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WELLUM, S., (2022), Dios Encarnado, Cristología Histórica, Bíblica y Contemporánea
WELLUM, S., (2022), Dios Encarnado, Cristología Histórica, Bíblica y Contemporánea
«Al explorar la persona y la obra de nuestro Señor desde una variedad de ángulos,
Wellum aborda una amplia gama de temas y compañeros de conversación. Al
consolidar las ganancias de la reflexión cristológica evangélica, este volumen aporta
ganancias propias, particularmente luchando clara y cuidadosamente contra las
tendencias contemporáneas en los estudios bíblicos así como en la teología filosófica,
sistemática e histórica».
Michael Horton, Profesor J. Gresham Machen de Teología Sistemática y
Apologética, Seminario Westminster de California
«Con una prosa lúcida, Wellum traza los contornos de una cristología responsable
rastreando los argumentos del Nuevo Testamento a través de los determinantes
primeros siglos de la iglesia cristiana, utilizando dicha discusión como punto de partida
para una reflexión teológica más amplia. Este es el manual para los estudiantes de
teología y otros cristianos que quieran entender cómo se desarrolló la ortodoxia
confesional respecto a la doctrina de Cristo. Muy recomendable».
D. A. Carson, profesor investigador de Nuevo Testamento, Trinity Evangelical
Divinity School; cofundador, The Gospel Coalition
«Dios Encarnado es una obra magistral escrita por uno de los mejores teólogos del
evangelicalismo. En este volumen sustancial, perspicaz y fiel, la doctrina de Cristo se
sitúa hábilmente en el relato bíblico, se fundamenta en la teología bíblica, se relaciona
con el contexto histórico y contemporáneo, y se sintetiza mediante la teología
sistemática. El resultado es que los pastores, los estudiantes y los líderes de la iglesia
madurarán en su comprensión y apreciación de la vida, la deidad, la humanidad, la
unidad y la identidad de Jesús».
Christopher W. Morgan, decano y profesor de teología, Universidad Bautista
de California
«La buena teología depende de una buena metodología, y aquí Wellum no tiene
rival. Tras establecer un telón de fondo filosófico, Wellum emplea la exégesis, la
teología bíblica y la teología histórica para extraer conclusiones sistemáticas que
apliquen las Escrituras a la vida. Y toda nuestra doctrina, observa, nos prepara para la
cristología o se infiere de ella. La teología y la vida de la Iglesia sólo tienen sentido
cuando se centran en Cristo, que es Dios Hijo encarnado, el cumplimiento del deseo
divino y la esperanza de la humanidad. Al leer estas páginas, la palabra que se me
ocurrió fue “magistral”. Si sólo tienes tiempo para estudiar una obra sobre cristología,
empieza por aquí. Lo recomiendo sin reservas».
Jonathan Leeman, Director Editorial, 9Marks; autor, La Iglesia y la
sorprendente ofensa del amor de Dios
DIOS ENCARNADO
STEPHEN J. WELLUM
© 2016 por Stephen J. Wellum
© 2022 Publicaciones Kerigma
Publicado en inglés bajo el título de God the Son Incarnate: The Doctrine of Christ
Stephen J. Wellum, por Crossway Books © 2016
Todos los derechos son reservados. Por consiguiente: Se prohíbe la reproducción total o parcial de
esta obra por cualquier medio de comunicación, sea este digital, audio, video escrito; salvo para
citaciones en trabajos de carácter académico, según los márgenes de la ley o bajo el permiso escrito
de Publicaciones Kerigma.
PARTE II
GARANTÍA BÍBLICA PARA LA CRISTOLOGÍA ACTUAL
PARTE III
GARANTÍA ECLESIOLÓGICA PARA LA CRISTOLOGÍA ACTUAL
PARTE IV
UNA CRISTOLOGÍA GARANTIZADA PARA LA ACTUALIDAD
INTRODUCCIÓN A LA SERIE
¿Por qué otra serie de obras sobre teología sistemática evangélica? Esta es una
pregunta especialmente apropiada a la luz del hecho de que los evangélicos están
plenamente comprometidos con una Biblia inspirada e inerrante como su autoridad
final para la fe y la práctica. Pero, dado que ni Dios ni la Biblia cambian, ¿por qué es
necesario rehacer la teología sistemática evangélica?
La teología sistemática no es una revelación divina. La teología de cualquier tipo
es una empresa conceptual humana. Pensar que es igual a la revelación bíblica,
¡malinterpreta la naturaleza tanto de la Escritura como de la teología! En la medida en
que nuestra teología contenga proposiciones que reflejen con exactitud la Escritura, se
ajusten al mundo y sean coherentes con la Biblia (en los casos en que las proposiciones
no provienen per se de la Escritura), nuestra teología tiene una base bíblica y es
correcta. Pero incluso si todas las proposiciones de una teología sistemática son
verdaderas, esa teología no sería equivalente a la revelación bíblica. Sigue siendo una
conceptualización humana de Dios y de su relación con el mundo.
Aunque esto puede molestar a algunos que ven la teología como nada más que
hacer una exégesis cuidadosa sobre una serie de pasajes, y a otros que la ven como
solamente teología bíblica, esos métodos de hacer teología tampoco producen de
alguna manera una teología que sea equivalente a la revelación bíblica. La exégesis es
una empresa conceptual humana, al igual que la teología bíblica. Todas las disciplinas
teológicas involucran la participación intelectual humana. Pero el intelecto humano es
finito, y por ello siempre habrá lugar para la revisión de la teología sistemática a
medida que aumente el conocimiento. Aunque Dios y su palabra no cambian, la
comprensión humana de su revelación puede crecer, y nuestras teologías deben
reelaborarse para reflejar esos avances en la comprensión.
Otra razón para que los evangélicos reelaboren su teología es la naturaleza de la
teología sistemática en comparación con otras disciplinas teológicas. Por ejemplo,
mientras que la tarea de la teología bíblica se enfoca en describir la enseñanza bíblica
sobre los temas que abordan las Escrituras, la sistemática debe hacer un esfuerzo
especial en relacionar sus conclusiones con los temas de la época. Esto no significa que
el sistemático ignore los temas que abordan los escritores bíblicos. Tampoco significa
que los teólogos deban deformar las Escrituras para tratar temas que nunca
pretendieron abordar. Más bien sugiere que, además de exponer lo que los escritores
bíblicos enseñan, el teólogo debe tratar de tomar esas enseñanzas bíblicas (junto con la
mentalidad bíblica) y aplicarlas a los problemas que enfrenta especialmente la iglesia
17
Introducción a la serie
en su época. Por ejemplo, hace 150 años, un teólogo evangélico que trabajara en
cuestiones relacionadas con la doctrina del hombre, probablemente habría tratado
temas como la creación del hombre y las partes constitutivas del ser humano. Una
teología de este tipo podría haber incluido un debate sobre las instituciones humanas
como el matrimonio, señalando en general los roles respectivos del hombre y la mujer
en el matrimonio. Sin embargo, es dudoso que hubiera habido una discusión
prolongada con diversos puntos de vista sobre las funciones respectivas de hombres y
mujeres en el matrimonio, en la sociedad y en la iglesia. Pero en nuestro momento
histórico y a la luz del movimiento feminista y los problemas que ha planteado, incluso
entre muchos cristianos conservadores, sería insensato escribir una teología del hombre
(o, deberíamos decir, una «teología de la humanidad»), sin una discusión exhaustiva
del tema de los roles del hombre y la mujer en la sociedad, el hogar y la iglesia.
Debido a que la teología sistemática intenta dirigirse no sólo a los temas
atemporales presentados en las Escrituras, sino también a los problemas actuales de su
época y cultura, cada teología tendrá que rehacerse en cierta medida en cada
generación. La verdad bíblica no cambia de una generación a otra, pero sí los
problemas a los que se enfrenta la Iglesia. Una teología que era adecuada para una
época y una cultura diferentes, puede simplemente no hablar de los temas clave en una
cultura determinada en un momento dado. Por lo tanto, en esta serie, estamos
reelaborando la teología sistemática evangélica, aunque lo hacemos con el
entendimiento de que en las generaciones futuras habrá espacio para una nueva
revisión de la teología.
Entonces, ¿Cómo entienden los colaboradores de esta serie la naturaleza de la
teología sistemática? La teología sistemática, tal como se hace desde una perspectiva
cristiana evangélica, implica el estudio de la persona, obra y las relaciones de Dios.
Como evangélicos comprometidos con la plena inspiración, inerrancia y autoridad
final de la Escritura, exigimos que todo lo que aparezca en una teología sistemática
corresponda a la forma en que las cosas son y no debe contradecir ninguna afirmación
enseñada en las Escrituras. La sagrada Escritura es la piedra de toque de nuestra
teología, pero no limitamos a las Escrituras como la única fuente para hacer teología
sistemática. Por lo tanto, cualquier información de la historia, la ciencia, la filosofía y
otros elementos relevantes para nuestra comprensión de Dios y de su relación con el
mundo, es un tema que se puede tratar en la teología sistemática. Dependiendo de los
intereses y conocimientos específicos de los colaboradores de esta serie, sus
respectivos volúmenes reflejarán la interacción con una o más de estas disciplinas.
¿Cuál es la razón para recurrir a otras fuentes además de la Escritura y a otras
disciplinas además de las bíblicas? Debido a que Dios creó el universo, existe
revelación de Dios no sólo en las Escrituras, sino también en el orden creado. Hay
muchas disciplinas que estudian nuestro mundo, al igual que la teología. Pero dado que
el mundo estudiado por las disciplinas no teológicas es el mundo creado por Dios,
cualquier dato y conclusión de las llamadas disciplinas seculares, que reflejen
fielmente el mundo real, también son relevantes para nuestra comprensión del Dios
que hizo ese mundo. Por tanto, en un sentido general, dado que toda la creación es obra
de Dios, nada queda fuera del ámbito de la teología. Las llamadas disciplinas seculares
deben ser consideradas en un contexto teológico, porque están reflexionando sobre el
universo que Dios creó, al igual que el teólogo. Y, por supuesto, hay muchas
afirmaciones en las disciplinas no teológicas que son generalmente aceptadas como
18
Dios Encarnado
verdaderas (aunque esto no significa que todas las afirmaciones de las disciplinas no
teológicas sean verdaderas, o que estemos en posición de saber si cada proposición es
verdadera o falsa). Dado que esto es así, y puesto que todas las disciplinas, de un modo
u otro, reflexionan sobre nuestro universo, un universo creado por Dios, cualquier
afirmación verdadera en cualquier disciplina debe ser de alguna manera informativa
para nuestra comprensión de Dios y su relación con nuestro mundo. Por lo tanto,
hemos considerado oportuno incorporar datos externos a la Biblia en nuestras
formulaciones teológicas.
En cuanto al diseño específico de esta serie, nuestra intención es abordar todas las
áreas de la teología evangélica con un énfasis especial en las cuestiones clave de cada
área. Mientras que otras series pueden parecerse más a una historia de la doctrina, esta
serie tiene como objetivo incorporar ideas de la Escritura, teología histórica, filosofía,
etc., con el fin de producir una obra actualizada de teología sistemática. Aunque todos
los colaboradores de la serie son completamente evangélicos en su teología,
adhiriéndose a las doctrinas históricas ortodoxas de la iglesia, la serie en su conjunto
no pretende inclinarse hacia una forma de teología evangélica. No obstante, la mayoría
de los autores proceden de una perspectiva reformada. Sin embargo, se discuten
opciones alternativas evangélicas y no evangélicas.
En cuanto al estilo y al público al que se dirige, esta serie pretende basarse en lo
mejor de la erudición y, al mismo tiempo, ser comprensible tanto para el principiante
en teología como para el teólogo académico. Con eso en mente, los autores escriben
con un estilo claro, teniendo el cuidado de definir los términos técnicos que utilizan.
Finalmente, creemos que la teología sistemática no es sólo para el entendimiento.
Èsta debe aplicarse a la vida, y debe ser vivida. Como escribió Pablo a Timoteo, Dios
ha dado la revelación divina para muchos propósitos, incluidos los que requieren hacer
teología, pero la razón última para dar la revelación y para que los teólogos hagan
teología, es que el pueblo de Dios esté capacitado para toda buena obra (2 Tim. 3:16-
17). A la luz de la necesidad de que la teología se conecte con la vida, cada uno de los
colaboradores no sólo formula doctrinas, sino que también explica cómo esas doctrinas
se aplican prácticamente a la vida cotidiana.
Es nuestro más sincero deseo que el trabajo que hemos realizado en esta serie
glorifique y agrade a Dios, en primer lugar, y, en segundo lugar, instruya y edifique al
pueblo de Dios. Que Dios se complazca en usar esta serie para esos fines, y que le
bendiga ricamente a medida que lee los frutos de nuestro trabajo.
John S. Feinberg
Editor General
19
PREFACIO
21
Prefacio
22
ABREVIATURAS
23
Dios Encarnado
INTRODUCCIÓN
1
Jaroslav Pelikan, Jesus through the Centuries: His Place in the History of Culture (New Haven, CT: Yale
University Press, 1999), 1.
2
Este término es tomado de Kevin J. Vanhoozer, «Exegesis and Hermeneutics», en NDBT, 52-64.
3
A menos que se indique lo contrario, todas las citas de las Escrituras están tomadas de la Reina Valera 1960.
25
Introducción
único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado» (Jn. 17:3). Y los apóstoles
de Jesús estuvieron de acuerdo en que él es el punto central y el cumplimiento del plan
de revelación y redención de Dios. El libro de los Hebreos comienza enfatizando la
superioridad y finalidad de la autorevelación de Dios en su Hijo: «Hace mucho tiempo,
en muchas ocasiones y de muchas maneras, Dios habló a nuestros padres por medio de
los profetas, pero en estos últimos días nos ha hablado por medio de su Hijo» (Heb.
1:1-2a). En Efesios, Pablo explica que, en Cristo, Dios ha dado a conocer su voluntad
eterna, «que expuso en Cristo como plan para la plenitud de los tiempos, para unir en
él todas las cosas, las del cielo y las de la tierra» (Ef. 1:9-10).
La figura más importante en la plenitud de la obra de Dios, es la persona de
Jesucristo. Pablo puede incluso describir la importancia de Cristo en términos de su
preeminencia cósmica: «Porque en él fueron creadas todas las cosas, en el cielo y en la
tierra, visibles e invisibles, ya sean tronos, dominios, poderes o autoridades; todo fue
creado por medio de él y para él. Y él es antes de todas las cosas, y en él todas las
cosas subsisten» (Col. 1:16-17).
La importancia de la persona de Cristo, además, sitúa a la cristología en el centro
de toda reflexión y formulación teológica. Como Herman Bavinck nos recordó tan
acertadamente hace un siglo en su magistral Reformed Dogmatics, «La doctrina de
Cristo no es el punto de partida, pero ciertamente es el punto central de todo el sistema
dogmático. Todos los demás dogmas se preparan para ella o se deducen de ella. En
ella, como corazón de la dogmática, late toda la vida ético-religiosa del cristianismo.
Es “el misterio de la piedad” (1 Tim. 3:16)».4 La idea de un punto central no crea una
jerarquía doctrinal, sino que confiesa que todas las cuestiones teológicas encajan según
el patrón de las Escrituras. Como nos dice J. I. Packer, la teología cristiana debe verse
como «un organismo, una unidad de partes interrelacionadas, un círculo en el que todo
se relaciona con todo lo demás».5 Y en el centro de ese círculo se encuentra la
disciplina de la cristología, el estudio de la persona de Cristo. Por ello, Packer nos
ofrece otra metáfora acertada: «La cristología es el verdadero eje en torno al cual gira
la rueda de la teología, y al que deben anclarse correctamente todos sus radios
separados para que la rueda no se doble».6 Debemos esperar, pues, que cuando la
formulación teológica malinterprete o distorsione la identidad de Cristo, todo el
conjunto de convicciones teológicas relacionadas acabe por contorsionarse o
derrumbarse por completo. Las convicciones más distintivas del cristianismo histórico
están decisivamente moldeadas y determinadas por una comprensión adecuada de la
identidad de Cristo.7 Por ejemplo, la doctrina de la Trinidad, el rasgo distintivo de la
visión cristiana de Dios, se desarrolló porque la Iglesia afirmó correctamente la
encarnación de Cristo desde el cielo, su condición y Señorío, y su relación con el Padre
y el Espíritu Santo. En cuanto a la doctrina de la humanidad, el cristianismo histórico
enseña que no podemos comprender plenamente quiénes somos sin la identidad de
Cristo como Hijo y verdadera imagen de Dios, su encarnación en nuestra humanidad,
su vida como último Adán y su crucifixión y resurrección por nosotros. Y la doctrina
de la expiación sitúa a Cristo en la cruz en el centro de la obra del Dios trino para
4
Herman Bavinck, Sin and Salvation in Christ, vol. 3 de Reformed Dogmatics, ed. John Bolt, trad. John Vriend
(Grand Rapids, MI: Baker Academic, 2006), 274.
5
J. I. Packer, «Uniqueness of Jesus Christ» Churchman 92/2 (1978): 110.
6
J . I. Packer, «Jesus Christ the Lord» en The J. I. Packer Collection, comp. Alister McGrath (Downers Grove, IL:
InterVarsity Press, 1999), 151.
7
Ibid.
26
Dios Encarnado
redimir a la humanidad. En su obra clásica The Cross of Christ, John Stott argumenta
que para comprender plenamente el lenguaje bíblico relativo a la muerte de Cristo es
necesario llegar a conclusiones correctas sobre la persona de Cristo.8 Después de
analizar una serie de opciones, Stott concluye que la enseñanza central de la sustitución
penal está arraigada en la identidad propia de Cristo:
8
John Stott, The Cross of Christ (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 1986), 149–163.
9
Ibid. 160.
10
Harold A. Netland, Dissonant Voices: Religious Pluralism and the Question of
Truth (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1991), 235.
27
Introducción
11
A lo largo de este trabajo, utilizo garantía/garantizado en el sentido de proporcionar fundamentos, es decir,
razones para creer lo que decimos sobre quién es Jesús y la identidad de su persona.
28
Dios Encarnado
Testamento. Para que la cristología de hoy tenga una justificación bíblica, lo que la
Biblia dice sobre Jesucristo debe interpretarse y entenderse de acuerdo con esta
estructura autoritaria. En el capítulo 3 se describe la estructura redentora y pactual de
las Escrituras y se sitúa la identidad de Jesús dentro de esa línea argumental. Partiendo
de la línea argumental de la Biblia, el capítulo 4 esbozará la presentación general de
Cristo en la Biblia, considerando la autocomprensión de Jesús de quién es y cómo sus
apóstoles lo identifican según sus palabras y obras. El capítulo 5 explorará los datos
bíblicos relativos a la deidad de Cristo, mientras que el capítulo 6 explorará la plena
humanidad de Cristo centrándose en la presentación bíblica de la encarnación y la
justificación de que Dios Hijo añadiera a sí mismo una naturaleza humana y se
convirtiera así en el hombre Cristo Jesús.
Después de establecer la justificación bíblica de la cristología, en la Parte III
desarrollaremos la garantía eclesiológica. La Escritura por sí sola tiene autoridad
magisterial, pero la comprensión de la Iglesia de la Escritura a lo largo de la historia
tiene autoridad ministerial para nosotros hoy. En el capítulo 7 se examinará la época
que va desde el primer siglo hasta el Concilio de Nicea y se investigarán los problemas
y las herejías que crearon por primera vez la necesidad de una cristología ortodoxa. El
capítulo 8 explorará los desarrollos cristológicos entre Nicea y el Concilio de
Calcedonia, mientras que el capítulo 9 describirá los desarrollos posteriores a
Calcedonia que establecen una cristología ortodoxa recibida.
En la Parte IV concluiremos nuestra investigación desarrollando una articulación
contemporánea de la cristología clásica para los evangélicos de hoy. Los capítulos 10-
12 abordan los desafíos contemporáneos a la cristología ortodoxa por parte de lo que se
conoce como cristología kenótica. Después de criticar la cristología kenótica por no
proporcionar una cristología «más nueva», «mejor» y más fiel en contraste con la
formulación «más antigua», los capítulos 13-14 describirán y defenderán una
cristología clásica para los evangélicos de hoy.
Con esa guía ante nosotros, pasaremos ahora a la gloriosa pero aleccionadora tarea
de pensar en la identidad de nuestro Señor Jesucristo. Aunque la tarea es formidable,
dada su importancia debe hacerse de nuevo para cada generación. El presente trabajo
sólo puede servir de introducción, pero mi objetivo es examinar los componentes
cruciales de una cristología evangélica sólida para la iglesia de hoy. Mi objetivo final
no es sólo exponer los datos bíblicos que fundamentan la cristología de la iglesia,
pensar en cómo la iglesia ha formulado la cristología en el pasado y luchar con las
cristologías evangélicas actuales; también quiero proceder de tal manera que seamos
conducidos de nuevo a conocer a Jesucristo y a reivindicarlo como realmente es, el
Señor de la Gloria quien es la vida eterna.
29
PARTE I
33
Parte I Garantía epistémica para la Cristología actual
CAPÍTULO 1
CRISTOLOGÍA CONTEMPORÁNEA
Jesús de Nazaret ha sido y sigue siendo un enigma para mucha gente. A pesar de que
ha sido la figura dominante en la historia de la cultura occidental durante casi veinte
siglos, la mayoría de la gente sigue confundida respecto a su identidad. Un famoso
poema intentó una vez captar algo del enigma y la importancia de Jesús:
1
Citado en George Gallup Jr. y George O'Connell, Who Do Americans Say That I Am? (Filadelfia: Westminster,
1986), 14-15. El poema es una adaptación de James Allan Francis, The Real Jesus, and Other Sermons (Philadelphia:
Judson, 1926).
35
Cristología contemporánea
2
Para un análisis útil de algunas de estas opiniones actuales sobre Jesús, véase N. T. Wright, Who Was Jesus?
(Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1992); Gregory A. Boyd, Cynic, Sage, or Son of God? (Wheaton, IL: Victor, 1995); Ben
Witherington III, The Jesus Quest: The Third Search for the Jew of Nazareth, 2a ed. (Downers Grove, IL: InterVarsity
Press, 1997).
3
Gallup y O’Connell, Who Do Americans Say That I Am?, 41–59.
4
Stephen Clark, «Introduction» en The Forgotten Christ: Exploring the Majesty and Mystery of God Incarnate, ed.
Stephen Clark (Nottingham: Apollos, 2007), 9.
36
Parte I Garantía epistémica para la Cristología actual
5
John Frame, The Doctrine of the Knowledge of God (Phillipsburg, NJ: P&R, 1987), 76–88.
6
David F. Wells, Above All Earthly Pow'rs: Christ in a Postmodern World (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 2005),
5. Wells desarrolla este argumento aquí (véase ibíd., 60-262). Pero también ha expuesto puntos similares en sus tres
libros anteriores, que reflexionan sobre la intersección de la teología con la cultura contemporánea: ídem, No Place for
Truth, o Whatever Happened to Evangelical Theology? (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1993); ídem, God in the
Wasteland: The Reality of Truth in a World of Fading Dreams (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1994); ídem, Losing Our
Virtue: Why the Church Must Recover Its Moral Vision (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1999).
7
«Pluralismo filosófico» puede significar diferentes cosas. Utilizo el término (junto con el de «pluralismo
religioso») de la misma manera que D. A. Carson, quien lo utiliza como un término general para captar la idea de que
«cualquier noción de que una determinada afirmación ideológica o religiosa es intrínsecamente superior a otra es
necesariamente errónea. El único credo absoluto es el credo del pluralismo. Ninguna religión tiene derecho a declararse
correcta o verdadera, y otras falsas, o incluso (según la opinión de la mayoría) relativamente inferiores» (D. A. Carson,
The Gagging of God: Christianity Confronts Pluralism [Grand Rapids, MI: Zondervan, 1996], 19).
8
Wells, Above All Earthly Pow’rs, 6–12.
9
Peter L. Berger, The Sacred Canopy: Elements of a Sociological Theory of Religion (Garden City, NY:
Doubleday, 1967); cf. Robert Wuthnow, Rediscovering the Sacred: Perspectives on Religion in Contemporary Society
(Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1992), 9–35.
37
Cristología contemporánea
En la primera etapa no había ninguna explicación rival para ninguna realidad —para
la vida, para el pasado, para el presente o para el futuro— que no fuera el
cristianismo. Pero ahora es todo lo contrario. Ahora no sólo existen alternativas a la
cosmovisión bíblica, sino que estas alternativas se declaran superiores. De hecho, si
la ausencia de creencia era una rareza en la primera etapa —tanto que se
consideraba excéntrica e incluso peligrosa— en esta tercera etapa es el teísmo el que
se considera excéntrico y peligroso.11
Si profeso con la voz más alta y la exposición más clara cada porción de la verdad
de Dios, excepto precisamente ese pequeño punto que el mundo y el diablo están
atacando en ese momento, no estoy confesando a Cristo, por más que lo esté
profesando audazmente. Donde se libra la batalla, allí se demuestra la lealtad del
solícito, y estar firme en todo el frente de batalla además, no es más que una huida y
una desgracia si flaquea en ese punto.12
10
Charles Taylor, A Secular Age (Cambridge, MA: Belknap, 2007).
11
R. Albert Mohler Jr., Atheism Remix: A Christian Confronts the New Atheists (Wheaton, IL: Crossway, 2008), 37.
12
Citado en Francis A. Schaeffer, No Final Conflict, en A Christian View of the Bible as Truth, vol. 2 de The
Complete Works of Francis A. Schaeffer: A Christian Worldview, 2nd ed. (Wheaton, IL: Crossway, 1985), 122. Hay
una disputa legítima sobre si esto lo dijo realmente Lutero. En cualquier caso, se trata de un punto importante y es la
verdad de la afirmación lo que estoy enfatizando.
38
Parte I Garantía epistémica para la Cristología actual
13
Para una discusión de estas dos tendencias en la cristología, véase Carson, Gagging of God, 315-317.
14
Para el uso del término «real», véase Robert B. Strimple, The Modern Search for the Real Jesus: An Introductory
Survey of the Historical Roots of Gospels Criticism (Phillipsburg, NJ: P&R, 1995).
15
Francis Watson, «Veritas Christi: How to Get from the Jesus of History to the Christ of Faith without Losing
One’s Way», en Seeking the Identity of Jesus: A Pilgrimage, ed. Beverly Roberts Gaventa y Richard B. Hays (Grand
Rapids, MI: Eerdmans, 2008), 98.
39
Cristología contemporánea
16
Ibid.
17
Ibid., 99.
18
Para una discusión de este punto, véase A. T. B. McGowan, «Affirming Chalcedon», en Forgotten Christ, 39-40.
19
A nivel popular, este enfoque crítico se encuentra en Dan Brown, The Da Vinci Code: A Novel (Nueva York:
Doubleday, 2003). Para tratamientos más eruditos, véase Albert Schweitzer, The Quest of the Historical Jesus: A
Critical Study of Its Progress from Reimarus to Wrede, trad. William Montgomery (Nueva York: Macmillan, 1968);
James C. Paget, «Quests for the Historical Jesus», en The Cambridge Companion to Jesus, ed. Markus Bockmuehl, y en
el libro «The Historical Jesus: A Critical Study of Its Progress from Reimarus to Wrede». Markus Bockmuehl,
Cambridge Companions to Religion (Cambridge, NY: Cambridge University Press, 2001), 138-155; Colin Brown,
Jesus in European Protestant Thought, 1778-1860 (Grand Rapids, MI: Baker, 1985); Alister E. McGrath, The Making
of Modern German Christology, 1750-1990, 2nd ed., (Eugene, OR: Wipf & Stock, 2005); Witherington, The Jesus
Quest; James Beilby y Paul Eddy, eds: Five Views (Downers Grove, IL: IVP Academic, 2009).
40
Parte I Garantía epistémica para la Cristología actual
período de la Ilustración hasta el siglo XX.20 Los siete autores tenían una doble tesis:
en primer lugar, el Jesús real, histórico, no era el Jesús de la Biblia, sino un simple
hombre aprobado por Dios para desarrollar un papel especial; en segundo lugar, la
concepción ortodoxa de Jesús como Dios Hijo encarnado es una forma mitológica de
expresar su valor último para nosotros.21 La categoría de mito se empleó para explicar
que el lenguaje de las Escrituras sobre la encarnación formaba parte de una «historia
compuesta con el propósito de comunicar una verdad»,22 no para la afirmación de la
realidad histórica.23 Desgraciadamente, los autores argumentaron que la Iglesia pasó
por alto el mito e interpretó el lenguaje bíblico en el sentido de que Dios Hijo se
encarnó literalmente. Pero cualquier visión creíble de Jesús en la actualidad debe
rechazar las anacrónicas categorías metafísicas de Calcedonia como resultado de una
forma de pensar anticuada.
Entre 1985 y 1991, unos doscientos eruditos del Nuevo Testamento se reunieron en
Estados Unidos dos veces al año como el Seminario de Jesús.24 El Seminario se reunió
para determinar cuáles de los aproximadamente quinientos dichos atribuidos a Jesús en
el Nuevo Testamento fueron realmente pronunciados por el Jesús histórico, y cuáles
fueron posteriormente «puestos en su boca» por la comunidad cristiana.25
Finalmente, el Seminario llegó a la conclusión de que el 82% de las palabras
atribuidas a Jesús nunca fueron pronunciadas por él. Lo que es más significativo para
nuestros propósitos, los participantes se basaron en el Evangelio no canónico y
apócrifo de Tomás y en sus propias reconstrucciones históricas para concluir que Jesús
era principalmente un predicador considerado por las autoridades de su época como un
subversivo político, lo que finalmente le llevó a la muerte.26 En pocas palabras,
20
John Hick, ed., The Myth of God Incarnate (Philadelphia: Westminster, 1977).
21
Hubo varias respuestas al libro. Para una respuesta positiva, véase Michael Goulder, ed., Incarnation and Myth:
The Debate Continued (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1979); para una respuesta crítica, véase Michael Green, ed., The
Truth of God Incarnate (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1977).
22
David F. Wells, The Person of Christ: A Biblical and Historical Analysis of the Incarnation (Westchester, IL:
Crossway, 1984), 1.
23
La noción de mito no es exclusiva de estos autores; tiene sus raíces en la obra de varias personas, pero sobre todo
en la de David Strauss (1808-1874). En 1835, Strauss escribió The Life of Jesus, Critically Examined, en la que
introdujo la noción de mito en la crítica de los Evangelios (para una publicación reciente, véase David Strauss, The Life
of Jesus, Critically Examined, ed. Peter Hodson, trad. George Eliot, Lives of Jesus Series [Philadelphia: Fortress,
1972]). Para Strauss, los Evangelios no son descripciones de acontecimientos que ocurrieron realmente; son mitos, i.e.,
una categoría literaria aplicada a los Evangelios como narraciones completas. Strauss siguió el ejemplo de Georg Hegel,
quien sostenía que la religión del cristianismo era un paso en el desarrollo de los seres humanos que expresaban las
ideas universales de la filosofía de forma simbólica. En este sentido, los mitos son una forma de comunicación
adecuada para los seres humanos en una etapa anterior de nuestro desarrollo, pero algo que debemos superar
desmitificando las verdades del cristianismo y demostrando mediante el análisis filosófico que los Evangelios son
simplemente representaciones imperfectas de las Ideas eternas de la razón. Aplicado a la cristología, el concepto de
Dios-hombre es importante, no porque la encarnación haya ocurrido literalmente, sino porque la Idea entró en el
mundo. De este modo, el mito de la encarnación sólo puede considerarse verdadero si se ve como un símbolo de la
verdad relativa a los seres humanos en su conjunto, no como la vida real de un hombre individual.
24
La bibliografía sobre el Seminario de Jesús es innumerable. Para una útil visión general y crítica del mismo,
véase Michael J. Wilkins y J. P. Moreland, editores, Jesus Under Fire: Modern Scholarship Reinvents the Historical
Jesus (Grand Rapids, MI: Zondervan, 1995); véase también Craig A. Evans, Fabricating Jesus: How Modern Scholars
Distort the Gospels (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 2006); James R. Edwards, Is Jesus the Only Savior?
(Grand Rapids, MI: Eerdmans, 2005), 23-32; Witherington, Jesus Quest, 42-57.
25
Para una declaración sobre este propósito de investigación histórica, véase Marcus J. Borg, Jesus in
Contemporary Scholarship (Valley Forge, PA: Trinity Press, 1994), 162.
26
Para una evaluación del Evangelio de Tomás, véase Darrell L. Bock y Daniel B. Wallace, Dethroning Jesus:
Exposing Popular Culture's Quest to Unseat the Biblical Christ (Nashville: Thomas Nelson, 2007); Evans, Fabricating
Jesus.
41
Cristología contemporánea
27
El lenguaje de la «desmitologización» proviene de Rudolf Bultmann, New Testament and Mythology and Other
Basic Writings, ed. y trad. Schubert Miles Ogden (Filadelfia: Fortress, 1984); ídem, Jesus Christ and Mythology, The
Scribner Library (Nueva York: Scribner, 1958).
28
Véase, por ejemplo, John Dominic Crossan, Jesus: A Revolutionary Biography (San Francisco: Harper, 1994);
ídem, The Historical Jesus: The Life of a Mediterranean Jewish Peasant (San Francisco: Harper, 1991).
29
Véase Robert W. Funk, «The Coming Radical Reformation: Twenty-one Theses», The Fourth R 11/4 (julio-
agosto de 1998), http://www.westarinstitute.org/resources/the-fourth-r/the-coming-radical-reformation/, consultado el
19 de mayo de 2015.
30
La mayoría de las conclusiones eran la continuación y culminación de la teología liberal clásica, sobre la cual
véase Stanley Grenz y Roger Olson, Twentieth-Century Theology: God and the World in a Transitional Age (Downers
Grove, IL: InterVarsity Press, 1992), 51-62. En cuanto a la popularidad del Seminario de Jesús en particular, James
Edwards hace un comentario astuto: «Lo novedoso del Seminario de Jesús no es su baja opinión sobre la fiabilidad
histórica de los Evangelios. Nuestra revisión de la erudición bíblica crítica desde la Ilustración, especialmente en sus
formas más radicales, revela que se ha llegado a conclusiones similares durante los últimos dos siglos y medio. La
novedad del Seminario consiste más bien en su pericia en materia de relaciones públicas y en su habilidad para el
marketing. El Seminario de Jesús ha hecho un recorrido por el secuestro del gremio de eruditos bíblicos y ha convertido
a Jesús en un acontecimiento mediático en los programas de entrevistas de televisión y en los especiales de Navidad y
Pascua» (Edwards, Is Jesus the Only Savior?, 26).
31
Véase Carson, Gagging of God, 316. Carson sostiene que «la mera multiplicidad de reconstrucciones
ostensiblemente “históricas” ha erosionado con el tiempo la confianza en las formulaciones cristológicas tradicionales.
Con la confianza erosionada, el escenario está preparado para construir cualquier cristología que parezca necesaria para
alinearse con las prioridades del momento. Por el momento, esas prioridades resultan ser lo que se percibe como un
avance del pluralismo» (ibíd.).
32
Para «correlativo del pluralismo», véase ibíd., 37. Carson no describe la investigación histórica de Jesús como un
correlativo del pluralismo; más bien, estoy empleando su categoría y sacando mi propia conclusión.
42
Parte I Garantía epistémica para la Cristología actual
histórico hace que el pluralismo sea más plausible porque los supuestos críticos a
menudo conducen a una negación de la confesión bíblica e histórica de la singularidad
de Jesús como el Verbo hecho carne y el único Señor y Salvador. Como efecto, la
investigación histórica de Jesús fluye naturalmente de un paradigma que asume el
pluralismo filosófico y luego se pregunta «qué tipo de cristología sería necesaria, o qué
tipo de cambios habría que introducir en la cristología tradicional, con el fin de encajar
lo “dado” de ese pluralismo».33
Aunque se podría decir mucho sobre el paradigma del pluralismo en sí mismo,
podemos centrarnos aquí en su estatus como un compromiso previo que afecta a la
forma de abordar la cristología. A este respecto, uno de los mejores ejemplos es la obra
de John Hick.34 Obtenemos una idea de su compromiso previo con el pluralismo a
partir del argumento de Hick donde «aquellos que han llegado a ver las grandes
religiones y culturas del mundo, incluido el cristianismo, como formas diferentes pero
(hasta donde podemos decir) más o menos igualmente valiosas de respuesta a lo
trascendente, se inclinan a interpretar la evidencia de los orígenes cristianos de manera
diferente».35 Reconoce, con razón, que una cristología tradicional basa sus creencias
«en la superioridad de la cristiandad encarnada en la Iglesia y en la civilización
occidental».36 Y, como observa Harold Netland, la superioridad del cristianismo se
basa en la afirmación histórica de la Biblia de que Dios Hijo se encarnó: «Si Jesús era
realmente el Dios creador eterno hecho hombre, entonces resulta muy difícil tratar a
Jesús, el Nuevo Testamento y la fe cristiana como si estuvieran al mismo nivel que los
fenómenos de otras tradiciones religiosas. Parecería haber algo intrínsecamente
superior y normativo, por decir lo mínimo, acerca de Jesús y la fe cristiana».37 Sin
embargo, el compromiso previo de Hick con el pluralismo (por varias razones),38 le
compromete con un enfoque diferente de la Biblia que le lleva a conclusiones
divergentes sobre la identidad de Cristo.
Por ejemplo, en lo que respecta a la unicidad y exclusividad de Cristo, Hick afirma
que «a la luz de nuestro conocimiento acumulado de las otras grandes religiones del
mundo, [el exclusivismo cristiano] se ha vuelto inaceptable para todos, excepto para
una minoría de dogmáticos acérrimos. Porque entra en conflicto con nuestro concepto
33
Ibid., 316.
34
Para ejemplos, véase John Hick, «Jesus and the World Religions», en Myth of God Incarnate, 167-185; ídem,
God Has Many Names (Philadelphia: Westminster, 1982); ídem, «An Inspirational Christology for a Religiously Plural
World», en John B. Cobb et al., Encountering Jesus: A Debate on Christology, ed. Stephen T. Davis (Atlanta: John
Knox, 1988), 5–38; idem, The Metaphor of God Incarnate: Christology in a Pluralistic Age, 2nd ed. (Louisville:
Westminster John Knox, 2006); idem, «A Pluralist View» en John Hick et al., Four Views on Salvation in a Pluralistic
World, ed. Dennis L. Okholm y Timothy R. Phillips, Counterpoints (Grand Rapids, MI: Zondervan, 1996), 27–59; John
H. Hick y Paul F. Knitter, eds. The Myth of Christian Uniqueness: Toward a Pluralistic Theology of Religions
(Maryknoll, NY: Orbis, 1987).
35
Hick, Metaphor of God Incarnate, 175.
36
Ibid.
37
Harold A. Netland, Dissonant Voices: Religious Pluralism and the Question of Truth (Grand Rapids, MI:
Eerdmans, 1991), 242.
38
Otras razones que Hick y otros pluralistas religiosos aducen para su compromiso con el pluralismo son: (1) una
comprensión tradicional de Cristo es incoherente; (2) no hay nada único en la Biblia; (3) la gran diversidad de
religiones en el mundo, el vínculo entre etnia y religión, la falta de éxito misionero en otras culturas y la similitud de
todas las religiones en cuanto a su visión básica de la vida son pruebas de que la adopción de una religión tiene más que
ver con la educación y la cultura de uno que con su veracidad; (4) el universo es religiosamente neutral, es decir,
ninguno de los argumentos a favor de una religión en particular es especialmente convincente, e incluso tratar de
argumentar tal cosa es inverosímil dado nuestro limitado conocimiento del universo. Para un debate útil sobre el reto
del pluralismo para la Iglesia, véase J. Andrew Kirk y Kevin J. Vanhoozer, eds., To Stake a Claim: Mission and the
Western Crisis of Knowledge (Maryknoll, NY: Orbis, 1999).
43
Cristología contemporánea
de Dios, que hemos recibido de Jesús, como el amoroso Padre celestial de toda la
humanidad; ¿podría tal Ser haber restringido la posibilidad de salvación a aquellos que
casualmente han nacido en ciertos países en ciertos periodos de la historia?»39 La única
alteración a esta impensable conclusión es modificar la comprensión ortodoxa de la
cristología para reflejar lo dado filosóficamente por el pluralismo:
Nuestra confusión actual con respecto a la identidad de Cristo tiene una larga historia
que se entiende mejor si se observan los puntos de inflexión que alejaron el
pensamiento y la teología de la cristología ortodoxa.
39
Hick, God Has Many Names, 27.
40
Hick, Metaphor of God Incarnate, 176.
41
Véase Francis A. Schaeffer, The God Who Is There, in The Francis A. Schaeffer Trilogy: The Three Essential Books in
One Volume (Wheaton, IL: Crossway, 1990); idem, Escape from Reason, en Francis A. Schaeffer Trilogy; idem, How
Should We Then Live? The Rise and Decline of Western Thought and Culture, L’Abri 50th anniversary ed. (Wheaton,
IL: Crossway, 2005).
44
Parte I Garantía epistémica para la Cristología actual
42
Véase, por ejemplo, W. Andrew Hoffecker, «Enlightenments and Awakenings: The Beginnings of Modern
Culture Wars», en Revolutions in Worldview: Understanding the Flow of Western Thought, ed. W. Andrew Hoffecker
(Phillipsburg, NJ: P&R, 2007), 240-280; cf. John D. Woodbridge, «Some Misconceptions of the Impact of the
Enlightenment on the Doctrine of Scripture», en Hermeneutics, Authority, and Canon, ed. D. A. Carson y John D.
Woodbridge. (Grand Rapids, MI: Zondervan, 1986), 241-270.
43
McGrath, Making of Modern German Christology, 14.
45
Cristología contemporánea
44
Immanuel Kant, «What Is Enlightenment?» citado en Hoffecker, «Enlightenments and Awakenings» 265.
45
McGrath hace esta misma observación, señalando que la Edad Media fue tanto una «Edad de la Razón» como la
Ilustración (McGrath, Making of Modern German Christology, 15). Sin embargo, «la diferencia crucial radicaba en la
manera en que se utilizaba la razón y en los límites que se entendía que se le imponían. La mayoría de los teólogos
medievales insistieron en que había un conjunto de verdades reveladas a las que la razón humana no podía acceder»
(ibíd.). Sobre la distinción entre el uso ministerial y magistral de la razón, véase William Lane Craig, «Classical
Apologetics», en William Lane Craig et al. Five views on Apologetics Stanley N. Gundry y Steven B. Cowan (Grand
Rapids, MI: Zondervan, 2000), 36-38.
46
Stanley J. Grenz, A Primer on Postmodernism (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1996), 62.
47
Scott Amos, «The Reformation as a Revolution in Worldview» en Revolutions in Worldview, 207.
48
Hans W. Frei, The Eclipse of Biblical Narrative: A Study in Eighteenth and Nineteenth Century Hermeneutics
(New Haven, CT: Yale University Press, 1974), 17-50.
49
Para un mayor tratamiento de estos puntos, véase Kevin J. Vanhoozer, Biblical Narrative in the Philosophy of
Paul Ricoeur: A Study in Hermeneutics and Theology (Cambridge: Cambridge University Press, 1990); ídem, First
Theology: God, Scripture, and Hermeneutics (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 2002), 207-235.
46
Parte I Garantía epistémica para la Cristología actual
la identidad de Cristo: «el Jesús del que hablan [los Evangelios] se identifica al
máximo con Jesús tal y como era en realidad. Si el Jesús que describe Juan convierte el
agua en vino y habla de sí mismo como la luz del mundo, entonces también lo hizo el
propio Jesús: el texto es una ventana a la realidad histórica».50
Del mismo modo, los reformadores basaron la verdad y el conocimiento objetivos
en el plan global de Dios y argumentaron que, como portadores de una imagen,
llegamos a conocer la verdad razonando a partir de la revelación divina (tanto general
como especial). Los reformadores, por tanto, hicieron hincapié en una epistemología
reveladora en la que el uso ministerial de la razón servía a la teología bajo la
autoridad de las Escrituras. La Biblia es la lente con la que interpretamos
correctamente a Dios, al ser y al mundo: la palabra de Dios nos da un verdadero
(aunque no exhaustivo) «punto de vista de Dios». Sin esta revelación, la subjetividad
humana nos ciega a la verdad, y la objetividad de la verdad se vuelve cuestionable
como base de la teología. Para los reformadores, la criatura humana nunca es
autónoma, ni metafísica ni metodológicamente.51 Juan Calvino destaca este orden de
ser y conocer en sus Institutos, donde demuestra que sin el conocimiento de Dios no
hay conocimiento de sí mismo.52
Esta relación entre el conocimiento de Dios y el conocimiento de sí mismo es tal
vez el mejor punto para comenzar nuestro contraste con el pensamiento de la
Ilustración. En el «giro hacia el sujeto» de filósofos de la Ilustración como René
Descartes e Immanuel Kant, la máxima de Calvino se invirtió: «No hay conocimiento
de Dios sino a través del conocimiento de sí mismo».53 Este giro dio a la subjetividad
humana un estatus fundacional no sólo para la teología sino también para la
epistemología en general. Y esta sección sostiene que el cambio de la Ilustración de
una epistemología reveladora a una epistemología racional creó una revolución en la
filosofía, la ciencia, la religión y la hermenéutica que hizo que la comprensión
ortodoxa de Jesús desde la iglesia primitiva y los credos fuera simplemente increíble e
incoherente.
50
Watson, «Veritas Christi», 99.
51
Para este punto, véase Kevin J. Vanhoozer, «Human Being, Individual and Social», en The Cambridge
Companion to Christian Doctrine, ed. Colin E. Gunton (Cambridge: Cambridge University Press, 1997), 158-159.
52
Véase Juan Calvino, Institutes of the Christian Religion, 2 vols. John T. McNeill, trad. Ford Lewis Battles
(Filadelfia: Westminster, 1960), 1:35.
53
Vanhoozer, «Human Being, Individual and Social», 159. En la frase «volver al sujeto», el sujeto es el sujeto
humano. Esta es otra forma de hablar del proyecto de la Ilustración, que pretendía hacer del sujeto humano la norma en
el juicio epistemológico en lugar de Dios y su revelación.
54
Sobre el humanismo como movimiento intelectual, véase James A. Herrick, The Making of the New Spirituality:
The Eclipse of the Western Religious Tradition (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 2003), 49-54; véase también
Carl Trueman, «The Renaissance», en Revolutions in Worldview, 178-205.
55
Grenz, Primer on Postmodernism; cf. Hoffecker, «Enlightenments and Awakenings».
47
Cristología contemporánea
a. La revolución en la filosofía
56
«Enlightenments and Awakenings» 241.
57
Grenz, Primer on Postmodernism, 63.
58
McGrath, Making of Modern German Christology, 20.
59
Ibídem, 21. McGrath ilustra este punto con Herman Reimarus en Alemania y los philosophes en Francia. Ambos
pusieron la razón por encima de la revelación e introdujeron un espíritu crítico que llevó a la reconstrucción de la
cristología.
60
Mi presentación es deudora de Grenz, Primer on Postmodernism, 63-67.
61
Hoffecker, «Enlightenments and Awakenings» 254.
48
Parte I Garantía epistémica para la Cristología actual
62
Ibid.
63
El racionalismo continental se identifica con Descartes (1596-1650), Spinoza (1632-1677) y Leibniz (1646-
1716); el empirismo británico se identifica con Locke (1632-1704), Berkeley (1685-1753) y Hume (1711-1776).
64
Véase e.g., Nicholas Wolterstorff, Reason within the Bounds of Religion, 2nd ed. (Grand Rapids, MI: Eerdmans,
1988); Alvin Plantinga y Nicholas Wolterstorff, eds., Faith and Rationality: Reason and Belief in God (Notre Dame,
IN: University of Notre Dame Press, 1983); John S. Feinberg, Can You Believe It’s True? Christian Apologetics in a
Modern and Postmodern Era (Wheaton, IL: Crossway, 2013), 37–76, 143–194.
49
Cristología contemporánea
b. La revolución en la ciencia
50
Parte I Garantía epistémica para la Cristología actual
metafísica y la teología: «si esta forma de obtener conocimiento sobre el universo tenía
tanto éxito, ¿por qué no aplicar el mismo método al conocimiento de Dios?»70
A este respecto, Isaac Newton (1642-1727) ocupa un lugar destacado en la
Ilustración y más allá. Newton se interesó por cuestiones tanto teológicas como
científicas. Sin embargo, fue su visión del universo físico la que transformó el
pensamiento de la época. El universo de Newton era el de una gran máquina ordenada;
sus movimientos podían conocerse porque seguían ciertas leyes observables. Sin
embargo, aunque Newton era un teísta convencido, sus sucesores no lo eran.
Observaron el mismo universo ordenado, pero lo interpretaron según una visión del
mundo radicalmente diferente que separaba a Dios de su creación. Hoffecker observa
que «los discípulos de Newton se superaron a sí mismos al inventar metáforas para
redefinir el carácter del universo: una inmensa máquina o un reloj diseñado tan
sabiamente por un relojero que funciona por sí mismo sin intervención externa. La
naturaleza ya no era un organismo; ahora tenía una naturaleza mecánica y funcionaba
según las leyes de Newton».71
Esta visión mecanicista del mundo preparó el camino para el surgimiento del
deísmo y un enfoque más naturalista de la ciencia. Cuando se unió a la revolución de la
filosofía, se preparó el escenario para una creciente crítica de la teología ortodoxa. Se
mantuvo la creencia en «Dios», pero se rechazó la creencia en el Dios trino de las
Escrituras que crea, sostiene y actúa en el mundo para llevar a cabo su plan de
redención. Según el punto de vista deísta, si Dios actúa en el mundo, es únicamente
manteniendo los procesos naturales, las leyes de la naturaleza que estableció en primer
lugar; Dios no actúa de forma extraordinaria en el mundo. James Edwards resume el
resultado final de la revolución epistemológica en la mentalidad de la Ilustración:
c. La involución de la religión
70
James W. Sire, The Universe Next Door: A Basic Worldview Catalogue, 4th ed. (Downers Grove, IL:
InterVarsity Press, 1997), 47.
71
Hoffecker, «Enlightenments and Awakenings» 247.
72
Edwards, Is Jesus the Only Savior?, 13.
73
Sire, Universe Next Door, 45–58.
51
Cristología contemporánea
52
Parte I Garantía epistémica para la Cristología actual
2. La hermenéutica de la Ilustración
Por primera vez desde Constantino, la doctrina cristiana fue ridiculizada abiertamente
durante la Ilustración. No sólo los filósofos y los deístas comprometidos, sino también
los eruditos de la Biblia despreciaron el cristianismo ortodoxo. A finales del siglo
XVIII, se inició un análisis crítico de la Biblia, especialmente de los cuatro Evangelios,
que culminó con otro gran cambio en el cristianismo de la Reforma. Antes de esta
época, se reconocían las diferencias entre los Evangelios, pero se suponía que dichas
diferencias podían armonizarse. Sin embargo, con la revolución epistemológica en
marcha en la Ilustración, muchos abandonaron la actitud de confianza hacia la Biblia
como palabra de Dios y vieron las Escrituras con recelo. Estos hermetistas «ilustrados»
empezaron a criticar la fiabilidad de los Evangelios, centrándose en las dificultades de
los relatos de milagros y cuestionando el cumplimiento de las profecías, la forma en
que los autores del Nuevo Testamento utilizaron el Antiguo Testamento y las
discrepancias en las narraciones de los Evangelios. Muchos atribuyen el surgimiento
de esta «crítica bíblica» al trabajo de Richard Simon (1638-1712) y Baruch Spinoza
(1632-1677),81 pero dos de los críticos bíblicos más famosos y significativos del siglo
XVIII fueron Herman Reimarus (1694-1768) y Gotthold Lessing (1729-1781).82
Como argumenta C. Stephen Evans, Reimarus hizo avanzar la crítica bíblica a
través de dos supuestos sobre la Biblia: en primer lugar, trató los Evangelios «como
documentos históricos ordinarios, sin tomarlos como inspiración divina o
confiables»;83 en segundo lugar, se acercó al texto con sospecha, asumiendo que «para
saber lo que realmente sucedió hay que mirar a través de los textos y no tomarlos al pie
de la letra».84 Con estos supuestos, la distinción entre «Jesús histórico» y «Cristo de la
fe» comenzó. Y con esa distinción surgió un enfoque de la Escritura que la trata «como
81
Woodbridge, «Some Misconceptions of the Impact of the Enlightenment» 253–257.
82
McGrath, Making of Modern German Christology, 28–35; Strimple, Modern Search for the Real Jesus, 16–24;
Brown, Jesus in European Protestant Thought, 1778–1860, 1–55.
83
C. Stephen Evans, The Historical Christ and the Jesus of Faith: The Incarnational Narrative as History (Oxford:
Oxford University Press, 1996), 18.
84
Ibid.
53
Cristología contemporánea
cualquier otro libro»,85 y no como lo que pretende ser: la interpretación fiable del Jesús
histórico dada por Dios.
La contribución singular de Lessing al cambio en la cristología se produjo cuando
cuestionó el valor epistémico de la historia. Antes de la Ilustración, la Iglesia sostenía
que la identidad y el significado de Jesús se basaban en acontecimientos históricos
específicos, como su concepción virginal, sus milagros, su muerte y resurrección, y su
segunda venida. Todos estos acontecimientos dan testimonio de la singularidad de
Jesús. De hecho, la Iglesia sostenía que eran precisamente estos acontecimientos
históricos los que no sólo establecían su identidad única, sino que también
demostraban el significado universal de Jesús para todas las personas. Sin embargo,
tanto la singularidad como la universalidad del Jesús histórico fueron objeto de análisis
en la Ilustración a través de intérpretes como Lessing.
Lessing argumentó que la epistemología de la Ilustración insertó «una fea y amplia
zanja» entre los hechos particulares de la historia y las verdades universales de la
realidad.86 En la cristología, Lessing introdujo el problema de cómo empezar con la
presentación del Nuevo Testamento de Jesús como una figura histórica que vivió y
sirvió en un punto particular en el tiempo, y luego pasar a afirmar verdades sobre él
que tienen un significado universal para todas las personas y todos los tiempos. Para
Lessing y otros intérpretes de la Ilustración, un conocimiento de Dios mediado
históricamente es patentemente injusto, y las personas y los acontecimientos históricos
no pueden producir verdades universales: el «escándalo de la particularidad
histórica»87 es demasiado para superarlo. La Ilustración sólo permitía que la razón
proporcionara la base para establecer verdades necesarias y universales; las «verdades
accidentales de la historia nunca pueden convertirse en la prueba de las verdades
necesarias de la razón».88
Para Lessing, esta división insalvable —esta «zanja»— fue cavada tanto por la
cronología como por la metafísica. De acuerdo con la Iglesia, Lessing reconocía que
para conocer al Jesús histórico dependemos de los relatos escritos basados en el
testimonio de otros. Sin embargo, a diferencia de la Iglesia, cuestionó la exactitud
histórica de estos relatos. Lessing sostenía que el testimonio humano no puede hacer
creíble un acontecimiento pasado, a menos que tengamos una experiencia presente del
mismo tipo de acontecimiento. Así, al no tener experiencia de primera mano de la
resurrección, no deberíamos creer la clara afirmación del Nuevo Testamento de que
Jesús resucitó de entre los muertos, porque «se basa en la autoridad de otros, más que
en la autoridad de nuestra propia experiencia y reflexión racional sobre ella». 89
Además, Lessing argumentaba que el mismo testimonio que importa los hechos no
puede interpretarlos de forma fiable. Los relatos evangélicos, por tanto, no pueden
demostrar que Jesús es único o universalmente significativo porque los hechos
históricos son accidentales y contingentes, abiertos a una variedad de interpretaciones
85
Es una expresión tomada de Benjamin Jowett (1817-1893), que en un influyente artículo de Essays and Reviews
(1860) sostenía que la Biblia debía tratarse como cualquier otro libro y, por tanto, ser objeto de crítica.
86
G. E. Lessing, «On the Proof of the Spirit and Power» en Lessing’s Theological Writings, comp. y trad. Henry
Chadwick, A Library of Modern Religious Thought (Stanford, CA: Stanford University Press, 1956), 53, 55.
87
McGrath, Making of Modern German Christology, 32.
88
Lessing, «On the Proof of the Spirit and Power» 53.
89
McGrath, Making of Modern German Christology, 30. Con respecto a los milagros, por ejemplo, Lessing explica
que «dado que la verdad de estos milagros ha dejado de ser completamente demostrable por los milagros que aún
ocurren en la actualidad, ya que no son más que informes de milagros… Niego que puedan y deban atarme en lo más
mínimo a una fe en las otras enseñanzas de Jesús» (Lessing, «On the Proof of the Spirit and Power», 53-55).
54
Parte I Garantía epistémica para la Cristología actual
que, en última instancia, deben ser evaluadas únicamente por la razón tal y como la
concibió la Ilustración. Sencillamente, no tenemos ninguna justificación para sacar
conclusiones metafísicas a partir de los hechos históricos.
Reimarus y Lessing muestran el efecto del pensamiento ilustrado sobre cómo y por
qué interpretamos la Biblia. Fueron los más destacados entre los muchos que «dotaron
de legitimidad intelectual a la investigación crítica sobre los orígenes de la Biblia y la
vida de Jesús».90 Y con ese reconocimiento entre la élite, la crítica bíblica que
comenzó a surgir durante la Ilustración alcanzó un lugar destacado en la modernidad
posterior. Actualmente, el punto de partida de todos los estudios bíblicos es que la
Biblia no es fiable y, por tanto, está sujeta a una evaluación crítica. Evans lo expresa
«de forma clara y sencilla, ... nos hemos vuelto inseguros sobre si los acontecimientos
sucedieron, e inciertos sobre si podemos incluso saberlo».91
El surgimiento de una crítica bíblica general condujo a la norma y a las reglas de
un método histórico-crítico particular (como ha sido llamado). Los eruditos
desarrollaron y utilizaron diversas herramientas (e.g., la crítica de las fuentes, de la
forma y de la redacción) para someter las Escrituras, especialmente los Evangelios, a
un análisis histórico-crítico.92 El uso particular de estas herramientas difería, y algunos
eruditos eran menos escépticos de la historicidad de los documentos bíblicos que otros
(con lo que, irónicamente, los «resultados fiables de la erudición» no eran muy
fiables). Pero todos asumieron que los Evangelios no registran la historia con exactitud
y que el «Jesús histórico» no es el «Jesús de la Biblia». Se podría decir mucho sobre
los diversos métodos críticos empleados, pero lo que nos interesa aquí son los
supuestos que llevaron al desarrollo y uso de las diversas herramientas. Ningún sistema
de exégesis, incluyendo uno autoconscientemente crítico, puede proceder sin
presuposiciones; en cambio, dan por sentado supuestos filosóficos y/o teológicos
específicos.93
En su conjunto, el método histórico-crítico funciona sobre la base de tres principios
de la Ilustración: (1) el principio de la duda metodológica; (2) el principio de analogía;
y (3) el principio de correlación.94 El principio de la duda metodológica establece que
todos los juicios históricos (incluidos los bíblicos) son sólo declaraciones de
probabilidad y, como tales, están siempre abiertos a la duda, la crítica y la revisión.
Los dos siguientes principios funcionan conjuntamente para determinar la exactitud
histórica de un texto. El principio de analogía supone que todos los acontecimientos
históricos son, en principio, cualitativamente similares; el principio de correlación
considera que todos los fenómenos históricos existen en un nexo causal, i.e., en una
relación cerrada de causa-efecto. Todos los acontecimientos históricos, por tanto, están
interrelacionados, son interdependientes y cualitativamente similares.
90
Edwards, Is Jesus the Only Savior?, 14.
91
Evans, Historical Christ and the Jesus of Faith, 13.
92
Sobre estas herramientas críticas, véase, por ejemplo, I. Howard Marshall, ed., New Testament Interpretation:
Essays on Principles and Methods (Exeter: Paternoster, 1977).
93
Véase Rudolf Bultmann, «Is Exegesis Possible without Presuppositions?» en Existence and Faith: Shorter Writings of
Rudolf Bultmann, comp. y trad. Schubert M. Ogden (New York: Meridian, 1960), 289–296.
94
Véase Ernst Troeltsch, «Historical and Dogmatic Method in Theology (1898)» en Religion in History, trad.
James Luther Adams y Walter E. Bense (Minneapolis: Fortress, 1991), 11–32.
55
Cristología contemporánea
Con estos tres principios de la Ilustración, sólo una pregunta puede conducir
legítimamente a un juicio adecuado sobre la exactitud histórica de un texto: dado el
nexo causal de la historia, ¿es el supuesto acontecimiento histórico análogo a nuestra
experiencia actual? Si es análogo, tenemos garantías de historicidad; sin embargo, si no
es análogo, no tenemos garantías para pensar que el acontecimiento ocurrió realmente.
En cuanto a la facticidad de los acontecimientos registrados en las Escrituras, en
concreto los sobrenaturales, Ernst Troeltsch argumentó que «la historia judía y
cristiana se hace así análoga a toda la demás historia».95 Así pues, para la cristología, si
en la actualidad no somos testigos de concepciones virginales, personas que caminan
sobre el agua y resurrecciones de los muertos, debemos juzgar tales cosas como
inverosímiles y los textos bíblicos como erróneos.
Como han observado muchos críticos del método histórico-crítico, la naturaleza de
este método presupone un naturalismo que rechaza el teísmo cristiano sin examen ni
análisis. Los tres principios de la hermenéutica de la Ilustración socavan tres
fundamentos de la teología ortodoxa: (1) la verdad divina reside en una única
revelación divina; (2) esta revelación divina se concentra en una única incursión
redentora en el mundo; y (3) el pecado original impide apelar a las verdades generales
y necesarias de la razón como base suficiente para el conocimiento.96 Sin embargo, los
principios en los que se basa el criticismo histórico no son demostrables; sólo pueden
asumirse adoptando primero una cosmovisión naturalista (aunque sea deísta) que
niegue la posibilidad de acontecimientos únicos, extraordinarios y sobrenaturales en la
historia. Todo método hermenéutico hace suposiciones; los primeros principios no son
el problema. El problema es no admitir esos principios y abrirlos a un escrutinio justo.
Incluso un examen de los principios del método histórico-crítico demuestra su
incompatibilidad con la autopresentación de la Escritura.
Van A. Harvey identifica dos formas en las que son incompatibles: «(1) Ningún
historiador crítico puede hacer uso de la intervención sobrenatural como principio de
explicación histórica porque esto rompería la continuidad del nexo causal, y (2) ningún
acontecimiento puede ser considerado como una revelación final del espíritu absoluto,
ya que toda manifestación de verdad y valor es relativa e históricamente
condicionada».97
Estas ideas confirman que los presupuestos son importantes para nuestra forma de
pensar, y la forma de pensar afecta cómo interpretamos y lo que pensamos sobre lo
que interpretamos, incluida la Biblia. El auge de la crítica bíblica representa un cambio
trascendental en la forma de abordar la Biblia, de practicar la cristología y, en última
instancia, de entender la identidad de Jesús. Las suposiciones histórico-críticas dejan a
la Iglesia sin poder demostrar nada cualitativamente único sobre Jesús. Walter Wyman
lo afirma de esta manera: «En la medida en que muchas religiones hacen afirmaciones
análogas de estar fundadas en la autorrevelación de Dios, es extremadamente
improbable que en un caso (e.g., el cristianismo) la afirmación sea verdadera, pero en
todos los demás casos sea falsa».98 No es de extrañar que Troeltsch considerara la
95
Ibid., 14.
96
Véase A. O. Dyson, «Ernst Troeltsch and the Possibility of Systematic Theology» en Ernst Troeltsch and the
Future of Theology, ed. J. P. Clayton (Cambridge: Cambridge University Press, 1976), 85–86.
97
Van A. Harvey, The Historian and the Believer: The Morality of Historical Knowledge and Christian Belief
(Filadelfia: Westminster, 1966), 29-30.
98
Walter E. Wyman, The Concept of Glaubenslehre: Ernst Troeltsch and the Theological Heritage of
Schleiermacher, American Academy of Religion Academy Series, vol. 44 (Chico, CA: Scholars Press, 1983), 7.
56
Parte I Garantía epistémica para la Cristología actual
3. La Ilustración y la cristología
99
Ernst Troeltsch, «Historiography» Encyclopedia of Religion and Ethics, vol. 6, ed. James Hastings (Edinburgh:
T&T Clark, 1912–1915), 718.
100
Citado en Edgar Krentz, The Historical-Critical Method (Philadelphia: Fortress, 1975), 55.
57
Cristología contemporánea
101
Immanuel Kant, Religion within the Limits of Reason Alone, trad. Theodore M. Greene y Hoyt H. Hudson (New
York: Harper & Row, 1960).
102
McGrath, Making of Modern German Christology, 23.
58
Parte I Garantía epistémica para la Cristología actual
103
Véase Hans W. Frei, Types of Christian Theology, ed. George Hunsinger y William C. Placher (New Haven, CT: Yale
University Press, 1992); cf. David F. Ford, ed., The Modern Theologians: An Introduction to Christian Theology in the
Twentieth Century, 2nd ed. (Oxford: Blackwell Publishing, 1997), 1–15.
104
Utilizo el término intratextual frente al extratextual. Intratextual significa que la Escritura debe ser leída en sus
propios términos, no conformada y leída a la luz de una cosmovisión previa. La Escritura exige ser recibida con autoría
divina y leída según su propia estructura y categorías y dentro de su propio marco de cosmovisión.
59
Cristología contemporánea
60
Parte I Garantía epistémica para la Cristología actual
105
Los desarrollos específicos y los individuos asociados a las búsquedas se detallan en muchos lugares. Véase, por
ejemplo, Colin Brown, «Historical Jesus, Quest of», en Dictionary of Jesus and the Gospels, ed., Joel B. Green, Scot
McKnight y I. Howard Marshall (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 1992), 326-341; ídem, Jesus in European
Protestant Thought; Witherington, Jesus Quest; Paget, «Quests for the Historical Jesus»; McGrath, Making of Modern
German Christology; N. T. Wright, Who Was Jesus?; ídem, Jesus and the Victory of God, vol. 2 en Christian Origins
and the Question of God (Minneapolis: Fortress, 1997). Para la presente taxonomía de las búsquedas, sigo la
descripción de N. T. Wright en Jesus and the Victory of God, 1-124; cf. también Paget, «Quests for the Historical
Jesus», 138-155.
