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EL ABRAZO DE FRANCISCO DE

ASIS

2018

LA VOZ FRANCISCANA DE L
MOVIMIENTO FRANCISCA
“Francisco sos"
01/01/2018

1
El ABRAZO FRATERNO QUE HOY NECESITA LA IGLESIA Y EL MUNDO- CREACIÓN

ABRAZANDO AL HERMANO LEPROSO


ABRAZANDO AL HERMANO SULTÁN
ABRAZANDO AL HERMANO LOBO
CON FRANCISCO HACIA CRISTO

MARCANDO LA DIFERENCIA
CONQUISTANDO LA FUERZA PROPULSORA DE FRANCISCO " EL ENCUENTRO CON
CRISTO VIVO"

Francisco de Asís, el hombre del abrazo.

1 Francisco de Asís, el hombre del abrazo

2 El abrazo es un lenguaje que vale la pena descifrar ya que un abrazo reemplaza a las
palabras para expresar aquello que ellas no pueden.

3 Francisco podría definirse como "el hombre de los abrazos", aquel que supo vivir
abrazando realmente
a todos y a todo. Desde el comienzo se sintió llamado a ese estilo de vida nueva y se
entregó a Él Todo entero.

4 Muy pronto se le unieron hermanos de todo tipo


y recibió a todos, abrazó a todos sin excluir a ninguno con tal de que el Evangelio les
interesara de verdad. Si vivían desde el abrazo a Cristo ya no había condiciones.

5 Todos ellos no guardaron sus abrazos para sí


Todos ellos no guardaron sus abrazos para sí. Se lanzaron a los pueblos para ofrecer
aquel nuevo estilo de vida: el amor y el abrazo como escucha fraterna, el espíritu de una
nueva forma de entender la civilización.

6 Desde aquel abrazo que un joven Francisco había dado a un leproso,


había aprendido que las dolencias del alma son tan importantes como las del cuerpo, y
que ambas se curan mejor desde el abrazo ofrecido y el respeto hecho escucha.

7 Había visto su propia vida abrazada por Jesús y quería repetir esa terapia con toda
persona que sufre.

8 Sin duda que esa terapia dio grandes resultados y el dolor de la gente sencilla
menguaba cuando los hermanos los envolvían en sus abrazos sencillos y sin doblez.

9 Tan potente era la fuente de la que brotaban aquellos abrazos


que éstos se extendían no solamente a las personas, sino incluso al resto de las criaturas.
10 El sol, la luna, la tierra, las plantas, los animales, las piedras, el fuego, eran de verdad
"hermanos".

11 Francisco tuvo mil y un motivos para renegar del grupo de frailes que ambicionaban
caminos de gloria y de poder que no eran los que Dios le había marcado. Pero no lo hizo,
no se cerró a ninguno, no dejó de escuchar ni al que le negaba a él el derecho a hablar.

12 Él siguió siendo hermano igual que al comienzo


Él siguió siendo hermano igual que al comienzo. Su abrazo a los hermanos y a todos
estaba ahora hecho de sufrimiento y de dolor, envuelto en lágrimas.

13 Él siguió abrazando a los hermanos porque creyó firmemente que si se rompía aquel
abrazo, si se quebraba la fraternidad, nada ya tendría sentido y no podría volver a rezar
con verdad: "Padre nuestro...".

14 Su sueño lo había vivido y expresado como un deseo de unidad, de paz, de salida al


encuentro de los lejanos y violentos para atraerlos a la serena senda de la fraternidad, y él
mantuvo ese sueño y ese espíritu por encima de todo.

15 Nada de esto habría sido posible sin el gran abrazo, aquel que Jesús crucificado dio a
Francisco, abrazo estrecho, gozoso y doloroso, con el que vivió toda su vida y que, al final,
dejó incluso en su cuerpo su más dolorosas y queridas heridas.

16 Él creyó, y acertó, que si se abrazaba al Crucificado su ideal estaba salvado y su vida


nunca perdería sentido. Y así fue. Aferrado al ardiente abrazo de Jesús se mantuvo
hombre de fe y de fraternidad hasta el final, ofreciendo su abrazo entre cantos incluso a "la
hermana muerte".

17 Hombre de abrazos abiertos, de escucha y respeto, de búsqueda de encuentro con


todos, eso es lo que fue Francisco en su vida; eso enseñó a sus hermanos; eso es lo que
dejó como mensaje y legado, como espíritu y estilo de vida que para siempre llevarán el
nombre de su ciudad, Asís.

18 una manera superficial de entender a Francisco,


Puede parecer una manera superficial de entender a Francisco, pero palpita un hondo
misterio en su vida abrazada y abrasante: el Misterio de saberse abrazado y amado para
amar y abrazar.

19 Una persona franciscana que no sepa abrazar con su forma de escuchar y acoger a los
demás, que no tenga facilidad para abrir los brazos y el corazón, aún no ha entendido bien
a Francisco.

20 El franciscanismo es, entre otras cosas, una escuela de diálogo y abrazos. Porque ése
es el camino de la fraternidad: reconocer que todo ser, que toda persona forma parte de mi
vida y la necesito abrazar y escuchar para que ambos estemos y nos sintamos realmente
vivos.

21 El Espíritu de Asís es un abrazo siempre ofrecido;


un diálogo en el que toca escuchar; un salir al encuentro de todos como se sale al
encuentro de alguien respetado y amado.
22 Necesitamos ese espíritu en nuestras familias,
en nuestra Iglesia y en nuestro mundo. El Espíritu de Asís es un abrazo fraterno que ama
de forma eficaz para erradicar la pobreza, para calmar la angustia, para redimir personas
que son hermanos.

23 sin rechazar a nadie por ser distinto.


Necesitamos vivir en el abrazo de Jesucristo para aprender a aceptar y abrazar a todos sin
rechazar a nadie por ser distinto.

El Abrazo fraterno, tiene el inmenso significado demostrar afecto, cariño y hasta respeto.
La gente hoy por hoy, más que nunca, necesitamos dar y recibir la manifestación física del
abrazo, porque nos sentiremos reconfortados y acompañados en nuestros sentimientos
tanto en la alegría como en la tristeza

El abrazo es conciliación y la conciliación es convivencia en paz, porque vivir por vivir, no


es vivir, vivir en paz, es vivir.

Todas las guerras en sus diversos tipos y causas, han terminado hablando y si son las
consecuencias de tantas muertes y odios, debemos pensar en agotar la conciliación, la
reconciliación y el perdón.

Hoy ESTE ABRAZO nos ayuda a darnos cuenta de que la construcción de la Iglesia es
tarea de todos, de que todos somos Iglesia, el templo vivo. Necesitamos la unión, para
llegar a construir el tan soñado Reino de Dios: luchando por las injusticias presentes en
nuestra sociedad; entregándonos a los más desfavorecidos; Y POR TODA LA CREACIÓN,
trabajando juntos por un mundo mejor. En suma, que seamos conscientes de que los
diferentes carismas son simples medios para llegar a un fin, que es Jesucristo, camino,
verdad y vida.

Es indudable que las luchas políticas dentro de sus fines sociales y económicas, han
trastocado el libre desenvolvimiento de la personalidad y han convertido a la gente en
esclavos del abuso del poder, al extremo de que estamos viviendo una lucha del hombre
lobo-hiena contra el hombre, la gente contra la gente, aún dentro de su misma familia,
porque ha prevalecido el odio, el rencor y las apetencias personalistas totalitarias
desvirtuando el mejor sentido, propósito y acción de la democracia y el socialismo en sus
fundamentales principios.

La conciliación es posible entre la democracia y el socialismo ético y humanitario, pero


difícil en la democracia corrupta, capitalista, neo-liberal y salvaje y en el socialismo
marxista, corrupto, estatista y tiránico, por ser de lesa humanidad.

El abrazo fraterno, deberá buscar para siempre e inspirado en el optimismo y en la alegría,


el establecimiento de la conciliación entre el capital y el trabajo, entre el empresario y el
obrero; entre todas las clases sociales, entre gobierno y oposición para convivir en una
sociedad justa transitando los caminos de la congenialidad y execrando el culto a la
personalidad y abuso del poder que han sido el meollo del impedimento para el abrazo
fraterno
El gesto del abrazo en algunas culturas desempeña un papel muy importante, casi
determinante, por querer expresar un sentimiento de unión, acogida, aceptación, un signo
de amor fraterno, creando así lazos entrañables entre los seres humanos. En paz.

Al efectuar una comparación a "grosso modo" entre la democracia y el socialismo real y


puro, ética y humanista, vemos que la democracia de Pericles, 500 años a.C y el
socialismo de Robert Owen en 1836 se concilian en sus fines para el ideal social, pero no
con los procedimientos y medios del socialismo marxista y con el capitalismo salvaje. Es
inaceptable que el fin justifique los medios.

Uno de los motivos por el cual Francisco de Asís ha sido el más admirado y reverenciado
entre todos los santos y por todas las religiones y razas es con seguridad la especial
relación que tuvo con las criaturas. Su trato sencillo con los animales, su compasión por
los corderillos, la conversión del sanguinario lobo de Gubbio en un animal totalmente
manso, su inmediatez paradisíaca con las criaturas animadas e inanimadas, todo esto es
lo que hizo que el Poverello se convirtiera de un modo especial en el protector de los
animales y que su figura tuviera un atractivo especial en todos los artistas. Pero, a pesar
de ello, no debemos soslayar el peligro que corremos de minimizar su religiosidad si solo
nos quedamos en el aspecto romántico y sensiblero de esta imagen.

