esta
noche no puedo. Debo levantarme temprano y tengo un día bastante ocupado
mañana. ¿Pido la cuenta?”
“Sí, por supuesto”, le dije, incapaz de detener el pensamiento desgarrador de
Alonzo yendo a casa para invitar a otra mujer a fin de que él pudiera relajarse. Sabía
el tipo de cosas que hacía en su tiempo libre. Eso no me molestaba. Solo que deseé
ser yo y que él estuviera satisfecho.
El brownie apareció frente a nosotros junto con nuestra cuenta. Alonzo la tomó
para él e insistió en que él la pagaría. Generé una pequeña pelea, pero acepté
cuando amenazó con no dejarme comer brownie. Compartimos el dulce, y le dejé
toda la crema batida y la llovizna de caramelo.
Cuando el plato parecía como si hubiera sido lamido, ambos recogimos nuestras
chaquetas y nos dirigimos a la puerta. Salimos a la acera, apretados uno contra el
otro para evitar el frío aire de la noche. Alonzo me detuvo un taxi y, como el buen
amigo que era, pagó la carrera. También le dijo al taxista con una voz algo
protectora y amenazante que se asegurara de que yo llegara a casa sana y salva y que
esperara fuera de mi casa hasta que yo estuviera dentro.
“Alonzo, honestamente, puedo cuidar de mí”, le dije mientras se agachaba
frente a la puerta abierta.
Él me vio colocarme mi cinturón de seguridad. “Al menos no está sonando
Backstreet Boys. Si no sería un caos”.
Mi risa hizo reír a Alonzo. Se inclinó y me besó en la mejilla, me apretó el
hombro y me deseó buenas noches. Luego cerró la puerta y lo miré a través de la
ventana trasera del taxi mientras conducíamos por la calle. Se puso de pie con las
manos en los bolsillos de sus jeans y me vio alejarme hasta que desaparecimos a la
vuelta de la esquina.
Suspiré y caí pesadamente contra el asiento de cuero.
“¿Buena cita?”, Me preguntó el taxista, mirándome por el espejo retrovisor.
“No -le dije-, realmente no”.
“Qué lástima, tal vez la próxima, ¿verdad?”
Le ofrecí una sonrisa forzada y asentí, luego pasé los quince minutos del viaje a
casa mirando por la ventana, preguntándome si Alonzo se dirigía a casa para
encontrarse con una de las muchas chicas cuyos números estaban guardados en su
teléfono.
Traté de convencerme de que no iba a ser así. Trataba de pensar que él pasaría
la noche solo en su propia cama preparándose para el ajetreado día que me había
dicho que tendría mañana. Fallé miserablemente en el intento y continué viviendo
en autocompasión hasta que el taxi se detuvo en la acera frente a mi casa.
Le di las gracias al conductor y me dirigí a través de la puerta que conducía a
través de un pequeño jardín a los escalones del dúplex. Busqué las llaves en mi
bolso, las saqué y abrí la puerta. Una vez que se abrió, me volví hacia el taxista y le
di el visto bueno. Entonces se alejó y cerré la puerta detrás de mí. Luego me dirigí al
único tramo de escaleras que llevaba hacia mi apartamento en el segundo nivel.
Entré, olí el relajante olor a lavanda y pino en mi departamento, coloqué mi
chaqueta en un gancho, la colgué junto a mi puerta y exhalé profundamente. Mi
tiempo con Alonzo era siempre maravilloso. Pero las horas que le seguían a ese
momento con él eran bastante trágica, puedo sonar exagerada, pero para mí se sentía
un insoportable.
Me quité los tacones y abrí el cierre dorado lateral de mi vestido. Lo tiré
descuidadamente sobre el respaldo del sofá mientras caminaba por la sala en sostén
y pantaletas. Primero fui al baño, donde me quité el maquillaje y me preparé para la
cama. Una vez que mi boca estaba fresca como la menta, y había aplicado todas las
lociones necesarias para la noche, fui a mi habitación y me metí debajo de mi cobija.
Tuve una sensación de protección bajo las sabanas, la suavidad me calmó, fue como
cobijarme en un nido.
Mientras la impresión placentera de estar segura en mi cama se iba
desvaneciendo con un montón de cuestionamientos, decidí escribir en mi cuaderno.
Desde hace un tiempo comencé a escribir como me sentía en un cuaderno para
poder liberar mis emociones y así descansar mi mente para poder dormir mejor,
había escuchado a una amiga psicóloga decir que era una súper buena terapia, así
que lo intente. Era una forma de soltar todo aquello que sentía, una especie de
diario erótico últimamente por todas las ganas que tenía por Alonzo. Se estaba
volviendo casi una rutina escribir como me sentía después de verlo o después de
soñar con él. Lo que me atormentaba y lo más profundo de mis sensaciones. Antes
escribía solo los momentos relevantes o los que me robaban el sueño, pero ahora
era muy recurrente. Me sentía como una quinceañera escribiendo en esos diarios
con candado, pero este simple cuaderno guardaba mis miedos más grandes y
secretos más importantes y sucios, y me permitía liberarme de estar transmitiendo
en mi mente todo el día. Hoy era uno de esos días en los que tenía que escribir para
desahogar mis preocupaciones, preguntas y emociones respecto a Alonzo.
Me incliné, saqué mi cuaderno de mi mesita de noche y encendí la lámpara de
cristal que estaba encima. Agarré un bolígrafo, me puse boca abajo y comencé a
escribir. Necesitaba expresar mis sentimientos para poder tener alguna esperanza de
conciliar el sueño.

Lunes, 2 de octubre
Esta noche fui a The Italian Corner con Alonzo. Como siempre, se veía increíble. No sé
cómo lo hace, pero siempre luce bien. Pagó la cena, como siempre, y compartimos nuestra comida.
Le dijo al taxista que me trajera sana y salva a casa. Incluso le indicó que esperara antes de irse
para asegurarse de que yo entrara. Él es todo un caballero. A veces. Su protección me confunde, me
gustaría que fuera porque realmente siente algo por mí, pero sé que es solo por su amistad, sabe
justo lo que decir para hacerme sentir importante, aunque nunca sea lo suficiente para dejar de ser
solo la amiga.
Lo invité a ver películas y a comer palomitas de maíz esta noche, creyendo que no se resistiría
a la comida que le gusta, pero me dijo que tenía que madrugar. No es muy frecuente que él se
pierda nuestras noches de película. Por eso creo que él se va hoy a casa con una chica. Seguramente
una chica que conoció en un bar.
Desearía poder ser una de esas chicas. No. Desearía ser la chica apropiada para él. Puedo
imaginarlo tocando la puerta de mi casa, todo nervioso y apurado para verme después de la cena,
solo para decirme lo mucho que me quiere. Cuánto quisiera cogerme. Cómo desea tirarme en la
cama para meterme su duro pene hasta el fondo. Lo quiero tanto. Todas las cosas que le haría y
que dejaría que me hiciera. Literalmente le dejaría hacerme cualquier cosa que quisiera. Cualquier
cosa. Solo me gustaría saber cómo sería. Cómo se sentiría tenerlo dentro de mí.
Siento rabia y pena por mí, creo que pierdo el tiempo manteniendo esto que siento por él, pero
no lo puedo evitar, no quiero dejar de verlo, no quiero terminar algo que ni siquiera ha empezado.
Lo quiero. Si soy sincera conmigo misma, por él siento lo que por nadie más he sentido. Ilusa o no,
es lo que siento, lo quiero.

Cerré el cuaderno y lo dejé caer al piso. Mi mente estaba más serena, pero algo
seguía en ella, él y yo juntos. Sentí un calor entre mis piernas de solo imaginarlo,
bajé mis pantaletas hasta mis tobillos, con el pie las lance a un lado. Me volteé
mirando al techo y nos imaginé desnudos, pude imaginar hasta su respiración.
Necesitaba aliviar ese deseo que puso a mi vagina hinchada y húmeda. Sentía como
latía y me rogaba que la complaciera.
Deslicé una mano por debajo de las sábanas y comencé a tocarme. Mientras
tanto, imaginé que la sensación de mis dedos era la lengua de Alonzo. Estaba
sentado entre mis muslos. Solo podía ver la parte superior de su cabeza oscura
mientras me lamía, lenta y deliberadamente, arriba y abajo, arriba y abajo, sin parar,
hasta ya no poder resistir.
Me lo imaginé deslizando un dedo dentro de mí mientras su lengua todavía se
movía sobre mi clítoris. Saboreándome.
Gemí cuando presioné mi dedo dentro de mí. Me apreté, justo donde me
gustaba y usé mi pulgar contra mi clítoris. A medida que el placer aumentaba, mi
mente corría con pensamientos más salvajes.
Él se ponía hincado entre mis piernas, separaba mis rodillas y me observaba
deseoso de tomarme, ponía la punta de su gran pene justo en la entrada de mi
vagina mojada y presionaba hasta tener la cabeza de su pene por completo dentro,
lo veía dibujar una sonrisa en su rostro y mi espalda se curvo de placer como si
fuera real, introduje dos dedos en mi vagina y pensé que era una embestida
profunda de su pene, los jugos de mi vagina chorreaban por mi mano y yo
continúe. En mi mente Alonzo me penetraba profundamente y yo no podía
detenerlo, gemí con fuerza, y recorrí en mi mente su torso desnudo, su rostro
deseoso, lujurioso, hambriento de mí y no pude más, un orgasmo se liberó y pude
sentir como mi humedad llegaba a las sabanas. “Alonzo”, suspire e intente recuperar
el aliento.
Capítulo 3

Alonzo
Cuando me desperté, estaba acostado de espalda, y mi pene había levantado una
tienda de campaña sobre mis caderas por su propia voluntad. Tenía una reunión en
menos de dos horas, y no había forma de que pudiera asistir con las bolas
hinchadas, así como las tenía. Saque las piernas por el costado de la cama y fui al
baño, abrí la ducha y comencé a cepillarme los dientes mientras esperaba que saliera
el agua caliente.
Entré a la ducha y sentí el chorro caliente de agua primero por mis hombros,
me relajó, pero mi amigo seguía firme. Así que agarré la base de mi pene y comencé
a mover lentamente mi mano arriba y abajo a lo largo. Mientras el agua salpicaba y
me cubría los destellos de la chica del club aparecían detrás de mis párpados como
una presentación de diapositivas. La vi aferrándose a sus pechos mientras arqueaba
su espalda como una bailarina exótica. Escuché sus respiraciones cortas por el
placer. Entonces, de repente, esos flashes fueron reemplazados por otra cara.
Vanessa con ese ajustado vestido negro de la noche anterior, el que llevaba la
cremallera dorada por el costado que seguía la dramática curva de su cadera y su
esbelta cintura. El cabello largo y negro de Vanessa y sus grandes ojos redondos y
oscuros. Sus senos, redondos y firmes, asomaban por la parte superior del escote en
V de ese vestido. Continúe en mi mente tomándola a ella y metiendo mis manos en
su vestido hasta tenerla desnuda, la recorrí completamente, para cuando imagine
que la penetraba, mis bolas me traicionaron y acabe. Me apoyé en una de las
paredes de la ducha para recuperar el aliento.
Vanessa Andrade siempre había llamado mi atención. Más que eso, ella había
sido la clase de chica que me hacía reír. Me sorprendí sonriendo mientras me
posicionaba para que el chorro me cubriera por completo.
Cuando llegue a la oficina estaba llena de actividad. La recepcionista, Beatriz,
levantó la vista de la pantalla de su computadora y me dio una brillante sonrisa
blanca. “Buenos días, Sr. Parot”, dijo ella, metiéndose los rizos rubios detrás de la
oreja. “Todos lo esperan en la sala de conferencias”.
“Buenos días, Beatriz, gracias”.
Estaba consciente de que sus ojos estaban puestos en mí mientras caminaba
alrededor de su escritorio y me dirigía hacia la sala de conferencias. Me ajusté la
chaqueta del traje y respiré profundamente, como parte de la preparación para la
reunión.
Le lancé a la compañía mi idea sobre la nueva aplicación hace unas semanas, y
me habían preparado para hoy una reunión con una junta de inversores. Si todo iba
bien durante esta reunión, las cosas para mí podrían cambiar bastante rápido y para
bien. Sabía que la aplicación tenía el potencial de ganar mucho dinero, y sabía que
era algo que valía la pena intentar. De alguna manera, tenía que convencer a los
inversores de lo mismo.
Entré con confianza. Fui recibido con una sonrisa amistosa de los diez hombres
y cuatro mujeres en la habitación. Todos parecían haber esperado pacientemente.
Todos tenían una taza de café frente a ellos, así como cuadernos, laptops, bolígrafos
y sus teléfonos.
Me senté junto a la única cara familiar en la sala, Carlos Pacheco, y los saludé a
todos. Respondieron el saludo y Carlos se levantó para hacer las presentaciones.
Una vez que todos en la sala se conocieron, me puse de pie y asumí mi posición en
la cabecera de la mesa, tal como me lo había ordenado Carlos la semana pasada
cuando hicimos una sesión de práctica de la reunión. Él me dirigió un gesto de
aliento antes de comenzar mi lanzamiento.
Les di un recorrido, a los inversores potenciales, a través de las funciones de la
aplicación y les expliqué los beneficios que suponía para los consumidores. “Tu
objetivo es un público específico –dije-, por lo tanto, tener una aplicación que
satisfaga a todos, independientemente de quiénes sean, es una forma segura de
poner a ese público en tu camino. Todos deben ir de compras. Algunas personas,
hacen eso todos los días. Otros pueden ir cada semana, cada mes, cada tres meses, o
el tiempo que sea. Con esta aplicación, pueden rastrear los artículos que desean,
localizar qué tiendas lo están ofreciendo al mejor precio y colocar el artículo en
espera con un depósito no reembolsable de cinco dólares. El depósito es la forma
de comprarlo en las empresas minoristas”.
A partir de ahí, procedí a enumerar los nombres de las empresas que ya habían
acordado asociarse conmigo en este proyecto. Carlos había impreso listas de todas
las compañías, y se las dio a todos en la mesa mientras yo continuaba con la
presentación.
Cuando terminé, mi confianza estaba en su punto más alto. Todas las personas
en la sala me sonreían y estaba seguro de que tenía al menos el cincuenta por ciento
de sus compras.
Cuando la reunión terminó, todos se quedaron para estrechar mi mano. Les di
las gracias a todos por su tiempo y tal como Carlos me indico que lo hiciera, les dije
que estaba deseando saber de ellos pronto. Carlos me miraba desde la esquina
observando con aprobación, mientras yo hacía el gesto de ser un hombre de
negocios sofisticado por primera vez en mi vida. Para mi sorpresa, parecía estar
funcionando perfectamente.
Pronto nos quedamos solo Carlos y yo en la sala de reuniones. Cerró la puerta,
se volteó hacia mí y me regalo sus dos pulgares hacia arriba.
“No podrías haber estado mejor”, dijo emocionado, dándome una palmada en
la espalda. “De verdad. No me sorprendería si al menos ocho de ellos te dicen que
quieren invertir. Les doy menos de una semana”.
“¿En serio?”, le dije entusiasmado.
“De Verdad. La aplicación es muy buena. Tu propuesta explica cuál es la mejor
manera de utilizarla y está muy completa. Te lo digo, es una idea ganadora. Por si
acaso no quisiera llenarte de tantas esperanzas, pero creo que podrías tener motivos
para celebrar”. Me golpeó en el hombro otra vez. “Tengo que hacer una
conferencia telefónica, pero me pondré en contacto tan pronto como escuche algo,
¿está bien? Que tengas un buen día en lo que resta del”.
“¡Muchas gracias Carlos! Y espero tú también tengas un gran día”, le dije,
mientras buscaba en el bolsillo de mis pantalones mi celular. Si iba a celebrar, sabía
exactamente lo que quería hacer. Presioné dos en mi marcado rápido y puse el
celular en mi oído, golpeando con mis pies el suelo con impaciencia.
Después de tres timbres, Vanessa respondió el teléfono. “¿Alonzo? Hola. ¿Está
todo bien?, es muy temprano”
“Sí, todo está bien. Tengo noticias”.
“¿Noticias? A esta hora comúnmente no estás ni despierto, ¿Qué pasó?”,
preguntó, y la escuché moviendo cosas de su escritorio de trabajo.
“Te dije que hoy temprano comenzaba un gran día”, le dije, tratando de apagar
su escepticismo y su torrente de preguntas. “Tuve una reunión con una junta de
inversores para mi aplicación”.
“Espera, ¿quééé?” Vanessa prácticamente gritó en el teléfono. “Cuéntame,
¿Cómo te fue?”
Me reí y sostuve el auricular a una distancia más segura. No quería que se me
rompieran los tímpanos. “Estuvo muy bien. Parece que conseguiré algunos fondos.
Te lo digo, Vanessa, esto será un éxito. Esto es algo grande”.
“¡Oh, Alonzo, estoy tan feliz por ti! ¡Esto es increíble! No es que dudara de ti ni
por un segundo. Tú lo sabes. Sabía que lo lograrías. ¿No te lo dije? Lo sabía de
manera absoluta”.
“Vanessa”, me reí. “Lo sé, relájate, sé que confiabas en mi”.
“Lo siento. Estoy tan emocionada”.
“Bueno. Esperaba que quisieras celebrar esta noche. ¿Podemos ver películas?
Espero que ya no te hayas comido esas palomitas de maíz”.
Ella estuvo callada al otro lado por un segundo. “Nunca me comería las
palomitas de maíz sin ti. ¿Qué tipo de amiga lo haría?”
“Una normal”, dije.
Ella soltó una risita. El sonido fue muy agradable. “Bien, ¿vienes a las siete?”
“Te veré entonces”, le dije, antes de colgar y dejar caer el teléfono en mi
bolsillo.
Luego lancé mi puño al aire en silenciosa victoria.
Llegué a la casa de Vanessa a las siete en punto. Subí por la escalera hasta la
puerta de su apartamento, la cual me había dejado entreabierta a pesar de que
siempre la regañaba por ser tan imprudente. Entré en la cocina, llevando en una
mano una botella de su vino favorito y en la otra una caja de chocolates. Y fruncí el
ceño.
“¿La puerta? ¿en serio? Prácticamente estás invitando a entrar a los ladrones”.
Vanessa se apartó de lo que estaba haciendo en la estufa. Estaba cocinando algo
que olía como un milagro. Se cruzó de brazos en su pecho y sus senos se hincharon
debajo de su camisa, y miré lo que no debía mirar. “No me regañes”, dijo con las
cejas en alto. “Mejor ven aquí para abrazarte y felicitarte”.
Me acerque a ella y la tome por la cintura, pose un beso en su mejilla y ella me
apretó un poco quedando con su cara en mi pecho y se alejó.
Vio el vino y busco en un cajón su sacacorchos, me lo entregó y me puse a
abrirlo para nosotros.
“Entonces, ¿qué película elegiste para esta noche?”
“No sé”, dijo Vanessa, agitando la olla en la estufa. “Escoge tú”.
Miré por encima del hombro a la cremosa mezcla amarilla que había en la olla.
“¿Qué estás haciendo?”
“Pollo al Curry”, dijo alegremente. “Era la receta de mi abuela”.
“La abuela Jojo”, dije con nostalgia, tocando mi barbilla. “La extraño. Pero no
puedo dejar de odiar esos besos que me daba en las mejillas. No sé qué tenía su
labial, pero nunca podía borrarlo de la cara”
Vanessa soltó una risita y negó con la cabeza. “No podría decírtelo. Ella me
hacía lo mismo y Dios que costaba sacar eso del rostro” ella soltó una carcajada
dulce.
Mientras Vanessa cocinaba, me senté en su mostrador y conversamos sobre mi
día. Le conté todo sobre la reunión. Ella interrumpió varias veces por puro
entusiasmo, pero no me importó. De hecho, me gustó bastante.
Llenó dos platos con arroz y pollo al curry, y nos dirigimos a la sala de estar,
donde nos sentamos con nuestras comidas frente al televisor, mientras que la
chimenea arrojaba un brillo naranja sobre el apartamento. Comenzamos una
película de comedia, pero nunca la vimos. Esto era normal. Por lo general, nuestras
noches de cine consistían en que hablamos a lo largo de toda la película.
Pronto ambos estábamos cansados y somnolientos. Vanessa estaba acurrucada a
mi lado con su cabeza en mi regazo. Se había cubierto con la manta de cuadros que
tenía en el respaldo del sofá, y hacía unos quince minutos que su respiración se
había profundizado. Sabía que se había quedado dormida, pero esperé a despertarla
hasta que los créditos de la película comenzaron a reproducirse.
Sacudí su hombro suavemente.
“Vanessa”, llamé suavemente. “Tierra a Vanessa. Es hora de ir a la cama”
Se sentó lentamente y se frotó los ojos. “Lo siento, Alonzo, no quise quedarme
dormida contigo aquí. Creo que estoy sufriendo un coma alimenticio”.
“Oye, no te preocupes. Ya es tarde. ¿Te importa si paso la noche aquí?”
“Para nada”, dijo, poniéndose de pie. La manta cayó desde su cintura, y noté la
forma en que su camisa subía por su estómago, revelando un vientre plano y unas
caderas que invitaban a agarrarse.
“Vamos”, dijo ella. “Te traeré tu cepillo de dientes”.
La seguí a su dormitorio principal. Se excusó para usar el baño, y yo me senté en
el borde de su cama, jugando con mis pies.
Entonces vi un cuaderno escondido debajo de su mesita de noche. Tenía el
lomo amarillo y no decía nada, y por alguna razón, me invitaba a agarrarlo.
Extendí la mano y lo saqué del estante inferior. Lo coloqué en mis manos para
leer la primera página que decía el nombre completo de Vanessa escrito por su
propio puño y letra. Me sentí raro al saber que ese cuaderno era algo personal.
“Mierda”, murmuré. ¿Sería esto algo así como el diario de Vanessa Andrade?
“¿Has dicho algo?” preguntó Vanessa desde el baño.
“No”, le respondí hojee el cuaderno. Intente revisarlo rápidamente pero solo vi
varios textos, separados por fechas al inicio, aunque no logre leer nada en verdad.
Escuché cuando la puerta del baño se abría. Cerré el libro con fuerza y lo
guardé en el estante de su mesita de noche. Luego junté las manos en mi regazo y la
miré. Ella me entregó un nuevo cepillo de dientes todavía en su empaque y una
pasta de dientes de tamaño viajero.
Me puse de pie y me froté la parte posterior de la cabeza. “Gracias, Vanessa.
Buenas noches”.
“Buenas noches”, dijo, tirando de su cabello negro sobre un hombro y
sonriéndome.
Capítulo 4

Vanessa
Arturo Selman estaba apoyado en mi escritorio, mirándome con una sonrisa
burlona en los labios. Estaba más que consciente del hecho de que se había
colocado en la mejor posición para poder tener la vista perfecta en el frente de mi
blusa.
“¿Hay algo que necesites, Arturo?”, Le pregunté sin levantar la vista de la
pantalla de mi computadora. Fingí estar ocupada escribiendo un correo electrónico.
“No, no, no te preocupes, Vanessa. Estoy tomando un merecido descanso de
todo el trabajo que hice en la mañana. Y debo decir que no hay mejor lugar para
tomar un respiro que aquí”.
Lo miré. “Cierto. Bueno, si hay algo, me avisas”.
“Lo haré, dulce Vanessa, lo haré”.
Resistí el abrumador impulso de amordazarlo. Arturo siempre había tenido un
comportamiento inapropiado conmigo en el trabajo, pero me había convencido de
que su comportamiento poco profesional era superado por mi más que digno
salario. Todavía soñaba despierta todos los días en irme a trabajar a otra empresa.
Me preguntaba cómo sería trabajar para una empresa que no fomenta el acoso. Me
preguntaba cómo eran otros jefes. ¿Harían que sus asistentes hicieran todas las
cosas fastidiosas como lo hacía Arturo? Cosas como confirmar las citas con un
dentista o negociar a quién le toca tener a los niños los fines de semana. Me trató
como un solucionador de conflictos en lo que a su ex esposa se refiere. A ella no
pareció importarle. Pensé que ella prefería hablar conmigo en lugar de hacerlo con
él.
Pero fue incómodo.
Al mediodía, salí de la oficina y bajé por la calle hasta una pequeña tienda de
sándwiches donde me encontraría con mi hermana, Belen, para almorzar. Ella ya
estaba allí y había agarrado una mesa en el patio climatizado. Cuando me vio me
saludó con entusiasmo.
Me uní a ella en la mesa y metí mi bolso debajo de la silla. “¿Cómo estás?”,
pregunté, juntando mis manos sobre la mesa.
“Genial”, dijo, cruzando las piernas y arrojando su cabello castaño sobre su
hombro. “¿Qué hay de ti? ¿Arturo sigue siendo una mierda en el trabajo?”
“Tú lo sabes. Pasó siete minutos de pie sobre mí, mirando mi camisa esta
mañana”.
“¡Agg! ¡Qué pervertido!”.
“Lo sé”, me encogí de hombros. “Pero, oye, podría ser peor, ¿verdad?”
“Supongo que sí, pero aún deberías decirle algo a alguien. ¿No tienen un
representante de recursos humanos al que puedas llamar? No debería permitírsele
hacer esas cosas. Te das cuenta de que probablemente se lo esté haciendo a otras
mujeres en la oficina, ¿verdad? Ustedes podrían armar un pleito divertido contra
Arturo”.
Me reí entre dientes y sorbí el agua con limón que ella me había pedido. “Un
pleito divertido contra Arturo suena bien, pero no creo que quiera enredarme en
ese tipo de drama”.
“Como quieras”, dijo Belén. “Tú eres la que tiene que tratar con él todos los
días. ¿Qué más hay de nuevo?”
“Oh, no mucho. Alonzo y yo fuimos a cenar la otra noche. Él está bien. Hizo
un lanzamiento de la aplicación que te comenté el otro día. Parece que le fue muy
bien. Creo que esto le va a resultar un éxito”.
“Dios mío”, murmuró Belén. “No puede hacerse rico”.
“¿Qué? ¿Por qué?”
“No es justo que un hombre sea tan guapo y encima tenga dinero. En serio, él
es como tóxico para las mujeres. No sé cómo puedes tener amigos como él”.
Quería decirle que no podía soportarlo, pero ella ya lo sabía. Sabía lo que sentía
por Alonzo prácticamente desde el primer día que lo conocí durante el primer año.
Ella trató de alentarme a que le confesara mis sentimientos varias veces a lo largo de
los años, pero sabía que los sentimientos no eran mutuos. No solo eso, sino que no
quería arruinar una amistad que me había llevado tanto tiempo cultivar. Necesitaba
a Alonzo. No iba a arriesgarlo por el enamoramiento de una colegiala.
“¿Cómo está mamá?”, Le pregunté en un intento desesperado de cambiar de
tema.
“Está bien. Sin embargo, ella ahora está pasando por una nueva etapa de gusto
por el minimalismo. Cada vez que viene, pasa por mi cocina y me dice lo que
necesito tirar. Ten cuidado, ella hará lo mismo contigo si la invitas”.
“Me aseguraré de mantenerla a raya hasta que termine esa etapa. ¿Alguna idea
sobre cuál será la próxima tendencia?”
Belén se encogió de hombros. “Supongo que será algo extravagante. Pero no
me sorprendería si ella comenzara a inclinarse hacia el Feng Shui o las joyas hechas
a mano”.
“Ambas parecen de su estilo”.
“Muy cierto”
Las dos nos reímos durante el resto de nuestro encuentro. Hablamos sobre el
nuevo trabajo de Belén en una boutique de moda a ocho cuadras de distancia.
Hablamos más sobre Alonzo. Hablamos de todo, como lo hacen las hermanas.
De mala gana volví al trabajo una hora más tarde. Cuando llegué a mi escritorio,
mi teléfono celular parpadeaba con un mensaje. Lo levanté y miré la pantalla.
Era un texto de Alonzo. Él quería reunirse nuevamente esta noche. Le envié un
mensaje y le dije que era más que bienvenido.
Alonzo entró en mi apartamento alrededor de las ocho. Había dejado la puerta
cerrada por miedo a ser el blanco de su ira otra vez. Estaba sentada en el sofá
cuando él entró, pero el olor a comida china flotaba por el pasillo poco después de
saludar.
Salté del sofá y corrí a la cocina donde estaba desempacando cajas de arroz,
pollo mongoliano y chapsui.
“Esto huele tan bien”, le dije, respirando profundamente una bocanada de
vapor de olor dulce.
“Supuse que no podría equivocarme con la comida china. Un poco de todo,
realmente”, dijo mientras abría mis armarios y agarraba platos y vasos para los dos.
“¿Nos sentamos en nuestro lugar habitual? ¿Ver una película o algo así?”
“Uh, claro”, le dije, un poco desconcertada por lo rápido que iba. Ya había
puesto los platos y comenzó a servir la comida. “¿Estás bien? Parece que tienes
prisa”.
“¿Qué? Por supuesto que estoy bien. Simplemente tengo hambre. Es todo. ¿No
tienes hambre?”
“Siempre tengo hambre”, le dije, mirando cómo aparecía una pequeña sonrisa
en su boca. Me olvidé de su extraño comportamiento cuando llegó un calor intenso
por debajo de mi vientre.
Esto era algo que nunca había hecho antes. Por lo general, llenamos nuestros
propios platos. Me entregó el mío, que estaba lleno de comida, y lo miré con
escepticismo. “Cuando dije que tenía hambre, no estaba insinuando que podía
comer porciones del mismo tamaño que tú”.
“Ah, estarás bien”, dijo. “No tienes que comértelo todo”
“Bueno”.
Nos sentamos en la sala de estar, y busqué una película para que pudiéramos
mirarla mientras Alonzo devoraba su comida. Era el tipo de hombre que a veces
pasa todo el día sin comer. Se distraía fácilmente y era un poco adicto al trabajo, por
lo que a veces sus necesidades quedaban relegadas.
Entonces me senté en el sofá con mi plato llenísimo equilibrado en una
almohada en mi regazo. Alonzo casi había terminado de comer. Pasados otros cinco
minutos, su plato estaba completamente vacío, y él estaba recostado en el sofá,
frotándose el estómago. Puso sus talones sobre mi mesa de café y cruzó sus
tobillos. Luego colocó su codo sobre el reposabrazos del sofá y se inclinó hacia él.
Yo lo estaba mirando en lugar de ver la película. A pesar de haberlo visto
comerse una enorme cantidad de comida, todavía lo encontraba ridículamente sexy.
Las palabras de Belén durante el almuerzo revolotearon dentro y fuera de mi
cabeza. Ella tenía razón. Un hombre como Alonzo se volvería infinitamente más
peligroso si su billetera se engordara.
Se inclinó más hacia la esquina del sofá y giró ligeramente la cabeza hacia un
lado.
“¿Qué estás haciendo?”, pregunté con curiosidad.
Se sentó de repente en posición vertical, me miró con los ojos muy abiertos y
negó con la cabeza. “Nada. ¿Por qué?”
“No importa”, dije, devolviendo mi atención a mi plato de comida.
Luego, Alonzo permaneció derecho en su asiento y los dos vimos la película.
Era una que ninguno de los dos había visto antes, y cuando una escena de amor
consumió la pantalla, sentí que mis mejillas se calentaban y supe al instante que me
estaba sonrojando.
Esperaba que no me mirara. Esperaba que no se preguntara en qué estaba
pensando porque la verdad es que estaba pensando en él. Los cuerpos desnudos en
la pantalla se movieron en perfecta sincronía el uno con el otro. Sus manos la
sujetaron por la cintura y ella agarró sus antebrazos musculosos, dejando huellas en
su pálida piel.
Quería dejar marcas así en Alonzo. Más que eso, quería que él hiciera ese tipo de
marcas en mí.
Le robé otra mirada. Él estaba viendo la película. El reflejo de la pantalla estaba
en sus ojos. Las mangas de su camisa estaban enrolladas, dejando al descubierto sus
antebrazos desnudos decorados con venas y músculos. ¿Qué se sentiría al ser
sostenida por esos brazos? Ser acariciada por esas manos.
Quería conocer qué sabor se sentiría al besarlo.
Me mordí el labio y desvié la mirada.
Me estaba molestando sola. Sabía que no podría tener lo que quería. Sabía que
era una tontería tener esos pensamientos cuando no eran más que sueños sin
sentido. Alonzo no se enamoraba de las mujeres. Alonzo se cogía a las mujeres y las
dejaba. Fue así desde que tuvo novia en la universidad, Consuelo, que había sido
una especie de persona sin ataduras. Desde ella, él nunca había vuelto a tener una
relación. Ella lo había destrozado y yo fui quien recogió todas las piezas de su alma
y lo ayudó a colocarlas en su lugar. Es por eso que ahora estábamos tan cerca.
Probablemente también era la razón por la que nunca podría verme como otra cosa
más que su amiga.
En ese entonces odié a Consuelo por lo que le había hecho, y todavía la odiaba.
Habían estado juntos durante dos años. La había amado con tal fuerza que, al
principio, lo asustó. Ella lo había amado con la misma fuerza durante la primera
mitad de su relación. Luego, ella había amado a otros quince chicos, más o menos,
de la universidad, y Alonzo no había sido tan inteligente. Algunos eran tipos
cercanos a él. Otros eran extraños. Al final, no importaba quienes habían sido. Él
estaba devastado de todos modos.
Y desde entonces no había confiado en otra mujer.
No lo culpé. El dolor que había sentido fue suficiente para romper mi corazón.
Nunca quise volver a verlo así. Quería verlo feliz, como lo estaba ahora, sentado en
mi sofá lleno de satisfacción. Si no podía tenerlo de la forma en que quería tenerlo,
me conformaba al menos con que él estaba feliz.
Traté de convencerme de que eso era lo que importaba.
Capítulo 5

Alonzo
Vanessa siempre había sido inteligente, y sabía que estaba haciendo un mal
trabajo tratando de actuar de manera normal. Me había interrogado varias veces
durante toda la noche, y me había sorprendido inclinándome hacia un lado en el
sofá. He estado mirando a hurtadillas a través de la puerta abierta de su dormitorio
para ver si esta su cuaderno a la vista. Todavía estaba colocado en el estante inferior
de su mesita de noche donde lo había dejado. Su lomo amarillo me pareció brillar
como un letrero de neón que decía: Léeme.
Traté de enfocarme en la película. Vanessa se había acurrucado en su rincón en
el sofá y parecía inmersa en la película por el momento. Tenía las piernas metidas
debajo de ella y los pies descalzos estaban acurrucados en la mitad del cojín del
sofá. No llevaba nada de maquillaje, como era costumbre durante nuestras noches
de cine, y su cabello colgaba en caóticos rizos oscuros por su espalda y sobre sus
hombros. Se veía hermosa, como siempre, y la tentación por leer lo que había
escrito en su cuaderno era demasiado grande.
En tiempos de la universidad, hubo un momento, un breve momento, en el que
consideré besarla. Sabía que el momento era incorrecto. Era terriblemente malo. Mi
novia, Consuelo, me había dejado hacía dos semanas, y Vanessa visitaba mi
dormitorio todas las noches haciendo un esfuerzo por evitar que yo hiciera algo
diferente a tumbarme en la cama para mirar el techo y agonizar por la ruptura.
Una vez, alrededor de las dos de la madrugada, Vanessa llamó a mi puerta.
Cuando la abrí la encontré vestida con una sudadera gris a juego sosteniendo un
recipiente de plástico lleno de brownies. Se metió en mi habitación, y los dos nos
sentamos en mi cama a hablar de cualquier cosa que no estuviera que ver con
Consuelo.
Entonces, me provocó besarla. Se veía tan bien, y su compañía ahuyentó el
vacío persistente que había sentido después de que Consuelo me dejara. Pero me
resistí. No estaba bien hacer algo como eso con Vanessa. Ella no era el tipo de chica
que quería estar con alguien como yo. Además, ella no hubiera visto bien que yo
actuara así tan pronto después de una ruptura. Sabía que ella no entendería. Ella
hubiera pensado que lo hacía por despecho.
Desde entonces mis sentimientos por Vanessa estaban presentes, pero no
importaba porque sabía que eran unilaterales, era una mujer muy inteligente y tenía
claro que el tipo de hombre que buscaba debía ser alguien mejor que solo un don
juan, yo sabía que ella se merecía a alguien mejor que yo. Pero saber que tenía un
cuaderno era una tentación muy grande. Todos los pensamientos más personales de
Vanessa estaban al alcance. Tenía que leerlo. Me comía la curiosidad. Siempre nos
contábamos todo, pero ¿Por qué tendría un cuaderno?, ¿Ocultaría algo?, o serían
niñerías. Quizás solo me omitía detalles que en su cuaderno podían estar y
simplemente sería gracioso saberlos.
Vanessa me sorprendió al estirar sus piernas y ponerse de pie. Ella se estiró,
arqueando su espalda como un gato. Su cabello cayó por su espalda, y su camisa se
levantó, exponiendo su vientre desnudo. Intenté no mirar. Fue imposible.
“Voy a limpiar la cocina rápidamente”, dijo. “Regreso en un rato”.
“Voy un momento al baño y luego vengo para echarte una mano”, le dije,
poniéndome de pie.
“Está bien”, dijo, inclinándose para recoger nuestros platos de la mesita para el
café donde los habíamos colocado. Admiré su culo y el pequeño espacio abierto
entre sus muslos. Me había preguntado, más de una vez, cómo sería poner mi mano
allí, sentir su calor y el interior de sus muslos.
Ella se dirigió a la cocina y yo fui a su habitación. Fingí entrar al baño, por si
acaso volvía a la sala de estar. Ella no lo hizo, así que me lancé al borde de la cama,
agarré el cuaderno y corrí al baño con él. Cerré la puerta y le pasé seguro.
Ya lo estaba abriendo mientras caminaba hacia el inodoro. Cerré la tapa en
silencio y me senté, inclinándome hacia delante con los codos sobre las rodillas,
mirando la prolija e inclinada letra de Vanessa en las páginas principal.
Abrí una página al azar y descubrí mi nombre en la primera línea. Me detuve y
comencé a leer, ignorando el sentimiento de culpa que comencé a sentir en forma
de cosquilleo.
Domingo, 4 de abril
Alonzo y yo fuimos a la boda de Tomás y Sabrina esta noche. Ninguno de los dos tenía
pareja, así que, en lugar de ir por separado, nos asociamos. Algunas personas me preguntaron si
finalmente estábamos saliendo. Odiaba decirles que no. Porque en el fondo quería que él me
hubiera invitado por una razón más fuerte que por descarte.
Él bailó conmigo. No puedo dejar de pensar en cómo me sentí con sus manos en la parte baja
de mi espalda, en mis caderas, en mi cintura. La forma en que me miraba. Por un momento, me
sentí como si fuera una de las chicas que lleva a casa todo el tiempo. Una de las chicas con quien se
acuesta.
Quiero saber cómo siente cuando Alonzo Parot te besa. Me pregunto a qué sabe, cómo se
sienten sus labios. Quiero sentir su lengua en mi boca, contra mi clítoris. Quiero sentir un orgasmo
después de tener sexo hasta el cansancio. No debería albergar este deseo tan sucio por mi mejor
amigo, pero todo de él me gusta, no es mi culpa que sea tan exquisito.

Oí que Vanessa había tirado algo en la cocina. Fuera lo que fuera, era pesado y
se había vuelto añicos. Ella gritó y luego comenzó a maldecir. Cerré el cuaderno,
más que consciente de cómo mi pene estaba creciendo dentro de mis pantalones, y
lo deslicé dentro de mi camisa, rezando para que no se diera cuenta.
Tenía que leer más.
Bajé el inodoro para evitar sospechas y abrí el lavamanos. Me quedé frente a él
como un idiota durante unos treinta segundos mientras miraba mi reflejo.
“Eres un idiota, Alonzo Parot, un completo y total idiota”, me dije.
Mi reflejo no se opuso. Estaba a punto de robar el diario de mi mejor amiga.
No había dudas. Yo era una verdadera mierda.
Pero las palabras en ese libro me habían provocado todo tipo de cosas. Tenía la
boca seca, mis dedos hormigueaban, e intentaba pensar en cualquier cosa para
poder aplacar el deseo que me había sobrevenido.
Cuando tuve el control, dejé el baño y me uní a Vanessa en la cocina. Uno de
sus platos estaba en cien pedazos en el piso, y ella estaba agachada recogiéndolo
todo. Ella me miró con esos ojos perfectos e hizo un mohín con sus labios
carnosos.
“Hice un desastre”, se quejó.
“Estás descalza”, le dije, alejándola con una mano. “Ve y coge la escoba,
limpiaré esto”. Era lo menos que podía hacer después de leer su diario, y
conscientemente decidí continuar leyéndolo más tarde una vez que me lo llevara
conmigo a casa.
Barrí la cocina y arrojé los vidrios rotos en el cubo de basura. Vanessa se sentó
en el borde del mostrador de la cocina, mirándome, y no pude evitar preguntarme
qué estaría pensando en esos momentos. ¿Qué estaba pensando? ¿Iba a buscar su
diario después de que yo me fuera a casa con la intención de escribir algo sobre
nuestro encuentro en la tarde?
¿Escribiría sobre sus fantasías?
¿Estaba pensando en eso en este momento?
Cuando la cocina estuvo limpia, apoyé su escoba contra los armarios. “Bueno”,
le dije, “mañana tengo que madrugar, debería irme”.
“Está bien”, dijo, bajando del mostrador y aterrizando con un ruido sordo en el
linóleo. Me acompañó hasta la puerta de entrada, y sostuve un brazo contra mi
costado para ocultar el bulto que su cuaderno dejaba en el interior de mi camisa.
“Conduce con cuidado” me dijo mientras salía al pasillo.
“Lo haré. Que duermas bien”.
Una vez en casa, me tendí en la cama con el diario de Vanessa aferrado a mi
mano. Me dije al menos tres veces que este no era el tipo de cosas que los amigos
hacían. Esta no era la forma en que debería pagarle por haber estado siempre ahí
para mí.
Independientemente de lo malo que sabía que era traicionar su confianza de
esta manera, no pude evitarlo. Abrí el libro, mi pene comenzó a ponerse duro y
comencé a leer.

Jueves, 12 de junio
Anoche soñé con Alonzo. No sé dónde estábamos en el sueño, pero eso da lo mismo, había
una cama, estaba cubierta de sábanas blancas como de seda fina. Estaba parada al pie de la
cama. Alonzo estaba arrodillado, desnudo invitándome a subir a ella.
Yo tampoco llevaba ropa, me sentía sexy y segura. Me arrastré hacia él gateando sobre mis
manos y rodillas, mirando fijamente su pene que se estiraba a centímetros de mi cara. Le dije que
lo quería y que quería que hiciera conmigo lo que le gustara. Que me tomara como suya.
Puso su pene en mi boca. El sueño se sintió tan real. Casi puedo recordar cómo se sentían sus
dedos enredados en mi cabello mientras me sostenía la cabeza; como si fuera un recuerdo, no un
sueño.
Mientras él permanecía hincado y yo chupando su pene, me recosté de espalda y pude lamer
sus bolas, su cuerpo reacciono y su pene salto del gusto. Inclino su cuerpo y su pene quedo vertical
en mi boca, presionó llegando a mi garganta. Sus manos acariciaron mi estómago y bajó a mi
vagina, un dedo acaricio mi clítoris y otro comenzó a entrar y salir como su pene en mi boca.
Estaba tan mojada. Incluso más mojada de lo que estoy ahora recordando este sueño.
Cuando pensé que no aguantaba más, deslizó otro de sus dedos dentro de mí. Fue un éxtasis.
Es todo lo que siempre he querido.
Después me desperté.

Me quité mis jeans y los pateé. Me quité la camisa y la arrojé al costado de la


cama. Esto fue más de lo que esperaba. Esto era mucho más. Hojeé más páginas del
diario y en muchas había cosas similares a la que acababa de leer. Había docenas de
párrafos llenos del mismo tipo de fantasías
Ella quería que me la cogiera.
Vanessa Andrade quería que la penetrara. Quería que le enterrara mi verga.
Envolví mis dedos alrededor de mi pene. No podía recordar cuándo había sido
la última vez que se había puesto así de duro. Me acaricié suavemente, mientras
pasaba a otra página. Descubrí mi nombre y reanudé la lectura mientras me
masturbaba.

Martes, 17 de junio
Alonzo y yo fuimos al Happy Hour en Club Maco, después del trabajo. Nos encontramos
allí a Cristian. Nos contó que está viendo a una chica nueva y parece que le tiene cariño. Su
nombre es Claudia. Creo que dijo que trabaja para un banco o que es contadora o algo así. Lo
que recuerdo es que ella es buena con los números.
Había bastante para beber.
Alonzo estaba definitivamente borracho. Cristian fue el culpable. Pidió cuatro rondas de
tequila, y no me pude tomar todo el mío, así que Alonzo me ayudó. Seis tragos de tequila y
después una jarra de cerveza, y Alonzo se emborrachó.
Cristian y yo tuvimos que pedirle un taxi cuando intentó conducir a casa. Me fui a su casa
con él para asegurarme de que entrara bien y encontrara su cama. Comenzó a quitarse la ropa una
vez que estuvo en la puerta de entrada. La iba dejando por todo el pasillo hasta que cuando llegó a
su habitación solo tenía sus boxers apretados que no dejaban nada a la imaginación. Primera vez
que veo tanto de él. He estado tan excitada toda la noche.
Le hice beber un poco de agua y tomar Tylenol. Él me dijo que era su salvadora. Fue algo
dulce. Nos reímos. Luego me dijo cuánto le gustaba mi risa.
Lo dejé en su cama. Se puso encima de las sábanas y me preguntó si quería pasar la noche
ahí. Era tarde había dicho, y sabía que tenía que madrugar.
Dije que no. No podría soportar dormir junto a él.
Y justo después se durmió. Lo miré por un tiempo. Un largo rato. Observé su pecho mientras
respiraba. Dios sabe por cuánto tiempo me quedé mirando su miembro. Es más grande de lo que
pensaba. No debería haberme sorprendido. Ahora cada vez que lo sueñe su tamaño será más real
y ahora sé que si se lo chupara debería abrir muy grande mi boca.
Entonces, finalmente me fui, y aquí estoy, acostada en mi cama, cachonda como el infierno, sin
poder pensar en otra cosa que no sea su cuerpo casi desnudo en su cama y cómo rechacé la
invitación a compartir esa cama con él. Necesito deshacerme de esta tensión reprimida cuanto
antes.
Menos mal que tengo mi vibrador.

Viernes, 20 de junio
Estar siempre cerca de Alonzo sin poder cogérmelo me está matando. Quiero que llegue a mi
casa, me quite la ropa y me arroje a la cama. Quiero que él haga lo que quiera conmigo. Quiero
que empuje su pene dentro de mí, tan profundo como pueda, y que me coja hasta ver borroso.
Quiero sentirlo en todas partes. Lo necesito.
Podríamos hacerlo en mi cama, en el piso, en la cocina, no importa. Podría inclinarme sobre el
respaldo de mi sofá para que me cogiera por el culo. Pensar en eso ahora hace que me moje. Podría
atarme, vendarme los ojos, meterme mano y provocarme con sus besos hasta que ya no aguante
más.
Ojalá pudiera aprender a dejar de sufrir por él. Odio esta sensación reprimida cuando nos
vemos y no poder hacer nada. Saber que no soy del tipo de chica en la que él se fijaría. Y saber que
no hago otra cosa que desearlo todo el tiempo.

