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VALORES: CLASIFICACIÓN Y JERARQUÍA

La Logoterapia nos muestra que hay tres caminos para encontrar sentido:
● Valores de creación

● Valores de experiencia

● Valores de actitud

Los valores deben descubrirse de manera personal y han de experienciarse, no se


pueden imponer por alguna religión o ley, porque entonces estamos hablando de normas
o reglas, cuando se siguen códigos de conducta estamos hablando de “acciones que
sigo” o introyecto que no me he cuestionado. Un valor debe ser elegido y vivido, de tal
manera que encarnado en mí sirva para dar un testimonio efectivo de que esa es mi
forma de pensar o de sentir.

La tríada de los valores en la Logoterapia, al comprenderlos como conductas o


actitudes que se reflejan en mí actuar, son acciones y eso implica movimiento siendo su
dirección lo que marca la singularidad de cada clasificación:
● Valor de experiencia es lo que recibo del mundo, viene hacia mí y lo incorporo;

● Valor de creación es lo que doy al mundo, sale de mí y es una aportación;

● Valores de actitud están en doble dirección, son ir y venir, entre lo que doy de mi
al mundo y el golpe del destino que recibo de la vida, siendo que de ese
intercambio con la vida, doy y recibo para mí construcción y esa es la postura que
tengo ante el mundo cuando por hechos inevitables de la vida, tengo ante mí la
posibilidad de asumir una actitud digna y valiente frente a ese destino doloroso
que no puedo cambiar.

Cumplimos el sentido de la existencia realizando valores. A continuación se detallan


las tres vías de valores por medio de las vuales pueden cumplirse.

Valores de Experiencia

Los valores de experiencia se caracterizan por su gratuidad y siendo recibidos del


mundo y de los demás, el valor de excelencia es el amor. El amor se manifiesta en actos
existenciales, éstos son acciones creadas en cada situación y que se movilizan desde el
campo psicofísico reflejando las potencialidades espirituales.

Haciendo referencia a cómo Frankl habla del amor (1978:197-263), específicamente del
amor de pareja, comenta que tiene tres dimensiones: sexual (corporalizada), erótica
(rasgos psíquicos) y espiritual; el acto sexual en una personalidad madura es un medio
para lograr armonía y unión en la expresión de un amor auténtico, fiel y capaz de entregar
su ser espiritual viendo el ser espiritual de la persona amada, cuanto más
anticipadamente empiece la educación sexual y de valores en el adolescente, cuantas
más herramientas tendrá para procesar sus emociones y dar un sano cause a los
impulsos sexuales propios de la edad; un adulto joven logrará crecer mucho más
complementado en la medida en que sepa integrar su autoconocimiento y camino de
realización con una persona que camine en la misma dirección, compartiendo valores y
proyecto de vida común. El amor es ver al otro, como Dios lo ve. Abierto a la posibilidad
de transformación por libre elección… siendo responsable de lo que quiere para sí y para
el nosotros. Cuando no hablamos de la pareja, sabemos que existen otras formas de
amor filial y fraterno que encontramos en familiares y amigos, incluso mascotas. El amor
trasciende a la muerte. El amor es sustraído al tiempo y por tanto imperecedero. El amor
trasciende su parte física y encuentra su significado más profundo en el Yo íntimo. Aún si
alguien muere, el amor que sentimos por esa persona puede crecer ya que el amor es un
acto de voluntad conciente y de decisión.

Y finalmente cuando de amar al ser humano se trata, aparece el monantropismo,


entendido como el amor a la humanidad. El amor no es esencialmente una relación con
una persona, sino que es una orientación de carácter que determina el tipo de relación de
la persona con el mundo como totalidad. Cuando se logra cierto nivel de conciencia se
ama todo cuanto existe y sin apegos, pudiendo tener relaciones de íntimas a lejanas, de
la misma intensidad y además dicha persona manifiesta y genera amor hacia todo lo que
le rodea.

Dentro de los valores de experiencia también está la apreciación de los fenómenos


naturales (amanecer, el aroma de las flores, el canto de las aves) todo lo que el mundo
nos da y sin intervención del hombre, además de lo artístico elaborado por el hombre en
cualquiera de las 7 artes mayores. El ser humano genera en el amor un motor de
posibilidades abiertas a la esperanza: se mantiene en oposición por la libertad de la
voluntad, proyecta su existencia movido por la voluntad de sentido y se mantiene
encendido en la búsqueda constante del sentido de vida que descubre.