106
Como observa Albert Schweitzer en relación con las búsquedas, «la investigación histórica de la vida de Jesús
no surgió de un interés puramente histórico; se dirigió al Jesús de la historia como un aliado en la lucha contra la tiranía
del dogma. Después, cuando se liberó de este patetismo, trató de presentar al Jesús histórico en una forma inteligible
para su propio tiempo» (Albert Schweitzer, The Quest of the Historical Jesus: A Critical Study of Its Progress from
Reimarus to Wrede, trad. William Montgomery [Nueva York: Macmillan, 1968], 3). N. T. Wright está de acuerdo:
«Seamos claros. La gente suele pensar que las primeras “vidas de Jesús” intentaban devolver a la iglesia a la realidad
histórica. No es así. Intentaban mostrar lo que era la realidad histórica, para que, habiendo vislumbrado esta visión poco
atractiva, la gente pudiera apartarse de la teología ortodoxa y descubrir una nueva libertad. Se miraba la historia para
luego mirar a otra parte, al otro lado de la “fea zanja” de Lessing, a las verdades eternas de la razón no manchadas por
los hechos contingentes de los acontecimientos cotidianos, incluso los extraordinarios como los de Jesús» (Wright,
Jesus and the Victory of God, 17-18).
107
Al igual que la primera, la antigua búsqueda recibió su nombre del título en inglés del libro de Schweitzer,
Quest of the Historical Jesus. En su mayor parte, la antigua búsqueda comienza con Reimarus, termina con Schweitzer,
e incluye un verdadero quién es quién en los estudios bíblicos y la teología liberal clásica: por ejemplo, David Strauss
(1808-1874); F. C. Baur (1792-1860); Albrecht Ritschl (1822-1889); Adolf von Harnack (1851-1930); William Wrede
(1859-1906); Wilhelm Bousset (1865-1920).
108
W. Barnes Tatum, In Quest of Jesus: A Guidebook (Atlanta: John Knox Press, 1982), 71.
109
Rudolf Bultmann, New Testament and Mythology and Other Basic Writings, ed. y trad. Schubert Miles Ogden
(Philadelphia: Fortress, 1984), 5–6; cf. idem, Jesus Christ and Mythology (New York: Scribner, 1958), 11–21.
61
Cristología contemporánea
110
Por ejemplo, véase Ernst Käsemann, «The Problem of the Historical Jesus», en Essays on New Testament
Themes, trad. W. J. Montague (1964; repr., Londres: SCM Press, 2012), 15-47; Günther Bornkamm, Jesus of Nazareth,
trad. Irene McLuskey, Fraser McLuskey y James M. Robinson (Minneapolis: Fortress, 1995); James M. Robinson, A
New Quest of the Historical Jesus and Other Essays (Minneapolis: Augsburg Fortress, 1983); Norman Perrin,
Rediscovering the Teaching of Jesus (Nueva York: Harper & Row, 1976).
111
N. T. Wright es una figura importante en la tercera búsqueda. Además, véase Ben F. Meyer, The Aims of Jesus,
Princeton Theological Monograph Series, vol. 48 (Eugene, OR: Wipf & Stock, 2002); E. P. Sanders, Jesus and
Judaism (Minneapolis: Fortress, 1985); J. D. G. Dunn, Jesus Remembered, vol. 1 en Christianity in the Making (Grand
Rapids, MI: Eerdmans, 2003).
112
Brown, Jesus in European Protestant Thought, 338.
113
Wright, Who Was Jesus?, 13.
114
Edwards, Is Jesus the Only Savior?, 20.
62
Parte I Garantía epistémica para la Cristología actual
115
C. S. Lewis, The Screwtape Letters (New York: Macmillan, 1943), 116–119.
116
B. B. Warfield, The Person and Work of Christ, ed. Samuel G. Craig (Phillipsburg, NJ: P&R, 1950), 22.
117
Aloys Grillmeier, From the Apostolic Age to Chalcedon (451), vol. 1 en Christ in Christian Tradition, trad. John
Bowden, 2nd rev. ed. (Atlanta: John Knox Press, 1975), 3.
118
Watson, «Veritas Christi» 104.
119
Ibid., 105.
63
Cristología contemporánea
Sin embargo, nuestro propósito aquí no requiere una definición exacta, sino una
comprensión educada del posmodernismo —una comprensión que en realidad se ve
favorecida por la negativa de la posmodernidad a ser definida. James Sire señala que el
término «posmodernismo» se utilizó por primera vez en referencia a la arquitectura y
el arte. Sin embargo, cuando el sociólogo francés Jean-François Lyotard utilizó el
120
Por ejemplo, véanse seis enfoques evangélicos del posmodernismo en Myron B. Penner, ed., Christianity and
the Postmodern Turn: Six Views (Grand Rapids, MI: Brazos Press, 2005). Para la relación entre modernismo y
posmodernismo, véanse las tres opciones de Penner en ibíd., 18-19. Yo adopto la segunda, que considera el
posmodernismo como algo diferente al modernismo pero que parte del mismo punto, a saber, la autonomía humana. El
posmodernismo, por tanto, debería considerarse como el fin lógico de los supuestos del modernismo, no como algo
distinto y conceptualmente más allá del modernismo.
121
Kevin J. Vanhoozer, «Theology and the Condition of Postmodernity: A Report on Knowledge (of God)» en The
Cambridge Companion to Postmodern Theology, ed. Kevin J. Vanhoozer (Cambridge: Cambridge University Press,
2003), 3.
64
Parte I Garantía epistémica para la Cristología actual
término para señalar un cambio en los valores culturales, «el término se convirtió en
una palabra clave en el análisis cultural».122 Lyotard dio a lo que es posmoderno el
calificativo de «incredulidad hacia las metanarrativas».123 El término adquirió el prefijo
«pos» porque se refiere a un alejamiento de lo «moderno» que se asocia con los
anteriores ideales de racionalidad y progreso de la Ilustración.124 Y en este alejamiento
de los ideales modernos, el posmodernismo rechaza al menos tres condiciones del
conocimiento moderno: «(1) la apelación a las metanarrativas como criterio
fundacional de legitimidad, (2) el resultado de las estrategias de legitimación y
exclusión, y (3) un deseo de criterios de legitimidad tanto en el ámbito moral como en
el epistemológico».125 Desde este punto de vista, el posmodernismo, especialmente en
el ámbito de la epistemología, desconfía de las «grandes narrativas» y de la verdad
universal y objetiva; y como tal, el posmodernismo se aleja de la autoridad de la
ciencia universal hacia las narrativas del conocimiento local.
Sin embargo, aunque el posmodernismo rechaza la metodología ilustrada-moderna,
comienza con el mismo «giro hacia el sujeto/el yo», para terminar con los mismos
problemas. Al igual que el modernismo anterior, el posmodernismo eleva al sujeto
humano autónomo. Al mismo tiempo, el pensamiento posmoderno reconoce lo que ya
enseñaban pensadores anteriores como Kant, a saber, que la razón humana tiene
limitaciones, especialmente a la hora de hacer afirmaciones universales sobre
cuestiones como la metafísica, la ética y la teología. El posmodernismo critica y
rechaza clara y abiertamente la arrogancia de la Ilustración. Pero al unirse al
modernismo en el mismo punto de partida de la autonomía humana, el posmodernismo
no ofrece ninguna alternativa mejor. La posmodernidad no hace más que llevar el giro
de la Ilustración a sus conclusiones lógicas:126 partir de un sujeto humano
independiente y limitado sólo conduce a un conocimiento local y subjetivo. Una
epistemología posmoderna no ofrece ninguna vía racional para alcanzar un punto de
vista divino del mundo y de la historia: «ya no podemos aspirar al conocimiento de los
ángeles, y mucho menos a un punto de vista sobre Dios».127
Ahora podemos rastrear los efectos de la posmodernidad en la cultura
contemporánea para ver su impacto en la cristología. En esta última sección se
argumenta que, a pesar de todos sus desafíos a la Ilustración y a la mentalidad
moderna, los propios supuestos y la metodología de la posmodernidad siguen
dejándonos en el lado equivocado de la zanja de Lessing. Con lo que puede llamarse
una epistemología «artificial», no podemos decir nada seguro o significativo sobre
Jesús porque la Biblia sigue sin ser fiable y no puede fundamentar ninguna conclusión
teológica sobre la identidad de Jesús.
122
Sire, Universe Next Door, 213.
123
Jean-François Lyotard, The Postmodern Condition: A Report on Knowledge, trad. Geoff Bennington y Brian
Massumi, Theory and History of Literature, vol. 10 (Minneapolis: University of Minnesota Press, 1984), 24.
124
Vanhoozer, «Theology and the Condition of Postmodernity» 7.
125
Ibid., 9.
126
Para un debate sobre si el posmodernismo es un alejamiento del modernismo o es el modernismo girando sobre
sí mismo, véase Penner, Christianity and the Postmodern Turn, 16-19; Vanhoozer, «Theology and the Condition of
Postmodernity», 8-9.
127
Vanhoozer, «Theology and the Condition of Postmodernity» 10.
65
Cristología contemporánea
128
Para un análisis útil de estos cambios, véase Feinberg, Can You Believe It's True?, 37-76.
129
Penner, Christianity and the Postmodern Turn, 22.
66
Parte I Garantía epistémica para la Cristología actual
130
Véase Feinberg, Can You Believe It’s True?, 37–76.
131
Vanhoozer, «Theology and the Condition of Postmodernity» 10.
132
Kevin J. Vanhoozer, Is There a Meaning in This Text? The Bible, the Reader, and the Morality of Literary Knowledge
(Grand Rapids, MI: Zondervan, 1998), 43–147.
133
Esta frase y concepto está tomada de Feinberg, No One Like Him, 104.
67
Cristología contemporánea
Sin embargo, al mismo tiempo que los paradigmas científicos han cambiado, la
visión de la evolución sigue arraigada. Para la mayoría de los posmodernos, la
evolución no es negociable y cualquier oposición a ella se resiste ferozmente. Al igual
que en la era moderna, el establecimiento de la evolución como un presupuesto básico
es una parte necesaria del movimiento más amplio hacia una definición a priori de la
ciencia que descarta cualquier consideración de lo sobrenatural y no material. Sin
embargo, con la aceptación de la mecánica cuántica y la teoría de la relatividad,
algunos creen que se ha abierto la puerta para volver a afirmar que Dios actúa en
nuestro mundo.135 Pero aun así, la mayoría de los posmodernos siguen viendo el
universo como un sistema básicamente cerrado y, por tanto, asumen un naturalismo
metodológico en su enfoque de todas las disciplinas académicas. La razón principal de
esta adhesión al naturalismo es el rechazo a volver a un teísmo cristiano pleno, que es
el único que puede proporcionar los fundamentos adecuados para lo milagroso. Para su
concepción de Dios, el posmodernismo adopta una alternativa más panenteísta.136
Aunque el panenteísmo se presenta en muchas variedades, la visión teológica más
rigurosa ve a Dios como el universo en constante progresión (en contraposición a la
permanencia), con eventos históricos como los bloques básicos de construcción (en
lugar de sustancias).137 Este tipo de panenteísmo imagina toda la realidad como una
serie de eventos, cada uno de los cuales tiene dos polos. El polo mental o primordial es
todas las posibilidades en que pueden convertirse las entidades reales; el polo físico o
consecuente es el mundo, el cuerpo de Dios, que es la realización progresiva de las
diversas posibilidades. En este esquema metafísico, Dios es visto como un
acontecimiento que está en todo. No hay, pues, distinción Creador-criatura. Dios y el
mundo no son idénticos pero tampoco son inseparables; son mutuamente dependientes
sin que uno esté subordinado al otro. El mundo es visto como un momento dentro de la
vida divina. De hecho, dado que Dios no sólo está conectado con el mundo, sino que es
inmanente a él, está sometido a un proceso de autodesarrollo y crecimiento. Dios no es
el Creador sobrenatural y trascendente del mundo y Señor de la historia; está (en) los
procesos naturales de evolución por los que el mundo y la historia toman forma.
Esta visión de Dios en el mundo no sólo encaja bien con las actuales concepciones
científicas del mundo, sino que también respalda muchas de las conocidas confesiones
posmodernas de Dios: por ejemplo, «un Dios que es inmanente y relacional; un Dios
cuyo propio ser penetra todas las cosas y, por tanto, enfatiza la conectividad de todas
ellas; un Dios que no es estático, sino que cambia constantemente al responder a
134
Ibid., 104–105.
135
Véase, e.g., Evans, Historical Christ and the Jesus of Faith, 137–169; cf. Gregory A. Boyd, God of the
Possible: A Biblical Introduction to the Open View of God (Grand Rapids, MI: Baker, 2000), 107–112.
136
John W. Cooper, Panentheism, the Other God of the Philosophers: From Plato to the Present (Grand Rapids,
MI: Baker Academic, 2006); véase también Kevin J. Vanhoozer, Remythologizing Theology: Divine Action, Passion,
and Authorship (Cambridge: Cambridge University Press, 2010), 81–138.
137
John B. Cobb Jr. y David R. Griffin, Process Theology: An Introductory Exposition (Philadelphia: Westminster,
1976).
68
Parte I Garantía epistémica para la Cristología actual
nuestras necesidades; y un Dios al que podemos aportar valor, así como uno que
mejora nuestra existencia».138 Feinberg nos recuerda, con razón, que esta concepción
«procesual» de Dios «supone una amenaza para la comprensión cristiana tradicional de
Dios, y también ofrece una forma de sintetizar diversas nociones posmodernas no
evangélicas sobre Dios».139 Esta visión procesual de Dios predomina en la teología no
evangélica actual. Sin embargo, incluso dentro del evangelismo, movimientos como el
«teísmo abierto» han adoptado algunos principios del panenteísmo posmoderno.140
2. Hermenéutica posmoderna
138
Feinberg, No One Like Him, 142.
139
Ibid.
140
Sobre el teísmo abierto, véase Clark H. Pinnock y otros, The Openness of God: A Biblical Challenge to the
Traditional Understanding of God (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 1994); John Sanders, The God Who Risks
(Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 1998); Boyd, God of the Possible. Para las respuestas, véase Bruce A. Ware,
God's Lesser Glory: The Diminished God of Open Theism (Wheaton, IL: Crossway, 2000); John M. Frame, No Other
God: A Response to Open Theism (Phillipsburg, NJ: P&R, 2001).
141
Vanhoozer, Is There a Meaning in This Text?, 49.
142
Prefacio al Comentario de Juan Calvino sobre Romanos, citado en Vanhoozer, Is There a Meaning in This
Text?, 47.
143
Vanhoozer explica la diferencia entre intención y verdad: «En la exégesis histórico-crítica, pues, el sentido
original es autoritario, no en el sentido de ser necesariamente verdadero, sino en la medida en que sigue siendo la norma
para establecer el sentido de un pasaje (que puede ser verdadero o falso)» (Vanhoozer, Is There a Meaning in This
Text?, 48).
69
Cristología contemporánea
3. El posmodernismo y la cristología
144
Ibid.
145
Ibid., 20.
146
Ibid.
147
Ibid., 24.
70
Parte I Garantía epistémica para la Cristología actual
148
F. LeRon Shults, Christology and Science (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 2008).
149
Ibid., 37.
150
Véase ibid., 21–44.
151
Ibid., 43.
152
Para una útil elaboración de este punto, véase Wells, Person of Christ, 148-154.
71
Cristología contemporánea
Las dos principales tendencias de la cristología actual han producido mucha confusión
en cuanto a la identidad de Jesucristo. Los paradigmas de la investigación histórica de
Jesús y el pluralismo crean esta confusión porque son creados por epistemologías que
(de diferentes maneras) rechazan la única fuente fiable y autoritativa para identificar
propiamente a Jesucristo.
Desde la época de la Ilustración hasta la modernidad y la posmodernidad, el sujeto-
yo autónomo ha sido elevado para reinar sobre el conocimiento y el significado. La
modernidad nos da una epistemología estrictamente racional y una hermenéutica
histórico-crítica. La posmodernidad nos ofrece una epistemología y una hermenéutica
artificiales. Ambas rechazan la epistemología y la hermenéutica de revelación de la
Reforma premoderna. El enfoque moderno trabaja principalmente a través del
paradigma de la investigación histórica de Jesús, lo que resulta en una cristología
153
Los ejemplos incluyen la obra de Friedrich Schleiermacher (Cristo exhibe el orden más alto de la conciencia de
Dios) y toda la visión del liberalismo clásico (Cristo es el ideal más alto de la enseñanza ética).
154
Colin J. D. Greene, Christology in Cultural Perspective: Marking Out the Horizons (Grand Rapids, MI:
Eerdmans, 2003), 167.
72
Parte I Garantía epistémica para la Cristología actual
155
Vanhoozer, «Theology and the Condition of Postmodernity» 10 (énfasis suyo).
73
Cristología contemporánea
74
Parte I Garantía epistémica para la Cristología actual
CAPÍTULO 2
1
David F. Wells, Above All Earthly Pow’rs: Christ in a Postmodern World (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 2005).
75
Epistemología «bíblica» para la Cristología
Jesús) depende de una epistemología «bíblica» (cómo saber quién es Jesús), que
depende de una doctrina «bíblica» de la propia Biblia (qué es la Biblia).
Para construir nuestra garantía epistemológica para una cristología hoy,
comenzaremos desarrollando cómo saber quién es Jesús en nuestra cultura actual. A
continuación, examinaremos más detenidamente lo que significa que la Escritura sea el
punto de partida necesario para toda cristología. Por último, consideraremos las
particularidades de la naturaleza y función de la Escritura que conducen a una
cristología «bíblica».
2
John Hick, ed. The Myth of God Incarnate (Philadelphia: Westminster, 1977).
3
Para un análisis de otras tendencias que han contribuido al posmodernismo, véase Wells, Above All Earthly
Pow'rs, 91-262. Wells enfatiza que el cambio hacia las tendencias posmodernas no es únicamente epistemológico, sino
que está vinculado a todo un conjunto de factores sociales, como los patrones de inmigración, la economía global, la
secularización y la cultura popular
76
Parte I Garantía epistémica para la Cristología actual
4
Aunque se presta a varias definiciones, Steven Cowan y James Spiegel captan el núcleo del término
«cosmovisión»: «Una cosmovisión es un esquema conceptual o un marco intelectual por el que una persona organiza e
interpreta la experiencia. Más concretamente, una visión del mundo es un conjunto de creencias, valores y presupuestos
relativos a las cuestiones más fundamentales de la vida. Se podría decir que es una perspectiva de la realidad. Al igual
que las gafas tintadas, la cosmovisión “colorea” nuestra forma de ver las cosas y da forma a nuestra interpretación del
mundo. Y, hay que aclararlo, todo el mundo tiene una cosmovisión» (Steven B. Cowan y James S. Spiegel, The Love of
Wisdom: A Christian Introduction to Philosophy [Nashville: B&H Academic, 2009], 7, énfasis de ellos)
5
J. I. Packer, «The Uniqueness of Jesus Christ» Churchman 92/2 (1978): 110.
77
Epistemología «bíblica» para la Cristología
este punto, no podremos avanzar realmente contra los puntos de vista opuestos en
nuestra articulación y defensa de la cristología ortodoxa. Debemos articular y defender
simultáneamente toda una teología. En otras palabras, al igual que sus adversarios, la
cristología ortodoxa comienza con un compromiso con una concepción específica de
Dios, de las Escrituras, de los seres humanos, del pecado, etc.6 Incluso Robert Funk,
cofundador del Seminario de Jesús, admite que «la divinidad de Jesús va unida a la
antigua forma teísta de pensar en Dios».7 Pero en lugar de degradar a Jesús a un estatus
más complaciente, queremos promoverlo como el Hijo de Dios revelado en las
Escrituras. Para ello, el teísmo cristiano debe ser defendido no sólo como básicamente
creíble, sino también como absolutamente necesario.8
En cuanto al marco interpretativo para una articulación y defensa evangélica, la
cristología ortodoxa actual requiere un enfoque intratextual que busque a Jesús según
su descripción bíblica, —conforme a las categorías y la estructura de las Escrituras. En
lugar de sacarlo del esquema bíblico, como hacen todos los enfoques extratextuales,
debemos pensar en la identidad de Jesús según el marco interpretativo de la Escritura y
trabajar desde él.
Obviamente, un enfoque intratextual asume ciertas verdades sobre la Escritura: es
la palabra de Dios escrita, una interpretación exacta de quién es Jesús, escrita a través
de la agencia de autores humanos. Esta visión de la Escritura reconoce que, aunque el
texto no lo dice todo sobre la identidad de Jesús (cf. Jn. 21:25), todo lo que dice, lo
dice con precisión e infalibilidad. Por tanto, no hay distinción entre el «Jesús histórico»
y el «Cristo de la fe», distinción que supone que las Escrituras no son fiables al relatar
e interpretar los acontecimientos históricos. Un punto de vista intratextual sostiene que,
dado que el texto bíblico es la palabra de Dios, proporciona tanto hechos precisos
sobre Jesús como el marco de autoridad por el que interpretamos esos hechos para
comprender la identidad de Cristo.
Es el carácter divino de la Escritura lo que nos permite construir una cristología
objetivamente fundada y justificada. Sólo la Escritura nos sirve de norma para
comprender la identidad de Cristo, y la identidad de Cristo sólo puede entenderse
correctamente cuando se contempla a la luz de la presentación bíblica completa.
Intentar eliminar a Jesús de la historia de las Escrituras, o aceptar ciertas partes y
rechazar otras —algo que hacen todas las cristologías modernas y posmodernas— sólo
conducirá a una construcción subjetiva, arbitraria y, en última instancia, falsa de la
identidad de Jesús.
Un ejemplo bíblico ayudará a ilustrar este punto. El famoso discurso de Pablo a los
ateos (He. 17:16-32)9 enfatiza la importancia de un enfoque intratextual de las
Escrituras. Al estudiar los sermones de Pablo en el libro de los Hechos, es importante
observar cómo proclama el evangelio y la identidad de Cristo, dependiendo de su
6
David Wells está de acuerdo: «No se puede construir una cristología que no presuponga... tanto una concepción
clara de Dios como una concepción clara de la naturaleza humana» (David F. Wells, The Person of Christ: A Biblical
and Historical Analysis of the Incarnation [Westchester, IL: Crossway, 1984], 7).
7
Robert W. Funk, «The Coming Radical Reformation: Twenty-one Theses» The Fourth R 11/4 (July-August
1998), http://www.westarinstitute.org/resources/the-fourth-r/the-coming-radical-reformation/, Mayo 19, 2015.
8
Para las articulaciones y defensas evangélicas actuales del teísmo ortodoxo, véase John S. Feinberg, No One Like
Him: The Doctrine of God, Foundations of Evangelical Theology (Wheaton, IL: Crossway, 2001); John M. Frame, The
Doctrine of God (Phillipsburg, NJ: P&R, 2002); Kevin J. Vanhoozer, Remythologizing Theology: Divine Action,
Passion, and Authorship (Cambridge: Cambridge University Press, 2010).
9
Para una exposición útil de Hechos 17, véase D. A. Carson, «Athens Revisited», en Telling the Truth:
Evangelizing Postmoderns, ed., (Grand Rapids, MI: Zondervan, 2000), 384-398.
78
Parte I Garantía epistémica para la Cristología actual
audiencia. Normalmente, cuando Pablo iba a una ciudad, primero iba a la sinagoga,
donde dialogaba con los judíos y los creyentes en Dios, y su proclamación del
evangelio seguía un patrón básico: Partía del Antiguo Testamento, donde Jesús es el
Mesías prometido, quien en su vida, muerte y resurrección, y en su derramamiento del
Espíritu Santo en pentecostés, había introducido el tan esperado reino de Dios y la era
del nuevo pacto (véase He. 13:5, 14-41, 44-45; 14:1; 17:2, 10, 17). Pablo pudo
empezar así porque él y su audiencia tenían una teología común. Ambos creían en el
Antiguo Testamento y, por tanto, cuando Pablo hablaba de «Dios», «Mesías»,
«pactos», «pecado», etc., se dirigía a personas que compartían su cosmovisión.
Sin embargo, en Atenas, la audiencia de Pablo era muy diferente. Los atenienses,
por muy sofisticados que fueran, no tenían el Antiguo Testamento; eran analfabetos
bíblicos y teológicos, estaban impregnados de idolatría, tenían una visión pluralista e
ignoraban el marco bíblico necesario para entender incluso las verdades más
elementales que Pablo necesitaba comunicar. Por lo tanto, la predicación de Pablo
sobre Cristo en el Areópago tenía un punto de partida y una estructura diferentes a los
de su predicación en las sinagogas.
En Atenas, Pablo no comienza inmediatamente con Jesús como el Mesías; primero
construye un marco bíblico-teológico para que su proclamación de Jesús tenga sentido
en los términos bíblicos y dentro de sus propias categorías. Pablo establece primero el
punto de vista cristiano como verdadero frente a las cosmovisiones no cristianas
opuestas; sólo entonces, y sólo desde la cosmovisión bíblica, Pablo proclama a Jesús
como Señor y Salvador. Incluso en el discurso condensado que se registra en Hechos
17,10 Pablo establece seis pilares que son fundamentales para la cosmovisión bíblica, y
esenciales para la correcta explicación y defensa de la identidad de Jesús como el
Cristo.
En primer lugar, Pablo comienza con el Dios de la creación, explicando que este
mundo no es el resultado de una casualidad ciega (contra los epicúreos) o la evolución
de un espíritu del mundo (contra el estoicismo), sino que es la creación de un Dios
soberano y personal que es el único que reina como Señor del cielo y de la tierra (He.
17:24). En segundo lugar, Pablo establece que este Dios es independiente y
autosuficiente (aseidad divina), lo que significa que da a la humanidad todas las cosas
y no recibe nada de nosotros para ayudarle a gobernar como Señor de toda la historia
(vv. 25-26).11 En tercer lugar, Pablo explica que Dios se revela a sí mismo, creándonos
a su imagen («descendientes», no idólatras) y situándonos en nuestros lugares exactos
para que podamos conocerle como Señor del cielo y la tierra (vv. 26-29). En cuarto
lugar, Pablo declara que la humanidad elige rebelarse contra Dios como nuestro
Creador y Señor y que, por tanto, somos condenados justamente por él (vv. 30-31). En
quinto lugar, Pablo señala a los atenienses que toda la humanidad tiene el mandato de
dejar la idolatría para conocer a Dios, de modo que en el día del juicio final se
presenten ante él arrepentidos (vv. 29-31). En sexto lugar, sólo después de construir
esta historia básica, Pablo presenta a Jesús como el hombre que Dios resucitó de entre
los muertos para juzgar al mundo con justicia (v. 31).
Para nuestros propósitos actuales, es muy importante señalar que antes de que
Pablo presentara a Cristo a los atenienses, se situó en el marco y las categorías de la
10
Carson advierte que los discursos ante el Areópago eran mucho más largos de lo que se recuenta en los Hechos,
por lo que lo que Lucas ha conservado es una versión probablemente condensada en la que cada declaración podría
ampliarse con mayor detalle (ibíd., 391).
11
Sobre la importancia de la aseidad divina, véase Frame, Doctrine of God, 600–616.
79
Epistemología «bíblica» para la Cristología
cosmovisión cristiana. La única forma de que los atenienses pudieran conocer a Dios,
era que identificaran a Jesús dentro del propio marco interpretativo de la Escritura
como el agente del juicio y la salvación de Dios. Jesús es quien Dios ha designado y
acreditado en la historia por su resurrección de entre los muertos para llevar a cabo el
plan eterno de Dios. Mientras que todos los demás hombres son condenados como
idólatras, este único hombre, Jesús, es la norma de la justicia de Dios mediante el cual
juzgará al mundo.
D. A. Carson resume muy bien la estrategia epistemológica de Pablo para saber
quién es Jesús:
Esta es la lección para los teólogos evangélicos de hoy: debido a que la actual
concepción de la cristología está determinada en gran medida por las estructuras de
las cosmovisiones dominantes y las formas de conocimiento que se presuponen, una
cristología verdaderamente «bíblica» debe proceder de forma consciente y explícita a
partir de la autodescripción bíblica de Cristo como la única forma de identificarlo
correctamente. Si no «interpretamos los textos bíblicos “en sus propios términos”»13
emitiendo juicios teológicos según las propias estructuras y categorías de la Escritura,
entonces el Jesús construido no será el Jesús bíblico, y no habrá nada único en él.
80
Parte I Garantía epistémica para la Cristología actual
Desde la Ilustración, muchos han defendido una «cristología desde abajo» en contraste
con una «cristología desde arriba». Aunque estas frases se definen de diferentes
maneras, desde abajo se entiende mejor como el intento de hacer cristología desde el
punto de vista de la investigación histórico-crítica, independientemente de un
compromiso con la plena autoridad de la Escritura; desde arriba se refiere a comenzar
con la Escritura como la propia palabra exacta y autoritativa de Dios escrita en textos,
de modo que hacemos cristología desde el punto de vista de esos textos.15 Esta
afirmación de que la Escritura es la palabra inerrante de Dios, escrita a través del libre albedrío de los autores humanos,
supone concepciones específicas de la libertad humana y de la soberanía de Dios. Y nuestra visión de Dios como trino,
personal, soberano y omnisciente también exige una visión específica de la Escritura: una palabra con plena autoridad,
infalible e inerrante. Para más información sobre estos puntos, véase Stephen J. Wellum, «The Inerrancy of Scripture»,
en Beyond the Bounds: Open Theism and the Undermining of Biblical Christianity, ed. John Piper, Justin Taylor y Paul
K. Helseth (Wheaton, IL: Crossway, 2003), 237-274; cf. Kevin J. Vanhoozer, «God's Mighty Speech-Acts: The
Doctrine of Scripture Today», en A Pathway into the Holy Scriptures, ed. Philip E. Satterthwaite. y David F. Wright
(Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1994), 143-181. Como mínimo, una defensa de las Escrituras debería incluir la
reivindicación de la Biblia por sí misma, la unidad del relato bíblico y la confiabilidad histórica de la Biblia. Sobre
algunos de estos puntos y la interdependencia de la apologética de la Escritura y de la cristología, véase Douglas
Groothuis, Christian Apologetics: A Comprehensive Case for Biblical Faith (Downers Grove, IL: InterVarsity Press;
Nottingham: Apollos, 2011); John S. Feinberg, Can You Believe It's True? Christian Apologetics in a Modern and
Postmodern Era (Wheaton, IL: Crossway, 2013); John M. Frame, Apologetics: A Justification of Christian Belief, 2ª ed.
(Phillipsburg, NJ: P&R, 2015).
15
Las personas definen estas expresiones de manera diferente. Para algunos, la cristología desde abajo se entiende
como un enfoque de la cristología que se concentra en la humanidad de Jesús y el Jesús histórico frente a su deidad
81
Epistemología «bíblica» para la Cristología
distinción es importante porque está directamente relacionada con otra: una cristología
desde abajo desconfía de la Biblia y asume que el Jesús histórico no es el mismo Jesús
bíblico; una cristología desde arriba asume que la Biblia es veraz en su afirmación de
que son la misma persona.
Por tanto, al hacer cristología desde abajo, se intenta reconstruir al Jesús histórico
mediante métodos críticos para determinar lo que no podemos saber por las Escrituras.
Pero antes de hacer una teología sobre Cristo desde abajo, el crítico debe establecer
primero qué es y qué no es exacto en la presentación bíblica de Jesús. Este tipo de
crítica y reconstrucción conduce a una interpretación «fina» de la Escritura, i.e., a
considerar la Escritura como un velo delgado de texto que insinúa, pero que en última
instancia oculta, al verdadero Jesús histórico. Este enfoque difiere de una lectura
«gruesa», que toma la Escritura en su forma canónica final como la plenitud de la
palabra de Dios que describe e interpreta con precisión y autoridad la identidad del
Jesús histórico real.16
Con esta comprensión opuesta de las dos formas de hacer cristología, esta sección
argumenta que Jesús sólo puede ser identificado correctamente desde arriba, nunca
desde abajo. Tres preocupaciones demuestran la necesidad de hacer cristología desde
arriba.
En primer lugar, si la Escritura no es la condición necesaria y suficiente para
garantizar y fundamentar nuestra cristología, entonces las cuestiones de epistemología
y autoría nos impedirán, en última instancia, decir algo con certeza o teológicamente
sobre la identidad de Jesucristo.17 El crítico que busca a Cristo desde abajo debe
(desde arriba) (véase Millard J. Erickson, The Word Became Flesh: A Contemporary Incarnational Christology [Grand
Rapids, MI: Baker, 1991], 625-626). En última instancia, Erickson propone que unamos ambos enfoques al hacer
cristología. Veli-Matti Kärkkäinen presenta un argumento similar. Está de acuerdo en que una cristología desde arriba
«comienza con la confesión de fe en la deidad de Cristo expresada en el Nuevo Testamento», mientras que una
cristología desde abajo comienza «con una investigación sobre el Jesús histórico y la base histórica de la creencia en
Cristo» (Veli-Matti Kärkkäinen, Christology: A Global Introduction [Grand Rapids, MI: Baker Academic, 2003], 12).
Véase también un punto similar en Myk Habets, The Anointed Son: A Trinitarian Spirit Christology (Eugene, OR:
Pickwick, 2010), 29-52, quien identifica la cristología desde arriba con la cristología del Logos, que, según argumenta,
resta importancia a la humanidad de Cristo y está impulsada en gran medida por la filosofía; y la cristología desde
abajo, que, según dice, hace cristología desde la forma en que los autores bíblicos se encontraron por primera vez con
Jesús, es decir, a través de su humanidad. Al igual que Erickson, Kärkkäinen y Habets creen que estos dos enfoques son
compatibles. Sin embargo, al no esbozar una doctrina robusta de la Escritura, es difícil ver cómo lo son, y de hecho, las
principales cuestiones epistemológicas quedan desdibujadas. Sin duda, hay verdad en la forma en que se describen estos
dos enfoques cristológicos y en cómo se emplean, pero teniendo en cuenta nuestro estudio de la historia intelectual y
cómo se han utilizado estas expresiones en la práctica de la cristología, es mejor y más exacto definir desde arriba como
la cristología hecha a partir de una interpretación de la Escritura como la propia revelación de la palabra de Dios que da
la interpretación autoritativa de Jesús en su deidad y humanidad; desde abajo, en cambio, es la cristología hecha a partir
de la reconstrucción histórico-crítica que duda o rechaza la fiabilidad y autoridad de la Escritura. Definir nuestros
términos de esta manera también nos permite ver mejor las diferencias entre los diversos métodos cristológicos: por
ejemplo, una cristología desde arriba ve el canon bíblico como el fundamento y la garantía de nuestras formulaciones
teológicas porque la Escritura proporciona no sólo los hechos para nuestra cristología sino también la interpretación
dada por Dios de esos hechos; mientras que una cristología desde abajo fundamenta y garantiza toda la formulación
teológica en una combinación de la Escritura y los métodos críticos. Al hacer esta distinción, queda claro que una
cristología desde abajo debe proporcionar la garantía de cosmovisión para la crítica histórica y establecer los criterios
para determinar lo que se acepta y se rechaza en la presentación de Jesús en las Escrituras.
16
Para esta distinción entre «fino» y «grueso», véase Vanhoozer, «Exegesis and Hermeneutics», 57-62.
17
Al defender la necesidad de una Biblia totalmente fiable, no apelo al argumento falaz de que el error en algunos
lugares significa el error en todo lugar. Stephen T. Davis, por ejemplo, malinterpreta el argumento epistemológico de la
inerrancia en este sentido (Stephen T. Davis, The Debate about the Bible: Inerrancy versus Infallibility [Filadelfia:
Westminster, 1977], 66-82). Davis reduce el argumento a la afirmación de que si la Escritura es errante en algún punto,
entonces todas las afirmaciones de la Escritura son de hecho falsas. Este argumento en particular falla como ejemplo de
la falacia de asociación; pero no es mi argumento ni el que utilizan otros defensores de la inerrancia. El argumento aquí,
más bien, es el siguiente: si la Biblia no es confiable en su presentación de los hechos y en su interpretación teológica
de Jesús en cualquier punto, se plantea la posibilidad de que cualquier afirmación sobre Jesús pueda ser falsa; y si
82
Parte I Garantía epistémica para la Cristología actual
decidir qué hechos históricos sobre Jesús en la Escritura son verdaderos y, lo que es
más importante, cuándo (si es que lo es) la interpretación teológica del autor bíblico
sobre Jesús es exacta. Si el Jesús histórico no es idéntico al Jesús bíblico, entonces los
críticos deben establecer criterios fuera de la Escritura para justificar lo que es exacto
para la formulación cristológica. Pero, ¿cuáles son exactamente esos criterios, y quién
decide? ¿La racionalidad humana? ¿La experiencia religiosa? ¿Los resultados
«seguros» de la erudición bíblica? Incluso si se llega a un consenso entre los críticos,
¿qué justifica las elecciones?
Francis Watson ha propuesto una interesante pero finalmente infructuosa vía entre
una cristología desde arriba y desde abajo. Watson reconoce que «para los cristianos,
la verdadera identidad de Jesús se establece sobre todo en el cuádruple Evangelio
canónico. Es dentro de este espacio textual sagrado donde descubrimos quién es Jesús
y quiénes somos nosotros en relación con él».18 Sin embargo, Watson también respalda
la distinción Jesús histórico/Cristo de la fe.19 Admite que esta distinción opera con la
hipótesis «de que el Jesús histórico es diferente a la(s) figura(s) que encontramos en el
cuádruple Evangelio canónico»,20 y que la descripción de Jesús en los Evangelios es
una combinación de hechos históricos y «temáticas legendarias creadas por los
primeros narradores cristianos».21 Y aunque Watson admite que necesitamos
identificar a Jesús dentro del «marco narrativo de los Evangelios»,22 no parece que crea
que estos Evangelios son dados por Dios, un producto de la acción del Espíritu sobre
los autores humanos que les permitió escribir la propia interpretación de Dios sobre
quién es Jesús. Watson cree, más bien, que los Evangelios son el producto de la
interpretación de Jesús por parte de la Iglesia, que mezcla los recuerdos de la vida y la
muerte de Jesús con las primeras leyendas cristianas.23 Simplemente asume que la
comprensión por parte de las primeras comunidades cristianas no fue revelada por Dios
de acuerdo con su propia interpretación fáctica y teológicamente precisa de la
identidad de Jesús.24
En última instancia, la propuesta de Watson nos deja con el mismo problema de
criterios y garantías.25 El intento de tener aspectos tanto de arriba como de abajo para
cualquier afirmación sobre él en la Escritura puede ser falsa, entonces la única manera de determinar lo que es
verdadero es mediante criterios ajenos a la Escritura.
18
Francis Watson, «Veritas Christi: How to Get from the Jesus of History to the Christ of Faith without Losing
One's Way», en Seeking the Identity of Jesus: A Pilgrimage, ed. Beverly Roberts Gaventa y Richard B. Hays (Grand
Rapids, MI: Eerdmans, 2008), 96.
19
Resulta interesante que Watson reconozca que la investigación sobre el Jesús histórico se ha visto acosada por
graves problemas, en particular cuestiones centradas en los criterios adecuados; sin embargo, como no cree que estos
problemas sean fatales para todo el proyecto, nos anima a resistir la tentación de abandonar la distinción historia-fe
(ibíd., 103).
20
Ibid., 98.
21
Ibid, 100. Watson da tres razones principales por las que deberíamos seguir apoyando la dicotomía entre el Jesús
histórico y el Cristo de la fe: (1) el paradigma crítico posee un notable poder explicativo en su análisis de las realidades
de los textos evangélicos; (2) el mero hecho de que el relato evangélico contenga leyendas no lo hace culpable de un
acto de incredulidad voluntaria (apela aquí a Orígenes, quien «ya sabía [que] el reconocimiento de la inverosimilitud
histórica de una narración puede en realidad ayudar al intérprete a extraer su significado teológico subyacente» [ibid. );
(3) podemos confesar que la acción salvífica final y definitiva de Dios está en Cristo, pero no podemos afirmar que esta
acción sea tal que sea empíricamente verificable en principio o en la práctica (ibíd., 101).
22
Ibid., 104.
23
Ibid., 106–107.
24
Ibid, 110-111. En este punto, Watson se alinea con el énfasis posliberal. Para una crítica de este punto de vista,
véase Kevin J. Vanhoozer, The Drama of Doctrine: A Canonical-Linguistic Approach to Christian Theology
(Louisville: Westminster John Knox, 2005).
25
Para puntos similares y un debate variado sobre la búsqueda del Jesús histórico, véase Scot McKnight, «The
Jesus We'll Never Know», Christianity Today 54/4 (abril de 2010),
83
Epistemología «bíblica» para la Cristología
fundamentar una cristología fracasa precisamente en ese punto. Si las Escrituras no son
fiables en ningún sitio porque en todas partes son una mezcla de hechos y ficción,
entonces en ningún sitio las Escrituras pueden fundamentar de forma fiable lo que
debemos saber y confesar sobre Cristo. Para decirlo en un lenguaje más filosófico, la
autoridad y fiabilidad de la Escritura es la condición trascendental para la posibilidad
misma de hacer cristología de una manera objetiva y normativa.26 Sin una palabra-
revelación desde arriba que proporcione los hechos verdaderos sobre Jesús y la
interpretación autoritativa de su identidad, la cristología pierde su integridad,
singularidad y veracidad, y queda a la deriva para vagar en el fango del pluralismo.
Los teólogos evangélicos no deben recorrer un camino que se aleje de una
epistemología de revelación, que es la única que proporciona una base adecuada para
la supremacía y la unicidad de Cristo.
Una cristología desde abajo socava las bases epistemológicas de la ortodoxia y
deja toda la cristología en la incertidumbre. Sólo una cristología desde arriba puede
proporcionar la garantía de una cristología clara para la iglesia y soportar el peso de
nuestras conclusiones teológicas sobre Cristo.
En segundo lugar, una cristología desde abajo no logra alcanzar la singularidad y
el significado universal de Jesús porque lo saca del propio argumento y marco bíblico.
La cristología requiere un suelo específico en el que crecer. Los críticos que desconfían
de la Escritura no sólo desmantelan su enrejado (marco interpretativo), sino que
además eliminan a Jesús del suelo vivificante de la historia de la Escritura. Toda
formulación cristológica debe tener lugar en los propios términos de la Biblia, de
acuerdo con su estructura y argumento. Sólo podemos captar la singularidad y el
significado universal de Jesús si lo dejamos firmemente plantado en el desarrollo
histórico del Antiguo Testamento en el Nuevo Testamento, que está conformado según
el plan universal y eterno de Dios. Si se aparta a Jesús de estos hechos en este marco,
entonces no sólo perderemos su verdadera identidad, sino que simplemente se
convertirá en un enigma para nosotros, susceptible de diversas construcciones
arbitrarias. Ya hemos visto este inevitable dilema desde abajo en las búsquedas del
Jesús histórico.
Por ejemplo, la cristología de Wolfhart Pannenberg es bien conocida como un
intento de decir algo teológico sobre Jesús sobre la base de la investigación histórica.27
Pannenberg cree que los hechos históricos sobre Jesús, su resurrección corporal en
84
Parte I Garantía epistémica para la Cristología actual
particular, llevan su propio significado. Pero para que tengan un significado teológico,
los hechos de la resurrección de Jesús deben ser interpretados dentro de un marco
universal: «El surgimiento del cristianismo primitivo sólo puede entenderse si se
examina a la luz de la esperanza escatológica de una resurrección de entre los
muertos».28 Al situar estos hechos de la resurrección de Jesús dentro de este marco,
Pannenberg sostiene que la resurrección de Jesús es más que un hecho irracional y
conlleva algo de su propia interpretación.29 Sin embargo, encuentra los hechos y el
marco en lugares diferentes: los hechos provienen de la investigación histórica; el
marco proviene de las Escrituras.
Aunque Pannenberg interpreta los «hechos» relativos a Jesús dentro de un marco
basado en las Escrituras, su suelo es infértil y su enrejado es inadecuado para apoyar
una cristología bíblica. Pannenberg utiliza las herramientas de la investigación
histórica para desenterrar hechos sobre Jesús porque rechaza la Escritura como algo
dado por Dios y autoritativa. Y por la misma razón, sólo construye un marco parcial a
partir de las Escrituras. Colin Gunton, ha criticado acertadamente a Pannenberg por ser
inconsistente en su cristología desde abajo: «(él) o bien presupone algunas creencias
dogmáticas (“contexto de significado”) y, por lo tanto, no argumnta desde abajo en
absoluto; o falla en establecer lo que pretende, a saber, la divinidad de Jesús».30
Gunton estaría de acuerdo con nuestro punto de vista de que los hechos y el marco de
la cristología son inseparables y ambos deben ser justificados consistentemente.
Sólo una cristología desde arriba puede producir un Jesús bíblico. Los teólogos
evangélicos deben cultivar su cristología en la línea de la historia bíblica, apoyada por
las estructuras bíblicas: identificar al Jesús bíblico requiere que tanto los hechos como
el marco interpretativo de la Escritura sean tomados juntos como dados por Dios y con
plena autoridad.
En tercer lugar, una cristología desde abajo no puede sostener la fe cristiana.
Como ha observado correctamente David Wells, «las cristologías construidas desde
“abajo” sólo producen una figura religiosa más grande que la vida, la perfección de lo
que muchos otros ya experimentan».31 Hacer cristología desde abajo nunca puede
llevarnos a la fe en el que vino desde arriba por nosotros y nuestra salvación.
Simplemente no es posible construir una cristología bíblica y ortodoxa a partir del
tejido de la experiencia humana mediante la reconstrucción histórico-crítica. El Jesús
reconstruido desde abajo siempre se parecerá demasiado a nosotros y nunca será digno
de nuestra adoración. Wells está de acuerdo:
Sus cristos pueden ser admirados, pero no pueden ser adorados. Pueden inspirar
devoción religiosa, pero no pueden sostener o explicar la fe cristiana. Nos dicen
mucho sobre sus autores y muy poco sobre Jesús. Son, inevitablemente, cristos
mestizos. Son mitad antiguos y mitad modernos.
Se construyen sobre el supuesto erróneo de que un Cristo que está tan desconcertado
como nosotros sobre la existencia, que es tan secular como nosotros, y que es
víctima del cambio y de las circunstancias como nos sentimos nosotros mismos, es
de alguna manera más atractivo que uno que no lo es. Estos cristos son impotentes y
28
Pannenberg, Jesus: God and Man, 98.
29
Ibid., 73.
30
Colin E. Gunton, Yesterday and Today: A Study of Continuities in Christology, 2nd ed. (London: SPCK, 1997),
21.
31
Wells, Person of Christ, 172.
85
Epistemología «bíblica» para la Cristología
32
Ibid, 172-173. Básicamente haciendo el mismo punto en su discusión de varias cristologías desde abajo, Gunton
concluye, «una cosa se está volviendo clara: en la cristología, las cuestiones de método y contenido están estrechamente
relacionadas: la forma en que se aborda una cristología no puede ser separada del tipo de cristología que emerge, y una
cristología desde abajo es difícil de evitar ser una cristología de un hombre divinizado» (Gunton, Yesterday and Today,
17-18).
33
Para la acusación de que una cristología desde arriba no hace/puede hacer justicia a la humanidad de Jesús,
véase Maurice Wiles, «Christianity without Incarnation?», en The Myth of God Incarnate, 4; Raymond Brown,
Catholic Biblical Quarterly 42/3 (1980): 414. Para una respuesta a esta acusación, véase Robert L. Reymond, Jesus,
Divine Messiah: The New Testament Witness (Phillipsburg, NJ: P&R, 1990), 16-21.
86
Parte I Garantía epistémica para la Cristología actual
Una consecuencia inmediata de hacer cristología desde arriba es que debemos tomar
en serio la sola Scriptura. La Escritura no es el libro de la iglesia; la iglesia no creó y
no controla la Escritura. De acuerdo con su propio autotestimonio, la Escritura es la
palabra escrita de Dios, su propia autorevelación a su iglesia como su Creador y Señor.
Sin duda, partir de un fundamento revelacional implica un compromiso tanto con
la revelación general como con la especial, pero siempre se da prioridad a la
Escritura.35 La revelación de Dios en su creación es verdadera, pero sólo la Escritura
nos llega como la propia interpretación de Dios sobre sus actos redentores en la
creación que nos da una base verdadera y objetiva para conocerle. Además, aunque la
Escritura no proporciona una revelación exhaustiva de Dios, nos da la interpretación
autoritativa de lo que sí revela. La revelación general nos da la verdad, pero sin
decirnos el significado de la verdad; la revelación especial nos da ambas cosas y sin
error.
Como revelación especial, la Escritura debe considerarse como de primer orden,
como las «lentes» autoritativas con las que vemos el mundo. La Escritura proporciona
nuestro fundamento y nuestra metanarrativa para la teología, incluida nuestra
cristología. La mejor manera de entender la Escritura es, pues, como una revelación de
palabras que requiere una lectura «densa». Debemos interpretar la Escritura como un
canon completo y tomar en serio no sólo lo que dice sobre los poderosos actos de Dios,
sino también cómo los interpreta, especialmente en lo que se refiere a Cristo.36 Esto
significa que la Escritura no sólo describe los hechos de la historia con exactitud, sino
que también explica esos hechos de tal manera que podemos conocer correctamente a
Cristo y formular una doctrina correcta sobre su identidad. Al hacer cristología, la sola
34
Lesslie Newbigin, Proper Confidence: Faith, Doubt, and Certainty in Christian Discipleship (Grand Rapids, MI:
Eerdmans, 1995), 93.
35
John Frame, The Doctrine of the Knowledge of God (Phillipsburg, NJ: P&R, 1987), 62–75.
36
Peter J. Gentry y Stephen J. Wellum, Kingdom through Covenant: A Biblical-Theological Understanding of the
Covenants (Wheaton, IL: Crossway, 2012), 87–89. Decir que la Escritura es una revelación con palabras es afirmar que
la Escritura es la propia interpretación de Dios de sus actos redentores a través de la agencia de los autores humanos.
Aunque los actos redentores de Dios son reveladores en sí mismos, no son autointerpretativos. Por ejemplo, en el
Antiguo Testamento, el mayor acto redentor de Dios fue la liberación de Israel de su esclavitud en Egipto. Pero el
significado de este acto tuvo que ser dado por la palabra de Dios (cf. Ex. 6:6-7; Dt. 4:32-35). El Nuevo Testamento
presenta la muerte y resurrección de Jesucristo como el último acto redentor de Dios. Pero, de nuevo, para que este acto
de Dios fuera una «buena noticia», Dios mismo tuvo que proporcionar una palabra sobre su significado e implicaciones
para todas las personas a lo largo de toda la historia (cf. Mt. 27:45-28:10; He. 2:22-24; 3:11-16; 10:34-43; 13:26-35;
Rom. 6:1-11; 1 Cor. 15:1-8). Los actos de Dios en la historia redentora nunca están separados de su palabra.
87
Epistemología «bíblica» para la Cristología
Scriptura exige que pasemos con cuidado del marco interpretativo y las categorías
propias de la Escritura (primer orden) a la formulación teológica (segundo orden).37
Esto no quiere decir que la tradición y la teología histórica no sean importantes,
sino que son importantes como regla de fe. D. A. Carson nos recuerda que «la teología
histórica, aunque no puede justificar por sí misma un sistema de creencias, no sólo
afina las categorías e informa el debate, sino que sirve como un importante punto de
control para ayudarnos a evitar la especulación incontrolada, la articulación teológica
puramente privada y la exégesis demasiado imaginativa».38 Así pues, debemos
confesar que sólo la Escritura tiene autoridad magisterial y siempre reina sobre la
tradición; pero también deberíamos decir que la tradición funciona en una capacidad
ministerial para ayudar a nuestra interpretación y aplicación de la Escritura. Plantear la
relación entre la Escritura y la tradición de esta manera no niega que la interpretación
de la Biblia implique lo que se conoce como una «espiral hermenéutica». Nadie se
acerca a la Escritura como una tabula rasa; todos interpretamos la Escritura con
puntos de vista, supuestos e incluso prejuicios heredados de nuestras diversas
tradiciones, culturas y antecedentes. Pero la Escritura es capaz de confirmar o corregir
nuestros puntos de vista según sea necesario, precisamente porque la propia Escritura
no es la interpretación de la iglesia, sino la palabra escrita de Dios mismo que
interpreta sus propios actos en la historia y su significado para su iglesia y el mundo.
Al hacer cristología, entonces, empezamos desde arriba con la palabra de Dios
escrita y continuamos leyendo la Escritura como la revelación de la palabra de Dios
que proporciona tanto los hechos como la interpretación de esos hechos para una
identificación precisa y autoritativa de Jesucristo. ¿Cómo podemos saber quién es
Jesús? La iglesia se somete a la autoridad magistral de la Escritura y se apoya en la
ayuda ministerial de la tradición y la teología histórica.
Al igual que el compromiso con la cristología desde arriba implica una lectura de la
Escritura como revelación de la palabra de Dios, esta sumisión a la propia
interpretación de Dios requiere que reconozcamos las formas particulares en que la
Biblia exige ser leída. En el centro de la teología evangélica está el intento de ser
bíblico y de «llevar cautivo todo pensamiento para obedecer a Cristo» (2 Cor. 10:5).
Pero, ¿qué significa ser «bíblico»? En cristología, ¿cómo sabemos que nuestras
formulaciones teológicas son fieles a las Escrituras y, por tanto, bíblicamente
justificadas?39 Esta pregunta puede parecer extraña, especialmente para los
evangélicos, ya que muchos ven la tarea de hacer teología de una manera bastante
sencilla. Sin embargo, en los últimos años, muchos han reconocido que hacer teología
no es en absoluto una misión sencilla. Por ejemplo, ¿nuestra cristología es «bíblica» si
nos limitamos a encontrar textos para respaldar nuestras afirmaciones? ¿Hacer
cristología «bíblica» es simplemente una cuestión de recopilar textos y ordenarlos
37
Estos conceptos están tomados de Richard Lints, The Fabric of Theology: A Prolegomenon to Evangelical
Theology (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1993), 259-336
38
D. A. Carson, «Recent Views of Scripture» en Hermeneutics, Authority, and Canon, 18.
39
He abordado esta cuestión en Gentry y Wellum, Kingdom through Covenant, 81-108.
88
Parte I Garantía epistémica para la Cristología actual
40
Esta es a menudo la crítica contra Charles Hodge. La metodología de Hodge se discute brevemente en Charles
Hodge, Systematic Theology, 3 vols. (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1981), 1:9-17. Para una metodología similar
utilizada por un teólogo contemporáneo, véase Wayne Grudem, Systematic Theology: An Introduction to Biblical
Doctrine (Grand Rapids, MI: Zondervan, 1994), 21-43.
41
Frame, Doctrine of the Knowledge of God, 76.
42
Esta expresión es de Kevin J. Vanhoozer, «From Canon to Concept: “Same” and “Other” in the Relation between
Biblical and Systematic Theology», Scottish Bulletin of Evangelical Theology 12/2 (1994): 96-124.
89
Epistemología «bíblica» para la Cristología
Dios en los propios términos de la Biblia, lo que requiere una interpretación teológica
y tipológica.43
43
«Teología bíblica» significa cosas diferentes para distintas personas. Sobre la disciplina de la teología bíblica,
véase Edward W. Klink III y Darian R. Lockett, Understanding Biblical Theology: A Comparison of Theory and
Practice (Grand Rapids, MI: Zondervan, 2012); Gentry y Wellum, Kingdom through Covenant, 21-38; Charles H. H.
Scobie, The Ways of Our God: An Approach to Biblical Theology (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 2003).
44
Vanhoozer, «Exegesis and Hermeneutics» 61; cf. idem, First Theology: God, Scripture, and Hermeneutics
(Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 2002), 159–203; Michael S. Horton, Covenant and Eschatology: The Divine
Drama (Louisville: Westminster John Knox, 2002), 123–276.
45
Lints, Fabric of Theology, 259–336; cf. D. A. Carson, The Gagging of God: Christianity Confronts Pluralism
(Grand Rapids, MI: Zondervan, 1996), 141–335.
46
Véase Horton, Covenant and Eschatology, 1-19, 147-276. Para Horton, los términos «escatológico» e «histórico-
redentor» captan el corazón de las categorías intrasistemáticas propias de la Escritura. Lo escatológico es más que un
mero lugar de la teología; más bien, es una lente con la que leemos la Escritura y hacemos nuestra teología. La propia
Escritura se nos presenta como una revelación redentora que tiene sus raíces en la historia. El plan eterno de Dios se
despliega y se desarrolla en el tiempo de tal manera que la propia forma de la Escritura es escatológica. La Escritura,
por tanto, es más que un almacén de hechos o proposiciones; la Escritura también despliega una historia con una trama
y una interpretación divina del drama de la redención. Esta historia dramática es escatológica en su esencia y
cristológica en su enfoque, y nuestra forma de hacer teología debe reflejar lo que es la Escritura. Para Horton, la propia
autopresentación de la Escritura es histórico-redentora en el sentido de que llega a nosotros como «el despliegue
orgánico del plan divino en su ejecución a través de la palabra (anuncio), el acto (realización) y la palabra
(interpretación)» (ibíd., 5). La redención progresa y se desarrolla, y la revelación sigue su ritmo y sus contornos a
medida que Dios interpreta sus acciones y las respuestas humanas en contextos históricos reales. Para Horton, la
naturaleza de la Escritura tiene al menos tres implicaciones importantes para el método teológico. En primer lugar,
desde el punto de vista epistemológico, una revelación redentora implica que, aunque el conocimiento de Dios es
exhaustivo y se nos revela progresivamente a lo largo del tiempo, nuestro conocimiento, aunque verdadero, es siempre
finito, incompleto y dependiente de la revelación de primer orden de Dios. En segundo lugar, nuestra interpretación de
la Escritura y nuestra práctica de la teología deben atender al desarrollo histórico de la historia redentora que está
orgánicamente relacionada con Cristo y centrada en él. La propia forma de las Escrituras nos recuerda que Dios no se
90
Parte I Garantía epistémica para la Cristología actual
apocalíptica, salmos, sabiduría, evangelio, cartas— para desplegar una trama centrada
en Cristo. Como nos recuerda D. A. Carson, «el hecho es que la Biblia, como
documento completo, cuenta una historia y, utilizada adecuadamente, esa historia
puede servir como metanarrativa que da forma a nuestra comprensión de la fe cristiana
en general».47 El teólogo sistemático debe interpretar primero la Escritura como
teólogo bíblico, de modo que la estructura de la misma estructure todas las
formulaciones teológicas.
Como guía útil en este punto, Richard Lints propone que la metodología de la
teología sistemática «bíblica» debe interpretar la Escritura a lo largo de su trama
histórico-redentora según tres horizontes: textual, epocal y canónico.48 Así pues, al leer
cualquier texto, no sólo hacemos exégesis en función de su sintaxis, su contexto
literario, su entorno histórico y su género (horizonte textual), sino que también lo
situamos en la historia redentora (horizonte epocal) y, finalmente, lo leemos a la luz de
todo el canon (horizonte canónico). Sólo cuando leemos la Escritura en términos del
horizonte canónico, la interpretamos de una manera plenamente «bíblica», de acuerdo
con su naturaleza y función dadas por Dios. De hecho, leer la Biblia canónicamente
como un todo unificado no es sólo un enfoque entre otras posibilidades; leer la
Escritura según los tres horizontes es la estrategia interpretativa que mejor corresponde
a la naturaleza del propio texto, dada su inspiración divina.49
Además, como señala acertadamente Lints, «lo esencial del horizonte canónico de
la interpretación bíblica es la continuidad entre las promesas de Dios y su
cumplimiento».50 Dios ha unido los diversos epígrafes de la historia redentora
mediante el tema de «promesa-cumplimiento», que se convierte en una parte crucial de
la interpretación correcta de la Escritura. El Dios que creó el mundo es el mismo Dios
que hizo pactos con su pueblo, y el mismo Dios que cumple fielmente sus promesas a
lo largo de los tiempos, llevándolas finalmente a su cumplimiento en Jesucristo (véase
2 Cor. 1:20). Así pues, debemos buscar a los autores bíblicos para desentrañar tanto la
continuidad del plan de Dios (ligado a sus promesas) como su discontinuidad
(cumplimiento en Cristo).
Lints nos ayuda a ver el significado de esta dinámica promesa-cumplimiento: «Los
autores bíblicos enmarcan sus escritos con la afirmación de que Dios ha sido fiel a sus
promesas en tiempos pasados, y por lo tanto será fiel en el futuro. El modelo promesa-
cumplimiento es un hilo conductor que asegura la unidad de la diversa colección de
estos escritos. Brinda significado en las circunstancias presentes y esperanza para la
liberación futura».51 Al trazar la línea argumental de la Escritura, pasando de la
promesa al cumplimiento, somos más capaces de ver cómo toda la Escritura está unida
y alcanza su consumación en Cristo —y empezamos a apreciar aún más que las
diversas historias de la Escritura no están yuxtapuestas al azar, sino que están unidas
como partes de un tapiz más grande que, en última instancia, muestra la gloria de Dios
en Cristo.
reveló en un acto exhaustivo, sino de una manera orgánica y progresiva que explica la diversidad de la Biblia. La
teología debe tener cuidado de no probar el texto, es decir, utilizar los textos sin tener en cuenta su ubicación histórico-
redentora. En tercer lugar, la teología debe evitar la especulación. Debe atender a lo que Dios ha dicho y hecho
realmente. 47 Carson, Gagging of God, 194.
47
Carson, Gagging of God, 194.
48
Lints, Fabric of Theology, 259–311.
49
Para un desarrollo de la estrategia interpretativa de los horizontes, véase Vanhoozer, First Theology, 194-203.
50
Lints, Fabric of Theology, 303.
51
Ibid.
91
Epistemología «bíblica» para la Cristología
52
Paul M. Hoskins, Jesus as the Fulfillment of the Temple in the Gospel of John (Eugene, OR: Wipf & Stock,
2007), 18. Hoskins describe dos concepciones diferentes de la tipología dentro de los estudios bíblicos contemporáneos:
un punto de vista tradicional que ve la correspondencia entre el tipo y el antitipo como algo dado por Dios, intencional
y predictivo, frente a un punto de vista crítico que es más escéptico sobre el significado predictivo y prospectivo de los
tipos (ibíd., 18-36). Yo sigo la interpretación tradicional de la tipología. Para su defensa, véase Richard Davidson,
Typology in Scripture: A Study of Hermeneutical ΤΥΠΟΣ Structures, Andrews University Seminary Doctoral
Dissertation Series, vol. 2 (Berrien Springs, MI: Andrews University Press, 1981); véase también John H. Stek,
«Biblical Typology Yesterday and Today», Calvin Theological Journal 5/2 (1970): 133-162; Leonhard Goppelt, Typos:
The Typological Interpretation of the Old Testament in the New, trad. Donald H. Madvig (Grand Rapids, MI:
Eerdmans, 1982); Douglas J. Moo, «The Problem of Sensus Plenior», en Hermeneutics, Authority, and Canon, 175-
212; Lints, Fabric of Theology, 304-310; G. K. Beale, «Did Jesus and His Followers Preach the Right Doctrine from
the Wrong Texts? An Examination of the Presuppositions of Jesus' and the Apostles' Exegetical Method», en The Right
Doctrine from the Wrong Texts? Essays on the Use of the Old Testament in the New, ed. G. K. Beale (Grand Rapids,
MI: Baker, 1994), 387-404; Graeme Goldsworthy, Gospel-Centered Hermeneutics: Foundations and Principles of
Evangelical Biblical Interpretation (Downers Grove, IL: IVP Academic, 2006), 234-257.
53
Utilizo el término «intertextual» para distinguirlo del «intratextual». «Intratextual» se refiere a la interpretación
de la Escritura en términos de su propio marco interpretativo —la estructura y la línea argumental dentro de la
Escritura—, mientras que «intertextual» se refiere a los desarrollos textuales a través de esa estructura y línea
argumental.
54
Kevin J. Vanhoozer, Is There a Meaning in This Text? The Bible, the Reader, and the Morality of Literary
Knowledge (Grand Rapids, MI: Zondervan, 1998), 119.
92
Parte I Garantía epistémica para la Cristología actual
55
Mi tratamiento de la tipología está en deuda con numerosas personas, concretamente con Richard Davidson.
Davidson investiga todos los usos de tipos en el Nuevo Testamento y luego saca conclusiones sobre la naturaleza
«bíblica» de la tipología (véase Davidson, Typology in Scripture). La presente definición se ha extraído de su resumen
en ibídem, 397-408.
56
En cuanto a la función de la tipología, Lints explica que «la relación tipológica es un medio central por el que
determinados horizontes epocales y textuales se vinculan a horizontes posteriores en la revelación redentora. Vincula el
presente con el futuro, y vincula retroactivamente el presente con el pasado. Se basa en la conexión orgánica de las
promesas de Dios con el cumplimiento de las mismas» (Lints, Fabric of Theology, 304).
57
La tipología no es una especie de predicción verbal, sino una predicción construida a partir de un modelo/patrón
que Dios mismo ha establecido y que aparece gradualmente a medida que los textos posteriores refuerzan el
modelo/patrón. Un tipo aparece y se aclara a través de desarrollos intertextuales a lo largo de la historia redentora,
culminando finalmente en Cristo.
93
Epistemología «bíblica» para la Cristología
superioridad sobre los ángeles (Heb. 1:5); su nombramiento como nuestro gran Sumo
Sacerdote (Heb. 5:5). Pero desde la Iglesia primitiva hasta hoy, una de las preguntas
más difíciles es cómo entender el «hoy» del Salmo 2:7: «Yo publicaré el decreto:
Jehová me dijo: “Tú eres mi Hijo; hoy te he engendrado”». En la época patrística, era
común interpretar el Salmo 2 como una profecía directa sobre Cristo, en cuyo caso el
«hoy» del versículo 7 es un «hoy eterno» que apoyaba la discusión de la Iglesia sobre
la «existencia eterna del Hijo» y su rechazo del adopcionismo.58 Sin embargo, es difícil
interpretar el Salmo 2:7 en su horizonte textual y epocal como algo menos que una
referencia a la entronización histórico-pactual del rey davídico y a las promesas del
pacto davídico. Pero cuando el Nuevo Testamento aplica el Salmo 2 a Jesús, ¿esta
comprensión funcional del «hoy» necesita una negación de la filiación eterna y
ontológica de Jesús? En absoluto.