Acabé. Fue una sensación placentera de libertad que me dejó sin aliento. Pensé
en Vanessa, atada a su cama, desnuda debajo de mí. Quería hacerle todo lo que ella
había imaginado. Podría mostrarle cómo se sentía todo eso.
Iba a mostrarle cómo se siente.
Capítulo 6

Vanessa
Esta vez el trabajo iba bien. Arturo estaría afuera de la oficina durante todo el
día, pero antes me había dejado una lista de cosas por hacer. No me importó.
Mantenerme ocupada hacía que mi día pasara rápidamente, y para mí era un alivio
no verme interrumpida constantemente por él.
Pude limpiar mi escritorio luego de varias semanas sin hacerlo (casi mes y
medio, lo cual me horrorizó) e incluso revisé algunos de los viejos documentos que
ya tenía archivados. Había limpiado ya tres cajones llenos cuando mi teléfono
celular sonó.
Me dejé caer en mi silla, giré para mirar mi computadora y agarré mi teléfono
del escritorio. El nombre de Alonzo apareció en la pantalla. Me había enviado un
mensaje. Me sonreí distraídamente mientras abría nuestra conversación.
Lo que vi hizo que mi estómago se me fuera a la garganta. Mi corazón comenzó
a latir fuerte, empecé a sentir mi pecho caliente, y no podía hacer nada para soltar el
teléfono.
En mi pantalla había una foto de Alonzo; bueno, era una especie de imagen de
Alonzo. Él no estaba en primer plano. Ni siquiera aparecía en el fondo.
Reconocí su reloj, sus nudillos e incluso reconocí sus caderas de aquella vez que
lo vi casi desnudo la noche cuando nos emborrachamos en junio pasado.
Lo que no podía reconocer era su pene, ni de frente ni de lado, que demandaba
toda mi atención.
“Mierda”, respiré, levantando la vista para asegurarme de que ninguno de mis
compañeros de trabajo estuviera cerca. No había moros en la costa. Miré más cerca
de la imagen, tomando nota del tamaño y del grosor de su pene, y pensando de
repente que esa foto seguramente no era para mí.
Sentí que mis mejillas se calentaban y supe que me estaba sonrojando. Cerré la
imagen, y se redujo a un tamaño más pequeño, ya que volvió a caer en la
conversación. Rápidamente escribí un mensaje a Alonzo.
“Ay, Alonzo. ¡Persona equivocada!”
Presioné Enviar, bloqueé el teléfono y lo puse boca abajo en mi escritorio.
Cuando no habían pasado ni siquiera 10 segundos mi teléfono volvió a sonar.
Otra imagen iluminó mi pantalla. Esta vez miré boquiabierta. Era una imagen
de un cuaderno con lomo amarillo que me resultaba demasiado familiar. Mi diario.
Puse el teléfono hacia abajo. Mi estómago se revolvió. Tomé de nuevo el
teléfono. Mi estómago se volvió a alterar.
“¿Cómo lo conseguiste?” Escribí antes de pulsar enviar.
Él respondió rápidamente otra vez. Mi corazón estaba acelerado mientras mis
ojos escaneaban sus palabras. “No lo sé. ¿Cómo es que nunca me dijiste que querías que te
inclinara y te cogiera duro?”
Sentí que mis pantaletas se mojaban. Me moví en mi asiento. Me di cuenta de
que estaba mordiendo el interior de mi mejilla. Si me hacía la tonta, tal vez me
dejaría en paz. Mientras me sacaba sangre por morder mi mejilla, escribí mi
respuesta. “No deberías decirme esto. No puedo creer que hayas robado mi cuaderno personal”.
Cuando lo envié, mi alarma se disparó. Había hecho planes para encontrarme
con mi hermana a la hora del almuerzo. Me puse de pie, completamente aturdida, y
salí corriendo de la oficina con mi teléfono fuertemente apretado en mi mano. Un
par de personas me miraron desde sus escritorios. Probablemente vieron cuán roja
tenía mi cara. Esto solo hizo que me sonrojara aún más.
Corrí hacia el ascensor, bajé en silencio totalmente conmocionada y luego salí
corriendo del edificio. Corrí por la acera hacia el restaurante. Sentí alivio cuando vi
que Belén ya estaba allí. Ella siempre había sido la más puntual de las dos.
Cuando me vio llegar, sus cejas se juntaron. Me senté frente a ella, miré a mi
alrededor como si todos en el lugar conocieran la imagen que tenía en mi teléfono,
y le eché un vistazo.
“¿Vanessa? ¿Qué te pasa? Parece que hubieras visto un fantasma”, dijo Belén,
abriendo los ojos mientras me miraba con preocupación. “Bebe un poco de agua”.
Bebí un sorbo del vaso, me froté los labios fríos y húmedos con las yemas de
mis dedos temblorosos, y luego coloqué las manos en mi regazo. “Pasó algo”, le
dije, inclinándome hacia adelante como si estuviera dejando que entrara en una
oscura conspiración.
“Está bien”, dijo Belén lentamente. “¿Qué pasó?”
Me mordí el labio inferior y me incliné más cerca. Dejé caer mi voz en un
susurro. “Alonzo me acaba de enviar una foto de su pe-ne” fui disminuyendo el
volumen de mi voz.
“¿Qué?, No puedo escuchar si bajas tanto la voz”
Gruñí y descansé mi frente en mis manos. “Me envió una foto de su pene,
Belén”.
“¿Qué? ¿Cuándo?”
“¡Hace como quince minutos!”
“Déjame ver”, dijo mientras tendía su mano de manera expectante.
Me quedé mirando su mano abierta. “No puedo mostrártela”, dije a la
defensiva. “Eso sería una violación de su privacidad”.
“El hombre te envió una foto de su pene, que claramente no pediste.
Muéstrame porque siempre he tenido curiosidad”.
“No”, le dije, cruzando los brazos sobre mi pecho y frunciendo el ceño.
“Bien”, dijo, mientras me volteaba los ojos. “¿Y qué le dijiste?”
“Le dije que envió la foto a la persona equivocada, por supuesto. De eso estaba
segura. Pero después me envió un mensaje con una foto de mi cuaderno secreto,
donde escribo todo lo que no le puedo decir”.
“¿cuaderno secreto?” Preguntó Belén, arqueando las cejas. “¿Qué quieres decir
con tu cuaderno secreto? ¿Por qué tendría él acceso a eso?”
“Él me visitó anoche. Debió haberlo encontrado y se lo llevó a casa con él. Y
habrá leído una parte de él. Belén, tú sabes algunas de las cosas que he escrito allí.
Él sabe ahora cuánto me gusta. Estoy tan avergonzada”. Enterré mi cara en mis
manos otra vez y agaché la cabeza. Ni siquiera le había contado la peor parte aún.
“Y en primer lugar ¿por qué agarraría tu cuaderno?”
“No sé”, me encogí de hombros, sin querer pronunciar las siguientes palabras
en voz alta. “Pero, Belén, está todo lo de Bruno en ese cuaderno”.
Belén hizo una pausa con su vaso de agua hasta la mitad de su boca.
Lentamente la devolvió a la mesa, negó con la cabeza una vez, y me devolvió la
mirada con firmeza. “Defíneme ‘todo’”.
“Todo”, le dije sin saber cómo explicarlo.
Bruno era el hermano mayor de Alonzo, su sexy y ardiente hermano mayor. Él
y yo habíamos tenido una relación hace años y ambos habíamos acordado no
decirle nunca nada a Alonzo. Bruno sabía lo que yo sentía hacia su hermano menor,
y toda la situación había sido horrible. Yo solo tenía diecisiete años en ese
momento, y Bruno tenía veintidós. Y, durante un tiempo, pensamos que yo estaba
embarazada. Belén era la única persona que conocía todo eso.
“¿Por qué lo escribiste allí?”, preguntó ella.
“¿Y por qué no hacerlo?, era mi forma de desahogar los pensamientos que no
me dejaban dormir”, dije, dando un bufido. “Nunca pensé que Alonzo lo leería.
¿Por qué diablos me preocuparía por eso? Si él lee esa página. Oh, Dios mío. Si lee
esa página, me odiará para siempre. Bruno y yo le hemos ocultado este secreto
durante diez años. Diez años, hermana. Tengo que recuperarlo”.
“Obviamente”, dijo Belén. “Pero antes tienes que patearle el trasero, es un
degenerado”.
Mi teléfono sonó. Las dos lo miramos fijamente.
“Bueno”, instó Belén. “¿No vas a ver? Probablemente sea él”.
Tragué. “Sí. Probablemente lo es”. Extendí la mano, mis dedos temblaban más
fuerte que antes. Leí su texto en voz alta. “Esta noche. Ocho en punto. Mi casa”,
Levanté mi mirada lentamente hacia Belén. Ella estaba nuevamente recostada en
su silla, con los brazos cruzados y con una expresión de fría curiosidad. “¿Vas a ir?”
Mi mente voló. Alonzo Parot me estaba invitando a su casa. Esta vez no era
para compartir una noche de películas. Esta vez no sería para sentarnos y jugar
cartas mientras nos reíamos con estúpidas historias de la universidad. Esta vez era
algo completamente diferente.
Esto era lo que siempre había estado esperando. Y lo haría, primero por el
cuaderno, debía recuperarlo y segundo… bueno, segundo no sé, todos mis
pensamientos estaban como locos por mi mente, pero siempre lo he querido.
Llamé a la puerta de Alonzo faltando dos minutos para las ocho. Mis nudillos
solo habían golpeado su puerta tres veces antes de que él la abriera. Llevaba puesto
solamente unos pantalones. Su oscuro cabello era un desastre ingobernable, pero se
veía hermoso. Sus ojos me vieron con una intensidad que nunca antes había visto.
Su mirada me acaloró.
Extendió una mano, tomándome de la cintura y me jaló hacia él. La piel de su
pecho y de su estómago era suave y estaba caliente. Su otra mano me tomó el cuello
por la parte de atrás y colocó su pulgar en mi mejilla para obligarme a mirarlo. Sus
ojos estaban fijos en mis labios.
Acercó su rostro hacia mi cara con una lentitud agonizante. Momentos antes de
que sus labios rozaran los míos, mis ojos se cerraron.
Finalmente, nuestros labios se tocaron. Fue gentil al principio. Entonces, la
mano que tenía detrás de mi cuello me apretó más fuerte, y su beso se volvió más
feroz. Antes de saber lo que estaba haciendo, puse mis brazos sobre sus hombros y
me aferré a él. Mis labios se separaron, y dejé que su lengua se deslizara dentro de
mi boca. Disfruté de su sabor. Una combinación de menta con algo dulce. Su
suavidad me hizo temblar hasta las rodillas.
Su mano alrededor de mi cintura me sostuvo cuando pensé que me iba a
desvanecer. Pude sentir sus dientes contra mi labio inferior cuando su beso se
volvió más agresivo. Le devolví la intensidad, enterrando mis dedos en su cabello y
apretándolos en un puño.
Trataba de aferrar ese momento en mi memoria. Estaba besando a Alonzo
Parot.
Me llevó hasta adentro de su casa, haciendo que giráramos y cerrando luego la
puerta con un puntapié. La puerta se estrelló contra el marco. Me empujó hacia
atrás, paso a paso, por el pasillo. Sabía hacia dónde me estaba guiando cuando
giramos a la derecha. Nuestros labios nunca se separaron.
Pasamos por la puerta abierta de su habitación. Mientras caminábamos, sus
manos me quitaron la chaqueta a través de los hombros y la dejó caer en el suelo.
Luego tomó la parte baja de mi blusa, y nuestros labios se separaron por primera
vez cuando me la sacó a través de la cabeza. Luego, sin aliento, regresamos juntos
como imanes.
Él desabrochó mis jeans, me moví para sacar mis pantalones mientras Alonzo
desabrochaba mi sujetador.
Me di cuenta de que estaba desnuda cuando sentí sus manos rozando mis
pechos, y sus pulgares se movieron sobre mis pezones. Solté una risita de
excitación. Él sonrió mientras nos besábamos. Sus manos continuaron acariciando
mis pechos, deslizándose sobre mi piel de una manera muy suave.
El brazo de Alonzo envolvió a mi espalda baja. Muy lentamente, me bajó a su
cama y sentí sus sábanas suaves contra mi espalda desnuda. Me acosté debajo de él,
mirándolo mientras se inclinaba sobre mí cuerpo, preparándose con una mano
plantada firmemente a cada lado de mí. Su rostro estaba oscuro en la sombra, pero
sus ojos brillaban por la luz que entraba a través de la ventana de su dormitorio. Ese
instante fue mágico, me di cuenta no solo de lo mucho que lo deseaba, sino también
de cómo mi corazón estaba conectado con este hombre. Nadie había puesto a mi
corazón a latir así de fuerte, nadie había causado esa sensación en el estómago
como el aleteo de mil mariposas. Nadie había puesto un te quiero sin decir en la
punta de mi lengua como justo lo sentía ahora. Calló mis pensamientos con un beso
y cuando sus labios dejaron mi boca comenzó a besarme el cuello, luego mi
clavícula, y comenzó a bajar por la línea en el medio de mi estómago. Cuando llegó
a mis caderas, se detuvo. Estiró la liga de mis bragas y la dejó caer juguetonamente.
Me dolió y me gustó a la vez.
Luego se dejó caer de rodillas al borde de la cama. Metió sus manos entre mis
muslos, y con delicadeza separó mis piernas. Sacó mis bragas y las echó a un lado.
Lo observé, hambriento, desesperado, mientras se acercaba a mí.
Su lengua besó mi clítoris. Mis ojos se cerraron de forma automática y mis
dedos se afirmaron de las sabanas…un suspiro sin aliento escapó de mí. Su lengua
se deslizó hacia arriba y hacia abajo a lo largo de toda mi vagina, probándome,
provocándome, hasta que pensé que iba a deshacerme.
Estaba tan cerca de perder el control. Lo sintió y dejó de girar la lengua. Se
levantó, mirándome como si fuera mi dueño mientras se quitaba el pantalón.
Me deleité en su desnudez. Él era tan perfecto como ya lo sabía. Pero ahora era
diferente. Sabía que estaba a punto de tenerlo. Sabía que estaba a punto de sentirlo
dentro de mí.
“Por favor”, suspiré, rogándole que se diera prisa. No podía esperar más. Este
vacío dentro de mí estaba suplicando ser llenado.
Él acarició su pene y se acercó a mí. Sentí la parte superior de sus muslos duros
en mis piernas. La punta de su pene estaba en la entrada de mi vagina. Movía la
punta de su verga hacia arriba y hacia abajo, acariciando mi humedad y haciéndome
esperar antes de penetrarme.
“Por favor”, le supliqué de nuevo, deseando que él entrara en mí.
Cuando lo hizo, todo a mi alrededor desapareció. Yo no era otra cosa más que
mi sexo. Se deslizó dentro de mí, empujándome para abrir y exigiendo que yo me
entregara a él. Cada impulso lento me estiró aún más hasta que un grito escapó de
mis labios.
Con su pulgar él presionó en mi clítoris. Un estremecimiento de excitación me
atravesó. Podía escuchar la sangre martilleando en mis oídos.
Separó mis piernas aún más. Dejé que me usara como una gimnasta, empujando
mis piernas hacia los lados, inclinándose hacia mí para que pudiera empujar su pene
contra mi punto G. Agarré sus antebrazos, gimoteé de placer, y luego, para mi
sorpresa y placer, comencé a temblar cuando sentí el líquido producto de mi
orgasmo.
Él no disminuyó la velocidad. Sus embestidas se hicieron más poderosas, más
salvajes, y cuando mi orgasmo terminó, sentí que venía otro. Iba poco a poco en
aumento hasta que pude sentir las paredes de mi vagina cerrándose alrededor de su
verga. Él pareció sentirlo también.
Un sonido que hizo con su garganta fue suficiente para hacer que yo acabara
nuevamente. Sus manos se aferraron a mis caderas para empujar todo su peso sobre
mí, manteniéndome en un solo lugar para que pudiera enterrarme su miembro sin
que yo pudiera moverme. Jadeé mientras él me llenaba con su semen caliente y
jugoso.
Luego se apartó de mí y se derrumbó en la cama a mi lado. Ambos nos
tumbamos de espaldas con los ojos cerrados agarrando grandes bocanadas de aire.
Cerré los ojos y traté de concentrarme en lo maravilloso que se sentía. Nunca había
tenido tantos orgasmos así antes.
Sabía que pronto querría más.
Capítulo 7

Alonzo
La pierna desnuda de Vanessa estaba sobre la mía cuando me desperté por la
mañana. Era temprano, probablemente ni siquiera eran las siete. Estaba de espaldas
con un brazo debajo de mi almohada. Giré la cabeza lentamente, temeroso de
moverme y despertarla.
Ella estaba durmiendo de costado frente a mí. Su cabello oscuro estaba
extendido sobre mi almohada de una manera que me hizo pensar en una sirena bajo
el agua. Su mejilla y la mayor parte de su rostro estaban acurrucados en la
almohada, y las mantas estaban cuidadosamente dobladas a su alrededor. Se veía
increíblemente pacífica.
Moví mi mano a la pierna que tenía apoyada en la mía y le froté el muslo
suavemente. Su piel era suave. Suspiró suavemente en su sueño y hundió la cara más
profundamente en la almohada.
Yo quería saber más de lo que ella deseaba. Intenté hacerlo bien la noche
anterior, pero su cuerpo y su vagina habían sido demasiado para aguantar. No había
podido aguantar todo el tiempo que quería.
Su diario estaba metido debajo del colchón de mi lado de la cama. Sabía que
todas las respuestas que necesitaba descansaban en sus páginas. Extendí mi brazo
libre, mis dedos buscando en el borde del colchón el lomo de su diario.
Vanessa se movió. Me quedé congelado. Acerqué mi brazo a mi costado justo
cuando sus ojos se abrieron. Ella me miró adormecida por un momento antes de
cerrar los ojos nuevamente mientras se estiraba.
“Buenos días, hermosa”, le dije, viendo realmente lo encantadora que estaba.
Nunca había estado con una chica parecida a Vanessa. Ella tenía curvas en todos los
lugares correctos. Era sexy sin proponérselo. Incluso ahora, apenas una hora
después del amanecer, descansando en la cabecera de la cama, lucía hermosa.
Especialmente ahora.
“Buenos días”, murmuró, levantando la cabeza para mirar el reloj en mi mesita
de noche. “Café”, murmuró. “Necesito café”.
Me levanté de la cama y agarré mis boxers del suelo. Mientras me los ponía ella
rodó sobre su espalda y comenzó a estirarse. Levantó sus brazos por encima de su
cabeza, y las sábanas se deslizaron por debajo de su pecho. Sus senos aparecieron,
provocándome con su plenitud.
“Haré café”, le dije, mirándole los pechos. “Tómate tu tiempo”. No había
necesidad de tener prisa para ponerse la ropa.
Ella se encontró conmigo en la cocina cinco minutos después. Encontró una
sábana de lino en mi armario y se envolvió en ella. Su cabello todavía era un
desastre, lo cual era una señal de que la noche anterior había hecho al menos un
trabajo semi-decente.
Cuando ella se sentó en el taburete de mi mostrador le di una taza de café negro
bien caliente. Envolvió sus manos alrededor, respiró el vapor, y tomó un sorbo.
“Gracias”, dijo mientras cerraba los ojos. Ahora que la miraba me acordé cómo
había lucido anoche cuando la tenía debajo de mí. Desnuda, bañada con la luz que
entraba a través de la ventana. Lucía como una diosa.
“Alonzo”, dijo lentamente, sacándome de mi ensoñación. “Necesito que me
devuelvas mi cuaderno”.
“Te lo daré… Si vuelves aquí esta noche”
Ella me miró sin comprender. No podía adivinar los pensamientos que
cruzaban su mente en ese momento. “No sé si deba”.
“¿No sabes si debes volver esta noche?”
“Sí”, dijo, asintiendo levemente y apretando la taza de café con más fuerza.
“Esto es extraño para mí, Alonzo. No sé lo que significa todo esto”.
“No lo pienses demasiado. No tiene por qué significar nada”.
Ella miró el mostrador.
“No nos tenemos que complicar demasiado poniéndole etiquetas a esto,
Vanessa. Podemos disfrutarlo tal como es”.
“¿Y qué es?”, Preguntó, encontrándose de nuevo con mi mirada.
“Es lo que queramos que sea. Somos amigos que se sienten atraídos el uno por
el otro. Amigos con beneficios. Sin compromisos. Sin cadenas. Amigos que pueden
ocasionalmente, o regularmente, tener sexo. ¿Qué es tan confuso sobre eso?”
Ella se mordió el labio inferior. Me volvía loco. Esta chica no sabía lo que me
había hecho.
“Bien”, dijo mientras se levantaba. “Volveré esta noche. Pero por favor, no leas
más de mi diario. Es privado, y ya has leído lo suficiente”.
“No lo haré”, le dije, levantando mi mano y dándole mi mejor sonrisa de: lo
prometo. “Asegúrate de regresar aquí esta noche. Anoche fue solo un adelanto. Una
muestra, si quieres verlo así”, y le guiñé un ojo.
“Claro”, dijo ella, caminando por el pasillo. Cuando estuvo vestida y lista, la
acompañé hasta la puerta. Ella estaba más callada que de costumbre. Supuse que
estaba nerviosa, o tímida, o ambas cosas.
Nos despedimos, y me quedé solo en la puerta. Todavía estaba consumido con
pensamientos de su cuerpo desnudo sobre mi cama.
Volví a mi habitación, me acosté en la cama y saqué el diario de Vanessa de
debajo del colchón. Pasé a la última página que había leído. Estaba excitado otra vez
por ella, y tan solo había pasado un minuto desde que se había ido. Mi verga estaba
dura como una roca y tenía que irme al trabajo en menos de dos horas. Esa chica
sería la única responsable de mi enfermedad crónica de bolas encogidas.
A menos que, por supuesto, hiciera lo necesario yo solo.

Jueves, 26 de junio
Soñé otra vez con Alonzo. Este sueño fue mucho mejor que el anterior. Me desperté y mis
sábanas estaban mojadas debajo de mí. Tuve que hacerme acabar antes de salir de la cama.
Mi sueño comenzó cuando estaba en la ducha. El agua estaba caliente. El baño estaba lleno
de vapor. De repente, Alonzo estaba allí, abriendo la puerta de la ducha y entrando en la corriente
de agua conmigo. Estaba desnudo, y su cercanía hizo que mis pezones se endurecieran. Se enjabonó
las manos y me frotó, prestando especial atención a mis senos y mi cuello.
Tiró de la regadera y me enjuagó. Cuando toda la espuma se había ido, me dio la vuelta y me
empujó de cara contra el cristal. Él me sostuvo allí por la nuca con una mano mientras usaba su
rodilla para separar mis piernas. Luego sostuvo la cabeza de la ducha entre mis piernas. Estaba
apretada contra el vidrio de la ducha. No me importó. Sentir el agua caliente contra mi clítoris, era
demasiado rico. Luego dejó la regadera, pero se negó a dejarme mover. Se acomodó cerca mío y me
penetró fuerte y rápido, hasta que no pude aguantar más y acabé.
Cuando desperté, mis rodillas estaban débiles. Estaba sudada. Jadeando.

La sola lectura del diario fue suficiente para hacerme acabar. Me dejó con la
sensación de estar flotando. Era fácil imaginar a Vanessa en la ducha, sus pechos
brillando con gotas de agua. Necesitaba saber cómo se sentiría su piel debajo de mis
palmas cuando estaba mojada y cubierta de jabón. Quería sostener esa ducha entre
sus piernas.
De hecho, quería hacerle cada maldita cosa que ella había escrito.
Estaba ansioso de que regresara por la noche. Quería cogerla de nuevo. Quería
mostrarle un nuevo mundo de placer. Uno en el que no le preocupara si tener sexo
conmigo era confuso. Quería quitar completamente la confusión de esa ecuación.
Si pudiera hacerla sentir cómo ella quería. Estaba seguro de que podría
conseguirlo.
Quería seguir leyendo su diario, pero se me estaba acabando el tiempo para
alistarme. Necesitaba estar en el trabajo en una hora y media. Me moría de hambre
y necesitaba ducharme.
Guardé el diario de Vanessa en su escondite. Resistir la tentación de leer solo un
día más fue brutal. Pero me abstuve de volver a hacerlo.
Me metí en la ducha, pensando solo en lo que acababa de leer. Dudaba de que
alguna vez pudiera ducharme otra vez sin pensar en Vanessa desnuda bajo el agua.
Me imaginé cómo se verían sus pechos contra el cristal. Pensé en su vagina, lista y
goteando con agua tibia, mientras ella me mostraba su espalda.
Nuevamente se me había parado. Esto se estaba volviendo una adicción.
Ninguna chica había consumido mis pensamientos así. Ninguna chica había hecho
tan imposible que me concentrara en otras cosas. Todo en lo que podía pensar era
en el sexo. El sexo increíblemente bueno.
Esta noche la cogería más duro. La cogería hasta que no pudiera soportarlo
más. La llevaría sobre el respaldo de mi sofá hasta que ella acabara.
La cogería hasta que gritara mi nombre.
Capítulo 8

Vanessa
Me quedé mirando a la puerta de Alonzo. Ya había terminado mi día de trabajo.
Nunca había tenido un día tan inútil en mi vida. En lo único que podía pensar era
en lo que había sucedido la noche anterior. Me había dicho a mí misma mil veces
durante el día que iría a su casa y conseguiría el diario. Entonces me iría a casa. Lo
agarraría y me iría.
Toqué.
Alonzo abrió la puerta. Estaba vestido, pero mi cerebro le quitó la ropa al
instante.
Se apoyó perezosamente contra el marco de la puerta. Tenía esa hermosa
sonrisa que provocaba tantas cosas en mí y que me invitaba a jugar con sus labios
mientras me miraba.
“hey, hola”, dijo, su voz profunda y sensual.
“Hola”, dije, mi propia voz no salió con tanta fuerza como esperaba.
Se hizo a un lado para invitarme a entrar.
Dile que solo quieres tu cuaderno, me decía una vocecita en mi cabeza. Dile que estuvo
mal que lo agarrara y que quieres que te lo devuelva. Dile que esa es la única razón por la que has
venido.
Me volteé para mirarlo. Todavía tenía esa pequeña sonrisa. ¡Maldición, qué
bueno estaba! Ese calor debajo de mi vientre apareció nuevamente. Tragué.
“Alonzo”, dije en voz baja. “Necesito que me des…” ¡Mi diario! ¡Dame mi diario!
Las palabras nunca llegaron. En cambio, me lancé hacia él. Había perdido el
control total de mí misma otra vez. Envolvió sus brazos alrededor de mí y me
aplastó contra su cuerpo. Nuestros labios se cerraron de nuevo. Gemí en nuestro
beso anticipando lo que estaba por venir.
Él me tomó en sus brazos y me llevó a la sala de estar. Me apoyó en la parte de
atrás del sofá y me hizo girar. Entonces, se apretó contra mí, así que mi culo estaba
contra su verga. Su pene estaba duro, y un destello de deseo se disparó a través de
mí.
Sus manos encontraron la parte delantera de mis pantalones. Los deshizo con
un rápido movimiento y los tiró hacia abajo.
Me apoyé en el respaldo. Bajó mi ropa interior. Ni siquiera tuve tiempo de
sacármela. Todavía mis pantaletas estaban envueltas alrededor de mis tobillos
cuando su mano se deslizó por mi muslo interno y la dejó entre mis piernas. Un
gemido de emoción flotó en el aire, y me di cuenta un momento después de que el
sonido provenía de mí.
Me encantaba la forma en que mi cuerpo se hacía cargo. Mi mente había
detenido su incesante necesidad de justificar cada acción y cada pensamiento. Me
sentí libre por primera vez en mucho tiempo.
Alonzo se inclinó más cerca, apoyando su barbilla en la ranura entre mi cuello y
mi hombro. Su aliento se sentía tibio en mi piel mientras hablaba. “¿me deseas?”
Susurró, mientras acercaba cada vez más sus dedos al entre mis piernas.
Asentí.
“Quiero oírlo”, dijo, y sentía vibrar su pecho contra mi espalda con cada palabra
que decía.
“Sí”, dije en voz baja. “Te deseo”.
Su dedo se deslizó dentro de mí. Se movió lentamente, entrando y saliendo,
desafiándome a gemir. No lo hice. Quería retener el sonido tanto tiempo como
pudiera.
Otro dedo. Suspiré e incliné mi cabeza hacia atrás, apoyándola contra su pecho.
Agarró un puñado de mi cabello y estiró mi cuello más hacia atrás, forzándome a
mirarlo mientras seguía cogiéndome con sus dedos. Entonces me sonrió.
Intensifico el ritmo y mis ojos se cerraron, gemí al sentir la tensión en mi
vagina. Me gustaba la sensación. Estaba cada vez más apretada hasta que los
músculos se soltaron y acabé en su mano. Se retiró y frotó mi clítoris. Mis piernas
temblaban.
“Eres tan jodidamente sexy”, dijo, todavía aferrándose de mi cabello.
Las palabras, por el momento, no me salían. No había nada que pudiera hacer
más que estar en su poder y esperar a que él hiciera su siguiente movimiento.
Soltó mi cabello y me empujó hacia adelante, inclinándome lentamente sobre el
respaldo de su sofá. Pasé mi cabello sobre mi hombro mientras lo miraba. Me
levanté de puntillas, invitándolo a cogerme.
Cuando se deslizó dentro de mí, tuve que hacer un gran esfuerzo para no gritar.
Agarré uno de los cojines en el sofá y enterré mi cara ahí, amortiguando mis gritos
de placer. Esto incitó a Alonzo, y comenzó a penetrarme más duro, sus muslos
golpeando mi trasero con cada embestida.
Sentía como si mi cuerpo no fuera mío. Estaba temblando de emoción. Toda
esta atracción reprimida que tuve por Alonzo en la última década ya había llegado a
un punto crítico. El ritmo constante de su penetración dentro y fuera de mí se
sentía casi irreal. Hasta que se detuvo, se retiró y me levantó sobre el respaldo del
sofá y me dejó en el borde, puse mis manos para apoyarme. Me sobrevino
inmediatamente la necesidad de que me lo volviera a meter. Tomó mis dos tobillos
con una mano y levantó mis piernas. Confiaba en él, sabiendo que no me dejaría
caer, mientras él se burlaba de mí tocando mi clítoris con la punta de su pene, “¿Lo
quieres?” Me preguntó mirándome, “Todo” le conteste impaciente “lo quiero todo
dentro mío, por favor no lo saques más aún que te ruegue”, mis palabras hicieron
que sus ojos ardieran de lujuria. Me tomo firme y me enterró su pene hasta el
fondo, una descarga de placer paso a través de mí. Me estremecí. Lo miré a los ojos.
Él miró hacia abajo, su pene entraba y salía de mí y él tenía la vista perfecta de mi
vulva abierta, yo también mire esa escena y tome sus caderas tirándolas hacia mí
para animarlo a darme con más fuerza.
Él lo hizo, balanceando sus caderas hacia arriba, embistiendo contra mí. Cada
embestida sacudía mi clítoris. Estaba segura de que no sería capaz de caminar
después de esto. Mis piernas temblaban y mi cuerpo se sentía débil.
Pronto, Alonzo bajó mis piernas dejándolas listas para envolverme en su
cintura, me rodeó con sus brazos por debajo de mi trasero. Me levantó lentamente.
Sus bíceps se apretaron contra mi mientras se enderezaba todavía con su pene
dentro. Envolví mis brazos alrededor de su cuello y me agarré a él. Mis pechos se
aplastaron contra su pecho cuando comenzó a caminar hacia su habitación.
Lo besé mientras íbamos. Estaba demasiado excitada como para no hacerlo.
Necesitaba probar tanto de él como fuera posible. No quería que terminara. Él
devolvió mis besos con igual codicia hasta que llegamos a su cama. Se sentó
conmigo en su regazo, luego cayó de espaldas, dejándome sentada encima de él.
Coloqué mis manos sobre su pecho. Sus músculos eran firmes. Gire mis caderas
en círculos lentos y constantes. Alonzo cerró los ojos y sus manos me apretaron los
muslos. Seguí adelante, deseando más que nada hacerlo sentir tan bien como me
hacía sentir.
Me apoyé en su pecho cargando mi peso en el para poder levantar con más
facilidad mi culo, reboté hacia arriba y hacia abajo recorriendo su pene con mi
vagina, su pene era enorme. Mis senos colgaban y él los miraba balancearse, la
posición que me daba estar apoyada así lograba una penetración agradable y
controlada, su miembro llegaba a lo más profundo. Él me miró con ojos
hambrientos. Sostuvo mis pechos y jugó con mis pezones. Me jaló hacia él y aplastó
su boca contra la mía mientras levantaba sus caderas debajo de mí. No tenía nada
en mi mente, pero mi cuerpo pedía cumplir cada fantasía. Quería hace mucho
tiempo, complacerlo y este era el momento.
Me empujé profundamente hasta la base de su pene, quedándome quieta por un
momento hasta que el temblor final de mi orgasmo llegó. Entonces me decidí.
“Quiero que acabes dentro de mí”, le dije, enderezándome sobre él y arqueando mi
espalda. Me preparé colocando mis manos detrás de mí, sobre sus muslos. Me
quedé mirando hacia el techo. Comencé de nuevo, lentamente al principio, sintiendo
cómo su pene se deslizaba dentro y fuera de mí. Fue puro éxtasis. Volví mi cabeza,
lo miré antes de girar sobre su pene, dejando mi espalda y mi trasero hacia él. Lo
mire hacia atrás y su boca estaba en forma de O, Alonzo agarró mi culo abriéndolo
levente. Se agarró a mí mientras empujaba hacia arriba y abajo. Esa sensación de
hormigueo comenzaba de nuevo. Me tome de sus piernas y subí y baje rebotando
mi culo sobre él. No tardaría mucho en acabar de nuevo. Pero quería que
acabáramos juntos. Anhelaba esa sensación de estar llena. Lo ansiaba más que
cualquier otra cosa que hubiera ansiado en mi vida.
“Alonzo”, gemí, volteando mi cara para mirarlo de nuevo.
Su pulgar presionó mi ano. Pequeñas explosiones de placer atravesaron mi
cuerpo, jadeé
“No pares, te ves exquisita desde aquí” me dijo y pude ver como observaba mi
culo dar botes. Su pulgar continuó frotándome en círculos rápidos. Empecé a
rebotar sobre él con más entusiasmo guiada por la excitación. Yo acariciaba mis
pechos. El orgasmo estaba llegando. Grite que me iba a venir.
Cuando sucedió, Alonzo se quedó dentro y pude sentir cuando él acabó. Sus
músculos estaban tensos debajo de mí. Cuando terminó, me mecí suavemente sobre
él, disfrutando de la sedosa humedad entre nosotros. Cuando me levanté, miré
como nuestros fluidos mezclados bajaban por su pene, pasaban por sus testículos y
terminaban en las sabanas. Fue increíble. Me recosté a su lado y él se puso de
costado para mirarme y se apoyó en un codo. Sabía que me estaba mirando. Podía
sentir sus ojos observando todo mi cuerpo.
Mi vagina estaba hinchada y palpitante. Mi cerebro se sentía como papilla. Mi
piel estaba caliente y sudorosa. Pasé mis dedos por mi cabello y cerré mis ojos. “Eso
fue extraordinario”, le dije con voz ronca, dándome cuenta de que necesitaba agua
urgentemente.
Alonzo se inclinó más cerca de mí. Su mano vagó entre mis piernas otra vez.
Me acarició, agradable y lentamente, y susurró en mi oído “Estuviste increíble”.
Lo dejé hacer lo que quería con sus manos. Él era un seductor maravilloso. De
alguna manera, lograba acariciar toda la extensión de mi vagina mientras su pulgar
rebotaba sobre mi clítoris. Sería feliz si pudiera estar así con él por la eternidad. Y
me sentía tan orgullosa de mi por haberle dado el placer que quería, no podría
borrar de mi mente sus ojos al verme de espalda a él, su rostro era solo lujuria, lo
pude ver.
Besó mi pezón y lo tomó en su boca, succionándolo suavemente y luego
pellizcándolo entre sus dientes. Cuando su boca hizo cosquillas en mis pechos,
deslizó dos dedos dentro de mí. Mi vagina hinchada lo invitó a entrar y se tensó casi
al instante. Sabía lo cerca que estaba de acabar nuevamente.
Separé mis piernas para él. Podía sentir sus nudillos contra mis piernas y pelvis
mientras me tocaba. Me pregunté por un momento si estaría adolorida a la mañana
siguiente.
No me importó. Lo que estaba haciendo se sentía demasiado bien. Gemí debajo
de él y moví mis caderas contra sus dedos. Me iba a venir. Estaba muy cerca.
Su pulgar golpeó ese punto perfecto en mi clítoris justo cuando sus dedos
empujaron contra mi punto G. Mi orgasmo fue salvaje y rápido, atravesándome
como una avalancha. Grité y lancé mi cabeza hacia atrás. Esto solo hizo que Alonzo
me cogiera con más fuerza.
Cuando mi cuerpo dejó de temblar, él sacó sus dedos de mí. Abrí los ojos para
encontrarlo mirándome con una sonrisa juguetona en sus labios. “Perfecta”,
susurró.
Cubrí mis ojos tímidamente y rodé lejos de él.
Se bajó de la cama y me dio una bofetada en la pierna. “¿Agua?” Me preguntó
mientras se dirigía al baño.
“Por favor”, le dije, mirando su culo desnudo mientras se alejaba de mí.
Cuando regresó, me dio un vaso de agua fría. Me la bebí toda antes de ir al baño
para limpiarme. Sería imposible dormir con lo mojada que estaba.
Para cuando volví, Alonzo yacía de espaldas y estaba a medio camino bajo las
sábanas. Él me invitó a retirar las mantas en el otro lado de la cama. Me uní a él, y
nos acurrucamos el uno contra el otro.
Acurrucada contra el pecho de Alonzo, pensé en lo mucho que había deseado
esto. Pensé en lo mucho que me preocupaba por él. Este era Alonzo Parot. Él era el
hombre con el que siempre había soñado estar.
Y ahora que había estado con él, tenía la certeza de algo: estaba enamorada de
él.
Capítulo 9

Alonzo
Por la mañana todavía Vanessa seguía acurrucada contra mí. Podía oler su
champú de coco, y su pelo me hacía cosquillas en la nariz. Tenía un brazo metido
debajo de ella, y estaba completamente entumecido. Estaba de espaldas a mí, y la
sábana estaba sobre sus caderas. Desde ese ángulo su cuerpo formaba una curva
dramática. Besé su hombro desnudo. Ella no se movió. Procedí a deslizar
suavemente mi dedo por su brazo. La piel de gallina se levantó sobre su piel, pero
todavía no se despertó. Disfruté acostado con ella en la quietud de la mañana.
Su respiración era profunda y tranquila. Estaba durmiendo profundamente.
Eché un vistazo a mi reloj. Eran casi las nueve de la mañana. Nos habíamos ganado
ese descanso, eso era seguro.
Volviendo a Vanessa, admiré lo que veía. Extendí la mano y le quité la manta de
las caderas y le miré el culo. Ver la línea en su espina dorsal y los dos hoyuelos en su
espalda inferior me hizo sonreír. Su figura era algo fuera de este mundo. Siempre
pensé eso sobre ella y me pregunté por qué optó por esconderse debajo de suéteres
anchos. A veces, cuando sus camisas se doblaban hacia arriba, echaba un vistazo a
sus caderas y a su culo. Siempre me había sorprendido. Claramente hacía ejercicio,
pero no era el tipo de mujer que necesitaba mostrarle al mundo sus logros.
Mi pene nuevamente estaba parado. Quería penetrarla, sentirla mía nuevamente.
Me le acerqué más y presioné la punta de mi miembro contra la parte baja de su
espalda, instándola a despertarse. Ella gimió suavemente y se movió en su sueño.
“Vanessa”, le susurré al oído, apretando su hombro suavemente. “Hora de
despertar”.
Ella casi no se movió. La sacudí ligeramente, justo lo suficiente para que
emitiera un pequeño suspiro seguido de un bostezo.
“Estoy despierta”, murmuró, mirándome por encima del hombro con los ojos
entreabiertos.
“Bien”, dije, deslizando mi pene hacia ese delicioso espacio entre sus piernas.
Ella soltó una risa suave y somnolienta. Ese sonido hizo que dejara de pensar con
claridad.
Ella arqueó su espalda mientras se estiraba. Su culo presionaba mi estómago. La
agarré y luego pasé las manos por sus caderas. Su piel era tan suave.
“Quiero cogerte de nuevo, ¿puedo?” Pregunté, mi verga seguía creciendo entre
sus muslos.
Al sentirme soltó un quejido de excitación. Movió su pierna hacia delante y
levanto su culo, exponiéndolo e invitándome a meterle mi miembro dentro.
Presioné su pierna hacia su pecho y me acerqué más. Ella me miró por encima
de su hombro, sus ojos todavía estaban cargados de sueño, pero su excitación se
notaba y eso me provocaba.
La punta de mi verga encontró en su vagina. Estaba empapada. Cuando la saque
sus dedos me alcanzaron, y ella agarró la base de mi pene mientras me frotaba
contra ella. Gimió suavemente cuando comenzó a masturbarme. Mierda, ella era
muy sexy.
Cuando no pudo soportarlo más, sostuvo mi pene contra ella y me ayudó a
penetrarla. Esa mañana su vagina se sentía mejor que nunca. La penetré lentamente,
mientras disfrutaba la forma en que las paredes de su vagina me abrazaban.
Realmente la disfrute, dócil y deseosa de mí. Su mano todavía estaba entre sus
piernas. Me di cuenta de que ella se estaba frotando a sí misma. Un pequeño
gemido se escapó de sus labios una vez que yo la había penetrado por completo.
Empujé casi hasta el final y volví a deslizarme lentamente. Repetí esto hasta que sus
caderas comenzaron a girar contra mí.
Luego me la cogí tan duro y tan rápido como pude. Casi de forma inmediata
ella se quedó sin aliento. Continuó frotándose y su vagina se apretó alrededor de mi
pene. Ella acabó rápidamente y ahogó su grito en una almohada. Luego de algunos
segundos pude sentir como mis bolas estaban preparando mi semen para salir, y la
follé más duro, casi quedando sobre ella, acabé llenándola con mi leche. Ella apretó
su vagina y mantuvo todo mi semen, incluso cuando me salí de ella.
La dejé en la cama mientras me duchaba. Volví a pensar en lo escrito en su
diario sobre que yo me la cogía en la ducha. Quizás la próxima vez la traería aquí y
la excitaría con la cabeza de la ducha. La sujetaría contra las paredes de cristal como
ella había escrito, y la cogería mientras la ducha se llenaba de vapor.
Cuando volví al dormitorio, ella se había dormido nuevamente. Todavía estaba
desnuda y acostada sobre las sábanas. La tapé después de mirarla por un minuto, la
besé en la frente y me dirigí a la cocina para preparar desayuno.
A Vanessa siempre le habían gustado los panqueques que hacía. Era una receta
que conocía desde pequeño, y cada vez que las hacía, Vanessa comía con
exageración. Luego se quejaba durante horas de lo llena que había quedado
mientras se masajeaba el estómago, sacándolo lo más que podía. Luego
comenzábamos a hacer bromas sobre el embarazo, que hacían que Vanessa no
hablara más. Había evitado esas bromas las últimas veces que habíamos comido
panqueques sospechando que era algo que la molestaba por alguna razón. Nunca
había reunido el valor para preguntarle sobre el tema.
Agregué el mejor ingrediente a la masa de panqueques: canela. Mientras lo
vertía en la sartén, Vanessa salió de mi habitación. Tenía el pelo recogido, y estaba
vestida con la misma ropa de la noche anterior. Parecía un poco dormida, pero tan
linda como siempre cuando se sentó en el mostrador.
“¿Panqueques?” Preguntó ella, sonriéndome. “Me siento mimada”.
“Así es, son tus favoritos”.
Estuvimos callados por un tiempo. Volteé los panqueques mientras Vanessa me
miraba. Se le veía contenta.
“Alonzo”, dijo abruptamente. “Devuélveme mi cuaderno”.
“Ah, vamos, Vanessa. Es muy bueno. Nunca hubiéramos hecho nada de esto si
no lo hubiera leído”.
“Quiero que dejes de leerlo”.
“¿Por qué?” Pregunté, incapaz de quedarme callado. Sabía que era su cuaderno
privado, pero estaba seguro de que ella había disfrutado tanto del sexo como yo. Yo
había cumplido sus fantasías. ¿Qué tiene eso de malo?
“Porque no es justo. Por el momento, el sexo es genial. Pero después me voy a
sentir confundida. Sé que dijiste que no había etiquetas, y que simplemente
podemos ser amigos con beneficios. Pero Alonzo, no sé si puedo hacer eso.
Necesito saber. Necesito saber qué sientes hacia mí. Por favor. Necesito la verdad”.
En el fondo, siempre había sabido lo que sentía por Vanessa Andrade. Era una
obviedad. Ella era la única persona en el planeta que no me podía faltar; ella era la
única que sabía quién era yo realmente.
“Estoy enamorado de ti, Vanessa Andrade. Creo que siempre lo he estado”.
dije, manteniendo mi mirada fija en ella. Había pedido la verdad. Y allí estaba.
Simple, sencilla y total.
Ella parpadeó. Al principio, pensé que era porque estaba sorprendida por mi
respuesta. Luego, cuando sus ojos se volvieron vidriosos y húmedos, me di cuenta
de que estaba tratando de no llorar.
“Vanessa”, le dije apresuradamente, “por favor, no llores. Está bien. No
tenemos que dejar que esto arruine nada. Olvida que lo dije”.
“Cállate, Alonzo”, dijo, esta vez con lágrimas en las pestañas inferiores. “Yo
también me siento enamorada de ti”. Se secó los ojos y se aspiró la nariz de una
manera no tan propia de una dama. Tuve que esforzarme para no reírme. Ella se
veía tan malditamente linda.
“Estas son lágrimas buenas, ¿verdad?”, le pregunté.
Ella asintió, aun secando sus ojos. “Sí. Ahora regrésame mi cuaderno. Ya
conoces mi secreto más oscuro. No tienes nada más que leer”.
“¿Ese es tu mayor secreto? ¿Qué me amas?”
“Sí”, dijo, asintiendo una vez.
“Está bien”, le dije, señalando los panqueques. “Asegúrate de que no se
quemen. Traeré tu cuaderno”.
Regresé al dormitorio y agarré su diario mientras reflexionaba sobre sus
palabras. Ella también me amaba. ¿Cómo había estado tan ajeno a eso durante
todos estos años? ¿Cuánto tiempo ella se había sentido así? ¿Tanto tiempo como
yo?
Se lo devolví, diciéndome a mí mismo que si alguna vez lo quería leer de nuevo,
sabía dónde podría encontrarlo. Siempre había sido mala ocultando cosas. En la
escuela secundaria, ella había escrito un libro de poesía y se horrorizó cuando lo
encontré escondido en una cesta en la parte de arriba de la nevera de sus padres.
Como soy un hombre alto, lo había visto desde el otro lado de la habitación. Supuse
que no se le había ocurrido ya que era muy baja.
De vuelta en la cocina, le di el diario.
“Gracias”, dijo, abrazándolo contra su pecho de la misma manera que un niño
pequeño agarra su oso de peluche.
Me encogí de hombros y me serví los panqueques en un plato. Saqué el jarabe y
la mantequilla, y nos sentamos para disfrutar juntos de nuestra comida. El diario de
Vanessa nunca se apartó a más de un par de metros de su lado. El hecho de que se
lo haya agarrado realmente debió molestarla. Eso solo me hizo sentir más
curiosidad por saber lo que decían las otras páginas.
“¿Quieres que pasemos el día juntos?” Pregunté, llevándome un pedazo de
panqueque a la boca.
“Me encantaría”, dijo Vanessa, mirándome a modo de disculpa. “Pero Belén y
yo tenemos planes de ir de compras juntas esta tarde. Necesita ropa nueva para el
trabajo”.
“Ropa de trabajo”, dije secamente, “suena divertido. Si te quedas aquí conmigo
te aseguro que valdrá la pena. Podríamos ver películas durante todo el día. Podría ir
a buscar algo para comer mientras te duchas. Entonces, ya sabes, podríamos tomar
un descanso cada hora más o menos y solo tirar”. Le guiñé un ojo.
“Alonzo, no puedo. Belén necesita mi ayuda. Ella tiene problemas para escoger
ropa”.
Arqueé una ceja. “¿Vas a decir que no a mi plan?”. Me reí, mientras me señalaba
a mí mismo.
“Lo creas o no, sí, voy a decirte que no”.
“¿Este es el castigo por robar tu diario?”
“Si quieres verlo de esa manera, está bien”, dijo.
“¿Estás enojada conmigo?”, pregunté, comenzando a sentirme un poco
preocupado de que tal vez había llevado las cosas demasiado lejos.
“No, Alonzo, no te preocupes por eso. Todo está bien. Me lo devolviste. No
hiciste ningún daño de hecho. No soy de hacer los planes para atrás. Tú sabes eso
de mí. Especialmente con Belén”.
“Está bien, está bien”, admití, tratando de no dejarle ver lo decepcionado que
estaba. “Me imagino que en otra ocasión”.
Ella me sonrió, y la calidez en sus ojos ahuyentó un poco la preocupación que
había sentido. Continuamos comiendo nuestros panqueques, y pronto, Vanessa
estaba bromeando sobre el estado de mi desastrosa cocina. Las cosas parecían
normales, a pesar de que la tensión sexual ahora estaba presente entre nosotros.
Por más que lo intenté, no pude pensar en otra cosa que no fuera cogérmela
otra vez.
Capítulo 10