Valores Creativos
“Corresponden a la actividad concreta del hombre, a su manera de intervenir en las
fuerzas del mundo para estructurarlo y dirigirlo en la realización de un proyecto”, así los
define Eugenio Fizzotti (2006:166) y continúa: “todo lo que él hace y le permite vivir de un
modo significativo, de un modo humano; el trabajo visto como la realización de una tarea
vital en respuesta a una tarea general que le ha sido ofrecida por la vida. El trabajo
entonces es amado y no tolerado como si fuese tan sólo un medio para lograr un fin”.

Esto quiere decir que no importa tanto la profesión que se ejerce tanto como la prestación
que se da. “Ninguna profesión por sí misma puede justificar una existencia y hacer feliz a
quien la ejerce”. Lo que importa no es lo que se hace, sino cómo se lo hace, porque “la
ocupación en sí no puede volver al hombre indispensable e insustituible: le da tan solo la
posibilidad de convertirse en tal”.

En el trabajo lo que cuenta es la dedicación concreta, la intensidad con la que se lleva a


cabo y no la amplitud de difusión. “Lo que cuenta no es el tipo de trabajo, sino la
motivación: un artista cuyo principal objeto fuera hacer dinero con un trabajo que
permanezca por debajo de su talento, conduce a una vida menos significativa que la de
una ama de casa que se ocupa de la casa por amor al marido y a los hijos”.

No siempre el trabajo satisface, sin embargo, si el hombre no se limita a lo estrictamente


indispensable, sino que imprime entusiasmo y dedicación a su obra, para él efectivamente
el trabajo será un valor.

Desgraciadamente el proceso de industrialización ha constreñido al hombre a trabajar con


una máquina, cuando no como una máquina. Cuando el trabajo no se presenta como
significativo en él, no se logra encontrar un valor. La molestia aumenta cuando el hombre
trabaja para el otro. Le queda entonces llenar el tiempo libre, pero no para huir del vacío
interior, sino para darle un contenido.

El que busca sólo evitar el vacío existencial incurrirá en la neurosis de desocupación o en


la neurosis dominical. Quien sabe llenar el espacio vacío que la progresiva
industrialización le concede, ya sea con actividades paralelas o algún hobby, volcando
sobre otros las ventajas, podrá en efecto convertir en significativa su existencia”.

Estos valores se obtienen al esforzarse por llevar a cabo los propios proyectos, no
necesariamente tiene que haber una remuneración en dinero o en especie, ya que el
sentido se encuentra en ver concluido satisfactoriamente un proyecto.

Los valores de creación también se encuentran muy relacionados con aportar al mundo
respuestas, servicios sin fines de lucro y toda una serie de acciones altruistas y solidarias,
en dónde no se espera nada a cambio.

