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Todos los días en Barbieland son el mejor día, hasta que la felicidad se ve perturbada cuando
Barbie comienza a pensar en la muerte, descubre con horror que sus pies se han aplanado,
sus talones pueden tocar el suelo y le han aparecido señales de celulitis. Su vida comienza a
descomponerse, su waffle está quemado, la leche cuajada y ha perdido la capacidad de flotar
hacia su auto. Estos desperfectos obligan a Barbie a visitar a la Weird Barbie (Kate McKinnon),
con la que jugaron demasiado violentamente y dejaron estropeada, que es una especie de
eremita y sabia. Ella le asegura que sus problemas se deben a su humana en el mundo real,
así que la única cura es ir a buscarla para hacerla cambiar. Barbie viaja con Ken como polizón
al mundo real, y en Malibú descubre que ha sido engañada con la fantasía de que: “Todos los
problemas del feminismo y la desigualdad han sido resueltos” (como dice Hellen Mirren en off).
Barbie es objeto de miradas de lujuria y burlas, así como de piropos a los que responde: “No
tengo vagina”, lo cual en este tiempo de fluidez de género puede ser interpretado de muchas
maneras. Después de desencuentros y arrestos por robo, Barbie llega al edificio de Mattel
donde conoce al director de la empresa (Will Ferrell) y su junta de ejecutivos, todos hombres, la
solución que proponen es que regrese a la caja. Barbie escapa y entre los pasillos y cubículos
da con su creadora, Ruth Handler (Rhea Perlman), en un guiño y referencia al encuentro de
Roy Batty y el doctor Tyrell en Blade Runner (Scott, 1982) y a la visita de Neo al Oráculo
en The Matrix (las Wachowskis, 1999).
Barbie encuentra a su humana, Sasha (Ariana Greenblatt), y a su madre, Gloria (America
Ferrera), que resulta ser una empleada de Mattel frustrada con su vida, quien es la verdadera
responsable del colapso de la perfección de Barbie debido a que pasa su tiempo dibujando
Barbies alternativas y trágicas: Barbie Vergüenza Paralizante, Barbie Celulitis y Barbie
Pensamientos Incontrolables de la Muerte. Sasha por su parte representa a una generación de
activismo político progresivo y justicia social, por lo que es una crítica feroz e indignada del
legado de Barbie y sus amos corporativos. En su primer encuentro con Barbie, Sasha la
ridiculiza y la hace llorar al señalarla como la representación de todo lo que está mal en la
cultura y llamarla fascista. A lo que Barbie responde entre sollozos: “Pero no controlo ni los
trenes ni el flujo del comercio global”. Gerwig sintió la paradójica necesidad de hacer que
Sasha fuera una chica popular que puede someter a los demás tanto por sus ideas como por
su actitud y apariencia. Mientras Barbie descubre con horror que se le responsabiliza en parte
de la condición de sometimiento femenino debido a ser un estándar imposible de alcanzar, Ken
regresa repleto de ideas acerca del patriarcado, de los caballos como extensiones del hombre
y de un nuevo orden para someter a las Barbies. Al no encontrar resistencia por parte de las
Barbies, demasiado acostumbradas a no tener confrontaciones, Ken derroca el orden
imperante y crea Kendom, una fantasía incel.
Barbie no logra resolver su predicamento, pero regresa a Barbieland con Sasha y Gloria para
descubrir que su mundo ha sido transformado en una caricatura grotesca del gusto masculino.
Gloria (la única madre en esta historia) ayuda a la liberación de las Barbies simplemente al
exponer las “disonancias cognitivas”, dualidades y la dialéctica del dilema de ser mujer. De esa
manera las “desprograma”. La obvia ironía es que ellas están programadas para una vida de
bailes, fiestas y superficialidad a pesar de ser ganadoras del premio Nobel, abogadas o físicas.
Los puntos de vista en torno al feminismo, la masculinidad tóxica y el patriarcado son tan
genéricos y derivativos que realmente es un milagro que hayan logrado provocar la furia de
conservadores y reaccionarios. Los Ken son engatusados al explotar su ego (los hacen cantar
canciones interminables, explicar la trama de El Padrino y lucirse vanidosamente) por lo que
olvidan su responsabilidad de votar, y el orden femenino con su materialismo gozoso regresa.
La idea de Gloria de enumerar las contradicciones y absurdos del orden imperante es la misma
fórmula ingenua en que la cinta apoya su fe: basta con exhibir y burlarse de la monstruosidad
corporativa y manipulación consumista para arrebatarle su poder y liberarse. Esta reiteración
se presenta como si se tratara de un encantamiento, de una plegaria, de un dogma o de una
terapia psicoanalítica exprés.