Vanessa
Había salido de la casa de Alonzo un poco después de las diez de la mañana.
Cuando estábamos en la puerta de su casa había intentado seducirme nuevamente
para que me quedara un rato más. Puso sus dedos índices en la trabilla de mis jeans
y me jaló hasta él. Casi había funcionado. Si me hubiera besado, hubiera podido
quedarme ahí y estar ahora acostada con las piernas en el aire y sintiendo su pene
nuevamente dentro de mí.
Pero no estaba ahí. Estaba en casa cepillándome los dientes y preparándome
para encontrarme con Belén. Había estado considerando si iba a contarle lo que
estaba pasando entre Alonzo y yo. Decidí que debería hacerlo porque ella siempre
había sido una buena consejera. Siempre me había dado los mejores consejos y
sabía que esto era algo que no podría guardarme solo para mí. Necesitaba
compartirlo con alguien.
Me encontré con Belén en el centro comercial fuera de su tienda favorita.
Recorrimos los diferentes departamentos y cuando agarró varias faldas tipo tubo y
algunas blusas y blazers me pidió mi opinión. Asentí con la cabeza, sin prestarle
mucha atención.
“Está bien”, dijo Belén finalmente, apoyándose en uno de los estantes de
ventas. “¿Qué pasa, Vanessa? Estás actuando súper raro. ¿Está todo bien?”
“Oh. Sí. Lo siento. Estoy bien”.
“No me convence tu respuesta”, dijo Belén.
Me acerqué a ella y bajé la voz. “Me cogí a Alonzo”.
“¿Qué?”, exclamó Belén en voz alta. La mandé a callar mientras sentía que mis
mejillas comenzaban a arder. “Oh, Dios mío, Vanessa”, dijo Belén efusivamente,
“¿hablas en serio?”
“Sí, nos acostamos. Honestamente, nos acostamos como cinco veces, pero eso
no viene al caso”.
“Um, no, no viene al caso, ¿te lo cogiste cinco veces? ¿Cómo estuvo?”,
preguntó Belén, riendo tímidamente y tapándose la boca.
“No tienes idea”, le dije, sintiendo ese deseo agitador de nuevo debajo de mi
vientre ante el recuerdo de la cogida. “Pero después las cosas se complicaron. Le
dije que me devolviera mi diario. Y en algún momento de la conversación, terminé
confesando mis sentimientos por él”.
“¿Qué significa eso, querida? ¿De qué sentimientos estamos hablando?”
“Le dije que lo amaba”.
“Mierda, Vanessa. ¡Realmente se lo dijiste! ¿Y qué dijo él?” Los ojos de Belén
brillaban con curiosidad.
“Dijo que él también me amaba”.
“¿Qué?” Belén aplaudió y chilló. “¡Eso es fantástico! ¿Ahora son novios?”
“No”, dije, sacudiendo la cabeza antes de que ella se emocionara demasiado.
“Sólo somos amigos. Como siempre. Solo amigos. Vamos a seguir pasando el rato”.
“En otras palabras, vas a seguir cogiéndotelo”, dijo Belén con una mirada no
tan sutil.
No me molesté en decirle que no. Yo ya quería volvérmelo a coger.
“¿Él ya lo sabe?”, dijo Belén. “¿lo de Bruno? ¿Crees que llegó a leer esa parte?”
“No, no lo sabe. Y no planeo dejar que se entere alguna vez. Si él supiera que
Bruno y yo le estuvimos ocultando ese secreto durante tanto tiempo, lo destruiría.
Él no confía en mucha gente. Y Bruno y yo somos algunas de esas personas”.
Belén aulló y se llevó la mano a la frente. “Vanessa, te das cuenta de lo tonto
que suena cuando lo dices en voz alta, ¿verdad? Él lo va a descubrir algún día.
Deberías simplemente decírselo. Empezar con la pizarra en blanco. Sería mejor para
él si pudieras explicárselo de manera adecuada. Vanessa, estaría muy mal si él se
llega a enterar a través de otra persona. Tienes que decírselo”.
“No, no puedo. No quiero lastimarlo”.
“Vas a empeorar las cosas ahora que empezaron a salir. El sexo complica las
cosas. Ahora los sentimientos están involucrados. Tienes que creerme”, dijo Belén.
“Sólo somos amigos. Nada ha cambiado. No necesito decírselo”.
“Si tú lo dices, Vanessa, pero lo digo en serio. Estás cometiendo un gran error”.
Más tarde en la noche, cuando estaba sola en mi casa, no podía sacarme de la
cabeza las palabras de Belén. No podía evitar preguntarme si ella tenía razón.
Quizás era mejor que Alonzo supiera. Después de todo habían pasado diez años, y
realmente no había pasado nada.
Bruno y yo éramos muy jóvenes y un poco estúpidos yo solo tenía diecisiete
años. Él tenía veintidós. Lo lamentamos de inmediato. Luego, cuando creímos que
estaba embarazada, pensamos que todos iban a descubrirlo. Pensamos que nuestras
vidas habían terminado. Bruno era un buen tipo. Él me dijo en ese entonces que no
me abandonaría, y que me apoyaría sin importar lo que decidiera hacer con el
embarazo.
No hizo falta llegar a tomar ninguna decisión. Después de dos semanas de
pensar que iba a ser una madre adolescente, Bruno apareció en mi casa y me llevó al
médico. Hicieron una prueba de embarazo. Se sentó y durante todo el tiempo
mantuvo mi mano agarrada. El resultado de la prueba fue negativo.
El doctor nos dio la noticia y nos dejó solos en la habitación. Habíamos
acordado, en ese mismo momento, que nunca volveríamos a hablar de lo que había
sucedido. Ambos habíamos sido idiotas. Ambos habíamos cometido errores. Nadie
necesitaba saber, porque nada había sucedido. Nunca más tuvimos sexo. De hecho,
nunca hicimos nada nuevamente. Había sido una noche loca y salvaje en la que los
dos cedimos a nuestros deseos en lugar de utilizar nuestras cabezas.
Había pasado tanto tiempo después de eso. Diez años. Nada había cambiado.
Bruno y yo nunca estuvimos enamorados. Incluso ahora, cuando nos vemos, no
nos sentimos extraños. Éramos amigos. No hubo resentimientos. Queríamos lo
mejor el uno para el otro.
Sabía, sin embargo, que Alonzo no lo entendería. Y no podía soportar la idea de
ser la persona que lo lastimara. Él confiaba en mí. Sabía que nunca haría nada para
lastimarlo. Pero ya lo había hecho. Hacía muchos años.
Pero Belén tenía la habilidad de tener siempre razón. Los secretos siempre
logran salir a la luz, sin importar lo mucho que una persona intentara enterrarlos.
Cómo Bruno y yo ya habíamos logrado mantener nuestro secreto bajo llave durante
diez años, no tenía ni idea.
Una cosa era cierta: eventualmente, Alonzo descubriría que su hermano y yo
habíamos tenido relaciones sexuales. Descubriría que habíamos estado mintiéndole
durante diez años. Entonces a partir de allí las cosas solo podrían empeorar.
La honestidad siempre fue la mejor política. Lo sabía.
Cogí mi teléfono y llamé a Alonzo. Él respondió casi de inmediato.
“Oye, Alonzo”, le dije, mientras un nudo producto de los nervios aparecía en
mi vientre. “¿Estas libre esta noche?”
“Podría estar”, dijo, con una profunda sonrisa que se sentía a través del
teléfono.
“¿Quieres venir?”
“¿A qué hora?”
“Cuando quieras. Acabo de llegar a casa”, dije, girando nerviosamente un
mechón de mi cabello.
“¿Debo llevar algo?”, preguntó.
“Solo a ti mismo”, dije.
“Está bien, te veré en un rato”.
Cuando dijo un rato, había calculado una hora, tal vez una hora y media. Alonzo
era el tipo de persona que, por lo general, se distraía con algo y comenzaba a dar
vueltas. Sin embargo, llegó quince minutos después de terminar la llamada. Le abrí y
él entró.
Me encontró doblando la ropa en mi sala de estar. Había hecho cuatro
montones de ropa ordenada y estaba emparejando mis medias cuando me abrazó
por detrás y me besó en el cuello.
Solté una risita e intenté salirme de su alcance. Necesitaba hablar con él. Quería
aclarar todo este lío y dejarlo en el pasado. Entonces, tal vez podríamos continuar
con lo que sea que había empezado entre nosotros.
“Alonzo”, supliqué, escabulléndome de su abrazo. “Detente”.
“¿Por qué?”, Preguntó, mientras me daba pequeños pellizcos y le salía una
sonrisa malvada. “Me invitaste a venir, ahora no te hagas la dura”.
“No me estoy haciendo la dura”, le dije, abofeteando su mano.
Él rio desafiante e intentó agarrar mi manga. No pude evitar reírme mientras
salía del salón rumbo a la cocina para escabullírmele. Él me siguió, el sonido de su
risa se mezcló con el mío. Me alcanzó y agarró mis dos muñecas.
“¿Por qué huyes de mí, gatita Vanessa?”
Me mordí el labio inferior. Dile. Hazlo como cuando te quitas una curita. Rápido y
valientemente. “Yo…”
Alonzo presionó su pulgar contra mi labio inferior, liberándolo de mis dientes
apretados. “¿Tú qué?”, susurró.
Él estaba haciendo que esto resultara muy difícil. Sus brillantes ojos avellana
prometían que empezaría una aventura sexy. Él estaba teniendo ideas atrevidas y
sucias y sus pensamientos me estaban alcanzando. Quería agarrarlo justo en ese
momento. Hablarle de Bruno podría esperar, ¿o no?
“Nada”, susurré, sacudiendo la cabeza. Mi cabello cayó sobre mis hombros.
Alonzo rozó mi mejilla con su pulgar. Acarició mi mandíbula e inclinó mi
rostro hacia él. “¿Estás segura? Habla ahora o calla para siempre”.
“¿Para siempre?”
“Bueno” dijo, encogiéndose ligeramente de hombros “hasta que puedas hablar
de nuevo. Planeo hacerte cosas en los próximos minutos que te dificultarán hablar”.
“¿Te estás burlando de mí, Alonzo Parot?”
Echó la cabeza hacia atrás y se rio. Su cabello cayó sobre sus ojos cuando volvió
a mirarme. Joder, se veía tan sexy. Esa pequeña voz en mi cabeza estaba gritando el
nombre de Bruno, pero mi cuerpo ya estaba olvidándolo. La cercanía de Alonzo me
distraía demasiado. Su olor me inundó la nariz: pino y sándalo.
“Nunca me burlaría, Vanessa, al menos no a propósito. Solo te estoy haciendo
saber lo que estoy por hacerte”.
“¿Y qué es lo que piensas hacerme?”, Le pregunté con curiosidad. “¿Qué es lo
que estás a punto de hacer exactamente?”. No pude evitarlo. Quería escucharlo de
sus labios.
Sus labios se curvaron hacia arriba. Puso su dedo debajo de mi barbilla y me
miró a los ojos. “Te voy a comer, justo aquí en el medio de la cocina. Voy a llevarte
sobre ese lavaplatos y a cogerte. Y no voy a parar hasta que estés gritando mi
nombre”.
Todos los pensamientos sobre Bruno desaparecieron.
“Sí, por favor”, le susurré, sin querer nada más de lo que acababa de
prometerme.
“Lo siento”, dijo Alonzo, inclinando la cabeza aún más. “No pude oírte. ¿Qué
querías?”
“Quiero todo”, dije, “quiero que me cojas. Aquí. Ahora. Sobre el fregadero.
Como tú quieras, solo hazlo”.
“Eso es lo que me gusta escuchar”, dijo Alonzo sin aliento, sus dedos dejaron
mi barbilla y su mano se desvió hacia la parte posterior de mi cuello. Me atrajo hacia
él y me besó. Ese revoloteo de necesidad me consumió de nuevo. Agarré su camisa,
enrollándola en mis puños y usándola para mantenerme cerca de él. Gemí en su
boca, y él emparejó mi ansiedad con un suspiro sin aliento.
Capítulo 11

Alonzo
Vanessa me devolvió el beso con más intensidad de la que esperaba. Ella quería
esto tanto como yo. No iba a contenerme.
Pasé su suéter por sobre su cabeza y lo lancé a un lado, vi como bajó sus leggins
por sus caderas y muslos, las arrojó a un lado y quedó solamente con una tanga
negra de encaje que me dejaba ver la piel de su entrepierna y me tentaba a lamerla.
Me acerque para deshacerme de su sujetador y la levante colocándola en el
mostrador de la cocina. La bese he hice a un lado su tanga para sentir la suavidad de
sus labios vaginales, mis dedos se empaparon de sus jugos. No lo resistí y me solté
del beso para agacharme y pasar mi lengua por su clítoris. Su olor dulce me
estremeció y mi pene erecto se incomodó en mi ropa interior. Succione su clítoris y
ella dejo caer su cabeza hacia atrás y emitió un gemido con fuerza. La lamí,
saboreándola y disfrutándola. Puse mi dedo en su clítoris y hundí mi lengua lo más
que pude en su vagina, levantó su cadera para mí y supe lo mucho que le estaba
gustando. Continúe explorando sus paredes y moviendo mi dedo en su clítoris, me
salí solo para besar sus muslos y subí por su vientre, besos y mordiscos que no
podía aguantar, cuando llegue arriba su rostro me esperaba, mordí su labio y cuando
lo liberé, ella salto y se arrodillo frente a mí. Con asombro la vi desabrochar mi
cinturón, paso la lengua por la zona de mis oblicuos y a medida bajaba mis
pantalones ella recorría con su lengua el camino. Mi pene se liberó firme para ella,
lo tomo con sus manos y lo acarició. Se tomó su tiempo antes de pasar su lengua
por la cabeza. Una gota de pre semen salió de él y ella la lamió. Le dio un pequeño
beso antes de abrir y cerrar sus labios alrededor de él. Su lengua lo acaricio en el
interior hasta que llego a su garganta. Chupo lentamente mi pene, como si gozara al
hacerlo. Yo estaba vuelto loco. Cuando aumentó el ritmo, no pude aguantar mover
mis caderas metiendo más profundo mi pene en su boca, comenzó a girar su lengua
en mi pene, lo que hizo que no quisiera que se detuviera, la humedad de su boca se
sentía increíble. De repente vi como su mano bajo a su vagina y comenzó a tocarse.
No me aguanté, la tomé para que se pusiera de pie. La di vuelta y la incliné para que
quedara contra el mostrador mientras metía mi pene en su vagina deseosa. Su
trasero se levantó para hacerme paso a la entrada y ella dio un gran gemido de
placer “Dios, no me cansaré de esto” dijo y amé que se sintiera así. Le apreté ese
culo hermoso que tanto me gusta y le di una nalgada, soltó un sonido gutural, me
miro por encima del hombro con aprobación y le di otra palmada, gimió y la sentí
tan ardiente. Sobé su trasero y lo sentí maravilloso.
Me encantaba cogérmela desde la espalda. No había mejor vista en el mundo. Y
me encantaba poner mis manos sobre ella. La sensación de su culo debajo de mis
palmas me volvía loco. Me acosté sobre ella, y de repente los dos estábamos en
espiral. Nuestras respiraciones se volvieron irregulares hasta que gritó de placer. La
cogí todo el tiempo mientras llegaba al orgasmo y entonces descargué todo mi
semen dentro de su vagina.
Cuando terminamos ella permaneció inclinada sobre el mostrador, jadeando
cuando terminamos. Le di otra palmada en el culo, esta vez un poco más ligera, y
ella me miró por encima del hombro mientras se enderezaba.
Se inclinó y recogió su ropa del suelo. Luego me dio la mía. Se paró frente a mí,
sosteniendo su suéter y sus bragas en frente de su pecho. Cuando comenzó a hablar
no me estaba mirando a los ojos.
“No te invité para tener sexo…”, dijo. “Quería decirte algo”.
“¿Mmm?”, dije.
Ella miraba sus pies. “Realmente no sé cómo empezar. Creo que tal vez sería
mejor si te lo mostrara. Vuelvo enseguida, ¿está bien?”
“Claro”, dije, un poco vacilante.
La miré entrando a su habitación. Cerró la puerta detrás de ella. La escuché
correr el agua en su baño mientras yo me vestía.
Regresó a la cocina unos minutos después. Tenía su cuaderno en su mano, y
estaba abierto. Ella estaba mirando hacia abajo. Pude ver que estaba mordiendo el
interior de su mejilla. Este era un tic nervioso suyo al que ya me había
acostumbrado hace mucho tiempo. Colocó el cuaderno en mis manos.
“¿no querías que lo leyera y ahora sí?”, le pregunté.
“Hay una página que quiero que veas”, dijo.
“¿Otra fantasía?, está bien déjame ver”, le dije, todavía tratando de llamar su
atención.
Ella no me miró. “No. Pero hay algo allí que debes saber. Algo que debería
haberte dicho hace mucho tiempo. No sé cómo decirlo, así que pensé que deberías
leerlo. Ten en cuenta que esto pasó hace mucho, mucho tiempo. No cambia nada”.
“Está bien”, le dije, no muy seguro de querer saber qué estaba escrito en una de
las páginas de casi las primeras hojas del cuaderno.
Lo miré y reuní el coraje para comenzar a leer.

Sábado, 14 de agosto
Hace unos años, cuando perdí la virginidad sucedió algo que no he podido olvidar, quiero
escribirlo para poder sacarlo de mi mente, para siempre. No lo había planeado, pero todo se dio.
Hoy lo escribo porque es un peso que siento que tengo que liberar. Solo Belén conoce lo que pase
durante ese tiempo, hoy, quiero dar vuelta la página para que nunca más me persiga este fantasma.
Guardar un secreto no es fácil, pero soy feliz de que con Bruno y con Alonzo nos llevemos tan
bien. Me arrepiento de cómo se dieron las cosas en ese momento, pero creo que es cierto que uno con
diecisiete no piensa las cosas bien.
Todo paso un día que fui a casa de Alonzo para disfrutar el fin de semana, pero Bruno me
dijo que había salido, supongo que fue con Allison alguna fiesta. Bruno me dijo que sus padres no
estaban y que porque no lo acompañaba a tomar algo del bar, para no perder el viaje acepté. La
conversación era divertida, nos tomamos un par de tragos y entre risas le conté que mis amigas me
molestaban por aún ser virgen, Bruno me pregunto por qué aún no lo hacía con algún chico y le
dije que el que me gustaba no se fijaba en mí, entonces me dijo, yo tendría sexo contigo, eres
hermosa. No sé si fueron los tragos, pero realmente Bruno era un chico lindo, alto y con
experiencia para enseñarme lo que en ese momento quería. Mis amigas insistían siempre en el tema
y me pareció buena idea, el chico con el que quería perder mi virginidad de todos modos jamás me
hubiera elegido. Entonces, al final, decidí que no me importaba con quién lo hacía. Mejor si era su
hermano mayor antes que cualquier otra persona.
Me acerque a Bruno y nos besamos, no me di ni cuenta y estábamos desnudos, él fue muy
dulce, me guio y me dijo que no tuviera miedo, que no dejaría que nada me pasara. Me pregunto si
estaba segura y yo dije que sí, se lo prometí, porque realmente quería tener sexo. Él se montó
encima de mí. Primero comenzó a tocarme. Me dijo que las vírgenes no podían ir directamente al
sexo. Me dijo que dolía. Yo le creí. Confié en él. Él era bueno con sus manos. Recuerdo que Belén
me dijo que esto era importante en un chico.
Cuando estuve lo suficientemente mojada, como dijo Bruno, se desabrochó los pantalones. Su
pene era enorme. Mucho más grande de lo que había estado esperando. Él fue muy gentil. Y me lo
metió lentamente. Me dolió, pero no por mucho rato. Una vez que estuvo dentro de mí por unos
minutos, el dolor desapareció. Se sintió bien. Él se tomó su tiempo. Él se aseguró de que no me
doliera. Sentí placer y acabe. Después de un rato sentí su pene bombear semen dentro de mí. Hasta
ese momento todo estuvo bien. No lo había pensado, no habíamos usado condones y él acabo dentro
mío. Todo lo que hicimos fue una sensación placentera, pero sabía que no estaba bien que eso
hubiera pasado. Aunque no asumí las consecuencias de algo así. Era mi primera vez y creí que no
pasaría nada. Fue una buena primera vez, con un chico que me hizo sentir bien, que me cuido y
fue gentil.

Levanté la mirada hacia Vanessa. Ella me estaba mirando sin parpadear. Tenía
los ojos húmedos y las manos juntas bajo la barbilla. No sabía qué podía decirle que
resumiera cómo me estaba sintiendo.
Ella había tirado con mi hermano diez años atrás, y ninguno de ellos me había
dicho ni una sola palabra.
Vanessa se secó los ojos. “La próxima página. Sigue leyendo”.
Yo no quería. Pero lo hice. Pasé la página y seguí.

Muy emocionada ese lunes le conté a mi hermana, Belén estaba contenta, pero me reto mucho
por no usar condón, me dijo que debía empezar a cuidarme, pero le dije que no creía que se
repitiera, Bruno era un chico mayor que probablemente prefería estar con una chica más
experimentada. Pasaron los días y no quise ir a casa de los Parot porque aún sentía vergüenza y
no le quería contar a Alonzo. Pero cuando vi en mi calendario que debía llegarme me preocupe y le
conté a Bruno, él se asustó, pero me dijo que estuviera tranquila que esperara otro día por si acaso.
Cuando tenía cuatro días de retraso, creí estar embarazada y tenía mucho miedo, Bruno se portó
excelente, me contuvo pese a que él también tenía mucho miedo. Me llevó a una clínica para que me
hicieran un examen de sangre, tuvimos que esperar unas horas y todo el tiempo él sostuvo mi mano.
En ese momento sentí que mi vida estaba patas para arriba, me puse a llorar y Bruno me seco las
lágrimas y me dijo que estaría todo bien, que no me preocupara que él se haría cargo. Cuando el
doctor nos llamó a la oficina y nos dijo que el resultado era negativo, sentí alivio, nos abrazamos, el
doctor nos dejó solos y me pregunto qué quería hacer con todo el asunto y le pedí que olvidáramos
todo y no le contáramos a nadie, especialmente a Alonzo. Nadie podría saber lo que pasó. Bruno
me prometió que no diría una palabra a nadie. Sentía vergüenza y rabia, pero también agradecí
que Bruno fuera tan bueno conmigo. He querido olvidar todo esto, pero siempre pienso que ese
hombre debió haber sido Alonzo, quien sostuviera mi mano, no puedo cambiar lo que paso. Hasta
ahora, Bruno ha guardado el secreto y nos llevamos bien, todo sigue normal y nunca más volvimos
a tener sexo ni nada. Ahora que ha pasado el tiempo y siento que es momento de cerrar el capítulo
y seguir, no me puedo culpar por algo que no puedo cambiar. Ya está hecho solo espero que nunca
se sepa.

Sentí como si me hubieran dado un golpe en el estómago con un puño de


acero. Vanessa todavía estaba parada frente a mí con los ojos llorosos. Pronunció mi
nombre suavemente. No respondí. No había nada que pudiera decirle ahora sin
lastimarla. Quería gritar. Tenía necesidad de romper algo.
En cambio, cerré el diario y lo puse en el mostrador. Bueno, no, lo cerré de
golpe. Vanessa saltó y sollozó, y pasé junto a ella y me dirigí hacia la puerta.
“¡Alonzo!”, Gritó después de mí, corriendo por el pasillo detrás de mí. Ella
extendió la mano y atrapó la manga de mi camisa. “Por favor no te vayas. Por favor
quédate. Necesitamos hablar de esto Lo siento mucho, nunca te lo dije. Pero por
favor, intenta comprender, esto fue hace diez años. Fui tonta. Yo no…”.
“Ahora no Vanessa”, gruñí mientras me ponía las botas.
Me fui, ignorando los gritos de Vanessa pidiéndome que volviera para poder
hablar. Dejar de hablar tal vez haría que la furia que ardía en mi pecho
desapareciera.
Capítulo 12

Vanessa
Nunca debí haber dejado que Alonzo leyera lo que estaba escrito en mi
cuaderno sobre su hermano mayor. La mirada en su rostro la noche anterior me
había devastado. Sabía cuánto lo había lastimado. Ni siquiera había sido capaz de
mirarme cuando se fue. Cerró la puerta detrás de él y me ignoró cuando salí
corriendo detrás suyo.
Esperé, en vano, que él me llamara antes de irse a dormir. Pensé que podría
haber una posibilidad de que se calmara y pudiéramos hablar sobre eso.
Me equivoqué.
Ahora, estaba sentada en mi cama, con los ojos hinchados por haber llorado
durante las últimas tres horas, esperando que él me llamara.
Finalmente, decidí dar el primer paso. Lo llamé, sosteniendo mi teléfono en mi
oído con mano temblorosa, esperando que me diera la oportunidad de explicarme.
Él no respondió. Quince minutos después lo intenté de nuevo. Esta vez el resultado
fue peor: mi llamada fue directamente al buzón de voz.
Me acurruqué y comencé a llorar. Había arruinado lo mejor de mi vida. Cuando
las cosas finalmente me comenzaron a salir bien, lo había destruido. Me puse a
recordar la cara de Alonzo mientras leía el diario.
Él no había destruido lo nuestro. Yo lo había hecho.
Desperté un par de horas más tarde por el repique de mi teléfono. Literalmente
había llorado hasta conseguir dormirme de forma irregular durante toda la noche.
La llamada era de Bruno. Miré la pantalla y estuve en estado de shock por un
momento antes de responder.
“Hola Bruno”, le dije con voz ronca, porque mi garganta me dolía por sollozar.
“¿Qué carajo, Vanessa? ¿Le dijiste? ¡Pensé que los dos estábamos de acuerdo en
que no íbamos a decir nada al respecto!”
“Lo sé, lo siento. Pero tenía que hacerlo”.
“Hubiera sido bueno que me hubieras avisado. Acaba de aparecer en mi casa y
descargó una rabieta inmensa. Pensé que me iba a pegar. ¿Por qué abriste la boca?”
“Lo siento mucho”, le dije, cerrando los ojos y rodando sobre mi espalda. “En
los últimos días las cosas han cambiado entre Alonzo y yo. Nos amamos. Al menos,
lo amo. No sé cómo se siente él ahora. Tenía que decírselo. No podía mantener el
secreto”.
“Bueno, cometiste un error, Vanessa. Me dijo que no quiere volver a vernos a
ninguno de los dos. ¿Y sabes qué? Yo le creo. Está furioso”.
Luché para no llorar. No pude seguir hablando por teléfono con Bruno. Eso no
ayudaría. “No puedo hablar contigo en este momento, Bruno, lo siento”. Colgué el
teléfono, lo arrojé al otro lado de la habitación con un grito enojado y devastado, y
luego caí de bruces sobre mi almohada, donde seguí llorando.
¿Qué había hecho? ¿Por qué tuve que decirle?
Lloré por mí. Lloré por Alonzo. Ni siquiera sabía dónde estaba. Él
probablemente estaba más herido que yo. Él era el que no sabía nada. No yo. Yo fui
quien intencionalmente lo mantuvo escondido durante años. Tal vez me merecía
este dolor.
Alonzo no.
Unos veinte minutos después, una vez que tuve el control, llamé a Belén. Ella
contestó el teléfono alegremente, y luego se quedó en silencio cuando escuchó mi
lloriqueo. “¿Vanessa?”, Preguntó en voz baja. “Oh no, Vanessa, ¿Qué pasó?”
Entonces le dije todo. Le conté cómo Alonzo había reaccionado cuando se
enteró. Le dije lo mucho que lo había lastimado. Y le dije lo que Alonzo le había
dicho a Bruno.
“Vanessa, escucha, está bien. Sé que esto es difícil, pero Alonzo necesitaba
saberlo. De todos modos iba a descubrirlo”.
“¡No!”, dije, elevando un poco mi voz. “¡Tal vez no lo hubiera hecho! Tal vez
todo habría salido bien. Tal vez él no me estuviera odiando ahora mismo”.
“Vanessa”, dijo Belén bruscamente. “No me vengas con esto. Sabes tan bien
como yo que este secreto algún día se sabría. Es por eso que se lo dijiste. No te
obligué a hacer nada. Sabes que esto fue lo correcto. Todavía sabes que era lo
correcto”.
“No, no lo sé”, dije, sollozando nuevamente.
Del otro lado de la línea Belén seguía callada. Podía oír su respiración mientras
consideraba sus siguientes palabras. Ella era una persona reflexiva, no decía nada
sobre lo cual no tuviera control. Era una habilidad que deseé haber tenido. Tal vez
no se lo habría contado todo a Alonzo. Hubiera sido sincera con él hace años.
Finalmente, Belén comenzó a hablar de nuevo.
“Vanessa, la herida está muy reciente en este momento. No puedes ser tan dura
contigo misma. Conoces a Alonzo mejor que a nadie. Él vendrá. Le importas tanto
como él te importa a ti. Siempre le has importado. El problema es que nunca ha
querido aceptarlo. Sé suena muy superficial, pero tienes que mantener la cara en
alto. Hiciste lo correcto. Por eso es tan difícil”.
Me mordí el labio inferior mientras luchaba conmigo misma para no volver a
llorar. “No debería haberle dicho nada”.
Prácticamente podía adivinar a Belén volteando los ojos del otro lado. “Bueno,
ya lo hiciste, y ya está hecho”.
“Lo sé. Y lo lastimé. Nunca quise lastimarlo. Y esto sucedió hace diez años. ¡Y
no significó nada! Debería haber mantenido mi boca cerrada tal como había
acordado con Bruno. Ahora Alonzo cree que es un asunto mucho más grande de lo
que realmente es. No puedo creer que haya sido tan estúpida”.
“No eres estúpida, Vanessa. Tenías que decírselo. Si lo amas, no puedes
mentirle. ¿No ves lo dañino que es eso?”
“No importa si es dañino”, respondí. “Lo que importa es que la persona que
más quiero ni siquiera me habla por algo estúpido que hice cuando tenía diecisiete
años”.
“Bueno, desafortunadamente, no puedes hacer nada al respecto”.
Ella no me estaba haciendo sentir mejor. En el fondo sabía que ella tenía razón,
pero no estaba lista para escuchar nada de eso. Era demasiado reciente. “Me tengo
que ir”, le dije. “Te llamaré mañana. No quiero seguir hablando de esto ahora”.
“Está bien, Vanessa. Todo estará bien. Te quiero”
“Yo también te quiero” dije antes de colgar el teléfono y ponerlo en mi mesita
de noche. Suspiré y rodé sobre mi espalda, juntando mis manos detrás de mi
cabeza. Miré hacia el techo pintado de blanco y pensé en Alonzo.
Me preguntaba qué estaría haciendo ahora. Había muchas posibilidades de que
él estuviera en el trabajo. Pero una pequeña parte de mí esperaba que él estuviera
acostado en su cama pensando en mí; tan dolido como yo.
Al instante, me odié a mí misma por desear que estuviera sufriendo. Yo le había
hecho sufrir. Todo esto era mi culpa. Este sufrimiento me lo había causado yo sola.
Bueno, una parte había sido mi culpa. Pero también Bruno había ayudado.
Eché un vistazo a mi cuaderno. La columna amarilla sobresalía como si quisiera
que lo alcanzara. Así que lo hice. Lo saque y después de tomar un bolígrafo del
cajón de la mesita de noche, pasé las páginas buscando la primera que estuviera
vacía. Luego me senté, con la pluma sobre el papel, y comencé a escribir.

Domingo, 8 de octubre
Alonzo sabe lo de Bruno. Lo arruiné. Le dejé leer lo que escribí para liberar mi mayor
secreto, en ese tiempo fue una gran posibilidad de haber estado embarazada de un hombre al cual
no amaba. Debía escribir sobre eso y yo dejé que viera todo lo que sentí. Lo dañé y ahora está
furioso conmigo.
No puedo culparlo. Lo sorprendí. Después de todo, se trata de su hermano y de su mejor
amiga. Durante dos semanas enteras, estuvimos seguros de que íbamos a ser padres. Y nunca le
llegué a decir una palabra a Alonzo. Por supuesto, está herido. Y probablemente confundido.
Nunca olvidaré su cara mientras leía todo. Estaba mirando hacia abajo como si alguien
hubiera salido de la página y le hubiera dado un puñetazo en el estómago. Vi cómo toda su
confusión y desconcierto se transformó en una sensación de haber sido traicionado. Vi su enojo. Su
furia.
Entonces él se fue. No pude hacer nada para detenerlo. Ni siquiera quería mirarme. Tan solo
se fue.
Bruno me llamó y me dijo que Alonzo se presentó furioso en su casa. Le gritó. Dijo que
nunca más nos quería ver ni a Bruno ni a mí.
No podría vivir sin ver a Alonzo nuevamente. Lo necesito. Pensé que él también me
necesitaba. Pero tal vez mi error fue demasiado grande como para que él me perdone.
No sé qué hacer. Si no me vuelve a hablar, no sé cómo podré vivir. Lo amo. Siempre lo he
amado.

Cuando terminé de escribir, estaba llorando otra vez. Esperaba que escribir me
sirviera como terapia, pero lo único que provocó fue un dolor más intenso.
Me acurruqué y dejé que los sollozos vinieran. Me sacudieron hasta que mi
garganta estaba en carne viva y me dolían las costillas. Mis ojos estaban hinchados y
rojos, y toda la presión detrás de ellos y de mi nariz me provocó un terrible dolor de
cabeza. A pesar del dolor, me dormí. Tuve un sueño intranquilo. Despertaba cada
hora más o menos, para recordar lo que había pasado y me volvía a sentir
impotente por no poder hacer algo al respecto así que seguía llorando hasta
dormirme nuevamente.
Nunca había estado así.
Capítulo 13

Alonzo
Soñé con ella. Estábamos acostados en una cama que no era de ninguno de
nosotros. Las sábanas eran de seda blanca y lucían brillantes a pesar de que en la
habitación en la que estábamos la única iluminación que había era una vela.
Vanessa estaba encima de mí. Mis manos estaban en sus caderas. Ella se
balanceaba contra mí suavemente, moviendo sus caderas en círculos lentos. Su
espalda estaba arqueada, y estaba mirando hacia el techo, mostrándome su garganta
esbelta y levantando sus pechos. Su largo cabello le caía por la espalda como una
cortina oscura, y los extremos rozaban mis muslos.
Lo único que hacía era observarla; no quería hacer más nada. Ella nunca aceleró
su ritmo. Era constante en su movimiento y supo controlarlo incluso cuando se
quedó sin aliento. Entonces comenzó a sonar una canción. Al principio, sonaba
muy lejos. Siguió sonando mientras Vanessa dobló su cara para mirarme. Ella se
preparó con sus manos en mi pecho. Cerré los ojos mientras ella se deslizaba hacia
arriba y abajo de mi pene. Su vagina estaba muy apretada, mojada y acogedora.
Sentí que el interior de sus muslos temblaba contra mi cuerpo cuando ella
acabó. Un dulce gemido salió de sus labios abiertos, inclinando la cabeza mientras
su pelo le caía sobre sus hombros acariciando mi pecho. La sostuve sobre mi pene,
empujándome dentro de ella con movimientos tan duros como pude de mi cadera,
mientras los últimos temblores la recorrían.
Mi nombre salía de sus labios. Ella lo susurró, una y otra vez, mientras yo seguía
cogiéndomela. Su cabeza rodó hacia atrás otra vez. Levanté las manos para tomar
sus pechos. Llenaron mis palmas vacías mientras ella continuaba moviéndose.
Entonces la canción comenzó a sonar más fuerte, y Vanessa comenzó a alejarse.
Ella me montaba con más fuerza, pero yo apenas podía sentirlo. Se volvió
menos tangible, y ya no podía sentir sus pechos en mis manos. Era como si
estuviera agarrando aire en lugar de las tetas de Vanessa. La desesperación me hizo
cosquillas en la garganta. Me sentí solo, de alguna manera, a pesar de saber que ella
estaba allí.
La canción sonaba más fuerte. La reconocí. Era una que siempre escuchaba.
Desperté desorientado al ritmo del rock que sonaba en mi radio despertador.
Las imágenes persistentes de Vanessa montada parpadearon detrás de mis ojos
mientras aún yacía en la cama. No estaba listo para dejar que se me escaparan esas
visiones.
Así que me acerqué a la mesa junto a mi cama, busqué abrir el cajón y saqué un
tubo de loción que tenía a mano para tales ocasiones. Coloqué un poco en mi
palma, luego arrojé la sábana a un lado con la otra mano. Corrí la loción sobre mi
pene y su sensación resbaladiza la sentía demasiado intensa en la punta.
Mientras acariciaba mi miembro, cerré los ojos y me imaginé a Vanessa acostada
conmigo otra vez. Pensé en sus muslos y en sus piernas abiertas de par en par para
mí, mientras ella yacía de espaldas sobre esa brillante seda blanca. Ella se estaba
tocando, de forma suave y constante, deteniéndose solo para juguetear con su
clítoris hinchado con sus dedos. Después de uno o dos segundos, se soltaba y volvía
a acabar con ese ritmo circular que tanto le gustaba.
Mis caderas se retorcieron mientras mi excitación aumentaba. Pasé mis dedos
sobre la punta de mi pene, haciendo que aún se sintiera más resbaladiza con una
mezcla de loción y pre-semen. Un gemido bajo se escapó de mí, y me centré más
intensamente en mi visión de Vanessa.
Ella todavía estaba sobre su espalda. Sus párpados caían pesados, y sus labios se
separaron mientras gemía suavemente. Extendió una mano y me hizo un gesto para
que me acercara. Me obligué, inclinándome sobre ella, mi polla colocándose entre
sus muslos y presionando contra su vagina mojada. Estaba hinchada y lista.
Mientras lo imaginaba, mis caderas se sacudieron. Una línea de semen caliente
cayó en mi estómago y en mi pecho. Me recosté, dejando que mis músculos tensos
se aliviaran en la comodidad del colchón. Luego agarré pañuelos de papel de la caja
de la mesita de noche y me limpié.
Después, en el baño, mis lujuriosos pensamientos de Vanessa fueron
reemplazados por otros más perturbadores. Esta vez eran de ella con Bruno. De él
acabándole adentro. De él disparando su semen dentro de ella. De los dos,
acostados juntos en su cama envueltos uno alrededor del otro como serpientes.
Inmediatamente me llené otra vez de enojo y pasé a ducharme. El vapor y el
agua caliente no hicieron nada para calmar mi mente.
No pude evitar sentir una opresión en mis entrañas. Era algo que no había
sentido en mucho tiempo. Al menos desde mi relación con Consuelo. Traición. Me
dolió más de lo que recordaba. Esta vez era diferente. Tal vez porque sentía que
Vanessa me había apuñaleado por la espalda. La única persona en la que confiaba
me había roto en pedazos el corazón.
Odiaba lo dramático que estaba siendo. Me molestaba la ardiente ira y las
emociones que se habían estado gestando dentro de mí desde que leí esa parte del
cuaderno de Vanessa sobre ella y Bruno tirando. Maldición. No quería nada más
que olvidar todo y seguir adelante. Yo quería olvidar.
Mientras me secaba, mi enojo aumentó. Bruno tenía veintidós. ¿En qué carajos
estaba pensando, teniendo sexo con una chica de diecisiete años? Cuando lo
confronté el otro día, me explicó que había sido legal, pero que también había sido
un error. Un error que ambos querían reparar. Bruno me había asegurado que solo
había pasado una vez y que ambos lo habían lamentado y que más nunca volvieron
a estar juntos. Pero sus palabras no significaron nada.
Lo que era peor era que se la había cogido mientras ella estaba borracha.
Diecisiete años y borracha. Debió pensarlo mejor. Debería haberse controlado. Por
supuesto, Vanessa era hermosa. Siempre lo había sido. Pero ella se merecía más que
eso. Su primera vez fue con alguien a quien no amaba, en un dormitorio que olía a
encierro y ropa sudada, en sábanas que probablemente no habían sido lavadas en
cuatro semanas.
Apreté los dientes cuando las imágenes de Vanessa acostada en esa cama
pasaron por mi mente. La adolescente Vanessa. Dulce e inocente Vanessa. La
Vanessa que era cuando la conocí. Podía ver a Bruno encima de ella, borracho y
patético, tratando de penetrarla. Bruno me dijo el otro día que no fue así como
sucedió. Tal vez él estaba diciendo la verdad. Tal vez no había sida una experiencia
tan mala para ella.
O tal vez, no fue así.
Pero eso no fue lo peor de todo. Durante dos semanas completas, ambos
creyeron que Vanessa estaba embarazada. Pero habían estado actuando como si
nada pasara. Fui a la escuela con Vanessa esos días. La vi todos los días. Caminamos
a casa juntos. Ella nunca me llegó a decir ni una sola palabra. Ni una. Mi mejor
amiga me mintió en la cara porque pensó que llevaba el bebé de mi hermano mayor.
Era la temática para un programa de televisión para adolescentes.
Me arreglé el pelo y me cepillé los dientes. Una vez que terminé en el baño,
regresé a la habitación donde me vestí con uno de mis mejores trajes, azul marino,
cinturón marrón, zapatos de vestir marrones y una camisa de color crema. Tendría
reuniones todo el día con algunos de los inversores, y tenía que mantener la cabeza
fría hasta volver a casa.
Eso iba a ser una lucha, sobre todo porque cada vez que parpadeaba, veía a
Vanessa y Bruno juntos.
No siempre los veía teniendo sexo. A veces los imaginaba en la sala de espera de
la clínica. Los vi tomados de la mano mientras esperaban a que el médico regresara
y les dijeran que los resultados de las pruebas de embarazo eran negativos. Los vi
abrazados con alivio, y luego a los dos jurando nunca decirle una palabra a nadie.
Especialmente a mí.
Estos pensamientos eran peores que los de ellos teniendo sexo. Podía creerles si
dijeran que el acto sexual no había significado nada, pero lo que siguió a eso fue un
testimonio de que habían estado dispuestos a comprometerse el uno con el otro.
Eso duele más que todo el resto.
Saqué el reloj de mi cómoda y me lo coloqué en mi muñeca. Tenía que
concentrarme. Había cosas más importantes en lo que pensar en este momento. Mi
carrera, por ejemplo. Estos pensamientos perturbadores sobre Vanessa y mi
hermano podrían esperar. Tendría tiempo de sobra para analizarlo durante los
próximos días cuando ya no estuvieran tan frescos.
Tal vez hablaría con Cristian sobre eso. Él siempre fue bueno al ofrecerme una
perspectiva diferente. Y, si él fallaba en eso, podríamos pasar una noche en la ciudad
donde podría gastar mi energía encontrando a la chica adecuada que me deje
enterrarle mi pene. Eso sería una distracción lo suficientemente buena como para
erradicar estos pensamientos dolorosos sobre Vanessa.
Tal vez debería haberle dado mi número a esa morena picante que conocí en el
Dante’s. Ella sería capaz de mantener mi mente lejos de Vanessa. Estaba seguro de
eso. Probablemente me dejaría hacerle cualquier cosa.
Mi teléfono vibró en mi bolsillo contra mi muslo. Lo agarré, y al mirar la
pantalla, hice una mueca. Vanessa estaba llamando de nuevo. Había ignorado sus
últimos intentos de contactarme, y sabía que todavía no tenía el ánimo adecuado
para hablar con ella. Estaba enojado, y sería fácil decirle cosas que era mejor no
decir.
Presioné el botón rojo para finalizar la llamada y volver a guardar el teléfono en
mi bolsillo. Ella podría esperar. Ella tendría que hacerlo.
Suspiré y me dirigí hacia la puerta de mi auto. El viaje a la oficina estuvo igual
que siempre. Cada canción que escuchaba la asociaba con Vanessa. Así que terminé
apagando la radio y opté por conducir en silencio.
El silencio solo hizo que mis propios pensamientos fueran más fuertes.
Capítulo 14

Vanessa
Cerré de golpe la puerta de mi casa y colapsé contra ella. Los lunes solían ser
malos en la oficina, pero especialmente hoy había sido una mierda.
Arturo Selman me había tropezado varias veces ignorando mi cara de perra
furiosa que había estado practicando durante los últimos meses con el fin de lograr
que me dejara en paz. Derramé café en mi teclado y ahora tenía que pagarlo con mi
sueldo para poder reemplazarlo, lo cual no estaba segura que fuera muy legal. Al
final, llegué a la conclusión de que no me importaba. Prefiero desembolsar el dinero
con mi sueldo que tener que lidiar con Arturo para que pidiera uno en la próxima
solicitud de suministros de oficina.
Para empeorar el día, alguien había robado mi almuerzo que tenía preparado
desde la noche anterior. Era lo único que quería ese día. Después del almuerzo,
recibí cuatro quejas de clientes y pasé las últimas tres horas argumentando con ellos.
Lo que básicamente significaba que tenía que sufrir los gritos de alguien por los
errores de otras personas.
La guinda del pastel fue el hecho de que Alonzo todavía no me hablaba. Habían
pasado días. Nunca había pasado tanto tiempo sin hablar o ver a mi mejor amigo.
Por lo general, conversábamos por teléfono cada dos o tres días a la hora del
almuerzo. Si no nos podíamos comunicar siempre nos actualizábamos el día que
veíamos películas o durante la cena del fin de semana.
¡Lo que haría por pasar una noche en el sofá con Alonzo viendo una comedia
mientras nos lanzábamos palomitas de maíz en la boca! Al final de la noche, mi
manta estaría cubierta palomitas de maíz. No era muy buena para atraparlas.
Sobre todo, quería ayudar a Alonzo a sentirse mejor. Su distancia era un
indicativo de lo mucho que estaba dolido. Lo sabía. Él no lo estaba haciendo para
hacerme daño. Estaba procesando, digiriendo y tratando de superar toda la verdad
que acababa de conocer. Yo quería eso.
Y quería que me dijera que me amaba de nuevo.
Esas palabras en sus labios habían sido lo mejor que había escuchado. Era
como si un gran peso que había tenido durante muchos años finalmente hubiera
desaparecido.
Hasta que hablé y lo destruí todo.
Anhelaba su abrazo y su perdón. Sabía que haría cualquier cosa para
conseguirlo. Y después del perdón vendría la única cosa que me hacía sentir
vergüenza: sexo.
Quería que me cogiera de nuevo. Había estado pensando en eso durante todo el
día en el trabajo. No podía evitarlo. Cuando pensaba con profunda desesperación
todo lo que había perdido, los pensamientos venían llenos del cuerpo desnudo de
Alonzo. Odiaba que me consumiera con la necesidad de él en un momento como
éste. Sabía que había cosas más importantes que el sexo, pero por mucho que lo
intentara, no podía dejar de lado el deseo.
Siempre estuvo presente, rogándome que tratara de arreglar las cosas.
Dejé caer mi bolso en el suelo y dejé que mis llaves cayeran en la mesa de
entrada. Al final del pasillo, en mi habitación, me quité los zapatos y dejé que mi
mirada vagara hacia el cajón que estaba al lado de mi cama. Había cosas ocultas allí
que podrían hacerme sentir mejor. No sería permanente, pero cualquier tipo de
alivio para este dolor tenso sería bienvenido.
Me desvestí, colocando mi ropa sobre el respaldo de la silla con la intención de
guardarla más tarde. Mi atención en este momento estaba en los juguetes que
guardaba en el cajón, la excitación en mi vagina y la humedad en mis bragas.
Si no podía tener a Alonzo en este momento, tendría otra cosa.
Me quedé únicamente vestida con mi sostén y mis bragas, trepé a la cama y abrí
el cajón para hurgar en mi colección. Algunos artículos coloridos me guiñaron el
ojo, prometiéndome alivio. Agarré con el que siempre empezaba: un pequeño
vibrador azul con lados cromados. Encajaba perfectamente en mi palma. Lo agarré
con fuerza mientras me recostaba contra las almohadas afelpadas que tenía en la
cabecera de mi cama.
Una vez que estaba cómoda, puse el vibrador a mi lado. Los fríos bordes de
cromo tocaron mi cadera. Lentamente, estiré la mano derecha y aparté mis bragas
pasándolas por los labios de mi vagina. Las bragas estaban húmedas y calientes. El
fino encaje me hizo cosquillas en la piel cuando bajé la mano, presionando dos
dedos entre mis pliegues hinchados.
Cuando las puntas de mis dedos rozaron mi clítoris, cerré los ojos. Deslicé mis
dedos arriba y abajo, extendiendo mis jugos a lo largo de mi vagina en preparación
para los juguetes que estaba a punto de penetrarme. Mientras me preparaba,
imaginé a Alonzo.
Me lo imaginé de pie al final de mi cama. Él estaba desnudo. Su piel estaba
bronceada como solía ser en el medio del verano, y su pene grande estaba duro y
parado. Él me estaba mirando. A él le gustaba mirarme.
Suavice mi toque para dibujar trazos. La sensación fue gloriosa. Mi clítoris se
puso firme, haciéndome más fácil introducir mis dedos. Cada caricia que me hacía
la sentía intensamente. Deslicé dos dedos a cada lado de mi clítoris y lo apreté
suavemente. Luego los froté en direcciones opuestas.
Maravilloso.
Detrás de mis párpados, Alonzo todavía estaba al final de la cama mirándome.
Tomó la longitud de su pene en una mano y comenzó a acariciarse. Se movió con
una agresión que nunca había visto antes; una que se sentía primitiva y sexual. Sus
hombros estaban encorvados hacia adelante mientras me miraba, y su mano se
movía más rápido arriba y abajo a lo largo de su pene. Su mirada estaba puesta en
mis dedos que pellizcaban y jugueteaban con mi clítoris.
Estaba lista. Dejé que mi mano vagara por mi muslo, dejando un pequeño
rastro resbaladizo sobre mi pálida piel. Agarré mi vibrador y lo encendí. La
vibración en la punta de mis dedos me emocionó. Mi boca estaba húmeda. Deseé
que Alonzo estuviera allí para poder chuparlo. Quería sentir su pene deslizándose
dentro y fuera de mi garganta mientras yo me tocaba.
Coloqué el vibrador justo encima de mi clítoris. A veces al inicio la vibración se
sentía con demasiada intensidad. Así que dejé que la punta se moviera justo encima
de mi clítoris hasta que ya no pude soportar más. Mis caderas se levantaron del
colchón por sí solas, y satisfizo las necesidades de mi cuerpo llegando hasta la punta
del juguete.
Mis labios se separaron en un suspiro de contento. Comencé a girar el vibrador
en círculos lentos, deslizándolo alrededor de mi clítoris, provocándome a mí misma
hasta que no pude soportarlo más. Luego lo mantuve en mi punto favorito hasta
que mi vagina se comenzó a apretar. Justo cuando sentía que estaba cerca de acabar,
lo movía por las áreas menos sensibles. Tenía tiempo. Tenía tanto tiempo.
Me centré en mi visión sobre Alonzo. Él todavía estaba al pie de la cama. Tenía
la mandíbula apretada mientras me miraba usar el juguete. Yo estaba disfrutando de
mi juguete mientras sus ojos seguían el lento movimiento circular que le daba al
vibrador.
Ojalá fuera real. Justo aquí, a un brazo de distancia, preparándose para cogerme
tan duro que después no podría caminar.
Pero no fue así. Estaba sola.
Sujeté la punta del vibrador a mi clítoris y subí la configuración de vibración.
Rápidos pulsos golpearon mi yema hasta que mis caderas se sacudieron, y perdí el
control de mí misma. Llegué rápidamente, soltando un suspiro tembloroso y
agarrando el extremo del vibrador desesperadamente mientras tenía mi orgasmo.
Cuando terminé, aparté el juguete. Siempre había sido demasiado sensible para
el uso de un vibrador después de tener un orgasmo. Me quedé allí, mi pecho subía y
bajaba mientras me recuperaba hasta que el delicioso hormigueo en mi vagina se
asentó en un latido más manejable.
Usé mis dedos otra vez. Me exploré con delicadeza, acariciándome por encima
de mi clítoris y vagando por los lados resbaladizos entre mis labios. Era suave y
sedoso; estaba lista para otro. Oh, cómo deseé que Alonzo estuviera allí para
manosearme, para meter un dedo dentro de mí y acurrucarlo contra mi punto G;
para molestarme con movimientos rápidos y profundos.
Bajé mi dedo hasta que se deslizó fácilmente dentro. Imaginando que era la
verga de Alonzo, deslice mi dedo dentro y fuera, sintiendo las paredes de mi coño
apretando fuertemente. Usé mi otra mano para frotar mi clítoris. La necesidad de
acabar estaba allí de nuevo. Estaba caliente, lista y ansiosa por tener otro orgasmo.
Mis dedos no darían resultado. Necesitaba algo más grande. Algo que me
llenara tanto como el pene de Alonzo.
Abandoné mi vagina por un momento y volví a hurgar en mi cajón de juguetes.
Saqué un juguete rosa; un consolador curvo con una punta vibrante y un pequeño
brazo que descansaba contra mi clítoris. También vibraba, y era un juguete que
también me hacía acabar cada vez que lo usaba.
Deslicé la punta hacia arriba y hacia abajo contra mi vulva, poniéndola
totalmente mojada y lista. Estaba temblando de emoción mientras me preparaba
para cogerme.
Sostuve el juguete entre mis piernas, presionando la punta en mi abertura y
contuve la respiración. Disfruté la sensación de que se deslizara dentro de mí. Si tan
solo fuera el pene de Alonzo. Me tomé mi tiempo para dejar que me estirara. Me
mordí el labio inferior y lo forcé lo más profundo que pude.
Cuando no podía penetrarlo más, encendí la configuración de vibración. El
pequeño brazo que descansaba contra mi clítoris comenzó a pulsar. Gemí de placer.
Muy dentro de mí, el juguete revoloteó. Lo saqué y lo empujé hacia adentro. Cada
empujón era lento y constante. Esperé, sabiendo que pronto llegaría el momento
para metérmelo con más fuerza.
Todavía imaginaba a Alonzo parado al borde de la cama. Lo imaginé subiéndose
al colchón y separando mis piernas. Mientras deslizaba el juguete profundamente en
mi vagina, fingí que era el pene duro de Alonzo.
Gemí de nuevo, suavemente, y mi imaginación me hizo escuchar a Alonzo
gimiendo profundamente sobre mí.
Moví mi muñeca más rápido. Mi vagina se hinchaba, se tensaba. Mi clítoris
estaba rígido debajo del brazo vibrante. Presioné mi cabeza contra las almohadas y
levanté mis caderas del colchón. Doblé las piernas, levantándome para poder
cogerme más fuerte.
Luego me empujé sobre el borde. Mi mente se nubló cuando mi cuerpo
sucumbió ante el placer. No podía respirar. Lo dejé vibrar a través de mí y continué
metiendo y sacando el juguete hasta que estuve demasiado débil y destrozada como
para continuar.
Mis caderas cayeron hacia abajo, y la tensión que tenía en mis músculos se
evaporó, dejándome con la sensación de estar flotando. El juguete aún descansaba
dentro de mí. Lo giré ligeramente hacia un lado, por lo que ahora el vibrador no
estaba directamente en mi clítoris. Todavía latía dentro de mí, pero era un tipo de
pulso agradable. Fue suficiente para mantenerme con ganas de más.
Descansé unos segundos.
Cuando estuve lista, volví a meterme el juguete rosa dentro de mi vagina. Se
sentía caliente y resbaladiza. Mientras lo empujaba más profundamente, todavía
quería que fuera Alonzo el que me estuviera penetrando.
Quería sentir sus manos agarrando mi culo. Ansiaba que su piel se apretara
contra la mía con tal ferocidad que podría parecer como si intentáramos fundirnos
el uno con el otro. Anhelaba su beso y el sabor de él en mis labios.
El juguete me abrió, pero aún me sentía vacía. Nada podría reemplazar lo que
sentía cada vez que Alonzo me enterraba su pene en mi vagina.
Aun así, fingí que estaba con él. Cada empujón era suyo. Cada vez que el
vibrador rozaba mi clítoris, me imaginaba que era su dedo, delicado y preciso,
sacudiendo mi punto y enviando pequeños escalofríos de emoción a través de mí.
En el siguiente momento estaba agarrando el juguete con más fuerza, curvándolo
hacia arriba, y rechinando contra él como si fuera el miembro grueso Alonzo.
Mi último orgasmo fue poderoso y duro. Grité cuando terminé. El juguete se
quedó dentro de mí cuando temblé y agarré las sábanas. Los dedos de los pies se
doblaron. Jadeé para respirar y sentí la humedad del sudor que se había acumulado
en mi pecho. Mi cabello estaba húmedo. Me dolían los dedos por sostener el
juguete. Mi vagina estaba hinchada, llena y podía sentir cómo goteaba.
Rodé fuera de la cama, con cuidado de no dejar un rastro en mis sábanas. Me
limpié a mí y a mis juguetes y luego me metí debajo de mis sábanas.
No cené. Estaba demasiado cansada para pensar en comer. Me acurruqué,
coloqué mi mejilla en mi almohada, y me quedé dormida pensando en las alegrías
que me daba Alonzo y la devastación de perderlo.
Capítulo 15