Sentido del trabajo


Para hablar de ‘el trabajo’ como una actividad en donde nos es posible descubrir el
sentido de la vida, anexo un breve ensayo del blog de Leonardo Buero[6]: “Frankl, si bien
fue un notable filósofo, ante todo fue una persona eminentemente práctica. Quizás por
esto considere a los valores creativos (vinculados al hacer, al trabajo) como los
primordiales para encontrar el sentido de la vida. El hombre, al ser responsable
(capacitado para responder) encuentra su realización concreta en el trabajo.”
El trabajo representa el espacio en el que la persona única, irrepetible y finita, encuentra
su vinculación con la comunidad. Allí la existencia singular cobra sentido y valor. Más allá
del trabajo específico importa la obra. “No es, por tanto, una profesión determinada la que
da al hombre la posibilidad de realizarse. En este sentido, podemos decir que ninguna
profesión hace al hombre feliz” (Frankl, 1978:171). Ciertamente nos encontramos con
personas que explican sus frustraciones y padecimientos en la imposibilidad del ejercicio
o estudio de una profesión. Sin embargo, para Frankl, esto es una forma de tergiversar el
valor de la obra. No es la profesión la que produce insatisfacción sino la manera de
ejercerla. Desde la originalidad y creatividad de cada existencia, cualquier trabajo (aun el
más mecánico y monótono) recibe ese algo personal y específico de cada uno.
La profesión o la tarea a realizar son el simple marco de posibilidades de realizar una
obra personal. La tarea se ve trascendida por ese “toque” humano. “Llegamos a la
conclusión de que lo que hace de la vida algo insustituible e irreemplazable, algo
único, algo que sólo se vive una vez, depende del hombre mismo, depende de
quien lo haga y de cómo lo haga, no de lo que se haga.” (Frankl,1978:173).
Al decir del poeta Hillel: “Si no lo hago yo, ¿quién lo hará?; si no lo hago ahora, ¿cuándo
lo haré?; si lo hago sólo para mí, ¿quién soy?”. Muchas veces, el vínculo natural que
existe entre una persona y su trabajo, en cuyo ámbito encuentra la posibilidad de realizar
su existencia singular mediante valores creativos, se encuentra desvirtuado. Condiciones
de trabajo indignas del ser humano hacen que se deba llevar esta realización al campo
del trabajo libre, voluntario, recreativo. Y más aún: desempleado es diferente a
desocupado. Siempre podemos encontrar un espacio para realizar una tarea. Citemos la
frase de Ibsen: “Yo vivo para hacer poesía, pero si las cosas cambian, voy a hacer poesía
para vivir”.
Frankl plantea que se comprende el valor existencial del trabajo cuando se pierde. Allí
surge la “neurosis de la desocupación”, caracterizada por un estado de peligrosa apatía.
Al decir de Frankl (1978:175): Estos hombres van sintiéndose cada vez más incapaces de
estrechar la mano que se alarga hacia ellos brindándoles ayuda para salir del pozo en el
que están metidos.
La vaciedad del tiempo, de la acción laboral, se transforma en vacío interior, de sentido.
También aquí se cae en la trampa de justificar fracasos y errores ya que todo remite a
esta situación: “si tuviera trabajo…”. Son personas que nada se exigen a sí y que no
toleran la exigencia de los demás. El estar desempleados los exonera de tener una vida
responsable, de dar cuenta de sus actos, de asumir una actitud activa. En cambio, existe
otro “tipo” de desocupado.

Son aquellos que “…saben emplear racionalmente el tiempo excesivo que disponen, y
dan, con ello, una plenitud de contenido a su conciencia, a su tiempo y a su vida. Han
comprendido que el sentido de la vida del hombre no se reduce en modo alguno, al
trabajo profesional; puede quedarse sin trabajo sin que por eso se vea obligado a
reconocer que su existencia carece de todo sentido.” (Frankl, 1978:177)
Son aquellos capaces de mantenerse libres, sin caer ni en la apatía ni en la depresión.
Gente que encuentra actividades fuera de las típicamente profesionales: trabajan como
voluntarios en centros de ayuda comunitaria, merenderos, acuden a charlas, leen, se
dedican a tareas hogareñas, están más con sus hijos, etc. Son los que en un plazo
determinado vuelven a conseguir un trabajo.

Así lo confirman las experiencias de los Centros de Atención Logoterapéutica y


Psicológica ubicados en barrios de la periferia de Montevideo y que asisten gratuitamente
a la población. Aquellos desempleados que caen en la desocupación, pierden el sentido,
se abandonan, cada vez encuentran más obstáculos para presentarse en busca de un
nuevo trabajo.

En ocasiones consiguen entrevistas pero su aspecto y actitud general los conducen al


fracaso. En cambio, los otros cuentan con muchas más posibilidades. En ocasiones,
luego de su tarea como “voluntarios” se los toma como asalariados.

No se puede vivir sólo para trabajar


El trabajo como valor horizontal. El logoterapeuta checo Stanislav Kratochvil describe dos
orientaciones extremas de los valores: unas es piramidal y la otra horizontal. En la
estructura piramidal, un valor está en la cima y es dominante, mientras que otros son
menos importantes.

El hombre que vive sólo para su trabajo es un claro ejemplo. ¿Qué pasará cuando se
jubile?, o en el peor de los casos, cuando pierda el trabajo! Estas personas que viven
alrededor de un núcleo central corren el riesgo de perderlo y colapsar su existencia.

El individuo con una orientación horizontal de valores tiene varias áreas “significativas”
que coexisten. Si se desmorona una, encuentra otras laterales en las cuales apoyarse y
no cae en una situación de vacío existencial.

Si un bien (objeto de mi valor elegido) se pierde, muchos permanecen. “Los valores


horizontales son un seguro contra una vida vacía” (Fabry, 2006:164). Es tarea de
prevención terapéutica ampliar el círculo de intereses y reorientarlos horizontalmente Es
esta reorientación la que permite percibir posibilidades más amplias de sentido.

