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República Bolivariana de Venezuela.

Ministerio del Poder Popular para la Educación Universitaria.


Universidad del Zulia.
Núcleo Punto Fijo.
Docente: Damelis González
Unidad Curricular: Literatura Venezolana

Nombre: Maira Alejandra Sánchez Castro


C.I: V-20.796.297

LA LITERATURA VENEZOLANA INFANTIL

Introducción:

No hay otra forma de abordar la literatura venezolana que evaluando en un


primer lugar la literatura oral que producían los pueblos indígenas que habitaban en
el hoy territorio venezolano antes de que los colonos españoles llegasen allí cuando
ya el siglo XV expiraba. Dentro del amplio y variado grupo de comunidades
indígenas objeto de referencia, se destacan entre las demás, por su mayor
presencia y relevancia en aquel momento, las comunidades Arawak y Caribe. En el
caso de los Arawak, la literatura consistía principalmente en historias que eran
protagonizadas tanto por espíritus del bien como por espíritus del mal (quienes
podían habitar dentro de los seres humanos y de otros agentes de la naturaleza) y
que dejaban enseñanzas sobre lo que eran considerados comportamientos
adecuados. Las historias eran transmitidas casi siempre por los Bohiques, que
cumplían la función de chamanes.

En el caso del pueblo Caribe, los dioses que formaban su panteón eran los
principales personajes de los mitos y de las leyendas que transmitían, adquiriendo
especial protagonismo el dios Amalivaca, capaz de hazañas tales como crear el Río
Orinoco y el viento, dotar a su pueblo del rasgo de la inmortalidad (aunque solo de
forma temporal) o solucionar los desastres de una gran inundación (otro dios
relevante era Chia, que representaba a la luna). En cualquier caso, como en el de la
literatura Arawak, las historias también contaban con la presencia de espíritus que
llevaban a cabo buenos y malos comportamientos.

Completando el folclore local, también tienen un claro origen en las comunidades


aborígenes, aunque ya también con presencia de lo aportado por los europeos, los
llamados espectros venezolanos, unos personajes que protagonizan historias
legendarias que aún llegan hasta nuestros días y que, teniendo nombres propios
(como “El Silbón”, “La Sayona”, “La Llorona” o “Bolefuego”), supuestamente campan
a sus anchas por regiones del territorio venezolano como por ejemplo la de Los
Llanos (merece la pena destacar que algunos de esos personajes son comunes a
otros países latinoamericanos).

Desde finales del siglo XV en adelante, se desarrollaría la literatura colonial,


dentro de la cual iban a destacar por un lado los textos históricos (entre los que
sobresale la “Historia de la conquista y población de la provincia de Venezuela”, de
José de Oviedo y Baños”), por otro la prosa (vale la pena destacar la obra de
Francisco de Miranda, considerada precursora del deseo de emancipación
venezolano) y por otro la poesía (con Sor María de los Ángeles a la cabeza), sin
olvidar los textos religiosos, filosóficos y enciclopédicos de Fray Juan Antonio
Navarrete.

Con el siglo XIX, la oratoria sería protagonista por su papel en la propagación de


las ideas independentistas, un campo en el que destacaron autores como Andrés
Bello (poeta que propuso la adopción de un nuevo tipo de expresión) o Simón
Rodríguez, en cuya obra es posible apreciar preocupación sociológica (también
pueden considerarse como textos puramente venezolanos y pertenecientes a este
ámbito los de Simón Bolívar). En el siglo XIX, nace la novela venezolana de la mano
de Fermín Toro y aparecen autores de corte romántico como Manuel Vicente
Romero García, Juan Vicente González, Cecilio Acosta o Eduardo Blanco.

En el siglo XX, la novela continúa desarrollándose, principalmente de la mano de


autores como Manuel Díaz Rodríguez (de estilo modernista), José Rafael Pocaterra
(con un toque realista) o Teresa de la Parra (que escribió sobre la posición de la
mujer en la sociedad), pero sobre todo de Rómulo Gallegos, autor de diez novelas
desarrolladas en distintos ambientes de la geografía del país. En ese mismo siglo
también destacaron el cuentista Julio Garmendia, el ensayista Mario Briceño Iragorry
y el poeta Francisco Lazo Martí.