Si esto ocurriera no lo podríamos achacar a una falta de investigación, pues es ella


precisamente la que ha puesto al descubierto los motivos bíblicos y teológicos que
subyacían en su visión mística de la naturaleza. En Francisco se da una experiencia
religiosa que está íntimamente unida a su modo peculiar de integrar en la oración la
dimensión cósmica. Como Francisco se sentía incapaz por sí solo de alabar a Dios
adecuadamente, llamó en su auxilio a las otras criaturas: los hombres, los animales y las
criaturas inanimadas. Su amor a la naturaleza se basaba en la contemplación de Dios y de
Cristo en las criaturas. Quien desvincule estos dos aspectos, íntimamente trabados en él,
perderá de vista también su auténtica religiosidad.

Debido a que hoy en día el amor que tuvo el Poverello a la naturaleza goza de un gran
aprecio y que este amor es a menudo malinterpretado, elegí este aspecto como tema de
estudio para este día de reflexión de la comunidad franciscana. Un tratamiento más
exhaustivo del tema exigiría la extensión de un libro.[1]

Los pasos que seguiré con ustedes serán los siguientes:

1. Francisco se sentía unido al resto de las criaturas del mismo creador.

2. La hermandad universal de Francisco con todas las criaturas tenía sus raíces en
Jesucristo.

3. Mediante la pobreza exterior e interior Francisco consiguió la libertad de los hijos de


Dios.

4. Respuestas de su mística de la naturaleza a los problemas de nuestro tiempo.

1. FRANCISCO SE SENTÍA UNIDO


AL RESTO DE LAS CRIATURAS DEL MISMO CREADOR
Los testimonios sobre la contemplación del Creador en todas las criaturas son tan
abundantes que nos sentimos literalmente perplejos ante su elección. En la Segunda vida
de San Francisco, que escribió Tomás de Celano, podemos leer entre otras cosas lo
siguiente:

«Este feliz viador, que anhelaba salir de este mundo, como lugar de destierro y
peregrinación, se servía, y no poco por cierto, de las cosas que hay en él. En cuanto a los
príncipes de las tinieblas, se valía en efecto, del mundo como de campo de batalla; y en
cuanto a Dios, como de espejo lucidísimo de su bondad. En una obra cualquiera canta al
Artífice de todas; cuanto descubre en las hechuras, lo refiere al Hacedor. Se goza en todas
las obras de las manos del Señor, y a través de tantos espectáculos de encanto intuye la
razón y la causa que les da vida. En las hermosas reconoce al hermosísimo; cuánto hay
de bueno le grita: El que nos ha hecho es el mejor. Por las huellas impresas en las cosas
sigue dondequiera al Amado, hace con todas una escala por la que sube hasta el trono.
Abraza todas las cosas con indecible afectuosa devoción y les habla del Señor y las
exhorta a alabarlo» (2 Cel 165).

El mundo visible suscitaba en Francisco una experiencia profunda de Dios. La referencia


de la creación a Dios le resultaba, por así decirlo, clara y transparente. Su contemplación
le hacía henchirse de una admiración sin límites al intuir en ella la «causa última de todas
las cosas», pues toda criatura por pequeña que fuere era para él un signo sacramental del
amor, bondad, belleza y sabiduría de Dios. Cada criatura le recordaba al Creador del
universo. Por eso, lleno de un amor extático y de un espíritu de oración, abrazaba al Dios
trino presente en las criaturas. En ellas se sentía repleto e iluminado por la vida, el poder y
el amor de Dios.

Este modo de vivir la naturaleza no era tampoco algo nuevo. Contemplar al Creador en las
criaturas y alabarlo lo encontramos ya en algunos salmos. El libro de la Sabiduría (13 ss.)
nos habla ya de aquellos «hombres necios que desconocieron a Dios y no fueron capaces
de conocer al que es a partir de los bienes visibles», y sin embargo divinizaron «al fuego,
al viento, al aire ligero, a la bóveda estrellada, al agua impetuosa o a los astros del cielo»
(Sab 13,1-2).

Pero hay diferencias claras entre los escritos sagrados y el Poverello. En él nos
sorprenden su espontaneidad, su intensidad y la profundidad con que capta la relación de
los signos sacramentales con el Bien supremo, de la criatura con la última causa dadora
de vida, de la copia con el modelo original. Obviamente, se trata en él de una experiencia
mística tan profunda de la relación del Creador con la criatura y de la actividad
todopoderosa de Dios con el mundo visible como pocos santos la han sentido en la historia
del cristianismo.

Pero dediquemos un momento a analizar algunos aspectos de su amor a la creación que


nos resultan un tanto sorprendentes. En la Leyenda de Perusa, escrita sobre el testimonio
de sus compañeros, leemos lo siguiente:

«No nos debe asombrar que el fuego y las demás criaturas se mostraran algunas veces
atentas con él. Pues, como pudimos comprobarlo nosotros que estuvimos con él, con tan
gran sentimiento de caridad las amaba y veneraba y de tal manera gozaba con ellas y con
tanto cariño y simpatía las quería, que se turbaba cuando alguien no las trataba con
delicadeza. Les hablaba con gran alegría interior y exterior, como si ellas tuvieran
conocimiento de Dios, como si entendieran y hablaran. Con frecuencia, en esos coloquios
quedaba arrebatado en la contemplación de Dios.

»Sentándose un día junto al fuego, sin que se diera cuenta, el fuego prendió en sus paños
de lino en la parte que cubría su pierna. Sintió el calor del fuego; más cuando uno de sus
compañeros, que se dio cuenta que se le quemaban las ropas, corrió a apagárselas, le
dijo: No, mi querido hermano, no hagas mal a nuestro hermano fuego. Y no le permitió
apagarlo. Entonces, el otro corrió a donde el hermano que era el guardián y le trajo
consigo. Y así, aunque contra la voluntad de Francisco, apagó sus vestidos.

»Tampoco le gustaba que se apagaran las velas, las lámparas o el fuego, como suele
hacerse cuando es necesario: tanta era la ternura y piedad que sentía por el fuego» (LP
86).

Este relato, que tiene todos los signos de la veracidad histórica, nos plantea algunas
preguntas. ¿No nos hallamos aquí ante un sentimentalismo enfermizo, ante un fanatismo o
incluso panteísmo y endiosamiento herético de la naturaleza? ¿Cómo puede un hombre en
su sano juicio hablarle al fuego o a un leño encendido como si fuera un ser viviente o una
persona racional? ¿Acaso la conducta del Poverello respecto del «hermano fuego», que
prendió en su raído hábito y que ponía en peligro su vida, no bordeaba los límites de un
fanatismo enfermizo?

Pero el texto citado de Celano nos ofrece también la clave para comprender este relato de
sus compañeros. No se trata en él, en efecto, de un sentimiento psicológico-político mal
encaminado, sino de una experiencia mística de lo sagrado que en el encuentro con las
criaturas intuye su íntima vinculación con el Creador. Tomás de Celano resalta este
aspecto mediante una expresión tan adecuada como expresiva:

«Dejaba que los candiles, las lámparas y las candelas se consumieran por sí mismo, no
queriendo apagar con su mano la claridad, que le era símbolo de la luz eterna» (2 Cel
165).

En una determinada época de la iglesia, la vocación carismática de los santos les hacía
decir tales expresiones y adoptar tamañas posturas que hoy en día nos dejarían
sorprendidos. Pero esto se debía a que el signo profético necesitaba impresionar para
despertar la atención de aquellos a quienes iba dirigido un determinado mensaje.

El «amor inmenso ... hacia todo cuanto es de Dios» (1 Cel 80), tiene en sí mismo un valor
significativo e imperecedero aún cuando esto no implique que debamos imitar al Santo en
todas sus modalidades de expresión. Quizá los excesos en el desarrollo técnico actual
sirvan para que tomemos conciencia de que una explotación egoísta y desmesurada de la
naturaleza se vuelve también en contra del mismo hombre.

2. LA HERMANDAD UNIVERSAL DE FRANCISCO


CON TODAS LAS CRIATURAS
TENÍA SUS RAÍCES EN JESUCRISTO

En su experiencia mística de la naturaleza el Poverello no solo experimentaba un contacto


vivificante con el Creador, sino que en ella revivía permanentemente la comunión
bienhechora con Cristo. Tomás de Celano dice al respecto muy acertadamente:

«Su espíritu de caridad se derramaba en piadoso afecto, no sólo sobre hombres que
sufrían necesidad, sino también sobre los mudos y brutos animales, reptiles, aves y demás
criaturas sensibles e insensibles. Pero, entre todos los animales, amaba con particular
afecto y predilección a los corderillos, ya que, por su humildad, nuestro Señor Jesucristo
es comparado frecuentemente en las Sagradas Escrituras con el cordero y porque éste es
su símbolo más expresivo. Por este motivo, amaba con más cariño y contemplaba con
mayor regocijo las cosas en las que se encontraba alguna semejanza alegórica del Hijo de
Dios» (1 Cel 77).

