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El hijo despreciado

Aceptación del Padre hacia sus hijos

Introducción: En una ocasión había un joven rubio, que constantemente se la


pasaba en las praderas con un puñado de ovejas las cuales eran de la familia. Era
el menor de siete hermanos y en algunas ocasiones se preguntaba por qué cuando
la familia tenía alguna reunión importante en casa su padre le gritaba:
- David, vaya a cuidar de las ovejas y paséelas por las praderas.
Y él decía - pero papá hoy mamá preparará cachapas con queso telita que
cuajamos todos en la casa y veremos la nueva película de Spiderman, que nos la
pasaron por un pendrive.
– ¿Me estás cuestionando David? ¡Vaya y haga lo que le estoy diciendo! Que su
madre le guarde su cachapa y come cuando vuelva. ¡Ah! Y mucho cuidado con
estar cantando cancioncitas estúpidas y andar distraído, mire que algunos vecinos
me han estado comentando que lo han visto por allí con un arpa. No quiero que
piensen que mientras mis otros hijos están haciendo algo importante en la guerra,
tú andas por allí con ese ruido molesto.
Como en otras veces, David intento explicarle a su padre que le apasionaba la
música, pero este no le prestaba atención. Nadie creía en sus habilidades ni como
músico, ni como pastor. Él sabía que igual nadie le prestaría atención, como
aquella vez que mientras sus hermanos comentaban sus testimonios de guerra,
intentó contar que había luchado contra un oso para salvar a una de las ovejas y lo
único que logró era que sus hermanos burlonamente se mofaban de él y le hacían
bromas pesadas.
Allí estaba el joven David, lleno de impotencia, intentando cantar a su Dios, pero
con lágrimas en los ojos toma el arpa y la lanza a lo lejos y grita mirando al cielo: -
¿Al menos tú vez lo que estoy haciendo? Y se postra llorando de dolor. Sin
embargo, David ve que se acerca un pastor joven amigo de él y rápidamente se
levanta y se seca las lágrimas.
- ¿Qué te pasa David, estabas llorando?
- ¿Llorando? -respondió David. ¡Claro que no! Es que me entró un sucio en el ojo.
– Ah, bueno, no importa. Solo quería venir a preguntarte a qué se debía la
celebración que están realizando hoy en tu casa. Vi que entró un hombre un con
una carreta y una vaquita para un banquete. Además, el pueblo está comentando
que es profeta Samuel.
- No sé de qué estás hablando Héctor, nadie me dijo nada de eso y no creo que
estén muy interesados de que esté presente. Nadie notará mi ausencia.
Pero mientras David terminaba de hablar llegó un siervo, casi que sin aire porque
venía corriendo y le grito:
- ¡David! Corre conmigo a la casa que tu padre te mandó a llamar.
Cuando David estaba llegando a la casa. Su hermano Eliab le grito: - ¡Apúrate
viejo! ¿Cuál es el postín? Bien bello pues, el más importante ahora.
Cuando David entró a la casa dijo: ¡bendición ma, bendición pa!
– Este es mi otro hijo, profeta Samuel. Cuando Samuel vió a David le brillaron los
ojos y escuchó la voz de Dios diciéndole: Este es mi elegido, levántate y úngele.
Así que Samuel dijo a la familia: - Señores, Dios me ha dicho que David será
ungido como nuevo rey.
Entonces Isaí hizo (onomatopeya de escupir el agua) - ¿David?
Todos repitiendo ¿David?
- ¡Si! David -Respondió el profeta Samuel- Porque Jehová no mira lo que mira el
hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el
corazón.
¿Alguna vez has sido despreciado por alguien? Yo creo que todos en algún
momento como hijos hemos estado sentados en esa silla. Preguntándonos si
alguien notará lo que estamos haciendo o si lo que hacemos tiene valor para
alguien. Dentro de nuestras familias naturales se ve mucho eso, el favoritismo, los
hijos consentidos, los que hacen todo bien y aquellos que parecieran estorbar
dentro de la casa. Por lo menos, eso es lo que sienten algunos.
Ahora, el desprecio puede ser provocado sin culpa, es decir, hay hijos que no
fueron deseados, llegaron en un momento inoportuno a la vida de sus padres e
incluso desde el vientre de sus madres comenzaron a ser despreciados y por el
cordón umbilical no solo recibían los nutrientes necesarios para su crecimiento,
sino que también recibían una inyección de odio.
Por otra parte, el desprecio también puede ser provocado por nuestras propias
acciones.
Proverbios 10:1 El hijo sabio es la alegría de su padre; el hijo necio es el pesar
de su madre.
Nuestras decisiones incorrectas pueden hacer que nuestros familiares nos
desprecien y suele suceder que aquellos que no fueron deseados, de grandes
empiezan a aflorar rebeldías y malas actitudes, porque desde el vientre fueron
rechazados. No sucede en todos los casos, pero suele pasar. Por eso Satanás está
tan ansioso de destruir las familias, empezando desde los matrimonios para que
no haya compromisos de formar un hogar y que los hijos lleguen como un
accidente, más que como una bendición.
Satanás sabe que, si como hijos naturales somos despreciados, cuando nos
acerquemos a Dios como Padre tendremos la misma actitud de vergüenza,
inseguridad y culpa. Por eso la iglesia está creada, para sanarnos y reconstruir
nuestra identidad como hijos. Si tú estás visitándonos hoy y te preguntas
¿Por qué deberías pertenecer a esta familia? Esta es una de las
