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DEMOCRACIA

y POLÍTICA ECONÓMICA
en AMÉRICA LATINA
LA DÉCADA OMINOSA Y PERDIDA

JOSÉ RAMÓN GARCÍA MENÉNDEZ


ISBN 978-9929-702-01-1

Título: Democracia y política económica en América Latina.


La década ominosa y perdida (1973-1983)
Autor: García Menéndez, José Ramón
Editorial: Escuela de Ciencia Política, Campus Universitario,
Edificio M5, Universidad de San Carlos de Guatemala
Materia: Ciencias sociales

Diseño e impresión: Litografía Mercurio (2251 3245)


ÍNDICE

PRIMERA PARTE

DESARROLLO, DEMOCRACIA Y ESTADO EN AMÉRICA


LATINA: LA DÉCADA OMINOSA (1973-1983)

INTRODUCCIÓN

Subdesarrollo, democracia pervertida y estado de excepción en


América Latina................................................................................ 17

CAPÍTULO I

Democracia, estado y mercado: Luces y sombras de los arcanos


neoliberales....................................................................................... 25

CAPÍTULO II

Raíces sociales, políticas y económicas del golpismo en América


Latina: militarismo, autoritarismo y fascismo........................... 43

CAPÍTULO III

La doctrina de la seguridad nacional y la geopolítica del


“enemigo interno”......................................................................... 73

CAPÍTULO IV

Quiebra del modelo oligárquico y crisis del Estado


reformista................................................................................... 95

CAPÍTULO V

La categoría “fascismo dependiente” en América Latina..... 107

3
SEGUNDA PARTE

IDEOLOGÍA Y POLÍTICA ECONÓMICA NEOLIBERAL:


LA DÉCADA PERDIDA (1973-1983)

INTRODUCCIÓN

Sanear la economía (con la mano invisible) y domesticar a la


sociedad (con la manopla de acero)...........................................123

CAPÍTULO VI

El modelo liberal de apertura económica en América


Latina....................................................................................141

CAPÍTULO VII

Políticas públicas y ortodoxia neoliberal en América Latina:


entre el Fondo Monetario Internacional y la Comisión
Trilateral....................................................................................... 183

CAPÍTULO VIII

La mística neoliberal sobre el desarrollo económico: ideología y


persuasión.......................................................................................221

CAPÍTULO IX

El modelo neoliberal de crecimiento y apertura: costes sociales


y económicos...................................................................................237

CAPÍTULO X

Estabilización económica y profundización de la dependencia


en América Latina (1973-1983)....................................................275

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PRÓLOGO
El lector tiene en sus manos uno de los más lúcidos estudios
críticos que se hayan publicado a la fecha acerca de la relación
entre políticas económicas, regímenes oligárquico-militares
y mecanismos democráticos en América Latina. El autor
despliega a lo largo de su incisivo texto no sólo los datos
pertinentes que respaldan sus aseveraciones críticas, sino que
construye un edificio argumentativo que deja al descubierto
la naturaleza depredadora del dogma neoliberal, la relación
orgánica entre los modelos económicos oligárquicos y el
fascismo latinoamericano, y a la democracia como una puesta
en escena necesaria para el funcionamiento de la lógica del
capital.

Con la acuciosidad investigativa que lo caracteriza, el autor


apoya en datos duros sus interpretaciones económico-po-
líticas y a la vez despliega una aguda capacidad expositiva
al explicar las relaciones que establece para desarmar su
objeto de estudio, todo lo cual hace de su ensayo una he-
rramienta utilísima para los investigadores, los docentes
y los estudiantes de ciencias sociales que buscan ejercer el
pensamiento crítico para la transformación de sus respec-
tivos países. En tal sentido, este libro constituye un aporte
de primer orden al rigor académico que debe caracterizar
al quehacer teórico que, para efectos prácticos, pretende
explicar las raíces causales de los problemas económicos
y políticos.

La Presentación con la que su autor da inicio al libro


ofrece un puntual repaso de la accidentada vida política
latinoamericana a lo largo de la década que le interesa analizar,
evidenciando de entrada la relación funcional que opera en
América Latina entre el modelo económico oligárquico, los
regímenes militares golpistas, la represión contrainsurgente
a los movimientos sociales pacíficos y armados, y los Estados
“democráticos” que desde arriba imponen la modalidad
neoliberal de acumulación oligárquica ejerciendo un control

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militarizado de los medios de comunicación, los partidos
políticos y la sociedad civil.

La primera parte del ensayo ofrece al lector un exhaustivo


examen contextualizado de los conceptos básicos que le sir-
ven al autor para acometer el análisis crítico de la década
latinoamericana que va de 1973 a 1983, la cual constituye
un momento de crisis regional cuyas causas y ulteriores de-
sarrollos explican en gran medida la condición expoliada y
oprimida de Nuestra América, desde su aparecimiento en
la historia moderna como un doloroso paradigma de la co-
lonización.

El despliegue analítico acerca de la función ideológica y prác-


tica que han cumplido en el ejercicio del poder latinoame-
ricano conceptos como el de desarrollo —en su calidad de
emulación del modelo económico capitalista— y el de de-
mocracia como ideal político de la modernidad de los países
centrales, se liga a la explicación de cómo ha funcionado el
Estado en América Latina, para pasar a elucidar las diferen-
tes formas de dominación que, a partir del sustrato coloniza-
do del continente, ejerce en la actualidad el imperialismo en
su versión neoliberal —mediante la doctrina de la seguridad
nacional y la ideología del “enemigo interno”—, valiéndo-
se de recursos vernáculos como el golpismo militarista y la
imbricación del modelo oligárquico de desarrollo capitalista
(la vía Junker que analizara Lenin) con el Estado pretendida-
mente democrático. Este orden económico y político es man-
tenido gracias a una ideología y una práctica del poder dic-
tatorial que el autor analiza como “fascismo dependiente”,
en alusión a la experiencia europea de la primera mitad del
siglo XX y a la condición subordinada del continente que teo-
rizaran los científicos sociales latinoamericanos de los años
70 del mismo siglo.

La segunda parte del libro aborda los entresijos del modelo


neoliberal aplicado a la América Latina, las políticas públi-
cas subordinadas al buen funcionamiento de este esquema

6
de dominación transnacional, así como el necesario endeu-
damiento de los Estados latinoamericanos, las olas privati-
zadoras de lo público y los grandes costes sociales que estas
medidas han tenido y que están a la vista. Todo, para demos-
trar que, lejos de cumplirse el pretendido ideal del dogma
del “libre mercado”, la América Latina ha profundizado más
su dependencia desde que este modelo le fue impuesto a san-
gre y fuego a partir del Chile de Pinochet.

Dicho esto, me parece que, sin lugar a dudas, el libro que el


lector tiene en las manos constituye un hito en las publicacio-
nes de ciencias sociales en el medio centroamericano y, por
ello, en mi condición de profesor de posgrado de la Escuela
de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos de Gua-
temala, le agradezco sinceramente al autor su generosidad
al ceder el texto a nuestra Escuela para su publicación y di-
fusión en los ámbitos académicos en los que tanto él como
nosotros nos desempeñamos con similar compromiso ideo-
lógico.

No creo equivocarme al interpretar el sentir de nuestra Es-


cuela y afirmar que la misma se honra en darlo a conocer
ante la comunidad universitaria y el público interesado en
forjarse un pensamiento crítico al margen de los colapsados
sistemas educativos oficiales.

Por esto mismo, no me resta sino dejar al lector en soledad


para que aborde por su cuenta esta obra extraordinaria, y
afronte la envolvente agudeza intelectual de uno de los cien-
tíficos sociales más lúcidos de habla hispana.

Mario Roberto Morales

Guatemala, marzo de 2015

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PRESENTACIÓN
En el mes de octubre de 2013 y en la Universidad de San Car-
los de Guatemala, se celebró un ciclo de conferencias como
uno de los actos organizados por la Escuela de Ciencia Polí-
tica en su 40 Aniversario. Mi participación constituyó una
profunda satisfacción personal y académica debida a diver-
sos motivos. Primero, por el trato recibido por responsables,
profesorado y alumnado de la Escuela, auténticos protago-
nistas de una trayectoria de cuatro décadas de actividad, con
frecuencia muy difícil en las condiciones sociales, políticas
y económicas de las últimas décadas de historia guatemal-
teca. Segundo, al ser convocado a participar por el admira-
do escritor y profesor Mario Roberto Morales, una garantía
personal de la calidad y proyección del ciclo de conferencias
que se abrió con un foro en torno a “Neoliberalismo, Globa-
lización y Educación Pública Superior” que el mismo Mario
Roberto moderó, anticipando las principales cuestiones que
los restantes conferenciantes desarrollaríamos a lo largo del
ciclo. Tercero –y no menos importante-, en el evento com-
partí mesa con distinguidos colegas como Harry Vanden
y Nelson Zárate, con los que mantuve inolvidables paseos
por Antigua y largas conversaciones a las que se sumaba el
profesor Marcio Palacios, actual director de la Escuela de
Ciencia Política. Además, la invitación me permitía volver
por motivos profesionales y con normalidad a Guatemala
después de treinta años desde que, con algunos colegas de
la CEPAL, intentamos infructuosamente visitar el Instituto
de Investigaciones Económicas de la Facultad de Economía
de la USAC, ocasión en la que el único suelo de Guatemala
que pudimos pisar fue el de una oficina de control militar de
documentos en el aeropuerto y el de un pasillo de tránsito
internacional. Como se puede apreciar, volver a Guatemala
por razones académicas para conmemorar el 40 Aniversa-
rio de la creación –en 1973- de la Escuela de Ciencia Polí-
tica constituyó, repito, una enorme satisfacción personal.
Simultáneamente estaba ultimando, en mi trabajo en la Uni-
versidad de Santiago de Compostela, un largo ensayo so-

9
bre la fundamentación teórica, la aplicación y consecuencias
de los programas de ajuste neoliberal en el Cono Sur y, por
extensión, en América Latina en aquellos casos en los que
se superpuso la red ideológica de la doctrina de la seguridad
nacional, justificando golpes de Estado y legitimando el ejer-
cicio dictatorial del poder con una praxis político-económica
de genética neoliberal, de altos costes sociales y económicos.
En nuestro estudio, el inicio de la acotación temporal del re-
ferente analítco fue también 1973.

1973, año significativo y aciago que inicia una década sinies-


tra en la historia de América Latina desde cualquier perspec-
tiva del observatorio que informe el análisis del científico
social. El panorama sobre las dimensiones políticas, sociales,
económicas, institucionales, culturales de la realidad latinoa-
mericana, pasados cuarenta años, ha sido desolador. En efec-
to, una breve mirada retrospectiva permitirá al lector un viaje
en el tiempo cronológico y en el tiempo histórico en la nave del
pensamiento, sin tentaciones nostálgicas pero con un sentido
reflexivo crítico. En este sentido, les invito hacer algunas pa-
radas en este trayecto.

En 1973, la normalidad democrática argentina está en cua-


rentena por el secuestro y ejecución, por parte de la guerrilla
montonera, del general Aramburu en 1970. Aramburu, ex-
presidente argentino de 1955 a 1958, había encabezado un
golpe militar que derrocó el gobierno (y el régimen popu-
lista) del general Perón, anidando un sentimiento de rencor
en todo el abanico ideológico del justicialismo, desde las
facciones protofascistas (representadas por López Rega) a
las más proclives a la lucha armada (Ejército Revolucionario
del Pueblo-Montoneros). En tres años, los gobiernos mili-
tares liderados por Levingstone y Lanusse, y la interinidad
de Cámpora, da paso a la vuelta de Perón en septiembre de
1973, fecha en la que se acelera el ciclo cruento de la polí-
tica argentina: polarización del justicialismo en las tesis de
la extrema derecha, especialmente tras la muerte de Perón
en noviembre de 1974; gobierno oscurantista de Isabelita,
la viuda del general, que se apoya políticamente en López

10
Rega, “el Brujo” (animador de la represión parapolicial) y de
los militares nostálgicos del prusianismo peronista (en gue-
rra abierta con la recrudecida lucha armada de la guerrilla
montonera). Este proceso de inestabilidad institucional y de
represión cruenta culmina con el golpe militar de marzo de
1976, encabezado por el general Videla.

Mientras que, en Bolivia, el gobierno militar presidido por


el general Banzer reprime la oposición de la Central Obrera
Boliviana y la resistencia de estudiantes y campesinos, de-
cretando en noviembre de 1972 el estado de sitio y abriendo
en 1973 un año muy duro para los disidentes; en Paraguay
dicho año es el de la “reelección” del general Stroessner (la
cuarta “reelección” de facto desde el golpe de estado ejecu-
tado en 1954). La dictadura de Stroessner fue celebrada con
satisfacción por el régimen militar en Brasil como garantía de
“estabilidad” para el desarrollo de los gigantescos proyectos
hidrográficos en Itaipú.

En Brasil, el ciclo reformador de las presidencias de Ku-


bitschek (1956-1960), de Quadros (1960-1961) y de Goulart
(1961-1964), finaliza con un golpe de estado militar en 1964
del que se suceden tres gobiernos militares hasta 1973 enca-
bezados por los generales Castelo Branco (1964-1967), Costa
e Silva (1967-1969) y Garrastazu Medici (1969-1974), conti-
nuando con un modelo dictatorial represivo, con sangrientos
episodios de guerra sucia y bandas parapoliciales actuando
con total impunidad.

En 1973, la situación política en Ecuador no era menos dura.


El gobierno del general Rodríguez Lara –que había encabeza-
do un año antes un golpe militar frente al gobierno populis-
ta de Velasco Ibarra- aplica una represión sistemática ante la
oposición sindical y campesina que culmina con la masacre
de resistentes agrarios en el Chimborazo. A lo largo de 1973,
las presiones de las empresas transnacionales del petróleo
(temerosas de la deriva nacionalista del gobierno) animaron
otro frustrado golpe militar liderado por el general González
Alvear. Los intereses económicos de las empresas transna-

11
cionales de origen norteamericano del sector petrolífero y de
la agricultura de exportación no cejaron en su empeño gol-
pista y generaron un caldo de cultivo que desemboca en el
siguiente golpe de 1976 dirigido por el Triunvirato militar
coincidiendo con el golpe militar argentino.

En septiembre de 1973, el gobierno chileno de la Unidad


Popular presidido por Allende es derrocado por un espec-
tacular golpe militar encabezado por el general Pinochet. El
hecho tuvo una especial repercusión internacional no sólo
por la sangrienta represión en términos de asesinatos, des-
apariciones y encarcelamientos sin garantías jurídicas (con-
secuencias comunes con otros golpes en la región) sino por
el abrupto final de la experiencia inédita de un gobierno so-
cialista que ocupa el poder por un proceso democrático. El
“socialismo por las urnas”, como alternativa al foquismo o
al militarismo ilustrado, se percibe como una estrategia po-
lítica frustrada en América Latina en esa época, +dadas las
condiciones socioeconómicas y geopolíticas del continente
en el momento histórico que consideramos.

A pesar del reconocimiento de “revolución tibia”, el gobierno


del general Velasco Alvarado en Perú –originado por el gol-
pe militar nacionalista de 1968- atraviesa en 1973 una época
sumamente complicada de enfrentamientos con sindicatos y
con la guerrilla urbana en Lima y Puno, lo que provoca un re-
crudecimiento de la represión y de la suspensión de derechos
como las declaraciones de estado de emergencia en Pasco y
otros territorios del país.

Desde 1970 y hasta 1974, Guatemala atraviesa una dura épo-


ca bajo el gobierno militar -presidido por el coronel Arana
Osorio- dadas las condiciones extremas de estado de sitio
y represión articulada por fuerzas militares y parapolicia-
les de limpieza de la resistencia armada y de la oposición
política. Informes de Amnistía Internacional y del Tribunal
Bertrand Russell valoraron en 15.000 asesinatos el coste de la
represión en la época. El siguiente gobierno del general Kjell
Laugerud no sólo no remite la violencia institucional sino

12
que ésta se añade a las desgracias de la Naturaleza (el te-
rremoto de 1976) y a los conflictos diplomáticos internacio-
nales (por la cuestión de Belice). “Guatemala, Guatemala…
-comentaba Asturias poco antes de su fallecimiento- donde
no existe distancia entre la eterna primavera y el volcán de
carne humana”.

A pocos kilómetros, en 1973, el coronel Molina y el coronel


López Arellano presiden, respectivamente, gobiernos milita-
res en El Salvador y en Honduras, originados ambos por sen-
dos golpes militares acaecidos un año antes. En El Salvador
el gobierno recrudece la represión ante la oposición popular
por la crisis económica y el retorno de trabajadores agrícolas
sin tierra desde Honduras. A su vez, en Honduras el régimen
militar acrecienta sus grados de represión y corrupción por
la presión de las conocidas empresas transnacionales del sec-
tor de la agricultura de exportación que animarán un nuevo
golpe militar encabezado por Melgar Castro. Al final, movi-
dos como peones de ajedrez por fuerzas ajenas a los intereses
populares de ambos países, la tensión revienta en un aparen-
temente trivial partido futbolístico.

El maremoto militarista no perdonó a Uruguay, la denomi-


nada “Suiza de América” por su vertebración política y su
adelantada posición de bienestar social en el Cono Sur lati-
noamericano. El deterioro de la normalidad institucional se
inicia ya en 1967, con el gobierno de Pacheco Areco. El estado
de guerra de abril de 1972 y la represión consiguiente demos-
tró que el proceso estaba tutelado por los militares urugua-
yos aunque la presidencia de la República tuviera rostro civil
(Demichelli, Aparicio Méndez). Finalmente, el golpe militar
encabezado por el general Alvarez muestra el dominio del
modelo dictatorial en la doctrina de la seguridad nacional
también en territorio charrúa.

En Colombia y a la altura de 1973, los acontecimientos anti-


cipan una clara trayectoria hacia la violencia y la corrupción.
Los estados de sitio, de 1966 a 1968 y en 1970, derivados de
la lucha contra la guerrilla del ELN (liderado por Fabio Váz-

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quez) o el FAR (al que pertenecía el cura Camilo Torres), los
sucesivos fraudes electorales y la paulatina pérdida de la he-
gemonía del oficial Frente Nacional, así como la corrupción
burocrática, informan de una excepcionalidad de Colombia
en 1973 comparable al golpismo militar del entorno.

Los casos de México o Venezuela son similares. La represión


y el retroceso institucional mexicano estaban sostenidos, en
1973, por un régimen de partido único, de mordidas e in-
trigas palaciegas de un modelo autoritario y excluyente. En
Venezuela, la descomposición del sistema político se acelera
en 1973 cuando el gobierno entrante de AD (socialdemócra-
ta) sucede sin ruptura al anterior gobierno de COPEI (demo-
cristiano) en un peculiar consenso bipartidista protagoniza-
do durante años por Carlos Andrés Pérez y Rafael Caldera,
en un sistema de contubernio de amplios recursos e ingresos
públicos que financian la corrupción de un sistema bipartito
claramente agotado.

En definitiva, desde 1973 y hasta 1983, la etapa descrita pre-


sentaba un panorama desolador a lo largo de una década
dramática en la historia contemporánea de América Latina.
Existe un mínimo común denominador de esta nómina de
ocupantes del poder según el escalafón. Este factor agluti-
nador es, sin duda, la conjugación del militarismo como
“fascismo dependiente” (hipótesis que se mantiene en este
libro) con supuestos político-económicos de versiones sim-
plificadas de la ortodoxia neoliberal (ideología y práctica del
“monetarismo vulgar”). La característica mencionada actúa
como vector metodológico en el desarrollo de la obra pues
nos muestra la interdependencia de las dimensiones políti-
ca, institucional y económica en el estudio de los casos más
significativos del Cono Sur (Chile, Argentina, Uruguay) que
ofrecen, a su vez, la posibilidad de extraer conclusiones que
comparten, con variantes específicas, todos los países de la
región He aquí, en definitiva, las dos líneas temáticas princi-
pales de una obra que documenta, con aportaciones acadé-
micas e informativas inmediatas, una etapa que denomina-
mos la “década ominosa” en la historia contemporánea de

14
América Latina, desde el necesario rigor pretendido por el
científico social pero, también, desde el compromiso de un
observador crítico.

Breves avances de investigación de esta obra se han difundi-


do de forma fragmentada en algunas publicaciones especia-
lizadas. En esta ocasión se ofrece la obra de forma completa y
unitaria. Se amplió la carga bibliográfica y las reflexiones en
notas a pié de página para su utilidad académica dada la ins-
titución editora. En este sentido, la presentación bibliográfica
básica y complementaria, incluso muy prolija en ocasiones,
es el resultado de una búsqueda meticulosa de fuentes de he-
meroteca en algunas de las principales bibliotecas universi-
tarias europeas y latinoamericanas. Se pretendía documentar
una década de historia político-económica de América Lati-
na con obras, artículos de especialización y de opinión edita-
dos, en parte, en el exilio. El autor desearía que esta unidad
de texto y fuentes documentales represente una contribución
que, entre otras, suponga una herramienta útil para el cono-
cimiento de una década crucial en la historia político-econó-
mica contemporánea de América Latina.

Finalmente, mi profundo agradecimiento al profesor Mario


Roberto Morales. Sus contribuciones literarias, ensayísticas
y periodísticas, así como las estimulantes conversaciones
mantenidas en los últimos años en Compostela o Antigua,
representan un desafío intelectual que, sumado al prólogo,
suponen para el autor de esta obra una impagable deuda de
amistad.

José Ramón García Menéndez


Santiago de Compostela, enero 2015

15
INTRODUCCIÓN

SUBDESARROLLO, DEMOCRACIA PERVERTIDA Y


ESTADO DE EXCEPCIÓN EN AMÉRICA LATINA

“...las fuerzas que el autoritarismo ha puesto en


movimiento en la sociedad chilena (argentina,
uruguaya…, a lo largo del último tercio del
sglo XX) apuntan a producir y reproducir un
orden que se funda en los dictados del capital
y que se expresa por medio del gobierno
de la burguesía, nucleada en torno de sus
grupos económicos. Pero, cuidado, no se
trata precisamente de un proyecto burgués
cualquiera. Hay en el autoritarismo chileno
(argentino, uruguayo), como muchas veces se
ha dicho, una pretensión revolucionaria, que
equivale al deseo de hacer historia.

Y, en nuestro caso, la historia de esta tardía


revolución burguesa se está haciendo por la
combinación de cuatro fuerzas...

1) La represión, entendida como estrategia de


un poder que funda un orden de exclusiones.

2) El mercado, mecanismo que empleado


como fuerza de integración social permite
no sólo recuperar a los excluídos sino que,
más decisivamente, impone un orden de
consumidores por encima de las relaciones
de producción.

3) Un discurso ideológico, propiamente


autoritario que debe alimentar la conciencia
de la dominación y construir la identidad
social de los grupos que la ejercen.

17
4) Los aparatos ideológicos, que son emplea-
dos como la fuerza modeladora de un or-
den de masas encargado de interrumpir la
formación cultural de las mismas y encua-
drarlas dentro de la lógica del poder auto-
ritario y del mercado”

J.J. Brunner

J.E. García-Huidobro 1

Al estudiar la naturaleza de la efímera constitución francesa


de 1848, Karl Marx analizó en profundidad la contradicción
que latía en su seno. Pudo constatar, entonces, que la conquis-
ta del sufragio universal fue, en cierta manera, un fenómeno
de poder político otorgado. A partir de ese momento histó-
rico, la gran burguesía se vió obligada a ejercer su hegemo-
nía en condiciones progresivamente ‘democráticas’ pero que
amenazaban, al mismo tiempo, los cimientos de la sociedad
capitalista2. Para Claus Offe, el marxismo clásico y la teoría
liberal del siglo XIX concordaron plenamente en este diag-
nóstico. Tanto Marx como sus contemporáneos liberales, ta-
les como Mill o Tocqueville, participaban del convencimiento
de que el capitalismo y la democracia basada en el sufragio
universal e igualitario podrían ser términos antagónicos.
Pero esta convergencia analítica se llega a partir de puntos de
vista diametralmente opuestos y que C. Offe describe de la
siguiente manera (2):

“Los escritores liberales clásicos acreditaban


que la libertad y la independencia eran las
realizaciones más valiosas de la sociedad, me-
reciendo su protección en cualquier circuns-

1
J.J. Brunner y J.E. García-Huidobro: “Chile, un nuevo paisaje cultural”, Mensaje, nº 302, septiembre
1981, p. 488.
2
Cf., C. Offe: “A Democracia Partidária competitiva e o Welfare State Keynesiano: fatores de
estabilidade e desorganizaçao”, Dados, vol. 26, nº 1, 1983, pp. 29-52; la cita corresponde a la
p. 29.

18
tancia contra las amenazas igualitarias de la
sociedad y la política de masas; amenazas que,
de acuerdo con su punto de vista, llevarían
necesariamente a la tiranía y a la ‘legislación
de clase’ por parte de la mayoría destituída de
propiedades y educación.

Marx, por su lado, analizó la constitución fran-


cesa de 1848 como una forma política que exa-
cerbaría las contradicciones sociales a través
de la supresión de las garantías políticas de los
grupos socialmente dominantes y de la conce-
sión de poder político a los subordinados. En
consecuencia, argumentaba, las condiciones
democráticas permitirían a la clase propietaria
cuestionar los fundamentos sociales de la so-
ciedad burguesa”.

La compleja y contradictoria articulación entre capitalismo


y democracia estará presente, desde el siglo XIX, en los
procesos de ‘transfiguración’ del Estado Liberal clásico hacia
el Estado de Derecho y, posteriormente, el Estado Social de
Derecho3. En esta firme convicción, el presente ensayo debe
enfocar ‘esa’ contradicción en la geografía de nuestro objeto
analítico, enfatizando el cómo y el por qué de su emergencia
en la historia inmediata del Cono Sur latinoamericano.

Durante un largo período histórico -especialmente en Chile y


Uruguay, en menor medida en Argentina- la compatibilidad
entre democracia y capitalismo liberal parecía posible. Esa
fusión y el esquema político consiguiente eran susceptibles
de aplicación en el capitalismo periférico a pesar de la
concepción inicial en el centro metropolitano. Sin embargo,
las numerosas apelaciones al Estado Reformista y evidentes
los signos de su fracaso ponen en cuestión las ventajas de

3
Cf., al respecto, P. Lucas Verdú: Estado Liberal de Derecho y Estado Social de Derecho, Acta
Salmaticensia, Salamanca, 1955; E. Díaz: Estado de derecho y sociedad democrática, Ed. Cuadernos
para el Diálogo, Madrid, 1975; y M. García Pelayo: Las transformaciones del Estado contemporáneo,
Alianza Ed., Madrid, 1977.

19
dicho posibilismo4. De igual forma, con la crisis del Estado
Reformista quiebra, a su vez, la errónea estimación sobre
el desarrollo del capitalismo en América Latina como el
principal freno a las plagas de caudillismo tradicional
o como revulsivo que lograra extirpar las causas de
inestabilidad política característica de la región, al filo de un
modelo mecanicista -y, por tanto, ahistórico- que enlaza las
teorías de superación por etapas del subdesarrollo (W.W.
Rostow) con la libertad económica como garantía de la
libertad política5.

En este sentido, la historia inmediata de América Latina


confirma que la práctica del liberalismo, ahora ya de retorno,
se halla ante la misma paradoja que creó en su evolución.
A partir de 1973 (Chile, Uruguay) y de 1976 (Argentina)6, la
adopción de una política económica ultraliberal presupone
un orden político transfigurador del rostro del Estado,
desde el Estado Ilustrado al Leviatán Criollo, donde el
liberalismo se promociona mediante constantes violaciones
de la institucionalización (y de la institucionalidad) que el
capitalismo reclama para sí, ya sea porque la democracia
es su verdadera esencia (‘única’, según M. Friedman),
ya sea porque es un método de gobierno adecuado (J.A.
Schumpeter).

En palabras de A. Wolfe, el capitalismo ya que no puede su-


primir la democracia en sus planteamientos (bien porque es
parte nominal de su basamento teórico, bien por no facili-
tar argumentos a los socialistas) lo que hace es ‘pervertirla’,
aflorando el conflicto entre capitalismo y democracia genui-
nos: mientras cada uno descubre su herencia, las diferencias

4
Cf., A. Gurrieri: Democracia y políticas neoliberales, E/CEPAL/ R. 308, Santiago de Chile, abril 1982,
esp. pp. 3 y ss. Agradecemos al autor el habernos facilitado el presente documento que nos fue de
utilidad en la elaboración de nuestro trabajo.
5
Cf., W.W. Rostow: Las etapas del crecimiento económico, F.C.E., México, 1970. Una aproximación
crítica al pensamiento rostowniano en A. Gunder Frank: Sociología del desarrollo y subdesarrollo de la
sociología, Anagrama, Barcelona, 1971, esp. pp. 35-49.
6
Como señalaremos posteriormente, y por una variada motivación, los casos de Brasil (1964),
Bolivia (1967), Perú (1968) y Ecuador (1972) merecen estudios particularizados.

20
entre ambos se intensifican a pesar de la defensa formal de la
democracia por el primero. El tema democracia-capitalismo
se constituye, a nivel teórico, como uno de los nudos gordia-
nos del debate sobre la situación política anual en América
Latina7.

En consecuencia, el Cono Sur latinoamericano es el escenario


del capitalismo periférico donde emerge, con mayor claridad
en los últimos años, aquella contradicción señalada por
Marx y que se resuelve, provisionalmente, a través de los
requerimientos al Estado ‘gendarme’ (en toda la extensión
del término) que concentre y esgrima el poder en aras de
la irrestricta obediencia de la sociedad civil. Así, como un
componente de suma importancia en esta estrategia, “la mano
invisible del mercado, ese fetiche tan caro a toda la tradición
liberal, se transforma imperceptiblemente en un puño de
hierro en el cual se concentra la violencia sojuzgadora del
Estado hobbesiano”8.

El caso chileno es, a estos efectos, representativo del paradó-


jico desarrollo y explosión del binomio democracia-capitalis-
mo periférico. Refiriéndose a Chile, aunque podría extender
su comentario a Uruguay y Argentina, P.M. Sweezy describe
perfectamente este proceso9.

7
Cf., al respecto, A. Wolfe: “El malestar capitalista: democracia, socialismo y las contradicciones
del capitalismo avanzado”, América Latina. Estudios y perspectivas, nº 1, p. 21; y G. Burdeau: La
Democracia, ensayo sintético, Ariel, Barcelona, 1959, pp. 48 y ss. Desde un plano alternativo, véanse
asimismo, los siguientes artículos de T. Moulian: “Dictadura, democracia, socialismo”, Chile-
América, nº 64-65, julio-septiembre 1980, pp. 104-109; y A. Heller: “Democracia formal y democracia
socialista”, Chile-América, nº 68-69, enero-marzo 1981, pp. 50-58.
En esta controversia se pueden observar tres ópticas. La primera, de corte tradicional-liberal, está
perfectamente representada por los trabajos de M. Crozier et al.: The Crisis of the Democracy. Report on the
Gobernability of Democracies to the Trilateral Comission, New York University Press, Nueva York, 1975. La
segunda, de liberalismo cauto, tiene en C.B. Macpherson su mejor publicista (cf., infra, sobre comentarios
y bibliografía del autor). La tercera óptica, de claro contenido marxista, puede apreciarse en U. Cerroni: La
libertad de los modernos, Ed. Martínez Roca, Barcelona, 1972. El caso de M. Friedman y su obra será objeto
de una específica referencia en páginas siguientes.
8
A.A. Borón: “Entre Hobbes y Friedman, liberalismo económico y despotismo burgués en América
Latina”, Cuadernos Políticos, nº 23, enero-marzo 1980, p. 46.
9
P.M. Sweezy: “Capitalismo y Democracia”, Revista Mensual/Monthly Review, vol. 4, nº 4, enero
1981, p. 72.

21
“Al acceder a la independencia en el siglo XIX,
una serie de países latinoamericanos adopta-
ron constituciones según el modelo de la Cons-
titución de los Estados Unidos. En la mayoría
de los casos, estas constituciones democráticas
acabaron siendo poco más que hojas de parra
sobre la desnudez del gobierno oligárquico.
Pero en Chile se desarrolló una forma demo-
crática de gobierno similar a la existente en los
países capitalistas avanzados y ésta aparente-
mente estaba firmemente arraigada al llegar a
la mitad del presente siglo. En estas circunstan-
cias surgió un movimiento obrero (sindicatos
y partidos políticos) similar a sus equivalentes
europeos, pese a que Chile presentaba las con-
diciones económicas y sociales propias de un
país subdesarrollado. Pero los obreros y cam-
pesinos chilenos, que en gran parte veían ne-
gadas las ventajas derivadas de un desarrollo
económico continuado y con escasas posibili-
dades de beneficiarse significativamente con el
orden social existente, fueron radicalizándose
progresivamente y en 1970 eligieron un gobier-
no que había prometido iniciar la transición a
una sociedad socialista. Ello sacó a la luz del
día la contradicción implícita entre capitalismo y
democracia y culminó tres años más tarde con el
brutal derrocamiento del gobierno de allende y
la destrucción de la democracia chilena”

Más adelante profundizaremos en las principales líneas de po-


lítica económica y en la crisis irreversible del Estado Reformis-
ta en América Latina. Procedería, en este momento, subrayar
algunas notas, a nuestro juicio significativas, sobre la mentada
articulación capitalismo-democracia en el Cono Sur, a la luz de
los procesos históricos en curso. En concreto, las características
más importantes de la eclosión autoritaria en Chile, Uruguay y
Argentina.

22
En primer lugar, dada la ascendencia de Milton Friedman en la
ideología y práctica ultraliberal del Cono Sur, observaremos
el ideario y la ‘asimilación’ de la democracia por parte del lau-
reado economista de Chicago, como una muestra represen-
tativa de la corriente de pensamiento apologeta del ‘nuevo
orden liberal’. En segundo lugar, abordaremos las caracterís-
ticas más sobresalientes del debate abierto en torno a los di-
versos enfoques (militarismo, autoritarismo, fascismo) que
califican a los regímenes políticos en cuestión. En tercer lugar,
sería inexcusable no referirse a la naturaleza y funcionalidad
de la Doctrina de la Seguridad Nacional como un expediente
legitimador de los citados regímenes. En cuarto, y último lu-
gar, señalaremos la pertinencia analítica de la proposición de
fascismo dependiente, que caracteriza los regímenes militares
del Cono Sur, a partir de una triple combinación conceptual
(Neofascismo, Doctrina de la Seguridad Nacional y Depen-
dencia). Esta hipótesis ha sido sugerida por varios autores
constituyendo una línea de investigación que, pese a ciertas
limitaciones que explicitaremos en su momento, favorece una
visión omnicomprensiva del fenómeno a estudiar ya que en-
laza ‘una teoría sobre...’ y ‘un cuerpo doctrinario de...’ los re-
gímenes militares del Cono Sur.

A nuestro entender, la culminación de la crisis del Estado Re-


formista en América Latina se puede abordar en esta direc-
ción. No obstante, la dimensión ideológica y política requiere
un apoyo argumental complementario y, con frecuencia, im-
prescindible en torno a la dimensión socioeconómica, espe-
cialmente en la caracterización de los sucesivos modelos eco-
nómicos implementados desde la época colonial en América
Latina. Existe una fuerte vinculación interdependiente entre
las reglas e intereses político-económicos de los modelos de
desarrollo propuestos y aplicados en América Latina y los re-
quisitos políticos que el modelo de acumulación demanda.
El tramo final de nuestro trabajo analizará la serie de carac-
terísticas estructurales y de política económica en América
Latina desde la época postcolonial hasta la actualidad. En
esta secuencia de acontecimientos políticos y económicos de

23
importancia se encuentran la obra institucional y académica
de organismos y científicos sociales que pertenecen, también,
a la historia de América Latina. En este sentido, nos referire-
mos a la presencia de la Comisión Económica para América
Latina y el Caribe (CEPAL) y a las figuras señeras de Raúl
Presbich y de Celso Furtado.

24
CAPÍTULO I

DEMOCRACIA, ESTADO Y MERCADO: LUCES Y


SOMBRAS DE LOS ARCANOS NEOLIBERALES

Capitalismo y libertad (1960), Libertad de elegir (1979) y La ti-


ranía del status quo (1983) constituye una de las partes más
significativas de la obra de M. Friedman, escrita en estre-
cha colaboración con Rose D. Friedman10, y el exponente
más claro de la asimilación que hace el neoliberalismo de
la democracia formal, transformándola en el mismo acto
de acaparación. Sin embargo, la historia de las sociedades
capitalistas desarrolladas demostró que ese vínculo demo-
cracia-liberalismo -anudado y defendido con ardor por des-
tacados teóricos liberales como Mises o Hayek. El mismo F.
Knight, por su parte, no es menos explícito cuando escribe
que:

“...el establecimiento de la libertad (...) es la


revolución más grande de todos los tiempos
(...) Una ciencia y una empresa libres, como
parte de la libertad cultural general, darán
lugar al avance más rápido jamás visto, no
sólo en lo que se refiere a la conquista de la
naturaleza por la inteligencia y el uso de las
fuerzas naturales para alcanzar los objetivos
del hombre, sino también el humanitarismo,
la unificación de los pueblos del mundo y la
difusión de las ventajas de la vida civilizada
entre las poblaciones de las naciones avan-
zadas y entre otras que fueran capaces de
incorporarse a este proceso con la misma ra-

10
Cf., Capitalismo y libertad, Rialp, Madrid, 1966; Libertad de elegir, Grijalbo, Barcelona, 1980; y La
tiranía del status quo, Ariel, Barcelona, 1984.

25
pidez11- era esencialmente inestable12, porque
respondía a una acción fagocitadora del ca-
pitalismo y no a una yuxtaposición comple-
mentaria, mientras que Friedman hace del
citado vínculo no sólo un hecho inquebran-
table sino que lo fundamenta como el único
posible13.

La libertad económica, entendida tradicionalmente como


un ‘subproducto’ de la libertad política, se somete a una
reconversión teórica por parte de Friedman. De esta forma,
la libertad económica será conditto sine qua nom de la libertad
política y, por ende, de la democracia: “...la libertad en las
organizaciones económicas”, escribe Friedman, “es en sí una
parte de la libertad en términos generales, así que la libertad
económica es un fin en sí misma (...) además es también un medio
indispensable para la consecución de la libertad política”14.

11
Cf. “Free Society: Its Basic Nature and Problem”, in On the History and Method of Economics,
University of Chicago Press, Chicago, 1956, p. 289). Cf., además, del autor, “Laissez-Faire: Pro and
Con”, Journal of Political Economy, nº 6, diciembre 1967, pp. 782-795.
Un caso paradigmático de esta corriente de pensamiento está representado por F.A. Hayek (Camino
de servidumbre, Alianza Ed., Madrid, 1978). Cf., además, J. Viner: “Hayek on Freedom and Coercion”,
Southern Economic Journal, nº 27, 1961, pp. 203-6; y S. Gordon: “The political economyof F.A. Hayek”, The
Canadian Journal of Economics, vol. XIV, nº 3, agosto 1981, pp. 470-487, reseñando la obra cumbre del
autor en cuestión (Law, Legislation and Liberty, University of Chicago Press, Chicago, 1973-1979, 3 vol.)
Otras dos aproximaciones de interés, para la presente problemática, en O.H. Taylor: Economics and
Liberalism, Harvard University Press, Cambridge, 1955; e I. Berlin: Four Essays on Liberty, Oxford
University Press, Oxford, 1969.
12
Para el Prof. Fabián Estapé fue J.A. Schumpeter uno de los primeros autores que asumieron esta
interpretación, especialmente en su Capitalismo, socialismo y democracia. “La tesis de Schumpeter”,
escribe el Prof. Estapé, “acerca del futuro desarrollo del capitalismo destaca, como queda dicho, que
el éxito económico del sistema es indiscutible, rechazando por tanto todas las teorías del ‘derrumbe’
apoyadas en el forzoso advenimiento de la ruina económica del mismo (...) el pronóstico pesimista
que formula Schumpeter sobre la supervivencia del capitalismo se fundamenta en la desaparición
del soporte institucional que universalmente es como imprescindible para la existencia del
sistema” (“El profesor Schumpeter y el porvenir del sistema económico”, en Ensayos sobre Historia
del Pensamiento Económico, Ariel, Barcelona, 1971, p. 205).
13
Cf., al respecto, Capitalismo y libertad, op. cit., pp. 21-38. La posición doctrinaria de M. Friedman
no coincide, lógicamente, con visiones alternativas sobre los límites de la democracia liberal en el
Estado burgués expuestas, por ejemplo, en J. Solé Tura et al.: El marxismo y el Estado, Ed. Avance,
Barcelona, 1977.
14
M. Friedman: Capitalismo y libertad, op. cit., pp. 21-22.

26
Friedman constata que la libertad económica produce una dis-
persión del poder. En otros términos, el capitalismo competiti-
vo genera libertad política en cuanto separa poder económico
y poder político, permitiendo que ambos se limiten mutua-
mente. Concluye, entonces, el autor en que:

“La evidencia histórica decididamente mues-


tra una relación entre la libertad política y el
mercado libre. No sé de ningún caso de una
sociedad que en algún lugar o momento haya
mantenido la libertad política y que no se haya
usado también para organizar el grueso de la
actividad económica, algo comparable a un
mercado libre”15.

El consenso sobre la evidencia histórica que cita Friedman es, cuan-


do menos, algo muy precario. Desde la consolidación del Esta-
do capitalista, el poder político y el poder económico son las dos
caras de una misma moneda y, como es sabido, sus relaciones
dinámicas (en el sentido histórico del término) han generado un
debate todavía no cerrado en torno a la naturaleza del Estado16.

En realidad, como señala acertadamente A. Borón, M. Fried-


man construye una especie de silogismo autosatisfactorio a
partir de la utilización tosca de categorías históricas (capitalis-
mo competitivo, democracia, libertad). Su explicación es, sen-
cillamente, un esquema circular donde se difumina la causa
15
Ibid., p. 23.
16
La bibliografía sobre el tema es muy amplia. Sin afán exaustivo, para una visión general, cf.,
D.A. Gold, C.Y.H. Lo y E. Olin Wright: “Aportaciones recientes a la teoría marxista sobre el estado
capitalista”, Revista Mensual/Monthly Review, vol, 1, nº 8-9, diciembre 1977-enero 1978, pp. 93-122.
En este artículo, tras una descripción de las líneas de análisis marxista sobre el Estado capitalista
(clásica, instrumentalista, estructuralista...), se proporciona bibliografía adicional de los autores
más representativos (pp. 120-122). Cf., en la misma fuente, I. Balbus: “Teoría de la élite dominante
vs. análisis de clase marxista”, ibid., pp. 123-132. Igualmente, ha cobrado gran importancia en esta
temática el trabajo de J. O’Connor, The Fiscal Crisis of the State (1973), con una traducción al español
poco afortunada (Estado y capitalismo en la sociedad norteamericana, Ed. Periferia, Buenos Aires, 1974)
y otra, más reciente, La crisis fiscal del Estado, Ed. Península, Barcelona, 1981.
Indudablemente, el debate no estuvo ausente en América Latina. Cf., al respecto, N. Lechner (C.): Estado
y política en América Latina, Siglo XXI, México, 1981; y M. Kaplan: “La Teoría del Estado en la América
Latina contemporánea: el caso del marxismo”, Trimestre Económico, nº 198, abril-junio 1983, pp. 677-711.

27
y el efecto porque, en definitiva, la democracia liberal sería la
organización política ‘propia’ del capitalismo, por definición,
y el capitalismo competitivo es el ‘único’ sistema compatible
con la democracia, por evidencia histórica17.

Esta visión excluyente y simplista del nexo democracia-


capitalismo-liberalismo se acerca más a un peculiar salto
metodológico, en la línea del ‘F-Twist’. La ‘F-Twist’ o ‘Contorsión
de Friedman’ responde a un desvío instrumentalista del autor
por el cual salva la debilidad de la axiomática neoclásica a través
de una declaración de externalidad: independientemente
de que las premisas neoclásicas sean verdaderas o no, diría
Friedman, lo importante es que las firmas individuales se
comporten como si lo fueran; en otros términos, las dudas sobre
la evidencia de las premisas neoclásicas son inoperantes dado
que se utiliza la ficción (ficcionismo válido en cuanto es útil) de
que los agentes individuales actúan como si siempre buscaran
maximizar sus rendimientos y proyectaran un conocimiento
perfecto sobre todos los datos relacionados con esa tentativa18.
Esta argumentación es similar a la presentada en su tiempo
por presentada por Max Weber19. Sin embargo, el discurso
weberiano poseía una mayor sutileza y elaboración, por lo que
mereció un agudo comentario crítico de G. Luckács20.

Fue, a nuestro juicio, C.B. Macpherson quien ha respondido


contundentemente a la concepción friedmanita del citado
nexo, adjetivándola con una expresión, a su vez, lapidaria:
‘elegant tombstones’21. En síntesis, Macpherson se detiene en
tres problemas fundamentales. En primer lugar, considera que
las razones de Friedman sobre la unicidad capitalismo-liber-
tad son de escaso peso científico y puramente ideológicas.

17
“Entre Hobbes y Friedman, liberalismo económico y despotismo burgués”, art. cit., pp. 47 y ss.
18
Cf., al respecto, M. Friedman: Ensayos sobre Economía Positiva, Gredos, Madrid, 1967, pp. 9-44;
y L.A. Boland: “A critique of Friedman’s critics”, Journal of Economic Literature, nº 17, 1979, pp.
503-522.
19
M. Weber: Economía y Sociedad, F.C.E., México, 1964, tomo II, esp. cap. IX.
20
Cf., G. Lukács: El asalto a la razón, Ed. Grijalbo, México, 1967, pp. 492 y ss.
21
Cf., del autor, “Elegant tombstones: a note on Friedman’s Freedom”, in Democraty Theory: Essays
in Retrieval, Oxford University Press, Oxford, 1973, pp. 143-156.

28
Los ejemplos aportados son nulos, confundiendo cualquier
variación concomitante y del mismo signo entre libertad y
capitalismo para abstraer una causación directa allí don-
de sólo hubo coincidencia. Una correlación, diría M. Blaug,
nunca es una explicación satisfactoria22. De la misma manera,
añadimos nosotros, se llega a demostrar la absoluta incom-
patibilidad entre democracia y capitalismo.

En segundo lugar, Macpherson rechaza la afirmación de Fried-


man sobre las garantías que ofrece la libertad económica en
relación a la libertad política. El Estado liberal, como insti-
tucionalización del liberalismo político clásico fue un hecho
previo o imprescindible para la creación de aquellas condi-
ciones que encauzaron el desarrollo de la economía de mer-
cado y no al revés23. De esta forma, Macpherson recupera una
reflexión de Hayek sobre el particular que ha sido citada am-
pliamente24.

En tercer lugar, para el autor, el análisis marxista ofrecería un


discurso coherente respecto a la esencia de clase del Estado
capitalista, rechazando cualquier retórica neoliberal sobre el
problema de la democracia en el capitalismo sin cuestionarme
‘qué democracia, para qué clase’.

La aparente extravagancia intelectual de Friedman y su con-


cepción ‘elegant tombstones’ no son hechos fortuitos. Respon-
den ambos, a nuestro juicio, a una específica línea de pensa-
miento que predica, en cuanto visión de la organización social,
el retorno a cierto paleoliberalismo supuestamente superado.
El abandono del componente metafísico en la especulación filo-
sófica y el ascenso del positivismo, a mediados del siglo XIX, se
afirman mediante varias vías, dos de las cuales -representadas
por A. Comte y H. Spencer- tratan de configurar un cuerpo de
pensamiento positivo que introduzca ‘orden’ en la investiga-
ción crecientemente especializada25. La línea de Comte, segui-

22
M. Blaug: La metodología de la economía, Alianza Ed., Madrid, 1985, pp. 22-7.
23
“Elegant tombstones: a note on Friedman’s Freedom”, art. cit., p. 148.
24
Cf., al respecto, F.A. Hayek: Camino de servidumbre, op. cit., p. 43.
25
En palabras de J.A. Schumpeter: Historia del Análisis Económico, Ariel, Barcelona, 1982, pp. 471 y ss.

29
da por J.S. Mill, derivó en posteriores y fecundas aportaciones
positivistas26. H. Spencer, por su lado, se constituye en el fun-
dador y más significativo representante de la escuela sociológi-
ca organicista, unida a una férrea filiación liberal. Nos estamos
refiriendo al parentesco entre el liberalismo clásico y las teorías
evolucionistas de raíz lamarckiana. Lamarcke, como es sabido,
propone una teoría de la evolución consciente contrapuesta a
la adaptación espontánea de Darwin. La naturaleza, por tanto,
produciría individuos eficientes mediante el procedimiento de
ensayo-error, es decir, la competencia. Esta concepción evolu-
cionista que asume H. Spencer se acerca, según señala Hull, al
más neto liberalismo económico clásico27.

Para Spencer, lo que hizo posible el culto a las fuerzas naturales


fue el poder y la influencia de un lenguaje presentado con
símiles y analogías28. En consecuencia, la sociedad es, en
Spencer, un organismo biológico que funciona mediante la
división natural de tareas entre sus órganos y cumpliendo una
triple función diferenciada: dirección, distribución y nutrición,
según sean las propiedades inevitables de cada órgano. De
igual forma, las clases sociales desempeñarían sus funciones,
natural y armónicamente.

En definitiva, el organicismo reduce las leyes sociales a las


leyes de la naturaleza y esta reducción, por parte de M.
Friedman, queda palpable en los primeros párrafos de su
‘Lectura del Nobel’:

“¿Acaso las ciencias sociales, cuyos especialistas


analizan su propia conducta y la de sus seme-
jantes, quienes a su vez observan y reaccionan
ante lo que esos especialistas establecen, no re-

26
Sobre la influencia de Comte sobre Mill, cf. E. Roll: Historia de las doctrinas económicas, F.C.E.,
México, 1974, pp. 328 y ss. “La filosofía de Comte”, escribe el autor, “llevaba directamente al deseo
de una nueva ciencia general de la sociedad y esto implicaba la creación de una filosofía de la
historia”, concluyendo que “con ambas cosas simpatizaba Mill” (p. 328).
27
Cf., L.W. Hull: Historia y filosofía de la ciencia, Ariel, Barcelona, 1978, pp. 365 y ss. Asimismo,
ampliando la perspectiva, C.B. Macpherson: La teoría política del individualismo posesivo, Fontanella,
Barcelona, 1970.
28
En palabras de E. Cassirer: El mito del Estado, F.C.E., México, 1972, pp. 29-31.

30
quieren métodos de investigación fundamen-
talmente diferentes de los de las ciencias físicas
y biológicas?. ¿No deberían ser juzgadas según
otros criterios?. Por mi parte, nunca he aceptado
tal enfoque, que me parece consecuencia de una
incomprensión, no tanto del carácter y posibili-
dades de las ciencias sociales como de los que a
las propias ciencias naturales corresponden”29.

Aunque la influencia de Spencer alcanzó a las teorías elitistas de


O. Spengler, O. Lendt y O. Spann. Las tres han sido consideradas
aportaciones fundamentales de la escuela organicista alemana y
que G. Lukács calificó como una de las corrientes de pensamien-
to que prepararon el advenimiento de la ideología nacional-so-
cialista “por mucho que subjetivamente disten de abrigar seme-
jante intención”30. No obstante, se suponía que el organicismo
oscurantista representaba una corriente de pensamiento ago-
tada pero Friedman se encargó de demostrar lo contrario. “La
principal premisa de la teoría orgánica”, escribe E. Godoy, “que
se creía totalmente desterrada ya en el desarrollo de la humani-
dad (...) ha sido retomada nuevamente por el ultraliberalismo
económico de estos últimos tiempos, idealizado y propugnado,
principalmente, por Milton Friedman y su Escuela de Chicago”.
No es ajena a esta ‘resurrección’ organicista en Chicago, el hecho
de su arraigada tradicción en este tipo de enfoques. Por ejem-
plo, los conocidos estudios de E.W. Burgess sobre la teoría de los
círculos concéntricos de la organización urbana, con detalladas
explicaciones analógicas sobre la ecología de plantas y animales
(competencia, invasión, sucesión), son una de las consecuencias
del vigente e implícito darwinismo social en boga31.

29
Existen varias versiones del discurso pronunciado por M. Friedman. La cita corresponde a “Paro
e inflación”, Libre Empresa, nº 3, julio-septiembre 1977, pp. 25-6.
30
El asalto a la razón, op. cit., p. 4.
31
E. Godoy: “Doctrinas de las Dictaduras Militares en América Latina”, Desarrollo Indoamericano,
nº 63, octubre 1980, p. 62. Cf., al respecto, F.H. Forni: “La contribución de la Escuela de Chicago
a la sociología norteamericana. La psicología social interaccionista, el estudio de los problemas
urbanos y la metodología cualitativa”, Revista Paraguaya de Sociología, año 19, nº 55, septiembre-
diciembre 1982, pp. 105-124. Una visión crítica de la escuela de Chicago en sociología en M. Castell:
Problemas de Investigación en Sociología urbana, Siglo XXI, Madrid, 1971, pp. 137 y ss.

31
A nuestro juicio, la vigencia de lo que denominaríamos ‘el
social-darwinismo y sus caricaturas’ no constituye más que
la cara ideológica y justificativa de los regímenes militares del
Cono Sur que se manifiesta con nitidez en la Doctrina de la
Seguridad Nacional y que incorpora, de una u otra manera, la
fusión entre el afán competitivo, la selección social y la lógica
del mercado. En este sentido, es importante constatarlo aquí,
la concepción organicista y excluyente de la sociedad no es
un retorno exclusivo de Friedman al paleoliberalismo. Otros
ejemplos modernos. En el ámbito de la economía, la metáfora
organicista fue empleada con indudable acierto descriptivo
por numerosos autores desde W. Petty. Sin embargo, al
abandonar el carácter hipotético la metáfora se convierte en
una rígida taxonomía adscriptiva de la sociedad (y de las
clases sociales) como lo reflejan W. Sombart y Th. Veblen (la
lucha por la selección natural en el mundo de los negocios),
o R. Williams (reconociendo la desigualdad natural de los
hombres como la base de la auténtica democracia)32.

Estos casos confirmarían la permanencia de un pensamien-


to que considera a la libertad -sentencia el mismo Fried-
man- como “un objetivo que se puede alcanzar solamente
entre individuos responsables”. Y prosigue: “No creemos
en la libertad para locos ni para niños. La necesidad de tra-
zar una línea divisoria entre los los individuos responsables
y los otros es ineludible, y sin embargo eso significa que
hay una ambigüedad esencial en nuestro objetivo último
de libertad. A continuación de los locos y los niños, Fried-
man subraya que la defensa de los fundamentos paterna-
listas del Estado (desde el Welfare State keynesiano típico
de los países desarrollados de postguerra hasta el Estado
reformista en América Latina) solamente son defendidos
por los apologetas del colectivismo (sic). En consecuencia,
y como señala M. Fúnes Valladares, detrás del antiinterven-
cionismo friedmaniano se esconde (también) el deseo de

32
Cf., al respecto, J.P. Diggins: El bardo del salvajismo. Thorstein Veblen y la teoría social moderna, F.C.E.,
México, 1983, esp. pp. 157-163 donde se considera la opinión de Veblen sobre la emulación y la
hegemonía del capitalismo.

32
debilitar (en el sentido económico, no militar) a los estados
de los países subdesarrollados y dependientes. Y todo ello
en nombre de una cruzada contra el ‘colectivismo’, hacien-
do del término un cajón de sastre donde Friedman mezcla
comunismo, socialismo y estado del bienestar, más allá de
la distinción de L. von Mises que separaba claramente las
acepciones de socialismo e intervención. Para J.F.D. Bilson,
profesor de la Universidad de Chicago, “la cuestión empí-
rica -¿lleva la pérdida de libertad económica a la pérdida
de la libertad política?- es una de las cuestiones más impor-
tantes con que se enfrentan los economistas ocupados de
dirigir la política económica, particularmente en los países
menos desarrollados”.

A partir de aquí, el propósito del artículo es proporcionar


una evidencia empírica de la íntima relación entre libertad
económica y libertad política, medidas ambas con peculiares
criterios. Por ejemplo, Bilson utiliza los índices de R.D. Gastil
(Freedom in the world. Political Right and Civil Liberties, Free-
dom House, Nueva York, 1978) para la medición de la liber-
tad política en un país porque: a) el organismo donde trabaja
Gastil es una organización privada y, por lo tanto, objetiva
en sus planteamientos; b) los índices de Gastil no se reducen
a los aspectos particularizados -número de prisioneros, por
ejemplo- sino que miden un nivel general de libertad como
el tiempo que disponen para hablar los miembros del parla-
mento o el volumen del correo internacional; y c) los índices
de Gastil son explícitamente no económicos para superar las
dudas que generan los modelos materialistas de crecimiento
(!). Con estos datos de partida y recurriendo a la autoridad
de un económetra como H. Theil (“The Positive Correlation
of Afluence and Freedom”, Economics Letters, nº 2, 1979, pp.
295-297), formulando un exquisito análisis de regresión para
evaluar otras influencias económicas (relación entre gasto
público y exportaciones respecto al producto nacional, peso
de los sueldos y salarios en la renta nacional, etc.), el autor
llega a los resultados apetecidos: a mayor libertad económica,
mayor libertad política; fenómenos que sólo ocurren en aquellas

33
economías capitalistas, con alto nivel de renta per cápita, abiertas
al comercio... (sic) (p.118)33.

Concretando más: en nuestra opinión, el paralelismo de la tesis


y conclusiones de El individuo contra el Estado, de H. Spencer,
y Capitalismo y libertad, obra de Friedman publicada cincuenta
años después, es evidente; especialmente lo que se refiere a la
valoración de la política social del Estado y a la percepción de
la desigualdad natural de los hombres.

La desigualdad de renta o riqueza se debe, en opinión de


Friedman, a tres factores: la satisfación de la preferencia por
la incertidumbre, las ‘diferencias igualizadoras’ de los agentes
económicos así como las ‘diferencias iniciales’ en la dote de
capacidad individual como de propiedades aunque este punto
lo expresa con mayor claridad y crudeza, a nuestro entender, el
mismo Mises cuando señala que “los principios del liberalismo
se condensan en una sencilla palabra: propiedad; es decir, control
privado de los factores de producción”, concluyendo en que “la
desigualdad, aunque parezca mentira, desempeña otra función
de no menor importancia: la de posibilitar el lujo”34. “Aquí”,
enfatiza el autor, “es donde se presenta un problema ético
realmente difícil”35. ¿Cómo resuelve Friedman ‘ese’ problema
ético?. Con otro ‘F-Twist’, respondemos nosotros, incorporando
al presente ámbito de discusión. Veamos: “la mayoría de las
diferencias de nivel, posición, riqueza, pueden considerarse, en
algún punto lejano (?), como debidas a la suerte. Se considera
que el hombre que es trabajador y ahorrador se merece; sin
embargo, estas cualidades las debe en parte a los genes que ha
tenido la suerte (¿o la desgracia?) de heredar”36.
33
Véanse, al respecto, las siguientes obras: Capitalismo y libertad, op. cit., p. 52. (“¿Libertad de elegir
o libertad de morir?”, Revista Centroamericana de Economía, nº 10, enero-abril 1983, p. 43). Cf., a
propósito, La Acción Humana, op. cit., pp. 1039-1044. Además, el curioso artículo de J.F.D. Bilson:
“Liberalismo económico, derechos políticos y libertades civiles: una investigación económica”,
Cuadernos Económicos ICE, nº 14, 1980, pp. 101-129.
34
Cf., al respecto, Capitalismo y libertad, op. cit., pp. 205 y ss. “ (Liberalismo, op. cit., p. 37 y p. 51).
Cf., asimismo, para una extensión del pensamiento de Mises sobre la propiedad y la desigualdad
natural en los principios liberales, La Acción Humana, op. cit., pp. 953-6 y pp. 991-3, sobre la
propiedad y la seguridad de los propietarios; y pp. 1212-1227, sobre el concepto de desigualdad
natural.
35
Ibid., p. 208.
36
Ibid., p. 210. El subrayado y el primer interrogante son, lógicamente, nuestros.

34
Así considerada la ética de la distribución no sorprende que
el ideario sobre los problemas de la vivienda, la sanidad, la
educación, en fin, sobre la llamada política social, que tiene M.
Friedman se retrotrae en un siglo, respondiendo a la aversión
clásica de los neoliberales a la justicia distributiva. F.A. Hayek
representaría un máximo exponente de esta tendencia. La
reciente edición de la obra cumbre de Hayek ha renovado
el interés por las concepciones formalistas de la justicia con
reglas derivadas del ‘cosmos’ (del orden espontáneo, del
mercado...) lo cual rechaza de plano el encantamiento de la
política redistributiva. “La ‘justicia social’ se trata simplemente
de una superstición cuasi-religiosa...”, dice F.A. Hayek,
“contra la que debemos luchar en tanto se use para oprimir a
los hombres”. Y concluye: “ahora bien, la difundida creencia
en la noción de justicia social es actualmente la más grave
amenaza a los valores de una civilización libre”, pensamiento
que es matizado críticamente por Hinkelammert comentando
unas declaraciones periodísticas de F.A. Hayek en las que
consideraba a la propiedad y el contrato como las únicas
reglas morales de una sociedad libre (Mercurio, Santiago de
Chile, 19.IV.1981), escribe que37:

“Este cálculo de vidas de Hayek es, en reali-


dad, un cálculo de muertes. Le sirve para his-
postasiar propiedad y contrato. El raciocinio
es el siguiente: propiedad y contrato -es decir,
las relaciones capitalistas de producción- son
la garantía del progreso técnico. Solamente en
base a ellas hay un aumento constante de las
fuerzas productivas y por tanto la posibilidad

37
(Law, Legislation and Liberty, op. cit.) (Law, Legislation and Liberty, op. cit., vol. II -”The Mirage of
Social Justice”- pp. 66-7). Cf., al respecto, para una ampliación de las presentes observaciones, Th.
Flanagan: “F.A. Hayek on Property and Justice”, in A. Parel y Th. Flanagan: Theories of Property.
Aristottle to the Present, W. Laurier University Press, Waterloo, 1979, pp. 335-357; N.P. Barry: Hayek’s
Social and Economic Philosophy, Macmillan, Londres, 1980; y R. Cristi: “Hayek y la justicia”, Mensaje,
nº 301, agosto 1981, pp. 403-407.
Para una posición más ponderada, desde una perspectiva neoliberal, sobre la política redistributiva,
cf., K. Brunner y W.H. Meckling: “La percepción del hombre y de la justicia y la concepción de las
instituciones políticas”, Estudios Públicos, nº 7, invierno 1982, pp. 91-129.
Franz Hinkelammert, (“El capitalismo actual y la justicia social”, Revista Centroamericana de Economía,
nº 10, enero-abril 1983, p. 13).

35
de alimentar una cantidad de población ma-
yor (...) El sacrificio de vidas en el presente por
tanto es irrelevante, cuando se trata de juzgar
sobre propiedad y contrato (...)

De esta manera se pretende garantizar el dere-


cho de vida en general y como especie, negan-
do un derecho de vida individual, de carácter
subjetivo. El resultado es un simple socialdarwi-
nismo”

Por poner otro ejemplo, para Friedman la ayuda en vivienda no


es más que una intervención pública en los asuntos privados
bajo el supuesto de que las familias pobres “necesitan la
vivienda más de lo que necesitan otras cosas”, abogando, en
cambio, por una ayuda monetaria sin destino prefijado a no
ser por aquella libre elección en el mercado38.

Pero, si existiese un punto donde la teoría de Friedman se


sublima en la lógica de mercado, éste es, sin duda, la cues-
tión del salario mínimo. El autor actualiza un viejo principio
liberal y recupera el más fiel neoclasicismo: el problema del
desempleo se resuelve, afirma Friedman, mediante la caída
de los salarios reales y el complemento de una acción filan-
trópica del Estado que salvaguarde la estricta sobrevivencia
y amortigüen el pauperismo y la cesantía en masa. Por tanto,
fuera de este modelo de exaltación al equilibrio y a la libertad
de mercado los problemas de desempleo solamente se agra-
van como sucede cuando se introduce una restricción, la re-
glamentación de salarios mínimos, cuyas consecuencias son
aumentar la pobreza y el paro39. En este sentido, Friedman
parece ignorar tres décadas de historia del pensamiento eco-
nómico con su impronta keynesiana. De igual forma, el eco-
nomista de Chicago rechaza cualquier redistribución de renta
o riqueza a nivel internacional sin explicar, en modo alguno,

38
Cf., Capitalismo y libertad, op. cit., pp. 225-9.
39
Ibid., p. 229.

36
qué punto de vista analítico considera para concluir en que
las distribuciones existentes son óptimas40.

Nos reafirmamos, por tanto, en que M. Friedman es un herede-


ro intelectual de H. Spencer, compartiendo un tronco ideológi-
co que considera a las medidas de bienestar social (legislación
sobre salario mínimo, protección de precios agrarios, política
de vivienda, etc.) como la satisfación de necesidades no básicas
(sic) que constituyen un conjunto de acciones “designado con
el confuso título de ‘seguridad social’”41... y, concluyendo, “el
programa de ‘seguridad social’ es una de esas cosas en las que
la tiranía del ‘status quo’ está empezando a dar resultados”42,
apreciaciones, a nuetro juicio, más radicales que las del propio
Spencer, cuyas notas sobre la legislación de la cerveza, en 1853,
es idéntica al tratamiento dado por Friedman al problema de
la droga en una de sus últimas obras. En efecto, aunque la filo-
sofía política de H. Spencer sea, cuando menos, especialmente
confusa, lo cierto es que su obra muestra la marca indeleble
de la confianza burguesa victoriana de su tiempo y el recelo
de clase frente al Estado. Discrepando del aserto liberal que
defendió la corriente benthamiana -’la mayor felicidad para
el mayor número de personas’-, Spencer asegura que el bien-
estar de la Humanidad está garantizado por la ‘disciplina na-
tural’ que no puede desviarse de su inflexibilidad para evitar
padecimientos individuales o temporales: “la pobreza del in-
capaz, las desgracias que acometen al imprudente, el hambre
del perezoso y el pisar del fuerte sobre el débil, que dejan a
tantos ‘en la nulidad y en la miseria’, son dictados de gran be-
nevolencia previsora...” escribe Spencer, quien considera que
el incremento del ratio de intervención estatal tiene una doble
consecuencia negativa. Por una parte, no cumple con satisfa-
ción el estricto rol encomendado por el liberalismo clásico. Por
otra, inicia la ‘esclavitud venidera’ (Coming Slavery, en el origi-
40
Cf., al respecto, M. Friedman: “Some Thoghts about the Current Economic Scene”, University
of Chicago Magazine, otoño 1974, p. 13, con especial referencia al caso de la India que contradice,
aparentemente, anteriores notas sobre el particular en Money and Economic Development, Praeger,
Nueva York, 1972, pp. 47 y ss.
41
Capitalismo y libertad, op. cit., p. 225.
42
Ibid., p. 232. Ese temor (y el término) ha inspirado un posterior trabajo (y su título) del autor. Cf.,
en este sentido, M. Friedman: La tiranía del status quo, op. cit.

37
nal) mediante un desafortunado exceso de legislación. Esto le
hace concluir en que43:

“No debemos sorprendernos, por tanto, que


sus esfuerzos por curar males precisos, los le-
gisladores hayan provocado continuamente
otros distintos que nunca pretendieron (...) Así,
por todas partes, unas medidas bien intencio-
nadas están produciendo daños imprevistos:
una Ley de licencias que fomenta la adultera-
ción de la cerveza; un régimen de libertad con-
dicional que estimula al hombre a cometer de-
litos; una ordenanza de policía que mete a los
buhoneros en el asilo (...) Después, y además
de los males próximos y evidentes, vienen los
lejanos y menos discernibles, que, si pudiéra-
mos estimar su resultado acumulativo, encon-
traríamos quizás más graves aún”

J.A. Schumpeter, con la ironía que lo caracteriza y refiriéndose a


H. Spencer, estima que fue un tratadista profundo, anticipándose
a las teorías de Darwin, con una aguda personalidad, como
lo demuestran sus numerosos inventos, pero un hombre
especialmente obtuso44:

“...que, por llevar el laissez-faire hasta el extre-


mo de condenar las normas de sanidad públi-
ca, la instrucción pública, el servicio público de
correos, etc., puso su ideal en ridículo y escribió
cosas que realmente habrían servido perfectamente
como sátira de la política que él propugnaba. Ni su
economía ni su ética (analítica o normativa) va-
len la pena. Lo que vale la pena observar es el
argumento según el cual toda política que tien-

43
Social Statics, 1851, in E.K. Bramsted y K.J. Melhuish: El liberalismo en Occidente, Unión Ed., Madrid,
1980, tomo V, p. 65. Obsérvense las similitudes de fondo entre la cita anterior y las declaraciones
comentadas de F.A. Hayek (cf., supra, nota 37). Y Over-Legislation, 1853, in E.K. Bramsted y K.J.
Melhuis: El liberalismo en Occidente, op. cit., tomo V, p. 88.
44
J.A. Schumpeter: Historia del Análisis Económico, op. cit., pp. 849-850, esp. en nota.

38
da a mejorar las condiciones sociales debe ser
condenada por que interfiere con la selección
natural y, por lo tanto, con el progreso de la hu-
manidad”

A nuestro entender, la obra de Friedman sobre la presente


temática participa de la corriente de pensamiento impulsada
por Spencer exclusivamente en la última adjetivación. La
denuncia de ambos, y por extensión de todos los neoliberales
actuales, sobre la tiranía del status quo en que se ha convertido la
política social del Estado no refleja más que el soterrado temor
a la pérdida del ‘otro’ status quo de clase amenazado por las
imprevisibles consecuencias de la incompatibilidad histórica
entre democracia y capitalismo. Por eso se encontraría en el
campo de la sociobiología la más adecuada defensa de ese
status ya que, como señala V.J. Stevens, la movilidad social se
relaciona siempre con cambios en la conducta y ésta, a su vez,
está limitada por restricciones naturales y determinaciones
genéticas45, círculo vicioso que emplea con profusión M.
Friedman46. En este sentido, procedería reproducir dos
comentarios críticos sobre el resurgimiento de la sociobiología
en los últimos años que transciende el reduccionismo biologista
y su aparente inocencia científica para apuntalar y legitimar
un cierto orden social47.

Por una parte, un informe de Science for the People señala que48:

“...durante más de un siglo, la idea de que


la conducta humana se determina por impe-
rativos evolucionistas y se controla por pre-
disposiciones innatas o heredadas, ha sido
propuesta como evidente justificación de
45
Cf., V.J. Stevens: “Sociobiología, ciencia y conducta humana”, Revista Mensual/Monthly Review,
vol. 4, nº 2, noviembre 1980, pp. 51-62.
46
Cf., al respecto, Capitalismo y libertad, op. cit., p. 210.
47
La bibliografía sobre el tema es muy extensa. Sin afán exaustivo, y por su interés para situar el
complejo debate que provoca, cf., E.O. Wilson: Sociobiología. Nueva síntesis, Ed. Omega, Barcelona,
1980; y S. Gordon: “A critique of sociobiology”, Institute for Economic Research, Discussion Paper,
nº 346, 1979.
48
“Sociobiology: A New Biological Determinism”, Science for the People, sin fecha. Cit. in V.J.
Stevens: “Sociobiología, ciencia y conducta humana”, art. cit., pp. 55-6.

39
políticas sociales concretas. Las teorías de-
terministas no se han recibido y tomado en
consideración con tanto entusiasmo por su
pretendida relación con la realidad, su valor
como medio para justificar socialmente lo
que existe...”

Por otra parte, H. y S. Rose escriben, en la introducción a una


recopilación de textos sobre la Economía Política de la ciencia,
lo siguiente49:

“...el biologismo, a pesar de toda su cientifici-


dad aparente, es, pues, mera ideología, es la
legitimación del status quo. No es un método
para explicar a los individuos sino para deva-
luarlos (...). En el biologismo, el reduccionismo,
que originalmente era un instrumento podero-
so para examinar problemas específicos bajo
condiciones rigurosamente definidas, se satura
de ideología. El reduccionismo es así parte de
la ideología de la ciencia, y en el grado en que
las teorías sirven a las clases dominantes espe-
cíficas, también legitimiza y oscurece la ideo-
logía dentro de la ciencia. La importancia del
biologismo deriva de la naturaleza de la lucha
en la que el Estado burgués tiene que compro-
meterse para su defensa”

El capítulo 6 de la obra de los Rose está configurado en torno


a un artículo de los autores, “La política de la neurobiología:
el biologismo al servicio del Estado” (pp. 150-170) que com-
plementa las notas introductorias en cuanto se percibe que el
combate contra el reduccionismo biologista provoca una cier-
ta inclinación hacia el irracionalismo ingenuo de predicar el
abandono de la ‘ciencia’ y la tecnología; una irracionalidad
que fomenta, de una u otra forma, el fortalecimiento mismo
del sistema que genera el biologismo (p. 170). En definitiva, el

49
H. Rose y S. Rose: Economía Política de la ciencia, Ed. Nueva Imagen, México, 1979, p. 24.

40
tratamiento del nexo democracia-capitalismo por parte de M.
Friedman y los neoliberales en general es meramente ideológi-
co, legitimando la acumulación (y la optimización) del capital
en los cánones de una economía de mercado en la cual se re-
chaza la redistribución de la renta y la riqueza como un autén-
tico objetivo de política económica. A propósito, M. Friedman
escribe que “el principio ético que directamente justificaría la
distribución de la renta en una sociedad libre de mercado es el
siguiente: ‘A cada uno, según lo que él y los instrumentos que
él posee y producen50. El retorno de Friedman al paleolibera-
lismo decimonónico y spenceriano no se basa exclusivamente
en la recuperación del precedente organicista sino que incor-
pora otros anacronismos teóricos sobre el funcionamiento del
sistema:

“Nuevamente se vuelve a la compañía del


fisiócrata Quesnay con su orden económico;
de J.B. Say y sus principios malthusianos; de
Bastiat y sus armonías económicas; de Ma-
cualay y su sórdido utilitarismo de la socie-
dad industrial y sus leyes inmutables; de von
Mises con su libre concurrencia de los com-
petidores en la economía capitalista y su tre-
mendo odio al socialismo”, escribe E. Godoy
para añadir finalmente: “...como este dominio
y expansión económica necesita la ‘paz social’
y el control de la ‘lucha de clases’, todas las
doctrinas anteriores son necesariamente com-
binadas con las teorías de la guerra de Karl
von Clausewitz...”

Si la lucha contra la ‘tiranía del status quo’ y la defensa del


vínculo democracia-capitalismo-liberalismo requiere el trata-
miento de ‘shock’ propugnado por Friedman en Chile, apli-
cado con el previo arrasamiento físico e institucional de la
sociedad civil, es cierto que se le premia con el Nobel, para
él, y un régimen mmilitar, para Chile. Como señala E. Godoy,

50
Capitalismo y libertad, op. cit., p. 205, subr. nuestro.

41
Friedman, en cuanto economista e ideólogo, no se aleja mu-
cho de las enseñanzas médicas que describiera Francisco de
Quevedo: recetar jarabes, recomendar purgas, para que venda
el boticario y padezca el enfermo; sangrarle continuamente,
colocarle ventosas; hacerlo así, una y otra vez, hasta que o se
acaba la enfermedad o el enfermo; si vive y te pagan, dí que
llegó tu hora, y si muere dí que llegó la suya. Como relata en el
“Sermón de un economista”, Joan Robinson, con su proverbial
buen criterio, lo expone diáfanamente51:

“Pero, si la economía es el opio de los religiosos, el


principal culpable de los excesos de los drogadictos
son los fabricantes de la droga: los economistas, gra-
cias a los cuales a los ricos y piadosos les resultan tan
fatalmente sencillo no perder la tranquilidad de con-
ciencia, a cambio de sacrificar su integridad intelec-
tual”.

51
E. Godoy: “Doctrinas de las Dictaduras Militares en Africa Latina”, art. cit., p. 63J. Robinson:
Relevancia de Teoría Económica, Ed. Martínez Roca, Barcelona, 1976, p. 326. Cf., asimismo, el siempre
sugerente E. Galeano: “América Latina: las fuentes de la violencia”, Mensual/MonthlyReview, vol. 1,
nº 2, junio 1977, pp.1-18. Revista Mensual/MonthlyReview, vol. 1, nº 2, junio 1977, pp.1-18

42
CAPÍTULO II

RAÍCES SOCIALES, POLÍTICAS Y ECONÓMICAS DEL


GOLPISMO EN AMÉRICA LATINA: MILITARISMO,
AUTORITARISMO Y FASCISMO

“La lucha anti-inflacionista se enfrenta a un


endeudamiento que sigue siendo importante
y a la aspereza de las luchas en torno a la dis-
tribución de las rentas. Los intercambios inter-
nacionales continúan desorganizados debido
a la inestabilidad monetaria. Y, tras la fachada
de un resurgimiento del liberalismo económi-
co, se asiste a un auge de las fuerzas políticas
conservadoras. La violencia y la inseguridad
engendradas por la crisis sirven de pretexto
para la adopción de medidas de excepción y
de intensificación de los sistemas policíacos y
militares”

A. Granou, I. Baron y B. Billaudot52

El conjunto de reflexiones teóricas sobre la naturaleza y pers-


pectivas de los regímenes implantados militarmente en Chile,
Argentina y Uruguay, a lo largo de la década de los setenta,
constituye un debate rico y clarificador en muchos aspectos.
No sólo por la mera evaluación cuantitativa de la literatura
generada, el amplio abanico ideológico de los autores impli-
cados o la formulación de tres enfoques principales sobre el
problema. Existe, además, la opinión compartida entre los
científicos sociales de que el análisis pormenorizado de los
regímenes militares del Cono Sur configura un paso previo e
ineludible para su superación.

52
A. Granou, I. Baron y B. Billaudot: “La crisis sigue ahí”, Transición, nº 9, junio 1979, pp. 4-7; la cita
corresponde a p. 4.

43
No obstante, si quisiéramos ser rigurosos, debemos explicitar
que ese debate también se caracteriza por una variada gama
de elementos de confusión. En efecto, la globalización de los
tres casos anteriormente citados junto con las experiencias
de Brasil (1964), Perú (1968), Bolivia (1972) y hasta Argentina
(1966-1971), produjo un evidente caos teórico. Es necesario,
por tanto, analizar monográficamente el caso ‘endémico’
boliviano o las peculiaridades de la ‘revolución’ militar
peruana, especialmente en la época de Velasco Alvarado53. De
igual forma, el régimen militar del quinquenio que precede a
la vuelta de J.D. Perón respondería al ‘fatalismo’ secular de la
política argentina54, mientras que el golpe fraguado en 1976
es una consecuencia directa de la emergencia y el deterioro
social, como sucede también en Uruguay y su militarismo con
rostro civil desde 197255.

Fue la introducción del caso brasileño en el estudio global so-


bre los regímenes militares del Cono Sur el que distorsionó el
análisis forzando a una caracterización común de realidades
heterogéneas. No cabe duda que el tipo de rol encomendado
al Estado, el estilo de penetración del capital transnacional, el
tamaño de su mercado interno, el papel de la burguesía na-
cional, sus características geopolíticas y estratégicas, el ‘mila-
gro económico’ y la crisis del mismo, el grado de represión

53
Sobre la revolución peruana de 1968, especialmente en sus primeras etapas, existe una
copiosa bibliografía. Sin afán exaustivo citemos, por ejemplo, J. Petras y R. La Porte: Perú:
¿transformación revolucionaria o modernización?, Amorrortu, Buenos Aires, 1971; J.L. Rubio:
Aproximación a la revolución peruana, Ed. Acervo, Barcelona, 1974; y J.A. Encinas del Pando:
“The Role of Military. Expenditure in the Development Process. Perú: A Case Study, 1950-
1980”, Ibero-Americana Nordic Journal of Latin American, vol. XII, nº 1-2, 1983, pp. 51-114. Son de
un gran interés dos estudios H. Pease García que abarcan los procesos políticos y económicos
del Perú, desde 1968 hasta el agotamiento del modelo militar: El ocaso del poder oligárquico,
DESCO, Lima, 1980 (que cuenta con una extensa bibliografía, pp. 253-310) y Los camisno del
poder, DESCO, Lima, 1981.
El caso boliviano cuenta con una menor producción bibliográfica. Cf., para una aproximación al tema,
D. Tieffenberg: Cuatro revoluciones en América Latina, 7x7 Edicions, Barcelona, 1977, esp. pp. 69-67.
54
Cf., al respecto, R. Aizcorbe: La crisis argentina, Ed. Occitania, Buenos Aires, 1984.
55
En ambos casos, no es ocioso recordarlo, con la presencia activa del movimiento montonero
y tupamaro, respectivamente. Para los dos márgenes del Río de la Plata, y hasta los primeros
años de la década de los setenta, cf., VV.AA.: Uruguay, hoy, Siglo XXI, Buenos Aires, 1971;
O. Braun (C.): El capitalismo argentino en crisis, Siglo XXI, Buenos Aires, 1973; y G. Duejo: El
capital monopolista y las contradicciones secundarias en la sociedad argentina, Siglo XXI, Buenos
Aires, 1974.

44
social y las exiguas posibilidades de oposición democrática
sean, entre otros, factores más que suficientes para merecer
una investigación singular del caso brasileño56.

Un pertinente comentario de F.H. Cardoso sobre el parti-


cular nos introduce en el problema pendiente en la ciencia
política latinoamericana: ¿los regímenes militares del Cono
Sur remiten a una categoría conceptual común? Por ello es-
cribe Cardoso que: «...en Brasil se mantuvo un juego parti-
dista que funciona bajo control cerrando el Parlamento por
algún tiempo, mmientras que en los otros tres países Ar-
gentina, Chile, Uruguay los militares expulsaron la política
hasta simbólicamente y clausuraron los parlamentos y los
partidos. En tanto en Chile se dió una ‹desestatización de la
economía›, en Brasil se llevó a cabo la expansión del sector
estatal. Mientras que la estrategia económica chilena y uru-
guaya se orientó hacia la inserción primario-exportadora, en
Brasil se hizo un esfuerzo industrializador importante y la
estrategia de una expansión acentuada del mercado inter-
no. Al mismo tiempo, los desequilibrios sociales y políticos
en Argentina no parecen haber permitido avances más con-
sistentes en sentido de lograr la integración de la economía
mundial por la vía de la industrialización monopólica»57.
En este sentido, Cardoso adelanta algunas notas que expon-
dremos, más adelante, para sustentar la acotación de nuestro
trabajo y la pertinencia analítica en considerar los tres casos
del Cono Sur (Argentina, Chile y Uruguay) para el estudio de
la opción monetarista de política económica, en el marco de
regímenes de fascismo dependiente y de un modelo de aper-
tura irrestricta al exterior, y las consecuencias que se derivan
en el proceso de endeudamiento externo.

56
Sobre el auge y crisis del ‘milagro brasileño’, cf., P.I. Singer: “O milagre brasileiro, causas e
consecuencias”, Cuadernos CEBRAP, nº 6, 1972; y, del autor, “A economía brasileira despois 1964”,
Debate & Crítica, nº 4, noviembre 1974, esp. pp. 15 y ss. Cf., además, R. Arroio Junior: “La miseria
del milagro brasileño”, Cuadernos Políticos, nº 9, julio-septiembre 1976, esp. pp. 35 y ss.; Th. Dos
Santos: “La crisis del milagro brasileño”, Comercio Exterior, vol. 27, nº 1, enero 1977, pp. 73-80; y,
del último autor, Brasil: la evolución histórica y la crisis del milagro económico, Ed. Nueva Imagen,
México, 1978.
57
“El atolladero de los regímenes autoritarios: el caso de Brasil”, Revista Mexicana de Sociología, nº
3, 1980, p. 1149.

45
Podría argüirse, en principio, que estas consideraciones úl-
timas podrían afectar también al subconjunto de regímenes
militares de Chile, Argentina y Uruguay. Sin embargo, aún
asumiendo la presencia de caracteres individuales en cada
caso, cabe la posibilidad de un estudio común que transcien-
da una simple coincidencia temporal. A nuestro juicio, avan-
zando posteriores contenidos e hipótesis de nuestra Memoria
Doctoral, el carácter primario-exportador de sus economías,
la reacción ante la crisis económica de la región, la proposi-
ción y práctica de políticas económicas monetaristas, las con-
secuencias de las mismas -en términos de costos sociales y de
deterioro del tejido social y económico-, el estilo de endeuda-
miento externo, las similitudes de los procesos de dominación
y legitimación tras cada golpe militar, etc., son elementos que
favorecen un análisis global sin conculcar, repetimos, los ras-
gos específicos de cada situación.

Con ello abordaremos la opción monetarista y el problema de


la deuda externa en América Latina acotando conveniente-
mente, a nuestro entender, la geografía del estudio. Por otra
parte, esta decisión evita la diversificación excesiva de los en-
foques teóricos sobre los regímenes militares del Cono Sur,
como se desprende de la literatura consultada, a partir de una
continua sobrevaloración de características nacionales que
son, generalmente, secundarias. En este sentido, es importante
subrayar dos puntos que demarcarán nuestra exposición. Por
una parte, los tres casos aludidos responden a una casuística tí-
pica del capitalismo dependiente; por otra, los aspectos analíti-
cos comunes en la conjugación entre crisis, política económica
y capitalismo periférico adquieren, en nuestro trabajo, una ex-
presividad superior a cualquier sesgo individual, si bien reco-
nocemos que éstos, en un estudio monográfico, demandarían
prioridades metodológicas diferentes.

