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Cedec 10494
Cedec 10494
y POLÍTICA ECONÓMICA
en AMÉRICA LATINA
LA DÉCADA OMINOSA Y PERDIDA
PRIMERA PARTE
INTRODUCCIÓN
CAPÍTULO I
CAPÍTULO II
CAPÍTULO III
CAPÍTULO IV
CAPÍTULO V
3
SEGUNDA PARTE
INTRODUCCIÓN
CAPÍTULO VI
CAPÍTULO VII
CAPÍTULO VIII
CAPÍTULO IX
CAPÍTULO X
4
PRÓLOGO
El lector tiene en sus manos uno de los más lúcidos estudios
críticos que se hayan publicado a la fecha acerca de la relación
entre políticas económicas, regímenes oligárquico-militares
y mecanismos democráticos en América Latina. El autor
despliega a lo largo de su incisivo texto no sólo los datos
pertinentes que respaldan sus aseveraciones críticas, sino que
construye un edificio argumentativo que deja al descubierto
la naturaleza depredadora del dogma neoliberal, la relación
orgánica entre los modelos económicos oligárquicos y el
fascismo latinoamericano, y a la democracia como una puesta
en escena necesaria para el funcionamiento de la lógica del
capital.
5
militarizado de los medios de comunicación, los partidos
políticos y la sociedad civil.
6
de dominación transnacional, así como el necesario endeu-
damiento de los Estados latinoamericanos, las olas privati-
zadoras de lo público y los grandes costes sociales que estas
medidas han tenido y que están a la vista. Todo, para demos-
trar que, lejos de cumplirse el pretendido ideal del dogma
del “libre mercado”, la América Latina ha profundizado más
su dependencia desde que este modelo le fue impuesto a san-
gre y fuego a partir del Chile de Pinochet.
7
PRESENTACIÓN
En el mes de octubre de 2013 y en la Universidad de San Car-
los de Guatemala, se celebró un ciclo de conferencias como
uno de los actos organizados por la Escuela de Ciencia Polí-
tica en su 40 Aniversario. Mi participación constituyó una
profunda satisfacción personal y académica debida a diver-
sos motivos. Primero, por el trato recibido por responsables,
profesorado y alumnado de la Escuela, auténticos protago-
nistas de una trayectoria de cuatro décadas de actividad, con
frecuencia muy difícil en las condiciones sociales, políticas
y económicas de las últimas décadas de historia guatemal-
teca. Segundo, al ser convocado a participar por el admira-
do escritor y profesor Mario Roberto Morales, una garantía
personal de la calidad y proyección del ciclo de conferencias
que se abrió con un foro en torno a “Neoliberalismo, Globa-
lización y Educación Pública Superior” que el mismo Mario
Roberto moderó, anticipando las principales cuestiones que
los restantes conferenciantes desarrollaríamos a lo largo del
ciclo. Tercero –y no menos importante-, en el evento com-
partí mesa con distinguidos colegas como Harry Vanden
y Nelson Zárate, con los que mantuve inolvidables paseos
por Antigua y largas conversaciones a las que se sumaba el
profesor Marcio Palacios, actual director de la Escuela de
Ciencia Política. Además, la invitación me permitía volver
por motivos profesionales y con normalidad a Guatemala
después de treinta años desde que, con algunos colegas de
la CEPAL, intentamos infructuosamente visitar el Instituto
de Investigaciones Económicas de la Facultad de Economía
de la USAC, ocasión en la que el único suelo de Guatemala
que pudimos pisar fue el de una oficina de control militar de
documentos en el aeropuerto y el de un pasillo de tránsito
internacional. Como se puede apreciar, volver a Guatemala
por razones académicas para conmemorar el 40 Aniversa-
rio de la creación –en 1973- de la Escuela de Ciencia Polí-
tica constituyó, repito, una enorme satisfacción personal.
Simultáneamente estaba ultimando, en mi trabajo en la Uni-
versidad de Santiago de Compostela, un largo ensayo so-
9
bre la fundamentación teórica, la aplicación y consecuencias
de los programas de ajuste neoliberal en el Cono Sur y, por
extensión, en América Latina en aquellos casos en los que
se superpuso la red ideológica de la doctrina de la seguridad
nacional, justificando golpes de Estado y legitimando el ejer-
cicio dictatorial del poder con una praxis político-económica
de genética neoliberal, de altos costes sociales y económicos.
En nuestro estudio, el inicio de la acotación temporal del re-
ferente analítco fue también 1973.
10
Rega, “el Brujo” (animador de la represión parapolicial) y de
los militares nostálgicos del prusianismo peronista (en gue-
rra abierta con la recrudecida lucha armada de la guerrilla
montonera). Este proceso de inestabilidad institucional y de
represión cruenta culmina con el golpe militar de marzo de
1976, encabezado por el general Videla.
11
cionales de origen norteamericano del sector petrolífero y de
la agricultura de exportación no cejaron en su empeño gol-
pista y generaron un caldo de cultivo que desemboca en el
siguiente golpe de 1976 dirigido por el Triunvirato militar
coincidiendo con el golpe militar argentino.
12
que ésta se añade a las desgracias de la Naturaleza (el te-
rremoto de 1976) y a los conflictos diplomáticos internacio-
nales (por la cuestión de Belice). “Guatemala, Guatemala…
-comentaba Asturias poco antes de su fallecimiento- donde
no existe distancia entre la eterna primavera y el volcán de
carne humana”.
13
quez) o el FAR (al que pertenecía el cura Camilo Torres), los
sucesivos fraudes electorales y la paulatina pérdida de la he-
gemonía del oficial Frente Nacional, así como la corrupción
burocrática, informan de una excepcionalidad de Colombia
en 1973 comparable al golpismo militar del entorno.
14
América Latina, desde el necesario rigor pretendido por el
científico social pero, también, desde el compromiso de un
observador crítico.
15
INTRODUCCIÓN
17
4) Los aparatos ideológicos, que son emplea-
dos como la fuerza modeladora de un or-
den de masas encargado de interrumpir la
formación cultural de las mismas y encua-
drarlas dentro de la lógica del poder auto-
ritario y del mercado”
J.J. Brunner
J.E. García-Huidobro 1
1
J.J. Brunner y J.E. García-Huidobro: “Chile, un nuevo paisaje cultural”, Mensaje, nº 302, septiembre
1981, p. 488.
2
Cf., C. Offe: “A Democracia Partidária competitiva e o Welfare State Keynesiano: fatores de
estabilidade e desorganizaçao”, Dados, vol. 26, nº 1, 1983, pp. 29-52; la cita corresponde a la
p. 29.
18
tancia contra las amenazas igualitarias de la
sociedad y la política de masas; amenazas que,
de acuerdo con su punto de vista, llevarían
necesariamente a la tiranía y a la ‘legislación
de clase’ por parte de la mayoría destituída de
propiedades y educación.
3
Cf., al respecto, P. Lucas Verdú: Estado Liberal de Derecho y Estado Social de Derecho, Acta
Salmaticensia, Salamanca, 1955; E. Díaz: Estado de derecho y sociedad democrática, Ed. Cuadernos
para el Diálogo, Madrid, 1975; y M. García Pelayo: Las transformaciones del Estado contemporáneo,
Alianza Ed., Madrid, 1977.
19
dicho posibilismo4. De igual forma, con la crisis del Estado
Reformista quiebra, a su vez, la errónea estimación sobre
el desarrollo del capitalismo en América Latina como el
principal freno a las plagas de caudillismo tradicional
o como revulsivo que lograra extirpar las causas de
inestabilidad política característica de la región, al filo de un
modelo mecanicista -y, por tanto, ahistórico- que enlaza las
teorías de superación por etapas del subdesarrollo (W.W.
Rostow) con la libertad económica como garantía de la
libertad política5.
4
Cf., A. Gurrieri: Democracia y políticas neoliberales, E/CEPAL/ R. 308, Santiago de Chile, abril 1982,
esp. pp. 3 y ss. Agradecemos al autor el habernos facilitado el presente documento que nos fue de
utilidad en la elaboración de nuestro trabajo.
5
Cf., W.W. Rostow: Las etapas del crecimiento económico, F.C.E., México, 1970. Una aproximación
crítica al pensamiento rostowniano en A. Gunder Frank: Sociología del desarrollo y subdesarrollo de la
sociología, Anagrama, Barcelona, 1971, esp. pp. 35-49.
6
Como señalaremos posteriormente, y por una variada motivación, los casos de Brasil (1964),
Bolivia (1967), Perú (1968) y Ecuador (1972) merecen estudios particularizados.
20
entre ambos se intensifican a pesar de la defensa formal de la
democracia por el primero. El tema democracia-capitalismo
se constituye, a nivel teórico, como uno de los nudos gordia-
nos del debate sobre la situación política anual en América
Latina7.
7
Cf., al respecto, A. Wolfe: “El malestar capitalista: democracia, socialismo y las contradicciones
del capitalismo avanzado”, América Latina. Estudios y perspectivas, nº 1, p. 21; y G. Burdeau: La
Democracia, ensayo sintético, Ariel, Barcelona, 1959, pp. 48 y ss. Desde un plano alternativo, véanse
asimismo, los siguientes artículos de T. Moulian: “Dictadura, democracia, socialismo”, Chile-
América, nº 64-65, julio-septiembre 1980, pp. 104-109; y A. Heller: “Democracia formal y democracia
socialista”, Chile-América, nº 68-69, enero-marzo 1981, pp. 50-58.
En esta controversia se pueden observar tres ópticas. La primera, de corte tradicional-liberal, está
perfectamente representada por los trabajos de M. Crozier et al.: The Crisis of the Democracy. Report on the
Gobernability of Democracies to the Trilateral Comission, New York University Press, Nueva York, 1975. La
segunda, de liberalismo cauto, tiene en C.B. Macpherson su mejor publicista (cf., infra, sobre comentarios
y bibliografía del autor). La tercera óptica, de claro contenido marxista, puede apreciarse en U. Cerroni: La
libertad de los modernos, Ed. Martínez Roca, Barcelona, 1972. El caso de M. Friedman y su obra será objeto
de una específica referencia en páginas siguientes.
8
A.A. Borón: “Entre Hobbes y Friedman, liberalismo económico y despotismo burgués en América
Latina”, Cuadernos Políticos, nº 23, enero-marzo 1980, p. 46.
9
P.M. Sweezy: “Capitalismo y Democracia”, Revista Mensual/Monthly Review, vol. 4, nº 4, enero
1981, p. 72.
21
“Al acceder a la independencia en el siglo XIX,
una serie de países latinoamericanos adopta-
ron constituciones según el modelo de la Cons-
titución de los Estados Unidos. En la mayoría
de los casos, estas constituciones democráticas
acabaron siendo poco más que hojas de parra
sobre la desnudez del gobierno oligárquico.
Pero en Chile se desarrolló una forma demo-
crática de gobierno similar a la existente en los
países capitalistas avanzados y ésta aparente-
mente estaba firmemente arraigada al llegar a
la mitad del presente siglo. En estas circunstan-
cias surgió un movimiento obrero (sindicatos
y partidos políticos) similar a sus equivalentes
europeos, pese a que Chile presentaba las con-
diciones económicas y sociales propias de un
país subdesarrollado. Pero los obreros y cam-
pesinos chilenos, que en gran parte veían ne-
gadas las ventajas derivadas de un desarrollo
económico continuado y con escasas posibili-
dades de beneficiarse significativamente con el
orden social existente, fueron radicalizándose
progresivamente y en 1970 eligieron un gobier-
no que había prometido iniciar la transición a
una sociedad socialista. Ello sacó a la luz del
día la contradicción implícita entre capitalismo y
democracia y culminó tres años más tarde con el
brutal derrocamiento del gobierno de allende y
la destrucción de la democracia chilena”
22
En primer lugar, dada la ascendencia de Milton Friedman en la
ideología y práctica ultraliberal del Cono Sur, observaremos
el ideario y la ‘asimilación’ de la democracia por parte del lau-
reado economista de Chicago, como una muestra represen-
tativa de la corriente de pensamiento apologeta del ‘nuevo
orden liberal’. En segundo lugar, abordaremos las caracterís-
ticas más sobresalientes del debate abierto en torno a los di-
versos enfoques (militarismo, autoritarismo, fascismo) que
califican a los regímenes políticos en cuestión. En tercer lugar,
sería inexcusable no referirse a la naturaleza y funcionalidad
de la Doctrina de la Seguridad Nacional como un expediente
legitimador de los citados regímenes. En cuarto, y último lu-
gar, señalaremos la pertinencia analítica de la proposición de
fascismo dependiente, que caracteriza los regímenes militares
del Cono Sur, a partir de una triple combinación conceptual
(Neofascismo, Doctrina de la Seguridad Nacional y Depen-
dencia). Esta hipótesis ha sido sugerida por varios autores
constituyendo una línea de investigación que, pese a ciertas
limitaciones que explicitaremos en su momento, favorece una
visión omnicomprensiva del fenómeno a estudiar ya que en-
laza ‘una teoría sobre...’ y ‘un cuerpo doctrinario de...’ los re-
gímenes militares del Cono Sur.
23
importancia se encuentran la obra institucional y académica
de organismos y científicos sociales que pertenecen, también,
a la historia de América Latina. En este sentido, nos referire-
mos a la presencia de la Comisión Económica para América
Latina y el Caribe (CEPAL) y a las figuras señeras de Raúl
Presbich y de Celso Furtado.
24
CAPÍTULO I
10
Cf., Capitalismo y libertad, Rialp, Madrid, 1966; Libertad de elegir, Grijalbo, Barcelona, 1980; y La
tiranía del status quo, Ariel, Barcelona, 1984.
25
pidez11- era esencialmente inestable12, porque
respondía a una acción fagocitadora del ca-
pitalismo y no a una yuxtaposición comple-
mentaria, mientras que Friedman hace del
citado vínculo no sólo un hecho inquebran-
table sino que lo fundamenta como el único
posible13.
11
Cf. “Free Society: Its Basic Nature and Problem”, in On the History and Method of Economics,
University of Chicago Press, Chicago, 1956, p. 289). Cf., además, del autor, “Laissez-Faire: Pro and
Con”, Journal of Political Economy, nº 6, diciembre 1967, pp. 782-795.
Un caso paradigmático de esta corriente de pensamiento está representado por F.A. Hayek (Camino
de servidumbre, Alianza Ed., Madrid, 1978). Cf., además, J. Viner: “Hayek on Freedom and Coercion”,
Southern Economic Journal, nº 27, 1961, pp. 203-6; y S. Gordon: “The political economyof F.A. Hayek”, The
Canadian Journal of Economics, vol. XIV, nº 3, agosto 1981, pp. 470-487, reseñando la obra cumbre del
autor en cuestión (Law, Legislation and Liberty, University of Chicago Press, Chicago, 1973-1979, 3 vol.)
Otras dos aproximaciones de interés, para la presente problemática, en O.H. Taylor: Economics and
Liberalism, Harvard University Press, Cambridge, 1955; e I. Berlin: Four Essays on Liberty, Oxford
University Press, Oxford, 1969.
12
Para el Prof. Fabián Estapé fue J.A. Schumpeter uno de los primeros autores que asumieron esta
interpretación, especialmente en su Capitalismo, socialismo y democracia. “La tesis de Schumpeter”,
escribe el Prof. Estapé, “acerca del futuro desarrollo del capitalismo destaca, como queda dicho, que
el éxito económico del sistema es indiscutible, rechazando por tanto todas las teorías del ‘derrumbe’
apoyadas en el forzoso advenimiento de la ruina económica del mismo (...) el pronóstico pesimista
que formula Schumpeter sobre la supervivencia del capitalismo se fundamenta en la desaparición
del soporte institucional que universalmente es como imprescindible para la existencia del
sistema” (“El profesor Schumpeter y el porvenir del sistema económico”, en Ensayos sobre Historia
del Pensamiento Económico, Ariel, Barcelona, 1971, p. 205).
13
Cf., al respecto, Capitalismo y libertad, op. cit., pp. 21-38. La posición doctrinaria de M. Friedman
no coincide, lógicamente, con visiones alternativas sobre los límites de la democracia liberal en el
Estado burgués expuestas, por ejemplo, en J. Solé Tura et al.: El marxismo y el Estado, Ed. Avance,
Barcelona, 1977.
14
M. Friedman: Capitalismo y libertad, op. cit., pp. 21-22.
26
Friedman constata que la libertad económica produce una dis-
persión del poder. En otros términos, el capitalismo competiti-
vo genera libertad política en cuanto separa poder económico
y poder político, permitiendo que ambos se limiten mutua-
mente. Concluye, entonces, el autor en que:
27
y el efecto porque, en definitiva, la democracia liberal sería la
organización política ‘propia’ del capitalismo, por definición,
y el capitalismo competitivo es el ‘único’ sistema compatible
con la democracia, por evidencia histórica17.
17
“Entre Hobbes y Friedman, liberalismo económico y despotismo burgués”, art. cit., pp. 47 y ss.
18
Cf., al respecto, M. Friedman: Ensayos sobre Economía Positiva, Gredos, Madrid, 1967, pp. 9-44;
y L.A. Boland: “A critique of Friedman’s critics”, Journal of Economic Literature, nº 17, 1979, pp.
503-522.
19
M. Weber: Economía y Sociedad, F.C.E., México, 1964, tomo II, esp. cap. IX.
20
Cf., G. Lukács: El asalto a la razón, Ed. Grijalbo, México, 1967, pp. 492 y ss.
21
Cf., del autor, “Elegant tombstones: a note on Friedman’s Freedom”, in Democraty Theory: Essays
in Retrieval, Oxford University Press, Oxford, 1973, pp. 143-156.
28
Los ejemplos aportados son nulos, confundiendo cualquier
variación concomitante y del mismo signo entre libertad y
capitalismo para abstraer una causación directa allí don-
de sólo hubo coincidencia. Una correlación, diría M. Blaug,
nunca es una explicación satisfactoria22. De la misma manera,
añadimos nosotros, se llega a demostrar la absoluta incom-
patibilidad entre democracia y capitalismo.
22
M. Blaug: La metodología de la economía, Alianza Ed., Madrid, 1985, pp. 22-7.
23
“Elegant tombstones: a note on Friedman’s Freedom”, art. cit., p. 148.
24
Cf., al respecto, F.A. Hayek: Camino de servidumbre, op. cit., p. 43.
25
En palabras de J.A. Schumpeter: Historia del Análisis Económico, Ariel, Barcelona, 1982, pp. 471 y ss.
29
da por J.S. Mill, derivó en posteriores y fecundas aportaciones
positivistas26. H. Spencer, por su lado, se constituye en el fun-
dador y más significativo representante de la escuela sociológi-
ca organicista, unida a una férrea filiación liberal. Nos estamos
refiriendo al parentesco entre el liberalismo clásico y las teorías
evolucionistas de raíz lamarckiana. Lamarcke, como es sabido,
propone una teoría de la evolución consciente contrapuesta a
la adaptación espontánea de Darwin. La naturaleza, por tanto,
produciría individuos eficientes mediante el procedimiento de
ensayo-error, es decir, la competencia. Esta concepción evolu-
cionista que asume H. Spencer se acerca, según señala Hull, al
más neto liberalismo económico clásico27.
26
Sobre la influencia de Comte sobre Mill, cf. E. Roll: Historia de las doctrinas económicas, F.C.E.,
México, 1974, pp. 328 y ss. “La filosofía de Comte”, escribe el autor, “llevaba directamente al deseo
de una nueva ciencia general de la sociedad y esto implicaba la creación de una filosofía de la
historia”, concluyendo que “con ambas cosas simpatizaba Mill” (p. 328).
27
Cf., L.W. Hull: Historia y filosofía de la ciencia, Ariel, Barcelona, 1978, pp. 365 y ss. Asimismo,
ampliando la perspectiva, C.B. Macpherson: La teoría política del individualismo posesivo, Fontanella,
Barcelona, 1970.
28
En palabras de E. Cassirer: El mito del Estado, F.C.E., México, 1972, pp. 29-31.
30
quieren métodos de investigación fundamen-
talmente diferentes de los de las ciencias físicas
y biológicas?. ¿No deberían ser juzgadas según
otros criterios?. Por mi parte, nunca he aceptado
tal enfoque, que me parece consecuencia de una
incomprensión, no tanto del carácter y posibili-
dades de las ciencias sociales como de los que a
las propias ciencias naturales corresponden”29.
29
Existen varias versiones del discurso pronunciado por M. Friedman. La cita corresponde a “Paro
e inflación”, Libre Empresa, nº 3, julio-septiembre 1977, pp. 25-6.
30
El asalto a la razón, op. cit., p. 4.
31
E. Godoy: “Doctrinas de las Dictaduras Militares en América Latina”, Desarrollo Indoamericano,
nº 63, octubre 1980, p. 62. Cf., al respecto, F.H. Forni: “La contribución de la Escuela de Chicago
a la sociología norteamericana. La psicología social interaccionista, el estudio de los problemas
urbanos y la metodología cualitativa”, Revista Paraguaya de Sociología, año 19, nº 55, septiembre-
diciembre 1982, pp. 105-124. Una visión crítica de la escuela de Chicago en sociología en M. Castell:
Problemas de Investigación en Sociología urbana, Siglo XXI, Madrid, 1971, pp. 137 y ss.
31
A nuestro juicio, la vigencia de lo que denominaríamos ‘el
social-darwinismo y sus caricaturas’ no constituye más que
la cara ideológica y justificativa de los regímenes militares del
Cono Sur que se manifiesta con nitidez en la Doctrina de la
Seguridad Nacional y que incorpora, de una u otra manera, la
fusión entre el afán competitivo, la selección social y la lógica
del mercado. En este sentido, es importante constatarlo aquí,
la concepción organicista y excluyente de la sociedad no es
un retorno exclusivo de Friedman al paleoliberalismo. Otros
ejemplos modernos. En el ámbito de la economía, la metáfora
organicista fue empleada con indudable acierto descriptivo
por numerosos autores desde W. Petty. Sin embargo, al
abandonar el carácter hipotético la metáfora se convierte en
una rígida taxonomía adscriptiva de la sociedad (y de las
clases sociales) como lo reflejan W. Sombart y Th. Veblen (la
lucha por la selección natural en el mundo de los negocios),
o R. Williams (reconociendo la desigualdad natural de los
hombres como la base de la auténtica democracia)32.
32
Cf., al respecto, J.P. Diggins: El bardo del salvajismo. Thorstein Veblen y la teoría social moderna, F.C.E.,
México, 1983, esp. pp. 157-163 donde se considera la opinión de Veblen sobre la emulación y la
hegemonía del capitalismo.
32
debilitar (en el sentido económico, no militar) a los estados
de los países subdesarrollados y dependientes. Y todo ello
en nombre de una cruzada contra el ‘colectivismo’, hacien-
do del término un cajón de sastre donde Friedman mezcla
comunismo, socialismo y estado del bienestar, más allá de
la distinción de L. von Mises que separaba claramente las
acepciones de socialismo e intervención. Para J.F.D. Bilson,
profesor de la Universidad de Chicago, “la cuestión empí-
rica -¿lleva la pérdida de libertad económica a la pérdida
de la libertad política?- es una de las cuestiones más impor-
tantes con que se enfrentan los economistas ocupados de
dirigir la política económica, particularmente en los países
menos desarrollados”.
33
economías capitalistas, con alto nivel de renta per cápita, abiertas
al comercio... (sic) (p.118)33.
34
Así considerada la ética de la distribución no sorprende que
el ideario sobre los problemas de la vivienda, la sanidad, la
educación, en fin, sobre la llamada política social, que tiene M.
Friedman se retrotrae en un siglo, respondiendo a la aversión
clásica de los neoliberales a la justicia distributiva. F.A. Hayek
representaría un máximo exponente de esta tendencia. La
reciente edición de la obra cumbre de Hayek ha renovado
el interés por las concepciones formalistas de la justicia con
reglas derivadas del ‘cosmos’ (del orden espontáneo, del
mercado...) lo cual rechaza de plano el encantamiento de la
política redistributiva. “La ‘justicia social’ se trata simplemente
de una superstición cuasi-religiosa...”, dice F.A. Hayek,
“contra la que debemos luchar en tanto se use para oprimir a
los hombres”. Y concluye: “ahora bien, la difundida creencia
en la noción de justicia social es actualmente la más grave
amenaza a los valores de una civilización libre”, pensamiento
que es matizado críticamente por Hinkelammert comentando
unas declaraciones periodísticas de F.A. Hayek en las que
consideraba a la propiedad y el contrato como las únicas
reglas morales de una sociedad libre (Mercurio, Santiago de
Chile, 19.IV.1981), escribe que37:
37
(Law, Legislation and Liberty, op. cit.) (Law, Legislation and Liberty, op. cit., vol. II -”The Mirage of
Social Justice”- pp. 66-7). Cf., al respecto, para una ampliación de las presentes observaciones, Th.
Flanagan: “F.A. Hayek on Property and Justice”, in A. Parel y Th. Flanagan: Theories of Property.
Aristottle to the Present, W. Laurier University Press, Waterloo, 1979, pp. 335-357; N.P. Barry: Hayek’s
Social and Economic Philosophy, Macmillan, Londres, 1980; y R. Cristi: “Hayek y la justicia”, Mensaje,
nº 301, agosto 1981, pp. 403-407.
Para una posición más ponderada, desde una perspectiva neoliberal, sobre la política redistributiva,
cf., K. Brunner y W.H. Meckling: “La percepción del hombre y de la justicia y la concepción de las
instituciones políticas”, Estudios Públicos, nº 7, invierno 1982, pp. 91-129.
Franz Hinkelammert, (“El capitalismo actual y la justicia social”, Revista Centroamericana de Economía,
nº 10, enero-abril 1983, p. 13).
35
de alimentar una cantidad de población ma-
yor (...) El sacrificio de vidas en el presente por
tanto es irrelevante, cuando se trata de juzgar
sobre propiedad y contrato (...)
38
Cf., Capitalismo y libertad, op. cit., pp. 225-9.
39
Ibid., p. 229.
36
qué punto de vista analítico considera para concluir en que
las distribuciones existentes son óptimas40.
37
nal) mediante un desafortunado exceso de legislación. Esto le
hace concluir en que43:
43
Social Statics, 1851, in E.K. Bramsted y K.J. Melhuish: El liberalismo en Occidente, Unión Ed., Madrid,
1980, tomo V, p. 65. Obsérvense las similitudes de fondo entre la cita anterior y las declaraciones
comentadas de F.A. Hayek (cf., supra, nota 37). Y Over-Legislation, 1853, in E.K. Bramsted y K.J.
Melhuis: El liberalismo en Occidente, op. cit., tomo V, p. 88.
44
J.A. Schumpeter: Historia del Análisis Económico, op. cit., pp. 849-850, esp. en nota.
38
da a mejorar las condiciones sociales debe ser
condenada por que interfiere con la selección
natural y, por lo tanto, con el progreso de la hu-
manidad”
Por una parte, un informe de Science for the People señala que48:
39
políticas sociales concretas. Las teorías de-
terministas no se han recibido y tomado en
consideración con tanto entusiasmo por su
pretendida relación con la realidad, su valor
como medio para justificar socialmente lo
que existe...”
49
H. Rose y S. Rose: Economía Política de la ciencia, Ed. Nueva Imagen, México, 1979, p. 24.
40
tratamiento del nexo democracia-capitalismo por parte de M.
Friedman y los neoliberales en general es meramente ideológi-
co, legitimando la acumulación (y la optimización) del capital
en los cánones de una economía de mercado en la cual se re-
chaza la redistribución de la renta y la riqueza como un autén-
tico objetivo de política económica. A propósito, M. Friedman
escribe que “el principio ético que directamente justificaría la
distribución de la renta en una sociedad libre de mercado es el
siguiente: ‘A cada uno, según lo que él y los instrumentos que
él posee y producen50. El retorno de Friedman al paleolibera-
lismo decimonónico y spenceriano no se basa exclusivamente
en la recuperación del precedente organicista sino que incor-
pora otros anacronismos teóricos sobre el funcionamiento del
sistema:
50
Capitalismo y libertad, op. cit., p. 205, subr. nuestro.
41
Friedman, en cuanto economista e ideólogo, no se aleja mu-
cho de las enseñanzas médicas que describiera Francisco de
Quevedo: recetar jarabes, recomendar purgas, para que venda
el boticario y padezca el enfermo; sangrarle continuamente,
colocarle ventosas; hacerlo así, una y otra vez, hasta que o se
acaba la enfermedad o el enfermo; si vive y te pagan, dí que
llegó tu hora, y si muere dí que llegó la suya. Como relata en el
“Sermón de un economista”, Joan Robinson, con su proverbial
buen criterio, lo expone diáfanamente51:
51
E. Godoy: “Doctrinas de las Dictaduras Militares en Africa Latina”, art. cit., p. 63J. Robinson:
Relevancia de Teoría Económica, Ed. Martínez Roca, Barcelona, 1976, p. 326. Cf., asimismo, el siempre
sugerente E. Galeano: “América Latina: las fuentes de la violencia”, Mensual/MonthlyReview, vol. 1,
nº 2, junio 1977, pp.1-18. Revista Mensual/MonthlyReview, vol. 1, nº 2, junio 1977, pp.1-18
42
CAPÍTULO II
52
A. Granou, I. Baron y B. Billaudot: “La crisis sigue ahí”, Transición, nº 9, junio 1979, pp. 4-7; la cita
corresponde a p. 4.
43
No obstante, si quisiéramos ser rigurosos, debemos explicitar
que ese debate también se caracteriza por una variada gama
de elementos de confusión. En efecto, la globalización de los
tres casos anteriormente citados junto con las experiencias
de Brasil (1964), Perú (1968), Bolivia (1972) y hasta Argentina
(1966-1971), produjo un evidente caos teórico. Es necesario,
por tanto, analizar monográficamente el caso ‘endémico’
boliviano o las peculiaridades de la ‘revolución’ militar
peruana, especialmente en la época de Velasco Alvarado53. De
igual forma, el régimen militar del quinquenio que precede a
la vuelta de J.D. Perón respondería al ‘fatalismo’ secular de la
política argentina54, mientras que el golpe fraguado en 1976
es una consecuencia directa de la emergencia y el deterioro
social, como sucede también en Uruguay y su militarismo con
rostro civil desde 197255.
53
Sobre la revolución peruana de 1968, especialmente en sus primeras etapas, existe una
copiosa bibliografía. Sin afán exaustivo citemos, por ejemplo, J. Petras y R. La Porte: Perú:
¿transformación revolucionaria o modernización?, Amorrortu, Buenos Aires, 1971; J.L. Rubio:
Aproximación a la revolución peruana, Ed. Acervo, Barcelona, 1974; y J.A. Encinas del Pando:
“The Role of Military. Expenditure in the Development Process. Perú: A Case Study, 1950-
1980”, Ibero-Americana Nordic Journal of Latin American, vol. XII, nº 1-2, 1983, pp. 51-114. Son de
un gran interés dos estudios H. Pease García que abarcan los procesos políticos y económicos
del Perú, desde 1968 hasta el agotamiento del modelo militar: El ocaso del poder oligárquico,
DESCO, Lima, 1980 (que cuenta con una extensa bibliografía, pp. 253-310) y Los camisno del
poder, DESCO, Lima, 1981.
El caso boliviano cuenta con una menor producción bibliográfica. Cf., para una aproximación al tema,
D. Tieffenberg: Cuatro revoluciones en América Latina, 7x7 Edicions, Barcelona, 1977, esp. pp. 69-67.
54
Cf., al respecto, R. Aizcorbe: La crisis argentina, Ed. Occitania, Buenos Aires, 1984.
55
En ambos casos, no es ocioso recordarlo, con la presencia activa del movimiento montonero
y tupamaro, respectivamente. Para los dos márgenes del Río de la Plata, y hasta los primeros
años de la década de los setenta, cf., VV.AA.: Uruguay, hoy, Siglo XXI, Buenos Aires, 1971;
O. Braun (C.): El capitalismo argentino en crisis, Siglo XXI, Buenos Aires, 1973; y G. Duejo: El
capital monopolista y las contradicciones secundarias en la sociedad argentina, Siglo XXI, Buenos
Aires, 1974.
44
social y las exiguas posibilidades de oposición democrática
sean, entre otros, factores más que suficientes para merecer
una investigación singular del caso brasileño56.
56
Sobre el auge y crisis del ‘milagro brasileño’, cf., P.I. Singer: “O milagre brasileiro, causas e
consecuencias”, Cuadernos CEBRAP, nº 6, 1972; y, del autor, “A economía brasileira despois 1964”,
Debate & Crítica, nº 4, noviembre 1974, esp. pp. 15 y ss. Cf., además, R. Arroio Junior: “La miseria
del milagro brasileño”, Cuadernos Políticos, nº 9, julio-septiembre 1976, esp. pp. 35 y ss.; Th. Dos
Santos: “La crisis del milagro brasileño”, Comercio Exterior, vol. 27, nº 1, enero 1977, pp. 73-80; y,
del último autor, Brasil: la evolución histórica y la crisis del milagro económico, Ed. Nueva Imagen,
México, 1978.
57
“El atolladero de los regímenes autoritarios: el caso de Brasil”, Revista Mexicana de Sociología, nº
3, 1980, p. 1149.
45
Podría argüirse, en principio, que estas consideraciones úl-
timas podrían afectar también al subconjunto de regímenes
militares de Chile, Argentina y Uruguay. Sin embargo, aún
asumiendo la presencia de caracteres individuales en cada
caso, cabe la posibilidad de un estudio común que transcien-
da una simple coincidencia temporal. A nuestro juicio, avan-
zando posteriores contenidos e hipótesis de nuestra Memoria
Doctoral, el carácter primario-exportador de sus economías,
la reacción ante la crisis económica de la región, la proposi-
ción y práctica de políticas económicas monetaristas, las con-
secuencias de las mismas -en términos de costos sociales y de
deterioro del tejido social y económico-, el estilo de endeuda-
miento externo, las similitudes de los procesos de dominación
y legitimación tras cada golpe militar, etc., son elementos que
favorecen un análisis global sin conculcar, repetimos, los ras-
gos específicos de cada situación.
46
manifestación exacerbada de matices que son, en general,
fácilmente asumibles por las partes en litigio. Tampoco debe
olvidarse, e insistimos en ello, que los enfoques aquí comen-
tados no sólo están al servicio de la descripción y el análisis
de la actual realidad latinoamericana y su dinámica histórica
sino que, también, se muestran como uno de los principales
elementos definitorios de alternativas socioeconómicas y sus
consiguientes proyectos políticos. Es indudable que este fenó-
meno actúa como un poderoso detonante de la vasta literatura
sobre el tema pero introduciendo, a modo de cuña ideológica,
un sesgo político que enfatiza, frecuentemente, con rango de
principal lo que son elementos secundarios. Pero no es menos
cierto que todo este ambiente que circunda cada propuesta
teórica confirma la vitalidad de la mayor parte de los científi-
cos sociales del continente58.
58
Cf., al respecto, L. de Riz: “Algunos problemas teóricos-metodológicos en el análisis sociológico
y político de América Latina”, Revista Mexicana de Sociología, nº 1, 1977, pp. 157-172.
59
La literatura sobre el enfoque militarista, fundamentalmente en lengua inglesa, es muy amplia
pudiendo localizar sus inicios en el análisis de los aspectos ‘modernizantes’ del fascismo europeo.
Esta línea de investigación tiene un precedente especial en A.F.K. Organski: “Fascism and
Modernization”, in S.J. Woolf (C.): The Nature of Fascism, Vintage Books, Nueva York, 1969, pp.
19-41; y posteriores desarrollos en A.J. Gregor: “Fascism and Modernization: Some Addenda”,
World Politics, nº 3, abril 1974, pp. 370-385; y A. Hugues y M. Kolinsky: “Paradigmatic Fascism and
Modernization: A critique”, Political Studies, vol. 24, nº 4, diciembre 1976, pp. 371-396.
47
En otros términos, este enfoque subraya el carácter funcional del
militarismo y, a la vez, la incapacidad de la democracia liberal
en América Latina para responsabilizarse en la consecución de
dos objetivos: progresivas metas de crecimiento económico y
la necesaria defensa del orden capitalista amenazado por el
‘avance del comunismo’ Respecto al caso latinoamericano,
existen dos tendencias, muy cercanas entre sí, en cuanto al
estudio de los regímenes militares, desde esta perspectiva,
se trata. Por una parte, la óptica pragmática que realza el
carácter funcional del militarismo Por otra parte, existen textos
que muestran el escepticismo clásico de la ciencia política
tradicional respecto a la incapacidad de las masas para
comandar estrategias de crecimiento económico y político.
60
Cf., al respecto, S.P. Huntington: El orden político en las sociedades en cambio, Paidos, Buenos
Aires, 1974; J.J. Johnson: The Role of Military in Developing Countries, Princepton University Press,
Princepton, 1962; y S.P. Huntington y C.H. Moore: Authoritarian Politics in Modern Society, op. cit.
Cf., también, R. Michels: Los partidos políticos, Amorrortu, Buenos Aires, 1969, un autor y una obra
representativos de este pensamiento.
Cf., al respecto, G. Germani: América Latina. Política y Sociedad en una época de transición, Paidos, Buenos
Aires, 1962.
48
este sentido, la influencia de las tesis de la Comisión Trilateral
sobre la gobernabilidad de las democracias ha sido eviden-
te y los regímenes militares interiorizaron, hasta las últimas
consecuencias, su recomendación principal: cuando peligra la
democracia, en aquellos casos de insuficiente desarrollo polí-
tico de las instituciones, es necesario restringirla en aras de su
supervivencia61.
61
Cf., M. Crozier et al.: The Crisis of the Democracy, op. cit. La aportación de M. Crozier sobre la
democracia en Europa ha sido publicada, en un texto de equívoca titularidad, en lengua española.
Cf., al respecto, E. Mendoza: La democracia en Europa, Ed. Nuestra Cultura, Madrid, 1978. Sobre
la naturaleza y composición de la Comisión Trilateral, cf., J. Estefanía: “Comisión Trilateral:
la democracia en Europa”, Transición, nº 3, diciembre 1978, pp. 51-53; M. Orrantía: Los centros
de poder: la Trilateral, Hórdago Publicaciones, San Sebastián, 1979; y J. Estefanía: La Trilateral,
Internacional del capitalismo, Akal, Madrid, 1979. No deja de sorprender que el conocido informe
sobre la gobernalibilidad de las democracias, especialmente de Europa, Estados Unidos y Japón,
tenga tanta influencia en un continente subdesarrollado como América Latina. Como veremos en
su momento, este punto tiene una explicación clara en el corpus de la Doctrina de la Seguridad
Nacional.
49
política. La democracia tendrá una vida más
larga si es que tiene una existencia más balan-
ceada”62.
62
“The United States”, in M. Crozier: et al.: The Crisis of Democracy, op. cit., pp. 60-62.
63
Cf., al respecto, los comentarios de A. Gurrieri: Democracia y políticas neoliberales, op. cit., esp.
pp. 3-15.
64
Cf., supra, nota 5.
65
“Democracia y autoritarismo en los capitalismos dependientes”, Revista Mexicana de Sociología,
nº 3, 1980, p. 1072.
50
miento del aparato del Estado respecto a la sociedad civil y sus
instituciones; además, el desarrollo -medido estrictamente con
índices de macromagnitudes- fue una consecuencia del creci-
miento asociado con el capitalismo transnacional y no debido
a la propia dinámica interna66.
66
Cf., para el tema de ‘crecimiento asociado’, a F.H. Cardoso: Autoritarismo e democratizaçao, Ed. Paz
e Terra, Río de Janeiro, 1977.
67
Como lo confirma la difusión, en América Latina, de las ya citadas obras de S.P. Hutington y J.J.
Johnson, a las que habría que añadir, de éste último, La transformación política de América Latina,
Ed. Solar-Hachette, Buenos Aires, 1961; y Militares y Sociedad en América Latina, Ed. Solar-Hachette,
Buenos Aires, 1966.
68
Cf., por ejemplo, las observaciones de G. Hermet: «Dictadure bourgeoise et modernisation
conservatrice: problemes méthodologiques de l’analyse des situations autoritaires», Revue
Fançcaise de Sciences Politiques, vol. XXV, nº 6, diciembre 1975.
69
Un tratamiento ya clásico del tema se debe a B. Moore: Los orígenes sociales de la dictadura y de la
democracia, Península, Barcelona, 1973.
70
«Dictadure bourgeoise et modernisation conservatrice: problemes méthodologiques de l’analyse
des situations autoritaires», art. cit.
51
que le dieron origen (qué índices medir, cuál es el crecimiento
fijado como meta, cómo evaluar el término de su misión, qué
parte y cuánto tiempo se deben congelar los mecanismos de-
mocráticos, etc.) solamente tiene sentido cuando se sucede a sí
mismo con una ilimitada vocación de permanencia71. Lógica-
mente, desde el primer momento de implantación de este tipo
de regímenes militares en América Latina, fracasa el intento de
asunción de un rol histórico que pertenece a la burguesía por-
que, en realidad, el militarismo no deja de ser un instrumento
límite de ésta pero existen, sin embargo, versiones más com-
placientes sobre la participación de los militares en los asuntos
públicos de gobierno, en los países del Cono Sur72.
52
nell ha dado a conocer diversos artículos, frecuentemente po-
lémicos, revisando su pensamiento y contestando a las críticas
más importantes, como veremos posteriormente. Fruto de este
proceso fue, sin duda, su obra ya citada de 1982 que cobra su
pleno sentido cuando se complementa con ciertos aspectos de
interés subrayados por Cardoso al estudiar el caso brasileño76.
53
el proceso de internacionalización de la misma. En este marco,
O’Donell formula un modelo sincrónico de EBA caracterizado
por una relación entre Estado y sociedad civil mediante los vín-
culos corporativos y el monopolio de la iniciativa y la decisión de los
protagonistas estatales (militares, burocracia civil y tecnocracia
apartidaria)78. En este sentido, los EBA son sistemas políticos
no democráticos cuyos primeros actores forman una tecnocra-
cia de extracción militar o civil, imponiendo su dominación so-
bre los aparatos estatales en un triple aspecto: control, a través
de la represión, de la participación política de los sectores po-
pulares; destrucción, por ende, de la vida política democrática
y pluralista; y elección del ‘desarrollo industrial’ como el obje-
tivo prioritario que concentre todos los esfuerzos.
78
Cf., “As forças armadas e o Estado Autoritario no Cone Sul da América Latina”, art. cit., pp.
286-297.
79
(Authoritarianism and Corporatism in Latin America, op. cit., p. 4; cit. F.H. Cardoso: “El atolladero de
los regímenes autoritarios”, art. cit., p. 1146 en nota).
80
“Democracia y autoritarismo en los capitalismos dependientes”, art. cit., pp. 1090-1091.
