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Genearca

Guy Haley
Versión 1.0
Traducido por Proyecto Scriptorum
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A lo largo de más de cien siglos, el Emperador ha permanecido inmutable
en el Trono Dorado de Terra. Se yergue como el Soberano de la Humanidad,
cuyo poderío se manifiesta a través de legiones inacabables que enfrentan
a la oscuridad en un millón de mundos.
No obstante, su figura es un cadáver corrompido, el Señor Carroñero del
Imperio, mantenido en un estado de vida a través de los prodigios de la Era
Oscura de la Tecnología y las almas innumerables sacrificadas día a día
para que su propia existencia siga ardiendo.
Vivir en estos tiempos equivale a ser una gota en el vasto océano de la
humanidad. Es subsistir bajo el régimen más cruel y sanguinario que pueda
concebirse. Conlleva soportar una existencia de carnicería, bajo los alaridos
de angustia y dolor sofocados por la risa insaciable de dioses sombríos.
Es un período lúgubre y desgarrador con escaso consuelo o esperanza. De
lado queda la promesa del poder de la tecnología y la ciencia. Se olvida
todo sueño de progreso y avance. Se borra toda noción de una humanidad
común o de compasión.
En el vasto firmamento, no hay lugar para la paz, pues en la oscuridad
ominosa de un futuro distante, la única constante es la guerra.
CAPÍTULO UNO
OBSEQUIOS INDESEADOS
En una estancia de austeridad implacable, Alfa Primus1 se hallaba en
sueños.
Sus facciones parecían sosegadas en su letargo; una masa de musculatura
forjada con precisión descansaba imperturbable, de tal manera que, si no
fuera por la lenta marea de su amplio pecho, podría creerse que
descansaba en la tumba.
Sus aposentos carecían de ostentación, tan espartanos como un recinto
mortuorio y desprovistos de cualquier adorno. Tan solo se hallaban
presentes su lecho, un soporte para armamento, pistola y espada, y un
armario encastrado en una de las paredes que sostenía su voluminosa
armadura, cuyo yelmo con ojos inertes parecía desaprobar con disgusto al
gigante adormecido, como si se sintiera incómoda al ser excluida.
La fría luz azul emanada por la armadura proyectaba un fulgor gélido sobre
el metal sin adornar de la estancia. El lecho de Primus consistía en una
única monolítica estructura de acero, elevada sobre el suelo y de
dimensiones monumentales. A modo de almohada, se hallaba un bloque
más pequeño conformado a la forma de su cuello y cabeza. El único atisbo
de suavidad consistía en una manta desgastada por el uso, aunque estaba
arrugada, aferrada con firmeza a una de sus piernas, quizá descartada
mientras dormía como un signo de debilidad, aunque Primus permanecía
tan rígido y grave como una estatua sepulcral, sin muestras de
movimiento.
La estancia emanaba un frío intenso, y aún así Primus dormía despojado de
vestiduras, y su figura parecía un paisaje invernal extraño a la luz glacial del
armorium. Las tomas de entrada de su servoarmadura2 semejaban
fortalezas dispersas, sus músculos, vastas colinas sombrías e
inexpugnables, sus cicatrices, carreteras heladas que trazaban sendas en la
topografía fragmentada de su piel como campos yermos. Alfa Primus no
poseía una belleza exquisita, pero tampoco carecía de ella, pues había un
tipo de grandeza en la austeridad de su semblante. Estaba moldeado
conforme a su propósito. En su creación se vislumbraba arte, y si no amor
por la forma, al menos amor por su utilidad. Belisarius Cawl3 lo había
confeccionado con esmero.
Sin embargo, su calma era engañosa. Tras una fachada de serenidad, el
gigante soñaba, y sus sueños distaban de ser serenos.

Primus se hallaba en el centro de la tormenta.


Las inquietantes energías de la disformidad lo azotaban con la fuerza de
vendavales enloquecidos. Su alma ardía y se retorcía bajo su influencia,
arrojando destellos de corposante en la forma brillante que poseía en ese
sitio insano e imposible. A pesar del sufrimiento que lo torturaba,
mantenía su posición, buscando la iluminación. Presagios recorrían su ser y
vio un elaborado ballet de estrellas. Un mundo aplanado. La guerra.
En la lejanía, grandiosas y temibles inteligencias comenzaban a tomar
consciencia de su presencia. Sintió un cambio en el mar de los sueños,
como si gigantes emergieran desde las profundidades agitando las aguas.
Algo lo envolvió. Una presencia, o múltiples presencias, no podía
discernirlo. Una luz dorada. Una majestuoso águila surgió de la nada, con
dos cabezas gemelas enardecidas. Una de las cabezas lo contemplaba con
firmeza mientras que la otra permanecía ciega. El águila estalló en una
ráfaga de chispas que se dispersaron en la tormenta psíquica. Más allá,
vislumbró el gran faro del Astronomicón4, y una figura, o varias figuras,
retorciéndose en su fulgor, para luego desvanecerse.
Primus.
Escuchaba una voz.
Primus.
Era una voz rota, deteriorada, la voz desgastada de quien había dejado
atrás su apogeo hace mucho tiempo. Fragmentada, prácticamente un coro
de voces quebradas.
Primus. Cawl.
Sintió un respeto inusual por esa voz. En ella, detectó una mezcla de
preocupación que rozaba el desagrado, pero también algo más...
¿Curiosidad? ¿Esperanza? Sin duda, ambas emociones estaban presentes,
pensó.
Primus. Un rival para tu creador.
Antes de que pudiera reaccionar, una lanza de oro se precipitó hacia su
cabeza, perforándola antes de que pudiera esquivarla. El turbulento paisaje
del Empíreo5 desapareció, dejando espacio para un par de ojos de un
violeta deslumbrante. Eran hermosos, pero estaban incrustados en un
rostro ajado, colmado de astucia odiosa.
La Araña se aproxima.
Ante sus ojos apareció la figura completa: un Astartes de las antiguas
Legiones. Quién era, no podía determinarlo. Su especie era
lamentablemente prolífica, y cada una de sus formas reflejaba
depravaciones únicas. Era imposible conocerlos a todos.
La Araña se aproxima.

De repente, Primus despertó, convulsionando en una lucha frenética


contra enemigos invisibles. Ya se encontraba medio incorporado en la
cama antes de recordar dónde estaba. Retrocedió y se recostó nuevamente
en la estructura metálica, con la cabeza inclinada, permitiendo que la cruda
realidad disipara los vestigios del sueño. No era solo un sueño. Los fuegos
violeta persistían en las esquinas de la habitación, desvaneciéndose, pero
dejando tras de sí un olor acre, el residuo manifiesto de psykana6.
Inspiró profundamente, estremeciéndose. No era propio de él sentir
miedo. Los dolores que lo acosaban siempre parecían particularmente
intensos al despertar, como cuchillos gélidos deslizándose entre sus
músculos.
Con una mano aferrada al costado de la cama, se impulsó para
incorporarse. Se vistió con el traje interior de su armadura y se puso
encima una túnica con capucha.
Necesitaba hablar con Cawl.
Cawl estaba inclinado sobre una bancada de trabajo. Sobre ella reposaba
un dispositivo delicado y pequeño, mantenido en su lugar por un campo
gravitatorio. Primus lo observó desde la sombra, en silencio. Cawl tenía
innumerables lugares donde podía trabajar, pero al marine espacial no le
costaba trabajo localizar a su creador. Había un vínculo entre ellos que
dudaba que pudiera romper jamás.
Cawl tarareaba mientras trabajaba, entonando una antigua y peculiar
melodía. Las múltiples extremidades adicionales de las que disponía
emergían con diminutas herramientas para soldar y cortar. Con un toque
de su dedo momificado, hizo girar el dispositivo un cuarto de vuelta,
mientras una garra abría la tapa de un compartimento. Una mecadendrita7
delgada como un cabello se abrió camino hacia el interior, y los destellos
azules del soplete de microplasma lanzaron sombras nítidas sobre el rostro
humano de Cawl, que de lo contrario habría permanecido oculto en las
profundidades de su capucha carmesí. Los servocráneos8 se aglomeraban a
su alrededor, observando con sus cavidades oculares vacías todo lo que
hacía. Aunque eran aparatos silenciosos, Primus les atribuía una actitud
ansiosa, como estudiantes de medicina que competían por el espacio
alrededor de la mesa de un anatomista.
Primus observó en silencio durante un rato, sintiéndose inexplicablemente
como un niño. Bueno, al menos imaginó que así se sentiría. Él nunca había
sido un niño, y su comprensión de la infancia se basaba únicamente en
suposiciones. Sin embargo, se imaginó cómo sería la sensación de un niño
esperando en la puerta del taller de su padre, inseguro de entrar y
molestar, lo que de repente haría que sus temores nocturnos parecieran
insignificantes.
Un apéndice serpentino giró una serie de pequeños controles en la pinza
de gravedad. La máquina que Cawl estaba ensamblando giró y comenzó a
trabajar en una pieza distinta. A Primus le resultaba asombroso que un ser
tan antiguo e hinchado pudiera crear algo tan delicado. Por alguna razón
que no comprendía del todo, ese pensamiento desencadenó una oleada de
odio en su interior. Durante un breve instante, consideró la posibilidad de
lanzarse al ataque y romperle el cuello al anciano. Fue solo un breve
instante, pero la intensidad de su deseo era innegable.
Cawl se aclaró la garganta, interrumpiendo su tarareo.
—¿Tienes pensado quedarte en las sombras toda la noche, Primus, o vas a
decirme por qué me buscas a esta hora?
—Ni a ti ni a mí nos afecta demasiado la hora —dijo Primus, entrando en la
habitación.
Cawl dejó escapar una risita.
—Yo no diría eso. Al final, el tiempo desgasta todo, Primus. Nada perdura
eternamente, ni yo, ni tú, lamento decirlo.
—Me refería al día o la noche, la luz o la oscuridad; es indiferente para
nosotros, simples vectores de nuestro deber.
—Veo que mantienes el carácter jovial de siempre.
—No he venido aquí para charlar, mi creador —declaró Primus, avanzando
un paso más. Los cráneos que rodeaban a Cawl revolotearon fuera de su
alcance, como aves nerviosas. Cawl suspendió su labor momentáneamente
y se volvió a medio camino en su silla.
—Entonces, ¿cuál es el propósito de tu visita?
Primus se encogió de hombros. Ahora no parecía de gran importancia.
—¿Estás trabajando en un nuevo núcleo de memoria9?
Cawl observó su obra.
—Exactamente.
—¿Para un nuevo Qvo10?
—Correcto.
—Pero Qvo-88 sigue existiendo.
—Bueno, la palabra "existir" es relativa, pero sí, sigue en nuestra
compañía. No obstante, siempre hay necesidad de más y siempre se puede
mejorar. Es mejor estar preparados, según mi opinión, y me complace decir
que me encuentro cada vez más cerca de culminar este proyecto.
—No puedes revivir a los muertos.
—Soy Belisarius Cawl —expresó Cawl con ironía—. Puedo lograr cualquier
cosa.
Primus contenía su ira con dificultad. Cawl no había podido eliminar los
dolores que aquejaban a Primus. O tal vez podía, pero no le importaba.
—Si así lo dices.
Cawl se volvió nuevamente hacia su banco de trabajo.
—Eso es lo que digo —sus apéndices continuaron con su labor.
Primus lo observó en silencio durante un minuto. Consideró marcharse sin
transmitir su mensaje, aunque su deber se lo prohibía.
—Tuve un sueño —manifestó.
—¿Un sueño? —dijo Cawl, sin siquiera voltear a mirarlo.
—Una premonición. Una advertencia —explicó Primus.
—Oh —dijo Cawl distraído.
—Una voz se comunicó conmigo —prosiguió.
—¿De quién?
—Es difícil de determinar. Algún religioso diría que fue el Emperador, pero
no sigo creencias religiosas.
Cawl estalló en risas, lo que exacerbó aún más a Primus.
—¿Te has levantado de la cama para decirme que el Emperador Omnissiah
te ha enviado una advertencia?
—Hay alguien en camino. Un rival para ti. Un Astartes caído —informó.
Cawl bufó.
—Siempre hay alguien que viene a por mí —pero estaba intrigado—.
¿Quién de sus detestables compañeros era?
—No estoy seguro. Pero no era monstruoso como algunos de ellos. No
obstante, era anciano. Muy anciano. Y pude sentir una maligna intención y
una astucia oscura en él.
Chispas de soldadura vaporizada danzaban alrededor de Cawl.
—Muy bien. Gracias —concedió. Su mente estaba completamente absorta
en su labor.
—¡Debes escucharme! —exclamó Primus, su enojo brotando de repente—.
Debes tener precaución. No eres invulnerable. No eres inmortal. En este
vasto universo, existen seres que se equiparan contigo. ¡Escúchame
atentamente! ¿De qué sirve que me otorgues todos estos dones —
pronunció la palabra con amargura— si no prestas atención a las
advertencias que te hacen? ¡Ten cuidado!
Cawl continuó con su trabajo. Comenzó a tararear nuevamente.
Primus abrió la boca, luego se volteó y se retiró. ¿Para qué continuar?
—¡Primus! —le llamó Cawl cuando este se encontraba a medio camino de
la puerta.
Primus se detuvo, pero no se dio la vuelta. Apretó los puños.
—Gracias —Cawl titubeó—. Trabajo en estas iteraciones de Friedisch
porque lo extraño. Lo sabes. Quería asegurarte que eres tan valioso para
mí como lo fue él. ¿Comprendes?
Primus se tensó. La violencia bullía peligrosamente cerca de la superficie
de sus pensamientos.
—¿Primus? —preguntó Cawl.
En un supremo acto de voluntad, Alfa Primus relajó sus puños y se retiró.
CAPÍTULO DOS
PRIMERO ENTRE IGUALES
El viento fustigaba un reino suspendido en la nulidad. Una frigidez cortante
lo invadía, un seno de desolación lo cobijaba. Fabius Bilis11, inmóvil,
determinó que era un enclave inhóspito para la espera.
Con estoicismo lo toleró. Aceptó la fugacidad del instante, rendido ante la
imposibilidad de sustraerse de los vaivenes adversos. Aunque la galaxia lo
exaltara con títulos como Pater Mutatis, Desgarrador de Almas y
Primogenitor, ninguna preeminencia, ningún vigor, exime al hombre de los
azares y tribulaciones. La soberbia, ese pecado insidioso, podría
desmoronar hasta al más formidable, reflexionó, tal como lo hizo con
aquellos que antaño erigieron la ancestral puerta de la Telaraña12 donde
ahora aguardaba. Ceder ante la furia por tal demora, autoconvenciéndose
de su supremacía sobre los designios caprichosos del destino, sería un
preludio a su propia perdición. Eso no podía permitirse. Su misión aún
esperaba acción.
A la izquierda de Bilis, una mujer, inmersa en el asombro, se mantenía a
una distancia reverencial. Una presencia cuasi alienígena; escudos oscuros
adosados a su cuerpo, espiráculos adornando su cuello, ojos inmensos
resguardados por párpados adicionales, pero, a pesar de todo, mantenía
una especie de humanidad. Más allá, un conclave de hombres bestia13,
conteniéndose en los márgenes de la vetusta plaza, reacios a profanar las
piedras sagradas, sus rostros ocultos tras máscaras de respiración
maltrechas. Un ataúd de estasis14 muy alto, ya manchado por el polvo
voraz del viento, se cernía detrás de ellos.
Los hombres bestia, en un estado de perpetua perplejidad, observaban los
monitores, guardianes de la puerta, sin descifrar los misterios confiados a
su cuidado. Su inquietud crecía en el vasto teatro de la intemperie, una
arena ajena tras una existencia confinada en las entrañas de naves
desoladas. Su líder, el formidable Brutus de cabeza taurina, temía
desencadenar la ira de Bilis y, con una amenaza velada, buscaba mantener
en jaque a sus subordinados.
Bilis, indiferente a la congregación bestial, se apoyó en su Vara de
Tormento15, explorando el horizonte a través de lentes teñidas de violeta.
El Señor de los Coroneles, embutido en un casco, buscaba el oxígeno
escaso en el aire. El desierto, un lienzo de desolación fría y brutal, se
desplegaba en un espectáculo de desamparo infinito, donde el cielo se
fundía con la tierra en una unión melancólica. En el horizonte se alzaban
algunas dunas, pero eran pequeñas e inconstantes, láminas de arena que
ondeaban como banderas a la débil luz del sol desde sus crestas afiladas. El
viento no permitía que las dunas crecieran. El material se desprendía de
ellas con la misma rapidez con la que se amontonaba en la base en un
incómodo equilibrio. Incluso mientras Bilis observaba, podía verlas nacer,
crecer, moverse, morir. Todas las cosas del materium16 estaban hechas de
polvo y volvían al polvo. Supuso que en eso había cierto equilibrio, más del
que nadie tenía derecho a pedir en un universo tan volátil, pero era un
estado lamentable. Este mundo había vivido una vez. Ya no lo hacía, y el
caos ni siquiera dejaría polvo si se le diera la oportunidad.
La puerta aeldari17 era el único rasgo significativo. En el centro de una
plataforma redonda semienterrada en la arena se veían unas vigas de color
gris desgastado; antiguos esqueletos agrietados hasta el tuétano, como las
mandíbulas de las míticas barbas de la Vieja Tierra, erigidas como
monumentos por sus cazadores. Los sellos de la superficie se habían
erosionado hasta convertirse en feas marcas de viruela, y las pocas gemas
que quedaban se habían desgastado hasta embotarse. Bile sabía un par de
cosas sobre la red, y en su opinión esta puerta estaba decrépita hasta el
punto de ser inútil.
—Tal vez este viaje sea una tontería —murmuró en voz tan baja que sólo la
mujer lo oyó. Sentía que ella lo miraba.
Paciencia, se dijo a sí mismo. Para alterar el destino, uno debe comprender
el lugar que ocupa en él. Estaba orgulloso de sus logros, y con razón, pero
sin humildad se arriesgaba al desastre. Era un guijarro suspendido en la
corriente del tiempo, y sin embargo pretendía alterar el flujo, ser la base de
la presa que desviara la inundación. Tenía que concentrarse si quería
conseguirlo.
La respiración de Bile se entrecortaba en su máscara respiratoria. El cuero
de su abrigo de piel golpeaba con fuerza sus piernas acorazadas. Miró a
través de la puerta, esperando a que el desierto que enmarcaba se
desdibujara y revelara otro lugar. La puerta le evocaba algo que no podía
precisar. Sintió algo extraño, y tardó un momento en localizar la emoción,
hasta que, con una sonrisa, reconoció que era nostalgia. Había habido
metrópolis enteras construidas con esqueleto cerca de Ciudad Cántico18, y
en Urum19, y en todos los mundos aeldari perdidos dentro del Ojo que
había pisado en su larga, larga vida. Eran días lejanos, embriagadores de
éxitos y fracasos. Parecía que había pasado una eternidad mirando a través
del marco de la ruina de otro.
Al considerarlo, experimentó una deliciosa punzada de remordimiento.
—Te faltan al respeto, padre —dijo la mujer. Ella lo necesitaba equipo
respiratorio. Su sistema extraía hasta la última gota de vitalidad del aire.
Membranas secundarias protegían sus ojos. Los brillantes escudos
blindados que la envolvían de pies a cabeza resistían la abrasión de la
arena cortante—. Te hacen esperar.
—No soy un mero señor al que necesiten halagar, Porter —dijo Bile. Su voz
se tornó dura y desprovista de humor por el vocoemisor—. La Telaraña es
un dominio difícil de atravesar. Es posible que este Kolumbari-Enas no
tenga la destreza que presume tener. Los aeldari aún controlan gran parte
de la red. Amplias secciones fueron contaminadas por la disformidad
cuando la Fisura20 se abrió. Podrían encontrar su ruta obstruida. Podrían
retrasarse. Podrían no llegar en absoluto. ¿Qué importancia tiene? No voy
a lamentar las exigencias sobre mi tiempo. Ese es el error de los Abaddons,
los Lucius y los Eidolons. Tengo diez mil años, hija, y hemos esperado cinco
años para tener noticia de nuestro objetivo. ¿Qué son unas pocas horas
más?
—No es nada, mi creador —dijo Porter, bajando la cabeza, avergonzada—.
Pido disculpas. Me irrita ver que te falten al respeto.
—Porter, Porter, llegarán —aseguró Bile—. Si no lo hacen, será lamentable,
pero existen otros medios para obtener lo que necesitamos. Simplemente
tenemos que esperar para saber qué dirección tomaremos. ¿Acaso es tan
difícil mantenerse vigilante ante la puerta? Es un lugar pacífico aquí.
Una de las bestias de Bile emitió un balido tras ellos.
—Maestro, ¿de qué hablas? —las palabras fueron gruñidas, deformadas
por una boca inhumana. Las pezuñas chocaban contra el suelo. A la
pregunta le siguió un rugido de frustración y un fuerte golpe de Brutus.
—Silencio. Las palabras del Creador no son dirigidas a ti, monstruo —
reprendió Brutus.
—Están intranquilos, mi creador —dijo Porter.
—Que estén intranquilos. Son bestias. Que actúen como tales. Son
demasiado triviales para perturbarme.
En realidad, eran tan insignificantes que Bile no los habría traído, pero
Brutus insistió. Una demostración de fuerza, había dicho Brutus con su voz
grave. Bile había reído ante la sugerencia del ser. Antes, había comandado
decenas de miles de Legiones Astartes. Había creado a los Nuevos
Hombres21. A su juicio, unos cuantos mutantes con cabeza de cabra eran
una muestra de poder bastante deficiente. Sin embargo, Brutus tenía un
punto. Aún era un señor, y un señor debía tener su corte. Había permitido
que el minotauro se saliera con la suya.
Pero Porter, oh, Porter era un caso completamente diferente. Era
poderosa. Magníficamente así. ¿Cuánto tiempo pasaría antes de que se
atreviera a estar a su lado? ¿Cuánto tiempo antes de que se posara frente
a él, y cuánto tiempo antes de que se rebelara contra él? Los hijos siempre
se rebelan contra sus padres. Los jóvenes derrocan a los viejos. Así
progresa la evolución. Ser eliminado por ella sería bienvenido como una
confirmación de su propio éxito. Era considerablemente más sofisticada
que los primitivos Sabuesos de Glándulas22 de antes. Mucho mejor. Su
llegada le había reavivado el entusiasmo por la vida. Estaba orgulloso de
sus Nuevos Hombres, y si necesitaban eliminarlo para alcanzar su destino,
que así fuera.
Por el momento, Porter era su protectora, y significativamente más
formidable que cualquier hombre bestia. Representaba todo lo contrario a
una demostración de fuerza, ya que no parecía amenazante. Eso era
bueno. Bile prefería una amenaza velada.
Se perdió en sus pensamientos por un momento, y descubrió que sus
memorias viajaban más allá de Urum, más allá de la Herejía, hacia los
inicios. Sintió un zumbido en su cabeza, una vibración áspera y eléctrica.
Comenzó a moverse en su armadura, pero un leve gesto fue la única
indicación visible para los demás.
Recordaba algo... algo verdaderamente antiguo.
Nadie más lo notó, pero Porter sí. La observadora Porter.
—¿Maestro?
—Estoy sumido en reflexiones —dijo con brusquedad. El sonido de su voz
hizo que una de las bestias emitiera un ruido gutural de temor—. Tengo un
momento para pensar, por una vez.
—¿Mi creador? —preguntó Porter.
Bilis se giró para observarla, la arena rechinaba en las uniones de su
armadura. Le llevaría horas liberarse de toda ella. Indudablemente, su
espíritu máquina23 protestaría. Se rehusó a permitir que tal pensamiento
perturbase su tranquilidad.
—Hay tiempo para la contemplación, sin las distracciones de mi vocación
—elevó una mano, y el dispositivo arácnido quirúrgico adherido a su
espalda mimetizó el movimiento con una de sus múltiples extremidades—.
El destino es implacable. Los hombres de grandeza como yo raramente
hallan momentos de serenidad. Las circunstancias nos obligan a ello. ¿Lo
comprendes?
—Sí, mi creador —hizo una pausa Porter—. Si me lo permite, ¿en qué
piensa?
El viento continuaba soplando, enrollando altas cortinas de arena del
desierto que se elevaban y colapsaban; parecían las velas efímeras de
naves espectrales.
—Este es, sin duda, un paraje desolado —dijo Bilis—, similar a
innumerables millones de mundos yermos, pero aún así, me evoca
recuerdos.
Unas palabras, que parecían más balbuceos que pronunciaciones
coherentes, interrumpieron sus reflexiones.
—Maestro —articuló uno de sus hombres bestia, retractándose ante el
colosal puño de Brutus—. Se acercan.
El semi-formado recuerdo de Bilis se disipó.
—¿Estás seguro? No veo nada —Bilis dirigió su mirada hacia el dolorido
conjunto de sus acólitos.
—Sí, maestro —respondió el hombre bestia, con ojos llorosos clavados en
una pantalla, la cual limpió de polvo con un brazo velludo—. Hay una
acumulación masiva de energía. Algo se aproxima.
—La puerta —intervino Porter.
Bilis se volteó. Las heridas en el psicoplástico brillaban luminosamente,
parecían estar en un estado de perpetua crudeza. Arcos de energía
danzaban sobre las superficies.
—Bien, bien, parece que funciona. Prepárense —ordenó Bilis—. No
ataquen a menos que yo lo ordene, ¿está claro? Porter, ¿estás lista?
—Lo estoy, mi creador —afirmó ella. Parecía preparada para matar, aunque
su postura apenas mostraba cambio.
Las gemas resplandecieron. Una de ellas explotó en fragmentos agudos
que hicieron gemir a la piel de la bestia. Una grieta dorada se manifestó en
el aire, en el centro de la puerta. Normalmente, estas aperturas se
materializaban con una simetría perfecta y se expandían siguiendo
proporciones precisas y agradables. Esta, sin embargo, era una lágrima
sangrante de luz, dentada como una grieta en un espejo. Su brillantez era
tal, que superaba la capacidad de las lentes fotorreactivas de Bilis. Alzó la
mano que sostenía a Tormento para proteger sus ojos.
La realidad gimió, abriéndose ampliamente. Chispas azules vibrantes
cruzaron el suelo, ennegreciendo la arena, y el estruendo creció,
alcanzando un clímax ensordecedor mientras la puerta era forzada.
La extraña luminosidad de la Telaraña inundó el desierto.
Un conjunto de figuras atravesó la puerta. Bilis había engendrado su cuota
de monstruosidades, pero este grupo excedía su habilidad para lo
grotesco. Contra el resplandor de la Telaraña violentada, aparecían como
siluetas conformadas íntegramente por espinas y cañones de armas,
interrumpidos por destellos de hueso y el fulgor morboso de lentes y luces
activadas. Eran una amalgama de carne, metal y túnicas oscuras difíciles de
discernir individualmente, hasta que la luz cesó abruptamente.
La puerta se cerró con un lastimero gemido.
Bilis bajó la mano. Ante él se encontraban dos adeptos del Culto
Mechanicus24. El primero no era particularmente notable, una figura
delgada envuelta en túnicas oscuras, con lo que parecía ser una máscara
de respiración o una prótesis adherida sobresaliendo de su capucha. Sus
manos metálicas estaban cruzadas sobre su cintura. La segunda, una mujer,
menos aumentada, lo suficientemente humana para requerir equipo de
respiración y gafas, pero equipada con extremidades mecánicas. Se
asemejaban a innumerables Tecnosacerdotes25, y podrían haber sido leales
a Marte si no fuera por la iconografía en sus túnicas, que revelaba su
verdadera alianza. Una masa sombría que los respaldaba se dividió,
revelando una escolta de cinco entidades cibernéticas fuertemente
armadas, cuyas diversas armas estaban despiadadamente dirigidas hacia
Bilis y su comitiva. Bilis sospechaba que eran ogretes26. Escuchó como la
respiración de Porter se aceleraba ante la amenaza que representaban, y
levantó sutilmente el dedo meñique de la mano que sostenía a Tormento.
—Mantén la calma —susurró. Podía percibir su miedo. Casi de seguro, ella
no temía por sí misma, ya que los Nuevos Hombres no albergan tal forma
de pensar, sino por él.
Bilis, por su parte, no recordaba lo que era sentir miedo. Los constructos
podrían presentar cierto desafío, pero él confiaba en superarlos en
combate. Era un marine espacial y sus instintos de guerrero jamás habían
menguado. Y eso era incluso antes de considerar a Porter en la ecuación.
No, realmente no había amenaza alguna para él aquí. Solo otra vana
exhibición.
—Formulación de pregunta: ¿eres Fabius Bilis, el Señor de los Clones? —
dijo el primer magos, su voz era una ronca amalgama andrógina, mezclada
con el ruido de las máquinas y un inquietante susurro que parecía evadir el
aire y resonar directamente en sus mentes. Los hombres bestia emitieron
un balido atemorizado, silenciados rápidamente por un gruñido de Brutus.
—¿Quién más podría ser? —respondió Bilis, su mano danzó alrededor de
Tormento, reprimiendo el impulso de usar la vara.
El magos elevó una mano, mostrando un único dedo mecánico, como si
estuviera a punto de sermonear, pero en su lugar, ofreció una disculpa.
—Protocolos de pacificación social activados. Discúlpame. Fabius Bilis no es
una entidad única. Necesito asegurarme de que estoy tratando con el
original, con el hombre en persona, y no con uno de sus innumerables
clones.
—Si te dijera que soy él, el Fabius Bilis original, ¿cómo lo probaría? Debes
saber cuál es mi método para sobrevivir —cuestionó Bilis.
—Te reconoceré por la vara que llevas —declaró el magos.
—¿Esto? —Fabius elevó a Tormento—. Puede ser copiado. Puede ser
robado.
—El razonamiento de Kolumbari-Enas no es incorrecto —intervino la
sacerdotisa, hablando por primera vez, pareciendo más humana en
comparación con su acompañante.
—Concuerdo. Crear un artefacto como este es complicado —continuó el
magos—. La resonancia espiritual emitida por el demonio que una vez lo
sostuvo es única, no puede ser replicada, ni su oscuro espíritu propio, ni su
conexión con tu alma. Eso es lo que determinará tu autenticidad.
Bilis rió.
—¿Qué es un alma sino el animus vitae de la disformidad? No tiene una
naturaleza más espiritual que la corriente eléctrica fluyendo a través de mi
armadura de batalla. Poseo tantas almas como cuerpos.
—Desacuerdo postulado. No es así. La verificación de este asunto será
suficiente para mí, y te guiaré hacia tu objetivo, creas o no ser tú mismo.
Resumen: la condición de nuestra asociación depende de esta acción.
Entrégame la vara. Será evaluada y se determinará tu autenticidad —el
magos extendió su mano mecánica, palma abierta.
—Muy bien —concedió Bilis, llevando a Tormento hacia adelante,
sujetando el extremo y ofreciendo la empuñadura hacia el magos.
—Maestro —advirtió Porter—, estás renunciando a tu bastón de mando.
Él ignoró su preocupación.
—No tengo nada que temer de los de su clase —aseguró.
No estés tan seguro —dijo la sacerdotisa, examinando a Porter
atentamente.
El magos tomó cuidadosamente el arma demoníaca e inclinó la cabeza en
señal de respeto. Uno de sus seguidores se adelantó; un cráneo desnudo
emergió de su pecho y se abrió, revelando un orificio circundado por
pliegues pulsantes de plastek que exudaban un líquido negro viscoso. El
magos insertó a Tormento dentro del servidor, quien la absorbió por
completo.
—Perdone esta prueba, Señor de los Clones. Es posible que creas ser el
Bilis progenitor, pero he oído que los clones de Bilis están tan
perfectamente creados, tan cercanos a su maestro en pensamiento y
forma, que pueden confundirse fácilmente, y a menudo creen ser él —
explicó el magos.
—¿Cómo sabes que no eres uno de ellos? —preguntó la mujer.
—Considerarlo es para mí un acto de fe —respondió Bilis—. Los de tu clase
comprenden la fe, ¿verdad?
—La esencia de nuestra existencia es la fe, Lord Bilis. Fe en el Dios
Máquina. Es una perspectiva filosófica. Así que, tal vez, nuestros puntos de
vista no estén tan alejados. Bien, bien —el magos asintió para sí mismo—.
Debo admitir que me sorprende. Esperaba más resistencia de un buscador
de la verdad como tú.
El gigantesco servidor dejó escapar un gemido, pareciendo una señal de
afirmación, ya que el mago asintió nuevamente extendiendo su mano. El
cíborg sollozó una vez más y extrajo la vara de una diferente cavidad en su
pecho. Tormento emergió goteando icor. El mago la tomó, pesándola
reflexivamente con ambas manos.
—Esta es la Vara de Tormento. Por lo tanto, tú eres Fabius Bilis.
El magos se la devolvió. Bilis miró el revestimiento con disgusto y limpió la
baba que lo recubría.
—La ontología me resulta tediosa —comentó Bilis—. Estoy aquí para ver si
puedes ofrecerme lo que requiero.
—Sí, ciertamente —respondió el mago, emitiendo una serie de sonidos en
crescendo—. Es un gran honor y placer encontrarme contigo —hizo una
reverencia exagerada—. Soy el Daemonomagos Kolumbari-Enas, el Primero
Entre Iguales, guía y maestro del colectivo magistral conocido como los
Discípulos de Nul. Ella es mi colega, la buscadora de verdad Alixia-Dyos,
segunda de nuestra orden.
—Estoy seguro que es admirable —dijo Bilis—, pero puedes contarme todo
eso, siempre y cuando tengas la información que busco. Este intercambio
empieza a aburrirme. Estaba comentándole a mi acólito cuán paciente
suelo ser. Temo haberme equivocado.
—Los discípulos son preeminentes entre los Mecánicos Verdaderos.
Poseemos la información que buscas —dijo Alixia-Dyos.
—Eso es esperanzador, siempre y cuando la recompensa esté a la altura —
añadió el Primero Entre Iguales.
—Mis recursos están algo limitados, como pueden notar por la calidad de
mis asistentes —Bilis agitó la vara hacia los hombres bestia—. Pero en
cuanto a conocimiento, aún poseo un tesoro y algunos objetos de valor. En
ese ataúd de estasis se encuentra lo que buscan.
—Muéstramelo —dijo el Primero Entre Iguales. Su tono estaba lleno de
deseo, haciendo que sus guardaespaldas constructos levantaran sus armas,
provocando una respuesta similar en la tribu de bestias de Bilis. Porter
miró a su maestro. Bilis levantó la mano y ella se puso en alerta, lista para
actuar.
—Primero la información, magos —demandó Bilis—. Dime dónde puedo
encontrar al Archimago Belisarius Cawl. Posee algo que deseo
fervientemente, tanto como tú deseas lo que hay en ese cofre.
Un chasquido metálico sonó desde las sombras de la capucha de
Kolumbari-Enas y unos ojos brillantes y rojos aparecieron y
desaparecieron.
—Estoy dispuesto a correr el riesgo de ser el primero en compartir —dijo
Kolumbari-Enas, inclinando la cabeza—. No solo podemos decirte dónde
está Cawl, sino también dónde estará.
—¿Y bien? —preguntó Bilis, ya cansado de las teatralidades.
—Dentro de tres semanas, estará en un sistema llamado Avernes, en el
extremo oriental del Segmentum Ultima27, cerca de las fronteras de
Ultramar28 —informó Alixia-Dyos—. Me ha llevado meses obtener esta
información. Es precisa.
—Estoy dispuesto a ayudarte a capturarlo y tomar todo lo que posee, los
Discípulos de Nul te asistirán —aseguró Kolumbari-Enas.
—¿Me proporcionarás las coordenadas? ¿Para eso he venido? Qué
desperdicio de tiempo.
—No es un desperdicio, gran genetista. Haré algo más que solo darte las
coordenadas —el mago respondió—. Alixia-Dyos y yo te guiaremos
personalmente.
—Es una oferta mejor, pero aún insuficiente —refutó Bilis—. Estará bien
protegido. El Vesalius no tendrá ninguna oportunidad contra el Arca
Mechanicus29 de Cawl. Necesitaré tiempo para reunir las fuerzas
necesarias y, para entonces, Cawl ya habrá partido. Tu información no me
es de utilidad.
—Es por eso que también ofreceré ayuda, de los Discípulos de Nul, y un
ejército del Señor de Ghordrenvel, Dandimus Thrule —el mago propuso.
—¿Debería impresionarme? Nunca he oído hablar de él —Bilis replicó.
—Es un señor de los Marines Espaciales y mucho más. Me debe mucho y
proporcionará fuerzas adicionales —Kolumbari-Enas continuó.
—No solo ofrecemos su ubicación, Lord Bilis —Alixia-Dyos intervino—, sino
también una oportunidad. El lugar donde se encontrarán es un antiguo
Nexo de la Telaraña30, un relicto de días antiguos previos a la Era de los
Conflictos. Somos expertos manipulando este reino y podríamos atacar por
sorpresa. El éxito está asegurado.
—Ya he escuchado eso antes —dijo Bilis—. Muchas veces me han
decepcionado. Tampoco había oído hablar de ti antes. Pero Nul, Nul... —
Golpeó suavemente la palma de su mano con el cráneo de Tormento—. He
recordado a una bruja técnica que sirvió a Horus en tiempos antiguos con
ese nombre.
—Afirmativo. Ella es nuestra santificadora de datos —respondió el otro.
—No hay nada original en toda esta galaxia, ¿verdad? —dijo Bilis—. Pensé
que había desaparecido de esta vida.
—Ella y todos sus seguidores están muertos. Ella es nuestro ejemplo.
Vivimos e inspirados en sus ocho antiguos discípulos —explicó su
interlocutor.
—Ya veo —Bilis suspiró—. No son nada. Unos insignificantes que reviven
un pasado que no pueden comprender. Otra vez estoy decepcionado.
Porter, nos vamos —ordenó.
Kolumbari-Enas pareció alterarse y sus seguidores se inquietaron ante su
reacción.
—¡Protesto! Somos los Discípulos de Nul, los sirvientes del...
—Sí, sí, sí —interrumpió Bilis, haciendo un gesto despectivo con la mano.
—¡Espera! Observa, Lord Bilis. Mira este planeta, su desolación, a tu
patética cuadrilla de mutantes. No estás bien situado. ¿Cuánto tiempo
llevas buscando a Cawl? ¿Cuántas más oportunidades te darán los siervos
de Abaddon para entregar lo que exige? No tendrás otra oportunidad
como esta —argumentó Kolumbari-Enas.
Bilis se detuvo.
—¿Realmente sabes dónde está Cawl? —preguntó.
—Afirmativo —respondió Kolumbari-Enas.
—¿Y este Thrule puede proporcionar suficientes tropas para enfrentar a las
fuerzas de Cawl? —inquirió Bilis.
—Si puede —afirmó Alixia-Dyos.
Bilis hizo una pausa.
—No tengo mucho que perder. Aceptaré tu oferta. Pero, si me fallas, te
arrepentirás.
—Entonces, ¿me mostrarás el pago por mis servicios? —preguntó
Kolumbari-Enas con emoción evidente.
—Lo haré —afirmó Bilis—. Abran el sarcófago.
Los hombres bestia se apartaron del ataúd, y este se abrió. Dentro,
yaciendo con los brazos cruzados como un antiguo rey embalsamado y
brillando con la luz constante e inmutable de un campo de estasis, había
una figura mecánica, humanoide pero extrañamente inhumana.
Kolumbari-Enas avanzó unos pasos, extendiendo sus manos con avidez.
—Uno de los antiguos androides que asolaron a la humanidad —murmuró.
Bilis hizo un gesto y el ataúd se cerró.
—Espera. Primero el servicio, luego la recompensa —indicó.
Kolumbari-Enas asintió.
—Trato hecho. Por este tesoro, recibirás todo lo que necesites y más.
CAPÍTULO TRES
UNA AMBICIÓN IMPREVISTA
A una distancia inmensurable, el Archimago Dominus Belisarius Cawl, el
principal intérprete del Omnissiah31 y el amado hijo de Marte, se
encontraba inmerso en una misión apremiante. Un mensaje había llegado
a su poderosa Arca Mechanicus, el Zar Quaesitor, mientras navegaba a
través de la disformidad. No se trataba de un mensaje ordinario; era un
mensaje de Roboute Guilliman, el Hijo Vengador, el Último Primarca Leal,
el Señor de Ultramar, también conocido como el Señor Guilliman32, el
Regente Imperial, y así sucesivamente.
A pesar del caos que había reinado en la disformidad durante varios años,
ningún astrópata había sufrido daño al entregar este mensaje. Esto se
debía a que no había sido entregado a un psíquico humano, sino a través
de un mecanismo, aunque el término "mecanismo" podría resultar
demasiado restringido para describir al Cawl Inferior... o, para ser más
preciso, a uno de los dos dispositivos emparejados, siendo el otro terminal
propiedad del primarca.
El Cawl Inferior de Cawl se encontraba oculto en las profundidades de la
nave, un lugar inaccesible para cualquiera. Incluso Cawl rara vez se
aventuraba allí, ya que era el lugar desde el cual se emitían las órdenes. La
tendencia inherente a muchas de las personalidades de Cawl lo hacía
reacio a recibir órdenes de cualquier persona, incluso de los primarcas. Sin
embargo, esta vez, Cawl se apresuró a responder al llamado. Esta urgencia
era inusual, pero los acontecimientos se habían vuelto críticos y el deber
no podía eludirse.
Para facilitar la comunicación con la máquina, Cawl pasó por su vasta
biblioteca interna de personalidades para elegir los rasgos adecuados.
Optó por ser analítico, dominante e incisivo. Luego, prescindió de todos sus
asistentes y dispositivos que pudieran despertar curiosidad momentánea,
incluyendo a sus magos, servocráneos, nacidos en tanques33, servidores y
espíritus máquina. Se despojó de la mayoría de sus arneses de armas,
soportes de extremidades, el gran proyector de escudo y el generador de
plasma secundario que formaban su alta y retorcida espalda, adoptando
una apariencia más elegante, parecida a la de una gran comadreja
mecánica. Desactivó sus enlaces noosféricos y dispositivos de transferencia
de datos. Luego, purgó las submentes menores que trabajaban en diversas
tareas dentro de su cerebro, reintegrándolas en sus centros principales de
inteligencia. Esto lo dejó con una identidad y un propósito definidos,
aunque se sintiera algo solitario en consecuencia.
Una vez que todo estuvo listo, Cawl abandonó los niveles de mando de su
vasta nave y se dirigió hacia las profundidades. Había otros lugares
igualmente prohibidos en la nave, pero el acceso a la zona que albergaba el
Cawl Inferior34 estaba especialmente restringido y bien protegido. Cawl
descendió por pasillos cavernosos donde nada se movía. Los complejos
industriales se alzaban a ambos lados de los cañones que atravesaban la
nave, ahora en silencio y fríos, después de haber completado su tarea para
la Fundación Ultima35. Durante los últimos mil años, el Zar Quaesitor había
estado lleno de actividad, pero ahora era un lugar enigmático, una ciudad
abandonada llena de artefactos inusuales y prácticamente desprovista de
habitantes.
—Todo sigue su ciclo —murmuró Cawl para sí mismo, tratando de romper
el silencio en su mente. La ausencia de seres vivos en los pasillos no le
molestaba; la nave había estado desierta en ocasiones anteriores, a veces
durante milenios. Sabía que algún día volvería a llenarse de vida. Sin
embargo, extrañaba las conversaciones de sus subordinados mientras
corría por almacenes vacíos, donde el eco de sus pies metálicos resonaba.
Sentía como si estuviera persiguiendo algo dentro de sí mismo.
La inquietud empezó a apoderarse de él. Por más que aborreciera la
fastidiosa imposición de órdenes por parte del Inferior, la máquina misma
ejercía una extraña atracción sobre él. Al fin y al cabo, su mente era un
reflejo de la suya propia, un espejo de su alma, y como a todo vanidoso, a
Cawl le agradaban los espejos. Muchas de las personalidades que favorecía
podrían pasar días contemplando sus propios abismos si se lo permitiera.
Por eso, Cawl había separado al Inferior de sí mismo, no solo porque no
quería recibir órdenes de Guilliman, sino también para evitar perder
tiempo valioso interrogando la mente que llevaba en su interior.
Siempre era así con él, un constante juego de atracción y repulsión. Al
menos, esto añadía un toque de emoción a sus días, pensó. La vida sería
aburrida sin un toque de contradicción.
Finalmente, llegó a una puerta aparentemente común que daba acceso a
un ascensor de forma inusual: largo, redondeado, diseñado para acomodar
la forma centauro-insectoide de Cawl. Abrazaderas se ajustaron a sus pies,
y de repente, la gravedad se hizo más intensa, creando una falsa sensación
de aumento de masa.
El descenso fue largo y vertiginoso.
—Desciende —ordenó Cawl.
Trescientas cubiertas pasaron rápidamente. La reversión de la gravedad y la
subsiguiente desaceleración resultaron brutales, provocando que los pocos
órganos naturales que aún conservaba se balancearan en sus sacos de
fluidos.
Finalmente, un suave timbre anunció su llegada, pero las puertas
permanecieron cerradas. Cawl se sometió a una serie de pruebas de datos:
reconocimiento de voz, escaneo de retina, identificación de olor, análisis
genético, seguido de una evaluación espiritual y otras formas de
evaluación más oscurecidas.
La última de las máquinas emitió un conjunto de fanfarrias, y los brazos y
escáneres se replegaron en las paredes. Las puertas se abrieron y Cawl
ingresó en la primera cámara. Las dendritas de las sondas se desplegaron
bajo su túnica y se conectaron a sus puertos. Ahora le correspondía a él
poner a prueba la máquina. Realizó mediciones de los flujos de energía
previos a la activación, las interferencias psíquicas y muchos otros
parámetros necesarios para que el Inferior funcionara.
—No sé si he complicado aún más las cosas para ti —murmuró Cawl al
espíritu de la máquina. Este respondió con lo que podría considerarse un
equivalente binario de un rubor.
La puerta interior se abrió a una cámara esférica y cálida, y Cawl entró.
Para facilitar la comunicación de Guilliman con el terminal, Cawl había
proporcionado un astrotrópata vinculado. En ese momento, recordó que se
llamaba Guidus Losenti, aunque bien podría haber fallecido, ya que
interactuar con los Inferiores acortaba la vida de un psíquico. Losenti no
era estrictamente necesario para el funcionamiento del Inferior, pero Cawl
sabía que Guilliman respondía mejor a un humano, y era útil aprovechar
esta afinidad. Guilliman se preocupaba genuinamente por los individuos de
una manera que desconcertaba a los archimagos.
El astrotrópata del Inferior de Cawl no era más que un cerebro en un
frasco, una situación desagradable para el astrotrópata, pero a veces, la
eficacia debía primar sobre los sentimientos.
El espíritu secundario de la máquina habló. Cawl le había dotado de una
voz suave y ligeramente burlona, muy similar a la suya propia, de hecho,
exactamente igual a la suya.
—Proporciona identidad. ¿Sabes quién soy? —preguntó Cawl.
—Identidad confirmada. Archimago Dominus Belisarius Cawl. Preparado
para el escaneo empírico. Escaneo empírico iniciado —respondió el
espíritu secundario.
Los rayos de energía recorrieron a Cawl, repitiendo todas las medidas
realizadas en el ascensor. Su propia seguridad era más estricta que la que
había implementado en el terminal del primarca. Cawl era arrogante, pero
no tanto como para creer que su identidad era tan difícil de falsificar como
la de un semidiós.
Su alma, sin embargo, era única, una amalgama de muchas personalidades,
como un experto amasec36. Las sondas psíquicas tomaron muestras de su
propio ser para asegurarse de que Cawl era realmente Cawl. Era incómodo,
como si garras estuvieran arañando su alma, y apretó sus antiguos dientes
como respuesta.
—Identificación empírica confirmada. Código primario requerido —
anunció el espíritu secundario.
Cawl recitó:
—Pigmalión, honor, noventa y nueve, androforma, na'hash'ndar —
agregando otros sonidos en lenguas alienígenas que sus vocoemisores
reprodujeron con precisión. Realizó gestos con las manos y liberó chorros
secuenciales de feromonas generados por microturbadores para completar
el código.
—Código primario aceptado —confirmó el espíritu secundario—. Iniciando
secuencia de activación de la serie principal.
Las puertas se abrieron, revelando veinte tanques de cristal que contenían
las veinte cabezas vivas de psíquicos cuidadosamente seleccionados. Con
un atisbo de empatía, Cawl se consoló pensando que al menos dos de ellos
se habían ofrecido voluntariamente para el trabajo.
—Se requiere el código de activación —dijo la máquina con amabilidad.
—Cuervo cornalino, cuervo argentino, cuervo blanco, cuervo argentino,
cuervo negro —pronunció Cawl.
El código fue aceptado.
—Preparados para la comunión. Rito para despertar al Cawl Inferior en
marcha —declaró la máquina con un tono elevado y pomposo—.
Preparados para la comunión.
La máquina cobró vida de manera enérgica. La mayoría de los mecanismos
se encontraban bajo la rejilla de la cubierta, y Cawl observó su
funcionamiento mientras se ponían en marcha. Las fuentes de energía
necronas inundaron los circuitos aeldari. Los resonadores psíquicos,
robados del Gran Museo de los Tomari, vibraron mientras los demiportales
hacia la disformidad se abrían y cerraban con energía gracias a la
tecnología de reliquias recogidas de la gloriosa Edad Oscura de la
humanidad.
—Si Guilliman supiera realmente lo que tiene en su nave, me mataría —
expresó Cawl, y luego soltó una carcajada, porque a pesar de ser una
gestalt formada por varias personalidades y de agregar capas a su
personalidad para satisfacer sus caprichos, en el fondo, siempre era él
mismo, y ese núcleo era algo despreocupado.
Las luces se encendieron sobre las cabezas en sus frascos. Se sacudieron,
pusieron los ojos en blanco y chasquearon los dientes. A Cawl no le
gustaba este tipo de tecnomancia37, le parecía siniestra, pero era
necesaria. El cerebro terrestre seguía siendo uno de los órganos más
complejos del universo. ¿Por qué conformarse con menos cuando había
cerebros en abundancia?
Había una presión psíquica que Cawl soportaba. ¿Es un efecto de la
máquina, un cambio en la disformidad o simplemente mi reacción a los
mecanismos?, se preguntó. La ingeniería psíquica era un asunto
complicado. Las tres opciones podrían ser ciertas. Hizo una nota mental
para investigar más adelante.
Las cabezas se tranquilizaron y el ruido de las máquinas se convirtió en un
zumbido.
—Saludos, Lord Archimago Belisarius Cawl —dijo el principal espíritu de la
máquina, también con una voz idéntica a la suya.
—Hola, yo —respondió Cawl—. ¿Cómo estoy hoy?
—Deberías saberlo —replicó el Inferior con suficiencia.
—Porque eres yo. Desde luego, eres lo bastante insolente como para serlo
—afirmó Cawl. Se rieron juntos, y el Inferior emuló con precisión los
patrones de sonido—. No hay tiempo para bromas. He venido aquí con
cierta prisa.
—Inusual para nosotros —comentó el Inferior.
—Hoy no es un día normal —aclaró Cawl—. Revela el mensaje que envía
Guilliman, aunque puedo adivinar lo que va a preguntar primero.
—¿Quieres compartirlo? —preguntó el Inferior—. Juega el juego, dame tu
mejor estimación de la demanda inicial del primarca.
—Por supuesto. Me va a preguntar por los pilones de 108/Beta-Kalapus-
9.2, por qué no llegaron hasta años después de que yo dijera que lo harían,
y por qué no he corrido hasta allí para hacerlos funcionar, aunque sabe
perfectamente que tengo problemas mayores que resolver.
—Si hubieras apostado, habrías ganado —admitió el Inferior—. Aunque no
la totalidad de la apuesta. Los pilones son solo el segundo punto de interés
de esta misiva. ¿Adivinarás el resto, o te transmito el mensaje y te ahorro
la molestia?
—Por mucho que me gusten estos momentos de interacción, no tenemos
tiempo —respondió Cawl mientras verificaba rápidamente la codificación
del mensaje—. Parece que tenemos una precisión de pronóstico de más
del noventa por ciento, diría yo —porque, por supuesto, el mensaje no se
lo había enviado Guilliman directamente a Cawl. Era mucho más
complicado que eso.
Cawl había diseñado el Cawl Inferior meticulosamente y había elaborado la
descripción que había dado a Guilliman sobre su funcionamiento con el
mismo esmero. Le había dicho a Guilliman que el terminal que el primarca
tenía a bordo de su nave insignia, el Macragge's Honour, estaba construido
en torno a un simulacro limitado de la propia mente de Cawl. Al teclear
ciertas frases en clave, transmitía mensajes preexistentes que Cawl había
creado basándose en predicciones de eventos futuros generadas
matemáticamente. Estas se habían creado siguiendo las prácticas
esotéricas de ciertos oscuros templos de logistas del Culto Mechanicus.
Estos métodos turbios se habían desarrollado para ofrecer una alternativa
guiada por el Dios Máquina a las predicciones de la disformidad. Muchos
en el Culto no tenían tiempo para ellos, ya que consideraban blasfemas sus
predicciones, a menudo negativas, pero Cawl los encontró útiles. Fue este
método el que describió a Guilliman como el que estaba detrás de la
Máquina.
También le había comunicado a Guilliman que el Cawl Inferior no era, en
modo alguno, una inteligencia abominable. Estas afirmaciones tenían la
ventaja de ser casi ciertas. Sin embargo, al ser solo casi ciertas, también
eran en gran parte falsas.
Otra cosa que había explicado al primarca cuando se separaron era que el
Cawl Inferior a bordo del Zar Quaesitor era similar, aunque no idéntico
(porque no podía serlo), tenía la misma arquitectura. Se mencionaban
antiguos estudios y las enigmáticas interacciones a distancia de partículas
subatómicas, entre otros conceptos.
Esto también era parcialmente cierto, pero en su mayoría no lo era.
—Lord Guilliman es el hombre más noble y leal de todo el Imperio —
murmuró Cawl para sí mismo—. Pero es un poco ingenuo y, desde luego,
tiene demasiados principios. Es mejor hacerle saber lo que necesita saber.
—Así es. No podría estar más de acuerdo, aunque solo porque estoy
programado para ello —dijo el Inferior.
—Así es. Ahora, comienza a recitar el mensaje, oh versión inferior de mí
mismo.
—Con mucho gusto —respondió el Inferior. Hizo un gesto como si estuviera
aclarando su inexistente garganta, una acción incómodamente reproducida
por el movimiento de veinte cabezas cortadas. Cuando habló a
continuación, la rica y majestuosa voz del primarca emergió de sus
vocoemisores ocultos, imitándolo a la perfección.
—Mi señor Archimago Dominus Cawl —comenzó—. Me pongo en contacto
con usted en vísperas de mi partida de Imperium Sanctus. El tetrarca
Decimus Felix me ha proporcionado informes exhaustivos sobre los
acontecimientos en Sotha y la destrucción del Pharos. Es interesante la
divergencia en sus relatos. Solo puedo confiar en que el Emperador sabe lo
que está haciendo y que se abstendrá de liberar más entidades peligrosas
en el Imperio en el futuro.
—Diplomático como siempre —comentó Cawl—. Supongo que lo siguiente
serán los pilones.
—Ya vamos a eso —respondió el Inferior con la voz de Cawl, antes de
continuar de nuevo con la de Guilliman—. También debo exigirte que me
informes del paradero del sistema de pilones que prometiste para...
—108/Beta-Kalapus-9.2 —añadió Cawl junto a su otro yo.
—¿Lo ves? —dijo el Cawl Inferior, interrumpiendo su lectura—. Tenías
razón.
—Bueno, gracias, gracias, aunque suelo tener razón —afirmó Cawl.
—Por supuesto. Pero aunque no nos sorprenda a ninguno de los dos —dijo
el Inferior con la misma suficiencia que el original—, el mérito es de quien
lo merece, mi querido archimagos.
El Inferior continuó con el mensaje de Guilliman.
—Vas con retraso. Deseo ver un calendario actualizado y preciso para la
conclusión de nuestro experimento acordado en Raukos. Deberás finalizar
tus experimentos allí pronto y comunicarme los resultados. No te gusta
que te digan lo que tienes que hacer, archimago, pero esto debe ocurrir en
el plazo de un año terrano estándar desde la emisión de este aviso.
Le siguió un sello de fecha imperial. El sistema utilizado durante milenios se
había vuelto aún más complicado con capas adicionales de información, un
intento algo inútil de Guilliman por mantener la coherencia en la datación
a través de los dominios fracturados de la humanidad, dado que la
apertura de la Fisura había sumido al flujo del tiempo en un caos total, y
los efectos aún no se habían disipado.
—No soy un tirano —continuó la voz de Guilliman—. No dudes en
decírmelo. Si esto no funciona, lo aceptaré, y mi estrategia se ajustará en
consecuencia. Sin embargo, me dijiste que estabas a punto de revelar los
secretos de la tecnología de pilones de los necrones antes de la caída de
Cadia, y me aseguraste cuando dejaste la Cruzada Indomitus para
perseguir tus propios objetivos que las respuestas llegarían pronto, y que
serían nuestra salvación. Que tú, de hecho, serías nuestra salvación...
El Cawl Inferior interrumpió el mensaje.
—¿Realmente le dijiste eso? ¿Que tú serías la salvación del Imperio? —el
Cawl Inferior silbó; una vez más, las cabezas cortadas se unieron al gesto,
frunciendo labios hinchados por los fluidos—. Eso es especialmente
arrogante, incluso para ti.
—No utilicé exactamente esas palabras —protestó Cawl.
—Mis disculpas por mi credulidad —dijo el Inferior.
—Lo que dije en realidad fue que podía salvar el Imperio.
—¿En qué se diferencia eso? No me extraña que la gente nos considere
inflados de ego —dijo el Inferior de Cawl.
—Admito cierto entusiasmo —dijo Cawl—. Puede que haya prometido más
de lo debido. Ahora sigue con el mensaje.
El Cawl Inferior obedeció. Una vez más, parecía que Guilliman leyera su
propio mensaje desde algún compartimento oculto de la habitación.
—Si esto no puede hacerse, debo saberlo tan pronto como seas capaz de
decirlo. La realización del milagro prometido en Raukos contribuirá en gran
medida a desviar mi atención de ti. Nuestros lazos han estado algo tensos
últimamente, pero sigo confiando en ti. Hazme el honor de mostrarte
digno de esa confianza y proporciona un informe de situación
inmediatamente después de recibir este mensaje. Tu última misiva llegó
con años de retraso, y hace meses. Ilumíname, archimago, sobre tus
progresos.
—Hmmm —dijo Cawl—. Se está poniendo un poco irritable, ¿no crees?
—Aún no ha terminado. Quedan dos cosas más. Aquí está el primero —
dijo su otro yo, antes de cambiar de nuevo a la voz de Guilliman—. Anticipo
con cansancio que cualquier intento de mandarte a mi lado mientras
resuelves este problema está condenado al fracaso, pero insisto en que
necesito tu ayuda. Necesito tu genio.
—¡Oh! Adulación —dijo Cawl—. Me pregunto cuánto habrá tenido que
apretar los dientes para decir eso.
—Por lo tanto, solicito que envíes a uno de tus sirvientes de confianza al
Imperium Nihilus38 en tu lugar. La situación de la mayoría de los Capítulos
de Marines Espaciales en el otro lado de la Fisura es desconocida. Los Hijos
Innumerables39 están en gran parte disueltos. Me he quedado sin tus
Marines Primaris40 para dar, Cawl. Necesito un experto para que los
Capítulos en Nihilus vuelvan a estar a pleno rendimiento lo antes posible.
Las flotas estándar de portadores de antorchas no bastarán por sí solas.
Haz más Marines Primaris, envíame un genetor41 de ingenio. No me
importan los métodos, sólo el resultado. Con un poco de buena fortuna, tu
sirviente estará a tiempo de unirse a mí antes del cruce. Si no, deben
seguirme con la debida prisa. Subrayo con toda intención, archimago, que
se trata de una orden, dada con toda la autoridad de mi cargo, y del propio
Emperador.
—Bien —dijo Cawl—. Supongo que es razonable. No querríamos que un
aficionado con pinzas aceitosas estropeara la difusión de la tecnología
Primaris por Nihilus, ¿verdad?.
—¡Claro que no, eso podría causar todo tipo de vergüenzas! ¿A quién
enviaremos?
—Tendré que enviar a Qvo. Un Qvo, en todo caso. ¿Ha terminado el
primarca?
—No, no, hay un último punto.
—¿Todavía otro?
—Sí. ¿Concluyo?
—Por favor, hazlo.
De nuevo, la voz de Guilliman:
—Un último asunto, Belisarius. Debes cesar en tus peticiones para que te
convierta en el Fabricador General42 de Marte. Nombrarte para ese puesto
está más allá de mis poderes, y aunque no lo estuviera, dudaría mucho
antes de acceder a tu petición. Estoy seguro de que harías un buen trabajo
gobernando Marte, pero la situación política no lo permitiría.
—¿Qué era eso? —dijo Cawl. El Inferior continuó el mensaje.
—Me he abstenido de responder a estas peticiones, pero te has vuelto
insistente y, por consiguiente, debo ser firme. Nunca serás Fabricador
General de...
—¡Pare, pare el mensaje! —dijo Cawl.
—Como desees —dijo el Inferior.
—¿Es exacto?
—¿Exacto? —dijo el Inferior, y sonó ligeramente ofendido—. ¿Por qué iba a
alterarlo?
—Quizá porque eres eficaz conmigo.
—Es cierto, pero te prometo que sólo estoy transmitiendo el mensaje tal y
como lo generaron tus propios pronósticos. Soy inocente de burla.
—¿Por qué diría eso el primarca? —dijo Cawl—. No tengo ningún deseo de
ser Fabricante General de Marte. Imagínate la responsabilidad. Nunca
conseguiría hacer nada.
—¿Error en el código del mensaje? La matriz de noticias potenciales que
alberga mi homólogo a bordo del Macragge's Honour debe contener,
lógicamente, futuros en los que sí deseas asumir el sagrado trono de
Marte.
—Así es. Así es —dijo Cawl—. Pero solo porque tus almacenes de datos
deben contener la mayoría de los futuros posibles, pero sigue sin ser
exacto. Hmmm —Cawl se levantó y clavó un pincho de datos en un puerto
—. ¿Tal vez un error de transliteración por nuestra parte? Dame el código
del mensaje de mi última misiva al primarca tal y como se envió a Losenti,
sin filtrar.
—¿Estás seguro? Son datos codificados psíquicamente. Te dolerá.
—Mis circuitos de fraseo empírico pueden procesarlo con la mínima
molestia. Obedece.
—Obedeciendo —dijo el Inferior arqueadamente.
Cawl se mordió el labio con fuerza mientras la información astropática
pasaba a sus circuitos. Podía sentirlas burbujeando en su abdomen, donde
se alojaban los dispositivos apropiados, una forma peculiar de dispepsia
psicoelectrónica.
—Ouch —dijo Cawl.
—Te lo dije —dijo el Inferior.
—Cállate —dijo Cawl—. Aquí no hay nada sospechoso. ¿Ves algo? Y no
transmitas todo el mensaje. Reproduzca usted mismo la codificación
enviada y dígame si hay alguna mención a mi supuesta ambición.
Hubo pequeños gemidos y bloops. Algunas de las mandíbulas y las cabezas
se agitaron, como durmientes alarmados por sus sueños.
—¿Algo? —preguntó Cawl.
—No —dijo el Inferior.
—Entonces procede del terminal del primarca —dijo Cawl—. Podría ser un
error acumulativo recogido en la disformidad.
—Posible, pero improbable —dijo su otro yo—. La codificación está
diseñada para ser sencilla, para evitar eso.
—El empíreo encontraría la manera. Podría ser un sabotaje deliberado por
parte de los poderes oscuros, para ponernos unos contra otros.
—La intervención directa de las entidades caídas en los mensajes
astropáticos es rara y sutil —dijo el Cawl Inferior—. La perversión de la
imaginería onírica. El envío de falsas advertencias. La distracción de la
clarividencia. Su codificación está diseñada para evitar eso también. Una
sílaba fuera de lugar...
—...y no funcionará —dijo Cawl—. Aún así, estamos hablando de dioses.
Pueden hacer lo que quieran, si se concentran.
—Hay otro escenario más probable —dijo el Inferior, algo vacilante.
—¿Sí? —dijo Cawl—. No —dijo entonces, dándose cuenta de lo que el
Inferior estaba insinuando.
—El terminal a bordo de la nave insignia imperial es una copia de tu
mente, igual que yo. ¿Quizá son ideas que están pasando por su cabeza?.
—No puede querer ser el mismo Fabricador General, ¿no?
—Podría. Yo podría, nunca se sabe.
—Si es así, tenemos un problema —dijo Cawl. Suspiró profundamente—.
No es que haya mucho que pueda hacer al respecto en este momento,
pero debemos tener cuidado. Sólo podemos esperar que el resto de mis
mensajes se entreguen como estaba previsto.
—Y no alterados para manipular las circunstancias para que pueda
convertirse en usted y usurpar el poder de Marte.
—Me ocuparé de ello en otro momento —dijo Cawl—. Codificaré una
refutación de estas demandas y lo haré de tal manera que tu contraparte
luchará por eludir mi intención. ¿Ha terminado Guilliman?
—No.
—¿Hay aún más?
—Sí —dijo el Cawl Inferior.
—¡Entonces ponte a ello! —dijo Cawl, cuyo humor se había agriado.
—Marte. Ave Imperator —dijo el Inferior con la voz de Guilliman—. Ahora
ha terminado —añadió en la voz de Cawl.
—No es divertido.
—No estoy de acuerdo. Ahora, ¿tienes un mensaje de respuesta para el
primarca? —preguntó la máquina.
—Sí, pero hagamos balance un momento. Esto debe abordarse con cierta
circunspección —dijo Cawl.
—Sabía que había una razón para que vinieras corriendo hasta aquí tan
rápido. ¿De qué se trata?
—Debo intentar calibrar la reacción del primarca a lo que voy a decirle. Los
pronósticos numéricos no son claros, y el Dios Máquina me hará pedazos si
voy a hurgar en la disformidad como una vulgar bruja.
—Sí, tenemos mejores formas de estar seguros, ¿no? De ore equi, por así
decirlo.
—Cambia el modo de interfaz —dijo Cawl.
—Pregunto, porque estoy obligado a preguntar, porque tú me obligaste a
preguntar: ¿estás seguro? ¿Estás muy, muy seguro? La interacción con la
interfaz secundaria no suele ser agradable.
Cawl suspiró.
—Si no estuviera seguro, no te lo habría pedido, ¿verdad? Voy a tener que
darle un buen giro a esto para el primarca, así que será mejor que se lo
diga a la modelo. Cambia el modo de interfaz. Ahora.
—Muy bien —dijo el Inferior—. No hay necesidad de ser gruñón. Un
momento, por favor.
CAPÍTULO CUATRO
EL OTRO INFERIOR
Sonó un claxon. Cayó un panel de la pared.
Detrás del panel había una pantalla realmente antigua. Cuando construyó
la interfaz alternativa, Cawl había jugado con la proyección de rayos
electrónicos y las pantallas de cristal fosforescente, algo que había
desenterrado de un antiguo códice o que recordaba de su propio pasado
lejano. No podía estar seguro. Se había mezclado con demasiada
frecuencia, le habían borrado la mente más veces de las que se atrevía a
admitir, había olvidado demasiadas cosas de la forma habitual y, cuando
estaba ocupado, se le ocurrían docenas de sub-Cawls, algunos de los
cuales se perdían. Semejante multiplicidad de experiencias y recuerdos
confundía las cosas. Cawl era un misterio para sí mismo.
Se oyó un ruido metálico y el zumbido sordo de la maquinaria primitiva
calentándose, y en la pantalla apareció una imagen mal rasterizada: un
rostro representado en un monocromo amarillento, incierto en los bordes,
con las líneas de trazado de cada pasada de los haces de electrones visibles
para un ojo humano no mejorado.
Cawl intentó decirse a sí mismo que utilizaba esta tecnología para
divertirse, pero no era cierto. Cawl eligió esta pantalla tan tosca porque
embotaba la enormidad de su crimen. La falta de claridad visual ponía lo
que había hecho al alcance de la mano. No parecía tan malo cuando estaba
borroso.
En la pantalla estaba la cara del Hijo Vengador.
—Belisarius Cawl, ¿qué has hecho? —rugió la voz de Guilliman. No era el
facsímil suave y perfecto empleado por el Cawl Inferior; éste se proyectaba
mediante crepitantes vocoemisores. La falta de nitidez del sonido y la
imprecisión de la imagen apenas redujeron la sensación de rabia que
emanaba del simulacro.
—Por favor, milord —dijo Cawl—. ¿Tenemos que pasar por esto cada vez
que te activo?
—Sí, es absolutamente necesario —dijo el primarca encajonado—. Te has
tomado una gran libertad, hacer una copia de mi mente. Si lo supiera, te
destruiría con toda seguridad. Has ido demasiado lejos.
—En primer lugar, no creo que lo hicieras. Sí, claro que estarías
descontento conmigo y tendría que arrastrarme, pero ésta es una
indiscreción menor comparada con otras de mis aventuras. En segundo
lugar, este simulacro fue creado por la mejor de las razones, para averiguar
cómo sería el primarca una vez despertado de la estasis. Nadie quería otro
Horus. En tercer lugar, ya sabes todo esto. Sabes lo que eres, sabes por qué
te creé, así que, por favor, ¿podemos ponernos manos a la obra?.
El falso Guilliman hizo un ruido de disgusto.
—Supongo que podría... Él podría... perdonar esto.
—Creo que sí.
—Ha perdonado cosas peores, por razones menos sólidas.
—Exactamente.
—Pero una copia exacta de la mente del primarca...
—No puedo hacer una copia exacta de usted, mi señor —corrigió Cawl. El
hecho de que el Guilliman Inferior se calmara tan rápidamente era prueba
de ello; a pesar de su porte regio y sus modales abotonados, el Guilliman
real tenía bastante mal genio una vez provocado, tanto que Cawl había
suavizado un poco el del falso primarca—. La ciencia que hay detrás de la
creación de los primarcas se ha perdido, fue destruida deliberadamente
por el padre de tu original. Si no puedo hacer una versión orgánica de ti,
tampoco puedo hacer una versión máquina perfecta, quod erat
demonstrandum.
—¿Por qué haría algo así el Emperador? —preguntó el Guilliman Inferior
con malhumor. Algunas de sus respuestas emocionales eran pueriles—.
¿Por qué destruiría mi padre la información necesaria para crearnos?
—Eres la mejor simulación de la mente de Guilliman que he podido crear,
mi señor. Seguro que puedes aventurar tu propia conjetura.
—Dime tu teoría —dijo el falso primarca. A menudo respondía a este tipo
de peticiones. Si eso significaba que tenía una idea o no, Cawl nunca había
sido capaz de determinarlo satisfactoriamente—. Lo exijo. Soy el Hijo
Vengador.
Suspiró Cawl.
—Muy bien. Debió de ser el Emperador quien destruyó los patrones del
lóbulo sintarius de la Glándula Immortis43. No se me ocurre nadie más que
pudiera hacerlo. El resto de la información necesaria para construir tu
especie se encontraba en el Sangprimus Portum44. Pero si soy honesto, me
sorprende que Él permitiera que la información sobreviviera. Por supuesto,
el material genético en el recipiente es puro, pero existen otros depósitos
de semillas genéticas en Terra que podría haber rediseñado con bastante
facilidad. ¿Por qué se habría guardado esta información, si no es en un
estado completo? O incluso si se conservaba la información para la
creación de los Marines Espaciales, si era tan peligrosa, ¿por qué conservar
nada de lo relativo a la creación de los primarcas? —Cawl se encogió de
hombros. Sus hombros parecían frágiles sin la cubierta superior—.
Supongo que nosotros no podemos comprender la mente del Omnissiah.
—Mi padre no es un dios —tronó el falso primarca.
—Si vamos por ese camino, entonces Él tampoco es tu padre. No tienes
padre. Yo soy más tu padre que el Emperador.
—¡Tú no eres mi padre!
—Exactamente —dijo Cawl—. Ese es mi punto. Nadie es tu padre.
—Esto es muy insatisfactorio —dijo Guilliman, una expresión que Cawl
podría usar más que el primarca, lo que sólo probaba su punto acerca de
que este Guilliman era imperfecto.
—¿Vas a responder a mi pregunta o vamos a perder el tiempo discutiendo?
—preguntó Cawl. A veces, tratar con el Guilliman Inferior se parecía
demasiado a tratar con el original.
—No has terminado de responder a la mía —dijo la simulación.
—Porque no dejas de interrumpirme.
—Te pido disculpas.
—Muy bien. Entonces, ¿dónde estaba?
—El padre de Roboute Guilliman destruyó información crucial para impedir
la creación de nuevos primarcas, pero sólo destruyó parte de ella, no toda,
lo cual no tiene mucho sentido. ¿Es éste un resumen exacto de su
argumento?.
—Así es —dijo Cawl—. Sólo puedo pensar que contempló el desarrollo de
la Herejía de Horus y pensó: "No lo volvamos a hacer". Pero eso es una
suposición —levantó un dedo mecánico—. Las suposiciones tienen poco
valor. Así que vamos a arriesgarnos. Tal vez Él previó lo que iba a suceder, y
esta información estaba destinada a mí. Teóricamente...
—¿Te estás burlando de mí? —atronó el Guilliman Inferior.
—En absoluto, la dialéctica ultramariana es una herramienta mental útil.
Teóricamente, destruyó la información para evitar que cayera en malas
manos, pero dejó la suficiente para que un genio pudiera descubrir lo que
se necesitaba, en caso de que volviera a necesitarse. Y aquí está.
—¿Un genio como tú? —dijo Guilliman.
—Tal vez alguien como yo —dijo Cawl con modestia—. Ergo, tus protestas
son discutibles, ya que tengo carta blanca para hacer lo que quiera porque
me dedico a cumplir la voluntad del Omnissiah. Nuestro papel como
agentes sensibles dentro de la Gran Obra es aspirar a un estado de
verdadero conocimiento, y este es el mayor rompecabezas que mi dios
podría plantearme.
—¡Blasfemia!
—¿Ves? Guilliman nunca usaría esa palabra. Es muy antiespiritual, nuestro
amo y señor. Tú no eres más que una copia, y no muy buena.
—Dejando a un lado la exactitud de mis pronunciamientos, no me
convence tu argumento.
—No —dijo Cawl pensativo—. Tampoco yo. Tendría que ser especialmente
solipsista para creer que soy una especie de elegido.
—Muchos grandes hombres han caído en esa trampa —dijo Guilliman—. El
corolario del solipsismo es la arrogancia. Cuidado, Belisarius Cawl.
—Mi señor, a nadie le gusta la arrogancia —dijo Cawl—. Lo que me lleva a
la razón por la que te he despertado.
—Deseas exponerme tu información, para ver cómo reacciona mi original.
La pantalla arcaica se encendió. Unas líneas de interferencia recorrieron el
cristal. El Guilliman Inferior pareció volverse momentáneamente... más
real. No debería hacer eso. Cawl sintió una punzada de inquietud
desacostumbrada y se preguntó qué era exactamente lo que había creado.
—Así es —dijo—. Mi análisis de los datos extraídos del motor xenos de
Pharos ha concluido. He identificado múltiples lugares de interés en ambas
mitades del Imperio, demasiados para investigarlos a fondo yo mismo, así
que prácticamente he vaciado el Zar Quaesitor de mis seguidores,
enviándolos por toda la galaxia. Se podría decir que mi Cónclave
Acquisitoris está totalmente ocupado adquiriendo. Afortunadamente, ya
he pasado el momento en el que necesito visitar todos estos lugares yo
mismo. Mis planes están bien encaminados. Muy pronto, tendré todos los
noctilita45 que necesito para proceder a la fase tres de mis planes.
—Lord Guilliman no tendría ningún problema con estas noticias, porque
son buenas noticias —dijo el Guilliman Inferior. Cawl hizo una mueca de
dolor ante su idiotez ocasional. Este Guilliman era como la idea que tiene
un niño de un primarca; heroico, grandilocuente y a veces estúpido.
—Esa no es la noticia. El otro tú está esperando a que se activen unos
prototipos de pilones de mi propia fabricación para cerrar una fisura menor
de la disformidad. Una prueba de concepto, si quieres. Y yo puedo hacerlo.
Tengo la mayoría de los conocimientos que necesito, Trazyn el Infinito46 me
puso en el buen camino allá en Cadia. Aunque la mayor parte es obra mía
—añadió apresuradamente—. Fue difícil. Me llevó tiempo. Más de lo que
pensaba, y se está impacientando.
—Entonces, ¿por qué no le dices simplemente por qué los pilones aún no
funcionan?
Cawl se sintió un poco molesto, pero ¿quién podía culparle?
—Porque eso no le va a gustar, y entonces hará todo lo posible por
obligarme a volver con él y tendré que aguantar una de sus interminables
conferencias sobre el honor y la verdad y todo eso. Ya sabes, una de esas
reuniones en las que monologa eternamente y lo llama conversación. El
hombre está básicamente hablando consigo mismo la mitad del tiempo.
—Así es —dijo el Guilliman Inferior—. Y, ¿cómo te atreves?
—Me atrevo —dijo Cawl indignado—. Sé que es la última y mejor
esperanza del Imperio y de la humanidad, pero entre tú y yo, puede ser
bastante tedioso. Llevo vivo casi once mil años y ni siquiera yo tengo
tiempo de escucharle. Estoy haciendo todo lo posible para hacer lo que
dije que haría. Necesito que me deje en paz mientras lo hago, sólo que
ahora, quiere saber exactamente lo que estoy tramando.
—¿Puedes hacer lo que prometiste? ¿Puedes cerrar la Fosa de Raukos?
—¡Siempre cumplo mis promesas, porque soy Belisarius Cawl!
—Esa no es la respuesta a la pregunta.
—Malditos sean, no lo es —todos los miembros de Cawl temblaban de
tensión—. Lo básico es que mis pilones sólo funcionarán a la perfección, y
tienen que funcionar a la perfección, si dispongo de cierta información.
Datos adicionales, por así decirlo, para crear máquinas de espíritu que
puedan sincronizar plenamente sus esfuerzos. Uno de los pilones puedo
hacerlo funcionar perfectamente, pero una red... Ahí tengo una carencia.
—Entonces, ¿no puedes hacer lo que dijiste que harías?
—Sí, sí puedo. Sólo que… —hizo un ruido de frustración—. Todavía no. Sólo
puedo obtener esa información de un lugar... de difícil acceso. Necesito
ayuda para conseguirla. Para ello, he pedido algunos favores a los mundos
de forja de Accatran, Metallica y Tigrus. He convocado un cónclave en el
mundo artificial de Pontus Avernes. Esta última fase es extremadamente
peligrosa y voy a necesitar mucha ayuda.
—¿A qué peligros te enfrentarás? ¿Influirán en la forma en que el primarca
reciba tus noticias?
—No me atrevo a decirlo —dijo Cawl.
—Eso es un sí seguro. ¿Puedo preguntarte por qué eres tan reacio?
—Porque hay muchas probabilidades de que tú, que eres un facsímil
razonable del primarca, y con la sombra de su temperamento, te
enfurezcas por lo que pretendo. Podrías reventar tu tubo ahí —dijo Cawl,
agitando una garra hacia la pantalla.
—Esto no augura una recepción favorable por parte del verdadero
Guilliman.
—En efecto, no, por eso te he activado.
—¿Vas a decírmelo?
—¿Estás preparado? —preguntó Cawl.
—¿Estás preparado? —respondió el Guilliman Inferior.
—Bien. Sí. Sí, muy bien. Te diré.
Entonces Cawl le dijo al Guilliman Inferior lo que pensaba hacer.
Su reacción fue exactamente la que temía.
CAPÍTULO CINCO
POR PETICIÓN DEL ARCHIMAGOS DOMINUS
Accatran se mostraba revestido de un metal tan deslucido como el plomo
antiguo. Una sutil atmósfera de contaminación manufacturera exhalaba
vapores nocivos al vacío. Marcas de las forjas de aceleración de partículas
surcaban la superficie, pareciendo desde la órbita cadenas que
aprisionaban al mundo. Accatran yacía subyugado ante la desmedida
ambición humana. Las almas marcadas por la poesía sostenían que el
planeta mostraba resistencia, haciendo su superficie tan inhóspita para la
vida humana que, transitarla sin resguardo, equivalía a un seguro deceso.
Si esto portaba alguna veracidad, había sido inútil. Fiel a su naturaleza, la
humanidad se había amoldado y profundizado sus raíces bajo la corteza,
contaminando aún más el seno de Accatran.
Entre los Adeptus Mechanicus de Accatran, una peculiar jerarquía había
emergido: cuán alejado se habitara del núcleo, tan bajo era el estatus
conferido. Así, la superficie se hallaba poblada solo por los despreciados y
olvidados, un árido teatro de todos los venenos industriales concebibles,
donde clanes de carroñeros tecnológicos luchaban tenazmente por
subsistir. Solo los deshonrados, los despreciados y los desterrados de la
cordura habitaban en la superficie. Visitantes de distinto rango
encontraban acomodo en plataformas de aterrizaje acordes a su estatus, y
los más venerados eran guiados a través de amplias avenidas aéreas hacia
recónditas cavernas subterráneas.
Frenk Gamma-87-Nu-3-Psi fue compelido a situar su nave en un enclave
desfavorable. Tras la primera petición de aterrizaje, las comunicaciones se
redujeron a meras instrucciones de tráfico. Toda lisonja fue desoída;
elogios y cortesías, despreciados. Un torrente de datos navegó a la
tripulación de su sirviente a través del conglomerado de naves de diversos
orígenes, alejándolo de los sagrados y magnánimos templos de forja del
ecuador, y de los principales bastiones espaciales donde
macrotransbordadores despegaban y aterrizaban incesantemente,
arrastrando las riquezas de Accatran para nutrir las guerras del Imperio.
La irritación nubló su semblante al ser dirigido a una altaneada zona de
aterrizaje en las regiones ecuatoriales, marcada solo para una nave y
bañada en infrarrojos. Su nave, obedeciendo a los sensorium, encontró su
descanso en ella iniciando su protocolo de aterrizaje. Hallóse tan distante
del núcleo como se podía, y en esto, el insulto era manifiesto.
Una vez posada su nave sobre el plastiacero47, un campo retentor de
atmósfera se activó, reteniendo los densos gases de escape. Frenk Gamma-
87-Nu-3-Psi aguardó a que el ambiente exterior se estabilizara antes de
emerger. Al primer contacto con el aire tóxico, su máscara respiratoria se
ajustó con firmeza, entrando en función.
Nieblas propulsadas por los motores danzaban dentro de la cúpula del
campo de fuerza, no lo suficientemente opacas para ocultar el frenesí
industrial externo. Factorías dominaban el horizonte, sus torres de
intercambio térmico se elevaban altas como montañas, y luces de alerta
brillaban en un abanico cromático más allá del espectro visible. Colosales
componentes mecánicos emergían y desaparecían dentro de muros tan
imponentes como las fortificaciones del Palacio Imperial. De los ductos de
ventilación, columnas de fuego bramaban y orificios metálicos se abrían
expulsando nubarrones verdes en un clamor ensordecedor. Una sinfonía
de impactos discordantes invadía el aire, convergiendo gradualmente en
un inconfundible ritmo: da-dum, da-dum, DA-DUM; el célebre pulso de
Accatran.
Espesos vapores se arremolinaban sobre el suelo en los escasos espacios
no ocupados por estructuras, o se desplegaban como perniciosas brumas
por valles artificiales engullidos entre las masas de las factorías.
Era una vista de estremecedora belleza.
—Accatran —musitó Frenk, sumido en la contemplación del escenario. Su
voz resonó en gótico, clara y orgánica. Acostumbrado a estar entre
humanos no modificados, habituó el uso de su voz natural. Vestía atavíos
de negro y dorado, y su armadura ostentaba tonos de rojo y crema. Sus
augmentos eran notoriamente robustos; mecadendritas de considerable
diámetro se enrollaban y apretaban contra su cuerpo. Pesados apéndices
adicionales, semejantes a las garras de una mantis, descansaban sobre sus
hombros, bañadas en oro.
A Frenk Gamma-87-Nu-3-Psi le fascinaba el oro. Solía proclamarlo como
uno de los metales más versátiles, ideal para conducir el sagrado flujo de
electrones de la Fuerza Motriz48. Pero en realidad, era su resplandor lo que
cautivaba su esencia; una avidez que, a pesar de las diferencias aparentes,
compartía con las generaciones humanas que le precedieron.
Un solitario Accatraniano le esperaba, su figura envuelta en una túnica
amorfa y su rostro escudado tras una protuberante máscara respiratoria,
distintiva de los habitantes superficiales. Una herramienta de
supervivencia y un estigma de su intangible posición. Probablemente, ni
siquiera se tratase de un mago, sino de una figura menor, un simple peón
en el vasto tablero del imperio mecánico.
Otro agravio.
Un coro de graznidos y murmullos incoherentes brotaron del accatraniano,
una versión tan degradada de binario que Frenk se vio compelido a
maximizar la capacidad procesadora de sus circuitos lingüísticos antes de
lograr descifrar el mensaje.
—Magos forastero, le saludo con humildad —articuló la criatura más
inferior—. La sala de audiencias se encuentra por aquí. Proceda. Magos
excelsos le esperan. No conviene hacerles aguardar.
Antes de que Frenk pudiera desentrañar por completo el mensaje, la figura
ya había pivotado sobre sus talones, desapareciendo por las vastas puertas
dobles.
Mentalmente, Frenk se acicaló para el encuentro, anticipando una
recepción más bien fría debido a sus previas andanzas en este mundo.
Pero este particular nivel de desdén, dirigido hacia un mago de su estatura,
que además era un fiel servidor de la Inquisición Imperial, parecía ser un
desprecio meticulosamente calculado.
Estaba decidido a mostrarle a los magos de Accatran cuán peligroso podría
ser subestimarle.
El accatraniano, cojeando, cruzó las puertas que desembocaban en un
pasillo, su cuerpo oscilaba violentamente mientras sus largas mangas
barrenaban el suelo. A pesar de su grotesca marcha, se movía con una
velocidad sorprendente, forzando a Frenk a incrementar su propio paso un
26.3% para evitar perderlo de vista. Consiguió alcanzarlo justo a tiempo
para ver cómo el subordinado giraba en otro corredor, cuyo suelo de
concreto pulido y la inclinación causaban que casi resbalara. Frenk,
maldiciendo entre dientes, redujo la velocidad, luchando para mantener el
equilibrio. Al llegar al final, el sirviente ya había avanzado bastante,
obligando a Frenk a soportar la humillación de tener que correr tras él.
Esta extraña cacería continuó, donde el guía ocasionalmente se detenía y
balbuceaba instrucciones en un dialecto crudo e incomprensible desde la
distancia, quizás demasiado limitado o insolente como para usar una forma
más pura de binario o Lingua Technis estándar, y demasiado impaciente
como para esperar a que Frenk tradujera, resultando en un progreso
donde el subordinado gritaba, gesticulaba, y se apresuraba, mientras Frenk
se debatía por no perderse en el subterráneo laberinto.
—¿Acaso me hace recorrer este trayecto como una forma deliberada de
insulto? —se preguntó Frenk. Cada paso parecía acumular más desaires.
Quizás, reflexionó, sus mensajes deberían haber sido bañados en tonos
más conciliatorios.
Frenk fue conducido a través de la quintaesencia del camino más largo y
arduo, navegando pasillos desprovistos de cualquier otro ser excepto él y
su guía, atravesando recovecos húmedos, y corredores angostos
atiborrados de accatranianos de todos los rangos y ocupaciones. Esquivó
las procesiones de los sacerdotes más venerados y caminó a través de
corredores resonantes con las cacofonías de las cátedras de fabricación y
devoción.
—Mira —parecía sugerir el guía sin necesidad de palabras—, observa la
magnificencia de Accatran y reconoce tu insignificancia.
Finalmente, el guía lo condujo hacia un elevador.
—Entra, por favor —le indicó—. Yo no soy digno. Un gran honor para ti,
magos forastero. Nada para mí, como debe ser. Conozco mi lugar en la
grandiosa y sagrada maquinaria del Dios Máquina, y sirvo con
agradecimiento.
Había una sugerencia en sus palabras, un matiz apenas perceptible.
Frenk entró, y las puertas del elevador se cerraron, dejando atrás al guía
inclinado. Una parte de Frenk sintió alivio al separarse de su presencia.
Tras atravesar cinco mil niveles, el elevador finalmente se detuvo. Para ese
momento, Frenk ya se encontraba a kilómetros bajo la superficie, y en las
profundidades le esperaban visiones de una gloria tecnológica
inimaginable.
Vastas cavernas, por donde serpentean incontables conductos energéticos,
se abrían hacia el núcleo del planeta. Pasarelas móviles zigzagueaban a
través del espacio, y generadores de gravedad aseguraban que cada
superficie de las inmensas cámaras esféricas pudiera ser utilizada como
suelo. Reinaba un calor abrumador y por doquier, hombres y mujeres en
varias etapas de transformación desfilaban. En Accatran, la fragilidad de la
carne es vista con desprecio, y la diversidad de mejoras cibernéticas era
verdaderamente fascinante.
—Frenk Gamma-87-Nu-3-Psi —zumbó una voz mecánica.
Frenk se giró hacia la fuente del sonido. Un pitido de localización resonó en
sus centros de cogitación internos. Un par de guardias skitarii49 se
aproximaban, con sus lanzas energéticas visiblemente activas y sus cuerpos
recubiertos de brillantes metales y plasteks, lo cual hizo que Frenk se
preguntara si algo orgánico, aparte de sus cerebros, aún residía dentro de
ellos. Eran guerreros de una unidad élite.
—Debes acompañarnos, magos —dijo el segundo guardia.
Frenk asintió.
—Por supuesto —respondió, y los skitarii se colocaron a su lado, guiándolo
a través de la multitud que se abría paso ante ellos. No tenía dudas de que
eran más guardianes que escoltas, pero agradeció su presencia, ya que
facilitaban su travesía a través de la muchedumbre. Sin ellos, el camino
habría sido considerablemente más intrincado.
Los guardias guiaron a Frenk a través de una sala abovedada, más elevada
que extensa. En su centro, puertas pulsantes con la Fuerza Motriz
emanaban arcos eléctricos que saltaban de picos conductores y circulaban
ruidosamente a través de compuertas de corriente, alterando
continuamente el patrón de flujo. Al abrirse las puertas, lo condujeron a
otra estancia, más silente. Un silencio profundo invadió el espacio al
cerrarse las puertas, y Frenk se vio envuelto en una atmósfera serena,
acariciada por tonos esporádicos emitidos por cristales acústicos
dispuestos según conjuntos matemáticos precisos.
Al final de la sala, bajo una imponente representación del Machina Opus50,
aguardaba un trío de magos. Información suplementaria fluía en la
conciencia de Frenk, quien de inmediato reconoció a uno de ellos:
Hryonalis Anaxerxes, una figura destacada, célebre por su maestría militar,
habiendo renunciado a la investigación para abrazar el arte de la guerra.
Había sido un general tan victorioso que se le concedió el nombre de
Anaxerxes, en honor a la destreza demostrada y en memoria del fundador
de Accatran, Xerxes Immortalis, quien, según las crónicas, había mantenido
al planeta a salvo de la oscuridad por milenios.
Frenk atenuó la corriente de datos. Eran distracciones momentáneas y, por
ende, irrelevantes. Lo esencial era que Anaxerxes figuraba entre los líderes
supremos del mundo forja51, indicio de que sus inquietudes estaban
siendo manejadas con gravedad.
Anaxerxes se presentaba como un ente colosal y versátil, su físico
semejante a un tallo robusto, que duplicaba la altura de un humano
ordinario y descansaba sobre un palanquín servil. Sus extremidades
superiores, robustas y armadas con dedos agudos como cuchillas,
emergían de su cuerpo, que no mostraba señales de piernas visibles. Su
cuello, largo y flexible, sostenía un rostro marcado por una mascara
metálica rígida, que evocaba la muerte congelada de un joven apuesto, y
ojos que eran cavidades oscuras. Un rastro solitario de una lágrima
metalizada fluía interminablemente por su mejilla izquierda.
Anaxerxes había superado cada flaqueza de la carne, su existencia
probablemente había culminado en una total mecanización.
El segundo magos era un enigma para Frenk. Sus intentos de acceder a la
identidad noosférica fueron abruptamente bloqueados por robustos
escudos informativos. Este magos mantenía una considerable humanidad,
pero sus ojos habían sido reemplazados por biónica multifuncional, y su
cuerpo, marcado por una obesidad profunda, estaba integrado a un
andador mecánico arácnido. Sus extremidades inferiores se habían
fusionado parcialmente con las estructuras de soporte, y donde su piel era
visible, mostraba signos de irritación y descamación. Vestía una túnica
adornada con símbolos que lo identificaban como un logis de elevada
jerarquía.
El tercero había avanzado tanto en su peregrinaje hacia la iluminación que
su humanidad se había difuminado por completo: una caja de dos metros
de lado, sostenida por una red de tentáculos metálicos robustos. Decenas
de apéndices más pequeños se cimbreaban entre los soportes primarios.
Este magos compartía su identidad con generosidad: Lector Dogmis
Kalisperis, imbuido de una profunda sabiduría teológica.
Frenk avanzó y se inclinó ante ellos.
—Archimago Macroteknika Hryonalis Anaxerxes —dijo con su voz orgánica,
en gótico—. Me honra esta audiencia. Las crónicas de tus triunfos
resuenan en todos los dominios bajo la égida de Marte. —Se inclinó luego
ante el lector dogmis—. Es un regocijo conocerte, estar ante alguien que se
ha fusionado con la palabra sagrada —Después, se inclinó ante el segundo
hombre—. Me temo que aún no tengo el honor de conocerle, venerable
hierofante.
La respuesta del lector dogmis fue rápida y vehemente, en binario.
—Usas la lengua de la carne entre los tuyos, un indicativo revelador. Has
permanecido entre los terranos más tiempo del debido, Frenk Gamma-87-
Nu-3-Psi.
—Mis disculpas —respondió Frenk, replicando en la misma lengua—. Me
parece que la adulación encuentra mejor cauce en las palabras habladas.
—Quizás. Hay poesía en el parloteo arcaico —interpuso el segundo, su
binario estaba impregnado de modulaciones que destilaban una
disposición más acogedora—. Me has solicitado mi nombre, permíteme
ofrecértelo. Soy el Archimago Logis Magnacomptroller Covarix Sestertius,
iluminador del decimonoveno nivel —su identidad fue acompañada de una
etiqueta datada que enumeraba una cascada de títulos honoríficos.
—También es un honor conocerte, gran hierofante —dijo Frenk.
—Prescindamos de las banalidades. Comienzas desde un punto de vista
poco favorecedor —indicó Kalisperis—. Has renunciado a la búsqueda pura
del conocimiento para servir a los autoproclamados jueces de la
Inquisición.
—Aquí, muchos te ven como un traidor a tus raíces —señaló Anaxerxes con
un tono cargado de condescendencia—. Las intromisiones de los ordos no
son bien recibidas en nuestro mundo. Somos de Marte, parece que lo has
olvidado.
—Y, sin embargo, este mundo es reconocido por sus estrechos vínculos con
Macragge —retrucó Frenk—. Ustedes están tan intrínsecamente unidos al
otro lado del águila como yo.
—¿Esperabas empatía aquí? ¿Cómo te atreves a comparar nuestro pacto
con tu subyugación? —espetó Kalisperis con tal brusquedad que Anaxerxes
le reprendió con un crujiente chasquido de datos.
—Somos aliados de los Ultramarines —aseveró Anaxerxes—. Debemos al
primarca la misma lealtad que al Santo Sínodo52, pero no te equivoques, te
encuentras en tierra del soberano Culto Mechanicus.
Sestertius se inclinó desde su silla arácnida, la carne de sus extremidades
exudando líquidos claros al moverse.
—Me pregunto cuánto ha pasado desde que visitaste tu mundo forja. ¿Te
recibirían con una calidez similar a la que nosotros te brindamos?
—No podría afirmarlo, venerable logis —respondió Frenk—. Ha pasado
mucho desde mi última visita.
—Según nuestros registros, también ha pasado bastante desde tu última
estancia en Accatran —dijo el magnacomptroller—. A pesar de tu obra
"maestra" en esta región del Imperio, tiendo a evaluar las cosas con la
prudencia del comerciante antes de emitir un juicio. Puede que sea menos
combativo que mi estimada colega, la lectora dogmis, pero quizá tenga un
punto. ¿Has renunciado a tus responsabilidades con los nuestros?
—Mi compromiso es con toda la humanidad —declaró Frenk—. Cada uno
de nosotros sirve al Dios Máquina a su manera.
—Eso queda por determinar. Han pasado seis años desde tu última visita
—mencionó Hryonalis Anaxerxes, mientras desplegaba sus dedos largos y
afilados—. Si mi memoria no falla, hiciste un juramento, ¿verdad? Juraste
no regresar nunca más.
—Es cierto —admitió Frenk.
—¿Puedes refrescar mi memoria acerca de la esencia de ese juramento,
Frenk Gamma-87-Nu-3-Psi, y el motivo detrás de él?
Frenk sintió un aluvión de recuerdos invadirlo. Anaxerxes se estaba
mofando de él, pero no tenía opción más que soportarlo.
—Hubo un desacuerdo entre nuestros templos —intentó explicar.
—¡Qué forma tan elegante de decirlo! Qué retórico —exclamó Anaxerxes,
alzándose desde su palanquín, su figura se estiraba como la de una
serpiente bajo su túnica—. Confiaré en mis propias remembranzas, que
son impecables. Llegaste aquí y presentaste una demanda de parte de "tu
amo"...
Frenk no pudo contenerse por segunda vez:
—No es mi amo, señores.
—¿El inquisidor, dices? —interrogó el lector dogmis con insistencia—.
¿Cuál es su nombre?
Era un detalle que indudablemente ellos recordarían con claridad. Solo
intentaban humillarle.
—Inquisidor Cehen-qui —respondió.
—¿Has abandonado su servicio? —inquirió Kalisperis, transmitiendo
estridencia en sus palabras.
—No —respondió Frenk, tajante—. Como bien saben, actúo en su
representación. No hay nada inusual en que un miembro del Culto sirva a
la Inquisición. No hay traición en ello.
—Depende de cómo se preste ese servicio, cuánto dure y qué acciones se
emprendan —sentenció Anaxerxes—. La última vez que estuviste aquí,
perdiste la compostura porque Accatran no quiso adaptarse a las
demandas de la Inquisición. ¿Nos tachaste de innovadores heréticos, fue
así? No recuerdo las palabras exactas. Enviamos un informe a Zeran —
Anaxerxes se agachó, acercándose a Frenk—. Se demandaron reparaciones
por el desagravio que causaste. Sugiero que prolongues tu ausencia de tu
mundo natal. Se nos prometió que serías sancionado. Eres tú quien rompe
el juramento, no nosotros —finalizó con dureza en su tono binario.
—¿Qué esperan que diga? —dijo Frenk—. Refuto sus acusaciones de
deslealtad con hechos palpables. Aquí, entre yo y representantes de su
mundo forja, acordamos arreglos para reparar la orbital, y no se
cumplieron. Como consecuencia, agentes de Belisarius Cawl lograron
substraer un prisionero xenos valioso de la custodia de la Inquisición con
intenciones inciertas.
—Los acuerdos fueron rescindidos por el actuar de su inquisidor. No se
recibió la compensación prometida —replicó Covarix Sestertius con desdén
—. No somos una institución benéfica. Sin remuneración, no hay servicio.
—Qué valores tan distorsionados cuando el propio Imperio pende de un
hilo y la existencia misma del Omnissiah en Terra se encuentra amenazada
—arguyó Frenk—. Considero a Accatran cómplice del éxito del hereje,
contribuyendo así a las metas del enemigo. Cawl representa una amenaza
para todos nosotros; sus acciones son perturbadoras y sus creencias, un
sacrilegio.
—Es escandaloso. Hablas de un Primer Conducto. Ten cautela, mago. El
grandioso Cawl cuenta con un amplio séquito aquí.
—Entonces, ¿puedo inferir que ejerce alguna influencia sobre ti? ¿Fue
acaso su influencia la que permitió que la orbital quedara desatendida,
facilitando así su acto traicionero?
—¡Te excedes! —interrumpió Kalisperis—. Esta reunión es...
Anaxerxes emitió un código que interrumpió la transmisión.
—¿Qué prisionero?
—No tengo el deber de revelarte tal información, pero en un gesto de
transparencia y con la esperanza de colaboración, lo haré —respondió
Frenk—. Belisarius Cawl extrajo a un criptotecnólogo necrón de la prisión,
una entidad peligrosa que por su mera existencia afronta al Dios Máquina.
Así, Cawl, más que un perturbador innovador sin respeto por la tradición,
desafía los decretos del dios trino, convirtiéndose así en un enemigo de la
humanidad.
—No estoy convencido de que merezcas ser escuchado —dijo Kalisperis—.
Pareces inclinado más hacia Terra que hacia Marte. ¿Por qué debería
importarnos este conflicto entre tu señor y el Primer Conducto?
—Cawl no es el Primer Conducto —aclaró Frenk.
—Entonces, ¿lo declaras hereje? —preguntó Sestercio—. Es intrigante, y
valiente.
—Demuestras audacia al presentarte aquí —comentó Anaxerxes,
dirigiéndose luego hacia Sestercio mientras intercambiaban datos de
manera privada. Luego, volviéndose hacia Frenk, continuó—. Mis colegas y
yo hemos llegado a un consenso. Solicita nuestro perdón y quizás podamos
restaurar nuestra relación. Las noticias que traes son inquietantes y
requieren una evaluación más meticulosa.
—¿Perdón? —Frenk rió con sarcasmo—. No he venido a buscar su perdón,
sino a exigir que rechacen la convocatoria del archimagos —hizo una pausa
y extrajo un imponente medallón de su túnica negra—. Es una orden de la
Inquisición Imperial.
—No eres un inquisidor y la Inquisición tiene escasa autoridad aquí —
respondió Anaxerxes—. Este es un dominio de Marte, no de Terra. Si
realmente te inquieta la reincidencia de Belisarius Cawl, te sugiero buscar
una posición en el Colegio Extremis y continuar tus indagaciones por
medios más convenidos. Quizás entonces tus palabras tendrían algún peso.
Por ahora, son tan livianas como el helio.
—En cualquier caso, es demasiado tarde. La invitación ha sido aceptada.
Nos reuniremos con Belisarius Cawl y escucharemos su propuesta —
declaró Sestercio—. Es la decisión solemne del Sínodo de Accatran
respecto a su posición como Primer Conducto.
—Te exhorto a reconsiderarlo —insistió Frenk—. Cawl es una amenaza
para todos nosotros.
—Eso está por verse —intervino Sestercius—. No es el primer magos que
desafía los límites del modus operandi. Él obtiene resultados, es el creador
de los Marines Espaciales Primaris y poseedor de nuevas tecnologías y
extensos conocimientos de la sagrada STC.
—Es un blasfemo experimentalista —acotó el lector dogmis.
—Entonces, confirmarás que es un hereje —concluyó Frenk.
—Eso no se infiere —dijo el lector dogmis—. Aunque albergo sospechas de
que podría ser así.
—Te recomendaría cautela en tu próxima comunicación, Magos Frenk
Gamma-87-Nu-3-Psi —advirtió Sestertius.
—Entonces, solicito tu indulgencia y requiero una respuesta a esto: ¿Eres
tú mismo un partidario de Cawl? —inquirió Frenk.
—Lo soy y con orgullo —Sestertius lanzó una mirada sobre su hombro
hacia Frenk—. No tengo nada que temer de tus acusaciones infundadas.
—Déjenme saber sus intenciones —instó Frenk.
—Con orgullo —replicó Anaxerxes—. Los auténticos servidores del Dios
Máquina no guardan secretos, pues la verdad es el lumens magnificans
que ilumina gloriosamente la Gran Obra. El Sínodo ha convocado una
reunión. Dirigiré una demi-macroclada. El Magnacomptroller Sestertius
evaluará el costo en recursos de las propuestas del Primer Conducto y
llevará a cabo los rituales de pronóstico pertinentes. Yo ponderaré la valía
de cualquier auxilio militar solicitado. El Lector Dogmis Kalisperis
examinará la pureza de sus motivaciones. El resto estará en manos del Dios
Máquina, después de recibir todos los datos estadísticos relevantes.
—¿Saben qué es lo que Cawl desea? —preguntó Frenk.
—No. Y ni tú lo sabes, o no estarías aquí. Presumo algo grandioso, dado lo
que conocemos de Cawl —dijo Sestertius, sonriendo ligeramente—.
Aguardo con anticipación; será un privilegio.
—¿Solo asistirán los grandes hierofantes? ¿Habrá otros?
—Por supuesto. La posición de Cawl lo requiere —contestó Anaxerxes.
—¿Ha solicitado la presencia de alguien específico?
Hubo una mirada compartida entre los tres Accatranianos, un breve
intercambio de datos privados.
—Nada tenemos que ocultar. Ha solicitado la presencia del Hierofante
Temporalis Ikthin de la Hermandad Chronalis, entre otros. No obstante,
Ikthin es el más destacado.
—Ikthin es un maestro de la ingeniería temporal y el xenos que Cawl
sustrajo es un cronomante. Esto no parece ser coincidencia. ¿Qué trama
él?
—Como mencioné previamente, sus intenciones no son claras —respondió
Kalisperis.
—Estoy seguro de que es deliberado —añadió Anaxerxes—. Pocas cosas
son tan irresistibles como la curiosidad de un mago. Siento tu curiosidad
reverberando en tus datos.
—Te llevarás muchas desilusiones. Hemos atendido el llamado de nuestros
hermanos de los mundos forja de Tigrus y Metallica —intervino Sestertius
—. Ellos también tienen intenciones de escuchar a Cawl. No estamos solos.
Tu posición es minoritaria.
—No estés tan seguro. No son los únicos mundos forja que Cawl ha
contactado —reveló Frenk.
Se desató un intercambio veloz de cuestionamientos entre Sestertius y
Anaxerxes.
—Cehen-qui tiene una extensa red de informantes, incluso entre nosotros,
los fieles, que apoyamos incondicionalmente la unidad de la humanidad y
la supremacía del Omnissiah —declaró Frenk.
—No somos inmunes a la vigilancia clandestina, es cierto —admitió
Kalisperis.
—Puedo revelar que Cawl ha encontrado rechazo en otros tres mundos
forja. Es curioso que tenga éxito principalmente con aquellos mundos forja
más cercanos a los dominios del primarca.
—Es irrelevante —desestimó Anaxerxes—. Solo se aproxima a los más
cercanos, eso es todo.
—No lo creo así. Pienso que él se centra en aquellos con vínculos más
fuertes con Ultramar, quienes probablemente simpatizarán más con su
petición. Tal vez no sean tan autónomos como piensas.
—Tus afirmaciones no hallan eco aquí, Magos Gamma. No nos disuadirás
—declaró Anaxerxes con firmeza.
—Quizás no. Entonces está bien. —Frenk hizo una reverencia—. Nos
encontraremos en Pontus Avernes.
—¿Has sido invitado a la cumbre? —preguntó Sestertius.
—No, pero ni tú ni él pueden impedir mi presencia. Este sello que llevo,
por orden del inquisidor Cehen-qui, ostenta más autoridad de la que estás
dispuesto a admitir. Agradezco tu tiempo. Creo que una vez que
encuentres a Cawl y escuches el sacrilegio que propone, tus opiniones
cambiarán, y me hallarán aún dispuesto a colaborar si deciden restringir su
locura. Solo puedo suplicarles que atiendan las palabras de su lector
dogmis. —Frenk se inclinó una vez más—. Alabada sea la sabiduría del Dios
Máquina.
—Explorando sus misterios, nos elevaremos y llegaremos a comprenderlos
—pronunció Kalisperis.
—Ahora puedes retornar a tu inquisidor —dijo Anaxerxes en gótico, con
una voz que resonaba como pura melodía.
Frenk se retiró, cuidadosamente manteniendo oculta cualquier
manifestación de su irritación, ya fuera en su caminar, su postura o sus
emisiones digitales.
La reunión había perdurado doce segundos y dos milisegundos.
CAPÍTULO SEIS
TIEMPOS PASADOS
Bilis jaloneó de la cadena, izando cuidadosamente la cuna fuera del
recipiente helado. Vapor cáustico y penetrante se elevaba desde la vasta
superficie metálica. Desde el abismo, una luz intermitente brillaba,
parpadeando con una inquietante frecuencia que irritaba la vista.
—Perdone mi osadía al preguntar, mi señor, pero ¿le consta que esto es
seguro?
Bilis, terminando de elevar la cuna, la balanceó suavemente a través de las
barandillas del techo, maniobrándola fuera del recipiente. Agarró la parte
superior y con precisión la colocó en posición vertical.
—¿Creador?
Una sonrisa sarcástica cruzó el rostro de Bilis al observar la preocupada
expresión de Porter.
—Por "seguro”, creo que quieres decir si es necesario —Se montó
cuidadosamente en la cuna, recostándose sobre la rejilla de hierro, el frío
metal quemaba su desnuda piel—. No entraré en la cuba a menos que sea
absolutamente necesario. El equipo de suspensión de vida es solo una
precaución, no una garantía de necesidad —Se acomodó, buscando una
posición menos incómoda—. Continuemos. Asegura las correas inferiores
—indicó.
Porter, con movimientos metódicos, ató firmemente las piernas de Bilis a la
estructura. Las correas de los brazos se dejaron libres, necesitaba sus
manos operativas.
—Pásame el bisturí —ordenó con voz firme.
Porter, obedeciendo, tomó el instrumento de un cuenco pulido de acero
situado sobre una mesa cercana. El cuenco, a pesar de estar
inmaculadamente limpio, desentonaba en la atmósfera de negligencia que
dominaba la cámara, un lugar donde antes se habían congelado
especímenes de una raza xenos desconocida. La sala, consumida por el
olvido, mostraba signos evidentes de abandono: el cristal del recipiente
estaba moteado por mohos amantes del frío, y el metal de sus paredes
estaba invadido por una gruesa capa de óxido.
Bilis tomó el bisturí, activándolo. Un haz de luz brillante y coherente
emanó con fuerza de la punta del instrumento, iluminando con su
resplandor el entorno y reflejándose en el opaco cristal del recipiente. El
intenso brillo del bisturí delineaba su rostro, creando contrastes brutales
de sombras negras y azules actínicas sobre su piel.
Los cuerpos de Bilis ya no duraban; la robustez una vez hallada bajo su piel
había sido reemplazada por una grotesca hinchazón y palidez. Una
presencia constante de sudor cubría su cuerpo, otorgándole un
desagradable brillo pegajoso. Su cabellera rubia, ahora reducida a unos
pocos mechones grasientos y lánguidos, encerraban un rostro marcado por
ojos hundidos y dentadura deteriorada.
Bilis, obligándose a sí mismo, apartó los perturbadores pensamientos de su
mente, centrando su voluntad y determinación. La carne, después de todo,
era efímera; la voluntad, eterna y todo poderosa.
—Enciende las máquinas, Porter —ordenó con autoridad, elevando el
bisturí con determinación.
Con movimientos precisos pero brutales, cortó alrededor de su cuero
cabelludo. Un desagradable olor a carne quemada invadió el aire, llenando
el espacio con su repulsiva presencia. El cuero cabelludo fue retirado con
una mezcla de precisión quirúrgica y brutalidad, dejando al descubierto el
crudo vislumbre de su cráneo desnudo y vulnerable.
—¡El taladro, rápido!
Porter reincorporó el bisturí en su recipiente y tomó el taladro. Bilis, con
una urgencia abrupta, se lo arrebató y posicionó su afilada cúspide en su
propio cráneo, apretando el gatillo inmediatamente después. Un gemido
mecánico llenó el aire mientras pequeñas espirales de hueso, aún teñidas
de la rosada esencia de la vida, se elevaron y luego cayeron. El olor acre del
hueso quemado se mezcló con el de carne calcinada.
—¡El aparato! —exclamó con una voz rasgada por el dolor.
Porter, con movimientos ágiles pero meticulosos, descolgó un casco de su
soporte, desenrollando los cables que pendían de él y colocándolo
cuidadosamente sobre la cabeza lacerada de Bilis, asegurando sus correas.
Una sonda larga y retraída sobresalía del aparato; Bilis gruñó al sentir cómo
se alineaba con la apertura fresca en su cráneo y cómo tiraba de su cuero
cabelludo para acomodarla.
—Perdón, mi creador —musitó Porter con una voz suave pero cargada de
profesionalismo.
—¡Apresúrate! —gruñó él en respuesta.
Porter terminó de asegurar el dispositivo mientras Bilis luchaba contra una
sensación creciente de debilidad, una muestra clara de que su cuerpo ya
estaba llegando al final de su utilidad. Un corte como este no debería, en
circunstancias normales, haber mermado tanto su resistencia.
Una vez que Porter terminó, Bilis intentó hablar, pero las palabras
quedaron atrapadas en su lengua, reducidas a nada más que un gorgoteo
incoherente. A pesar de la precisión y cuidado, la preocupación apareció
en los ojos de Porter, quizás temiendo haber penetrado demasiado
profundo.
—Llévame a la válvula, rápido. Si algo parece ir mal, sumérgeme y activa
los protocolos de hibernación —instruyó Bilis con una voz que, a pesar de
todo, mantenía un atisbo de autoridad—. Luego ve con Petros para
preparar mi próximo recipiente. Sabes cómo iniciar la transferencia de
conciencia.
Los ojos de Porter brillaron con una luz de curiosidad contenida. Su voz se
elevó, titubeante pero llena de una urgencia inquisitiva.
—Maestro, ¿qué era lo que recordabas en aquel desierto? ¿En qué mundo
estaba?
Bilis sonrió con ironía.
—Si alguna vez tuvo un nombre, ya se ha perdido en las sombras del olvido
—respondió, su voz tenía un tono de melancolía—. Pero algo en aquel
yermo resonó con un recuerdo de Terra, un eco de los días previos a esta
existencia desolada. En aquellos días, Terra estaba vibrante de vida,
montañas que se alzaban con orgullo. Pero ahora, Terra está marcada por
la muerte y la destrucción, un cadáver en la vastedad del espacio,
masacrada por las implacables mareas de la guerra y la estupidez humana.
Porter escuchó, absorbiendo sus palabras, antes de hablar con una mezcla
de reverencia y duda.
—Pero, mi creador, usted es la perfección incarnada.
Bilis rió suavemente, una risa bañada en amargura y resignación.
—No soy un dios, Porter, a pesar de haberte creado. Solo soy un hombre
armado con un propósito inquebrantable. Cada recipiente que ocupo me
lleva un paso más cerca de mi objetivo, pero también uno más lejos de lo
que fui. No hay dioses aquí, solo la implacable marcha de la intención y la
volición.
El aire estaba cargado de una solemnidad profunda mientras Bilis se
preparaba para el próximo paso, su mente, un océano turbulento de
memorias suprimidas y objetivos implacables.
—Estoy listo. Activa el dispositivo —murmuró, su voz apenas más que un
susurro resuelto.
Porter se acercó meticulosamente para ajustar el dispositivo, girando los
pernos con precisión para introducir los pasadores roscados y asegurar
firmemente la cabeza de Bilis. Los ajustó con perfección, ni demasiado
firmes ni demasiado sueltos.
—Hablaré durante todo el proceso —dijo—. Es crucial, para asegurarme de
que mi cerebro no ha sido dañado. Debes memorizar cada palabra que
diga, por si este procedimiento resulta fatal para este cuerpo. Si eso
ocurriese, no recordaría lo que descubrimos aquí una vez que reencarne.
Ella asintió, luego se mordió el labio con sus placas de esquila. Los Nuevos
Hombres nunca mostraban nerviosismo. Era inusual ver a uno en tal
estado.
—¿Recuerdas la secuencia de activación? —preguntó él.
—Por supuesto, mi creador —respondió ella.
—Entonces, procede —ordenó él.
Porter se dirigió a una consola anclada a la pared. Bilis cerró los ojos,
sintiendo el clic de los botones siendo presionados, un suave zumbido de
energía en aumento, y luego, tan anticipado como sorpresivo, el
aguijonazo de la sonda introduciéndose en la suave masa de su cráneo. La
punta rozó apenas el núcleo de su esencia, desplegando luego cientos de
microfilamentos que se infiltraron en su cerebro, causándole destellos
visuales, sensaciones de hormigueo y olores fantasmas mientras el cable se
integraba a su arquitectura neuronal.
—¿Estás listo, creador? —preguntó Porter.
Bilis respondió con una exclamación de dolor, apretando los dientes. La
incomodidad era más intensa de lo que había anticipado.
—¡Inicia!
Porter activó un interruptor. Se escuchó el sonido de contactos
encendiéndose. Un destello iluminó el espacio, semejante a un relámpago
en una noche oscura. Luego, todo quedó en silencio.
Se encontraba en otro lugar.

