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ASIS
2018
LA VOZ FRANCISCANA DE L
MOVIMIENTO FRANCISCA
“Francisco sos"
01/01/2018
1
El ABRAZO FRATERNO QUE HOY NECESITA LA IGLESIA Y EL MUNDO- CREACIÓN
MARCANDO LA DIFERENCIA
CONQUISTANDO LA FUERZA PROPULSORA DE FRANCISCO " EL ENCUENTRO CON
CRISTO VIVO"
2 El abrazo es un lenguaje que vale la pena descifrar ya que un abrazo reemplaza a las
palabras para expresar aquello que ellas no pueden.
3 Francisco podría definirse como "el hombre de los abrazos", aquel que supo vivir
abrazando realmente
a todos y a todo. Desde el comienzo se sintió llamado a ese estilo de vida nueva y se
entregó a Él Todo entero.
7 Había visto su propia vida abrazada por Jesús y quería repetir esa terapia con toda
persona que sufre.
8 Sin duda que esa terapia dio grandes resultados y el dolor de la gente sencilla
menguaba cuando los hermanos los envolvían en sus abrazos sencillos y sin doblez.
11 Francisco tuvo mil y un motivos para renegar del grupo de frailes que ambicionaban
caminos de gloria y de poder que no eran los que Dios le había marcado. Pero no lo hizo,
no se cerró a ninguno, no dejó de escuchar ni al que le negaba a él el derecho a hablar.
13 Él siguió abrazando a los hermanos porque creyó firmemente que si se rompía aquel
abrazo, si se quebraba la fraternidad, nada ya tendría sentido y no podría volver a rezar
con verdad: "Padre nuestro...".
15 Nada de esto habría sido posible sin el gran abrazo, aquel que Jesús crucificado dio a
Francisco, abrazo estrecho, gozoso y doloroso, con el que vivió toda su vida y que, al final,
dejó incluso en su cuerpo su más dolorosas y queridas heridas.
19 Una persona franciscana que no sepa abrazar con su forma de escuchar y acoger a los
demás, que no tenga facilidad para abrir los brazos y el corazón, aún no ha entendido bien
a Francisco.
20 El franciscanismo es, entre otras cosas, una escuela de diálogo y abrazos. Porque ése
es el camino de la fraternidad: reconocer que todo ser, que toda persona forma parte de mi
vida y la necesito abrazar y escuchar para que ambos estemos y nos sintamos realmente
vivos.
El Abrazo fraterno, tiene el inmenso significado demostrar afecto, cariño y hasta respeto.
La gente hoy por hoy, más que nunca, necesitamos dar y recibir la manifestación física del
abrazo, porque nos sentiremos reconfortados y acompañados en nuestros sentimientos
tanto en la alegría como en la tristeza
Todas las guerras en sus diversos tipos y causas, han terminado hablando y si son las
consecuencias de tantas muertes y odios, debemos pensar en agotar la conciliación, la
reconciliación y el perdón.
Hoy ESTE ABRAZO nos ayuda a darnos cuenta de que la construcción de la Iglesia es
tarea de todos, de que todos somos Iglesia, el templo vivo. Necesitamos la unión, para
llegar a construir el tan soñado Reino de Dios: luchando por las injusticias presentes en
nuestra sociedad; entregándonos a los más desfavorecidos; Y POR TODA LA CREACIÓN,
trabajando juntos por un mundo mejor. En suma, que seamos conscientes de que los
diferentes carismas son simples medios para llegar a un fin, que es Jesucristo, camino,
verdad y vida.
Es indudable que las luchas políticas dentro de sus fines sociales y económicas, han
trastocado el libre desenvolvimiento de la personalidad y han convertido a la gente en
esclavos del abuso del poder, al extremo de que estamos viviendo una lucha del hombre
lobo-hiena contra el hombre, la gente contra la gente, aún dentro de su misma familia,
porque ha prevalecido el odio, el rencor y las apetencias personalistas totalitarias
desvirtuando el mejor sentido, propósito y acción de la democracia y el socialismo en sus
fundamentales principios.
Uno de los motivos por el cual Francisco de Asís ha sido el más admirado y reverenciado
entre todos los santos y por todas las religiones y razas es con seguridad la especial
relación que tuvo con las criaturas. Su trato sencillo con los animales, su compasión por
los corderillos, la conversión del sanguinario lobo de Gubbio en un animal totalmente
manso, su inmediatez paradisíaca con las criaturas animadas e inanimadas, todo esto es
lo que hizo que el Poverello se convirtiera de un modo especial en el protector de los
animales y que su figura tuviera un atractivo especial en todos los artistas. Pero, a pesar
de ello, no debemos soslayar el peligro que corremos de minimizar su religiosidad si solo
nos quedamos en el aspecto romántico y sensiblero de esta imagen.