El Salmo 2 debe interpretarse en su contexto inmediato (horizonte textual) y en su
contexto histórico-redentor (horizonte epocal), y ambas interpretaciones deben ser
tomadas en consideración en la diversa aplicación del Salmo 2 en el Nuevo
Testamento (horizonte canónico). Esta lectura canónica nos permite mirar a través del
Salmo 2 para ver un desarrollo funcional de la filiación de Jesús que no contradice ni
disminuye su filiación ontológica. El flujo funcional de la cristología enfatiza que
Jesús en su humanidad es designado como Hijo en virtud de lo que hace en su
ministerio terrenal: la obra victoriosa de Jesús en nuestro favor no sólo asegura nuestra
redención, sino que también se gana la exaltación y entronización de un hombre como
Hijo y Señor (Rom. 1:3-4). El flujo ontológico de la cristología enfatiza que Jesús es el
Hijo divino de Dios desde la eternidad en virtud de quien siempre ha sido.
Al leer el Salmo 2 dentro de su horizonte textual y del contexto epocal del pacto
davídico, podemos decir que «Jehová» entronizó a David como su rey, estableciéndolo
así como hijo de Dios (Sl. 2:7). Pero también debemos leer el Salmo 2 dentro de su
contexto canónico, siguiendo la trayectoria tipológica desde el pacto davídico hasta el
nuevo pacto en Cristo. Entonces podemos decir que Dios ha cumplido finalmente su
promesa entronizando al hombre Jesús para que funcione como Hijo y rey sobre su
pueblo mediante su resurrección victoriosa de entre los muertos (Hechos 13:33).59 Y
como la naturaleza de la tipología no es decirlo todo, sino destacar ciertos aspectos de
una realidad mayor, también podemos seguir diciendo que este mismo Jesús es el Hijo
eterno, que siempre ha sido ontológicamente (Jn. 1:1-2; Col. 1:15-17; Heb. 1:1-3).
Interpretar el Salmo 2 a la luz de sus tres horizontes nos ayuda a ver toda la
presentación canónica de Jesús como el Dios-hombre que es el Hijo-Rey de Dios
prometido para gobernar para siempre en justicia sobre el pueblo de Dios. En última
instancia, una interpretación teológica hace justicia tanto a la filiación funcional como
a la ontológica de Cristo, lo que nos permite afirmar estas realidades teológicas: la
deidad eterna del Hijo; la necesidad de su encarnación histórica; y la singularidad de
Cristo como Señor de la Gloria, Verbo hecho carne, Mesías y Rey.
58
Véase Robert L. Reymond, Jesus, Divine Messiah: The New and Old Testament Witness (Fearn, Ross-shire,
Scotland: Mentor, 2003), 77-81. Sobre el Salmo 2:7 y el adopcionismo (la filiación de Jesús no es eterna, sino que se
adquiere tras su resurrección), véase J. D. G. Dunn, Christology in the Making: A New Testament Inquiry into the
Origins of the Doctrine of the Incarnation, 2a ed. (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1996), 12-64.
59
Sobre este punto, véase Peter T. O'Brien, The Letter to the Hebrews, PNTC (Grand Rapids, MI: Eerdmans,
2010), 66-68, 194-197; véase también Vern S. Poythress, «What Does God Say through Human Authors?», en
Inerrancy and Hermeneutic: A Tradition, A Challenge, A Debate, ed. Harvie M. Conn (Grand Rapids, MI: Baker,
1988), 81-99.
94
Parte I Garantía epistémica para la Cristología actual
60
Véase D. A. Carson, Jesus the Son of God: A Christological Title Often Overlooked, Sometimes Misunderstood,
and Currently Disputed (Wheaton, IL: Crossway, 2012).
61
Para una discusión del concepto de aplicación, véase Frame, Doctrine of the Knowledge of God, 81-88. Horton y
Vanhoozer hablan de la aplicación como ejecución (véase Horton, Covenant and Eschatology, 265-276; Vanhoozer,
Drama of Doctrine, 363-457).
62
La teología como «pensar los pensamientos de Dios» es un buen resumen de la tarea teológica. Véase Herman
Bavinck, Prolegomena, vol. 1 de Reformed Dogmatics, ed. John Bolt, trad. John Vriend (Grand Rapids, MI: Baker,
2003).
95
Epistemología «bíblica» para la Cristología
bíblica y «reúne» todos los datos de forma coherente. Así, por ejemplo, aprendemos a
través de la teología bíblica que la Escritura presenta a Jesús como alguien totalmente
único, que es a la vez divino y humano. Pero esta presentación bíblica plantea algunas
cuestiones sistemáticas legítimas. Por ejemplo: ¿Cómo se entiende esta presentación de
Jesús en términos trinitarios, i.e., las relaciones precisas del Padre, el Hijo y el
Espíritu? ¿Qué pasa con la relación entre la deidad del Hijo y su humanidad (cf. Jn.
1:1, 14)? ¿Y cómo conciliamos que Jesús sea Dios Hijo y que, sin embargo, señale a
sus discípulos de que no sabe ciertas cosas (e.g., Mc. 13:32)?63 Muchas preguntas
como éstas surgen naturalmente de la teología bíblica y exigen que la iglesia piense de
forma constructiva sobre los datos bíblicos. Responder a estas preguntas requiere que
la iglesia saque ciertas conclusiones de los diversos datos de la teología bíblica para
articular en un solo lugar la identidad completa de Cristo.
En segundo lugar, la teología sistemática también se distingue de la teología
bíblica por la adición de la labor apologética. A medida que la iglesia ha construido su
teología sistemática a través de la reflexión y la proclamación del Cristo bíblico, la
iglesia también ha tenido que defender toda la presentación como teológicamente
coherente. Desde los primeros años hasta hoy, los críticos han desafiado a la Iglesia en
este punto. Ya sea en respuesta a Celso en el siglo II o a John Hick en la actualidad, a
la teología sistemática no le basta con decir: «Aquí está el Cristo bíblico». La teología
debe también honrar al Cristo bíblico y defender su presentación bíblica como nuestra
esperanza (1 Pe. 3:15). Como en cualquier doctrina, pero especialmente en la
cristología, al teólogo corresponde mostrar por qué la presentación canónica de Cristo
es coherente y consistente. Sin duda, ningún teólogo será capaz de explicar cómo
encajan todos los datos; no es posible ni se espera una teología exhaustiva, dada
nuestra finitud y condición de pecado y porque Dios no nos ha dado una revelación
exhaustiva.64 Pero se nos exige que mostremos por qué lo que estamos llamados a decir
no es autocontradictorio.
Llegados a este punto, con todo el esfuerzo apologético-constructivo de la teología
sistémica ante nosotros, es necesario abordar una última cuestión: el uso del lenguaje
extrabíblico. Dados estos movimientos del canon al concepto y del concepto a la
apologética, el uso del lenguaje extrabíblico en nuestras fórmulas teológicas ha sido
una preocupación importante desde el principio. Cuando la iglesia primitiva luchó con
los datos bíblicos y trató de explicar de forma coherente la doctrina de Dios, las
relaciones trinitarias y la naturaleza de Cristo y su identidad, la iglesia empleó
conceptos y terminología de la época que estaban fuera de las Escrituras. Dos
cuestiones se plantearon entonces y se mantienen hoy: si podemos y debemos utilizar
terminología extrabíblica en nuestras formulaciones bíblico-teológicas y, en caso
afirmativo, qué términos hacen avanzar las tareas constructivas y apologéticas.
En primer lugar, ¿es legítimo explicar el contenido de la teología bíblica utilizando
una terminología extrabíblica que inevitablemente trae consigo un bagaje filosófico? Si
todos los marcos extrabíblicos de interpretación son ilegítimos —como se ha
63
Estas no son las únicas cuestiones que la cristología debe abordar de forma constructiva. Otros ejemplos son: la
naturaleza de Dios y de los seres humanos, especialmente cuando se afirma que Cristo tiene tanto una naturaleza divina
como una naturaleza humana; la definición y constitución de una persona; la naturaleza de la encarnación y lo que
significa para el Hijo eterno vivir una vida encarnada (incluyendo la realidad de la autoconciencia, la voluntad y la
mente); las funciones cósmicas del Hijo, que sostiene el universo mientras vive una vida encarnada.
64
Esta es otra forma de hablar de la distinción entre arquetipo versus ectipo en epistemología. Sobre este punto,
véase Paul Helm, John Calvin's Ideas (Oxford: Oxford University Press, 2004), 11-34.
96
Parte I Garantía epistémica para la Cristología actual
65
Wells, Person of Christ, 91.
66
Utilizo el término «extrabíblico» para no confundirlo con «no bíblico».
67
Hay que señalar dos puntos más. En primer lugar, la Escritura no nos da una cristología técnica que esté diseñada
para responder a todas las preguntas. Sin embargo, la Escritura nos da una visión del mundo por la que pensamos en
Dios y en el mundo, y correspondientemente en Cristo. Este marco, aunque no está en el vocabulario técnico de los
filósofos o teólogos, implica sin embargo posiciones sobre cuestiones filosóficas. En este sentido, la Escritura habla de
todos los asuntos —no como un libro de texto sobre todo—, sino como una perspectiva global que puede ser
interpretada conceptualmente, sugiriendo algunas formulaciones y descartando otras, todo lo cual se aplica al hacer
cristología. En segundo lugar, debemos rechazar la dicotomía griego versus hebreo que prevalece en gran parte de esta
discusión. Esta distinción se remonta al movimiento de teología bíblica que se hizo popular en Norteamérica en los
años cuarenta y cincuenta. Este movimiento se preocupaba por las palabras y el lenguaje bíblico. Sus defensores creían
que los estudios de las palabras y las etimologías daban acceso a la mentalidad y la teología distintivas de los autores
bíblicos. Sobre la base de los estudios de las palabras, se argumentaba entonces que las nociones bíblicas de acción
divina, tiempo, etc. eran dinámicas y concretas, en contraste con los conceptos estáticos y abstractos de los griegos. Este
movimiento concluyó entonces que la cristología es más funcional que ontológica. Sin embargo, James Barr ha
desmontado a fondo este argumento y ha puesto fin a esta falsa dicotomía (véase James Barr, The Semantics of Biblical
Language [Eugene, OR: Wipf & Stock, 2004]). Todo esto equivale a decir que la iglesia primitiva no distorsionó los
datos bíblicos utilizando una terminología extrabíblica.
97
Epistemología «bíblica» para la Cristología
68
David S. Yeago, «The New Testament and the Nicene Dogma: A Contribution to the Recovery of Theological
Exegesis» en The Theological Interpretation of Scripture: Classic and Contemporary Readings, ed. Stephen Fowl
(Oxford: Blackwell, 1997), 87–102.
98
RESUMEN DE LA PARTE I
En el capítulo 1, vimos que las dos principales tendencias de la cristología actual han
producido mucha confusión respecto a la identidad de Jesús. Los paradigmas de la
investigación histórica de Jesús y el pluralismo crean dicha confusión porque son
creados por dos epistemologías que (de diferentes maneras) rechazan la única fuente
fiable y autoritativa para el verdadero conocimiento de Jesucristo. De hecho, el entorno
epistemológico actual hace que el conocimiento de Dios en Cristo sea imposible para
algunos humanos e irrelevante o insignificante para muchos más.
La Ilustración elevó el estatus de la razón humana a la omnicompetencia,
posicionando a la humanidad para reinar sobre todos los aspectos de la vida. Y esta
entronización de la razón condujo a cambios radicales en la filosofía, la ciencia, la
religión y la hermenéutica. En última instancia, a medida que la Ilustración avanzaba
hacia la modernidad, el reinado de la razón humana condujo al destronamiento del
Dios del teísmo cristiano y al rechazo de su instrucción inerrante en su palabra escrita.
En resumen, la epistemología de la Ilustración-modernidad limita el conocimiento a lo
que puede experimentar directamente el sujeto humano autónomo cuando experimenta
e interpreta el mundo físico según el control de los presupuestos del naturalismo
metodológico. Esta epistemología estrictamente racional, por supuesto, rechaza como a
priori irrealizable la existencia de Dios —al menos de un Dios que actúe en el mundo
de un modo que se consideraría sobrenatural— y la posibilidad de que los textos
antiguos que informan de acontecimientos relativos a individuos históricamente únicos
puedan proporcionar relatos verdaderos que tengan algún significado más allá de su
tiempo y ubicación.
El posmodernismo critica la confianza de la Ilustración-modernidad en la razón,
pero sólo para pasar de otros presupuestos a rechazar al Dios de la Biblia y la autoridad
de ésta como interpretación objetiva de la realidad. El posmodernismo presupone la
imposibilidad de un Dios absoluto en su ser —independiente de la creación— y de un
punto de vista de Dios sobre la realidad. Según la cosmovisión posmoderna, las
categorías que utilizamos para hablar de la realidad son artificiales y hechas por el
hombre; no hay una conexión «real» entre el lenguaje y la realidad. Así, la modernidad
presupone una epistemología estrictamente racional y una hermenéutica histórico-
crítica, mientras que la posmodernidad presupone una epistemología artificial y una
hermenéutica centrada en el lector. Lo que ambos tienen en común es que rechazan la
epistemología y la hermenéutica de revelación de la Reforma. El enfoque moderno
trabaja principalmente a través del paradigma de la investigación histórica de Jesús, lo
99
Resumen de la Parte I
que resulta en una cristología crítica que sigue sospechando de los textos bíblicos y
busca constantemente detrás de ellos al Jesús «real». El enfoque posmoderno trabaja
principalmente a través del paradigma del pluralismo, lo que resulta en muchas
cristologías personales basadas en el significado que cada lector individual da a los
textos bíblicos. Ambos rechazan la cristología confesional de la ortodoxia establecida
en la iglesia primitiva y mantenida hasta la Reforma.
Sólo puede haber una respuesta a las dos tendencias de la cristología
contemporánea que surgen de las epistemologías anti-revelación: volver a una
epistemología bíblica de revelación para interpretar la Biblia en sus propios términos y
descubrir la identidad del Jesús real dada por Dios mismo.
En el capítulo 2, comenzamos con esta lección para los teólogos evangélicos de
hoy: una cristología verdaderamente «bíblica» debe proceder de manera
autoconsciente y explícita de la autopresentación de Cristo como la única manera de
identificarlo correctamente. Una cristología «bíblica» es aquella que construye la
identidad de Jesús a partir de la Biblia y en sus propios términos. Identificar
correctamente a Jesús, por tanto, requiere hacer cristología «desde arriba», partiendo
de la Escritura como la propia palabra exacta y autoritativa de Dios escrita en textos
que se interpretan entre sí. La Escritura no sólo describe los hechos de la historia con
exactitud, sino que también explica el significado y la importancia de esos hechos de
manera que podamos conocer a Jesús en verdad y formular una doctrina correcta sobre
su identidad.
La teología sistemática, por tanto, tiene una doble tarea: interpretar la Escritura
como autorrevelación de Dios a través de la teología bíblica y aplicar la Escritura a
través de la construcción y defensa teológica. La interpretación de la Biblia requiere
una lectura teológica. La interpretación teológica se centra en lo que Dios ha revelado
como verdadero y significativo, permitiendo que las características textuales
determinen el significado de cada lectura. Una lectura teológica atiende a la trama
bíblica que se desarrolla a lo largo de tres horizontes: sintaxis, contexto literario y
género (horizonte textual); ubicación en la historia redentora (horizonte epocal);
integración con el resto del canon en su conjunto (horizonte canónico).
Aunque es necesaria, la teología bíblica por sí sola no es suficiente. La teología
sistemática toma los datos bíblicos de la teología bíblica y los formula para aplicarlos a
todos los ámbitos de la vida. Vivir en el mundo y resistir al mundo requiere que la
iglesia vaya más allá de la descripción teológica y pase a la formulación teológica que
satisfaga las necesidades del discipulado en la fe y la defensa de la fe. La tarea de
aplicar las Escrituras, por tanto, requiere un trabajo constructivo y apologético. Los
tres horizontes de interpretación son importantes, pero los horizontes textual y epocal
se acumulan en el horizonte canónico de tal manera que el nivel canónico presenta la
intención divina más verdadera y completa respecto a la identidad de Cristo. La
teología sistemática pasa del canon al concepto, reuniendo las descripciones de la
teología bíblica en un todo coherente. Y en medio de este trabajo de construcción, los
desafíos a la fe requieren diversas defensas que afinan aún más la formulación
teológica para comprender y proclamar mejor al Cristo bíblico.
100
PARTE II
101
INTRODUCCIÓN A LA PARTE II
Todos los cristianos quieren ser bíblicos al manejar las Escrituras. Pero lo que se
considera «bíblico» no goza del tipo de consenso que podríamos esperar e incluso
suponer. Tanto en la teoría como en la práctica, quienes buscan «dividir correctamente
la palabra de verdad» se acercan al texto con diferentes motivaciones para su trabajo,
emplean diferentes medios en su interpretación y llegan a diferentes conclusiones al
final.
En el centro de estas diferencias metodológicas e interpretativas se encuentra a
menudo una diferencia en la comprensión y respuesta a la autopresentación de la
Biblia. En consonancia con una cristología «desde arriba» (Parte I), los próximos
capítulos argumentarán que la Biblia exige ser leída en sus propios términos. La Biblia
se presenta como una historia que se desarrolla en cuatro partes y a través de seis
pactos, desplegando las promesas de Dios en el Antiguo Testamento hasta su
cumplimiento en el Nuevo Testamento. Para que la cristología de hoy tenga una
garantía bíblica, lo que la Biblia dice sobre Jesucristo debe interpretarse y entenderse
de acuerdo con esta estructura autoritativa.
Como veremos, cuando la Biblia se lee en sus propios términos, presenta a Jesús
como Dios Hijo encarnado —la tesis de este volumen. En el capítulo 3 se describe la
estructura redentora y pactual de las Escrituras. La historia bíblica se desarrolla en
cuatro partes principales o épocas: creación, caída, redención e inauguración-
consumación. Estas partes forman el horizonte epocal que da a cada interpretación
particular un contexto histórico-redentor específico. Y a medida que se desarrolla la
historia bíblica, la trama avanza a través de seis pactos: Dios pacta con Adán/creación,
Noé/creación, Abraham, Israel y el rey David antes de que llegue el nuevo pacto en
Cristo. El capítulo 4 esboza la presentación general de Cristo en la Biblia según esta
estructura y su dinámica tipológica, considerando la autocomprensión de Jesús sobre
quién es y cómo sus apóstoles lo identifican según sus palabras y obras. Trabajando
dentro del propio marco bíblico, Jesús y sus apóstoles llegan a la misma conclusión: es
tanto Dios como hombre. El capítulo 5 explora la deidad de Dios igual a la de Cristo
examinando su estatus divino, sus obras y sus nombres. Y en el capítulo 6 se analiza la
plena humanidad de Cristo, centrándose en la presentación bíblica de la encarnación y
en la justificación de la venida de Dios Hijo en nuestra carne.
103
Parte II Garantía bíblica para la Cristología actual
CAPÍTULO 3
LA ESTRUCTURA AUTORITATIVA DE LA
HISTORIA BÍBLICA
105
La estructura autoritativa de la historia bíblica
[presupuestos epistemológicos], son las elecciones que hacemos con respecto al marco
interpretativo, las categorías de comprensión que empleamos en nuestro análisis del
material bíblico».3 En otras palabras, para comprender correctamente al Jesús de la
Biblia, debemos situarlo en el marco bíblico-teológico más amplio de la Escritura, que,
para Wells, es el marco escatológico del reino de Dios. Wells argumenta correctamente
que el marco escatológico de la Escritura, arraigado en todo el argumento bíblico, es el
«marco interpretativo dentro del cual el nacimiento, la muerte y la resurrección [de
Jesús] asumen su significado apropiado».4 Y el argumento de la Escritura se mueve
desde la promesa hasta la realización del reino de Dios: desde el jardín del Edén,
pasando por el Israel del Antiguo Testamento, hasta la iglesia del Nuevo Testamento y
la nueva creación. Aunque todo esto es cierto y útil, una mirada más atenta a la
estructura interna de la Biblia aportará más claridad cuando llegue el momento de
situar a Jesús dentro de esta línea argumental autoritativa.5 D. A. Carson nos recuerda
que, incluso con toda su diversidad, «la Biblia, como documento completo, cuenta una
historia y, utilizada adecuadamente, esa historia puede servir como metanarrativa que
da forma a nuestra comprensión de toda la fe cristiana».6 Y esto incluye, sin duda, toda
una cristología.
El objetivo de este capítulo es exponer las cuatro partes principales y los seis
pactos progresivos de la metanarrativa bíblica para que luego podamos ver cómo la
propia Biblia nos presenta a Jesús. Estas partes y pactos forman el marco teológico
propio de la Biblia, que sitúa todos los datos bíblicos intervinientes en su lugar para
mostrar una imagen clara y correcta de Jesús. Si no situamos a Jesús en este marco, no
entenderemos quién es, y mucho menos lo que ha hecho. Además, para entender cómo
funciona cada parte y pacto en la identificación bíblica de Cristo, en la siguiente
discusión nos resistiremos a una conexión explícita con la persona de Cristo el mayor
tiempo posible; incluso al final de este capítulo, muchas preguntas esperarán respuestas
que vendrán más adelante, las cuales consideran específicamente lo que la Biblia dice
sobre Jesús. Para tener una garantía bíblica adecuada para nuestra cristología, primero
tenemos que saber con precisión cómo habla la Biblia sobre Jesús. Debemos proceder
deliberada y cuidadosamente para tomar la Biblia en sus propios términos —los únicos
términos autorizados para la correcta identificación de Cristo.
3
David F. Wells, The Person of Christ: A Biblical and Historical Analysis of the Incarnation (Westchester, IL:
Crossway, 1984), 21.
4
Ibídem, 32. Colin Gunton también sostiene que para entender quién es Jesús debemos situarlo en el contexto del
Antiguo Testamento: «Podríamos decir que Israel proporciona la lógica de la cristología, de modo que el Antiguo
Testamento establece el marco en el que tanto el propio Jesús, por lo que parece, como sus primeros intérpretes
entendieron su significado» (Colin Gunton, The Christian Faith: An Introduction to Christian Doctrine [Oxford:
Blackwell, 2002], 80). Véase también N. T. Wright, «Jesus», en New Dictionary of Theology, Sinclair Ferguson, ed.,
David F. Wright y J. I. Packer (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 1988), 348-351; ídem, Jesus and the Victory of
God, vol. 2 en Christian Origins and the Question of God (Minneapolis: Fortress, 1997), 147-653.
5
Para otros ejemplos útiles de cómo situar a Jesús en el marco interpretativo de las Escrituras, véase Graeme
Goldsworthy, According to Plan: The Unfolding Revelation of God in the Bible (Downers Grove, IL: InterVarsity
Press, 1991); Stephen G. Dempster, Dominion and Dynasty: A Biblical Theology of the Hebrew Bible, NSBT 15
(Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 2003); Paul R. House, Old Testament Theology (Downers Grove, IL:
InterVarsity Press, 1998); Thomas R. Schreiner, New Testament Theology: Magnifying God in Christ (Grand Rapids,
MI: Baker Academic, 2008).
6
D. A. Carson, The Gagging of God: Christianity Confronts Pluralism (Grand Rapids, MI: Zondervan, 1996), 194.
106
Parte II Garantía bíblica para la Cristología actual
Esta sección esbozará las cuatro partes principales que sustentan la metanarrativa de la
Escritura, su esquema general que mantiene todas las partes e historias más pequeñas
juntas en su lugar apropiado para dar sentido a la revelación de Dios. Más
concretamente, el trazo del curso de la historia redentora, desde la creación hasta la
caída, la redención y la inauguración-consumación, proporciona los puntos teológicos
que nos hablan de Dios, de la creación y de la humanidad, para que al final
encontremos el camino hacia Jesús, que es Dios Hijo encarnado, el Verbo eterno hecho
carne por nosotros y para nuestra salvación, nuestro glorioso Señor que renueva tanto
la creación como la humanidad.
A. Creación
7
Para un análisis extenso de cómo la creación identifica a Dios como el Señor del pacto, véase John M. Frame, The
Doctrine of God (Phillipsburg, NJ: P&R, 2002), 1-115. Para la expresión «el Señor del pacto» como una forma
resumida de hablar y pensar en el Dios trino de las Escrituras, véase ídem, The Doctrine of the Knowledge of God
(Phillipsburg, NJ: P&R, 1987), 11-61. Para otro excelente tratamiento de la doctrina de Dios, véase John S. Feinberg,
No One Like Him: The Doctrine of God, Foundations of Evangelical Theology (Wheaton, IL: Crossway, 2001).
8
Para un análisis de la existencia y las acciones de Dios como ser personal, véase Feinberg, No One Like Him, 225-
231; Frame, Doctrine of God, 602; véase también Herman Bavinck, God and Creation, vol. 2 de Reformed Dogmatics,
ed. John Bolt, trad. John Vriend (Grand Rapids, MI: Baker, 2004), 15-19; cf. Carson, Gagging of God, 222-238.
9
La aseidad es más que un atributo metafísico que enfatiza la autoexistencia de Dios; también se refiere a
categorías epistemológicas y éticas. Como señala Frame, «Dios no sólo es autoexistente, sino que también se
107
La estructura autoritativa de la historia bíblica
Y en esta regla, Dios ama, odia, comprende, consuela, castiga, premia, destruye y
fortalece, todo según las relaciones personales y pactuales que establece con su
creación. Dios nunca se presenta como un mero concepto abstracto o una fuerza
impersonal. De hecho, a medida que avanzamos en la historia redentora, Dios se revela
no sólo como unipersonal, sino como tripersonal, un ser en relación, una unidad de tres
personas: Padre, Hijo y Espíritu. En resumen, como Señor trino quien hace pactos con
su creación, Dios actúa en, con y a través de sus criaturas para llevar a cabo todo lo que
desea hacer en la forma en que desea hacerlo.
La Escritura también presenta a este único Señor como el Santo sobre toda su
creación (Gn. 2:1-3; Éx. 3:2-5; Lv. 11:44; Is. 6:1-3; 57:15; cf. Rom. 1:18-23). El
significado común de la santidad es «apartar», pero la santidad implica mucho más que
la distinción y transcendencia de Dios.10 La santidad de Dios está particularmente
asociada con su aseidad, soberanía y majestad gloriosa.11 Como el que es Señor de
todo, es exaltado, autosuficiente y autodeterminado tanto metafísica como moralmente,
y por lo tanto categóricamente diferente en naturaleza y existencia de todo lo que ha
hecho. No puede ser comparado con los «dioses» de las naciones ni ser juzgado por
criterios humanos. Sólo Dios es santo en sí mismo; sólo Dios es Dios. Además,
íntimamente ligada a la santidad de Dios en sentido metafísico, está la pureza y
perfección personal-moral de Dios. Es «demasiado puro para contemplar el mal» e
incapaz de tolerarlo (Hab. 1:12-13; cf. Is. 1:4-20; 35:8). Dios debe actuar con santa
justicia cuando su pueblo se rebela contra él; sin embargo, es el Dios que ama a su
pueblo con un amor santo (Os. 11:9), pues es el Dios de la «fidelidad al pacto» (hesed).
A menudo, la santidad y el amor divinos se contraponen, pero la Escritura nunca los
presenta como opuestos. No sólo vemos esto enseñado en el Antiguo Testamento, sino
que el Nuevo Testamento, al tiempo que mantiene la completa santidad de Dios (véase
Ap. 4:8), también afirma en 1 Juan 4:8 que «Dios es amor». Pero es importante señalar
que se produce una increíble tensión en la manera en que Dios demostrará
simultáneamente su santa justicia y su amor pactual, que sólo se resuelve
verdaderamente en la persona y la obra de Cristo —Dios Hijo encarnado que se
convierte en nuestro sacrificio propiciatorio y reconcilia la justicia y la gracia divinas
en su cruz (Rom. 3:21-26).12
Como primera parte importante del relato bíblico, la creación presenta la identidad
fundamental de Dios mismo. Y es la identidad de Dios como santo Creador y Señor del
pacto la que da una forma teísta particular al marco interpretativo de las Escrituras 13 —
autoatribuye y se autojustifica. No sólo existe sin recibir la existencia de algo más, sino que obtiene su conocimiento
sólo de sí mismo (su naturaleza y su plan) y sirve como su propio criterio de verdad. Y su justicia se justifica por sí
misma, basándose en la justicia de su propia naturaleza y en su condición de criterio último de rectitud» (Doctrine of
God, 602).
10
Véase Willem VanGemeren, New International Dictionary of Old Testament Theology and Exegesis, 3 vols.
(Grand Rapids, MI: Zondervan, 1997), 3:879; véase también Feinberg, No One Like Him, 339-345. Para un análisis de
la creencia de los teólogos del pasado de que la santidad es la característica más fundamental de Dios, véase Richard A.
Muller, The Divine Essence and Attributes, vol. 3 de Post-Reformation Reformed Dogmatics (Grand Rapids, MI: Baker
Academic, 2003), 497-503. Aunque debemos demostrar cuidado al elevar una perfección de Dios, hay un sentido en el
que la santidad define su naturaleza misma. De hecho, siempre que combinamos la santidad de Dios con el amor, la
justicia o la bondad, decimos que es un amor santo, una justicia santa o una bondad santa.
11
Muller, Divine Essence and Attributes, 497–503.
12
D. A. Carson, The Difficult Doctrine of the Love of God (Wheaton, IL: Crossway, 2000).
13
Todos los demás marcos «teístas» (deísmo, panenteísmo, etc.) son incompatibles con el único marco bíblico-
teológico de la Escritura establecido por su específica identificación metafísica-moral de Dios. Por tanto, sólo el marco
teológico particular de la Biblia puede proporcionar la identificación correcta de Cristo. Para un desarrollo de este
punto, véase Millard J. Erickson, The Word Became Flesh: A Contemporary Incarnational Christology (Grand Rapids,
108
Parte II Garantía bíblica para la Cristología actual
una identidad y una forma en las que, en última instancia, se sitúa Jesús. De hecho,
como no hay otro ser como Dios, su señorío trascendente, inmanente, perfecto,
personal y santo sobre toda la creación determina el sentido y el significado de todo lo
que ocurre en la historia. En nuestro estudio de la historia intelectual, descubrimos que
una de las principales causas de la actual confusión cristológica es la adopción de
puntos de vista que presuponen una comprensión diferente de Dios y de la relación
Dios-mundo. Sin embargo, según una epistemología bíblica, no hay acontecimientos
abstractos ni hechos brutos que deban interpretarse según el racionalismo estricto de la
Ilustración o la relatividad absoluta del pensamiento posmoderno-pluralista. Todo lo
que ocurre en la creación procede del designio del santo Creador y Señor del pacto,
que revela e interpreta sus propias obras según la línea argumental de las Escrituras.
La creación también establece que este marco teísta particular que apoya la
metanarrativa de la Biblia es escatológico. Las cosas no son ahora lo que eran o lo que
serán. La creación inicia todo un drama que conduce el curso de la historia hasta el
final diseñado para ella por su Creador y Señor del pacto. Dios dijo que su creación era
«muy buena» (Gn. 1:1-3, 31; cf. Jn. 1:1-3)14 y empezó a construir su reino desde el
principio. Graeme Goldsworthy nos ayuda a localizar el reino de Dios incluso en el
jardín:
El reino de Dios es un nombre que no se utiliza en la Biblia hasta mucho más tarde,
pero la idea de él viene inmediatamente a la mente cuando pensamos en la
creación…
¿Cómo podemos describir el reino de Dios tal y como se ha revelado hasta este
momento en la Escritura? El gobierno de Dios implica las relaciones que ha
establecido entre él y todo lo que hay en la creación. En otras palabras, Dios
establece las reglas de toda la existencia. Ambos relatos de la creación muestran a la
humanidad como el centro de la atención de Dios y el destinatario de una relación
única con él. Así, el centro del reino de Dios es la relación entre Dios y su pueblo. El
hombre está sometido a Dios, mientras que el resto de la creación está sometida al
MI: Baker, 1991), 507-530. Además, eliminar a Jesús de la presentación general de Dios en la Biblia significa no
entender cómo se presenta la cristología del Nuevo Testamento dentro de su contexto judío. E incluso antes del Nuevo
Testamento, Richard Bauckham argumenta con razón que el judaísmo del Segundo Templo sostenía un monoteísmo
estricto similar a la discusión anterior de Dios como el Creador y Señor del pacto, y que como tal, era «imposible
atribuir la divinidad real a cualquier figura que no fuera el único Dios» (Richard Bauckham, Jesus and the God of
Israel: God Crucified and Other Studies on the New Testament's Christology of Divine Identity [Grand Rapids, MI:
Eerdmans, 2008], 2).
14
Algunos sostienen que la bondad es simplemente la completa correspondencia entre la intención divina y el
universo. Este punto de vista, sin embargo, no requiere un mundo perfecto y, por tanto, permite la muerte en el mundo
no humano antes de la caída (véase William J. Dumbrell, The Search for Order: Biblical Eschatology in Focus [Grand
Rapids, MI: Baker, 1994], 20-22; Hugh Ross, Creation and Time: A Biblical and Scientific Perspective on the
Creation-Date Controversy [Colorado Springs: NavPress, 1994], 62ss). La mejor opción vincula la bondad con las
realidades morales para argumentar que la muerte, el dolor y el sufrimiento no existían antes de la caída y que son el
resultado del pecado de Adán (cf. Gn. 2:17; 3:19; Rom. 5:12; 6:23) (véase, por ejemplo, Andrew S. Kulikovsky,
Creation, Fall, Restoration: A Biblical Theology of Creation [Fearn, Ross-shire: Mentor, 2009], 204-220). Además, un
mundo bueno implica que tanto las realidades físicas como las espirituales fueron creadas buenas y, lamentablemente, a
la luz de la caída, ambas están corrompidas por el pecado y necesitan redención. Cuando la Escritura habla
posteriormente del Redentor y de su encarnación, lo hace enfatizando la necesidad de que Cristo se haga carne para
redimir. En este sentido, es importante recordar que la primera herejía cristológica de la Iglesia no negaba la deidad de
Cristo, sino su humanidad. El docetismo, que rechazaba la bondad original de la realidad física creada, negaba también
la realidad de una encarnación real. La Iglesia, por el contrario, partiendo de una visión adecuada de la creación, se dio
cuenta de que sin una encarnación real, el Redentor no podía redimirnos plenamente.
109
La estructura autoritativa de la historia bíblica
hombre y existe para su beneficio. El reino significa que Dios gobierna a su pueblo
en el universo material.15
En pocas palabras, Dios hizo una buena creación como el hábitat físico adecuado
en el que el pueblo de su reino podría vivir bajo su gobierno de pacto.16 Y dado que
este estado de cosas es central para el deseo del Señor de la historia, la bondad de la
creación y la presencia de su reino son centrales en la línea argumental que despliega
su plan. El hecho de que la rebelión dentro del reino de Dios corrompiera toda la
creación significa que los acontecimientos de la historia se mueven bajo el gobierno
del Señor del pacto en una dirección escatológica hacia una «nueva creación» y la
consumación de un reino eterno (véase Is. 65:17-25; Rom. 8:19-22; Ap. 21:1-4).
Esto no quiere decir que la creación venidera sustituya a una creación original que,
de alguna manera, Dios no supo mantener en su curso. La renovación, tanto de la
creación como de la humanidad, formaba parte del plan eterno de Dios (1 Cor. 2:7; Ef.
1:5-11; 2 Tim. 1:9; Tit. 1:2); la «nueva creación» representa el objetivo escatológico
original de la antigua creación. La propia semana de la creación culminó con el
descanso de Dios en el séptimo día (Gn. 2:1-3). Y este único día de culminación y
descanso se convirtió en un patrón que fundamenta la observancia del día de reposo
bajo el antiguo pacto (véase Ex. 20:8-11), pero que en última instancia apunta a un
«descanso sabático final para el pueblo de Dios» (Heb. 3:7-4:13) bajo el nuevo pacto
que no tendrá fin (véase Ap. 21:22-25), asociado al gran descanso de salvación
inaugurado por el propio Jesús.
Por último, la creación establece que este particular marco teísta-escatológico de la
Escritura es también tipológico. Como hemos visto, según una epistemología bíblica,
numerosas personas, acontecimientos e instituciones siguen una trayectoria tipológica
a través de las Escrituras hasta su cumplimiento final —algunos tipos se dirigen a sus
antitipos designados. Pero la creación nos da uno de los primeros tipos que tiene un
efecto característico en el marco interpretativo de la Escritura en general y en la
cristología en particular.
La humanidad creada a imagen de Dios (imago Dei) funciona como un importante
metatipo que se extiende a lo largo de la metanarrativa de la Escritura y retoma otros
tipos en el camino. Este metateipo de imago, además, se inserta en la presentación
escatológica de la Biblia sobre la bondad de la creación y la presencia del reino de
Dios: «Entonces dijo Dios: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza. Y
señoree... toda la tierra”» (Gn. 1:26).17 El clímax de lo que Dios como Creador llamó
«muy bueno» fue que dio un gobierno subordinado a una humanidad hecha en la
imago Dei, diseñada para ser representantes de Dios como Señor del pacto.18 Junto con
15
Goldsworthy, According to Plan, 94-95. El gobierno de Dios es clave en el Antiguo Testamento: «La idea del
gobierno de Dios sobre la creación, sobre todas las criaturas, sobre los reinos del mundo y, de manera única y especial,
sobre su pueblo elegido y redimido, es el corazón mismo del mensaje de las escrituras hebreas» (ídem, «Kingdom of
God», en NDBT, 618).
16
Para un tratamiento detallado del plan de Dios de tener un pueblo para sí mismo en un lugar para sí mismo, tal
como se desarrolla a través del Antiguo Testamento, véase Dempster, Dominion and Dynasty.
17
«Imagen» y «semejanza» son sinónimos (véase Anthony Hoekema, Created in God's Image [Grand Rapids, MI:
Eerdmans, 1986], 11-101) tanto aquí como en textos relacionados (e.g., Gn. 5:1; 9:6; 1 Cor. 11:7; Col. 1:15; 3:10),
aunque se puede detectar un ligero matiz. Sobre este punto, véase Peter J. Gentry y Stephen J. Wellum, Kingdom
through Covenant: A Biblical-Theological Understanding of the Covenants (Wheaton, IL: Crossway, 2012), 181-202.
18
Los términos «imagen» (selem) y «semejanza» (demut) son poco frecuentes en el Antiguo Testamento aplicados
a los seres humanos (véase Gn. 1:26-27; 9:6; véase una frase similar en Gn. 5:3; véase 1 Cor. 11:7; Sant. 3:9). Sin
embargo, en el antiguo Oriente Próximo, la imagen era una representación física del «dios», concretamente del rey que
110
Parte II Garantía bíblica para la Cristología actual
poseía el espíritu del «dios». Y esto proporciona un punto de partida clave del uso bíblico. La Escritura enseña que el
hombre (colectivamente) está hecho a imagen de Dios. No sólo el rey, sino todos los humanos son representantes
hechos para gobernar bajo el dominio de Dios. El dominio no es la definición de la imago, sino una consecuencia de
ella (cf. Sl. 8). La Escritura enseña más tarde que, en la redención, los seres humanos son renovados a la
«imagen/semejanza» de Dios (Col. 3:10; Rom. 8:29; cf. Ef. 4:24; 2 Cor. 3:18), que luego se vincula a Cristo, el Hijo,
que es la verdadera «imagen» de Dios, por tanto el arquetipo de nuestro ser creado a imagen de Dios (Col. 1:15; cf.
Heb. 1:3).
19
Wells, Person of Christ, 7, sostiene que la cristología requiere una concepción clara no sólo de Dios sino también
de los hombres. ¿Por qué? Porque la naturaleza de la encarnación requiere que pensemos en la naturaleza de Dios y de
los humanos, ya que nuestro Señor es, en palabras de la Definición Calcedonia, una persona que es verdaderamente
Dios y verdaderamente hombre en dos naturalezas para siempre. Es importante pensar en el Islam en este punto. El
rechazo del Islam a la posibilidad misma de una encarnación está ligado a su visión de Dios y del hombre. Con respecto
a Dios, el Islam niega la Trinidad y tiene una visión diferente de toda la relación Dios-mundo. En cuanto a los humanos,
el Islam niega que seamos portadores de esta imagen. Dadas estas diferencias, no es de extrañar que rechacen la
encarnación como algo imposible e inconcebible.
20
Dempster, Dominion and Dynasty, 58–59.
111
La estructura autoritativa de la historia bíblica
hombre que representaba a toda la humanidad ante Dios. En resumen, ser Adán es ser
la cabeza del pacto de la humanidad bajo el Señor Creador del pacto. En conjunto, el
tipo imagen-hijo-Adán establecido en la creación aumenta a lo largo de una trayectoria
tipológica hasta su cumplimiento en el antitipo: la verdadera imagen-hijo y el último
Adán. La rebelión del primer hijo-imagen terrenal bajo el primer pacto trajo el pecado,
el juicio, la muerte a toda la humanidad y la corrupción a toda la creación. Por lo tanto,
el verdadero hijo-imagen y el último Adán deben traer la justicia y la vida eterna a una
nueva humanidad bajo un nuevo pacto en una nueva creación.
En resumen, la creación establece un marco teísta-escatológico-tipológico
particular que lleva cada interpretación de las Escrituras a un plan singular de Dios que
conlleva ciertas expectativas para la humanidad y toda la creación. El Señor Creador
del pacto está llevando la bondad de su creación y la presencia de su reino a su
culminación en una imagen verdadera y definitiva: la imagen-Hijo-Adán. Esta imago
Dei venidera representará a Dios con precisión; este Hijo venidero le obedecerá
perfectamente; este Adán venidero proporcionará un representante fiel al pacto, todo
ello por el bien de la gloria de Dios en una nueva humanidad que reinará sobre una
nueva creación según las disposiciones de un nuevo pacto.
B. Caída
Como segunda parte fundamental de la metanarrativa bíblica, la caída crea una tensión
en el marco interpretativo establecido por la creación. Después de Génesis 3, el mundo
y las personas que lo habitan ya no son «muy buenos». Nadie puede examinar
honestamente la historia de la humanidad, o incluso una vida humana, y no llegar a la
conclusión de que hemos errado en algún aspecto. Pero no todos explican el problema
humano de la misma manera. Sin simplificar demasiado el asunto —permitiendo
muchos matices— podemos dividir la comprensión del fracaso humano en dos
explicaciones: intrínseca y moral. Las cosmovisiones no cristianas consideran que el
problema humano es intrínseco a la condición humana. Nuestro fracaso está vinculado
a nuestra finitud como un producto esencial y necesario de nuestra constitución
natural. Pero la Iglesia ha rechazado tradicionalmente el argumento intrínseco a la luz
del relato bíblico y la historicidad de Adán y la caída.
Casi inmediatamente después de la creación,21 Génesis 3 presenta un cambio
epocal espacio-temporal causado por el acto inmoral del hombre que fue creado «muy
bueno».22 Después de recibir todas las provisiones y la bendición de Dios para
obedecerle y disfrutar de él en un reino, Adán se rebeló voluntariamente contra el
Señor Creador del pacto. Después de regocijarse en la provisión de Dios de una «ayuda
idónea para él» (Gn. 2:20-23), Adán se sintió insatisfecho con la vicegerencia bajo
Dios y cayó en la tentación de Satanás de gobernar sin Dios «siendo como Dios,
conociendo el bien y el mal» (3:4-7). La caída nos muestra que la entrada del pecado
21
Este sentido del tiempo es ciertamente verdadero desde una perspectiva narrativa. Independientemente del
posible lapso de tiempo después del primer Sabbat y la rebelión de Adán, el texto enfatiza un cambio drástico de la
bondad a la corrupción.
22
La Escritura nunca reduce el problema humano a una cuestión de biología o de condiciones sociales, contra Karl
Giberson, Saving the Original Sinner (Boston: Beacon, 2015); Peter Enns, Evolution of Adam (Grand Rapids, MI:
Brazos, 2012). Sin negar las complejas conexiones con nuestros cuerpos físicos e interacciones sociales, nuestro
problema de fondo es el pecado voluntario y responsable ante Dios, un problema moral que necesita una solución
moral. Los injustos deben ser hechos justos por uno que nunca fue injusto.
112
Parte II Garantía bíblica para la Cristología actual
23
Para una defensa de la historicidad de Adán y la caída, véase Henri Blocher, Original Sin: Illuminating the
Riddle, NSBT 5 (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 2000); C. John Collins, Did Adam and Eve Really Exist? Who
They Were and Why You Should Care (Wheaton, IL: Crossway, 2011); Hans Madueme, ed., Adam, the Fall, and
Original Sin: Theological, Biblical, and Scientific Perspectives (Grand Rapids, MI: Baker Academic, 2014); cf.
Matthew Barrett y A. B. Caneday, eds., Four Views on the Historical Adam (Grand Rapids, MI: Zondervan, 2013).
Sólo un Adán histórico y la caída en el pecado y su corrupción pueden ser superados. La negación del Adán histórico y
su pecado original hace que el pecado y el mal formen parte de lo que significa ser humano, con dos consecuencias
antibíblicas: (1) la responsabilidad por el pecado y el mal se remonta a nuestro Creador, que debe habernos hecho
«defectuosos» desde el principio; (2) se pierde todo el terreno para la esperanza de que nuestra condición caída pueda
ser revertida. Este es uno de los problemas de los tratamientos de Génesis 3 que no consideran la caída como algo
histórico. Por ejemplo, Paul Ricoeur no quiere equiparar finitud y pecado, pero niega la historicidad de la caída (Paul
Ricoeur, The Symbolism of Evil, trad. Emerson Buchanan [Boston: Beacon, 1986]). Para una crítica de esta posición,
véase Carson, Gagging of God, 212-221.
24
Para un debate útil sobre el pecado original, véase Blocher, Original Sin; Hoekema, Created in God's Image,
133-167.
25
Algunos describen los efectos del pecado en términos de una quíntuple alienación o separación que implica a
Dios, a uno mismo, a los demás, a la creación y a la herencia del paraíso. Para un desarrollo de este punto, véase
Kulikovsky, Creation, Fall, Restoration, 201-204.
113
La estructura autoritativa de la historia bíblica
pacto, Dios es intrínsecamente santo, recto y justo, de modo que su propia naturaleza
perfecta requiere que juzgue y castigue perfectamente a sus representantes rebeldes.
Desde el principio, la paga del pecado ha sido el exilio y la muerte bajo la ira de Dios
(Rom. 6:23; véase el exilio de Adán y Eva del jardín y el estribillo de la muerte en la
genealogía de Adán; la muerte de cada rey davídico y el exilio de Israel de la Tierra
Prometida).26 Pero es precisamente esta necesidad de Dios de juzgar y castigar el
pecado humano lo que retuerce una tensión en la metanarrativa bíblica, lo que John
Stott llama el «problema del perdón»:
El problema del perdón está constituido por la inevitable colisión entre la perfección
divina y la rebelión humana, entre Dios como es y nosotros como somos. El
obstáculo para el perdón no es sólo nuestro pecado ni nuestra culpa, sino también la
reacción divina de amor e ira hacia los pecadores culpables. En efecto, aunque
«Dios es amor», hay que recordar que su amor es un «amor santo», un amor que
anhela a los pecadores y que, al mismo tiempo, se niega a pasar por alto su pecado.
¿Cómo podría entonces Dios expresar su amor santo? ¿Su amor al perdonar a los
pecadores sin comprometer su santidad, y su santidad al juzgar a los pecadores sin
frustrar su amor? Frente a la maldad humana, ¿cómo podría Dios ser fiel a sí mismo
como amor santo? En palabras de Isaías, ¿cómo podría ser simultáneamente «un
Dios justo y un Salvador» (45:21)?27
26
Estrechamente relacionada con la santidad de Dios está su ira, su santa reacción al mal. La Escritura habla de la
ira divina utilizando un lenguaje de alta intensidad, y una parte sustancial de la historia de la Biblia gira en torno a la ira
de Dios. Dios es indulgente, misericordioso y paciente, pero también es un Dios de santidad, ira y juicio (véase Carson,
Gagging of God, 232-234; ídem, Difficult Doctrine of the Love of God, 65-84). La ira de Dios, a diferencia de su amor
o santidad, no es una perfección intrínseca; más bien, es una expresión de su santidad en reacción contra el pecado.
Donde no hay pecado, no hay ira, pero siempre habrá amor y santidad. Donde Dios en su santidad se enfrenta a los
portadores de su imagen en su rebelión, debe haber ira, de lo contrario Dios no es el Dios personal y autosuficiente que
dice ser (véase Carson, Gagging of God, 232-234; Muller, Divine Essence and Attributes, 476-503).
27
John Stott, The Cross of Christ (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 1986), 88-89; cf. Donald Macleod,
Christ Crucified: Understanding the Atonement (Downers Grove, IL: IVP Academic, 2014), 79-100; Geerhardus Vos,
Christology, vol. 3 de Reformed Dogmatics, traducido y editado por Richard B. Gaffin Jr. (Bellingham, WA: Lexham,
2014), 20-84.
28
La claridad en este punto es crucial: Dios nunca depende o se le exige que actúe o no actúe de acuerdo con algo
externo a su propia naturaleza. Y la incapacidad de actuar en contra de su naturaleza perfecta no marca ninguna
deficiencia en Dios. La incapacidad de actuar en contra de su perfección metafísica y moral forma parte de esa misma
perfección.
29
Para un análisis de la tensión entre la ira y la misericordia de Dios, véase Stott, Cross of Christ, 232-234; Garry
Williams, «The Cross and the Punishment of Sin», en Where Wrath and Mercy Meet: Proclaiming the Atonement
Today, ed. David Peterson (Carlisle, Reino Unido: Paternoster, 2001), 68-99. Es crucial señalar que esta tensión bíblica
no surge para la mentalidad moderna o posmoderna. Las cosmovisiones mezcladas con axiomas naturalistas e
individualistas no ven el pecado/el mal en relación con Dios, sino que lo reducen a las cosas de este mundo. Las
cosmovisiones no bíblicas no pueden dar un verdadero sentido a la esencia y el extremo del problema humano y a la
gloria y la gracia de su solución traída por Dios mismo. Véase David Wells, Losing Our Virtue: Why the Church Must
Recover Its Moral Vision (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1999) para una útil discusión de la relación bíblica entre Dios,
los seres humanos y el pecado.
114
Parte II Garantía bíblica para la Cristología actual
Con las dos primeras partes principales de la historia bíblica en su lugar, entonces,
podemos esbozar las primeras líneas del marco interpretativo con una pregunta: ¿cómo
puede el Señor Creador del pacto metafísicamente perfecto manifestar su gloria en el
gobierno justo de la humanidad sobre la creación, perdonando a la humanidad por su
rebelión pecaminosa y restaurando al hombre de la corrupción interna para que viva
con Dios como su glorioso representante?
C. Redención
30
Véase Goldsworthy, According to Plan, 112, que conecta la creación y la salvación como un drama en desarrollo
al observar que «el trasfondo de la obra de Dios de rescatar a los pecadores es su compromiso con su creación» (ibíd.).
31
Para una conexión útil entre la buena noticia de la descendencia de Eva y el evangelio de la salvación en Cristo,
véase T. D. Alexander, The Servant King: The Bible's Portrait of the Messiah (Leicester: Inter-Varsity Press, 1998), 16-
19; Geerhardus Vos, Biblical Theology: Old and New Testaments (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1948).
32
Robert L. Reymond, Jesus, Divine Messiah: The New Testament Witness (Phillipsburg, NJ: P&R, 1990), 69;
véase también House, Old Testament Theology, 65; John H. Sailhamer, The Pentateuch as Narrative: A Biblical-
Theological Commentary (Grand Rapids, MI: Zondervan, 1992), 106-109.
33
Goldsworthy, According to Plan, 112.
34
«Simiente» (zera') es una palabra clave en Génesis, ya que aparece 59 veces en comparación con 170 veces en el
resto del Antiguo Testamento. Aunque el sustantivo no tiene formas singulares y plurales características, se puede
argumentar con fuerza que es singular en Génesis 3, sobre todo porque el resto del Génesis se centra en una única línea
115
La estructura autoritativa de la historia bíblica
Stephen Dempster observa con razón que en esta simiente-Adán, «el dominio humano
—y por tanto divino— se establecerá sobre el mundo. La realización del reino de Dios
está vinculada al futuro de la raza humana».35 La liberación de la creación de «su
esclavitud a la corrupción» depende de «la libertad de la gloria de los hijos de Dios»
(Rom. 8:21). Y a medida que se desarrolla Génesis 3, hay pruebas de que Adán
reclama la promesa cuando nombra a su esposa «Eva», porque «era la madre de todos
los vivientes» (v. 20). En este contexto, Adán parece reclamar el dominio en la fe «al
nombrar a su mujer como madre, lo que no puede sino aludir al papel más específico
que tendrá como la mujer que proporcionará una simiente que herirá a la serpiente».36
Además, Dios proporciona ropa para cubrir la vergüenza y la desnudez de Adán y Eva
(v. 21), lo que significa que no permitirá que su creación se pierda.
Pero aquí nos enfrentamos de nuevo a la caída: ¿cómo puede la humanidad
pecadora y rebelde que vive en oposición a Dios bajo su ira dar a luz hijos obedientes
para manifestar su gloria en su reinado bajo sus bendiciones? Aunque se puede decir
mucho más y se desarrollará a lo largo de los próximos capítulos de esta parte, aquí
simplemente debemos destacar dos dimensiones que configuran la metanarrativa
bíblica en un marco redentor para la interpretación en general y la identificación de
Jesús en particular.
En primer lugar, la redención y el reinado de la humanidad en los términos bíblicos
vendrán por obra de Dios mismo. Los profetas proclaman esta palabra del propio Señor
Creador del pacto: «Yo, yo soy el Señor, y fuera de mí no hay salvador» (Is. 43:11);
«Yo mismo seré el pastor de mis ovejas» (Ez. 34:15). Los salmistas lo declaran
abiertamente: «La salvación pertenece al Señor; tu bendición sea sobre tu pueblo» (Sl.
3:8). Y la visión de Juan revela que los redimidos en el cielo exultan con gran alegría
por la obra salvífica de Dios mismo: «¡Aleluya! La salvación, la gloria y el poder
pertenecen a nuestro Dios, porque sus juicios son verdaderos y justos» (Ap. 19:1-2).
Las Escrituras no permiten que ninguna criatura —ni siquiera el ángel más poderoso—
rescate a la humanidad pecadora de la ira de Dios y restaure el gobierno sobre su
creación. Dios mismo debe liberar a un pueblo de su propia ira, satisfaciendo al mismo
tiempo los requisitos de su santidad, rectitud y justicia intrínsecas.
En segundo lugar, la redención y el gobierno de la humanidad en términos bíblicos
vendrán de la mano de un hombre. Y este hombre vendrá como la descendencia
prometida de Eva y como el último Adán, que establecerá el reino eterno y justo de
Dios en la tierra. Los profetas proclaman la venida de este hombre por la palabra del
Señor Creador del pacto: «Pero él [el siervo de Jehová] fue traspasado por nuestras
transgresiones; fue aplastado por nuestras iniquidades; sobre él recayó el castigo que
nos trajo la paz, y por sus llagas fuimos curados» (Is. 53:5); «Y pondré sobre ellos un
pastor, mi siervo David, y él los apacentará… Y yo, Jehová, seré su Dios, y mi siervo
David será príncipe entre ellos» (Ez. 34:23-24). Los salmistas lo declaran: «“En cuanto
a mí [Jehová], he puesto a mi Rey en Sión, mi santo monte”. Yo contaré el decreto: El
Señor me dijo [al rey ungido]: “Tú eres mi Hijo; pídeme y haré de las naciones tu
de semilla que desciende de Eva y continúa a través de Noé y Abraham y hasta Cristo (cf. Gal. 3:16) (véase T. D.
Alexander, «Seed», en NDBT, 769-773; Reymond, Jesus, Divine Messiah, 69-71).
35
Dempster, Dominion and Dynasty, 69. Dempster observa además que «el triunfo de la simiente de la mujer
sugeriría un retorno al estado edénico, antes de que la serpiente hubiera hecho su daño, y un arrebato del dominio del
mundo a la serpiente» (ibíd., 68). En otras palabras, es a través de la simiente de la mujer que el papel adámico en la
creación será restaurado, que las maldiciones serán eliminadas y que la serpiente será destruida.
36
Ibídem, 68-69; cf. Gerhard von Rad, Genesis: A Commentary, trad. John H. Marks, Old Testament Library
(Filadelfia: Fortress, 1976), 96.
116
Parte II Garantía bíblica para la Cristología actual
D. Inauguración-Consumación
37
Para un tratamiento en profundidad de la escatología inaugurada, véase Gentry y Wellum, Kingdom through
Covenant, 591-602; Schreiner, New Testament Theology, 41-116; véase también Herman Ridderbos, Paul: An Outline
of His Theology, trad. John Richard deWitt (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1975), 44-90.
38
Utilizo «cumplimiento» no en el sentido de directo (e.g., Miq. 5:2; Mt. 2:1-12), sino en el sentido de profecía
indirecta, para indicar que los patrones tipológicos del Antiguo Testamento apuntan a la persona y la obra de Jesús en el
Nuevo Testamento: él es el cumplimiento de todo lo que se ha anticipado. Para una discusión útil de estos puntos, véase
D. A. Carson, Matthew, en EBC, vol. 8 (Grand Rapids, MI: Zondervan, 1984), 27-29; Schreiner, New Testament
Theology, 70-79. Anthony Hoekema proporciona una lista útil de ejemplos en los que el Nuevo Testamento presenta
todo el evento de Cristo —desde la encarnación hasta la ascensión— como el cumplimiento de las expectativas del
117
La estructura autoritativa de la historia bíblica
Jesús, el apóstol Mateo nos dice que Juan el Bautista respondió a la venida de Jesús de
Nazaret declarando: «el reino de los cielos se ha acercado» (Mt. 3:2).39 El reino llegó
con la venida del rey. Como Isaías había profetizado que haría (Is. 40:3), Juan el
Bautista reconoció a Jesús como el rey justo prometido a lo largo del Antiguo
Testamento que traería la justicia al pueblo de Dios y a toda la tierra (Mt. 3:11-12; Is.
40:9-17; Jn. 1:14-18). Jesús comprendió que, en él, el reino de Dios había llegado
realmente a la tierra (Mt. 4:12-17; Mc. 1:15). Y los discípulos de Jesús lo vieron
ascender literalmente al cielo (Lc. 24:51; He. 1:9), donde, según nos dice Pablo, Jesús
se sienta en el trono de Dios con dominio sobre toda la creación (Ef. 1:20-22). Y, sin
embargo, Jesús enseñó a sus discípulos a orar para que viniera el reino de Dios (Mt.
6:10) y a mirar y prepararse para su propia segunda venida, esta vez en majestuosa
gloria, juicio y poder (Mt. 24:29-31; 25:31-46; Mc. 9:1).
D. A. Carson capta esta escatología inaugurada del reino en términos de su
despliegue desde el Antiguo hasta el Nuevo Testamento:
En segundo lugar, el Espíritu ha venido como un don del reino de Dios otorgado
por el rey desde su trono. De acuerdo con la profecía de Joel, Pedro reconoció que el
Espíritu de Dios vino con el reino de Dios al pueblo de Dios (He. 2:14ss). En concreto,
Jesús crucificado fue resucitado y exaltado al trono davídico prometido —el trono
eterno sobre la creación—, donde recibió la promesa del Espíritu Santo y desde donde
«derramó [el Espíritu de Dios]» (He. 2:32-35; cf. Lc. 24:46-51; Jn. 14:15-17). Sin
embargo, el don actual del Espíritu es un depósito y una garantía de una herencia
futura para el pueblo del reino de Dios (Ef. 1:13-14). Como resume Anthony
Hoekema, «podemos decir que en la posesión del Espíritu los que estamos en Cristo
tenemos un anticipo de las bendiciones del siglo venidero, y una prenda y garantía de
la resurrección del cuerpo. Sin embargo, sólo tenemos las primicias. Esperamos la
consumación final del reino de Dios, cuando disfrutaremos plenamente de estas
bendiciones».41
Antiguo Testamento (Anthony Hoekema, The Bible and the Future [Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1979], 15). Por
ejemplo: (1) el nacimiento de Jesús (Is. 7:14; Miq. 5:2; Mt. 1:20-23; 2:5-6); (2) su huida a Egipto (Os. 11:1; Mt. 2:14-
15); (3) su entrada triunfal en Jerusalén (Zac. 9:9; Mt. 21:4-5); (4) el cumplimiento de las expectativas del Antiguo
Testamento. 21:4-5); (4) su crucifixión (Is. 53; Zac. 12:10; Jn. 19:34); (5) su resurrección y ascensión (Sl. 16:10; 68:18;
He. 1:9; 2:24-32) (ibíd.).
39
Jonathan Pennington sostiene que «reino de los cielos» significa que el reino de Dios es de arriba, y como tal,
representa el gobierno soberano de Dios sobre todos los reinos de este mundo (Jonathan T. Pennington, Heaven and
Earth in the Gospel of Matthew, Supplements to Novum Testamentum, vol. 126 [Leiden y Boston: Brill, 2007], 67-76).
40
Carson, Gagging of God, 254.
41
Hoekema, Bible and the Future, 67.
118
Parte II Garantía bíblica para la Cristología actual
42
Wells, Person of Christ, 29.
43
William Manson, Eschatology in the New Testament, ed. T. F. Torrance y J. K. S. Reid, Scottish Journal of Theology
Occasional Papers, vol. 2 (Edinburgh: Oliver & Boyd, 1953), 6.
119
La estructura autoritativa de la historia bíblica
44
Wells, Person of Christ, 7.
45
Robert W. Funk, «The Coming Radical Reformation: Twenty-one Theses», The Fourth R 11/4 (julio-agosto de
1998), http://www.westarinstitute.org/resources/the-fourth-r/the-coming-radical-reformation/, consultado el 17 de junio,
2015.
46
Wells, Person of Christ, 7-8, desarrolla más este punto, señalando que, desde el siglo XX, la filosofía ha
enfatizado cada vez más «el devenir por encima del ser, la existencia en lugar de la esencia, el surgimiento dinámico
dentro del mundo en lugar del distanciamiento abstracto del mundo. Se trata de un cambio hacia motivos ampliamente
existenciales, en consecuencia, la idea de la evolución —ese despliegue de la realidad que en sí mismo exhibe algo de
lo divino— es mucho más probable hoy en día que proporcione la matriz inmediata del pensamiento cristológico que
las antiguas ideas de Dios y el hombre que ahora parecen irreales y abstractas». Todo esto afecta en gran medida a la
interpretación de Cristo y a la formulación de la cristología, y —hay que enfatizarlo— todo este enfoque de la
cristología es ajeno a las categorías bíblico-teológicas de la Escritura.
120
Parte II Garantía bíblica para la Cristología actual
Por eso, antes de poder concebir con precisión la identidad de Jesús, debemos fijar
firmemente en nuestras mentes la comprensión del Dios bíblico que es Creador, Señor,
soberano y personal. Sin esto, nuestra cristología no sólo será infiel a la presentación
bíblica, sino que también la cristología ortodoxa parecerá bastante inverosímil desde el
principio, ya que resulta difícil sostener algo único sobre Cristo.47 En otras palabras, si
desde el principio el Dios único de las Escrituras se elimina como algo irrazonable,
entonces también lo es la comprensión clásica de la encarnación y la base para
establecer y fundamentar la singularidad de Cristo.48 En realidad, las diferencias en la
cristología son también diferencias en la teología propiamente dicha. Frances Young es
un buen ejemplo:
47
Stuart C. Hackett, The Reconstruction of the Christian Revelation Claim: A Philosophical and Critical
Apologetic (Grand Rapids, MI: Baker, 1984), 219. Hackett describe el impacto en la cristología de negar la visión
bíblica de Dios: «como desde esta perspectiva no hay un Dios trascendente en el sentido teísta, la suposición de que
Jesús pudiera ser Dios encarnado se vuelve ininteligible y, por tanto, se descarta por principios como pura mitología»
(ibíd.).
48
Carson, Gagging of God, 200–203.
49
Frances Young, «A Cloud of Witnesses» en The Myth of God Incarnate, ed. John Hick (Philadelphia:
Westminster, 1977), 31–32.
50
Donald Macleod, «The Doctrine of the Trinity: Some Preliminaries», 2, en http://www.reformation21.org/Past
Ediciones/Abril_2006/Trinity_Some_Preliminaries_/167/.
121
La estructura autoritativa de la historia bíblica
51
Carson, Gagging of God, 202.
122
Parte II Garantía bíblica para la Cristología actual
Dei, hay una lógica y coherencia internas que son capaces de dar sentido a cómo es
posible una encarnación.
Como insiste acertadamente David Wells, lo que fundamenta y da sentido a la
encarnación y, especialmente, a nuestra comprensión de la unión hipostática, i.e., cómo
se unen las dos naturalezas de Cristo en la persona del Hijo divino, es la imago Dei.
Aunque la imago Dei se ha entendido de diversas maneras, en su núcleo, «está la idea
de que lo que constituye la humanidad, lo que la diferencia de la simple vida animal,
son las capacidades y quizá las funciones resultantes de la creación cuyos orígenes se
encuentran en Dios. La naturaleza humana, tal y como fue creada, es el eco del sonido
del Creador. Él es el original, y nosotros somos el derivado».52 Teniendo en cuenta este
hecho, hablar de una encarnación, por increíble que sea, no es inverosímil, ya que lo
que significa ser verdaderamente humano se revela en y mediante el Hijo divino, quien
es descrito como la verdadera imagen de Dios. Como comenta Wells, «siendo ese el
caso, una humanidad perfecta, no contaminada por el pecado, no sólo se uniría
naturalmente con lo divino sino que, de hecho, encontraría su perfección en lo divino,
de lo cual se derivó… El Verbo divino, entonces, no estaba unido a una naturaleza
humana que era antitética a su propia vida, sino que ya poseía todo lo que era necesario
para ser humano».53
De este modo, la enseñanza bíblica de los seres humanos creados como imago Dei
es fundamental para una cristología bíblica. Al recorrer la historia de las Escrituras,
nosotros, que hemos sido creados según el modelo divino, somos creados a imagen del
Hijo, que en su deidad es la «imagen del Dios invisible» (Col. 1:15), y que en su
humanidad asume nuestra imagen, se convierte en el último Adán, el verdadero
hombre, y la cabeza de una nueva humanidad. De este modo, el Hijo divino como
«imagen» es el arquetipo, la muestra plena y la correspondencia exacta de Dios (véase
Jn. 14,9; Heb. 1,3); mientras que nuestro Señor Jesucristo es el Hijo encarnado, de
modo que, como Wells afirma tan acertadamente, «En Cristo, vemos todo lo que Adán
estaba destinado a ser, pero que nunca fue, todo lo que no somos pero en lo que nos
convertiremos mediante la resurrección».54 En este sentido, nuestra creación como
imago Dei se revela más plenamente por la persona y la obra del Hijo encarnado. Por
eso nuestra salvación se describe en parte como la conformación a la imagen del
propio Hijo amado de Dios (Rom. 8:29; 2 Cor. 3:18; 4:4; Ef. 4:21-24; Col. 3:10).