Lo primero que sintió fueron las vibraciones de su armadura. Una


frecuencia diferente a la de la placa de combate que llevaba en ese
momento, pero le resultaba familiar.
—Mi primera placa de combate —murmuró en voz alta.
—¿Mi creador?
—Porter, ¿eres tú? —Su voz resonó, quizás no era su voz, sino más bien un
eco de una posibilidad, la reverberación de un futuro aún por desvelarse.
—Sí, mi creador. ¿Tú dónde estás? —respondió ella. Bilis abrió los ojos.
Bilis abrió los ojos. Su visión estaba distorsionada, desajustada con el
cuerpo que parcialmente ocupaba. Se percibía a sí mismo como un
espectro, un fantasma del futuro escasamente conectado con su pasado. Al
girar la cabeza, el antiguo Fabius Bilis...
No, no Fabius Bilis, sino el Hermano Fabius...
...continuaba mirando hacia adelante, y Bilis se encontró mirando a través
de los lados de su casco. La experiencia fue desorientadora, suficiente
como para inducirle náuseas. Percibió sensaciones tenues y lejanas de
músculos tensándose y dientes apretándose. Ignoraba si pertenecían a su
yo futuro o a su yo pasado. Se hallaba suspendido en un limbo intermedio.
—¿Mi creador?
—Tranquilo, Porter. Estoy seguro. Me encuentro en un embarcadero
elevado en las montañas —dijo. Su visión cambió abruptamente, se
estabilizó, pero pudo sentir la fragilidad de su conexión. Esto no duraría
mucho.
—Estoy con mis antiguos hermanos. Recuerdo. Éramos veinte elegidos,
antes de Proxima, antes de que los selenitas contaminaran nuestro acervo
genético. Antes de que Fulgrim, la traición y la ambición desmesurada
precipitaran a la humanidad al borde de la catástrofe. Veinte hombres
cuyos nombres he olvidado, a pesar de haberlos conocido con profundidad
y haberme preocupado por ellos, si puedes creerlo.
Se hallaban a su lado, formando dos filas. Estaba en medio, un legionario,
sin rango ni estatus, uno entre miles, pero rebosante de orgullo, un
guerrero de los Hijos del Emperador. Sentía las emociones del Hermano
Fabius, ondas que se superponían y reverberaban, amalgamándose en un
crescendo de existencia. El efecto era perturbador.
—Recuerdo —dijo, y una ola de tristeza lo inundó—. Hubo un tiempo, mi
hija, en el que yo no era Fabius Bilis y mi única aspiración era servir a mi
Emperador.
Un lamento sonó detrás de él. Se volteó. Una multitud de espectros se
agitaba en el aire. Su forma era efímera e inestable. Al principio parecían
ser unos pocos, pero a medida que observaba, la multitud se multiplicó,
convirtiéndose en una legión. Miles de ellos, monstruos de su creación,
Nuevos Hombres, híbridos de hombre y bestia, criaturas modificadas,
Sabuesos de Glándulas, guerreros bioconstruidos e inocentes torturados,
integrados en las torres de los hemónculos53. Incluso estaban presentes las
primeras manifestaciones titubeantes de su genialidad, pequeñas criaturas
que había mutilado y remodelado cuando era un niño. Todos lo miraban
con ojos reprobatorios. Gritaban y se lamentaban, pero sus gritos parecían
distantes, como el ruido de una batalla escuchada desde un lugar muy,
muy lejano.
—¿Porter? —dice Bilis. Ella está al frente de la multitud, Brutus se yergue a
su lado. Ambos la miran con un odio indomable—. ¿Qué haces aquí?
—No estoy aquí. Estoy a tu lado. Por favor, maestro, permíteme poner fin a
esto. Tus signos vitales son inestables —su voz resuena en los cielos.
—No, no —dice Bilis—. Ellos pueden escuchar, si así lo desean.
—¿Quién? —dice Porter. Pero sus palabras, aunque potentes, parecen
perderse—. Lo que dices no tiene sentido.
Bilis no la escucha.
—Escuchen entonces —dice, dirigiéndose a los fantasmas, consciente de
estar a merced de la locura—. Hace mucho tiempo —eleva la voz para que
los espectros también puedan oír—, estábamos alineados en dos filas de
diez, mis hermanos y yo. El calor de los motores de nuestro transporte se
desvanecía rápidamente —respira con dificultad, reviviendo las
sensaciones de aquel momento—. Hacía frío, suficiente como para sentirlo
a través de la armadura de combate. Pero nos mantuvimos firmes y
esperamos.
Observa la fila, a los guerreros vestidos de púrpura y oro. Dos estandartes
de seda flamean en los extremos de la primera fila.
—Llevamos los símbolos de la nobleza europea, de cuyas líneas descendía
nuestra Legión. Mi gente —observa las corazas sin adornos. El águila
vendría después, su profanación, mucho después —estos son los primeros
días— dice abruptamente, respondiendo a una pregunta no formulada por
Porter.
—Maestro, creador, ¿sigues con nosotros? ¡Creador!
La voz de Porter es ahora suave como un susurro, un zéfiro que se desliza
entre las rocas. El cielo oscurece, pero no en ese lugar, ni en ese momento
donde el Hermano Fabius espera. Hay un vacío en esos oscuros espacios,
semejante a fragmentos quemados de una película de plastek. Espectros
del futuro aletean por ellos, y donde no lo hacen, siente la penetrante
mirada de entidades ominosas.
—Hay una salida única desde el embarcadero, excavada en la misma
esencia de la tierra. Una puerta de un material robusto y oscuro como el
final, la entrada al inframundo —el sol lucha por atravesar la bruma del
cielo. A lo lejos, las dunas serpenteantes revelan los esqueletos de una
ciudad antigua. Puntos oscuros en el cielo desvelan episodios olvidados,
momentos dispersos a través de los milenios.
Nos mantenemos inmóviles mientras el polvo adorna nuestras armaduras.
La puerta se abre de repente, dejando escapar una ráfaga de aire a
presión. Emergen hombres y mujeres. Seres humanos comunes de todos
los rincones del sistema solar, con todos los rasgos de aquel entonces. Una
palidez unifica sus pieles; son personas que viven alejadas de la luz. No son
militares, pero sirven al Emperador, como lo indican sus insignias.
Científicos. En estos días, muchos piensan que los servidores del
Emperador son guerreros, pero su herramienta más poderosa era el
conocimiento, y sus más fieles servidores nunca empuñaron un arma. Soy
su legado, en cierto modo. ¿Lo sabías, Porter?
—No, maestro —dice Porter, su voz resuena desde la tierra, con un suave
ondular de las rocas, sonando más serena—. Continúa hablando, tus signos
vitales se estabilizan cuando lo haces.
—No te preocupes —dice Bilis—. Pronto me encontraré con su líder.
Emergerá por la puerta. Se llama Director Sedayne. Este es el día decisivo.
Y, en efecto, Sedayne aparece. Una capa cubre su pecho, mostrando los
símbolos de su rango. Gafas protegen sus ojos de la luz y la arena.
—Es mayor, para ser un mortal, y necesita un bastón para caminar, pero se
mueve con determinación y orgullo —dice Bilis—. No muestra debilidad.
Yo estaba ciego para notarlo. Solo veía fragilidad física. Me equivoqué.
Bilis mira a través de los ojos del Hermano Fabius, alarmado y fascinado
por lo poco que se identifica con este ser del pasado. Sedayne se para
frente a ellos, sus manos sujetando firme el bastón.
—Está hablando —dice Bilis. Las palabras de Sedayne cruzan un vasto
abismo, llegando a él junto con los distantes gritos de los fantasmas
furiosos detrás de él—. Su voz es potente. ¡Cuán equivocado estaba acerca
de él! Nos dice: "Guerreros de la Tercera Legión, somos el vigésimo
segundo grupo científico". Nos muestra un gesto de autoridad. Está
orgulloso de lo que ha hecho. Él dice “Vuestra presencia ante nosotros es
prueba de que hemos tenido éxito, pero aún nuestros trabajos no están
terminados. Sedayne camina de un lado a otro frente a nosotros, los
transhumanos. Somos gigantes comparados con él, aunque él es, o era,
alto para un mortal. La cima de su cabeza apenas llega a la base de
nuestros yelmos, y nuestros cuerpos son mucho más masivos que el suyo.
Sin embargo, no muestra señal de miedo. No fue intimidado por nosotros
—suspendido en su tanque, Bilis ríe— Nos da una charla. “El Emperador
nos ha dado una nueva tarea”, está diciendo Sedayne. “Dentro de Sus
Legiones, ha decretado que una porción de Sus guerreros recibirán
conocimiento completo de la fisiología del Marine Espacial.” Ah, aquí viene
una pausa dramática —dice Bilis—. Sedayne se ha detenido, se apoya en su
bastón y mueve su mirada a lo largo de la fila. Ahora comienza de nuevo.
“Serán Apotecarios, los primeros cuidadores de la carne. Durante los
próximos nueve meses, trabajarán bajo mi mando. Estos hombres y
mujeres les enseñarán. Aprenderán de aquellos que los crearon. Somos, en
cierto sentido, sus madres y padres.” Sedayne sonríe. Labios delgados
estirados sobre grandes dientes amarillos. El hombre es horrendo con la
edad. Nosotros éramos perfectos y él no lo era. Me disgustaba. Tenía
mucho que aprender. “Cuando su entrenamiento esté completo” —dice
Bilis, continuando transmitiendo las palabras del director—, “volverán a su
Legión y entrenarán a otros de su tipo. Solo a ustedes les ofreceremos
nuestro conocimiento directamente. Será su solemne deber transmitirlo.
Este es su honor, ser los primeros de su tipo.” —Bilis se detiene—. De
nuevo hace una pausa, impresionado por su propio discurso. Camina de
regreso por la fila. “Han sido seleccionados cuidadosamente”, continúa
diciendo. Recuerdo ahora que le gustaba hablar. “Todos ustedes tienen
alguna experiencia en las artes medicinae, o han mostrado aptitud o
interés en la medicina de campo de batalla.” Sedayne se ha detenido frente
a mí. “Algunos de ustedes tienen más experiencia que otros”, dice,
directamente a mí. Me mira tan de cerca que tengo el primer atisbo de
duda, y me pregunto si el viejo sabía de las teratologías de mi juventud.
¡Pensé que era débil! Siento el miedo de mi yo más joven. Soy yo quien es
débil. Sedayne mira dentro de las lentes de mi casco. No habría sido capaz
de ver nada, pero siento su mirada perforando la mía, y mi joven yo lo
encuentra bastante incómodo. Estoy contento cuando el director continúa
por la fila. “Serán cirujanos, médicos, los garantes del futuro de su Legión,
pues les corresponderá a ustedes monitorear a sus compañeros por
aberraciones y preparar a la próxima generación para la guerra.” Se detiene
cerca de la puerta, entre su gente. “De alguna manera, se convertirán
ustedes mismos en padres, de la única manera que pueden.” De nuevo,
nos ofrece su horrenda sonrisa.
Las palabras de Bilis y Sedayne se mezclan, hasta que incluso él no está
seguro de cuáles son las palabras de quién. No puede decir si él las está
diciendo, o si el Hermano Fabius lo está, o si se las está diciendo a Porter.
Los huecos en el cielo son más grandes. La indignación de los fantasmas es
mayor. El peligro de fuga se cierne amplio a su alrededor, una boca gigante
lista para cerrarse de golpe.
—”Las ciencias en las que los instruiremos los pondrán a prueba, incluso a
ustedes. Algunos de ustedes no tendrán éxito. Si regresarán a su Legión
con un nuevo propósito, o serán enviados de vuelta a la línea de batalla, no
será decidido por mí, sino por ustedes y sus esfuerzos. ¡Para aquellos que
elijan tener éxito, un mundo de nuevas maravillas los espera!”
El cielo se está rompiendo. La oscuridad se mueve en corrientes
misteriosas. Cosas lo observan con ojos llenos de odio. El mundo se arruga,
arde, se contrae sobre sí mismo hasta que solo queda Sedayne, blandiendo
su bastón como un charlatán de algún mundo olvidado.
Hay una duplicación de imagen sobre el director. Él parpadea, y Bilis ve a
Belisarius Cawl superponerse sobre el viejo, y ahora es el archimagos quien
está hablando.
—”¡Ahora entren a nuestra instalación y prepárense para aprender los
secretos del mismo Emperador!”
El mundo es la puerta, la puerta es el mundo.
Se abre, y un vendaval de gritos sale disparado.
Bilis grita con ello.
Es acosado por las cosas que él continuará creando.
Cawl ríe.
Regresa la oscuridad.
Bilis se contorsiona en sus ligaduras cuando recobra la conciencia, Porter
aún está en proceso de retirar la sonda de su cerebro. Si Bilis hubiera
estado más lúcido, habría percibido el miedo en ella. Su cabeza estaba
asegurada. De otra manera, habría muerto. Pero ya no comprendía estas
cosas. Todo lo que sabía era la irritación de los nanocables en su cerebro y
el toque húmedo de los muertos.
La interfaz neural emite tres pitidos. Los cables están preparados para
retraerse.
Bilis ruge. El metal se lamenta. Su brazo izquierdo se libera. Lo agita,
haciendo que Porter retroceda desde la cuna sobre la cuba. Golpea las
otras ataduras. Los tornillos que sujetan su cabeza desgarran su piel.
—¡Espera, mi creador! —grita Porter.
Ella evade su puño furioso, atrapa y desvía otro golpe. Podría haberle roto
el brazo, pero se sumerge en el metal para evitarle daño.
Presiona el último botón de la consola.
La máquina emite una serie de sonidos y los cables se retraen,
enrollándose en una docena de pequeñas bobinas. Fragmentos de
sustancia se acumulan alrededor de los orificios mientras los cables se
limpian al retraerse. Bilis sufre un ataque violento y su cuerpo se tensa.
Siente que podría atragantarse con su lengua. El color y el sonido inundan
sus sentidos. El frío beso de un hipospray en el cuello suaviza su tormento
y queda sin fuerzas.
—Creador, creador, ¡mi creador! —susurra Porter. Siente las manos de ella
en su cuero cabelludo, ajustándolo en su lugar, y luego en la frente,
secándole el sudor.
—Estoy vivo, vivo —dice Bilis, sorprendido por la debilidad de su propia voz
—. Deja de tocarme y libérame.
—Por supuesto —dice Porter. Se apresura con las correas y luego gira las
cadenas para separar el contenedor del tanque de suspensión. Presiona el
botón para cerrarla antes de ponerla en posición vertical. Bilis cae sobre
ella y ella le ayuda a sentarse.
—¿Qué ha pasado? —pregunta Porter. Le pasa una dosis de revivificación.
Bilis la consume rápidamente y su cuerpo burbujea con la reintroducción
de elementos vitales quemados por la fiebre.
—¿Cuánto has oído?
—Mucho, milord, pero no entendí casi nada. No sabía si me hablabas a mí
o si me transmitías las palabras de otro.
—Entonces te haré un resumen. Recordé un momento de hace mucho
tiempo, el día en que me eligieron para ser apotecario. Conocí a uno de los
hombres que me enseñaría.
—¿Sedayne?
—Sí.
—Había una puerta. Una puerta al inframundo —dice ella, con los ojos
abiertos por el asombro, aunque él había eliminado de sus Nuevos
Hombres todo impulso religioso.
—Sí, la puerta del inframundo se abrió y entramos. Y mi memoria se
detuvo con la misma firmeza que un segmento de video corrupto —suelta
una pequeña carcajada—. Ahora recuerdo vagamente a Sedayne. Solo me
encontré con él un par de veces durante mi entrenamiento, pero esos
encuentros tuvieron su impacto. Es sorprendente recordarlo. He perdido
muchos recuerdos. Experimentar algo de hace tanto tiempo, y con tanta
claridad, ahora...
Sus ojos se cierran.
—¿Mi creador? —pregunta Porter.
—Vi algo. Vi a Cawl, claro como el día, superpuesto sobre Sedayne.
Palpa su cuero cabelludo. La sangre se ha coagulado. Sus células Larraman
están trabajando, al menos. A menudo eran lo primero en desaparecer,
cuando los clones comenzaban a sucumbir a la plaga.
—¿Por qué?
Bilis respira profundamente. El dolor está cediendo, pero estaría
agradecido cuando el cirujano estuviera de nuevo sobre él, nutriéndolo
con su icor vital.
—Escuché una historia sobre Cawl, hace mucho tiempo, que no es un
hombre, sino varios. Que fue discípulo de algunos magos que habían
aprendido los secretos de la transferencia de almas, y que ha utilizado
estos conocimientos, prohibidos, naturalmente, para mejorarse a sí mismo.
—No comprendo.
—¿Es plausible que Cawl y Sedayne sean una misma entidad? —se
interroga Bilis—. Es intrigante. A Cawl no lo conozco, pero a Sedayne sí. De
ser así, ostentamos una ventaja. La interrogante radica en: ¿cuál es el
origen de esta revelación?
—¿Será mera coincidencia? ¿Crees en tales casualidades, mi creador?
Bilis emitió un resuello desdeñoso.
—Por supuesto, Porter. Aquellos que encuentran un matiz místico en las
coincidencias son simples ilusos. Eventos ocurren simultáneamente a
otros; tal es la esencia de la realidad. Pero mantengo mis reservas sobre las
coincidencias. Los sucesos pueden ser manipulados. Los recuerdos,
invocados.
—Quizás fue la puerta aeldari, mi creador, en el mundo extinto— sugirió
ella.
—Ah, astuta, muy astuta, Porter.
—Quizás— musitó él —. Alguien o algo pudiera estar intentando
transmitirme un mensaje. Algo menos críptico habría sido apreciado. Una
carta, quizás—. Bilis obsequió a Porter con una sonrisa, y ella respondió
con una mirada de incomprensión. Se cuestionó si haber excluido el
sentido del humor de sus creaciones habría sido un error.
—Podría haber sido más eficiente, mi creador— comentó ella.
—Desconfío de aquellos que se deleitan hurgando en las mentes ajenas, y
no se puede desconsiderar la interferencia de los así llamados dioses, que
buscan hacerme danzar a su ritmo —expresó con una mueca de
desaprobación—. Pero, independientemente de su origen, aquel recuerdo
era íntegro y real. Conocí a Sedayne. Era impulsivo, autocrático, pero
paternal... Y era vanidoso, excesivamente vanidoso para abandonar su obra
voluntariamente. Usaba el conocimiento para sus propios objetivos, lo cual
me lleva a reflexionar: si Sedayne poseyera el Sangprimus Portum, ¿cuál
sería su propósito? —hizo una pausa—. La creación de Cawl, el guerrero
Primus… —sus pensamientos parecieron distanciarse.
—¿Qué sucede con él?
—Tengo una conjetura— reveló Bilis, pero no añadió más.
—¿Se evapora el recuerdo, mi creador?
—Se desvanece— admitió Bilis —. Tal vez perdone al responsable de este
episodio, ya que me ha brindado un insólito entretenimiento. Raramente
algo logra sorprenderme. Sin embargo, conviene mantener la vigilancia.
Desprecio ser un instrumento ajeno.
Los vocoemisores zumbaban en el techo. Era asombroso que aún
funcionaran, considerando que el Vesalius había permanecido sin
renovaciones por centurias.
—Mi señor Bilis, lamento la interrupción, pero estamos próximos a nuestro
destino. La salida de la disformidad está prevista en tres horas.
—Entonces, ejecute la orden cuando sea pertinente. Retorno al materium
a su discreción.
—Como usted ordene, mi señor—. La voz se desvaneció.
—Una cosa a la vez —aconsejó Bilis—. Ghordrenvel nos aguarda. Debemos
alistarnos. Primero, atendamos esto —Bilis aplicó presión sobre su cuero
cabelludo desprendido, provocando un estremecimiento.
Porter tomó una grapadora de carne, ascendió sobre una caja de acero y
procedió, con cautela, a reajustar el cuero cabelludo en su posición
original.
Bilis emitió un suspiro mientras su carne era meticulosamente cerrada.
—Llama a Brutus, Porter. Ambos me acompañarán. No me adentraré solo
en el antro de esta mente desquiciada.
CAPÍTULO SIETE
UN VISITANTE PROBLEMÁTICO
Jugaban en el Grandioso Archivo Necrón de Cawl, pues era el sancta
sanctorum donde Cawl agasajaba a su ilustre invitada. Un resplandor de un
verde neón, fantasmagórico, emanaba de incontables reliquias saqueadas,
bañando el entorno en una luminiscencia ominosa. La luz reverberaba
sobre los restos de la antigua piel de Cawl, proyectando una imagen de
morbidez insuperable; pero, en verdad, ¿quién entre nosotros no hallaría
la más abyecta de las flaquezas en los pliegues de la carne? Un reloj
austero delineaba los interludios entre Cawl y su huesped. En el ambiente
resonaban las fluidas melodías de Bak, ecos de solemnidades barrocas que
atravesaban los milenios, pero ni ellas ni el tic-tac perturbaban el zumbido
omnipresente de maquinarias antiguas.
Cawl y su convidada inauguraron su contienda en un tablero de regicidio.
Pronto descubrieron la simplicidad del juego y, ávidos de un desafío más
formidable, se expandieron a dos, tres, siete y finalmente a veintiún
tableros. No era una progresión arbitraria; Belisarius Cawl poseía una
fascinación peculiar por los números primos y semiprimos. Con cada
movimiento, el juego florecía en complejidad, con Cawl orquestando una
sinfonía de variaciones históricas, hasta que cada una fue dominada en una
danza de estrategia improvisada, abandonando los confines de los tableros
físicos.
La iteración culminante era una oda a la singularidad, tintada de un aura
potencialmente letal. Un enjambre de escarabajos necrones, doblegados y
sometidos, flotaban en la intersección de miradas entre Cawl y su invitada,
cada uno una pieza del ajedrez mortal. Un tablero etéreo, delineado por
láseres del grosor de un suspiro, brillaba con la firmeza de una realidad
inquebrantable. A primera vista, el juego parecía un reflejo familiar de las
normas, despojado de capuchas ominosas, sin la volubilidad de las
estrategias tellesianas, ni la salvaje arbitrariedad de divinitarcas y
primarcas.
—Las reglas de esta variante son transparentes —articuló Cawl—. Nos
alternaremos en la elección de las piezas, en una danza de estrategia y
dominio. Pero el control no es una prerrogativa concedida libremente.
Observarás que cada pieza, impregnada con el legado de tu imperio
blasfemo, será un campo de batalla por el control. Domina, y te moverás;
sucumbe, y permanecerás en la inmovilidad, quizás sufriendo un destino
aún más despiadado —una risa, tenue pero cargada de presagios, escapó
de sus labios.
Cawl había elegido para sí un semblante afable, conciliador, optimista. A su
adversaria, tales disposiciones le eran tan ajenas como las sombras al día.
Su naturaleza era una escultura inmutable de odio, tallada en los matices
intransigentes de la antipatía. Ser amable no amainaba las tempestades de
su desdén. Pero Cawl no había forjado su actitud en consideración a su
rival; era un elixir que nutría su propio ser.
—Inútil —murmuró su oponente, con la resonancia de un gruñido
profundo. Ante ella, Cawl había revelado el sarcófago, exponiendo la
formidable esencia de un criptotecnólogo necrón, una figura esquelética,
formidable, un cronomante revestido de antiguos misterios y tecnologías
proscritas. Su ser, tejido de metal y furia, se presentaba con una extraña
aura de feminidad, un eco de sorprendente humanidad en el vasto teatro
de su antagonismo.
—Primitivo —proclamó, destilando desde sus palabras una petulancia
inamovible.
Un orbe ciclópeo miraba desde su cráneo, tan imperioso como el día en
que fue creado. El metal parecía acero antiguo con decoraciones de cobre
engarzadas en el metal, más gruesas en las mejillas y en la insinuación de
una corona que surgía de su frente. Un manojo de cables se movía
alrededor de su nuca, como si fuera pelo. Aunque parecían formar parte de
la máquina, eran añadidos recientes de Cawl. A través de estos
dispositivos, un pensamiento del magos podía apagar al alienígena. A la
criptotecnólogo no le gustaba eso. Tampoco le gustaban los lazos de
energía verde que encadenaban sus manos, cintura y pies dentro del
sarcófago, una adaptación bastante burlona de la propia tecnología de los
necrones. Un brillo del mismo poder alienígena en el aire entre Cawl y la
criptotecnólogo marcaba su campo de contención. Cawl estaba siendo
cuidadoso, a pesar de su cultivado aire de temeridad. Si conseguía liberar
sus extremidades, no pasaría del campo. Si pasaba el campo, todavía lo
protegía la jaula mental.
—Vamos, adentrémonos en esta versión del juego —invitó el archimagos
—. Un delicado vértigo de peligro lo sazona con perfección. Nos hallamos
en un tablero de equilibrios precarios, ¿no es así? En esta arena cualquier
cosa puede pasar.
—Haz tu jugada. Finalicemos esta farsa y permíteme descansar —propuso,
anhelando un respiro.
—Qué cortesía —respondió Cawl, imprimiendo su voluntad sobre la
primera pieza, manipulando sutilezas a través de la noosfera de la nave
para confundir a su adversario. La criptotecnólogo rastreó sus hilos de
datos, desencadenando una lucha efímera pero intensa dentro de las rutas
lógicas del primer escarabajo, posicionado como uno de los templarios de
Cawl. Una sutil turbulencia en los campos electromagnéticos del recinto
fue el único testimonio de su conflicto, una batalla tan fugaz y vehemente
como un relámpago. Un estallido resonó, seguido del olor a circuitos
cuánticos chamuscados; el único ojo del escarabajo se apagó,
precipitándose al suelo en un golpe sordo.
—Bien jugado —elogió Cawl, manteniendo una máscara de neutralidad
mientras se desarrollaba esta guerra simbólica. Cauteloso de no revelar
ningún atisbo de su estrategia, mantuvo a raya sus emociones, pues el
necrón se había vuelto hábil en descifrar sus expresiones. Aun así, una
calma pervadía su ser, acaso un ajuste predeterminado de cordialidad. Esta
tranquilidad le era grata.
La criptotecnólogo, por otro lado, estaba lejos de transmitir paz. Su
semblante, deliberadamente modelado para infundir terror, exhibía
iconografía universalmente asociada con la muerte: cráneos, oscuridad,
instrumentos de la siega. La criptotecnólogo encarnaba tales horrores, y a
Cawl le resultaba fascinante.
—Eres débil. Fracasarás —pronunció la criptotecnólogo, su voz flotaba en
una modulación peculiar, ni enteramente masculina ni femenina.
Seleccionó otro escarabajo, cuyas matrices de circuitos subatómicos
vibraron ante un nuevo enfrentamiento, propulsándolo abruptamente
hacia adelante.
—Un movimiento algo impetuoso —observó Cawl, escrutando la jugada.
—Deseo terminar pronto con tu irritante presencia —declaró la
criptotecnólogo.
—Tal rudeza es inapropiada hacia un huésped tan distinguido.
—¡Huésped! —replicó la criptotecnólogo con desdén.
Los ojos de Cawl se deslizaron hacia el semblante inmutable del necrón.
Quizás no sea la descripción adecuada, consideró. A pesar de su rostro
inerte, la criptotecnólogo infundió suficiente veneno en su voz para que el
término pareciera apropiado.
—Soy tu cautiva —aclaró—. Un invitado tendría la libertad de partir.
—Quizás —concedió Cawl—. Pero considera que las condiciones de las
cuales te rescaté eran menos favorables que las que encuentras aquí. Aquí
existe la posibilidad de vida. ¿Pero en esa fortaleza inquisitorial? Solo el
limbo —Se encogió de hombros, un gesto inusual para los archimagos,
independientemente de su número de extremidades—. La muerte habría
sido un despilfarro. Imagina todo lo que podríamos alcanzar juntos, los
descubrimientos que nos esperan. No eres mi prisionera, somos
colaboradores en una odisea de descubrimiento.
—Soy inmortal, una entidad más allá de tu comprensión —respondió ella,
elevando su tono—. ¡Soy AsanethAyu! Criptotecnólogo, la cronomante54
de la primera corte de Valdrekh. Frente a mi esencia, eres nada más que un
ser primitivo, sumido en una existencia mediocre, habitando un cascarón
de carne decadente y tecnología obsoleta.
La ira parecía hacer vibrar su unidad de voz, revelando las maravillosas
complejidades de su fisiología necrona. Cawl, fascinado, contempló la
posibilidad de desmantelarla para desvelar los misterios de su
funcionamiento interno.
—No somos iguales. Soy superior a ti. No eres más que un saqueador de
tumbas, un usurpador de secretos divinos. Eventualmente, te someterás
ante mi voluntad, rogando clemencia. Y en ese momento, te aseguro, no
habrá misericordia.
Su diatriba cesó, dejando el espacio inundado de un silencio tenso.
—A pesar de tus palabras, aquí estás, confinada, mientras yo me mantengo
libre —replicó Cawl—. En esta nave, nuestras circunstancias parecen
bastante equitativas —prosiguió su juego, desviando hábilmente las
maniobras de la criptotecnólogo.
—Si somos iguales, déjame libre —solicitó.
—No, no aún —respondió Cawl, inflexible—. No hasta que reconozcas mi
sabiduría y aceptes colaborar —dirigió su mirada hacia una máquina
majestuosa y enigmática, parcialmente cubierta por una lona—. Revela los
secretos de ese arca temporal y obtendrás tu libertad. Podrías incluso
considerar permanecer aquí, colaborando en futuros descubrimientos. Te
ofrezco mi palabra, no sufrirás daño alguno.
Ella desplazó una pieza, quebrantando su dominio con una facilidad tal que
él habría jurado que esbozó una sonrisa.
—Mentirosa. Ocultas algo. Me confundes. Si tienes que atormentarme con
tus intrigas simplistas, centrémonos en ellas para que finalicen pronto y yo
pueda descansar.
—Habría pensado que ya habrías descansado lo suficiente.
—Un millón de años en estasis es preferible a cinco minutos contigo,
mamífero intolerable. ¡Procede!
Cawl suspiró y eligió a su eclesiástico para avanzar. Era una de las pocas
figuras que podían moverse por encima de los ciudadanos prescindibles
que precedían a las piezas mayores. Era momento de adoptar una postura
agresiva.
Otra batalla silenciosa. Dentro del escarabajo, las puertas cuánticas,
construidas de fragmentos subatómicos, fluctuaban entre un millón de
estados posibles.
Esta vez no se retractará, pensó Cawl. Se esforzó un poco más. La
criptotecnólogo se tensionó. Un sutil dolor se anidó en la parte posterior
de su cráneo. Bak continuó con el juego. Algo cedió.
El escarabajo, designado como tercer eclesiástico, se desplazó con
suavidad hacia arriba y sobre el ciudadano que obstruía su paso. Cawl lo
situó en el centro del tablero.
—A esto lo llaman el gambito del traidor. Muestras tu verdadera
naturaleza. No puedo confiar en ti.
—Trazyn el Infinito confió en mí.
—Trazyn el Infinito está irremediablemente corrompido por la compasión
—declaró.
—Tu turno —incitó Cawl.
AsanethAyu se inclinó hacia adelante tanto como sus grilletes se lo
permitieron, y su imponente figura de dos metros se encorvó sobre sí
misma, asemejándose a una serpiente de acero. Luces verdes brillaban
bajo sus costillas expuestas. El resplandor de su imponente ojo inmóvil
barrió el juego y emitió un sonido a medio camino entre un suspiro y un
gruñido. Era un sonido extrañamente orgánico para ser producido por una
máquina.
—Fascinante —dijo Cawl.
AsanethAyu alzó la vista.
—¿Qué?
—Ese sonido. No es el tipo de ruido que emitiría una máquina.
—Yo estoy viva.
—No en el sentido convencional.
—Viva a pesar de todo. No comprendes la grandiosidad de la
biotransferencia55. Posees una definición de vida marcadamente
inadecuada. Si entendieras, te inclinarías y me adorarías como al ser
superior que soy.
—¿Por ser yo un primitivo?
AsanethAyu emitió otro sonido humano. Era casi como una risa.
—Proclamas adorar la perfección de la máquina. Aquí estoy, una máquina
perfecta, y los de tu especie solo buscan destruirnos. Qué ironía. Son una
raza inepta.
—Las máquinas alienígenas no son consideradas en la estimación de
perfección según el Sínodo de Marte —dijo Cawl—. Los Necrones son una
blasfemia. Imitaciones de la realidad. No son vida verdadera, sino
monstruos desprovistos de alma.
Su único y enorme ojo brillaba con intensidad.
—Mo-ron-ic —repitió, acentuando mecánicamente cada sílaba—. He
formulado mi estrategia. Este juego es de lógica pura, y yo soy un ser de
lógica pura. No puedes ganar. Tu vinculación a las debilidades de la carne
te pone en desventaja. Prepárate para ser aniquilado.
Las luces alienígenas de la unidad motriz de un escarabajo se iluminaron y
este se elevó por los aires bajo su comando, mientras Cawl perdía el
control sobre él. El propósito original de los escarabajos era mantener los
mundos tumba de los necrones y asistirles cuando despertaran. Ahora,
estaban bajo el dominio de Cawl, sometidos totalmente a sus órdenes, y
AsanethAyu solo podía utilizarlos con su consentimiento. Ese era el
objetivo de este juego, demostrarle que ni siquiera los necrones podían
resistirse a Cawl. Sin embargo...
El escarabajo se dirigió hacia el eclesiástico vulnerable de Cawl. Sus
delicados apéndices se movían con gestos rápidos y precisos, mediante
procesos que Cawl apenas comenzaba a entender. Estas pequeñas
máquinas eran verdaderamente asombrosas. Habían custodiado mundos
tumba durante millones de años sin fallos, un periodo que hacía que el
Imperio pareciera insignificante. Eran capaces de desintegrar objetos a un
nivel fundamental, donde no hay diferencia entre materia y energía. Sus
habilidades también abarcaban la creación, siendo capaces de tomar un
solo copo de nieve sin dañarlo y replicarlo infinitamente con perfección.
Esta vez, recurrió a sus capacidades destructivas. Rayos de luz recorrieron
la pieza de Cawl, reduciéndola a polvo, pedazo a pedazo.
—Fascinante —dijo Cawl.
—¿Qué es fascinante ahora? —refunfuñó AsanethAyu—. ¿Por qué todo
tiene que ser fascinante para ti?
—Tus autómatas. Son una maravilla.
Seleccionó a otro ciudadano con poca resistencia por parte de la
criptotecnólogo. Se dio cuenta de que era ineficaz cuando se enfadaba, y
su pieza avanzó con facilidad. El movimiento abrió el camino a su fortaleza.
Obvio, pero intencionadamente.
—Maravillas para los de tu clase inferior —dijo la criptotecnólogo—. Para
mí son las herramientas más simples. Algo que una forma de vida inferior
como tú podría equiparar a una roca. ¿Sabes lo que es una roca? —
AsanethAyu podía ser sorprendentemente sarcástica cuando quería.
—Eres muy lista, amiga mío. Sé lo que son las rocas.
—Es un riesgo dejarme acceder a ellas —Un tono socarrón dominó su voz
—. Incluso una piedra puede romper una cerradura.
—La vida sin riesgos es aburrida —dijo Cawl.
AsanethAyu hizo su siguiente movimiento, un movimiento inteligente,
liberando a un ciudadano de su tetrarca y dando a la pieza líneas claras de
movimiento por el tablero.
—Además, aún no te has escapado. Necesitarás algo más que una
metáfora desdeñosa para escapar de mi prisión.
—Aún tengo que intentarlo —dijo ella con altanería. Sus autómatas
volaron de repente hacia la cara de Cawl, extendiendo las mandíbulas con
agresividad y haciendo crepitar los campos de gauss. Tenían energías que
podían convertir su cabeza en átomos en menos de un segundo.
Pero no lo hicieron.
La llamarada destructiva murió tan pronto como empezó. Las máquinas se
detuvieron bruscamente, volvieron a cambiar a modo pasivo, ejecutaron
un giro de ciento ochenta grados y volvieron flotando a su posición en el
tablero delineado con láser.
—Ha sido un intento vergonzoso —dijo Cawl—. Juega ahora, vamos.
—No lo estoy intentando —dijo ella—. Serás muy consciente de mi
majestad cuando te arranque la espina dorsal, y entonces haré retroceder
las ruedas del tiempo, y lo haré una y otra vez, y te permitiré retener la
memoria de todo tu dolor anterior, ¡de modo que serás arrojado a un
bucle interminable de sufrimiento! Ese es mi poder.
—¿En serio? —Cawl la miró por debajo de la capucha—. Encantador —
dijo. Con una resistencia mínima por parte de la criptotecnólogo, hizo su
movimiento, exponiendo tanto a su emperador como a su emperatriz al
ataque, pero también dándoles la oportunidad de moverse libremente.
—El encanto es irrelevante. Tu raza es irrelevante. Sólo los necrones
persisten —Una breve lucha por el control de su segundo eclesiarca fue
librada y ganada por ella. La pieza se movió en diagonal hasta su posición.
Ella se sentó—. He terminado. Es tu turno.
Cawl estaba a punto de hacer su movimiento cuando uno de sus submagos
entró tambaleándose en la cámara.
—Mi señor archimago dominus —siseó el magos a través de un aparato de
voz sibilante que parecía las páginas de un libro abierto—. Ha llegado el
momento. El renacimiento ha llegado.
—¡Ajá! Biologis Vintillius. ¿Cuánto tiempo me queda?
—Siete minutos y treinta y siete segundos para que se complete el proceso
de despertar —dijo Vintillius.
—Ya veo. Ya veo. Gracias. Concluiré mis asuntos aquí y me reuniré contigo
enseguida. No dejes que despierte sin mí.
—Por supuesto, Primer Conducto —El mago hizo una reverencia y se retiró.
El inmenso cuerpo de Cawl se revolvió para mirar mejor al tablero.
AsanethAyu se puso rígida.
—Has cortado mi conexión con los autómatas—dijo—. Los necesito para
jugar —Tiró con fuerza de sus manos en forma de garra contra las
sujeciones energéticas. El verde brilló—. ¿Por qué? ¿Qué está a punto de
ocurrir? ¿Eres tan cobarde que me quitas mi habilidad en el momento de la
victoria?
—No volverás a necesitarlas hoy —dijo Cawl—. Estoy a punto de ganar.
—No lo harás. Tu arrogancia es increíble.
—Viniendo de una maestra de esa emoción como usted, me siento
halagada. Lo verás en un momento —esperó un instante. Bak estaba
alcanzando un crescendo. Cuando la música se aceleró, comenzó—. ¿Te
gusta mi música?
—Tocas a su ritmo. Eso te hace predecible —respondió ella.
—No te he preguntado eso. Te he preguntado si te gusta.
—La progresión matemática de los tonos es agradable, sí —dijo a
regañadientes.
—¿Entonces los Necrones tienen música?
—¿Qué especie no la tiene? —se encorvó ella—. La música necrona es
mejor que esto.
—Seguro que sí, pero reconoce que si esto te gusta, debes admitir que no
somos tan primitivos. ¿Verdad?
Su fortaleza se deslizó hacia afuera, junto a su eclesiarca, ambas piezas
dominando todo el tablero.
—Mate de tontos.
—¿De qué estás hablando?
—Ahí —dijo, señalando el tablero con varios apéndices pinzados—. Solo
puedes hacer un movimiento, y si lo haces, será un mate completo. Así que
es el mate del tonto —el escarabajo que representaba a la emperatriz de
AsanethAyu se volteó y cayó sobre el tablero. Admitió que derribarlo fue
una demostración innecesariamente dramática, incluso grosera, pero si no
podías divertirte un poco, ¿qué podrías hacer?
—Lo has hecho a propósito. Para humillarme —acusó ella.
Cawl se rió.
—Lo hice porque soy un gran fanfarrón —admitió—. Y lo hice porque
podía. No es fácil orquestar una victoria tan sutil como esta, y al ritmo de la
música, además.
—Desde luego que no —concedió AsanethAyu. La música terminó y Cawl
pudo oír el suave zumbido de los múltiples motores atómicos que
trabajaban para mover su cuerpo—. No volverás a conseguirlo. He
reconocido el patrón.
—La vida no consiste en reaccionar retrospectivamente —dijo Cawl—. No
se trata solo de patrones establecidos, sino de anticiparse a los patrones
futuros. Hay que mirar hacia adelante. Hay que inspirarse. Como yo.
—Humillar a tu prisionero es inspirador para ustedes. Son una raza
despreciable —escupió ella.
—Una raza despreciable es aquella que aniquila periódicamente a todas las
demás formas de vida de la galaxia en ciclos de un millón de años para
satisfacer su hambre antinatural —replicó Cawl—. Ser un poco travieso es
un delito mucho menor, en mi bien fundamentada opinión. En cualquier
caso, no intento humillarte, sino instruirte, mostrarte que tus prejuicios
contra mí están equivocados. Quiero que entiendas que soy tu igual.
Juntos, podemos ayudar a salvar esta galaxia. No tiene por qué haber odio
entre nosotros.
—No eres nada y serás esclavizado, utilizado, y el polvo de tus huesos será
dispersado en los vientos estelares.
—Eres bastante melodramática para ser un supuesto genio eterno, ¿lo
sabías, verdad? —Cawl, su cuerpo largo y fuertemente mejorado, se
desenrolló y su torso, más o menos humano, se elevó como un centauro
sobre el vehículo—. Pronto volveremos a jugar. Ahora debo irme. Tengo
otros asuntos que atender.
—Dime cómo lo has hecho —dijo AsanethAyu con suficiente urgencia
como para hacer sospechar a Cawl que tenía razón y que no deseaba pasar
más tiempo en estasis. Señaló el tablero definido por láser lo mejor que
pudo con su mano inmovilizada. Sus lazos de energía zumbaban con el
movimiento.
—¿Cómo gané? Práctica.
—No. Tu control. Ambos somos criaturas lógicas. Dime, ¿cómo puedes
privarme de mi propia tecnología tan fácilmente?
—Esa es la pregunta equivocada. No se trata tanto de cómo puedo hacerlo,
sino de por qué soy capaz —dijo Cawl—. Como me has dicho antes, hay
similitudes entre el Culto Mecánico y ustedes, los necrones. Mis
compañeros no lo ven, o si lo ven, lo niegan. Pero yo sí. Somos seres afines,
hasta cierto punto.
—Tal perspicacia es impresionante para un primitivo.
—¿Es sarcasmo otra vez? ¿De verdad? Fa...
—¡No te atrevas a compartir tu fascinación conmigo otra vez! —gritó
AsanethAyu. Su voz se distorsionó por la ira.
Cawl negó con la cabeza.
—Solo iba a decir que eres tú quien carece de entendimiento.
—Por favor, ilumíname, archimago percipiente —algo brilló en lo más
profundo de su único ojo de cristal—. Eso era sarcasmo —añadió.
—He ganado porque tengo alma. Puedo improvisar. Puedo correr riesgos
que tú no correrías. Hay algo más en mí que esta materia —se golpeó el
pecho con una de sus muchas extremidades—. Nuestro credo dice que la
carne es débil, y así es. Por eso nos esforzamos en mejorarla y sustituirla,
como desea el Dios Máquina. Pero abandonamos Sus dones numinosos
por nuestra cuenta y riesgo. Renunciar al alma es el gran pecado de mi
religión. El alma debe ser comprendida, no despreciada. Por eso no
estamos en el mismo camino. Los de tu clase renunciaron a sus almas, y
eso los convierte en monstruos. La mía nunca lo hará.
Con un pensamiento, Cawl activó el sarcófago. La tapa empezó a cerrarse.
—Esto es indignante, darte a ti mismo la última palabra encerrándome en
esto...
El sarcófago se cerró con una sonoridad definitiva.
—Supongo que lo es —dijo Cawl en medio del silencio—. Pero puedo hacer
cualquier cosa, porque soy Belisarius Cawl y tú eres mi prisionera. Ésa es
más bien mi opinión, que espero que pronto comprendas.
—Tú —dijo, reactivando los escarabajos. Los que estaban inactivos en el
suelo se encendieron y se levantaron en silencio, y juntos, como un
enjambre, giraron para mirarlo. —Despeja el espacio —ordenó. Miró
alrededor del abarrotado archivo, los monolitos que brillaban suavemente,
las máquinas medio desmontadas, las cajas rebosantes, los cajones llenos
de cráneos necrones corroídos y artefactos de valor incalculable
amontonados descuidadamente unos encima de otros—. Sé que no lo
parece, pero no soporto el desorden.
CAPÍTULO OCHO
UN QVO TRAS OTRO
Friedisch está a punto de morir. Un abismo vasto se cierne ante él. Lo
percibe como un mensaje cifrado: "tenías razón, la carne es frágil, ahora
puedes observar su vulnerabilidad". Ansiaba haberse fortalecido más, pero
el momento oportuno parecía esquivo. Ahora, el tiempo se ha consumido.
Una pistola bólter puede hacer muchos destrozos. Es un milagro que aún
respire; sus órganos se han convertido en una pulpa inerte. La agonía es
avasalladora, el ocaso de su existencia se perfila ominosamente,
visualizándolo como una sombra negra desplegada a lo largo de su
temporalidad.
Jamás Friedisch había sido tan perceptivo del tiempo.
El miedo atenaza a Friedisch, pero se siente distante, una emoción
poderosa envuelta en un manto de shock, sólido como los muros de una
fortaleza inexpugnable. Su mente se sumerge en el tapiz que yace bajo él.
¡Una alfombra adorna la habitación de su inminente deceso! En el Palacio
Imperial, en los resquicios del asedio de Terra, ¡hay una alfombra! Un
detalle que, curiosamente, lo sumerge en una ligera curiosidad.
Las fibras de la alfombra se vuelven monumentales, rivalizando con su
dolor. Son robustas y ásperas, pero portadoras de una suavidad resignada.
En ellas siente la esencia granulada de la devastación sembrada por Horus
en la ciudad. Una aniquilación tan absoluta que ni la más sofisticada
filtración aérea podría sustraer sus vestigios, incluso en tal opulencia
arquitectónica. Bajo la palma de su mano yace un relicario personal de
piedra pulverizada y cenizas mortuorias, una crónica silente de la guerra
inmortalizada en una alfombra. ¡Qué extraordinaria maravilla!
El suelo, su último santuario, se vuelve su horizonte definitivo y absoluto.
Su mente, en un errático desvarío, busca significado desesperadamente.
Imagina que muchos encuentran en el suelo un universo propio en sus
últimos momentos. Reflexiona sobre cuántas almas habrán exhalado su
último aliento sobre alfombras. Innumerables, conjetura.
Agradece la presencia de Belisarius, clamando por un recipiente
criogénico. Un alivio inunda su ser al saber que Cawl ha sobrevivido a la
fusión con Sedayne. Hay un océano de palabras que desearía compartir
con su amigo, pero la voz se ha esfumado de su ser.
La oscuridad se cierne, amenazante. El tiempo se suspende en su orilla
implacable. Más allá, el vacío es absoluto. Atraviesa este umbral.
Un intervalo sin tiempo lo envuelve. No parece haber continuidad
temporal. Percibe una transición en su existencia dentro de la cuarta
dimensión, una progresión incierta, inquantificable.
La sombra oscura retrocede. El Dios Máquina lo acoge en su seno, y una
renovada conciencia brota en él. Se halla sumergido en un tanque de
sustancia viscosa y revitalizante, conectado a un universo de máquinas a
través de un cordón umbilical artificial. Aunque el dolor persiste, ha
mutado. Descubre que un líquido inunda su boca, sus pulmones
despojados de aire. Una lucha sutil contra el pánico se desata. No está
sumido en la asfixia, y un suspiro de alivio lo envuelve. La muerte no lo ha
reclamado; Belisarius ha sido su salvador. Eleva un canto silente de gratitud
al Dios Máquina, pero el éxtasis de la supervivencia consume su devoción
momentáneamente.
Pero esta sensación es efímera. Su cuerpo ya no le pertenece, se siente
usurpado. Al momento de su muerte, aún residía en un receptáculo casi
original, salvo un ojo renegado que nunca coexistió en armonía con su ser.
Ahora, es una amalgama de metal, una transformación que supera las
demandas de sus heridas. No hay un flujo de oxígeno nutriendo su cuerpo,
la respiración se ha tornado obsoleta. Una perturbadora conciencia de sí
mismo lo invade, una alienación que su ser refuta.
Un tumulto sacude su cerebro, una tormenta inquietante. Permanece
estático mientras un caos efímero danza a su alrededor.
Las alarmas se calman. Una campanada resuena con autoridad, y todo el
líquido es drenado.