54
do mediante cooptación de organismos e individuos civiles (en
concreto, las grandes corporaciones y una parte del alto empre-
sariado). Dejemos que sea el mismo O’Donnell quien describa
este proceso: “La crisis económica, la activación política del
sector popular y los temores de la clase dominante determina-
ron el curso escogido. Si los cambios económicos sugirieron la
importancia que debían tener las organizaciones productivas
más amplias y más modernas, entonces lo que hemos dicho
recién apunta en la dirección de un nuevo tipo de Estado, un
Estado fuerte mucho más que en el obvio sentido de su ma-
yor capacidad coercitiva. Debería ser un Estado en expansión
pero no sólo para imponer las grandes transformaciones socia-
les implícitas en el proceso de profundización, sino también para
garantizar ‘a futuro’ la consolidación del nuevo ‘orden’ sin el cual
la profundización no podrían ir muy lejos. El corporativismo es-
tatizante es un aspecto fundamental de esa garantía”81.
81
“Corporatism and the Question of State”, in J.M. Malloy (Ed.): Authoritarianism and Corporatism
in Latin America, op. cit., p. 59, subrayados nuestros.
82
Como lo es, también, el interés de la Universidad de Princepton sobre el tema. Cf., al respecto,
A. Stepan: The State and Society. Peru in Comparative perspective, Princepton University Press,
Princepton, 1978; y A.F. Lowenthal (Ed.): The Peruvian Experiment, Continuity and Change under
Military Rule, Princepton University Press, Princepton, 1975.
55
Tercero, en consecuencia, el EBA adopta formas burocráticas de
control social, político y económico que otorgan viabilidad al
proyecto de ‘profundización económica’ y su vinculación a la
máquina estatal.
83
Cf., por ejemplo, R.N. Lechner: La crisis del Estado en América Latina, El Cid Ed., Caracas, 1977;
y M. Kaplan: “La Teoría del Estado en la América Latina contemporánea: el caso del marxismo”,
art. cit.
56
En una primera lectura, el estatuto teórico que se le dió al EBA
se acercó a un ‘tipo’ de Estado diferente al capitalista. Como vi-
mos, esta apreciación pudo estar originada por los primeros es-
critos de O’Donnell. Las reconsideraciones del autor convinie-
ron en el tratamiento del EBA más allá de su existencia como
un agente social y en el centro de las relaciones de fuerza entre
las clases sociales en pugna. Aquella visión autónoma, casi fic-
ticia, del EBA alentó una línea crítica, como la de F. Fernan-
des, que se pronuncia en contra de la noción de ‘autoritarismo’
porque es un enfoque comprometido ideológicamente, en la
medida que acepta de forma implícita la linealidad democra-
cia-autoritarismo-totalitarismo y no distingue con claridad los
diversos sistemas económicos y las específicas relaciones entre
los regímenes militares con las clases sociales84.
84
Es la tesis que mantienen algunos autores como F. Fernandes: Apontamentos sobre a ‘Teoría do
Autoritarismo’, Ed. Hucitec, Sao Paulo, 1979.
85
“Democracia y autoritarismo en los capitalismos dependientes”, art. cit., p. 1093.
57
que sea funcional. Por eso, como escriben A. Estrade y J.A.
Casado, “si bien la doctrina corporativista aboga en contra de
la separación entre economía, política y moral, base del libera-
lismo burgués, en la práctica el Estado corporativo se puede
servir de ciertos principios liberales (por ejemplo, el derecho
al trabajo en contra del derecho de huelga) bajo el fin de evitar
la agudización de la lucha de clases”86.
86
Utilizando la terminología de I. Cheresky, ibid., p. 1095. Cf., además Estrade y Casado, “El nuevo
corporativismo: una salida capitalista ante la crisis”, Transición, nº 14, noviembre 1979, pp. 20-24;
la cita corresponde a p. 21.
87
Especialmente en “El atolladero de los regímenes autoritarios: el caso de Brasil”, art. cit., pp. 1149
y ss. Cf., igualmente, Autoritarismo e democratizaçao, op. cit.
88
Ibid., pp. 1148.
58
que engendraron las condiciones del golpismo y la implanta-
ción de regímenes militares, con vocación de permanencia, en
países de larga tradición democrática-liberal. También es cier-
to que “cualesquiera de los casos referidos buscaron formas
de integración en la economía capitalista mundial, además de
aumentar la intervención estatal en todas las esferas de la vida
social, en especial en la económica, además de reprimir a los
trabajadores y a los grupos opositores. En el transcurso de este
proceso se marginó a los asalariados de las decisiones políticas
y se buscó apoyo en los empresarios y en los sectores de la
clase media alta”, concluye Cardoso89.
89
Ibid., ibid.
90
(“Notas para el estudio de procesos de democratización a partir del Estado Burocrático-
Autoritario”, ponencia presentada al seminario ‘El estado actual de los estudios estructuralistas
latinoamericanos y la situación de los países intermedios’, La Granda, agosto-septiembre 1979,
mimeo, pp. 5-6).
59
zación capitalista, como expediente regulador de la crisis de
la región91.
91
Como indica J. Tapia Valdés: “Neomilitarismo y fascismo”, Nueva Sociedad, nº 50, septiembre-
octubre 1980, p. 166.
92
Cf., al respecto, A. Murga Frassinetti y L. Hernández Palacios: “Contrarrevolución, lucha de
clases y democracia en América Latina”, Cuadernos Políticos, nº 25, julio-septiembre 1980, esp. pp.
93-95.
93
Cf., por ejemplo, el contexto donde se utiliza el término fascismo en Th. Dos Santos: Socialismo o
fascismo. El nuevo carácter de la dependencia y el dilema latinoamericano, Periferia, Buenos Aires, 1973.
Señalemos, también, la repercusión que tuvo, en su momento, la caracterización de ‘fascismo
colonial’ por parte de H. Jaguaribe. Cf., «Stabilité sociale par le colonial fascisme», Tempes Modernes,
nº 257, octubre 1967, pp. 602-623.
94
Cf., al respecto, I. Sandoval: Las crisis políticas latinoamericanas y el militarismo, Siglo XXI,
México, 1976. Son, asimismo, de un gran interés los tratamientos monográficos del tema, desde
diversos ángulos, en Nueva Política, nº 1, enero-marzo 1976; y en Chile-América, nº 25-6-7, enero
1977. Se proponen, en estos trabajos, múltiples denominaciones: ‘fascismo latinoamericano’ (M.
Kaplan), ‘neofascismo’ (G. Pierre-Charles), ‘fascismo militar’ (E. Hackethal), ‘fascismo atípico’ (A.
Cassígoli), ‘fascismo dependiente’ (L. Zea)...
60
la utilidad del enfoque. Observemos la existencia de dos lec-
turas principales sobre el fascismo en la historia última del
pensamiento político. La lectura liberal considera a la ‘tensión
fascista’ como la irrupción ‘anti-natural’ de un fenómeno en
el desarrollo del estado liberal que correspondería a una cri-
sis específica, históricamente demarcada, de las institucio-
nes democráticas. En otras palabras, la visión liberal sobre
el fascismo tiende a subrayar su carácter de anormalidad, de
singularidad histórica, y las numerosas diferencias que tiene
con el Estado liberal típico. La lectura marxista es doble.
95
Cf., L. von Mises: La Acción Humana, op. cit., esp. pp. 1178 y ss.; y, del autor, Liberalismo, op. cit., pp.
68-73. Y también, N. Poulantzas: Fascismo y Dictadura, Siglo XXI, México, 1971.
61
sibles equívocos a los que pudiera llevar el término ‘fascis-
mo’ es preciso abandonar una óptica etnocentrista europea
en su análisis y situar el referente principal de investigación
en la realidad contemporánea de América Latina. Por eso,
las notas que caracterizaron tradicionalmente a la ‘tentación
fascista’ de los años treinta, evidenciando el derrumbe del
liberalismo político clásico96, son -en la actualidad y en Amé-
rica Latina- rasgos secundarios. En este sentido, la existencia
del partido único, de un movimiento de masas, del racismo
e, incluso, del corporativismo tradicional son elementos que
no se perciben como definitorios principales mientras que el
componente genético del fenómeno, como manifestación del
capitalismo en crisis, sigue en plena vigencia: la dominación
dictatorial de una minoría sobre la mayoría mediante un
corpus doctrinario y una práctica excluyente. Las tácticas de
dominación, en cambio, no dejan de ser aspectos singula-
rizados y contingentes de procesos históricos más amplios.
Sometemos a la consideración del lector las observaciones de
tres autores tan significativos como H.J. Laski, P.M. Sweezy y
N. Poulantzas97:
96
Cf., al respecto, E. Nolte: El fascismo en su época, Península, Barcelona, 1967; del mismo autor, La
crisis del sistema liberal y los movimientos fascistas, Península, Barcelona, 1971; y M. Duverger: Las dos
caras de Occidente, Ariel, Barcelona, 1972, esp. pp. 126-155.
Sobre la importancia de la obra de Nolte en esta temática, cf., M. Pastor: “Fascismo versus liberalismo”,
Boletín Informativo de Ciencia Política, nº 8, diciembre 1971, pp. 139-145.
97
H.J. Laski: El liberalismo europeo. F.C.E., México, 1953, p. 211; P.M. Sweezy: Teoría del desarrollo
capitalista, F.C.E., México, 1963, p. 366: y N. Poulantzas: Fascismo y Dictadura, cit., p. 369.
62
‘su espacio vital’ a costa de las potencias impe-
rialistas rivales. Esta es la razón de los subsi-
dios financieros con que los capitalistas apoyan
el movimiento fascista y, lo que es quizás más
importante, de la tolerancia que el personal del
Estado dominado por los capitalistas muestra
frente a los métodos violentos e ilegales del fas-
cismo” (Sweezzy)
63
siguientes comentarios. En primer lugar, los gobiernos que
consituyen la ‘Internacional de las Espadas’ (Argentina,
Chile y Uruguay) presentan actitudes tensas con otros del
área. Véanse, al efecto, los continuos conflictos territoriales
de Chile con Argentina, Perú o Bolivia; el contencioso terri-
torial-estratégico entre Argentina y Brasil o, por último, las
hostilidades derivadas por la guerra de las Islas Malvinas.
Uruguay, por obvias razones de localización y tamaño, ac-
túa como tercero en discordia asumiendo un papel básica-
mente pasivo. De cualquier forma, es necesario señalar que
los conflictos aludidos responden a una concepción ‘chovi-
nista’ del nacionalismo por parte de estos regímenes más
que a cualquier tentativa expansionista. Como subraya A.
Cueva, el nacional-chovinismo del fascismo alemán o japo-
nés estaba en función directa con las posibilidades reales
de expansión del capital monopólico nativo más allá de las
fronteras patrias. En segundo lugar, y en consecuencia, el cul-
to a la violencia y el belicismo se generan a partir de datos
objetivos sobre la provisión de armamentos en estos países.
En tercer lugar, aunque el racismo no sea una característica
definitoria de los regímenes militares del Cono Sur, no pue-
de olvidarse que se agudiza el postergamiento secular y la
represión sobre las poblaciones amerindias y mestizas, ade-
más del práctico exterminio de los aborígenes amazónicos
como un efecto directo del estilo de penetración del capita-
lismo transnacional en esa zona. De cualquier forma, y como
un ejemplo a señalar, se han detectado gestos antisemitas en
Chile, Argentina y Brasil, tras los respectivos y últimos gol-
pes militares98.
98
Cf., al respecto, A. Cueva: “La cuestión del fascismo”, Revista Mexicana de Sociología, nº 2, abril-
junio 1977, esp. pp. 476 y ss.; y, asimismo, J. Ramírez: Chile, la vecindad difícil, Ed. Instituto para un
Nuevo Chile, Rotterdam, 1981, en lo referente a las tensiones entre Chile, Argentina, Perú y Bolivia.
Según C.A. Mutto (“La carrera de armamentos en América del Sur”, Indice, nº 347, febrero 1974, pp. 38-41),
de los diez países del Cono Sur, son Chile, Argentina y Uruguay los que poseen los más altos porcentajes
de efectivos por población y extensión, coincidiendo con los países que tienen graves conflictos de límites.
Cf., igualmente, E. Meneses: “Competencia armamentista en América del Sur: 1970-1980”, Estudios
Públicos, nº 7, invierno 1982, pp. 5-41.
Cf., a propósito, J. Tapia Valdés: “La Doctrina de la Seguridad Nacional y el rol político de las Fuerzas
Armadas”, Nueva Sociedad, nº 47, marzo-abril 1980, esp. pp. 33 y ss.
64
A este respecto, la opinión de V. Trías es representativa del gru-
po de investigadores que se muestran totalmente en oposición
al empleo del término ‘fascismo’ en el estudio de los actuales
regímenes militares del Cono Sur99. En efecto, Trías señala que:
a) el fascismo es un fenómeno histórico irrepetible; b) como
una manifestación del acoso interno y externo del capitalismo
en crisis, el fascismo es belicista, retador y expansionista100; y c)
el fascismo se basa en la figura de un caudillo carismático que
aglutina un movimiento de masas medias amenazadas por la
agudización del conflicto social. En consecuencia, señala Trías,
tampoco podría existir el llamado ‘fascismo dependiente’ por-
que el fenómeno es consustancial en el marco de un capitalismo
nacional desarrollado en crisis, como el de Italia y Alemania de
su tiempo101.
99
V. Trías: “Las Fuerzas Armadas en la sociedad iberoamericana”, Nueva Sociedad, nº 49, julio-
agosto 1980, pp. 130 y ss. Cf., en el mismo sentido, T.A. Vasconi: Gran capital y militarización en
América Latina, Ed. Era, México, 1978, esp. pp. 29-33.
100
Cf., al respecto, supra nota 98 y V. Trías, ibid., p. 130.
101
Cf., A. Tasca: Los orígenes del fascismo, Ariel, Barcelona, 1970; y M. Vajda: “The Rise of Fascim in
Italy and Germany”, in J.A. Gregor: Interpretations of Fascism, Morristowm, New Jersey, 1974, pp.
166-170.
102
J. Tapia Valdés:: “Neomilitarismo y fascismo”, Nueva Sociedad, nº 50, septiembre-octubre 1980,
pp. 168 y ss.
65
Primero, y como posición intermedia entre el EBA y el ‘fascismo’,
algunos autores, en especial R.M. Marini, han propuesto
la denominación de ‘regímenes de dictadura con rasgos
bonapartistas’ (102). Esta consideración tiene un claro precedente
teórico en los escritos de A. Gramsci. El comunista italiano
distinguía dos modalidades en la categoría de ‘cesarismo’ de
gobierno: bonapartismo y fascismo103. Sin embargo, a nuestro
juicio, el bonapartismo hace referencia explícita a un proceso
histórico de alianzas, entre la gran burguesía industrial y
terratenientes agrícolas, con el fin de dinamizar la revolución
burguesa al margen del proletariado ya vencido en 1848.
En este sentido, la historia de la segunda mitad del s. XIX en
Francia y la concreta figura de Napoleón III fueron objeto de un
profundo estudio de K. Marx104. En síntesis, el ‘bonapartismo’
fue una fórmula de reafirmación burguesa, basculando entre el
límite marcado por la profundización de la democracia liberal,
por una parte, y el necesario control que debe ejercer sobre
las aspiraciones de la clase obrera, por otra. Fue, en definitiva,
un intento de control y dirección de las reinvindicaciones
históricas de las clases subalternas, ya fuera en aspectos de
participación política o de redistribución de los frutos generados
por la revolución industrial. Ahora bien, el planteamiento no es
relevante, creemos nosotros, para el análisis de cualquiera de los
actuales regímenes militares del Cono Sur.
103
Cf., al respecto, R.M. Marini: Subdesarrollo y revolución, Siglo XXI, México, 1970; y A. Gramsci:
Notas sobre Maquiavelo, sobre política y sobre el Estado moderno, Juan Pablos Ed., México, 1975, esp.
pp. 84 y ss.
104
El mismo Marx se refería al Estado liberal como una sociedad por acciones cuyo fin es la
explotación de la riqueza nacional y cuyo directos es el propio monarca. Cf., K. Marx: Las luchas de
clases en Francia de 1848 a 1850, Ed. Progreso, Moscú, 1975, p. 31.
105
A partir de este momento, el prefijo introducido en el término en cuestión hace indicación
expresa a una coordenada temporal, por una parte, y al nuevo estilo que peculiariza el fenómeno
en el capitalismo dependiente, por otra.
66
declarativa. En este sentido es necesario subrayar lo siguiente:
en primer lugar, a nivel teórico, el F-NeoF recubre una unidad
interpretativa asentada en la consideración de los métodos
y la naturaleza de clase de la dominación, es decir, como
ideología, el F-NeoF imprime un carácter que desborda las
especifidades de espacio hasta el punto de dejar al descubierto
un componente genético que inspira un determinado modo
de organización socioeconómica, y eso es lo que nos interesa
en este momento106; en segundo lugar, como consecuencia
de lo anterior pero ahora a nivel empírico, la variedad
de formas históricas es, según afirman diversos autores,
inesencial107 porque el F-NeoF supera la visión de antítesis de
la democracia liberal para ser, ante todo, antisocialismo. Así,
el F-NeoF deviene en el resultado de una unidad dialéctica
de contrarios que se despliega internacionalmente. Estas dos
afirmaciones (F-NeoF, como unidad teórica interpretativa
y como fenómeno histórico supranacional con un tempus
propio) llevaron, en el contexto de carga emocional que tiene
el término, a defensas categóricas y a otras tantas objeciones
paralelas. Veamos algunas de ellas que nos parecen centrales
en el debate.
106
Cf., al respecto, opiniones similares de P. Hayes: Fascism, Allen and Unwin, Londres, 1973; de
M.A. Macciochi: Elementos para un análisis del fascismo, Ed. El Viejo Topo, Madrid, dos tomos, 1978;
y de los trabajos incluídos en G. Levi (C.): Il fascismo dipendente in América Latina, De Donato Ed.,
Bari, 1976.
107
Por ejemplo, I. Cheresky: “Democracia y autoritarismo en los capitalismos dependientes”, art.
cit., p. 1087.
108
“Neomilitarismo y fascismo”, art. cit., p. 169.
67
Tapia Valdés son poco afortunados y es discutible el carácter
pre-capitalista de las economías latinoamericanas de hoy, lo
cierto es que el F-NeoF no puede considerarse un hecho histó-
rico localizado exclusivamente en el capitalismo central. Por-
que, si así fuera, ello implicaría negar de que no se extingue
por una derrota directa, sino por el cambio de las estructuras
que lo hacen posible109.
109
Ibid., ibid.
110
Cf., a propósito, M. Vajda: “The Rise of Fascism in Italy and Germany”, art. cit.
111
Para una extensión clarificadora, cf., L. de Riz: “Formas de Estado y desarrollo del capitalismo
en América Latina”, Revista Mexicana de Sociología, nº 2, 1977, pp. 427-441.
112
Fascismo y dictadura, op. cit., esp. pp. 366 y ss.
68
instauración del fascismo aparece siempre como respuesta a
la amenaza ‘comunista’ y, por supuesto, posee un claro con-
tenido anti-obrero”113. Allub investigó con detenimiento el
clima pre-fascista y antidemocrático de ciertos autores clá-
sicos en el pensamiento político argentino, especialmente
en documentación previa al ‘golpe’ de 1930. De esta forma
comprueba que el uruguayo J.E. Rodó y los argentinos M.
Gálvez y L. Lugones fueron intelectuales orgánicos, reacios
al liberalismo positivista y, en concreto Leopoldo Lugones,
férreos paladines anticomunista114.
113
L. Allub: “El colapso de la democracia liberal y los orígenes del fascismo colonial en Argentina”,
Revista Mexicana de Sociología, nº 3, 1980, p. 1142.
Una ampliación del pensamiento del autor en “Industrialización, burguesía dependiente y democracia en
Argentina”, Revista Mexicana de Sociología, nº 2, 1974, pp. 241-278; y Los orígenes sociales del autoritarismo
en América Latina, Juan Pablos Ed., México, 1980.
114
Sobre el tema, cf., E. Zuleta Alvarez: El nacionalismo argentino, Ed. Bastilla, Buenos Aires, 1975,
esp. pp. 123-164.
69
deberes constitucionales de todo ciudadano son contribuir a
la preservación de la seguridad nacional, b) los derechos del
ciudadano son: la defensa de la propiedad privada, los de
tipo laboral consagrados en fórmulas de conciliación y arbi-
traje obligatorio y c) el derecho de huelga es una agresión a
la seguridad nacional, ya que todas las actividades del país
son vitales.
115
Opinión contraria es la mantenida por E. Galeano cuando escribe que estas dictaduras del
Cono Sur “no tienen capacidad alguna de movilización popular (...) son regímenes solitarios,
condenados a caídas tristes y sin grandeza” (“Carta a J. Wimer”, Nueva Política, nº 1, enero-marzo
1976, p. 8).
70
una extensión de estas reflexiones y actores en función de la
manipulación de las masas)116.
116
Cf. Tapia Valdés, “Neomilitarismo y fascismo”, art. cit., p. 169; recurriendo el autor a J.
Solé-Tura: “The political ‘Instrumentality’ of Fascism”, in S.J. Woolf: The Nature of Fascism,
Vintage Books, Nueva York, 1969).
Además, los trabajos reunidos por W. Abendrth (C.): Fascismo y capitalismo, Ed. Martínez Roca,
Barcelona, 1972; D. Guérin: Fascismo y gran capital, Ed. Fundamentos, Madrid, 1973; y D. Baranger:
“Clases medias y pequeñas burguesías”, Revista Mexicana de Sociología, nº 4, 1980, pp. 1591-1629.
117
A. Briones: “América Latina: crisis económica y fascismo dependiente”, Comercio Exterior,
vol. 26, nº 8, agosto 1976, p. 933. Cf., asimismo, del autor, “Neofascismo y nacionalismo en
América Latina”, Comercio Exterior, vol. 25, nº 7, julio 1975, pp. 739-748.
71
“El fascismo latinoamericano contemporáneo
está determinado por la condición de depen-
dencia del medio socioeconómico en que se de-
sarrolla y a cuya necesidad responde. Por eso
es que su desarrollo mismo está condicionado,
como ya hemos visto, a los estímulos extendi-
dos desde las potencias capitalistas. Se trata, en
consecuencia, de una forma de fascismo cuya
característica fundamental es también la de-
pendencia. El régimen a que da lugar la aplica-
ción del esquema de superación de la crisis en
los países dependientes es, en consecuencia y
esa conceptualización proponemos, el fascismo
dependiente”
72
CAPÍTULO III
A. Gunder Frank118
73
de erosión que resulta de los cambios a largo
plazo en las condiciones sociales, económicas,
demográficas y políticas, y que tienden a redu-
cir el poder relativo del Estado”
S.P. Huntington119
119
S.P. Huntington: The Soldier and the State. The Theory and Politics of Civil-Military Relations,
Harvard University Press, Harvard, 1957, p. 1. Cit. in J. Tapia Valdés: “La Doctrina de la Seguridad
Nacional y el rol político de las fuerzas armadas”, Nueva Sociedad, nº 47, marzo-abril 1980, p. 23.
120
Cf., por ejemplo, R. Dreifus: 1964: A conquista do Estado. Açao Politica, Poder e Golpe de Classe, Ed.
Vozes, Rio de Janeiro, 1981.
74
otras palabras, y desde 1964, la DSN no se reduce a un mero
expediente de ‘alta geopolítica militar’ sino que propone, de
una u otra manera, un estilo de desarrollo que no derive, por
su fracaso, en procesos revolucionarios de signo socialista. Es
la seguridad nacional, por tanto, un concepto amplio de con-
trol político y económico que actúa por las siguientes reglas
de optimización: maximizando el crecimiento y minimizan-
do, al mismo tiempo, el disenso interno distributivo entre los
diversos intereses sectoriales. Precisamente con estos objeti-
vos fue la DSN auspiciada desde la metrópoli a través de la
difusión de conocidos informes.
75
reguladores de la nueva estrategia y la con-
vicción de que, más que problemas políticos e
ideológicos, el mundo de hoy se enfrenta a las
complejas situaciones a que, por encima de los
sistemas sociales, plantea el desarrollo tecno-
lógico”121.
121
“La crisis del capitalismo y el Nuevo Orden Económico Internacional”, Ponencia presentada a la
VII Conferencia de Facultades y Escuelas de Economía de América Latina -Quito, 3-7 de setiembre
1978-, mimeo, p. 32.
Este tema merece una amplia nota documental. Acotemos nuestras reflexiones entre el Informe Rockefeller,
de 1969 (“The Quality of Life in the Americas”, Foro Internacional, vol. X, nº 3, enero-marzo 1970, pp. 286-
347), y el Informe de la Comisión Trilateral sobre la Gobernabilidad de las Democracias (M. Crozier et
al.: The Crisis of the Democracy. Report on the Gobernability of Democracies to the Trilateral Comission, op.
cit.), en 1975. Para D.C. Padim, el Informe Rockefeller refleja lo esencial de la Doctrina de la Seguridad
Nacional, “tal como viene siendo transmitida a los oficiales latinoamericanos” (“A doutrina da Segurança
Nacional”, Revista Brasileira Eclesiástica, vol. 37, nº 146, junio 1977, p. 336). Cf., para una extensión sobre el
significado y consecuencias del Informe Rockefeller, H. Veneroni: Estados Unidos y las Fuerzas Armadas en
América Latina. La dependencia militar, Periferia, Buenos Aires, 1973, esp. pp. 89 y ss.; A. Mattelart: “Los
aparatos culturales del imperialismo”, Revista Mensual/Monthly Review, vol. 1, nº 12, junio 1978, esp. pp.
2 y ss.; y H. Jaguaribe: “Implicaciones políticas del desarrollo latinoamericano”, in C.F. Díaz Alejandro, S.
Teitel y V. Tokman: Política económica en centro y periferia, F.C.E., México, 1976, esp. pp. 86-9.
Cf., además, J. Jordá: “Capitalismo(s) y represion(es)”, Revista Mensual/Monthly Review, vol. 1, nº 8-9,
diciembre 1977-enero 1978, esp. pp. 52 y ss.; J.L. Rubio Cordón: “Elecciones bajo el imperialismo trilateral”,
Argumentos, octubre 1978, pp. 33-37; y J. Frieden: “La Comisión Trilateral: economía y política en los años
70”, Revista Mensual/Monthly Review, vol. 1, nº 11, mayo 1978, pp. 36-53.
Existe, como vemos, un alto interés de la DSN desde el centro. Si bien es cierto que la lectura ‘metropolitana’
sobre el tema originó numerosas referencias bibliográficas, no lo es menos el hecho de que en el propio
continente donde se manifestaba fue el caldo de cultivo donde más se estudió. En este sentido es resaltable,
sin afán exaustivo y para una visión general de la DSN, el siguiente conjunto de trabajos: S. Miranda et
al.: Fuerzas Armadas y Seguridad Nacional, Ed. Portada, Santiago de Chile, 1973; J.A. Gurgel: Segurança
e Democracia, Livraria J. Olympo Ed., Rio de Janeiro, 1975; J. Rojas y J.A. Viera-Gallo: “La doctrina de
la Seguridad Nacional y la militarización de la política en la América Latina”, Chile-América, nº 28-29-
30, febrero-abril 1977, pp. 41-54; D.C. Padim: “A doutrina da Segurança Nacional”, art. cit.; A. Briones:
Economía y política del fascismo dependiente, Siglo XXI, México, 1978, pp. 305-318; J. Tapia Valdés: El
terrorismo de Estado. La Doctrina de la Seguridad Nacional en el Cono Sur, Ed. Nueva Imagen, México,
1979; y, del mismo autor, “La Doctrina de la Seguridad Nacional y el rol político de las fuerzas armadas”,
art. cit. Destaquemos, por último, las aportaciones de M. Ruz y de M.A. Garretón (“Doctrina de la
seguridad nacional en América Latina” y “Doctrina de Seguridad Nacional: contribución a un debate”,
respectivamente) y que fueron publicadas en Mensaje, nº 261, agosto 1977.
76
1. Doctrina de la Seguridad Nacional: conceptualización
desde sus promotores.
122
Cf., B. Ratembach: El sistema social militar en la sociedad moderna, Ed. Pleamar, Buenos Aires, 1970,
esp. pp. 28 y ss.
123
Cf., al respecto, O. Villegas: Guerra revolucionaria comunista, Ed. Pleamar, Buenos Aires, 1963; y,
del autor, Política y estrategias para el desarrollo y la seguridad nacional, E. Pleamar, Buenos Aires, 1968,
esp. su Cap. I. sobre ‘Filosofía para el cambio nacional’.
124
Cf., Golbery do Couto e Silva: Geopolítica do Brasil, Livraria J. Olympo Ed., Rio de Janeiro, 1967,
pp. 13 y ss.
77
gia particular; cualquier estrategia puede ser la mejor en una de
las coyunturas posibles y detestable en otras”, según el Gral. A.
Beaufre125. A través de la ‘internalización’ del complejo proceso
de relaciones, interdependencias y tensiones políticas internacio-
nales, la DSN mide con ‘escala regional’ el nuevo marco del es-
cenario internacional desde la segunda guerra mundial126 y, más
concretamente, desde el triunfo de la Revolución Cubana.
125
Ibid., p. 33 y A. Beaufre: Introducción a la estrategia, Ed. Instituto de Estudios Políticos, Madrid,
1965, p. 22.
126
Cf., al respecto, los comentarios de J.C. Portantiero: “La internacionalización de la política y la
ideología en América Latina”, in VV.AA.: América Latina: estudios y perspectivas, Ed. Vila, México,
1980, tomo II, pp. 11 y ss.
127
Cf., A. Ferrer: “Problemas de la política económica en los países desarrollados”, Cuadernos del
CIDE, nº 1, abril, 1977, p. 99.
128
J. Petras y R. Rhodes: “La competencia y la dominación entre las potencias capitalistas
mundiales”, Revista Mexicana de Sociología, nº 2, 1976, pp. 389 y ss.
129
Cf., al respecto, N. Poulantzas: La crisis de las dictaduras, Siglo XXI, México, 1976, p. 38.
130
Cf., N. Stein y T.M. Klare: Armas y poder en América Latina, Ed. Era, México, 1978, pp. 26-27 y pp.
170-189, respectivamente, para los temas de ‘política económica’ y ‘exportación’ de armamento
norteamericano a Latinoamérica.
78
en el ámbito castrense. Como señala A. Mattelart, también
la cultura está determinada por los modos de presencia y
de interacción del imperialismo y del complejo económico-
militar, mostrando una gran versatilidad. Y, en un interesante
párrafo, el autor continúa:
131
“Los aparatos culturales del imperialismo”, art. cit., 13 Cf., además, A. Joxe y C. Cadena:
“Armamentismo dependiente, el caso latinoamericano”, Estudios Internacionales, año IV, nº 4, julio-
septiembre 1970, pp. 3-81; D. Senghaas: Armamento y militarismo, Siglo XXI, México, 1972; R. Barnet:
La economía de la muerte, Siglo XXI, México, 1976.
79
2. Fundamento y praxis del orden de la Doctrina de la
Seguridad Nacional.
132
Cf., J.A. Schumpeter: Historia del Análisis Económico, op. cit., pp. 204-5; J.-J. Chevallier: Los
grandes textos políticos desde Maquiavelo a nuestros días, Aguilar, Madrid, 1974, p. 164; y E. Bloch: El
pensamiento de Hegel, F.C.E., México, 1949, p. 223.
133
En este sentido, el culto a la personalidad, la sublimación de la ‘jefatura’ (Duce, Fürher, Caudillo)
y las apelaciones al pasado heroico (el imperio romano, el pangermanismo, las cruzadas) fueron
elementos de una gran importancia en el fascismo europeo tradicional.
134
Cf., al efecto, J. Tapia Valdés: Neoautoritarismo y neofascismo. Ensayo de interpretación jurídico-
institucional, Instituto Latinoamericano de Ciencias Sociales, Caracas, 1976, esp. pp. 38 y ss.
80
las FF.AA. y su autodefensa corporativa. Como cúpula diri-
gente en la esfera política, económica y social, la DSN otorga
a las FF.AA. una misión elitista; como instancia superadora de
los intereses sectoriales y de las luchas de clases, se presenta
pretendidamente desideologizada; por la importancia del rol en-
comendado, en el seno de una grave crisis política y económi-
ca, las FF.AA. recurren al encubrimiento tecnocrático. Por una
parte, la praxis de los regímenes militares del Cono Sur se basa
en el insistente desideratum de la tecnología como el medio más
eficaz (y menos contaminado por las ideologías) de abordar
un determinado problema social135. Ello requiere, en conse-
cuencia, contar con ‘tecnócratas desideologizados’ en los apa-
ratos estatales. Como escribe C.F. Díaz-Alejandro, “el hecho de
que los regímenes autoritarios del Cono Sur hayan escogido
ciertas políticas económicas, y el que se hayan forjado alianzas
peculiares entre los tecnócratas económicos nacionales y los
generales prominentes constituye un tema fascinante (similar
al de la conexión Speer-Hitler)”136.
135
Desideratum como consideración ‘autónoma’ de la técnica y su evolución, en el sentido de que
ésta se entendería como “la información de carácter técnico y organizativo, requerida para fabricar
(resolver) productos industriales (problemas sociales); por ‘cambio tecnológico’ entendemos todas
las modificaciones aplicadas a esa información”, en palabras de S. Teitel (“Creación de tecnología
en América Latina”, Trimestre Económico, nº 200, octubre-diciembre 1983, p. 2397; los paréntesis,
claro está, son nuestros).
136
Cf., C.F. Díaz-Alejandro: “¿Economía abierta y política cerrada?”, Trimestre Económico, nº 197,
enero-marzo 1983, p. 240.
81
y dirigentes empresariales preparados en la Universidad de
Chicago y en otras norteamericanas. Cuando la crisis del Es-
tado Reformista se desencadena, ambas corrientes se vuel-
can hacia las FF.AA., “no sólo para recordarles cuantas veces
habían previsto esos males, sino también para sustentar que
tenían la receta para erradicarlos”137. En este sentido, es im-
portante señalar que el vínculo FF.AA. y tecnocracia estaba
fortalecido previamente por múltiples proyectos de mutua
colaboración que incidieron, en primer lugar, en el acoso y
derribo de los últimos gobiernos reformistas en América La-
tina y, en segundo lugar, en el apuntalamiento de la política
económica -doctrinaria y personalmente- de los recién insta-
lados regímenes militares. De esta manera, como un ejemplo
significativo, en nombre de la ‘ineptitud demócrata liberal’
para la proposición de un fecundo proyecto nacional, en
Brasil primero y después en todo el Cono Sur, se estimula
el trasvase entre tecnócratas y militares que ocupan puestos
claves de la administración y de los grandes negocios públi-
cos o privados). “Bajo el égido de la tecno-burocracia pública
y privada (las corporaciones internacionales), el Estado y la
sociedad se movilizan”, escribe F.H. Cardoso, “en vista de
objetivos económicos dados, adquieren una cierta eficien-
cia pero continúan negando la incorporación de la masa a la
vida política”. Y, continúa el autor, “el control ejercido sobre
la información permite que se expandan las noticias y los va-
lores que, sin que la masa salga de su apatía, contribuye a
mantener un cierto dinamismo entre las élites culturales y
técnicas, indispensables al desarrollo138.
82
conferenciantes provenientes del más alto nivel empresarial y
académico. Los fracasos de los partidos, desde la quiebra del
populismo, un grupo de calificados oficiales llegaron al conven-
cimiento de que los políticos no eran aptos para realizar un fe-
cundo proyecto nacional”139. En segundo lugar, el impulso tecno-
crático de los militares brasileños se mantiene en y después del
golpe de 1964. El nuevo orden apoya la incorporación, por una
parte, de empresarios en los equipos directivos del gobierno y,
por otra, induce la participación de altos mandos militares en
consejos de las grandes empresas mixtas y transnacionales. En
este sentido, el ‘Instituto de Pesquisas e Estudos Sociais’ (IPS)
puede ser considerado como uno de los centros más importan-
tes del trasvase bilateral comentado y sugiriendo, desde sus se-
minarios e investigaciones, la adecuación de un programa de
desarrollo progresivo que elimine paulatinamente el conflicto
social y consolide el capitalismo moderno, todo ello en un ma-
nifiesto de clara herencia rostowniana, por sus ideas de supera-
ción del subdesarrollo como por su acendrado anticomunismo.
En tercer lugar, el ejemplo brasileño se sigue en otros países del
área. La ‘Academia de Seguridad Nacional’, creada por la Junta
Militar de Chile en 1976, está “destinada a difundir los concep-
tos de Seguridad Nacional entre empresarios del sector priva-
do y funcionarios de la administración, junto a miembros de
las Fuerzas Armadas” (Revista Ercilla, 2181, 18/24 mayo 1977,
p. 32). Es así como la corriente liberal-tecnocrática adquiere un
claro predominio en la DSN, estableciéndose toda una ideolo-
gía de la burguesía amenazada bajo la apariencia de una opción
técnica por la política económica monetarista-neoliberal. Se su-
perponen, en consecuencia, las continuas apelaciones a la ‘re-
construcción nacional’ y a la ‘reestructuración económica’ como
retornos a la ortodoxia neoliberal y neoclásica140.
Cf., J. Tapia Valdés: “La Doctrina de la Seguridad Nacional y el rol político de las Fuerzas
140
83
desideologizada del modelo. Pero, al mismo tiempo, he aquí su
gran contradicción: el Estado, concebido como un ente impar-
cial es juez y parte. Su naturaleza conciliadora es meramente
formal y sus acciones, pretendidamente arbitrales y/o neutra-
les, se tornan arbitrarias e interesadamente beligerantes. Pero
esa arbitrariedad y esa beligerancia, a fuerza de ser tecnocra-
tizada y desideologizada, se presenta siempre de una forma
autoritaria y excluyente. Ya denunciaba O. Letelier que ni la
economía ni los técnicos de la materia eran neutrales, desde las
páginas de The Nation. Dos semanas después sufriría un aten-
tado que le costaría la vida tras varios años de intenso trabajo,
qué paradójico, sobre el logro de un ‘nuevo orden económico
internacional’141. Una visión alternativa sobre un determinado
problema económico o social se entiende, desde la DSN, no
como un enriquecimiento engendrado por la libre discusión
sino como un obstáculo para la solución ‘correcta’ proporcio-
nada por el técnico. Por estrictas razones técnicas y de efi-
cacia, en consecuencia, esa discrepancia debe ser eliminada.
En este sentido, el arrasamiento de los colectivos de la socie-
dad civil de los países del Cono Sur en estudio fue una de las
primeras medidas de implantación de la DSN. Los reductos
críticos se concentraron, sobre todo, en los departamentos
universitarios que sufrieron paulatinamente todo el peso de
la represión. Este hecho fue de gran importancia para la eco-
nomía y sociedad de Chile, Argentina y Uruguay, ampliando
las negativas repercusiones de la sistemática violación de los
derechos de expresión y cátedra hacia una grave deterioro
de la actividad productiva de esos países, como ilustra J.H.
Street en un interesante artículo.
141
Cf., al respecto, O. Letelier y M. Moffitt: The New International Economic Order, Transnational
Institute, Washington, 1977; y S. Caballero: “El gobierno de Pinochet y el asesinato de Letelier-
Moffit”, Chile-América, nº 60-1, enero-marzo 1980, pp. 39-42.
84
ca de uno de estos países es discordante con la sublimación de
la técnica por parte de la Doctrina de la Seguridad Nacional.
Veamos algunos ejemplos. Existen ciertos ejemplos patéticos
de vinculación forzada entre DSN, discurso crítico al poder
desde universidades laicas y no laicas, depresión cultural y
parálisis tecnológica. En Argentina, a los pocos meses del gol-
pe de 1976, el Ministerio de Educación decreta la eliminación
de 95 carreras universitarias, en su mayoría de ciencias socia-
les. En Chile, la Universidad sufre primero las purgas y des-
pués la privatización: exclusión del treinta y cinco por ciento
del cuerpo docente en los primeros meses de gobierno militar;
múltiples detenciones arbitrarias, muertes y desapariciones;
reducción de las universidades estatales a solamente cuatro y
traspaso de veintiuna disciplinas universitarias a la iniciativa
privada. En Uruguay, el caso es similar, tanto por la dureza de
la represión como por las repercusiones productivas: se casti-
garon las ramas de las ciencias naturales en un país eminen-
temente agrícola y ganadero, especialmente con la medida de
destitución del ochenta por ciento del cuerpo docente de la
Facultad de Agronomía142.
142
Cf., para los tres casos, J.H. Street: “La intervención política y ciencia en el Cono Sur”,
Trimestre Económico, nº 200, octubre-diciembre 1983, pp. 2373-2396; E. Galeano: “América Latina:
imperialismo, cultura y sociedad”, Revista Mensual/Monthly Review, vol. 1, nº 5, setiembre 1977, esp.
pp. 52 y ss.; y F. Martínez: “Nueva legislación universitaria: un asalto a la fortaleza del patrimonio
cultural democrático chileno”, Chile-América, nº 68-69, enero-marzo 1981, pp. 33-40.
85
Uruguay, a la Junta de Generales Oficiales, en el último tramo
del régimen militar con rostro civil, expresan de modo signi-
ficativo la tendencia a la exclusión y la condena a los métodos
de la democracia liberal por parte de la DSN. El Presidente
uruguayo (insistimos, civil y electo) propone que “...el poder
debía ser puesto definitivamente en manos de las Fuerzas Ar-
madas, y sus fines deberían definirse claramente (...) las accio-
nes de las Fuerzas Armadas no pueden juzgarse ya que actúan
sobre la base de normas que no pueden discutirse (...) Sobre
esta base, el gobierno tendrá la autoridad y el consenso que son fruto
de la ausencia de sectores sindicales y de los intereses económicos en
el gobierno. Los partidos políticos se permitirán como corrien-
tes de opinión pero no podrán tomar el poder (...) El poder de los
partidos políticos y el poder de las Fuerzas Armadas son, por
lo tanto, mutuamente excluyentes”143.
86
cifican las líneas maestras de carácter estratégico (seguridad
militar interna y/o externa) y no estratégico (especialmente el
tipo de bienestar y desarrollo económico que se puede alcan-
zar sin dinamizar el disenso interno o la incompatibilidad con
los intereses transnacionales)146. En segundo término, las metas
acordadas tienen un valor absoluto y universal, no admitién-
dose definiciones alternativas sobre las mismas que infrinjan
la estrategia de la DSN. Al decir de J. Tapia, “...ningún plan
de desarrollo económico, cultural o social del país puede ser
trazado independientemente de las múltiples y, a veces, rigu-
rosas obligaciones impuestas por los imperativos de la seguri-
dad nacional”147.
87
do por los que han pasado por los cursos de la Escuela de las
Américas y otros organizados por el Pentágono. En 1973 había
ya en el ejército chileno más de tres mil egresados de estos cur-
sos. Muchos de ellos respondieron a los estereotipos y reflejos
que en estos cursos les inculcaron creyendo librar a la nación
del ‘enemigo interior’ han cometido un crimen que sólo pue-
de explicarse por su ingenuidad, su ignorancia y su miopía
política...”148. El recurso del ‘enemigo interno’, en segundo lu-
gar, mantiene la cohesión y el espíritu de cuerpo de las FF.AA.