Debido a que hoy en día el amor que tuvo el Poverello a la naturaleza goza de un gran
aprecio y que este amor es a menudo malinterpretado, elegí este aspecto como tema de
estudio para este día de reflexión de la comunidad franciscana. Un tratamiento más
exhaustivo del tema exigiría la extensión de un libro.[1]
2. La hermandad universal de Francisco con todas las criaturas tenía sus raíces en
Jesucristo.
«Este feliz viador, que anhelaba salir de este mundo, como lugar de destierro y
peregrinación, se servía, y no poco por cierto, de las cosas que hay en él. En cuanto a los
príncipes de las tinieblas, se valía en efecto, del mundo como de campo de batalla; y en
cuanto a Dios, como de espejo lucidísimo de su bondad. En una obra cualquiera canta al
Artífice de todas; cuanto descubre en las hechuras, lo refiere al Hacedor. Se goza en todas
las obras de las manos del Señor, y a través de tantos espectáculos de encanto intuye la
razón y la causa que les da vida. En las hermosas reconoce al hermosísimo; cuánto hay
de bueno le grita: El que nos ha hecho es el mejor. Por las huellas impresas en las cosas
sigue dondequiera al Amado, hace con todas una escala por la que sube hasta el trono.
Abraza todas las cosas con indecible afectuosa devoción y les habla del Señor y las
exhorta a alabarlo» (2 Cel 165).
Este modo de vivir la naturaleza no era tampoco algo nuevo. Contemplar al Creador en las
criaturas y alabarlo lo encontramos ya en algunos salmos. El libro de la Sabiduría (13 ss.)
nos habla ya de aquellos «hombres necios que desconocieron a Dios y no fueron capaces
de conocer al que es a partir de los bienes visibles», y sin embargo divinizaron «al fuego,
al viento, al aire ligero, a la bóveda estrellada, al agua impetuosa o a los astros del cielo»
(Sab 13,1-2).
Pero hay diferencias claras entre los escritos sagrados y el Poverello. En él nos
sorprenden su espontaneidad, su intensidad y la profundidad con que capta la relación de
los signos sacramentales con el Bien supremo, de la criatura con la última causa dadora
de vida, de la copia con el modelo original. Obviamente, se trata en él de una experiencia
mística tan profunda de la relación del Creador con la criatura y de la actividad
todopoderosa de Dios con el mundo visible como pocos santos la han sentido en la historia
del cristianismo.
«No nos debe asombrar que el fuego y las demás criaturas se mostraran algunas veces
atentas con él. Pues, como pudimos comprobarlo nosotros que estuvimos con él, con tan
gran sentimiento de caridad las amaba y veneraba y de tal manera gozaba con ellas y con
tanto cariño y simpatía las quería, que se turbaba cuando alguien no las trataba con
delicadeza. Les hablaba con gran alegría interior y exterior, como si ellas tuvieran
conocimiento de Dios, como si entendieran y hablaran. Con frecuencia, en esos coloquios
quedaba arrebatado en la contemplación de Dios.
»Sentándose un día junto al fuego, sin que se diera cuenta, el fuego prendió en sus paños
de lino en la parte que cubría su pierna. Sintió el calor del fuego; más cuando uno de sus
compañeros, que se dio cuenta que se le quemaban las ropas, corrió a apagárselas, le
dijo: No, mi querido hermano, no hagas mal a nuestro hermano fuego. Y no le permitió
apagarlo. Entonces, el otro corrió a donde el hermano que era el guardián y le trajo
consigo. Y así, aunque contra la voluntad de Francisco, apagó sus vestidos.
»Tampoco le gustaba que se apagaran las velas, las lámparas o el fuego, como suele
hacerse cuando es necesario: tanta era la ternura y piedad que sentía por el fuego» (LP
86).
Este relato, que tiene todos los signos de la veracidad histórica, nos plantea algunas
preguntas. ¿No nos hallamos aquí ante un sentimentalismo enfermizo, ante un fanatismo o
incluso panteísmo y endiosamiento herético de la naturaleza? ¿Cómo puede un hombre en
su sano juicio hablarle al fuego o a un leño encendido como si fuera un ser viviente o una
persona racional? ¿Acaso la conducta del Poverello respecto del «hermano fuego», que
prendió en su raído hábito y que ponía en peligro su vida, no bordeaba los límites de un
fanatismo enfermizo?
Pero el texto citado de Celano nos ofrece también la clave para comprender este relato de
sus compañeros. No se trata en él, en efecto, de un sentimiento psicológico-político mal
encaminado, sino de una experiencia mística de lo sagrado que en el encuentro con las
criaturas intuye su íntima vinculación con el Creador. Tomás de Celano resalta este
aspecto mediante una expresión tan adecuada como expresiva:
«Dejaba que los candiles, las lámparas y las candelas se consumieran por sí mismo, no
queriendo apagar con su mano la claridad, que le era símbolo de la luz eterna» (2 Cel
165).