Desde esta perspectiva existencial-logoterapéutica, podemos afirmar que el hombre es


mediante lo que hace, y estableciendo que el trabajo tiene sentido en el hombre cuando
se manifiesta de manera creativa y recreativa.
El trabajo tiene sentido, en la manera en que es una posibilidad de realización
concreta de valores creativos: es lo que le doy al mundo y a la comunidad y esto
habla de mí. Considerando que el hombre está en permanente búsqueda de sentido
en lo hace y vive y que en la medida en que lo encuentra desarrolla este bienestar
existencial, la psicología laboral puede tomar este aporte.
Ya que el hombre que se descubre libre, responsable y con una existencia única, singular
y finita, encuentra un acicate para dar sus respuestas vitales en el trabajo. Esto se debe a
que la pregunta que interroga por el sentido de la vida obtiene su respuesta más concreta
no con la palabra, sino con los hechos de la conducta del trabajo; de una manera ciento
por ciento activa y responsable, hechos éstos que definen lo insustituible e irremplazable
del hombre, pues el hombre que no comprende el sentido peculiar de su propia existencia
singular y única se sentirá, necesariamente, paralizado en las situaciones difíciles de la
vida.

Y mientras los valores creadores del hombre ocupen el primer plano en la misión de
su vida, el campo de su realización concreta coincidirá necesariamente con el de su
trabajo.
En estos términos podemos afirmar que no es ninguna profesión determinada la que da al
hombre la posibilidad de realizarse, o sea, que ninguna profesión hace al hombre feliz; lo
hace el modo en que se ejerce, y en ello no debe culparse a la profesión, sino al hombre
mismo.

En conclusión, lo que hace de la vida del hombre algo insustituible e irreemplazable, algo
único, algo que sólo se vive una vez, depende del hombre mismo. Depende de quién lo
haga y de cómo lo haga, y no de lo que se haga. Por añadidura, como referimos
anteriormente, cuando el trabajo no es más que un medio para ganarse el sustento
indispensable para vivir, la verdadera vida del hombre empieza cuando termina el trabajo
(entendido como no trabajo), y comienza con el tiempo libre; en tal situación, el sentido de
la vida del hombre por medio de su trabajo, obligado a desenvolverse en tales
condiciones, se buscará en el modo de aprovechar el tiempo libre y personal.

Así mismo, debemos tener en cuenta que la capacidad de trabajo no es todo, ni razón
suficiente y necesaria para infundir sentido a la vida del hombre, pues el hombre puede
tener capacidad de trabajo y, sin embargo, llevar una vida carente de sentido.

Así que no debe confundirse a la plenitud del trabajo con la plenitud del sentido de vida
creadora. En ocasiones encontramos a gente que padece los domingos el tedio agobiante
de no tener algo que “hacer”. Huyen de sí mismos como forma de evitar el vacío interior:
al frenar el ritmo laboral de toda la semana, queda al desnudo la pobreza de sentido de la
vida cotidiana.

Si en el aristotelismo-tomismo el trabajo es un valor universal, con Frankl, este mismo


valor será la decisión que sobre el trabajo ha tomado un individuo a lo largo de su vida. Es
lo mismo pero con otra visión: en cada momento de nuestra vida se nos plantean
ocasiones para realizar valores.