En definitiva, el afán teórico en hallar una conceptualización


representativa produjo numerosas aproximaciones, más com-
plementarias que alternativas. Si existen diferencias de crite-
rio, la raíz debe localizarse en la complejidad del ‘problema
del subdesarrollo’, omnipresente en este debate, y no en la

46
manifestación exacerbada de matices que son, en general,
fácilmente asumibles por las partes en litigio. Tampoco debe
olvidarse, e insistimos en ello, que los enfoques aquí comen-
tados no sólo están al servicio de la descripción y el análisis
de la actual realidad latinoamericana y su dinámica histórica
sino que, también, se muestran como uno de los principales
elementos definitorios de alternativas socioeconómicas y sus
consiguientes proyectos políticos. Es indudable que este fenó-
meno actúa como un poderoso detonante de la vasta literatura
sobre el tema pero introduciendo, a modo de cuña ideológica,
un sesgo político que enfatiza, frecuentemente, con rango de
principal lo que son elementos secundarios. Pero no es menos
cierto que todo este ambiente que circunda cada propuesta
teórica confirma la vitalidad de la mayor parte de los científi-
cos sociales del continente58.

II.1. Regímenes militaristas

Una primera aproximación, de origen estadounidense, par-


te de este diagnóstico: a) las sociedades contemporáneas no
se deben clasificar por el tipo de gobierno sino por el ‘grado’
de gobierno, dada una escala de (sub)desarrollo político; b) la
asimetría entre el atraso político y el desarrollo económico de
un país engendra una crisis de gobernabilidad; y, por tanto, c)
la ‘solución’ militarista responde a esa crisis, sustituyendo la
debilidad interna del sistema político por la ‘fortaleza’ militar
capaz de enfrentar los complejos problemas derivados del cre-
cimiento económico59.

58
Cf., al respecto, L. de Riz: “Algunos problemas teóricos-metodológicos en el análisis sociológico
y político de América Latina”, Revista Mexicana de Sociología, nº 1, 1977, pp. 157-172.
59
La literatura sobre el enfoque militarista, fundamentalmente en lengua inglesa, es muy amplia
pudiendo localizar sus inicios en el análisis de los aspectos ‘modernizantes’ del fascismo europeo.
Esta línea de investigación tiene un precedente especial en A.F.K. Organski: “Fascism and
Modernization”, in S.J. Woolf (C.): The Nature of Fascism, Vintage Books, Nueva York, 1969, pp.
19-41; y posteriores desarrollos en A.J. Gregor: “Fascism and Modernization: Some Addenda”,
World Politics, nº 3, abril 1974, pp. 370-385; y A. Hugues y M. Kolinsky: “Paradigmatic Fascism and
Modernization: A critique”, Political Studies, vol. 24, nº 4, diciembre 1976, pp. 371-396.

47
En otros términos, este enfoque subraya el carácter funcional del
militarismo y, a la vez, la incapacidad de la democracia liberal
en América Latina para responsabilizarse en la consecución de
dos objetivos: progresivas metas de crecimiento económico y
la necesaria defensa del orden capitalista amenazado por el
‘avance del comunismo’ Respecto al caso latinoamericano,
existen dos tendencias, muy cercanas entre sí, en cuanto al
estudio de los regímenes militares, desde esta perspectiva,
se trata. Por una parte, la óptica pragmática que realza el
carácter funcional del militarismo Por otra parte, existen textos
que muestran el escepticismo clásico de la ciencia política
tradicional respecto a la incapacidad de las masas para
comandar estrategias de crecimiento económico y político.

En relación al tema son destacables las aportaciones de G.


Germani, el cual considera la expansión del capitalismo
moderno como esencialmente integrador de las masas
movilizadas por el mismo proceso de modernización capitalista.
A nuestro juicio, la opinión de Germani podría situarse como
un segundo escalón del mecanicismo consustancial del análisis,
tan celebrado en el continente, debido a Hutington. En otras
palabras: el ‘militarismo’ funcional moderniza al capitalismo; la
‘modernización’ (entendida como profundización capitalista)
integra el conflicto social y lima las polarizaciones de clase; si
no sucede así, se aplica mayores dosis de ‘militarismo’, etc.,
en fin, una estrategia que se autosostiene en cuanto nunca
alcanza sus objetivos60.

Como veremos más adelante, el enfoque militarista tendrá


un especial ascendente en la inspiración de la Doctrina de la
Seguridad Nacional, corpus justificativo de los distintos re-
gímenes militares del Cono Sur, materializando el concepto
de ‘frontera ideológica’ sobre el perfil de América Latina. En

60
Cf., al respecto, S.P. Huntington: El orden político en las sociedades en cambio, Paidos, Buenos
Aires, 1974; J.J. Johnson: The Role of Military in Developing Countries, Princepton University Press,
Princepton, 1962; y S.P. Huntington y C.H. Moore: Authoritarian Politics in Modern Society, op. cit.
Cf., también, R. Michels: Los partidos políticos, Amorrortu, Buenos Aires, 1969, un autor y una obra
representativos de este pensamiento.
Cf., al respecto, G. Germani: América Latina. Política y Sociedad en una época de transición, Paidos, Buenos
Aires, 1962.

48
este sentido, la influencia de las tesis de la Comisión Trilateral
sobre la gobernabilidad de las democracias ha sido eviden-
te y los regímenes militares interiorizaron, hasta las últimas
consecuencias, su recomendación principal: cuando peligra la
democracia, en aquellos casos de insuficiente desarrollo polí-
tico de las instituciones, es necesario restringirla en aras de su
supervivencia61.

“Un valor que es normalmente bueno en sí mismo”, escribe


S.P. Huntington, “no necesariamente se optimiza cuando es
maximizado”. Reproduzcamos el contexto en que se enmarca
la cita de Hutington. El autor, uno de los más representativos
del establishment intelectual norteamericano, contesta a quienes
defienden la idea de que los males de la democracia se curan
con más democracia en los siguientes términos:

“...nuestro análisis sugiere que aplicar tal cu-


ración en el momento actual podrían ser muy
bien lo mismo que arrojar gasolina sobre las
llamas. En cambio, algunos de los problemas
de gobernabilidad en los Estados Unidos de
hoy se originan por un exceso de democra-
cia (...) Se requiere, en cambio, un mayor gra-
do de moderación en la democracia (...) Un
valor que es normalmente bueno en sí mismo no
necesariamente se optimiza cuando es maximiza-
do. Hemos llegado a aceptar que hay límites
potencialmente deseables al crecimiento eco-
nómico. Hay también límites potencialmente
deseables a la extensión de una democracia

61
Cf., M. Crozier et al.: The Crisis of the Democracy, op. cit. La aportación de M. Crozier sobre la
democracia en Europa ha sido publicada, en un texto de equívoca titularidad, en lengua española.
Cf., al respecto, E. Mendoza: La democracia en Europa, Ed. Nuestra Cultura, Madrid, 1978. Sobre
la naturaleza y composición de la Comisión Trilateral, cf., J. Estefanía: “Comisión Trilateral:
la democracia en Europa”, Transición, nº 3, diciembre 1978, pp. 51-53; M. Orrantía: Los centros
de poder: la Trilateral, Hórdago Publicaciones, San Sebastián, 1979; y J. Estefanía: La Trilateral,
Internacional del capitalismo, Akal, Madrid, 1979. No deja de sorprender que el conocido informe
sobre la gobernalibilidad de las democracias, especialmente de Europa, Estados Unidos y Japón,
tenga tanta influencia en un continente subdesarrollado como América Latina. Como veremos en
su momento, este punto tiene una explicación clara en el corpus de la Doctrina de la Seguridad
Nacional.

49
política. La democracia tendrá una vida más
larga si es que tiene una existencia más balan-
ceada”62.

Una visión crítica de este enfoque se desarrollará, posterior-


mente, cuando nos refiramos a la valoración de la Doctrina de
la Seguridad Nacional. Sin embargo, es necesario enfatizar, en
nuestra opinión, algunos puntos que consideramos de interés
sobre el enfoque militarista en general.

1. La tentación teórica que vincula ‘militarismo’ y ‘crecimien-


to económico’ (militarismo y modernización, u otro par de
conceptos similares)63, está íntimamente relacionada con es-
quemas mecanicistas y ahistóricos de superación del subde-
sarrollo. A este respecto, la obra de Rostow y la corriente de
pensamiento afín, al igual que la mayor parte de las críticas
que han merecido, deben encardinarse en el discurso milita-
rismo-crecimiento54.

2. Es innegable el paternalismo que subyace en la proposición


de ‘revoluciones blancas’: “Del mismo modo que la demo-
cracia política se asocia al capitalismo desarrollado”, señala I.
Cheresky, “no puede sino pensarse que sus caricaturas anémi-
cas que algunas sociedades dependientes conocieron podían
tener sólo una existencia episódica y que las cosas vuelven a
su orden: las relaciones productivas y sociales tienen el siste-
ma político que merecen”65.

3. El apoyo sobre la realidad de ciertas experiencias militaris-


tas, como el caso de Brasil, y la constatación de algunos resul-
tados empíricos favorables, para demostrar la funcionalidad
de la respuesta militar es, realmente, ignorar, como denuncia
F.H. Cardoso, que la reorganización de la economía y la espiral
del ‘milagro brasileño’ se consiguieron mediante un extraña-

62
“The United States”, in M. Crozier: et al.: The Crisis of Democracy, op. cit., pp. 60-62.
63
Cf., al respecto, los comentarios de A. Gurrieri: Democracia y políticas neoliberales, op. cit., esp.
pp. 3-15.
64
Cf., supra, nota 5.
65
“Democracia y autoritarismo en los capitalismos dependientes”, Revista Mexicana de Sociología,
nº 3, 1980, p. 1072.

50
miento del aparato del Estado respecto a la sociedad civil y sus
instituciones; además, el desarrollo -medido estrictamente con
índices de macromagnitudes- fue una consecuencia del creci-
miento asociado con el capitalismo transnacional y no debido
a la propia dinámica interna66.

4. El militarismo así entendido, a pesar de las adhesiones con


que cuenta67, no puede liberarse de una imagen autoritaria, je-
rárquica y prepotente de las sociedades latinoamericanas68. El
escepticismo de estos autores ante la ‘ineptitud’ de las masas
oculta un verdadero temor a las mismas. En otros términos,
los defensores del militarismo (en el nombre de la moderni-
zación de América Latina) olvidan que fueron las reivindica-
ciones y la lucha de las clases subalternas las que dinamizaron
el proceso capitalista, obligado a ‘modernizarse’ para atender,
aunque fuera parcialmente, las presiones económicas y las
movilizaciones sociales69.

5. Como hemos dicho, el temor a las masas -común a todos


los liberales- tiende a disfrazarse de prepotencia. Por eso,
como señala G. Hermet, la mayor parte de los autores que
propugnan un enfoque funcional de las intervenciones mi-
litares consideran, simultánea y paradójicamente, que esas
sociedades son indignas de un sistemático análisis desde la
ciencia política70.

6. Finalmente, es preciso notar que el militarismo, como ‘gra-


do’ de gobierno en la teoría, se transforma en una modalidad
de continuum en la práctica. Dada la indefinición de las pautas

66
Cf., para el tema de ‘crecimiento asociado’, a F.H. Cardoso: Autoritarismo e democratizaçao, Ed. Paz
e Terra, Río de Janeiro, 1977.
67
Como lo confirma la difusión, en América Latina, de las ya citadas obras de S.P. Hutington y J.J.
Johnson, a las que habría que añadir, de éste último, La transformación política de América Latina,
Ed. Solar-Hachette, Buenos Aires, 1961; y Militares y Sociedad en América Latina, Ed. Solar-Hachette,
Buenos Aires, 1966.
68
Cf., por ejemplo, las observaciones de G. Hermet: «Dictadure bourgeoise et modernisation
conservatrice: problemes méthodologiques de l’analyse des situations autoritaires», Revue
Fançcaise de Sciences Politiques, vol. XXV, nº 6, diciembre 1975.
69
Un tratamiento ya clásico del tema se debe a B. Moore: Los orígenes sociales de la dictadura y de la
democracia, Península, Barcelona, 1973.
70
«Dictadure bourgeoise et modernisation conservatrice: problemes méthodologiques de l’analyse
des situations autoritaires», art. cit.

51
que le dieron origen (qué índices medir, cuál es el crecimiento
fijado como meta, cómo evaluar el término de su misión, qué
parte y cuánto tiempo se deben congelar los mecanismos de-
mocráticos, etc.) solamente tiene sentido cuando se sucede a sí
mismo con una ilimitada vocación de permanencia71. Lógica-
mente, desde el primer momento de implantación de este tipo
de regímenes militares en América Latina, fracasa el intento de
asunción de un rol histórico que pertenece a la burguesía por-
que, en realidad, el militarismo no deja de ser un instrumento
límite de ésta pero existen, sin embargo, versiones más com-
placientes sobre la participación de los militares en los asuntos
públicos de gobierno, en los países del Cono Sur72.

II.2. Regímenes autoritarios

A partir de los primeros estudios de J.J. Linz sobre el caso es-


pañol73, el término ‘autoritario’ fue retomado por politólogos
latinoamericanos, con esa misma acepción y variados adjeti-
vos. Otras veces se varió ‘autoritario’ por ‘autoritarista’, para
acentuar el carácter no legítimo de los regímenes militares del
Cono Sur. Desde entonces, el listado de denominaciones se
alargó significativamente (autoritarismo clásico, burocrático,
corporativo...)74.

La propuesta más elaborada, a nuestro entender, de esta lí-


nea de trabajo se debe a dos obras de G. O’Donnell, con su
tipificación del ‘Estado autoritario-burocrático’75. Durante la
década que separan ambas publicaciones, Guillermo O’Don-
71
Sobre este tipo de interrogantes y las múltiples posibilidades de respuesta, cf., E. Nordlinger:
Soldiers in Politics: Military Coups and Military Governments, Prentice Hall, New Jersey, 1977, pp.
53-60.
72
Cf., por ejemplo, E. Shils et al.: Los militares y los países en desarrollo, Ed. Pleamar, Buenos Aires,
1967.
73
J.J. Linz: “An Authoritarian Regimen: Spain”, in E. Allardt y Y. Littonen (Eds.): Cleavages,
Ideologies and Party Systems, The Academic Bookstore, Helsinki, 1964; y “Opposition In and
Under an Authoritarian Regime: the Case of Spain”, in R. Dahl (C.): Regimes and Oppositions, Yale
University Press, New Haven, 1973.
74
Existen otras denominaciones similares: “régimen de control militar corporativo” (M. Dias
David) o “situación autoritaria modernizante conservadora” (G. Hermet). Sobre formas y
nominación del autoritarismo en América Latina, con fuerte componente militar, cf., D. Collier
(Ed.): The New Authoritarianism in Latin America, Princepton University Press, Princepton,
1979.

52
nell ha dado a conocer diversos artículos, frecuentemente po-
lémicos, revisando su pensamiento y contestando a las críticas
más importantes, como veremos posteriormente. Fruto de este
proceso fue, sin duda, su obra ya citada de 1982 que cobra su
pleno sentido cuando se complementa con ciertos aspectos de
interés subrayados por Cardoso al estudiar el caso brasileño76.

En síntesis, el Estado autoritario-burocrático (EBA, en adelante)


se perfila como un Estado fuerte que responde a las necesi-
dades de profundización de la industrialización capitalista en
América Latina. Un ente omnipresente, en otras palabras, que
sea capaz de concentrar y movilizar los recursos, dirigirlos ha-
cia ese fin, superando la serie de obstáculos que generan las
disputas de la sociedad civil, en términos de distribución rela-
tiva de la renta y la riqueza. El EBA, por lo tanto, se introvierte
en su misión, situándose en un lugar crecientemente autóno-
mo respecto a los diversos intereses sectoriales de la sociedad.

La ‘profundización’ del capitalismo dependiente se torna, en el


EBA, en un objetivo demiúrgico, una auténtica ‘revolución ca-
pitalista’, en palabras de O’Donnell77, asumiendo una respon-
sabilidad de transformación económica que satisfaga el logro
paulatino de una integración vertical de la estructura producti-
va en dos direcciones: en la estructura económica interna y en
75
De la abundante obra del autor seleccionamos Modernización y autoritarismo, Paidos, Buenos
Aires, 1972; y El Estado burocrático-autoritario, Ed. Belgrado, Buenos Aires, 1982. Entre dichos
artículos consideremos, en especial, los siguientes: “Reflexiones sobre las tendencias generales de
cambio en el Estado burocrático-autoritario”, Documento CEDES, nº 1, 1975 (por el que citaremos
aunque existen otras versiones en Revista Mexicana de Sociología, nº 1, enero-marzo 1977 y, en
lengua inglesa, en Latin American Research Review, vol. 1978, pp. 3-38); “Estado y alianzas en la
Argentina, 1956-1976”, Desarrollo Económico, nº 64, enero-marzo 1977, pp. 523-554; “Tensiones en el
Estado burocrático-autoritario y la cuestión de la Democracia”, Estudios CEDES, nº 4, 1978; y “As
forçcas armadas e o Estado Autoritario no Cone Sul da América Latina”, Dados, vol. 24, nº 3, 1981,
pp. 277-304. Cf., asimismo, para una situación general del tema, la reseña temática de R. Franco:
“Estudios Burocráticos-Autoritarios y democracia”, Pensamiento Iberoamericano, nº 1, enero-junio
1982, pp. 185-192.
76
Cf., al respecto, F.H. Cardoso: “El atolladero de los regímenes autoritarios: el caso de Brasil”, art.
cit., pp. 1145-1165. Cardoso subraya el avance de los análisis del Estado burocrático-autoritario
mediante la reflexión en dos puntos principales: los mecanismos de relación corporativista entre
las clases sociales y entre éstas con el Estado (esp. p. 1145 en nota, donde resalta la conocida
compilación de J.M. Malloy (Ed.): Authoritarianism and Corporatism in Latin America, University of
Pittsburgh Press, Pittsburgh, 1977.
77
O’Donnell empleó por vez primera el término ‘profundización económica’ del EBA, en sus
“Reflexiones sobre las tendencias generales de cambio en el Estado burocrático-autoritario”, art.
cit., pp. 11-21.

53
el proceso de internacionalización de la misma. En este marco,
O’Donell formula un modelo sincrónico de EBA caracterizado
por una relación entre Estado y sociedad civil mediante los vín-
culos corporativos y el monopolio de la iniciativa y la decisión de los
protagonistas estatales (militares, burocracia civil y tecnocracia
apartidaria)78. En este sentido, los EBA son sistemas políticos
no democráticos cuyos primeros actores forman una tecnocra-
cia de extracción militar o civil, imponiendo su dominación so-
bre los aparatos estatales en un triple aspecto: control, a través
de la represión, de la participación política de los sectores po-
pulares; destrucción, por ende, de la vida política democrática
y pluralista; y elección del ‘desarrollo industrial’ como el obje-
tivo prioritario que concentre todos los esfuerzos.

De esta forma, el corporativismo del EBA puede ser entendido


como el conjunto de “estructuras gubernamentales fuertes y re-
lativamente autónomas que tratan de imponer en la sociedad un
sistema de representación de intereses en base a un pluralismo
limitado e impuesto”, como lo entiende J.M. Maloy y prosigue:
“...estos regímenes tratan de eliminar la articulación espontánea
de intereses y establecer un marco limitado de grupos seriamen-
te reconocidos que interactúen con el aparato gubernamental de
manera definida y regular. Más aún, en este tipo de regímenes
los grupos con reconocimiento se organizan en categorías fun-
cionales verticales más que en categorías horizontales de clase y
se ven obligados a interactuar con el Estado a través de líderes
pertenecientes a asociaciones de intereses reconocidos y aproba-
dos”79. Sería el intento, en palabras de I. Cheresky, de establecer
una ‘integración social vertical’80.

En cuanto a su extensión y perspectivas, el corporativismo es,


por lo tanto, bifronte: significa, por una parte, subordinación de
la sociedad civil a los aparatos del Estado y amortiguación de
la lucha de clases e implica, por otra, una ampliación del Esta-

78
Cf., “As forças armadas e o Estado Autoritario no Cone Sul da América Latina”, art. cit., pp.
286-297.
79
(Authoritarianism and Corporatism in Latin America, op. cit., p. 4; cit. F.H. Cardoso: “El atolladero de
los regímenes autoritarios”, art. cit., p. 1146 en nota).
80
“Democracia y autoritarismo en los capitalismos dependientes”, art. cit., pp. 1090-1091.

54
do mediante cooptación de organismos e individuos civiles (en
concreto, las grandes corporaciones y una parte del alto empre-
sariado). Dejemos que sea el mismo O’Donnell quien describa
este proceso: “La crisis económica, la activación política del
sector popular y los temores de la clase dominante determina-
ron el curso escogido. Si los cambios económicos sugirieron la
importancia que debían tener las organizaciones productivas
más amplias y más modernas, entonces lo que hemos dicho
recién apunta en la dirección de un nuevo tipo de Estado, un
Estado fuerte mucho más que en el obvio sentido de su ma-
yor capacidad coercitiva. Debería ser un Estado en expansión
pero no sólo para imponer las grandes transformaciones socia-
les implícitas en el proceso de profundización, sino también para
garantizar ‘a futuro’ la consolidación del nuevo ‘orden’ sin el cual
la profundización no podrían ir muy lejos. El corporativismo es-
tatizante es un aspecto fundamental de esa garantía”81.

Junto al corporativismo, existen otras notas inherentes a la


caracterización del EBA y que, en apretada síntesis, son las
siguientes.

Primero, como respuesta a la crisis socioeconómica y a los de-


safíos impuestos por el desarrollo del capitalismo periférico,
el EBA evidencia el signo más palpable del fracaso del Estado
reformista en América Latina. Posteriormente, profundizare-
mos en el tema aquí sucintamente planteamos.

Segundo, en algunos casos, el EBA representaría una fórmu-


la socialmente integradora (en sentido horizontal), siendo el
ejemplo peruano, a partir de 1968, muy llamativo a este res-
pecto82. Sin embargo, las experiencias del Cono Sur, reafirman
su carácter represivo y excluyente, en el ámbito sociopolítico,
y su activa intermediación entre el capitalismo transnacional
y la economía local.

81
“Corporatism and the Question of State”, in J.M. Malloy (Ed.): Authoritarianism and Corporatism
in Latin America, op. cit., p. 59, subrayados nuestros.
82
Como lo es, también, el interés de la Universidad de Princepton sobre el tema. Cf., al respecto,
A. Stepan: The State and Society. Peru in Comparative perspective, Princepton University Press,
Princepton, 1978; y A.F. Lowenthal (Ed.): The Peruvian Experiment, Continuity and Change under
Military Rule, Princepton University Press, Princepton, 1975.

55
Tercero, en consecuencia, el EBA adopta formas burocráticas de
control social, político y económico que otorgan viabilidad al
proyecto de ‘profundización económica’ y su vinculación a la
máquina estatal.

Y cuarto, la función encomendada al EBA exige la aplicación


de criterios que obedezcan a la más estricta racionalidad
capitalista por parte de los agentes estatales dotados de mayor
habilidad técnica. Por tanto, el EBA trata de incorporar al
proyecto de ‘profundización’ capitalista a los segmentos de
la sociedad civil afectados de un mayor matiza tecnocrático y
aparentemente desideologizado.

Las objeciones a los primeros planteamientos de G. O’Donnell


obligaron a una reconsideración del autor. En “Tensiones en el
Estado autoritario-burocrático y la cuestión de la democracia”,
el EBA ya no es definido desde una perspectiva simplemente del
análisis, sino en el terreno de las relaciones sociales. Como sucede
con frecuencia en el actual debate sobre la naturaleza del Estado
capitalista, referirse al Estado como un ente que habla, actúa,
en fin, vive por sí mismo, es una forma de relegar, consciente
o no, la existencia de las clases sociales como los auténticos
sujetos de la Historia83. Al contrario, si el se responsabiliza
de la modernización (en el sentido de profundización de las
relaciones capitalistas) es porque también asume su papel de
organizador de la dominación, por una parte, y el de activo
agente representante del ‘interés general’ (aunque, en esencia,
responda a intereses sectoriales), por otra.

Puesto que el enfoque del EBA ha gozado de una amplia


difusión en los medios especializados, a partir de los trabajos
ya citados de G. O’Donnell (algunos de ellos con contenidos
verdaderamente anticipativos), no debe resultar sorprendente
que haya sido sometido, también, a importantes críticas
globales y a ciertas objeciones puntuales. Nos limitaremos
aquí a glosar las más importantes en nuestra opinión.

83
Cf., por ejemplo, R.N. Lechner: La crisis del Estado en América Latina, El Cid Ed., Caracas, 1977;
y M. Kaplan: “La Teoría del Estado en la América Latina contemporánea: el caso del marxismo”,
art. cit.

56
En una primera lectura, el estatuto teórico que se le dió al EBA
se acercó a un ‘tipo’ de Estado diferente al capitalista. Como vi-
mos, esta apreciación pudo estar originada por los primeros es-
critos de O’Donnell. Las reconsideraciones del autor convinie-
ron en el tratamiento del EBA más allá de su existencia como
un agente social y en el centro de las relaciones de fuerza entre
las clases sociales en pugna. Aquella visión autónoma, casi fic-
ticia, del EBA alentó una línea crítica, como la de F. Fernan-
des, que se pronuncia en contra de la noción de ‘autoritarismo’
porque es un enfoque comprometido ideológicamente, en la
medida que acepta de forma implícita la linealidad democra-
cia-autoritarismo-totalitarismo y no distingue con claridad los
diversos sistemas económicos y las específicas relaciones entre
los regímenes militares con las clases sociales84.

La consideración de la ‘profundización’ económica como un


objetivo primordial del EBA acarrea dos tipos de problemas. Por
una parte, el enfoque EBA privilegia el tema del Estado en un
marco de ponderaciones entre las acciones políticas y sus nexos
causales en la economía. Por otra, el EBA debe asumir el control
de la concatenación entre la crisis política interna (y la relación
de fuerzas nacionales) y la crisis de reproducción del capitalismo
periférico y dependiente. En otros términos, la funcionalidad
del EBA resulta de una doble determinación. Pero, se interroga
Cheresky, “cuál es el peso de cada determinación y qué tipo de
causalidad es sociológicamente admisible”85.

En este sentido, se podría percibir un cierto economicismo del


enfoque EBA, ya que la determinación rígidamente económi-
ca de los procesos políticos puede presentarse sutilmente me-
diante la consideración de los intereses contrapuestos, en el
campo político, de la sociedad como meras interpretaciones
de una ‘contradicción metasocial’ No es ajeno al problema el
hecho de que el corporativismo utiliza ‘interesadamente’ cual-
quier precedente filosófico, ya sea de forma o de contenido,

84
Es la tesis que mantienen algunos autores como F. Fernandes: Apontamentos sobre a ‘Teoría do
Autoritarismo’, Ed. Hucitec, Sao Paulo, 1979.
85
“Democracia y autoritarismo en los capitalismos dependientes”, art. cit., p. 1093.

57
que sea funcional. Por eso, como escriben A. Estrade y J.A.
Casado, “si bien la doctrina corporativista aboga en contra de
la separación entre economía, política y moral, base del libera-
lismo burgués, en la práctica el Estado corporativo se puede
servir de ciertos principios liberales (por ejemplo, el derecho
al trabajo en contra del derecho de huelga) bajo el fin de evitar
la agudización de la lucha de clases”86.

A partir del análisis del caso brasileño87, F.H. Cardoso en-


riquece el enfoque EBA en varios aspectos. El autor, sin re-
chazar los avances analíticos de la noción EBA y aceptando
cualquier precaución antieconomicista, no puede obviar el ca-
rácter militar que toma el EBA en el Cono Sur latinoamerica-
no. El autor se refiere al ‘autoritarismo esplendoroso’ del EBA
caracterizado previamente como autosustentado y represivo.,
por tanto, un Estado compelido continuamente a no aceptar
la dinámica de clases, fenómeno que muestra su propio fraca-
so y de las tácticas de represión y limitación de los derechos
de la sociedad civil88.

Sin embargo, Cardoso percibe que el EBA, en su doble rol de pro-


ductor económico y de gendarme político, posee una autosusten-
tación social lograda mediante el reforzamiento de los vínculos
entre el personal estatal y lo que denomina ‘burguesía de Estado’,
compuesta por calificados tecnócratas y personal dirigente de las
grandes empresas privadas. En realidad, el carácter de autosus-
tentación social pertenece a los rasgos concretos que toma el EBA
en Brasil, de manera que cualquier extrapolación y apresurada
generalización del enfoque para los demás regímenes militares
del Cono Sur tampoco estaría libre de una glosa crítica.

Como señala el mismo Cardoso, más que hallar una inequívo-


ca definición del EBA es preciso comprender todos y cada uno
de los procesos históricos (algunos de ellos todavía en curso)

86
Utilizando la terminología de I. Cheresky, ibid., p. 1095. Cf., además Estrade y Casado, “El nuevo
corporativismo: una salida capitalista ante la crisis”, Transición, nº 14, noviembre 1979, pp. 20-24;
la cita corresponde a p. 21.
87
Especialmente en “El atolladero de los regímenes autoritarios: el caso de Brasil”, art. cit., pp. 1149
y ss. Cf., igualmente, Autoritarismo e democratizaçao, op. cit.
88
Ibid., pp. 1148.

58
que engendraron las condiciones del golpismo y la implanta-
ción de regímenes militares, con vocación de permanencia, en
países de larga tradición democrática-liberal. También es cier-
to que “cualesquiera de los casos referidos buscaron formas
de integración en la economía capitalista mundial, además de
aumentar la intervención estatal en todas las esferas de la vida
social, en especial en la económica, además de reprimir a los
trabajadores y a los grupos opositores. En el transcurso de este
proceso se marginó a los asalariados de las decisiones políticas
y se buscó apoyo en los empresarios y en los sectores de la
clase media alta”, concluye Cardoso89.

Las aportaciones que conforma el enfoque EBA (y en ma-


yor grado que los estudios sobre el militarismo tradicional)
se encuentran como atrapadas por la Historia y sus autores
víctimas de una perplejidad similar a la de los intelectua-
les europeos que conocieron el fascismo y el nazismo de los
años treinta. La generalidad de los atributos del EBA, en una
caracterización propuesta por el mismo O’Donnell: “Sugie-
ro, por ello, que estamos ante un Estado burocrático-autori-
tario en la medida en que se den las siguientes condiciones
en conjunto: (1) mantenimiento de lo que en los trabajos ya
citados he llamado la exclusión política del sector popular
(...); (2) inexistencia, o subsistencia básicamente formal, de
instituciones de la democracia política (...) y (3) restricción
de la arena política fundamentalmente a acciones al interior
del aparato del estado que tienen por actores o miembros
de ese aparato -civiles y militares- y a las cúpulas de gran-
des organizaciones privadas corporativizadas o no”90. Así
se constata que no existieron posiciones previsoras, ex-ante,
sobre la posibilidad de que países con un bagaje histórico de-
mocrático, tales como Chile, Uruguay y Argentina, sufrieran
la instauración de regímenes militares de nuevo cuño, en el
sentido de amplias expectativas de continuidad y profundi-

89
Ibid., ibid.
90
(“Notas para el estudio de procesos de democratización a partir del Estado Burocrático-
Autoritario”, ponencia presentada al seminario ‘El estado actual de los estudios estructuralistas
latinoamericanos y la situación de los países intermedios’, La Granda, agosto-septiembre 1979,
mimeo, pp. 5-6).

59
zación capitalista, como expediente regulador de la crisis de
la región91.

Nuestro último comentario hace referencia, por tanto, a la me-


tamorfosis observada en el Estado de esos países, consistente
en el ascenso, desde dentro, de la influencia de los aparatos
militares y represivos. Aparece, entonces, el Estado de la con-
trainsurgencia donde el elemento militar no constituirá sólo su
columna vertebral sino también su cerebro92.

II.3. Regímenes fascistas y variantes

La tercera corriente de pensamiento que hemos tratado en


nuestra investigación doctoral, en la tipificación de los regímenes
militares del Cono Sur, se identifica, de una u otra forma, con la
noción de fascismo, simplemente, o adjetivándola con términos
que apoyan cierta espedifidad del fenómeno: fascismo ‘militar’,
‘atípico’, ‘colonial’, ‘neofascismo’..., entre otros93.

Si exceptuamos los especialistas y obras anteriormente re-


señadas, el enfoque presente podría ser considerado como
dominante en la teoría política de la región y en el estudio
de casos concretos94. No obstante, el paralelismo y, a veces, la
estricta asimilación del fenómeno del Cono Sur con la filoso-
fía y la praxis del fascismo europeo dió lugar a confusiones
analíticas traducibles en defensas (y ataques) apasionadas de

91
Como indica J. Tapia Valdés: “Neomilitarismo y fascismo”, Nueva Sociedad, nº 50, septiembre-
octubre 1980, p. 166.
92
Cf., al respecto, A. Murga Frassinetti y L. Hernández Palacios: “Contrarrevolución, lucha de
clases y democracia en América Latina”, Cuadernos Políticos, nº 25, julio-septiembre 1980, esp. pp.
93-95.
93
Cf., por ejemplo, el contexto donde se utiliza el término fascismo en Th. Dos Santos: Socialismo o
fascismo. El nuevo carácter de la dependencia y el dilema latinoamericano, Periferia, Buenos Aires, 1973.
Señalemos, también, la repercusión que tuvo, en su momento, la caracterización de ‘fascismo
colonial’ por parte de H. Jaguaribe. Cf., «Stabilité sociale par le colonial fascisme», Tempes Modernes,
nº 257, octubre 1967, pp. 602-623.
94
Cf., al respecto, I. Sandoval: Las crisis políticas latinoamericanas y el militarismo, Siglo XXI,
México, 1976. Son, asimismo, de un gran interés los tratamientos monográficos del tema, desde
diversos ángulos, en Nueva Política, nº 1, enero-marzo 1976; y en Chile-América, nº 25-6-7, enero
1977. Se proponen, en estos trabajos, múltiples denominaciones: ‘fascismo latinoamericano’ (M.
Kaplan), ‘neofascismo’ (G. Pierre-Charles), ‘fascismo militar’ (E. Hackethal), ‘fascismo atípico’ (A.
Cassígoli), ‘fascismo dependiente’ (L. Zea)...

60
la utilidad del enfoque. Observemos la existencia de dos lec-
turas principales sobre el fascismo en la historia última del
pensamiento político. La lectura liberal considera a la ‘tensión
fascista’ como la irrupción ‘anti-natural’ de un fenómeno en
el desarrollo del estado liberal que correspondería a una cri-
sis específica, históricamente demarcada, de las institucio-
nes democráticas. En otras palabras, la visión liberal sobre
el fascismo tiende a subrayar su carácter de anormalidad, de
singularidad histórica, y las numerosas diferencias que tiene
con el Estado liberal típico. La lectura marxista es doble.

Por una parte, se considera al fascismo como una fase nece-


saria e inevitable del desarrollo del capitalismo en su última
fase monopolista e imperialista (postura de la Internacional
Comunista hasta 1932 y recuperada por la Escuela de Franc-
fort). Esta lectura, por tanto, desvaloriza las diferencias en-
tre ‘fascismo’ y ‘régimen liberal-burgués’, incluso si éste está
regido por la socialdemocracia (recuérdese la tesis del ‘so-
cial-fascismo’ aplicado a los gobiernos socialdemócratas de
los años veinte). Existe, desde el marxismo, otra perspectiva
que considera al fascismo como una forma de estado capita-
lista de excepción que responde a ciertas situaciones del de-
sarrollo capitalista en que se abren crisis del dominio político.
Se aparta, por tanto, de la noción liberal de un ‘accidente his-
tórico’ y de la ortodoxia marxista que ve en el fascismo como
un fenómeno inherente a la última fase del capitalismo95.

Como señalamos en páginas precedentes, el enfoque EBA y


el del ‘fascismo’ no son, a nuestro entender, marcos rígida-
mente alternativos de investigación. Su complementariedad
es, cuando menos, esencial en una cuestión: mientras que el
enfoque EBA acentúa una visión del Estado a través del en-
tramado de relaciones entre las clases sociales y los aparatos
estatales, la corriente sobre el ‘fascismo’ enfatiza la excep-
cionalidad del Estado capitalista en las crisis recurrentes del
capitalismo periférico y dependiente. Para superar los po-

95
Cf., L. von Mises: La Acción Humana, op. cit., esp. pp. 1178 y ss.; y, del autor, Liberalismo, op. cit., pp.
68-73. Y también, N. Poulantzas: Fascismo y Dictadura, Siglo XXI, México, 1971.

61
sibles equívocos a los que pudiera llevar el término ‘fascis-
mo’ es preciso abandonar una óptica etnocentrista europea
en su análisis y situar el referente principal de investigación
en la realidad contemporánea de América Latina. Por eso,
las notas que caracterizaron tradicionalmente a la ‘tentación
fascista’ de los años treinta, evidenciando el derrumbe del
liberalismo político clásico96, son -en la actualidad y en Amé-
rica Latina- rasgos secundarios. En este sentido, la existencia
del partido único, de un movimiento de masas, del racismo
e, incluso, del corporativismo tradicional son elementos que
no se perciben como definitorios principales mientras que el
componente genético del fenómeno, como manifestación del
capitalismo en crisis, sigue en plena vigencia: la dominación
dictatorial de una minoría sobre la mayoría mediante un
corpus doctrinario y una práctica excluyente. Las tácticas de
dominación, en cambio, no dejan de ser aspectos singula-
rizados y contingentes de procesos históricos más amplios.
Sometemos a la consideración del lector las observaciones de
tres autores tan significativos como H.J. Laski, P.M. Sweezy y
N. Poulantzas97:

“El fascismo, en resumen, surge como una téc-


nica institucional del capitalismo en su fase de
contracción. Destruye el liberalismo que per-
mitió la experiencia de la expansión con objeto
de imponer a las masas esa disciplina social
que crea las condiciones bajo las cuales espe-
ran poder continuar obteniendo utilidades”
(Laski)

“Por medio de una alianza con el fascismo, la


clase capitalista espera reestablecer el Estado
fuerte, subordinar a la clase obrera y ampliar

96
Cf., al respecto, E. Nolte: El fascismo en su época, Península, Barcelona, 1967; del mismo autor, La
crisis del sistema liberal y los movimientos fascistas, Península, Barcelona, 1971; y M. Duverger: Las dos
caras de Occidente, Ariel, Barcelona, 1972, esp. pp. 126-155.
Sobre la importancia de la obra de Nolte en esta temática, cf., M. Pastor: “Fascismo versus liberalismo”,
Boletín Informativo de Ciencia Política, nº 8, diciembre 1971, pp. 139-145.
97
H.J. Laski: El liberalismo europeo. F.C.E., México, 1953, p. 211; P.M. Sweezy: Teoría del desarrollo
capitalista, F.C.E., México, 1963, p. 366: y N. Poulantzas: Fascismo y Dictadura, cit., p. 369.

62
‘su espacio vital’ a costa de las potencias impe-
rialistas rivales. Esta es la razón de los subsi-
dios financieros con que los capitalistas apoyan
el movimiento fascista y, lo que es quizás más
importante, de la tolerancia que el personal del
Estado dominado por los capitalistas muestra
frente a los métodos violentos e ilegales del fas-
cismo” (Sweezzy)

“Ahora bien, la forma de Estado de excepción,


a causa del período y de la crisis a la que este
tipo de Estado corresponde, interviene en ge-
neral de manera característica en lo económi-
co, con el fin de adaptar y de ajustar el sistema
frente a la socialización de las fuerzas produc-
tivas. La intervención del Estado fascista en lo
económico es muy importante. Desde este án-
gulo, presenta puntos comunes con la forma
de Estado intervencionista (capitalismo mono-
polista) de formaciones sociales que no atra-
viesan crisis políticas. Lo que distingue como
Estado de excepción no es tanto su grado de
intervención como las formas bajo las cuales
esta intervención se lleva a cabo” (Poulantzas)

Conviene señalar, también, el hilo común a todas las experien-


cias de este género. A nuestro juicio, los regímenes militares del
Cono Sur satisfacen de modo pleno aquél ‘asalto a la razón’ al
que aludía G. Lukács. En concreto, la primacía de la voluntad
personal sobre la norma, la legalidad situacionista, el elitismo
dirigente, la aversión al pluralismo y a la discrepancia, el culto
a la violencia, la noción fatalista sobre la democracia liberal,
el belicismo y la prepotencia racial, constituyen una serie de
notas que unen, más que separan, dos modalidades de una
misma categoría analítica.

Existen discrepancias sobre la consideración del belicismo,


el expansionismo y el racismo en los actuales regímenes mi-
litares del Cono Sur. Sin embargo quisiéramos subrayar lo

63
siguientes comentarios. En primer lugar, los gobiernos que
consituyen la ‘Internacional de las Espadas’ (Argentina,
Chile y Uruguay) presentan actitudes tensas con otros del
área. Véanse, al efecto, los continuos conflictos territoriales
de Chile con Argentina, Perú o Bolivia; el contencioso terri-
torial-estratégico entre Argentina y Brasil o, por último, las
hostilidades derivadas por la guerra de las Islas Malvinas.
Uruguay, por obvias razones de localización y tamaño, ac-
túa como tercero en discordia asumiendo un papel básica-
mente pasivo. De cualquier forma, es necesario señalar que
los conflictos aludidos responden a una concepción ‘chovi-
nista’ del nacionalismo por parte de estos regímenes más
que a cualquier tentativa expansionista. Como subraya A.
Cueva, el nacional-chovinismo del fascismo alemán o japo-
nés estaba en función directa con las posibilidades reales
de expansión del capital monopólico nativo más allá de las
fronteras patrias. En segundo lugar, y en consecuencia, el cul-
to a la violencia y el belicismo se generan a partir de datos
objetivos sobre la provisión de armamentos en estos países.
En tercer lugar, aunque el racismo no sea una característica
definitoria de los regímenes militares del Cono Sur, no pue-
de olvidarse que se agudiza el postergamiento secular y la
represión sobre las poblaciones amerindias y mestizas, ade-
más del práctico exterminio de los aborígenes amazónicos
como un efecto directo del estilo de penetración del capita-
lismo transnacional en esa zona. De cualquier forma, y como
un ejemplo a señalar, se han detectado gestos antisemitas en
Chile, Argentina y Brasil, tras los respectivos y últimos gol-
pes militares98.

98
Cf., al respecto, A. Cueva: “La cuestión del fascismo”, Revista Mexicana de Sociología, nº 2, abril-
junio 1977, esp. pp. 476 y ss.; y, asimismo, J. Ramírez: Chile, la vecindad difícil, Ed. Instituto para un
Nuevo Chile, Rotterdam, 1981, en lo referente a las tensiones entre Chile, Argentina, Perú y Bolivia.
Según C.A. Mutto (“La carrera de armamentos en América del Sur”, Indice, nº 347, febrero 1974, pp. 38-41),
de los diez países del Cono Sur, son Chile, Argentina y Uruguay los que poseen los más altos porcentajes
de efectivos por población y extensión, coincidiendo con los países que tienen graves conflictos de límites.
Cf., igualmente, E. Meneses: “Competencia armamentista en América del Sur: 1970-1980”, Estudios
Públicos, nº 7, invierno 1982, pp. 5-41.
Cf., a propósito, J. Tapia Valdés: “La Doctrina de la Seguridad Nacional y el rol político de las Fuerzas
Armadas”, Nueva Sociedad, nº 47, marzo-abril 1980, esp. pp. 33 y ss.

64
A este respecto, la opinión de V. Trías es representativa del gru-
po de investigadores que se muestran totalmente en oposición
al empleo del término ‘fascismo’ en el estudio de los actuales
regímenes militares del Cono Sur99. En efecto, Trías señala que:
a) el fascismo es un fenómeno histórico irrepetible; b) como
una manifestación del acoso interno y externo del capitalismo
en crisis, el fascismo es belicista, retador y expansionista100; y c)
el fascismo se basa en la figura de un caudillo carismático que
aglutina un movimiento de masas medias amenazadas por la
agudización del conflicto social. En consecuencia, señala Trías,
tampoco podría existir el llamado ‘fascismo dependiente’ por-
que el fenómeno es consustancial en el marco de un capitalismo
nacional desarrollado en crisis, como el de Italia y Alemania de
su tiempo101.

Un esquema así, claramente, goza de múltiples riesgos de unili-


nealidad. Como advierte J. Tapia Valdés, no es pertinente aplicar
un modelo de análisis sobre el fascismo europeo y enfocarlo ha-
cia realidades diferentes, cuarenta años después102. De la misma
manera quedaría invalidado cualquier intento de caracteriza-
ción de los actuales regímenes militares del Cono Sur en sentido
contrario. El enfoque sobre el ‘fascismo’ trataría, en cambio, de
abstraer la ‘constancia’ del fenómeno, su núcleo de significación,
separando los rasgos nacionales y coyunturales, en una primera
instancia analítica, para recuperarlos posteriormente con el ob-
jeto de localizar la comprensión del fascismo en América Latina.
Abundando en este enfoque, de modo breve, nos detendremos
en los siguientes puntos de reflexión sobre algunos temas cuyo
esclarecimiento, a nuestro juicio, es imprescindible, para un co-
rrecto análisis de esta corriente de pensamiento y, por lo tanto,
del debate que comentamos.

99
V. Trías: “Las Fuerzas Armadas en la sociedad iberoamericana”, Nueva Sociedad, nº 49, julio-
agosto 1980, pp. 130 y ss. Cf., en el mismo sentido, T.A. Vasconi: Gran capital y militarización en
América Latina, Ed. Era, México, 1978, esp. pp. 29-33.
100
Cf., al respecto, supra nota 98 y V. Trías, ibid., p. 130.
101
Cf., A. Tasca: Los orígenes del fascismo, Ariel, Barcelona, 1970; y M. Vajda: “The Rise of Fascim in
Italy and Germany”, in J.A. Gregor: Interpretations of Fascism, Morristowm, New Jersey, 1974, pp.
166-170.
102
J. Tapia Valdés:: “Neomilitarismo y fascismo”, Nueva Sociedad, nº 50, septiembre-octubre 1980,
pp. 168 y ss.

65
Primero, y como posición intermedia entre el EBA y el ‘fascismo’,
algunos autores, en especial R.M. Marini, han propuesto
la denominación de ‘regímenes de dictadura con rasgos
bonapartistas’ (102). Esta consideración tiene un claro precedente
teórico en los escritos de A. Gramsci. El comunista italiano
distinguía dos modalidades en la categoría de ‘cesarismo’ de
gobierno: bonapartismo y fascismo103. Sin embargo, a nuestro
juicio, el bonapartismo hace referencia explícita a un proceso
histórico de alianzas, entre la gran burguesía industrial y
terratenientes agrícolas, con el fin de dinamizar la revolución
burguesa al margen del proletariado ya vencido en 1848.
En este sentido, la historia de la segunda mitad del s. XIX en
Francia y la concreta figura de Napoleón III fueron objeto de un
profundo estudio de K. Marx104. En síntesis, el ‘bonapartismo’
fue una fórmula de reafirmación burguesa, basculando entre el
límite marcado por la profundización de la democracia liberal,
por una parte, y el necesario control que debe ejercer sobre
las aspiraciones de la clase obrera, por otra. Fue, en definitiva,
un intento de control y dirección de las reinvindicaciones
históricas de las clases subalternas, ya fuera en aspectos de
participación política o de redistribución de los frutos generados
por la revolución industrial. Ahora bien, el planteamiento no es
relevante, creemos nosotros, para el análisis de cualquiera de los
actuales regímenes militares del Cono Sur.

Segundo, la noción de ‘Fascismo-Neofascismo’105 (F-NeoF, en


adelante) no caracteriza un modelo-tipo determinado sino
al conjunto de situaciones excepcionales del capitalismo en
crisis que conculca los derechos individuales y suspende las
instituciones representativas defendidas por el liberalismo
clásico, ya sea de facto como, generalmente, de una forma

103
Cf., al respecto, R.M. Marini: Subdesarrollo y revolución, Siglo XXI, México, 1970; y A. Gramsci:
Notas sobre Maquiavelo, sobre política y sobre el Estado moderno, Juan Pablos Ed., México, 1975, esp.
pp. 84 y ss.
104
El mismo Marx se refería al Estado liberal como una sociedad por acciones cuyo fin es la
explotación de la riqueza nacional y cuyo directos es el propio monarca. Cf., K. Marx: Las luchas de
clases en Francia de 1848 a 1850, Ed. Progreso, Moscú, 1975, p. 31.
105
A partir de este momento, el prefijo introducido en el término en cuestión hace indicación
expresa a una coordenada temporal, por una parte, y al nuevo estilo que peculiariza el fenómeno
en el capitalismo dependiente, por otra.

66
declarativa. En este sentido es necesario subrayar lo siguiente:
en primer lugar, a nivel teórico, el F-NeoF recubre una unidad
interpretativa asentada en la consideración de los métodos
y la naturaleza de clase de la dominación, es decir, como
ideología, el F-NeoF imprime un carácter que desborda las
especifidades de espacio hasta el punto de dejar al descubierto
un componente genético que inspira un determinado modo
de organización socioeconómica, y eso es lo que nos interesa
en este momento106; en segundo lugar, como consecuencia
de lo anterior pero ahora a nivel empírico, la variedad
de formas históricas es, según afirman diversos autores,
inesencial107 porque el F-NeoF supera la visión de antítesis de
la democracia liberal para ser, ante todo, antisocialismo. Así,
el F-NeoF deviene en el resultado de una unidad dialéctica
de contrarios que se despliega internacionalmente. Estas dos
afirmaciones (F-NeoF, como unidad teórica interpretativa
y como fenómeno histórico supranacional con un tempus
propio) llevaron, en el contexto de carga emocional que tiene
el término, a defensas categóricas y a otras tantas objeciones
paralelas. Veamos algunas de ellas que nos parecen centrales
en el debate.

Tercero, como afirmaba V. Trías, el F-NeoF solamente se mani-


fiesta en países capitalistas desarrollados y no en la órbita del
capitalismo periférico. Para J. Tapia Valdés, aceptar la primera
objeción significaría “olvidar que, aparte los fascismos espa-
ñol y portugués -dos casos de naciones en etapa precapitalis-
ta-, el fascismo se dió también en la Europa de los 30 en forma
simultánea en países hegemónicos y en países dependientes”,
y concluye en que “la fascistización de países de economía
pre-capitalista y dependiente no es, por consiguiente, un fenó-
meno sólo de hoy”108. Si bien los ejemplos proporcionados por

106
Cf., al respecto, opiniones similares de P. Hayes: Fascism, Allen and Unwin, Londres, 1973; de
M.A. Macciochi: Elementos para un análisis del fascismo, Ed. El Viejo Topo, Madrid, dos tomos, 1978;
y de los trabajos incluídos en G. Levi (C.): Il fascismo dipendente in América Latina, De Donato Ed.,
Bari, 1976.
107
Por ejemplo, I. Cheresky: “Democracia y autoritarismo en los capitalismos dependientes”, art.
cit., p. 1087.
108
“Neomilitarismo y fascismo”, art. cit., p. 169.

67
Tapia Valdés son poco afortunados y es discutible el carácter
pre-capitalista de las economías latinoamericanas de hoy, lo
cierto es que el F-NeoF no puede considerarse un hecho histó-
rico localizado exclusivamente en el capitalismo central. Por-
que, si así fuera, ello implicaría negar de que no se extingue
por una derrota directa, sino por el cambio de las estructuras
que lo hacen posible109.

Cuarto, otra objeción afecta a la afirmación de que el F-NeoF


se debe a un agudización de la crisis económica como factor
determinante. Esta tesis, que se mantiene en la mayor par-
te de la literatura sobre el tema, confunde un efecto con la
causa del fenómeno. Aunque se constata que el ascenso del
nazismo en Alemania coincide con la crisis abierta desde las
reparaciones que tuvo que atender en la primera postguerra,
también es cierto que el fascismo italiano se fortaleció, diez
años antes, en una época de relativo crecimiento económi-
co110. A nuestro entender, el F-NeoF respondería, más bien,
a una crisis hegemónica de la burguesái y a la incapacidad
del Estado liberal en el control de la oposición anticapitalis-
ta111. Por lo tanto, el F-NeoF como un estado de excepción
del capitalismo, como señalaba N. Poulantzas, aparejando
una serie de modificaciones sustanciales en los aparatos
ideológicos del Estado requiere una matización puntual112.
Porque, desde un primer momento, ‘esa’ excepcionalidad
está provocada por el ánimo de autodefensa que reacciona
ante los avances de cualquier alternativa global al sistema.
“Este modelo adquiere una definición más nítida en etapas
intermedias o avanzadas del proceso de acumulación”, con-
firma L. Allub, “como resultado de la fuerte movilización
‘desde abajo’ por parte de la clase obrera, que amenazaba
por igual la posición estructural de las capas medias y de
las capas dominantes”; en tal contexto, concluye al autor, “la

109
Ibid., ibid.
110
Cf., a propósito, M. Vajda: “The Rise of Fascism in Italy and Germany”, art. cit.
111
Para una extensión clarificadora, cf., L. de Riz: “Formas de Estado y desarrollo del capitalismo
en América Latina”, Revista Mexicana de Sociología, nº 2, 1977, pp. 427-441.
112
Fascismo y dictadura, op. cit., esp. pp. 366 y ss.

68
instauración del fascismo aparece siempre como respuesta a
la amenaza ‘comunista’ y, por supuesto, posee un claro con-
tenido anti-obrero”113. Allub investigó con detenimiento el
clima pre-fascista y antidemocrático de ciertos autores clá-
sicos en el pensamiento político argentino, especialmente
en documentación previa al ‘golpe’ de 1930. De esta forma
comprueba que el uruguayo J.E. Rodó y los argentinos M.
Gálvez y L. Lugones fueron intelectuales orgánicos, reacios
al liberalismo positivista y, en concreto Leopoldo Lugones,
férreos paladines anticomunista114.

Por eso, a nuestro entender, la ‘excepcionalidad’ no es tran-


sitoria ya que se mantiene la casuística que le da origen. La
superación nominal del F-NeoF no implica, en modo algu-
no, su agotamiento histórico sino que se engarza, encubier-
ta pero permanentemente, en el Estado capitalista y aflora
con el mismo primitivismo de antaño como se observa en
las (sin)razones de sus actuales valedores. El mismo Gral. A.
Pinochet ilustra con sus palabras el carácter neofascista de
los regímenes militares del Cono Sur como una defensa ac-
tiva frente a las amenazas del marxismo-comunismo-socia-
lismo (un todo heterogéneo, esgrimido silábicamente como
justificación de las distintas intervenciones. En la presenta-
ción de las ‘Actas Constitucionales’ (“Mensaje Presidencial”,
11.IX.1976) dice que “el marxismo es una doctrina intrínse-
camente perversa, lo que significa que todo lo que emane de
él, por muy sano que pueda parecer en la superficie, está im-
pregnado del veneno que corroe su raíz (...) Es una agresión
permanente (...) Por lo tanto, la nueva institucionalidad se
concibe sobre la base de una nueva democracia que sea capaz
de defenderse activa y vigilantemente de quienes tratan de
destruirla”. Indiquemos, por último, que las Actas Constitu-
cionales de septiembre de 1976 dictan, en síntesis, que a) los

113
L. Allub: “El colapso de la democracia liberal y los orígenes del fascismo colonial en Argentina”,
Revista Mexicana de Sociología, nº 3, 1980, p. 1142.
Una ampliación del pensamiento del autor en “Industrialización, burguesía dependiente y democracia en
Argentina”, Revista Mexicana de Sociología, nº 2, 1974, pp. 241-278; y Los orígenes sociales del autoritarismo
en América Latina, Juan Pablos Ed., México, 1980.
114
Sobre el tema, cf., E. Zuleta Alvarez: El nacionalismo argentino, Ed. Bastilla, Buenos Aires, 1975,
esp. pp. 123-164.

69
deberes constitucionales de todo ciudadano son contribuir a
la preservación de la seguridad nacional, b) los derechos del
ciudadano son: la defensa de la propiedad privada, los de
tipo laboral consagrados en fórmulas de conciliación y arbi-
traje obligatorio y c) el derecho de huelga es una agresión a
la seguridad nacional, ya que todas las actividades del país
son vitales.

Quinto, como última objeción, existe el hecho de que el F-NeoF


debe sustentarse necesariamente en un movimiento de ma-
sas115. Si situamos el problema en el plano de la legitimación
y en realidad de los actuales regímenes mmilitares del Cono
Sur, constatamos que la legitimidad de que carecen, por esta
vía, se gana por la suplantación mitológica de la ‘eficacia’;
es decir, el F-NeoF está obligado a fundar su legitimidad en
los resultados empíricos de su acción. Por eso, los defensores
de este tipo de regímen insisten en la existencia de una do-
ble posibilidad de legitimación: la de origen (evidentemente
conculcada en Argentina, Chile y Uruguay) y la de ejercicio
(deificando el crecimiento y la eficiencia. De todas formas, la
existencia de un movimiento de masas, cuando existe, no es
más que la instrumentalización que hace el fascismo para su
‘legitimación’. “La paradójica definición de fascismo como
doctrina, a la vez, elitista y de masas, sólo puede ser expli-
cada”, escribe Tapia Valdés, “en términos de ‘instrumentali-
dad’ que el fascismo reviste para sus auténticos iniciados. Por
otra parte es necesario señalar que si el fascismo no adopta
necesariamente una manifestación de movimiento de masas,
tampoco está obligado a sustentarse sobre un movimiento de
masas ‘medias’ amenazadas ya que, tarde o temprano, éstas
se unen a las oposiciones del proletariado en cuanto sufran
los efectos de la represión política y económica inherentes al
proyecto de modernización y profundización del capitalismo
dependiente. En definitiva, el F-NeoF es esencialmente una
dictadura de minoría y nunca una dictadura de masas. Para

115
Opinión contraria es la mantenida por E. Galeano cuando escribe que estas dictaduras del
Cono Sur “no tienen capacidad alguna de movilización popular (...) son regímenes solitarios,
condenados a caídas tristes y sin grandeza” (“Carta a J. Wimer”, Nueva Política, nº 1, enero-marzo
1976, p. 8).

70
una extensión de estas reflexiones y actores en función de la
manipulación de las masas)116.

En general, este tipo de comentarios críticos se presentaron en


cuadros más amplios de análisis que denunciaban la simplifica-
dora consideración de América Latina como una unidad geopo-
lítica, a costa de desdeñar las relaciones de fuerza nacionales y
un conjunto importante de factores estructurales no-económi-
cos. Aunque estos riesgos sean reales, un planteamiento ade-
cuado de la categoría Fascismo-Neofascismo no debe extralimi-
tarse en privilegiar aquella parte del material de investigación
que haga referencia parcial y determinística a las relaciones
económicas. La amplitud y el rigor que exigen los problemas
aquí planteados no pueden constreñirse a la atención exclusiva
de las relaciones políticas como un mero reflejo de los intereses
de clase sino, también, abarcando el análisis hacia una doble
perspectiva que responda a la cara interna de los procesos his-
tóricos en curso (en la ideología y en la estructura económica)
y a la cara externa de los mismos (dada la situación periférica y
dependiente de los distintos casos).

En este sentido, la proposición de ‘fascismo dependiente’


tiene, en nuestra opinión, una clara pertinencia analítica. Para
convenir en ello debemos abocarnos, previamente, al estudio
de ese cuerpo doctrinario de los regímenes militares del Cono
Sur, la llamada Doctrina de la Seguridad Nacional, que se
presenta en esta exposición como una bisagra entre el fascismo
de dichos regímenes y el carácter de dependencia política y
económica que tienen las relaciones con el centro del sistema.
En este contexto, es ineludible referirse a A. Briones, el autor
que más ha profundizado en el tema cuando concluye que117:

116
Cf. Tapia Valdés, “Neomilitarismo y fascismo”, art. cit., p. 169; recurriendo el autor a J.
Solé-Tura: “The political ‘Instrumentality’ of Fascism”, in S.J. Woolf: The Nature of Fascism,
Vintage Books, Nueva York, 1969).
Además, los trabajos reunidos por W. Abendrth (C.): Fascismo y capitalismo, Ed. Martínez Roca,
Barcelona, 1972; D. Guérin: Fascismo y gran capital, Ed. Fundamentos, Madrid, 1973; y D. Baranger:
“Clases medias y pequeñas burguesías”, Revista Mexicana de Sociología, nº 4, 1980, pp. 1591-1629.
117
A. Briones: “América Latina: crisis económica y fascismo dependiente”, Comercio Exterior,
vol. 26, nº 8, agosto 1976, p. 933. Cf., asimismo, del autor, “Neofascismo y nacionalismo en
América Latina”, Comercio Exterior, vol. 25, nº 7, julio 1975, pp. 739-748.

71
“El fascismo latinoamericano contemporáneo
está determinado por la condición de depen-
dencia del medio socioeconómico en que se de-
sarrolla y a cuya necesidad responde. Por eso
es que su desarrollo mismo está condicionado,
como ya hemos visto, a los estímulos extendi-
dos desde las potencias capitalistas. Se trata, en
consecuencia, de una forma de fascismo cuya
característica fundamental es también la de-
pendencia. El régimen a que da lugar la aplica-
ción del esquema de superación de la crisis en
los países dependientes es, en consecuencia y
esa conceptualización proponemos, el fascismo
dependiente”

72
CAPÍTULO III

LA DOCTRINA DE LA SEGURIDAD NACIONAL Y LA


GEOPOLÍTICA DEL “ENEMIGO INTERNO”

“La creciente impracticabilidad de las institu-


ciones liberales, democráticas y parlamenta-
rias, para la participación del Tercer Mundo
en la división internacional del trabajo y el
proceso contemporáneo de acumulación de
capital, y el reemplazo de estas instituciones
por un Estado militar corporativo que ha de
sujetar sectores aún mayores de la población a
una represión aún más intensa, requiere tam-
bién el reemplazo de la ideología democrática y po-
pulista por otra que pueda justificar esta represión,
tanto para los que la sufren como para los que la
ejercen”

A. Gunder Frank118

“...puede decirse que la Seguridad Nacional


existe en tres formas (...) Política de seguridad
militar, es el programa de actividades diseña-
do para minimizar los esfuerzos dirigidos a
debilitar o destruir la nación por parte de fuer-
zas armadas que operan desde fuera de sus
confines institucionales y territoriales. Política
de seguridad interna es la que enfrenta la ame-
naza de la subversión, es decir, los esfuerzos
por debilitar o destruir el Estado, hechos por
fuerzas que operan dentro de los confines ins-
titucionales y geográficos. Política situacional
de seguridad es la concerniente a la amenaza

A. Gunder Frank: “La crisis y la militarización de la Economía en el Tercer Mundo”, Desarrollo


118

Indoamericano, nº 61, agosto 1980, p. 30.

73
de erosión que resulta de los cambios a largo
plazo en las condiciones sociales, económicas,
demográficas y políticas, y que tienden a redu-
cir el poder relativo del Estado”

S.P. Huntington119

La triple acepción de la Doctrina de la Seguridad Nacional


(DSN, en adelante), como expone un autor tan significado
como Huntington en la cita que encabeza esta sección de
nuestra Memoria Doctoral, señala el desplazamiento de los
objetivos de las Fuerzas Armadas en América Latina (FF.
AA., en adelante) desde la tradicional ‘homologación occi-
dental’, en el centro de la guerra fría interbloques, hacia la
‘defensa activa’, frente a los peligros de subversión interna,
especialmente tras el detonante de la Revolución Cubana. La
DSN es, en consecuencia, un cuerpo doctrinario que respon-
de a las redefiniciones del escenario social, interiorizando la
dialéctica del poder a escala mundial en un enfrentamiento
con ‘la amenaza externa’ o ‘el enemigo interior’. Indudable-
mente, las condiciones socioeconómicas de América Latina
proporcionan rasgos específicos al tema. A partir del golpe
de estado brasileño y la caída de Goulart en 1964120 vislum-
bra un punto de inflexión en las características del interven-
cionismo militar en los asuntos de gobierno del continente.
Proponemos, al respecto, una hipótesis de trabajo, en el seno
de esta investigación, relativa al posible traslado, con los ma-
tices y limitaciones ad hoc, del binomio casuístico Revolución
Soviética 1917-Fascismo europeo, como hemos apuntado en
páginas precedentes, a otro más cercano y localizado en la
geografía de nuestro trabajo. Nos referimos, claro está, a las
características que unen el triunfo de la Revolución Cubana
con la naturaleza de los regímenes militares post-1959. En

119
S.P. Huntington: The Soldier and the State. The Theory and Politics of Civil-Military Relations,
Harvard University Press, Harvard, 1957, p. 1. Cit. in J. Tapia Valdés: “La Doctrina de la Seguridad
Nacional y el rol político de las fuerzas armadas”, Nueva Sociedad, nº 47, marzo-abril 1980, p. 23.
120
Cf., por ejemplo, R. Dreifus: 1964: A conquista do Estado. Açao Politica, Poder e Golpe de Classe, Ed.
Vozes, Rio de Janeiro, 1981.

74
otras palabras, y desde 1964, la DSN no se reduce a un mero
expediente de ‘alta geopolítica militar’ sino que propone, de
una u otra manera, un estilo de desarrollo que no derive, por
su fracaso, en procesos revolucionarios de signo socialista. Es
la seguridad nacional, por tanto, un concepto amplio de con-
trol político y económico que actúa por las siguientes reglas
de optimización: maximizando el crecimiento y minimizan-
do, al mismo tiempo, el disenso interno distributivo entre los
diversos intereses sectoriales. Precisamente con estos objeti-
vos fue la DSN auspiciada desde la metrópoli a través de la
difusión de conocidos informes.

Respecto a la Comisión Trilateral ya hemos comentado (supra,


1.1., sobre ‘democracia y neoliberalismo’) sus recomendacio-
nes de restricción democrática para salvaguardar el sistema en
su totalidad. Los objetivos de la C.T. son, naturalmente, más
ambiciosos que los del entonces Presidente Nixon cuando so-
licitó el Informe a N. Rockefeller. Para A. Aguilar Monteverde,
la C.T. como ‘comité ejecutivo del capital transnacional’ pre-
tendería

“…coordinar la política de las grandes poten-


cias imperialistas, impulsar la transnacionali-
zación del capital, hacer aceptar que las gran-
des empresas transnacionales son el eje y el
elemento más dinámico del proceso capitalis-
ta, confiar en ellas como arietes del desarrollo,
fomentar la ‘interdependencia’ incluso a costa
de lesionar la soberanía nacional, reorganizar
el sistema monetario a partir del acuerdo de
los países industriales, hacer del mercado y de
la libertad de comercio el principal mecanismo
regulador de las relaciones económicas inter-
nacionales, proyectar una política común en
materia de energéticos, evitar la competencia
ruinosa entre unos países y otros, asegurar el
abastecimiento de productos básicos y hacer
descansar la cooperación internacional en la
confianza mutua, la adhesión a los principios

75
reguladores de la nueva estrategia y la con-
vicción de que, más que problemas políticos e
ideológicos, el mundo de hoy se enfrenta a las
complejas situaciones a que, por encima de los
sistemas sociales, plantea el desarrollo tecno-
lógico”121.

La DSN se configura, en definitiva, como una justificación del


golpismo en el Cono Sur pero es, también (lo que hace novedoso
al caso), un programa de acción. Veamos, a continuación, un
desbrozamiento más explícito de estos puntos a partir de la
amplia literatura existente sobre el tema.

121
“La crisis del capitalismo y el Nuevo Orden Económico Internacional”, Ponencia presentada a la
VII Conferencia de Facultades y Escuelas de Economía de América Latina -Quito, 3-7 de setiembre
1978-, mimeo, p. 32.
Este tema merece una amplia nota documental. Acotemos nuestras reflexiones entre el Informe Rockefeller,
de 1969 (“The Quality of Life in the Americas”, Foro Internacional, vol. X, nº 3, enero-marzo 1970, pp. 286-
347), y el Informe de la Comisión Trilateral sobre la Gobernabilidad de las Democracias (M. Crozier et
al.: The Crisis of the Democracy. Report on the Gobernability of Democracies to the Trilateral Comission, op.
cit.), en 1975. Para D.C. Padim, el Informe Rockefeller refleja lo esencial de la Doctrina de la Seguridad
Nacional, “tal como viene siendo transmitida a los oficiales latinoamericanos” (“A doutrina da Segurança
Nacional”, Revista Brasileira Eclesiástica, vol. 37, nº 146, junio 1977, p. 336). Cf., para una extensión sobre el
significado y consecuencias del Informe Rockefeller, H. Veneroni: Estados Unidos y las Fuerzas Armadas en
América Latina. La dependencia militar, Periferia, Buenos Aires, 1973, esp. pp. 89 y ss.; A. Mattelart: “Los
aparatos culturales del imperialismo”, Revista Mensual/Monthly Review, vol. 1, nº 12, junio 1978, esp. pp.
2 y ss.; y H. Jaguaribe: “Implicaciones políticas del desarrollo latinoamericano”, in C.F. Díaz Alejandro, S.
Teitel y V. Tokman: Política económica en centro y periferia, F.C.E., México, 1976, esp. pp. 86-9.
Cf., además, J. Jordá: “Capitalismo(s) y represion(es)”, Revista Mensual/Monthly Review, vol. 1, nº 8-9,
diciembre 1977-enero 1978, esp. pp. 52 y ss.; J.L. Rubio Cordón: “Elecciones bajo el imperialismo trilateral”,
Argumentos, octubre 1978, pp. 33-37; y J. Frieden: “La Comisión Trilateral: economía y política en los años
70”, Revista Mensual/Monthly Review, vol. 1, nº 11, mayo 1978, pp. 36-53.
Existe, como vemos, un alto interés de la DSN desde el centro. Si bien es cierto que la lectura ‘metropolitana’
sobre el tema originó numerosas referencias bibliográficas, no lo es menos el hecho de que en el propio
continente donde se manifestaba fue el caldo de cultivo donde más se estudió. En este sentido es resaltable,
sin afán exaustivo y para una visión general de la DSN, el siguiente conjunto de trabajos: S. Miranda et
al.: Fuerzas Armadas y Seguridad Nacional, Ed. Portada, Santiago de Chile, 1973; J.A. Gurgel: Segurança
e Democracia, Livraria J. Olympo Ed., Rio de Janeiro, 1975; J. Rojas y J.A. Viera-Gallo: “La doctrina de
la Seguridad Nacional y la militarización de la política en la América Latina”, Chile-América, nº 28-29-
30, febrero-abril 1977, pp. 41-54; D.C. Padim: “A doutrina da Segurança Nacional”, art. cit.; A. Briones:
Economía y política del fascismo dependiente, Siglo XXI, México, 1978, pp. 305-318; J. Tapia Valdés: El
terrorismo de Estado. La Doctrina de la Seguridad Nacional en el Cono Sur, Ed. Nueva Imagen, México,
1979; y, del mismo autor, “La Doctrina de la Seguridad Nacional y el rol político de las fuerzas armadas”,
art. cit. Destaquemos, por último, las aportaciones de M. Ruz y de M.A. Garretón (“Doctrina de la
seguridad nacional en América Latina” y “Doctrina de Seguridad Nacional: contribución a un debate”,
respectivamente) y que fueron publicadas en Mensaje, nº 261, agosto 1977.

76
1. Doctrina de la Seguridad Nacional: conceptualización
desde sus promotores.

Para el Tte. Gral. Ratembach, la DSN está formada por el conjun-


to de garantías que necesita la sociedad frente a todas las amena-
zas que surjan del terreno político, económico, social y cultural.
Es decir, la DSN como una combinación de seguridades, fruto
de la moderna concepción de la guerra total122. El Gral. Villegas,
por su lado, opina que la DSN es un cuerpo doctrinario subor-
dinado y dependiente de la seguridad de Occidente, una fuerza
ineluctable cuyo final es una, y sólo una, de dos soluciones: o el
triunfo del marxismo o su destrucción (sic)123.

A nuestro entender, ambas definiciones de la DSN -con aspec-


tos complementarios- subrayan sus notas características. En
primer lugar, la ‘seguridad’ entendida como defensa del status
socioeconómico y articulada activamente como la contención
que requiere cualquier posibilidad de agresión externa y/o in-
terna. En segundo lugar, previa localización del enemigo en el
‘marxismo’, las tácticas cotidianas de ‘seguridad’ exigen una
lucha tenaz desarrollada en diversos frentes (político, econó-
mico, cultural, etc.), en los cuales actúa el ‘enemigo’. En tercero,
y último lugar, la ‘seguridad’ estratégica, en la dinámica in-
ter-bloques, obliga a la yuxtaposición de fronteras ideológicas
sobre las fronteras jurídico-políticas de América Latina, como
señala el Gral. Golbery de Couto e Silva124.

La DSN es, por tanto, una doctrina que transciende la teoría de


la geopolítica para mostrarse como un ‘arte’ total y un método
de pensamiento que permite clasificar y jerarquizar los aconteci-
mientos en todos los frentes, en todas las circunstancias. Es úni-
ca en sus objetivos pero múltiple en su funcionamiento porque,
como tal estrategia, “a cada situación corresponde una estrate-

122
Cf., B. Ratembach: El sistema social militar en la sociedad moderna, Ed. Pleamar, Buenos Aires, 1970,
esp. pp. 28 y ss.
123
Cf., al respecto, O. Villegas: Guerra revolucionaria comunista, Ed. Pleamar, Buenos Aires, 1963; y,
del autor, Política y estrategias para el desarrollo y la seguridad nacional, E. Pleamar, Buenos Aires, 1968,
esp. su Cap. I. sobre ‘Filosofía para el cambio nacional’.
124
Cf., Golbery do Couto e Silva: Geopolítica do Brasil, Livraria J. Olympo Ed., Rio de Janeiro, 1967,
pp. 13 y ss.

77
gia particular; cualquier estrategia puede ser la mejor en una de
las coyunturas posibles y detestable en otras”, según el Gral. A.
Beaufre125. A través de la ‘internalización’ del complejo proceso
de relaciones, interdependencias y tensiones políticas internacio-
nales, la DSN mide con ‘escala regional’ el nuevo marco del es-
cenario internacional desde la segunda guerra mundial126 y, más
concretamente, desde el triunfo de la Revolución Cubana.

En esta línea de reflexión, algunos autores como A. Ferrer


indican la importancia de la influencia del declinamiento del
poder hegemónico de un polo internacional, Estados Unidos,
tras la derrota en Vietnam y la crisis económica abierta a finales
de la década de los sesenta. Esta hipótesis defendería por tanto
el hecho de que la DSN y los regímenes militares que inspira
son medidas de defensa de la hegemonía internacional en un
ámbito de terceros, como América Latina127.

Sin embargo, la ‘decadencia’ económica y política de Estados


Unidos, en la etapa de conformación definitiva de los distintos
cuerpos de la DSN, es solamente aparente, como señalan J.
Petras y R. Rhodes128, en concordancia con N. Poulantzas: la
DSN no es la única sino una más de las soluciones que puede
adoptar la estrategia imperialista129. En otros términos, no
ha sido la decadencia hegemónica de Estados Unidos la que
generó una generalizada actitud de autodefensa de las FF.AA.
latinoamericanas, sino la flexibilidad y la recomposición de esa
fuerza. Por eso no sorprende que se constate continuamente
la íntima conexión entre la DSN practicada en la región y el
complejo económico-militar del centro 130, y no exclusivamente

125
Ibid., p. 33 y A. Beaufre: Introducción a la estrategia, Ed. Instituto de Estudios Políticos, Madrid,
1965, p. 22.
126
Cf., al respecto, los comentarios de J.C. Portantiero: “La internacionalización de la política y la
ideología en América Latina”, in VV.AA.: América Latina: estudios y perspectivas, Ed. Vila, México,
1980, tomo II, pp. 11 y ss.
127
Cf., A. Ferrer: “Problemas de la política económica en los países desarrollados”, Cuadernos del
CIDE, nº 1, abril, 1977, p. 99.
128
J. Petras y R. Rhodes: “La competencia y la dominación entre las potencias capitalistas
mundiales”, Revista Mexicana de Sociología, nº 2, 1976, pp. 389 y ss.
129
Cf., al respecto, N. Poulantzas: La crisis de las dictaduras, Siglo XXI, México, 1976, p. 38.
130
Cf., N. Stein y T.M. Klare: Armas y poder en América Latina, Ed. Era, México, 1978, pp. 26-27 y pp.
170-189, respectivamente, para los temas de ‘política económica’ y ‘exportación’ de armamento
norteamericano a Latinoamérica.

78
en el ámbito castrense. Como señala A. Mattelart, también
la cultura está determinada por los modos de presencia y
de interacción del imperialismo y del complejo económico-
militar, mostrando una gran versatilidad. Y, en un interesante
párrafo, el autor continúa:

“...si asistimos a un estrechamiento del con-


junto de los aparatos que difunden la cultura y
la ideología imperialistas, se debe fundamen-
talmente a que estos sectores y estos agentes,
aislados entre sí, no respondían anteriormen-
te a las mismas leyes de eficacia y rentabilidad.
Determinadas aproximaciones, como las que,
por ejemplo, han permitido el encuentro del
mundo industrial y de la racionalidad mili-
tar, ya son conocidas. Su importancia jamás
será suficientemente destacada. Los grandes
modelos tecnológicos deben su existencia a
esta alianza entre las grandes firmas industriales
(todas ellas multinacionales) y el aparato militar.
El ordenador, el satélite, la misma electrónica,
ha salido en línea directa de esta asociación
permanente que se ha materializado en un
tipo de estado, surgido a partir del final de la
Segunda Guerra Mundial, el Estado de Seguri-
dad Nacional (National Security State). Será ese
Estado el que, veinte años después, se expor-
tará hacia las realidades del Cono Sur latinoame-
ricano”131.

131
“Los aparatos culturales del imperialismo”, art. cit., 13 Cf., además, A. Joxe y C. Cadena:
“Armamentismo dependiente, el caso latinoamericano”, Estudios Internacionales, año IV, nº 4, julio-
septiembre 1970, pp. 3-81; D. Senghaas: Armamento y militarismo, Siglo XXI, México, 1972; R. Barnet:
La economía de la muerte, Siglo XXI, México, 1976.

79
2. Fundamento y praxis del orden de la Doctrina de la
Seguridad Nacional.

La teoría que subyace en la pretendida ‘reconstrucción na-


cional’ (National Boulding) de la DSN es heredera directa del
organicismo social y de una visión globalizadora (en cuan-
to es totalitaria) de la cohesión social en torno al tótem, a la
identificación falaz de Estado-Pueblo-Nación. La interven-
ción militar en el Cono Sur, por tanto, impone un ‘orden’
que estructura la nacionalidad y la ciudadanía a través de la
soberanía del Estado y del gobierno. Ante la frágil compati-
bilidad democracia-capitalismo en América Latina, el Esta-
do se disfraza de ente imparcial, representativo de todos y
cada uno de los ciudadanos y el único reconciliador de sus
intereses individuales. Es, en definitiva, el retorno contra-
dictorio (en cuanto sustentandor de la dominación) a una
idea de Estado que asume, confusamente, todas las raíces
del Estado liberal: el ‘dios natural’ (Hobbes), el ‘yo común’
(Rousseau) o la sublimación idealizada de sí mismo y de su
misión (Hegel)132.

El orden orgánico de la DSN se basa en una estructura pirami-


dal donde la cúpula decisoria está ocupada plenamente por
las FF.AA., abandonando cualquier responsabilidad personal
y los rasgos ‘caudillistas’ del fascismo tradicional133. El poder
político no es atribuído a una (s) persona(s) derterminada(s),
aunque en la práctica siempre surja un primus inter pares, sino
al alto estamento militar (ya sea la Junta de Comandantes en
Jefe, ya sea el Consejo de Defensa Nacional)134. Se concentra el
poder, en consecuencia, pero se difuminan las responsabilida-
des personales por lo que cualquiera discrepancia política es
inmediatamente traducible en el cuestionamiento del rol de

132
Cf., J.A. Schumpeter: Historia del Análisis Económico, op. cit., pp. 204-5; J.-J. Chevallier: Los
grandes textos políticos desde Maquiavelo a nuestros días, Aguilar, Madrid, 1974, p. 164; y E. Bloch: El
pensamiento de Hegel, F.C.E., México, 1949, p. 223.
133
En este sentido, el culto a la personalidad, la sublimación de la ‘jefatura’ (Duce, Fürher, Caudillo)
y las apelaciones al pasado heroico (el imperio romano, el pangermanismo, las cruzadas) fueron
elementos de una gran importancia en el fascismo europeo tradicional.
134
Cf., al efecto, J. Tapia Valdés: Neoautoritarismo y neofascismo. Ensayo de interpretación jurídico-
institucional, Instituto Latinoamericano de Ciencias Sociales, Caracas, 1976, esp. pp. 38 y ss.

80
las FF.AA. y su autodefensa corporativa. Como cúpula diri-
gente en la esfera política, económica y social, la DSN otorga
a las FF.AA. una misión elitista; como instancia superadora de
los intereses sectoriales y de las luchas de clases, se presenta
pretendidamente desideologizada; por la importancia del rol en-
comendado, en el seno de una grave crisis política y económi-
ca, las FF.AA. recurren al encubrimiento tecnocrático. Por una
parte, la praxis de los regímenes militares del Cono Sur se basa
en el insistente desideratum de la tecnología como el medio más
eficaz (y menos contaminado por las ideologías) de abordar
un determinado problema social135. Ello requiere, en conse-
cuencia, contar con ‘tecnócratas desideologizados’ en los apa-
ratos estatales. Como escribe C.F. Díaz-Alejandro, “el hecho de
que los regímenes autoritarios del Cono Sur hayan escogido
ciertas políticas económicas, y el que se hayan forjado alianzas
peculiares entre los tecnócratas económicos nacionales y los
generales prominentes constituye un tema fascinante (similar
al de la conexión Speer-Hitler)”136.

Este punto, a nuestro juicio, no sólo es fascinante sino cardi-


nal en el discurso de nuestra investigación. Un análisis más
detallado del pigmento ‘tecnocrático’ de los regímenes mi-
litares del Cono Sur nos mostraría que fue una consecuen-
cia, más allá de la opción por el ‘eficienticismo’, del mismo
proceso histórico que los produjo. En general, la quiebra del
Estado Reformista en América Latina estableció una alianza
de facto de dos corrientes que no fueron directamente res-
ponsables de la gestión estatal de tipo ‘populista’. Por una
parte, el viejo componente oligárquico tradicional, de base
agraria, que fuera desplazado de los asuntos de gobierno por
una fracción burguesa más modernizante y transnacionali-
zada. Por otra, los seguidores del neoliberalismo económico

135
Desideratum como consideración ‘autónoma’ de la técnica y su evolución, en el sentido de que
ésta se entendería como “la información de carácter técnico y organizativo, requerida para fabricar
(resolver) productos industriales (problemas sociales); por ‘cambio tecnológico’ entendemos todas
las modificaciones aplicadas a esa información”, en palabras de S. Teitel (“Creación de tecnología
en América Latina”, Trimestre Económico, nº 200, octubre-diciembre 1983, p. 2397; los paréntesis,
claro está, son nuestros).
136
Cf., C.F. Díaz-Alejandro: “¿Economía abierta y política cerrada?”, Trimestre Económico, nº 197,
enero-marzo 1983, p. 240.

81
y dirigentes empresariales preparados en la Universidad de
Chicago y en otras norteamericanas. Cuando la crisis del Es-
tado Reformista se desencadena, ambas corrientes se vuel-
can hacia las FF.AA., “no sólo para recordarles cuantas veces
habían previsto esos males, sino también para sustentar que
tenían la receta para erradicarlos”137. En este sentido, es im-
portante señalar que el vínculo FF.AA. y tecnocracia estaba
fortalecido previamente por múltiples proyectos de mutua
colaboración que incidieron, en primer lugar, en el acoso y
derribo de los últimos gobiernos reformistas en América La-
tina y, en segundo lugar, en el apuntalamiento de la política
económica -doctrinaria y personalmente- de los recién insta-
lados regímenes militares. De esta manera, como un ejemplo
significativo, en nombre de la ‘ineptitud demócrata liberal’
para la proposición de un fecundo proyecto nacional, en
Brasil primero y después en todo el Cono Sur, se estimula
el trasvase entre tecnócratas y militares que ocupan puestos
claves de la administración y de los grandes negocios públi-
cos o privados). “Bajo el égido de la tecno-burocracia pública
y privada (las corporaciones internacionales), el Estado y la
sociedad se movilizan”, escribe F.H. Cardoso, “en vista de
objetivos económicos dados, adquieren una cierta eficien-
cia pero continúan negando la incorporación de la masa a la
vida política”. Y, continúa el autor, “el control ejercido sobre
la información permite que se expandan las noticias y los va-
lores que, sin que la masa salga de su apatía, contribuye a
mantener un cierto dinamismo entre las élites culturales y
técnicas, indispensables al desarrollo138.

En nuestra opinión, ya sea por la específica alianza de clases o


por los mecanismos de reproducción del poder, estas observa-
ciones nos parecen cruciales en nuestro estudio y que merecen
una ilustración más amplia. En primer lugar, V. Trías señala que
en la ‘Escola Superior de Guerra’ de Brasil, fundada en 1949,
“desde un principio participaron en sus cursos profesores o
137
Según G. O’Donnell: “As forças armadas e o Estado Autoritario no Cone Sul da América
Latina”, art. cit., p. 283.
138
“Industrialización, dependencia y poder en América Latina”, Geosur, nº 54, agosto-setiembre
1984, p. 50).