Por este motivo, esta relación mística y sensible entre cada criatura en particular y
Jesucristo tomaba una doble dimensión según tuviera una relación con el misterio de la
Encarnación o de la Redención. Pero sobre este tema haremos algunas acotaciones.

La sacralización de todo el universo llevada a cabo por la Encarnación del Verbo de Dios
aclara el sentido que le da el Santo a la hermandad universal. Con una notable intuición
teológica Francisco parece incluso haberse anticipado a la doctrina que hace de Cristo el
modelo del hombre creado, pues en las vísperas de Navidad de su Oficio de Pasión dice:

«Porque el Santísimo Padre del cielo, nuestro Rey antes de los siglos, envió a su amado
Hijo de lo alto y nació de la bienaventurada Virgen santa María».[7]

Pero cuando «el santísimo y amado Hijo» vino al mundo, no solo dirigió su anunció «a los
hombres de buena voluntad», sino también «a la tierra..., al mar..., los campos y todo lo
que hay en ellos» (cf. OfP 15,7.9), para que todos ellos fueran partícipes del amor y de la
paz de Dios.

No se trataba pues de un mero sentimentalismo naturalista cuando Francisco deseaba


para las Navidades:

«Que en ese día los ricos den de comer en abundancia a los pobres y hambrientos, y que
los bueyes y los asnos tengan más pienso y hierba de lo acostumbrado. Si llegare a hablar
con el emperador dijo, le rogaré que dicte una disposición general por la que todos los
pudientes estén obligados a arrojar trigo y grano por los caminos, para que en tan gran
solemnidad las avecillas, sobre todo las hermanas alondras, tengan en abundancia» ( 2
Cel 200).

Pero entonces, ¿dónde está la diferencia entre el Santo y los modernos amantes de la
naturaleza? Para captarla mejor podemos ayudarnos de un relato de sus compañeros:

«El bienaventurado Francisco, efectivamente, celebraba la fiesta de Navidad con mayor


reverencia que cualquier otra fiesta del Señor, porque, si bien en las otras solemnidades el
Señor ha obrado nuestra salvación, sin embargo, como él decía, comenzamos a ser salvos
desde el día en que nació el Señor. Por eso quería que en ese día todo cristiano se
alegrase en el Señor y que, por amor de Aquel que se nos dio a sí mismo, todo hombre
fuese alegremente dadivoso no solo con los pobres, sino también con los animales y las
aves» (LP 14).

En Belén Jesucristo se entregó a toda la humanidad al mostrarse al mundo como un niño.


Desde aquel mismo momento sonó la hora de nuestra salvación actual en la persona del
Redentor. Pero los hombres deberán hacer extensible a toda la creación el amor al prójimo
que se les ofreció en la Encarnación, pues con su venida el «Señor de la Majestad» (2 Cel
198) no solo se hizo hermano de todos los hombres sino que en un cierto grado se
hermanó también con el resto de la creación. La hermandad sobrenatural de los hombres
en Cristo debe a manera de un eco que se expande por todo el universo continuarse y
ampliarse en la relación fraternal a todas las criaturas que por el pecado original debieron
soportar también un severo castigo. Aquí radica la razón más profunda de porqué
«llamaba él hermanas a todas las criaturas» (1 Cel 80).

Quizá podamos comprender mejor la idea y el sentimiento del Santo si con Tomás de
Celano traemos ante nuestra mirada la relación entre una vivencia concreta de la
naturaleza con el misterio del Nacimiento del Señor:

«¿Quién podría explicar la alegría que provocaba en su espíritu la belleza de las flores, al
contemplar la galanura de sus formas y al aspirar la fragancia de sus aromas? Al instante
dirigía el ojo de la consideración a la hermosura de aquella flor que, brotando luminosa en
la primavera de la raíz de Jesé, dio vida con su fragancia a millares de muertos. Y, al
encontrarse en presencia de muchas flores, les predicaba, invitándolas a loar al Señor,
como si gozaran del don de la razón» (1 Cel 81).

Francisco revivía en ellas lo que san Pablo decía en su admirable prólogo en la carta a los
Efesios (1,9):

«...el Dios Padre» «nos ha dado a conocer el misterio de su voluntad según el benévolo
designio que él se propuso de antemano, para realizarlo en la plenitud de los tiempos:
hacer que todo tenga a Cristo por cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la
tierra».

El Poverello supo captar y experimentar simultáneamente, mediante una gracia especial


de Dios, la armonía singular del universo, que descansa y actúa en Jesucristo como en su
centro. De modo especial, la luz y las flores le remitían al misterio de la Encarnación por
haberles tocado en suerte en la historia de la salvación ser imágenes sensibles y eficaces
de este misterio.

La comunión mística con Cristo incluía en Francisco además de esto su identificación con
el sufrimiento de la creación. En la primera parte he traído ya a colación un testimonio del
biógrafo Tomás de Celano sobre la predilección del Santo por los corderillos. Para hacer
esto más evidente con un ejemplo nos trae a colación el biógrafo diversos eventos que
ocurrieron en otras circunstancias y lugares.

Yendo de camino el Poverello por la Marca de Ancona, «se encontró en el camino con un
hombre que iba al mercado, llevando atados y colgados al hombro dos corderillos para
venderlos. Al oírlos balar el bienaventurado Francisco, conmoviéronse sus entrañas, y,
acercándose, los acarició como madre que muestra sus sentimientos de compasión con su
hijo que llora. Y le preguntó al hombre aquel: ¿Por qué haces sufrir a mis hermanos
llevándolos así atados y colgados?. Porque los llevo al mercado le respondió para
venderlos, pues ando mal de dinero. A esto le dijo el santo: ¿Qué será luego de ellos?.
Pues los compradores replicó los matarán y se los comerán. No lo quiera Dios reaccionó el
santo. No se haga tal; toma este manto que llevo a cambio de los corderos. Al punto le dio
el hombre los corderos y muy contento recibió el manto, ya que éste valía mucho más. El
santo lo había recibido prestado aquel mismo día, de manos de un amigo suyo, para
defenderse del frío. Una vez con los corderillos, se puso a pensar qué haría con ellos, y,
aconsejado del hermano que le acompañaba, resolvió dárselos al mismo hombre para que
los cuidara, con la orden de que jamás los vendiera ni les causara daño alguno, sino que
los conservara, los alimentara y los pastoreara con todo cuidado» (1 Cel 79).

A nadie de ustedes se le ocurriría imitar la conducta del Poverello, que por otra parte es
difícil de entender racionalmente. Pero es que este episodio tan típico solo puede hacerse
más o menos comprensible si lo vemos a través del prisma de su espiritualidad, en
especial de su sencillez evangélica. Hacia esta virtud se sentía llamado directamente por
Dios tal como nos lo asegura el relato de un compañero en la Leyenda de Perusa:

«Y el Señor me ha mostrado su voluntad de que debo ser en este mundo un nuevo necio,
porque el Señor no quiere que sigamos otro camino fuera de esta ciencia» (LP 18).

La conducta tan difícil de comprender del Poverello se basaba además en su singular


afecto por la pasión. Siempre que el Santo se tropezaba con algún rebaño de ovejas se le
representaba de inmediato el cordero de Dios ofrecido en el altar. Bajo esta luz se nos
descubre el sentido de una estrofa de las Alabanzas para todas las Horas, en donde se
cita un pasaje de la revelación:

«Digno es el cordero que ha sido degollado de recibir el poderío, y la divinidad, y la


sabiduría, y la fuerza; y el honor, y la gloria y la bendición» (AlHor 3).

Su amor a la cruz, alimentado por la observación de los procesos naturales, nos lo ofrece
también un relato del así llamado Espejo de perfección:

«Al hermano encargado de preparar la leña para la lumbre le decía que nunca cortase el
árbol entero, sino que dejara algunas ramas íntegras, por amor del que quiso salvarnos en
el árbol de la cruz» (EP 118).

Al describir Tomás de Celano la mística franciscana de la naturaleza nos ofrece una


piedrecilla más del mosaico que va perfeccionando su imagen:

«También ardía en vehemente amor por los gusanillos, porque había leído que se dijo del
Salvador: Yo soy gusano y no hombre. Y por eso los recogía del camino y los colocaba en
lugar seguro, para que no los escachasen con sus pies los transeúntes» (1 Cel 80).

Con una sencillez sobrecogedora veía el Poverello en el gusano que se removía en el


polvo del camino y que era pisado por los caminantes descuidados, al Salvador que se
retorcía en la infamia de la cruz por sus muchos dolores. Esta vivencia inmediata del
simbolismo de Cristo, que transfiere incluso la compasión del Señor doliente a los
animales, se ha conservado dentro de la historia de la religiosidad como un hecho
único.[19]

A través de estas experiencias va manifestándose una expresión mística de la pasión.