En realidad, esa cohesión y espíritu de cuerpo se basan en la
creencia que tienen sobre sí mismos como los nuevos prome-
teos, los portadores del fuego. El Tte. Crnel. Pascarelli declara-
ba, en Argentina, que “...nuestra lucha no tiene límites morales
ni materiales. Estamos más allá del bien y del mal. Combati-
mos el fuego con el fuego” (La Opinión, 12.VI.1976)149. Y, en
tercer lugar, facilita el desplazamiento de responsabilidades
debidas a los fracasos continuos en la implementación de una
política económica diseñada por la élite tecnocrática-militar,
desplazando, a su vez, la hostilidad del cuerpo social hacia sus
‘enemigos internos’, sus ‘saboteadores’.
148
C. Prats: Una vida por la legalidad, F.C.E., México, 1977, esp. notas correspondientes al 19.XI.1973).
El Gral. Prats, como se sabe, corrió la misma suerte que O. Letelier, M. Moffit, o Z. Michellini.
149
Al año siguiente, un comentario editorial del mismo diario le contestaba que “combatimos el
fuego con el fuego sin detenernos a pensar que el fuego se combate mejor con agua” (La Opinión,
25.V.1977).
150
Cf., al respecto, los comentarios y bibliografía mencionada en supra nota 98. Para una extensión
sobre el tema, cf., N. Stein y M.T. Klare: Armas y poder en América Latina, op. cit., pp. 68-81; y J.A.
Viera-Gallo: “Militarización y Seguridad Nacional”, Chile-América, nº 76-77, enero-marzo 1982, pp.
57-64.
88
teóricos (K. Haushofer), lo cierto es que la geopolítica, como
disciplina militar, es definida por Golbery do Couto como un
‘arte’ que, basado en el fundamento geográfico, ofrece directri-
ces para la formulación y la realización de objetivos de seguri-
dad nacional, preservando los mismos mediante las garantías
de una compleja trama de acciones políticas, económicas y
psicológicas151.
151
Cf., al respecto, Golbery do Couto e Silva: Geopolítca do Brasil, op. cit.; y su mímesis chilena en A.
Pinochet: Geopolítica, Ed. Andrés Bello, Santiago de Chile, 1974.
Como una extensión crítica, para el caso brasileño, cf., entre otros, S. Ferreira Oliveiros: “La geopolítica y el
ejército brasileño”, in V.R. Beltrán (C.): El papel político y social de las fuerzas armadas en América Latina,
Monte Avila Eds., Caracas, 1970, esp. pp. 179 y ss.; A. Stepan: Brasil: los militares y la política, Amorrotu
Ed., Buenos Aires, 1974; y Th. Dos Santos y V. Bambirra: “Brasil: nacionalismo, populismo y dictadura,
50 años de crisis social”, in P. González Casanova (C.): América Latina: historia de medio siglo, Siglo XXI,
México, 1977.
Para el caso uruguayo, cf., V. Trías: Uruguay y sus claves geopolíticas, Ed. Banda Oriental, Montevideo,
1971.
El caso argentino es, al efecto, más complejo. Conviene señalar que ya el Gral. Onganía estudia el modelo
brasileño de intervención militar durante la etapa Illía (1963-1966), recogiendo información en Brasilia
sobre la operatividad del concepto ‘frontera ideológica’ que utilizará en su exposición de motivos del
derrocamiento de Illía. Según Onganía, una de las causas principales de ruptura con la Presidencia civil
fue la negativa de ésta al envío de tropas a la República Dominicana en defensa de la frontera ideológica
del continente, “actuando (Illía) con indiferente negligencia y renunciando, de hecho a su cargo
de Comandante en Jefe que le correspondía como presidente” (V. Trías: “Las Fuerzas Armadas en las
sociedades iberoamericanas”, art. cit., p. 128).
El intervalo de ‘retorno a los cuarteles’, en Argentina, fue una fase transitoria que duró el tiempo
necesario para demostrar los contínuos fracasos de la política interna desde la proposición de la Alianza
Nacional propugnada por el Gral. A. Lanusse (Mi testimonio, Ed. Laserre, Buenos Aires, 1976), en primer
lugar, y ajustar doctrinariamente el modelo de la seguridad nacional para que el ejército asumiese los
requerimientos sociales derivados de la ineptitud de los últimos gobiernos peronistas, en segundo lugar. El
golpe de 1976 fue, en este sentido y al decir de M. Kaplan, la culminación del laberinto de la frustración.
152
Sobre el ‘estado de emergencia’, cf., J. Tapia Valdés: Neoautoritarismo y neofascismo. Ensayo de
interpretación jurídico-institucional, op. cit.
89
3. Legitimación en la Doctrina de la Seguridad Nacional
90
ca cotidiana no son definidos, en última instancia, por las
FF.AA. sino por las necesidades del capitalismo transna-
cional y la dinámica interna de los procesos históricos en
curso. Como señala pertinentemente A. Gunder Frank155:
155
A. Gunder Frank: “La crisis mundial y el Tercer Mundo”, Revista Mensual/Monthly Review, vol.
1, nº 5, setiembre 1977, p. 33. Cf., asimismo, una ampliación de los puntos de vista del autor en
Reflexiones sobre la crisis económica, Anagrama, Barcelona, 1977.
156
Cf., al respecto, K. Schmitt: La dictadura. Desde los comienzos del pensamiento moderno de la soberanía
hasta la lucha de clases proletaria, Ed. Revista de Occidente, Madrid, 1968; y sus Estudios Políticos, Ed.
Doncel, Madrid, 1975.
91
pectivamente157. Para K. Schmitt, el Derecho no regula si-
tuaciones históricas permanentes y, por lo tanto, debe ser
un instrumento moldeable ante las diferentes situaciones
que se puedan presentar. Esta legalidad situacionista, en
el seno del Estado de facto vía insurreccional, se identifica
siempre con la voluntad del líder, individual o colectivo, sin
más limitaciones que las generadas por su automoderación.
Es, en consecuencia, una legalidad situacionista y decisionis-
ta. La dictadura soberana puede, entonces, modificar la le-
galidad según dicten la lógica del ‘decisor’ y la lógica de
las ‘situaciones’. Está capacitada para modificar, suspender,
cambiar o, simplemente, actuar al margen del ordenamien-
to constitucional. No sorprende que la DSN haya asumido
la herencia intelectual de K. Schmitt para la justificación y
fundación de la dictadura soberana, enriqueciendo los aná-
lisis del jurista alemán con la experiencia española, durante
el primer franquismo, y la experiencia francesa, adquirida
en Argelia.
157
Cf., S. Soler: Temas antiliberales. Marxistas y autoritarios, Ed. Sur, Buenos Aires, 1977, esp. pp. 130 y
ss. Cf., también, J. Vigón: Teoría del militarismo, Rialp, Madrid, 1965; y P. Paret: French Revolutionary
Warfare From Indochina to Algeria. The Analysis of a Political and Military Doctrine, Praeger, New York,
1964.
92
Sin olvidar los necesarios matices y las limitaciones inherente
al análisis de los regímenes militares del Cono Sur latinoame-
ricano, a partir del estudio del componente genético del capi-
talismo en crisis, ¿no estamos acaso ante el neofascismo más
nítido?. Una respuesta afirmativa a nuestro interrogante no
puede olvidar la existencia, en América Latina, de regímenes
militares ‘nacionalistas’ como sucedió en Bolivia (1964), Perú
(1968) o Ecuador (1972). Estos casos mostrarían la aparente
ambivalencia de dos formulaciones históricas de la DSN: una
de inspiración neofascista y otra ‘nacionalista-popular’, en
contradicción con la primera158.
93
Como advertimos en su momento, considerar a la
DSN como la filosofía adecuada que ilumine, mediante di-
rectrices y objetivos, una crucial etapa del desarrollo de la
región, es, de uno u otro modo, una defensa ideológica que
enmascara, bajo las expectativas de crecimiento económico
que pudiera generar, la necesidad de superar etapas según
la mímesis de procesos de desarrollo ajenos a la realidad del
continente. En este sentido, la prédica de la modernización
mediante la DSN es una herencia intelectual de las interpre-
taciones pesimistas de ciertos sociólogos latinoamericanos
que vieron el fenómeno del ‘caudillismo’ como una fatalidad
histórica pero inevitable, recurriendo, si fuera preciso, a la
descontextualización de algunos párrafos de Simón Bolívar
cuando propugnaba, en 1815, la existencia de gobiernos pa-
ternalistas ‘dado que las representatividades no se adecúan
al carácter y costumbres de los latinoamericanos’161. A nues-
tro entender, en definitiva, una defensa de la DSN por esta
vía no sólo se convierte en apología de la actual violencia ins-
titucional de los regímenes militares del Cono Sur sino que
descalifica, caricaturizando, un conjunto de ricas sugerencias
económicas del pensamiento bolivariano como las presenta-
das por J. Consuegra162.
161
Cf., al respecto, D. Gressel: “Seguridad nacional y desarrollo económico”, Estudios Públicos, nº
7, invierno 1982, pp. 43-47. Sobre la caricaturización del pensamiento bolivariano, cf., A. Rouquié:
“Dictadores, militares y legitimidad en América Latina”, Crítica y Utopía, nº 5, segundo trimestre
1981, pp. 11-28, y esp. p. 16 nota.
162
Cf., J. Consuegra Higgins: Las ideas económicas de Simón Bolívar, Plaza y Janés, Bogotá, 1982, esp.
pp. 11-55.
94
CAPÍTULO IV
163
En palabras de A.A. Borón: “Entre Hobbes y Friedman, liberalismo económico y despotismo
burgués en América Latina”, art. cit., p. 56.
164
Cf., para el período reformista y sin afán exaustivo, J. Stanley y B.H. Stein: La herencia colonial de
América Latina, Siglo XXI, México, 1970; T. Halperin Donghi: Historia contemporánea de América Latina,
Alianza Ed., Madrid, 1972, esp. pp. 207 y ss.; M. Kaplan: Formación del Estado nacional en América
Latina, Ed. Universitaria, Santiago de Chile, 1969; Sbagú: “Tres oligarquías, tres nacionalismos:
Chile, Argentina y Uruguay”, Cuadernos Políticos, nº 3, enero-marzo 1975; y A. Cueva: El desarrollo
del capitalismo en América Latina, Siglo XXI, México, 1978, esp. Cap. 7 y Cap. 8, pp. 127-164.
95
co es susceptible en manifestarse mediante diversos regíme-
nes (el ‘porfiriato’ mexicano, la ‘República Velha’ de Brasil, el
presidencialismo típico de Argentina o Uruguay, la república
parlamentaria en Chile, etc.). Pero todos esos regímenes, con
rasgos característicos propios y diversos, se sustentan en una
base común: el reflejo del Estado liberal clásico y la tensión
contradictoria democracia-capitalismo. Como escribe O. Ian-
ni, al cuadro de relaciones económicas, sociales y políticas
del Estado Oligárquico se le debe yuxtaponer las diversas
raíces del liberalismo de las élites de la clase dominante165:
165
O. Ianni: “Populismo y relaciones de clase”, in G. Germani et al.: Populismo y contradicciones de
clase en Latinoamérica, Ed. Era, México, 1973, p. 93.
166
Cf., al respecto, L. Zea: El pensamiento latinoamericano, Ed. Pomaca, México, 1965, tomo I, pp.
62-72.
167
E. Torres-Rivas: Centroamérica hoy, Siglo XXI, México, 1975, pp. 65-6, subr. nuestros.
96
niega y continúa... Lo niega por el sistema de do-
minación política que se forma internamente,
que permite a una nueva clase imponer sus ob-
jetivos e intereses y sus características ideológi-
cas que contradicen el orden político y económi-
co colonial y más directamente, su restauración
conservadora; lo continúa porque el período
colonial formó una estructura social que no fue
modificada sustancialmente en la medida en que la
economía de exportación se acomodó o retuvo
sus rasgos básicos”
168
Ibid., p. 66.
169
“Entre Hobbes y Friedman, liberalismo económico y despotismo burgués en América Latina”,
art. cit., p. 57.
97
sición, demostrando la fragilidad que tenía un referente uni-
versal como el Estado liberal clásico que aglutina las nuevas
formas sociales que derivan de la penetración del capitalis-
mo en América Latina con las dislocaciones, aún presentes,
de las viejas estructuras de la sociedad colonial. Por eso la
lucha de las llamadas clases subalternas cuestionará tanto el
exclusivismo agrario en el proceso de decisión como el pseu-
doliberalismo que actuaba de coraza ideológica protectora
de aquél170. “Por lo tanto”, resume E. Yepes del Castillo las
conclusiones de uno de los paneles de estudio de la XI Asam-
blea del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, “no
se trata que liberalismo y democracia no son necesariamente
lo mismo sino que implícitamente, el liberalismo puesto en
marcha por las clases dominantes se ha convertido en un me-
canismo que permite la no democratización del país”171.
170
Cf., al respecto, las diversas aportaciones sobre el tema en R. Benítes Zenteno (C.): Clases sociales
y crisis política en América Latina, Siglo XXI, México, 1977.
171
E. Yepes del Castillo: “Democracia y liberalismo en América Latina”, Análisis, nº 11, mayo-
agosto 1982, p. 79. La XI Asamblea del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, CLACSO,
se celebró en Lima del 30 de noviembre al 3 de diciembre de 1981. Uno de los paneles de discusión
estaba dedicado al tema “Democracia y Liberalismo en América Latina”, en el cual se abordaron
las relaciones entre la crisis del Estado Oligárquico y la contradicción democracia-capitalismo en
América Latina.
172
Cf., especialmente, A. Córdova: La formación del poder político en México, Ed. Era México, 1972,
pp. 15 y ss.
173
Cf., al respecto, F.C. Weffort: “Clases sociales y desarrollo social -contribución al estudio del
populismo”, in A. Quijano y F.C. Weffort: Populismo, marginalización y dependencia, Educa, Costa
Rica, 1973, pp. 79 y ss.
174
Cf., R.M. Marini: Subdesarrollo y revolución, Siglo XXI, México, 1969, p. 11; y A. Cueva: El desarrollo
del capitalismo en América Latina, op. cit., pp. 147 y ss.
98
Promotor, Ilustrado...) como la expresión de ciertos avances
democráticos de la sociedad -en los aparatos estatales, en la
fábrica, en la vida cotidiana- pero negando, al mismo tiempo,
la vigencia y funcionalidad de las instituciones liberales re-
presentativas a las que se reprocha una identificación esencial
con el exclusivismo agrario y oligárquico anterior. De aquí,
avanzamos nosotros, y en líneas generales, la vida política
latinoamericana oscilará desde entonces entre progresos de-
mocráticos de la ciudadanía que no se reflejarán en la mate-
rialidad y las formas de las instituciones. En otros términos,
el Estado Reformista se desarrollará a través del empuje de
logros democráticos efectivos que, al no ser asumidos por la
trama institucional de modo pleno, se ven despojados del con-
secuente contenido real. En la esfera del crecimiento económi-
co, la crisis del modelo oligárquico implica la quiebra de una
industrialización basada exclusivamente en el dinamismo del
sector primario-exportador. El modelo reformista prima, en
este sentido, una ‘introversión’ del crecimiento a través, en las
primeras décadas del siglo presente, de una industrialización
sustitutiva de importaciones y ‘hacia adentro’175.
99
adoptado. Es por todo lo expuesto hasta aquí, de forma nece-
sariamente breve, lo que sustentaría la afirmación siguiente:
la democracia liberal, en América Latina, fue la conquista de
los estratos de población tradicionalmente marginados que
pugnaron por una participación política más amplia a la pre-
dicada, sin hechos probatorios, por el modelo oligárquico.
Tales demandas se canalizaron, para los tres casos de nuestro
estudio, por la vía de ‘alessandrismo’ chileno, el radicalismo
argentino y el ‘batllismo’ uruguayo.
176
E. Laclau: Política e ideología en la teoría marxista, Siglo XXI, México, 1978, esp. pp. 221 y ss. Cf.,
asimismo, R. Prebisch: “Estructura socioeconómica y crisis del sistema”, Revista de la CEPAL, nº
6, segundo semestre 1978, esp. pp. 168-181; y E. de Ipola: Ideología y discurso populista, Folios Ed.,
México, 1981, en lo que se refiere, respectivamente, a los actores y al mensaje populista.
Por una parte, J. Bryce (Modern Democracies, Macmillan, Nueva York, 1921, tomo I, p. 22) considera
que Argentina y, posiblemente, Chile y Uruguay, son los únicos países del área que pueden considerarse
liberal-democráticos.
Por otra parte, R. Dahl (Polyarchy, Yale University Press, New Haven, 1971, pp. 246 y ss.) entiende que
‘poliarquía’ es un régimen abierto a la participación y a la competencia política. Entonces, para el autor y
en 1971, solamente existiría una poliarquía plena (Uruguay) y algún caso especial (Chile).
El Informe Pearson (L.B. Pearson et al.: Partners in Development, Praeger, Nueva York, 1969) y el Informe
Peterson (R.A. Peterson et al.: U.S. Foreing Assistance in the 1970’s: a New Approach, USA Print Off,
Washington, 1970) Cf., para una extensión de los comentarios críticos de H. Jaguaribe, Political and
Economic Development, Harvard University Press, Cambridge, 1968; La Dependencia Político-Económica
de América Latina, Siglo XXI, México, 1969; y, especialmente, “Implicaciones políticas del desarrollo
latinoamericano”, in C.F. Díaz Alejandro, V. Tockman y S. Teitel (Sels.): Política económica en centro y
periferia. Ensayos en honor a Felipe Pazos, op. cit., pp. 83-130.
Cf., en este sentido, para el caso uruguayo, C.M. Rama: Las clases sociales en Uruguay, Ed. Nuestro Tiempo,
Montevideo, 1960; e Historia social del pueblo uruguayo, Ed. Comunidad del Sur, Montevideo, 1972; para
el caso argentino, D. Tieffenberg: Luchas sociales en Argentina, Ed. Aldaba, Buenos Aires, 1970; y, para el
caso chileno, J. Barría: El movimiento obrero en Chile, Ed. UT, Santiago de Chile, 1971.
100
‘calidad de vida’ y la ‘gobernabilidad’ de las democracias, de
amplia difusión en la región (cf., supra n. 121). En lo que si-
gue nos referiremos a otros dos, el Informe Pearson (1969) y
el Informe Peterson (1970), cuyas conclusiones fueron conoci-
das en una fase convulsiva de la vida política latinoamericana,
coincidiendo el final de la opción foquista-revolucionaria con
el auge publicista de la Doctrina de la Seguridad Nacional.
101
tienen, hasta la implantación de los regímenes militares, un
sistema de democracia liberal muy limitado que proporciona
débiles y escasas vías de canalización de las demandas cla-
sistas. En otras palabras, el sistema político y el bipartidismo
tradicional (liberales-conservadores) es una herencia no agota-
da del arcaico Estado Oligárquico que se ve rebasado amplia-
mente por la movilización popular. Con la crisis definitiva del
Estado Populista, la burguesía arrojará los últimos restos de la
institucionalidad democrática, en 1973 (Chile, Uruguay) y en
1976 (Argentina), solicitando la intervención militar como la
única instancia capaz de enfrentarse a las movilizaciones que
el mismo modelo reformista había posibilitado.
Cf., sobre las relaciones entre un modelo de industrialización y modalidades de lucha de clases,
177
102
a un mero problema economicista de distribución, una dia-
léctica reducida al juego de satisfaciones-reclamaciones de
derechos económicos y políticos pero que no se tradujo, en
ningún caso, a nivel productivo e, incluso como afirma Ga-
rretón, el populismo es un bloque político y social de centro
que agrupa, primero, intereses de las llamadas clases medias,
asegurando la estabilidad del sistema a través de una política
pendular (liberales y conservadores) y, segundo, los intereses
de los sectores populares mediante una permeabilidad social
que facilite la consecución de fines reinvidicativos, a corto
plazo, y asegurando la paz social, también a corto plazo178. En
definitiva, el Estado Reformista tiene un proyecto industria-
lizador ‘heterodoxo’, en palabras de M.A. Garretón, porque
no es alentado por una burguesía regeneradora, agresiva,
fiel a su rol histórico, creadora de un orden econodinámi-
co y moderno al que la esfera política debe ajustarse. No
es ése el proceso; al contrario, el Estado de compromiso se
convierte en el principal actor de la industrialización al que
la burguesía se asocia incondicionalmente en cuanto cons-
tituye una fuente de la que se extraen beneficios y ventajas
(e, incluso, protección en fases de crisis). Es, en síntesis, el
Estado Promotor, la traducción criolla del Welfare State Key-
nesiano, con los defectos estructurales del mismo (dados por
el sistema al que pertenece) pero sin ninguno de sus aspec-
tos positivos (dada la situación de dependencia económica
y política al centro del sistema). Respecto al sugerente tema
de los límites del Welfare State, S. Giner escribe que el hecho
de que el arbitraje del conflicto social por parte del Welfare
State significa que la sociedad corporativa es a la vez geren-
te del conflicto y parte interesada en él. Por tanto, el arbi-
traje no es simétrico su justicia distributiva es clasista y en
todo caso siempre favorece los intereses de los organismos
corporativos y de los grupos de presión privilegiados, ade-
más de aquellas clases de corte tradicional con suficiente in-
Como subraya L. de Riz: “El fin de la sociedad populista y la estrategia de las fuerzas populares
178
en el Cono Sur”, Nueva Sociedad, nº 47, marzo-abril 1980, p. 76. Cf., asimismo, M.A. Garretón: “Las
fuerzas político sociales y el problema de la democracia en Chile”, Trimestre Económico, nº 189,
enero-marzo 1981, p. 102.
103
fluencia para la eficaz protección de sus privilegios. Cuan-
do C. Offe se refiere al problema de las contradicciones del
Estado del Bienestar y su política económica keynesiana,
se advierten las dificultades que tiene cualquier analista en
cuanto intente equiparar la situación de postguerra de los
países capitalistas desarrollados con el modelo reformista
de América Latina. Porque, en los primeros, el Estado del
Bienestar estuvo capacitado para controlar, con relativo
éxito, la demanda efectiva pero interfiriendo el ajuste de la
oferta. Y ahí estaba su contradicción: sólo los problemas que
era capaz de resolver se consideraron prioritarios179.
179
Cf., al respecto, E. Laclau: Política e ideología en la teoría marxista, op. cit., pp. 221 y ss.; “Introducción”
a B. Rizzi: La burocratización del mundo, Península, Barcelona, 1980, p. 28); y C. Offe: “A democrácia
partidária e o welfare state keynesiano: fatores de estabilidade e desorganizaçao”, Dados, vol. 26, nº
1, 1983, pp. 29-52.
180
En este sentido son definitorios los textos de R. Prebisch en su primera etapa en la CEPAL:
“El desarrollo económico de la América Latina y algunos de sus principales problemas”, Boletín
Económico de América Latina, CEPAL, febrero 1962 (orig. 1949); “Estudio económico de América
Latina”, Revista de Economía, abril-mayo 1950, pp. 577-582; Problemas teóricos y prácticos del crecimiento
económico, CEPAL, Santiago de Chile, 1973 (orig. 1951); y La cooperación internacional en la política
de desarrollo latinoamericano, CEPAL, Santiago de Chile, 1973 (orig. 1954). Cf., asimismo, para una
evolución del pensamiento de la CEPAL desde sus planteamientos iniciales de industrialización,
O. Rodríguez: La teoría del subdesarrollo de la CEPAL, Siglo XXI, México, 1980.
181
A. Gurrieri: “Vigencia del Estado planificador en la crisis actual”, Documento SD/ILPES, Santiago
de Chile, mimeo, p. i.
104
Este trabajo de A. Gurrieri consta de tres partes principales:
la atribución que otorga la CEPAL al rol del Estado, las ca-
racterísticas principales de esa concepción de Estado y, final-
mente, se diseña una estrategia alternativa de desarrollo au-
tónomo, equitativo y democrático, sobre la base de un Estado
y de procesos políticos que se alejan de anteriores imágenes
ideales elaboradas por la CEPAL.
105
CAPÍTULO V
107
de la ‘reforma agraria’, a drásticos cambios en el sistema de
organización y representación social182.
182
Cf., al respecto, M.A. Garretón: “Las fuerzas políticosociales y el problema de la democracia en
Chile”, art. cit., pp. 113 y ss.; y, también, “Evoluzione e crisi dello Stato in América Latina”, Politica
Internazionale - Mensile dell’Ipalmo, febrero 1981, y reproducido en Chile-América, nº 70-71, 1981, bajo
el título de “Dossier sobre el Estado en América Latina - Entre el populismo y el autoritarismo”,
con paginación propia a partir de la p. 93, por lo cual citaremos.
183
(“Fascism. The Past and the Future”, Comparative Political Studies, vol. 7, nº 11, abril 1974, pp. 129-
130). Al respecto, en suma, existirían tres ópticas sobre el particular: la primera, de plena adhesión
al comentario como sucede con E. Shils (Los militares y los países en desarrollo, op.cit.), la segunda,
totalmente crítica y mantenido, entre otros, por V. Perlo (Militarismo e industria, Grijalbo, México,
1967) y la tercera, como posición prudentemente intermedia, asumida por A. Peralta Pizarro (El
cesarismo en América Latina, Ed. Orbe, Santiago de Chile, 1966).
108
ca y jurídica del liberalismo clásico, arrasando los movimientos
organizados de la sociedad civil (partidos políticos, sindicatos,
etc.) así como cualquier tendencia ‘socializante’ en el ámbito
económico, político o cultural. Por último, la relación ‘neofas-
cismo-dependencia’ manifestaría la tendencia a determinar
la situación interna, política y económica, de las experiencias
del Cono Sur que tratamos en nuestra Memoria por medio de
las necesidades y condiciones de la potencia hegemónica. Este
contexto tiene dos consecuencias de importancia inmediata:
por una parte, se bloquea cualquier intento endógeno, por la vía
del pluralismo y el Estado de Derecho, de desarrollo del capi-
talismo nacional; por otra, la dependencia al centro que rige en
las relaciones de ‘inserción’ al capitalismo internacional, confi-
gura un determinado cuadro interno de fuerzas políticas que
se muestra como un verdadero obstáculo, cuando existe una
crisis de hegemonía, para el mantenimiento del ritmo de acu-
mulación.
109
de los regímenes militares de Chile, Uruguay y Argentina,
que optaron por políticas económicas monetaristas y por gra-
ves espirales de endeudamiento externo. Ernesto Laclau
afirma categóricamente que los regímenes militares de los
tres países antedichos no tienen la más remota semejanza con
el fascismo europeo184. Nuestro objetivo, en esta subsección,
no es esa identificación lineal. Pero consideraríamos signifi-
cativa dicha afirmación si no inspirase, indirectamente, un
bloqueo del status teórico del tema.
184
Cf., del autor, Política e ideología en la teoría marxista, op. cit., p. 98.
185
Cf., T.A. Vasconi: Gran capital y militarización en América Latina, Ed. Era, México, 1978, p. 29.
186
Al identificar como ‘formas de dominación autoritarias’ a un conjunto de sistemas opuestos
a las democracias occidentales, de tipo liberal burgués, se podrían extraer ciertos paralelismos
erróneos como fascismo europeo y totalitarismo soviético, por ejemplo. La utilización de ‘fascismo
dependiente’ redunda, a nuestro entender, en una clarificación terminológica y conceptual.
187
Ibid., p. 34.
110
A nivel internacional, como señala E. Righi, se trató de presen-
tar la verdadera naturaleza del modelo político implementado
en América Latina en una estrategia publicista que podría re-
sumirse diciendo que consistía en ‘ser’ sin llegar a ‘parecer’188.
Pero, ¿qué es?. A lo largo de nuestra investigación considera-
mos a los regímenes militares aludidos como respuestas a las
situaciones de excepción, como culminación de una crisis del
proceso de acumulación en la que se agudizan las contradic-
ciones y se requiere una reorientación forzada del marco po-
lítico demoliberal. Como señala N. Poulantzas “...el fascismo
constituye una forma de estado y una forma de régimen ‘lími-
te’ del Estado capitalista. Por caso límite no es preciso enten-
der aquí una forma de vida a una coyuntura particularísima
de la lucha de clases”189. Por eso, cuando Vasconi observa la
diferencia más relevante entre el fascismo tradicional y los re-
gímenes militares en cuestión (a saber: la provocación de una
militarización global de la sociedad mediante la proyección de
características organizativas e ideologías de los militares)190,
más que una separación conceptual se trata de una confusión
entre lo que fue (el fascismo europeo) y lo que parece ser (go-
biernos militares), sin percatarse de lo que realmente es (sinte-
tizado en la DSN).
188
Cf., E. Righi: “Elementos de análisis para la situación argentina”, in VV.AA.: El control político en
el Cono Sur, Siglo XXI, México, 1978, esp. p. 198.
189
Fascismo y dictadura, op. cit., pp. 52 y 57.
190
Cf., T.A. Vasconi: Gran capital y militarización en América Latina, op. cit., pp. 54-55.
191
S. Spoerer: Los desafíos del tiempo fecundo, Siglo XXI, México, p. 10.
111
‘tipología por la tipología’, que resulta de un mero aislamiento
de los procesos históricos en curso) proponemos la conceptua-
lización de ‘fascismo dependiente’, susceptible de posteriores
enriquecimientos y de verificación empírica según la evolu-
ción de dichos procesos.
112
(movimiento político, sindicatos verticales, asociaciones, etc.)
siempre reconocidos, autorizados e incluso auspiciados por el
propio sistema fascista.
Por otra parte, afirmar, como hace Cardoso, que una forma
idéntica de Estado, capitalista y dependiente en América Lati-
na, puede coexistir con una gran variedad de regímenes polí-
ticos (autoritarios, fascistas, corporativistas o democráticos193,
es una generalización que tiende a señalar con exceso las es-
pecifidades nacionales de cada caso y provocando, en conse-
cuencia, numerosos estudios singulares que obstaculizan una
192
Cf., al respecto, L. Trosky: El fascismo (Sel. y comentarios de A. Pla), Ed. C. Pérez, Buenos Aires,
1971; E.J. Hobsbawm: “Para el estudio de las clases subalternas”, Cuadernos de Pasado y Presente,
Año 1, nº 2-3, 1963, pp. 158-167; J. Meza: “Sobre las clases medias”, Cuadernos Políticos, nº 5, 1975,
pp. 32-46; D. Baranger: “Clases medias y pequeñas burguesías”, Revista Mexicana de Sociología, nº
4, 1980, pp. 1591-1629; y F.P. Cerase y F. Mignella Calvosa: La nueva pequeña burguesía, Ed. Nueva
Imagen, México, 1980.
193
Cf., al respecto, F.H. Cardoso: “On the caracterization of Authoritariam Regimes in Latin
America”, in D. Collier (C.): The New Authoritarianism in Latin America”, op. cit., p. 39.
113
comunicación teórica entre las distintas experiencias. En este
sentido, la aportación de D. Collier puede ser considerada pa-
radigmática194.
194
Cf., D. Collier: “Overview of the Bureaucratic Authoritariam Model”, ibid., pp. 19-32.
195
El desarrollo del capitalismo en América Latina, op. cit., p. 234, subr. nuestro)
114
por modificaciones sustanciales de la cadena imperialista (A.
Quijano)196, o por los efectos contrarrevolucionarios de una
onda depresiva larga (Th. Dos Santos)197. El ‘fascismo depen-
diente’, por lo tanto, no es visualizado como un problema na-
cional, en cada caso, sino como una tendencia, reflejada en las
relaciones internacionales, del sistema en crisis. La segunda
perspectiva de esta línea de interpretación ‘económica’, repre-
sentada fundamentalmente por R.M. Marini198, indica que la
existencia de los regímenes aludidos son el resultado de una
quiebra del modelo de acumulación que se resuelve, transi-
toriamente, mediante el mantenimiento de tasas de ganancia
aceptables en el capitalismo periférico por la vía de una supe-
rexplotación del trabajo. Esta tesis de Marini mereció diversas
acotaciones críticas199.
196
Cf., A. Quijano: Crisis imperialista y clase oligárquica, Desco, Lima, 1974, esp. pp. 49-55.
197
Cf., Th. Dos Santos: El nuevo carácter de la dependencia, CESO, Santiago de Chile, 1968; y, del
mismo autor, “La cuestión del fascismo en América Latina”, art. cit.
198
Cf., ya mencionadas, dos obras del autor, Dialéctica de la Dependencia, op. cit.; y Subdesarrollo y
revolución, op. cit.
199
Como la de K. Glausser: “Figuras productivas y Estado: a propósito de los nuevos regímenes
militares sudamericanos”, Chile-América, nº 88-89, 1983, pp. 88-97.
200
Cf., al respecto, la obra reconocida de F.H. Cardoso y E. Faletto: Dependencia y desarrollo en
América Latina, Siglo XXI, México, 1969, esp. Cap. VI.
201 E. Weffort: “Notas sobre la teoría de la dependencia, ¿teoría de la clase o ideología nacional?”,
Comercio Exterior, nº 4, abril 1972, pp. 355-360.
115
va, quizás suceda, como indica sugerentemente P. González
Casanova, que “la cultura verbal del hombre colonizado prevale-
ció sobre la escrita para narrar las experiencias en reflexiones más
originales”202.
202
Cf., F.H. Cardoso: “El desarrollo en el banquillo”, Comercio Exterior, nº 8, agosto 1980, pp. 846-
860.
Para una extensión del enfoque de la dependencia, desde diversas perspectivas críticas, cf., C.R. Bath y
D.D. James: “El análisis de la dependencia de América Latina”, Latin American Research Review, vol. XI,
nº 3, 1976, esp. p. 33; y P. Paz: “El enfoque de la dependencia en el desarrollo del pensamiento económico
latinoamericano”, Economía de América Latina, nº 6, primer semestre 1981, pp. 61-82. Cf. González
Casanova, “Corrientes críticas de la sociología latinoamericana contemporánea”, Economía de América
Latina, nº 6, primer semestre 1981, p. 92.
116
con el ya agotado Estado Reformista eran auténticas alter-
nativas al mismo, lo cual es evidentemente erróneo. Ante tal
disyuntiva, como propone I. García, es preciso alcanzar un
status analítico en función de la comprensión del fenómeno y
a través de un ponderado equilibrio interpretativo203.
(...)
203
Cf., I. García: “La lucha de los pueblos latinoamericanos por la democracia”, in I. García (C.):
Para entender América Latina, Ed. Tarea, Lima, 1979, esp. pp. 70 y ss.
204
L. Allub: “El colapso de la democracia liberal y los orígenes del fascismo colonial en Argentina”,
art. cit., pp. 1142, 1143 y 1144, subr. del autor.
117
proyecto típicamente de partido político fascista,
la máxima liberalización de la economía que
asegure altas tasas de ganancia a las clases
dominantes.
Cf., al respecto, M. Kaplan: “¿Hacia un fascismo latinoamericano?”, art. cit.; y “La teoría del
205
Estado en la América Latina contemporánea: el caso del marxismo”, art. cit., esp. pp. 705 y ss.
Ibid., pp. 706-8, subr. del autor.
206
118
b) En cuanto al sistema de alianzas y los meca-
nismos de legitimación, la hegemonía pasa a
ser compartida esencialmente por las fuerzas
armadas y sectores de la nueva élite oligárqui-
ca (...) en alianza prioritaria con las empresas
transnacionales y en alianza secundaria con
sectores de la tecnoburocracia civil y otros es-
tratos de la clase media...
(...)
(...)
119
f) El régimen político y el Estado del neofas-
cismo se entrelazan e interactúan con el pro-
yecto de crecimiento neocapitalista y de arti-
culación con la nueva diversión mundial del
trabajo...”
120
un modelo no nacional ni menos nacionalista, de
desarrollo económico, sino profundamente desna-
cionalizante”207.
207
Neomilitarismo y fascismo”, art. cit., p. 165.
208
Cf., Ph.C. Schmitter: “The Portugalization of Brazil?”, in A. Stepan (Ed.): Authoritarian Brazil.
Origins, Policies and Future, Yale University Press, New Haven, 1973, p. 190.
209
S. Ferreira Oliveros: “La geopolítica y el ejército brasileño”, in V.R. Beltrán (C.): El papel político y
social de las fuerzas armadas en América Latina, op. cit., pp. 179-180.
210
“América Latina: las fuentes de la violencia”, Revista Mensual/Monthly Review, vol. 1, nº 2, junio
1977, p. 17.
Para el conjunto de consecuencias adversas, económicas, sociales y políticas del fascismo dependiente en
un caso profundamente estudiado, cf., P. Vergara: “Las transformaciones del Estado chileno bajo el régimen
militar”, Revista Mexicana de Sociología, nº 2, 1982, pp. 413-452; y M.A. Garretón: “Democratización y otro
desarrollo: el caso chileno”, art. cit., pp. 1167-1214.
121
condenado, parafraseando a E. Galeano, a una caída triste y
solitaria211. Porque es un fascismo, en palabras de P. García,
“cuya condición dependiente le impide intrínsecamente su
consumación en formas de organización corporativa o una
reconstitución acabada del Estado en sentido integral”212.
P. García: “Notas sobre formas de Estado y regímenes militares en América Latina”, Revista
212
122
SEGUNDA PARTE
(...)
INTRODUCCIÓN
213
L.A. Rojo: “Libertad y organización económica”, in AA.VV.: Libertad y organización, Ed. Insula,
Madrid, 1963, pp. 152 y 155.
123
tiene, en su evolución, una historia ‘interna’ y una historia
‘externa’ a las que es preciso referirse para hallar las caracte-
rísticas del modelo monetarista que lo hacen atractivo para
ciertas opciones de gestión político-económica.. En este sen-
tido, el monetarismo tiene una doble funcionalidad. Por una
parte, se presenta como una posibilidad de política económi-
ca que se adapta a las condiciones de crisis cuasipermanente
del capitalismo central o periférico. Por otra parte, sus com-
ponentes ideológicos asumen el rol de la legitimación, rea-
firmándose a sí mismo y negando las opciones alternativas.
Para el monetarismo, partiendo de sus raíces neoliberales, la
democracia es un fin secundario y, por lo tanto, perfectamente
prescindible en cuanto el Estado sea capaz de garantizar la
libertad económica mediante otros mecanismos (incluso por
la vía de la fuerza). La libertad económica es, según los mo-
netaristas, un fin en sí mismo al que se debe sacrificar cual-
quier otra meta (incluída la libertad política y la democracia
representativa) que se alcanzarán, en último término, por una
extensión de la primera. Dado que la geografía de la libertad
económica se localiza en el mercado (y, por lo tanto, la liber-
tad política y la democracia), la defensa de la libre competen-
cia y del sistema de precios son los índices más eficaces de
asignación y reportan una validez ética independientemente
de cuál sea la valoración de sus resultados técnicos y de sus
costes sociales. Este moderno ‘maquiavelismo’ supone la as-
censión del individualismo clásico, en cuanto el individuo ya
no es el ‘homo economicus’ sino el soberano de un olimpo, el
mercado, dotado de poderes de información perfecta e igual-
dad de oportunidades con los restantes agentes económicos
soberanos, no sufriendo distorsiones en su correcto compor-
tamiento político y económico a excepción de los efectos per-
versos de una indebida intromisión estatal con pretensiones
reguladoras y normativas.
124
70 y 80 del siglo pasado. Pero sucede que el monetarismo lle-
vado hasta sus últimas consecuencias se muestra como un
arma que ataca la misma esencia del orden liberal que pre-
tende sustentar, y es en este preciso sentido por lo que incor-
pora una seria contradicción. Los casos de política económica
neoliberal sustentados en el militarismo golpista demuestran
que se aplicó un monetarismo en estado casi puro, sin conce-
siones confesadas a la tradición keynesiana. En este sentido,
los problemas económicos excluyeron cualquier preocupación
de tipo social ya que trataron de estrictos problemas técni-
cos. En consecuencia, el modelo político facilitará al modelo
económico una serie de datos incuestionables y necesarios (la
violencia y la coacción extraeconómica) para que el modelo
económico no sólo se implemente sino que se profundice. El
‘thatcherismo’ y la ‘reaganomía’ no dejan de ser, en opinión
de algunos críticos, versiones ‘bastardas’ de un monetarismo
como el sustentado por los gobiernos militares latinoamerica-
nos de la época que requiere la represión abierta sobre las dis-
crepancias, el desemantelamiento de los aparatos productivos
del Estado, la indefensión internacional y una constitucionali-
dad situacionista.
125
y a través de diversas modalidades, es de una profundidad
(inflación, desempleo, déficit externo, recesión generalizada,
burbujas especulativas) equiparable a la Gran Depresión. Ante
esta situación, el paradigma teórico dominante desde la últi-
ma postguerra mundial, la ‘síntesis neoclásica-neokeynesiana’
bautizada por P.A. Samuelson, fue incapaz de explicar la cri-
sis del capitalismo, central y periférico, más allá del mero un
diagnóstico214.
214
Cf., por ejemplo, P. Meller: “Elementos útiles e inútiles en la literatura económica sobre recesiones
y depresiones”, Estudios CIEPLAN, n° 12, marzo 1984, pp. 135-158. En este artículo, P. Meller revisa
una selección de algunos textos significativos sobre la crisis de 1929 que pudieran tener interés en
el análisis de la crisis actual en América Latina, a la luz de la controversia monetarista-keynesiana,
cuyas aportaciones más representativas, respecto al tema concreto de la Gran Depresión, son los
trabajos de R.J. Gordon y J.A. Wilcox: “Monetary interpretations of the Great Depression: An
evaluation and critique”, in K. Brunner (Ed.): The Great Depression Revisited, Kluwer-Nijhoff Publ.,
Boston, 1981, pp. 49-107; y Ch. Kindleberger: “1929: Ten Lessons for Today”, Challenge, vol. 26, n°
1, marzo-abril 1983, pp. 58-61.
215
S. Kalmanovitz: “Algunos elementos de la teoría y la práctica monetaristas en América Latina”,
Comercio Exterior, vol. 31, n° 1, enero 1981, pp. 64-71.
126
‘ineficiente’. Tercero, asimetría fiscal de Welfare State (y del
Estado Reformista, en nuestro caso) donde el gasto público
tiende a un crecimiento superior que los ingresos tributarios,
representado un déficit crónico que trasciende la estricta cri-
sis fiscal: al mismo tiempo que la burguesía rechaza el gasto
público redistributivo, solicita la intervención estatal en apo-
yo de sectores/empresas en dificultades. Cuarto, el choque
entre la creciente integración de las economías de capitalis-
mo periférico en el mercado mundial y las políticas neopro-
teccionistas de los países de capitalismo avanzado, lo cual
engendra fuentes adicionales de desequilibrio externo en los
primeros y facilita, para los segundos, la transmisión de sus
políticas económicas anticrisis.
216
Cf., al respecto, O. Rodríguez: “La teoría del subdesarrollo de la CEPAL. Síntesis y crítica»,
Comercio Exterior, vol. 30, n° 12, diciembre 1980, pp. 1346-1362; y A. Pinto: “Centro-Periferia e
industrialización. Vigencia y cambios en el pensamiento de CEPAL”, Trimestre Económico, n° 198,
abril-junio 1983, pp. 1043-1076. Por la influencia del autor sobre la institución, cf., asimismo, R.
Prebisch: “Cinco etapas de mi pensamiento sobre el desarrollo”, Trimestre Económico, n° 198, abril-
junio 1983, pp. 1077-1096.