82
conferenciantes provenientes del más alto nivel empresarial y
académico. Los fracasos de los partidos, desde la quiebra del
populismo, un grupo de calificados oficiales llegaron al conven-
cimiento de que los políticos no eran aptos para realizar un fe-
cundo proyecto nacional”139. En segundo lugar, el impulso tecno-
crático de los militares brasileños se mantiene en y después del
golpe de 1964. El nuevo orden apoya la incorporación, por una
parte, de empresarios en los equipos directivos del gobierno y,
por otra, induce la participación de altos mandos militares en
consejos de las grandes empresas mixtas y transnacionales. En
este sentido, el ‘Instituto de Pesquisas e Estudos Sociais’ (IPS)
puede ser considerado como uno de los centros más importan-
tes del trasvase bilateral comentado y sugiriendo, desde sus se-
minarios e investigaciones, la adecuación de un programa de
desarrollo progresivo que elimine paulatinamente el conflicto
social y consolide el capitalismo moderno, todo ello en un ma-
nifiesto de clara herencia rostowniana, por sus ideas de supera-
ción del subdesarrollo como por su acendrado anticomunismo.
En tercer lugar, el ejemplo brasileño se sigue en otros países del
área. La ‘Academia de Seguridad Nacional’, creada por la Junta
Militar de Chile en 1976, está “destinada a difundir los concep-
tos de Seguridad Nacional entre empresarios del sector priva-
do y funcionarios de la administración, junto a miembros de
las Fuerzas Armadas” (Revista Ercilla, 2181, 18/24 mayo 1977,
p. 32). Es así como la corriente liberal-tecnocrática adquiere un
claro predominio en la DSN, estableciéndose toda una ideolo-
gía de la burguesía amenazada bajo la apariencia de una opción
técnica por la política económica monetarista-neoliberal. Se su-
perponen, en consecuencia, las continuas apelaciones a la ‘re-
construcción nacional’ y a la ‘reestructuración económica’ como
retornos a la ortodoxia neoliberal y neoclásica140.

En segundo lugar, como habíamos enunciado, la articulación


entre la alta burguesía transnacionalizada, la tecnocracia y las
FF.AA., implícita en la DSN, prima una concepción elitista y

“Las fuerzas armadas en las sociedades iberoamericanas”, art. cit., p. 125).


139

Cf., J. Tapia Valdés: “La Doctrina de la Seguridad Nacional y el rol político de las Fuerzas
140

Armadas”, art. cit., pp. 26-28.

83
desideologizada del modelo. Pero, al mismo tiempo, he aquí su
gran contradicción: el Estado, concebido como un ente impar-
cial es juez y parte. Su naturaleza conciliadora es meramente
formal y sus acciones, pretendidamente arbitrales y/o neutra-
les, se tornan arbitrarias e interesadamente beligerantes. Pero
esa arbitrariedad y esa beligerancia, a fuerza de ser tecnocra-
tizada y desideologizada, se presenta siempre de una forma
autoritaria y excluyente. Ya denunciaba O. Letelier que ni la
economía ni los técnicos de la materia eran neutrales, desde las
páginas de The Nation. Dos semanas después sufriría un aten-
tado que le costaría la vida tras varios años de intenso trabajo,
qué paradójico, sobre el logro de un ‘nuevo orden económico
internacional’141. Una visión alternativa sobre un determinado
problema económico o social se entiende, desde la DSN, no
como un enriquecimiento engendrado por la libre discusión
sino como un obstáculo para la solución ‘correcta’ proporcio-
nada por el técnico. Por estrictas razones técnicas y de efi-
cacia, en consecuencia, esa discrepancia debe ser eliminada.
En este sentido, el arrasamiento de los colectivos de la socie-
dad civil de los países del Cono Sur en estudio fue una de las
primeras medidas de implantación de la DSN. Los reductos
críticos se concentraron, sobre todo, en los departamentos
universitarios que sufrieron paulatinamente todo el peso de
la represión. Este hecho fue de gran importancia para la eco-
nomía y sociedad de Chile, Argentina y Uruguay, ampliando
las negativas repercusiones de la sistemática violación de los
derechos de expresión y cátedra hacia una grave deterioro
de la actividad productiva de esos países, como ilustra J.H.
Street en un interesante artículo.

J.H. Street, trabajando preferentemente con documentación de


origen norteamericano, analiza las circunstancias históricas
que incidieron en la inestabilidad, la eliminación institucional
y/o física y la restricción de libertades académicas. Constata
que el efecto netamente negativo sobre la capacidad tecnológi-

141
Cf., al respecto, O. Letelier y M. Moffitt: The New International Economic Order, Transnational
Institute, Washington, 1977; y S. Caballero: “El gobierno de Pinochet y el asesinato de Letelier-
Moffit”, Chile-América, nº 60-1, enero-marzo 1980, pp. 39-42.

84
ca de uno de estos países es discordante con la sublimación de
la técnica por parte de la Doctrina de la Seguridad Nacional.
Veamos algunos ejemplos. Existen ciertos ejemplos patéticos
de vinculación forzada entre DSN, discurso crítico al poder
desde universidades laicas y no laicas, depresión cultural y
parálisis tecnológica. En Argentina, a los pocos meses del gol-
pe de 1976, el Ministerio de Educación decreta la eliminación
de 95 carreras universitarias, en su mayoría de ciencias socia-
les. En Chile, la Universidad sufre primero las purgas y des-
pués la privatización: exclusión del treinta y cinco por ciento
del cuerpo docente en los primeros meses de gobierno militar;
múltiples detenciones arbitrarias, muertes y desapariciones;
reducción de las universidades estatales a solamente cuatro y
traspaso de veintiuna disciplinas universitarias a la iniciativa
privada. En Uruguay, el caso es similar, tanto por la dureza de
la represión como por las repercusiones productivas: se casti-
garon las ramas de las ciencias naturales en un país eminen-
temente agrícola y ganadero, especialmente con la medida de
destitución del ochenta por ciento del cuerpo docente de la
Facultad de Agronomía142.

Por lo tanto, la DSN es un cuerpo doctrinario elitista y, por


extensión, autocomplaciente. Por una parte, justifica el cúmu-
lo de fracasos y la sinrazón de las políticas económicas abor-
dadas por la intromisión de elementos extraños a la técnica,
reduciendo la responsabilidad de la élite tecnocrática. Por otra
parte, su elitismo es autoritario, excluyente. Sometiendo la
verdad científica a los dictados del tecnócrata la convierte en
‘única’ e ‘indiscutible’. Esa ‘verdad’, por tanto, no puede entre-
garse a las interesadas discusiones de los partidos políticos y
de la democracia liberal. Si aislamos el componente anecdóti-
co que pudieran tener, las siguientes frases de un Memorandum
(M/9.XII.1975) enviado por J.M. Bordaberry, Presidente de

142
Cf., para los tres casos, J.H. Street: “La intervención política y ciencia en el Cono Sur”,
Trimestre Económico, nº 200, octubre-diciembre 1983, pp. 2373-2396; E. Galeano: “América Latina:
imperialismo, cultura y sociedad”, Revista Mensual/Monthly Review, vol. 1, nº 5, setiembre 1977, esp.
pp. 52 y ss.; y F. Martínez: “Nueva legislación universitaria: un asalto a la fortaleza del patrimonio
cultural democrático chileno”, Chile-América, nº 68-69, enero-marzo 1981, pp. 33-40.

85
Uruguay, a la Junta de Generales Oficiales, en el último tramo
del régimen militar con rostro civil, expresan de modo signi-
ficativo la tendencia a la exclusión y la condena a los métodos
de la democracia liberal por parte de la DSN. El Presidente
uruguayo (insistimos, civil y electo) propone que “...el poder
debía ser puesto definitivamente en manos de las Fuerzas Ar-
madas, y sus fines deberían definirse claramente (...) las accio-
nes de las Fuerzas Armadas no pueden juzgarse ya que actúan
sobre la base de normas que no pueden discutirse (...) Sobre
esta base, el gobierno tendrá la autoridad y el consenso que son fruto
de la ausencia de sectores sindicales y de los intereses económicos en
el gobierno. Los partidos políticos se permitirán como corrien-
tes de opinión pero no podrán tomar el poder (...) El poder de los
partidos políticos y el poder de las Fuerzas Armadas son, por
lo tanto, mutuamente excluyentes”143.

Por eso señalamos el cambio implícito en la DSN en cuanto es-


timación que tienen las FF.AA. del Cono Sur sobre la naturale-
za de la intervención militar en los asuntos públicos. En líneas
generales, hasta la consolidación del proceso revolucionario en
Cuba, los militares eran llamados a intervenir para la resolución
de un impasse político, durante un período en el cual se restitu-
yese, en palabras de D.C. Padim, la ‘moralidad’. “Ahora, ante la
caducidad de los liderazgos políticos y la inmadurez política de-
mostrada por el pueblo, es necesario que las Fuerzas Armadas
asuman también la función política para reorientar los rumbos
de la nación...”, concluye Padim (144).

En este sentido, el horizonte del proyecto marcado en la DSN


demanda el monopolio militar sobre la determinación de ob-
jetivos y directrices de actuación145. En primer término, se espe-
143
Cit. in A. Gunder Frank: “La militarización de la Economía en el Tercer Mundo”, art. cit., p. 29,
subr. nuestro.
144
C.D. Padim: “A doutrina da Segurança Nacional”, art. cit., p. 337.
145
Para una visión de conjunto, cf., A.M. Tandurella: “Economía, Política Económica y seguridad
nacional”, Geosur, nº 54, agosto-setiembre 1984, pp. 3-39. Sobre las características de los ejércitos
chileno y argentino (y, entre ellas, la tendencia al golpismo y/o la intervención en los asuntos
públicos), cf., entre otros, D. Danton: La política de los militares argentinos, Siglo XXI, Buenos Aires,
1971; E. Cuenca: El militarismo en la Argentina, Ed. Independencia, Buenos Aires, 1971; A. Joxe: Las
fuerzas armadas en el sistema político chileno, Ed. Universitaria, Santiago de Chile, 1970; y B. Reiman y
F. Rivas: Las Fuerzas Armadas en Chile: un caso de penetración imperialista, Ediciones 75, México, 1976.

86
cifican las líneas maestras de carácter estratégico (seguridad
militar interna y/o externa) y no estratégico (especialmente el
tipo de bienestar y desarrollo económico que se puede alcan-
zar sin dinamizar el disenso interno o la incompatibilidad con
los intereses transnacionales)146. En segundo término, las metas
acordadas tienen un valor absoluto y universal, no admitién-
dose definiciones alternativas sobre las mismas que infrinjan
la estrategia de la DSN. Al decir de J. Tapia, “...ningún plan
de desarrollo económico, cultural o social del país puede ser
trazado independientemente de las múltiples y, a veces, rigu-
rosas obligaciones impuestas por los imperativos de la seguri-
dad nacional”147.

Es importante señalar, a propósito, el múltiple papel táctico y


la utilidad que tiene en la DSN la existencia, real o imaginaria,
del ‘discrepante’ o ‘enemigo interno’. Recordemos que la DSN
es consecuente con la lógica del siguiente silogismo:

1. La oposición a las directrices y objetivos de la DSN,


en la práctica, se considera un acto instantáneo de
agresión (desánimo, provocación, infravaloración...) a
las FF.AA.

2. Por definición extensiva, las FF.AA. es la representación


suprema de la identificación Estado-Nación-Pueblo.

3. En conclusión, el opositor nunca puede serlo de las


FF.AA. sino de todos y cada uno de los ciudadanos. Ya
no es ‘opositor’ sino ‘enemigo interno’.

Y la existencia de ese ‘enemigo interno’ otorga el sentido nece-


sario para la vigencia de la DSN y de los proyectos políticos y
económicos implícitos en la doctrina. Apenas dos meses des-
pués del golpe militar chileno, en setiembre de 1973, el Gral.
Prats escribió en su diario: “...en relación al enemigo interno,
ha sido predominante en forma creciente el criterio adquiri-
146
Sobre la distinción entre directrices estratégicas y no estratégicas, cf., Golbery do Couto e Silva:
Geopolítica do Brasil, op. cit., p. 166 y, desde otra perspectiva, J. Tapia Valdés: “La Doctrina de la
Seguridad Nacional y el rol político de las fuerzas armadas”, art. cit., p. 35.
147
Ibid., ibid.

87
do por los que han pasado por los cursos de la Escuela de las
Américas y otros organizados por el Pentágono. En 1973 había
ya en el ejército chileno más de tres mil egresados de estos cur-
sos. Muchos de ellos respondieron a los estereotipos y reflejos
que en estos cursos les inculcaron creyendo librar a la nación
del ‘enemigo interior’ han cometido un crimen que sólo pue-
de explicarse por su ingenuidad, su ignorancia y su miopía
política...”148. El recurso del ‘enemigo interno’, en segundo lu-
gar, mantiene la cohesión y el espíritu de cuerpo de las FF.AA.
En realidad, esa cohesión y espíritu de cuerpo se basan en la
creencia que tienen sobre sí mismos como los nuevos prome-
teos, los portadores del fuego. El Tte. Crnel. Pascarelli declara-
ba, en Argentina, que “...nuestra lucha no tiene límites morales
ni materiales. Estamos más allá del bien y del mal. Combati-
mos el fuego con el fuego” (La Opinión, 12.VI.1976)149. Y, en
tercer lugar, facilita el desplazamiento de responsabilidades
debidas a los fracasos continuos en la implementación de una
política económica diseñada por la élite tecnocrática-militar,
desplazando, a su vez, la hostilidad del cuerpo social hacia sus
‘enemigos internos’, sus ‘saboteadores’.

Finalmente, otra de las características básicas de la DSN, por


su origen y sustentación, es el irrefrenable culto a la violencia
y su constante belicismo150. Si bien la DSN se genera como un
efecto de la recomposición de fuerzas de uno de los bloques
hegemónicos, tras la última guerra mundial, retoma, sin em-
bargo, los viejos conceptos y la metodología de la alta geopo-
lítica alemana del Tercer Reich. Aunque los geopolíticos lati-
noamericanos en boga se esfuerzan en criticar el mal ‘uso’ y la
instrumentalización del concepto de ‘geopolítica’, más allá del
carácter estratégico y militar, por el nazismo y sus principales

148
C. Prats: Una vida por la legalidad, F.C.E., México, 1977, esp. notas correspondientes al 19.XI.1973).
El Gral. Prats, como se sabe, corrió la misma suerte que O. Letelier, M. Moffit, o Z. Michellini.
149
Al año siguiente, un comentario editorial del mismo diario le contestaba que “combatimos el
fuego con el fuego sin detenernos a pensar que el fuego se combate mejor con agua” (La Opinión,
25.V.1977).
150
Cf., al respecto, los comentarios y bibliografía mencionada en supra nota 98. Para una extensión
sobre el tema, cf., N. Stein y M.T. Klare: Armas y poder en América Latina, op. cit., pp. 68-81; y J.A.
Viera-Gallo: “Militarización y Seguridad Nacional”, Chile-América, nº 76-77, enero-marzo 1982, pp.
57-64.

88
teóricos (K. Haushofer), lo cierto es que la geopolítica, como
disciplina militar, es definida por Golbery do Couto como un
‘arte’ que, basado en el fundamento geográfico, ofrece directri-
ces para la formulación y la realización de objetivos de seguri-
dad nacional, preservando los mismos mediante las garantías
de una compleja trama de acciones políticas, económicas y
psicológicas151.

Otra influencia determinante fue, siguiendo nuestra hipótesis


inicial, el triunfo de la Revolución Cubana y las expectativas
‘foquistas’ que despierta en todo el continente. De esta forma,
como sistema de dominación del cuerpo social, la DSN genera
altas dosis de violencia y sufre, por tanto, crecientes grados
de rechazo que alimentan, a su vez, una espiral ampliada de
control y represión. Este sistema de combinación violenta, de
acciones y reacciones superpuestas, crean el clima más propi-
cio para la difusión de los numerosos mitos y representaciones
de la cosmología bélica en un medio de permanente estado de
emergencia que caracteriza a los estados neofascistas152.

151
Cf., al respecto, Golbery do Couto e Silva: Geopolítca do Brasil, op. cit.; y su mímesis chilena en A.
Pinochet: Geopolítica, Ed. Andrés Bello, Santiago de Chile, 1974.
Como una extensión crítica, para el caso brasileño, cf., entre otros, S. Ferreira Oliveiros: “La geopolítica y el
ejército brasileño”, in V.R. Beltrán (C.): El papel político y social de las fuerzas armadas en América Latina,
Monte Avila Eds., Caracas, 1970, esp. pp. 179 y ss.; A. Stepan: Brasil: los militares y la política, Amorrotu
Ed., Buenos Aires, 1974; y Th. Dos Santos y V. Bambirra: “Brasil: nacionalismo, populismo y dictadura,
50 años de crisis social”, in P. González Casanova (C.): América Latina: historia de medio siglo, Siglo XXI,
México, 1977.
Para el caso uruguayo, cf., V. Trías: Uruguay y sus claves geopolíticas, Ed. Banda Oriental, Montevideo,
1971.
El caso argentino es, al efecto, más complejo. Conviene señalar que ya el Gral. Onganía estudia el modelo
brasileño de intervención militar durante la etapa Illía (1963-1966), recogiendo información en Brasilia
sobre la operatividad del concepto ‘frontera ideológica’ que utilizará en su exposición de motivos del
derrocamiento de Illía. Según Onganía, una de las causas principales de ruptura con la Presidencia civil
fue la negativa de ésta al envío de tropas a la República Dominicana en defensa de la frontera ideológica
del continente, “actuando (Illía) con indiferente negligencia y renunciando, de hecho a su cargo
de Comandante en Jefe que le correspondía como presidente” (V. Trías: “Las Fuerzas Armadas en las
sociedades iberoamericanas”, art. cit., p. 128).
El intervalo de ‘retorno a los cuarteles’, en Argentina, fue una fase transitoria que duró el tiempo
necesario para demostrar los contínuos fracasos de la política interna desde la proposición de la Alianza
Nacional propugnada por el Gral. A. Lanusse (Mi testimonio, Ed. Laserre, Buenos Aires, 1976), en primer
lugar, y ajustar doctrinariamente el modelo de la seguridad nacional para que el ejército asumiese los
requerimientos sociales derivados de la ineptitud de los últimos gobiernos peronistas, en segundo lugar. El
golpe de 1976 fue, en este sentido y al decir de M. Kaplan, la culminación del laberinto de la frustración.
152
Sobre el ‘estado de emergencia’, cf., J. Tapia Valdés: Neoautoritarismo y neofascismo. Ensayo de
interpretación jurídico-institucional, op. cit.

89
3. Legitimación en la Doctrina de la Seguridad Nacional

Quisiéramos resaltar, de modo breve, el hecho de que la


DSN no sólo justifica la intervención castrense en los asun-
tos civiles de gobierno sino que, además, hace de esa in-
jerencia una fórmula no transitoria. Esta observación es
una consecuencia directa de lo hasta aquí tratado. Como
indicaba C.D. Padim, la DSN no representa un puente co-
yuntural sobre la descomposición de la democracia liberal
en América Latina y el retorno posible a la institucionali-
dad clásica. Al contrario, si el golpismo tradicional en la
región fue, en muchos sentidos, profético ahora se muestra
mesiánico, asumiendo la dirección y la gestión de la crisis
económica y social que no puede abordar el agotado Es-
tado Reformista. La promoción de un proyecto político y
económico a largo plazo por la élite tecnócratas-burguesía
transnacionalizada-militares, tras el baluarte legitimador
de la triple identidad Estado-Nación-Pueblo, tiene un cla-
ro carácter estructural que exige, para su materialización,
no sólo la existencia omnipresente del ‘enemigo’ -interno
o externo, real o imaginario- ante el cual defenderse orgá-
nicamente sino, también, la presencia imprescindible del
militar en aquellas posiciones estratégicas de la seguridad
y la vida política y económica del país153. En definitiva, el
tratamiento sobre el conflicto social y la crisis económica
que propone la DSN imposibilita el tránsito desde una si-
tuación de estricta dominación a otra de hegemonía, ya
que son regímenes ‘autoritaristas’ y no ‘autoritarios’, en el
sentido de que en su génesis y evolución no son legitima-
dos como tales. De ahí su acendrada vocación en enfatizar
sus obras y no sus razones154. Aunque responda a los inte-
reses de las fracciones más dinámicas del capital transna-
cional, la DSN es portada por los regímenes militares como
si fuera propia. Puesto que de regímenes no legitimados se
trata, su horizonte político y su práctica político-económi-

En otras palabras, la primacía de la legitimación de ejercicio frente a la legitimación de origen.


153

La distinción ‘autoritario-autoritarista’ se debe a H. Zemelman: “Acerca del fascismo en


154

América Latina”, art. cit.

90
ca cotidiana no son definidos, en última instancia, por las
FF.AA. sino por las necesidades del capitalismo transna-
cional y la dinámica interna de los procesos históricos en
curso. Como señala pertinentemente A. Gunder Frank155:

“...toda esta represión de las Juntas militares


del Cono Sur, si bien en un primer sentido es
coyuntural, en otro sentido es cada vez más
estructural. Requiere edificar un aparato de
Estado político y económico, basado en una
alianza de clases que puedan perpetuar un ré-
gimen político capaz de permitir este tipo de
inserción de los países subdesarrollados en la
división internacional del trabajo”

Aunque pudiera considerarse este comentario de Gunder


Frank como mecanicista, lo cierto es que acentúa la prioridad
que tienen, en la DSN, las necesidades de ‘inserción’ de cada
país en la economía mundial respecto a las posibilidades de
legitimación o de atenuación de los rasgos atávicos de sus
regímenes militares. Es, en este sentido preciso, cuando se
vislumbra el carácter no transitorio de la DSN.

La fundamentación de la legitimidad de este tipo de Estados


se afilia a la lógica decisionista del Derecho y a la concep-
ción de dictadura soberana que tiene en K. Schmitt su máxi-
mo expositor156. La política es, para este autor, una relación
hostil sobre la que se eleva la suprema voluntad del Estado,
libre de restricciones demoliberales en la esfera decisoria y
en la generación del Derecho. Será, por tanto, la legalidad
situacionista -acorde con las mutaciones de la estrategia de
la DSN- quien funda la legitimidad de la ‘dictadura sobera-
na’ en ‘la victoria sobre...’ y en ‘la capacidad de adaptarse
a...’, el enemigo interno y la juridicidad pre-existente, res-

155
A. Gunder Frank: “La crisis mundial y el Tercer Mundo”, Revista Mensual/Monthly Review, vol.
1, nº 5, setiembre 1977, p. 33. Cf., asimismo, una ampliación de los puntos de vista del autor en
Reflexiones sobre la crisis económica, Anagrama, Barcelona, 1977.
156
Cf., al respecto, K. Schmitt: La dictadura. Desde los comienzos del pensamiento moderno de la soberanía
hasta la lucha de clases proletaria, Ed. Revista de Occidente, Madrid, 1968; y sus Estudios Políticos, Ed.
Doncel, Madrid, 1975.

91
pectivamente157. Para K. Schmitt, el Derecho no regula si-
tuaciones históricas permanentes y, por lo tanto, debe ser
un instrumento moldeable ante las diferentes situaciones
que se puedan presentar. Esta legalidad situacionista, en
el seno del Estado de facto vía insurreccional, se identifica
siempre con la voluntad del líder, individual o colectivo, sin
más limitaciones que las generadas por su automoderación.
Es, en consecuencia, una legalidad situacionista y decisionis-
ta. La dictadura soberana puede, entonces, modificar la le-
galidad según dicten la lógica del ‘decisor’ y la lógica de
las ‘situaciones’. Está capacitada para modificar, suspender,
cambiar o, simplemente, actuar al margen del ordenamien-
to constitucional. No sorprende que la DSN haya asumido
la herencia intelectual de K. Schmitt para la justificación y
fundación de la dictadura soberana, enriqueciendo los aná-
lisis del jurista alemán con la experiencia española, durante
el primer franquismo, y la experiencia francesa, adquirida
en Argelia.

Si observamos la práctica constituyente de los regímenes milita-


res del Cono Sur, en los últimos años, constataremos que sigue
una lógica decisionista y situacionista. Los ‘Actos Constitucio-
nales’ en Chile o los ‘Atos Institucionais’ en Brasil representan
dos ejemplos claros. A pesar del aspecto que tienen como un
ordenamiento puntual de cuestiones sectoriales se presentan
siempre con una jerarquía fundamental, sea cual sea la forma,
el contenido o el número de afectados. Es, en consecuencia, una
práctica que acrisola en un todo continuo cuasi-constitucional
lo que es, meramente, la identificación de la voluntad de la dic-
tadura soberana en cada norma jurídica, para cada situación
concreta, a través de la usurpación del poder constituyente, la
concentración del poder legislativo en el ejecutivo, la interven-
ción en el poder judicial y la ampliación de la jurisdicción mili-
tar en deterioro de los tribunales ordinarios.

157
Cf., S. Soler: Temas antiliberales. Marxistas y autoritarios, Ed. Sur, Buenos Aires, 1977, esp. pp. 130 y
ss. Cf., también, J. Vigón: Teoría del militarismo, Rialp, Madrid, 1965; y P. Paret: French Revolutionary
Warfare From Indochina to Algeria. The Analysis of a Political and Military Doctrine, Praeger, New York,
1964.

92
Sin olvidar los necesarios matices y las limitaciones inherente
al análisis de los regímenes militares del Cono Sur latinoame-
ricano, a partir del estudio del componente genético del capi-
talismo en crisis, ¿no estamos acaso ante el neofascismo más
nítido?. Una respuesta afirmativa a nuestro interrogante no
puede olvidar la existencia, en América Latina, de regímenes
militares ‘nacionalistas’ como sucedió en Bolivia (1964), Perú
(1968) o Ecuador (1972). Estos casos mostrarían la aparente
ambivalencia de dos formulaciones históricas de la DSN: una
de inspiración neofascista y otra ‘nacionalista-popular’, en
contradicción con la primera158.

A nuestro juicio, y como muestra la evolución de esas expe-


riencias, la distinción es incorrecta. Cuando un regímen mi-
litar levanta la bandera nacionalista con el fin de movilizar a
las masas y ganar, con ello, la legitimación que está ausente
del proceso, el riesgo de desnaturalización es evidente. Por-
que si existe una contradicción no es entre dos lecturas de la
DSN sino entre ésta y la posible proyección anti-imperialista
que adquiere un regímen militar que adopte esa vía de le-
gitimación. En todos los casos -y la experiencia del Perú es
muy significativa- la contradicción se resuelve, a medio pla-
zo, a favor del neofascismo intrínseco de la DSN159. Parece,
pues, constatado que el carácter nacional-popular de la DSN
se debe a una consideración errónea y voluntarista sobre sus
verdaderos objetivos. Esta calificación crítica es, asimismo,
trasladable a cualquiera de las valoraciones moderadas que
se han hecho de la DSN. En este sentido, algunos autores
como A. Methol Ferre, han creído percibir, en la DSN, la con-
tinuidad y el posibilismo de los regímenes militaristas tra-
dicionales, con el mismo ideario evangelizador que antaño
para luchar contra el foquismo revolucionario, suplantar la
industrialización y dinamizar la escasa integración social de
los países americanos160.
158
Cf., J. Rojas y J.A. Viera-Gallo: “La doctrina de la seguridad nacional y la militarización de la
política en la América Latina”, art. cit., p. 44.
159
Como confirma A. Cueva: “La cuestión del fascismo”, Revista Mexicana de Sociología, nº 2, abril-
junio 1977, pp. 476 y ss.
160
Cf., A. Methol Ferre: “Sobre la actual ideología de la Seguridad Nacional”, Revista del Instituto
Pastoral del CELAM, nº 10, junio 1977, esp. pp. 178 y ss.

93
Como advertimos en su momento, considerar a la
DSN como la filosofía adecuada que ilumine, mediante di-
rectrices y objetivos, una crucial etapa del desarrollo de la
región, es, de uno u otro modo, una defensa ideológica que
enmascara, bajo las expectativas de crecimiento económico
que pudiera generar, la necesidad de superar etapas según
la mímesis de procesos de desarrollo ajenos a la realidad del
continente. En este sentido, la prédica de la modernización
mediante la DSN es una herencia intelectual de las interpre-
taciones pesimistas de ciertos sociólogos latinoamericanos
que vieron el fenómeno del ‘caudillismo’ como una fatalidad
histórica pero inevitable, recurriendo, si fuera preciso, a la
descontextualización de algunos párrafos de Simón Bolívar
cuando propugnaba, en 1815, la existencia de gobiernos pa-
ternalistas ‘dado que las representatividades no se adecúan
al carácter y costumbres de los latinoamericanos’161. A nues-
tro entender, en definitiva, una defensa de la DSN por esta
vía no sólo se convierte en apología de la actual violencia ins-
titucional de los regímenes militares del Cono Sur sino que
descalifica, caricaturizando, un conjunto de ricas sugerencias
económicas del pensamiento bolivariano como las presenta-
das por J. Consuegra162.

161
Cf., al respecto, D. Gressel: “Seguridad nacional y desarrollo económico”, Estudios Públicos, nº
7, invierno 1982, pp. 43-47. Sobre la caricaturización del pensamiento bolivariano, cf., A. Rouquié:
“Dictadores, militares y legitimidad en América Latina”, Crítica y Utopía, nº 5, segundo trimestre
1981, pp. 11-28, y esp. p. 16 nota.
162
Cf., J. Consuegra Higgins: Las ideas económicas de Simón Bolívar, Plaza y Janés, Bogotá, 1982, esp.
pp. 11-55.

94
CAPÍTULO IV

QUIEBRA DEL MODELO OLIGÁRQUICO Y CRISIS DEL


ESTADO REFORMISTA

El objetivo del presente capítulo es doble. En primer lugar,


estudiaremos la dirección de los procesos de transición inme-
diatos a las crisis del Estado Oligárquico y del Estado Re-
formista en América Latina. Situamos, por tanto, la compleja
articulación democracia-capitalismo, descrita anteriormente,
en el ámbito de nuestro discurso. En este sentido, observare-
mos que la crisis del Estado Oligárquico y del Estado Reformista
responde -sometiéndose a una hipótesis de trabajo- a los cam-
biantes requerimientos infraestructurales y las progresivas exigen-
cias socioeconómicas. En otros términos, a las consecuencias
directas de la tensión democracia-capitalismo en América
Latina. En segundo lugar, proponemos, al filo de la crisis del
Estado Reformista y la implantación de regímenes militares
en el Cono Sur, la pertinencia analítica de ‘fascismo dependiente’
como una categoría trivalente que incorpora el carácter neofas-
cista, la Doctrina de la Seguridad Nacional y la situación de de-
pendencia política y económica de los casos estudiados.

Desde la Independencia, la vida política de América Latina


siempre estuvo afectada por el fenómeno de integración de
su economía al expansivo mercado mundial. El Estado Oli-
gárquico se presenta, entonces, “como forma estatal capitalis-
ta correspondiente al período de predominio de la economía
primario-exportadora”163. Se consagran, por tanto, las frac-
ciones de la burguesía ligadas, de una u otra forma, al sector
externo164. Siendo un ‘estado capitalista’, el Estado Oligárqui-

163
En palabras de A.A. Borón: “Entre Hobbes y Friedman, liberalismo económico y despotismo
burgués en América Latina”, art. cit., p. 56.
164
Cf., para el período reformista y sin afán exaustivo, J. Stanley y B.H. Stein: La herencia colonial de
América Latina, Siglo XXI, México, 1970; T. Halperin Donghi: Historia contemporánea de América Latina,
Alianza Ed., Madrid, 1972, esp. pp. 207 y ss.; M. Kaplan: Formación del Estado nacional en América
Latina, Ed. Universitaria, Santiago de Chile, 1969; Sbagú: “Tres oligarquías, tres nacionalismos:
Chile, Argentina y Uruguay”, Cuadernos Políticos, nº 3, enero-marzo 1975; y A. Cueva: El desarrollo
del capitalismo en América Latina, Siglo XXI, México, 1978, esp. Cap. 7 y Cap. 8, pp. 127-164.

95
co es susceptible en manifestarse mediante diversos regíme-
nes (el ‘porfiriato’ mexicano, la ‘República Velha’ de Brasil, el
presidencialismo típico de Argentina o Uruguay, la república
parlamentaria en Chile, etc.). Pero todos esos regímenes, con
rasgos característicos propios y diversos, se sustentan en una
base común: el reflejo del Estado liberal clásico y la tensión
contradictoria democracia-capitalismo. Como escribe O. Ian-
ni, al cuadro de relaciones económicas, sociales y políticas
del Estado Oligárquico se le debe yuxtaponer las diversas
raíces del liberalismo de las élites de la clase dominante165:

“Algunas veces el liberalismo es un compro-


miso real... Otras veces, es apenas ‘exterior’...
Algunas veces el liberalismo está impregnado
del positivismo de Comte... Otras veces está
directa y abiertamente comprometido con el
librecambio de Smith y Ricardo... En la mayo-
ría de los casos, sin embargo, el liberalismo
formal de los gobernantes corresponde a los
compromisos inevitables entre los dos planos
antagónicos de la realidad latinoamericana: la
sociedad nacional y la economía dependiente.
Por esa razón, el autoritarismo más o menos
violente (uso interno) se yuxtapone al liberalis-
mo formal y retórico (uso externo)”

El filósofo L. Zea mantiene, al respecto, una opinión similar166.


Es, a nuestro juicio, E. Torres-Rivas quien resume perfecta-
mente el carácter de ruptura y continuación, al mismo tiempo,
del modelo oligárquico167:

“La ‘revolución’ o la reforma liberal, como quie-


ra llamársele, fue todo menos prolongación li-
neal y mecánica del período precedente, al que

165
O. Ianni: “Populismo y relaciones de clase”, in G. Germani et al.: Populismo y contradicciones de
clase en Latinoamérica, Ed. Era, México, 1973, p. 93.
166
Cf., al respecto, L. Zea: El pensamiento latinoamericano, Ed. Pomaca, México, 1965, tomo I, pp.
62-72.
167
E. Torres-Rivas: Centroamérica hoy, Siglo XXI, México, 1975, pp. 65-6, subr. nuestros.

96
niega y continúa... Lo niega por el sistema de do-
minación política que se forma internamente,
que permite a una nueva clase imponer sus ob-
jetivos e intereses y sus características ideológi-
cas que contradicen el orden político y económi-
co colonial y más directamente, su restauración
conservadora; lo continúa porque el período
colonial formó una estructura social que no fue
modificada sustancialmente en la medida en que la
economía de exportación se acomodó o retuvo
sus rasgos básicos”

Pero no sólo cambian las condiciones internas. Durante la eta-


pa oligárquica se dan ciertas variaciones de importancia en la
articulación de cada país con el exterior. Como indica el mis-
mo E. Torres-Rivas168:

“... la burguesía rural que logra incorporar la


economía al sistema capitalista mundial emer-
ge como una clase dominante a medias o, como la
hemos llamado en otra parte, como un grupo
cuya articulación de intereses con la burguesía
metropolitana del exterior la convirtieron en
clase dominante-subordinada

En esencia, el modelo oligárquico, siendo ideológicamente


liberal, tiene una práctica manifiestamente discriminatoria
respecto a las clases subalternas en los procesos de decisión
política. El liberalismo del Estado Oligárquico se redujo a la
mera sanción jurídica de ciertos derechos y libertades pero
las políticas jacobinas emprendidas, al decir de A.A. Borón,
se debatían contra la dominación exclusivista y oligárquica
del nuevo bloque en el poder169. Recuperando los comenta-
rios generales sobre la contradictoria articulación democra-
cia-capitalismo-liberalismo, el Estado Oligárquico guarda en
su seno esa tensión que emerge en la fase de su descompo-

168
Ibid., p. 66.
169
“Entre Hobbes y Friedman, liberalismo económico y despotismo burgués en América Latina”,
art. cit., p. 57.

97
sición, demostrando la fragilidad que tenía un referente uni-
versal como el Estado liberal clásico que aglutina las nuevas
formas sociales que derivan de la penetración del capitalis-
mo en América Latina con las dislocaciones, aún presentes,
de las viejas estructuras de la sociedad colonial. Por eso la
lucha de las llamadas clases subalternas cuestionará tanto el
exclusivismo agrario en el proceso de decisión como el pseu-
doliberalismo que actuaba de coraza ideológica protectora
de aquél170. “Por lo tanto”, resume E. Yepes del Castillo las
conclusiones de uno de los paneles de estudio de la XI Asam-
blea del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, “no
se trata que liberalismo y democracia no son necesariamente
lo mismo sino que implícitamente, el liberalismo puesto en
marcha por las clases dominantes se ha convertido en un me-
canismo que permite la no democratización del país”171.

La dosis de violencia inherente a la quiebra y recambio del


modelo oligárquico en América Latina tuvo desigual repercu-
sión. Desde la desaparición ‘física’ de los terratenientes en Mé-
xico172, como caso límite, hasta el paso a un lugar secundario
en la escena política brasileña173. Sin embargo, esta diversidad
en la transición hacia el Estado Reformista ha dado lugar a la
consideración de ‘tránsito pacífico’, como señala R.M. Marini,
cuando, en realidad, fue la culminación de una fase brusca de
luchas de clases, como responde A. Cueva174.

Tras la disolución de las bases materiales e ideológicas del


Estado Oligárquico, surge el Estado Reformista (Popularista,

170
Cf., al respecto, las diversas aportaciones sobre el tema en R. Benítes Zenteno (C.): Clases sociales
y crisis política en América Latina, Siglo XXI, México, 1977.
171
E. Yepes del Castillo: “Democracia y liberalismo en América Latina”, Análisis, nº 11, mayo-
agosto 1982, p. 79. La XI Asamblea del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, CLACSO,
se celebró en Lima del 30 de noviembre al 3 de diciembre de 1981. Uno de los paneles de discusión
estaba dedicado al tema “Democracia y Liberalismo en América Latina”, en el cual se abordaron
las relaciones entre la crisis del Estado Oligárquico y la contradicción democracia-capitalismo en
América Latina.
172
Cf., especialmente, A. Córdova: La formación del poder político en México, Ed. Era México, 1972,
pp. 15 y ss.
173
Cf., al respecto, F.C. Weffort: “Clases sociales y desarrollo social -contribución al estudio del
populismo”, in A. Quijano y F.C. Weffort: Populismo, marginalización y dependencia, Educa, Costa
Rica, 1973, pp. 79 y ss.
174
Cf., R.M. Marini: Subdesarrollo y revolución, Siglo XXI, México, 1969, p. 11; y A. Cueva: El desarrollo
del capitalismo en América Latina, op. cit., pp. 147 y ss.

98
Promotor, Ilustrado...) como la expresión de ciertos avances
democráticos de la sociedad -en los aparatos estatales, en la
fábrica, en la vida cotidiana- pero negando, al mismo tiempo,
la vigencia y funcionalidad de las instituciones liberales re-
presentativas a las que se reprocha una identificación esencial
con el exclusivismo agrario y oligárquico anterior. De aquí,
avanzamos nosotros, y en líneas generales, la vida política
latinoamericana oscilará desde entonces entre progresos de-
mocráticos de la ciudadanía que no se reflejarán en la mate-
rialidad y las formas de las instituciones. En otros términos,
el Estado Reformista se desarrollará a través del empuje de
logros democráticos efectivos que, al no ser asumidos por la
trama institucional de modo pleno, se ven despojados del con-
secuente contenido real. En la esfera del crecimiento económi-
co, la crisis del modelo oligárquico implica la quiebra de una
industrialización basada exclusivamente en el dinamismo del
sector primario-exportador. El modelo reformista prima, en
este sentido, una ‘introversión’ del crecimiento a través, en las
primeras décadas del siglo presente, de una industrialización
sustitutiva de importaciones y ‘hacia adentro’175.

En definitiva, el estilo de desarrollo y el esquema político


descritos forman un binomio que, mientras acelera la conso-
lidación del modelo reformista, se orienta preferentemente
a la racionalidad del capitalismo periférico y dependiente,
donde ninguna clase o fracción de la misma se asegura una
hegemonía definitiva. Ello obligará a una estrategia de com-
promisos y a la incorporación de nuevos grupos sociales en
ascenso, en la vida política, económica y cultural, asegurando
la hegemonía de la burguesía nacional a partir de la estabili-
dad que exige un proceso de crecimiento económico como el

175 La literatura sobre el tema de la industrialización sustitutiva y la opción por un desarrollo


‘hacia adentro’ es muy amplia. Cf., entre otros, C. Furtado: La economía latinoamericana desde
la conquista ibérica hasta la revolución cubana, Siglo XXI, México, 1974, pp. 106-132. Existe,
sin embargo, un trabajo que podríamos considerar clásico en la materia y se debe a Mª C.
Tavares (“Auge y declinio del proceso de sustitución de importaciones en el Brasil”, Boletín
Económico de América Latina, CEPAL, vol. IX, nº 1, marzo de 1964), fue posteriormente
revisado y publicado, bajo el título de “El proceso de sustitución de importaciones como
modelo de desarrollo reciente en América Latina”, in A. Bianchi et al.: América Latina: ensayos
de interpretación económica, Ed. Universitaria, Santiago de Chile, 1969, pp. 150-179.

99
adoptado. Es por todo lo expuesto hasta aquí, de forma nece-
sariamente breve, lo que sustentaría la afirmación siguiente:
la democracia liberal, en América Latina, fue la conquista de
los estratos de población tradicionalmente marginados que
pugnaron por una participación política más amplia a la pre-
dicada, sin hechos probatorios, por el modelo oligárquico.
Tales demandas se canalizaron, para los tres casos de nuestro
estudio, por la vía de ‘alessandrismo’ chileno, el radicalismo
argentino y el ‘batllismo’ uruguayo.

No obstante, la profundización democrática requerida por la


clase trabajadora terminó por desbordar el estrecho marco del
liberalismo ampliado en el modelo reformista. Para E. Laclau,
existe un desfase entre el ‘discurso democrático’ y el ‘discurso
liberal’ (desfase al que ya hemos dedicado abundantes comen-
tarios en notas anteriores) que posibilita el protagonismo del
populismo176. Aparte el ‘paternalismo político’ de los citados
textos de Bryce y Dahl, el interés académico norteamericano
sobre el tema es lo suficientemente pronunciado como para
que nos hagamos eco aquí, en especial cuando esa preocupa-
ción se traduce en una valoración metropolitana de las conse-
cuencias políticas del desarrollo económico en América Latina.
Ya comentamos anteriormente el significado de los Informes
Rockefeller (1969) y de la Comisión Trilateral (1975) sobre la

176
E. Laclau: Política e ideología en la teoría marxista, Siglo XXI, México, 1978, esp. pp. 221 y ss. Cf.,
asimismo, R. Prebisch: “Estructura socioeconómica y crisis del sistema”, Revista de la CEPAL, nº
6, segundo semestre 1978, esp. pp. 168-181; y E. de Ipola: Ideología y discurso populista, Folios Ed.,
México, 1981, en lo que se refiere, respectivamente, a los actores y al mensaje populista.
Por una parte, J. Bryce (Modern Democracies, Macmillan, Nueva York, 1921, tomo I, p. 22) considera
que Argentina y, posiblemente, Chile y Uruguay, son los únicos países del área que pueden considerarse
liberal-democráticos.
Por otra parte, R. Dahl (Polyarchy, Yale University Press, New Haven, 1971, pp. 246 y ss.) entiende que
‘poliarquía’ es un régimen abierto a la participación y a la competencia política. Entonces, para el autor y
en 1971, solamente existiría una poliarquía plena (Uruguay) y algún caso especial (Chile).
El Informe Pearson (L.B. Pearson et al.: Partners in Development, Praeger, Nueva York, 1969) y el Informe
Peterson (R.A. Peterson et al.: U.S. Foreing Assistance in the 1970’s: a New Approach, USA Print Off,
Washington, 1970) Cf., para una extensión de los comentarios críticos de H. Jaguaribe, Political and
Economic Development, Harvard University Press, Cambridge, 1968; La Dependencia Político-Económica
de América Latina, Siglo XXI, México, 1969; y, especialmente, “Implicaciones políticas del desarrollo
latinoamericano”, in C.F. Díaz Alejandro, V. Tockman y S. Teitel (Sels.): Política económica en centro y
periferia. Ensayos en honor a Felipe Pazos, op. cit., pp. 83-130.
Cf., en este sentido, para el caso uruguayo, C.M. Rama: Las clases sociales en Uruguay, Ed. Nuestro Tiempo,
Montevideo, 1960; e Historia social del pueblo uruguayo, Ed. Comunidad del Sur, Montevideo, 1972; para
el caso argentino, D. Tieffenberg: Luchas sociales en Argentina, Ed. Aldaba, Buenos Aires, 1970; y, para el
caso chileno, J. Barría: El movimiento obrero en Chile, Ed. UT, Santiago de Chile, 1971.

100
‘calidad de vida’ y la ‘gobernabilidad’ de las democracias, de
amplia difusión en la región (cf., supra n. 121). En lo que si-
gue nos referiremos a otros dos, el Informe Pearson (1969) y
el Informe Peterson (1970), cuyas conclusiones fueron conoci-
das en una fase convulsiva de la vida política latinoamericana,
coincidiendo el final de la opción foquista-revolucionaria con
el auge publicista de la Doctrina de la Seguridad Nacional.

Ambos informes, a petición del Banco Mundial y del presi-


dente Nixon respectivamente, contaron con la autoría de co-
nocidos intelectuales norteamericanos como W.A. Lewis, P.S.
Huntington y G. Haberler, entre otros. Sin embargo, tanto uno
como otro se someten, al decir de H. Jaguaribe, a una serie de
falacias lastrantes sobre el desarrollo político y económico de
América Latina. En primer lugar, se postula la flexibilidad de
las condiciones políticas a los requerimientos del crecimiento
económico. En segundo lugar, ambos informes suponen que
el techo potencial de un sistema democrático en la región se
reduce al logro de un tipo liberal-burgués de regímen políti-
co. En tercer lugar, suponen, también erróneamente, que las
medidas económicas preconizadas por el Fondo Monetario
Internacional y el Banco Mundial favorecen no sólo el creci-
miento sino la estabilidad política y económica del área.

Es, en un principio, sorprendente y muy aleccionador el


comprobar que la ampliación ‘democrática’ del modelo re-
formista en América Latina tiene unos resultados parcos y
endebles, a pesar de las previsiones optimistas de algunos
científicos sociales que veían, en la expansión profunda del
capitalismo en la región, un hecho irreversible de amortigua-
ción de las tensiones sociales y de consolidación del sistema
democrático representativo. La realidad fue otra. Si acotamos
este proceso en cinco décadas, desde 1921 a 1971, observare-
mos el estancamiento, cuantitativo y cualitativo, de los regí-
menes democráticos de la región.

En nuestra opinión, los análisis de Bryce, Dahl o de los infor-


mes citados no profundizan en la cuestión cardinal. Argentina,
Chile y Uruguay, que son el objeto directo de nuestro estudio,

101
tienen, hasta la implantación de los regímenes militares, un
sistema de democracia liberal muy limitado que proporciona
débiles y escasas vías de canalización de las demandas cla-
sistas. En otras palabras, el sistema político y el bipartidismo
tradicional (liberales-conservadores) es una herencia no agota-
da del arcaico Estado Oligárquico que se ve rebasado amplia-
mente por la movilización popular. Con la crisis definitiva del
Estado Populista, la burguesía arrojará los últimos restos de la
institucionalidad democrática, en 1973 (Chile, Uruguay) y en
1976 (Argentina), solicitando la intervención militar como la
única instancia capaz de enfrentarse a las movilizaciones que
el mismo modelo reformista había posibilitado.

Es necesario señalar, en este momento, lo que aquí se entien-


de por populismo (y, consecuentemente, por Estado Populista):
no como una estricta alternativa ideológica sino como una pro-
puesta de configuración sociopolítica que acompaña el paso de
las sociedades dependientes al capitalismo industrial, especial-
mente en aquellos países que cuentan con un desarrollo más
temprano de sus economías (Argentina, Chile y Uruguay, en
nuestro caso. Una conceptualización así del populismo y del Es-
tado Reformista califica un tipo de sociedad más allá de los mo-
vimientos sociales y sin circunscribirse a un modelo sociopolí-
tico concreto (como pudiera ser el peronismo). Los referentes
aludidos son, ahora, más amplios, respondiendo a un marco
global de industrialización, de crecimiento, de relación de cla-
ses en pugna y, por lo tanto, a un tipo de lucha de clases177.

En este sentido, el modelo reformista trató de reconstituir


el poder oligárquico y el orden liberal mediante las alianzas
dictadas por las presiones de la población. De esta forma, el
modelo asumió aquellas demandas democráticas que fue-
ran viables sin llevar nunca la iniciativa. Paulatinamente el
modelo reformista se aleja del origen promotor de su exis-
tencia, las fuerzas populares, limitándose a ser el escenario,
como señala L. de Riz, donde el conflicto social se constriñe

Cf., sobre las relaciones entre un modelo de industrialización y modalidades de lucha de clases,
177

A. Touraine: Les societés dépendentes, Ed. Duculot, Paris, 1976.

102
a un mero problema economicista de distribución, una dia-
léctica reducida al juego de satisfaciones-reclamaciones de
derechos económicos y políticos pero que no se tradujo, en
ningún caso, a nivel productivo e, incluso como afirma Ga-
rretón, el populismo es un bloque político y social de centro
que agrupa, primero, intereses de las llamadas clases medias,
asegurando la estabilidad del sistema a través de una política
pendular (liberales y conservadores) y, segundo, los intereses
de los sectores populares mediante una permeabilidad social
que facilite la consecución de fines reinvidicativos, a corto
plazo, y asegurando la paz social, también a corto plazo178. En
definitiva, el Estado Reformista tiene un proyecto industria-
lizador ‘heterodoxo’, en palabras de M.A. Garretón, porque
no es alentado por una burguesía regeneradora, agresiva,
fiel a su rol histórico, creadora de un orden econodinámi-
co y moderno al que la esfera política debe ajustarse. No
es ése el proceso; al contrario, el Estado de compromiso se
convierte en el principal actor de la industrialización al que
la burguesía se asocia incondicionalmente en cuanto cons-
tituye una fuente de la que se extraen beneficios y ventajas
(e, incluso, protección en fases de crisis). Es, en síntesis, el
Estado Promotor, la traducción criolla del Welfare State Key-
nesiano, con los defectos estructurales del mismo (dados por
el sistema al que pertenece) pero sin ninguno de sus aspec-
tos positivos (dada la situación de dependencia económica
y política al centro del sistema). Respecto al sugerente tema
de los límites del Welfare State, S. Giner escribe que el hecho
de que el arbitraje del conflicto social por parte del Welfare
State significa que la sociedad corporativa es a la vez geren-
te del conflicto y parte interesada en él. Por tanto, el arbi-
traje no es simétrico su justicia distributiva es clasista y en
todo caso siempre favorece los intereses de los organismos
corporativos y de los grupos de presión privilegiados, ade-
más de aquellas clases de corte tradicional con suficiente in-

Como subraya L. de Riz: “El fin de la sociedad populista y la estrategia de las fuerzas populares
178

en el Cono Sur”, Nueva Sociedad, nº 47, marzo-abril 1980, p. 76. Cf., asimismo, M.A. Garretón: “Las
fuerzas político sociales y el problema de la democracia en Chile”, Trimestre Económico, nº 189,
enero-marzo 1981, p. 102.

103
fluencia para la eficaz protección de sus privilegios. Cuan-
do C. Offe se refiere al problema de las contradicciones del
Estado del Bienestar y su política económica keynesiana,
se advierten las dificultades que tiene cualquier analista en
cuanto intente equiparar la situación de postguerra de los
países capitalistas desarrollados con el modelo reformista
de América Latina. Porque, en los primeros, el Estado del
Bienestar estuvo capacitado para controlar, con relativo
éxito, la demanda efectiva pero interfiriendo el ajuste de la
oferta. Y ahí estaba su contradicción: sólo los problemas que
era capaz de resolver se consideraron prioritarios179.

Por otra parte, desde la perspectiva latinoamericana, el WSK


representaba el Estado locomotora, el sector clave, el cerebro
preciso al que se referían, con cierta dosis de ingenuidad, los
primeros trabajos de economistas e instituciones de prestigio
como CEPAL180. Al respecto, A. Gurrieri181 indica que:

“El Estado ha tenido siempre en los escrito-


res de la CEPAL un tratamiento un poco pa-
radójico: se le considera agente decisivo en la
formulación y aplicación de la estrategia de
desarrollo, pero no se analiza a fondo su cam-
biante naturaleza real. La solución a esta pa-
radoja se ha logrado suponiendo la existencia
de un Estado planificador y reformista ideal,
que cumpliría a cabalidad la función que se le
ha asignado”

179
Cf., al respecto, E. Laclau: Política e ideología en la teoría marxista, op. cit., pp. 221 y ss.; “Introducción”
a B. Rizzi: La burocratización del mundo, Península, Barcelona, 1980, p. 28); y C. Offe: “A democrácia
partidária e o welfare state keynesiano: fatores de estabilidade e desorganizaçao”, Dados, vol. 26, nº
1, 1983, pp. 29-52.
180
En este sentido son definitorios los textos de R. Prebisch en su primera etapa en la CEPAL:
“El desarrollo económico de la América Latina y algunos de sus principales problemas”, Boletín
Económico de América Latina, CEPAL, febrero 1962 (orig. 1949); “Estudio económico de América
Latina”, Revista de Economía, abril-mayo 1950, pp. 577-582; Problemas teóricos y prácticos del crecimiento
económico, CEPAL, Santiago de Chile, 1973 (orig. 1951); y La cooperación internacional en la política
de desarrollo latinoamericano, CEPAL, Santiago de Chile, 1973 (orig. 1954). Cf., asimismo, para una
evolución del pensamiento de la CEPAL desde sus planteamientos iniciales de industrialización,
O. Rodríguez: La teoría del subdesarrollo de la CEPAL, Siglo XXI, México, 1980.
181
A. Gurrieri: “Vigencia del Estado planificador en la crisis actual”, Documento SD/ILPES, Santiago
de Chile, mimeo, p. i.

104
Este trabajo de A. Gurrieri consta de tres partes principales:
la atribución que otorga la CEPAL al rol del Estado, las ca-
racterísticas principales de esa concepción de Estado y, final-
mente, se diseña una estrategia alternativa de desarrollo au-
tónomo, equitativo y democrático, sobre la base de un Estado
y de procesos políticos que se alejan de anteriores imágenes
ideales elaboradas por la CEPAL.

La crisis del modelo reformista evidencia que la profundiza-


ción y estabilización del capitalismo en América Latina pasa
ineludiblemente por el fortalecimiento de su dependencia.
Esta, a su vez, es incompatible con los procesos de negocia-
ción, y participación social propios de los regímenes libe-
ral-democráticos que el modelo reformista intenta diseñar.
La nueva etapa del capitalismo exige no sólo una ‘profundi-
zación’ liberal, a nivel económico, sino una ‘ruptura’ con el
sistema político precedente.

105
CAPÍTULO V

EL “FASCISMO DEPENDIENTE” EN AMÉRICA LATINA

A nuestro juicio, el aporte reflexivo sobre la óptica neolibe-


ral del binomio democracia-capitalismo, las distintas carac-
terizaciones de los regímenes militares en América Latina,
los fundamentos de la Doctrina de la Seguridad Nacional y
la proposición, por último, de la categoría ‘fascismo depen-
diente’ para el estudio de los regímenes militares de Chile,
Argentina y Uruguay, nos permitirá abordar con precisión
el cómo y el por qué adoptaron una política económica pre-
dominantemente neoliberal (por la filosofía subyacente) y
férreamente monetarista (por su instrumentación), en el
marco de una apertura económica irrestricta hacia el exte-
rior que dió lugar a procesos de endeudamiento externo de
especiales características. El único agente capaz de dirigir
esa ‘ruptura’ política es aquél aparato estatal revestido no
sólo de poder disuasorio sino de represión instantánea: las
FF.AA. Es el estamento militar quien deberá enfrentarse a
los mayores niveles de movilización social que el mismo
modelo reformista fomentó. Utilizando el principio exclu-
yente y elitista de la DSN, las FF.AA. ajustan violentamente
los procesos político y económico a las nuevas necesidades
de refundación del vínculo del Cono Sur con el capitalismo
mundial.

La envergadura del diseño, como vimos, transciende el ca-


rácter del golpismo tradicional de la región e implica pro-
fundas transformaciones y una ‘nueva’ institucionalidad.
Lo que fuera una bandera de los científicos sociales progre-
sistas de América Latina (es decir, las ‘transformaciones y
reformas estructurales’) ahora es un capítulo más de la DSN
pero con un sentido radicalmente distinto. De esta manera,
se proponen medidas referentes a la transformación del siste-
ma educativo, a la revisión de la escala de valores sociales, a
la desarticulación del aparato estatal productivo, a la reforma

107
de la ‘reforma agraria’, a drásticos cambios en el sistema de
organización y representación social182.

La proposición de ‘fascismo dependiente’, como una categoría


analítica trivalente en cuanto incorpora el carácter neofascis-
ta, la múltiple funcionalidad de la DSN y el fortalecimiento
de la dependencia a la metrópoli, a partir de los regímenes
militares en cuestión, responde a la importancia de una mi-
sión, la de re-situar el Cono Sur en la división internacional
del trabajo, que les fue encomendada tras el agotamiento
y crisis del modelo reformista. La vinculación ‘neofascis-
mo-militares’ es lógica: el ejército es sinónimo de orden, de
disciplina, de planteamientos estratégicos. El neofascismo en
ascenso puede concebir a las FF.AA. como el más eficaz susti-
tuto de la burguesía histórica: “...el ejército (...) con su énfasis
de disciplina, orden y planteamientos para el futuro podría
llenar, en alguna forma, el rol de la burguesía histórica”, en
palabras de A.J. Joes183.

Ya hemos comentado las debilidades de un análisis que asigna


al estamento militar el protagonismo de la modernización. La
verdadera barbarie no es, en realidad, esa sustitución aparente
que gestiona el neofascismo sino el hecho de que se constituya,
con el grado de excepcionalidad que se crea oportuno, en una
modalidad de profundización del capitalismo periférico y de-
pendiente. En consecuencia, la vinculación ‘neofascismo-DSN’
es, también, clara y así lo dicta el carácter antidemocrático,
antisocialista y reaccionario de la DSN que es esgrimida por
la gestión neofascista para avalar la intervención, localizar los
apoyos (y, en su caso, las resistencias) y destruir la teoría políti-

182
Cf., al respecto, M.A. Garretón: “Las fuerzas políticosociales y el problema de la democracia en
Chile”, art. cit., pp. 113 y ss.; y, también, “Evoluzione e crisi dello Stato in América Latina”, Politica
Internazionale - Mensile dell’Ipalmo, febrero 1981, y reproducido en Chile-América, nº 70-71, 1981, bajo
el título de “Dossier sobre el Estado en América Latina - Entre el populismo y el autoritarismo”,
con paginación propia a partir de la p. 93, por lo cual citaremos.
183
(“Fascism. The Past and the Future”, Comparative Political Studies, vol. 7, nº 11, abril 1974, pp. 129-
130). Al respecto, en suma, existirían tres ópticas sobre el particular: la primera, de plena adhesión
al comentario como sucede con E. Shils (Los militares y los países en desarrollo, op.cit.), la segunda,
totalmente crítica y mantenido, entre otros, por V. Perlo (Militarismo e industria, Grijalbo, México,
1967) y la tercera, como posición prudentemente intermedia, asumida por A. Peralta Pizarro (El
cesarismo en América Latina, Ed. Orbe, Santiago de Chile, 1966).

108
ca y jurídica del liberalismo clásico, arrasando los movimientos
organizados de la sociedad civil (partidos políticos, sindicatos,
etc.) así como cualquier tendencia ‘socializante’ en el ámbito
económico, político o cultural. Por último, la relación ‘neofas-
cismo-dependencia’ manifestaría la tendencia a determinar
la situación interna, política y económica, de las experiencias
del Cono Sur que tratamos en nuestra Memoria por medio de
las necesidades y condiciones de la potencia hegemónica. Este
contexto tiene dos consecuencias de importancia inmediata:
por una parte, se bloquea cualquier intento endógeno, por la vía
del pluralismo y el Estado de Derecho, de desarrollo del capi-
talismo nacional; por otra, la dependencia al centro que rige en
las relaciones de ‘inserción’ al capitalismo internacional, confi-
gura un determinado cuadro interno de fuerzas políticas que
se muestra como un verdadero obstáculo, cuando existe una
crisis de hegemonía, para el mantenimiento del ritmo de acu-
mulación.

Dicho ésto, el término ‘neofascismo’ posee, a nuestro juicio,


la suficiente capacidad de abstracción para subrayar, primero,
una modalidad de ‘capitalismo en crisis’ y, segundo, la excep-
cionalidad del mismo en la periferia latinoamericana. Por eso,
el enriquecimiento de la categorización mediante la fórmula
‘fascismo dependiente’ permite situar el objeto de nuestra in-
vestigación en un doble plano: las relaciones internacionales
del capitalismo y la distribución de fuerzas sociales internas,
ambos mutuamente condicionados aunque con indudable
predominancia del primero.

Permítasenos someter a la consideración del lector las si-


guientes puntualizaciones, con un afán recapitulador y de
búsqueda de un ámbito teórico abierto que facilite una com-
prensión global del fenómeno histórico en curso en América
Latina y, más concretamente, en los países del Cono Sur que
estudiamos. Esto nos permitirá sustentar con garantías (no
exentas de limitaciones, como indicaremos) nuestra proposi-
ción de ‘fascismo dependiente’ como una categoría analítica
pertinente, en el hilo conductor de nuestro discurso, y como
una adecuada calificación, por su contenido y expresividad,

109
de los regímenes militares de Chile, Uruguay y Argentina,
que optaron por políticas económicas monetaristas y por gra-
ves espirales de endeudamiento externo. Ernesto Laclau
afirma categóricamente que los regímenes militares de los
tres países antedichos no tienen la más remota semejanza con
el fascismo europeo184. Nuestro objetivo, en esta subsección,
no es esa identificación lineal. Pero consideraríamos signifi-
cativa dicha afirmación si no inspirase, indirectamente, un
bloqueo del status teórico del tema.

Algo similar ocurre con otros especialistas, como Vasconi, que


perciben la existencia, en tales procesos históricos, de “...una
contrarrevolución burguesa protagonizada por un Estado que,
correspondiendo al tipo general de Estado capitalista, asume
el carácter de ‘Estado de excepción’ bajo la forma de Estado
Militar”185. En nuestra opinión, Vasconi se acerca a la concep-
ción que mantenemos, por lo menos en parte. Pero es preciso
rechazar la negación, explicitada por el autor, de los intentos
de subsunción de este Estado Militar en la categoría general
de ‘fascismo’. Esto imposibilita, a nuestro entender, la visión
de fenómenos históricos diversos, infravalora la singularidad
de la práctica política en el Cono Sur y acrecienta el riesgo
de confusión entre ‘fascismo’ y ‘totalitarismo’, con fines ma-
yoritariamente tendenciosos186. Cuando Vasconi se pregunta a
qué fue debido el proceso de fascistización en Europa, subraya
que una crisis orgánica de las sociedades capitalistas produce el
fenómeno. Entonces, “la pregunta pertinente parece ser aquí:
¿existía en Chile [Argentina, Uruguay] un proceso de ‘crisis
orgánica’ similar?... puede ser contestada afirmativamente”187.
Si la resolución de la crisis en el Cono Sur pasa, según estos
autores, por las ‘dictaduras militares’, esta denominación,
creemos, no agota la noción de ‘fascismo dependiente’.

184
Cf., del autor, Política e ideología en la teoría marxista, op. cit., p. 98.
185
Cf., T.A. Vasconi: Gran capital y militarización en América Latina, Ed. Era, México, 1978, p. 29.
186
Al identificar como ‘formas de dominación autoritarias’ a un conjunto de sistemas opuestos
a las democracias occidentales, de tipo liberal burgués, se podrían extraer ciertos paralelismos
erróneos como fascismo europeo y totalitarismo soviético, por ejemplo. La utilización de ‘fascismo
dependiente’ redunda, a nuestro entender, en una clarificación terminológica y conceptual.
187
Ibid., p. 34.

110
A nivel internacional, como señala E. Righi, se trató de presen-
tar la verdadera naturaleza del modelo político implementado
en América Latina en una estrategia publicista que podría re-
sumirse diciendo que consistía en ‘ser’ sin llegar a ‘parecer’188.
Pero, ¿qué es?. A lo largo de nuestra investigación considera-
mos a los regímenes militares aludidos como respuestas a las
situaciones de excepción, como culminación de una crisis del
proceso de acumulación en la que se agudizan las contradic-
ciones y se requiere una reorientación forzada del marco po-
lítico demoliberal. Como señala N. Poulantzas “...el fascismo
constituye una forma de estado y una forma de régimen ‘lími-
te’ del Estado capitalista. Por caso límite no es preciso enten-
der aquí una forma de vida a una coyuntura particularísima
de la lucha de clases”189. Por eso, cuando Vasconi observa la
diferencia más relevante entre el fascismo tradicional y los re-
gímenes militares en cuestión (a saber: la provocación de una
militarización global de la sociedad mediante la proyección de
características organizativas e ideologías de los militares)190,
más que una separación conceptual se trata de una confusión
entre lo que fue (el fascismo europeo) y lo que parece ser (go-
biernos militares), sin percatarse de lo que realmente es (sinte-
tizado en la DSN).

A nuestro juicio, las enconadas discusiones sobre los rasgos


secundarios de la presente problemática hipertrofia cualquier
necesaria caracterización, no sólo a nivel descriptivo sino,
también, analítico. Con frecuencia, se enmascara una labor
teórica con disputas teoricistas olvidando que aquélla es “...
subversión de la realidad, desestructuración de la evidencia y
de las representaciones del sentido común, hipótesis siempre
renovada, problemática guía de interpretación”, como afirma
S. Spoerer quien concluye: “la teoría es el reverso exacto del es-
quema, de las verdades generadas o de las leyes válidas para
siempre y en todo lugar”191. Con éste ánimo (y no con el de la

188
Cf., E. Righi: “Elementos de análisis para la situación argentina”, in VV.AA.: El control político en
el Cono Sur, Siglo XXI, México, 1978, esp. p. 198.
189
Fascismo y dictadura, op. cit., pp. 52 y 57.
190
Cf., T.A. Vasconi: Gran capital y militarización en América Latina, op. cit., pp. 54-55.
191
S. Spoerer: Los desafíos del tiempo fecundo, Siglo XXI, México, p. 10.

111
‘tipología por la tipología’, que resulta de un mero aislamiento
de los procesos históricos en curso) proponemos la conceptua-
lización de ‘fascismo dependiente’, susceptible de posteriores
enriquecimientos y de verificación empírica según la evolu-
ción de dichos procesos.

Es innegable que muchas de las confusiones comentadas


son el producto de un lastre teórico consistente en arrastrar,
hasta la actualidad, cualquier análisis centrado en el fascis-
mo europeo. De esta forma se reproducen las aproximacio-
nes, por ejemplo, de un autor tan significado como E. Nolte
y sus ‘mínimos del fascismo genérico’, sin localizar su ori-
gen histórico (la Europa de los años treinta) ni ciertas au-
sencias sustantivas. E. Nolte es uno de los autores citados en
nuestra investigación que consideran al fascismo como un
fenómeno histórico compuesto por un ‘mínimo fascista’ de
caracterización pero que se manifiesta de diversas formas.
El mínimo, para el autor, estaría formado por las siguientes
notas: antimarxismo, antiliberalismo, anticonservadurismo,
caudillaje, ejército de partido y totalitarismo. A nuestro en-
tender, las anteriores observaciones requieren una matiza-
ción pertinente. Primero, el caudillaje, el ejército de partido
y el totalitarismo pueden ser englobadas en la especifidad
histórica de la Alemania/Italia de su tiempo. Segundo, es
conveniente sustituir ‘antimarxismo’ por ‘antisocialismo’, o
apuntar ambas notas. El ‘anticonservadurismo’, tercero, pue-
de obviarse en cuanto no se hace una referencia explícita al
sistema demoliberal y su ruptura, sino a otra manifestación
‘excepcional’ del mismo.

Aparte de las matizaciones mencionadas, es imprescindible


subrayar la ausencia de la dimensión económica del fascismo,
según lo entiende E. Nolte, y el lugar secundario concedido a
sus rasgos corporativistas. Entonces (en Alemania, Italia, Por-
tugal y España) como ahora (el Cono Sur latinoamericano),
existen procesos de representación orgánica de intereses de los
sectores sociales afectados, organizados en el marco de catego-
rías funcionalizadas, diferenciadas, obligatorias, no competiti-
vas y ordenadas de modo jerárquico en el seno de organismos

112
(movimiento político, sindicatos verticales, asociaciones, etc.)
siempre reconocidos, autorizados e incluso auspiciados por el
propio sistema fascista.

Esta canalización de intereses y opiniones tiene su razón de


ser por la reducción de escala del control político. En este sen-
tido, los organismos citados gozan de la concesión de un de-
liberado monopolio de representación, en cada parcela de la
vida social asignada, a cambio de observar una férrea discipli-
na de sus miembros respecto a las directrices y objetivos y de
someterse a determinados controles de adhesión a la cúpula
de poder real.

Para finalizar quisiéramos enfatizar en un punto, a nuestro


entender crucial, y que no ha sido suficientemente analizado
cuando se trata este problema en América Latina. Nos refe-
rimos a las consecuencias, en especial de orden legitimatorio
y de sustentación social, derivadas del temor de la pequeña
y mediana burguesía del capitalismo dependiente a la ‘pro-
letarización’ provocada por el agravamiento de la crisis eco-
nómica. El tema, una de las constantes del pensamiento tros-
kista, no ha sido desarrollado, pensamos nosotros, en toda
su extensión aunque existen aproximaciones que avalan la
riqueza de esta línea de investigación aún sin explotar debi-
damente192.

Por otra parte, afirmar, como hace Cardoso, que una forma
idéntica de Estado, capitalista y dependiente en América Lati-
na, puede coexistir con una gran variedad de regímenes polí-
ticos (autoritarios, fascistas, corporativistas o democráticos193,
es una generalización que tiende a señalar con exceso las es-
pecifidades nacionales de cada caso y provocando, en conse-
cuencia, numerosos estudios singulares que obstaculizan una
192
Cf., al respecto, L. Trosky: El fascismo (Sel. y comentarios de A. Pla), Ed. C. Pérez, Buenos Aires,
1971; E.J. Hobsbawm: “Para el estudio de las clases subalternas”, Cuadernos de Pasado y Presente,
Año 1, nº 2-3, 1963, pp. 158-167; J. Meza: “Sobre las clases medias”, Cuadernos Políticos, nº 5, 1975,
pp. 32-46; D. Baranger: “Clases medias y pequeñas burguesías”, Revista Mexicana de Sociología, nº
4, 1980, pp. 1591-1629; y F.P. Cerase y F. Mignella Calvosa: La nueva pequeña burguesía, Ed. Nueva
Imagen, México, 1980.
193
Cf., al respecto, F.H. Cardoso: “On the caracterization of Authoritariam Regimes in Latin
America”, in D. Collier (C.): The New Authoritarianism in Latin America”, op. cit., p. 39.

113
comunicación teórica entre las distintas experiencias. En este
sentido, la aportación de D. Collier puede ser considerada pa-
radigmática194.

Llegado a este punto, ya estamos en condiciones de explicitar


la existencia de dos líneas de interpretación principales, no
excluyentes entres sí, que intentan aprehender el complejo
proceso que estamos tratando. Un ‘complejo proceso’ que A.
Cueva caracteriza de la siguiente manera195:

“En el curso de esta serie de transformaciones


se constituye desde luego una cada vez más
importante franja de burguesía monopólica
nativa, ligada como la uña y la carne con el
capital imperialista. Este binomio nativo-ex-
tranjero (transnacional, exactamente) teje a su
vez una intrincada red de relaciones no sólo
ideológicas y políticas, sino también económi-
cas, con las alturas de la tecnoburocracia civil
y militar, configurando de esa manera el bloque
monopólico sobre el que llamamos la atención a
comienzos de este capítulo y que en sí mismo
conlleva los gérmenes de una eventual fascistiza-
ción. Tal proceso político no cuaja sin embargo
mecánicamente, como mero epifenómeno del
nivel económico, sino que se concreta en aque-
llas situaciones en que la exacerbación de la lu-
cha de clases llega a amenazar el predominio
del gran capital, pero sin encontrar una estrate-
gia popular realmente capaz de quebrantarlo”.

La primera línea (económica, a partir del esquema base-supe-


restructura y con la categoría ‘explotación’ en un primer pla-
no), contiene, a su vez, una doble perspectiva. Una insiste en
que los regímenes del Cono Sur son la consecuencia de la cri-
sis y los cambios del capitalismo a nivel mundial provocados

194
Cf., D. Collier: “Overview of the Bureaucratic Authoritariam Model”, ibid., pp. 19-32.
195
El desarrollo del capitalismo en América Latina, op. cit., p. 234, subr. nuestro)

114
por modificaciones sustanciales de la cadena imperialista (A.
Quijano)196, o por los efectos contrarrevolucionarios de una
onda depresiva larga (Th. Dos Santos)197. El ‘fascismo depen-
diente’, por lo tanto, no es visualizado como un problema na-
cional, en cada caso, sino como una tendencia, reflejada en las
relaciones internacionales, del sistema en crisis. La segunda
perspectiva de esta línea de interpretación ‘económica’, repre-
sentada fundamentalmente por R.M. Marini198, indica que la
existencia de los regímenes aludidos son el resultado de una
quiebra del modelo de acumulación que se resuelve, transi-
toriamente, mediante el mantenimiento de tasas de ganancia
aceptables en el capitalismo periférico por la vía de una supe-
rexplotación del trabajo. Esta tesis de Marini mereció diversas
acotaciones críticas199.

Entre ambas perspectivas, se situaría una posición interme-


dia, suscrita por la mayoría de los ‘dependentistas’ latinoa-
mericanos, que muestra su gran debilidad en el tránsito analí-
tico del estudio de casos nacionales al marco de las relaciones
de clase200. Así fue la crítica formulada por E. Weffort201 y que
se correspondió con una respuesta, honesta intelectualmente
y nada autocomplaciente, de F.H. Cardoso. El autor concluye
este artículo afirmando que “el pensamiento político implíci-
to en los análisis del desarrollo es pobre”, y explicita que “si
los cepalinos simplemente desdeñaron la cuestión y los de-
pendentistas no dieron nitidez a las fuerzas sociales de trans-
formación (dejando implícito que se trata del proletariado),
los teóricos de esta década, cuando enfrentan concretamente
el problema, proponen como sujeto del proceso de transfor-
mación las burocracias internacionales” (p. 860); en definiti-

196
Cf., A. Quijano: Crisis imperialista y clase oligárquica, Desco, Lima, 1974, esp. pp. 49-55.
197
Cf., Th. Dos Santos: El nuevo carácter de la dependencia, CESO, Santiago de Chile, 1968; y, del
mismo autor, “La cuestión del fascismo en América Latina”, art. cit.
198
Cf., ya mencionadas, dos obras del autor, Dialéctica de la Dependencia, op. cit.; y Subdesarrollo y
revolución, op. cit.
199
Como la de K. Glausser: “Figuras productivas y Estado: a propósito de los nuevos regímenes
militares sudamericanos”, Chile-América, nº 88-89, 1983, pp. 88-97.
200
Cf., al respecto, la obra reconocida de F.H. Cardoso y E. Faletto: Dependencia y desarrollo en
América Latina, Siglo XXI, México, 1969, esp. Cap. VI.
201 E. Weffort: “Notas sobre la teoría de la dependencia, ¿teoría de la clase o ideología nacional?”,
Comercio Exterior, nº 4, abril 1972, pp. 355-360.

115
va, quizás suceda, como indica sugerentemente P. González
Casanova, que “la cultura verbal del hombre colonizado prevale-
ció sobre la escrita para narrar las experiencias en reflexiones más
originales”202.

La segunda línea (política, a partir del esquema de lucha de


clases y con la categoría ‘dominación’ en un primer plano),
afirma que la implantación de los regímenes militares surgen
allí donde el fracaso del Estado Reformista ha entrañado serios
peligros para la continuidad del sistema, en cuanto éste se ve
desbordado por las pujantes presiones de clase. En Argentina,
el movimiento peronista supera a su mentor. En Chile, se
elige, por medios democráticos, un gobierno y un programa
socialistas. En Uruguay, los partidos tradicionales no consiguen
aplacar las reivindicaciones de clase ni contener la guerrilla
urbana. Estas tres expresiones de las crisis política requieren
una normalización urgente por parte de la única instancia con
un poder, las armas, no sometido a las discusiones del sistema
democrático burgués.

Si nos hemos detenido en estas líneas de interpretación gene-


ral fue para enfatizar que una elección unidireccional sesga
el análisis, como se comprueba en la mayor parte de la lite-
ratura consultada y citada en nuestra investigación. Veamos
los dos casos. Una rígida y exclusiva consideración de la pri-
mera línea concluye en que la crisis del modelo reformista y
la implantación de los regímenes militares del Cono Sur con-
forman una resolución economicista de las contradicciones,
mientras que éstas, en realidad, responden a una casuística
de múltiples y complejos aspectos. De igual manera, una op-
ción teórica por la segunda línea implicaría que todos los mo-
vimientos sociales que se enfrentaron, de una u otra forma,

202
Cf., F.H. Cardoso: “El desarrollo en el banquillo”, Comercio Exterior, nº 8, agosto 1980, pp. 846-
860.
Para una extensión del enfoque de la dependencia, desde diversas perspectivas críticas, cf., C.R. Bath y
D.D. James: “El análisis de la dependencia de América Latina”, Latin American Research Review, vol. XI,
nº 3, 1976, esp. p. 33; y P. Paz: “El enfoque de la dependencia en el desarrollo del pensamiento económico
latinoamericano”, Economía de América Latina, nº 6, primer semestre 1981, pp. 61-82. Cf. González
Casanova, “Corrientes críticas de la sociología latinoamericana contemporánea”, Economía de América
Latina, nº 6, primer semestre 1981, p. 92.

116
con el ya agotado Estado Reformista eran auténticas alter-
nativas al mismo, lo cual es evidentemente erróneo. Ante tal
disyuntiva, como propone I. García, es preciso alcanzar un
status analítico en función de la comprensión del fenómeno y
a través de un ponderado equilibrio interpretativo203.

En este orden de cosas sería interesante recuperar dos textos de


L. Allub y M. Kaplan, referidos a la variante latinoamericana
del neofascismo. Para L. Allub, la peculiaridad de países
como Argentina, Chile o Uruguay es que, a diferencia de los
modelos clásicos de democracia burguesa o fascismo204:

“… no son capaces de elaborar estrategias de


acumulación propias y, por consiguiente, se
transforman en objeto de apropiación ‘colo-
nial’ de otras sociedades que evolucionaron
‘primero’ hacia el capitalismo, situado ya en
su fase monopólica. Por consiguiente son in-
capaces, también, de constituir democracias
liberales estables y ‘fascismos’ clásicos.

Para analizar esta nueva ‘variante’, es necesa-


rio que introduzcamos los conceptos de ‘de-
pendencia externa’ y ‘fascismo colonial’, por
los que aludo al tipo de ‘motor’ que propele
el proceso de desarrollo o modernización ca-
pitalistas y el régimen político que se conside-
ra como el más instrumental para asegurar la
viabilidad del mencionado modelo.

(...)

El objetivo de fondo del fascismo colonial es,


como dijimos, la eliminación de la resistencia
de los trabajadores para asegurar, mediante un

203
Cf., I. García: “La lucha de los pueblos latinoamericanos por la democracia”, in I. García (C.):
Para entender América Latina, Ed. Tarea, Lima, 1979, esp. pp. 70 y ss.
204
L. Allub: “El colapso de la democracia liberal y los orígenes del fascismo colonial en Argentina”,
art. cit., pp. 1142, 1143 y 1144, subr. del autor.

117
proyecto típicamente de partido político fascista,
la máxima liberalización de la economía que
asegure altas tasas de ganancia a las clases
dominantes.

El modelo es fascista, porque se trata de un pro-


yecto deliberado de promoción del desarrollo
capitalista dependiente, sin cambio alguno en
el orden social existente...

Y es colonial porque su programa va en contra


de la individualidad nacional (a pesar de su
retórica patriotera), dado que busca, median-
te la complementaridad de la ‘colonia’ con
su(s) metrópolis, el ‘desarrollo’ capitalista del
país”205.

Para M. Kaplan, los rasgos definitorios del neofascismo en


América Latina exigen contemplar no sólo las formas exter-
nas sino el contenido, significado, métodos y estilo de todos
y cada uno de los regímenes militares del Cono Sur. Por con-
siguiente206:

“a) En su génesis e implantación, el régimen


se presenta como solución final para las con-
tradicciones entre la exigencia del crecimiento
económico neocapitalista periférico y la crisis
de hegemonía, para la determinación de la
entropía y el desarrollo de las posibilidades
del sistema, mediante el ajuste violento de lo
social y lo político-ideológico al tipo de eco-
nomía y de dominación que se busca. La ex-
periencia se funda en un golpe de Estado de
las fuerzas armadas contra el gobierno civil...

Cf., al respecto, M. Kaplan: “¿Hacia un fascismo latinoamericano?”, art. cit.; y “La teoría del
205

Estado en la América Latina contemporánea: el caso del marxismo”, art. cit., esp. pp. 705 y ss.
Ibid., pp. 706-8, subr. del autor.
206

118
b) En cuanto al sistema de alianzas y los meca-
nismos de legitimación, la hegemonía pasa a
ser compartida esencialmente por las fuerzas
armadas y sectores de la nueva élite oligárqui-
ca (...) en alianza prioritaria con las empresas
transnacionales y en alianza secundaria con
sectores de la tecnoburocracia civil y otros es-
tratos de la clase media...

El neofascismo renuncia a priori a la legitima-


ción democráticoliberal. Se autolegitima por la
propia fuerza; por el éxito de la represión; por
la misión histórica que pretende asumir; por
una ideología desarrollista y cientificista-tec-
noburocrática...

c) El Estado es restructurado y reorientado


en su aparato, en su personal, en sus funcio-
nes y modos de operar. Aquél se autoprocla-
ma como actor supremo de la sociedad, que
asume un autoritarismo represivo llevado
al extremo, para defender el sistema contra
enemigos internos y externos, y garantizar la
unidad y el orden como precondiciones del
crecimiento, la grandeza y el bienestar nacio-
nales.

d) El neofascismo usa en grado sin preceden-


tes las formas simbólicas de poder, las técnicas
y aparatos de información y comunicación de
masas y de control social.

(...)

e) La militarización del poder se entralaza con


la universalización de la represión.

(...)

119
f) El régimen político y el Estado del neofas-
cismo se entrelazan e interactúan con el pro-
yecto de crecimiento neocapitalista y de arti-
culación con la nueva diversión mundial del
trabajo...”

Situado, entonces, el fenómeno del ‘fascismo dependiente’


en América Latina, con su doble condicionamiento externo
e interno, lo que nos permitirá comprender dicho fenómeno
como una configuración, en palabras de J. Tapia Valdés:

“...tanto a partir de las políticas y doctrinas


concretas y expresas puestas en práctica por
el Pentágono y el complejo militar-industrial
-una parte manifiesta de la situación de de-
pendencia-, cuanto en función de las percep-
ciones, actitudes y prácticas de las élites na-
cionales que se esfuerzan por crear o restaurar
las condiciones de su propia subsistencia,
primero como tales, y sólo luego como partes
del sistema imperialista a escala global. No
se trata, por consiguiente, de atribuir directa
y exclusivamente el fascismo dependiente a
los manipuladores de la política exterior de
la potencia hegemónica queriendo presentar
el fenómeno político de la DSN como la con-
secuencia exclusiva de un complot integral,
detallado y explícitamente formulado. En este
sentido, es forzoso reconocer un grado signi-
ficativo de autonomía a los centros formales
y reales de poder del país dependiente. Son
ellos los que, en definitiva, entre otras opcio-
nes escogen y desarrollan la DSN como im-
prescindible fundamento teórico de su plan
de restauración social. Pero estas precisiones
no varían la naturaleza de la DSN como forma
actual militarizada, del fascismo dependiente.
El carácter de dependiente queda de relieve, en úl-
tima instancia, porque la DSN pone en práctica

120
un modelo no nacional ni menos nacionalista, de
desarrollo económico, sino profundamente desna-
cionalizante”207.

De igual manera, el problema de su permanencia se mues-


tra fundamental. Los regímenes militares del Cono Sur, para
Ph.C. Schmitter, tienen ambiciones de instalación indefinida208
o, como declaran los propios militares, hasta el término de su
misión (que es, por definición, inagotable). Son regímenes no
transitorios porque escogen una vía violenta y excluyente de
implantación y ese origen, en palabras de Ferreira Oliveros,
“sólo puede hacer que ese Estado se aisle aún más de la so-
ciedad y se vea de pronto sin soporte social alguno, si se man-
tienen las actuales características del comportamiento militar,
inspirado en el ethos militar burocrático y en la resistencia en
partidos, inspirados en la esperanza”209.

En otros términos, será el aislamiento de origen y ejercicio


de los regímenes militares del Cono Sur quien, a la larga, los
sepultó. La experiencia de los procesos históricos en curso
donde se restableció la normalidad democrática o donde se
fortalece la mayor resistencia a modelos de transición tute-
lados por el estamento militar, así lo testimonia. El fascismo
dependiente en América Latina, dejando una estela de dete-
rioro económico y social difícilmente soportable. Como es-
cribe E. Galeano, “...libertad de inversiones, libertad de pre-
cios, libertad de cambios: en América Latina, la libertad de
los negocios es incompatible con las libertades públicas (...)
sabemos en qué consiste esa libertad económica. En América
Latina, Adam Smith necesita a Mussolini”210. El déspota está

207
Neomilitarismo y fascismo”, art. cit., p. 165.
208
Cf., Ph.C. Schmitter: “The Portugalization of Brazil?”, in A. Stepan (Ed.): Authoritarian Brazil.
Origins, Policies and Future, Yale University Press, New Haven, 1973, p. 190.
209
S. Ferreira Oliveros: “La geopolítica y el ejército brasileño”, in V.R. Beltrán (C.): El papel político y
social de las fuerzas armadas en América Latina, op. cit., pp. 179-180.
210
“América Latina: las fuentes de la violencia”, Revista Mensual/Monthly Review, vol. 1, nº 2, junio
1977, p. 17.
Para el conjunto de consecuencias adversas, económicas, sociales y políticas del fascismo dependiente en
un caso profundamente estudiado, cf., P. Vergara: “Las transformaciones del Estado chileno bajo el régimen
militar”, Revista Mexicana de Sociología, nº 2, 1982, pp. 413-452; y M.A. Garretón: “Democratización y otro
desarrollo: el caso chileno”, art. cit., pp. 1167-1214.