Francisco encontraba a Jesús crucificado de una forma tan misteriosa como real no solo
en los leprosos, a quienes saludaba con el nombre de «hermano cristiano», sino también
en el sufrimiento de los animales y en las deformaciones de la naturaleza inanimada. Todo
esto «le hacía participar de un modo real en el sufrimiento del Redentor, que había llevado
en su corazón el sufrimiento del mundo».[20]

3. MEDIANTE LA POBREZA INTERIOR Y EXTERIOR


FRANCISCO CONSIGUIÓ
LA LIBERTAD DE LOS HIJOS DE DIOS

En vano buscaríamos en los escritos del Poverello una cita o un eco de este texto
maravilloso de la carta de Pablo a los Colosenses (1,16 ss.): «...en él [Jesucristo] fueron
creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, las visibles y las invisibles, tronos,
dominaciones, principados, potestades: todo fue creado por él y para él». Sin embargo
nadie podrá dudar que apenas si habrá otro santo, tanto antes como después de él, que
haya captado en una medida tan alta y con una fuerza semejante los vínculos que nos
unen con el Redentor encarnado.

Por otra parte, la relación casi paradisíaca que tuvo con el mundo de las criaturas no la
consiguió sin un esfuerzo constante y sobrehumano. Tomás de Celano tiene el privilegio
de haber expresado esta meta con una profundidad única:

Francisco «a todas las criaturas llamaba hermanas, como quien había llegado a la gloriosa
libertad de los hijos de Dios, y con la agudeza de su corazón penetraba, de modo
eminente y desconocido a los demás, los secretos de las criaturas» (1 Cel 81).

El biógrafo nos trae como ejemplo de la confianza mística del Santo en las criaturas dos
aspectos significativos: la perfección del conocimiento mediante su amor a ellas y su
regreso al estado original de nuestros primeros padres antes de su caída. Para explicar
esto se apoya Celano en las fuentes bíblicas. En la carta a los Romanos (8,19-22), dice
Pablo:

«Pues la ansiosa espera de la creación desea vivamente la revelación de los hijos de Dios.
La creación, en efecto, fue sometida a la caducidad, no espontáneamente, sino por aquel
que la sometió, con la esperanza de ser liberada de la esclavitud de la corrupción para
participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Pues sabemos que la creación entera
gime hasta el presente y sufre dolores de parto».

Según el apóstol de las gentes toda la creación suspira por aquel momento glorioso en
que se manifestarán los verdaderos hijos de Dios. La naturaleza se siente frustrada,
porque debido al pecado el hombre ni tiene una relación fraternal con ella ni la refiere a su
creador. Como víctima del abuso pecaminoso que hizo el hombre, dotado de razón y de
libertad, ha de soportar también ella las consecuencias de su debilidad. El castigo del
hombre la arrastró a un destino trágico, aunque no sin la esperanza de ser liberada algún
día de la servidumbre del mal. El destino de la creación tendrá un término en el tiempo.
Por eso suspira esperando el día en que los hijos de Dios recobrarán la libertad total.

El sentido que da Celano a la mística franciscana de la naturaleza se basa en el supuesto


de que en el Santo ya se había dado una especie de anticipación de la liberación final.
Incluso, aunque las palabras de la carta a los Romanos no aparezcan como tales en los
escritos del Poverello, en él encontramos aquellos signos de familiaridad con los animales
que guardaban una relación con el texto paulino.
En el Saludo a las Virtudes dice el Santo entre otras cosas:

«La santa obediencia confunde a todos los quereres corporales y carnales; y mantiene
mortificado su cuerpo para obedecer al espíritu y para obedecer a su hermano, y lo sujeta
y somete [al hombre] a todos los hombres que hay en el mundo; y no solo a los hombres,
sino aún a todas las bestias y fieras, para que, en cuanto el Señor se lo permita desde lo
alto, puedan hacer de él lo que quieran» (SalVir 14-18).

No es este el lugar para hacer un análisis de todas las ideas que subyacen en esta
expresión poética sobre la obediencia franciscana, pero el sometimiento a los animales
que se aborda en ella y que tan claramente deseaba Francisco, ha rozado nuestro tema.
El motivo provenía del convencimiento profundo que tenía el Santo de que Dios se hallaba
presente y activo en todas las cosas. De aquí se deriva que el Poverello reconociera en las
criaturas a los seguidores y mediadores de la voluntad divina y que en el trato con ellas
nunca sintiera el deseo de dominarlas o explotarlas, sino de amarlas con un amor fraterno.
Por eso, ante el Santo las fieras abandonaban su temor instintivo, su actitud natural de
defensa o de huida. Daba la impresión como si captaran que quien estaba ante ellas era
un hombre de corazón completamente limpio y verdadero hijo de Dios; una criatura amiga
que había regresado a la prístina libertad del paraíso y que por lo tanto su naturaleza le
impulsaba precisamente a esto, a amarlas y servirlas.

Por otra parte, la vida errante y sin hogar le suponía a Francisco y a sus compañeros estar
expuestos y sin protección frente a los cambios climáticos y al mundo animal. Para
hacernos una idea pensemos por ejemplo en los mosquitos, que en el peregrinar por los
pantanos, tan abundantes en aquel tiempo, portaban la temible enfermedad de la malaria,
a consecuencia de la cual precisamente murió Francisco. Además de esto, el frecuente
dormir a la intemperie suponía que los discípulos tenían por así decirlo un contacto a flor
de piel con los animales.

Cuánta verdad histórica haya en estas indicaciones se nos hace evidente a través del
relato que hace Celano sobre la predicación del Santo a las aves:

Francisco «llegó a un lugar cerca de Menavia donde se habían reunido muchísimas aves
de diversas especies, palomas torcaces, cornejas y grajos. Al verlas, el bienaventurado
Siervo de Dios Francisco, hombre de gran fervor y que sentía gran afecto de piedad y de
dulzura aun por las criaturas irracionales e inferiores, echa a correr, gozoso, hacia ellas,
dejando en el camino a sus compañeros. Al estar ya próximo, viendo que le aguardaban,
las saludó según su costumbre. Admirado sobremanera de que las aves no levantaran el
vuelo, como siempre lo hacen, con inmenso gozo les rogó humildemente que tuvieran a
bien escuchar la palabra de Dios. He aquí alguna de las muchas cosas que les dijo: Mis
hermanas aves: mucho debéis alabar a vuestro creador y amarle de continuo, ya que os
dio plumas para vestiros, alas para volar y todo cuanto necesitáis. Os ha hecho nobles
entre sus criaturas y os ha dado por morada la pureza del aire. No sembráis ni recogéis, y,
con todo, Él mismo os protege y gobierna, sin preocupación alguna de vuestra parte. Al oír
estas palabras, las avecillas lo atestiguaba él y los hermanos que lo acompañaban daban
muestras de alegría como mejor podían: alargando su cuello, extendiendo las alas,
abriendo el pico y mirándole. Y él, paseando por medio de ellas, iba y venía, rozando con
la túnica sus cabezas y su cuerpo. Luego las bendijo y, hecho el signo de la cruz, les dio
licencia para volar hacia otro lugar. El bienaventurado Padre reemprendió el camino con
sus compañeros, y, gozoso, daba gracias a Dios, a quien las criaturas todas veneran con
devota confesión» (1 Cel 58).

El significado especial que tiene este relato justifica lo extenso de la cita. La predicación a
las aves no solo ha tenido una gran influencia en el arte de todos los tiempos, sino que
además en este testimonio quedan resumidos todos los puntos esenciales de la mística
franciscana de la naturaleza. Por lo demás, este acontecimiento tiene otra excelencia
debida a su prioridad en el tiempo, pues en esta vivencia con los animales descubrió
Francisco hacia 1215 la dimensión cósmica de su religiosidad.

4. RESPUESTAS DE LA MÍSTICA FRANCISCANA DE LA


NATURALEZA A LOS PROBLEMAS DE NUESTRO TIEMPO

1) La mística de la naturaleza del Poverello, a quien el Papa Juan Pablo II nombró patrón
del movimiento ecológico en 1979;[24] nos invita a reflexionar en torno a la amenaza
extrema de la Crisis Ecológica de nuestro Tiempo. La aplicación de la técnica, irreflexiva e
incluso inconsciente, a todos los niveles del saber y actividad humanas nos ha conducido a
un estado de emergencia tal, que se hace necesaria una urgente acción universal tanto a
nivel nacional como internacional. Por una parte resulta algo obvio que una vuelta a una
economía preponderantemente agraria, como se daba en el siglo trece, ni es posible ni
tampoco deseable. Pero, por otra parte, los representantes del desarrollo tecnológico
tampoco están seguros de que la investigación científica pueda resolver por sí sola la crisis
ecológica. Se hace necesario un cambio de mentalidad por parte de la iglesia, de las
autoridades estatales, de los científicos de rango internacional y de la ONU. No son solo
los cristianos, pues, quienes están llamados a seguir el ejemplo de san Francisco.

En nuestros días, se ha hecho responsable de la actual situación sin salida en que nos
encontramos a la concepción judeo-cristiana por el predominio que tiene en ella el hombre
sobre la creación.[25] Pero en contra de esta concepción se alza desde un punto de vista
cristiano el radicalismo singular del Poverello, que representa la línea de la humildad total
ante las criaturas. A la tiranía del hombre opone Francisco la democracia de las criaturas
ante Dios.