217
Economía de América Latina, n° 1, primer semestre, 1984, pp. 33-34.
Tras los fracasos de las experiencias monetaristas-neoliberales, el tema del Estado como
promotor del desarrollo y la conveniencia de las políticas de planificación económica han
sido revitalizados. Cf., al respecto, R. Bromley: “La planificación del desarrollo en condiciones
adversas”, Revista Interamericana de Planificación, vol. XVII, n° 66, junio 1983, pp. 7-19.
Sobre el tema, es ineludible referirse a la figura y obra de Carlos Matus, mostrando la evolución
de su pensamiento en Estrategia y plan, Ed. Universitaria, Santiago de Chile, 1972; El enfoque de
planificación estratégica. Política y plan en situaciones de poder compartido, CORDIPLAN, Caracas,
1982; “Planeación normativa y planeación situacional”, Trimestre Económico, n° 199, junio-
septiembre 1983, pp. 1721-1781; y Elementos de planificación situacional, IVEPLAN, Caracas, 1984,
esp. Cap. III, pp. 43-77.
127
Según escribe A. Arancibia, “...en los años cincuenta y se-
senta era predominante en América Latina el punto de vista
que afirmaba la necesidad, deseabilidad y viabilidad de una
estrategia de desarrollo que afincada sobre la piedra angu-
lar de la industrialización sustitutiva, permitiría elevar la
potencialidad material de las economías del área, afirmaría
su autonomía y resolvería progresivamente los apremiantes
desequilibrios sociales existentes acortando las brechas que
separaban a la región del mundo desarrollado. Existía un con-
senso relativamente amplio para reconocer al Estado el papel
de impulsor y rector de este proceso y se veía en las empre-
sas y organismos descentralizados de su propiedad o control,
instrumentos efectivos para alcanzar las metas diversas exigi-
das por el progreso económico y social” (“Estado y economía
ante la crisis actual en América Latina”, cit., 34)
128
“Tal y como la teoría keynesiana inspiró la revolución”, señala
J. Tobin, “así la ola de reacción profesional contra la síntesis
de los keynesianos y las doctrinas neoclásicas convertidas en
la ortodoxia de los años sesenta es la que ahora sustenta la
contrarrevolución”218. Pero este fenómeno no sólo se presenta
en el capitalismo periférico: el ‘thatcherismo’ y la ‘reaganomía’
son, asimismo, versiones seminales de la contrarrevolución
monetarista219.
218
J. Tobin: “El plan económico de Reagan: el lado de la oferta, presupuesto e inflación”, Boletín de
Indicadores Económicos Internacionales, Banco de México, vol. VII, n° 3, julio-septiembre 1981, p. 35.
219
Como lo expresa gráficamente R. Villarreal, “Monetarismo e ideología...”, art. cit., p. 1059.
220
Cf., al respecto, M. Friedman: Capitalismo y libertad, op. cit., pp. 17 y ss.
129
neoliberal. Surge en América Latina, pero ahora de regreso al
siglo XVIII y a Adam Smith, el enfoque subsidiario a través de
dos ejes principales de discusión. En primer lugar, la limitación
rígida del campo de intervención estatal. En segundo lugar, el
papel político que se debe atribuir el Estado en la sociedad.
Abundemos en estos dos puntos.
221
Nos referimos, en concreto, a dos libros del autor que han sido ampliamente citados en páginas
precedentes, Libertad de elegir y La tiranía del status quo.
222
Los autores que se inscriben en esta corriente, según H. Lepage, piensan que cualquier ‘acción’
de corrección del mercado debe responder a “una reflexión simultánea sobre las condiciones
específicas que intervienen en la toma de una decisión pública o administrativa” (Mañana el
liberalismo, Espasa-Calpe, Madrid, 1982, p. 41).
La literatura sobre el caso es muy copiosa. Sin afán exaustivo, y a título ilustrativo, cf., por
ejemplo, J. Buchanan y G. Tullock: El cálculo del consenso, Espasa-Calpe, Madrid, 1980; W.A.
Niskanen: Cara y cruz de la burocracia, Espasa-Calpe, Madrid, 1980; R.B. McKenzie y G. Tullock:
La nueva frontera de la economía, Espasa-Calpe, Madrid, 1980; y, para el caso español, Ch. Lingle
y J.C. Vergés: “Las consecuencias del Public Choice en España”, Moneda y Crédito, n° 161, junio
1982, pp. 11-20.
223
Libertad de elegir, op. cit., p. 21.
130
bajadores públicos que, en un número adecuado, facilitan los
mecanismos de mercado.
Ibid., p. 201.
224
“Alcance político del monetarismo”, Le Monde Diplomatique (en esp.), n° 38, febrero 1982, p. 25).
225
Cf., asimismo, J. Saint-Geours: «La politique néo-liberale et la crise», Le Monde, 25.XI.1974, pp. 1 y 5.
131
herramienta eficaz para enfrentar exitosamente los problemas
que la actual crisis económica internacional plantea al sistema
económico en su conjunto” y, también, “la instrumentación que
de los postulados han hecho los mencionados sectores, han sido
posible gracias a la conformación de un Estado políticamente
fuerte que ha creado las condiciones para que el funcionamien-
to económico de la sociedad gravite en torno a la esfera de la
iniciativa privada”. A nuestro juicio, responden a la concepción
general sobre la política social que mantienen estos autores. Aquí
radicaría una explicación sobre la momentánea sorpresa que
provoca en el investigador la considerable audiencia, en cier-
tos círculos académicos y políticos, del neoliberalismo, no tanto
por sus argumentos sino a pesar de ellos. Por eso nos parece
ineludible analizar el carácter ideológico que subyace en el neo-
liberalismo. En este sentido, cuando Friedman llega al núcleo
de la cuestión, es decir, al problema de cómo se materializa una
‘igualdad de oportunidades’ a partir de situaciones iniciales de
‘desigualdad’ de renta y riqueza226, el autor vuela sobre ascuas
y nos desvela sus convicciones. Primero, se siente ‘ofendido’ y
‘conmovido’ ante los contrastes existentes entre el lujo disfruta-
do por unos y la pobreza agobiante de otros227. Segundo, insiste
en que esas situaciones han empeorado en los países que no
dejaron funcionar libremente al mercado y que consideraron
el capitalismo librecambista como un mito decimonónico228.
Y tercero, en consecuencia, la ampliación de las brechas y des-
igualdades de origen se percibe, especialmente, en “la Europa
medieval, la India interior a la independencia, así como en una
parte de la moderna Sudamérica, donde el status heredado de-
termina la posición social”229.
226
Cf., Libertad de elegir, op. cit., pp. 206 y ss.
227
Ibid., p. 206.
228
Ibid., pp. 206-7.
229
Ibid., p. 207.
132
texto, de una serie de diatribas, de tono más propagandístico
que analítico, sobre su particular visión de las desigualdades
sociales en los países de planificación central, constituyendo
-sin ser un estudio serio del socialismo realmente existente-
un grotesco remedio de Camino de servidumbre y no aportan-
do alguna de las virtudes de Hayek (entre ellas, la sutileza
de su prosa)230. En definitiva, según Friedman, capitalismo
es libertad, y libertad significa igualdad de oportunidades,
diversidad y movilidad social porque “conserva la posibili-
dad de que los desgraciados de hoy sean los privilegiados
de mañana y, en el curso de proceso, capacita a casi todos, de
arriba abajo (y, ¿de abajo arriba?), para llevar una vida más
plena y más rica”231.
230
Ibid., pp. 207-9. Cf., asimismo, R. Villarreal: “Monetarismo e ideología...”, art. cit., esp. p. 1063.
231
Ibid., pp. 209-210, subrayado y paréntesis nuestros.
232
Cf., R. Arias, J. Fresno, N. Ordovás y H. Sánchez: “El monetarismo como ideología”, Economía de
América Latina, n° 6, primer semestre 1981, pp. 159-176.
133
cial en el que circulaban y la utilización que hacen de ellas
aquellos que las leen y las asimilan” (233), de igual manera M.
Friedman hace suya otra de las corrientes neoliberales que,
como la Escuela del ‘Public Choice’, están en boga actual-
mente: la teoría de los derechos de propiedad.
Cf. La Europa revolucionaria 1783-1815, Siglo XXI, Madrid, 1974, pp. 39-40.
233
134
lución Francesa por la razón ilustrada: “Una doctrina que
empezó como método de emancipación de la clase media
se transformó después de 1789 en un método de disciplina
para la clase trabajadora. La libertad contractual que buscaba
emancipó a los propietarios de sus cadenas; pero en el logro
de esa libertad estaba envuelta la esclavitud de quienes sólo
podían vender su fuerza de trabajo. El expediente doctrinario
más sencillo justificó la victoria de los conquistadores”234.
234
(Mañana el liberalismo, op. cit., p. 218). Cf., asimismo, P. Schwartz: “Derechos de propiedad o
el círculo de tiza caucasiano”, Información Comercial Española, n° 545, enero 1979, pp. 65-72; y H.
Demsetz: “Hacia una teoría general de los derechos de propiedad”, Información Comercial Española,
n° 557, enero 1980, pp. 59-66.
135
cimiento. El modelo populista encomendó al mismo labores
capitales en el apuntalamiento de las políticas sustitutivas de
importaciones, fomentando la autonomía de las distintas eco-
nomías latinoamericanas respecto al exterior y generando una
espiral de crecimiento ‘hacia adentro’ cuyos resultados favore-
cían, a través de una ajustada política de intervención redistri-
butiva, la disminución de las brechas sociales internas y de la
región en su conjunto en relación al capitalismo mundial.
136
turación del sector público, ya sea productivo o asistencial,
defiende, en la práctica, las sucesivas ampliaciones del Estado
(control, coerción, influencia ideológica sobre la sociedad ci-
vil) como requiere la contención de las tensiones sociales pro-
vocadas por el tipo de sistema político imperante y por los
resultados de la política económica monetarista235. En segundo
término, el enfoque subsidiario denuncia la exigüa capacidad
de convocatoria de un modelo industrializador comandado
por el Estado. Esta consideración neoliberal centraría el prin-
cipal problema en un dilema (estatalización-mercado) que
obvia la existencia de todos los actores y centros de poder. En
efecto, el intervencionismo estatal y el mercado libre no con-
forman un nudo dialéctico de polos dispares y aislados sino
un reflejo de la estructura socioeconómica en cuestión. Ade-
más, este tipo de dicotomía tiende a olvidar -y no siempre ins-
conscientemente- uno de los centros de poder cuya influen-
cia, en las últimas décadas y en América Latina, ha marcado
indeleblemente cualquier tentativa de desarrollo: el capital
transnacional. En tercer término, existe una serie de factores
provenientes de la duración, profundidad y extensión de la
crisis económica, así como de las transformaciones que en-
gendra en la revisión de la división internacional del trabajo,
que condiciona el nuevo escenario de redefinición del rol del
Estado en este proceso. Añádase la gravitación sobre el mis-
mo Estado, de forma directa o indirecta, del volumen y con-
dicionamientos políticos de una deuda externa, como la lati-
noamericana, que se dispara desde los años setenta al socaire
de una pauta de industrialización ‘aperturista’ y de la alta dis-
ponibilidad del crédito internacional. En síntesis, y con afán
recapitulador, debemos señalar que el carácter ideológico de la
contrarrevolución monetarista en América Latina descubre, una
vez más, la articulación contradictoria capitalismo-democra-
cia-liberalismo. En este sentido, las actuales consideraciones
neoliberales sobre la ‘igualdad’ y sobre el enfoque subsidiario
del Estado se retrotraen al más fiel pensamiento de H. Spen-
cer y A. Smith.
Sobre estos problemas, cf., J.P. Arellano: “El gasto público social y sus beneficiarios en América
235
137
Este retorno a la ortodoxia236 no sólo es un anacronismo en la
historia del pensamiento sino una ofensiva político-económica
que ha contribuído a la crítica de un modelo de crecimiento
basado en la sustitución de importaciones y del rol preemi-
nente del Estado en América Latina. Pero esta ofensiva exigió,
para su plasmación práctica, que el cuestionamiento de los ob-
jetivos redistributivos del Estado Reformista y la desestructu-
ración del sector público, sustentado por la política económi-
ca keynesiana y promovido por los primeros planteamientos
cepalinos, fueran abordados por los gobiernos militares del
Cono Sur. En este preciso sentido, la ofensiva neoliberal se tor-
na un anacronismo trágico.
236
Cf., al respecto, R. Prebisch: “El retorno a la ortodoxia”, Pensamiento Iberoamericano, n° 1, enero-
junio 1982, pp. 73-78.
237
Como señala A. Aracibia: “Estado y economía...”, art. cit., pp. 41 y ss., citando a O. Oszlak:
“Capitalismo de Estado: ¿Forma acabada o transición?”, in Gobierno y Empresa pública en América
Latina, Ed. Sociedad Interamericana de Planificación, Buenos Aires, 1978, p. 33.
238
A. Arancibia: “Estado y economía...”, art. cit., p. 41.
138
nivel de acción estatal directa, particularmente
en las economías subdesarrolladas”239.
239
Ibid., p. 42. Los afanes privatizadores no han podido consumarse debido a una variada gama
de razones (debilidad de sectores empresariales locales para situarse en actividades de alta
complejidad tecnológica, elevados requerimientos de capital, lenta maduración del mismo,
necesidad, entre otras, de insumos básicos, etc.).
240
Ibid., p. 41.
241
Ibid., p. 47. Cf., asimismo, el excelente análisis de F. Fajnzlber: La industrialización trunca de
América Latina, Ed. Nueva Imagen, México, 1983.
242
Ibid., p. 49. yp. 50.
139
CAPÍTULO VI
243
Cf., al respecto, M. Blaug: La metodología de la economía, op. cit., esp. Cap. 12, pp. 242-249. Cf.,
asimismo, B. Morgan: Monetarist and Keynesians, McMillan, Londres, 1978; J.L. Stein: Monetarist,
Keynesian and New Classical Economics, B. Blackwell, Oxford, 1982; y G. Macesich: The Politics of
Monetarism, Rowman and Allanheld, Totowa N.J., 1984.
244
Cf., L. Gámir: “¿Es Ud. postkeynesiano o neoclásico?”, Información Comecial Española, n° 598,
junio 1983, pp.
245
“Fruit less debate?” (¿un debate inútil?) se interroga M. Blaug, ibid., pp. 242-3.
246
Como señala L.C. Andersen: “The State of the Monetarist Debate”, Federal Reserve Bank of
St. Louis, septiembre 1973. Utilizamos la versión de la Profesora Rodríguez Martínez, “El estado
del debate monetarista”, Servicio de Publicaciones, Facultad de CC. Económicas, Universidad de
Barcelona, Curso Académico 1979-1980.
141
suficientemente copiosas para que intentemos aquí pasar re-
vista a sus respectivos contenidos247.
247
Sin afán exaustivo, destaquemos, entre otros, las siguientes obras y artículos, H.G. Johnson
y R. Nobay: “El monetarismo desde una perspectiva teórica-histórica”, Información Comercial
Española, n° 530, octubre 1977, pp. 38-48; H.G. Johson: Inflation and the Monetarist Controversy,
North Holland, Amsterdam, 1972; J. Tobin: “¿Hasta qué punto está Keynes muerto?”, Cuadernos
Económicos de ICE, n° 2, 1977, p. 9-19; F. Modigliani: “La controversia monetarista. ¿Debemos
renunciar a las medidas estabilizadoras?”, Información Comercial Española n° 534, febrero 1978,
pp. 85-100; R.H. Vane y J.L. Thompson: Monetarism, M. Robertson, Oxford, 1979; J. Tobin: “Una
valoración de la actual contrarrevolución monetarista”, Información Comercial Española, n° 580,
diciembre 1981, pp. 135-143; F. Aftalion y P. Poncet: Le monétarisme, P.U.F., París, 1981; y J. Tobin:
“Política de estabilización. Diez años después”, Información Comercial Española, n° 581, enero
1982, pp. 105-126.
Cf., además, los siguientes ‘readings’ de L.A. Rojo Duque (Introducción y selección): El nuevo
monetarismo, I.E.F., Madrid, 1971; J. Stein (Ed.): Monetarism, North Holland, Amsterdam, 1976;
T. Mayer (Ed.): The Structure of Monetarism, W.W. Norton, Nueva York, 1978; y el monográfico de
Cuadernos Económicos de ICE, n° 2, 1977.
248
Cf., M. Blaug: La metodología de la economía, op. cit., pp. 245 y ss.; y K. Brunner y A. Meltzer: La
teoría monetaria de Friedman, Ed. Premia, México, 1979.
142
grandes rasgos, la teoría clásica sobre el dinero fue formulada
por D. Hume, en 1752, con una versión que domina la mayor
parte del s. XIX. Así lo reconoce el mismo Friedman, cuando
señala que “solamente en dos aspectos hemos aventajado a
Hume: en primer lugar, ahora tenemos un conocimiento más
seguro de las magnitudes cuantitativas que usamos y, en se-
gundo, hemos aventajado a Hume por una derivada”249. A
partir de ésta, se forjaron las versiones clásica y moderna de la
teoría cuantitativa y sus principales proposiciones, cuya pre-
sentación se expondrá seguidamente.
M.V=P.Q=Y
Siendo,
249
(“25 Years the Rediscovery of Money, what have we learned?”, American Economic Review, vol.
65, mayo 1977, pp. 176-7). Al respecto, Friedman se refiere al manejo de los actuales monetaristas
no sólo de la tasa de inflación sino, también, a la segunda derivada de los cambios en los precios
que induce a cambios en el resto de las variables. Para una ampliación de este tema, cf., entre otros,
a A.H. Hansen: Teoría monetaria y política fiscal, F.C.E., México, 1980, pp. 61 y ss.
143
que el ingreso nominal (Y=P.Q) es idéntico, por definición, al
flujo circular de renta y gasto anual (Y=M.V).
.m = M , v = V , etc.
M V
m+v=p+q=y (1)
144
forman una unidad teórica: el teorema de la aceleración, el teo-
rema de la temporalidad y el teorema de las expectativas en-
dógenas (“La teoría de la inflación 1963-1975: una panorámica
de ‘segunda generación’”, Información Comercial Española, n°
541, septiembre 1978, pp. 101-121, esp. pp. 108 y ss.). Y, como
vimos, esta unidad teórica tiene en la constancia de v y q sus
fundamentos analíticos. Abundemos en ambos supuestos.
0, función de...;
145
re, tipo de rendimiento nominal esperados en las
acciones incluídos los cambios esperados en
las cotizaciones;
146
Entonces, cualquier variación de m se manifiesta en y, dada la
estabilidad de v. No obstante, lo que interesa al monetarismo
es conocer los efectos que produce un cambio en m sobre p y
q, es decir, la relación entre variaciones de la oferta monetaria
y los cambios en el ritmo de inflación y en la producción real.
147
supuesto de cualquier cambio de TI es igual a los cambios en
los salarios monetarios menos los cambios de q. Si se supone,
por otra parte, que la tasa de crecimiento de la productividad
del trabajo es nula, tendremos que ‘cambios en la TI = cam-
bios en la tasa de salarios monetarios’. De esta forma, se puede
construir una curva de Phillips que relacione tasas de inflación
y tasas de desempleo, dado un nivel de demanda agregada.
Tanto los monetaristas como los keynesianos aceptan que, a
corto plazo, la curva de Phillips tiene pendiente negativa, es
decir, que si partimos, por ejemplo, de una situación inicial de
TI = 8 % y una TD = 12 %, con un nivel de demanda agregada
DA1, y la política económica gubernamental pretende favore-
cer un aumento de la demanda agregada, de DA1 a DA2, la
nueva situación de equilibrio se localizará en B, con una TI =
14 % y una TD = 6 %. En conclusión, el desempleo solamente
puede reducirse o, en forma equivalente, la producción puede
crecer a costa de una mayor inflación, dado un cierto nivel de
tecnología y capital (cf., al respecto, M. Friedman: “Paro e in-
flación”, art. cit., pp. 25-53). Si bien la curva de Phillips puede
ser de pendiente negativa a corto plazo, los monetaristas como
Friedman consideran que es vertical a largo plazo, debido a las
‘expectativas adaptativas’ que, en el enfoque de la ‘nueva ma-
croeconomía clásica’, se transforman en ‘expectativas raciona-
les’, con lo cual se tendría una curva de Phillips perfectamen-
te vertical, al nivel de la TND, no sólo a largo sino, también,
a corto plazo (cf., R.J. Gordon: “Recent Developments in the
Theory of Inflation and Unemployment”, Journal of Monetary
Economics, n° 2, 1976, pp. 185-219). Ampliemos más esta últi-
ma observación. Para los monetaristas, el gobierno y la auto-
ridad monetaria a su servicio pueden elevar el nivel de de-
manda agregada de DA1 a DA2, con el resultado de un menor
desempleo con una mayor tasa de inflación. Si se introduce
la hipótesis sobre ‘expectativas adaptativas’, los salarios tra-
tarían de ajustarse a la nueva inflación, desplazando la curva
de Phillips de CP1 a CP2, con una nueva situación de equili-
brio (C), donde existe el mismo desempleo (en la TND) pero
con una mayor TI . Para los monetaristas que introducen
la hipótesis de ‘expectativas racionales’, la verticalidad fijada
148
por TND se alcanza no sólo a largo plazo sino que los agentes
económicos relevantes -se afirma- conocer cualquier efecto de
las políticas económicas discrecionales. De esta manera, como
todos conocen, todos conforman las mismas expectativas, no
ya de adaptación sino de previo raciocinio, lo cual llevará a
un ajuste automático y a corto plazo en el mercado de trabajo
(salarios) y en el mercado de bienes y servicios (precios).
Cf., al respecto, M. Gala: “La cantidad óptima de dinero en Friedman: en torno al concepto de
250
149
das o derminadas fuera de la esfera monetaria. El supuesto de
constancia de la velocidad-ingreso confirmaría, por lo tanto,
que los incrementos de la cantidad de dinero se manifiesten en
incrementos proporcionales del ingreso nominal.
150
Por lo tanto, la intervención del Estado en la vida económi-
ca no puede generar efectos positivos, en dichos términos,
ni tan siquiera a corto plazo (si intoducimos la hipótesis de
‘expectativas racionales’). El activismo estatal, legitimado
por la teoría keynesiana y postkeynesiana sustentadoras
-erróneamente, según los monetaristas- del cruel dilema
inflación-paro y de una política económica basada en la
expansión monetaria para la manipulación de la deman-
da agregada, solamente supone el control de precios en el
mercado de bienes y servicios en el mercado de trabajo,
el desconocimiento de la formación de expectativas de los
agentes económicos, facilitar una desproporcionada oferta
de crédito, etc., alcanzando cotas superiores del proceso
inflacionario pero sin disminuciones del desempleo, estan-
cado en la ‘tasa natural’ intrínseca al sistema.
151
ciento...”251. Ello permitiría, dice Friedman, un crecimiento
sostenido del producto real con cierta estabilidad de pre-
cios; el resto del ajuste lo realizaría el mercado libre252.
251
(Libertad de elegir, op. cit., p. 425). Cf., igualmente, Capitalismo y libertad, op. cit., pp. 64-78; y La
tiranía del status quo, op. cit., pp. 100-126.
Con Friedman coinciden, lógicamente, las autoridades del banco central de cualquier país con ideas
monetaristas. Cf., por ejemplo, la opinión de K. Klausen desde el Banco Federal Alemán que controlaba
su propia creación de dinero con el objetivo de ajustar la masa monetaria a las posibilidades reales
de producción a fin de reducir márgenes deflacionistas, in “La política monetaria al servicio de la
estabilización”, Información Comercial Española, nº 525, mayo 1977, pp. 61-65.
252
Capitalismo y libertad, op. cit., p. 54.
253
Cf., R.E. Lucas (Jr.): “Reglas, discrecionalidad y la función del asesor económico”, Información
Comercial Española, nº 575-6, julio-agosto 1981, pp. 123-9.
254 Lucas se refiere al artículo “A monetary and fiscal framework for Economic Stability”.
152
1959255, y a los signos de cambio actual que han influído en
una revisión profunda de los trabajos de Friedman sobre el
tema monetario. “Como profesión que da consejos”, concluye
Lucas, “estamos muy por encima de nuestras capacidades” A
pesar del comentario de Lucas, la tesis de Friedman se reduce
a la siguiente afirmación: “El modo, y puntualizo, el único
modo de acabar con la inflación es la reducción del ritmo de
crecimiento de la masa monetaria”256.
Por lo tanto,
255
Se refiere, en concreto, al artículo “A Program for Monetary Stability”.
256
(Cit. in V. Saval: “Una inflación no tan furtiva”, Información Comercial Española, nº 494, octubre
1974, p. 35). Para R. Frisch, este modelo de inflación monetarista contiene tres asunciones,
ya comentadas, de tres teoremas que hacen referencia, respectivamente, a la aceleración, a la
temporalidad y a las expectativas endógenas y que conforman su aparato teórico reproducido en
los tres siguientes artículos: “A Theoretical Framework of Monetary Analysis”, Journal of Political
Economy, vol. 78, nº 2, abril 1970, pp. 193-238; “A Monetary Theory of Nominal Income”, Journal of
Political Economy, vol. 79, nº 2, marzo-abril 1971, pp. 323-337; y “Comments on the Critics”, Journal
of Political Economy, vol. 80, nº 5, septiembre-octubre 1972, pp. 906-950.
153
gan tales efectos adversos, sujetándolas a una
norma convenientemente rígida, determinadas
por consideraciones a largo plazo más bien que
por consideraciones cíclicas”
257
M. Friedman: “La política monetaria USA después de la ‘Employment Act’ de 1946”, Revista
Española de Economía, año II, nº 2, mayo-agosto 1972, pp. 8-42. Las citas corresponden a pp. 40, 41
y 42.
Una visión totalmente diferente entre la frontera de la iniciativa privada y el Gobierno, cf., J. Tobin: Política
Económica Nacional, F.C.E., México, 1972, pp. 25-35.
258
Cf., al respecto, R.A. Mundell: Monetary Theory: Inflation, interest and growth in the world economy,
Ed. Goodyear, Palisades, 1971; H.G. Johnson: “The Monetary Approach to Balance of Payments
Theory”, in Further Essays in Monetary Economics, Allen and Unwin, Londres, 1972, pp. 229-249; y
A.K. Swoboda: “Monetary Approaches to Balance of Payments Theory”, in E.-M. Classen y P. Salin
(Eds.): Recent Issues in International Monetary Economics, North Holland, Amsterdam, 1976. Son,
también de gran interés los siguientes ‘readings’, H.G. Johson y J.A. Frenkel (Eds.): The Monetary
Approach to the Balance of Payments, Allen and Unwin, Londres, 1976; R.E. Caves y H.G. Johnson:
Ensayos de economía internacional, Amorrortu, Buenos Aires, 1972.
154
noamericano259. El enfoque monetario de la balanza de pa-
gos (EMBP) centra el problema del desequilibrio externo en
los excesos de la oferta de dinero sobre el saldo de ingreso y
gasto, es decir, entre la adquisición y disposición de fondos,
ya sea por la vía de la producción, del consumo o de présta-
mos. Por lo tanto, aunque el EMBP incluye la estructura de
los precios relativos en el análisis del gasto, tiene un papel
secundario. No obstante, el nivel de precios desempeña un
protagonismo especial por cuanto determina el valor real de
los activos nominales
259
Cf., International Monetary Found: The Monetary Approach to the Balance of Payments, IMF,
Washington, 1977; y VV.AA.: El enfoque monetario de la balanza de pagos, CEMLA, México, 1980.
155
2. “El supuesto del pleno empleo en el enfoque
monetario es, en parte, resultado de que, a largo
plazo, y en el contexto de la economía mundial
en crecimiento, los supuestos de rigidez salarial
y empleo variable, resultan insignificantes...”, ya
que el empleo crece hasta sus niveles de plenitud.
Por lo tanto, o se controlan los precios y salarios
con sus efectos de hambre y muerte (sic), o estalla
una revolución marxista (sic) o el público vota a
un partido que no está en el poder y que promete
el pleno empleo, además de que el público espera
que lo consiga (H.G. Johnson y J.A. Frenkel: “The
Monetary Approach...”, art. cit., p. 25).
156
mismos mecanismos monetarios proporcionarán la solución
más adecuada para eliminar dicha discrepancia.
1. Ecuación de cambio:
m+v=p+q
m = p + q - v = p + q = pi + q
m = pi + q
(cf., H.G. Johnson: Further Essays in Monetary Economics, Harvard University Press, Harvard,
260
1973, pp. 230 y ss.; y J.A. Frenkel y H.G. Johnson: “The Monetary Approach to the Balance of
Payments. Essential Concepts and Historical Origins”, in Johnson y Frenkel (Eds.): The Monetary
Approach..., op. cit., pp. 23 y ss.).
157
de economías abiertas concibe el desajuste de la balanza de pa-
gos (en su parte de balanza de reservas) a los excesos de oferta
monetaria, canalizados en la compra de bienes y servicios, y/o
activos internacionales, con la consecuente demanda de divi-
sas por parte del público. Esta, a su vez, se traducirá, dado el
régimen de tipos de cambio fijos, en caídas de reservas y en
el lógico déficit del balance que las integran. Así es, de forma
breve, el diagnóstico del EMBP. Nuestro propósito, en lo que
sigue, será señalar las implicaciones político-económicas más
importantes y su relación con el tratamiento monetarista para
una economía cerrada que se desprenden del enfoque261.
261
Cf., al respecto, H.C. Grubel: “Las semejanzas entre el modelo monetarista interno y el
internacional”, Información Comercial Española, nº 504-5, agosto-septiembre 1975, esp. pp. 26 y
ss.; y J. Requeijo: “Ajuste de la balanza de pagos: una visión panorámica”, Información Comercial
Española, nº 536, abril 1978, pp. 47-57, esp. pp. 55 y ss. Cf., además, H.G. Johnson y A.R. Nobay: “El
monetarismo desde una perspectiva teórica-histórica”, art. cit., esp. pp. 46 y ss.
262
Cf., J. Requeijo: “Ajuste de...”, art. cit., p. 55.
158
La expansión del gasto (y del crédito que lo hace posible)
se origina, a su vez, en el anómalo tratamiento de la oferta
monetaria y en la descompensación entre cantidad de dinero
ofrecida y demandada. La devaluación sería, en este sentido,
una medida de ajuste que implicará un aumento de precios
internos y mayores demandas de dinero. La eficacia de la de-
valuación se valoraría por la negativa de la autoridad mone-
taria a responder a esas demandas, es decir, una devaluación
es eficaz en cuanto la caída de los saldos reales en manos del
público no se amortigüe con la expansión del crédito inter-
no. Sin embargo, como señala H.J. Johnson, para el EMBP la
devaluación solamente es un sustituto de una política mone-
taria correcta263 y su funcionalidad atiende a la aceleración
del ajuste porque “...el déficit se solucionará mediante un
reajuste en términos de stocks, entre saldos reales existen-
tes y deseados y, debidamente interpretada, la función de la
devaluación debe consistir en acelerar el natural proceso de
ajuste fondos-flujos”264. En consecuencia, el EMBP, en franca
correspondencia con el análisis monetario del desequilibrio
interno, considera que la balanza de pagos es un fenómeno
monetario, dirigido por fuerzas monetarias y por la política
monetaria más que un fenómeno real dirigido por precios re-
lativos y rentas reales, operando a través de las propensiones
de gasto y a las elasticidades-precio del comercio exterior265.
Por eso, también, las recomendaciones de política económica
son netamente monetaristas proponiendo “el uso del proceso
de oferta monetaria y, particularmente, la función de deman-
da de dinero”, escribe M. Mussa, “como la relación teórica
central alrededor de la cual se organiza el pensamiento con-
cerniente a la balanza de pagos”266.
263
Cf., H.G. Johnson: “Monetary Approach to Balance of Payments. A nontechnical guide”, Journal
of International Economics, nº 7, 1977, pp. 251-268.
264
Ibid., p.257.
265
Cf., H.G. Johnson: Further Essays in Monetary Economics, op. cit., p. 13.
266
M. Mussa: “Tariffs and the Balance of Payments: A Monetary Approach”, in H.G. Johnson y J.A.
Frenkel (Eds.): The Monetary Approach..., op. cit., p. 190.
159
la de D.A. Currie267, quien, tras analizar los efectos a largo pla-
zo de las políticas de variación y reducción del gasto sobre
la balanza de pagos, afirma que “el análisis monetario de la
balanza de pagos, basándose en la falaz y simple identidad
de que la variación en las reservas es idénticamente igual al
cambio en la oferta monetaria menos el cambio en el crédito
interno, ha tendido a sobrestimar la importancia de los fac-
tores monetarios en la balanza de pagos en perjuicio de los
instrumentos no-monetarios tradicionales de corrección de la
balanza de pagos”268. Y, a propósito de este comentario, una
exposición sintética del monetarismo en su doble versión exi-
ge, asimismo, la notificación de diversos enfoques críticos so-
bre algunos de sus aspectos más relevantes. Retomamos en
este momento un estudio previo sobre aspectos críticos del
monetarismo neoliberal avanzado en nuestra obra Crítica de
la Razón Económica (Ed. EAE, 2011, tomo II, pp. 276 y ss.).
160
General ni el mensaje político-económico keynesiano implícita
en ella270. Una muestra significativa de este tipo de discusiones
se observa, por ejemplo, en una conocida pugna entre J. Hicks
y H.G. Johnson271.
270
Para S. Guillaumont-Jeanneney (“Milton Friedman y la política monetaria automática”, De
Economía, nº 104, octubre-diciembre 1968, pp. 549-589) el origen de la controversia se puede
remontar a una fecha tan significativa como 1936 y la publicación de un artículo de H.C. Simons.
Cf., también, D.D. Purvis: “Monetarism: a review”, The Canadian Journal of Economics, vol. XIII, nº 1,
febrero 1980, pp. 96-122; E. González Ramírez y J. López Gallardo: “Crisis y política económica en
el capitalismo desarrollado”, Trimestre Económico, nº 201, enero-marzo 1984, pp. 147-171.
271
Cf., al respecto, Cuadernos Económicos de ICE, nº 2, 1977, pp. 105-128, con artículos de J. Hicks (“Lo
que hay de malo en el monetarismo”, pp. 105-118; y “Lo poco que está bien en el monetarismo”,
pp. 125-128) y H.G. Johnson (“Lo que está bien en el monetarismo”, pp. 119-124).
161
abriendo dos números monográficos sobre ‘inflación, meca-
nismos y políticas atenuantes’272.
272
Cf., A. Sauvy: La economía del diablo, Ed. Magisterio Español, Madrid, 1977; y Les Cahiers Francais,
nº 185 y nº 186, marzo-abril y mayo-junio 1978, respectivamente. De ambos números destaquemos
los artículos de A. Galula: “Les interprétations traditionelles de l’inflation” (suplemento nº 5 al nº
185 de la citada revista, con paginación propia) y Ch. Schmidt: “Friedman, Keynes ou d’Hayek?”
(pp. 5-10 del nº 186).
273
Cf., al efecto, las diversas opiniones de Latané, Bronfenbrenner, Mayer, Meltzer, Laidler,
Meiselman y Friedman, entre otros, in R. Arias, J. Fresno, N. Ordovás y H. Sánchez: “El
monetarismo como ideología”, art. cit., pp. 163-4.
274
Cf., J. Robinson: Herejías económicas, Ariel, Barcelona, 1976, p. 89.
275
Ibid., p. 102.
162
Algunos críticos, como N. Kaldor, indicaron que solamente
“las proposiciones monetaristas se podrían aplicar a una
economía imaginaria, tal como la que se postula en el famoso
modelo de Walras de equilibrio general”276, con un número
finito de mercancías que se negocian en mercados perfectos,
bajo condiciones de competencia perfecta, en los cuales una de
las mercancías sirve como ‘moneda’.
276
Cf., N. Kaldor: “Acerca del monetarismo”, Investigación Económica, nº 166, octubre-diciembre
1983, pp. 113-195, la cita corresponde a p. 117.
277
Cf., al respecto, S. de Brunhoff: La oferta de moneda, Ed. Tiempo Contemporáneo, Buenos Aires,
1975, pp. 15 y ss.; y, de la autora, La política monetaria, Siglo XXI, México, 1974, esp. Cap. IV, “La
política monetaria: ideología de una práctica estatal”, pp. 148-182.
278
La política monetaria, op. cit., p. 182.
163
rio, porque ello sólo redunda en críticas ‘reformistas’ al mo-
netarismo279 o en enfrentammientos personales del siempre
polémico M. Friedman con W. Heller, R. Musgrave o J.K. Gal-
braith, a propósito de ‘la política monetaria versus la política
fiscal’280.
279
Ibid., pp. 153-169. La autora cita, al respecto, a F. Perroux, H. Bourguinat y J. Denizet.
280
Cf., por ejemplo, M. Friedman y W. Heller: Politique monétaire ou politique fiscale, Maison Meme,
París, 1969; M. Friedman, R. Musgrave y otros: Política monetaria versus política fiscal, Dopesa,
Barcelona, 1972; J.A. Rodríguez: “Samuelson versus Friedman y la Nueva Economía”, Cuadernos
de Política Económica, nº 2, 1981, pp. 13-36; M. Friedman y J.K. Galbraith: Friedman contra Galbraith,
Instituto de Estudios de Mercado, Madrid, 1982.
T. Mayer, por su parte, ha compilado algunos de estos trabajos críticos, desde una visión reformista, del
monetarismo tradicional (The Structure of Monetarism, Norton, Nueva York, 1978). Del mismo modo,
se consideran a las aportaciones de la ‘nueva macroeconomía clásica’ con similares defectos (débiles
fundamentos empíricos, supuestos poco verosímiles del comportamiento humano, indefinición del
proceso de aprendizaje por el que se logran ciertas ‘expectativas’, etc.). Cf., al respecto, un artículo ya
clásico en la crítica del enfoque de ‘expectativas racionales’ debido a W.H. Butter: “The Macroeconomics
of Dr. Pangloss: A Critical Survey of the New Classical Macroeconomics”, The Economic Journal, nº 90,
marzo 1980, pp. 34-50.
Tanto a uno como a otro enfoque, se le reprocha, en general, el hecho de que preconizando el incremento
regular y automático de la masa monetaria se acerca a la ortodoxia cuantitativa clásica pero con una
diferencia. Lo que antes hacían las minas de oro, ahora lo hacen los bancos centrales sometidos a esa ley
de incremento regular y automático. De esta forma, “Milton Friedman liga el dirigismo con un cierto
liberalismo, así como los fisiócratas apelaban al ‘buen déspota’ para hacer reinar el ‘orden natural’” (A.
Piettre: “Falsas doctrinas económicas”, Información Comercial Española, nº 451, marzo 1971, p. 131).
281
Por ejemplo, las obras ya citadas de S. de Brunhoff y, asimismo, el trabajo de J.-L. Dallemagne:
La política económica burguesa, Siglo XXI, México, 1973, pp. 99 y ss.
282
(ibid., p. 99). Cf., además, J. Stein: “Inside the monetarist black box”, in J. Stein (Ed.): Monetarism,
op. cit., pp. 183-232; y R. Perdomo: “La inflación y las políticas anti-inflacionarias”, Revista
Centroamericana de Economía, nº 10, enero-abril 1983, pp. 47-57.
164
pero ignorando, al mismo tiempo, que ésa es una de las res-
ponsabilidades del Estado que no se puede analizar aislada-
mente. No existe, en realidad, una estricta función técnico-eco-
nómica (o política, o ideológica) del Estado sino un función
global de cohesión, legitimación y reproducción del sistema283.
De la misma forma, la obra del diablo, como denominamos a la
inflación en el encabezamiento de esta subsección, no puede
limitarse a ser explicado como una cuestión de tasas anuales
del nivel de precios o una circunstancia patológica (y extirpa-
ble) de la economía capitalista, sino como un fenómeno inhe-
rente al sistema284.
165
rificación empírica de los distintos fenómenos que a la misma
teoría cuantitativa. Por último, concluye la defensa moneta-
rista, los aspectos positivos y normativos de la teoría mone-
taria no se sustentan en la estricta constancia de la velocidad
de circulación sino en la reformulación moderna de la misma,
haciéndola depender, estable y funcionalmente, a determina-
das variables clave286.
286
Cf., H.G. Johnson: Inflación y revolución y contrarrevolución keynesiana y monetarista, Ed. Oikos-Tau,
Barcelona, 1978, esp. pp. 123 y ss.
287
Ibid., pp. 125-7.
288
Cf., D. Pantinkin: “The Chicago Tradition, the Monetary Theory and Friedman”, Journal of
Money, Credit and Banking, vol. 1, nº 1, febrero 1969, pp. 46-70.
289
Le monétarisme, op. cit., p. 15.
290
Cf., «L’erreur fondamentale du monétarisme», art. cit.
166
blico es una proporción estable del ingreso. A partir de aquí,
M. Friedman y los monetaristas en general descubren una
correlación entre PNB y oferta monetaria (con un ‘décalage’
muy variable en el tiempo) pero no la correlación entre PNB
y velocidad de circulación.
Ibid.
291
J. Robinson: “Quantity Theories Old and New”, Journal of Money, Credit and Banking, vol. 2, nº 4,
292
167
No menos incisivo que los autores citados es J. Tobin quien
considera que el teorema cuantitativo de Friedman no es una
teoría cuantitativa, en sentido estricto, sino una teoría de los
precios basada en la ‘cantidad de dinero’ donde no se contem-
pla el fenómeno de ‘ilusión monetaria’ ni está implicada por la
racionalidad. Existiría una teoría cuantitativa verdadera pero
siempre sería, al decir de Tobin, “una proposición más general
que la teoría de los precios basada en la cantidad de dinero y
más vacía que ella”293.
293
“El marco teórico de Friedman”, art. cit., p. 230.
294
J. Tobin: “¿Hasta qué punto está Keynes muerto?”, art. cit., p. 15.
168
delos económicos contemporáneos sobrestiman el im-
pacto ‘multiplicador’ del gasto público”295. El mismo
Lepage aprovecha sus notas sobre las ‘anticipaciones
racionales’ para introducir otras teorizaciones com-
plementarias al enfoque crítico del intervencionismo
estatal: los niveles de protección, a los que nos referi-
mos anteriormente, y las tesis del ‘freno fiscal’, de gran
actualidad en Estados Unidos y Gran Bretaña.
169
los efectos potencialmente discriminatorios, tanto a nivel
social como sectorial298. Y, tercero, el problema de la compa-
tibilidad con los fines propuestos. Este punto, en concreto,
hace referencia a los fines de la política económica y a la ar-
ticulación instrumental más adecuada de políticas ‘mixtas’
para alcanzarlos, donde a la política monetaria se le asigna
un rol político-económico en función de la clasificación que
atribuye, según autores, a cada política económica un obje-
tivo concreto sobre el que tiene, en teoría, mayor impacto.
En este sentido, R. Mundell, por ejemplo, supone que la po-
lítica fiscal tiene mayor responsabilidad en el logro del equi-
librio interno, mientras que el equilibrio externo sería un
objetivo de la política monetaria. P.A. Samuelson, en cam-
bio, cree que la política monetaria acapara el papel vigilante
de las condiciones que impiden una caída de las inversiones
privadas299.