121
condenado, parafraseando a E. Galeano, a una caída triste y
solitaria211. Porque es un fascismo, en palabras de P. García,
“cuya condición dependiente le impide intrínsecamente su
consumación en formas de organización corporativa o una
reconstitución acabada del Estado en sentido integral”212.

Cf., E. Galeano: “Carta a J. Wimer”, art. cit., p. 8.


211

P. García: “Notas sobre formas de Estado y regímenes militares en América Latina”, Revista
212

Mexicana de Sociología, nº 2, 1982, p. 589.

122
SEGUNDA PARTE

IDEOLOGÍA Y POLÍTICA ECONÓMICA NEOLIBERAL EN


AMÉRICA LATINA: LA DÉCADA PERDIDA (1973-1983)

“...es imposible construir un esquema de orde-


nación social sobre bases estrictamente econó-
micas; que el concepto de eficacia económica
está expuesto a recibir los más variados con-
tenidos ideológicos y que, en fin, cuando una
política sea definida en nombre de su eficacia
económica, debemos asegurarnos de qué ideo-
logía se está enmascarando y de qué precio se
intenta que paguemos por esa pretendida efi-
cacia.

(...)

La economía de mercado es compatible con las


graves crisis, con la perpetuación de estructu-
ras feudales, con el estancamiento secular. Y
éstos son los problemas de nuestro tiempo. El
neoliberalismo es una ideología de lujo”

L.A. ROJO DUQUE213

INTRODUCCIÓN

SANEAR LA ECONOMÍA (CON LA MANO INVISIBLE) Y


DOMESTICAR LA SOCIEDAD (CON LA MANOPLA DE
ACERO)

Ya sea promovida desde el centro o en la periferia, la variante


monetarista de la doctrina neoliberal es una concepción que

213
L.A. Rojo: “Libertad y organización económica”, in AA.VV.: Libertad y organización, Ed. Insula,
Madrid, 1963, pp. 152 y 155.

123
tiene, en su evolución, una historia ‘interna’ y una historia
‘externa’ a las que es preciso referirse para hallar las caracte-
rísticas del modelo monetarista que lo hacen atractivo para
ciertas opciones de gestión político-económica.. En este sen-
tido, el monetarismo tiene una doble funcionalidad. Por una
parte, se presenta como una posibilidad de política económi-
ca que se adapta a las condiciones de crisis cuasipermanente
del capitalismo central o periférico. Por otra parte, sus com-
ponentes ideológicos asumen el rol de la legitimación, rea-
firmándose a sí mismo y negando las opciones alternativas.
Para el monetarismo, partiendo de sus raíces neoliberales, la
democracia es un fin secundario y, por lo tanto, perfectamente
prescindible en cuanto el Estado sea capaz de garantizar la
libertad económica mediante otros mecanismos (incluso por
la vía de la fuerza). La libertad económica es, según los mo-
netaristas, un fin en sí mismo al que se debe sacrificar cual-
quier otra meta (incluída la libertad política y la democracia
representativa) que se alcanzarán, en último término, por una
extensión de la primera. Dado que la geografía de la libertad
económica se localiza en el mercado (y, por lo tanto, la liber-
tad política y la democracia), la defensa de la libre competen-
cia y del sistema de precios son los índices más eficaces de
asignación y reportan una validez ética independientemente
de cuál sea la valoración de sus resultados técnicos y de sus
costes sociales. Este moderno ‘maquiavelismo’ supone la as-
censión del individualismo clásico, en cuanto el individuo ya
no es el ‘homo economicus’ sino el soberano de un olimpo, el
mercado, dotado de poderes de información perfecta e igual-
dad de oportunidades con los restantes agentes económicos
soberanos, no sufriendo distorsiones en su correcto compor-
tamiento político y económico a excepción de los efectos per-
versos de una indebida intromisión estatal con pretensiones
reguladoras y normativas.

Algunos gobiernos adoptaron, del abanico relativamente


amplio de gestión político-económica, la propuesta neolibe-
ral-monetarista en su versión más radical. Fue el caso de las
dictaduras militares que asolaron América Latina en los años

124
70 y 80 del siglo pasado. Pero sucede que el monetarismo lle-
vado hasta sus últimas consecuencias se muestra como un
arma que ataca la misma esencia del orden liberal que pre-
tende sustentar, y es en este preciso sentido por lo que incor-
pora una seria contradicción. Los casos de política económica
neoliberal sustentados en el militarismo golpista demuestran
que se aplicó un monetarismo en estado casi puro, sin conce-
siones confesadas a la tradición keynesiana. En este sentido,
los problemas económicos excluyeron cualquier preocupación
de tipo social ya que trataron de estrictos problemas técni-
cos. En consecuencia, el modelo político facilitará al modelo
económico una serie de datos incuestionables y necesarios (la
violencia y la coacción extraeconómica) para que el modelo
económico no sólo se implemente sino que se profundice. El
‘thatcherismo’ y la ‘reaganomía’ no dejan de ser, en opinión
de algunos críticos, versiones ‘bastardas’ de un monetarismo
como el sustentado por los gobiernos militares latinoamerica-
nos de la época que requiere la represión abierta sobre las dis-
crepancias, el desemantelamiento de los aparatos productivos
del Estado, la indefensión internacional y una constitucionali-
dad situacionista.

Si, de acuerdo con G. Bachelard, conocer es describir para re-


encontrar, estamos en el momento justo del reencuentro con
anteriores reflexiones sobre la ‘historia interna’ y la ‘historia
externa’ de cómo el liberalismo se plasmó en algunos modelos
político-económicos propuestos y/o aplicados en el capitalis-
mo periférico. Por supuesto, cualquiera de las interpretacio-
nes al caso pertenece a la ‘nebulosa’ ideológica que no sólo
se interpone entre el sujeto y el objeto de investigación sino
que, ineludiblemente, pasa a formar parte del análisis en cuan-
to el carácter ideológico de la ‘contrarrevolución monetaris-
ta’ requiere un desentrañamiento más profundo que la mera
constatación de su existencia. En otros términos, si el moneta-
rismo neoliberal como ideología puede ser un ‘obstáculo epis-
temológico’ implica que ya forma parte prioritaria del análi-
sis. Indudablemente, la crisis que sufre la economía mundial,
especialmente desde la década de los setenta del siglo pasado

125
y a través de diversas modalidades, es de una profundidad
(inflación, desempleo, déficit externo, recesión generalizada,
burbujas especulativas) equiparable a la Gran Depresión. Ante
esta situación, el paradigma teórico dominante desde la últi-
ma postguerra mundial, la ‘síntesis neoclásica-neokeynesiana’
bautizada por P.A. Samuelson, fue incapaz de explicar la cri-
sis del capitalismo, central y periférico, más allá del mero un
diagnóstico214.

La quiebra del Welfare State Keynesiano, por tanto, tiene un do-


ble significado. En primer lugar, la crisis cuestiona un estilo de
asistencia e intervención del Estado en la vida económica y
social. En segundo lugar, la crisis del keynesianismo supone la
ruptura de la ambigua alianza entre fuerzas sindicales y gran
capital en el logro de objetivos aparentemente compatible (au-
mento de la productividad del trabajo, crecimiento de los sala-
rios reales individuales y de los salarios sociales). En opinión
de S. Kalmanovitz, las múltiples debilidades y contradicciones
de la gestión keynesiana del ciclo económico que afloran en
un tiempo crítico responden a su origen: la profundización de
ciertas tendencias del capitalismo. Sin embargo, las políticas
de pleno empleo contribuyeron, según el capitalismo más o
menos avanzado de cada país, a la generación de cuatro tipos
de efectos que emergen en el desarrollo de la crisis actual215.

Primero, indisciplina del factor trabajo que se resiste a la re-


nuncia de los aumentos salariales por encima de la producti-
vidad o al incremento de ésta, con los evidentes riesgos para
el proceso de acumulación. Segundo, disminución de la ren-
tabilidad del capital por la creciente proporción de capital

214
Cf., por ejemplo, P. Meller: “Elementos útiles e inútiles en la literatura económica sobre recesiones
y depresiones”, Estudios CIEPLAN, n° 12, marzo 1984, pp. 135-158. En este artículo, P. Meller revisa
una selección de algunos textos significativos sobre la crisis de 1929 que pudieran tener interés en
el análisis de la crisis actual en América Latina, a la luz de la controversia monetarista-keynesiana,
cuyas aportaciones más representativas, respecto al tema concreto de la Gran Depresión, son los
trabajos de R.J. Gordon y J.A. Wilcox: “Monetary interpretations of the Great Depression: An
evaluation and critique”, in K. Brunner (Ed.): The Great Depression Revisited, Kluwer-Nijhoff Publ.,
Boston, 1981, pp. 49-107; y Ch. Kindleberger: “1929: Ten Lessons for Today”, Challenge, vol. 26, n°
1, marzo-abril 1983, pp. 58-61.
215
S. Kalmanovitz: “Algunos elementos de la teoría y la práctica monetaristas en América Latina”,
Comercio Exterior, vol. 31, n° 1, enero 1981, pp. 64-71.

126
‘ineficiente’. Tercero, asimetría fiscal de Welfare State (y del
Estado Reformista, en nuestro caso) donde el gasto público
tiende a un crecimiento superior que los ingresos tributarios,
representado un déficit crónico que trasciende la estricta cri-
sis fiscal: al mismo tiempo que la burguesía rechaza el gasto
público redistributivo, solicita la intervención estatal en apo-
yo de sectores/empresas en dificultades. Cuarto, el choque
entre la creciente integración de las economías de capitalis-
mo periférico en el mercado mundial y las políticas neopro-
teccionistas de los países de capitalismo avanzado, lo cual
engendra fuentes adicionales de desequilibrio externo en los
primeros y facilita, para los segundos, la transmisión de sus
políticas económicas anticrisis.

Fue el pensamiento cepalino quien encarnó, en América La-


tina, y promocionó, desde diversas tribunas, la aportación
keynesiana216. Como observamos en nuestras notas sobre el
Estado Reformista, se trataba de superar el sistema oligár-
quico heredado de la época colonial -así lo entendía CEPAL-
mediante un pacto interclasista trabajo-capital industrial que
se opusiese a la ‘reacción’ terrateniente. Por eso, el resurgi-
miento, en ámbitos académicos y políticos, del monetarismo
de raíz neoliberal cuestiona el apoyo de la institución a las
políticas de sustitución de importaciones y a la ‘planeación
estatal’217.

216
Cf., al respecto, O. Rodríguez: “La teoría del subdesarrollo de la CEPAL. Síntesis y crítica»,
Comercio Exterior, vol. 30, n° 12, diciembre 1980, pp. 1346-1362; y A. Pinto: “Centro-Periferia e
industrialización. Vigencia y cambios en el pensamiento de CEPAL”, Trimestre Económico, n° 198,
abril-junio 1983, pp. 1043-1076. Por la influencia del autor sobre la institución, cf., asimismo, R.
Prebisch: “Cinco etapas de mi pensamiento sobre el desarrollo”, Trimestre Económico, n° 198, abril-
junio 1983, pp. 1077-1096.
217
Economía de América Latina, n° 1, primer semestre, 1984, pp. 33-34.
Tras los fracasos de las experiencias monetaristas-neoliberales, el tema del Estado como
promotor del desarrollo y la conveniencia de las políticas de planificación económica han
sido revitalizados. Cf., al respecto, R. Bromley: “La planificación del desarrollo en condiciones
adversas”, Revista Interamericana de Planificación, vol. XVII, n° 66, junio 1983, pp. 7-19.
Sobre el tema, es ineludible referirse a la figura y obra de Carlos Matus, mostrando la evolución
de su pensamiento en Estrategia y plan, Ed. Universitaria, Santiago de Chile, 1972; El enfoque de
planificación estratégica. Política y plan en situaciones de poder compartido, CORDIPLAN, Caracas,
1982; “Planeación normativa y planeación situacional”, Trimestre Económico, n° 199, junio-
septiembre 1983, pp. 1721-1781; y Elementos de planificación situacional, IVEPLAN, Caracas, 1984,
esp. Cap. III, pp. 43-77.

127
Según escribe A. Arancibia, “...en los años cincuenta y se-
senta era predominante en América Latina el punto de vista
que afirmaba la necesidad, deseabilidad y viabilidad de una
estrategia de desarrollo que afincada sobre la piedra angu-
lar de la industrialización sustitutiva, permitiría elevar la
potencialidad material de las economías del área, afirmaría
su autonomía y resolvería progresivamente los apremiantes
desequilibrios sociales existentes acortando las brechas que
separaban a la región del mundo desarrollado. Existía un con-
senso relativamente amplio para reconocer al Estado el papel
de impulsor y rector de este proceso y se veía en las empre-
sas y organismos descentralizados de su propiedad o control,
instrumentos efectivos para alcanzar las metas diversas exigi-
das por el progreso económico y social” (“Estado y economía
ante la crisis actual en América Latina”, cit., 34)

Pero el enfoque monetarista propuesto y aplicado en Amé-


rica Latina, cualquiera que fueran los prefijos utilizados
(neomonetarismo, ultraliberalismo...) o los términos que lo
motejan (friedmanismo, Chicago Boys...), no representó una
auténtica alternativa (en el sentido de culminación de una re-
volución científica) a la corriente dominante del keynesianis-
mo. En América Latina, como advertiremos de inmediato, el
monetarismo representa una ‘contrarrevolución’, en el senti-
do que propone un status teórico y una instrumentación po-
lítico-económica cuya novedad reside en el estricto retorno
a la ortodoxia liberal, en palabras de R. Villarreal: el propio
triunfo de la ‘revolución’ keynesiana aseguraba, al mismo
tiempo, que se convirtiría en una ortodoxia vulnerable a los
ataques de una corriente que, necesariamente, tendría que
ser ‘contrarrevolucionaria’. ¿Cuál es la estrategia del contra-
taque del monetarismo?. Según el autor el monetarismo co-
bra un gran impulso a partir de unos problemas, como el de
la inflación, donde la doctrina keynesiana no logra un éxito
definitivo. En este sentido, el monetarismo no sólo explica-
ría, según sus defensores, la dinámica inflacionaria sino que
facilitaría recomendaciones adecuadas de política económica
para su atenuación.

128
“Tal y como la teoría keynesiana inspiró la revolución”, señala
J. Tobin, “así la ola de reacción profesional contra la síntesis
de los keynesianos y las doctrinas neoclásicas convertidas en
la ortodoxia de los años sesenta es la que ahora sustenta la
contrarrevolución”218. Pero este fenómeno no sólo se presenta
en el capitalismo periférico: el ‘thatcherismo’ y la ‘reaganomía’
son, asimismo, versiones seminales de la contrarrevolución
monetarista219.

Aparte del estado teórico y sus instrumentación, problemas


éstos que abordaremos posteriormente al subrayar las premi-
sas y la lógica interna de la propuesta monetarista neoliberal,
lo cierto es la importancia de la política económica del enfoque
se acompaña, ahí radica su peculiaridad en el Cono Sur, por
la fortaleza política derivada de los gobiernos militares y la
concepción neoliberal-monetarista que ésts mantienen sobre
la gestión de la crisis. En este sentido, el monetarismo trans-
ciende la teoría económica y se presenta, además, como un
cuerpo ideológico que explica su posición de principio, inspira
su puesta en práctica y letima a sus promotores.

Como comentamos en páginas precedentes, M. Friedman es


uno de los teóricos más representativos de la corriente que es-
tudiamos, y que resuelven la contradictoria atriculación capi-
talismo-democracia-liberalismo a favor de la libertad económica,
como un fin en sí mismo y como condición necesaria para la
libertad política. En consecuencia, ésta siempre se debe subor-
dinar a la plena realización de la primera220. Descrito el es-
quema de conjunción neoliberal, a continuación el corolario:
cualquier intervención estatal que no esté contemplada en las
funciones, económicas y/o sociales, encomendadas por el li-
beralismo limita gravemente la capacidad decisoria y electiva
del individuo. De esta forma, el Estado, como definición nega-
tiva, se constituye en uno de los centros temáticos del discurso

218
J. Tobin: “El plan económico de Reagan: el lado de la oferta, presupuesto e inflación”, Boletín de
Indicadores Económicos Internacionales, Banco de México, vol. VII, n° 3, julio-septiembre 1981, p. 35.
219
Como lo expresa gráficamente R. Villarreal, “Monetarismo e ideología...”, art. cit., p. 1059.
220
Cf., al respecto, M. Friedman: Capitalismo y libertad, op. cit., pp. 17 y ss.

129
neoliberal. Surge en América Latina, pero ahora de regreso al
siglo XVIII y a Adam Smith, el enfoque subsidiario a través de
dos ejes principales de discusión. En primer lugar, la limitación
rígida del campo de intervención estatal. En segundo lugar, el
papel político que se debe atribuir el Estado en la sociedad.
Abundemos en estos dos puntos.

Por una parte, como lo refleja Friedman en sus últimas obras, el


Estado se presentaría como el principal elemento distorsiona-
dor del libre funcionamiento del mercado, ya sea en la esfera
económica o política221. Introduciendo, por tanto, las conclu-
siones del enfoque ‘Public Choice’ y sus más destacados men-
tores, J. Buchannan y G. Tullock222, Friedman afirma que las
acciones extralimitadas del Estado parecen guiadas por una
‘mano invisible’ pero con un espíritu opuesto al señalado por
A. Smith. Por eso, el economista de Chicago escribe que “...un
individuo que sólo intenta ayudar al interés público alimen-
tando la intervención pública es ‘conducido por una mano in-
visible a alcanzar’ intereses privados ‘que no formaban parte
de sus intenciones’”, y esta conclusión dice Friedman, “...se
cumple una y otra vez a medida que examinamos (...) las di-
versas áreas en las que ha actuado el poder público...”223. El
movimiento “Public Choice” fue recibido, en nuestra discipli-
na, como la gran reformulación interdisciplinar de las ciencias
sociales, especialmente entre economía y derecho. Aunque
este enfoque se separe de la doctrina típica del neoliberalismo,
participa, en cambio, de muchos de sus errores, en concreto
los derivados de una posición intermedia que considera a la
política como una esfera de actividad servida por fieles tra-

221
Nos referimos, en concreto, a dos libros del autor que han sido ampliamente citados en páginas
precedentes, Libertad de elegir y La tiranía del status quo.
222
Los autores que se inscriben en esta corriente, según H. Lepage, piensan que cualquier ‘acción’
de corrección del mercado debe responder a “una reflexión simultánea sobre las condiciones
específicas que intervienen en la toma de una decisión pública o administrativa” (Mañana el
liberalismo, Espasa-Calpe, Madrid, 1982, p. 41).
La literatura sobre el caso es muy copiosa. Sin afán exaustivo, y a título ilustrativo, cf., por
ejemplo, J. Buchanan y G. Tullock: El cálculo del consenso, Espasa-Calpe, Madrid, 1980; W.A.
Niskanen: Cara y cruz de la burocracia, Espasa-Calpe, Madrid, 1980; R.B. McKenzie y G. Tullock:
La nueva frontera de la economía, Espasa-Calpe, Madrid, 1980; y, para el caso español, Ch. Lingle
y J.C. Vergés: “Las consecuencias del Public Choice en España”, Moneda y Crédito, n° 161, junio
1982, pp. 11-20.
223
Libertad de elegir, op. cit., p. 21.

130
bajadores públicos que, en un número adecuado, facilitan los
mecanismos de mercado.

Por otra parte, en consecuencia, el mercado político funciona


de una manera similar al mercado económico: si, en éste, se
manifiesta genuinamente la síntesis de intereses individuales
que permite una óptima asignación de los recursos y, en suma,
el interés colectivo, no existiría razón alguna, concluye la argu-
mentación neoliberal, para pensar que el libre mercado políti-
co no permitiese lo mismo.

Como si no fuera suficiente la trama de razonamientos circu-


lares respecto al tema, los neoliberales, en general Friedman
en particular, añaden un elemento más: la igualdad, porque
la “libertad forma parte de la definición de igualdad, no la
contradice”. Pero, enfatiza Friedman, la igualdad de opor-
tunidades no se debe confundir con igualdad de resultados
porque ésta no es más que una meta anómala de la inter-
vención extralimitada del Estado que fuerza a la ‘auténtica’
libertad en aras de una pretendida equidad predicada por
la ‘nueva clase’, en palabras de Friedman: “...burócratas es-
tatales, universitarios cuyas investigaciones son sufragadas
por fondos del estado o que están empleados en ‘almacenes
de cerebros’ financiados por aquél, equipos de los muchos
denominados de ‘interés general’ o de ‘política pública’, pe-
riodistas y demás dedicados a la industria de la comunica-
ción” (sic)224.

El discurso neoliberal, aunque sugerente en algunas de sus


apreciaciones, muestra debilidades de envergadura, como las
aquí expuestas, en torno a las nociones de libertad e igualdad225.
Respecto a la principal sugestión del monetarismo global, coin-
cidimos con J. Fresno Lozano en considerar que su ideología
“ha posibilitado su aceptación por parte de aquellos sectores
sociales y políticos que han encontrado en el monetarismo una

Ibid., p. 201.
224

“Alcance político del monetarismo”, Le Monde Diplomatique (en esp.), n° 38, febrero 1982, p. 25).
225

Cf., asimismo, J. Saint-Geours: «La politique néo-liberale et la crise», Le Monde, 25.XI.1974, pp. 1 y 5.

131
herramienta eficaz para enfrentar exitosamente los problemas
que la actual crisis económica internacional plantea al sistema
económico en su conjunto” y, también, “la instrumentación que
de los postulados han hecho los mencionados sectores, han sido
posible gracias a la conformación de un Estado políticamente
fuerte que ha creado las condiciones para que el funcionamien-
to económico de la sociedad gravite en torno a la esfera de la
iniciativa privada”. A nuestro juicio, responden a la concepción
general sobre la política social que mantienen estos autores. Aquí
radicaría una explicación sobre la momentánea sorpresa que
provoca en el investigador la considerable audiencia, en cier-
tos círculos académicos y políticos, del neoliberalismo, no tanto
por sus argumentos sino a pesar de ellos. Por eso nos parece
ineludible analizar el carácter ideológico que subyace en el neo-
liberalismo. En este sentido, cuando Friedman llega al núcleo
de la cuestión, es decir, al problema de cómo se materializa una
‘igualdad de oportunidades’ a partir de situaciones iniciales de
‘desigualdad’ de renta y riqueza226, el autor vuela sobre ascuas
y nos desvela sus convicciones. Primero, se siente ‘ofendido’ y
‘conmovido’ ante los contrastes existentes entre el lujo disfruta-
do por unos y la pobreza agobiante de otros227. Segundo, insiste
en que esas situaciones han empeorado en los países que no
dejaron funcionar libremente al mercado y que consideraron
el capitalismo librecambista como un mito decimonónico228.
Y tercero, en consecuencia, la ampliación de las brechas y des-
igualdades de origen se percibe, especialmente, en “la Europa
medieval, la India interior a la independencia, así como en una
parte de la moderna Sudamérica, donde el status heredado de-
termina la posición social”229.

Como observamos en su momento, Friedman resuelve el ca-


llejón sin salida al que le lleva su pensamiento con sus par-
ticulares ‘F-Twist’ discursivos. El presente fue tan evidente
que el autor se vió obligado a la inclusión inmediata, en su

226
Cf., Libertad de elegir, op. cit., pp. 206 y ss.
227
Ibid., p. 206.
228
Ibid., pp. 206-7.
229
Ibid., p. 207.

132
texto, de una serie de diatribas, de tono más propagandístico
que analítico, sobre su particular visión de las desigualdades
sociales en los países de planificación central, constituyendo
-sin ser un estudio serio del socialismo realmente existente-
un grotesco remedio de Camino de servidumbre y no aportan-
do alguna de las virtudes de Hayek (entre ellas, la sutileza
de su prosa)230. En definitiva, según Friedman, capitalismo
es libertad, y libertad significa igualdad de oportunidades,
diversidad y movilidad social porque “conserva la posibili-
dad de que los desgraciados de hoy sean los privilegiados
de mañana y, en el curso de proceso, capacita a casi todos, de
arriba abajo (y, ¿de abajo arriba?), para llevar una vida más
plena y más rica”231.

También es cierto que Friedman no puede solventar el bi-


nomio libertad-igualdad (como tampoco lo logró con la ar-
ticulación democracia-capitalismo) porque no cuestiona, en
modo alguno, el origen y la naturaleza de la propiedad, con-
siderada por el autor como un valor político supremo232. En
este sentido, el neoliberalismo retoma la evolución política
del liberalismo clásico que si bien generalizó, mediante el
sufragio universal, una extensión ‘cuantitativa’ del voto no
es menos cierto que conservó la ‘calidad’ de aquellos votos
que representaban la propiedad y los intereses de los propieta-
rios. El ascendente de J. Locke fue considerablemente ma-
yor que el de J.J. Rousseau en la evolución del liberalismo
político clásico. Como escribe G. Rude, “de hecho, de haber
estado vivo, Rousseau hubiera condenado a los sans-culottes
parisinos de 1793 por el uso que hacían de sus enseñanzas,
tan decididamente como Lutero condenara a los campesinos
rebeldes alemanes 270 años antes”, y concluye: “todo ésto
no hace más que subrayar la convicción de que lo importan-
te en la historia no son las ideas en sí mismas, ni tampoco
las intenciones de sus autores, sino el contexto político y so-

230
Ibid., pp. 207-9. Cf., asimismo, R. Villarreal: “Monetarismo e ideología...”, art. cit., esp. p. 1063.
231
Ibid., pp. 209-210, subrayado y paréntesis nuestros.
232
Cf., R. Arias, J. Fresno, N. Ordovás y H. Sánchez: “El monetarismo como ideología”, Economía de
América Latina, n° 6, primer semestre 1981, pp. 159-176.

133
cial en el que circulaban y la utilización que hacen de ellas
aquellos que las leen y las asimilan” (233), de igual manera M.
Friedman hace suya otra de las corrientes neoliberales que,
como la Escuela del ‘Public Choice’, están en boga actual-
mente: la teoría de los derechos de propiedad.

Esta escuela defiende la existencia de un preciso derecho de


propiedad sobre los hechos de transacción del mercado, co-
laborando con éste y, por lo tanto, con la consecución de la
libertad económica y de la libertad política. Mediante este
esquema se subrayan dos cosas de suma importancia apolo-
gética: por una parte, el carácter beneficioso de la propiedad
para existencia de la libertad en todos los sentidos y, por otra,
la justificación del origen histórico tanto de la propiedad
como del Estado, cuya obligación fundamental es custodiar-
la. El enfoque de los derechos de propiedad está vinculado a
la Universidad de Virginia y a los nombres principales de A.
Alchian y H. Demsetz. Si, en Mañana el capitalismo (Alianza
Ed., Madrid, 1979), H. Lepage descubrió a la figura y obra
de M. Friedman, en Mañana el liberalismo recobra a Hayek,
la corriente del “Public Choice” y el enfoque de los derechos
de propiedad que estudia, esencialmente, las relaciones que
existen entre el mercado como ente institucional (el ‘meta-
mercado’, en palabras de P. Schwartz) y las condiciones del
logro de un ‘óptimo económico’. Para Lepage, existen dos
ideas principales del enfoque: “Primera: Cuando los costes
de transacción no son nulos, la estructura del derecho de
propiedad no puede ser indiferente a la búsqueda del optium
económico (...). Segunda: Las instituciones que nos ha legado
la historia tienen una razón de ser económica debido a que
pueden interpretarse como instrumentos cuya vocación es la
de ayudar a la sociedad a frenar costes de transacción exce-
sivamente altos”

H.J. Laski, expresó magníficamente el cambio de rumbo im-


plentado por el liberalismo clásico, engendrado en la Revo-

Cf. La Europa revolucionaria 1783-1815, Siglo XXI, Madrid, 1974, pp. 39-40.
233

22) Y El liberalismo europeo, F.C.E., México, 1953, p. 178


(

134
lución Francesa por la razón ilustrada: “Una doctrina que
empezó como método de emancipación de la clase media
se transformó después de 1789 en un método de disciplina
para la clase trabajadora. La libertad contractual que buscaba
emancipó a los propietarios de sus cadenas; pero en el logro
de esa libertad estaba envuelta la esclavitud de quienes sólo
podían vender su fuerza de trabajo. El expediente doctrinario
más sencillo justificó la victoria de los conquistadores”234.

Vemos, pues, como el enfoque subsidiario promueve el retor-


no a la esfera restrictiva de funciones del Estado que le son
encomendadas por la sociedad. Si el Estado, en la economía
occidental, rebasó sus propios límites a partir de la Gran De-
presión -afirma Friedman- no se debió a una perentoria necesi-
dad de intervención solicitada por la sociedad sino a la incom-
prensión de la opinión pública y de los economistas respecto
a la verdadera realidad de la crisis (sic). En opinión de Fried-
man, el retorno a la esfera restringida modelará el conjunto
idóneo de funciones estatales que no distorsionarán el merca-
do económico y/o político: mantener el orden y la ley, definir
los derechos de propiedad y las reglas de la vida económica,
hacer cumplir los contratos, fomentar la competencia, proveer
un adecuado sistema monetario y asumir los efectos de vecin-
dad y de protección a los ‘irresponsables’ .

Lo cierto es que el enfoque ‘desestatalizador’, como parte in-


trínseca del programa monetarista, tiene ahora -desde 1973 y
en el Cono Sur latinoamericano- un significado más profundo
que la simple propuesta teórica y política de organización so-
cial. A nadie se le escapa el hecho de que el Estado, en América
Latina, cobra una importancia insusual para los neoliberales
ya que la crisis del Estado Oligárquico y su sustitución por
el modelo reformista implicó un cambio sustancial del rol del
Estado (ahora promotor, beligerante) en la estrategia de cre-

234
(Mañana el liberalismo, op. cit., p. 218). Cf., asimismo, P. Schwartz: “Derechos de propiedad o
el círculo de tiza caucasiano”, Información Comercial Española, n° 545, enero 1979, pp. 65-72; y H.
Demsetz: “Hacia una teoría general de los derechos de propiedad”, Información Comercial Española,
n° 557, enero 1980, pp. 59-66.

135
cimiento. El modelo populista encomendó al mismo labores
capitales en el apuntalamiento de las políticas sustitutivas de
importaciones, fomentando la autonomía de las distintas eco-
nomías latinoamericanas respecto al exterior y generando una
espiral de crecimiento ‘hacia adentro’ cuyos resultados favore-
cían, a través de una ajustada política de intervención redistri-
butiva, la disminución de las brechas sociales internas y de la
región en su conjunto en relación al capitalismo mundial.

Aunque el modelo de crecimiento descrito no estuvo exento


de múltiples impugnaciones del sector privado y del capital
transnacional, las críticas no incidieron en la globalidad del
proceso porque, entre otros motivos, el apoyo a la rentabili-
dad y a la acumulación ampliada del capital requería un rol
activo del Estado en la dotación de infraestructura, de crédito
asequible, de insumos básicos y, en general, de una serie de
economías externas imprescindibles para el proceso industria-
lizador que se había adoptado .

Pero, como señala A. Arancibia, la ofensiva neoliberal actual,


especialmente en su reafirmación del enfoque subsidiario, en-
cuentra un eco ampliado a sus razonamientos como una más
de las consecuencias de la quiebra del Estado Reformista y
de su modelo industrializador. El nuevo escenario, produc-
to del agotamiento de la vía ‘populista’ de crecimiento y de
las críticas condiciones de la economía internacional, refuer-
za, también, una defensa del enfoque subsidiario en América
Latina que se creía agotada tras varias décadas de crecimien-
to regional. Este fenómeno, sin duda, se alimenta, a su vez,
por una triple casuística. En primer término, la frustración de
expectativas sobre la expansión económica y la agudización
del conflicto social por las evidentes limitaciones del Estado
como motor de la industrialización y de las transformaciones
socioeconómicas derivadas. En este sentido, el neoliberalismo
defiende el desmantelamiento del sector público y de todos
los organismos administrativos o reglamentarios que lubrifi-
caban los mecanismos de intervención estatal. Sin embargo,
las experiencias del Cono Sur mostraron que la fórmula neo-
liberal-monetarista, al mismo tiempo que solicita la desetruc-

136
turación del sector público, ya sea productivo o asistencial,
defiende, en la práctica, las sucesivas ampliaciones del Estado
(control, coerción, influencia ideológica sobre la sociedad ci-
vil) como requiere la contención de las tensiones sociales pro-
vocadas por el tipo de sistema político imperante y por los
resultados de la política económica monetarista235. En segundo
término, el enfoque subsidiario denuncia la exigüa capacidad
de convocatoria de un modelo industrializador comandado
por el Estado. Esta consideración neoliberal centraría el prin-
cipal problema en un dilema (estatalización-mercado) que
obvia la existencia de todos los actores y centros de poder. En
efecto, el intervencionismo estatal y el mercado libre no con-
forman un nudo dialéctico de polos dispares y aislados sino
un reflejo de la estructura socioeconómica en cuestión. Ade-
más, este tipo de dicotomía tiende a olvidar -y no siempre ins-
conscientemente- uno de los centros de poder cuya influen-
cia, en las últimas décadas y en América Latina, ha marcado
indeleblemente cualquier tentativa de desarrollo: el capital
transnacional. En tercer término, existe una serie de factores
provenientes de la duración, profundidad y extensión de la
crisis económica, así como de las transformaciones que en-
gendra en la revisión de la división internacional del trabajo,
que condiciona el nuevo escenario de redefinición del rol del
Estado en este proceso. Añádase la gravitación sobre el mis-
mo Estado, de forma directa o indirecta, del volumen y con-
dicionamientos políticos de una deuda externa, como la lati-
noamericana, que se dispara desde los años setenta al socaire
de una pauta de industrialización ‘aperturista’ y de la alta dis-
ponibilidad del crédito internacional. En síntesis, y con afán
recapitulador, debemos señalar que el carácter ideológico de la
contrarrevolución monetarista en América Latina descubre, una
vez más, la articulación contradictoria capitalismo-democra-
cia-liberalismo. En este sentido, las actuales consideraciones
neoliberales sobre la ‘igualdad’ y sobre el enfoque subsidiario
del Estado se retrotraen al más fiel pensamiento de H. Spen-
cer y A. Smith.

Sobre estos problemas, cf., J.P. Arellano: “El gasto público social y sus beneficiarios en América
235

Latina”, Estudios CEPLAN, n° 6, diciembre 1981, pp. 149-173.

137
Este retorno a la ortodoxia236 no sólo es un anacronismo en la
historia del pensamiento sino una ofensiva político-económica
que ha contribuído a la crítica de un modelo de crecimiento
basado en la sustitución de importaciones y del rol preemi-
nente del Estado en América Latina. Pero esta ofensiva exigió,
para su plasmación práctica, que el cuestionamiento de los ob-
jetivos redistributivos del Estado Reformista y la desestructu-
ración del sector público, sustentado por la política económi-
ca keynesiana y promovido por los primeros planteamientos
cepalinos, fueran abordados por los gobiernos militares del
Cono Sur. En este preciso sentido, la ofensiva neoliberal se tor-
na un anacronismo trágico.

Sin embargo, como subraya A. Arancibia, la nueva situación


‘dominante’ del enfoque subsidiario y la retórica que esgri-
me en su defensa se asientan sobre el desconocimiento de
una trivialidad: el Estado capitalista tiene como función, en
cualquier área geográfica y con cualquier modelo industriali-
zador, el asegurar las condiciones más adecuadas para la re-
producción del régimen capitalista237. No deja de sorprender,
por tanto, la proporción del éxito neoliberal basado en dicha
trivialidad, especialmente en América Latina donde el rol be-
ligerante estatal siempre estuvo dirigido a la perpetuación
del sistema porque:

1º. “La actuación del Estado y de las empresas bajo su


control no han estado siempre y necesariamente
al servicio de los objetivos de atenuar las
desigualdades y de impulsar unefectivo proceso
de desarrollo económico y social”238.

2º. “Los intentos de privatización encuentran lí-


mites por cuanto siempre se requiere algún

236
Cf., al respecto, R. Prebisch: “El retorno a la ortodoxia”, Pensamiento Iberoamericano, n° 1, enero-
junio 1982, pp. 73-78.
237
Como señala A. Aracibia: “Estado y economía...”, art. cit., pp. 41 y ss., citando a O. Oszlak:
“Capitalismo de Estado: ¿Forma acabada o transición?”, in Gobierno y Empresa pública en América
Latina, Ed. Sociedad Interamericana de Planificación, Buenos Aires, 1978, p. 33.
238
A. Arancibia: “Estado y economía...”, art. cit., p. 41.

138
nivel de acción estatal directa, particularmente
en las economías subdesarrolladas”239.

3º. “Algunos intentos de ‘transformación desde


lo alto’ realizados recientemente, ponen en
evidencia las limitaciones del Estado como de-
miurgo”240.

4º. “La contracción de la participación del Es-


tado en la economía, además de limitada, no
ha generado la estructura productiva eficiente
prometida ni la superación de los problemas
seculares del subdesarrollo y ha agravado dra-
máticamente muchos de ellos”241.

5º. En consecuencia, “las soluciones a muchos pro-


blemas pendientes de organización, gestión y
control del sector estatal y de sus empresas de-
ben adecuarse a los fines económicos, sociales
y políticos de la estrategia global de desarrollo
adoptada” .Y, añade el autor, “el gran reto que
actualmente encara América Latina se encuen-
tra en la necesidad de concebir creativamente
una propuesta verdaderamente transformado-
ra, que reconozca la demanda de democracia,
participación, autonomía y cooperación regio-
nal en el carácter de compromisos estratégicos
e indisolublemente integrados”242.

239
Ibid., p. 42. Los afanes privatizadores no han podido consumarse debido a una variada gama
de razones (debilidad de sectores empresariales locales para situarse en actividades de alta
complejidad tecnológica, elevados requerimientos de capital, lenta maduración del mismo,
necesidad, entre otras, de insumos básicos, etc.).
240
Ibid., p. 41.
241
Ibid., p. 47. Cf., asimismo, el excelente análisis de F. Fajnzlber: La industrialización trunca de
América Latina, Ed. Nueva Imagen, México, 1983.
242
Ibid., p. 49. yp. 50.

139
CAPÍTULO VI

EL MODELO LIBERAL DE APERTURA ECONÓMICA EN


AMÉRICA LATINA

Desde la publicación de la Teoría General de J.M. Keynes, en


1936, y con la perspectiva de cinco décadas de evolución de
la economía convencional, se puede convenir en que fue la
‘política monetaria’ uno de los temas que suscitó el interés
académico y las enconadas discusiones entre los interlocu-
tores agrupados, desde entonces, en monetaristas y postkey-
nesianos243, en el marco de la tensa convivencia entre dos
paradigmas teóricos244. Aunque la controversia fuera, fre-
cuentemente, irritante, frustrante, más cercana a una disputa
medieval, en palabras de M. Blaug245, también es cierto que
la ‘política monetaria’ adquirió un calibre de similar impor-
tancia, en el seno de la economía ortodoxa, a la conjunción
de problemas a los que hace referencia: la metodología de la
investigación científica, la teoría macroeconómica y las polí-
ticas de estabilización246.

En consecuencia, el prestigio de los autores implicados, la


multiplicidad del referente y los prolíficos resultados biblio-
gráficos han permitido la situación, en primer plano, del
tema ‘monetario’ a través de la difusión de publicaciones lo

243
Cf., al respecto, M. Blaug: La metodología de la economía, op. cit., esp. Cap. 12, pp. 242-249. Cf.,
asimismo, B. Morgan: Monetarist and Keynesians, McMillan, Londres, 1978; J.L. Stein: Monetarist,
Keynesian and New Classical Economics, B. Blackwell, Oxford, 1982; y G. Macesich: The Politics of
Monetarism, Rowman and Allanheld, Totowa N.J., 1984.
244
Cf., L. Gámir: “¿Es Ud. postkeynesiano o neoclásico?”, Información Comecial Española, n° 598,
junio 1983, pp.
245
“Fruit less debate?” (¿un debate inútil?) se interroga M. Blaug, ibid., pp. 242-3.
246
Como señala L.C. Andersen: “The State of the Monetarist Debate”, Federal Reserve Bank of
St. Louis, septiembre 1973. Utilizamos la versión de la Profesora Rodríguez Martínez, “El estado
del debate monetarista”, Servicio de Publicaciones, Facultad de CC. Económicas, Universidad de
Barcelona, Curso Académico 1979-1980.

141
suficientemente copiosas para que intentemos aquí pasar re-
vista a sus respectivos contenidos247.

Pero, a nuestros efectos, procedería notificar en esta Memo-


ria Doctoral las grandes líneas de dicho debate para acotar
teóricamente el objeto de nuestra investigación. De esta for-
ma, analizaremos el status teórico del monetarismo mediante
una necesaria y apretada síntesis que incida en dos vertientes.
En primer lugar, en el contexto de economía cerrada, cuál es
el análisis monetarista del ‘desequilibrio’ interno. En segundo
lugar, bajo el supuesto de economía abierta, cuáles son las ob-
servaciones más relevantes de esta corriente de pensamiento
sobre el ‘desequilibrio’ externo. En tercer, y último lugar, para
ambos casos, qué programas de estabilización recomiendan
los monetaristas. Concluiremos la presente sección con un
conjunto de notas, a partir de diversos enfoques críticos sobre
el contenido y práctica del monetarismo, que enlacen la críti-
ca teórica con la naturaleza y características de los programas
de estabilización tradicionalmente propuestos en el Cono Sur
latinoamericano.

1. Monetarismo y desequilibrio interno

A pesar de que M. Blaug distingue tres fases en la teoría mo-


netaria de M. Friedman248, lo verdaderamente importante que
éste y todos los monetaristas en general, rehabilitan la teoría
clásica del dinero, reformulando la ecuación de cambio. A

247
Sin afán exaustivo, destaquemos, entre otros, las siguientes obras y artículos, H.G. Johnson
y R. Nobay: “El monetarismo desde una perspectiva teórica-histórica”, Información Comercial
Española, n° 530, octubre 1977, pp. 38-48; H.G. Johson: Inflation and the Monetarist Controversy,
North Holland, Amsterdam, 1972; J. Tobin: “¿Hasta qué punto está Keynes muerto?”, Cuadernos
Económicos de ICE, n° 2, 1977, p. 9-19; F. Modigliani: “La controversia monetarista. ¿Debemos
renunciar a las medidas estabilizadoras?”, Información Comercial Española n° 534, febrero 1978,
pp. 85-100; R.H. Vane y J.L. Thompson: Monetarism, M. Robertson, Oxford, 1979; J. Tobin: “Una
valoración de la actual contrarrevolución monetarista”, Información Comercial Española, n° 580,
diciembre 1981, pp. 135-143; F. Aftalion y P. Poncet: Le monétarisme, P.U.F., París, 1981; y J. Tobin:
“Política de estabilización. Diez años después”, Información Comercial Española, n° 581, enero
1982, pp. 105-126.
Cf., además, los siguientes ‘readings’ de L.A. Rojo Duque (Introducción y selección): El nuevo
monetarismo, I.E.F., Madrid, 1971; J. Stein (Ed.): Monetarism, North Holland, Amsterdam, 1976;
T. Mayer (Ed.): The Structure of Monetarism, W.W. Norton, Nueva York, 1978; y el monográfico de
Cuadernos Económicos de ICE, n° 2, 1977.
248
Cf., M. Blaug: La metodología de la economía, op. cit., pp. 245 y ss.; y K. Brunner y A. Meltzer: La
teoría monetaria de Friedman, Ed. Premia, México, 1979.

142
grandes rasgos, la teoría clásica sobre el dinero fue formulada
por D. Hume, en 1752, con una versión que domina la mayor
parte del s. XIX. Así lo reconoce el mismo Friedman, cuando
señala que “solamente en dos aspectos hemos aventajado a
Hume: en primer lugar, ahora tenemos un conocimiento más
seguro de las magnitudes cuantitativas que usamos y, en se-
gundo, hemos aventajado a Hume por una derivada”249. A
partir de ésta, se forjaron las versiones clásica y moderna de la
teoría cuantitativa y sus principales proposiciones, cuya pre-
sentación se expondrá seguidamente.

Si expresamos la ecuación de cambio en la siguiente doble


igualdad:

M.V=P.Q=Y

Siendo,

M, la oferta monetaria nominal;

V, la velocidad de circulación del dinero, es decir,


el número promedio de veces que, en un año,
una ‘unidad de dinero’ es usada en la com-
pra de los bienes y servicios que conforman el
PNB;

P, el índice general de precios;

Q, el producto global a precios constantes;

Y, el valor monetario de la producción o ingreso


nominal.

Como apreciamos, en esta nota divulgativa, la ecuación de


cambio clásica se basa en una tautología (RN=PN=GN), ya

249
(“25 Years the Rediscovery of Money, what have we learned?”, American Economic Review, vol.
65, mayo 1977, pp. 176-7). Al respecto, Friedman se refiere al manejo de los actuales monetaristas
no sólo de la tasa de inflación sino, también, a la segunda derivada de los cambios en los precios
que induce a cambios en el resto de las variables. Para una ampliación de este tema, cf., entre otros,
a A.H. Hansen: Teoría monetaria y política fiscal, F.C.E., México, 1980, pp. 61 y ss.

143
que el ingreso nominal (Y=P.Q) es idéntico, por definición, al
flujo circular de renta y gasto anual (Y=M.V).

En consecuencia, la teoría cuantitativa clásica afirma que P


mantiene una relación proporcional fija con la oferta monetaria,
bajo el supuesto de ceteris paribus. En otras palabras, la teoría
requiere la constancia de V y Q, dado que las variaciones de M
afectan proporcionalmente a P. La reformulación moderna utiliza
la misma ecuación de cambio pero en términos de crecimiento
porcentual:

.m = M , v = V , etc.

M V

Por lo tanto, la ecuación de cambio reformulada sería:

m+v=p+q=y (1)

La ecuación (1) afirma que la tasa de crecimiento de la canti-


dad de dinero (de la oferta monetaria y de la velocidad de cir-
culación), se distribuye o es igual al crecimiento de los precios
(tasa de inflación y tasa de crecimiento del producto real).

La proposición básica monetarista, en economía cerrada, sería


entonces que cualquier aumento de m (considerando el cete-
ris paribus de las demás variables) se traduce en un aumento
de p. Por lo tanto, en palabras de M. Friedman, “la inflación
es principalmente un fenómeno monetario, provocado por
un crecimiento mayor de la cantidad de dinero que de la pro-
ducción” (Libertad de elegir, op. cit., p. 363). Realmente, la pro-
posición de que variaciones de m implica variaciones, en la
misma dirección, de p, descansa en el citado ceteris paribus. En
consecuencia, éste se constituye como el nudo gordiano de las
teorizaciones básicas y las investigaciones empíricas del mo-
netarismo, por cuanto m y p, en la medida que se constate la
constancia de v y q.

El monetarismo en economía cerrada, al decir de H. Frisch, es


un modelo que contiene tres asunciones fundamentales que

144
forman una unidad teórica: el teorema de la aceleración, el teo-
rema de la temporalidad y el teorema de las expectativas en-
dógenas (“La teoría de la inflación 1963-1975: una panorámica
de ‘segunda generación’”, Información Comercial Española, n°
541, septiembre 1978, pp. 101-121, esp. pp. 108 y ss.). Y, como
vimos, esta unidad teórica tiene en la constancia de v y q sus
fundamentos analíticos. Abundemos en ambos supuestos.

1) El supuesto de constancia de v: la demanda de dinero como


una función estable. Para J.A. Frenkel y H.G. Johnson, “lo que
convierte la ecuación cuantitativa en la teoría cuantitativa es el
supuesto de que la velocidad es una especie de función estable
(constante determinada institucionalmente) y lo que subyace
al enfoque monetarista es el mismo supuesto de que la deman-
da de dinero es una función estable” (The Monetary Approach to
the Balance of Payments, op. cit., p. 25).

Dicha demanda de dinero, como función estable, relaciona la


demanda de saldos monetarios reales con un número limitado
de variables:

M = 0 ( P, Y, w, rm, rb, re, 1/P. dP/dt, u), siendo

M, la cantidad de dinero demandada por la


colectividad;

0, función de...;

P, nivel general de precios;

Y, valor de la riqueza total;

w, función de riqueza no humana;

rm, tipo nominal de rendimiento esperado del


dinero;

rb, tipo de rendimiento nominal esperado de los


títulos de renta fija, incluídos los cambios espe-
rados en P;

145
re, tipo de rendimiento nominal esperados en las
acciones incluídos los cambios esperados en
las cotizaciones;

1.dP, tipo de variación esperada en los precios de los

P dt bienes y servicios, incluído el tipo de rendi-


mienton nominal esperado de los activos rea-
les;

u, variable que recoge todas las restantes, excepto


la renta, que puedan afectar a la utilidad del
servicio del dinero, como son los gustos y pre-
ferencias del público así como las condiciones
tecnológicas de la producción y que sean rele-
vantes para la demanda de dinero.

(Cf., al respecto, L.A. Rojo Duque: Keynes y el pensamiento ma-


croeconómico actual, Tecnos, Madrid, 1972, pp. 161 y ss.; H.R.
Vane y J.L. Thompson: Monetarism, op. cit., pp. 39 y ss.; y F. Af-
talion y P. Poncet: Le monétarisme, op. cit., pp. 7-25).

La reformulación cuantitativa de la ecuación de cambio no


afirma taxativamente que exista una estricta constancia de v
sino que la velocidad ingreso y sus cambios responden a una
fusión estable que permite predicciones satisfactorias entre
los cambios de la oferta monetaria y los cambios en el ingreso
nominal. Por eso, para reconvertir la teoría cuantitativa refor-
mulada modernamente en un modelo de determinación de
ingreso, es necesario agregar al supuesto de estabilidad de la
demanda monetaria una de las dos siguientes hipótesis:

a) La demanda de dinero es inelástica respecto a los cambios


de las variables que la determinan.

b) Las variables que afectan a la demanda monetaria están


fijadas fuera de la esfera monetaria, como sucede, según M.
Friedman, con la tasa de interés real y el ingreso real (“La teo-
ría cuantitativa del dinero: una reafirmación”, art. cit.; y F. Af-
talion y P. Poncet: Le monétarisme, op. cit., pp. 54-70).

146
Entonces, cualquier variación de m se manifiesta en y, dada la
estabilidad de v. No obstante, lo que interesa al monetarismo
es conocer los efectos que produce un cambio en m sobre p y
q, es decir, la relación entre variaciones de la oferta monetaria
y los cambios en el ritmo de inflación y en la producción real.

2) El supuesto de constancia de q: inflación y paro según los


monetaristas. Bajo este supuesto, la proposición monetarista
es la siguiente: cualquier incremento de m se manifiesta en in-
crementos proporcionales de p y en variaciones poco significa-
tivas (o nulas) de q. Para los clásicos, Q era constante ya que
se partía de una situación de pleno empleo en el seno de una
economía competitiva que se ajusta automáticamente a través
de la perfecta flexibilidad de los precios, tanto del mercado de
bienes y servicios como del mercado de trabajo. El salario, por
tanto, perfectamente flexible a corto y largo plazo, a la alza y
a la baja, equilibra un mercado laboral en el que no existe des-
empleo involuntario.

Actualmente, en especial M. Friedman, se introduce la hipó-


tesis de ‘tasa natural de desempleo’, asociándolo al nivel de
equilibrio del mercado de trabajo. Se afirma, entonces, que la
‘tasa natural de desempleo’ (TND) no depende de la tasa de
inflación (TI) pero ésta permanecerá estable cuando la canti-
dad de desempleo coincida con la TND que está determinada
por las características estructurales de los mercados de bienes,
incluyendo las imperfecciones del mercado, la variabilidad
aleatoria de oferta y demanda, el coste de recolectar informa-
ción sobre vacantes y ofertas de empleo, costos de movilidad,
etc. (F. Aftalion y P. Poncet, ibid., pp. 26-40 y pp. 71-86).

Para presentar el supuesto, los monetaristas recurren al análisis


de la curva de Phillips, de gran predicamente postkeynesiano
en cuanto representa un ‘trade-off’ inflación-paro expresado
en una curva de pendiente negativa. En efecto, el análisis tipo
Phillips señala que existe una relación inversa entre la tasa de
desempleo y la tasa de cambio de los salarios monetarios. A su
vez, la tasa de cambio de los salarios monetarios se relaciona
con la tasa de inflación mediante la reconversión basada en el

147
supuesto de cualquier cambio de TI es igual a los cambios en
los salarios monetarios menos los cambios de q. Si se supone,
por otra parte, que la tasa de crecimiento de la productividad
del trabajo es nula, tendremos que ‘cambios en la TI = cam-
bios en la tasa de salarios monetarios’. De esta forma, se puede
construir una curva de Phillips que relacione tasas de inflación
y tasas de desempleo, dado un nivel de demanda agregada.
Tanto los monetaristas como los keynesianos aceptan que, a
corto plazo, la curva de Phillips tiene pendiente negativa, es
decir, que si partimos, por ejemplo, de una situación inicial de
TI = 8 % y una TD = 12 %, con un nivel de demanda agregada
DA1, y la política económica gubernamental pretende favore-
cer un aumento de la demanda agregada, de DA1 a DA2, la
nueva situación de equilibrio se localizará en B, con una TI =
14 % y una TD = 6 %. En conclusión, el desempleo solamente
puede reducirse o, en forma equivalente, la producción puede
crecer a costa de una mayor inflación, dado un cierto nivel de
tecnología y capital (cf., al respecto, M. Friedman: “Paro e in-
flación”, art. cit., pp. 25-53). Si bien la curva de Phillips puede
ser de pendiente negativa a corto plazo, los monetaristas como
Friedman consideran que es vertical a largo plazo, debido a las
‘expectativas adaptativas’ que, en el enfoque de la ‘nueva ma-
croeconomía clásica’, se transforman en ‘expectativas raciona-
les’, con lo cual se tendría una curva de Phillips perfectamen-
te vertical, al nivel de la TND, no sólo a largo sino, también,
a corto plazo (cf., R.J. Gordon: “Recent Developments in the
Theory of Inflation and Unemployment”, Journal of Monetary
Economics, n° 2, 1976, pp. 185-219). Ampliemos más esta últi-
ma observación. Para los monetaristas, el gobierno y la auto-
ridad monetaria a su servicio pueden elevar el nivel de de-
manda agregada de DA1 a DA2, con el resultado de un menor
desempleo con una mayor tasa de inflación. Si se introduce
la hipótesis sobre ‘expectativas adaptativas’, los salarios tra-
tarían de ajustarse a la nueva inflación, desplazando la curva
de Phillips de CP1 a CP2, con una nueva situación de equili-
brio (C), donde existe el mismo desempleo (en la TND) pero
con una mayor TI . Para los monetaristas que introducen
la hipótesis de ‘expectativas racionales’, la verticalidad fijada

148
por TND se alcanza no sólo a largo plazo sino que los agentes
económicos relevantes -se afirma- conocer cualquier efecto de
las políticas económicas discrecionales. De esta manera, como
todos conocen, todos conforman las mismas expectativas, no
ya de adaptación sino de previo raciocinio, lo cual llevará a
un ajuste automático y a corto plazo en el mercado de trabajo
(salarios) y en el mercado de bienes y servicios (precios).

Las recomendaciones de política económica monetarista son,


en consecuencia, dictadas por la denuncia de las políticas ex-
pansionistas de raíz keynesiana que malogran atentar el des-
empleo a tasas inferiores a la TND y provocan, en cambio, un
mayor ritmo de la TI dadas las expectativas del público.

En síntesis, para los monetaristas, la inflación deriva, como


fenómeno monetario, por el hecho de que la tasa de creci-
miento de la cantidad de dinero (oferta monetaria y velo-
cidad de circulación) es proporcional al crecimiento de los
precios (tasa de inflación y tasa de crecimiento del producto
real). Sometido el enfoque en economía cerrada a dos su-
puestos principales (la constancia de la velocidad-ingreso del
dinero y la constancia del crecimiento del producto global),
se concluye en que:

Primero, existe una relación funcional estable entre la deman-


da de saldos monetarios reales y un número limitado de va-
riables. En este sentido, y como señala Friedman, la función
de demanda de dinero depende, esencialmente, de variables
monetarias250.

Segundo, para convertir la teoría cuantitativa en un modelo de


determinación del ingreso es necesario agregar, al supuesto
de estabilidad de la función de demanda monetaria, una de
las dos siguientes hipótesis: a) que la demanda de dinero es
ineslática respecto a las variables que la determinan, o b) que
las variables que afectan a la demanda monetaria estén fija-

Cf., al respecto, M. Gala: “La cantidad óptima de dinero en Friedman: en torno al concepto de
250

dinero”, Cuadernos de Economía, vol. 4, nº 11, septiembre-diciembre 1975, pp. 463-487.

149
das o derminadas fuera de la esfera monetaria. El supuesto de
constancia de la velocidad-ingreso confirmaría, por lo tanto,
que los incrementos de la cantidad de dinero se manifiesten en
incrementos proporcionales del ingreso nominal.

Tercero, como lo que interesa al monetarismo es demostrar el


carácter estrictamente monetario de la inflación, se introduce
un segundo supuesto que hace referencia a la constancia de
la producción global frente a incrementos de la cantidad de
dinero que solamente incidirán en el aumento del nivel de
precios.

Cuarto, en este sentido la hipótesis de pleno empleo de los clá-


sicos se reformula mediante la introducción de la ‘tasa natu-
ral de paro’ asociada al equilibrio del mercado de trabajo -tras
una lectura crítica, por parte de los monetaristas, de la curva
de Phillips y del ‘trade-off’ inflación-paro que inspira a la po-
lítica económica mixta de postguerra. En definitiva, el análisis
monetarista de Friedman y, posteriormente, con las aportacio-
nes de la escuela de ‘expectativas racionales’ se llega a visuali-
zar una curva de Phillips perfectamente vertical localizada en
la tasa natural de paro, mostrando la ineficacia de una política
monetaria expansionista que tratase de elevar el nivel de de-
manda agregada. El corolario, en consecuencia, es evidente: la
vía monetaria expansiva no mejora el nivel de empleo y tiene,
como contrapartida, efectos inflaccionarios en situaciones de
tasa natural de desempleo.

En este orden de cosas, las recomendaciones político-econó-


micas de los monetaristas, para el tratamiento del desequi-
librio interno caracterizado por la existencia simultánea de
paro e inflación, son consecuentes con la ideología neoliberal
del enfoque subsidiario del Estado. Bajo los supuestos e hi-
pótesis citados, significativas variaciones en los precios, en
la tasa esperada de inflación o en la tasa de interés nominal
no afectará a la estabilidad de la demanda monetaria ni a la
constancia de la velocidad de circulación, es decir, no se tra-
ducirán en cambios igualmente significativos en la esfera real
de la economía y en la atenuación del desempleo.

150
Por lo tanto, la intervención del Estado en la vida económi-
ca no puede generar efectos positivos, en dichos términos,
ni tan siquiera a corto plazo (si intoducimos la hipótesis de
‘expectativas racionales’). El activismo estatal, legitimado
por la teoría keynesiana y postkeynesiana sustentadoras
-erróneamente, según los monetaristas- del cruel dilema
inflación-paro y de una política económica basada en la
expansión monetaria para la manipulación de la deman-
da agregada, solamente supone el control de precios en el
mercado de bienes y servicios en el mercado de trabajo,
el desconocimiento de la formación de expectativas de los
agentes económicos, facilitar una desproporcionada oferta
de crédito, etc., alcanzando cotas superiores del proceso
inflacionario pero sin disminuciones del desempleo, estan-
cado en la ‘tasa natural’ intrínseca al sistema.

En este sentido, como subrayaría Friedman, la autoridad


monetaria desconoce los efectos que tiene una variación de
la oferta monetaria sobre el resto de las variables macroeco-
nómicas y no contabiliza, además, los retrasos temporales
con que operan dichos efectos. En consecuencia, a la supre-
sión de cualquier actividad distorsionadora del mercado
por parte del Estado se le debería añadir, recomiendan los
monetaristas, un conjunto de reglas automáticas de actua-
ción monetaria, alejando cualquier tentación discrecional.
En otras palabras, la oferta monetaria debería crecer con la
misma constancia que el PNB real potencial más una tasa
de inflación que se considere objetivo Como escribe el pro-
pio Friedman, “en la actualidad la mejor medida consiste
en exigir a las autoridades monetaristas que mantuvieran
la tasa de crecimiento porcentual de la base monetaria den-
tro de un intervalo determinado (...). Una versión podría
ser: El Congreso deberá tener poder para autorizar la emi-
sión de obligaciones por parte del Estado sin devengar in-
terés en la forma de dinero y moneda o asientos contables,
con tal que la cantidad total de dólares aumente en no más
del cinco por ciento cada año y no menos de un tres por

151
ciento...”251. Ello permitiría, dice Friedman, un crecimiento
sostenido del producto real con cierta estabilidad de pre-
cios; el resto del ajuste lo realizaría el mercado libre252.

R.E. Lucas ha sintetizado las cuatro reglas que forman el


programa de política económica de M. Friedman, mostrando
el íntimo parentesco intelectual entre éste y la corriente de
‘expectativas racionales’253:

1. Tasa de crecimiento anual del 4 por ciento de M1,


sobre la base de un mantenimiento trimestral.

2. Comportamiento de gastos y transferencias rea-


les del gobierno que respondan a variaciones
seculares y no como un instrumento sacrificado
a los cambios cíclicos de la actividad económica.

3. Pautas para la configuración de tipos imposi-


tivos igualmente determinados por las varia-
ciones seculares y no como mecanismo anticí-
clico.

4. Política claramente anunciada sobre el com-


promiso gubernamental de no reaccionar ante
los acuerdos salariales y de precios alcanzados
privadamente, aparte de la preferencia guber-
namental por demandas salariales bajas y de
lucha antimonopolística.

Lucas se refiere a los por qué (de ámbito profesional y político)


del escaso éxito de sus recomendaciones de 1948254 y de

251
(Libertad de elegir, op. cit., p. 425). Cf., igualmente, Capitalismo y libertad, op. cit., pp. 64-78; y La
tiranía del status quo, op. cit., pp. 100-126.
Con Friedman coinciden, lógicamente, las autoridades del banco central de cualquier país con ideas
monetaristas. Cf., por ejemplo, la opinión de K. Klausen desde el Banco Federal Alemán que controlaba
su propia creación de dinero con el objetivo de ajustar la masa monetaria a las posibilidades reales
de producción a fin de reducir márgenes deflacionistas, in “La política monetaria al servicio de la
estabilización”, Información Comercial Española, nº 525, mayo 1977, pp. 61-65.
252
Capitalismo y libertad, op. cit., p. 54.
253
Cf., R.E. Lucas (Jr.): “Reglas, discrecionalidad y la función del asesor económico”, Información
Comercial Española, nº 575-6, julio-agosto 1981, pp. 123-9.
254 Lucas se refiere al artículo “A monetary and fiscal framework for Economic Stability”.

152
1959255, y a los signos de cambio actual que han influído en
una revisión profunda de los trabajos de Friedman sobre el
tema monetario. “Como profesión que da consejos”, concluye
Lucas, “estamos muy por encima de nuestras capacidades” A
pesar del comentario de Lucas, la tesis de Friedman se reduce
a la siguiente afirmación: “El modo, y puntualizo, el único
modo de acabar con la inflación es la reducción del ritmo de
crecimiento de la masa monetaria”256.

Sin embargo, el mismo Friedman se reafirma en su pensamiento,


especialmente cuando constata que la experiencia sobre la
política monetaria desde 1946 muestra que:

“...la exactitud, regularidad y predictibilidad de


la relación existente entre el volumen de dinero,
el nivel de precios y el nivel de producción, a lo
largo de un considerable período de años...” es
incuestionable.

Por lo tanto,

“...no podemos esperar utilizar la política mo-


netaria como instrumento de previsión para
eliminar otras fuerzas que, a corto plazo, gene-
ran inestabilidad. Tratar de hacerlo es proba-
ble que sólo sirva para introducir inestabilidad
adicional en la economía...”

Ello conlleva a la recomendación de que

“la línea de acción inteligente estriba en tratar


de evitar que las políticas monetaria y fiscal ten-

255
Se refiere, en concreto, al artículo “A Program for Monetary Stability”.
256
(Cit. in V. Saval: “Una inflación no tan furtiva”, Información Comercial Española, nº 494, octubre
1974, p. 35). Para R. Frisch, este modelo de inflación monetarista contiene tres asunciones,
ya comentadas, de tres teoremas que hacen referencia, respectivamente, a la aceleración, a la
temporalidad y a las expectativas endógenas y que conforman su aparato teórico reproducido en
los tres siguientes artículos: “A Theoretical Framework of Monetary Analysis”, Journal of Political
Economy, vol. 78, nº 2, abril 1970, pp. 193-238; “A Monetary Theory of Nominal Income”, Journal of
Political Economy, vol. 79, nº 2, marzo-abril 1971, pp. 323-337; y “Comments on the Critics”, Journal
of Political Economy, vol. 80, nº 5, septiembre-octubre 1972, pp. 906-950.

153
gan tales efectos adversos, sujetándolas a una
norma convenientemente rígida, determinadas
por consideraciones a largo plazo más bien que
por consideraciones cíclicas”

En consecuencia, para Friedman

“existe, pues, un horizonte para disposiciones


constitucionales que protegen al ciudadano
de la invasión por parte del Gobierno de sus
derechos, tanto económicos como políticos”257

2. Monetarismo y desequilibrio externo

En los últimos años, ha cobrado vigor el análisis monetario


sobre el desequilibrio económico en una doble perspectiva
complementaria, externa e interna. De esta forma, se impone, en
los círculos académicos convencionales, el enfoque monetario de la
balanza de pagos (EMBP, en adelante) a partir de las publicaciones
pioneras de H.G. Johnson, R. Mundell y R. Dornsbusch, y con el
respaldo doctrinal de toda la Escuela de Chicago258.

No es éste, obviamente, el lugar más indicado para la expo-


sición exaustiva del EMBP. No obstante, una breve descrip-
ción del mismo nos facilitará la captación de aquellos rasgos
definitorios de las políticas económicas estabilizadoras, co-
nectando la visión subsidiaria del Estado y los fenómenos
monetarios implícitos en las relaciones económicas interna-
cionales, tal y como fueron difundidas en el Cono Sur lati-

257
M. Friedman: “La política monetaria USA después de la ‘Employment Act’ de 1946”, Revista
Española de Economía, año II, nº 2, mayo-agosto 1972, pp. 8-42. Las citas corresponden a pp. 40, 41
y 42.
Una visión totalmente diferente entre la frontera de la iniciativa privada y el Gobierno, cf., J. Tobin: Política
Económica Nacional, F.C.E., México, 1972, pp. 25-35.
258
Cf., al respecto, R.A. Mundell: Monetary Theory: Inflation, interest and growth in the world economy,
Ed. Goodyear, Palisades, 1971; H.G. Johnson: “The Monetary Approach to Balance of Payments
Theory”, in Further Essays in Monetary Economics, Allen and Unwin, Londres, 1972, pp. 229-249; y
A.K. Swoboda: “Monetary Approaches to Balance of Payments Theory”, in E.-M. Classen y P. Salin
(Eds.): Recent Issues in International Monetary Economics, North Holland, Amsterdam, 1976. Son,
también de gran interés los siguientes ‘readings’, H.G. Johson y J.A. Frenkel (Eds.): The Monetary
Approach to the Balance of Payments, Allen and Unwin, Londres, 1976; R.E. Caves y H.G. Johnson:
Ensayos de economía internacional, Amorrortu, Buenos Aires, 1972.

154
noamericano259. El enfoque monetario de la balanza de pa-
gos (EMBP) centra el problema del desequilibrio externo en
los excesos de la oferta de dinero sobre el saldo de ingreso y
gasto, es decir, entre la adquisición y disposición de fondos,
ya sea por la vía de la producción, del consumo o de présta-
mos. Por lo tanto, aunque el EMBP incluye la estructura de
los precios relativos en el análisis del gasto, tiene un papel
secundario. No obstante, el nivel de precios desempeña un
protagonismo especial por cuanto determina el valor real de
los activos nominales

En este sentido, H.G. Johnson mantiene que el desequilibrio en


la balanza de pagos, sea un régimen de cambios fijos, es síntoma
de desequilibrios monetarios que se corrigen por sí mismos a su
tiempo y sin la inherente necesidad de una determinada política
económica gubernamental de balanza de pagos (“Monetary
Approach to Balance of Payments. A nontechnical guide”,
Journal of International Economics, 1977, pp. 251-268).

Por lo tanto, el desequilibrio de la balanza de pagos: a) es un


síntoma de desequilibrio monetario y b) se soluciona de forma
automática, sin intervención gubernamental Los supuestos
sobre los que se basa el EMBP, en síntesis, son los siguientes:
la demanda de dinero es una función estable y los niveles de
empleo y producción tienden al pleno empleo. Ahora se añaden
otros dos: los precios de bienes, servicios y activos internos
están dados por los precios y tasas de interés internacionales;
y los desequilibrios de pagos responden únicamente a causas
monetarias. Estos supuestos implican que:

1. La demanda de dinero es independiente de los


precios y factores, de los gastos, la tecnología
y de la oferta monetaria. En otras palabras, se
realza la propiedad de ‘neutralidad’ monetaria
(H.G. Johnson: Further Essays..., op. cit., p. 236).

259
Cf., International Monetary Found: The Monetary Approach to the Balance of Payments, IMF,
Washington, 1977; y VV.AA.: El enfoque monetario de la balanza de pagos, CEMLA, México, 1980.

155
2. “El supuesto del pleno empleo en el enfoque
monetario es, en parte, resultado de que, a largo
plazo, y en el contexto de la economía mundial
en crecimiento, los supuestos de rigidez salarial
y empleo variable, resultan insignificantes...”, ya
que el empleo crece hasta sus niveles de plenitud.
Por lo tanto, o se controlan los precios y salarios
con sus efectos de hambre y muerte (sic), o estalla
una revolución marxista (sic) o el público vota a
un partido que no está en el poder y que promete
el pleno empleo, además de que el público espera
que lo consiga (H.G. Johnson y J.A. Frenkel: “The
Monetary Approach...”, art. cit., p. 25).

3. Los precios están dados exógenamente porque aún


si los bienes no son comercializables entre sí, lo son
sus factores productivos empleados y, además, los
bienes no comercializables están relacionados con
los comercializables mediante las condiciones de
oferta-demanda, los gustos y hábitos, y la relación
entre ingreso y gasto interno (Ibid., p. 28).

4. Todos los desequilibrios de la balanza de pa-


gos son, en consecuencia, fenómenos mone-
tarios. Los déficit y superávit estructurales no
existen, a menos que se incluya en el concepto
de estructura la propensión del gobierno a pro-
porcionar un financiamiento inflacionario a los
programas de desarrollo.

Por lo tanto, el desequilibrio entre oferta y demanda monetaria


externa ejerce un efecto directo sobre el gasto interno. Por este
mecanismo de absorción es a través del cual opera el proceso de
ajuste del desequilibrio monetario. Si un país es deficitario se debe
únicamente a un exceso ex-ante de la oferta de la oferta monetaria.

El EMBP resalta el origen del desequilibrio en la discrepancia


entre tenencias deseadas y reales de saldos monetarios, pro-
vocando un déficit o superávit de la balanza de pagos. Y esos

156
mismos mecanismos monetarios proporcionarán la solución
más adecuada para eliminar dicha discrepancia.

En resumen, bajo el supuesto de un régimen de cambio fijo, la


teoría cuantitativa en economía abierta se puede presentar de
la siguiente manera:

1. Ecuación de cambio:

m+v=p+q

2. Por los supuestos de partida, v es nula, q es una


constante y p está determinada por los precios
internacionales (pi).

3. Si m crece a una tasa mayor que la inflación


internacional, tendremos que:

m = p + q - v = p + q = pi + q

m = pi + q

4. La diferencia D = m - (pi + q), nos muestra el


desajuste, donde los excesos de m se canalizan
en la compra de bienes y servicios, o activos
internacionales, por lo que se demandan mayores
cantidades de divisas por parte del público.

5. Entonces se produce el desequilibrio: mayor


demanda de divisas genera una caída de las
reservas internacionales del país en cuestión, lo
cual produce, en un régimen de cambios fijos,
un déficit de la balanza de reservas.

Sin excluir un tratamiento más profundo del tema260, observa-


remos que la extensión de los supuestos monetaristas al caso

(cf., H.G. Johnson: Further Essays in Monetary Economics, Harvard University Press, Harvard,
260

1973, pp. 230 y ss.; y J.A. Frenkel y H.G. Johnson: “The Monetary Approach to the Balance of
Payments. Essential Concepts and Historical Origins”, in Johnson y Frenkel (Eds.): The Monetary
Approach..., op. cit., pp. 23 y ss.).

157
de economías abiertas concibe el desajuste de la balanza de pa-
gos (en su parte de balanza de reservas) a los excesos de oferta
monetaria, canalizados en la compra de bienes y servicios, y/o
activos internacionales, con la consecuente demanda de divi-
sas por parte del público. Esta, a su vez, se traducirá, dado el
régimen de tipos de cambio fijos, en caídas de reservas y en
el lógico déficit del balance que las integran. Así es, de forma
breve, el diagnóstico del EMBP. Nuestro propósito, en lo que
sigue, será señalar las implicaciones político-económicas más
importantes y su relación con el tratamiento monetarista para
una economía cerrada que se desprenden del enfoque261.

Los déficit de la balanza de pagos, para el EMBP, pueden ser


de dos tipos: déficit-fondo y déficit-flujo262. El primero sería el
resultado de una decisión social que reemplaza dinero nacio-
nal por mayores importaciones o por activos internacionales.
En consecuencia, este tipo de déficit no empeora la posición
del país en cuestión con relación al exterior, es transitorio y se
ajustará fácilmente a través de diversas medidas (cambios en
los precios relativos, devaluación o control de cambios, restric-
ciones crediticias, etc.).

El déficit-flujo, en cambio, respondería a una decisión agrega-


da de gasto por encima de las posibilidades de los ingresos.
Por lo tanto, el ajuste, según el EMBP, se centrará en uno de los
dos aspectos siguientes: aumento de la producción o reduc-
ción del gasto. Como los monetaristas parten, y nos remitimos
a la subsección anterior al respecto, de una situación de ‘pleno
empleo’ de los recursos el ajuste solamente puede afectar a la
drástica minoración del gasto, piedra maestra de una políti-
ca estabilizadora tendente a la corrección del desequilibrio en
una economía abierta.

261
Cf., al respecto, H.C. Grubel: “Las semejanzas entre el modelo monetarista interno y el
internacional”, Información Comercial Española, nº 504-5, agosto-septiembre 1975, esp. pp. 26 y
ss.; y J. Requeijo: “Ajuste de la balanza de pagos: una visión panorámica”, Información Comercial
Española, nº 536, abril 1978, pp. 47-57, esp. pp. 55 y ss. Cf., además, H.G. Johnson y A.R. Nobay: “El
monetarismo desde una perspectiva teórica-histórica”, art. cit., esp. pp. 46 y ss.
262
Cf., J. Requeijo: “Ajuste de...”, art. cit., p. 55.

158
La expansión del gasto (y del crédito que lo hace posible)
se origina, a su vez, en el anómalo tratamiento de la oferta
monetaria y en la descompensación entre cantidad de dinero
ofrecida y demandada. La devaluación sería, en este sentido,
una medida de ajuste que implicará un aumento de precios
internos y mayores demandas de dinero. La eficacia de la de-
valuación se valoraría por la negativa de la autoridad mone-
taria a responder a esas demandas, es decir, una devaluación
es eficaz en cuanto la caída de los saldos reales en manos del
público no se amortigüe con la expansión del crédito inter-
no. Sin embargo, como señala H.J. Johnson, para el EMBP la
devaluación solamente es un sustituto de una política mone-
taria correcta263 y su funcionalidad atiende a la aceleración
del ajuste porque “...el déficit se solucionará mediante un
reajuste en términos de stocks, entre saldos reales existen-
tes y deseados y, debidamente interpretada, la función de la
devaluación debe consistir en acelerar el natural proceso de
ajuste fondos-flujos”264. En consecuencia, el EMBP, en franca
correspondencia con el análisis monetario del desequilibrio
interno, considera que la balanza de pagos es un fenómeno
monetario, dirigido por fuerzas monetarias y por la política
monetaria más que un fenómeno real dirigido por precios re-
lativos y rentas reales, operando a través de las propensiones
de gasto y a las elasticidades-precio del comercio exterior265.
Por eso, también, las recomendaciones de política económica
son netamente monetaristas proponiendo “el uso del proceso
de oferta monetaria y, particularmente, la función de deman-
da de dinero”, escribe M. Mussa, “como la relación teórica
central alrededor de la cual se organiza el pensamiento con-
cerniente a la balanza de pagos”266.

A pesar de la repercusión del enfoque monetario de la balanza


de pagos, éste no se ha librado de contundentes críticas como

263
Cf., H.G. Johnson: “Monetary Approach to Balance of Payments. A nontechnical guide”, Journal
of International Economics, nº 7, 1977, pp. 251-268.
264
Ibid., p.257.
265
Cf., H.G. Johnson: Further Essays in Monetary Economics, op. cit., p. 13.
266
M. Mussa: “Tariffs and the Balance of Payments: A Monetary Approach”, in H.G. Johnson y J.A.
Frenkel (Eds.): The Monetary Approach..., op. cit., p. 190.

159
la de D.A. Currie267, quien, tras analizar los efectos a largo pla-
zo de las políticas de variación y reducción del gasto sobre
la balanza de pagos, afirma que “el análisis monetario de la
balanza de pagos, basándose en la falaz y simple identidad
de que la variación en las reservas es idénticamente igual al
cambio en la oferta monetaria menos el cambio en el crédito
interno, ha tendido a sobrestimar la importancia de los fac-
tores monetarios en la balanza de pagos en perjuicio de los
instrumentos no-monetarios tradicionales de corrección de la
balanza de pagos”268. Y, a propósito de este comentario, una
exposición sintética del monetarismo en su doble versión exi-
ge, asimismo, la notificación de diversos enfoques críticos so-
bre algunos de sus aspectos más relevantes. Retomamos en
este momento un estudio previo sobre aspectos críticos del
monetarismo neoliberal avanzado en nuestra obra Crítica de
la Razón Económica (Ed. EAE, 2011, tomo II, pp. 276 y ss.).

3. Enfoques críticos del monetarismo neoliberal

Desde los primeros signos de la revitalización monetarista y


las controversias consiguientes con los keynesianos, se defen-
dieron las diferentes posiciones teóricas con polémicas apasio-
nadas, algunas veces agrias y no siempre fecundas. El mismo
P. Modigliani rechazaba categóricamente el llamamiento mo-
netarista a retrasar el reloj de las disciplina en cuarenta años
pues, como Gámir escribió: “…se ha argumentado en favor de
un simple movimiento pendular hacia el neoclasicismo-liberal
como si la historia diera marcha atrás. Aplicando el esquema,
que proviene de la dialéctica hegeliana, diríamos que no se
trata de un puro proceso de ‘acción’ y ‘reacción’ pendular sin
avances, sino de un proceso dinámico de tesis, antítesis y sín-
tesis. En este caso, la tesis es el liberalismo puro; la antítesis, el
keynesianismo y la nueva ‘síntesis’ no es la ‘media vuelta’ a lo
Von Hayek...”269. Es como si no hubiesen existido ni la Teoría
267
D.A. Currie: “Algunas críticas al análisis monetario del ajuste en la balanza de pagos”, in G.
Ruiz, C. Román y A. González: Equilibrio exterior y Política económica, Secretariado de Publicaciones
de la Universidad de Málaga, Málaga, 1985, pp. 307-331.
268
Ibid., p. 328.
269
Cf., F. Modigliani: “La controversia monetarista...”, art. cit., p. 99 y Gámir, L.:(“La crisis y la
política económica”, Información Comercial Española, nº 558, febrero 1980, p. 11).

160
General ni el mensaje político-económico keynesiano implícita
en ella270. Una muestra significativa de este tipo de discusiones
se observa, por ejemplo, en una conocida pugna entre J. Hicks
y H.G. Johnson271.

A nuestro entender, en cambio, existen numerosas apor-


taciones críticas al monetarismo que, por la calidad de los
trabajos consultados y el prestigio de sus autores, no me-
recerían agruparse con histriónicas réplicas y contra-ré-
plicas que ensobrece una aproximación adecuada al tema.
En este sentido, es necesario que nos refiramos a varios
aspectos del análisis monetario que, entre otros, constitu-
yen el objeto de la presente subsección. A saber: el ‘idea-
lismo’ monetario, el ‘empirismo’ monetario, la ideológica
aversión al activismo estatal y la ‘racionalidad’ monetaria
como persuasión social. Los dos primeros remiten a la co-
herencia teórica y metodológica interna del monetarismo
y los dos últimos a su carácter ideológico, con lo cual de-
sarrollamos algunas reflexiones de la segunda parte de la
presente sección.

1.3.1. El ‘idealismo’ monetario

En el discurso de recpeción a Jacques Rueff, en la Academia


Francesa, André Maurois sorprendió al auditorio con una de-
finición literaria de la inflación que aquí reproducimos: l’in-
flation est l’oeuvre du diable parce qu’elle respecte les apparences et
détruit les realités.... Tal inspirada afirmación del autor de Nido
de víboras fue retomada, posteriormente, por A. Sauvy para ti-
tular un conocido ensayo del autor y por Les Cahiers Français,

270
Para S. Guillaumont-Jeanneney (“Milton Friedman y la política monetaria automática”, De
Economía, nº 104, octubre-diciembre 1968, pp. 549-589) el origen de la controversia se puede
remontar a una fecha tan significativa como 1936 y la publicación de un artículo de H.C. Simons.
Cf., también, D.D. Purvis: “Monetarism: a review”, The Canadian Journal of Economics, vol. XIII, nº 1,
febrero 1980, pp. 96-122; E. González Ramírez y J. López Gallardo: “Crisis y política económica en
el capitalismo desarrollado”, Trimestre Económico, nº 201, enero-marzo 1984, pp. 147-171.
271
Cf., al respecto, Cuadernos Económicos de ICE, nº 2, 1977, pp. 105-128, con artículos de J. Hicks (“Lo
que hay de malo en el monetarismo”, pp. 105-118; y “Lo poco que está bien en el monetarismo”,
pp. 125-128) y H.G. Johnson (“Lo que está bien en el monetarismo”, pp. 119-124).

161
abriendo dos números monográficos sobre ‘inflación, meca-
nismos y políticas atenuantes’272.

La inflación, esa ‘obra demoníaca’, es la pieza angular que sos-


tiene la construcción teórica y normativa del monetarismo en
la cual encaja la rehabilitación de la teoría cuantitativa y de
la ecuación de cambio, y el énfasis en el carácter estable de la
función de demanda de dinero, determinada por un número
limitado de variables y por la consideración del ‘dinero’ como
un activo más en manos del público. En esencia, a pesar de las
diversas opiniones monetaristas sobre cuáles activos constitu-
yen la oferta monetaria273, existe un consenso generalizado en
la aceptación de la teoría cuantitativa reformulada moderna-
mente.

No obstante, algunos autores han acusado al sistema teóri-


co presentado por el monetarismo de una grave idealización
oculta en su aparente cohesión lógica. Pero, ¿qué idealismo
estamos tratando?. El de una teoría monetaria que afirma la
neutralidad del dinero bajo una extensión de los supuestos
walrasianos de la economía de trueque; el de una teoría mo-
netaria que acepta la existencia de un sistema real pero que
actúa tras el velo monetario -en palabras de J. Robinson-, un
velo que debe mantenerse al margen274; el de una teoría mo-
netaria que culmina con la siguiente paradoja consistente en
que cualquiera “teoría no monetaria, que mantiene que las
fuerzas reales tienden a establecer el equilibrio del sistema,
alcanza su apoteosis en la doctrina de que el dinero es lo úni-
co que importa”275.

272
Cf., A. Sauvy: La economía del diablo, Ed. Magisterio Español, Madrid, 1977; y Les Cahiers Francais,
nº 185 y nº 186, marzo-abril y mayo-junio 1978, respectivamente. De ambos números destaquemos
los artículos de A. Galula: “Les interprétations traditionelles de l’inflation” (suplemento nº 5 al nº
185 de la citada revista, con paginación propia) y Ch. Schmidt: “Friedman, Keynes ou d’Hayek?”
(pp. 5-10 del nº 186).
273
Cf., al efecto, las diversas opiniones de Latané, Bronfenbrenner, Mayer, Meltzer, Laidler,
Meiselman y Friedman, entre otros, in R. Arias, J. Fresno, N. Ordovás y H. Sánchez: “El
monetarismo como ideología”, art. cit., pp. 163-4.
274
Cf., J. Robinson: Herejías económicas, Ariel, Barcelona, 1976, p. 89.
275
Ibid., p. 102.

162
Algunos críticos, como N. Kaldor, indicaron que solamente
“las proposiciones monetaristas se podrían aplicar a una
economía imaginaria, tal como la que se postula en el famoso
modelo de Walras de equilibrio general”276, con un número
finito de mercancías que se negocian en mercados perfectos,
bajo condiciones de competencia perfecta, en los cuales una de
las mercancías sirve como ‘moneda’.