Tampoco es difícil demostrar, por otra parte, que en la historia del cristianismo no solo ha
sido decisivo el pasaje del Génesis 1,28: «Sed fecundos y multiplicaos, y henchid la tierra
y sometedla; mandad en los peces del mar y en las aves del cielo y en todo animal que
repta sobre la tierra». Junto a él encontramos también otra visión de la naturaleza en los
salmos, por ejemplo el Salmo 104 que nos ofrece una alabanza maravillosa al Creador, o
la «Alabanza de los tres jóvenes» de estilo letánico, en Daniel 3,51-90. Recordemos,
finalmente, la relación singular que tuvo Jesús con la creación como se nos muestra en
sus parábolas, por ejemplo en su mandato:

«Mirad las aves del cielo: no siembran, ni cosechan ni recogen en graneros; y vuestro
Padre Celestial las alimenta... Observad los lirios del campo, cómo crecen; no se fatigan ni
hilan. Pero yo os digo que ni Salomón, en toda su gloria, se vistió como uno de ellos» (Mt
6,26-28).

Cuando leemos estos pasajes nos damos cuenta de hasta qué medida se dejó guiar
Francisco por ellos.

Por lo demás, la teología moderna se enfrenta a una tarea tan digna de ser tenida en
cuenta como de difícil cometido: presentar al cristiano actual los motivos que deben
inducirle a un cambio de mentalidad en su relación con el medio ambiente. A partir de una
reflexión más profunda acerca de la voluntad del Creador y del sentido de la creación
debiera aparecer una nueva moral ecológica. Pero lo más apremiante es tomar conciencia
de que la situación dramática en que se halla hoy en día el medio ambiente es algo que
debe entrar a formar parte de la responsabilidad de cada cristiano y lo que bajo ningún
concepto debe ocurrir es que por nuestra culpa se vea todavía más empeorada la ya de
por sí grave situación actual.

Lo que a este respecto dice el Catecismo Católico para Adultos,[26] que editó la
Conferencia Alemana de Obispos, es muy digno de tenerse en cuenta: «Con nuestro estilo
personal de vida podemos hacer mucho para disminuir los daños al medio ambiente y
evitar mayores males. Cada uno de nosotros puede hacer algo respecto de los desechos,
del agotamiento de las materias primas, de la polución de las aguas y del aire, de la
contaminación del paisaje, del creciente consumo y de la supe oferta de bienes. Lo poco
que tú puedas hacer, es ya mucho (Albert Schweitzer)».

2) La mística de la naturaleza de san Francisco se opone también radicalmente al


secularismo irreligioso e inclinado al ateísmo, que prescinde de toda fe en la creación. El
Poverello reconoce y experimenta con tanta intensidad e inmediatez la relación de toda
criatura, por pequeña que sea, con el Creador, que su conducta despierta admiración más
allá de los límites del cristianismo. Su religiosidad tiene su raíz por un lado en el mundo
creado, que el Santo imbrica con un amor fraternal en la oración; por otro, en encauzar las
criaturas a su origen y causa común en la medida que les pide que entren a formar parte
de su alabanza a Dios. Su alabanza va dirigida siempre y simultáneamente tanto a
ensalzar la gloria y bondad incomparables de Dios como a su omnipresencia y majestad
en la creación. Al hacerlo así no olvida sin embargo a sus hermanos y hermanas por
excelencia, a los hombres, de quienes es consciente que están dañados por el pecado y a
menudo enfrentados entre sí por el odio y la envidia. Francisco, por lo tanto, ofrece al
hombre moderno un modelo, permanentemente válido, para superar aquel modelo
unilateral que solamente ve en el hombre un ser mundano. En él se da una síntesis
singular entre la naturaleza y la gracia, entre la creación y la Redención, entre la alabanza
a Dios y el amor al hombre.

3) Todavía nos queda por resaltar un aspecto importante en la religiosidad cósmica de san
Francisco: su encuentro simbólico con Cristo en determinadas criaturas motivado por
algunas alusiones bíblicas. Una de las mayores dificultades que tiene el hombre moderno,
por estar impregnado de la uniformidad que imprime la técnica a todo nuestro medio
ambiente, es su ceguera para captar las imágenes sensibles, algo que dificulta su
participación en las celebraciones litúrgicas.

Aun cuando las condiciones sociales y culturales del siglo XIII y de finales del milenio dos
mil sean fundamentalmente distintas, la relación del Poverello con el Creador y la creación
conserva intactos sus signos de identidad. Nos muestra que no debemos quedarnos en el
puro goce estético de la contemplación del paisaje, de las flores, de una obra de arte o de
un niño, sino que debemos dar el salto e ir de la imagen al modelo. La visión gozosa del
mar embravecido, de la majestad de los montes, del colorido de una puesta de sol o de
cualquier cosa que pueda alegrar nuestros corazones y nuestra vista debería conducirnos
a una trascendencia de la criatura al Creador para concluir -como en Francisco - en una
alabanza a Dios.
N O T A S:

[1] Para la bibliografía hasta el año 1985 me remito a mi ponencia: Zur Mystik des hl.
Franziskus von Assisi im Lichte seiner Schriftten, en Abendländische Mystik im Mittelalter.
Symposion Kloster Engelberg 1984. Herausgegeben von Kurt Ruh, Stuttgart. J. B.
Metzlersche Verlagsbuchandlung [1986], 241-268; ver sobre todo el aparato crítico en las
páginas 264-268. E. Grau tomó parte también en dicho Congreso con la ponencia: Das
Sacrum commercium sancti Francisci cum domina paupertate. Seine Bedeutung für die
franziskanische Mystik, ibídem pp. 269-285.- Me he servido también de algunas ideas del
libro de Eugen Mederlet, OFM, Der Hohepriester des Alls. Ein Weltbild gewonnen aus dem
Christus-Erleben des Bruders Franz von Assisi. Marburg an der Lahn, Verlag R. F. Edel
[1961]. No me es posible ni tampoco considero útil aportar la innumerable literatura
internacional sobre este tema. Señalaré no obstante a: Cornelio Basilio del Zotto, OFM,
Creatore, natura, imago Dei. Spiritualità. A cargo de Ernesto Caroli, OFM. 2.ª edición
revisada y ampliada, Padua 1995, 321-340; Bernard J. Przewozny, OFMConv, Ambiente,
ibídem, 25-36.

[7] OfP, Salmo 15, vers. 3. Cf. E. Grau - L. Hardick [Hgg.], Die Schriften des hl. Franziskus
von Assisi, Werl 8, 1984,157; ver también O. Schmucki, Das Geheimnis der Geburt Jesu in
der Fömigkeit des hl. Franziskus von Assisi, en Collectanea Franciscana 41(1971) 263 y
ss.

[19] Cf. Oktavian [Schmucki] von Rieden, Das Leiden Christi im Leben des hl. Frangziskus
von Assisi. Eine Quellenvergleichende Untersuchung im Lichte der zeitgenössischen
Passionsfrömmigkeit, Roma 1960, 61 y ss. 113-123.

[20] Cuthbert [Hess of Brighton], OFMCap, Il misticismo di S. Francesco d'Assisi, en L'Italia


francescana (Roma) 8 (1933).

[24] Joannes Paulus PP. II, S. Franciscus Assisiensis coelestis Patronus oecologiae
cultorum eligitur, en Acta Apostolicae Sedis 71 (1979) 1509-1510. Texto español.

[25] Cf. Lynn T. White (Jr.), Die historischen Ursachen unserer ökologischen Krise, en
Michael Lohmann(Hg), Gefährdete Zukunft. Prognosen angloamerikanischen
Wissenschaft, München 1970, 20-29.

[26] Bd. II, Freiburg-Basel-Wien 1995; S. 335.

[En Selecciones de Franciscanismo, vol. XXX, núm. 88 (2001) 125-138]

Amor Franciscano

¿Alguien hubiera dicho que un hombre que vivió hace más de 800 años vendría a ser
referencia fundamental para todos aquellos que buscan un nuevo acuerdo con la
naturaleza y sueñan con una confraternización universal?

Ese hombre es Francisco de Asís (+1226), proclamado patrono de la ecología. En él


encontramos valores que perdimos, como la capacidad de encantarnos ante el esplendor
de la naturaleza, la reverencia delante de cada ser, la cortesía con cada persona, el
sentimiento de hermandad con cada ser de la creación, con el sol y con la luna, con el lobo
feroz y el leproso al que abraza enternecido.

Francisco realizó una síntesis feliz entre la ecología exterior (medio ambiente) y la ecología
interior (pacificación interna) hasta el punto de transformarse en el arquetipo de un
humanismo tierno y fraterno-sororal, capaz de acoger todas las diferencias. Como afirmó
Hermann Hesse: «Francisco casó en su corazón el cielo con la tierra e inflamó con la
brasa de la vida eterna nuestro mundo terreno y mortal». La humanidad puede
enorgullecerse de haber producido semejante figura histórica y universal. Él es lo nuevo,
nosotros somos lo viejo.

La fascinación que ejerció desde su tiempo hasta el día de hoy se debe al rescate que hizo
de los derechos del corazón, a la centralidad que confirió al sentimiento y a la ternura que
introdujo en las relaciones humanas y cósmicas. No sin razón, en sus escritos la palabra
«corazón» aparece 42 veces frente a «inteligencia», una vez; «amor» 23 veces frente a
«verdad», 12; y «misericordia» 26 veces frente a «intelecto», sólo una vez.