En la periferia del tanque, Cawl observa con una satisfacción


contemplativa, mientras el líquido revela la figura trasmutada de su
estimado Friedisch Adum Silip Qvo.
En rigor, no era Friedisch, sino una nueva encarnación de una estirpe de
replicaciones de Qvo, y su forma había sido redefinida desde el instante de
su muerte, pero Cawl no permitía que la realidad obstruyera el flujo de una
narrativa cautivante.
Le agradó lo que veía.
—Este podría ser nuestro mejor Qvo hasta el momento. Excelente labor,
Magos Vintillius, extraordinario trabajo —elogió.
Vintillius se inclinó con humildad.
—El mérito es completamente tuyo, archimagos —dijo con una respiración
contenida—. Yo simplemente ejecuto tu voluntad. Mi aportación es trivial.
—Eres excesivamente generoso —respondió Cawl, desviando el halago con
un movimiento de su mano mecánica—. Procedamos —ordenó—.
Elevémoslo.
Vintillius presionó un prominente botón en una caja de plástico. El fondo
del tanque ascendió hasta alinearse con la pasarela y se aseguró en
posición con un ruido mecánico contundente.
Friedisch recordó sus reencarnaciones en una bodega vastamente colosal.
Durante la mayoría de los diez mil años que siguieron a su primera muerte,
estuvo inundada de equipamiento, mientras Cawl dedicaba milenios,
largos y desolados, perfeccionando a sus Marines Espaciales Primaris.
Ahora, todo había desaparecido, dejando el espacio únicamente ocupado
por la cápsula de renacimiento de Qvo, permitiendo que el sonido de la
maquinaria reverberara a través de las gélidas y desoladas inmensidades,
agitando las neblinas de metalón remanentes de la monumental revelación
de la Fundación Última. Si los espíritus de las máquinas yacentes y apiladas
en los confines escucharon este clamor de acción, permanecieron en
silencio.
—No estoy completamente seguro respecto al ensamblamiento inferior —
dijo Cawl—. Parecía apropiado dotarlo de piernas, pero, ¿fue acertada tal
decisión? ¿Quizás deberíamos haber reconsiderado las orugas?
—Las piernas resultaron eficaces en los dos últimos casos —apuntó
Vintillius.
—Has hecho un buen trabajo con el rostro —elogió Cawl.
—Una modesta contribución. No me osaría cuestionar las decisiones de tu
genialidad, Primer Conducto.
—Eres muy cortés, Vintillius, pero aprende a recibir un cumplido, por favor
—Cawl se inclinó sobre el inerte Qvo—. ¡Despiértate! —exclamó con
fuerza.
—No muestra respuesta, Primer Conducto —informó Vintillius.
—Lo percibo, gracias. ¿Qué indican las lecturas?
—Es funcional, pero no muestra reacción.
—Ah, ¿fingiendo inercia, eh? —Cawl estimuló a Qvo con algunos
apéndices.
Qvo emitió un gemido y agitó una mano recién formada con debilidad. Los
pistones expuestos crujieron en su brazo.
Vintillius observó con aprobación.
—Y en el funcionamiento de Sus máquinas escucharás Su voz —recitó.
—Vamos —exhortó Cawl—. ¡Despiértate! —Pinchó a Qvo de nuevo.
—No me pinches, Belisarius —Qvo se agitó, elevando sus ojos, fatigados
por innumerables vidas.
—¡Ja! Siempre repites lo mismo, Friedisch —Cawl extendió un apéndice—.
Impúlsate con mis apéndices. Permíteme levantarte.
—No lo haré —replicó Qvo—. No soy Friedisch. Mi mente está saturada de
sus recuerdos, pero, a pesar de estar apenas consciente, tengo suficiente
lucidez para reconocer que no soy él, pues poseo los recuerdos de muchos
otros.
El triunfo de Cawl se vio empañado. Era una desilusión. Algún día, una de
estas creaciones se erigiría convencida de ser Friedisch, y en ese momento,
lo sería. Esa sería la prueba definitiva; entonces recuperaría a su amigo. Sin
embargo, había que extraer lo positivo de esta situación. ¡Este se había
acercado un poco más a la primera impresión!
—Muy bien —dijo Cawl a su creación—. Eres Friedisch Adum Silip Qvo y
también no lo eres, así que de cualquier manera, estás en lo correcto. Lo
cual, por cierto, significa que yo también lo estoy.
El último Qvo se sentó y se limpió el semblante, la única parte humana que
restaba, y la razón por la cual Vintillius había invertido en su creación.
—Si consideramos la última parte de tu contradicción, ¿qué soy yo? Estoy
seguro de que ya me he formulado esta pregunta anteriormente. No es la
primera vez, ¿cierto? Pero, concluyamos de una vez, ¿de acuerdo?
Ahí residía la esencia de Friedisch. Eso era reconfortante.
—¿Quién eres? —interrogó Cawl—. Esa es una pregunta complicada.
—He preguntado qué, Belisarius —su rostro humano se contrajo sobre su
cuerpo metálico y engrasado—. ¿Cuál es el número de esta iteración? Eso
es lo único importante.
—Prometedor, verte consciente de ti mismo tan rápidamente. Muy
prometedor. Eres Qvo-89 —dijo Cawl.
—¿Ochenta y nueve? Ochenta y nueve —Qvo-89 chilló, llevándose una
mano a la frente—. Por el Omnissiah, ¡no otra vez! Déjame seguir muerto,
Belisario —dijo mientras desconectaba su umbilical con un movimiento
hábil y practicado.
—Regresarás a ti mismo —aseguró Cawl—. Siempre lo haces.
—Te odio —pronunció Qvo, y aunque carecía de pulmones, tosió. Se puso
de rodillas mecánicas y se levantó pesadamente.
—Observa, eres tú. ¿Qué opinas de tus nuevas piernas? —preguntó Cawl
con una cierta urgencia.
—Esta vez poseo piernas —Qvo examinó sus extremidades y movió sus
pies—. La última vez las tenía, pero no siempre ha sido así. ¿Hubo... ruedas
alguna vez? No, pequeñas extremidades, si mal no recuerdo. Hubo una con
un propulsor de contra-gravedad defectuoso, estoy seguro.
—Ah, recuerdas eso. Mis disculpas —dijo Cawl.
Qvo frunció el ceño.
—Hay algo diferente esta vez... —dijo, pareciendo perplejo—. No recuerdo
la muerte de Qvo-88. ¿Qué sucedió? ¿Qué ha pasado con sus engramas?
—Bueno, ¿cómo podría explicarlo? —Cawl suspiró—. Qvo-88 aún vive, se
dirige hacia el Imperium Nihilus. Fue una orden del Primarca, algo
sumamente importante.
—¿Creaste a otro yo mientras uno aún funcionaba?
—Exactamente.
—¡No puedes hacer eso!
—Puedo hacer lo que desee, porque...
—Eres Belisarius Cawl, sí, sí, ya lo he escuchado antes —Qvo se lamentó,
llevándose una mano a la cara.
—Dime, ¿qué sería un Cawl sin un Qvo? —preguntó Cawl.
—No lo sé, pero un Qvo sin un Cawl al menos podría descansar en paz.
—Así eres, es muy propio de ti. ¿Verdad que sí? —preguntó Cawl a
Vintillius.
—No podría afirmarlo, archimagos —respondió Vintillius solemnemente—.
El Magos Qvo falleció nueve mil quinientos años antes de mi nacimiento.
—No soy yo. No soy Friedisch, ya que Friedisch está muerto, como este
mago ha destacado claramente —indicó Qvo-89.
—Supongamos que es cierto, pero eso no significa que estás muerto —
Cawl le sonrió con calma—. Relájate, no es la primera vez que manejo a
dos de ustedes simultáneamente, y cada versión nos acerca más al original.
Has resultado bastante bien, eres sin duda el más cercano a Friedisch hasta
ahora.
Si Qvo hubiera tenido un sistema circulatorio, habría palidecido.
—¿Estás experimentando conmigo?
—Así es. Parte de esto es lograr que vivas, propiamente, como tú mismo.
Esto implica una evolución continua hasta que la copia sea indistinguible
del original y, por ende, se convierta en el original.
La indignación de Friedisch emergió en Qvo.
—¿Experimentas? ¿Con mi mente?
—Más bien con tu esencia —Cawl continuó rápidamente antes de que Qvo
pudiera responder—. No es la primera vez que tenemos esta conversación
tras tu despertar. Verás, la conservación original de la mente de Friedisch
no fue perfecta y tú pereciste muy rápidamente. Además, hay un aspecto
espiritual que considerar, porque una vez que un alma está en la
disformidad, no está en buen lugar, así que debo mantenerla lejos de allí
y...
Cawl parecía algo inseguro. Las adaptaciones que había elegido para ese
día eran adecuadas para tratar con el necrón, pero en esta situación
necesitaba ejercer una autoridad más serena y compuesta.
—Pero yo no tengo cerebro —Qvo se agarró la cabeza—. ¡Esto es... una
máquina! Toda una máquina —Su horror aumentó—. Esto es una
abominación —Qvo se enfureció—. ¡Yo soy una abominación! ¡Mi mente,
yo! Soy... ¡una blasfemia!
—Ah, ¿quién lo dice? —dijo Cawl afablemente, porque no podía evitar
mostrarse afable en ese momento. Esto pareció enfurecer aún más al
reconstruido tecnosacerdote.
—Lo dice el Dios Máquina, Belisario. Has creado una inteligencia
abominable.
—No estrictamente hablando... Si quieres ponerle un nombre, eres más
bien un servidor muy avanzado. Hay algo de cerebro humano ahí dentro.
Un veinte por ciento de uno.
—¡¿Un servidor?! —se lamentó Friedisch.
—Ahora sí que hablas como Friedisch. Bien hecho, Vintillius.
—Gracias de nuevo —dijo Vintillius modestamente.
—Estoy muerto.
—Oh, vaya —dijo Cawl—. Y esto iba tan bien comparado con algunos de
los otros. Mira, estás aquí, ¿verdad? Yo diría que no estás del todo muerto,
basándome en esa evidencia. Estás pensando, ¿verdad? Tienes la mente de
Friedisch, en cierto modo, y sus recuerdos...
—Y los recuerdos de otras ochenta y ocho copias inferiores y blasfemas,
una de las cuales sigue viva. Quiero decir activa, quiero decir... ¡Belisarius,
qué has hecho!
—Estoy oyendo eso mucho últimamente. Te diré una cosa, si todo esto te
molesta tanto, cuando vuelva tu otro yo, integraré sus personalidades,
entonces no se sentirá extraño en lo más mínimo.
—Eso es peor, sólo puedes hacerlo matando a uno de nosotros.
—Si lo ves así, los estaría matando a los dos, pero no es así. Prefiero el
término mezcla. Mezclar, no matar. ¿Te parece bien?
Qvo se miró el cuerpo. Su cuerpo desnudo, goteante y mecánico.
—¿Podrías darme al menos una bata? —dijo con desánimo.
—Por supuesto —Uno de los tentáculos de Cawl descendió y arrancó la
prenda solicitada de los brazos de un servidor que esperaba en la cubierta
inferior.
—Gracias —dijo Qvo cuando Cawl depositó la prenda en sus brazos—.
Ahora, por favor. Necesito un poco de tiempo para ordenar mis
pensamientos. ¿Puedes dejarme solo?
—Ah.
—¿Ah?
—Lo siento, no puedo. El tiempo siempre escasea. El Emperador me lo dijo
a mí mismo una vez, más o menos.
—Me dan una túnica para cubrir mi cuerpo cubierto de baba, ¿y eso es
todo? ¿No puedes otorgarme unas horas?
—Tienes media hora. Eso es todo lo que suele hacer falta para que el resto
de tu experiencia acumulada se ponga al día, por así decirlo, y para que tu
personalidad se estabilice.
—¿Media hora? Te has convertido en un monstruo, Belisarius —Qvo se
encogió de hombros para ponerse la túnica, murmurando mientras se le
enganchaba en los ángulos afilados del cuerpo y se le pegaba al líquido
viscoso que lo cubría.
—También te darás cuenta de eso. A pesar de todo, no he cambiado
mucho —Agitó varios apéndices hacia otros tentáculos—. Vamos, amigo
mío. Tenemos trabajo que hacer.
—¿Qué tipo de trabajo sería, además de hacer amigos? —dijo Qvo.
—Oh, esa es buena. Es bueno tenerte de vuelta. Ya sabes de qué voy. Es lo
mismo de siempre, mi querido Qvo-89. Vamos a salvar a la humanidad, por
supuesto.
CAPÍTULO NUEVE
SEÑOR DE LOS DEMONIOS
El grupo de Bilis aterrizó en Ghordrenvel, a siete millas de los Salones de la
Carne de Undregundum, conforme las instrucciones del Primero Entre
Iguales. Las turbinas del Pájaro Carnicero gruñían en las llanuras mientras
reducían potencia.
La rampa se abrió. Bilis emergió, desprovisto de casco, anhelante de
respirar algo más que aire reciclado. Inhaló y frunció el ceño. Ghordrenvel
olía a prometio, metal caliente y carne abrasada. Había suficientes
partículas en el aire para activar su omofágea56, y su mente se inundó de
imágenes atroces de bestias torturadas y demonios confinados.
—Otro mundo contaminado por la disformidad —dijo Bilis, escupiendo
para liberar su boca del sabor del lugar.
—Pero no está muerto —Porter estaba a su lado, como siempre,
examinando el paisaje con ojos predadores. Ghordrenvel estaba repleto de
vida, de algún tipo. Extrañas criaturas mitad máquina, mitad animal
deambulaban por las llanuras, en manadas que alcanzaban los muros de
los Salones de la Carne.
—No están muertos —concordó Bilis—. Alguien aquí ha estado
experimentando.
—¿Qué son estos seres? —preguntó Porter, fascinado—. Nunca he visto
nada igual.
—Son experimentos infortunados. Construcciones cibernéticas —Bilis
indicó dirigiendo Tormento hacia una de las criaturas, un ente alto, de
extremidades pesadas, con un largo cuello de vértebras metálicas
conectadas por músculos crudos. Un cráneo de hueso auténtico coronaba
su longitud. Pareció notar la atención de Bilis y se volteó torpemente, sus
ojos biónicos parpadeando neciamente desde múltiples cuencas—. Una
fusión de animal y máquina.
—Entonces, son grotescos pero no peligrosos —dijo Porter.
—Son grotescos y peligrosos. Apostaría que, en lugar de una esencia
impulsora natural, estas criaturas tienen un Nunca Nacido57 implantado.
Son completamente antinaturales.
—Yo soy antinatural —dijo Porter.
—Podría decirse que sí, pero no de la misma forma. Tienes un propósito —
dijo Bilis—. Tienes libre albedrío. Cuando creé a los de tu especie, fue con
una intención. Tu autonomía y tu excelencia justifican mi decisión. Estas
criaturas son caprichos. Obsérvalas y verás la demencia del Caos. Debemos
proceder con cautela con este Primero Entre Iguales. Es probable que,
como muchos que buscan poder en la disformidad, esté convencido de su
iluminación, cuando la realidad es todo lo contrario.
Los subordinados de Bilis descendieron por la rampa, parpadeando al sol
con precaución. Se dispersaron, gruñendo estúpidamente, apaleando el
suelo y pateando montículos de hierba y desechos semienterrados en su
avance torpe. Bilis los observó, considerando si era momento de renovar
su fuerza laboral.
Un suave retumbo de un estruendo sónico vibró en el aire.
—Ya viene —dijo Bilis, mirando al cielo—. Cumpliendo la primera fase de
su acuerdo.
Un punto negro se expandió en el cielo. Las máquina-bestias-demonios
bramaron con desesperación. Algunos exhalaban humo y comenzaron un
trote frenético y errático, deteniéndose y reiniciando a medida que el
chillido de los reactores desacelerando alcanzaba un volumen atronador.
La nave del Primero Entre Iguales se deslizó por el cielo, buscando un lugar
adecuado para aterrizar. Se acercó al suelo, sus motores chamuscando la
hierba, antes de asentarse con suavidad.
—Vamos, Porter, no deseo dilatar nuestra estancia aquí. Tengo la impresión
de que toda esta misión podría resultar infructuosa.
—Como ordene, creador.
—¿Dónde está Brutus?
Desde la rampa del Pájaro Carnicero resonaron graznidos discordantes y el
clamor metálico de algo pesado siendo arrastrado.
—Manéjalo con cuidado —advirtió Bilis.
—Lo siento, creador —dijo Brutus, emergiendo a la luz del día bajo el peso
de una pesada criounidad, las cuerdas marcando sus hombros—. ¿Por qué
le traes un regalo a este señor, creador, cuando el magos dice que luchará
por nosotros?
—Es mejor tener control en cualquier situación. Prefiero que este señor de
los Marines Espaciales esté en deuda conmigo —dijo Bilis con sorna—.
Podrá ser un maestro de las construcciones demoníacas, pero ningún
Marine Espacial lo es sin su semilla genética. Lo descubrirá o perecerá.
La nave de Kolumbari-Enas empezó a abrirse, bajando su rampa. Ocho
mirmidones58 salieron, tomando posiciones alrededor de la nave. Bilis
instruyó a su cohorte de hombres bestia y constructos hacer lo mismo.
Aunque, realmente, parecía innecesario; el Pájaro Carnicero podía cuidarse
solo.
—Vamos —dijo Bilis, avanzando hacia la nave del Mechanicum Oscuro59—.
Nos estamos demorando demasiado. Deseo terminar pronto con la
tecnomancia y los hechiceros mediocres.

Las paredes eran elevadas, construidas de hueso y acero, extendiéndose de


horizonte a horizonte en una exhibición pomposa y sin sentido. Parecían
más un capricho, inútiles contra un ataque aéreo y excesivas para
mantener a raya a las máquinas demonio.
—Vanidad, arrogancia, condena. El camino es siempre el mismo —
murmuró para sí mismo.
—¿Desea dirigirse a mí, Señor Bilis? —inquirió Kolumbari-Enas.
—En realidad, no —respondió Bilis, avanzando con rapidez, sus piernas
transhumanas cubriendo el terreno agilmente. El Primero Entre Iguales lo
seguía con una leve cojera, pero sin mostrar incomodidad. Sus sirvientes
los seguían, primero los mirmidones y luego Brutus, cargando
estoicamente un recipiente genético.
Porter iba adelante, moviéndose en amplios arcos, evaluando las
potenciales amenazas de las bestias de Ghordrenvel.
—Si me permite la pregunta, ¿esa criatura es una de las suyas?
—En cierto modo —respondió Bilis mientras se aproximaban a las
murallas.
—Inicialmente pensé que era un xenos —comentó Primero—, pero es una
creación diseñada, humana, con un perfil genético fascinante. No soy
experto en manipulación genética, pero el arte es evidente. Es uno de sus
renombrados Nuevos Hombres.
—Ella es más que eso —intervino Bilis—. Es el futuro. Nos salvará a todos.
—La salvación solo se logra desentrañando los planes del Dios Máquina —
opinó Kolumbari-Enas.
—Una variación del mismo dogma. Los dioses nunca han salvado a nadie,
Primero Entre Iguales.
—Estoy en desacuerdo.
—¿Qué es este lugar para ustedes? —preguntó Bilis.
—El Señor Thrule es un coleccionista de bestias. Tiene en este segmentum
la más amplia colección de demoniformes tecno-orgánicos. Hago trabajos
para él a cambio de inteligencia y alianza en la batalla.
—No me digas que estos descartados y prófugos te pertenecen
—Negativo —dijo Kolumbari-Enas—. Son parte de sus trabajos. Yo le
enseño nuestras tecnologías para alimentar la alianza
—Yo siempre tengo cuidado a quién le enseño mis secretos.
—¡Exclamación! No soy tonto. Él obtiene solo los misterios más
descartables, los trabajos de menor valor que puedo ofrecer.
Al llegar a las puertas, se toparon con dientes vivos que se cerraban
firmemente. Parecían formidables, pero Bilis estimó que un bombardeo
corto las abriría sin problemas.
—Solo el suplicante podrá ingresar a los salones del divino Señor
Discordante Dandimus Thrule, por orden de él mismo, el glorioso, amigo
de los demonios, duque de las cuarenta y siete agonías, Señor de
Undregundum, vencedor de los Escudos Argentos, rey y señor del
immaterium y materium por igual. Inclínense ante su magnificencia y
teman —proclamó una voz.
El altavoz era un cráneo sangriento incrustado en las puertas, enmarcado
por la insignia del Opus Chaotica. Un espíritu máquina depravado habitaba
el dispositivo, una fusión de demonio y sensibilidad artificial, una
especialidad de los magos caídos del Mechanicum Oscuro.
Bilis miró a su alrededor.
—No veo magnificencia, solo un monumento a la narcisista y una máquina
insolente. ¿Me permitirás pasar? —dijo Bilis.
—¡Por proclamación de Thrule, ningún extraño puede pasar!
Las puertas exudaban un continuo flujo de viscoso lodo negro. Una legión
de pequeñas criaturas multipatas, compuestas principalmente por cráneos
humanos, se arrastraban alrededor de la puerta y las fortificaciones,
entrando y saliendo de húmedas guaridas excavadas en el hueso. Todos
tenían ojos vivos y giratorios, cada uno brillando con la locura de un alma
atrapada.
A pesar de la apariencia, los pequeños cangrejos eran resolutos, recogían
el líquido que escurría del bronce y el hueso y lo transportaban con
pequeñas extremidades delanteras en forma de cuchara. Los chillidos de
las crías hambrientas resonaban desde las guaridas.
—Esta recepción no es la que esperaba, Primero Entre Iguales —dijo Bilis
—. Esperaba algo de respeto.
—Mis disculpas, gran genetor —dijo Kolumbari-Enas—. Lord Thrule puede
ser caprichoso, sus reglas cambian constantemente. La última vez que
estuve aquí, podía traer a quien quisiera. En otra ocasión, las puertas
estaban abiertas y sin vigilancia. En otro momento, las murallas no estaban
aquí.
—Otro ególatra irritante —dijo Bilis—. Todos son iguales —señaló con
Tormento al guardián de la puerta—. ¿Realmente no sabes quién soy? —
preguntó Bilis al cráneo.
Los implantes oculares parpadearon.
—Eso no es una respuesta —dijo Bilis—. Habla —levantó a Tormento ante
él, apuntando con el extremo al ojo del demonio-dispositivo, como si fuera
una espada—. Harás lo que te ordene si reconoces lo que es esto. Sé que
alguien como tú temería el dolor que Tormento puede infligir tan
intensamente como un mortal.
El espíritu-demonio soltó una ráfaga de binario corrompido.
—Eres Fabius Bilis, Primogenitor, el Señor de los Clones, el Pater Mutatis —
balbuceó.
—Entonces abrirás esta puerta, demonio.
—No lo haré, porque así lo ordena Lord Thrule, ¡oh gran e infatigable
maestro de la glándula! —dijo el demonio.
—No tengo paciencia para esto —dijo Bilis, y pinchó al guardián en el ojo
con Tormento. Una luz púrpura brilló alrededor del cráneo en lo alto del
bastón. De sus dientes apretados brotó humo, y Bilis sintió que la cosa
aprisionada en el bastón se deleitaba. El guardián de la puerta lanzó un
grito sobrenatural que reverberó por la llanura. Las bestias se alborotaron,
pateando pezuñas metálicas contra el cielo turbio, y huyeron en
estampida.
Bilis torció a Tormento.
—¿Sientes eso, vil entidad? Ahora abre el camino y el dolor cesará.
La máquina-demonio gritó.
—¡Vas a pagar! Pagarás.
—Eso es lo que todos dicen —dijo Bilis.
Las grandes cerraduras de las puertas retumbaron y estas se abrieron hacia
atrás. Los cangrejos emitieron un siseo unificado.
—No ha sido tan difícil, ¿verdad? —dijo Bilis. El cráneo no respondió. La luz
del ojo que le quedaba se había apagado. El espíritu había retrocedido a la
máquina.
—Nos has puesto a todos en peligro —murmuró Primero Entre Iguales—.
Deberíamos proceder con más cautela. Thrule es peligroso.
Bilis se rió.
—Todos los Marines Espaciales que han abandonado el Imperio recurren a
mí, tarde o temprano, o sus ejércitos se desvanecen. Todos me necesitan.
Prefiero proceder bajo esa suposición, Primero Entre Iguales. Que todo el
universo me odie, no me importa. Los salvaré a todos. Solo mi visión, mi
voluntad, mi éxito importan. No me someto ante nadie.
—Excepto ante el Maestro de Guerra —dijo Primero Entre Iguales con tono
grave.
—Ni siquiera ante él —dijo Bilis—. Vengan, Porter, Brutus —ordenó, y
entraron en la fortaleza.

Caminaron por una área que no se diferenciaba mucho de las llanuras,


excepto por estar rodeada por murallas. Había una especie de foso
adelante, del cual emergía una nube de humo, y el suelo vibraba con la
actividad de la maquinaria subterránea, pero la hierba, los residuos
metálicos incrustados en la tierra y las bestias que vagaban sin rumbo, todo
permanecía como estaba antes.
—Los Salones de la Carne de Undregundum —dijo Primero Entre Iguales—.
Damos más pasos en el camino hacia la iluminación. Los misterios del Dios
Máquina serán nuestros.
Bilis rió amargamente.
—Los dioses no existen.
—La existencia de los dioses está probada. Su obra está a nuestro
alrededor. Estas bestias-máquina son producto de su generosidad.
Dispositivos del Dios Máquina, almas de los Nunca Nacidos.
—No he dicho que no existan. Se ha probado, sin duda. Es al nombrarlos
dioses en lo que se equivocan. Estos monstruos que adoras son nudos en
los músculos de la realidad. Son cánceres sensibles que se hacen pasar por
dioses, una enfermedad, y al apaciguarlos, gente como tú empeora la
enfermedad.
—Es cierto, seguimos la voluntad del Dios Máquina —dijo Primero—.
Descubrimos sus conocimientos. Somos sus servidores.
—La superstición no es ciencia. Ya sea la superstición del Nuevo
Mechanicum o la del Adeptus Mechanicus, sigue siendo superstición.
—¡Negativo! —dijo Primero, tan estridente que Bilis supo que había tocado
un nervio—. Los usurpadores de Marte Sagrado niegan la oscuridad del
universo. Sin oscuridad, no puede haber luz. Negar la disformidad es negar
la plenitud de la creación del Dios Máquina. Espíritu y materia trabajan en
tándem. Nosotros lo reconocemos. Por eso somos superiores.
—Pedantería religiosa —dijo Bilis con desdén—. ¿Qué quieres de Cawl?
—Nada. Tu recompensa es lo que buscamos.
—Bien. No creo que lo encuentres dócil. Es independiente, como yo. No
está en deuda con ningún amo. Nuestros métodos son diferentes, pero
nuestros objetivos son los mismos. Tengo más en común con él que
contigo.
—Conclusión verificable —repitió Kolumbari-Enas—. Los dos son maestros
genetores.
Bilis se detuvo, haciendo que toda la procesión se detuviera.
—Es un aficionado en las artes genéticas. Estoy seguro de que puede
diseñar un nuevo patrón de pistola bólter o de artesanía del vacío mejor
que yo, pero es un aficionado cuando se trata de asuntos de la carne. —
Bilis volvió a ponerse en marcha. Brutus dejó escapar un suspiro cansado.
—Inferencia extraída: ¿crees que podrías hacerlo mejor?
—Sé que puedo hacerlo mejor —dijo Bilis.
—Pregunta: ¿podrías reproducir el trabajo de Belisarius Cawl?
—En cantidades limitadas, ya lo he hecho, pero él tiene acceso a ciertos
materiales que necesito para cumplir las órdenes de Abaddon.
—Pregunta planteada: ¿qué materiales?
—Tiene el Sangprimus Portum.
—Recuperación de datos en curso —Kolumbari-Enas emitió un pitido. Una
luz blanca y fría brilló en el interior de su túnica—. Recuperación de datos
completada. El Sangprimus Portum contiene todos los datos restantes
relativos a la creación de los Marines Espaciales y los primarcas —Un poco
de asombro apareció en su voz llana e insensible.
—Así es —dijo Bilis—. Y con ella podré darle al Maestro de Guerra
exactamente lo que quiere.
—Interjección: podrás darle más de lo que quiere.
—Podría —dijo Bilis—. Si así lo quisiera.
CAPÍTULO DIEZ
UNDREGUNDUM
Undregundum era un abismo en la tierra. Vapores fétidos se elevaban a
intervalos irregulares, emponzoñando con su lluvia el área circundante al
hoyo. Arcos iris de sales cristalizadas formaban una costra sobre el suelo.
Las botas de Bilis las quebraban mientras el grupo se aproximaba. Llegó al
borde antes que sus servidores, antes que Kolumbari-Enas. El abismo
parecía no tener fondo. Los sistemas de su armadura analizaron el aire. Por
su visera corrían lecturas químicas que identificaban cobre, oro e isótopos
de yodo. Sus receptores auditivos amplificaban los tenues sonidos que
reverberaban desde abajo, transformándolos en el estruendo de la
industria. Había otros ruidos, más tenues, más desconcertantes, pero
familiares para alguien como Bilis: el sonido de los gritos.
—Ahí está el camino —dijo Kolumbari-Enas. Señaló con una garra metálica
el lado más alejado, donde unos escalones angostos y toscamente tallados
rodeaban el abismo y desaparecían en la oscuridad.
—Este hoyo no es la fortaleza de un notable señor de la guerra —dijo Bilis.
—Cambia —siseó Kolumbari-Enas—. Thrule es un fervoroso creyente. Está
altamente bendecido por los dioses. La mutabilidad de sus dominios es
una de las bendiciones que le han otorgado.
—Un loco, entonces —dijo Bilis—. En tiempos pasados podría haber
tomado este lugar en un instante —miró a su alrededor con desdén.
—Cuidado. Es poderoso.
—No lo es —dijo Bilis—. ¿Crees que ignoro la disformidad? El desdén por
los dioses no equivale a la ignorancia de sus capacidades, Primero Entre
Iguales. Transformar este lugar en un bastión defendible llevaría horas, con
hechicería o sin ella.
—Insistencia: te sorprenderías, y morirías.
—No eres la primera persona que me dice eso, y ciertamente estás
equivocado —dijo Bilis.
—Te recuerdo que estamos aquí porque no tienes a nadie que luche por ti.
Consejo: no te apoyes en glorias pasadas. Hoy en día tienes pocos amigos.
—Más vale que este viaje valga la pena —gruñó Bilis.
Se dirigieron a las escaleras.

Al cabo de un rato llegaron abajo y se adentraron por un pasadizo tan


estrecho que Brutus maldijo a su manera. El cirujano raspó la roca y la
máquina poseída extendió sus miembros para protegerse.
De repente, el pasadizo se convirtió en una gran avenida, flanqueada por
titánicas estatuas de Marines Espaciales. Al igual que el foso por el que
habían ingresado, el pasillo parecía ascender eternamente, y el techo se
desvanecía en la oscuridad, donde revoloteaban formas aladas.
—Nunca Nacidos —gruñó Bilis.
Las sólidas paredes entre las estatuas dieron paso a columnatas alineadas.
Bilis examinó la obra con ojo experto; aunque había sido modificada por la
mano del hombre, sospechaba que este lugar tenía orígenes xenos. Las
dimensiones se sentían erradas a los ojos de un humano, algo sutil pero
evidentemente, y en algunos lugares no se habían borrado los diseños
antiguos, mostrando a Bilis imágenes de escombros de humanoides de
rostro delgado y tipo desconocido.
Había Astartes Herejes patrullando las elevadas galerías. Llevaban
armaduras de un negro polvoriento, con los adornos habituales de los
renegados sin lealtad fija. No eran legionarios, sino desertores de los
Capítulos. Probablemente no debían mucha lealtad a su señor elegido. La
traición formaba parte del alma de tales criaturas, llevada a los Capítulos
como una semilla amarga, perdida por los programas de selección, para
florecer en la vida posterior. Estos descontentos se habrían sentido
atraídos por el poder de Lord Thrule, por la promesa de saqueo o, en el
mejor de los casos, por un interés común en las máquinas demónicas que
Thrule fabricaba. Sí, Bilis ya había tratado antes con hombres como Thrule.
Sus pequeños reinos rara vez duraban mucho.
Una inmensa puerta de bronce apareció repentinamente en la distancia,
como si se hubiera manifestado desde algún otro reino de la existencia.
Cuando Bilis y sus compañeros se acercaron, se abrió con un crujido
trascendental, revelando una cálida luz dorada. Las puertas se aceleraron
rápidamente, empujando a un lado una pared de aire que sacudió al
grupo, haciendo que la túnica de Kolumbari-Enas saliera despedida tras él y
que los estandartes que colgaban de los pilares se rompieran
violentamente. Las puertas llegaron al final de su recorrido con un gran
estruendo que sacudió los pasillos. Una nube de polvo cubrió a los viajeros
y el grupo de Bilis entró en la corte de Lord Thrule.
Emergieron a un vasto terreno circular cubierto de arena, con plataformas
elevadas a ambos lados, separadas del suelo por altas murallas reforzadas
con robustos pilares, entre los cuales se hallaban numerosos rastrillos de
hierro.
—¿Una arena? —inquirió Bilis a Kolumbari-Enas—. No me digas que tú
tampoco lo esperabas.
—La arena siempre está aquí —respondió Kolumbari-Enas.
—Estás nervioso. ¿Por qué? —preguntó Bilis.
—Recomendación: guarda silencio. Nos acercamos a Lord Thrule. Las
negociaciones delicadas tendrán lugar —advirtió Kolumbari-Enas.
La arena contaba con una elevada plataforma de observación. Sobre ella se
encontraban Thrule y sus principales secuaces; varios Marines Espaciales
renegados con armaduras excesivamente ornamentadas, sus rostros
desnudos desprendían altivez y crueldad. Entre ellos había acólitos del
Mechanicum Oscuro, de formas variadas. También había otros Astartes
Herejes, al fondo de la plataforma, inmóviles como estatuas. Más
demostraciones de poder, haciendo que los hombres permanecieran tan
quietos a la vista de todos. Aquí había ego, reflexionó Bilis.
Por supuesto, Thrule ocupaba un trono gigantesco y grotesco, lo
suficientemente cerca de la balaustrada como para mirar a través de las
arenas. Era un hombre desproporcionado, severamente mutado, con un
hombro más alto que el otro, la cabeza inclinada hacia un lado, la cara
oculta por una capucha y las piernas incómodamente estiradas hacia
adelante. Aún vestía una armadura de poder, aunque apenas le quedaba
bien. En algunos lugares se había deformado para adaptarse a su nueva
forma, en otros simplemente había cedido. Los conductos estaban
atascados en orificios oxidados que dejaban escapar un fluido negro.
Thrule era exactamente lo que Bilis había anticipado.
Los ojos de Bilis se desviaron hacia las puertas enrejadas. Podía imaginar lo
que podría emerger de ellas.
El grupo de Bilis se detuvo. Kolumbari-Enas se arrodilló ante el estrado de
Thrule. Hizo un gesto con la mano para que Bilis hiciera lo mismo, pero Bilis
no tenía intención de humillarse ante aquel duque de la nada.
—Oh, grande y poderoso Dandimus Thrule —entonó Kolumbari-Enas—,
como te prometí, te he traído al famoso Primogenitor, Fabius Bilis —
extendió la mano para señalar dramáticamente a Bilis.
—Ya veo —dijo Bilis. Y así fue. No era la primera vez que algún don nadie le
hacía desfilar para conseguir lo que necesitaba. Era un viejo juego.
Uno de los consejeros de Thrule se inclinó y susurró cerca de su cabeza.
Thrule hizo un gesto, dijo algo que ni siquiera el avanzado sensorium de
Bilis pudo captar. El ayudante asintió y se acercó a la balaustrada. Se apoyó
en ella, con los brazos abiertos, como un hombre seguro de su posición.
Bilis enarcó las cejas. El guerrero era enorme, calvo, con el rostro hinchado
por un poder oscuro y los dientes afilados. Su armadura era un derroche de
rostros de demonios lascivos bañados en oro; las toberas estabilizadoras y
las rejillas de ventilación de su mochila eran fauces. Pequeñas caras de
demonios adornaban cada nudillo.
—Lord Thrule exige que rindas pleitesía a su grandeza. Arrodíllate ante él
—ordenó.
—¿Y quién eres tú para pedirme que me arrodille ante nadie, guerrero? —
replicó Bilis.
—Soy Kurden Suun, el mozo de cuadra del amo y principal mozo de su
demónica casa de fieras —respondió con bravuconería.
—Eres un tipo llamativo. No me gustas —declaró Bilis.
—Te arrodillarás, Bilis. Eres un carnicero ambulante y sin amo. Estás en la
corte de Dandimus Thrule y debes...
Brutus soltó un resoplido apesadumbrado, sus pezuñas raspaban la arena.
Bilis levantó un dedo en señal de silencio y se volvió hacia su sirviente.
—Puedes dejarlo, Brutus —indicó Bilis. Brutus soltó un largo gemido de
alivio mientras se quitaba el recipiente genético de la espalda y se estiraba
los hombros.
—¿Qué decías, Kurden Suun? —inquirió Bilis.
El marine espacial frunció el ceño. Sus dedos blindados se apretaron,
raspando montones de arenilla de la barandilla.
—Debes arrodillarte —insistió.
—Por favor —siseó Kolumbari-Enas—. Haz lo que te dice. Explicación:—su
voz zumbaba horriblemente— Thrule es un señor orgulloso.
Bilis sacudió la cabeza.
—Sois piratas y rompedores de juramentos, ni diez entre vosotros podrían
igualar a un solo legionario de antaño. No me arrodillo ante nadie, Kurden
Suun —dijo, recalcando el nombre con desdén—. Y mucho menos ante
gente como tú.
Thrule emitió un gruñido húmedo y gutural.
—Entonces morirás —dijo el señor. Levantó un brazo malformado y lo dejó
caer.
El infierno se desató.
CAPÍTULO ONCE
COMPETENCIA ENTRE CREACIONES
Una fanfarria audaz permeó el aire. Los mecanismos de las murallas
vibraron y las puertas enrejadas ascendieron estruendosamente. La
oscuridad se cernía tras ellos.
—Qué predecible —dijo Bilis—. Porter, Brutus, no les otorguen a estos
insectos el deleite de verlos morir. Exterminen todo lo que emerja de esos
túneles —a través de un enlace neural, instruyó al cirujano60 para que
llenara su inyector xyclos61, suspendido de un gancho en su cinturón, con
necróticos rápidos y líquidos anti-psykana. De inmediato, el cirujano se
puso manos a la obra, los sifones situados en la parte superior de la central
eléctrica de Bilis extrajeron de sus reservorios químicos y mezclaron
rápidamente.
—Protesto, ¿qué estás haciendo? —balbuceó Kolumbari-Enas,
entrecortando sus palabras con un frenético tono de binárico—. ¿Ves lo
que has provocado? Esto es un suicidio.
—Si no supiera juzgar a las personas, ya estaría muerto —replicó. Clavó a
Tormento en la arena, desenfundó su pistola de cerrojo, comprobó el
cargador y la volvió a colocar en su sitio. Tras asegurarla, la guardó y agarró
a Tormento y la aguja. Desde el interior de los túneles resonaron rugidos
de dolor.
—¡Nos matarán! Yo ayudé a construir parte de lo que vendrá por nosotros.
Las máquinas de Thrule son invencibles.
—Nada es invencible —dijo Bilis.
Luces danzantes surgieron en la oscuridad. De las puertas que rodeaban la
arena emergió una multitud de máquinas horribles, de todas las formas y
tamaños, aunque todas tenían en común un aspecto espantoso.
—Maldito seas —gruñó Kolumbari-Enas.
—No me agrada que me mientan —dijo Bilis suavemente—. Intentas
atraparme en los juegos de mis inferiores.
—No es cierto.
—Tu cónclave no tiene poder. ¿Por qué si no te inclinarías ante este
hombre?
Los monstruos se acercaban sigilosamente. Bilis tenía los ojos fijos en la
puerta más grande, de la que aún no había salido nada.
—Este Thrule es un buen monstruo —admitió Bilis, observando las
máquinas demoníacas que se arrastraban por la arena—. Nos serán muy
útiles para nuestra misión.
Un ulular polifónico, a medio camino entre la explosión de un órgano y un
rugido bestial, emanó de la puerta más grande. Una nube de vapor
sazonado con los extraños aromas de la disformidad se expandió. El
resplandor de las bobinas de plasma la iluminaba desde dentro.
El mayor de los motores demoníacos atravesó la puerta.
—Incertidumbre, ¡si sobrevivimos a eso!
—Sobreviviré —dijo Bilis. Miró a Kolumbari-Enas—. Te aconsejo que te
armes.
Lanzando miradas angustiadas entre las criaturas y el Señor de
Undregundum, Kolumbari-Enas soltó una retahíla de improperios digitales.
Extendió las manos. A su alrededor aparecieron espirales negras de
energía, que se expandieron en esferas que estallaron como burbujas en
charcos de alquitrán. Cuando desaparecieron, Kolumbari-Enas estaba
armado, con una fundidora62 compacta en una mano y un cañón de
gravitones63 en la otra.
—Protejo, maestro —dijo Brutus, acercándose a Bilis con su hacha gigante.
—¡Porter, encárgate del grande! —ordenó Bilis. Los brazos del cirujano se
movieron hacia delante, en posición de combate, y sus taladros se
aceleraron—. Típico de estos egoístas —dijo Bilis—, dejarnos ver nuestra
supuesta perdición nos da tiempo para evaluarlos —miró a Kurden Suun—.
Yo que tú me pondría manos a la obra.
Suun sonrió.
—Que así sea.
Thrule levantó la mano y otro toque de trompeta puso en marcha a las
criaturas.
Los mecanismos se precipitaron al centro de la arena. Cuerpos fusionados
de metal y carne colisionaban con frenesí destructor. Cabezas carentes de
visión abrían bocas semejantes a hornos, expulsando aires abrasadores. En
la plataforma, los gritos se intensificaron y las apuestas se multiplicaron.
Kolumbari-Enas observó las altas puertas, y tras ellas, la libertad.
—¿Deseas tu recompensa, magos? No la obtendrás si escapas. Levántate y
lucha —pronunció Bilis.
—¿Qué alternativa tengo?
—Ninguna —respondió Bilis, y alzando una aguja, disparó. Un fragmento
de suero congelado se incrustó en las partes carnosas vulnerables de una
máquina. La piel vibrante lo absorbió todo, oscureciéndose al instante. Las
luces en sus ojos de cristalita titilaban erráticamente antes de apagarse.
Cayó en un revoltijo de metal, el alma demoníaca interior gritó mientras la
fórmula de Bilis, destilada de los cuerpos de un centenar de nulidades
psíquicas64, la despedazaba desde adentro.
—¡Ahora, Porter! —ordenó Bilis.

Porter saturó su cuerpo de oxígeno y energizó sus músculos hidrostáticos.


Su corazón resonó con latidos perfectamente orquestados. Su percepción
del tiempo se expandió, desacelerando el avance de la bestia que se
abalanzaba hacia ella, hasta que su movimiento pareció casi inexistente. Su
metabolismo ardía con la intensidad del esfuerzo, las aletas refrigerantes
en sus espacios intercostales se desplegaron, provocándole un dolor agudo
en las articulaciones, que se llenaron de sangre, siendo dirigida hacia los
intercambiadores de calor cerca de la columna vertebral, expulsando el
aire caliente por los espiráculos.
Su cerebro latía bajo el agobio del calor. Experimentaría vértigo al regresar
al flujo normal del tiempo subjetivo, pero los momentos ganados eran de
un valor incalculable.
El conjunto de motores demoniacos agitaba sus extremidades disparejas,
desplegando una muestra aterradora de agresión. Porter podía percibir el
aire saturado de una necesidad violenta, un torrente de hormonas tan
intenso que le provocaba una picazón en la nariz. Mantuvo su enfoque más
allá de la marea creciente de amenazas, manteniendo a la principal
amenaza dentro de su vista.
El principal constructo de Thrule era una entidad macabra y monstruosa,
una amalgama de cuerpos humanos centralizados, amalgamados o cosidos
juntos y confinados dentro de una coraza de acero. Las cabezas de esta
bestia, uniformemente calvas y desprovistas de ojos, ostentaban fauces
enormes llenas de dientes afilados. Sosteniendo su torso, patas
segmentadas similares a las de un crustáceo, cada una terminando en una
formidable garra metálica. Tentáculos espinosos emergían desde su
espalda. En una percepción normal, se agitarían con violencia, pero para
Porter, se movían con la suavidad de los tentáculos de una medusa bajo el
mar. Dos brazos incongruentemente humanos, de tamaño colosal, se
extendían a cada lado de su torso. La máquina, equilibrándose sobre uno
de ellos en su estado temporalmente congelado, avanzaba apoyándose en
sus nudillos como un simio gigantesco modificado. Thrule había sido
meticuloso en la selección de los componentes para su construcción. Un
aroma fundamental solo revelaba trazas genéticas de humanidad,
mezcladas con acero, aceite, fuego y plasma, emanando un olor
desagradablemente industrial. Predominando sobre todos los olores,
estaba el picante aroma de la corrupción demoníaca; el residuo semi-real
del Nunca Nacido encarcelado en su interior. El demonio atrapado había
distorsionado cualquier mecanismo que Thrule hubiera diseñado
originalmente, haciendo imposible discernir entre lo que era intencional y
lo que era el caprichoso producto del inmaterium. Carne y metal chocaban
con vehemencia, y corrientes de una sustancia etérea siseaban desde sus
conductos de ventilación, adoptando formas de rostros contorsionados
antes de desvanecerse. Existía dolor en su interior, tanto humano como
demoníaco. Dolor y furia.
Su única arma a distancia era un cañón de plasma pesado, pero
extraordinariamente potente. Las bobinas de carga brillaban bajo las placas
de carne decadente, la intensidad de la luz sugería una carga del setenta
por ciento. La máquina se encaminaba hacia Bilis.
Identificó las vulnerabilidades de la máquina antes de comenzar a
moverse. Su plan estaba formulado, su trayectoria definida. Desenvainó
sus espadas de duracero y sintió el suave roce de las vainas. Vivió toda una
vida en un instante, cautivada por esa sensación.
Mantenerse a tal distancia de los acontecimientos era una ardua tarea que
exigía todo de su sistema. Su cerebro se estaba sobrecalentando. Con un
solo pensamiento, terminó su distanciamiento, ralentizando su
metabolismo tanto como fue posible sin colapsarlo por completo,
reduciendo las frenéticas activaciones de su red sináptica a un ritmo más
sosegado.
La realidad retomó su ritmo con una tensión elástica liberada. Ya estaba
blandiendo sus espadas mientras su robusta musculatura la catapultaba
hacia adelante. Una de las bestias menores se dirigía hacia ella cojeando,
con mandíbulas unidas con titanio retumbando sobre un rostro compuesto
enteramente por ojos humanos. Giró su cuerpo en el aire, ejecutando un
salto elegante sobre su espalda encorvada y verrugosa, rozando las espinas
de hierro que protegían su columna vertebral.
No fueron suficiente protección. Porter desató un golpe descendente
mientras giraba, y su espada se deslizó entre las puntas dentadas,
dividiendo las vértebras con precisión quirúrgica, y la máquina-bestia
colapsó con un grito de furia, con sus cuartos traseros paralizados. Al
intentar darse vuelta, cayó muerta, el rostro quemado por el rayo fusión de
Kolumbari-Enas.
Porter continuó corriendo. Dos arañas más emergieron en su camino,
convergiendo frente a la gran máquina. Saltó nuevamente, utilizando
ligeramente el pie derecho en el brazo de una de las máquinas como
trampolín para propulsarse por encima de ellas. Aterrizó frente a la
principal amenaza y esquivó un potente zarpazo de una de sus gigantescas
patas que, aunque torpe, la tomó por sorpresa debido a su velocidad. El
puño golpeó el suelo con una fuerza tremenda, creando un cráter en la
arena. Una multitud de tentáculos se lanzó contra ella, forzándola a usar
sus espadas para liberarse. Una segunda mano la golpeó con la palma
abierta. Saltó nuevamente, aterrizando sobre la mano, y utilizando su
impulso para acercarse al cuerpo. Cabezas sin ojos chasquearon sus
dientes de metal mientras ella avanzaba hacia el cuerpo, apuntando al
cañón en su espalda.
Demasiado tarde. El cañón de plasma emitió un rugido y liberó un aluvión
de gases hipercalóricos atrapados en las bobinas de carga. Membranas
opacas cubrieron sus ojos para protegerlos del brillante resplandor del
disparo, lanzando una lanza de materia en un cuarto estado, caliente como
el núcleo de una estrella.
Su proximidad abrasó su piel. Tropezó cuando uno de los tentáculos del
ente la golpeó. Aunque desequilibrada, reaccionó instantáneamente al
contacto y maniobró para que una estocada potencialmente mortal
resultara en un doloroso rasguño cuando la extremidad pasó cerca,
abriéndole la piel con su arsenal de púas.
La sangre rica en oxígeno salpicó la espalda del monstruo con un rojo
brillante.
—Este es el único golpe que lograrás asestar —siseó. Rápidamente
reprimió el dolor y se movió con la masa del monstruo que intentaba
atacarla. Los cortes en las cabezas, despojando a una de ellas, lo
desconcertaron lo suficiente como para que pudiera evadir sus tentáculos.
Se dirigió hacia el cañón de plasma, que ya estaba recargándose para su
próximo disparo, y asestó golpes con ambas espadas mientras se deslizaba
bajo él.
El calor del arma formó ampollas en su piel. Pero sus espadas impactaron
con precisión: una desgajó el emisor bulboso del extremo y la otra aniquiló
la cámara de contención. La cámara, ya parcialmente llena, exhaló una
llamarada de energía desatada que incendió al monstruo. Cruzó los brazos
frente a su rostro, resguardando sus ojos, y con las espadas desplegadas se
defendió de los embates de los tentáculos. Sintió la proximidad del suelo,
pero no lo vio llegar, y aterrizó con cierta torpeza, pero convirtió su caída
en una voltereta y se levantó de un salto, con las espadas listas y
desplegadas.
El monstruo se retorcía, lamentándose en agonía, un coro de dolor
formado por las voces de los humanos corrompidos y los Nunca Nacidos
aprisionados. Mantuvo su atención fija en él, moviéndose ágilmente, y ya
recargando su sistema muscular hidrostático. Podía escuchar a Brutus rugir,
sumido en su frenesí sanguinario; podía percibir los rastros de aire caliente
de la fundidora de Kolumbari-Enas, y sentir las diminutas perturbaciones
de arriba abajo al disparar su cañón de gravitones. Pero no hubo ningún
indicio de Bilis. Ignoraba si su creador había sido impactado por el primer
disparo, una preocupación latente, pero se forzó a permanecer
absolutamente enfocada en la abominación mecánica, pues cualquier
distracción podría resultar en su propia ruina.
El fuego en la espalda de la máquina-demonio se consumió hasta
convertirse en cenizas. De su piel quemada emergía vapor de carne
abrasada. Rugiendo con furia, embistió contra ella, lanzando un puño hacia
adelante con el otro preparado para atacar. Porter permaneció
imperturbable. El puño desciende violentamente hacia ella, y ella se
esquivó, manejando su espada izquierda con destreza, liberando toda la
energía acumulada en su musculatura secundaria en un potente aluvión
justo antes del contacto.
Cuando el puño impactó el suelo donde previamente se encontraba Porter,
su espada seccionó con limpieza la muñeca del monstruo. El muñón se
separó del miembro cercenado, liberando un chorro de sangre aceitosa
antes de estamparse contra la arena. Incapaz de detener su ímpetu, la
máquina cayó ruidosamente; el brazo herido no resistió su peso y se
quebró con un sonido similar al de un árbol al ser derribado.
Porter saltó mientras la máquina intentaba erguirse y terminó
desplomándose en un revoltijo de extremidades. Se deslizó debajo de él
antes de que pudiera recomponerse. Sus espadas perforaron su oscuro
corazón desde abajo, un torrente de sangre fétida la envolvió mientras el
ente se convulsionaba y expiraba, cayendo sobre ella; solo la angulación de
sus múltiples patas evitó que fuera aplastada.
Se liberó y vio a Bilis, para su inmensa tranquilidad, con su inyector xyclos
lanzando venenos letales a las máquinas, causando que sus componentes
orgánicos se descompusieran rápidamente. Tormento oscilaba en su mano,
y cada contacto con él causaba que las máquinas se retorcieran de dolor.
Brutus estaba sobre uno de los artefactos demoníacos, atacando su
vulnerable núcleo con un hacha. Kolumbari-Enas avanzaba con
determinación por el campo de batalla, su cañón de gravitones reducía a
las criaturas de Thrule en densos conglomerados que caían pesadamente
sobre la arena, mientras que su fundidora vaporizaba a otras.
Ya quedaban pocos enemigos en pie. Estaban rodeados de cadáveres aún
humeantes. Escuchó un chirrido detrás de ella, el clamor del metal. Se giró
y vio cómo las cadenas que protegían el santuario espiritual de su presa
brillaban intensamente antes de quebrarse y despedazarse, y de cómo un
Nunca Nacido encarcelado emergió del centro de la máquina, una entidad
de luz oscura que vibraba y gritaba victoriosamente por su libertad antes
de evaporarse con un estruendo.
La cercanía de aquel ente la invadía de náuseas. Sus órganos psíquicos
dolían, habiendo logrado solamente mitigar de manera parcial el malestar
proveniente de la disformidad. Su visión fluctuó, sumiéndose ligeramente.
Liberó sustancias químicas en su cerebro e incrementó el ritmo cardiaco.
Tardó tres segundos en recuperarse y, cuando lo hizo, todo había
concluido.