298
Cf., J.K. Galbraith: La sociedad opulenta, Ariel, Barcelona, 1969, pp. 215 y ss. Sobre las
discriminaciones sectoriales, cf., asimismo, ILPES: Discusiones sobre programación monetaria-
financiera, Siglo XXI, México, 1972, pp. 27 y ss.
299
Cf., al respecto, M. Sánchez Ayuso y otros: Introducción a la política monetaria general y de España,
op. cit., pp. 109-110.
300
Cf., L.A. Rojo: “Introducción”, a El nuevo monetarismo, op. cit., pp. 39 y ss.
301
Cf., al respecto, los comentarios de F.H. Hahn: “Professor Friedman’s Views on Money”, Económica,
febrero 1971, pp. 61-80; y “Monetarism and Economic Theory”, Económica, febrero 1980, pp. 1-17.
170
Esta inclinación ultra-empirista es reconocible en la obra de
M. Friedman, especialmente en aquella que cuenta con la co-
laboración de A. Schwartz, a través de una repetida ‘evidencia
gráfica’ de la correlación entre variaciones de la oferta mone-
taria y variaciones de la actividad económica, con un ‘rezago’
temporal cifrado en 15-24 meses302. Pero, como vimos en las
críticas reformistas a la cidada ‘evidencia’, la proposición bá-
sica del monetarismo se torna aún más confusa en cuanto se
profundiza en sus raíces.
302
Cf., al respecto, A Monetary History of the United States 1867-1960, Princepton University Press,
Princepton, 1963.
Cf., F. Aftalion y P. Poncet: «Le monétarisme: essai d’ appréciation empirique», Banque, nº 449,
303
171
les del comercio304. También J. Tobin construyó las mismas
gráficas y correlaciones monetaristas pero partiendo de un
modelo con dinero endógeno305. Uno caso demostrarían que
las pruebas empíricas aportadas por Friedman y asumidas
por el monetarismo no poseen un origen unívoco del que
extraer conclusiones definitivas sobre una determinada re-
lación causal.
304
N. Kaldor: “El nuevo monetarismo”, art. cit., pp. 277 y ss.
305
Publicando los resultados en “The Monetary Interpretation of History”, American Economic
Review, junio 1965, pp. 464-485. Para el autor, todos los monetaristas confunden correlación
con causación, y causación con precedencia temporal. En este sentido, la precedencia temporal
que existe de las variaciones de la oferta monetaria respecto a las variaciones de actividad se
darían siempre aunque la oferta monetaria se comportara como una variable pasiva en política
económica. Cf., al respecto, J. Tobin: “Dinero y renta: Post hoc propter hoc?”, in L.A. Rojo: El nuevo
monetarismo, op. cit., pp. 221 y ss.
( Cf., R. Kolinski: “Monetarism or Keynesianism: a matter of faith?”, Economia Internazionale, nº
306 )
172
variables que aparecieran como exógenas en
el modelo. Pero las ‘formas reducidas’ que los
monetaristas utilizan en sus estudios empíri-
cos -ya establezcan alguna relación entre las
variaciones en la renta monetaria y alguna
medida de variación de la oferta monetaria,
ya introduzcan también alguna variable ex-
presiva de las medidas fiscales, etc.- no deri-
van de un modelo estructural que incorpore
hipótesis teóricas explicativas de los mecanis-
mos de transmisión implícitos.
173
por una parte, Friedman reduce arbitrariamente la masa mo-
netaria de Estados Unidos, circulando entre 1921 y 1955, en
un 20 por ciento; por otra, no utiliza las estadísticas oficiales
de postguerra respecto a la evolución del proceso inflaciona-
rio, manejando, en cambio, cifras superiores a las reales. La
gravedad de la acusación y las pruebas aportadas obligaron,
tanto a los auotres como al patrocinador, matizar el sentido
de las conclusiones y exigiendo al observador una lectura en-
tre líneas: no se descalifica ni a todos los monetaristas ni a la
propia teoría cuantitativa pero se demuestra, por otra parte,
que ésta no ha sido verificada con datos reales; sigue siendo,
en suma, una teoría que requiere la defensa visceral de sus
seguidores309.
309
Cf., al respecto, S. Gallego-Díaz: “Milton Friedman acusado de manipular datos para que la
realidad concordara con su análisis”, El País, 16.XII.1983, p. 58.
310
K. Vergopoulos: “¿El neoliberalismo contra el Estado?”, Le Monde Diplomatique, julio 1981. Cf.,
asimismo, E.L. Bacha: “Crítica del monetarismo del Cono Sur”, Revista Internacional de Ciencias
Sociales, nº 97, pp. 443-454; O. Rosales: “Planificación social, subsidiariedad y teoría económica”,
Estudios Sociales, nº 41, tercer trimestre, 1984, pp. 9-34; y, para una visión alternativa y, por
tanto, contraria a la mantenida por los autores anteriores, en J.A. Fontaine Talavera: “El Rol
Macroeconómico del Estado”, Estudios Públicos, nº 9, verano 1983, pp. 19-42.
174
en aquellas áreas de control y represión de los grupos sociales
marginados por el mercado.
311
Cf., S. Kalmatovitz: “Algunos elementos de la teoría...”, art. cit., p. 66.
312
Cf., al respecto, R. McKinnon: Capital y dinero en el crecimiento, Celam, México, 1977; y, del autor,
Monetary control and the crawling peg, Mamillan, Londres, 1980, para una visión desde Standorf.
Y M. Friedman: Money and Economic Development, Praeger, Nueva York, 1973 y H.G. Johnson:
Macroeconomics and Monetary Theory, Gray-Hills, Londres, 1971, para una visión desde Chicago.
313
S. Kalmanovitz: “Algunos elementos de la teoría...”, art. cit., p. 66.
314 M. Friedman: Bases para un desarrollo económico, Ed. J. Schuldt, Santiago de Chile, 1975, p. 101.
175
Ahora bien, ya sea por la diagnosis y las recomendaciones
monetaristas en economía abierta o cerrada, el tratamiento
del ‘desequilibrio’ culmina siempre en el enfoque subsidiario
del Estado y en una política económica diseñada para cons-
treñir las actividades productivas estatales y liberalizar las
relaciones económicas, internas y externas. Es, en otras pala-
bras, un programa que entraña una ideológica ‘aversión’ al
activismo estatal, en sentido amplio, y que responde a una
racionalidad determinada.
176
su política monetaria a la cometa de la política mone-
taria de otro país, preferiblemetne más desarrollado,
más grande y relativamente estable’ (Friedman)”315
177
acendrado empirismo vulgarizante, el monetarismo no requiere,
como podría parecer, un conocimiento directo y real del objeto
de investigación. Más que una aportación científica, la cláusula
del ‘como si’ pretende, parafraseando a N. Poulantzas, “ocultar
las contradicciones reales; reconstruir, en el plano imaginario, un
discurso relativamente coherente que sirva de horizonte a lo vi-
vido de los agentes, dando forma a sus representaciones”317.
Cf., al respecto, A. Wolfelspergen: “Introducción”, a J.B. Say: Catéchisme d’écnomie politique, Ed.
318
178
principio dionisíaco que se opone a la voluntad apolínea de
conformar un resultado. Su función transciende, además, a
los límites del mero saber; un conocimiento humano final-
mente satirizado puede ser un poderoso aliado en la neu-
tralización del esprit de serieux homicida que domina hoy las
reglas de casi todos los juegos”319.
179
1. Utilizando continuamente métodos estadísticos y
‘test’ econométricos, se dota a sí mismo de una apa-
rente objetividad científica. Pero no es una objetivi-
dad definida por la relación del investigador con los
datos, a partir de una visión pre-analítica del proble-
ma, sino a una mitificación del dígito, del gráfico, de
las series, de las extrapolaciones...
321
Cf., al respecto, los diversos trabajos sobre el tema publicados en el monográfico del Boletín
de Estudios Económicos, vol. Xxxiv, nº 122, agosto 1984, bajo el título genérico de “Transparencia
informativa”.
180
de su doctrina. El receptor del mensaje tiende a iden-
tificarse con el individualismo neoliberal, con el homo
oeconomicus, el sujeto aislado de investigación en lu-
gar del sujeto histórico. El receptor, asimismo, parti-
cipa en el argumento monetarista porque se apela a
su sentido común, con razonamientos directos y sen-
cillos (y, por tanto, simplistas dada la complejidad de
los temas tratados) sobre problemas acuciantes (paro,
inflación, etc.). Esta colaboración origina, en último
término, cierto consenso entre el público y el moneta-
rismo para localizar las causas de la crisis en el inter-
vencionismo desmedido del Estado.
181
vimientos democráticos y/o en condiciones económicas que
sirven a pautas de crecimiento endógeno (y, en este sentido,
autosostenido y autónomo) en América Latina.
182
CAPÍTULO VII
1. Introducción
183
res coincide con importantes modificaciones, de fondo y for-
ma, del plan de estabilización ortodoxo. A ello dedicaremos
las dos últimas subsecciones.
322
Cf., P. Jacobson: Problemas monetarios internacionales y nacionales, Tecnos, Madrid, 1961, esp. Pp.
154 y ss.
323
Cf., a este propósito y aparte de la bibliografía ya citada, una muestra del pensamiento de M.
Friedman: “Oferta de dinero y variaciones de los precios y la producción”, Información Comercial
Española, nº 396-7, agosto-septiembre 1966, pp. 119-120.
324
De una literatura más amplia, cf., por ejemplo, D. Brothers: “Nexos entre estabilidad monetaria
y el desarrollo en América Latina: un escrito doctrinal y de política”, Trimestre Económico, nº 116,
octubre-diciembre 1962, esp. P. 589; y los comentarios globales de R. Prebisch: Hacia una dinámica
del desarrollo latinoamericano, F.C.E., México, 1963.
184
Una inflación fuera del control monetario induce a distorsio-
nes, dirige ineficazmente a los recursos, fomenta la interven-
ción estatal. Las empresas trabajarían sobre beneficios aparen-
tes sin reestructurar sus planes de inversión. Algunos sectores
de la población solicitarían el control de precios de bienes y
servicios de primera necesidad, obstaculizando futuras inver-
siones en dichos campos productivos. El mantenimiento de
una moneda sobrevalorada, en un sistema de cambios fijos
donde la inflación interna es superior al alza de los precios
internacionales, promueve a la articulación de medidas pro-
teccionistas que desplazará aquellos recursos nacionales asig-
nados al sector exportador hacia actividades sustitutivas.
325
Y, como señala M.A. Miles (Beyond Monetarism, Basic Books, Nueva York, 1984) adolece de
serias dificultades, tales como la comprobación de la relación causal entre la oferta monetaria y
la actividad económica, del impacto de los mercados financieros internacionales o los problemas
derivados de la definición de ‘moneda’ en una economía abierta.
185
Es curioso, cuando menos, que la terapia de política de ren-
tas salariales sea asumida por el monetarismo. Recordemos
que la ‘inflación salarial’ se considera, en la economía con-
vencional, como aquella en que el alza de salarios sobrepasa
las mejoras en la productividad. Este tema ha sido recurrido
ampliamente en los últimos años a propósito de la implemen-
tación de los ‘pactos sociales’ como una componente más de
las políticas económicas anti-crisis actuales de los países eu-
ropeos de capitalismo avanzado. No obstante, una interpreta-
ción unilineal de la ‘inflación de salarios’ no distingue entre
inflación por ‘exceso de demanda’ o por ‘empujón de costos’,
ni contabiliza los efectos, en términos inflacionarios, de la pre-
sión de organizaciones sindicales y las características estruc-
turales del mercado de trabajo, factores que, en realidad, están
íntimamente relacionados y que J. Burton agrupa en dos en-
foques, de ‘sobre-precios’ y ‘del poder negociador’. Algunos
autores tradujeron el enfoque ‘mark-up’ como de ‘elevación
de niveles’, pero en lo que sigue respetaremos la versión de
F. Hoffman para la edición citada de 1974 del libro de Burton.
En efecto, el enfoque del poder negociador contempla varios
factores (exceso de demanda, expectativas inflacionarias, re-
bosamiento-tirón-negociaciones laborales clave, el efecto de
las tensiones-oscilaciones y, en éste, la fuerza sindical. Para
The Economist estos factores, en su conjunto, hacen peligrar el
modelo del dilema o precario triángulo de postguerra, cuyos
vértices apuntan al pleno empleo, la estabilidad de precios y
a un sindicalismo poderoso326. Si el excesivo despliegue mo-
netario es, para M. Friedman, la causa central de la inflación
y no ‘el poderío cuasimonopolístico de los sindicatos’, en la
realidad no aplican su teoría. Como opina un monetarista
como Day, existe el caso de ‘trinquete’ visible cuando el ca-
rácter monopolístico de los sindicatos impide que los salarios
sean flexibles a la baja en aquellos casos que disminuyese la
demanda y la producción. El mismo autor se reafirma en su
opinión cuando demuestra esa monopolización sindical en
326
Burton, J., Inflación de salarios, Ed. Vicens-Vives, Barcelona 1974, p. 29). Cf., al respecto, Información
Comercial Española, nº 396-7, octubre-diciembre 1966, pp. 157-163; y, asimismo, D.J. Mitchel: Unions,
Wages and Inflation, The Brookings Inst., Washington, 1980.
186
el hecho de que los salarios monetarios se pueden mantener
constantes en situaciones de ‘desempleo sustancial’ (que su-
pondremos, dice Day, completo) (!)327.
327
Cf., A.C.L. Day: Economía del dinero, Sociedad de Estudios y Publicaciones, Madrid, 1966, p. 51.
Y Day, Principios de economía monetaria, Gredos, Madrid, 1967, p. 232.
328
Cf., A. Gunder Frank: Capitalismo y genocidio económico. Carta abierta a la escuela económica de
Chicago y su intervención en Chile, Ed. Zero, Madrid, 1976.
187
netarismo bastardo’, en palabras de R. Villarreal, practicado
en Estados Unidos y Gran Bretaña. “Si la disminución de im-
puestos puede provocar mayor déficit”, escribe M. Friedman,
“el recurso al presupuesto equilibrado debe asociarse a una
disminución del gasto público más bien que a una elevación
de los impuestos. Este es el modo adecuado de alcanzar un
presupuesto equilibrado. Este es el camino que el presidente
Reagan propone seguir. Ese puede ser su éxito”. (“Déficits
e inflación”), Información Comercial Española (Bol. Sem.), nº
1774, 2.IV.1981, p. 1255). Sobre los resultados, no muy alen-
tadores, por cierto, en términos de crecimiento, pérdida de
mercados externos y grave proceso de desindustrialización,
especialmente en Gran Bretaña, cf., B. Gould, J. Mills y S.
Stewarts: Monetarism or Prosperity, Macmillan, Londres, 1981.
329
O. Sunkel: “El fracaso de las políticas de estabilización en el contexto del desarrollo
latinoamericano”, Trimestre Económico, nº 120, octubre-diciembre 1963, p. 624.
330
Cf., R. Prebisch: Hacia una dinámica del desarrollo latinoamericano, op. cit., p. 3.
188
En este sentido, la óptica estructuralista desborda el marco
convencional de estudio (ya fuera con el lente keynesiano o
monetarista)331, donde el proceso inflacionario se percibe como
una suma economicista de fuerzas contingentes para conce-
birlo, en cambio, en el seno del sistema y de las estructuras
donde ocurre; un proceso, en palabras de Malavé Mata, que
mantiene interrelaciones -primarias y secundarias, inmediatas
y mediatas- con las estructuras de la economía en las cuales se
manifiesta y evoluciona332.
331
Cf., al respecto y para una perspectiva latinoamericana, a W. Baer y I. Kerstenetzky:
Inflation and Growth in Latin America, R.D. Irwin, Homewood, Illinois, 1964; y O.N. Feinstein:
“Neoestructuralismo y paradigmas de política económica”, Trimestre Económico, nº 201, Enero-
Marzo 1984, pp. 99-130, esp. pp. 102-111 y 118-128, sobre modelo, marco teórico y sociopolítico del
monetarismo y del estructuralismo, respectivamente.
332
Cf., H. Malavé Mata: Dialéctica de la inflación, Universidad Central de Venezuela, Caracas, 1972,
p. 101. El presente trabajo está considerado como uno de los clásicos de la materia reproduciendo
anteriores ideas del autor, a veces casi literalmente, como sucede en esta ocasión. Cf., a propósito,
“Metodología del análisis estructural de la inflación”, Trimestre Económico, nº 139, julio-septiembre
1968, p. 539.
333
Aparte de la bibliografía ya citada y de otras fuentes que señalaremos a posteriori, cf., el sugerente
trabajo de O. Sunkel y P. Paz: El subdesarrollo latinoamericano y la teoría del desarrollo, Siglo XXI,
México, 1970.
334
A. Pinto: “Raíces estructurales de la inflación en América Latina”, Trimestre Económico, nº 137,
enero-marzo 1968, pp. 74-5. Cf., para una compilación actualizada del autor, Inflación: raíces
estructurales, F.C.E., México, 1973.
189
asincronizado, desigual, del capitalismo en América Lati-
na provocaría las rigideces, arritmias y estrangulamientos
que motivan, por causas reales y no monetarias, el fenó-
meno-reflejo de la inflación como mecanismo de ajuste de
economías incapacitadas pero que reproducen, a su vez,
un mayor desajuste.
335
Cf., al respecto, O. Sunkel: “La inflación chilena: un enfoque heterodoxo”, Trimestre Económico, nº
100, octubre-diciembre 1958, pp. 753 y ss.; y, del autor, “El transfondo estructural de los problemas
de desarrollo latinoamericano”, Trimestre Económico, nº 133, enero-marzo 1967, pp. 22-28.
336
Cf., al respecto, H. Malavé Mata: “Metodología del análisis estructural...”, art. cit., p. 548.
337
Cf., del autor, “La inflación chilena...”, art. cit., pp. 575-583.
190
carácter esencialmente institucional y acumulativo: la des-
proporcionalidad del gasto público consuntivo, las orien-
taciones y condicionalidad de las inversiones extranjeras,
las pautas de comportamiento de las firmas transnacionales
y la utilización improductiva de los recursos. Las terceras
presiones, coyunturales, hacen referencia a circusntancias
imprevisibles (catástrofes naturales, epidemias, sequía...),
demostrando que no sólo la Historia sino, también, la Na-
turaleza ha castigado a la región, y a otras perturbaciones
internas que reaccionan, como una ‘paradoja coyuntural’,
acelerando el proceso inflacionario en fases relativamente
ascendentes del ciclo económico.
191
Europa338. En este artículo, Dagum presenta una triple teo-
ría de los juegos de suma cero entre obreros y empresarios
(para el ingreso nacional), entre consumidores, empresarios
y Estado (para el gasto nacional) y entre empresarios (para
el producto nacional). Digamos que los desequilibrios ex-
perimentados en ese triple juego propagan, agravan y, a la
vez, se nutren del proceso inflacionario, lo que conduce a
cierta confusión analítica sobre las verdaderas causas del
mismo. Es, en resumen, una explicación sociopolítica de
la inflación que remite a la tesis del empate de los mismos
monetaristas: inflación como una consecuencia del conflicto
social enter grupos de ingreso, cada uno de los cuales aspira
a una mayor porción del producto social339. Dicho de otro
modo, la tesis del empate se ha convertido en el equivalente
tautológico del sociólogo que reproduce su monótono lati-
guillo monetarista consistente en repetir las desventajas de
la expansión exagerada del dinero340.
338
Cf., por ejemplo, R. Barre: Economía Pollítica, Ariel, Barcelona, 1959, pp. 392 y ss. Según P.
Biacabé: Analyses contemporaines de l’inflation, Ed. Sirey, París, 1962, pp. 82-103, fue H. Aujac el
primer teórico que sistematiza esta teoría de la inflación como un problema de reparto de la Renta
Nacional. No obstante, fue C. Dagum quien presentó este enfoque para el estudio de la inflación en
América Latina. Cf., al respecto, “Un modelo econométrico sobre la inflación estructural”, Trimestre
Económico, nº 145, enero-marzo 1970, pp. 39-58. Cf., además, O. Sunkel (“La inflación chilena...”, p.
573), A. Pinto (“Raíces estructurales...”, art. cit., p. 69) y J. Gruwald (“La escuela ‘estructuralista’,
estabilización de precios y desarrollo económico: el caso chileno”, Trimestre Económico, nº 111, julio-
noviembre 1961, p. 477).
Es de interés destacar, también, que Dagum cita (“Un modelo econométrico...”, art. cit., p. 43) a R.
Turey (“Theory of inflation in a closed economy”, Economic Journal, vol. 61, nº 243, septiembre 1951,
pp. 531-543) como el precedente más lejano de este enfoque. Sin embargo, a lo largo de la búsqueda
documental previa a nuestra investigación, nos encontramos con la figura y obra de Bruno Moll,
economista alemán proveniente de la Universidad de Leipszig, quien se establece en universidades
peruanas hacia los años treinta arrastrando un bagaje teórico netamente monetarista. En algunas
de sus obras (La moneda, Ed. Cultura Antártica, Lima, 1949; Problemas Monetarios Contemporáneos,
De Miranda Ed., Lima, 1951; y Los países en desarrollo frente a los problemas de estabilidad monetaria
del reparto justo, Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Lima, 1961, esp. pp. 12 y ss.) Bruno
Moll incide en las presiones salariales sobre el reparto del ingreso como uno de los motores de la
espiral inflacionaria.
339
A.O. Hirschman: “La matriz social y política de la inflación: elaboración sobre la experiencia
latinoamericana”, Trimestre Económico, nº 187, julio-septiembre 1980, pp. 679-709.
340
A esa conclusión llega Hirschman y así sustenta su crítica de que la explicación por la presión de
grupos de ingreso del fenómeno inflacionario tiene una visión parcial de la realidad, distinguiendo
entre sectores y solapando, a la vez, la lucha de clases en un ‘mecano regido por la teoría de los
juegos’.
192
el mismo que dan los monetaristas ortodoxos con sus pro-
gramas de estabilización y que las propuestas estructuralis-
tas evitan mediante la afirmación de que una atenuación del
proceso inflacionario no sólo responderá a la alteración de las
actitudes de los distintos grupos de ingreso sino, también, a
la reforma de las relaciones básicas341. Pero, como afirma A.
Hirschman las tesis sociopolíticas contienen una teoría que
la sustenta y una dosis de gran persuasión pública342 que fue-
ron representadas, de una u otra forma, por los movimientos
populistas y reconciliadores343.
193
- Rigidez de la estructura tributaria y del gasto público.
194
Complementando estas reflexiones, en la siguiente nota dare-
mos cuenta de algunos trabajos significativos referentes a la
necesidad de una reforma agraria en Latinoamérica más allá
de la mera concentración y racionalidad de ‘superficies’, y las
directrices de FAO, OEA y CEPAL, recomendadas para una de-
cisión acertada de este tipo344.
195
experiencia histórica y la convicción de que la moneda debe
servir a la economía y no al revés348. Sin embargo, la esencia
del pensamiento dialéctico está representada, escribe C. Fur-
tado, en la consideración de que una de las partes aisladas no
puede explicar el todo349.
348
Una convicción, por otra parte, repetidamente manifestada. Cf., por ejemplo, D. Seers: “La teoría
de la inflación y el crecimiento en las economías subdesarrolladas: la experiencia latinoamericana”,
Trimestre Económico, nº 119, julio-septiembre 1963, esp. P. 417; C.H. Max: “El mito de la estabilización
monetaria”, Trimestre Económico, enero-marzo 1964, nº 121, p. 51; y O. Sunkel: “El transfondo
estructural...”, art. cit., pp. 38 y ss.
349
C. Furtado: Dialéctica del subdesarrollo, FCE, México, 1965, p. 30.
350
A. Gamble y P. Walton: El capitalismo en crisis, Siglo XXI, Madrid, 1978, pp.250-
351
E. Mandel: El capitalismo tardío, Era, México, 1979; y M. Aglietta: Revolución y crisis del capitalismo,
Siglo XXI, Madrid, 1979. Cf., asimismo, B. Rowthorn: Capitalism, Conflict and Inflation. Essays in
Political Economy, Lawrence and Wishart, London, 1980.
352
P. González Casanova: “Las reformas estructurales en América Latina (su lógica en la economía
de mercado)”, Trimestre Económico, nº 150, abril-junio 1971, p. 351.
196
sólo un fenómeno de desequilibrio básico estructural sino un
instrumento político en manos del sector privado que pre-
siona en la defensa del beneficio (privado) y convierte las
elevaciones salariales en algo puramente nominal, generan-
do, además, crecientes necesidades de endeudamiento exter-
no353. González Casanova explicita, brillante y brevemente,
este proceso. Ante la evidencia de que el nudo monetario es
el más cómodo de manejar ante una deseada pérdida de va-
lor de la moneda nacional porque, primero, favorece a las
actividades especulativas y, segundo, congela las rentas fi-
jas (incluído el salario nominal durante un largo período de
tiempo), el tratamiento monetarista de la inflación se alinea
con las propuestas del Fondo Monetario Internacional y sus
‘píldoras estabilizadoras’, cuyos principales ingredientes son
la deflación y la institucionalización de una política de rentas
indiscriminada354.
353
Ibid., p. 352.
354
Ibid., p. 360.
355
Cit. in Sobre la crisis capitalista mundial, op. cit., p. 35. Cf., además de la bibliografía ya citada (supra
n. 151), el trabajo de J.-L. Dallemagne: L’Inflation capitaliste, Maspero, París, 1972.
356
Cf., al respecto, S. Lichtensztejn: “Sobre el enfoque y el papel de las políticas de estabilización en
América Latina”, Economía de América Latina, nº 1, primer semestre 1978, esp. Pp. 23 y ss.
197
de sortear la crisis latente y originaria en las relaciones socia-
les de producción y en la reproducción del capital, aunque
su mecánica se exprese en y a través de pugnas radicadas
en el plano de la distribución. Las políticas de estabilización
aparecen en los momentos en que la regulación estatal del
proceso pierde el control económico sobre el mismo y en el
que desencadenan fenómenos de eventual ruptura en la co-
hesión política y el patrón de dominación prevaleciente”357.
198
eliminación de subsidios, reprivatización de actividades pú-
blicas), con lo cual se puede, según sus promotores, delinear
una política económica con ‘reglas uniformes’ y ‘efectos neu-
trales’ respecto al libre funcionamiento de los mercados. En
otras palabras, como afirma inequívocamente R. Campos, el
monetarista es un estructuralista apurado358.
358 Cit. in A. Foxley: “Políticas de estabilización y sus efectos sobre el empleo y la distribución
del ingreso”, Crítica y Utopía, nº 4, primer semestre 1981, p. 12.
199
les, hasta la ambición de industrializar rápidamente a un país
atrasado”. (“As Modificaçoes do Papel do Estado na Economia
Brasileira”, Pesquisa e Planejamento Económico, vol. 3, nº 4, 1973,
p. 1).359. Además del caso brasileiro, existen otras experiencias
‘populistas’ que, a nuestro juicio, se asimilan erróneamente a un
programa de estabilización estructuralista360 (como el formula-
do, con ciertas reservas, por el Gobierno Frei, en Chile, durante
la década de los sesenta y principios de la siguiente)361, lo cierto
es que entre 1956 y 1962 se programas de estabilización de corte
monetarista en Argentina, Chile y Uruguay362.
359
Cf., además y sin afán exhaustivo, C.E. Martins (Ed.): Estado e Capitalismo no Brasil, Hucitec-
Cebrap, Sao Paulo, 1977; L. Belluzo Gonzaga y R. Coutinho: Desenvolvimento Capitalista no Brasil:
Ensayos sobre a Crise, Ed. Brasiliense, Sao Paulo, 1983; C. Von Doelliger y otros: A crise do Bom Patrao,
Cedes-Apec, Río de Janeiro, 1983; y F. Razende: “El crecimiento (descontrolado) de la intervención
gubernamental en la economía brasileña”, Revista de Estudios Sociales, año X, nº 38, cuarto trimestre
1983, pp. 49-80. Por su interés, y para la política económica brasileña en el período analizado,
cf. los siguientes trabajos de C. Lessa: “Quince años de política económica en el Brasil”, Boletín
Económico de América Latina, vol. IX, nº 2, noviembre 1964, esp. pp. 160 y ss.; y “Dos experiencias de
política económica: Brasil-Chile”, Trimestre Económico, nº 135, julio-septiembre 1967, pp. 445-487; y
C. Furtado: O Brasil pós ‘milagre’, Paz e Terra, Río de Janeiro, 1981.
360
Cf., por ejemplo, A. Canitrot: “La experiencia populista de redistribución de ingresos”, Desarrollo
Económico, vol. 15, nº 59, octubre-diciembre 1975, nº 15, pp. 331-351; y M.A. García: Periodismo,
desarrollo económico y lucha de clases en Argentina, Ed. Trazo, Barcelona, 1980, con un interesante
prólogo de H. Prieto que subraya, como última fase del peronismo, el conjunto de circunstancias
político-económicas que desemboca en el golpe de estado de 1976.
361
Cf., al respecto, R. Ffrench-Davis: Políticas económicas en Chile, Ed. Nueva Universidad, Santiago
de Chile, 1973.
362
En este período son responsables el Gobierno Provisional (1956-1958) y el Gobierno Frondizi
(1959-1962), en Argentina; el Gobierno Ibáñez (1956-1958) y el Gobierno Alessandri (1959-1961),
en Chile; el Primer Gobierno Colegiado del Partido Blanco (1959-1962), en Uruguay. Cf., S.
Lichtensztejn: “Sobre el enfoque…”, art.cit., p. 27.
363
Sin ánimo exaustivo, podríamos mencionar, a nivel general, a A. Pinto: Ni estabilidad ni
desarrollo: la política del Fondo Monetario Internacional, Ed. Universitaria, Santiago de Chile, 1960;
G.A. Constanzo: Programas de estabilización en América Latina, CEMLA, México, 1961; y Th. E.
Skidmore: “The politics of Economic Stabilization in Postwar Latin America”, in J. Malloy (C.):
Authoritarianism and Corportarism in Latin America, op.cit., pp. 149-190.
Para estudio de casos, cf., entre otros, a E. Sierra: Tres Ensayos de estabilización en Chile, Ed. Universitaria,
Santiago de Chile, 1969, esp. pp. 54 y ss.; R. Ffrench-Davis: Políticas económicas en Chile, op.cit.; E. Eshag y
R. Thorp: “The economic and social consequences of ortodox economic policies in Argentina in Post-War
Years”, Bulletin of the Oxford University Institute of Economics and Statistics, vol. 27, febrero 1965, esp. pp.
58 y ss.; J. Sourrouille y R. Mallon: La política económica en una sociedad conflictive: el caso argentino, Ed.
Amorrortu, Buenos Aires, 1973; A. Ferrer: La economía argentina, FCE, México, 1973, esp. pp. 239 y ss.;
M. Peralta Ramos: Etapas de acumulación y alianzas de clases en la Argentina (1930-1970), op.cit., esp. pp.
150 y ss.; ILPES: “La programación monetario-financiera en el Uruguay (1955-1970)”, Cuadernos ILPES,
nº 22, 1974, esp. pp. 69 y ss.; y el trabajo del Instituto de Economía: El proceso económico del Uruguay,
Departamento de Publicaciones de la Universidad de la República Oriental del Uruguay, Montevideo,
1971.
200
les que, en opinión de S. Lichtensztejn, caracterizan el contenido
de los planes de estabilización: la internacionalización económi-
ca, los procesos de concentración absoluta y la administración de
economías oligopólicas dependientes364.
Devaluación
Unificación del cambio con una tasa única y fija
Liberalización de operaciones bancarias en moneda
extranjera
CHILE Atracción del capital extranjero:
Mediante franquicias tributarias
Mediante facilitades a las filiales extranjeras para el
movimiento de utilidades
Devaluación
Denuncia de los convenios bilaterales de comercio y de
pagos
URUGUAY Abolición de los sistemas de control y de licencias
exportación-importación
Liberalización de los movimientos de capitales con el
exterior:
- Facilidades de endeudamiento con el exterior
364
Cf., al respecto, “Sobre el enfoque...”, art.cit., pp. 27-48.
365
Ibid., pp. 27 y ss.
201
En realidad, los efectos de la apertura al capital foráneo, en
el proceso de internacionalización económica, tuvo desigual
repercusión. Así, en Argentina, gran parte de aquel se dedicó
a la expansión de ciertas ramas productivas, renovando y
modernizando el parque industrial, mientras que, en Uruguay,
la apertura coadyuvó a un fácil endeudamiento del Estado, de
los sectores importadores y del sistema bancario con el exterior.
El efecto de endeudamiento provocó gravísimas situaciones,
especialmente en Chile, donde la modalidad de estabilización
político-económica monetarista desembocó en una deuda
externa, a fines de 1962, que representaba el doble de las
exportaciones anuales366. En suma, mientras que en Argentina
(y, en mayor medida, Brasil), el capital transnacional se dirigió
en una alta proporción a la inversión directa, generando
cambios en la estructura y dinámica industrial, en Uruguay
y Chile (exceptuando las inversiones en la minería del
cobre) la apertura solamente significó ingreso de préstamos,
la repatriación de capitales y la concesión de créditos a
proveedores367, manteniéndose la estructura industrial y
fomentando el endeudamiento externo del que no se derivan
efectos favorables para la actividad económica. Respecto
a los procesos de concentración, que marcan una segunda
etapa hasta 1966, deben ser analizados como la contrapartida
interna de los condicionantes previos de internacionalización.
El capital extranjero supone, brevemente, la introducción
de nuevas pautas tecnológicas, financieras y de gestión
empresarial, entre otras, que generan un natural proceso de
concentración. En este sentido, los tres países de referencia
profundizan sus programas de estabilización para favorecer
dicho proceso. En el segundo cuadro sipnótico podríamos
observar, al respecto, los siguientes rasgos368:
366
Ibid., p. 28.
367
Ibid., p. 30.
368
Fase que coincide con los gobiernos de Guido (1962-3), de Illia (1965-6) y Onganía (1966-1970),
en Argentina; de Frei (1965-7), en Chile; el segundo gobierno Colegiado del Partido Blanco (1965-6)
y el Gobierno pacheco Areco (1967-1971), en Uruguay. Cf., al respecto, ibid., p. 32 y p. 37.
202
Política anti-inflacionaria tradicional
Intensa contracción monetaria y crediticia
Aumento de la presión fiscal
ARGENTINA Medidas de contracción de la demanda
Quiebras de empresas nacionales
Concentración
Transferencia a inversiones extranjeras
Política anti-inflacionaria tradicional
Contención salarial
Restricciones monetarias y crediticias
URUGUAY Control del gasto público
Medidas excepcionales de seguridad
Proceso de concentración bancaria privada nacional
Aumento de la participación extranjera en el sistema
bancario
203
fomento de pequeños productores, gasto público en vivienda,
salud, educación, etc., además de una política salarial redis-
tributiva369.
Parece exagerado afirmar que este viraje hacia las formas au-
toritarias de gobierno se debieron unilateralmente al fracaso
de las políticas de estabilización tradicionales371. En general,
los resultados de las distintas experiencias estabilizadoras or-
todoxas mostraron que el ritmo de inflación, problema con-
siderado prioritario, fue atenuado aunque con altos costes
de oportunidad: estancamiento de la producción, alarmantes
índices de desempleo y un deterioro evidente en la partici-
369
Ibid., p. 35. Cf., al respecto, E. Sierra: Tres ensayos de estabilización en Chile, op.cit., pp. 91-132; y A.
Foxley: “Políticas de estabilización y sus efectos sobre el empleo y la distribución del ingreso”, art.
cit., pp. 10-13.
370
Como resume, expresivamente, el mismo S. Lichtensztejn: “Sobre el enfoque...”, art.cit., p. 35.
371
Cf., al respecto, O. Sunkel: “El fracaso de las políticas de estabilización en el contexto del proceso
de desarrollo latinoamericano”, art.cit.
204
pación salarial en el ingreso nacional de cada economía es-
tudiada372.
372
Cf., A. Foxley: “Políticas de estabilización…”, art.cit., pp. 12-3.
373
Cf., supra, nota 169.
374
Nos remitimos a A. Canitrot: “La experiencia populista...”, art.cit.
375
“Sobre el enfoque...”, art.cit., p. 35, en cursiva en el original.
205
mencionados) son el resultado de un reactivo desencadena-
do por el agotamiento de las políticas económicas sustituti-
vas y el rol jugado por el Fondo Monetario Internacional en
la región. No es menos cierto que, también, el principio de
condicionalidad del citado organismo estuviera presente en
la política económica desde 1944 y la conferencia de Bretton
Woods, hasta 1968 y los acuerdos sobre los derechos espe-
ciales de giro. Recordemos que el papel asignado al FMI,
desde su nacimiento, fue objeto de disputa entre las tesis
inglesas y norteamericanas representadas por J.M. Keynes y
H.D. White, respectivamente. Mientras que Keynes estima-
ba que la influencia del Fondo se debería reducir a los casos
aislados de riesgo donde algún país miembro pudiera vio-
lar las normas o finalidades del Fondo, el cual, en períodos
de normalidad, tendría que conformarse con un papel pasi-
vo respecto al derecho de iniciativa de los bancos centrales
de cada país, White, en cambio, apoya la funcionalidad del
FMI con amplias facultades discrecionales, de fijación de
políticas y control sobre los bancos centrales de los países
miembros, es decir, el Fondo como ‘banco central de bancos
centrales.
206
observación de los criterios que informan y evalúan el progra-
ma de estabilización recomendado.
376 Cf., IMF: International Monetary Found 1945-1965, IMF, Washing ton DC, 1969, vol. I, pp. 73
y ss.; J. Gold: Aspectos legales de la reforma monetaria internacional, CEMLA, México, 1979; y
S. Dell: “El Fondo Monetario Internacional y el principio de condicionalidad”, Revista de la
CEPAL, nº 13, abril 1981, pp. 149-161.
377 Cf., al respecto, Th. Hoopengardner e I. García-Thoumi: “El Banco Mundial es un medio
financiero en evolución”, Finanzas y Desarrollo, nº 2, junio 1984, pp. 12-4; y M. Baer y S.
Lichtensztejn: “Un enfoque latinoamericano del Banco Mundial y su política”, Economía
de América Latina, nº 7, primer semestre 1981, pp. 113-152. Según los autores del último
trabajo citado (p. 114, esp. n.2), y glosando un comentario de L. Martins (“Política de las
corporaciones multinacionales norteamericanas en América Latina”, in J. Cotler y R. Fagen
(Cs.): Relaciones políticas entre América Latina y Estados Unidos, Amorrortu, Buenos Aires, 1974,
p. 421), el plano secundario del BM, respecto al FMI, se confirma por la inexistencia del
primero como un específico objeto de investigación, desde un enfoque crítico, excepto el
trabajo de T. Hayter: AID as Imperialism, Penguin, Middlessex, 1971.
207
los países subdesarrollados, (cf., T.W. Schultz: “La crítica de la
economía de la ayuda externa de Estados Unidos”, Comercio
Exterior, vol. 33, nº 5, mayo 1983, pp. 450-455), que concluye
con esta expresiva denuncia: “...la mayoría de los pobres del
mundo está constituída por campesinos; éstas tienen muy
poca influencia política en los países de bajos ingresos cuan-
do se trata de mejorar su propia suerte; la ayuda externa ha
servido durante demasiado tiempo a los propósitos de los
gobiernos de los países receptores y, al haber desempeñado
ese papel, ha abandonado en gran medida a los campesinos”
(ibid.,p. 455).
378
Esta asociación inflación-desequilibrio externo será representada, entre otros, por J.J. Polak:
“Monetary Analysis of Income Formation and Payments Problems”, in R.R. Rhomberg y H.R.
Heller (Cs.): The Monetary Approach to the Balance of Payments, IMF, Washington DC, 1977, p. 15.
Para una aproximación crítica al problema, cf., S. Amin: La acumulación a escala mundial. Crítica a la teoría
del subdesarrollo, Siglo XXI, Madrid, 1974, esp. Cap. V, pp. 571-633; y S. Lichtensztejn: “De las políticas de
estabilización a las políticas de ajuste”, Economía de América Latina, nº 13, primer semestre 1984, pp. 13-
32. Y, finalmente, para una aproximación de este enfoque en América Latina, cf., M. Lejavitzer: Evolución y
estructura de la balanza de pagos en América Latina y el Caribe, CEMLA, México, 1979.
379
Cf., S. Lichtensztejn: “De las políticas...”, art.cit., pp. 16-17.
208
un modelo ‘fondomonetarista’ ortodoxo que tiene en el bi-
nomio inflación-déficit de balanza de pagos el núcleo de sus
preocupaciones. Repasemos, brevemente, el sustento teórico
de dicho modelo.
-precio
exportaciones
importaciones
Cf., al respecto, J. Requeijo: “Ajuste de la balanza de pagos. Una visión panorámica”, art.cit.,
380
209
En segundo lugar, el modelo ‘fondomonetarista’ tradicional in-
corpora el enfoque monetarista de la balanza de pagos. En
definitiva, ambas ópticas se combinaron en la práctica, consti-
tuyendo un modelo ‘fondomonetarista’ de estabilización que
recomendaba, como vimos, el realismo cambiario, la reducción
del déficit fiscal y de los subsidios, la liberalización de precios
e indicaciones respecto a la creación de dinero, la expansión
del crédito interno y las restricciones salariales381.
381
Bibliografía adicional en J. Requeijo: “Ajuste de...”, art.cit., pp. 55-57.
382
Cf., al respecto, J. Marshall, J.L. Mardones e I. Marshall: “Estabilización económica en América
Latina: los programas del Fondo Monetario Internacional”, Estudios de Economía, nº 18, 1982,
pp. 3-53. En este extenso estudio, los autores analizan la condicionalidad de los préstamos,
el cumplimiento de los objetivos cuantitativos de política económica y el comportamiento
macroeconómico posterior de los tres casos que aplicaron programas de estabilización con ayuda
del FMI: Argentina (de 1958 a 1977), Chile (de 1958 a 1975) y Brasil (de 1964 a 1972), describiendo,
por países y coyunturas, los resultados estabilizadores sobre inflación y precios relativos, equilibrio
externo, actividad y crecimiento económico, empleo y distribución del ingreso y la riqueza.
383
Cf., R. Villarreal: “El FMI y la experiencia latinoamericana: desempleo, concentración del
ingreso, represión”, Comercio Exterior, vol. 30, nº 8, agosto 1980, pp. 889-899.
384
Según S. Lichtensztejn: “De las políticas de estabilización...”, art.cit., p.17.