En una determinada época de la iglesia, la vocación carismática de los santos les hacía
decir tales expresiones y adoptar tamañas posturas que hoy en día nos dejarían
sorprendidos. Pero esto se debía a que el signo profético necesitaba impresionar para
despertar la atención de aquellos a quienes iba dirigido un determinado mensaje.
El «amor inmenso ... hacia todo cuanto es de Dios» (1 Cel 80), tiene en sí mismo un valor
significativo e imperecedero aún cuando esto no implique que debamos imitar al Santo en
todas sus modalidades de expresión. Quizá los excesos en el desarrollo técnico actual
sirvan para que tomemos conciencia de que una explotación egoísta y desmesurada de la
naturaleza se vuelve también en contra del mismo hombre.
«Su espíritu de caridad se derramaba en piadoso afecto, no sólo sobre hombres que
sufrían necesidad, sino también sobre los mudos y brutos animales, reptiles, aves y demás
criaturas sensibles e insensibles. Pero, entre todos los animales, amaba con particular
afecto y predilección a los corderillos, ya que, por su humildad, nuestro Señor Jesucristo
es comparado frecuentemente en las Sagradas Escrituras con el cordero y porque éste es
su símbolo más expresivo. Por este motivo, amaba con más cariño y contemplaba con
mayor regocijo las cosas en las que se encontraba alguna semejanza alegórica del Hijo de
Dios» (1 Cel 77).
Por este motivo, esta relación mística y sensible entre cada criatura en particular y
Jesucristo tomaba una doble dimensión según tuviera una relación con el misterio de la
Encarnación o de la Redención. Pero sobre este tema haremos algunas acotaciones.
La sacralización de todo el universo llevada a cabo por la Encarnación del Verbo de Dios
aclara el sentido que le da el Santo a la hermandad universal. Con una notable intuición
teológica Francisco parece incluso haberse anticipado a la doctrina que hace de Cristo el
modelo del hombre creado, pues en las vísperas de Navidad de su Oficio de Pasión dice:
«Porque el Santísimo Padre del cielo, nuestro Rey antes de los siglos, envió a su amado
Hijo de lo alto y nació de la bienaventurada Virgen santa María».[7]
Pero cuando «el santísimo y amado Hijo» vino al mundo, no solo dirigió su anunció «a los
hombres de buena voluntad», sino también «a la tierra..., al mar..., los campos y todo lo
que hay en ellos» (cf. OfP 15,7.9), para que todos ellos fueran partícipes del amor y de la
paz de Dios.
«Que en ese día los ricos den de comer en abundancia a los pobres y hambrientos, y que
los bueyes y los asnos tengan más pienso y hierba de lo acostumbrado. Si llegare a hablar
con el emperador dijo, le rogaré que dicte una disposición general por la que todos los
pudientes estén obligados a arrojar trigo y grano por los caminos, para que en tan gran
solemnidad las avecillas, sobre todo las hermanas alondras, tengan en abundancia» ( 2
Cel 200).
Pero entonces, ¿dónde está la diferencia entre el Santo y los modernos amantes de la
naturaleza? Para captarla mejor podemos ayudarnos de un relato de sus compañeros:
Quizá podamos comprender mejor la idea y el sentimiento del Santo si con Tomás de
Celano traemos ante nuestra mirada la relación entre una vivencia concreta de la
naturaleza con el misterio del Nacimiento del Señor:
«¿Quién podría explicar la alegría que provocaba en su espíritu la belleza de las flores, al
contemplar la galanura de sus formas y al aspirar la fragancia de sus aromas? Al instante
dirigía el ojo de la consideración a la hermosura de aquella flor que, brotando luminosa en
la primavera de la raíz de Jesé, dio vida con su fragancia a millares de muertos. Y, al
encontrarse en presencia de muchas flores, les predicaba, invitándolas a loar al Señor,
como si gozaran del don de la razón» (1 Cel 81).
Francisco revivía en ellas lo que san Pablo decía en su admirable prólogo en la carta a los
Efesios (1,9):
«...el Dios Padre» «nos ha dado a conocer el misterio de su voluntad según el benévolo
designio que él se propuso de antemano, para realizarlo en la plenitud de los tiempos:
hacer que todo tenga a Cristo por cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la
tierra».
La comunión mística con Cristo incluía en Francisco además de esto su identificación con
el sufrimiento de la creación. En la primera parte he traído ya a colación un testimonio del
biógrafo Tomás de Celano sobre la predilección del Santo por los corderillos. Para hacer
esto más evidente con un ejemplo nos trae a colación el biógrafo diversos eventos que
ocurrieron en otras circunstancias y lugares.