Alonzo
El Rincón Italiano estaba más silencioso de lo normal. Los martes por la noche
no había mucho movimiento. Estaba sentado en una mesa diferente a la que
usualmente escogía, porque preferí sentarme cerca de la ventana. Estaba esperando
a Vanessa.
La había llamado esa tarde. Cuando contestó el teléfono, su voz sonaba dura.
Había pronunciado mi nombre, breve y suave, y luego esperó a que yo dijera algo.
Supongo que tal vez pensaba que yo le iba a gritar.
“¿Podemos vernos esta noche en nuestro lugar habitual? ¿Siete en punto?”, le
pregunté.
“Um. Sí. Por supuesto”, había respondido ella. El volumen de su voz había sido
bajo, su tono había estado nervioso.
No dije nada después de eso. Había colgado el teléfono e intenté alejar de mi
mente la conversación que tendría con ella. Vanessa probablemente estaba dolida
por lo que había pasado. Estaba fuera de mi control. Lo que necesitaba decir no
podía hacerlo por teléfono. Había decidido que ella solo tendría que esperar.
Ahora era yo quien estaba esperando, sentado en una de las mesas de la parte
posterior del restaurante, bebiendo mi agua helada mientras miraba ansiosamente la
puerta esperando a que Vanessa entrara. Era temprano, lo sabía, pero Vanessa solía
siempre llegar antes. Faltaban siete minutos para las siete y esperaba que llegara en
cualquier momento.
Tenía todas mis preguntas y puntos de discusión pensadas. Había cosas que
necesitaba saber, independientemente de si me gustaran las respuestas o no. Tuve
que seguir adelante. No podía seguir torturándome pensando qué había pasado
entre ella y Bruno y cómo lo habían hecho. Era tóxico, y estaba afectando mi
trabajo.
Había perdido a uno de mis posibles inversores la mañana anterior y no tenía la
intención de permitir que eso volviera a ocurrir. Mi vida personal no podía interferir
con mi vida laboral.
La puerta del restaurante se abrió. Dejé mi agua en la mesa. Entró un hombre y
mis nervios se calmaron por un minuto o dos. Eventualmente, volvieron a aparecer,
y me encontré jugando con la esquina del menú mientras esperaba.
La mesera se acercó a la mesa y miró mi vaso. Me dirigió una sonrisa seductora,
una que podría haber aceptado como una invitación a algún coqueteo si mi mente
no hubiera estado tan ocupada, y luego señaló el menú de bebidas. “¿Puedo
ofrecerle algo además del agua, señor?”, preguntó, colocando su cadera de lado con
coquetería y descansando sus dedos en el borde de la mesa.
“No, gracias. Esperaré hasta que llegue mi amiga”, le dije quizás un poco más
seco de lo que hubiera querido.
“Está bien”, dijo antes de dirigirse hacia sus otras mesas.
Miré hacia la puerta. Mi aliento se detuvo por algunos segundos.
Ella había llegado.
Vanessa se estaba sacando su abrigo rojo mientras me buscaba a su alrededor.
Ella miró primero hacia la ventana; a nuestro lugar habitual. Frunciendo el ceño,
colocó su abrigo sobre un brazo y recorrió con la mirada la habitación. Su cabello
oscuro estaba atado en una caótica maraña de rizos en la parte superior de la
cabeza. Cuando ella lo traía de esa manera, yo fantaseaba con pasar mis dedos y
soltarlos. Me encantaba la forma en que sus rizos caían sobre su rostro y sobre sus
hombros, y cada vez que lo soltaba, el aire se hacía más dulce con el olor de su
champú de coco.
Sus ojos se encontraron con los míos.
Ella comenzó a caminar hacia mí. Dejó que su mirada cayera al suelo mientras
caminaba. Entonces confirmé que ella estaba tan nerviosa como yo pensé que
estaría.
Cada paso que daba era lento. Era como si estuviera tratando de posponer lo
inevitable todo el tiempo que pudo. Su lento caminar me dio el tiempo para
observarla con más detalles.
Llevaba una falda negra ajustada que abrazaba sus caderas y muslos. Debajo de
eso llevaba unas medias negras. Eran algo transparente, y me pregunté si eran de
esas que terminaban a la mitad del muslo con una banda de encaje. Sus zapatos eran
simples tacones negros, no demasiado altos, pero lo suficiente como para mostrar la
curva de su pantorrilla. La pantorrilla que se había apoyado en mi hombro mientras
me la cogía.
En la parte superior llevaba un cuello de tortuga negro ajustado que hacía que
los colgantes que llevaba brillaran contra su cabello oscuro que eran aún más
oscuros que su suéter. La ropa ajustada siempre había sido el mejor tipo de ropa
para Vanessa.
Ella era hermosa, más hermosa de lo que alguna vez recordé que era. Tal vez
fue porque sentí que ya no podría tenerla. Mientras se acercaba, pensé en deslizar
mi mano por su muslo, levantar su falda y ver si mis sospechas acerca de esas
medias eran o no ciertas.
¡Maldita sea hombre, concéntrate!
Cuando llegó a la mesa, tenía los labios apretados y se veía ansiosa. Tenía los
dedos anudados frente a ella, y se quedó parada como si esperara una invitación
para sentarse. Así que hice un gesto hacia el asiento frente a mí.
Ella se acomodó en él y todavía se negaba a mirarme a los ojos.
“Te ves hermosa”, le dije, mirando que un pequeño surco se le hacía en sus
labios intentado soltar algo parecido a una sonrisa. Pero no llegó.
“Gracias”, dijo en voz baja, con los ojos fijos en su regazo debajo de la mesa.
“Me alegro de que hayas venido”, le dije. “Lo aprecio”.
Finalmente, ella me miró. Sus ojos estaban vidriosos. Sabía que esto era una
señal de que las lágrimas estaban a punto se salírseles. “Por supuesto, cómo no iba a
venir”, dijo. “Gracias por llamar. He estado… Bueno, no importa cómo he estado”.
Pasamos por un incómodo silencio durante un momento. La camarera regresó y
Vanessa pidió un vaso de agua. La camarera intentó animarme a pedir algo del
menú de bebidas, pero la interrumpí y ordené nuestras comidas. Vanessa y yo
volvimos al tenso silencio hasta que llegó nuestra comida. Una vez que terminamos
de comer, dejé de posponer la conversación que ambos habíamos venido a tener en
el restaurante.
“Tengo algunas preguntas, Vanessa. No quiero acusarte de nada. No quiero que
esto se convierta en una pelea. Solo quiero respuestas para tratar de darle sentido a
esto”
“Lo entiendo”, dijo, asintiendo lentamente. “Pregúntame lo que quieras”.
Tardé un momento en recordar lo primero que quería preguntarle. Sus ojos
brillantes y tristes me distraían demasiado. No quería que ella me mirara de esa
manera. No quería que se sintiera tan destrozada como yo lo estaba. Pero era lo que
había. Ya no había vuelta atrás y no podíamos cambiar lo que había sucedido en los
últimos días.
“Nunca me lo hubieras dicho ¿o sí?”, comencé, incapaz de mirarla mientras su
labio inferior temblaba “Si no nos hubiéramos involucrado habrías sido capaz de
mantener tu boca cerrada para siempre”.
“Me gustaría decirte que no, pero sí. Te lo habría ocultado todo el tiempo que
hubiera podido. Hasta que muriera”. Cada palabra parecía que le dolía físicamente.
Era como si con cada sílaba estuviera sintiendo un golpe interno.
“¿Por qué?”
Ella miró sus manos. Parpadeó para alejar las lágrimas y miró hacia el techo.
Una vez que estuvo bajo control, se encontró con mi mirada y respiró hondo. “No
sabía cómo reaccionarías. No quería poner en peligro nuestra amistad por algo que
ya no significaba nada. Por una decisión estúpida que tomé cuando era una niña.
No quería tener que explicarle a nadie más por lo que pase y sentirme juzgada
como yo me juzgue. No sé, preferiría olvidar”.
“Puedo entender por qué no me lo dijiste en aquel momento”, dijo Alonzo.
“Créeme. Lo entiendo. Las cosas se hubieran tornado confusas. ¿Pero un año o dos
años después? ¿O cuando estábamos en la universidad? Pensé que conocíamos todo
del uno o del otro. Te confié a ti todo. Y ahora descubro que durante todo este
tiempo has estado ocultando esto tan importante. “Tiraste con mi hermano,
Vanessa”, dije en voz baja, inclinándome más cerca, “te lo cogiste y ambos llegaron
a pensar que estabas embarazada. ¿Cómo no pudiste decirme eso?”
“Lo sé”, dijo, y su voz se quebró.
“Es una mierda”.
“Lo sé”, dijo de nuevo, inclinándose hacia adelante y descansando su frente en
sus manos para que no pudiera ver su rostro. “Debí habértelo dicho hace mucho
tiempo. Ahora lo entiendo, Alonzo. Créeme, lo entiendo. Ojalá pudiera arreglar
todo. Ojalá pudiera arreglar todo desde la noche en que las cosas sucedieron. Lo
mismo piensa Bruno. Esto no es lo que queríamos. Nada de eso era lo que
queríamos que pasara”.
“Bueno, lo que querías ya no importa, ¿verdad?”, le pregunté amargamente.
Podía ver sus ojos llenos de lágrimas a través de sus dedos. Ella negó con la
cabeza, sus rizos oscuros rebotaron alrededor de sus mejillas. “No”.
“Y para empeorar las cosas”, le dije sintiendo cómo me subía un calor por la
parte posterior de mi cuello, “solo tenías diecisiete. Bruno tenía veintidós. Él se
aprovechó de ti. Él nunca debió haberlo hecho”.
“Lo sé, Alonzo”, dijo Vanessa. “Lo sé. Pero no fue así. No fue así y lo juro. Él
fue bueno conmigo. Por favor créeme. Lo siento mucho, por todo, pero no quiero
que pienses mal de toda esa situación. En verdad lo siento tanto.”.
“Sí”, dije, lanzando mi servilleta sobre mi plato de comida ya vacío”. “Yo
también lo siento. Disculpa. Necesito ir al baño”.
Me paré de la mesa y me dirigí al baño. Era una habitación individual pequeña
con urinario, inodoro y lavabo. El Italian Corner era un lugar pintoresco, y solo
tenían tres baños. Uno aparentemente siempre estaba fuera de servicio.
Antes de que pudiera cerrar la puerta detrás de mí, alguien la abrió. Indiqué que
estaba ocupado, pero cuando volteé, vi a Vanessa parada allí. Ella empujó la puerta
cerrada apoyándose contra ella. Luego su mano vagó detrás de su espalda, y escuché
que pasaba el seguro.
“Vanessa, ¿qué diablos estás haciendo?”, le pregunté.
“Sé que estás enojado conmigo”, susurró, alejándose de la puerta y
extendiéndose para tomar mi camisa en sus manos. Ella la tiró hacia arriba,
sacándola de la cintura de mis pantalones. “Pero por favor, te necesito. Cógeme.
Aquí. No tiene por qué significar nada”.
Ella me estaba mirando con esos ojos insinuantes. Sus labios estaban brillantes y
separados. Una de sus rodillas se presionó entre mis piernas, y su mano comenzó a
acariciar mi pene por encima de mis pantalones.
“Vanessa”, le dije, sin querer otra cosa que no fuera cogérmela ahí mismo.
“Esto no facilitará las cosas”.
“No”, susurró “sé que no lo hará, pero no me importa, solo quiero que me
tomes justo ahora”.
“Bien, si es lo que quieres”, dije, y coloqué fuertemente mi boca contra la de
ella.
Pasó sus dedos por mi cabello antes de agarrar mis hombros. Desabroché mis
pantalones y los dejé caer sobre mis tobillos. Luego tomé la parte baja de su falda y
se la subí por el culo.
Tenía razón sobre las medias. ¡Mierda! ¡Qué sexy era!
La empujé hacia atrás hasta que estuvo presionada contra la puerta. Enganché
un brazo debajo de su rodilla y forcé su pierna hacia arriba. La inmovilicé allí, con
una pierna levantada contra su costado mientras me liberé de mis boxers. Acaricié
mi verga un par de veces antes de empujar mis caderas contra ella.
Vanessa se agarró a mis hombros más fuerte y me atrajo hacia ella. Me besó de
nuevo, con lujuria, llenando mi boca con su lengua mientras yo llenaba su vagina
con mi verga. Ella gimió en mi boca mientras empujaba dentro y fuera de ella.
“Más, Alonzo”, susurró. “Cógeme más fuerte”.
Así lo hice. La puerta detrás de su espalda se sacudía. Ninguno de nosotros se
preocupó. Ella gimió y se retorció hasta que me estremecí contra ella, enterrándome
dentro de la presión de su vagina mojada. Mi mano libre frotaba su clítoris. Su
pierna comenzó a temblar. Sabía que estaba a punto de acabar.
Nos juntamos. Ella gritó, y cubrí su boca con mi mano. No paré, incluso
después de que ella estaba goteando de mi semen. Continué cogiéndola como si
fuera parte de una terapia. Toda mi ira reprimida estaba saliendo. Ella la tomó toda,
se aferró a mí desesperadamente, mientras yo mantenía mi mano sujeta sobre su
boca y la penetraba fuerte hasta que no podía pararse en una pierna.
Entonces, dejé caer su pierna y agarré la tela de su falda. La usé para darle la
vuelta, y luego empujé sus hombros hacia abajo, forzándola a inclinarse frente a mí.
Su culo y su dulce vagina estaban desnudos para cogérmelos.
Me deslicé en ella otra vez. Ella gimió suavemente, y sus dedos aparecieron a
cada lado de mi verga. Ella comenzó a acariciarse a sí misma y a mi pene mientras
yo la cogía. Me agarré a sus caderas, tirando de ella contra mí con cada empuje. Mis
muslos se golpeaban contra los de ella, y estaba seguro que desde algunas de las
mesas en el restaurante podrían oírnos.
No me importaba.
Acabé dentro de ella otra vez. Cuando lo hice ella me miró por encima del
hombro. Tenía las mejillas enrojecidas y el pelo despeinado.
Salí de ella y me alejé. Se enderezó, mirándome como si estuviera viendo un
animal depredador. Fui al lavamanos y me aseé antes de volver a ponerme los
pantalones. Luego me volví hacia ella.
“Voy a pagar la cuenta y me iré a casa. Tenías razón. Esto no significaba nada”.
Ella parpadeó, y una lágrima rodó por su mejilla.
“Podría haberte perdonado por lo que Bruno y tú hicieron. Pero no puedo
perdonar la mentira. Y no puedo confiar en ti después de todo esto. Esta noche
todo se me aclaró”. Me sequé las manos con la toalla de papel y fui a la puerta. La
abrí y volví a mirarla. “Que te vaya bien, Vanessa”.
Cuando sus lágrimas comenzaron a fluir libremente, abrí la puerta y me fui. Si la
gente estaba levantando la vista de sus platos de comida para mirarme, no me di
cuenta. Fui directamente a nuestra mesa y dejé suficiente dinero en efectivo para
cubrir nuestras comidas y la propina. Luego salí y volví al estacionamiento, donde
entré en mi auto e hice todo lo posible para olvidar la expresión de Vanessa cuando
la dejé en el baño.
Capítulo 16

Vanessa
Me levanté de mi escritorio y metí la silla. Me arreglé la falda mientras caminaba
por el pasillo hacia el comedor. No había nadie porque era una hora más tarde que
cuando todos solían tomarse un descanso. Intencionalmente esperé para poder
sentarme en paz y tranquilidad y así poder evitar a Arturo, a quien siempre le
gustaba invitarme a su oficina para almorzar juntos. Los últimos tres meses se
habían llenado de visitas diarias a su oficina, donde me decía lo bonita que era y
hasta trató de convencerme para que empezara a usar blusas de corte bajo para
trabajar.
¿Sabía acaso de alguna manera que yo estaba sola? ¿Sabía que no había tenido
relaciones sexuales durante tres meses porque el hombre que amaba ya no me
hablaba?
Abrí la nevera comunitaria y agarré el contenedor con mi nombre. Dentro había
algunas verduras picadas con humus y medio sándwich de ensalada de huevo. Lo
miré, arrugué mi nariz y concluí que me iba a regalar un mejor almuerzo. Belén y yo
habíamos planeado encontrarnos esa tarde, pero me había llamado la noche anterior
para cancelar. Así que había preparado una comida de último minuto, y ahora no
había una sola parte de mí que quisiera comérsela. Quería algo acogedor para el
clima frío que había en el ambiente.
Ante mi antojo de comer una sopa de pollo, me puse la chaqueta y salí de la
oficina. Bajé por la manzana hasta un pequeño restaurante que tenía la mejor
comida casera, me senté en una mesa e hice mi pedido.
El restaurante lucía vacío. Hace un mes y medio que se había llenado de alegres
luces navideñas, y todas las ventanas habían sido pintadas con imágenes de Santa y
bastones de caramelo. Ahora se sentía sombrío.
Mi sopa llegó rápidamente. Me incliné sobre ella, el vapor flotando en mi nariz.
Cuando abrí los ojos, estaba mirando al otro lado de la habitación.
Para mi sorpresa, encontré un par de ojos familiares que me devolvían la
mirada.
Alonzo estaba sentado en una mesa, solo, al otro lado del restaurante. Tenía una
pequeña sonrisa jugando en sus labios, y sospeché que me había estado observando
por un rato. Le devolví la sonrisa y lo saludé con la mano.
Se puso de pie, recogió su chaqueta de invierno del asiento frente a él y se
dirigió hacia mí. Se detuvo cuando estaba cerca. “Hola, extraña”, dijo.
“Hola”, dije, frotando mis manos sobre mis muslos ansiosamente.
“¿Me puedo sentar?”, preguntó, señalando con la cabeza el asiento vacío frente
a mí.
“Por favor”, dije.
Se sentó y cruzó los brazos sobre la mesa. “Te ves bien”, dijo. “Me gusta tu
nuevo corte de pelo”.
Me corté parte de mi cabello a principios de ese mes. Todavía estaba largo, pero
más corto de lo que había estado la última vez que me vio en el restaurante italiano.
Ya habían pasado tres meses.
Tragué. “Te ves bien, también”. No estaba mintiendo. Su mandíbula estaba
oscurecida con una barba que nunca antes le había visto. Le daba un aspecto
robusto y atractivo a sus rasgos. Su cabello también tenía un estilo diferente. Estaba
acostumbrada a ver sus cabellos desordenados e ingobernables encima de su
cabeza; ahora estaban con gomina peinados hacia atrás y más corto a los lados.
“¿Qué has estado haciendo?”, preguntó, mientras su mirada se movía de entre
mis dos ojos. Parecía genuinamente interesado. No parecía que se obligara a hablar
conmigo solo porque nos habíamos encontrado por casualidad. Tal vez gracias al
tiempo que había pasado algo de la ira que había sentido hacia mí había comenzado
a desaparecer.
“Oh, ya sabes, lo mismo de siempre. Me mantengo ocupada con el trabajo”.
“¿Arturo sigue siendo un pervertido?”
“Sí”, dije, casi riendo. Casi. “¿Qué hay de ti? ¿Cómo están las cosas? Por cierto,
esa barba te queda bien”.
Alonzo se rascó la barbilla casi con timidez. “¿Sí? Bueno, ya sabes, tengo que
probar cosas nuevas de vez en cuando. He estado bien. Las cosas con la aplicación
realmente están arrancando bien. Está en la etapa de prueba beta en este momento,
y la mayoría de las revisiones son positivas. Un par de rondas más de ajustes y
debería lanzarse al público. Debes estar atenta a nuestra campaña publicitaria”, me
guiñó un ojo.
¿Cómo se atreve a guiñar el ojo? Él debería haber sabido lo que me hizo. Todos
esos sentimientos por él, todo ese deseo y toda esa necesidad volvieron corriendo.
“Te extraño”, se me salió. Puse mis manos sobre mi boca como si pudiera captar las
palabras y volver a meterlas antes de que las oyera.
Esa sonrisa suya que tanto amaba apareció. Sus dientes parecían más blancos
que nunca por el contraste contra su oscuro vello facial. “También te extrañé,
Vanessa. Ha sido extraño no tenerte cerca”.
“Sí”, dije, comenzando a jugar con un pequeño hueco que había en el mantel.
“Siento lo mismo”.
Las cosas estuvieron tranquilas por un tiempo después de eso. Llegó la mesera y
Alonzo pidió algo de sopa. Esperé a que se la trajeran antes de empezar con la mía.
Comimos en silencio. Ninguno de nosotros supo qué decir, o ninguno de nosotros
estuvo dispuesto a ser el primero en hablar.
La comida estaba buena y me excitó. Empecé a temer volver al trabajo, así que
me sacudí la cabeza para pensar en posibles conversaciones iniciales. Era mucho
más que incómodo estar sentados juntos mientras reinaba un pesado e incómodo
silencio. Había mucho sobre lo cual deberíamos haber estado hablando, pero no
estábamos dispuestos a hablar.
“¿Estás saliendo con alguien?” Pregunté cuando terminamos de comer.
Alonzo se rio entre dientes y se recostó en su silla. “¿Ver a alguien? Vamos, ya
han pasado tres meses. Pero tú me conoces bien”.
“Entonces, ¿eso es un no?”
“Eso es un no”, asintió.
“Bueno, nunca se sabe. Cosas más extrañas han sucedido”, dije.
“Cierto. Como mi mejor amiga acostándose con mi hermano”, dijo Alonzo.
Todavía había una pizca de humor en sus ojos, pero era débil.
Me mordí el labio y aparté la vista de él. “Sí”.
“¿Y tú?”, preguntó, cruzando los brazos sobre el pecho. “¿Estás saliendo con
alguien?”
“No, definitivamente no”, le dije, deseando que no fuera así para tener algo que
contarle. “¿Cómo está Cristian?”
“Está bien. Haciendo lo mismo de siempre. Tú sabes cómo es. Todavía me
fastidia contigo y yo no le respondo nada. Eso lo vuelve un poco loco”.
Sonreí. Cristian era un buen amigo. Él y yo siempre nos llevamos bien. Yo
también lo extrañaba. “Bueno, Cristian siempre ha estado más involucrado en la
vida de otras personas que en la suya propia. Es una bendición y una maldición”.
Alonzo se rio de nuevo. “Supongo que esa es una forma de verlo. ¿Cómo está
tu hermana? ¿Trabajando hasta el culo como siempre?”
“Sí”, dije, sintiéndome ahora un poco más tranquila. “Vive ocupada. Me
pregunta mucho por ti”. Tomé aliento para continuar, pero no dije más nada.
“¿Sí?” Preguntó Alonzo, sintiendo mi vacilación.
“Ella sabe cuánto te extraño. Los últimos meses no han sido fáciles, Alonzo. De
ningún modo. Tengo muchos remordimientos. Mucha culpa. Todavía me siento
terrible. Creo que siempre me sentiré así. Y sabes que lo siento mucho”.
Alonzo me estaba mirando como si no estuviera seguro de qué decir. Parte de
esa ira que había visto en él esa noche resurgió en sus ojos. Luego se encogió de
hombros y desapareció. “Bueno, no hay nada que podamos hacer al respecto ahora,
¿verdad?”
Asentí y moví los agitadores de sal y pimienta sobre la mesa. La conversación
entre Alonzo y yo solía fluir sin esfuerzo. Ahora se sentía muy pesada.
Me recordé a mí misma que tenía suerte de tan solo estar hablando con él. Ayer,
y durante todos los días de los últimos tres meses, no hubiera creído que podría
estar sentada hoy con Alonzo. Estaba segura de que nunca volvería a hablar con él;
y estaba segura de que, si alguna vez nos encontráramos, él se alejaría de mí.
“¿Por qué te levantaste y te acercaste?”, pregunté después de que la camarera
nos trajo la cuenta.
Alonzo la recogió antes de que pudiera hacerlo yo y sacó su billetera. “Te estuve
mirando por un tiempo. Había decidido que, si me veías, y sonreías, entonces me
acercaría”.
“¿Y si no hubiera sonreído?”
“Probablemente me habría ido”, se encogió de hombros, dejando caer treinta
dólares sobre la mesa.
“No tienes que pagar el mío”, le dije. “Por favor, déjame pagar”.
“Nah”, dijo, agitando su mano hacia mí. “No te preocupes por eso. Quiero
pagarlo”.
Ese incómodo silencio regresó. Nuestra conversación no era natural como solía
ser. Cada palabra se sentía como si tuviera pensada y trabajada antes de salir. Cada
oración se sentía como una obra maestra.
“¿Por casualidad te gustaría venir esta noche? Podemos ponernos al día en
privado y, no sé, ¿tal vez intentar conectarnos nuevamente?” pregunté,
preparándome para el rechazo. “Me gustaría hablar más”.
Alonzo inclinó la cabeza a un lado pensativo. Estaba segura de que iba a
derribarme. Después de lo que había hecho y de cómo las cosas habían terminado,
no lo culparía. La elección era suya ahora.
“Claro”, dijo. “Sí me gustaría”.
“¿En serio?”, dije.
Alonzo se rio entre dientes. Recordé cuánto me gustaba el sonido de su risa. “Sí.
En serio. ¿Ocho en punto está bien?”
“Sí, es perfecto. Prepararé la cena”.
Alonzo asintió mientras se ponía de pie y se ponía la chaqueta. “Suena bien.
Llevaré vino”.
Asentí. Se abrochó la chaqueta y me dio una última sonrisa antes de darse la
vuelta y salir del restaurante. Me quedé sentada, con el corazón golpeando fuerte en
mi pecho al pensar que él iría a casa esa noche.
La mesera pasó y me dio una sonrisa cómplice. “Cuida lo que tienes”, me dijo
ella, señalando con la cabeza hacia el asiento que Alonzo acababa de desocupar.
“Sí. Aunque no es mío”, dije.
“Oh”. La camarera parpadeó. “¿De verdad? La forma en que te estaba mirando
cuando entraste aquí me hizo pensar lo contrario. Creo que le gustas, cariño. Y debo
decir que, si fuera tú, estaría dispuesta a hacer lo que él quisiera”.
No pude evitar reírme. La camarera se rio también de una manera orgullosa,
como si hubiera estado tratando de hacerme reír.
“Si él me quiere, yo también”, dije. “Pero cometí algunos errores que no creo
que pueda perdonarme”.
La camarera frunció el ceño. “Un hombre que todavía está aferrado a la ira no
mira a una mujer como él te miraba a ti. Sólo digo eso. Quizás él ya lo olvidó.
Nunca lo sabrás a menos que lo intentes”.
“Es verdad”, le dije, poniéndome de pie y recogiendo mis cosas. “Gracias por
todo”. Me dio otra sonrisa, y salí por la puerta, el timbre sonó sobre mi cabeza. Era
fácil dar consejos cuando no eras el culpable.
Mientras caminaba de regreso a la oficina sintiendo el frío, pensé en Alonzo.
Pensé en lo intenso que había sido el sexo en el baño de The Italian Corner. Él
había estado enojado. Él me había cogido a pesar de que estaba enojado. Incluso
ahora, tres meses después, todavía me vuelvo a mojar al recordarlo.
Después me puse triste al pensar en cómo me dejó ahí sola. Su rostro, cuando
se giró hacia mí, estaba tan lleno de angustia, tan lleno de ira, que no pude evitar
llorar. Lloré por él. Lloré por lo que le había hecho.
Si de alguna manera hubiera encontrado la manera de dejar todo esto atrás, me
sentiría aliviada. No quería que él sintiera ese dolor y se pensara traicionado. Yo
quería que él siguiera adelante; incluso si eso significaba que él y yo solo pudiéramos
ser amigos.
Estaba dispuesta a jugar el rol que Alonzo estuviera dispuesto a darme. Él valía
la pena.
Capítulo 17

Alonzo
Miré el intercomunicador del departamento de Vanessa. Era extraño estar
nuevamente de pie fuera de su edificio. En los últimos meses, había pasado por ahí
unas pocas veces, solo porque necesitaba ir a otros lugares, y cada vez que lo hacía,
había mirado hacia arriba, esperando poder verla. Nunca estaba. Los últimos tres
meses habían sido totalmente libres de ver a Vanessa, y si era honesto conmigo
mismo, habían sido una mierda.
La extrañaba. Extrañaba todo sobre ella. Extrañaba su risa despreocupada y la
forma en que solíamos hablar durante horas sobre cualquier cosa. Y la forma en
que ella descansaba sus tobillos en mi muslo cuando miramos películas. Ahora, con
este clima tan frío, ella pondría sus pies entre mis piernas y el sofá para mantener el
calor. Extrañaba el olor de su champú y las comidas caseras que ella preparaba para
mí cada vez que la visitaba.
Y por mucho, extrañaba cogérmela.
Llamé a su suite y ella me dejó entrar. Subí las escaleras y encontré la puerta de
su apartamento abierta para mí. Sacudí mi cabeza, sonriendo solo. Ella había vuelto
a los viejos hábitos.
Me quité los zapatos y la llamé cuando iba por el pasillo. “Veo que has
comenzado a dejar tu puerta abierta de nuevo. El hecho de que no hayamos
hablado durante los últimos tres meses no significa que puedas volver a ser
imprudente”.
“Oh, por favor”, me respondió despreocupada “soy una niña grande. Puedo
cuidarme sola”.
Le creí.
Seguí por el pasillo y descansé contra el arco de la cocina. Vanessa estaba
revolviendo la salsa de espagueti sobre la estufa. Llevaba ajustados pantalones
negros y un suéter gris que mostraba un poco de su estómago. Sus pies estaban
desnudos, y las uñas de los pies estaban pintadas de un rosa pálido.
Sirvió un poco de salsa en la cuchara de madera y me la tendió. “Pruébala”, dijo,
ahuecando su mano debajo de la cuchara y soplando para que no me quemara. Dejé
que ella me diera un bocado.
“Delicioso”, le dije, limpiándome el labio inferior donde me quedó un poco de
salsa.
“Perfecto. Tiene que cocerse a fuego lento un poco más y entonces estaremos
listos”.
Levanté la botella de vino tinto que había traído. Vanessa asintió aprobando mi
elección de un merlot terroso, sacó dos copas de un armario y me entregó su
sacacorchos. Después de abrir el vino, nos servimos una copa cada uno.
El primer trago se sintió un poco amargo, pero se suavizó después de eso.
Veinte minutos más tarde estábamos cenando un plato de espagueti. Vanessa
había preparado pan de ajo y ensalada César, y mi boca se había hecho agua
mientras miraba toda esa comida.
“¿Estás tratando de compensar tres meses de cenas perdidas en una sola
comida?”, le pregunté, girando algo de pasta alrededor de mi tenedor.
Vanessa bebió un sorbo de vino y se encogió de hombros. “Tal vez”.
“Sabes cómo manipularme, Vanessa Andrade, eso es totalmente seguro”.
“Me alegro de que accedieras a venir”, dijo Vanessa después de tragar un
bocado de ensalada. “Es agradable estar sentada aquí contigo. Es un poco extraño,
lo confieso, pero definitivamente se siente bien”.
No podría decir que estaba equivocada. Estar sentado en su departamento se
sentía un poco extraño. “Bueno, después de verte en el restaurante, pensé que era el
destino el que nos había juntado de nuevo. No creo que haya habido un mejor
momento, ¿cierto?”
“¿No? ¿A qué te refieres?” preguntó Vanessa.
“Bueno, creo que, tal vez, estoy listo para pasar la página. Seguir adelante.
Perdonar”.
Vanessa dejó de comer y bajó el tenedor. “¿De verdad?”
“Sí”, dije asintiendo. “Creo que ha pasado el tiempo suficiente. Pero con una
condición”.
“Cualquier cosa”.
Encontré sus ojos. Quería asegurarme de dejar en claro mis expectativas. No
tenía intenciones de volver a estar en una situación similar en el futuro. Sabía que no
podría manejarlo. Me había tomado mucho tiempo procesar la ira causada por la
traición. Incluso ahora, si lo pensaba demasiado, podría volver a retroceder.
“Necesito asegurarme de que no hay nada más que me estés ocultando”.
“No hay más nada, Alonzo, lo juro”, dijo Vanessa.
“Espera un segundo”, le dije suavemente. “Lo digo en serio. No haré esto de
nuevo. Si hay algo, cualquier cosa, ahora es el momento de contarme. No más
mentiras o secretos”.
Vanessa asintió. “No más mentiras o secretos. Alonzo, lo prometo, no hay más
nada. Eso era lo único”.
Esperé, mirándola a los ojos para ver si vacilaba. No lo hizo. Ella sostuvo mi
mirada, y su mirada era suficiente para que yo le creyera. “Está bien”. Exhalé.
“Bueno. Con esto estaremos bien supongo”.
“Bien”, sonrió. Ella levantó su copa de vino y la sostuvo entre nosotros.
“¿Amigos de nuevo?”
Golpeé mi copa con la suya. “Oh, sí”.
Vanessa y yo tomamos nuestro vino al mismo tiempo. Nuestros ojos nunca se
dejaron el uno al otro sobre el borde de nuestras copas. Después de bajarlas,
Vanessa suspiró. “No tienes idea de cuánto te extrañé. Imaginé este momento una y
otra vez en mi cabeza, pero nunca pensé que sucedería”.
“Cuando te lo imaginaste ¿estábamos sentados aquí?”, le pregunté.
“A veces. O en la sala de estar. A veces estábamos en tu casa. A veces apareciste
en mi trabajo y me sorprendiste diciéndome que me perdonabas”. Vanessa se rio
tímidamente. “Entonces las cosas volverían a la normalidad. Tendríamos nuestras
noches habituales de películas. Seríamos nuevamente nosotros”.
“¿Qué pasaba en tus pensamientos después que te perdonaba?”
La vi tragar. Ella jugueteó con el tallo de su copa de vino antes de reunir el valor
para hablar. “Me besabas. Me agarrabas. Y luego me cogías”.
“Oh, qué casualidad”, le dije, levantándome lentamente, “eso es exactamente lo
que estaba planeando hacer en este momento”.
Vanessa también estaba de pie. Nuestras miradas estaban compenetradas, fuego
podría haber salido de ellas. Di un paso alrededor de la mesa para pararme justo en
frente de ella. Puse mi mano en su cintura. Su piel desnuda debajo de mi palma me
recordó lo bien que se sentía al tocarla. Su mano se cerró sobre la mía, y me guio
por la parte delantera de sus pantalones entre sus piernas.
“Es mucho mejor de lo que imaginaba”, susurró mientras se ponía de puntillas
y besaba mi mandíbula. “Y esa barba de tres días”, ronroneó. “Una barba perfecta”.
Dejé que su mano me guiara a donde ella quería. Puso mi mamo bajo su vagina
para que la frotara a todo lo largo. Podía sentir el calor a través de la delgada tela de
sus pantalones. Ahuequé su mejilla con la otra mano y la sostuve con firmeza,
acercando cada vez más mis labios a los de ella.
El beso fue emocionante. Mi pene estaba parado y duro y presionando contra
mis pantalones. Me había estado perdiendo esto durante mucho tiempo y lo
extrañaba. Estaba esforzándome para no acabar al sentir su vagina en mí
nuevamente.
Ella devolvió mi beso con la misma intensidad. No nos separamos ni siquiera
cuando la levanté. Ella envolvió sus piernas alrededor de mi cintura, y la llevé a su
habitación. La dejé en la cama. Ella se sentó mirándome, sonriendo tímidamente
mientras desabrochaba mis pantalones.
Cuando ya había desabrochado el botón y el cierre de mi pantalón, ella extendió
la mano y tiró de mis pantalones hacia abajo. Luego bajó mis boxers. Mi pene salió
libre, y ella lo tomó en sus manos, pasando sus dedos arriba y abajo a todo lo largo.
Podía ver lo mucho que me deseaba en la forma en que me tomaba, en su mirada
perversa, lujuriosa y ardiente.
Luego se inclinó hacia delante, con los labios separados, y lamió la cabeza de mi
verga. Después de un par de sacudidas más de su lengua, envolvió sus labios
alrededor de mí y metió mi pene en su boca hasta que sentí que la parte posterior
de su garganta se cerraba alrededor de mi verga. Se mantuvo allí hasta que su boca
se volvió resbaladiza y húmeda, y luego comenzó a chuparme. Suave y duro a la vez,
lo quería por completo y traba de contenerse para no dañarme.
La miré, y mientras lo hacía, pasé mis dedos por su pelo. Apreté mis manos en
puños, recogiendo su cabello en mis palmas, y la sostuve mientras movía mis
caderas hacia ella. Mantuvo la boca abierta y me miró mientras me deslizaba dentro
y fuera de su garganta.
Sus manos vagaron por mis muslos y rozaron mis bolas. Estaban apretadas por
la emoción, y ella las masajeó suavemente, enrollándolas delicadamente en sus
palmas.
Metí mi pene en su boca tan profundo como pude. Ella se lo dejó meter todo.
Sentí su garganta contraerse una, dos, tres veces, y luego me retiré. Ella respiró
hondo y se secó la boca con dedos temblorosos, luego me miró y se pasó la lengua
por los labios.
Puse mi mano sobre su pecho y la empujé sobre su espalda. Saqué su pantalón
pasándolo por su culo y a lo largo de sus piernas. Cuando salió a través de sus
tobillos, comencé a besarla desde ahí, sobre su rodilla, y de manera constante hacia
arriba hasta llegar a sus pantaletas. Luego también se las quité con decisión, oí que
le rasgaba el encaje. A ella no le importó.
La volteé. Se puso en cuatro descansando sus manos y sus rodillas en el borde
de la cama, con la espalda arqueada para que su culo y su vagina quedaran en el aire
para mí. Ella me estaba mirando por encima del hombro. “Así es justo como te
imaginé… no sabes cómo te pensé todo este tiempo”, su tono era erótico.
Todavía llevaba el pequeño suéter gris.
Di un paso adelante y froté la punta de mi pene a lo largo de toda su vagina que
estaba mojada e hinchada. Le metí la punta de mi verga. Ella se estremeció cuando
le empujé más de mi pene. Ella estaba más apretada de lo que había estado antes.
Ella no debe haber tirado durante los últimos meses.
Empujé la totalidad de mi pene profundamente dentro de ella. Ella gimió y
agarró sus sábanas. Bajó la cabeza, pero mantuvo su espalda arqueada para mí. Puse
mi mano en la parte baja de su espalda y me la cogí fuerte y profundamente, hasta
que estaba a punto de explotar.
Salí justo a tiempo. No quería acabar. Todavía no.
Jadeó cuando deslicé un dedo dentro de ella. No dejé que se recuperara. Deslicé
otro dedo y lo empujé hacia abajo, justo contra el lugar que sabía que le gustaba. Su
espalda se encorvó un poco más. Sabía que podía hacer que llegara al orgasmo en
tan solo unos segundos.
La cogí duro con mis dedos. Lo único que me impedía seguir entrando eran mis
propios nudillos.
“Vamos bebé”, le dije, moviendo mis dedos en su jugosa vagina. “Vente, quiero
verte”.
Ella acabó. Miró hacia el techo y dejó escapar un gemido de placer. Mientras su
vagina latía llenándose de sus propios jugos. Saqué mis dedos. Ella chorreó,
rociando sus muslos y sus sábanas. Mientras se estremecía en la cama, di un paso
adelante otra vez. Unté mi pene con los jugos en mis dedos y luego procedí a
empujarme profundamente dentro de ella.
Ella gritó de nuevo y colapsó hacia adelante. Agarré la parte de atrás de su
camisa y la levanté, sosteniéndola tan cerca del borde de la cama como pude. Yo
quería cogerla más profundamente. Penetrarla hasta el final. Necesitaba hacerla mía
con todo mi ser. Ella no tenía idea que yo también la imaginaba así y que mi pene
sufría por no tenerla.
Sentí que sus paredes se estrechaban alrededor de mi verga mientras yo
trabajaba en mi propio orgasmo. Me chorreé dentro de ella, y ella se volvió loca. Le
temblaron los muslos y enterró la cara en el colchón para amortiguar su grito. ¡Dios
esta mujer me encanta!, pensé.
Cuando terminé, le di un par de empujones lentos pero precisos, disfrutando de
la forma en que mi leche se sentía dentro de ella. Entonces salí. Ella goteaba en la
cama. Le di una leve nalgada.
Se dio la vuelta y se tumbó boca arriba, mirándome. “Eso fue mejor que
cualquier cosa que haya podido imaginar”.
“Así es. Esa dulzura tuya merece ser cogida así”, dije, dirigiéndome al baño.
Dejé la puerta abierta mientras me limpiaba.
“¿Quieres quedarte un rato? ¿Ver una película? ¿Pasar la noche?” preguntó
Vanessa desde el dormitorio.
Puse un poco de jabón en mi mano y me detuve. La oferta fue tentadora, pero
las cosas iban muy rápido. No quería llegar tan lejos todavía. Ser amigos era una
condición segura por ahora. Amigos que tiran es una condición muy buena,
especialmente con Vanessa. Ese cuerpo y esa vagina suya eran demasiado buenos
para dejarlos pasar.
“Vanessa”, le dije, echándome hacia atrás para mirarla a través de la puerta
abierta. “No creo que sea una buena idea. ¿Tal vez otra noche?”
“Oh”, dijo, sentándose y tirando de las mantas sobre su mitad inferior aún
desnuda. “Sí, está bien. Tengo que madrugar de todos modos. Estoy segura que tú
también”.
“Sí”, mentí.
Lo único que tenía que hacer temprano era despertarme para masturbarme
pensando en ella mientras rebobinaba lo que acabábamos de hacer.
Capítulo 18

Vanessa
Cuando me desperté al día siguiente tenía mi vagina mojada. Era temprano, aún
faltaban para las seis de la mañana, y mi alarma estaba programada para sonar
media hora después. Me habían despertado mis sueños con Alonzo y ahora estaba
muy excitada y mi vagina ansiosa porque algo la penetrara. Cualquier cosa. Yo
prefería el pene de Alonzo de nuevo por supuesto, gustosamente la habría metido
en mi boca, hasta mi garganta y luego de humedecerla, la habría metido en mi
vagina con lo mojada que estaba mañana se hubiera sentido realmente placentero
tener ese pene tan grueso y largo en mi sexo.
Quería sentir su cuerpo contra el mío. Respirar el mismo aire. Corresponder a
su tierno beso, y ser testigo de cómo se convertía luego en un beso salvaje que me
ponía aún más mojada. Ojalá estuviera aquí para penetrarme.
Me conformé con mis propios dedos, recorriéndolos por mi vientre y sobre mi
clítoris. Vagué por la hendidura, abriendo los labios de mi vagina para los lados
como pétalos. Todo el tiempo pensé en cómo Alonzo me había cogido la noche
anterior.
Cuando él me inclinó y me metió su verga, pensé que podría gritar. No había
tenido relaciones sexuales en más de tres meses, y su pene se sentía más grande de
lo que recordaba. Tampoco me había excitado, como solía hacerlo. Había ido
directo hacia mi vagina, penetrándome sin contenerse, lo cual no podría decir que
me molestaba, él por si solo me provocaba y me empapaba de verlo.
Entonces, justo en medio de todo, mientras él usaba sus dedos, perdí el control
y acabé. Se había sentido tan bien.
Con todo este recuerdo en mi mente metí dos de mis dedos dispuesta a recrear
ese momento. Mi orgasmo estaba cerca. Estaba muy mojada.
Ojalá Alonzo se hubiera quedado a pasar la noche. Podríamos habernos
despertado juntos, o él podría haberme despertado como lo hizo una vez
presionando su erección contra mi espalda. ¡Qué manera tan deliciosa de despertar!,
cualquier momento cerca de su cuerpo era digno de alabanza, pero si tan solo esta
mañana me hubiera dado placer, sería el día perfecto.
Respiré y apresuré el ritmo con mis dedos mientras mi coño se apretaba. Mis
dedos de los pies se curvaron. Contuve la respiración cuando mi orgasmo me
sacudió. Dejé que me consumiera y no respiré hasta que terminé.
Miré el techo un rato después, recobrando el aliento, disfrutando de la sensación
de cosquilleo mientras pasaba los dedos por mi clítoris suavemente hasta que sonara
la alarma.
No había mejor manera de comenzar el día.
En el trabajo, no pude evitar la sensación persistente que se había asentado en
mi estómago desde mi masturbación matutina. Estaba preocupada de que Alonzo
no apareciera. Tal vez él había conseguido lo que quería. La forma en que se había
ido la noche anterior siguió repitiéndose una y otra vez en mi mente, y la ansiedad
por perderlo alcanzó un nuevo nivel.
“No creo que sea una buena idea”, había dicho. ¿Qué significaba eso?
Habíamos disfrutado nuestra comida y nos reímos tan libremente como solíamos
hacerlo. No había dudado en llevarme al dormitorio, donde me había cogido con
demasiado entusiasmo. Estaba segura que él quería cogerme tanto como yo quería
ser cogida.
Sus palabras me habían dejado ciertas dudas. Tal vez solo había sido sexo para
él. Era muy posible. Habíamos perdido el contacto en los últimos tres meses. Tal
vez ya no me amaba.
Por mi parte, estaba segura de que lo amaba, ese sentimiento nunca había
desaparecido. Aunque dudaba que alguna vez lo volviera a ver, estaría enamorada de
él para siempre. Por un momento fugaz, anoche llegué a pensar que los
sentimientos eran recíprocos. Ahora, nuevamente estoy llena de inseguridades y
dudas.
Ahora que pensaba que lo había recuperado, me aterrorizaba la idea de perderlo
nuevamente. Mi corazón no podría lidiar con eso.
Pasé la primera mitad de mi turno, nerviosa, y revisando mi teléfono cada
quince minutos con la esperanza de ver un mensaje de texto o una llamada perdida
de Alonzo.
Esa tarde, me encontré sentada en un nuevo bar de ensaladas que se había
abierto a la vuelta de la esquina de mi trabajo. Era un lugar pequeño con un toque
minimalista. Las mesas eran de aluminio con sillas a juego y un jarrón de vidrio con
una sola margarita en el medio. Me encontraría ahí con Belén, y por primera vez en
mucho tiempo, yo llegué primero.
Cuando Belén llegó, había terminado de leer el menú. Había sido una aventura.
Había más de treinta ensaladas para elegir. Me puse de pie y nos abrazamos.
Entonces las dos volvimos a sentarnos. Dejé que Belén eligiera su ensalada, y una
vez que habíamos ordenado, ella se acomodó en su silla y dejó escapar un suspiro
de exasperación.
“Lamento haber tenido que cancelar contigo ayer a última hora”, comenzó
Belén. “Todo ha estado muy alborotado en el trabajo últimamente. Este es el primer
almuerzo que he tenido en toda la semana. Y he estado trabajando hasta las ocho
todas las noches. Esta es la peor época del año, ya sabes, y no tenemos suficiente
personal y…”, dejó de hablar y negó con la cabeza. “No importa. Solo tenemos una
hora. Todo lo que he estado haciendo es trabajar. No quiero perder el tiempo
hablando de eso. ¿Cómo estás? Te ves bien”.
Sonreí y apreté mis manos en mi regazo. Belén había estado preocupada por mí
en los últimos meses. Ella me lo había dicho muchas veces. Vivir sin Alonzo había
sido duro. Había tenido un costo mental y físico, y Belén me había visto en mi peor
momento.
“Las cosas están realmente bien”, le dije, esperando que ella hiciera más
preguntas.
“¿Realmente bien?”, dijo Belén con una inclinación de cabeza y una ceja
arqueada. “¿Algo que deba saber?”
“Bueno”, le dije, inclinándome hacia adelante sin tratar de evitar la sonrisa que
me estaba brotando en el rostro. “Ayer me encontré con Alonzo durante mi hora de
almuerzo. Fui a ese pequeño restaurante al final de la calle. Estaba sentado en otra
mesa. Cuando me vio, se levantó y comimos juntos”.
“¿No te sentiste rara?” preguntó Belén con escepticismo.
“Un poco, sí, pero luego pasó. Especialmente más tarde cuando lo invité a
cenar a mi casa”, le dije.
“¿Lo viste anoche? ¿En serio? ¿Qué hicieron? Belén dio un sorbo a su vaso de
agua, pero mantuvo su concentración en mí.
“Cenamos. Y hablamos. Y luego, después que hablamos, y después de que me
perdonó, entramos al dormitorio. Y ya sabes, una cosa llevó a la otra”.
Belén dejó el vaso y negó con la cabeza. Ella estaba sonriendo ligeramente.
“Dios mío, ustedes dos son muy especiales. ¿Significa entonces que están juntos
otra vez, o qué?
“Nunca hemos estado juntos en primer lugar, ¿recuerdas? Solo éramos amigos
que se sentían atraídos el uno por el otro”.
“Y quienes tiran y se cuidan mutuamente. Sí. Recuerdo. También recuerdo los
últimos tres meses en los que has sido miserable y, en algunos días, fuiste incapaz de
siquiera deambular hasta el trabajo”.
“Las cosas están mejorando”, le dije, esperando que parte de mi optimismo la
contagiara. “Aunque las cosas no están como antes de que él supiera todo lo de
Bruno. Le pregunté a Alonzo si quería pasar la noche o incluso quedarse para ver
una película. Me dijo no. Lo cual fue extraño. Él nunca solía rechazar las noches de
película. Dijo que no creía que fuera una buena idea”.
“Tal vez solo necesites dar pequeños pasos para volver a la normalidad”, sugirió
Belén.
“Tal vez”.
“Mira, todo lo que sé es que eras muy feliz cuando las cosas iban bien entre
ustedes, y que te sentías muy miserable cuando no estaban bien. No lo dejes ir esta
vez, Vanessa. Te mereces ser feliz. Si Alonzo es quien puede darte eso, debes luchar
por eso. ¿No lo crees?”
“Claro”, dije. “Suena genial cuando lo pones así, pero no se trata solo de mí. No
sé dónde está su cabeza ahora. Dijo que me perdonó, pero cuando se fue, tuve la
impresión de que aún podría necesitar un poco de tiempo. Lo cual está bien. Puedo
darle eso. Debería darle más tiempo, ¿verdad?”
Belén se encogió de hombros y bebió de nuevo su agua. “No lo sé. Eres quien
más lo conoce. Es tu decisión. Todo lo que sé es que pensé que ustedes dos
deberían ser pareja desde la primera vez que los vi juntos. No dejes que algo se
interponga en tu camino, incluso si ese algo es el tiempo”.
Suspiré y descansé mi barbilla en mi mano. Solté un mechón de cabello suelto
de mi cara y le mostré a Belén una cara seria. “¿En qué momento la vida se hizo tan
dura?”
“Oh, no sé, Vanessa. ¿Quizás cuando comenzaste a tirar con tu mejor amigo?”
Ambas estallamos en carcajadas. Me sentí bien al reír de nuevo, a pesar de que
era a costa mía.
Nuestras ensaladas llegaron, y conversamos un poco sobre otras cosas. Belén
terminó hablando un poco sobre su trabajo, lo que no me importó. Ella necesitaba
protestar, y yo estaba más que dispuesta a escucharla. Después de todo lo que ella
había hecho por mí en los últimos meses, era lo menos con lo que podía retribuirle.
Sin ella, sabía que no habría superado todo este asunto.
Después de haber pagado nuestras cuentas, Belén se inclinó más cerca. “De
acuerdo, me quedan quince minutos. Derrama los detalles pornográficos. Quiero
saberlo todo. ¿Cómo estuvo?”.
Solté una risita y volteé los ojos. “Estuvo mejor que nunca. Por no mencionarte
que de alguna manera se veía aún más sexy. Ahora tiene una barba de tres días. Y
luce como un hombre de negocios”.
“¿En serio?” Belén chilló en medio de un susurro.
“En serio”, le dije. “Y tiene un estilo nuevo en su cabello. Es más corto en los
lados y usa gomina hacia atrás en la parte superior. Se ve tan bien”.
“Ajá, bien, claro”, dijo Belén, levantando su mano en el aire entre nosotras
indicándome que me saltara las partes aburridas para llegar a la parte picante. “¿Y
en la cama?”
Entonces le di los detalles. Ella escuchó en un silencio eléctrico, su boca se
abrió cuando revelé las partes más ardientes. Cuando terminé, suspiró con nostalgia
y hurgó en el plato vacío. “Necesito un hombre que me haga eso”, dijo.
“Bueno, estoy segura de que llegará”, le dije encogiéndome de hombros.
“No lo sé. Alonzo no es exactamente un representante de toda la población
masculina. Es un hallazgo raro, ¿sabes? Guapo. Exitoso. Sexy hasta reventar. Bueno
en la cama. Un amigo confiable. No es justo que una sola persona tenga todas esas
cualidades”.
“No, no es justo”, asentí. “Es todo un milagro”.
Capítulo 19