Bilis repelió la última de las máquinas demonio, exponiendo la carne


engendrada por la disformidad. Les disparó a quemarropa con la aguja. Las
patas arácnidas se contrajeron sobre sí mismas mientras su alma era
aniquilada.
Un atronador disparo térmico de Kolumbari-Enas marcó la conclusión de la
batalla. Las máquinas destrozadas yacían dispersas sobre la arena. Brutus
colapsó emitiendo un gruñido. Porter exploró el terreno, asegurándose de
que todo estuviera efectivamente muerto.
—¿A qué viene eso, insensato? —dijo Bilis.
—No te dirijas así al señor de Undregundum —retumbó Kurden Suun.
—¿Eres de aquellos que nunca hablan por sí mismos, sino que se rodean
de brutos vociferantes que hablan por ellos? —cuestionó Bilis, aún
dirigiéndose a Thrule—. Deja a tus sicarios y dialoga conmigo
directamente.
El rostro descubierto de Kurden se tiñó de un rojo indignado, pero antes de
que pudiera responder, Thrule ya se había levantado laboriosamente de su
lecho de cojines, dejándolos marcados a su paso, y cojeaba hacia la
balaustrada.
—Vaya, así que el príncipe se mueve —observó Bilis—. ¿Te dignarás
también aclararme a qué se debió tal insulto?
Thrule soltó una carcajada. Era una entidad desfigurada por su obsesión. La
mutación corría descontroladamente por su cuerpo y su risa estaba
sofocada por la flema.
—Eres un creador de entidades —jadeó—. Soy un creador de entidades.
Quería ver a nuestras creaciones combatir. Qué espectáculo ofrecieron,
aunque debo admitir que tú posees más talento.
—¿Realmente necesitabas atacarme para llegar a esa conclusión tan
evidente? —interrogó Bilis.
—¿Cuánto pides por el guerrero? —Thrule elevó una mano deformada, sus
dedos fusionados y cubiertos de escamas, demasiado grandes para ser
contenidos por un guantelete. Un pulgar desproporcionado pendía
tristemente debajo del único dedo que apuntaba a Porter.
—No está en venta —afirmó Bilis—. Si intentabas impresionarme, has
fallado.
—No he fallado. Crearé entidades superiores. Aprendo de ti, gran genetor.
—¿Y si me hubieras asesinado?
Thrule se encogió de hombros. Sus hombreras chirriaron. Los mecanismos
de desplazamiento luchaban por ajustarse a su forma destrozada.
—Entonces habría tenido una historia magnífica para relatar: cómo asesiné
al Pater Mutatis con mis propias armas, demostrando ser el supremo
creador de monstruos.
Bilis observó con desdén a las bestias corrompidas por la disformidad que
yacían inertes a su alrededor.
—Imposible.
—Entonces no tenías nada que temer, y aún tengo una maravillosa historia
que compartir.
—Mi señor Thrule —Kolumbari-Enas avanzó sigilosamente y se arrodilló
nuevamente, como si Thrule no hubiera estado a punto de extinguir su
miserable existencia—. Hemos testado el poder del Señor de los Clones en
un enfrentamiento directo, la más veraz de las pruebas.
—¡Sí! ¡Sí! —Thrule aplaudió su deformada mano contra la otra, que a
pesar de todo permanecía intacta y, en comparación, parecía
extrañamente delicada—. ¡Qué extraordinario espectáculo, la batalla de las
entidades!
—Permiso concedido. Si me permites preguntar, ¿has tenido la
oportunidad de considerar mi solicitud? De luchar a nuestro lado contra
Belisarius Cawl.
El brillo maniático en los ojos de Thrule se desvaneció, siendo reemplazado
por una mirada calculadora y astuta que se posó sobre los restos de sus
facciones.
—¿Qué obtendré a cambio?
—Un botín supremamente exquisito. Cawl se dirige hacia un mundo
ancestral repleto de potencial. Abundante tecnología de una era
primordial.
Thrule fingió acariciar su barbilla. Su dedo desmesurado retiró hilos de
saliva de la parte inferior de su casco fracturado.
—¿Qué utilidad tienen para mí las antiguas máquinas? No.
—Ya había anticipado esto —dijo Bilis—. ¡Brutus!
El minotauro se erigió, portando su hacha, dejó caer el arma y se aproximó
al recipiente genético. Lo alzó, llevándola hasta donde se encontraba Bilis y
lo depositó en el suelo nuevamente.
El recipiente genético se abrió, liberando una ráfaga de vapor gélido y el
tintineo de frascos de muestras.
Thrule se inclinó hacia adelante con avidez, el frío resplandor azul desde el
interior de la carcasa iluminó su rostro destrozado desde abajo,
confiriéndole una apariencia aún más grotesca.
Bilis extendió su brazo.
—Aquí tienes suficiente material genético para duplicar la magnitud de tu
horda de guerra. No es el endeble material usado para los Adeptus
Astartes contemporáneos, ni la basura mutada que encontrarías en otros
lugares, sino un reservorio puro y robusto, destilado de lo mejor de las
antiguas Legiones —dijo con un tono cargado de un salvaje sarcasmo—.
¿Será esto suficiente para asegurarme tus servicios, mi señor?
El Astartes Hereje inmóvil al fondo de la plataforma se agitó por primera
vez. Todos se aproximaron para observar.
—Son riquezas, de hecho —croó Thrule—. Muy bien, Fabius Bilis. Has
comprado un ejército.
CAPÍTULO DOCE
EL MUNDO PLANO
El Zar Quaesitor desgarró la disformidad con aullidos de almas
atormentadas y estridentes chirridos metálicos. Las alarmas resonaban a
través de todas las cubiertas. En alguna parte, alguien lanzaba gritos de
desesperación. Polvo y detritus caían como cortinas entre los macizos
bloques de maquinaria: algo de pintura descascarada, algo de óxido, algo
de células de piel desprendidas por aquellos hombres y mujeres relegados
al olvido de la historia. Tuberías resquebrajadas vomitaban nubes de vapor
a lo largo de los pasillos. Cuadrillas de servidores se abalanzaban hacia las
zonas de mayor devastación, mientras equipos de extinción de incendios
cruzaban a toda prisa, revestidos con sus pesados trajes termorresistentes.
Alfa Primus se abrió paso a través del caos, empujando con determinación
a los servidores embargados por el pánico hacia la galería de observación
principal de la cubierta seiscientos doce.
—¡Apártense de mi camino! —rugió Primus—. Llevaba el casco puesto,
preparado para atravesar secciones expuestas al gélido vacío. Su
vocoemisor amplificó su voz a niveles atronadores, incrementando el
pandemónium de los sirvientes. Se esforzó en evitar aplastarlos, pero
algunos se encontraron con un cruel crujir de huesos al intentar escapar de
su sendero—. ¡Muévanse! —gritó.
La nave soportó otro violento sacudón. Primus se tambaleó, y una nueva
cacofonía de alarmas inundó el ambiente.
—Cawl —masculló, levantando la vista al cielo raso—. El magos siempre
tenía una inclinación hacia las salidas dramáticas de la disformidad. Un día,
tal espectáculo acabaría con la vida de todos a bordo.
Con un cambio a su vox, avanzó a través de una lluvia de chispas donde
servidores soldaban apresuradamente una fractura en un panel.
—Todos los comandantes militares, preséntense de inmediato en el
observatorio de la cubierta 6-12 —ordenó con autoridad Primus.
Una puerta cercana luchaba por abrirse, chocando contra su marco
deformado antes de cerrarse violentamente. Cada intento era acompañado
por gritos mecánicos provenientes de la cámara posterior, advertencias de
magos sobre una inminente falla de fusión. Un punto de un ardiente
naranja brilló en el metal mientras Primus pasaba.
Respuestas y excusas reverberaron a través de los altavoces, justificando la
ausencia de este maestro de clado o aquel líder en la cubierta 612. Primus
recibió cada explicación con una mezcla de desdén y frustración.
Se sumergió en la noosfera del Zar Quaesitor, extrayendo información vital
de los subinteligentes acerca de los daños. Interrupciones energéticas
asolaban dos docenas de niveles; la principal arteria de tránsito entre proa
y popa yacía destrozada. Importantes bancos de elevadores habían cesado
su funcionamiento. Existían veintiuna brechas en la atmósfera, nueve de
ellas en un nivel crítico.
—Esta nave no está apta para la guerra —susurró con una mezcla de dolor
y irritación. Atravesar el velo hacia el inmaterium siempre resultaba en una
tortuosa extracción de partes de su alma. Se sentía como si estuvieran
desgarrando su piel.
Cawl, pensó, había cometido errores, o quizás había sido excesivamente
ambicioso, dado que el espíritu de Primus no residía firmemente dentro de
su carne. No era una mera suposición; su visión especial revelaba una
disonancia, una aura irregular brillando alrededor de sus extremidades y
una doble imagen espectral de sus dedos acercándose a su rostro. Además
del persistente dolor infligido por su cuerpo mecanizado, el tránsito entre
reinos lo sumía en un malestar espiritual corrosivo que tardaba horas en
desvanecerse.
Como resultado, Primus aborrecía los viajes a través de la disformidad.
Un estremecimiento recorrió la nave, desde el inferior babor hasta el
superior estribor. Casi de inmediato, una nueva onda, más sutil, cortó a
través de la gravedad estándar de la nave de manera casi perpendicular.
A pesar del ruido y la conmoción en los niveles superiores, el arca se
encontraba prácticamente desolada. Años atrás, la vasta nave había sido
un hervidero de actividad. Innumerables Marines Espaciales Primaris
yacían en reposo dentro de sarcófagos de metal. Clados completos de
magos se hallaban inmersos en trabajos dentro de las áreas
manufactureras de la nave. Había laboratorios repletos de personal
especializado. Pero luego vino la cruzada, y las cifras se incrementaron
cuando Cawl marchó a la guerra acompañando al primarca. Skitarii
provenientes de docenas de mundos forja se unieron a bordo, junto con un
noble linaje de Caballeros Taranis del Sagrado Marte.
La mayoría se había esfumado. La mayoría de los recursos militares habían
sido reasignados por Cawl a la Flota Primus cuando abandonó la cruzada
principal. Muchos magos habían sido dispersados por la galaxia, asignados
a acelerar la culminación de su próximo monumental designio. Lejos del
fervor de actividad reminiscente a un hormiguero cerca de las áreas
dañadas, las bodegas que alguna vez rebosaban con Marines Espaciales en
reposo ahora yacían vacías. Los niveles destinados a la guarnición
permanecían sellados, acumulando polvo y olvido. Había espacios que
Primus hallaba siniestramente inquietantes.
Se regañó a sí mismo, irritado por el bullicio, perturbado por la ausencia
del mismo. Cawl, reflexionó, había logrado infundirle una permanente
sensación de descontento.
El observatorio de la cubierta 612 estaba más adelante. Las señales
luminosas sobre la puerta que advertían sobre brechas en los gigantescos
cristales blindados estaban apagadas. La alarma estaba en silencio. Los
botones de acceso en el panel de la puerta brillaban con un verde
prometedor. Todo indicaba que el observatorio había permanecido intacto
ante la disformidad.
Primus se hizo a un lado, permitiendo el paso apresurado de un minoris
transmecánico, seguido por una turba flotante de mecanismos reparadores
que emitían estridentes sonidos, conectados mediante finos cables a uno
de sus codos izquierdos. Al pasar, casi arrolla al Vástago Magnus, Barón
Roosev Maven Taranis de la Casa Taranis65, quien emergió de un pasillo
lateral justo en el camino de Primus.
Primus se detuvo abruptamente. El Vástago Magnus elevó la taza de
recafeinado66 de la que bebía y realizó un giro completo, luego sonrió.
—El plan de los tres en uno ha sido observado y reconocido. No he
derramado ni una gota —dijo, haciendo un gesto ceremonioso sobre la
copa.
—Barón —dijo Primus—, no le había visto.
—Parece que no —respondió Maven.
Maven era el más veterano entre los humanos estándar que quedaban a
bordo. No eran muchos para empezar, y la mayoría habían sido caballeros
de la Casa Taranis. Cawl había sido consumido por el deseo de aventuras
militares de los caballeros y comenzó a brindárselas al primarca en los
primeros años. Sin embargo, quedaban dos lanzas, la principal fuerza
militar del Zar Quaesitor.
—Hagámoslo correctamente, conforme a los ritos de mi casa —Maven se
puso de pie—. Saludos respetuosos y amistosos para ti, Alfa Primus, hijo
predilecto de Belisarius Cawl, de la casa de mis ancestros, Taranis el
Grande —dijo el Barón, luego inclinó la cabeza. Los altos cuellos de su
uniforme ceremonial mantenían su cuello firme—. Mi señor —dijo,
haciendo una reverencia elaborada mientras mantenía su taza de
recafeinado firme.
—¿Has terminado? —gruñó Primus—. No soy uno de los refinados ángeles
del Emperador. No tengo tiempo para tus rituales superfluos. Ni necesito ni
deseo tu reverencia.
—Veo que mantienes tu buen humor, Primus —dijo el barón. Aunque no
era particularmente anciano, ya mostraba signos de envejecimiento:
arrugas cerca de los ojos y la boca, cabello adelgazando, canas en la barba,
piel algo reseca. Parecía no darse cuenta de su propio declive.
Primus sentía envidia de su ignorancia.
Primus gruñó y continuó su camino por el pasillo hacia la puerta. El barón
comenzó a trotar para mantener el paso del gigante. Se movían
rápidamente, pero Maven no derramó ni una gota de su bebida, incluso
cuando otro temblor sacudió la nave. Sus brazos se movían con la precisión
de las armas de su montura en plena acción, manteniéndose firmes en su
posición.
—Hemos llegado temprano —dijo el barón.
—Buenos vientos en la disformidad —dijo Primus.
—Son una bendición rara en estos días —dijo el barón—. Debemos estar
agradecidos por la guía del Omnissiah, como en todo. Alabado sea el
Omniscentor.
—Si tú lo dices —dijo Primus—, pero ese escape me hace ser cauteloso al
cantar sus alabanzas.
Primus llegó a la puerta. Presionó el botón con tal rapidez que parecía que
golpearía la pared con su puño blindado, pero rozó suavemente la
superficie y la puerta se abrió con un sutil zumbido, un sonido casi
tranquilizador entre el estruendo detrás de ellos.
—Bienvenido, Alfa Primus, primero de los Primaris —resonó una voz
mecánica desde el interior—. Bienvenido, Vástago Magnus, Barón Roosev
Maven Taranis, maestro de los Caballeros.
—Alabados sean los tres en uno —respondió Maven.
—Así debe ser —dijo la voz.
Adentrándose, se encontraron en una sala obscura donde una extensa
galería de observación se inclinaba hacia un enorme vitral. Robustos
pilares y travesaños, tan gruesos como un Land Speeder, se alzaban hacia
el vacío, adelgazándose hacia el centro donde sostenían gigantescos
cristales de blindaje hiperdenso. Una inmensa cubierta blindada se cerraba
sobre la prominente ventana, dividida en dos hemisferios como enormes
párpados. Primus se acercó al panel de operaciones, cuyos controles
emitían la principal fuente de luz de la galería. Sus pasos resonaron en la
sala vacía, rebotando en las galerías adyacentes que conducían a las
cubiertas 613 y 614. Un gigantesco telescopio de latón se erguía desde el
centro de la galería principal, tan imponente como los pesados cañones
láser de las cubiertas de artillería del Zar Quaesitor, pero un millón de
veces menos práctico. Tecnologías como esa habían sido superadas hace
miles de años.
Primus reprimió una ola de irritación ante la absurda obsesión acumulativa
de los sacerdotes de la tecnología. Abrió la tapa del interruptor principal.
Al mover el dedo, sintió un dolor agudo en el brazo.
—Espíritu, ¿cuál es el estado del óculo?
—La integridad del óculo del observatorio es del cien por cien, oh señor —
respondió una voz.
Primus frunció el labio. Percibió una nota de sarcasmo en el espíritu de la
sala. La personalidad de Cawl permeaba todo lo que tocaba.
—Abre las persianas —ordenó. Accionó el interruptor y una serie de clics
recorrieron la gran cubierta de izquierda a derecha.
Pesadas pisadas resonaron entre el ruido de los equipos de reparación. La
luz del pasillo parpadeó y vaciló. Los pilares de soporte retumbaron con el
golpeteo constante del mantenimiento.
—¿Llego tarde? Supongo que no— dijo una voz sintética. El dataherrero
X99 Bolus, uno de los muchos adeptos seguidores de Cawl, hizo su entrada
en la galería. X99 era un ferviente apasionado de la robótica, y siempre
estaba acompañado por un autómata de batalla de clase Kastelan. Era él
quien originaba todo el estruendo.
—Llegas justo a tiempo, amigo mío —expresó Maven, mientras daba un
sorbo a su bebida todavía humeante—. La persiana aún permanece
cerrada. Primus estaba en proceso de abrirla.
—Ah, me agradan las revelaciones dramáticas —manifestó X99—. Sigma
Fidelis —ordenó a su máquina—, ubícate en la parte trasera de la sala. Haz
espacio para nuestros camaradas.
—Conforme —respondió el autómata.
Los servos emitieron un zumbido quejumbroso. El robot se movió
gradualmente, rotando primero la cabeza, seguido de los hombros, la
cintura y, finalmente, los pies. Escogió un espacio entre dos puntales, se
acomodó allí y ejecutó la delicada rotación mecánica, permitiendo que su
inalterable y brillante placa visual quedara orientada hacia el exterior.
—Tiene una presencia imponente —comentó Maven con aprecio.
—El arduo trabajo es constante. He dedicado el viaje a revisar su sistema
motriz y sus principales articulaciones. Estoy sumamente satisfecho con los
resultados —X99 poseía una personalidad cálida y vivaz, acorde con su voz,
aunque en contraste con su forma intensamente modificada. Su pasión por
la robótica era tan abrumadora que, en esencia, se había transformado en
un constructo, una maraña de pistones y cables. Se movía con rigidez, en
marcado contraste con la fluida y refinada operación de la venerable
máquina que lo seguía. Primus lo consideró un fanático, despreciando
partes de su cuerpo aún funcionales en favor de implementos mecánicos
suboptimizados.
—Agradezco tus elogios —dijo X99.
—Valoro todas las manifestaciones de máquinas de guerra y he
beneficiado del apoyo de Sigma Fidelis en el campo de batalla más de una
vez, dataherrero—señaló Maven—. ¿Qué piensas, Primus, sobre las
mejoras a Sigma Fidelis? —Maven sonrió cómplice a su compañero. A
Primus le parecía que, más allá de las máquinas, la irritante predisposición
juguetona de Cawl también afectaba a los humanos a su servicio.
Primus evaluó al Kastelan, una figura que lo superaba casi al doble en
altura, una máquina intimidante incluso para aquellos que se consideraban
superiores.
—¿Cuál es el propósito? —murmuró Primus con desdén—. Antes operaba
de manera óptima. Estas obsesiones que mantienes, décadas de
investigación, ¿a qué fin? Solo para ser finalmente desactivados y
abandonados en el vacío. Activa los mecanismos de cierre —ordenó al
genio loci.
—¡A tus órdenes, gran Primus, servidor del Conducto Principal!
—Silencio —sentenció Primus—. Limitate a obedecer.
El gemido de los generadores cobró vida en las paredes. Líneas de luz se
iluminaron a lo largo de la barandilla, en los soportes, en la base de los
balcones, lo suficientemente luminosas para guiar el camino de los
observadores, pero no tanto como para obstruir la visión del vacío.
—Veo que nuestro magnánimo protector se encuentra en buena forma
hoy —comentó X99, mientras se unía a Maven en la barandilla,
moviéndose hacia adelante con la torpe seguridad de una marioneta
descontrolada.
—Él es Primus —mencionó Maven, con una fusión de respeto y
atrevimiento.
La cabeza cilíndrica de X99 giró para mirar a Primus a través de uno de los
varios cristales rojos que fungían como sus ojos.
—Tú también pareces estar en perfecto estado funcional —dijo X99—. Una
de las obras maestras del Primer Conducto.
—No soy la obra maestra de nadie —replicó Primus.
En ese momento, más figuras empezaron a aparecer en las galerías del
observatorio: skitarii Alfas, maestros del escuadrón arqueoptor, más
dataherreros67, belluscogniscenti; una congregación de entes peculiares.
Se asemejaban a cualquier cuadro de mandos de las fuerzas del Adeptus
Mechanicus, pero estos eran discípulos de Cawl, y entre sus filas
abundaban los inconformistas.
El zumbido psíquico de sus mentes causó destellos de dolor en el cuerpo
de Primus. Se concedió un breve alivio del tormento físico, instruyendo a la
farmacopea de su placa de combate para que saturara su sistema con
analgésicos. Estos mitigaron el dolor de sus huesos, pero no pudieron
hacer nada contra la agonía de su espíritu.
Todos los líderes guerreros aún al servicio de Cawl no sumaban más de una
veintena, una asamblea escasa para un observatorio de tal magnitud, y
notablemente menos de los que alguna vez hubo. Primus sospechaba que
Cawl estaba adentrándose nuevamente en una de sus prolongadas etapas
de reclusión. Los indicios estaban allí, especialmente esa creciente
obsesión por la tecnología xenos. Cawl habitualmente se deshacía de
acompañantes superfluos antes de retirarse a sumergirse en sus estudios.
Un nuevo escalofrío se apoderó del Zar Quaesitor. X99 casi perdió el
equilibrio, sosteniéndose de la barandilla con sus manos metálicas
tridáctilas, seguramente muy inferiores a las que había poseído en su
nacimiento.
A Primus, en realidad, nada le importaba.
—Este sistema es un lugar tumultuoso. Abunda en ondas gravitacionales y
corrientes entrecruzadas. Representa un desafío formidable para los
archimagos, no hay duda sobre ello —expresó X99.
—Así me lo han hecho comprender —replicó Maven—. Será un
espectáculo digno de presenciar —otros temblores sacudieron la nave—. Si
es que no nos despedazamos en los próximos minutos.
—Todas las cerraduras están desactivadas, persianas listas para abrir —
informó el genio loci. El indicador principal de apertura parpadeó
cambiando de rojo a blanco.
—Entonces, ábranlas —ordenó Primus.
El operar de grandes mecanismos resonó a través de la galería. El
observatorio, siendo el más grandioso, poseía un óculo enormemente
delicado. Los postigos que lo protegían necesitaban ser robustos.
El obturador del óculo se desplazó, permitiendo que una luz abrumadora y
punzante como el filo de una espada, inundara el espacio, aturdiendo a la
concurrencia. Maven se cubrió los ojos. Se percibieron jadeos por parte de
los asistentes menos modificados y más emocionalmente intactos, así
como los sonidos de sistemas visuales artificiales recalibrándose ante el
resplandor intenso.
El ojo metálico continuó su apertura, revelando pronto su destino y la
razón detrás de los constantes temblores de la nave.
Un silencio invadió la sala.
Avernes era un sistema estelar cuádruple. Durante los errantes viajes de la
humanidad a través de la galaxia, mucho antes de que la Era de los
Conflictos68 aniquilara el primer dominio interestelar de Terra, se había
descubierto que tales sistemas múltiples eran bastante comunes. Aunque
algunos poseían la estabilidad suficiente como para sostener planetas,
muchos no eran lo suficientemente estables para hacerlo.
El Sistema Avernes pertenecía a esta última categoría.
Avernes Principal, una estrella azul, grande y furiosa, predominaba en el
sistema. Se clasificaba como una beta cinco, según los códigos estelares
consagrados. Un par de estrellas anaranjadas, inmersas en un baile binario,
giraban a su alrededor en una manera que parecía estar coreografiada para
desafiar a su imponente hermano. Y lo conseguían, considerando las
incesantes y violentas erupciones de Avernes Principal. A estas estrellas
naranjas se les denominaba simplemente Avernes Secundaria Alfa y
Avernes Secundaria Beta. El último sol, Avernes Terciario, era un paria, una
estrella blanca y compacta que navegaba entre las otras tres en una órbita
intrincada y helicoidal, como si intentara eludir su captura.
—Es un espectáculo literalmente deslumbrante —comentó Maven, dando
un sorbo y reverenciando nuevamente su bebida.
—Deslumbrante, pero peligroso —comentó X99—. Estas estrellas no
mantienen una relación jerárquica completamente definida, sino que se
encuentran sometidas mutuamente a fuerzas brutales, derivadas de su
caótica interacción —inclinó la cabeza con una muestra de modestia—.
Aunque debo admitir que no soy un experto taxónomo estelar.
—Estoy convencido de que son los conocimientos más elementales —dijo
Maven—, perfectamente comprendidos por un mago de tu talento.
Primus esbozó una media sonrisa ante el cumplido de Maven.
El par binario dominaba la vista desde la ventana, intercambiando
violentas lenguas de fuego entre sí. La estrella principal estaba lo
suficientemente distante como para parecer un orificio incandescente. El
sol blanco estaba más cercano, pero debido a su reducido tamaño, no
parecía más grande que las estrellas más distantes. Solo las más brillantes
lograban destacarse, pues Avernes Principal opacaba el universo, sumiendo
los espacios a su alrededor en una oscuridad infinita y carente de
profundidad.
Primus dio la espalda a los soles. La escena no provocaba en él ninguna
conmoción emocional. Solo presentaba cuestiones estratégicas que
requerían solución, nada más allá de eso. Revisó la asistencia, la mayoría
de los que podían estar presentes ya habían llegado, excepto uno. Optó
por esperar, manteniéndose en un silencio absoluto mientras los demás
discutían sobre el sistema, ignorando cualquier pregunta dirigida hacia él, y
solo regresando a la conversación cuando ella entró en la sala.
La mariscal Melissima Artos-Septus Iota era la comandante de facto de
todas las fuerzas del Mechanicus a bordo del Zar Quaesitor. Aunque Cawl
ostentaba el mando nominal, siendo un archimagos dominus con siglos de
experiencia combativa acumulada durante su extensa vida, usualmente se
encontraba inmerso en otros asuntos cuando se desataban los conflictos.
Primus albergaba sospechas de que algunas de estas ocupaciones eran
concebidas ad hoc, o que el esfuerzo invertido en ellas era más intenso de
lo estrictamente necesario, porque Cawl hallaba el combate monótono, a
pesar de haberlo disfrutado anteriormente. Esto era recurrente. Cawl
dedicaba toda su energía y tiempo a dominar una disciplina con obsesiva
meticulosidad, y cuando rozaba la perfección, cuando estaba a punto de
efectuar un cambio revolucionario en el universo, desviaba su atención
hacia algo más innovador, reiniciando el ciclo. Su empeño para reinventar a
los Marines Espaciales fue su proyecto más persistente, pero una vez
concluida la Revelación Primaris, sus pensamientos migraron hacia otros
horizontes. Lo mismo ocurría con la guerra.
Cawl necesitaba un general, y Artos-Septus Iota cumplía con esa función.
La mariscal Iota era una ciborg imponente, dotada de un avanzado corpus
metallica revestido en adamantina. Sus partes orgánicas habían sido
minimizadas a lo esencial, otorgándole una apariencia predominantemente
mecánica, aunque, por razones que Primus no acababa de comprender,
Iota había mantenido su forma femenina. Su armadura metálica era una
representación idealizada de su figura original; su rostro, una visión sin
imperfecciones, bellamente simétrica y tocada por una expresión de
diversión elevada. Esta expresión era tan constante que Primus
inicialmente pensó que estaba fijada de esa manera, sorprendiéndose
luego al descubrir que el metal era flexible y capaz de moverse con la
misma naturalidad que cualquier rostro humano.
Para muchos de los Adeptus Mechanicus, el género resultaba irrelevante.
Tras siglos de modificaciones y mejoras, era a menudo imposible discernir
el sexo con el que habían nacido, pero Iota parecía hallar deleite en su
feminidad. Se erigía como un ícono plateado ante sí misma. Sin embargo,
esta expresión de perfección femenina se encontraba de alguna manera
profanada: cada sección de su cuerpo, maravillosamente esculpido, estaba
interceptada por maquinaria expuesta. Articulaciones en rodillas, hombros,
codos y manos estaban protegidas por un revestimiento flexible. Sus
vértebras, forjadas de una aleación dorada, estaban a la vista en su cuello,
circundadas por cables resguardados por una robusta aislación. En su ser,
coexistían dos formas de perfección en competencia: la sagrada
humanidad y la sagrada maquinaria. Si había algo que Primus había
aprendido sobre los miembros del Culto Mechanicus, era que todos
poseían una singularidad extraordinaria. El Zar Quaesitor era una nave
habitada por maravillas fenomenales.
—Este es el lugar que el archimago dominus ha seleccionado para
encontrarse con los representantes de tres mundos forja —declaró Iota. Se
asomó al balcón, su capa de rojo marciano ondeando alrededor de sus
piernas. Era la única vestimenta que adornaba su cuerpo, carecía de
botones y se mantenía parcialmente abierta por el cinturón que sostenía
su arma. Debajo, solo se revelaba metal resplandeciente—. Qué escenario
tan horrendo para librar una batalla. Desgarros gravitacionales masivos,
desbordamientos enormes de partículas. Gran parte de este dominio
debilitará los escudos antivacío hasta en un cuarenta por ciento de su
efectividad. Además, hemos emergido de la disformidad demasiado cerca
del sistema. El daño al Zar Quaesitor es considerable. Respeto al
archimagos tanto como cualquiera aquí presente, pero esto es imprudente.
—Es nuestra responsabilidad protegerlo durante las negociaciones.
Reserven sus quejas y aparten el temor —replicó Primus, quien sentía que
él podía cuestionar a Cawl, pero no permitiría que otros lo hicieran—. Cawl
te ha conferido mucha gloria. ¿Dudas de su discernimiento?
El metal en el rostro de Iota ondeó ligeramente.
—Jamás. Hoy pareces estar de un humor particularmente sombrío, mi
imponente amigo. No tengo intenciones de oponerme a ti. Comparto tus
inquietudes respecto a nuestro maestro —afirmó—, pero es innegable que
estar aquí es arriesgado. El archimagos permanece como un blanco
principal para el enemigo, tal vez ahora más que nunca. Nos están
persiguiendo. Al posicionarnos aquí, nos revelamos ante ellos. Esto
acarreará consecuencias.
—Entonces estaremos preparados— aseguró Primus. Mantenía una
relación tensa con Iota. Por un lado, ella ostentaba el rango de
comandante; por otro, él tenía una cercanía especial con Cawl. La situación
no mejoraba por el hecho de que Cawl permitiera a ambos creer que
tenían la razón.
—Es todo lo que intento expresar —indicó Iota—. Encuentro los desafíos
en mi servicio a Cawl algo enriquecedor. De qué maravillas somos
testigos...
Señaló hacia una distante luminosidad en el vacío, y simultáneamente,
mediante las artes místicas del Adeptus Mechanicus, conjuró una imagen
holográfica ampliada de la misma.
—He aquí Ponto Avernes —dijo.
Un mundo artificial yacía inmerso bajo la luminosidad de cuatro soles,
situado en uno de los escasos puntos de Lagrange entre las estrellas.
—Veo que es una construcción planetaria —dijo Maven—. Completamente
plano —tomó un sorbo de su taza de recaff. Cada vez que lo hacía,
susurraba una breve bendición sobre la bebida, otorgándole un aire
sutilmente obsesivo.
—No del todo. Hay una cadena montañosa, creo— dijo Primus.
—Perdóname, me refería a plano como en, no esférico. ¿Posee una
superficie inversa?
—Es una monosuperficie, la superior. Hay entornos artificiales en ella —
explicó Primus—. Varían en naturaleza, desde terrenos lacustres hasta una
única y modesta cordillera. Aire respirable. Gravedad acorde a los
estándares terrestres.
—Lugar interesante —Maven sorbió de nuevo su bebida.
—Construido en la Edad Oscura —comentó X99 Bolus—. Una magnífica
obra de astroingeniería. Carece de motores, pero se mantiene estático
gracias a una ubicación meticulosamente calculada. Se cierne sobre las
ondas gravitacionales de los cuádruples soles.
Los soles parecían mostrarse resentidos con su acompañante artificial. No
tenían descendencia natural, ya que los habían consumido o expulsado, y
aún así, gracias a la pericia humana, la plataforma permanecía inamovible
entre ellos, suspendida en una gravipausa mientras a su alrededor
efervescían energías titánicas.
—Cuán poderosos eran nuestros antepasados —reflexionó X99 Bolus—. De
algún modo, en medio de este tumultuoso caos estelar, el creador de
Ponto Avernes halló este tranquilo rincón de vacío donde instalar su
creación. Qué maestría. Cuánta sabiduría acumulada.
Roosev se encogió de hombros y tomó un sorbo de su bebida,
murmurando su plegaria:
—Por la gracia del Omnissiah, Dios Máquina y Fuerza Motriz, recibo este
sustento —dijo.
—Es una manifestación espectacular —comentó Primus—. No tiene otro
propósito más que existir. Es un monumento al ego —Cawl debería sentirse
completamente cómodo aquí, pensó para sí mismo.
—Primus, ¿no aprecias el arte presente aquí? —dijo Iota—. Es una muestra
palpable de lo que somos capaces de lograr si descubrimos suficientes
secretos de los antiguos. Esa es la búsqueda de Cawl. Es nuestro deber
protegerlo mientras se encuentre absorto en sus distracciones.
Un rol que ciertamente no facilita a sus fieles servidores, pensó Primus.
El Zar Quaesitor pareció estremecerse, como si experimentara una ola de
compasión.
—Soy un simple guerrero, su santidad —dijo Maven—. Agradezco al
Omnissiah por la máquina de guerra que comando. Es un don magnífico,
pero todo esto...
Volvió a tomar un sorbo de su recaff, un sorbo que siguió a su oración
susurrada. El sonido generó una resonancia perturbadora en los ya
atormentados nervios de Primus, haciendo que el colosal marine espacial
lo mirara con un ceño marcado; sin embargo, el caballero parecía no
percatarse.
—Veo su audacia y su belleza, pero desde mi nacimiento, he sabido que la
verdadera comprensión yace más allá de mi alcance. No es el camino que
el Dios Máquina ha trazado para mí. Soy un guerrero y no puedo combatir
contra las estrellas. Solo soy un pasajero, hasta que los sagrados pies
metálicos del gran Iurgium desplieguen sus garras sobre la tierra sólida —
Maven volvió a sonreír, una sonrisa que a Primus le pareció desprovista de
sabor—. El vacío no es mi campo de batalla preferido. Ante esto, solo
deseo pedir: muéstrame una tierra donde pueda luchar.
Se dirigieron hacia el falso mundo. La piel iridiscente y en constante
cambio de su escudo podía observarse ahora sin necesidad de
amplificación, respondiendo a las complejas corrientes de partículas que
emanaban de las estrellas. Pero bajo la pantalla caleidoscópica, yacían
insinuaciones tentadoras de vegetación, estructuras y masas de agua.
—No pierdas la esperanza en la guerra —dijo Iota—. Dado lo que es el
archimagos, tendrás numerosas oportunidades de demostrar tu valía.
—Bueno, eso sería algo positivo —respondió Maven, luego de una oración
y un sorbo de su bebida—. Desde aquí, no puedo observar mucho. ¿Hay
alguna posibilidad de obtener un tactolito? Me conformaría con un mapa.
Es crucial conocer el terreno donde hemos de combatir.
Primus le miró de manera oblicua. La Casa Taranis tenía sus raíces en
Marte, eran originarios de Marte, pero no parecían pertenecer
completamente a Marte. Aunque la mayoría de los habitantes del Imperio
consideraban que el Planeta Rojo estaba ocupado únicamente por
sacerdotes biónicos, también habitaban allí muchos miles de millones de
humanos comunes. La mayoría de ellos no ostentaba un estatus elevado
dentro del Culto. Los caballeros y las tripulaciones de las Legios Titán eran
una excepción en ese sentido, siendo altamente venerados. A pesar de
estar íntimamente vinculados a sus máquinas, no aspiraban a fusionarse
completamente con ellas, no como los magos.
—Alguien había mencionado alguna vez a Primus que los caballeros no
necesitaban transformarse en máquinas. Al fusionar sus almas con el
espíritu de la máquina, se integraban espiritualmente a sus artefactos de
guerra. A Primus, eso le pareció cuestionable. Había decidido hace tiempo
que las personas carecían, en gran medida, de sentido común.
—Los datos sobre Ponto Avernes son escasos —dijo.
—¿Incluso para Lord Cawl? —inquirió Maven.
—Igualmente para él —respondió Iota, apartando su mirada—. Esta
instalación es una manufactura de la Edad Oscura, tal como el dataherrero
X99 ha precisado con exactitud. Fue descubierta en M39.365 por una flota
exploratoria de Tigrus, pero operaba bajo licencia marciana. Las partes
involucradas disputaron los derechos de explotación, que fueron llevados a
arbitraje. El caso escaló hasta el Sínodo de Marte. Naturalmente, otorgaron
los derechos a su propio planeta. Toda la información está clasificada bajo
el nivel de no-omnia viseo.
—Marte es la madre de todos nosotros —comentó Maven.
—En tal caso, es una madre avara que sustrae el sustento a sus propios
hijos. Me siento completamente segura expresándolo en esta compañía.
Todos aquí somos, de una manera u otra, fugitivos, marginados por
nuestro experimentalismo, libre pensamiento, prácticas empíricas y
cuestionamiento abierto del dogma sectario. Cawl, como siempre, está
haciendo una declaración. Se está inmiscuyendo en la política, como es
habitual, y como siempre, lo hace para provocar al Fabricator General Oud
Oudia Raskian.
—No puede evitarlo, ¿verdad? —gruñó Primus—. Como si ya no
tuviéramos suficientes complicaciones.
—En eso estamos de acuerdo —coincidió Iota.
—Debemos tener al menos un mapa —apuntó Maven—. ¿No disponemos
de datos provenientes de los augurios?
—Los augurios a larga distancia no funcionan en este ambiente estelar —
explicó.
—¿No hay nada que los clarividentes o los astropatas puedan ofrecer? —
preguntó Maven.
—¿Hola? ¡Hola! Quiero decir, ¡disculpa!
Primus giró la cabeza. Un magos de aspecto tímido que estaba en el balcón
central levantó la mano, casi dejando caer el fardo de pergaminos que
cargaba. Primus no lo reconoció. A pesar de que el arca funcionaba con
una tripulación reducida, aún había decenas de miles de personas a bordo
del Zar Quaesitor; por ende, no sería extraño no reconocerlo, solo que
Primus conocía a todos los involucrados en el aspecto militar de la nave, y
este individuo no estaba entre ellos.
—Señora mariscal, señor barón, si me permite —dijo el hombre.
—¿Quién habla? —inquirió Primus—. ¿Quién le ha invitado a esta reunión?
—Soy cartógrafo de la Cuarta Clada, mi señor. Me llamo Oswen. Y, bueno,
me invité a mí mismo.
—Tienes una frase más para decirme por qué crees que tu asistencia es
apropiada —amenazó Primus—. Si no estoy satisfecho, te expulsaré.
—¡Tengo un mapa! —Su voz chirriaba—. Aquí, en algún lugar, no, esto no...
—Casi se le cae el montón de maletines y mapas, y se precipitó hacia
adelante para atraparlos, ejecutando un torpe y pequeño acto de
malabarismo, durante el cual logró sostener uno, arrugándolo
parcialmente—. Aquí está, sí—. Extendió el mapa hacia alguien sin
especificar y parpadeó, luciendo algo confuso.
—Ven aquí —ordenó Primus—. Ahora.
El hombre se apresuró a obedecer, casi dejando caer sus mapas por tercera
vez al tropezar con el enorme guardaespaldas del culto mirmidón del
dominus de la Cohorte Tres. Sus apresuradas disculpas resonaron mientras
se abría paso hasta la cubierta inferior. Amalgamas de hombres y máquinas
se apartaron para dejarlo pasar. Se acercó a Primus con su mapa enrollado,
presentándolo como una ofrenda.
Primus lo tomó, lo desenrolló y lo examinó frunciendo el ceño.
—¿Es útil? —preguntó Maven.
Iota hizo un gesto. Primus le pasó el mapa. Los brazos de Iota se movieron
de manera extraña para sostenerlo estirado. Un láser de escaneo de su ojo
izquierdo lo recorrió dos veces y luego se lo devolvió; después, su ojo
derecho parpadeó y proyectó una reproducción holográfica en el aire.
El mapa estaba dibujado a mano sobre pergamino, pero estaba bien
ejecutado. Representaba un paisaje llano. Los bordes geométricos sugerían
hexágonos teselados que apoyaban la construcción. Las dimensiones eran
exactamente de tres mil kilómetros, en todas direcciones, y la anchura de
cada hexágono era de ochenta kilómetros. Tal como había mencionado
Primus, había una serie de pequeñas montañas rodeadas de colinas con
valles boscosos entre ellas, así como una zona de lagos, uno de los cuales
era bastante grande, y un bosque; pero el bioma predominante parecía ser
un páramo o una pradera húmeda. Los rasgos del paisaje eran regulares,
aunque estaban difuminados por la expansión de la vegetación natural.
Iota amplió la imagen y en el mapa vieron, en cada unión de las placas
hexagonales, estructuras. Una de ellas había sido dibujada aparte, en
sección transversal, mostrando una especie de zigurat.
—Esto es muy útil —comentó Maven, y concluyó de reconstruirlo.
—¿Cómo lo has conseguido? —preguntó Primus.
—Bueno, yo colecciono mapas —dijo Oswen. Era un hombrecillo nervioso,
mínimamente aumentado, aunque un núcleo de inteligencia
desproporcionado sobresalía de la parte superior de su cráneo en una
aleta desbalanceada, con bordes flanqueados por aspas de refrigeración.
Uno de sus ojos era un biónico cuadrado con una lente amarilla. Una
pequeña pseudoaraña se posó en su hombro y repitió sus palabras en
binárico—. El conocimiento es poder. La comprensión es el verdadero
camino. Todo eso ya lo saben. Cada uno de nosotros tiene su propio
camino hacia la iluminación. Para mí, son los mapas —asintió con la
cabeza, como si estuviera diciendo algo profundamente relevante.
—Eso no responde a mi pregunta —dijo Primus.
—Se lo compré a un comerciante de datos hace unos años. Él lo había
adquirido de alguien que lo obtuvo de la expedición exploratoria original.
Fue un gran hallazgo. Muy raro. Pero aquí está. Lo tenía y pensé que
podrías necesitarlo, así que lo traje .
—Ya veo —dijo Primus—. Esto parece muy sospechoso.
—Estos son generadores de campo nodal —intervino Iota, señalando las
pirámides—. Generan escudos de energía y retención atmosférica.
Probablemente también escudos de vacío.
—Qué buena representación —dijo X99—. Hay que felicitarte, magos.
—Yo no lo dibujé, y todavía no soy un magos —respondió Oswen
modestamente.
—Ya veo por qué —dijo Alfa Primus con severidad.
—Entonces, ¿debemos escoltar a nuestro glorioso señor hasta el campo de
batalla para que el Primer Conducto del Omnissiah pueda hacer una
demostración de fuerza? Pareces conocer la voluntad de nuestro señor
mejor que cualquiera de nosotros, Primus, aunque yo sea su comandante
de campo.
—No. Desea enfrentarse a los magos con un despliegue mínimo de fuerza.
Debemos prepararnos para la batalla y permanecer listos para
desplegarnos desde el Zar Quaesitor si es necesario. Todas las naves de
ataque deben estar tripuladas y listas para despegar. Barón Maven, sus
Caballeros deben embarcar en su base ahora. Establecerán una cabeza de
playa y un posible punto de evacuación, si fuera necesario. Mariscal, haga
que sus escuadrones skitarii estén listos para desplegarse.
—Así será.
—X99 —continuó Primus—, prepara tu cohorte cibernética. Acompañarás
al archimagos.
—Envía también al cartógrafo —dijo Iota.
Primus giró para mirarla.
—Vamos, no puedes pensar que es un riesgo para la seguridad —dijo Iota
—. Envíalo. Puede sernos útil.
—Es un honor servir —dijo Oswen.
—Si lo deseas —dijo Primus—. Muy bien.
—¿Con quién se espera que luchemos, solo por curiosidad? —preguntó
Maven—. ¿El Gran Enemigo, o los siervos de nuestro propio dios?
Primus miró al barón. Parecía tan insignificante.
—Cualquiera de los dos. Ambos. No importa, mientras el Archimago
Dominus Cawl esté a salvo. Prepárate.
CAPÍTULO TRECE
UNA CÁLIDA BIENVENIDA
Con el más sutil de los estremecimientos eléctricos, el módulo de aterrizaje
de Cawl atravesó el escudo atmosférico de Ponto Avernes, emergiendo en
el cielo despejado. Una extensión de hierba dorada yacía ante él,
interrumpida por zigurats idénticos que se habían distinguido
espectacularmente por la flora que sobre ellos crecía. El rugido del módulo
al descender dispersó bandadas de aves de suaves tonalidades pastel,
mientras que grandes rumiantes se levantaban torpemente del barro,
alejándose en una fuga desesperada.
El módulo de aterrizaje tocó tierra. Apenas el casco se había asentado
sobre el tren de aterrizaje cuando la rampa se desplegó y Cawl salió
decidido, sincronizando su salida para que sus garras mecánicas tocasen el
suelo justo cuando el borde dentado de la rampa lo hacía. En un intento de
mostrar diplomacia, Cawl estaba desarmado y no vestía ninguna armadura.
Su arsenal bélico, completo con armadura, generador de escudos, un
enorme hacha omnissiana y un atomizador solar, permanecían a bordo del
Zar Quaesitor. El autómata buprestis de ocho patas, conectado a su matriz
de entrada, se adelantó, su cabeza dentada absorbiendo muestras del
terreno a través de su probóscide. Detectó algo desconcertante y emitió un
trino de advertencia.
—Cállate —le tranquilizó Cawl. Respiró profundamente a través de su
capucha facial. El aire era dulce y el paisaje bien conformado, pero había
una extrañeza, un peso en el ambiente, como si un poderoso espíritu de la
máquina estuviera ofendido por su presencia.
La luz del día era brillante y omnipresente. Cawl proyectaba una sombra
múltiple, cada una un pálido espectro en competencia con las otras. Las
auroras que emanaban de los escudos saturaban sus sensores, emitiendo
un zumbido molesto. Podía casi saborear la energía en el aire, viciado por
una estática palpable. Movió un apéndice para tomar muestras directas del
suelo y una chispa saltó de su túnica a la tierra
—Un lugar curioso —comentó.
La rampa reverberó con el sonido metálico de cuatro Robots Kastelan69
emergiendo del módulo, moviéndose con la pesada deliberación
característica de su tipo. Se posicionaron formando un perímetro defensivo
alrededor del archimago. Sigma Fidelis los seguía, y detrás, X99, cargado
con una mochila repleta de tabletas de datos. Oswen les seguía, con una
expresión de asombro.
—Es increíble —murmuró en voz baja. Nadie le prestó atención.
Después, Qvo salió tambaleándose, mostrando dificultad con su túnica,
como si el acto de vestirse fuera una novedad. Al llegar abajo, tropezó y
cayó sobre la hierba. Flores de color lila retrocedieron ante su presencia y
él permaneció inmóvil.
—Son solo flores, ¡no muerden! ¡Arriba! —Cawl ayudó a su compañero con
una extremidad adicional. Cambió su actitud a una más alegre; Qvo
necesitaba motivación—. Mira, Qvo, ¡Pontus Avernes! El puente entre las
estrellas. Un paisaje majestuoso, ¿no es así?
—Si tú lo dices —respondió Qvo, observando las llanuras uniformes. Las
montañas en la distancia ofrecían la única variación. En todas las demás
direcciones, el paisaje terminaba en luminosas paredes de auroras—. Está
embarrado —añadió, levantando y apoyando el pie experimentalmente; la
tierra emitió un crujido.
—No te fijes en la suciedad, ¡admira la construcción! —dijo Cawl—. Es una
obra maestra.
—¿Seguirá siendo así? —preguntó Qvo, señalando hacia adelante. Entre
las pirámides espaciadas con regularidad, la llanura estaba marcada por
montones de escombros, remanentes de las excavaciones de los
tecnosacerdotes. Grandes maquinarias, actualmente inactivas, esperaban
para alterar más aún el prístino entorno.
—No pensé que fueras tan sensible a la arqueología, querido amigo.
—Ochenta y siete muertes pueden cambiar a un hombre —dijo Qvo—.
Esto es terrible. ¿No estamos en riesgo de destruir lo que buscamos? ¿Y
qué hay de la vida que aniquilamos? ¿Alguna vez te lo has preguntado?
Cawl restó importancia a la destrucción.
—Estoy seguro de que no arrasarán todo. Es demasiado vasto.
El paisaje se reflejaba en los observadores ojos de los Kastelan:
permanecían silenciosos y alertas. Cawl miró al cielo. La atmósfera era
tenue, permitiendo que la oscuridad del vacío espacial fuese visible más
allá del resplandor de los escudos. En esa profunda oscuridad, los
turbulentos soles de Avernes danzaban salvajemente.
—Me recuerda un poco a Trisolian, ¿no crees, Qvo? —dijo Cawl—. Es un
horrible lavado de iones. Apenas puedo oír algo. El vox no funciona, los
augures se limitan al rango visual. Hmph, una molesta ceguera. Trisolian
tenía algo de eso, pero no tan marcado. Ese sol azul resuena fuertemente.
—¿Dónde y cuándo fue lo de Trisolian? —preguntó Qvo.
—¿No te acuerdas? —dijo Cawl, mostrando decepción—. Es una lástima,
pensé que era uno de tus recuerdos mejor preservados.
—No me acuerdo.
Cawl suspiró. Su voz sonó rígida a través del vocoemisor que llevaba sobre
el hombro.
—Fue donde comenzaron los eventos que, lamentablemente, llevaron a tu
primera muerte y a que yo me convirtiera en lo que soy ahora —Cawl
adoptó un tono pensativo—. En realidad, ni yo mismo lo recuerdo con
precisión. He perdido memoria demasiadas veces: borrados de memoria,
torturas, ataques arcanos. ¿Quién sabe lo que he sufrido? Solo sé de
nuestro tiempo juntos en Trisolian porque la información se conserva en el
registro holográfico de la mente de Friedisch. Así que supongo que, dado
que ni yo mismo me recuerdo, debería concederte cierta tolerancia.
—Qué generoso —dijo Qvo con sarcasmo.
—Bonita ironía. Realmente te pareces a él —comentó Cawl.
—Eres un monstruo. Hacerme morir tantas veces. Es inhumano.
—Sí, lo soy. Pero también soy tu amigo. Con el tiempo, te convertirás en un
ser real, ¡para citar la antigua leyenda! Una vez que tus elementos se
reintegren con el sustrato etérico pandimensional del destino, y las
partículas de tu alma se realineen, volverás a ser la creación del Dios
Máquina, y no la mía.
—Estás hablando de la disformidad.
—Por supuesto. El Dios Máquina se mueve tanto en el materium como en
el immaterium. Ni siquiera yo puedo mejorar su obra en ese aspecto —
Cawl miró al cielo e hizo un círculo con las manos sobre donde una vez
tuvo corazón—. Pero puedo intentarlo.
—Eres insoportable —dijo Qvo.
—No te imaginas la magnitud de mi ego. Hoy tengo que impresionar a
muchos. Ya estamos aquí —apuntó con una pinza a la pirámide más
cercana—. ¡Resonadores de campo atmosférico de una marca superior! —
exclamó Cawl—. Qué maravillas encontramos aquí. No me sorprende que
nuestros hermanos no paren de excavar.
—¿Por qué aterrizamos tan lejos? —lamentó Qvo, mostrándose
curiosamente más... quejumbroso desde su muerte original—. ¿No es
peligroso venir aquí sin tu ejército?
—Mi ejército ya viene —Cawl señaló hacia arriba y detrás de él sin mirar.
Qvo siguió el movimiento de la garra hasta un punto de luz que se acercaba
a los escudos—. Caballeros.
—No están aquí, ¿cierto? Estás vulnerable.
—Tish-tosh, mi no tan Friedisch compañero. Soy demasiado importante
para ser asesinado, aunque todos me odien —se puso reflexivo—. No creo
que todos me odien —sacudió la cabeza—. ¡Adelante!
El corpulento cuerpo mejorado de Cawl se elevó con el susurro de los
pistones y avanzó. Los robots se activaron una fracción de segundo
después que el archimagos, moviéndose a paso de tortuga, con sus
enormes pies hundiéndose en el suelo suave.
—Intenta no pisarme —murmuró Qvo dirigíendose a la máquina más
cercana.
Oswen estaba en la retaguardia, observando todo con asombro y tomando
notas en un gran libro encuadernado en cuero que llevaba consigo.
El paisaje parecía completamente natural: una ciénaga mullida de robustas
plantas, musgos y depresiones traicioneras, salpicadas por claros llenos de
agua. Pero eventualmente emergió un patrón, una cuadrícula de canales
obstruidos, restos de muros y elevaciones que insinuaban edificios. Una
calzada surgió del lodo. Cawl se desvió hacia ella y los demás le siguieron.
Qvo realizó algunas mediciones auspex. Bajo la turba había un suelo
perfectamente conservado.
—¿Crees que esto pudo haber sido un jardín? —Cawl no esperó una
respuesta. Hablar contigo suele ser bastante unilateral—. Veo flora de siete
mundos diferentes. Fascinante. ¿Ves cómo han formado su propio
ecosistema? Imagino que esto fue planeado de manera formal, eso
explicaría la red de canales y la diversidad de plantas. Supongo que había
muchas más, pero solo las más aptas para sobrevivir habrían perdurado. El
nivel de detalle y sabiduría que el Dios Máquina impuso en su creación
para que el hombre la aprovechara. La vida es algo maravilloso. Mira lo que
la humanidad logró aquí. Una vez que todos los secretos antiguos estén en
nuestras manos, retornarán los gloriosos días de antaño.
—No lo harán —dijo Qvo con un tono sombrío—. El Culto está degradado,
obsesionado con el pasado. Nos hemos vuelto ciegos.
—Cierto, cierto —respondió Cawl—. Pero yo no soy de ellos, ¿verdad?
—Sí —afirmó Qvo, aunque más parecía una palabra pronunciada para
mantenerse activo en la conversación que una verdadera concordancia.
A medida que se acercaban a la pirámide, el diseño original del jardín
empezaba a manifestarse con más claridad, como si la pirámide
contribuyera a contener las mareas del desorden natural. Los estanques se
delineaban con bordes más precisos, la antigua mampostería emergía del
suelo, y el terreno se sentía más sólido, revelando rastros de antiguas
siembras. Había parterres, senderos, estatuas, todos ocultos bajo una
maraña de juncos y maleza.
El horizonte de Ponto Avernes estaba cercano y desafiaba la vista. La
pirámide, más pequeña y cercana de lo que parecía desde la nave,
mostraba esquinas prominentes, con escaleras incrustadas al centro de
cada cara, y bordes adornados con audaces detalles arquitectónicos que
parecían serpientes elevándose. Los ojos potenciados de Cawl y Qvo
detectaban patrones de energía, tan visibles para ellos como las limaduras
de hierro que revelan las líneas de fuerza alrededor de un imán. En el cielo,
estas proyecciones interactuaban con las de otras pirámides,
entrelazándose y reforzándose mutuamente, creando los campos que
protegían el lugar. Al acercarse más, podían sentir las proyecciones influir
en sus cuerpos, alterando los fluidos de sus sistemas hidráulicos, afectando
sus corazones artificiales y las aleaciones de sus miembros.
—Esto tiene sabor —dijo Cawl, relamiéndose los labios resecos—. No logro
obtener lecturas a más de seis metros bajo tierra, de manera uniforme. Es
intrigante pensar qué puede haber allí abajo. Es emocionante, ¿no te
parece?
Al llegar a un foso que rodeaba la pirámide, los peces se dispersaron ante
la sombra que proyectaron. Doblaron la esquina de la cara más alejada de
su punto de aterrizaje y se encontraron frente a un vasto espacio
pavimentado, tan grande como una zona de aterrizaje, que actualmente
estaba siendo utilizado por tres naves del Mechanicus. Los cascos, con los
colores de Tigrus, Accatran y Metallica, despedían humo por el calor
disipado. Grupos de skitarii avanzaban hacia Cawl, mostrando signos de
interrogación y alerta en el espacio informativo. El pequeño grupo de Cawl
se detuvo, y los robots, levantando las armas, emitieron sonidos de alerta.
—Belisarius, parecen venir por nosotros —dijo Qvo, inquieto.
—Por supuesto que vienen por nosotros, es su trabajo hacerlo —respondió
Cawl mirando a Qvo-89 y sonriendo—. Me agrada que me llames
Belisarius.
Los skitarii alistaron sus armas, y llamaradas de radiación comenzaron a
perturbar los procesadores internos de Qvo. Los servidores de combate
Kataphron descendieron de las naves al pasar junto a ellas.
—No parecen muy contentos de vernos —observó Qvo.
Cawl avanzó hasta el área demarcada y se giró para mirar a su amigo.
—Piensas que estamos en peligro.
—Sí, lo creo.
—Y te preguntas por qué hemos venido aquí —dijo Cawl, anticipándose—.
Una muy buena pregunta, a la cual estoy por responder.
—No he preguntado nada, Belisario.
—Aún así, responderé. Podrías pensar que estoy aquí para demostrar mi
independencia y falta de sujeción a Marte, lo cual, conociéndote como te
conozco, Qvo, es lo que estás pensando, dado que eres un individuo
perspicaz.
—No estoy pensando eso —interrumpió Qvo—. Solo pienso que no estoy
listo para morir de nuevo.
Cawl continuó su discurso.
—Me gusta que Marte esté al tanto de mis acciones. El Sínodo ratificó mi
posición como Primer Conductor por un amplio margen. Aunque Oud
Oudia Raskian, ese bribón gigantesco, deteste mis entrañas mecánicas,
cuento con mucho apoyo en casa. Podría necesitar su ayuda
eventualmente. Sin embargo, si siempre les informo dónde estoy y qué
estoy haciendo, incitaría a algunos, o quizás a muchos, a comprometerse a
ayudarme. Esto podría provocar una división en Marte y potencial
conflictos internos en los mundos forja. Preferiría que se dedicaran a enviar
ejércitos a Guilliman, porque si me involucrara en alguna cruzada absurda,
parecería que busco apoderarme de alguna forma de autoridad, algo que
realmente no deseo, pero es precisamente lo que Raskian teme. Teme que
me haya vuelto insurgente. Mi presencia aquí, en esta plataforma
reclamada por Marte, es una manera de comunicarles mis acciones sin
causar reacciones precipitadas. Es una manera de demostrar que tengo
influencia. No podrían negarlo. Estar aquí cumple varios propósitos. No te
preocupes, no hay peligro.
Los Kataphron superaron a los skitarii; sus cerebros devastados carecían de
la prudencia de la infantería. Sus pesadas pisadas quebraron antiguas losas
al detenerse bruscamente y apuntar sus armas hacia los tecnosacerdotes.
Los robots Kastelan respondieron de igual manera. Blásteres de fósforo y
ametralladoras pesadas se alinearon frente a los cañones de plasma
pesado.
—¡Venimos en son de paz! —exclamó Qvo. Oswen se ocultó parcialmente
detrás de él, pero continuó escribiendo con rapidez.
—¡X99, retira a tus autómatas! —ordenó Cawl. Los robots bajaron sus
brazos y adoptaron una postura firme. Cawl saludó a los skitarii que se
acercaban. Eso no impidió que las bobinas de las culverinas de los
servidores brillaran con la carga acumulada—. Tres tropas de tres mundos
forjados actuando al unísono —dijo Cawl—. Qué maravilloso espectáculo.
Hace sentir el orgullo de ser de Marte.
Acorde a las costumbres del Culto, cuando varios mundos forjados
colaboraban hacia un objetivo común, los skitarii habían elegido
rápidamente a uno entre ellos para liderar. Era difícil imaginar que las
tropas terranas llegaran a un acuerdo tan prontamente. El Alfa de Accatran
fue designado líder y avanzó, con su transmisor de órdenes emitiendo
melodías. Colocó su arma sobre el hombro y se arrodilló.
—Saludos a ti, Archimago Dominus Belisarius Cawl, gran sabio, Primer
Conducto del Omnissiah. Los señores de nuestros mundos te esperan
dentro del artefacto y humildemente solicitan tu presencia.
Los demás se arrodillaron. Los servidores bajaron sus armas y agacharon
sus cabezas.
Cawl alzó los brazos.
—¡No hay necesidad de inclinarse y mostrar sumisión ante mí! Por favor,
¡levantense, levántense todos! Somos hermanos de acero.
Comportémonos como amigos —dijo esto con una marcada humildad,
pero lanzó a Qvo una sonrisa y un guiño.
Qvo no necesitó apelar a la experiencia acumulada de cuarenta vidas para
saber que sería un día complicado.
—Vamos, todos —dijo Cawl a su grupo—. Adelante.
CAPÍTULO CATORCE
VOCES ANTIGUAS
A quinientos kilómetros de distancia, el módulo de aterrizaje que Cawl
había señalado a Qvo atravesó el escudo de Pontus Avernes. Se desplomó
hacia el suelo y, cuando parecía que iba a impactarse contra la llanura, se
activaron los retrocohetes que frenaron su caída, sumergiéndose en un
mar de llamas que acariciaron el musgo empapado, generando columnas
de vapor en grandes nubes ondulantes.
Los motores se silenciaron. Una imponente sombra cubrió la tierra. En la
niebla caliente resonaron ruidos mecánicos. Luces rojas, semejantes a ojos
predadores, brillaron en lo profundo de la espesa cortina blanca,
acompañadas del gemido de los motores y el suave zumbar de los
reactores de plasma.
Los cuernos de guerra retumbaron, anunciando la aparición de un par de
Helverines Armígero70 que emergieron del vapor, con la condensación
deslizándose por sus lujosas libreas rojas y blancas. Uno se detuvo,
oscilando su cabeza de escarabajo de un lado a otro sobre la llanura,
mientras el otro, más ágil, avanzó a grandes zancadas, sus cañones
automáticos gemelos listos para el combate, el barro salpicando sus
extremidades mientras corría. Uno de sus pies se hundió en el terreno
blando, haciendo que el Caballero tropezara, pero logró recuperarse y
continuar su marcha.
El otro Caballero se mantuvo inmóvil y alerta, con sus sensores zumbando
y pequeños artefactos de exploración activa chirriando bajo su estructura.
Tras confirmar la ausencia de amenazas, el explorador dio el visto bueno
para continuar. La niebla se despejó, revelando la majestuosidad de un
inmenso castillo de la Casa Taranis, monumental en sus dimensiones, con
suficiente espacio para recibir a dos escuadrones completos de Caballeros.
Un resplandor amarillo emanó de sus portones abiertos, donde los
pequeños Armígeros hicieron su salida. Las almenas del castillo rasgaban el
cielo y las armas automáticas emergían imponentes desde sus
emplazamientos. El espectáculo hubiera sido aún más grandioso si la nave
no se hubiera ido hundiendo suavemente en el barro. Las garras de
aterrizaje se extendieron, intentando, en un esfuerzo fútil, detener el
declive, y los retrocohetes brillaron en intermitentes destellos. Ningún
esfuerzo logró retornar la nave a su posición vertical.
Pesadas municiones y cañones láser se movían inquietos, inspeccionando
la zona de descenso, mientras banderas con emblemas de Taranis se
desplegaban con orgullo. Se escuchó el silbido de los pistones y el zumbido
de los estabilizadores de los cohetes, pero la torre continuó inclinándose
lentamente, deteniéndose finalmente en un ángulo precario.
Las puertas se cerraron con solemnidad, revelando en su apertura las
imponentes siluetas de gigantes mecánicos. Los cuernos de guerra llenaron
el aire con su lamento marcial, y desde las entrañas de la nave resonaron
pasos pesados. Un Caballero Cerastus, del modelo Acheron71, inclinó su
gigantesca cabeza para pasar por el arco de la torre, moviéndose con una
torpeza calculada sobre el declive del suelo. Al terminar de pasar se erigió
en toda su altura, como un guerrero liberado de sus cadenas, antes de que
su pie principal se sumergiera y destrozara el suelo. La máquina continuó
su marcha, desprendiendo agua negra a su paso.
—Avancen con precaución —ordenó a sus Caballeros el Vástago Magnus,
Barón Roosev Maven Taranis, a través del vox—. El terreno es más
traicionero de lo que indicaban los análisis previos.
El espíritu máquina de Iurgium ardía con una furia contenida, pero Roosev
mantenía la compostura, ajustando su marcha y estrategia conforme a las
condiciones del terreno. Se alejó del módulo de aterrizaje con una decisión
inquebrantable.
—Caballeros Armígero, tomen la vanguardia, aseguren el terreno para los
constructos más pesados y procedan a tres cuartos de velocidad. No se
adelanten. El resto, sigan atrás. Sacristanes, establezcan la conexión
ascendente y estabilicen la nave, en nombre del Omnissiah. No toleraré la
deshonra de ver nuestra torre consumida por esta inmundicia. Debemos
preservar nuestro honor.
Las respuestas de los sacristanes se perdieron en una estática
ensordecedora, generando dudas sobre si sus mensajes habían sido
recibidos por el Zar Quaesitor.
Montado en su Caballero, Roosev se transformaba. Se volvía menos
indulgente, menos afable, mostrándose más severo y directo, encarnando
el espíritu del Iurgium. A pesar de ello, una nube de desaprobación
espiritual parecía cernirse sobre él. Los espectros de sus ancestros
aleteaban en los recovecos de su conciencia, surgiendo de las
profundidades de su ser compartido como entes etéreos, mostrando su
descontento antes de desvanecerse nuevamente en las sombras. El campo
de batalla no era de su agrado.
Los Armígeros avanzaron a la vanguardia, eligiendo una ruta más sólida
para los Caballeros más grandes. Otras máquinas de guerra emergieron de
la torre: primero los Danubia, Vanitas y Foebreaker, todos de clase
Questoris72. Les siguieron un par de Armígero Warglaives73 de corto
alcance. Las cabezas blindadas de los Warglaives giraban con cautela,
buscando amenazas, sus sondas sonar escudriñaban el terreno en busca de
un camino más estable. Su misión era escoltar a Salutatia, la poderosa
máquina pilotada por el Vástago Waldemar, un Castellano74 de clase
Dominus, la más imponente de todas. Cuando los exploradores Armígero
estuvieron satisfechos, la grandiosa máquina avanzó lentamente y con
cuidado; las puertas se abrieron apenas lo suficiente para permitir que
Salutatia emergiera de la fortaleza. Se detuvo ante las puertas para activar
sus sistemas de armamento, que irrumpieron con una vitalidad fulgurante,
con lentes de puntería resplandeciendo y torretas moviéndose de un lado
a otro. Waldemar, haciendo sonar potente su cuerno de guerra, avanzó,
haciendo retumbar el terreno con cada pesada pisada.
Otro Cerastus, este un Lancero75 llamado Contegeris, emergió al final.
Encendió su escudo y un destello disruptivo brilló alrededor de la punta de
su lanza. La heráldica en sus estandartes, tabardos y placas blindadas
proclamaban que su piloto era el Primer Caballero Allacer Maven Taranis,
el hermano menor del barón.
—Este parece un buen lugar para luchar: llano, abierto, terreno propicio
para una justa —Allacer presionó el pie de su caballero contra la tierra
blanda—. Al menos hasta que lo pisas.
—Nos las arreglaremos, Primer Caballero —dijo Roosev, su voz teñida de la
irritación y la furia del Iurgium—. Presentemos nuestro mejor esfuerzo.
—Muy ingenioso —respondió Allacer. Moviéndose dentro de la cabina,
hizo que su titánica montura mecánica escaneara el terreno con una
mirada eléctrica—. ¿Hacia dónde nos dirigimos?
—Hacia la pirámide donde se encuentra el Primer Conducto.
—¿No contradice eso nuestras órdenes, hermano? —Allacer,
desobedeciendo la etiqueta, se dirigió a Roosev sin usar su título,
influenciado por el espíritu máquina jovial y familiar de Contegeris—. Se
nos ordenó patrullar.
—Patrullaremos. Primero, exploraremos los alrededores de la pirámide,
trazando un amplio arco por estas tres estructuras —Roosev señaló otros
zigurats en su red táctica compartida, frunciendo el ceño ante las
interferencias que distorsionaban las pantallas. Un viento de partículas y
los campos magnéticos de las cuatro estrellas ya eran suficientes para
perturbar la noosfera de su casa, pero había una fuente adicional de
perturbación emanando del propio mundo, algún tipo de energía oculta en
las profundidades del subsuelo—. Luego avanzaremos más allá del punto
de reunión para mostrar nuestra presencia.
—Nos ordenaron no revelarnos —dijo Allacer, acercando su Caballero al de
su hermano—. Las lecturas indican que los otros delegados están
posicionados cerca de la pirámide. ¿Por qué el Primer Conducto Cawl
aterrizó tan lejos? Sería prudente escoltarlo, demostrándole a estos
señores de mundos forja menores que la Casa Taranis está con ellos.
—Nos instruyeron patrullar, y eso es lo que haremos —Roosev intentó
mantener la calma en su voz, pero el espíritu del Iurgium, fluctuando entre
la furia y la desesperación fuera de combate, afectaba su estado de ánimo
—. Pero lo haremos de manera enfocada y deliberada. La Casa Taranis no
se oculta, incluso si la voz viva del Dios Máquina nos lo solicita.
—Por supuesto que no, Allacer. Cawl, que todo lo sabe, habría anticipado
nuestro disgusto hacia estas órdenes. Adaptarlas a nuestra manera podría
haber sido su intención desde el inicio.
—Sus designios son inescrutables —respondió Allacer—. Ave Omnissiah.
Los Caballeros se dispusieron en formaciones: Iurgium, Contegeris y
Danubia formaron la primera línea, seguidos por Salutatia, Vanitas y
Foebreaker, y una punta de lanza compuesta por los cuatro Armígeros. A la
señal de Roosev, comenzaron a moverse, el calor de sus reactores hacía
brillar el aire a su alrededor.

En los niveles superiores del zigurat, una figura envuelta en sombras


observaba. Alixia-Dyos miró cómo Belisarius Cawl y sus sirvientes arribaban
a la base del edificio. Se mantuvo oculta, su túnica camaleónica la
fusionaba con la piedra, volviéndola una simple distorsión visual. Una
mezcla de deflectores activos y poderosos campos de energía la protegían
de cualquier detección tecnológica. Un psíquico podría haber sentido que
algo estaba mal, pero solo habría encontrado un vacío peculiar en su
percepción, ya que estaba resguardada contra habilidades clarividentes
por amuletos de origen cuestionable.
Habría un instante de vulnerabilidad. Un efímero medio segundo en el que
era posible ser detectada, pero solo si alguien estuviera observando el
lugar preciso en el momento exacto. Era improbable que eso sucediera.
Alixia solía confiar en la incompetencia ajena para permanecer segura.
Se mantuvo agazapada, observando en completa inmovilidad el saludo que
los guerreros de Accatran, Metallica y Tigrus dirigían a Cawl. Cuando todos
hubieron ingresado, extrajo de bajo su túnica un aparato corpulento: un
cilindro de cristal con un asa, un interruptor protegido y un dial en su
lateral. En la tapa del cilindro, tres puntas estaban adornadas con discos
aislantes de tamaño decreciente.
Dentro del cilindro se encontraba la forma semi-sólida de un Nunca Nacido
menor, una entidad sin mente, que mordisqueaba el cristal imposible de
atravesar, una minúscula fracción de falsa conciencia cosechada de la
disformidad, quizás un sueño errante solidificado en aquel reino infernal, o
las envidias acumuladas de un ser insignificante, distante en espacio y
tiempo. Ningún pensamiento o sentimiento, por minúsculo que fuera,
ingresaba al inmaterium sin dejar una marca. Era la genialidad del
Mechanicum Oscuro encontrar un uso para tales cosas.
La espía retiró un pasador de la tapa del interruptor y lo elevó con el
pulgar. Debajo había un botón, rojo brillante, marcado con un cráneo de
advertencia. El demonio dentro del frasco se enfureció.
Alixia giró una perilla ubicada debajo del interruptor. El dispositivo tenía
una capacidad limitada de mensajes. Sería suficiente.
Un lumen parpadeó. Registró su mensaje.
—Belisarius Cawl ha llegado a Pontus Avernes.
Presionó el pulgar hacia abajo. Las guardas hexagramáticas del cristal,
alimentadas por delgados hilos de plata, resplandecieron intensamente. El
dispositivo empezó a calentarse. El demonio cautivo se volvió frenético,
arañando el recipiente y emitiendo un aullido, lo suficientemente alto
como para escucharlo a través del cristal. El generador calentó el mango.
La espía desactivó la sensación de dolor en la mano y la sostuvo
firmemente. Efímeros rizos de corposanto emergieron del Nunca Nacido.
Las protecciones brillaron con mayor intensidad. Se escuchó un chasquido
y el pequeño demonio desapareció. Un vapor blanco se arremolinó
alrededor del frasco ennegrecido. Luces verdes parpadearon en secuencia.
El mensaje había sido enviado.
Alixia-Dyos sacó su pistola de fusión, colocó el dispositivo sobre la piedra y
lo vaporizó.
Guardó el arma y se retiró con calma. Debía bajar a saludar al archimagos.
La única evidencia de que había estado allí era una marca de quemadura y
una firma térmica que gradualmente se desvanecía.

El Iurgium avanzaba a través de la llanura lo mejor que podía. Dentro de su


cabina blindada, Roosev mantenía visible una representación del terreno
en uno de sus paneles hololíticos, las líneas manuales precisas del mapa de
Oswen superpuestas por detalles obtenidos de los retornos del auspex.
Ignorando las extrañas características subterráneas y la completa ausencia
de penetración subterránea más allá de seis metros, las llanuras parecían
intrascendentes. Los Caballeros de Taranis estaban considerablemente
distantes de la topografía más intrigante de Pontus Avernes. Unas mil
millas en la dirección que los hombres de Cawl habían designado como
este, comenzaban las colinas, y en su centro se encontraban los lagos. Más
allá, pequeñas montañas. Pero donde caminaban los Caballeros, solo
existía una tierra yerma y ondulada. Era un terreno monótono, pero
engañoso. Oscuros estanques aparecían repentinamente frente a las
máquinas. Profundas capas de turba llenaban los olvidados canales de
irrigación, lo suficientemente suaves como para atrapar las enormes garras
de Iurgium, que se debatía para avanzar a través de ellos, sólo para
tropezar nuevamente cuando sus pies encontraban terreno más sólido
donde el sustrato metálico se aproximaba a la superficie. En varias
ocasiones, Roosev oyó el retumbar de los pies de Iurgium al pasar sobre
espacios huecos, y su sensorio chisporroteó con las emisiones de fuentes
de energía ocultas profundamente bajo ellos.
Era complicado mantener un paso constante, y a Roosev le agradaba un
trote suave. Este lugar lo deprimía. Los abruptos movimientos de su
máquina al encontrar terrenos blandos lo sacudían dentro de su
mecanismo con suficiente fuerza como para desajustar dolorosamente los
cables de su columna vertebral. Estos golpes dolorosos interrumpían su
conexión con el espíritu de Iurgium, volviendo tanto al piloto como a la
máquina hoscos y sombríos.
El despliegue de los Armígeros al frente ayudó a encontrar un camino, pero
eran más ligeros, y a pesar de la habilidad de sus pilotos para explorar, el
terreno era tan desafiante que las rutas que seleccionaron no eran seguras
para los Caballeros más grandes. Los Questors no eran tan rápidos como
los más altos Cerastus, ni tan ágiles, y encontraban mayores dificultades
para liberarse cuando se atascaban. El Caballero de Sir Doldurun cayó de
rodillas en un momento. Sin la rápida intervención de su compañero, que
deslizó el protector de su hombro bajo el de Foebreaker, sosteniéndolo y
empujándolo hasta ponerlo de pie, habría caído. Salutatia, en especial,
corría el riesgo constante de quedar atrapada.
Era difícil. La visión multiespectral de las pantallas oculares de los
Caballeros ayudaba, pero Roosev debía mantener una concentración
ininterrumpida para identificar algún desliz en el camino. La intensa
actividad solar y los campos que resguardaban al mundo de esta,
obstaculizaban la percepción, y la noosfera estaba repleta de ruidos que
provocaban una dolorosa cefalea.
Otra mala zancada del Iurgium resultó en una oleada de dolor caliente en
el cráneo de Roosev. Siseó entre dientes. El espíritu del Iurgium respondió
con un gruñido resonando en su ser.
—¿Algún problema, mi hermano? —preguntó Allacer a través de la red de
vox—. Pareces estar sufriendo.
—La conexión es débil—respondió cortante—. Estamos perdiendo a los
sacristanes. Hay demasiadas distracciones para ellos a bordo del arca de
Cawl. Demasiadas cosas interesantes. Se están volviendo descuidados.
Roosev ajustó las correas de sujeción. Quizás eso ayudaría.
Sus ancestros parecían flotar más cerca de la superficie de su conciencia,
atraídos por el irritado estado de ánimo de Roosev. Muchos eran ecos
psíquicos sin voz de nobles de milenios pasados: un fragmento de júbilo de
batalla, un arrepentimiento prolongado, miedo, un recuerdo de victoria.
Para muchos, eso era todo lo que quedaba. Pero algunos tenían algo que
decir, y ninguno más que el espectro de Maven el Muy Anciano.
Quién había sido exactamente Maven, Roosev no lo sabía. Tenía la efímera
impresión mental de una cara sombría adornada con un gran bigote y una
persistente sensación de desilusión. Las historias de la casa, narradas
extensamente por sus tutores en Marte, decían que Maven había sido
barón y había nacido cuando el viejo Raf Maven aún era el señor, hace
miles de años. Todo conocimiento adicional sobre él se había desvanecido,
y el propio espíritu residual parecía carecer de claridad sobre su identidad.
Sin embargo, para haber estado muerto tanto tiempo, aún mantenía firmes
opiniones, mayormente de desaprobación. Su espectro tenía una
influencia profunda en la personalidad de Iurgium, y Roosev culpaba al
Muy Anciano de hacer que su montura encontrase alegría solo en el
combate.
Este es un lugar despreciable, indigno de nosotros, indigno del linaje del
gran Raf Maven, indigno de la gloria de la Casa Taranis. Las palabras de
Maven el Muy Anciano resonaban en la mente de Roosev como susurros
en una catedral. Sin gloria, sin honor, sin prestigio, sin dignidad.
Desdichado, desdichado. Así gemían un coro de otras voces, uniéndose a la
del Muy Anciano. ¡Desgracia, desgracia!
Demasiada agua, demasiado lodo, no hay espacio para una carga, no hay
lugar para el honor. Sin dignidad, sin lugar.
No hay lugar, no hay lugar. Demasiado húmedo. No hay espacio.
Roosev apretó los dientes.
—No ahora, honorables ancestros, no ahora.
—Hermano, ¿te has dado cuenta de que estás transmitiendo eso? —
advirtió Allacer.
—Emperador, protégeme. Tengo al viejo barón en mi mente —Roosev
respondió.
Allacer rió.
—¿Ofreciendo su habitual sabiduría, supongo?
—Podrías decir eso.
Allacer rió de nuevo.
—Mis espectros están en paz. Parecen disfrutar del viaje.
—Entonces tú eres el afortunado —gruñó Maven. Roosev apagó su vox.
Con el fantasma de Maven el Muy Anciano atormentando su mente, y con
la traicionera tierra bajo sus pies amenazando con sabotear cada paso,
Roosev casi pasa por alto la resonante nota, brillante y plateada, emitida
por un augurio menor.
Sin honor, sin gloria. Sin dignidad, persistió la voz de Maven.
—Con todo el respeto, silencio, viejo —murmuró Roosev. Reactivó su vox
—. Estoy recibiendo una lectura inusual de la pirámide principal. Lancero
Iurgium, proceda con cautela, ajuste su trayectoria hacia el punto de
encuentro. Lancero Salutatia, mantenga su curso actual, continúe
patrullando el perímetro exterior.
Iurgium y sus dos escoltas Armígeros ajustaron su curso, alejándose del
trazado circular que seguían alrededor del zigurat, moviéndose hacia
adentro. Contegeris y los Questoris Vanitas y Danubia los siguieron.
—Podríamos comprometer cualquier paz que Cawl haya conseguido aquí,
Roosev —advirtió Allacer.
—Por eso avanzaremos con cautela. No nos aproximaremos demasiado.
Solo lo suficiente para obtener una lectura más precisa —indicó Roosev.
—¿Qué has detectado?
—Una emanación psíquica de bajo nivel y un pico térmico —respondió
Roosev—. No confiaría plenamente en las lecturas. Esas pirámides emiten
todo tipo de señales auspex. He recibido cinco ecos inútiles desde que
partimos. Desconocemos la naturaleza de la arqueotecnología que opera
en este lugar.
—Este caso se siente diferente —intervino Roosev—. Estoy recibiendo
potentes emanaciones de energía cerca de la pirámide. Son distorsionadas,
pero estoy convencido de que son del Mechanicus. Debemos suponer que
otros magos tienen tropas allí —comentó Allacer—. Cawl es vulnerable.
Todo esto parece mal planeado.
—Cumplimos las órdenes de nuestro señor designado —replicó Roosev—.
Estoy seguro de que tiene sus motivos —solo dedicaba parte de su
atención a su hermano, el resto estaba enfocado en sus auspex y matrices
de augurios. Las grillas delineaban sus pantallas, las formas de onda
marcaban altos y bajos. Había diversas señales inusuales a su alrededor. —
Lanceros Iurgium, deténgase —ordenó.
Las colosales máquinas de guerra se inmovilizaron, con los pies sumergidos
en el fango hasta los tobillos y su atuendo, que hasta hace unos momentos
estaba impecable, ahora estaba salpicado de lodo anaranjado y negro.
—¿Hay algo? —preguntó Allacer.
—Nada —respondió Roosev con desgano—. Debe ser una falsa señal
auspex emanando de los aparatos dentro de las pirámides, o quizás un
efecto óptico que está distorsionando las lecturas de los vigilantes de las
delegaciones. Además de toda esta arqueotecnología, hay numerosos
tecnosacerdotes presentes. El Dios Máquina conoce la magnitud y la
naturaleza de sus dones. Nosotros no.
—Has logrado tu objetivo —dijo Allacer—. Hemos revelado nuestra
presencia. Están llegando solicitudes de identificación de los tres
transportes terrestres.
Roosev revisó su vox externo y las matrices de datos. Los había silenciado
para enfocarse en el escaneo. Las transcripciones de las solicitudes
brillaban en tonos rojos intensos en el espacio.
—Correcto. Retrocedamos —Roosev dirigió a su caballero, alejándose de la
pirámide; sus escuderos avanzaban en frente, arrojando chorros de agua
—. No avivemos este fuego particular, el archimagos ya es suficientemente
experto en ello.
—¿Y ahora qué?
Iurgium giró ágilmente en su base para enfrentar al caballero de Allacer.
—Regresamos al patrón de patrulla inicial. Respondemos a nuestros
aliados con mensajes llenos de cordialidad, informamos que confiamos el
Primer Conducto a su cuidado, y que estamos patrullando en búsqueda de
amenazas contra los dignatarios reunidos del Adeptus Mechanicus, bajo el
escrutinio del Dios Máquina, alabado sea el Omnissiah. Asegúrate de
comunicar que no buscamos causarles daño y que cualquier asistencia
para asegurar este mundo será recibida con agradecimiento.
Allacer emitió un suspiro de desdén.
—No necesitamos ayuda.
—La humildad puede ser una herramienta diplomática poderosa cuando se
utiliza de manera adecuada, hermano. Envía el mensaje con todas las
formalidades pertinentes y procede —instruyó Roosev.
CAPÍTULO QUINCE
EL JUICIO DE BELISARIUS CAWL
Los robots de Cawl se unieron a los guerreros de las delegaciones y, juntos,
trasladaron a Cawl, Qvo, Oswen y X99 Bolus al interior, en una
manifestación que parecía más una procesión triunfal que una simple
escolta. Los skitarii entonaron un cántico marcial a través del espacio
informativo, sus cumbres y valles de binario impregnados de intrincados
vórtices de código diseñados para cegar los sistemas adversos. Los Kastelan
se sumaron, contribuyendo con un zumbido barítono. Qvo se mostró
sorprendido, pero aún más desconcertado cuando los Kataphrons
comenzaron a emitir un estridente gorjeo desde sus gargantas resecas. X99
pareció ligeramente alarmado por el súbito cantar de sus protegidos, si es
que Qvo no malinterpretó los LEDs intermitentes de su rostro.
—¿Estás haciendo esto? —preguntó Qvo, arqueando una ceja
perfectamente configurada hacia los robots y los servidores, quienes
carecían de la capacidad para entonar cánticos de manera espontánea.
—Mm-hmm —respondió Cawl—. No lo menciones. Deja que todos
piensen que es el mismísimo Dios Máquina quien nos baña con sus
bendiciones.
—Eres reprochable —dijo Qvo.
—Un poco—contestó Cawl.
La procesión atravesó los robustos muros de la pirámide, y la percepción se
transformó. Ingresaron a un espacio cavernoso, una vasta sala, con
estanques dispuestos en terrazas que descendían hacia una plaza situada a
un nivel inferior. El espacio interno parecía más extenso de lo que el
exterior podría contener. Por un instante, Qvo se sintió perplejo, hasta que
su sofisticado conjunto de sensores le informó que se trataba de una
ilusión óptica, no de una proeza de ingeniería dimensional. Los
constructores habían excavado este espacio profundamente en la
superficie de su planeta, y la parte inferior reflejaba la superior,
conformando juntas una caverna en forma de diamante. Numerosas
superficies pulidas amplificaban la sensación de vastedad.
Las paredes eran un conglomerado de bloques con expresiones fractales. El
aire interno estaba saturado de corrientes de energía, emergiendo desde
las profundidades y proyectándose hacia el cielo. La Fuerza Motriz era tan
intensa ahí dentro que el Dios Máquina parecía inminente, como si
estuviera a punto de surgir de un pliegue del espacio y descorrer los velos
de la ignorancia para revelarnos la maquinaria de la realidad.
Esa sensación se desvaneció. El vestíbulo de la pirámide no era tan
impresionante a corta distancia. Las paredes mostraban grietas, líquenes
rudimentarios se apoderaban de las uniones de las superficies interiores y
las piscinas estaban secas o llenas de aguas oscuras y salobres que
desprendían un olor nauseabundo. Aun así, se mantenía como un lugar
adecuado para la congregación de los grandes devotos de la máquina. Un
artefacto que representaba los poderes perdidos de la humanidad,
aquellos que todos los fieles se esforzaban continuamente por recuperar.
Era un sitio sagrado para ellos. En las prominencias que sobresalían de las
paredes, sacerdotes-máquina de variadas especialidades añadían sus voces
al himno de la procesión.
Escaleras descendían a los lados, suficientemente amplias para los robots
de guerra y suficientemente suaves para que los Kataphron pudieran
desplazarse sobre sus estridentes orugas. Qvo asumió que el lugar debía
permanecer en silencio la mayoría del tiempo, habiendo estado así durante
milenios desde la huida de sus creadores. Pero por un momento revivió, y
fue esplendoroso; la caverna resonó con múltiples frecuencias, y la
noosfera temporal creada por tantas mentes del Mecanicismo reunidas
vibró con el intercambio cruzado de datos.
Llegaron a la plaza situada en la base de la pirámide. Ahí, las delegaciones
de Metallica, Accatran y Tigrus esperaban a Belisarius Cawl, formando una
multitud de algunas docenas de individuos. El blanco y el rojo de Metallica
predominaban, y sus magos conformaban más de la mitad de la asamblea,
mientras que el acero y negro de Accatran y el naranja de Tigrus
constituían proporciones iguales del resto. Dada la diversidad de aumentos
visibles, todos ellos eran tecno-sabios de la más alta estirpe, muchos de los
cuales habían abandonado por completo la forma humana. Cawl se detuvo
y su escolta hizo lo mismo; los robots se agruparon detrás de él, los
soldados de los mundos forja se reorganizaron para proteger a sus
respectivos maestros. Enjambres de ciberconstructos zumbaban sobre sus
cabezas.
Una avalancha de signos de identificación interrumpió el himno de la
procesión.
—Soy el Alto Cognomaster Golophex Archimedius, tercer señor de las
integraciones causales, de Accatran —declaró uno.
—Soy el Archimago 18561-op-Dephinius, señor de los tiranos de datos de
los Templos de Lysaon, de Metallica —proclamó otro con una cadencia
melódica.
—Soy Savant Ultimus Plucio-Trinarius-Slare, logis-arcanis de Tigrus —
anunció otro.
Y luego otro.
—A#01b23q1201011001.
Y otro más.
—Archimago Logis Magnacomptroller Covarix Sestertius.
Uno tras otro, los nombres y códigos resonaron, llenando la noosfera hasta
que Qvo se sintió abrumado y aturdido. De repente, todo cesó, y la pérdida
abrupta de datos casi hizo que Qvo perdiera el equilibrio.
Cawl inclinó levemente la cabeza en una reverencia.
—Soy el Archimago Dominus Belisarius Cawl —compartió la información
en la sagrada lengua numérica del binario, uniéndose a la sinfonía
tecnológica de los tecnosacerdotes reunidos.
Una figura imponente y serpentiforme, que emanaba una aura violenta y
contundente, se adelantó. Su máscara metálica plateada, móvil y expresiva,
ofreció una sonrisa afilada y peligrosa a Cawl y Qvo.
—Archimago Belisarius Cawl, Primer Conducto del Omnissiah. Soy el
Archimago Macroteknika Hryonalis Anaxerxes de Accatran, líder de guerra
y beligerante cognoscenti. Es un honor conocer a alguien que roza el
estado de comprensión verdadera. He sido designado como la voz de esta
congregación para comunicarme directamente con usted, en un gesto de
eficiencia. En nombre de todos, le ofrezco una bienvenida cordial a Pontus
Avernes.
El hombre, o más bien la máquina, realizó una amplia inclinación,
extendiendo sus brazos como si pudiera envolver un vehículo de combate
en un abrazo. Sobre sus hombros, destellaban amenazantes extremos de
armas imponentes.
—Te conozco y estoy familiarizado con tus obras, ilustre general de
Accatran, ¡ciertamente! —respondió Cawl—. Debo admitir que estoy
conmovido por la magnitud de su presencia aquí. Es un honor recibir tal
bienvenida. Estos son tiempos críticos para nuestra raza, y todos estamos
inmersos en tareas cruciales. Podrían preguntarse si este encuentro no es
una pérdida substancial de tiempo. Sin embargo, les aseguro que una vez
revelados mis planes, considerarán su decisión de asistir como acertada. —
Cawl soltó una risa contenida—. Aunque pueda parecer un tanto
presuntuoso de mi parte.
Una entidad, que más parecía un generador pequeño balanceándose sobre
un conglomerado de mecadendritas robustas y tentaculares, emitió una
cadena de códigos y números:
—8123ab12A112... 01101010110!
Dl decodificador léxico de Qvo tardó en captar su significado, revelando un
mensaje de claro disgusto y acusación.
—¡Te condeno como hereje! —fue la traducción tardía y furiosa.
Otra figura avanzó, causando disturbios y exclamaciones entre los
presentes. Esta figura también estaba rodeada de una aura de controversia
y desaprobación.
—Archimagos dominus —dijo, mientras Qvo inicialmente lo asoció con la
delegación de Accatran debido a su atuendo negro. Sin embargo, notó
detalles que revelaron una afiliación diferente; un amuleto colgaba de su
cuello, marcando una lealtad distinta: La barra en forma de "I" de la
Inquisición Imperial.
—¿Quién eres? —inquirió Cawl—. No has anunciado tu identidad. Es algo
descortés, de hecho. ¿Y eso qué significa? —preguntó, señalando el
emblema inquisitorial.
—Soy Frenk Gamma-87-Nu-3-Psi, de Zeran —respondió el recién llegado,
con una energía frenética y ojos que destilaban una locura triunfante.
—¿Zeran? ¿Zeran? —Cawl parecía sorprendido—. Es un nombre que no he
escuchado en mucho tiempo. No envié ninguna convocatoria a Zeran,
aunque respeto profundamente a sus eruditos. Lamentablemente, Zeran
está en el Imperium Nihilus, distante y aislado del sur galáctico. ¿Cómo has
hecho para llegar aquí?
—No estoy aquí por tu llamado, apóstata.
—Ah, eres uno de esos —comentó Cawl, evaluando a su interlocutor—.
¿Nos conocemos acaso? No estarás aquí en busca de venganza, ¿o sí?
Tengo una notable habilidad para acumular adversarios.
—No es una búsqueda sin fundamento, no —respondió Frenk, y
levantando el amuleto que colgaba de su cuello lo blandió como un
talismán sagrado contra las fuerzas oscuras—. Has interrumpido a mi socio
¡Inquisidor Cehen-qui!
—Ah, hmm, no. ¿Lo conozco? —preguntó Cawl—. He ofendido a más de
un miembro de la Inquisición Imperial a lo largo de los siglos. ¿Hay algo
particularmente especial en este?
—Le robaste, ¡no hace ni cinco años! —dijo Frenk. Se volvió hacia la
multitud de magos—. Este innovador liberó un peligroso organismo xeno y
lo sacó de una prisión de máxima seguridad.
—Ahora si estamos en la misma línea —dijo Cawl en señal de
reconocimiento—. Señores archimagos, consideren que esta instalación no
puede haber sido tan segura si yo logré entrar. La criatura de la que habla
está en realidad más segura conmigo, y ha probado ser útil en pro de
nuestros esfuerzos.
Algunos de los magos dieron señales de diversión. Eso solo animó a Frenk a
esforzarse más, y gritó con la vehemencia de un predicador que envía a los
pecadores a la pira.
—¡De su propia boca se condena! ¡Culpable!
—Solo soy culpable de salvar a la humanidad. Si esa es la acusación, acepto
toda la responsabilidad —replicó Cawl.
—Hay muchos cargos, cargos peores.
Cawl miró a la asamblea de señores y señoras del Adeptus Mechanicus.
—¿De verdad tenemos que hacer esto ahora?
—Entonces, ¿pretendes evitar la justicia? —inquirió Frenk.
—Busco evitar hacer perder el tiempo a todo el mundo —respondió Cawl.
—2at0111010110111. cusación heretek=sospecha. Tenemos tiempo —
cantó la cosa con las mecadendritas. Qvo captó su nombre flotando en la
noosfera. Kalisperis, un lector dogmis. Hembra, una vez. Resultaba extraño
que no llevara etiquetas adicionales o que no hubiera sustituido su
denominación de género original, dada la magnitud de la modificación.
Pero con los tecnosacerdotes no se sabe.
—Discúlpame un momento —le dijo Cawl a Frenk—. Quizá sea mejor
quitarse esto de en medio. Soy consciente de que mis acciones han
suscitado algunas dudas sobre mis motivaciones. Sé que algunos de
ustedes tienen dudas. Tenía la intención de abordarlas durante mi
presentación ante ustedes, pero tal vez deberíamos aprovechar esta
serendipia que nos brinda el Dios Máquina y repasar estos malentendidos
ahora.
Un murmullo de conversación resonó entre la multitud.
—Estamos de acuerdo. Puedes proceder —dijo Anaxerxes—. Quizá tu
instinto investigador saque a la luz la perfidia, Frenk Gamma-87-Nu-3-Psi.
Podría ser valioso que interrogaras a Lord Cawl. Si no has olvidado cómo
interrogar a uno de tu propia especie.
Un murmullo de diversión resonó.
—Le aseguro que...
—Guardarás silencio hasta que yo diga lo contrario —se inclinó Anaxerxes,
con su expresión inmutable mirando fijamente al magos—. Yo decidiré. Si
tus argumentos son convincentes, nos iremos y el archimagos Cawl no
recibirá nuestra ayuda.
—Exijo que se me entregue a Cawl una vez que haya presentado la lista de
cargos —dijo Frenk.
—Negativo. Nos iremos. Cawl quedará libre. Considérelo una victoria. Es la
mayor indulgencia que tendrás. Recuerden, esto será un debate. ¡Este no
es el juicio de Belisarius Cawl!
—Ya veremos —dijo Frenk—. Insisto en que se me permita grabar estos
procedimientos, para que su acuerdo con mis acusaciones pueda formar
parte del caso mayor que mi amo presentará contra Cawl.
Hubo otro rápido intercambio de datos.
—De acuerdo —dijo Anaxerxes.
Frenk asintió. Un servocráneo negro y dorado descendió de las bandadas
sobre la convocatoria. Cuando estuvo en su sitio frente a Cawl, Frenk ató
las manos a la espalda y sacó pecho.
—¡Comencemos! ¡Los cargos son los siguientes! La muerte de un Capítulo
de Marines Espaciales. Modus impropio...
—Espera un momento —interrumpió Cawl, levantando una mano
mecánica—. ¿Desea enumerarlos todos, o puedo responderlos
individualmente, a medida que avanzamos?
Frenk Gamma-87-Nu-3-Psi entrecerró los ojos.
—No puede responder a ninguna.
—Negativo —intervino Anaxerxes—. Puede responder. Considera esto una
oportunidad para que ambos expongáis vuestros casos, no una lista de
herejías antes de la quema, Frenk Gamma-87-Nu-3-Psi. ¿No fui claro? Un
debate, no una condena.
—Por separado —dijo Cawl con suficiencia.
Frenk miró a su alrededor en busca de más aportaciones de la multitud
antes de empezar de nuevo.
—¡A la carga el primero! La muerte de un Marine...
—Lo siento, lo siento —dijo Cawl. Miró a su alrededor en busca de
objeciones; al no ver ninguna, continuó—. Magos Frenk, ¿hay alguna
estructura en el orden de sus acusaciones?
—¿Qué quiere decir?
—Quiero decir si tiene una estructura —dijo con exagerada perplejidad—.
¿Las enumera por orden de gravedad o cronología, o las va soltando a
medida que se le ocurren? Me preguntaba si...
Frenk tenía los ojos duros. Cawl se interrumpió.
—No importa. Continúa, por favor.
—Carga primera. La destrucción del Capítulo de los Marines Espaciales de
las Cuchillas del Emperador76.
Cawl asintió, como si Frenk hubiera dado con un punto especialmente
pertinente.
—Ah, uno bueno. No demasiado abstracto, todo el mundo puede entender
lo serio que es. La muerte de todo un Capítulo de Marines Espaciales. Una
buena explosión inicial. Bien hecho.
—¡Ajá! —soltó Frenk—. ¿Así que lo admites?
—No, no lo admito. Si quisieras ser estrictamente preciso, la verdad es que
yo fui la causa del renacimiento de un Capítulo de Marines Espaciales, y de
hecho de muchos Capítulos de Marines Espaciales, pero tú hablas de las
Cuchillas del Emperador, ¿no? Señores de Marte —dijo Cawl—. Antes de
que vinieran a mí, las Cuchillas del Emperador estaban al borde de la
extinción debido a la infiltración de sus siervos asistentes por agentes
xenos y la posterior pérdida de su mundo natal a manos de la Flota
Enjambre Kraken. Admito que todos los miembros de las Cuchillas del
Emperador originales que quedaban cayeron en combate, pero digo que
fue por voluntad propia. Desde ese día, las Cuchillas del Emperador no sólo
se han reforzado al máximo, y una vez más vigilan el mundo de Sotha, un
mundo que debo añadir que mis acólitos están en proceso de devolver a la
vida a mis expensas, sino que nuestra expedición conjunta permitió que el
último de sus Primogénitos Marines Espaciales muriera con honor,
expurgando su culpa, purgando la influencia xenos más perniciosa del
Capítulo en el proceso y salvando a una noble organización de perderse
para siempre. Háblalo con el Tetrarca Decimus Felix de Ultramar si quieres
corroborarlo.
—¿Admites que en el transcurso de esta supuesta salvación destruiste su
fortaleza monasterio? —dijo Frenk.
—No hice tal cosa —dijo Cawl—. La tecnología xenos de la montaña sobre
la que habían construido imprudentemente su fortaleza monasterio
destruyó su fortaleza monasterio. Ahora tienen un nuevo hogar,
amueblado de nuevo a mi costa.
—¿Es esto cierto, Cawl? —preguntó Anaxerxes.
—Las Cuchillas del Emperador han ocupado el Orbital Aegida sobre Sotha,
que mis sirvientes están mejorando para ellos. Sus juramentos son
inquebrantables, sus deberes continúan cumpliéndose. Todo gracias a mí.
—El Capítulo de las Cuchillas está ahora compuesto enteramente por tus
Marines Espaciales Primaris, ¿no es así?
—¡Alto! —llamó Anaxerxes—. Sigo el curso de su argumento, y predigo su
punto final —dijo—. Sugerirás que estos Marines Espaciales están en
deuda con el Archimagos Cawl y no con el Imperio. Parece que todo el
mundo tiene una teoría sobre a quién deben lealtad los Marines Espaciales
de la Fundación Última —un extraño coro de pájaros electrónicos onduló
por la asamblea a manera de risa.
—Que el Dios Máquina te bendiga, Frenk, pero este no es un público que
simpatice con tus acusaciones —dijo Cawl.
—Silencio, Archimagos Cawl —dijo Anaxerxes—. Frenk tiene derecho a su
momento. Continúe con otro punto, Magos Frenk.
—Este no es un verdadero tribunal —dijo Frenk—. No puedes
desautorizarme.
—Sí puedo, y usted sólo puede presentar estos cargos porque nosotros se
lo permitimos. Continúe en esas condiciones o no continúe.
Frenk señaló con el dedo a Cawl.
—Algún día responderás de estos crímenes ante un verdadero tribunal de
la Lex Imperialis.
—No sabía que la Inquisición ofreciera a sus víctimas cortesías como los
juicios —dijo Cawl—. Los tiempos están cambiando de verdad.
—Un hombre de su influencia debe ser juzgado por sus crímenes —gruñó
Frenk—. Luego debe pagar por ellos en su totalidad.
—Querido mío, tanto rencor por un necrón.
—He dicho que continúes —espetó Anaxerxes—. El tiempo es un recurso
finito. Ambos ponéis a prueba nuestra paciencia.
—Muy bien —dijo Frenk—. La siguiente acusación. ¿Niegas que hay
quienes abogan por tu instalación como Fabricador General?
—Qué acusación tan ridícula —dijo Cawl, y soltó un sonoro gruído que
interrumpió su flujo informativo—. Claro que hay gente que aboga por mi
nombramiento. Pero no significa nada para mí, y desde luego no es por
orden mía. Seguramente hay gente que se moviliza para que el noble
Anaxerxes sea nombrado Fabricador General. Hay gente que propondría a
un servidor si sirviera a sus objetivos políticos. —Cawl se enfrentó a la
asamblea—. Escuchen todos. Esto necesita ser tratado. Soy consciente de
los rumores. Pero no deseo asumir el cargo. Desprecio la obligación. Limita
la libertad. Ni siquiera aspiro a sus filas, oh magos exaltados. Oud Oudia
Raskian está a salvo de cualquier designio mío. Puede conservar su trono.
—Te comportas como si estuviera dentro de tu don conceder o quitar el
poder —dijo Frenk—. Como si el Fabricador General gobernara sólo con tu
permiso.
—¿Lo hago? ¿En serio? —dijo Cawl—. Creía que estaba siendo frívolo. Muy
bien, lo aclararé. No podría ocupar el trono de Raskian aunque quisiera, y
te aseguro que no quiero, por las razones que he dado antes y por muchas
más.
—Tus protestas de inocencia no me convencen…
—Él no puede probar que no desea convertirse en Fabricador General.
Usted no puede demostrar que lo desee. El siguiente punto, por favor —
dijo Anaxerxes.
Frenk respiró hondo a través de su máscara antes de continuar con su
transmisión de datos.
—¿Niegas que eres culpable de modus impropio, Archimago Cawl?
—No. Soy culpable de ello. A menudo. Pero todos tenemos nuestras
debilidades, ¿no es así?
—¿Más ligereza? —dijo Frenk—. Más ligereza para ocultar la forma más
atroz de un modus impropio, uno que tendrá mayor resonancia, tal vez,
con esta simpática audiencia tuya… —añadió.
—¿Y eso sería…? —preguntó Cawl.
—¡Tecnoherejía! Obras heréticas. Innovación. Experimentación. La
creación de nuevas tecnologías —señaló a Qvo, haciéndole dar un paso
atrás—. Sabes exactamente de lo que hablo. ¿Niegas que eres un
innovador? Que eres… —Frenk hizo una pausa dramática—. ¿Un
empirista?
Cawl miró a todos los presentes.
—No lo niego. ¿Por qué habría de negarlo?
—Entonces eres culpable de herejía. Hereje.
Cawl miró a su alrededor con expresión apacible hasta que cesó el
alboroto. Se había guardado ese matiz de personalidad para hoy.
—¿Es cierto, Cawl? ¿Admites ser un hereje? —preguntó Anaxerxes. Frenk
prácticamente se frotaba las mecadendritas con regocijo, observó Qvo.
—No lo admito.
—Entonces, ¿qué admites? El empirismo es una herejía.
—Aquí es donde nuestras opiniones se desvían, o mejor dicho, donde los
hechos reales se desvían de la opinión generalmente sostenida. La
experimentación investigativa e iterativa no es una herejía.
—El Culto sostiene que es así —dijo Anaxerxes.
—Algunas sectas dentro del Culto lo sostienen, y admito que actualmente
están en ascendencia, pero eso no les impide estar equivocados —dijo
Cawl—. La exploración empírica de la Gran Obra fue una vez el principio
impulsor de todo lo que hacíamos los marcianos. Nunca nos hemos
recuperado de la pérdida de nuestros antiguos conocimientos. Nos
obsesionamos con el pasado, porque es donde vemos que está nuestra
grandeza, y no vemos que no podemos volver a aprender todo de los
restos de nuestra antigua civilización, porque gran parte de ella se ha
perdido.
—¿Declara usted que la búsqueda del conocimiento es infructuosa? —
intervino alguien con un traqueteo de binarismo tan histérico que parecía
un grito.
—No afirmo tal cosa —dijo Cawl—. Permítanme explicarme. No podemos
reconstruir la base de conocimientos de nuestros antepasados únicamente
a través de la tecnoarqueología. —Más alboroto. Los constructos
cibernéticos presentes empezaron a agitarse de un lado a otro—. Pero
podemos —continuó Cawl con el mismo volumen, porque la transferencia
de datos no se veía afectada por la algarabía sónica— reconstruirla
siguiendo los mismos caminos de investigación que siguieron nuestros
antepasados. Yo sólo soy culpable de utilizar las mismas técnicas que ellos
para descubrir lo que descubrieron.
—Así pues, admites abiertamente la innovación —dijo Frenk.
Cawl resopló, un ruido orgánico y muy humano
—Por favor —dijo con un tono puro y simple antes de volver a la comunión
digital—. ¡Ilógico! El fallo de tu argumento es que, si es así, me crees capaz
de superar la sabiduría de los antiguos.
—Desde luego que no. Faltas al respeto a la sabiduría de los que vinieron
antes si crees que yo te creo capaz de algo así —cacareó Frenk. A los ojos
de Qvo, que se había enfrentado a más de una pregunta de este tipo al
lado de Cawl a lo largo de los eones, parecía triunfante.
—No lo sé —se inclinó Cawl con calma—. Como todos los presentes, lo
único que deseo es reconstruir el conocimiento de nuestros antepasados.
Teniendo en cuenta mis motivos declarados y tu propia afirmación de que
no puedo esperar superar las glorias de la Edad Oscura de la Tecnología,
¿cómo puedo ser culpable de innovación si me limito a redescubrir lo que
nuestros antepasados ya sabían?
—Esa no es la naturaleza de la innovación. La innovación es la combinación
de técnicas conocidas para crear nuevos artefactos y... —Frenk también
cayó en el habla humana estándar, sin querer manchar el sagrado binárico
con la palabra "ciencias".
—¿Es así? Yo diría que la innovación es la creación de cosas totalmente
nuevas. Yo no creo nada nuevo. Combino lo conocido para recrear lo
perdido. Mis Marines Espaciales Primaris se basan en el trabajo del
Emperador, que se basó en el trabajo de los antiguos. Las armas que
concebí para su armamento son todas extrapolaciones de tecnologías
existentes...
—¡Las extrapolaciones son innovaciones! —chilló Frenk.
—...que se basan en redescubrimientos de tecnologías antiguas aplicadas
al conocimiento existente. Son refinamientos, no innovaciones, y por lo
tanto no son heréticas. Tecnologías antiguas, técnicas antiguas,
conocimientos antiguos. No hago nada nuevo.
—Juegas con las palabras. Te encierras durante miles de años y
experimentas. Te digo que eres un experimentalista. ¿Niegas que eres un
experimentalista?
—Soy un experimentalista. Experimento algunas veces —se inclinó Cawl
con ecuanimidad.
—Entonces es culpable de...
Cawl interrumpió, enlazando su transmisión con una ráfaga de datos
dominante.
—Experimento con la sabiduría de nuestros antepasados, dentro de los
límites de sus ciencias, ciencias que tú mismo has dicho que no puedo
mejorar, sólo intentar comprender. De hecho, puedo respaldar esta
afirmación. He realizado pruebas verificables. ¿Acaso no consta, y no se
trata de ninguna fanfarronada, sino únicamente de hechos fríos y duros
expresados en el lenguaje puro de los números, que he descubierto más
patrones PCE77 que ningún otro mago, vivo o muerto, según los archivos
del santísimo e infalible Marte? Lo sabrás, por tus conexiones con la
Inquisición del Omnissiah, por supuesto.
—Tus indudables logros no tienen nada que ver con la herejía —dijo Frenk.
—¿Anaxerxes? —preguntó Cawl.
—Respóndele —dijo el general. La algarabía en la sala se estaba apagando.
—Está registrado, sí —dijo Frenk con cautela.
—Así que he llevado a cabo experimentos para seguir los caminos lógicos
de nuestros antepasados. Ellos no tenían la ventaja de desenterrar sus
propios restos, ¿verdad? Quería recrear sus métodos para volver a
aprender lo que ellos sabían. Una vez me puse a prueba, tras recuperar un
archivo PCE desconocido. Todo lo que sabía de su contenido era que
proporcionaba plantillas, entre otras, para una gran forma de motor
contragravedad diseñado para uso pesado. Placas orbitales de baja altitud,
ese tipo de cosas. Sabía cuál era su propósito, conocía los principios
aproximados de su funcionamiento, pero sin abrir el PCE, no sabía cómo
funcionaba.
—¿Tienes algo que decir? —dijo Frenk—. Seguro que simplemente
activaste el PCE.
—En esta ocasión, no —dijo Cawl—. Quería poner a prueba mi teorema.
Utilizando mis conocimientos sobre los métodos de los antiguos, me
propuse experimentar y recrear el dispositivo dentro del PCE. Me llevó
quince años, pero una vez que tuve un prototipo funcional, abrí el PCE.
¿Sabéis lo que encontré?
—Ilumínanos —dijo Frenk. Sonaba como si estuviera apretando los dientes
detrás de su respirador, si es que tenía dientes.
—Mi dispositivo era casi exactamente igual al suyo. Así que lo volví a hacer,
y otra vez, y otra vez, hasta que coincidí con los diseños precisos de siete
PCE que había descubierto, no abriéndolos hasta haber perseguido los
mismos resultados utilizando las mismas técnicas. Por lo tanto, les digo que
no soy un innovador. El uso de las técnicas de los antepasados para
redescubrir los conocimientos de los antepasados no puede considerarse
un delito.
Un silencio estrangulado se apoderó de la sala. Los servocráneos siseaban
de un lado a otro, buscando una amenaza que podían sentir pero no
comprender.
—Después de eso —dijo Cawl—, apliqué las mismas técnicas a PCE
incompletos o a dispositivos de aquella época maravillosa. Luego a
conceptos que sabemos que los antiguos conocían, pero de los que
tenemos pocos registros. Luego, a máquinas y campos de conocimiento de
los que sólo tenemos los registros arqueológicos más escasos. En todos los
casos tuve éxito. En cada caso, no estaba innovando, sino simplemente
redescubriendo lo que nuestros ilustres antepasados daban por sentado.
—Supongo que aplicará este mismo razonamiento negro a sus
experimentos ilegales y blasfemos con la tecnología xenos, ¿o intentará
negarlo?
—No lo negaré —dijo Cawl. A estas alturas, los otros magos estaban
demasiado absortos en sus palabras y sus implicaciones como para hacer
ruido—. He experimentado con tecnología xenos, pero antes de que
vuelvas a denunciarme como hereje, te preguntaré: ¿propones que los
xenos poseen tecnologías que estaban más allá de la comprensión de
nuestros antepasados sagrados?
—No es eso lo que digo —dijo Frenk—. Eso es una blasfemia. La tecnología
humana es la perfección misma.
—Parece que eso es exactamente lo que estás diciendo —dijo Cawl—.
Como todos sabemos, el Dios Máquina dio su conocimiento de la
tecnología sólo a la humanidad, y eso hace que todo lo que hemos
producido sea sagrado y superior. Pero no existimos aislados como especie.
Examinando la tecnología xenos, puede que redescubra las rutas hacia el
éxito de las que disfrutaron nuestros antepasados, aunque la tecnología
xenos es, por supuesto, inferior a todo lo que nuestro propio pueblo creó
en su día, como todos sabemos —canturreó Cawl con falta de sinceridad.
Algunos de los asistentes más radicales emitieron burbujas líquidas con sus
códigos de entretenimiento.
—Todo lo que hago es para promover los objetivos declarados del Culto
Mechanicus —continuó Cawl—. Lo admito, algunas cosas pueden parecer
fuera de lugar para los miembros más conservadores del Culto, pero
hemos perdido muchas cosas, incluso desde los días maravillosos en los
que el Omnissiah caminaba entre nosotros como un dios vivo. Puedo
proporcionar argumentos teológicos sólidos para todo lo que he dicho.
Está ahí, en las escrituras de Marte. Como ves, mi querido amigo Frenk
Gamma-87-Nu-3-Psi, soy un científico. Es un término antiguo, y sigo
métodos antiguos, pero al hacerlo, no cometo ninguna herejía. Sólo me
esfuerzo por desvelar los misterios que el Dios Máquina ha puesto ante mí,
como los puso ante todos nosotros. Sus desafíos. Sus progresiones de
conocimiento que nos llevan de la mano a la iluminación. Exploro Sus
dones, que elevaron a nuestros antepasados a alturas de comprensión de
las que sólo somos vagamente conscientes, utilizando Sus métodos que
antes compartió con nosotros a través de la magia del ingenio humano, y
que ahora despreciamos tontamente. De este modo, mis exploraciones
han permitido rescatar decenas de tecnologías que antes no
comprendíamos. Al volver a los primeros principios y reaprender lo que
sabían nuestros antepasados, en lugar de desenterrarlo de la fría tierra, no
les deshonramos, les honramos. Seguimos los caminos que ellos
recorrieron en eones pasados. No somos traidores a su memoria. Somos
peregrinos, en la mayor peregrinación imaginable, la peregrinación del
conocimiento. —entrelazó su cantinela binarí con sutiles músicas y levantó
los brazos—. No pueden ver la catedral que he visitado. No pueden tocar
las tumbas que he buscado. Pero las reliquias que descubro en estos
salones del pensamiento son las más sagradas de todas. ¡Conocimiento!
Conocimiento puro, honesto y humano que comparto libremente con
todos vosotros. He demostrado, una y otra vez, que es posible ser santo
siguiendo el camino abstracto.
—No eres un santo. Eres un hereje —gritó Frenk en el lento y engorroso
lenguaje orgánico—. Esto va contra el credo del Culto.
—Va contra una versión de un credo que ha cambiado muchas veces en los
últimos quince mil años —dijo Cawl—. No hago nada que vaya contra él.
—¡Ya basta! —Anaxerxes se inclinó—. Se acabó. Cawl gana el debate.
—Esto es una farsa. Si alguna vez te pongo delante de un tribunal o
inquisidor de verdad, estás acabado —dijo Frenk, todavía hablando en
gótico.
—Tal vez. Pero eso nunca ocurrirá, ¿verdad? —dijo Cawl.
—Mi socio se encargará de que así sea —dijo Frenk.
—Creo que cuando dices socio, quieres decir amo —dijo Anaxerxes.
Un chirrido de signos de diversión en binarí volvió a recorrer la asamblea.
—Hago valer mi autoridad. Deberías arrestarlo —se inclinó Frenk.
—No —dijo Anaxerxes—. Cawl opera al margen del modus becoming, pero
no es un hereje según nuestros cálculos. Magos Frenk, os recuerdo que
nadie os ha impedido asistir a este cónclave. Te hemos permitido
cuestionar al archimagos, pero no tienes autoridad aquí. Este es terreno
soberano del Adeptus Mechanicus.
—Este es el símbolo de la Inquisición —dijo Frenk peligrosamente,
blandiendo su amuleto una vez más—. Imbuido de la máxima autoridad
por el mismísimo Omnissiah.
—Si fueras un inquisidor, quizá haríamos más caso a tus exigencias, o quizá
no —dijo Anaxerxes—. La verdad es que la mayoría de los aquí presentes
estamos intrigados por saber qué es exactamente lo que Cawl pretende
proponer. Te revelas, Frenk Gamma-87-Nu-3-Psi, con el uso emocional del
discurso orgánico. Tus motivos son impuros. Son personales. Como
representante nominado de todos los aquí presentes, digo que has tenido
tu turno. Si vuelves a protestar, o si vuelves a hablar —soltó—, serás
expulsado. Estás advertido.
Frenk parecía que iba a hablar de todos modos, pero apretó un puño
impotente.
—Archimagos Cawl —dijo Anaxerxes—, tienes la palabra. ¿Cuál es tu
propósito al convocarnos a todos aquí?
—Buena pregunta —dijo Cawl—. Si os dijera que vamos a llamar a este
cónclave el Cónclave Chronalis, ¿os intrigaría más?
Y así fue.
CAPÍTULO DIECISÉIS
EL CÓNCLAVE CHRONALIS
Cawl se sentía en su ambiente. Adoraba la majestuosidad y pocas
ocasiones eran tan propicias para mostrarla como frente a un colectivo de
tecnosacerdotes sedientos de conocimientos tecnológicos.
—Mis respetados hermanos y hermanas —proclamó—. Es probable que
estén informados de mi reciente expedición al núcleo del Pharos de Sotha.
Algunos estaban al tanto, otros no, pero siempre es prudente no
subestimar a la audiencia.
—Tal vez también estén familiarizados con mi más reciente proyecto.
Las luces se atenuaron de forma teatral. Cawl había instruido a una de sus
submentes para que se infiltrara en los sistemas de la pirámide, una tarea
desafiante debido a su antigüedad y complejidad, pero no imposible.
Reconoció mentalmente el esfuerzo de esa fracción de su mente, mientras
reprimía la urgencia de sumergirse en el vasto universo de información que
había desenterrado. Aquel lugar albergaba maravillas, redactadas en el
refinado lenguaje maquinal de los antiguos. Pero todo a su tiempo.
Desde un proyector hololítico incrustado en uno de los servocráneos
auxiliares de Cawl, emergió una detallada representación tridimensional de
la galaxia en vibrantes colores. La reproducción era meticulosa, capturando
cada matiz y distorsión. Para un humano promedio, la vista sería
fascinante: un remolino de estrellas en tonos azules, violetas, etéreas
como el vapor pero densas como la existencia misma. El núcleo estelar
brillaba con una luz fría e intensa. Sus brazos se desplegaban suavemente
desde el centro, difuminándose hacia los extremos en una bruma lechosa,
donde el vasto vacío intergaláctico comenzaba. La magistral creación del
Dios Máquina, impecable salvo por las imperfecciones causadas por las
fallas de sus descendientes; las áreas de unión entre la disformidad y el
espacio real mostraban un tono morado, similar al de las venas.
Para los tecnosacerdotes, la visualización era aún más vívida, resonando
con ondas y partículas, y brillando en todos los colores desde el infrarrojo
más oscuro hasta el ultravioleta más brillante. Se alzó majestuosamente
sobre la congregación, desatando suspiros y murmullos de admiración. La
proyección era, en efecto, magnífica. Integrar un dispositivo hololítico en
un espacio tan reducido como un cráneo era una hazaña sin igual. Estaban
asombrados.
—La galaxia, tal como la conocíamos hace unos años —comentó—. Y
luego, esto sucedió.
La imagen se contorsionó. Rayos de una luz malsana brotaron desde las
tormentas de disformidad, grandes y pequeñas. El Ojo del Terror y el
Torbellino78 se expandieron cual tumores, extendiendo sus tentáculos
corruptos hasta fusionarse, partiendo la magnificencia de la galaxia por la
mitad, y bañando las estrellas con una lluvia radiactiva sobrenatural.
—Es probable que este fenómeno, aunque no sea el objetivo final del
Señor de la Guerra Abaddon, tenga un papel primordial en sus designios —
reflexionó Cawl—. Porque este evento fue anticipado por la raza más
ancestral, y tomaron precauciones para contrarrestarlo.
Luminiscencias verdes se encendieron siguiendo el trayecto de la Fisura.
—Varios de nosotros estamos al tanto de la Guerra en el Cielo, librada
entre los misteriosos Antiguos y sus adversarios, los necrones, hace eones.
Presumo que su enfrentamiento debilitó la esencia misma de la realidad,
originando esta brecha que Abaddon ha sabido explotar. Mis hallazgos
indican que los necrones intentaron estabilizar esta fisura construyendo
sus pilones79 a lo largo de la ruta de la Fisura. Estos puntos verdes son los
que ya conocíamos.
Con un ademán teatral, hizo aparecer luces amarillas al lado de las verdes,
multiplicándose por cientos.
—Estos puntos amarillos eran desconocidos para nosotros hasta ahora.
Pharos era un faro superlumínico, parte de la red que facilitaba la
comunicación y el tránsito instantáneo entre los dominios de los antiguos
necrones. He explorado varios de estos sitios. Pharos fue, hasta su
aniquilación, el más preservado. De sus registros he extraído todo este
conocimiento y aún más.
—He oído que has liberado accidentalmente un poderoso fragmento C'tan
durante tus investigaciones —interrumpió Anaxerxes.
—¿Dónde has oído eso?
—Tengo mis fuentes —dijo Anaxerxes.
Frenk hizo un ruido ahogado ante la revelación de esta aventura.
Evidentemente, no lo sabía. Parecía a punto de hablar, pero Anaxerxes le
hizo callar con una señal severa.
—Has tenido tu turno. Carga estos datos para tu amo, si quieres, pero no
interrumpas —dijo el general—. Si alguien tiene que interrogar a Belisarius
Cawl, seré yo.
—Es cierto —dijo Cawl—, aunque insisto en que envié a este ser muy, muy
lejos del Imperio. Fue un precio que valió la pena pagar. Los datos que
recuperé del Pharos me permitieron recrear un mapa exacto de las
antiguas posesiones necronas. Cada mundo tumba. Cada mundo pilón. —
Hizo una pausa—. Todos los depósitos de noctilita de la galaxia.
Se hizo un silencio sepulcral. Cawl prácticamente podía oír a los
tecnosacerdotes salivando. Lo dejó estar un momento.
—Si aceptan ayudarme —dijo Cawl seductoramente—, pagaré con estos
conocimientos.
—Son datos de un valor incalculable —dijo alguien en voz alta, en Lingua
Technis verbal.
—Aún no hemos oído lo que quiere de nosotros —dijo otra voz más cínica.
—Cierto —dijo Cawl—. No lo habéis oído. —Volvió a hacer una pausa—. Lo
que quiero es que me ayuden a salvar la Gran Obra de nuestro dios. Quiero
que me ayuden a salvar el Imperio.
—¿CÓMO? —preguntó con contundencia otro.
—Buena pregunta. Desde que terminé mi trabajo con los Marines
Espaciales Primaris, me he ocupado de una cosa: comprender y
desentrañar los secretos de los pilones necrones. Estos dispositivos
mantuvieron cerrada la gran herida a través de la galaxia durante millones
de años. Deseo replicar su tecnología, mejorarla y utilizarla para restaurar
lo que queda de la red original, añadiéndole la nuestra. Si lo consigo, podré
cerrar la Cicatrix Maledictum.
Hubo un gran revuelo. Variaciones de "¡Imposible!" y "¡Arrogante!" en su
mayoría. Cawl esperó a que se calmaran.
—No es imposible —dijo—, solo muy difícil.
—He oído hipótesis de que los necrones están intentando algo similar con
sus zonas nulas. Los informes de estas zonas sugieren que esta tecnología
es un trabajo vil y sucio de los xenos, mortal para la humanidad —gritó uno
de los magos.
—Por eso quizá deberíamos hacerlo nosotros mismos, en lugar de dejar
que lo hagan los necrones —sugirió Cawl amablemente—. Yo puedo
hacerlo. Tengo prototipos basados en la arqueoxenotecnología original que
no afectan negativamente a los seres sensibles. Estoy en condiciones de
empezar a fabricarlos inmediatamente. Si dejamos de lado mi gran
ambición, incluso el uso limitado de estos dispositivos mejorará en gran
medida el esfuerzo de guerra Imperial. Los Nunca Nacidos dejarán de
existir. La incidencia de nacimientos psíquicos caerá. La hechicería del
enemigo perderá su poder. Seguramente cualquier mundo forja que
voluntariamente me ayude será recompensado por el Lord Comandante en
persona.
—¿Tienes una prueba programada? —preguntó uno.
—Sí —dijo Cawl—. Pero hay algo más que necesito antes de que pueda
activarse. Necesito un sistema de control totalmente integrado para estos
dispositivos.
—Ya veo. Ahora llegamos al meollo del asunto —dijo Anaxerxes—.
Necesitas ayuda para crear ese sistema. ¿Ayuda de qué tipo?
—No para crear un sistema —dijo Cawl—. Si tuviera tiempo suficiente,
podría crear el mío propio. Pero no tenemos tiempo. Lord Guilliman,
devuelto a la vida en gran parte gracias a mis esfuerzos, ha hecho
retroceder al enemigo, pero el destino de la galaxia pende de un hilo.
Incluso ahora, las fuerzas de los Dioses Oscuros se mueven contra nosotros
en todos los frentes. Debemos acelerar este proceso. Recrear la restricción
sobre la disformidad y devolver el equilibrio entre el materium y el
inmaterium. Esta es mi búsqueda. Pido tu ayuda. Miren esto.
Un punto del mapa situado al sur de Imperium Sanctus resplandeció con
fuerza. La proyección se emplió y se centró en un agujero negro. Rotaba
lentamente, amenazante, y su centro se tornó en una profunda oscuridad,
envuelta por una capa de energía errante. Un luminoso toroide de materia
ionizada lo circundaba. El espacio-tiempo se contorsionaba a su alrededor.
Para los tecnosacerdotes, el grito electromagnético de la materia
aniquilada era atronador, pero el centro permanecía insondable, silente, su
existencia solo era inferida y siempre ambigua.
—Estas son las Fauces de Calligan —dijo—. Supongo que un tal Calligan las
nombró así. Así es como aparecen en las cartas de Astra Cartographica.
Pero esos son meros detalles. Lo crucial es esto.
La vista se amplió aún más. A medida que descendía vertiginosamente
hacia el agujero negro, el toroide de energía que lo circundaba se amplió.
En su brillante superficie se vislumbró una espiral oscura que se dirigía
hacia el agujero. Al comienzo de este siniestro camino estaba el punto
pálido de un planeta. Aunque aún se encontraba lejos de su destrucción,
su fin era inevitable.
—Este mundo no tiene un nombre conocido por los humanos —indicó—.
Su existencia me es conocida gracias al Pharos. Este agujero negro no es un
fenómeno natural —afirmó, señalando hacia él—. Es una estrella que
colapsó debido al uso de armas de poder casi inimaginable durante una
guerra ancestral. Este mundo quedó atrapado al borde del cataclismo
cuando su sol pereció.
—¿Por qué es relevante? —interrogó Anaxerxes.
—Este planeta está señalado en las antiguas cartas de Pharos con
numerosas y significativas notas —explicó Cawl—. Las he interpretado. En
este planeta, que los necrones nombraron Irtanathep, existía un nexo de
control de pilones, similar al Pharos pero con una función distinta. Supongo
que fue atacado para neutralizar su función, y en el proceso, la estrella fue
aniquilada.
—Entonces, ¿por qué nos lo mencionas? —cuestionó Arquimidio—.
Seguramente tras semejante cataclismo, no quedará nada.
—No es así —intervino el hierofante Temporalis Ikthin, de la Hermandad
de Chronalis—. Eres consciente de los efectos gravitacionales sobre el
tiempo.
—Dilatación temporal —corroboró otro.
—El tiempo se desacelera en condiciones de gravedad extrema —continuó
Ikthin—. Este mundo quedó cautivo en el umbral del horizonte de sucesos
de este agujero negro. —Emitió un conjunto de chirridos electrónicos—.
Para sus habitantes, lo que para nosotros es un segundo, para ellos sería
una eternidad. En ese planeta, seres que vivieron antes de la evolución de
nuestros ancestros aún estarán mirando al cielo con terror mientras su sol
es consumido, y seguirán haciéndolo mucho después de que hayamos
dejado de existir. Para ellos, su presente es hace millones de años. Viven en
el pasado. —Ikthin dirigió su mirada metálica hacia Cawl—. Es por eso que
has pedido la ayuda de tantos magos hierofantes en la Ars Chronometrica.
Ahí es donde quieres llegar.
—Exactamente —confirmó Cawl, incrementando la potencia de emisión de
su proyector de datos para sobreponerse al torrente de consultas que
saturaban la noosfera de la pirámide—. Porque en ese mundo, el centro de
control de la red de pilones seguirá operativo, inalterado por el paso del
tiempo. Intacto —enfatizó.
—¡Esto es absurdo! —exclamó Kalisperis, en binario, gótico y Lingua
Technis simultáneamente—. ¡Desafiar la naturaleza misma del tiempo! La
manipulación cronoaxial es uno de los mayores tabúes.
El tumulto se intensificó, dividiendo a la asamblea. Algunos expertos
temporales sostenían que no se transgrediría ninguna ley fundamental, ni
del Culto ni de la ciencia material, ya que era un efecto natural. Sin
embargo, para alivio de Cawl una minoría también decía que no tenía
importancia, ya que de igual manera se trataba de un viaje en el tiempo sin
importar cómo fuese presentado, y eso era estrictamente prohibido.
—¿Cómo piensas hacerlo? —inquirió Ikthin, repitiendo la pregunta hasta
que todos se aquietaron.
—Mediante una manipulación temporal a gran escala —expuso Cawl—. Un
corredor a través del tiempo y el espacio hacia esa realidad. Entramos,
obtenemos lo necesario y salimos por el mismo camino.
—Esto requeriría un enorme esfuerzo para estabilizar el cambio entre
diferentes marcos temporales, para asegurar que, al regresar, no lo
hagamos miles de años después —objetó Ikthin—. Si es que logramos
regresar.
—Se puede —dijo Cawl.
—¿Realmente? —preguntó el Archimago Logis Magnacomptroller Covarix
Sestertius—. Si es así, ¿a qué precio?
—Es teóricamente posible, si se dispone de la producción total de un sol —
dijo Ikthin—. Tales hazañas eran posibles en la Era de la Tecnología, pero
¿ahora? Lo dudo. El gasto en recursos sería gigantesco.
—Yo puedo hacerlo —dijo Cawl—. Con su ayuda. Las razas que dominaron
la galaxia tras la gran guerra fueron lo bastante sensatas como para dejar
en paz los pilones. Incluso nuestros antepasados, cuya ascendencia fue, en
términos cósmicos, hace un abrir y cerrar de ojos, los dejaron en paz.
Nosotros, los de los mundos forja, no hemos sido tan sabios —Hizo un
gesto con la mano—. Estas simulaciones temporales muestran la pérdida
de mundos pilón a manos de las trece Cruzadas Negras de Abaddon.
En el aire apareció un sello de fecha imperial, que cambiaba con cada
oleada sucesiva de ataques surgidos del Ojo del Terror tras la gran traición
de Horus. En los primeros días, ningún mundo pilón se vio afectado, las
flotas del Caos se dedicaban a otros menesteres, pero a medida que la
estrategia de Abaddon evolucionaba, y los milenios transcurrían
imparables, los mundos pilón de los necrones empezaron a desaparecer,
uno o dos al principio, luego puñados de ellos, luego docenas, hasta que
cuando Cadia cayó, sólo quedaban unos pocos centenares. Cawl agitó la
mano y la proyección se detuvo.
—Estos son los mundos que nosotros, los del Imperio, hemos destruido,
sin saber lo que habíamos manipulado —prosiguió. Más de la mitad de los
restantes ardieron y murieron—. Hemos deshecho las salvaguardas de
épocas en unos pocos milenios. Por ello, el futuro de la humanidad está en
juego. Nosotros, los del Imperio de Marte, somos en parte culpables. A
través de nuestra búsqueda del conocimiento y del odio ciego a todo lo
xeno, hemos traído a nuestra puerta a todos los demonios de la
disformidad. Es una suerte que nadie más allá de esta sala haya
comprendido del todo ese hecho, pues la ira del Adeptus Terra sería sin
duda grande.
—Eso es obtuso, para ser una amenaza —dijo Anaxerxes—. Pero sigue
siendo una amenaza.
—No es una amenaza —dijo Cawl—. Soy tan culpable como muchos aquí.
¡Culpable de ignorancia! No hay mayor pecado a los ojos del Dios Máquina.
Piensa en lo que digo como un imperativo moral. Lo que hicimos mal,
ahora debemos corregirlo. Soy Belisarius Cawl, y a menudo se dice que
puedo hacer cualquier cosa —Inclinó la cabeza con humildad—. Pero no
puedo hacerlo solo.
Otra ronda de datos y gritos fue detenida de repente por Anaxerxes. Esta
vez no hubo palabras, sino un aullido sobrenatural de polifrecuencias
emitido desde la perfecta plata de su máscara de guerra. Sonó tan fuerte
como el cuerno de guerra de un Titán, silenciando a todos.
—Nos has dado mucho que discutir, Archimago Cawl —dijo Anaxerxes—.
Una discusión que debemos tener sin ti.
—Entonces esperaré tu decisión con impaciencia —dijo Cawl.
CAPÍTULO DIECISIETE
BAJO LA SUPERFICIE DE LAS COSAS
Primus inhaló profundamente, expandiendo sus sentidos más allá del
persistente dolor que lo acosaba, más allá del dolor de sus músculos y de la
agitada energía que vibraba continuamente en él, navegando a través de
su alma turbulentamente anclada. Trascendió lo físico y mental,
aventurándose hacia los dominios espirituales más allá de la vida. Una
disformidad ilimitada se desplegaba ante él, un océano de posibilidades
infinitas y un poder desmesurado le llamaban. La tentación acariciaba su
corazón, susurrándole la palabra prohibida con un aliento seductor:
Libertad.
Pero no era libre y dudaba serlo alguna vez. Era escéptico de que algo o
alguien realmente lo fuese. Repudiaba el poder, pero aún así, este se le
imponía. Su sueño le inquietaba, necesitaba saber más, lo que implicaba
una exploración más profunda. Una mente mortal no podía percibir la
disformidad en su verdadera esencia. Era imperativo imponer un orden, un
código que permitiera interpretar los misterios eternos con certeza y
seguridad.
Primus reunió su conciencia, evitando que se disolviera en la brutalidad
primigenia del alma del inmaterium. A partir de sus propios recuerdos,
construyó un submundo transitable, un refugio de verdades personales.
Los métodos eran familiares para los psíquicos. A lo largo de la historia,
aquellos con una conexión con el otro mundo intentaron impregnarle su
humanidad, para evitar ser despojados de la suya. El simbolismo era
diverso: los fenrisianos poseían su Inframundo, los Ángeles de Sangre sus
visiones celestiales, los Navegantes sus alegorías zodiacales, los astrópatas
sus versos e imágenes enigmáticas; pero todos perseguían el mismo
objetivo: proteger el alma contra los dioses hostiles de la disformidad y
poseer la habilidad de contemplar lo inconcebible.
Así, Primus abrió los ojos a un infierno de su propia creación, pero un
infierno que, paradójicamente, era más seguro que el oculto.
Se adentró en sí mismo, caminando, sus pies descalzos golpeando los fríos
suelos de los niveles del laboratorium de Cawl. A pesar del fuerte hedor a
productos químicos, un penetrante olor a sangre impregnaba el ambiente.
Las luces titilaban erraticamente, revelando rostros congelados en
expresiones de horror, parcialmente ocultos por la escarcha que cubría sus
cápsulas suspendidas.
Estos eran sus hermanos, nacidos todos muertos.
Este era el lugar de su nacimiento.
Primus inhaló profundamente el aire corrosivo, una quemazón familiar
abrasó sus pulmones, como la primera vez que respiró. Un frío tan intenso
que parecía arder le envolvía. No había nada de benevolencia aquí, solo un
horror abrumador, un dolor tan intenso que podría enloquecer a un
centenar de hombres. Aun así, no solo permitió que este recuerdo de dolor
lo inundara, sino que también acogió el dolor de su propio cuerpo físico, al
cual estaba conectado por un delicado hilo de conciencia. Aceptó todo, el
dolor era su esencia. La comodidad era la forma más engañosa de libertad.
Continuó su camino a través de un corredor de cápsulas funerarias, llenas
de los fracasados intentos de Cawl para formarlo, cada una idéntica en
cada minúsculo detalle subatómico. Eran reflejos de él mismo, en un
sentido fundamental. Cawl insistía, diciéndole constantemente que el dolor
que experimentaba no debería existir, que era una criatura de perfección.
Despreciaba el sufrimiento de su progenie, como cualquier padre
demasiado ocupado. Pero Primus conocía la realidad del dolor. Ignoraba
cuántos ‘hermanos’ había creado Cawl antes de alcanzar el éxito; solo
sabía que su nombre, que lo señalaba como el primero, era una ironía
cruel, y que cargaba con las agonías de todos los anteriores.
A lo lejos, resonaban gritos desgarradores, extraídos de un abismo de dolor
que parecía extenderse hasta las raíces mismas del tiempo.
Era su propia voz.
Primus continuó avanzando. Los gritos cesaron abruptamente.
El entorno comenzó a distorsionarse, tornándose cada vez más extraño.
Las cápsulas de metal se agrandaban hasta hacerlo sentir diminuto, como
un insecto. El techo se transformó en un cielo inundado de sangre. Las
superficies metálicas y cristalinas reflejaban su figura, un cuerpo
imponente y musculoso, pero marcado por cicatrices gruesas y tortuosas,
que evidenciaban las sutiles irregularidades de su piel. Cawl le había
informado que su genética había sido extraída de diversas fuentes, pero
que él había crecido integralmente como un único ser.
Primus dudaba de sus palabras.
El entorno empezó a colapsar sobre sí mismo. Primus se vio navegando a
través de un mar de sangre y fluidos derramados, rodeado de máquinas
destrozadas que escupían chispas débiles. Frente a él, una esfera
palpitante cubierta de patrones oleosos se expandía y contraía
rítmicamente.
Primus la examinó. Allí estaba. Podía sentir la forma que había percibido en
sus sueños. Los sueños eran travesías por los recovecos de la disformidad,
pero las historias que contaban eran enigmáticas y difíciles de descifrar.
Con concentración y claridad mental, pudo vislumbrar la verdad: una
anomalía en la superficie de la esfera, como si algo en su interior tirara de
esa capa oleosa hacia dentro. Era innegable, la estela poderosa de una
presencia sólida navegando a través del mar de almas.
Se acercaban naves.
Primus abrió los ojos, dejando atrás la visión. Convocó a un servocráneo
que descendió desde su posición elevada.
—Establece comunicación con el Archimago Cawl —ordenó.