210
En el caso argentino, por ejemplo, el capital foráneo aborda
una pauta de producción de ciclo casi completo, introducién-
dose en la mayor parte de las ramas productivas (desde la pro-
ducción de bienes de consumo duradero hasta los intermedios
e, incluso, bienes de capital)385. En otros casos (Chile y Uru-
guay), con mercados de tamaño limitado o poco consolidados,
la internacionalización productiva fue escasamente dinámica
y reduciéndose, en cambio, a las actividades comerciales y fi-
nancieras386. La fase, hasta aquí descrita, coincide con la flexi-
bilidad del modelo ‘fondomonetarista’ en suscribir su propia
condicionalidad. De inmediato, el organismo recobra un rigor
que produce un hecho importante: el capital transnacional que,
hasta entonces, se benefició de cierto proteccionismo regional
encubierto y de la lentitud de las restricciones crediticias, se
encontrará, posteriormente, con que sus activos acumulados
crecían a un ritmo mayor que su contribución en términos de
inversión directa387. La facilidad que tiene este tipo de capital
para acceder al crédito internacional, mediante los bancos in-
ternacionales o las transferencias de las propias filiales, con-
trasta con la escasez en que actúa el capitalismo nacional, en
condiciones francamente discriminatorias y, a veces, críticas,
lo que agudiza la concentración oligopólica y desnacionaliza
un sector creciente de cada economía388. Se pueden resumir
los objetivos fundacionales del FMI en un triple ámbito: diver-
sificación del riesgo colectivo por razones de liquidez interna-
cional, generación y explotación de créditos internacionales,
además de sus funciones de intermediación financiera, y, por
último, estabilización económica en aquellos países miembros
con dificultades de balanza de pagos389.
385
Ibid., pp. 17-18.
386
Ibid., pp. 18 y ss.
387
Cf., S. Lichtensztejn: “Sobre el enfoque...”, art.cit., pp. 29-30.
388
Cf., entre otros, a D. Chudnovsky: Empresas multinacionales y ganancias monopólicas, Siglo XXI,
Buenos Aires, 1974.
389
En otros términos, obsérvense los principales objetivos del FMI, según se exponen en el
Artículo I del Convenio Constitutivo. Cf., R. Villarreal: “El Fondo Monetario Internacional y la
experiencia...”, art.cit., p. 889.
211
rico del Fondo, cuyo punto de inflexión se podría establecer
a mediados de la década de 1950 con la determinación del
principio de condicionalidad ‘fondomonetarista’. El análisis
que precede a estos acuerdos se basó en dos puntos principa-
les. Primero, el comercio internacional debe realizarse en fun-
ción de las ventajas comparativas. Segundo, los desequilibrios
económicos de los países- miembro se manifiestan en déficit
externo, inflación e insuficiencia de ahorro interno. El ajuste
estabilizador como un híbrido del monetarismo ortodoxo y
del enfoque ‘elasticidades’ del comercio exterior no alcanzó
ninguna de las metas que se proponía el FMI, ni siquiera la
desaparición de los déficit comerciales (esperados o transito-
rios) ni tampoco se materializaron los supuestos beneficios de
la especialización productiva internacional.
212
es productora de materias primas por opción sino por de-
pendencia respecto a los intereses de los países que la habían
colonizado política y económicamente”390. Dicha dependen-
cia, económica y política, no se atenuó en absoluto con los
planes de estabilización tradicionales, ya fueran implemen-
tados en el modelo reformista en auge o en crisis. Veamos
algunos ejemplos. La caída de precios de exportación de la
mayor parte de las materias primas generó, a principios de
la década de los cincuenta, graves problemas de balanza de
pagos. Los gobiernos de los países afectados, alguno de ellos
de carácter ‘populista’, acuden al Fondo, procurando crédi-
tos correspondientes a su cuota-parte, o a los préstamos del
Banco Mundial, organismos que, entonces, monopolizaban
el crédito internacional y que imponían condiciones leoni-
nas. Según J. Juruna, “...estas dos instituciones impondrán el
retiro de las tarifas proteccionistas y la abolición de las tasas
de cambio múltiples que los países en vías de desarrollo ha-
bían instaurado para sostener la industria naciente, creada
durante la guerra por medio del proceso de sustitución de
importaciones. Es el caso de los conflictos que oponen al FMI
a los gobiernos de Filipinas, México y Brasil”391. La condi-
cionalidad draconiana del Fondo se explicita aún más en un
segundo bloque de condiciones: la conveniente indemniza-
ción de aquellos bienes nacionalizados y que fueron propie-
dad del capital transnacional, además del pago de las deudas
externas contraídas hasta entonces. A este respecto, el caso
más significativo tuvo lugar cuando el Banco Mundial, en
negociaciones previas con Guatemala para la apertura de
una línea de crédito internacional, resucitó el problema de
los pagos de títulos emitidos en 1829 (!)392.
390
Como opinan A. Couriel y S. Lichtensztejn: El FMI y la crisis económica nacional, Ed. Universitaria,
Montevideo, 1968, p. 52.
391
J. Juruna: “Le F.M.I. Le Gendarme du Grand Capital”, Le Monde Diplomatique, octubre 1977, p. 20.
392
Ibid., ibid.
213
modelo ilustrado de desarrollo se mostraron reticentes ante el
dogma librecambista que amenazaba los procesos de acumu-
lación internos. Esto explica que el proteccionismo encubierto,
los subsidios estatales, las tasas de cambio múltiples que des-
alentaban a las importaciones, el control de precios de los pro-
ductos de primera necesidad, el ajuste de los salarios al nivel
inflacionario, etc., fueran las medidas ‘populistas’ del reform-
mismo que, por una parte, consolidaban el papel hegemóni-
co de la burguesía nacional y, por otra, mantenían accesibles,
para la clase obrera, los productos de consumo básico, posibi-
litando el orden y la paz social exigidos por el proceso de acu-
mulación al margen de las estrictas recomendaciones del FMI.
No sorprende, por tanto, que la crisis del modelo reformista
coincidiera, hacia 1956, con la preponderancia del Fondo en el
diseño de las políticas de estabilización tradicionales, como las
que hemos comentado extensamente para Chile, Argentina y
Uruguay. Una larga etapa en la política económica latinoame-
ricana que se subdivide, a su vez, en dos fases que responden
a la internacionalización de los sectores clave de la economía y
a la posterior centralización-desnacionalización del capital393.
Diez años después, la crisis también alcanza al mismo modelo
‘fondomonetarista’ ortodoxo de estabilización. Los alicortos
resultados de política económica (persistencia del proceso in-
flacionario y agudización del desequilibrio externo) dinamiza-
rán, entonces, las luchas sociales en la región, algunas veces de
modo radical, permitiendo el regreso triunfal del peronismo
en Argentina, un gobierno socialista en Chile y catapultando
la lucha guerrillera urbana en Argentina y Uruguay.
393
Cf., S. Lichtensztejn: “Sobre el enfoque...”, art.cit., pp. 31 y ss.
394
En expresión del mismo Lichtensztejn, “De las políticas...”, art.cit., p. 19.
214
la concepción teórica del Fondo -viraje entendido como pro-
fundización de ciertas medidas de política económica y no,
claro está, como la instrumentación de un rumbo novedo-
so- es de una ostensible necesidad, coincidente con la polí-
tica económica (o la ausencia de la misma) de los gobiernos
militares. Se inagura, de estas manera, un modelo ‘fondomo-
netarista’ restructurador, con un horizonte de estabilización
a medio-largo plazo, en perspectiva ‘cuasi-estructural’ (aun-
que parezca paradójico) que visualiza los cambios exigibles
en las funciones del Estado, el tamaño del sector público y
el rol del mercado en el proceso económico. Pero la apertura
externa seguirá siendo el componente más importante de la
reformulación político-económica del FMI.
395
Cf., al respecto, ibid., p. 19; y Ch. Payer: The Debt Trap, Monthly Review Press, Nueva York, 1975.
396
Ya nos hicimos eco de este factor de declive de la hegemonía americana en todo el continente,
lo cual constituye, en palabras de J. Petras, un mito, al filo de la discusión que mantuvieron varios
autores marxistas sobre el particular. Cf., al respecto, B. Rowtorn: “Imperialism in the 1970. Unity
or Rivalry”, New Left Review, nº 69, septiembre-octubre 1971, pp. 31-5; y J. Petras: “Le mythe du
Déclin Americain”, Le Monde Diplomatique, febrero 1976.
397
S. Lichtensztejn: “De las políticas de estabilización...”, art.cit., p. 19.
398
Cf., al respecto, A. Calcagno: “Informe sobre las inversiones extranjeras en América Latina”,
Cuadernos de la CEPAL, 1980.
215
centros off-shore de intermediación financiera canalizaron el
exceso de liquidez internacional, al margen de la condicona-
lidad del FMI. Esto condujo a una política de endeudamiento
externo generalizada en toda la América Latina. Observemos,
al respecto, algunos datos significativos del sistema financie-
ro internacional que ilustran la decadencia del Fondo como
prestatario principal. Si, en 1970, por cada dólar invertido en
la producción, a nivel internacional, existía 0.7 de dólar nego-
ciado en los euromercados financieros, cinco años después la
proporción del primero se correspondía con 1.3 del segundo;
es decir, las inversiones financieras, en 1975, ya excedían a las
productivas. En este mismo año de referencia (1975), por cada
dólar de inversión extranjera productiva existía ya otro dólar
de endeudamiento externo con la banca transnacional, cuando
en 1970, la proporción era de 1 a 4, a favor de las inversiones
directas productivas399.
399
Datos ofrecidos por S. Lichtensztejn: “De las políticas...”, art.cit., p. 20.
400
Ibid., p. 27.
216
no del tipo de cambio sobrevaluado y los movimientos de capita-
les con el exterior.El equilibrio de la balanza de pagos, cualquiera
que sea el déficit de la cuenta corriente, pasa a depender de la
capacidad de financiamiento externo. La tasa de interés positiva
se constituye en un instrumento activo de atracción del crédito
internacional y de restricción del crédito interno” (401). En defi-
nitiva, para nuestros efectos, no se puede desvincular la refor-
mulación doctrinaria del Fondo con la proposición/práctica de
políticas de monetarismo global en Chile, Argentina y Uruguay,
así como la relación de ambos con los procesos de creciente inter-
nacionalización financiera que son, actualmente, determinantes
al igual que lo fuera la vanguardia de los capitales norteamerica-
nos en el crecimiento de postguerra402.
Ibid., p. 24.
401
402
Sobre el tema de la interdependencia y la internacionalización de las políticas económicas
implementadas en el Cono Sur nos referiremos más adelante.
217
acechan. En el ámbito que nos ocupa, es decir, la relación del
Fondo con los programas de estabilización en América Latina,
es curioso observar el rol que le asigna la Comisión Trilateral
al FMI, a través de diversos ‘reports’403. Sobre esta cuestión, E.
Ruiz García escribe que: “La ideología se impregna, natural-
mente, de moral. La moral es una racionalización de las nece-
sidades. El capitalismo científico ha condenado, por esa causa,
‘la corrupción con un cáncer que debilita gravemente el papel
internacional de las empresas mina los argumentos a favor del
mercado libre y amenaza los valores esenciales de la democra-
cia’. Esa declaración de la Comisión Trilateral, realizada des-
pués de su reunión internacional en Ottawa (11 de mayo de
1976) tiene el carácter de una recapitulación, de un manifiesto.
Rechaza los métodos de un capitalismo economicista, subdesa-
rrollado y con los procedimientos del subdesarrollo (corrup-
ción, cohecho, soborno) y establece como ideología del poder, y
para imponerlo como poder, un regreso al calvinismo. La mo-
ralización transnacional es una apelación a la racionalización
del poder; no a su abandono. Supone, más bien, la decisión fría
de mantenerlo por otro camino. Un bautista moralizante e in-
geniero nuclear podía cumplir, casi a la perfección, los objetivos
del sistema” (La era de Carter. Las transnacionales, fase superior del
imperialismo, Alianza Ed., Madrid, 1978, pp. 43-44). al pairo de
las reflexiones globales en torno al diseño de un ‘nuevo’ orden
económico mundial. Puesto que varios textos significativos se
han ocupado de esta cuestión404, nos referimos puntualmente a
lo esencial de su contenido.
403
Nos referimos, en concreto, a los diversos informes publicados por la Comisión Trilateral a
lo largo de la década de los ochenta, entre los que destacaríamos los siguientes: ‘Towards a
renovated International System’, ‘The Reform of International Institutions’, ‘OPEC, the Trilateral
World and the Developing Countries: New Arrangement for Cooperation 1976-1980’, ‘The Crisis
of Cooperation’ y ‘Declaration of Otawa’. Cf., al respecto, J. Estefanía: “La estrategia energética de
la Trilateral”, Transición, nº 16, enero 1980, pp. 23-5; y B. Stallings: “Los banco privados y políticas
nacionalistas: la dialéctica de las finanzas internacionales”, Economía de América Latina, nº 4, marzo
1980, esp. p. 84.
218
Estado-nación como una instancia adecuada para el dominio
de las políticas instrumentales. En consecuencia, la CT propone
la recomposición del ‘leadership’ internacional, compuesto por
un país o grupo de países, al que se le atribuye la función de
‘guardián vigilante’ (custodial role, en la terminología de la CT)
y que asuma, además, el control de los mecanismos económicos
y políticos internos en orden a salvaguardar la defensa del sis-
tema de interdependencia económica.
En efecto:
404
Destaquemos, entre ellos, a D. Johnstone: “Une strategie Trilaterl: la bourgeoise transnational”,
Le Monde Diplomatique, noviembre 1976 ; y F. Hinkelammert : El credo económico de la Comisión
Trilateral y la nueva política del imperialismo, EDUCA, San José de Costa Rica, 1976.
405
Cf., al respecto, supra n. 176.
406
Así se propuso en el IMF: Anual Repport, 1978. IMF, Washington DCE, 1979.
219
B) La política del FMI coincide también con la sugerencia de la
CT para la creación de un fondo de sustitución de las monedas
de reserva tradicionales (dólar, marco alemán) por DTS407.
407
Ibid., ibid.
408
Cf., IMF: Annual Repport, 1976, IMF, Washington DC, 1977.
409
Cf., al respecto, IMF: “Called Upon to Resolve the Debt Crisis”, Latin America Economic Report,
marzo 1977, vol. 5, nº 11.
410
Cf., abundando en este enfoque, G. Bidegain y otros: “El FMI, la Trilateral y un nuevo orden
económico y monetario”, Nueva Sociedad, nº 50, septiembre-octubre 1980, pp. 85-116.
220
CAPÍTULO VIII
411 Aparte de las referencias citadas in extenso sobre experiencias estabilizadoras en América
Latina, cf., la recopilación representativa de W.R. Cline y S. Weintraub: Economic Stabilization
in Developing Countries, Brookings Institute, Washington DC, 1981; y, desde la perspectiva
de la condicionalidad expresa o encubierta del FMI, J. Serulle y J. Boin: Fondo Monetario
Internacional. Deuda externa y crisis mundial, IEPALA, Madrid, 1984, esp. pp. 169 y ss.
221
relegando al ‘desarrollo’ a un lugar secundario412. No obstan-
te, el tema del desarrollo económico fue un tema de interés, para
los monetaristas, desde los primeros planes de estabilización
aplicados en América Latina. Las famosas conferencias de J. Vi-
ner, en Rio de Janeiro y en 1950413, dieron paso a la difusión y
conocimiento de los trabajos publicados por otros integrantes
renombrados de la Escuela de Chicago (Friedman, Haberger,
Johnson, Schultz, Stigler, Sjaastad, entre otros)414. Se inicia así la
pérdida de influencia de los sociólogos del desarrollo, aunque
sus interpretaciones, sobre la problemática latinoamericana,
también fueran duramente criticad. Nos referimos, en concreto,
a B. Hoselitz que fue considerado como uno de los autores más
representativos de la tradición de Chicago respecto al enfoque
de índices o tipo-Ideal de los estudios sobre desarrollo econó-
mico, con diferencias sustanciales con otro autor reconocido de
la tendencia como W.W. Rostow. En torno a la bibliografía bási-
ca y a la crítica razonada de la validez empírica, la adecuación
teórica y la efectividad política de la concepción de Hoselitz415.
222
uno los autores que generaron mayores críticas desde el mo-
netarismo neoliberal. Su extensa obra y la continua actualiza-
ción y reformulación de su pensamiento, hacen de R. Prebisch
uno de los analistas más fecundos de la región que, sin estar
exento de crítica y autocrítica, publica sin descanso durante su
etapa en la CEPAL y en la UNCTAD, hasta la obra considera-
da definitiva: Capitalismo periférico. Crisis y transformación, FCE,
Mé xico, 1981 Por otra parte, y como advertimos anteriormen-
te, la pugna estructuralismo versus monetarismo constituyó
un telón de fondo que, desde entonces, preside la disparidad
de criterios en la valoración del papel beligerante del Estado y
de las políticas sustitutivas, además del proceso inflacionario
como un tema clave del modelo de crecimiento económico.
417
M. Riboud y F. Hernández Iglesias: “La otra cara de la escuela de Chicago: un ensayo en
honor de Theodore W. Schultz”, in VV.AA.: La Nueva Economía en Francia y España, Fundación
Universidad-Empresa, Madrid, 1980, pp. 37-64.
418
Cf., P.A. Samuelson: Curso de Economía Moderna, Aguilar, Madrid, 1975, pp. 924-5.
419
”La otra cara...”, art.cit., pp. 37-8.
420
D.Wall (Ed.): Chicago Essays in Development, University of Chicago Press, Chicago, 1972.
223
a la ‘ayuda externa’ pero no del ‘crédito exterior’ a través del
mercado financiero internacional.
421
La otra cara...”, art.cit., pp. 50-1, subr. Nuestros.
422
No deja de ser sorprendente esta afirmación del autor refiriéndose al estructuralismo
latinoamericano que, como vimos, propugna una estabilización basada en las reformas
estructurales básicas. Cf., A. Haberger: “Issues Concerning Capital Assistance to Dess-Developed
Countries”, in D. Wall (Ed.): Chicago Essays…, op.cit., esp. p. 354.
224
La Escuela de Chicago menosprecia los modelos de crecimien-
to tipo Harrod-Domar como un residuo keynesiano, rechazan-
do, por tanto, cualquier modelo de desarrollo ‘hacia adentro’
basado en las políticas de sustitución de importaciones. ¿Cuál
es aquí el fundamento?. H.G. Johnson, olvidándose quizás
conscientemente de Mises o Hayek, denuncia que el enrique-
cimiento de la teoría del desarrollo por parte de economistas
emigrados (N. Kaldor o Th. Balog, entre otros) representa la
introducción, en los círculos académicos anglosajones, de há-
bitos de pensamiento en términos nacionalistas a expensas de
una perspectiva cosmopolita, como exige el complejo proble-
ma del ‘subdesarrollo’423. Por su lado, Haberger es más cauto.
Después de reconocer que, para la Escuela de Chicago, el tema
del crecimiento económico contiene una gran dosis de miste-
rio (sic)424, también afirma que la citada Escuela es la única que
puede explicar con realismo el proceso y las consecuencias de
la inflación. Dejamos a la consideración del lector el juicio de
una opinión, como la primera de H.G. Johnson, más cercana
a la xenofobia académica que a una reflexión teórica. En cam-
bio, la afirmación de Haberger sí merece un comentario más
extenso, a partir de las aportaciones del autor sobre el tema
inflacionario.
P, nivel de precios;
423
H.G. Johnson: “The Ideology of Economic Policy in the New States”, in D. Wall (Ed.), idem, pp.
30 y ss.
424
Cf., A. Haberger: “Some Notes on Inflation”, in D. Wall (Ed.), idem, p. 123.
425
Reeditado en C. Christ (Ed.): Measurement in Economics, Stanford University Press, Stanford,
1963, pp. 219-250.
225
M, la masa de variación de la oferta monetaria
corriente;
R2 = 0.87
426
Cf., R. Vogel: “The Dynamics of Inflation in Latin America, 1950-1969”, American Economic
Review, vol. 64, marzo 1974, pp. 102-114.
Ibid., p. 106.
427
226
ce a los períodos y casos citados. El mismo método aplicado,
por ejemplo, en la variante asiática del monetarismo (Corea
del Sur y Formosa) supondría la existencia de resultados,
cuando menos, divergentes428, con lo que quiebra la aparen-
te ‘universalidad’ e ‘intemporalidad’ de las teorías moneta-
ristas. Profundicemos en este último comentario. Si se intro-
ducen, como podría ser pertinente, variables relativas a las
expectativas inflacionarias, el modelo Haberger-Vogel, como
informan Nugent y Glezakos429, solamente es significativo en
países muy inflacionarios mientras que las variables estructu-
rales poseen una mayor importancia en los países de inflación
media. No resulta, pues, sorprendente que estas discordancias
hayan provocado una revisión de las pruebas empíricas so-
bre la inflación de Latinoamérica, en el seno de la controversia
monetarismo-estructuralismo430. A este algunos autores han
propuesto un enfoque empírico no tradicional, mediante un
análisis diferenciado y sustentado por hipótesis relativas al
proceso inflacionario como un fenómeno de rostro monetario
pero conectado con desajustes estructurales debidos, especial-
mente, a la ausencia del dinamismo inversor y del estanca-
miento de la producción agrícola431.
227
tos. Veamos algunos de ellos. Friedman, como un economista
representativo de la Escuela, siempre abogó por la unilateral
abolición, desde los países desarrollados, de todos “los arance-
les, cuotas y otras restricciones al comercio antes de una fecha
determinada, digamos cinco o diez años”, como la vía más rá-
pida de desarrollo mundial432.
432
Cf., en este sentido, M. Friedman: “Foreing Economic Aid, Means and Objectives”, Yale
University Review, verano 1958, p. 509.
433
H.G. Johnson: “Tariffs and Economic Development: Some Theoretical Issues”, in D. Wall (Ed.):
Chicago Essays…, op.cit., p. 293. Cf., asimismo del autor, “Una teoría económica del proteccionismo,
de las negociaciones arancelarias y de la formación de las uniones aduaneras”, in A. Casahuga y
J. Bacaria (introd.. y selec.): Teoría de la política económica, Instituto de Estudios Fiscales, Madrid,
1984, pp. 459-522.
434
Cf., H.G. Johnson: “Trade Preference and Developing Countries”, in D. Wall (Ed.), idem, pp.
309-310.
228
externalidades desde el exterior, en cuanto considera al libre-
cambio como un aprendizaje singular a través del cual los paí-
ses subdesarrollados se benefician (y participan) del progreso
técnico. Como en el caso de la inversión directa extranjera, el
proteccionismo no debe impedir la transmisión de tecnología,
adiestramiento y reinversión de utilidades de una forma más
o menos automática435.
435
Ideas que expone en un tercer artículo de la citada compilación de D. Wall, “Fiscal Policy and the
Balance of Payments in a Crowing Economy”, ibid., esp. p. 122.
436
Y, también, con paradigmáticas defensas como las debidas a P.T. Bauer: Crítica de la teoría del
desarrollo, op. cit., con desesperanzadora visión del Informe Prebisch y de otros estudios concebidos
en la UNCTAD.
437
”Tariff Protection in Industrial Countries: An Evaluation”, Journal of Political Economy, diciembre
1965. Cit., in H.G. Johnson: “Trade Preference…”, art.cit., pp. 316-7.
438
Ibid., ibid.
439
Como señala P.A. Baran: La economía política del crecimiento, F.C.E., México, 1973, esp. pp. 178-187.
229
del ‘realismo cambiario’ y de la ‘apertura externa’, se propu-
sieron devaluaciones extremas y esporádicas. Las desastrosas
experiencias de Argentina y Chile, y el éxito de las pequeñas
devaluaciones adaptativas en Brasil o Colombia, incidieron
en el cambio de valoración de la Escuela de Chicago en tor-
no a la funcionalidad de la medida y los condicionantes de
su aplicación político-económica En este sentido, D. Philips se
refiere al posible conflicto entre políticas económicas, según
diversas modalidades de monetarismo, respecto al tema de
la devaluación. En el modelo monetario para una pequeña
economía abierta se concluye en que el tipo de cambio es una
variable clave en la determinación del nivel interno de pre-
cios. Si la moneda es devaluada como parte de un paquete
de ajuste de carácter deflacionario, la inflación, por tanto, se
acelera. En esas condiciones, los objetivos de la devaluación
sólo pueden ser alcanzados si los incrementos de los salarios
nominales pueden mantenerse por debajo de los incrementos
en el nivel de precios o, lo que viene a ser lo mismo, si la pro-
ductividad se incrementa440. Así, A. Haberger constata que la
realidad latinoamericana en política cambiaria obstaculiza la
tradicional aceptación y la dogmática insistencia monetarista
en las tasas de cambio fijo441. De igual forma, la ayuda externa
ha sufrido, también, una sustancial modificación en el pensa-
miento de Chicago. Lejanos quedan ya los días en que J. Viner
propugnaba una libre y abundante corriente de capital entre
países desarrollados y menos desarrollados pero solamente en
el caso de que esté sabiamente dirigida442. El autor, pensando
en el FMI y en el BM, exige la “disciplina internacional dirigi-
da contra los planes nacionales económicos que actúan del tal
manera que producen déficit de balanza de pagos”443.
440
Cf., A. Haberger: “Some Notes on Inflation”, art.cit., pp. 123-157. Cf., al respecto, D. Philips: “The
New Reading: Economic Theory, IMF Conditionality and Balance of Payments Adjustment in the
1980’s”, IDS Bulletin, Sussex University, vol. 13, nº 1, 1981, p. 34.
441
”Some Notes on Inflation”, art.cit., pp. 123 y ss.
442
International Trade and Economic Development, op.cit., pp. 91-111.
443
Ibid., p. 91.
230
de ‘maquiavelismo keynesiano’ en lugar de ‘bienestar colecti-
vo’. ¿Por qué?. Para Friedman, la ayuda externa, tanto en prés-
tamos como donaciones, se canaliza a través de los gobiernos
locales a los que se le obliga una acción previa de estabiliza-
ción, fijando objetivos cuantitativos y formulando planes para
alcanzarlos, es decir, promoviendo el crecimiento del Estado,
el nuevo Leviatán, y aceptando implícitamente la aceleración
de la ‘ideología’ comunista en América Latina y, en general, en
el mundo subdesarrollado (sic)444.
444
Cf., M. Friedman: “Foreing Economic Aid, Means and Objectives”, art.cit., p. 511. Razonamientos
más sutiles enmarcan, sin embargo, la obra de otro neoliberal como G. Stigler: The Citizen and the
State, University of Chicago Press, Chicago, 1975.
445
Cf., del autor, “Trade Preference...”, art.cit., p. 307.
446
”Issues Concerning...”, art.cit., pp. 362 y ss.
447
Cf., al respecto, “La crítica de la economía de la ayuda externa...”, op.cit., pp. 450 y ss.
231
no logran adaptar la teoría neoclásica a las características es-
peciales de los países en vías de desarrollo (...), hacen un uso
selectivo de las pruebas para corroborar sus puntos de vista
(...), y mantienen una creencia ‘reaccionaria’ en el poder del
mercado para producir soluciones ‘deseables’ en todas las si-
tuaciones”448.
448
D. Wall: “Introduction” a D. Wall (Ed.): Chicago Essays…, p. viii.
449
Cf., en este punto, los interesantes comentarios, acreedores en muchos aspectos del
contenido de la presente sección, de W.P. Strassmann: “La economía del desarrollo desde
la perspectiva de Chicago”, Comercio Exterior, vol. 26, nº 12, diciembre 1976, pp. 1436-1143.
450
Cf., al respecto, Capitalismo y Genocidio económico..., op.cit. También, para una ampliación de lo dicho,
A. Gunder Frank: “Las universidades norteamericanas y el fascismo chileno”, Desarrollo, noviembre 1974,
pp. 59-67.
451
Términos pronunciados en el discurso de aceptación del Premio Fundación Tercer Mundo
(Nueva York, 2.IV.1981).
232
en generalizarles a todos los países del mundo la receta de
buscar una balanza comercial positiva, o sea, un universal
imposible, la fantasía monetarista contemporánea pretende
que todos los países acumulen capital financiero empujando
sobre el hilo del dinero en lugar de acumular primero capi-
tal de inversión empujando sobre las bases de la producción
real que sostengan en forma más segura su propio desarrollo
económico”452. En definitiva, y retomando la calificación de
Prebisch453, el monetarismo como elemento de política eco-
nómica presente en el desenlace del capitalismo tardío, en
una fase de decadencia, y propugnando la apertura y la in-
ternacionalización como vía de logro del desarrollo ignora,
conscientemente, que “la premisa fundamental del cambio
económico es que para transformar las relaciones de merca-
do es necesario cambiar las estructuras de poder”454.
452
J. Child: “La crisis actual y el monetarismo”, Nueva Sociedad, nº 55, julio-agosto 1981, pp. 43-56,
esp. p. 46 que corresponde con la cita.
453
Cf., asimismo, R. Prebisch: “Diálogo acerca de Friedman y Hayek”, Revista de la CEPAL, nº 15,
diciembre 1981, pp. 161-181.).
454
J. Child: “La crisis actual y el monetarismo”, art.cit., p. 50.
233
Precisamente ahí radica la gran contradicción de los moneta-
ristas como enemigos de la intervención estatal, ahora consi-
derado el nuevo Leviatán Keynesiano, ya que “si el Estado
es una póliza de seguros para el sector económico alto de de
las sociedades capitalistas, la actividad económica del sec-
tor público es su salvavidas”455. En este sentido, la contradic-
ción apuntada es más aparente que real porque la corriente
de pensamiento monetarista-neoliberal, a pesar de algunas
divergencias no siempre marginales, converge hacia un obje-
tivo prioritario que rebasa la crítica persitente al Estado inter-
ventor. La meta del crecimiento económico, mediatizada por
el enfoque subsidiario y, por ende, de la incondicional creen-
cia en las virtudes del libre mercado, obedece a la voluntad,
especialmente en los gobiernos militares del Cono Sur que
adoptaron este tipo de política económica, de imponer “un
nuevo reparto de la riqueza, de disciplinar a la mano de obra
y de establecer un nuevo consenso social”456, en torno al tó-
tem del neoliberalismo político (seguridad) y económico457.
Llegados a este punto, la cuestión del crecimiento-desarrollo
económico, como parte del paradigma neoliberal, goza de
una indudable consistencia lógica pero es incapaz de cubrir
con ella el sentido ideológico que subyace en su seno. Todos
y cada uno de los economistas que siguen las propuestas de
la Escuela de Chicago se oponen a tal afirmación, como si
fuera intrínsecamente malévola, recordando a Catch-22, la
magnífica novela de J. Heller458. “Porque”, explica J. Requei-
jo, “también en este caso, podría pensarse en una ordenan-
za que rezara así: ‘Desde mi ideología afirmo que la ciencia
económca no es ideológica’”459. Referencia literaria que tiene
gran fortuna desde su utilización, en 1977, por J. Tobin cuan-
do exclamó, con ocasión de una conferencia en la Western
455
V. Pérez-Sádaba: “Planificación económica y democracia”, Indice nº 361, octubre 1974, p. 9.
456
En palabras de P. Dommergues: “El nuevo orden interior”, Transición, nº 8, mayo 1979, p. 5. Este
artículo tiene un expresivo subtítulo: “...o cómo el Estado neo-liberal puede ayudar al capitalismo
en crisis a franquear una nueva etapa”.
457
En este sentido, K. Vergopoulos se interroga: “¿El neoliberalismo contra el Estado?”, Le Monde
Diplomatique (en esp.), julio 1981, p. 30.
458
Conocemos una edición en español, J. Séller: Trampa 22, Plaza y Janés, Barcelona, 1973.
459
J. Requeijo: “Catch 22, la saga neoliberal”, Información Comercial Española, nº 558, febrero 1980,
p. 41.
234
Economic Association: “...como ya se ha dicho y se dirá, la
expansión monetaria es inflacionaria ‘per se’ La historia de
Catch 22!”460. El velo tecnicista con el cual el neoliberalismo
solapa la naturaleza ideológica de sus proposiciones en tor-
no al crecimiento-desarrollo económico tiene como misión, a
nuestro entender, enmascarar la existencia del binomio sub-
desarrollo-imperialismo461.
460
J. Tobin: “¿Hasta qué punto está Keynes muerto?”, Cuadernos Económicos de ICE, nº 2, 1977, pp.
9-19. La cita corresponde a p. 15.
461
Respecto al problema y por la significativa autoría, en el contexto de esta Memoria Doctoral, cf.,
las palabras de S. Allende pronunciadas con motivo de sus discursos a la Internacional Socialista
(febrero 1973) y a la Asamblea General de las Naciones Unidas (diciembre 1972), reproducidos en
Indice, nº 338-9, octubre 1973, p. 42 y pp. 54-55, respectivamente.
462
Cf., al respecto, M.W. Wartofsky: Introducción a la filosofía de la ciencia, Alianza Ed., Madrid, 1973.
Para el autor, el conocimiento científico no es neutral. Ese temor a la no neutralidad solamente se
desaloja con un examen crítico y racional de los rasgos fundamentales de la ciencia en cuestión (p.
19). Wartofsky indica que el científico y el que elige fines son uno y el mismo ser, indivisible en su
quehacer positivo y normativo en contra de la opinión de los neoliberales que experimentan una
suerte de transformación que suele reservarse a los insectos metamórficos al tratar de separar los
aspectos axiológicos de su trabajo científico (p. 25).
463
J.D. García Bacca: Lecciones de Historia de la Filosofía, Universidad Central de Venezuela, Caracas,
1973, 2 tomos. El autor afirma, en sus advertencias previas, que toda ‘lección’, toda ‘historia’ y
toda ‘filosofía’, como cualquier actividad humana, es selección y todas las selecciones son parciales.
464
Cf., F. Cordón: La función de la ciencia en la sociedad, Anthropos Ed., Barcelona, 1982.
465
Como escribe J. Robinson, “debemos admitir la existencia de juicios de valor en toda doctrina
económica siempre y cuando aquélla no sea un formalismo trivial” (La Segunda Crisis del
Pensamiento Económico, Ed. Actual, Madrid, 1973, p. 26).
235
Como subraya P. Bonnin, refiriéndose a la lengua como un
objeto manipulable, la retórica totalitaria tiende a sustentarse
en visiones universalistas, unitarias y autónomas de la cien-
cia porque así se obvian con facilidad los condicionamientos
sociales, las presiones extracientíficas, etc., que conforman el
nivel ideológico siempre presente en la neutralidad y desvin-
culación axiológica de la ciencia y sus proposiciones466.
466
Cf., P. Bonnin: Así hablan los nazis, Dopesa, Barcelona, 1974.
236
CAPÍTULO IX
1. Monetarismo y restructuración
467
Para una crítica de ese ‘consenso espúreo’, desde la óptica neoliberal, cf., P.T. Bauer: Crítica de la
teoría del subdesarrollo, op.cit., pp. 431 y ss.
468
Para una vision panorámica del período, cf., T. Halperin Donghi: Historia contemporánea de
América Latina, op.cit., pp. 207 y ss.; A. Cueva: El desarrollo del capitalismo en América Latina, op.cit.,
esp. pp. 127-164.
469
Cf., al respecto, V. Bambirra: El capitalismo dependiente latinoamericano, Siglo XXI, México, 1974,
pp. 117 y ss.
237
Los teóricos de la ‘dependencia’ no llenaron el vacío dejado
por la crisis de la teoría convencional del desarrollo económi-
co. A pesar de que sus aportaciones representaron un impor-
tante punto de inflexión analítico, en cuanto se demostraba la
inquietud de los científicos sociales de la región, denuncian-
do el expolio y explicándolo a partir de sus raíces históricas,
no ofrecieron, en cambio, una alternativa global al modelo de
desarrollo a no ser los apuntes, importantes pero aislados, so-
bre el deterioro de la relación del continente en la división
internacional del trabajo o la presencia imprescindible de una
burguesía nacional con la audacia necesaria para comandar
el proceso de industrialización470. Ni tan siquiera las ‘cinco
reformas’ ya comentadas471, de influjo cepalino, pudieron
enfrentarse, teórica y políticamente, a la decadencia del ciclo
sustitutivo. Por estas razones, entre otras, la fase de transi-
ción fue lente y engañosa. América Latina se aprovechó del
último tramo del modelo reformista en un contexto de ‘edad
de oro’ y falsa prosperidad, espejismos que agravaron aún
más la crisis abierta en la década de los setenta. El manteni-
miento consuetudinario de las políticas cambiarias y de pro-
tección arancelaria, y la ausencia de aquellas reformas estruc-
turales que, aplicadas oportunamente, liberasen un excedente
económico vehiculizado ya, de forma casi automática, hacia
el exterior a través de la transnacionalización productiva y
financiera, motivaron los procesos de concentración oligopó-
470
Cf., como una muestra de las críticas a la teoría de la dependencia, P. O’Brien: “A Critique of
Latin America Theories of Dependency”, in L. Oxaal y otros: Beyond the Sociology of Development,
Routledge and Kegan, Londres, 1975, pp. 2-27. No obstante, es preciso distinguir diversas líneas de
la teoría de la dependencia. Así, para Cardoso y Faletto, la dependencia es una conceptualización
que “pretende otorgar significado a una serie de hechos y situaciones que aparecen conjuntamente
en un momento dado y se busca establecer por su intermedio las relaciones que hacen inteligibles
las situaciones empíricas en función del modo de conexión entre los componentes estructurales
internos y externos” (Dependencia y desarrollo en América Latina, Siglo XXI, México, 1969, pp. 19-20).
Para R. Mauro Marini, la dependencia es “una relación de subordinación entre naciones formalmente
independientes, en cuyo marco las relaciones de producción de las naciones subordinadas son
modificadas o recreadas para asegurar la reproducción ampliada de la dependencia” (Dialéctica
de la dependencia, E. Era, México, 1973). Las críticas y, en su caso, las respuestas son, por lo tanto,
diferenciadas. Cf., por ejemplo, V. Bambirra: Teoría de la dependencia: una anticrítica, Ed. Era, México,
1978; A. Gunder Frank: “Quién es el enemigo inmediato”, in, del autor, América Latina: subdesarrollo
o revolución, Ed. Era, México, 1973, pp. 327-357; y J. Osorio Urbina: “El marxismo latinoamericano
y la dependencia”, Cuadernos Políticos, nº 39, enero-marzo 1984, pp. 40-59.
471
Cf., supra, sec. 2.2.
238
lica, desnacionalización e ineficiencia económica interna472.
Todo el cúmulo de problemas históricos y el progresivo agra-
vamiento del ciclo sustitutivo se reflejan contablemente pues,
como afirma CEPAL, “a pesar de los avances efectuados en
la sustitución de importaciones, el desequilibrio externo se
acentuó y aumentó la vulnerabilidad de las economías a la
suerte del curso de los balances de pagos”473. El hecho de que
el agotamiento del modelo reformista coincidiera con una vi-
gorización, académica y política, del enfoque monetario de
balanza de pagos, significó que la importancia y el rol del ca-
pital transnacional quedaban intactos.
472
Cf., al respecto, S. Lichtensztejn: “Sobre el enfoque...”, art.cit.
473
Hacia la integración acelerada de América Latina, CEPAL, FCE, México, 1965, p. 157.
474
En las numerosas descripciones de la crisis económica actual se percibe una ausencia de
profundización analítica más allá del discurso reflexivo en torno a lo que ‘no’ es la crisis. En este
sentido, nuestra disciplina, desde un ángulo convencional, no sólo es impotente, en parte, para
conocer la naturaleza de la recesión sino, también, autosatisfactoria en cuanto considera a la
crisis como una ‘anormalidad’. Sin embargo, y recordemos las sensatas palabras de J. Robinson,
no existe un período que pueda considerarse normal, ya que si el mundo del siglo XIX hubiera
sido normal, 1914 no hubiera sucedido (“La segunda Crisis de la Teoría Económica”, Información
Comercial Española, nº 498, p. 14).
239
del endeudamiento: ya no se requiere la deuda externa para
satisfacer las utilidades de las inversiones directas sino que,
además, se necesitan nuevos aportes de capital financiero
para pagar el servicio del endeudamiento pasado y afrontar
las exigencias de la banca transnacional para continuar sien-
do un país-sujeto de crédito475.
240
derivado de los mecanismos de reciclaje del ‘petrodólar’480 o
ya sea por el interés bancario en colocar sus excedentes rápi-
damente y sin estricto control del Fondo, facilita el endeuda-
miento. Repasemos algunos datos significativos. En 1975, los
ingresos de capital financiero transnacional en América Latina
fueron de 14.000 mill. de dólares, un 34 por ciento más que el
año anterior, pero la particularidad de que un 80 por ciento
procedía de fuentes privadas. La acumulación de esta deuda
con la ya contraída se eleva, para los países latinoamericanos
no petroleros y en ese año de referencia, a 55.000 mill. de dó-
lares, aproximadamente, representando un incremento del 23
por ciento respecto al año anterior481. Quizás, las voces de alar-
ma que se dieron desde instituciones como CEPAL o el mismo
BIRF no pudieron preveer que el endeudamiento, diez años
después, se acercaría a 400.000 mill. dólares.
480
A. Farhi: “El reinado del dollar. Hegemonía y decadencia”, in VV.AA.: La guerra económica
mundial, Ed. Fontanella, Barcelona, 1978, pp. 160 y ss.
481
Cf., BIRF: World Bank Annual Report, BIRF, Washington DC, 1976, p. 51 y pp. 98-9.
482
Como opina R. Pizarro: “América Latina, la nueva etapa del capitalismo y la crisis económica
mundial”, Comercio Exterior, vol. 31, nº 4, abril 1981, pp. 391-410, esp. p. 403.
483
Cf., por ejemplo, A. Varas y C. Portales: “The Role of Military Expenditure in the Development
Process. Chile 1952-1973 and 1973-1980: two contrasting cases”, Ibero-Americana. Nordic Journal of
Latin American Studies, vol. XII, nº 1-2, 1983, pp. 21-50.
241
el contexto de necesidades y exigencias militares. No obstante,
será la ‘estrategia de ventajas comparativas’ o modelo apertu-
rista quien determine, de una u otra forma, el proceso. En este
sentido, nos parece pertinente proceder a su análisis para abor-
dar con garantías el objeto de estudio del capítulo III de nuestra
Memoria Doctoral que no es otro que el problema de la deuda
externa en América Latina.
242
acumulación que tiene un horizonte más lejano que la simple
recuperación a corto plazo. Un ‘corto plazo’, recordemos, que
definía el marco temporal de un plan de estabilización-tipo de
neta inspiración fondomonetarista. Segundo, en consecuencia,
se entiende la restructuración como el intento de superación
de los tradicionales obstáculos al crecimiento que generaron,
por su origen o erróneo tratamiento, un tipo de economía pro-
tegida secularmente y una estructura deformada de precios
relativos. En este sentido, el monetarismo restructurador niega
toda posibilidad de desarrollo económico endógeno que no responda,
de una u otra manera, a estímulos externos.
243
Dado el interés del problema que acabamos de plantear, en
la subsección siguiente abordamos el análisis de los diversos
aspectos que caracterizan al modelo aperturista.
485
Responsables de dos textos considerados clásicos en la materia, desde este enfoque, como R.
Nurkse: Equilibrium and Growth in the World Economy, Harvard University Press, Cambridge,
Mass., 1961; y G. Haberler: International Trade and Economic Development, National Bank of Egypt,
El Cairo, 1959.
486
Una síntesis bibliográfica sobre distintas aportaciones al tema, cf., J. Pincus: Trade, Aid and
Development, McGraw-Hill, Nueva York, 1967; y C.F. Díaz-Alejandro: “Trade Policies and
Economic Development”, in P.B. Kenen (G.): International Trade and Finance, Cambridge University
Press, Cambridge, 1975, pp. 93-150.