A mediados de siglo aparecen otros nombres relevantes de las letras nacionales,


como Arturo Uslar Pietri (novelista y ensayista de amplia obra y notable
reconocimiento) o Miguel Otero Silva (que se prodigó en varios géneros), y también
los considerados precursores de la novela contemporánea, Guillermo Meneses -
quien también escribió cuento- y Enrique Bernardo Nuñez. Y ya en la segunda mitad
del siglo iban a sobresalir nombres como los de José Vicente Abreu (autor de
novelas conocidas como de la violencia), Carlos Noguera (ganador de premios a
nivel nacional), Adriano González León (que destacó en el cuento tanto como en la
novela), Renato Rodríguez (autor de una obra de corte humorístico), Francisco
Herrera Luque (que trató de estudiar el origen de la personalidad
hispanoamericana), Orlando Chirinos (ganador de múltiples premios literarios) o Ana
Teresa Torres (especializada en ficción)

Fue en la tercera expedición de Colón cuando los españoles arribaron a territorio


sudamericano (en los dos viajes anteriores solo se había desembarcado en islas), y
en concreto lo hicieron en suelo hoy venezolano, en la desembocadura del río
Orinoco, con la correspondiente generación de crónicas y epístolas sobre la nueva
tierra por parte de los cronistas de la expedición e incluso el propio Colón. Tras esos
textos iniciales, fueron relevantes también las crónicas de Juan de Castellanos, así
como las generadas en el seno de las expediciones de Alonso de Ojeda,
conquistador de Venezuela. Más adelante, en el siglo XVIII, iban a destacar los
textos científicos de Alexander von Humboldt y de Charles Darwin.

Aunque no abundan los libros de literatura de viajes centrados en Venezuela, sí


es posible encontrar obras que, al menos en parte, transcurren por el territorio del
país, siendo buenos ejemplos “La frontera que habla. Del Orinoco al Amazonas” (de
José Antonio Morán Varela), “El viejo expreso de la Patagonia” (de Paul Theroux),
“Viaje a los ínferos americanos. Por tierras de México, Cuba y Venezuela” (de
Agapito Maestre) o “Un viaje lleno de mundos” (de Antonio Picazo). También es
posible encontrar novelas ambientadas en el país, especialmente en el Orinoco, y es
posible mencionar “El Orinoco y yo. La asombrosa aventura de una joven española
en la selva venezolana”, de María Luisa Mestres Fernández.

Tomando todo lo anterior como antecedente de la literatura venezolana, cabe


resaltar la historia de los inicios de la literatura infantil venezolana.

La oralidad en Venezuela recopiló la rica y variada tradición de una herencia que


sería recogida más tarde por los libros para niños. Sin embargo, cuando la imprenta
hizo su aparición en el país se editaron los primeros libros para niños, que se
alejaron de la oralidad para que se ubiquen bajo los preceptos del didactismo. En el
año 1808, se dio inicio a la publicación de una literatura política y popular, y fue sólo
a partir de 1829 cuando comenzaron a producirse libros dirigidos a los niños, los
cuales fueron libros didácticos: silabarios, abecedarios, libros de lectura, urbanidad,
catones y catecismos, entre los que destaca El Libro de la Infancia por un Amigo de
los Niños (1856), de Amenodoro Urdaneta, quien creó un conjunto de fábulas que
seguían el modelo europeo y las formas clásicas, pero cuya escritura retórica,
salpicada de palabras criollas, hablaba de cocoteros, monos filósofos y chivos
enamorados, prefigurando el nacimiento de la literatura infantil propia.

Por otra parte, con la llegada de los conquistadores y colonizadores españoles a


las tierras venezolanas, se heredó el rico acervo de la tradición oral española, que a
su vez se alimentó del sustrato cultural propio y de otras culturas, como la africana,
para dar lugar a nuevas creaciones. Pero aun cuando es de suponer que, desde la
época de la Colonia, composiciones tradicionales como las nanas, canciones,
rondas y cuentos formaron parte de la vida de nuestros niños, o eran disfrutadas por
ellos, es a finales del siglo pasado y principios de éste, con figuras como Tulio
Febres Cordero o José Eustaquio Machado, y sobre todo a partir de 1940, con la
creación del Instituto de Investigaciones Folklóricas, que la tradición oral comienza a
valorarse entre nosotros y a considerarse una rica fuente y un punto de partida para
la literatura infantil.

Cuando el país había transitado años de independencia y era necesario trazar los
límites de la identidad nacional, los libros para niños volvieron la mirada hacia los
héroes y la tradición oral, poblada de personajes como Tío Tigre y Tío Conejo. El
nombre de Rafael Rivero Oramas (considerado como pionero y padre de la literatura
infantil venezolana) se hace presente como pionero y gran divulgador de la tradición
oral. Antonio Arráiz publica en esa misma línea, Cuentos de Tío Tigre y Tío
Conejo en la década de los cuarenta, Pilar Almoina saca a la luz Carrera y El camino
de Tío Conejo en 1970 y Luis Eduardo Egui Cuentos para niños, en 1971.