En quinto lugar, tomando las dos partes posteriores unidas, la metanarrativa bíblica
avanza hacia la identificación de Cristo a través de la tensión entre la caída y la
redención. Hemos visto que la rebelión pecaminosa del primer hijo-imagen terrenal,
Adán, alejó a la humanidad y la creación de la justicia y la bondad que Dios había
planeado en un principio. Pero también hemos visto que este movimiento no fue una
desviación o modificación del plan de Dios, sino el medio predestinado para
desarrollarlo. Dios decidió permitir la caída de sus representantes humanos y la
corrupción de su creación para poder demostrar su múltiple sabiduría en la
manifestación de su gloria: Dios se glorifica a sí mismo mediante el juicio y la gracia,
la condena y la justificación, la destrucción y la vida eternas. Y como acabamos de
reconocer por la tipología arraigada en la creación, ésta es la misma autoridad que se le
otorga a Jesús como verdadero Hijo-Imagen y último Adán.
52
Wells, Person of Christ, 177–178.
53
Ibid., 178.
54
Ibid.
123
La estructura autoritativa de la historia bíblica
Pero la tensión particular en el «problema del perdón» será resuelta por Dios
mismo a través del Hijo. La perfección de Dios y su plan para el reinado justo de la
humanidad sobre una creación «muy buena» requieren tanto el castigo como el perdón
de la humanidad pecadora. Y Dios mismo cumple ambas cosas en Cristo. Fue Cristo
mismo quien Dios «propuso como propiciación por su sangre» (Rom. 3:25) y quien
«murió por los impíos» (Rom. 5:6) —«el justo por los injustos» (1 Pe. 3:18)—
habiendo «aparecido una vez y para siempre al final de los tiempos para eliminar el
pecado mediante el sacrificio de sí mismo» (Heb. 9:26). Y es en Cristo mismo que una
humanidad injusta ha sido ahora «justificada por su sangre, ... [y] salvada por él de la
ira de Dios» (Rom. 5:9), habiendo sido reconciliada con Dios y habiéndose
«convertido en la justicia de Dios» (2 Cor. 5:19, 21) para «andar en vida nueva» (Rom.
6:4). Y, sin embargo, las Escrituras sostienen que si esa humanidad justa ha de surgir
de una raza corrompida para gobernar su creación, Dios mismo debe hacerlo.
Por último, la metanarrativa bíblica muestra esta solución de redención en Cristo a
través de la inauguración-consumación en dos etapas. Podemos ver la superposición
de «la era actual» y «la era venidera» observando rápidamente la re-creación y el
gobierno de la humanidad y la renovación de la creación bajo ese reino. Hebreos nos
dice que los que están en Cristo «han sido santificados mediante la ofrenda del cuerpo
de Jesucristo hecha una vez y para siempre» y que «mediante una sola ofrenda ha
perfeccionado para siempre a los que están siendo santificados» (Heb. 10:10, 14).
Pablo explica en Romanos que los que están en Cristo «han recibido el Espíritu de
adopción como hijos» y «esperan ansiosamente la adopción como hijos, la redención
de [sus] cuerpos» (Rom. 8:15, 23). Y en Efesios, Pablo nos dice que los que están en
Cristo están «sentados... con él en los lugares celestes» por encima de todo otro poder
y autoridad, y son vulnerables al fracaso «por la astucia humana, por la astucia en las
maquinaciones engañosas» a causa de los que todavía siguen «al príncipe de la
potestad del aire, el espíritu que ahora actúa en los hijos de la desobediencia» (Ef.
1:20-21; 2:2, 6; 4:14).
Además, la creación bajo el reinado de Cristo y su nueva humanidad está «con
dolores de parto», antes de que se complete la transición (Rom. 8:22; véase Ap. 21:1):
la nueva creación está aquí y en camino. Aunque se puede decir mucho más, es
importante comprender la importancia de ambos elementos escatológicos: tanto la
realidad de la inauguración como la certeza de la consumación apuntan a la identidad
de Cristo. Sencillamente, por ser quien es, Cristo trajo el reino de Dios con su primera
venida y garantiza su consumación en su segunda venida.
La estructura más básica de la Escritura nos lleva a identificar la persona de Jesús,
el Hijo, con Dios mismo. La creación, caída, redención y la inauguración-consumación
no sólo coinciden, sino que equiparan la obra prometida de Dios y la obra realizada de
Cristo. El Hijo inaugura el reino de Dios, redime y pastorea al pueblo de Dios, y da su
Espíritu. Y en el centro está la cruz de Cristo, donde la Escritura no presenta tres partes
—Dios, Jesús y la humanidad— sino sólo dos, Dios y los pecadores. John Stott nos
ayuda a dar sentido a este drama enfatizando que la cruz no contiene «a Dios tal como
es en sí mismo (el Padre), sino a Dios como hecho-hombre-en Cristo (el Hijo)».55
55
Stott, Cross of Christ, 158. Como ya se ha señalado, es muy importante observar que la doctrina de la Trinidad es
fundamental para dar sentido a la presentación bíblica de la persona de Cristo, ya que las personas divinas se despliegan
a través de la estructura de cuatro partes de la Biblia y la progresión de seis partes de los pactos bíblicos.
124
Parte II Garantía bíblica para la Cristología actual
56
Para una discusión completa sobre este punto, véase Gentry y Wellum, Kingdom through Covenant.
57
Para más información sobre la naturaleza de los pactos en la Escritura, véase ibíd., 129-145.
125
La estructura autoritativa de la historia bíblica
En el jardín, Dios estableció una relación formal con Adán como su socio-mediador
del pacto en nombre de toda la raza humana, una relación que creó obligaciones y
expectativas para las dos partes. Dios prometió dar a Adán y a su posteridad la
bendición de la vida eterna con Dios en un lugar de perfecta provisión si Adán
obedecía perfectamente su ley. La teología del pacto habla de la relación en Génesis 1-
2 como el «pacto de obras». Sin embargo, muchos teólogos han cuestionado la
existencia de un pacto aquí basándose en la ausencia de la palabra «pacto» (berit),60 y
otros han refutado este tipo de pacto debido a los problemas con la idea de que Adán
trabajara para ganar el favor de Dios. Sin embargo, la Escritura nos da al menos tres
razones para sostener que hubo un pacto con Adán, uno que se describe mejor como el
«pacto de la creación».
En primer lugar, la ausencia de la palabra «pacto» en Génesis 1-2 no impide la
realidad de un pacto. El contexto inmediato y otras partes de la Escritura indican que
Dios estableció de hecho un pacto con Adán (cf. Os. 6:7: «Pero al igual que Adán
transgredieron el pacto»).61 En segundo lugar, el contexto inmediato contiene
elementos pactuales: la relación Señor/siervo y el tema obediencia-desobediencia (Gn.
2:16-17); Dios se identifica a sí mismo por su nombre, Jehová (e.g., vv. 4, 5, 7, 8);
Dios crea a Adán como portador de la imagen de Dios, lo que la Escritura describe
como una relación de pacto.62 En tercer lugar, el contexto canónico revela que la
58
Para una descripción de estos sistemas teológicos y sus diferencias, véase ibíd., 21-126, 591-716.
59
Para un análisis más detallado, véase ibíd., 177-221.
60
Berit no se utiliza hasta Génesis 6:18, y por ello algunos han llegado a la conclusión de que no debemos hablar
de un pacto anterior a Noé (véase, por ejemplo, Paul R. Williamson, Sealed with an Oath: Covenant in God's Unfolding
Purpose, NSBT 23 [Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 2007], 44-58).
61
Para una amplia defensa de este punto, véase Gentry y Wellum, Kingdom through Covenant, 147-221.
62
Para un desarrollo de estos puntos, véase ibid.
126
Parte II Garantía bíblica para la Cristología actual
63
Para un análisis más detallado, véase ibíd., 147-176.
127
La estructura autoritativa de la historia bíblica
Creador y Señor del pacto prometió soportar la pecaminosidad interna del hombre
durante un tiempo (cf. 8:21) y no volver a destruir toda la vida mediante un diluvio que
consumiera la tierra (9:8-17). Sin embargo, este compromiso de Dios no negaba la
exigencia de obediencia de la humanidad. Como continuación del pacto adámico, los
términos del pacto noético exigían la plena obediencia a Dios en todos sus caminos.
Pero también, al igual que el primer Adán, Noé no caminó con Dios en justicia
(Gn. 9:18-28). Y así, el pecado y la muerte seguirían arruinando el gobierno de la
humanidad como representante de Dios. De hecho, para cuando llegamos a Génesis 11,
encontramos nuevamente Génesis 3. La torre de Babel fue un intento rebelde de la
humanidad de establecer su propio reino, de hacerse un nombre en un solo lugar, en
oposición directa a Dios y a su mandato de representarlo en todos los lugares de la
tierra (11:1-9).
Así que el pacto de Noé nos dice que la descendencia prometida de Eva vendrá,
pero lo hará a través de los descendientes de este hombre. El propio Noé no es el Adán
prometido. De acuerdo con la tensión en la historia bíblica al pasar de la creación a la
caída —de la bondad a la corrupción—, la progresión del plan de Dios desde el pacto
adámico hasta el pacto noético plantea la cuestión de quién puede ser el fiel socio-
mediador del pacto de Dios en nombre de toda la humanidad. La Escritura mantiene
esta tensión, pero señala su resolución segura mediante otro pacto.
C. El pacto abrahámico64
La Escritura yuxtapone y contrasta la rebelión de Babel bajo el pacto de Noé (Gn. 11)
con el llamado de Abram y la promesa de Dios de convertirlo en una gran nación para
bendecir a todas las naciones (Gn. 12). Más concretamente, Dios establece una
relación formal con Abram-Abraham para hacer de su descendencia un gôy, i.e., una
comunidad mundial, una entidad política, un reino bajo el gobierno de Dios por el bien
de toda la humanidad. Al igual que el pacto con Noé, el pacto con Abraham no
presenta un nuevo plan de Dios para su creación, sino que presenta nuevamente su plan
original.
En Génesis 12, la historia de la Escritura recapitula los elementos importantes de la
creación original de los seres humanos en Adán y su repoblación de la tierra en Noé.
Dios bendice a Abraham y le promete multiplicar su descendencia y proveer para ellos
en la tierra de Canaán con el objetivo de tener una relación en buenos términos entre
Dios y la humanidad mediante la restauración de las naciones (Gn. 12:1-3, 6-7; cf.
15:4-5; 17:1-8; 18:18-19; 22:16-18). Al igual que con Noé, Abraham funciona como
otro Adán a través del cual vendrá la descendencia prometida de Eva a revertir el
pecado y la muerte del primer Adán. En este sentido, N. T. Wright resume
correctamente la importancia del pacto con Abraham: «Abraham surge dentro de la
estructura del Génesis como la respuesta a la difícil situación de toda la humanidad. La
línea del desastre y de la “maldición”, desde Adán, pasando por Caín, el diluvio y
Babel, comienza a invertirse cuando Dios llama a Abraham y le dice: “en ti serán
bendecidas todas las familias de la tierra”».65
64
Para un análisis más detallado, véase ibíd., 223-299.
65
N. T. Wright, The New Testament and the People of God (Minneapolis: Fortress, 1992), 262.
128
Parte II Garantía bíblica para la Cristología actual
66
Williamson, Sealed with an Oath, 84–91.
67
Gentry y Wellum, Kingdom through Covenant, 301–388.
129
La estructura autoritativa de la historia bíblica
a través de Moisés (Ex. 3:6; cf. 2:24-25; Dt. 4:36-38). Dios cumpliría su promesa de
bendecir a las naciones a través de Abraham mediante un pacto con el pueblo de Israel.
Dios establece una relación formal con Israel para convertirlo en su hijo
primogénito y pueblo de su reino regido por su ley escrita entre las naciones paganas
(Ex. 19:5-6; 20:1-17). Como nación, entonces, Israel funciona como otro Adán a través
del cual la descendencia de Eva y Abraham vendrá a restaurar el reino de Dios que fue
corrompido por la rebelión pecaminosa del primer Adán. Y los términos del antiguo
pacto indican que el reino de Dios debe venir a través de un socio obediente del pacto.
Dios bendecirá a su pueblo con la vida si lo obedece, y lo maldecirá con la muerte y la
destrucción si lo desobedece.
Sin embargo, aunque el pacto de la ley prometía la vida (Lv. 18:5), Israel rompió la
ley y cayó bajo su maldición de muerte y exilio. La ley era «santa, justa y buena»
(Rom. 7:12), pero Israel estaba internamente corrompido con deseos pecaminosos y,
por tanto, era incapaz de cumplirla. La ley proporcionó un sistema de sacrificios para
expiar los pecados del pueblo bajo el pacto de Israel con Dios, pero «es imposible que
la sangre de toros y machos cabríos quite los pecados» (Heb. 10:4). El pecado humano
requiere la muerte humana. Por tanto, Dios no diseñó su pacto con Israel y la ley para
proporcionar una solución permanente al «problema del perdón» o para restaurar a la
nación de su corrupción en un reino justo que se extendiera por la tierra (Gal. 3:10-11,
21-22).
El antiguo pacto, más bien, funciona en la Escritura para aumentar la tensión
antinómica en la llegada del reino de Dios a través de sus pactos con el hombre. Dios
continúa con su determinación unilateral de mantener su promesa incondicional de dar
a luz a la descendencia de Abraham, ahora a través de un israelita. Sin embargo, al
romper los términos bilaterales del pacto, Israel demuestra que no puede producir un
hombre que sea el hijo obediente y el socio fiel del pacto que Dios exige. Los profetas
del Antiguo Testamento nos dicen que el pacto temporal con Israel se convertiría en el
«antiguo pacto» que señala la llegada de un «nuevo pacto» permanente (váse Jr. 31:31-
34; 2 Cor. 3:5-11). Mirando al pacto de la ley, los apóstoles del Nuevo Testamento
revelan que funciona para intensificar el pecado y preparar al pueblo de Dios para que
su justicia venga al margen de la ley, en un hombre «del cielo» (Rom. 3:21; 5:20-21;
7:13; 1 Cor. 15:47-49; Gal. 4:4).
Pero antes de que el reino de Dios llegue a través de este nuevo y mejor pacto en
este hombre que descenderá del cielo (cf. Jn. 3:13), las Escrituras nos dicen que será un
hijo de David, el rey de Israel.
E. El pacto davídico68
Dentro del pacto con Israel, Dios pacta con el rey David y sus hijos al hacer dos
promesas principales: relacionarse con los reyes davídicos como un padre con un hijo
(2 Sam. 7:14; 1 Cro. 17:13; cf. Sl. 2; 89:26-27) y establecer la casa de David para
siempre (2 Sam. 7:12-16; 1 Cro. 17:11-14). La filiación que se aplicó a la nación de
Israel (Ex. 4:22-23; cf. Os. 11:1) se aplica ahora a David y a sus hijos. Como
individuo, el rey davídico asume el papel representativo de Israel como nación. El rey
de Israel se convierte en el administrador y mediador del pacto de Dios con Israel,
68
Véase ibid., 389–431.
130
Parte II Garantía bíblica para la Cristología actual
69
Véase Walter C. Kaiser Jr., «The Blessing of David, The Charter for Humanity», en The Law and the Prophets:
Old Testament Studies Prepared in Honor of Oswald Thompson Allis, ed. John H. Skilton (Nutley, NJ: P&R, 1974),
311-314; cf. William J. Dumbrell, Covenant and Creation: A Theology of Old Testament Covenants (Carlisle, UK:
Paternoster, 1984), 151-152.
70
La mayoría de los teólogos bíblicos enfatizan con razón el estilo de concesión real del pacto davídico; la cuestión
es si se trata únicamente de este tipo de pacto (véase, por ejemplo, Craig A. Blaising y Darrell L. Bock, Progressive
Dispensationalism [Wheaton, IL: BridgePoint, 1993], 159-165; Michael S. Horton, God of Promise: Introducing
Covenant Theology [Grand Rapids, MI: Baker, 2006], 43-50). Para una demostración de que el pacto davídico incluye
elementos tanto de una concesión real como de un pacto de vasallaje, véase Gentry y Wellum, Kingdom through
Covenant, 389-431.
71
Para un argumento persuasivo de que el «siervo de Jehová» en Isaías es el rey davídico, véase, por ejemplo,
Daniel I. Block, «My Servant David: Ancient Israel's Vision of the Messiah», en Israel's Messiah in the Bible and the
Dead Sea Scrolls, ed., Richard S. Hess y M. Daniel Carroll (Grand Rapids, MI: Baker Academic, 2003), 17-56; J. Alec
Motyer, The Prophecy of Isaiah: An Introduction and Commentary (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 1993).
72
Traducción de Peter Gentry. Hasdê dāwîd en Isaías 55:3 suele traducirse como «misericordias seguras para
David» o «plenitud de fe prometida a David». Es mejor ver que David es el agente o sujeto, no el objeto, y por lo tanto
la fase debe ser traducida «misericordias seguras [o fidelidad] realizadas por David». Véase Gentry y Wellum, Kingdom
through Covenant, 389-427.
131
La estructura autoritativa de la historia bíblica
El pacto davídico, por tanto, funciona para aumentar tanto las esperanzas de los
pactos de Dios con el hombre como las cuestiones relativas a qué tipo de hombre
puede cumplir esas esperanzas. Dios proporcionará un rey justo para Israel y todas las
naciones. Pero si Israel no puede producir el hijo-rey davídico prometido y «siervo de
Jehová», ¿de dónde saldrá? Dios dará a luz a la tan esperada descendencia de Eva-
Abraham-David para restaurar el gobierno de la humanidad sobre toda la creación.
Pero si toda la descendencia de toda la línea de descendencia elegida ha fracasado,
entonces ¿quién podrá caminar con Dios en perfecta obediencia y lealtad al pacto?
Dios levantará a un hombre que represente a toda la raza humana en la justicia. Pero si
todos los demás Adanes después del primer Adán han sido descalificados debido a su
corrupción heredada, entonces ¿quién será el «último Adán»?
La historia de las Escrituras responde finalmente a estas preguntas con la venida de
Cristo y el nuevo pacto.
F. El nuevo pacto73
73
Para una discusión más detallada, véase Gentry y Wellum, Kingdom through Covenant, 433-564.
74
Sobre este punto, véase ibid.
75
Véase ibid., 433–564, 644–652.
76
Véase D. A. Carson, Showing the Spirit: A Theological Exposition of 1 Corinthians 12–14 (Grand Rapids, MI:
Baker, 1987), 150–158; cf. idem, «Evangelicals, Ecumenism, and the Church» en Evangelical Affirmations, ed.
Kenneth S. Kantzer yCarl F. H. Henry (Grand Rapids, MI: Zondervan, 1990), 347–385.
132
Parte II Garantía bíblica para la Cristología actual
El nuevo pacto eleva a todos sus miembros a la misma relación con Dios, mediante
la distribución universal del Espíritu (véase Jo. 2:28-32; He. 2). Al ser el primero en
ser llenado con el Espíritu de Dios (véase Is. 11:1-3; 49:1-2; 61:1 ss.), el mediador del
nuevo pacto derramaría su Espíritu sobre toda la carne, es decir, sobre todos los
miembros de la comunidad del pacto (véase Ez. 11:19-20; 36:25-27; Jo. 2:28-32; cf.
Núm. 11:27-29).78 Y como todos los que están bajo el nuevo pacto disfrutan del don
prometido del Espíritu Santo escatológico (véase Ef. 1:13-14), Pablo explica que
«quien no tiene el Espíritu de Cristo no es de él» (Rom. 8:9).
En segundo lugar, el nuevo pacto cambia la naturaleza del pueblo del pacto de
Dios. El profeta Jeremías distingue entre el antiguo y el nuevo pacto basándose en la
condición del corazón de los miembros del pacto (Jr. 31:31-34). Mientras que bajo el
antiguo pacto de la ley sólo un remanente conocía verdaderamente al Señor, Dios
cambia el corazón de todos los miembros del nuevo pacto: «Daré mi ley en su mente, y
la escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo. Y no
enseñará más ninguno a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce a
Jehová; porque todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más
grande, dice Jehová; porque perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su
pecado» (Jr. 31:33-34). Describir la ley como escrita en el corazón refleja la
«circuncisión del corazón» (Dt. 30:6; 10:16; Jr. 4:4; 9:25-26), que se refiere mínima
pero no exclusivamente a la regeneración (Rom. 2:29). Esto no significa que nadie en
el Antiguo Testamento haya experimentado la regeneración. Pero bajo el nuevo pacto,
el pueblo de Dios ya no será una comunidad mixta —«no todos los que descienden de
Israel pertenecen a Israel» (Rom. 9:6)—79 sino que toda la comunidad será regenerada
y obediente de corazón.80 El Espíritu de Dios que se distribuye universalmente bajo el
77
Carson, Showing the Spirit, 152. Está claro por el contexto que el conocimiento del que se habla aquí es un
conocimiento salvífico (véase Dumbrell, Covenant and Creation, 177–178; House, Old Testament Theology, 317–321). Esto
no quiere decir que el nuevo pacto no sea un pacto mediado; es mediado, en y por Cristo. La cuestión es que el nuevo
pacto que él media es estructuralmente diferente de las comunidades de pacto anteriores.
78
Sobre este punto, véase Max Turner, «Holy Spirit», en NDBT, 551-558; David F. Wells, God the Evangelist:
How the Holy Spirit Works to Bring Men and Women to Faith (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1987), 1-4; Geerhardus
Vos, «The Eschatological Aspect of the Pauline Conception of the Spirit», en Redemptive History and Biblical
Interpretation: The Shorter Writings of Geerhardus Vos, ed. Richard B. Gaffin Jr. (Phillipsburg, NJ: P&R, 1980), 91-
125; Hoekema, Bible and the Future, 55-67.
79
Bajo el antiguo pacto, tanto los elegidos como los no elegidos dentro de Israel recibían la señal del pacto de la
circuncisión y ambos eran considerados miembros plenos del pacto en el sentido nacional. Sin embargo, sólo los
creyentes, el remanente, eran la simiente espiritual de Abraham, el verdadero Israel, el «Israel de Dios» en un sentido
salvífico (cf. Rom. 2:28-29; Gal. 6:15-16).
80
Para un análisis más detallado, véase Gentry y Wellum, Kingdom through Covenant, 483-530, 644-652.
133
La estructura autoritativa de la historia bíblica
nuevo pacto permite a cada miembro seguir la palabra de Dios, ayudándoles a ser
guardianes del pacto y permanecer fieles.81
En tercer lugar, el nuevo pacto cambia el sacrificio realizado por el pueblo del
pacto de Dios. El antiguo pacto señalaba el perdón de los pecados mediante un sistema
de sacrificios de animales. Pero «es imposible que la sangre de toros y machos cabríos
quite los pecados» (Heb. 10:4). Los sacrificios del antiguo pacto estaban diseñados
para recordar al pueblo del pacto de Dios su pecaminosidad a través de la repetición.
Sin embargo, el sacrificio del nuevo pacto se ofrecía una vez y para siempre porque era
suficiente para eliminar los pecados de cada miembro de la comunidad (vv. 12-17).
Como se profetizó bajo el antiguo pacto, el sacrificio del mediador del nuevo pacto
trae consigo la promesa de Dios donde afirma: «no me acordaré más de sus pecados y
transgresiones» (Heb. 10:17; cf. Jr. 31:33-34). En el Antiguo Testamento, «recordar»
no es un simple recuerdo (cf. Gn. 8:1; 1 Sam. 1:19). Que Dios «no se acordará más de
sus pecados» significa que en el nuevo pacto no será necesario tomar ninguna medida
contra el pecado. En resumen, sobre la base del sacrificio único del nuevo pacto, todos
sus miembros experimentan el perdón total y completo de todos los pecados.82
Al cambiar la estructura y la naturaleza del pueblo del pacto de Dios y el sacrificio
realizado en su favor, el nuevo pacto nos ayuda a entender lo que significa que Jesús
sea su mediador. La primicia del nuevo pacto ayuda a explicar la singularidad de
Cristo.
La persona de Cristo es única como el hombre que cumple todas las promesas y
tipos que actúan a través de los pactos bíblicos. Por ejemplo, el Nuevo Testamento
presenta a Jesús como el esperado cumplimiento tipológico de la descendencia de Eva
(Gn. 3:15), que aplasta a Satanás mediante una única muerte sacrificial, liberando a
una nueva humanidad de la corrupción y la muerte del pecado. Jesús es el verdadero
vástago de Abraham que recibió la promesa de Dios de ser una bendición para todas
las naciones, lo que cumple redimiendo a su pueblo del nuevo pacto de la maldición
del antiguo pacto y derramando en ellos el Espíritu (Gal. 3:10-18).83 Y Jesús es el Hijo
de David que está sentado en el trono del cielo por encima de todos los demás poderes
y dominios, gobernando sobre todas las naciones y todas las cosas por el bien del
pueblo del nuevo pacto (Ef. 1:20-23; 2:4-7).
La persona de Cristo es única como hombre que se identifica con Dios mismo. Por
ejemplo, como acabamos de observar, Cristo ha ascendido al trono del cielo y gobierna
como rey del reino Dios, aunque las Escrituras son claras al afirmar que Dios no
comparte su trono. Dios delega la autoridad como sus representantes a la humanidad en
la tierra, pero sólo él se sienta en el trono del cielo (cf. Ap. 4). Aunque sea el Hijo de
David, este rey de la promesa será también el Señor de David y compartirá el reinado
divino (Sl. 110:1; cf. Mt. 22:41-46), llevando incluso los mismos títulos y nombres de
Dios: «Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz» (Is. 9:6). Y
aun así, Pablo proclama con audacia que la persona de Cristo ha ocupado su lugar en el
trono de Dios, «sobre todo principado y autoridad y poder y señorío, y sobre todo
nombre que se nombra, no solo en este siglo, sino también en el venidero» (Ef. 1:21).
Pero quizá lo que más identifica a Cristo con Dios es el perdón total y completo de
los pecados. Al principio, la humanidad está en reposo con Dios, que pronuncia que
81
Sobre este punto, véase Thomas R. Schreiner, Romans, BECNT (Grand Rapids, MI: Baker, 1998), 395-468.
82
Véase Dumbrell, Covenant and Creation, 181–185.
83
Para un análisis más detallado, véase Thomas R. Schreiner, Paul, Apostle of God's Glory in Christ: A Pauline
Theology (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 2001), 73-85.
134
Parte II Garantía bíblica para la Cristología actual
todas las cosas son «muy buenas». Sin embargo, inmediatamente después del pecado
original de Adán, la humanidad cae, se aleja de Dios y es condenada. Y aunque los
pactos bíblicos prometen un restablecimiento de la armonía del pacto con una
especificidad cada vez mayor, cada uno de ellos también aumenta la tensión al
demostrar que no hay ningún hombre en la tierra que esté capacitado para perdonar los
pecados y establecer un pacto de paz con Dios. Sin embargo, en ciertas ocasiones,
incluso antes de la cruz, Jesús ejerció la autoridad que le había otorgado el Padre para
pronunciar «tus pecados son perdonados», para aquellos que tenían fe en quién es él
(Mt. 9:2, 5; Lc. 7:48). Y Pablo nos dice que «hay un solo mediador entre Dios y los
hombres, Jesucristo hombre...» (1 Tim. 2:5) y que en Cristo, Dios estaba reconciliando
al mundo consigo mismo, sin tener en cuenta sus pecados (véase 2 Cor. 5:19).
Al identificar a la persona de Cristo con Dios mismo, el nuevo pacto resuelve la
tensión en el relato bíblico que sirve tanto para la redención como para la revelación. A
medida que avanzan los pactos bíblicos, el plan de Dios para la humanidad y toda la
creación se vuelve más claro y, a la vez, más limitado a un conjunto de proposiciones
antinómicas: Dios cumplirá su promesa incondicional de redimir a la humanidad a
través de la descendencia de Eva-Abraham-David, pero la humanidad no puede
producir este verdadero hijo-imagen-Adán; Dios mismo salvará a su pueblo, pero un
hombre lo redimirá y se sentará en el trono de Dios. Los términos y la función del
nuevo pacto revelan que el hombre Jesucristo viene como la representación exacta de
Dios, el Hijo perfectamente obediente y el último Adán, precisamente porque viene
«del cielo», no como parte de la humanidad original ahora pecadora que es «de la
tierra» (1 Cor. 15:47). Y este mismo Jesús trae el reino redimido de Dios precisamente
porque es Dios Hijo.
A través de los seis pactos bíblicos, Dios avanza en su plan único para la humanidad y
toda la creación desde sus promesas iniciales en el pacto adámico hasta su
cumplimiento en Cristo y el nuevo pacto. En la creación, la primera parte importante
del drama que se desarrolla, Dios se compromete con la creación en general y con la
humanidad en particular, y nunca da marcha atrás. El Creador y Señor del pacto, que
puso a la humanidad por encima de una creación «muy buena», responde con ira santa
a la rebelión de sus representantes destruyéndolos a ellos y a toda la vida corrompida
por ellos, pero no completamente. La maldición de Dios según los términos del pacto
con la creación mueve la línea argumental de la Escritura desde la creación hasta la
caída. Pero Dios hace un pacto con Noé para preservar la línea para el hombre de la
promesa que vendrá y que restaurará todas las cosas. Y con el pacto con Noé, Dios ya
ha trasladado el drama de la Escritura a la redención mediante su promesa de preservar
la tierra hasta que se cumpla su plan. Dios decide pactar con Abraham, Israel y luego
con los reyes davídicos, no para encontrar al verdadero Hijo-Imagen y al último Adán,
sino para hacerlo nacer.
Al pactar con la humanidad en relaciones más específicas, el Creador y Señor del
pacto no se esfuerza por rediseñar su plan original que ha fracasado. Más bien,
mediante el desarrollo de un pacto hacia el siguiente, Dios construye las realidades
relacionales necesarias para identificar correctamente al que completará el diseño de
Dios para su gloria en su creación. Hay que considerar todo el esquema del pacto a
135
La estructura autoritativa de la historia bíblica
136
Parte II Garantía bíblica para la Cristología actual
CAPÍTULO 4
Como Creador y Señor del pacto, Dios se ha movido a lo largo de la historia para
redimir a un pueblo para sí mismo y para revelarse a su pueblo. Como Señor de las
Escrituras —tanto su sujeto como su objeto— Dios ha proporcionado y preservado la
revelación escrita de su redención en una forma particular que da forma a cada lectura.
Para entender lo que Dios ha revelado en su palabra, debemos interpretar cada texto
según los propios términos de la época- pacto de la Biblia.
Como hemos visto en el último capítulo, las cuatro épocas bíblicas encajan entre sí
y los seis pactos bíblicos progresan a través de ellas para proporcionar una estructura
autoritativa a la línea argumental de la Escritura. Al pasar de la creación a la
inauguración-consumación y del pacto de la creación al nuevo pacto en Cristo, la
metanarrativa bíblica proporciona el contexto para entender las historias más pequeñas
a lo largo del camino. Así pues, debemos leer la Escritura —siguiendo los textos a lo
largo de la línea argumental tipológica establecida por la progresión de un pacto hacia
el siguiente a través de los cambios de época que se desarrollan para revelar el pecado
y la rebelión de la humanidad y la redención y reconciliación de Dios. Y el camino a lo
largo de esta línea argumental interpretativa nos lleva en línea y hacia la consumación
del plan de Dios para la humanidad y toda la creación.
Cuando las interpretaciones son fieles a los propios términos de la Biblia, cada
texto y cada episodio dentro de la metanarrativa desempeñan su papel para cumplir las
expectativas establecidas por el propio hilo argumental. El verdadero Hijo-Imagen y
último Adán prometido vendrá a representar a Dios con exactitud, a obedecerle
perfectamente y a vivir en pacto con él fielmente como mediador de un nuevo y eterno
pacto en favor de una nueva humanidad. Dios mismo actuará soberana y
unilateralmente para salvar y recrear esta nueva humanidad desde su trono en el cielo.
Y el Mesías prometido («Cristo» en el Nuevo Testamento) redimirá a este pueblo de
sus pecados para sentarse en el trono de Dios en el cielo. Cristo inaugurará el reino de
Dios en la tierra en «el siglo presente» para luego consumar su reinado en una tierra
nueva en el «siglo venidero».
137
La identidad de Jesús desde la trama de la Escritura
138
Parte II Garantía bíblica para la Cristología actual
I. La autocomprensión de Jesús
¿Jesús entendía que era el Dios Hijo encarnado? ¿Cuál es la evidencia bíblica de que
Jesús se autoidentificó como el Mesías-Cristo prometido, el hombre que vendría a
hacer las obras de Dios mismo? Antes de responder a estas preguntas, es necesario
hacer una importante distinción. Debemos distinguir entre la autoconciencia de Jesús y
su autoidentidad.3 La autoconciencia es un término psicológico que se refiere a la
2
Para un desarrollo similar de la cristología bíblica, véase Richard Bauckham, Jesus and the God of Israel: God
Crucified and Other Studies on the New Testament's Christology of Divine Identity (Grand Rapids, MI: Eerdmans,
2008). Bauckham rechaza los enfoques evolutivos y de desarrollo de la cristología en los eruditos contemporáneos. Un
enfoque evolutivo representa la Ilustración y la teología liberal clásica, que argumentaba que la primera cristología
evolucionó añadiendo nuevas ideas y afirmaciones que no se encontraban en el Jesús histórico pero que fueron puestas
en su boca por la iglesia. Un enfoque evolutivo sostiene que la primera cristología era simplemente el resultado de lo
que siempre existió en principio. En cambio, Bauckham defiende una cristología de la identidad divina, es decir, que los
autores del Nuevo Testamento relacionaron a Jesús con el estricto monoteísmo del Antiguo Testamento al incluirlo
dentro de la identidad divina y no como una segunda figura «divina» separada. Dado el estricto monoteísmo de Israel,
identificar a Jesús con el nombre, el carácter y las obras de Jehová es realmente asombroso y ayuda a explicar cómo los
judíos monoteístas pudieron identificar a Jesús con Jehová y verlo como Dios-igual a Jehová. El punto de vista de
Bauckham también se opone a gran parte de la erudición contemporánea. Sostiene con razón que todo el Nuevo
Testamento considera a Jesús en los términos más elevados. Además, el punto de vista de Bauckham evita la engañosa
dicotomía entre una cristología «funcional» y una «ontológica». Tal y como se han utilizado estos términos, una
cristología «funcional» interpreta algunos textos como la afirmación de que Jesús ejerce las funciones de señorío divino,
pero no afirman que sea ontológicamente deidad (e.g., Oscar Cullmann, The Christology of the New Testament, trad.
Shirley C. Guthrie y Charles A. M. Hall [Londres: SCM, 1959], 3-4). Esta dicotomía ha sido una forma crucial en la
que muchos eruditos bíblicos contraponen la cristología del Nuevo Testamento a la cristología calcedoniana. Según la
historia, en Calcedonia había una preocupación no bíblica por la naturaleza u ontología de Jesús, no por su función. La
época patrística era deudora de la filosofía griega, modificando así la cristología del Nuevo Testamento. Pero, como
muestra Bauckham, esta construcción es falsa. Hablar de la identidad de Dios y de la identidad divina de Cristo, es
decir algo sobre quién es y qué hace. El gobierno soberano de Dios es una función de quién es él como Dios verdadero,
y la participación de Jesús en el gobierno de Dios no es sólo una cuestión de lo que Jesús hace, sino de quién es Jesús
en relación con Dios. Esto implica, pues, que hay mucha más continuidad entre la cristología del Nuevo Testamento y
la formulación cristológica patrística.
3
Para esta distinción, véase David Wells, The Person of Christ: A Biblical and Historical Analysis of the
Incarnation, Foundations for Faith (Westchester, IL: Crossway, 1984), 36-37; cf. J. D. G. Dunn, Christology in the
139
La identidad de Jesús desde la trama de la Escritura
conciencia interior de una persona, que incluye múltiples aspectos, como los deseos
morales y religiosos, los miedos, alegrías y ansiedades. La mayoría reconoce que el
acceso a la autoconciencia de una persona es casi imposible, especialmente en el caso
de individuos históricos a los que ya no se puede interrogar. Si tratamos de determinar
la autoconciencia de Jesús, nos sentiremos decepcionados o engañados porque,
sencillamente, no está a nuestra disposición.4
En cambio, deberíamos pensar en términos de la autoidentidad/comprensión de
Jesús. Sí tenemos acceso a lo que una persona piensa de sí misma porque, salvo que se
trate de una falta de capacidad o de un engaño, las personas tienden a actuar de
acuerdo con su propia identidad. Por lo tanto, podemos interpretar las palabras y los
actos de una persona para entender su autocomprensión de quién es. Pero incluso con
la autoidentidad debemos tener cuidado de interpretar lo que la persona dice y hace
dentro del contexto adecuado. Por lo general, es dudoso que conozcamos todo el
contexto de un acontecimiento en la vida de una persona. Por lo tanto, si no se trata de
una declaración explícita, solemos carecer de certeza en nuestra interpretación de la
identidad propia de otra persona. Pero en lo que respecta a la autoidentidad de Jesús,
tenemos todo el contexto que necesitamos. La autocomprensión de Jesús sobre sí
mismo y su propósito nos llega dentro de la línea argumental de la Escritura que forma
todo el marco interpretativo en el que Jesús considera su propia identidad. Es irónico
que la persona más compleja de la historia se nos dé a conocer tan claramente a través
de la palabra revelada y escrita de Dios.
En cierto sentido, toda la vida de Jesús dio testimonio de quién era él. Pero para
analizar su identidad, será útil considerar los cinco aspectos más significativos de su
tiempo en «esta época»: su bautismo, vida y ministerio, su muerte y resurrección, la
adoración que recibió y el reino que inauguró. Como veremos, Jesús vio a sí mismo
como Dios Hijo encarnado con tanta claridad que incluso sus acciones implicaban esta
particular identidad humano-divina.5
1. El bautismo de Jesús
Jesús se acercó al Jordán y a Juan el Bautista con la idea de que «conviene cumplir
toda justicia» (Mt. 3:15). Y al ser bautizado, «enseguida subió del agua, y he aquí que
los cielos se le abrieron, y vio al Espíritu de Dios que descendía como paloma y venía
a posarse sobre él; y he aquí que una voz del cielo decía: Este es mi Hijo amado, en
quien tengo complacencia» (vv. 16-17). Jesús sabía que el hecho de recibir el Espíritu
Making: A New Testament Inquiry into the Origins of the Doctrine of the Incarnation, 2a ed. (Grand Rapids, MI:
Eerdmans, 1996), 22-33.
4
Contra Dunn en Christology in the Making, 22-33. Al tratar de responder a la pregunta: «¿Habló o pensó Jesús de
sí mismo como Hijo de Dios?», Dunn enmarca constantemente la discusión en términos de «la conciencia de divinidad
de Jesús» o «la conciencia mesiánica de Jesús» (ibíd., 23), y aparentemente equipara la autoconciencia y la
autocomprensión (ibíd., 25). Estos dos fenómenos cognitivos son significativamente diferentes, y es un error
confundirlos, especialmente en la tarea de interpretación.
5
Para la importante distinción entre la revelación implícita y explícita de la autopercepción de Jesús, véase Wells,
Person of Christ, 37; Dunn, Christology in the Making, 22-25.
140
Parte II Garantía bíblica para la Cristología actual
del Padre por causa de la justicia indicaba que él era el Mesías prometido y que la era
mesiánica había sido inaugurada —una era identificada, como vimos en capítulos
anteriores, con el gobierno soberano y salvífico de Dios (Is. 61:1-2; Lc. 4:16-21; cf.
Ez. 34; Jon. 2:9).6 Por lo tanto, ser el Mesías ungido por el Espíritu según el argumento
de las Escrituras implica identificarse con Dios mismo, que debe actuar para cumplir la
expectativa de redención y restauración del Antiguo Testamento (Is. 9:6-7).
Es significativo que los relatos evangélicos conviertan al Jesús Hombre en el
destinatario de la acción divina en su bautismo y centren nuestra atención en la
comprensión que Jesús tuvo del acontecimiento: «vio que los cielos se abrían y que el
Espíritu descendía sobre él» (Mc. 1:10). Jesús se unió a otras personas en el «bautismo
de arrepentimiento» de Juan (He. 13:24) para simpatizar y alinearse con su situación en
su ministerio de reconciliación entre Dios y los hombres. Sin embargo, al mismo
tiempo, Dios se dirigió a este hombre para declararle: «Tú eres mi Hijo amado; en ti
tengo complacencia» (Mc. 1:11). Como una combinación del Salmo 2:7 y de Isaías
42:1,7 estas palabras confirman que Jesús escuchó al Padre decirle directamente que él
es el Hijo-Rey que traerá justicia y rectitud a todas las naciones a través del reino
soberano y salvador del propio Creador y Señor del pacto.8 Este acontecimiento
ciertamente señala una identidad funcional con Dios. Pero dada la concepción virginal
de Jesús (Mt. 1:18-25; Lc. 1:26-38), el significado tipológico de su condición como
Hijo «amado» (agapētos) y su capacidad para inaugurar el gobierno del reino de Dios,
el bautismo de Jesús también da testimonio implícito de su identificación ontológica
con Dios (véase también Mt. 11:25-27).9
En el acontecimiento de su bautismo y la afirmación del Padre, el Nuevo
Testamento presenta a Jesús con la autocomprensión de que viene como el Hijo-Rey
davídico prometido para cumplir las promesas de Dios que culminan su venida para
salvar a un pueblo para sí mismo. David Wells argumenta: «Fue señalado visiblemente
y declarado audiblemente. Y los autores sinópticos querían que sus lectores lo
entendieran».10 Incluso en su bautismo y al inicio de su ministerio terrenal, Jesús se
autoidentificó como Dios Hijo encarnado, el único hombre ungido y capaz de hacer lo
que sólo Dios puede hacer.11
6
Véase R. T. France, The Gospel of Matthew, NICNT (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 2007), 121-122; D. A.
Carson, Matthew, en EBC, vol. 8 (Grand Rapids, MI: Zondervan, 1984), 106-110; Thomas R. Schreiner, New
Testament Theology: Magnifying God in Christ (Grand Rapids, MI: Baker, 2008), 172-173; Max Turner, The Holy
Spirit and Spiritual Gifts: In the New Testament Church and Today (Peabody, MA: Hendrickson, 1997), 19-30; Sinclair
B. Ferguson, The Holy Spirit, Contours of Christian Theology (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 1996), 45-52;
Graham A. Cole, He Who Gives Life: The Doctrine of the Holy Spirit, Foundations of Evangelical Theology (Wheaton,
IL: Crossway, 2007), 149-177.
7
Véase France, Matthew, 123-124; Carson, Matthew, 106-110; Schreiner, New Testament Theology, 172-173.
8
Véase France, Matthew, 119-121; Carson, Matthew, 107-108.
9
Véase Carson, Matthew, 109-110.
10
Wells, Person of Christ, 39.
11
Esta identidad divino-humana afirmada en el bautismo de Jesús se reafirma en su transfiguración (Mateo 17:1-8;
Marcos 9:2-8; Lucas 9:28-36). Aunque muchos lo han cuestionado, no hay razón para negar la autenticidad de este acto,
en el que Jesús se «transfigura» ante sus discípulos (véase Carson, Matthew, 383-384; Robert Reymond, Jesus, Divine
Messiah: The New Testament Witness [Phillipsburg, NJ: P&R, 1990], 316-325). La transfiguración encaja literaria y
lógicamente en el relato bíblico. La única razón para rechazar su historicidad es afirmar que Jesús no entendía su deidad
o preexistencia. Pero tal afirmación es una suposición sobre el tema en debate. Dentro de la línea argumental de la
Escritura, no hay ninguna razón para dudar de la realidad histórica de la transfiguración de Jesús. Y dado este
acontecimiento, parece claro que Jesús se considera a sí mismo como el Mesías-Cristo, el siervo sufriente, el Hijo de
Dios tanto funcional como ontológicamente, uno que es superior a todos los precursores del Antiguo Testamento
representados por Moisés y Elías. Jesús se ve a sí mismo como algo diferente y de otra categoría. Para una discusión
útil sobre la transfiguración, véase Wells, Person of Christ, 39-40; Reymond, Jesus, Divine Messiah, 316-325.
141
La identidad de Jesús desde la trama de la Escritura
12
Véase Murray J. Harris, Three Crucial Questions about Jesus (Grand Rapids, MI: Baker, 1994), 82-83.
13
Para una discusión de las diversas opciones, véase Carson, Matthew, 140-147; France, Matthew, 177-191.
14
Para una defensa de este punto de vista, véase Carson, Matthew, 143-145; cf. France, Matthew, 182-184.
142
Parte II Garantía bíblica para la Cristología actual
143
La identidad de Jesús desde la trama de la Escritura
resucita a los muertos y les da vida, así también el Hijo da vida a quien quiere. En
verdad, en verdad os digo que llega la hora, y ya está aquí, en que los muertos oirán la
voz del Hijo de Dios, y los que la escuchen vivirán» (Jn. 5:21, 25).18 Así pues, a lo
largo de toda su vida y ministerio, desde sus primeras enseñanzas y milagros hasta sus
actos finales de juicio eterno y resurrección a la vida eterna, Jesús se autoidentificó
como Dios mismo —sabía que era Dios el Hijo encarnado.
Como hemos visto, sólo Dios es digno de ser adorado, por sus perfecciones metafísicas
y morales, y como único Creador y Señor del pacto, exige adoración de sus criaturas.
De hecho, ningún otro ser puede cruzar la línea divisoria entre el Creador y la criatura,
y Dios no está dispuesto a compartir su gloria y adoración con ninguna cosa creada (Is.
42:8). De hecho, adorar a la criatura en lugar de al Creador es una blasfemia (véase He.
14:14-15; Rom. 1:18-23; Ap. 19:10) y una traición contra el Señor del pacto (Dt. 4:16-
20; 1 Re. 11:1-11; cf. Jn. 19:15).
18
Jesús también dice: «Yo soy la resurrección y la vida» (Jn. 11:25). En el contexto del Evangelio de Juan, D. A.
Carson explica que Jesús está afirmando no sólo que tiene el poder de resucitar y dar vida, sino que «no hay ni
resurrección ni vida eterna fuera de él» (D. A. Carson, The Gospel according to John, PNTC [Grand Rapids, MI:
Eerdmans, 1991], 412), lo que debe entenderse como una afirmación de deidad.
19
John Stott, The Cross of Christ (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 1986), 28.
20
Wells, Person of Christ, 41.
144
Parte II Garantía bíblica para la Cristología actual
Sin embargo, como hombre, Jesús recibió las alabanzas de los hombres y nunca
reprendió a quienes lo adoraban (Mt. 14:33; 21:15-16; 28:9, 17; Jn. 20:28). Una
persona podía inclinarse (proskyneō, a veces traducido como «adorar») ante Jesús por
profundo respeto. Pero Pedro reprendió a alguien que se inclinó ante él en un contexto
similar (He. 10:25-26), y los ángeles saben que es categóricamente impropio inclinarse
ante cualquiera que no sea Dios mismo (Ap. 19:10; 22:8-9). Y, sin embargo, Jesús
nunca rechazó este tipo de adoración cuando se le dio en la tierra.21 De hecho, sabiendo
que el Padre le había encomendado la autoridad divina de juzgar como Dios mismo,
Jesús también comprendió la finalidad de este poder: «para que todos honren al Hijo,
como honran al Padre. Quien no honra al Hijo no honra al Padre que lo envió» (Jn.
5:23).
Así pues, Jesús no sólo recibió el honor, la alabanza y la adoración que sólo
deberían darse a Dios; Jesús la exigió, porque se identificó a sí mismo como Dios Hijo
encarnado.
Esta «era»...era sobrenatural, sólo podía ser establecida por Dios mismo, traería
bendiciones y beneficios que sólo Dios podía dar, lograría el derrocamiento del
pecado, la muerte y el diablo (que sólo Dios podía lograr), y se identificaba tan
estrechamente con Dios mismo que ningún esfuerzo humano podría traerla y
21
El resto del Nuevo Testamento y la práctica de la iglesia apostólica era adorar a Jesús como Dios. Para el mejor
tratamiento del culto a Jesús en la iglesia primitiva, véase Larry W. Hurtado, Lord Jesus Christ: Devotion to Jesus in
Earliest Christianity (Grand Rapid, MI: Eerdmans, 2003); ídem, How on Earth Did Jesus Become a God? (Grand
Rapids, MI: Eerdmans, 2005).
22
El Reino se menciona trece veces en Marcos (nueve de ellas en común con Mateo y Lucas); veintisiete veces en
Mateo (no en común con Marcos); doce veces en Lucas (no en común con Marcos), y dos veces en Juan. El Evangelio
de Juan habla de estas mismas realidades en el lenguaje de la «vida eterna», que pertenece al «siglo venidero» (véase I.
Howard Marshall, New Testament Theology: Many Witnesses, One Gospel [Downers Grove, IL: InterVarsity Press,
2004], 498; cf. Carson, John, 187-190). Y como instruye Andreas Köstenberger, «Que las expresiones “reino de Dios”
y “vida eterna” son esencialmente equivalentes lo sugiere su uso paralelo en Mateo 19:16, 24 pars» (Andreas J.
Köstenberger, John, BECNT [Grand Rapids, MI: Baker Academic, 2004], 123).
145
La identidad de Jesús desde la trama de la Escritura
Además del testimonio implícito de Jesús, el Nuevo Testamento también nos ofrece
declaraciones explícitas sobre su relación única con el Padre y la conexión con sus
obras. Más concretamente, los Evangelios demuestran que Jesús se autoidentificó de
forma bastante intencional y consciente como Dios Hijo encarnado.
En cada uno de los sinópticos, Jesús se dirige a Dios con el término arameo Abba, que
revela cómo percibía su relación con el Padre (véase Mt. 6:9; 11:25-26; 26:39, 42; Mc.
14:36; Lc. 10:21; 11:2; 22:42; 23:34, 46). Como ha demostrado Joachim Jeremias en
su estudio de la literatura judía contemporánea, «no hay ninguna analogía en toda la
oración judía para dirigirse a Dios como Abba».24 La razón de esta reticencia se debía
al temor de no dar la deferencia adecuada a la santidad y majestad de Dios. Sin
23
Wells, Person of Christ, 38. Para un punto de vista similar, véase Reymond, Jesus, Divine Messiah, 239-241;
George E. Ladd, «Kingdom of Christ, God, Heaven», en Evangelical Dictionary of Theology, ed. Walter A. Elwell
(Grand Rapids, MI: Baker, 1984), 609.
24
Joachim Jeremias, The Prayers of Jesus (Philadelphia: Fortress, 1989), 57.
146
Parte II Garantía bíblica para la Cristología actual
embargo, como señala Wells, Jesús «se dirige a Dios con regularidad utilizando este
término de intimidad y familiaridad».25
También es importante señalar cómo Jesús distingue su uso de Abba del de sus
discípulos cuando les enseña a orar «Padre nuestro» (Mt. 6:9; Jn. 20:17). Más adelante
en las Escrituras, Pablo dice que los cristianos como hijos adoptivos de Dios, son libres
de llamar a Dios Abba (véase Rom. 8:15; Gal. 4:6), pero sólo es posible a través de
Jesús. En otras palabras, sólo porque estamos unidos mediante la fe al Hijo tenemos
acceso al Padre por el Espíritu (Jn. 1:12; cf. 14:6; 17:26; Rom. 8:15). El uso del
término sólo es posible gracias al Hijo en relación con su Padre, lo cual es otra forma
de enfatizar la filiación única de Jesús.
Jesús, por el uso de este término se ve a sí mismo como Hijo único en relación con
el Padre. La naturaleza precisa de esta filiación no se explica sólo por el término Abba;
en última instancia, la naturaleza de la filiación de Jesús se revela en toda la trama de
la Escritura. Pero cuando se lee dentro de la estructura y la línea argumental de la
Biblia, queda claro que la filiación de Jesús no es meramente funcional, sino también
ontológica. Este punto se demuestra en el uso y la comprensión de Jesús del título
«Hijo» y en su aplicación del título a sí mismo.
Más allá de una frase genéricamente descriptiva, Hijo de Dios funciona en la Escritura
como un título que revela la identidad de quien lo lleva.26 El título aparece en todos los
Evangelios sinópticos (Mt. 3:17; 11:25-27; 28:19; Mc. 1:1, 11; 9:7; Lc. 1:32; 3:38;
9:35) y ocupa un papel central en el Evangelio de Juan (Jn. 3:16, 17, 35-36; 5:19-23;
6:40; 8:36; 14:13; 17:1). Hijo de Dios se aplica a Jesús en su bautismo (Mc. 1:11), en
la tentación (Lc. 4:9) y en la transfiguración (Mc. 9:7; Mt. 17:5; Lc. 9:35). Y el título
es utilizado para dirigirse a Jesús por el centurión (Mc. 15:39), el sumo sacerdote (Mc.
14:61) y los demonios (Mc. 3:11; 5:7). De hecho, el título de Hijo de Dios es tan
importante para la identidad de Jesucristo que Juan escribió su Evangelio «para que
creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios» (Jn. 20:31).
Para comprender el significado de lo que Jesús quiso decir al llamarse a sí mismo
Hijo de Dios, será útil pensar en términos tanto funcionales como ontológicos. En
primer lugar, el Nuevo Testamento no duda en señalar un fuerte aspecto funcional de
la filiación de Jesús, enraizado en las figuras tipológicas del Antiguo Testamento —
Adán, Israel y el rey David. Partiendo de este modelo, Jesús es el verdadero Hijo que
es el último Adán, el verdadero Israel y el hijo mayor de David. Además, en virtud de
lo que hace, Jesús es nombrado Hijo y Señor. Al encarnarse (Jn. 1:1, 14) e identificarse
obedientemente con nosotros y representarnos como nuestra cabeza y sustituto, Jesús
lleva a cabo nuestra redención eterna y, como resultado de su obra, asume el título de
25
Wells, Person of Christ, 43.
26
Para un tratamiento detallado del título «Hijo», véase D. A. Carson, Jesus the Son of God: A Christological Title
Often Overlooked, Sometimes Misunderstood, and Currently Disputed (Wheaton, IL: Crossway, 2012); Graeme
Goldsworthy, The Son of God and the New Creation (Wheaton, IL: Crossway, 2015); para un análisis del Hijo en el
Evangelio de Juan, véase Andreas J. Köstenberger y Scott R. Swain, Father, Son, and Spirit: The Trinity and John's
Gospel, NSBT 24 (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 2008), 75-92; cf. Carson, John, 246-259.
147
La identidad de Jesús desde la trama de la Escritura
Hijo de Dios en un momento concreto de la historia (véase Rom. 1:3-4; Flp. 2:6-11).27
Pero la filiación encarnada de Jesús que culmina con su muerte en representación y
sustitución por nosotros es solo la mitad de la historia. En virtud de lo que es, Jesús ha
sido el Hijo de Dios desde la eternidad. De hecho, la filiación eterna de Jesús es la base
de su filiación encarnada y redentora.
Jesús se dirigía a Dios directamente como «Padre» (e.g., Mt. 11:25; Lc. 23:46; Jn.
11:41; 12:28) y se refería a él como «mi Padre» (e.g., Mt. 16:17; 26:29; Lc. 22:29; Jn.
15:8). Incluso por sí solas, estas expresiones van más allá de una relación de
obediencia y se convierten en una relación de engendramiento. Cuando era niño, antes
de realizar las obras que le había encomendado el Padre, Jesús habló de su filiación
celestial a sus padres terrenales: «¿No sabíais que debía estar en la casa de mi Padre?»
(Lc. 2:49). Y justo antes de su muerte, Jesús oró a Dios basándose en su propia vida
como Hijo eterno de Dios: «Y ahora, Padre, glorifícame en tu presencia con la gloria
que tenía contigo antes de que el mundo existiera» (Jn. 17:5).
Sin duda, Jesús sabía que estaba destinado a ser el Hijo de Dios en su vida
encarnada. Al considerar cómo Jesús se dirigió y se refirió a Dios como su Padre,
podemos decir que Jesús también sabía que siempre había sido el Hijo de Dios desde la
eternidad. Y al leer las propias palabras de Jesús dentro de la trama de la Escritura que
sabía que estaba llevando a cabo, podemos ver más profundamente la autopercepción
de Jesús como Dios Hijo encarnado. Dos ejemplos serán suficientes.
En Juan 5:16-30, después de sanar a un hombre lisiado, Jesús responde a los que le
critican por trabajar en Sabbat: «Mi Padre está trabajando hasta ahora, y yo estoy
trabajando» (v. 17). En la época de Jesús, los rabinos estaban de acuerdo en que Dios
trabajaba en Sabbat sin convertirse en un infractor del mismo. Después de todo, si no
lo hiciera, ¿quién sostendría el universo? En otras palabras, el hecho de que Dios
trabaje en Sabbat es una excepción a la ley del Sabbat.28 Así que Jesús no sólo llama a
Dios su propio Padre en términos íntimos; también se hace igual a Dios al reclamar la
misma autoridad que Dios para trabajar en Sabbat. Y en los versículos siguientes, Jesús
explicará que la validez de su trabajo en este día se basa en la naturaleza divina de
todas sus obras, en la adoración divina garantizada por estas obras y en la aseidad
divina de quien las realiza.
La estructura literaria de Juan 5:19-23 se articula en torno a cuatro afirmaciones
gar («por» o «porque»). El primer enunciado gar introduce la última cláusula del
versículo 19: «Entonces Jesús les dijo: “De cierto, de cierto os digo: No puede el Hijo
hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que el Padre
hace, también lo hace el Hijo igualmente”». Aquí Jesús hace tres puntualizaciones
sobre su filiación basada en su dependencia del Padre: el Hijo no es el Padre; el Hijo
sólo hace lo que hace el Padre; el Hijo hace todo lo que hace el Padre. El Padre y el
Hijo son distintos entre sí, pero realizan las mismas obras. El Hijo no hace menos ni
más que el Padre —están perfectamente unidos en su obra. Como observa Carson,
«Jesús no es igual a Dios como otro Dios o como un Dios competidor».29 Más bien, el
27
Véase Douglas Moo, The Epistle to the Romans, NICNT (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1996), 44–53; Peter T.
O’Brien, The Epistle to the Philippians: A Commentary on the Greek Text, NIGTC (Grand Rapids, MI: Eerdmans,
1991), 205–253.
28
Después de exponer el argumento de los rabinos, Carson explica que aunque Dios trabaje en sábado, no se le
puede acusar de violarlo, porque «(1) todo el universo es su dominio (Is. 6:3), y por tanto nunca lleva nada fuera de él;
(2) dicho de otro modo, Dios llena todo el mundo (Je. 23:24); y en cualquier caso (3) Dios no eleva nada a una altura
superior a su propia estatura» (Carson, John, 247).
29
Carson, John, 250; cf. Köstenberger y Swain, Father, Son, and Spirit, 87-90.
148
Parte II Garantía bíblica para la Cristología actual
Padre siempre «inicia, envía, ordena, comisiona, concede; el Hijo responde, obedece,
realiza la voluntad de su Padre, recibe autoridad».30 Es esta relación eterna e íntima
entre el Padre y el Hijo la que explica la autoridad y la capacidad de Jesús para hacer
como Hijo todo lo que el Padre hace como Padre. Y es este Hijo, el Hijo-imagen
prometido cuya identidad se ha ido revelando progresivamente a través de la historia
bíblica, el que finalmente viene en la persona de Jesucristo.
La segunda afirmación gar explica la dinámica fundamental de esta relación única
entre Padre e Hijo: «Porque [gar] el Padre ama al Hijo y le muestra todo lo que él
mismo hace» (Jn. 5:20). Jesús habla aquí de una vida íntima con el Padre que supera
con creces cualquier relación de pacto creador-criatura. La dinámica relacional que
mueve al Padre a introducir al Hijo en todo lo que él hace es el amor divino. Este amor
es eterno e infinito; el Hijo ha compartido la voluntad, los deseos y el poder del Padre
sin límites de tiempo o capacidad. Y, sin embargo, este amor es también temporal y
encarnado, en el sentido de que algunas de las obras encomendadas por el Padre al
Hijo han de ser realizadas como hombre en la tierra en la plenitud de los tiempos.
Las dos primeras afirmaciones gar de Juan 5:19-20, establecen que Jesús
comprendió la naturaleza divina de sus propias obras, las cuales son posibles sólo para
Dios. Las dos siguientes afirmaciones gar mostrarán que Jesús sabía que sus obras le
traerían la adoración que es propia sólo de Dios.
En los versículos 21-23, Jesús explica en particular que el Padre ha dado al Hijo las
obras divinas de la resurrección de los muertos y del juicio sobre toda la humanidad.
La resurrección y el juicio son prerrogativas exclusivas de Dios (véanse Gn. 18:25; 2
Re. 5:7; Ez. 37:13; cf. Ap. 20:11-15). Por ejemplo, incluso el poderoso profeta Elías no
resucitó por sí mismo al hijo de la viuda de Sarepta, sino que oró al Señor como
«hombre de Dios» (1 Re. 17:19-24). Sin embargo, en la tercera declaración de Juan 5,
Jesús reclama la autoridad y el poder de la resurrección como Hijo de Dios: «Porque
como el Padre resucita a los muertos y les da vida, así también el Hijo da vida a quien
quiere» (v. 21). Además, la prerrogativa del juicio divino está estrechamente vinculada
al poder divino de la resurrección. En el Nuevo Testamento, la resurrección prepara a
toda la humanidad para presentarse ante Dios para el juicio y demuestra que los que
resucitan con Cristo (véase Rom. 6:4; Ef. 2:6; Col. 3:1) no serán condenados (véase
Rom. 8:1). Y la cuarta declaración gar nos muestra que Jesús entendió que tanto la
resurrección como el juicio le fueron dados para adorar a Dios solamente: «Porque
[gar] ni siquiera el Padre juzga a nadie, sino que ha dado todo el juicio al Hijo, para
que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo no honra al
Padre que lo envió» (Jn. 5:22-23).
Es importante detenerse aquí para comprender plenamente el significado
cristológico de la reivindicación de Jesús para sí mismo. Esta reivindicación abierta de
Jesús para recibir el honor que le corresponde al Padre no se basa en la autoridad de
embajador bajo Dios, sino en la igualdad ontológica con Dios. Como concluye Carson:
Esto va mucho más allá de hacer de Jesús un mero embajador que actúa en nombre
del monarca que lo envió, un enviado plenipotenciario cuya autoridad derivada es el
equivalente a la de su amo. Esa analogía se rompe precisamente aquí, pues el honor
que se concede a un enviado nunca es el que se otorga al jefe de un Estado. Los
judíos tenían razón al detectar que Jesús «se hacía igual a Dios» (vv. 17-18). Pero
30
Carson, John, 251.
149
La identidad de Jesús desde la trama de la Escritura
Basándonos en las conexiones entre las cuatro afirmaciones gar de Juan 5:19-23,
podemos resumir la autoidentidad de Jesús de la siguiente manera: él es el Hijo amado
eterna e infinitamente por el Padre, de tal manera que el Padre ha enviado a su Hijo a
hacer las obras de Dios mismo temporal y encarnadamente, ejerciendo específicamente
la autoridad y el poder de la resurrección y el juicio, todo para que el Hijo reciba
adoración como Dios mismo. En otras palabras, Jesús entendió que era Dios el Hijo
encarnado que había sido enviado a hacer las obras de Dios como hombre.
Además, en una declaración gar posterior, Jesús explica aún más por qué es capaz
de dar la vida de resurrección: «Porque como el Padre tiene vida en sí mismo, así
también ha concedido al Hijo que tenga vida en sí mismo» (Jn. 5:26). En el contexto
del Evangelio de Juan y de la metanarrativa procedente del Antiguo Testamento, esta
afirmación de aseidad divina debe referirse a la ontología eterna del Hijo, no a una
función de su encarnación. Como ya hemos comentado en el capítulo 3, la aseidad es
uno de los atributos fundamentales que ponen de manifiesto la distinción entre Creador
y criatura. Sólo Dios existe por su propia naturaleza y poder; todas las criaturas,
incluida toda la humanidad, existen como una prerrogativa de Dios. Sin entrar ahora en
el debate sobre la generación eterna del Hijo (pero véase la Parte IV), debemos al
menos estar de acuerdo con Carson en que Jesús entendió que su poder de resurrección
fluía de la aseidad divina: «es esta impartición eterna de vida-en-sí-mismo al Hijo lo
que fundamenta su autoría y poder para llamar a los muertos a la vida mediante su
poderosa palabra».32 En pocas palabras, Jesús entendió que, como Hijo de Dios,
compartía la naturaleza divina.
Jesús también habla de su filiación humano-divina en Mateo 11:25-27, esta vez en
términos de conocimiento mutuo y soberanía compartida con el Padre. Después de
dirigirse a Dios como «Padre, Señor del cielo y de la tierra» (v. 25), Jesús agradece a
Dios que haya ocultado a algunos el significado de sus milagros como un acto de juicio
sobre su pecado y lo haya revelado a otros como un acto de gracia. Pero a
continuación, Jesús se pone en el punto de mira como agente exclusivo de la
autorrevelación de Dios: «Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce al
Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quiera
revelarlo» (v. 27). En una reivindicación explícita de la deidad, Jesús afirma dos
realidades que son únicas en la relación Padre-Hijo.33 En primer lugar, la
reivindicación de Jesús del conocimiento mutuo con el Padre, como sostiene Robert
Reymond, «eleva a Jesús por encima de la esfera del mortal ordinario y lo sitúa en una
posición, no de mera igualdad, sino de absoluta reciprocidad e interpenetración de
31
Ibid., 254–255.
32
Ibid, 257; cf. Kevin Giles, The Eternal Generation of the Son: Maintaining Orthodoxy in Trinitarian Theology
(Downers Grove, IL: IVP Academic, 2012).
33
Para una mayor discusión sobre este punto, véase Reymond, Jesus, Divine Messiah, 206-210.
150
Parte II Garantía bíblica para la Cristología actual
Jesús también dio testimonio de su identidad como Dios Hijo encarnado mediante la
forma que se nombraba a sí mismo, como el Hijo del Hombre. El título se utiliza en
todos los Evangelios y en todos los casos es Jesús mismo quien lo menciona.37 Para
comprender lo que quería decir al llamarse a sí mismo Hijo del Hombre, es crucial
comprenderlo dentro de la línea argumental de la Escritura y su trasfondo en el
Antiguo Testamento.38
34
Ibid, 207.