Alonzo
El Dante’s estaría abarrotado y lleno en aproximadamente dos horas. Por ahora,
estaba zumbando con esa energía “previa al inicio de la fiesta”. La gente se agolpaba en
las mesas bebiendo Martini mientras el DJ preparaba su colección para la noche.
Las luces estaban encendidas pero tenues, y el murmullo constante de la
conversación se sentía en el aire.
Cristian y yo estábamos sentados en el bar en nuestro lugar habitual. Estábamos
bebiendo cerveza y comiéndonos el maní, y estaba deliberando si debería
mencionarle mi encuentro con Vanessa del día anterior.
“¿Y entonces?”, dijo Cristian, interrumpiendo mis pensamientos. “¿Qué te
pasa? Apenas has pronunciado una palabra en toda la noche”.
Rompí una concha para sacar el maní de adentro. Me los metí en la boca, lo
tragué con un trago de cerveza y me encogí de hombros. “He estado pensando,
supongo”.
“¿Pensando en qué?” Cristian hizo una pausa.
“En si debo decirte o no que ayer vi a Vanessa”.
Cristian arqueó una ceja y dejó caer su cerveza. “¿En serio? ¿Finalmente tuviste
bolas para llamarla?”.
“No, la vi en un restaurante. Ella estaba almorzando. Me senté con ella. Luego
ella me invitó a su casa para cenar. Hablamos, y las cosas se sentían casi igual a
como solían ser antes. Estuvo bien. Le dije que la había perdonado”.
“¿Entonces solo cenaron y hablaron?”, preguntó Cristian. Él siempre había sido
capaz de ver a través de mí. Antes de siquiera hacer una pregunta, él sabía la
respuesta. Solo quería escucharme decirlo en voz alta.
“La cena llevó a otras cosas”, admití.
“Cierto. Así que los chicos volvieron a tirar, ¿eh?”
“Sí”, dije, sorbiendo el fondo de mi vaso de cerveza y atrapando la atención del
barman. Señalé nuestras copas de cerveza para ordenar otra ronda para Cristian y
para mí. Cuando el camarero me subió su pulgar supe que me había entendido.
Volví a mirar a mi amigo. “Ella me pidió que pasara la noche con ella. Debería
haberlo presentido, pero me desanimé un poco. No sabía qué decir. No quería hacer
nada tonto”.
“¿Así que la rechazaste?”
“Más o menos. Le dije que no era buena idea, y me fui. Fue un poco incómodo.
Creo que mi rechazo la sorprendió. Pero lo aceptó”. Recordé la forma en que
Vanessa se había tapado con las sábanas la mitad inferior desnuda de su cuerpo. “Al
menos, creo que lo intentó. No lo sé”.
“Amigo”, dijo Cristian, casi burlándose. “¿Por qué ella aceptaría tu rechazo? Ella
te invitó a cenar, y accediste a ir. Luego hablaste y sacaste todo a la luz. Tú la
perdonaste. Entonces te la cogiste”.
“Sí”, dije vacilante, sospechando el rumbo que Cristian estaba dando a su
conversación.
“¿Qué impresión se suponía que tendría después de eso? Por supuesto, ella te
pidió que te quedaras. Si conozco a Vanessa, cosa que hago, ella se sentía mal por lo
de los últimos tres meses. Fuiste un desgraciado, hombre. Ni siquiera trates de
negarlo”, añadió cuando abrí la boca para objetar. “Bebiste más en tres meses de lo
que has tomado en el resto de tu vida. Yo lo sé, durante el primer mes me tocó
arrastrar tu culo hasta tu casa cuatro noches a la semana. Vanessa seguro estuvo
igual de devastada que tú. Y luego, de repente, ella piensa que esos noventa días han
quedado atrás. Cuando cree que todo ha terminado tú le lanzas señales de que no es
así. Hombre, a veces puedes ser un maldito grosero”.
El barman nos pasó dos vasos llenos de cerveza. Miré mi vaso mientras la
culpabilidad me hacía cosquillas en el estómago. “Mierda”, dije.
“Sí. Mierda”, Cristian estuvo de acuerdo, terminando de beber su anterior y
agarrando el vaso nuevo. “Escucha. Puedes hacer lo que quieras hacer. Si no quieres
ir con Vanessa, esa es tu decisión. Pero seamos realistas por un minuto. No puedes
ser amigo y cogértela. No va a funcionar. Quieres más que eso, y ella también. Y
ustedes dos merecen más que eso. Esta noche es la primera vez en meses que
parece que eres tú mismo. ¿Crees que es una coincidencia?”
“No”, admití. “Pero Bruno…”
“Hombre, olvida a Bruno. Ella escondió eso por alguna razón. Obviamente no
lo quiere. Ella tenía diecisiete años por el amor de Dios. Dio su palabra de no decir
nada y la cumplió. Fue un error. ¿Sabes? ¡un error! Lo que las personas hacen todo
el tiempo y deberían poder dejar atrás en sus vidas. Olvídalo. Ella es una buena
persona. Corrección, ella es una persona increíble. Ella no necesita tener ese
sufrimiento. ¿Entiendes?”
“Bien”, dije, diciéndolo de verdad por primera vez desde que descubrí lo de
Bruno y Vanessa.
“Exactamente. Alonzo, has amado a esa chica durante años. Deja de esquivarla.
No la pierdas de nuevo. Puede que no tengas otra oportunidad”. Levantó su vaso y
asintió con la cabeza hacia abajo, alentándome a seguir su ejemplo. Levanté el mío, y
los golpeamos. “Porque dejes atrás los últimos tres meses y te saques la mierda de la
cabeza,” dijo Cristian.
“Buen brindis”, dije, con una sonrisa en mis labios.
“Será mejor que lo creas. Ahora déjame el resto de tu cerveza y vete de aquí.
Tienes una chica a quien atender”.
Poco tiempo después, estaba de pie frente al timbre de Vanessa nuevamente.
Tenía un ramo de rosas blancas en una mano, que, ahora que estaba en su casa,
pensé que podría ser un poco exagerado. Pero Vanessa se merecía excesos.
Presioné el botón y esperé. Mi estómago rodó de nervios. No pude evitar
preocuparme de que fuera demasiado tarde. Tal vez haberla abandonado la noche
anterior había sellado el trato. Tal vez ella iba a seguir adelante sin mí. Después de
sacarla de mi vida por tres meses, no me sorprendería si ella decidiera expulsarme y
patearme hasta a la acera.
Tragué.
Esperé durante cinco minutos antes de concluir que probablemente no estaba
en casa. Eché un vistazo a mi reloj. Eran casi las diez en punto. Vanessa no era una
chica fiestera. Por lo general, a esa hora ya estaría acurrucada con su pijama de
cuadros rosas. Que le quedaba muy lindo; con pantalones que tienen el cordón en el
frente y con los cuales siempre he fantaseado con desatar.
Me retiré por los escalones y volví a mi auto. Tiré las rosas en el asiento del
pasajero y me alejé de la acera, pensando en las posibilidades de dónde podría estar.
Esperaba que estuviera en casa de su hermana. A veces tenían noches
anticuadas de chicas donde hacían sangría y veían películas de chicas. Últimamente
lo hacían poco, ya que Belén debía trabajar sesenta horas a la semana, pero traté de
convencerme de que era posible.
Si ella no estaba con Belén, odiaba imaginar dónde estaba entonces.
¿Y si ella estaba con otro hombre? Tal vez ella había conocido a alguien en los
meses que no hablamos. ¿Qué pasa si después que la dejé anoche llamó a alguien
para buscar consuelo?
Apreté mis manos contra el volante. Había sido un idiota. Anoche todo estuvo
perfecto con Vanessa después de todos estos meses. La conversación, la risa, el
sexo… todo. ¿Cómo lo pude arruinar tan fácil?
Estacioné mi auto en la entrada de mi casa y caminé por el otro lado para
agarrar las rosas. Cerré la puerta de golpe, frustrado, y caminé por el camino de
entrada a la puerta de mi casa. Busqué en mi bolsillo mis llaves, las saqué y
accidentalmente las dejé caer sobre la acera.
“Maldición”, gruñí, agachándome y levantándolas.
Cuando me puse de pie, miré los tres escalones hacia mi puerta y me congelé.
Vanessa estaba parada allí, ataviada con un abrigo rojo hasta la rodilla con
botones dorados. Llevaba botas de cuero negro que terminaban en la mitad de sus
muslos. Tenía las mejillas y la nariz rosadas por el frío, y tenía la barbilla hundida en
una bufanda blanca y peluda alrededor del cuello.
“Hola Alonzo”, dijo, enterrando sus manos profundamente en los bolsillos de
su abrigo.
“Hola”, le dije, subiendo los escalones y mirándola. “No esperaba esto”.
“Yo tampoco. Necesitaba verte”.
Había tantas cosas que quería decirle. Todas las palabras cruzaban por mi
mente, pero nunca llegaron a mi boca. Me quedé allí como un idiota, mirándola
mientras trataba de separar mi lengua del paladar.
Fallé. Así que pasé de largo y deslicé mi llave en la puerta. Le pasé el seguro y
luego la abrí guardando las llaves en mi bolsillo. El aire caliente flotaba afuera.
Vanessa buscó mis ojos. Ella me estaba esperando.
Vamos Alonzo, maldita sea, haz algo. Cualquier cosa. Ella está aquí.
Extendí la mano lentamente y apoyé mi mano en su mejilla. Ella acarició su cara
contra mi palma y cerró los ojos. Estaba tan hermosa.
Me incliné, admirando sus pestañas mientras reducía la distancia entre nosotros,
y presioné mis labios ligeramente sobre los de ella. Ella se puso rígida al principio,
sorprendida por mi cercanía. Pero luego se fundió conmigo, dejándome besarla. Su
nariz se sentía fría contra mi mejilla.
Me aparté e hice un gesto hacia mi puerta abierta. “¿Quieres entrar?”
Ella asintió con la cabeza, con los ojos vidriosos, y la guie hacia adentro con una
mano en su espalda baja. Empezó a desabotonarse la chaqueta mientras yo cerraba
la puerta y le pasaba seguro. La ayudé a quitársela de los hombros y la colgué en el
perchero. Ella todavía estaba parada dándome la espalda. Puse mis manos en sus
caderas y la jalé contra mi cuerpo. Ella apoyó su cabeza sobre mi hombro. Sus ojos
estaban cerrados.
En ese instante todo se sentía tranquilo y pacífico. Estar parado tan cerca de ella
sin estar cogiéndomela, era algo que nunca había sentido antes. Estaba contento,
sus caderas debajo de mis manos giraron lentamente mientras se daba vueltas para
mirarme. Luego enterró su cara en mi pecho y envolvió sus brazos alrededor de mi
cintura.
La abracé y descansé mi barbilla sobre su cabeza. Su champú de coco inundó
mis sentidos. Ella apretó su agarre a mi alrededor. Le devolví el suave apretón y la
sostuve hasta que ella se inclinó hacia atrás, inclinando su rostro hacia arriba para
mirarme.
Metí su cabello detrás de sus orejas y la besé de nuevo. Nunca antes nos
habíamos besado así. Fue tierno y lento. No había intención sexual detrás de eso
sino la inmensa necesidad de tratar de mostrarle que la amaba. Ella estaba allí
conmigo. Eso era lo que había deseado durante tanto tiempo, y no quería dejarla ir.
No otra vez.
Capítulo 20

Vanessa
Nunca me habían besado como Alonzo me estaba besando. No era a lo que
estaba acostumbrada ni lo que estaba esperando. Era tierno, paciente, y me regalo
una nueva sensación, algo cálido en mi vientre, mi corazón se aceleró, sentí que me
elevaba, él parecía querer quedarse así por siempre.
Al menos, lo habría hecho hasta que su mano vagó por el interior de mi camisa.
Mis músculos del estómago se tensaron mientras se deslizaba sobre el punto
sensible entre mi cadera y el ombligo. Me ericé con su toque. Él sonrió mientras nos
besábamos y mordió suavemente mi labio inferior, nunca antes me había sentido
tan cerca de él.
Puso sus manos en mi cintura, acarició centímetro a centímetro bajando por mi
espalda hasta que pudo darle un buen apretón a mi culo. Solté un suspiro y envolví
mis brazos alrededor de su cuello, me levantó y sus manos se colocaron debajo de
mí como una silla, instintivamente envolví mis piernas alrededor de su cintura,
aferrándome a su cuerpo para sentir el calor y extasiarme con su roce. Todo el
momento era intenso y mezclaba la pasión y sensualidad con la delicadeza y el
amor. Caminó por el pasillo. Supe que no quería seguir con la ropa que no me
permitía sentirlo como deseaba. Saqué mi blusa por la cabeza y la deje caer,
mientras desabrochaba y soltaba mi sujetador pude ver que mi blusa quedaba atrás.
Alonzo besaba mi cuello y mi pecho como si fuera mi boca, se fundía en mí y podía
excitarme con cada succión. Mis manos recorrían su cabello cuando llegamos al
dormitorio y me dejo en la cama. Me quite lo pantalones y él hizo lo mismo sin
quitarme la vista de encima, podía sentir como me saboreaba, como si quisiera
imprimir esa imagen en su mente. Estaba desnuda, sin pudor, disfrutando de cómo
me estaba mirando. Cuando quedó desnudo ante mí, no pude evitar quedarme
extasiada con su miembro, jamás me podría cansar de verlo tan imponente y
delicioso, debía tenerlo en mi boca, le pasé la lengua a lo largo y le acaricié las bolas,
lamí la cabeza y lo selle con un beso.
“Voltéate”, dijo, con voz profunda y ronca.
Le di la espalda y me apoyé en la cama levantando mi trasero hacia él y
arqueando mi espalda, sentí la bofetada en el culo y salté de sorpresa, lo miré por
sobre el hombro y le sonreí, ¡Dios!, estaba tan caliente por él que ese dolor se
convertía en placer, me abrió las piernas y puso su palma haciendo presión en toda
mi vagina, yo ya estaba húmeda. Se hincó, sacó su mano y pasó la lengua desde mi
clítoris hasta mi ano, me estremecí. “tu sabor es tan dulce”, dijo y volvió a pasar su
lengua casi como desesperado, yo temblaba de placer y mis nalgas se movían en su
rostro. No podía creer la excitación que me producía el roce de su lengua en mi
sexo. De repente se levantó y dijo: “Quiero más de esto, tu solo toma mis caderas
yo te sostengo”, no logre comprender cuando siento que me toma desde la misma
posición y me sube hasta su cara. Acomodé mis piernas a los lados de su cabeza y
me afirme de sus caderas mientras veía de frente a su pene, comenzó a lamerme la
vagina y yo tome su pene al mismo ritmo, rápido y hasta el fondo, sentía como la
sangre bajaba a mi cabeza, pero no quería parar, estaba sintiendo como el orgasmo
crecía en mí y mis piernas temblaban y no pude seguir el ritmo en su pene.
Él me tenía afirmada con sus manos alrededor de mi cintura, como
abrazándome. Podía sentir como mis músculos se contraían y me sentía segura, su
pene saltaba en mi cara y me golpeaba, pero no podía pensar, estaba extasiada.
“Deliciosa” dijo, saboreándose mis jugos. Dio un paso a la cama y apoyo mi cabeza
y dejo caer mi cuerpo de a poco hasta dejarme en la cama completamente, lo último
en bajar fueron mis piernas aun temblorosas, cuando se levantó para quedar erguido
nuevamente, estaba mirándolo de cabeza desde la base de su pene a la punta de su
nariz, su pene a la altura de mi boca. Lo introdujo y solo tuve que abrir mi boca
hasta sentirlo en mi garganta.
“Te vas a preparar, porque te haré el amor con todas mis fuerzas, te deseo tanto,
que solo quiero cogerte hasta no poder más, me tendrás que pedir que me detenga”
dijo agitado y empujó una vez más su pene en mi garganta, cuando lo saco deje que
mis dientes rosaran su glande y él emitió un sonido gutural que me encantó oír.
Recogió su polera y a acomodo, tomó mis manos, las junto y ató su polera en mis
muñecas. No podía creer que me tenía atada. Dio la vuelta a la cama y se subió,
tomó mis piernas y me atrajo hacia él, dejó una pierna a cada lado de sus caderas y
las mías se levantaron para dejar que me cogiera: “Alonzo quiero que me des duro,
hazme gritar y no dejes de golpear tus bolas en mi vagina”, no sabía de donde
habían salido esas palabras, que más bien sonaron como súplica, pero era
justamente lo que quería.
Su cuerpo escultural se podía ver desde mi posición, a contraluz sus músculos
se marcaban de forma hermosa. Él sonrió maliciosamente y le dio dos jaladas a su
miembro. “Te voy a dar muy duro, preciosa, nada me va a detener”. Con la cabeza
de su pene abrió mis labios vaginales lentamente: “Me encantas ¿lo sabias?, en lo
único que pienso es en ti, y en lo mucho que te deseo”, introdujo su pene y se cargó
sobre mi cuerpo poniendo sus manos a cada lado de mi cabeza. Me penetro sin
cesar, una y otra vez, duro, con fuerza: “¿Así lo quieres?” me pregunto mientras
seguía golpeando, “Sí, Alonzo no pares, solo sigue”, su pene me estaba volviendo
loca, mi vagina estaba hinchada, cada embestida me hacía perder la orientación.
“¿Te gusta?”, preguntó, “Dios, sí, no pares por favor, adoro tu pene dentro de
mi” Estaba a punto de acabar cuando bajó el ritmo, me besó por el cuello y volvió a
estar hincado sin salirse de mí. “No te detengas”, le supliqué. “Te voy a coger como
yo quiera” me dijo y tomó mis piernas y las levantó tomando mis tobillos con una
sola mano en lo alto, mi vulva estaba expuesta y apretada sentía aún más su pene
frotándose y continúo penetrándome: “Oh, cariño que bien te sientes”, puso su
pulgar de la mano libre en mi clítoris. Comencé a jadear sin poder controlarme “Me
voy, no pares, oh por favor no pares” me escuchaba decirle. Sentí su pene volverse
más duro, giró mis piernas a un lado y me dijo: “Quiero ver cuando acabes”, mis
ojos se volvieron blancos y el orgasmo me llenó, lo escuché soltar un grito “Si,
preciosa” y continuó arremetiendo contra mi vagina, “No puedo más” le dije,
mientras intenté moverme y me di cuenta que estaba amarrada, “Para por favor”,
sentía que mi cuerpo no tenía fuerzas y aún no terminaba un orgasmo y estaba a
punto de tener otro, ¿Era eso posible?”, “Dios, no puedo… voy acabar de nuevo”
dije en un tono desesperado “Vamos cariño, quiero acabar contigo”, me miró
fijamente y se deleitó de mi debilidad, su pene grueso embestía con fuerza y sus
bolas rebotaban en mi culo, me tensé y mi orgasmo se liberó, mientras su leche se
derramaba y comenzaba a chorrear por la línea a mi trasero.
Sus parpados le pesaban, pero no dejaba de mirarme mientras bombeaba su
semen en mi interior. Se salió para dejarse caer. Soltó mis piernas y me acomodé
para quedar al lado de él lo miré y su mirada era serena, dulce y con gran excitación.
Él había hecho todo el trabajo y me tocaba a mí complacerlo. Lo miré y le indiqué
mis muñecas para que me liberara. Cuando lo hizo, acaricie su pecho y subí hasta su
cuello, me acerque un poco más para poder besarlo, fue un beso tierno, hasta que
metió su lengua de forma profunda y supe que podía seguir, le respondí
apasionadamente, bajé mi mano para sentir su pene, estaba duro, palpitante y moví
mi mano hacia arriba y hacia abajo, lento, suave.
Detuve el beso para pasar por su mejilla, su cuello y bajar por su torso, mordí
un pedazo de su carne y vi a Alonzo mientras presionaba su cabeza contra sus
sábanas. Sus ojos estaban cerrados. Las venas en su cuello estaban tensas. Sus
hombros estaban apretados. Con las yemas de mis dedos seguí el recorrido de
forma gentil y su piel se erizó. Pasé mi lengua por todo su pene y lo monté. Alonzo
abrió los ojos para mirarme. Me mordí el labio mientras me mecía adelante y atrás
sobre él. Ahuequé ambos pechos en mis manos. Jugué con mis pezones y
finalmente pasé las manos lentamente por su estómago. Con una mano seguía
lentamente los abdominales de Alonzo. Él se estremeció y me sonrió mientras lo
incitaba con una mano y comenzaba a frotar mi clítoris con la otra. No sabía cómo
había terminado dos orgasmos seguidos pero tres meses sin él merecían darlo todo.
Lo monté duro y rápido. Me sostuve en mis piernas como haciendo sentadillas
en el pene de Alonzo. Lo sacaba todo y bajaba hasta la base, él podía mirar cómo su
pene hacia todo el recorrido una y otra vez, la humedad se oía en el ambiente,
sonaban los fluidos y comencé a hacer círculos “Eres una diosa, no te detengas”,
me dijo mientras me miraba. Mis piernas aguantaban bien porque generalmente
hacia sentadillas en el gimnasio, de otra forma no hubiera resistido más tiempo.
Luego de un rato me dejé caer sobre su miembro y quedé montada. Alonzo se
levantó dejando sus piernas estiradas y yo junte mis pies tras su espalda, mis muslos
abrazaron sus caderas, su pene quedó cómodo para mí. Me abrazó y lo pude besar,
nos movimos en sincronía y se sentía increíble.
La penetración era una fusión de nuestros cuerpos. Sentía un placer que nunca
antes experimenté. Solo tardó unos segundos en formarse mi orgasmo. Eché la
cabeza hacia atrás y me froté más rápido. Alonzo agarró mis caderas y se empujó
hacia mí cuando mis piernas comenzaron a temblar, y no pude seguir rebotando.
Exploté y perdí todo el sentido de quién era. En ese momento era puro éxtasis
haciendo explosión. Quedé encima de él cómo en un abrazo, en una conexión
completa de nuestros cuerpos. Su pene estaba en mi interior y no quería que este
momento terminara, cuando volví a mi orbita, separe mis piernas dejándolas
flectadas a cada lado e inevitablemente él tuvo que retroceder, me arrime a él y mis
senos quedaron en su rostro, con una mano tomó uno y lo puso en su boca,
succionando mi pezón y dando leves mordiscos, me impulse con mis piernas para
saltar sobre su pene mientras él seguía mis pechos de arriba abajo con su boca llena
de ellos, lamía y chupaba , me excitaba completamente Un grito escapó de mí
cuando la excitación se hizo demasiada fuerte para soportarla.
Cada penetración era más profunda que la anterior. Al inicio el ritmo era lento,
pero luego lo hice más rápido. Podía sentir mis uñas presionando su piel. No pude
evitarlo. Grité cuando su pene se endureció y creció preparándose para acabar. Él
bajó la cabeza. Me aferré a él mientras oleadas de placer pasaban a través de mí.
Él me bombeó con su leche caliente. Gemí y temblé sobre él, estaba tan agitada
que me dejé caer a un lado y bajé la mano hacia mi clítoris. Estaba muy tenso e
hinchado.
Alonzo estaba afirmado de su mano, su pecho subía y bajaba con cada aliento,
mientras apoyaba la otra mano en mi tobillo.
Nos quedamos así por unos minutos. Ambos nos estábamos recuperando, pero
no estábamos dispuestos a estar separados. La sensación de su mano sobre mí fue
tranquilizadora. Esta vez no tuvimos que separarnos. Podría quedarme. Eso es lo
que me estaba mostrando. Él me quería allí tanto como yo quería estarlo.
Su mano vagó por la longitud de mi pierna, llegó a mi muslo, y se apoyó en mi
vagina sobre mi clítoris. Su pulgar vagó hacia abajo, sacando los dedos que yo había
estado usando para sentir mi clítoris. Me frotó en un círculo lento, su pulgar se
deslizaba en mi clítoris de vez en cuando y luego a lo largo de mi vagina, que estaba
empapada de nuestros fluidos.
Me estremecí bajo su toque. En ese momento estaba muy sensible. Él sonrió, su
pulgar ahora se enfocaba solo en mi clítoris. Su toque era suave y perfecto para
llevarme de vuelta al borde de otro orgasmo. Sus dedos bailaron mientras mi
cuerpo se preparaba para otro éxtasis. Mis pezones estaban duros. Mi piel estaba
caliente. La parte de atrás de mi cuello estaba sudorosa.
Cuando él pellizcó mi clítoris y lo frotó entre dos dedos, volví a acabar. Parecía
complacido consigo mismo mientras seguía acariciándome incluso después de
haberme estremecido.
Finalmente, sacó su mano y fue al baño. Lo escuché correr el grifo e intenté
juntar la energía para entrar y limpiarme también. Estaba llena con su semen, y
sabía que debería limpiarme. Pero me encantaba tener parte de él todavía dentro de
mí.
Capítulo 21

Alonzo
Era extraño despertarse con un cuerpo presionado mi costado. No había
dormido en la misma cama que alguien desde que le dije a Vanessa que no quería
verla. Eso fue hace tres meses. Ahora, ella estaba acurrucada a mi lado, su cuerpo
cuidadosamente pegado al mío. Su piel era cálida y suave, y una parte de mí sabía
que esto era lo que quería. Este es el tipo de cosas que ella y yo debíamos hacer por
la mañana. Abrazarnos. Dormir. Estar cerca.
Su culo estaba presionado contra mi entrepierna. Mi pene estaba parado y duro
contra ella, pero eso no fue suficiente para despertarla. Tenía una mano en su
cadera, y el otro brazo estaba debajo de su almohada. Su respiración era profunda y
constante. Ella estaba tranquila, feliz y a gusto aquí conmigo.
Debería sentir lo mismo. Pero no era así. En todo caso, me sentí ansioso.
Me sentía bien con parte de todo esto, pero otra parte igual de mí todavía
guardaba un poco de furia. A pesar de haberle dicho a Vanessa que la había
perdonado, sabía que no era así. Todavía esa ira por lo que ella había hecho persistía
en el fondo de mi mente. No podía sacudirme la sensación de haber sido
traicionado. Sabía que ese sentimiento estaba creciendo. Se estaba convirtiendo en
resentimiento. Estaba en crecimiento. La ira se estaba gestando.
El sexo había calmado la tormenta, pero ahora que había llegado la mañana,
podía ver con claridad. Todo este lío todavía no había llegado a su fin. Nos dijimos
tantas cosas, incluso le dije que le haría el amor porque en verdad lo sentía, en verdad
no quería dañarla. No era solo por lo caliente que me pongo siempre que la veo
sino porque en verdad es especial para mí, y cuando pienso en ello, en lo mucho
que la quiero, más me duele su traición y su mentira.
Quité mi mano de la cadera de Vanessa y la presioné contra mi frente. Yo
mismo había creado esta situación.
Mi teléfono sonó en mi mesita de noche. Extendí la mano y respondí antes de
comprobar quién era. No quería que siguiera sonando y que despertara a Vanessa.
“¿Hola?” Susurré. Vanessa acarició su mejilla contra su almohada, pero no se
despertó.
“Buenos días, Alonzo”, dijo mi madre. “Llamaba para asegurarme de que vas a
venir esta noche”.
“¿Esta noche?”, pregunté, atormentando a mi cerebro por los compromisos
que había asumido y que aparentemente había olvidado.
“Sí”, dijo mi madre lentamente, “¿recuerdas? ¿El coctel? Te hablé de esto hace
más de tres semanas, cariño. No me digas que lo olvidaste”.
“Oh. Cierto. El coctel. ¿A qué hora es?
“Puedes venir en cualquier momento después de las ocho”.
“Bueno. Sí, allí estaré. Lo siento mamá. Ha sido una semana agitada.
Simplemente se me había olvidado”, le dije, suspirando y recostándome en la
almohada.
“Está bien, cariño. Entiendo. ¿Encontraste pareja para venir?
“¿Pareja?”
Vanessa bostezó y se estiró a mi lado. Ella rodó lentamente y abrió los ojos. Me
sonrió, preguntando a continuación “¿quién es?” Y luego procedió a restregarse los
ojos para quitarse el sueño.
“Sí, mamá. Iré con Vanessa”, le dije.
“¡Oh, qué bien!”, dijo mi madre al otro lado de la línea. “¡Tengo años sin verla!
Estoy ansiosa por ponerme al día con ella. Dile que no puedo esperar para verla”.
“Lo haré”, dije. “¿Bruno irá?”
“Por supuesto, tu hermano vendrá, Alonzo”, dijo mi madre. “No seas tonto.
Estoy segura de que también le gustará mucho ver a Vanessa. ¡Será como una
pequeña reunión familiar!”
“Cierto. Una reunión familiar”, le dije despidiéndome, “te veré a las ocho,
mamá”.
Colgué el teléfono. Vanessa me miró. “¿Qué hay a las ocho?”
“Un coctel en casa de mis padres. Ya sabes, la reunión anual que hace con todos
sus amigos. ¿Quieres ir como mi pareja?”
Vanessa se apoyó en su codo y me sonrió. Lucía hermosa por la mañana,
incluso con el pelo enredado y el maquillaje manchado debajo de los ojos. “Me
encantaría ser tu pareja. No he visto a tu madre en mucho tiempo”. Se inclinó y me
besó ligeramente, luego se apartó.
Se levantó y arqueó la espalda, sin reparo en su desnudez. La vi caminar
alrededor de mi cama. Entró el baño y se volteó hacia mí antes de cerrar la puerta
detrás de ella. “Ahora tendré una excusa para ir a comprar un vestido nuevo. No he
ido de compras en mucho tiempo”, me guiñó un ojo y se encerró.
Coloqué mis manos detrás de mi cabeza y miré hacia el techo. Estaba siendo un
tonto manipulador. Lo sabía. Desde el momento en que pensé llevar a Vanessa
como mi pareja. Tenía otras intenciones que iban más allá de ir a un estúpido coctel
en el que no hacía más que hablar con personas que solo veía una vez al año.
Realmente solo iba para poder ver a Vanessa y Bruno juntos en la misma
habitación. Quería saber cómo era la dinámica. A pesar de que me aseguró que no
había nada entre ellos, y que no había sido más que un error juvenil, tenía que verlo
con mis propios ojos. Un secreto que dos personas guardaron durante una década
era algo serio. ¿Se suponía que debía creer en la palabra de ambos?
Cristian pensó que debería creerles. Lo había dicho al menos una docena de
veces en los últimos tres meses. Pero no me importaba lo que dijera. O lo que dijo
Vanessa o Bruno. Si todavía había algo entre ellos, esta noche lo podría saber.
Podría descubrir de una vez por todas si podía dejar eso atrás.
Un dolor punzante en mi intestino era indicativo de que no sería capaz de
hacerlo. ¿Cómo podría olvidar y perdonar que Vanessa, mi mejor amiga, se había
cogido a mi hermano mayor cuando tenía diecisiete años? Y, además de eso,
pensaron que ella había quedado embarazada. ¿Cómo podían dos personas ocultar
eso y fingir que nunca había sucedido?
La puerta del baño se abrió, y Vanessa regresó a la habitación. Ella estaba
desnuda. Se sentó en el borde de la cama a mi lado.
“¿Estás bien?”, Preguntó, pasándose los dedos por los nudillos de la mano
izquierda.
“Sí, estoy bien”, mentí, tratando de darle una sonrisa convincente. “Supongo
que estoy un poco cansado”.
“Bueno”, sonrió, “supongo que cuando se coge como un animal salvaje eso es
lo que termina pasando”.
Me reí.
“Debería irme. Quiero llamar a Belén y ver si ella me acompaña a ir de
compras; no quiero salir demasiado tarde. Necesito mucho tiempo para
prepararme”.
“¿Te busco a las siete?”, le pregunté.
“A las siete es perfecto”, dijo, inclinándose y besándome por última vez antes de
recoger sus pantalones y bragas, y salir de la habitación para buscar su camisa y
sujetador. Una vez que estuvo vestida me gritó adiós. Escuché que la puerta de la
calle se cerraba detrás de ella.
Me quedé en la cama mirando el techo por un momento.
Probablemente estaba buscando problemas con lo que estaba haciendo. Tal vez
debería llamar a Cristian y dejar que me convenciera de no hacerlo.
Negué con la cabeza como si estuviera teniendo una conversación conmigo
mismo. No, Steve. Tienes que saberlo con certeza, y esta es la única forma. Si ella todavía quiere
tirar con Bruno, lo sentirás cuando los veas juntos esta noche. Y si lo hace, puedes terminar con
ella de una vez por todas. Ella ya no te estará manipulando.
Suspiré y me senté. Me froté los ojos con las palmas de las manos y me levanté,
sin ganas de trabajar. Me duché, pero no me vestí. Estaba trabajando desde casa, y
eso lo agradecía, porque mis nervios estaban al borde, mientras trabajaba enviando
algunos correos electrónicos vestido tan solo con una sudadera.
¿Por qué estaba tan nervioso?
Probablemente porque Cristian tenía razón. Esa chica realmente me interesaba.
Ella y yo teníamos un pasado juntos y habíamos compartido mucho. Finalmente,
me había convencido que ella era la indicada para mí. Pero durante todos esos años,
había tenido demasiado miedo de hacer algo al respecto. También pensé que ella
nunca querría a alguien como yo.
Ella querría a alguien como Bruno.
Envié un último correo electrónico y pasé mis dedos por mi cabello. Toda esta
situación era exasperante.
Bruno era el más dulce. Siempre se le había considerado el hermano más
amable. Era a quien la gente acudía cuando tenían un problema y necesitaban ayuda.
Fue él quien siempre estuvo asociado con la frase “me quitaría la camisa para
dártela si la necesitaras”. Había demostrado ser ese tipo de persona cuando estuvo
al lado de Vanessa durante dos semanas luego de esa noche que pasaron juntos
borrachos.
Me preguntaba qué pensaría la gente de él si supieran que se equivocó al estar
con una chica de diecisiete años cuando tenía veintidós. ¿Qué pensaría mi madre?
Yo era el hermano menor; el hermano de mal comportamiento que se apoyaba
en gran medida en su atractivo y encanto para alejarse de los líos. No obtuve crédito
por ser inteligente. Tuve las mismas calificaciones que Bruno durante todo el
bachillerato y la universidad. Siempre había sido más interesante para la gente
hacerme ver como el hermano que rompía las reglas. El hermano rebelde. El
hermano del cual todas las chicas deberían mantenerse alejadas.
Apreté los dientes y cerré mi laptop. Que se jodan. Que se jodan todos.
Mentirosos y tramposos. Esta noche las cosas saldrían a la luz. Esta noche sabría
dónde me encontraba con Vanessa.
Claro, el sexo fue genial. Y claro, estaba interesado en ella. Me interesaba
mucho. Pero si no podía confiar en ella, no tenía sentido seguir con esto, fuera lo
que fuera esto. Si ella y Bruno todavía se gustaban, yo terminaría con ella
inmediatamente.
Se tendrían uno al otro. Y a mí podrían seguir manteniéndome en la oscuridad.
Capítulo 22

Vanessa
Belén llegó al centro comercial mientras yo me probaba un vestido de encaje
rojo. Dejó caer su bolso sobre la mesa mientras se sentaba en una silla frente al
probador, me miraba de arriba abajo y negaba con la cabeza. “No”, dijo ella. “Ése
no. Es demasiado rojo”
“¿Demasiado rojo?” Pregunté, plantando una mano en mi cadera. “¿Y eso que
significa?”
“Meh”, se encogió de hombros, y me hizo un gesto para que volviera al
probador. “No me gusta. No grita ´yo soy la pareja de Alonzo Parot’, ¿sabes? Y eso
es realmente lo que quieres, ¿verdad?”.
“Bien”, dije, comenzando a captar su tono. “Es por eso que te invité. Nunca he
podido manejar este tipo de cosas por mi cuenta. Soy una inútil”.
“No eres una inútil. Simplemente no tienes tan buen ojo para la moda como yo.
Eso no es tu culpa, ahora vuelve allí y pruébate el próximo”.
Me retiré al probador y me quité el vestido rojo. Mientras retiraba un vestido de
satén azul marino de su percha, Belén me llamó por la puerta. “Entonces, ¿estás
nerviosa por la fiesta?”
Me encogí de hombros como si pudiera verme. “Un poco”.
“¿Solo un poco?”
“Está bien. Muy nerviosa”. Estoy súper nerviosa. Esta será la primera vez que
estoy en la misma habitación con Alonzo y Bruno desde que Alonzo descubrió
todo lo que ocurrió hace diez años. No puedo evitar preocuparme de cómo será
cuando todos estemos juntos otra vez”.
“No voy a mentirte, hermanita. Probablemente va a ser muy raro”, dijo Belén.
“Lo sé”. Hice un puchero mientras abría la puerta para mostrarle el vestido
azul.
Belén puso su dedo contra su barbilla y fingió consideración mientras me
inspeccionaba con el vestido. “Ese está mejor”, dijo. “Date la vuelta”.
Giré, modelando el vestido para ella. Ella asintió un par de veces, luego negó
con la cabeza y luego asintió de nuevo. Eventualmente, ella golpeó sus manos en
sus muslos y sacudió su cabeza con decisión. “No. Puede haber algo mejor.
Pruébate otro”.
“¿Qué pasa con este?”, le pregunté.
“Satén. No es lindo”.
“¿Por qué no dijiste eso de inmediato?”, fruncí el ceño.
“Es más divertido así”. Ella sonrió.
El tercer vestido era uno negro pequeño y apretado con mangas largas. Tenía
un escote pronunciado, y las mangas dejaban ver mis hombros. Me llegaba por
encima de mis rodillas y tenía pequeños detalles de encaje a lo largo de él. Abrí la
puerta y puse ambas manos en mi cintura. “Bien ¿y éste?”.
Belén ladeó la cabeza hacia un lado. “Este lo puedo aprobar. Ponte un par de
zapatos negros hermosos y estarás lista”.
Los zapatos negros fueron fáciles de encontrar. Escogí un par que tenía una
correa por el tobillo y cuando terminé, eran casi las cuatro. Ahora, presionada por el
tiempo, corrí a casa y comencé a prepararme.
A las siete, sonó mi timbre. Me estaba poniendo los pendientes mientras corrí
hacia el intercomunicador. “¿Sí?” Llamé.
“Señorita Andrade, su carro está aquí”, dijo una voz masculina desconocida.
“Está bien”, dije, frunciendo el ceño un poco confundida.
Después de ponerme el otro pendiente, quité de mis zapatos la etiqueta con el
precio, me los calcé y coloqué las correas del tobillo. Me puse mi chaqueta roja y
agarré mi clutch del mostrador de la cocina. Luego salí corriendo por la puerta,
escaleras abajo hasta llegar a la calle.
Había una limusina negra estacionada en la entrada. Un hombre estaba parado
en la puerta de atrás. Me inclinó la cabeza, abrió la puerta y luego me hizo un gesto
para que entrara.
Entré, demasiado sorprendida como para hacer cualquier pregunta.
La limusina estaba iluminada con una franja de luz azul en el techo. Alonzo
estaba sentado en el extremo opuesto. Tenía extendido sus brazos hacia los lados,
sobre el respaldo del banco. Tenía una pierna cruzada sobre la otra. Su cabello
estaba peinado hacia atrás, según su nuevo estilo, y tenía la barba más delineada. Un
reloj plateado brillaba en su muñeca en contraste con su traje negro. Parecía un
hombre sacado de una superproducción de Hollywood.
“Guao”, le dije, incapaz de encontrar las palabras adecuadas para expresar lo
impresionada que estaba por todo. “Esto es increíble. Te ves genial”.
“Gracias”, dijo con una pequeña sonrisa. Se inclinó hacia adelante y tomó una
botella de champán de una cubeta de hielo. Ni siquiera había notado que la limusina
tenía una barra. El corcho ya se había reventado. Alonzo me sirvió una copa y me la
tendió. “Por una gran noche”, dijo, bebiendo de la copa en donde se había servido.
“Por una gran noche”, le dije, y mi estómago se estremeció. Realmente esperaba
que fuera una buena velada. “Gracias por invitarme”.
“¿A quién más podría invitar?”, Preguntó mientras la limusina se acercaba a su
destino.
A alguien que no haya tirado con tu hermano, pensé con un poco de vergüenza. “No
lo sé”, solté una risita.
Dentro de la limusina hacía calor. Desabroché mi abrigo y lo puse a mi lado en
el asiento.
“Te ves tan jodidamente sexy con ese vestido”. Alonzo se humedeció los labios,
sus ojos me recorrieron como si fuera una cebra y él un león.
“Gracias. Pensaba en ti cuando lo compré”.
“Maldición”, dijo, descansando su copa de champán en el guarda vasos. “Me
encantaría cogerte aquí mismo. ¿Te gustaría eso? ¿De rodillas sobre el cuero?”.
Me lamí los labios. “Sí”, le dije. “Ven acá y hazlo”.
Alonzo se desabotonó la chaqueta del traje. Mis bragas se mojaron
inmediatamente. Agarré mi vestido por debajo y comencé a levantarlo.
Entonces sonó su teléfono. Él gimió y lo sacó de su bolsillo. “Mierda, tengo que
agarrar esta llamada”, dijo. “Es trabajo”.
“Está bien”, le dije, todavía tratando de subir mi vestido por sobre mis caderas.
Alonzo me miró mientras respondía la llamada. Extendí mis piernas, mostrándole
mis bragas negras de encaje, y las jalé hacia un lado.
Él miró, paralizado, mientras hablaba con voz ronca en su teléfono.
Me quedé así durante diez minutos antes de cerrar las piernas y volver a bajar
mi vestido. Alonzo dijo varias veces que lo lamentaba. Entendí. El trabajo tenía que
ser lo primero, especialmente en ese momento de su carrera. Tenía mayores
prioridades que cogerme en el asiento trasero de una limusina.
Fue una lástima, porque estaba excitada como el infierno y ahora tenía que
soportar la fiesta con mi vagina empapada.
Alonzo colgó el teléfono cuando estábamos a la vuelta de la esquina de la casa
de sus padres. “Lo siento”, dijo. “Siempre queda el regreso a casa. Así tendremos
algo que estaremos esperando”.
Sonreí cuando la limusina estacionó. “Seguro”.
La fiesta era tal como lo recordaba. La casa era una antigua casa de estilo
victoriano con tres salas de estar y un comedor enorme. El salón estaba
configurado para atender el evento de la noche, decorado con candelabros llenos de
velas de pilar blanco y con bandejas de plata con aperitivos y postres. La madre de
Alonzo había contratado a personas que pasaban el tiempo deambulando entre los
invitados con bandejas de vino, champán y el coctel de la noche, que era un brebaje
rosado burbujeante.
La madre de Alonzo me atrajo para darme un abrazo cuando me vio. La abracé
y nos separamos sonriendo entre nosotras.
“Es tan agradable verla, señora Parot”, dije. “Estoy muy feliz de haber venido
esta noche”.
“Oh, también cariño. Te ves hermosa, como siempre. Y Alonzo” dijo, mirando
a su hijo de arriba abajo, “tan guapo como siempre”. Se abrazaron, y ella le dio unas
palmaditas en la mejilla de la misma manera que cuando tenía diecisiete años.
Alonzo me miró de reojo y me reí. Luego me ofreció su brazo, y los dos
comenzamos a hacer nuestras rondas durante toda la fiesta.
Cuando llegamos al comedor, mi estómago saltó hacia mi garganta. Bruno
estaba allí, en la esquina, charlando con una mujer alta, esbelta y rubia con labios
rojos. Nos vio y saludó con la mano, luego se excusó en su conversación. Mi
corazón revoloteaba en mi pecho a medida que se acercaba.
Cuando estaba frente a nosotros, le dio una palmada a Alonzo en el hombro.
“Estoy feliz de verte”, dijo. “Y aún más feliz de ver a quien trajiste como
compañera. Me alegra que ambos estén hablando nuevamente”.
Alonzo se encogió de hombros y me miró. “Tres meses fue mucho tiempo sin
hablar con mi mejor amiga”.
Sonreí y apreté mi agarre en su antebrazo. “Fue lo peor. ¿Cómo estás, Bruno?
Tanto tiempo”.
“De hecho, así ha sido”, dijo asintiendo. Su cabello era más claro que el de
Alonzo y mucho más crespo. Esta noche, lo había domesticado con muchos
productos. Se erguía sobre su cabeza, haciendo parecer que era el hermano más
alto, lo que yo sabía que no era verdad. Alonzo siempre había sido más alto. Bruno
estaba vestido con un traje negro y una camisa gris. Su corbata era delgada y
planchada. Se veía bien, como de costumbre, pero palidecía en comparación con su
hermano menor.
Un mesero pasó por delante y Bruno tomó una copa de vino tinto de la
bandeja. “Las cosas han estado bien. Me mantengo ocupado con el trabajo. ¿Qué
hay de ustedes dos? ¿Cómo van las cosas con el lanzamiento de la aplicación,
Alonzo?”
Escuché atentamente mientras los hermanos Parot se ponían al corriente. Me
pregunté cuánto tiempo habría pasado desde que habían hablado. Quizás Alonzo
había cumplido su palabra y había evitado a Bruno durante todo el tiempo que me
había evitado a mí. Eso me hizo sentir culpable. Sentí que había abierto una brecha
entre ellos.
Sin embargo, parecía que nada estuviera molestando a ninguno de los dos.
Alonzo conversaba felizmente sobre su trabajo, y Bruno le hizo docenas de
preguntas. Se reían y bromeaban como siempre lo hacían, e incluso hicieron planes
para salir a tomar tragos la semana siguiente para ponerse al día sin la interrupción
constante de la gente que se arremolinaba alrededor de la fiesta con la esperanza de
hablar con los hermanos Parot.
Bruno y yo fuimos los mismos de siempre. La conversación fluía fácil. No hubo
coqueteo. No hubo tensión. Esperaba que Alonzo pudiese ver qué tan normales
eran las cosas entre nosotros. Primero que to, nunca había habido algo más.
Al charlar con Bruno esta noche, esperaba haber podido demostrarle a Alonzo
que él era el único que me importaba. Él siempre había sido el elegido.
Capítulo 23