Era el «hermano-siempre-alegre» como lo apodaban sus cofrades. Por esta razón, deja
atrás el cristianismo severo de los penitentes del desierto, el cristianismo litúrgico monacal,
el cristianismo hierático y formal de los palacios pontificios y de las curias clericales, el
cristianismo sofisticado de la cultura libresca de la teología escolástica. En él emerge un
cristianismo de jovialidad y canto, de pasión y danza, de corazón y poesía. Él conservó la
inocencia como claridad infantil en la edad adulta que devuelve frescura, pureza y encanto
a la penosa existencia en esta tierra. En él las personas no aparecen como «hijos e hijas
de la necesidad, sino como hijos e hijas de la alegría» (G. Bachelard). Aquí se encuentra la
relevancia innegable del modo de ser del Poverello de Asís para el espíritu ecológico de
nuestro tiempo, carente de encantamiento y de magia.

Estando cierta vez un 4 de octubre, fiesta del Santo, en Asís, en esa minúscula ciudad
blanca al pie del monte Subasio, celebré el amor franciscano con el siguiente soneto que
me atrevo a publicar:

Abrazar a cada ser, hacerse hermana y hermano,

Oír el cantar del pájaro en la rama,

Auscultar en todo un corazón

Que palpita en la piedra y hasta en la lama.

Saber que todo vale y nada es en vano,

Y que se puede amar incluso a quien no ama,

Llenarse de ternura y compasión

Por el bichito que por ayuda clama.

Conversar hasta con el fiero lobo


Y convivir y besar al leproso

Y, para alegrar, hacer de bobo,

Sentirse de la pobreza el esposo,

Y derramar afecto por todo el globo:

He aquí el amor franciscano: ¡oh supremo gozo!

Leonardo Boff

En diversas Comunidades Cristianas del mundo se comenta y analiza con mucho interés;
cómo han sido estos años de profundos cambios en la Iglesia Católica desde que asumió
Francisco como Obispo de Roma. Por esta razón y atendiendo a diversas solicitudes que
llegan a nuestra Redacción, presentamos esta valiosa reflexión de Leonardo Boff, escrita a
solo meses de la elección de Jorge Mario Bergoglio como nuevo Papa. (N de la R).

Desde que el obispo de Roma electo, y por eso Papa, asumió el nombre de Francisco, se
hace inevitable la comparación entre los dos Franciscos, el de Asís y el de Roma. Además,
el Francisco de Roma se remitió explícitamente a Francisco de Asís. Evidentemente no se
trata de mimetismo, sino de constatar puntos de inspiración que nos indiquen el estilo que
el Francisco de Roma quiere conferir a la dirección de la Iglesia universal.

Hay un punto común innegable: la crisis de la institución eclesiástica. El joven Francisco


dice haber oído una voz venida del Crucifijo de San Damián que le decía: "Francisco
repara mi Iglesia porque está en ruinas". Giotto lo representó bien, mostrando a Francisco
soportando sobre sus hombros el pesado edificio de la Iglesia.

Nosotros vivimos también una grave crisis por causa de los escándalos internos de la
propia institución eclesiástica. Se ha oído el clamor universal («la voz del pueblo es la voz
de Dios»): «reparen la Iglesia que se encuentra en ruinas en su moralidad y su
credibilidad». Y se ha confiado a un cardenal de la periferia del mundo, a Bergoglio, de
Buenos Aires, la misión de restaurar, como Papa, la Iglesia a la luz de Francisco de Asís.

En el tiempo de san Francisco de Asís triunfaba el Papa Inocencio III (1198-1216) que se
presentaba como «el representante de Cristo». Con él se alcanzó el grado supremo de
secularización de la institución eclesiástica con intereses explícitos de «dominium mundi»,
de dominación del mundo. Efectivamente, por un momento, prácticamente toda Europa
hasta Rusia estaba sometida al Papa. Se vivía en la mayor pompa y gloria. En 1210, con
muchas dudas, Inocencio III reconoció el camino de pobreza de Francisco de Asís. La
crisis era teológica, pues una Iglesia-imperio temporal y sacral contradecía todo lo que
Jesús quería.

Francisco vivió la antítesis del proyecto imperial de Iglesia. Al evangelio del poder,
presentó el poder del evangelio: en el despojamiento total, en la pobreza radical y en la
extrema sencillez. No se situó en el marco clerical ni monacal, sino que como laico se
orientó por el evangelio vivido al pie de la letra en las periferias de las ciudades, donde
están los pobres y los leprosos, y en medio de la naturaleza, viviendo una hermandad
cósmica con todos los seres. Desde la periferia habló al centro, pidiendo conversión. Sin
hacer una crítica explícita, inició una gran reforma a partir de abajo pero sin romper con
Roma. Nos encontramos ante un genio cristiano de seductora humanidad y de fascinante
ternura y cuidado que puso al descubierto lo mejor de nuestra humanidad.

Estimo que esta estrategia debe haber impresionado a Francisco de Roma. Hay que
reformar la Curia y los hábitos clericales de toda la Iglesia. Pero no hay que crear una
ruptura que desgarraría el cuerpo de la cristiandad.

Otro punto que seguramente habrá inspirado a Francisco de Roma: la centralidad que
Francisco de Asís otorgó a los pobres. No organizó ninguna obra para los pobres, sino que
vivió con los pobres y como los pobres. Francisco de Roma, desde que lo conocemos, vive
repitiendo que el problema de los pobres no se resuelve sin la participación de los pobres,
no por la filantropía sino por la justicia social. Ésta disminuye las desigualdades que
castigan a América Latina y, en general, al mundo entero.

El tercer punto de inspiración es de gran actualidad: cómo relacionarnos con la Madre


Tierra y con los bienes y servicios escasos. En la alocución inaugural de su entronización,
Francisco de Roma usó más de 8 veces la palabra cuidado. Es la ética del cuidado, como
yo mismo he insistido fuertemente, la que va a salvar la vida humana y garantizar la
vitalidad de los ecosistemas. Francisco de Asís, patrono de la ecología, será el paradigma
de una relación respetuosa y fraterna hacia todos los seres, no encima sino al pie de la
naturaleza.

Francisco de Asís mantuvo con Clara una relación de gran amistad y de verdadero amor.
Exaltó a la mujer y a las virtudes considerándolas «damas». Ojalá inspire a Francisco de
Roma una relación con las mujeres, que son la mayoría de la Iglesia, no sólo de respeto,
sino también dándoles protagonismo en la toma de decisiones sobre los caminos de la fe y
de la espiritualidad en el nuevo milenio.

Por último, Francisco de Asís es, según el filósofo Max Scheler, el prototipo occidental de
la razón cordial y emocional. Ella nos hace sensibles a la pasión de los que sufren y a los
gritos de la Tierra. Francisco de Roma, a diferencia de Benedicto XVI, expresión de la
razón intelectual, es un claro ejemplo de la inteligencia cordial que ama al pueblo, abraza a
las personas, besa a los niños y mira amorosamente a las multitudes. Si la razón moderna
se amalgama con la sensibilidad del corazón, no será tan difícil cuidar la Casa Común y a
los hijos e hijas desheredados, y alimentaremos la convicción muy franciscana de que
abrazando cariñosamente al mundo, estamos abrazando a Dios.

Leonardo Boff / (marzo de 2013).

La filosofía ecológica fue anticipada por Francisco de Asís


Para muchos, es el precursor de una nueva democracia universal de tipo socio-cósmica

Generalmente se ha considerado que el "Cántico de las criaturas" representa uno de los


logros más importantes de la espiritualidad de Francisco de Asís, en el que puso de
manifiesto una profunda reconciliación entre el cielo y la tierra, entre la vida y la muerte,
entre el universo y Dios. A pesar de estar escrito en el siglo XIII, todavía se tiene como una
de las joyas de la poesía occidental y de la mística de la naturaleza. Ya en 1967 el
historiador norteamericano L. White Jr. propuso considerar la piedad cósmica de Francisco
como un ejemplo para la mentalidad ecológica actual. Por Eduardo García Peregrín.

