Professional Documents
Culture Documents
Ostern23 W5 ES
Ostern23 W5 ES
Retiro Carmelita Virtual Cuaresma 2023 - Oración: Vivir nuestra vocación como hijos de Dios
La batalla de la oración
Para aquellos que han entrado en este camino de oración, a menudo aparece rápidamente
una prueba, la del vacío, la sensación de no hacer nada, incluso el aburrimiento. Esta dificultad llega
más o menos rápido y con más o menos intensidad. Pero en cualquier caso, y cualquiera que sea la
causa, siempre viene a cuestionarnos o incluso cuestionar nuestro compromiso con la oración. La
duda parece imponerse en nuestras mentes: ¿por qué orar? ¿No es todo una ilusión? Hay tantas otras
cosas que hacer… Es en este momento que debemos tener claridad en lo que está en el fundamento
de nuestra oración. Si no sabemos por qué oramos, no nos mantendremos en esta batalla de oración.
Cuando no sucede nada a nivel de nuestra sensibilidad en la oración, entonces saber cómo orar se
trataría más bien de cómo esperar en paz. Y sabremos esperar si sabemos de dónde venimos y hacia
dónde vamos.
El lugar del deseo en la vida espiritual es fundamental. Vemos en los Evangelios que Jesús a
menudo cuestiona a las personas que conoce para averiguar cuál es su deseo. Para nuestra vida espi-
ritual, el Señor confiará en nuestras habilidades y expectativas para educarnos, para hacernos crecer
en la fe, la caridad y la esperanza. Por ejemplo, durante su encuentro con los primeros discípulos,
según nos dice Juan, Jesús les pregunta sobre su expectativa, sobre su deseo: “Dándose la vuelta, Je-
sús vio que lo seguían y les dijo: ‘¿Qué buscáis?’ Ellos respondieron: ‘Rabino, que significa, Maestro,
¿dónde vives?’ (Jn 1,38). ‘¿Qué estás buscando?: la respuesta a esta pregunta revela la intención de los
discípulos; quieren acompañar a Cristo al lugar donde vive. En la teología del evangelista Juan, este
término se refiere al prólogo escrito unos versículos más arriba. El hogar del Verbo es la Trinidad.
La respuesta de Cristo invita a los discípulos a continuar el camino siguiéndolo. Ya por invitación de
Juan el Bautista los dos discípulos habían partido. Ahora es Cristo quien, confiando en su petición,
en su deseo, los invita a continuar el camino siguiéndolo para descubrir cuál es su casa. Los discípu-
los no tienen idea de hasta dónde los llevará este seguimiento de Cristo. Quieren saber dónde habita
Jesús de Nazaret y serán introducidos en la morada de la Palabra de Dios, la Santísima Trinidad.
Deseos espirituales
Muchas veces en el evangelio, Jesús confiará en las peticiones de los discípulos o de cual-
quier otra persona para ofrecerles aún más. A menudo, las respuestas o las preguntas ingenuas de
Cuaresma 2023 © Copyright 2023
1 www.retiro-online.karmel.at. Todos los derechos reservados.
los interlocutores de Jesús abrirán la puerta a un tesoro espiritual. Él cuestiona los deseos de las
personas y Jesús los cumple mucho más allá de sus expectativas. Así, el deseo, y a veces este deseo
es muy material, es sublimado por Jesús para realizar la vocación más profunda de su interlocutor.
Los dos primeros discípulos que seguirán a Jesús y que quisieron saber dónde vivía se convertirán
en los apóstoles de Cristo resucitado. A las multitudes, Él da pan multiplicándolo, y les ofrece el Pan
de Vida. A la mujer samaritana que pide agua, le promete el Espíritu Santo. La salvación traída por
Jesús cumple y supera las expectativas y aspiraciones más profundas del hombre.
El Espíritu Santo está presente en nuestros corazones, como una capa de agua subterránea.
Somos creados a imagen y semejanza divina y a través de la fe en Cristo Jesús y la vida sacramental
somos establecidos como hijos adoptivos de Dios nuestro Padre. Hay en el hombre, y aún más en el
cristiano, algo que supera al hombre: el Espíritu del Padre y del Hijo que fue “derramado en nuestros
corazones” (cf. Rom 5 :5). Y tener deseos espirituales dentro de nosotros es una señal de que somos
movidos por el Espíritu Santo. Estos no son deseos ilusorios, sino signos de la presencia del Espíritu
Santo en nosotros. Los deseos espirituales manifiestan la presencia del Espíritu Santo en nuestros
corazones, ya que las capas de agua en la superficie de la tierra son el signo de la fuente oculta. Como
el Espíritu Santo es la vida de nuestra alma, nuestros deseos espirituales son los motores y el di-
namismo de nuestra vida espiritual. Pero debemos reconocer la verdad y la rectitud de los deseos.
