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Toda escucha tiene una dimensión política.

Escuchar al otro es parte esencial de la


construcción de lo común. En el mundo en que vivimos, hemos perdido la capacidad de
escuchar. Se levantan barreras de todo tipo: “no pienso como tu”, “no me interesa lo que
dices”, “no es suficientemente interesante lo que dices”, “eso no es asunto mío”. Hoy oímos
muchas cosas, pero perdemos cada vez más la capacidad de escuchar a otros y de atender a su
lenguaje y su sufrimiento. Los sufrimientos, miedos, dolencias se han privatizado de tal
forma que se ha perdido de vista la sociabilidad del sufrimiento ajeno. ¿Y qué decir de las
víctimas del conflicto armado? Como sociedad hemos privatizado su sufrimiento y sus
miedos, impidiendo su socialización, su politización.

Por ello, tenemos el deber de construir una sociedad de oyentes. Esto consiste en redescubrir
el tiempo del otro. Redescubrir este tiempo es un elemento necesario para transitar hacia ese
escenario tan complejo que llamamos paz, o al menos conjuntos remotos de no violencia. No
creo que la paz sea un simple escenario en donde el reino del amor, la igualdad y la
homogeneidad estén presentes. Esa es una idealización. Tal vez, un escenario de paz en
Colombia debe iniciar por construir una sociedad de oyentes.

Creo que constituir esta comunidad de escucha nos permitirá también aprender a transitar por
todos los conflictos que atravesamos tanto en la vida social como personal. Es necesario
construir espacios sociales y legales en el cual los conflictos puedan manifestarse, puedan
desarrollarse, sin que toda oposición conduzca a la supresión o al silencio del otro. Como
dice Estanislao Zuleta: “De vivir no a pesar de ellos, sino productiva e inteligentemente en
ellos. Que sólo un pueblo escéptico sobre la fiesta de la guerra, maduro para el conflicto, es
un pueblo maduro para la paz”.

El libro de Alicia en el país de las Maravillas de Lewis Carroll nos enseña sobre la
importancia del olvido y el desaprendizaje. Alicia no hubiera tenido todas sus aventuras si no
tuviera esa capacidad de desaprender lo conocido. Desaprender implica desplazarse de la
certeza hacia la posibilidad. La vida se juega en esos momentos de riesgo en que nos damos
cuenta que lo que hemos aprendido no sirve y hay que empezar de nuevo. Si ya todo está
aprendido, si ya todo está dicho, nunca habrá lugar a lo nuevo. La vida cambia sin pedirnos
permiso, y por ello, no podemos tener miedo de transformarnos.

Desconfiemos de los portadores de certezas absolutas. Nuestros saberes eternos nos acorralan
y nos impiden construir un nuevo nosotros y una nueva sociedad. Los que lo saben todo se
aburren porque no tienen aventuras. Abramos siempre la mente hacia nuevos caminos, hacia
nuevas preguntas. El arte de desaprender puede abrirnos el camino a construir una sociedad
distinta en la que lo que pensábamos imposible se convierta en algo cotidiano. Es con otros,
solamente en el encuentro sincero con el otro que se practica el arte de desaprender.

Cuenten con todos los integrantes de la Comisión Colombiana de Juristas como seres de
escucha. Que estamos y estaremos allí para estar con ustedes en este difícil proceso de
transición. No somos expertos que queremos indicarles el camino a seguir. Son ustedes
quienes nos indicarán los nuevos caminos por los que debemos transitar. Respetamos y
valoramos todos los daños que han sufrido. Gracias por participar en este curso de diálogo y
escucha. Seguiremos aprendiendo y transformando espacios para que la paz sea un verdadero
escenario político para todos los colombianos.

Iván Díaz Peña

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