Esta presentación de la ‘moneda’, como hacen los moneta-


ristas en general, imprimiéndole una categorización neutra
impide que: a) pueda ser útil como concepto científico en el
análisis de los fenómenos monetarios, y b) se aprecie el carác-
ter ideológico consustancial con la noción de ‘dinero’277; detrás
de dicha noción, se encuentra la conjunción de tres concepcio-
nes que la marcan indeleblemente: la concepción dicotómica
de la economía, acreedora de la extrema confianza liberal que
apuesta por el correcto funcionamiento del mercado donde la
moneda-velo se adapta automática y satisfactoriamente a los
fenómenos reales, la concepción cuantitativa de la moneda y
la concepción subsidiaria del Estado.

Como indica S. de Brunhoff, “...ni el Estado ni la moneda son


neutros: el papel de la moneda y de la acción estatal son, aun-
que específicos, determinados en última instancia por las ne-
cesidades de reproducción del capital industrial en beneficio
de la clase burguesa”. Y, concluye, “la política monetaria como
ideología (real) de una práctica estatal particular (igualmente real)
oculta esa determinación fundamental...”278.

No es muy preciso, en consecuencia, caracterizar la posible


existencia de ‘correctas’ o ‘erróneas’ políticas económicas,
como pretenderían las sempiternas discusiones entre mone-
taristas y keynesianos, según la dirección del tema moneta-

276
Cf., N. Kaldor: “Acerca del monetarismo”, Investigación Económica, nº 166, octubre-diciembre
1983, pp. 113-195, la cita corresponde a p. 117.
277
Cf., al respecto, S. de Brunhoff: La oferta de moneda, Ed. Tiempo Contemporáneo, Buenos Aires,
1975, pp. 15 y ss.; y, de la autora, La política monetaria, Siglo XXI, México, 1974, esp. Cap. IV, “La
política monetaria: ideología de una práctica estatal”, pp. 148-182.
278
La política monetaria, op. cit., p. 182.

163
rio, porque ello sólo redunda en críticas ‘reformistas’ al mo-
netarismo279 o en enfrentammientos personales del siempre
polémico M. Friedman con W. Heller, R. Musgrave o J.K. Gal-
braith, a propósito de ‘la política monetaria versus la política
fiscal’280.

Por eso, las críticas materialistas al monetarismo281 denuncian


que, bajo la apariencia de una actualización de la teoría cuan-
titativa, se encuentra el paso imperceptible de los neolibera-
les desde el ya lejano ‘automatismo natural’ al ‘automatismo
construido’ como es la recomendación de políticas monetarias
no discrecionales y no selectivas: “Careciendo de corrección
automática”, escribe Dallemagne, “los burgueses debe recu-
rrir a las políticas correctoras (...). El deseo de reemplazar los
automatismos naturales, cuya inexistencia deben reconocer
los economistas burgueses, por ‘automatismos construídos’
calcados sobre ellos, condena a la ineficacia la intervención de
los gobiernos”282. En este hecho radica la tendencia de las críti-
cas convencionales a determinada política monetaria (y, entre
ellas, la neutral) a reducirse en visiones de meros problemas
estadísticos y de tasas de crecimiento de la oferta monetaria

279
Ibid., pp. 153-169. La autora cita, al respecto, a F. Perroux, H. Bourguinat y J. Denizet.
280
Cf., por ejemplo, M. Friedman y W. Heller: Politique monétaire ou politique fiscale, Maison Meme,
París, 1969; M. Friedman, R. Musgrave y otros: Política monetaria versus política fiscal, Dopesa,
Barcelona, 1972; J.A. Rodríguez: “Samuelson versus Friedman y la Nueva Economía”, Cuadernos
de Política Económica, nº 2, 1981, pp. 13-36; M. Friedman y J.K. Galbraith: Friedman contra Galbraith,
Instituto de Estudios de Mercado, Madrid, 1982.
T. Mayer, por su parte, ha compilado algunos de estos trabajos críticos, desde una visión reformista, del
monetarismo tradicional (The Structure of Monetarism, Norton, Nueva York, 1978). Del mismo modo,
se consideran a las aportaciones de la ‘nueva macroeconomía clásica’ con similares defectos (débiles
fundamentos empíricos, supuestos poco verosímiles del comportamiento humano, indefinición del
proceso de aprendizaje por el que se logran ciertas ‘expectativas’, etc.). Cf., al respecto, un artículo ya
clásico en la crítica del enfoque de ‘expectativas racionales’ debido a W.H. Butter: “The Macroeconomics
of Dr. Pangloss: A Critical Survey of the New Classical Macroeconomics”, The Economic Journal, nº 90,
marzo 1980, pp. 34-50.
Tanto a uno como a otro enfoque, se le reprocha, en general, el hecho de que preconizando el incremento
regular y automático de la masa monetaria se acerca a la ortodoxia cuantitativa clásica pero con una
diferencia. Lo que antes hacían las minas de oro, ahora lo hacen los bancos centrales sometidos a esa ley
de incremento regular y automático. De esta forma, “Milton Friedman liga el dirigismo con un cierto
liberalismo, así como los fisiócratas apelaban al ‘buen déspota’ para hacer reinar el ‘orden natural’” (A.
Piettre: “Falsas doctrinas económicas”, Información Comercial Española, nº 451, marzo 1971, p. 131).
281
Por ejemplo, las obras ya citadas de S. de Brunhoff y, asimismo, el trabajo de J.-L. Dallemagne:
La política económica burguesa, Siglo XXI, México, 1973, pp. 99 y ss.
282
(ibid., p. 99). Cf., además, J. Stein: “Inside the monetarist black box”, in J. Stein (Ed.): Monetarism,
op. cit., pp. 183-232; y R. Perdomo: “La inflación y las políticas anti-inflacionarias”, Revista
Centroamericana de Economía, nº 10, enero-abril 1983, pp. 47-57.

164
pero ignorando, al mismo tiempo, que ésa es una de las res-
ponsabilidades del Estado que no se puede analizar aislada-
mente. No existe, en realidad, una estricta función técnico-eco-
nómica (o política, o ideológica) del Estado sino un función
global de cohesión, legitimación y reproducción del sistema283.
De la misma forma, la obra del diablo, como denominamos a la
inflación en el encabezamiento de esta subsección, no puede
limitarse a ser explicado como una cuestión de tasas anuales
del nivel de precios o una circunstancia patológica (y extirpa-
ble) de la economía capitalista, sino como un fenómeno inhe-
rente al sistema284.

Es en este marco donde deben ser evaluadas las argumenta-


ciones reformistas, las cuales, a nuestro juicio, están magis-
tralmente representadas por dos autores tan prolíficos como
críticos del monetarismo: N. Kaldor y J. Tobin285. Recordemos
brevemente el ambiente donde se gestaron las controversias.
Los keynesianos esgrimen contra los monetaristas dos consta-
taciones importantes: primero, que la teoría cuantitativa asu-
me, como supuesto de partida, la tendencia de la economía al
pleno empleo, en contradicción con la experiencia histórica;
segundo, que la velocidad del dinero es una variable esencial-
mente inestable y útil para describir ex-post el proceso econó-
mico. Los monetaristas argumentaron, a su vez, que una de-
fensa de sus posiciones pasa por la consideración de la teoría
cuantitativa como una teoría de la demanda monetaria y no
como una teoría que ofrezca respuestas globales al cambio
económico. En otros términos, continúan los monetaristas, si
la economía se manifiesta con cambios en la inflación o en la
producción ante los impulsos del dinero se debe más a una ve-
283
Cf., N. Poulantzas: Poder político y clases sociales en el estado capitalista, Siglo XXI, México, 1969,
p. 52.
284
Cf., al respecto, S. de Brunhoff: Teoría Marxista de la Moneda, Ed. Roca, México, 1975.
285
Sobre N. Kaldor, además de los artículos anteriormente citados, cf., “El nuevo monetarismo”,
in L.A. Rojo: El nuevo monetarismo, op. cit., pp. 277-308. A continuación (pp. 309-338) se reproducen
comentarios de Friedman, Walters y una respuesta del mismo Kaldor; “L’erreur fondamentale du
monétarisme”, Le Monde, 5.III.1985, p. 21; y Le Fléau du monetarisme, Ed. Economica, París, 1985.
Respecto a J. Tobin, cf., “Friedman’s Theoretical Framework”, in R.J. Gordon (Ed.): Milton Friedman’s
Monetary Framework: A Debate with his critics, Chicago University Press, Chicago, 1974, pp. 77-89. Existe
versión en español, por la que citaremos, “El marco teórico de Friedman”, Trimestre Económico, nº 185,
1980, pp. 219-234; además de los artículos ya citados del autor.

165
rificación empírica de los distintos fenómenos que a la misma
teoría cuantitativa. Por último, concluye la defensa moneta-
rista, los aspectos positivos y normativos de la teoría mone-
taria no se sustentan en la estricta constancia de la velocidad
de circulación sino en la reformulación moderna de la misma,
haciéndola depender, estable y funcionalmente, a determina-
das variables clave286.

El intento de establecer un puente sobre la teoría cuantitativa,


en palabras de H.G. Johnson287, uniendo la moderna reformu-
lación monetarista con la ortodoxia pre-keynesiana fue frus-
trado por D. Patinkin, quien considera a los actuales moneta-
ristas como continuadores del neoclasicismo pre-keynesiano,
sin mayores novedades que sus antecedentes en la historia
del pensamiento económico288. Esta opinión contrasta con la
de los monetaristas, F. Aftalion y P. Poncet, cuando se refieren
a que “Don Patinkin ha subrayado que la formulación de M.
Friedman de la función de demanda de moneda no es más
que una presentación elegante de la aproximación keynesiana
moderna...”289.

En esta disparidad de criterios, algunas de las críticas re-


formistas incorporan, a nuestro juicio, avances significati-
vos sobre una discusión caracterizada por su esterilidad. En
efecto, N. Kaldor se sorprende, en un reciente artículo, de
que la doctrina monetarista tenga tanto éxito a pesar de su
falsedad (sic), y localiza su principal error en la creencia de
que la oferta monetaria está en el origen de la demanda de
bienes y servicios sin percibir que la demanda de moneda
es el reflejo de la demanda de mercancías pero nunca su
fuente290. Dicha creencia se fundamentaría, por lo tanto, en
la errónea consideración de que la oferta monetaria es siem-
pre exógena y que la demanda de dinero por parte del pú-

286
Cf., H.G. Johnson: Inflación y revolución y contrarrevolución keynesiana y monetarista, Ed. Oikos-Tau,
Barcelona, 1978, esp. pp. 123 y ss.
287
Ibid., pp. 125-7.
288
Cf., D. Pantinkin: “The Chicago Tradition, the Monetary Theory and Friedman”, Journal of
Money, Credit and Banking, vol. 1, nº 1, febrero 1969, pp. 46-70.
289
Le monétarisme, op. cit., p. 15.
290
Cf., «L’erreur fondamentale du monétarisme», art. cit.

166
blico es una proporción estable del ingreso. A partir de aquí,
M. Friedman y los monetaristas en general descubren una
correlación entre PNB y oferta monetaria (con un ‘décalage’
muy variable en el tiempo) pero no la correlación entre PNB
y velocidad de circulación.

En este sentido, señala N. Kaldor, todo el aparato monetarista


se tambalea en cuanto no puede establecer qué supuestos
teóricos y empíricos muestran, si existiese, dicha correlación
y su implícita dirección de causalidad. Esquemáticamente,
por qué sostener que una variación de la masa monetaria
implica una variación del producto global, y no al revés. Para
N. Kaldor, la principal conclusión de esta análisis sobre la
‘idealización’ monetarista es que:

“...las consecuencias y significación de las variacio-


nes de la oferta monetaria serán diferentes según se
considere una economía donde la moneda es una
mercancía o una economía donde la moneda es un
crédito. En el segundo caso, las variaciones de la
oferta monetaria son siempre las consecuencias, y no
las causas, de las variaciones del valor monetario de
las transacciones cotidianas o del ingreso nacional
(...). Toda variación en la oferta de moneda es una
consecuencia de una variación de la demanda y no la
inversa”291

Una crítica de J. Robinson, al respecto, sintetizaría las ya refe-


ridas de D. Patinkin y N. Kaldor, cuando confiesa sus dificul-
tades para encontrar grandes diferencias entre la nueva y vieja
teoría cuantitativa de la moneda, sorprendiéndose, al mismo
tiemp, del elemento místico que trata de introducir M. Fried-
man en la confusión general de los monetaristas, especialmen-
te los de Chicago, que leen la ecuación de cambio, M . V = P . T,
de izquierda a derecha, en lugar de hacerlo al revés292.

Ibid.
291

J. Robinson: “Quantity Theories Old and New”, Journal of Money, Credit and Banking, vol. 2, nº 4,
292

noviembre 1970, pp. 504-512.

167
No menos incisivo que los autores citados es J. Tobin quien
considera que el teorema cuantitativo de Friedman no es una
teoría cuantitativa, en sentido estricto, sino una teoría de los
precios basada en la ‘cantidad de dinero’ donde no se contem-
pla el fenómeno de ‘ilusión monetaria’ ni está implicada por la
racionalidad. Existiría una teoría cuantitativa verdadera pero
siempre sería, al decir de Tobin, “una proposición más general
que la teoría de los precios basada en la cantidad de dinero y
más vacía que ella”293.

Sin embargo, afirma el autor en otro trabajo, ninguna de las


proposiciones centrales de Keynes es inconsistente con la si-
tuación contemporánea de cualquier democracia capitalista
avanzada pero “el tabú en torno a una política monetaria ex-
pansionista permanece”, ante lo cual “el razonamiento es que
la interpretación pública de tal política la despoja de efectivi-
dad”294.

J. Tobin extiende, en este momento, su crítica desde las ex-


pectativas adaptativas a las racionales, escuela que levantó,
valga la redundancia, importantes expectativas entre los mo-
netaristas. En apretada síntesis, H. Lepage escribe que “por
encima de aspectos metodológicos extremadamente sofisti-
cados, los trabajos de esta joven generación de universitarios
se refiere, entre otros, a R. Barro, Th. Sargent, R. Lucas, M.
Boskin y J. Gould llaman poderosamente la atención en dos
aspectos:

1. La existencia de comportamientos de aprendizaje que,


al tenerlos en cuenta, permiten explicar fenómenos
económicos que aparecen como desconcertantes cuan-
do se intenta analizarlos empleando métodos econó-
micos tradicionales.

2. Al no tener en cuenta los efectos de la fiscalidad sobre


motivaciones individuales de trabajo y ahorro, los mo-

293
“El marco teórico de Friedman”, art. cit., p. 230.
294
J. Tobin: “¿Hasta qué punto está Keynes muerto?”, art. cit., p. 15.

168
delos económicos contemporáneos sobrestiman el im-
pacto ‘multiplicador’ del gasto público”295. El mismo
Lepage aprovecha sus notas sobre las ‘anticipaciones
racionales’ para introducir otras teorizaciones com-
plementarias al enfoque crítico del intervencionismo
estatal: los niveles de protección, a los que nos referi-
mos anteriormente, y las tesis del ‘freno fiscal’, de gran
actualidad en Estados Unidos y Gran Bretaña.

La teoría de las expecttivas racionales, brevemente y citanto


al mismo Tobin, sostiene que: “...la gente racional, o por lo
menos razonable, esperará más inflación como consecuencia
de un crecimiento monetario más rápido (...). Pero la ingenua
asociación de la expectativa de inflación y las tasas de
crecimiento monetario no es racional (...). De todos modos, lo
que no vamos a negar es que si el público ha sido informado
mucho y mal, unas expectativas irracionales podrían ser un
obstáculo a una política expansionista”296

No cabe duda que Tobin introduce en su argumentación


toda una problemática relativa a la efectividad de la política
monetaria o, en términos más amplios, a las ‘limitaciones’
de una política instrumental que abonan el terreno de las
críticas reformistas al monetarismo. Resumiendo, estas li-
mitaciones tratan de evaluar el instrumento de política eco-
nómica bajo tres ángulos de estudio297. Primero, el problema
de la efectividad, según los límites teóricos e institucionales.
Segundo, el problema de la deseabilidad de su actuación y de
295
(Mañana el liberalismo, op. cit., pp. 75 y 78).
A partir del artículo pionero de J.F. Muth (“Rational Expectations and the Theory of price movements”,
Econometrica, vol. 29, julio 1961, nº 3, pp. 315-335), la literatura económica sobre el tema es muy
abundante. Por ejemplo, G. Cifarelli (“L’aplicazione dell’ipotesi delle aspettative razionali alla teoria della
politica economica: una rasegna critica”, Economia Internazionale, vol. xxxv, nº 3-4, agosto-noviembre
1982, pp. 401-434) detalla hasta 86 referencias bibliográficas básicas. No obstante, cf., además de las
múltiples aportaciones de estos autores en el monográfico de Cuadernos Económicos de ICE, nº 16, 1981; a
M.H. Simonsen: “Teoría econômica e expectativas racionais”, Revista Brasileira de Economía, nº 4, octubre-
diciembre 1980, pp. 455-496; y S. Fisher (Ed.): Rational Expectations and Economic Policy, Chicago
University Press, 1980.
296
“¿Hasta qué punto está Keynes muerto?”, art. cit., p. 15.
297
Cf., al respecto, H. Ellis: “Limitations of Monetary Policy”, in N.H. Jacoby (Ed.): United
States Monetary Policy, F. Praeguer, Nueva York, 1964, esp. pp. 195-214; J. Irastorza Revuelta: Las
limitaciones de la política monetaria, ENAP, Alcalá de Henares, 1969; y M. Sánchez Ayuso y otros:
Introducción a la política monetaria general y de España, Ed. Tucar, Madrid, 1976, esp. pp. 97-111.

169
los efectos potencialmente discriminatorios, tanto a nivel
social como sectorial298. Y, tercero, el problema de la compa-
tibilidad con los fines propuestos. Este punto, en concreto,
hace referencia a los fines de la política económica y a la ar-
ticulación instrumental más adecuada de políticas ‘mixtas’
para alcanzarlos, donde a la política monetaria se le asigna
un rol político-económico en función de la clasificación que
atribuye, según autores, a cada política económica un obje-
tivo concreto sobre el que tiene, en teoría, mayor impacto.
En este sentido, R. Mundell, por ejemplo, supone que la po-
lítica fiscal tiene mayor responsabilidad en el logro del equi-
librio interno, mientras que el equilibrio externo sería un
objetivo de la política monetaria. P.A. Samuelson, en cam-
bio, cree que la política monetaria acapara el papel vigilante
de las condiciones que impiden una caída de las inversiones
privadas299.

I.3.2. El ‘empirismo’ monetarista

La gran debilidad teórica del monetarismo, en opinión de


L.A. Rojo, radica en la inexistencia de un cuerpo integrador
de las distintas piezas del análisis, alguna de ellas de gran
interés pero sin sentido en cuanto sean consideradas aisla-
damente300. Y la falta de ese corpus analítico que determine
con claridad cuáles son los cauces por los que el dinero ejerce
una influencia en el sector real o monetario, hace caer a los
monetaristas en un empirismo vulgar donde, en sus afirma-
ciones y recomendaciones de política económica, tiene tanta
importancia lo que se acepta en ignorar como la insistencia
en aquello que puede ser considerado la suficientemente co-
rroborado301.

298
Cf., J.K. Galbraith: La sociedad opulenta, Ariel, Barcelona, 1969, pp. 215 y ss. Sobre las
discriminaciones sectoriales, cf., asimismo, ILPES: Discusiones sobre programación monetaria-
financiera, Siglo XXI, México, 1972, pp. 27 y ss.
299
Cf., al respecto, M. Sánchez Ayuso y otros: Introducción a la política monetaria general y de España,
op. cit., pp. 109-110.
300
Cf., L.A. Rojo: “Introducción”, a El nuevo monetarismo, op. cit., pp. 39 y ss.
301
Cf., al respecto, los comentarios de F.H. Hahn: “Professor Friedman’s Views on Money”, Económica,
febrero 1971, pp. 61-80; y “Monetarism and Economic Theory”, Económica, febrero 1980, pp. 1-17.

170
Esta inclinación ultra-empirista es reconocible en la obra de
M. Friedman, especialmente en aquella que cuenta con la co-
laboración de A. Schwartz, a través de una repetida ‘evidencia
gráfica’ de la correlación entre variaciones de la oferta mone-
taria y variaciones de la actividad económica, con un ‘rezago’
temporal cifrado en 15-24 meses302. Pero, como vimos en las
críticas reformistas a la cidada ‘evidencia’, la proposición bá-
sica del monetarismo se torna aún más confusa en cuanto se
profundiza en sus raíces.

En su ensayo de apreciación empírica, F. Aftalion y P. Poncet,


subrayan las tres conclusiones principales que se desprenden
del análisis monetarista303. Primero, los ‘test’ econométricos
utilizados dan lugar a una serie de resultados que concuer-
dan con las principales afirmaciones del monetarismo y de la
teoría clásica que está detrás del mismo. Segundo, estas propo-
siciones y su verificación conciernen al largo plazo. Tercero, el
análisis econométrico ha demostrado que: a)la expansión mo-
netaria de un país explica, en gran parte, el crecimiento de su
ingreso nominal; b) el crecimiento monetario excesivo explica
la evolución de la inflación, de los tipos de interés y las tasas
de paro; y c) el crecimiento real de la economía, por tanto, es
independiente de la política monetaria.

Lo cierto es que, como comprueba empíricamente N. Kal-


dor, los mismos procedimientos econométricos empleados
por Friedman y Schwartz establecerían que, para el caso in-
glés, la oferta monetaria es una variable endógena, desauto-
rizando el rezago temporal de 15-24 meses como una acota-
ción de ‘causalidad’ entre las variables. De igual manera y
para el mismo caso, se podría demostrar el comportamiento
estable de la velocidad de circulación debido, fundamental-
mente, a los movimientos inestables de la oferta de dinero
que se adecuó en cada momento a las necesidades genera-

302
Cf., al respecto, A Monetary History of the United States 1867-1960, Princepton University Press,
Princepton, 1963.
Cf., F. Aftalion y P. Poncet: «Le monétarisme: essai d’ appréciation empirique», Banque, nº 449,
303

abril 1985, pp. 329-336.

171
les del comercio304. También J. Tobin construyó las mismas
gráficas y correlaciones monetaristas pero partiendo de un
modelo con dinero endógeno305. Uno caso demostrarían que
las pruebas empíricas aportadas por Friedman y asumidas
por el monetarismo no poseen un origen unívoco del que
extraer conclusiones definitivas sobre una determinada re-
lación causal.

Quizás el núcleo del problema provenga, según indica R. Ko-


linski, del hecho que otorga mayor sensación de esterilidad
en el debate entre keynesianos y monetaristas: tanto la teoría
de la demanda agregada como la ecuación de cambio sostie-
nen cuestiones empíricas que no son susceptibles de verifica-
ción306. Ninguna de las partes en litigio está en condiciones de
probar empíricamente la validez absoluta de su teoría y/o la
invalidez de la contraria. “Se ha elaborado muy poca eviden-
cia en cualquiera de los dos puntos de vista...”, confirma un
monetarista como L. Andersen307.

En una larga cita, que no podemos evitar reproducir en este


momento, L.A. Rojo señala el problema de fondo:

“Los estudios empíricos han de abordarse


desde teorías articuladas que, en el caso del
monetarismo, habrían de expresarse me-
diante un modelo de relaciones estructurales
que recogieran la interacción entre el sector
monetario y el sector real de la economía. A
partir de tal modelo podrían obtenerse ‘for-
mas reducidas’ que pusieran en relación las

304
N. Kaldor: “El nuevo monetarismo”, art. cit., pp. 277 y ss.
305
Publicando los resultados en “The Monetary Interpretation of History”, American Economic
Review, junio 1965, pp. 464-485. Para el autor, todos los monetaristas confunden correlación
con causación, y causación con precedencia temporal. En este sentido, la precedencia temporal
que existe de las variaciones de la oferta monetaria respecto a las variaciones de actividad se
darían siempre aunque la oferta monetaria se comportara como una variable pasiva en política
económica. Cf., al respecto, J. Tobin: “Dinero y renta: Post hoc propter hoc?”, in L.A. Rojo: El nuevo
monetarismo, op. cit., pp. 221 y ss.
( Cf., R. Kolinski: “Monetarism or Keynesianism: a matter of faith?”, Economia Internazionale, nº
306 )

1, febrero 1980, pp. 36-39.


307
L. Andersen: “El estado actual del debate monetarista art. cit., p. 17. Cf., igualmente, los
comentarios de L. Klein (p. 27) y de K. Brunner (pp. 31-2) a esta apreciación de Andersen.

172
variables que aparecieran como exógenas en
el modelo. Pero las ‘formas reducidas’ que los
monetaristas utilizan en sus estudios empíri-
cos -ya establezcan alguna relación entre las
variaciones en la renta monetaria y alguna
medida de variación de la oferta monetaria,
ya introduzcan también alguna variable ex-
presiva de las medidas fiscales, etc.- no deri-
van de un modelo estructural que incorpore
hipótesis teóricas explicativas de los mecanis-
mos de transmisión implícitos.

En estas condiciones, los resultados obtenidos


mediante las técnicas de regresión y correla-
ción tienen un significado económico cuando
menos incierto; pueden considerarse intere-
santes, pero más como suscitadores de inte-
rrogantes teóricas que como corroboraciones
o refutaciones empíricas de teorías que no han
sido detalladamente articuladas”308

No deja de ser, también, muy significativo, en la órbita del


empirismo vulgar, que cuando una teoría no consigue expli-
car satisfactoriamente la realidad, se puede utilizar (como
única posibilidad admisible para solventar el problema) un
procedimiento ad hoc que adecúe ésta (la realidad) a aqué-
lla (la teoría). En este sentido, los profesores D. Hendry y N.
Ericson, directores del Instituto de Economía y Estadística de
la Universidad de Oxford y del Nuffield College, respectiva-
mente, han demostrado en un extenso estudio, patrocinado
por el Banco de Inglaterra, que una de las últimas obras de
M. Friedman, Monetary Trends in the United States and Uni-
ted Kingdom: Their Relation to Income, Prices and Interest Rates,
1967-1975, escrita en colaboración con A. Schwartz y consi-
derada como la culminación del pensamiento del autor res-
pecto a los problemas monetarios, está basada en datos poco
fiables y, en su caso, manipulados. Dos ejemplos concretos:
308
L.A. Rojo: El nuevo monetarismo, op. cit., pp. 40-1.

173
por una parte, Friedman reduce arbitrariamente la masa mo-
netaria de Estados Unidos, circulando entre 1921 y 1955, en
un 20 por ciento; por otra, no utiliza las estadísticas oficiales
de postguerra respecto a la evolución del proceso inflaciona-
rio, manejando, en cambio, cifras superiores a las reales. La
gravedad de la acusación y las pruebas aportadas obligaron,
tanto a los auotres como al patrocinador, matizar el sentido
de las conclusiones y exigiendo al observador una lectura en-
tre líneas: no se descalifica ni a todos los monetaristas ni a la
propia teoría cuantitativa pero se demuestra, por otra parte,
que ésta no ha sido verificada con datos reales; sigue siendo,
en suma, una teoría que requiere la defensa visceral de sus
seguidores309.

I.3.3. La ideológica ‘aversión’ al activismo estatal

Como apreciamos anteriormente, los monetaristas y los neo-


liberales, en general, presentan en el enfoque subsidiario un
pensamiento ambivalente. De esta forma, subraya K. Vergo-
poulos, frente a los desheredados, el neoliberalismo desta-
ca la naturaleza del Estado como un instrumento de la clase
dominante y, frente a ésta, como una impenetrable nebulosa
burocrática, oxidada, parasitaria, que se desarrolla a sus ex-
pensas310.

En realidad, no se trata de una filosofía de rebelión ciudadana


en contra del nuevo Leviatán cuya hipertrofia amenaza el fun-
cionamiento de la sociedad y la economía, sino de una guerra
sectorial que denuncia algunos aspectos para reforzar otros.
En otros términos, más que solicitar la desaparición de mu-
chas de las actuales responsabilidades del Estado capitalista
lo que el neoliberalismo predica es su privatización, excepto

309
Cf., al respecto, S. Gallego-Díaz: “Milton Friedman acusado de manipular datos para que la
realidad concordara con su análisis”, El País, 16.XII.1983, p. 58.
310
K. Vergopoulos: “¿El neoliberalismo contra el Estado?”, Le Monde Diplomatique, julio 1981. Cf.,
asimismo, E.L. Bacha: “Crítica del monetarismo del Cono Sur”, Revista Internacional de Ciencias
Sociales, nº 97, pp. 443-454; O. Rosales: “Planificación social, subsidiariedad y teoría económica”,
Estudios Sociales, nº 41, tercer trimestre, 1984, pp. 9-34; y, para una visión alternativa y, por
tanto, contraria a la mantenida por los autores anteriores, en J.A. Fontaine Talavera: “El Rol
Macroeconómico del Estado”, Estudios Públicos, nº 9, verano 1983, pp. 19-42.

174
en aquellas áreas de control y represión de los grupos sociales
marginados por el mercado.

Este pensamiento ambivalente, por ejemplo, se manifiesta


en el tratamiento monetarista del problema del crédito311.
Un autor tan significado como R. McKinnon afirma que la
intervención del crédito en una economía subdesarrollada
es nefasta312 porque obstaculiza la creación de un verdadero
mercado de capitales que asignaría racionalmente las diver-
sas inversiones a través de las señales correctoras y guía del
mercado (tasa de ganancia y tasa de interés), con lo que se
incrementarían las actividades más rentables. Esta sería una
economía, en palabras de S. Kalmanovitz, “guiada por los
que Keynes alguna vez llamó capital especulativo en el tea-
tro de un verdadero casino”313, opinión que, obviamente, M.
Friedman no comparte: “...especulativo sólo es una palabra y
no corresponde a algo malo. ¿Qué es lo que hace el especula-
dor?. Trata de ver qué bienes son baratos en un lugar y caros
en otros, que suban de precio en donde son baratos y bajen
en donde son caros. La gente siempre culpa a los especulado-
res, pero en general cumplen una función social útil”314.

Apartándose momentáneamente del enfoque subsidiario,


esta capacidad de adaptación del discurso monetarista se ob-
serva claramente en el enfoque monetario de la balanza de
pagos. Como vimos en páginas precedentes, su aceptación
no se debe sólo al ataque a la discrecionalidad de la política
económica del Estado sino, también, a las posibilidades que
ofrece para incorporar un sistema de cambios fijos o flexibles
y a las íntimas conexiones que puede establecer con los últi-
mos análisis sobre ‘expectativas racionales’.

311
Cf., S. Kalmatovitz: “Algunos elementos de la teoría...”, art. cit., p. 66.
312
Cf., al respecto, R. McKinnon: Capital y dinero en el crecimiento, Celam, México, 1977; y, del autor,
Monetary control and the crawling peg, Mamillan, Londres, 1980, para una visión desde Standorf.
Y M. Friedman: Money and Economic Development, Praeger, Nueva York, 1973 y H.G. Johnson:
Macroeconomics and Monetary Theory, Gray-Hills, Londres, 1971, para una visión desde Chicago.
313
S. Kalmanovitz: “Algunos elementos de la teoría...”, art. cit., p. 66.
314 M. Friedman: Bases para un desarrollo económico, Ed. J. Schuldt, Santiago de Chile, 1975, p. 101.

175
Ahora bien, ya sea por la diagnosis y las recomendaciones
monetaristas en economía abierta o cerrada, el tratamiento
del ‘desequilibrio’ culmina siempre en el enfoque subsidiario
del Estado y en una política económica diseñada para cons-
treñir las actividades productivas estatales y liberalizar las
relaciones económicas, internas y externas. Es, en otras pala-
bras, un programa que entraña una ideológica ‘aversión’ al
activismo estatal, en sentido amplio, y que responde a una
racionalidad determinada.

¿Cómo se explicaría esa ‘racionalidad’ si, aparentemente, la


aversión, como tal, es ‘irracional? En opinión de S. Kalmano-
vitz, la contrapartida histórica de esta interrogante se entiende
perfectamente en el marco de las experiencias monetaristas
del Cono Sur latinoamericano, porque:

“...la desestatalización propuesta por los monetaristas a


las burguesías débiles nacionales produciría, en definiti-
va, el reino de la libertad para la injerencia de las agen-
cias imperialistas en los asuntos internos de los países en
cuestión; permitiría ventajas irrestrictas para los capita-
les extranjeros, en su competencia contra capitales loca-
les; se regalarían los recursos naturales no renovables y
se dejaría a la economía desarmada frente a la crisis eco-
nómica y a la política de carácter internacional”

Pero no sólo la desestatalización como un paso previo de mo-


delo de apertura que se intenta implementar, sino que el en-
foque subsidiario se constituye en vehículo de la dependencia
político-económica del exterior:

“...según estas propuestas, las burguesías locales de-


ben prescindir hasta de su propia política monetaria.
De acuerdo con el arzobispo del credo monetarista: ‘la
vía más segura para impedir que se utilice la inflación
como método deliberado de tributación es unificar la
moneda de un país con la de algún otro... En tal caso,
el país en cuestión no tendría una política monetaria
propia. Lo que haría, en cierta forma, sería como atar

176
su política monetaria a la cometa de la política mone-
taria de otro país, preferiblemetne más desarrollado,
más grande y relativamente estable’ (Friedman)”315

I.3.4. La persuasión social del monetarismo

Entendida la ideología como una concepción global del mun-


do o, simplemente, como un conjunto de ideas que abarcan
múltiples aspectos de la esfera cultural (valores, creencias,
tradiciones, etc.), siempre conforma una unidad de legitima-
ción que penetra en los diferentes estamentos de la sociedad,
actuando como un mecanismo psicológico de organización
(acatamiento) social y abonando, asimismo, el terreno de las
relaciones sociales, donde se mueven los individuos y ad-
quieren conciencia social de su posición316.

Al hilo de nuestras anteriores reflexiones, podemos considerar


la conformación ideológica del monetarismo en ambos sen-
tidos. Estamos ante una concepción global porque incorpora
una redefinición de la sociedad que tiende a separar, mediante
compartimentos estancos, las diversas facetas (políticas, eco-
nómicas, etc.) de su funcionamiento. Su directa vinculación
al neoliberalismo, y la filiación de ambos en la carga filosófica
del liberalismo clásico, le ha proporcionado un marco extenso
(metodológico, positivo y normativo) para presentar las exce-
lencias del mercado como fórmula ideal de asignación de los
recursos, penalizar la tentación ‘estatatizante’ y abogar por la
soberanía del individuo. Un marco de visión del mundo que
contiene, además, valores políticos, económicos, sociales e, in-
cluso, morales acerca de la vida individual y colectiva, amén
de la participación de los distintos agentes en la última.

En otros términos, el monetarismo se constituye (y siempre regre-


sa) en el discurso del raciocinio que le da vitalidad. No obstante
a su demarcación positivista, su método instrumentalista y su
315
S. Kalmanovitz: “Algunos elementos de la teoría...”, art. cit., p. 67. Sobre ‘yatrogenia’ del
monetarismo, cf., asimismo, R. Villarreal: “La contrarrevolución monetarista en el centro y en la
periferia”, Trimestre Económico, nº 197, enero-marzo 1983, esp. Pp. 464-471.
316
A. Gramsci: El materialismo histórico y la filosofía de B. Croce, Juan Pablos Ed., México, 1975, pp.
58 y ss.

177
acendrado empirismo vulgarizante, el monetarismo no requiere,
como podría parecer, un conocimiento directo y real del objeto
de investigación. Más que una aportación científica, la cláusula
del ‘como si’ pretende, parafraseando a N. Poulantzas, “ocultar
las contradicciones reales; reconstruir, en el plano imaginario, un
discurso relativamente coherente que sirva de horizonte a lo vi-
vido de los agentes, dando forma a sus representaciones”317.

De esta forma, el neoliberalismo no sólo enriquece constante-


mente su discurso teórico apelando a las fuentes de origen sino
que, idealizándolo, se traslada ahistóricamente a la ‘edad de
oro’ del capitalismo competitivo, central y decimonónico, del
cual extraen ejemplarmente una racionalidad operativa y un
programa de política económica: plena libertad de los mercados
de bienes y servicios, de trabajo, de capitales...; apertura máxima
a los mercados externos; limitación de las actividades estatales
al mínimo recomendable en la garantía de aquellas y, en última
instancia, de la propiedad y la seguridad de los propietarios.

El reencuentro con los clásicos, en el sentido más amplio de


la expresión, responde, en nuestra opinión, a una nostalgia
paracientífica y es, desde luego, una confesión de impotencia,
como señalara A. Wolfelspergen318. Cuanto menos seguro está
el neoliberalismo (y, obviamente, el monetarismo) sobre la úl-
tima fase de su evolución, más se interroga sobre su historia
y más tiende a confundirse con ella. Una revisión del índice
onomástico de las principales obras de F.A. Hayek, I. Berlin o
M. Friedman confirmarían nuestra observación.

En este sentido, no se encuentra, en el retorno a la ortodoxia,


una lectura ni tan siquiera autocomplaciente del liberalismo
sino que se instrumentaliza la historia del pensamiento para
reivindicar la objetividad y el conocimiento proporcionado
por las citas y el prestigio de los autores citados.

Sin embargo, como subraya R. Tolipan, “la Historia del Pen-


samiento puede y debe ser el lugar de manifestación del
N. Poulantzas: Poder político y clases sociales en el Estado Capitalista, op. cit., p. 265.
317

Cf., al respecto, A. Wolfelspergen: “Introducción”, a J.B. Say: Catéchisme d’écnomie politique, Ed.
318

Repères-Mame, Paris, 1972, p. 8.

178
principio dionisíaco que se opone a la voluntad apolínea de
conformar un resultado. Su función transciende, además, a
los límites del mero saber; un conocimiento humano final-
mente satirizado puede ser un poderoso aliado en la neu-
tralización del esprit de serieux homicida que domina hoy las
reglas de casi todos los juegos”319.

Es por esta senda, a nuestro entender, donde debe dirigirse


una valoración ajustada del regreso de la Escuela de Chicago al
cuantitativismo, obligada, entonces, “a orientar toda la inves-
tigación en la única dirección que permite un empirismo que
se condena a ver solamente las apariencias: la búsqueda de las
correlaciones inmediatas entre la cantidad de dinero y diversas
variables del sistema (‘los ingresos permanentes’), el análisis
‘psicológico’ del ‘deseo de cobro’ y otros falsos problemas”320.

Si el discurso neoliberal conlleva, como vimos, una raciona-


lidad teórica que le posibilita explicar el mundo que le rodea
requiere, también, otra racionalidad que permita incrementar
su capacidad de persuasión social sin colisionar, complemen-
tándose, con aquella.

En este sentido, abordando el segundo aspecto de la noción de


‘ideología’ que habíamos adoptado, el neoliberalismo y, más
concretamente, el monetarismo, tratan de convertirse en ‘opi-
nión pública racionalizada’, mediante un mensaje de múltiples
contenidos semánticos (referencias expresas a la ‘verdad cien-
tífica’, a la ‘objetividad’ de la investigación, al sentido común,
al interés general...) y dirigió a un público supuestamente ‘des-
interesado’ y víctima, insisten los monetaristas, de los ‘excesos
de la democracia’, del ‘fagocitismo’ burocrático y de las inter-
venciones injustificadas del Leviatán contemporáneo.

Si observamos, en concreto, el ropaje científico del moneta-


rismo descubriremos algunas de las claves publicistas de su
mensaje:
319
R. Tolipan: “A Necesidade da História do Pensamento Econômico”, Literatura Econômica, vol. 4,
nº 6, noviembre-diciembre 1982, p. 736.
320
En palabras de S. Amin: El desarrollo desigual. Ensayo sobre las formaciones sociales del capitalismo
periférico, Ed. Fontanella, Barcelona, 1974, p. 78.

179
1. Utilizando continuamente métodos estadísticos y
‘test’ econométricos, se dota a sí mismo de una apa-
rente objetividad científica. Pero no es una objetivi-
dad definida por la relación del investigador con los
datos, a partir de una visión pre-analítica del proble-
ma, sino a una mitificación del dígito, del gráfico, de
las series, de las extrapolaciones...

2. Considerando a la ideología, consustancial con cual-


quier problema social, como un lastre y no como parte
del estudio (y recalcando este supuesto), los moneta-
ristas consiguen una mayor receptividad no sólo en los
círculos académicos y en los medios de comunicación
de masas, siempre vigilantes y al acecho de posibles
aportaciones científicas ‘sesgadas’ ideológicamente,
sino, también, en los gobiernos militares del Cono Sur
latinoamericano: el militar ‘apolítico’ implementa polí-
ticas económicas ‘neutrales’ con argumentos ‘objetivos’.

3. Tanto en su racionalidad teórica como operativa, el


monetarismo es persuasivo en cuanto subraya la gra-
vedad de ciertos problemas, con la inflación, que afec-
tan a la mayoría de los ciudadanos. En primer lugar,
los monetaristas presentan al proceso inflacionario
como causa y no como efecto de la crisis. En segundo
lugar, el uso de términos de maleable carga semióti-
ca (subida de precios, despilfarro público, paro, etc.)
son recibidos por un público profano y sensibilizado
que consume toda una ‘oferta cultural’ (best-sellers de
divulgación económica, programas de televisión, su-
plementos de prensa, etc.) engendrada, en gran parte,
por la crisis económica321.

4. En consecuencia, el monetarismo se subroga el papel


de portavoz del público ‘despolitizado’ al que se le
somete, para su consideración, una versión ‘blanda’

321
Cf., al respecto, los diversos trabajos sobre el tema publicados en el monográfico del Boletín
de Estudios Económicos, vol. Xxxiv, nº 122, agosto 1984, bajo el título genérico de “Transparencia
informativa”.

180
de su doctrina. El receptor del mensaje tiende a iden-
tificarse con el individualismo neoliberal, con el homo
oeconomicus, el sujeto aislado de investigación en lu-
gar del sujeto histórico. El receptor, asimismo, parti-
cipa en el argumento monetarista porque se apela a
su sentido común, con razonamientos directos y sen-
cillos (y, por tanto, simplistas dada la complejidad de
los temas tratados) sobre problemas acuciantes (paro,
inflación, etc.). Esta colaboración origina, en último
término, cierto consenso entre el público y el moneta-
rismo para localizar las causas de la crisis en el inter-
vencionismo desmedido del Estado.

5. Por último, y en relación con el punto anterior, el mo-


netarismo conforma un discurso apologético de cierto
orden social, resaltando la amenaza sobre sus puntos
vitales: el respeto a la propiedad privada y la seguridad
de los propietarios. Un discurso, por tanto, altamente
receptivo no sólo para los detentadores del gran capital
sino para todos aquellos que aspiran a serlo.

En definitiva, el ropaje científico y los elementos de persuasión


social forman parte, pese a la insistencia neoliberal en afirmar
lo contrario, de la ideología porque la ciencia, parafraseando a
A. Gramsci, no se presenta jamás desnuda sino revestida por
los discursos de legitimación que le confieren una racionali-
dad y una eficacia propias, respaldando los valores que sus-
tentan a la hegemonía.

Pero, también, existen unas causas materiales que alientan al


monetarismo y lo hacen atractivo a determinados círculos eco-
nómicos y militares del Cono Sur latinoramericano. Al análisis
pormenorizado de este tipo de razones dedicaremos gran par-
te de las secciones siguientes de nuestra Memoria Doctoral.
No obstante, adelantemos como ilustración las que, a nuestro
juicio, son determinantes.

A) El agotamiento o lentitud de la acumulación de capital


en condiciones políticas que favorecen el ascenso de los mo-

181
vimientos democráticos y/o en condiciones económicas que
sirven a pautas de crecimiento endógeno (y, en este sentido,
autosostenido y autónomo) en América Latina.

B) El fenómeno de hiperinflación, entre otros efectos críticos,


y la resistencia de la clase obrera para no pagar unilateral-
mente el peso de la crisis que afecta, sobremanera, al capi-
talismo periférico y dependiente (Argentina, Uruguay), e
incluso eligió, mediante los mecanismos de la democracia
parlamentaria, un programa socialista (Chile).

C) Las dificultades que tiene el capital nacional y/o el forá-


neo para reproducirse en un esquema de industrialización
protegida, debido a los crecientes costos de producción, la
limitación de mercados, la dispersión productiva, el atraso
tecnológico y la inexistencia de beneficios derivados de ade-
cuadas escalas de producción.

D) En consecuencia, el déficit externo provocado por la adop-


ción de una política económica sustitutiva y proteccionista
es, asimismo, un obstáculo objetivo a la acumulación de ca-
pital. Distintas fracciones del capital local o transnacional li-
gadas al sector externo aprecian en el monetarismo global no
sólo un tratamiento conveniente del ‘desequilibrio’ interno
sino la posibilidad de ampliar las actividades de exportación.

La experiencia demostró que la opción monetarista en el Cono


Sur facilitó, en cambio, la invasión de los mercados nacionales
por productos importados no sólo de las áreas metropolitanas
sino de la misam variante ‘asiática’ del monetarismo (Corea,
Taiwan, Hong-Kong), generalmente competitivos con produc-
ciones locales. Ello provocó la desestructuración, en todos los
casos estudiados, de la industria nacional lentamente forjada
desde los años treinta; cuantiosos costes sociales en términos
de empleo, redistribución de la renta y la riqueza y represión,
entre otros; y endeudó fuertemente a particulares y gobiernos
con el exterior. Estos serán, en síntesis, los temas que abordare-
mos de inmediato en nuestra investigación.

182
CAPÍTULO VII

POLÍTICAS PÚBLICAS Y ORTODOXIA NEOLIBERAL


EN AMÉRICA LATINA: ENTRE EL FONDO MONETARIO
INTERNACIONAL Y LA COMISIÓN TRILATERAL

1. Introducción

Los regímenes militares del Cono Sur, durante la década de


los setenta, tuvieron ante sí tres tareas prioritarias: controlar
el proceso inflacionario, reestablecer el libre funcionamiento
de la economía y eliminar el déficit externo. No eran éstos, a
pesar de la radicalidad en su tratamiento, problemas nuevos
para la política económica en América Latina. Si la ‘industria-
lización’ y los ‘obstáculos al desarrollo’ fueron conceptos cla-
ve en el lenguaje económico de la región, desde 1940, no es
menos cierto que ambos se situaban en un marco más amplio
de discusión sostenida, tradicionalmente, por monetaristas y
estructuralistas.

En este sentido, el fenómeno inflacionario centraba la trama


argumental de las dos escuelas de pensamiento. Si, por una
parte, se consideró a la inflación como un ingrediente nece-
sario -a un ritmo adecuado- para el crecimiento, dadas sus
características de ahorro interno obligatorio, tal idea, pujante
en la primera etapa de postguerra, fue abandonada debido
a los escasos resultados obtenidos para los objetivos marca-
dos (industrialización y desarrollo). Esta situación generó
dos consecuencias importantes: primero, el enfrentamiento
abierto entre dos corrientes de pensamiento (monetarismo y
estructuralismo latinoamericano) con concepciones opuestas
sobre el papel de la inflación como motor del crecimiento
económico; segundo, las propuestas de política económica
de ambas corrientes que se concretarían en sendos diseños
de programas de estabilización.

Finalmente, es imprescindible subrayar que el modelo eco-


nómico monetarista implementado por los gobiernos milita-

183
res coincide con importantes modificaciones, de fondo y for-
ma, del plan de estabilización ortodoxo. A ello dedicaremos
las dos últimas subsecciones.

2. Monetarismo neoliberal ‘versus’ estructuralismo reformista

Recordemos que los monetaristas responsabilizan y localizan


las raíces de la inflación en el anómalo comportamiento del
secto público y de las autoridades monetarias y, además, en la
tensión provocada por las pautas distributivas de los distintos
grupos sociales. En primer lugar, bajo los supuestos de la teo-
ría neocuantitativa de la moneda, se resalta la importancia que
tiene, utilizando las palabras de P. Jacobson, ‘una unidad mo-
netaria sana’322, a la que deberían llegar el comportamiento del
sector público y del banco central, por una parte, y la lógica
de una política económica que compatibilice las variaciones del
volumen monetario con la estabilidad. Es decir, la convenien-
cia -según los monetaristas- en seguir reglas fijas de actuación
monetaria que sean coherentes con una tasa de crecimiento po-
tencial del output nacional323. En segundo lugar, se subrayan los
beneficios que tienen el descubrimiento y amortiguación de las
tensiones inflacionarias generadas por el intento de un grupo o
sector social de acaparar una parte mayor del producto social
frente a la resistencia de los demás grupos o sectores que no
están dispuestos a restringir su demanda en la misma medida.

En consecuencia, a partir de una tasa inflacionaria considerada


como meta según las estimaciones del potencial productivo,
continúa la retórica monetarista, la inflación pierde su fuer-
za motriz del crecimiento, lo frena ineludiblemente, ya que
las políticas monetaria y fiscal provocan inestabilidad cróni-
ca, constituyendo los verdaderos ‘obstáculos al desarrollo’324.

322
Cf., P. Jacobson: Problemas monetarios internacionales y nacionales, Tecnos, Madrid, 1961, esp. Pp.
154 y ss.
323
Cf., a este propósito y aparte de la bibliografía ya citada, una muestra del pensamiento de M.
Friedman: “Oferta de dinero y variaciones de los precios y la producción”, Información Comercial
Española, nº 396-7, agosto-septiembre 1966, pp. 119-120.
324
De una literatura más amplia, cf., por ejemplo, D. Brothers: “Nexos entre estabilidad monetaria
y el desarrollo en América Latina: un escrito doctrinal y de política”, Trimestre Económico, nº 116,
octubre-diciembre 1962, esp. P. 589; y los comentarios globales de R. Prebisch: Hacia una dinámica
del desarrollo latinoamericano, F.C.E., México, 1963.

184
Una inflación fuera del control monetario induce a distorsio-
nes, dirige ineficazmente a los recursos, fomenta la interven-
ción estatal. Las empresas trabajarían sobre beneficios aparen-
tes sin reestructurar sus planes de inversión. Algunos sectores
de la población solicitarían el control de precios de bienes y
servicios de primera necesidad, obstaculizando futuras inver-
siones en dichos campos productivos. El mantenimiento de
una moneda sobrevalorada, en un sistema de cambios fijos
donde la inflación interna es superior al alza de los precios
internacionales, promueve a la articulación de medidas pro-
teccionistas que desplazará aquellos recursos nacionales asig-
nados al sector exportador hacia actividades sustitutivas.

Si, en síntesis, el diagnóstico monetarista de la inflación


persistente y descontrolada es como el anteriormente ex-
puesto325, la proposición de un programa estabilizador in-
corporaba una política anti-estatista y deflacionaria, para el
desequilibrio interno, con el realismo cambiario y la entra-
da de capitales foráneos, para el desequilibrio externo. En
otras palabras, un plan de estabilización ortodoxo de signo
monetarista incide en: a) una severa limitación del volumen
crediticio y de la oferta monetaria interna; b) eliminación o
reducción drástica del déficit presupuestario; c) eliminación
o postergación de cualquier ajuste salarial al ritmo igual o
superior al de la inflación; d) supresión o liberalización del
sistema de control de precios; y e) ajuste de valor de la mone-
da nacional sobrevalorada.

Realmente, existe una evidencia sobre quién es el último des-


tinatario de un programa de estabilización de signo moneta-
rista levantado sobre medidas en torno a la restricción de la
demanda de bienes duraderos, a mayores recaudaciones fis-
cales, a menores gastos públicos de tipo social, y a una estricta
política salarial de congelación de este tipo de rentas mientras
se liberalizan los precios de los productos alimenticios.

325
Y, como señala M.A. Miles (Beyond Monetarism, Basic Books, Nueva York, 1984) adolece de
serias dificultades, tales como la comprobación de la relación causal entre la oferta monetaria y
la actividad económica, del impacto de los mercados financieros internacionales o los problemas
derivados de la definición de ‘moneda’ en una economía abierta.

185
Es curioso, cuando menos, que la terapia de política de ren-
tas salariales sea asumida por el monetarismo. Recordemos
que la ‘inflación salarial’ se considera, en la economía con-
vencional, como aquella en que el alza de salarios sobrepasa
las mejoras en la productividad. Este tema ha sido recurrido
ampliamente en los últimos años a propósito de la implemen-
tación de los ‘pactos sociales’ como una componente más de
las políticas económicas anti-crisis actuales de los países eu-
ropeos de capitalismo avanzado. No obstante, una interpreta-
ción unilineal de la ‘inflación de salarios’ no distingue entre
inflación por ‘exceso de demanda’ o por ‘empujón de costos’,
ni contabiliza los efectos, en términos inflacionarios, de la pre-
sión de organizaciones sindicales y las características estruc-
turales del mercado de trabajo, factores que, en realidad, están
íntimamente relacionados y que J. Burton agrupa en dos en-
foques, de ‘sobre-precios’ y ‘del poder negociador’. Algunos
autores tradujeron el enfoque ‘mark-up’ como de ‘elevación
de niveles’, pero en lo que sigue respetaremos la versión de
F. Hoffman para la edición citada de 1974 del libro de Burton.
En efecto, el enfoque del poder negociador contempla varios
factores (exceso de demanda, expectativas inflacionarias, re-
bosamiento-tirón-negociaciones laborales clave, el efecto de
las tensiones-oscilaciones y, en éste, la fuerza sindical. Para
The Economist estos factores, en su conjunto, hacen peligrar el
modelo del dilema o precario triángulo de postguerra, cuyos
vértices apuntan al pleno empleo, la estabilidad de precios y
a un sindicalismo poderoso326. Si el excesivo despliegue mo-
netario es, para M. Friedman, la causa central de la inflación
y no ‘el poderío cuasimonopolístico de los sindicatos’, en la
realidad no aplican su teoría. Como opina un monetarista
como Day, existe el caso de ‘trinquete’ visible cuando el ca-
rácter monopolístico de los sindicatos impide que los salarios
sean flexibles a la baja en aquellos casos que disminuyese la
demanda y la producción. El mismo autor se reafirma en su
opinión cuando demuestra esa monopolización sindical en

326
Burton, J., Inflación de salarios, Ed. Vicens-Vives, Barcelona 1974, p. 29). Cf., al respecto, Información
Comercial Española, nº 396-7, octubre-diciembre 1966, pp. 157-163; y, asimismo, D.J. Mitchel: Unions,
Wages and Inflation, The Brookings Inst., Washington, 1980.

186
el hecho de que los salarios monetarios se pueden mantener
constantes en situaciones de ‘desempleo sustancial’ (que su-
pondremos, dice Day, completo) (!)327.

En este sentido, el mismo Friedman y A. Haberger, como con-


sejeros económicos del régimen militar chileno tras 1973, no
dieron jamás ningún argumento disuasorio, en términos de
fluidez monetaria o de empleo, para aplacar las reivindicacio-
nes sindicales sino que la simple ‘defenestración’ es una parte
más, y no de las menos importantes, del programa de ‘geno-
cidio económico’ aplicado en Chile, en palabras de A. Gunder
Frank328. Otro representante calificado de la economía conven-
cional, G. Haberler, escribe que “parece ser un hecho bien esta-
blecido que la existencia del desempleo, y la amenaza que éste
aumente, es el freno más efectivo, y en los países democráticos tal
vez el único efectivo, al poder de los sindicatos” (“Política sala-
rial, nº 396-7, agosto-septiembre 1966, p. 167, subr. Nuestro).
Como observamos, el autor apunta ya a la idea de ‘otra solu-
ción’ que se materializa en el Cono Sur americano.

A este propósito, es ineludible señalar que M. Kalecki, con


la brillantez que lo caracteriza, denunciaba que el slogan
conservador sobre la ‘rigidez de los salarios como freno del
desempleo’ es infundado y, de la misma manera, es ‘desespe-
ranzadora la actitud de los partidarios de este slogan que predi-
can que las negociaciones colectivas, al hacer rígidos los salarios,
son la causa del desempleo y de la pobreza de la clase trabajadora”,
publicismo que, añadimos nosotros, emplearía cualquier mo-
nestarista actual. (M. Kalecki: Estudios sobre la teoría del ciclo
económico, Ariel, Barcelona, 1973).

De todas formas, el monetarismo actual defiende la reduc-


ción de impuestos como una medida de inversión del ciclo
similar a la tradicionalmente propuesta sobre congelación sa-
larial. Ese será uno de los componentes novedosos del ‘mo-

327
Cf., A.C.L. Day: Economía del dinero, Sociedad de Estudios y Publicaciones, Madrid, 1966, p. 51.
Y Day, Principios de economía monetaria, Gredos, Madrid, 1967, p. 232.
328
Cf., A. Gunder Frank: Capitalismo y genocidio económico. Carta abierta a la escuela económica de
Chicago y su intervención en Chile, Ed. Zero, Madrid, 1976.

187
netarismo bastardo’, en palabras de R. Villarreal, practicado
en Estados Unidos y Gran Bretaña. “Si la disminución de im-
puestos puede provocar mayor déficit”, escribe M. Friedman,
“el recurso al presupuesto equilibrado debe asociarse a una
disminución del gasto público más bien que a una elevación
de los impuestos. Este es el modo adecuado de alcanzar un
presupuesto equilibrado. Este es el camino que el presidente
Reagan propone seguir. Ese puede ser su éxito”. (“Déficits
e inflación”), Información Comercial Española (Bol. Sem.), nº
1774, 2.IV.1981, p. 1255). Sobre los resultados, no muy alen-
tadores, por cierto, en términos de crecimiento, pérdida de
mercados externos y grave proceso de desindustrialización,
especialmente en Gran Bretaña, cf., B. Gould, J. Mills y S.
Stewarts: Monetarism or Prosperity, Macmillan, Londres, 1981.

Los estructuralistas, en cambio, singularizan en los estrangu-


lamientos reales del sector agrario y exterior los verdaderos
responsables del subdesarrollo y de los factores estructura-
les que impiden su superación329. Explicitemos más el dis-
curso de este enfoque. La teoría ortodoxa se inspiraría, tra-
dicionalmente, en los problemas inflacionarios de los países
capitalistas avanzados. Esto implicaría una doble limitación
teórica: por una parte, ignora la importancia y las peculiari-
dades de estructuras económicas diferentes y, por otra, elude
las específicas repercusiones que tiene la inflación como un
fenómeno crónico en formaciones sociales cuya capacidad
de respuesta está condicionada por el desarrollo desigual del
capitalismo. Como escribía R. Prebisch, el subdesarrollo no
responde mecánicamente a una serie de factores circusntan-
ciales o transitorios, sino que “son expresión de la crisis del
orden de cosas existente y de la escasa aptitud del sistema
económico -por fallas estructurales que no hemos sabido o
podido corregir- para lograr y mantener un ritmo de desa-
rrollo...”330.

329
O. Sunkel: “El fracaso de las políticas de estabilización en el contexto del desarrollo
latinoamericano”, Trimestre Económico, nº 120, octubre-diciembre 1963, p. 624.
330
Cf., R. Prebisch: Hacia una dinámica del desarrollo latinoamericano, op. cit., p. 3.

188
En este sentido, la óptica estructuralista desborda el marco
convencional de estudio (ya fuera con el lente keynesiano o
monetarista)331, donde el proceso inflacionario se percibe como
una suma economicista de fuerzas contingentes para conce-
birlo, en cambio, en el seno del sistema y de las estructuras
donde ocurre; un proceso, en palabras de Malavé Mata, que
mantiene interrelaciones -primarias y secundarias, inmediatas
y mediatas- con las estructuras de la economía en las cuales se
manifiesta y evoluciona332.

Sería muy interesante reproducir las líneas de pensamien-


to de estructuralismo latinoamericano333. No obstante, es
necesario resaltar que esta corriente representó una mag-
nífica posibilidad de réplica a los postulados monetaris-
tas dominantes, con argumentaciones reales y una visión
global pero sin tentar el seudo holismo en boga en los es-
tudios sobre el desarrollo económico provenientes de cír-
culos convencionales. El estructuralismo latinoamericano
no sólo consideraba cada pieza del sistema económico sino
que trataba de estudiarla en ese rompecabezas, la econo-
mía subdesarrollada, que en su desarrollo histórico, en tér-
minos de A. Pinto, “está muy lejos de haber ido armando
sus piezas básicas en su proceso fluído de sincronización
progresiva”, al contrario afirma el autor, “las característi-
cas sobresalientes de ese desenvolvimiento han implica-
do desajustes de distinto orden y de proyecciones infla-
cionarias más o menos directas y poderosas”334. El proceso

331
Cf., al respecto y para una perspectiva latinoamericana, a W. Baer y I. Kerstenetzky:
Inflation and Growth in Latin America, R.D. Irwin, Homewood, Illinois, 1964; y O.N. Feinstein:
“Neoestructuralismo y paradigmas de política económica”, Trimestre Económico, nº 201, Enero-
Marzo 1984, pp. 99-130, esp. pp. 102-111 y 118-128, sobre modelo, marco teórico y sociopolítico del
monetarismo y del estructuralismo, respectivamente.
332
Cf., H. Malavé Mata: Dialéctica de la inflación, Universidad Central de Venezuela, Caracas, 1972,
p. 101. El presente trabajo está considerado como uno de los clásicos de la materia reproduciendo
anteriores ideas del autor, a veces casi literalmente, como sucede en esta ocasión. Cf., a propósito,
“Metodología del análisis estructural de la inflación”, Trimestre Económico, nº 139, julio-septiembre
1968, p. 539.
333
Aparte de la bibliografía ya citada y de otras fuentes que señalaremos a posteriori, cf., el sugerente
trabajo de O. Sunkel y P. Paz: El subdesarrollo latinoamericano y la teoría del desarrollo, Siglo XXI,
México, 1970.
334
A. Pinto: “Raíces estructurales de la inflación en América Latina”, Trimestre Económico, nº 137,
enero-marzo 1968, pp. 74-5. Cf., para una compilación actualizada del autor, Inflación: raíces
estructurales, F.C.E., México, 1973.

189
asincronizado, desigual, del capitalismo en América Lati-
na provocaría las rigideces, arritmias y estrangulamientos
que motivan, por causas reales y no monetarias, el fenó-
meno-reflejo de la inflación como mecanismo de ajuste de
economías incapacitadas pero que reproducen, a su vez,
un mayor desajuste.

En consecuencia, el análisis estructuralista de la inflación se


detiene en tres cuestiones principales: primero, el conjunto
de presiones que se consideran de generación del proceso; se-
gundo, los mecanismos de propagación del mismo; y, tercero,
el programa de estabilización de signo estructuralista que
incorpore los elementos de corrección. Por su importancia, ex-
tendámonos más sobre el particular.

1. Las presiones básicas de generación inflacionaria según


los estructuralistas son, a nuestro juicio, la numeración casi
exaustiva de problemas pendientes en las economías lati-
noamericanas en los años sesenta, una década marcada por
el voluntarismo de Alianza para el Progreso, el foquismo
revolucionario y la controversia estructuralismo-monetaris-
mo335. Una clasificación convencional observaría que estos
rasgos de generación obedecen a múltiples causas estruc-
turales, superestructurales y coyunturales. Las primeras
configuran la incapacidad de la estructura económica para
adaptarse a los cambios, ya sea debido a su innata inflexi-
bilidad productiva (rigidez dela producción agropecuaria,
insuficiencia de la industria de productos básicos, etc.),
al bajo nivel de inversiones, la disparidad de productivi-
dades sectoriales, a la distribución desigual del ingreso o
al deterioro de la relación de precios de intercambio336. O.
Sunkel sostiene una opinión similar337. Las presiones supe-
restructurales de la inflación en América Latina tendrían un

335
Cf., al respecto, O. Sunkel: “La inflación chilena: un enfoque heterodoxo”, Trimestre Económico, nº
100, octubre-diciembre 1958, pp. 753 y ss.; y, del autor, “El transfondo estructural de los problemas
de desarrollo latinoamericano”, Trimestre Económico, nº 133, enero-marzo 1967, pp. 22-28.
336
Cf., al respecto, H. Malavé Mata: “Metodología del análisis estructural...”, art. cit., p. 548.
337
Cf., del autor, “La inflación chilena...”, art. cit., pp. 575-583.

190
carácter esencialmente institucional y acumulativo: la des-
proporcionalidad del gasto público consuntivo, las orien-
taciones y condicionalidad de las inversiones extranjeras,
las pautas de comportamiento de las firmas transnacionales
y la utilización improductiva de los recursos. Las terceras
presiones, coyunturales, hacen referencia a circusntancias
imprevisibles (catástrofes naturales, epidemias, sequía...),
demostrando que no sólo la Historia sino, también, la Na-
turaleza ha castigado a la región, y a otras perturbaciones
internas que reaccionan, como una ‘paradoja coyuntural’,
acelerando el proceso inflacionario en fases relativamente
ascendentes del ciclo económico.

2. Las presiones generadoras de inflación nacen siempre,


para los estructuralistas, en el campo real pero se manifies-
tan, tarde o temprano, en el sector monetario ya que trata-
mos economías capitalistas monetarizadas. En las presiones
generadoras (déficit público, devaluación monetaria, incon-
tinencia crediticia, sobreoferta monetaria y alzas salariales
desproporcionadas) nos encontramos la acción desesta-
bilizadora de los tres grandes sectores. En primer lugar, el
sector público deficitario, que utiliza los ingresos tributarios
y el monopolio de emisión como un medio de realización
presupuestaria. En segundo lugar, el sector capitalista, que
presiona al Estado para mantener su posición frente a los
asalariados y salir favorecido, en su caso, de la competen-
cia inter-capitalistas). En tercer lugar, el sector asalariado, a
través de sus organizaciones y formas de lucha reinvindica
mejoras salariales y de condiciones laborales.

Posiblemente, a nuestro juicio, el sistema de propagación


inflacionaria descrito por el estructuralismo latinoamerica-
no sea el eslabón más débil de su argumentación, adolecien-
do de ciertos obstáculos analíticos a pesar de la tradición
del enfoque de la inflación basado en la ‘lucha de grupos
de ingreso”. C. Dagum está considerado como uno de los
autores más destacados en esta línea de pensamiento, en
el área latinoamericana, aunque su tradición provenga de

191
Europa338. En este artículo, Dagum presenta una triple teo-
ría de los juegos de suma cero entre obreros y empresarios
(para el ingreso nacional), entre consumidores, empresarios
y Estado (para el gasto nacional) y entre empresarios (para
el producto nacional). Digamos que los desequilibrios ex-
perimentados en ese triple juego propagan, agravan y, a la
vez, se nutren del proceso inflacionario, lo que conduce a
cierta confusión analítica sobre las verdaderas causas del
mismo. Es, en resumen, una explicación sociopolítica de
la inflación que remite a la tesis del empate de los mismos
monetaristas: inflación como una consecuencia del conflicto
social enter grupos de ingreso, cada uno de los cuales aspira
a una mayor porción del producto social339. Dicho de otro
modo, la tesis del empate se ha convertido en el equivalente
tautológico del sociólogo que reproduce su monótono lati-
guillo monetarista consistente en repetir las desventajas de
la expansión exagerada del dinero340.

De aquí a pensar que la solución más adecuada es el logro


de un mayor grado de armonía social, de ‘igualdad de sacri-
ficios’, de un nuevo contrato social, solamente hay un paso,

338
Cf., por ejemplo, R. Barre: Economía Pollítica, Ariel, Barcelona, 1959, pp. 392 y ss. Según P.
Biacabé: Analyses contemporaines de l’inflation, Ed. Sirey, París, 1962, pp. 82-103, fue H. Aujac el
primer teórico que sistematiza esta teoría de la inflación como un problema de reparto de la Renta
Nacional. No obstante, fue C. Dagum quien presentó este enfoque para el estudio de la inflación en
América Latina. Cf., al respecto, “Un modelo econométrico sobre la inflación estructural”, Trimestre
Económico, nº 145, enero-marzo 1970, pp. 39-58. Cf., además, O. Sunkel (“La inflación chilena...”, p.
573), A. Pinto (“Raíces estructurales...”, art. cit., p. 69) y J. Gruwald (“La escuela ‘estructuralista’,
estabilización de precios y desarrollo económico: el caso chileno”, Trimestre Económico, nº 111, julio-
noviembre 1961, p. 477).
Es de interés destacar, también, que Dagum cita (“Un modelo econométrico...”, art. cit., p. 43) a R.
Turey (“Theory of inflation in a closed economy”, Economic Journal, vol. 61, nº 243, septiembre 1951,
pp. 531-543) como el precedente más lejano de este enfoque. Sin embargo, a lo largo de la búsqueda
documental previa a nuestra investigación, nos encontramos con la figura y obra de Bruno Moll,
economista alemán proveniente de la Universidad de Leipszig, quien se establece en universidades
peruanas hacia los años treinta arrastrando un bagaje teórico netamente monetarista. En algunas
de sus obras (La moneda, Ed. Cultura Antártica, Lima, 1949; Problemas Monetarios Contemporáneos,
De Miranda Ed., Lima, 1951; y Los países en desarrollo frente a los problemas de estabilidad monetaria
del reparto justo, Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Lima, 1961, esp. pp. 12 y ss.) Bruno
Moll incide en las presiones salariales sobre el reparto del ingreso como uno de los motores de la
espiral inflacionaria.
339
A.O. Hirschman: “La matriz social y política de la inflación: elaboración sobre la experiencia
latinoamericana”, Trimestre Económico, nº 187, julio-septiembre 1980, pp. 679-709.
340
A esa conclusión llega Hirschman y así sustenta su crítica de que la explicación por la presión de
grupos de ingreso del fenómeno inflacionario tiene una visión parcial de la realidad, distinguiendo
entre sectores y solapando, a la vez, la lucha de clases en un ‘mecano regido por la teoría de los
juegos’.

192
el mismo que dan los monetaristas ortodoxos con sus pro-
gramas de estabilización y que las propuestas estructuralis-
tas evitan mediante la afirmación de que una atenuación del
proceso inflacionario no sólo responderá a la alteración de las
actitudes de los distintos grupos de ingreso sino, también, a
la reforma de las relaciones básicas341. Pero, como afirma A.
Hirschman las tesis sociopolíticas contienen una teoría que
la sustenta y una dosis de gran persuasión pública342 que fue-
ron representadas, de una u otra forma, por los movimientos
populistas y reconciliadores343.

3. El tercer elemento de interés en la versión estructuralista


de la inflación y, por ende, de sus propuestas de crecimien-
to y estabilidad, se refiere a lo que podíamos denominar un
‘programa-tipo’ de estabilización estructural. En líneas gene-
rales, recordemos, las raíces estructurales de la inflación se
manifiestan en la escasa movilidad de recursos, la segmen-
tación de mercados y los desequilibrios oferta-demanda,
provocando los famosos ‘cuellos de botella’ y las hipertrofias
características de las respectivas economías en cuanto han al-
canzado un determinado grado de crecimiento y la oferta no
reacciona adecuadamente a los cambios en la demanda, atri-
buíbles a la influencia de los niveles más altos de ingreso. La
estabilización, por tanto, trata la resolución de dichos estran-
gulamientos pero de una forma global ya que solamente un
éxito parcial, sectorial, de la política económica implementa-
da genera, a su vez, otro tipo de desajustes. El programa de
estabilización estructuralista propuesto para América Latina
aborda, entonces, el ataque simultáneo a los grandes proble-
mas básicos de la región, a saber:

- Rigidez de la oferta alimentaria y de otros bienes y


servicios de consumo popular.

- Déficit de disponibilidad de divisas.


341
Sobre la necesidad de las ‘reformas básicas’, cf., E. Ruiz García: América Latina, hoy. Anatomía de
una revolución, Guadarrama, Madrid, 1971, 2 tomos; y J. Maestre Alfonso: Sociedad y desarrollo en
América Latina, Castellote Ed., Madrid, 1974.
342
Cf., al respecto, supra, sec. 1., del presente Capítulo.
343
Según A.O. Hirschman: “La matriz social...”, art. cit., pp. 687-709.

193
- Rigidez de la estructura tributaria y del gasto público.

- Incapacidad de aumento del ahorro interno.

Insuficiencia de la oferta de insumos intermedios cuya


escasez depende de la dotación básica de recursos
y, en algunos casos, del nivel de desarrollo que se
ha alcanzado (combustible, fertilizante, medios de
transporte, cemento, etc.).

- Escasa disponibilidad de crédito, tanto de origen


interno como externo.

A nivel institucional, y entre las grandes reformas pendientes


(administración pública, educación y sanidad) y condiciona-
das por características peculiares de la población (urbaniza-
ción dispersa, mestizaje, bilingüismo), la cuestón agraria cobra
un carácter prioritario, en cuanto el análisis estructuralista de
la inflación señala la importancia de la rigidez y el anémico
desarrollo de las industrias de productos básicos en el agro. La
aportación de la producción agraria al ingreso nacional, la pro-
porción de mano de obra ocupada, en suma, la ‘primariedad’
de la economía latinoamericana, realza el aspecto cuantitativo
de la cuestión agraria y sus numerosas implicaciones como
protagonista del ‘tirón’ en procesos de desarrollo, afectando a
la propiedad de la tierra, la convivencia de regímenes de cul-
tivo extensivo con minifundios de subsistencia, la productivi-
dad agraria, el paro encubierto y el despegue rural.

Todo ello, que aquí resumimos drásticamente, ha situado a la


reforma agraria como uno de los instrumentos de mayor efica-
cia correctora de estabilización, en América Latina, en cuanto
cercena, en un plano teórico, el conjunto de presiones básicas
de inflación que provienen, en su mayoría, del sector agrario.
Y nos referimos al ‘plano teórico’ porque cualquier intento fun-
damentado de reforma agraria en América Latina, como una
opción estructural de política económica dentro del sistema, ha
sido abortado, más pronto o más tarde, por la reacción de su
contexto político que tiene en la propiedad su mejor baluarte.

194
Complementando estas reflexiones, en la siguiente nota dare-
mos cuenta de algunos trabajos significativos referentes a la
necesidad de una reforma agraria en Latinoamérica más allá
de la mera concentración y racionalidad de ‘superficies’, y las
directrices de FAO, OEA y CEPAL, recomendadas para una de-
cisión acertada de este tipo344.

El sector externo es, en segundo lugar, el reflejo de los proble-


mas estructurales internos multiplicados por la dependencia
de la región en el comercio y la financiación internacionales.
Rubros como brecha comercial, la política de cambios, el con-
trol y diferenciación de los mismos, la condicionalidad de los
préstamos de agencias oficiales, la evolución de la relación real
del intercambio, el proteccionismo defensivo del centro y las
recomendaciones simultáneas de ‘apertura’ para la periferia,
la evolución intervenida de los precios de las materias primas
y manufacturas regionales, etc., requieren un tratamiento que
escapa obviamente al límite de nuestro trabajo.

No cabe duda que el enfrentamiento monetarismo versus es-


tructuralismo no sólo marcó el cauce de discusión por el que
discurrió el tema de la inflación, en sentido estricto, sino que
trasciende la participación en un debate parcial para situarse
en el marco de la teoría del desarrollo. En este sentido, nuestro
análisis, necesariamente sintético, no obedecería a la riqueza
del confrontamiento teórico si no observáramos las aportacio-
nes críticas de la ancha banda del pensamiento marxista en la
región, en un intento multidisciplinario y convergente345, don-
de el objeto ya no es la inflación en sí, sino como una mani-
festación del desajuste estructural del capitalismo periférico346.
La estabilización, recapitulemos, era una conditio sine qua non
para el crecimiento económico, según el monetarismo347, idea
cuestionada por el estructuralismo latinoamericano dada la
344
Cf., al respecto, J. López de Sebastián: Reforma agraria y poder social, Guadiana, Madrid, 1968, esp.
Pp. 17 y ss.; y O. Delgado: Reformas agrarias en América Latina, F.C.E., México, 1965.
345
Como lo califican O. Sunkel y P. Paz: El subdesarrollo latinoamericano y la teoría del desarrollo, op.
cit., p. 272.
346
En palabras de D. Seers: “Inflación y crecimiento: resumen de la experiencia en América Latina”,
Información Comercial Española, nº 396-7, agosto-septiembre 1966, p. 272.
347
Una muestra representativa de esta opinión es la sustentada, entre otros, por R. Oliveira
Campos: El desarrollo y la inflación en América Latina, F.C.E., México, 1960.

195
experiencia histórica y la convicción de que la moneda debe
servir a la economía y no al revés348. Sin embargo, la esencia
del pensamiento dialéctico está representada, escribe C. Fur-
tado, en la consideración de que una de las partes aisladas no
puede explicar el todo349.

Especialmente en los países capitalistas centrales, señalan


A. Gamble y P. Walton, e “...históricamente, el progreso de
la acumulación y la tendencia a bajar de la tasa de ganancia
llevó, por una parte, al crecimiento del capital corporativo, a
mercados controlados y precios administrados, y por la otra, a
una intervención creciente de la economía...»; en consecuencia,
“...la economía mixta de la postguerra ha poseído una tendencia
inherente a la inflación permanente; el crédito privado y el
gasto gubernamental han crecido enormemente, y se han
utilizado de manera consciente como demanda anticíclica”350

Otros autores, entre los que citaremos a E. Mandel y M.


Aglietta, tienen una opinión similar sobre la inflación galopante
como un mecanismo de recuperación de la clase capitalista y
como una específica manifestación de la crisis orgánica del
‘fordismo’, auténtica clave de bóveda del modo de regulación
del capitalismo contemporáneo351.

Si nos trasladamos a la periferia latinoamericana, siguiendo


ahora a P. González Casanova, la inflación se presenta como
una de las armas principales de “...los latifundistas, los ex-
portadores y los monopolios extranjeros para incrementar
utilidades y derrocar gobiernos (...) Entonces la inflación ad-
quiere características específicamente políticas”352. por tanto,

348
Una convicción, por otra parte, repetidamente manifestada. Cf., por ejemplo, D. Seers: “La teoría
de la inflación y el crecimiento en las economías subdesarrolladas: la experiencia latinoamericana”,
Trimestre Económico, nº 119, julio-septiembre 1963, esp. P. 417; C.H. Max: “El mito de la estabilización
monetaria”, Trimestre Económico, enero-marzo 1964, nº 121, p. 51; y O. Sunkel: “El transfondo
estructural...”, art. cit., pp. 38 y ss.
349
C. Furtado: Dialéctica del subdesarrollo, FCE, México, 1965, p. 30.
350
A. Gamble y P. Walton: El capitalismo en crisis, Siglo XXI, Madrid, 1978, pp.250-
351
E. Mandel: El capitalismo tardío, Era, México, 1979; y M. Aglietta: Revolución y crisis del capitalismo,
Siglo XXI, Madrid, 1979. Cf., asimismo, B. Rowthorn: Capitalism, Conflict and Inflation. Essays in
Political Economy, Lawrence and Wishart, London, 1980.
352
P. González Casanova: “Las reformas estructurales en América Latina (su lógica en la economía
de mercado)”, Trimestre Económico, nº 150, abril-junio 1971, p. 351.

196
sólo un fenómeno de desequilibrio básico estructural sino un
instrumento político en manos del sector privado que pre-
siona en la defensa del beneficio (privado) y convierte las
elevaciones salariales en algo puramente nominal, generan-
do, además, crecientes necesidades de endeudamiento exter-
no353. González Casanova explicita, brillante y brevemente,
este proceso. Ante la evidencia de que el nudo monetario es
el más cómodo de manejar ante una deseada pérdida de va-
lor de la moneda nacional porque, primero, favorece a las
actividades especulativas y, segundo, congela las rentas fi-
jas (incluído el salario nominal durante un largo período de
tiempo), el tratamiento monetarista de la inflación se alinea
con las propuestas del Fondo Monetario Internacional y sus
‘píldoras estabilizadoras’, cuyos principales ingredientes son
la deflación y la institucionalización de una política de rentas
indiscriminada354.

Si bien la euforia keynesiana de una acumulación aparente-


mente ilimitada había quebrado, los programas de estabili-
zación trataron de ofrecer una terapia positiva. El marxismo
se encargó, sin embargo, de demostrar que la inflación no
es un fenómeno inherente al capitalismo en su fase crítica
del ciclo, sino del propio sistema. Esto supondría, al decir de
S. de Brunhoff y J. Cartelier, que la inflación tiene, como el
dios Jano, dos caras, la de ser un mecanismo defensivo del
capitalismo y la de descubrir su naturaleza en tiempos de cri-
sis355. En este sentido, la propia dinámica de la inflación crea
tanto las posibilidades para su autocrecimiento como para
su resolución transitoria356, lo que obliga a la transición un
análisis cuantitativo del fenómeno a otra instancia analítica
donde cualquier concepción primaria de la inflación como
desequilibrio, “...se debe anteponer, en consecuencia, su re-
conocimiento como un modo transitorio -aunque recurrente-

353
Ibid., p. 352.
354
Ibid., p. 360.
355
Cit. in Sobre la crisis capitalista mundial, op. cit., p. 35. Cf., además de la bibliografía ya citada (supra
n. 151), el trabajo de J.-L. Dallemagne: L’Inflation capitaliste, Maspero, París, 1972.
356
Cf., al respecto, S. Lichtensztejn: “Sobre el enfoque y el papel de las políticas de estabilización en
América Latina”, Economía de América Latina, nº 1, primer semestre 1978, esp. Pp. 23 y ss.

197
de sortear la crisis latente y originaria en las relaciones socia-
les de producción y en la reproducción del capital, aunque
su mecánica se exprese en y a través de pugnas radicadas
en el plano de la distribución. Las políticas de estabilización
aparecen en los momentos en que la regulación estatal del
proceso pierde el control económico sobre el mismo y en el
que desencadenan fenómenos de eventual ruptura en la co-
hesión política y el patrón de dominación prevaleciente”357.

A los temas que sugiere S. Lichtensztejn, en la última parte


de la cita, dedicaremos las dos siguientes subsecciones de
esta Memoria, acotando el objeto de investigación a los tres
países del Cono Sur (Argentina, Chile y Uruguay) que tienen
un interés relevante en nuestra investigación para el estudio
de los programas de estabilización propuestos y aplicados, ya
sean los inspirados por el monetarismo ortodoxo tradicional
como los que tuvieron una vocación restructuradora.

3. Los programas de estabilización tradicionales

Por la naturaleza y características de los problemas básicos, un


plan de estabilización estructuralista exigía la articulación de
medidas graduales, dentro de un proceso de reformas y cam-
bios estructurales, con una política económica cuyo horizonte
debería ser el largo plazo. Los monetaristas, en cambio, propo-
nen una acción contundente y a corto plazo sobre el proceso
inflacionario responsable de las distorsiones en la distribución
del ingreso y de la ineficiencia del crecimiento económico así
generado. El objetivo principal de un programa de estabiliza-
ción monetarista 3erá, entonces, la ‘inflación cero’.

Para tal fin, obviamente, se adapta mejor una política econó-


mica de ‘shock’ que cualquier ajuste gradual. La rapidez re-
querida, además, se ve favorecida por el hecho de que un es-
fuerzo estabilizador de signo monetarista incide en una serie
limitada de instrumentos y de ámbitos de actuación (oferta
monetaria, déficit fiscal, tipo de cambio, liberación de precios,

357 Ibid., p. 24.

198
eliminación de subsidios, reprivatización de actividades pú-
blicas), con lo cual se puede, según sus promotores, delinear
una política económica con ‘reglas uniformes’ y ‘efectos neu-
trales’ respecto al libre funcionamiento de los mercados. En
otras palabras, como afirma inequívocamente R. Campos, el
monetarista es un estructuralista apurado358.

El caso de la estabilización en Brasil exige, por nuestra par-


te, un esfuerzo adicional en orden a caracterizar la política
económica del proyecto autoritario. En primer lugar, la in-
ternacionalización económica implícita en los programas de
estabilización no pasan por una plena ratificación del FMI y
del BM, algunas de cuyas misiones fueron rechazadas por el
gobierno brasileño. En segundo lugar, el contrapeso de esta
aparente independencia nacional sobre la articulación de po-
líticas económicas estabilizadoras, respecto a los organismos
internacionales, se presenta con una total permisividad de en-
trada de capitales extranjeros. Al respecto, N. Werneck Sodre
relata cómo Defim Neto, destacada autoridad económica del
régimen, expone la situación de Brasil como la de un país alta-
mente desarrollado mediante el concurso de la iniciativa pri-
vada, sin distinguir entre capital nacional o foráneo, ya que
la política económica se sustenta en el principio del ‘mercado
nacional’ donde actúan empresas privadas, sean éstas brasile-
ñas o no (Brasil, radiografía de un modelo, Ed. Orbelus, Buenos
Aires, 1973, esp. pp. 188-9).

De todas formas, el elemento más característico de la política


económica en Brasil es la participación activa del Estado en la
economía, no tanto como el resultado de un esquema de de-
sarrollo preconcebido como a una serie de circunstancias que
forzaron la beligerancia estatal y que “van desde reacciones”,
escriben A. Villela, W. Baer e I. Kerstenetzky, “frente a las crisis
económicas internacionales y el deseo de controlar las activida-
des del capital extranjero, principalmente en el sector de servi-
cios de utilidad pública y en la explotación de recursos natura-

358 Cit. in A. Foxley: “Políticas de estabilización y sus efectos sobre el empleo y la distribución
del ingreso”, Crítica y Utopía, nº 4, primer semestre 1981, p. 12.

199
les, hasta la ambición de industrializar rápidamente a un país
atrasado”. (“As Modificaçoes do Papel do Estado na Economia
Brasileira”, Pesquisa e Planejamento Económico, vol. 3, nº 4, 1973,
p. 1).359. Además del caso brasileiro, existen otras experiencias
‘populistas’ que, a nuestro juicio, se asimilan erróneamente a un
programa de estabilización estructuralista360 (como el formula-
do, con ciertas reservas, por el Gobierno Frei, en Chile, durante
la década de los sesenta y principios de la siguiente)361, lo cierto
es que entre 1956 y 1962 se programas de estabilización de corte
monetarista en Argentina, Chile y Uruguay362.