¿Cómo sabemos si nuestros deseos son realmente los frutos del Espíritu Santo?
Los deseos humanos y los deseos espirituales se pueden mezclar: esto no asusta a Jesús y él sabe
cómo partir de lo que es mejor en nosotros. Pero también podemos saber que algunos deseos son por
naturaleza los mismos deseos del Espíritu Santo en nuestros corazones. Escuchemos a Pablo decir-
nos: “Yo los exhorto a que se dejen conducir por el Espíritu de Dios, y así no serán arrastrados por
los deseos de la carne. Porque la carne desea contra el espíritu y el espíritu contra la carne. Ambos
luchan entre sí, y por eso, ustedes no pueden hacer todo el bien que quieren. Pero si están animados
por el Espíritu, ya no están sometidos a la Ley. Se sabe muy bien cuáles son las obras de la carne:
fornicación, impureza y libertinaje, idolatría y superstición, enemistades y peleas, rivalidades y vio-
lencias, ambiciones y discordias, sectarismos, disensiones y envidias, ebriedades y orgías, y todos los
excesos de esta naturaleza. Les vuelvo a repetir que los que hacen estas cosas no poseerán el Reino de
Dios. Por el contrario, el fruto del Espíritu es: amor, alegría y paz, magnanimidad, afabilidad, bondad
y confianza, mansedumbre y temperancia. Frente a estas cosas, la Ley está demás.” (Gálatas 5:16-23)
Por lo tanto, entiendes que, estrictamente hablando, uno no aprende a orar; experimentamos
en un momento u otro esta acción del Espíritu Santo en nuestros corazones que nos hace entender
lo que puede ser la oración. Pero la oración como obra del Espíritu Santo no puede ser dada a uno
mismo; estamos dispuestos al don y a la acción de Dios en nosotros. El deseo de oración, como cual-
quier deseo espiritual, ya es en parte obra del Espíritu Santo en nosotros. Es este comienzo de unión
entre nuestro espíritu y el Espíritu que Cristo nos envió lo que nos hace desear la oración, lo que nos
hace volvernos a Dios llamándolo Padre. Cada oración, por su existencia, testifica que el Espíritu se
ha unido con nuestro espíritu para producir lo que inapropiadamente llamamos “nuestra” oración. E
incluso San Pablo en sus epístolas nos recuerda que nadie puede decir que Jesús es Señor sin el Espí-
ritu Santo, ni puede decir que Dios es Padre sin ese mismo Espíritu Santo. Por lo tanto, cada oración
es trinitaria y testifica que los tres Padres divinos trabajan en nosotros.
La respuesta de la fidelidad
Por lo tanto, no hay diferencia de naturaleza entre los grandes santos y nosotros los pecadores
creyentes. La diferencia radica en la manifestación en su vida de la obra del Espíritu Santo. Dejaron
que Dios tomara posesión de sus vidas y seres; dejamos sólo una pequeña parte al Espíritu. Básica-
mente, la presencia del Espíritu Santo es la misma en los santos que en nosotros; Permanecemos en
el principio, mientras los santos cosechan abundantes frutos. Tenemos dentro de nosotros el Espíritu
Santo, a través de la fe y los sacramentos, y su presencia se nos manifiesta a través de nuestros deseos
espirituales. El desafío espiritual se convierte así en construir nuestra vida en fidelidad a los dones
recibidos. Por lo tanto, no se trata de producir oración de la nada, sino de dejar emerger y desarrollar
lo que ya tenemos en nosotros. Dejar emerger y desarrollarse significa que una vez dado el don del
Espíritu, y todos lo tenemos, nuestro esfuerzo en la oración es de una duración, un desarrollo en el
tiempo. No se trata de crear algo, o esperar una venida externa, sino de dejar que se desarrolle un don
ya recibido.