Alonzo
Al final de la noche agarré el abrigo de Vanessa y la ayudé a colocárselo. Me
puse a su lado mientras ella lo abrochaba, luego los dos abrazamos a mi madre y a
mi padre y les agradecimos por la invitación. Bruno estaba allí con una copa de vino
en una mano. Él extendió su otra mano para aplaudirla conmigo a forma de
despedida.
“Te llamaré luego para acordar nuestro encuentro de la próxima semana”, dijo
Bruno.
“Está bien. Nos hablamos”.
Bruno luego se volvió hacia Vanessa. Dio un paso adelante y le dio un abrazo,
como de costumbre. No hubo coqueteo. No fue inapropiado. De hecho, era
exactamente la misma forma en que yo abrazaba a Belén cada vez que la veía.
Cuando la puerta de entrada se cerró detrás de nosotros, envolví con un brazo
la cintura de Vanessa. Caminamos por el camino hacia la limusina que nos estaba
esperando. El conductor nos preguntó cómo estuvo nuestra velada mientras nos
abría la puerta trasera. Vanessa le dijo que había sido maravillosa y le dio las gracias.
Luego entramos.
Vanessa se dirigió hacia el asiento de la banqueta y se quitó los zapatos. Cruzó
una pierna sobre su rodilla y comenzó a masajear su pie. “Siempre olvido lo mucho
que odio ponerme tacones”, murmuró. “Especialmente en las noches donde apenas
te sientas. Es una tortura”.
Me reí y sacudí mi cabeza hacia ella. “Entonces no los uses”.
“Pero es que se ven tan bien”, se quejó.
“Te ves bien dentro o fuera de los tacones”, dije. “Y la tortura no es usar los
tacones altos. La tortura es estar cerca de ti cuando luces tan bella y no poder
tocarte como quisiera”.
Vanessa me lanzó una mirada maliciosa y bajó el pie. “¿Es así?”
“Sí, es así”, le dije, tratando de reavivar los inicios del jugueteo que casi tuvimos
en la limusina camino a la fiesta.
Necesitaba distraerme. Aunque me sentía bien acerca de cómo Vanessa y Bruno
habían interactuado en la fiesta, mi mente aún susurraba que había sido traicionado.
Levantar la falda de Vanessa y jugar con su dulce vagina sería suficiente para
erradicar esos pensamientos. Si no permanentemente, al menos por el resto de la
noche.
“¿Cómo quieres tocarme?” preguntó Vanessa.
La miré de los pies a la cabeza. “¿Puedo mostrarte?”
“Por favor”, susurró.
Su voz suave fue una invitación. Me acerqué más a ella en el asiento. Ella se
quedó dónde estaba. Apoyé una mano sobre su rodilla y luego comencé a moverla
lentamente hacia arriba, por debajo de su vestido, y más arriba hasta que las puntas
de mis dedos rozaron las bragas de encaje negro que me había mostrado antes. Las
empujé hacia el lado donde ella se las había colocado cuando veníamos en camino.
Ella estaba muy mojada.
“¿Has estado pensando en esto toda la noche?” Le susurré al oído.
Ella asintió y tragó saliva.
Me reí entre dientes y le mordí el lóbulo de la oreja. Besé su cuello y su
mandíbula mientras recorría con mis dedos arriba y abajo a lo largo de la raja de su
vagina. Se tensaba con cada roce que le daba. Ella había estado esperando esto
durante horas. Yo también.
No quería esperar más. Sus suaves pliegues debajo de mis dedos eran demasiado
tentadores. Empujé dos dedos dentro de ella. Estaba hinchada y lista, y estaba
apretada a mi alrededor. La toqueteé con fuerza, mis nudillos golpearon el interior
de sus muslos.
Ella apoyó la cabeza en el asiento y gimió suavemente. Cubrí su boca con mi
otra mano. No necesitábamos que el conductor la escuchara. Esos sonidos estaban
reservados solo para mí. La toqueteé más fuerte hasta que sus caderas se levantaron
del asiento. Era como si ella me estuviera alentando a que de alguna manera le
penetrara más su vagina apretada.
No pude, no importa cuánto lo intenté. Así que cambié de táctica y curvé mis
dedos dentro de ella, frotando el área que sabía que era su punto G. Su grito
ahogado bajo mi palma indicó que el orgasmo no estaba muy lejos.
Ella se sacudió debajo de mí, alejándose de mis dedos mientras acababa.
Mantuve mis dedos presionados contra su punto G y dejándola retorcerse en mis
manos. Su gemido se convirtió en un gemido agudo. Metí un dedo entre sus labios
y dientes y presioné su lengua. Se calló y chupó mi pulgar, sus ojos se cerraron
mientras la cogía más fuerte con mis dedos. Yo quería que ella acabara otra vez.
Sentí tensión alrededor de mis dedos. Quería derramar sus jugos en el asiento.
Moví los dedos con más fuerza, tirando de ellos hacia adentro y afuera, pero
apuntando hacia ese mismo lugar. Vanessa se retorció, y sus dientes mordieron la
base de mi pulgar. No me importó. La cogí más duro. Ella agarró mi camisa.
Y luego lo sentí. Su coño me agarró ferozmente mientras se preparaba para
soltarse. Justo cuando supe que ella estaba lista, saqué mis dedos de ella y froté su
clítoris vigorosamente. Ella roció sus jugos en el asiento y el piso.
Cuando terminó, le di un golpecito en el clítoris. Ella se apartó de mí,
increíblemente sensible, y comencé a deshacer mi cinturón. Bajé mis pantalones
hasta que estuvieron alrededor de mis rodillas y me deslicé del asiento. Me arrodillé
ante ella. Mi verga quedaba a una altura perfecta contra su vagina.
Separé sus piernas. Ella estaba respirando pesadamente. Parecía sorprendida por
lo agresivo que había sido. Sorprendida, pero satisfecha. Sus ojos estaban
hambrientos mientras me miraba inclinar mi pene hacia abajo. Lo presioné contra
ella, frotándolo arriba y abajo en su clítoris. Estaba tan abultado y rosado. Ella se
acercó más a mí. Ella me quería. Podía sentir su desesperación. Ella quería que me
la cogiera.
Me incliné hacia ella, le enterré mi pene hasta que la parte superior de mis
muslos se presionaron contra su culo. Sus gemidos eran más irregulares ahora. Ella
estaba viendo cómo me movía dentro de ella. Sus manos cayeron a los costados, y
sus dedos se aferraron a mis muslos. Podía sentir sus uñas contra mi piel.
Salí lentamente, dejando solo la punta de mi pene en ella. Sus manos en mis
muslos intentaron acercarme más. La hice esperar. Me preparé con las manos en el
respaldo del asiento sobre ella. Ella se veía hermosa debajo de mí. Tenía el pelo
suelto, y caía libre. Tenía las mejillas enrojecidas y el delineador oscuro en los ojos la
hacía parecer una princesa exótica. Aunque el lápiz labial se había desvanecido hace
mucho tiempo, sus labios todavía estaban teñidos de un tono más oscuro que de
costumbre.
“Alonzo”, murmuró, alzando una mano sobre mi pecho. Sus dedos se
deslizaron entre los botones de mi camisa, y ella pasó sus uñas por mi piel. “Quiero
tu semen dentro de mí”.
Le volví a meter mi pene. Se la enterré hasta que no pude más. Su mano se
deslizó fuera de mi camisa, y se agarró a los bordes del asiento. Sus nudillos se
pusieron blancos. Empecé a empujar, profundo y rápido.
Cubrí su boca otra vez. Ambas manos se envolvieron alrededor de mi muñeca.
Ella gritó debajo de mí, y yo continué. Ella se estaba cerrando a mi alrededor otra
vez. ¡Mierda! Su vagina estaba apretada. Me encantó. La necesitaba. Me consumió.
Se la metí por última vez, y luego exploté, llenándola más que nunca. Me retiré y
observé con fascinación cómo mi semen goteaba fuera de ella y sobre el asiento.
Se quedó dónde estaba, sin aliento y con los ojos muy abiertos, mirándome
mientras tomaba una servilleta de la barra para limpiarme antes de volver a subirme
los pantalones.
Me quedé de rodillas entre sus piernas, mirándola mientras se lamía el dedo y
bajaba la mano hacia su vagina. Se tocó delicadamente y se alejó. Hilos de nuestro
semen se escapaban de sus dedos. Ella me sonrió, satisfecha de lo completa que
estaba. Luego, deslizó un dedo dentro de ella.
Jugó consigo misma durante unos minutos más, dejándome verla. Mis manos
estaban en el interior de sus muslos, trazando pequeños patrones mientras la veía
pasar los dedos arriba y abajo por los lados de su raja.
Se detuvo cuando llegamos a su calle. Se quitó las bragas y se las pasó por los
tobillos para meterlas en el pequeño bolso que llevaba consigo.
“¿Para qué te los quitaste?”, Le pregunté mientras avanzaba lentamente hacia
abajo, hacia la puerta.
“No quiero dañarlas”, dijo simplemente. “Acabo de comprarlas. Las limpiaré
cuando entre”.
Pensé en ella acostada en su cama jugando consigo misma por un tiempo más
antes de irse a dormir. La imagen hizo que se me parara otra vez.
Cómo una chica podría hacerme sentir tantas cosas, no tenía ni idea. Podría
haberla inclinado fácilmente y haberla cogido de nuevo. Podría haberla llenado por
segunda vez. A ella le habría gustado cada segundo, estaba seguro.
Pero esa persistente sensación de traición estaba llegando nuevamente. Me trajo
confusión y me dejó nuevamente vacío y perdido.
Vanessa se inclinó y me dio un beso cuando el conductor abrió la puerta. “¿Nos
llamamos?”, preguntó ella.
“Sí, seguro. Gracias por venir esta noche. Ya sabes, a la fiesta”.
“Gracias por hacerme venir”, sonrió. “No a la fiesta. Sabes a lo que me refiero”.
Entonces se fue. La vi subir los escalones de la puerta de entrada de su edificio
a través de los vidrios ahumados. El conductor de la limusina no se alejó hasta que
ella estuvo adentro. Mientras conducía hacia mi calle, reflexioné sobre la noche.
Vanessa y Bruno habían estado bien juntos. Lo había visto con mis propios
ojos. No tenía que preocuparme por ellos.
Pero ¿por qué todavía siento esta ira dentro de mí? Me sentí desquiciado, de
alguna manera, como si no tuviera el control de todo esto. Tirar con Vanessa
siempre me había hecho sentir mejor, pero fue un alivio efímero. Cada vez que
nuevamente me quedaba solo, toda la amargura y el resentimiento volvían. Revivía
lo que sentí cuando leí esa parte del diario sobre su relación con Bruno.
Y cada vez que la penetraba todo lo que podía pensar era en que mi hermano
también había hecho lo mismo. Y luego ellos creyeron que Allí estaba embarazada.
Después las citas con el médico y Vanessa llorando en la sala de espera, en el baño y
en su dormitorio. Cada pensamiento era más oscuro que el anterior, y cada uno
tenía una verdad flagrante: yo no había estado allí.
Ella nunca me había permitido estar ahí. Me había mantenido en la distancia y
me mantuve en la oscuridad durante el momento más aterrador de la vida de
Vanessa. Incluso cuando logró sobrevivir, nunca me buscó para decírmelo.
Así no es como se tratan los mejores amigos. Así no se supone que actúan las
personas que se aman. Misterios. Mentiras. Esas cosas no deberían tener lugar entre
Vanessa y yo.
Pero era todo lo que podía sentir. La traición y la deshonestidad se sintieron tan
pesadas en mi pecho que pensé que acabarían conmigo. Los últimos tres meses han
sido brutales. Esa misma sensación de vacío había vuelto a aparecer y esta vez
estaba con Vanessa. Estaba donde pensé que debía estar. No importaba lo que
hiciera o cuántas veces había estado con Vanessa, no conseguía olvidarlo.
Estaba empezando a pensar que tal vez nunca lo haría.
Capítulo 24

Vanessa
“¿Entonces no has hablado con él desde la noche de la fiesta?” preguntó Belén
mientras tomaba su taza de café.
Envolví mis manos alrededor de mi taza de café con canela. “No. Esperé todo
el día de ayer su llamada, pero nunca llamó. Estoy tan confundida, Belén. Pensé que
habíamos dejado todo atrás de una vez por todas “.
“¿Estás segura de que todo estuvo bien con Bruno? ¿No pasó nada que Alonzo
pudiera haber malinterpretado?”
“No, todo estuvo bien. Bruno y yo fuimos los mismos de siempre. Hablamos.
Bromeamos. No hubo ningún coqueteo. Cuando Alonzo y yo entramos en la
limusina, estaba segura de que todo estaba bien”. Hice una pausa y tomé un sorbo
de café.
El café en el que estábamos tenía un ambiente más tranquilo que nuestros
habituales lugares para almorzar, y no quería dejar escapar que Alonzo literalmente
me había embestido en la parte trasera de la limosina. Así que me incliné y se lo
susurré a Belén. Le dije todo. Le dije lo duro que Alonzo me había cogido, y lo
hambriento que parecía al hacerlo. “Simplemente no entiendo. Pensé que era un
inicio, ¿sabes? Pensé que había sido un momento de claridad para él, y que
finalmente se había liberado de todo”.
Belén suspiró. “Quien dijo que los hombres eran directos en materia de amor y
de relaciones, es un mentiroso. Tampoco puedo entender a este novio tuyo. ¿Será
que él necesita más tiempo? La fiesta fue probablemente algo muy importante para
él. Claro, te cogió, es un hombre. ¿Será que después de hacerlo se puso a pensar en
todo y ahora es cuando está digiriéndolo realmente?
“Será”, le dije, no estoy segura de que me gustará esa posibilidad. “No sé cuánto
tiempo más necesita para reflexionar sobre las cosas. No sé cuánto tiempo puedo
esperar por él. No amo a Bruno. Nunca lo hice. Amo a Alonzo, y siempre lo hice.
No sé qué más puedo hacer para demostrarlo, o si debería molestarme. En cierto
punto, tendrá que perdonarme y verdaderamente dejarlo atrás, o nunca podremos
estar juntos”.
“Odio preguntar esto”, dijo Belén lentamente. “¿Pero y si él no puede? ¿Qué
pasa si él elige no perdonarte?”
“No lo sé”, admití. “Realmente no lo sé. Pero, ¿cuál es la alternativa? ¿Esperarlo
por siempre?”
“No. No deberías hacer eso. Ahora este es su problema. No es el tuyo”.
Gruñí y me recliné en mi silla. “Quiero que las cosas sean como solían ser,
¿sabes? Quiero poder sentarme con mi mejor amigo sin preocuparme por adivinar
lo que está pasando en su cabeza. Quiero disfrutarlo como solía hacerlo”.
“Con las ventajas adicionales del buen sexo, por supuesto”, dijo Belén con una
sonrisa.
“Bueno, naturalmente”. Me reí.
“Entonces solo hay una cosa que puedes hacer”, dijo Belén. “Necesitas sentarte
y hablar con él de nuevo. Esta vez ustedes necesitan explicarlo todo. Decir todo lo
que necesiten decir, sin importar lo difícil que sea. Tal vez tengas que escuchar
algunas cosas que no quieres escuchar. Pero él lo vale, ¿cierto?”.
“Así es”.
“Bueno. Llámalo. Invítalo. Siéntense y deja sacar todo esto. Como mínimo,
tendrán claridad y sabrán qué pasos dar a continuación. Tal vez esos pasos son los
próximos para afianzar la relación. Tal vez no. Tal vez serás tú quien tome la
decisión de qué hacer. De cualquier forma, esa conversación es necesaria. Y debe
suceder más temprano que tarde”.
“Tienes razón”, le dije. “Por supuesto que tienes razón”.
“Siempre estoy en lo correcto”.
“Tengo miedo”, susurré, luchando contra una ola de emoción. “Cuanto más
recuerdo esa noche, más pienso que tal vez estaba equivocada. Él parecía un poco
distante. Quiero decir, él es Alonzo. Él siempre es así en esas estúpidas fiestas
familiares. Pero anoche estuvo un poco frío, incluso cuando salí de la limusina. No
puedo entenderlo”.
“Por eso tienes que hablar con él”. No te estreses tratando de darle sentido a
todo esto ahora. Háblale. Aclara la situación. Busquen el sentido de todo esto
juntos. De lo contrario, estás torturándote sin ninguna razón”. Belén se acercó y
apoyó su mano sobre la mía. “Hazlo, hermanita. Creo en ti. Si sucede lo peor,
llámame. Sabes que estaré allí con chocolates y películas de chicas. Solo necesitas
llamar”.
“Gracias, Belén”, le dije con una sonrisa forzada. “No sé lo que haría sin ti. En
este momento realmente no sé ni siquiera si arrepentirme de haber cruzado la línea
de amigos, al parecer me podría quedar sin pan ni pedazo”
Más tarde, después del trabajo, me encontré sentada en mi cama mirando mi
teléfono. Tenía el número de Alonzo marcado e intentaba reunir el valor para
presionar el botón verde. Tenía miedo de la respuesta que obtendría cuando lo
llamara. ¿Él me rechazaría de nuevo, o estaría de acuerdo en venir? ¿Estaría
vacilante, o estaría tan ansioso como yo de aclarar todo los dos juntos?
Mi pulgar se colocó sobre el botón verde. Tragué saliva y me mordí el labio
inferior.
Se trataba de Alonzo. ¿Por qué estaba tan molesto? Lo conocía mejor que nadie.
Él no era una persona cruel. Él no querría lastimarme. Incluso si las cosas no
salieran como yo quería, sabía que no debería tener miedo de acercarme a él.
Presioné el botón y levanté el teléfono hacia mi oreja. Esperé, con mi estómago
revuelto, mientras el teléfono seguía sonando y sonando. No contestó y la voz
grabada de Alonzo comenzó a sonar.
Colgué y miré mi teléfono en mi regazo.
Repasé las posibilidades de lo que Alonzo podría estar haciendo. Lo más
probable era que estuviera haciendo algo similar a lo que yo estaba haciendo: nada.
¿Había visto mi nombre destellar en la pantalla y había elegido no responder?
Recordé la fiesta. Tal vez había hecho algo que le molestaba, y ni siquiera me
había dado cuenta. ¿Había coqueteado involuntariamente con Bruno? ¿Había hecho
que Alonzo viera algo que no era real?
Él no me ignoraría sin ningún motivo. De eso estaba segura.
Sentí que las lágrimas se me saldrían. Traté de mantenerlas a raya. Estaba
desesperada por poderlas contener. Una vez que comenzara, no podría
controlarme. Pasaría toda la noche llorando como lo hice cuando Alonzo me apartó
por primera vez de su vida. Me despertaba con dolor de cabeza, lo que me
recordaba lo mal que estaba, y luego volvía a llorar.
No pude mantener las emociones a raya. Me sobrepasaron, comenzando por el
nudo en mi garganta que dio paso al primer sollozo. Enterré mi cara en mis manos
y dejé que fluyera.
Levanté mis mantas y me hundí debajo de ellas, jalándolas hasta mi barbilla y
poniéndome de lado. Me acurruqué en posición fetal, mi cuerpo todavía temblaba
con los sollozos, y recordé lo agradable que había estado acostada con Alonzo en su
cama la otra noche.
Me había sentido muy cómoda con la calidez de su cuerpo apretado contra el
mío. Había sido la mejor sensación del mundo. No había nada que pudiera
superarlo. Nada que pudiera competir con la sensación de seguridad que tenía
cuando estaba acostada contra él.
Ahora me sentía débil y vulnerable. No me sentía ni amada ni deseada.
No debí haberlo llamado. Debí haber esperado.
Probablemente necesita más tiempo. Ver mi nombre en sus llamadas perdidas
no iba a mejorar las cosas. Estaba procesando, digiriendo y tratando de resolver el
desastre en el que lo había metido. No era como si me hubiera acostado con un tipo
cualquiera cuando tenía diecisiete años y no se lo había contado. Me había acostado
con su hermano.
Bruno fue el único hombre con el que Alonzo se había sentido inferior alguna
vez. Creció bajo la sombra de su hermano mayor. Sus padres habían elogiado a
Bruno toda su vida, y Alonzo había sido una especie de oveja negra en su familia.
Nunca le había creído cuando me hablaba de eso. Alonzo siempre había sido
perfecto ante mis ojos.
Pero su familia luchó por la perfección; de ahí el coctel de lujo. Amaban a sus
dos hijos por igual, pero colocaron a Bruno en un pedestal. A Alonzo siempre lo
habían comparado con él. Sabía que esto había sido difícil para Alonzo cuando era
adolescente.
Esa era probablemente la razón por la cual era tan difícil de superarlo. Había
tirado con el tipo que Alonzo siempre había tratado de vencer. Y, durante dos
semanas enteras, pensé que iba a tener un bebé con Bruno. Bruno había asistido a la
ocasión, en el estilo típico de Bruno; sosteniendo mi mano, consolándome,
asegurándome que todo estaría bien, dándome indicaciones para mis citas en la
clínica. Sabía que todo esto influía en cómo se sentía Alonzo.
La forma en que lo había hecho sentir.
Mantener un secreto como ese durante diez años fue perjudicial. Había
lastimado a Alonzo más de lo que nadie lo había lastimado antes. Eso era obvio
ahora.
Lloré más fuerte. Lloré por lo que le había hecho a mi mejor amigo. Lloré por
lo que había perdido, porque era realmente a quien amo.
Sentí como si mi corazón se hubiera roto en un millón de pedazos, y no sabía si
alguna vez podría volver a unirlo. No después de esto.
No después de Alonzo.
Capítulo 25

Alonzo
“Entiendo sus preocupaciones, Sr. Eduardo, y estoy tomando todas sus
sugerencias en consideración. Si puede darme otras cuarenta y ocho horas, puedo
asegurarle que el problema estará bajo control”, dije en el teléfono.
El Sr. Eduardo, uno de mis inversores de alto nivel, suspiró al otro lado. “Haga
bien las cosas, Sr. Parot, o retiro mis fondos. No puedo arriesgarme a que estos
hackers obtengan mi información personal o la de mis clientes. No me apunto en
esta clase de riesgos”.
“Ni yo tampoco”, dije con firmeza. “Confíe en mí”.
“¿Confiar en ti?” El Sr. Eduardo soltó una risa amarga. “Muchacho, me pediste
que confiara en ti la primera vez que me pediste que abriera mi billetera, y ahora
mira dónde estamos. Cuatro meses después del inicio del proyecto y tienes un
hacker de primer nivel en tus manos. Tuviste la suerte de descubrirlo antes de que
lograra llegar más lejos. Cuarenta y ocho horas, Sr. Parot. Te daré cuarenta y ocho
horas. Si el problema no se resuelve, espero que mi transferencia bancaria sea de
vuelta de nuevo a mis fondos. ¿He sido claro?”
“Sí, señor”, le dije, pellizcándome la parte alta de mi nariz y apretando los ojos
cerrados. Esta ha sido la tercera conversación desde la noche anterior que ha
terminado con la amenaza de abandonar mi proyecto. Terminé la llamada y me
desplomé sobre mi escritorio.
La seguridad ha sido fortalecida. Todavía estaba trabajando para descubrir
dónde había entrado el pirata informático, o incluso, si realmente se trataba de un
pirata informático. Sospeché malware o un bot, pero explicar eso a algunos de los
inversores era como tratar de explicar la diferencia entre datos y WiFi a un
ciudadano de noventa y seis años. Algunas cosas simplemente no se entienden.
Mantuve la calma durante las llamadas, confiando en que mi equipo resolvería el
problema antes de que perdiéramos más fondos. Hasta ahora, solo un cliente se
había retirado. Uno de quince no era tan malo, siempre y cuando se mantuviera en
ese número.
Mi teléfono sonó. Gruñí, preparándome para que otro cliente me gritara y
respondí la llamada. Me sorprendió escuchar la voz de Bruno.
“Oye, hombre”, dijo mi hermano alegremente. “¿Cómo te va? ¿Crees que
estarás listo para tomar una copa este fin de semana? Estaba pensando el jueves.
¿Te viene bien?”
“Hola, Bruno”, dije. “Tal vez. No puedo comprometerme con nada ahora
mismo. Se cayeron algunas cosas del trabajo y estoy muy ocupado. ¿Puedo llamarte
el jueves por la tarde y confirmarte?
“Sí, claro. ¿Está todo bien?”.
“Lo estará. Ojalá. Necesito resolverlo todo rápido”.
“Bien. Bueno, buena suerte amigo. Oye, antes de que tranquemos, ¿tú y Vanessa
arreglaron las cosas? En la fiesta parecía que las cosas entre ustedes estaban muy
bien”.
“Las cosas están complicadas en este momento”, dije.
“¿Complicado por alguna razón, o complicado porque los estás haciendo de esa
manera?”
“¿Qué diablos significa eso?” Pregunté, y mis palabras salieron un poco más
duras de lo que pretendía.
“Significa, ¿estás haciendo de esto algo más grande de lo que realmente es? ¿Ya
la has perdonado?
“No es tan simple”, dije. “Estoy trabajando en eso”.
Bruno se rio del otro lado. “¿Trabajando en ello? Hermano, si no olvidas toda
esa mierda, la perderás para siempre”.
“¿Por quién? ¿Por ti?”, lo desafié.
“Alonzo, borra esa porquería de la cabeza. Fue hace diez años”.
“Sí, y todo en lo que puedo pensar es en que ustedes dos me mintieron en toda
la cara durante una década. Es difícil, Bruno, y no me siento bien con eso, ¿está
bien?
“Deja de actuar como un bebé. ¿Y qué? Ella no te lo dijo. Las cosas fueron más
difíciles para ella de lo que están siendo para ti. Ella tenía diecisiete años y pensó
que iba a tener un hijo. Ella estaba muy asustada. Por supuesto que quería olvidarlo
todo. ¿Qué persona no querría? ¿Y ahora estás poniendo todo patas arriba debido a
que crees que te debe total transparencia? Mira, alguien tiene que ser sincero
contigo, Alonzo. Estás siendo un imbécil”.
“Sí, bueno, supongo que me parezco a mi hermano mayor”.
Bruno suspiró por el teléfono. “Estoy de tu lado, lo creas o no. Quiero que seas
feliz. Esa chica te hace feliz. No lo arruines”.
Ella me hacía feliz. Siempre lo había hecho.
Durante los tres meses que no había hablado con Vanessa, me había ido a la
cama furioso conmigo mismo la mayoría de las noches. Pensé que ya no existía
ninguna posibilidad de estar con ella. Luego, cuando la vi en el restaurante, y ella me
miró y sonrió, una pequeña esperanza renació en mí. Había una posibilidad de que
las cosas se arreglaran. Había una posibilidad de que pudiera tenerla nuevamente en
mi vida.
¿Realmente iba a botar otra vez todo eso?
“No sé cómo olvidarlo, Bruno”, confesé, cayendo hacia atrás en mi silla que
crujió y chilló debajo de mí. Estuve sentado durante nueve horas seguidas tratando
con clientes. Mis huesos estaban muy cansados. “Cada vez que la miro, en lo único
que puedo pensar es en lo que pasó entre ustedes dos. Yo no quiero olvidarlo y
seguir adelante. Pero parece que no puedo controlarlo”.
Bruno suspiró en el otro extremo. Podría imaginarlo sentado en su propio
escritorio en la oficina de su casa. Probablemente estaba inquieto con algo en la
mano como solía hacerlo, una grapadora o un pisapapeles. “Escucha, Alonzo. Lo
entiendo, ¿está bien? Si pudiera cambiar algo de lo que pasó, lo haría. Nunca quise
ser la causa por la que Vanessa y tú no pudieran estar juntos. Si pudiera hacer algo
para cambiar las cosas, lo haría. ¿Me crees?”
“Sí”, dije. “Te creo”.
“Entonces créeme cuando te digo que Vanessa siente lo mismo. Si no puedes
olvidarlo, está bien, no lo olvides. Pero tal vez puedas aprender a vivir enfocándote
en otras cosas. Como el hecho de que Vanessa está enamorada de ti y lo ha estado
durante una década. ¿No es suficiente?”. No sabía si lo era.
“Me tengo que ir, hombre”, le dije, inclinándome hacia adelante y apoyando los
codos sobre la mesa. “Te dejaré saber si podemos vernos el jueves durante la
semana, ¿de acuerdo? Que tengas un buen día”.
Colgué cuando Bruno estaba a la mitad de responder. No tenía la energía para
continuar con la conversación. Después de todo lo que había sucedido en el trabajo
con el pirata informático y el daño en la aplicación, estaba agotado.
Me paré. Mis rodillas me dolían y mis caderas sonaban. Me estiré, arqueé mi
espalda como un gato y alcancé el techo. Me puse el abrigo y salí de la oficina. Pasé
junto a la recepcionista, bajé el ascensor y llegué a mi automóvil. Conduje a casa en
silencio. Me dolía la cabeza, tenía los ojos pesados y todo lo que quería era
olvidarme de todo.
En casa, tomé una ducha caliente. El agua y el vapor me ayudaron a sentirme
renovado y fui yo otra vez. Cuando salí, me envolví en mi toalla y me entretuve con
un par de tareas mundanas; limpiando los mostradores de la cocina, recogiendo mi
ropa del piso del dormitorio y cambiando la bolsa de basura debajo del fregadero.
Sabía que debería estar devolviéndole las llamadas a Vanessa. Ella me había
llamado varias veces durante las horas desastrosas del trabajo. Nunca había estado
disponible para responder su llamada. Me sentí un poco culpable. Y ahora me sentía
peor por no responderle las llamadas.
No podía obligarme a hacerlo. Era más fácil no hacer nada por ahora; para
sacarlo de mi mente y poder concentrarme en otras cosas.
Las otras cosas en las que me concentré terminaron estando relacionadas con
Vanessa de todos modos. Como la suave leche rodando por el interior de sus
muslos, y la forma en que había estirado sus piernas en el asiento trasero de la
limusina cuando íbamos camino a la fiesta.
Negué con la cabeza, tratando de desalojar su imagen de mi cerebro mientras
lavaba algunos platos en el fregadero de la cocina. Por más que lo intentaba, no
podía alejarlos de mi mente.
Pensé en sus bragas y en la forma en que las había apartado, como si estuviera
desafiándome a arrastrarme sobre mis manos y rodillas. Ella me quería entre sus
piernas. Pensé en la correa negra de encaje sobre sus caderas, el grosor de sus
muslos y las curvas de sus pantorrillas.
Dejé caer el plato, cerré el agua y me sequé las manos alrededor de la cintura. Al
diablo con esto de tratar de pensar en otras cosas. Vanessa era lo único en mi vida
que valía la pena pensar.
Entré en la habitación. La toalla alrededor de mi cintura salió con un tirón y
cayó a la alfombra, la cual sabía que no levantaría hasta la mañana siguiente. Me
tumbé sobre mi cama y me levanté de manera que mi cabeza descansara sobre mis
almohadas.
Ya mi pene estaba parado. Sentí que la sangre corría hacia mi miembro mientras
fregaba los platos. Tan solo un pensamiento de Vanessa tenía este efecto en mí. No
tenía poder para alejar esta necesidad ardiente que estaba creciendo en mí. Me instó
a bajar la mano y agarrar mi verga. Sabía que no tardaría mucho. Estaba excitado y
ya sin aliento.
No podía controlar lo sexy que era Vanessa. Ni ella misma lo sabía. Esos labios
rosados y brillantes y la forma en que a menudo se separaban, solo un poco,
dejando una pequeña abertura entre ellos invitándome a pasar el pulgar, me volvía
loco de lujuria. Su esbelto cuello y los lóbulos de sus orejas que siempre me
suplicaban que los besara.
Pasé la mano por mi pene mientras consideraba alcanzar mi loción. No. No la
necesitaba. No esta vez. Estaba listo para acabar en cualquier momento.
Cerré los ojos y recordé a la candente Vanessa en la limusina de camino a casa.
Mis dedos se habían deslizado dentro de ella, y ella me había envuelto con su cálida
y sedosa humedad. Recordé que cubrí su boca con mi mano para que no gritara
mientras la hacía acabar con mis dedos. Y luego cuando introduje mi pene
profundamente, y me la cogí con tanta fuerza como pude con sus piernas separadas,
había estado tan excitada. Recordé su vagina rosada, su estrechez y la forma en que
me había visto mientras la hacía acabar.
Entonces pensé en llenarla con mi semen, y cómo ella se había frotado cuando
habíamos terminado.
Acabé, rápido y desordenadamente. Líneas de esperma se precipitaron por mi
estómago, y jadeé para respirar. No me había dado cuenta de que lo había estado
reteniendo.
Me recosté, sintiéndome cómodo por primera vez en días, y me encontré
deseando que Vanessa estuviera acostada a mi lado. Aunque recién había acabado,
sabía que si ella hubiera estado cerca, no habría podido mantener mis manos fuera
de su cuerpo. Ella era demasiado sexy, demasiado tentadora y perfecta.
Siempre lo había sido.
Capítulo 26

Vanessa
Arturo Selman iba de un lado a otro en su oficina. Había estado hablando por
teléfono durante casi dos horas lidiando con un autor cuya fecha de publicación de
su novela más reciente había sido retrasada otros tres meses. A través de las
ventanas, podía escuchar a Arturo levantando la voz de vez en cuando antes de
suspirar y mirar el techo en un intento de relajarse. Luego, la conversación
reiniciaba, se calentaba nuevamente y el ciclo se repetía.
No se daría cuenta si hacía una llamada personal desde el trabajo, estaba segura
de ello. Estaba tan ocupado con sus propios problemas que no se daría cuenta. Me
mordí el labio inferior y observé cómo Arturo se acercaba a las ventanas de su
oficina y presionaba su frente contra los vidrios. Parecía que estaba peleando una
batalla que no iba a ganar. Quería llamar al autor de nuevo y agradecerle por darle a
Arturo una cucharada de su propia sopa.
Cogí el teléfono, mi corazón martilleaba en mi pecho. Necesitaba respuestas.
Alonzo todavía no me había devuelto la llamada. No sabía dónde estábamos ni por
qué estaba tan molesto conmigo. La noche del coctel había estado tan bien, y el
sexo en la limusina había sido demasiado bueno para él como para haberse enojado
conmigo después. Me preguntaba si era entonces que algo había sucedido cuando
se fue a su casa. Tal vez él había cambiado de opinión. O había decidido que no
valía la pena.
Independientemente de lo que hubiera sucedido, necesitaba saber. No podía
seguir sintiendo que mi cabeza iba a explotar. Necesitaba saber, de una manera u
otra, y en ese momento no me importaba quién me iba a dar la información.
Así que llamé al hermano de Alonzo.
El teléfono sonó cuatro veces antes de que Bruno contestara con su saludo de
negocios, probablemente sin reconocer el número de teléfono de mi oficina.
“Buenas tardes, habla con Bruno Parot”.
“Bruno”, dije en voz baja para que nadie en la oficina pudiera escucharme.
“Oye, es Vanessa”.
¿Vanessa?” Dijo Bruno alegremente por el teléfono. “Oye, es bueno saber de ti.
¿Por qué estás susurrando?”
“Estoy en el trabajo. En realidad, no está permitido hacer llamadas personales
en el horario de oficina, ya sabes cómo es. ¿Cómo estás?”
“Estoy bien. Me atrapaste en el momento perfecto. Finalmente tengo un
segundo para respirar”, dijo.
“Oh, lo siento. Si estás ocupado, puedo volver a llamar más tarde”.
“Está bien. Estoy feliz de hablar contigo. ¿Qué pasa?”
Jugueteé con el cordón de mi mouse y me mordí el labio inferior. Estaba tan
nerviosa de hacerle la pregunta que buscaba. Bruno esperó pacientemente en el
otro extremo para que yo pudiera reunir el valor para comenzar a hablar. Cuando
finalmente lo hice, mis palabras salieron apresuradas. “Sé que esto es infantil, y sé
que no debería preguntártelo, pero quería saber si has tenido noticias de Alonzo
desde la fiesta. ¿Alguna vez tuvieron la oportunidad de hablar sobre todo? Quiero
saber qué puedo hacer para compensarlo. Lo quiero tanto, Bruno. Lo amo. Sabes
que lo amo. Pero no sé si hay alguna forma en que pueda perdonarme por lo que
hice”.
“Por lo que hicimos”, aclaró Bruno.
“Como sea. Hicimos. El punto es que no puedo entender qué está pasando por
su cabeza”.
“Bueno”, Bruno dijo lentamente, “déjame ser honesto contigo”.
Mi corazón comenzó a acelerarse. Mis palmas estaban frías y sudorosas. Mi
boca estaba seca. ¿Estaba lista para su honestidad? ¿Podría soportarlo? Me aseguré a
mí misma que lo que sea que Bruno me dijera, no podía ser peor que la constante
angustia de no saber por qué estaba sufriendo. Necesitaba saber la verdad. Incluso
si la verdad acababa con mis ilusiones.
“Alonzo está enamorado de ti, Vanessa. Él lo sabe. Lo sé, y en el fondo tú
también lo sabes. Pero él es malo en materia de manejar sus sentimientos. Algo que
tú y yo conocemos demasiado bien. Él es, a falta de una palabra mejor, un completo
bebé en esta materia. Él todavía se siente traicionado”.
“¿Es por eso que no devuelve las llamadas?”, le pregunté. “¿Por sentirse
traicionado?”
“Ya va, espera, ¿Él todavía no te ha devuelto las llamadas?”. Prácticamente
podía ver la expresión de incredulidad de Bruno como si estuviera sentado frente de
mí.
“No, no lo ha hecho. No he tenido noticias suyas desde la noche de la fiesta”.
“Eso es un poco tonto”, murmuró Bruno.
Eché un vistazo a Arturo en su oficina para asegurarme de que todavía estaba
hablando por teléfono. Ahí seguía al teléfono. Su mano estaba presionada contra su
frente, y él estaba doblado como si alguien acabara de darle un puñetazo en el
estómago. Realmente necesitaba llamar a ese autor y decirle que era mi ídolo.
Me incliné sobre mi escritorio para que Arturo no pudiera verme en caso de
que volteara. También estaba oculto a la vista de los otros empleados que
trabajaban en sus propios escritorios.
“¿Crees que eventualmente me llamará?”, le pregunté.
“Claro”, dijo Bruno. “¿Pero cuánto tiempo estás realmente dispuesta a esperar
por él?”
“El tiempo que sea necesario”, dije. “Yo fui quien lo lastimó. Le mentí durante
diez años. Tú y yo escondimos un secreto grade. Está teniendo dificultades para
olvidarlo y seguir adelante”.
“Vanessa, por favor. Han pasado cuatro meses desde que se enteró. Sin
mencionar que lo que pasó en ese momento no tiene nada que ver con quiénes tú y
yo somos ahora. Tienes tu propia vida, y yo también. Nunca nos hemos
involucrado después de eso. Eso es lo que le preocupa. Claro, está herido. Pero él
tampoco confía en nosotros. Lo cual, debo agregar, no tiene justificación para que
no confíe”. Bruno terminó con un bufido. Lo imaginé reclinándose en su silla y
cruzando sus brazos sobre su pecho.
Giré el cable del teléfono con un dedo y suspiré. “Si la confianza es realmente
lo más importante en una relación y eso se rompió, entonces no sé cómo puedo
volver a recomponer eso. ¿Cuánto tiempo va a usar esto en mi contra?”
“Tú y yo pensamos lo mismo”, dijo Bruno, “pero los dos sabemos lo terco que
es Alonzo. Lo heredó de mi mamá, sin dudas. ¿Recuerdas cómo eran cuando solían
pelear? Como dos pitbulls. Me da escalofríos pensar en eso”.
Sonreí involuntariamente. “Lo recuerdo. A veces peleaban en la mesa cuando yo
estaba. Era muy incómodo”.
“¿Me lo estás diciendo o preguntando?”, dijo Bruno. “Tienes que estar ahí
después de eso. Me sentía atrapado entre los dos hasta que uno de ellos cediera.
¿Sabes con qué frecuencia sucedió eso? Nunca”.
Reí y agité mi cabeza. “Fue un placer hablar contigo, Bruno. Gracias por
ayudarme a poner las cosas en perspectiva. Creo que necesito esperar hasta que él
me llame. Entonces, tal vez esté listo para conversar. Tal vez finalmente podamos
olvidar todo esto”.
“Ese es el espíritu, gata Vanessa. Mirada elevada. Alonzo es un buen tipo y te
quiere mucho. Las cosas se enderezarán. Y, una vez que te haya perdonado,
asegúrate de darle un tortazo en la cabeza. Él se lo merece”.
Me reí. “Gracias por todo”.
“De nada”, dijo Bruno.
Ambos colgamos el teléfono. Suspiré, sintiéndome un poco mejor y luego
levanté la vista.
Alguien estaba de pie frente a mi escritorio. Al principio, pensé que podría ser
Arturo. Una pequeña ráfaga de pánico llegó a mi garganta mientras me preparaba
para escuchar sus gritos.
Pero cuando mis ojos se abrieron para saber quién era el que me miraba, el
pánico desapareció.
Alonzo estaba allí. Llevaba un traje azul marino con una camisa de color crema
debajo. Los botones superiores estaban sueltos. Acababa de llegar del trabajo,
aparentemente. En su mano izquierda, sostenía un hermoso ramo de rosas blancas.
Los bordes de los pétalos parecían haber sido bañados en plata brillante.
El olor de las flores llegó hasta mí. Le sonreí, extendiendo la mano para
acariciar uno de los suaves pétalos. “Alonzo”, dije, “están hermosas. No tenías
que…”
“¿Era con Bruno con quien estabas hablando?”, preguntó Alonzo
rotundamente.
Parpadeé.
Solo estaba notando la dureza de sus ojos y la rigidez en su mandíbula. Estaba
enfadado.
“Oh”, dije, dándome cuenta de lo mal que las cosas debieron haber parecido al
final de la conversación. Me pregunté en qué parte de la conversación había
entrado. ¿Me había estado riendo o sonriendo? ¿Había malinterpretado todo? “Sí,
era él, lo llamé para ver si había tenido noticias tuyas. Me estaba empezando a
preocupar. No había sabido de ti desde la fiesta”. Me quedé sin habla. Nada de lo
que estaba diciendo parecía quitar la ira de sus ojos. “¿Alonzo?”
Alonzo arrojó las flores sobre mi escritorio. Uno de los pétalos cayó de su lugar
y aterrizó en la parte superior del teléfono. Alonzo se giró, con los hombros
encorvados, y se dirigió hacia la puerta.
“¡Alonzo!”, Llamé, corriendo por el borde del escritorio y alcanzando su brazo.
Se liberó de mi agarre y continuó caminando.
Me detuve, mirándolo mientras él abría la puerta y desaparecía.
Sentía como si mi corazón se hubiera ido hasta mi estómago. Todos en la
oficina me miraban. Pude ver la lástima en los ojos de la mayoría de las mujeres.
Ellas sabían lo que estaba pasando. Sabían que mi corazón estaba roto. Los
hombres parecían más confundidos que cualquier otra cosa, y seguían echando un
vistazo a la puerta por la que Alonzo había pasado.
Entonces otra puerta se abrió detrás de mí.
“Vanessa Andrade”, llamó Arturo Selman desde detrás de mí, “ven a mi oficina
un momento”.
No podría hacer eso en este momento. Sentarme con Arturo era demasiado.
Luché conmigo misma para no llorar. Tenía que aguantar un poco más, y luego
podría llorar hasta que no me quedaran lágrimas.
Me volteé hacia Arturo, mirando al suelo, y fui a su oficina. Cerró la puerta
detrás de mí y me hizo un gesto para que me sentara en la silla de invitados frente a
su escritorio. Hice lo que me dijo y me senté con mis manos descansando en mi
regazo. Arturo se sentó en su silla y se inclinó sobre su escritorio. No sabía lo que
me diría. Tampoco me importaba.
“Vanessa, sabes que no puedes recibir visitas durante las horas de trabajo. Esa
regla existe para evitar situaciones como ésta. No necesitamos que nuestra
recepcionista haga una escena en medio de la jornada laboral. Es una distracción”.
Me tragué el nudo que tenía en la garganta y asentí.
“Sabes que me agradas, Vanessa. No quiero tener estas conversaciones contigo.
Eres una de mis chicas favoritas. ¿Puedo confiar que de ahora en adelante
mantendrás tus visitas masculinas o cualquier otra visita fuera de la oficina? Arturo
se inclinó hacia adelante y me miró a la cara.
Parecía ajeno a mis lágrimas. Era eso, o no le importaba. Lo odiaba más que
nunca. “Sí”, dije con los dientes apretados.
“Muy bien”, dijo Arturo, enderezándose en su silla y ordenando sus lápices y
papeles sobre su escritorio. “Te puedes ir”.
Me puse de pie y corrí hacia la puerta. Cuando mi mano estaba en el mango,
Arturo dijo mi nombre. Hice una pausa, sin girarme hacia él. “Te ves muy bien hoy,
por cierto”, dijo.
Abrí la puerta y me fui, dejándola caer detrás de mí. Después de regresar a mi
escritorio, guardé mis cosas y salí de la oficina. No me importaba lo que Arturo
pensara de mí por salir una hora antes. O si alguien más en el lugar tendría algún
problema por eso. Necesitaba salir de allí. Quería escapar de todos los ojos curiosos.
Necesitaba estar en algún lugar en donde tuviera la libertad de desahogarme y de
llorar.
Se terminó. Alonzo me odiaba.
Capítulo 27

Alonzo
Estaba furioso. A la mierda con los dos por seguir mintiéndome. A la mierda
por haberme jodido como si yo fuera una especie de juguete para el entretenimiento
de ambos.
Estaba sentado en mi auto fuera de mi casa. Ya había llamado a Bruno tres
veces y él no había contestado. Lo llamé nuevamente y esperé, mis nudillos se
pusieron blancos cuando agarré el volante.
Finalmente, Bruno respondió. “Oye hermano, relájate con la llamadera
¿quieres? He estado ocupado. Tuviste tiempo de llamarme cuatro veces en los
últimos veinte minutos. Eso quiere decir que tienes tiempo para llamar a la pobre
Vanessa, idiota”.
“Vete a la mierda, Bruno”, gruñí. “Sabes, es una mierda que hayas estado
hablando con mi chica”.
“¿Qué?”
“Lo que escuchaste. La escuché hablar contigo por teléfono hace una hora”.
“Amigo”, dijo Bruno, con la ira cambiando su tono de voz. “Vamos a aclarar un
par de cosas, aquí. En primer lugar, Vanessa no es ´tu chica´. ¿Quieres saber por qué?
Porque ella es soltera. Está soltera porque eres un estúpido que tiene tanta mierda
en la cabeza que ni siquiera puedes distinguir qué camino tomar. En segundo lugar,
puedo hablar con Vanessa. Ella me llamó porque estaba preocupada por ti. Hace
días que te está llamando y no has tenido la decencia de llamarla. Entonces, ¿tienes
el descaro de llamarla tu chica? Por el amor de Dios, hombre. Deja ya de actuar
como un burro”.
Toda la furia que ardía dentro de mí se desinfló repentinamente como un viejo
globo. “Espera, ustedes no…”
“No, no estábamos haciendo lo que crees que estábamos haciendo. Somos
amigos. Eso es lo que somos. Ella te ama, Alonzo. ¿Y sabes qué? Por mi vida, no
puedo entender por qué. La estás tratando como una mierda. Claro, ella te mintió
sobre un tema importante. Pero ¿sabes qué? No tienes derecho a juzgar si era
correcto o no que me llamara. Ella quiso hacer esa llamada porque tú no eres capaz
de hacer bien las cosas. Será mejor que la encuentres y le pidas disculpas, o se dará
cuenta de que está mejor sin ti”.
Bruno colgó.
Me quedé sentado en mi coche sintiéndome como un completo idiota. ¿Por qué
reacciono de forma exagerada? ¿Por qué soy tan incapaz de controlarme cuando se
trata de algo relacionado con Vanessa?
Sabía lo que tenía que hacer: decirle que lo sentía. Tenía que pedirle perdón.
Puse el auto en marcha y corrí hacia su casa, esperando poder alcanzarla cuando
llegara del trabajo.
Cuando paré frente a su casa, noté inmediatamente que su auto no estaba allí.
Estacioné y corrí por las escaleras para llamar a su departamento. No hubo
respuesta. Golpeé la pared de ladrillos y solté un grito de frustración.
Entonces, sintiendo que el peso del mundo estaba sobre mis hombros, volví a
mi automóvil. Apartándome, corrí hacia el único lugar donde podía ahogar mis
penas. Dante’s.
Vi el auto de Cristian en el estacionamiento a un costado de la entrada. Bueno.
Necesitaba su compañía esta noche. Me abrí paso, ignorando las sonrisas coquetas
de la chica del abrigo y de un par de camareras. Me dirigí directamente al bar donde
sabía que iba a encontrar a mi amigo.
Cuando vi a Cristian, noté que estaba hablando con una chica. No quería
arruinar su posible conquista, así que me contuve un momento. El cantinero me vio
y me reconoció, y luego pronunció la palabra “cerveza”. Asentí y observé mientras
me servía una cerveza desde el barril. Me pasó el vaso helado, y sorbí la espuma
desde la parte superior, esperando a ver qué pasaba con Cristian y esa chica
desconocida.
Mientras miraba, me di cuenta de que me parecía familiar. Su cabello era largo y
oscuro y estaba recogido en una voluminosa cola de caballo rizada. Tenía una
cintura estrecha y las caderas curvas que lucían incluso más curvas mientras estaba
sentada en el taburete de la barra.
Entonces reconocí las botas que llevaba y los pendientes de aro que colgaban
de sus orejas.
Dejé en la barra mi cerveza y empecé a caminar.
Cristian me vio acercarme. Su rostro se iluminó en una sonrisa. “Hola amigo”,
dijo. “¡Qué casualidad verte aquí!”
Lo ignoré y me planté junto a Vanessa. Ella había estado bebiendo algún tipo de
bebida; era rosada y llena de burbujas. Me miró con sus labios aún sellados sobre el
sorbete del trago. Sus ojos se agrandaron.
“¿Así que también te estás cogiendo a Cristian?”, gruñí.
“Guao, amigo”, dijo Cristian, poniéndose de pie y sosteniendo sus manos. “Es
de Vanessa y de mí de quienes estás hablando. Nos estábamos poniendo al día…”
“No estaba hablando contigo”, le espeté, sin mirarlo.
Mantuve mi mirada en Vanessa. Observé la forma en que ella recibió lo que
estaba diciendo. Sus ojos grandes se estrecharon. Ella tragó otro sorbo de su
bebida. Luego se bajó de su taburete, dio un paso hacia mí y me sorprendió
clavando su dedo en mi pecho.
“¿Cómo te atreves?”, escupió. “No he hecho nada malo. Cristian es tu mejor
amigo. ¿De verdad crees que él te haría algo así? ¿Y crees que yo lo haría? Eso es
pura mierda, Alonzo. Eso realmente es pura mierda. No, corrección, tú eres
realmente una mierda”.
“¿Sabes qué es una mierda, Vanessa? Que me ocultaste un gran secreto durante
diez malditos años. ¡Diez años! Durante toda el bachillerato y la universidad, y
comenzando nuestras carreras. Pasamos por todo eso juntos Y todo ese tiempo
tuviste oculto que te cogiste a mi hermano. Eso es lo que es una mierda”.
De repente, llegó otra chica. Se deslizó entre Vanessa y yo y tomó el brazo de
Vanessa. Tardé un momento en reconocer a Belén. Había pasado un tiempo sin
verla, y ahora tenía su cabello más corto. Ella miraba hacia adelante y hacia atrás
entre su hermana y yo. “¿Qué está pasando, chicos?” preguntó Belén, uniendo sus
cejas por la preocupación.
“Oh, para colmo está la hermanita mayor”, dije en voz baja.
“Cállate, Alonzo”, dijo Vanessa antes de volverse hacia su hermana. “Lo siento,
tenemos que irnos”.
“¿Qué? Acabamos de llegar. Esta es mi única noche libre”, se quejó Belén.
“Lo sé. Lo siento. No sabía que Alonzo iba a estar aquí y además tan enojado”,
dijo ella como si no estuviera parado frente a ellas.
“Estoy aquí”, le dije, cruzando los brazos.
“No me importa”, dijo Vanessa, agarrando a su hermana por la muñeca. “Que
la pases bien, Cristian, perdón por lo que sea que haya sido esto”. Ella me hizo un
gesto.
“Oh, por favor”, dije mientras las dos chicas se daban vuelta y se iban. No
miraron hacia atrás, pero las miré mientras avanzaban. Luego me hundí en el
taburete del bar que Vanessa acababa de desocupar. El cantinero me pasó la cerveza
que había dejado en el otro extremo del bar. La levanté en el aire en un brindis
como una forma de darle las gracias, luego presioné el vaso contra mis labios y me
la terminé en cuatro tragos.
“¿Qué carajos fue eso, Alonzo?” preguntó Cristian.
Subí los hombros y pedí otra cerveza. “¿Qué fue qué?”
“¿De verdad crees que te haría eso? ¿Crees que me cogería a Vanessa?”
“Ya no sé ni lo que pienso”, dije.
“Bueno, será mejor que lo resuelvas. La forma en como trataste a Vanessa y a su
hermana, fue una mierda. Eso estuvo realmente mal. Puedes decirme esas cosas a
mí y quizás pueda entender, pero ¿a ella?, eso no, se te paso la mano esta vez con
todo este escándalo, ella no lo merece y no es justo que usaras esas palabras para
denigrarla”. Cristian arrojó un billete de veinte dólares en la barra y luego me miró.
“No te quedes aquí demasiado tiempo. Deberías ir a casa”.
“Sí, claro”, le dije, indicándolo con la mano.
Cristian negó con la cabeza y se fue.
Estaba solo en el bar. El cantinero era una compañía de mierda y estaba
demasiado ocupado como para poder distraerme de mis pensamientos errantes
sobre Vanessa. No podía dejar de pensar en la forma en que me había mirado
cuando la acusé de cogerse a Cristian. Esa no era la mirada de alguien que había
sido descubierta. Era la mirada de alguien que había sido lastimada.
No podía lidiar con tanta ira reprimida. No tenía a dónde echarla. Todo me
enojaba. Cada vez que veía a Vanessa, pensaba en ella y en Bruno. Entonces no
pude dejar de pensar en ella con otros muchachos. Chicos como Cristian.
Fui un tonto. Y la humillé, la hice sentir mal.
Cristian nunca me haría algo así. Él era un tipo correcto. Sin mencionar que él y
Vanessa habían sido amigos durante mucho tiempo. Si algo iba a pasar entre ellos,
hubiera sucedido hace mucho tiempo.
Pedí otra cerveza y dos tragos de tequila.
Capítulo 28