razones, porque es aquí donde tu identidad como hijo de Dios será
moldeada y encontrarás una familia que te apoye en el proceso.
Es inevitable el desprecio en las familias, el martes hablábamos que las
preferencias en la familia son inevitables, porque nosotros como seres humanos
somos injustos. Hasta el mismo Cristo se enfrentó al desprecio de su familia.
Juan 7:1-7 Tiempo después, Jesús recorrió la región de Galilea. No quería ir a
Judea porque los jefes judíos lo buscaban para matarlo. Como se acercaban los
días de la fiesta judía de las enramadas, sus hermanos le dijeron: —Debes ir a
Judea, para que tus seguidores puedan ver las grandes obras que haces. Cuando
uno quiere que todos lo conozcan, no hace nada en secreto. ¡Deja que todo el
mundo sepa lo que haces! Dijeron eso porque ni siquiera ellos le creían. Pero
Jesús les respondió: —Aún no ha llegado el momento de que todos sepan que soy
el Hijo de Dios. Para ustedes, cualquier hora es buena. La gente de este mundo
no los odia a ustedes. Pero a mí me odia porque les digo que su conducta es mala.
Jesús enfrentó el desprecio familiar, ni sus mismos hermanos creían en el y mucho
menos le seguían. Incluso puede ser que deseaban su muerte, ya que le
aconsejaron ir a un lugar donde estaban esperándolo para matarle con la excusa
de que fuera a mostrar su poder. Sabiendo ellos que esas manifestaciones de poder
eran las que habían provocado ese odio entre los líderes religiosos.
¿Cómo hizo Jesús para enfrentar tanto desprecio de sus familiares y los que
estaban en contra de su ministerio? Porque tenía clara su identidad como hijo y
sabía que mientras su padre lo aprobara, eso era suficiente.
Hubo algo que me llamó mucho la atención en el siguiente pasaje:
Mateo 3:13-17 Jesús salió de Galilea y se fue al río Jordán para que Juan lo
bautizara. Pero Juan no quería hacerlo. Así que le dijo: —Yo no debería
bautizarte. ¡Más bien, tú deberías bautizarme a mí! Jesús le respondió: —Hazlo
así por ahora, pues debemos cumplir con lo que Dios manda. Juan estuvo de
acuerdo, y lo bautizó. Cuando Jesús salió del agua, vio que el cielo se abría y que
el Espíritu de Dios bajaba sobre él en forma de paloma. Entonces una voz que
venía del cielo dijo: «Este es mi Hijo. Yo lo amo mucho y estoy muy contento con
él.»
Jesús buscó la persona indicada para iniciar su servicio a Dios y recibió la
revelación de su identidad como hijo. Esto guarda un principio poderoso y es que:
Hasta que no me someta en obediencia al ministerio que Dios creó
para formarme, no recibiré la iluminación de mi identidad como hijo
de Dios.
Jesús no fue con la chismosa del vecindario para preguntar que pensaba ella de él
o si alguien había dicho algo malo de él. Jesús fue con la gente que estaba clara en
su propósito y que dedicaban su vida a servir y agradar a Dios y al someterse en
obediencia recibió la revelación de su identidad como hijo.
Así que no tenemos que vivir condenados al desprecio de los demás, porque hay
un padre que lo creas o no, a pesar de que nuestras acciones fueron despreciables
delante de él, aún así pagó por esas acciones despreciables y hoy nos ve con esos
ojos tiernos de amor y nos abre los brazos diciendo yo si te acepto. Ya no tienes
que seguir siendo el hijo despreciado de la familia porque en mi
familia tu eres el hijo que siempre esperé tener en casa.
Sal 27:10 Mis padres podrán abandonarme, pero tú me adoptarás como hijo.
Efesios 6:1-4 Hijos, obedezcan a sus padres. Ustedes son de Cristo, y eso es lo
que les corresponde hacer. El primer mandamiento que va acompañado de una
promesa es el siguiente: «Obedezcan y cuiden a su padre y a su madre. Así les
irá bien, y podrán vivir muchos años en la tierra.» Y ustedes, padres, no hagan
enojar a sus hijos. Más bien edúquenlos y denles enseñanzas cristianas.
Mat 13:55 «Pero, ¡si es Jesús, el hijo de José, el carpintero! Su madre es María,
y sus hermanos son Santiago, José, Simón y Judas.
Lucas 15:25-32 Mientras tanto, el hijo mayor estaba trabajando en el campo.
Cuando regresó, se acercó a la casa y oyó la música y el baile. Llamó a uno de los
sirvientes y le preguntó: “¿Qué pasa?” El sirviente le dijo: “Es que tu hermano ha
vuelto sano y salvo, y tu papá mandó matar el ternero más gordo para hacer
una fiesta.” Entonces el hermano mayor se enojó mucho y no quiso entrar. Su
padre tuvo que salir a rogarle que entrara. Pero él, muy enojado, le dijo: “He
trabajado para ti desde hace muchos años, y nunca te he desobedecido; pero a
mí jamás me has dado siquiera un cabrito para que haga una fiesta con mis
amigos. ¡Y ahora que vuelve ese hijo tuyo, después de malgastar todo tu dinero
con prostitutas, matas para él el ternero más gordo!” El padre le contestó: “¡Pero
hijo! Tú siempre estás conmigo, y todo lo que tengo es tuyo. ¡Cómo no íbamos a
hacer una fiesta y alegrarnos por el regreso de tu hermano! Es como si hubiera
muerto, pero ha vuelto a vivir; como si se hubiera perdido, pero lo hemos
encontrado.”»
Mateo 5:11-12 Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os
persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo. Gozaos y alegraos,
porque vuestro galardón es grande en los cielos

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