Igualmente entre las primeras lecturas del venezolano se puede citar una primera
revista, de corte religioso: El amigo de los niños (1912-1950); libros de lectura como
los de Alejandro Fuenmayor, que comenzaron a publicarse en 1916 y se fueron
remozando en numerosas ediciones hasta los años setenta; gran cantidad de obras
didácticas y finalmente las obras de algunos escritores que, la mayoría de las veces,
no habían sido escritas para los niños pero que, junto al folcklore, se fueron
incorporando a sus lecturas, como sucedió con textos de Pedro Emilio Coll, José
Rafael Pocaterra, Teresa de la Parra o Julio Garmendia, ya clásicos de la literatura
venezolana.

Rivero Oramas se propuso a hacer llegar a los niños un tipo de literatura opuesta
a las "lecturas escolares" imperantes en la época, y desde sus revistas dio un gran
impulso al género, que sólo entonces comenzó a vitalizarse. Especialmente hay que
señalar la importancia de la revista Tricolor, que hasta el momento en que él la
dirigió, en el año 1967, llegó a alcanzar altísimos tirajes y una gran receptividad
dentro y fuera del país, por lo que fue plataforma y guía en todo lo relativo a la
literatura infantil en momentos en los que todavía no existía en el país una
infraestructura editorial.

A pesar de que entre los años 1950 y 1970 existieron algunas iniciativas
editoriales, es en el año 1967 cuando surge una primera editorial de libros para
niños, llamada Churum Merú, que sólo tuvo un año de duración, y en 1968 cuando
se publican dos importantes colecciones: "Puente Dorado" y "Estrella Amiga", del
Instituto Nacional de la Cultura (INeIBA). Hasta finales de los años setenta, las
ediciones de libros para niños fueron esporádicas muchas veces financiadas por los
propios autores o por instituciones y organismos públicos y privados, pero además
empieza a mejorar el panorama editorial debido a la confluencia de varios factores:
el país vivía un clima de bonanza económica que a su vez redundó en mayores
aportes para la educación y la cultura; se creó el Sistema Nacional de Bibliotecas
Públicas, que demandaba libros y materiales de lectura para los más jóvenes; existía
una propuesta e intención nacionalista de producir materiales propios, expresada por
una asociación como AVELlJ (Asociación Venezolana de Literatura Infantil y Juvenil)
que cumplió un papel importante en la definición y orientación del género. En ese
momento se fundan las editoriales especializadas en literatura infantil y comienza a
aparecer un gran número de revistas y periódicos para niños.

En 1978 surge Ediciones Ekaré, del Banco del Libro, institución con amplia
experiencia en proyectos de promoción de lectura, la cual se ha convertido en la
más importante del país, con un catálogo de unos 70 títulos; y, paralelamente, la
editorial María Di Mase, que llegó a publicar a autores e ilustradores de fama
internacional. Entre los periódicos publicados a partir de ese momento destacan El
cohete (1979-1981), el suplemento infantil de El Carabobeño (1977), Perro Nevado
(1979) y El Barquito (1978); entre las revistas: el Boletín nacional de literatura infantil
y Parapara, ambas para adultos, y posteriormente, La Ventana Mágica (1985) Y
Onza, Tigre y León en su nueva etapa, algunas de estas publicaciones todavía en
circulación.

Por esa misma época surgen los primeros estudios de esta disciplina en el país,
con libros como La literatura infantil venezolana (1977), de Efraín Subero, y con
posteriores investigaciones y estudios de Carmen Mannarino, Marisa Vannini, Velia
Bosch, Maria Beatriz Medina y Griselda Navas, entre otros autores. Igualmente,
durante los años ochenta, se populariza la literatura infantil en España y comienza a
llegar al país mucho de esta literatura, lo que de alguna manera contribuyó a la
formación de nuevos gustos y tendencias. Posteriormente se sumaron, a la labor de
las editoriales pioneras, editoriales como Tinta, Papel y Vida e Isabel de los Ríos,
Amanda y Rondalera; se han creado colecciones infantiles en editoriales nacionales
como Alfadil y Monte Ávila Editores, y existe un interés creciente en editoriales
extranjeras por publicar autores venezolanos, como es el caso de Alfaguara y
Norma, que ya han incluido en su catálogo a algunos de ellos.

Así, aun cuando todavía no se puede hablar de una gran producción en el área
del libro infantil, pues no se han sobrepasado el número de 40 títulos nuevos al año,
sí se puede afirmar que durante las últimas décadas el libro para niños ha adquirido
un nuevo rango; gracias a la labor de estas editoriales, las ediciones se han
modernizado y la calidad de la literatura y los libros para niños que se producen en
el país ha aumentado considerablemente.