Cawl y Qvo dejaron a los Kastelan, a Oswen y a X99 en la entrada de la


pirámide, y exploraron los niveles superiores. Caminaron en compañía
silenciosa mientras Cawl recolectaba mediciones del campo de energía que
emanaba la pirámide, emitiendo leves murmullos de interés por sus
hallazgos. Qvo se sumergió en las fluctuaciones energéticas que recorrían
su cuerpo, perdiéndose en ellas hasta el punto de no darse cuenta de que
Cawl había comenzado a hablar.
—Algunos sugieren que pudo haber habido cierto grado de entendimiento
entre los antiguos imperios —comentó Cawl.
Qvo volvió a la realidad cerca de una balaustrada baja que delineaba el
borde de la pasarela por la que deambulaban.
—Perdona, ¿decías algo? —preguntó Qvo, un tanto aturdido. Cawl le
colocó una garra metálica suave sobre el hombro.
—¿No estabas prestando atención?
Qvo consideró la posibilidad de disimular su distracción, pero optó por la
sinceridad.
—No —admitió.
Cawl lo observó con una curiosidad intrigante.
—¿Lo admites? ¿No quieres recrear los últimos momentos de nuestra
conversación?
—No creo que pueda —respondió Qvo—. Estaba absorto, en mis propios
pensamientos.
—¿Soñando despierto? —inquirió Cawl.
—Supongo que sí —dijo Qvo.
Cawl lo miró de una manera bastante peculiar y luego estalló en risas,
sorprendiendo a Qvo.
—Eso es maravilloso.
—¿Lo es?
—Sí, demuestra que te estás volviendo más... humano —Cawl dejó escapar
una risa suave—. Es curioso, pasamos tanto tiempo glorificando las
virtudes de la máquina, y aquí estoy, intentando devolverte a la vida.
—Te lo agradezco —dijo Qvo, sintiéndose más obligado a expresar gratitud
que un verdadero aprecio. Todavía sentía cierta ambivalencia respecto a
sus continuas resurrecciones.
—Seguro que sí. De todos modos, estaba diciendo que no creo que este
lugar sea simplemente un jardín. Siempre he deseado visitarlo, sabes,
siempre es útil tener varias herramientas en el arsenal.
—¿Qué es entonces, este lugar, según tú?
—Creo que es una especie de terreno neutral —explicó Cawl—. Considera
las lecturas que he recopilado.
—No sé cuáles son —admitió Qvo.
—Estoy a punto de decírtelo —respondió Cawl—. Son patrones de ondas
de protones cohesivos bastante convencionales, aunque altamente
avanzados, justo lo que uno esperaría encontrar.
Qvo no estaba seguro de qué esperar, pero permaneció en silencio,
escuchando.
—Hay una puerta de la Telaraña en algún lugar aquí —continuó Cawl—.
¿No lo ves? Observa este lugar, observa cómo está construido, observa su
ubicación. Es impactante, tranquilo, un jardín en medio de un torbellino
estelar.
—Es inusual.
—Sí, pero este lugar no fue creado para impresionar a los hombres. Los
aeldari, por ejemplo, quedarían cautivados por todo esto.
—Es cierto —asintió Qvo—. Pero estamos muy lejos de los corazones de
los antiguos reinos terranos y aeldari.
—Eso es solo una suposición. Ha habido colonias humanas en esta parte de
la galaxia durante milenios —dijo Cawl—. Los aeldari siempre han estado
más dispersos, pero están presentes en todas partes, incluso ahora.
Imagina. Hablamos tan frecuentemente sobre los antiguos días de la Era de
la Tecnología, y del poder del imperio de la Vieja Tierra. También
discutimos, tú y yo, acerca de los aeldari.
—¿Lo hacemos?
—Sí. Lo hemos hecho. Hablamos de cuán poderosos eran, al igual que la
gente de la Vieja Tierra. Estos dos imperios podrían haber coexistido al
mismo tiempo. Uno se pregunta cómo habrían sido sus relaciones.
¿Pacíficas? ¿Beligerantes? ¿Cómo nos habrían visto los aeldari, dueños de
las estrellas durante millones de años, cuando aparecimos ostentosamente
en la escena galáctica? ¿Nos tratarían con condescendencia? ¿Nos
ayudarían? ¿Seríamos una amenaza para ellos o ellos para nosotros? ¿Y las
demás criaturas que vagaban por el vacío? Incluso en los tiempos de los
xenocidas, no siempre había guerra entre los seres sensibles —Cawl dio un
largo suspiro de satisfacción—. Historia, mi querido Qvo. Es fascinante. En
aquellos tiempos debió haber habido interacciones entre especies. Creo
que este lugar fue creado precisamente para eso. ¿Qué tipo de seres
caminaron por este mundo? ¿Qué embajadas se realizaron? ¿Qué secretos
se compartieron? Si hay una puerta en la red aquí, me pregunto qué más
descubrirán nuestros hermanos exploradores a medida que investiguen
más profundamente. Apuesto a que encontrarán maravillas.
—Tal vez —dijo Qvo, quien carecía del entusiasmo especulativo de Cawl—.
Si me permites, Belisario. No deberías dejarte distraer. Estoy preocupado
por este Magos Frenk.
—Es el subalterno de un inquisidor —dijo Cawl—. Nada por lo que
preocuparse. Desperdició su oportunidad.
—No estoy seguro de que lo haya hecho —dijo Qvo con inquietud—. ¿Y si
esto es solo el principio? ¿Y si es solo el primero? Podrían estar intentando
exponerte.
Cawl sonrió complacido.
—¿He dicho algo divertido?
—Algo agradable —Cawl volvió a acariciar la espalda de Qvo—. Es bueno
tener amigos que se preocupen por ti.
—Pero, Belisarius... —dijo Qvo. Una tos distante y el rugido de los motores
de la nave vacía encendiéndose lo interrumpieron—. Nuestra nave de
aterrizaje. Está despegando —dijo Qvo, viendo cómo la nave se elevaba
unos metros en el aire y luego se dirigía hacia la pirámide.
—Sí —dijo Cawl—. Mientras hablábamos, la he invocado. He recibido un
mensaje de Primus.
—¿Vamos a volver entonces? —la nave de aterrizaje rugió sobre las
llanuras, aplastando las hierbas con su propulsión.
—Yo volveré. Primus está molesto por algo. Sombras en el tejido del
espacio, todas esas cosas. Tengo que ir a tranquilizarlo.
—¿Y yo qué haré?
—Vas a quedarte aquí y llevar a cabo algunas investigaciones de campo. No
podemos dejar pasar una oportunidad como esta. He querido venir aquí
desde hace mucho tiempo.
—Así lo has dicho.
—Ah, pero ¿por qué? Porque es importante, eso es seguro —el módulo de
aterrizaje giró alrededor de la pirámide, sacudiendo sus antiguas
estructuras, y aterrizó junto a las naves de los demás delegados,
opacándolas naturalmente.
Cawl condujo a Qvo al frente, a uno de los conjuntos de escaleras
empinadas que ascendían por la pirámide. Desde allí podían ver la rampa
descendente y las figuras que emergían.
—X99 Bolus y sus compañeros robóticos permanecerán aquí contigo para
protegerte.
—¿Por qué necesitaré protección, Belisario? —preguntó Qvo con
inquietud.
—Ese hombre, Oswen, también permanecerá aquí. Es un cartógrafo. Ni
siquiera sabía que lo tenía, sinceramente, pero aparentemente, posee un
mapa de Pontus Avernes y en ese mapa, hay rutas secretas.
—Oh, no. ¿Quieres que lo utilice?
—Eso deseo —dijo Cawl, bajando la voz de manera conspirativa—. Hay un
camino hacia el interior justo aquí, debajo de esta pirámide. Me encantan
las rutas secretas, ¿tú no?
—No —dijo Qvo.
—Encuentra esa puerta. Observa qué más puedes descubrir. Te sugiero que
te dirijas rápidamente hacia los niveles internos; allí es donde residirán los
hallazgos más fascinantes, antes de que los demás se percaten —Cawl
sonrió como si Qvo no hubiera pronunciado palabra alguna—. La
serendipia juega un papel crucial en todo. A veces me pregunto si el Dios
Máquina orquesta los engranajes de la realidad únicamente para mí.
¿Sabías que fue Alixia Kalisperis quien propuso este lugar para nuestro
encuentro? Una elección acertada.
—¿La entidad de tentáculos? —preguntó Qvo.
—Precisamente esa —respondió Cawl—. Su propuesta, mi ventaja
significativa.
—Eso si los magos deciden asistirte. Pareces no ser de su total agrado.
—Es una lectora dogmática, y ellos nunca están conformes. Es probable
que me haya traído aquí para censurarme, pero los demás eventualmente
serán persuadidos—afirmó Cawl.
Un delicado resonar, similar al de un arpa tocada al azar, reverberó desde
todas direcciones simultáneamente.
—Ah —dijo Cawl—. Parece que el tiempo está a punto de cambiar. Debo
retirarme antes de que la lluvia me alcance. Cuídate, Qvo-89. Aguardo un
informe exhaustivo. —Cawl descendió precipitadamente por los escalones
hacia su nave, resonando sus numerosas extremidades metálicas. Su grupo
de constructos aéreos permaneció inmóvil por un momento, examinando
el área con ojos vítreos e inanimados, luego, de manera sincronizada,
viraron y siguieron a Cawl en su trayectoria.
Qvo alzó una mano, realizando un sutil ademán de despedida hacia su
amigo, si es que podían considerarse amigos, y si Qvo no era meramente
un mecanismo que erróneamente se consideraba suficientemente humano
para albergar amigos. Menos de doce horas de existencia y ya debía
enfrentarse a esta avalancha de filosofía. Le resultaba agotador, y ni
siquiera estaba seguro si requería descanso.
Cawl ingresó a su nave. Como si los cielos hubieran liberado una manguera
poderosa, la lluvia empezó a caer de manera torrencial. La rampa se cerró.
El módulo de aterrizaje ascendió a través de la cortina de agua, que se
deslizaba frenéticamente sobre las superficies de vuelo.
Qvo permaneció, empapándose, mientras observaba la partida de Cawl.

—Todo está preparado —dijo Kolumbari-Enas—. Pronto activaremos la


trampa.
Bile examinó el ejército de servidores, alineados en silencio y sin
movimiento en la bodega. La puerta de la telaraña, despojada del mundo
sin nombre, estaba fijada a la pared por una maraña de pines y soportes.
Se encontraba en condiciones más precarias que en el pedestal, ya que los
sirvientes de Kolumbari-Enas no habían demostrado delicadeza al
removerla, pero Enas cumplía sus promesas. Poseía naves controladas a
distancia. Podía reubicar y abrir una puerta, incluso una tan deteriorada.
Como evidencia, las antiguas runas de la puerta brillaban con energía
acumulada, un resplandor tenue por ahora, pero listo para intensificarse
bajo el comando de Kolumbari-Enas. Esta puerta funcionaría.
—En mi experiencia, aquellos que profieren tales palabras suelen ser los
primeros en caer —comentó Bile.
—Expresión de irritación abruptamente interrumpida —exclamó
Kolumbari-Enas—. A pesar de tu cinismo, estamos preparados, Lord Bile.
Las fuerzas de Lord Thrule barrerán el mundo artificial de los esclavos del
Falso Omnissiah. Mis servidores lo saquearán en busca de sus secretos. Tú,
aprovecha lo que encuentres a bordo de la nave de Cawl mientras están
ocupados.
—Así que hay algo más en juego para ti aparte de mi compensación. Pensé
que, al rechazar atacar el Zar Quaesitor, considerarías suficiente al
androide.
—Expresión suplementaria de molestia cancelada e interceptada. La
búsqueda incansable de la verdad es perpetua —declaró Kolumbari-Enas
—. Despreciar la oportunidad sería imprudente. Este es un lugar ancestral.
Abunda la arqueotecnología y la xenotecnología. Todo será mío, además de
la recompensa acordada. Ninguno prevalece sobre el otro. Ambos poseen
un valor inmenso.
Bile asintió.
—Un concepto que resuena con mis propias convicciones —afirmó.
—Los sentimientos son irrelevantes. La victoria es supremacía. Los riesgos
asociados al Zar Quaesitor son excesivamente elevados para justificar la
inversión de hombres y máquinas —La tela de la capucha de Kolumbari-
Enas crujía contra el metal de su cabeza al girar y observar a Bile con ojos
duros y sintéticos—. Nos encontramos en posición. Precaución: procede a
tu nave para iniciar el asalto.
—El Zar Quaesitor quedará incapacitado para responder. ¿Estás
completamente seguro?
—Las defensas externas serán deshabilitadas. El motor será neutralizado.
Los escudos serán desactivados. Esto equivale a certeza.
—Sin embargo, parece que aún sientes demasiado temor como para
ingresar.
—La prudencia no es sinónimo de miedo. Mi supervivencia es esencial.
Cawl es una entidad formidable, acompañado de servidores potentemente
equipados. Sería incapaz de confrontarlos a todos. Tus probabilidades de
triunfar en la misión son superiores a las mías; posees un objetivo
concreto.
—Entonces tendré éxito.
—Tus posibilidades siguen siendo escasas.
—En cualquier caso, se te pagará —dijo Bile.
—Expresión de sorpresa: Bile conserva el honor.
—Nunca lo perdí —gruñó Bile—. Tampoco perdí mi talento para la batalla.
Venceré y te traeré algo valioso del tesoro de Cawl para demostrarlo. Un
pequeño obsequio adicional.
—Gratitud expresada, aunque el resultado sea improbable.
Bile dio un paso más cerca.
—Duda de mí otra vez, y te mataré.
Bile se fue. Kolumbari-Enas esperó a que sus pesadas pisadas se
desvanecieran y que la puerta de la bodega se cerrara. Incluso entonces,
comprobó a través de los canales de video internos de su nave que el
Boticario Jefe se había marchado.
Cuando el pasillo que salía de la bodega quedó vacío, extendió los brazos y
las extremidades suplementarias. Su mandíbula crujió al dislocarse, y un
potente emisor de datos se abrió paso a través de su rostro.
Cantando una melodía de código corrupto, llamó a la puerta robada a la
vida. Unas venas azules y rojas se arremolinaron en el centro, esperando la
apertura del otro lado. El esqueleto roto se estremeció, escupiendo chispas
sobre los ciborgs que esperaban utilizarlo. Con un segundo grito en binario,
Kolumbari-Enas despertó a su ejército. Al unísono, los ojos de un millar de
servidores se encendieron con feroces fuegos disformes y sus miembros
mecánicos entraron en acción.
Se acercaba la hora de la victoria.

—¿Por qué siempre tiene que ser bajo tierra? —refunfuñó Qvo. Él, Oswen,
X99 Bolus y la cohorte de cinco Kastelan seguían un amplio pasillo que
descendía desde una puerta de la pirámide. Se cerró con un siseo y un
ruido sordo que desmentía su tamaño, encerrándolos en los niveles
inferiores. Nunca lo habrían encontrado sin el mapa y, por el aspecto del
lugar en el que se encontraban, nadie más había estado allí desde hacía
mucho tiempo.
—Si estuviera en la superficie, magos, no habría ninguna arqueotecnología
que ver —dijo X99 Bolus. Su risita sintetizada resonó de forma extraña en
la arquitectura subterránea. Subterránea no era la palabra adecuada, se
corrigió Qvo. La naturaleza artificial de Ponto Avernus era totalmente
evidente bajo sus páramos empapados.
—Es aún más fascinante de lo que imaginaba —dijo Oswen con
entusiasmo. Tenía su precioso mapa entre las manos. Una gruesa cubierta
de yeso protegía el pergamino, y era un buen trabajo, porque largas estelas
de gotas de agua caían ruidosamente del techo. Cada vez que uno de los
inmensos compañeros de X99 atravesaba una de estas cascadas, hacía
sonar un fuerte tamborileo.
Un servocráneo, cuyo rostro descarnado lograba proyectar un aura de
máxima solemnidad, navegaba a la altura de la cabeza de Oswen. Llevaba
una gran pantalla de plasma frío en unos manipuladores que colgaban de
su mandíbula y mostraban un mapa de líneas tridimensional actualizado
constantemente por los cráneos cartográficos que se desplazaban por
delante.
Oswen giraba la cabeza en todas direcciones y sus ojos se abrían de par en
par con cada nueva maravilla.
—Tecnologías de generación de campos entrecruzados de la Edad Oscura
—balbuceó emocionado—. Construcción de cristal sin costuras. ¡Crecido!
¡Todo ha crecido! Es asombroso. ¡Los datos están entrando a raudales!
—Como el agua que cae de este techo —dijo Qvo, subiéndose la capucha
por la cabeza. Aunque la humedad y el frío no le incomodaban, las viejas
costumbres perduran.
—Exacto —dijo Oswen.
A un lado del pasillo se abría una escalera. Los escalones descendían en
una serie de tramos perfectamente rectangulares. Qvo puso el pie en ellos
con dudas, porque estaban llenos de agua y esperaba corrosión, pero a
pesar de su peso de máquina, no se movieron ni una micra. Estaban muy
bien construidos, aunque decepcionantemente utilitarios.
Oswen hizo una pausa y sus ojos pasaron del mapa de pergamino al mapa
de plasma. Las corrientes de gas contenidas magnéticamente que
mostraban el complejo temblaban cada vez que caía agua a través de ellas.
—¿Tienes idea de adónde vamos? —preguntó Qvo a Oswen.
—Definitivamente hacia abajo. Hay un marcador aquí que habla de alguna
localización importante, y los retornos que están dando los cráneos
cartográficos sugieren una cantidad fenomenal de energía.
—Genial, será esta puerta —dijo Qvo sin entusiasmo. En su experiencia,
grandes cantidades de energía solían significar grandes cantidades de
peligro. Miró hacia la oscuridad y se preguntó cuándo se había vuelto tan
cauteloso. ¿Antes de morir? ¿Fue debido a ello? Se preguntó si todos los
demás Qvos eran así, dado que él no tenía acceso real a sus estados
emocionales. Recordar el miedo era como recordar el dolor recibido,
pensó. Recuerdas el incidente, pero no el dolor. Algunos de sus yo
anteriores habían realizado actos extraordinariamente valientes, pero él no
se sentía muy valiente. Cawl dijo que se estaba acercando a la personalidad
original de Friedisch, y si eso era cierto, ¿eso implicaba que Friedisch era
un cobarde y, si era así, eso significaba que él también lo era?
Volvió a mirar hacia abajo las escaleras, hacia lo desconocido. Podría haber
una gran cantidad de conocimientos allí abajo, pero no logró sentirse
emocionado. ¿Cuándo había perdido el ímpetu para cumplir con su
sagrado deber? Solo que, en cierto sentido, nunca lo había perdido, porque
esta iteración nunca lo tuvo desde el principio.
Deseó que Cawl lo hubiera dejado en paz.
El suelo vibró con un paso pesado y robótico. Qvo se apartó cuando el
autómata preferido de X99, Sigma Fidelis, llegó a las escaleras y se detuvo.
Sus compañeros se detuvieron de manera sincronizada. Sigma Fidelis se
inclinó hacia adelante. Unas luces parpadeaban detrás de su visor. Emitió
un chirrido y se levantó. Giró el torso con precisión, los pies le siguieron y
se alejó. Uno a uno, los demás robots lo siguieron.
—¿Adónde va? —preguntó Qvo.
—Las escaleras no soportarán el peso de Sigma Fidelis. Deberíamos estar
agradecidos por tenerlo; un Kastelan menor habría continuado hasta su
perdición, pero no necesito supervisarlo tan de cerca, oh no —dijo X99
alegremente. Giró sobre sus talones, emulando de manera deficiente a sus
robots, y los siguió por el pasillo.
—Eso ya me lo imaginaba, y no es lo que he preguntado —dijo Qvo—.
¿Adónde va? ¿Adónde vas? —gritó tras X99 Bolus.
La cabeza del dataherrero giró ciento ochenta grados.
—A buscar una ruta alternativa. Debo acompañarlos. Por aquí habrá un
pozo de gravedad o un elevador. Nos reuniremos con ustedes en los niveles
inferiores.
—¿Y qué haremos respecto a la protección?
—Todos aquí somos adeptos, el Dios Máquina nos protege —dijo X99. Su
cabeza giró hacia atrás y desapareció en la oscuridad.
—Es fácil para él decirlo, cuenta con cinco máquinas de guerra a su
disposición —dijo Qvo—. Yo solo tengo esto. —Sacó una pequeña pistola
de fósforo.
—Yo ni siquiera tengo eso —dijo Oswen—. Ni siquiera soy un magos.
—Yo tampoco —dijo Qvo.
—Estoy seguro de que estaremos bien —dijo Oswen—. Estamos al servicio
del Omnissiah. Él nos cuidará. —con una confianza que Qvo no compartía,
Oswen se dirigió hacia abajo.
—¿Es tu primera expedición arqueotécnológica? —preguntó Qvo.
—De hecho, sí —dijo Oswen, volteando a mirar hacia arriba con una
expresión de total inocencia—. ¿Por qué lo preguntas?
—Por nada —dijo Qvo—. Nada en absoluto.
CAPÍTULO DIECIOCHO
UNA OFERTA DE DIÁLOGO
Primus halló a Cawl en el puente de mando del Zar Quaesitor. Era
imponente, incluso para una nave de diseño imperial. Tres vastas ventanas
en forma de óculo, redondas y respaldadas por elaborados parteluces
blindados y ornamentados, se abrían hacia la cubierta. En la parte
posterior, coros de servidores bañados en luz roja ascendían por las
paredes en escalones escalonados, conectados de manera permanente.
Los magos de las castas transmecánica e ingenieril deambulaban de un
lado a otro, todos ellos de alto rango y con considerables mejoras. Otros
tecnosacerdotes ocupaban puntos neurálgicos alrededor de los principales
centros de operaciones, también conectados parcial o totalmente por
cables. Bandas de adeptos menores del Culto Mechanicus se movían en
grupos solemnes, dispersando aceites y esparciendo incienso. Cawl tenía
poco tiempo para tales rituales, pero incluso sus seguidores más radicales
requerían que se mantuvieran las ceremonias básicas del Culto.
El Zar Quaesitor no tenía capitán. Cawl insistía en que no lo necesitaba, ya
que era su nave, aunque Primus consideraba esto como un acto de ego
departe de su creador. Toda nave requería un capitán, y Cawl no podía
estar omnipresente. Es cierto que la nave tenía una formidable
personalidad, y las mentes interconectadas de sus tecnosacerdotes
ofrecían una excepcional capacidad para resolver problemas. Para Primus,
esto no era suficiente, por lo que a menudo asumía él mismo el rol de
capitán de la nave.
Sin embargo, no en esta ocasión. Esta vez, el puesto del archimagos
dominus estaba ocupado. El propio Cawl estaba erguido sobre la
plataforma circular que utilizaba para supervisar el trabajo de su
tripulación. Estaba elevado a su máxima altura, apareciendo como una
inmensa columna suspendida en un cilindro de líquido presurizado. No
había un trono de mando en lo alto, como se esperaría en un nave típico,
solo soportes para los pies de Cawl y numerosos conectores para sus
desconcertantes apéndices. Estaba allí, en lo alto, circundado por una
docena de pantallas flotantes proyectadas por servocráneos y otros
artefactos cibernéticos, con su fiel ayudante Wocolos el Integeriano a su
lado, cuya cabeza de cromo brillaba y sus múltiples extremidades estaban
ocultas bajo un poncho que tocaba el suelo.
Primus reprimió un atisbo de celos al ver al segundo tecnosacerdote tan
cerca de su creador y avanzó directamente hacia la plataforma.
—Mi señor archimagos —dijo Primus con una tonalidad melancólica. Se
arrodilló e inclinó la cabeza.
—¡Ah! ¡Primus! Aquí estás —Cawl bajó la estación, transformándola de
torre a podio, llegando a su punto más bajo con un susurro suave. Unas
escaleras emergieron a un lado—. No es necesario —dijo Cawl—.
Levántate, por favor.
Extendió una de sus innumerables manos metálicas. Primus la ignoró.
—Mi señor —Primus era alto, incluso para un Marine Espacial. Cuando se
levantó, su despejada cabeza estaba casi al nivel de la de Cawl.
—No hay necesidad de ser tan formal. Deseabas verme y aquí estoy —Cawl
manifestó.
Primus miró a Wocolos, quien estaba más allá de Cawl.
—¿Qué sucede?
—Deberíamos retirarnos a un lugar más privado —sugirió Primus.
Cawl soltó una risa, pero el semblante sombrío que Primus mostró
extinguió su júbilo.
—De acuerdo. Vayamos —dijo, activando un campo de privacidad,
haciendo que los sonidos del nave se amortiguaran.
—Avancemos —indicó Cawl—, conversemos mientras caminamos.
Primus asintió, pero se colocó el casco para prevenir que leyeran sus labios
y desactivó su vox, y el emisor de voz incorporado en la máscara de su
casco. Aunque su voz estaba restringida, habló lo suficientemente alto para
que Cawl pudiera escucharle. Nadie más podría hacerlo.
—Mi sueño me perturbó, así que decidí investigar la disformidad. Descubrí
que varias naves se aproximan. Arribarán en unas pocas horas. No
disponemos de mucho tiempo para prepararnos.
—Ah, así que alguien me estaba buscando —dijo Cawl—. Tenías razón,
pero era de esperar —agitó una mecadendrita, asumiendo un aire
pedagógico como siempre solía hacer—. Somos afortunados de que no nos
hayan confrontado directamente durante tanto tiempo. La guerra nunca
está distante.
—No necesito que me lo recuerdes, mi señor.
Llegaron a la pared trasera del puente de mando, donde una torre de
servidores de cinco niveles balbuceaba insensateces mientras sus cerebros
lobotomizados trabajaban afanosamente para mantener al Zar Quaesitor
en posición.
—Supongo que el subterfugio es resultado de una cierta paranoia de su
parte.
—Alguien les habrá informado dónde estamos —dijo Primus.
Caminaron a lo largo de la parte trasera de la cubierta, pasando a un
claustro cuya pared trasera estaba repleta de cogitadores parlantes. Un
transmecánico subalterno se inclinó reverentemente y se apartó para
dejarles pasar.
—Sospechas de un espía a bordo del Zar Quaesitor.
—Tal vez —respondió Primus—. Pero es más probable que sea alguien de
la delegación. Todos a bordo de esta nave han sido exhaustivamente
examinados. Te son leales.
—Este no es un buen lugar para confrontar —dijo Cawl—. Es una de las
razones por las que acepté, de hecho. Es demasiado riesgoso para aquellos
miembros del Adeptus Mechanicus que discrepan de mi perspectiva
intentar, eh, rectificarlo con violencia. ¿Alguna idea de quién se aproxima?
Podría ser una delegación Imperial, u otros aliados.
—No hemos recibido ninguna comunicación por astrópata —comentó
Primus—. Y algo no se siente bien.
—Confío en tus instintos premonitorios —afirmó Cawl—. Te los otorgué
por una razón, después de todo. Será mejor que pongas a todos en alerta,
pero discretamente, no queremos revelar a nuestros adversarios que han
sido descubiertos.
Salieron del claustro y llegaron a uno de los rincones más oscuros de la
cubierta, donde un pequeño óculo permitía la entrada de un brillante
torrente de luz estelar, inalterada por la atmósfera. El escudo energético de
Pontus Avernes resplandecía a unos miles de kilómetros de distancia.
—Recomendaría que partamos —dijo Primus.
—No podemos irnos —replicó Cawl—. Necesito la asistencia de estos
mundos forja. Si nos vamos ahora, Frenk usará eso como evidencia de mi
traición.
—Está la cuestión de los escudos de vacío. Son apenas funcionales en este
ambiente.
—Acércanos más a Pontus Avernes —ordenó Cawl—. Si somos atacados,
nos ofrecerá la opción de refugiarnos bajo su protección. He realizado
numerosas mediciones, y sus escudos de partículas resistirán la mayoría de
las armas.
Primus asintió.
—Así se hará. ¿Debo comunicarme con los delegados?
—Aún no —respondió Cawl.
Los ojos de uno de los cráneos servidores de Cawl comenzaron a
parpadear.
—Un mensaje entrante, origen desconocido —explicó Cawl a Primus—.
Desactiva el campo de privacidad. Recíbelo.
—Negativo —respondió una voz plana y electrónica a través del cráneo.
—Amplía —ordenó Cawl.
—Mensaje transmitido por un rayo hololítico. Destinatario desconocido.
Imposible decodificar fuera del área destinada.
—Podría ser de un aliado o un adversario —murmuró Cawl—. Mensajes
secretos, ¿eh? Solo para mis oídos, presumo. Indica la ubicación
aproximada. ¿Dentro de la nave?
—Afirmativo.
—¿Dónde?
—Desconocido.
—Entonces encuéntralo —exclamó Cawl, visiblemente frustrado—. ¡Por la
Máquina, que el Omnissiah maldiga todo! Primus, actívate en prealerta de
batalla. Inicia las maniobras para acercarnos al mundo plano.
Cawl empezó a alejarse rápidamente, moviéndose con la velocidad que
uno esperaría de un equino si la situación lo demandaba.
—¿A dónde vas? —preguntó Primus.
—A descubrir quién desea comunicarse conmigo —gritó Cawl,
desapareciendo de la vista.

Cuanto más avanzaban Qvo y su grupo, más inusual se revelaba el interior


de Pontus Avernes. Las escaleras los condujeron a un nivel abierto
sostenido por un bosque de pilares. Qvo pensó que eran de metal, pero
cuando acercó la mano y la posó sobre uno de ellos, los sensores
implantados en su palma enviaron un torrente de confusión a su
procesador central. Retiró la mano rápidamente.
—¿Qué? —dijo Oswen.
—Están vivos —dijo Qvo en voz baja, sintiendo un estremecimiento de
asombro ante la magnanimidad del Dios Máquina. Se volvió hacia Oswen
—. Todos están vivos.
Oswen dejó que el mapa colgara laxamente de sus manos.
—¿Cómo?
Qvo volvió a apoyar la mano en el pilar. Oswen tenía razón. Estas
estructuras no habían sido forjadas; parecían haber crecido, de alguna
manera, de algo similar al sílice al tacto, pero con una disposición atómica
completamente artificial. Cerró los ojos.
—Hay canales dentro, y la energía fluye lentamente a través de ellos. Tengo
la impresión de que está... —abrió los ojos y sonrió con satisfacción—.
Soñando.
Un ceño de sospecha cruzó la frente de Oswen.
—¿Estás seguro de que es tecnología humana? ¿Podrían habernos
engañado? ¿Es acaso una obra corrupta de los xenos? —su voz denotaba
temor y desilusión.
—No, esto no es xenotecnología —dijo Qvo—. Al menos, no lo creo.
—No concuerda con ningún artefacto PCE que haya visto, ni con ningún
protocolo de construcción antiguo.
—Cawl siempre dice que hemos sido demasiado dependientes del Sistema
de Plantillas de Construcción Estándar.
—Pero es sagrado.
—Lo es —concordó Qvo—, pero el archimagos argumenta que el sistema
PCE era solo una de las capacidades de nuestros ancestros. Era
intencionadamente sencillo, una herramienta de colonización. ¿Basarías
todas tus percepciones sobre el Imperio en lo que encontrarías en un
mundo fronterizo?
—Supongo que no.
—No sabemos realmente hasta dónde alcanzaron las habilidades de
nuestros antepasados. Observa este lugar —Qvo se giró. Las columnas
parecían infinitas—. ¿Qué tan vasto es? ¿Puedes realizar una inmersión
augural?
—Yo... yo... no estoy seguro —dijo Oswen, mirando nerviosamente el mapa
proyectado por su servocráneo—. Mis cráneos cartográficos han dejado de
avanzar.
Qvo estrechó los ojos en la penumbra. Luces rojas brillaban desde los
pilares a la distancia. Caminó lentamente primero, acelerando cuando las
luces intensificaron su brillo. Los cráneos de Oswen flotaban inmóviles,
formando un círculo perfecto, con sus ojos iluminando el suelo pulido. El
servocráneo acompañante de Oswen aún funcionaba, pero mientras
avanzaban, los bordes del mapa permanecían en blanco, sin llenarse
automáticamente.
Qvo se volvió, medio esperando que las escaleras hubiesen desaparecido,
pero aún permanecían.
—Eso es algo, al menos —dijo. Elevó su vista, cruzándola por el techo,
observando las nervaduras que reforzaban la superficie—. Me sorprende
que el Sínodo Marciano no lo haya descubierto aún. Es sorprendente que
estén excavando —se estremeció ante el método primitivo—. Tan brutal.
Se perdería tanto de esa manera.
—No tenían esto, ¿cierto? —dijo Oswen, golpeando su mapa, haciendo
que el agua se desprendiera del revestimiento de plastek—. Los resultados
de Auspex no muestran nada, así que están excavando a ciegas.
—El poder de los antiguos.
—El poder de los antiguos —ecoó Oswen.
—Somos afortunados de que alguien haya ingresado —dijo Qvo—. De lo
contrario, no tendríamos mapa.
Un sonido resonó desde la profundidad del bosque de columnas, metal
chocando contra piedra. Qvo entrecerró los ojos en la lejanía, dándose
cuenta de que probablemente Cawl le había provisto de mejoras oculares.
Activó una visión térmica, identificando plumas de gas caliente, quizás
gases de escape, dispersándose en el aire.
—No estamos solos aquí abajo —dijo Qvo—. Y no creo que sea el
dataherrero X99 Bolus.
—Si alguien ingresó aquí antes y creó este mapa, entonces alguien podría
entrar de nuevo —advirtió Oswen.
—Deberemos proceder con cautela —murmuró Qvo—. Algo aquí no
parece estar bien.