Yendo de camino el Poverello por la Marca de Ancona, «se encontró en el camino con un
hombre que iba al mercado, llevando atados y colgados al hombro dos corderillos para
venderlos. Al oírlos balar el bienaventurado Francisco, conmoviéronse sus entrañas, y,
acercándose, los acarició como madre que muestra sus sentimientos de compasión con su
hijo que llora. Y le preguntó al hombre aquel: ¿Por qué haces sufrir a mis hermanos
llevándolos así atados y colgados?. Porque los llevo al mercado le respondió para
venderlos, pues ando mal de dinero. A esto le dijo el santo: ¿Qué será luego de ellos?.
Pues los compradores replicó los matarán y se los comerán. No lo quiera Dios reaccionó el
santo. No se haga tal; toma este manto que llevo a cambio de los corderos. Al punto le dio
el hombre los corderos y muy contento recibió el manto, ya que éste valía mucho más. El
santo lo había recibido prestado aquel mismo día, de manos de un amigo suyo, para
defenderse del frío. Una vez con los corderillos, se puso a pensar qué haría con ellos, y,
aconsejado del hermano que le acompañaba, resolvió dárselos al mismo hombre para que
los cuidara, con la orden de que jamás los vendiera ni les causara daño alguno, sino que
los conservara, los alimentara y los pastoreara con todo cuidado» (1 Cel 79).
A nadie de ustedes se le ocurriría imitar la conducta del Poverello, que por otra parte es
difícil de entender racionalmente. Pero es que este episodio tan típico solo puede hacerse
más o menos comprensible si lo vemos a través del prisma de su espiritualidad, en
especial de su sencillez evangélica. Hacia esta virtud se sentía llamado directamente por
Dios tal como nos lo asegura el relato de un compañero en la Leyenda de Perusa:
«Y el Señor me ha mostrado su voluntad de que debo ser en este mundo un nuevo necio,
porque el Señor no quiere que sigamos otro camino fuera de esta ciencia» (LP 18).
Su amor a la cruz, alimentado por la observación de los procesos naturales, nos lo ofrece
también un relato del así llamado Espejo de perfección:
«Al hermano encargado de preparar la leña para la lumbre le decía que nunca cortase el
árbol entero, sino que dejara algunas ramas íntegras, por amor del que quiso salvarnos en
el árbol de la cruz» (EP 118).
«También ardía en vehemente amor por los gusanillos, porque había leído que se dijo del
Salvador: Yo soy gusano y no hombre. Y por eso los recogía del camino y los colocaba en
lugar seguro, para que no los escachasen con sus pies los transeúntes» (1 Cel 80).
En vano buscaríamos en los escritos del Poverello una cita o un eco de este texto
maravilloso de la carta de Pablo a los Colosenses (1,16 ss.): «...en él [Jesucristo] fueron
creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, las visibles y las invisibles, tronos,
dominaciones, principados, potestades: todo fue creado por él y para él». Sin embargo
nadie podrá dudar que apenas si habrá otro santo, tanto antes como después de él, que
haya captado en una medida tan alta y con una fuerza semejante los vínculos que nos
unen con el Redentor encarnado.
Por otra parte, la relación casi paradisíaca que tuvo con el mundo de las criaturas no la
consiguió sin un esfuerzo constante y sobrehumano. Tomás de Celano tiene el privilegio
de haber expresado esta meta con una profundidad única:
Francisco «a todas las criaturas llamaba hermanas, como quien había llegado a la gloriosa
libertad de los hijos de Dios, y con la agudeza de su corazón penetraba, de modo
eminente y desconocido a los demás, los secretos de las criaturas» (1 Cel 81).
El biógrafo nos trae como ejemplo de la confianza mística del Santo en las criaturas dos
aspectos significativos: la perfección del conocimiento mediante su amor a ellas y su
regreso al estado original de nuestros primeros padres antes de su caída. Para explicar
esto se apoya Celano en las fuentes bíblicas. En la carta a los Romanos (8,19-22), dice
Pablo:
«Pues la ansiosa espera de la creación desea vivamente la revelación de los hijos de Dios.
La creación, en efecto, fue sometida a la caducidad, no espontáneamente, sino por aquel
que la sometió, con la esperanza de ser liberada de la esclavitud de la corrupción para
participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Pues sabemos que la creación entera
gime hasta el presente y sufre dolores de parto».
Según el apóstol de las gentes toda la creación suspira por aquel momento glorioso en
que se manifestarán los verdaderos hijos de Dios. La naturaleza se siente frustrada,
porque debido al pecado el hombre ni tiene una relación fraternal con ella ni la refiere a su
creador. Como víctima del abuso pecaminoso que hizo el hombre, dotado de razón y de
libertad, ha de soportar también ella las consecuencias de su debilidad. El castigo del
hombre la arrastró a un destino trágico, aunque no sin la esperanza de ser liberada algún
día de la servidumbre del mal. El destino de la creación tendrá un término en el tiempo.