Vanessa
Me levanté de mi silla y enderecé mi falda. Ya el día de trabajo había llegado a su
fin y estaba agotada. No había dormido nada la noche anterior. Toda la noche había
estado llorando sobre el hombro de Belén. Me sentí mal por mantenerla despierta
toda la noche, pero ella había insistido en quedarse conmigo. Yo era un desastre. No
comí nada desde la comida del día anterior. Antes de irme al trabajo, apenas pude
ducharme y no me molesté en maquillarme. Hice un moño con mi cabello cuando
todavía estaba mojado. Solo gasté el mínimo esfuerzo.
Salí a la calle y busqué las llaves del auto en el fondo de mi bolso. De alguna
manera logro perderlas en el oscuro fondo de mi cartera casi todos los días. Mis
dedos encontraron el brillo de labios, el perfume, los pañuelos papel, los tampones
y un espejo compacto antes de que finalmente agarraran la cuerda del llavero donde
estaban mis llaves. Las saqué cuando llegué a mi auto, pero se enredaron con algo.
Solté un gemido frustrado y dejé caer mi bolso al suelo. Me incliné y comencé a
tratar de desenredar el desorden. Cuando me puse de pie, vi a alguien que estaba
parado a mi lado.
Salté hacia atrás con un grito y mi mano sobre mi pecho.
“¿Alonzo?” Siseé cuando lo vi. Mi corazón comenzó a latir a mil por hora.
“Casi me matas del susto. ¿Qué estás haciendo aquí?”
Alonzo miró sus pies. “Yo, eh…”.
“¿Vienes a acusarme de tener sexo con más personas? ¿Tal vez con mi jefe?
Sabes cuánto me gusta ¿No?”.
“No”, dijo Alonzo, sacudiendo la cabeza y mirando a todas partes menos a mí.
“Vine a disculparme por cómo actué anoche. Estaba equivocado. Lo siento”.
Lo miré fijamente. ¿Hablaba en serio? “¿Lo sientes?”, le pregunté.
“Sí. Y me gustaría llevarte a cenar esta noche, si estás dispuesta a sentarte
conmigo, por supuesto. Entiendo si no quieres. Pero necesitamos hablar”.
“¿Hablar?”, le pregunté. “¿Estás seguro de que no quieres otra oportunidad
para gritarme? Alonzo, quiero arreglar esto, pero en cierto punto, no puedo seguir
forzando algo que no va a suceder”.
“Lo sé”, dijo Alonzo. “Créeme. Lo entiendo. Solo quiero hablar esta noche. Los
dos necesitamos hacerlo. Vamos, ¿qué dices?”
Busqué sus ojos. Él parecía lo suficientemente sincero. Toda la ira que había
visto en él en Dante’s había desaparecido. Ahora, de pie frente a mí, era más como
el Alonzo que conocía y amaba. Un poco más sombrío de lo normal.
Probablemente porque se sentía culpable por la rabieta que había arrojado la noche
anterior.
Suspiré. “Bueno. Me gustaría hablar, también. Pero primero necesito llevar el
auto a casa”.
“No te preocupes por eso”, dijo Alonzo, extendiendo su mano para tomar mi
bolso. Dejé que lo hiciera y él me devolvió una sonrisa amable. “Reservé en un
restaurante y no quiero perder la reservación. Te llevaré a trabajar el lunes si no
hemos venido antes para buscar tu auto”.
“Está bien”, dije, sintiendo que dentro de mí empezaba a asomar una pequeña
esperanza.
Alonzo había reservado en un restaurante al que ninguno de nosotros había ido
antes. Era un lugar pequeño que parecía estar dirigido por una familia con un
número obsceno de niños. El personal de doce estaba compuesto por una madre y
un padre, una abuela que se especializaba en los postres del menú y luego los nueve
niños que trabajaban como servidores y anfitriones.
Estaba débilmente iluminado con velas flotando en la parte superior de tarros
de albañil llenos de agua, arándanos, rodajas de naranja y vegetación. Todo era
rústico y hogareño, y todo el lugar olía a canela y especias.
Alonzo me llevó a la parte de atrás del restaurante. Estaba dividido en pequeños
cubículos. Cada pequeño espacio albergaba un íntimo comedor privado. Alonzo
cerró la cortina detrás de nosotros, tomó mi chaqueta y sacó mi silla. Me senté, y él
me ayudó con la silla. Lo vi caminar alrededor de la mesa y acomodarse en el
asiento frente a mí. Observó con detenimiento el reservado privado, tomando nota
de la hermosa pintura de acuarela en la pared y las baldosas únicas azules y blancas
en el techo.
“Este lugar es genial”, dijo Alonzo. “Solía ser una panadería italiana. De ahí
provienen todas estas fichas”.
“Es diferente, eso es seguro. Nunca he visto puestos privados como este
excepto en algunos lugares de sushi. ¿Hiciste una búsqueda rápida en Google antes
de elegir este sitio?”, le pregunté, sonriendo involuntariamente.
“Tal vez”, dijo Alonzo maliciosamente, mientras agarraba la servilleta de la
mesa y se la ponía sobre la rodilla. Yo hice lo mismo.
El mesero llegó para llenar nuestros vasos con agua helada y ofrecer algunas
opciones de vino. El vino lo sirvieron con una pequeña fuente de quesos y una
variedad de pan, que mordisqueamos mientras mirábamos el resto del menú para
elegir nuestras comidas.
Una vez que habíamos pedido, Alonzo se inclinó hacia delante con los codos en
el borde de la mesa. Me miró con una expresión calmada y luego comenzó a hablar.
Era evidente para mí que había ensayado lo que quería decir mucho antes de llegar a
mi trabajo para invitarme a cenar.
“Vanessa”, comenzó. “Me comporté como un tonto la otra noche y todas las
otras veces antes de eso. En primer lugar, nunca debí haber tomado tu diario. Pasé
el límite. El hecho de que seamos amigos no significa que tenga derecho a conocer
todos los detalles personales de tu vida. Básicamente, estoy tratando de decirte
cuánto lo siento. Lo siento, pero aún estoy preocupado”.
“¿Preocupado por qué, exactamente?”, le pregunté. Quería asegurarme de tener
todos los detalles esta vez. No quería perderme nada. Alonzo nos estaba dando la
oportunidad a ambos de realmente poner todo en claro. Iba a aprovecharlo.
“Preocupado por ti y por Bruno. Preocupado de que si me dejo querer ahora,
solo saldré lastimado más tarde”.
“Está bien”, dije lentamente, pensando bien mi respuesta. “Bueno, la verdad es
que Bruno no es quien me importa realmente, todo lo que paso fue porque en ese
momento me sentía obligada a ser como todas mis amigas que habían perdido su
virginidad, y lo cierto es que en ese momento tu no estabas interesado en mí, me
sentía sola y me emborrache y las cosas cambiaron su rumbo. Fue un error, un
error que hubiera querido olvidar. Fue estúpido. Pero eso no hizo que Bruno y yo
nos acercáramos más o nos alejáramos. Hemos sido los mismos desde entonces. No
tengo un interés amoroso con él. Siempre fuiste tú quien me importó. Te amo”.
Tratar de entender la falta de expresión de Alonzo fue como tratar de leer un
idioma extranjero. No tenía ni idea de qué pensamientos estaban corriendo por esa
hermosa cabeza suya. Finalmente, él habló. “Bien. Aun así, estoy nervioso de que
me ocultes otros secretos. No podría soportar descubrir que hay más que me has
estado ocultando. No algo tan importante como lo tuyo con Bruno, pero quizás
otras cosas”.
“Te lo prometo, Alonzo, no estoy ocultado más nada. Ya te lo dije. Lo creas o
no, quiero que sepas todo sobre mí. He compartido todo contigo. Excepto eso.
Porque fue mi mayor error, y no podía hacer nada por cambiarlo. Yo quería dejarlo
en el pasado, no quería que afectara algo entre nosotros o que Bruno se sintiera
comprometido en cuidarme cuando ambos sabíamos que no sentíamos nada, por
eso juramos dejar el tema ahí y nunca decirlo. Pero no te oculto nada más”.
Vi como Alonzo se desinfló como un globo frente a mí. Era como si mis
palabras hubieran quitado el peso del mundo de sus hombros.
“Puedo creerte Vanessa, sé que tus palabras son verdad. Por favor entiende que
me cuesta mucho dejar el tema porque realmente me duele la traición. Pero me
duele mas no tenerte en mi vida”.
Sus palabras fueron como un bálsamo, alivio mi angustia. “Pero eso no te da
derecho a tratarme mal. No quiero que sientas que puedes gritarme cosas ofensivas
como el otro día en Dante’s”, antes de seguir Alonzo se adelantó. “No, claro que no
Vanessa eso estuvo muy mal de mi parte y me siento avergonzado por cómo actué y
lo que dije, sé que no eres así. Yo nunca debí decirte esas cosas o actuar así contigo,
no lo merecías. ¿Puedes perdonarme?”
“Si, puedo perdonarte, solo quería dejar muy en claro que hay cosas que no
dejare pasar nuevamente Alonzo. Yo estoy enamorada de ti, pero jamás dejare que
me pases a llevar, debo cuidarme a mí misma también. Yo nunca te faltaría el
respeto. Entiendo tu dolor y tu rabia. Pero algo así no lo dejare pasar nuevamente”.
“Por esta razón es que tanto me gustas. Eres correcta” sus ojos me miraban con
ternura y afecto. Yo estaba siendo dura porque no podía dejar pasar una falta de
respeto así, pero en el fondo tenía mucho miedo porque aún no sabía que pasaría
entre nosotros. Igualmente quería dejar todo en claro. No podía llegar cualquier día
a mi trabajo o gritarme por ahí cada vez que sintiera que yo le estaba mintiendo.
“Solo quiero que entiendas que no corresponde que reacciones mal cada vez
que no sepas cómo lidiar conmigo. O que imagines que te estoy ocultando cosas.
Somos personas adultas que debemos conversar y arreglar las cosas por el camino
de la palabra. Seamos amigos o no, debemos comunicarnos como siempre, de otra
forma solo nos dañaremos el uno al otro y yo no quiero algo así”
“Me vas a matar, Vanessa Andrade. Amigos ¿te parece?”.
Sonreí. “¿Me parece que tal vez ya estás dejando las cosas atrás? ¿O estoy siendo
demasiado optimista?
“Estás siendo muy realista, en verdad, yo ya no te podría querer solo como mi
amiga”, dijo Alonzo.
Arqueé una ceja. Alonzo se rio entre dientes.
“¿Estás seguro?”, le pregunté “No quiero hacer esto otra vez. No puedo pelear
contigo. Es muy difícil. Casi me mata cada vez que lo hacemos. Sin mencionar que
Belén te perseguirá si cambias de opinión”.
“Bueno, definitivamente no quiero que eso suceda. Y estoy seguro de que esta
vez es definitivo. Yo no quiero y no puedo estar sin ti. Quiero dar vuelta esa página
y empezar nuestra historia. Ambos tenemos un pasado y si ya sé el tuyo y tú sabes el
mío, me siento preparado para empezar el nuestro. No quiero actuar como un
idiota. No quiero seguir siendo un bonachón. Quiero tenerte en mi vida y cuidarte y
para eso debo dar este paso de dejar el tema atrás y avanzar de tu mano. Porque
ambos merecemos ser felices juntos”.
Me levanté de mi silla y dejé que la servilleta que cubría mi muslo cayera al
suelo. Alonzo se quedó dónde estaba, mirándome con una expresión ligeramente
desconcertada mientras daba un paso alrededor de la mesa para pararme a su lado.
Él se movió en su silla para quedar frente a mí.
“¿Qué estás haciendo?”, preguntó.
“Tomando lo que quiero”, respondí, extendiendo la mano y deshaciendo el
botón de sus jeans.
Me miró y abrió muchos sus ojos mientras yo le desabrochaba el cierre.
“¿Aquí?”, preguntó.
“Aquí”.
Halé desde su estómago la liga de sus boxers y liberé su pene. Me puse de
rodillas ante él y apoyé las manos en sus muslos. Aparté sus piernas para poder
moverme entre ellas. Entonces tomé su pene en mi boca.
Se sacudió con sorpresa cuando rodé mi lengua sobre la parte sensible debajo
de la cabeza de su pene. Jugueteé con él, completamente a gusto, aunque lo estaba
chupando en el medio de un restaurante. Nuestro mesero podría entrar en cualquier
momento con nuestras comidas. La emoción de romper las reglas y tomar riesgos
me excitaba. Pude sentir un calor acumulándose entre mis piernas. Quería montarlo
en ese momento.
Y eso es lo que iba a hacer.
Me paré. Alonzo vio cómo me levantaba la falda. Me senté a horcajadas sobre
él, acercándome un poco más, de modo que estaba flotando sobre su gran
miembro, que apuntaba hacia mi vagina como una flecha. Envolví mis brazos
alrededor de su cuello para equilibrarme y doblé mis rodillas, sentándome en su
regazo.
Su pene se deslizó dentro de mí. Ambos dejamos escapar suspiros susurrantes
de placer.
Sentí algo diferente esta vez. Ya no estaba esa pequeña voz en la parte posterior
de mi cabeza que me recordaba que él podría dejarme otra vez. No tenía esa
sensación nerviosa en mis entrañas que solía tener cuando estaba cerca de él. Por
primera vez en mucho tiempo me sentí relajada, y quería mostrarle cuánto valoraba
su perdón.
Giré mis caderas suavemente sobre él. Él agarró mi cintura. Me incliné y lo
besé, y nos quedamos así, nuestros labios se cerraron mientras comencé a saltar
sobre él.
Pude escuchar a los otros clientes en el restaurante conversando entre ellos. De
vez en cuando llegaba el ruido de un cuchillo golpeando un plato. Oí un servidor
tomar una orden. Una máquina de expreso estaba moliendo granos de café.
Alonzo me tiró con fuerza sobre su pene, enterrándose profundamente dentro
de mí. Ahogué mi gemido mientras mi cuerpo temblaba de placer. Mi cuerpo se
llenó de electricidad cuando todos mis músculos se tensaron preparándome para un
orgasmo. Alonzo lo sintió. Él me sostuvo contra él, sus labios aún presionados
contra los míos, y levantó sus caderas. Sus manos me apretaron en mi culo. Él gimió
contra mi boca mientras me seguía besando.
Yo acabé. Sus labios sobre los míos me impidieron gritar. Continuó cogiéndome
y usó sus manos para girar mis caderas en un círculo. El ritmo fue exquisito. Su
verga se sintió repentinamente más grande dentro de mí, y supe que estaba a punto
de explotar.
Alguien dejó caer un vaso en algún lugar del restaurante. La voz de una mujer se
oyó disculpándose repetidamente mientras uno de los meseros intentaba
tranquilizarla diciéndole que solo era un vaso. Los sonidos generales de las sillas
moviéndose fuera de las mesas llegaron a nuestros oídos.
El riesgo de ser atrapados era tan alto en este momento. Cada sonido en el
restaurante se sintió amplificado; al igual que todos los olores. Curry, espagueti,
cebollas fritas y champiñones, algo azucarado y dulce. La emoción de montar a
Alonzo en medio de un restaurante concurrido me hizo sentir como si fuera otra
persona; alguien a quien no le importaba lo que otras personas pensaban y estaba
haciendo lo que ella quería cuando quería.
Las manos de Alonzo presionaron mi espalda baja, y él me agarró con fuerza.
Me acercó a él, y me balanceé hacia adelante y hacia atrás. Sus ojos estaban
cerrados, y todos sus músculos estaban apretados.
“Quiero sentir como acabas”, le susurré al oído, mordisqueándole el lóbulo.
Se estremeció debajo de mí y dejó escapar un suave gemido. El profundo
sonido en la parte posterior de su garganta hizo que mi piel se sintiera caliente. Iba
a acabar.
Nos apretamos, segundos más tarde, agarrándonos el uno al otro con fuerza
como si alguien estuviera tratando de separarnos. Cuando habíamos librado
nuestros orgasmos, me mantuve sobre él, con su verga todavía dentro de mí,
nuestros pechos subiendo y bajando al unísono con nuestras respiraciones fatigadas.
“Eso estuvo genial”, respiró Alonzo, todavía algo sorprendido de que
hubiéramos tirado en medio de un restaurante.
Solté una risita ante su expresión y me alejé de él. Me bajé la falda y traté de
avivar mi cara para ahuyentar el enrojecimiento que sabía que tendrían mis mejillas.
Alonzo se subió el cierre mientras me miraba desde el otro lado de la mesa. Puse mi
servilleta sobre mi regazo y traté de parecer lo más inocente posible.
Tres minutos más tarde nuestro mesero llegó con nuestras comidas.
Capítulo 29

Alonzo
Vi a Vanessa caminar hacia mí desde la puerta de su edificio mientras yo me
apoyaba en el costado de mi automóvil. Me tomé un momento para llenarme de lo
hermosa que era. Iba vestida casualmente con un par de jeans oscuros ajustados y
un jersey de cuello alto negro. Pequeños aretes dorados parpadeaban en los lóbulos
de sus orejas, y su oscuro cabello estaba recogido en una coleta alta y rizada. Su
rostro era luminoso y alegre, y sus ojos brillaban. Sus labios tenían brillo rosado que
me invitaban a besarla cada vez que ella me sonreía. Cuando se acercó, le abrí la
puerta del pasajero.
“Todo un caballero”, dijo, deteniéndose a mi lado y poniéndose de puntillas
para darme un beso. Ella sabía a fresas y menta. Se metió en el auto. Cerré la puerta
detrás de ella y caminé alrededor del capó para ponerme del lado del conductor.
“Entonces, ¿a dónde me llevas?”, me preguntó, lanzándome una mirada
escéptica mientras se abrochaba el cinturón de seguridad.
“Hay un par de cosas en la agenda del día. Tendrás que ser paciente. Pero
nuestra primera parada es la máxima prioridad: necesitamos sustento”.
“Está bien”, sonrió. “Me gustan las sorpresas. ¿Puedes darme una pista?”.
“No”.
“¿Ninguna?”, suplicó, haciendo pucheros con sus labios perfectos y haciendo
de alguna manera que sus ojos se vieran más grandes.
“Ninguna”, le dije, aunque cuando me miraba así me tentaba a confesarle mis
planes.
Había planeado un día completo para ella y para mí. Cuando éramos más
jóvenes, nos comportábamos como típicos adolescentes. Teníamos rutinas y hábitos
que a menudo nos obligaban a hacer el mismo tipo de cosas día tras día. Había
planeado un día completo con ella donde solo haríamos cosas que solíamos hacer
juntos cuando éramos jóvenes y estúpidos. Bueno, cuando yo era estúpido. Vanessa
nunca había sido estúpida.
Conduje al destino número uno: desayunar en un cuchitril en el que solíamos
venir en nuestra adolescencia alrededor de las dos de la tarde todos los domingos.
Vanessa solía ordenar los waffles de fresa con un lado de crema batida adicional. Yo
optaba por un desayuno completo con huevos, tocino, papas fritas, tostadas y
salchichas extras.
Cuando aparqué el coche, Vanessa chilló con emoción desde su asiento. “¡No
he estado aquí en años!”, gritó. “Desde la última vez que vinimos aquí juntos.
¿Cuándo fue eso? ¿Hace seis años o algo así?
“Algo así”, dije, saliendo del auto.
Vanessa y yo caminamos por el costado del edificio y entramos. Solicitamos un
asiento junto a una ventana y miramos los menús. Los ojos de Vanessa se
agrandaron. “Todo es exactamente igual”, respiró.
“Maldición, así es. Excepto que sus precios son un poco más altos”.
“Por supuesto, ahora ves los precios”, rio Vanessa.
“Oye. No juzgues”.
“Sin juzgar”, dijo Vanessa, volteando el menú y deslizándolo hasta el borde de
la mesa. Ella puso su barbilla en su mano y apoyó su codo sobre la mesa. “Esto se
siente extraño. La última vez que me senté frente a ti en este lugar no te crecía
barba”.
“¿Oh? Bueno, la última vez que estuve aquí contigo, tenías reflejos rubios y
usabas flequillo. Y llevabas ese horrible jersey esponjoso que tanto te gustaba. El
rosado. Parecía hecho de algún perro callejero”.
“Oye, me gustaba mucho ese suéter. Era acogedor”.
“Y horrible”, señalé.
Vanessa se rio y puso los ojos en blanco. Bromeamos de ida y vuelta por un
tiempo hasta que hicimos nuestros pedidos. Ambos pedimos lo que solíamos pedir
hace años y nos lanzamos miradas de complicidad mientras le decíamos a la
camarera lo que queríamos.
Luego hablamos sobre el pasado hasta que llegaron nuestras comidas. Comimos
hasta hartarnos, disfrutando cada mordisco. Por supuesto, robamos comida de los
platos del otro, que era otra cosa que solíamos hacer cuando éramos chicos. Me
aseguré de no tocar ninguna de las fresas en los waffles de Vanessa. Sabía que eran
su parte favorita de la comida. También sabía que si ella no estaba dispuesta a
compartir, no dudaría en pincharme el dorso de la mano con el tenedor. Había
sucedido en varias ocasiones cuando éramos adolescentes.
Una vez que terminamos de comer, nos montamos en el auto y conduje rumbo
a nuestra siguiente parada. Vanessa me molestaba con preguntas durante todo el
camino mientras intentaba descifrar adónde íbamos antes de llegar. Cuando llegué a
Chariot’s Park, Vanessa suspiró en su asiento.
“Debería haberlo sabido”, murmuró. “¡No puedo creer que no lo adivinara!”
Me reí y salí del auto. Abrí el maletero y recogí algunos artículos que había
empacado para este lugar: una manta, un termo de chocolate caliente y una bolsa
con frutos secos. Este era nuestro refrigerio cada vez que nos escapábamos durante
la noche antes de hacer nuestra tarea. Bueno, antes de que Vanessa hiciera su tarea.
Caminamos por el camino irregular del parque hasta el lugar donde solíamos
sentarnos juntos. Estaba en lo alto de una pequeña colina en el medio del parque
que miraba hacia un estanque. En el verano, el estanque estaría lleno de actividad.
La gente alimentaría a los patos o competiría en pequeños veleros. En las llanuras
cubiertas de hierba junto al agua, a menudo había personas jugando frisbee o
haciendo ejercicio. Nos encantaba sentarnos en nuestra manta mirando a la gente.
Hoy no había muchas personas que mirar por el simple hecho de que era pleno
invierno. A Vanessa no pareció importarle el frío cuando la acerqué a mí. Nos
sentamos juntos sobre la manta, presionándonos uno contra el otro mientras
bebíamos chocolate caliente y arrojábamos frutas en nuestras bocas. Al igual que en
los viejos tiempos, Vanessa nunca atrapó nada. Cuando empacamos para pasar al
siguiente lugar, su lado de la manta estaba cubierto de maní y pasas.
Después de ahí, fuimos al campo de práctica de golf. Bebimos cervezas y
ambos jugamos terrible. Algunos de los otros golfistas se detuvieron para mirarnos,
probablemente intrigados por nuestra presencia. Ambos éramos tan malos que
estaba bastante claro que no pertenecíamos allí. En cualquier caso, nos divertimos, y
me encantó la forma en que Vanessa se quedaba cerca de mí todo el tiempo. Parecía
que apenas había cortos momentos en el que no nos tocábamos. Me sentí como un
adolescente enamorado una vez más.
Luego, la llevé a la sala de juegos que frecuentamos cuando éramos jóvenes y
estábamos en la ruina. Muchos de los juegos que solíamos jugar habían
desaparecido hacía tiempo, así que nos desafiamos entre nosotros en algunos juegos
de carreras. Me mortificaba cada vez que perdía. Jugamos todo lo que pudimos y, al
final, juntamos nuestros tickets para comprarle a Vanessa una variedad de sus dulces
ácidos favoritos.
Ella empezó a mordisquear los dulces cuando regresamos al auto. Le dije que
arruinaría su apetito para la cena. Ella sacó su lengua hacia mí, que estaba color azul
brillante por uno de los dulces, y luego procedió a chupar el final de una golosina
agria. Ver sus labios era un tormento.
La cena fue perfecta. Comimos hamburguesas en el que solía ser nuestro sitio
favorito. Íbamos allí durante las noches con Cristian, Belén y todos los otros chicos
con los que salíamos en ese momento. Compartimos un batido y recordamos esos
momentos.
“¿Qué has planeado para el resto de la noche?”, preguntó Vanessa, girando el
extremo de la pajilla en la crema batida encima del batido.
“Esta es nuestra última parada. Pero, pensé que deberías quedarte en la noche”.
La idea de irme a la cama sin ella no me resultaba agradable. No quería estar sin ella.
“¿Eso pensabas?”, Preguntó, hundiendo la paja en el batido y cerrando los
labios sobre el final. Ella chupó, y vi que la bondad chocolatada se arrastraba por la
paja.
“Así es”.
“Divertido”, dijo, echándose hacia atrás y lamiéndose los labios. “Estaba
pensando lo mismo”.
Vanessa estaba sacándome la camisa de los pantalones antes de que siquiera
lograra cerrar la puerta de mi casa. Logré pasarle el seguro antes de quedar
completamente absorto en ella. Olía a verano. Ella sabía a playa. Me sacudí la
camisa cuando ella la pasó por encima de mi cabeza, y luego la ayudé a salir de la
suya.
Ella llevaba un sujetador rosa pálido. Era sencillo, salvo por una sola joya
brillante entre sus pechos. Se desabrochó los pantalones y se los bajó por las
caderas. Me quité los pantalones y dejamos la ropa en un camino por el pasillo hasta
que llegamos a mi habitación. Luego me hice cargo.
Levanté a Vanessa y la coloqué en la cama. Trató de darse la vuelta. Sabía que
ella querría intentar chupar mi pene. Estaba duro y listo, sensible para ser acariciado
y chupado, pero quería que esta noche fuera para ella. Quería mostrarle lo especial
que era. De eso se había tratado todo este día.
La ayudé a bajar presionando suavemente sobre sus hombros. Ella obedeció,
frunció el ceño ligeramente, y sus ojos se fijaron en mí. Ella tenía curiosidad. Estaba
hermosa. Era difícil no detenerse y mirarla fijamente mientras descansaba en mi
cama solo con su sostén y sus bragas.
Luego se quitó las bragas. Ella los giró alrededor de un dedo, sonriéndome todo
el tiempo, y luego las arrojó por encima de su hombro donde desaparecieron de
vista hacia el otro lado de la cama. Me acerqué a ella y presioné mi rodilla entre sus
piernas, forzándola a abrirlas. Ella hizo lo que yo quería y descansó su cabeza hacia
atrás en la cama.
Me agaché entre sus piernas. Su vagina estaba hinchada y rosada para mí. Iba a
sentirse tan bien cogerla. Lo anhelaba.
Pero primero, quería que tuviera un orgasmo.
Extendí la mano y rocé la punta de mi dedo índice a lo largo de la raja de su
vagina. Ella se estremeció cuando rocé su clítoris. Continué jugueteando con el
dedo. Cuando sus caderas comenzaron a levantarse de la cama, supe que no podría
aguantar mucho más. Así que me acomodé y metí lentamente un dedo dentro de
ella. Su brusca inhalación y la forma en que su vagina se apretó de mi dedo era
prueba suficiente de que estaba tan excitada como el infierno. Yo también.
Me incliné hacia adelante mientras metía mi dedo dentro de ella y con mi tibia
lengua lamí su clítoris. Ella jadeó. Me encantaba escuchar los suaves y pequeños
sonidos que hacía mientras la complacía. Moví mi lengua sobre su clítoris,
sintiéndola temblar en el interior de sus muslos mientras sostenía una pierna a cada
lado.
Ella se inclinó y anudó sus manos en mi pelo. Su respiración se hizo más rápida.
Deslicé otro dedo en ella. Mi lengua continuó rodando sobre su brote hinchado, y
mis dedos se curvaron dentro de ella.
En ese momento no reprimió su grito. Seguí lamiéndola y frotándola mientras
sus caderas se sacudían y sus piernas temblaban.
Cuando acabó, me alejé y la volteé. De inmediato ella estaba boca abajo sobre el
colchón. Sus dedos ya estaban agarrando las sábanas cuando moví mi pene y
comenzó a sentir su cavidad húmeda. Me metí dentro de ella, disfrutando de la
forma en que ella me agarraba con su vagina. Cuando la penetré hasta el final
sostuve su culo con ambas manos y lo apreté. Ella gimió.
Entonces le di una nalgada. Soltó un grito que se convirtió en un gemido y
enterró su rostro en mi manta. Le di otra nalgada. Su culo se sacudió, y le enterré
mi pene más profundamente. Luego la agarré por las caderas para mantenerla en su
lugar y comencé a empujar mis caderas, cogiéndola como si fuera la última vez que
nos íbamos a ver.
Mis sábanas no hicieron nada para sofocar sus gritos de placer. Los sonidos que
salieron de ella me animaron, y me embestí contra ella como un animal salvaje.
Pude sentirla acercándose a mí. Yo iba a explotar pronto, y ella también.
Abrí sus nalgas y me la cogí tan duro como pude. Ella echó la cabeza hacia
atrás, arqueando su espina dorsal, y dejó escapar un gemido sin aliento cuando tuvo
su orgasmo. Sentí la humedad alrededor de mi pene. Ella estaba tan cálida, tan
sedosa. Acabé segundos después, llenándola de mi esperma. Ella se estremeció.
Cuando nos separamos, todo lo que quería era volver a estar dentro de ella.
Capítulo 30

Vanessa
Estaba sentada en mi tocador cuando escuché a Alonzo entrar por la puerta de
mi casa. Tocó dos veces y luego entró, gritando mi nombre mientras cerraba la
puerta detrás de él.
“¡Estaré en un minuto!”, le respondí.
Él me estaba recogiendo para llevarme a casa de sus padres para una cena
familiar. Estaba emocionado de verlos en un ambiente menos concurrido. Amaba a
sus padres y no había tenido tiempo de estar con ellos en la fiesta como quería.
Había pasado mucho tiempo con ellos cuando era adolescente. Su madre me había
dado consejos que me ayudaron a superar los altibajos de la escuela secundaria.
Sospeché que siempre había sabido lo que sentía por su hijo menor.
Recorrí los cajones en mi tocador buscando mi lápiz labial líquido favorito. Lo
encontré escondido en la parte posterior y lo apliqué a mis labios. Era un rojo
intenso y audaz que complementaba el maquillaje de ojos neutros que llevaba
puesto. Tenía el pelo recogido hacia un lado con hebras rizadas alrededor de mi
cara. Llevaba un vestido ajustado de color gris oscuro, mangas largas y tacones
rojos. Sabía que a Alonzo le gustaría el vestido.
Agarré mi abrigo del borde de la cama y me encontré con Alonzo en la cocina.
Estaba apoyado en uno de mis mostradores mientras esperaba y hojeaba una revista
de diseño que yo había dejado fuera. Cuando salí de la habitación, levantó la vista.
“Te ves impresionante”, dijo, acercándose. Tomé su mano, y él me haló hacia él.
Pasó su pulgar sobre mi mandíbula y luego sacó un mechón de pelo suelto de mi
cara. “Absolutamente impresionante”.
“Gracias”, dije en voz baja. “También luces muy guapo”.
No estaba mintiendo. Se había puesto un traje negro perfectamente hecho a
medida. Lo único que vestía que no era negro eran los gemelos de plata en las
mangas de su chaqueta.
“Tengo que lucir bien si voy a estar sentado a tu lado toda la noche” Alonzo se
rio.
Salimos por la puerta y caminamos hasta su auto estacionado en la acera. Me
abrió la puerta del auto y esperó a que entrara para cerrarla y minutos más tarde nos
estábamos alejando.
Cuando estacionamos frente a la casa de sus padres, tenía mariposas en el
estómago. La última vez que estuve aquí fue cuando Alonzo realmente comenzó a
alejarse. Estaba preocupada de que algo sucediera esta noche que lo haría cambiar
de opinión. Lo había pensado una y otra vez mientras me preparaba. Finalmente,
me convencí de que tenía que atravesar esas puertas y esperar que la noche pasara.
Alonzo y yo no podríamos estar juntos otra vez si éramos incapaces de sentarnos
en una misma habitación con toda su familia.
Caminamos hacia la puerta de entrada. Alonzo tocó el timbre. Esperamos.
Estaba tensa. Alonzo no parecía tan nervioso como yo. Le lancé una rápida mirada
cuando escuché pasos en el vestíbulo. Él tomó mi mano y me dio un apretón
tranquilizador. Tal vez entendió cómo me sentía.
Su madre abrió la puerta con una sonrisa brillante. Abrió sus brazos y nos
abrazó a los dos antes de invitarnos a alejarnos del frío. Nos llevó a la sala de estar
donde el resto de la familia estaba disfrutando de algunas bebidas antes de la cena.
El padre de Alonzo estaba en su habitual silla de patas verde junto al fuego. Él tenía
un vaso de brandy en una mano. Bruno estaba en el sofá con su brazo alrededor de
una hermosa mujer rubia.
Alonzo y yo nos sentamos en el sofá ubicado frente a su hermano.
“Bueno, ustedes dos se ven muy bien”, comentó Bruno con una sonrisa.
“¿No es así siempre?”, preguntó Alonzo, mirando a la mujer que estaba bajo el
brazo de Bruno. “¿Y quién es esta chica?”
“Ella es mi novia, Amanda. Amanda, él es Alonzo y ella es Vanessa”.
Amanda nos sonrió a ambos y yo le devolví la sonrisa. Era bastante hermosa.
Sus ojos estaban cubiertos por una brillante sombra dorada, y sus pómulos altos
estaban perfectamente bronceados. Parecía una diosa de la playa. Llevaba un vestido
de seda que era una mezcla entre gris y azul marino.
“Encantada de conocerlos a los dos”, dijo Amanda gratamente. “He oído
mucho sobre ti”.
“Amanda es florista”, intervino la señora Parot. “Hace unos arreglos hermosos.
Deberías ver su trabajo”.
Amanda agitó su mano para soplar el cumplido. “Gracias, pero en realidad no
es nada especial. Simplemente me gusta trabajar con las flores”.
“Bueno, creo que tienes mucho talento”, insistió la Sra. Parot. “Ser humilde es
dulce, querida, pero no hay nada de malo en reconocer tu don”.
Sonreí. La señora Parot era la misma de siempre. Le encantaba hacerle
cumplidos a todos. Ella fue siempre un rayo de positivismo hacia mí”.
La conversación pasó de la floristería de Amanda a cómo estaban las cosas
conmigo. No quería entrar en detalles sobre lo mucho que odiaba a mi jefe, así que
solo les aseguré que todavía estaba feliz trabajando en la editorial. Alonzo habló
sobre su aplicación y la casi implosión de todo después de que fue pirateada.
Afortunadamente, él había solucionado la violación de seguridad y solo había
perdido un inversor. Estaba seguro de que podría reemplazarlo en una semana o
dos.
Nos dirigimos al comedor una hora después de que llegamos y disfrutamos de
una deliciosa cena. Nos sirvieron jamón en miel con papas gratinadas y toneladas
de vegetales diferentes. La comida en la casa de los Parot siempre había sido de
primera categoría.
El postre fue un pastel de lava de chocolate caliente. Me quemé la lengua
mientras comía, pero lo estaba disfrutando demasiado como para parar. Después,
tomamos una taza de café irlandés. Alonzo no bebió para poder conducir a casa.
Al final de la noche, regresamos al auto de Alonzo. Su familia estaba de pie en la
entrada abierta de la casa y se despidió cuando nos alejamos. Mientras conducía,
Alonzo apoyó su mano en mi rodilla.
En mi corazón, sentí que las cosas no podrían haber ido mejor. Pero quería
asegurarme de que no fuera una sensación unilateral. “Esta noche fue perfecta”, le
dije, moviéndome un poco más en el asiento para estar más cómoda.
“Lo fue”, estuvo de acuerdo Alonzo.
“¿Cómo te sientes acerca de todo?”, le pregunté.
Él me miró. En ese momento un faro de la calle lo iluminó con una luz blanca.
¡Dios, qué guapo era!
“Me siento muy bien”, dijo, con las comisuras de la boca curvadas hacia arriba.
“Estoy completamente enamorado de ti, Vanessa Andrade. Necesito que sepas que
entiendo por qué te guardaste el secreto. Ahora lo entiendo. Y, escucha, mientras
nunca me vuelvas esconder algo tan grande como eso, quiero estar contigo. No solo
como amigos con beneficios. Lo digo en serio. De verdad. Quiero hacer que esto
funcione. Te quiero. Te quiero completa. Has sido paciente y comprensiva y todo
este tiempo me has dado lo mejor de ti y quiero que estés a mi lado como debe ser,
como mi pareja.”.
Sentí un vacío en mi estómago. Mis ojos se llenaron de lágrimas. Medio sollocé,
y Alonzo me miró horrorizado.
“¿Por qué lloras?”, Preguntó.
“Lo siento”, dije, frotando las comisuras de mis ojos y tratando de no manchar
mi delineador de ojos. “Estas son lágrimas de felicidad. No puedo creerlo ¿Qué
quieres decir? ¿Qué seamos pareja de verdad?”
“Lo digo en serio. Tú y yo. Así es como se supone que siempre debió ser, ¿no
crees? No sé por qué nos tomó tanto tiempo asumirlo. Pero ahora que te tengo, no
pienso dejarte ir”.
Mi corazón brincó de alegría. No podía creer que esto estuviera sucediendo.
Cuando nos detuvimos en una luz roja, él me lanzó una deslumbrante sonrisa
blanca. Se veía tan feliz como yo. Me incliné, riendo y llorando al mismo tiempo, y
lo besé. Él me devolvió el beso, y solo nos separamos cuando la luz se volvió verde.
El resto del viaje hasta su casa fue el mejor viaje de mi vida.
Llegamos a su casa mucho después de la medianoche. Ambos sacudimos
nuestros zapatos en la puerta y fuimos directo al baño. Mientras se cepillaba los
dientes, me quité el maquillaje. Se trataba de algo muy sencillo, pero se sentía muy
bien.
“Esto es genial”, le dije mientras me secaba la cara con uno de sus paños. “Tú y
yo. Preparándonos para ir a la cama juntos. Como pareja”.
Alonzo sonrió y me dio una nalgada cuando pasó detrás de mí para entrar en la
habitación. “No podría ser mejor”.
Me uní a él en la cama unos minutos más tarde después de aplicar mis cremas
faciales y cepillarme los dientes. Él quitó las sábanas para que yo entrara y una vez
que me arropé él me envolvió en sus brazos. Me acurruqué a su lado. Él acarició su
mentón contra mi hombro. Lo escuché respirar. Me quedé quieta tan solo grabando
ese momento en mi mente: estaba en los brazos de Alonzo Parot. Mi novio.
Sonreí en mi almohada.
Alonzo me atrajo más fuerte a su lado. “Se siente bien”. Susurró en mi oído.
“Se siente muy bien”. Solté una risita.
“Tal vez un poco surrealista”, admitió.
“¿No es así como se sienten las cosas al principio?”, le pregunté, girando la
cabeza para tratar de mirarlo.
Me plantó un beso en la mejilla y me apartó el pelo del costado de la cara. Él
ahuecó mi mejilla y me giró para enfrentarlo. Nos besamos, suave y tierno, y luego
me abrazó con más fuerza. “Buenas noches, Vanessa”, dijo. “Mañana temprano te
llevaré al trabajo. Voy a llevar a mi novia al trabajo”, agregó. Pude sentir la sonrisa
en su voz.
Suspiré feliz.
Lo logramos. Finalmente.
Todo el drama, toda la mierda, había quedado atrás. Estábamos dando nuestros
próximos pasos juntos, y sabía que no había nada que se interpusiera en nuestro
camino; no esta vez. Esta vez las cosas iban a funcionar. Él y yo queríamos esto, y
éramos el tipo de personas que harían lo que fuera necesario para obtener lo que
queríamos. Creo que solo tardó un poco más en darse cuenta, que a mí en descifrar
lo que quería.
Y no me importaba. Porque ahora él era mío, y él estaba acurrucado contra mi
espalda. Su respiración se estabilizó. Lo escuché quedarse dormido. Sentí cada una
de sus respiraciones profundas de su pecho a mi espalda.
Me quedé dormida sonriendo como una tonta.
Capítulo 31

Alonzo
Cuando desperté, pensé que todavía estaba soñando. Al inicio estaba
desorientado. Probablemente porque se sentía como si alguien estuviera chupando
mi pene.
Miré hacia abajo.
Vanessa estaba allí, arrodillada entre mis piernas. Tenía mi miembro en su boca,
y estaba deslizando sus labios hacia arriba y hacia abajo. Sus ojos oscuros estaban
fijos en mí, y una de sus manos estaba acariciando mis bolas.
Estaba seguro, en ese mismo momento, de que si existía el cielo, así es como me
sentiría en él.
Presionó su lengua a lo largo de la parte inferior de mi eje y envolvió todo mi
pene con su boca. Gemí y presioné mi cabeza contra la almohada. Era común para
mí despertar excitado. Sentir su boca chupándome tan temprano me estaba
acelerando. Iba a acabar muy rápido.
Ella jugó con la punta de mi pene, trazando su lengua sobre los puntos más
sensibles y sonriéndome cada vez que me estremecía. Ligeramente enterró sus uñas
sobre el interior de mis muslos y mi estómago. Ella me chupó como nunca antes.
Cuando supo que estaba a punto de explotar, se detuvo y usó sus manos.
Me senté y agarré sus muñecas. Ella gritó juguetonamente cuando la atraje hacia
mí. Me apoyé sobre mis codos y observé cómo ella agarró mi pene y se sentó sobre
él. Ella estaba muy mojada y muy cálida.
“Mierda”, respiré, incapaz de mantener la cabeza.
Vanessa me sonrió y se balanceó suavemente de un lado a otro. Ella agarró sus
pechos y echó la cabeza hacia atrás para mirar el techo mientras se movía encima de
mí. Las puntas de su pelo rozaron la parte superior de mis muslos de una manera
que me hizo querer devorarla.
Pronto comenzó a rebotar hacia arriba y abajo. Sus tetas me suplicaban que las
sostuviera. Extendí la mano y jugué con sus pezones. Ella gimió.
Agarré sus caderas y la mantuve quieta. Trató de alejarse de mí, moviéndose de
lado a lado sobre mi pene. La abracé más fuerte, y logré que se quedara quieta. Ella
me miró, su cabello caía sobre su hombro, cuando comencé a empujarlo
lentamente, levantando mis caderas del colchón. Ella comenzó a gemir de nuevo. El
sonido era suave y dulce.
La cogí más duro. Sus manos cayeron sobre mi pecho para sostenerse. Las
puntas de sus dedos presionaron mi carne mientras se acercaba más y más a su
orgasmo.
Estaba apretando con su vagina alrededor de mi pene como lo hacía justo antes
de conseguir su orgasmo. Apreté los dientes, deseando aguantar y no acabar con
ella. No había terminado las cosas que quería hacerle. Quería cogérmela de
espaldas, de lado, al borde de la cama. Para dejarla temblando de placer.
Obtuve lo que quería. Vanessa acabó mientras le enterraba mi pene. Ella gritó, y
sus muslos se apretaron alrededor de mis caderas. Lo hacía con fuerza. Me encantó
eso de ella. Me quedé quieto debajo de ella cuando su orgasmo terminó. Ella estaba
sin aliento y sonriendo.
Rodé, llevándola conmigo. Su risa era aguda y maravillosa. La arrojé sobre su
espalda. Ella se acostó debajo de mí y levantó sus brazos por encima de su cabeza
entregándose por completo. Ella movió su cuerpo de lado a lado, como una
serpiente. Recorrí con un dedo la línea en el medio de su estómago. Ella se mordió
el labio inferior.
“Estás muy sexy”, le dije mientras le separaba las piernas.
Ella no me respondió. Sospeché que era incapaz de pronunciar palabras en ese
momento. Eso me indicó que yo estaba haciendo un buen trabajo.
Deslicé mi pene dentro de ella. Su espalda se arqueó, y gimió viendo hacia el
techo. Me incliné sobre ella y le sujeté las muñecas por encima de la cabeza con una
mano. Intentó escapar de mí débilmente y luego levantó la cabeza para besar mi
garganta. Pellizcó mi piel ligeramente con sus dientes y luego dejó besos en mi
pecho mientras me movía dentro de ella.
Mantuvo sus piernas separadas para mí. Dejó caer la cabeza hacia el colchón.
Apreté mis manos sobre sus muñecas cuando supe que iba a acabar nuevamente.
Sus caderas se movieron debajo de mí mientras llegaba su orgasmo. Yo conocía
todos sus movimientos.
Su respiración se hacía más rápida. Sus pechos subían y bajaban con cada
respiración que tomaba. La miré, llenándome de su imagen. La cogí tan duro como
pude. Ella soltó un breve grito de éxtasis, y la sentí aún más mojada alrededor de mi
pene. Seguí empujando dentro y fuera de ella, pero esta vez con ritmo lento. La dejé
disfrutar de su orgasmo hasta que supe que estaba lista para recibir más.
Entonces, la volteé sobre sus rodillas. Agarré un puñado de su cabello y le eché
la cabeza hacia atrás cuando la penetré. Vi sus manos apretarse en puños en las
sábanas. Su espalda estaba arqueada tan dramáticamente que la línea de su columna
vertebral se veía dos veces más profunda de lo normal. Los músculos de sus
hombros estaban apretados y los hoyuelos en su espalda me saludaban.
Le enterré mi pene. Mis muslos se presionaban con fuerza contra su espalda.
Me quedé allí por un minuto, sabiendo que ella estaba deseando que siguiera. Su
vagina latía a mi alrededor.
“No pares”, suplicó con voz ronca.
Obedecí su orden. Estiré su cuello más hacia atrás y la cogí más duro y rápido.
Ella se resistió contra mí cuando llegó. Sus muslos se estremecieron y temblaron
cuando los espasmos musculares la atravesaron. Se debilitó en mis brazos. Le solté
el pelo y ella cayó hacia adelante y se giró hacia un lado para poder mirarme por
encima del hombro. Todavía me estaba moviendo lentamente dentro de ella.
Salí de ella y acaricié mi pene. Ella rodó e intentó recuperar el aliento. “Vamos a
llegar tarde al trabajo”, dijo. “Vamos, cógeme hasta que acabes”.
“No me importa si llegamos tarde”, dije.
Ella cerró los ojos y sonrió. Su mano cayó entre sus piernas, y comenzó a
frotarse en círculos lentos. “En ese caso, ven aquí. Quiero tu verga, Alonzo”.
Vi sus dedos moverse sobre su coño hinchado. Estaba de color rosado brillante,
y su clítoris estaba más grande de lo que jamás lo había visto. Estaba muy excitada.
Me acerqué al borde de la cama y la agarré debajo de sus rodillas. La tiré al borde de
la cama. Ella soltó un gemido mientras la ponía de lado.
Lucía tan sexy cuando estaba así. Sus caderas se veían anchas y su cintura
pequeña, mostrando unas curvas que me volvían loco. Me estaba mirando fijamente
con ojos hambrientos y labios carnosos. Sus rodillas estaban apretadas mientras
estaba acostada de lado esperándome. Su vagina estaría muy apretada. No podía
esperar.
Así que presioné la punta de mi pene sobre ella. Jugueteé un poco, rozando mi
pene hacia arriba y hacia abajo a lo largo de su raja. Se mojó aún más.
“Vamos, cógeme”, suplicó, todavía mirándome fijamente.
“¿Lo quieres?” pregunté, abriendo sus labios vaginales con la punta de mi pene.
Ella se mordió el labio inferior y asintió.
“No puedo oírte”, le dije, sacando mi pene. Burlarse de ella era insoportable.
Todo lo que quería era enterrarme hasta las bolas en su apretada vagina.
“Sí, lo quiero”, dijo esta vez con firmeza.
Entonces metí una parte. Esperé un momento y luego terminé de empujar el
resto. Ella gimió suavemente. Empujé hasta el final. Ella dejó caer la cabeza hacia
atrás. Esta era una posición que no había hecho con ella antes.
Puse mi mano derecha sobre su cadera y usé mi mano izquierda para mantener
sus rodillas apretadas y que no pudiera alejarse de mí con cada golpe que le daba.
Ella jadeó cuando me metía con más fuerza. Su mano agarró mi muñeca derecha.
Sus uñas arañaron mi piel.
La forma en que ella me miraba me excitaba aún más. Pude sentir mi pene
endureciéndose y creciendo con más fuerza. Iba a explotar en cualquier momento.
Ella también lo sabía; sus labios se curvaban en una sonrisa seductora. Sus ojos se
cerraron e inclinó la barbilla hacia atrás. Un pequeño gemido escapó de ella
mientras apretaba su agarre en mi muñeca.
La cogí, profundo y rápido. Sus gemidos impulsaron mi orgasmo llenándola
totalmente. Ella bajó la cabeza y agarró las sábanas mientras me salía de ella. Luego
le di a su culo una agradable nalgada. Ella se estremeció y soltó una risita antes de
rodar sobre su espalda y mirar al techo. Su pecho subía y bajaba con cada
respiración, y la observé hasta que ella se apoyó en los codos.
“Eso fue … No tengo palabras”, dijo entre fuertes respiraciones.
“Bien”, dije, arrastrándome sobre ella y plantando un beso en sus labios. “Eso
es lo que estaba buscando”.
“Va a ser difícil concentrarme en el trabajo hoy”. Soltó una risita mientras me
deslizaba y entraba al baño para ducharme. Ella me siguió, haciendo una pausa para
estirarse en el marco de la puerta del baño. Sus dedos se aferraron a la parte
superior del marco, y ella dejó escapar un pequeño y suave gemido de placer por el
estiramiento.
Admiré la curva de su cintura y la línea en el medio de su estómago que llevaba
al ombligo. Sus pechos estaban alegres y llenos. Su vagina estaba sin vello salvo por
un pequeño triángulo oscuros cerca de su hendidura. Sus piernas eran musculosas, y
sus tobillos eran delgados. Las uñas de los pies estaban pintadas de rojo.
“Me vas a matar”, le dije mientras se soltaba del marco de la puerta y se unía a
mí afuera de la ducha. Abrí el agua caliente.
“No sean tan dramático”, susurró, poniendo su dedo sobre mis labios. “No
tienes ni idea de lo buenas que se pondrán las cosas de aquí en adelante”.
“Creo que tengo una pequeña idea”. Sonreí.
“Ya veremos”, dijo, abrió la puerta de la ducha y entró al agua. Peinó su cabello
hacia atrás. El agua goteaba sobre sus cejas y bajaba por su cara. Algunas gotas se
aferraban a sus largas pestañas oscuras. Observé al agua recorrer sus pechos y sus
pezones.
Me uní a ella en la ducha y cerré la puerta detrás de nosotros.
Tenía los ojos cerrados mientras sostenía la cara bajo el agua y se pasaba los
dedos por el pelo. La besé, apartando sus labios con mi lengua. Exploré el interior
de su boca.
Pronto sus brazos se posaron sobre mis hombros, la empujé hacia atrás un paso
para que sus omóplatos estuvieran presionados contra la pared de la ducha. Deslicé
una rodilla entre sus piernas.
Entonces comencé a acariciar su vagina. Ella sonrió mientras nos besábamos.
“Tenemos que alistarnos para el trabajo”, susurró. “A Arturo le dará un ataque
si no estoy allí antes de su primera reunión. Alonzo”, su voz había comenzado
firme pero luego se apagó cuando susurró mi nombre. Ella quería esto tanto como
yo.
“Al carajo con Arturo. Ahora vamos a disfrutar, ¿de acuerdo? Todavía quiero
más de ti. Siempre quiero más de ti”.
Ella separó aún más sus piernas. Deslicé un dedo dentro de ella.
Parpadeó para quitar agua de sus ojos y suspiró feliz mientras yo la cogía con
mis dedos. El agua se sentía caliente en mis hombros. El vapor empañaba el vidrio a
nuestro alrededor.
Vanessa se dio la vuelta y levantó su culo en el aire para mí. Me miró por
encima de sus hombros. “Si quieres más, tómalo”, dijo.
Así que lo hice.
Capítulo 32