487
Según exponen J. Petras y K. Trachte: “Los enfoques liberal, estructural y radical en la política
económica: una evaluación y una alternativa”, Estudios Sociales Centroamericanos, nº 25, enero-abril
1980, pp. 265-318, correspondiendo la cita a p. 267.
488
Cf., al respecto, el clásico artículo de I. Mynt: “The Classical Theory of Internationl Trade and the
Underdeveloped Countries”, art.cit., pp. 317-337.
489
Cf., C. Von Braunnmühl: “Mercado mundial y Estado nación”, Cuadernos Políticos, nº 35, enero-
marzo 1983, pp. 4-14; E. Hobsbawn: Industria o Imperio, Ariel, Barcelona, 1977, pp. 38 y ss.; y C.
Marx: El Capital, FCE, México, 1976, tomo I, pp. 644 y ss.
244
mente subsidiaria del Estado encomienda al sector privado el
papel protagonista del crecimiento económico, guiado exclu-
sivamente por las señales que emite el mercado490. En segundo
lugar, en consecuencia, la soberanía del mercado libre y com-
petitivo es indiscutible. Y, también, en los casos de economía
abierta deben regir los mismos principios de la máxima efi-
ciencia en la asignación de recursos. Dos testimonios significa-
tivos ilustran, para el Cono Sur, la defensa de este supuesto491.
Así pues, como ejemplo, el tipo de cambio no es más que un
precio de equilibrio que se forma en el mercado de divisas. Por
lo tanto, según el modelo, la manipulación político-económica
de tal precio con fines estabilizadores o redistributivos es im-
procedente y lo mismo cabe decir del mantenimiento de barre-
ras arancelarias, subsidios, cuotas o cualquier otra restricción
al comercio internacional.
490
Como dice D. Wall, “en ausencia de lo contrario, el mercado sí funciona” (Chicago Essays...,
op.cit., p. xv).
491
Como son los de J.A. Martínez de la Hoz: “Discurso”, Boletín Semanal del Ministerio de Economía,
nº 263, 11.XII.1978, esp. Anexo, pp. 2 y ss.; y J.L. Kostner: “Economía chilena frente al comercio
exterior”, Boletín Mensual, Banco Central de Chile, mayo 1978, pp. 759 y ss. Cit. in M. Rimez: “Las
experiencias de apertura externa y desprotección industrial en América Latina”, Economía de
América Latina, nº 2, 1979, p. 105, esp. nota.
245
En primer lugar, y como vimos en extenso en páginas prece-
dentes, fue el tema de la industrialización en América Latina,
vía sustitución de importaciones, como uno de los principales
escenarios de discusión entre monetaristas y estructuralistas.
Incluso las nuevas autoridades económicas del Cono Sur que
adoptaron el modelo primaron esta controversia como un
punto de arranque doctrinario para la posterior implemen-
tación del monetarismo global492. Podríamos observar que el
diagnóstico que hacen los monetaristas del modelo sustitu-
tivo en el más genuino pensamiento neoliberal: formación
industrial ineficiente, estancamiento del sector exportador y
deterioro del potencial agrícola, mayores cotas de desempleo
e inflación, así como un constante déficit comercial. En dicho
cuadro, por otra parte, observamos en dónde localizan los
monetaristas el origen de las distorsiones (proteccionismo,
ineficiencia del gasto público expansivo, irrealismo cambia-
rio, etc.) y cuáles serían las políticas económicas recomenda-
bles para su tratamiento.
492
Véanse, al respecto, las repetidas denuncias de los monetaristas sobre los prejuicios (y perjuicios)
del modelo sustitutivo de industrialización. Según Martínez de la Hoz, “este sistema de estatismo
creciente y economía cerrada nos ha llevado a la frustración...” (Ibid., p. 1); para J. Kostner, “el
resultado de la industrialización sustitutiva fue un lento crecimiento del producto (...) La alta
protección relativa para la producción no esencial estimuló la formación de empresas de carácter
monopólico...” (Ibid., pp. 759 y 763); y, según Sjaastad, Anichini y Caumont, “la última consecuencia
de la protección de la industria sustitutiva de importaciones ha sido el estancamiento económico”
(La política comercial y la protección en Uruguay, Banco Central del Uruguay, Montevideo, 1977, p.
159).
De todas formas, la ofensiva del monetarismo global, en la actualidad se sustenta en una tradición
librecambista de raigumbre en América Latina. En Uruguay, por ejemplo, “durante años, la economía
nacional se encontró distorsionada por un dirigismo estatal estricto, que colocaba un peso sobre el
consumo para subsidiar, en la mayoría de los casos, actividades antieconómicas y deficitarias” (Proceso
Económico del Uruguay, op.cit., p. 268).
En relación con estos problemas, cf., asimismo, B. Balassa: La reforma de las políticas económicas en los
países en desarrollo, CEMLA, México, 1979.
493
Cf., al respecto, A. Couriel y O. Rodríguez: “El modelo de apertura económica”, Crítica y Utopía,
nº 4, primer trimestre 1981, esp. pp. 77-81.
246
la posibilidad de comunicación con mercados más amplios fa-
cilita una motivación adicional para la renovación tecnológica,
proporcionando las economías de escala derivadas de la pro-
ducción masiva. Cuarto, el modelo de apertura limita la forma-
ción de monopolios internos debido a que la fijación de precios
al alza por parte de estos últimos se enfrenta con los precios de
las importaciones competitivas que no sufren trabas de entrada
al mercado intero. Y, quinto, la apertura significa ‘crecimiento
económico’ no sólo por los razonamientos anteriores sino por
la experiencia empírica de aquellos casos (Corea, Hong-Kong,
etc.) cuyo grado de apertura, entendido como proporción del
PIB similar al comercio con el exterior, se acerca a 1.85 cuando
se considera a 1.0 como el ‘máximo teórico’494.
494
M. Rimez: “Las experiencias de apertura...”, art.cit., p. 109.
247
una cuantía tal que podría satisfacer el doble de las prestacio-
nes a los nuevos desempleados y beneficiarse colectivamente
del 8 por ciento del PIB generado por la implementación de
la estrategia495.
495
Cf., L. Sjaastad y otros: La política commercial..., op. cit., pp. 186-191.
496
M. Rimez: “Las experiencias...”, art.cit., pp. 110 y ss.
497
Cf., supra, sec. 3..
248
Esto es así porque, como ha sostenido B. Balassa, el
arancel es un instrumento automático y de aplicación
indiscriminada mientras que las limitaciones a la im-
portación suponen decisiones administrativas, siem-
pre discrecionales y muchas veces arbitrarias, lo cual
incrementa la incertidumbre de la política económi-
ca498.
498
B. Balassa: Principios de reformas arancelarias en países en desarrollo, Banco Central de Chile,
Santiago, 1976, p. 14.
499
M. Rimez: “Las experiencias...”, art.cit., p. 110.
500
Cf., H.G. Johnson: “Tariffs and Economic Development…”, art.cit., pp. 276-7.
501
Un ejemplo representativo de este tipo de argumentación en M. Byé: Relations économiques
internationales, Dalloz, París, 1971, p. 394.
249
canismos impositivos que los derivados del aran-
cel502.
502
Según H.G. Jonson: “Tariffs and Economic Development...”, art.cit., p. 280.
503
Sobre el ‘óptimo secundario’, cf., C.F. Díaz-Alejandro: “¿Economía abierta y política cerrada?”,
Trimestre Económico, nº 197, enero-marzo 1983, p. 212.
504
B. Balassa: Principios de reformas arancelarias..., op. cit., p. 2.
505
Cf., del autor, “Tariffs and Economic Development...”, art.cit., pp. 283 y ss.
506
Esa propuesta fue estudiada, para Uruguay, por L. Sjaastad y otros: La política comercial y...,
op.cit., p. 196.
250
4. Respecto a la tasa de cambio, existe también un acuerdo
teórico, entre los defensores del modelo de apertura, que vin-
culan la reducción de aranceles con la práctica devaluatoria,
tanto por los efectos saludables en términos de incentivo ex-
portador como para la protección no discriminatoria de la pro-
ducción interna507.
507
Cf., al respecto, B. Balassa: Principios de reformas arancelarias..., op.cit., p. 22; y A. Haberger: “Notas
sobre dinámica de la liberalización del comercio”, Estudios Monetarios, Banco Central de Chile,
1976, pp. 42 y ss.
508
Sobre los reintegros, cf., M. Rimez: “Las experiencias de apertura externa...”, art.cit., pp. 112-3.
251
del modelo liberal clásico pero con las modificaciones exigidas
por dos fenómenos actuales. Por una parte, las tendencias pro-
teccionistas, encubiertas y de defensa unilateral, no sólo del
capitalismo periférico sino, especialmente, de los países más
desarrollados. Por otra, la rigidez de la demanda de ciertos
productos básicos de la periferia; producciones que, en teoría,
llevarían implícitas las ventajas comparativas por las que los
monetaristas-neoliberales abogan.
509
Así lo exponen J. Petras y K. Trachte: “Los enfoques liberal, estructural y radical en la política
económica: una evaluación y una alternativa”, art.cit., p. 268.
510
A. Pinto: “La ‘apertura al exterior’ en la América Latina”, Trimestre Económico, nº 187, 1980, pp.
533-578.
252
fragmento de un reajuste que abarca prácticamente todas las di-
mensiones de la realidad social -aunque no gravite en cada una
con igual intensidad”511. Este tema fue nuestra atención cuando
nos referimos al monetarismo como ideología y a su actual rol
de ‘restructuración’. Segundo, una aproximación pragmática del
modelo de apertura económica en el Cono Sur, la materializa-
ción de aquella visión ideológica que le daba sentido en la tri-
ple experiencia de Chile, Argentina y Uruguy. En estos casos, a
pesar de las diferencias de ‘profundización’ del modelo en cada
país de referencia, se podrían abstraer aquellos rasgos sectoria-
les e instrumentales de política económica que son dominantes.
A modo de presentación ordenada y breve de los mismos, como
requiere la naturaleza de nuestro trabajo, hemos elaborado el
cuadro adjunto donde, a partir de los análisis de A. Curiel y O.
Rodríguez512, subrayan los objetivos e instrumentalización del
modelo, así como el rol encomendado al Estado (en su faceta de
productor, acumulador y orientador), además de las pertinentes
consideraciones respecto al capital extranjero. Previamente, pro-
cede, a nuestro entender, valorar el modelo de apertura desde
una perspectiva crítica, ya sea por las condiciones sociopolíticas
o los efectos estrictamente económicos que engendra su aplica-
ción en el capitalismo periférico.
253
y dócil (en el nuevo contexto de competencia internacional)
que facilitase la inversión exterior, así como la menos perento-
ria ‘estabilidad política democrática’ para garantizar los rendi-
mientos derivados de aquélla. En otras palabras, se exige una
‘disciplina autoritaria’ para el logro de la apertura, a costa del
sacrificio de algunos intereses internos; una razón, ésta última,
que bien puede ser subsumida en la frase ‘capitalismo ahora y
libertad más tarde’514.
254
se vieron amenazados losintereses de clase que subyacen en
el sector exportador. Lo anterior es importante porque está
relacionado con la implantación del modelo de apertura, el
cual requiere la presencia disciplinaria del Estado para con-
ciliar intereses y dirimir conflictos.
518
Especialmente en Chile y Uruguay.
519
A. Couriel y O. Rodríguez: “El modelo de apertura económica”, art.cit., p. 59.
255
Unos y otros, en mayor o menor medida, son también vícti-
mas del desmantelamiento estatal en los servicios de sanidad,
educación y seguridad social, de gran tradición en algunos
países del Cono Sur, además de la pérdida de garantía en los
derechos y libertades básicas520. Como este proceso sucede en
sociedades de larga y notable ascendencia democrática-libe-
ral, el modelo de apertura exige la intervención del único sec-
tor con disciplina propia, aparentemente ‘desideologizado’ y
con los medios precisos de disuasión activa y/o pasiva: el ejér-
cito. Nos remitimos, por tanto, a nuestras reflexiones sobre la
Doctrina de la Seguridad Nacional y el entremado de razones
que explican la adopción del modelo de apertura económica
externa por parte del fascismo dependiente.
Ibid., p. 60. Tanto en ésta como en la anterior, los autores se refieren al caso concreto de Uruguay
520
256
inflación -tema recurrente en la controversia mantenida entre
monetaristas y estructuralistas- no es percibida como un fe-
nómeno de exclusivo manejo monetario, un problema ‘cuan-
titativo’ de variación porcentual de la oferta monetaria, sino
que exige transformaciones radicales en la economía, especial-
mente en los países capitalistas periféricos: reducción del sec-
tor público, liberalización de mercados, apertura externa..., es
decir, “una forma de estructuralismo que utiliza instrumentos
ortodoxos”522.
257
ortodoxas del comercio internacional, las formulaciones mo-
dernas son mucho más modestas acerca de lo que puede de-
cirse a favor del libre comercio y contienen resultados que los
economistas anteriores consideraban problemáticos”525. Res-
pecto a las críticas de los últimos modelos de comercio exte-
rior, Ruiz Nápoles destaca (“El comercio entre...”, art.cit., 1175)
el conjunto de conclusiones de W. Leontief sobre el comercio
exterior de Estados Unidos en los años cincuenta y Díaz-Ale-
jandro subraya (ibid., pp. 209 y ss.) la importancia del teorema
de Stolper-Samuelson que “demostró rigurosamente que las
políticas de mayor libertad comercial podrían empeorar en
términos absolutos el bienestar de algunos habitantes de un
país...” (p. 209), afirmación que motivó una áspera polémica
entre economistas convencionales como Finlay y Haberger. En
otras palabras, la apertura externa no es una condición nece-
saria ni suficiente para la consecución de los objetivos perse-
guidos de mayor crecimiento. La especialización productiva,
a escala mundial, no asegura en modo alguno la resolución de
los crónicos problemas de balanza de pagos. Ni tan siquiera,
como confirman R. Ffrench-Davis y J. Piñera, se puede asegu-
rar que un mayor dinamismo de las exportaciones tenga un
efecto neto positivo en términos de crecimiento526. Señalemos,
al respecto, seis razones principales.
525
“¿Economía abierta y política cerrada?”, art.cit., p. 209). Cf., al respecto, T. Willet y otros:
Challenges to a Liberal International Economic Order, Institute for Public Policy Research, Washington
DC, 1979, pp. 73 y ss.; cit. in Díaz-Alejandro, ibid., p. 210. Cf., asimismo, R. Ffrench-Davis y J. Piñera:
“Políticas de promoción de las exportaciones en los países en desarrollo”, in CEPAL: Políticas de
promoción de exportaciones, E/CEPAL/1046/Add.2, Santiago de Chile, junio 1979, pp. 55-110, esp.
pp. 99 y ss.; y, de los mismos autores, “Promoción de exportaciones y desarrollo nacional”, in
R. French-Davis: Economía internacional: Teorías y políticas para el desarrollo, FCE, México, 1979, pp.
285-316.
526
Cf., “Políticas de promoción...”, art.cit., p. 58; y A. Couriel y O. Rodríguez: “El modelo de
apertura económica”, art.cit., pp. 62 y ss.
258
‘fatalismo’ con raíces históricas que la obligan a la produc-
ción de productos primarios y manufacturas de baja elastici-
dad-renta, con los consecuentes desequilibrios de la balanza
comercial de los países subdesarrollados que siguen la estra-
tegia aperturista. El centro del sistema, en cambio, aprove-
charía intensivamente las oportunidades que le proporciona
su monopolio tecnológico, el uso y la capacidad de creación
de técnicas productivas sofisticadas abocadas a la produc-
ción y exportación de bienes y servicios con penetración en
el mercado internacional, además de tener una demanda de
elevada elasticidad-renta No cabe duda de que la estrategia
de las ventajas comparativas eliminaría la posición ascenden-
te de América Latina en el comercio mundial, especialmente
en la relación comercial con Estados Unidos. Como indicara
G. Martner, las exportaciones latinoamericanas hacia el cen-
tro han sufrido una variación cualitativamente importante al
incorporar ciertos productos (petróleo, metales de alto valor
estratégico, etc.) imprescindibles para el proceso de acumu-
lación de los países desarrollados con lo cual se otorga una
nueva situación para negociar527.
259
no es factible a corto o medio plazo. Existen, al respecto, unos
obstáculos que limitan esa estrategia del capital transnacional
por encima de las ventajas teóricas de acceso a bajo costo de
materias primas, insumos semielaborados, energía y fuerza
de trabajo. Estos obstáculos se refieren a estrictas necesidades
empresariales: explotación durante el mayor tiempo posible
dela capacidad instalada de producción y aprovechamiento,
al máximo, de las concesiones estatales y sindicales de los paí-
ses centrales para el estímulo del capital a no trasladarse. No
es menos importante el hecho de que la inestabilidad política
que caracteriza a los países de capitalismo periférico es un
factor más de disuasión al redespliegue del capital transna-
cional. Sin embargo, como señalan F. Fröbel, J. Heinrichs y O.
Kreye, existen, en la actualidad, diversos síntomas tendencia-
les “hacia una nueva división del trabajo que introducen una
fase de estancamiento de la valorización del capital en el ‘cen-
tro’ y un crecimiento absoluto y relativo de la valorización y
acumulación del capital en ciertas zonas de la ‘periferia’ (...)
(inversiones crecientes, industrialización para la exportación,
mayor utilización de la fuerza de trabajo, etc.). No se trata de
mucho menos de una crisis que amenace necesariamente la
existencia del capital que opera a nivel mundial, ya que es
precisamente este capital el que se adapta a las modificadas
condiciones de su valorización y acumulación, y a estos des-
plazamientos de la producción”528.
260
importaciones del resto del mundo y sn segundo lugar, los
sectores de densidad de mano de obra que temen a las im-
portaciones de bajo costo debido a los salarios reales más
reducidos en otras partes del mundo. En general, el primer
temor corresponde a trabajadores y empresarios de dichos
sectores en la periferia y, el segundo, a sus respectivos pares
en los países de capitalismo central, tanto en fases de auge
como de crisis, con lo que se articulan medidas de restricción
cuantitativa como una fórmula de defensa de la industria
interna sustitutiva de las reconversiones529. En este sentido,
en contra de las recomendaciones de los organismos inter-
nacionales (FMI, BM, etc.) y al margen de los acuerdos del
GATT, los países desarrollados emplean toda una serie de
eufemismo para encubrir la protección practicada restriccio-
nes voluntarias de importaciones, convenios de comerciali-
zación reglamentados, libre comercio organizado, precios
mínimos de importación, subsidios internos, etc En este
punto, Ffrench-Davis y Piñera afirman que “aún cuando las
negociaciones multilaterales celebradas en el seno del GATT
ha logrado reducciones tarifarias no discriminatorias, éstas
han favorecido a aquellos bienes cuyo comercio se realiza
eminentemente entre las naciones industrializadas. En efec-
to, los aranceles nominales con que éstas gravan el tipo de
bienes importados desde áreas menos desarrolladas alcan-
zan un nivel medio que casi duplica el correspondiente al
total de sus importaciones, en tanto que las tarifas efectivas
son típicamente el doble que las nominales”530.
529
Cf., G.P. Sampson: “El proteccionismo contemporáneo y la exportación de los países en
desarrollo”, Revista de la CEPAL, Nº 8, agosto 1979, pp. 109-126; y A. Valdeés: “La protección
agrícola en los países industrializados: su coste para América Latina”, Trimestre Económico, nº 199,
julio-septiembre 1983, pp. 1693-1720. (“Políticas de promoción...”, art.cit., p. 99).
530
Así se explica la caída de la participación de las exportaciones latinoamericanas a los países
desarrollados, mientras que la prédica del libre comercio solamente se materializa con un aumento
de las relaciones comerciales entre los mismos países desarrollados. Cf., por ejemplo y en el caso
del decremento de la participación de América Latina en las importaciones de Estados Unidos,
a G. Martner: “El comercio de América Latina con Estados Unidos”, art.cit., esp. p. 1407. Sobre
el mismo fenómeno, entre América Latina y la CEE, cf., N. Elkin: “Dificultades del diálogo entre
América Latina y la CEE”, Comercio Exterior, vol. 31, nº 12, diciembre 1981, pp. 1423-1427; y C.
Furtado: “Las relaciones comerciales entre la Europa Occidental y la América Latina”, Trimestre
Económico, nº 199, julio-septiembre 1983, pp. 1319 y ss. (ibid., p. 75, donde se llama la atención
sobre un comentario previo de B. Balassa: Trade Liberalization amog Industrial Countries: Objectives
and Alternatives, McGraw-Hill, Nueva York, 1967, p. 556).
261
En cuarto lugar, en relación con lo antedicho, el neoportec-
cionismo no sólo significa ‘barreras’ a las exportaciones lati-
noamericanas sino que tiene un efecto inducido por cuanto
mejora los niveles de productividad interna de los países de-
sarrollados. En consecuencia, a medio plazo, el capitalismo
central estará en condiciones de competir con la periferia en
aquellos productos en los que se había especializado Améri-
ca Latina531.
531
Cf., R. Ruiz Nápoles: “El comercio entre...”, art.cit., p. 1176. Este hecho hace referencia, también,
a las nuevas fórmulas proteccionistas basadas en barreras no tarifarias con un sesgo significativo
hacia la limitación de las exportaciones de América Latina. Cf., por ejemplo, R.E. Baldwin: Non-
Tariff Distortions of International Trade, Allen and Unwin, Washington, 1970, esp. pp. 195-205.
262
que utiliza la tecnología importada, mostraron que esos insu-
mos, en algunos casos, se venden a un 6 mil por ciento más
caros que en el mercado mundial, y el promedio, entre 500 y
600 por ciento más caros que en el mercado mundial” (“La em-
presa ‘multinacional’, núcleo de la dependencia”, Problemas
del Desarrollo, nº 14, mayo-julio 1973, p. 8). Es muy discutible
que las ET aporten, de una u otra forma, ahorro externo a la
economía local. Como indicara también Alam Chapoy, hasta
mediados de los años setenta, el 88 por ciento de los fondos
de las ET de origen norteamericano establecidas en América
Latina fueron obtenidos en la propia América Latina, siendo
un 12 por ciento el desembolso real de capital desde las ma-
trices (Empresas multinacionales, Ed. El Caballito, México, 1975,
p. 109). Respecto a la difusión tecnológica, las cláusulas de los
contratos de transmisión de tecnología son sumamente res-
trictivas y permiten una situación de ventaja en relación a las
empresas locales. Este problema se agrava aún más en cuan-
to la presencia de ET alteran los patrones de consumo tradi-
cionales, sacrificando producciones (y productores) locales al
efecto ‘demostración’ de otras pautas que responden, frecuen-
temente, a una mera ‘diferenciación formal’ de productos. Cf.,
al respecto, P. Meller: “Características de la tecnología de las
filiales manufactureras norteamericanas”, Estudios CIEPLAN,
nº 18, junio 1983, pp. 65-87. En consecuencia, las facilidades
de la ET sobre las empresas locales, en el campo de la finan-
ciación, tecnología, comercialización y resistencia a las crisis
coyunturales, hacen de ella el motor de procesos de monopo-
lización del mercado interno. Cf., por ejemplo, F. Fajnzylber y
T. Martínez: Las empresas transnacionales, F.C.E., Mëxico, 1976,
p. 188. Respecto al nivel externo, la ET puede funcionar simul-
táneamente en diversos países, cobrando por ello una venta-
ja absoluta y relativa sobre los productores locales, a través
de las variaciones del tipo de cambio, donde un devaluación
significa automáticamente una revaluación del resto, propor-
cionando beneficios especulativos y fiscales. Refiriéndose a las
ET financieras, X. Gorostiaga escribe que “la posibilidad de
diversificar riesgos que esta liquidez supone, en un período
de grandes fluctuaciones en el valor de las monedas y de los
263
controles cambiarios, parece ser uno de los grandes beneficios
que los centros financieros producen para la administración
global de esos fondos disponibles” (Los centros financieros en los
países subdesarrollados, Instituto Latinoamericano de Estudios
Transnacionales, México, 1978, p. 117). Por eso, en la estrategia
aperturista, las ET no responden a las líneas dominantes del
modelo como sería el caso de seguimiento estricto de los pre-
cios internacionales ya que los precios de transferencia inter-
na son muy diferentes a los precios competitivos del mercado
mundial. Cf., además, R. Ffrench-Davis: “Dependencia, sub-
desarrollo y política cambiaria”, Trimestre Económico, nº 146,
abril-junio 1970, pp. 273-295; y A. Pinto: “La ‘apertura al exte-
rior’...”, art.cit., pp. 573 y ss. En función de la búsqueda de
una situación prepotente, las ET pueden utilizar todo tipo de
presiones, tanto económicas como políticas, para alcanzar o
defender un status dominante; el caso chileno es significativo,
por cuanto las ET ponen en juego, durante la etapa de la Uni-
dad Popular, del insólito principio de ‘supremacía total sobre
un mercado’. Cf., al respecto, J.D. Collins: “Las corporaciones
globales y la polítia de los Estados Unidos hacia la América
Latina”, Revista Mexicana de Ciencia Política, nº 72, abri-junio
1973, p. 67; y X. Gorostiaga: Los centros financieros internaciona-
les, op.cit., p. 132.
264
desarrollo nacional”, Trimestre Económico, nº 199, julio-septiem-
bre 1983, pp. 1677-1692.
265
dirigirse al crecimiento económico sino, más bien, a su blo-
queo por cuanto utiliza inadecuadamente los recursos dis-
ponibles de la región, olvida que el crecimiento del comercio
mundial no implica necesariamente el crecimiento económi-
co para todos y cada uno de los países afectados e institu-
cionaliza aquella ‘fatalidad’ histórica que mencionábamos:
el gap creciente entre centro y periferia debido a un exceso
de responsabilidades encomendadas por el modelo al sector
exportador, superando, en mucho, las propias capacidades
del instrumento534. Si trasladamos estas consideraciones al
campo contable, advertimos que la conjugación simultánea
de las prácticas proteccionistas de los países desarrollados
y la importación de bienes con alta elasticidad-ingreso para
satisfacer la demanda, generalmente consultiva, de las capas
de la población más beneficiadas por el modelo de apertura,
deviene en el agravamiento de la balanza comercial mientras
que, en términos de cuenta corriente, la expulsión de exce-
dente económico es continua a través del pago de utilidades,
tecnología, etc., y el no menos importante canal del servicio
de la deuda externa persistente535. En suma, el modelo de
apertura económica propuesto en el Cono Sur no resolvió el
crónico problema de balanza de pagos de la región, dejándo-
lo, en cambio, en términos aún más gravosos para el futuro.
534
Cf., en este sentido, A. Pinto: “La ‘apertura al exterior’ en la América Latina”, Trimestre Económico,
nº 187, 1980, pp. 533-578.
Como escriben Ffrench-Davis y Piñera, “aún cuando aspectos tales como una mejor distribución del
ingreso y el equilibrio presupuestario no constituyen objetivos primarios de una política de fomento a
las exportaciones, en un país en desarrollo, éstos deberían condicionar la elección de los instrumentos y
mecanismos que se empleen en dicha política” (“Políticas de promoción...”), art.cit., p. 58).
535
”El modelo de apertura...”, art.cit., p. 66. Como indica J. Deverrel, el conjunto de presiones y
prácticas de las ET que son netamente desfavorables para el país receptor, no implica que, por
otra parte, sean la culminación de una brillante estrategia empresarial sino la manifestación de un
poder monopólico del mercado, tanto a nivel interno como externo (Anatomía de una corporación
transnacional, Siglo XXI, México, 1977, pp. 254 y ss.).
266
interna, la controversia se ampara, como vimos, en la apertura
como antípoda de la industrialización sustitutiva de raíz cepa-
lina. No obstante, CEPAL formuló una autocrítica de su pen-
samiento ante la evidencia del agotamiento del modelo: “...
se critica con razón la poca eficiencia de muchas actividades
industriales que han crecido bajo una protección muy fuerte e
indiscriminada (...) que no justifica la actitud extrema opuesta
de reconocer los avances industriales que se han logrado en la
industrialización y el desarrollo (...) y que habilitan para ini-
ciar la etapa de exportación de manufacturas”536, Las mismas
restricciones que se observan para la consecución del mismo,
serán las que maticen el optimismo de la apertura respecto a
un grave problema que sufre:
267
El modelo de apertura profundica la adversidad, en términos
de empleo, del tipo de industrialización alentada en América
Latina desde la última postguerra. La heterogeneidad estructural
de la región537 se manifiesta, lógicamente, en su capacidad de
dar una respuesta holgada al problema del paro, el subempleo
y la marginación de una gran parte de la población latinoa-
mericana, y, también, en la distribución del ingreso, dada la
existencia explícitamente reconocida de mercados laborales
muy diferenciados538. Un reciente estudio sobre la estructura
ocupacional y de estratificación social de aquellos países que
aplicaron un ajuste monetarista restructurador, especialmente
Argentina y Chile, muestra unos resultados diametralmente
distintos a losprevistos en la retórica aperturista. En concreto,
se ha comprobado la gran asimetría entre la oferta de trabajo
disponible y las posibilidades de ‘creación de empleo’ del mo-
delo a causa de dos fenómenos principales539. Por una parte,
se contabilizan caídas significativas del proletariado urbano,
tanto en términos absolutos como relativos540. Se aprecia una
‘desmovilización estructural’ de la fuerza de trabajo reflejada
en aumentos considerables de la subutilización de la fuerza la-
boral, ya sea por desocupación abierta o por una mayor parti-
cipación de la mano de obra en actividades de baja productivi-
dad, y en la potenciación de sectores informales, de economía
subterránea, especialmente en el medio urbano541.
537
Es imprescindible citar el nombre señero de Aníbal Pinto, un autor pionero en la conceptualización
de ‘heterogeneidad estructural’.
538
En esta línea se sitúan los trabajos de PREALC (OIT), como Dinámica del subempleo en la América
Latina, CEPAL, Santiago de Chile, 1981; y Políticas de estabilización y empleo en América Latina,
PREALC, Santiago de Chile, 1982.
539
Cf., al respecto, R. Lagos y V.E. Tokman: “Monetarismo global, empleo y estratificación social”,
Trimestre Económico, nº 199, julio-septiembre 1983, pp. 1437-1473.
540
Ibid., pp. 1451-1455, esp. cuadros 6 y 7.
541
Ibid., pp. 1456 y ss.
542
Ibid., pp. 1468-9.
268
ahí está la cuestión clave pues, “si como resultado del experi-
mento se hace estructuralmente más difícil la sindicación y la
organización de los trabajadores la nueva política económica
habrá generado mayorres grados de libertad para avanzar en
la aplicación de su recetario económico”543. Es decir, la adversa
evolución del empleo y de la distribución del ingreso ya no
es considerado como un ‘resultado’ del modelo de apertura
sino que se incorpora, consciente o inconscientemente, como
un elemento ex-ante en el diseño del monetarismo global.
543
Ibid., ibid.
544
A. Pinto: “La ‘apertura al exterior’...”, art.cit., p. 550.
545
Cf., H. Assael: “La internacionalización de las economías latinoamericanas”, Revista de la CEPAL,
nº 7, abril 1979, pp. 43-58.
546
”La ‘apertura al exterior’...”, art.cit., p. 554.
547
Ibid., p. 555.
269
ternacionalización de las políticas económicas548, por cuanto se ha
comportado como un canal de tarnsmisión de la inestabilidad
internacional hacia las economías periféricas. Así, “a nivel
agregado”, escribe R. Ffrench-Davis, “la inestabilidad ha sido
transmitida a la economía interna mediante la balanza de pa-
gos, el presupuesto fiscal y el mercado monetario; a la escala
micro se ha difundido vía cambios en los precios relativos y
en las expectativas inflacionarias, así como en la disponibili-
dad en el mercado interno de bienes comerciables y de fondos
para determinados productores y consumidores”549. En otros
términos, el modelo aperturista extiende su ascendencia al
ámbito internacional de la política económica y cuestiona, de
este modo, la oportunidad que pueda tener la autonomía de
decisión nacional de la que deviene la racionalidad y eficiencia
económicas inherentes al modelo en cuestión.
548
Cf., al respecto, L. Tomassini: “Interdependencia y desarrollo nacional”, Estudios Internacionales,
nº 58, abril-junio 1982, pp. 166-189; M. Días David: “La transnacionalización económica versus
la autonomía de las políticas nacionales”, Estudios Internacionales, nº 59, julio-septiembre 1982,
pp. 247-259; y V.L. Urquidi: “La interdependencia económica global y el cambio social”, Estudios
Internacionales, abril-junio 1983, nº 62, pp. 330-335.
549
R. Ffrench-Davis: “Nuevas formas de inestabilidad externa en América Latina: fuentes,
mecanismos de transmisión y políticas”, Estudios CIEPLAN, nº 6, diciembre 1981, pp. 117-148,
correspondiendo la cita a p. 133. Una versión resumida de este trabajo ha sido publicada en
Trimestre Económico, nº 199, julio-septiembre 1983, pp. 1271-1297.
550
Cit. In J. Petras y K. Trachte: “Los enfoques...”, art.cit., p. 275.
551
Ibid., p. 276.
270
apertura como el descrito, desemboca indefectiblemente en la
transmisión de los desequilibrios externos, lo cual restringe,
en consecuencia, los ya de por sí precarios grados de libertad
de las políticas económicas nacionales.
552
M. Flores: “De la sustitución de importaciones a la sustitución de exportaciones”, Nueva Sociedad,
nº 50, septiembre-octubre 1980, pp. 146-155, correspondiendo la cita a p. 155.
271
el capital transnacional553. Porque, recurriendo a un trabajo ya
‘clásico’ de O. Sunkel, los mecanismos de integración transna-
cional y de desintegración nacional actúan simultáneamente en
el capitalismo periférico554, a lo largo de un proceso donde la
empresa transnacional tiene una triple función relevante: como
agente intermediario de grupos de interés transnacionalizado (in-
fluyendo en la legislación, la política exterior, en la correlación
de fuerzas interna, etc.); como reductor del control gubernamen-
tal de la esfera económica; y como protagonista de estrategias de
industrialización (y sus múltiples aspectos tecnológicos, finan-
cieros, fiscales, etc.) cuyo diseño escapa a la responsabilidad de
las autoridades económicas de la periferia. En suma, la lógica
empresarial de las empresas transnacionales no se limita a sus
instalaciones sino que determinan la política económica del
país receptor a través de la influencia que tienen sobre las técni-
cas y el quantum de la producción, las políticas de exportación,
las disposiciones financieras, los patrones de consumo, en fin, lo
que constituye un determinado estilo de desarrollo en la perife-
ria latinoamericana555.
553
Cf., al respecto, J. Fontanals: “El papel dela internacionalización financiera en la crisis de América
Latina”, Comercio Exterior, vol. 32, nº 7, julio 1982, pp. 740-7; y A. Varas: “De la internacionalización
a la transnacionalización en América Latina”, Estudios Internacionales, nº 65, enero-marzo 1984, pp.
56-65.
554
O. Sunkel: Capitalismo transnacional y desintegración nacional en América Latina, Ed. Nueva Visión,
Buenos Aires, 1972, esp. pp. 74 y ss.
555
Nos remitimos a supra, nota 336 y, además, E. Martins: “La política de las corporaciones
norteamericanas”, Revista Mexicana de Ciencia Política, nº 72, abril-junio 1973, esp. pp. 40 y ss.; F.
Fajnzylber y otros: Corporaciones multinacionales en América Latina, Ed. Periferia, Buenos Aires,
1973; Ch. Tungendhat: Las empresas multinacionales, Alianza Ed., Madrid, 1973; y C.A. López-Arias:
Empresas multinacionales, Ed. Universidad Simón Bolívar, Bogotá, 1977.
556
K. Marx: El Capital, op.cit., tomo III, p. 237. En palabras de S. Amin, “si se exportaran capitales,
es tan cierto ahora como cuando lo afirmó Marx, es porque se puede hacerlo trabajar con una tasa
de ganancia alta” (El desarrollo desigual. Ensayo sobre las formaciones sociales del capitalismo periférico,
op.cit., p. 173).
272
“Los capitales invertidos en el comercio exte-
rior pueden arrojar una cuota más alta de ga-
nancia, en primer lugar, porque aquí se com-
pite con mercancías que otros países producen
con menos facilidades, lo que permite al país
másadelantado vender sus mercancías por en-
cima de su valor, aunque más baratas que los
países competidores”
557
Ibid., tomo III, p. 461. Cf., asimismo, V. Trías: La crisis del imperio, Ed. Banda Oriental, Montevideo,
1970, pp. 43 y ss.; O. Caputo y R. Pizarro: Imperialismo, dependencia y relaciones económicas
internacionales, CESO, Santiago de Chile, 1972, pp. 270 y ss.
273
modelo de acumulación adoptado en la periferia y el tipo de
inserción con la economía mundial. La balanza de pagos, en
definitiva, es un espejo de profundos conflictos estructurales.
Por otra parte, la prioridad político-económica del ajuste mo-
netarista interno y externo sitúa a las empresas transnaciona-
les (junto a fracciones de la burguesía local beneficiadas por
la mayor integración en la economía mundial) como los ver-
daderos fiscalizadores de la balanza de pagos (en los ingre-
sos: exportaciones de bienes y servicios, inversiones directas,
créditos del exterior, etc.; en los pagos: importaciones de bie-
nes y servicios, dividendos y utilidades, servicio de deuda
externa, etc.). En consecuencia, el modelo de apertura como
el aquí descrito para América Latina percibe la relación entre
autonomía e internacionalización de la política económica
como un mecanismo de vasos comunicantes, una estrategia
irreconciliable con el desarrollo de la región, en su sentido más
profundo, ya que el modelo inclina el fiel de la balanza (y no
sólo de pagos) hacia aquél proceso simultáneo estudiado por
Sunkel de desintegración nacional e internacionalización de
la política económica558.
558
Cf., además de la ya citada obra de Sunkel, a S. Lichtensztejn: “Internacionalización...”, art.cit.; y
C. Furtado: “Transnacionalização e Monetarismo”, Pensamiento Iberoamericano, nº 1, 1982, pp. 13-44.
274
CAPÍTULO X
559
Cf., A. Foxley: “Políticas de estabilización y sus efectos sobre el empleo y la distribución del
ingreso”, Crítica y Utopía, nº 4, primer trimestre 1981, pp. 9-48; y E.A. Cardoso: “Políticas de
estabilização na América Latina: modelos de uso corrente e suas experiências fracassadas”,
Pesquisa e Planejamento Econômico, vol. 13, agosto 1983, nº 2, pp. 465-488.
275
ción, al mismo tiempo que se tiende a corregir los problemas
de base originados por las estructuras económicas y políticas
y que fueron objeto del recetario monetarista: enfoque sub-
sidiario del Estado y libertad de mercados (en la esfera eco-
nómica), reformulación del marco laboral, reforma y privati-
zación de la seguridad social, reformas constitucionales, etc.
(en la esfera institucional). En este sentido, tanto Chile como
Uruguay (desde 1973) y Argentina (desde 1976), a pesar de sus
respectivas especifidades nacionales, comparten los rasgos de
radicalización político-económica. En palabras de A. Foxley,
todos los casos contienen “un origen monetarista, cualquie-
ra que haya sido el grado en que incorporaron elementos no
ortodoxos al conjunto concreto de medidas”560. Chile sería,
por tanto, un test casi puro de un experimento de laboratorio
planteado por el neoliberalismo. Sin perjuicio de un posterior
análisis más pormenorizado sobre la propuesta/práctica de
un programa de estabilización como el aquí apuntado para
Chile, Argentina y Uruguay, advirtamos, con A. Ferrer, que
estos países presentan, a la hora de valorar su política econó-
mica, numerosas diferencias estructurales: tamaño, grado de
industrialización, capacidad y diversificación exportadora,
peso sectorial relativo, etc. De igual forma, los tres casos mos-
trarían características diversas sobre la ejecución del programa
de estabilización adoptado: rigor y ritmo del ajuste, las restric-
ciones internas, los condicionantes sociopolíticos y la filiación
filosófico-económica, confesada o no, que justificó cada fase de
los experimentos neoliberales561.
560
A. Foxley: “Políticas de...”, art.cit., pp. 17 y ss.
561
Cf., al respecto, A. Ferrer: “Política económica comparada: el monetarismo en Argentina y
Chile”, Anales de la Academia Nacional de Ciencias Económicas de Argentina, vol. XXV, 1980, pp. 74-96.
562
A pesar de las confusiones y/o reiteraciones que se pudieran atribuir a esta expresión, la
utilizamos con las reservas anteriormente enunciadas: monetarismo-neoliberalismo, en cuanto
instrumentación político-económica básica y filosofía económica que subyace en los actuales
programas de estabilización ortodoxa de América Latina.
276
del modelo, cuyos mitos y realidades, -al decir de A. Aranci-
bia- han generado una amplia literatura563.
563
Aparte de las obras y artículos ya mencionados, y sin afán exaustivo, cf., A. Ferrer: “Monestarismo
en el Cono Sur: el caso argentino”, Pensamiento Iberoamericano, nº 1, enero-junio 1982, pp. 109-115;
J. Schvarzer: Martinez de Hoz: la lógica política de la política económica, CISEA, Buenos Aires, 1982;
J.V. Sourrouille: Política económica y procesos de desarrollo. La experiencia argentina entre 1976 y 1981,
CEPAL, Santiago de Chile, 1983; R. Ffrench-Davis: “Monetarismo y recesión: elementos para una
estrategia externa”, Pensamiento Iberoamericano, nº 4, julio-diciembre 1983, pp. 171-180; L. Macadar:
Uruguay 1974-1980: ¿Un nuevo ensayo de reajuste económico?, CINVE, Montevideo, 1982; Instituto de
Economía: Un reajuste conservador, Fundación Cultura Universitaria, Montevideo, 1978; A.P. Ribas:
Inflación, la experiencia argentina 1976-1980, Ed. El Cronista Comercial, Buenos Aires, 1980; y el
número monográfico de Problemes d’Amerique Latine, nº 66, cuarto trimestre 1982, con artículos de,
entre otros, J. Brasseul (“Le regain du libéralisme économique en Amerique Latine (1973-1981)”,
pp. 9-42), R. Ffrench-Davis (“L’essai de politique monétariste au Chili”, pp. 44-72) y A. Canitror
(“Ordre social et monétarisme en Argentine”, pp. 74-101).
564
Cf., al respecto, J. De Torres Wilson: Diez ensayos sobre la historia uruguaya, Ed. La Banda Oriental,
Montevideo, 1973; A. Mattelart y otros: Chile bajo la Junta. Economía y sociedad en la dictadura militar
chilena, Ed. Zero, Bilbao, 1976; A. Ferrer: Crisis y alternativas de la política económica argentina, FCE,
Buenos Aires, 1977; A. Canitrot: La viabilidad económica de la democracia: un análisis de la experiencia
peronista, 1973-1976, CEDES, Buenos Aires, 1978; A. Ferrer: La economía argentina, FCE, Buenos
Aires, 1980; A. Barros Lémez: “Clase media. El falso modelo uruguayo”, Nueva Sociedad, nº 49,
julio-agosto 1980, pp. 30-43; M.H.J. Finch: A Political Economy of Uruguay since 1870, Macmillan,
Londres, 1982; M. Puchet: “Una historia concreta del Uruguay contemporáneo”, Comercio Exterior,
vol. 32, nº 3, marzo 1982, pp. 315-318; y G. Cosse: “Acerca de la democracia, el sistema político y la
movilización social: el caso del ‘ruralismo’ en Uruguay”, Estudios Rurales Latinoamericanos, vol. 5,
nº 1, enero-abril 1982, pp. 77-100.