El criollismo narrativo y la poesía:

El criollismo narrativo dejó su impronta cuando varios de sus cultores (como Luis
M. Urbaneja Achelpohl y José Rafael Pocaterra) incursionaron en la literatura para
niños. El modernismo se hizo presente con El Diente Roto de Pedro Emilio Coll,
mientras la modernidad irrumpe con Manzanita (1951) de Julio Garmendia, un
clásico de la literatura infantil venezolana. Miguel Vicente Pata Caliente (1971) de
Orlando Araujo sigue esta senda y entre ellos, se sitúan autores como Oscar
Guaramato Ramón Palomares, David Alizo, Carlos Izquierdo, Francisco Massiani y
Marisa Vannini.

En poesía, Fernando Paz Castillo con La huerta de Doñana (1920) y Manuel


Felipe Rugeles con su libro Canta Pirulero (1954) inician, con propiedad, el cultivo
del género poético para niños. Rafael Olivares Figueroa y Efraín Subero publican
antologías fundamentales. Y son referencias obligadas los nombres de Elizabeth
Schön, Beatriz Mendoza Sagarzazu, Ana Teresa Hernández, Velia Bosch, Aquiles
Nazoa y Jesús Rosas Marcano, este último gran promotor (desde distintas aristas)
de la literatura infantil.
La contemporaneidad, ya con otra visión del libro para niños, presenta un
conjunto de autores que siguen líneas diferentes. Salvador Garmendia, con una obra
consolidada, incursiona revitalizando la narrativa. Los nombres de Daniel Barbot,
Verónica Uribe y Carmen Diana Dearden asumen distintas posturas con un objetivo
común: recuperar el espacio de la cotidianidad y de la realidad, con una buena dosis
de imaginación. Laura Antillano y Mercedes Franco revisitan temas con propuestas
novedosas, mientras Yolanda Pantin consolida una presencia importante con un
trabajo continuo. Rafael Arráiz Lucca y Ednodio Quintero muestran visiones
diferentes a la hora de abordar el género. María del Pilar Quintero y Aminta Díaz
recuperan el ámbito de lo tradicional, mientras Armando José Sequera y Luiz Carlos
Neves ejercen (con conciencia y disciplina) el oficio de escritor; el primero dentro del
campo de la narrativa y el segundo con una obra poética extensa que ha marcado el
curso de la poesía infantil en el país. Aurora de La Cueva y Fanuel Díaz han
asumido el riesgo de trabajar el libro informativo y nuevos nombres como el de
Mireya Tabuas, Reyva Franco y Rafael Rodríguez Calcaño anuncian otros
derroteros.

La literatura infantil hoy en día:

Se puede afirmar que se está ante una literatura infantil joven, que se ha
fundamentado en su mayor parte en el folclore y la tradición oral, en esa gama de
composiciones tradicionales que reflejan el sincretismo y mestizaje cultural
característico de Venezuela: piezas literarias de comprobada raíz hispánica o
europea, como juegos y canciones, o cuentos de hadas criollos, con príncipes y
princesas que hablan y se comportan como campesinos venezolanos; de raíz
africana como algunos cantos, poemas y los cuentos de Tío Conejo; y de raíz
indígena, como los mitos y leyendas de las diferentes etnias que habitan el territorio.
Pero que también ha dado, en las últimas décadas, importantes autores, cuyas
obras van desde el realismo a la exploración creativa de nueva, originales y
universales propuestas.

Es importante señalar algunos rasgos característicos en la obra de estos autores,


como son: la utilización de un lenguaje coloquial, más sencillo y en general más
accesible a los niños; la selección de temas menos "solemnes" o "trascendentes" y
más cercanos a los intereses y gustos de los pequeños lectores; cierta fusión de los
géneros literarios, tal y como ha ocurrido en la literatura para adultos; la creación de
personajes como duendes, piratas, fantasmas o animales que hablan y actúan:
ratones, sapos, vampiros o gatos; y una mayor presencia de niños, y sobre todo, de
niñas protagonistas. En estas obras es evidente el predominio del humor, la
imaginación y la fantasía que requiere una literatura escrita para niños de hoy. Los
creadores venezolanos se sienten cada vez más libres para plantear e inventar
temas y personajes, lejos del moralismo y el didactismo que imperó por mucho
tiempo en la literatura infantil.

Todo esto nos habla hoy de una literatura que tiene una fisonomía o un rostro
propio, lo que podría representarse muy bien en esa hermosa imagen creada por
Rafael Rivero Oramas: una danta blanca, un tapir americano de excepcional color,
un ejemplar único y particular capaz de seducir, tal y como se nos revela nuestra
literatura infantil actual.
Fuentes bibliográficas:

 M. Maggi, 1998, Literatura infantil en Venezuela: Géneros, Autores y


Tendencias, en Literatura Infantil y Juvenil en América Latina.

 M. Medina, 2018, Literatura Infantil Venezolana, copilado por Biblioteca


Nacional Miguel de Cervantes.

 S. Rodrigo, 2018, La literatura de Venezuela, en Literatura del Mundo.

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