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Narrativa
Narrativa
Era un viernes que pensé seria tranquilo. En el rol de enfermera de anestesia fuera de salas de
cirugía se debe tener la mente clara y estar un paso adelante. Llegas a conocer la máquina de
anestesia de pies a cabeza. Leo la historia clínica de los pacientes, sus antecedentes, y el objetivo
del procedimiento. La anestesióloga me da instrucciones del plan que vamos a seguir, realizo las
pruebas de fuga, envaso y rotulo cada medicamento, preparo los líquidos endovenosos y dejo listo
todo para colocar el acceso venoso. "Está fácil" pienso, es una sedación. Igual dejo preparado para
una posible anestesia general, uno nunca sabe.
Tengo la costumbre de saludar a mis pacientes y a sus familiares antes del procedimiento, por lo
general tenemos pacientes pediátricos y que mejor que hacer un primer acercamiento para bajar
los niveles de ansiedad al procedimiento. Lo primero que veo es una persona pequeña y delgada,
que no aparenta sus 11 años, sentado en una silla de ruedas, con el miedo en sus ojos, no para de
mirar a su mamá y frotarse las manos. La mamá quien seguramente está más asustada que él, le
toma la mano y le acaricia la frente. Me aproximo con una sonrisa en mis ojos, esperando que el
tapabocas no sea obstáculo para mostrar mi empatía, los saludo y le explico al niño paso a paso lo
que haremos, lo más importante es que no lo vamos a pinchar y por el catéter que lleva lo
dormiremos. La mamá asiente brindando confianza y tranquilidad a su hijo, sin embargo, con una
mirada suplicante me dice "jefe se lo encargo", "Todos lo vamos a cuidar mucho" le respondo y le
doy mi mano en señal de apoyo.
No se escucha más que el bip del monitor indicando que todo va bien. Hasta que, "¡ay NO!" dice el
radiólogo, en un segundo las alarmas suenan, el monitor muestra hipotensión y taquicardia su
saturación comienza a descender. ¿Qué pasa? pregunta la anestesióloga, Se rompió la arteria
hepática. Todos corremos, el niño necesita más líquidos, "llamen al cirujano dice la anestesióloga",
"el niño sangra demasiado", su frecuencia cardíaca desciende críticamente, la doctora ordena,
"¡Compresiones!", "¡necesitamos otra vena!", "lo voy a intubar", todo pasa a una velocidad
impresionante, me late el corazón en los oídos, el niño está demasiado pálido, la jefe de
hemodinamia pide ayuda, desde la puerta nos avisa que instrumentadora y cirujano vienen en
camino.
El radiólogo dice que logró clampear el sangrado. Todos exhalamos. Sentí que pasó una eternidad
hasta que llegó el grupo de cirugía. Todos sincrónicamente realizando actividades para salvar esta
vida, esta vida que me encargo su mamá. El cirujano dice que es grave, que debe reconstruir todo.
La sangre que pedimos llega y comienza a pasar a gran velocidad por el catéter 16, El niño se
estabiliza. Ya tiene color.
Deciden trasladar al niño a salas de cirugía para realizar la reconstrucción. Lo llevamos con ayuda
de todo el equipo, pero mi corazón sigue latiendo con fuerza. Después de dejar al niño en el
quirófano, le digo a la anestesióloga que por favor hablemos con la mamá.
Esa mirada de confusión y preocupación se me clava en la mente, la mamá mira hacia arriba y dice
enfrente de nosotros "Dios protégenos", pienso que es una plegaria maravillosa, pues lo hizo, nos
protegió a todos, a todos los que corrimos en esa sala de procedimiento y a él, a este frágil niño
que luchaba por su vida en ese momento.
Sigo temblando, la anestesióloga me mira y me agradece, fue una locura todo lo que pasó, para mí
fue como un parpadeo y son casi las 9 de la noche. Regreso a casa con el sentimiento entre pecho
y espalda. Al siguiente día, veo la historia. Está vivo. Está en cuidados intensivos y se está
recuperando. Que noticia tan maravillosa. Se me llena el pecho de agradecimiento a Dios y a la
vida por ser parte de este equipo y también, a ese 16 que nos ayudó a salvar una vida.