Por eso suspira esperando el día en que los hijos de Dios recobrarán la libertad total.
«La santa obediencia confunde a todos los quereres corporales y carnales; y mantiene
mortificado su cuerpo para obedecer al espíritu y para obedecer a su hermano, y lo sujeta
y somete [al hombre] a todos los hombres que hay en el mundo; y no solo a los hombres,
sino aún a todas las bestias y fieras, para que, en cuanto el Señor se lo permita desde lo
alto, puedan hacer de él lo que quieran» (SalVir 14-18).
No es este el lugar para hacer un análisis de todas las ideas que subyacen en esta
expresión poética sobre la obediencia franciscana, pero el sometimiento a los animales
que se aborda en ella y que tan claramente deseaba Francisco, ha rozado nuestro tema.
El motivo provenía del convencimiento profundo que tenía el Santo de que Dios se hallaba
presente y activo en todas las cosas. De aquí se deriva que el Poverello reconociera en las
criaturas a los seguidores y mediadores de la voluntad divina y que en el trato con ellas
nunca sintiera el deseo de dominarlas o explotarlas, sino de amarlas con un amor fraterno.
Por eso, ante el Santo las fieras abandonaban su temor instintivo, su actitud natural de
defensa o de huida. Daba la impresión como si captaran que quien estaba ante ellas era
un hombre de corazón completamente limpio y verdadero hijo de Dios; una criatura amiga
que había regresado a la prístina libertad del paraíso y que por lo tanto su naturaleza le
impulsaba precisamente a esto, a amarlas y servirlas.
Por otra parte, la vida errante y sin hogar le suponía a Francisco y a sus compañeros estar
expuestos y sin protección frente a los cambios climáticos y al mundo animal. Para
hacernos una idea pensemos por ejemplo en los mosquitos, que en el peregrinar por los
pantanos, tan abundantes en aquel tiempo, portaban la temible enfermedad de la malaria,
a consecuencia de la cual precisamente murió Francisco. Además de esto, el frecuente
dormir a la intemperie suponía que los discípulos tenían por así decirlo un contacto a flor
de piel con los animales.
Cuánta verdad histórica haya en estas indicaciones se nos hace evidente a través del
relato que hace Celano sobre la predicación del Santo a las aves:
Francisco «llegó a un lugar cerca de Menavia donde se habían reunido muchísimas aves
de diversas especies, palomas torcaces, cornejas y grajos. Al verlas, el bienaventurado
Siervo de Dios Francisco, hombre de gran fervor y que sentía gran afecto de piedad y de
dulzura aun por las criaturas irracionales e inferiores, echa a correr, gozoso, hacia ellas,
dejando en el camino a sus compañeros. Al estar ya próximo, viendo que le aguardaban,
las saludó según su costumbre. Admirado sobremanera de que las aves no levantaran el
vuelo, como siempre lo hacen, con inmenso gozo les rogó humildemente que tuvieran a
bien escuchar la palabra de Dios. He aquí alguna de las muchas cosas que les dijo: Mis
hermanas aves: mucho debéis alabar a vuestro creador y amarle de continuo, ya que os
dio plumas para vestiros, alas para volar y todo cuanto necesitáis. Os ha hecho nobles
entre sus criaturas y os ha dado por morada la pureza del aire. No sembráis ni recogéis, y,
con todo, Él mismo os protege y gobierna, sin preocupación alguna de vuestra parte. Al oír
estas palabras, las avecillas lo atestiguaba él y los hermanos que lo acompañaban daban
muestras de alegría como mejor podían: alargando su cuello, extendiendo las alas,
abriendo el pico y mirándole. Y él, paseando por medio de ellas, iba y venía, rozando con
la túnica sus cabezas y su cuerpo. Luego las bendijo y, hecho el signo de la cruz, les dio
licencia para volar hacia otro lugar. El bienaventurado Padre reemprendió el camino con
sus compañeros, y, gozoso, daba gracias a Dios, a quien las criaturas todas veneran con
devota confesión» (1 Cel 58).
El significado especial que tiene este relato justifica lo extenso de la cita. La predicación a
las aves no solo ha tenido una gran influencia en el arte de todos los tiempos, sino que
además en este testimonio quedan resumidos todos los puntos esenciales de la mística
franciscana de la naturaleza. Por lo demás, este acontecimiento tiene otra excelencia
debida a su prioridad en el tiempo, pues en esta vivencia con los animales descubrió
Francisco hacia 1215 la dimensión cósmica de su religiosidad.