35
George Eldon Ladd, A Theology of the New Testament (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1974), 167.
36
B. B. Warfield, The Lord of Glory (reimpr., Grand Rapids, MI: Baker, 1974), 83. Hay aún más en este texto que
podría desarrollarse en términos de la autoidentidad divina de Jesús. Por ejemplo, en los versículos 28-30, Jesús invita a
los cansados a venir a él, lo que en sí mismo es una increíble declaración cristológica. La invitación de Jesús es un eco
de Jeremías 31:25, donde el profeta del Antiguo Testamento anticipa la llegada de la era del nuevo pacto, una era que
sólo Jehová puede inaugurar. Sobre este punto, véase Carson, Matthew, 277-279.
37
El título aparece treinta veces en Mateo, catorce en Marcos, veinticinco en Lucas y trece en Juan. Fuera de los
Evangelios, el término se utiliza con referencia a Jesús sólo en Hechos 7:56, Hebreos 2:6, y Apocalipsis 1:13 y 14:14.
El título no se utiliza en absoluto después de la muerte de Jesús, excepto en Hechos 7:56. David Wells saca una
conclusión perspicaz de la ausencia del título en las cartas apostólicas: «[esto] sugiere que éste era su término y no una
formulación puesta en sus labios por la iglesia primitiva como proponen Rudolf Bultmann y Norman Perrin. Si este
título fuera creación de la iglesia, también esperaríamos encontrarlo en las epístolas» (Wells, Person of Christ, 78).
38
Véase Schreiner, New Testament Theology, 213-231; cf. Gathercole, Preexistent Son, 253-271; C. F. D. Moule,
The Origin of Christology (Cambridge: Cambridge University Press, 1977), 11-22.
151
La identidad de Jesús desde la trama de la Escritura
39
En el Salmo 80:17, hay una disputa en cuanto al referente de «hijo del hombre». Este salmo relata los actos
salvíficos de Dios en favor de Israel y su actual devastación bajo las naciones extranjeras. Se compara a Israel con una
vid que el Señor plantó pero que ahora ha cortado. Se pide al Señor que muestre consideración por «el hijo que hiciste
fuerte para ti» (v. 15). Y más adelante se hace una petición similar: «¡Que tu mano esté sobre el hombre de tu diestra, el
hijo del hombre que has hecho fuerte para ti!» (v. 17). En este contexto, «hombre» e «hijo del hombre» podrían
referirse a Israel en relación con la referencia anterior a Israel como «hijo» de Dios (Ex. 4:22) y «vid» (Is. 5:1-7). Sin
embargo, en el contexto de todo el Salterio, también puede referirse al rey ungido que representa a Israel en su
conjunto. Si se trata de esto último, lo cual es bastante probable, entonces «hijo del hombre» debe entenderse en
términos de la función de hijo dentro de todo un patrón tipológico: de Adán a Israel y a David. Hijo del hombre, por
tanto, conlleva alusiones mesiánicas y habla de un único ser humano representativo. Para más información, véase
Schreiner, New Testament Theology, 213-216; cf. Stephen G. Dempster, Dominion and Dynasty: A Biblical Theology of
the Hebrew Bible, NSBT 15 (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 2003), 194-202, 215-217.
40
Schreiner, New Testament Theology, 216.
41
Véase Wells, Person of Christ, 80; Schreiner, New Testament Theology, 219-221.
42
Wells, Person of Christ, 80.
152
Parte II Garantía bíblica para la Cristología actual
Como Hijo del Hombre, Jesús vuelve a identificarse como Dios y como hombre.
Jesús utiliza el título en su humillación como hombre para salvar a los perdidos (Mt.
8:20; Mc. 10:45) y en su autoridad para perdonar los pecados y su poder divino para
resucitar a los muertos (Mc. 2:10; Mt. 17:9). Jesús se refiere a sí mismo como el Hijo
del Hombre en su ascensión resurrección-encarnada al trono del cielo (Mt. 19:28) y en
su futuro regreso como el rey del cielo, «viniendo sobre las nubes con poder y gran
gloria» (24:30).
Una prueba aún más explícita de la autopercepción de Jesús como Dios Hijo encarnado
es la forma en que entiende el propósito de su venida. En numerosas ocasiones en el
Nuevo Testamento, Jesús ofrece declaraciones como: «he venido a» (o una frase
equivalente) en las que revela las diversas razones de su advenimiento y obra en la
tierra. Simon Gathercole ha proporcionado el que probablemente sea el mejor trabajo
sobre estas declaraciones de propósito en The Preexistent Son. Aunque Gathercole
llega a muchas conclusiones e implicaciones, aquí sólo podemos considerar sus
principales argumentos examinando algunos ejemplos.43
El Nuevo Testamento nos da ocho declaraciones de Jesús que describen por qué ha
venido. En dos de estas declaraciones, Jesús revela que vino a servir a los demás y a
ofrecer su vida como rescate (Mt. 20:28); y a buscar y salvar a los perdidos (Lc.
19:10). Como acabamos de ver, la autopercepción de Jesús como Hijo del Hombre
dentro de la línea argumental de las Escrituras muestra que se veía a sí mismo como
Dios y como el hombre al que Dios entregaría su propio reino por el bien de su propio
pueblo. En estas dos afirmaciones sobre el propósito del Hijo del Hombre, Jesús
especifica que ha venido a realizar la obra de cuidar al pueblo de Dios. De acuerdo con
la metanarrativa del compromiso del Creador y Señor del pacto con la humanidad,
Dios mismo prometió buscar sus ovejas y pastorear su rebaño (Ez. 34). Según la
comprensión de Jesús, vino como Hijo del Hombre para cumplir esta promesa. Como
Señor humano-divino de la tierra, Jesús dice que ha venido a reunir al pueblo de Dios.
En las seis declaraciones restantes, Jesús afirma que vino a predicar las buenas
nuevas del reino en Israel (Mc. 1:38); cumplir, más que abolir, el Antiguo Testamento
(Mt. 5:17); llamar a los pecadores a sí mismo (Mt. 9:13); traer espada y división, más
que paz, a la tierra (Mt. 10:34); dividir a los miembros de la familia unos contra otros
(Mt. 10:35); y arrojar fuego sobre la tierra (Lc. 12:49). En cada caso (especialmente en
Lc. 12:49), Jesús ve su propia identidad en términos divinos. Jesús vino y predicó con
autoridad divina que fue confirmada por los milagros que la acompañaron; vino como
la justicia encarnada del reino de los cielos; y vino a purificar la tierra separando un
pueblo para sí mismo en esa justicia.
Sin embargo, más allá de estas declaraciones explícitas, quizá la afirmación más
significativa sobre la autopercepción de Jesús en relación con el propósito y la obra de
Dios, la vemos en el hecho de que afirmaba perdonar pecados.44 En Marcos 2, Jesús le
43
Gathercole, Preexistent Son, 83–189.
44
A la luz de la caída, el mayor problema de la humanidad es el pecado contra un Dios santo y justo. En última
instancia, Dios es el único con autoridad para perdonar el pecado, porque, ante todo, todo pecado es contra Dios. De
hecho, en el corazón de la «novedad» del nuevo pacto está la promesa del pleno perdón de los pecados (véase Jr.
153
La identidad de Jesús desde la trama de la Escritura
dice a un paralítico: «Hijo, tus pecados te son perdonados» (v. 5). Los líderes
religiosos que acusan a Jesús de blasfemia tienen razón en que sólo Dios puede
perdonar pecados (v. 7), por lo que Jesús no desafía su razonamiento teológico. Pero sí
desafía su conclusión de que Jesús no es Dios: «¿Por qué cuestionáis estas cosas en
vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir al paralítico: “Tus pecados están
perdonados”, o decir: “Levántate, toma tu cama y anda”?» (vv. 8-9).
Al explicar el sentido de la pregunta retórica de Jesús, R. T. France sostiene que «si
se puede demostrar la opción más difícil de las dos, se debe suponer que la más fácil
también es posible».45 Perdonar los pecados es más difícil porque sólo Dios tiene la
autoridad y el poder necesarios. Pero la pregunta de Jesús «no se refiere a cuál es más
fácil de hacer, sino a cuál es más fácil de decir, y la afirmación de perdonar los
pecados es indudablemente más fácil de hacer, ya que no puede ser falsificada por
acontecimientos externos, mientras que la afirmación de hacer caminar a un paralítico
se probará inmediatamente como verdadera o falsa por un éxito o un fracaso que todo
el mundo puede ver».46 Se deduce lógicamente, entonces, que «la autoridad
demostrable de Jesús para sanar al discapacitado es una prueba de que también tiene
autoridad para perdonar los pecados».47
La explicación de France es cierta, pero parece haber algo más aquí. Jesús ha
entrado en la trama de las Escrituras en un punto en el que puede cumplir el plan de
Dios inaugurando el reino de Dios. Todo lo que Jesús dice y hace debe interpretarse
dentro de este propósito y obra global. Sanar al paralítico, por tanto, es una prueba de
que Jesús tiene autoridad para perdonar pecados por ser el hombre en el que el
gobierno y el reino salvíficos de Dios mismo han llegado finalmente al mundo (véase
Mt. 8:17; cf. Jr. 31:34; Is. 35:5-6; 53:4; 61:1). Como señala Carson, «esta es la
autoridad de Emanuel, “Dios con nosotros” (Mt. 1:23), enviado para “salvar a su
pueblo de sus pecados” (Mt. 1:21)».48 Incluso la ubicación de la afirmación de Jesús
refuerza su autopercepción como Dios Hijo encarnado. Jesús demuestra que tiene
autoridad divina para perdonar los pecados fuera del templo.
El argumento, la escena y el diálogo se combinan para revelar que el perdón de los
pecados y la reconciliación pactada entre Dios y el hombre se cumplen en la persona
de Jesús. El templo, el sacerdocio y el sistema sacrificial cumplieron su función
tipológica de preparar el escenario para que Dios mismo viniera como Jesús hecho
hombre a redimir a un pueblo para sí mismo.
Además de las declaraciones de los sinópticos, el Evangelio de Juan nos ofrece las
eminentes declaraciones «Yo soy» (egō eimi) por las que Jesús se identifica con el
Señor Creador del pacto del Antiguo Testamento. Cuando Jesús se refiere a sí mismo
como «Yo soy» sin predicado (Jn. 6:20; 8:24, 28, 58; 18:6), conecta su identidad
personal con la identidad de Jehová. En Éxodo 3, Dios se identifica ante Moisés como
31:34). En el antiguo pacto, el pecado era perdonado, pero sólo de forma temporal, anticipada y tipológica. Sólo con la
llegada del nuevo pacto se dice que Dios ya no se acuerda de nuestro pecado.
45
France, Matthew, 346.
46
Ibid.
47
Ibid.
48
Carson, Matthew, 222.
154
Parte II Garantía bíblica para la Cristología actual
el «Yo soy» (Ex. 3:6, 14), que se convierte en el nombre único y personal de Dios en
su pacto con Israel y con David. Y en Isaías 40-48, el profeta utiliza el nombre del
pacto de Dios para señalar que, como único Dios vivo y verdadero, Jehová es único e
incomparable por naturaleza (Is. 41:4; 43:10, 25; 45:8, 18, 19, 22; 46:4, 9; 48:12, 17).
El «Yo soy» está en una categoría como el ser eternamente autoexistente que es el
único soberano, omnisciente y omnipotente en contraste con los ídolos y los falsos
dioses. El Antiguo Testamento reserva el «Yo soy» para Jeová; por definición, este
nombre no puede aplicarse a un simple hombre.
Por eso, cuando Jesús entra en la línea argumental del Antiguo Testamento y se
refiere a sí mismo como «Yo soy», está haciendo una declaración explícita sobre su
identidad. En Juan 8, por ejemplo, Jesús concluye una controversia particular con los
judíos sobre su origen e identidad declarando: «En verdad, en verdad os digo que antes
de que Abraham existiera, Yo soy» (v. 58). En este punto del desarrollo de la trama,
los judíos se aferran a su descendencia Abrahámica, quien recibió de Dios la promesa
del pacto. Jesús se refiere explícitamente a sí mismo como «Yo soy» para revelar que
es el Dios de Abraham.
Como otro ejemplo, en Juan 13, Jesús comienza a predecir los acontecimientos que
conducen a su muerte, para que «cuando tenga lugar creáis que egō eimi» (v. 19).
Schreiner defiende que Jesús utiliza aquí egō eimi como el único nombre de Dios —así
que «Yo soy», no «Yo soy él», como en la mayoría de las traducciones— y señala el
significado cristológico: «El uso de “Yo soy” demuestra que tales predicciones no son
simplemente las profecías de un profeta ordinario. Jesús demuestra su deidad al
proclamar lo que sucederá antes de que ocurra».49 En resumen, Jesús hombre afirma
estar ante los judíos como su Creador Señor del pacto.
Jesús también se identifica con el Jehová del Antiguo Testamento al referirse a sí
mismo como el cumplimiento tipológico de ciertas personas, acontecimientos e
instituciones del Antiguo Testamento. Por lo tanto, estas afirmaciones particulares de
«Yo soy» tienen predicados: el pan de vida (Jn. 6:35); la luz del mundo (8:12); la
puerta (10:7, 9); el buen pastor (10:11, 14); la resurrección y la vida (11:25); el
camino, la verdad y la vida (14:6); y la vid verdadera (15:1, 5). En Juan 6, por ejemplo,
Jesús declara: «Yo soy el pan de vida» (vv. 35, 48) para revelar que es más grande que
el maná que sostenía a Israel en el desierto porque da vida eterna al pueblo como obra
de Dios mismo (vv. 51, 58). Y en Juan 10, Jesús declara: «Yo soy el buen pastor» (v.
11), en contraste con un ladrón o un simple asalariado. Al utilizar este predicado dentro
de la línea argumental de la Escritura, Jesús pretende cumplir el papel de los reyes de
Israel de pastorear al pueblo donde todos esos reyes fracasaron (Ez. 34:1-10). Pero
Jesús también se identifica con Jehová, quien prometió: «He aquí yo, yo mismo iré a
buscar mis ovejas, y las reconoceré. Como reconoce su rebaño el pastor el día que está
en medio de sus ovejas esparcidas, así reconoceré mis ovejas, y las libraré de todos los
lugares en que fueron esparcidas el día del nublado y de la oscuridad. Y yo las sacaré
de los pueblos, y las juntaré de las tierras; las traeré a su propia tierra, y las apacentaré
en los montes de Israel, por las riberas, y en todos los lugares habitados del país» (vv.
11-13).
En todos los «Yo soy», Jesús sigue dando testimonio intencional y explícito de su
autopercepción como Dios Hijo encarnado.
49
Schreiner, New Testament Theology, 253.
155
La identidad de Jesús desde la trama de la Escritura
50
Jn. 12:44; 14:1; He. 16:34; Rom. 4:3, 5, 17, 24; Gal. 3:6; 1 Tes. 1:8; Tito 3:8; Heb. 6:1; 1 P. 1:21; véase Harris,
Three Crucial Questions about Jesus, 77.
51
Nuestra conclusión de que Jesús se considera Dios Hijo encarnado difiere de la de N. T. Wright. Wright ha
realizado un magnífico trabajo para hacer retroceder el escepticismo injustificado entre los eruditos bíblicos respecto a
la historicidad y exactitud de la presentación de Jesús en el Nuevo Testamento, pero niega que Jesús supiera que era
Dios Hijo (véase N. T. Wright, The Challenge of Jesus [Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 1999], 96-125; cf.
ídem, The New Testament and the People of God [Minneapolis: Fortress, 1992]; ídem, Jesus and the Victory of God
[Minneapolis: Fortress, 1996]). Wright, de forma similar a Richard Bauckham, afirma que el monoteísmo judío era
estricto y que dentro del judaísmo del Segundo Templo existía la doble creencia de que Jehová volvería a Sión y sería
entronizado junto con su Mesías. Wright también sostiene que Jesús se consideraba a sí mismo como portador de la
vocación de Jehová, aunque la conciencia de la vocación no es lo mismo que el hecho de que Jesús supiera que es Dios
el Hijo. Como afirma Wright, deberíamos «olvidar los intentos pseudoortodoxos de hacer a Jesús de Nazaret consciente
de ser la segunda persona de la Trinidad» (Jesus and the Victory of God, 653; cf. Challenge of Jesus, 120-125). Aunque
hay mucho que corregir en la obra de Wright, su conclusión no hace justicia a la autoidentidad de Jesús ni a todo el
argumento bíblico. Es cierto que Jesús se ve a sí mismo como el antitipo del Templo y de la Torá y que con su venida
inauguraba el reino de Dios. Pero dado el marco bíblico-teológico que identifica a Jesús e interpreta su persona y su
obra, debemos decir también que la Escritura presenta todas las obras de Jesús como acciones del propio Jehová, algo
que Jesús mismo conoce. Jesús no se ve a sí mismo simplemente como un «hijo» mesiánico, sino también como el Hijo
156
Parte II Garantía bíblica para la Cristología actual
eterno que ha venido y asumido nuestra humanidad para cumplir la voluntad de su Padre y redimir al pueblo de Dios.
Para una opinión contraria a la de Wright, véase John Murray, Systematic Theology, vol. 2 de Collected Writings of
John Murray (Carlisle, PA: Banner of Truth Trust, 1977), 138, quien sostiene que la identidad propia de Jesús es la de
Hijo divino.
52
O como afirma Oscar Cullmann: «Cuando en el Nuevo Testamento se pregunta “¿Quién es Cristo?”, la pregunta
nunca significa exclusivamente, ni siquiera principalmente, “¿Cuál es su naturaleza?”, sino ante todo, “¿Cuál es su
función?”». (Cullmann, Christology of the New Testament, 3-4). Detrás de esta dicotomía de lo ontológico y lo funcional
se esconde otro debate. Individuos como Cullmann sostienen que las consideraciones ontológicas son deudoras de la
filosofía griega y son ajenas a una forma judía o hebrea de ver el mundo. Para una excelente crítica de este punto de
vista, véase James Barr, The Semantics of Biblical Language (Eugene, OR: Wipf & Stock, 2004).
157
La identidad de Jesús desde la trama de la Escritura
lo que Jesús hace (función) con lo que es (ontología).53 Los apóstoles no ven las obras
divinas realizadas por el Jesús como un problema, sino que las consideran clave para
comprender su verdadera y plena identidad. Para los apóstoles, las acciones de Jesús
no hablan más fuerte que sus palabras, pero las obras de Jesús se combinan con sus
palabras en el contexto de ciertas promesas y expectativas del reino para decir algo
asombroso sobre Jesús: él es el Hijo divino, el Creador y Señor del pacto, quien vino
ahora como hombre para redimir a la humanidad y restaurar el gobierno sobre toda la
creación, para la vida eterna con su pueblo en completa reconciliación.
Los hombres a los que Jesús autorizó y capacitó para dar testimonio fiel sobre él (cf.
Lc. 24:45-49; He. 1:8) lo han hecho en los Evangelios y las epístolas del Nuevo
Testamento. Un estudio del pensamiento cristológico a través de cada Evangelio y
cada epístola excedería las limitaciones del presente proyecto. Pero un análisis de
cuatro pasajes clave proporcionará el argumento apostólico central a favor de la
identidad de Cristo, un argumento que devela la identidad única de Cristo de dos
maneras complementarias: Jesús es Dios Hijo y, por tanto, Señor en virtud de lo que
siempre ha sido, y Jesús se convierte ahora en Señor y Cristo en virtud de su
encarnación y obra en la cruz. En su humanidad, el Hijo cumple las funciones de los
hijos anteriores (e.g., Adán, Israel, David) al inaugurar el reino de Dios y la era del
nuevo pacto, y puede hacerlo precisamente porque es el Hijo divino.
1. Romanos 1:1-4
Es cierto que los primeros versículos de Romanos tienen algo significativo que
decir sobre la identidad de Cristo. Pero, ¿qué dice exactamente Pablo? ¿Está diciendo
que Cristo es el Hijo de Dios desde la eternidad, o que sólo llegó a serlo en un
momento determinado de la historia? Apelando al versículo 4 y a su participio
horisthentos —del verbo horizō, «designar»— algunos eruditos sostienen que Jesús se
convirtió en Hijo por primera vez en su resurrección. Por ejemplo, James Dunn
argumenta este punto de vista relacionando Romanos 1:3-4 con Hechos 13:32-33 y su
uso del Salmo 2. Apelando al Salmo 2:7 —«Yo publicaré el decreto; Jehová me ha
dicho: Mi hijo eres tú; Yo te engendré hoy»— Dunn argumenta que los primeros
cristianos interpretaban el «hoy» como un desencadenante temporal, de modo que la
filiación divina de Jesús debía considerarse «principalmente como un papel y un
53
Como ya se ha señalado, Bauckham, Jesus and the God of Israel, 31, sostiene que, en lugar de ontología y
función, pensar en términos de identidad capta mejor la presentación de Jesús en el Nuevo Testamento.
158
Parte II Garantía bíblica para la Cristología actual
54
Dunn, Christology in the Making, 36. Dunn sostiene además que «el lenguaje de la confesión primitiva de la
filiación de Jesús después de la Pascua y el uso inicial del Salmo 2:7 parecen haber colocado el momento decisivo de
“convertirse” muy claramente en la resurrección de Jesús» (ibíd., 46, énfasis suyo); véase también John A. T. Robinson,
The Human Face of God (Londres: SCM, 1973), 161.
55
Véase R. L. Reymond, Jesus, Divine Messiah: The New and Old Testament Witness (Fearn: Mentor, 2003), 378-
379.
56
Reymond, Jesus, Divine Messiah, 382. Reymond también argumenta los dos puntos siguientes, que son difíciles
de sostener exegéticamente. En primer lugar, «carne» (sarx) en el versículo 3 es una referencia a la naturaleza humana
de Cristo que se contrasta en el versículo 4 con «según el espíritu de santidad» (ibíd., 376-381). En segundo lugar,
Reymond rechaza que los versículos 3-4 enseñen «etapas sucesivas» en la vida de Cristo o inserten un contraste entre lo
que Jesús era antes y lo que era después de su resurrección (ibid., 381-384). Así, la relación entre las dos frases
participativas de los versículos 3-4 es de clímax, no de contraste, de modo que, en la resurrección, Jesús no fue
nombrado Hijo, sino que mostró o demostró su filiación de acuerdo con su naturaleza divina (ibíd., 381-384).
57
Thomas R. Schreiner, Romans, BECNT (Grand Rapids, MI: Baker, 1998), 38-39.
58
En sus demás siete apariciones en el Nuevo Testamento, el verbo significa «determinar» o «designar», y no hay
ninguna razón de peso para pensar que Pablo esté usando la palabra aquí de forma diferente (véase Moo, Romans, 47-
48; Schreiner, Romans, 42).
59
Moo, Romans, 48.
159
La identidad de Jesús desde la trama de la Escritura
afirmación revela que ser nombrado Hijo no tiene que ver con un cambio de esencia —
como si una persona o mesías humano se convirtiera en Hijo de Dios por primera
vez— sino con un cambio de estatus o función».60 Y seguir el sentido llano del
pensamiento de Pablo aquí despeja el camino para ver que está presentando a Cristo en
la culminación de una trayectoria tipológica que pasa por la entronización del rey
davídico. El Hijo divino viene como el Señor Jesucristo encarnado para realizar ciertas
obras que conducen a su entronización-nombramiento encarnado como el verdadero
Hijo-Rey davídico. Así que Moo tiene razón en su conclusión: «la transición del v. 3 al
v. 4... no es una transición de un mesías humano a un Hijo de Dios divino
(adopcionismo), sino del Hijo como Mesías al Hijo como Mesías y Señor poderoso y
reinante».61
En tercer lugar, esta comprensión tipológica del texto se ve confirmada por el
paralelismo anitético entre «según el Espíritu de santidad» (kata pneuma hagiōsunēs;
v. 4) y «según la carne» (kata sarka; v. 3). Algunos eruditos sugieren que la carne y el
espíritu marcan un contraste entre las naturalezas humana y divina de Jesús.62 Otros
argumentan que el «espíritu de santidad» es una referencia al espíritu obediente y
consagrado de Cristo que manifestó a lo largo de su vida terrenal.63 Sin embargo, una
sugerencia más precisa da cuenta del marco establecido por el argumento bíblico que
rige la identificación de Cristo por parte de Pablo: la carne y el espíritu marcan un
contraste entre la vieja y la nueva era de la historia redentora. La antigua era se
caracteriza por la mediación del pacto de Adán y está dominada por el pecado, la
muerte y la carne; la nueva era se caracteriza por la mediación del pacto de Cristo, el
último Adán, y trae las bendiciones de la salvación, la vida y el Espíritu.64
En su vida terrenal —su vida en el reino de la carne— el Hijo eterno de Dios es el
Mesías-Cristo prometido. Y mediante su obra poderosa personificada en su victoriosa
resurrección, el Hijo ha traído consigo en su reinado el Espíritu de Dios. El contraste
60
Ibid.
61
Ibid, 49. Esta comprensión se fundamenta además en una alusión al Salmo 2:7: «Tú eres mi Hijo; hoy te he
engendrado». En el Nuevo Testamento, el Salmo 2 se cita varias veces y de formas muy diversas (véase He. 4:25-26;
13:33; Heb. 1:5; 5:5; Ap. 2:27; 12:5; 19:15). En consonancia con su interpretación de Romanos 1:3-4, Reymond
sostiene (junto con muchos en la iglesia primitiva) que el Salmo 2:7 no se aplica al rey davídico, sino que se refiere
directamente a Cristo (Reymond, Jesus, Divine Messiah, 77-81). Se trata de un discurso del Padre al Hijo en la eternidad
pasada, que para muchos en la iglesia primitiva se utilizó como una de las pruebas textuales de la doctrina de la
generación eterna del Hijo. Sin embargo, en su contexto inmediato, es difícil no leer el Salmo 2 como una referencia al
rey davídico. Una mejor interpretación es leer el Salmo 2 tipológicamente. A medida que cada rey davídico era
entronizado, este Salmo seguía apuntando hacia el día en que el Mesías inauguraría el reino de Dios y todo lo que
conlleva a través de su obra triunfal en la cruz y su resurrección, que lo exaltaría para sentarse a la derecha de Dios con
un nombre sobre todo nombre. De este modo, como señala Schreiner, la nueva dimensión que resulta en virtud de la
obra de Jesús «no era su filiación, sino su instalación celestial como Hijo de Dios en virtud de su filiación davídica»
(Schreiner, Romans, 39).
62
Para esta interpretación, véase la discusión en Moo, Romans, 49.
63
Véase, por ejemplo, Reymond, Jesus, Divine Messiah, 378-381.
64
Véase Moo, Romans, 49-50; Schreiner, Romans, 43-45; Herman Ridderbos, Paul: An Outline of His Theology,
trad. John Richard deWitt (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1975), 64-68. El uso de «carne» (sarx) en Pablo es diverso,
pero predominantemente está ligado a la vejez asociada con Adán, el pecado y la muerte. Los usos más neutrales de
sarx (e.g., Rom. 3:20; 4:1; 9:3, 5; 11:14; 1 Cor. 1:26, 29) llevan un matiz de debilidad. La razón de ello, como explica
Schreiner, es «que la carne participa de la vejez del pecado y de la muerte» (Schreiner, Romans, 43). Por eso, como
afirma Pablo en otro lugar, Jesús nació «en semejanza de carne de pecado» (Rom. 8:3), es decir, que no nació caído,
sino débil, asumiendo una naturaleza humana asociada a esta vejez para inaugurar la nueva era que se caracteriza por la
vida y el poder del Espíritu Santo. Así, en la encarnación y en el estado de humillación, Cristo se hace uno con
nosotros, aunque sin pecado. Pero por su obediencia, incluso hasta la muerte en una cruz y luego la resurrección de
entre los muertos, el que tiene el Espíritu es exaltado, y como tal, su resurrección marca el comienzo de la nueva era y
edad. Su resurrección señala que la nueva era ha comenzado y que las promesas de Dios del Antiguo Testamento se han
hecho realidad, al menos de forma inaugurada.
160
Parte II Garantía bíblica para la Cristología actual
de Pablo entre la carne y el espíritu, por tanto, no se centra en las dos naturalezas de
Cristo, la humana y la divina, sino en los dos estados de Cristo, su humillación y
exaltación.
Ahora podemos resumir el testimonio de Pablo sobre la identidad de Cristo en
Romanos 1:3-4 reuniendo estas tres observaciones del texto: el Hijo eterno de Dios se
convirtió en el Hijo de Dios encarnado para convertirse posteriormente en el Hijo
davídico de Dios mediante su vida, muerte y resurrección. El Redentor que
necesitamos —el que puede deshacer la obra de Adán, obtener nuestro perdón e
introducir el reino de Dios y la nueva creación— debe ser Dios Hijo encarnado.
2. Filipenses 2:5-11
5 Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, 6 el cual,
siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que
aferrarse, 7 sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho
semejante a los hombres; 8 y estando en la condición de hombre, se humilló a sí
mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. 9 Por lo cual Dios
también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo
nombre, 10 para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en
los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; 11 y toda lengua confiese que
Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre.65
65
Los eruditos no se ponen de acuerdo sobre si este texto es un himno paulino o previo a Pablo. En cualquier caso,
la mayoría reconoce que debemos aceptar este texto como una opinión propia de Pablo —él fue el autor o lo aceptó
como verdadero— e interpretarlo en consecuencia (véase O'Brien, Philippians, 188-202).
66
Para un ejemplo de este argumento Adán-Cristo en los estudios bíblicos, véase Dunn, Christology in the Making,
114-121. En los estudios teológicos, este texto sirve como un importante pero mal utilizado texto de prueba para las
cristologías kenóticas, que argumentan que, en la encarnación, el Hijo se «despojó» de algunos de sus atributos divinos.
Para una crítica de los diversos enfoques kenóticos, véase la Parte IV; véase también N. T. Wright, The Climax of the
Covenant: Christ and the Law in Pauline Theology (Minneapolis: Fortress, 1992), 56-98; O'Brien, Philippians, 196-
198; Gordon D. Fee, Pauline Christology: An Exegetical-Theological Study (Peabody, MA: Hendrickson, 2007), 375-
393; Schreiner, New Testament Theology, 323-327.
67
Véase O'Brien, Philippians, 205-232; Schreiner, New Testament Theology, 324.
161
La identidad de Jesús desde la trama de la Escritura
El sujeto de la kenōsis, por lo tanto (aquel que «se despojó de sí mismo»), es uno
que tuvo la gloria con el Padre antes de la fundación del mundo (Jn. 17:5)… Él
poseía toda la majestad de la deidad, desempeñaba todas sus funciones y gozaba de
todas sus prerrogativas. Fue adorado por su Padre y adorado por los ángeles. Era
invulnerable al dolor, la frustración y la vergüenza. Su supremacía era total, su
satisfacción completa, su bendición perfecta. Tal condición no era algo que él
hubiera conseguido mediante su esfuerzo. Así eran las cosas, y así habían sido
siempre; y no había razón para que cambiaran. Pero cambiaron, y cambiaron debido
68
O'Brien observa con razón que el pronombre relativo hos («quien») vincula e identifica al Jesús histórico con el
Dios Hijo que existía antes de la encarnación (O'Brien, Philippians, 206).
69
Véase ibid., 205-211.
70
Ibid., 210.
71
Véase Ralph P. Martin, Carmen Christi: Philippians ii. 5-11 in Recent Interpretation and in the Setting of Early
Christian Worship (Cambridge: Cambridge University Press, 1967), 99-120.
72
Donald Macleod, The Person of Christ, Contours of Christian Theology (Downers Grove, IL: InterVarsity Press,
1998), 212.
73
Para su valioso estudio del significado de morphē, véase O'Brien, Philippians, 207-221.
74
Ibid, 211. El uso de morphē theou en el versículo 6 funciona de forma similar a Juan 17:5 y Hebreos 1:3 para
establecer la deidad de Cristo. En Juan, Jesús dice que compartía la gloria del Padre antes de que el mundo comenzara;
en Hebreos, el énfasis está en que el Hijo comparte el resplandor de la gloria de Dios y la representación exacta de su
ser.
75
El significado de morphēn doulou en el versículo 7 se aclara con la frase preposicional en homoiōmati anthrōpōn
genomenos, «hecho semejante a los hombres». En este contexto, tener forma de siervo es ser plenamente humano.
162
Parte II Garantía bíblica para la Cristología actual
76
Macleod, Person of Christ, 213-214.
77
Bauckham, Jesus and the God of Israel, 41. Esta traducción depende del trabajo de R. W. Hoover, que traduce
harpagmos como un modismo que significa «algo que se usa para su propio beneficio» (R. W. Hoover, «The
Harpagmos Enigma: A Philological Solution», Harvard Theological Review 64/1 [1971]: 95-119). Para otras
discusiones sobre el harpagmos en Filipenses 2:6, véase O'Brien, Philippians, 211-216; Wright, Climax of the
Covenant, 77-82; Schreiner, New Testament Theology, 325.
78
Para el argumento de que existir en la «forma de Dios» es paralelo a ser «igual a Dios», véase Schreiner, New
Testament Theology, 325; O'Brien, Philippians, 216; Wright, Climax of the Covenant, 72, 75, 80-83.
79
Véase Bauckham, Jesus and the God of Israel, 41.
80
Schreiner, New Testament Theology, 325.
81
O'Brien refuerza esta interpretación siguiendo la sugerencia de C. F. D. Moule de que la cláusula del versículo 6
no debe considerarse como concesiva (i.e., que, aunque estaba en forma de Dios), sino como causal (i.e., «precisamente
porque estaba en forma de Dios no consideraba esta igualdad con Dios como algo que pudiera utilizar en su propio
beneficio») (O'Brien, Philippians, 216).
82
Sobre este punto, Macleod hace una observación astuta: «La conclusión a la que esto nos lleva es que el impulso
de servir se encuentra en el corazón mismo de la deidad. Dios no es egocéntrico y ensimismado. Como un ser amoroso
ve por los demás. Desde este punto de vista, la idea de kenōsis es revolucionaria para nuestra comprensión de Dios. Es
su forma misma de renunciar a sus derechos» (Macleod, Person of Christ, 215).
83
No debe perderse de vista que este texto también señala que Jesús tomó una decisión intencional e informada por
su parte de no aprovecharse de su posición y estatus, lo que sólo es posible para quien realmente tiene una preexistencia
personal antes de asumir nuestra humanidad. Para una discusión de este punto, véase Schreiner, New Testament
Theology, 325; cf. Gathercole, Preexistent Son, 25.
84
Los dos participios aoristos labōn y genomenos son modales y coinciden con el verbo ekenōsen, equiparando
gramaticalmente el despojamiento de Cristo con «humillarse» y asumir nuestra naturaleza humana (véase O'Brien,
Philippians, 218-223).
163
La identidad de Jesús desde la trama de la Escritura
85
Los puntos de vista kenóticos serán discutidos y criticados ampliamente en la Parte IV. Aquí sólo tenemos que
decir que una exégesis adecuada rechaza la interpretación kenótica de Filipenses 2:5-11, y que la teología ortodoxa
prohíbe separar los atributos divinos de la naturaleza divina. Además, los versículos 9-11 hablan de la exaltación de
Cristo sin insinuar que haya recuperado los atributos divinos perdidos en la encarnación. En este sentido, Schreiner
sostiene que «Pablo utiliza un lenguaje paradójico al describir el despojo de Cristo en términos de adición» (Schreiner,
New Testament Theology, 325).
86
Macleod, Person of Christ, 216.
87
Véase Oliver D. Crisp, Divinity and Humanity (Cambridge: Cambridge University Press, 2007), 118-153;
Macleod ofrece un relato gráfico de la kenosis-krypsis de Cristo: «Al encarnarse, Dios no sólo se acomoda a la
debilidad humana: oculta su gloria bajo un velo, de modo que es imposible que la carne y la sangre puedan reconocerlo.
Cuando cuelga en la cruz, sangrando, golpeado, impotente y abandonado, lo último que parece es Dios. De hecho,
apenas parece humano» (Macleod, Person of Christ, 218).
164
Parte II Garantía bíblica para la Cristología actual
Sobre la base de esta obediencia, el Padre exaltó a Dios Hijo encarnado a su gloria
previa a la encarnación para que toda rodilla en el cielo y en la tierra se doble ante él.
Como insiste acertadamente Dan McCartney, en Cristo tenemos «la reafirmación del
orden divino originalmente previsto para la tierra, con el hombre debidamente situado
como representante de Dios».89
Toda la creación adorará y se someterá a Jesucristo hombre. Mediante la
resurrección de la crucifixión y la entronización en el cielo, el Padre ha removido el
velo de la encarnación para que todos vean que Jesucristo es Dios mismo. El nombre
que está por encima de todo nombre no es Jesús. El nombre incomparable del cielo y
de la tierra es Jehová, el nombre del Señor y Creador del Pacto. Isaías profetizó que el
propio Jehová salvaría a su pueblo y que toda la creación se sometería a él (Is. 45:22-
23). Y Pablo aplica esta profecía a la obediencia y la exaltación de Cristo (Flp. 2:9-
11).90 En otras palabras, Jesucristo reina ahora sobre toda la creación desde el trono del
cielo como Dios Hijo encarnado.91
3.Colosenses 1:15-19
88
Macleod, Person of Christ, 220.
89
Dan G. McCartney, «Ecce Homo: The Coming of the Kingdom as the Restoration of Human Viceregency» WTJ
56 (1994): 2.
90
Los apóstoles enfatizan repetidamente esta singularidad de Jesús aplicándole numerosos textos del Antiguo
Testamento sobre Jehová (véase Ex. 3:14 con Jn. 8:58; Is. 44:6 con Ap. 1:17; Sl. 102:26-27 [LXX] con Heb. 1:11-12;
Is. 45:23 con Flp. 2:10-11). Los apóstoles también identifican a Jesús con Dios aplicando el título theos a Jesús (véase
Jn. 1:1, 18; 20:28; Rom. 9:5, Tit. 2:13; Heb. 1:8-9; 2 Pe. 1:1).
91
Aquí es importante estar de acuerdo con Schreiner en cuanto a la igualdad y distinción del Padre y el Hijo:
«Claramente, Pablo enseña que Jesús comparte la misma naturaleza divina que el propio Jehová, pero Pablo lo hace sin
negar el monoteísmo o las distinciones entre el Padre y el Hijo» (Schreiner, New Testament Theology, 326-327; cf.
Bauckham, Jesus and the God of Israel, 41-45; O'Brien, Philippians, 241-243; Wells, Person of Christ, 64-66).
165
La identidad de Jesús desde la trama de la Escritura
por medio de él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra
como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de su cruz.92
92
Los eruditos no llagan a un consenso sobre si este texto es original de Pablo o si era un himno que circulaba
cuando Pablo estaba escribiendo su epístola. En cualquier caso, debemos interpretar el texto como parte del
pensamiento cristológico de Pablo: o bien lo escribió como una verdad sobre Cristo o lo incorporó porque es una
verdad sobre Cristo.
93
Douglas Moo, The Letters to the Colossians and to Philemon, PNTC (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 2008),
107. N. T. Wright coincide en que este texto está «considerado entre los pasajes cristológicos más importantes del
Nuevo Testamento» (N. T. Wright, The Epistles of Paul to the Colossians and Philemon: An Introduction and
Commentary, Tyndale New Testament Commentaries [Leicester; Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1986], 64).
94
Moo, Colossians and Philemon, 117.
95
Véase ibid., 118-119; véase también Schreiner, New Testament Theology, 327.
96
Wright, Colossians and Philemon, 70.
97
Ibid. Para una mayor discusión sobre cómo Cristo, como imagen de Dios, cumple los propósitos de Dios en la
humanidad, véase Lane G. Tipton, «Christology in Colossians 1:15-20 and Hebrews 1:1-4: An Exercise in Biblico-
166
Parte II Garantía bíblica para la Cristología actual
Systematic Theology», en Resurrection and Redemption: Theology in Service of the Church: Essays in Honor of
Richard B. Gaffin, Jr. Lane G. Tipton y Jeffrey C. Waddington (Phillipsburg, NJ: P&R, 2008), 193-194.
98
«Primogénito» (prōtotokos) puede transmitir la idea de prioridad tanto en el tiempo como en el rango. En última
instancia, el contexto determina su uso (véase Moo, Colossians and Philemon, 119-124). Para un análisis de cómo la
Iglesia, a través del Credo de Nicea, rechazó con razón la herejía arriana de que «primogénito de toda la creación»
significa que Cristo es la primera criatura, véase la Parte III.
99
Véase Moo, Colossians and Philemon, 119-120; Schreiner, New Testament Theology, 327; cf. Peter T. O'Brien,
Colossians, Philemon, WBC (Waco, TX: Word, 1982), 44-45.
100
Algunos eruditos sostienen que la preposición en debe tomarse en sentido instrumental: «por él fueron creadas
todas las cosas». Moo y O'Brien defienden que en debe tomarse en el sentido de esfera: «en él fueron creadas todas las
cosas» (Moo, Colossians, Philemon, 120-121; O'Brien, Colossians, Philemon, 45-46).
101
En el versículo 16, el verbo ktizō («crear») se utiliza primero en tiempo pasivo aoristo (ektisthē) y luego en
tiempo perfecto (ektistai) (Harris, Three Crucial Questions about Jesus, 80-81). Mucho más que una maniobra
estilística, el cambio de Pablo en el tiempo verbal enfatiza que la creación no sólo llegó a existir por el Hijo, sino que
también continúa existiendo por él (cf. Moo, Colossians and Philemon, 124).
102
Schreiner, New Testament Theology, 327.
103
El verbo sunestēken está en tiempo perfecto. Como señala Moo, «el uso del tiempo perfecto sugiere una idea
estática: el universo debe su coherencia continua a Cristo» (Moo, Colossians and Philemon, 125). Las funciones
cósmicas del Hijo encarnado están en el centro del debate en torno a una cristología clásica frente a diversas versiones
kenóticas. Como discutiremos en detalle en la Parte 4, la mayoría de las versiones del kenotismo no pueden explicar
que el Hijo encarnado siga ejerciendo sus atributos divinos, especialmente durante el estado de humillación.
167
La identidad de Jesús desde la trama de la Escritura
cabeza del cuerpo, la iglesia» (v. 18a). Pablo conecta intencionadamente la obra y la
gloria cósmicas del Cristo preencarnado con su obra y gloria encarnadas en la creación
y la redención.
Después, en la segunda estrofa principal (vv. 18b-20), Pablo explica que este
Cristo quien es el «primogénito de toda la creación» es también el «primogénito de
entre los muertos» (prōtotokos ek tōn nekrōn) (v. 18b). Primogénito, por supuesto,
tiene el mismo sentido de rango y autoridad que con el señorío de Cristo sobre toda la
creación. Pablo extiende ahora la soberanía y supremacía de Cristo desde la creación
hasta la nueva creación en la muerte y resurrección de Dios Hijo encarnado. Como
explica Schreiner, «Jesús gobierna sobre la muerte porque fue el primero en
vencerla».104 Dado que Cristo inaugura una nueva creación, un nuevo orden, una nueva
humanidad, «él es el principio» (hos estin hē archē) (v. 18b).105 Y Cristo realiza esta
obra «para ser preeminente en todo» (hina genētai en pasin autos prōteuōn) (v. 18b).
La encarnación y crucifixión de Cristo, pues, ha servido para extender la imagen y la
gloria de Dios mismo a la humanidad y al resto de la creación. El señorío sobre toda la
creación que le corresponde a Cristo por derecho de su deidad pasa a ser suyo por
derecho de su obra encarnada-redentora que inaugura la nueva creación.106
Por último, en el verspiculo 19, Pablo explica que toda la obra creadora y redentora
y la gloria de Cristo son posibles porque es Dios Hijo encarnado: «Porque en él se
complació en habitar toda la plenitud de Dios» (hoti en auto eudokēsen pan to plērōma
katoikēsai) (v. 19).107 En otras palabras, Jesucristo es el lugar en el que Dios en toda su
plenitud se complació en fijar su morada y desplegar su gloria. Moo observa que «[en]
el énfasis típico del Nuevo Testamento, Cristo sustituye al templo como el “lugar”
donde Dios habita».108 Y O'Brien añade con razón que «todos los atributos y roles de
Dios —su espíritu, palabra, sabiduría y gloria— se muestran perfectamente en
Cristo».109 Pablo deja claro que la deidad de Cristo es una realidad presente al utilizar
el tiempo presente: la plenitud de Dios «mora» o «vive» (katoikeō) en Cristo. Pero el
adverbio «corporalmente» (sōmatikōs) está separado del verbo, una característica
gramatical que, como sostiene Harris, implica dos afirmaciones distintas: «que toda la
plenitud de la Divinidad habita en Cristo eternamente y que esta plenitud reside ahora
permanentemente en Cristo en forma corporal».110
La misma plenitud divina eterna del Hijo sigue llenando su existencia como
Jesucristo, de modo que no hay ninguna esfera de la vida en el cielo y en la tierra sobre
la que no sea soberano y supremo.111 Este reino global y cósmico de Dios implicaría la
destrucción de toda la creación si no fuera por el plan y la promesa de Dios de redimir
y restaurar todas las cosas. Por eso Pablo concluye su cristología en Colosenses 1:15-
104
Schreiner, New Testament Theology, 328.
105
Para una mayor discusión sobre Cristo como «principio» (archē), véase Schreiner, New Testament Theology,
328; Moo, Colossians and Philemon, 128-129; O'Brien, Colossians, Philemon, 50-51.
106
Wright, Colossians and Philemon, 73–75.
107
El uso que hace Pablo de esta frase proviene del Antiguo Testamento, donde «plenitud» es una referencia a Dios
(véase O'Brien, Colossians, Philemon, 52; Moo, Colossians and Philemon, 130-133). Y el Antiguo Testamento está
lleno de referencias al hecho de que Dios elige y se complace en mostrar su gloria en el universo (véase Sl. 72:19; Jr.
23:24; cf. Is. 6:3; Ez. 43:5; 44:4) y de forma exclusiva en el templo (véase Sl. 68:16; 132:13-14; Is. 8:18). Moo
argumenta acertadamente que «se complació» está muy cerca de la idea de «elegir» o «escoger» (cf. Lc. 12:32; 1 Cor.
1:21; Gal. 1:15) (Moo, Colossians and Philemon, 131-132).
108
Moo, Colossians and Philemon, 133.
109
O’Brien, Colossians, Philemon, 53.
110
Harris, Three Crucial Questions about Jesus, 66; cf. O’Brien, Colossians, Philemon, 110–114.
111
Wright, Colossians and Philemon, 79.
168
Parte II Garantía bíblica para la Cristología actual
20 explicando que Dios decidió obrar «por medio de [Cristo] para reconciliar consigo
todas las cosas, tanto las que están en la tierra como las que están en el cielo, haciendo
la paz mediante la sangre de su cruz» (v. 20).
Según la comprensión apostólica, entonces, en el hombre Jesucristo ha venido la
revelación y el reino de Dios para realizar su obra redentora y para reflejarlo en toda la
creación. No hay esfera de la existencia sobre la que no sea soberano y supremo. No es
de extrañar que todos los pueblos estén llamados a someterse a él en confianza, amor,
adoración y obediencia.
4.Hebreos 1:1-4
1 Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los
padres por los profetas, 2 en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien
constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo; 3 el cual, siendo
el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas
las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros
pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las
alturas, 4 hecho tanto superior a los ángeles, cuanto heredó más excelente nombre
que ellos.
112
Para una discusión de algunos de estos antecedentes, véase William L. Lane, Hebrews 1-8, WBC (Dallas: Word,
1991), xlvii-clvii; George H. Guthrie, Hebrews, NIV Application Commentary (Grand Rapids, MI: Zondervan, 1998),
17-38.
113
Bauckham, Jesus and the God of Israel, 236.
169
La identidad de Jesús desde la trama de la Escritura
Para dar verdadero consuelo y aliento al pueblo de Dios que lucha, el autor sabe
que debe enfatizar la doble identidad de Cristo. Para tener un Señor y Salvador que
todo lo puede, el Cristo debe ser a la vez divino y humano. Para que el sacrificio de
Cristo sea eficaz, debe ser Dios Hijo encarnado. Como observa Wells, la identidad
humano-divina de Jesús «no era una cuestión incidental (4:15; 7:26); era la condición
sine qua non para la misión sacrificial del Hijo. Su humanidad pura era tan necesaria
para su nombramiento pretemporal como lo era su plena divinidad, pues cada una de
ellas era indispensable para su obra salvífica».115
Las verdades cristológicas desarrolladas en Hebreos merecen un tratamiento
completo. Pero debemos centrarnos aquí en los aspectos más destacados que nos
ayudan a comprender la singularidad y el significado de la persona de Cristo. Podemos
ver la presentación principal del autor considerando tres contrastes que revelan la
superioridad de Cristo y cinco declaraciones de identidad que describen quién es Jesús
en sí mismo y en términos de creación y redención.
En primer lugar, el autor contrasta el momento de la revelación de Dios para
resaltar la superioridad cronológica de su revelación en Cristo. Dios habló «hace
mucho tiempo» (Heb. 1:1), pero en su Hijo ha hablado final y definitivamente «en
estos últimos días» (v. 2). La cuestión es que no habrá más «días» en «esta época» y,
por tanto, no vendrá ninguna otra revelación que complemente lo que Dios ya ha
revelado plenamente en su Hijo.116 Además, al centrarse en las épocas de la revelación
de Dios a su pueblo se divide la historia redentora en dos eras sucesivas (de acuerdo
con el resto del Nuevo Testamento) y se presenta al Hijo como aquel que inaugura los
«últimos días»,117 i.e., la superposición de «esta edad presente» y «el siglo venidero»,
creado por la irrupción del gobierno y reino soberano de Dios. Y como ya hemos visto
según la estructura epocal-pactal de la Escritura, traer el reino del «siglo venidero» a
«este siglo presente» y «estos últimos días» es una obra de Dios mismo que identifica
al Hijo con el Señor y Creador del pacto.118
114
Wells, Person of Christ, 55.
115
Ibid., 54–55.
116
Debemos entender «estos últimos días» en el contexto de «esta era presente», no en contradicción con el hecho
de que hay una era de consumación venidera.
117
Lane, Hebrews 1–8, 10–12; Wells, Person of Christ, 52–53.
118
Wells, Person of Christ, 21–66; Bauckham, Jesus and the God of Israel, 233–241.
170
Parte II Garantía bíblica para la Cristología actual
119
Lane, Hebrews 1–8, 11.
120
Para una discusión del significado de que Dios hable literalmente «en Hijo» (en huiō), Lane, Hebrews 1–8, 12;
Guthrie, Hebrews, 47; Schreiner, New Testament Theology, 380–381.
121
Lane, Hebrews 1–8, 12; Guthrie, Hebrews, 47; Schreiner, New Testament Theology, 380–381.
122
Para una defensa de este punto de vista, véase Reymond, Jesus, Divine Messiah, 77-81.
123
Schreiner, New Testament Theology, 380–381.
171
La identidad de Jesús desde la trama de la Escritura
124
Lane, Hebrews 1–8, 12.
125
Véase Wells, Person of Christ, 53. Los arrianos negaban la preexistencia eterna y la deidad del Hijo.
126
El término se traduce mejor como «resplandor» o «refulgencia» y no como «reflejo» (véase Lane, Hebrews 1-8,
12-13).
127
Conviene señalar que, a medida que se desarrollaba la reflexión cristológica a lo largo de los siglos IV y V, la
hipóstasis pasó a tener el significado de persona y no de naturaleza. Pero el uso del término en el Nuevo Testamento (2
Cor. 9:4; 11:17; Heb. 3:14; 11:1) no se refiere a la persona. Para una discusión y defensa del desarrollo y uso de la
hipóstasis por parte de la iglesia primitiva para defender la verdad de las Escrituras contra la herejía, véase la Parte IV.
128
Macleod, Person of Christ, 80.
129
El pensamiento general aquí es muy similar al prólogo del Evangelio de Juan (véase Philip E. Hughes, A
Commentary on the Epistle to the Hebrews [Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1987], 41-42; Carson, John, 111-139). Y la
función representativa del Hijo aquí es paralela a otros textos del Nuevo Testamento «que hablan de Jesús como la
“forma”, “semejanza” o “imagen” de Dios (por ejemplo, Jn. 1:2; Flp. 2:6; Col. 1:15)» (Guthrie, Hebrews, 48).
130
Hughes, Hebrews, 45–46.
172
Parte II Garantía bíblica para la Cristología actual
lleva el nombre de Jehová. La encarnación del Hijo no se explica, sino que se asume
como el medio de su reinado como único redentor de la humanidad. El autor utiliza el
participio aoristo —«habiendo efectuado» (poiēsamenos) la purificación de nuestros
pecados— para enfatizar que la única obra sacrificial de Cristo es efectiva en «estos
últimos días» y en la edad eterna que está por venir.131 El punto es simple pero
asombroso: la encarnación de Dios el Hijo, su sacrificio totalmente suficiente en
nuestro nombre, y su reino celestial sobre toda la tierra perdurarán para siempre. Y
como hemos visto en Filipenses 2 más atrás, este logro le otorga a Cristo Jesús el
nombre que está por encima de todo nombre: el nombre de Jehová, el Creador y Señor
del pacto en persona. Un humano es ahora superior a los ángeles porque el Hijo eterno
se ha convertido en el hombre eterno, lo que significa que Jehová ha venido en la carne
para hacer lo que sólo él puede hacer: la redención cósmica, la reconciliación y el
gobierno.132
131
Lane, Hebrews 1–8, 15.
132
Para una mayor discusión de la identidad del Hijo encarnado con Jehová, véase Bauckham, Jesus and the God of
Israel, 21-23, 233-253. Como ya se ha comentado en la consideración de Romanos 1:3-4, debemos rechazar el
argumento de Dunn y otros de que heredar el nombre de Jehová significa que Jesús fue adoptado como Hijo de Dios.
Dunn cree que el autor de Hebreos utiliza un lenguaje adopcionista, fusionando torpemente las incompatibles
cosmovisiones hebraica y platónica (Dunn, Christology in the Making, 52-56). Pero el texto muestra que el mundo de
pensamiento del autor es completamente hebraico y no platónico. Presenta a Cristo como Dios Hijo encarnado dentro
de la línea argumental estructurada del Antiguo Testamento. Y como acabamos de ver, el autor afirma claramente la
deidad preencarnacional del Hijo en los primeros versículos. Como resume muy bien Macleod, el Jesús de Hebreos «era
el Hijo de Dios. Esto fue lo que lo distinguió de los profetas y lo puso por encima de los ángeles. Desempeñaba las
funciones de Dios (creación y providencia); gozaba de las prerrogativas de Dios (“Que todos los ángeles de Dios le
adoren”); heredaba los títulos de Dios; y estaba exclusivamente relacionado con Dios como el resplandor de su gloria y
la imagen misma de su ser. Era y es Dios (1:8)» (Macleod, Person of Christ, 85).
173
La identidad de Jesús desde la trama de la Escritura
174
Parte II Garantía bíblica para la Cristología actual
CAPÍTULO 5
175
La deidad de Cristo: Dios Hijo desde la eternidad
1
David F. Wells, The Person of Christ: A Biblical and Historical Analysis of the Incarnation (Westchester, IL:
Crossway, 1984), 173–174.
176
Parte II Garantía bíblica para la Cristología actual
No es posible construir esa figura desde «abajo», crearla a partir del tejido de la
experiencia humana. No hay analogías en la experiencia humana para este papel.
Las cristologías construidas desde «abajo» sólo producen una figura religiosa más
grande que la vida, la perfección de lo que muchos otros ya experimentan… Sus
cristos pueden ser admirados, pero no pueden ser adorados. Pueden inspirar
devoción religiosa, pero no pueden sostener o explicar la fe cristiana. Nos dicen
mucho sobre sus autores y muy poco sobre Jesús… Están construidos sobre el
supuesto erróneo de que un cristo que está tan desconcertado como nosotros sobre la
existencia, que es tan secular como nosotros, y que es víctima del cambio y de las
circunstancias como nos sentimos nosotros mismos, es de alguna manera más
atractivo que uno que no lo es. Estos cristos son impotentes y su atractivo es
superficial. Su atractivo no es el del Cristo bíblico, aquel que era Dios con nosotros,
el medio de perdón de nuestro pecado y el agente de nuestra reconciliación. El
perdón y la reconciliación son lo que más necesitamos. Necesitamos saber que hay
alguien para perdonarnos, alguien que puede perdonar y sanarnos, y para eso se
encarnó el Verbo. Nuestra cristología, por tanto, debe construirse desde «arriba».3
2
Incluso algunas cristologías evangélicas recientes hacen demasiado hincapié en la humanidad de Jesús en
detrimento de su deidad. Por ejemplo, Gerald F. Hawthorne, The Presence and the Power: The Significance of the Holy
Spirit in the Life and Ministry of Jesus (Eugene, OR: Wipf & Stock, 2003), afirma la plena deidad de Cristo, pero
insiste en que, al hacerse humano, el Hijo «quiso renunciar al ejercimiento de sus poderes, atributos y prerrogativas
divinas, para poder vivir plenamente dentro de las limitaciones inherentes al ser verdaderamente humano» (ibíd., 208).
El resultado es que «los atributos divinos de omnisciencia, omnipotencia y omnipresencia son potenciales y latentes
durante la vida terrenal del Hijo» (ibíd., 211). Así pues, Jesús realizó los milagros no por su propio poder divino, sino
por el Espíritu. El Nuevo Testamento, sin embargo, presenta las obras divinas de Jesús no sólo como un signo de su
humanidad llena de Espíritu, sino como un testimonio de su filiación divina. Para una discusión y crítica detallada de
algunas de estas cristologías evangélicas, véase la Parte IV.
3
Wells, Person of Christ, 172–173.
4
John M. Frame, The Doctrine of God (Phillipsburg, NJ: P&R, 2002), 650.
5
Para un análisis más detallado del material, véase, por ejemplo, Richard Bauckham, Jesus and the God of Israel:
God Crucified and Other Studies on the New Testament's Christology of Divine Identity (Grand Rapids, MI: Eerdmans,
177
La deidad de Cristo: Dios Hijo desde la eternidad
Hemos visto que, como Hijo eterno, Cristo tiene el mismo estatus y los mismos
derechos que Dios mismo. Ahora podemos profundizar en su estatus divino
examinando sus atributos divinos, su gobierno y el hecho de que es digno de ser
adorado.
A. Atributos divinos
El Nuevo Testamento enseña que Cristo posee todos los atributos divinos. En
Colosenses 2:9, Pablo explica por qué los creyentes de Colosas deben desprenderse de
las enseñanzas de este mundo y someterse sólo a Cristo: «Porque en él habita
corporalmente toda la plenitud de la deidad». El contraste y el razonamiento de Pablo
no tendrían sentido si Cristo existiera —incluso en parte— según o a placer de la
filosofía, las tradiciones humanas o los espíritus elementales del mundo (Col. 2:8).
Más bien, por ontología y función, Cristo es «la cabeza de todo gobierno y autoridad»
(v. 10). En otras palabras, todos los atributos divinos que hacen que Dios sea quien es
y le permiten obrar como sólo él lo hace se encuentran en Cristo —Dios el Hijo
encarnado. Pablo no dice que en Cristo se encuentra una plenitud de la deidad, como si
tuviera una cantidad suficiente de atributos divinos para la misión que se le
encomendó. Sin dejar de lado ningún exceso de atributos, Pablo declara que la
plērōma, toda la plenitud y suma total de la deidad habita en el Hijo, que se ha añadido
a sí mismo una naturaleza humana.6
Podemos ver esta plenitud de la deidad en Cristo con la ayuda taxonómica de los
atributos comunicables e incomunicables de Dios.7 El Nuevo Testamento presenta a
Jesús como poseedor de los atributos morales de Dios, que ha compartido en cierta
medida al hacer al hombre a su imagen: e.g., Jesús es la definición y la medida de
«Dios es amor» (Rom. 8:35-39; Gal. 2:20; Ef. 3:17- 19; 5:2, 25; cf. 1 Jn. 3:16; 4:10-
12); Jesús es el justo (He. 3:14; 7:52; 22:14; Sant. 5:6); Jesús es el santo (He. 3:14;
4:27, 30; 2 Cor. 5:21; Heb. 4:15; 7:26; 1 Pe. 2:22);8 y la ira de Jesús es la misma que la
ira de Dios (Ap. 6:16). Así como el Antiguo Testamento presenta al Señor como «el
Dios de la verdad» (e.g., Sl. 31:5; Is. 65:16) en términos de su autoridad (fuente y
norma de la verdad) y su carácter (recto, digno de confianza, coherente), el Nuevo
Testamento afirma que el Hijo vino «lleno de gracia y de verdad» (Jn. 1:14) —una
alusión al propio Señor (cf. Ex. 34). De hecho, Jesús es la verdad (Jn. 14:6) —es la
2008); Robert M. Bowman Jr. y J. Ed Komoszewski, Putting Jesus in His Place: The Case for the Deity of Christ
(Grand Rapids, MI: Kregel, 2007); Gordon D. Fee, Pauline Christology: An Exegetical-Theological Study (Peabody,
MA: Hendrickson, 2007); Richard N. Longenecker, ed. Contours of Christology in the New Testament (Grand Rapids,
MI: Eerdmans, 2005); Thomas R. Schreiner, New Testament Theology: Magnifying God in Christ (Grand Rapids, MI:
Baker Academic, 2008), 305-338, 380-430.
6
Cf. Peter T. O’Brien, Colossians, Philemon, WBC (Waco, TX: Word, 1982), 110–113; Douglas J. Moo, The
Letters to the Colossians and to Philemon, PNTC (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 2008), 193–195.
7
Sobre la clasificación de los atributos divinos, véase John S. Feinberg, No One Like Him: The Doctrine of God,
Foundations of Evangelical Theology (Wheaton, IL: Crossway, 2001), 233-276; Frame, Doctrine of God, 387-401.
8
La Escritura presenta la impecabilidad de Jesús como una cualidad de su humanidad perfecta. Sin embargo, Jesús
no es simplemente el hombre perfecto. Tiene una cualidad de perfección que lo identifica con Dios. Como Dios Hijo, la
perfección moral de Cristo trasciende toda categoría humana (cf. Frame, Doctrine of God, 675).
178
Parte II Garantía bíblica para la Cristología actual
encarnación de todo lo que «el Dios de la verdad» ha revelado al hombre.9 Jesús vino
como la sabiduría de Dios (1 Cor. 1:24, 30; Col. 2:3) con la autoridad de Dios (Ef.
1:22; Col. 2:10), de modo que toda su enseñanza era (y es) digna de confianza (Mt.
22:16; Lc. 20:21; Jn. 8:40, 45). En su ser, palabras y obras, Jesús es la imago Dei
eterna.
Los autores del Nuevo Testamento también atribuyen a Cristo los atributos
incomunicables de Dios. Por ejemplo, el Hijo participa de la eternidad del Padre.10
Existía con el Padre antes de la creación (Jn. 1:1, estaba «con Dios»; cf. 12:41; 1 Cor.
10:4; Heb. 1:2); compartía la gloria con el Padre antes de que el mundo existiera (Jn.
17:5); el Padre lo envió y vino al mundo (Rom. 8:3; 2 Cor. 8:9; Gal. 4:4; cf. Jn. 1:9;
3:17; 1 Jn. 4:9), para aparecer en la tierra al final de los tiempos (Heb. 9:26; cf. 1 Pe.
1:20). Y el Hijo encarnado posee omnipotencia (Mt. 8:26-27; 1 Cor. 1:18, 23-25; Ef.
1:19-20; Fil. 3:21; Col. 2:10), omnipresencia (1 Re. 8:27; Sl. 139:7-10; Mt. 18:20;
28:20; Ef. 4:10), inmutabilidad (cf. Núm. 23:19; Ml. 3:6; 2 Cor. 1:20; Heb. 1:10-12;
13:8; Sant. 1:17), y omnisciencia (cf. Sl. 139:1-3; Is. 46:8-13; 48:3-6; Mc. 2:8; Jn.
1:48; 2:25; 6:64; 21:17; He. 1:24; 1 Cor. 4:5; Col. 2:3, 9; Ap. 2:23).
Reconciliar la plērōma deidad de Cristo con su verdadera y completa humanidad
requiere algo más que la simple yuxtaposición de atributos divinos y humanos. Por
ejemplo, además de su omnisciencia, el Nuevo Testamento presenta a un Jesús que
crecía en conocimiento e ignoraba algunas cosas en ocasiones (véase Lc. 2:52; Mc.
13:32). Dar sentido a cómo una misma persona puede tener aparentemente atributos
mutuamente excluyentes —omnisciencia e ignorancia— al mismo tiempo da lugar a
algunas de las reflexiones cristológicas más difíciles. En las partes III y IV nos
ocuparemos de esta complejidad particular (y de otras) al considerar la naturaleza de la
encarnación, las relaciones eternas de las personas divinas y cómo esas relaciones se
manifiestan en la obra externa de Dios. Sin embargo, en este punto, simplemente
tenemos que reconocer que las Escrituras presentan la encarnación de Dios Hijo con
todos los atributos divinos y sin perder nada de su perfección.11
B. Gobierno divino
Junto con los atributos divinos, el Nuevo Testamento también afirma que Dios
comparte con Cristo su gobierno y reinado divino sobre toda la creación.12 El Antiguo
9
Véase D. A. Carson, The Gospel according to John, PNTC (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1991), 129-130, 491.
Carson explica de forma útil que «Jesús es la verdad, porque encarna la revelación suprema de Dios: él mismo “narra” a
Dios (1:18), dice y hace exclusivamente lo que el Padre le da que diga y haga (5:19ss; 8:29), de hecho se le llama
propiamente “Dios” (1:1, 18; 20:28). Es la autorevelación de la gracia de Dios, su “Palabra” hecha carne (1:14). Jesús
es la vida (1:4), el que tiene “vida en sí mismo” (5:26), “la resurrección y la vida” (11:25), “el Dios verdadero y la vida
eterna” (1 Jn. 5:20)» (ibid., 491).
10
Sobre este punto, véase Simon J. Gathercole, The Preexistent Son: Recovering the Christologies of Matthew,
Mark, and Luke (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 2006).
11
Frame captura los detalles de la omnisciencia de Jesús: «Al igual que Dios, Jesús conoce todas las cosas (Mt.