La cinta arranca con la fractura irreversible del paradigma de las niñas que juegan a la mamá
con muñecas (“¿Dónde está la diversión en eso?”, se pregunta Mirren), preparándose para una
vida de servicio, obediencia y sacrificio. Jugar para las niñas tan sólo podía ser equivalente a
pretender ser adultas y por tanto madres. Es el equivalente al momento de la evolución de la
especie, con su referencia a 2001 Odisea del espacio (Kubrick, 1968), en que los homínidos
descubren el uso de herramientas, especialmente para machacar cráneos. Aquí las niñas se
rebelan a su destino de madres sometidas al ver emerger a una gigantesca Barbie de su caja-
monolito rosado como si fuese una venus botticelliana que cubre su desnudez con el
emblemático traje de baño con patrón de cebra que fue su primer atuendo.
Con toda su ironía, abundancia de citas (que van desde Jacques Demy hasta Toy Story),
chistes en torno a las políticas comerciales de Mattel (productos absurdos, muñecas
descontinuadas, vestuarios estridentes, ejecutivos que justifican la ausencia de mujeres en la
dirección porque ellos “son hijos de mujeres y sobrinos de tías”), descomunal esmero en cada
escena (la fotografía de Rodrigo Prieto es fantástica) y un desfile de convenciones de militancia
es muy difícil no ver esta cinta como una feroz estrategia de product-placement o como un
comercial ficcionalizado que intenta hacernos sentir menos vulnerables al consumismo, con
más poder crítico y autoridad sobre nuestras decisiones, usando peroratas aprobadas por
departamentos de marketing corporativos. Hace mucho entendimos que una cultura
neuróticamente reflexiva en la que arte y publicidad van de la mano recicla sistemáticamente la
crítica como eslogan y campaña publicitaria.
La cinta concluye con la autoexpulsión o autoexilio de Barbie del paraíso, que Handler permite.
La confirmación de que el sueño pinochesco de Barbie se ha cumplido es su visita a un
ginecólogo, con lo que asumimos que la ausencia genital entre sus piernas ha desaparecido
para ser reemplazada por un sexo funcional. De manera semejante, Barbie acepta la celulitis,
la enfermedad, la vejez y la muerte. La mayoría de los comentaristas políticos, oportunistas,
conservadores y derechistas (desde Elon Musk hasta el senador texano Ted Cruz) atacaron a
la cinta por su política woke (ese insulto burdo que enciende las sensibilidades reaccionarias) y
“antihombres”. Muchos auguraban su inminente colapso comercial (ha sido un éxito gigante) y
la acusaban de ser un panfleto “izquierdista”, a pesar de que hasta un pedazo de PVC puede
ver su estruendoso mensaje archicapitalista. Gerwig no logrará desprogramar la enajenación
que promueve la muñeca perfecta pero obviamente ese no era su objetivo. Su perspectiva
política aquí está endulzada y simplificada para el consumo del público infantil y veraniego pero
donde acierta es al mostrar las contradicciones y controversias que presenta la muñeca y cómo
su cuerpo plástico hipersexualizado y asexual a la vez es un campo de batalla cultural.
La historia de Barbie no es la de un juguete sino de todo lo que le sucede a la mujer y refleja, a
través del espejo corporativo (que es sin duda hipócrita y mercenario pero depende de ser fiel a
la realidad para vender sus productos), la historia de la opresión y liberación femenina desde
mediados del siglo pasado, así como otras batallas sociales (la desegregación racial en
Estados Unidos) y morales (la ruptura con el imperativo de tener hijos). Barbie es más que
nada un síntoma. Al humanizarse Barbie conquista el derecho a un cuerpo biológico frágil,
cambiante e impredecible. No parece mucho y al mismo tiempo es algo inmenso,
especialmente en un tiempo en que fuerzas reaccionarias buscan revertir las conquistas de las
luchas femeninas, desde el derecho al aborto hasta la igualdad salarial.
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Naief Yehya es un periodista, escritor y crítico cultural mexicano.
[1] M.G. Lord, Forever Barbie. The Unauthorized Biography of a Real Doll, Walker and
Company, Nueva York, 2004, p. 46.
[2] Ibidem, p. 36.
[3] Ibidem, p. 3634.
[4] Ibidem, p. 40.
[5] Ibidem, p. 46
[6] Leslie Jamison, “Why Barbie Must Be Punished”, New Yorker, 29 de julio de 2023.
[7] Ann Du Cille, ‘Dyes and Dolls: Multicultural Barbie and the Merchandizing of Difference’,
citado en Kim Toffoletti, Cyborgs and Barbie Dolls. Feminism, Popular Culture and the
Posthuman Body, I.B. Tauris & Co., Nueva York, 2007, p. 60.
[8] Kim Toffoletti, Cyborgs and Barbie Dolls, cit., p. 60.