1) La mística de la naturaleza del Poverello, a quien el Papa Juan Pablo II nombró patrón
del movimiento ecológico en 1979;[24] nos invita a reflexionar en torno a la amenaza
extrema de la Crisis Ecológica de nuestro Tiempo. La aplicación de la técnica, irreflexiva e
incluso inconsciente, a todos los niveles del saber y actividad humanas nos ha conducido a
un estado de emergencia tal, que se hace necesaria una urgente acción universal tanto a
nivel nacional como internacional. Por una parte resulta algo obvio que una vuelta a una
economía preponderantemente agraria, como se daba en el siglo trece, ni es posible ni
tampoco deseable. Pero, por otra parte, los representantes del desarrollo tecnológico
tampoco están seguros de que la investigación científica pueda resolver por sí sola la crisis
ecológica. Se hace necesario un cambio de mentalidad por parte de la iglesia, de las
autoridades estatales, de los científicos de rango internacional y de la ONU. No son solo
los cristianos, pues, quienes están llamados a seguir el ejemplo de san Francisco.
En nuestros días, se ha hecho responsable de la actual situación sin salida en que nos
encontramos a la concepción judeo-cristiana por el predominio que tiene en ella el hombre
sobre la creación.[25] Pero en contra de esta concepción se alza desde un punto de vista
cristiano el radicalismo singular del Poverello, que representa la línea de la humildad total
ante las criaturas. A la tiranía del hombre opone Francisco la democracia de las criaturas
ante Dios.
Tampoco es difícil demostrar, por otra parte, que en la historia del cristianismo no solo ha
sido decisivo el pasaje del Génesis 1,28: «Sed fecundos y multiplicaos, y henchid la tierra
y sometedla; mandad en los peces del mar y en las aves del cielo y en todo animal que
repta sobre la tierra». Junto a él encontramos también otra visión de la naturaleza en los
salmos, por ejemplo el Salmo 104 que nos ofrece una alabanza maravillosa al Creador, o
la «Alabanza de los tres jóvenes» de estilo letánico, en Daniel 3,51-90. Recordemos,
finalmente, la relación singular que tuvo Jesús con la creación como se nos muestra en
sus parábolas, por ejemplo en su mandato:
«Mirad las aves del cielo: no siembran, ni cosechan ni recogen en graneros; y vuestro
Padre Celestial las alimenta... Observad los lirios del campo, cómo crecen; no se fatigan ni
hilan. Pero yo os digo que ni Salomón, en toda su gloria, se vistió como uno de ellos» (Mt
6,26-28).
Cuando leemos estos pasajes nos damos cuenta de hasta qué medida se dejó guiar
Francisco por ellos.
Por lo demás, la teología moderna se enfrenta a una tarea tan digna de ser tenida en
cuenta como de difícil cometido: presentar al cristiano actual los motivos que deben
inducirle a un cambio de mentalidad en su relación con el medio ambiente. A partir de una
reflexión más profunda acerca de la voluntad del Creador y del sentido de la creación
debiera aparecer una nueva moral ecológica. Pero lo más apremiante es tomar conciencia
de que la situación dramática en que se halla hoy en día el medio ambiente es algo que
debe entrar a formar parte de la responsabilidad de cada cristiano y lo que bajo ningún
concepto debe ocurrir es que por nuestra culpa se vea todavía más empeorada la ya de
por sí grave situación actual.
Lo que a este respecto dice el Catecismo Católico para Adultos,[26] que editó la
Conferencia Alemana de Obispos, es muy digno de tenerse en cuenta: «Con nuestro estilo
personal de vida podemos hacer mucho para disminuir los daños al medio ambiente y
evitar mayores males. Cada uno de nosotros puede hacer algo respecto de los desechos,
del agotamiento de las materias primas, de la polución de las aguas y del aire, de la
contaminación del paisaje, del creciente consumo y de la supe oferta de bienes. Lo poco
que tú puedas hacer, es ya mucho (Albert Schweitzer)».
3) Todavía nos queda por resaltar un aspecto importante en la religiosidad cósmica de san
Francisco: su encuentro simbólico con Cristo en determinadas criaturas motivado por
algunas alusiones bíblicas. Una de las mayores dificultades que tiene el hombre moderno,
por estar impregnado de la uniformidad que imprime la técnica a todo nuestro medio
ambiente, es su ceguera para captar las imágenes sensibles, algo que dificulta su
participación en las celebraciones litúrgicas.
Aun cuando las condiciones sociales y culturales del siglo XIII y de finales del milenio dos
mil sean fundamentalmente distintas, la relación del Poverello con el Creador y la creación
conserva intactos sus signos de identidad. Nos muestra que no debemos quedarnos en el
puro goce estético de la contemplación del paisaje, de las flores, de una obra de arte o de
un niño, sino que debemos dar el salto e ir de la imagen al modelo. La visión gozosa del
mar embravecido, de la majestad de los montes, del colorido de una puesta de sol o de
cualquier cosa que pueda alegrar nuestros corazones y nuestra vista debería conducirnos
a una trascendencia de la criatura al Creador para concluir -como en Francisco - en una
alabanza a Dios.
N O T A S:
[1] Para la bibliografía hasta el año 1985 me remito a mi ponencia: Zur Mystik des hl.