Pequeña teología de la lentitud, una llamada al arte


Las Teologías del Sur son poscoloniales y decoloniales
La teología de las religiones se encuentra en plena búsqueda
Políticos y ecologistas deben hablar un lenguaje común para salvar el planeta
La 'tercera cultura' puede robotizar lo humano
El Cántico de las criaturas mantiene hoy planamente viva su actualidad y debe ser
entendido en el marco de la inquietud moderna de la filosofía ecológica. Se trata del canto
de un hombre que durante toda su vida luchó para lograr un poco más de fraternidad entre
sus conciudadanos y para que se hiciera visible la humanidad de Dios. Francisco de Asís
aprendió a contemplar los seres vivos y las cosas de una forma ingenua, sencilla, fraterna.
Dejó de verlos desde el ángulo de su valor comercial, como se hacía en su tiempo y se
sigue haciendo en gran parte hoy, para considerarlos criaturas de Dios y, por lo tanto,
dignos de interés por sí mismos. Francisco cantó para mostrarles a los hombres la tierra
fraternal, liberada del dominio del dinero y de toda servidumbre.
La fraternidad con las personas...
Todas las biografías más antiguas de Francisco coinciden en destacar la estrecha unión
que establecía con todas las personas y todas las cosas. Pero este torbellino de
fraternidad no nació de un modo intemporal, sino que coincide con la revolución social que
se estaba produciendo en su tiempo y con la revolución personal que supuso su encuentro
con los pobres y los leprosos. En este sentido, se cuenta que pasó tres años dedicado a
atenderlos a la vez que restauraba la capilla de San Damián, hasta que un 24 de febrero,
festividad de San Matías, escuchó el evangelio de la misión de los Doce (Mt. 10,5-10) y
comprendió que Dios no le pedía que restaurara iglesias ruinosas, sino la Iglesia viva y sus
ruinas humanas... Y el Señor le dio hermanos, con los que fundó su primera fraternidad.
Era la primavera de 1208.
... Y con las criaturas
Francisco amplió su fraternidad fuera de los límites de lo humano para llegar al mundo de
los animales y al mundo de los vegetales. Todas las biografías escritas en los años
siguientes a su muerte destacan unánimemente la amigable unión que Francisco
establecía con todas las criaturas. La fraternidad en Francisco no solo se humaniza sino
que se hace universal. Son múltiples los detalles que se nos han transmitido sobre cómo
Francisco vivía esta fraternidad: en su trato con las plantas, con los animales, etc. Así, sus
biógrafos señalan que andaba sobre las piedras en atención a Aquél que se había llamado
piedra a sí mismo; recogía las babosas de los caminos para que no fueran pisadas por la
gente; daba miel y vino a las abejas en el invierno para que no muriesen de frío y de
hambre. Con su enorme optimismo, prestó al mundo un servicio inapreciable que los
poetas y demás hombres tendremos siempre que agradecer. Y esto, en una época en la
que especialmente los cátaros habían despertado las sombras del maniqueísmo,
considerando intrínsecamente mala a la materia.
La fraternidad cósmica
Francisco dio un paso más en el concepto de fraternidad. Ya no se trataría sólo de las
criaturas vivientes, sino que amplió el círculo a todo el cosmos, a toda la creación. Y no
solamente a la creación material sino también a la inmaterial pero existente y, por lo tanto,
también hermana. Como veíamos al principio, la demostración más elevada de ese sentido
de fraternidad cósmica lo podemos observar en el "Cántico de la criaturas".
En este cántico, Leonardo Boff ha querido ver, sobre todo, una síntesis afortunada entre
ecología interior y ecología exterior. Su estructura revela el encuentro de la unidad global,
entrecruzándose dos líneas: una vertical en la que se dirige a Dios y otra horizontal en la
que estima que, si por nuestra minoridad no podemos hablar directamente con Dios, sí
podemos hacerlo con las criaturas en las que Francisco ve la presencia de Dios,
considerándolas sacramentos de Dios.
Así, la primera estrofa va dirigida directamente a Dios y las siguientes también a Dios pero
por medio de las criaturas, organizadas en parejas masculinas-femeninas: el sol y la luna,
el viento y el agua, el fuego y la tierra. El Dios al que Francisco se dirige es un Dios
pequeño a pesar de su magnitud; no es un Dios lejano, sino que es un Dios cercano. Sin
embargo, en su minoridad, Francisco percibe que no puede cantar directamente a Dios;
por eso lo hace a través de las criaturas.
Así canta al hermano sol al que lo considera señor, pero como también ha sido creado por
Dios, no deja de ser hermano. Y lo mismo a la luna, al viento, al agua, al fuego y a la
Tierra, considerada por Francisco como madre, pero que por haber sido creada por Dios
es también hermana. Finalmente, la hermana muerte corporal, a la que no teme sino que
la considera una hermana que viene a abrirle las puertas de la eternidad. Por eso,
Francisco se abraza a la muerte porque es una hermana, portadora de una vida más
amplia e inmortal. No hay por qué temer; podía abrazarla. Francisco acaba su vida
reconciliándose así con la muerte.
Fundamentos de la fraternidad en Francisco
Simplificando mucho las cosas, podríamos decir que lo que fundamenta el concepto y la
vivencia de la fraternidad en Francisco es su imagen de Dios y su imagen del hombre y,
especialmente, la relación entre ambas. Francisco no fue un teólogo ni mucho menos. Él
se consideraba un iletrado; por eso nunca pretendió ejercer de teólogo. Sin embardo es
interesante destacar que el Dios de Francisco es un Dios Padre, un Dios cercano, el
"abba" de Jesús. Es un Dios débil y pequeño, pero que asumió nuestra condición para
mostrar la grandeza de la condición humana. Es un Dios Padre creador de todas las
cosas, a las que ama porque las ha creado buenas, como podemos leer en Sab. 11.
Por otra parte, se ha dicho que la antropología de Francisco está cargada de dimensiones
teológicas, por la cercanía que encuentra entre el hombre y Dios o entre Dios y el hombre.
Para Francisco, el hombre es fundamentalmente un hermano, sobre todo un hermano
menor, siervo y a la vez cortés, libre porque es pobre, alegre con la alegría de sentirse en
comunión con la creación, compasivo y misericordioso, etc.
Actualidad de la experiencia de fraternidad cósmica en Francisco
De acuerdo con E. Haeckel, su primer definidor, la ecología es el estudio de la inter-retro-
relación de todos los seres vivos y no vivos entre sí y con su medio ambiente. Por lo tanto,
no se trata de estudiar por separado el medio ambiente y los seres vivos y no vivos, sino
hacerlo desde la globalidad de su interacción mutua. Cada vez está más aceptado que un
ser vivo no puede ser considerado aisladamente como un simple representante de su
especie, sino que tiene que verse en relación y en equilibrio con los demás representantes
de la comunidad de vivientes y con las condiciones en que se desarrollan.
De aquí que, en la actualidad, se suelen distinguir tres niveles o tipos de ecología:
a) Una ecología ambiental, que trata del medio ambiente y de las relaciones que los seres
vivos, especialmente el hombre, establecen con él.
b) Una ecología social, que se ocupa de las relaciones derivadas de la consideración del
hombre como un ser social. c) Una ecología mental, que se fundamenta en el hecho de
que la naturaleza no es algo exterior al ser humano, sino interior; es de la mente de donde
surgen los patrones de comportamiento que se concretan en actitudes de defensa o de
agresión a la naturaleza.
La ecología ambiental en Francisco de Asís
La Declaración de Río de Janeiro de 1992 acabada diciendo que la salvación del planeta y
de sus pueblos, de hoy y de mañana, requiere la elaboración de un nuevo proyecto de
civilización que debe ser construido sinergéticamente por todos. La ecología no puede
reducirse al campo "verde" de la naturaleza, sino que se basa en las relaciones que todos
los seres, principalmente los seres vivos, mantienen ente sí y con su entorno. Por eso se
ha dicho que hoy hemos llegado a un punto en que o nos salvamos todos o nos perdemos
todos.
La visión moderna del mundo que nos está proporcionando la física cuántica, la biología
molecular o la propia ecología nos debe llevar a comprender que todo tiene que ver con
todo, que estamos envueltos en una red de relaciones y que nada ni nadie existe fuera de
esas relaciones. Según la física cuántica, toda la materia del universo deriva de las
mismas partículas elementales de las cuales sólo cuatro parecen ser estables: el protón, el
electrón, el fotón y el neutrón. Como resultado de la atracción de las cargas opuestas de
los protones y electrones surgen los átomos. Como diría F. Betto, "lo que sustenta al
átomo es una cuestión de amor".
A su vez, de la combinación de los átomos surgen las diferentes moléculas de que está
hecho todo nuestro mundo. El agua está formada por un átomo de oxigeno y dos de
hidrógeno; al aire está formado por átomos de nitrógeno, oxígeno, carbono, hidrógeno, etc.
La tierra, las plantas, los animales... todo está formado por átomos mantenidos por esa
especie de amor o atracción básica.
A escala celular, la bioquímica y la biología molecular nos están diciendo que cada una de
los miles de moléculas que existen en cada una de nuestras células tiene una estructura
determinada que hace que sea la más apropiada para llevar a cabo una función
determinada, de tal modo que entre ellas se establece una relación que las hace a todas
igualmente necesarias y que, a su vez, se encuentra perfectamente regulada para que
funcionen como un "todo" orgánico y armónico.
Pero no olvidemos que cada molécula es el resultado de un "abrazo amoroso" entre sus
átomos constituyentes, y que, a su vez, las moléculas se funden en otro "abrazo amoroso"
para formar las células, y éstas igualmente los tejidos, los órganos y los sistemas de un
organismo.
Por otra parte, dada la complejidad de los seres vivos, cada día está más aceptado en el