Vanessa
Tuve mucha suerte de llegar al trabajo a última hora de la mañana y descubrir
que Arturo aún no había llegado. Había un mensaje en mi escritorio diciendo que
no estaría en ese día debido a una emergencia familiar personal. Supuse que él y su
esposa se reunirían con sus abogados para firmar los documentos de divorcio.
Probablemente ella era la mujer más feliz en este momento, sabiendo que estaba a
punto de librarse de él para siempre.
Así que aproveché su ausencia y llamé a Belén. Le pedí que nos encontráramos
para almorzar, y felizmente estuvo de acuerdo. No le conté que las cosas con
Alonzo habían mejorado. Estaba ansiosa de encontrarme con ella para compartir de
una vez por todas las buenas noticias. Ella había sido mi soporte cuando las cosas
se habían puesto difíciles, y quería que supiera que finalmente estaba feliz. Las cosas
estaban mejorando.
Ella accedió a encontrarse conmigo en un bar ostentoso y alegre ubicado en la
calle de mi oficina. A la una de la tarde, llegué y ocupé una mesa junto a la ventana.
Luego esperé a que ella llegara.
No tomó mucho tiempo. Apareció apresurada, dejando caer su cartera y su
maletín en el suelo junto a su silla y quitándose el abrigo de invierno negro y largo.
Suspiró como si estuviera descomprimiéndose, y luego me sonrió. Me puse de pie y
la abracé, y ambas nos sentamos.
“Te ves genial”, le dije.
“Tú también, hermanita. Hay un brillo especial en ti. ¿De qué se trata?”,
preguntó Belén, entrecerrando los ojos sospechando algo.
Sonreí. Ella sabía leer a través de mí. “Bueno, tengo algunas cosas que contarte.
Es una larga historia. Han sucedido muchas cosas desde la última vez que te vi”.
“¿Me viste? ¿Podías verme a través de todas esas lágrimas?
“Oye”, la regañé. “No es necesario que me recuerdes lo horrible de ese
momento. Lo recuerdo bastante bien”.
Fuimos interrumpidas por el mesero y nos tomó un minuto hacer nuestros
pedidos. Una vez hecho, Belén apoyó la barbilla en sus nudillos y se inclinó más
cerca. “Cuéntamelo todo. ¿Qué ha pasado?”.
No pude evitar la sonrisa que estiró mis mejillas. Mi sonrisa fue tan amplia que
me dolió. Me estaba sonrojando.
“Dios mío, Vanessa”, dijo Belén, con una sonrisa que le cruzó la cara. “En serio,
habla. Me choca el suspenso”.
“Está bien”, le dije, todavía sonriendo como una idiota. “Alonzo y yo somos
pareja de manera oficial”.
“¿Oficial? ¿Una relación oficial? ¿Estás bromeando?”
“No, no es broma. Él me lo preguntó anoche. Nunca hemos estado mejor. Él
ya entiende por qué no le conté sobre Bruno y todo lo relacionado con el
embarazo. Y dijo que mientras yo nunca le oculte otro secreto tan grande, él quiere
estar conmigo. No le basta que seamos amigos con beneficios, sino que quiere estar
conmigo”. Esas malditas lágrimas de felicidad estaban resurgiendo en mis ojos.
Belén dejó escapar un chillido de placer. Ella se levantó de su silla y corrió a mi
lado, donde me apretó en un gran abrazo. Cuando volvió a su asiento, jugueteó
nerviosamente con su camisa. “Estoy tan feliz por ti, Vanessa. Dios mío. Has
querido esto por tanto tiempo. Ambos se merecen esto”.
“Gracias, Belén”.
“Ya sabes”, dijo ella. “Mamá pensaba que Alonzo y tú terminarían juntos. Me
dijo que ella pensaba que algún día se casarían”.
“¿Casarnos?” Me quedé boquiabierta. “De eso no sé nada. Tú y yo sabemos que
Alonzo le tiene miedo al compromiso. Además, si estoy con él, no necesito
demostrar nuestro amor a otras personas. Tomaré lo que esté dispuesto a darme”.
“Uh, eh”, dijo Belén con una sonrisa. “Entonces, si alguna vez te pregunta ¿le
dices que no necesitas el anillo ni la boda?”
“Bueno, por supuesto que no”.
Belén y yo nos echamos a reír. Ella sacudió su cabeza. “En serio, Vanessa, todos
han estado ansiosos por verlos a los dos juntos. Todos nuestros amigos hablan de
eso. No puedo creer que Alonzo y tú nunca lo hayan notado”.
“Para nada”, dije, sorprendida. “¿La gente ha estado pensando que él y yo
terminaríamos juntos?”.
“Así es, durante años”, Belén se encogió de hombros.
De repente, una sombra se proyectó sobre nuestra mesa. Belén y yo miramos
por la ventana y comenzamos a reír cuando vimos que Cristian y Alonzo se
apretaban contra el cristal y nos miraban. Les hicimos señas para que se sentaran
con nosotras.
Segundos más tarde, Alonzo estaba sentado en la silla a mi lado. Puso un brazo
sobre el respaldo de mi silla y se inclinó hacia atrás. Pude sentir su mirada. “¿De qué
estaban hablando las damas?”, preguntó con curiosidad.
“De ti”, dijimos Belén y yo al unísono. Comenzamos a reírnos una vez más.
Alonzo alzó las cejas. “Oh, ¿sí? ¿Sobre lo que pasó esta mañana?”.
Mis mejillas ardieron ferozmente. Le lancé una mirada horrorizada, echó la
cabeza hacia atrás y se rio. Cuando Belén y Cristian comenzaron a reír, me cubrí la
cara con las manos y sacudí la cabeza. “Eres el peor”, protesté.
Alonzo me frotó la espalda y siguió riendo. “Ah, ya sabes lo que te espera”.
“Sí”, dijo Cristian, “he estado durante mucho tiempo esperando ver esto. Todos
lo hemos esperado”.
“Así parece”, murmuré.
Alonzo y Cristian ordenaron sus comidas, y la cocina cronometró todo bien
para que pudiéramos comer juntos. Nos reímos y charlamos sobre cosas sin
importancia. Se sentía tan bien estar sentada con las personas que amaba; se sentía
mejor aún estar sentada con ellos siendo la novia de Alonzo. Era una sensación que
nunca pensé que tendría.
Cuando terminamos de comer, Alonzo dejó caer suficiente efectivo en la mesa
para cubrir el gasto de todos. Cuando todos insistimos en que pagaríamos nuestra
parte, nos dijo que no. Luego me miró y puso su mano sobre mi rodilla.
“¿Quieres venir a mi casa esta noche? Quiero cocinarte la cena. Ven
directamente después del trabajo, si quieres”.
“Por supuesto, quiero ir”, le dije, sonriendo mientras se inclinaba y me besaba.
“Muy bien por ustedes dos”, provocó Cristian. “Aunque nos alegremos de que
estén juntos ahora no significa que los queramos ver en acción. Guarden esa mierda
para el dormitorio, ¿quieren?”.
Alonzo sostuvo mi cara entre sus manos y me besó más fuerte. Solté una risita y
traté de alejarme, pero él me mantuvo ferozmente, probando intencionalmente a
todos allí que no le importaba si querían vernos besándonos o no.
Cuando se apartó, sonrió orgullosamente a Cristian, quien giró los ojos hacia el
techo. Me estaba sonrojando de nuevo, y pude sentir el calor en la parte posterior de
mi cuello. Nunca me había sentido tan avergonzada.
Belén estaba feliz mientras me miraba. A ella no pareció importarle la
exhibición improvisada de afecto público. En todo caso, parecía complacida de
haberlo visto.
“Ustedes dos están hechos el uno para el otro”, dijo Belén mientras se levantaba
y se ponía la chaqueta. “Tengo que volver al trabajo. Nos vemos. Y Alonzo, -
agregó- eres un tipo con suerte. No hay muchas personas lo suficientemente buenas
para mi hermanita. Pero te doy mi sello de aprobación”.
“Tengo suerte”, estuvo de acuerdo, jalándome contra él y besándome en la
parte superior de la cabeza.
Belén se fue sonriendo. Los tres nos quedamos un rato más charlando. Cristian
se fue después de quince minutos, y Alonzo y yo nos quedamos acurrucados al lado
de la gente mirando por la ventana.
“Probablemente debería volver al trabajo”, le dije, sin querer nada más que
quedarme con él.
“Probablemente”, admitió Alonzo, pareciendo tan desconcertado por la idea de
separarse como yo. “Pero estarás en mi casa antes de que nos demos cuenta. La
espera valdrá la pena. Tal vez haga algo nuevo”.
“Hagas lo que hagas, estoy segura de que será delicioso”, le dije mientras nos
poníamos de pie y nos poníamos nuestros abrigos.
“Tienes mucha fe en mí”.
“Tu cocina nunca me ha decepcionado antes”, le dije con sinceridad. “Además,
ya con tu compañía me basta”.
Alonzo me sonrió y me besó en la frente. “A mí también”.
Él me acompañó hasta la oficina. Fuimos tomados de la mano durante todo el
camino. Al inicio fue extraño, pero una vez que caminamos un par de cuadras,
comenzó a sentirse bien. Se detenía frente a los escaparates y señalaba cosas que él
pensaba que yo debería comprar. Su mirada quedó atrapada en una ropa demasiado
atrevida como para usar en público. No me gusta ser el centro de atención. Alonzo
prosiguió fuera de eso.
Señaló un vestido rojo en una ventana. “Te verías tan bien en eso”, dijo,
jalándome hacia él de la mano cuando hice que siguiera caminando.
“Parece caro”, dije, mis ojos escaneando el escote corazón y las mangas de la
gorra. “No tendría a donde ir con algo así. Parece un vestido de Navidad”.
“Tal vez necesito llevarte a algún lugar digno de usarlo”, dijo Alonzo, y dejamos
la ventana de la tienda atrás.
Me acompañó hasta mi oficina y nos despedimos en el estacionamiento. No
pudimos separar nuestras manos el uno del otro. Me dio una lluvia de besos y no
dejaba de acercarme a él cada vez que intentaba irme. La risa burbujeó de mí
mientras aguanté una débil batalla tratando de escapar. Ninguno de nosotros quería
separarse.
Estaba tan enamorada de él.
“Alonzo”, supliqué, “tengo que irme”. Te veré esta noche. Iré apenas salga del
trabajo”.
“Está bien, está bien”, se rindió, dejando que mi mano saliera de la de él. “Te
veré pronto. Cada minuto será una tortura “.
“Deja de ser tan romántico”, me reí, alejándome, pero mirándolo por encima
del hombro. Se quedó parado mirándome con las manos en los bolsillos. Él estaba
sonriendo.
Todavía no podía entender cómo había tenido tanta suerte. Mi corazón se sentía
liviano en mi pecho mientras entraba en el ascensor. Incluso si Arturo Selman
hubiera estado en el trabajo, no habría sido capaz de arruinar mi estado de ánimo.
No me había sentido tan verdaderamente feliz en mucho tiempo. Estaba bastante
segura de que Alonzo sentía lo mismo.
Cuando me senté de nuevo en mi escritorio, pasé un dedo por mis labios.
Todavía podía sentir el hormigueo suave del beso de Alonzo. Suspiré y encendí el
monitor de mi computadora. Fui inútil por el resto del día y no me importó. Miré el
reloj, desesperada por salir de la oficina y volver a estar en los brazos de Alonzo.
Capítulo 33

Alonzo
Sacudí el encendedor, irritado porque justo ahora se había quedado sin fluido.
Traté de encender las velas en la mesa del comedor una vez más, pero cuando el
encendedor hizo clic, no surgió ni una chispa.
“¿En serio?”, murmuré para mí, sacudiendo el encendedor con más fuerza. Lo
intenté por tercera vez. Finalmente, se encendió, pero era solo una pequeña llama
azul. Logré encender una de las velas antes de que se apagara. Luego usé la vela
encendida para encender las otras dos que había.
Me aparté para admirar mi trabajo.
No era bueno en materia de decoración, pero estaba orgulloso de cómo había
quedado todo. Había puesto en el centro de la mesa tres velas de diferentes alturas.
Coloqué servilleta encima de los platos, e incluso me había tomado la molestia de
colocar la sal y la pimienta. Un tazón de ensalada descansaba junto a las velas, y en
el lado opuesto había una cesta de pan horneado. Esperaba impresionar a Vanessa.
Había trabajado como un esclavo, preparando una nueva receta de espagueti.
Sabía cuánto le gustaba a Vanessa la pasta. Era su preferido en cualquier menú.
Tenía la esperanza de conquistarla a través de sus papilas gustativas.
Sonó el timbre. Me sorprendí literalmente corriendo por el pasillo para dejarla
entrar. ¡Dios!, pensé, tranquilízate. Estás actuando como un chico de dieciséis años en una
primera cita.
La idea me hizo sonreír. No me había sentido tan emocionado de ver a una
chica en mi vida.
Cuando abrí la puerta, encontré a Vanessa de pie sonriéndome. Ella sostenía
una botella de vino tinto en una mano y una caja envuelta en una cinta rosa en la
otra. Ella sostuvo las dos cosas. “Traje vino y golosinas para más tarde”, dijo
mientras entraba, y agarré todo.
“Me preguntaba por qué te tardabas tanto tiempo”, le dije.
“¿Tanto tiempo?” Ella se rio”. “Solo llegué quince minutos más tarde de lo que
hubiera tardado si me hubiera venido directamente del trabajo”.
“Sí. Fueron largos quince minutos para mí, ¿de acuerdo?”.
“Está bien”, sonrió, colgando su abrigo en el perchero. Fuimos a la cocina, y
ella vio la mesa puesta. “Oh, Alonzo, esto se ve realmente hermoso. ¡Y cómo huele!
¡es increíble! ¿Qué hiciste?”
“Espagueti”, dije con cierto orgullo mientras revolvía en uno de mis cajones un
sacacorchos. Cuando lo encontré, me puse a abrir el vino. Serví una copa a cada
uno y luego nos preparamos para llenar nuestros platos con pasta y salsa.
Vanessa bebió su vino y me miró. Llevé los platos a la mesa y le acerqué la silla.
Ella se sentó, sonriéndome como una especie de ángel hermoso que había sido
desterrado a la tierra y luego miró hacia abajo toda la comida. “Alonzo, te
esmeraste. Esto está muy bueno”.
“Quería hacerlo por ti”, le dije. “Eres demasiado especial como para no
mostrarte cuánto te amo”.
“Yo también te amo”, dijo Vanessa.
Levanté mi copa de vino. Ella golpeó la suya contra la mía. “Por nuestro futuro
como pareja”, dije, “finalmente”.
“Finalmente”.
Mientras comíamos, nos reímos y conversamos. Me deleité con la risa constante
de Vanessa y admiré la forma en que las llamas de las velas bailaban en sus ojos.
Ella estaba espectacular. Me sentí como si la estuviera viendo por primera vez. Vi
las pecas en el puente de su nariz que solía tratar de cubrir con maquillaje cuando
éramos adolescentes. Vi la arruga que se le hacía en su nariz cuando reía. La linda
forma en que los lóbulos de sus orejas sobresalían un poco, y la dramática curva de
su labio superior me hizo sonreír. Ella era mucho más que solo una chica.
Ella era mi chica.
“¿Recuerdas la vez que fuimos juntos al lago?” pregunté, esperando ver la
reacción de Vanessa.
Ella sonrió y asintió. “Por supuesto. Pensé que iríamos en grupo, pero cuando
llegué allí solo éramos tú y yo. No es que no estuviera contenta por eso. Estaba
secretamente emocionada de tenerte sola para mí durante todo un día”.
Me reí. “Me sentí igual. Te veías genial en bikini. Esa fue la primera vez que vi
tus tetas”.
“Espera. ¿Qué?”, preguntó Vanessa, levantando la vista de su plato y haciendo
una pausa con el tenedor a medio camino de su boca.
“Sí”. Me reí. “¿Recuerdas? Estábamos peleando en el agua jugando. La parte
superior de tu traje de baño se deshizo. Se salió cuando estabas bajo el agua.
Estabas apenada. Nunca antes había visto tus mejillas tan rojas”.
“¡Pero dijiste que no viste nada!”.
“Mentí”. Me encogí de hombros. “No quería que te avergonzaras. Pero, ahora
estamos siendo honestos, lo vi todo”.
Vanessa soltó una carcajada cuando le guiñé un ojo. “Oh Dios mío. Menos mal.
En realidad, eso fue muy digno de ti. Nunca lo hubiera superado. Yo era muy tímida
en aquel entonces”.
“Lo sé. Esa era una de las cosas que más me gustaban de ti. Siempre estabas
sonrojada. Muy linda”.
Vanessa se sonrojó frente a mí, y ambos nos reímos. Cuando volvimos a tener
el control, bajó el tenedor. “Alonzo”, dijo, un poco más en serio ahora. “Quiero que
sepas. Esos tres meses en los que no nos hablamos, fueron literalmente los peores
noventa días de mi vida”.
Todo el humor había desaparecido de sus ojos. “Fue igual para mí”, dije.
“Pregúntale a Cristian. Me tenía que sacar borracho del club porque era la única
forma en que podía estar la mitad del tiempo”.
“Prometo que nunca volveré a ocultarte nada. Así sea tan pequeño como el
hecho de que tengo un patán por jefe. Quiero que sepas todo. Estamos en esto
juntos”.
Extendí la mano y la tomé por encima de la mesa. “Vanessa, está bien. Confío
en ti. Prometo no volver con el tema de Bruno y tú. No tenía derecho a juzgarte o
cuestionarte. Te amo y ya lo hemos superado. Ya es parte del pasado. Estoy listo
para centrarme en nuestro futuro, no en nuestro pasado”.
Vanessa sonrió. “Te amo”, susurró.
Pasé mi pulgar sobre el dorso de su mano. “Yo también te amo”.
“Es una locura pensar cómo va a ser nuestra vida ahora, ¿no crees?”
“¿Qué quieres decir?”, le pregunté. “¿Que vamos a tener cepillos de dientes en
los dos lugares?”.
“Claro”, dijo Vanessa. “Y hacer pijamadas todo el tiempo. Como en los viejos
tiempos, pero mejor, porque compartiremos una cama”.
“Y tendremos mucho sexo salvaje”.
“Eso también”. Ella soltó una risita.
“Estaba pensando”, comencé, “que tal vez deberías tener una gaveta aquí. O
cuatro. Sabes que no uso la mitad de mi guarda ropa. Puedes guardar todo lo que
necesites aquí”.
Ella parpadeó. “¿En serio?”.
“Sí”.
“¿No crees que vamos como…muy rápido?”
“¿Lo crees?” Pregunté.
Ella frunció los labios y luego negó con la cabeza. “No, pero tengo miedo de
que te asustes”.
“No me asustaré”, le dije. “Ya te dije. Estoy cien por ciento seguro. Quiero estar
contigo todo el tiempo. Quiero recuperar el tiempo perdido. Deberíamos haber
hecho esto hace mucho”
“Estoy contenta con las cosas que hicimos en el pasado”, dijo Vanessa.
“Tenemos una buena historia. Nos tomó un tiempo, claro, pero ahora todo valió la
pena. Al menos para mí. Lo mejor se hace esperar y eso vale siempre la pena. Y
definitivamente valió la pena esperarte”.
“Excepto por eso; fui un bruto y leí tu diario y luego me comporté como un
niño en cuerpo de hombre”.
Vanessa estalló en carcajadas. “Sí, bueno, eso lo podría obviar. Pero como dije.
Es una buena historia”.
“Una buena historia para ti”, murmuré. “Yo soy el que quedó como un idiota”.
“Acostúmbrate”, bromeó Vanessa.
Puse los ojos en blanco, y ella se rio de mí. No me importó la burla. De hecho,
me gustó bastante.
Cuando terminamos de comer, limpié la mesa. Vanessa trató de convencerme
de dejarle lavar los platos, pero me negué. “Ponte cómoda en el sofá. Me uniré a ti
en pocos minutos. Abre esa caja de golosinas y adelántate”.
Vanessa me apretó el hombro y me besó en la mejilla antes de dejarme para
fregar las ollas de la pasta y nuestros platos y cubiertos. Sonreí todo el tiempo y no
me di cuenta de eso hasta que cerré el agua.
Me uní a Vanessa en el sofá. Ella estaba sentada acurrucada en la esquina.
Levanté sus piernas y las dejé sobre mi regazo. Se recostó para poder descansar su
cuello en el reposabrazos. Empecé a darle masaje en los pies. Intentó alejarse al
principio. Ella tenía cosquilla en los pies.
“No te voy a hacer cosquillas”, dije. “Relájate”.
Lo hizo. Al rato, ella suspiraba feliz. También le di masaje a sus pantorrillas. “Se
siente muy bien”, murmuró. El vino estaba haciendo efecto. “¿Así es como será
nuestra vida de ahora en adelante?”
“Podría decir que sí”.
Vanessa sonrió y cerró los ojos.
Capítulo 34

Vanessa
Abrí mis ojos. Alonzo me estaba mirando mientras sus dedos masajeaban mis
pantorrillas. Lo que me estaba haciendo se sentía muy bien. Nunca tuve una pareja
con la que me sintiera tan cómoda como con él. Justo ahora me sentía segura,
querida y cachonda y todo por el mismo hombre. Mi hombre. Por quien fantaseé
años.
Sus manos subieron por mis pantorrillas y por encima de mis muslos. Yo
llevaba unos leggins, y él estaba frotando mi pierna camino a llegar a la goma de la
cintura. Antes de llegar allí, se detuvo entre mis piernas y me frotó con sus dedos a
través de la delgada tela.
Ya estaba excitada. Me lamí los labios. Me estaba mirando como si no hubiera
nada más en la habitación. Extendí la mano y tomé mi blusa por debajo. Me la subí
hasta la cabeza y me la quité. Alcancé la parte de atrás de mi sostén y me lo
desabroché.
Alonzo se inclinó hacia un lado y cerró los labios sobre mi pezón derecho. Me
hizo cosquillas con su lengua mientras sus dedos continuaban frotándome. Iba a
dañar mis bragas.
Tomé su cara en mis manos y lo besé. Podía sentir el vino en su lengua. Nos
besamos con avidez, nuestros cuerpos se entrelazaron. Él se inclinó hacia arriba, y
yo enganché una pierna alrededor de la suya. Pasó su mano sobre mi cadera y se
agarró a la parte superior de mis mallas. Luego comenzó a bajarlas.
Quedé totalmente desnuda en muy poco tiempo. Él se quitó la camisa, y yo hice
lo propio con sus jeans, desesperada por liberarlo y sentir su pene en mi mano. Se
rio cuando tuve problemas por bajarle el cierre, y luego él me ayudó. Se quitó todo,
y nos quedamos desnudos en su sofá.
Se acercó de nuevo a mí. Sus labios encontraron los míos, y su mano vagó de
regreso al calor entre mis piernas. Me tocó suavemente. Luego deslizó uno de sus
dedos dentro de mí.
Todo mi cuerpo estaba vibrando de emoción. Él metió otro dedo en mi vagina.
Lo abracé más fuerte. Me besó con ímpetu, sus labios rozaban los míos mientras
metía sus dedos dentro de mí.
No se estaba conteniendo. Él quería que yo acabara. Y era lo que iba a hacer.
Estaba segura de que él podía sentirlo. Solté sus hombros y levanté mis manos
sobre mi cabeza para agarrar el reposabrazos detrás de mí. Mis uñas arañaron la
tela. Solté un pequeño gemido de placer cuando él curvó sus dedos dentro de mí.
Luego los presionó hacia arriba, golpeando mi punto G, y lo empujó
profundamente dentro de mí una, dos, tres veces, hasta que acabé.
Luego su mano libre se cerró sobre mis muñecas en el reposabrazos. Mis
antebrazos se hundieron en el borde, pero ignoré el dolor. Él comenzó a cogerme
con más fuerza con sus dedos. Se movió dentro y fuera y luego jugó con mi punto
G una vez más. Gemí.
Se enderezó sobre mí y sacó sus dedos de mi vagina. Entonces él agarró su
pene y sin dudarlo lo metió dentro de mí. Grité mientras me lo metía y presionaba
las paredes de mi vagina. Todavía él sostenía mis muñecas hacia abajo. Me gustaba
sentirme impotente debajo de él, dejándole tener todo el control. Confiaba en él
más de lo que confiaba en mí misma.
Se balanceó sobre mí, moviendo las caderas de un lado a otro. Fue un éxtasis.
“Sí”, respiré, sintiendo que estaba llegando mi segundo orgasmo.
Él no cambió su ritmo. Mantuvo la velocidad, moviéndose hacia dentro y hacia
fuera, alzando la vista al final de cada impulso para golpear mi punto G.
Entonces acabé. Me retorcí debajo de él cuando el placer se hizo demasiado
intenso. Me abrazó y siguió cogiéndome sin parar. Fue encantador.
Cuando me había cogido hasta el punto en que apenas podía moverme debajo
de él, se apartó de mí. Él tiró de mí hacia arriba con él y se dejó caer en el sofá para
quedar sentado. Él me guio para sentarme encima de su pene.
Se deslizó dentro de mí. Colgué mi cabeza hacia atrás. Sentí cada parte de él
penetrando profundamente mi vagina. Me lo metió completo. No había nada mejor
que tener su pene completo dentro de mí.
Me hizo subir y bajar sobre él. Mientras lo hacía, frotó mi clítoris con su pulgar.
Acaricié mis pechos. Mi piel se sentía caliente. Estaba muy excitada. No quería que
ese momento terminara. Él me hacía sentir plena.
Me empujó hacia él para poder besarme en la boca. Posó besos sobre mi
mandíbula, mordisqueó el lóbulo de mi oreja, y luego besó todo el camino hasta mi
garganta y el pecho hasta que llegó a mis senos. Los chupó y los mordió y se
aseguró de darles a cada uno la misma atención. Mis pezones estaban duros y
sensibles. Pasé mis dedos por su pelo y su rostro quedó a la altura de mi pecho.
Se apartó y me miró. Puso sus manos sobre mis muslos y me sostuvo. La forma
en que brillaban sus ojos me dijo que debía prepararme. Me incliné hacia atrás y
descansé mis manos sobre sus rodillas. Una sonrisa burlona jugó en sus labios.
Luego se sacudió debajo de mí con una velocidad feroz. Su pene se deslizó
hasta el final y luego salía fuera de mí. Eché la cabeza hacia atrás y me apoyé en sus
piernas mientras me cogía. Una de sus manos agarró mi teta. Y subió hasta que me
agarró por el cuello. No con tanta fuerza como para no permitirme respirar, pero
de todos modos me emocionó. Sus dedos jugaron con mis labios mientras sostenía
mi garganta.
Sus embestidas se hicieron más contundentes. Sentí mi orgasmo venir
rápidamente. Apreté sus rodillas. Un pequeño grito escapó de mí cuando acabé. Me
atravesó y me dejó sintiéndome débil y liviana. Alonzo pareció sentirlo.
Él envolvió sus brazos alrededor de mí y se levantó. Su pene todavía estaba
dentro de mí. Caminó conmigo cargada hacia su habitación y me acostó en su
cama. Luego tocó mi cadera para hacerme rodar sobre mi estómago. Me puse de
rodillas para él.
“No”, dijo, “como estabas”.
Confundida, caí sobre mi vientre totalmente acostada mientras él me daba
órdenes. Lo miré por encima del hombro y moví mi trasero hacia él. Lo agarró con
ambas manos y lo apretó. Lo vi jugar. Él había amado mi culo desde el primer día.
Se subió encima de mí, apoyándose en sus manos a cada lado de mis hombros.
Lo miré. Tuve que estirar el cuello. Él me besó boca abajo. Entonces su pene se
empujó entre mis muslos y se metió en mi vagina.
Este ángulo era celestial. Traté de seguir besándolo, pero me quedé sin aliento
en segundos mientras él se apartaba de mí y luego me empujaba una y otra vez. El
ángulo y la sensación de él deslizándose entre mis muslos me impidieron besarlo.
Incliné mi cabeza y presioné mi frente sobre el colchón.
Alonzo se inclinó sobre mí y besó mis hombros y columna vertebral. Sentía su
aliento caliente en mi piel. Me estremecí debajo de él. Su pene se hacía más grande.
Gemí. Mordí las sábanas.
Alonzo gimió por encima de mí. Él también estaba cerca de acabar.
“Vamos, bebé”, le susurré. “Voy a acabar”.
Alonzo se estremeció. Luego aceleró el ritmo. Me cogía con más fuerza y más
rápido. Ahogué mis gemidos con las mantas. Alonzo se puso de rodillas sobre mí y
me sostuvo los hombros mientras me cogía. Nunca antes había llegado tan
profundo.
Mi orgasmo me sacudió hasta lo más profundo. Jadeé debajo de él y temblé
mientras él me llenaba con todo su semen. Se quedó dentro de mí y besó mi espalda
y hombros un poco más. Solté una risita y descansé mi mejilla en el colchón.
“Nada más hermosa que una mujer bien cogida” me susurró Alonzo al oído.
Me reí y él se bajó de mí. Se limpió y volvió a la cama. Me acurruqué a su lado,
y él tiró de las sábanas sobre mis hombros. Luego puso una mano en mis caderas y
me acercó más a él.
Su pene estaba presionado contra mi espalda baja. Moví mi trasero hacia él, y él
se rio entre dientes en mi oído. “No bromees”, dijo.
“Pero es divertido”.
“Te mostraré mañana lo que es divertido”.
“Oh, ¿sí?” pregunté, metiendo mis pies entre sus pantorrillas.
“Sí. Solo cierra esos bonitos ojos tuyos y espera”.
“Está bien”, susurré, haciendo lo que me dijo y cerrando los ojos.
Yo estaba agotada. Sabía que me iba a quedar dormida en segundos. Antes de
que se apoderara de mí, cerré mi mano sobre la suya en mi cadera. “Buenas
noches”, dije. “Te amo”.
“Yo también te amo”, dijo antes de besar mi mejilla y colocar su barbilla en mi
lugar favorito entre mi cuello y mi hombro. “Que duermas bien”.
Me gustaba. Estaba bastante segura de que nunca volvería a dormir mal,
especialmente si Alonzo dormía a mi lado.
Epílogo

Alonzo
Habían pasado nueve meses desde que le dije a Vanessa que quería que
fuéramos novios. Nueve meses yendo felices a la cama, despertando emocionado de
besarla, y sintiéndome agradecido por lo que tenía y casi había perdido.
Miré el anillo apretado entre mi pulgar e índice. Sabía que a ella le encantaría.
Tenía una banda brillante de diamantes y un diamante halo redondo en el medio. La
banda tenía un toque elegante que lo hizo destacarse cuando lo vi en la vitrina.
Suspiré y volví a ponerlo en la caja, luego lo metí en mi bolsillo. Mi estómago
tenía un nudo apretado por los nervios. Había estado esperando este día por un
tiempo, y ahora que el tiempo ya había llegado, sentí que podría vomitar.
Belén apareció con Cristian a su lado. Los dos habían estado saliendo durante
los últimos dos meses, algo sobre lo que Vanessa y yo bromeábamos mucho. “Está
bien, Alonzo”, me dijo, “todo está listo”. Los músicos tienen la canción. Los
bailarines están todos en su lugar en sus mesas. Se asegurarán de que el camino esté
libre cuando la canción esté a punto de comenzar”.
“Está bien”, dije, frotándome las manos. “Creo que estoy listo. Solo falta que
ella llegue”.
“Ella es puntual. Debería estar aquí en cualquier momento. Cristian y yo nos
sentaremos en nuestra mesa fuera de la vista. No queremos arriesgarnos a que nos
vea demasiado temprano. Podría echar a perder todo el asunto”, dijo Belén.
“Bien”, dije. “Gracias de nuevo por todo esto. No podría haberlo logrado sin
ti”.
“Lo sé”, dijo Belén con una sonrisa y un pequeño encogimiento de hombros.
“De nada. ¡No lo estropees!”
“Lo intentaré”, murmuré mientras Belén y Cristian me dejaban en paz para
tomar sus asientos. Fui a mi mesa. Estaba justo en la pista de baile para que Vanessa
tuviera un asiento en la primera fila del espectáculo.
En menos de media hora, iba a proponerle matrimonio a mi novia. En menos
de media hora, podría tener una prometida y no cualquiera, sino la mujer con la que
estaba seguro envejecería.
Vanessa llegó tan hermosa como siempre. Llevaba un vestido de verano y un
cárdigan. Su cabello estaba rizado y medio recogido. Sus labios estaban de color
rosado y sus ojos estaban maquillados. Ella sonrió cuando me vio y me besó antes
de sentarse frente a mí.
“No sabía que este lugar existía”, dijo, mirando a su alrededor y observando la
pequeña taberna griega.
El techo estaba decorado con plantas que eran tan densas que no se podía ver a
través de ellas. Las plantas albergaban cientos de luces de colores que daban al lugar
un brillo cálido y acogedor. Cada una de las mesas tenía manteles de encaje mal
alineados sobre ellas. Una sola vela encendida en cada superficie. La banda en la
esquina comenzó a tocar una balada romántica instrumental.
“Es agradable. ¿Te gusta?”, pregunté, feliz de que estuviera contenta con el sitio.
No quería proponerle matrimonio en un lugar que no le gustara.
“Sí. Espero que la comida sea buena”, dijo, mirando el menú.
“Estoy seguro que lo es. Solo he escuchado cosas buenas sobre este sitio”.
“Genial, ¿qué vas a pedir?”, preguntó, señalando el menú. “La pasta suena
bien…”
Ella fue interrumpida cuando la banda cambió a una canción más animada.
Vanessa parpadeó y miró hacia arriba, sorprendida por lo fuerte que se había vuelto
la música.
Una pareja mayor se levantó de sus asientos y se dirigió al centro de la pista de
baile. Vanessa miró en éxtasis cuando comenzaron a bailar tango. Ella aplaudió y
me miró con entusiasmo. “¡Este lugar es increíble!”
Sonreí.
Otra pareja se levantó para unirse a la primera. Ellos hacían los mismos pasos.
Vanessa estaba asombrada de que supieran el mismo baile. Cuando otras tres
parejas se levantaron y comenzaron a bailar, ella quedó cautivada.
Entonces la música cambió. Vanessa miró a su alrededor mientras más personas
se levantaban de sus asientos. De repente, la pista de baile estaba casi llena, y todos
en ella estaban realizando la misma rutina.
Vanessa pateó mi pantorrilla debajo de la mesa y se inclinó. “¡Apuesto a que
alguien le van a proponer matrimonio!”, dijo. “¡Vamos a adivinar a quién será!”
Entonces vio a Cristian y Belén en la parte posterior de la pista de baile. “Espera,
¿es Belén?”.
Me puse de pie.
Los ojos de Vanessa me siguieron cuando entré en la pista de baile. Su asiento
estaba a solo un metro de mí. Estuve allí como un idiota por un minuto hasta que
uno de los bailarines me tocó el hombro. Entonces, de repente, me uní a la rutina.
Vanessa me miró con la boca abierta mientras bailaba.
La canción estaba cerca de terminar. Solo faltaban treinta segundos para el gran
momento. Podía sentir el peso de la caja del anillo en mi bolsillo como si pesara
cincuenta kilos. Estaba consciente por la mirada fija de Vanessa sobre mí que estaba
cayendo en cuenta de lo que sucedía. Una vez que el shock se desvaneció, comenzó
a sonreír. Ella presionó sus manos en sus mejillas mientras se reía y observaba la
rutina.
Quince segundos más.
Vanessa estaba aplaudiendo y moviendo sus pies al ritmo de la música. Más
personas se levantaban de sus sillas para unirse al gran final del baile. Creí ver el
rastro de una lágrima por el rabillo del ojo.
Ella era una chica inteligente. Probablemente sabía lo que pasaría.
Cinco segundos más.
Los ojos de Vanessa estaban fijos en mí. Dije que la amaba. Ella me dijo lo
mismo.
La canción terminó. Me puse de rodillas frente a ella. Todo el lugar quedó en
completo silencio.
“Vanessa Andrade, eres y siempre has sido la chica de mis sueños”, dije.
Vanessa ya estaba llorando. Su nariz brillaba. Su labio inferior estaba temblando. Sus
manos temblaban. Continué, con miedo de que si me detenía, nunca lo superaría.
“Los últimos nueve meses han sido los mejores meses de mi vida. Quiero todos los
días tener la dicha de despertar a tu lado. Quiero pasar mi vida contigo. Quiero
demostrarte cada día lo especial que eres. Vanessa, ¿te casarías conmigo?”. Cuando
hice la pregunta, saqué la caja del anillo de mi bolsillo y la abrí. El diamante atrapó
las coloridas luces de arriba y pareció brillar dentro de la caja.
Vanessa se levantó de su silla y me abrazó. “¡Sí, Alonzo, por supuesto!”. Ella
sollozó en mi hombro. “¡No puedo creer esto! Fue mágico. El baile, ¿cómo lo
supiste?”. Ella se apartó, y la empujé hacia abajo para sentarme sobre mi rodilla.
La multitud que nos rodeaba estaba aplaudiendo y aplaudiendo. La banda
comenzó a tocar su música de nuevo. “Sé todo sobre ti”, le dije mientras sacaba el
anillo de la caja y lo extendía. Vanessa me dio su mano. Lo deslicé en su dedo.
“Oh, es hermoso”, dijo Vanessa por encima del ruido en el restaurante. “Es
perfecto”. Admiró el anillo y luego me miró. Su rímel estaba corriendo. Aún lucía
hermosa. “Te amo mucho”.
“Yo también te amo”, le dije, besándola. Más vítores estallaron a nuestro
alrededor.
No volvimos a mi casa hasta muy tarde esa noche. Tropezamos por el pasillo,
tropezamos con algunas de las cajas de mudanza de Vanessa. Más o menos en una
semana ella estaría oficialmente mudada. La casa olía bien todo el tiempo. Mi nevera
estaba llena. Mi cama siempre estaba caliente. Vivir con Vanessa iba a ser una
aventura increíble.
La llevé a la habitación. Nos desnudamos. Luego la rodeé con mi brazo y la bajé
a la cama debajo de mí. Nos besamos cada parte de la piel. Ella se agarró a mis
muñecas y separó las piernas. Las envolvió alrededor de mi cintura, y yo me levanté
para la ocasión. Me apreté contra ella.
Ella gimió en mi boca. La silencié sellando mis labios sobre los de ella.
Mantuve su cara en mis manos y la miré mientras me movía dentro de su
vagina. Cerró los ojos y se mordió el labio inferior.
Me sacudí contra ella y la sostuve en mis brazos. Ella se aferró a mí. Sentí que
no podía acercarme tanto a ella como quería, aunque estuviese ya dentro de ella. La
desesperación en la forma en que me abrazó me hizo pensar que ella sentía lo
mismo.
“Te amo”, le dije mientras continuaba enterrando mi pene en ella.
“Yo te amo mucho más”, dijo entre susurro y gemido.
Me enderecé sobre ella. Ella desenvolvió sus piernas de mi cintura y me dejó
empujar sus piernas hacia atrás para poder profundizar más en ella. Ella gimió
cuando descansé sus tobillos sobre mis hombros y la cogí fuerte y profundamente.
Sus dedos se curvaron en las sábanas. No podía mantener los ojos cerrados.
Cada respiración era aguda y desesperada. Ella iba a acabar.
Quería sentir sus latidos alrededor de mi pene. Quería sentirla más húmeda.
Empujé sus piernas hacia atrás y me deslicé profundamente en su vagina. Ella gimió
y susurró mi nombre.
Escucharla decir mi nombre me volvió loco. Empecé a empujar más fuerte y
más rápido. Ella gritó mi nombre otra vez. Agarré sus hombros para mantenerla en
su lugar mientras le clavaba mi miembro. Entonces, los dos a la vez, llegamos. Llené
su vagina, y ella sostuvo mis muñecas mientras su cuerpo temblaba con su orgasmo.
Nos separamos, y me dejé caer en la cama junto a ella. Me miró con una sonrisa
jugando en sus labios.
Luego se sentó y se inclinó sobre mí, alcanzando la mesita de noche en su lado
de la cama.
“¿Qué estás haciendo?” pregunté, aunque no es que me importara la forma en
que sus tetas se aplastaban contra mi pecho.
Ella abrió el cajón y sacó algo. Luego cruzó las piernas y se sentó a mi lado.
Sostuvo lo que había agarrado: una pluma y un pequeño cuaderno amarillo. Su
diario.
Crucé mis brazos detrás de mi cabeza, y ella abrió el cuaderno y lo puso sobre
mi estómago para usarme como mesa. Apoyé una mano sobre su rodilla mientras se
inclinaba para escribir. Pero no pude mantener mi mano allí. La forma en que
estaba sentada solo me rogaba que la tocara. Así que seguí mi mano por el interior
de su muslo y comencé a jugar con su clítoris mientras ella trataba de escribir.
“Alonzo”. Soltó una risita, pretendiendo luchar. “Déjame escribir esto
rápidamente”.
“¿Qué? ¿No puedes escribir mientras juego contigo?”.
“No. No puedo”.
“Intenta”, le dije.
Ella frunció el ceño juguetonamente y se inclinó sobre el libro, con el bolígrafo
sobre el papel. Cuando ella presionó la punta del bolígrafo en la página, deslicé un
dedo dentro de ella. Gimió, pero no dejó de escribir. Su mano se movió
rápidamente, frenéticamente, mientras la cogía con mis dedos. Podría decir que
estaba luchando por mantenerse concentrada.
Cuando terminó, cayó hacia atrás, mis dedos aún en su vagina. Su diario se
cerró sobre mi estómago, y la pluma rodó fuera del borde de la cama. Recogí el
libro con mi mano libre y saqué mi dedo de ella para frotar su clítoris una vez más.
“¿Puedo leer lo que escribiste?”, le pregunté.
“Por supuesto”, dijo sin aliento.
Abrí la página más reciente. No había escrito la fecha como en las anteriores
páginas, y ella había escrito justo en el medio de la página en lugar de comenzar en
la parte superior como siempre lo hacía. Lo escrito fue corto:

Querido diario,
Hay algo que debes saber. Algo que hará que todas las otras páginas sean cosa del pasado:
vivieron felices para siempre.

Sonreí ante sus palabras.


“Para siempre suena bastante bien”, dije.
“¿No es así?”, dijo, sentándose e inclinándose sobre mí. Jugué con su clítoris un
poco más mientras ella me besaba. Luego ella se acostó de lado cerca de mí y la
abracé.
Pasé mis dedos sobre su cadera. Ella presionó su culo contra mi entrepierna. Mi
pene estaba duro. Lo deslice entre sus piernas. Se deslizó fácilmente entre su vagina
mojada. Ella agarró su almohada y arqueó su espalda para dejarme penetrarla más.
La cogí lentamente. Ella giró sus caderas contra mí en un ritmo parejo. Me
encantaba la forma en que me estaba castigando. Ella volvió su rostro hacia mí, y
nos besamos. Chupé su labio inferior. Ella dejó escapar un gemido susurrante.
“Cógeme tan duro como puedas, futuro esposo”, dijo en broma.
Levanté su pierna en el aire. Ella se frotó el clítoris. Hice lo que ella dijo.
La cogí tan duro como pude. Echó la cabeza hacia atrás y casi gritó de placer.
Besé su hombro y la sostuve contra mí, enterrando mi pene más y más
profundamente dentro de ella con cada embestida. Ella se frotaba con un ritmo
mayor.
Llegamos juntos al orgasmo. Luego nos quedamos así, nos unimos hasta que
me obligué a levantarme para limpiarme. Vanessa hizo lo mismo.
Regresamos a la cama. Vanessa se acomodó a mi lado y apoyó la mejilla en mi
pecho. Podía sentir su cálido aliento sobre mi piel.
“Entonces”, dijo en voz baja. “¿Cuándo nos casamos?”.
“Cuando quieras”, dije. “Has querido una boda otoñal desde que estabas en la
escuela secundaria, ¿no?”.
“Sí. Los colores del otoño son hermosos”.
“Entonces otoño”, le dije, besando la parte superior de su cabeza. “¿Qué tipo
de vestido quieres?”.
“No lo sé”, susurró. Sentí sus pestañas sobre mi pecho cuando cerró los ojos.
“Creo que me tendré que probar un montón”.
“Apuesto a que eso te gusta”.
“Es verdad”, dijo felizmente. “Casados. Nos vamos a casar. Estoy muy feliz,
Alonzo”.
“Yo también”, le dije, frotándole el hombro con el pulgar. “No puedo esperar
para casarme contigo. Eres lo mejor que me ha pasado, Vanessa Andrade. Lo
mejor”.
Ella se acurrucó más cerca de mí. El aroma de su champú de coco llenó el aire.
Tenía muchas ganas de respirar eso todas las noches y todas las mañanas por el
resto de mi vida.
Suspiré. Así que esto es lo que la gente decía que yo no había visto. Vanessa y
yo. Almas gemelas: dos personas que debían estar juntas.
Me alegré de que todos hubieran tenido razón.
Fin

You might also like