Franziskus von Assisi im Lichte seiner Schriftten, en Abendländische Mystik im Mittelalter.
Symposion Kloster Engelberg 1984. Herausgegeben von Kurt Ruh, Stuttgart. J. B.
Metzlersche Verlagsbuchandlung [1986], 241-268; ver sobre todo el aparato crítico en las
páginas 264-268. E. Grau tomó parte también en dicho Congreso con la ponencia: Das
Sacrum commercium sancti Francisci cum domina paupertate. Seine Bedeutung für die
franziskanische Mystik, ibídem pp. 269-285.- Me he servido también de algunas ideas del
libro de Eugen Mederlet, OFM, Der Hohepriester des Alls. Ein Weltbild gewonnen aus dem
Christus-Erleben des Bruders Franz von Assisi. Marburg an der Lahn, Verlag R. F. Edel
[1961]. No me es posible ni tampoco considero útil aportar la innumerable literatura
internacional sobre este tema. Señalaré no obstante a: Cornelio Basilio del Zotto, OFM,
Creatore, natura, imago Dei. Spiritualità. A cargo de Ernesto Caroli, OFM. 2.ª edición
revisada y ampliada, Padua 1995, 321-340; Bernard J. Przewozny, OFMConv, Ambiente,
ibídem, 25-36.
[7] OfP, Salmo 15, vers. 3. Cf. E. Grau - L. Hardick [Hgg.], Die Schriften des hl. Franziskus
von Assisi, Werl 8, 1984,157; ver también O. Schmucki, Das Geheimnis der Geburt Jesu in
der Fömigkeit des hl. Franziskus von Assisi, en Collectanea Franciscana 41(1971) 263 y
ss.
[19] Cf. Oktavian [Schmucki] von Rieden, Das Leiden Christi im Leben des hl. Frangziskus
von Assisi. Eine Quellenvergleichende Untersuchung im Lichte der zeitgenössischen
Passionsfrömmigkeit, Roma 1960, 61 y ss. 113-123.
[24] Joannes Paulus PP. II, S. Franciscus Assisiensis coelestis Patronus oecologiae
cultorum eligitur, en Acta Apostolicae Sedis 71 (1979) 1509-1510. Texto español.
[25] Cf. Lynn T. White (Jr.), Die historischen Ursachen unserer ökologischen Krise, en
Michael Lohmann(Hg), Gefährdete Zukunft. Prognosen angloamerikanischen
Wissenschaft, München 1970, 20-29.
Amor Franciscano
¿Alguien hubiera dicho que un hombre que vivió hace más de 800 años vendría a ser
referencia fundamental para todos aquellos que buscan un nuevo acuerdo con la
naturaleza y sueñan con una confraternización universal?
Francisco realizó una síntesis feliz entre la ecología exterior (medio ambiente) y la ecología
interior (pacificación interna) hasta el punto de transformarse en el arquetipo de un
humanismo tierno y fraterno-sororal, capaz de acoger todas las diferencias. Como afirmó
Hermann Hesse: «Francisco casó en su corazón el cielo con la tierra e inflamó con la
brasa de la vida eterna nuestro mundo terreno y mortal». La humanidad puede
enorgullecerse de haber producido semejante figura histórica y universal. Él es lo nuevo,
nosotros somos lo viejo.
La fascinación que ejerció desde su tiempo hasta el día de hoy se debe al rescate que hizo
de los derechos del corazón, a la centralidad que confirió al sentimiento y a la ternura que
introdujo en las relaciones humanas y cósmicas. No sin razón, en sus escritos la palabra
«corazón» aparece 42 veces frente a «inteligencia», una vez; «amor» 23 veces frente a
«verdad», 12; y «misericordia» 26 veces frente a «intelecto», sólo una vez.
Era el «hermano-siempre-alegre» como lo apodaban sus cofrades. Por esta razón, deja
atrás el cristianismo severo de los penitentes del desierto, el cristianismo litúrgico monacal,
el cristianismo hierático y formal de los palacios pontificios y de las curias clericales, el
cristianismo sofisticado de la cultura libresca de la teología escolástica. En él emerge un
cristianismo de jovialidad y canto, de pasión y danza, de corazón y poesía. Él conservó la
inocencia como claridad infantil en la edad adulta que devuelve frescura, pureza y encanto
a la penosa existencia en esta tierra. En él las personas no aparecen como «hijos e hijas
de la necesidad, sino como hijos e hijas de la alegría» (G. Bachelard). Aquí se encuentra la
relevancia innegable del modo de ser del Poverello de Asís para el espíritu ecológico de
nuestro tiempo, carente de encantamiento y de magia.