11:25-27; Jn. 2:24- 25; 16:30; 21:17; Col. 2:3). No hay constancia de que haya cometido nunca un error o una
equivocación. Tiene un conocimiento sobrenatural de los acontecimientos y los hechos (Jn. 4:16-19, 29). Conoce los
pensamientos, incluso los corazones, de los seres humanos (Mt. 9:4; 12:25; Mc. 2:8; Lc. 6:8; 9:47; Jn. 1:47; 2:24-25;
21:17; Ap. 2:23). Conoce el futuro. Sabe que debe morir a manos de los pecadores (Mt. 16:21; Mc. 8:31; Lc. 9:22).
Sabe de antemano quién le traicionará (Mt. 26:24), sabía de la negación de Pedro (Jn. 13:38), la clase de muerte que
tendrá Pedro (Jn. 21:18-19) y el futuro del reino (Mt. 8:11). Conoce al Padre como el Padre le conoce a él, y es
soberano en la revelación del Padre a los seres humanos (Mt. 11:25-27; Lc. 10:22; Jn. 10:15)» (Frame, Doctrine of God,
676).
12
Sobre este punto, véase la discusión de Juan 5 en el capítulo 4.
179
La deidad de Cristo: Dios Hijo desde la eternidad
C. Adoración divina
Si Cristo tiene todos los atributos divinos y ejerce el gobierno de Dios mismo, entonces
tiene sentido que reciba la adoración, devoción y fe que sólo Dios exige y merece. Pero
para apreciar que un simple hombre no podría recibir tal adoración divina, tenemos que
reconocer que durante cientos de años, el pueblo de Israel recitó el Shema' (Dt. 6:4)
dos veces al día. Esta confesión fundacional afirmaba que Jehová es el único Dios vivo
y verdadero y que sólo él es digno de adoración. La adoración de una criatura, de
cualquier criatura, incluso del ángel más alto y poderoso, llevaba a un individuo y, en
última instancia, a la nación, a la maldición del pacto de exilio y muerte (Ex. 20:1-7).
Y la iglesia primitiva continuó con este mismo entendimiento, rechazando
específicamente la idea de que un ser humano fuera adorado (cf. He. 14:14-15; Ap.
19:10).
Cuando Jesús entra en este escenario teo-dramático, el Nuevo Testamento destaca
su deidad al convertirlo en el destinatario apropiado de la adoración divina. Jesús
recibió la alabanza y la adoración de sus discípulos en respuesta a sus obras en la tierra
y nunca reprendió a ninguno de ellos (Mt. 14:33; 21:15-16; 28:9, 17; Jn. 20:28; cf.
5:22-23). Y después de que Jesús ascendiera de nuevo al cielo como Señor exaltado, su
alabanza y adoración se intensificaron en toda la iglesia (Ef. 5:19; Flp. 2:9-11; Heb.
1:6; cf. Ap. 5:11-12). John Stott relaciona el culto a Dios del Antiguo Testamento con
el culto a Cristo del Nuevo Testamento: «Nadie puede llamarse cristiano si no adora a
13
Para una mayor discusión sobre el gobierno universal de Jesús, véase Bauckham, Jesus and the God of Israel,
18-25.
14
Bowman y Komoszewski, Putting Jesus in His Place, 256. Los autores también citan a Martin Hengel, Studies in
Early Christology (Edimburgo: T&T Clark, 1995), 225.
15
Ibid.
180
Parte II Garantía bíblica para la Cristología actual
16
John R. W. Stott, The Authentic Jesus (Londres: Marshall, Morgan & Scott, 1985), 34. Para un tratamiento
detallado del tema de la adoración aplicada a Jesús en el cristianismo primitivo, véase Larry W. Hurtado, Lord Jesus
Christ: Devotion to Jesus in Earliest Christianity (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 2003); Bauckham, Jesus and the God
of Israel, 127-181.
17
También se presenta a Jesús como objeto de numerosas doxologías. Una doxología es una atribución formal de
alabanza, honor, gloria o bendición a una persona divina, pero nunca a una figura meramente humana. Las doxologías
del Nuevo Testamento se dirigen regularmente a Dios, a veces por medio de Jesucristo (Lc. 2:14; Rom. 11:36; 16:27; 2
Col. 11:31; Gal. 1:5; Ef. 3:21; Flp. 4:20; 1 Tim. 1:17; 1 Pe. 4:11; 5:11; Jud. 24-25; Ap. 5:13; 7:12). Pero al menos en
cuatro ocasiones, se dirigen directamente a Cristo (2 Tim. 4:18; 2 Pe. 3:18; Ap. 1:5-6; 5:13), reconociendo su condición
divina de Dios.
18
Murray J. Harris enumera sólo doce textos que presentan al Padre como objeto de fe (Jn. 12:44; 14:1; He. 16:34;
Rom. 4:3, 5, 17, 24; Gál. 3:6; 1 Tes. 1:8; Tit. 3:8; Heb. 6:1; 1 Pe. 1:21) (Three Crucial Questions about Jesus [Grand
Rapids, MI: Baker, 1994], 77, 118).
19
Véase esta discusión en términos de la autopercepción de Jesús como Dios Hijo en el capítulo 4.
20
Del mismo modo, Pablo afirma la deidad de Cristo en 1 Tesalonicenses 3:11 y 2 Tesalonicenses 2:16-17. En el
primer texto, Pablo utiliza a Dios y a Jesús como dos sujetos diferentes, pero con un verbo singular «directo»). En el
segundo texto, Pablo vuelve a utilizar a Dios y a Jesús como dos sujetos diferentes, esta vez con múltiples verbos
singulares («amó», «dio», «animó», «fortaleció»). De este modo, Pablo distingue las personas divinas del Padre y del
Hijo, pero también las equipara en su naturaleza divina, de modo que podría rastrear una sola acción a una fuente única
y unificada (cf. Harris, Three Crucial Questions, 75-79).
181
La deidad de Cristo: Dios Hijo desde la eternidad
Como hemos visto ahora al considerar su estatus divino, las Escrituras presentan al
Señor Jesucristo como igual y uno con el Padre en naturaleza, u ontología. Junto a esta
evidencia de deidad, podemos enfocarnos ahora en las obras divinas de Cristo, su
función divina. Será útil dividir los datos bíblicos para considerar las obras divinas de
Cristo bajo dos epígrafes.
En primer lugar, Cristo es el agente de la creación y el Señor providencial del
cielo y la tierra. Como ya dijimos en el capítulo 4, Colosenses 1:15-20 y Hebreos 1:1-
3 nos dicen que Jesús es el Hijo eterno por el que Dios creó y mantiene todas las cosas,
y el Hijo encarnado que continúa sosteniendo todo en la tierra y que ahora gobierna
desde el cielo. Estas obras pertenecen sólo a Dios (véase Gn. 1; Sl. 102:25; 104:24, 27,
30). El Nuevo Testamento sigue afirmando que la obra de la creación y la providencia
pertenecen sólo a Dios (véase Rom. 1:18-23; 4:17; 11:36; Heb. 2:10; 11:3). Pero el
Nuevo Testamento añade que estas son las obras de Dios como trinidad de personas
divinas. Más concretamente, el Padre siempre actúa a través del Hijo por el poder del
Espíritu Santo (Jn. 1:3; Col. 1:16; Heb. 1:1-3; cf. Gn. 1:2). Así que el Hijo no reina
como un Dios separado de la creación y la providencia, sino como una persona distinta
del único Creador y Señor del Pacto.
Podemos obtener un sentido aún mejor de la deidad de Jesús en sus obras divinas si
consideramos cómo Pablo desarrolla el Shema' de Deuteronomio 6:4 en 1 Corintios
8:6: «Sin embargo, para nosotros hay un solo Dios, el Padre, de quien proceden todas
las cosas y por quien existimos, y un solo Señor, Jesucristo, por quien todas las cosas
fueron creadas». N. T. Wright señala correctamente que Pablo vincula
intencionalmente la identidad de Cristo con el Dios del Antiguo Testamento: «Pablo ha
colocado a Jesús dentro de una declaración explícita, extraída de la cantera de textos
enfáticamente monoteístas del Antiguo Testamento, de la doctrina de que el Dios de
Israel es el único Dios, el creador del mundo».22
En un desarrollo dramático, Pablo toma la confesión fundacional de Israel de que
hay un solo Dios y la extiende sobre las obras de Jesucristo. Pablo sigue confesando un
solo Dios, pero, como señala Gordon Fee, «[Pablo] insiste en que la identidad del
único Dios incluye también al único Señor».23 Con la llegada y la revelación del Dios
Hijo encarnado, es imposible pensar en el único Dios sin pensar en el único Señor
Jesucristo. Como observa Richard Bauckham, «en la reforma sin precedentes del
Shema’ de Pablo, la identidad del único Dios consiste en ser el único Dios, el Padre, y
el único Señor, su Mesías… [Pablo] mantiene el monoteísmo incluyendo a Jesús en su
comprensión judía de la unicidad divina».24
En segundo lugar, Cristo es quien inauguró el reino de Dios y la era venidera.
Jesús no vino a realizar señales y maravillas como un Moisés más grande; no vino a
21
Harris, Three Crucial Questions, 77.
22
N. T. Wright, The Climax of the Covenant: Christ and the Law in Pauline Theology (Minneapolis: Fortress, 1992),
128.
23
Fee, Pauline Christology, 91.
24
Bauckham, Jesus and the God of Israel, 28, 30.
182
Parte II Garantía bíblica para la Cristología actual
sanar como un Eliseo más grande o a profetizar como un Isaías más grande; no vino a
gobernar sobre Israel como otro rey davídico más grande. Jesús vino a hacer todas
estas obras, pero no como un simple hombre facultado por el Espíritu de Dios. Jesús
vino como el Hijo de Dios para inaugurar la nueva creación, el nuevo pacto y el reino
escatológico del Creador y Señor del pacto. Jesús vino a redimir, juzgar y gobernar
como Dios mismo. Como Schreiner señala «los milagros de Jesús no incluyen sólo la
promesa del reino; son ellos mismos la actualización, al menos en parte, del reino».25
El único que puede hacer realidad el reino de Dios es Dios mismo. La Escritura
presenta el reino de Dios principalmente como el gobierno de Dios, la obediencia de su
pueblo y el juicio hacia sus enemigos. Por definición, estos tres componentes del reino
de Dios requieren la presencia y el poder del rey divino. Así que cuando Jesús asciende
al trono del cielo, exige y hace posible la obediencia de la iglesia, y triunfa sobre todos
sus enemigos, incluidos Satanás, el pecado y la muerte, debemos entender que estas
obras divinas de Cristo dan testimonio de su deidad.26
Para ver más claramente la plena deidad de Cristo en su obra del reino, podemos
considerar algunos ejemplos específicos relacionados con la venida del Espíritu de
Dios, el juicio de Dios y la vida eterna con Dios.
Jesús derrama el Espíritu escatológico prometido. El Antiguo Testamento promete
que la era del nuevo pacto estará marcada por el derramamiento de su Espíritu (Jo.
2:28-29; Ez. 36:25-27; cf. Jn. 3:1-10). El Nuevo Testamento expone que esta promesa
se cumple en la obra de Cristo: los Evangelios nos dicen que Jesús fue ungido como el
que daría el Espíritu de Dios a su pueblo (Mt. 3:11, 13-17; Jn. 14-16); Lucas escribe
que el cumplimiento de la profecía comenzó en Pentecostés (He. 2); y todo el Nuevo
Testamento sostiene que el derramamiento y la venida del Espíritu dependen de la
persona y la obra de Cristo (e.g., He. 2:32-33; Rom. 7-8; 1 Cor. 2; 3:16-17; 2 Cor. 3;
Gal. 3:14; 4:6; 4:21-6:10; Ef. 1:13-20; 2:18-22; 3:14-19; 4:1-16). Pedro, basándose en
el cumplimiento de Jesús de esta promesa del Antiguo Testamento, anuncia el
significado cristológico: «“Exaltado, pues, a la diestra de Dios, y habiendo recibido del
Padre la promesa del Espíritu Santo, [Jesús] ha derramado esto [la venida del Espíritu]
que vosotros mismos estáis viendo y oyendo… Por tanto, que toda la casa de Israel
sepa con certeza que Dios le ha hecho Señor y Cristo» (He. 2:33-36). Ser quien que
derrama el Espíritu de Dios demuestra que Jesús no sólo es el Cristo, sino también el
Señor, es decir, Jehová, el SEÑOR.27
Jesús resucita a los muertos y ejecuta el juicio final. El Antiguo Testamento deja
muy claro que sólo Dios tiene la autoridad y el poder de resucitar y asignar a cada
hombre la vida o la muerte eternas (Dt. 1:17; 1 Sam. 2:6; Jr. 25:31; Rom. 14:10), las
obras divinas asociadas con el amanecer del siglo venidero (Ez. 36:25-27; Ez. 37; Dn.
12:2). Sin embargo, el Nuevo Testamento nos dice en tres ocasiones que Jesús llevó a
una persona de la muerte a la vida física (Mc. 5:21-24, 35-43; Lc. 7:11-17; Jn. 11:1-
44). Y yendo aún más lejos, el Nuevo Testamento revela que Jesús mismo es la
resurrección y la vida (Jn. 11:25-26), que resucitará a los que creen en él a la vida
eterna y resucitará a los que lo rechazan para el juicio eterno en el último día (Jn. 5:21-
23, 28-29; cf. 6:39-44, 54; He. 10:42; 17:31; Rom. 14:10 con 2 Cor. 5:10). Jesús, por
25
Schreiner, New Testament Theology, 64.
26
Wells, Person of Christ, 171–175.
27
Véase la siguiente sección sobre «Señor» como título divino que identifica a Cristo como Jehová.
183
La deidad de Cristo: Dios Hijo desde la eternidad
tanto, tiene la única autoridad sobre el destino eterno de todos los vivos y los muertos,
para «pagar a cada uno según sus obras» (Mt. 16:27; 2 Tes. 1:8-9).
Más concretamente, Jesús perdona los pecados como Dios y Salvador. El Antiguo
Testamento enseña que sólo Dios puede perdonar los pecados porque sólo Dios es el
Creador y Señor del pacto que merece la obediencia de todas sus criaturas. Todo
pecado es, ante todo, un acto de rechazo y rebelión contra el señorío de Jehová. Y
como el perdón de los pecados sólo pertenece a Dios, la salvación sólo pertenece a
Dios (Jon. 2:9). Pero después de que el Nuevo Testamento esté de acuerdo en que el
perdón de los pecados es una obra divina (Mc. 2:7), entonces presenta a Jesús como el
Hijo de Dios con autoridad en la tierra para perdonar los pecados (Mc. 2:10; He. 5:31;
Col. 3:13). Haciendo más explícita la implicación cristológica, Pablo y Pedro se
refieren al Hijo como nuestro «Dios y Salvador Jesucristo» (Tit. 2:13; 2 Pe. 1:1).
Incluso cuando Pablo se refiere sólo a Dios como «nuestro Salvador» en su carta a
Tito, añade inmediatamente que Jesús es «nuestro Salvador» (Tit. 1:3-4; 3:4-6).
Además, es crucial entender que el Nuevo Testamento presenta a Jesús perdonando los
pecados no como otro Dios o como Dios Padre, sino como Dios Hijo, que comparte la
obra del Padre. Por ejemplo, Dios Padre «nos predestinó para ser adoptados como hijos
por medio de Jesucristo»; en el Hijo, «tenemos redención por medio de su sangre, el
perdón de nuestras transgresiones...» (Ef. 1:5, 7).
Es cierto que los autores del Nuevo Testamento y aquellos sobre los que escriben
utilizan «Señor» (kurios) de diferentes maneras, incluso en referencia a Jesús. Por
ejemplo, «Señor» se utiliza en ocasiones como una forma cortés de dirigirse a Jesús
(e.g., Mt. 8:8, 21; 15:27; 17:15; 18:21), lo cual, por supuesto, no implica su deidad. Sin
embargo, el uso predominante de «Señor» en referencia a Cristo no se ajusta a esta
convención social. Para entender lo que suele significar decir que Jesús es el «Señor»,
28
Para una útil discusión de los nombres y títulos de Cristo, véase Geerhardus Vos, Christology, vol. 3 de
Reformed Dogmatics, trad. y ed. Richard B. Gaffin Jr. (Bellingham, WA: Lexham, 2014), 5-19.
184
Parte II Garantía bíblica para la Cristología actual
tenemos que empezar por observar con Wells que la Septuaginta utiliza kurios en más
de seis mil casos como sustituto lingüístico de Jehová.29 Interesante por sí mismo, este
fenómeno lingüístico se convierte en una clave hermenéutica cuando recordamos que
los autores del Nuevo Testamento se basaron en gran medida en la Septuaginta en su
interpretación del Antiguo Testamento y en su interpretación de la identidad de Jesús
y, por tanto, cuando kurios se aplica a Jesús, es una afirmación inequívoca de la
deidad, con sólo unas pocas excepciones.30
En resumen, como ya hemos visto en nuestro análisis de Filipenses 2:9-11, los
autores del Nuevo Testamento a menudo utilizan «Señor» para identificar a Jesús
como Jehová de acuerdo con el argumento, las promesas y las expectativas del Antiguo
Testamento.31 Por ejemplo, lo que el Antiguo Testamento dice con respecto a Jehová,
el Nuevo Testamento lo dice con respecto a Jesús en términos de su carácter (cf. Ex.
3:14 y Jn. 8:58; cf. Is. 44:6 y Ap. 1:17; cf. Sl. 102:26-27 [LXX] y Heb. 1:11-12; cf. Is.
28:16 y Rom. 9:33; 10:11; 1 Pe. 2:6), su santidad (cf. Is. 8:12-13 y 1 Pe. 3:14-15), el
culto a Jesús (cf. Is. 45:23 y Flp. 2:10-11; cf. Dt. 32:43 [LXX]; Sl. 97:7 [LXX] y Heb.
1:6), la oración a Jesús (cf. 1 Cor. 16:22), y las obras de Jesús (la creación, cf. Sl.
102:25 [LXX] y Heb. 1:10; la salvación, cf. Jo. 2:32 y Rom. 10:12-13; He. 2:21; y cf.
Is. 40:3 y Mt. 3:3; juicio, cf. Is. 8:14 y 1 Pe. 2:8; véase también Rom. 9:33; y triunfo
final, cf. Sl. 68:18 y Ef. 4:8).32 Sobre la base de esta evidencia, Wells concluye que
«hablar de Cristo como Señor, por lo tanto, es identificarlo ontológicamente con
Jehová, atribuirle la adoración que pertenece legítimamente sólo a Dios, reconocerlo
como soberano en su iglesia y en su creación, y verlo como el vindicador del carácter
de Dios en el mundo».33
Como otra señal de la deidad de Jesús, el Nuevo Testamento utiliza el nombre theos
(«Dios») al menos siete veces (Jn. 1:1, 18; 20:28; Rom. 9:5; Tit. 2:13; 2 Pe. 1:1; Heb.
1:8). Casi la mitad de estos apelativos divinos ocurren dentro del Evangelio de Juan, lo
que marca la pauta para el resto de las incidencias. Así que podemos rastrear el
significado cristológico de theos aplicado a Jesús retomando en primer lugar el uso de
Juan y luego considerando rápidamente el uso de theos por parte de Pablo, Pedro y el
escritor de Hebreos.34
1. Juan 1:1-18
[1] En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios. [2]
Él estaba en el principio con Dios. [3] Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él
29
Véase Wells, Person of Christ, 74-77.
30
Este punto se destaca a lo largo de Fee, Pauline Christology.
31
Para un tratamiento completo de la aplicación de Pablo de kurios a Cristo, véase Fee, Pauline Christology; David
B. Capes, Old Testament Yahweh Texts in Paul's Christology, Wissenschaftliche Untersuchungen zum Neuen
Testament 2/47 (Tübingen: Mohr-Siebeck, 1992).
32
Para un resumen de los datos bíblicos de Fee y Capes, véase Bauckham, Jesus and the God of Israel, 182-232.
33
Wells, Person of Christ, 77.
34
Para un tratamiento completo de todos estos textos, véase Murray J. Harris, Jesus as God: The New Testament
Use of Theos in Reference to Jesus (Grand Rapids, MI: Baker, 1992).
185
La deidad de Cristo: Dios Hijo desde la eternidad
nada de lo que ha sido hecho, fue hecho. [4] En él estaba la vida, y la vida era la luz
de los hombres. [14] Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos visto
su gloria, gloria como la del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad. [18]
Nadie ha visto jamás a Dios; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha
dado a conocer.
Sería difícil minimizar la importancia de los primeros versos del Evangelio de Juan
para el resto del libro y para el resto del Nuevo Testamento. D. A. Carson sostiene que
el prólogo (Jn. 1:1-18) «resume cómo el «Verbo» que estaba con Dios en el mismo
principio entró en la esfera del tiempo, de la historia, de la tangibilidad —en otras
palabras, cómo el Hijo de Dios fue enviado al mundo para convertirse en el Jesús de la
historia, para que la gloria y la gracia de Dios pudieran ser reveladas de forma única y
perfecta. El resto del libro no es más que una expansión de este tema».35 De hecho,
toda la motivación de Juan para escribir su Evangelio fue «para que creáis que Jesús es
el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre» (20:31). Y,
en muchos sentidos, todo el Nuevo Testamento surge del mandato de Jesús de que los
discípulos de todas las naciones sean reunidos bajo el único nombre divino «del Padre
y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt. 28:19) revelado en la persona y la obra de Cristo.
Para nuestro propósito aquí, podemos concentrarnos en cómo Juan interpreta la
identidad y el papel de Jesucristo como «el Verbo (logos) [que en el principio] era
Dios (theos)» (Jn. 1:1). El uso de logos para describir la persona de Cristo es exclusivo
del apóstol Juan en el Nuevo Testamento. El uso aislado del término no significa que
debamos buscar fuera de la Escritura para determinar su significado. Dado el uso
generalizado de las ideas de logos en el helenismo, muchos eruditos bíblicos han
argumentado en el siglo pasado que el uso que hace Juan de logos es completamente
deudor de la filosofía griega. Pero se ha demostrado constante y convincentemente que
Juan no piensa en términos de una cosmovisión griega, sino según los propios términos
de la Biblia —según las categorías, las estructuras y el marco del Antiguo
Testamento.36
El Antiguo Testamento ofrece una rica teología del «Verbo» / «Verbo de Dios» en
tres áreas. En primer lugar, el Verbo de Dios está activo en la creación; literalmente
habló al mundo para que existiera (Gn. 1:3ss; Sl. 33:6, 9; 147:15-18; 148:5-6). En
segundo lugar, el Verbo de Dios revela y redime. Dios habla para comunicar su
existencia, su carácter y sus propósitos, y para guiar a su pueblo por sus caminos (Gn.
3:8-19; 12:1; 15:1; 22:11; Sal. 119:9, 25, 28, 65, 107, 160, 169, 170; Is. 9:8; Jr. 1:4; Ez.
33:7; Am. 3:1, 8). Y Dios salva, libera y juzga a través de su Verbo/Palabra (Is. 55:11;
cf. Sl. 29:3ss; 107:20). En tercer lugar, el Verbo de Dios se identifica tan
estrechamente con Dios mismo que la Escritura lo presenta como eterno (Sl. 119:89).
35
Carson, John, 111.
36
Sobre este punto, véase ibíd., 114-118. Como ejemplo de la diferencia entre los conceptos helenísticos del logos
y el uso que hace Juan del mismo, consideremos el estoicismo y su negación de la distinción entre creador y criatura.
Según una perspectiva genéricamente panteísta, los estoicos enseñaban que el logos era el principio racional por el que
todo existe y compone la esencia del alma humana. El logos como razón, por tanto, impregna todas las cosas, y el
objetivo de la vida humana es vivir en armonía con la razón según la naturaleza. Este marco no deja lugar a un Dios
personal, especialmente a uno que gobierna providencialmente y se revela a su creación. O consideremos a Filón, el
filósofo judío que trató de unir una concepción platónica media de Dios con una cosmovisión judía. Filón veía el logos
como una especie de intermediario entre el Dios trascendente y el mundo. Según este marco deísta, Dios permanece
separado del mundo, conectado sólo indirectamente a través del logos. El logos no es aquí una persona, ni siquiera
totalmente divina, sino que se asemeja más a la relación entre un orador humano y sus palabras: las palabras de un
orador expresan la mente y la intención del orador sin tener una existencia personal separada.
186
Parte II Garantía bíblica para la Cristología actual
37
Frame, Doctrine of God, 471.
38
Véase Carson, John, 116; F. F. Bruce, The Gospel of John (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1983), 29.
39
Frame, Doctrine of God, 472. Frame también señala muchas correlaciones bíblicas entre la palabra de Dios y su
Espíritu (Gn. 1:2-3; Dt. 30:11-14; Sl. 33:6; Is. 34:16; 59:21; Jn. 6:63; 16:13; He. 2:1-4; 1 Tes. 1:5; 2 Ti. 3:16; 2 Pe.
1:21).
40
Carson, John, 116.
41
Wells, Person of Christ, 69-70.
42
En Juan 1:1, se emplea tres veces el imperfecto ēn, «era», que significa el estado de existencia continua o abierta
del Verbo. De este modo, como señala Macleod, «se corresponde con el Yo soy de Juan 8:58 (“antes de que Abraham
naciera, yo soy”) y con el ho ōn (“el Ser Uno”, Apocalipsis 1:8) del Apocalipsis» (Donald Macleod, The Person of
Christ, Contours of Christian Theology [Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 1998], 46). Para un análisis más
detallado del uso que hace Juan de ēn, véase Carson, John, 114.
43
Andreas J. Köstenberger y Scott R. Swain, Father, Son, and Spirit: The Trinity and John's Gospel, NSBT 24
(Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 2008), 49.
44
Desde la época patrística (Arrio) hasta el presente (Testigos de Jehová), algunos han argumentado que Juan 1:1c
debería traducirse como «el Verbo era un dios», porque falta el artículo definido antes de theos. Este argumento, por
supuesto, se extendería a negar la eternidad y la plena deidad e igualdad del Hijo con el Padre. Esta traducción debe ser
rechazada por varias razones: (1) Ningún judío monoteísta afirmaría la existencia real de “un dios”, porque el Shema'
confiesa un solo Dios verdadero y vivo. (2) En la sintaxis griega, como señala Daniel Wallace, un predicado nominativo
preverbal anárquico es raramente indefinido, a veces definido y normalmente cualitativo (Daniel Wallace, Greek
Grammar beyond the Basics [Grand Rapids, MI: Zondervan, 1997], 256-270. (3) Colocar un artículo definido antes de
theos equipararía a Dios y al Verbo sin distinción, destruyendo la distinción que Juan hace intencionadamente en el
versículo 1b «el Verbo estaba con Dios»). Además, el uso del artículo definido daría lugar al error del modalismo,
según el cual Dios y el Verbo son sólo manifestaciones diferentes de la misma persona. (4) Juan utiliza el anárquico
theos en muchas otras ocasiones (e.g., Jn. 1:6, 12-13, 18) sin el menor indicio de que se refiera a «un dios». Para un
tratamiento más detallado de Juan 1:1, véase Köstenberger y Swain, Father, Son, and Spirit, 28-50; Carson, John, 117;
Harris, Jesus as God, 51-71.
187
La deidad de Cristo: Dios Hijo desde la eternidad
Ahora podemos resumir lo que Juan quiere decir al referirse a Cristo como el logos
y, en última instancia, al llamarle theos: Cristo es eterno («En el principio era el
Verbo»; v. 1a); Cristo es una persona distinta a Dios Padre («el Verbo estaba con
Dios», v. 1b; cf. «el Hijo unigénito del Padre», v. 14); Cristo comparte la plena deidad
de Dios («el verbo era Dios»; v. 1c). Y con la eternidad, la personalidad y la deidad del
Verbo-Hijo-Cristo a la vista, podemos entender ahora quién es aquel que Juan dice que
se encarnó: el propio theos.
La expresión misma de Dios se hizo carne: «Y el Verbo se hizo (egeneto) carne
(sarx) y habitó entre nosotros» (Jn. 1:14a). Carson capta la lucidez de Juan en este
punto: «Si el evangelista sólo hubiera dicho que el Verbo eterno asumió la condición
de hombre o adoptó una forma corporal, el lector impregnado del dualismo popular del
mundo helenístico podría haber pasado por alto el punto. Pero Juan es preciso en las
expresiones que utiliza: el Verbo se hizo carne».45 En el próximo capítulo retomaremos
la plena humanidad de Cristo. Aquí debemos reconocer el propósito de Juan al
mencionar la plena encarnación de la deidad: «hemos visto su gloria, gloria como del
Hijo unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad» (v. 14b). El sujeto de la
encarnación no fue la naturaleza divina en sí misma, y no fue ni Dios Padre ni Dios
Espíritu Santo; fue específicamente el Verbo, o Hijo divino quien se unió a una
naturaleza humana con el propósito de revelar la gloria divina que comparte con el
Padre.46 Cualquier cambio en la deidad del Hijo, entonces, le impediría mostrar la
plenitud de la gloria del Padre. El Hijo da a conocer a Dios precisamente porque sigue
siendo plenamente divino en su encarnación. Para cumplir la misión de la encarnación,
el Hijo debe seguir poseyendo todos los atributos de Dios, ejercer sus prerrogativas y
realizar sus obras divinas, incluidas sus funciones cósmicas.
Finalmente, Juan concluye su prólogo con una inclusio refiriéndose al Hijo
nuevamente como theos: «A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el
seno del Padre, él le ha dado a conocer» (Jn. 1:18). Aunque algunos en el Antiguo
Testamento vieron a Dios en visiones (e.g., Ex. 33-34; Is. 6:5), nadie vio realmente a
Dios mismo antes de la encarnación de Cristo. Juan nos dice ahora que el Hijo
(monogenēs) del Padre es el único Dios (monogenēs theos) que está junto al Padre,
quien da a conocer a Dios a los humanos en gracia y verdad.47 Juan pone theos en
aposición a monogenēs para llamar a Jesucristo el «Hijo unigénito, Dios [por derecho
propio]».48
45
Carson, John, 117. Es posible que Juan esté respondiendo a un gnosticismo incipiente, o mejor, al docetismo (Gr.
dokeō, aparecer; Cristo sólo parecía ser humano). Obsérvese el énfasis de Juan en 1 Juan 1:1-4; 4:1-3 en la autenticidad
de la encarnación y en que negar la verdadera humanidad de Cristo es negar el evangelio.
46
Véase Macleod, Person of Christ, 185-186.
47
Juan 1:18 presenta una importante variante textual. En algunos manuscritos se lee monogenēs huios («el Hijo
unigénito») mientras que en otros se lee monogenēs theos («el Hijo unigénito, que es Dios»). La mayoría de los eruditos
coinciden en que esta última es la original porque (en parte) es la lectura más difícil (véase Köstenberger y Swain,
Father, Son, and Spirit, 78).
48
Ibid. Es necesario hacer un comentario sobre el significado de monogenēs. Históricamente, monogenēs se ha
traducido como «unigénito» (RV1960) y se ha utilizado para explicar la «generación eterna» del Hijo a partir del Padre.
En la actualidad, muchos dudan que monogenēs se refiera por sí mismo a la unicidad de origen (véase Carson, John,
111-139). El uso en el Nuevo Testamento sí demuestra una superposición semántica entre monogenēs, prōtotokos
(«primogénito»; cf. Col. 1:15; Sl. 89:27) y agapētos («amado»; cf. Mc. 1:11; 9:7; 12:6; Lc. 3:22; 9:35; 20:13). Sin
embargo, la etimología de monogenēs la relaciona con ginomai («llegar a ser»), no con gennaō («engendrar»). Por
tanto, lo mejor es entender monogenēs como «el único miembro de un parentesco o especie» (Carson, John, 128), y así,
cuando se aplica a Jesús, significa que es totalmente único, un «Hijo unigénito» (Köstenberger y Swain, Father, Son,
and Spirit, 76; cf. Macleod, Person of Christ, 72-73). Macleod saca las siguientes conclusiones: «En primer lugar, la
monogenēs no dice nada sobre los orígenes porque el Hijo no tiene origen. En segundo lugar, enfatiza la singularidad de
la filiación de Jesús. En tercer lugar, esta singularidad consiste en cuatro cosas: es objeto de un amor especial, es igual
188
Parte II Garantía bíblica para la Cristología actual
2. Juan 20:28
3. Romanos 9:5
…de quienes son los patriarcas, y de los cuales, según la carne, vino Cristo, el cual
es Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos. Amén.
al Padre, es semejante al Padre y es un Hijo eterno, no adoptado» (72-73). Y monogenēs tiene el mismo efecto cuando
se aplica al Hijo de Dios: está al lado del Padre como Dios mismo, sin igual y sin paralelo.
49
Véase Schreiner, New Testament Theology, 259; Carson, John, 657-659.
50
El texto puede resaltarse desde diversas perspectivas. Algunos editores del texto griego ponen un punto y coma o
un punto después de 5a, haciendo que la última parte del versículo sea una doxología dirigida a Dios Padre: «Dios, que
está por encima de todo, sea bendito por siempre. Amén». Sin embargo, la mayoría de los eruditos reconocen que esto
no es correcto. El orden de las palabras en griego se lee de forma mucho más natural como una descripción o doxología
al Mesías, Jesucristo. De hecho, los editores de los textos griegos más recientes del Nuevo Testamento (por ejemplo, la
28ª edición de Nestle-Aland y la 4ª edición de UBS) puntúan el texto para reflejar la doxología cristológica: «el Mesías,
189
La deidad de Cristo: Dios Hijo desde la eternidad
Testamento suele referirse a Dios Padre, Pablo aplica theos directamente a Cristo,
afirmando específicamente que es «sobre todo» y «bendito por siempre». Como
explica Harris, Pablo identifica a Cristo como theos porque «Cristo es un soberano
universal y objeto de adoración eterna».51
Estos dos textos fueron escritos por autores diferentes —Pablo y Pedro— pero
hacen una afirmación similar: Jesucristo es «nuestro Dios y Salvador» (tou theou
hēmōn kai sōtēros). Harris señala que, en el siglo I, la frase «Dios y Salvador» era una
expresión religiosa común utilizada por los judíos palestinos y por los de la diáspora
para referirse a Jehová, el único Dios verdadero.52 Además, el anártrico sōtēros debe
entenderse en conexión con tou theou para formar un solo título, "Dios y Salvador",
aplicado a una persona, Jesucristo.
5. Hebreos 1:8-9
En el contexto general de este texto (Heb. 1:4-14), el autor argumenta que Jesús es
más grande que los ángeles. En resumen, los ángeles fueron creados para servir a Dios
(v. 7); el Hijo es Dios (vv. 8-9); por tanto, como Hijo, Jesús es mayor que los ángeles
que le sirven. Para fundamentar su argumento, el autor cita el Salmo 45:6-7, que en su
contexto original celebra las bodas del rey davídico. Sin embargo, en Hebreos este
salmo funciona como una profecía tipológica que se cumple con Cristo. Como
verdadero rey davídico, Jesús cumple la promesa del pacto de ser un rey que gobierna
que es Dios sobre todo, bendito por siempre». Para un tratamiento exhaustivo de estas opciones, véase Harris, Jesus as
God, 143-172; cf. Schreiner, New Testament Theology, 335-337.
51
Harris, Jesus as God, 165.
52
Ibid, 178-182, 232-234. La frase «Dios y Salvador» era común en el mundo grecorromano, y se refería
regularmente a una deidad, pero obviamente con un significado diferente al del contexto bíblico. No hay razón para
pensar que Pablo se aparte de este uso estándar.
190
Parte II Garantía bíblica para la Cristología actual
para siempre.53 Además, este rey es el Hijo eterno que lleva el nombre de theos. Cristo
viene con una doble filiación: es el antitipo humano de David, y es Dios mismo.54
Dado que el título theos hace una afirmación tan fuerte de la deidad de Cristo, algunos
se han preguntado por qué no se utiliza más ampliamente en el Nuevo Testamento.
¿Por qué, por ejemplo, no encontramos afirmaciones como «Jesús es Dios» en todos
los escritos del Nuevo Testamento? Analizaremos tres puntos que además de darnos
una respuesta, nos llevarán al corazón de la cristología del Nuevo Testamento. En
primer lugar, el Nuevo Testamento utiliza theos en referencia a Jesús en todo el Nuevo
Testamento y en lugares específicos. Cuatro autores diferentes aplican el título a Jesús
(Juan, Pablo, Pedro y el autor de Hebreos), y lo hacen de forma coherente y
deliberada.55 Por ejemplo, como se ha señalado en el análisis de Juan 1:1-18 y 20:28,
theos forma una inclusio de todo el libro para enmarcar todo el Evangelio en términos
de la plena deidad de Cristo. Además, la aplicación del título no se limitaba a los
cristianos que vivían en una región geográfica. El testimonio apostólico de que Cristo
es theos aparece en cartas escritas en Asia Menor (Juan, Tito), Grecia (Romanos), y
posiblemente Judea (Hebreos) y Roma (2 Pedro); y estas cartas se dirigían a los
cristianos que vivían en Asia Menor (Juan, 2 Pedro), Roma (Romanos, Hebreos) y
Creta (Tito). Y la confesión de que Cristo es theos sale del entorno teológico de los
cristianos judíos (Juan, Hebreos, Pedro) y de los cristianos gentiles (Roma, Tito).
En segundo lugar, theos no se utiliza constantemente porque la identidad de Jesús
que enseña el Nuevo Testamento es la del Hijo de Dios en relación con su Padre y el
Espíritu, preservando así las relaciones trinitarias. El Dios de la Biblia es un Dios trino,
y el uso del título theos podría llevar a confusión. Normalmente, en el Nuevo
Testamento, theos se refiere a Dios Padre, y en las fórmulas trinitarias «Dios» siempre
hace referencia al Padre, nunca al Hijo o al Espíritu (e.g., 2 Cor. 13:14). El Nuevo
Testamento distingue al Padre, al Hijo y al Espíritu, al tiempo que afirma la plena
igualdad de cada una de las personas divinas. Por eso, en los saludos de muchas cartas
del Nuevo Testamento, se distingue «Dios» de «Jesús el Señor». Como resultado de
esta distinción, theos se convierte prácticamente en un nombre propio de Dios Padre.
Por lo tanto, si theos se utilizara en referencia al Hijo como su nombre propio también,
surgiría una ambigüedad lingüística. Por ejemplo, ¿cómo se podría entender 2
Corintios 5:19 si dijera: «Dios estaba con Dios, reconciliando el mundo consigo
mismo»? Para preservar las distinciones personales dentro de Dios, theos hace
referencia predominantemente al Padre y no al Hijo. En ninguna parte es más evidente
esta distinción que cuando el Padre es llamado «el Dios de nuestro Señor Jesucristo»
(Ef. 1:17), o «su Dios y Padre» (Ap. 1:6), y cuando Jesús habla de «mi Dios». El
53
Para un tratamiento completo de las difíciles cuestiones relacionadas con la conciliación del contexto
veterotestamentario del Salmo 45 y su uso en Hebreos, véase Harris, Jesus as God, 205-227; William L. Lane, Hebrews
1-8, WBC (Dallas: Word, 1991), 29-33.
54
Véase Harris, Jesus as God, 205–227.
55
Según la datación de los libros del Nuevo Testamento, el uso de theos para Cristo comienza inmediatamente
después de su resurrección en el año 30 d.C. (Jn. 20:28), continúa durante los años 50 (Rom. 9:5) y 60 (Tit. 2:13; Heb.
1:8; 2 Pe. 1:1) y hasta los 90 (Jn. 1:1, 18).
191
La deidad de Cristo: Dios Hijo desde la eternidad
Nuevo Testamento, pues, es muy cuidadoso en la forma de aplicar theos a Jesús para
destacar las relaciones trinitarias.
En tercer lugar, además de preservar las relaciones trinitarias, el Nuevo Testamento
también quiere preservar el hecho de que Jesús es el Hijo de Dios encarnado. Si
«Dios» se hubiera convertido en un nombre personal de Cristo, intercambiable con
«Jesús», no es difícil imaginar que la humanidad de Cristo podría haber quedado
disminuida. Pero, en cambio, el Nuevo Testamento presenta theos como el nombre
propio de Dios Padre, de modo que su uso como título divino para Jesús da un claro
testimonio de la plenitud de su deidad sin ensombrecer su plena humanidad.
El Nuevo Testamento, entonces, enseña cuidadosamente que Jesús no es Dios en el
sentido de ser la misma persona que el Padre (o el Espíritu), pero es Dios en cuanto
que comparte la misma naturaleza divina.
Jesús no sólo es Dios en la revelación, quien revela a Dios (un título oficial) —es
Dios en esencia. No sólo los hechos y las palabras de Jesús son los hechos y las
palabras de Dios —la naturaleza de Jesús es la naturaleza de Dios. Por naturaleza,
así como por acto, Jesús es Dios. Otros títulos de Jesús en el Nuevo Testamento,
como «Hijo de Dios», «Señor» o «Alfa y Omega», implican la divinidad de Jesús,
pero el título Dios afirma explícitamente su deidad.56
Pero Harris también señala con acierto que debemos ser cuidadosos al concluir que
«Jesús es Dios». Las afirmaciones más comparables en el Nuevo Testamento son «el
Verbo era Dios» (Jn. 1:1) y «el Hijo unigénito, que es Dios» (Jn. 1:18). La proposición
teológica «Jesús es Dios» es una inferencia necesaria y verdadera a partir de la
56
Harris, Three Crucial Questions, 101.
192
Parte II Garantía bíblica para la Cristología actual
evidencia del Nuevo Testamento. Pero si hacemos esta inferencia y afirmamos esta
proposición sin matizarla, corremos el riesgo de no decir toda la verdad sobre Jesús:
ahora es el Hijo encarnado. Y en su permanente existencia encarnada, Dios Hijo
conserva tanto su deidad como su humanidad. Jesús no es ni sólo Dios ni sólo humano.
Para conservar las relaciones trinitarias y la realidad de la encarnación, es mejor decir
que Jesús es Dios Hijo encarnado. Nos dirigiremos ahora al tema de la humanidad
plena y completa de Jesús.
193
Parte II Garantía bíblica para la Cristología actual
CAPÍTULO 6
En el capítulo anterior vimos que la Escritura establece la plena deidad de Cristo como
parte indispensable de su identidad. En este capítulo, veremos que las Escrituras
insisten en que la plena humanidad de Cristo es igualmente fundamental para que
sepamos quién es. Aunque la mayoría de la gente hoy en día niega o disminuye más
rápidamente la divinidad de Jesús y acepta su humanidad, no siempre ha sido así. De
hecho, la Iglesia primitiva luchó primero contra las herejías que rechazaban la
humanidad real y completa de Cristo.1 Además, aunque aceptar a Cristo como hombre
resulta más fácil para una cultura que se burla y sospecha en gran medida de lo
sobrenatural, esto no implica que la naturaleza de la humanidad de Jesús se acepte o se
entienda en los propios términos de la Biblia.
Así que, una vez más, tenemos que ver cómo la historia autoritativa de las
Escrituras presenta a Dios Hijo encarnado. Dios creó al hombre a su imagen y
semejanza para extender su dominio y gloria sobre toda la creación. Sin embargo, el
primer hombre y representante de Dios se rebeló contra el Creador y Señor del pacto y
llevó a toda la humanidad y al resto de la creación a la ruina bajo la maldición divina.
A pesar de ello, Dios siguió comprometido con su plan original y prometió revertir los
efectos del pecado y la muerte, redimir a una nueva humanidad y restaurar toda la
creación. A medida que el plan divino se desarrollaba a través de los pactos bíblicos,
cada mediador del pacto entraba en el escenario de la historia redentora con la
esperanza de dar a luz al verdadero rey-imagen-hijo prometido que restauraría el
gobierno de Dios sobre la creación a través de una humanidad justa. Pero cada
mediador fracasó como socio del pacto con Dios y como representante de la
humanidad.
Para cuando Jesús entra en escena, la identificación de la promesa de Dios se ha
vuelto más específica, incluso cuando la anticipación de su aparición se ha vuelto más
urgente. A medida que Dios se revelaba progresivamente a través de sus pactos con
Adán, Noé, Abraham, Israel y luego David, quedó claro que Dios mismo tendría que
1
Véase la Parte III para una discusión completa del docetismo y los problemas asociados con su posición de que el
Hijo divino sólo apareció para asumir la humanidad.
195
La humanidad de Cristo: Dios Hijo encarnado
Las Escrituras nos presentan la encarnación real del Hijo eterno que ahora tiene una
naturaleza humana plena y completa. El Nuevo Testamento afirma constantemente esta
verdad y no deja la humanidad de Cristo como una cuestión implícita. Los Evangelios
sientan las bases de la encarnación: «el Verbo se encarnó» (Jn. 1:14). Juan incluso
atribuye el espíritu del anticristo a cualquiera que no confiese que Jesús ha venido «en
carne» (1 Jn. 4:2).3 Pablo enseña que Jesús realizó su obra reconciliadora «en su
cuerpo» (Col. 1:22; cf. Ef. 2:14, «en su carne»), y que al enviar a su Hijo «en
semejanza de carne de pecado», Dios «condenó el pecado en la carne» (Rom. 8:3).
Pedro habla de que Cristo murió por nosotros «en la carne» (1 Pe. 3:18; cf. 4:1). Y
según Hebreos, Cristo fue «hecho inferior a los ángeles» y compartió nuestra
humanidad para llevar «muchos hijos a la gloria» (Heb. 2:9-10). Todo el peso del
Nuevo Testamento, entonces, da testimonio de la genuina humanidad de Jesús.
Además, el Nuevo Testamento nos dice mucho sobre la plenitud de la humanidad
de Jesús. Con tantos datos bíblicos que considerar, será útil examinar la naturaleza
2
Esta sección está en deuda con el trabajo de David Wells y Herman Bavinck (véase David F. Wells, The Person
of Christ: A Biblical and Historical Analysis of the Incarnation [Wheaton, IL: Crossway, 1984], 41-65; Herman
Bavinck, Sin and Salvation in Christ, vol. 3 de Reformed Dogmatics, ed. John Bolt, trad. John Vriend [Grand Rapids,
MI: Baker, 2006], 295-298).
3
En 1ª Juan 4:2 se utiliza el participio perfecto, elēluthota, que supone que la encarnación de Cristo es ahora
permanente.
196
Parte II Garantía bíblica para la Cristología actual
humana de Cristo según su vida exterior (física, funcional) y su vida interior (mental,
emocional, espiritual).4
La vida exterior de Jesús demuestra que tenía un cuerpo que crecía y se
desarrollaba como todos los demás seres humanos. Por ejemplo, Jesús habló de su
cuerpo, cabeza, manos, pies, sangre y huesos, tanto antes como después de su
resurrección (véase Mt. 26:12, 26-28; Mc. 14:8, 24; Lc. 7:44-46; 22:20; 24:39; Jn.
6:53-56; cf. Jn. 19:34, 37). Jesús nació como todos los bebés humanos, aunque su
concepción fue única (Lc. 2:7); creció desde la infancia hasta la edad adulta, tanto
física como mentalmente (Lc. 2:40); y sufrió en su cuerpo y murió (Mt. 27:32-61; Mc.
15:21-47; Lc. 23:26-56; Jn. 19:28-42). Los llamados evangelios apócrifos ofrecen
detalles fantasiosos para rellenar las «lagunas» de la infancia de Jesús. Sin embargo,
estos escritos son posteriores a la época del Nuevo Testamento y van mucho más allá
de la narración neotestamentaria. Aunque tenemos pocos datos sobre la infancia de
Jesús, lo que los autores del Nuevo Testamento nos dicen presenta a Jesús pasando por
las etapas comunes del desarrollo humano. Nació como un bebé (Lc. 2:16), creció en la
infancia (Mt. 2:11, 14, 16, 19-23; Lc. 2:39), entró en la adolescencia (Lc. 2:42-43) y
luego se convirtió en un adulto de unos treinta años (Lc. 3:23). Philip Eveson observa
cómo los Evangelios consideran que el desarrollo humano de Jesús es similar al de su
primo, Juan:
Así como Juan el Bautista «crecía y se fortalecía en espíritu» (Lc. 1:80), el niño
Jesús «crecía y se fortalecía, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios era sobre
él» (Lc. 2:40). Después, al pasar de niño a hombre, "crecía en sabiduría, en estatura
y en gracia ante Dios y los hombres" (Lucas 2:52).
No sólo eso, sino que la presentación de Lucas recuerda mucho a las descripciones
del crecimiento de figuras del Antiguo Testamento como Isaac e Ismael (Gn. 21:8,
20), Sansón (Jue. 13:24) y, en particular, Samuel, que también creció «en sabiduría
y en estatura, y en gracia ante Dios y los hombres» (1 Sam. 2:26).5
4
Aunque los eruditos no se ponen de acuerdo al respecto, esta discusión asume que la naturaleza humana consiste
en una dualidad cuerpo-alma, o lo que Anthony Hoekema llama una unidad psicosomática. Para una defensa de este
punto de vista, véase John Cooper, Antropología Escatológica: el debate dualismo-monismo (Salem, OR: Publicaciones
Kerigma, 2021); Anthony A. Hoekema, Created in God's Image (Grand Rapids, MI: Eerdmans; Exeter: Paternoster,
1986); William Hasker, The Emergent Self (Ithaca, NY: Cornell University Press, 1999).
5
Philip H. Eveson, «The Inner or Psychological Life of Christ», en The Forgotten Christ: Exploring the Majesty
and Mystery of God Incarnate, ed. Stephen Clark (Nottingham: Apollos, 2007), 66-67.
6
Traducción del autor.
7
Wells, Person of Christ, 58, sostiene que «nacido de mujer» es un término idiomático para lo que fue plenamente
humano (cf. Job 14:1, 2; 15:14, 15; 25:4, 5; Mt. 11:11). Se debate si esta afirmación implica que Pablo tiene
conocimiento de la concepción virginal, pero es posible (véase J. Gresham Machen, The Virgin Birth of Christ [Grand
Rapids, MI: Baker, 1930], 259-265). La humanidad de Jesús, entonces, tendría una anatomía, fisiología, bioquímica y
código genético similares a los nuestros. El medio por el que esto tuvo lugar fue la concepción virginal que dio como
resultado que el Hijo fuera particularizado como hombre, y, a través de la contribución genética de María, que dio a
Jesús una historia genética específica, aunque parte de ese genotipo fue proporcionado milagrosamente por la agencia
del Espíritu.
197
La humanidad de Cristo: Dios Hijo encarnado
8
Traducción del autor.
9
Wells, Person of Christ, 58.
10
Oscar Cullmann, The Christology of the New Testament, traducido por Shirley C. Guthrie y Charles A. M. Hall
(Filadelfia: Westminster, 1963), 97.
11
Sobre la vida emocional de Cristo, véase B. B. Warfield, «The Emotional Life of Our Lord», en The Person and
Work of Christ, ed.: Samuel G. Craig. (Filadelfia: P&R, 1980), 93-145; véase también la útil discusión en Donald
Macleod, The Person of Christ (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 1998), 170-178.
198
Parte II Garantía bíblica para la Cristología actual
Jesús pudo tener estas experiencias humanas porque su naturaleza humana incluía
un alma (véanse Mt. 27:50; Lc. 23:46; Jn. 12:27; 13:21) y una psicología, que incluía
una mente y una voluntad.12 Por ejemplo, el Nuevo Testamento nos dice que a medida
que Jesús crecía hasta convertirse en adulto, aprendió a pensar mejor que cuando era
niño: «crecía en sabiduría y en estatura» (Lc. 2:52). Los Evangelios presentan a Jesús
con un conocimiento extraordinario. La gente se asombra de su entendimiento, incluso
a los doce años (Lc. 2:47). Sin conocerla ni oír hablar de ella, Jesús sabía que la
samaritana había tenido cinco maridos (Jn. 4:18). Y antes de llegar a Betania y a la
tumba de Lázaro, Jesús sabía que Lázaro había muerto (Jn. 11:14).13 Pero Jesús
también admitió que no sabía cuándo volvería porque el momento sólo lo conocía el
Padre. Para comprender que el aumento de su sabiduría y conocimiento humanos no
contradice el hecho del conocimiento sobrenatural para presentar a Jesús con una
mente humana, «debemos distinguir entre el conocimiento sobrenatural y el
conocimiento infinito».14 En el Antiguo Testamento, los profetas en ocasiones tenían
conocimiento sobrenatural (e.g., 2 Re. 6:12). Sin embargo, estos hombres no eran
omniscientes, sino que recibían revelación divina por la acción del Espíritu. Del mismo
modo, el extraordinario conocimiento de Cristo se considera a sí mismo como una
revelación de su Padre a través del Espíritu.
De hecho, Jesús mismo dice que «el Hijo no puede hacer nada por sí mismo, sino
sólo lo que ve hacer al Padre» (Jn. 5:19); «Yo no puedo hacer nada por mí mismo.
Según oigo, juzgo, y mi juicio es justo, porque no busco mi propia voluntad, sino la del
que me ha enviado» (5:30); «Mi enseñanza no es mía, sino del que me ha enviado»
(7:16); «Porque no he hablado por mi cuenta, sino que el Padre que me ha enviado me
ha dado él mismo un mandamiento: qué decir y qué hablar… Lo que digo, pues, lo
digo como el Padre me lo ha dicho» (12:49, 50).15 Jesús indica aquí que su enseñanza y
su propia comprensión de la misma no provienen de la naturaleza divina que comparte
con el Padre, sino del Padre a la mente humana de Jesús y a su capacidad de conocer,
aprender y comprender. Esto no significa que, como Dios Hijo, Jesús no fuera
omnisciente.16 Reconciliaremos el conocimiento divino y humano de Jesús en la Parte
IV. Aquí simplemente necesitamos reconocer que Dios el Hijo encarnado vivió (y aún
vive) una vida totalmente humana, y que en obediencia a su Padre y para nuestra
salvación, Jesús eligió vivir dentro de las limitaciones de su humanidad a menos que su
12
Para una útil discusión de la vida psicológica de nuestro Señor, véase Eveson, «Inner or Psychological Life of
Christ», 48-92. Esta discusión asume que los términos bíblicos de alma, espíritu y corazón son intercambiables, que
estos términos se refieren a la parte inmaterial de nuestro ser, y que la naturaleza humana consiste en una capacidad
distinta de pensamiento (mente) y volición (voluntad). En la teología histórica y contemporánea, la cuestión de la
voluntad se ha debatido en términos de la «doctrina de las dos voluntades» del diotelismo y la «doctrina de la voluntad
única» del monotelismo. Para tratar este debate y la importancia de la voluntad humana de Jesús para la cristología,
véanse las partes III y IV.
13
Otros ejemplos del conocimiento sobrenatural de Jesús incluyen conocer el carácter de Natanael antes de
conocerlo (Jn. 1:47); saber que hay una moneda suficiente para pagar el impuesto del templo dentro de la boca del pez
(Mt. 17:27); y saber que hay un banco de peces junto a la barca de sus discípulos cuando no habían pescado nada (Jn.
21:5-6).
14
Macleod, Person of Christ, 166.
15
Véase D. A. Carson, The Gospel according to John, PNTC (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1991), 246-259;
Andreas J. Köstenberger y Scott R. Swain, Father, Son, and Spirit: The Trinity and John's Gospel, NSBT 24 (Downers
Grove, IL: InterVarsity Press, 2008), 111-133.
16
Para un análisis de la deidad de Cristo en general y del atributo divino de la omnisciencia en particular, véase el
capítulo 5 y la parte IV.
199
La humanidad de Cristo: Dios Hijo encarnado
Por lo tanto, [Jesús] no usaría sus poderes para convertir las piedras en pan para sí
mismo: eso habría sido viciar su identificación con los seres humanos y, por lo
tanto, abandonar su misión, ya que los seres humanos no tienen acceso instantáneo a
tales soluciones. Su misión le prohibía arrogarse las prerrogativas que por derecho le
correspondían. Pero si esa misión le exigía multiplicar los panes en favor de los
cinco mil, así lo haría. Incluso su conocimiento era confesamente limitado (Mt.
24:36).18
17
En la Parte IV, este punto se desarrollará en términos de las relaciones trinitarias y la misión de Cristo como
último Adán. En los estudios teológicos, los eruditos siguen debatiendo si la dependencia del Hijo con respecto al Padre
tiene una duración limitada (es decir, el estado de humillación) o si es el resultado de una taxis (ordenación) eterna o de
las relaciones entre las personas divinas. Para un ejemplo de un argumento a favor de la dependencia limitada, véase
Millard J. Erickson, Who's Tampering with the Trinity? An Assessment of the Subordination Debate (Grand Rapids, MI:
Kregel, 2009); para un ejemplo de un argumento a favor de la dependencia relacional eterna, véase Robert Letham, The
Holy Trinity: In Scripture, History, Theology, and Worship (Phillipsburg, NJ: P&R, 2004); Kyle Claunch, «God Is the
Head of Christ: Does 1 Corinthians 11:3 Ground Gender Complementarity in the Immanent Trinity?», en One God in
Three Persons: Unity of Essence, Distinction of Persons, Implications for Life, ed. Bruce A. Ware y John Starke
(Wheaton, IL: Crossway, 2015), 65-93. La discusión en la Parte IV desarrollará más este debate. Aquí es suficiente
decir que según el axioma de que las relaciones económicas entre las personas divinas reflejan relaciones inmanentes
previas, la dependencia eterna-relacional del Hijo tiene el mejor sentido bíblico-teológico (véase mi «Irenic and
Unpersuasive: A Review of Millard Erickson, Who's Tampering with the Trinity?», Journal of Biblical Manhood and
Womanhood 15:2 [2010]: 37-47). En cuanto al conocimiento humano de Jesús, J. I. Packer explica: «Su conocimiento,
como el resto de su actividad, estaba limitado por la voluntad de su Padre. Y, por tanto, la razón por la que ignoraba
(por ejemplo) la fecha de su regreso no era que hubiera renunciado al poder de conocer todas las cosas en la
Encarnación, sino que el Padre no había querido que tuviera ese conocimiento particular mientras estaba en la tierra,
antes de su pasión. La limitación del conocimiento de Jesús ha de explicarse, no en términos del modo de la
Encarnación, sino con referencia a la voluntad del Padre para el Hijo mientras estaba en la tierra» (J. I. Packer, Knowing
God, 20th Anniversary ed. [Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 1993], 62).
18
D. A. Carson, The Farewell Discourse and Final Prayer of Jesus: An Exposition of John 14-17 (Grand Rapids,
MI: Baker, 1980), 36.
19
Macleod, Person of Christ, 164.
20
Ibid., 167.
21
Bavinck, Sin and Salvation in Christ, 258. Para un análisis más detallado de las complejidades implicadas en la
capacidad de conocimiento y la función de Dios Hijo encarnado, véase la Parte IV.
200
Parte II Garantía bíblica para la Cristología actual
el testimonio constante de la Iglesia es que Cristo tiene dos voluntades: una voluntad
divina según su naturaleza divina y una voluntad humana según su naturaleza
humana.22 Negar que Cristo tiene una voluntad humana distinta y la capacidad de
elegir como hombre según ella, pone en peligro la plena humanidad de Cristo. De
hecho, toda la historia de las Escrituras requiere un Hijo obediente que obedece
activamente como hombre, y como tal, una cristología bíblica requiere que el Hijo
quiera como Dios y también quiera como hombre.23 Michael Horton explica, «Jesús no
es simplemente el Hijo de Dios en cuanto a su divinidad, sino que es el verdadero y fiel
Hijo de Adán que siempre obedece la voluntad de su Padre en el poder del Espíritu
Santo. Esta vida humana meritoria vivida en plena dependencia del Espíritu
(recapitulación) no es extrínseca, sino intrínseca a la redención; no es simplemente un
prerrequisito necesario de una ofrenda sacrificial, sino parte de esa ofrenda».24
La prueba de Jesús en el huerto de Getsemaní une su vida exterior e interior para
ilustrar su plena humanidad como Dios Hijo encarnado. Jesús ha llegado al borde de
la cruz, donde cargará con los pecados del mundo y sufrirá la crucifixión y la muerte
bajo la ira de Dios. Ha llegado al punto más bajo de su kenōsis en su identificación con
la humanidad y la obediencia al Padre. Aquí ora: «Padre mío, si es posible, pase de mí
esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú» (Mt. 26:39; véase Mc. 14:36; Lc.
22:42). Pero esta distinción entre la voluntad de Jesús y la voluntad del Padre no es un
asunto privado. Jesús ya dijo a sus discípulos: «He bajado del cielo, no para hacer mi
voluntad, sino la del que me ha enviado» (Jn. 6:38). Al asumir nuestra humanidad, el
Hijo puede ahora tomar decisiones humanas de acuerdo con los deseos, anhelos,
aspiraciones y aversiones humanas. Macleod señala:
Tal lenguaje presupone no sólo una distinción metafísica entre la voluntad de Jesús
y la del Padre, sino también la posibilidad lógica de que las preferencias naturales de
Jesús (basadas en el interés personal) no siempre coincidan con los deseos del Padre.
De hecho, es este hecho el que crea toda la posibilidad de kenōsis o despojamiento
de sí mismo. El Siervo no consulta sus propios intereses, sino los de los demás (Flp.
2:4). Esto alcanza su clímax en Getsemaní, donde el dilema se vuelve casi
insoportablemente agudo.25
22
El monotelismo (una sola voluntad situada en la persona de Cristo) fue rechazado por la Iglesia primitiva en el
Tercer Concilio de Constantinopla (el Sexto Concilio Ecuménico, en 681) a favor del diotelismo (dos voluntades, una
situada en cada una de las naturalezas de Cristo, por lo que Cristo tenía una voluntad divina y otra humana). Para una
mayor discusión del debate sobre la(s) voluntad(s) de Cristo, véanse las partes III y IV; véase también Thomas A.
Watts, «Two Wills in Christ? Contemporary Objections Considered in the Light of a Critical Examination of Maximus
the Confessor’s Disputation with Pyrrhus», WTJ 71 (2009): 455-487.
23
Sobre este punto, véase Michael S. Horton, Lord and Servant: A Covenant Christology (Louisville: Westminster
John Knox, 2005), 159-177.
24
Ibid., 172.
25
Macleod, Person of Christ, 179.
201
La humanidad de Cristo: Dios Hijo encarnado
26
Véase ibid., 173; cf. Warfield, Person and Work of Christ, 129–137.
27
Macleod, Person of Christ, 173.
28
Sobre este punto, véase Watts, «Two Wills in Christ?», 455-487.
202
Parte II Garantía bíblica para la Cristología actual
29
Véase la obra clásica de Anselmo, Why God Became Man, en Brian Davies y Gillian R. Evans, eds., Anselm of
Canterbury: The Major Works (Oxford: Oxford University Press, 2008).
30
Para un artículo útil sobre este punto, véase A. B. Caneday, «The Eschatological World Already Subjected to the
Son: The Oikoumenē of Hebrews 1.6 and the Son's Enthronement», en A Cloud of Witnesses: The Theology of Hebrews
in Its Ancient Contexts, ed. Richard Bauckham et al. (Edimburgo: T&T Clark, 2008), 28-39.
203
La humanidad de Cristo: Dios Hijo encarnado
5 Porque no sujetó a los ángeles el mundo venidero, acerca del cual estamos
hablando; 6 pero alguien testificó en cierto lugar, diciendo:
¿Qué es el hombre, para que te acuerdes de él,
O el hijo del hombre, para que le visites?
7 Le hiciste un poco menor que los ángeles,
Le coronaste de gloria y de honra,
Y le pusiste sobre las obras de tus manos;
8 Todo lo sujetaste bajo sus pies.
Porque en cuanto le sujetó todas las cosas, nada dejó que no sea sujeto a él; pero
todavía no vemos que todas las cosas le sean sujetas. 9 Pero vemos a aquel que fue
hecho un poco menor que los ángeles, a Jesús, coronado de gloria y de honra, a
causa del padecimiento de la muerte, para que por la gracia de Dios gustase la
muerte por todos.
10 Porque convenía a aquel por cuya causa son todas las cosas, y por quien todas las
cosas subsisten, que habiendo de llevar muchos hijos a la gloria, perfeccionase por
aflicciones al autor de la salvación de ellos. 11 Porque el que santifica y los que son
santificados, de uno son todos; por lo cual no se avergüenza de llamarlos
hermanos, 12 diciendo:
Anunciaré a mis hermanos tu nombre,
En medio de la congregación te alabaré.
13 Y otra vez:
Yo confiaré en él.
Y de nuevo:
He aquí, yo y los hijos que Dios me dio.
14 Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó
de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la
muerte, esto es, al diablo, 15 y librar a todos los que por el temor de la muerte
estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre. 16 Porque ciertamente no
socorrió a los ángeles, sino que socorrió a la descendencia de Abraham. 17 Por lo
cual debía ser en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser misericordioso y
fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del
pueblo. 18 Pues en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para
socorrer a los que son tentados.
En primer lugar, el Hijo se hizo hombre para cumplir la intención original de Dios
para la humanidad (véase Heb. 2:5-9). El autor demuestra este punto apelando al
Salmo 8. En su contexto del Antiguo Testamento, el Salmo 8 celebra tanto la
majestuosidad de Dios como creador, como la posición exaltada que los humanos
tienen en la creación. El salmo nos lleva al diseño original de la creación de Dios y a
recordar que nos creó a su imagen y nos otorgó gloria y honor al darnos el derecho de
ejercer el dominio sobre el mundo como sus representantes (Gn. 1-2).31 Al pasar de la
cita del Salmo 8:4-6 a Jesús, el autor de Hebreos argumenta que la representación
propia de la humanidad se restaura en el Hijo que se encarnó: «Al someterlo todo a él,
31
Aquí es apropiado hablar en plural porque anthrōpos («hombre») en Hebreos 2:6 es un sustantivo colectivo que
se refiere a toda la humanidad: «¿Qué es el hombre, para que te acuerdes de él, o el hijo del hombre, para que tengas de
él memoria?». Algunos interpretan «hijo del hombre» como una referencia directa a Cristo, pero dado su contexto en el
Antiguo Testamento y el paralelismo de los sinónimos, «hijo del hombre» se interpreta mejor como una referencia a
Adán y a la raza humana. Sin embargo, en la línea argumental de la Escritura, la trayectoria tipológica que comienza
con el primer Adán termina en Cristo, que cumple el papel de la humanidad como último Adán (véase Peter T. O'Brien,
The Letter to the Hebrews, PNTC [Grand Rapids, MI: Eerdmans, 2010], 95-96).