Dejar que emerja y desarrolle el don del Espíritu Santo en nuestros corazones es nuestro tra-
bajo espiritual. Y en la oración, este trabajo es más como una expectativa, una vigilia, que cosas que
hacer. Esperar es atención amorosa al don de Dios, a su presencia. Se trata más de darle el lugar que
de ocuparlo nosotros mismos por nuestra actividad. Conscientes del misterio de nuestra íntima co-
munión con el Señor, trataremos de ponernos en una situación de escucha y disponibilidad. El reco-
gimiento, a través de diferentes modos de acercarse a la oración, tiende a no ocuparse sin aburrirse
durante la oración, sino a abrirse a lo que ya está presente para nosotros. Atención amorosa a los que
ya están presentes, disponibilidad y escucha de la Palabra de Dios, es nuestra manera de mirar, de
esperar. Esperamos porque estamos en un punto intermedio, entre los dones ya recibidos y las pro-
mesas de Cristo. Ante nosotros está la plena realización de estas promesas y dones. Saber rezar es,
por tanto, saber esperar.
El don de la perseverancia
Se trata, pues, de no cansarse, y sobre todo de no cansarse de no saber rezar. La oración es el
fruto, el comienzo de la unión entre nuestro espíritu y el Espíritu Santo: por lo tanto, no podemos
dárnosla a nosotros mismos. Podemos darnos los medios para promover esta unión, pero no pode-
mos crearla por nuestra cuenta. Orar como amor no es un ejercicio gimnástico donde es suficiente
hacer este o aquel gesto para lograr el objetivo. Orar como amor es un regalo y una experiencia de
relaciones. Uno puede, en el mejor de los casos, disponerse a la oración, pero no a realizar la oración,
la comunión. Nos preparamos para una reunión, miramos sin cansarse, pero solos no nos damos
cuenta de la reunión. No podemos deshacernos de la impresión de no saber cómo orar. Si pensamos
que sabemos cómo orar, ¿tal vez esto sería una señal de que nos proporcionamos nuestra propia ora-
ción, más que disponernos a recibirla del Espíritu Santo? Y nuestra espera no es una expectativa que
debe satisfacerse al final del tiempo de oración, sino una expectativa de encuentro cuyas condiciones
no dependen enteramente de nosotros. No sabemos cómo orar porque no oramos. Es la manifesta-
ción del Espíritu Santo en nuestros corazones lo que produce la verdadera oración (cf. Rm 8, 26).
Nos cansaremos de orar cuanto más rápido creamos que podemos obtener un resultado tangible por
nosotros mismos.
Orar como amar es una apertura de uno mismo y un don de uno mismo para recibir al otro. Lo
que depende de nosotros es la apertura y el don de nosotros mismos, pero no forzar al otro al encuen-
tro. Así, la actitud de la persona que reza es la de esperar y perseverar en la vigilia hasta la alegría
del encuentro. Por parte del hombre, la actitud de la oración se recompensa a sí misma. El encuentro
tendrá lugar: estamos seguros de ello porque nuestro deseo es el signo de esta presencia ya dada del
Espíritu Santo en nosotros. Pero no controlamos la hora y el lugar del encuentro. La perseverancia
nos dará lo que esperamos (cf. Lc 11,9-13). Nuestra expectativa, nuestra perseverancia, es lo que po-
demos ofrecer. Y confiamos en las promesas de Dios de hacer Su obra en nosotros al confiar en las
huellas y primicias del Espíritu Santo en nuestros corazones.
Así, experimentamos en lo concreto de nuestra oración que lo que depende de nosotros es poner en
práctica las actitudes filiales que Jesús nos enseñó: tomarme el tiempo para volvernos hacia el Padre,
reconocerlo como Padre, fuente de mi vida, recibir su Palabra como alimento, reafirmar mi confian-
za en él en un acto de profunda gratitud y adoración, y así, mantener la esperanza.
Sábado 1 de abril: “Tú eres mi Dios, mis días están en tu mano”. (Sal 30:6)
“No dijo eso por sí mismo, sino que profetizó como Sumo Sacerdote que Jesús iba a morir por la na-
ción, y no solamente por la nación, sino también para congregar en la unidad a los hijos de Dios que
estaban dispersos”. (Jn 11,51-52)
“El sufrimiento aceptado y ofrecido nos hace salvadores. ‘ Sin derramamiento de sangre, no hay re-
dención”. (Heb 9:22). Y no hay escasez de oportunidades. (Padre Santiago de Jesús)
Jesús, transforma mi vida en la tuya. Llévame a tu vida dada, la que recibes del Padre para difundir su
5 bondad sobre todos.