campo de las ciencias de la vida lo que se ha dado en llamar el "principio hologramático",
que viene a decir que en las partes está presente el todo y el todo está en las partes. Por
eso, el sentido actual de ecología implica el pensar siempre holísticamente,
convenciéndonos de que la totalidad no es sólo la suma de las partes, sino
fundamentalmente la interdependencia orgánica de todos los elementos.
La ecología actual tiene que ser holística o no será ecología. La ecología se entiende hoy
como relación, de tal manera que no existe nada fuera de la relación, porque todo tiene
que ver con todo, en todos los momentos y en todas las circunstancias.
Este sentido relacional está también presente en la antropología actual. Se ha definido el
hombre como un nudo de relaciones, en todas las direcciones: hacia lo alto, hacia Dios;
hacia los lados, hacia sus hermanos; hacia abajo, hacia la tierra; hacia dentro, hacia su
corazón.
Pues bien, en este ámbito es donde se mueve Francisco de Asís. Pero con algo añadido.
Para Francisco, el hombre no es sólo un nudo de relaciones sino que es un nudo de
relaciones cordiales. La cordialidad es una característica fundamental de Francisco: todo
está unido a su corazón. Eso da lugar a que su experiencia de fraternidad represente el
más vivo ejemplo de una antropología de relación y, sobre todo, de cordialidad con todos
los seres. Es una antropología que sabe sentir el corazón de las cosas, para lo cual es
indispensable entrar en sintonía con ellas viviendo la fraternidad universal y cósmica.
No se trata solamente de que el otro esté allí y nosotros aquí, por muy cercanos que
estemos. Es que tenemos que convertirnos en el otro, transformarnos en el otro, lograr una
fusión mística con las demás realidades, vivir una experiencia de identificación con el otro.
Se trata de con-vivir, con-sentir, com-partir y co-mulgar con las cosas. De ahí nace la
comunidad con esas cosas conocidas amorosamente. Y esa fue la idea de fraternidad
cósmica y la vida de Francisco.
La ecología social en Francisco de Asís
Como decíamos antes, la crisis ecológica nos concierne a todos, por lo que necesita la
participación de todos. Y la mejor forma de participación es una democracia. En esta
democracia ecológico-social, los ciudadanos no son solamente los seres humanos, sino
todos los seres que componen el mundo: una "biocracia" y una "cosmocracia". Esto
significa que todos los seres de la naturaleza son ciudadanos, sujetos de derechos, dignos
de respeto y de admiración.
El filósofo francés J. Maritain y otros muchos han considerado que Francisco es el
precursor de una nueva democracia universal de tipo socio-cósmica; no se trata de una
democracia en la que todas las personas humanas son iguales y sin jerarquías, sino de
una democracia cósmica, que incluye dentro de sí como ciudadanos no sólo a los hombres
sino también a los animales, las plantas, el agua, el sol, la luna y las estrellas.
Todos estos ciudadanos de la nueva democracia cósmica participan de nuestra
convivencia, tienen derecho a vivir y deben ser plenamente respetados. Esta democracia
cósmica es una democracia biocentralizada, es decir, centrada sólo en la vida y en la
naturaleza. Ahora bien, como la naturaleza es el equilibrio entre la vida y la muerte,
también debe ser incluida la muerte. Eso es lo que hizo Francisco en su tiempo: su
democracia incluye todas las formas de vida e incluso la propia muerte. Cuando llamaba
hermanos a los animales y a las plantas, al sol, la luna y las estrellas... y hasta a la muerte,
¿no estaban sentando las bases de esta nueva democracia cósmica?
La cultura moderna parece situar al hombre por encima de las cosas para poseerlas y
dominarlas. Este antropocentrismo se ha considerado como el resultado de una lectura
arrogante de los textos bíblicos. Sin embargo, Francisco vivió otra manera de ser en el
mundo. Francisco no define al ser humano por lo que lo diferencia de los demás seres,
sino por lo que tiene de común con ellos.
Se pone al lado de todas las cosas y de todas las criaturas para amarlas y convivir con
ellas como hermanos y hermanas en una casa común. Todas las cosas las consideró
animadas y personalizadas; él descubrió intuitivamente lo que hoy conocemos por la
ciencia: que todos los seres vivos somos hermanos porque tenemos el mismo código
genético. Para Francisco, todos con-vivimos en la misma casa paterna y materna, con un
profundo respeto hacia todas las diversidades, especialmente con los más débiles.
La ecología mental en Francisco de Asís
La ecología de la mente, también llamada ecología profunda, trata de despertar en las
personas su espíritu de escucha. Por eso, una de las misiones del ser humano es descifrar
el mensaje que nos transmiten todos los seres del universo y celebrarlo. A partir de la
ecología interior, el universo deja de ser una entidad neutral para convertirse en algo que
concierne al ser humano.
El universo se dirige hacia el ser humano, lo mismo que el ser humano se vuelve hacia el
universo de donde procede. Ambos nos pertenecemos mutuamente. Nos une un vínculo
de fraternidad que Francisco ya intuyó en su tiempo. No podemos considerarnos como
seres separados de la Tierra; somos hijos de la Tierra, somos la misma Tierra que se hace
autoconsciente.
Francisco vivió esta experiencia de un modo profundo. Su gran aportación para su tiempo
fue considerar que todas las cosas de la creación son hermanas porque proceden del
mismo Padre. Francisco personalizó todas sus relaciones al considerar a todos los seres
del universo como sacramentos de la presencia de Dios. Hoy día se acepta que esta
sacramentalidad no debe considerarse sólo en dirección vertical de Dios-universo, sino
también en la horizontal de Dios-proceso evolutivo cosmogénico. Esto lleva consigo el
mantener abierta la sacramentalidad hacia las nuevas formas de manifestación del
misterio de Dios. La fe de Francisco le llevó a vivir intensamente la experiencia religiosa
del origen común de todas las cosas. De esta manera experimentó cómo Dios muestra su
presencia en cada ser y en su historia. Para él, Dios está presente en el cosmos y el
cosmos está presente en Dios.
Diversos filósofos y teólogos del siglo XX (Whitehead, Ogden, Griffin, etc.) han dejado de
poner a Dios y al mundo frente a frente, para considerar a Dios dentro del proceso del
mundo y al mundo dentro del proceso de Dios, de tal manera que todo lo que ocurre en el
mundo le afecta a Dios de alguna forma. El Creador rodea siempre a la criatura y al revés,
aunque cada uno conserva su identidad. Así, la distinción sirve a la comunión. Dios no se
identifica con el proceso cósmico, pero sí en el proceso cósmico. Y a la inversa, el
universo no se identifica con Dios, pero se identifica en Dios.
Francisco se adelantó a esta manera de pensar ya en el siglo XIII puesto que veía a Dios
en todas las cosas, en todas las circunstancias. Comenzó a verlo en los pobres, en los
leprosos, en las plantas y los animales, en el hermano sol, etc., hasta llegar a ver a Dios
en la hermana muerte. Francisco se adelantó en la reconciliación entre el hombre y la
naturaleza que hoy se exige en diferentes foros. Francisco reconcilió con su experiencia de
vida al hombre con toda la creación. Por eso se le ha considerado como el paradigma de
"homo reconcilatus".
De hecho, cuando el Concilio Vaticano II señala que: "el hombre, hecho nueva criatura,
puede y debe amar las cosas creadas por Dios, porque de Dios las recibe, y las mira y las
respeta como salidas de sus manos" (GS, 37) está teniendo plenamente presente el cómo
Francisco vio y amó a todas las criaturas.
Esta visión franciscana de la naturaleza y Dios es lo que hoy se quiere expresar con la
palabra "panenteísmo". No se trata de caer en el panteísmo sino de admitir el
panenteísmo. Para el panteísmo, Dios es todo y todo es Dios. El cristianismo no puede
aceptar esta visión panteísta porque eso significaría hacer a Dios igual que el universo,
confundir el Creador con la criatura. Dios y el universo son diferentes, pero están abiertos
uno al otro en una perfecta comunión.
Para el panenteísmo, Dios está en todas las cosas y a la inversa; eso significa que
podemos ver a Dios en las piedras, en los animales, en las plantas, en el sol, etc.... como
ya hizo Francisco en el siglo XIII. Francisco vive y experimenta la presencia de Dios en
todas las cosas; encontró a Dios en sí mismo y en todas las criaturas, considerándolas
como sacramentos reveladores de Dios. La creación entera es el gran sacramento de
Dios.
En este sentido (como en otros muchos), Francisco puede considerarse un precursor de P.
Teilhard de Chardin. En la última página de su diario escrita el día 7 de Abril de 1955, el
Jueves Santo antes de su muerte, este jesuita recogía como síntesis de su credo la frase
"Dios todo en todas las cosas" (1Cor, 15,28). Esa era la expresión bíblica del "misterio de
los misterios": pleromizar a Dios, como él decía. Pleromizar será la consecución final del
momento en que Dios y la creación se unan en una totalidad sin confusión.
Conclusión
Después de todo lo anterior, podemos explicarnos el por qué de la fascinación que
Francisco ejerció sobre los hombres de su tiempo y los hombres del siglo XX-XXI. "Creó
una síntesis que se había perdido en el cristianismo: el encuentro con Dios, con Cristo y
con el Espíritu en la naturaleza y, consecuentemente, el descubrimiento de la inmensa
fraternidad/sororidad cósmicas" (L. Boff).
Por eso no es de extrañar que ya en 1967 el historiador norteamericano L. White Jr.
propusiera considerar la piedad cósmica de Francisco como un ejemplo para la mentalidad
ecológica actual y sugiriera que fuera declarado oficialmente "patrono de los ecologistas".
Y eso fue lo que hizo Juan Pablo II, el 27 de Noviembre de 1979, con todas las honras y
privilegios litúrgicos inherentes a esa proclamación.

#REDESFRANCISCANASUNIDASENCRISTO

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