204
Parte II Garantía bíblica para la Cristología actual
no dejó nada fuera de su control» (Heb. 2:8b). Sin embargo, esta restauración de la
humanidad a la gloria y el honor de dominar la tierra bajo Dios no ha llegado en su
plenitud: «Al presente, todavía no vemos todo sometido a él» (v. 8b). Cuando miramos
el mundo, sabemos que el diseño original de Dios para la raza humana se ha frustrado;
no gobernamos como Dios quería que lo hiciéramos.
Pero así como el uso del Salmo 8 aquí en Hebreos nos lleva a mirar hacia atrás, a la
intención original para la humanidad que fue corrompida por el pecado, el mismo
salmo también nos anima a mirar hacia adelante, a la finalización del plan de Dios y su
entronización de una humanidad justa sobre la tierra. Dada su posición en el Antiguo
Testamento, especialmente a la luz de la promesa del protevangelium de Dios (Gn.
3:15) y el desarrollo de sus promesas a través de los pactos bíblicos, el Salmo 8 habla
proféticamente. David espera un día en el que Dios restaurará a los seres humanos a su
propósito original para nosotros, una restauración que tendrá lugar a través de otro
hombre, uno que viene de la raza humana para actuar en nuestro nombre y revertir la
maldición del primer Adán. En lugar del fracaso y la corrupción por la desobediencia,
este último Adán traerá la victoria y la justicia por la obediencia a Dios.
Así es precisamente como Hebreos 2:9 aplica el Salmo 8 a Cristo: «Pero vemos a
aquel que fue hecho un poco menor que los ángeles, a Jesús, coronado de gloria y de
honra, a causa del padecimiento de la muerte, para que por la gracia de Dios gustase la
muerte por todos». Jesús se presenta como el antitípo de Adán. Es el ser humano
representativo cuya obediente humillación en su encarnación y muerte mereció su
exaltación, la cual compartirá con su pueblo. Como concluye Thomas Schreiner, «en
ese sentido, [Jesús] es el verdadero ser humano, el único que ha vivido genuinamente
el tipo de vida que los humanos debían vivir bajo el gobierno de Dios».32 El gobierno
prometido a la humanidad ha sido asumido por Jesucristo hombre. Este hombre está
restaurando a un pueblo para que lleve la imagen de Dios en la verdad, haciéndolo
verdaderamente humano de nuevo.
En segundo lugar, el Hijo se hizo hombre para llevar a muchos hijos a la gloria
(véase Heb. 2:10-13). En el contexto de Hebreos 2, la palabra «gloria» no se refiere al
cielo, sino que es un término del Salmo 8 que se refiere a la intención de Dios de
devolvernos a lo que fuimos creados originalmente. La imagen identifica a Jesús con
Jehová, que sacó a Israel de Egipto en el primer éxodo para convertirlo en un pueblo
de su posesión y para sus propósitos. Ahora, Jesús ha llevado a cabo el nuevo éxodo
mediante su muerte y resurrección. Como «fundador [archēgon] de su salvación»
(Heb. 2:10) —palabra que transmite la idea de «pionero» (líder/precursor y
fundador/victor)— Jesús está ahora conduciendo a un pueblo fuera de la esclavitud del
pecado y la muerte (vv. 14-15), hacia la vida bajo el pacto y el reino bajo el gobierno
de Dios que ha planeado desde el principio.33 Jesús es el primer hombre de la nueva
creación. Es el pionero y el que ha ganado la victoria para la nueva humanidad,
abriendo un nuevo camino mediante su obra redentora.
Este nuevo éxodo y la gloria de una nueva humanidad dependen, pues, del
sufrimiento del Hijo, que requiere su encarnación. Para llevar a muchos hijos a la
gloria, «convenía que [Dios]... perfeccionara al fundador de su salvación mediante el
sufrimiento» (Heb. 2:10). Como observa acertadamente Peter O'Brien, la idea de que el
32
Thomas R. Schreiner, New Testament Theology: Magnifying God in Christ (Grand Rapids, MI: Baker Academic,
2008), 382.
33
O’Brien, Hebrews, 103–108.
205
La humanidad de Cristo: Dios Hijo encarnado
sufrimiento del Hijo «era conveniente» se corresponde con el hecho de que, para
ayudar a la descendencia de Abraham, el Hijo «tenía que ser» hecho como ellos «en
todo» (v. 17).34 A menos que el Hijo tomara sobre sí nuestra humanidad y sufriera por
nosotros, no habría sufrimiento para ayudar a la humanidad, ni cumplimiento de las
promesas de Dios para la humanidad, ni retorno a la gloria prevista para la humanidad.
El sufrimiento y la muerte de Jesús, por tanto, no fue un final fallido de la encarnación,
sino el propósito preciso de esta, todo lo cual cumple el plan del Creador y Señor del
pacto de perfeccionar una nueva humanidad para gobernar su buena creación.
Además, el propio Jesús fue «perfeccionado mediante el sufrimiento», o más
específicamente, «mediante los sufrimientos» (dia pathēmatōn; Heb. 2:10). El
significado preciso de «perfección» (teleiōsai) en Hebreos sigue siendo objeto de
mucho debate.35 Sin embargo, en el presente contexto, lo mejor es entender la
perfección vocacionalmente. Como sostiene O'Brien, «el perfeccionamiento de Cristo
es un proceso vocacional por el que se le hace completo o totalmente equipado para su
oficio».36 Además, «a través de los sufrimientos» no es sinónimo de «el sufrimiento de
la muerte» (v. 9), sino que «describe los sufrimientos a través de los que Cristo tuvo
que pasar».37 Y esto implica toda la experiencia de sufrimiento asociada a la muerte de
Cristo y que la conduce a ella.38 En otras palabras, para que Cristo realizara su obra y
cumpliera su misión redentora por nosotros, tuvo que hacerse uno con nosotros, y toda
su experiencia encarnada le capacitó para ser nuestro «sumo sacerdote misericordioso
y fiel» (v. 17).
Por último, su encarnación y sufrimiento fueron necesarios para «llevar a muchos
hijos a la gloria» (Heb. 2:10). La acción de Dios de perfeccionar al Hijo mediante la
encarnación y su sufrimiento sirve como base para que forme una comunidad de hijos
e hijas que comienzan a ser restaurados al propósito mismo de su creación. Tanto el
Hijo como santificador como los hijos santificados tienen un mismo origen (ex henos
pantes, v. 11). Y «por eso no se avergüenza de llamarlos hermanos» (v. 11b). En otras
palabras, por medio de la encarnación el Hijo vino a compartir el origen y el
sufrimiento de nuestra naturaleza humana. Y este sufrimiento y encarnación fueron la
única manera de llevar a una humanidad arruinada a la gloria de una nueva humanidad.
Como explica F. F. Bruce, «puesto que aquellos que son santificados para Dios por su
muerte son hijos e hijas de Dios, el Hijo de Dios no se avergüenza de reconocerlos
como sus hermanos, no sólo como aquellos cuya naturaleza tomó sobre sí, sino como
aquellos cuyas pruebas soportó, por cuyos pecados hizo expiación, para que pudieran
seguirle a la gloria por el camino de la salvación que Él mismo cortó».39
En tercer lugar, el Hijo se hizo hombre para destruir el poder de la muerte y del
diablo (véase Heb. 2:14-16). El autor de Hebreos relaciona directamente la
encarnación con la destrucción de todo lo que frena a la nueva humanidad de su gloria
divinamente planeada y prometida: «Así pues, puesto que los hijos participan de la
carne y de la sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la
34
Véase ibíd., 102-103.
35
Para las diversas opciones, véase ibíd., 107-108. Para una discusión detallada de la «perfección» en Hebreos,
véase David G. Peterson, Hebrews and Perfection: An Examination of the Concept of Perfection in the "Epistle to the
Hebrews", Society for New Testament Studies, vol. 47 (Cambridge: Cambridge University Press, 1982).
36
O’Brien, Hebrews, 107.
37
Ibid.
38
Véase ibíd.; cf. Peterson, Hebrews and Perfection, 69.
39
F. F. Bruce, The Epistle to the Hebrews: The English Text with Introduction, Exposition, and Notes, NICNT (Grand
Rapids, MI: Eerdmans, 1964), 45.
206
Parte II Garantía bíblica para la Cristología actual
muerte al que tiene el poder de la muerte, es decir, al diablo, y liberar a todos los que,
por miedo a la muerte, estaban sometidos a una esclavitud de por vida» (vv. 14-15). En
resumen, la destrucción de nuestro amo-esclavo y nuestra liberación de la jaula del
miedo requiere que, como nosotros, el Hijo venga a «participar en carne y hueso».
Según las Escrituras, la muerte no es normal en la creación original de Dios, sino que
es el resultado del pecado (Gn. 2:17). La muerte es el castigo de Dios por nuestra
desobediencia (cf. Rom. 6:23). Para juzgar a sus representantes rebeldes, Dios entregó
a la humanidad al poder de Satanás (cf. 2 Cor. 4:4; Ef. 2:1-3; Col. 1:13). Creados para
gobernar la creación de Dios como portadores de su imagen, ahora nos acobardamos
ante Dios como aquellos que están espiritualmente muertos, lo que finalmente se
manifiesta en nuestra muerte física. Nuestra única esperanza se encuentra en un
libertador, un «pionero» (Heb. 2:10) que va delante de nosotros y derrota a nuestros
enemigos. Necesitamos un Salvador que pueda enfrentarse al pecado, a la muerte y a
Satanás, compartiendo primero nuestra humanidad común y luego, en esa humanidad,
sufriendo y muriendo para que con su muerte se destruya el poder de la muerte. Como
explica O'Brien, «sólo a través de su encarnación y muerte el Hijo pudo llevar a cabo
el propósito final de Dios para estos miembros de su familia, un propósito que se
describe en términos de que sean glorificados (v. 10), santificados (v. 11), liberados (v.
15) y purificados de los pecados (v. 17)».40
La encarnación fue el medio necesario por el que el Hijo eterno se convirtió en
nuestro Redentor y Señor todopoderoso. Jesús es capaz de redimir a la humanidad con
plenitud porque vino a compartir nuestra naturaleza humana común. No es a los
ángeles a quienes ayuda, o mejor, «se apodera de ellos » (epilambanomai), ya que no
se identifica ni asume la naturaleza de un ángel. Por el contrario, el Hijo se identifica
con la descendencia de Abraham, su pueblo, y lo conduce a la gloria en un nuevo
éxodo de victoria y triunfo.41 Por su encarnación y su obra en la cruz, el Hijo se
convierte en nuestro vencedor que gana la batalla, y sin él no hay salvación. Nuestra
situación es tan desesperada debido al pecado que requiere nada menos que la
encarnación del propio Hijo único de Dios. Su humanidad no puede ser una apariencia;
debe ser auténtica y plena para dar lugar a la gloria de una nueva humanidad.
En cuarto lugar, el Hijo se hizo hombre para convertirse en un sumo sacerdote
misericordioso y fiel (véase Heb. 2:17-18). La cita de Jesús como nuestro Sumo
Sacerdote introduce el oficio y la obra de Cristo que el autor de Hebreos explorará con
gran detalle a lo largo del resto del libro (4:14-5:10; 7:1-10:25). Más importante aún
para nuestro interés actual, el Sumo Sacerdocio de Cristo coloca una piedra angular en
el argumento sobre el propósito y la necesidad de la encarnación. El autor comienza
destacando la naturaleza necesaria y global de la encarnación: «Por eso (hothen, “por
esta razón”) tuvo (ōpheilen) que hacerse semejante (homoiōthēnai) a sus hermanos en
todo (kanta panta)» (Heb. 2:17a). En otras palabras, para venir según el plan de Dios,
el Hijo no podía asumir una naturaleza parcial o pseudohumana. El Hijo debía
(ōpheilen) asumir una naturaleza humana (homoiōthēnai) que correspondiera
exactamente a todos los aspectos de nuestra naturaleza (kanta panta), pero sin
pecado.42
40
O’Brien, Hebrews, 113.
41
Sobre el tema del éxodo, véase ibíd., 116-118.
42
Véase ibíd., 118-122.
207
La humanidad de Cristo: Dios Hijo encarnado
Más específicamente, dos cláusulas de propósito nos dicen que Dios el Hijo tuvo
que hacerse hombre, (1) «para que pudiera convertirse en un sumo sacerdote
misericordioso y fiel al servicio de Dios»; y (2) «para hacer propiciación por
(hilaskesthai) los pecados (tas hamartias) del pueblo» (Heb. 2:17b LBLA).43 O, para
decirlo en el lenguaje de la iglesia primitiva, el Hijo tuvo que encarnarse porque «no
podía redimir lo que no asumiera»; la representación requiere identificación.44 Si el
Hijo no se hiciera uno con nosotros en todos los sentidos, no podría redimirnos en
todos los sentidos. Junto con Hebreos, debemos enfatizar que la genuina encarnación
del Hijo en una naturaleza completamente humana, fue necesaria para nuestra
salvación y el cumplimiento de todo lo que Dios planeó antes de la fundación del
mundo.45
Con este análisis de Hebreos 2:5-18 desde cuatro perspectivas, podemos ahora
resumir el propósito y la necesidad de la encarnación del Hijo. El Hijo estaba
comprometido con el Padre a asumir una naturaleza humana genuina y completa
porque una encarnación completa era la única manera de que el Hijo podría (1)
gobernar como representante obediente de Dios sobre la creación; (2) llevar a muchos
hijos desobedientes a la gloria a través de sus sufrimientos que lo capacitaran para la
vocación; (2) sufrir la pena de muerte en nombre de los desobedientes, liberándolos del
temor a la muerte bajo el juicio divino; (4) y representar a los pecadores ante Dios
como reconciliados con él mediante el perdón de sus pecados.
208
Parte II Garantía bíblica para la Cristología actual
Pablo presenta a Jesús como este último Adán (1 Cor. 15:45; cf. Rom. 5:14), el
Mesías-Cristo prometido mediante la encarnación del Hijo eterno y la asunción de una
naturaleza plenamente humana (Flp. 2:7). Como Hijo encarnado, Cristo ha redimido a
un pueblo para Dios y lo ha resucitado para gobernar con él en justicia sobre toda la
creación (Ef. 1:7-10, 20-23; 2:6).
2. Obediencia representativa
Un gobierno justo requiere una humanidad justa. Desde la creación del hombre y el
primer pacto, el Creador y Señor del pacto ha exigido la obediencia de sus criaturas.
Pero una humanidad pecadora es incapaz de producir siquiera un hombre justo. Sin
embargo, en Cristo ha llegado el hijo obediente, mediante la encarnación del Hijo
eterno. Y el objetivo de su encarnación fue la representación. Dios Hijo encarnado
obedeció perfectamente al Padre en la vida y en la muerte en nuestro nombre como
nuestro representante. El Hijo se hizo hombre para servir como el último Adán y
nuestro gran Sumo Sacerdote, obteniendo así nuestra redención y justificación (Flp.
2:6-8; Rom. 5:18-19).
3. Sacrificio sustitutivo
4. Servicio compasivo
Por su encarnación, el Hijo eterno conoce nuestras tentaciones y luchas no sólo por su
omnisciencia, sino ahora por experiencia (Heb. 2:17-18; 4:14-15). Jesús es nuestro
«sumo sacerdote misericordioso y fiel» (2:17), que es más una descripción de Jehová
(véase Ex. 34:6) que de los sacerdotes del Antiguo Testamento. Dios es
misericordioso. Dios Hijo, que es la representación exacta de Dios, también se hizo
209
La humanidad de Cristo: Dios Hijo encarnado
210
Parte II Garantía bíblica para la Cristología actual
(Heb. 12:2). Como David Peterson señala, «[Jesús] es el ejemplo perfecto —perfecto
en acto y efecto— de la fe que debemos imitar, confiando en él. Él es el pionero
supremo y la encarnación perfecta de la fe. Él ha satisfecho la fe en su totalidad, de
principio a fin».48
En este punto debemos ser cuidadosos. La Escritura enseña que Jesús es nuestro
ejemplo en muchos aspectos, pero no lo es en todos. En su sufrimiento, por ejemplo, la
realización de su obra como Dios Hijo encarnado es única e incomparable, totalmente
diferente de nuestro sufrimiento en cuanto a su realización y efecto. Incluso el ejemplo
de la fidelidad de Cristo es único, ya que sólo por su fidelidad somos redimidos: sólo él
hace posible la fe, basada en su identidad y obra únicas. Peterson insiste con respecto a
Hebreos 2, «Como pionero de su salvación (2:10), realizó una liberación para su
pueblo que no podían lograr por sí mismos… Jesús es quien ha dado a la fe su base
perfecta por su obra sacerdotal… Su fe es, pues, cualitativa y no sólo cuantitativamente
mayor que la de ellos».49 Además, debemos reconocer que incluso las tentaciones de
Jesús son únicas para él. Los seres humanos ordinarios no son tentados a convertir las
piedras en pan o a arrojarse desde una gran altura para que los ángeles nos atrapen.
Este tipo de tentaciones iban dirigidas directa y únicamente a Jesús como el Hijo de
Dios encarnado. Aun así, el Hijo nos sirve de ejemplo en su humanidad: cómo
depende del Padre y le obedece; cómo se apoya en el poder del Espíritu; cómo
glorifica a Dios en todo lo que hace.
Además, también es crucial afirmar que la encarnación no fue un acto temporal:
Jesús el Cristo es ahora y para siempre el Hijo encarnado. En su exaltación, Jesús no
abandonó su naturaleza humana. Después de la resurrección se presentó a sus
discípulos como un hombre, incluso con sus heridas visibles (Jn. 20:25-27). Tenía
«carne y huesos» y comía (Lc. 24:39, 41-42). En la ascensión, Jesús subió al cielo en
su cuerpo resucitado y volverá de la misma manera (He. 1:11). Jesús fue visto por
Esteban de pie a la diestra de Dios (He. 7:56), por Pablo en el camino a Damasco (He.
9:5) y por Juan en su visión (Ap. 1:13-17). De hecho, Jesús prometió volver a celebrar
con nosotros en la nueva creación (Ap. 19:9). Todos estos hechos suponen la
permanencia de la encarnación. Wayne Grudem resume los datos de esta manera:
«Todos estos textos indican que Jesús no se hizo hombre temporalmente, sino que vive
para siempre no sólo como el Hijo eterno de Dios, la segunda persona de la Trinidad,
sino también como Jesús, el hombre que nació de María, y como Cristo, el Mesías y
Salvador de su pueblo. Jesús seguirá siendo plenamente Dios y plenamente hombre,
pero una sola persona, para siempre».50
48
David Peterson, «The Incarnation and Christian Living» en The Word Became Flesh: Evangelicals and the
Incarnation, ed. David Peterson (Carlisle, UK: Paternoster, 2003), 91.
49
Ibid., 92–93.
50
Wayne Grudem, Systematic Theology (Grand Rapids, MI: Zondervan, 1994), 543.
211
La humanidad de Cristo: Dios Hijo encarnado
51
Para un tratamiento más detallado de 1 Corintios 15, véase mi artículo «Christ's Resurrection and Ours: A Study
in 1 Corinthians 15», Southern Baptist Journal of Theology 6/3 (2002): 76-93.
52
Gordon D. Fee, The First Epistle to the Corinthians, NICNT (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1987), 746.
53
Sobre las «primicias», véase Anthony C. Thiselton, The First Epistle to the Corinthians: A Commentary on the
Greek Text, NIGTC (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 2000), 1223-1224; Fee, First Epistle to the Corinthians, 749.
54
Fee, First Epistle to the Corinthians, 751.
55
En el texto, el énfasis está en la acción de Dios al resucitar a Cristo Jesús de entre los muertos y poner todas las
cosas bajo sus pies. En cuanto a 1 Corintios 15:27, se discute si «él» se refiere a Dios o a Cristo. Teniendo en cuenta lo
212
Parte II Garantía bíblica para la Cristología actual
muertos, Pablo confía en que Dios ha puesto en marcha una «inevitable cadena de
acontecimientos»56 que sólo se completará cuando todos los enemigos de Dios sean
destruidos, incluida la muerte. Por eso la resurrección de Cristo exige nuestra
resurrección: si no somos resucitados corporalmente de la tumba, entonces la muerte
nunca será verdaderamente derrotada y Dios nunca será «todo en todos». Nuestra
mayor esperanza como los que están «en Cristo» es que nuestra muerte y corrupción se
interponen entre el Creador y Señor del pacto y su gloria en la creación y el pacto, ¡y él
no dará su gloria a otro (cf. Is. 48:11)!
Después de establecer la necesidad de la futura resurrección del creyente, Pablo
pasa a la naturaleza del cuerpo de resurrección, en 1 Corintios 15:35-49: tendremos un
cuerpo que es tanto físico como transformado, modelado según el cuerpo de
resurrección de Cristo. En el versículo 45, Pablo cita Génesis 2:7 para señalar que a
Adán se le dio un cierto tipo de cuerpo en la creación; era un cuerpo natural (psychē);
un cuerpo de la tierra; un cuerpo que, como resultado del pecado, está sujeto a la
muerte y la decadencia. Dado que Adán es la cabeza del pacto de la antigua creación,
llevamos su semejanza en nuestro estado caído. Pero Cristo es diferente. Él es un
espíritu que da vida (pneuma zōopoioun). Su vida es la vida del mismo cielo, pues es
Dios Hijo encarnado. Y como cabeza del nuevo pacto de su pueblo, su cuerpo de
resurrección se convierte en el modelo de nuestro cuerpo de resurrección, un cuerpo
«espiritual» (pneumatikon), sobrenatural y glorificado. A causa de la resurrección y
glorificación de Cristo, tendremos cuerpos apropiados para los «hijos de Dios, siendo
hijos de la resurrección» (Lc. 20:36), que «reinarán por los siglos de los siglos» con el
Dios-hombre resucitado (cf. Ap. 22:3-5), bajo el gobierno de Dios el Señor y a la luz
de su gloria (Ap. 21:23-24; 22:5), sobre una creación nueva y perfeccionada (21:1-3).
Aunque el Nuevo Testamento no nos da grandes detalles sobre lo que podemos
esperar de nuestros cuerpos de resurrección, 1 Corintios 15:53 nos dice que habrá
cierta continuidad y cierta discontinuidad. Seremos resucitados imperecederos
(phtharton) e inmortales (athanasian). Al igual que el cuerpo de resurrección de
Cristo, nuestros cuerpos de resurrección serán aptos para la nueva creación. No serán
susceptibles a la enfermedad; no serán susceptibles a la muerte; serán cuerpos físicos
resucitados en «gloria» y «poder» (v. 43) y serán «dominados y dirigidos por el
Espíritu Santo» (pneumatikos; v. 44). El hecho de que seamos resucitados supone
algún tipo de continuidad entre nuestro cuerpo actual y nuestro cuerpo de resurrección.
De hecho, como insiste Anthony Hoekema, «el propio lenguaje del v. 53 implica y
exige una continuidad: “Porque es necesario que esta naturaleza corruptible se revista
de incorruptible, y esta naturaleza mortal se vista de inmortalidad”».57 Sin embargo,
también hay discontinuidad, como se ve en el propio Señor resucitado. Si comparamos
y contrastamos su cuerpo antes y después de la resurrección, hay algunas diferencias
evidentes. Por tanto, en la actualidad sabemos poco sobre la naturaleza exacta de
nuestro futuro cuerpo de resurrección. Debemos contentarnos con saber sólo que estará
perfectamente adaptado para vivir en la nueva creación, una realidad tan gloriosa que
supera nuestra imaginación.
que Pablo ha esbozado en el capítulo 15, lo mejor es considerar que se refiere a Dios Padre, como hace la versión
inglesa. Sobre este punto, véase ibíd., 757-759.
56
Ibid., 747.
57
Anthony Hoekema, The Bible and the Future (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1979), 251-252.
213
La humanidad de Cristo: Dios Hijo encarnado
214
Parte II Garantía bíblica para la Cristología actual
haber realizado toda la justicia (Mt. 3:15). Jesús no se veía a sí mismo como un
pecador por naturaleza ni como un pecador por transgresión.
El resto del Nuevo Testamento también da testimonio de la impecabilidad de
Cristo. Por ejemplo, el autor de Hebreos ve a Jesús como «uno que en todo fue tentado
como nosotros, pero sin pecado» (Heb. 4:15). Jesús es capaz de ayudar a los pecadores
en el sufrimiento de la tentación precisamente porque él mismo sufrió la tentación sin
pecado (cf. 2:16-18). Además, Jesús se convirtió en un sumo sacerdote mucho más
importante que los del antiguo pacto y se ofreció a sí mismo como un sacrificio
perfecto en nuestro favor porque era «santo, inocente, sin mancha, apartado de los
pecadores y exaltado por encima de los cielos» (7:26); no tuvo necesidad de ofrecer
sacrificios por sus propios pecados (v. 27), sino que «se ofreció a sí mismo como
sacrificio sin mancha a Dios» (9:14).
Pedro, siendo alguien que pasó tres años de intimidad con Jesús, lo presenta como
el «cordero sin mancha ni defecto» (1 Pe. 1:19), con ello retoma las ilustraciones del
Antiguo Testamento para afirmar que Jesús no pecó durante su vida y que también
estaba libre de cualquier pecado heredado o mancha moral. Es la perfección moral de
Jesús la que fundamenta la confesión de Pedro: «[Jesús] no cometió pecado, ni se halló
engaño en su boca» (2:22); y el hecho de que Jesús murió como «el justo por los
injustos, para llevarnos a Dios» (3:18).
En su primera epístola, Juan asegura a sus lectores que «si alguien peca, tenemos
un abogado ante el Padre, Jesucristo el justo» (1 Jn. 2:1). Para explicar por qué los que
siguen a Cristo no practicarán pecado, Juan explica que «[Jesús] apareció para quitar
los pecados, y en él no hay pecado» (3:5). Y en una carta a la iglesia de Corinto, Pablo
relaciona la ausencia de pecado de Jesús en vida y la eficacia de su muerte sacrificial:
«Por nosotros hizo pecado al que no conoció pecado, para que en él seamos justicia de
Dios» (2 Cor. 5:21). Incluso cuando Pablo habla de que Jesús vino a vivir como un
hombre, tiene cuidado de no insinuar que tomó carne de pecado; más bien, Pablo dice
que Dios envió a su propio Hijo «en semejanza de carne de pecado y por el pecado»
(Rom. 8:3). Y justo antes de que Jesús llevara su humanidad sin pecado a la cruz por
nuestros pecados, Pilato, quien lo condenó a muerte, y el criminal que murió junto a él,
tuvieron que confesar que Jesús era impecable (Jn. 18:38; cf. Lc. 23:4, 14-15, 22, 41,
47).
Podríamos citar más ejemplos, pero ya está claro en las Escrituras que el propio
Jesús y los apóstoles a quienes autorizó decir la verdad sobre él declaran todos que
Jesús no pecó ni tuvo una naturaleza pecaminosa. Reflexionando sobre la
impecabilidad de Cristo, Macleod observa: «En ninguna parte de las estructuras de su
ser había pecado. Satanás no tenía ningún control sobre él. No había lujuria. No había
afinidad con el pecado. No había propensión al pecado. No había posibilidad de
tentación desde el interior. En ningún aspecto estaba caído y en ningún aspecto estaba
corrompida su naturaleza».58
58
Macleod, Person of Christ, 222.
215
La humanidad de Cristo: Dios Hijo encarnado
naturaleza humana caída. En general, los que hacen este argumento se basan en la
afirmación de que Cristo se hizo plenamente humano como nosotros y luego asumen
que ser humano como nosotros requiere una naturaleza humana caída.59 En los
estudios neotestamentarios, C. E. B. Cranfield respaldó este punto de vista al insistir en
que la frase «a semejanza de la carne de pecado» (Rom. 8:3) equivale a la asunción de
la carne de pecado.60 En los estudios teológicos, Thomas Torrance ha argumentado (de
forma bastante irónica) que la redención de nuestra naturaleza caída requiere que
Cristo asuma nuestra naturaleza caída:
No cabe duda de que el Nuevo Testamento habla de la carne de Jesús como la forma
concreta de nuestra naturaleza humana marcada por la caída de Adán... si Jesucristo
no asumió nuestra carne caída, nuestra humanidad caída, entonces nuestra
humanidad caída no es tocada por su obra —pues «lo que no es asumido no es
redimido», como dijo Gregorio Nacianceno… Así, Cristo tomó de María un cuerpo
corruptible y mortal para poder tomar nuestro pecado, juzgarlo y condenarlo en la
carne, y así asumir nuestra naturaleza humana tal como la tenemos en el mundo
caído para poder sanarla, santificarla y redimirla.61
59
Edward Irving defendió por primera vez este punto de vista en el siglo XIX (véase Edward Irving, The Doctrine
of the Incarnation Opened in Six Sermons, vol. 1 de Sermons, Lectures, and Occasional Discourses [Londres, Seeley &
Burnside, 1828]; ídem, The Orthodox and Catholic Doctrine of Our Lord's Human Nature Set Forth in Four Parts
[Londres, Baldwin & Cradock, 1830]; ídem, [Londres, John Lindsay, 1830]). Más recientemente, Karl Barth ha dado
importancia al argumento de que una humanidad plena implica una humanidad caída: «No debe debilitarse ni
oscurecerse la verdad salvífica de que la naturaleza que Dios asumió en Cristo es idéntica a nuestra naturaleza tal como
la vemos a la luz de la caída. Si fuera de otro modo, ¿cómo podría Cristo ser realmente como nosotros? ¿Qué interés
podríamos tener con Él? Nos presentamos ante Dios caracterizados por la caída. El Hijo de Dios no sólo asumió nuestra
naturaleza, sino que entró en la forma concreta de nuestra naturaleza, bajo la cual nos presentamos ante Dios como
hombres condenados y perdidos» (Karl Barth, Church Dogmatics, 1.2, trad. G. T. Thomson [Edimburgo: T&T Clark,
1956], 153).
60
C. E. B. Cranfield, A Critical and Exegetical Commentary on the Epistle to the Romans, 2 vols., 6ª ed.,
International Critical Commentary (Edimburgo: T&T Clark, 1975), 379.
61
Thomas F. Torrance, Incarnation: The Person and Life of Christ, ed. Robert T. Walker (Downers Grove, IL: IVP
Academic, 2008), 61-62. Véase también la reciente obra, John C. Clark y Marcus Peter Johnson, The Incarnation of
God: The Mystery of the Gospel as the Foundation of Evangelical Theology (Wheaton, IL: Crossway, 2015), 103-125,
que defienden este punto de vista dentro de la teología evangélica.
62
Para un análisis útil de los puntos fuertes y débiles de este punto de vista, véase Kelly M. Kapic, «The Son's
Assumption of a Human Nature: A Call for Clarity», IJST 3/2 (2001): 154-166.
216
Parte II Garantía bíblica para la Cristología actual
hombres» (Flp. 2:7), «siendo hallado en forma humana» (Flp. 2:8) y «en semejanza de
carne de pecado» (Rom. 8:3) se refieren a nuestra naturaleza humana común, no a
nuestra naturaleza humana corrupta. En la Escritura, el objeto de la encarnación es
siempre la humanidad, no el pecado. Cristo vino a representar una nueva humanidad.
Ya tenemos un representante de la humanidad caída: el primer Adán, en cuya
transgresión todos pecamos y quedamos bajo la pena de muerte (véase Rom. 5:12). El
contraste paulino entre el primer Adán y Cristo como último Adán sólo tiene sentido si
Cristo no participa de la naturaleza adámica corrupta. Jesús no está «en Adán» como
nosotros, y por tanto no está caído. El Nuevo Testamento reconoce que Cristo entró de
lleno en la condición humana, exponiéndose así a este mundo caído, pero evita
cualquier sugerencia de que «Cristo participó de tal manera en este reino que quedó
aprisionado “en la carne” y quedó, por tanto, tan sujeto al pecado que pudo ser
personalmente culpable de él».63
En segundo lugar, una encarnación caída implica que la corrupción es esencial para
la humanidad. Argumentar que, a menos que Cristo haya caído, no puede ser
completamente como nosotros, parece requerir la suposición de que ser humano es
estar caído. Vivimos en una naturaleza caída dentro de un mundo caído, pero ambos
son aberraciones de la creación original de Dios. Como nos recuerda Oliver Crisp, «el
ser caído» o «la caída» no es una propiedad esencial de todos los seres humanos per se.
Es decir, no es una propiedad que una entidad tenga que ejemplificar para ser
considerada parte de un tipo (de cosa) particular, en este caso el tipo “humanidad”».64
Afirmar que la caída sea esencial para la humanidad es, en realidad, malinterpretar la
presentación bíblica y comprometer la integridad de la creación de Dios y de Dios
mismo como Creador. Afirmar que la caída sea esencial para la humanidad implica que
la humanidad creada por Dios tiene que pecar necesariamente. Y tal implicación
significaría que Dios no creó (¿podría?) una humanidad que fuera realmente «muy
buena» (Gn. 1:31). Además, la esencialidad de la corrupción para la humanidad y la
inevitabilidad del pecado destruirían cualquier esperanza de una liberación eterna del
pecado y la muerte, en Cristo. Afortunadamente, las Escrituras nos aseguran que Cristo
fue impecable tanto en sus acciones como en su naturaleza. En lugar de cuestionar la
plenitud de su humanidad, la impecabilidad funcional y ontogénica de la humanidad de
Cristo garantiza el modelo de nuestra nueva y verdadera humanidad. Como último
Adán y cabeza del nuevo pacto de la nueva creación (cf. 2 Cor. 5:17), Cristo nos
restaura y transforma a lo que fuimos creados originalmente.
En tercer lugar, una encarnación caída no es necesaria para que las tentaciones de
Cristo sean reales. Macleod señala, con razón, que «no caído» y «no expuesto a la
tentación» no son términos intercambiables.65 Debemos afirmar que el Hijo fue tentado
y que sus tentaciones fueron auténticas, pero esto no implica que Cristo tuviera que
63
Douglas J. Moo, The Epistle to the Romans, NICNT (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1996), 480; cf. Peter T.
O'Brien, The Epistle to the Philippians: A Commentary on the Greek Text, NIGTC (Grand Rapids, MI: Eerdmans,
1991), 224-226; Gordon D. Fee, (Peabody, MA: Hendrickson, 2007), 246-247; 387-388. En cuanto a Romanos 8:3, Fee
hace una astuta observación: «Si Pablo hubiera pretendido una identificación más completa con nosotros en nuestra
pecaminosidad misma, fácilmente podría haber dicho simplemente “en carne de pecado”. Pero, de hecho, todas las
palabras de esta frase son necesarias aquí (es decir, “semejanza”, “carne”, “de pecado”) debido al argumento anterior.
Cristo debe ocuparse efectivamente del pecado, viniendo así en “nuestra carne” (que en nuestro caso está llena de
pecado), pero sólo en la
“semejanza” de ésta porque, aunque “en la carne”, no estaba en pecado (como aclara 2 Cor. 5:21)» (247).
64
Oliver D. Crisp, Divinity and Humanity (Cambridge: Cambridge University Press, 2007), 95.
65
Macleod, Person of Christ, 226.
217
La humanidad de Cristo: Dios Hijo encarnado
estar caído o que todas sus tentaciones fueran idénticas a las nuestras. Jesús
experimentó la tentación, pero «sin pecado» (Heb. 4:15). A diferencia de nosotros, no
fue tentado por nada en su interior. No fue tentado por deseos pecaminosos (cf. Sant.
1:14) porque no había pecado en él, ni siquiera una predisposición al pecado. Jesús fue
tentado, más bien, en términos de las debilidades humanas comunes sin pecado. Podía
ser tentado por el hambre, por el miedo al dolor y, como observa Macleod, por
«afectos, sentimientos y anhelos santos que, en el transcurso de su obra, tuvo que
frustrar».66 Entre estos anhelos, el más importante era su perfecta comunión con su
Padre. En Getsemaní, Jesús se sintió abrumado por la idea de perder la comunión con
su Padre al cargar con nuestros pecados en la cruz. «No se le pedía que mortificara una
lujuria. Se le pedía que frustrara la aspiración más santa de la que es capaz el hombre.
Lo que él quería y lo que su Padre le indicaba estaban en conflicto. De ahí el “gran
clamor y lágrimas” (Heb. 5:7)».67 En muchos sentidos, entonces, la naturaleza sin
pecado de Jesús aseguró que sus tentaciones superaran con creces cualquier cosa que
encontremos en nuestras naturalezas pecaminosas.68
Cuarto, una encarnación caída no es requerida por la apelación de Torrance a la
máxima patrística, «lo que no es asumido no es redimido». Gregorio, de hecho,
desplegó este principio contra la herejía del apolinarismo, que negaba que Cristo
asumiera una mente humana y, por tanto, negaba que tuviera una naturaleza humana
plena y completa. Lo que estaba en juego era si Cristo tenía una naturaleza humana
completa, no si esa naturaleza estaba caída.69
En quinto lugar, una encarnación caída corre el riesgo de separar la naturaleza
humana de Cristo de su persona, invitando a la acusación de nestorianismo.70
Típicamente, los que argumentan que Cristo asumió una naturaleza caída siguen
afirmando que la persona de Cristo no estaba sujeta a la misma corrupción. Sin
embargo, la dificultad de esta distinción radica en que no podemos separar la persona
eterna del Hijo de la naturaleza humana que asumió.71 Sencillamente, la corrupción de
la naturaleza humana del Hijo no puede ponerse en cuarentena, sino que implicaría a
su persona divina. La única manera de evitar esa desastrosa implicación es avanzar en
una dirección nestoriana, con consecuencias igualmente desastrosas. Una separación
nestoriana de la persona y la naturaleza haría de la humanidad de Cristo un agente por
derecho propio, que actuaría independientemente del Hijo, o rechazaría la unión
hipostática de la persona del Hijo con la naturaleza humana que asumió. Las únicas
66
Ibid.
67
Ibid.
68
Para una descripción útil de este punto, véase ibid., 226-228. Macleod escribe: «Debemos tener cuidado de no
malinterpretar el efecto de la integridad sin pecado de Jesús en este punto. Lejos de afrontar una lucha más corta e
indolora con la tentación, le implicó una resistencia prolongada. Precisamente porque no cedía fácilmente y no era,
como nosotros, una presa fácil, el diablo tuvo que desplegar todas sus artimañas y utilizar todos sus recursos. El mismo
hecho de ser invencible le hizo soportar toda la fuerza de la ferocidad de la tentación, hasta que el infierno se alejó,
derrotado y agotado. Contra nosotros, un poco de tentación es suficiente. Contra él, Satanás se vio obligado a superar
sus límites» (ibíd., 227-228).
69
Véase Gregorio de Nacianceno, To Cledonius the Priest Against Apollinarius (NPNF2 7:440).
70
La distinción «naturaleza-persona» está en el centro de la formulación trinitaria y cristológica. Para un desarrollo
de la distinción, véanse las partes III y IV de esta obra.
71
Por ejemplo, Edward Irving sostenía que la persona de Cristo era santa mientras que la naturaleza humana no lo
era: «Cuando atribuyo propiedades, disposiciones e inclinaciones pecaminosas a la naturaleza humana de nuestro
Señor, estoy hablando de ella considerada aparte de Él, en sí misma. Podemos afirmar la pecaminosidad de toda la
naturaleza humana, completa y perfecta, que Él tomó, sin relacionarlo por ello en lo más mínimo con el pecado»
(Edward Irving, The Collected Writings of Edward Irving, 5 vols. Gavin Carlyle [Londres, Strahan 1865], 5:563, 565).
218
Parte II Garantía bíblica para la Cristología actual
opciones incluyen dos personas o dos sujetos actuantes en Cristo, en contradicción con
las Escrituras y en violación de la confesión histórica de la Iglesia.72
En sexto lugar, una encarnación caída requiere que Cristo sea pecador o tenga la
propiedad del pecado original. Para que Jesús tuviera una naturaleza caída y, sin
embargo, nunca pecara, parece que debemos separar lo caído de lo pecaminoso; pero
tal movimiento es difícil de combatir tanto bíblica como teológicamente. Según la
presentación bíblica, una naturaleza corrupta es el resultado del pecado contra Dios
que nos coloca en un estado metafísico y judicial de pecaminosidad bajo su maldición
y juicio. Sin embargo, Cristo vino como el último Adán y nuestro Salvador,
precisamente porque no pecó en Adán y no existe en una naturaleza humana bajo la
maldición y el juicio de Dios (cf. Rom. 5:12-21).
Finalmente, llegamos a la cuestión de cómo el Hijo asumió una naturaleza sin pecado a
través de la encarnación. Una vez más, las Escrituras no nos ofrecen la respuesta como
en un libro de texto. Pero el argumento de la Escritura sí conecta la continuidad y
discontinuidad de la humanidad de Jesús y la nuestra con su concepción virginal.73 El
hecho de «nacer de la Virgen María», como confiesa el Credo de los Apóstoles, no
proporciona la única explicación de la humanidad plena y sin pecado de Jesús.74 Pero
los relatos de los Evangelios sí presentan la concepción virginal como el punto de
entrada de Dios Hijo en el mundo para que ser llamado «santo» (Mt. 1:18-25; Lc. 1:26-
38; 2:1-21). Como observa James Orr: «Se objeta que nacer de una Virgen no asegura
por sí mismo la impecabilidad. Pero démosle la vuelta al asunto y preguntemos: La
perfecta impecabilidad, por otra parte, ¿no implica un milagro en el nacimiento?»75 O,
en palabras de A. B. Bruce, «Un hombre sin pecado es un milagro en el mundo moral
como un nacimiento virginal es un milagro en el mundo físico».76
Existe, pues, un vínculo significativo entre la encarnación plena y sin pecado de
Cristo y su concepción virginal. El modo en que vino a la carne nos dice algo
72
Crisp, Divinity and Humanity, 113–117; Macleod, Person of Christ, 228.
73
La mayoría observa debidamente que el término «nacimiento virginal» es una especie de descripción errónea. No
hay ninguna prueba textual que indique que el nacimiento en sí fue sobrenatural o único. No se trata del nacimiento de
Cristo, sino de la concepción de su naturaleza humana. El acontecimiento del nacimiento fue ordinario en todos los
sentidos. La concepción, sin embargo, fue sobrenatural: María se quedó embarazada por el poder directo del Espíritu
Santo y sin tener relaciones sexuales con un hombre.
74
Es mejor no hacer de la concepción virginal la única explicación de la impecabilidad de Cristo, aunque muchos
lo hayan intentado. Según el argumento, todos los seres humanos tienen una culpa legal imputada y una naturaleza
moral corrupta heredada de Adán. El pecado de Adán se transmite a todo ser humano a través de la procreación en la
que están presentes tanto el hombre como la mujer. En el caso de Cristo, sin embargo, el varón está ausente, y esto se
convierte en la explicación de la humanidad sin pecado de Cristo. Sin embargo, este punto de vista presenta algunos
problemas, especialmente si funciona como la única explicación de la impecabilidad de Cristo. En primer lugar, este
punto de vista requiere que la transmisión del pecado sea sólo a través del varón, pero esto es difícil de apoyar desde las
Escrituras. En segundo lugar, a menos que se afirme una visión realista agustiniana de la transmisión del pecado, no
basta con decir que el pecado se transmite únicamente en términos de relaciones físicas; también implica relaciones
legales como la imputación de la culpa de Adán a su progenie (Rom. 5:12-21). En tercer lugar, todavía hay que explicar
por qué Cristo no heredó el pecado de su madre María. María no estaba libre de pecado (en contra de la teología
católica romana, que, por declaración del Papa Pío IX el 8 de diciembre de 1854, ha dogmatizado la «inmaculada
concepción» de María), ni actuó meramente como sustituta. Por el contrario, como señala Sinclair B. Ferguson, The
Holy Spirit (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 1997), 41, «La naturaleza humana que fue asumida por el Hijo de
Dios no fue creada ex nihilo, sino que fue heredada a través de María».
75
James Orr, The Virgin Birth of Christ (Londres: Hodder & Stoughton, 1907), 189. Ferguson, Holy Spirit, 41.
76
A. B. Bruce, Apologetics: Or, Christianity Defensively Stated, 8ª ed. (Nueva York; Scribner, 1905).
219
La humanidad de Cristo: Dios Hijo encarnado
instructivo para la identificación de Dios Hijo encarnado. Una rápida mirada a los
relatos del nacimiento nos permitirá considerar la importancia cristológica de la
encarnación del Hijo mediante la concepción virginal.
1. El relato de Mateo
Mateo comienza su Evangelio con una genealogía (1:1-17) que describe a Jesús como
«el hijo de David, el hijo de Abraham» (v. 1). La mayoría de los comentaristas señalan
que esta genealogía está estructurada a propósito en términos que hacen referencia al
rey David, el exilio de Israel y el cumplimiento de las promesas de Dios en el
nacimiento de este niño.77 En otras palabras, el nacimiento de Jesús no es un suceso
extraño en la historia; es parte del plan y las promesas de Dios que ahora se están
cumpliendo. En concreto, Mateo vincula a Jesús con las promesas de Dios que se han
desarrollado a través de los pactos bíblicos del Antiguo Testamento para crear la
expectativa de que el propio Creador y Señor del pacto vendrá en y a través del rey
davídico para redimir a la humanidad y restaurar su creación.78
En este contexto redentor-pactual, Mateo destaca la obra de Dios a través del
Espíritu Santo en la concepción de Cristo (véase 1:18-25). José y María estaban
comprometidos, y «antes de que se unieran» (prin ē sunelthein autous) (v. 18) María se
encontró embarazada. Este texto señala que María se quedó embarazada sin tener
relaciones sexuales. Y los versículos 24-25 resaltan el mismo punto: «[José] tomó a su
mujer, pero no la conoció [ouk eginōsken autēn] hasta que [heōs] dio a luz un hijo».
Cuando José descubrió que María estaba embarazada, su reacción fue bastante normal:
planeó divorciarse de ella, pues supuso que le había sido infiel. Pero un ángel del
Señor se le aparece y le explica la concepción de Jesús en términos divinos y
davídicos: «lo que ha sido concebido en [María] viene del Espíritu Santo» (v. 20); y
«llamarás su nombre Jesús, porque (gar) salvará a su pueblo de sus pecados» (v. 21).
En otras palabras, Dios mismo obró sobrenaturalmente para concebir en María la
naturaleza humana del Hijo eterno, de modo que, como hombre, asumiera la vocación
davídico-mesiánica de salvar al pueblo de Dios. Cualquiera que esté familiarizado con
el Antiguo Testamento reconocerá inmediatamente dos puntos importantes: (1) la
insistencia en la obra del Espíritu Santo vinculada a la expectativa del Mesías venidero
y de la era mesiánica (véanse Is. 11; 42; 61; Jo. 2:28-32); (2) el hecho de que este niño
salvará a su pueblo de sus pecados según la promesa del nuevo pacto de Jeremías
31:34. La anunciación de los ángeles y la concepción virginal se interpretan dentro del
plan-promesa de Dios, según el cual el Rey y el reino tan esperados de Dios están ya
cerca.79 Y, citando a Isaías 7:14,80 Mateo confirma que debemos interpretar la
77
Parson, Matthew, por ejemplo, el uso de tres catorces está construido artificialmente para señalar un punto
teológico. Destaca el significado de David y el exilio, ya que el número catorce representa probablemente el valor
numérico de «David» por gematría. Sobre este punto, véase D. A. Carson en EBC, vol. 8 (Grand Rapids, MI:
Zondervan, 1984), 60-69; R. T. France, The Gospel of Matthew, NICNT (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 2007), 26-33.
78
Para profundizar en este punto y en la función pactual-tipológica de la Escritura, véanse los capítulos 4-5.
79
France, Matthew, 50–51.
80
Se debaten dos cuestiones principales en relación con el uso que hace Mateo de Isaías 7:14: en primer lugar, las
cuestiones sobre el uso de «virgen» (parthenos) para el hebreo 'almâ; en segundo lugar, cómo ve Mateo que se cumple
este texto profético en Jesús. En cuanto a lo primero, Carson observa correctamente que «la palabra hebrea 'almâ no es
precisamente equivalente a la palabra “virgen” en la que todo el foco está en la falta de experiencia sexual; tampoco es
precisamente equivalente a «mujer joven», en la que el foco está en la edad sin referencia a la experiencia sexual»
(Carson, Matthew, 77). Sin embargo, como señala Macleod, «el punto es más bien académico, ya que se espera que las
220
Parte II Garantía bíblica para la Cristología actual
2. El relato de Lucas
mujeres jóvenes y solteras sean vírgenes. Si no lo fueran, sus perspectivas de matrimonio se verían seriamente
comprometidas (Dt. 22:13ss)» (Macleod, Person of Christ, 26). Además, la LXX traduce 'almâ como «virgen»
(parthenos), y Mateo ciertamente lo entiende así. En definitiva, debe entenderse que Mateo interpreta Isaías 7:14 como
una profecía directa relativa a Cristo. Para una defensa de este punto de vista, véase J. Alec Motyer, Isaiah, Tyndale Old
Testament Commentaries (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 1999), 77-90.
81
Aunque se han planteado cuestiones complejas en torno al uso que Mateo hace de este texto, la historia de la
interpretación afirma que Mateo presenta la concepción virginal como el cumplimiento de la palabra profética de Dios,
una palabra enraizada en el argumento del Antiguo Testamento, centrada en la venida del Rey que también es el Señor.
82
Graham Cole, He Who Gives Life: The Doctrine of the Holy Spirit (Wheaton, IL: Crossway, 2007), 156.
83
Sobre Jesús como cumplimiento antitípico del templo, véase Paul M. Hoskins, Jesus as the Fulfillment of the
Temple in the Gospel of John (Eugene, OR: Wipf & Stock, 2007).
221
La humanidad de Cristo: Dios Hijo encarnado
presencia gloriosa de Dios irrumpe en el mundo para residir en una naturaleza humana,
de modo que, en un hombre, Dios está con nosotros como Emmanuel.84
Con la presentación bíblica de los relatos del nacimiento, podemos ahora resumir la
concepción virginal de Cristo y considerar cómo nos ayuda a entender la impecabilidad
de su humanidad. En resumen, Jesús no fue concebido «en Adán», sino por el poder
divino del Espíritu Santo, de modo que la gloria-presencia de Dios Hijo asumió una
naturaleza humana. Jesús descendió de la simiente de Adán, pero no exactamente de la
misma manera que nosotros. Todos los humanos nacidos después de Adán nacieron
«en Adán» y son culpables y están corrompidos por el pecado de Adán (Rom. 5:12-
21). Pero no el último Adán. Como escribe Macleod, «Adán engendró un hijo a su
imagen y semejanza (Gn. 5:3). Pero Adán no engendró a Cristo. La existencia del
Señor no tiene nada que ver con el deseo o la iniciativa adámica… Cristo es nuevo. Es
de fuera».85 El poder creador y consagrador del Espíritu Santo creó y santificó la
naturaleza humana que el Hijo asumió en su encarnación. Y lo que Dios crea es muy
bueno —santo, puro e incorrupto. Como Sinclair Ferguson concluye, «sólo por obra
del Espíritu pudo la persona divina del Logos asumir la genuina naturaleza humana,
venir “a la semejanza del hombre pecador” (Rom. 8:3), y sin embargo permanecer
“santo, indefenso, sin mancha” (Heb. 7:26) “el único santo” (Lc. 1:35)».86 Heb. El
mismo Espíritu y poder soberano que creó al primer Adán ha creado ahora al último y
más grande Adán, que es santo, justo y bueno en su humanidad.87
Además, la naturaleza humana creada por el Espíritu de Dios fue hecha para la
gloria-presencia de Dios mismo. Dios no crea corrupción, y además no puede habitar
con o en lo que está corrompido, contaminado o que es pecaminoso (cf. 1 Jn. 1:5).
Dios proporcionó todo un sacerdocio y un sistema de sacrificios para enfatizar este
mismo punto bajo su pacto con Israel. Y a medida que la historia tipológica pasa del
sacerdocio, los sacrificios y el templo en el Antiguo Testamento a la persona de Cristo
en el Nuevo Testamento, el argumento de las Escrituras nos dice que debemos esperar
un aumento de la santidad de Dios en medio de su pueblo. Cuando Dios el Hijo se
encarna como nuestro Emmanuel, entonces, debemos esperar que su morada sea santa,
pura e inmaculada. Y, en efecto, «en [Cristo] se complació en habitar toda la plenitud
de Dios» (Col. 1:19); «Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y
vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad» (Jn.
1:14). En pocas palabras, Dios no podía asumir una naturaleza humana caída.
El glorioso Creador y Señor del pacto asumió una naturaleza humana plena y sin
pecado, de modo que el Hijo eterno se hizo hombre para devolver a la humanidad su
84
Sobre estos puntos, véase Ferguson, Holy Spirit, 38–45.
85
Macleod, Person of Christ, 41.
86
Ferguson, Holy Spirit, 42.
87
La Escritura es cuidadosa en cómo relaciona la concepción virginal con la impecabilidad de Jesús. Como se
señaló en la nota 73, la Escritura no hace de la concepción virginal la única explicación de la impecabilidad de Cristo.
Por el contrario, la Escritura enfatiza dos verdades simultáneamente: en primer lugar, al no tener un padre humano,
Jesús no estaba «en Adán» como nosotros estamos en Adán; y en segundo lugar, la acción soberana del Espíritu estaba
actuando, creando y santificando la naturaleza humana de Cristo (Lc. 1:35). Puesto que Jesús es Dios Hijo que asumió
nuestra naturaleza humana por el Espíritu, y es el Espíritu quien santificó esta unión desde el momento de la
concepción, Jesús el Mesías es capaz de cargar con nuestro pecado y nuestra culpa no sólo porque él mismo es
impecable, sino también porque es Dios Hijo que puede satisfacer sus propias exigencias de justicia en nuestro favor.
222
Parte II Garantía bíblica para la Cristología actual
gloria inicial e inaugurar la nueva creación, sobre la que la nueva humanidad gobernará
en justicia en el siglo venidero. De este modo y por estos gloriosos medios, nuestro
Señor Jesucristo se convierte en nuestro gran profeta, sacerdote y rey, en la cabeza de
la nueva creación, en el Señor de la gloria, que es digno de todo nuestro
reconocimiento, adoración y alabanza.88 De hecho, sólo como Dios Hijo encarnado
Jesús pudo realizar su gran obra por nosotros. Negar la deidad de Cristo o su
humanidad es negar al Jesús de la Biblia y robarnos a nuestro Redentor.
Bajo este epígrafe hay una serie de cuestiones relacionadas. En primer lugar, algunos
cuestionan la historicidad de los relatos del nacimiento debido al reto que supone
conciliar los relatos genealógicos de Mateo y Lucas, concretamente los registros a
partir de David (Mt. 1:6-16; Lc. 3:23-31).90 Las diferencias entre los dos relatos son
bien conocidas, pero es importante empezar por lo que tienen en común: Jesús es el
Hijo de Dios, que ha entrado en este mundo y se ha hecho humano, y aunque
físicamente es el hijo de María, también es el hijo legal de José y, por tanto, heredero
del trono davídico (véanse Mt. 2:15; Lc. 1:35). Las diferencias, pues, se observan en
los detalles de las genealogías: Mateo comienza con Abraham y avanza hasta Jesús;
Lucas comienza con Jesús y retrocede hasta Adán. Mateo traza la línea a través de
Jeconías, Salatiel y Zorobabel; Lucas la traza a través de Neri, Salatiel y Zorobabel. Y
lo que es más significativo, Mateo traza la ascendencia de Jesús a través de la línea real
de Salomón; Lucas la traza a través del hijo de David, Natán (Lc. 3:31; cf. 2 Sam.
5:14). Dadas estas diferencias, muchos sostienen que estos relatos son incompatibles.
88
Desde la antigüedad, y especialmente en la obra de Juan Calvino, una forma famosa de pensar en la obra de
Cristo es emplear el concepto del triple oficio de Cristo: profeta, sacerdote y rey. Cada una de estas funciones
presupone la necesidad de la plena humanidad de Cristo. Para una discusión útil de la obra de Cristo desarrollada de
esta manera, véase Robert Letham, The Work of Christ (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 1993); Geerhardus
Vos, Christology, vol. 3 de Reformed Dogmatics, trad. y ed., Richard B. Gaffin Jr. (Bellingham, WA: Lexham, 2014),
85-182.
89
No fue sólo la época de la Ilustración, sino que algunos en la iglesia primitiva también negaron la concepción
virginal de Cristo, por ejemplo, los ebionitas, Cerinto y Celso.
90
Véase Carson, Matthew, 62-81; France, Matthew, 26-40; Machen, Virgin Birth of Christ, 188-237.
223
La humanidad de Cristo: Dios Hijo encarnado
91
Carson, Matthew, 61–65; France, Matthew, 26–33.
92
Carson, Matthew, 64; Machen, Virgin Birth of Christ, 188–209.
93
Machen, Virgin Birth of Christ, 209. Para un análisis de los problemas, véase Raymond E. Brown, The Birth of
the Messiah: A Commentary on the Infancy Narratives in Matthew and Luke (Garden City, NY: Doubleday, 1977),
503-504. El principal problema de este punto de vista es que requiere que Jacob, el padre de José en Mateo 1:16, sea el
hermano completo de Helí, el padre de José mencionado en Lucas 3:23. Esto es posible si Jacob, el heredero real, murió
sin descendencia y Helí se casó con la viuda de Jacob según las leyes del levirato (Dt. 25:5-10). Pero si Jacob y Helí
son hermanos de pleno derecho, entonces Matán (en Mateo) y Matat (en Lucas) deben ser el mismo hombre, aunque el
padre de Matán sea Eleazar (en Mateo) y el de Matat sea Leví (en Lucas). ¿Podemos encontrarle sentido a esto?
Machen expone algunas alternativas que reconcilian los relatos: (1) Suponiendo que Matán y Matat se refieran a la
misma persona, entonces (a) tenemos a Helí casándose con la viuda de su hermano Jacob, como se señaló
anteriormente, o (b) el hijo físico de Helí, José, sobrino de Jacob, se convierte en el heredero legal de Jacob debido a
que éste murió sin hijos. Sin embargo, teniendo en cuenta estos posibles escenarios, todavía se requiere una explicación
para que el padre de Matán sea Eleazar y el padre de Matat sea Levi (Machen, Virgin Birth of Christ, 188-209). Como
solución a esta alternativa, Machen propone: «Parece que lo mejor es explicar la divergencia con respecto a su padre, no
por el matrimonio de Leví, sino por el hecho de que la línea real se extinguió con Eleazar, de quien Mateo dice que
“engendró” a Matán, de modo que un vástago de una línea colateral muy divergente se convirtió en su heredero. Matat
sería así el heredero legal de Eleazar, pero el hijo real de Levi, que aparece en la genealogía de Lucas» (ibid., 208). (2)
Asumiendo que Matán y Matat no son la misma persona, Machen propone una solución antigua, a saber, «Jacob y Helí
eran medios hermanos, es decir, que tenían la misma madre pero no el mismo padre» (ibid.). La cuestión es que, con
cualquiera de las dos soluciones, hay formas posibles de aliviar la acusación de contradicción.
224
Parte II Garantía bíblica para la Cristología actual
reflexionaban sobre los textos del Antiguo Testamento a la luz de Jesús.94 El problema
con esta sugerencia es que los relatos del nacimiento no encajan en el género del
midrash: no hay ningún comentario de un texto del Antiguo Testamento y, a primera
vista, hacen afirmaciones históricas.95 Relacionada con la objeción del midrash está la
afirmación de que las narraciones del nacimiento son más kerigmáticas que
históricamente precisas, lo que sugiere que la intención de los autores es proclamar la
verdad de quién es Jesús más que relatar información fáctica.96 Pero, como señala D.
A. Carson, esta sugerencia requiere una «dicotomía rígida entre la proclamación y la
enseñanza» indefendible.97 Más aún, los relatos del nacimiento no dicen algo vago,
sino algo específico sobre Jesús, a saber, que es el Mesías prometido del linaje de
David, que es una afirmación arraigada en realidades históricas.
En tercer lugar, en una versión más radicalizada del argumento, algunos sostienen
que los relatos del nacimiento son simplemente construcciones imaginativas tomadas
de mitos y leyendas ancestrales.98 En el mundo helenístico, había historias de Zeus
engendrando a Hércules, Perseo y Alejandro, y de Apolo engendrando a Ion, Asclepio
y Pitágoras. Por esta razón, Robert Stein sostiene que «probablemente el argumento
más frecuente que se esgrime contra la concepción virginal es que existen demasiados
paralelos en la literatura antigua como para poder tomar en serio el relato cristiano». 99
Sin embargo, el problema es que una interpretación cuidadosa de los Evangelios
demuestra que no son de origen griego, sino judío, y los paralelos entre estos otros
relatos antiguos y el Nuevo Testamento son inexistentes.100 El relato bíblico se inscribe
en el contexto de una visión del mundo totalmente diferente que no da ninguna pista
sobre ninguna actividad sexual entre Dios y María; nada en las Escrituras se aproxima
ni remotamente.101
En cuarto lugar, algunos cuestionan la fiabilidad histórica de los relatos del
nacimiento debido al silencio general sobre la concepción virginal en el resto del
Nuevo Testamento. Si la concepción virginal ocurrió realmente, ¿por qué no se
menciona constantemente en el Nuevo Testamento? Sin embargo, aunque Mateo y
Lucas son los únicos lugares que hacen referencia explícita a la concepción virginal, es
posible leer Gálatas 4:4 como coherente con ella: «Dios envió a su Hijo, nacido
[genomenos] de una mujer, nacido bajo la ley».102 Además, debemos tener en cuenta
94
Véase, por ejemplo, M. D. Goulder, Midrash and Lection in Matthew (Londres: SPCK, 1974); W. D. Davies,
The Setting of the Sermon on the Mount (Cambridge: Cambridge University Press, 1964); J. S. Spong, Born of a
Woman: A Bishop Rethinks the Birth of Jesus (Nueva York: HarperOne, 1994).
95
Sobre este punto, véase N. T. Wright, Who Was Jesus? (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1992); P. S. Alexander,
«Midrash and the Gospels», en Synoptic Studies: The Ampleforth Conferences of 1982 and 1983, ed. C. M. Tuckett,
Journal for the Study of the New Testament 7 (Sheffield: JSOT, 1984); ídem, «Midrash», en The SCM Dictionary of
Biblical Interpretation, 2a ed., ed., R. J. Coggins y J. L. Houlden (Londres: SCM, 2003).
96
Véase, por ejemplo, Davies, Setting of the Sermon on the Mount, 67.
97
Carson, Matthew, 72.
98
Véase, por ejemplo, John Hick, ed. The Myth of God Incarnate (Philadelphia: Westminster, 1977).
99
R. H. Stein, Jesus the Messiah: A Survey of the Life of Christ (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 1996), 65.
100
Véase, por ejemplo, Ronald H. Nash, The Gospel and the Greeks: Did the New Testament Borrow from Pagan
Thought? 2ª ed. (Phillipsburg, NJ: P&R, 2003).
101
Millard Erickson argumenta que estos mitos del mundo antiguo «no son más que las historias sobre la
fornicación entre los seres divinos y humanos, que es algo radicalmente diferente de los relatos bíblicos del nacimiento
virginal» (Millard Erickson, Christian Theology [Grand Rapids, MI: Baker, 1986], 752).
102
Pablo no utiliza la palabra habitual para «nacido» (gennētos), sino que utiliza genomenos («llegar a ser»). Esta
extraña variación puede no afirmar explícitamente una concepción virginal, pero es coherente con tal fenómeno (cf.
Rom. 1:3; Flp. 2:7). Macleod, Person of Christ, 29, observa que «si Pablo hubiera querido evitar contradecir la doctrina
del nacimiento virginal, podría haber elegido su lenguaje con más acierto que el que emplea en Gálatas 4:4». O como
observa James Orr, The Virgin Birth of Christ (Nueva York: Charles Scribner, 1907), 117, «apenas hay una alusión a la
225
La humanidad de Cristo: Dios Hijo encarnado
estos hechos (1) ningún autor del Nuevo Testamento contradice o niega la concepción
virginal; (2) los dos únicos lugares de todo el Nuevo Testamento que describen el
nacimiento y la infancia de Jesús son unánimes en su atestación; (3) si la historia era
una leyenda, entonces Juan, al escribir su Evangelio posteriormente, podría haberla
corregido; (4) como Lucas era el compañero de viajes de Pablo, es muy poco probable
que hubiera una divergencia fundamental entre ellos en este punto.103
A partir de la evidencia, podemos concluir que no hay ninguna buena razón para
cuestionar la exactitud histórica de las narraciones bíblicas sobre el nacimiento. De
hecho, hay muchas razones para aceptar que nos cuentan con exactitud los medios por
los que Dios Hijo se encarnó.
venida de Cristo en nuestra humanidad en las Epístolas que no esté marcada por alguna peculiaridad significativa de
expresión».
103
Para una discusión completa de esta cuestión, véase Macleod, Person of Christ, 29-32.
104
Véase Eduard Schweizer, The Good News according to Matthew, trad. David E. Green (Atlanta: John Knox,
1975); Goulder, Midrash and Lection in Matthew, 33; Hick, Myth of God Incarnate.
105
Véase, por ejemplo, R. Douglas Geivett y Gary R. Habermas, eds., In Defense of Miracles: A Comprehensive
Case for God's Action in History (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 1997).
106
Warfield, Person and Work of Christ, 32.
226
Parte II Garantía bíblica para la Cristología actual
Por último, algunos rechazan la concepción virginal por diversas razones teológicas.
Por ejemplo, aunque Wolfhart Pannenberg afirma la resurrección corporal de Cristo,
niega la historicidad de la concepción virginal porque piensa que es inconsistente con
la preexistencia de Jesús. Pannenberg cree que los relatos del nacimiento surgieron
como leyendas dentro de la comunidad judía helenística y que se encuentran «en una
contradicción irreconciliable con la cristología de la encarnación del Hijo de Dios
preexistente que se encuentra en Pablo y Juan».107 De manera similar, J. D. G. Dunn
sostiene que los relatos del nacimiento presentan la concepción virginal como «el
origen de Jesús, como el engendramiento (el llegar a ser) de Jesús para ser el Hijo de
Dios»,108 y que los relatos del nacimiento no presentan «la transición de un ser
preexistente para convertirse en el alma de un bebé humano o la metamorfosis de un
ser divino en un feto humano».109 En resumen, el argumento es que dentro del Nuevo
Testamento hay cristologías incoherentes. Sin embargo, este argumento no se sostiene.
