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Hoy no es un día normal.

Hoy es tu cumpleaños, lo que quiere decir que estoy luchando con


el impulso de escribir un poema cursi. No lo voy a hacer porque me amo a mí misma, pero
sobre todo porque ya he confirmado que no me amas, así que bueno, nada, feliz
cumpleaños, dios te bendiga, etc.

Mejor voy a escribir un poema no tan cursi que pensé hace un tiempo, pero no tenía donde
anotar y se me olvidó. Era algo sobre una pareja que conocí en un bar antihigiénico. Lari
dice que sólo me gusta ir a ese lugar tan escatológico porque siempre conozco gente rara
ahí, tiene razón. La cosa es que estaba esperándote, cuando vi a esta pareja, él era viejo y
bizco, y ella era joven y hermosa. Naturalmente, este señor hablaba mucho y muy alto para
que todos nos enteráramos de su arrolladora personalidad -porque el dinero y el éxito te
pueden llevar hasta cierto punto, pero ser bizco ya es muy arrecho-. Resulta que es -o dice
ser- cardiólogo, pero no cualquier cardiólogo, no, no, no; el cardiólogo responsable de
salvar a Oscar D’ León. Esto captó mi atención, OBVIAMENTE, me puse a preguntarle
cosas sobre su oficio, si recordaba las veces en que se le han muerto pacientes, me dijo
que no, que muy poco, lo descartó con mucha ligereza y yo me horroricé, pero luego
continuó con que jamás olvidará la primera vez que revivió a alguien, la forma en que sintió
el corazón volver a latir en sus manos, que llegó a su casa y no pudo dormir por cinco días.
Inmediatamente vi el poema, no tenía dónde anotar y lo escribí en nuestro chat. Digo
nuestro, como diciéndotelo, como incluyéndote en mi vida, pero eso es porque soy terca y
estúpida. Es más, como regalo de cumpleaños voy a cambiar a la tercera persona porque
no vas a leerme nunca y porque así mantenemos la sana distancia que seguro prefieres.
Okey. Voy.

Ajá, bueno, lo escribí en su chat -pésima idea porque, por alguna razón inexplicable,
seguimos hablando, así que perdí la metáfora y la dignidad, entonces nunca escribí lo que
quería escribir, sino esta mierrrrrrrda, en fin…- De todas formas, aunque me sonó muy
poético, lo que me conmovía realmente era verla a ella escucharlo, parecía que de verdad
lo admiraba, que en serio lo amaba, la forma en que hablaba de él con el brillito en los ojos -
el estúpido brillito en los ojos, lo odio- era revelador. Claro, ella lo elige y lo ama, seguro es
un tipo agradable, interesante, que la lleva a bailar salsa -de Oscar D’León, espero- y que la
elige a ella -qué coño va a hacer, ¿dejarla? Es joven, hermosa, enamorada, 10/10-. Y ahí
estaba yo, viéndolos, sintiéndome como una mierda, cuando llegó él.

ÉL…Ya va, pausa. Quiero decir que me siento extrañamente segura con este cambio de
segunda a tercera persona, uff, ¡qué diferencia! Como que un momentico, un momento, tú
no existes, ¿ok? No estoy hablando contigo, me das completamente igual. Estoy hablando
de ti con mis lectores hipotéticos, digo, de ti no, de él. Él, que es una mierrrrrda porque…
porque sí, porque…porque no sabe bailar, ¿cómo vas a ir por la vida sin sacar a bailar a la
que te gusta, por dios? No a la que amas, pues, porque no me amas, pero a la que te gusta
gustarle. Eso. Es que ese es el tema a ti, quiero decir, a él le gusta gustarme. Fue duro
darme cuenta. Me di cuenta esa noche. Bueno, no esa noche, en la noche la pasé
buenísimo, ojalá la hubiese pasado mal, pero no, la pasé bien y, por lo tanto, en la mañana
volví llorando a mi casa, normal.

Lloraba y pensaba en mí, esperándote esa noche, esperándote, en general. Coño. No.
Esperándolo, a él, que se toma su tiempo, que disfruta verme y decidir si dormirá solo o
conmigo, porque depende de él.
Él, que no me elige, que no me ama.
Él, incapaz de sentir mi pulso muerto en sus manos.

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