Cawl siguió la pista de las señales hasta los niveles superiores de la nave,
alejándose de los niveles de fundición y del puente de mando, ingresando
a un conglomerado de extensos almacenes y museos. Eran, en cierta
manera, sus dominios personales, una mezcla entre palacio y catedral del
yo. No era un lugar al que Cawl visitara frecuentemente.
Los servocráneos se precipitaron adelante en una inmersión controlada,
sus propulsores zumbando, escáneres láser de barrido plano iluminaban
las paredes con resplandecientes láminas rojas, pareciendo casi cortar la
nave hasta hacerla sangrar. Más cráneos mantenían una vigilancia
electrónica constante en todas las frecuencias, mundanas y psykana. Un
hololito fusionaba las ciencias del materium y del immaterium,
permitiendo una comunicación instantánea de medio alcance sin los
retrasos característicos de la tecnología electromagnética pura, la cual se
ve limitada por trivialidades como la velocidad de la luz. Su uso
generalmente se limitaba al mismo sistema estelar. Cualquier alcance más
extenso requería el uso de la astrotelepatía, dado que la relación señal-
ruido psíquica aumentaba al cuadrado más allá de una hora luz de
distancia.
Por supuesto, nadie más que los sacerdotes de Marte tenía una noción de
cómo funcionaba todo esto y, aún así, su conocimiento era fragmentario.
Depenía de la superstición y del aprendizaje base. Cawl era uno de los
pocos vivientes que realmente comprendían su funcionamiento, y le
preocupaba profundamente que cualquier ente que vagara
incorpóreamente por sus dominios pudiera hacerlo con total impunidad.
Avanzó apresuradamente por un pasillo cubierto de polvo que había
permanecido intransitado durante décadas. Pasó junto a un servidor
inerte, recostado contra una pared, cuyos componentes orgánicos se
habían secado y endurecido, adoptando una textura similar al acero bajo la
atmósfera seca de la nave. Su enjambre de cráneos se zambulló pasando
junto a un arco elevado. Cawl podía sentir el epicentro de transmisión
cerca, pero cuanto más se acercaba, más evasivo parecía volverse, dejando
a sus cráneos en un vuelo errático, incapaces de triangular su posición.
—No estoy particularmente complacido con esta situación —murmuró
para sí mismo.
Un cráneo se detuvo abruptamente, emitiendo un chirrido de alerta,
retrocedió y giró sobre sí mismo. Su telémetro láser osciló, ajustándose,
escaneó el arco que estuvo a punto de cruzar, luego desató una avalancha
de datos alarmados y se precipitó hacia la habitación más allá.
Cawl enfocó gran parte de su atención en su sensor, emitió su propio grito
de sorpresa y se apresuró a seguirlo, llamando a todos los cráneos a
acompañarlo. Zumbaban alrededor de él mientras se agrupaban,
convergiendo en el locus del hololito.
—Lo tengo. Primus, ¡lo tengo! El epicentro está en el Museo Omnis.
Se apresuró hacia la oscuridad. Las luces principales no respondieron a su
comando, aumentando su inquietud. ¿Era este lithocast una trampa, un
medio para usurpar el control de su nave?
Una fracción de su mente navegó por los circuitos del museo. Otro
comando activó las luces secundarias, aunque las principales continuaron
inertes.
El Museo Omnis era vasto y, a diferencia de muchos de los espacios
personales de Cawl, se mantenía meticulosamente organizado. Se permitía
ingresar solo cuando se hallaba en un estado mental adecuado, portando
las facetas más ordenadas y diligentes de su ser. Necesitaba estar sobrio
para entrar. Dado que no era afecto a tales características de personalidad,
hacía tiempo que no lo visitaba.
Sin embargo, el Museo Omnis tenía un valor intrínseco para él, así que
reunió toda la dignidad que pudo y moderó su paso. Estatuas emergían de
los pilares que sostenían el techo, sus rostros inclinados con una expresión
seria. Al ingresar, diminutas y sombrías ciber-creaciones emergieron de su
letargo en sus nichos y revolotearon de manera errática sobre las
exhibiciones, mientras sus sistemas se tomaban un tiempo para reactivarse
completamente. El museo estaba impregnado de la esencia vital de Cawl,
literalmente hablando respecto a los frascos que contenían órganos
muertos y extremidades descartadas. Era un monumento a su propia
existencia, a épocas que ya no recordaba y a las personas que alguna vez
fue, pero que ya no existen.
Examinó la sala, intentando localizar al intruso espectral de luz. Solo pudo
ver momentos olvidados de días pasados. Pero entonces, un pulso
reverberó a través del espectro de frecuencia y el hololito se consolidó.
Códigos de subordinación inundaron los espacios noosféricos cercanos. Los
repelió instantáneamente, pero no antes de que tres de sus servocráneos,
equipados con generadores de cinta lítica, fueran capturados por el
invasor, saliendo de formación, agrupándose en un triángulo rotatorio y
cambiando a modo de proyección.
Una figura nebulosa empezó a tomar forma en medio de la sala, avanzando
hacia Cawl. Al principio era etérea, pero ganó solidez y definición mientras
los cráneos ajustaban sus distancias focales para permitir una coherencia
óptima.
Entonces, la figura cobró realidad. Era alto, transhumano, un Marine
Espacial de la casta más antigua y sublime, emanando una presencia
majestuosamente poderosa, un ejemplar inigualable. Una máquina,
ominosa y semejante a un arácnido mecánico, se cernía
amenazadoramente sobre su reactor. Lucía una cabellera larga y escasa.
Una capa confeccionada de piel humana denotaba su crueldad. Empuñaba
un bastón, coronado con una cabeza de cráneo, que oscilaba
vigorosamente con cada paso que daba. El vasto núcleo de memoria de
Cawl identificó inmediatamente el bastón. No era meramente un soporte,
era Tormento, un arma que antaño perteneció a un demonio.
Solo un hombre portaba esa arma.
El Marine Espacial se detuvo ante él, una mueca de diversión marcando su
rostro. Agarró firmemente el bastón con ambas manos y realizó una
reverencia superficial desde la cintura, un gesto que parecía tan
respetuoso como mordaz.
—Belisarius Cawl, presumo —dijo Fabius Bile.
CAPÍTULO DIECINUEVE
LOS TRABAJOS DE LOS HOMBRES MENORES
Bile se encontraba de pie en un halo de luz hololítica. Su resplandor se
reflejaba sobre los artefactos del Museo Omnis, otorgándoles una ilusión
de movimiento, como si estuviera rodeado de un auditorio cautivo. A Cawl
no le agradaba el efecto, y con una decisión enérgica logró, finalmente,
activar las luces principales del elevado techo, que se encendieron
intensamente.
Bile se desvaneció levemente, perdiendo su ilusión de solidez. Un cráneo
flotaba justo detrás de su cabeza, otorgando a Bile, dondequiera que
estuviera, una línea de visión como si realmente estuviera presente.
—Es una colección muy impresionante —dijo Bile, observando a su
alrededor. El cráneo lo siguió con la mirada—. Ecléctico. Lo apruebo.
—Es sumamente personal para mí —respondió Cawl.
—Ya lo había inferido —dijo Bile—. Curioso, no elegí este lugar para
encontrarme contigo. La tecnología que me han facilitado es precisa, pero
no infalible. Quizá sea tan solo una coincidencia —se inclinó para examinar
un artefacto bañado por el suave resplandor de un campo de estasis.
—Eres Fabius Bile, si no me equivoco —dijo Cawl.
Bile se alejó del objeto. Los ojos del servocráneo bañaron los de Bile con un
brillo rojo e infernal.
—Mi reputación me precede —dijo, levantándose y moviéndose hacia otro
objeto que captó su atención, cruzando un fragmento de un generador de
campo nulo indrani montado sobre un pedestal. Cawl ignoraba cómo había
adquirido ese artefacto y el valor que había tenido para él.
—¿Eres el original, el verdadero Pater Mutatis, y no uno de sus clones?
Bile se encogió de hombros.
—¿Realmente importa? Ellos son yo y yo soy ellos. Todos somos genios.
Cawl soltó una carcajada que resonó a través de su protección maxilar.
—Dicen que soy arrogante, quizás con razón, pero creo haber encontrado a
alguien que me supera en ese aspecto.
Mientras Cawl hablaba, ordenó a una de sus mentes subordinadas rastrear
la fuente del hololito. Aunque la señal había llegado a un punto focal,
seguir su rastro resultó ser sorprendentemente complicado. La señal era
frágil, aún dispersa por las incesantes interferencias estelares de los
hermanos Avernes. Solo una inteligente modulación de frecuencia permitía
transmitir suficiente información para proyectar la imagen de Bile en el
museo. Una cosa estaba clara, si Bile utilizaba comunicación hololítica,
debía estar cerca. Por un momento, Cawl consideró activar una alerta en
toda la nave, pero decidió que eso podría hacer que su inesperado
visitante se retirara. A pesar de sus reservas, Cawl se encontró deseoso de
escuchar lo que este notorio Hereje Astartes tenía que decir.
Bile sonrió.
—Soy arrogante. ¿Qué genio no lo es? Soy un genio, igual que tú. Un
hombre sabio reconoce en qué es bueno. No encontrarás falsa modestia
aquí. Pero también reconoce sus fallos. El reconocimiento de los propios
talentos debe ir acompañado de una visión clara de los propios defectos.
De lo contrario, el sabio no es sabio en absoluto.
—Qué modesto —dijo Cawl.
—La humildad es una virtud que muchos de nuestra época han olvidado,
archimagos. Me atrevería a decir que tú mismo le dedicas poco tiempo.
—Poco —admitió Cawl—. Creo que la humildad podría obstaculizar mi
autoconfianza.
Bile pareció pensativo.
—Acepta un consejo amigable, de un científico a otro. Deberías adoptar la
humildad. Debes examinarte con completa honestidad. Mejorarás al
reconocer tu falibilidad.
—Nunca afirmé ser infalible.
—Sin embargo, parece que crees serlo —dijo Bile, extendiendo una mano
etérea y pasándola de manera especulativa a través de una caja de
cristalita y el cráneo destrozado dentro de ella—. Observa tu gran obra, tus
Marines Espaciales Primaris —Bile se agachó, mirando a los ojos vacíos del
cráneo—. Debo admitir que estaba ansioso por ver la obra de este
supuesto genio. Me refiero a ti.
—Si, lo suponía —Cawl ya había descifrado suficientemente la transmisión
como para empezar a rastrearla, aunque estaba altamente codificada. Se
sumergió en el trabajo de descifrar los códigos. —¿Qué opinas de mi
trabajo, de científico a científico? —dijo Cawl, haciendo eco sarcástico de
las palabras de Bilis.
—Me pareció decepcionante —dijo Bilis con una expresión severa y
desprovista de amabilidad—. Encontré poco interesante, Cawl. He
examinado tu trabajo exhaustivamente y no hay nada revolucionario en él,
solo son variaciones sobre el mismo tema. Súper soldados más robustos,
más grandes, más fuertes, más insoportablemente santurrones... —hizo
una mueca de desdén y se dirigió hacia una garra de cristal que sobresalía
de un pedestal, la luz de su proyección brilló a través del material
transparente—. Llamar a los Marines Espaciales Primaris una mejora
puede ser técnicamente correcto, pero realmente no se puede mejorar un
diseño inherentemente defectuoso —Bilis continuó caminando, su figura
espectra pasando a través de vitrinas y exhibidores.
—Hice lo que se me solicitó —dijo Cawl, sintiéndose irritado por las críticas
de Bilis. Los marines primaris son una obra maestra. ¿Acaso no lo veía?
Apartó el sentimiento. ¿Por qué debería sentirse afectado por las palabras
de esta abominación? Su orgullo herido estaba interfiriendo con la labor de
sus subordinados que estaban rastreando la transmisión.
—Probablemente —dijo Bilis—. Ese rígido y antiguo Guilliman
probablemente los adore. Pero tú y yo —Bilis bajó la voz hasta un susurro
conspirativo—, somos creadores de una estirpe especial, ambos sabemos
que podrías haber hecho algo mejor.
—Quizás.
—Vamos —dijo Bilis, erguido—. Un verdadero artesano no solo hace lo que
se espera de él. Un artista aspira a superarse constantemente.
—Comprendo. Solo he tenido diez mil años.
—¿Te burlas de mí?
—Más bien de mí mismo —respondió Cawl—. Tuve que diseñar un
conjunto completamente nuevo de armamentos, armaduras, vehículos y
equipo para acompañarlos. Si vamos a ser justos, y creo que deberíamos
serlo. El lord primarca quería una mejora sobre los diseños originales de su
creador. Eso es lo que proporcioné. Creo que, dado el alcance de mi
asignación, esa última demanda eclipsó cualquier ventaja que podría
obtener mostrando mi "arte", si se le puede llamar así. He visto los
resultados de tu "arte", Bilis. No eres un científico, eres un torturador.
Los brillantes ojos de Bilis se volvieron hacia el archimago, mostrando una
repentina furia.
—Eres ingenuo. ¿Piensas que me he sometido al Caos? —Se encogió de
hombros, y su furia pareció desvanecerse o al menos ocultarse—. Supongo
que es comprensible pensar eso. Pero también es incorrecto. Esos dioses
de los que mis hermanos no dejan de hablar son una plaga, una
interferencia que destruye la armonía de la música universal. No hay
dioses, archimagos. Solo hay tiempo, existencia y entidades conscientes
forjadas a partir de ambos.
—Es una perspectiva —dijo Cawl.
—Seguro que te sorprendería saber que mi objetivo es, en esencia, el
mismo que el tuyo.
—¿Cuál sería ese?
—Salvar a la humanidad —respondió Bilis, sacudiendo la cabeza.
Cawl lo miró con escepticismo.
—Una noble aspiración para alguien con tu historial, ciertamente.
Generalmente, cuando alguien quiere "salvar" a otro, no es para luego
despojarlo de su piel. Si no me equivoco, has pasado milenios aliándote
con traidores que amenazan con sumergir nuestra realidad en un infierno
por los próximos diez milenios. Has fortalecido sus ejércitos y apoyado sus
complots. Incluso has liderado ejércitos contra la humanidad. Tu nombre
evoca terror en innumerables mundos. A donde vayas, dejas un rastro de
sufrimiento y muerte. Poseo archivos que documentan las atrocidades que
has cometido contra los ciudadanos del Imperio: masacres, torturas,
experimentos grotescos... Así que, perdona si no acepto tus declaraciones
de inocencia. Eres un monstruo.
—Me han llamado así, incluso te sorprendería quién, pero observándote
me pregunto, ¿no provocarías tú también pesadillas a algunos?
—Puede que no sea agradable a la vista, pero no hay comparación posible
entre tú y yo —replicó Cawl.
—No, no la hay. No eres tan bueno como yo —Bilis comenzó a caminar de
nuevo, gesticulando con Tormento—. Viviseccioné una de tus creaciones. A
más de una, en realidad. Pero esta se me quedó grabada. Era muy antiguo,
casi tanto como tú o como yo. Se lo llevaron de un mundo muy lejano de
Terra —hizo ademán de meditar—. Fue secuestrado, esa es la palabra para
lo que le pasó. Le arrancaron de su familia sin su permiso. Experimentaron
con él durante milenios. Miles de años de dolor para convertirlo en un
arma viviente. ¡Ja! ¿Me llamas monstruo? Los dos somos monstruos.
—Si soy un monstruo, entonces soy un monstruo en el lado correcto de la
historia —dijo Cawl.
—Yo digo lo mismo —Bilis soltó una sonora carcajada—. No existe el lado
correcto. No hay buenos y malos, sólo dos fuerzas, tan malas como la otra,
atrapadas en una espiral de muerte. El Imperio está tan podrido y
degenerado como los seguidores de Abaddon.
—Entonces, ¿por qué les ayudas a ellos en lugar de a nosotros? Podrías
haber usado tu talento para el bien.
—¿Qué crees que intento hacer? —se burló Bilis—. ¿Qué crees que habría
pasado si hubiera vuelto a Terra tras la caída de Fulgrim? ¿Me habrían
recibido con los brazos abiertos? ¿Para aclamar mi genialidad, mi
contribución a la humanidad? Me habrían fusilado. Si hubiera vuelto más
tarde, tras el fracaso de Horus, me habrían quemado vivo. Eso es progreso
para ti.
—Si conozco bien la historia, y ten en cuenta que se trata de algo retórico,
yo diría que es una tontería —dijo Cawl—. Pasaste cientos de años
liderando a los Hijos del Emperador caídos voluntariamente.
—¿Y? Sirves a un imperio moribundo gobernado por un cadáver que se
deleita con las almas de sus súbditos. No hay justicia. No hay bondad.
Estamos a merced de falsos dioses por todos lados —Bilis pasó a otra
exposición.
—Ya veo adónde va esto —dijo Cawl—. Esta es la parte en la que me dices
que deseas liberarnos de todos los dioses. ¿Cómo? ¿Sustituyéndolos por ti
mismo?
—Me han adorado como a un dios —dijo Bilis—. He descubierto que no
me gusta.
—He oído esta canción antes.
—Ya he tenido bastante en mi vida con los que sólo hablan de metáforas
dramáticas —espetó Bilis—. Canciones, leyendas. No más. Voluntad, Cawl.
Es la voluntad lo que nos salvará, no las historias —levantó la mano y la
apretó—. Mi voluntad. Tu voluntad. Sé que quieres detener todo esto,
expulsar al Caos. Yo también.
—Ahora el genio maligno declama su plan. Eres un cliché con un abrigo
espantoso —Bilis enseñó sus finos dientes grises—. No tengo nada que
perder diciéndote lo que necesito, Cawl, o lo que deseo conseguir. Tengo
todo que ganar. La humanidad es débil e imperfecta. Tal y como existimos
ahora como especie, estamos acabados. No discutas conmigo sobre este
punto. Ustedes, sacerdotes máquina, se pasan la vida intentando mitigar
las debilidades de nuestra especie. Muchas personas, incluido el
Emperador, han invertido su tiempo en la creación de cepas superiores de
la humanidad. Ninguno de ellos ha tenido éxito.
—¿Hasta ahora? —ofreció Cawl—. Qué sorpresa.
—Trabajé durante mucho tiempo para crear una raza mejor, una que no
cayera en el Caos, que no se aprovechara infinitamente de los suyos.
Durante siglos lo intenté, hasta que, cansado, me cansé de ello. Yo, Fabius
Bilis, me aburrí.
—Bueno —dijo Cawl—. Tienes mi simpatía en ese aspecto.
—Me aburrí porque cometí un error fundamental. Creí que debía
controlarlo todo, que sólo yo podía salvar la galaxia. Me desilusioné,
sabiendo que era imposible. Abandoné a mis hijos. Cruelmente. Algo de lo
que dices es cierto sobre mí. Por suerte, fue lo mejor que pude haber
hecho. Desde mi despertar he vuelto a ser consciente de mis Nuevos
Hombres, ¡y han cambiado! —empezó a hablar rápido, con entusiasmo—.
Deberías verlos, Cawl. Son perfectos. Son resistentes a la atracción de los
poderes de la disformidad, físicamente poderosos, invulnerables a la edad
y a la enfermedad. Sus sociedades son igualitarias y justas. Todos conocen
su lugar y están satisfechos de cumplir su papel. He visto lo que han hecho
de sí mismos y me siento humilde. Ahora sé que las mayores creaciones
deben ser como niños, moldeados por su creador pero no acabados. Las
grandes creaciones se acaban a sí mismas. He clonado a todos los
Primarcas, Cawl. Todos han fracasado. Si fuera más arrogante, diría que sin
duda es culpa del material original, y no de mis métodos. Pero debo
aceptar la posibilidad de que no tenía todo lo necesario para crear un
primarca con éxito. El error fue mío —dijo Bilis.
—¿Todavía quieres recrear a los hijos del Emperador? —dijo Cawl,
deseando que Bilis siguiera hablando. Los algoritmos empleados por sus
submentes procesaban incansablemente la encriptación de Bilis. En lo más
profundo de su ser, estaba siendo testigo de su desbloqueo, visualizando
flujos de números que se volvían verdes y, posteriormente, revelaban sus
secretos. Estaba localizando a Bilis en algún lugar del Sistema Avernes, en
dirección al núcleo galáctico. No estaría lejos, no podía estarlo.
—Lo hice —respondió Bilis—. No funciona. Los primeros que hice eran
seres inútiles, pero mejoré. Yo, como tú, sigo creyendo en los antiguos
métodos de descubrimiento, y mediante la observación y la eliminación fui
perfeccionando mis experimentos. Llegué a un punto donde los últimos
que hice eran copias perfectas en todos los sentidos, tan perfectas que
tenían todos los defectos de sus originales, incluyendo la atracción por la
condenación eterna. He llegado a creer que las creaciones del Emperador
están irremediablemente influenciadas por la disformidad, incluso tu
amado señor y maestro.
—Entonces no pretendes repetir el ejercicio. Deseas... —Cawl pensó un
momento—. ¿Qué deseas? —levantó un dedo—. Eso es. Deseas cambiar la
dirección de tus investigaciones, no crear tu propio primarca, sino algo
mejor. ¿Un ser de diseño propio pero con un potencial similar?
—Tienes perspicacia —dijo Bilis con una pequeña inclinación de cabeza—.
Soy humano, soy imperfecto. Los errores del Emperador continúan
afectando mi cuerpo. Por más que haya eludido a la muerte, no viviré
eternamente. Mis Nuevos Hombres necesitan liderazgo si quieren guiar a
la raza humana hacia el futuro. Necesitan ayuda para sobrevivir. Deseo
crear un rey digno de ellos. Algo que evite todos los errores que cometió el
Emperador.
—Es un plan intrigante —dijo Cawl con seriedad. Un sentimiento de
curiosidad se estaba gestando en su interior, no ayudado por la creciente
seriedad de Bilis.
—A pesar de la simplicidad de lo que has logrado con los Marines Primaris,
admiro la elegancia de tus soluciones. Sin duda eres un genio, Cawl, pero
eres un generalista. Yo soy un especialista. Poseo conocimientos y
experiencia que tú nunca tendrás.
—Posiblemente —dijo Cawl, mientras Bilis aún no percibía el brillo
creciente en los ojos de Cawl.
—Definitivamente —dijo Bilis—. Nadie tiene una capacidad ilimitada. Si me
otorgas lo que deseo, habrás contribuido a salvar a la humanidad. Piensa,
Cawl. Los necrones, los tiránidos, los orkos... El caos no es la única amenaza
existencial para esta galaxia. Somos demasiado frágiles para sobrevivir. No
permitas que la humanidad perezca ante sus innumerables enemigos.
Ayúdame. Terminemos con estas guerras. Todos estos Marines Espaciales y
templos a dioses indiferentes, estos imperios... —Bilis despreció el aire con
la mano—. Son el trabajo de mentes inferiores. Los verdaderos científicos,
como tú y yo, conocemos el valor del grandioso cosmos, la diversidad de
vida y propósito que reside en las estrellas, incluso si tú crees que tu dios
está detrás de todo y yo no. La humanidad puede y debe ser el cenit de la
existencia. Elevémonos por encima de todo. Ayúdame a traer la paz.
Otórgame el Sangprimus Portum, y serás recordado como el benefactor de
una nueva era. Tu nombre perdurará eternamente, consagrado en la
memoria, como un gran héroe para nuestra especie.
Cawl observó a Bilis con ojos desbordantes de sorpresa. El holograma de
Bilis le devolvió la mirada, expectante.
—¿Y bien? ¿Qué dices? De científico a científico —repitió Bilis,
extendiéndole la mano—. Colaboremos.
CAPÍTULO VEINTE
LA LLAVE DE QVO
Siguiendo el rastro de aire más cálido, Qvo aceleró el paso, y aunque
Oswen parecía más reacio a hacerlo, se mantuvo lo suficientemente cerca
de Qvo como para tocarle el hombro.
—Nos acercamos a la fuente de energía principal. ¿La sientes?
Qvo asintió. El aire estaba saturado de partículas en libertad. El vello de su
cabeza se erizó con la estática. Sus sentidos mágicos registraron cantidades
significativas de radiación ionizante en el aire.
—Sin embargo, aún no he localizado la máquina. Está bien protegida.
—Si es una máquina —dijo Oswen.
—Es una máquina —afirmó Qvo. Las escaleras se desvanecían de la vista. A
su alrededor, columnas se alineaban hasta perderse en la lejanía, creando
con su inalterable regularidad, efectos ópticos singulares que sus
cogitadores visuales luchaban por interpretar.
Pronto, el sonido de un raspar constante llenó el ambiente. Qvo aumentó
la velocidad hasta que, al identificar la fuente del ruido, se detuvo y se
ocultó tras una columna, indicándole a Oswen que hiciera lo mismo.
Intentó comunicarse por vox, pero una tormenta de radiación emanada de
la fuente de energía central interfirió su transmisión.
—Es uno de los magos —dijo y señaló. La lectora dogmis, Kalisperis.
Oswen observó a la criatura que avanzaba trabajosamente por el
submundo, propulsada por un manojo de tentáculos, frunció el ceño y se
aproximó cautelosamente a Qvo.
—¿La teóloga? ¿Qué hace aquí abajo sola?
—No lo sé, es sospechoso. Vamos, observemos a dónde se dirige.
—¿Estás seguro de que es seguro? —preguntó Oswen.
—No —respondió Qvo—. Pero no creo que nos vea. Este lugar no es
propicio para los augurios.
Como ejemplo, señaló el mapa cráneo de Oswen. El mapa que se
proyectaba estaba vacío, y la función cognitiva superior del cráneo estaba
inactiva. Oswen lo seguía únicamente por el lazo que lo conectaba a su
cabeza.
—¿Cuenta con suficiente protección contra la radiación? —preguntó Qvo.
Oswen asintió con determinación.
—Tengo más mejoras de lo que parece —aseguró—. Mi fascinación por los
mapas me ha llevado a través de numerosas zonas tóxicas. Debo verificar
su precisión.
—Estás lleno de sorpresas, Oswen.
Continuaron avanzando. La sensación de poder se intensificaba,
abrumando algunos de sus sentidos más básicos. Las mejoras internas de
Qvo centelleaban, creando nuevos y molestos circuitos eléctricos.
Desactivó todos los que pudo, pues el efecto era doloroso, aunque estaba
seguro de que pasarían desapercibidos. Verificó su conexión con el Zar
Quaesitor, temeroso de perder el enlace con sus telares de datos y que
toda la información adquirida aquí se disipara, pero Cawl lo había dotado
de tecnología avanzada, y la conexión de transferencia cuántica
permanecía intacta.
El avance de Kalisperis era lento y torpe, sugiriendo la inminencia de un
desastre. Pronto la alcanzaron, y sus temores disminuyeron. A pesar de su
tamaño, parecía incapaz de defenderse. Se llenaron de valor, se acercaron
y observaron con atención sus movimientos erráticos.
Después de unos minutos, la vasta sala se iluminó revelando la fuente de la
luz emergente. Un resplandor, similar al nacimiento de un sol, brillaba
desde el suelo, siendo suficientemente intenso como para reducir a la
Magos Kalisperis a una mera silueta. Sintieron el flujo de energías sublimes
resonando en lo más hondo de su ser, y estaban tan ensimismados por la
magnitud del poder que casi no notaron cuando Kalisperis comenzó su
descenso por una pendiente invisible.
—Apuesto a que la puerta está allí abajo —comentó Qvo.
Las columnas finalmente terminaron. Aunque anticipaban una depresión
en el suelo, esta se presentó mucho más abruptamente de lo que
imaginaban, y estaban tan sobrecogidos por la energía omnipresente que
Qvo casi cae en un vasto pozo circular.
Kalisperis descendía vacilante por unas escaleras que dirigían hacia el
centro. En la parte inferior, se encontraba un arco rotatorio, iluminado
desde su interior por una luz brillante.
—Una puerta de la Telaraña —dijo Qvo—. No se parece a ninguna que
haya visto antes.
—Observa esto —intervino Oswen, señalando una de las numerosas
estelas de un metro de altura que rodeaban el borde de la fosa.
Qvo estudió cuidadosamente a Kalisperis. Los tecnosacerdotes estaban
ahora expuestos, pero ella parecía no haberlos notado aún.
—¡Eh, Magos Qvo! Una inscripción —exclamó Oswen nuevamente, cuando
Qvo no respondió—. No puedo leerla.
—Ya voy —contestó Qvo, claramente irritado por la inocente excitación de
Oswen ante el descubrimiento. Al igual que muchos otros miembros del
Culto, parecía haber olvidado el peligro inminente—. Permíteme echar un
vistazo.
Qvo se acercó a la estela y examinó las inscripciones. Había diversas
escrituras; una evidentemente humana, utilizando el alfabeto universal
que la humanidad había usado desde los albores del tiempo. Aun así, el
significado le resultaba esquivo. Podía identificar ecos del gótico imperial
en algunas palabras, pero más allá de eso, era incomprensible. Supuso que
era la lengua Ur de la Vieja Tierra, precursora de muchos idiomas
contemporáneos, pero conocida solo por unos pocos. Las demás escrituras
no parecían humanas.
—Quizás Cawl tenía razón —murmuró Qvo.
—¿Acerca de qué tenía razón?
—Sugirió que este lugar podría ser una especie de sede diplomática.
Los ojos de Oswen se abrieron ampliamente.
—Benditos sean los conductos humanos del Omnissiah, porque a través de
ellos difunde su sabiduría.
—No te emociones demasiado. Cawl suele tener razón en todo. Se torna
agotador. Vamos —dijo Qvo, tomando a Oswen del brazo y conduciéndolo
hacia las columnas—. Será mejor que nos ocultemos.
—¿No deberíamos hacer algo?
—¿Como qué? —replicó Qvo—. No sabemos por qué está aquí. Su
presencia podría ser totalmente legítima. Este lugar es un área accesible,
¿recuerdas?
Oswen lanzó a Qvo una mirada que le pareció sorprendentemente
condescendiente, casi como si Qvo fuese un joven acólito que hubiese
conectado incorrectamente dos terminales.
—¿Legítima? No parece muy probable, ¿cierto?
—Probablemente no —concedió Qvo—. Pero he estado haciendo esto por
un tiempo bastante largo. Lo cual es tanto verdad como mentira, pensó,
considerando que había nacido literalmente el día anterior—. Si actuamos
precipitadamente, sin duda provocaremos algún tipo de incidente.
—‘No confíes en las traiciones de la probabilidad’ —,citó Oswen.
—¿Siempre recurres a las escrituras? —preguntó Qvo.
—Solo cuando estoy nervioso —admitió Oswen—. Deberíamos actuar
ahora.
—Prefiero ser precavido —manifestó Qvo—, especialmente si eso significa
evitar herir a alguien inocente. —tenía lista su pistola de fósforo, a pesar de
todo.
—‘No te detengas por temor a dañar a los inocentes, ya que los gui…’
—¿Podemos evitar eso? —interrumpió Qvo.
Kalisperis se había detenido junto al portal. Con cuidado, bajó la caja sobre
sus tentáculos enrollados y, para sorpresa de todos, todo el frente se
desplegó.
—Por el Omnissiah —susurró Qvo—. Es una obra maestra de artificio.
Una figura esbelta, visiblemente más humana, emergió desde el interior y
se acercó a la puerta. Resplandecía con un efecto obscurecedor de
camaleolina, hasta que se despojó de la capa exterior, revelando una forma
femenina. Quienquiera que fuese, era una tecnosacerdotisa: dos
mecadendritas se extendían desde sus hombros. Extrajo una especie de
dispositivo y presionó un botón. El arco cesó su movimiento y se retraía en
el suelo, reconfigurándose a nivel molecular, asemejándose más a las
entradas de la Telaraña que Qvo había visto anteriormente. Sus
mecadendritas se movieron hacia adelante, una conectándose a una
interfaz invisible, y la otra tocando varios puntos del arco con certeza,
activando runas inescrutables que no parecían ni humanas ni aeldari.
Al activarse el tercer símbolo, un temblor recorrió el suelo, emanando
desde la puerta. Las columnas cercanas resonaron con una pureza
armoniosa, emitiendo cada una una nota melodiosa. La música se propagó
en ondas, cada pilar uniendo su resonancia hasta que el entorno completo
vibró con una melodía insistente.
El mundo de Ponto Avernes tembló.
El brillo de la puerta se desvaneció.
—Esto no es bueno —dijo Qvo—. Nada bueno. —alcanzó su arma—. ¿Qué
pasó con preferir ser demasiado precavido?
—Me equivoqué. Abrir puertas secretas subterráneas nunca es una buena
señal. Nunca se sabe lo que pueda suceder. Ha tenido su oportunidad. —Se
sorprendió a sí mismo avanzando con seguridad, arma en mano. Gracias al
Dios Máquina, finalmente se había acostumbrado a sus nuevas piernas—.
¡Disculpe! —gritó sobre el canto de las columnas—. ¡Disculpe, madame
magos!
Una sexta runa brilló. Otro temblor emanó del epicentro del resplandor,
enviando una nueva serie de notas que se mezclaron con el primer coro, ya
desvanecido. Llegó al suelo y le apuntó a la cabeza.
—Alto ahí —le ordenó.
Ella apenas le dignó con una mirada. Atravesó su rostro, mayormente
humano, con una mínima cantidad de augmentaciones, aunque sus ojos
eran artificiales, orbes completamente negros que brillaban con torrentes
de datos internos. Estaban bien hechos, lo suficientemente pequeños para
ocupar solamente sus cuencas naturales.
—La mascota de Cawl —dijo ella con desdén, y se volteó, continuando con
la activación de los controles de la puerta. Ahora que estaba más cerca,
Qvo notó que se trataba de una especie de arqueotecnología híbrida, y
sospechó de impuras influencias xenos—. Retírese —dijo ella.
—No —respondió él.
Disparó, pero la descarga de su pistola de fósforo se desvaneció al chocar
contra la barrera invisible de un campo protector. No hubo destellos de luz,
como se esperaría de un refractor personal, un campo iónico o de
conversión. El disparo simplemente se detuvo.
—¿Un campo de energía personal? —preguntó. Era una herramienta
extremadamente rara.
Ella asintió, continuando su trabajo.
—Los verdaderos seguidores del Dios Máquina son bendecidos con
muchos dones que ustedes, quienes niegan su gloria, solo pueden soñar.
—¿Los verdaderos seguidores? —comenzaba a entender. La mirada de Qvo
se deslizó hasta el borde de su túnica. Estaba decorada con símbolos de
devoción a la máquina: trazas del engranaje sagrado, palabras en Lingua
Technis y secuencias de números binarios, pero también había símbolos
más oscuros—. Eres del Mechanicum Oscuro —dijo.
—El verdadero Mechanicum —corrigió ella—, o el Nuevo Mechanicum,
como prefieras. Ambos términos son preferidos por aquellos que no
adoran al Falso Omnissiah, sino que siguen al único, verdadero e
inmaculado Dios Máquina. Desde mi perspectiva, ustedes pertenecen al
Mechanicum Oscuro.
Él volvió a disparar repetidamente; cada tiro de fósforo rebotó
inofensivamente en su barrera de energía unidireccional. Ella no se inmutó
con los disparos y continuó trabajando hasta terminar. La puerta emitió un
último temblor y la luz se apagó. Algunos de los Qvo habían estado en la
Telaraña, y aunque a menudo variaba en forma, reconocía la suave
luminosidad presente en ciertas partes de ella y las paredes ondulantes
que parecían estar tanto al alcance de la mano como a una distancia
infinita. Qvo se encontró observando un túnel lo suficientemente corto
como para ver su final. Parecía estar mirando la bodega de un barco, llena
de servidores en espera.
Kalisperis, si ese era su verdadero nombre, se dio vuelta, y sus
mecadendritas se despegaron de la puerta, enrollándose sobre sus
hombros como serpientes listas para atacar.
—Ahora puedo ocuparme de ustedes —dijo con calma.
Qvo retrocedió, disparando nuevamente. Una vez más, su disparo se
desvaneció contra el campo de energía de ella.
—Permíteme ayudar —dijo ella. Una mecadendrita se disparó,
arrebatándole la pistola a Qvo, lanzándola contra la arquitectura de silicio.
Qvo sostuvo su muñeca dolorida.
Ella estaba más mejorada de lo que parecía a primera vista. La capucha
revelaba músculos metálicos adicionales y su nuca estaba resguardada por
una cobertura blindada.
—Lacayos de Terra, nos han desviado del verdadero camino hacia la
iluminación. Condenan a la humanidad con su herejía —acusó ella.
—Ustedes son los que se asocian con demonios —dijo Qvo. Se dio un
fuerte golpe con el pie en el último escalón que conducía al bosque de
columnas. Se cayó y miró hacia arriba.
La cumbre parecía inalcanzablemente distante. No había rastros de Oswen.
Kalisperis no hizo mención alguna. Un atisbo de esperanza brilló al
considerar que estaba solo. Tendría una oportunidad si Oswen lograba
llegar a tiempo a X99. No hay mucho que pueda obstaculizar el paso de
una cohorte de Kastelan.
—No nos asociamos, los utilizamos —explicó ella—. No te asocias con el
acero, ¿verdad? Lo dominas. Lo moldeas. Lo forjas hasta que toma la forma
que deseas. El material de la disformidad es un recurso como cualquier
otro, una parte sagrada de la Gran Obra del Dios Máquina. Es un error
negarlo.
Qvo se giró, comenzó a escalar las escaleras torpemente, intentando
levantarse, buscando escapar de aquel lugar ominoso. Logró ascender tres
escalones. Sus dendritas se lanzaron sobre él, una lo agarró por el cuello y
lo alzó en el aire, girándolo para enfrentarlo a ella.
—Tu tiempo ha terminado —le informó ella.
—No podrás asfixiarme —respondió él—. No respiro.
—Lo sé —dijo ella—. No intento asfixiarte —con un sonido chirriante, un
pico de datos emergió de la palma de su segunda dendrita, y sus tres
robustos dedos se abrieron ampliamente—. Voy a utilizarte —añadió con
una sonrisa maliciosa—. Qué terrible ironía que el amor de Cawl por su
amigo resulte ser su ruina. El vínculo que Cawl instala en todas sus
versiones de ti es potente y puro. Configuraciones de comunicaciones
subatómicas intrincadamente entrelazadas a la escala más fina —se mofó
—. Tecnología ancestral empleada por motivos sentimentales.
—Me temo que no te sigo, Kalisperis —dijo Qvo.
—No soy Kalisperis. Soy Alixia-Dyos, de los Discípulos de Nul. Qué limitado
eres, al igual que esos ingenuos que permitieron que me infiltrara en su
iglesia en Accatran. Eres una herramienta útil, pero solo un juguete. Te he
atraído hasta aquí. Eres la clave de la nave de Cawl, y cuando termine
contigo, tomaré todo lo que eres, lo desmenuzaré en componentes y me
quedaré con las piezas útiles.
Justo en ese momento, Qvo pensó que sería ideal que Oswen apareciera
con los robots de X99, justo cuando el pico de datos de Alixia-Dyos perforó
su ojo, atravesándolo hasta alcanzar el cerebro electrónico detrás de él, y a
través de su enlace ascendente perpetuo de recolección de memoria con la
nave, llegando hasta el corazón del Zar Quaesitor.

Cawl observó la mano extendida de Bilis y luego su rostro, y no pudo


contener la risa. Intentó sofocar el aluvión de diversión, pero la represa
interna cedió, y sus manos principales volaron hacia su boca. Cawl soltó
una carcajada, que creció en intensidad hasta convertirse en un ulular
estridente.
—Ahora te burlas de mí —dijo Bilis—. Vengo a hablarte como un igual
respetable, ¿y te ríes de mí?
—Lo siento, lo siento —rió Cawl—. ¡Pero es la cosa más encantadora que
he escuchado en tres mil años! —su voz y sus emisores vocales titubearon
—. ¿Quieres que te entregue el Sangprimus Portum? ¿A ti? ¿Esperas que
entregue la suma total de lo que queda de la obra misma del Emperador a
un Marine Espacial del Caos? ¡Oh, por el Omnissiah, eso es bueno! ¿Es ese
tu plan? Que yo simplemente lo entregue. ¿Serás tú el arquitecto? —Cawl
inquirió—. ¿Seré yo tu facilitador? ¿Para que puedas inundar el universo
con Marines Espaciales Primaris del Caos?
—No necesito tu archivo para hacer eso. Tu trabajo es extremadamente
rudimentario.
—Bueno, entonces podrías ocupar el lugar del Emperador y del Señor de la
Guerra y gobernarnos a todos para nuestro beneficio.
Para sorpresa de Cawl, Bilis parecía herido.
—Sabía que me decepcionarías —dijo, y su mano extendida se cerró y se
replegó.
—No importa lo que desees. Todos los tiranos comienzan así, Fabius Bilis.
He cruzado caminos contigo anteriormente. He conocido entidades que te
adoran. La divinidad no es una elección. ¡Incluso si deseas evitar esa carga,
piensa en lo que estás proponiendo! ¿Estás aquí, hablándome, un Primer
Conducto del Omnissiah, sugiriendo que solo tu diseño debería reemplazar
la sagrada forma de la humanidad? ¿Que tú, solo tú, puedes mejorar Su
majestuoso diseño? ¿Que eres el único hombre que puede salvarnos a
todos? —Cawl chocó los dedos de metal con un ruido áspero y despectivo
—. Bravo por ti. Lo digo con mucho sarcasmo, por si tu ego te anima a
malinterpretar mi desprecio como un elogio.
—¿No cree tu culto que debes mejorar la obra de tu dios? —gruñó Bilis.
—Ahora empleas argumentos teológicos cuando se te acaba la
racionalidad —dijo Cawl—. Mejorar, sí; suplantar, no. Quemarlo todo y
empezar de nuevo es el impulso del megalómano. Fue el impulso de
Horus, de Abaddon, de todos los caudillos mesiánicos desde los albores del
tiempo. Es el deseo de estos dioses que pretendes despreciar.
—Muy bien. Recházame. Esa es tu elección. Llegarás a admitir que mis
mejoras de la raza humana son superiores a cualquier otra —dijo Bilis—.
Reconocerás la rectitud de mi plan y te arrepentirás de haber rechazado
participar en él antes del final.
—Millones de mutantes atormentados sugieren lo contrario, Bilis.
Sinceramente. Y yo que me creía presa de la arrogancia —respondió Cawl,
mientras el cráneo detrás de la cabeza de Bilis lo miraba profundamente a
los ojos.
—Si no me das lo que necesito para salvar a la humanidad, que caiga sobre
tu cabeza. En su lugar, lo tomaré por la fuerza —amenazó Bilis.
—Sabía que ibas a decir eso —dijo Cawl—. Estoy harto de ofertas que no
me interesan. Desaparece de mi vista.
—Una pena —dijo Bilis, y parecía decirlo en serio. Luego sonrió—. Pero ya
me lo esperaba.
—Entonces, ¿por qué intentas persuadirme?
—No intento persuadirte.
—¿No? —Cawl sintió una súbita emoción de comprensión—. Intentabas
distraerme, Cawl. Pero ahora tengo lo que necesito. Mi socio está
entusiasmado. Tienes tantas maravillas aquí. Quizá haya llegado el
momento de que conozcas mejor algunas de ellas.
El hololito de Bilis se apagó. Los servocráneos que había subrogado para la
visita se desplomaron en el suelo. Las luces parpadearon. El constante
zumbido de fondo de la nave en funcionamiento cambió sutilmente.
—Oh, no —dijo Cawl—. Oh, no.
Las luces se apagaron. Los propulsores se dispararon sin previo aviso,
ejerciendo enormes fuerzas sobre el cuerpo de Cawl. Apretó los pies
contra la cubierta. Los claxons empezaron a aullar por todas partes. Las
luces rojas de emergencia se encendieron.
La mente de Cawl se sumergió en la noosfera. Por toda la nave, los
sistemas se desconectaban. Los reactores de maniobra la empujaban fuera
de su anclaje, hacia Pontus Avernes. Esperaba un código de metralla
demoníaco, el método de ataque preferido del enemigo. Virulento, pero
inherentemente inestable y, por lo tanto, fácil de tratar. Lo que encontró
fue mucho más formidable: programación de subversión binárica genuina y
no contaminada. Las máquinas de espíritu semiconscientes lo estaban
dejando rápidamente fuera de su propia nave vacía. Era impresionante,
pero quienquiera que se lo hubiera dado a Bilis no tenía ni idea de las
capacidades de Cawl.
—Tramposo, tramposo Fabius Bilis —dijo Cawl—. Lo solucionaremos en un
momento, ya lo verás. Solo necesito encontrar de dónde vino. No estaba
en ese lithocast. Eso es demasiado obvio.
Cawl encontró la fuente rápidamente, y lo que pasaba por un corazón en
su cavidad torácica aumentada dio un vuelco.
—¡Friedisch!
El enemigo estaba en la sala de datos de Qvo, utilizándola para lanzar el
ataque informativo contra el Zar Quaesitor, lo que no solo era muy
inconveniente, sino que ponía en peligro todo su archivo de Qvo en el
proceso.
Cawl se puso en marcha antes de ser consciente de su deseo de hacerlo.
Profundos instintos animales lo impulsaban, sobreponiéndose a milenios
de intrincadas mejoras cerebrales y a la necesidad de proteger a su amigo.
Sus ciberconstrucciones se volvían locas, cayendo muertas desde el aire o
acelerando directamente contra las paredes y explotando en sus partes
componentes. La gravedad se tambaleaba en la cubierta. Las luces se
apagaban y encendían aleatoriamente. De los vocoemisores salían
fragmentos de música que sonaban con una lentitud siniestra. Mientras
tanto, sentía que la nave se inclinaba hacia el mundo artefacto.
Había olvidado por completo las últimas palabras que Bilis le había dirigido,
hasta que llegó a medio camino de la puerta que daba al pasillo, de donde
surgió una suave llamarada de luz verde. Energías extradimensionales
registradas en sus augures. Del tipo empleado por los necrones.
Una sombra se cernió sobre él, y entonces comprendió otro grave error:
había sido imprudente venir aquí sin antes armarse.
—Hola, insecto. Te dije que saldría, ¿no? —dijo AsanethAyu.
En menos de un minuto, el puente de mando del Zar Quaesitor pasó de un
estado de tranquila operación a uno de caos total. La primera señal que
recibió Primus fue de los servidores, cuyo comportamiento habitual cesó
abruptamente, comenzando todos a aullar.
Cabezas se voltearon sorprendidas por todo el puente.
—Estamos perdiendo el control —gritó un transmecánico al timón.
Rara vez Primus había escuchado tanto pánico en la voz de un
tecnosacerdote. La mayoría de los que servían en el puente tenían sus
emociones cauterizadas. Cawl insistió en que aquellos que no, poseían
bóvedas emocionales para contener sus sentimientos. Claramente, no eran
lo suficientemente grandes para contener tanto temor.
Primus intentó comunicarse y fue recibido con una explosión de ruido
ensordecedor en su casco.
—¡Encuentren al archimagos! —gritó Primus.
—No puedo, mi señor —balbuceó el lexmecánico más cercano. Su
vocoemisor fluctuaba por una escala electrónica desagradable.
Primus se acercó a su estación de voz y apartó al lexmecánico con un
empujón. Presionó botones y ajustó configuraciones, pero cada intento
solo trajo el mismo y terrible rugido que su casco había emitido.
—¡Nuestros sistemas están siendo inundados con datos inútiles!
—No son inútiles si nos están dirigiendo a Pontus Avernes —dijo Primus
solemnemente—. Nos están atacando. Alguien ha tomado el control.
Descubre quién. Purga todos los sistemas. Pone en cuarentena todos los
cogitadores y telares de datos afectados —ordenó.
Las pantallas parpadeaban por todas partes. Las luces se apagaron. Ruidos
aleatorios de máquinas emanaban de dispositivos en todos los rincones.
—Está en todo —informó otro tripulante. Golpeó varios botones. Una
llama brotó de su consola.
Wocolos el Integerariano tomó el control.
—Desconecten todas las conexiones noosféricas entre el Zar Quaesitor y
los sistemas subsidiarios —ordenó.
—POCO RECOMENDABLE... —zumbó el magos datalord—. PRONÓSTICO...
daño permanente a la noosfera más amplia. Probabilidad de daño a las
redes asociadas, noventa y cuatro por ciento.
—Anulación. Por la voluntad del Dios Máquina, hazlo —ordenó Wocolos—.
Corta las rutas de datos en origen. Salvemos lo que podamos.
Primus se sentía impotente. No era ignorante, pero las habilidades técnicas
necesarias para ayudar al Zar Quaesitor no estaban dentro de sus
competencias. Pontus Avernes se inclinaba hacia ellos como un magnífico
mapa en relieve, con sus detalladas características claramente visibles.
Primus realizó un cálculo mental rápido de lo que ocurriría si una nave de
la masa del Zar Quaesitor impactara contra algo que era esencialmente una
placa orbital sobredimensionada.
Por unos instantes, habría un quinto sol en el Sistema Avernes, y luego
todos estarían muertos.
Las luces se extinguieron, dejando el puente iluminado crudamente por los
soles gemelos del sistema y los torbellinos de absurdidades que llenaban
todos los hololitos y pantallas. Primus giró, observando el caos del Adeptus
Mechanicus, reconociendo, al verlos realizar sus extrañas labores, que ya
estaban en batalla, aunque ningún enemigo se había mostrado. Los
sacerdotes entonaban cánticos por todo el puente, rociando aceites
sagrados que se evaporaban en nubes acre procedentes de la maquinaria
sobrecalentada. Un bullicio de intercambio de datos audible entre los
adeptos llenaba el aire, como el zumbido de abejas agitadas en su
colmena. Los servidores continuaban gimiendo y retorciéndose. La mitad
de los asistentes cibernéticos actuaban erráticamente, corriendo de un
lado a otro o emitiendo ruidos estridentes. Algunos eran activamente
agresivos, y el ruido en el espectro electromagnético crecía y crecía.
—Tráiganme informes de estado —rugió Primus.
Alguien, en algún lugar, con sus emociones completamente controladas,
comenzó una letanía de desgracias con una voz plana y robótica.
—Escudos del Vacío: fuera de línea. Impulsores principales: fuera de línea.
Defensas primarias: fuera de línea. Defensas secundarias: fuera de línea.
Sistemas de Augurio: comprometidos. Soporte de vida: comprometido.
Sistemas Vox: comprometidos.
Y así sucesivamente: todos los sistemas principales de la nave no
funcionaban en absoluto o estaban bajo mando externo. Primus agarró al
lexmecánico, levantando su pesado cuerpo de cyborg de su asiento hasta
quedar frente a frente.
—¿Puedes conseguirme una línea vox externa?
—Todos los sistemas de la nave están bloqueados. Pero los sistemas no
centrales siguen funcionando. Redes vox Skitarii. Activos de la flota.
—¿Eso es un sí? —Primus dijo, muy lentamente, en su cara.
—Es un sí —dijo el lexmecánico.
Primus lo dejó caer de nuevo en su silla.
—Entonces abre comunicaciones con el resto de la flota del Adeptus
Mechanicus. Informa a las naves nodriza de los delegados para que tomen
una acción evasiva. Diles que no vamos a atacarles. ¡Lo último que
necesitamos es que interpreten esto como un acto de agresión! Activen un
sistema vox interno, ahora. Llama al Mariscal Iota al puente de mando.
—Está hecho, Lord Primus —dijo el lexmecánico—. Tienes activado el
enlace vox subsidiario con la nave.
—Personal del Zar Quaesitor, aquí Alfa Primus. Estamos sometidos a un
asalto de datos. Todos a sus puestos de combate. Prepárense para un
ataque físico inmediato.
Las respuestas fueron instantáneas.
—Respondan con una repetición de mis órdenes en binárico y texto —dijo
al lexmecánico.
—¿Milord? —la petición fue emitida desde un servocráneo aún obediente
que descendió en picado hasta la altura de los ojos de Primus, pero
procedía de la sección de augurios—. Tenemos escaneo limitado, y no hay
nada en el augur.
—Ignoren sus visores. ¡Ya vienen! ¡Todos a sus puestos de combate!
Mantengan un ojo en el vacío que nos rodea. Estén atentos a las naves con
dispositivos de oclusión y a la traducción hacia el sistema a través de la
disformidad.
Las sirenas tartamudeaban, luego cesaban y volvían a sonar cuando el
maquinista responsable de ellas volvía a controlarlas. Sus lamentos eran
señal de que se habían restablecido las funciones normales y reforzaron la
determinación de la tripulación.
—Atacarán. Este asalto es un precursor.
—Están llegando respuestas de las delegaciones de Metallica y Accatrania,
mi señor —dijo el lexmecánico—. Cuestionan sus declaraciones.
—Dales un informe completo de la situación. Recomiéndales que cierren
todos los medios que el enemigo pueda utilizar para infiltrarse en sus
sistemas.
—Dirán que es imposible que sus fortalezas de datos sean violadas.
—Está ocurriendo aquí. ¿Tenemos ya algún contacto con el archimagos?
—Ninguno, mi señor.
—Envíen grupos a buscarlo a su última ubicación conocida. Activen los
equipos de ingenieros de crisis y llévenlos al enginarium para ayudar a los
trans-mecánicos. Desconecten los sistemas de guía de las redes principales
de cogitadores si es necesario, y vuelen manualmente. Quiero que esta
nave vuelva a estar bajo control.
—¡Mi señor! Hay un...
Primus no escuchó el resto de la advertencia. Lo que había temido estaba
sucediendo, en su línea de visión a través del oculus. Justo delante del Zar
Quaesitor, se estaba formando una brecha de disformidad. Se ondulaba,
inestable, burbujeante como plastek ardiendo, mostrando primero el vacío
y luego la luz infernal de la disformidad en parches desiguales.
Quienquiera que estuviera entrando en aquella vorágine estelar era aún
más imprudente que Cawl. No necesitaba a la tripulación de la nave
parloteando sobre probabilidades de destrucción. Evitar los puntos de
Mandeville para llegar a lo profundo de cualquier sistema era peligroso.
Llegar a uno lleno de mareas de gravedad como Avernes era suicida. La
brecha en formación ya estaba fallando, ondulando dentro y fuera de la
existencia. Cualquier nave que intentara semejante salida debería, por
derecho, haber sido despedazada por el cizallamiento gravitatorio
material-inmaterial ejercido por los cuatro soles danzantes.
No era un día para ser justos.
La brecha de disformidad se estabilizó brevemente y una fragata clase
Gladius, altamente modificada, emergió disparada de la fisura. Tan pronto
como se despejó, la abertura colapsó con un brillante y morboso destello
de luz. Primus no podía imaginar cómo la nave había logrado tal proeza,
pero eso era irrelevante ahora, ya que se dirigía directamente hacia ellos,
aprovechando la confusión de las otras naves del Mechanicus y el amparo
del Zar Quaesitor para acercarse sin ser perturbada por el fuego enemigo.
Una fragata Gladius no representaría ningún peligro para un Arca
Mechanicus en circunstancias normales, pero en aquel momento, el Zar
Quaesitor era un blanco vulnerable.
Primus echó un vistazo a la nave.
—Consígueme un nombre —dijo a un magos-logis.
—Los telares de datos operan con menos del quince por ciento de
eficiencia.
—Un nombre.
El lexmecánico se puso manos a la obra.
—El nombre, el signo y la silueta coinciden con el Vesalius, mi señor. Es la
nave del architraidor Fabius Bile —respondió el logis.
Primus se levantó y observó a través del gran óculus. Destellos de luz
brillaban a lo largo de los flancos de la fragata.
—Nave de abordaje acercándose —informó un magos-augurum.
—Enjambres de sombras oscuras se desplegaban frente al Vesalius. Primus
entrecerró los ojos.
—Magos pronosticadores, necesito un modelo de los lugares más
probables donde esas naves de abordaje podrían impactar.
El pronosticador, un individuo enormemente mejorado que era más
cogitadores que humano, procesó los datos y transmitió los resultados a
los sistemas de pantalla de batalla de Primus. Primus los analizó. Él y los
magos concordaban sobre dónde sería más probable que se produjera el
ataque.
—Wocolos, estás a cargo —indicó.
—¿A dónde vas, hijo de Cawl? —preguntó el Integerariano.
Primus respondió:
—A donde pueda ser de más utilidad. Conociendo la historia de Bile y sus
intereses particulares, solo puede estar aquí para hacerse con el
Sangprimus Portum —na imagen cruzó su mente, sus hermanos en
gestación, flotando en sus tanques. Bile haría algo inconmensurablemente
peor si llegara a apoderarse del material de la bóveda—. No permitiré que
eso suceda —juró, y salió con paso firme del puente.
CAPÍTULO VEINTIUNO
GUERRA MECÁNICA
Ponto Avernes tembló con una furia repentina y atronadora. El Iurgium
tambaleó cuando el suelo se volvió líquido bajo sus pies, succionándolos.
Roosev detuvo al Caballero, evitando un tropiezo que, sin duda, habría
resultado en una caída. Los Caballeros que seguían detrás se dispersaron
para evitar chocar contra su montura y se detuvieron cerca de él. Sus
cabezas sensoriales escanearon la llanura, ojos resplandecientes por la
ferviente actividad. En la noosfera de la Casa Taranis, resonaron las
activaciones de las armas.
—¿Qué ha sido eso? —preguntó Allacer. Su lanza vibraba con energías
tumultuosas, y su escudo brillaba respondiendo al inquieto estado de su
montura.
—No está claro —respondió Roosev.
—Tengo enormes picos de energía en mi augur —dijo Allacer.
El Lancero Salutatia avanzó, sus máquinas se balanceaban mientras otro
terremoto, aún más potente, laceraba el suelo.
—Waldemar, detén a tus caballeros inmediatamente —ordenó Roosev con
severidad—. ¡Quietos todos! No debería necesitar ordenar que se
protejan.
—No hay indicio de ninguna amenaza —replicó la voz de Waldemar.
—Cálmate, hermano —intervino Allacer en privado—. Estás ofendiendo su
honor.
—Él mismo se deshonra —dijo Roosev. Los espíritus de sus antepasados
lanzaban su continuo lamento de miseria, encabezados por ese maldito
espectro, Maven el Anciano. Iurgium se detuvo, moviendo sus pies con
cautela, como un corcel temeroso. Presagiaba la violencia inminente y
estaba ansioso por sumergirse en ella.
El suelo centelleaba con relámpagos. A través del blindaje de su cabina,
Roosev sintió cómo el aire se cargaba de opresión.
—Amalgama de Scutum —ordenó—. Activa todas las armas. La creciente
excitación de Iurgium le embargó, y tuvo que esforzarse para mantener el
control.
—¿Qué es esto? —preguntó Allacer—. ¿Estamos siendo atacados,
hermano? —los Lanceros se agruparon, y los Caballeros formaron un
amplio círculo, cubriéndose mutuamente, cada movimiento reflejando la
cautela de sus pilotos. Los escudos iónicos brillaron, girando y uniendo sus
campos, construyendo una muralla de defensa.
—Es mejor estar preparado y no lamentarlo después —dijo Roosev—. Algo
está a punto de suceder. Iurgium puede sentirlo.
Intentó comunicarse con otros activos del Mechanicus en Ponto Avernes,
pero solo recibió una estática ensordecedora.
—Las comunicaciones están caídas.
—¡Hermano! —llamó Allacer. Un augur dirigió a Roosev hacia el este,
donde los relámpagos que surcaban el suelo ascendían formando una torre
abrasadora de energía. Y no era la única. Otras columnas luminosas
surgieron, erigiéndose a intervalos regulares entre las pirámides. Decenas
de ellas, elevándose hacia los cielos, hasta conectar con los escudos de
energía que protegían el planeta, estabilizándose en ondulantes pilares de
luz.
—Por los tres en uno... —susurró Allacer, acercándose a Roosev. Sus
transmisiones estaban al máximo, pero su voz sonaba débil, opacada por el
rugido de la energía.
Un tono grave resonó a través de la tierra, seguido de una música
distorsionada y bélica, una secuencia que se repitió cuatro veces antes de
desvanecerse en un zumbido agudo. Efímeras imágenes tridimensionales
aparecieron en el cielo, tan deformadas que apenas eran reconocibles. A
través de capas de degradación y corrupción de datos, Roosev pensó
distinguir figuras vestidas de maneras peculiares y naves sobrevolando,
pero desaparecieron casi tan rápidamente como aparecieron.
Las columnas de energía se arquearon en sus centros, adoptando formas
ovaladas. De ellas brotó una luz plateada, una constante entre el
parpadeante caos de las cascadas energéticas. Las columnas se
expandieron, transformándose en círculos, en portales...
Emergieron entidades inusitadas. Inicialmente se manifestaron como
formas indefinidas, ocultas tras un deslumbrante resplandor que confundía
la vista y las imágenes capturadas. No obstante, poco a poco, comenzaron
a tomar formas discernibles que galopaban con ansia a través de las
extensas llanuras. Roosev, al principio, las confundió con bestias, pero
pronto se rectificó al observar los robustos motores y poderosas armas que
portaban. Reconoció entonces que, aunque poseían una apariencia bestial,
no eran meras bestias. Eran conocidos de su raza: diabólicas máquinas
nacidas de la deformidad, producto sacrílego del prohibido conocimiento
fusionado con las oscuras artes místicas de la distorsión. Pequeñas siluetas
acompañaban a estas aberraciones, siluetas instantáneamente
identificables. Astartes herejes. De súbito, parecían infestar cada rincón
visible.
Los traidores desataron el poder de sus pesadas armas conforme cruzaban
las puertas, avanzando con la energía vigorosa y el ritmo resuelto que los
caracteriza. Se distribuyeron en formaciones, extendiéndose en una táctica
concertada, respaldando a las maquinarias profanas que lideraban su
avance. Bestias mecánicas que embestían con furia. Los escudos iónicos de
los Caballeros ya se estaban activando cuando Roosev ordenó un
contraataque. Misiles irrumpieron desde las corazas de Vanitas y Danubia,
y el cañón repetidor de Vanitas desplegó una lluvia de proyectiles sobre el
adversario. El terreno se alteraba violentamente allí donde los proyectiles
encontraban su blanco. Los Astartes Herejes eran lanzados por los aires o
caían al suelo, pero necesitaban más que meros explosivos para ser
vencidos, pues estaban bendecidos tanto por el Emperador como por los
Dioses Oscuros. Muchos se levantaron nuevamente. Iurgium mostró su
impaciencia por unirse a la batalla con un poderoso golpeteo. Roosev tuvo
que esforzarse al máximo para mantener al Caballero bajo control,
previniendo que rompiera la barrera de escudos y cargara impetuoso con
su cañón llameante.
Desde detrás, un rugido feroz invadió el aire; la lanza volcánica de Salutatia
había hablado. La batalla por Pontus Avernes había sido desencadenada.
Qvo se encontraba en un reino de sombras, un dominio donde figuras
difusas y ominosas se agitaban a su alrededor. Al principio, le parecieron
familiarmente inquietantes, dándose cuenta luego de que todas eran
reflejos de su propia existencia, o más bien, iteraciones de Qvo. Cuando
fijaba su atención en alguna, mutaba en una imagen evanescente de algún
episodio pasado, donde solo veía versiones de sí mismo, actuando solo o
dialogando con presencias invisibles.
Al desviar la mirada, estas imágenes se esfumaban en la obscuridad.
—Ver a uno mismo desde una perspectiva externa es perturbador,
especialmente cuando no hay certeza absoluta de que el observado sea
genuinamente uno mismo —una burlona empatía resonó en su mente,
proveniente de Alixia-Dyos. Qvo buscó su presencia con la mirada, pero
solo encontró sombras que representaban ecos de su pasado.
—No me encontrarás —manifestó ella—. Es fascinante ver cómo te
contemplas a ti mismo. Cómo se siente estar parcialmente vivificado,
resucitado en innumerables ocasiones, pero nunca completamente. Casi
podría compadecerme de ti. Belisarius Cawl debe despreciarte.
Qvo se movió. A pesar de estar consciente de que este dominio no era más
que una construcción mental, sentía la necesidad imperiosa de actuar. Se
desplazó con una lentitud viscosa, como un soñador atrapado en la
opresión de una pesadilla. La comparación lo tomó por sorpresa; hacía
tiempo que no experimentaba sueños, desde su muerte.
Qvo identificó una especie de vacío arriba. Información fluía
incesantemente a través de su paisaje mental, así que se acercó y se
encontró frente a una representación visual del vínculo que lo conectaba
con los telares de datos a bordo del Zar Quaesitor. Aparecía como una
anomalía desolada, donde la trama del espacio-tiempo parecía invertirse,
un vorágine que distorsionaba la realidad. Sus pensamientos eran atraídos
irresistiblemente hacia esta anomalía, un fenómeno que asumía como una
constante, pero notó que no era el único que utilizaba este portal. Un
torrente formidable de datos se precipitaba desde Alixia hacia esta
apertura.
—Me estás utilizando contra Cawl— afirmó.
—Así es, ¿acaso no es lo que dije? Silencio— respondió Alixia.
—No puedes forzarme a callar— declaró Qvo con una voz apenas audible.
No hubo réplica, lo cual le hizo asumir que su afirmación era acertada. Y
aún permanecía vivo, lo que lo llevó a concluir que para que Alixia-Dyos
pudiera emplear su conexión, él necesitaba estar intacto. Y eso, después de
todo, era algo.
Qvo había sido una creación de Belisarius Cawl. Poseía un cuerpo de
constitución excepcional y, a pesar de la destreza de su agresor, no era
posible extinguir completamente su conciencia. Aún tenía acceso suficiente
a sus sensores para obtener una percepción, no precisamente una imagen
clara, pero sí la sensación de que multitudes de servidores desfilaban
desde la puerta Telaraña hacia el bosque de columnas. Les acompañaban
tecnosacerdotes ataviados con las sombrías vestiduras del Mechanicum
Oscuro. Resultaba extraño observar a estos seres, sumidos en traición,
comportándose de manera idéntica al Adeptus Mechanicus en un
santuario de maravillas tecnológicas, mostrándose fascinados mientras se
entregaban fervorosamente a las tareas de catalogación, medición y
escaneo del universo de artefactos presentes.
Qvo se replegó en su interior, buscando refugio de Alixia. Incapaz de actuar
en el mundo exterior, tanto a través de sus extremidades como de su
perpetua conexión con la nave, no se encontraba completamente
desprovisto de defensas. Podía sentir la aguda presencia de una espina
penetrando su cabeza. Era desde este punto donde se establecía la interfaz
con su mente. La espina era una entidad física, fija e inmutable, pero los
datos no poseían tal rigidez. Él se había convertido en el espectro dentro
de la máquina.
Qvo poseía una vasta experiencia asumiendo el rol de un espectro. Fijó su
concentración en el conducto de datos y comenzó a ascender sutilmente
hacia él.
CAPÍTULO VEINTIDÓS
ZAR QUAESITOR INVADIDO
El Pájaro Carnicero lideraba una flotilla de naves de desembarco que se
abalanzaron hacia Zar Quaesitor, sin recibir un solo disparo enemigo. Bilis
observó cómo el Arca Mechanicus se magnificaba en la cabina de la
cañonera, inerte en el vasto espacio. Sus armamentos pendían
lánguidamente de sus monturas o seguían su trayectoria predeterminada.
Manipular los propulsores y dirigirla hacia el planeta fue un toque astuto;
los adoradores de la máquina estarían absorbidos tratando de recuperar el
control de los motores, temiendo un devastador impacto. Un dilema que
minimizaría cualquier esfuerzo para retomar el control de las armas. El
arsenal de Zar Quaesitor permanecería inmóvil hasta que él se hubiera
retirado.
—Kolumbari-Enas ha hecho un trabajo excepcional —comentó Bilis.
—Así es, mi creador —respondió Porter, siendo, como siempre, su fiel
acompañante.
La nave de Cawl era monumental. A pesar de estar clasificada como Arca
Mechanicus, superaba en tamaño a cualquier otra que hubiera visto
anteriormente. La mayoría de las naves imperiales seguían un diseño
estandarizado, similar al de la Vesalius: eran alargadas y angostas, con
proas robustamente blindadas, imponentes bloques de motores en la
parte posterior y centros de comando ubicados en elevadas
superestructuras, aproximadamente a dos tercios de la longitud de la nave,
hacia los motores. Zar Quaesitor era una excepción, una estructura
opulenta y robusta, rebosante de promesas de riquezas por saquear. La
parte superior albergaba un vasto módulo de aterrizaje, actualmente
asegurado en posición. La base de la nave era un conglomerado de grúas y
muelles; era tan colosal que incluso incluía su propio astillero.
Indudablemente, este nivel de funcionalidad se replicaba en su interior,
con niveles dedicados a laboratorios y complejos manufactureros. Era, en
esencia, un mundo forja en miniatura. Sus defensas eran vastas y, de haber
estado operativas, habrían requerido una flota entera para desafiarlas. Los
hangares aparecían repletos, similares a colmenas insectiles. El sirviente
del Primero Entre Iguales había sido meticuloso, y no una sola nave
interceptora emergió para enfrentarlos. Bilis dudaba que incluso pudieran
ser detectados. Aunque esto era un indicativo de un éxito sin precedentes,
una pizca de arrepentimiento nubló su satisfacción. Sus ambiciones
podrían haber sido más grandes si hubiera anticipado el nivel de
vulnerabilidad al que el Mechanicum Oscuro reduciría al objetivo.
—Sería una conquista digna de admiración, asumir el control de tal premio,
si contara con las tropas necesarias —musitó Bilis. Las maravillas que
podría lograr con una nave de tal calibre... Pero en la bodega, en lugar de
un legado de guerreros, solo había mutantes, más bestias que hombres—.
Mis días como señor de los Marines Espaciales son recuerdos lejanos.
Inhaló con un siseo suave.
—¿Creador?
—Nada, Porter. Uno no debe perderse en lo que pudo haber sido. Esa
senda solo quema el espíritu.
—Te refieres a la nave. La deseas.
Bilis asintió.
—No puedo poseerla. Tenemos un plan, una misión. Confío en nuestro
éxito. Con el tiempo, aprenderás que no debemos sucumbir a la tentación
de sobreextendernos. Nuestra disposición solo cuenta con la chusma, que
aunque suficiente para nuestras intenciones actuales, intentar algo más
grandioso sin la debida precaución sería imprudentemente arriesgado. Así
que, optaremos por maximizar las capacidades de nuestros mutantes y la
información que poseemos. Cawl ha demostrado ser tan presuntuoso y
desconsiderado como Sedayne alguna vez fue. Podemos anticipar la
victoria.
—Serviré con devoción para asegurar nuestro triunfo.
—No tengo duda de ello. Pero primero, debes mantenerte oculto.
—¿No participaré en la batalla?
—Por supuesto que sí, pero nuestro triunfo radica en el elemento sorpresa.
No debes revelarte en las primeras etapas del conflicto. Eres mi arma
clandestina. Permitamos que vean mi aparente declive. Una vez que
perciban que cuento con escasos legionarios respaldándome, la avaricia
atraerá al enemigo, buscando aniquilarme. Es la estrategia que Sedayne
habría adoptado, y estoy convencido de que Cawl seguirá un camino
similar. Cuando estén irremediablemente comprometidos, surgirás para
atacar, y así, aseguraremos nuestro objetivo.
La cañonera surcó el aire junto a los imponentes flancos del refugio de
Cawl. Bilis observó con atención meticulosa, escrutando el Zar Quaesitor
tanto a simple vista como con el sensorium de la cañonera, hasta que
encontró lo que buscaba: un hangar con un escudo antiaéreo activo, cerca
de la parte superior de las cubiertas de aterrizaje.
—Allí —dijo señalando—. Llévenos ahí. —a pesar de todo, estaba
disfrutando—. Es bueno volver a la guerra.

El Pájaro Carnicero rugía en la bahía del hangar bajo el fuego enemigo. Las
armas de la nave habían sido neutralizadas, pero poco se podía hacer con
la tripulación, y Cawl tenía un contingente considerable de guerreros a
bordo. La cañonera se zarandeó y retrocedió bruscamente para detenerse,
desplegando las garras de aterrizaje. Al instante en que su cúpula de
escudo superó a los defensores, una lluvia de balas radiactivas comenzó a
golpear la parte inferior, sin esperanza de penetrar su robusto blindaje. Un
calibrador se elevó, y su lanza de plasma dejó una estela en el blindaje del
Pájaro Carnicero. Los cañones de las alas respondieron con presteza,
reduciendo al desdichado skitarius a un montón de componentes
electrónicos ensangrentados.
La nave aterrizó con estrépito. Su arsenal se desató, limpiando de
guerreros las cercanías, pero eran legión. Evidentemente, Cawl había
diseñado sus hangares con la defensa en mente. Después de todo, eran
uno de los puntos más vulnerables de una nave. Barreras antiexplosiones
retráctiles protegían a otros grupos de skitarii, mientras que algunos
ocupaban galerías de tiro emplazadas en las paredes, de diez pisos de
altura, en la parte trasera.
—Tendremos que hacerlo a la vieja usanza —dijo Bilis—. Prepárense para
abordar. Liberen el frenzón.
Un silbido resonó cuando una neblina de estimulantes inundó el Pájaro
Carnicero. Un rugido sanguinario ascendió desde los niveles inferiores. El
hedor animal de los hombres-bestia se intensificó, superando incluso el
penetrante aroma químico de los estimulantes, saturado de adrenalina,
excitación y terror.
—Quédate a bordo hasta que yo lo ordene —le indicó a Porter—. No te
descubras.
—Creador, puedo protegerte.
Bilis se colocó el casco.
—Soy Fabius Bilis, alguna vez teniente señor de los Hijos del Emperador. He
practicado la guerra durante diez mil años —los sellos del casco
chisporrotearon al cerrarse—. Puedo cuidar de mí mismo.
Bilis descendió. La rampa se desplomó con fuerza. Los monstruos de Bilis
emitieron gritos de guerra incoherentes y cargaron hacia una lluvia de
balas, seguidos de nubarrones de frenzón. El sensorium de Bilis zumbaba
con alertas de la radiación de las armas de los skitarii, pero las ignoró y
avanzó intrépido hacia la batalla.
Varios de sus mutantes cayeron. Otros recibieron impactos, y era probable
que muchos murieran más tarde, envenenados por la radiación, pero eran
robustos, creados para ser resistentes, y combatieron a pesar de sus
heridas. Muchos eran más corpulentos que los humanos ordinarios. Es
probable que los rigores de esta batalla aniquilaran a muchos,
sobrepasando sus frágiles corazones y cuerpos, consumidos por el frenesí.
No importaba. Eran meros peones. Le resultaba divertido que algunos
consideraran que estos seres genéticamente deformes eran sus "Nuevos
Hombres". ¡Qué idea! Eran, en gran medida, criaturas naturales a su modo.
Bilis había permitido que su tripulación mutante se reprodujera
libremente, dejando que la selección natural los fortaleciera sin esfuerzo
de su parte. Ocasionalmente, intervenía para ajustar genes y eliminar a los
débiles. Algunos de estos seres habían sido creados específicamente para
esta batalla, pero el verdadero potenciador era el estimulante que recorría
los sistemas de todos y cada uno de ellos.
Más naves se precipitaron a través de la apertura del hangar. Era un
espacio vasto, no tan majestuoso como las cubiertas de aterrizaje de las
antiguas naves de guerra, pero sí lo suficientemente grandioso. Había
espacio para treinta o más naves de tamaño mediano, pero solo doce
espacios estaban ocupados, todos por esquifes utilitarios desarmados y
lanchas de transporte de personal. Una de ellas ya estaba en llamas en su
plataforma.
Bilis derribó a un skitarius con su pistola bólter de manera impasible. Su
enfoque perpetuo residía en sus creaciones, no en el enemigo. El enemigo
sucumbía con facilidad. Sus videocámaras operaban incesantemente,
capturando cualquier acción interesante de sus bestias guerreras. Brutus
acaparaba gran parte de su atención; era magnífico, una potencia
comparable al Monstruo de Cnosos de las antiguas leyendas, con cabeza
de toro, feroz e incansable, destacándose como la única criatura digna
entre su patética comitiva. La protección física de Brutus consistía en
rudimentarias placas de hierro de fabricación propia, pero el campo
refractor que Bilis le había otorgado proporcionaba una defensa mucho
más robusta. Las balas radiactivas se desvanecían en el aire a su alrededor,
su energía absorbida y dispersada por el campo en luminosos destellos. El
minotauro avanzó impetuoso a través de los destellos de energía,
aplastando a sus adversarios; golpeó una barrera con tal fuerza que esta se
deformó bajo su peso. Con un arremetida de sus cuernos, lanzó por los
aires a uno de los enemigos, despedazando a otros con su modificada arma
desgarradora. La brutal hacha que blandía en la otra mano siegaba a los
oponentes, desprendiendo extremidades en su furioso avance.
En otras partes, el curso de la batalla era incierto. Los mutantes emergían
de la nave de Bilis, clamando en una cacofonía de júbilo y terror. Los skitarii
desataban ráfagas disciplinadas, orquestadas para infligir devastación
máxima y conmoción psicológica. Quienquiera que hubiese configurado su
programación combativa era sumamente competente. Una hilera de
mutantes cayó, funcionando meramente como escudo para las filas
subsiguientes, compuestas por las criaturas más formidables de Bilis. Estas
bestias gruñeron y continuaron la embestida. Bilis los siguió, eliminando a
otro skitarius que se había expuesto demasiado sobre las barreras
antiesplosivas.
Un disparo impactó en Bilis con una fuerza perforante, destrozando la
cerámica de su armadura en el hombro derecho. Alzó la mirada y su casco
enfocó automáticamente al agresor. Francotiradores situados en una
galería superior le apuntaban con sus armas cargadas de material
transuránico.
—Artillería de la nave, neutralice esa amenaza —ordenó Bilis, enlazando su
casco directamente con los operadores de los cañones. El espíritu de
Pájaro Carnicero, imbuido de una feroz consciencia, provocaba en Bilis una
inseguridad sobre si se dirigía a la tripulación o a la entidad de la nave. Sin
embargo, eso era irrelevante mientras sus órdenes fueran ejecutadas. Los
cañones de la nave respondieron con vehemencia, lanzando un proyectil
que penetró el blindaje y detonó en el interior de la galería, esparciendo
restos de carne y maquinaria por los orificios de disparo.
La oleada de mutantes se abalanzó sobre las barreras, pisoteando a sus
propios muertos en su frenesí. Las disciplinadas descargas del Adeptus
Mechanicus se convirtieron en fuego disperso y descoordinado. Bilis se
adelantó y cruzó él mismo la barrera. Una carabina de radio disparada a
quemarropa contra su cabeza fue repelida con un golpe de Tormento, la
bala se desvió. Acabó con la existencia del ciborg con un disparo de su
pistola bólter, y ya se estaba moviendo para contrarrestar el ataque de un
skitarius prime que se abalanzó sobre él, con su maza de poder crepitando.
Intentaba aprovechar el punto ciego de Bilis, entrando por el costado. Una
combinación del sensorium hiperavanzado de Bilis y sus instintos
milenarios anticiparon el movimiento. Bilis se giró con facilidad, soltó la
pistola y tomó con fuerza su vara. Un rayo se deslizó por la pesada cabeza
del arma, bailó alrededor de su puño y le produjo un hormigueo agónico
en los músculos. Hizo caso omiso del dolor, incluso lo disfrutó.
Con los dientes apretados, gruñó.
—Un intento inútil de alcanzar la gloria —dijo, y clavó el mango cráneo de
Tormento bajo la barbilla del skitarius. El ciborg lanzó un agudo grito de
agonía. El dolor que sintió fue tan intenso que los circuitos se quemaron
tras la rendija de visión. El guerrero se sacudió y quedó inerte.
Bilis dejó caer el cadáver humeante al suelo y se dirigió a su siguiente
objetivo. Así se abrió paso a través de toda una subclada de soldados,
destrozándolos con brutal economía, cada muerte desembocando en la
siguiente. No desperdició ningún movimiento. Nada podía oponérsele.
Acabó con ellos rápidamente, con los pies crujiendo sobre los
componentes rotos de las máquinas y su largo abrigo salpicado de sangre y
aceite. Bilis tenía los ojos puestos en el pasillo principal de acceso al
hangar, una pasarela lo bastante ancha como para dar cabida a un
carguero pesado, y una ruta preparada para los refuerzos.
—Tomad el pasillo —ordenó agitando a Tormento.
Sus mutantes se deshicieron de sus moribundos enemigos y ascendieron
por el túnel de acceso a la nave. Kolumbari-Enas había realizado su trabajo
impecablemente. Las armas emplazadas, que deberían haber cobrado un
sangriento tributo a los asaltantes, colgaban inútilmente de sus monturas.
Brutus llegó a su lado.
—Están muertos, Lord Bilis —gruñó—. Todos muertos.
—Entonces encuentra y mata a más —Bilis señaló más allá del corpulento
hombre bestia, hacia donde brillaba un ojo de vídeo—. Y asegúrate de que
no nos observan.
—Como desees —dijo Brutus. Se dio la vuelta y abrió fuego, con la pesada
escopeta ripper sacudiéndole el brazo mientras destrozaba la unidad vid.
Gruñó órdenes a sus subordinados para buscar los augurios internos de la
nave.
—Porter, únete a mí —vociferó Bilis—. Se acerca tu momento.
Bilis recogió su pistola de proyectiles y sonrió al escuchar los aullidos de
sus hombres bestia que resonaban por el pasillo de carga mientras su ola
de violencia se expandía por la nave.
Todo transcurría según lo previsto.

Primus se vio obligado a correr por la nave. Los sistemas de transporte


internos actuaban de manera errática. Los elevadores caían abruptamente
sin previo aviso, los puentes se rehusaban a extenderse y los transportes
que llevaban a la tripulación de un extremo a otro de la inmensa nave se
atascaban violentamente en sus monorraíles.
En algunas áreas, los circuitos sufrían sobrecargas que provocaban
incendios, y los cerebros de los cogitadores se sobrecalentaban por falta de
refrigeración. El caos predominaba.
Primus ignoró el tumulto y corrió con determinación, mientras los
ocupantes de la nave se mantenían a distancia.
—Mariscal Iota, Mariscal Iota —llamaba una y otra vez mientras corría, y
respiraba agitadamente cuando logró hacer contacto.
—Alfa Primus, te escucho. ¿Qué ocurre, por las arenas de Marte? Mi
conexión de datos es limitada. Situación estratégica desconocida. No he
podido llegar a la cubierta de mando.
—Revoca mi última orden —indicó Primus—. Estamos siendo atacados por
Fabius Bilis. Lleva a todo el personal disponible a la Bóveda Magnífica. Bilis
debe estar tras el Sangprimus Portum. No podemos permitir que caiga en
sus manos.
La voz de Iota se atenuó y luego se desvaneció.
—...recibido. Fortaleceremos las posiciones defensivas inmediatamente.
¿Dónde te encuentras?
—Dirigiéndome a los límites exteriores. He identificado los puntos más
vulnerables al asalto. Me enfrentaré a ellos.
Un mensaje de vox saturado de estática llenó su casco.
—Asaltantes invadiendo cubierta setenta y tres, cuadrante delta-cinco.
Primus ajustó su visualización a los sistemas vid-capt en esa cubierta. Todo
parecía normal en las imágenes, mostrando una vista interna de un pasillo
de servicio cercano a la estructura externa del casco. Luego, la imagen
tembló. Presumió que eran naves de abordaje. Un momento después, la
visualización se oscureció mientras los cortadores de fusión se abrían paso
a través del pasillo.
Cambió de dirección para evadirlos, pero un segundo mensaje le hizo
reconsiderar su ruta nuevamente.
—Lord Primus —resonó la profunda voz de Wocolos el Integerariano,
notablemente firme—. Hemos contenido el código de infiltración en
nuestros sistemas de comunicación. Tiempo restante hasta...
Un agudo zumbido interrumpió sus palabras.
—¿Algún contacto con el archimagos dominus?
—Ninguno.
—¿Estado de armas y escudos?
—Todos los sistemas defensivos están inactivos, interna y externamente.
Por la gracia del Omnissiah, los sistemas vitales clave aún funcionan. Por
ahora, nuestra prioridad son las unidades de defensa. Pero escuche, mi
señor, tengo información crítica. Fabius Bilis ya está a bordo. Un gran
ataque está en curso en el hangar Epsilon-Zero.
—¿Puedes proporcionarme imágenes? —preguntó Primus.
—Afirmativo.
El sensorium de Primus delineó una escena saturada de violencia. Disparos
resonaban a lo largo de toda la cubierta. Uno de los encendedores Arvus
de la nave había sido impactado y ardía con ferocidad. La Vanguardia
Skitarii intercambiaba disparos con el enemigo. Primus observó que el
fuego enemigo parecía ineficaz y luego notó que los asaltantes no eran
más que mutantes, abominables monstruosidades. Primus avistó a Bilis por
un instante, con balas de energía radiante chisporroteando en su
armadura. Un colosal hombre bestia con cabeza de toro se acercó a Bilis,
disparando con un vasto cañón de mano. El monstruo giró hacia el visor,
alzó el arma y la imagen se interrumpió. Primus alternó a otras vistas, pero
estas también se perdieron rápidamente. Vio a un último conjunto de
Vanguard caer bajo un enjambre de garrotes, y la última imagen
desapareció.
—Tengo a Fabius Bilis a la vista, moviéndome para atacar. Hangar Epsilon-
Zero —transmitió este mensaje, en parte con la esperanza de que las
tropas cercanas lo escucharan y se dirigieran hacia allí, pero
principalmente para que los invasores lo oyeran. Un poco de presión
podría inducir a errores.
—¿Qué ocurre en la cubierta 73? —dijo Wocolos a través del vox—.
Tenemos asaltantes aproximándose en múltiples lugares.
—El mariscal Iota redirigirá las fuerzas skitarii para interceptarlos. Estoy
persiguiendo a Bilis.
—¿Requieres refuerzos? Puedo acompañarte personalmente —le
transmitió Iota.
—No. Me ocuparé de esto personalmente —respondió Primus—. Dudo
que un único antiguo Marine Espacial y su horda de mancillados genéticos
representen un desafío considerable para mí.
Aceleró su paso, recorriendo con celeridad los 800 metros que lo
separaban del architraidor.
CAPÍTULO VEINTITRÉS
CASA TARANIS CERCADA
Los escudos iónicos brillaban con una luz estroboscópica constante y
deslumbrante. Las armas martilleaban a los Caballeros desde todos los
flancos. Los Marines Espaciales Traidores no disponían de algo lo
suficientemente poderoso como para representar una amenaza
significativa para los colosales motores de guerra. Se mantenían fuera del
alcance de las armas cuerpo a cuerpo de los Caballeros, pero resultaban
ser una molestia pertinaz difícil de obviar.
Las bestias demoníacas representaban el auténtico peligro.
Aunque presentaban una amalgama ecléctica, Roosev identificó ciertos
patrones recurrentes. Los Diablos de la Forja80 mantenían un asedio a
distancia sobre la Casa Taranis, lanzando torrenciales y corruptos chorros
de plasma que impactaban violentamente contra sus escudos iónicos. Los
desecradores se desplazaban de un lado a otro, descargando cañones de
batalla y acercándose más con cada pasada. Roosev los marcó como
objetivo prioritario para sus hombres, pues eran considerablemente más
peligrosos a corta distancia. Salutatia se enfrentó a las máquinas de largo
alcance en un duelo de artillería, confrontando sus flujos de plasma azul
puro contra el plasma rojo y contaminado de los diablos de la forja. Sus
armamentos los mantenían a raya, pero sus cañones, asesinos de Titanes,
estaban diseñados para aniquilar a las máquinas más grandiosas. A pesar
de que devastaban todo a su paso, eran pesados y de lento disparo. Los
diablos de la forja, a pesar de estar formidablemente armados, mostraban
una agilidad sorprendente, y aunque tres de ellos yacían en ruinas
ardientes emitiendo columnas de humo aceitoso, la mayoría lograba evadir
con destreza los haces láser de la lanza volcánica y esquivar las descargas
de materia sobrecalentada proyectadas por el diezmador de plasma.
A favor de los Caballeros, muy poco del fuego enemigo lograba penetrar
sus superpuestos escudos iónicos, que hasta el momento, resistían con
firmeza. Su fuego incesante mantenía a raya a los Marines Espaciales,
quienes habían irrumpido en una llanura donde hallaban escasos lugares
para refugiarse, siendo asediados desde una posición elevada gracias a la
estatura monumental de los Caballeros. A pesar de ello, la situación era
desesperadamente precaria. Se encontraban parcialmente cegados e
inmovilizados. En este contexto, su escudo iónico se convertía en una
marcada desventaja. Dado que los lanceros estaban asediados por todos
los frentes, no podían aprovechar su velocidad y movilidad sin dejar
vulnerable su retaguardia, menos protegida y blindada. Los Grandes
Caballeros, como Salutatia, se destacaban como bastiones de fuego,
puntos firmes alrededor de los cuales podría articularse una carga
caballeresca. Pero no los demás. No era su función. La movilidad era
esencial para los Caballeros Imperiales, y estaba siendo implacablemente
denegada.
—Muévete, muévete, muévete —se lamentaba Maven el Muy Anciano.
—No puedo, anciano —gruñó Roosev con furia. Iurgium estaba furioso,
tirando de las riendas mentales de Roosev. Era todo lo que Roosev podía
hacer para contenerlo. Canalizó la furia de la máquina hacia un
Maulerfiend que se aproximaba, una variante de combate cuerpo a cuerpo
que se movía torpemente, pareciendo un can. No podría determinar si fue
él o Iurgium quien liberó el chorro de fuego del cañón de llamas, lo
suficientemente intenso como para fundir el plastiacero y carbonizar la
carne demoníaca.
Una jauría de demonios menores aprovechó la oportunidad y corrió a
través de la tormenta de fuego, evadiendo la detección gracias al constante
parpadeo de los escudos iónicos. La primera señal que Roosev tuvo fue un
lamento proveniente del coro de sus ancestros.
—¡Cuidado! —exclamó el Muy Anciano, captando la atención de Roosev
hacia una sutil fluctuación en sus armónicos de campo mientras pasaba la
jauría. Solo tuvo una fracción de segundo para reaccionar. Un Caballero
menos experimentado no lo habría percibido, pero Roosev se giró justo a
tiempo para ver a una bestia cuadrúpeda con rostro esquelético
lanzándose hacia él.
El Iurgium retrocedió ante el impacto de la máquina demoníaca que se
lanzaba sobre él. Se aferró a la carcasa del puño de cadena de la parca,
suspendida del brazo del Caballero. Garras compuestas de una fusión de
queratina y metal desgarraron el plastiacero. Un apéndice así, donde el
tejido y el metal se integraban de manera indistinguible, no debería haber
existido, y mucho menos funcionar, tampoco debería haber sido posible la
brillantez cruel y consciente en los ojos de la criatura de rostro esquelético,
pero allí estaba, intentando asesinar a Iurgium, un horror más nacido del
Caos desencadenado sobre la galaxia. Sus garras despedazaron el
estandarte dorsal del Caballero, arañaron su pintura, desgarrando con
acero perverso y corrompido por la disformidad las marcas de honor. Sus
mandíbulas se ensañaron contra la cara de Iurgium. Roosev inclinó su
cabeza hacia atrás y el caballero replicó el movimiento, intentando
mantener el conjunto de sensores vitales fuera del alcance del peligro. Su
parca se incrustó con fuerza en el pecho de la bestia. Intentó repeler a la
máquina demoníaca para ganar espacio y activar la hoja, pero no tuvo
éxito. La criatura era excesivamente poderosa y pesada. Sintió un estallido
de dolor empático cuando otra bestia cerró sus mandíbulas alrededor de la
espinilla de Iurgium, seguido por la quemazón del veneno ácido que
corroía la maquinaria del caballero.
Un tumulto de pasos resonó, seguido por un impacto vigoroso. La bestia
que aplastaba su pecho fue atravesada por una lanza de choque
chispeante. Roosev se retorció con el impacto, evitando que la punta del
arma perforara el hombro del propio Iurgium. Contegeris cruzó como un
relámpago, llevándose consigo a la máquina demoníaca empalada. Allacer
intensificó el campo de disrupción de la lanza, despedazando la máquina, y
frenó su avance, dando una vuelta, mientras el fuego de las armas ligeras
golpeaba sin efecto la retaguardia de su caballero.
Roosev desenfundó su espada segadora y se lanzó sobre el monstruo que
destrozaba su pierna. La cadena zumbó al bajar, sin alcanzar la velocidad
máxima cuando impactó. En lugar de cortar a la máquina, la lanzó a un
lado con un golpe. Dio una voltereta, torciendo su columna vertebral, para
aterrizar nítidamente sobre cuatro patas, demostrando la agilidad de
cualquier felino natural. Cuando se lanzó de nuevo hacia él, Roosev estaba
preparado, y la hoja de cadena, ahora rugiendo con furia, destrozó a la
criatura en un torrente de icor, sangre y aceite.
Un tercer ente de la manada demoníaca ejecutaba una danza delicada con
Vanitas. Los golpes de la espada de Sir Mandus solo rozaban al enemigo, y
su cañón escupía torrentes de magma mientras la bestia se esquivaba con
ágiles volteretas. Estaba desmoronando la línea, aunque, gracias al
Omnissiah, había girado su escudo iónico hacia la retaguardia para
protegerse.
—¡Mandus! —llamó Roosev a través del vox.
Los sensores de Vanitas se concentraron en sus propios ojos artificiales.
Mandus comprendió, haciendo retroceder a Vanitas para dar a Roosev un
disparo claro con su cañón de llamas.
El fuego envolvió a la bestia demoníaca. Gritó tan fuerte que resonó por
encima del tumulto de la batalla. Mandus la acribilló con su cañón Gatling.
Mientras intentaba escapar, el pie de Vanitas aplastó la cabeza de la
criatura contra el lodo, deteniéndola completamente.
—No podemos quedarnos aquí —dijo Allacer, alineando su frente con la de
Roosev, la parte frontal de su escudo a unos metros del de Roosev—. No
estamos hechos para sostener una línea. Debemos avanzar.
—¡Ataquen o perezcan! —exclamó el Muy Anciano.
Allacer tenía razón. No podían mantener la posición. Aunque sus escudos
iónicos persistían, era solo cuestión de tiempo antes de que cedieran y
todo estuviera perdido. Roosev evaluó el campo de batalla. Los enemigos
se habían congregado, atacando desde todos los frentes. Si avanzaban,
podrían romper sus líneas y desbaratar el ataque. Eso permitiría que su
movilidad entrara en juego.
—De acuerdo —dijo Roosev—. Danubia, Vanitas, quédense con Salutatia.
Los Armigers también. Manténganlo a salvo del combate cercano.
Foebreaker, Contegeris, avancen a mi señal. Todos los demás Caballeros,
proporcionen fuego de cobertura cuando nos separemos, luego liberen los
escudos.
Buscó un objetivo adecuado. Sus sensores examinaron a las forjadoras.
—Esos —dijo el Muy Anciano, en lo profundo de la mente de Roosev.
—Los Diablos de la Forja—transmitió a los demás—. Son el mayor riesgo
para el Caballero Castellan.
El ánimo de Iurgium se elevó ante la perspectiva de un avance, elevando el
espíritu de Roosev a alturas exuberantes.
—¡Señor Doldurun!
—¿Sí, mi señor?
—Intente mantener el ritmo.
Roosev, haciendo resonar los cuernos de guerra, llevó a Iurgium al avance.
Necesitaban un poco de motivación.
CAPÍTULO VEINTICUATRO
TEMOR A LA MÁQUINA
Si AsanethAyu no se hubiera anunciado, Cawl habría muerto.
Irremediablemente muerto. Era una criptotecnóloga: podría haberle
atacado por sorpresa y, en su vulnerabilidad, haber descifrado sus claves
mentales, introduciendo toda clase de contaminaciones xenos en sus
sistemas. Dudaba que incluso él hubiera podido sobrevivir a tal invasión.
Gracias al Omnissiah por la peculiar humanidad de estos androides
inhumanos, pensó. Tenían la necesidad de revelar quién sería el ejecutor
antes de llevar a cabo el acto mortal. Eso le proporcionaba tiempo, solo
unos picosegundos, pero suficientes para reconfigurar su escudo de
energía y absorber el rayo Gauss que ella disparó hacia su cabeza.
Estaba a punto de demostrar que, incluso sin armas, Belisarius Cawl estaba
lejos de ser indefenso.
La descarga del impacto fue deslumbrante. Su rayo de Gauss se
desfragmentó en una docena de arcos eléctricos verdes serpenteantes que
chocaron contra los objetos expuestos del Museo Omnis, provocando
explosiones y bañando la sala con una oscuridad actínica. Algunos de los
rayos se reflejaron hacia ella. Sus sistemas visuales estaban sobrecargados
por la demostración, pero ella también sufrió las consecuencias.
AsanethAyu emitió un grito metálico mientras la energía recorría su
estructura metálica, proporcionándole a Cawl una distracción suficiente
para cargar contra la criptotecnóloga. Se sintió satisfecho por la sorpresa
que ella proyectó. Estaba claro que esperaba que él cayera muerto en ese
instante.
—¡No estoy muerto! —bramó, amplificando su grito un factor de diez y
proyectándolo violentamente desde el vocoemisor acoplado a su hombro,
transformando sus palabras en un ataque sónico. Los cristales detrás de la
criptotecnóloga estallaron. Objetos meticulosamente preservados que
habían resistido eones se estrellaron contra el suelo. Y Cawl aún no había
terminado.
Se precipitó hacia ella. Una docena de mecadendritas la atacaron. Los más
pequeños liberaron ráfagas de energía debilitante. Utilizó los más grandes
para levantarla con fuerza, sostenerla sobre su cabeza y lanzarla a través de
la habitación. Sus sensores le informaron que pesaba doscientos noventa y
ocho kilos, pero la lanzó con relativa facilidad, ya que su enjambre de
dendritas estaba diseñado para trabajo pesado. Emitió un grito de furia al
colisionar contra la pared.
Se levantó de inmediato, su cuerpo metálico intacto.
—¿Intentas dominarme? —se burló—. La fuerza bruta no funcionará.
—No podría estar más de acuerdo —respondió Cawl, y se sumergió en su
museo con una velocidad asombrosa, su masivo cuerpo mecánico
derribando objetos expuestos por doquier. AsanethAyu acosó a los magos
en fuga con un rayo Gauss ardiente que desintegraba las capas de todo lo
que tocaba. El rayo se apagó. Humo serpenteaba sobre los tesoros
destruidos.
Desde su escondite, a cien metros de distancia, Cawl se atrevió a emitir un
breve pulso de escaneo. Recibió una imagen de AsanethAyu, quien miraba
insegura por la sala.
Ella no podía verlo.
—Te encontraré —gritó—. Te mataré.
No lo harás, se dijo Cawl a sí mismo, y se puso manos a la obra.