Menciona Leonardo Buero para terminar su ensayo: “Si yo en este momento hago lo que
tengo que hacer (soy responsable pues respondo a la vida que me interpela) cumplo con
mi deber, eso le va dando sentido a mi vida. Desde este punto de vista lo tengo que hacer
para madurar como hombre es cumplir en cada instante lo que debo hacer. Esos son los
valores absolutos para una persona: si ha trabajado, si ha dado respuestas a la vida con
su hacer concreto, eso es el sentido de la vida. La misión del logoterapeuta será levantar
la lámpara e iluminar el sentido del trabajo, como factor de estímulo y motivación,
responsabilidad y creatividad”.[7]
Valores de Actitud
“En este contexto, lo ineludible e inevitable se le presenta a la persona de una manera
particular que en logoterapia se reconoce como triada trágica, representada en toda su
amplitud por lo siguiente: sufrimiento, culpa y muerte. Ninguno de nosotros puede evitar
en encuentro con el sufrimiento ineludible, con la culpa inexcusable y con la muerte
inevitable. La pregunta que debemos formularnos es: ¿cómo podemos decir sí a la vida a
pesar de todo este su aspecto trágico? (…) Pero hay algo más: también de los aspectos
negativos, y quizá especialmente en ellos, se puede extraer un sentido, transformándolos
así en algo positivo: el sufrimiento, en servicio; la culpa, en cambio; la muerte, en acicate
para la acción responsable” (Frankl 2003 63-64).
Estas palabras expresan lo que en logoterapia se conoce como optimismo trágico, pues
exaltan la grandeza del ser humano y lo emplaza al cumplimiento de la máxima
logoterapéutica: “Sí a la vida a pesar de todo”[8]
”Los valores actitudinales se revelan como superiores frente a los valores experienciales y
creativos en la medida en que el sentido del sufrimiento supera dimensionalmente al
sentido del trabajo y al sentido del amor. Queremos partir de que el homo sapiens se
puede clasificar en homo faber que llena el sentido de su vida produciendo y en homo
amans que llena su vida de sentido viviendo, encontrándose y amando y en homo
patiens que, llamado a la capacidad de soportar, arranca un sentido incluso al
sufrimiento”. Así define Viktor Frankl a los valores de actitud (1994:141).
Para Frankl los valores de actitud están por encima de los demás, debido a sus
características, las cuales enlisto a continuación:
1. Mientras que los valores de experiencia (lo que recibo) y los valores de creación (lo que
doy) tienen una sola dirección, los valores de actitud es lo que doy a la vida como
respuesta de lo que recibo.
0. Son valores que transforman de manera radical al hombre, y sin haberlo elegido,
ya que los valores se dan en respuesta a un golpe del destino o frente a una
tragedia, no elegida para ser vivida como en el caso de los otros valores.
0. Tanto los valores de experiencia como los valores creativos necesitan de otra persona
para vivirse, en una relación interpersonal: Yo-tú o Yo-ello (Martin Buber). Los valores de
actitud se dan en el interior de la persona, en su soledad existencial y con dicha
dignificación del esfuerzo para sobrevivir es que se refleja en regalos (creativos o
vivenciales) al otro o al mundo.
0. El valor de actitud entraña la frase de Viktor Frankl en su promesa frente a sí mismo al
entrar al primer campo de concentración, “sí a la vida bajo cualquier circunstancia”.
0. Los valores de actitud son provocados o tienen su origen en situaciones de crisis o frente
a alguna tragedia, de aquí que se le nombre la tríada trágica ante los que se ejercen: La
pérdida (siendo la muerte de un ser querido la más significativa), el sufrimiento inevitable
y la culpa.
0. Siendo que es en el interior del ser humano en donde se generan como respuesta a un
golpe del destino, son valores que llevan un arduo y complejo proceso transformativo del
que nunca salimos como entramos y el mundo para nosotros tampoco es el mismo.
“Cuando Frankl habla de la “tragedia” del ser humano, se refiere a tres situaciones que le
tocan inevitablemente vivir, a las que llama también el triple desafío:
el sufrimiento, la culpa y la muerte. Éstos son la encarnación de los valores de actitud.
Estos valores son importantes porque se trata de las propias actitudes frente a lo
inevitable. Son lo que le da sentido a la vida en “situaciones límite” ante las que el
hombre se confronta verdaderamente con él mismo, ya que son la dignificación del
esfuerzo al margen de los resultados. Son expresión de la capacidad de la dimensión
espiritual. Por ser éticamente superiores, movilizan lo más valioso del ser humano en su
crecimiento a través del dolor y sufrimiento que llevan consigo”.[9]
Cuando pienso en los transformacionales que pueden ser estos valores, que van desde el
interior de la persona para impactar primeramente en ella misma y luego en el mundo o
en los otros, considero que hacen una exhortación a alcanzar el mayor nivel de sentido de
la vida que se pueda lograr.

Y de una forma suave y muy humana, Elisabeth Lukas (2006:176) expone “La logoterapia
no tiene explicación para los actos crueles del destino, pero puede facilitar el hallar un
sentido potencial detrás del destino no planeado, y aún más: ayuda a encontrar una
sabiduría elemental detrás de una depresiva calidad de vida. La sabiduría es que el
significado del destino está en nuestra respuesta hacia él. Los eventos aparentemente de
azar, obtienen sentido a través del reto de nuestras reacciones y actitudes. Nuestro
oponente en el silencioso juego de la vida, no es un duende malo y poderoso que se lleva
a los jugadores de ajedrez fuera del tablero, en contra de todas las reglas de lo que es
justo. Su función es hacer que el juego continúe. Algunas veces nos fuerza a movernos
bajo coacción, escogiendo entre las alternativas las más dolorosas; ocasionalmente nos
encontramos amenazados por un jaque mate”

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