565
Como lo expresa A. Ferrer: “El monetarismo en Argentina y Chile”, Comercio Exterior, vol. 31, nº
1 y nº 2, enero y febrero 1981, pp. 3-13 y pp. 176-192, respectivamente, correspondiendo la cita a p.
4 de la primera parte del artículo.
277
el monetarismo global dirigido hacia la reprivatización y la
transnacionalización566.
278
1. El nuevo modelo cuestiona el tipo de crecimiento apoyado
en América Latina, proponiendo una vía trazada por la racio-
nalidad económica que asigne los recursosconforme a la es-
trategia de ventajas comparativas reveladas por el sistema de
precios internacional567. Es imprescindible, en consecuencia,
abrir el mercado de bienes y el mercado financiero a la esfera
internacional, convirtiendo las economías periféricas en ‘to-
madoras de precios’.
marzo 1982, pp. 5-166; y AA.VV.: Modelo económico chileno: trayectoria de una crítica, Ed. Aconcagua,
Santiago de Chile, 1982.
También en Argentina el enfoque ortodoxo de estabilización-restructuración contempla esas
cuatro área. Para A. Ferrer, el programa económico de abril de 1976 considera que “el mercado
debe asignar los recursos productivos y distribuir el ingreso entre los agentes de la producción,
la empresa privada debe encabezar el desarrollo y el Estado cumplir una función subsidiaria, la
economía debe abrirse a la competencia internacional y especializarse conforme a las ventajas
comparativas (...), la inflación debe frenarse mediante la reducción del gasto público y el déficit
fiscal y el crecimiento del gasto nominal contenerse mediante una política monetaria rigurosa”
(“La economía argentina al comenzar la década de 1980”, Trimestre Económico, nº 192, 1981, p. 812).
Cf., además y para el caso argentino: M. Botzman, E. Lifschtz, y M.R. Renzi: “Argentina.
Autoritarismo, librecambio y crisis en el proceso actual”, Economía de América Latina, nº 2, 1979,
pp. 127-154; A. Canitrot: “La disciplina como objetivo de la política económica. Un ensayo sobre
el programa económico del gobierno argentino desde 1976”, Desarrollo Económico, vol. 19, nº
76, enero-marzo 1980, pp. 453-475; A. Canitrot: “Teoría y práctica del liberalismo. Política anti-
inflacionaria y apertura económica en la Argentina, 1976-1981”, Desarrollo Económico, vol. 21, nº
82, julio-septiembre 1981, pp. 131-189; M. Mora y Araújo: “El liberalismo, la política económica
y las opciones políticas”, Desarrollo Económico, vol. 21, nº 83, octubre-diciembre 1981, pp. 391-400;
CIDAMO: “Argentina: economía y política en los años setenta”, Cuadernos Políticos, nº 27, enero-
marzo 1981, pp. 35-48; G. Hillocoat: “Notas sobre la evolución reciente del capitalismo argentino”,
Economía de América Latina, nº 9, 1982, pp. 151-175.
Respecto al caso uruguayo, además de los artículos ya citados, cf., M. Rimez: “Las experiencias de
apertura...”, art.cit., esp. pp. 113-124.
568
Cf., al respecto, A. Ferrer: “Política económica comparada...”, art.cit., p. 79.
279
resultado lógica de la ‘eficacia relativa’ de cada agenteeconó-
mico, atomizado, individualizado, y no del ‘poder relativo’ de
cada clase social o del influjo redistributivo del Estado.
569
P. Huneeus: “El nuevo credo de eficientismo o cómo ser economista a la medida de Pinochet”,
Comercio Exterior, vol. 30, nº 9, septiembre 1980, p. 973.
280
Como tal credo, necesita dogmas y sacerdotes. Entre los
primeros, destaquemos el dogma de mercado y el de la
libertad económica. Recordando la afirmación de D. Wall
(“...en ausencia de lo contrario, el mercado sí funciona”)570,
existe, en el discurso de fondo del triple experimento, una
auténtica sublimación del dogmatismo de mercado571, que se
expondría, como hace A. Foxley, de la siguiente manera:
“Sólo el mercado garantizaría simultáneamente la racio-
nalidad como base del comportamiento y la libertad, en
tanto ausencia de coacción. De acuerdo a esta visión (...) la
sociedad ideal consistiría en una en la cual el conjunto de
las instituciones sociales se guiara por principios de deci-
sión semejantes a los del mercado, y el Estado se limitara
a tareas de defender el orden y la seguridad nacional”572
Sin embargo, las relaciones entre democracia y mercado no
poseen la correspondencia clara que pretenden los moneta-
ristas-neoliberales del Cono Sur, planteando serias interro-
gantes sobre la naturaleza del mercado573. A. Di Filippo574,
ejemplo, subraya que la clave del proceso de democrati-
zación no radica en la esfera del intercambio sino en las
pautas de distribución del ingreso, ya que el ejercicio del
poder económico, en la esfera privada, en contra de la vo-
luntad mayoritaria de la sociedad es necesario concentrar
la propiedad de aquella parte del ingreso personal desti-
nado al consumo. De esta forma, concluye el autor, “...la
democratización del mercado depende centralmente de la
distribución personal del ingreso (...). La teoría económica
neoclásica escamotea esta conclusión al no analizar el trán-
sito decisivo desde la distribución funcional a la distribu-
ción personal del ingreso”575. En realidad, el problemático
binomio democracia-mercado resuelto por los monetaris-
tas en la dirección de ‘libertad económica ahora, democra-
570
Cf., D. Wall: “Introduction” a Chicago Essays…, op.cit., p. xv.
571
En palabras de A. Arancibia: “Chile: mitos y ...”, art.cit., esp. pp. 172 y ss.
572
A. Foxley: “Chile. Perspectivas económicas”, Mensaje, nº 301, agosto 1981, p. 414.
573
Cf., por ejemplo, M. Castro y F. Rodríguez: “¿Es democrático el mercado chileno?”, Mensaje, nº
299, junio 1981, pp. 250-5.
574
Cf., A. di Filippo: “Mercado y democracia”, Trimestre Económico, nº 197, enero-marzo 1983, pp.
245-267.
575
Ibid., pp. 265-6.
281
cia después’576, es una propuesta que solapa la cuestión de
la legitimidad de situaciones de facto porque, como señala
M. Zañartu, “parallegar al extremo de su lógica, los ideó-
logos debían haberpropiciado también la liberación de las
trabas para incorporar al trabajo al sector ‘infantil’, con lo
cual se habríarecuperado casi completamente las idílicas
condiciones detrabajo de un David Copperfield en la épo-
ca de la revolución industrial de la Gran Bretaña Manches-
teriana”577, de la que Ch. Dickens fue, sin duda, un lúcido
‘historiador’.
576
Cf., C.F. Díaz-Alejandro: “Economía abierta y política cerrada”, art.cit., sobre esta expresión.
577
Cit. in A. Arancibia: “Chile 1973-1978: la vía chilena...”, art.cit., esp. p. 106 nota.
578
Cf., al respecto, A. Gunder Frank: Capitalismo y genocidio económico, op.cit.; y “Genocidio
económico en Chile. Segunda carta abierta a Milton Friedman y Arnold Haberger”, Comercio
Exterior, vol. 26, nº 12, diciembre 1976, pp. 1444-1453.
579
Entre los que se cuentan nombres tan significados como J. Cauas (Ministerio de Hacienda) y S.
de Castro (Ministerio de Economía), en Chile; J.A. Martinez de Hoz (Ministerio de Economía), W.
Klein (Secretaría de Coordinación Económica) y A. Diz (Banco Central), en Argentina; y A. Vegh
Villegas (Ministerio de Economía), en Uruguay.
580
”El monetarismo en Argentina y Chile”, art.cit., primera parte, esp. p. 5.
581
Como indica A. Arancibia: “Chile: mitos y ...”, art.cit., esp. pp. 174 y ss.
282
de legitimar sus acciones y su propia existencia como una
de sus preocupaciones fundamentales, en el nuevo proyecto
autoritario aplaza esa necesidad en la medida que, por una
parte, funda su legitimación en los posibles resultados del
modelo de política económica y, por otra, se fortalece sola-
mente arrasando sus raíces.
Por eso, todas y cada uno de los regímenes militares que op-
tan por el aperturismo monetarista-neoliberal… “le confiere
al derecho y a la legalidad un sentido completamente diferen-
te, a la vez que ‘renuncia’ a cualquier forma de legitimación
que no sea la libertad económica formal: ni directamente -a
través de las instituciones políticas tradicionales del Estado-
liberal- ni tampoco indirectamente, al negarse como sujeto
económico activo y como ente normativo y asistencial”582.
582
R.O.W.: “Chicago en Santiago. El poder invisible”, Mensaje, nº 301, agosto 1981, pp. 416-7.
583
Como definen A. Jacquemin y G. Schrans: Le Droit Economique, P.U.F., París, 1974, pp. 64 y ss.;
y R. Brañes Ballesteros: “Chile: la nueva constitución económica. Los modelos constitucionales
neoliberales”, Comercio Exterior, vol. 32, nº 1, enero 1982, pp. 36-42.
584
Fecha que coincide con un excelente análisis-balance del modelo económico por parte de A.
Pinto: “El modelo ortodoxo y el desarrollo nacional”, “Apertura al exterior” y “La inflación y el
modelo ortodoxo”, publicados en Mensaje, nº 297, marzo-abril 1981, pp. 104-9; nº 298, mayo 1981,
pp. 176-181; nº 299, junio 1981, pp. 256-9, respectivamente, y publicados en un artículo unitario más
extenso, bajo el título de “Chile: el modelo ortodoxo y el desarrollo nacional”, Trimestre Económico,
nº 192, octubre-diciembre 1981, pp. 853-902.
Esta coincidencia, si lo es, sugiere y estimula la comparación entre el proyecto constitucional en
discusión y la situación real de la economía chilena, después de ocho años de ‘milagro económico’
y de deprimentes resultados que se tratan de apuntalar a través de una nueva institucionalidad.
283
sus variantes históricas (Estado de Derecho, Estado Social
de Derecho, Welfare State), y lo mucho que se refleja de las
pretensiones organicistas y situacionistas del neoliberalis-
mo. Con esta aparente sorpresa se juzgaron, en su día, los
resultados negativos de los referendums uruguayos, en un
intento postrero del régimen militar en materializar consti-
tucionalmente una ordenación fiel al proyecto autoritario.
No sorprende que, para ciertos autores, los regímenes de
fascismo dependiente de la Década Negra (1973-1982) en
América Latina constituyen experiementos geoestratégi-
cos585 que implican perspectivas críticas586 pero, también
al rol que cumplen los economistas como contrapunto o
partícipes de la legitimación de ejercicio de situaciones de
fuerza en el Cono Sur latinoamericano587.
585
”Que se trata de experimentos”, nos dice A. Foxley, “en el sentido que la palabra se usa en
ciencias naturales, no cabe duda alguna” (“Cinco lecciones de la crisis actual”, Estudios CIEPLAN,
nº 8, julio 1982, p. 162).
586
P. Meller: “La reflexión crítica en torno al modelo económico chileno”, Estudios CIEPLAN, nº 10,
junio 1983, pp. 125-136.
587
Cf., H. Cortés Douglas: “Teoría, economistas y política económica”, Boletín Económico,
Universidad Católica de Chile, nº 5, enero-marzo 1983; y, del autor, “Políticas de estabilización
en Chile: inflación, desempleo y depresión, 1975-1982”, Cuadernos de Economía, nº 60, 1983, pp.
149-175.
284
y, por lo tanto, el acomodo político del régimen resulta de
una complejidad inmanejable e incierta”588.
588
Schneider: “Chile. Un análisis crítico del desarrollo del sistema financiero”, Economía de América
Latina, nº 4, marzo 1980, pp. 144-5.
589
H. Cortés Douglas: “Políticas de estabilización...”, art.cit., p. 171, subr. Nuestro.
590
Cf., al respecto, M. Blaug: La metodología de la economía, Alianza Ed., Madrid, 1985, esp. pp. 98-9.
285
trón de acumulación En este sentido, independientemente
de la fase concreta del programa de estabilización imple-
mentado591, del ritmo de ejecución provocado -desde el gra-
dualismo argentino al tratamiento de ‘shock’ chileno592- y
de las singularidades nacionales, se aprecia que los efectos
adversos, en ambas direcciones, son compartidos en todo el
Cono Sur.
591
Según T. Moulián y P. Vergara (“Estado, Ideología y Políticas Económicas en Chile: 1973-1978”,
art.cit., esp. pp. 69 y ss.),). De opinión similar es A. Foxley (“Experimentos neoliberales en América
Latina”, art.cit.), (“Argentina. La ofensiva del 76”, art.cit., pp. 157 y ss.). Cf., además, S. Moya, M.
Pérez y D. Solda: “Política económica abril-1976 marzo-1981. Una experiencia fallida”, Realidad
Económica, nº 42, 1981, pp. 29-45.
592
Respecto al tratamiento de shock de la política económica monetarista en Chile, A. Pinto escribe
que los resultados de la atenuación inflacionaria fueron más importantes por su contrapartida
negativa (aumento del desempleo en un veinte por ciento de la población activa, caída del
producto nacional en doce puntos y fuerte crisis industrial) que por los puntos en que remitió la
inflación. “En otras palabras”, concluye A. Pinto, “la receta de Chicago resultó más dañina que
un cuadro de ‘guerra civil larvada’, como se ha denominado a la situación tumultuosa de 1973”
(“Chile: el modelo ortodoxo y el desarrollo nacional”, art.cit., p. 856).
Sobre el gradualismo argentino, cf., por ejemplo, los comentarios de M. Botzman y otros:
“Argentina. Autoritarismo, librecambio y crisis en el proceso actual”, art.cit., esp. pp. 134 y
ss.; E.A. Bilder: “La actual coyuntura económica argentina”, Nueva Sociedad, nº 51, noviembre-
diciembre 1980, pp. 47-58; y, finalmente, el mismo programa económico de abril de 1976 cuyas
medidas en cinco áreas (inflación, agricultura, industria, energía y sector externo) fueron
reproducidas por Información Comercial Española, nº 562, junio 1980, pp. 163-4.
593
Cf., al respecto, J.P. Arellano y R. Cortázar: “Del milagro a la crisis: algunas reflexiones sobre el
momento económico”, Estudios CIEPLAN, nº 8, julio 1982, pp. 43-60.
286
sociales. Por una parte, remitiéndose al caso chileno, es muy
dudosa la existencia de un proceso de crecimiento sostenido
en cuanto observamos que la tasa de inversiones es tres
puntos menor que la lograda en la década de los sesenta
(18.5 por ciento)594. Ese fenómeno limita considerablemente
la capacidad de proyección a largo plazo del crecimiento.
De igual forma, la entrada de capital financiero no se dedicó
a la inversión en proyectos de infraestructura ni en sectores
productivos generadores de divisas595. Por otra parte, si bien
es cierto que la atenuación del proceso inflacionario fue el
único resultado brillante del tratamiento de ‘shock’, no fue
menos importante el hecho de que dicho logro se basó en el
desempleo (hasta alcanzar un 15 por ciento de la fuerza laboral),
la congelación y, en muchos casos, el retroceso de los salarios
reales (que representaban, en 1980, el 75 por ciento de su valor
real en 1970) y el deterioro en la distribución del ingreso596.
594
Ibid., p. 45.
595
Cf., al respecto, A. Foxley: “Experimentos neoliberales...”, art.cit., esp. pp. 137 y ss.
596
Ibid., p. 59, esp. cuadro 15, donde Foxley cita a R. Ffrench-Davis: “Indice de precios externos y
valor real del comercio internacional en Chile”, Notas Técnicas, nº 15, 1979.
597
R. Cortázar denomina a esta hipótesis como ‘modelo centralizado’ que confirmaría en una de
sus investigaciones (“Políticas de reajustes y salarios en Chile: 1974-1982”, Estudios CIEPLAN, nº
10, junio 1983, pp. 45-64.
287
ejemplo de lo que hace muchos años se sabe: que el salario
real en descenso no es incompatible con el desempleo sino,
más bien, que ambos marchan de la mano”598. Si añadimos
los errores de cómputo estadístico, como el caso chileno, que
infravaloran la inflación y, en consecuencia, generan una in-
dexación incorrecta, podremos concluir, con R. Cortázar, que
los fallos estadísticos del INE chileno constituyeron uno de los
más decisivos factores para el milagro económico monetaris-
ta. Como indica R. Cortázar, los salarios nominales se ajusta-
ron mediante cálculos erróneos del Indice de Precios Oficial
al Consumidor, en 1973 y en el bienio 1976-8. Por ejemplo, en
estos dos años de referencia, la indexación fue defectuosa a
partir de una inflación estimada de casi el doble a la computa-
da oficialmente. Las autoridades económicas de Uruguay, en
cambio, denunciaron que las estadísticas sobre salarios reales,
facilitadas por organismos oficiales, no reflejaban con preci-
sión la situación real del mercado de trabajo, bajo el supues-
to, discutible, de que el salario real computado se refiere a los
aumentos de remuneraciones aprobados por el gobierno, son
niveles mínimos que los empleadores pueden superar599. Y la
situación del mercado de trabajo, el empleo y la evolución de
los salarios reales, fue similar tanto en Argentina600 como en
Uruguay601. Abundemos más en estos casos.
598
“Uruguay: balance de un modelo friedmaniano”, art.cit., p. 179 nota).
599
“Salarios nominales e inflación: Chile 1974-1982”, Estudios CIEPLAN, nº 11, diciembre 1983, pp.
85-111 y “La política económica vigente en Uruguay: reajuste interno y reinserción internacional”,
art.cit., pp. 143-4).
600
Cf., L. Geller: “Argentina. La ofensiva del 76”, art.cit., pp. 162 y ss.
601
Cf., S.F.: “En el círculo vicioso del estancamiento y la inflación”, art.cit., pp. 121 y ss.; y D. Astori:
“La política económica vigente...”, art.cit., pp. 141 y ss.
288
las cifras de paro crecerían de modo significativo si se ana-
lizaran otros procesos, como el emigratorio, que inciden en
el mercado de trabajo. En este sentido, el autor señala que
“las cifras comentadas –a pesar de sus niveles- no ilustran
en toda su dimensión las repercusiones desequilibrantes del
proceso económico en este ámbito. Ello se debe a que a partir
de la primera mitad de los años sesenta comenzó a gestarse
en Uruguay un proceso de emigración que hasta 1975 había
comprendido un volumen total de, por lo menos, 250 a 300
mil personas (...) La mayor parte de este proceso se explica
por la situación laboral interna y, desde el punto de vista de
la problemática referida al mercado de trabajo, ha significado
–indudablemente- una exportación de la desocupación”602.
Sobre estos problemas, a título indicativo, podemos que el
salario real, en Uruguay y con datos de la Dirección Gene-
ral de Estadísticas y Censos, tuvo la siguiente evolución de
índices: 100 (1968), 116 (1971), 94.3 (1973), 80.2 (1976) y 62.6
(1979). Respecto a la tasa de desocupación en Montevideo,
como dijimos, se pasa de un desempleo de la población acti-
va del 7.7 por ciento (1972) al 13 por ciento (1977), con datos
de la misma Dirección General calculados por encuestas para
el primer semestre de cada año.
289
del modelo, con tasas de desocupación, entre 1974 y 1978, que
no varían más allá del 3.4 al 4.8 por ciento604.
604
Cf., Boletín Semanal, Ministerio de Economía, 19.III.1979, p. 5.
605
Cf., al respecto, Boletín Semanal, Ministerio de Economía, ibid., y los comentarios críticos de
L. Séller: “Argentina. La ofensiva del 76”, art.cit., pp. 163-4; E.C. Schposnik y J.M. Vacchino:
“Argentina: ¿fracaso de un ministro o de un sistema?”, Comercio Exterior, vol. 32, nº 1, enero 1982,
pp. 2-13, esp. pp. 11; y A. Ferrer: “La economía argentina 1976-1979”, Economía de América Latina, nº
5, segundo semestre 1980, pp. 182 y ss.
290
otros recursos escasos como el crédito, el capi-
tal extranjero, etc.”…”...el poder sobre el mer-
cado de los productores más grandes y acen-
túa las ventajas de los grupos que poseen una
situación inicial de liquidez, riqueza o ingreso
favorable. Allí debe buscarse el origen de la
concentración económica que la aplicación de
esas políticas genera”.
606
A. Foxley: “Inflación con recesión: las experiencias de Brasil y Chile”, Trimestre Económico, nº
188, 1980, pp. 978-9.
607
Cf., al respecto, R. Cortázar: “Chile: resultados distributivos 1973-1982”, Desarrollo Económico,
vol. 23, nº 9, octubre-diciembre 1983, pp. 369-392.
608
A. Foxley: “Las políticas de estabilización neoliberales: lecciones de la experiencia”, Trimestre
Económico, nº 199, julio-septiembre 1983, pp. 1299-1318, correspondiendo la cita a p. 1306.
291
Si la concentración del ingreso y la riqueza, cualquiera que el
enfoque utilizado (personal, funcional, regional, etc.), es un
fenómeno diáfano en Chile, no lo es menos en los otros dos
casos de referencia que merecen una larga nota al respectoSi
el significado del proyecto político-económico implantado
en Argentina, en 1976, es, en síntesis,
Entonces,
292
“...por un lado, una agudización de las dife-
rencias relativas entre los salarios correspon-
dientes a los cargos más altos de jerarquía y
calificación, y aquellos que perciben las perso-
nas ubicadas en los estratos inferiores desde
los puntos de vista señalados, por otra parte
y simultáneamente, una relación bastante di-
recta entre el rango de esa estratificación de
ingresos y el tamaño de la empresa” (“La polí-
tica económica vigente...”, art.cit., p. 144). Cf.,
asimismo, J.M. Quijano: “Uruguay: balan-
ce...”, art.cit., pp. 178 y ss.
Como señala el mismo D. Astori, para los tres casos, los pro-
cesos de concentración, redistribución de la renta y la riqueza,
así como la diferenciación salarial son
293
No obstante, la aparente neutralidad técnica de la políti-
ca económica monetarista fue realmente ‘discrecional’ por
cuanto no sólo afectó negativamente a los estratos de ingreso
inferiores sino que, también, reforzó la consolidación de los
grandes conglomerados privados y favoreció su creciente in-
fluencia política y económica. Los ‘grupos económicos’ son,
al decir de algún especialista, los nuevos protagonistas del
desarrollo en un triple aspecto610: a) controlan progresiva-
mente la propiedad de activos industriales, bancos y finan-
cieras; b) son los agentes que dinamizan la restructuración
interna y las nuevas modalidades de inserción internacional;
y c) monopolizan la relación con los bancos transnacionales,
controlando el grueso del flujo de crédito y el destino de la
deuda externa.
610
Cf., A. Foxley: “Hacia una economía de libre mercado: Chile 1974-1979”, Estudios CIEPLAN, nº
4, noviembre 1980, p. 36.
611
Cf., al respecto, A. Pinto: “Consensos, disensos y conflictos en el espacio democrático popular”,
Estudios CIEPLAN, nº 10, junio 1983, pp. 113-124, esp. p. 118.
612
Cf., además, F. Dahse: Mapa de la extrema riqueza. Los grupos económicos y el proceso de concentración
de capitales, Ed. Aconcagua, Santiago de Chile, 1979; P. Meller: “Una reflexión crítica en torno al
modelo económico chileno”, Estudios CIEPLAN, nº 10, junio 1983, pp. 125-136; y R. Ffrench-Davis:
“El experimento monetarista en Chile: una síntesis crítica”, Desarrollo Económico, vol. 23, nº 90,
julio-septiembre 1983, pp. 163-196.
294
tantes de las políticas de estabilización basadas en el modelo
de apertura. Pero, como sostiene R. Ffrench-Davis, de la mis-
ma manera que existió una etapa ‘fácil’ de sustitución de im-
portaciones también se produce tal circunstancia en los pri-
meros tramos de la apertura, con resultados positivos pero
coyunturales. Superada dicha fase, “el resultado fue un nivel
notablemente bajo de inversión y de utilización de la capa-
cidad instalada y de la fuerza de trabajo”613. Este proceso de
deterioro es compartido por los casos argentino y uruguayo.
Para el caso argentino, A. Dorfamn escribe lo siguiente:
295
ración del comercio exterior, la política anti-inflacionista, los
cambios de restructuración y el proyecto autoritario implíci-
to en la propuesta, observaríamos, con P. Vergara, que las re-
percusiones que tiene sobre la estructura económica interna
son, a medio plazo, netamente negativas y representadas en
la escasa capacidad para generar empleo, como vimos, en el
lento ritmo de expansión industrial y en un aumento signi-
ficativo de la vulnerabilidad del desarrollo interno respecto
a los sacrificios impuestos por el modelo de apertura615. El
caso chileno es ejemplar y la evolución de la política aran-
celaria y el libérrimo tratamiento de las inversiones directas
y/o los movimientos de capital financiero ilustra la relación
entre las líneas maestras de la apertura y el estancamiento de
las principales macromagnitudes industriales. Veamos, por
lo tanto, la evolución de los índices de producción industrial,
de empleo en el sector y el peso relativo del mismo respecto
al producto global, desde la implantación del proyecto hasta
la crisis del llamado ‘milagro chileno’:
INDICES (1970=100) 1973 1974 1975 1976 1977 1978 1979
============================================
615
Cf., al respecto, P. Vergara: “Apertura externa y desarrollo industrial en Chile 1973-1978”,
Estudios CIEPLAN, nº 4, noviembre 1980, pp. 79-117. Para una excelente panorámica del proceso de
industrialización en América Latina y los problemas actuales, cf., F. Fajnzlber: La industrialización
truncada de América Latina, Ed. Nueva Imagen, México, 1983.
296
arancelaria promedio del 94 por ciento (y llegando a un por-
centaje de 500 para algunos productos importados) en 1973,
se pasa a otra del 38 por ciento, en 1976, para quedar esta-
blecida en una tarifa única del 10 por ciento, en 1979. Argen-
tina, por su parte, tiene una evolución arancelaria. El ritmo
de crecimiento apenas supera, al comienzo de la década de
los ochenta, los de Chile, Uruguay y Haití616. Uruguay, otrora
considerado la ‘Suiza de América’, es presentado, tres años
después del golpe militar, como el ‘Hong Kong’ latinoameri-
cano617.De cualquier forma, el debilitamieto del aparato pro-
ductivo industrial de los países que adoptaron una política
económica como la aquí descrita no puede responsabilizarse
a la apertura como un fenómeno unitario. Al respecto, O.
Muñoz propone diferenciar, con razonado criterio a nuestro
entender, entre apertura comercial y apertura financiera618.
Sin que ello impida un posterior análisis de la influencia de
la apertura sobre la quiebra del sistema financiero nacional,
para los tres casos. Es necesario destacar, en este momento, el
rasgo distorsionador -en términos industriales- de la evolu-
ción del tipo de cambio real y la conformación de un merca-
do de divisas como la propuesta por el modelo619.
616
Como señalan E.C. Schaposnik y J.M. Vacchino: “Argentina: ¿fracaso de un ministro o de un
sistema?”, art.cit., p. 7.
617
Al respecto, escribe J.M. Quijano, “...Uruguay –dijo en 1976 un monetarista nativo- tiene que ser
el Hong Kong de América Latina. Muchos se rieron. Quizá porque no sabían que Hong Kong es
uno de los grandes centros de maquila mundial” (“Uruguay: balance...”, art.cit., p. 186).
618
O. Muñoz: “Crecimiento y desequilibrios en una economía abierta: el caso chileno 1976-1981”,
Estudios CIEPLAN, nº 8, julio 1982, pp. 19-41.
619
A. Foxley: “Experimentos neoliberales...”, art.cit., esp. pp. 137 y ss.
297
En segundo lugar, alienta el endeudamiento creciente del
sector real. Esta situación fue definida, gráficamente, como
‘procesos de apertura financiera que no se materializan en
chimeneas fabriles’620.
620
Cf., al respecto, M.C. Tavares: Da substitução de importações ao capitalismo financeiro, Ed. Zahar,
Río de Janeiro, 1972.
621
”Uruguay: Balance...”, art.cit., p. 186.
622
C. Kay: “La política agraria del gobierno militar de Chile”, Trimestre Económico, nº 191, 1981, p.
567.
298
Pero, a nuestro juicio, el proyecto monetarista neoliberal no
sólo descansa en la ‘contrarreforma’ agraria, como una res-
puesta autoritaria a la política económica de la Unidad Popu-
lar, sino que tiene un programa para el sector que manifiesta
claramente su filosofía económica623. Tres principios se obser-
varn en la propuesta: privatización, desaparición del soporte
financiero y técnico del Estado y, por último, la exclusión po-
lítica y social del campesinado624.
623
Sobre el presente tema existe una copiosa literature. Cf., entre otros, F. Gil y otros: Chile 1970-
1973. Lecciones de una experiencia, Tecnos, Madrid, 1975; G. Martner: Chile. Los mil días de una
economía sitiada, Universidad Central, Caracas, 1975; S. Bitar: Transición, socialismo y democracia,
Siglo XXI, México, 1979; y G. Martner: “Salvador Allende y la dirección económica durante la
Unidad Popular”, Le Monde Diplomatique (en esp.), nº 21, septiembre 1980, pp. 25-7.
624
Cf., al respecto, “Transformaciones de las relaciones de dominación y dependencia entre terratenientes
y campesinos en Chile”, Revista Mexicana de Sociología, nº 2, mayo-agosto 1980, pp. 751-797; J. Crispi: El
agro chileno después de 1973: expansión capitalista y campesinización pauperizante, GIA, Santiago de Chile,
1980; y R. Rivera: “Chile 1973-1983. Un decenio de liberalismo en la agricultura”, Comercio Exterior, vol.
34, nº 11, noviembre 1984, pp. 1109-1120.
625
“Transformaciones de las relaciones...”, art.cit., pp. 584 y ss.
626
Ibid., p. 586.
299
nales (cereales, ganadería) por plantaciones frutales y silví-
colas que requieren costosas inversiones y un largo período
de maduración del capital invertido. En consecuencia “la di-
námica de la acumulación de capital será diferente (...). Así,
pues, son, sobre todo, los agricultores exportadores quienes
se estén capitalizando, intensificando su producción y utili-
zando mano de obra asalariada”627.
300
Quisiéramos referirnos, por último, a un tema ya anunciado
anteriormente y que aquí expondremos brevemente por las
conexiones que existen entre el debilitamiento del aparato
productivo, en los casos de referencia, y la crisis financie-
raprovocada por la adopción de políticas monetaristas y de
apertura. Como vimos en su momento, el sector financiero
es considerado, desde la perspectiva neoliberal de la teoría
del desarrollo, como un factor que contiene el impulso ne-
cesario para arrastrar el crecimiento económico en los paí-
ses subdesarrollados. Este tipo de argumentos utilizados por
el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) o el Centro de
Estudios Monetarios Latinoamericanos (CEMLA)632, institu-
ciones vinculadas con un enfoque convencional del desarro-
llo, fueronasumidos, aunque con cierta moderación, por la
misma CEPAL. En 1974, este organismo consultivo cree que
el desarrollo de unaintermediación financiera diversificada
provee de los medios de transferencias de recursos adecua-
dos hacia los sectores deficitarios de capital, mejorando, en
consecuencia, la eficiencia general del sistema económico633.
Lo cierto es que la expansión financiera en el Cono Sur, desde
1973, no sirvió a ninguno de los objetivos de desarrollo que,
a priori, le daban sentido. El acelerado crecimiento del sector
financiero sin una base productiva real desemboca, lógica-
mente, en una hipertrofia del sector y en una introversión de
funciones limitadas al ámbito financiero. A partir de enton-
ces, el creciente peso relativo de los servicios financieros se
fundamenta en meros movimientos de capital de tipo espe-
culativo, al juego cambiario y en la gestión de movimientos
de capital desde el exterior.
632
Cf., por ejemplo, VV.AA.: La movilización de recursos financieros internos en América Latina, Banco
Interamericano de Desarrollo, Lima 1971; y J. Olcese Fernández: La intermediación financiera y la inversión
institucional, CEMLA, México, 1981.
633
Cf., al respecto, CEPAL: El desarrollo reciente del sistema financiero en América Latina, F.C.E., México,
1974.
301
éste tuviere vida propia y un crecimiento autónomo. Por
eso, el anuncio de la crisis financiera, en los tres países en
cuestión, era una confesión dederrota del proyecto au-
toritario y una constatación delagotamiento del modelo
propugnado. En otras palabras, la quiebra financiera re-
presentó una de las salidas por la que emergió el cúmulo
de contradicciones generadas por una opción de política
económica incapaz de compatibilizar ágilmente el mone-
tarismo interno y la apertura irrestricta hacia el exterior,
por cuanto el carácter endógeno de la oferta monetaria no
se corresponde con los requerimientos de economía abier-
ta634. El caso chileno es, otra vez, ejemplar. En el contexto
de creciente déficit de cuenta corriente, la economía chile-
na soporta, a partir de 1979, fuertes alzas de los tipos de
interés internacionales y de los tipos de interés real cobra-
dos internamente por la gran banca. Ello provocó un des-
mesurado aumento de los gastos financieros de las empre-
sas –especialmente los grandes conglomerados formados
con el apoyo privilegiado de la política económica-, cuya
quiebra en cadena arrastra a numerosas instituciones ban-
carias y estimula la tendencia, igualmente perjudicial, a
colocar activos a corto plazo, en actividades especulativas
y sin trasunto productivo635.La filosofía económica neoli-
beral del modelo no fue, enabsoluto, óbice para el último
tramo de la crisis financiera (anticipando, también, la crisis
del modelo), sino, más bien, la demostración palpable del
verdadero significado del enfoque subsidiario extremo. De
esta forma, se constata un fenómeno aparentemente para-
dójico: el protagonismo de la intervención estatal en orden
a la asunción de los compromisos de empresas y bancos
nacionales liquidados, responsabilizándose el Estado ante
634
Según la opinión de R. Zahler: “Repercusiones monetarias y reales de la apertura financiera al exterior.
El caso chileno: 1975-1978”, Revista de la CEPAL, nº 10, abril 1980, pp. 137-163. Cf., asimismo, R.
Carranza: “Ventajas e inconvenientes de la apertura externa”, Realidad Económica, nº 42, 1981, pp. 84-92.
635
Cf., al respecto, A. Schneider: “Chile. Un análisis crítico del desarrollo del sistema financiero”, Economía
de América Latina, nº 4, marzo 1980, pp. 135-160. Una excelente descripción, a pesar de su brevedad, de la
crisis financiera de 1981, en J.P. Arellano y R. Cortázar: “Del milagro a la crisis: algunas reflexiones sobre
el momento económico”, art.cit., pp. 43-60; y A. Foxley: “Cinco lecciones de la crisis actual”, art.cit., pp.
164 y ss.
302
los acreedores internos y externos, como acaeció en Chi-
le636, en Argentina637 y en Uruguay638.
636 Para tener una idea aproximada de los nuevos compromisos del Estado de Chile, véanse los siguientes
datos relativos a la deuda financiera total de bancos liquidados, intervenidos e inspeccionados
oficialmente, al ocho de noviembre de 1982:
303
sil) o en la industria petrolera (México) y la deuda externa
de aquellos países que optaron por políticas monetaristas y
neoliberales que no sólo no se ha invertido productivamente
sino que, además, ha servido para una artificial superviven-
cia del modelo implementado cuyos efectos, en términos de
costos sociales y debilitamiento del aparato productivo he-
mos analizado...
639
Véanse las convergencias de opinión entre R. Prebisch: “El retorno a la ortodoxia” y E.V. Iglesias:
“Angustias frente al ‘Qué Hacer”, ambos publicados en Pensamiento Iberoamericano, nº 1, enero-junio
1982, pp. 73-78 y pp. 79-84, respectivamente.
640
Como lo denomina N. Kaldor en Le Fléau du monétarisme, op.cit.
641
Para los distintos casos, cf., entre otros, M. Lajo: “Desarrollo económico peruano. Del Plan Inca al Plan
Túpac Amaru”, Comercio Exterior, vol. 28, nº 2, febrero 1978, pp. 197-205; J. Iguiñiz: “Perú: democracia y
neoliberalismo en tensión”, Le Monde Diplomatique (en esp.), nº 39, marzo 1982, p. 27; y, del último autor,
“Perspectivas y opciones frente a la crisis”, Pensamiento Iberoamericano, nº 4, julio-diciembre 1983, pp. 15-
44; I. Parra Peña: “Comentarios sobre la corrección monetaria en Colombia”, Comercio Exterior, vol. 26, nº
9, septiembre 1976, pp. 1042-1047; A. García: “Los límites del modelo liberal de crecimiento económico.
Análisis de la experiencia colombiana” , Estudios Sociales Centroamericanos, nº 26, mayo-agosto 1980,
pp. 103-130; J. Silva Colmenares: “Particularidades y efectos del neoliberalismo en Colombia”, Comercio
Exterior, vol. 32, nº 6, junio 1982, pp. 608-620; A. Hernández: “La utopía neoliberal como respuesta al
subdesarrollo hondureño”, Revista Centroamericana de Economía, nº 11, mayo-agosto 1983; y G. Ortiz
Crespo: “Neoliberalismo autoritario y encrucijada social”, Economía y Desarrollo, nº 9, julio 1985, pp. 1-20.
642
S. Bitar: “Chile 1990: Adónde conduciría el modelo ultraliberal”, Nueva Sociedad, nº 53, marzo-abril
1981, pp. 65-74.
304
quiere la proposición de fórmulas alternativas y estrategias
de desarrollo futuro.
643
“Crecimiento y desequilibrios en una economía abierta: el caso chileno 1976-1981”, art.cit., p. 37.
644
“Consensos, disensos y conflictos...”, art.cit., pp. 118 y ss.; y R. Lagos: “Crisis, Ocaso Neoliberal y el Rol
del Estado”, Pensamiento Iberoamericano, nº 5, primera parte, enero-junio 1984, pp. 165 y ss.
645
Democracia y políticas neoliberales, op.cit. Cf., asimismo, y para los tres casos, a A. Pinto: La crisis social
chilena: trasfondo, conflictos y consensos para la redemocratización, Ed. Vector, Santiago, 1981; A. Foxley y
otros: Reconstrucción económica para la democracia, CIEPLAN, Santiago, 1983; y A. Ferrer: Nacionalismo
y Orden Constitucional, FCE, México, 1981. El mismo A. Ferrer abre uno de sus artículos (“Las grandes
perspectivas económicas de la Argentina”, Información Comercial Española, nº 562, junio 1980, pp. 19-24)
con una significativa frase del Quijote que expresa el optimismo de la reconstrucción en aquellos países,
como los que aquí analizamos, que sufrieron la política y la economía del proyecto autoritario: “...de aquí se
sigue que, habiendo durado mucho el mal, el bien está ya cerca”. Cf., asimismo, IADE: “Lineamientos para
un programa de emergencia y reactivación”, Realidad Económica, nº 41, 1980, pp. 4-18.
646
Cf., entre otros, a V. Peñarranda: “Concentración económica: mercado de capitales y endeudamiento
externo. Algunas líneas de investigación”, Estudios Sociales, nº 23, 1980, pp. 41-60; R. Ffrench-Davis: “El
problema de la deuda externa y la apertura financiera en Chile”, Estudios CIEPLAN, nº 11, diciembre 1983,
pp. 113-138; A. Ferrer: “La deuda externa: el caso argentino”, Comercio Exterior, vol. 32, nº 12, diciembre
1982, pp. 1338-1345; y J. Schavarzer: “Argentina 1976-1981: el endeudamiento externo como pivote de la
especulación financiera”, Economía de América Latina, nº 10, 1983, pp. 53-78.
305
de la población están continuamente bloqueados, amenaza-
dos y en entredicho646. En cuarto y último lugar, cualquier al-
ternativa político-económica y de democratización de la vida
pública, especialmente en los casos de referencia, pasa por
una ineludible crítica al discurso monetarista-neoliberal en la
periferia latinoamericana y a las propuestas de un modelo de
fascismo dependiente (por el método de implantación y las
alianzas de clase que los sustentan), monetarista (por su ins-
trumentación básica) y neoliberal (por la filosofía económica
de fondo), en un diseñode apertura que responde, en lo fun-
damental, a la transnacionalización productiva y financiera y
a la internacionalización de la política económica647.
647
Aparte de las numerosas referencias anteriormente citadas, cf., sobre el particular, S. Lichtensztejn;
“Reajuste internacional y políticas nacionales en América Latina”, Pensamiento Iberoamericano, nº
5, primera parte, enero-junio 1984, pp. 223-242; y, sobre la especial incidencia del Fondo Monetario
Internacional en estos procesos, R.L. Ground: “Los programas de ajuste en América Latina: un examen
crítico de las políticas del F.M.I.”, Revista de la CEPAL, nº 23, agosto 1984.
648
Cf., a propósito, S. Bitar: “Friedman pide la salida de Pinochet”, Le Monde Diplomatique (en esp.), nº
39, marzo 1982, p. 26.
649
Cf., en especial, R. Dornbusch: “Políticas de estabilización en los países en desarrollo. ¿Qué es lo que
hemos aprendido?”, Desarrollo Económico, vol. 22, nº 86, julio-septiembre 1982, pp. 187-201; y E.L. Bacha:
“Elementos para una avaliaçao do monetarismo no Cone Sul”. Pesquisa e Planejamento Económico, vol. 13,
nº 2, agosto 1983, pp. 489-506.
650
Cf., al respecto, K. Polanyi: La Grande Transformation. Aux origines politiques et économiques de notre
temps, Ed. Gallimard, París, 1983.
306
cidad de adaptación (filosófica, metodológica, científica) de
la citada corriente de pensamiento al cambiante mundo real
de la periferia. Por otra parte, como una síntesis del proce-
so de subdesarrollo de la región. La deuda externa, por los
condicionantes e instancias involucradas en América Latina,
trasciende la envergadura de su monto y se muestra como
un contencioso más de la situación de dependencia histórica,
política y económica .
651
Cf., J. Estévez: “Chile derrumbe del neoliberalismo”, Economía de América Latina, nº 10, 1983, p. 113.
Cf., asimismo, G. Martner y otros: Dette et Développement, Ed. Publisud, París, 1982.
652
En palabras de O. Muñoz: “Crecimiento y desequilibrios en una economía abierta...”, art.cit., p. 37. Para
el caso argentino, cf., A. Ferrer: La posguerra. Programa para la reconstrucción y desarrollo económico de la
Argentina, El Cid Ed., Buenos Aires, 1982.
307
Universidad de San Carlos de Guatemala.