De la copiosa bibliografía disponible sobre los tres casos mencio-


nados363, deseamos destacar aquí las tres instancias fundamenta-

359
Cf., además y sin afán exhaustivo, C.E. Martins (Ed.): Estado e Capitalismo no Brasil, Hucitec-
Cebrap, Sao Paulo, 1977; L. Belluzo Gonzaga y R. Coutinho: Desenvolvimento Capitalista no Brasil:
Ensayos sobre a Crise, Ed. Brasiliense, Sao Paulo, 1983; C. Von Doelliger y otros: A crise do Bom Patrao,
Cedes-Apec, Río de Janeiro, 1983; y F. Razende: “El crecimiento (descontrolado) de la intervención
gubernamental en la economía brasileña”, Revista de Estudios Sociales, año X, nº 38, cuarto trimestre
1983, pp. 49-80. Por su interés, y para la política económica brasileña en el período analizado,
cf. los siguientes trabajos de C. Lessa: “Quince años de política económica en el Brasil”, Boletín
Económico de América Latina, vol. IX, nº 2, noviembre 1964, esp. pp. 160 y ss.; y “Dos experiencias de
política económica: Brasil-Chile”, Trimestre Económico, nº 135, julio-septiembre 1967, pp. 445-487; y
C. Furtado: O Brasil pós ‘milagre’, Paz e Terra, Río de Janeiro, 1981.
360
Cf., por ejemplo, A. Canitrot: “La experiencia populista de redistribución de ingresos”, Desarrollo
Económico, vol. 15, nº 59, octubre-diciembre 1975, nº 15, pp. 331-351; y M.A. García: Periodismo,
desarrollo económico y lucha de clases en Argentina, Ed. Trazo, Barcelona, 1980, con un interesante
prólogo de H. Prieto que subraya, como última fase del peronismo, el conjunto de circunstancias
político-económicas que desemboca en el golpe de estado de 1976.
361
Cf., al respecto, R. Ffrench-Davis: Políticas económicas en Chile, Ed. Nueva Universidad, Santiago
de Chile, 1973.
362
En este período son responsables el Gobierno Provisional (1956-1958) y el Gobierno Frondizi
(1959-1962), en Argentina; el Gobierno Ibáñez (1956-1958) y el Gobierno Alessandri (1959-1961),
en Chile; el Primer Gobierno Colegiado del Partido Blanco (1959-1962), en Uruguay. Cf., S.
Lichtensztejn: “Sobre el enfoque…”, art.cit., p. 27.
363
Sin ánimo exaustivo, podríamos mencionar, a nivel general, a A. Pinto: Ni estabilidad ni
desarrollo: la política del Fondo Monetario Internacional, Ed. Universitaria, Santiago de Chile, 1960;
G.A. Constanzo: Programas de estabilización en América Latina, CEMLA, México, 1961; y Th. E.
Skidmore: “The politics of Economic Stabilization in Postwar Latin America”, in J. Malloy (C.):
Authoritarianism and Corportarism in Latin America, op.cit., pp. 149-190.
Para estudio de casos, cf., entre otros, a E. Sierra: Tres Ensayos de estabilización en Chile, Ed. Universitaria,
Santiago de Chile, 1969, esp. pp. 54 y ss.; R. Ffrench-Davis: Políticas económicas en Chile, op.cit.; E. Eshag y
R. Thorp: “The economic and social consequences of ortodox economic policies in Argentina in Post-War
Years”, Bulletin of the Oxford University Institute of Economics and Statistics, vol. 27, febrero 1965, esp. pp.
58 y ss.; J. Sourrouille y R. Mallon: La política económica en una sociedad conflictive: el caso argentino, Ed.
Amorrortu, Buenos Aires, 1973; A. Ferrer: La economía argentina, FCE, México, 1973, esp. pp. 239 y ss.;
M. Peralta Ramos: Etapas de acumulación y alianzas de clases en la Argentina (1930-1970), op.cit., esp. pp.
150 y ss.; ILPES: “La programación monetario-financiera en el Uruguay (1955-1970)”, Cuadernos ILPES,
nº 22, 1974, esp. pp. 69 y ss.; y el trabajo del Instituto de Economía: El proceso económico del Uruguay,
Departamento de Publicaciones de la Universidad de la República Oriental del Uruguay, Montevideo,
1971.

200
les que, en opinión de S. Lichtensztejn, caracterizan el contenido
de los planes de estabilización: la internacionalización económi-
ca, los procesos de concentración absoluta y la administración de
economías oligopólicas dependientes364.

Por lo que se refiere a la primera, es necesario enfatizar que el


sector externo centró la mayor parte de las medidas adopta-
das y donde se reconoció la mayor eficacia de las decisiones.
Para los tres casos de referencia, el siguiente cuadro sipnótico
muestra la política económica aplicada, cuyas evidentes simi-
litudes confirman la clara ascendencia del Fondo Monetario
Internacional en el diseño de los respectivos paquetes de esta-
bilización365.
Devaluación

Anulación de tratados bilaterales de comercio


ARGENTINA Adhesión a la Unión Europea de Pagos
Incorporación al FMI y al BM
Atracción del capital extranjero

Devaluación
Unificación del cambio con una tasa única y fija
Liberalización de operaciones bancarias en moneda
extranjera
CHILE Atracción del capital extranjero:
Mediante franquicias tributarias
Mediante facilitades a las filiales extranjeras para el
movimiento de utilidades

Devaluación
Denuncia de los convenios bilaterales de comercio y de
pagos
URUGUAY Abolición de los sistemas de control y de licencias
exportación-importación
Liberalización de los movimientos de capitales con el
exterior:
- Facilidades de endeudamiento con el exterior

- Facilidades para las remesas de utilidades

364
Cf., al respecto, “Sobre el enfoque...”, art.cit., pp. 27-48.
365
Ibid., pp. 27 y ss.

201
En realidad, los efectos de la apertura al capital foráneo, en
el proceso de internacionalización económica, tuvo desigual
repercusión. Así, en Argentina, gran parte de aquel se dedicó
a la expansión de ciertas ramas productivas, renovando y
modernizando el parque industrial, mientras que, en Uruguay,
la apertura coadyuvó a un fácil endeudamiento del Estado, de
los sectores importadores y del sistema bancario con el exterior.
El efecto de endeudamiento provocó gravísimas situaciones,
especialmente en Chile, donde la modalidad de estabilización
político-económica monetarista desembocó en una deuda
externa, a fines de 1962, que representaba el doble de las
exportaciones anuales366. En suma, mientras que en Argentina
(y, en mayor medida, Brasil), el capital transnacional se dirigió
en una alta proporción a la inversión directa, generando
cambios en la estructura y dinámica industrial, en Uruguay
y Chile (exceptuando las inversiones en la minería del
cobre) la apertura solamente significó ingreso de préstamos,
la repatriación de capitales y la concesión de créditos a
proveedores367, manteniéndose la estructura industrial y
fomentando el endeudamiento externo del que no se derivan
efectos favorables para la actividad económica. Respecto
a los procesos de concentración, que marcan una segunda
etapa hasta 1966, deben ser analizados como la contrapartida
interna de los condicionantes previos de internacionalización.
El capital extranjero supone, brevemente, la introducción
de nuevas pautas tecnológicas, financieras y de gestión
empresarial, entre otras, que generan un natural proceso de
concentración. En este sentido, los tres países de referencia
profundizan sus programas de estabilización para favorecer
dicho proceso. En el segundo cuadro sipnótico podríamos
observar, al respecto, los siguientes rasgos368:

366
Ibid., p. 28.
367
Ibid., p. 30.
368
Fase que coincide con los gobiernos de Guido (1962-3), de Illia (1965-6) y Onganía (1966-1970),
en Argentina; de Frei (1965-7), en Chile; el segundo gobierno Colegiado del Partido Blanco (1965-6)
y el Gobierno pacheco Areco (1967-1971), en Uruguay. Cf., al respecto, ibid., p. 32 y p. 37.

202
Política anti-inflacionaria tradicional
Intensa contracción monetaria y crediticia
Aumento de la presión fiscal
ARGENTINA Medidas de contracción de la demanda
Quiebras de empresas nacionales
Concentración
Transferencia a inversiones extranjeras

Política anti-inflacionaria tradicional
Contención salarial
Restricciones monetarias y crediticias
URUGUAY Control del gasto público
Medidas excepcionales de seguridad
Proceso de concentración bancaria privada nacional
Aumento de la participación extranjera en el sistema
bancario

Cotención monetaria (1965)


Control del gasto público (1966)
CHILE Excepto estas dos medidas, no sería pertinente
considerar la política económica del Gobierno Frei
como inspirada en un plan de estabilización ortodoxo
y monetarista

Como señala S. Lichtensztejn, los programas de estabilización


de este período no sólo inducen sino que favorecen abierta-
mente los procesos de concentración, iniciando asimismo
una transformación de las líneas maestras de estabilización
monetarista a través de la reorganización del Estado y sus
funciones principales. Es inexcusable, en este momento, una
referencia concreta al programa económico del Gobierno Frei,
una propuesta de rasgos estructurales que incorporaba un
horizonte a medio plazo de la política económica, con medi-
das graduales y metas cuantitativas de sacrificio decreciente.
Entre las principales medidas de política económica propues-
ta, se cuenta la iniciación de reformas estructurales (reforma
tributaria, reforma agraria y un plan de expansión de las ex-
portaciones de cobre) y las medidas redistributivas de la ren-
ta (reorientación de programas públicos de inversión hacia el

203
fomento de pequeños productores, gasto público en vivienda,
salud, educación, etc., además de una política salarial redis-
tributiva369.

¿Por qué?. La contestación obedece a múltiples y complejos


aspectos que abordamos a lo largo de nuestra investigación.
En resumen, la crisis del Estado Reformista y el agotamien-
to del modelo de industrialización sustitutiva coinciden con
el ocaso de las expectativas generadas por ‘Alianza para el
Progreso’, la crisis de hegemonía de Estados Unidos desde su
participación en la guerra del Vietnam, los brotes de rebelión
continental vialumbrados en Bolivia, etc., son circunstancias
que obligan a los gobiernos latinoamericanos a una redefini-
ción institucional del Estado para que asumiese plenamente
sus responsabilidades ante situaciones críticas, proporcionan-
do gobiernos ‘fuertes’ para ‘duros’ programas de estabiliza-
ción con un doble objetivo. Primero, solventar la pugna so-
cial engendrada por la crisis y, segundo, atacar las raíces de
la inflación derivada de un crecimiento económico ineficiente
caracterizado por una “...emisión descontrolada, por un cré-
dito desmedido al secto público, prebendas crediticias a em-
presas privadas con bajo interés, especulación con divisas por
la vigencia de tasas cambiarias no realistas y ajustes salariales
permanentes y acumulativos”370.

Parece exagerado afirmar que este viraje hacia las formas au-
toritarias de gobierno se debieron unilateralmente al fracaso
de las políticas de estabilización tradicionales371. En general,
los resultados de las distintas experiencias estabilizadoras or-
todoxas mostraron que el ritmo de inflación, problema con-
siderado prioritario, fue atenuado aunque con altos costes
de oportunidad: estancamiento de la producción, alarmantes
índices de desempleo y un deterioro evidente en la partici-

369
Ibid., p. 35. Cf., al respecto, E. Sierra: Tres ensayos de estabilización en Chile, op.cit., pp. 91-132; y A.
Foxley: “Políticas de estabilización y sus efectos sobre el empleo y la distribución del ingreso”, art.
cit., pp. 10-13.
370
Como resume, expresivamente, el mismo S. Lichtensztejn: “Sobre el enfoque...”, art.cit., p. 35.
371
Cf., al respecto, O. Sunkel: “El fracaso de las políticas de estabilización en el contexto del proceso
de desarrollo latinoamericano”, art.cit.

204
pación salarial en el ingreso nacional de cada economía es-
tudiada372.

Incluso el caso cuasi-estructuralista de la política económica


implementada por el Gobierno Frei, con una programa de
estabilización gradual para un período de tres años, originó
un equilibrio tan precario (inflación estabilizada en 30 puntos,
ritmo moderado de crecimiento, avances en la participación
de los salarios en la renta nacional) que fue fácilmente
alterado por la presión de grupos sociales insatisfechos373.
Peor destino tendrá el fracaso de la experiencia ‘populista’
argentina (rígido control de precios, expansión del dinero
y del gasto público) que desembocará en una situación de
permanente desequilibrio donde inverna una inflación
‘reprimida’ que aflorará posteriormente374.

Los desalentadores balances de cualquiera de las tres expe-


riencias del Cono Sur, cierran el capítulo del pasado en la his-
toria de los planes de estabilización ortodoxo. En adelante, y
en palabras del mismo S. Lichtsenzjn, las propuestas de es-
tabilización monetarista serán de tipo recesivo, “...en que la
concentración más absoluta tiende a corresponderse con una
concentración absoluta del capital y del ingreso; y en que la
relativa contracción de importaciones y expansión de expor-
taciones permite cumplir más satisfactoriamente los adeudos
y remesas externas. De tal modo, que en esos y otros planos
esta fase depresiva-centralizadora viene a preparar las condi-
ciones para un futuro ciclo de recuperación en el crecimiento,
bajo las nuevas formas autoritarias-oligopólicas de funciona-
miento”375.

4. Los programas de estabilización restructuradora

No cabe duda de que la serie de programas de estabilización


aplicados en América Latina (entre ellos, los anteriormente

372
Cf., A. Foxley: “Políticas de estabilización…”, art.cit., pp. 12-3.
373
Cf., supra, nota 169.
374
Nos remitimos a A. Canitrot: “La experiencia populista...”, art.cit.
375
“Sobre el enfoque...”, art.cit., p. 35, en cursiva en el original.

205
mencionados) son el resultado de un reactivo desencadena-
do por el agotamiento de las políticas económicas sustituti-
vas y el rol jugado por el Fondo Monetario Internacional en
la región. No es menos cierto que, también, el principio de
condicionalidad del citado organismo estuviera presente en
la política económica desde 1944 y la conferencia de Bretton
Woods, hasta 1968 y los acuerdos sobre los derechos espe-
ciales de giro. Recordemos que el papel asignado al FMI,
desde su nacimiento, fue objeto de disputa entre las tesis
inglesas y norteamericanas representadas por J.M. Keynes y
H.D. White, respectivamente. Mientras que Keynes estima-
ba que la influencia del Fondo se debería reducir a los casos
aislados de riesgo donde algún país miembro pudiera vio-
lar las normas o finalidades del Fondo, el cual, en períodos
de normalidad, tendría que conformarse con un papel pasi-
vo respecto al derecho de iniciativa de los bancos centrales
de cada país, White, en cambio, apoya la funcionalidad del
FMI con amplias facultades discrecionales, de fijación de
políticas y control sobre los bancos centrales de los países
miembros, es decir, el Fondo como ‘banco central de bancos
centrales.

Aunque, en una primera etapa, los argumentos norteamerica-


nos no prosperaron totalmente y el Convenio de Constitución
del FMI no contempló la posibilidad de cláusulas especiales de
salvaguardia respecto a la dirección de las políticas económicas
nacionales, lo cierto es que los derechos de un país miembro a
girar, mediante procedimientos cuasi-automáticos, fueron seve-
ramente limitados en 1952, año en que se aprueban el principio
de condicionalidad y el principio de diferenciación del giro, según la
cuantía y el tramo del crédito: cuanto mayor fuera éste, en pro-
porción a la cuota del país miembro, mayor sería también la
justificación requerida y la seguridad exigible por el Fondo.Esta
política de la institución desemboca, en 1968, con un acuerdo
global sobre los derechos especiales de giro y la definición de la
condicionalidad según fuera el control del Fondo, la provisio-
nalidad de los giros que vincula el pago de los créditos a la po-
sibilidad de nuevos giros en tramos subsiguientes, y la estricta

206
observación de los criterios que informan y evalúan el progra-
ma de estabilización recomendado.

Finalmente, en 1979, las líneas maestras de la condicionalidad


tradicional del FMI se traducen en un listado de directrices
que contemplan los objetivos económicos, sociales y políti-
cos; las prioridades de política económica; las circunstancias
de cada país miembro, incluídas las causas que generan
problemas de balanza de pagos; los criterios de desempeño
respecto a las variables macroeconómicas u otras dispuestas
por cada negociación concreta y, en su caso, por cada progra-
ma de estabilización376. Sin embargo, fue en este último año,
1979, cuando la evidencia de la crisis del sistema monetario
internacional permitió que la funcionalidad del Fondo y de
organismos afines (Banco Interamericano de Reconstrucción
y Fomento, Corporación Financiera Internacional, Asocia-
ción Internacional de Fomento, etc.) fuera un tema que ocu-
pase, en la actualidad y dentro del perentorio problema de la
deuda externa en América Latina, un lugar privilegiado de
discusión. Estos organismos afines que constituyen el Banco
Mundial representan a una instancia tutelada por el FMI de-
bido a su común origen, la condición previa de pertenencia al
Fondo para ser miembro del BM, a las íntimas vinculaciones
institucionales de ambos organismos y a la similitud de ideas
sobre los problemas sociales y económicos internacionale377.
Para una visión críticamente moderada sobre las deforma-
ciones causadas por las ‘comunidades de donantes’ a nivel
internacional, como el BM, especialmente a la agricultura de

376 Cf., IMF: International Monetary Found 1945-1965, IMF, Washing ton DC, 1969, vol. I, pp. 73
y ss.; J. Gold: Aspectos legales de la reforma monetaria internacional, CEMLA, México, 1979; y
S. Dell: “El Fondo Monetario Internacional y el principio de condicionalidad”, Revista de la
CEPAL, nº 13, abril 1981, pp. 149-161.
377 Cf., al respecto, Th. Hoopengardner e I. García-Thoumi: “El Banco Mundial es un medio
financiero en evolución”, Finanzas y Desarrollo, nº 2, junio 1984, pp. 12-4; y M. Baer y S.
Lichtensztejn: “Un enfoque latinoamericano del Banco Mundial y su política”, Economía
de América Latina, nº 7, primer semestre 1981, pp. 113-152. Según los autores del último
trabajo citado (p. 114, esp. n.2), y glosando un comentario de L. Martins (“Política de las
corporaciones multinacionales norteamericanas en América Latina”, in J. Cotler y R. Fagen
(Cs.): Relaciones políticas entre América Latina y Estados Unidos, Amorrortu, Buenos Aires, 1974,
p. 421), el plano secundario del BM, respecto al FMI, se confirma por la inexistencia del
primero como un específico objeto de investigación, desde un enfoque crítico, excepto el
trabajo de T. Hayter: AID as Imperialism, Penguin, Middlessex, 1971.

207
los países subdesarrollados, (cf., T.W. Schultz: “La crítica de la
economía de la ayuda externa de Estados Unidos”, Comercio
Exterior, vol. 33, nº 5, mayo 1983, pp. 450-455), que concluye
con esta expresiva denuncia: “...la mayoría de los pobres del
mundo está constituída por campesinos; éstas tienen muy
poca influencia política en los países de bajos ingresos cuan-
do se trata de mejorar su propia suerte; la ayuda externa ha
servido durante demasiado tiempo a los propósitos de los
gobiernos de los países receptores y, al haber desempeñado
ese papel, ha abandonado en gran medida a los campesinos”
(ibid.,p. 455).

En este sentido, el apoyo del FMI a las experiencias esta-


bilizadoras tradicionales respondió a una triple (y lógica)
concordancia entre el aparato teórico del organismo sobre
diagnosis y terapia de la inflación y del déficit de balanza de
pagos, las condiciones de los convenios que respaldaban los
créditos stand-by acordados y las metas cuantitativas de los
programas de política económica de los respectivos países.

En efecto, la idea básica del Fondo que asocia los problemas


de desquilibrio externo con la inflación interna378, obligó al
organismo a profundizar en la búsqueda de soluciones para
la última, función que desborda ampliamente la función que
se le asignara en Bretton Woods (recordemos, el tratamiento
del desequilibrio de pagos y cambiario con el exterior)379. Si
añadimos esta razón a la clásica indefinición teórica de un or-
ganismo internacional, nos encontraremos que no existe un
marco claro de referencia. No obstante, a la luz de las expe-
riencias comentadas en páginas precedentes, se podría hallar

378
Esta asociación inflación-desequilibrio externo será representada, entre otros, por J.J. Polak:
“Monetary Analysis of Income Formation and Payments Problems”, in R.R. Rhomberg y H.R.
Heller (Cs.): The Monetary Approach to the Balance of Payments, IMF, Washington DC, 1977, p. 15.
Para una aproximación crítica al problema, cf., S. Amin: La acumulación a escala mundial. Crítica a la teoría
del subdesarrollo, Siglo XXI, Madrid, 1974, esp. Cap. V, pp. 571-633; y S. Lichtensztejn: “De las políticas de
estabilización a las políticas de ajuste”, Economía de América Latina, nº 13, primer semestre 1984, pp. 13-
32. Y, finalmente, para una aproximación de este enfoque en América Latina, cf., M. Lejavitzer: Evolución y
estructura de la balanza de pagos en América Latina y el Caribe, CEMLA, México, 1979.
379
Cf., S. Lichtensztejn: “De las políticas...”, art.cit., pp. 16-17.

208
un modelo ‘fondomonetarista’ ortodoxo que tiene en el bi-
nomio inflación-déficit de balanza de pagos el núcleo de sus
preocupaciones. Repasemos, brevemente, el sustento teórico
de dicho modelo.

En primer lugar, el modelo de elasticidades-precio desarrollado


por E.M. Berstein y S.S. Alexander380 que responde, en síntesis,
al esquema siguiente:

sobrevaluación cambiaria Ø déficit externo

depreciación de la moneda nacional Ø efecto estalisticidad--

-precio

exportaciones

importaciones

Los posibles efectos de este tipo de políticas centradas en el


balance comercial para incidir en el déficit externo deben ir
acompañadas por una contención paralela de la inflación que,
como reflejo de un exceso de la demanda interna, exige una
minoración del déficit fiscal. En consecuencia, una opción ra-
zonable, para estos autores, en alcanzar caídas significativas
del ritmo inflacionario y del déficit de la balanza de pagos es-
triba en un programa de estabilización construído sobre dos
medidas prioritarias: la devaluación y el aumento de los ingre-
sos tributarios o la reducción del déficit público.

Cf., al respecto, J. Requeijo: “Ajuste de la balanza de pagos. Una visión panorámica”, art.cit.,
380

esp. pp. 48-50.

209
En segundo lugar, el modelo ‘fondomonetarista’ tradicional in-
corpora el enfoque monetarista de la balanza de pagos. En
definitiva, ambas ópticas se combinaron en la práctica, consti-
tuyendo un modelo ‘fondomonetarista’ de estabilización que
recomendaba, como vimos, el realismo cambiario, la reducción
del déficit fiscal y de los subsidios, la liberalización de precios
e indicaciones respecto a la creación de dinero, la expansión
del crédito interno y las restricciones salariales381.

Pero los resultados, en la práctica del modelo, fueron muy


desiguales382. Comprometieron la capacidad productiva futu-
ra, acentuaron el desempleo y empeoraron, en fin, el bienes-
tar social y llegaron, mediante la devaluación, a una mejoría
transitoria de las respectivas balanzas de pagos383. Si hubo un
resultado claro, en las diversas experiencias, ése fue, sin duda,
el “abrir sus economías a la expansión e integración del capital
transnacional productivo”384.

En efecto, la concatenación de tres factores -expansión del ca-


pital productivo internacional, libre circulación de capitales u
tratamiento fiscal atractivo, éstos últimos recomendados por
el FMI- influyeron en un significativo crecimiento de las inver-
siones extranjeras en el continente latinoamericano, especial-
mente hacia aquellos países que agotaran el tramo más fácil de
sustitución de importaciones pero que contaban con mercados
internos de gran tamaño. Este hecho determinó, en gran parte,
el tipo de inserción productiva del capital transnacional en el
Cono Sur de referencia.

381
Bibliografía adicional en J. Requeijo: “Ajuste de...”, art.cit., pp. 55-57.
382
Cf., al respecto, J. Marshall, J.L. Mardones e I. Marshall: “Estabilización económica en América
Latina: los programas del Fondo Monetario Internacional”, Estudios de Economía, nº 18, 1982,
pp. 3-53. En este extenso estudio, los autores analizan la condicionalidad de los préstamos,
el cumplimiento de los objetivos cuantitativos de política económica y el comportamiento
macroeconómico posterior de los tres casos que aplicaron programas de estabilización con ayuda
del FMI: Argentina (de 1958 a 1977), Chile (de 1958 a 1975) y Brasil (de 1964 a 1972), describiendo,
por países y coyunturas, los resultados estabilizadores sobre inflación y precios relativos, equilibrio
externo, actividad y crecimiento económico, empleo y distribución del ingreso y la riqueza.
383
Cf., R. Villarreal: “El FMI y la experiencia latinoamericana: desempleo, concentración del
ingreso, represión”, Comercio Exterior, vol. 30, nº 8, agosto 1980, pp. 889-899.
384
Según S. Lichtensztejn: “De las políticas de estabilización...”, art.cit., p.17.

210
En el caso argentino, por ejemplo, el capital foráneo aborda
una pauta de producción de ciclo casi completo, introducién-
dose en la mayor parte de las ramas productivas (desde la pro-
ducción de bienes de consumo duradero hasta los intermedios
e, incluso, bienes de capital)385. En otros casos (Chile y Uru-
guay), con mercados de tamaño limitado o poco consolidados,
la internacionalización productiva fue escasamente dinámica
y reduciéndose, en cambio, a las actividades comerciales y fi-
nancieras386. La fase, hasta aquí descrita, coincide con la flexi-
bilidad del modelo ‘fondomonetarista’ en suscribir su propia
condicionalidad. De inmediato, el organismo recobra un rigor
que produce un hecho importante: el capital transnacional que,
hasta entonces, se benefició de cierto proteccionismo regional
encubierto y de la lentitud de las restricciones crediticias, se
encontrará, posteriormente, con que sus activos acumulados
crecían a un ritmo mayor que su contribución en términos de
inversión directa387. La facilidad que tiene este tipo de capital
para acceder al crédito internacional, mediante los bancos in-
ternacionales o las transferencias de las propias filiales, con-
trasta con la escasez en que actúa el capitalismo nacional, en
condiciones francamente discriminatorias y, a veces, críticas,
lo que agudiza la concentración oligopólica y desnacionaliza
un sector creciente de cada economía388. Se pueden resumir
los objetivos fundacionales del FMI en un triple ámbito: diver-
sificación del riesgo colectivo por razones de liquidez interna-
cional, generación y explotación de créditos internacionales,
además de sus funciones de intermediación financiera, y, por
último, estabilización económica en aquellos países miembros
con dificultades de balanza de pagos389.

Respecto a la tercera competencia -que es la que nos interesa


especialmente aquí- se observa un desarrollo del marco teó-

385
Ibid., pp. 17-18.
386
Ibid., pp. 18 y ss.
387
Cf., S. Lichtensztejn: “Sobre el enfoque...”, art.cit., pp. 29-30.
388
Cf., entre otros, a D. Chudnovsky: Empresas multinacionales y ganancias monopólicas, Siglo XXI,
Buenos Aires, 1974.
389
En otros términos, obsérvense los principales objetivos del FMI, según se exponen en el
Artículo I del Convenio Constitutivo. Cf., R. Villarreal: “El Fondo Monetario Internacional y la
experiencia...”, art.cit., p. 889.

211
rico del Fondo, cuyo punto de inflexión se podría establecer
a mediados de la década de 1950 con la determinación del
principio de condicionalidad ‘fondomonetarista’. El análisis
que precede a estos acuerdos se basó en dos puntos principa-
les. Primero, el comercio internacional debe realizarse en fun-
ción de las ventajas comparativas. Segundo, los desequilibrios
económicos de los países- miembro se manifiestan en déficit
externo, inflación e insuficiencia de ahorro interno. El ajuste
estabilizador como un híbrido del monetarismo ortodoxo y
del enfoque ‘elasticidades’ del comercio exterior no alcanzó
ninguna de las metas que se proponía el FMI, ni siquiera la
desaparición de los déficit comerciales (esperados o transito-
rios) ni tampoco se materializaron los supuestos beneficios de
la especialización productiva internacional.

¿A qué fue debido tal desalentador balance? Existe, a nuestro


entender, una doble casuística. Por una parte, los cálculos del
FMI y de los respectivos gobiernos no incorporaron las posi-
bles reacciones generadas por una devaluación drástica tales
como la consiguiente alza de precios interno, las devaluacio-
nes paralelas en países especializados en la exportación del
mismo bien o la rigidez de la demanda externa de productos
‘devaluados’. Por otra parte, la funcionalidad de las ventajas
comparativas no es viable a largo plazo, en términos de creci-
miento económico de los países afectados. Ambas motivacio-
nes responden, en suma, a la específica situación de América
Latina en la división internacional del trabajo (dada la prepon-
derancia del sector primario de sus economías), haciéndola es-
pecialmente vulnerable al deterioro de los términos reales de
intercambio y a las variaciones (aleatorias o premeditadas) del
comercio mundial de materias primas.

No obstante, es preciso señalar que la importancia absoluta y


relativa de las actividades primarias no sólo en América La-
tina sino en todos los países subdesarrollados es una conse-
cuencia de un determinado proceso político y económico que
se podría denominar, en palabras de Gunder Frank, como el
‘desarrollo del subdesarrollo’, un producto histórico impues-
to y no una ‘elección soberana’, porque “América Latina no

212
es productora de materias primas por opción sino por de-
pendencia respecto a los intereses de los países que la habían
colonizado política y económicamente”390. Dicha dependen-
cia, económica y política, no se atenuó en absoluto con los
planes de estabilización tradicionales, ya fueran implemen-
tados en el modelo reformista en auge o en crisis. Veamos
algunos ejemplos. La caída de precios de exportación de la
mayor parte de las materias primas generó, a principios de
la década de los cincuenta, graves problemas de balanza de
pagos. Los gobiernos de los países afectados, alguno de ellos
de carácter ‘populista’, acuden al Fondo, procurando crédi-
tos correspondientes a su cuota-parte, o a los préstamos del
Banco Mundial, organismos que, entonces, monopolizaban
el crédito internacional y que imponían condiciones leoni-
nas. Según J. Juruna, “...estas dos instituciones impondrán el
retiro de las tarifas proteccionistas y la abolición de las tasas
de cambio múltiples que los países en vías de desarrollo ha-
bían instaurado para sostener la industria naciente, creada
durante la guerra por medio del proceso de sustitución de
importaciones. Es el caso de los conflictos que oponen al FMI
a los gobiernos de Filipinas, México y Brasil”391. La condi-
cionalidad draconiana del Fondo se explicita aún más en un
segundo bloque de condiciones: la conveniente indemniza-
ción de aquellos bienes nacionalizados y que fueron propie-
dad del capital transnacional, además del pago de las deudas
externas contraídas hasta entonces. A este respecto, el caso
más significativo tuvo lugar cuando el Banco Mundial, en
negociaciones previas con Guatemala para la apertura de
una línea de crédito internacional, resucitó el problema de
los pagos de títulos emitidos en 1829 (!)392.

Este estado de cosas provocó un duro enfrentamiento entre


el Fondo y los diversos gobiernos reformistas de la región.
De igual manera, las burguesías nacionales reforzadas por el

390
Como opinan A. Couriel y S. Lichtensztejn: El FMI y la crisis económica nacional, Ed. Universitaria,
Montevideo, 1968, p. 52.
391
J. Juruna: “Le F.M.I. Le Gendarme du Grand Capital”, Le Monde Diplomatique, octubre 1977, p. 20.
392
Ibid., ibid.

213
modelo ilustrado de desarrollo se mostraron reticentes ante el
dogma librecambista que amenazaba los procesos de acumu-
lación internos. Esto explica que el proteccionismo encubierto,
los subsidios estatales, las tasas de cambio múltiples que des-
alentaban a las importaciones, el control de precios de los pro-
ductos de primera necesidad, el ajuste de los salarios al nivel
inflacionario, etc., fueran las medidas ‘populistas’ del reform-
mismo que, por una parte, consolidaban el papel hegemóni-
co de la burguesía nacional y, por otra, mantenían accesibles,
para la clase obrera, los productos de consumo básico, posibi-
litando el orden y la paz social exigidos por el proceso de acu-
mulación al margen de las estrictas recomendaciones del FMI.
No sorprende, por tanto, que la crisis del modelo reformista
coincidiera, hacia 1956, con la preponderancia del Fondo en el
diseño de las políticas de estabilización tradicionales, como las
que hemos comentado extensamente para Chile, Argentina y
Uruguay. Una larga etapa en la política económica latinoame-
ricana que se subdivide, a su vez, en dos fases que responden
a la internacionalización de los sectores clave de la economía y
a la posterior centralización-desnacionalización del capital393.
Diez años después, la crisis también alcanza al mismo modelo
‘fondomonetarista’ ortodoxo de estabilización. Los alicortos
resultados de política económica (persistencia del proceso in-
flacionario y agudización del desequilibrio externo) dinamiza-
rán, entonces, las luchas sociales en la región, algunas veces de
modo radical, permitiendo el regreso triunfal del peronismo
en Argentina, un gobierno socialista en Chile y catapultando
la lucha guerrillera urbana en Argentina y Uruguay.

Por su lado, el Fondo trata de adecuar el marco teórico por el


que rige su comportamiento. Hasta aquel momento (y ya nos
situamos en 1973, con la implantación de gobiernos militares
en Chile y Uruguay, más el ‘ruido de sables’ en Argentina), el
FMI y los programs de estalización que inspira no combatie-
ron frontalmente a la inflación, considerada como principal
problema, sino que solamente la administraron394. El viraje en

393
Cf., S. Lichtensztejn: “Sobre el enfoque...”, art.cit., pp. 31 y ss.
394
En expresión del mismo Lichtensztejn, “De las políticas...”, art.cit., p. 19.

214
la concepción teórica del Fondo -viraje entendido como pro-
fundización de ciertas medidas de política económica y no,
claro está, como la instrumentación de un rumbo novedo-
so- es de una ostensible necesidad, coincidente con la polí-
tica económica (o la ausencia de la misma) de los gobiernos
militares. Se inagura, de estas manera, un modelo ‘fondomo-
netarista’ restructurador, con un horizonte de estabilización
a medio-largo plazo, en perspectiva ‘cuasi-estructural’ (aun-
que parezca paradójico) que visualiza los cambios exigibles
en las funciones del Estado, el tamaño del sector público y
el rol del mercado en el proceso económico. Pero la apertura
externa seguirá siendo el componente más importante de la
reformulación político-económica del FMI.

En este contexto, el Fondo perfila su programa de estabili-


zación en cuatro áreas específicas: cambiaria, fiscal, moneta-
rio-crediticia y salarial395, para ser atractivo a los gobiernos
autoritarios del Cono Sur y ganar, aunque fuera en parte, la
gravitación internacional perdida en los últimos años, espe-
cialmente en América Latina. ¿Por qué? Las razones de pér-
dida de influencia institucional del FMI obedecen a múlti-
ples aspectos. En primer lugar, el último tramo de la guerra
del Vietnam presenta, cuando menos, un aparente deterioro
político de la ascendencia norteamericana sobre la región396.
En segundo lugar, la devaluación del dólar, la flotación de
las principales monedas y el alza imprevista del precio del
petróleo, patentizan cierta decadencia internacional del país
tradicionalmente hegemónico397. En tercer lugar, se redujo
notablemente la participación estadounidense en los flujos
internacionales de inversión, especialmente en América Lati-
na398. Fue entonces cuando los mercados de eurodólares y los

395
Cf., al respecto, ibid., p. 19; y Ch. Payer: The Debt Trap, Monthly Review Press, Nueva York, 1975.
396
Ya nos hicimos eco de este factor de declive de la hegemonía americana en todo el continente,
lo cual constituye, en palabras de J. Petras, un mito, al filo de la discusión que mantuvieron varios
autores marxistas sobre el particular. Cf., al respecto, B. Rowtorn: “Imperialism in the 1970. Unity
or Rivalry”, New Left Review, nº 69, septiembre-octubre 1971, pp. 31-5; y J. Petras: “Le mythe du
Déclin Americain”, Le Monde Diplomatique, febrero 1976.
397
S. Lichtensztejn: “De las políticas de estabilización...”, art.cit., p. 19.
398
Cf., al respecto, A. Calcagno: “Informe sobre las inversiones extranjeras en América Latina”,
Cuadernos de la CEPAL, 1980.

215
centros off-shore de intermediación financiera canalizaron el
exceso de liquidez internacional, al margen de la condicona-
lidad del FMI. Esto condujo a una política de endeudamiento
externo generalizada en toda la América Latina. Observemos,
al respecto, algunos datos significativos del sistema financie-
ro internacional que ilustran la decadencia del Fondo como
prestatario principal. Si, en 1970, por cada dólar invertido en
la producción, a nivel internacional, existía 0.7 de dólar nego-
ciado en los euromercados financieros, cinco años después la
proporción del primero se correspondía con 1.3 del segundo;
es decir, las inversiones financieras, en 1975, ya excedían a las
productivas. En este mismo año de referencia (1975), por cada
dólar de inversión extranjera productiva existía ya otro dólar
de endeudamiento externo con la banca transnacional, cuando
en 1970, la proporción era de 1 a 4, a favor de las inversiones
directas productivas399.

Ante esta situación coyuntural, el FMI impulsa los lineamien-


tos neoliberales del Cono Sur, así como las orientaciones de in-
ternacionalización financiera que adoptan estos países, a pesar
de la escasa participación que tuvo el citado organismo en el
origen de dicha tendencia, si exceptuamos las facilidades que
proporcionó su propia decadencia. El modelo del Fondo, de
estabilización ortodoxa, no concordaba en los variados aspec-
tos que entraña el nuevo monetarismo de la región. Introdujo,
por tanto, algunas cláusulas programáticas respecto a la nece-
sidad de reformas estructurales junto a su clásica oferta esta-
bilizadora, recuperando, como vimos, una terminología plena
de reminiscencias cepalinas que, al decir de S. Lichtensztejn,
fue tan combatida en el pasado como ahora utilizada semán-
ticamente en la expresión de los cambios requeridos por la lu-
cha anti-inflacionaria400.

¿Cuáles serían, en suma, los principales elementos del modelo


‘fondomonetarista’ de estabilización restructurante?. En síntesis,
los tres siguientes: “…el control inflacionario pasa a girar en tor-

399
Datos ofrecidos por S. Lichtensztejn: “De las políticas...”, art.cit., p. 20.
400
Ibid., p. 27.

216
no del tipo de cambio sobrevaluado y los movimientos de capita-
les con el exterior.El equilibrio de la balanza de pagos, cualquiera
que sea el déficit de la cuenta corriente, pasa a depender de la
capacidad de financiamiento externo. La tasa de interés positiva
se constituye en un instrumento activo de atracción del crédito
internacional y de restricción del crédito interno” (401). En defi-
nitiva, para nuestros efectos, no se puede desvincular la refor-
mulación doctrinaria del Fondo con la proposición/práctica de
políticas de monetarismo global en Chile, Argentina y Uruguay,
así como la relación de ambos con los procesos de creciente inter-
nacionalización financiera que son, actualmente, determinantes
al igual que lo fuera la vanguardia de los capitales norteamerica-
nos en el crecimiento de postguerra402.

Dado el interés complementario para nuestra investigación,


no quisiéramos finalizar esta sección sin referirnos, aunque
sea brevemente, a las conexiones entre la Comisión Trilate-
ral y el Fondo Monetario Internacional. Tanto uno como otro,
son organismos cuya influencia ha sido decisiva no sólo en la
configuración del corpus doctrinario de la Doctrina de la Se-
guridad Nacional sino que su ascendencia alcanza a las reco-
mendaciones de política económica adoptada en los tres casos
mencionados, especialmente en lo que se refiere al rol del FMI
en las nuevas condiciones de internacionalización financiera
y de internacionalización de la política económica, implícitas en el
modelo de apertura monetarista-neoliberal.

5. La Comisión Trilateral y el Fondo Monetario Internacional

Analizamos anteriormente las líneas maestras que caracterizan


las recomendaciones políticas de la Comisión Trilateral sobre
la ‘gobernabilidad de las democracias’ y la influencia de sus
informes sobre la elaboración y práctica de la Doctrina de la
Seguridad Nacional. Recordemos, no obstante, que la posición
‘trilateral’, en síntesis, se funda en la afirmación de que menos
‘democracia’ defiende a ésta de los peligros ‘totalitarios’ que la

Ibid., p. 24.
401
402
Sobre el tema de la interdependencia y la internacionalización de las políticas económicas
implementadas en el Cono Sur nos referiremos más adelante.

217
acechan. En el ámbito que nos ocupa, es decir, la relación del
Fondo con los programas de estabilización en América Latina,
es curioso observar el rol que le asigna la Comisión Trilateral
al FMI, a través de diversos ‘reports’403. Sobre esta cuestión, E.
Ruiz García escribe que: “La ideología se impregna, natural-
mente, de moral. La moral es una racionalización de las nece-
sidades. El capitalismo científico ha condenado, por esa causa,
‘la corrupción con un cáncer que debilita gravemente el papel
internacional de las empresas mina los argumentos a favor del
mercado libre y amenaza los valores esenciales de la democra-
cia’. Esa declaración de la Comisión Trilateral, realizada des-
pués de su reunión internacional en Ottawa (11 de mayo de
1976) tiene el carácter de una recapitulación, de un manifiesto.
Rechaza los métodos de un capitalismo economicista, subdesa-
rrollado y con los procedimientos del subdesarrollo (corrup-
ción, cohecho, soborno) y establece como ideología del poder, y
para imponerlo como poder, un regreso al calvinismo. La mo-
ralización transnacional es una apelación a la racionalización
del poder; no a su abandono. Supone, más bien, la decisión fría
de mantenerlo por otro camino. Un bautista moralizante e in-
geniero nuclear podía cumplir, casi a la perfección, los objetivos
del sistema” (La era de Carter. Las transnacionales, fase superior del
imperialismo, Alianza Ed., Madrid, 1978, pp. 43-44). al pairo de
las reflexiones globales en torno al diseño de un ‘nuevo’ orden
económico mundial. Puesto que varios textos significativos se
han ocupado de esta cuestión404, nos referimos puntualmente a
lo esencial de su contenido.

La Comisión Trilateral (CT, en adelante) propone una nueva es-


trategia organizativa, en lo económico y a nivel internacional,
integrada en los procesos de interdependencia y transnaciona-
lización financiera y productiva que han superado el marco del

403
Nos referimos, en concreto, a los diversos informes publicados por la Comisión Trilateral a
lo largo de la década de los ochenta, entre los que destacaríamos los siguientes: ‘Towards a
renovated International System’, ‘The Reform of International Institutions’, ‘OPEC, the Trilateral
World and the Developing Countries: New Arrangement for Cooperation 1976-1980’, ‘The Crisis
of Cooperation’ y ‘Declaration of Otawa’. Cf., al respecto, J. Estefanía: “La estrategia energética de
la Trilateral”, Transición, nº 16, enero 1980, pp. 23-5; y B. Stallings: “Los banco privados y políticas
nacionalistas: la dialéctica de las finanzas internacionales”, Economía de América Latina, nº 4, marzo
1980, esp. p. 84.

218
Estado-nación como una instancia adecuada para el dominio
de las políticas instrumentales. En consecuencia, la CT propone
la recomposición del ‘leadership’ internacional, compuesto por
un país o grupo de países, al que se le atribuye la función de
‘guardián vigilante’ (custodial role, en la terminología de la CT)
y que asuma, además, el control de los mecanismos económicos
y políticos internos en orden a salvaguardar la defensa del sis-
tema de interdependencia económica.

Como quiera que la competencia entre las políticas económicas


domésticas, representadas por cada Estado-nación, amenaza la
necesaria colaboración internacional se requiere que, a la hora
de elaborar una política económica interna, el ‘policy-maker’
traslade la representación de los intereses nacionales a la encar-
nación de los intereses mundiales representados, a su vez, por el
FMI.. De esta forma, según la CT, el FMI debe constituirse como
un ‘banco central de los bancos centrales nacionales’, actualizan-
do la vieja fórmula de White en su debate con Keynes, durante la
conferencia de Bretton Woods405. Como ‘banco central’, el Fondo
tendría la posibilidad (y la capacidad) de emisión de una mo-
neda internacional independiente, a medio y largo plazo, de la
economía de cada país miembro, si bien, a corto plazo, procede
ampliar la utilización de los DTS como un medio de pago inter-
nacional. Quizá sea en los DTS, en el orden práctico, donde se
materializan la mayor parte de las recomendaciones de la CT,
patentizando la íntima conexión entre los dos organismos.

En efecto:

A) La CT propone ampliar el uso de los DTS, idea sumida, en


los últimos años, por el FMI a través de una revisión de las ca-
racterísticas, la rentabilidad y la facultad de promoción de los
mismos como instrumento de reserva, además de su empleo
como medio de pago406.

404
Destaquemos, entre ellos, a D. Johnstone: “Une strategie Trilaterl: la bourgeoise transnational”,
Le Monde Diplomatique, noviembre 1976 ; y F. Hinkelammert : El credo económico de la Comisión
Trilateral y la nueva política del imperialismo, EDUCA, San José de Costa Rica, 1976.
405
Cf., al respecto, supra n. 176.
406
Así se propuso en el IMF: Anual Repport, 1978. IMF, Washington DCE, 1979.

219
B) La política del FMI coincide también con la sugerencia de la
CT para la creación de un fondo de sustitución de las monedas
de reserva tradicionales (dólar, marco alemán) por DTS407.

C) El Consejo de Gobernadores del FMI hizo suya la propo-


sición de la CT en torno a la caída de la importancia del oro
como moneda de pago, proponiendo la venta de una tercera
parte del oro en manos del FMI y sustituirlo por DTS. En con-
secuencia, y a lo largo de 1976, el FMI promovió la abolición
del precio oficial del oro y la venta de una sexta parte de sus
reservas de dicho metal408.

D) La CT propone una subida de las cuotas de los países de la


OPEP en el FMI, para mitigar el desbordamiento del euromer-
cado y proveer de mayores recursos a una institución, como el
FMI, que rápidamente asume la propuesta409.

Pensamos que estas breves observaciones indican la impor-


tancia que tiene la Comisión Trilateral como órgano de reco-
mendaciones políticas y económicas, influyendo no sólo en los
regímenes militares del Cono Sur, sino, también, sobre insti-
tuciones de la envergadura del FMI, en un contexto de transi-
ción e inestabilidades que han generado la proposición, desde
diversas fuentes, del ‘nuevo orden económico internacional’,
eufemismo que, como se ha sostenido, encubre el fenómeno
del imperialismo410. Si el influjo de la Comisión Trilateral, en
torno a los problemas aquí analizados, ha sido importante, no
lo fue menos la difusión de las ideas monetaristas y neolibe-
rales sobre la ‘teoría del desarrollo económico’, especialmente
las provenientes de la Escuela de Chicago. El estudio de esta
concepción teórica será el objetivo de la próxima sección de
nuestra investigación.

407
Ibid., ibid.
408
Cf., IMF: Annual Repport, 1976, IMF, Washington DC, 1977.
409
Cf., al respecto, IMF: “Called Upon to Resolve the Debt Crisis”, Latin America Economic Report,
marzo 1977, vol. 5, nº 11.
410
Cf., abundando en este enfoque, G. Bidegain y otros: “El FMI, la Trilateral y un nuevo orden
económico y monetario”, Nueva Sociedad, nº 50, septiembre-octubre 1980, pp. 85-116.

220
CAPÍTULO VIII

LA MÍSTICA NEOLIBERAL SOBRE EL DESARROLLO


ECONÓMICO: IDEOLOGÍA Y PERSUASIÓN

Cuando nos referíamos a las políticas de estabilización pro-


puests y aplicadas tradicionalmente en América Latina, ya
notificamos lo esencial de una crítica monetarista-neoliberal al
crecimiento perverso y a la industrialización ineficiente, bajo el
impulso del Estado. Una estabilización de tipo ‘estructuralista’,
argumentan los monetaristas, deviene indefectiblemente en re-
currentes déficits de balanzas de pagos que requieren, a su vez,
un mayor endeudamiento externo para atender el servio del
anterior y preservar, en lo posible, la condición de país-sujeto
de crédito solvente a través de la ‘estabilización’ económica411.
Los economistas de inspiración cepalina, en síntesis, considera-
ban que: a) la estabilización económica no es un fin en sí mis-
mo sino un posible medio de desarrollo equilibrado e integral;
b) la estabilización, en un marco de crecimiento económico a
largo plazo, exige una clara conceptualización del modelo de
desarrollo y del modelo de acumulación o tratamiento del ex-
cedente; y c) en consecuencia, la búsqueda de la compatibilidad
(ausente en el monetarismo) entre instrumentos y fines se tor-
na fundamental en el proceso. En este orden de cosas, el corpus
teórico del monetarismo tendió a una ampliación consecuen-
te con los afanes ‘restructuradores’ introducidos en la práctica
de estabilización económica. La progresiva materialización del
componente neoliberal de los programas tradicionales del mo-
netarismo provocó que, a la libertad económica, se vinculara el
desmantelamiento de las funciones productivas y redistributi-
vas del Estado pero sin cuestionar la existencia de sus aparatos
represores. En otros términos, la ‘desestatización’ se muestra
ahora como el principal objetivo de la estabilización económica,

411 Aparte de las referencias citadas in extenso sobre experiencias estabilizadoras en América
Latina, cf., la recopilación representativa de W.R. Cline y S. Weintraub: Economic Stabilization
in Developing Countries, Brookings Institute, Washington DC, 1981; y, desde la perspectiva
de la condicionalidad expresa o encubierta del FMI, J. Serulle y J. Boin: Fondo Monetario
Internacional. Deuda externa y crisis mundial, IEPALA, Madrid, 1984, esp. pp. 169 y ss.

221
relegando al ‘desarrollo’ a un lugar secundario412. No obstan-
te, el tema del desarrollo económico fue un tema de interés, para
los monetaristas, desde los primeros planes de estabilización
aplicados en América Latina. Las famosas conferencias de J. Vi-
ner, en Rio de Janeiro y en 1950413, dieron paso a la difusión y
conocimiento de los trabajos publicados por otros integrantes
renombrados de la Escuela de Chicago (Friedman, Haberger,
Johnson, Schultz, Stigler, Sjaastad, entre otros)414. Se inicia así la
pérdida de influencia de los sociólogos del desarrollo, aunque
sus interpretaciones, sobre la problemática latinoamericana,
también fueran duramente criticad. Nos referimos, en concreto,
a B. Hoselitz que fue considerado como uno de los autores más
representativos de la tradición de Chicago respecto al enfoque
de índices o tipo-Ideal de los estudios sobre desarrollo econó-
mico, con diferencias sustanciales con otro autor reconocido de
la tendencia como W.W. Rostow. En torno a la bibliografía bási-
ca y a la crítica razonada de la validez empírica, la adecuación
teórica y la efectividad política de la concepción de Hoselitz415.

Con todo, el desembarco de la Escuela de Chicago en América


Latina, estuvo espoleado por las primeras publicaciones de R.
Prebisch y como una exasperante reacción a los comentarios
heterodoxos del anterior o de G. Myurdal que calificaban al
mercado como una parte de un todo irracional, como es la es-
tructura de un país atrasado416. No obstante, ha sido Prebisch
412
Cf., al respecto, los comentarios de J. Chávez Alvarez: “La política de estabilización neoliberal
en la perspectiva de la estrategia de desarrollo a largo plazo: ¿desarrollo o desestabilización?”,
Socialismo y Participación, nº 22, junio 1983, pp. 79-90.
413
J. Viner fue invitado por la Fundación G. Vargas (Río de Janeiro, 1950) y sus conferencias fueron
publicadas, posteriormente, como International Trade and Economic Development, Oxford University
Press, Londres, 1953.
414
Y, también, P.T. Bauer, de la Escuela Económica de Londres, como se desprende de su obra
Crítica de la teoría del desarrollo, Ed. Orbis, Barcelona, 1983, como veremos más adelante.
415
A. Gunder Frank: Sociología del desarrollo y subdesarrollo de la sociología, Barcelona, 1971, esp. pp.
12-35.
416
Los trabajos polémicos de Prebisch, a los que hacemos referencia, son principalmente El
desarrollo económico de América Latina y algunos de sus principales problemas (1949) y Problemas teóricos
y prácticos del crecimiento económico (1951), ya citadas. El texto aludido de G. Myrdal es publicado
seis años después: Theory and Under-Developed Regions, Duckmoth, Londres, 1957, esp. pp. 90 y ss.
Cf., al respecto, O. Rodriguez: “La teoría del subdesarrollo de la CEPAL. Síntesis y crítica”, Comercio
Exterior, vol. 29, nº 11, noviembre 1979, pp. 1177-1193; A. Gurrieri: “La economía política de Raúl
Prebisch”, introducción a La obra de Prebisch en la CEPAL, F.C.E., México, 1982, 2 vol.; y R. Prebisch:
“Cinco etapas de mi pensamiento sobre el desarrollo”, Trimestre Económico, nº 198, abril-junio 1983, pp.
1077-1096.

222
uno los autores que generaron mayores críticas desde el mo-
netarismo neoliberal. Su extensa obra y la continua actualiza-
ción y reformulación de su pensamiento, hacen de R. Prebisch
uno de los analistas más fecundos de la región que, sin estar
exento de crítica y autocrítica, publica sin descanso durante su
etapa en la CEPAL y en la UNCTAD, hasta la obra considera-
da definitiva: Capitalismo periférico. Crisis y transformación, FCE,
Mé xico, 1981 Por otra parte, y como advertimos anteriormen-
te, la pugna estructuralismo versus monetarismo constituyó
un telón de fondo que, desde entonces, preside la disparidad
de criterios en la valoración del papel beligerante del Estado y
de las políticas sustitutivas, además del proceso inflacionario
como un tema clave del modelo de crecimiento económico.

Ante una temática tan variada, no debe resultar extraño que


M. Riboud y F. Hernández Iglesias hayan llamado la atención
sobre la pluralidad de aportaciones de la Escuela de Chicago,
más allá de la figura de M. Friedman y del tema monetario que
fuera ya inagurado por dos de los apóstoles del monetarismo
(Mints y Simon)417, como los denomina maliciosamente P.A.
Samuelson418. Sin embargo, continúan aquellos autores, lo que
une la Escuela es su ‘enfoque y métodos de trabajo que insis-
ten en el realismo’419.

En este sentido, una compilación de D. Wall420, proporciona


una visión global de aquella temática en torno a tres ideas
centrales por lo que a nuestra investigación se refiere: primero,
una crítica dirigida a la descalificación de la visión estructura-
lista del desarrollo en América Latina; segundo, una denuncia
contumaz a las fórmulas proteccionistas de los países subde-
sarrollados; y tercero, una defensa no menos persistente de la
economía de mercado, en tanto que es la única forma de cre-
cimiento eficiente, lo que, entre otras cosas, implica el rechazo

417
M. Riboud y F. Hernández Iglesias: “La otra cara de la escuela de Chicago: un ensayo en
honor de Theodore W. Schultz”, in VV.AA.: La Nueva Economía en Francia y España, Fundación
Universidad-Empresa, Madrid, 1980, pp. 37-64.
418
Cf., P.A. Samuelson: Curso de Economía Moderna, Aguilar, Madrid, 1975, pp. 924-5.
419
”La otra cara...”, art.cit., pp. 37-8.
420
D.Wall (Ed.): Chicago Essays in Development, University of Chicago Press, Chicago, 1972.

223
a la ‘ayuda externa’ pero no del ‘crédito exterior’ a través del
mercado financiero internacional.

En efecto, relacionada con el contenido de esta sección, Ri-


boud y Hernández Iglesias suscriben la crítica tradicional del
monetarismo, refiriéndose a “...ejemplos elocuentes de países
donde, pese a las condiciones favorables desde el punto de
vista de los recursos naturales, se ha obstaculizado el desa-
rrollo de la agricultura mediante políticas desacertadas de in-
dustrialización. Argentina, Chile y Uruguay, después de los
años treinta, sufrieron el impacto de las políticas recomenda-
das por los estructuralistas (Singer, Prebisch)”. Y añaden más
adelante: “El estructuralismo, como hemos visto, ignoró
la planificación a través del mercado. Olvidó la existencia de
leyes en el mercado, encareció los precios de los productos me-
diante una política de sustitución de importaciones y engendró
peligrosos procesos inflacionistas mediante políticas de dine-
ro barato que buscaban forzar el ahorro. Los efectos ya dis-
torsionados de esta política llegaron a extremos difícilmente
tolerables cuando quisieron evitarse reprimiendo la inflación.
El potencial de desarrollo fue así despilfarrado con la mejor de las
intenciones”421

En este sentido, A. Haberger opina que los modelos teóricos


simples de desarrollo económico concebidos como una supe-
ración de obstáculos y de ‘cuellos de botella’ resultantes de la
escasez de ahorro (brecha del ahorro) y de bienes importados
(brecha de divisas), son modelos inaplicables ya que no incor-
poran otros problemas institucionales relevantes422. Subraye-
mos que A. Haberger, al igual que H.G. Johnson, emplean ra-
zonamientos más sutiles, menos primitivos, que M. Friedman.
Ahí radica precisamente su fuerza argumental, a pesar de las
‘debilidades’ que, a veces, se observan. Veamos dos ejemplos
concretos.

421
La otra cara...”, art.cit., pp. 50-1, subr. Nuestros.
422
No deja de ser sorprendente esta afirmación del autor refiriéndose al estructuralismo
latinoamericano que, como vimos, propugna una estabilización basada en las reformas
estructurales básicas. Cf., A. Haberger: “Issues Concerning Capital Assistance to Dess-Developed
Countries”, in D. Wall (Ed.): Chicago Essays…, op.cit., esp. p. 354.

224
La Escuela de Chicago menosprecia los modelos de crecimien-
to tipo Harrod-Domar como un residuo keynesiano, rechazan-
do, por tanto, cualquier modelo de desarrollo ‘hacia adentro’
basado en las políticas de sustitución de importaciones. ¿Cuál
es aquí el fundamento?. H.G. Johnson, olvidándose quizás
conscientemente de Mises o Hayek, denuncia que el enrique-
cimiento de la teoría del desarrollo por parte de economistas
emigrados (N. Kaldor o Th. Balog, entre otros) representa la
introducción, en los círculos académicos anglosajones, de há-
bitos de pensamiento en términos nacionalistas a expensas de
una perspectiva cosmopolita, como exige el complejo proble-
ma del ‘subdesarrollo’423. Por su lado, Haberger es más cauto.
Después de reconocer que, para la Escuela de Chicago, el tema
del crecimiento económico contiene una gran dosis de miste-
rio (sic)424, también afirma que la citada Escuela es la única que
puede explicar con realismo el proceso y las consecuencias de
la inflación. Dejamos a la consideración del lector el juicio de
una opinión, como la primera de H.G. Johnson, más cercana
a la xenofobia académica que a una reflexión teórica. En cam-
bio, la afirmación de Haberger sí merece un comentario más
extenso, a partir de las aportaciones del autor sobre el tema
inflacionario.

Se considera que “The Dynamics of Inflation in Chile”, de A.


Haberger425, constituye la primera evaluación empírica de las
proposiciones monetaristas en América Latina, manejando los
datos anuales de las variables significativas para el período
1939-1958, en el caso chileno.

El autor, considerando las siguientes variables:

P, nivel de precios;

Y, la tasa de crecimiento del ingreso real;

423
H.G. Johnson: “The Ideology of Economic Policy in the New States”, in D. Wall (Ed.), idem, pp.
30 y ss.
424
Cf., A. Haberger: “Some Notes on Inflation”, in D. Wall (Ed.), idem, p. 123.
425
Reeditado en C. Christ (Ed.): Measurement in Economics, Stanford University Press, Stanford,
1963, pp. 219-250.

225
M, la masa de variación de la oferta monetaria
corriente;

M-1, la tasa de variación de la oferta monetaria


con un año (-1) de
rezago

A, diferencia de las tasas de inflación nteriores


; y finalmente,

W, cambio porcentual del sueldo vital.

El autor llega a la siguiente estimación:

P = -1.15 - 0.89 Y + 0.70 M + 0.29 M-1 + 0.16 A + 0.13 W

(9.56) (0.32) (0.18) (0.18) (0.14) (0.22)


R2 = 0.87

En otras palabras, la estimación muestra que los signos y las


significaciones son las esperadas por la teoría monetarista,
permitiendo aceptar que todas las variables explicativas tie-
nen una especial incidencia excepto A y W. Igualmente, R.
Vogel, utilizando la misma metodología que Haberger, para 16
países latinoamericanos con datos anuales entre 1950 y 1969426,
concluye que “...el resultado más importante de este estudio
es que un modelo puramente monetarista, sin variaciones es-
tructurales, revela poco heterogeneidad entre los países. Las
diferencias importantes en las tasas de inflación entre estos
países no pueden asignarse, de acuerdo con este modelo, a di-
ferencias estructurales sino, principalmente a diferencias en el
comportamiento de la oferta monetaria”427.

No obstante, la prueba empírica ofrecida por A. Haberger y


otros discípulos de la Escuela de Chicago, solamente se redu-

426
Cf., R. Vogel: “The Dynamics of Inflation in Latin America, 1950-1969”, American Economic
Review, vol. 64, marzo 1974, pp. 102-114.
Ibid., p. 106.
427

226
ce a los períodos y casos citados. El mismo método aplicado,
por ejemplo, en la variante asiática del monetarismo (Corea
del Sur y Formosa) supondría la existencia de resultados,
cuando menos, divergentes428, con lo que quiebra la aparen-
te ‘universalidad’ e ‘intemporalidad’ de las teorías moneta-
ristas. Profundicemos en este último comentario. Si se intro-
ducen, como podría ser pertinente, variables relativas a las
expectativas inflacionarias, el modelo Haberger-Vogel, como
informan Nugent y Glezakos429, solamente es significativo en
países muy inflacionarios mientras que las variables estructu-
rales poseen una mayor importancia en los países de inflación
media. No resulta, pues, sorprendente que estas discordancias
hayan provocado una revisión de las pruebas empíricas so-
bre la inflación de Latinoamérica, en el seno de la controversia
monetarismo-estructuralismo430. A este algunos autores han
propuesto un enfoque empírico no tradicional, mediante un
análisis diferenciado y sustentado por hipótesis relativas al
proceso inflacionario como un fenómeno de rostro monetario
pero conectado con desajustes estructurales debidos, especial-
mente, a la ausencia del dinamismo inversor y del estanca-
miento de la producción agrícola431.

Si, hasta aquí, hemos conocido la perspectiva interna sobre el


desarrollo según uno de los hitos de la Escuela de Chicago,
como es el caso del artículo comentado de Haberger, no es me-
nos cierto que, bajo la hipótesis de economía abierta, los mo-
netaristas pueden abordar el tema con variados razonamien-
428
Cf., al respecto, W.A. Bomberger y G.E. Makinen: “Some Further Test of the Haberger Inflation
Model Using Quarterly Data”, Economic Development and Cultural Change, vol. 27, julio 1979, pp.
629-644.
429
Cf., al respecto, J.B. Nugent y C. Glezakos: “A Model of Inflation and Expectations in Latin
America”, Journal of Development Economics, vol. 6, septiembre 1979, pp. 431-446; y M.J. Twomey:
“Devaluaciones y distribución de ingresos en América Latina”, Economía, vol. VI, nº 11-12, junio-
diciembre 1983, pp. 113-143.
430
Cf., para una panorámica general, W. Baer: “The Inflation Controversy in Latin America: A
Survey”, Latin American Research Review, vol. 2, nº 3, 1967, pp. 3-25.
431
Es la tesis que mantienen L.R. Cáceres y F.J. Jiménez: “Estructuralismo, monetarismo e inflación
en Latinoamérica”, Trimestre Económico, nº 197, enero-marzo 1983, pp. 151-168. Una opinión
similar la sostuvo E. de Figueroa cuando escribió que el automatismo monetario es una propuesta
sugestiva pero no exenta de peligros. En este sentido, las metas declaradas de crecimiento
económico a largo plazo pueden quedar comprometidas si no existe un uso discrecional de la
política mixta compensatoria que, concretamente en América Latina, exige la adopción previa de
reformas estructurales. Cf., E. de Figueroa: “Inflación, paro y desarrollo económico”, Moneda y
Crédito, nº 149, junio 1979, pp. 3-19.

227
tos. Veamos algunos de ellos. Friedman, como un economista
representativo de la Escuela, siempre abogó por la unilateral
abolición, desde los países desarrollados, de todos “los arance-
les, cuotas y otras restricciones al comercio antes de una fecha
determinada, digamos cinco o diez años”, como la vía más rá-
pida de desarrollo mundial432.

La existencia de un proceso de intenciones no siempre es un


reflejo de la realidad y ésta, en suma, no puede ocultar que el
proteccionismo encubierto en los países desarrollados es un
fenómeno cuya envergadura es superior, en el análisis, a los
efectos de una protección defensiva en los países subdesarro-
llados. En este sentido se entenderían las acotaciones de H.G.
Johnson y su matización entre niveles de protección arancela-
ria nominales y efectivos. Tras demostrar cuál es el costo de-
rivado del uso de aranceles como una fórmula de corrección
del desequilibrio en el mercado de factores y bajo la hipótesis
de que los países más desarrollados protegen más a sus ma-
nufacturas que a sus materias primas, Johnson concluye en
que la tasa efectiva de protección al valor agregado puede ser
un múltiplo de la tasa de protección a la mercancía. En con-
secuencia, escribe el autor, los países subdesarrollados no de-
berían objetar tanto el nivel absoluto de los aranceles sino las
grandes diferencias dentro de la estructura arancelaria de los
países industrializados433.

Realmente, tanto a Johnson como a toda la Escuela de Chi-


cago, el arancel entendido como mecanismo de protección a
la industria nacional es perjudicial para el desarrollo de un
país434. La ingenuidad, sin embargo, marcan a muchos de los
argumentos antiproteccionistas. El mismo Johnson considera
al proteccionismo como el mayor obstáculo a la captación de

432
Cf., en este sentido, M. Friedman: “Foreing Economic Aid, Means and Objectives”, Yale
University Review, verano 1958, p. 509.
433
H.G. Johnson: “Tariffs and Economic Development: Some Theoretical Issues”, in D. Wall (Ed.):
Chicago Essays…, op.cit., p. 293. Cf., asimismo del autor, “Una teoría económica del proteccionismo,
de las negociaciones arancelarias y de la formación de las uniones aduaneras”, in A. Casahuga y
J. Bacaria (introd.. y selec.): Teoría de la política económica, Instituto de Estudios Fiscales, Madrid,
1984, pp. 459-522.
434
Cf., H.G. Johnson: “Trade Preference and Developing Countries”, in D. Wall (Ed.), idem, pp.
309-310.

228
externalidades desde el exterior, en cuanto considera al libre-
cambio como un aprendizaje singular a través del cual los paí-
ses subdesarrollados se benefician (y participan) del progreso
técnico. Como en el caso de la inversión directa extranjera, el
proteccionismo no debe impedir la transmisión de tecnología,
adiestramiento y reinversión de utilidades de una forma más
o menos automática435.

Aparte de las conocidas críticas a este tipo de razonamientos


que cuentan, por otro lado, con una abundante literatura436, se-
ñalemos que la Escuela de Chicago (y especialmente H.G. Jo-
hnson) se muestra perpleja ante el caso japonés donde, aún en
la década de los sesenta, se mantiene una rígida congelación
de las inversiones foráneas y una alta protección efectiva, cer-
cana al 30 por ciento, cifra muy superior -según los cálculos de
Bela Balassa437- a la protección existente en los Estados Unidos
(20 por ciento), en el Mercado Común (18.6 por ciento) o Sue-
cia (12.5 por ciento)438. De todas maneras, si se estudiase con
detenimiento el peculiar proceso de industrialización iniciado
con la Revolución Meiji, la perplejidad monetarista frente al
caso japonés se disolvería en la dinámica de una experiencia
histórica singular439.

Fueron, asimismo, las enseñanzas de la Historia las respon-


sables de la moderación, en los juicios y recomendaciones,
de la Escuela de Chicago respecto al uso de la devaluación
como un arma antiinflacionaria. La devaluación, recordemos,
fue uno de los mecanismos más importantes del tratamiento
teórico del monetarismo frente al desequilibrio en economía
abierta, además de su instrumentación práctica en los diver-
sos programas de estabilización, auspiciados por el FMI, en
América Latina durante los últimos treinta años. En nombre

435
Ideas que expone en un tercer artículo de la citada compilación de D. Wall, “Fiscal Policy and the
Balance of Payments in a Crowing Economy”, ibid., esp. p. 122.
436
Y, también, con paradigmáticas defensas como las debidas a P.T. Bauer: Crítica de la teoría del
desarrollo, op. cit., con desesperanzadora visión del Informe Prebisch y de otros estudios concebidos
en la UNCTAD.
437
”Tariff Protection in Industrial Countries: An Evaluation”, Journal of Political Economy, diciembre
1965. Cit., in H.G. Johnson: “Trade Preference…”, art.cit., pp. 316-7.
438
Ibid., ibid.
439
Como señala P.A. Baran: La economía política del crecimiento, F.C.E., México, 1973, esp. pp. 178-187.

229
del ‘realismo cambiario’ y de la ‘apertura externa’, se propu-
sieron devaluaciones extremas y esporádicas. Las desastrosas
experiencias de Argentina y Chile, y el éxito de las pequeñas
devaluaciones adaptativas en Brasil o Colombia, incidieron
en el cambio de valoración de la Escuela de Chicago en tor-
no a la funcionalidad de la medida y los condicionantes de
su aplicación político-económica En este sentido, D. Philips se
refiere al posible conflicto entre políticas económicas, según
diversas modalidades de monetarismo, respecto al tema de
la devaluación. En el modelo monetario para una pequeña
economía abierta se concluye en que el tipo de cambio es una
variable clave en la determinación del nivel interno de pre-
cios. Si la moneda es devaluada como parte de un paquete
de ajuste de carácter deflacionario, la inflación, por tanto, se
acelera. En esas condiciones, los objetivos de la devaluación
sólo pueden ser alcanzados si los incrementos de los salarios
nominales pueden mantenerse por debajo de los incrementos
en el nivel de precios o, lo que viene a ser lo mismo, si la pro-
ductividad se incrementa440. Así, A. Haberger constata que la
realidad latinoamericana en política cambiaria obstaculiza la
tradicional aceptación y la dogmática insistencia monetarista
en las tasas de cambio fijo441. De igual forma, la ayuda externa
ha sufrido, también, una sustancial modificación en el pensa-
miento de Chicago. Lejanos quedan ya los días en que J. Viner
propugnaba una libre y abundante corriente de capital entre
países desarrollados y menos desarrollados pero solamente en
el caso de que esté sabiamente dirigida442. El autor, pensando
en el FMI y en el BM, exige la “disciplina internacional dirigi-
da contra los planes nacionales económicos que actúan del tal
manera que producen déficit de balanza de pagos”443.

Pero si Viner defiende las corrientes internacionales de capital


disciplinadas por el Fondo, Friedman argumenta en términos

440
Cf., A. Haberger: “Some Notes on Inflation”, art.cit., pp. 123-157. Cf., al respecto, D. Philips: “The
New Reading: Economic Theory, IMF Conditionality and Balance of Payments Adjustment in the
1980’s”, IDS Bulletin, Sussex University, vol. 13, nº 1, 1981, p. 34.
441
”Some Notes on Inflation”, art.cit., pp. 123 y ss.
442
International Trade and Economic Development, op.cit., pp. 91-111.
443
Ibid., p. 91.

230
de ‘maquiavelismo keynesiano’ en lugar de ‘bienestar colecti-
vo’. ¿Por qué?. Para Friedman, la ayuda externa, tanto en prés-
tamos como donaciones, se canaliza a través de los gobiernos
locales a los que se le obliga una acción previa de estabiliza-
ción, fijando objetivos cuantitativos y formulando planes para
alcanzarlos, es decir, promoviendo el crecimiento del Estado,
el nuevo Leviatán, y aceptando implícitamente la aceleración
de la ‘ideología’ comunista en América Latina y, en general, en
el mundo subdesarrollado (sic)444.

A pesar de la coincidencia de todos los integrantes de la Es-


cuela de Chicago respecto a su confesada aversión a cualquier
intervención estatal extralimitada, el tema de la ayuda externa
-especialmente en lo relativo a ‘donaciones’, en cuanto no tiene
significancia equiparar éstas con los ‘préstamos’- ha sido ob-
jeto de diversas valoraciones. Además de las de Viner y Fried-
man, ya comentadas, son destacables las opiniones de H.G.
Johnson (la ayuda como un trato preferencial en el comercio
internacional obedeciendo al principio ético de no discrimi-
nación entre partes desiguales)445, de A. Haberger (la ayuda
fracasa, no por su naturaleza, sino por la deficiente infraes-
tructura técnica en los países subdesarrollados que engendra
proyectos mal diseñados)446, y de Th.W. Schultz (la necesidad
de que una mayor ayuda se otorgue con una paralela moder-
nización agrícola a través de políticas educativas y oferta de
nuevos factores productivos)447.

Pero, en síntesis, y como señala D. Wall, todas las aporta-


ciones de la Escuela de Chicago sobre una compleja proble-
mática como resulta de los países subdesarrollados, ya sea
respecto al modelo de crecimiento, a la crítica del proteccio-
nismo o a la funcionalidad de la devaluación y la ‘ayuda’
externa, entre otros, adolecen de tres defectos principales: “...

444
Cf., M. Friedman: “Foreing Economic Aid, Means and Objectives”, art.cit., p. 511. Razonamientos
más sutiles enmarcan, sin embargo, la obra de otro neoliberal como G. Stigler: The Citizen and the
State, University of Chicago Press, Chicago, 1975.
445
Cf., del autor, “Trade Preference...”, art.cit., p. 307.
446
”Issues Concerning...”, art.cit., pp. 362 y ss.
447
Cf., al respecto, “La crítica de la economía de la ayuda externa...”, op.cit., pp. 450 y ss.

231
no logran adaptar la teoría neoclásica a las características es-
peciales de los países en vías de desarrollo (...), hacen un uso
selectivo de las pruebas para corroborar sus puntos de vista
(...), y mantienen una creencia ‘reaccionaria’ en el poder del
mercado para producir soluciones ‘deseables’ en todas las si-
tuaciones”448.

De manera que si existe una pluralidad de aportaciones sobre


el ‘desarrollo económico’, gestadas en la Escuela de Chicago,
como pretenden Riboud y Hernández Iglesias enfatizando
en la ‘otra cara’ de la corriente, lo cierto es que las diferencias
son mínimas o artificiosas449. La autocalificación de A. Haber-
ger como un ‘heterodoxo’ respecto a economistas como M.
Friedman no es más que un sutil juego de palabras que encu-
bre la uniformidad teórica esencial de la citada Escuela. De
ésta, como ha escrito uno de sus antiguos alumnos, se apren-
dió que la quintaesencia de la libertad es el mercado y éste,
a su vez, proporciona “el cálculo de las condiciones de equi-
librio de los asesinatos en gran escala y del genocidio econó-
mico”450. En cualquier caso, ante la experiencia latinoameri-
cana, y específicamente antela del Cono Sur, el monetarismo
ha sufrido una significativa conversión, que va desde sus
presupuestos teóricos tradicionales hacia la ‘aberración eco-
nómica total’, como sostiene R. Prebisch451. Ya no se predica,
desde Chicago, el desarrollo económico sino la institucionali-
zación del receso como mecanismo necesario para establecer
el control político. A nuestro juicio, el fenómeno del endeu-
damiento externo, a partir de las políticas de estabilización y
del modelo de apertura económica implementado en el Cono
Sur, deben encardinarse en estos ejes analíticos porque, como
piensa J. Child, “así como la fantasía mercantilista consistió

448
D. Wall: “Introduction” a D. Wall (Ed.): Chicago Essays…, p. viii.
449
Cf., en este punto, los interesantes comentarios, acreedores en muchos aspectos del
contenido de la presente sección, de W.P. Strassmann: “La economía del desarrollo desde
la perspectiva de Chicago”, Comercio Exterior, vol. 26, nº 12, diciembre 1976, pp. 1436-1143.
450
Cf., al respecto, Capitalismo y Genocidio económico..., op.cit. También, para una ampliación de lo dicho,
A. Gunder Frank: “Las universidades norteamericanas y el fascismo chileno”, Desarrollo, noviembre 1974,
pp. 59-67.
451
Términos pronunciados en el discurso de aceptación del Premio Fundación Tercer Mundo
(Nueva York, 2.IV.1981).

232
en generalizarles a todos los países del mundo la receta de
buscar una balanza comercial positiva, o sea, un universal
imposible, la fantasía monetarista contemporánea pretende
que todos los países acumulen capital financiero empujando
sobre el hilo del dinero en lugar de acumular primero capi-
tal de inversión empujando sobre las bases de la producción
real que sostengan en forma más segura su propio desarrollo
económico”452. En definitiva, y retomando la calificación de
Prebisch453, el monetarismo como elemento de política eco-
nómica presente en el desenlace del capitalismo tardío, en
una fase de decadencia, y propugnando la apertura y la in-
ternacionalización como vía de logro del desarrollo ignora,
conscientemente, que “la premisa fundamental del cambio
económico es que para transformar las relaciones de merca-
do es necesario cambiar las estructuras de poder”454.

El autor termina su interesante y aleccionadora crítica sobre


la pérdida monetarista de dichos ‘apóstoles’ con las siguien-
tes palabras, cuya significación en el contexto de este trabajo
nos obliga a reproducirlas: “...es un empeño sistemático por
volver hacia atrás, un tremendo retroceso intelectual, des-
pués que habíamos logrado avanzar, con grandes dificulta-
des, en la interpretación del desarrollo latinoamericano.(...)
!Comprenda Milton Friedman! !Compréndalo también Frie-
drich von Hayek! Un proceso genuino de democratización se
estaba abriendo paso en nuestra América, con grandes difi-
cultades y frecuentes retrasos. Pero su incompatibilidad con
el régimen de acumulación y distribución del ingreso condu-
ce hacia la crisis del sistema. Y la crisis lleva a interrumpir el
proceso, a suprimir la libertad política; condiciones propicias
para promover el juego irrestricto de las leyes de mercado”
(Prebisch, 1981, cit., p. 181).

452
J. Child: “La crisis actual y el monetarismo”, Nueva Sociedad, nº 55, julio-agosto 1981, pp. 43-56,
esp. p. 46 que corresponde con la cita.
453
Cf., asimismo, R. Prebisch: “Diálogo acerca de Friedman y Hayek”, Revista de la CEPAL, nº 15,
diciembre 1981, pp. 161-181.).
454
J. Child: “La crisis actual y el monetarismo”, art.cit., p. 50.

233
Precisamente ahí radica la gran contradicción de los moneta-
ristas como enemigos de la intervención estatal, ahora consi-
derado el nuevo Leviatán Keynesiano, ya que “si el Estado
es una póliza de seguros para el sector económico alto de de
las sociedades capitalistas, la actividad económica del sec-
tor público es su salvavidas”455. En este sentido, la contradic-
ción apuntada es más aparente que real porque la corriente
de pensamiento monetarista-neoliberal, a pesar de algunas
divergencias no siempre marginales, converge hacia un obje-
tivo prioritario que rebasa la crítica persitente al Estado inter-
ventor. La meta del crecimiento económico, mediatizada por
el enfoque subsidiario y, por ende, de la incondicional creen-
cia en las virtudes del libre mercado, obedece a la voluntad,
especialmente en los gobiernos militares del Cono Sur que
adoptaron este tipo de política económica, de imponer “un
nuevo reparto de la riqueza, de disciplinar a la mano de obra
y de establecer un nuevo consenso social”456, en torno al tó-
tem del neoliberalismo político (seguridad) y económico457.
Llegados a este punto, la cuestión del crecimiento-desarrollo
económico, como parte del paradigma neoliberal, goza de
una indudable consistencia lógica pero es incapaz de cubrir
con ella el sentido ideológico que subyace en su seno. Todos
y cada uno de los economistas que siguen las propuestas de
la Escuela de Chicago se oponen a tal afirmación, como si
fuera intrínsecamente malévola, recordando a Catch-22, la
magnífica novela de J. Heller458. “Porque”, explica J. Requei-
jo, “también en este caso, podría pensarse en una ordenan-
za que rezara así: ‘Desde mi ideología afirmo que la ciencia
económca no es ideológica’”459. Referencia literaria que tiene
gran fortuna desde su utilización, en 1977, por J. Tobin cuan-
do exclamó, con ocasión de una conferencia en la Western

455
V. Pérez-Sádaba: “Planificación económica y democracia”, Indice nº 361, octubre 1974, p. 9.
456
En palabras de P. Dommergues: “El nuevo orden interior”, Transición, nº 8, mayo 1979, p. 5. Este
artículo tiene un expresivo subtítulo: “...o cómo el Estado neo-liberal puede ayudar al capitalismo
en crisis a franquear una nueva etapa”.
457
En este sentido, K. Vergopoulos se interroga: “¿El neoliberalismo contra el Estado?”, Le Monde
Diplomatique (en esp.), julio 1981, p. 30.
458
Conocemos una edición en español, J. Séller: Trampa 22, Plaza y Janés, Barcelona, 1973.
459
J. Requeijo: “Catch 22, la saga neoliberal”, Información Comercial Española, nº 558, febrero 1980,
p. 41.

234
Economic Association: “...como ya se ha dicho y se dirá, la
expansión monetaria es inflacionaria ‘per se’ La historia de
Catch 22!”460. El velo tecnicista con el cual el neoliberalismo
solapa la naturaleza ideológica de sus proposiciones en tor-
no al crecimiento-desarrollo económico tiene como misión, a
nuestro entender, enmascarar la existencia del binomio sub-
desarrollo-imperialismo461.

En otras palabras, y frente al comentario de Riboud y Hernán-


dez Iglesias, no es precisamente el ‘realismo’ lo que caracteriza
al neoliberalismo actual sino el empirismo contumaz que tra-
ta, por una parte, de negar su ideología al mismo tiempo que,
por otra, se constituye como apologética de un determinado
orden social. No obstante, su deliberada (y no menos com-
prensible) marginación de aquél binomio, como categoría ana-
lítica básica para explicar el proceso de desarrollo, se mantiene
a través de equívocas referencias a la neutralidad de la ciencia.
Pero, ya fuera desde la filosofía de la ciencia462, la historia de
la filosofía463, la ciencia en general464, y la economía en particu-
lar465, se han levantado voces autorizadas que descalifican esa
concepción neoliberal de las ciencias sociales como instancias
nomotéticas, de leyes universales y con un alto grado de for-
malización.

460
J. Tobin: “¿Hasta qué punto está Keynes muerto?”, Cuadernos Económicos de ICE, nº 2, 1977, pp.
9-19. La cita corresponde a p. 15.
461
Respecto al problema y por la significativa autoría, en el contexto de esta Memoria Doctoral, cf.,
las palabras de S. Allende pronunciadas con motivo de sus discursos a la Internacional Socialista
(febrero 1973) y a la Asamblea General de las Naciones Unidas (diciembre 1972), reproducidos en
Indice, nº 338-9, octubre 1973, p. 42 y pp. 54-55, respectivamente.
462
Cf., al respecto, M.W. Wartofsky: Introducción a la filosofía de la ciencia, Alianza Ed., Madrid, 1973.
Para el autor, el conocimiento científico no es neutral. Ese temor a la no neutralidad solamente se
desaloja con un examen crítico y racional de los rasgos fundamentales de la ciencia en cuestión (p.
19). Wartofsky indica que el científico y el que elige fines son uno y el mismo ser, indivisible en su
quehacer positivo y normativo en contra de la opinión de los neoliberales que experimentan una
suerte de transformación que suele reservarse a los insectos metamórficos al tratar de separar los
aspectos axiológicos de su trabajo científico (p. 25).
463
J.D. García Bacca: Lecciones de Historia de la Filosofía, Universidad Central de Venezuela, Caracas,
1973, 2 tomos. El autor afirma, en sus advertencias previas, que toda ‘lección’, toda ‘historia’ y
toda ‘filosofía’, como cualquier actividad humana, es selección y todas las selecciones son parciales.
464
Cf., F. Cordón: La función de la ciencia en la sociedad, Anthropos Ed., Barcelona, 1982.
465
Como escribe J. Robinson, “debemos admitir la existencia de juicios de valor en toda doctrina
económica siempre y cuando aquélla no sea un formalismo trivial” (La Segunda Crisis del
Pensamiento Económico, Ed. Actual, Madrid, 1973, p. 26).

235
Como subraya P. Bonnin, refiriéndose a la lengua como un
objeto manipulable, la retórica totalitaria tiende a sustentarse
en visiones universalistas, unitarias y autónomas de la cien-
cia porque así se obvian con facilidad los condicionamientos
sociales, las presiones extracientíficas, etc., que conforman el
nivel ideológico siempre presente en la neutralidad y desvin-
culación axiológica de la ciencia y sus proposiciones466.

En definitiva, el monetarismo neoliberal es generador y


transmisor de ideología. Aunque, centrándonos en el objeto
de nuestra investigación, la política económica recomenda-
da se presente como ‘objetiva’, dada su exclusiva filiación a
la ‘técnica económica’, su objetividad no sólo es interesada
y parcial, como es natural en cualquier ciencia social, sino
también tendenciosa, al tratar de ocultar su ‘sesgo’ ideoló-
gico. Si estos comentarios críticos derivan, ahora, de la con-
cepción sobre ‘desarrollo económico’ de los monetaristas y
neoliberales, no serán menos evidentes cuando analicemos
la propuesta/práctica político-económica en el Cono Sur ins-
pirada en el modelo de apertura económica irrestricta como
la reformulación de los ya agotados planes de estabilización
tradicionales.

466
Cf., P. Bonnin: Así hablan los nazis, Dopesa, Barcelona, 1974.

236
CAPÍTULO IX

EL MODELO NEOLIBERAL DE CRECIMIENTO Y


APERTURA: COSTES SOCIALES Y ECONÓMICOS

1. Monetarismo y restructuración

Las respuestas convencionales de la teoría del desarrollo a la


crisis recurrentes de América Latina se redujeron al ‘consenso
espúreo’ que enlazaba el diagnóstico de una situación dada
(el subdesarrollo) con un objetivo suficientemente ambiguo: la
industrialización, sin más calificaciones o significados, a la que
se llegaría tras la superación, parcial o global, de los diversos
‘obstáculos’ que se oponen al crecimiento467.