Estando cierta vez un 4 de octubre, fiesta del Santo, en Asís, en esa minúscula ciudad
blanca al pie del monte Subasio, celebré el amor franciscano con el siguiente soneto que
me atrevo a publicar:
Leonardo Boff
En diversas Comunidades Cristianas del mundo se comenta y analiza con mucho interés;
cómo han sido estos años de profundos cambios en la Iglesia Católica desde que asumió
Francisco como Obispo de Roma. Por esta razón y atendiendo a diversas solicitudes que
llegan a nuestra Redacción, presentamos esta valiosa reflexión de Leonardo Boff, escrita a
solo meses de la elección de Jorge Mario Bergoglio como nuevo Papa. (N de la R).
Desde que el obispo de Roma electo, y por eso Papa, asumió el nombre de Francisco, se
hace inevitable la comparación entre los dos Franciscos, el de Asís y el de Roma. Además,
el Francisco de Roma se remitió explícitamente a Francisco de Asís. Evidentemente no se
trata de mimetismo, sino de constatar puntos de inspiración que nos indiquen el estilo que
el Francisco de Roma quiere conferir a la dirección de la Iglesia universal.
Nosotros vivimos también una grave crisis por causa de los escándalos internos de la
propia institución eclesiástica. Se ha oído el clamor universal («la voz del pueblo es la voz
de Dios»): «reparen la Iglesia que se encuentra en ruinas en su moralidad y su
credibilidad». Y se ha confiado a un cardenal de la periferia del mundo, a Bergoglio, de
Buenos Aires, la misión de restaurar, como Papa, la Iglesia a la luz de Francisco de Asís.
En el tiempo de san Francisco de Asís triunfaba el Papa Inocencio III (1198-1216) que se
presentaba como «el representante de Cristo». Con él se alcanzó el grado supremo de
secularización de la institución eclesiástica con intereses explícitos de «dominium mundi»,
de dominación del mundo. Efectivamente, por un momento, prácticamente toda Europa
hasta Rusia estaba sometida al Papa. Se vivía en la mayor pompa y gloria. En 1210, con
muchas dudas, Inocencio III reconoció el camino de pobreza de Francisco de Asís. La
crisis era teológica, pues una Iglesia-imperio temporal y sacral contradecía todo lo que
Jesús quería.
Francisco vivió la antítesis del proyecto imperial de Iglesia. Al evangelio del poder,
presentó el poder del evangelio: en el despojamiento total, en la pobreza radical y en la
extrema sencillez. No se situó en el marco clerical ni monacal, sino que como laico se
orientó por el evangelio vivido al pie de la letra en las periferias de las ciudades, donde
están los pobres y los leprosos, y en medio de la naturaleza, viviendo una hermandad
cósmica con todos los seres. Desde la periferia habló al centro, pidiendo conversión. Sin
hacer una crítica explícita, inició una gran reforma a partir de abajo pero sin romper con
Roma. Nos encontramos ante un genio cristiano de seductora humanidad y de fascinante
ternura y cuidado que puso al descubierto lo mejor de nuestra humanidad.
Estimo que esta estrategia debe haber impresionado a Francisco de Roma. Hay que
reformar la Curia y los hábitos clericales de toda la Iglesia. Pero no hay que crear una
ruptura que desgarraría el cuerpo de la cristiandad.
Otro punto que seguramente habrá inspirado a Francisco de Roma: la centralidad que
Francisco de Asís otorgó a los pobres. No organizó ninguna obra para los pobres, sino que
vivió con los pobres y como los pobres. Francisco de Roma, desde que lo conocemos, vive
repitiendo que el problema de los pobres no se resuelve sin la participación de los pobres,
no por la filantropía sino por la justicia social. Ésta disminuye las desigualdades que
castigan a América Latina y, en general, al mundo entero.
Francisco de Asís mantuvo con Clara una relación de gran amistad y de verdadero amor.
Exaltó a la mujer y a las virtudes considerándolas «damas». Ojalá inspire a Francisco de
Roma una relación con las mujeres, que son la mayoría de la Iglesia, no sólo de respeto,
sino también dándoles protagonismo en la toma de decisiones sobre los caminos de la fe y
de la espiritualidad en el nuevo milenio.
Por último, Francisco de Asís es, según el filósofo Max Scheler, el prototipo occidental de
la razón cordial y emocional. Ella nos hace sensibles a la pasión de los que sufren y a los
gritos de la Tierra. Francisco de Roma, a diferencia de Benedicto XVI, expresión de la
razón intelectual, es un claro ejemplo de la inteligencia cordial que ama al pueblo, abraza a
las personas, besa a los niños y mira amorosamente a las multitudes. Si la razón moderna
se amalgama con la sensibilidad del corazón, no será tan difícil cuidar la Casa Común y a
los hijos e hijas desheredados, y alimentaremos la convicción muy franciscana de que
abrazando cariñosamente al mundo, estamos abrazando a Dios.
#REDESFRANCISCANASUNIDASENCRISTO