Iurgium y Roosev dejaron de ser dos entidades separadas. Por la voluntad


del Omnissiah, el espíritu máquina de la venerable entidad se fusionó por
completo con el alma de Roosev y los ecos de los Caballeros anteriores,
engendrando una consciencia gestáltica impregnada de la experiencia de
siglos.
Eso era auténtica veneración. Aquí, el velo entre lo mundano y lo sublime
se desvanecía. Que otros en el Culto modifiquen sus cuerpos con
maquinaria. Eso no era nada en comparación con esta comunión, la
definitiva síntesis entre hombre y máquina. Roosev se exaltó en su nuevo
estado, observando a través de los sensores oculares del Iurgium, no como
una experiencia ajena, sino como si verdaderamente fueran suyos. Las
extremidades del Caballero se movían en perfecta armonía con sus
pensamientos. La furia del Iurgium ya no era algo externo que controlar,
sino una parte integrada de él, una fuente de poder y fortaleza recta para
luchar contra los enemigos de su dios.
Del cañón de Iurgium rugió un feroz torrente de fuego. Roosev lo sintió
como un calentamiento intensivo en su miembro. Tras la batalla, resultaba
un desafío describir tales sensaciones a aquellos que no habían
experimentado la fusión del alma del guerrero con el poderoso motor de
guerra. Su cuerpo, ahora una fortaleza de metal, reverberaba con una
Fuerza Motriz incontenible. Sus brazos, transformados en instrumentos de
devastación. Manejar bolters pesados, cuchillas encadenadas y cañones
lanzallamas parecía más natural que sostener una estructura de frágiles
huesos y músculos, terminada en débiles dedos. Iurgium mostraba un
palpable desprecio por la carne, algo que él aceptó sin reservas; después
de todo, la carne es débil, pero Iurgium no.
Una corriente de llamas rugió desde su cañón, envolviendo un motor
demoníaco. Los oscuros poderes de la disformidad resistieron la violenta
corriente, pero solo por un instante. El demonio parecía oscilar y saltar,
parcialmente desvinculado del reino material, y por ende, no
completamente sujeto a sus leyes. Sin embargo, Iurgium, imperturbable,
blandía su cañón de llamas con la destreza de una lanza, su voluntad
fusionada y animada, propulsando el torrente de fuego a través de la
criatura con la fuerza implacable con la que un caballero empala a su
enemigo con la punta de su lanza.
La carne demoníaca se derritió como cera bajo el intenso calor.
Componentes mecánicos cedieron, y el motor demonio colapsó, su
estructura gritó en una agonía desgarradora. Encadenamientos estallaron,
liberando un espíritu confinado que gritó su furia al mundo antes de ser
violentamente arrojado de regreso al empíreo.
Iurgium avanzó, su llamarada flameando detrás de él como una estandarte
de poder. Sus retículas de objetivo, vibrantes en la visión compartida de
Roosev-Iurgium, se desplazaban, seleccionando y descartando objetivos en
el tumultuoso campo de batalla. Asesinaba en su imparable avance; sus
bolters pesados escupían muerte, haciendo retroceder a los herejes
Astartes. El terreno quedó bañado en llamas y un espeso humo blanco
cubría el campo, pero él continuaba, guiado por la senda que su dios había
trazado para él. Un Profanador se enfrentó a él, levantando sus garras
amenazadoramente. Pero Iurgium, el predador supremo, poseía un alcance
formidable. No importaba que la entidad que operaba al Destructor fuera
un demonio de la disformidad; el alma de Iurgium había sido conferida por
el Dios Máquina y alimentada por la justa ira de la humanidad.
Con un movimiento fluido y decidido, Roosev-Iurgium blandió su espada,
destrozando al Destructor, esquivando sus movimientos torpes, y aplastó el
resistente torso de su enemigo. Acribillado y destrozado por los feroces
dientes de la espada, el torso fue lanzado a través del campo, finalmente
descansando en una poza oscura. Otro grito resonó, y otro demonio fue
desterrado de vuelta a las sombras de la disformidad.
En nombre del Omnissiah, exaltó su victoria, entonando himnos binarios
de alabanza y gloria a través de su cuerno de guerra. Roosev, aunque
inmerso en la batalla, mantenía una leve percepción del panorama general
del combate, un honor concedido por la bendición de pilotar un Cerastus
Acheron, una maravilla tecnológica antigua concedida a unos pocos
elegidos. Aunque esta unión también exigía someterse a un espíritu
atormentado y desgarrado, Roosev, como hijo de Taranis y líder entre
hombres, observaba con una parte reprimida de sí mismo, la
concentración de fuerzas enemigas en la pirámide designada como punto
de encuentro. Estaba claro que los traidores deseaban masacrar a tantos
magos como fuera posible.
Con gritos de advertencia, alteró su trayectoria, inclinando su poderosa
forma mecánica en un giro grácil y determinado, asemejándose a un
corredor derritiendo el viento. Sus cuernos resonaron nuevamente, y
Iurgium se embriagó con los cánticos resonantes de sus hermanos
Caballeros en respuesta.
Los disparos iluminaron el campo, y el devastador poder de su armamento
de plasma calcinó y encendió la tierra. Cada disparo de los potentes
armamentos de los Caballeros Castellanos dejaba una trinchera ardiente a
su paso, un pequeño inconveniente para las entidades de metal o aquellas
protegidas por él, pero un desafío para los sistemas sensoriales. La
percepción que Roosev-Iurgium tenía del campo de batalla se vio
obstruida. A Roosev, o lo que quedaba de él dentro de Iurgium, le costaba
encontrar sentido táctico en este brutal enfrentamiento. Parecía ser un
combate brutal sin otro propósito más que la propia destrucción. No era la
primera vez que presenciaba tal comportamiento entre los siervos del Gran
Enemigo.
Estos pensamientos eran efímeros y pronto se vieron inundados por la ira
voraz de Iurgium. Lo que primaba para la máquina era la búsqueda de un
adversario digno de su formidable presencia.
Se detuvo un momento, escudriñando con atención, y luego lanzó una
alegre fanfarria. En frente estaba el enemigo perfecto: un Marine Espacial,
montado en una bestia máquina engendrada por forjas profanas. Podía
sentir el vil miasma de la noosfera contaminada a su alrededor, escuchar
las corruptas cadenas de datos que dirigían los motores demoníacos a la
batalla. Aunque su montura era pequeña y endeble comparada con el
grandioso Iurgium, ahí estaba el señor de las máquinas, un vergonzoso
reflejo de la pureza del Dios Máquina. Por eso debía morir.
Roosev-Iurgium no dudó y aceleró a toda velocidad, con el escudo
inclinado hacia adelante.
Este fue su primer error.
El Marine Espacial giró sobre su montura. La bestia Helstrider que montaba
giró con él. Se abrió camino entre la oleada de espectros superiores, y el
Señor Discordante gritó. Una lanza de datos contaminados se estrelló
contra Iurgium. No había forma de evitarlo, porque oírlo era estar
infectado, e Iurgium lo oyó.
Juntos, Iurgium y Roosev sintieron dolor. Impulsos caóticos obstruyeron los
comandos del cogitador, provocando una cascada de fallos críticos en los
sistemas del Caballero. Los sensores se apagaron. La conexión de Roosev
con la noosfera se desintegró en una ráfaga de chispas incandescentes. Por
toda la gran máquina, las unidades motrices entraron en espasmo. Iurgium
tropezó, manteniéndose erguido a duras penas, inclinándose cada vez más
hacia adelante mientras su impulso se desvanecía. Su pie izquierdo aterrizó
mal, hundiéndose en el suelo blando de este falso mundo. Su pie derecho
reaccionó tarde, demasiado tarde para erguirse y empujar hacia abajo,
liberando al Caballero del fango. En cambio, sus enormes dedos se
engancharon, abriendo un surco en la tierra mientras Iurgium se
desplomaba.
El Caballero cayó al suelo vertiginosamente, deslizándose varios metros
hacia su ahora triunfante enemigo. El impacto sacudió violentamente a
Roosev en su Mecanismo del Trono, desgarrando los conectores
medulares. El dolor fue intenso, y tanto él como Iurgium gritaron al
romperse el vínculo de sus almas y separar de nuevo sus personalidades.
Roosev debió perder la conciencia por un momento. Cuando recuperó la
lucidez, colgaba de las ataduras de su trono. Chispas brillaban en una
esquina de la estrecha cabina, llenando el espacio con humo de plásticos
quemados. Alarmas retumbaban por todos lados. Un detallado modelo
tridimensional de Iurgium brillaba en la esquina superior izquierda de su
pantalla hololítica, y varios puntos parpadeaban en rojo con advertencias.
Respiraba con dificultad. Tenía al menos una costilla rota y la espalda
cubierta de sangre pegajosa.
—Vergüenza, vergüenza, vergüenza —lamentó la voz lastimera de Maven
el Muy Anciano.
—Allacer, hermano... —tosió Roosev. El vox estaba inactivo. La noosfera era
un caos de datos sin sentido. Ya no podía ver directamente a los ojos de
Iurgium, y las pequeñas pantallas que transmitían sus visiones mostraban
una vista severamente limitada; la mitad inferior oscurecida por el barro y
la mayor parte de la superior oculta por el borde del armazón del
Caballero, que estaba fuertemente incrustado en la tierra. La cara de
Iurgium estaba torcida lateralmente en el suelo en un ángulo peligroso, la
conexión de su cuello estaba casi al límite.
El pequeño campo de visión que ofrecían las pantallas no mostraba nada
útil. Rizos de humo. Briznas de hierba agitadas por el viento. Un
transhumano pasó corriendo, con el bólter apuntando a un objetivo que
consideraba más urgente que el Caballero derribado.
Roosev giró el cuello. El yelmo se le atascó en el respaldo del trono y los
conectores del cuello se clavaron profundamente en su columna,
sacudiendo tanto a él como a su montura con dolor.
—Caer es innoble —gimió su antepasado.
—Con el debido respeto, señor, cállese —dijo Roosev. Levantó una mano
temblorosa y se quitó el yelmo, dejándolo caer sobre el panel de
instrumentos de la cabina.
Al quitárselo, tuvo suficiente espacio para estirar el cuello y mirar a través
del vidrio de la cabina, lo suficiente para ver a la montura del Lord
Discordante acechando. Roosev parpadeó con sangre en los ojos. Su
enemigo era un guerrero formidable, retorcido por la mutación,
blandiendo un glaive con hoja de cadena en una mano grotescamente
hinchada. Su montura Helstrider era un monstruo aterrador, mayormente
mecánico, excepto por el amasijo de órganos que se retorcían alrededor de
la parte frontal en lugar de una cabeza, medio fusionados con una
probóscide mecánica que goteaba fluidos iridiscentes. La máquina
demoníaca se movió hacia él de manera irregular, dando pasos laterales
esporádicos, como si temiera ser atacada. El Marine Espacial del Caos
controló su nerviosismo con un movimiento de sus riendas. Él, por otro
lado, emanaba una aura de inmensa satisfacción.
La noosfera retrocedió ante la presencia del Señor del Caos. A medida que
este avanzaba, más sistemas en el Caballero comenzaron a fallar. Las
pantallas secundarias se oscurecieron.
Entonces, su voz resonó, grave y plena de triunfo, zumbando a través del
vox. No era una voz transmitida convencionalmente. Sus palabras
emergieron directamente desde el ruido estático.
—Has sido derrotado, caballero —dijo—. Soy Lord Dandimus Thrule, señor
de máquinas y demonios. Reconoce tu derrota y sométete ante mí. Podría
mostrarte cosas inimaginables. Qué utilidades podrías tener. Qué poder
podrías alcanzar.
Aunque la cabeza mutada de Thrule estaba grotescamente torcida sobre su
cuello, sus ojos cautivaban, las lentes de su yelmo brillaban con una luz
interna, penetrando profundamente en el alma de Roosev. El vox emitía un
zumbido suave y tranquilizador. Roosev sintió el data-cántico imbuido
dentro de él, vibrante con energías antinaturales. Sintió cómo el espíritu
ardiente de Iurgium temblaba y se apaciguaba.
El Helstrider avanzó. Líquidos fluían libremente de sus fauces, salivando en
anticipación del banquete venidero.
—Trono del Omnissiah, maldito seas —articuló Roosev—. No nos tomarás.
Desvió la mirada del enemigo, negándose a caer bajo su hipnosis. Aunque
su mente estaba sacudida, años de entrenamiento y una conexión íntima
con su máquina guiaron sus manos rápidamente a través de los controles,
desconectando su mente del Mecanismo del Trono y cambiando a los
controles manuales de emergencia.
—Ven, mi fiel compañero de guerra. Despierta —entonó rápidas
bendiciones mientras ejecutaba la más desesperada de las operaciones, y
fue recompensado al ver cambiar las luces de su pantalla de azul a rojo.
—Hay un universo de oportunidades para aquellos que abrazan a los
verdaderos dioses. Para los demás, solo hay muerte —dijo Thrule. Su voz
ya no sonaba a través del vox, sino que resonaba dentro de la cabeza de
Roosev.
Roosev agarró firmemente las palancas a los lados de su trono, ajustando
sutilmente la presión sobre los pedales. Era una tarea ardua pilotar un
Caballero sin un vínculo neural, pero era posible modular el equilibrio
entre la contribución mental y física. A medida que su conexión con
Iurgium se desvanecía, una profunda tristeza lo invadió, pero también un
sentido de alivio, ya que los poderes del Señor Discordante afectaban más
al Caballero que a su piloto.
—Por el amor de Marte, valiente máquina, muévete —suplicó,
presionando los controles.
Nada sucedió. Roosev gritó, moviendo frenéticamente las palancas, pero
podrían haber sido simplemente los controles de un simulador de
entrenamiento en el que había pasado gran parte de su infancia.
—Así es, así es —murmuró Thrule acercándose a Iurgium, hablando como
si consolara a un animal herido. Contuvo a su bestia babosa,
manteniéndola a raya. Su costado llenó la vista desde la cabina, una fusión
bizarra de carne y metal marcado con innumerables runas luminosas.
Thrule embainó su chainglaive y extendió la mano, posándola sobre la cima
del majestuoso aparato de guerra.
Un torrente de poder fluyó a través de Iurgium, impactando a Roosev. Fue
golpeado por una fuerza descomunal, una corrupción oscura fluyendo
desde las profundidades de la disformidad.
La visión de Roosev titiló, y se encontró frente a Thrule en un campo yermo
de huesos y acero. Un cielo cruelmente rojo, pleno de rostros
atormentados y espectralmente deformes, se cernía sobre ellos. Thrule,
despojado de su armadura, apareció ataviado con pieles, pareciendo un
rey bárbaro, mostrando la horrorosa mutación de su cuerpo. Su mano
formidable reposaba sobre un hacha dentada, cubierta de sangre y
marcada con un rostro demoníaco lascivo en lugar del Sagrado Machina
Opus.
Los horripilantes rasgos de Thrule se deformaron en una mueca de
sadismo.
—Oh —dijo Thrule— cuántas máquinas gloriosas. Tantos receptáculos para
mis esclavos de la disformidad. Serás un juguete para ellos.
Roosev sintió piquetes dolorosos en su piel. Al observarse las manos, vio
que su cuerpo, en este horrendo lugar, era una abominable amalgama de
hombre y máquina. No era la unión sacrosanta permitida por el
Mechanicum, sino una fusión corrupta y caótica. Sintió a Iurgium dentro de
él, atrapado, mientras algo nefasto invadía sus venas, infectando el cerebro
cogitador de Iurgium con códigos oscuros y retorcidos.
No.
La voz era apabullante, majestuosa más allá de lo tolerable, pero él la
reconocía. Era la voz de Maven el Muy Anciano, una voz que nunca antes
había resonado con tal potencia. Un rayo de luz pura e intensa rasgó el
cielo, sangrando luminosidad, y ríos benditos de códigos numéricos
descendieron en un silbido al tocar el suelo.
No.
El anciano se materializó ante Roosev, imponente como un titán, ataviado
con una antigua armadura de caballero. Cables sacrosantos pendían de su
espina dorsal, brillando con un resplandor plateado.
¡No! ¡Te rechazamos! ¡Retírate!
Maven el Muy Anciano alzó la mano. Roosev sintió cómo la abrasadora
invasión de Thrule retrocedía de sus venas. El señor del Caos soltó un grito
de frustración, y Roosev se retiró tambaleante de aquel escenario
horroroso, retornando al infernal presente.
Despertó con los ojos inyectados en sangre. Había movimiento. Iurgium se
retorcía.
¡Ahora, descendiente, ahora!, resonó Maven el Muy Anciano en su mente.
Iurgium emitió un sonido a través de su cuerno de guerra, parecido a un
lamento de dolor. Roosev retomó los controles, respirando con dificultad.
—Por la voluntad del Omnissiah —dijo—, que el mecanismo funcione y los
engranajes se acoplen. Que el aceite fluya y el combustible arda. Por el don
de la Fuerza Motriz, que el servo se acople y la articulación rote. Que el
cogitador procese y el augurio vea. —presionó los pedales, cargados de
potencial.
El Iurgium se movió. La luz inundó la cabina cuando Thrule se retiró del
Caballero herido y desenvainó nuevamente su grotesca glaive.
—Por el poder del Dios Máquina, ¡que el reactor se encienda y las armas
se activen! Por mandato de los tres en uno, ¡que caigan los enemigos de la
humanidad!
Iurgium emitió un potente grito de guerra. Roosev sintió que el espíritu del
grandioso caballero se reunificaba con el suyo, disipando el miedo. Con
una torpeza intrínseca a los controles manuales, movió el cañón de llamas
hacia adelante y se apoyó en él como un guerrero derribado que usa la
palma de su mano para levantarse. El enorme peso de la máquina de
guerra dobló los cañones y luego los rompió con un desgarrador chirrido,
rompiendo los sellos y permitiendo que el prometio fluyera rápidamente
de los tanques gemelos situados en la espalda de Iurgium, formando
charcos iridiscentes en el suelo. El sacrificio del arma permitió que el
Caballero se elevara lo suficiente como para arrastrar una pierna hacia
adelante, y con otro empuje, desplazar el torso fuera del lodo que lo
succionaba. Iurgium estaba de rodillas, pero erguido.
El Señor Discordante giró sobre su bestia, aún probando sus perversos
artificios, y tardó en percatarse de que su tecnomagia ya no podía
subyugar al noble espíritu de la máquina. Las pantallas de la consola de
Roosev brillaban con luces suaves y sagradas, pero Roosev cada vez las
necesitaba menos. El puente mental entre él y la máquina se estaba
restaurando, fortaleciéndose cada vez más. Ahora, con renovada
coordinación, alzó la espada segadora y sus poderosos bolters, dirigiendo
los cañones directamente hacia su enemigo.
Se sostuvieron la mirada por un momento. Estaban envueltos en una nube
de humo, y el ruido de la batalla retumbaba desde todas direcciones. Sin
embargo, en el espacio que compartían, reinó un instante de calma.
—Has elegido la muerte. Debo respetarlo —la voz del señor caído destilaba
una malévola sinceridad—. En honor a tu valentía, me aseguraré de que
sufras.
El jinete demoníaco se lanzó al ataque. Antes de que Roosev pudiera
contener el alma de su enfurecida montura, Iurgium disparó con el cañón
de llamas destrozado, y el mundo se consumió en un inferno de llamas.
CAPÍTULO VEINTICINCO
UN ENIGMA
Cawl se concedió otro breve impulso de exploración. La criptotecnóloga
había venido tras él sin estar debidamente preparado. Lo había atacado
con tecnología Gauss, poderosa en comparación con el equipo básico
imperial, pero totalmente ordinaria para los estándares necrones. Se
preguntó por qué. Ella era una cronomante, un ser que podía utilizar el
tiempo como arma. Su propio equipo se había perdido hacía mucho
tiempo, pero Cawl tenía ejemplares de las herramientas de su casta en su
archivo, algunos bastante avanzados, de hecho, no muy lejos de donde
estaba su prisión. Su plan siempre había sido convertirla y hacer que le
asistiera.
Solo podía asumir que estaba demasiado enfocada en vengarse como para
buscar. O quizás había encontrado la parafernalia -los necrones poseían
una afinidad por su propia tecnología-, pero no pudo acceder a ella, lo que
implicaba que sus criptobloqueos en la bóveda habían funcionado. Los
había diseñado basándose en la propia tecnología teseráctica de los
necrones, con sus propias mejoras, naturalmente; la intención era que ni
siquiera los propios necrones pudieran abrirlos.
Sí, debe ser eso, pensó. Ni los aliados de Bilis ni el cautivo habían logrado
engañarle. Entonces, no había sido la suerte lo que lo salvó, ¡sino su propia
genialidad!
Se sintió un poco más animado al reflexionar sobre su brillantez. No había
mejor prueba que una prueba real, y esta era una prueba más real que la
mayoría. Consideró que había pasado con distinción.
Los resultados de Auspex eran escasos, pero no podía permitirse una
inmersión completa en Augur. Ella lo ubicaría de inmediato, rastreando las
ondas de partículas hasta su escondite. Pero le fue suficiente verificar que
ella tenía dos de los escarabajos que habían custodiado su tumba
fusionados en la mano, con sus matrices de alimentación reconfiguradas
para formar una pistola funcional. La adaptabilidad de la tecnología
necrona nunca dejaría de impresionarle.
Necesitaba hacer algo para derribarla, pero ¿qué? Ese era el enigma. Buscó
en su memoria un catálogo del contenido del museo. Como era de esperar,
no lo tenía, víctima de una purga impulsiva de datos o de uno de los
incidentes en los que agentes hostiles habían manipulado su mente.
Necesitaba tiempo. Para obtenerlo, necesitaba hacerla hablar.
A Cawl se le daba bien hablar. Se conectó a los sistemas del barco a través
de la infraestructura principal de la cámara. Conectado, por así decirlo. Eso
lo hacía más difícil de capturar. A través de varios emisores de datos, tomó
control de los querubines cibernéticos, aún aturdidos, que revoloteaban
por la sala. Aunque estaba preocupado por la cantidad de código
subversivo que circulaba por los sistemas del Zar Quaesitor, se forzó a
concentrarse en la tarea inmediata. Un problema a la vez.
—Mi querida AsanethAyu —dijo, proyectando su voz a través de uno de los
querubines. AsanethAyu se enfocó en él y lo derribó del aire. Una lluvia de
pedazos efervescentes de carne, plumas y metal se desvaneció antes de
tocar el suelo, como una nevada digital.
—¿Intentamos de nuevo? —dijo, acercando otra máquina desechable. La
observó a través de los ojos del cíborg. Ella estaba alerta en su búsqueda,
pero no disparó a este desde el aire.
—No hay valor en la discusión —dijo ella—. Solo tu muerte tiene valor.
—No estoy de acuerdo —dijo Cawl. Sus sentidos, tanto alienígenas como
informáticos, lo buscaban a través de la noosfera—. No me encontrarás
fácilmente —advirtió—. Y cada minuto que pasa incrementa la
probabilidad de tu derrota.
Giró su larga cara de cráneo metálico por la habitación. El único ojo brillaba
ominosamente. Sin restricciones, su forma esquelética, larga y delgada,
parecía más vulnerable. Sin el perturbador resplandor de los lazos
teserácticos, las aleaciones que la conformaban estaban opacadas por la
corrosión de su sueño eterno. Cawl tuvo la impresión de algo fatigado que
necesitaba completar una última misión, y la voluntad para hacerlo era lo
único que la mantenía viva.
Todavía era peligrosa.
—También me da una mayor oportunidad de encontrarte —dijo—. Estás
desarmado. Fuiste imprudente al no llevar tu panoplia de guerra. ¿Temías
molestar a los otros insignificantes con los que ibas a conversar? Otro signo
de debilidad. Deberías mostrar fuerza, siempre.
Cawl manipuló la señal de uno de los servocráneos sometidos que Fabius
Bilis había dominado. ¡Bilis! pensó; tantas cosas habían transcurrido.
Cautelosamente, reinició su cogitador, persuadiéndolo para que reviviera.
—Las técnicas diplomáticas han evolucionado un poco en el último millón
de años. Deberías intentar ser amable. Te beneficiará —dijo.
—Los necrones no necesitan amigos —respondió ella—. Solo existen el
vencedor y el vencido —se giró abruptamente y disparó con su pistola
improvisada a una amplia vitrina que contenía el exoesqueleto montado de
un ser insectoide, una entidad cuyo nombre Cawl no lograba recordar. No
obstante, sintió un escalofrío cuando el rayo Gauss desintegró los átomos
de la vitrina, la criatura y la armadura, reduciéndolo todo a fragmentos de
quitina y cristal. Indudablemente, eran objetos de inestimable valor.
Sin embargo, Cawl mantuvo su audacia.
—Tendrás que esforzarte más —dijo.
—No me distraerás provocándome —dijo ella, moviéndose entre los
escombros de los recuerdos de Cawl. Sus pesados pies metálicos
resonaban con cada paso. Cawl, con el servocráneo elevado, exploraba las
interminables filas de vitrinas.
—¿No quieres escucharme? —preguntó. Observó algo útil a la distancia.
Un carro de máquina humanoide, montado sobre un soporte. Una placa de
latón decía Qvo-02.
No quedaba mucho. En ese entonces, había favorecido más a los
orgánicos, y eso hacía mucho tiempo que se había descompuesto en polvo.
Pero el esqueleto metálico, que había sido el molde para la imagen de su
amigo, aún podría funcionar. Dirigió el cráneo para que extendiera una
pequeña mecadendrita hacia un puerto en la parte posterior del cráneo de
Qvo-02. El riesgo incrementó, ya que el servocráneo había ascendido a la
altura donde había menos cobertura. Contuvo un suspiro de alivio cuando
la conexión se estableció y el cráneo comenzó a transmitir datos de la
maquinaria interna. Tenía al menos nueve mil años, pero estaba construido
para perdurar.
—¿Qué tienes para decir que no haya escuchado antes? Deseas que
colaboremos —dijo AsanethAyu con un tono burlón y cantarín—. Quieres
aprovechar mis avanzadas ciencias para granjearte gloria ante los demás
primates que merodean por las ruinas de mi imperio. Una vez más, me
niego.
—Siempre ves las cosas de manera tan negativa —respondió Cawl—. Mi
objetivo es salvar la galaxia. Y, considerando que habitas en ella, eso
también implicaría salvarte a ti.
Qvo-02 estaba vacío, carente de vida y mente. El cerebro clonado que Cawl
había usado para iniciar la reconstrucción de Friedisch había desaparecido
hace tiempo. Sin embargo, la infraestructura electrónica necesaria para
operarlo permanecía intacta. Cawl se sincronizó con ella como si se calzara
un par de zapatos cómodos, aunque había pasado milenios desde que usó
zapatos.
AsanethAyu se detuvo, mirando a su alrededor, aún insegura.
—¿Realmente deseas que toda esta realidad sucumba ante el Caos? —los
autómatas de Cawl le hablaron. Tres de ellos descendieron, rodeándola,
cada uno emitiendo fragmentos de su mensaje por turnos—. Parece que
ustedes, los necrones, han trabajado arduamente para prevenir eso.
Ahora necesitaba un arma. Afortunadamente, en el Museo Omnis había
muchas. Solo era cuestión de encontrar una que funcionara. Se arriesgó a
buscar y vio una no muy lejos, una carabina corta de plasma. Carecía de
fuente de energía, pero podría alimentarla con su propio reactor. Solo
necesitaba llegar hasta ella.
—¿Lo has deducido tú solo? —dijo AsanethAyu—. Es impresionante la
sagacidad de tu especie, que aún no ha superado la segunda fase de
inteligencia y sin embargo emite juicios tan grandilocuentes y solemnes.
—Es cierto —respondió Cawl—. Somos más fuertes si nos unimos como
aliados.
—Derrotamos a los Antiguos. Consumimos a nuestros dioses. No
necesitamos aliados ni amigos. Solo esclavos y víctimas. Nada más.
—Suficiente —interrumpió Cawl, lanzando sus constructos cibernéticos
contra AsanethAyu y activando el deteriorado cuerpo de Qvo-02. Se zafó
de su soporte y chocó contra un pedestal, derrumbando una tablilla de
arcilla del tamaño de un hombre y reduciéndola a escombros en el suelo.
AsanethAyu ya estaba disparando cuando Qvo-02 inició una carrera
desesperada. Sus miembros, escasamente funcionales después de milenios
sin mantenimiento, apenas respondían. Cawl estaba sorprendido de que
pudiera moverse tanto.
AsanethAyu derribó el antiguo facsímil con un grito triunfal. Estalló en
pedazos, devorado por la descarga gauss. Corrió, apartando las
pertenencias de Cawl, pero cuando llegó al Qvo-02 derribado, retrocedió
haciendo un ruido de frustración.
—Un mecanismo —dijo, al darse vuelta y encontrar a Cawl detrás de ella.
—Mi querida monstruosidad alienígena, subestimas la utilidad de la
amistad —dijo Cawl, sosteniendo firmemente en sus manipuladores la
carabina de plasma xenos—. Friedisch haría cualquier cosa por mí, incluso
estando muerto.
Era rápida. Ambos dispararon simultáneamente.
El chorro de plasma de Cawl la golpeó en la parte superior del pecho. Se
encontraba debilitada sin su equipo. El disparo vaporizó la parte superior
de su torso y su cuello, y su cabeza se desprendió, estrellándose contra el
suelo de mármol con un ruido fuerte y desdignificado.
Su disparo alcanzó a Cawl en el costado. Gritó mientras las energías
corrosivas devoraban su cuerpo. No hubo un impacto directo, solo una
agonía ácida y abrasadora. Era el primer dolor que experimentaba en
mucho tiempo.
Logró desactivar sus receptores de dolor, pero la descarga residual dañó
algo vital antes de disiparse por completo, y su control sobre su parte
inferior se desvaneció. Sus múltiples piernas se colapsaron,
repentinamente inútiles. Cawl cayó pesadamente al suelo.
Yacía inmóvil, paralizado, entre los cristales y objetos rotos de su museo.
No tenía comunicación con su tripulación. Su nave estaba a punto de una
colisión catastrófica, y uno de los peores seres de la galaxia había puesto
sus ojos en los secretos del Emperador.
—Bueno, esto no es ideal —murmuró.

Qvo revisó el flujo de datos. Aquellas construcciones noosféricas siempre


eran difíciles de entender. Era su mente la que había superpuesto una
especie de realidad comprensible sobre las puras matemáticas que
componían el espacio informativo, y no había forma de saber cuán
precisamente representativas eran. Se movía a su alrededor como un
hombre en un sueño. La conciencia de lo que ocurría en el exterior iba y
venía, todo oscurecido por la incómoda sensación de tener un pincho de
datos insertado en el cerebro.
Lo que Alixia estaba haciendo parecía mantener su mente lejos de Qvo, o
quizás no lo consideraba una amenaza. Error de ella, pensó Qvo. No se
sentía bien con ese pensamiento. Siempre había carecido de la confianza
de Cawl, incluso cuando había sido una persona real.
—No lo cuestiones, sigue adelante —se dijo Qvo.
Ascendió a través de capas de seres en la sombra, cada uno atrapado en su
propio fragmento individual del pasado. No podía determinar qué iteración
eran. ¿Realmente importaba? Se preguntó si importaba, y le preocupaba si
importaba. Pensó brevemente en Qvo-88, en ruta hacia Imperio Nihilus.
No era común tener a dos de ellos fuera al mismo tiempo. ¿Cómo sería
encontrarse a sí mismo? Supuso que eso era discutible. Nunca ocurriría,
porque estaba bastante seguro de que una vez que cortara la conexión con
los telares de datos en la nave, eso sería todo para Qvo-89, y la próxima
vez que pensara en estas cosas sería Qvo-90.
—Si el próximo Qvo fuese yo —pensó, y luego se sintió irritado.
La interfaz se manifestó ante él como una vibrante esfera de posibilidades.
Dentro, las partículas de creación existían en estados superpuestos, no era
la simple dualidad de unos y ceros, sino una colección de infinitas
posibilidades.
Al observarlas, algunas de ellas colapsarían en un estado definido, y sería
como si siempre hubieran sido así, y así, cada ser sensible era
completamente libre y totalmente esclavo al mismo tiempo.
Con hesitación, extendió la mano hacia la corriente.
Sintió un extraño hormigueo. Supuso que en ese espacio él también era un
dato, y que los comandos de subordinación que Alixia enviaba hacia el Arca
Mechanicus fluían a través de la materia misma de su ser. ¿Era su alma un
simple flujo de decisiones tomadas? ¿Era eso lo que constituía el alma de
todos? ¿Un colapso de partículas creando certeza a partir de la
incertidumbre?
Cerró los ojos y siguió el flujo, que se derramó en sus surcos de datos y,
desde allí, en los espacios de información del Zar Quaesitor, subyugando
los sistemas de la nave y llenando su noosfera. Qvo se sorprendió
momentáneamente al ver el acceso que Cawl le había concedido; él, que
no era más que medio hombre, el eco de alguien que alguna vez existió. Su
vida no tenía valor, porque la suya no era vida verdadera.
Sin embargo, los esfuerzos de Cawl eran conmovedores. Realmente estaba
dando su máximo.
—Lo hago por ti, Belisarius —dijo.
Apretando los dientes imaginarios, sumergió su mano simbólica aún más
profundamente en la luz, y consolidó todos esos posibles en un definido y
único no. Se aventuró con ellos en la oscuridad.

Cawl gimió y abrió los ojos. Sus dedos se crisparon. Sus sistemas de
reparación automática se activaron. Los nervios metálicos empezaron a
reformarse. Sus componentes volvían a responder. Pensó que podría
mover la cabeza, y cuando lo intentó, funcionó; así que miró hacia su
costado. Su enjambre de mecadendritas estaba trabajando arduamente,
reparando los daños más graves.
En cinco minutos, estaré de pie, pensó con una sonrisa.
Se escuchó otro gemido, esta vez de la nave, y un cambio sutil pero
perceptible en el movimiento.
Los propulsores. Están apagados, se dijo, levantándose con las manos.
Varias partes de él protestaron. Seguía paralizado de cintura para abajo,
pero mientras un hombre normal podría arrastrar piernas inútiles detrás
de sí, Cawl estaba sujeto a algo con un peso similar al de un carro de
combate. No iba a ninguna parte.
Las luces se encendieron con firmeza, zumbando cuando alcanzaron su
máxima intensidad.
—Luces —dijo, ahora con una visión mucho más clara del desastre que
AsanethAyu había causado en su museo. Intentó una conexión noosférica,
pero no obtuvo respuesta. Con una mecadendrita, rebuscó entre los
escombros del suelo, encontró un puerto, lo conectó, y Cawl proyectó su
conciencia hacia la nave.
Efectivamente, el Zar Quaesitor estaba libre de espíritus máquina
invasores. Su red tartamudeaba mientras varios sistemas intentaban
reactivarse, pero la situación había mejorado.
—¡Vox! —exclamó, y estableció una conexión con el puente de mando—.
Hola, hola, soy su archimagos. Me gustaría un breve informe de la
situación, si es tan amable.
—¿Archimago Cawl? ¿Está vivo?
—Por supuesto que lo estoy, Wocolos. No es propio de ti ser tan
melodramático —dijo Cawl—. He tenido algunas dificultades, pero ya se
han resuelto. Necesito un informe ahora, por favor.
—Hemos recuperado el control. Cualquiera que haya sido el método de
entrada, esa ruta ha sido cerrada. Los escudos se están activando.
Tendremos control de las armas en cinco minutos. Supongo que desea que
saquemos la nave de Bilis del vacío.
—Ah, así que sabes de él.
—El Sangprimus Portum está seguro. Magos Iota ha sellado la bóveda. Una
macroclada está de guardia. No hay manera concebible de que Bilis pueda
pasar con los recursos que tiene a mano.
Una repentina sensación de inquietud invadió a Cawl. Aquello era un
enigma. Todo esto parecía absurdo. Bilis anunciándose y sus intenciones,
atacando de manera tan abierta. Ni siquiera intentando obtener el material
ni llevarlo consigo tenía alguna posibilidad de éxito. A menos que, por
supuesto...
—Oh, no. ¿Dónde está Primus? —preguntó Cawl con urgencia.
—Me ha dejado el puente de mando a mí, mi señor —dijo Wocolos,
percibiendo la inquietud de Cawl y cambiando al binárico para acelerar el
diálogo—. Ha ido a repeler a los invasores. Bilis en persona ha subido a
bordo. Sería una gran victoria para el Imperio capturarlo.
—¡No, no, no! Que el Dios Máquina maldiga mis circuitos —dijo Cawl,
empujando el suelo. Su enorme chasis permaneció inmóvil. Hizo un gran
esfuerzo, gruñendo—. Supongo que fue solo.
—Sí, Primus insistió en que la mayor parte del esfuerzo se dedicara a
defender el Sangprimus Portum. Muchos equipos de asalto fueron
enviados a bordo. Parece que Bilis planeó un ataque multifrontal. Todos
están contenidos.
—Y supongo que tampoco puedes contactar a Primus a través de la
noosfera o la vox.
—No, mi señor. La sección de la nave en la que se encuentra sigue
incomunicada.
—Eso es porque Bilis está interfiriendo.
—¿Archimagos?
—Bilis me dijo que iba a tomar el Sangprimus Portum. Primus lo adivinó,
¿no es así? Es obvio, después de todo. Demasiado obvio. ¡Bilis me informó
de sus acciones porque eso no es lo que realmente hará! —Cawl se tensó
nuevamente. Esta vez, uno de sus pies más grandes se movió, raspando
ruidosamente contra el suelo de mármol—. Es una trampa, Wocolos. Bilis
no va tras el Sangprimus Portum, porque sabía que no podría alcanzarlo.
Está demasiado bien defendido.
Hubo otro impulso. Gritó por el esfuerzo, y entonces algo encajó en su
lugar; la interfaz espinal finalmente se conectó, y sus pies irrumpieron en
actividad, torciéndolo con dolor. Se produjo un desgarramiento en su lado
no lesionado, donde los haces de fibras se separaron de los antiguos
nervios, forzándolo a redirigir sus bioseñales, pero en un momento, logró
ponerse de pie nuevamente, inclinándose con torpeza, con la mano
presionada contra la herida de gauss, mientras las mecadendritas
continuaban trabajando en los daños. Una extremidad adicional recogió la
carabina de plasma del suelo. Varias extremidades tentaculares la fijaron
en uno de los soportes de armas del archimagos.
—Pero Primus... En Primus reside todo lo que he realizado para crear a los
Marines Espaciales Primaris, y más aún. Cada secreto, cada estratagema
está codificado en su semilla genética. ¡Omnissiah, sálvanos! —Avanzó
tambaleándose, con una expresión de dolor y un andar lamentable, hacia
el cadáver de la criptotecnóloga. El cuerpo de AsanethAyu ya mostraba
signos de regeneración. Cawl arrancó la cabeza y la alejó del cuerpo—. A
Fabius Bilis no le interesa el material original —continuó—, porque no
necesita el material original. Planea llevarse a Primus en su lugar.
CAPÍTULO VEINTISÉIS
EL ATAQUE DE PRIMUS
Primus se encontró con los primeros mutantes de Bilis en una escalera que
descendía hacia las principales rutas de carga. Tres diminutos hombres-
bestia, esqueléticos y hambrientos, con manos ensangrentadas
sosteniendo objetos brillantes saqueados de los muertos. El valor de estos
objetos era dudoso y estaban completamente cubiertos de sangre, pero
parecían hallarse encantados con su botín. No tenían mucho tiempo para
disfrutarlo.
Cuando escucharon a Primus, resonando en las escaleras como una
avalancha de ceramita, se voltearon para mirar. Fue lo último que hicieron.
Tuvieron tiempo suficiente para mostrar una expresión de miedo, pero no
para reaccionar.
Primus no necesitaba armas para lidiar con abhumanos tan lamentables.
Descendió de un salto por un tramo de escaleras, golpeó a uno en el pecho
con el pie, derribó a la criatura al suelo y la aplastó bajo su inmenso peso
blindado. Al aterrizar, giró y, con el puño derecho, golpeó la cabeza de la
segunda criatura, que voló lejos de él, separándose del cuello, mientras el
cuerpo esparcía sangre repugnante. Los restos destrozados ni siquiera
habían impactado contra la pared cuando el codo izquierdo de Primus
conectó con el hombro de la última bestia, quebrándole la clavícula y
penetrando violentamente en la caja torácica. La criatura flaca se dobló
sobre sí misma, con los huesos hechos añicos y las entrañas convertidas en
una masa gelatinosa.
—Episodio de agresión, tres coma dos segundos —informó su armadura.
Los detectores de amenazas se activaron y números comenzaron a
desplazarse por el borde de su visión. Las señales eran verdes. Las lecturas
de la química de su sangre pasaron por su campo visual.
—No hay ninguna amenaza en el rango —dijo el espíritu máquina de la
armadura.
Un momento de calma se apoderó de él. Su farmacopea reequilibró sus
sistemas y la sangre fluía vigorosamente.
Primus maximizó la sensibilidad de sus sentidos automáticos. Ahora podía
oír a los invasores saqueando la nave en diversas direcciones. Debían
haberse dispersado en busca de violencia y carne para devorar. ¿Qué
estaba pensando el traidor? Capturar un objetivo en una nave del tamaño
del Zar Quaesitor requería una planificación meticulosa, una aplicación
precisa de fuerza y una ruta de extracción clara. Hasta ahora, parecía que
Bilis carecía de todo eso. Todos sus seguidores iban a perecer inútilmente.
Con suerte, el anciano monstruo se uniría a ellos.
Las luces de la escalera parpadearon. La nave alteró su movimiento. El
asalto binario había sido frustrado, de una manera u otra.
Primus activó su vox.
—Wocolos. ¿Tienes el control? ¿Tienes la ubicación de Bilis?
Recibió una respuesta en silencio, sin siquiera estática.
—Wocolos, responde.
Nada, la comunicación seguía ausente.
Confiando en Iota para mantener seguro el Sangprimus Portum, continuó
hacia su objetivo principal.

Si Qvo creía que su tiempo había terminado, estaba a punto de llevarse


una desilusión. La primera señal de que aún estaba vivo fue el sonido
atronador de los disparos pesados de los stubbers. Fue un espectáculo
bastante lamentable, hay que decirlo.
Se reanimó, porque "recuperarse" no parecía ser un término apropiado
para describirlo. Yacía de espaldas, mirando directamente al cañón de un
arma. Instintivamente, levantó las manos.
—¿Disparos? —aventuró. Sus centros visuales estaban comprometidos,
solo podía ver el arma.
—Lo sabía. Sabía que estabas aliado con el enemigo.
—¿Magos Frenk? —dijo Qvo. Parpadeó. Sus sensores se recalibraron y vio
a Frenk inclinándose sobre él. Había muchos disparos cerca. Podía oler la
sangre y los lubricantes derramados.
El arma de Frenk no titubeó. Qvo volvió a centrar su atención en los ojos
de Frenk, que parecían más desquiciados que nunca.
—Te pondré bajo custodia. Deberás presentar pruebas contra tu maestro si
deseas evitar tormentos inimaginables.
—Lo siento, ¿pero eso es un tiroteo? ¿Qué está pasando? —Qvo se
levantó. Frenk blandió el arma, pero no disparó—. Deja de hacer eso —dijo
Qvo—. O me disparas o la guardas.
—Soy un agente del...
—Silencio. Por favor —dijo Qvo—. Ya no me importa —aunque mantuvo
las manos en alto, por costumbre.
Había un servidor muerto en el suelo. Qvo siguió un rastro de sangre hasta
otro, y otro, y entonces se dio cuenta de que toda la depresión alrededor
de la puerta Telaraña estaba llena de cadáveres destrozados. Entre ellos
había un par de tecnosacerdotes del Mechanicum Oscuro muertos. No veía
a Alixia-Dyos.
El ruido de los disparos venía de arriba. Un robot Kastelan pasó pisoteando
fuerte por el borde de la fosa, con los puños en alto escupiendo proyectiles
fosforescentes. Se detuvo, se puso en pie y giró su lanzallamas cognis en un
arco, apuntando a algo que Qvo no podía ver.
—¡Magos! Te has recuperado —gritó Oswen desde la sala de los pilares.
Tenía una pistola en la mano. Para ser un hombrecillo de libro, parecía
excesivamente excitado por la batalla.
—Sí, bueno. Estoy hecho de una pasta más dura que la mayoría —gritó
Qvo. No corrigió el mal uso que Oswen había hecho del título de magos.
Darle a Frenk una idea de lo que realmente era les metería en todo tipo de
problemas. Oswen saludó y se marchó—. Supongo que el intento del
Mechanicum Oscuro de tomar estas instalaciones no tendrá éxito.
—Sube ahí —dijo Frenk, agitando su arma.
—No estoy de su parte —dijo Qvo—. ¿No crees que deberíamos hacer algo
al respecto en lugar de preocuparnos por mí?
Frenk la miró y luego miró a Qvo.
—Es una puerta abierta a una nave enemiga. Lo menos que puedo hacer es
cerrarla. A menos que tengas una bomba grande que podamos enviar por
ahí. Eso sería aún mejor. Y las columnas de ahí arriba. Todas están
resonando. Apuesto a que esta no es la única abertura que esta máquina
ha hecho en la Telaraña. Deberíamos ocuparnos de esto aquí, en la fuente,
ahora mismo.
Frenk miró hacia arriba, donde la batalla se extinguía.
—Trae a X99 aquí y que decida él, si no confías en mí.
—Tienes razón, no confío. Yo tampoco confío en él. Es otro sirviente de
Cawl.
—Ocúpate de la puerta. Discutamos después. ¿Qué pasó con la mujer
magos?
—No lo sé. Imagino que escaparon por la puerta. Cuando llegamos, vimos
a muchos de ellos retirarse allí. Dejaron atrás a sus servidores.
—Bueno, entonces cállate antes de que vuelvan con refuerzos.
Frenk lo miró con dureza.
—No creas que te voy a soltar.
—Por supuesto.
Esperaron unos minutos. Había muchos servidores en el bosque de
columnas y los Kastelan se dedicaron a destruirlos con una minuciosidad
mecánica.
Cuando llegó X99, hubo un breve debate sobre la solución a emplear con
respecto a la puerta. Al final, el Mechanicus resolvió el problema de la
manera tradicional, haciendo que sus robots la hicieran pedazos. Resultó
que ni siquiera las aleaciones híbridas podían resistir los golpes de media
docena de puños poderosos. Ni tampoco los mecanismos que controlan los
pilares.
La puerta se derrumbó con un ruido decepcionante. Las columnas dejaron
de cantar.
Una vez hecho esto, se dirigieron hacia arriba.
Primus rugió al irrumpir por el corredor principal hacia las cubiertas de los
hangares de babor, y su vocoemisor amplificó sus gritos de guerra en
atronadoras explosiones de sonido, haciendo retroceder a los hombres
bestia hacia las habitaciones que habían estado saqueando. Primus usó su
espada sierra contra los más valientes. Los dientes afilados como
diamantes despedazaron tanto sus frágiles armas como sus miembros.
Sangre y fragmentos de carne salpicaron las paredes formando arcos
goteantes.
Un ejemplar más grande, más alto por una cabeza cornuda que sus
hermanos y robustamente musculoso, atrapó el arma de Primus con el
arma de asta que manejaba. Esta era completamente de metal, con una
cabeza semejante a un hacha sierra. La espada de Primus resbaló sobre el
metal, dejando marcas brillantes. El hombre bestia retrocedió y giró sobre
sí mismo, desequilibrando al Marine Espacial, blandiendo su arma para
asestarle un golpe mortal, pero su embate rebotó en el antebrazo de
Primus, quien a su vez golpeó al mutante, rompiéndole el hocico con tal
fuerza que le quebró el cuello.
Otros pocos resistieron. Entre ellos había criaturas armadas con pistolas
láser y autofusiles, resguardándose detrás de una fila de sus compañeros
armados con espadas y lanzas con astas de metal. Primus se lanzó contra
ellos. Las balas se desviaron al chocar contra su armadura. Los rayos láser
dejaron marcas fundidas en la ceramita. Nada de lo que poseían podía
penetrar su coraza con facilidad, y él los atacó con todo su ímpetu e
integridad, derribándolos como a pinos de bolos. Los que se encontraban
cerca del punto de impacto cayeron como si una granada hubiera estallado
entre ellos, con huesos hechos añicos y emitiendo horribles gemidos
mientras eran pisoteados. Las alarmas de amenaza resonaron en su casco
cuando los hombres bestia restantes le dispararon a quemarropa.
Perecieron en el intento.
La brutal masacre que ejecutó despedazó la moral de los sobrevivientes,
quienes huyeron, siguiendo a sus congéneres hacia el interior del Arca
Mechanicus. Primus registró las rutas que tomaron en el cartógrafo de su
armadura. Tendrían que cazarlos más tarde. Lo último que necesitaban
eran tribus de mutantes anidando en algún rincón de la enorme nave.
Continuó adelante, ahora con más precaución, prestando gran atención a
los sensores automáticos de su armadura. El pasillo estaba tenuemente
iluminado por las luces de emergencia. La mayoría de los sistemas de la
nave permanecían inactivos. En ausencia de un sistema activo de reciclaje
atmosférico, el aire se tornaba cada vez más caliente y pesado. Pasó junto
a cañones centinela inactivos en sus torretas murales.
Más adelante había un cruce, donde una ruta transversal intersectaba el
pasillo principal de carga. Uno de los transportesde contenedores estaba
detenido a medio camino. Era un lugar propicio para una emboscada.
Primus redujo la velocidad y desenfundó su pistola. Sondeó el ambiente
con sus sentidos psíquicos. Efectivamente, detectó varios emboscadores
agazapados, esperándolo.
El corredor vibró con la resonancia cuando activó su vocoemisor.
—Salid. Sé que estáis ahí. Dejad de esconderos y enfrentadme —dijo. Su
voz reverberó a través del pasillo.
Emergió una criatura colosal, más alta que Primus, robusta como un ogro.
Era el mutante que había observado en las imágenes del hangar. Su forma
era una grotesca amalgama de humano y bovino, una aberrante
reminiscencia del híbrido minoico de antiguas leyendas. Tan musculoso
que su cabeza de toro parecía surgir directamente de sus hombros,
omitiendo la necesidad de un cuello. Su única vestimenta consistía en una
vasta armadura de placas rudimentarias, un cinturón y un taparrabos. En
una mano, blandía un enorme hacha de doble filo, tan ancha como el torso
de Primus, centelleante con relámpagos de disrupción. En la otra, sostenía
una pistola desgarradora personalizada, alimentada por un voluminoso
cargador circular. Llevaba una bandolera repleta de municiones
adicionales, cada bala era del tamaño de una granada pesada. Un broche
emitía un campo refractario y todo su antebrazo estaba cubierto por una
vambrera incrustada con cristales de noctilito. Primus pudo sentir su
campo antipsíquico llenando el pasillo.
—¿Me buscabas? —dijo el mutante, su voz era gruesa y las palabras
parecían luchar para salir de su boca, pero de alguna manera logró
transmitir una siniestra diversión. —Me has encontrado. Ahora yo, Brutus,
acabaré contigo.
—Si tú lo dices —respondió Primus. Los secuaces de la criatura
comenzaron a moverse, tomando posiciones. A pesar de todo, Primus
cargó hacia adelante.
Abrió fuego mientras avanzaba a la carrera, cinco proyectiles surcaron el
aire delante de él, dejando tras de sí brillantes estelas de fuego. El aire
alrededor del hombre bestia detonó debido a la reacción del campo
refractor, unos metros adelante del robusto pecho de la criatura. Lentas
ondulaciones emanaron desde cada punto de impacto, y los proyectiles
explotaron, desviando su energía liberada en patrones erráticos.
El hombre bestia no mostró signos de inmutarse ante las explosiones. Ya
estaba balanceando su propia arma para apuntar a Alfa Primus. Con un
dedo grueso y pesado, apretó el gatillo. La pistola destripadora, apenas
más sofisticada que una escopeta de disparo rápido y robusta, era capaz de
resistir el manejo brusco por parte de los ogros que la portaban. Las balas
grandes que disparaba se incrustaban en la armadura de Primus. Se tomó
un momento para darse cuenta que, contrariamente a un ogro, la bestia
poseía una puntería decente, dirigiendo con sorprendente precisión el
arma, conocida por su inexactitud, hacia el costado izquierdo de Primus,
intentando desestabilizar su avance e incluso perforar su armadura. Los
impactos lo hicieron tropezar, alterando su visión y provocando un
alarmado grito de resistencia del espíritu máquina. Apretó la mandíbula
para evitar dañarse los dientes y continuó avanzando.
La arma descargó sus quince balas de una sola vez. Para ese momento,
Primus estaba a menos de tres metros del hombre bestia. Sus secuaces
emergieron del cruce, distribuyéndose por ambos lados del vehículo de
carga inmovilizado. Eran grandes, no tanto en estatura o anchura como
Brutus, pero sí imponentemente masivos y mejorados genéticamente en
su fuerza. Sus venas parecían estar a punto de estallar. Sus ojos
protruyentes dominaban sus rostros. Altos inyectores de cristal emergían
de la parte superior de sus espaldas, donde fluidos viscosos y luminosos
eran rápidamente drenados, bombeados directamente a los cuerpos de las
criaturas.
Eran hombres, modificados por su cruel amo para portar un poder efímero.
Los aclamados Nuevos Hombres de Bilis, conjeturó Primus. No parecían tan
intimidantes mientras avanzaban en manada. El hombre bestia, Brutus,
retrocedió con una sonrisa salvaje, recargando su arma con una calma
perturbadora.
Primus aniquiló al primero de los mejorados con un certero golpe
descendente de su espada sierra. Las entrañas se desbordaron del
abdomen lacerado de la criatura, pero eso no detuvo al hombre mejorado,
cuyas manos ansiosas arañaron la armadura de Primus. A pesar de la
intención de Primus de abrirse camino a través de ellos y atacar a su líder,
fue obstaculizado, sus corpulentos cuerpos lo retuvieron y se lanzaron
sobre él, forzándolo a arrodillarse. Su espada sierra se deslizó a través de
otro guerrero, rociándolos a todos con una mezcla de carne mutilada, pero
luego, la cadena de la espada encontró implantes metálicos, quedando
atascada.
Primus quedó sepultado bajo una maraña de extremidades. En un frenesí,
los guerreros lo desgarraron hasta que sus manos quedaron
ensangrentadas.
—Demasiado fácil —escuchó decir a Brutus, acompañado del sonido del
cargador recién lleno asegurándose en su lugar.
Los dedos fuertes y voraces intentaron desgarrar la armadura de Primus;
eran lo suficientemente poderosos para lograrlo, pero su frenesí los puso
en desventaja, impidiéndoles ejercer la fuerza necesaria para despedazar
su placa de batalla. Sin embargo, Primus permanecía atrapado, por lo que
cambió de táctica. Cerró los ojos, inhaló profundamente y extendió su
conciencia más allá de los cuerpos contorsionados sobre él, más allá de la
nave, más allá del vacío, hacia la disformidad.
Un destello púrpura anunció la manifestación de una cúpula de fuerza que
lanzó a los humanos mejorados al aire, despedazándolos en el proceso. Se
desintegraron, y fragmentos de músculo y piel adornaron las paredes.
Primus emergió, emanando una aura de poder y sangre vaporizada,
rodeado por un círculo perfecto de suelo abrasado.
—Ahora tú —dijo Primus.
—Eres un hechicero —respondió Brutus—. Me miras con odio. Pero somos
iguales. Tu corrupción está adentro, eso es todo.
—Te observo con el desprecio reservado para todos los seres malévolos,
sin importar su forma —replicó Primus.
—Somos más que humanos —declaró Brutus—, nuestros amos nos han
hecho superiores. Deberíamos ser considerados hermanos.
—Cawl no tiene nada en común con Bilis —refutó Primus.
Brutus disparó su pistola desgarradora.
Primus se erigió, envolviéndose en una luminosa coraza de energía
psíquica que interceptó los desgarradores proyectiles. Dos lograron
atravesarla, pero ya estaban tan debilitados que apenas chisporrotearon
contra su armadura.
Brutus desechó su arma y tocó el amuleto. Un zumbido de energía trepó
por su brazo, y la sensación de opresión psíquica se intensificó.
—De todas formas, prefiero la espada —dijo, situando su hacha en
posición defensiva.
Primus atacó. El amuleto de la bestia turbó sus poderes psíquicos, pero eso
no importó. Deseaba exterminar a esta criatura con sus propias manos, no
con su mente. Solo así podría demostrarse a sí mismo como la superior
creación humana.
Atacó con vigor. La bestia contratacó, blandiendo su hacha por encima de
la cabeza y descargándola en un arco punitivo. Primus esquivó en el último
segundo. El hacha golpeó el suelo con un estruendo mientras su campo
disruptivo aniquilaba un sector del metal. Primus golpeó con su pistola de
proyectiles la mandíbula de la bestia. Esta se tambaleó, pero no estaba lo
suficientemente aturdida para sucumbir al siguiente embate de Primus con
su espada sierra. Brutus se repuso rápidamente y contraatacó con el
mango de su arma, una defensa rudimentaria pero efectiva, forzando a
Primus a retroceder.
Brutus sacudió la cabeza, sangre goteando de su nariz.
—Ambos somos poderosos —dijo—. Bien, anhelo un verdadero desafío.
Tomaré tu cabeza como trofeo.
Se alejaron del vehículo de carga averiado, avanzando por el oscuro y
amplio pasillo hacia los hangares. En la sombría penumbra, Brutus y Primus
se circunvalaron. A Primus solo le quedaban unas pocas balas, y no estaba
dispuesto a desperdiciarlas contra el escudo de la bestia. Su cabeza dolía
debido al efecto de la oscura gema.
—Es una buena batalla, sí. Dos entidades creadas. Dos seres nuevos.
¡Nuestros creadores son los señores de la existencia! Es apropiado que
luchemos para discernir quién es el más fuerte.
—¡No somos similares! —exclamó Primus. Aunque sabía que sí lo eran. Por
ello necesitaba aniquilar a esta entidad, para afirmar la veracidad de esa
creencia.
—Sí lo eres —insistió Brutus, lanzando su hacha con una cadencia
calculada, agarrándola desde el extremo, y azotando a Primus, forzándolo
a reclinarse hacia atrás. Dio un paso adelante mientras Primus esquivaba,
readaptando su agarre mientras el hacha completaba su oscilación y la
bajaba nuevamente.
Primus se mantuvo firme. Brutus inclinó su cabeza, anticipando el golpe
mortal de Primus, pero el colosal Astartes soltó su espada sierra, extendió
su mano y agarró el hacha, deteniéndola abruptamente. Absorbió la
brutalidad del impacto y retrocedió.
Los dos seres, forjados genéticamente, lucharon, enfrentando fuerza
contra fuerza.
Un halo disruptivo chisporroteó a su alrededor. Primus tensó su mandíbula.
Brutus gruñó, presionando el hacha, ajustando su postura para dirigir las
cuchillas hacia el yelmo de Primus. La hoja estaba carente de momentum,
pero el mero contacto del campo disruptivo sería fatal, destrozando los
átomos de su yelmo y, posteriormente, su cráneo.
—Eres poderoso —admitió Brutus.
—Más poderoso que tú —respondió Primus, alzando la pistola con su otra
mano y disparando una única bala hacia la garganta de Brutus.
El proyectil apenas tuvo oportunidad de activar su propulsión antes de
impactar contra el cuerpo de la criatura. Acelerando mientras penetraba, el
proyectil salió erráticamente por el otro lado, creando una cavidad en la
nuca de Brutus, llevándose consigo la columna vertebral de la bestia.
Primus se apartó mientras Brutus caía inerte hacia adelante, impactando
fuertemente contra el suelo, ya sin vida, con un charco de sangre
esparciéndose rápidamente sobre el metal.
—Mucho más poderoso que tú —declaró Primus. Tomó su espada y, con
un solo y certero movimiento, decapitó a la bestia, agarró uno de los
cuernos y levantó la cabeza—. Y ahora, poseo tu cabeza.
La sangre escurrió por su armadura gris mientras retomaba su camino.
Fabius Bile estaba cerca.

La puerta de los niveles inferiores se abrió hacia el interior de la pirámide.


Qvo, Oswen, Frenk, X99 y los Kastelan emergieron al nivel inferior de la
cámara interior escalonada, donde la batalla se libraba con furia. Desde el
centro de la sala, los señores del Mechanicus mantenían a raya a varios
Astartes Herejes que intentaban irrumpir con violencia desde el exterior,
descendiendo los escalones. Robustas barreras de energía desviaban una
lluvia implacable de disparos de proyectiles. El rugido de las armas pesadas
se dispersaba inofensivamente en el aire.
Cuando Qvo entró en la sala detrás de Sigma Fidelis, un traidor recibió un
disparo de alto calibre en el pecho y cayó desde la cornisa que ocupaba
con un grito sofocado, arrastrando consigo una estela de fuego, hasta
estrellarse contra una de las piscinas estancadas con un estruendo
poderoso. Numerosos cadáveres yacían dispersos sobre las elevaciones de
la sala con sus armaduras destrozadas, pero los herejes seguían avanzando.
Había docenas de skitarii despedazados regados por doquier, y los
corpulentos cuerpos de los servidores de combate pesado humeaban con
un tizne aceitoso. Los magos estaban ahora solos, y pronto los traidores
serían suficientes para abrumar su cónclave.
—Justo a tiempo —proclamó X99—. ¡Sigma Fidelis, adelante!
—Cumplimiento —zumbó el robot de guerra, lanzándose a la batalla con
sus armas de fósforo preparadas. Sus compañeros menos contemplativos
le siguieron con obediencia, formando una V de ceramita.
—No creo que necesiten nuestra ayuda —comentó Qvo, mientras
observaba cómo Anaxerxes de Accatran desgarraba a un par de Marines
Espaciales con sus brillantes garras de energía.
—Silencio, traidor —Frenk le siseó al oído.
Los Astartes Herejes comprendieron que su plan había fallado cuando un
quinteto de poderosos autómatas de guerra, y no los esperados refuerzos
del Caos, emergieron desde abajo. Los Marines Espaciales comenzaron a
retroceder.
—¡Por la gracia del Omnissiah, el enemigo huye! —proclamó X99—.
¡Cohorte, adelante!
Uno de los robots tembló cuando un misil perforó su campo de energía y
detonó en su hombro. Su bláster de fósforo montado en la espalda giró y
devolvió el fuego, y el Kastelan continuó avanzando entre las llamas,
inmutable, estos guerreros de plastiacero.
Qvo y su grupo se refugiaron detrás de su formidable protección. Los
disparos rebotaban en su campo repulsor.
—Son magníficos, ¿no es así? —X99 se inclinó hacia él, comentando—.
Consideraría reemplazar sus núcleos de datos por algo un poco más
beligerante, pero me abstengo. Este protocolo de égida nos sirve de
manera admirable.
Qvo, cuyo núcleo de personalidad provenía de una época menos
supersticiosa, estuvo de acuerdo. Los robots eran magníficos.
—Son lo suficientemente impresionantes como para hacer que mis
circuitos de fe canten alabanzas al Dios Máquina —respondió a X99,
dándose cuenta de que lo decía en serio.
Los Marines Espaciales ahora huían, sus patrones de fuego, antes
cuidadosamente coordinados, se desmoronaban.
—No somos los únicos. Algo más los ha asustado —dijo Qvo—. Nunca he
visto Marines Espaciales de ningún tipo huir así.
Descubrieron qué era al salir de la pirámide hacia las llanuras. Una hora de
batalla había transformado el lugar, de un pantano a un páramo desolado.
Los cascos destrozados de las máquinas de guerra erguían nuevos rasgos
sobre la pradera, que ahora ardía en docenas de lugares. Parecía haber
varios portales de algún tipo abiertos por toda la instalación, y era hacia
ellos hacia donde corrían los Marines Espaciales. No escapaban por falta
de valentía, sino para evitar ser dejados atrás. Qvo se dio cuenta de que
había acertado al pensar que habría otros portales conectados a la puerta
de los niveles inferiores de Pontus Avernes, y ahora que esta había
desaparecido, esos otros comenzaban a cerrarse.
Uno a uno, los portales disminuyeron de tamaño hasta convertirse en
puntos inestables, parpadearon y se extinguieron. Los Marines Espaciales
corrieron hacia ellos, impulsados por sus armaduras a velocidades
sobrehumanas. Se lanzaron hacia la luz, desviándose hacia nuevos destinos
a medida que cada portal colapsaba sucesivamente, hasta que solo quedó
una ruta de escape, y luego ninguna.
Un puñado de Marines Espaciales quedó atrás. Mientras los Caballeros
supervivientes de Cawl tocaban sus cuernos de guerra, se preparaban para
resistir hasta el final.
—Parece que todo ha terminado —dijo Qvo—. Qué batalla tan peculiar.
—No ha terminado para ti —dijo Frenk.
—Creo que te darás cuenta de que sí —Una sombra alta cayó sobre ellos.
—Archimago Macroteknika Anaxerxes —dijo Frenk.
—Déjenlo ir, magos. Ahora. No preguntaré de nuevo.

Primus halló a Bilis agazapado en la vasta entrada del hangar. Los brazos
del cirujano danzaban espasmódicamente a su alrededor, perfilado por la
feroz luz de los soles de Avernes, parecía hacer honor a su sobrenombre, la
Araña.
Dos de sus brazos suturaban pedazos de carne inerte, un perturbador y
nervioso hábito, mientras Bilis deslizaba la punta de su bastón de guerra,
Tormento, a través de los restos dejados por los skitarii fallecidos,
moviéndolo de un lado a otro, garabateando entre los escombros. Una
larga cabellera rubia y desgastada caía de su cuero cabelludo. Lucía una
apariencia enfermiza, pero inexplicablemente complacido consigo mismo.
—Ahora —dijo Bilis en voz alta, poniéndose de pie y observando a Primus
con una mirada crítica—. Así que tú eres la entidad que Cawl nombra Alfa
Primus, ¿cierto? Qué interesante, finalmente has llegado. —era el tipo de
hombre que más bien declamaba que hablaba—. Ahí reside el verdadero
dominio del arte del genetor. ¿No eres maravilloso? Tal diseño. Tanta
potencia en un solo ser. Es raro que alabe el ingenio de otros, pero tú...
¡Eres una obra maestra!
—Silencio —dijo Primus. Bilis se rehusó a acatar.
—Veo la obra del mismo Emperador renacida en ti.
Primus arrojó la cabeza de Brutus hacia Bilis. Voló en un arco preciso y cayó
justo frente a él, con la lengua por fuera.
—Depositarás las armas y te rendirás ante el Archimagos Dominus
Belisarius Cawl —declaró Primus—. Él te tratará con misericordia.
Bilis levantó la flácida lengua de Brutus con la punta de Tormento y luego la
dejó caer de nuevo.
—¿Realmente me estás pidiendo que me rinda? —preguntó.
—Has avanzado apenas trescientos metros dentro de la nave. Tus criaturas
en estos niveles están dispersas o han muerto. Hemos purificado la
mayoría de nuestros sistemas de tus intentos de infiltración. Tus otros
escuadrones de asalto han sido contenidos. En unos minutos, los magos al
servicio del archimagos dominus habrán recuperado el control de nuestras
armas. Tu nave será destruida. Tu guerrero más poderoso ha muerto. No
tienes manera de prevalecer contra mí —Primus dejó que la luz de la
disformidad brillara en las lentes de su yelmo—. Has perdido, Fabius Bilis.
Bilis enterró Tormento en la fría carne de Brutus y lo destrozó a golpes.
Luego comenzó a reír, una risa seca que se transformó en una expresión
ruidosa de júbilo, tan intensa que provocó una violenta tos. Primus esperó
a que se recuperara. Bilis se limpió la boca con el dorso del guantelete.
—¿Cawl hace que todas sus criaturas sean tan arrogantes como él?
—Digo la verdad. No es arrogancia. Ríndete ahora o tu prolongada
existencia llegará a su fin.
—No —dijo Bilis, súbitamente feroz—. No estás viendo claro. Asumes que
soy viejo y senil. Yo comandé la Tercera Legión en batalla, muchacho.
Desafié al mismísimo Emperador. ¿Crees que esta estrategia es lo mejor
que puedo hacer? Te tengo justo donde quiero.
—¿Es así? —Primus activó su espada sierra para liberar sus dientes de
sangre.
—Así es —afirmó Bilis—. Lo verás cuando encuentres a mi guerrero más
poderoso. —Sonrió con malicia—. El pobre Brutus no era tal.
Primus adoptó una posición defensiva.
—Estamos solos aquí. No siento la presencia de nadie más.
—No lo harías, por diseño —replicó Bilis—. Tu creador no es el único capaz
de generar prodigios excepcionales.
No hubo movimiento en la disformidad. Ni el menor indicio de un
pensamiento traicionero, ni el más leve destello de un alma encarnada,
pero los escuchó, acercándose desde atrás, pasos ligeros que corrían a lo
que debían ser cerca de sesenta kilómetros por hora, y el zumbido de un
proyectil que se acercaba velozmente.
Se agachó, reticente a darle la espalda a Bilis, cuando una jabalina emergió
de la oscuridad detrás de él. Rozó la cima de su casco, como si quien la
lanzó hubiera anticipado con casi perfecta precisión hacia dónde se
movería; se disparó a través del hangar e impactó en una nave de carga.
Llegó rápida como una bala, una velocidad imposible de ser impartida a un
arma arrojadiza por un humano, y Primus esperaba algún tipo de lanzador
especializado, no a la esbelta mujer que apareció detrás, armada
únicamente con una espada sencilla. Saltó alto mientras se acercaba a él y
le dirigió un golpe con la espada hacia la cabeza. Él la evadió con su espada
sierra, sorprendiéndose por la fuerza del impacto. Lo hizo tambalearse,
como lo haría un golpe de un Adeptus Astartes en una poderosa armadura.
Ella se lanzó sobre él, aterrizando con los pies separados sobre sus
hombros, ejecutó una voltereta hacia atrás y volvió a atacar. Él bloqueó
nuevamente, y ambos se inclinaron el uno hacia el otro, con las armas en
alto. Ojos oscuros lo miraban desde un rostro inhumano, pero a la vez
humano. Otra de las aberraciones genéticas de Bilis, pero esta era
diferente. No era una deformidad genética, no estaba malformada. Había
sido diseñada deliberadamente.
—Veamos de qué eres capaz, Porter —dijo Bilis, ingresando al hangar—.
Por mi parte, estoy ansioso por ver cómo la quimera de Cawl se enfrenta a
ti.
Porter retrocedió, rompiendo el contacto abruptamente. Primus lo anticipó
y no lo siguió ni perdió el equilibrio; en cambio, mantuvo su posición,
accionó el gatillo de su espada sierra y atacó con la cuchilla rugiente a toda
velocidad, intentando despojar a la mujer de su espada con los dientes
vibrantes de la suya. Porter esquivó con elegancia antes de que la cuchilla
pudiera alcanzarla y giró sobre el talón, adoptando una posición defensiva
a su izquierda. Se viró hacia ella.
Ella le sonrió con frialdad, con su espada lista.
Así comenzó su batalla en serio.
CAPÍTULO VEINTISIETE
HIJOS E HIJAS
Primus y Porter lucharon entre los restos del hangar. Porter saltó con
agilidad sobre los obstáculos, mientras que Primus se abría camino a través
de ellos, pisoteando la amalgama de orgánicos y maquinaria de los skitarii
caídos. Porter atacó con una fuerza formidablemente poderosa y
constante. Los golpes llovían con una velocidad asombrosa. La ferocidad de
sus ataques dejó mella en la espada sierra de Primus, que pronto perdió
sus dientes y fue descartada.
Bilis observaba todo desde una distancia, sin participar en el combate. Ni
siquiera la gran cañonera añadió su fuego a la batalla.
Porter aprovechó una distracción momentánea cuando Primus miró a Bilis,
y dirigió su ataque a la vulnerable rodilla de Primus. Él giró la pierna justo a
tiempo; su espada golpeó a una fracción de pulgada del metal articulado
de la rodillera. Astillas de ceramita volaron debido al impacto. Primus
contraatacó con un golpe poderoso, uno que habría hecho añicos la piedra
de haber conectado. Pero Porter se apartó ágilmente, rodando a un lado.
Primus disparó en su dirección, pero sus tiros solo encontraron el suelo,
cuerpos y naves estacionadas en sus plataformas de lanzamiento. Cráteres
se formaron a su paso. No mostraba signos de fatiga.
—Bien hecho, Porter. Bien hecho —animó Bilis desde la distancia.
La pistola de Primus quedó sin municiones. La dejó caer y extrajo su
cuchillo de combate.
—Basta —dijo—. Terminemos esto.
Observó atentamente, circulándola. Cada movimiento, cada gesto tenía un
patrón, incluso en los más hábiles. Incluso un gran maestro tiene sus
preferencias y particularidades. Observó cómo movía los hombros, cómo
ajustaba la posición de los pies, cómo la extraña doble musculatura
trabajaba bajo su piel.
Se generó un momento de intensa tensión. Sus ojos, modificados más allá
de lo humano, se encontraron.
Ambos se movieron simultáneamente. Porter avanzó con decisión,
balanceando su espada, anticipando los movimientos de Primus. Pero
Primus había ajustado sus propios patrones de movimiento, y los rasgos
genéticos inculcados por los hijos del Emperador resplandecían
intensamente dentro de él.
Primus estaba donde Porter no esperaba. Se recuperó y alzó su espada,
pero él bloqueó el ataque con su antebrazo, chispas volaron de la ceramita.
Su enfrentamiento se convirtió en un torbellino mortal de golpes y
contragolpes, en una danza de movimientos constantemente ajustados.
Porter estaba demasiado cerca para usar eficazmente su espada y recurrió
a golpear con la guarda de su arma. Primus, sosteniendo su cuchillo al
revés, la forzó gradualmente a retroceder, manteniéndose demasiado
cerca como para permitirle espacio para maniobrar. Por primera vez, vio un
atisbo de desconcierto en su expresión calculada.
Ella cometió un error. Él vio una oportunidad. Primus lanzó una finta hacia
su cabeza, provocando un bloqueo que dejó expuesto su torso. Con un
movimiento rotatorio, la golpeó con fuerza en el esternón con la palma de
su mano izquierda. Un humano normal habría sucumbido
instantáneamente, con costillas destrozadas y el corazón hecho añicos. Su
armadura cedió bajo la potencia del golpe. No sabía cuánto castigo podrían
soportar sus defensas, pero sintió cómo los huesos cedían y ella fue
lanzada hacia atrás. Su espada se escapó de sus manos, aterrizando lejos.
Cuando ella impactó contra el suelo, permaneció inmóvil.
Considerándola fuera de combate, Primus dirigió su atención hacia Bilis.
—Es formidable —dijo mientras se acercaba—. ¿Qué es ella?
—Una de las entidades destinadas a suceder a Homo sapiens y gobernar la
galaxia, asegurando la supervivencia de nuestra especie en el proceso —
respondió Bilis.
—¿Al costo de su extinción?
—La evolución es un juego brutal —replicó Bilis.
La pistola de Bilis se movió con una velocidad sobrenatural, demostrando
que a pesar de ser una reliquia, poseía una capacidad de respuesta
formidable. Primus reaccionó, desviando la amenaza con una ola de
energía telequinética. Una segunda intervención arrancó el arma de las
manos de su adversario, enviándola a estrellarse contra los restos de una
nave.
Bilis se frotó la muñeca.
—Siento la semilla del Cíclope en ti. Cawl es imprudente. Tú no deberías
serlo.
—Calla. No puedes salvarte —dijo Primus. Se sirvió profundamente de la
disformidad, preparándose para acabar con la vida de la malévola Araña.
Sus lentes oculares brillaban con poder.
—Supongo que no puedo —dijo Bilis—. Pero Porter sí.
Primus oyó un movimiento en el aire. Se volvió demasiado tarde. Contra
todo pronóstico, la abominación de Bilis estaba de pie y luchando de
nuevo. Aterrizó sobre su mochila. Se tambaleó ante el repentino cambio de
peso. Tenía las manos en la cara, arañándole. Podía oír el rechinar de los
huesos de su pecho. Podía oler su sangre. Pero ella luchaba con una
ferocidad animal.
Metió los dedos bajo el casco, se retorció, tiró de él y lo arrojó a un lado.
Primus la agarró por el hombro, se la quitó de encima y la arrojó de cabeza
contra las barreras de defensa que rodeaban el hangar. Ella se puso en pie
de un salto y corrió hacia él de nuevo, pero Primus le devolvió el golpe con
una onda de telequinesis que lanzó escombros por todas partes.
—Ella morirá, tú morirás —dijo Primus, volviéndose hacia Bilis.
Bilis se encogió de hombros. Tenía una extraña pistola en la mano. Los
altos vasos de fluido de su espalda se arremolinaban.
—Entonces es hora de poner fin a esto.
Hubo un silbido de pequeños dardos cristalinos en el aire. Primus los sintió
como una fina lluvia en la cara. Los ignoró y levantó la mano para
concentrar su poder. Bilis emitió un ahogo sorprendido cuando lo
levantaron del suelo. Sus ojos se abrieron de golpe cuando Primus se
dirigió hacia él, como si no pudiera creer lo que estaba viendo. Intentó
levantar de nuevo su extraña arma, pero Primus la aplastó con un
pensamiento, destrozando su cañón de vidrio blindado, convirtiendo el
metal en chatarra.
Dio otro paso, con los dientes apretados, decidido a librar a la galaxia de
este mal de una vez por todas, dispuesto a hervir los sesos de Bilis en su
cráneo, pero al dar otro paso, su pie se arrastró. Se sintió mareado. Su
agarre de la disformidad se rompió, y su agarre psíquico se relajó.
Bilis se dejó caer al suelo y exhaló un enorme suspiro.
El pie de Primus se enganchó en la parte posterior de su talón. Sus dedos
se aflojaron. Antes de que se diera cuenta, estaba cayendo y yacía aturdido
entre los detritus de la batalla.
Ya no podía mover sus extremidades.
Bilis se levantó de un empujón.
—Vaya, vaya, eres aún más impresionante de lo que sospechaba —su voz
era ronca. Sus pasos se acercaban. Primus estaba completamente
paralizado—. Casi te subestimo. Por suerte para mí —dijo, agachándose,
agarrando la armadura de Primus y tirándolo sobre su espalda—, soy un
hombre precavido.
Primus parpadeó. Bilis volvió a mostrarse sorprendido, mientras Primus
apretaba el puño e intentaba levantarse.
—Aunque quizá no lo bastante —dijo Primus con los labios entumecidos.
—Lo suficiente —dijo Bilis, y golpeó a Primus en la garganta con Tormento.
Incluso para un ser acostumbrado a vivir con dolor constante, la agonía
que le infligió Tormento era insoportable. Primus gritó libremente por
primera vez desde que lo habían sacado de su cápsula génesis.
Bilis cayó de rodillas ansiosamente. Un miembro de su Cirujano bajó, con la
sierra zumbando.
—Vamos a ver lo que tenemos aquí, ¿de acuerdo?
Bilis apuñaló hacia abajo, la hoja besó la ceramita, y mordió
profundamente el pecho de Primus.
Hubo largos períodos de nada donde Roosev pensó que podría estar
muerto. No percibía ningún estímulo sensorial externo, ninguna sensación
de su cuerpo, ninguna comunión con su trono.
—Muerte —dijo Maven el Muy Anciano en su mente con profundo y
sentido alivio—. Por fin, la muerte.
Entonces el negro volvió, y la voz se desvaneció, y pensó que la muerte se
acercaba con seguridad, pero que se iría y sería sustituida por...
Momentos...
La boca de una máquina demoníaca se acercó a escasos centímetros de los
sensores oculares de su Caballero, recubriendo sus lentes agrietadas con
baba ácida. Su hoja de cadena la atravesó, abriéndole un enorme agujero
en el vientre, de modo que seguramente debería haber estallado en dos
pedazos, y sin embargo no lo hizo, y no cedió, sino que se retorcía sobre los
dientes giratorios, desesperado por hundir los colmillos en el yelmo del
Caballero Cerastus.
—Bienvenida, muerte pacífica.
Las llamas rugieron a través del cuerpo de Iurgium, sobrecalentando sus
sistemas y provocando la rigidez en sus articulaciones. Prometeo ardía con
una furia implacable. El metal comenzó a ablandarse, inició su fusión.
—Tan tranquilo, el final. Paz, cuánto te he anhelado...
Las luces del cielo declinaron. Pánico del enemigo. Retirada. Aun así, la
bestia —ahora sin jinete, ¿dónde había ido su jinete?— retorcía, crujía y
rugía.
Luz diferente. Coherente, luz asesina proyectada por armas sagradas. El
Dios Máquina hablaba a la degradada bestia-máquina, y sus palabras eran
de muerte.
—Ahora, el fin, el fin, el fin...
La voz del Muy Anciano se desvaneció. Roosev se preparó para
acompañarle hacia los resplandecientes salones de la tecnología.
—Ave Omnissiah. Voy a adorar al señor del conocimiento y aprender a sus
pies —dijo con voz ronca y jadeante.
Oscuridad total. Perdió el conocimiento por un momento.
Después, un ruido. El sonido de una amoladora angular cortando. Chispas
volaron en la cabina, se oyó el chirrido del metal y la escotilla de la cabina
se desgarró. Los servidores retrocedieron. Allacer, con una venda en la
mano, se inclinó hacia Roosev, mostrando preocupación.
—¿Hermano? —gimió Roosev.
—Hermano —el rostro de Allacer cambió. Miró hacia fuera y gritó—.
¡Gracias al Omnissiah, el señor Vástago vive!
Fuera, se escuchó el estruendo de júbilo, pero sonaba distante. La voz del
Muy Anciano resonó una vez más en su mente con mucha más presencia.
—Ha sido una gran batalla —dijo.