Así, en América Latina, se propugnó el modelo primario-


exportador como una vía de desarrollo ‘hacia afuera’, es
decir, alcanzando la industrialización a través de la inserción
progresiva en la economía internacional468. La posterior
propuesta del modelo sustitutivo de importaciones trató, en
cambio, de alejarse de los condicionantes que imponía la plena
inserción. Sin embargo, superada la primera etapa de ‘sustitución
fácil’, el crecimiento endógeno no fue lo suficientemente
dinámico para crear las bases de la industrialización y difundir
sus frutos. En otros términos, tanto las alianzas de clase
(oligarquía terrateniente y burguesía ligada al sector externo,
en el primer caso; burguesía industrial y capital extranjero, en
el segundo) como el tipo de dependencia con el capitalismo
mundial, no fueron capaces de contener el agotamiento del
modelo oligárquico y del modelo reformista, sucesivamente,
así como la sustentación del Estado activo (promotor, ilustrado
y ‘de compromiso’, en palabras de E. Faletto)469.

467
Para una crítica de ese ‘consenso espúreo’, desde la óptica neoliberal, cf., P.T. Bauer: Crítica de la
teoría del subdesarrollo, op.cit., pp. 431 y ss.
468
Para una vision panorámica del período, cf., T. Halperin Donghi: Historia contemporánea de
América Latina, op.cit., pp. 207 y ss.; A. Cueva: El desarrollo del capitalismo en América Latina, op.cit.,
esp. pp. 127-164.
469
Cf., al respecto, V. Bambirra: El capitalismo dependiente latinoamericano, Siglo XXI, México, 1974,
pp. 117 y ss.

237
Los teóricos de la ‘dependencia’ no llenaron el vacío dejado
por la crisis de la teoría convencional del desarrollo económi-
co. A pesar de que sus aportaciones representaron un impor-
tante punto de inflexión analítico, en cuanto se demostraba la
inquietud de los científicos sociales de la región, denuncian-
do el expolio y explicándolo a partir de sus raíces históricas,
no ofrecieron, en cambio, una alternativa global al modelo de
desarrollo a no ser los apuntes, importantes pero aislados, so-
bre el deterioro de la relación del continente en la división
internacional del trabajo o la presencia imprescindible de una
burguesía nacional con la audacia necesaria para comandar
el proceso de industrialización470. Ni tan siquiera las ‘cinco
reformas’ ya comentadas471, de influjo cepalino, pudieron
enfrentarse, teórica y políticamente, a la decadencia del ciclo
sustitutivo. Por estas razones, entre otras, la fase de transi-
ción fue lente y engañosa. América Latina se aprovechó del
último tramo del modelo reformista en un contexto de ‘edad
de oro’ y falsa prosperidad, espejismos que agravaron aún
más la crisis abierta en la década de los setenta. El manteni-
miento consuetudinario de las políticas cambiarias y de pro-
tección arancelaria, y la ausencia de aquellas reformas estruc-
turales que, aplicadas oportunamente, liberasen un excedente
económico vehiculizado ya, de forma casi automática, hacia
el exterior a través de la transnacionalización productiva y
financiera, motivaron los procesos de concentración oligopó-

470
Cf., como una muestra de las críticas a la teoría de la dependencia, P. O’Brien: “A Critique of
Latin America Theories of Dependency”, in L. Oxaal y otros: Beyond the Sociology of Development,
Routledge and Kegan, Londres, 1975, pp. 2-27. No obstante, es preciso distinguir diversas líneas de
la teoría de la dependencia. Así, para Cardoso y Faletto, la dependencia es una conceptualización
que “pretende otorgar significado a una serie de hechos y situaciones que aparecen conjuntamente
en un momento dado y se busca establecer por su intermedio las relaciones que hacen inteligibles
las situaciones empíricas en función del modo de conexión entre los componentes estructurales
internos y externos” (Dependencia y desarrollo en América Latina, Siglo XXI, México, 1969, pp. 19-20).
Para R. Mauro Marini, la dependencia es “una relación de subordinación entre naciones formalmente
independientes, en cuyo marco las relaciones de producción de las naciones subordinadas son
modificadas o recreadas para asegurar la reproducción ampliada de la dependencia” (Dialéctica
de la dependencia, E. Era, México, 1973). Las críticas y, en su caso, las respuestas son, por lo tanto,
diferenciadas. Cf., por ejemplo, V. Bambirra: Teoría de la dependencia: una anticrítica, Ed. Era, México,
1978; A. Gunder Frank: “Quién es el enemigo inmediato”, in, del autor, América Latina: subdesarrollo
o revolución, Ed. Era, México, 1973, pp. 327-357; y J. Osorio Urbina: “El marxismo latinoamericano
y la dependencia”, Cuadernos Políticos, nº 39, enero-marzo 1984, pp. 40-59.
471
Cf., supra, sec. 2.2.

238
lica, desnacionalización e ineficiencia económica interna472.
Todo el cúmulo de problemas históricos y el progresivo agra-
vamiento del ciclo sustitutivo se reflejan contablemente pues,
como afirma CEPAL, “a pesar de los avances efectuados en
la sustitución de importaciones, el desequilibrio externo se
acentuó y aumentó la vulnerabilidad de las economías a la
suerte del curso de los balances de pagos”473. El hecho de que
el agotamiento del modelo reformista coincidiera con una vi-
gorización, académica y política, del enfoque monetario de
balanza de pagos, significó que la importancia y el rol del ca-
pital transnacional quedaban intactos.

Las nuevas condiciones socioeconómicas generarán un cam-


bio cualitativo, de la transnacionalización productiva a la
transnacionalización financiera, ante la acuciante necesidad
de los países latinoamericanos en hacer frente a los pagos
de utilidades de la inversión directa extranjera, de los costos
de tecnología, los fletes y seguros internacionales, y de las
importaciones básicas e insustituibles. Se comienza, de esta
forma, un círculo vicioso que no tendrá un reflejo real en las
actividades productivas en el país en cuestión y que deter-
minará, en gran medida, la naturaleza del endeudamiento
externo en América Latina desde entonces. En este sentido, la
coyuntura desfavorable del comercio internacional, el prin-
cipio del fin del sistema monetario internacional de Bretton
Woods y el alza del precio de petróleo474, aceleraron el proce-
so de endeudamiento al que no es en modo alguno, el con-
junto de restricciones monetarias y crediticias de los progra-
mas de estabilización respaldados (y condicionados) por el
Fondo Monetario Internacional. La segunda crisis del petró-
leo (1978-9) abrió, en espiral, los primeros círculos viciosos

472
Cf., al respecto, S. Lichtensztejn: “Sobre el enfoque...”, art.cit.
473
Hacia la integración acelerada de América Latina, CEPAL, FCE, México, 1965, p. 157.
474
En las numerosas descripciones de la crisis económica actual se percibe una ausencia de
profundización analítica más allá del discurso reflexivo en torno a lo que ‘no’ es la crisis. En este
sentido, nuestra disciplina, desde un ángulo convencional, no sólo es impotente, en parte, para
conocer la naturaleza de la recesión sino, también, autosatisfactoria en cuanto considera a la
crisis como una ‘anormalidad’. Sin embargo, y recordemos las sensatas palabras de J. Robinson,
no existe un período que pueda considerarse normal, ya que si el mundo del siglo XIX hubiera
sido normal, 1914 no hubiera sucedido (“La segunda Crisis de la Teoría Económica”, Información
Comercial Española, nº 498, p. 14).

239
del endeudamiento: ya no se requiere la deuda externa para
satisfacer las utilidades de las inversiones directas sino que,
además, se necesitan nuevos aportes de capital financiero
para pagar el servicio del endeudamiento pasado y afrontar
las exigencias de la banca transnacional para continuar sien-
do un país-sujeto de crédito475.

Mientras el FMI predica en contra de la tentación proteccio-


nista, América Latina se ve implicada en su práctica por los
países centrales. Los ingresos por exportaciones cayeron pro-
porcionalmente al cierre metropolitano de los mercados para
contrarrestar el decrecimiento real del PIB (un 2 por ciento,
en los países de la OCDE) y el recorte de las importaciones
(los valores negativo de un 16 por ciento, en Japón; un 13 por
ciento, en Estados Unidos; y un 7 por ciento en Europa, son
lo suficientemente significativos), durante 1975476. Consecuen-
temente, se acelera la tendencia a la caída de la participación
latinoamericana en el comercio mundial, que si desde 1950 de-
creció en dos puntos por década (pasando del 9 por ciento, en
1950, al 5 por ciento, en 1970) solamente necesitó cinco años
para situarse en un 3 por ciento, en 1975477. necesario advertir
que, a partir de 1973, es imprescindible aislar los casos de Ve-
nezuela y Ecuador de los datos estadísticos, dada su condición
de miembros de la OPEP. Por otra parte, no sólo las exporta-
ciones sufren un retroceso cuantitativo sino que su valor se re-
duce en un 12 por ciento, en dicho año de referencia, mientras
que las importaciones a la región sufren un aumento de valor
de siete puntos478.

Como veremos más adelante, la única salida de la región para


equilibrar la balanza de pagos sometida a un sistema mone-
tarista de ajuste es acudir, con nuevas demandas, al capital fi-
nanciero internacional479, el cual, ya sea por exceso de liquidez
475
Cf., al respecto, O. Caputo y R. Pizarro: Imperialismo, dependencia y relaciones económicas
internacionales, Ed. Amorrortu, Buenos Aires, 1976.
476
CEPAL: Estudio Económico de América Latina, CEPAL, México, 1975, vol. 1, pp. 2 y ss.
477
Cf., P. Serrano Calvo: “Las finanzas en América Latina tras la cola del ciclón”, Comercio Exterior,
vol. 20, nº 9, septiembre 1976, pp. 1058-1061.
478
Ibid., p. 1060.
479
Cf., entre otros, a J. Cambiaso y otros: El enfoque monetario de la balanza de pagos, CEMLA, México,
1980.

240
derivado de los mecanismos de reciclaje del ‘petrodólar’480 o
ya sea por el interés bancario en colocar sus excedentes rápi-
damente y sin estricto control del Fondo, facilita el endeuda-
miento. Repasemos algunos datos significativos. En 1975, los
ingresos de capital financiero transnacional en América Latina
fueron de 14.000 mill. de dólares, un 34 por ciento más que el
año anterior, pero la particularidad de que un 80 por ciento
procedía de fuentes privadas. La acumulación de esta deuda
con la ya contraída se eleva, para los países latinoamericanos
no petroleros y en ese año de referencia, a 55.000 mill. de dó-
lares, aproximadamente, representando un incremento del 23
por ciento respecto al año anterior481. Quizás, las voces de alar-
ma que se dieron desde instituciones como CEPAL o el mismo
BIRF no pudieron preveer que el endeudamiento, diez años
después, se acercaría a 400.000 mill. dólares.

Obviamente, no existen datos fiables sobre la ‘aportación’ del


armamentismo a la espiral de la deuda externa en América Lati-
na, especialmente la generada en el Cono Sur. Sin duda, fue im-
portante como exigió la envergadura del proyecto de exclusio-
nes y represiones de todos y cada uno de los gobiernos militares
para cercenar las aspiraciones de la sociedad civil, excepto las
del núcleo oligopólico de poder político y económico482. Como
observaremos en su momento, las íntimas relaciones entre la
Doctrina de la Seguridad Nacional, el monetarismo, como ins-
trumental político-económico y como conjugación ideológica
y, por extensión, el neoliberalismo organicista, tecnocrático y
situacionista en el capitalismo periférico, son, entre otros, fac-
tores que coadyuvan a la nueva estrategia de ‘apertura’ irres-
tricta al exterior. Desde entonces, los gastos armamentistas de
Argentina, Uruguay y, especialmente, de Chile483 alimentan el
endeudamiento en un grado de difícil cálculo pero evidente por

480
A. Farhi: “El reinado del dollar. Hegemonía y decadencia”, in VV.AA.: La guerra económica
mundial, Ed. Fontanella, Barcelona, 1978, pp. 160 y ss.
481
Cf., BIRF: World Bank Annual Report, BIRF, Washington DC, 1976, p. 51 y pp. 98-9.
482
Como opina R. Pizarro: “América Latina, la nueva etapa del capitalismo y la crisis económica
mundial”, Comercio Exterior, vol. 31, nº 4, abril 1981, pp. 391-410, esp. p. 403.
483
Cf., por ejemplo, A. Varas y C. Portales: “The Role of Military Expenditure in the Development
Process. Chile 1952-1973 and 1973-1980: two contrasting cases”, Ibero-Americana. Nordic Journal of
Latin American Studies, vol. XII, nº 1-2, 1983, pp. 21-50.

241
el contexto de necesidades y exigencias militares. No obstante,
será la ‘estrategia de ventajas comparativas’ o modelo apertu-
rista quien determine, de una u otra forma, el proceso. En este
sentido, nos parece pertinente proceder a su análisis para abor-
dar con garantías el objeto de estudio del capítulo III de nuestra
Memoria Doctoral que no es otro que el problema de la deuda
externa en América Latina.

En efecto, el monetarismo neoliberal propugna una serie de


opciones en torno a la reinserción productiva y financiera in-
ternacional, a una favorable articulación con el capital trans-
nacional y, en suma, a la reestructuración del periclitado Es-
tado desarrollista latinoamericano. Es, en otros términos, una
opción por el equilibrio entre bienes comercializables y no co-
mercializables, configurando aquéllos el sector más dinámico,
el externo, de la economía de un país que debe, en opinión
de los monetaristas, utilizar todas las ventajas, tanto absolu-
tas como relativas, propias y adquiridas, en relación con los
demás miembros del comercio internacional. Este estrategia
se presenta, a nuestro juicio, como un híbrido del modelo pri-
mario exportador, sustentado en la tradición ricardiana del
comercio internacional, pero situado en un contexto de de-
pendencia económica respecto al centro del sistema. Su objeti-
vo, ahora, exige un ajuste restructurador que transciende con
mucho el contenido de los tradicionales planes de estabiliza-
ción. Una restructuración que responde al funcionamiento de
un mecanismo con diversas piezas (nueva división internacio-
nal del trabajo, ruputura democrática de los países afectados,
etc.), con la deuda externa como lubricante y todo ello aboca-
do para una doble funcionalidad. Primero, la estabilidad mone-
taria, ya sea desde una óptica de economía cerrada o abierta,
no será un objetivo del monetarismo sino la condición previa de ‘res-
tructuración’. Las omnipresentes críticas al modelo sustitutivo
y desarrollista, las recomendaciones y/o condiciones del FMI
y del BM (realismo cambiario, restricción crediticia, reducción
del gasto público, congelación salarial...) constituyen, ahora,
la primera parte, el tramo inicial de un proyecto monetaris-
ta más amplio y ambicioso, como es el de un nuevo ciclo de

242
acumulación que tiene un horizonte más lejano que la simple
recuperación a corto plazo. Un ‘corto plazo’, recordemos, que
definía el marco temporal de un plan de estabilización-tipo de
neta inspiración fondomonetarista. Segundo, en consecuencia,
se entiende la restructuración como el intento de superación
de los tradicionales obstáculos al crecimiento que generaron,
por su origen o erróneo tratamiento, un tipo de economía pro-
tegida secularmente y una estructura deformada de precios
relativos. En este sentido, el monetarismo restructurador niega
toda posibilidad de desarrollo económico endógeno que no responda,
de una u otra manera, a estímulos externos.

Por lo tanto, y ahora avanzamos una hipótesis de trabajo, la


estrategia de las ventajas comparativas, el afán aperturista
y la restructuración a largo plazo, con la gestión de la
deuda como un, habíamos denominado, lubricante de este
complejo mecanismo que trata de cubrir la brecha desarrollo-
subdesarrollo, es, en realidad, una vía hacia la internacionalización
de la política económica. Se trata, pues, de un proceso que
hay que explicar en función, por lo menos en una parte
considerable, de los condicionantes de la banca transnacional y
de las recomendaciones de organismos internacionales. Ambas
propugnan que la estructura productiva y el sistema de precios
del país en cuestión (llámese Argentina, Chile o Uruguay) se
deben subordinar a las señales emitidas por los mercados
internacionales. Pero éstos, a su vez, no funcionan libremente
sino que los precios reflejan la toma de decisiones de los centros
de poder metropolitano en lugar de la asignación óptima de
recursos a escala mundial. En otros términos, consideramos
al monetarismo restructurador como la vía de ‘internacionalización
de la política económica’ en el Cono Sur latinoamericano, dado el
marco sociopolítico implantado por cada regímen militar, como una
fórmula de (sub)desarrollo que intentó atenuar la serie de obstáculos
(originados, voluntaria o involuntariamente por la Historia y
el modelo de crecimiento sustitutivo) que impiden el ‘normal’
trasvase de excedente desde la periferia hacia el capitalismo central484.

Cf., al efecto, S. Lichtensztejn: “Internacionalización y políticas económicas en América Latina”,


484

Comercio Exterior, vol. 32, nº 7, julio 1982, pp. 735-9.

243
Dado el interés del problema que acabamos de plantear, en
la subsección siguiente abordamos el análisis de los diversos
aspectos que caracterizan al modelo aperturista.

2. La lógica del modelo de apertura

El modelo de apertura responde, en lo esencial, al enfoque teó-


rico neoclásico del comercio internacional que tiene en R. Nur-
kse y G. Haberler, entre otros, a dos de sus más representativos
autores485. La estrategia de las ventajas comparativas, implí-
cita en el modelo, señala que la especialización productiva y
el incremento del tráfico comercial supone un incremento del
producto y del bienestar colectivo, tanto en su conjunto como
para las diferentes economías nacionales que lo componen486.
Por lo tanto, para la consecución de los objetivos de crecimien-
to y uso eficiente de los recursos, dicha estrategia parte de una
proposición básica: “...el comercio internacional, sin restriccio-
nes de tarifas u otras medidas proteccionistas, es el medio más
efectivo para estimular el crecimiento y para utilizar eficiente-
mente los recursos mundiales”487.

El actual modelo de apertura, heredero directo de las teorías


sobre comercio internacional de D. Ricardo y J.S. Mill488, y,
como tal, objeto de una de las polémicas más interesantes de
finales del s. XIX489, tiene ahora, como vimos, la novedosa in-
corporación de un componente ‘restructurador’ en lu lógica
monetarista-neoliberal. En primer lugar, la función estricta-

485
Responsables de dos textos considerados clásicos en la materia, desde este enfoque, como R.
Nurkse: Equilibrium and Growth in the World Economy, Harvard University Press, Cambridge,
Mass., 1961; y G. Haberler: International Trade and Economic Development, National Bank of Egypt,
El Cairo, 1959.
486
Una síntesis bibliográfica sobre distintas aportaciones al tema, cf., J. Pincus: Trade, Aid and
Development, McGraw-Hill, Nueva York, 1967; y C.F. Díaz-Alejandro: “Trade Policies and
Economic Development”, in P.B. Kenen (G.): International Trade and Finance, Cambridge University
Press, Cambridge, 1975, pp. 93-150.
487
Según exponen J. Petras y K. Trachte: “Los enfoques liberal, estructural y radical en la política
económica: una evaluación y una alternativa”, Estudios Sociales Centroamericanos, nº 25, enero-abril
1980, pp. 265-318, correspondiendo la cita a p. 267.
488
Cf., al respecto, el clásico artículo de I. Mynt: “The Classical Theory of Internationl Trade and the
Underdeveloped Countries”, art.cit., pp. 317-337.
489
Cf., C. Von Braunnmühl: “Mercado mundial y Estado nación”, Cuadernos Políticos, nº 35, enero-
marzo 1983, pp. 4-14; E. Hobsbawn: Industria o Imperio, Ariel, Barcelona, 1977, pp. 38 y ss.; y C.
Marx: El Capital, FCE, México, 1976, tomo I, pp. 644 y ss.

244
mente subsidiaria del Estado encomienda al sector privado el
papel protagonista del crecimiento económico, guiado exclu-
sivamente por las señales que emite el mercado490. En segundo
lugar, en consecuencia, la soberanía del mercado libre y com-
petitivo es indiscutible. Y, también, en los casos de economía
abierta deben regir los mismos principios de la máxima efi-
ciencia en la asignación de recursos. Dos testimonios significa-
tivos ilustran, para el Cono Sur, la defensa de este supuesto491.
Así pues, como ejemplo, el tipo de cambio no es más que un
precio de equilibrio que se forma en el mercado de divisas. Por
lo tanto, según el modelo, la manipulación político-económica
de tal precio con fines estabilizadores o redistributivos es im-
procedente y lo mismo cabe decir del mantenimiento de barre-
ras arancelarias, subsidios, cuotas o cualquier otra restricción
al comercio internacional.

Dicho ésto, los principales defensores del modelo construyen


su argumentación en torno a cuatro puntos. Primero, crítica
a la industrialización sustitutiva y a los costos derivados del
proteccionismo. Segundo, descripción de los beneficios de la
apertura, no tanto para la economía internacional como para
cada caso singular. Tercero, enunciación de los posibles perjui-
cios de la estrategia considerados como efectos aparentemente
adversos y, en los casos más extremos, como costos minúscu-
los y pasajeros respecto a la magnitud del beneficio proporcio-
nado por la apertura. Y cuarto, confección de un conjunto de
recomendaciones básicas de política económica para lograr la
plenitud del modelo en la práctica.

Por la importancia que tiene para el conocimiento de la lógica


de la apertura irrestricta hacia el exterior, abundaremos más
en estos cuatro puntos.

490
Como dice D. Wall, “en ausencia de lo contrario, el mercado sí funciona” (Chicago Essays...,
op.cit., p. xv).
491
Como son los de J.A. Martínez de la Hoz: “Discurso”, Boletín Semanal del Ministerio de Economía,
nº 263, 11.XII.1978, esp. Anexo, pp. 2 y ss.; y J.L. Kostner: “Economía chilena frente al comercio
exterior”, Boletín Mensual, Banco Central de Chile, mayo 1978, pp. 759 y ss. Cit. in M. Rimez: “Las
experiencias de apertura externa y desprotección industrial en América Latina”, Economía de
América Latina, nº 2, 1979, p. 105, esp. nota.

245
En primer lugar, y como vimos en extenso en páginas prece-
dentes, fue el tema de la industrialización en América Latina,
vía sustitución de importaciones, como uno de los principales
escenarios de discusión entre monetaristas y estructuralistas.
Incluso las nuevas autoridades económicas del Cono Sur que
adoptaron el modelo primaron esta controversia como un
punto de arranque doctrinario para la posterior implemen-
tación del monetarismo global492. Podríamos observar que el
diagnóstico que hacen los monetaristas del modelo sustitu-
tivo en el más genuino pensamiento neoliberal: formación
industrial ineficiente, estancamiento del sector exportador y
deterioro del potencial agrícola, mayores cotas de desempleo
e inflación, así como un constante déficit comercial. En dicho
cuadro, por otra parte, observamos en dónde localizan los
monetaristas el origen de las distorsiones (proteccionismo,
ineficiencia del gasto público expansivo, irrealismo cambia-
rio, etc.) y cuáles serían las políticas económicas recomenda-
bles para su tratamiento.

En segundo lugar, tras la crítica exaustiva de la industrialización


sustitutiva, la argumentación pro-apertura acentúa los benefi-
cios del modelo que proponen493. Primero, restituye la ‘sobera-
nía del consumidor’ en cuanto incrementa el poder de compra
interno para acceder a bienes y servicios extranjeros en condi-
ciones de precio y calidad muy convenientes. Segundo, en con-
secuencia, dicho acceso atenúa el proceso inflacionario. Tercero,

492
Véanse, al respecto, las repetidas denuncias de los monetaristas sobre los prejuicios (y perjuicios)
del modelo sustitutivo de industrialización. Según Martínez de la Hoz, “este sistema de estatismo
creciente y economía cerrada nos ha llevado a la frustración...” (Ibid., p. 1); para J. Kostner, “el
resultado de la industrialización sustitutiva fue un lento crecimiento del producto (...) La alta
protección relativa para la producción no esencial estimuló la formación de empresas de carácter
monopólico...” (Ibid., pp. 759 y 763); y, según Sjaastad, Anichini y Caumont, “la última consecuencia
de la protección de la industria sustitutiva de importaciones ha sido el estancamiento económico”
(La política comercial y la protección en Uruguay, Banco Central del Uruguay, Montevideo, 1977, p.
159).
De todas formas, la ofensiva del monetarismo global, en la actualidad se sustenta en una tradición
librecambista de raigumbre en América Latina. En Uruguay, por ejemplo, “durante años, la economía
nacional se encontró distorsionada por un dirigismo estatal estricto, que colocaba un peso sobre el
consumo para subsidiar, en la mayoría de los casos, actividades antieconómicas y deficitarias” (Proceso
Económico del Uruguay, op.cit., p. 268).
En relación con estos problemas, cf., asimismo, B. Balassa: La reforma de las políticas económicas en los
países en desarrollo, CEMLA, México, 1979.
493
Cf., al respecto, A. Couriel y O. Rodríguez: “El modelo de apertura económica”, Crítica y Utopía,
nº 4, primer trimestre 1981, esp. pp. 77-81.

246
la posibilidad de comunicación con mercados más amplios fa-
cilita una motivación adicional para la renovación tecnológica,
proporcionando las economías de escala derivadas de la pro-
ducción masiva. Cuarto, el modelo de apertura limita la forma-
ción de monopolios internos debido a que la fijación de precios
al alza por parte de estos últimos se enfrenta con los precios de
las importaciones competitivas que no sufren trabas de entrada
al mercado intero. Y, quinto, la apertura significa ‘crecimiento
económico’ no sólo por los razonamientos anteriores sino por
la experiencia empírica de aquellos casos (Corea, Hong-Kong,
etc.) cuyo grado de apertura, entendido como proporción del
PIB similar al comercio con el exterior, se acerca a 1.85 cuando
se considera a 1.0 como el ‘máximo teórico’494.

En tercer lugar, es importante explicitar que los perjuicios del


modelo no son considerados por sus defensores como incon-
venientes o costes. Se trata, simplemente (y nada menos) de
los ‘requisitos indispensables’ o de los ‘resultados coherentes
de la restructuración’, eufemismos que remiten a la desapari-
ción de ciertas producciones internas como una de las conse-
cuencias de la desprotección, constituyéndose, en todo caso,
como efectos saludables de la competencia. Asimismo, la al-
teración de la distribución del ingreso, que necesariamente se
habrá de producir, es considerada como un hecho irrelevante
en términos de bienestar, ya que los beneficios obtenidos por
algunos sectores a través del modelo aperturista son iguales,
o mayores, que las pérdidas sufridas por otros. Este peculiar
cálculo de ‘suma cero’ o, en su caso, positiva, contrasta con
el análisis costo-beneficio empleado para estimar los efectos
de un mayor desempleo. La modernización de la estructura
productiva implícita en la apertura, se arguye, implica des-
empleo pero, también, una compensación ‘por exceso’ de los
incrementos del ingreso global. Para el caso uruguayo, por
ejemplo, las estimaciones de este enfoque han concluido en
que la diferencia entre mayor crecimiento y mayor desem-
pleo es siempre positiva, dentro del modelo de apertura, en

494
M. Rimez: “Las experiencias de apertura...”, art.cit., p. 109.

247
una cuantía tal que podría satisfacer el doble de las prestacio-
nes a los nuevos desempleados y beneficiarse colectivamente
del 8 por ciento del PIB generado por la implementación de
la estrategia495.

En cuarto lugar, dados el conjunto de perjuicios del pro-


teccionismo, de beneficios de la apertura, amén de aque-
llos requisitos indispensables para el funcionamiento del
modelo, sus defensores proponen la política económica
correspondiente, por lo esencial, a cinco recomendaciones
principales496:

1. Desaparición de los instrumentos no arancelarios que


afectan a las importaciones.

2. Eliminación total del arancel.

3. Búsqueda, en su caso, del ‘second best’ arancelario


cuando no se pueda articular una tarifa ‘cero’.

4. Devaluación de la tasa de cambio.

5. Otras medidas en torno al gradualismo que requiere el


modelo de apertura.

Esto temas los hemos tratado en páginas precedentes cuando


nos referimos a la perspectiva monetarista-neoliberal sobre la
teoría del desarrollo497. Nos limitaremos a realizar las matiza-
ciones siguientes:

1. Existe un consenso teórico general entre los defen-


sores del modelo cuando consideran que cualquier
limitación de las importaciones (sean prohibiciones,
restricciones cuantitativas a través de cuotas y contin-
gentees o la constitución de depósitos previos) es una
medida incluso más perjudicial que el mismo arancel.

495
Cf., L. Sjaastad y otros: La política commercial..., op. cit., pp. 186-191.
496
M. Rimez: “Las experiencias...”, art.cit., pp. 110 y ss.
497
Cf., supra, sec. 3..

248
Esto es así porque, como ha sostenido B. Balassa, el
arancel es un instrumento automático y de aplicación
indiscriminada mientras que las limitaciones a la im-
portación suponen decisiones administrativas, siem-
pre discrecionales y muchas veces arbitrarias, lo cual
incrementa la incertidumbre de la política económi-
ca498.

2. Si exceptuamos el caso extremo de M. Friedman, que


aboga por una total eliminación del arancel, los libre-
cambistas coinciden en justificar su mantenimiento
atenuado por tres motivos499:

A) La existencia de distorsiones en los mercados inter-


nos y de “...divergencias o beneficios marginales
sociales y privados en el consumo, la producción o
el uso de factores”, como opina H.G. Johnson, aun-
que proponga posteriormente el uso de política fis-
cal y de subsidios para corregir dichas distorsiones
en lugar del arancel500.

B) La posible existencia de un arancel óptimo que me-


jorase las relaciones de intercambio y de bienestar
colectivo, en ausencia de un temor justificado a las
tarifas de represalia por parte de los demás miem-
bros del comercio internacional. Pero solamente se
presentaría esta posibilidad501, en países de gran
tamaño y notable influencia política lo que no es
el caso para América Latina, ya sea en su conjunto
como por cada país.

C) Una vía de recaudación fiscal, aunque los autores


librecambistas se inclinen más por los estrictos me-

498
B. Balassa: Principios de reformas arancelarias en países en desarrollo, Banco Central de Chile,
Santiago, 1976, p. 14.
499
M. Rimez: “Las experiencias...”, art.cit., p. 110.
500
Cf., H.G. Johnson: “Tariffs and Economic Development…”, art.cit., pp. 276-7.
501
Un ejemplo representativo de este tipo de argumentación en M. Byé: Relations économiques
internationales, Dalloz, París, 1971, p. 394.

249
canismos impositivos que los derivados del aran-
cel502.

3. Sea por una u otra razón, la ineludible presencia del


arancel obliga al logro de un ‘second best’ en el trata-
miento de las importaciones503. En este sentido, el au-
tor se refiere a que “otros adelantos teóricos de la post-
guerra han vuelto más espinoso el argumento a favor
de la apertura. La teoría del subóptimo (second best)
abrió una caja de Pandora en materia de modelos que
al señalar que algunos mercados son inexistentes o in-
completos, o al suponer una imperfección del mercado
o una limitación de los instrumentos podría generar
una variedad desconcertante de resultados acerca de
los efectos del comercio más libre sobre el bienestar y
las políticas convenientes”.

Ahora bien, el problema que se presenta está relacionado con


la magnitud porcentual del arancel. ¿Cuál sería, entonces, la
recomendación aperturista?. Curiosamente, la literatura con-
sultada no ofrece una respuesta unívoca. Bela Balassa, por
ejemplo, sugiere que cualquier arancel superior al 10 por cien-
to implica una generación de costes superior a las ventajas que
produce504. Por su parte, y no sin cierta ironía, H.G. Johnson
comenta que las propuestas arancelarias de los librecambistas
de su generación varían entre un 10 y un 50 por ciento505. De
todo ello se desprendería una proposición general referente al
hecho de que si, tradicionalmente, el arancel fue una medida
recaudatoria que limitaba el consumo interno y representaba
un determinado porcentaje de los ingresos gubernamentales,
la aplicación del arancel ‘subóptimo’ debería generar el mis-
mo volumen global de ingresos para el Estado506.

502
Según H.G. Jonson: “Tariffs and Economic Development...”, art.cit., p. 280.
503
Sobre el ‘óptimo secundario’, cf., C.F. Díaz-Alejandro: “¿Economía abierta y política cerrada?”,
Trimestre Económico, nº 197, enero-marzo 1983, p. 212.
504
B. Balassa: Principios de reformas arancelarias..., op. cit., p. 2.
505
Cf., del autor, “Tariffs and Economic Development...”, art.cit., pp. 283 y ss.
506
Esa propuesta fue estudiada, para Uruguay, por L. Sjaastad y otros: La política comercial y...,
op.cit., p. 196.

250
4. Respecto a la tasa de cambio, existe también un acuerdo
teórico, entre los defensores del modelo de apertura, que vin-
culan la reducción de aranceles con la práctica devaluatoria,
tanto por los efectos saludables en términos de incentivo ex-
portador como para la protección no discriminatoria de la pro-
ducción interna507.

Digamos que esos incentivos a la exportación hacen puntual


referencia al enfoque ‘elasticidades’ del comercio exterior,
eliminado de plano cualquier otro subsidio directo que no
responda al empuje de las variaciones de la tasa de cambio.
En otras palabras, el modelo de apertura defiende la tajante
eliminación de subvenciones a las actividades exportadoras
de la misma forma que trata de compensar al sector por los
pagos de aranceles de aquellos insumos importados, que se
devolverían en su totalidad508. Por otro lado, como parte de las
recomendaciones político-económicas sobre el sector externo,
el modelo aperturista propugna la aplicación de una exigente
normativa anti-dumping que defienda a cada industria nacio-
nal de las prácticas de competencia desleal del exterior.

En definitiva, las desventajas de la industrialización sustitutiva


de importaciones y de una excesiva protección son tantas y de
diversa índole, afirman los monetaristas, que exigen una política
económica de apertura basada en la estrategia de las ‘ventajas
comparativas’. En el cuadro sipnótico siguiente, sintetizamos
estas propuestas en aras de la consecución de cuatro objetivos
fundamentales: mayor crecimiento económico y, por ende, del
consumo interno, resolución de los problemas de balanza de pa-
gos y amortiguación del desempleo; a través de un conjunto de
medidas que, si bien conforman la estrategia, no se aplicaron en
su totalidad en el Cono Sur, como veremos posteriormente.

El modelo de apertura, en suma, predica la especialización eco-


nómica mediante un enfoque teórico heredado, en su esencia,

507
Cf., al respecto, B. Balassa: Principios de reformas arancelarias..., op.cit., p. 22; y A. Haberger: “Notas
sobre dinámica de la liberalización del comercio”, Estudios Monetarios, Banco Central de Chile,
1976, pp. 42 y ss.
508
Sobre los reintegros, cf., M. Rimez: “Las experiencias de apertura externa...”, art.cit., pp. 112-3.

251
del modelo liberal clásico pero con las modificaciones exigidas
por dos fenómenos actuales. Por una parte, las tendencias pro-
teccionistas, encubiertas y de defensa unilateral, no sólo del
capitalismo periférico sino, especialmente, de los países más
desarrollados. Por otra, la rigidez de la demanda de ciertos
productos básicos de la periferia; producciones que, en teoría,
llevarían implícitas las ventajas comparativas por las que los
monetaristas-neoliberales abogan.

Añadamos, finalmente, que J. Petras y K. Trachte han situa-


do la cuestión en sus justos términos, cuando escribieron que:
“Primero, las naciones subdesarrolladas que se encuentran
produciendo bienes primarios deben continuar en esa tarea
hasta el nivel de la especialización, el que será apoyado por
la demanda internacional. Segundo, los recursos más allá de
este nivel deberán ser transferidos a las áreas de la siguien-
te ventaja comparativa más grande. Tercero, se considera de
importancia para las naciones subdesarrolladas originar cone-
xiones más efectivas entre el sector exportador y otros sectores
de la economía. Cuarto, la aceptación de la ayuda externa y de
inversiones es alentada como un instrumento para rellenar las
brechas aún existentes”509

Procedería en este momento, y no sólo con afán recapitulador,


caracterizar sumariamente el modelo de apertura desde pers-
pectivas alternativas a las de sus acendrados defensores. Como
indica A. Pinto, existen diversas modalidades de apertura si se
atiende, en parte, a la interpretación global de la cuestión des-
de distintos ángulos y, en parte, a las particularidades de im-
plementación del modelo en cada caso nacional510. De esta for-
ma, se podrían distinguir dos visiones principales. Primero, una
aproximación ideológica al ‘aperturismo’ donde “...parece obvio
que la transformación del relacionamiento externo se encuentra
inserta en un contexto de amplitud mucho mayor -’totalizan-
te’, como se acostumbra decir- y constituye, en verdad, sólo un

509
Así lo exponen J. Petras y K. Trachte: “Los enfoques liberal, estructural y radical en la política
económica: una evaluación y una alternativa”, art.cit., p. 268.
510
A. Pinto: “La ‘apertura al exterior’ en la América Latina”, Trimestre Económico, nº 187, 1980, pp.
533-578.

252
fragmento de un reajuste que abarca prácticamente todas las di-
mensiones de la realidad social -aunque no gravite en cada una
con igual intensidad”511. Este tema fue nuestra atención cuando
nos referimos al monetarismo como ideología y a su actual rol
de ‘restructuración’. Segundo, una aproximación pragmática del
modelo de apertura económica en el Cono Sur, la materializa-
ción de aquella visión ideológica que le daba sentido en la tri-
ple experiencia de Chile, Argentina y Uruguy. En estos casos, a
pesar de las diferencias de ‘profundización’ del modelo en cada
país de referencia, se podrían abstraer aquellos rasgos sectoria-
les e instrumentales de política económica que son dominantes.
A modo de presentación ordenada y breve de los mismos, como
requiere la naturaleza de nuestro trabajo, hemos elaborado el
cuadro adjunto donde, a partir de los análisis de A. Curiel y O.
Rodríguez512, subrayan los objetivos e instrumentalización del
modelo, así como el rol encomendado al Estado (en su faceta de
productor, acumulador y orientador), además de las pertinentes
consideraciones respecto al capital extranjero. Previamente, pro-
cede, a nuestro entender, valorar el modelo de apertura desde
una perspectiva crítica, ya sea por las condiciones sociopolíticas
o los efectos estrictamente económicos que engendra su aplica-
ción en el capitalismo periférico.

3. Una perspectiva crítica del modelo de apertura

3.1. Las condiciones sociopolíticas

Parece absurdo, como sugiere C.F. Díaz Alejandro, pensar que


existe una relación unívoca entre apertura y autoritarismo, en-
tre economía y política cerrada, cuando tradicionalmente los
regímenes autoritarios tendieron hacia la autarquía económi-
ca. No obstante, la experiencia de los tres casos del Cono Sur,
objeto de nuestra investigación, muestran la existencia de di-
cha relación sin que ello signifique la invalidación de hipótesis
alternativas513. En este sentido, se avanzaron conjeturas res-
pecto a la necesidad de constituir una fuerza de trabajo barata
511
Ibid., p. 545.
512
”El modelo de apertura económica”, art.cit., esp. pp. 54-58.
513
”¿Economía abierta y política cerrada?”, art.cit., p. 207.

253
y dócil (en el nuevo contexto de competencia internacional)
que facilitase la inversión exterior, así como la menos perento-
ria ‘estabilidad política democrática’ para garantizar los rendi-
mientos derivados de aquélla. En otras palabras, se exige una
‘disciplina autoritaria’ para el logro de la apertura, a costa del
sacrificio de algunos intereses internos; una razón, ésta última,
que bien puede ser subsumida en la frase ‘capitalismo ahora y
libertad más tarde’514.

La tensión apertura-proteccionismo, no cabe duda, se man-


tiene no sólo en las actuales propuestas del monetarismo res-
tructurador sino en la experiencia histórica de la industria-
lización en América Latina. El crecimiento económico de la
región desde la década de 1940 y, por lo tanto, en elcontexto
favorable de postguerra, generó excesivas expectativase ilu-
siones, al decir de A. Hirschman, sobre la supuesta ‘invulne-
rabilidad’ latinoamericana en su proceso de desarrollo515. El
agotamiento del modelo desarrollista mostró la ingenuidad
no sólo del planteamiento sino, también, de los responsables
políticos que lo sustentaron. El proceso era, en verdad, el ‘de-
sarrollo del subdesarrollo’, en feliz frase de Gunder Frank; y
la crisis fue perjudicial, especialmente, para aquellos países
de menor tamaño “porque en los mercados pequeños, y en
un contexto de economía en expansión, aumenta rápidamen-
te los costos de la protección en función de la eficiencia y el
crecimiento económico”516. Dos décadas después, la histo-
ria de la apertura en América Latina nos enseña la preferen-
cia por los flujos financieros internacionales en lugar de la
inversión directa, fenómeno que engendra nuevos dilemas
para la región y para los protagonistas del endeudamiento.
la espiral de la deuda, como un efecto directo de las políticas
económicas aperturistas practicadas en Chile, Argentina y
Uruguay, llegó a amenazar lapromoción de las exportaciones
que el propio modelo propugna517. En consecuencia, también
514
Ibid., p. 208.
515
Cf., al respecto, A. Hirschman: “The Turn to Authoritarianism in Latin America”, in D. Collier
(C.): The New Authoritarianism in Latin America, Princepton University Press, Princepton, 1979, pp.
61-98.
516
C.F. Díaz-Alejandro: “¿Economía abierta y política cerrada?”, art.cit., p. 225.
517
Ibid., pp. 232 y 234.

254
se vieron amenazados losintereses de clase que subyacen en
el sector exportador. Lo anterior es importante porque está
relacionado con la implantación del modelo de apertura, el
cual requiere la presencia disciplinaria del Estado para con-
ciliar intereses y dirimir conflictos.

Es en este medio donde se mueven los condicionantes so-


ciopolíticos de la apertura. En primer término, el monetarismo
restructurador trata implantar la apertura en aquellos paí-
ses, como los del Cono Sur de referencia, que han contado
con una activa participación del Estado en el crecimiento
económico de postguerra, ya fuera como agente productor,
protector o representativo de amplias alianzas de clases o
grupos que permitieron la existencia de procesosplurales y
democráticos de gobierno relativamente estables518. Ahora,
en cambio, el modelo de apertura exige del Estado legitima-
ción de sus ventajas, la conciliación de sus intereses y la justi-
ficación de sus perjuicios, en tanto que la propuesta beneficia
exclusivamente a sectores exportadores de productosprima-
rios o de manufacturas con alto contenido de factor trabajo, a
los intermediarios comerciales y financieros - especialmente
transnacionales- que defienden esta opciónpolítico-económi-
ca al mismo tiempo que monopolizan la gestión del crédito
foráneo y, en fin, a los sectores mediosprofesionales vincula-
dos, de alguna forma, con las actividadesexportadoras, los
servicios de intermediación y los aparatosburocráticos del
Estado519. En segundo término, los sectores de la población que
son perjudicados por el modelo de apertura son, lógicamen-
te, las capas medias vinculadas tanto a la actividad produc-
tiva estatal, que sufre un drástico retroceso derivado del en-
foque subsidiario, y a las industrias sustitutivas, condenadas
sin paliativos por la estrategia de las ventajas comparativas;
los asalariados, por la congelación salarial y el desempleo
masivo en aras de la eficiencia económica; y, por último, el
sector empresarial dependiente del dinamismo de la deman-
da interna.

518
Especialmente en Chile y Uruguay.
519
A. Couriel y O. Rodríguez: “El modelo de apertura económica”, art.cit., p. 59.

255
Unos y otros, en mayor o menor medida, son también vícti-
mas del desmantelamiento estatal en los servicios de sanidad,
educación y seguridad social, de gran tradición en algunos
países del Cono Sur, además de la pérdida de garantía en los
derechos y libertades básicas520. Como este proceso sucede en
sociedades de larga y notable ascendencia democrática-libe-
ral, el modelo de apertura exige la intervención del único sec-
tor con disciplina propia, aparentemente ‘desideologizado’ y
con los medios precisos de disuasión activa y/o pasiva: el ejér-
cito. Nos remitimos, por tanto, a nuestras reflexiones sobre la
Doctrina de la Seguridad Nacional y el entremado de razones
que explican la adopción del modelo de apertura económica
externa por parte del fascismo dependiente.

3.2. Los efectos económicos

Como ya hemos tenido ocasión de explicitar, siguiendo a A.


Foxley, existen dos elementos que distinguen las políticas de
estabilización tradicionales de la ortodoxia actual del moneta-
rismo: el marco político en el que se aplica, en el Cono Sur, y el
acento puesto en sus contenidos de ‘transformación’ a largo
plazo521. En efecto, una parte del papel encomendado a los di-
versos gobiernos militares de la región es, en el contexto del
fascismo dependiente, el intento de despejar aquellas incerti-
dumbres y sospechas que siempre tuvo el monetarismo sobre
las causas del fracaso de la estabilización clásica. En este sen-
tido, cada gobierno militar en cuestión ‘disciplina’ el proceso
y lo defiende ante la reacción del mundo laboral o de aquellos
sectores que obligaron, en el pasado reciente, a una palicación
del paquete estabilizador.

Por añadidura, como vimos, está fuera de toda duda la pre-


tensión restructuradora del monetarismo en el modelo aper-
turista. Hasta la década de los setenta, no sólo se proponen
estabilizaciones para el ‘corto plazo’ sino que sus resultados
también se evalúan en ese parámetro. A partir de entonces, la

Ibid., p. 60. Tanto en ésta como en la anterior, los autores se refieren al caso concreto de Uruguay
520

pero la nota podría ser trasladable a los otros países en cuestión.


A. Foxely: “Políticas de estabilización...”, art.cit., esp. pp. 13 y ss.
521

256
inflación -tema recurrente en la controversia mantenida entre
monetaristas y estructuralistas- no es percibida como un fe-
nómeno de exclusivo manejo monetario, un problema ‘cuan-
titativo’ de variación porcentual de la oferta monetaria, sino
que exige transformaciones radicales en la economía, especial-
mente en los países capitalistas periféricos: reducción del sec-
tor público, liberalización de mercados, apertura externa..., es
decir, “una forma de estructuralismo que utiliza instrumentos
ortodoxos”522.

No obstante, como señala el mismo Foxley, la dirección, el con-


tenido, el respaldo social y las alianzas de clase que sustentan
el modelo estabilizador actual son diferentes, por su oposi-
ción, al programa estructuralista de incorporación de las capas
más perjudicadas de la población latinoamericana al reparto
de los beneficios colectivos derivados de las reformas estruc-
turales523. Para fundamentar dicha afirmación es preciso que
nos situemos en un breve balance socioeconómico del actual
patrón de acumulación implementado en el Cono Sur, espe-
cialmente en dos rubros de gran significación como el empleo
y la distribución del ingreso y la riqueza, por una parte, y el
crecimiento económico, por otra.

A) Apertura externa y crecimiento económico.

El modelo de apertura y su estrategia de ventajas compara-


tivas, desde las primeras versiones ricardianas hasta su in-
flujo en la actual teoría económica convencional, a través del
teorema de Hecksher-Chlin524, ha sido refutado a nivel em-
pírico tanto en los países subdesarrollados como en el cen-
tro del sistema Díaz-Alejandro se muestra desconcertado,
según confiesa, “por la animosidad de algunos economistas
heterodoxos hacia modelos del comercio exterior de Hecks-
cher-Ohlin-Samuelson desarrollados después de la segunda
Guerra Mundial. Comparadas con anteriores concepciones
522
Ibid., pp. 14-15.
523
Ibid., p. 15. Véanse, por tanto, los rasgos de protagonismo asumidos por los grupos de ingreso
más desfavorecidos en un proceso de estabilización estructuralista.
524
Cf., al respecto, P. Ruiz Nápoles: “El comercio entre países desarrollados y subdesarrollados”,
Comercio Exterior, vol. 31, nº 10, octubre 1981, pp. 1173-1178.

257
ortodoxas del comercio internacional, las formulaciones mo-
dernas son mucho más modestas acerca de lo que puede de-
cirse a favor del libre comercio y contienen resultados que los
economistas anteriores consideraban problemáticos”525. Res-
pecto a las críticas de los últimos modelos de comercio exte-
rior, Ruiz Nápoles destaca (“El comercio entre...”, art.cit., 1175)
el conjunto de conclusiones de W. Leontief sobre el comercio
exterior de Estados Unidos en los años cincuenta y Díaz-Ale-
jandro subraya (ibid., pp. 209 y ss.) la importancia del teorema
de Stolper-Samuelson que “demostró rigurosamente que las
políticas de mayor libertad comercial podrían empeorar en
términos absolutos el bienestar de algunos habitantes de un
país...” (p. 209), afirmación que motivó una áspera polémica
entre economistas convencionales como Finlay y Haberger. En
otras palabras, la apertura externa no es una condición nece-
saria ni suficiente para la consecución de los objetivos perse-
guidos de mayor crecimiento. La especialización productiva,
a escala mundial, no asegura en modo alguno la resolución de
los crónicos problemas de balanza de pagos. Ni tan siquiera,
como confirman R. Ffrench-Davis y J. Piñera, se puede asegu-
rar que un mayor dinamismo de las exportaciones tenga un
efecto neto positivo en términos de crecimiento526. Señalemos,
al respecto, seis razones principales.

En primer lugar, la apertura externa se inicia con una especia-


lización previa de América Latina, respondiendo a múltiples
y complejas causas históricas del desarrollo del capitalismo
en la periferia, por una parte, y a los condicionamientos ge-
nerados por la crisis del capitalismo maduro, por otra. Esto
significaría que, en la especialización de partida, la perife-
ria latinoamericana sufre una especie de predestinación, un

525
“¿Economía abierta y política cerrada?”, art.cit., p. 209). Cf., al respecto, T. Willet y otros:
Challenges to a Liberal International Economic Order, Institute for Public Policy Research, Washington
DC, 1979, pp. 73 y ss.; cit. in Díaz-Alejandro, ibid., p. 210. Cf., asimismo, R. Ffrench-Davis y J. Piñera:
“Políticas de promoción de las exportaciones en los países en desarrollo”, in CEPAL: Políticas de
promoción de exportaciones, E/CEPAL/1046/Add.2, Santiago de Chile, junio 1979, pp. 55-110, esp.
pp. 99 y ss.; y, de los mismos autores, “Promoción de exportaciones y desarrollo nacional”, in
R. French-Davis: Economía internacional: Teorías y políticas para el desarrollo, FCE, México, 1979, pp.
285-316.
526
Cf., “Políticas de promoción...”, art.cit., p. 58; y A. Couriel y O. Rodríguez: “El modelo de
apertura económica”, art.cit., pp. 62 y ss.

258
‘fatalismo’ con raíces históricas que la obligan a la produc-
ción de productos primarios y manufacturas de baja elastici-
dad-renta, con los consecuentes desequilibrios de la balanza
comercial de los países subdesarrollados que siguen la estra-
tegia aperturista. El centro del sistema, en cambio, aprove-
charía intensivamente las oportunidades que le proporciona
su monopolio tecnológico, el uso y la capacidad de creación
de técnicas productivas sofisticadas abocadas a la produc-
ción y exportación de bienes y servicios con penetración en
el mercado internacional, además de tener una demanda de
elevada elasticidad-renta No cabe duda de que la estrategia
de las ventajas comparativas eliminaría la posición ascenden-
te de América Latina en el comercio mundial, especialmente
en la relación comercial con Estados Unidos. Como indicara
G. Martner, las exportaciones latinoamericanas hacia el cen-
tro han sufrido una variación cualitativamente importante al
incorporar ciertos productos (petróleo, metales de alto valor
estratégico, etc.) imprescindibles para el proceso de acumu-
lación de los países desarrollados con lo cual se otorga una
nueva situación para negociar527.

En segundo lugar, para que exista especialización producti-


va es necesario que se establezcan mercados internacionales
para los distintos productos de transacción. En realidad, tales
mercados no existen, especialmente para las exportaciones la-
tinoamericanas que son inasimilables, por sus características
de demanda, en los países desarrollados. La coherencia que
se exigiría de la propuesta de apertura económica remite a un
verdadero ‘redespliegue’ del aparato productivo de los países
capitalistas desarrollados. En el nombre de la ‘apertura’ sus
defensores deberían solicitar, lo cual es imposible, que mu-
chas ramas y sectores de actividad de los países desarrollados
se trasladasen a la periferia, no por mecenazgo sino por las
ventajas comparativas implícitas en e lmodelo. Tal redespliegue
527
Cf., al respecto, los comentarios de J.A. Ocampo sobre las características estructurales del sector
externo en América Latina, y el efecto de las elasticidades precio y/o renta de sus componentes
(“Precios internacionales, tipo de cambio, e inflación: un enfoque estructuralista”, Trimestre
Económico, nº 199, julio-septiembre 1983, esp. pp. 1585 y ss.). Cf., G. Martner: “El comercio de
América Latina con Estados Unidos”, Comercio Exterior, vol. 31, nº 12, diciembre 1981, pp. 1404-
1407.

259
no es factible a corto o medio plazo. Existen, al respecto, unos
obstáculos que limitan esa estrategia del capital transnacional
por encima de las ventajas teóricas de acceso a bajo costo de
materias primas, insumos semielaborados, energía y fuerza
de trabajo. Estos obstáculos se refieren a estrictas necesidades
empresariales: explotación durante el mayor tiempo posible
dela capacidad instalada de producción y aprovechamiento,
al máximo, de las concesiones estatales y sindicales de los paí-
ses centrales para el estímulo del capital a no trasladarse. No
es menos importante el hecho de que la inestabilidad política
que caracteriza a los países de capitalismo periférico es un
factor más de disuasión al redespliegue del capital transna-
cional. Sin embargo, como señalan F. Fröbel, J. Heinrichs y O.
Kreye, existen, en la actualidad, diversos síntomas tendencia-
les “hacia una nueva división del trabajo que introducen una
fase de estancamiento de la valorización del capital en el ‘cen-
tro’ y un crecimiento absoluto y relativo de la valorización y
acumulación del capital en ciertas zonas de la ‘periferia’ (...)
(inversiones crecientes, industrialización para la exportación,
mayor utilización de la fuerza de trabajo, etc.). No se trata de
mucho menos de una crisis que amenace necesariamente la
existencia del capital que opera a nivel mundial, ya que es
precisamente este capital el que se adapta a las modificadas
condiciones de su valorización y acumulación, y a estos des-
plazamientos de la producción”528.

En tercer lugar, el fenómeno del proteccionismo actual cobra


tanta relevancia en los países centrales como insistentes son
sus recomendaciones para que se materialice la apertura en
la periferia. Así, G.P. Sampson sostiene que el neoproteccio-
nismo es una consecuencia directa de la imposibilidad -o la
escasa voluntad politica- en aplicar programas exaustivos
de ajuste estructural en el capitalismo desarrollado; y para
Ffrench-Davis y Piñera Echeñique, existen otras dos causas
que alientan al proteccionismo actual: en primer lugar, la
presión de los sectores cuyos productos tienen densidad de
mano de obra y que ven amenazada su existencia por las
528
La nueva división internacional del trabajo, Siglo XXI, Madrid, 1980, p. 54).

260
importaciones del resto del mundo y sn segundo lugar, los
sectores de densidad de mano de obra que temen a las im-
portaciones de bajo costo debido a los salarios reales más
reducidos en otras partes del mundo. En general, el primer
temor corresponde a trabajadores y empresarios de dichos
sectores en la periferia y, el segundo, a sus respectivos pares
en los países de capitalismo central, tanto en fases de auge
como de crisis, con lo que se articulan medidas de restricción
cuantitativa como una fórmula de defensa de la industria
interna sustitutiva de las reconversiones529. En este sentido,
en contra de las recomendaciones de los organismos inter-
nacionales (FMI, BM, etc.) y al margen de los acuerdos del
GATT, los países desarrollados emplean toda una serie de
eufemismo para encubrir la protección practicada restriccio-
nes voluntarias de importaciones, convenios de comerciali-
zación reglamentados, libre comercio organizado, precios
mínimos de importación, subsidios internos, etc En este
punto, Ffrench-Davis y Piñera afirman que “aún cuando las
negociaciones multilaterales celebradas en el seno del GATT
ha logrado reducciones tarifarias no discriminatorias, éstas
han favorecido a aquellos bienes cuyo comercio se realiza
eminentemente entre las naciones industrializadas. En efec-
to, los aranceles nominales con que éstas gravan el tipo de
bienes importados desde áreas menos desarrolladas alcan-
zan un nivel medio que casi duplica el correspondiente al
total de sus importaciones, en tanto que las tarifas efectivas
son típicamente el doble que las nominales”530.

529
Cf., G.P. Sampson: “El proteccionismo contemporáneo y la exportación de los países en
desarrollo”, Revista de la CEPAL, Nº 8, agosto 1979, pp. 109-126; y A. Valdeés: “La protección
agrícola en los países industrializados: su coste para América Latina”, Trimestre Económico, nº 199,
julio-septiembre 1983, pp. 1693-1720. (“Políticas de promoción...”, art.cit., p. 99).
530
Así se explica la caída de la participación de las exportaciones latinoamericanas a los países
desarrollados, mientras que la prédica del libre comercio solamente se materializa con un aumento
de las relaciones comerciales entre los mismos países desarrollados. Cf., por ejemplo y en el caso
del decremento de la participación de América Latina en las importaciones de Estados Unidos,
a G. Martner: “El comercio de América Latina con Estados Unidos”, art.cit., esp. p. 1407. Sobre
el mismo fenómeno, entre América Latina y la CEE, cf., N. Elkin: “Dificultades del diálogo entre
América Latina y la CEE”, Comercio Exterior, vol. 31, nº 12, diciembre 1981, pp. 1423-1427; y C.
Furtado: “Las relaciones comerciales entre la Europa Occidental y la América Latina”, Trimestre
Económico, nº 199, julio-septiembre 1983, pp. 1319 y ss. (ibid., p. 75, donde se llama la atención
sobre un comentario previo de B. Balassa: Trade Liberalization amog Industrial Countries: Objectives
and Alternatives, McGraw-Hill, Nueva York, 1967, p. 556).

261
En cuarto lugar, en relación con lo antedicho, el neoportec-
cionismo no sólo significa ‘barreras’ a las exportaciones lati-
noamericanas sino que tiene un efecto inducido por cuanto
mejora los niveles de productividad interna de los países de-
sarrollados. En consecuencia, a medio plazo, el capitalismo
central estará en condiciones de competir con la periferia en
aquellos productos en los que se había especializado Améri-
ca Latina531.

En quinto lugar, una parte considerable del comercio interna-


cional se canaliza a través de las empresas transnacionales y
por el intercambio matriz-filiales, limitando la competencia
internacional consustancial con el modelo de apertura, por
cuanto este comercio responde a los intereses del conglo-
merado y no a las ‘señales’ del mercado. De esta forma, la
práctica transnacional abarca una gama amplia de posibili-
dades, desde las prácticas ‘dumpling’ a las ventajas de la oli-
gopolización productiva y comercial. Por otra parte, y no es
una razón de menor peso, el 96 por ciento de la producción
transnacional en América Latina se destina al mercado lati-
noamericano, mostrando su poca capacidad de exportación
desde la periferia. A pesar de la gran relevancia de las empre-
sas transnacionales (productivas, comerciales y, actualmente,
financieras) en los procesos de (sub)desarrollo en América
Latina, el tema es de una magnitud que desborda el presente
texto. Pero, por su importancia y repercusiones en el objeto
de nuestra investigación, es ineludible dedicarle una larga
nota con algunos de los múltiples aspectos que sugiere el
tema. Además de los canales legales de remisión de utilidades,
la empresa transnacional (ET, en adelante) utiliza los mecanis-
mos de trasferencias inter-corporación para cubrir una salida
de recursos mediante la sobre-(o ‘sub’, en su caso) facturación
de costos. Al respecto, Alma Chapoy escribe que “...investiga-
ciones llevadas a cabo en Chile y Colombia sobre los insumos

531
Cf., R. Ruiz Nápoles: “El comercio entre...”, art.cit., p. 1176. Este hecho hace referencia, también,
a las nuevas fórmulas proteccionistas basadas en barreras no tarifarias con un sesgo significativo
hacia la limitación de las exportaciones de América Latina. Cf., por ejemplo, R.E. Baldwin: Non-
Tariff Distortions of International Trade, Allen and Unwin, Washington, 1970, esp. pp. 195-205.

262
que utiliza la tecnología importada, mostraron que esos insu-
mos, en algunos casos, se venden a un 6 mil por ciento más
caros que en el mercado mundial, y el promedio, entre 500 y
600 por ciento más caros que en el mercado mundial” (“La em-
presa ‘multinacional’, núcleo de la dependencia”, Problemas
del Desarrollo, nº 14, mayo-julio 1973, p. 8). Es muy discutible
que las ET aporten, de una u otra forma, ahorro externo a la
economía local. Como indicara también Alam Chapoy, hasta
mediados de los años setenta, el 88 por ciento de los fondos
de las ET de origen norteamericano establecidas en América
Latina fueron obtenidos en la propia América Latina, siendo
un 12 por ciento el desembolso real de capital desde las ma-
trices (Empresas multinacionales, Ed. El Caballito, México, 1975,
p. 109). Respecto a la difusión tecnológica, las cláusulas de los
contratos de transmisión de tecnología son sumamente res-
trictivas y permiten una situación de ventaja en relación a las
empresas locales. Este problema se agrava aún más en cuan-
to la presencia de ET alteran los patrones de consumo tradi-
cionales, sacrificando producciones (y productores) locales al
efecto ‘demostración’ de otras pautas que responden, frecuen-
temente, a una mera ‘diferenciación formal’ de productos. Cf.,
al respecto, P. Meller: “Características de la tecnología de las
filiales manufactureras norteamericanas”, Estudios CIEPLAN,
nº 18, junio 1983, pp. 65-87. En consecuencia, las facilidades
de la ET sobre las empresas locales, en el campo de la finan-
ciación, tecnología, comercialización y resistencia a las crisis
coyunturales, hacen de ella el motor de procesos de monopo-
lización del mercado interno. Cf., por ejemplo, F. Fajnzylber y
T. Martínez: Las empresas transnacionales, F.C.E., Mëxico, 1976,
p. 188. Respecto al nivel externo, la ET puede funcionar simul-
táneamente en diversos países, cobrando por ello una venta-
ja absoluta y relativa sobre los productores locales, a través
de las variaciones del tipo de cambio, donde un devaluación
significa automáticamente una revaluación del resto, propor-
cionando beneficios especulativos y fiscales. Refiriéndose a las
ET financieras, X. Gorostiaga escribe que “la posibilidad de
diversificar riesgos que esta liquidez supone, en un período
de grandes fluctuaciones en el valor de las monedas y de los

263
controles cambiarios, parece ser uno de los grandes beneficios
que los centros financieros producen para la administración
global de esos fondos disponibles” (Los centros financieros en los
países subdesarrollados, Instituto Latinoamericano de Estudios
Transnacionales, México, 1978, p. 117). Por eso, en la estrategia
aperturista, las ET no responden a las líneas dominantes del
modelo como sería el caso de seguimiento estricto de los pre-
cios internacionales ya que los precios de transferencia inter-
na son muy diferentes a los precios competitivos del mercado
mundial. Cf., además, R. Ffrench-Davis: “Dependencia, sub-
desarrollo y política cambiaria”, Trimestre Económico, nº 146,
abril-junio 1970, pp. 273-295; y A. Pinto: “La ‘apertura al exte-
rior’...”, art.cit., pp. 573 y ss. En función de la búsqueda de
una situación prepotente, las ET pueden utilizar todo tipo de
presiones, tanto económicas como políticas, para alcanzar o
defender un status dominante; el caso chileno es significativo,
por cuanto las ET ponen en juego, durante la etapa de la Uni-
dad Popular, del insólito principio de ‘supremacía total sobre
un mercado’. Cf., al respecto, J.D. Collins: “Las corporaciones
globales y la polítia de los Estados Unidos hacia la América
Latina”, Revista Mexicana de Ciencia Política, nº 72, abri-junio
1973, p. 67; y X. Gorostiaga: Los centros financieros internaciona-
les, op.cit., p. 132.

En conclusión, “ciertos mercados internacionales están domi-


nados por un número reducido de empresas transnacionales,
las cuales perciben cuasi-rentas en el proceso de distribución y
mercadeo”, escriben Ffrench-Davis y Piñera, y afirman, final-
mente que “es posible que la relajación de las trabas de origen
gubernamental a las importaciones conduzcan a un amayor
especialización internacional aumentando las corrientes comer-
ciales; sin embargo, la medida podría no resultar favorable para
las naciones en desarrollo, si este intercambio comercial se rea-
liza fundamentalmente entre filiales que pertenecen a una mis-
ma matriz o familia de ellas, sin una adecuada regulación por
parte de los gobiernos anfitriones” (“Políticas de promoción...”,
art.cit., pp. 75-6). Cf., asimismo, C.V. Vaitsos: “El Keynesianismo
internacional, las actividades de las empresas mundiales y el

264
desarrollo nacional”, Trimestre Económico, nº 199, julio-septiem-
bre 1983, pp. 1677-1692.

En sexto y último lugar, la evolución de los términos de intercam-


bio bien podrían constituir un índice significativo de la desca-
lificación de los pretendidos beneficios del modelo de apertura
externa. Dicha evolución, como señalan Curiel y Rodríguez,
manifiesta una síntesis de resultados del modelo en una triple
dimensión económica: la disparidad de la elasticidad-renta de
la demanda de los bienes exportados e importados por Améri-
ca Latina, la creciente diferenciación centro-periferia en cuanto
ésta no retiene una parte del ingreso técnico que se concentra
en los países capitalistas industrializados y, por último, la fi-
jación y/o la relación de fuerzas para negociar los precios in-
ternacionales, excepto, claro está, el peculiar caso de los países
subdesarrollados exportadores de petróleo532.

Es por todo lo dicho que aquellos autores consideran perti-


nente concluir que: “Esperar que las señales de precios del
mercado internacional que no funciona libremente orienten la
asignación de recursos y dinamicen las exportaciones parece-
ría ingenuo, si dejáramos de lado las motivaciones políticas y
los intereses que se defienden con el modelo de apertura. (...)
Definir la estructura de un país en función de las señales de los
precios internacionales y a costa de mantener bajos salarios es
también un índice de falta de autodeterminación de los países
que procuran implantar el modelo de apertura Definir la es-
tructura productiva en función del mercado internacional es
una forma de limitar el poder autónomo de decisión. Basarlo
en los menores salarios es una forma de concebir un modelo
de largo plazo que no atiende objetivos de distribución de in-
greso, caros a cualquier sociedad”533.

En definitiva, es muy dudoso que un modelo de apertura


que no funciona en mercados libres y competitivos, situando,
además, la eficiencia en los precios internacionales cuando
éstos no representan más que señales distorsionadas, pueda
532
Cf., A. Couriel y O. Rodríguez : « El modelo de apertura...”, art.cit., pp. 65-6.
533
Ibid., ibid.

265
dirigirse al crecimiento económico sino, más bien, a su blo-
queo por cuanto utiliza inadecuadamente los recursos dis-
ponibles de la región, olvida que el crecimiento del comercio
mundial no implica necesariamente el crecimiento económi-
co para todos y cada uno de los países afectados e institu-
cionaliza aquella ‘fatalidad’ histórica que mencionábamos:
el gap creciente entre centro y periferia debido a un exceso
de responsabilidades encomendadas por el modelo al sector
exportador, superando, en mucho, las propias capacidades
del instrumento534. Si trasladamos estas consideraciones al
campo contable, advertimos que la conjugación simultánea
de las prácticas proteccionistas de los países desarrollados
y la importación de bienes con alta elasticidad-ingreso para
satisfacer la demanda, generalmente consultiva, de las capas
de la población más beneficiadas por el modelo de apertura,
deviene en el agravamiento de la balanza comercial mientras
que, en términos de cuenta corriente, la expulsión de exce-
dente económico es continua a través del pago de utilidades,
tecnología, etc., y el no menos importante canal del servicio
de la deuda externa persistente535. En suma, el modelo de
apertura económica propuesto en el Cono Sur no resolvió el
crónico problema de balanza de pagos de la región, dejándo-
lo, en cambio, en términos aún más gravosos para el futuro.

B) Apertura económica, empleo y distribución del ingreso.

Otro de los argumentos sustentados por el modelo que aquí se


cuestiona, trata de resaltar el influjo positivo que tiene respec-
to al objetivo de creación de empleo y cómo éste se correlacio-
na con el de crecimiento económico. Respecto a la indefensión

534
Cf., en este sentido, A. Pinto: “La ‘apertura al exterior’ en la América Latina”, Trimestre Económico,
nº 187, 1980, pp. 533-578.
Como escriben Ffrench-Davis y Piñera, “aún cuando aspectos tales como una mejor distribución del
ingreso y el equilibrio presupuestario no constituyen objetivos primarios de una política de fomento a
las exportaciones, en un país en desarrollo, éstos deberían condicionar la elección de los instrumentos y
mecanismos que se empleen en dicha política” (“Políticas de promoción...”), art.cit., p. 58).
535
”El modelo de apertura...”, art.cit., p. 66. Como indica J. Deverrel, el conjunto de presiones y
prácticas de las ET que son netamente desfavorables para el país receptor, no implica que, por
otra parte, sean la culminación de una brillante estrategia empresarial sino la manifestación de un
poder monopólico del mercado, tanto a nivel interno como externo (Anatomía de una corporación
transnacional, Siglo XXI, México, 1977, pp. 254 y ss.).

266
interna, la controversia se ampara, como vimos, en la apertura
como antípoda de la industrialización sustitutiva de raíz cepa-
lina. No obstante, CEPAL formuló una autocrítica de su pen-
samiento ante la evidencia del agotamiento del modelo: “...
se critica con razón la poca eficiencia de muchas actividades
industriales que han crecido bajo una protección muy fuerte e
indiscriminada (...) que no justifica la actitud extrema opuesta
de reconocer los avances industriales que se han logrado en la
industrialización y el desarrollo (...) y que habilitan para ini-
ciar la etapa de exportación de manufacturas”536, Las mismas
restricciones que se observan para la consecución del mismo,
serán las que maticen el optimismo de la apertura respecto a
un grave problema que sufre:

1. El desmantelamiento del aparato productivo estatal.

2. La eliminación de actividades productivas y la inde-


fensión de la producción interna por las drásticas reba-
jas arancelarias.

3. El estilo de desarrollo de la periferia latinoamericana


que, por la ausencia de reformas estructurales en el
sector primario, no absorbe mano de obra adicional a
partir de un determinado nivel de productividad y es-
tanca la agricultura, bloqueando, al mismo tiempo, sus
posibilidades de generación de empleo.

4. Ese mismo estilo en el sector industrial, penetrado


por empresas transnacionales, caracterizado por una
débilparticipación de bienes de capital, bajo nivel de
integración horizontal y vertical (escasa relación in-
ter-industrial interna, elevada participación de insu-
mos importados, etc.), e inadecuada relación de com-
plementaridad agricultura-agroindustria-industria
manufacturera.
536
”El modelo de apertura...”, ibid., p. 70. (CEPAL: “Algunas conclusiones relativas a la integración,
la industrialización y el desarrollo de América Latina”, Boletín Económico de América Latina,
vol. XIX, nº 1-2, 1974, pp. 64-78, correspondiendo la cita a pp. 64-5).Cf., asimismo y en relación
al tema, CEPAL: Políticas de comercio exterior en América Latina: origen, objetivos y perspectivas, E/
CEPAL/L.117, Santiago de Chile, abril 1975.

267
El modelo de apertura profundica la adversidad, en términos
de empleo, del tipo de industrialización alentada en América
Latina desde la última postguerra. La heterogeneidad estructural
de la región537 se manifiesta, lógicamente, en su capacidad de
dar una respuesta holgada al problema del paro, el subempleo
y la marginación de una gran parte de la población latinoa-
mericana, y, también, en la distribución del ingreso, dada la
existencia explícitamente reconocida de mercados laborales
muy diferenciados538. Un reciente estudio sobre la estructura
ocupacional y de estratificación social de aquellos países que
aplicaron un ajuste monetarista restructurador, especialmente
Argentina y Chile, muestra unos resultados diametralmente
distintos a losprevistos en la retórica aperturista. En concreto,
se ha comprobado la gran asimetría entre la oferta de trabajo
disponible y las posibilidades de ‘creación de empleo’ del mo-
delo a causa de dos fenómenos principales539. Por una parte,
se contabilizan caídas significativas del proletariado urbano,
tanto en términos absolutos como relativos540. Se aprecia una
‘desmovilización estructural’ de la fuerza de trabajo reflejada
en aumentos considerables de la subutilización de la fuerza la-
boral, ya sea por desocupación abierta o por una mayor parti-
cipación de la mano de obra en actividades de baja productivi-
dad, y en la potenciación de sectores informales, de economía
subterránea, especialmente en el medio urbano541.

En definitiva, el resultado del modelo genera una situación de


empleo y de distribución del ingreso que desarticula el movi-
miento social, como sostienen V. Tokman y R. Lagos: “...es tal
vez un efecto no buscado, pero una vez que se produce cons-
tituye un factor importante para el éxito de la propia política
económica que se pretende implantar”542. Pero, en realidad,

537
Es imprescindible citar el nombre señero de Aníbal Pinto, un autor pionero en la conceptualización
de ‘heterogeneidad estructural’.
538
En esta línea se sitúan los trabajos de PREALC (OIT), como Dinámica del subempleo en la América
Latina, CEPAL, Santiago de Chile, 1981; y Políticas de estabilización y empleo en América Latina,
PREALC, Santiago de Chile, 1982.
539
Cf., al respecto, R. Lagos y V.E. Tokman: “Monetarismo global, empleo y estratificación social”,
Trimestre Económico, nº 199, julio-septiembre 1983, pp. 1437-1473.
540
Ibid., pp. 1451-1455, esp. cuadros 6 y 7.
541
Ibid., pp. 1456 y ss.
542
Ibid., pp. 1468-9.

268
ahí está la cuestión clave pues, “si como resultado del experi-
mento se hace estructuralmente más difícil la sindicación y la
organización de los trabajadores la nueva política económica
habrá generado mayorres grados de libertad para avanzar en
la aplicación de su recetario económico”543. Es decir, la adversa
evolución del empleo y de la distribución del ingreso ya no
es considerado como un ‘resultado’ del modelo de apertura
sino que se incorpora, consciente o inconscientemente, como
un elemento ex-ante en el diseño del monetarismo global.

C) Apertura e ‘internacionalización de la política económica.

Es necesario distinguir, como hace A. Pinto, entre los riesgos de


la apertura económica a partir del análisis de variables macro-
económicas y las implicaciones del modelo sobre las relaciones
con el exterior de la estructura interna de precios y de remune-
ración de factores544. Porque, precisa H. Assael, si bien está cla-
ro que los precios de losproductos tienden a interrelacionarse
con los preciosinternacionales, no tiene por qué darse esa ten-
dencia en elsistema remunerativo doméstico545. El apotegma
de A.Pinto, “precios internacionales y salarios nacionales”,
ilustra muy bien esta divergencia del modelo de apertura546.
¿Por qué?. Como vimos ya en el tema del empleo y la distribu-
ción de la renta y la riqueza, el aperturista, en palabras de Pin-
to, es un personaje desamparado que implementa la apertura
cuyo coste es “reconstituir, establecer o profundizar caracte-
rísticas económicas y sociales que han sido criticadas desde
antaño en la experiencia latinoamericana...”547, incluso por los
mismos monetaristas.

No obstante, sea cual fuere el grado de divergencia del pro-


ceso, no cabe duda de que la estrategia de apertura debe en-
marcarse en un contexto más amplio relacionado con la in-

543
Ibid., ibid.
544
A. Pinto: “La ‘apertura al exterior’...”, art.cit., p. 550.
545
Cf., H. Assael: “La internacionalización de las economías latinoamericanas”, Revista de la CEPAL,
nº 7, abril 1979, pp. 43-58.
546
”La ‘apertura al exterior’...”, art.cit., p. 554.
547
Ibid., p. 555.

269
ternacionalización de las políticas económicas548, por cuanto se ha
comportado como un canal de tarnsmisión de la inestabilidad
internacional hacia las economías periféricas. Así, “a nivel
agregado”, escribe R. Ffrench-Davis, “la inestabilidad ha sido
transmitida a la economía interna mediante la balanza de pa-
gos, el presupuesto fiscal y el mercado monetario; a la escala
micro se ha difundido vía cambios en los precios relativos y
en las expectativas inflacionarias, así como en la disponibili-
dad en el mercado interno de bienes comerciables y de fondos
para determinados productores y consumidores”549. En otros
términos, el modelo aperturista extiende su ascendencia al
ámbito internacional de la política económica y cuestiona, de
este modo, la oportunidad que pueda tener la autonomía de
decisión nacional de la que deviene la racionalidad y eficiencia
económicas inherentes al modelo en cuestión.

Estamos, a fin de cuentas, ante una propuesta de ‘soberanía


acorralada’, en palabras de R. Gilpin550, por los procesos de in-
ternacionalización de la política económica donde la empresa
transnacional juega un papel clave, opinión en la que abun-
dan Petras y Trachte cuando sostienen que “este modelo de
desarrollo, al igual que aquellos asociados con otras escuelas
de la economía política liberal está altamente influído por el
modelo neoclásico. Nuevamente su mecanismo de desarrollo
se basa en la transferencia de capital, tecnología y habilida-
des gerenciales, del mundo desarrollado al subdesarrollado.
La diferencia está en que las corporaciones multinacionales son
las que se han convertido en el actor clave a través del cual se realiza
este proceso de transferencia”551. Pero hay más, ya que, a nuestro
juicio, la mencionada transnacionalización, en un modelo de

548
Cf., al respecto, L. Tomassini: “Interdependencia y desarrollo nacional”, Estudios Internacionales,
nº 58, abril-junio 1982, pp. 166-189; M. Días David: “La transnacionalización económica versus
la autonomía de las políticas nacionales”, Estudios Internacionales, nº 59, julio-septiembre 1982,
pp. 247-259; y V.L. Urquidi: “La interdependencia económica global y el cambio social”, Estudios
Internacionales, abril-junio 1983, nº 62, pp. 330-335.
549
R. Ffrench-Davis: “Nuevas formas de inestabilidad externa en América Latina: fuentes,
mecanismos de transmisión y políticas”, Estudios CIEPLAN, nº 6, diciembre 1981, pp. 117-148,
correspondiendo la cita a p. 133. Una versión resumida de este trabajo ha sido publicada en
Trimestre Económico, nº 199, julio-septiembre 1983, pp. 1271-1297.
550
Cit. In J. Petras y K. Trachte: “Los enfoques...”, art.cit., p. 275.
551
Ibid., p. 276.

270
apertura como el descrito, desemboca indefectiblemente en la
transmisión de los desequilibrios externos, lo cual restringe,
en consecuencia, los ya de por sí precarios grados de libertad
de las políticas económicas nacionales.

Si esto es así, no puede resultar en absoluto sorprendente


la cuádruple y desesperada conclusión de M. Flores que
transcribimos en su integridad:

“a) Nuevamente, el capital extranjero amenaza, o ya


lo está haciendo, en dominar el sector exportador
de nuestros países. Si ayer fue sobre la base de las
exportaciones agromineras, hoy será sobre las ma-
nufacturas

b) El intercambio desigual continuará, a pesar de que


seexporten manufacturas, mientras continúen las no-
tablesreales entre el capitalismo desarrollado y el sub-
desarrollado.

c) Continuará la dependencia multidimensional, sobre


todo, la tecnología en tanto que las exportaciones ma-
nufactureras requieren tecnologías que controlan los
monopolios internacionales.

d) La sustitución de exportaciones no sacará a nuestros


países de su condición de subdesarrollo; en todo caso,
agregará nuevas dimensiones a la ya compleja reali-
dad y debemos tener presente que industrialización no
equivale a desarrollo”552.

Así pues, permítasenos reiterar que la internacionalización de


la política económica es una faceta de la transnacionalización
productiva y financiera en la que seinserta la lógica económica
del modelo de apertura. Es, por tanto, una parte de un fenó-
meno más amplio de interdependencia que transciende la rela-
ción entre el segmento moderno de las economías periféricas y

552
M. Flores: “De la sustitución de importaciones a la sustitución de exportaciones”, Nueva Sociedad,
nº 50, septiembre-octubre 1980, pp. 146-155, correspondiendo la cita a p. 155.

271
el capital transnacional553. Porque, recurriendo a un trabajo ya
‘clásico’ de O. Sunkel, los mecanismos de integración transna-
cional y de desintegración nacional actúan simultáneamente en
el capitalismo periférico554, a lo largo de un proceso donde la
empresa transnacional tiene una triple función relevante: como
agente intermediario de grupos de interés transnacionalizado (in-
fluyendo en la legislación, la política exterior, en la correlación
de fuerzas interna, etc.); como reductor del control gubernamen-
tal de la esfera económica; y como protagonista de estrategias de
industrialización (y sus múltiples aspectos tecnológicos, finan-
cieros, fiscales, etc.) cuyo diseño escapa a la responsabilidad de
las autoridades económicas de la periferia. En suma, la lógica
empresarial de las empresas transnacionales no se limita a sus
instalaciones sino que determinan la política económica del
país receptor a través de la influencia que tienen sobre las técni-
cas y el quantum de la producción, las políticas de exportación,
las disposiciones financieras, los patrones de consumo, en fin, lo
que constituye un determinado estilo de desarrollo en la perife-
ria latinoamericana555.

Así, el proceso de internacionalización de la política econó-


mica podría explicar no sólo la trasmmisión de inestabilidad
externa hacia los países dependientes sino, también, la escasa
vulnerabilidad de los principales actores de la transnacionali-
zación ante la crisis del capitalismo, de la que emergen forta-
lecidos. Porque, hoy y en América Latina, como ya anticipó K.
Marx hace cien años, existe una clara motivación que inspira
el modelo aperturista556.

553
Cf., al respecto, J. Fontanals: “El papel dela internacionalización financiera en la crisis de América
Latina”, Comercio Exterior, vol. 32, nº 7, julio 1982, pp. 740-7; y A. Varas: “De la internacionalización
a la transnacionalización en América Latina”, Estudios Internacionales, nº 65, enero-marzo 1984, pp.
56-65.
554
O. Sunkel: Capitalismo transnacional y desintegración nacional en América Latina, Ed. Nueva Visión,
Buenos Aires, 1972, esp. pp. 74 y ss.
555
Nos remitimos a supra, nota 336 y, además, E. Martins: “La política de las corporaciones
norteamericanas”, Revista Mexicana de Ciencia Política, nº 72, abril-junio 1973, esp. pp. 40 y ss.; F.
Fajnzylber y otros: Corporaciones multinacionales en América Latina, Ed. Periferia, Buenos Aires,
1973; Ch. Tungendhat: Las empresas multinacionales, Alianza Ed., Madrid, 1973; y C.A. López-Arias:
Empresas multinacionales, Ed. Universidad Simón Bolívar, Bogotá, 1977.
556
K. Marx: El Capital, op.cit., tomo III, p. 237. En palabras de S. Amin, “si se exportaran capitales,
es tan cierto ahora como cuando lo afirmó Marx, es porque se puede hacerlo trabajar con una tasa
de ganancia alta” (El desarrollo desigual. Ensayo sobre las formaciones sociales del capitalismo periférico,
op.cit., p. 173).

272
“Los capitales invertidos en el comercio exte-
rior pueden arrojar una cuota más alta de ga-
nancia, en primer lugar, porque aquí se com-
pite con mercancías que otros países producen
con menos facilidades, lo que permite al país
másadelantado vender sus mercancías por en-
cima de su valor, aunque más baratas que los
países competidores”

Por eso, escribe más adelante K. Marx, la fijación en undocu-


mento contable del origen de los problemas que asolan a los
países subdesarrollados, ya sea desde una óptica mercantilista
o monetarista, es, cuando menos, confuso:

“En lo que se refiere a las importaciones y ex-


portaciones, hay que observar que todos los
países se ven arrastrados, uno tras uno, a la cri-
sis y que luego se pone de manifiesto que todos
ellos, con muy pocas excepciones, han impor-
tado y exportado más de lo debido, con lo cual
la balanza de pagos es favorable para todos y
el problema no reside, por tanto, en realidad, en la
balanza de pagos misma”557.

Y aquí está el nudo gordiano de la cuestión: el modelo de


apertura externa y la estrategia de las ventajas comparativas
apela al enfoque monetarista restructurador -en su doble
vertiente interna y externa- y pretende resolver los proble-
mas de desarrollo económico en el capitalismo periférico
como si fueran originados por el desequilibrio de la balanza
de pagos. Esta errónea trasposición supone, como ya sos-
tuvimos en páginas precedentes, un diletante mecanismo
analítico que olvida intencionadamente el hecho de que las
cuentas con el exterior, comerciales y financieras, manifiestan
las contradicciones de un estilo de desarrollo marcado por el

557
Ibid., tomo III, p. 461. Cf., asimismo, V. Trías: La crisis del imperio, Ed. Banda Oriental, Montevideo,
1970, pp. 43 y ss.; O. Caputo y R. Pizarro: Imperialismo, dependencia y relaciones económicas
internacionales, CESO, Santiago de Chile, 1972, pp. 270 y ss.

273
modelo de acumulación adoptado en la periferia y el tipo de
inserción con la economía mundial. La balanza de pagos, en
definitiva, es un espejo de profundos conflictos estructurales.
Por otra parte, la prioridad político-económica del ajuste mo-
netarista interno y externo sitúa a las empresas transnaciona-
les (junto a fracciones de la burguesía local beneficiadas por
la mayor integración en la economía mundial) como los ver-
daderos fiscalizadores de la balanza de pagos (en los ingre-
sos: exportaciones de bienes y servicios, inversiones directas,
créditos del exterior, etc.; en los pagos: importaciones de bie-
nes y servicios, dividendos y utilidades, servicio de deuda
externa, etc.). En consecuencia, el modelo de apertura como
el aquí descrito para América Latina percibe la relación entre
autonomía e internacionalización de la política económica
como un mecanismo de vasos comunicantes, una estrategia
irreconciliable con el desarrollo de la región, en su sentido más
profundo, ya que el modelo inclina el fiel de la balanza (y no
sólo de pagos) hacia aquél proceso simultáneo estudiado por
Sunkel de desintegración nacional e internacionalización de
la política económica558.

558
Cf., además de la ya citada obra de Sunkel, a S. Lichtensztejn: “Internacionalización...”, art.cit.; y
C. Furtado: “Transnacionalização e Monetarismo”, Pensamiento Iberoamericano, nº 1, 1982, pp. 13-44.

274
CAPÍTULO X

ESTABILIZACIÓN ECONÓMICA Y PROFUNDIZACIÓN


DE LA DEPENDENCIA EN AMÉRICA LATINA (1973-
1983)

Disponemos ahora del bagaje analítico necesario para pro-


seguir nuestro trabajo en la presente sección dedicada a es-
tablecer un balance crítico del modelo de apertura aplicado
en los países referidos, en el Cono Sur, dadas las razones de
acotación, tanto históricas como metodológicas, establecidas
en los preliminares de nuestra investigación. Al efecto, la ar-
gumentación se desarrollará en torno a dos objetivos bien
definidos. En primer lugar, un intento de síntesis crítica de
una triple experiencia (Chile, Argentina, Uruguay) a partir de
un único modelo, lo cual ha generado resultados tan análogos, en
la práctica político-económica, como dispares han sido respecto a
la teoría y a la filosofía económica que subyacen en su defensa. En
segundo lugar, sostendremos que el problema de la deuda externa
de Ammérica Latina es inseparable de la evolución político-econó-
mica que ha tenido lugar en el seno de una opción monetarista y
de la quiebra del modelo de apertura, de neta raíz neoliberal, en
la periferia latinoamericana. Como ya señalamos, una de las
características más notables de los programas de estabiliza-
ción monetarista, a partir de 1973, ha sido su radicalización y
vocación restructuradora559. En primer lugar, se reducen los
márgenes de flexibilidad y gradualismo en la aplicación de
la política económica. En segundo lugar, se abandona el hori-
zonte tradicional del corto plazo para implementar objetivos
más ambiciosos de orden económico e institucional.

Esa radicalización responde, en lo fundamental, al tratamiento


rápido y contundente inspirado en el diagnóstico monetarista,
evitando expectativas y reacciones organizadas de la pobla-

559
Cf., A. Foxley: “Políticas de estabilización y sus efectos sobre el empleo y la distribución del
ingreso”, Crítica y Utopía, nº 4, primer trimestre 1981, pp. 9-48; y E.A. Cardoso: “Políticas de
estabilização na América Latina: modelos de uso corrente e suas experiências fracassadas”,
Pesquisa e Planejamento Econômico, vol. 13, agosto 1983, nº 2, pp. 465-488.

275
ción, al mismo tiempo que se tiende a corregir los problemas
de base originados por las estructuras económicas y políticas
y que fueron objeto del recetario monetarista: enfoque sub-
sidiario del Estado y libertad de mercados (en la esfera eco-
nómica), reformulación del marco laboral, reforma y privati-
zación de la seguridad social, reformas constitucionales, etc.
(en la esfera institucional). En este sentido, tanto Chile como
Uruguay (desde 1973) y Argentina (desde 1976), a pesar de sus
respectivas especifidades nacionales, comparten los rasgos de
radicalización político-económica. En palabras de A. Foxley,
todos los casos contienen “un origen monetarista, cualquie-
ra que haya sido el grado en que incorporaron elementos no
ortodoxos al conjunto concreto de medidas”560. Chile sería,
por tanto, un test casi puro de un experimento de laboratorio
planteado por el neoliberalismo. Sin perjuicio de un posterior
análisis más pormenorizado sobre la propuesta/práctica de
un programa de estabilización como el aquí apuntado para
Chile, Argentina y Uruguay, advirtamos, con A. Ferrer, que
estos países presentan, a la hora de valorar su política econó-
mica, numerosas diferencias estructurales: tamaño, grado de
industrialización, capacidad y diversificación exportadora,
peso sectorial relativo, etc. De igual forma, los tres casos mos-
trarían características diversas sobre la ejecución del programa
de estabilización adoptado: rigor y ritmo del ajuste, las restric-
ciones internas, los condicionantes sociopolíticos y la filiación
filosófico-económica, confesada o no, que justificó cada fase de
los experimentos neoliberales561.

No obstante, más allá de cualquier singularidad nacional, los


tres casos muestran evidentes concomitancias, de forma y
fondo, y una común servidumbre al credo monetarista-neoli-
beral dominante562, lo que facilita una presentación conjunta

560
A. Foxley: “Políticas de...”, art.cit., pp. 17 y ss.
561
Cf., al respecto, A. Ferrer: “Política económica comparada: el monetarismo en Argentina y
Chile”, Anales de la Academia Nacional de Ciencias Económicas de Argentina, vol. XXV, 1980, pp. 74-96.
562
A pesar de las confusiones y/o reiteraciones que se pudieran atribuir a esta expresión, la
utilizamos con las reservas anteriormente enunciadas: monetarismo-neoliberalismo, en cuanto
instrumentación político-económica básica y filosofía económica que subyace en los actuales
programas de estabilización ortodoxa de América Latina.

276
del modelo, cuyos mitos y realidades, -al decir de A. Aranci-
bia- han generado una amplia literatura563.

Si existiera un elemento inicial de concordancia, éste, sin


duda, sería la justificación a partir de una caótica situación
previa a la adopción del modelo, ya fuera por la evolución
histórica o las condiciones inmediatas generadas por la polí-
tica económica de la Unidad Popular, en Chile, la decadencia
de los últimos gobiernos peronistas, en Argentina, o el pano-
rama progresivamente desestabilizador, en Uruguay564. Pero,
ahora, el ‘desorden’ no se percibirá a la manera tradicional
cuando una casuística coyuntural exige una respuesta a corto
plazo, sino que las autoridades económicas que auspician el
modelo de apertura ven, en el caos, la “consecuencia inevita-
ble de una larga acumulación de errores que había alejado a
cada país de la racionalidad económica”565. Ello produjo, ló-
gicamente, recomendaciones sobre el nuevo rumbo a tomar
por la política económica enfrentada a problemas de mag-
nitud cualitativamente superior al diagnóstico tradicional:

563
Aparte de las obras y artículos ya mencionados, y sin afán exaustivo, cf., A. Ferrer: “Monestarismo
en el Cono Sur: el caso argentino”, Pensamiento Iberoamericano, nº 1, enero-junio 1982, pp. 109-115;
J. Schvarzer: Martinez de Hoz: la lógica política de la política económica, CISEA, Buenos Aires, 1982;
J.V. Sourrouille: Política económica y procesos de desarrollo. La experiencia argentina entre 1976 y 1981,
CEPAL, Santiago de Chile, 1983; R. Ffrench-Davis: “Monetarismo y recesión: elementos para una
estrategia externa”, Pensamiento Iberoamericano, nº 4, julio-diciembre 1983, pp. 171-180; L. Macadar:
Uruguay 1974-1980: ¿Un nuevo ensayo de reajuste económico?, CINVE, Montevideo, 1982; Instituto de
Economía: Un reajuste conservador, Fundación Cultura Universitaria, Montevideo, 1978; A.P. Ribas:
Inflación, la experiencia argentina 1976-1980, Ed. El Cronista Comercial, Buenos Aires, 1980; y el
número monográfico de Problemes d’Amerique Latine, nº 66, cuarto trimestre 1982, con artículos de,
entre otros, J. Brasseul (“Le regain du libéralisme économique en Amerique Latine (1973-1981)”,
pp. 9-42), R. Ffrench-Davis (“L’essai de politique monétariste au Chili”, pp. 44-72) y A. Canitror
(“Ordre social et monétarisme en Argentine”, pp. 74-101).
564
Cf., al respecto, J. De Torres Wilson: Diez ensayos sobre la historia uruguaya, Ed. La Banda Oriental,
Montevideo, 1973; A. Mattelart y otros: Chile bajo la Junta. Economía y sociedad en la dictadura militar
chilena, Ed. Zero, Bilbao, 1976; A. Ferrer: Crisis y alternativas de la política económica argentina, FCE,
Buenos Aires, 1977; A. Canitrot: La viabilidad económica de la democracia: un análisis de la experiencia
peronista, 1973-1976, CEDES, Buenos Aires, 1978; A. Ferrer: La economía argentina, FCE, Buenos
Aires, 1980; A. Barros Lémez: “Clase media. El falso modelo uruguayo”, Nueva Sociedad, nº 49,
julio-agosto 1980, pp. 30-43; M.H.J. Finch: A Political Economy of Uruguay since 1870, Macmillan,
Londres, 1982; M. Puchet: “Una historia concreta del Uruguay contemporáneo”, Comercio Exterior,
vol. 32, nº 3, marzo 1982, pp. 315-318; y G. Cosse: “Acerca de la democracia, el sistema político y la
movilización social: el caso del ‘ruralismo’ en Uruguay”, Estudios Rurales Latinoamericanos, vol. 5,
nº 1, enero-abril 1982, pp. 77-100.
565
Como lo expresa A. Ferrer: “El monetarismo en Argentina y Chile”, Comercio Exterior, vol. 31, nº
1 y nº 2, enero y febrero 1981, pp. 3-13 y pp. 176-192, respectivamente, correspondiendo la cita a p.
4 de la primera parte del artículo.

277
el monetarismo global dirigido hacia la reprivatización y la
transnacionalización566.

El patrón de acumulación propuesto al efecto se asentará en


los cuatro pilares que ya hemos comentado extensamente:
apertura económica, liberación de mercados, privatización de
las actividades y nuevas pautas de concentración de la renta y
la riqueza. La extensa literatura consultada confirma que, con
diverso grado de profundización, la triple experiencia mone-
tarista en el Cono Sur se reafirma en dichos pilares567. Proce-
de, sin embargo, las siguientes matizaciones para cada uno de
ellos.
566
Diversos autores confirman ese carácter restructurador, global, de la triple experiencia
monetarista en el Cono Sur. Algunos comentarios ilustrarán esta posición.
Para A. Ferrer, la predominancia de cierto tipo de políticas coyunturales durante cualquiera de
las fases del programa de estabilización en Argentina, implantado en abril de 1976, no correspnde
a cinco políticas económicas distintas, como fases hubo, sino a varias tácticas que responden a
una estrategia unitaria, porque “el gobierno estuvo insistiendo en repetidas ocasiones durante el
período 1976-1979, en la modificación de los precios relativos y en la reasignación de los recursos
conforme lo que se concebía como las ventajas comparativas o, más bien, naturales de la economía
argentina”, (“La economía argentina 1976-1979”, Economía de América Latina, nº 5, segundo
semestre 1980, p. 184).
No obstante, L. Geller reitera la necesidad de diferenciar la fase primera del proyecto autoritario
de las demás, por cuanto en ella los objetivos inmediatos eran la fractura del movimiento obrero,
la redefinición del rol del Estado y la constitución de un excedente relativo para la expansión
de empresas y sectores privilegiados por el enfoque monetarista-neoliberal, en un marco de
restructuración a largo plazo basado en un nuevo patrón de acumulación que adquiere sus apoyos
en la medida que profundiza en la reprivatización, la apertura externa y la transnacionalización
(“Argentina. La ofensiva del 76”, Economía de América Latina, nº 3, 1979, pp. 147-169, esp. pp. 157-8).
El caso chileno y uruguayo son similares. Según A. Foxley, y para Chile, “a la ortodoxia
estabilizadora inicial, que correspondía en términos gruesos al tipo de recomendaciones técnicas
del Fondo Monetario Internacional, se fue crecientemente sobreimponiendo una readecuación
radical en el modo de funcionamiento de la economía. De las políticas de estabilización se pasó a
los cambios estructurales y de éstos a las modernizaciones, las que constituyen según sus autores
nada menos que una agenda de cambios revolucionarios en Chile” (“La economía chilena: algunos
temas del futuro”, Estudios CIEPLAN, nº 6, diciembre 1981, pp. 177-8).
De manera parecida se presenta el proyecto autoritario en Uruguay. Cf., al respecto, J.M. Quijano:
“Uruguay: balance de un modelo friedmaniano”, Comerci Exterior, vol. 28, nº 2, febrero 1978, pp.
173-186; y D. Astori: “La política económica vigente en Uruguay: reajuste interno y reinserción
internacional”, Economía de América Latina, nº 6, primer semestre 1981, pp. 123-146.
567
Especialmente en el caso chileno que, como dijimos, es un ejemplo paradigmático de
implantación del modelo en cuestión y de su creciente radicalización político-económica. Aparte
de la bibliografía referenciada anteriormente, serán de interés para nuestro trabajo las siguientes
obras y artículos: C.J. Valenzuela: “El nuevo patrón de acumulación y sus precondiciones. El
caso chileno: 1973-1976”, Comercio Exterior, vol. 26, nº 9, septiembre 1976, pp. 1010-1024; S. Bitar:
“Libertad económica y dictadura política. La Junta Militar Chilena, 1973-1978”, Comercio Exterior,
vol. 29, nº 10, octubre 1979, pp. 1067-1082; A. Bastias: “Chile 1973-1980. La nueva estrategia de
desarrollo y su aplicación”, Comercio Exterior, vol. 30, nº 9, septiembre 1980, pp. 974-983; y S.F.: “La
situación económica de Chile. Los resultados de un tratamiento de shock”, Información Comercial
Española, nº 564-5, agosto-septiembre 1980, pp. 131-136; T. Moulian y P. Vergara: “Estado, Ideología
y Políticas Económicas en Chile: 1973-1978”, Estudios CIEPLAN, nº 3, 1980, pp. 65-120; A. Arancibia:
“Chile: mitos y realidades del proyecto autoritario”, Economía de América Latina, nº 7, 1981, pp.
169-195; A. Foxley: “Experimentos neoliberales en América Latina”, Estudios CIEPLAN, nº 7,

278
1. El nuevo modelo cuestiona el tipo de crecimiento apoyado
en América Latina, proponiendo una vía trazada por la racio-
nalidad económica que asigne los recursosconforme a la es-
trategia de ventajas comparativas reveladas por el sistema de
precios internacional567. Es imprescindible, en consecuencia,
abrir el mercado de bienes y el mercado financiero a la esfera
internacional, convirtiendo las economías periféricas en ‘to-
madoras de precios’.

2. La racionalidad tiene solamente un centro regulador: el mer-


cado. El será la ‘geografía natural’ donde se dispongan los re-
cursos convenientemente. Por tanto, en cumplimiento de esa
fundamental función, debe contar con las máximas facilida-
des, otorgadas por la apertura, para la ‘recepción’ de señales
(precios) internacionales y con la máxima libertad requerida
para que no distorsione las ‘señales’ internas.

3. La exigencia del mínimo estatal, en tercer lugar, en activi-


dades productivas y redistributivas del Estado, apelando al
enfoque subsidiario, marcará las pautas de distribución y con-
centración del ingreso y la riqueza acordes con el mercado. En
otro términos, la distribución y concentración del ingreso será

marzo 1982, pp. 5-166; y AA.VV.: Modelo económico chileno: trayectoria de una crítica, Ed. Aconcagua,
Santiago de Chile, 1982.
También en Argentina el enfoque ortodoxo de estabilización-restructuración contempla esas
cuatro área. Para A. Ferrer, el programa económico de abril de 1976 considera que “el mercado
debe asignar los recursos productivos y distribuir el ingreso entre los agentes de la producción,
la empresa privada debe encabezar el desarrollo y el Estado cumplir una función subsidiaria, la
economía debe abrirse a la competencia internacional y especializarse conforme a las ventajas
comparativas (...), la inflación debe frenarse mediante la reducción del gasto público y el déficit
fiscal y el crecimiento del gasto nominal contenerse mediante una política monetaria rigurosa”
(“La economía argentina al comenzar la década de 1980”, Trimestre Económico, nº 192, 1981, p. 812).
Cf., además y para el caso argentino: M. Botzman, E. Lifschtz, y M.R. Renzi: “Argentina.
Autoritarismo, librecambio y crisis en el proceso actual”, Economía de América Latina, nº 2, 1979,
pp. 127-154; A. Canitrot: “La disciplina como objetivo de la política económica. Un ensayo sobre
el programa económico del gobierno argentino desde 1976”, Desarrollo Económico, vol. 19, nº
76, enero-marzo 1980, pp. 453-475; A. Canitrot: “Teoría y práctica del liberalismo. Política anti-
inflacionaria y apertura económica en la Argentina, 1976-1981”, Desarrollo Económico, vol. 21, nº
82, julio-septiembre 1981, pp. 131-189; M. Mora y Araújo: “El liberalismo, la política económica
y las opciones políticas”, Desarrollo Económico, vol. 21, nº 83, octubre-diciembre 1981, pp. 391-400;
CIDAMO: “Argentina: economía y política en los años setenta”, Cuadernos Políticos, nº 27, enero-
marzo 1981, pp. 35-48; G. Hillocoat: “Notas sobre la evolución reciente del capitalismo argentino”,
Economía de América Latina, nº 9, 1982, pp. 151-175.
Respecto al caso uruguayo, además de los artículos ya citados, cf., M. Rimez: “Las experiencias de
apertura...”, art.cit., esp. pp. 113-124.
568
Cf., al respecto, A. Ferrer: “Política económica comparada...”, art.cit., p. 79.

279
resultado lógica de la ‘eficacia relativa’ de cada agenteeconó-
mico, atomizado, individualizado, y no del ‘poder relativo’ de
cada clase social o del influjo redistributivo del Estado.

4. El enfoque subsidiario adoptado por el monetarismo global


es extremo: no sólo impide la beligerancia estatal en el área de
la redistribución sino que exige la reprivatización de las activi-
dades productivas y/o asistenciales encomendadas al Estado
por el modelo reformista, limitando el activismo, en el pleno
sentido del término, a las tareas reproductivas que represen-
ten un beneficio para el sector privado (desde la infraestructu-
ra viaria hasta la represión social).

Los proyectos autoritarios en cuestión son, en consecuencia,


la culminación -en la periferia latinoamericana- de las desvia-
ciones y tentaciones ideológicas del liberalismoAhora, como
sucedió en 1848 o en la década de los treinta, laevolución del
liberalismo consustancial con el sistema muestra sus raíces
‘progresivamente autoritarias’ en cada fase de adaptación a las
crisis. Si el bonapartismo, el fascismo o nazismo europeo fue-
ron, en su tiempo, los patrones de dominación, actualmente,
en América Latina, la solución propuesta fue el ‘fascismo de-
pendiente’ con una opción implícita de política económica: el
nuevo credo monetarista-neoliberal que expone irónicamente
P. Huneeus569:

“Creo que Adam Smith vive, que Keynes


murió y que Marx fue una pesadilla.
Creo en ellos mientras crean en nosotros.
Creo que la Economía es una ciencia exacta.
Creo que los sociólogos son una peste y los
pobres un mal negocio.
Creo en los precios internacionales, los salarios
nacionales y en los zapatos argentinos”

569
P. Huneeus: “El nuevo credo de eficientismo o cómo ser economista a la medida de Pinochet”,
Comercio Exterior, vol. 30, nº 9, septiembre 1980, p. 973.

280
Como tal credo, necesita dogmas y sacerdotes. Entre los
primeros, destaquemos el dogma de mercado y el de la
libertad económica. Recordando la afirmación de D. Wall
(“...en ausencia de lo contrario, el mercado sí funciona”)570,
existe, en el discurso de fondo del triple experimento, una
auténtica sublimación del dogmatismo de mercado571, que se
expondría, como hace A. Foxley, de la siguiente manera:
“Sólo el mercado garantizaría simultáneamente la racio-
nalidad como base del comportamiento y la libertad, en
tanto ausencia de coacción. De acuerdo a esta visión (...) la
sociedad ideal consistiría en una en la cual el conjunto de
las instituciones sociales se guiara por principios de deci-
sión semejantes a los del mercado, y el Estado se limitara
a tareas de defender el orden y la seguridad nacional”572
Sin embargo, las relaciones entre democracia y mercado no
poseen la correspondencia clara que pretenden los moneta-
ristas-neoliberales del Cono Sur, planteando serias interro-
gantes sobre la naturaleza del mercado573. A. Di Filippo574,
ejemplo, subraya que la clave del proceso de democrati-
zación no radica en la esfera del intercambio sino en las
pautas de distribución del ingreso, ya que el ejercicio del
poder económico, en la esfera privada, en contra de la vo-
luntad mayoritaria de la sociedad es necesario concentrar
la propiedad de aquella parte del ingreso personal desti-
nado al consumo. De esta forma, concluye el autor, “...la
democratización del mercado depende centralmente de la
distribución personal del ingreso (...). La teoría económica
neoclásica escamotea esta conclusión al no analizar el trán-
sito decisivo desde la distribución funcional a la distribu-
ción personal del ingreso”575. En realidad, el problemático
binomio democracia-mercado resuelto por los monetaris-
tas en la dirección de ‘libertad económica ahora, democra-

570
Cf., D. Wall: “Introduction” a Chicago Essays…, op.cit., p. xv.
571
En palabras de A. Arancibia: “Chile: mitos y ...”, art.cit., esp. pp. 172 y ss.
572
A. Foxley: “Chile. Perspectivas económicas”, Mensaje, nº 301, agosto 1981, p. 414.
573
Cf., por ejemplo, M. Castro y F. Rodríguez: “¿Es democrático el mercado chileno?”, Mensaje, nº
299, junio 1981, pp. 250-5.
574
Cf., A. di Filippo: “Mercado y democracia”, Trimestre Económico, nº 197, enero-marzo 1983, pp.
245-267.
575
Ibid., pp. 265-6.

281
cia después’576, es una propuesta que solapa la cuestión de
la legitimidad de situaciones de facto porque, como señala
M. Zañartu, “parallegar al extremo de su lógica, los ideó-
logos debían haberpropiciado también la liberación de las
trabas para incorporar al trabajo al sector ‘infantil’, con lo
cual se habríarecuperado casi completamente las idílicas
condiciones detrabajo de un David Copperfield en la épo-
ca de la revolución industrial de la Gran Bretaña Manches-
teriana”577, de la que Ch. Dickens fue, sin duda, un lúcido
‘historiador’.

Los sacerdotes que apuntalan el dogma y monopolizan el


anatema son el producto, ya ampliamente descrito, de la
alianza entre el proyecto militar, expuesto en la Doctrina de
la Seguridad Nacional, y una tecnocracia educada en (o se-
guidora de) la Escuela de Chicago y sus talleres de análisis
latinoamericano578. De una u otra forma, los responsables del
área económica en los programas de estabilización con voca-
ción restructuradora, como los implementos en el Cono Sur,
son, o han sido, discípulos de dicha escuela579. Este hecho,
según A. Ferrer, es muy patente en Chile pero más difuso
en Argentina y Uruguay, ya que, por declaraciones expresas
o funciones encomendadas, los monetaristas son reducidos
(pero no relegados) a tareas monetarias en los respectivos
bancos centrales580. En este sentido, como hemos comenta-
do, el protagonismo ejecutivo de confesos economistas mo-
netaristas-neoliberales hacen del caso chileno un ejemplo
radical del enfoque. Otra cuestión fundamental del modelo
implantado en el Cono Sur, fue la conquista de la hegemo-
nía581. Si el Estado, en toda la evolución del liberalismo, trató

576
Cf., C.F. Díaz-Alejandro: “Economía abierta y política cerrada”, art.cit., sobre esta expresión.
577
Cit. in A. Arancibia: “Chile 1973-1978: la vía chilena...”, art.cit., esp. p. 106 nota.
578
Cf., al respecto, A. Gunder Frank: Capitalismo y genocidio económico, op.cit.; y “Genocidio
económico en Chile. Segunda carta abierta a Milton Friedman y Arnold Haberger”, Comercio
Exterior, vol. 26, nº 12, diciembre 1976, pp. 1444-1453.
579
Entre los que se cuentan nombres tan significados como J. Cauas (Ministerio de Hacienda) y S.
de Castro (Ministerio de Economía), en Chile; J.A. Martinez de Hoz (Ministerio de Economía), W.
Klein (Secretaría de Coordinación Económica) y A. Diz (Banco Central), en Argentina; y A. Vegh
Villegas (Ministerio de Economía), en Uruguay.
580
”El monetarismo en Argentina y Chile”, art.cit., primera parte, esp. p. 5.
581
Como indica A. Arancibia: “Chile: mitos y ...”, art.cit., esp. pp. 174 y ss.

282
de legitimar sus acciones y su propia existencia como una
de sus preocupaciones fundamentales, en el nuevo proyecto
autoritario aplaza esa necesidad en la medida que, por una
parte, funda su legitimación en los posibles resultados del
modelo de política económica y, por otra, se fortalece sola-
mente arrasando sus raíces.

Por eso, todas y cada uno de los regímenes militares que op-
tan por el aperturismo monetarista-neoliberal… “le confiere
al derecho y a la legalidad un sentido completamente diferen-
te, a la vez que ‘renuncia’ a cualquier forma de legitimación
que no sea la libertad económica formal: ni directamente -a
través de las instituciones políticas tradicionales del Estado-
liberal- ni tampoco indirectamente, al negarse como sujeto
económico activo y como ente normativo y asistencial”582.

En este sentido, si entendemos por ‘constitución económi-


ca’o políticas de ordenación al conjunto de concepciones
fundamentales del Estado respecto a la propiedad privada,
la libertad de comercio e industrias, la libertad de contra-
tos, la naturaleza y grado de intervención del poder públi-
co en la economía, el grado de iniciativa individual de los
agentes económicos y la protección jurídica de esos dere-
chos y libertades583, no puede sorprendernos que los inten-
tos de reconstrucción de la institucionalidad de los países
del Cono Sur en estudio (como, por ejemplo, la propuesta
constitucional chilena de marzo de 1981)584, demuestren lo
poco que queda, en América Latina, de los principios clá-
sicos de legitimación del Estado Liberal, en cualquiera de

582
R.O.W.: “Chicago en Santiago. El poder invisible”, Mensaje, nº 301, agosto 1981, pp. 416-7.
583
Como definen A. Jacquemin y G. Schrans: Le Droit Economique, P.U.F., París, 1974, pp. 64 y ss.;
y R. Brañes Ballesteros: “Chile: la nueva constitución económica. Los modelos constitucionales
neoliberales”, Comercio Exterior, vol. 32, nº 1, enero 1982, pp. 36-42.
584
Fecha que coincide con un excelente análisis-balance del modelo económico por parte de A.
Pinto: “El modelo ortodoxo y el desarrollo nacional”, “Apertura al exterior” y “La inflación y el
modelo ortodoxo”, publicados en Mensaje, nº 297, marzo-abril 1981, pp. 104-9; nº 298, mayo 1981,
pp. 176-181; nº 299, junio 1981, pp. 256-9, respectivamente, y publicados en un artículo unitario más
extenso, bajo el título de “Chile: el modelo ortodoxo y el desarrollo nacional”, Trimestre Económico,
nº 192, octubre-diciembre 1981, pp. 853-902.
Esta coincidencia, si lo es, sugiere y estimula la comparación entre el proyecto constitucional en
discusión y la situación real de la economía chilena, después de ocho años de ‘milagro económico’
y de deprimentes resultados que se tratan de apuntalar a través de una nueva institucionalidad.

283
sus variantes históricas (Estado de Derecho, Estado Social
de Derecho, Welfare State), y lo mucho que se refleja de las
pretensiones organicistas y situacionistas del neoliberalis-
mo. Con esta aparente sorpresa se juzgaron, en su día, los
resultados negativos de los referendums uruguayos, en un
intento postrero del régimen militar en materializar consti-
tucionalmente una ordenación fiel al proyecto autoritario.
No sorprende que, para ciertos autores, los regímenes de
fascismo dependiente de la Década Negra (1973-1982) en
América Latina constituyen experiementos geoestratégi-
cos585 que implican perspectivas críticas586 pero, también
al rol que cumplen los economistas como contrapunto o
partícipes de la legitimación de ejercicio de situaciones de
fuerza en el Cono Sur latinoamericano587.

Por eso, como sostiene A. Schneider, el mantenimiento del


Estado de emergencia fue indicativo de la incapacidad
de cada régimen militar del Cono Sur para encontrar
un esquema político que implicase la participación de
otros sectores sociales que no fueran los incondicionales
de partida. En este sentido, la oposición al modelo de
apertura económica y a las veleidades del monetarismo
global impidieron, también, un desarrollo normal del
modelo con cierta autonomía derivada de la lógica interna
del proyecto. Las autoridades económicas, entrenadas
doctrinalmente en los supuestos de la economía como una
ciencia libre de juicios de valor y neutral en términos de
ideología, tienen dificualtes en “incorporar en el análisis
económico las cuestiones políticas e ideológicas (...). En esta
óptica “concluye Schneider, “la representación integral de
los intereses de clase tiene un nivel de definición genérico

585
”Que se trata de experimentos”, nos dice A. Foxley, “en el sentido que la palabra se usa en
ciencias naturales, no cabe duda alguna” (“Cinco lecciones de la crisis actual”, Estudios CIEPLAN,
nº 8, julio 1982, p. 162).
586
P. Meller: “La reflexión crítica en torno al modelo económico chileno”, Estudios CIEPLAN, nº 10,
junio 1983, pp. 125-136.
587
Cf., H. Cortés Douglas: “Teoría, economistas y política económica”, Boletín Económico,
Universidad Católica de Chile, nº 5, enero-marzo 1983; y, del autor, “Políticas de estabilización
en Chile: inflación, desempleo y depresión, 1975-1982”, Cuadernos de Economía, nº 60, 1983, pp.
149-175.

284
y, por lo tanto, el acomodo político del régimen resulta de
una complejidad inmanejable e incierta”588.

Para algunos autores convencionales, las políticas de econo-


mía abierta son apropiadas y que la apertura, bien dosifi-
cada, puede usarse con éxito en la lucha contra la inflación,
permaneciendo todo lo demás constante”589. No es difícil per-
cartarse de que el ceteris paribus propuesto es una cláusula
lo ‘suficientemente holgada’ como para garantizar la lógica
del aserto590 pero limitándolo a la consideración de una úni-
ca variable. Desafortunadamente, la realidad es más com-
pleja y, en cualquier caso, la experiencia disponible acerca
de la aplicación del modelo en el Cono Sur exige, por nues-
tra parte, un esfuerzo adicional que dé cumplida cuenta de
dos cuestiones esenciales: las implicaciones del modelo en tér-
minos de costos sociales y el debilitamiento del aparato productivo
en que culmina todo el proceso de restructuración. Existen
varias consideraciones sobre la determinación de las fases
que acotan cada uno de los modelos monetaristas implanta-
dos en el Cono Sur. Para el caso de Chile, Moulián y Vergara
proponen tres períodos principales: 1973-1975 (instalación
militar, gradualismo inicial y perfil de cambios restructura-
dores), 1975-1976 (política de shock) y 1976-1978 (quiebra
de las expectativas de salarios e inflación, profundización
en los cambios estructurales). Para Foxley, para el caso la-
tinoamericano en general, distingue entre políticas inicia-
les de liberalización, tratamiento de shock, contención de
presiones de costos y precios, y monetarismo en economía
abierta. Por su parte, L. Séller tras una exhaustiva revisión
de fuentes oficiales (Boletín Semanal, Ministerio de Econo-
mía, Argentina, de julio 1976 a septiembre 1978), observa
dos fases en la implementación del modelo en Argentina:
una, que implica la adecuación de los requisitos previos y,
otra posterior, que atiende a los elementos de un nuevo pa-

588
Schneider: “Chile. Un análisis crítico del desarrollo del sistema financiero”, Economía de América
Latina, nº 4, marzo 1980, pp. 144-5.
589
H. Cortés Douglas: “Políticas de estabilización...”, art.cit., p. 171, subr. Nuestro.
590
Cf., al respecto, M. Blaug: La metodología de la economía, Alianza Ed., Madrid, 1985, esp. pp. 98-9.

285
trón de acumulación En este sentido, independientemente
de la fase concreta del programa de estabilización imple-
mentado591, del ritmo de ejecución provocado -desde el gra-
dualismo argentino al tratamiento de ‘shock’ chileno592- y
de las singularidades nacionales, se aprecia que los efectos
adversos, en ambas direcciones, son compartidos en todo el
Cono Sur.

Apertura en el Cono Sur y costes sociales.

Aunque separemos de nuestro balance la irracionalidad y la


violencia desbordada con que se implantó el modelo en los tres
casos, es decir, los resultados de la represión social generalizada
y de la ‘guerra sucia’, no por eso los costes sociales dejan de ser
muy significativos. Ni el milagro económico chileno, entre 1973
y 1981, pudo hacer olvidar el precio de su implementación. En
ocho años de política económica monetarista, Chile presenta
un expediente autosatisfactorio: caída del ritmo de inflación
del 1.000 al 30 por ciento, incremento del PNB cifrado en un 8
por ciento anual y un significativo superávit de la balanza de
pagos, a tenor del aumento de las exportaciones no tradicionales
y de una masiva afluencia de crédito externo593. Pero el milagro
chileno por antonomasia, como lo fueran en menor medida
los de Argentina y Uruguay, fue un producto momentáneo
de recuperación económica periférica con elevados costos

591
Según T. Moulián y P. Vergara (“Estado, Ideología y Políticas Económicas en Chile: 1973-1978”,
art.cit., esp. pp. 69 y ss.),). De opinión similar es A. Foxley (“Experimentos neoliberales en América
Latina”, art.cit.), (“Argentina. La ofensiva del 76”, art.cit., pp. 157 y ss.). Cf., además, S. Moya, M.
Pérez y D. Solda: “Política económica abril-1976 marzo-1981. Una experiencia fallida”, Realidad
Económica, nº 42, 1981, pp. 29-45.
592
Respecto al tratamiento de shock de la política económica monetarista en Chile, A. Pinto escribe
que los resultados de la atenuación inflacionaria fueron más importantes por su contrapartida
negativa (aumento del desempleo en un veinte por ciento de la población activa, caída del
producto nacional en doce puntos y fuerte crisis industrial) que por los puntos en que remitió la
inflación. “En otras palabras”, concluye A. Pinto, “la receta de Chicago resultó más dañina que
un cuadro de ‘guerra civil larvada’, como se ha denominado a la situación tumultuosa de 1973”
(“Chile: el modelo ortodoxo y el desarrollo nacional”, art.cit., p. 856).
Sobre el gradualismo argentino, cf., por ejemplo, los comentarios de M. Botzman y otros:
“Argentina. Autoritarismo, librecambio y crisis en el proceso actual”, art.cit., esp. pp. 134 y
ss.; E.A. Bilder: “La actual coyuntura económica argentina”, Nueva Sociedad, nº 51, noviembre-
diciembre 1980, pp. 47-58; y, finalmente, el mismo programa económico de abril de 1976 cuyas
medidas en cinco áreas (inflación, agricultura, industria, energía y sector externo) fueron
reproducidas por Información Comercial Española, nº 562, junio 1980, pp. 163-4.
593
Cf., al respecto, J.P. Arellano y R. Cortázar: “Del milagro a la crisis: algunas reflexiones sobre el
momento económico”, Estudios CIEPLAN, nº 8, julio 1982, pp. 43-60.

286
sociales. Por una parte, remitiéndose al caso chileno, es muy
dudosa la existencia de un proceso de crecimiento sostenido
en cuanto observamos que la tasa de inversiones es tres
puntos menor que la lograda en la década de los sesenta
(18.5 por ciento)594. Ese fenómeno limita considerablemente
la capacidad de proyección a largo plazo del crecimiento.
De igual forma, la entrada de capital financiero no se dedicó
a la inversión en proyectos de infraestructura ni en sectores
productivos generadores de divisas595. Por otra parte, si bien
es cierto que la atenuación del proceso inflacionario fue el
único resultado brillante del tratamiento de ‘shock’, no fue
menos importante el hecho de que dicho logro se basó en el
desempleo (hasta alcanzar un 15 por ciento de la fuerza laboral),
la congelación y, en muchos casos, el retroceso de los salarios
reales (que representaban, en 1980, el 75 por ciento de su valor
real en 1970) y el deterioro en la distribución del ingreso596.

A pesar de la retórica monetarista-neoliberal, el mercado de


trabajo, en la realidad, no es en absoluto un mercado libre
donde se encuentran las partes ‘soberanas’. La intervención
del gobierno en la fijación del salario nominal no sólo descarta
que éste pueda ser una ‘señal’ del mercado guiado por la
eficiencia sino que, a medio plazo, se convierte en un ‘dato’
más de la política económica597.

De igual forma, la tasa de desempleo no será en el modelo


una variable significativa para la determinación de los salarios
nominales, hecho este cuya relevancia se manifiesta cuando
observamos que las políticas de estabilización suponían, de al-
gún modo, un enfoque tipo Phillips Como dice J.M. Quijano,
“algún monetarista uruguayo, entusiasmado con las obras clá-
sicas del s. XIX, vaticinó que con el descenso del salario real se
reduciría el desempleo. Lamentablemente, Uruguay es buen

594
Ibid., p. 45.
595
Cf., al respecto, A. Foxley: “Experimentos neoliberales...”, art.cit., esp. pp. 137 y ss.
596
Ibid., p. 59, esp. cuadro 15, donde Foxley cita a R. Ffrench-Davis: “Indice de precios externos y
valor real del comercio internacional en Chile”, Notas Técnicas, nº 15, 1979.
597
R. Cortázar denomina a esta hipótesis como ‘modelo centralizado’ que confirmaría en una de
sus investigaciones (“Políticas de reajustes y salarios en Chile: 1974-1982”, Estudios CIEPLAN, nº
10, junio 1983, pp. 45-64.

287
ejemplo de lo que hace muchos años se sabe: que el salario
real en descenso no es incompatible con el desempleo sino,
más bien, que ambos marchan de la mano”598. Si añadimos
los errores de cómputo estadístico, como el caso chileno, que
infravaloran la inflación y, en consecuencia, generan una in-
dexación incorrecta, podremos concluir, con R. Cortázar, que
los fallos estadísticos del INE chileno constituyeron uno de los
más decisivos factores para el milagro económico monetaris-
ta. Como indica R. Cortázar, los salarios nominales se ajusta-
ron mediante cálculos erróneos del Indice de Precios Oficial
al Consumidor, en 1973 y en el bienio 1976-8. Por ejemplo, en
estos dos años de referencia, la indexación fue defectuosa a
partir de una inflación estimada de casi el doble a la computa-
da oficialmente. Las autoridades económicas de Uruguay, en
cambio, denunciaron que las estadísticas sobre salarios reales,
facilitadas por organismos oficiales, no reflejaban con preci-
sión la situación real del mercado de trabajo, bajo el supues-
to, discutible, de que el salario real computado se refiere a los
aumentos de remuneraciones aprobados por el gobierno, son
niveles mínimos que los empleadores pueden superar599. Y la
situación del mercado de trabajo, el empleo y la evolución de
los salarios reales, fue similar tanto en Argentina600 como en
Uruguay601. Abundemos más en estos casos.

Tras cinco años de experimento monetarista neoliberal, los


salarios reales cayeron de tal modo en Uruguay que, en 1979,
su capacidad adquisitiva representaba un 62 por ciento del
que tenía diez años antes y aún menos si la comparación
se efectúa con el promedio de salario base real de 1971. De
igual forma, el desempleo se agravó en dicho período, do-
blando la tasa de desocupación de Montevideo a la existen-
te en 1972 (7.7 por ciento). Es más, como sostiene D. Astori,

598
“Uruguay: balance de un modelo friedmaniano”, art.cit., p. 179 nota).
599
“Salarios nominales e inflación: Chile 1974-1982”, Estudios CIEPLAN, nº 11, diciembre 1983, pp.
85-111 y “La política económica vigente en Uruguay: reajuste interno y reinserción internacional”,
art.cit., pp. 143-4).
600
Cf., L. Geller: “Argentina. La ofensiva del 76”, art.cit., pp. 162 y ss.
601
Cf., S.F.: “En el círculo vicioso del estancamiento y la inflación”, art.cit., pp. 121 y ss.; y D. Astori:
“La política económica vigente...”, art.cit., pp. 141 y ss.

288
las cifras de paro crecerían de modo significativo si se ana-
lizaran otros procesos, como el emigratorio, que inciden en
el mercado de trabajo. En este sentido, el autor señala que
“las cifras comentadas –a pesar de sus niveles- no ilustran
en toda su dimensión las repercusiones desequilibrantes del
proceso económico en este ámbito. Ello se debe a que a partir
de la primera mitad de los años sesenta comenzó a gestarse
en Uruguay un proceso de emigración que hasta 1975 había
comprendido un volumen total de, por lo menos, 250 a 300
mil personas (...) La mayor parte de este proceso se explica
por la situación laboral interna y, desde el punto de vista de
la problemática referida al mercado de trabajo, ha significado
–indudablemente- una exportación de la desocupación”602.
Sobre estos problemas, a título indicativo, podemos que el
salario real, en Uruguay y con datos de la Dirección Gene-
ral de Estadísticas y Censos, tuvo la siguiente evolución de
índices: 100 (1968), 116 (1971), 94.3 (1973), 80.2 (1976) y 62.6
(1979). Respecto a la tasa de desocupación en Montevideo,
como dijimos, se pasa de un desempleo de la población acti-
va del 7.7 por ciento (1972) al 13 por ciento (1977), con datos
de la misma Dirección General calculados por encuestas para
el primer semestre de cada año.

La evolución del salario real en Argentina fue, hasta 1960, de


crecimiento desigual pero con una clara congelación durante
la administración militar de Onganía (1966) posteriormente
reasumida a partir de 1972. No obstante, la caída del mismo a
lo largo de los primeros años de experimento monetarista es
de evidente gravedad. En términos generales, y considerando
a 1960 como año base, el salario real de un peón representaba
un índice 129.1, en 1974, y 36.6 en 1978; es decir, la capacidad
del salario real era menos de un tercio del conseguido sola-
mente cuatro años antes603. Respecto al desempleo, las auto-
ridades económicas presentan el caso del Gran Buenos Aires
(capital federal y partidos colindantes) como uno de los logros

“La política económica vigente...”, ibid., p. 138).


602
603
Cf., FIDE: Coyuntura y Desarrollo, 1979, Anexo II, pp. 29-30, cit. In L. Geller: “Argentina. La
ofensiva del 76”, art.cit., p. 162 esp. cuadro 7. Cf., además, P. Gerchunoff y J. Llach: “El nuevo
carácter del capitalismo en Argentina”, Desarrollo Económico, nº 60, enero-marzo 1976, p. 630.

289
del modelo, con tasas de desocupación, entre 1974 y 1978, que
no varían más allá del 3.4 al 4.8 por ciento604.

Realmente, como advirtieron ya varios autores, los datos no


son en absoluto representativos de nada, a no ser la desidia
(o el interés) en presentar estadísticas donde la muestra
de referencia así como la metodología peculiar utilizada
invalidan cualquier análisis sobre el desempleo en Argentina.
De esta forma, los niveles de desocupación del Gran Buenos
Aires, entendido como capital federal y partidos colindantes,
son menores que en otras regiones del país. Por otra parte,
la metodología de las encuestas considerada desocupada a
toda persona que, durante la semana de referencia, buscara
trabajo y no lo hallara o quien no haya trabajado ni siquiera
una hora durante dicha semana. Esta insólita concepción del
‘parado’, según las encuestas, coincide con una reducción
del 10 por ciento, desde 1974 a 1978, de la fuerza de trabajo
potencialmente activa, ya sea por emigración forzosa, por
desaliento, por la marginalización y actividades por ‘cuenta
propia’, etc605. La concentración de ingresos y riqueza que
propicia la política económica del modelo aperturista es otro
de los considerables costos sociales que hacíamos mención
al principio. Dicha tendencia tiene dos destinos principales:
favorecer a los sectores de ingreso medio-alto y facilitar la
acumulación de los grandes conglomerados privados.

Al efecto, A. Foxley constata que:

“...la tendencia a la concentración resulta tam-


bién de la prolongación del proceso estabili-
zador caracterizado por la permanencia de
fuertes desequilibrios en los mercados. Estos
desequilibrios hacen más agudos los proble-
mas de acceso desigual a la información y a

604
Cf., Boletín Semanal, Ministerio de Economía, 19.III.1979, p. 5.
605
Cf., al respecto, Boletín Semanal, Ministerio de Economía, ibid., y los comentarios críticos de
L. Séller: “Argentina. La ofensiva del 76”, art.cit., pp. 163-4; E.C. Schposnik y J.M. Vacchino:
“Argentina: ¿fracaso de un ministro o de un sistema?”, Comercio Exterior, vol. 32, nº 1, enero 1982,
pp. 2-13, esp. pp. 11; y A. Ferrer: “La economía argentina 1976-1979”, Economía de América Latina, nº
5, segundo semestre 1980, pp. 182 y ss.

290
otros recursos escasos como el crédito, el capi-
tal extranjero, etc.”…”...el poder sobre el mer-
cado de los productores más grandes y acen-
túa las ventajas de los grupos que poseen una
situación inicial de liquidez, riqueza o ingreso
favorable. Allí debe buscarse el origen de la
concentración económica que la aplicación de
esas políticas genera”.

La conclusión, termina Foxley, sería que

“...las políticas de estabilización y la prolonga-


da estanflación que las acompañan terminan
siendo funcionales a la reasignación del exce-
dente requerida por el proyecto de reestruc-
turación de la sociedad, que constituye parte
integral de los procesos de ‘normalización’
autoritaria”606.

La tendencia hacia la concentración del modelo aperturista,


sin duda, es un corolario lógico que se desprende de la escala
de prioridades adoptadas por la política económica de sig-
no monetarista-neoliberal. Ello deviene de la aparente neu-
tralidad del modelo que selecciona, con carácter prioritario,
a la inflación relegando, al mismo tiempo, los objetivos de
empleo y recuperación salarial a un segundo plano607. Por lo
tanto, uno de los resultados consecuentes del monetarismo
y de las políticas de libre mercado asociadas a él consiste en
el efecto regresivo en la distribución de la renta y, en los ca-
sos en que se dispone de pruebas empíricas, queda asimismo
en evidencia que los activos tienden a la concentración como
consecuencia de las políticas de estabilización, según indica
A. Foxley608.

606
A. Foxley: “Inflación con recesión: las experiencias de Brasil y Chile”, Trimestre Económico, nº
188, 1980, pp. 978-9.
607
Cf., al respecto, R. Cortázar: “Chile: resultados distributivos 1973-1982”, Desarrollo Económico,
vol. 23, nº 9, octubre-diciembre 1983, pp. 369-392.
608
A. Foxley: “Las políticas de estabilización neoliberales: lecciones de la experiencia”, Trimestre
Económico, nº 199, julio-septiembre 1983, pp. 1299-1318, correspondiendo la cita a p. 1306.

291
Si la concentración del ingreso y la riqueza, cualquiera que el
enfoque utilizado (personal, funcional, regional, etc.), es un
fenómeno diáfano en Chile, no lo es menos en los otros dos
casos de referencia que merecen una larga nota al respectoSi
el significado del proyecto político-económico implantado
en Argentina, en 1976, es, en síntesis,

“...un agudo proceso de concentración y


centralización de capitales, eliminación de
importanes sectores burgueses de la compe-
tencia capitalista, fortalecimiento de la gran
burguesía monopolista en las distintas formas
de existencia del capital (comercial-indus-
trial-financiera), políticas de puertas abiertas
para el capital extranjero, libre circulación de
mercancías y fuerza de trabajo...”

(CIDAMO: “¿Argentina, economía y política


en los años setenta?”, art.cit., p. 41).

Entonces,

“...en su conjunto, la Argentina comenzó a


girar hacia un modelo elitista de sociedad,
con un sector de altos ingresos y el resto de
la población marginada de todo tipo de con-
fort. En este sentido, se tiende a transformar la
economía del país en un tipo de subdesarro-
llo clásico” (E.A. Bilder: “La actual coyuntura
económica argentina”, art.cit., p. 53).

Cf., asimismo, G. Hillcoat: “Notas sobre la


evolución reciente del capitalismo argentino
(1976-1981)”, Economía de América Latina, nº 9,
1982, esp. pp. 158 y ss.

Para el caso uruguayo, las notas son similares. Como escribe


D. Astori, los datos específicos sugieren dos características en
los años recientes:

292
“...por un lado, una agudización de las dife-
rencias relativas entre los salarios correspon-
dientes a los cargos más altos de jerarquía y
calificación, y aquellos que perciben las perso-
nas ubicadas en los estratos inferiores desde
los puntos de vista señalados, por otra parte
y simultáneamente, una relación bastante di-
recta entre el rango de esa estratificación de
ingresos y el tamaño de la empresa” (“La polí-
tica económica vigente...”, art.cit., p. 144). Cf.,
asimismo, J.M. Quijano: “Uruguay: balan-
ce...”, art.cit., pp. 178 y ss.

Como señala el mismo D. Astori, para los tres casos, los pro-
cesos de concentración, redistribución de la renta y la riqueza,
así como la diferenciación salarial son

“...coherentes con el carácter esencialmente con-


centrador del modelo vigente, que además de
apoyarse en una comprensión genérica de los
salarios, origina esta diferenciación de las re-
muneraciones y la estimula especialmente al
interior de las empresas con más alto nivel de
acumulación. Es interesante observar que este
rasgo ha sido común a otros modelos concen-
tradores de la región latinoamericana, como
el brasileño –especialmente durante la década
comprendida entre mediados de los sesenta y
los setenta-, el chileno y el argentino. Por otra
parte, ésta es también una forma de comple-
mentar la percepción de la redistribución regre-
siva del ingreso desde el ángulo del mercado de
trabajo. Así, no sólo la erosión generalizada de
los salarios ha sido funcional a dicha redistribu-
ción, sino también la diferenciación y la estrati-
ficación comentadas precedentemente”609.

609 “La política económica vigente...”, ibid., p. 144).

293
No obstante, la aparente neutralidad técnica de la políti-
ca económica monetarista fue realmente ‘discrecional’ por
cuanto no sólo afectó negativamente a los estratos de ingreso
inferiores sino que, también, reforzó la consolidación de los
grandes conglomerados privados y favoreció su creciente in-
fluencia política y económica. Los ‘grupos económicos’ son,
al decir de algún especialista, los nuevos protagonistas del
desarrollo en un triple aspecto610: a) controlan progresiva-
mente la propiedad de activos industriales, bancos y finan-
cieras; b) son los agentes que dinamizan la restructuración
interna y las nuevas modalidades de inserción internacional;
y c) monopolizan la relación con los bancos transnacionales,
controlando el grueso del flujo de crédito y el destino de la
deuda externa.

Ante este orden de cosas, y si aceptamos la afirmación de A.


Pinto sobre que “el objetivo prioritario de toda política eco-
nómica es la satisfación de las necesidades básicas -materia-
les y culturales- de la población”611, se requiere un inmediato
y profundo cambio de estilo de desarrollo al servicio de la
consecución de los equilibrios económicos y la reconstitución
de la base productiva dañada, en términos de Pinto, por el
populismo conpiscuo de la ortodoxia monetarista. De ello
dependerá no sólo el asentamiento sino, también, la repro-
ducción de un orden democrático612. He aquí una razón más
para sustentar las ventajas de una redistribución equitativa
del ingreso y la riqueza.

Apertura en el Cono Sur y debilitamiento del aparato productivo.

Abrir la economía y promocionar las exportaciones fueron,


como ya expusimos, dos de las recomendaciones más impor-

610
Cf., A. Foxley: “Hacia una economía de libre mercado: Chile 1974-1979”, Estudios CIEPLAN, nº
4, noviembre 1980, p. 36.
611
Cf., al respecto, A. Pinto: “Consensos, disensos y conflictos en el espacio democrático popular”,
Estudios CIEPLAN, nº 10, junio 1983, pp. 113-124, esp. p. 118.
612
Cf., además, F. Dahse: Mapa de la extrema riqueza. Los grupos económicos y el proceso de concentración
de capitales, Ed. Aconcagua, Santiago de Chile, 1979; P. Meller: “Una reflexión crítica en torno al
modelo económico chileno”, Estudios CIEPLAN, nº 10, junio 1983, pp. 125-136; y R. Ffrench-Davis:
“El experimento monetarista en Chile: una síntesis crítica”, Desarrollo Económico, vol. 23, nº 90,
julio-septiembre 1983, pp. 163-196.

294
tantes de las políticas de estabilización basadas en el modelo
de apertura. Pero, como sostiene R. Ffrench-Davis, de la mis-
ma manera que existió una etapa ‘fácil’ de sustitución de im-
portaciones también se produce tal circunstancia en los pri-
meros tramos de la apertura, con resultados positivos pero
coyunturales. Superada dicha fase, “el resultado fue un nivel
notablemente bajo de inversión y de utilización de la capa-
cidad instalada y de la fuerza de trabajo”613. Este proceso de
deterioro es compartido por los casos argentino y uruguayo.
Para el caso argentino, A. Dorfamn escribe lo siguiente:

“...la industria argentina atraviesa por la crisis


más profunda de su historia. En ella debe dis-
tinguirse dos tipos de causas de distinto origen,
significado y trascendencia, que se entrelazan
entre sí de variadas maneras. Unas, de carácter
estructural, se relacionan con la composición
y el peso relativo de las ramas que la integran
así como la naturaleza del cambio tecnológico
que se propaga por todo el sector. Las otras, de
índole coyuntural, la afectan con extraordina-
ria intensidad desde hace más de un lustro y se
manifiestan en cambios estructurales radicales,
la consolidación de un concentrado poder mo-
nopólico, y la desarticulación y regresión del
proceso por el cual se establecieron importantes
industrias argentinas, lo que ha promovido la
desnacionalización de las empresas y el poderío
creciente del capital transnacional”614.

Si, esquemáticamente, se pudiera representar el estilo mone-


tarista y neoliberal de los programas de estabilización aquí
comentados a partir de un sumatorio compuesto por la libe-

”El experimento monetarista en Chile...”, art.cit., pp. 179-181.


613
614
“La crisis estructural de la industria argentina”, Revista de la CEPAL, nº 23, agosto 1984, p.
127. Cf., asimismo, J. Schvarzer: “Cambios en el liderazgo industrial argentino en el período de
Martínez de Hoz”, Desarrollo Económico, vol. 23, nº 91, octubre-diciembre 1983, pp. 395-422.
Para el caso uruguayo, cf., J. Millot, C. Silva y L. Silva: El desarrollo industrial del Uruguay, Universidad
de la República, Montevideo, 1973; y A. Ricaldeni y otros: El régimen de promoción industrial, F.C.U.,
Montevideo, 1975.

295
ración del comercio exterior, la política anti-inflacionista, los
cambios de restructuración y el proyecto autoritario implíci-
to en la propuesta, observaríamos, con P. Vergara, que las re-
percusiones que tiene sobre la estructura económica interna
son, a medio plazo, netamente negativas y representadas en
la escasa capacidad para generar empleo, como vimos, en el
lento ritmo de expansión industrial y en un aumento signi-
ficativo de la vulnerabilidad del desarrollo interno respecto
a los sacrificios impuestos por el modelo de apertura615. El
caso chileno es ejemplar y la evolución de la política aran-
celaria y el libérrimo tratamiento de las inversiones directas
y/o los movimientos de capital financiero ilustra la relación
entre las líneas maestras de la apertura y el estancamiento de
las principales macromagnitudes industriales. Veamos, por
lo tanto, la evolución de los índices de producción industrial,
de empleo en el sector y el peso relativo del mismo respecto
al producto global, desde la implantación del proyecto hasta
la crisis del llamado ‘milagro chileno’:
INDICES (1970=100) 1973 1974 1975 1976 1977 1978 1979

Producción 106.2 107.3 82.1 92.2 100.7 110.9 120.0

Empleo 113.4 110.5 100.1 92.7 92.2 92.1 91.1

Industria/PNB (%) 25.3 23.7 19.4 19.9 20.6 21.0 21.1

============================================

Fuente: ODEPLAN y R. Ffrench Davis: “Liberalización de las importaciones: la


experiencia chilena en 1973-1979”, Estudios CEIPLAN, nº 4, noviembre 1980,
p. 58.

En definitiva, la vía aperturista de integración plena al merca-


do mundial no logró reconvertir el aparato industrial interno
ni satisfacer el objetivo de crecimiento económico propuesto
prioritariamente en el modelo. La desprotección al produc-
to interno fue, sin embargo, máxima. En Chile, de una tasa

615
Cf., al respecto, P. Vergara: “Apertura externa y desarrollo industrial en Chile 1973-1978”,
Estudios CIEPLAN, nº 4, noviembre 1980, pp. 79-117. Para una excelente panorámica del proceso de
industrialización en América Latina y los problemas actuales, cf., F. Fajnzlber: La industrialización
truncada de América Latina, Ed. Nueva Imagen, México, 1983.

296
arancelaria promedio del 94 por ciento (y llegando a un por-
centaje de 500 para algunos productos importados) en 1973,
se pasa a otra del 38 por ciento, en 1976, para quedar esta-
blecida en una tarifa única del 10 por ciento, en 1979. Argen-
tina, por su parte, tiene una evolución arancelaria. El ritmo
de crecimiento apenas supera, al comienzo de la década de
los ochenta, los de Chile, Uruguay y Haití616. Uruguay, otrora
considerado la ‘Suiza de América’, es presentado, tres años
después del golpe militar, como el ‘Hong Kong’ latinoameri-
cano617.De cualquier forma, el debilitamieto del aparato pro-
ductivo industrial de los países que adoptaron una política
económica como la aquí descrita no puede responsabilizarse
a la apertura como un fenómeno unitario. Al respecto, O.
Muñoz propone diferenciar, con razonado criterio a nuestro
entender, entre apertura comercial y apertura financiera618.
Sin que ello impida un posterior análisis de la influencia de
la apertura sobre la quiebra del sistema financiero nacional,
para los tres casos. Es necesario destacar, en este momento, el
rasgo distorsionador -en términos industriales- de la evolu-
ción del tipo de cambio real y la conformación de un merca-
do de divisas como la propuesta por el modelo619.

La apertura financiera, íntimamente relacionada con la


apertura comercial y el crecimiento de los sectores produc-
tivos de bienes exportables, profundiza los desequilibrios (y
las contradicciones) entre los tipos de interés y las tasas de
retorno del capital. En otros términos, la apertura financie-
ra al exterior fomenta la sustitución de ahorro interno y las
inversiones productivas por ahorro externo e inversiones
meramente especulativas. Este proceso es negativo en un
doble aspecto. En primer lugar, alimenta la separación en-
tre la esfera real y la financiera de la economía en cuestión.

616
Como señalan E.C. Schaposnik y J.M. Vacchino: “Argentina: ¿fracaso de un ministro o de un
sistema?”, art.cit., p. 7.
617
Al respecto, escribe J.M. Quijano, “...Uruguay –dijo en 1976 un monetarista nativo- tiene que ser
el Hong Kong de América Latina. Muchos se rieron. Quizá porque no sabían que Hong Kong es
uno de los grandes centros de maquila mundial” (“Uruguay: balance...”, art.cit., p. 186).
618
O. Muñoz: “Crecimiento y desequilibrios en una economía abierta: el caso chileno 1976-1981”,
Estudios CIEPLAN, nº 8, julio 1982, pp. 19-41.
619
A. Foxley: “Experimentos neoliberales...”, art.cit., esp. pp. 137 y ss.

297
En segundo lugar, alienta el endeudamiento creciente del
sector real. Esta situación fue definida, gráficamente, como
‘procesos de apertura financiera que no se materializan en
chimeneas fabriles’620.

El caso uruguayo es muy representativo al respecto. La


acumulación de activos financieros lograda en moneda
extranjera y pagando altos tipos de interés provoca, primero,
una significativa elevación de la deuda externa uruguaya,
difícilmente soportable por una economía de dimensiones
reducidas y de una frustrada potencialidad, y, segundo,
la acumulación financiera no se ha traducido en una
acumulación paralela de activos reales porque: “a) la caída
de la demanda interna desestimula la inversión interna; b)
la expansión apoyada en la demanda externa parece estar
confinada a un grupo muy reducido de industrias; c) el alto
rendimiento de los activos financieros los convierte en más
rentables que la inversión en activos físicos”621.

Si, en nuestras reflexiones anteriores abordamos el deterioro


del tejido industrial de los países mencionados, no ha sido
menor el debilitamiento del sector agrario. Chile, también,
por el peso relativo a la agricultura, por su tradición y pasado
inmediato es un caso paradigmático. No es ajeno al proceso,
el hecho incuestionable de que, tras las experiencias de Cuba
y Nicaragua, Chile vivió una reforma agraria más allá de
la simple reordenación de tierras. Al decir de C. Kay, “la
radical reforma agraria del gobierno de la Unidad Popular
(1970-1973) ha sido la más extensa y rápidamente ejecutada
en América Latina. Trágicamente, Chile ofrece también
un ejemplo de la más profunda contrarreforma agraria de
América Latina, como resultado de la victoria de las fuerzas
contrarrevolucionarias en aquel infausto 11 de septiembre de
1972”622.

620
Cf., al respecto, M.C. Tavares: Da substitução de importações ao capitalismo financeiro, Ed. Zahar,
Río de Janeiro, 1972.
621
”Uruguay: Balance...”, art.cit., p. 186.
622
C. Kay: “La política agraria del gobierno militar de Chile”, Trimestre Económico, nº 191, 1981, p.
567.

298
Pero, a nuestro juicio, el proyecto monetarista neoliberal no
sólo descansa en la ‘contrarreforma’ agraria, como una res-
puesta autoritaria a la política económica de la Unidad Popu-
lar, sino que tiene un programa para el sector que manifiesta
claramente su filosofía económica623. Tres principios se obser-
varn en la propuesta: privatización, desaparición del soporte
financiero y técnico del Estado y, por último, la exclusión po-
lítica y social del campesinado624.

¿Qué ha ocurrido con el ‹milagro agrario› de la Junta Mili-


tar chilena? En primer lugar, el retroceso de la contrarreforma
se fundamentó por la vía de la represión social abierta625. En
segundo lugar, suprime las agencias de apoyo al sector y las
políticas de precios subsidiados alproductor y/o consumidor.
En tercer lugar, reprivatiza, infravalorando la compensación,
la mayor parte de las empresas agroindustriales, la cadena de
frigoríficos, las empresas de comercialización, exportación, de
fertilizantes y semillas, así como de la empresa estatal SEAM
que rentaba maquinaria agrícola a tarifas subsidiadas. En
suma, el enfoque subsidiario extremo,en el sector agrario, sig-
nifica que “...la economía política del Estado está volviendo a
la situación existente antes de la crisis de los años treinta”626.

El sometimiento a la regla de hierro de las ventajas compara-


tivas y a la competitividad internacional acrecentó los efectos
adversos del enfoque subsidiario en el agro, deprimiendo al
sector, en términos de producción y productividad, y pro-
mocionando nuevas pautas de diferenciación económica y
social. El modelo de apertura reorienta la agricultura hacia
las exportaciones, abandonando las producciones tradicio-

623
Sobre el presente tema existe una copiosa literature. Cf., entre otros, F. Gil y otros: Chile 1970-
1973. Lecciones de una experiencia, Tecnos, Madrid, 1975; G. Martner: Chile. Los mil días de una
economía sitiada, Universidad Central, Caracas, 1975; S. Bitar: Transición, socialismo y democracia,
Siglo XXI, México, 1979; y G. Martner: “Salvador Allende y la dirección económica durante la
Unidad Popular”, Le Monde Diplomatique (en esp.), nº 21, septiembre 1980, pp. 25-7.
624
Cf., al respecto, “Transformaciones de las relaciones de dominación y dependencia entre terratenientes
y campesinos en Chile”, Revista Mexicana de Sociología, nº 2, mayo-agosto 1980, pp. 751-797; J. Crispi: El
agro chileno después de 1973: expansión capitalista y campesinización pauperizante, GIA, Santiago de Chile,
1980; y R. Rivera: “Chile 1973-1983. Un decenio de liberalismo en la agricultura”, Comercio Exterior, vol.
34, nº 11, noviembre 1984, pp. 1109-1120.
625
“Transformaciones de las relaciones...”, art.cit., pp. 584 y ss.
626
Ibid., p. 586.

299
nales (cereales, ganadería) por plantaciones frutales y silví-
colas que requieren costosas inversiones y un largo período
de maduración del capital invertido. En consecuencia “la di-
námica de la acumulación de capital será diferente (...). Así,
pues, son, sobre todo, los agricultores exportadores quienes
se estén capitalizando, intensificando su producción y utili-
zando mano de obra asalariada”627.

De igual forma, como sostiene M. Buxedas, la ejecución de la


‘nueva’ política agropecuaria de Uruguay permite advertir el
cercano parentesco, a través del discurso neoliberal, con las
experiencias de Chile y Argentina628. El autor, partiendodel
programa agrario inagurado por el gobierno militar en 1978,
resalta tres consecuencias negativas de la praxis político-eco-
nómica en el sector: primero, el incremento de la vulnerabi-
lidad ante las fluctuaciones del comercio internacional; se-
gundo, la tendencia regresiva del ingreso en sudistribución
sectorial y persona; tercero, el sesgo exportador imprimido
en la asignación de recursos margina la gravitación del mer-
cado interno y concentra las energías económicas en una ac-
tividad (agroexportación) de reducida capacidad de genera-
ción de empleo629.

Esta situación se agrava si consideramos la especial estructu-


ra de la propiedad de la tierra en Uruguay: mediante diver-
sos lazos familiares, sólo 200 familias controlan la propiedad
del 25 por ciento de la tierra, estrechando las relaciones con la
gran banca nacional, la agroindustria, el sector exportador y
el capitalismo financiero internacional. El caso argentino, por
su parte, presenta un proceso630 similar de reprivatización y
concentración a los anteriormente mencionados631...
627
En palabras de A. Pinto: “Chile: el modelo ortodoxo...”, art.cit., pp. 869 y ss. Cf., asimismo, C. Kay: “La
política agraria...”, art.cit., pp. 596-7.
628
Cf., M. Buxedas: “Uruguay. Nueva política y acumulación en la agricultura”, Economía de América
Latina, nº 3, 1979, pp. 185-205.
629
Cf., al respecto, D. Astori: Latifundio y crisis agraria en el Uruguay, Ed. Banda Oriental, Montevideo,
1971; y DINACOSE: Investigaciones sobre la problemática agropecuaria, Ed. Hemisferio Sur, Montevideo,
1976. En torno a la agricultura y el empleo, cf., asimismo, D. Glauzcue y D. Astori: Estilo de desarrollo,
mercado de trabajo y evolución demográfica, CIEDURPISPAL, Montevideo, 1981.
630
Cf., V. Trías: Reforma agraria en Uruguay, Ed. El Sol, Montevideo, 1958.
631
Cf., entre otros, H. Giberti: “Precios e ingresos del sector agrario”, Realidad Económica, nº 44, 1981, pp.
33-35.

300
Quisiéramos referirnos, por último, a un tema ya anunciado
anteriormente y que aquí expondremos brevemente por las
conexiones que existen entre el debilitamiento del aparato
productivo, en los casos de referencia, y la crisis financie-
raprovocada por la adopción de políticas monetaristas y de
apertura. Como vimos en su momento, el sector financiero
es considerado, desde la perspectiva neoliberal de la teoría
del desarrollo, como un factor que contiene el impulso ne-
cesario para arrastrar el crecimiento económico en los paí-
ses subdesarrollados. Este tipo de argumentos utilizados por
el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) o el Centro de
Estudios Monetarios Latinoamericanos (CEMLA)632, institu-
ciones vinculadas con un enfoque convencional del desarro-
llo, fueronasumidos, aunque con cierta moderación, por la
misma CEPAL. En 1974, este organismo consultivo cree que
el desarrollo de unaintermediación financiera diversificada
provee de los medios de transferencias de recursos adecua-
dos hacia los sectores deficitarios de capital, mejorando, en
consecuencia, la eficiencia general del sistema económico633.
Lo cierto es que la expansión financiera en el Cono Sur, desde
1973, no sirvió a ninguno de los objetivos de desarrollo que,
a priori, le daban sentido. El acelerado crecimiento del sector
financiero sin una base productiva real desemboca, lógica-
mente, en una hipertrofia del sector y en una introversión de
funciones limitadas al ámbito financiero. A partir de enton-
ces, el creciente peso relativo de los servicios financieros se
fundamenta en meros movimientos de capital de tipo espe-
culativo, al juego cambiario y en la gestión de movimientos
de capital desde el exterior.

En suma, fue este sector el eslabón más débil del modelo


de apertura monetarista-neoliberal. Su existencia era más
necesaria en la medida en que separaba continuamente la
esfera real de la economía del campo financiero, como si

632
Cf., por ejemplo, VV.AA.: La movilización de recursos financieros internos en América Latina, Banco
Interamericano de Desarrollo, Lima 1971; y J. Olcese Fernández: La intermediación financiera y la inversión
institucional, CEMLA, México, 1981.
633
Cf., al respecto, CEPAL: El desarrollo reciente del sistema financiero en América Latina, F.C.E., México,
1974.

301
éste tuviere vida propia y un crecimiento autónomo. Por
eso, el anuncio de la crisis financiera, en los tres países en
cuestión, era una confesión dederrota del proyecto au-
toritario y una constatación delagotamiento del modelo
propugnado. En otras palabras, la quiebra financiera re-
presentó una de las salidas por la que emergió el cúmulo
de contradicciones generadas por una opción de política
económica incapaz de compatibilizar ágilmente el mone-
tarismo interno y la apertura irrestricta hacia el exterior,
por cuanto el carácter endógeno de la oferta monetaria no
se corresponde con los requerimientos de economía abier-
ta634. El caso chileno es, otra vez, ejemplar. En el contexto
de creciente déficit de cuenta corriente, la economía chile-
na soporta, a partir de 1979, fuertes alzas de los tipos de
interés internacionales y de los tipos de interés real cobra-
dos internamente por la gran banca. Ello provocó un des-
mesurado aumento de los gastos financieros de las empre-
sas –especialmente los grandes conglomerados formados
con el apoyo privilegiado de la política económica-, cuya
quiebra en cadena arrastra a numerosas instituciones ban-
carias y estimula la tendencia, igualmente perjudicial, a
colocar activos a corto plazo, en actividades especulativas
y sin trasunto productivo635.La filosofía económica neoli-
beral del modelo no fue, enabsoluto, óbice para el último
tramo de la crisis financiera (anticipando, también, la crisis
del modelo), sino, más bien, la demostración palpable del
verdadero significado del enfoque subsidiario extremo. De
esta forma, se constata un fenómeno aparentemente para-
dójico: el protagonismo de la intervención estatal en orden
a la asunción de los compromisos de empresas y bancos
nacionales liquidados, responsabilizándose el Estado ante

634
Según la opinión de R. Zahler: “Repercusiones monetarias y reales de la apertura financiera al exterior.
El caso chileno: 1975-1978”, Revista de la CEPAL, nº 10, abril 1980, pp. 137-163. Cf., asimismo, R.
Carranza: “Ventajas e inconvenientes de la apertura externa”, Realidad Económica, nº 42, 1981, pp. 84-92.
635
Cf., al respecto, A. Schneider: “Chile. Un análisis crítico del desarrollo del sistema financiero”, Economía
de América Latina, nº 4, marzo 1980, pp. 135-160. Una excelente descripción, a pesar de su brevedad, de la
crisis financiera de 1981, en J.P. Arellano y R. Cortázar: “Del milagro a la crisis: algunas reflexiones sobre
el momento económico”, art.cit., pp. 43-60; y A. Foxley: “Cinco lecciones de la crisis actual”, art.cit., pp.
164 y ss.

302
los acreedores internos y externos, como acaeció en Chi-
le636, en Argentina637 y en Uruguay638.

Este último comentario, a nuestro juicio, tiene una gran im-


portancia por cuanto explica, en el marco de esta investi-
gación, el cómo y el por qué el Estado, en el Cono Sur que
adoptó políticas monetaristas y de apertura, y primó, en la
realidad, el enfoque subsidiario y la reprivatización indiscri-
minada, está seriamente comprometido en el problema de la
deuda externa de América Latina.

Ahí radica una de las confusiones más graves sobre el parti-


cular porque, si bien es cierto que la deuda externa de estos
tres países de referencia alcanzó, en el año de crisis finan-
ciera interna, aproximadamente 62.000 millones de dólares,
representando casi un 20 por ciento de la deuda total lati-
noamericana, ese monto fue inferior, por ejemplo, a la deu-
da mexicana o brasileña, 81.000 y 75.000 millones de dólares
respectivamente. Pero estos dos últimos casos el estilo de
endeudamiento fue diametralmente distinto al practicado en
el Cono Sur. Por eso, creemos nosotros, no existe un proble-
ma de la deuda externa latinoamericana sino, por lo menos,
dos: la deuda de aquellos países que adoptaron una política
económica con fuerte ascendencia estatal y que se invierte,
en gran parte, en faraónicas obras de infraestructura (Bra-

636 Para tener una idea aproximada de los nuevos compromisos del Estado de Chile, véanse los siguientes
datos relativos a la deuda financiera total de bancos liquidados, intervenidos e inspeccionados
oficialmente, al ocho de noviembre de 1982:

COMPROMISOS FINANCIEROS (Mill. Dólares)


TIPO DEUDA CORTO PLAZO LARGO PLAZO TOTAL
Deuda externa 1122.5 3034.8 4157.3
Deuda interna 293.7 263.0 556.8
Deuda total 1416.2 3267.9 4714.1
Fuente: P. Rozas: “La crisis actual del sistema financiero chileno”, Economía de América Latina, nº
10, 1983, pp. 121 y 123.
637 Para el caso argentino, cf., L. Séller: “Argentina: redefiniciones tácticas del capital financiero”, Le
Monde Diplomatique (en esp.), nº 21, septiembre 1980, pp. 27-28; y R.B. Fernández: “La crisis
financiera argentina: 1980-1982”, Desarrollo Económico, vol. 23, nº 89, abril-junio 1983, pp. 79-67.
638 Para el caso uruguayo, cf., J.M. Quijano: “Uruguay: balance de...”, art.cit., pp. 176 y ss.

303
sil) o en la industria petrolera (México) y la deuda externa
de aquellos países que optaron por políticas monetaristas y
neoliberales que no sólo no se ha invertido productivamente
sino que, además, ha servido para una artificial superviven-
cia del modelo implementado cuyos efectos, en términos de
costos sociales y debilitamiento del aparato productivo he-
mos analizado...

En consecuencia, un enfoque realista sobre alternativas al in-


sostenible problema del endeudamiento externo en América
Latina debe contemplar esos dos estilos. Sin embargo, por
las mismas razones con que relacionamos la opción moneta-
rista neoliberal con un determinado estilo de endeudamiento
externo son las que nos guían para matizar, en lo que sigue, la
conexión entre una salida equitativa y democrática a la crisis
provocada por una década de monetarismo en el Cono Sur639
y una solución posible, transitoria o definitiva, al problema
de la deuda. El ‘azote’ monetarista640 no fue, en modo alguno,
fenómeno exclusivo del Cono Sur latinoamericano. Afectó,
en diverso grado, a la política económica de Perú, Colom-
bia, Honduras y Ecuador, entre otros641. Fue, no obstante,
en Chile, Argentina y Uruguay donde se materializó como
monetarismo global, en un proyecto político y económico de
largo alcance. El agotamiento del modelo, afortunadamen-
te, hace innecesario reproducir los sombríos resultados a los
que llegaría a medio plazo, según el ejercicio de prospectiva
presentado por S. Bitar642. Pero el agotamiento, también, re-

639
Véanse las convergencias de opinión entre R. Prebisch: “El retorno a la ortodoxia” y E.V. Iglesias:
“Angustias frente al ‘Qué Hacer”, ambos publicados en Pensamiento Iberoamericano, nº 1, enero-junio
1982, pp. 73-78 y pp. 79-84, respectivamente.
640
Como lo denomina N. Kaldor en Le Fléau du monétarisme, op.cit.
641
Para los distintos casos, cf., entre otros, M. Lajo: “Desarrollo económico peruano. Del Plan Inca al Plan
Túpac Amaru”, Comercio Exterior, vol. 28, nº 2, febrero 1978, pp. 197-205; J. Iguiñiz: “Perú: democracia y
neoliberalismo en tensión”, Le Monde Diplomatique (en esp.), nº 39, marzo 1982, p. 27; y, del último autor,
“Perspectivas y opciones frente a la crisis”, Pensamiento Iberoamericano, nº 4, julio-diciembre 1983, pp. 15-
44; I. Parra Peña: “Comentarios sobre la corrección monetaria en Colombia”, Comercio Exterior, vol. 26, nº
9, septiembre 1976, pp. 1042-1047; A. García: “Los límites del modelo liberal de crecimiento económico.
Análisis de la experiencia colombiana” , Estudios Sociales Centroamericanos, nº 26, mayo-agosto 1980,
pp. 103-130; J. Silva Colmenares: “Particularidades y efectos del neoliberalismo en Colombia”, Comercio
Exterior, vol. 32, nº 6, junio 1982, pp. 608-620; A. Hernández: “La utopía neoliberal como respuesta al
subdesarrollo hondureño”, Revista Centroamericana de Economía, nº 11, mayo-agosto 1983; y G. Ortiz
Crespo: “Neoliberalismo autoritario y encrucijada social”, Economía y Desarrollo, nº 9, julio 1985, pp. 1-20.
642
S. Bitar: “Chile 1990: Adónde conduciría el modelo ultraliberal”, Nueva Sociedad, nº 53, marzo-abril
1981, pp. 65-74.

304
quiere la proposición de fórmulas alternativas y estrategias
de desarrollo futuro.

En primero lugar, y como indica O. Muñoz, “desde el pun-


to de vista político, el modelo y sus mecanismos de ajuste
automáticos son esencialmente contradictorios con la de-
mocratización del país, por cuanto sólo puede sustentar-
se en una alianza entre los grupos de poder financiero y la
banca internacional”643. En segundo lugar, la posibilidad de
“alteración de la despiadada e irracional desigualdad dis-
tributiva impuesta por la dictadura monetarista”, opina A.
Pinto644, reafirmaría el asentammiento y reproducción de un
orden democrático. O viceversa, como sostiene A. Gurrieri:
“...la desigualdad económica y social y la falta de democra-
cia suelen aparecer tan unidas que podría afirmarse que el
establecimiento de una sociedad más igualitaria requiere un
sistema político más democrático”645. En tercer lugar, es en
este marco, a nuestro juicio, donde se debe situar la segunda
parte de nuestro objeto de investigación: la deuda externa
latinoamericana; porque si la entrada de capitales foráneos
(en inversiones directas y financieras) coadyuvó, en alguna
forma, al proceso de crecimiento histórico de la región, no es
menos cierto que la deuda, a partirde 1973, financió su crisis.
En consecuencia, mientras no selogre una solución viable y
mínimamente costosa del endeudamiento, los procesos de
democratización y de satisfaciónde las necesidades básicas

643
“Crecimiento y desequilibrios en una economía abierta: el caso chileno 1976-1981”, art.cit., p. 37.
644
“Consensos, disensos y conflictos...”, art.cit., pp. 118 y ss.; y R. Lagos: “Crisis, Ocaso Neoliberal y el Rol
del Estado”, Pensamiento Iberoamericano, nº 5, primera parte, enero-junio 1984, pp. 165 y ss.
645
Democracia y políticas neoliberales, op.cit. Cf., asimismo, y para los tres casos, a A. Pinto: La crisis social
chilena: trasfondo, conflictos y consensos para la redemocratización, Ed. Vector, Santiago, 1981; A. Foxley y
otros: Reconstrucción económica para la democracia, CIEPLAN, Santiago, 1983; y A. Ferrer: Nacionalismo
y Orden Constitucional, FCE, México, 1981. El mismo A. Ferrer abre uno de sus artículos (“Las grandes
perspectivas económicas de la Argentina”, Información Comercial Española, nº 562, junio 1980, pp. 19-24)
con una significativa frase del Quijote que expresa el optimismo de la reconstrucción en aquellos países,
como los que aquí analizamos, que sufrieron la política y la economía del proyecto autoritario: “...de aquí se
sigue que, habiendo durado mucho el mal, el bien está ya cerca”. Cf., asimismo, IADE: “Lineamientos para
un programa de emergencia y reactivación”, Realidad Económica, nº 41, 1980, pp. 4-18.
646
Cf., entre otros, a V. Peñarranda: “Concentración económica: mercado de capitales y endeudamiento
externo. Algunas líneas de investigación”, Estudios Sociales, nº 23, 1980, pp. 41-60; R. Ffrench-Davis: “El
problema de la deuda externa y la apertura financiera en Chile”, Estudios CIEPLAN, nº 11, diciembre 1983,
pp. 113-138; A. Ferrer: “La deuda externa: el caso argentino”, Comercio Exterior, vol. 32, nº 12, diciembre
1982, pp. 1338-1345; y J. Schavarzer: “Argentina 1976-1981: el endeudamiento externo como pivote de la
especulación financiera”, Economía de América Latina, nº 10, 1983, pp. 53-78.

305
de la población están continuamente bloqueados, amenaza-
dos y en entredicho646. En cuarto y último lugar, cualquier al-
ternativa político-económica y de democratización de la vida
pública, especialmente en los casos de referencia, pasa por
una ineludible crítica al discurso monetarista-neoliberal en la
periferia latinoamericana y a las propuestas de un modelo de
fascismo dependiente (por el método de implantación y las
alianzas de clase que los sustentan), monetarista (por su ins-
trumentación básica) y neoliberal (por la filosofía económica
de fondo), en un diseñode apertura que responde, en lo fun-
damental, a la transnacionalización productiva y financiera y
a la internacionalización de la política económica647.

A pesar de la tardía descalificación de M. Friedman al mo-


delo económico aplicado en Chile y que él mismo inspiró,
junto a toda la Escuela de Chicago648, y a la autocrítica de au-
tores de prestigio como R. Dornbusch, otrora defensores del
modelo pero que han acumulado una sustancial evidencia
sobre sus catastróficos resultados649, lo cierto es que la lucha
por la ‘desestatalización’ y la libertad de mercados ha sido
una de las fuerzas más importantes en la historia última del
capitalismo, hasta el punto de que algunos autores, como K.
Polanyi, la consideran central en el desarrollo del sistema
capitalista650. En este sentido, la crítica no sólo es ineludible
sino, también, requisito esencial del cambio. Llegados a este
punto, el problema de la deuda externa se nos presenta con
un doble aspecto. Por una parte, como una de las consecuen-
cias lastrantes de la historia externa e interna del liberalismo
en América Latina que superó, en buena medida, la capa-

647
Aparte de las numerosas referencias anteriormente citadas, cf., sobre el particular, S. Lichtensztejn;
“Reajuste internacional y políticas nacionales en América Latina”, Pensamiento Iberoamericano, nº
5, primera parte, enero-junio 1984, pp. 223-242; y, sobre la especial incidencia del Fondo Monetario
Internacional en estos procesos, R.L. Ground: “Los programas de ajuste en América Latina: un examen
crítico de las políticas del F.M.I.”, Revista de la CEPAL, nº 23, agosto 1984.
648
Cf., a propósito, S. Bitar: “Friedman pide la salida de Pinochet”, Le Monde Diplomatique (en esp.), nº
39, marzo 1982, p. 26.
649
Cf., en especial, R. Dornbusch: “Políticas de estabilización en los países en desarrollo. ¿Qué es lo que
hemos aprendido?”, Desarrollo Económico, vol. 22, nº 86, julio-septiembre 1982, pp. 187-201; y E.L. Bacha:
“Elementos para una avaliaçao do monetarismo no Cone Sul”. Pesquisa e Planejamento Económico, vol. 13,
nº 2, agosto 1983, pp. 489-506.
650
Cf., al respecto, K. Polanyi: La Grande Transformation. Aux origines politiques et économiques de notre
temps, Ed. Gallimard, París, 1983.

306
cidad de adaptación (filosófica, metodológica, científica) de
la citada corriente de pensamiento al cambiante mundo real
de la periferia. Por otra parte, como una síntesis del proce-
so de subdesarrollo de la región. La deuda externa, por los
condicionantes e instancias involucradas en América Latina,
trasciende la envergadura de su monto y se muestra como
un contencioso más de la situación de dependencia histórica,
política y económica .

Aquí radica, a nuestro juicio, un nuevo plano de relevancia


en torno al problema. Si bien es cierto que, como apreciamos
en páginas precedentes, el debate sobre si el modelo mo-
netarista- neoliberal podría, en alguna forma, dinamizar la
economía del país que lo aplicó, se ha agotado, no es menos
importante constatar que su implementación sólo fue posible
mediante la represión social interna y abundante capital ex-
terno con que se ejerció651. El proyecto autoritario, en el Cono
Sur, optó claramente por el modelo de apertura pero éste sig-
nifica, en teoría y en la práctica, que las orientaciones de la
política económica son determinadas por la acumulación de
capital financiero, aún cuando afecten negativamente a los
intereses de la mayoría de la población de Chile, Argentina
y Uruguay652.

651
Cf., J. Estévez: “Chile derrumbe del neoliberalismo”, Economía de América Latina, nº 10, 1983, p. 113.
Cf., asimismo, G. Martner y otros: Dette et Développement, Ed. Publisud, París, 1982.
652
En palabras de O. Muñoz: “Crecimiento y desequilibrios en una economía abierta...”, art.cit., p. 37. Para
el caso argentino, cf., A. Ferrer: La posguerra. Programa para la reconstrucción y desarrollo económico de la
Argentina, El Cid Ed., Buenos Aires, 1982.

307
Universidad de San Carlos de Guatemala.

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