Cawl entró cojeando en el hangar. Entre los cadáveres y las naves


devastadas, vio con horror a Fabius Bile inclinado sobre el cuerpo de
Primus, con sus herramientas quirúrgicas teñidas de sangre, y por un
terrible momento pensó que Primus estaba muerto.
—Déjalo —ordenó Cawl—. Fuera.
Bile continuó su labor, las cuchillas quirúrgicas brillando. La armadura de
Primus estaba apartada, su atuendo interior cortado, dejando su pecho y
cuello expuestos.
—Archimagos Cawl. Me preguntaba cuándo te unirías a nosotros —dijo
Bile sin desviar la mirada.
Bile insertó un tubo largo en una herida. Hubo un chasquido y una muestra
fue depositada en un frasco transparente. La semilla genética de Alfa
Primus.
—Detente —dijo Cawl, apuntando con su carabina de plasma al antiguo
boticario.
Bile no se detuvo. Miembros arácnidos descendieron, los bisturís cortaban.
El olor a carne chamuscada llenaba el aire.
—Da un paso más y Porter te matará —advirtió Bile. Levantó la mirada y
Cawl se giró ligeramente, notando una esbelta figura femenina que lo
acechaba. No se había percatado de ella antes. Estaba herida y sangraba
oscuramente de las aberturas respiratorias en su cuello, pero parecía letal
—. Por muy sabio que seas y aunque esté herida, no eres rival para ella.
Morirás rápidamente y perderás a tu creación —Los miembros del cirujano
entraban y salían de las heridas de Primus con un clic metálico—. Si eso no
es suficiente disuasión, lamento decirte que, si te acercas más, terminaré
con la vida de esta maravillosa creación tuya.
Uno de los brazos del cirujano bajó a la altura del cuello de Primus, una
sierra circular girando amenazadoramente cerca de su garganta. A pesar de
los movimientos de Bile, la extremidad permanecía inmutable.
—Quizás pienses que podrías matarme antes de que esta sierra se active.
Puede que sea cierto, pero te aseguro que el Cirujano tiene suficiente
autonomía para matar a Primus incluso si tú me mataras a mí —Levantó la
mirada y sonrió con simpatía—. Ninguno de nosotros quiere eso.
—No querías el Sangprimus Portum —afirmó Cawl—. Primus fue tu
objetivo desde el principio.
Bilis sonrió con perversidad.
—Yo no diría que no lo deseo. Me encantaría tenerlo entre mis manos,
pero eres una fuerza formidable en esta galaxia, Cawl. Mis posibilidades de
obtenerlo con los limitados recursos que poseo eran escasas. Pero, ¿por
qué molestarse, cuando todo lo que necesito reside aquí, en el cuerpo de
tu creación? Como mencioné, me sentí decepcionado cuando examiné a
tus Marines Primaris, pero luego, hace algunos años, escuché sobre un
peculiar guerrero que luchaba a tu lado, formidable en las artes de la
guerra y de la disformidad. Al principio, creí que los informes eran
exagerados, como suele ocurrir. Pero no fue así. Conocerlo en persona
confirmó que, si acaso, los informes eran modestos. Debo admitir que aquí
hay una obra de arte que supera todas mis expectativas sobre ti. Tienes
todo mi respeto, archimagos.
Cawl se encontraba indeciso. La noosfera aún no se había restablecido en
el hangar. No podía solicitar ayuda.
—Supongo que no le has informado a Lord Guilliman exactamente qué has
hecho aquí —observó Bilis.
Cawl lo miró fijamente.
Bilis asintió comprensivamente.
—Prudente. Supongo que tú tampoco se lo has mencionado, ¿cierto? —
Bilis sonrió afablemente a Primus—. No puedo pensar en otra razón por la
cual no haya utilizado todas sus habilidades contra nosotros. Estaba algo
preocupado, ¿sabes? Temí haberme enfrentado a más de lo que podía
manejar —Bilis volvió su mirada hacia Cawl mientras su Cirujano
continuaba trabajando—. Pero él no conoce su verdadera naturaleza,
¿verdad? Dímelo, permíteme escucharlo de los labios del hombre lo
suficientemente audaz como para intentar algo tan extraordinario. Algo tan
valiente. Percibo una mezcla sin precedentes de múltiples líneas genéticas
en este ser. Veo tanto potencial, y aún así, solo puedo especular sobre la
mitad de lo que has logrado. Revela su naturaleza, Archimago Cawl.
Concédeme este favor. Satisface mi curiosidad.
Cawl miró a Bilis, luego a Primus, y de nuevo a Bilis. ¿Qué representaba
Primus? ¿El primer Primaris, que de alguna manera lo era, aunque no
estrictamente cierto? ¿Un magno experimento? ¿Una provocación
deliberada contra los ignorantes que gobernaban el imperio marciano?
¿Una demostración de su propia arrogancia? ¿Un posible veredicto de
muerte, si su verdadera naturaleza fuese revelada?
Él era todas esas cosas y más, pero nada de eso importaba realmente. Solo
una cosa tenía relevancia.
—Él es mi hijo —declaró Cawl con firmeza. Toda traza de frivolidad lo
abandonó. Todas sus multifacéticas personalidades, todos sus ingeniosos
artificios neurológicos se disiparon. La gravedad del momento barrió todo
a un lado. Se encontraba expuesto, vulnerable. La esencia de su ser quedó
al descubierto. Por unos momentos, no fue otra persona más que
Belisarius Cawl.
—Ya veo —dijo Bilis. Miró a Porter—. Lo comprendo. Yo también siento un
cariño especial por mis creaciones. Son casi como mi descendencia.
—No creo que realmente comprendas —replicó Cawl—. Él no es un objeto
conformado por partes extraídas de cualquier fuente decadente
disponible. Es algo más grandioso. Su código genético es intrincado, pero
dentro de él existen elementos propios de mi esencia.
—Porter está diseñada con tal exquisitez...
—¡No está diseñada! No completamente. ¿No lo entiendes? Es parte de
mí. En su código genético, yo perduro. Yo lo cuidé. Yo… —e detuvo,
dudando si era capaz de expresar las palabras—. Lo amo. Es mi hijo.
—Lamento entonces tener que hacer esto —dijo Bilis, introduciendo su
mano en la cavidad torácica de Primus. Cawl se endureció, sintiéndose
atrapado. Por primera vez en mucho tiempo, se sintió vencido. El rostro de
Bilis se mostró tenso, concentrado.
—¡Eureka! —exclamó—. Aquí lo tenemos.
Con cuidado, reveló la glándula progenoide inferior de Primus. Un
movimiento habilidoso del cuchillo y la obtuvo. Insertó un tubo. La semilla
genética fue extraída y almacenada en más viales de conservación.
—No te preocupes. Ya está hecho —afirmó Bilis, guardando los viales en su
cinturón—. Si actúas rápido, una vez que me haya ido, podrás salvarlo.
—¿No... no piensas matarlo? —inquirió Cawl.
—Tú tampoco, archimago —dijo Bilis—. Preferiría incinerar una docena de
mundos antes que aniquilar una obra maestra tan sublime como tu Alfa
Primus. Respecto a ti, nuestros objetivos son idénticos, aunque te rehúses
a aceptarlo. Encuentro irónico que hayas dedicado tanto tiempo
intentando persuadir a ese monstruo xenos de vuestros objetivos
compartidos y, sin embargo, no logras percibir los nuestros. Así que te
permito seguir con vida, albergando la esperanza de que algún día logres
ver con claridad. La prospectiva de colaborar contigo es, en verdad,
seductora. —miró a Primus y negó con la cabeza, mostrando respeto—.
Notable. —hizo una señal—. Vamos, Porter, hemos obtenido lo que
necesitábamos. Nos retiramos de la compañía del archimagos.
Los motores de la cañonera de Bilis rugieron a la vida. La rampa descendió.
Bilis se dirigió hacia ella. Su acompañante le seguía, cojeando gravemente
pero manteniendo siempre su rostro enfocado en Cawl, sosteniendo la
espada alta y firme.
Cawl avanzó un paso.
—Podría exterminarte ahora mismo. Podría demoler tu nave en cuanto
abandones este hangar. Arrojar tu Vesalius al vacío.
—Entonces, ¿qué te retiene? —inquirió Bilis, ascendiendo por la rampa.
—Eso —respondió Cawl, señalando un dispositivo semejante a una jeringa,
implantado en el hombro descubierto de Primus. El tubo culminaba en una
pequeña máquina, cuyos engranajes expuestos rotaban alrededor de una
trayectoria dentada—. ¿Una trampa?
—Así es —gritó Bilis jovialmente sobre el bramido ascendente de los
motores del Pájaro Carnicero—. Una vez que esté en la disformidad, se
desactivará por sí sola. Si yo muero, o si la señal se interrumpe antes de
eso, tu precioso hijo será inoculado con ácido mutagénico. Perecerá
instantáneamente, y no quedará nada que puedas rescatar. Realmente, no
deseo infligir un daño terminal a una creación tan magnífica, pero uno
debe asegurar su propia supervivencia. Recuerda la misericordia que
mostré tanto contigo como con él, Cawl. Puede que algún día regrese para
reivindicar el favor —se giró para observar el hangar una última vez—.
Lamento el desorden. Si hubieras atendido mis palabras, nos habríamos
ahorrado este desagrado.
Bilis ascendió por la rampa. Porter le siguió. La rampa se cerró, la nave se
elevó sobre columnas de fuego, giró y abandonó el hangar.
La noosfera retornó a la vida.
—¡Mi señor! —la voz de Wocolos retumbó en su vox interno—. Has
sobrevivido.
—Permite que Bilis se marche. No disparen a su cañonera ni al Vesalius.
—¿Archimagos? —interrogó Wocolos—. Tenemos un blanco fijo. Una
orden, y será aniquilado.
—¡Haz exactamente lo que te ordeno! —gritó Cawl, y la desesperación en
su voz sofocó cualquier respuesta de Wocolos—. Necesito un equipo
médico en mi ubicación. ¡Inmediatamente!
CAPÍTULO VEINTIOCHO
LAS PIEZAS DEL PUZZLE
—Antes que nada, aclaremos algo, Primus —dijo Cawl, mientras ascendían
por las filas de skitarii que delineaban la entrada de la pirámide—. Tenías
razón. Debería haber sido más cauto.
—Deberías haberme escuchado —respondió Primus con dificultad. Bilis
había dejado una marca profunda. El imponente marine espacial estaba
inusitadamente silencioso, y Qvo se cuestionaba si las heridas que había
sufrido trascendían lo meramente físico. Perder una glándula progenoide
debía acarrear algún tipo de tributo emocional.
Iota emitió un delicado sonido en su vocoemisor. Su armadura de batalla
resplandecía brillantemente, capturando la luz del incesante día de Ponto
Avernus y reflejándola en el firmamento.
—Y la mariscala —añadió Primus—. Ella opinó lo mismo.
—Sí, sí, también mis disculpas a la mariscala —respondió Cawl. Exhibía un
semblante despreocupado, pero no lograba ocultar completamente su
desasosiego.
—Entonces, si yo tenía razón, ¿también admites tu error? —cuestionó
Primus. Los injertos que cubrían las heridas donde le habían extraído las
glándulas aparecían inflamados, y su marcha era rígida.
Qvo se encontraba al final de la fila de cuatro, liderando la procesión de
Cawl. El archimagos había convocado a miles de tecnosacerdotes de su
nave, quienes marchaban con una solemnidad envolvente, entonando
plegarias al Dios Máquina. Una multitud compacta de cráneos, querubines,
ángeles, mecabots pseudoarácnidos y toda variedad concebible de drones
semi-autónomos, concebidos en las profundidades de los mundos forja,
sobrevolaban sobre ellos. Vapores de aceite aromatizado flotaban,
robustos y blancos, entre largos estandartes adornados con la sagrada
Machina Opus. Era una visión impresionante, aunque Qvo consideró que la
tensión entre Primus y Cawl la había opacado significativamente.
—No estoy afirmando eso, sólo reconozco que podrías haber tenido un
argumento válido. Bien hecho.
—Estás utilizando este desastre para mostrarte condescendiente —
reclamó Primus.
Cawl pareció molesto.
—Puedes interpretarlo así, si lo deseas. Mis intenciones son sinceras.
—Lo sé —afirmó Primus. Hizo una pausa. Las palabras siguientes parecían
pesar en su boca, pero Qvo notó que necesitaba pronunciarlas—. Gracias,
por salvarme.
Cawl desvió la mirada.
—¿Por qué no lo haría, joven? —dijo, en un tono tan suave que sus
palabras casi se perdieron en el clamor del tumulto.
Ingresaron a una pirámide ahora brillantemente iluminada. La victoria
había avivado el espíritu de júbilo entre los mecánicos, y lo manifestaron
revitalizando la pirámide para restaurar su esplendor milenario. Habían
descubierto y reactivado mecanismos en las paredes, proyectando una
serie mutable de esculturas luminosas que representaban a antiguos
humanos en atuendos singulares. A su alrededor, un conjunto de
sacerdotes tecnológicos subalternos registraba ávidamente los destellos de
la sofisticada tecnología revelada en las grabaciones. Cada aparición de un
artefacto era recibida con un coro exaltado en binárico.
—Poseo uno de esos en la bodega —le comentó Cawl a Qvo, señalando
una nave espacial en forma de flecha que se desplazaba a través de una
proyección—. Shh —añadió, llevándose un dedo a los labios.
Y así descendieron una vez más a las salas subterráneas de Ponto Avernes,
cuya entrada secreta ahora se encontraba completamente abierta y
congestionada con conductos que se entrelazaban en su interior. La sala
resplandecía con luz fulgurante, coros majestuosos y el aroma penetrante
de aceite aromático. Todo el ceremonial del Dios Máquina.
Nuevamente, los dignatarios de tres mundos forja aguardaban. Una vez
más, Belisarius Cawl se presentó ante ellos ejecutando una reverencia
sorprendentemente delicada.
—Señores y señoras del Dios Máquina —proclamó—. ¿Han llegado a una
decisión?
Anaxerxes estaba de nuevo al frente. Parecía energizado, vigorizado por la
batalla anterior. Qvo estaba seguro de que se pronunciaría a favor de Cawl.
—Lo hemos hecho. Cada mundo presentará su respuesta por delegación,
pues, ¿no está escrito que los dominios del Dios Máquina son individuales
en todos, aunque unidos en propósito?
—Así es —confirmó Cawl.
—Nosotros, los de Accatran, nos pronunciamos a tu favor —declaró
Anaxerxes—. Te proporcionaremos los materiales y la experiencia que
requieras. A pesar de nuestras dudas... —miró de reojo a Frenk—,
consideramos que las posibles ganancias en términos de datos recabados
son demasiado valiosas como para ignorarlas.
—Es tarde. La Gran Fisura amenaza con destruir la totalidad de la Gran
Obra del Dios Máquina. Ninguna solución, por extrema o blasfema que sea,
debe ser despreciada —afirmó el Magnacomptroller Sestertius—. Esta
traición desde dentro de nuestras propias filas solo ha servido para
convencernos de que el curso de acción propuesto por el Primer Conducto
es válido.
Frenk se mostró tenso.
Anaxerxes retomó la palabra:
—Hacemos esto con la condición de que cualquier tecnología xeno
recuperada sea entregada a cualquiera de las partes que decida participar
en la expedición, y que su destino sea decidido por cualquiera de los
mundos forja que sea considerado superior en rango por el Codex Feodalis
de Marte.
Lord Datamage Kinzellian de Tigrus avanzó sobre sus orugas de asalto y
expresó:
—Nosotros, los de Tigrus, estamos de acuerdo. La misma oferta de ayuda,
sujeta a las mismas condiciones.
Había una tensión en el aire. Quizás Anaxerxes no esperaba que los demás
estuvieran de acuerdo. Tigrus tenía un grado más alto en la estima de
Marte que Accatran, y por ende recibiría preferencia en cualquier donación
de tecnología.
—Esto es lo que realmente buscan —dijo Cawl en privado a Qvo—. Sus
radicales desean apoderarse de tecnología alienígena, con el pretexto de
mantenerla a salvo, por supuesto. Ahora veremos qué tiene que decir
Metallica.
Un lector dogmis de túnica blanca de Metallica avanzó.
—No —dijo—. Consideramos que esta misión es completamente contraria
a los códigos del Culto. ¡Detestad al alienígena, detestad la obra del
alienígena! Nada bueno puede surgir de perturbar este mundo suspendido
en el tiempo. ¿Quién sabe qué horrores se desatarán?
—Y, sin embargo, nosotros y Tigrus estamos de acuerdo —intervino
Anaxerxes.
—Entonces serán juzgado en consecuencia. En el espíritu de esta reunión,
no intentaremos detenerlos aquí.
Más bien porque nos superan en número y en armamento, pensó Qvo.
—Pero enviaremos otra delegación a Marte para solicitar tu excomunión
del Culto Mecánico —dijo el lector dogmis—. Que se sepa, Magos Frenk,
que tus advertencias no han sido ignoradas. Pediremos la sanción
definitiva. Belisarius Cawl ha ido demasiado lejos —los ojos del lector
dogmis se detuvieron en Qvo, provocándole un escalofrío profundamente
humano en su espina dorsal artificial—. Ahora nos retiramos. Nuestro
asunto aquí ha concluido.
Frenk parecía satisfecho mientras seguía a los de Metallica hacia la salida.
Cesaron sus cantos de alabanza y sus tecnosacerdotes, que examinaban la
estructura, se retiraron con reluctancia.
La completa delegación de Metallica tardó tres minutos en salir, entre los
chirridos biónicos y el zumbido de los motores.
—Ni siquiera han disputado la posesión de los descubrimientos —comentó
Qvo.
—Muy grave —respondió Cawl, y luego aplaudió—. Bueno, todo está
resuelto. ¿Cuándo comenzamos?
Fabius Bile examinó la semilla genética tomada de Alfa Primus con
creciente respeto.
—Fui precipitado al desestimar su trabajo —dijo, su aliento se condensaba
visiblemente en el frío aire del laboratorio—. ¿Ves genialidad en esta
muestra? —preguntó a Petros el Bezoar, el único constante compañero de
Bile, aparte de Porter. Un marine espacial de las antiguas órdenes, había
jurado a Slaanesh probar todas las sustancias tóxicas de la galaxia. Bile
consideraba estúpida su elección, pero lo toleraba.
—Lo hago. ¡Lo hago! Esto va mucho más allá de lo que Cawl hizo con los
Marines Espaciales Primaris. Hay una mano de artista trabajando aquí.
Impresionante, incluso.
Petros eructó en su respirador. Su rostro gris brillaba de sudor.
―No habría creído que un manitas supersticioso como Cawl estuviera a la
altura ―dijo.
Bilis le dirigió una mirada de reproche.
―¿Estás lo bastante bien como para ayudarme hoy, Petros? Tengo poco
material. No quiero que se contamine.
―Sufro las secuelas de mi última degustación, eso es todo ―respondió
Petros.
―Entonces, ¿prometes no vomitar sobre nada?
―Por eso llevo la máscara respiratoria ―dijo Petros.
Bilis asintió.
―Muy bien. Presta atención.
Volvió a filetear la semilla genética en el banco que tenía delante, sacando
los grupos de cigotos que se aferraban a su interior y depositándolos
cuidadosamente en tubos de ensayo.
―Sí ―dijo, medio para sí mismo―. Pronto me quitaré a Abaddon de
encima, y entonces podremos explorar de verdad qué maravillas puso Cawl
en su hijo.
Subieron a bordo en parejas, o solos, en dirección a la gran forja-canto,
hasta que ocho figuras vestidas de negro se reunieron allí, alrededor del
sarcófago concedido a Kolumbari-Enas por Fabius Bilis. Se saludaron con
los códigos secretos de su orden y se colocaron en sus puestos. Ocho de
ellos en círculo, la posición cero desocupada. Así había sido desde los días
de su fundación.
Su líder, el Primero Entre Iguales, Kolumbari-Enas, extendió los brazos y
soltó un largo chorro de binárico en alabanza a los Dioses Oscuros. Sus
compañeros se unieron, y lenta y pesadamente, el ataúd de estasis se
abrió.
En su interior había un androide de aspecto terrible, de rostro cráneo y
sombrío, hecho de metal negro, no muy distinto de un necrón, de hecho,
pero completamente humano.
―Contemplad la forma inmaculada ―entonó Kolumbari-Enas―.
Contemplad el androide del Caos.
Estaba muerto, inerte. El Nunca Nacido para el que había sido fabricado
hacía tiempo que había regresado a la disformidad, pero un atisbo de
poder se aferraba a él y, como descubrieron los Discípulos de Nul al
examinarlo, era totalmente funcional. Repleto de tecnologías olvidadas,
hecho por manos desconocidas, para fines olvidados hace mucho tiempo.
Ahora era suya, y mediante sus artes de hechicería y ciencia, sería
restaurada.
―¡La nave debe estar preparada! ―Kolumbari-Enas dijo―. ¡Prepárenla
para que nuestro maestro pueda vivir de nuevo!

―No creo que te hayas dado cuenta del aprieto en el que te encuentras,
querida ―dijo Cawl. Miró a la criptotecnóloga, cuya cabeza incorpórea
sostenía entre las manos. Unos cables insertados en el cuello alimentaban
su cerebro artificial, que emitió un gruñido furioso.
Qvo dio un paso atrás. Cawl le dirigió una mirada admonitoria.
―¿Estás más dispuesta a trabajar según mis condiciones? ¿Conmigo y no
contra mí? ―le dijo a su cautiva.
―Nunca ―respondió AsanethAyu.
―Tu alternativa no es buena ―dijo Cawl―. Que te desconecten y te
mantengan en éxtasis hasta que consiga desmontar tu maravilloso cerebro
alienígena. Puede que tarde algún tiempo. Puedo ser olvidadizo ―se
encontraban de nuevo en su Archivo Necrón y señaló amenazadoramente
los montones de artefactos desmontados que tenía a sus espaldas. El
ataúd de estasis de AsanethAyu se abrió de par en par, el interior adaptado
con abrazaderas para la cabeza.
―Encarcelamiento eterno o tu siervo sin cuerpo. No ofreces ninguna
opción apetecible ―dijo la cabeza―. Por lo tanto, declino.
Cawl suspiró.
―Me remito a nuestra conversación anterior. ¿Tienes una contraoferta?
No dijo nada. Las luces bailaron en su ojo orbicular y luego habló con
fastidio contenido.
―Devuélveme mi cuerpo y te ayudaré.
―Mi problema con eso, AsanethAyu, es que no confío en ti ―dijo Cawl―.
Demuéstrame tu lealtad, ayúdame primero y te devolveré tu cuerpo.
―Podría matarte en cualquier momento ―dijo el necrón.
—Ambos sabemos que esa amenaza no es cierta. Estás a mi merced. Es
hora de ir a dormir un rato. Volveré pronto, y te presentaré tus opciones de
nuevo. Sírveme de buena gana, ayúdame a salvar a nuestros dos pueblos,
o sufre una disección —Cawl depositó suavemente la cabeza de
AsanethAyu en el ataúd y emprendió los ritos de iniciación. La puerta se
cerró sobre ella.
—Eso es todo, entonces —dijo Cawl—. Es una lástima.
Parecía inactiva, debería haber estado inactiva, pero un aire acusador se
aferraba al ojo gigante que miraba a través de la ventana. Qvo se
estremeció.
—¿Algo te preocupa? —dijo Cawl—. No puede hacernos daño, aunque
parezca que nos está mirando.
—Lo parece, ¿verdad? —dijo Qvo—. Pero no es eso. Hay una lección aquí
para el Culto Mechanicus. Los necrones son lo que nos espera al final del
camino si vamos demasiado lejos en busca de la perfección.
—Bien dicho —dijo Cawl—. Aunque yo prefiero verlo desde un punto de
vista un poco más optimista.
—¿Cómo es eso remotamente posible?
—La similitud entre nosotros significa que hay espacio para puntos en
común —dijo Cawl.
—Los necrones son malvados —dijo Qvo—. Quieren arrancar las almas de
los cuerpos de todos los seres vivos de la galaxia. Nos cosechan, nos
utilizan para el deporte y sus extrañas ciencias —protestó.
—¿Son malvados? —dijo Cawl—. No estoy tan seguro. Prefiero verlos
como supremamente racionales, y es a través de su racionalidad como
llegaremos a un acuerdo ―AsanethAyu parecía aún más enfadada, aunque
su rostro no había cambiado objetivamente―. Llámalos monstruos sin
alma si quieres. Trazyn el Infinito me parece un interlocutor perfectamente
aceptable. Puede que deseen dominar el universo, pero tienen la clave
para derrotar definitivamente al Caos. Nuestros objetivos están alineados.
—Hasta cierto punto —dijo Qvo.
—Hasta cierto punto —coincidió Cawl.
Para Qvo, la cuestión era más profunda. Tanto él como la criptotecnóloga
eran esencialmente mecanismos disfrazados de vida, pero no estaba
dispuesto a decirlo. Era demasiado personal, demasiado aterrador, para
contemplarlo.
—Bilis te dijo lo mismo.
—Sí —admitió Cawl—. La diferencia es que yo tengo razón y él se
equivocó.
Qvo guardó silencio.
—Todavía la necesitamos —dijo Cawl, malinterpretando el silencio de su
amigo—. Lo mires como lo mires.
Qvo asintió cabizbajo. Había otra muerte que atender. Mejor acabar de una
vez.
—Supongo que ya está —dijo Qvo—. Era más difícil de decir de lo que
esperaba.
—¿Qué quieres decir, amigo mío? —dijo Cawl, realmente perplejo.
—He sido expuesto como una debilidad, archimagos.
—¿Archimagos? ¿Debilidad? ¿A qué viene todo esto?
—No puedes dejar que me quede. Soy un inconveniente —explicó Qvo—.
Debes poner fin a tu proyecto Qvo. Vuelve a meterme en la caja como la
criptotecnóloga y hazla saltar en pedazos ―esbozó una débil sonrisa—. Es
hora de dejarme morir. Por favor —añadió.
Cawl se agachó, su carro insectoide se tambaleó hacia atrás y su larga
columna vertebral se dobló de tal manera que quedó cara a cara con su
amigo y, por un momento, existió la ilusión de que Cawl seguía siendo solo
un hombre.
—¿Por qué?
—Soy tu defecto, Belisarius —dijo Qvo—. El Dios Máquina dicta que
debemos eliminar nuestros defectos. La carne es débil. Tu afecto por mí...
—Levantó las manos—. Es débil.
—Oh, mi querido amigo...
—Dyos dijo que debías odiarme por traerme de vuelta todas estas veces —
dijo Qvo en voz baja. Cawl parecía avergonzado, pero antes de que pudiera
hablar, Qvo lo detuvo—. Sé que no es verdad —dijo—. Sé que, en todo
caso, es lo contrario. Belisarius, yo te hago vulnerable. Debido a mi
existencia, esta nave casi fue destruida. Primus casi muere. El Omnissiah
solo en su infinita sabiduría no podría habernos salvado si Alixia-Dyos
hubiera tenido éxito.
Cawl sonrió.
—Pero fracasó, ¿verdad? Y no fracasó sola, fracasó por ti —Puso las manos
sobre los hombros de Qvo—. Estas personas que caen en las mentiras de
los Dioses Oscuros, lo hacen por desesperación. Caen en la trampa de
pensar que las emociones humanas más suaves no valen nada, que nos
dejan con vulnerabilidades que pueden ser explotadas. Sólo tienen espacio
para el odio, el miedo y el horror. Descuidan el afecto. Persiguen la fuerza
individual y olvidan que los seres humanos sólo triunfan juntos. Ningún
hombre es una isla, dijo una vez un gran pensador. Un hombre es
recordado por sus actos, pero es recordado por sus compañeros. En
resumen, todos necesitamos amigos, y por eso yo te necesito a ti.
—¡Pero, Belisarius!
—Mi querido, querido Friedisch —dijo Cawl—. No hablaremos más de
esto. Nunca podría apagarte. Tú y yo hemos pasado por demasiadas cosas
juntos.
—No soy Friedisch, Belisarius —dijo Qvo.
—No, todavía no —dijo Cawl, apretando suavemente el hombro de Qvo y
soltándolo—. Pero algún día lo serás.
Volvió a levantarse y sus garras metálicas repiquetearon sobre la cubierta
mientras su largo cuerpo de centauro se reacomodaba. Miró con el ceño
fruncido la cabeza de AsanethAyu en la caja y luego los escarabajos que
aguardaban en los estantes del otro extremo de la sala. Luego sonrió.
—¿Te apetece una partida de Regicida, Qvo? Creo que me hace falta un
oponente.
SOBRE EL AUTOR
Guy Haley es el distinguido autor de la novela "The Lost and the Damned",
del Asedio de Terra, así como creador de inolvidables entregas de la
Herejía de Horus, incluyendo "Titandeath", "Wolfsbane" y "Pharos".
Además, ha dado vida a las novelas de los Primarcas como "Konrad Curze:
The Night Haunter", "Corax: Lord of Shadows" y "Perturabo: The Hammer
of Olimpia". Su prolífica carrera también se extiende a numerosas novelas
del universo Warhammer 40,000, donde ha concebido obras como "Dawn
of Fire: Avenging Son" y "Throne of Light", además de "Belisarius Cawl: The
Great Work", la apasionante trilogía "Dark Imperium", "The Devastation of
Baal", "Dante", "Darkness in the Blood" y "Astorath: Angel of Mercy". En el
universo de Age of Sigmar, Haley ha contribuido con la cautivadora novela
"The Arkanaut's Oath" de Drekki Flynt y ha enriquecido antologías como
"War Storm", "Ghal Maraz" y "Call of Archaon". Reside en Yorkshire,
compartiendo su vida y pasiones junto a su esposa e hijo.
NOTA DE TRADUCCIÓN
Al momento del lanzamiento de esta traducción, Proyecto Scriptorum es
labor de un solo traductor. Si deseas colaborar, ponte en contacto en las
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Notas
[←1]
Alfa Primus: es el prototipo de los Marines Espaciales Primaris y el
ayudante personal del Archimago Dominus Belisarius Cawl. Fue creado por
Cawl recreando el proceso de formación de los Primarcas, con el fin de crear
una clase superior de Marines Espaciales. Sin embargo, el proceso fracasó,
y Primus fue mucho más modificado que la mayoría de los Marines
Espaciales, reescrito a nivel genético en lugar de simplemente implantado.
El proceso le convirtió en un Psyker de un poder sin parangón entre los
Astartes, así como físicamente más poderoso que los Primaris, aunque sin
llegar al nivel de un Primarca. Los defectos en el proceso utilizado para
crearlo también le provocan un dolor físico constante en todo el cuerpo. En
particular, Primus ya no se considera leal al Emperador, sino un sirviente de
Cawl por encima de todo, y se considera propiedad personal de Cawl.
Primus es el único de su clase, ya que Cawl ha perdido la tecnología
necesaria para crear este tipo de guerreros.
[←2]
Servoarmadura: Forma avanzada de armadura de combate motorizada,
utilizada principalmente por los Marines Espaciales y los Marines Espaciales
del Caos, compuesta de placas de adamantio y plastiacero envueltas por
una capa ablativa de ceramita. Cada una posee un equipo completo de
sistemas de soporte vital para operaciones en ambientes hostiles, un
sistema medicae automatizado para primeros auxilios en caso de heridas, y
un sistema muy avanzado totalmente integrado de selección de objetivos y
análisis de amenazas conocido como sentidos automáticos. El conjunto
sería pesado y difícil de llevar puesto si no fuera por los haces de fibras
electrificadas de su interior, que replican los movimientos del usuario y
aumentan su fuerza considerablemente. Aunque la servoarmadura se asocia
normalmente a los Marines Espaciales del Adeptus Astartes, las Hermanas
de Batalla y muchos Inquisidores usan servoarmaduras de distintos tipos. Lo
normal, no obstante, es que estas armaduras no posean las propiedades de
aumento de fuerza o los sistemas de soporte vital de la servoarmadura
Astartes, ni proporcionen el mismo nivel de protección.
[←3]
Belisarius Cawl: Archimagos Dominus del Adeptus Mechanicus que tuvo un
papel destacado en la Caída de Cadia y las Cruzadas de Celestine y la
Terrana. Cada vez que se aventura en los fríos abismos espaciales
dispuesto a recabar materiales para sus empeños secretos, recurre a su
autoridad absoluta para requisar numerosas fuerzas combinadas del
Adeptus Mechanicus que acudan en su ayuda. Manípulos de Skitarii y
Electrosacerdotes cantores marchan a la batalla, enardecida su confianza
por la imponente silueta de un Caballero.
[←4]
Astronomicón: Faro psíquico mantenido en pie por el Adeptus Astronomica,
y utilizado por los Navegantes usan para pilotar las naves espaciales del
Imperio a través del caos de otro modo intransitable del espacio disforme. Al
ser generado con energía psíquica, existe dentro del universo psíquico de la
Disformidad. La "luz psíquica" del Astronomicón es proyectada desde Terra,
alimentado por los psíquicos entrenados por la organización. La omnipotente
voluntad del Emperador dirige constantemente esta energía en un radio de
50,000 años luz por la galaxia. Aunque el Emperador no provee la energía
del faro, sólo él tiene el poder suficiente para manejar tanta energía y dirigirla
por la galaxia. Debido a que Terra está situada en el Oeste Galáctico, el
Astronomicón no cubre el extremo oriental de la galaxia. El viaje disforme
más allá del alcance del Astronomicón está gravemente limitado, generando
unas fronteras efectivas para el Imperio.
[←5]
Disformidad: También conocida como Inmaterium o Empíreo, es una
dimensión alternativa conformada por energía pura, con sus propias leyes
físicas, que se utiliza para los viajes interestelares ya que permite violar las
leyes del tiempo y el espacio, aunque no sin riesgos asociados. La energía
que compone el Inmaterium emana directamente del conjunto de
sensaciones y sentimientos de los seres vivos de la galaxia. Se considera
como el reflejo oscuro del universo material, un océano de caos donde las
emociones se materializan físicamente. Se le conoce como el reino del
Caos, hogar de los Dioses Oscuros y sus seguidores. Podría considerarse el
infierno del universo en el año 40.000 según el errado punto de vista
imperial.
[←6]
Psykana: Poder proveniente de los psíquicos, estudiado y regulado por
diferentes organizaciones psíquicas como la Ordo Psykana y la Scholastica
Psykana.
[←7]
Mecadendrita: Término utilizado para designar una gran variedad de
prótesis biónicas con forma de tentáculo y brazos robóticos utilizadas por los
Tecnosacerdotes del Adeptus Mechanicus y los Tecnomarines del Adeptus
Astartes. Es utilizada para microconstrucción y reparación, tareas de
mantenimiento, investigación científica e incluso potencia de fuego
defensiva. La mayoría contienen una serie de herramientas, dispositivos o
armas destinados a cumplir las funciones específicas que requiere su uso, y
están conectadas al sistema nervioso central del tecnosacerdote o
tecnomarine y fijada quirúrgicamente a la columna vertebral, de modo que es
controlada por la mente de su usuario mediante impulsos neuronales, igual
que un miembro biológico.
[←8]
Servocráneo: Aparatos robóticos similares a drones hechos a partir de los
cráneos de leales Adeptos del Adeptus Terra y otros píos sirvientes del
Imperio a los que se les han añadido componentes robóticos y un impulsor
antigravedad. Esto se hace para que puedan seguir sirviendo al Emperador
incluso después de muertos. Que el cráneo de una persona sea escogido
para servir como servocráneo es un gran honor en el Imperio, pues implica
que su servicio en vida ha sido lo bastante satisfactorio como para desear
que continúe más allá de la muerte. Los servocráneos ocupan un nicho
importante en el trabajo imperial, sirviendo en cualquier función, desde la
escritura automática de conversaciones importantes y confesiones de
prisioneros, hasta como simples linternas móviles, flotando en torno a su
propietario con velas y lámparas eléctricas para iluminar el área. Ciertos
Magos del Adeptus Mechanicus y oficiales de alto rango del Imperio tienen
motores lógicos especiales y cogitadores que someten a los servocráneos a
un propietario en particular.
[←9]
Núcleo de memoria: Extensiones de memoria que un miembro del Adeptus
Mechanicus puede incluir en su propia configuración para almacenar
información.
[←10]
Friedisch Adum Ship Qvo: Fue un tecnosacerdote durante la Gran
Cruzada y la Herejía de Horus, actualmente un sirviente clonado de
Belisarius Cawl. Friedisch era colega y amigo del joven Belisarius Cawl, pero
murió delante de él y diez mil años después, Cawl fabricó clones de
Friedisch a los que llama Qvo. Los clones tienen pocos recuerdos de sus
hazañas pasadas con Cawl, pero poseen un conjunto completo de
conocimientos del anterior Friedisch, y cada nuevo clon tiene su propia
individualidad y entiende claramente su personalidad individual sin
identificarse con los clones anteriores ni con Friedisch.
[←11]
Fabius Bilis: También conocido como el Primogenitor, la Araña, y el Señor
de los Clones, es un Marine Espacial del Caos Apotecario, originalmente
miembro de la Legión Traidora de los Hijos del Emperador, que ha intentado
repetidas veces utilizar sus conocimientos sobre clonación e ingeniería
genética para crear seres sobrehumanos bajo su control para igualar y
superar al Emperador de la Humanidad en su logro científico de la creación
de los Marines Espaciales.
[←12]
Telaraña: es una compleja red de túneles que se ramifican a través de la
Disformidad y que los Eldars de todas las facciones utilizan para viajar
instantáneamente de un portal a otro, aunque se halle a millones de
kilómetros de distancia. Algunos la conocen como la Dimensión Laberíntica,
y siempre ha sido vista por las mentes mortales con una miríada de formas:
algunos la describen como un tapiz galáctico de hebras brillantes, otros
como un laberinto de túneles, y otros como las venas de una enorme entidad
viviente. Todas esas descripciones se quedan cortas, ya que la Telaraña
desafía toda categorización. Es un reino elegantemente suspendido entre el
Espacio Real y la Disformidad, análogo a la superficie de un estanque
tranquilo y oscuro o a un fino velo de seda sobre algo inexistente.
[←13]
Hombres Bestia (Homo sapiens variatus): son la clase más bestial e
inhumana de pseudohumanos. Combinan la apariencia de los humanos con
la de los animales, normalmente cabras. Al igual que en su apariencia, son
de temperamento bestial, habiéndose ganado una reputación de toscos,
agresivos e indisciplinados. Algunos nacen de padres humanos no mutados,
emergiendo del útero con cuernos y pelaje para horror de sus progenitores.
Otros, conocidos por sus congéneres como "cambiapieles", nacieron
humanos, pero fueron corrompidos y mutados por el poder de la
Disformidad, ya sea por accidente o de manera voluntaria.
[←14]
Ataúd de estasis: Dispositivo imperial que, cuando se activa, coloca un
campo de estasis sobre la persona que contiene. Los Imperiales heridos de
muerte pueden ser colocados dentro de un Ataúd para evitar que mueran y
con la esperanza de que más tarde puedan ser salvados con atención
médica.
[←15]
Vara de Tormento: Es un arma de combate cuerpo a cuerpo hábilmente
fabricada en el infierno por daemons y que en su día fue un cetro del
Príncipe Daemon Sh'lacqclak, Marqués de la Mutilación. Reforzada para los
propósitos de Bilis, la Vara amplifica el más mínimo toque hasta convertirlo
en una vorágine de agonía. A lo largo de los años en el Ojo del Terror, la
Vara del Tormento ha obtenido una sensibilidad bestial, lo que requiere que
Bilis mantenga el arma en su lugar como lo haría un maestro con un perro.
[←16]
Materium: El Espacio Real, también llamado "Materium", es la región tetra-
dimensional del espacio-tiempo donde viven los seres corporales; es el
plano físico de existencia definido por las cuatro fuerzas naturales básicas
(electromagnetismo, gravedad, fuerza fuerte, fuerza débil) y los elementos
básicos de la materia. Esto se opone al Immaterium, también llamado
"Disformidad" o "Espacio Disforme", el plano hiper-dimensional, no
euclidiano y psíquicamente reactivo compuesto enteramente de energía
psíquica que subyace al universo físico.
[←17]
Eldars (Aeldari): Antigua raza de gráciles xenos humanoides. Antaño
dominaron la galaxia, pero actualmente se están extinguiendo. Tras la Caída
de los Eldars, perdieron sus principales mundos natales, y hoy día están
dispersos por las estrellas. Son la raza inteligente más antigua y
tecnológicamente avanzada de la galaxia, después de los Ancestrales y los
Necrones. Antes de la caida de su civilizacion los eldar se llamaban a si
mismos Aeldari. Los que escaparon de la destrucción en sus mundos
atronave son conocidos como Asuryani. El nombre Eldar fue simplemente
con el que se dieron a conocer al Imperio de la Humanidad durante sus
primeros contactos. Los Exoditas son los Aeldari que se exiliaron de los
mundos de origen de su imperio a planetas coloniales llamados Mundos
Virgenes para evitar el cataclismo que se avecinaba.
[←18]
Ciudad Cántico: Base principal de los Hijos del Emperador en el planeta
Harmony. Estaba cubierta de bastiones armados y miles de torretas de
defensa y cañones antiaéreos erizaban el horizonte. La ciudad era célebre a
lo largo del Ojo del Terror por los himnos histéricos que se cantaban desde
miles de torres de comunicación, alaridos de éxtasis torturado de incontables
víctimas de la III Legión.
[←19]
Urum: Conocido como el Muerto Viviente, Urum es un mundo ancestral
Aeldari. Cuando nació el Ojo del Terror, Urum fue devastado y contaminado
por las energías caóticas que escaparon de la gigantesca grieta disforme,
fusionando con el terreno a aquellos habitantes que no habían huido en los
gigantescos Mundos Astronave. El suelo de Urum está ahora cubierto con
los huesos fusionados de los Aeldari muertos. Sus rostros atormentados
asoman en paredes antaño elegantes, vigas de apoyo y estatuas mientras el
viento aulla con los débiles gritos de los condenados. Aunque todas sus
ciudades están en ruinas, es aquí, lejos de miradas indiscretas, donde el
infame Apotecario Fabius Bilis ha establecido sus principales instalaciones
de laboratorio y clonación, repoblando lentamente el planeta con criaturas de
su propio diseño. Hasta el momento, nadie se ha atrevido a desafiar el
dominio del Señor de los Cadáveres sobre este mundo.
[←20]
Gran Fisura: También llamada Cicatrix Maledictum, el Camino Carmesí, la
Boca de la Ruina, la Cicatriz Disforme, el Dathedian, la Sonrisa de Gorko y
Mont'yhe'va ("la Devoradora de Esperanzas", en lenguaje Tau), es una
enorme fisura Disforme que atraviesa la galaxia desde el Ojo del Terror, en el
Segmentum Obscurus, hasta el Golfo de Damocles, en la Franja Este del
Segmentum Ultima, pasando por el núcleo galáctico y el Torbellino. Cuando
la Cicatrix Maledictum atravesó rugiendo la galaxia, trajo consigo una terrible
oscuridad que cayó como una mortaja sobre gran parte de los dominios del
Emperador. Los registros de ese turbulento periodo están fragmentados,
llenos de alegorías y desordenados por catastróficas distorsiones
temporales, pero en general se acepta que el destino de la galaxia quedó
sellado en Cadia.
[←21]
Nuevos Hombres (Homo Novus): Creaciones consideradas la cumbre del
"arte" de Bile. Son criaturas que poseen una fuerza y una inteligencia
superiores a las de cualquier humano, así como los peores rasgos de la
humanidad. Fabius siembra en secreto Nuevos Hombres en mundos de toda
la Galaxia con la esperanza de que un día superen a la raza humana. A
medida que Fabius deja tras de sí planetas de abominaciones humanas
corruptas, el Adeptus Astartes y la Inquisición se esfuerzan por purgar estas
creaciones, y se ven obligados a destruir poblaciones enteras. Un subtipo de
Hombres Nuevos son los Sabuesos de Glándulas. Se crean mediante la
implantación parcial de semillas genéticas. Están diseñados para cazar
Marines Espaciales en manadas y recuperar su semilla genética. Son leales
a Bile a nivel genético y lo adoran como a un cuasi-dios.
[←22]
Sabuesos de Glándulas: Un subtipo de Hombres Nuevoscreados por Bile mediante la
implantación parcial de semillas genéticas. Están diseñados para cazar Marines
Espaciales en manadas y recuperar su semilla genética. Son leales a Bile a nivel
genético y lo adoran como a un cuasi-dios.
[←23]
Espíritu Máquina: Espíritu que el Adeptus Mechanicus (y, por extensión, el
resto de los humanos del Imperio de la Humanidad) cree que habita y
controla una pieza de maquinaria. En la mayoría de los contextos es el
nombre recibido a los sistemas automáticos de un vehículo. El buen o mal
funcionamiento de cualquier máquina se cree que depende de la disposición
y estado de dicho espíritu. Para mantener al Espíritu Máquina contento,
cooperativo y complaciente los encargados de manejar la maquinaria deben
llevar a cabo una numerosa serie de rituales para aproximarse y operar con
una máquina concreta. Los rituales concretos dependen de la máquina, pero
suelen incorporar varias oraciones y rituales de mantenimiento, y en
ocasiones ofrendas o libaciones, que aumentan en número y complejidad en
función del tamaño o importancia de la máquina.
[←24]
Culto Mechanicus: También conocido en tiempos anteriores a la Herejía de
Horus como Culto Mechanicum, es el conjunto de creencias religiosas que
sirve como cimiento filosófico del Adeptus Mechanicus. El Culto Mechanicus
cree que el conocimiento en sí es la manifestación de la divinidad en el
universo. El objeto supremo de devoción es por ello el omnisciente Dios
Máquina, un espíritu inmanente y omnipotente que gobierna toda la
tecnología, maquinaria y conocimiento de la Creación. Se cree que el Dios
Máquina es favorable a la Humanidad, y que es el originador de toda la
tecnología y los conocimientos científicos humanos. Según las enseñanzas
del Culto Mechanichus, el conocimiento es la manifestación suprema de la
divinidad, y todas las criaturas y artefactos que personifiquen el
conocimiento son sagradas por ello.
[←25]
Tecnosacerdote: Los Tecnosacerdotes son miembros del Culto
Mechanicus, un sacerdocio que forma una jerarquía de técnicos, científicos y
líderes religiosos que creen que el conocimiento es la única verdad divina
del universo. Los Tecnosacerdotes proveen al resto del Imperio de la
Humanidad con sus técnicos, científicos e ingenieros. Aunque suelen
incorporar muchos componentes inorgánicos a sus cuerpos como repuestos
biónicos, los Tecnosacerdotes son completamente humanos, no como los
servidores cibernéticos creados por el Adeptus Mechanicus que cargan con
la mayor parte del trabajo pesado en la miríada de organizaciones y
divisiones del Imperio de la Humanidad.
[←26]
Ogrete (Homo sapiens gigantus): Son los pseudohumanos más grandes y
físicamente más poderosos. Son guerreros fieros y a menudo son reclutados
por regimientos de la Guardia Imperial como tropas de choque. Los Ogretes
evolucionaron en mundos con ambientes duros y estériles. Muchos de estos
mundos, no teniendo otro uso para la Humanidad, fueron utilizados como
Mundos Penales. Son humanoides grandes y voluminosos, con una altura
de entre dos metros y medio y tres metros. Varían en apariencia acorde al
mundo del que proceden, pero todos son duros y muy fuertes. Algunos
presentan musculaturas bien definidas y proporcionadas, mientras que otros
tienden a una obesidad grotesca. Estúpidos y repulsivamente antihigiénicos,
los Ogretes se han ganado varios sobrenombres, como Gordos, Fofos,
Vagos o Apestosos.
[←27]
Segmentum Ultima: Es uno de los Segmentums, divisiones administrativas
imperiales de la Galaxia. Es con mucha diferencia el más grande de todos.
La Fortaleza del Segmentum se encuentra en Kar Duniash. En su interior
destacan el feudo Ultramarine de Ultramar, el Imperio T'au, y a lo largo de su
frontera, la Franja Este.
[←28]
Ultramar: El área que rodea a Macragge se denomina Ultramar, el imperio
estelar de los Ultramarines. Ultramar está situado en la parte más al sureste
del Segmentum Ultima, y es único entre todos los cuarteles generales y
dominios de los Marines Espaciales. Mientras la mayoría de los Capítulos
tienen una sola base de operaciones, normalmente un planeta, los
Ultramarines controlan no menos de ocho sistemas completos y cercanos a
su mundo natal, Macragge. Cada uno de estos mundos tiene su propio
gobierno, fuerzas armadas y cultura individuales, pero todos son
completamente leales al Capítulo de los Ultramarines.
[←29]
Arca Mechanicus: Es una vasta astronave imperial que el Adeptus
Mechanicus usa para rastrear las estrellas en busca de su santo grial
definitivo, una Plantilla de Construcción Estándar completa y activa. Esta
misión es el principio central de la religiosa Búsqueda del Conocimiento del
Culto Mechanicus. Como es de esperar, cada Arca Mechanicus contiene
algunas de las tecnologías más avanzadas actualmente de todo el Imperio.
Aunque estas escasas y casi míticas naves rara vez entran en combate,
cuando lo hacen disponen de defensas casi impenetrables y armas cuyo
alcance y potencia de fuego deja por los suelos a la de los mismos
Acorazados de la Armada Imperial.
[←30]
Puerta de Telaraña: También conocida como Nexo de la Telaraña, consta
de una serie de artefactos tecnológicos compuestos de Espectros que se
incorporan al casco de los Mundos Astronave y proporcionan un enlace con
la Telaraña. Los Nexos de la Telaraña también se encuentran esparcidos por
mundos de toda la Galaxia, lo que permite a los Eldar viajar a muchos
planetas.
[←31]
Omnissiah: El Dios Máquina, también conocido como el Omnissiah o Deus
Mechanicus, es la entidad teológica que adoran los Adeptos del Adeptus
Mechanicus como la personificación y el dador de todo el conocimiento y la
tecnología del universo. Para muchos en el Imperio de la Humanidad, esta
creencia choca con la teología ortodoxa del Culto Imperial, en la que el único
Dios de la Humanidad es el Emperador. Pero dado que el Adeptus
Mechanicus es vital para la supervivencia del Imperio, el conflicto sobre este
tema a menudo es evitado mediante la fusión del avatar físico del Dios
Máquina, el Omnissiah, con el propio Emperador. Aunque el Mechanicus
acepta esto, este compromiso nunca satisface del todo ni a los creyentes en
el Culto Mechanicus ni a los del Imperial, pero mantiene la paz entre las dos
creencias y el funcionamiento del Imperio.
[←32]
Roboute Guilliman: Primarca de los Ultramarines. Guilliman obtuvo mayor
renombre tras la Herejía de Horus por sus esfuerzos para preservar el
Imperio. Entre sus logros más destacables está la creación del Codex
Astartes. La vida de Guilliman fue sesgada por la hoja envenenada del
traidor Fulgrim, y fue preservado en un campo de estasis en el momento de
su fallecimiento. En la actualidad su cuerpo fué resucitado por Yvraine, y tras
proclamarse Lord Comandante del Imperio de la humanidad, se encuentra
dirigiendo a la humanidad contra las fuerzas del caos.
[←33]
Nacidos en tanques: Son la mayor de las tres subfacciones de la Casa
Goliat y sus miembros crecen rápidamente a partir de plantillas de carne.
Suelen nacer varones y estériles, constituyen la mayoría de los miembros de
la Casa Goliat, y son utilizados como mano de obra dura en las refinerías y
fábricas de la Casa del Clan. Viven menos de una década, pero debido a
que se les han implantado cápsulas de datos craneales, nacen con un
conocimiento básico de su mundo, su Casa y su posición en ella.
[←34]
Cawl Inferior: El Cawl Inferior es un dispositivo en parte clónico y en parte
de comunicación utilizado por el primarca Roboute Guilliman para
comunicarse con el archimagos Dominus Belisarius Cawl. El Cawl Inferior
está programado principalmente para emular la voz y los gestos de Belisarus
Cawl. Funciona mediante la transmisión y recepción de códigos
hexadecimales que activan y/o modifican respuestas preprogramadas para
su operador. El Cawl Inferior también contiene la suma total de los
conocimientos de su creador, puestos ahí para ayudar a emular mejor a
Belisarus y como respaldo en caso de que el Archimago muriera. Todas las
interacciones con el Cawl Inferior se realizan mediante comandos de voz. La
activación del Cawl Inferior requiere la presencia tanto de Roboute Guilliman
como de Guidus Losenti.
[←35]
Fundación Última: La más reciente de las Fundaciones de Capítulos de
Marines Espaciales. Se desarrolló a lo largo de la Cruzada Indomitus por
orden del Primarca Roboute Guilliman, y estuvo formada íntegramente por
Marines Espaciales Primaris, los cuales reforzaron o refundaron antiguos
Capítulos diezmados, o establecieron Capítulos enteros de nueva planta.
[←36]
Amasec: Bebida alcohólica muy popular en el Imperio de la Humanidad, es
un licor de alta graduación destilado a partir del vino. Muchos mundos
producen bebidas alcohólicas llamadas amasec, cada una de un matiz y
variedad diferentes. El amasec se comercializa en muchos niveles de
calidad, por lo que puede ser adquirido y valorado por todas las capas
sociales, desde las petacas de los barracones de los Guardias Imperiales
hasta los aposentos de la nobleza.
[←37]
Tecnomancia: Disciplina psíquica cuyos practicantes tienen la habilidad de
manipular, controlar, influir o destruir el sistema de funcionamiento de
cualquier aparato tecnológico. Entre los practicantes de la tecnomancia los
más poderosos pueden manipular con mayor facilidad los sistemas más
complicados e intrincados de cualquier aparato.
[←38]
Imperium Nihilus: También conocido como el Imperio Oscuro, es una nueva
región formada perteneciente al territorio Imperial que abarca mucho del
Segmentum Obscurus y parte del Segmentum Ultima.Es una región del
espacio que quedó aislada de la mayor parte del Imperio, ahora conocido
como Imperium Sanctus, debido a la formación de la Gran Fisura al final de
la 13ª Cruzada Negra y el subsiguiente renacer de Roboute Guilliman. Este
"Imperio Oscuro" se ha nombrado de forma acertada, porque aquí la luz del
Astronomicón se ha oscurecido, provocando que los viajes espaciales sean
muy difícil de completar en el mejor de los casos sin incidentes y donde la
mayoría de enemigos de la Humanidad acosan los mundos restantes que
han quedado aislados.
[←39]
Hijos Innumerables: Llamándose entre ellos "Escudos Grises", eran nueve
formaciones especiales de Marines Espaciales Primaris creados por Lord
Comandante del Imperio Roboute Guilliman para el servicio en la Cruzada
Indomitus. Activos durante más de un siglo estándar hasta el 42º Milenio,
estaban compuestos por nueve ejércitos de Marines Primaris del tamaño de
la Legión de los Marines Espaciales, todos ellos extraídos del linaje de uno
de los 9 primarcas que habían dirigido las Legiones de Marines Espaciales
Leales durante la Herejía de Horus. Sirvieron como una fuerza de reserva
para Guilliman durante la Cruzada Indomitus, y sus filas se redujeron
lentamente por el desgaste y la necesidad de reponer Capítulos del Adeptus
Astartes ya existentes con la nueva clase de Marines Espaciales Primaris.
Otros miembros de los Hijos Innumerables se integraron eventualmente en
Capítulos completamente nuevos compuestos solo por Astartes Primaris.
[←40]
Marines Espaciales Primaris: Son una nueva especie de guerreros
sobrehumanos, desarrollados durante diez milenios por el Archimagos
Belisarius Cawl en Marte, por encargo del Primarca Roboute Guilliman de
los Ultramarines, a partir de los Marines Espaciales creados por el
Emperador para su Gran Cruzada. Estos guerreros son el siguiente paso en
la evolución de los Ángeles de la Muerte del Emperador, genéticamente
alterados de sus hermanos para ser más grandes, más fuertes y más
rápidos.
[←41]
Genetor: También conocidos como Magi Biologis, Divisio Biologis o
Divisionis Biologis, son una división del Adeptus Mechanicus cuyos
miembros están dedicados al estudio de la biología y la anatomía orgánica.
Son uno de los pocos conjuntos de eruditos del Imperio, aparte de la Ordo
Xenos de la Inquisición, a los que se permite estudiar a los xenos y que
examina con regularidad a especies alienígenas para desarrollar armas y
tácticas adaptadas contra ellos. Han mostrado un particular interés en la
raza Tiránida, aprovechando cualquier ocasión para capturar y estudiar a
sus criaturas para diseñar una forma de combatir a su armamento orgánico y
a su superadaptabilidad. Los Magos Biologis suelen acompañar a las Flotas
Exploradoras para analizar las poblaciones de los mundos redescubiertos en
busca de mutaciones excesivas que obliguen a purgarlas.
[←42]
Fabricador General: Es el custodio del más alto conocimiento del
Mechanicum y representante fisico del arcano Dios Máquina y es uno de los
representantes mas poderosos del gobierno imperial, y un pilar
indispensable en la toma de decisiones del senado ya que probablemente
sea el mas culto y sabio de todos los Altos Señores de Terra, su figura
representa en toda su medida uno de los brazos más poderosos del Imperio,
el Adeptus Mechanicus. Cuando estalla un conflicto de grandes proporciones
bélicas, el consejo puede solicitar al Fabricador General la intervención de
las Legiones Titánicas, para aplastar literalmente a los enemigos del
Emperador y de la Humanidad de manera fulminante.
[←43]
Glándula Immortis: También llamada "Creadora de Dioses", era un órgano
creado genéticamente del tamaño de una uña del pulgar que existía en la
corteza cerebral de cada uno de los Primarcas. Creada por el genio del
Emperador de la Humanidad en Sus laboratorios genéticos bajo las
montañas del Himalaya antes del inicio de las Guerras de Unificación en el
30º Milenio, la Glándula Immortis era responsable del tamaño gigantesco y
la fuerza sobrehumana de los Primarcas. El órgano también regulaba el
rápido crecimiento de cada Primarca hasta la madurez y su metabolismo
general, otorgándole una esperanza de vida medida en siglos terranos, si no
la inmortalidad funcional. La Glándula Immortis estaba dividida
estructuralmente en dos hemisferios o válvulas, el derecho o "Lóbulo
Dextrófico" y el izquierdo o "Lóbulo Sintario". Sin embargo, tras la finalización
del Proyecto Primarca y la pérdida de los Primarcas aún en gestación a
manos de las maquinaciones de los Poderes Ruinosos, todos los materiales
o planos genéticos para la creación del Lóbulo Sintarius del superórgano
fueron totalmente erradicados de los registros Imperiales. Esto fue hecho por
la propia mano del Emperador o por alguna fuente nefasta y desconocida.
[←44]
Sangprimus Portum: Originalmente conocido como Magna Mater, es un
artefacto del Imperio que contiene el material genético de los veinte
Primarcas del Emperador. El dispositivo fue originalmente de origen Selenar
y se dice que contiene la clave para la creación, de modo que se convirtió en
el código fuente genético de los Marines Espaciales. El Primarca Guilliman
entregó el Sangprimus Portum al Archimagos Dominus Cawl, después de
encargar al Archimago de crear la próxima generación de Marines
Espaciales. El archimagos realizó el encargo con éxito y durante diez mil
años el proyecto se mantuvo en secreto hasta la resurrección del propio
Guilliman, en la cual Belisarius también tendría mucho que ver.
[←45]
Noctilita (piedranegra): Es un antiguo y misterioso material de color negro
capaz de influir en el velo que separa el espacio real de la Disformidad. Se
encuentra en forma de pilones y obeliscos en Cadia y los mundos
necrópolis, y también en las poderosas Fortalezas Negras del sector Gótico.
Físicamente, este mineral es muy similar a la obsidiana o el ónice: una roca
negra y lisa. De ella solo se sabe que interactúa de una forma única con la
Disformidad: cuando está polarizada en un sentido, estabiliza el Inmaterium
en sus inmediaciones, pero cuando se invierte su polaridad, potencia su
presencia. Debida a esta inusual naturaleza, algunos entre los altos rangos
del Mechanicus han llamado a este mineral la "Piedra Paria", creyendo que
es una manifestación física del Gen Paria que poseen algunos mortales.
[←46]
Trazyn el Infinito: conocido como el Arqueovista de las Galerías
Solemnáceas, es el peculiar Líder Supremo Necrón de la Dinastía Nihilakh
del mundo necrópolis de Solemnace. Es un preservador de historias,
artefactos y eventos. En las enormes e incontables cámaras que surcan el
subsuelo del mundo necrópolis de Solemnace guarda tecnologías tan
extrañas y sublimes, que cualquier Tecnosacerdote del Adeptus Mechanicus
estaría dispuesto a dar la vida solo por tener la certeza de que existen.
[←47]
Plastiacero: Es un tipo de material avanzado usado por el Imperio en la
fabricación de muchos tipos de blindaje y en la construcción de edificios.
Uno de los más duros y caros existentes, este duradero y ligerísimo material
puede ser moldeado en una amplia variedad de formas y texturas. Anchas y
pesadas placas de plastiacero son usadas junto con ceramita y adamantio
para formar las piezas de la armadura de Exterminador. Al poseer una mayor
flexibilidad que el adamantio, es usado también en las servoarmaduras para
partes móviles como articulaciones u otras que necesiten una mayor
cantidad de movimiento para la comodidad del Marine Espacial.
[←48]
Fuerza Motriz: Es la sagrada transferencia de datos e instrucción a través
de las filas estratificadas del Adeptus Mechanicus. Esta transferencia de
datos puede venir dada mediante fuerzas electromagnéticas, electricidad, un
impulso bioeléctrico, o algún otro medio físico, el cual en ocasiones confiere
una presencia tangible que los miembros del Adeptus Mechanicus
consideran mística, conformándose como uno de los atributos del
Omnissiah.
[←49]
Skiitari: Son el corazón biónico de las legiones del Adeptus Mechanicus.
Sus incansables cohortes defienden los Mundos Forja del Imperio,
aniquilando los enemigos de los Tecnosacerdotes y luchando en la
vanguardia a la Búsqueda del Conocimiento. Al igual que con gran parte de
la industria del Culto Mechanicus, las verdades de la creación Skitarii se
mantienen en secreto. Algunos son cultivados en cubas de crecimiento o
clonados, mientras que otros son reacondicionados a partir de los convictos
lobotomizados o los guerreros entregados como castigo por el fracaso o la
deserción. Independientemente del origen, todos encuentran una fe fanática
en el Omnissiah poco después de su inicio. Es entonces cuando empieza su
verdadera transformación. La Tecnoguardia Skitarii es la fuerza más antigua
del Adeptus Mechanicus, formada en los primeros días de conflicto cuando
el Culto Mechanicus peleaba por su existencia contra los degenerados
merodeadores mutantes de los yermos marcianos.
[←50]
Machina Opus: Es un honor concedido a los Tecnomarines del Adeptus
Astartes. Este honor se otorga a los Tecnomarines y es una distinción única
que honra el antiguo acuerdo entre los Tecnosacerdotes de Marte y el
Adeptus Astartes, por la que se proporciona a los Capítulos la capacitación y
las habilidades de los Tecnomarines para sus compañías y unidades. Para
ser considerado digno del honor del Machina Opus, un Hermano de Batalla
debe viajar primero a Marte y ser iniciado en los secretos del Dios Máquina,
aprender los caminos del Adeptus Mechanicus y hacer votos ante el
Omnissiah.
[←51]
Mundo Forja: Es el término imperial utilizado para los numerosos planetas
controlados directamente por el Adeptus Mechanicus. En estos mundos
densamente poblados, los ciudadanos trabajan sin descanso para fabricar
armamento para los ejércitos del Emperador, sus cuerpos a menudo
mejorados con tecnología cibernética para que puedan cumplir mejor sus
tareas o sobrevivir a las condiciones tóxicas de la manufactura. Debido al
monopolio del Adeptus Mechanicus sobre el conocimiento técnico y la
pericia en la cultura Imperial, los Mundos Forja son la principal fuente del
Imperio de todo tipo de hardware: desde equipamiento agrícola hasta
máquinas de guerra como naves estelares, tanques, cazas aeroespaciales o
incluso Titanes.
[←52]
Santo Sínodo: Es el cuerpo regente de la Eclesiarquía, el poder religioso del
Imperio. Con base en Terra, el Santo Sínodo está formado por los
Cardenales del Ministorum, de los cuales cada uno regenta una diócesis. El
Santo Sínodo periódicamente realiza Conclaves Eclesiárquicos en los cuales
los Cardenales de todo el Imperio viajan a Terra para discutir temas de la
Eclesiarquía. Como el Santo Sínodo determina la política religiosa del
Imperio, es extremadamente influyente y uno o más de los Cardenales en el
Santo Sínodo puede representar a la organización en el Senado de los Altos
Señores de Terra.
[←53]
Hemónculo: Son los expertos en cirugía y tortura de los Drukhari. No existe
sufrimiento alguno que no conozcan los Hemónculos; ninguna agonía que no
puedan administrar a sus víctimas. Consideran que infligir el dolor y la
muerte es la más refinada de todas las artes, produciendo jubilosamente
coros de gritos agónicos y deleitándose en todos los matices del dolor y la
aflicción.
[←54]
Cronomante (Portador de la Eternidad): Criptotecnólogos amos del tiempo
y el conocimiento del futuro. Rara vez se puede confiar en ellos, ya que
siempre tienen una idea de cómo se desarrollará cualquier acontecimiento.
Manejan Bastones Eónicos con cabezas de zafiro, capaces de atrapar a un
enemigo en una burbuja de tiempo lento, un Cronometrón capaz de cambiar
el tiempo, y la capacidad de cristalizar el tiempo a su alrededor de una
manera que bloquea los golpes de sus enemigos. Una subsección de la
cronomancia se conoce como astromancia, cuyos discípulos son capaces de
utilizar las estrellas para adivinar el futuro.
[←55]
Biotransferencia: Es el nombre que se le dá al proceso que llevaron a cabo
los Necrontyr hace 60 millones de años, cuando estos cambiaron su débil,
pero sensible, carne por el metal viviente. Prometiéndoles la inmortalidad y
una panacea para sus achaques físicos, además de ayuda en su lucha
contra los Ancestrales, los C'tan se ganaron la confianza de los Necrontyr,
aunque no sabían aún a qué precio. Así fue como empezó la
Biotransferencia, y la esencia orgánica de los Necrontyr dio paso a los
cuerpos mecánicos sin alma de los Necrones, mientras los C'tan se
alimentaban de la esencia de su vida. Ahora, los Necrones son inmortales
gracias a esta nueva forma, pero la mayoría (sobre todo las clases
inferiores) han perdido su mente, y son incapaces de volver a sentir.
[←56]
Omofágea: Es el octavo implante colocado en un aspirante a Marine
Espacial. En realidad, se convierte en parte del cerebro, pero se coloca en la
médula espinal, entre las vértebras cervicales y las torácicas. Cuatro fajos de
nervios, llamados neuroclea, se implantan entre la médula espinal y la pared
del estómago preomnoral. La omofágea está diseñada para absorber el
material genético natural de un tejido animal, así como el generado a partir
de su memoria o sus experiencias. Esto dota al marine de una inusual
capacidad para la supervivencia, ya que puede, literalmente, aprender de su
comida. Si un Astartes come algún animal, absorberá parte de sus
recuerdos. Esto puede ser muy útil en un entorno alienígena. Es la presencia
de este órgano la que, accidentalmente, ha creado los múltiples rituales en
los que se ingiere carne fresca y se bebe sangre por los que son conocidos
muchos Capítulos (como los Bebedores de Sangre o los Desgarradores de
Carne).
[←57]
Demonios (Nunca Nacidos): Sirvientes de los Dioses del Caos hechos de
su propia esencia y que no se encuentran tan estrechamente unidos a la
Disformidad. Los Demonios tienen una naturaleza algo distinta a la de sus
amos, y son las criaturas más numerosas de la Disformidad. Un Demonio
"nace" cuando un Dios del Caos gasta una porción de su poder para crear a
dicho ser. El poder invertido unifica una serie de sentidos, pensamientos y
propósitos que dan lugar a una personalidad y una conciencia capaces de
moverse dentro de los confines de la Disformidad. El Dios del Caos puede
volver a arrebatar en cualquier momento la independencia que ha entregado
a sus Demonios, lo cual garantiza que éstos le servirán con total lealtad. El
único modo de destruir realmente a un Demonio es haciéndole perder la
energía que lo compone, de manera que su mente se disuelva en los
remolinos y corrientes del espacio disforme.
[←58]
Mirmidones: Son un Capítulo Sucesor Leal creado durante la 3ª Fundación
a partir del orgulloso linaje de los heroicos Ultramarines. Sin embargo, a
diferencia de sus compañeros de los Capítulos Sucesores descendientes del
linaje del Primarca Roboute Guilliman, conocidos por su naturaleza noble y
su adhesión al Codex Astartes. A diferencia de otros Vástagos de Guilliman,
este antiguo 3er Capítulo Sucesor Fundador de los Ultramarines posee una
naturaleza belicosa.
[←59]
Mechanicum Oscuro (Nuevo Mechanicum): Es una facción de
Tecnosacerdotes del Adeptus Mechanicus que juraron lealtad al Señor de la
Guerra Horus al inicio de la Herejía. Después de que la Herejía de Horus
terminara en una victoria pírrica para el Imperio, los tecnosacerdotes del
Mechanicum Oscuro fueron expulsados de Marte por los Leales resurgidos
entre los recién nacidos Adeptus Mechanicus. Estos Renegados huyeron del
Imperio hacia los confines de la galaxia y algunos también se refugiaron en
el Ojo del Terror. A lo largo de los siglos, sus filas se han visto engrosadas
por aquellos Herejes del último Mechanicus que decidieron seguir su sucio
camino hacia la tecnoherejía prohibida. En el exilio, el Mechanicum Oscuro
quedó aún más cautivado por el poder de la disformidad y las tecnologías
heréticas.
[←60]
El Cirujano: Dispositivo en parte mágico y en parte tecnológico conectado a
la columna vertebral de Fabius Bilis. Este artefacto le proporciona
numerosos brazos parecidos a los de las arañas que se extienden desde sus
hombros, y al mismo tiempo bombea por su cuerpo un icor negro cargado
del poder de la Disformidad, que crea un escudo protector alrededor de Bilis.
Se ha dicho tanto que es el mejor trabajo de la vida de Fabius, como que el
trabajo de El Cirujano es mantener vivo a Bilis.
[←61]
Inyector Xyclos: Es un arma especialmente creada para poder probar
nuevos sueros de ingeniería genética en el campo de batalla. Dispara un fino
tubo capilar imbuido con las últimas creación de Bilis. Hasta el más mínimo
rasguño puede inducir aterradoras premoniciones psicóticas de las torturas
que están por venir, hacer que un ser vivo mute de forma incontrolada, o
incluso provocar la combustión espontánea de la víctima. El arma contiene
tres tipos de venenos: Xyclos A (hiperveneno), Xyclos B (alucinógeno) y
Xyclos C (piroclástico).
[←62]
Arma de fusión (Fundidora, Vaporizadora): Armas que utilizan el calor y
que se basan en una agitación subatómica del aire. Los objetivos que
reciben el impacto se calientan hasta el punto de ser evaporados. El efecto
en la carne es temible por no decir menos, mientras que los vehículos
pueden ser reducidos a chatarra fundida. Desafortunadamente, debido a su
alto consumo de energía y a su disipación, el arma solo es efectiva a
distancias cortas, pero cualquier cosa dentro de su alcance es prácticamente
destruida.
[←63]
Cañón de Gravitones: Arma basada en el principio de reacción gravítica en
el que habitualmente se basan los vehículos gravitatorios como el Land
Speeder. Son guardados celosamente por el Adeptus Mechanicus, el cual
rara vez permite que uno salga de sus arsenales, pero algunos Capítulos de
Marines Espaciales aún pueden desplegar un puñado de estas armas.
[←64]
Nulidad Psíquica (Vacío Psíquico, Intocable): Humano que posee el raro
gen Paria que hacen que no genere presencia en la Disformidad, y por tanto
carece esencialmente de alma. Conocidos también como "Almas Negras",
"Vacíos Psíquicos" y "Desalmados", las Nulidades son un anatema viviente
para todos los psíquicos, independientemente de la especie. Una Nulidad es
la antítesis directa de las fuerzas del Caos, ya que no posee presencia
dentro de la Disformidad, y así irradia una sensación de "incorrección"
antinatural que hace a las demás criaturas inteligentes estar
extremadamente incómodas e intranquilas en su presencia. La proximidad
de una Nulidad a alguien que posea siquiera una pizca de capacidad
psíquica puede ser bastante dolorosa o incluso letal, especialmente para
seres extremadamente sensibles psíquicamente como los Eldars.
[←65]
Casa Taranis: También conocida como los Caballeros de Taranis, son una
Casa de Caballeros que sirve al Adeptus Mechanicus y cuya base está
establecida en Marte. Su líder es conocido como el Lord Comandante de los
Caballeros de Taranis. La Orden permaneció leal al Imperio durante la
Herejía de Horus, participando en el Cisma de Marte de parte de las fuerzas
del Fabricador Locum Kane, algo de lo que sus descendientes se
enorgullecen profundamente. Todos los miembros de la Casa Taranis
murieron a manos del Mechanicum Oscuro en aquella guerra, excepto dos
supervivientes que se ocultaron, y que se desconoce qué fue de ellos. Lo
que sí se puede constatar es que a fecha del M41 la Casa Taranis sigue
activa al servicio de Marte.
[←66]
Recafeinado: Popular bebida caliente, hecha de hojas machacadas y
elaboradas. Su composición puede variar de un planeta a otro, pero la
mayoría de las mezclas tienen un estimulante como la cafeína como agente
básico de liberación.
[←67]
Dataherrero Cibernético: Es un tipo de tecnosacerdote especialista que
opera en la Legio Cibernética. Los Dataherreros Cibernético son aquellos
Tecnosacerdotes especializados en programar los Robots Kastelan de la
Legio Cibernética a nivel del manípulo, a menudo teniendo que hacerlo en el
fragor de la batalla. Tienen acceso a la apabullante serie de armas y objetos
arcanos de los arsenales de sus mundos forja, que utilizan en su defensa y
la de aquellos a su cargo.
[←68]
Era de los Conflictos: También llamada a veces La Vieja Noche, es el
nombre que recibe el caótico y muy fragmentado periodo de la historia
humana que transcurrió entre el M25 y el M30, De acuerdo con la historia
"oficial" del Imperio, los detalles precisos y las fechas importantes de la Era
de los Conflictos son desconocidos, debido a que los datos se han perdido a
lo largo de los masivos periodos de tiempo transcurridos, al caos producido
durante dicho periodo, y en parte a la censura aplicada por algunas
autoridades imperiales que buscan evitar que la gente del Imperio descubra
las furiosas incursiones demoníacas del Caos y el gran número de psíquicos
descontrolados que marcaron a muchos de los mundos humanos en dicho
periodo.
[←69]
Robot Kastelan: Es un tipo de soldado robótico utilizado por el Adeptus
Mechanicus en las filas de la Legio Cibernética. Se trata de una enorme y
antigua clase de robots que representa el ejemplo perfecto de la reutilización
de la tecnología que ejecuta el Adeptus Mechanicus. Con el doble de la
altura de un marine espacial, el Robot Kastelan combina una fuerza física
tremenda con una robusta resistencia, algo que le ha permitido luchar contra
los enemigos del Imperio durante diez mil años. El Kastelan es una fuerza
imparable de sólido metal con piel de ceramita que puede caminar bajo
fuego pesado sin pausa ni respiro.
[←70]
Helverin Armígero: Pequeños y ágiles en comparación con sus parientes
más pesados, los Caballeros de clase Armígero son máquinas de guerra de
increíble potencia. Pilotados por jóvenes escuderos o pilotos de baja
alcurnia, los Armígeros actúan como apoyo móvil y como escoltas para
evitar que los Caballeros más grandes sean rodeados, recibiendo órdenes
de sus Señores Nobles a través del Yelmo Mechanicum. Entre estos ágiles
ingenios, los Helverines Armígero son plataformas de armas móviles que
pueden destrozar un asalto enemigo en segundos, lanzando ráfagas de
fuego pesado con sus cañones automáticos dobles para hostigar tanto a la
infantería pesada como a los vehículos ligeros.
[←71]
Caballero Cerastus Acheron: Es un modelo de Caballero Imperial que se
utiliza exclusivamente para asaltos y ataques diseñados para causar el
terror. Armados con un temible puño sierra Segador, con dos bólteres
pesados sobre esta y un cañón lanzallamas modelo Acheron, son
empleados como armas de exterminio y para inspirar miedo a sus enemigos.
[←72]
Caballero Questoris: Son el tipo más común de Caballero Imperial utilizado
por las casas de Caballería del Imperio del Hombre y el Adeptus
Mechanicus. Son el pilar de las fuerzas de Caballeros, capaces de resistir
tanto en combate cuerpo a cuerpo como a distancia. Portan un chasis alto y
versátil que se caracteriza por su completa matriz de datos, su potente
Espíritu de la Máquina, y sus versátiles montajes de armamento: uno en
cada acoplamiento de brazo y un tercero opcional sobre su caparazón. Se
pueden clasificar por su armamento tradicional en Caballeros Errantes,
Paladines, Guardianes, Galantes, Cruzados, Preceptores y otros modelos,
cada uno de los cuales tiene sus propios puntos fuertes estratégicos y
tácticos.
[←73]
Warglaive Armígero: Forma parte de la clase más ligera de caminantes de
combate de los Caballeros Imperiales, normalmente pilotados por nobles de
menor linaje que otros pilotos de Caballeros. Los Warglaive son caminantes
de combate de piernas largas diseñados para atacar con fuerza y rapidez a
objetivos críticos. Más ágiles que otros Caballeros Imperiales, llevan también
armamento pesado lo bastante potente como para romper una línea de
batalla. Por eso es conocido por la fuerza con la que puede atacar de cerca.
[←74]
Caballero Castellano: Es junto al Caballero Cruzado uno de los tipos de
Caballero imperial más pesados hechos por los Mundos Forja del Adeptus
Mechanicus. Aunque más lento que los demás caballeros, este modelos se
beneficia de un aumento sustancial de su potencia de fuego y un blindaje
mucho más grueso. Debido a su gran masa, el castellano no puede moverse
lo suficientemente rápido como para generar la carga necesaria para operar
una Lanza de Choque. En su lugar, son utilizados en un papel de fuego de
apoyo, proporcionando cobertura de armas pesadas para que otras
unidades cargasen, o eliminando las amenazas a la fuerza principal desde la
retaguardia. La principal característica de este modelos es el enorme Cañón
Terremoto, montado en el hombro; un arma modificada que puede destruir
Titanes y edificios por igual. Los castellanos complementa su armamento
con un Cañón Automático de ánima múltiple. Aunque de relativo corto
alcance, la lluvia de proyectiles que entrega puede cortar fácilmente una
franja a través de las unidades de infantería y vehículos ligeros enemigos, o
hacer caer los Escudos de Vacío de un titán en un instante.
[←75]
Caballero Questoris Lancero: Es no sólo uno de los modelos más raros de
Caballero imperial, sino también el más valorado por las Casas de
Caballeros. El Caballero Lancero es un arma de primer contacto que está en
sintonía con las tácticas de asaltos rápidos y cargas letales por los flancos
contra un enemigo. Es justamente famoso por su velocidad y su poder, así
como por la naturaleza temperamental y conflictiva de los Espíritus Máquina
que moran como ánimas dentro de sus colosales cuerpos. Debido a esta
reputación, los vástagos más impetuosos y hambrientos de gloria de las
casas de Caballeros son obligados a vincularse con estas máquinas de
guerra, cuyas almas están a la altura de la furia enjaulada dentro de sus
máquinas.
[←76]
Cuchillas del Emperador: Son un Capítulo de Marines Espaciales gestados
durante la Tercera Fundación a partir de los Ultramarines y su 199ª
Compañía de Batalla, la 'Aegida'. La Flota Enjambre Kraken arrasó su
mundo natal, Sotha, y los pocos supervivientes escaparon a bordo de El
Corazón de Sotha, la única nave que conservaban. En los últimos años del
41º Milenio, los Cuchillas del Emperador estaban al borde de la extinción en
la batalla contra los Tiránidos, habiendo perdido su mundo natal ante la Flota
Enjambre Kraken, y el Capítulo, muy mermado, estaba preparado para salir
a luchar en un último resplandor de gloria contra el Gran Devorador. Sin
embargo, el Archimago Dominus Belisarius Cawl y la Fundación Ultima
dieron al Capítulo una oportunidad inesperada de volver a tener toda su
fuerza. Con sus filas reforzadas por los guerreros transhumanos
genéticamente mejorados de los Marines Espaciales Primaris, los Cuchillas
del Emperador han sido totalmente restaurados, y ahora llevan la lucha a los
diversos enemigos que asaltan el Imperio por todos los frentes.
[←77]
Plantillas de Construcción Estándar (PCE): Fueron sistemas
desarrollados para ayudar a los colonizadores pioneros que se encontraban
en planetas distantes, a que pudieran mantener una vida con un alto nivel de
tecnología y evitar así volver a una subsistencia basada en el barbarismo. La
tecnología contenida en estas plantillas es de un valor incalculable, ya que la
mayoría de este conocimiento ha sido perdido y olvidado, por lo que la sola
mención de la existencia de una de estas, es merecedora del despliegue de
masivas flotas exploradoras del Adeptus Mechanicus.
[←78]
Torbellino: Designado por el Administratum como la Zona de Extracción de
Recursos Imperial Adyacente al Torbellino, Cuadrícula 004-357, es una
enorme y antigua Fisura Disforme localizada cerca del núcleo galáctico, en
el Segmentum Ultima. Esta área del espacio está llena de Tormentas
Disformes tan intensas que el viaje interestelar en la región es prácticamente
imposible. A diferencia del Ojo del Terror, que fue creado por el nacimiento
del Dios del Caos Slaanesh, el Torbellino es, hasta donde pueden confirmar
los eruditos imperiales, un fenómeno natural. Dada la dificultad de viajar a
través de la región, este territorio se ha convertido en el refugio de piratas,
criminales y renegados. El interior del Torbellino es una región de vacío
salvaje y sin ley que contiene más de veinte imperios Orkos, numerosas
infestaciones Hrud e incontables bastiones piratas humanos. También se
dice que es la base del infame Huron Blackheart y su banda de Marines
Espaciales del Caos conocida como los Corsarios Rojos, así como de un
gran contingente de Portadores de la Palabra y de sus aliados cultistas, que
huyeron de la Batalla de Calth y se establecieron en el Mundo Demoníaco
de Ghalmek.
[←79]
Pilon necrón: Gigantescas estructuras defensivas de los necrones con
forma de media luna formada por metal Necron que sirve como "torre de
defensa " A diferencia de torres tradicionales, la posición de un Pilón no es
fija y los ataques de Necron a menudo son apoyados por los Pilones que son
teleportados a la superficie del mundo sitiado. Cuando es usado de manera
defensiva, los Pilones surgen de la tierra para atacar a los intrusos y
posteriormente desaparecer para evitar represalias. Los pilones tienen una
gama grande de fuego gracias a su capacidad de adaptarse rápidamente a
las situaciones de combate, siendo utilizados con facilidad para disparar
contra unidades de tierra o aire con una variacion de pocos segundos.
[←80]
Diablo de la Forja: Máquinas daemónicas concebidas para sembrar la
muerte entre las fuerzas enemigas a distancia, con sus corpulentos cuerpos
fusionados con enormes armas soldadas con disformidad. Guiados por la
odiosa inteligencia daemónica que albergan en sus caparazones metálicos,
los Diablos de la Forja derriban masas de tropas enemigas y abren cráteres
incandescentes en los objetivos más resistentes.

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