Todo el patrón de la cristología del Nuevo Testamento presenta la identidad de Cristo
como Dios Hijo encarnado, plenamente Dios y plenamente hombre. No se puede
contraponer la preexistencia del Hijo a su encarnación y a los medios por los que lo
hizo.110
Irónicamente, Emil Brunner rechaza la concepción virginal porque no es coherente
con la preexistencia del Hijo, sino con la plena humanidad de Cristo. Para Brunner, la
procreación por parte de un padre humano forma parte de lo que significa ser humano
y, por lo tanto, una concepción virginal comprometería la plena humanidad de
Cristo.111 Aunque la procreación por parte de un padre humano es la norma para un
gran porcentaje de humanos, no es esencial ni necesaria para nuestra humanidad.112
Dado el desarrollo de la tecnología científica en los ámbitos de la inseminación
artificial y la fecundación in vitro, ahora es posible pensar en la procreación al margen
de las relaciones sexuales sin ni siquiera considerar la poderosa acción de Dios. Se
puede ser plenamente humano y compartir todo lo que la humanidad comparte sin
haber venido al mundo por los medios típicos que Dios ha establecido. Pero para
demostrar que la paternidad humana no es esencial para la plena humanidad por los
medios comunes de procreación, simplemente tenemos que reconocer que el primer
Adán no vino al mundo a través de un padre humano de esta manera —y tampoco lo
hizo el último Adán.
Arthur Peacocke ha argumentado recientemente que una concepción virginal crea
un Cristo dócil: «a la luz de nuestro conocimiento biológico, es imposible ver cómo se
podría decir que Jesús compartió nuestra naturaleza humana, si llegó a existir por una
107
Wolfhart Pannenberg, Jesus: God and Man, 2nd ed., trad. Lewis L. Wilkins y Duane A. Priebe (Philadelphia:
Westminster, 1977), 143.
108
J. D. G. Dunn, Christology in the Making: A New Testament Inquiry into the Origins of the Doctrine of the
Incarnation, 2nd ed. (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1989), 50.
109
Ibid., 51; cf. Pannenberg, Jesus: God and Man, 143.
110
Sobre este punto, véase Macleod, Person of Christ, 33-34. Erickson también dice que no hay «ninguna razón
por la que la preexistencia [del Hijo de Dios] y el nacimiento virginal deban estar en conflicto si uno cree que hubo una
encarnación genuina al comienzo de la vida terrenal de Jesús» (Erickson, Christian Theology, 753).
111
Emil Brunner, trad. Olive Wyon (Londres: Lutterworth, 1934), 325, insiste: «El Hijo de Dios asumió toda la
humanidad; así tomó sobre sí todo lo que se encuentra en la esfera del espacio y del tiempo. La procreación a través de
los dos sexos forma parte de la vida humana».
112
Es importante distinguir entre ser «plenamente humano» y «meramente humano». Véase Thomas V. Morris,
The Logic of God Incarnate (Ithaca, NY: Cornell University Press, 1986), 56-70.
227
La humanidad de Cristo: Dios Hijo encarnado
113
Arthur Peacocke, «DNA of our DNA» en The Birth of Jesus: Biblical and Theological Reflections, ed. George J.
Brooke (Edinburgh: T&T Clark, 2000), 65.
114
Para un desarrollo de este argumento, véase Oliver D. Crisp, God Incarnate: Explorations in Christology
(Nueva York: T&T Clark, 2009), 79-87; Michael D. Bush, «Christology and the “Y” Chromosome», en Unapologetic
Apologetics: Meeting the Challenges of Theological Studies, ed. William A. Dembski y Jay Wesley Richards (Downers
Grove, IL: InterVarsity Press, 2001), 144-155.
115
Bavinck, Sin and Salvation in Christ, 290, resume muy bien el significado de la concepción virginal de Jesús:
«La concepción sobrenatural, por tanto, no es un asunto indiferente y sin valor. Está más íntimamente ligada a la deidad
de Cristo, a su preexistencia eterna, a su absoluta impecabilidad, y es, por tanto, de gran importancia para la fe de la
Iglesia».
228
Resumen de la Parte II
RESUMEN DE LA PARTE II
En el capítulo 3 vimos que las cuatro partes principales de la historia bíblica sostienen
toda la metanarrativa y forman el marco básico para interpretar la revelación bíblica.
Más específicamente, para nuestro propósito de establecer una garantía bíblica para la
cristología, vimos que las épocas de la creación, la caída, la redención y la
inauguración-consumación conforman la forma en que las Escrituras presentan e
identifican a Jesús. Y a través de estas épocas parciales, Dios actúa a través de seis
pactos bíblicos para llevar su único plan para la humanidad y toda la creación desde
sus promesas iniciales en el pacto de la creación hasta su cumplimiento en Cristo y el
nuevo pacto. Esta progresión particular de pactos a lo largo de estas épocas particulares
de la historia bíblica revela más plenamente la verdadera identidad de Cristo.
En la creación, Dios se compromete con la creación en general y con la humanidad
en particular, y nunca se vuelve atrás. El Creador y Señor del pacto que puso a la
humanidad por encima de una creación «muy buena» responde con ira santa a la
rebelión de sus representantes destruyéndolos a ellos y a toda la vida corrompida por
ellos, pero no completamente. La maldición de Dios según los términos del pacto con
la creación mueve la línea argumental de la Escritura desde la creación hasta la caída.
Pero Dios hace un pacto con Noé para preservar la línea para el hombre de la promesa
que vendrá y que restaurará todas las cosas. Y con el pacto con Noé, Dios traslada el
drama de la Escritura a la redención mediante su promesa de preservar la tierra hasta
que se cumpla su plan. Dios decide pactar con Abraham, Israel y luego con los reyes
davídicos, no para encontrar al verdadero Hijo-Imagen y al último Adán, sino para
hacerlo nacer.
Al pactar con la humanidad en relaciones más específicas, el Creador y Señor del
pacto no se esfuerza por rediseñar su plan original que ha fracasado. Más bien,
mediante el desarrollo de un pacto al siguiente, Dios construye las realidades
relacionales necesarias para identificar correctamente a quien completará el diseño de
Dios para su gloria en su creación.
En el capítulo 4, examinamos la forma en que la Biblia utiliza su estructura y su
argumento epocal para desarrollar la identidad de Cristo como Dios Hijo encarnado. A
través de las propias palabras y obras de Jesús —tanto implícitas como explícitas— se
identificó consciente e intencionadamente como el Hijo divino de Dios y la imago Dei
eterna. Del mismo modo, también se identificó a sí mismo como la imago Dei
encarnada y el hombre que cumpliría todas las promesas del pacto de Dios como su
verdadero Hijo-Rey y el último Adán. Tras estas palabras y obras y la autopercepción
229
Resumen de la Parte II
de Cristo, sus apóstoles llegaron a la misma conclusión. Miraron a lo largo del drama
redentor que se desarrollaba en el Antiguo Testamento y reconocieron a Jesús como el
que respondería a la creciente expectativa de que Dios mismo salvara a su pueblo y
pusiera a su siervo-pastor-rey sobre él. Los apóstoles situaron lo que Jesús hizo y lo
que dijo ser en el marco de las Escrituras y lo identificaron como el Hijo de Dios
nacido como hombre para hacer lo que sólo Dios puede hacer y todo lo que Dios exige
al hombre.
Con el fin de establecer una garantía bíblica para las próximas conclusiones
cristológicas, necesitamos hacer una deducción simple pero fundamental. La
autopercepción del Señor Jesucristo y la comprensión apostólica de la identidad de
Jesús nos llegan en los Evangelios y las epístolas del Nuevo Testamento, que
continúan y concluyen la línea argumental de los documentos del Antiguo Testamento.
Con el Antiguo y el Nuevo Testamento vinculados a través de la enseñanza dominical
y apostólica, entonces, el testimonio de Jesús y sus apóstoles nos dan la descripción
bíblica de la identidad de Jesús. Esto puede parecer sencillo, pero no por ello menos
crucial. La identidad bíblica dada por Dios, inerrante y autoritativa de Jesús es que es
Dios Hijo encarnado —es Dios y hombre a la vez.
En el capítulo 5, expusimos el argumento acumulativo del Nuevo Testamento
sobre la deidad de Cristo. En primer lugar, el Nuevo Testamento otorga un estatus
divino a Jesús al afirmar sus atributos divinos, su gobierno divino y el hecho de que es
digno de adoración. Jesús tiene, en su totalidad, todas las características y capacidades
que hacen que Dios sea quien es. Al ser la imagen y la naturaleza misma de Dios, Jesús
actúa como Dios: gobierna con autoridad, poder y dominio universales. Y debido a que
es Dios por naturaleza y en su gobierno, Jesús recibe la adoración de sus discípulos y
se erige como el objeto propio de su fe para la salvación. En segundo lugar, el Nuevo
Testamento señala que Jesús no sólo tiene estatus divino, sino que también realiza
obras divinas específicas que sólo Dios puede hacer. Cristo es el agente de la creación
y el Señor providencial del cielo y de la tierra que inaugura el reino de Dios y trae al
presente la era venidera. Y en tercer lugar, en consonancia con su ontología y función
divinas, el Nuevo Testamento corona a Cristo con ciertos títulos/nombres divinos. Es
tanto Señor como Dios, títulos que se refieren y pertenecen sólo a Jehová. Sin
embargo, aunque Cristo es Dios, no es Dios Padre —es Dios Hijo. Por tanto, para
preservar las relaciones trinitarias y la realidad de la encarnación, es mejor decir que
Jesús es Dios Hijo encarnado.
En consecuencia, en el capítulo 6 retomamos la plena humanidad de Cristo. La
vida exterior de Jesús demuestra que tuvo un cuerpo y creció y se desarrolló como
todos los demás seres humanos. Y la vida interior de Jesús demuestra que tenía una
mente, una voluntad y un alma y que experimentó la vida como todos los demás seres
humanos. El Nuevo Testamento no deja la plena humanidad de Cristo a la
especulación y la incertidumbre, porque su encarnación a semejanza de la humanidad
era necesaria para cumplir el argumento de la redención de Dios que se desprende del
Antiguo Testamento. El Hijo estaba obligado por el Padre a asumir una naturaleza
humana genuina y completa porque una encarnación completa era la única forma en
que el Hijo podía: (1) gobernar como un representante obediente de Dios sobre la
creación; (2) llevar a muchos hijos desobedientes a la gloria a través de sufrimientos
que lo capacitaran para la vocación; (3) sufrir la pena de muerte en nombre de los
desobedientes, liberándolos del miedo a la muerte bajo el juicio divino; (4) representar
230
Resumen de la Parte II
a los pecadores ante Dios como reconciliados con él a través del perdón de sus
pecados.
Además, esta obra de redención y restauración fue posible porque la humanidad de
Jesús no sólo era plena, sino también sin pecado. Mediante la concepción virginal, el
Espíritu Santo creó y santificó la naturaleza humana que el Hijo asumió en su
encarnación. Jesús nació de la descendencia de Adán, pero no exactamente de la
misma manera que nosotros. Todos los humanos nacidos después de Adán nacieron
«en Adán» y son culpables y están corrompidos por el pecado de Adán. Pero no el
último Adán. Como hombre pleno y sin pecado, Jesús estaba perfectamente capacitado
para cumplir la promesa de Dios de redimir a una nueva humanidad.
231
Resumen de la Parte II
232
PARTE III
La iglesia existe para proclamar la gloria de Dios en Cristo, quien saca a la iglesia de
las tinieblas y la lleva a su luz admirable (1 Pe. 2:9). En cada generación, los cristianos
confiesan y profesan a nuestro Señor Jesucristo. Sin embargo, dado que la
interpretación autoritativa de la identidad de Jesús se nos da en la Escritura (Parte II),
los cristianos de hoy no deberían decir nada sustancialmente diferente de lo que la
iglesia ha dicho fielmente a lo largo de la historia.
Sólo la Escritura tiene autoridad magisterial; pero la comprensión de la Escritura
por parte de la Iglesia a lo largo de la historia tiene autoridad ministerial para nosotros
hoy. Para que la cristología tenga una garantía eclesiológica, una articulación
contemporánea de la doctrina debe estar regida por la Escritura y guiada por la historia
de la Iglesia. En particular, el testimonio universal y duradero del sentido bíblico y de
la superioridad conceptual de los primeros concilios eclesiásticos debería concederles
deferencia y permitirles corregir cualquier diferencia sustancial en nuestras
conclusiones doctrinales contemporáneas.
Los capítulos de esta parte utilizarán el Concilio de Calcedonia como foco y punto
de apoyo. La importancia de este concilio ecuménico fue su formulación de una
cristología ortodoxa que daba cuenta del testimonio de las Escrituras sobre la deidad y
la humanidad de Jesucristo y refutaba el falso testimonio de diversas herejías que
disminuían una u otra naturaleza.
En el capítulo 7 se examinarán los problemas y las herejías que crearon por
primera vez la necesidad de una cristología ortodoxa. Las primeras formulaciones
cristológicas de una serie de teólogos que condujeron hasta las afirmaciones del
Concilio de Nicea, e incluso las mismas, resolvieron sólo algunas de las cuestiones. En
el capítulo 8 se analizarán los desarrollos cristológicos cruciales desde Nicea hasta el
Concilio de Calcedonia. La definición de Calcedonia sobre la persona y las naturalezas
de Cristo marcó la aparición de una cristología ortodoxa. Y el capítulo 9 presta
atención a los desarrollos post calcedonianos que aclararon las implicaciones
necesarias de la Definición, estableciendo así una cristología ortodoxa. Como veremos,
este estudio de la cristología histórica ayudará a corregir la confusión actual y a
proteger una articulación contemporánea de la cristología ortodoxa (Parte IV).
235
Parte III Garantía Eclesiológica para la Cristología actual
CAPÍTULO 7
CRISTOLOGÍA ANTE-NICENA:
LA NECESIDAD DE LA ORTODOXIA
237
Cristología ante-nicena: la necesidad de la ortodoxia
1
El Credo de Nicea representa las confesiones de los dos primeros concilios de la Iglesia: Nicea (325) y
Constantinopla (381). Para más información sobre estos concilios en relación con la doctrina de la Trinidad, véase
Robert Letham, The Holy Trinity: In Scripture, History, Theology, and Worship (Phillipsburg, NJ: P&R, 2004).
2
Harold O. J. Brown, Heresies: The Image of Christ in the Mirror of Heresy and Orthodoxy from the Apostles to
the Present (Garden City, NY: Doubleday, 1984), 1–5.
238
Parte III Garantía Eclesiológica para la Cristología actual
de forma más precisa y coherente la «fe que fue entregada de una vez por todas a los
santos» (Judas 3), que es precisamente lo que ocurrió en la época patrística.
En el desarrollo de la teología, esto no quiere decir que las formulaciones
doctrinales de la Iglesia estén fuera de toda duda; sólo la Escritura cumple esa función.
Sin embargo, la teología histórica, lo que llamamos la garantía eclesiológica,
desempeña un papel fundamental en nuestra teología que ignoramos por nuestra cuenta
y riesgo. Ningún teólogo actual aborda la cristología de novo; sino que nos apoyamos
en los hombros de los gigantes y aprendemos de los errores del pasado y de sus
formulaciones doctrinales constructivas. De este modo, los concilios y las confesiones
de la Iglesia sirven como normas secundarias a la Escritura; la doctrina se elabora en el
laboratorio de la historia, donde se comprueba la fidelidad de las ideas a la Escritura.
Las formulaciones doctrinales anteriores, especialmente las que reciben el
consentimiento católico, ayudan a funcionar como barandillas para nosotros hoy. Esto
es especialmente cierto en el caso de los primeros concilios ecuménicos, que
establecieron los parámetros básicos dentro de los cuales opera la teología trinitaria y
cristológica. Los credos de Nicea y Calcedonia, que establecieron la ortodoxia
trinitaria y cristológica, nos ayudan hoy a hacer teología y sirven legítimamente como
«reglas de fe».
Al decir esto, se asumen dos puntos. En primer lugar, existe una cristología
ortodoxa definible de la iglesia en cuanto a la identidad de Cristo, representada por la
Definición de Calcedonia, y apartarse de ella, o revisarla, es muy poco prudente, a
menos que tengamos una fuerte justificación bíblica para hacerlo. No cabe duda de que
Calcedonia no es la última palabra en materia de cristología, pero proporciona a la
Iglesia los límites básicos dentro de los cuales teologizamos sobre la encarnación. De
hecho, la razón principal de los tres capítulos posteriores de la Parte III es desentrañar
la garantía eclesiológica de la cristología y descubrir cómo llegó la Iglesia a sus
conclusiones para no «reinventar la rueda» y repetir los errores de la historia. Oliver
Crisp lo expresa de esta manera: «La teología no debe ser novedosa —o, al menos, no
debe ser novedosa por el hecho de serlo. En mi opinión, la teología sistemática debe
ser fiel a la Escritura y tomar en serio el coro de voces que constituyen la tradición
cristiana».3 Una vez más, esto no significa que no evaluemos críticamente la tradición,
pero sí exige que lo hagamos, en primer lugar, de forma coherente con la Escritura y,
en segundo lugar, apoyándonos en la tradición a menos que haya razones para no
hacerlo.
En segundo lugar, se supone que el desarrollo cristológico, representado por la
Definición Calcedonia, está en continuidad con la Escritura y no es una distorsión de la
misma. Los primeros herejes a menudo acusaban a la Iglesia de apartarse de las
Escrituras, ya que empleaba terminología extrabíblica en sus credos. En el siglo XIX
esta acusación se hizo famosa por Adolf von Harnack, quien afirmó que la teología
patrística estaba infectada por una «helenización aguda». Harnack no se limitaba a
decir que la Iglesia empleaba términos extrabíblicos en sus credos, sino que la acusaba
de adoptar una mentalidad helenística, ajena a las Escrituras, y de distorsionar así los
datos bíblicos.
3
Oliver D. Crisp, Divinity and Humanity: The Incarnation Reconsidered (Cambridge: Cambridge University Press,
2007), xiii. Para una discusión importante, véase David F. Wells, The Person of Christ: A Biblical and Historical
Analysis of the Incarnation (Westchester, IL: Crossway, 1984), 86–91.
239
Cristología ante-nicena: la necesidad de la ortodoxia
4
Richard Bauckham, Jesus and the God of Israel: God Crucified and Other Studies on the New Testament’s
Christology of Divine Identity (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 2008), 57–58.
5
Ibid., 58.
6
Ibid.
7
Ibid.
8
Ibid.
240
Parte III Garantía Eclesiológica para la Cristología actual
9
Sobre este punto, véase Aloys Grillmeier, From the Apostolic Age to Chalcedon (451), vol. 1 en Christ in
Christian Tradition, trad. John Bowden, 2ª ed. rev. (Atlanta: John Knox, 1975), 7-9. Grillmeier insiste en que la
acusación de que la cristología patrística está más preocupada por la ontología que por la función es incorrecta porque
la «cuestión de la naturaleza de Jesús era precisamente la cuestión de su función y significado soteriológico» (ibid., 7).
Concluye con este importante punto: «Nicea y Calcedonia no vieron sus formulaciones como una distorsión del
kerygma, sino como su defensa y su confirmación. El contenido del kerygma, sin embargo, fue siempre la persona de
Cristo y su singularidad. Las luchas teológicas de la época patrística no son más que una ampliación de esta cuestión
central; esto les da su continuidad» (ibid., 9). Para mayor claridad sobre este punto, véase David S. Yeago, «The New
Testament and the Nicene Dogma: A Contribution to the Recovery of Theological Exegesis», en The Theological
Interpretation of Scripture: Classic and Contemporary Readings, ed. Stephen E. Fowl. Stephen E. Fowl, Blackwell
Readings in Modern Theology (Malden, MA: Blackwell, 1997), 87-102. Yeago sostiene que la homoousion nicena no
se impone a los textos del Nuevo Testamento ni se deduce a distancia de los mismos, «sino que describe un patrón de
juicios presente en los textos, en la textura del discurso escritural relativo a Jesús y al Dios de Israel» (ibid., 88).
10
El tratamiento más detallado del desarrollo de la cristología en la historia de la Iglesia es la obra de Aloys
Grillmeier. Véase especialmente su From the Apostolic Age to Chalcedon (451); ídem, From the Council of Chalcedon
(451) to Gregory the Great (590-604), vol. 2, parte 1 en Christ in Christian Tradition, trad. Pauline Allen y John Cawte
(Atlanta: John Knox, 1987); ídem, The Church of Constantinople in the Sixth Century, vol. 2, parte 2 en Christ in
Christian Tradition, trad. Pauline Allen y John Cawte (Louisville: Westminster John Knox, 1995); véase también
Jaroslav Pelikan, The Emergence of the Catholic Tradition (100-600), vol. 1 en The Christian Tradition: A History of
the Development of Doctrine (Chicago: University of Chicago Press, 1971); J. N. D. Kelly, Early Christian Doctrines,
5ª ed. rev. (Londres: A & C Black, 1977); Gerald Bray, God Has Spoken: A History of Christian Theology (Wheaton,
IL: Crossway, 2014).
241
Cristología ante-nicena: la necesidad de la ortodoxia
Uno de los resultados positivos de la herejía fue que obligó a la Iglesia a definir
cuidadosamente los términos y a producir un vocabulario común por el que se produjo
una mayor precisión teológica. De hecho, uno de los logros más importantes de los
concilios ecuménicos fue precisamente este punto, aunque fuera difícil. Hay dos
aspectos de este desarrollo.
A. La distinción «persona-naturaleza»
Para dar sentido a los datos bíblicos y responder a las diversas herejías sobre la
Trinidad y la cristología, la Iglesia tuvo que hacer una distinción crucial entre
«persona-naturaleza». La Escritura enseña que Dios es uno, pero también enseña que
Dios es tres y que hay una diferencia entre la forma en que es uno y la forma en que es
tres. Negar o incluso minimizar esta diferencia es fundamentalmente malinterpretar la
enseñanza bíblica y abrir la puerta a falsas visiones de Dios.
El término que expresaba la unicidad de Dios era el «ser» y, más comúnmente, su
«naturaleza», mientras que su triteísmo se expresaba con el término «hijo».
Técnicamente, como señala Gerald Bray, el ser se refiere a «lo que una cosa es» y la
naturaleza a «cómo es una cosa»,11 pero a lo largo de los siglos estas sutilezas han
desaparecido en su mayor parte en la teología cristiana, y las palabras «ser» y
«naturaleza» se utilizan ahora como sinónimos. Así, cuando se habla de Dios, se dice
que es el Ser supremo, el Creador del universo y, por tanto, distinto de su creación y en
una categoría propia, que tiene una naturaleza que después se describe en términos de
sus atributos.12
Históricamente, especialmente en la época medieval, los teólogos han hablado de
los atributos de Dios como aquellas cosas que son esenciales para él en contraste con
la accidental, i.e., Dios tiene sus atributos necesariamente; no puede dejar de lado o
perder sus atributos y seguir siendo Dios. Así, la naturaleza de Dios es inmaterial,
eterna, omnipotente, omnisciente, omnipresente, etc., y necesaria. Hoy en día, algunos
hablan de los atributos divinos dentro del pensamiento conceptual del
«esencialismo».13 El «sentimentalismo» distingue entre atributos esenciales y
contingentes. Los atributos esenciales son los que Dios tiene por necesidad, i.e., los
que tiene en todos los mundos posibles (e.g., la infinidad, eternidad, aseidad,
simplicidad, inmutabilidad, inmensidad, santidad, triunidad, etc.). Los atributos
11
Gerald Bray, Creeds, Councils, and Christ: The Continuity between Scripture and Orthodoxy in the First Five
Centuries (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 1984), 147. Cf. idem, God Has Spoken, 293–322.
12
Bray, Creeds, Councils, and Christ, 146–151; cf. John S. Feinberg, No One Like Him: The Doctrine of God,
Foundations of Evangelical Theology (Wheaton, IL: Crossway, 2001), 37–80, 204–231.
13
Para un análisis de las formas medievales y de la Reforma de pensar en los atributos divinos, véase Richard A.
Muller, The Divine Essence and Attributes, vol. 3 de Post-Reformation Reformed Dogmatics (Grand Rapids, MI: Baker
Academic, 2003). Para un análisis del «esencialismo», véase Jay Wesley Richards, The Untamed God: A Philosophical
Exploration of Divine Perfection, Simplicity, and Immutability (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 2003); cf. K.
Scott Oliphint, Reasons for Faith: Philosophy in the Service of Theology (Phillipsburg, NJ: P&R, 2006), 191-255.
242
Parte III Garantía Eclesiológica para la Cristología actual
contingentes o perfecciones son atributos que Dios tiene, pero no en todos los mundos
posibles (e.g., creador, redentor, sustentador, ya que Dios elige convertirse en estas
cosas junto con su libre decisión de crear, sustentar y redimir). Cualquiera que sea la
forma que empleemos para pensar en los atributos de Dios, hablar de la naturaleza de
Dios (o de la naturaleza de cualquier cosa), es describir «aquello por lo que una cosa es
lo que es».14
La «persona», en cambio, no puede reducirse a la «naturaleza». La Escritura
enseña que las «personas» de la Trinidad —Padre, Hijo y Espíritu Santo— no pueden
confundirse ni sumergirse en la «naturaleza» única de Dios; de lo contrario, pierden su
distinción. Pero, ¿qué es exactamente una persona? No es una pregunta fácil de
responder, y aún hoy se sigue debatiendo. Sin embargo, en este momento es importante
aclarar dos puntos.
En primer lugar, la fidelidad bíblica nos exige distinguir «persona» de
«naturaleza». En segundo lugar, en la época patrística, «persona» podía entenderse de
dos maneras muy distintas, pero es la segunda la que resulta crucial para entender la
cristología ortodoxa tal como la definió Calcedonia. La primera forma consideraba la
«persona» simplemente como una apariencia personal unida (Gr.: prosōpon). Como
explica Donald Fairbairn, «en esta interpretación, se podría decir que Cristo era una
sola persona, pero esto significaría poco más que el hecho obvio de que el Jesús que la
gente podía ver, oír y tocar aparecía como un solo hombre. En realidad, según esta
interpretación, se trataba de dos sujetos diferentes, el Logos y el hombre Jesús, que
aparecían juntos como una sola persona prosōpon».15 La segunda forma —crucial para
la cristología—, consideraba a la «persona» como «un sujeto activo que hace cosas y
al que le suceden cosas».16 Esta interpretación de la «persona» reconoce que Cristo
aparecía como un solo personaje, pero va más allá. Plantea la importante cuestión de
quién fue el sujeto activo (i.e., la persona) de la encarnación. La Escritura es clara: la
persona de la encarnación es el Hijo divino que asumió una naturaleza humana sin
sujeto humano —«el Verbo se hizo carne» (Jn. 1:14)—, de ahí la afirmación de que
Jesús es una persona con dos naturalezas.
Como discutiremos a lo largo de la Parte III, la Iglesia definió posteriormente este
concepto de «persona».17 Por ejemplo, Juan Calvino define la persona divina como una
«subsistencia en la esencia de Dios, que, aunque relacionada con las demás, se
distingue por una cualidad incomunicable»18 —una cualidad o propiedad
incomunicable de la que se hablaba en términos de lo que pertenece únicamente al
Padre, al Hijo y al Espíritu.19 O, como explica Herman Bavinck, una «persona» es «lo
que existe en y para sí mismo, el dueño, el poseedor y el amo de una naturaleza, una
14
Herman Bavinck, Sin and Salvation in Christ, vol. 3 de Reformed Dogmatics, ed. John Bolt, trad. John Vriend
(Grand Rapids, MI: Baker, 2006), 306.
15
Donald Fairbairn, «The One Person Who Is Jesus Christ: The Patristic Perspective», en Jesus in Trinitarian
Perspective: An Intermediate Christology, ed. Fred Sanders y Klaus D. Issler (Nashville: B&H, 2007), 83.
16
Ibid. Cf. Bray, God Has Spoken, 316-322.
17
La definición de Boecio se considera a menudo como una definición estándar: «Una persona es una sustancia
individual de una naturaleza racional» (citado en Gilles Emery, «The Dignity of Being a Substance: Persona,
subsistencia y naturaleza», Nova et Vetera, 9/4 (2011): 994 (edición en inglés). Para la fuente original, véase Boecio,
Liber de Persona et Duabus Naturis, capítulo 3, «A Treatise against Eutyches and Nestorius», 85, en su Theological
Tractates.
18
Juan Calvino, Institute of the Christian Religion, ed. John T. McNeill, trad. Ford Lewis Battles (Filadelfia:
Westminster, 1960), 1.13.6.
19
Históricamente, la manera de distinguir las personas de la Divinidad era en términos de las relaciones o
propiedades internas y eternas de las personas: increado (Padre), engendramiento eterno (Hijo) y procesión eterna
(Espíritu). Sobre este punto, véase Robert Letham, Holy Trinity, 108-268; Brown, Heresies, 104-157.
243
Cristología ante-nicena: la necesidad de la ortodoxia
20
Bavinck, Sin and Salvation in Christ, 306. Para una definición similar, véase Geerhardus Vos, Christology, vol. 3
de Reformed Dogmatics, trad. y ed. Richard B. Gaffin Jr. (Bellingham, WA: Lexham, 2014), 39-84.
21
Bavinck, Sin and Salvation in Christ, 306.
22
Ibid., 307.
23
Tomás de Aquino, Summa Theologica, 3.4.2.2.
24
Jean Galot argumenta este punto: «La filosofía griega no había proporcionado a la teología conceptos adecuados
para expresar la distinción. En la historia del pensamiento humano, esta distinción fue desarrollada por la teología en su
esfuerzo por dar una expresión válida al mensaje de la Revelación» (Jean Galot, Who Is Christ? A Theology of
Incarnation [Chicago: Franciscan Herald, 1981], 288); véase también Gerald Bray, God Is Love: A Biblical and
Systematic Theology (Wheaton, IL: Crossway, 2012), 118-133.
244
Parte III Garantía Eclesiológica para la Cristología actual
términos empleados no eran neutrales; venían con una historia de uso y, por lo tanto,
traían consigo una carga filosófica que, si no se tenía cuidado, podía llevar a una gran
confusión y malentendido.25 Por ejemplo, para describir la unicidad de Dios, la iglesia
empleó finalmente la palabra griega ousia para denotar el «ser» y la «naturaleza» de
una cosa, de modo que en el pensamiento trinitario, Dios tenía una naturaleza (ousia).26
En referencia a las tres personas, se utilizó la palabra griega hipóstasis. De este modo,
los términos ousía e hipóstasis se consideraban palabras que se referían a aspectos
distintos de Dios, el primero a la unicidad de Dios (ser, naturaleza) y el segundo a la
trinidad de Dios (personas). Sin embargo, en la filosofía clásica ousia e hipóstasis eran
sinónimos. Dado este uso de las palabras en la filosofía clásica, incluso en Nicea,
donde se confesó que el Hijo era «de la sustancia (ousia) del Padre», si no se tiene
cuidado, esto podría ser entendido por algunos como decir que el Hijo y el Padre eran
la misma entidad individual, de ahí la acusación de modalismo.27 Además, el término
prosōpon también fue utilizado por la iglesia primitiva. Originalmente se utilizaba «ya
sea como un rostro o como la expresión del rostro, que revelaba lo que había dentro de
la persona. También se usaba en un contexto legal para la persona que tenía derecho a
una propiedad».28 Cuando se aplicaba cristológicamente, cuando se usaba en el primer
sentido, se aplicaba al Hijo, que representaba visiblemente lo que estaba oculto en la
Divinidad; cuando se usaba en el segundo sentido, se usaba de Cristo como alguien
que tenía una existencia individual y concreta —un significado que más tarde fue
asumido por hipóstasis.
Finalmente, en el Sínodo de Alejandría (362), la Iglesia resolvió la confusión
terminológica y estandarizó el uso de los términos aplicados a la Trinidad y a la
cristología. Cuando se hablaba de la unicidad de Dios (ser, naturaleza) se utilizaba la
palabra griega ousia, y en physis en ocasiones. Para referirse a la trinidad de Dios
(persona), se empleaba la palabra griega hipóstasis, y prosōpon se consideraba ahora
como sinónimo de hipóstasis. Cuando la Iglesia tradujo las palabras griegas al latín,
ousia equivalía a essentia, hipóstasis y prosōpon equivalían a persona, e
hipóstasis/persona se entendía como un sujeto activo o personal que subsiste en una
naturaleza que vive, piensa, ama y actúa en y a través de la naturaleza.29 «Persona» no
se utilizaba en el sentido psicológico contemporáneo de «persona» asociado a la propia
personalidad, o como un término que se refería a todo el individuo, o como sinónimo
de alma. Cuando esta terminología se empleó en teología, condujo a la afirmación
trinitaria coherente de que Dios, como único Dios vivo y verdadero, existe como tres
«personas» (sujetos activos) subsistiendo en una «naturaleza», y en cristología, el
Señor Jesús es una «persona» —el Hijo eterno, que subsiste en dos «naturalezas».30
Una vez establecidas estas distinciones terminológicas, pasemos a esbozar los
puntos álgidos del desarrollo cristológico desde el siglo II hasta Nicea, a medida que la
Iglesia se vio abocada a una mayor comprensión de la identidad de Jesús,
especialmente en el espejo de la herejía.
25
Para un buen debate sobre estas cuestiones, véase Brown, Heresies, 127-131; Bray, God Has Spoken, 293-322.
26
En griego, ousia denotaba «ser» y physis «naturaleza».
27
Véase Letham, Holy Trinity, 115-118.
28
Wells, Person of Christ, 94.
29
Véase Bray, God Has Spoken, 316-322; cf. Geerhardus Vos, Theology Proper, vol. 1 de Reformed Dogmatics,
trad. y ed., Richard B. Gaffin Jr. (Bellingham, WA: Lexham, 2014), 45-49.
30
Bray, Creeds, Councils, and Christ, 151.
245
Cristología ante-nicena: la necesidad de la ortodoxia
En este período de tiempo, hubo dos maneras en que la gente se apartó del Jesús
bíblico: negaron y/o minimizaron su deidad o su humanidad. Curiosamente, y a
diferencia de nuestros días, la primera herejía significativa, asociada al gnosticismo,
31
Grillmeier, From the Apostolic Age to Chalcedon (451), 37.
32
Nuestra palabra «herejía» es una transliteración tanto de la palabra griega como de la latina. Como explica
Brown, «En el uso cristiano, el término “herejía” se refiere a una doctrina falsa, es decir, una que simplemente no es
verdadera y que, además, es tan importante que aquellos que la creen, a quienes la iglesia llama herejes, deben ser
considerados como que han abandonado la fe» (Brown, Heresies, 1). Al igual que la creencia verdadera, de la que la
herejía es una distorsión, las herejías siempre se viven y se piensan. Las herejías, por tanto, nunca son meramente
intelectuales, y el único antídoto para ellas es la creencia correcta según las Escrituras, el arrepentimiento y la fe. Para
una útil discusión sobre la herejía, véase Stephen J. Nichols, For Us and for Our Salvation: The Doctrine of Christ in
the Early Church (Wheaton, IL: Crossway, 2007), 20.
33
Véase Jeremy C. Jackson, No Other Foundation (Westchester, IL: Crossway, 1980), 31-42.
246
Parte III Garantía Eclesiológica para la Cristología actual
negaba la plena humanidad de Cristo, pero otros grupos también negaban su deidad. A
continuación, tres ejemplos.
34
Para una discusión detallada de estos puntos de vista, véase Grillmeier, From the Apostolic Age to Chalcedon
(451), 37-77; Nichols, For Us and for Our Salvation, 17-26; cf. Louis Berkhof, The History of Christian Doctrines
(Grand Rapids, MI: Baker, 1937), 43-45; Galot, Who Is Christ?, 213-249.
35
Sobre el monarquismo, véase Brown, Heresies, 95-103; Berkhof, History of Christian Doctrines, 77-80; Kelly,
Early Christian Doctrines, 115-123.
36
Técnicamente, la palabra es adoptianismo, pero utilizaremos la expresión más común. Véase Bray, God Has
Spoken, 227.
247
Cristología ante-nicena: la necesidad de la ortodoxia
pudiendo así realizar numerosos milagros. En este sentido, Jesús fue «deificado» en
virtud de un poder recibido, no por una supuesta igualdad de naturaleza con el Padre.
Como se creía que Dios no podía sufrir, esta postura sostiene que el Logos volvió a
Dios antes de que Jesús muriera en la cruz, de ahí la explicación del clamor de
abandono de Jesús. Pablo de Samosata, obispo de Antioquía (c. 200-275) fue un
famoso defensor de este punto de vista. Sus opiniones fueron rechazadas por la iglesia
en el siglo III. En el siglo posterior, los puntos de vista de Pablo influyeron en figuras
como Luciano de Antioquía y su alumno, Arrio, que negó la deidad del Hijo. Más de
un milenio después, este punto de vista fue enseñado por el Socinianismo y el
Unitarismo, y hoy muchos dentro de la tradición liberal de la iglesia son adopcionistas
en su cristología.37
La segunda forma en que se desarrolló el monarquianismo y excluyó la deidad del
Hijo al separar su distinción personal del Padre fue el modalismo, también conocido
como sabelianismo (llamado así por Sabelio). Fue un punto de vista muy influyente en
la iglesia primitiva. Tenía la doble convicción de que Dios es uno y de que Jesús es
Dios, pero los modalistas se sentían incómodos con la sugerencia de Tertuliano de que
el Padre y el Hijo compartían la misma sustancia, argumentando que esto implicaba un
«bi-teísmo». Así que concibieron al Padre, al Hijo y al Espíritu como «formas» en los
que Dios se manifestaba. Se sugería que Dios se manifestaba de forma diferente en
cada una de las tres fases de la historia del mundo: como Padre en el Antiguo
Testamento (Creador), como Hijo en el periodo evangélico (como Redentor) y como
Espíritu desde el tiempo de Pentecostés (su rol Santificador). De este modo, negaban
las distinciones personales entre el Padre, el Hijo y el Espíritu dentro de la Divinidad.
Sin duda, el modalismo afirmaba la plena deidad de Cristo, pero negaba su persona
dentro de la Divinidad. Una implicación desastrosa del modalismo es que los
acontecimientos de la historia redentora se convierten en una farsa. Al no ser una
persona distinta, el Hijo no puede representarnos realmente ante el Padre ni realizar
una expiación sustitutiva en nuestro nombre. El modalismo es necesariamente
docético, pues enseña que Cristo fue humano sólo en apariencia, a menos que se afirme
—como hicieron algunos modalistas— que el Padre sufrió en la cruz
(Patripasianismo), ya que el Hijo no es realmente distinto al Padre.
Ambos puntos de vista se desviaron del camino hacia la zanja. Se mantuvo la
unidad de Dios, pero se negó la deidad del Hijo, y como resultado Jesús fue visto como
un hombre con poder o como una mera manifestación de Dios, pero ciertamente no
como Dios Hijo encarnado.
Sin duda, la distorsión más grave del pensamiento bíblico durante esta época fue la
cosmovisión herética del gnosticismo y su contrapartida cristológica, el docetismo.38 El
gnosticismo formaba parte de un amplio y complejo movimiento religioso y filosófico
37
Para ejemplos de cristologías adopcionistas, véanse las obras de Friedrich Schleiermacher, Albrecht Ritschl y
John A. T. Robinson, así como John Hick, ed. The Myth of God Incarnate (Filadelfia: Westminster, 1977).
38
Para una discusión detallada del gnosticismo y el docetismo, véase Grillmeier, From the Apostolic Age to
Chalcedon (451), 79-85; Brown, Heresies, 38-69; Robert M. Grant, ed. Gnosticism: A Source Book of Heretical
Writings from the Early Christian Period (Nueva York: Harper & Row, 1961); Pelikan, Emergence of the Catholic
Tradition (100-600), 81-97.
248
Parte III Garantía Eclesiológica para la Cristología actual
que se extendió por el mundo helenístico a principios del siglo II. Se basaba en el
dualismo platónico de la materia y el espíritu; los gnósticos sostenían que el mundo
material era inherentemente malo, mientras que el mundo espiritual era potencialmente
bueno. Además, el gnosticismo ofrecía a la gente un conocimiento detallado y secreto
(Gr. gnosis) de la realidad, afirmando conocer y poder explicar cosas que la gente
corriente, incluidos los cristianos, ignoraba. Dividía a los humanos en varias clases, y
sólo los de la clase más alta y espiritual podían alcanzar este conocimiento secreto. En
todo momento, el gnosticismo era una visión del mundo ajena al cristianismo, y si se
aceptaba o se mezclaba con la fe bíblica, la verdad del evangelio habría sido destruida.
Por ejemplo, los gnósticos veían a Dios como uno, pero remoto e incognoscible —
y, por tanto, alejado de este universo caído y material, que él no creó. Dado que en el
pensamiento gnóstico existe una distancia entre Dios y el mundo, el «vacío» es llenado
por una extraña cantidad de intermediarios. De hecho, fue uno de estos intermediarios,
un poder o dios menor, el «Demiurgo», quien creó este universo material y caído,
incluidos los seres humanos. En lo que respecta a los seres humanos, estamos
compuestos por la misma sustancia espiritual que es Dios, pero hemos quedado
atrapados en cuerpos físicos, que son como tumbas de las que debemos escapar.
Nuestra «caída» en el pecado no es una caída histórica, sino que es idéntica a nuestra
«caída» en la materia y, por tanto, a quedar atrapados en nuestros cuerpos físicos. De
este modo, creación y caída coinciden, por obra del Demiurgo. Por lo tanto, el pecado
es visto como la alienación de nuestra alma del verdadero Dios, mientras existimos en
nuestros cuerpos físicos. Mientras nuestras almas estén atrapadas en cuerpos físicos y
materialidad, estaremos sujetos al «pecado». La salvación es un escape de la esclavitud
de la existencia material y un viaje de regreso al hogar del que nuestras almas han
caído. Esta posibilidad es iniciada por el gran Espíritu —Dios— que desea atraer hacia
sí todos los fragmentos perdidos. Dios envía una emanación de sí mismo —un redentor
espiritual— que desciende a través de capas y capas de la realidad, desde el espíritu
puro hasta la materia densa, e intenta enseñar a algunas de las chispas divinas del
Espíritu su verdadera identidad y hogar. Una vez despertados por el conocimiento,
somos capaces de iniciar el viaje de vuelta.
Desde este punto de vista, entonces, ¿quién es Jesús? A pesar de su diversidad, los
gnósticos enseñaban que Jesús era el vehículo humano de este mensajero celestial,
«Cristo», que fue enviado por Dios para rescatar el alma del cuerpo. Todas las formas
de gnosticismo negaban que «Cristo» —este redentor celestial y espiritual— se
encarnara, dada su antítesis entre espíritu y materia. Así que argumentaban que
«Cristo» se asoció temporalmente con el hombre Jesús (adopcionismo) o simplemente
tomó la apariencia de un cuerpo físico (docetismo; Gr. dokeō, «aparecer»). Para la
mayoría de los gnósticos, el redentor celestial entró en Jesús en su bautismo y lo dejó
antes de morir en la cruz.39
El gnosticismo se apartó radicalmente de la enseñanza bíblica de Jesús y acabó en
la cuneta. Negaba toda la concepción bíblica de Dios como Creador y Señor que no
comparte su dominio con nadie, y la realidad de Dios Hijo como coigual con el Padre.
Además, los gnósticos negaban la realidad de la encarnación, incluyendo la humanidad
39
Los docetistas más famosos son Valentín (c. 136-165), Basílides (muerto c. 140) y Marción (muerto 160). Los
primeros padres de la Iglesia, como Ignacio (muerto hacia el año 115), Ireneo (130-202) y Tertuliano (hacia el año 200)
respondieron con fuerza a esta falsa enseñanza. Aunque el gnosticismo no llegó a su plenitud hasta el siglo II, hay una
forma incipiente del mismo en Juan 1:14; 1 Juan 1:1-3; 4:1-3, donde Juan es claro al decir que cualquiera que niegue la
humanidad de Cristo niega el evangelio.
249
Cristología ante-nicena: la necesidad de la ortodoxia
plena y completa del Hijo encarnado. De este modo, el gnosticismo nos dejó una
concepción totalmente diferente del pecado y la salvación. No es de extrañar que los
primeros padres de la Iglesia, como Ignacio, Ireneo y Tertuliano, debatieran
incansablemente contra él. Se dieron cuenta de que el gnosticismo era una herejía que
debía ser rechazada in toto.
Ignacio fue contemporáneo del apóstol Juan. Fue martirizado hacia el año 115.
Mientras esperaba su muerte, escribió siete epístolas que se han conservado. Como se
ha señalado, Ignacio escribió contra el docetismo, enfatizando así la realidad de la
encarnación y la plena humanidad de Cristo. Ignacio escribe:
«Haced, pues, oídos sordos cuando alguien os hable fuera de Jesucristo, que... nació
realmente, que comió y bebió; que realmente fue perseguido bajo Poncio Pilato; que
realmente fue crucificado y murió... que, además, realmente resucitó de entre los
muertos cuando su Padre lo resucitó Pero si, como algunos ateos (es decir,
incrédulos) dicen que sólo sufrió en apariencia… ¿por qué estoy encadenado? ¿Y
por qué estoy dispuesto a luchar con las fieras? Si es así, moriría sin razón alguna.40
Ignacio también afirma la plena deidad del Hijo. En Ef. 7:2, Ignacio pone a un lado
dos series de afirmaciones sobre el único Cristo. A la izquierda están las afirmaciones
sobre Cristo en la carne como hombre; a la derecha las que se hacen de él como Hijo
preexistente.41 No puede haber duda de que Ignacio, inmediatamente después de la era
apostólica, creía en la plena deidad y humanidad de Jesucristo. Grillmeier también
observa que Ignacio afirma la unidad en Cristo: «Esta comprensión teológica de la
unidad en Cristo encuentra su expresión más clara en Ignacio en su uso del llamado
“intercambio de predicados”, donde lo divino se predica del hombre Cristo y lo
humano del Logos, mientras que la distinción entre los dos tipos de ser se mantiene
claramente. Este modo de hablar sólo es posible porque se reconoce la unidad del
sujeto».42
40
Ignacio, Epistle of Ignatius to the Trallians 9 (ANF 1:66–72).
41
Véase la discusión de Grillmeier en From the Apostolic Age to Chalcedon (451), 86-89.
42
Ibid, 89.
250
Parte III Garantía Eclesiológica para la Cristología actual
43
«Eruditos oponentes» está tomado de Friedrich Schleiermacher, On Religion: Speeches to Its Cultured Despisers,
Cambridge Texts in the History of Philosophy, traducido y editado por Richard Crouter. (Cambridge: Cambridge
University Press, 1996).
44
A principios del siglo II, los apologistas no sólo intentaron explicar el cristianismo en respuesta a muchos
malentendidos, sino que también trataron de demostrar que era intelectualmente creíble. Algunos de los primeros
opositores al cristianismo son Fronto, Tácito, Luciano, Porfirio y Celso. Probablemente el más conocido sea Celso y su
obra The True Doctrine: A Discourse against the Christians (c. 175-180). El libro completo es conservado por
Orígenes, que respondió a él en el siglo III en su Contra Celsus (véase Orígenes, Origen against Celsus (ANF 4:395-
670). Para un intento moderno de restaurar el orden principal del argumento de Celso, véase The True Doctrine: A
Discourse against the Christians, trad. R. Joseph Hoffmann (Oxford: Oxford University Press, 1987). Algunos de los
primeros apologistas cristianos son Justino Mártir, Tatiano, Atenágoras de Atenas, Teófilo de Antioquía, Arístides y
Melito de Sardis, así como teólogos posteriores como Orígenes, Tertuliano e Ireneo. Además de Justino, otros
apologistas desarrollaron la cristología del Logos, incluyendo a Tatiano, Atenágoras y Teófilo de Antioquía.
45
Sara Parvis y Paul Foster, eds., Justin Martyr and His Worlds (Minneapolis: Fortress, 2007).
251
Cristología ante-nicena: la necesidad de la ortodoxia
Ireneo nació en Asia Menor. Pasó su formación cristiana como discípulo de Policarpo
y luego fue enviado como presbítero a la Galia, donde fue nombrado obispo de Lyon
en 177. Probablemente su obra apologética más conocida es su defensa del
cristianismo contra el gnosticismo —Contra las herejías. En su respuesta al
gnosticismo, presenta una teología totalmente diferente. Por ejemplo, en contraste con
el gnosticismo, Ireneo afirma el Dios único, que existe como Padre, Hijo y Espíritu
Santo, que es el Creador del cielo y la tierra, ex nihilo por su Palabra y por el Espíritu,
sus «dos manos». Para Ireneo, Dios tiene contacto directo con su creación y no la ha
hecho pasar por una serie de intermediarios. Algunos argumentan que el punto de vista
de Ireneo sobre las «dos manos» trata al Hijo y al Espíritu como subordinados al Padre,
lo cual es posible ya que escribe en la era antinicena. Sin embargo, sitúa claramente
esta subordinación dentro del ser de Dios y no trata al Hijo y al Espíritu como externos
al Padre, sino como uno con él. Para Ireneo, el Hijo y el Espíritu son plenamente Dios,
pero para él esta afirmación no desvirtúa la unidad divina. El Padre, el Hijo y el
Espíritu son vistos como trabajando en unión y armonía en la creación, la providencia
y la redención, ya que están el uno en el otro antes de la creación.
En cuanto a su visión de los seres humanos y el plan de salvación de Dios, Ireneo
sigue la línea argumental de las Escrituras —creación, caída y redención— y sostiene
que los seres humanos fueron creados buenos pero se corrompieron por un acto
46
Para una descripción más detallada de Justino, véase Grillmeier, From the Apostolic Age to Chalcedon (451), 98-
104; Letham, Holy Trinity, 90-97; Galot, Who Is Christ?, 220-223.
47
Véase Sara Parvis y Paul Foster, editores, Irenaeus: Life, Scripture, Legacy (Minneapolis: Fortress, 2012); Eric
F. Osborn, Irenaeus of Lyons (Cambridge: Cambridge University Press, 2005).
252
Parte III Garantía Eclesiológica para la Cristología actual
voluntario, ligado a Adán y a una caída histórica. Además, precisamente porque toda la
raza humana está «en Adán», todos los humanos entran en la raza humana como
caídos. Nuestro predicamento, en definitiva, no es metafísico, sino moral, y de ahí la
necesidad de que Dios lleve a cabo nuestra salvación mediante su propia provisión de
sí mismo.48
En cuanto a la cristología, Ireneo fue el primero en formular el significado de la
persona y la obra de Cristo de forma sistemática. Lo hizo siguiendo la estructura y el
marco de la Escritura. Afirmó claramente que Jesús es plenamente hombre y
plenamente Dios. No discutió en profundidad las relaciones del Hijo y el Espíritu con
el Padre, ni su preexistencia; sin embargo, consideró a ambos como deidad y rechazó
que el Logos fuera una mera emanación o un mero atributo o expresión de Dios. En
cambio, argumentó que el Logos siempre ha existido como Aquel que revela al Padre
y, por lo tanto, es personalmente distinto de él, y no como un modo del Padre, lo que
ayuda a aclarar algunos de los problemas que la cristología del Logos heredó a la
Iglesia. Para Ireneo, el Hijo es el verdadero Dios por naturaleza. Además, Ireneo
enfatizó fuertemente la unidad de la persona de Cristo.49 Contra los gnósticos, que
distinguían entre Cristo, el ser de origen celestial, y Jesús, el ser terrenal, Ireneo
declaró que «Jesucristo es uno y el mismo» (heis kai ho autos),50 una expresión que
más tarde se incorporó a la Definición de Calcedonia.
Es precisamente por quien es Jesús que puede hacer la obra que la Escritura le
atribuye. Al describir la doctrina de la salvación, Ireneo rechazó el dualismo espíritu-
carne del gnosticismo y habló en cambio de «recapitulación», en el sentido de que la
salvación es una renovación y restauración de la creación, no su abrogación. Puesto
que toda la humanidad está «en Adán», Cristo debe «recapitular» a Adán y, para ello,
48
Como discutiremos en el capítulo 8 respecto a Nestorio, es necesario un matiz para entender la reflexión
cristológica en el siglo V. Aunque la creación, la caída y la redención es la forma dominante en que Ireneo interpreta las
Escrituras, Donald Fairbairn sostiene que existe una tensión en Ireneo, Orígenes y los pensadores cristianos posteriores
entre lo que él llama un esquema de tres actos frente a un esquema de dos actos de la historia redentora (Donald
Fairbairn, Grace and Christology in the Early Church, Oxford Early Christian Studies [Oxford; Nueva York: Oxford
University Press, 2003]). Fairbairn explica: «El esquema de tres actos ve a la humanidad como creada (el primer acto)
en el estado de inmortalidad y comunión con Dios y considera la caída (el segundo acto) como una desviación radical
de la buena condición en la que Dios había colocado originalmente a Adán y Eva. La salvación (el tercer acto) se
entiende principalmente como una restauración de las personas a la condición original de perfecta comunión» (ibid., 17-
18). Este es el punto de vista mayoritario de la Iglesia. Sin embargo, en contraste, el punto de vista minoritario es el de
dos actos, que «ve el estado original creado de la humanidad (el primer acto) más como uno de oportunidad que como
uno de perfección. Dios creó a las personas con la capacidad de la inmortalidad y la comunión consigo mismo y les dio
la vocación de obtener estas cosas. Este punto de vista pone menos énfasis en la caída que el esquema de los tres actos,
y ve la redención (el segundo acto) como la obra de Cristo encarnado para llevar a la humanidad a un nivel superior,
ayudando a las personas a cumplir su vocación, más que como una restauración a una condición anterior. Este esquema
considera que los actos clave son la creación y la elevación» (ibid., 18). Ireneo opta en su mayoría por el punto de vista
de los tres actos, aunque en Against Heresies parece presentar una visión de la salvación en dos actos (Ireneo, Against
Heresies 4.38.3 [ANF 1:521-522]; véase Fairbairn, Grace and Christology, 19). ¿Por qué es importante esto? Para los
que optan por un esquema de tres actos, como hace la ortodoxia, se pone mucho más énfasis en la acción de Dios para
lograr nuestra salvación que en nuestra propia acción, y en la necesidad de que un Hijo divino entre en la historia para
redimirnos. Sin embargo, para los que optan por un esquema de dos actos, como posteriormente subrayan Teodoro de
Mopsuestia y Nestorio, Fairbairn explica que «la salvación es en gran medida la tarea humana, con la ayuda de la gracia
de Dios, de ascender de una edad humana imperfecta a una edad humana perfecta». En este sentido, no es necesario que
Dios entre personalmente en la vida humana para salvar a la humanidad. Necesitamos un ejemplo humano y un pionero,
no un Salvador divino. En consecuencia, Teodoro y Nestorio escriben sobre Cristo como el hombre que ha recibido la
ayuda y la cooperación del Logos, para que él mismo pueda ascender a la segunda edad y abrir el camino que nosotros
mismos seguiremos para ascender a esa edad [En términos del sujeto personal de la encarnación, este tipo de
cristología] ve a esa persona como el hombre Jesús, que está habitado por Dios Hijo para recibir la ayuda que necesita
para abrir el camino que seguimos" (ídem, «One Person Who Is Jesus Christ», 96).
49
Galot, Who Is Christ?, 220–223.
50
Ireneo, Against Heresies 3.16.2; 3.17.4 (ANF 1:440-441, 445).
253
Cristología ante-nicena: la necesidad de la ortodoxia
51
Grillmeier observa que Ireneo habla frecuentemente como si Cristo consistiera sólo en Logos y sarx («carne»),
pero «ciertamente no niega el alma de Cristo. La suya es una teología de la antítesis, que deja que la gloria del Logos
divino se haga visible simplemente uniéndola a su opuesto más extremo, la carne corruptible y pecaminosa»
(Grillmeier, From the Apostolic Age to Chalcedon (451), 103-104). La reflexión posterior desentrañaría más la relación
entre el Hijo y su naturaleza humana.
52
Galot, Who Is Christ?, 223.
53
Grillmeier, From the Apostolic Age to Chalcedon (451), 121–131.
54
Véase ibid., 118–121.
55
Tertuliano, Against Praxeas 7–8 (ANF 3:601–603); cf. Grillmeier, From the Apostolic Age to Chalcedon (451), 120.
254
Parte III Garantía Eclesiológica para la Cristología actual
poseía en sí mismo, es decir, su propio pensamiento, que los griegos llaman logos».56
Técnicamente, Tertuliano argumenta que «Dios no tenía su Palabra (sermo) en ese
momento, sólo la razón. Dios envió su Palabra en la creación».57 Pero, ¿significa que el
Verbo/Palabra llegó a la existencia sólo en la creación, y no tuvo preexistencia?
Tertuliano distingue entre el Verbo inmanente y el Verbo emitido: «el Verbo siempre
fue inherente a la razón, y la razón estaba dentro de Dios, pero es explícitamente una
persona solo desde la creación».58 Es difícil evitar la conclusión de que Tertuliano
aboga por una subordinación ontológica, pero en otros lugares insiste en las verdaderas
distinciones personales del Padre, el Hijo y el Espíritu, y en que todos ellos participan
plenamente en el único ser de Dios.59 Esta tensión no se resuelve por completo; tal vez
sea demasiado pedir, ya que se debe realizar una mayor reflexión.
Al pasar a la cristología, Tertuliano afirma que el sujeto de la encarnación es el
Logos, que se ha encarnado.60 Al pensar en la relación entre la deidad y la humanidad
de Cristo, Tertuliano no discute la cuestión en profundidad, pero utiliza los mismos
conceptos básicos de sustancia (naturaleza) y persona: Jesucristo era de una sustancia
divina y de una sustancia humana, pero una sola persona.61 De este modo afirma dos
naturalezas en Cristo pero unidas en un solo sujeto, que es el Hijo divino. Contra lo
que más tarde se convertiría en nestorianismo, Tertuliano argumenta claramente que la
persona de Cristo no fue el resultado de la unión de dos sustancias formando así una
persona «compuesta», «sino una única persona divina que posee un doble estado o una
doble sustancia».62 Pero, como se ha señalado anteriormente, Tertuliano no es claro en
cuanto a la cuestión subordinacionista, y parece sostener que el Hijo es una derivación
de la sustancia del Padre, aunque sitúa estas relaciones dentro de la Divinidad y no
quiere implicar una desigualdad de ser, sino una explicación de las relaciones y del
origen.63 La única aportación de Tertuliano a la cristología es su concepto de
«persona», que en años posteriores se desarrolla con mayor sofisticación. Tertuliano
conserva claramente la unidad del Hijo en la persona y la subsistencia de esa persona
en dos naturalezas, de modo que Jesús es ahora plenamente Dios y plenamente
hombre; sin embargo, no siempre tiene una claridad sobre estos conceptos.64
Además, contra el gnosticismo/docetismo, Tertuliano afirmó que Cristo tenía un
alma humana, una verdad que Ireneo no discutió pero que se volvió crucial en la
reflexión teológica posterior.65 Para Tertuliano, la naturaleza humana se compone de
un cuerpo y un alma, y por lo tanto para Cristo, ya que era plenamente hombre —y
para salvarnos— tenía que asumir un compuesto de cuerpo y alma. Como señala Galot,
este argumento soteriológico «fue invocado más de un siglo después contra el
apolinarismo»,66 que negaba el alma humana de Cristo, y también permitió a
Tertuliano explicar las emociones y pasiones de Jesús, que experimentó en su alma
humana. Además, la firme afirmación de Tertuliano de las dos naturalezas de Cristo —
56
Letham, Holy Trinity, 99.
57
Ibid.
58
Ibid.
59
Tertuliano, Against Praxeas 8 (ANF 3:602–603).
60
Ibid., 27 (ANF 3:623–624), en Grillmeier, From the Apostolic Age to Chalcedon (451), 121n50).
61
Grillmeier, From the Apostolic Age to Chalcedon (451), 121–131.
62
Galot, Who Is Christ?, 226.
63
Tertuliano, Against Praxeas 9 (ANF 3:603–604); Kelly, Early Christian Doctrines, 114; Letham, Holy Trinity, 99–101.
64
Grillmeier, From the Apostolic Age to Chalcedon (451), 129.
65
Tertuliano argumentó: «Pero en Cristo encontramos el alma y la carne expresadas en términos simples no
figurativos; es decir, el alma se llama alma, y la carne, carne» (Tertuliano, On the Flesh of Christ 13 [ANF 3:533]).
66
Galot, Who Is Christ?, 223.
255
Cristología ante-nicena: la necesidad de la ortodoxia
67
La Hexapla era el texto del Antiguo Testamento en seis columnas: Hebreo, transliteración griega, más cuatro
traducciones griegas.
68
Orígenes, De Principiis 1.2.4 (ANF 4:247).
69
Letham, Holy Trinity, 103; Orígenes, Homily on Jeremiah 9.4, en Orígenes, Homilies on Jeremiah and Homily on
1 Kings 28, trad. John Clark Smith, The Fathers of the Church, vol. 97 (Washington, DC: Catholic University of
America Press, 1998).
70
Orígenes, De Principiis 1.2.6 (ANF 4:247–248).
71
Ibid., 1.2.10 (ANF 4:250–251).
256
Parte III Garantía Eclesiológica para la Cristología actual
diferencia entre ellos.72 Además, como señala Letham, Orígenes tiene una versión
temprana de la perichoresis en la que habla de «la morada mutua de las tres personas
en el único ser divino».73 Sin embargo, Orígenes dice que el Hijo obtiene su deidad del
Padre, y negaría lo que Calvino enseñó más tarde, que el Hijo es autotheos (Dios de sí
mismo), ya que para Orígenes, el Hijo (y el Espíritu) comparten la deidad del Padre
por derivación.74 Desgraciadamente, en años posteriores, el énfasis de Orígenes en la
subordinación del Hijo (y del Espíritu) abrió la puerta a la negación de la deidad del
Hijo por parte de los arrianos, a pesar de que ésta no era su intención.75
En cuanto a la cristología, Orígenes sostenía que la unidad en Cristo se lograba a
través de la mediación del alma de Cristo entre su carne y el Logos. Esta idea estaba
ligada a la creencia no bíblica de Orígenes en la preexistencia del alma, y así, en el
caso de Cristo, hubo un alma particular, debido a su pureza y dedicación, que pudo
entrar en unión con el Logos. Dios creó entonces para ella un cuerpo humano puro y
no corrompido, que fue capaz de englobar al Logos-alma y permitirle sufrir y morir
como hombre. Después de la resurrección, la humanidad de Jesús fue glorificada y
divinizada de tal manera que el énfasis no estaba en que el Logos se hiciera hombre,
sino en que el hombre se hiciera Logos.76 En este punto, la teología de Orígenes no era
útil, ya que corría el peligro, como señala Grillmeier, de hacer de Cristo «sólo un caso
excepcional “cuantitativamente” diferente de la relación universal de lo “perfecto” con
el Logos, por muy místicamente profunda que Orígenes quiera hacer la relación entre
el Logos y el alma en el Dios-hombre».77 Además, Orígenes abrió la puerta a la
posterior cristología nestoriana al considerar el alma como un centro de actividad, lo
que parecía implicar que en Cristo había una especie de «doble personalidad».78 En
esta etapa de la reflexión cristológica, Orígenes no hacía una clara distinción «persona-
naturaleza» y, por tanto, no situaba la unidad de Cristo en la «persona» del Hijo, algo
que sí hizo la cristología posterior. Como resultado, Orígenes abrió la puerta a
posteriores herejías que la Iglesia tendría que reflexionar y rechazar, y probablemente
la herejía más significativa en el horizonte fue la del arrianismo, herejía a la que ahora
nos enfocaremos.
72
Ibid., 1.2.12 (ANF 4:251).
73
Letham, Holy Trinity, 104.
74
Orígenes, De Principiis 1.2.13 (ANF 4:251); idem, Origen Against Celsus 5.39 (ANF 4:561).
75
Para una útil discusión de este punto, véase Letham, Holy Trinity, 106-107.
76
Véase Brown, Heresies, 93-94.
77
Grillmeier, From the Apostolic Age to Chalcedon (451), 147.
78
Para una discusión de este punto, véase ibíd., 147; Brown, Heresies, 94.
79
Aunque la herejía del arrianismo se deriva del nombre de Arrio, tenemos muy pocos escritos suyos, y
probablemente desempeñó un papel menor en los debates teológicos que finalmente llevaron su nombre. Sin embargo,
sus puntos de vista representaron una influyente corriente de pensamiento que ahora llamamos «arrianismo». Véase
Letham, Holy Trinity, 109-111; cf. Lewis Ayres, Nicaea and Its Legacy: An Approach to Fourth-Century Trinitarian
Theology (Oxford: Oxford University Press, 2006); Michel R. Barnes y Daniel H. Williams, eds: Essays on the
Development of the Fourth Century Trinitarian Conflicts (Edimburgo: T&T Clark, 2000); R. P. C. Hanson, The Search
for the Christian Doctrine of God: The Arian Controversy, 318-381 (Edimburgo: T&T Clark, 1988).
257
Cristología ante-nicena: la necesidad de la ortodoxia
80
Véase Brown, Heresies, 104-106.
81
Letham, Holy Trinity, 109.
82
Ibid.
83
Grillmeier, From the Apostolic Age to Chalcedon (451), 219–228; Brown, Heresies, 104–116; Bray, God Has
Spoken, 232–246; cf. Gregg R. Allison, Historical Theology: An Introduction to Christian Doctrine (Grand Rapids, MI:
Zondervan, 2011), 368–371.
84
Brown, Heresies, 112–116; cf. Galot, Who Is Christ?, 226–228.
258
Parte III Garantía Eclesiológica para la Cristología actual
85
Grillmeier, From the Apostolic Age to Chalcedon (451), 227–232.
86
Ibid., 231.
87
Ibid., 238; cf. Galot, Who Is Christ?, 226–228.
88
Grillmeier, From the Apostolic Age to Chalcedon (451), 244.
89
Ibid.
259
Cristología ante-nicena: la necesidad de la ortodoxia
Después de Arrio hubo quienes siguieron en una dirección similar.90 Al igual que
Arrio, los arrianos posteriores trataron de preservar la unidad y trascendencia de Dios,
dada su visión casi gnóstica de que Dios no podía tener contacto directo con la
creación material. Para ellos, Jesús es simplemente una criatura, una figura intermedia
—un dios de menor categoría que el Padre— que es agente de Dios en la creación,
pero mutable, imperfecto en su conocimiento e indigno de nuestra adoración. En todos
los sentidos, los primeros arrianos se apartaron de las Escrituras y acabaron en la
cuneta, pero su desviación fue tan grave que la Iglesia tuvo que abordarla, lo que
ocurrió en el Concilio de Nicea.91
Creemos en un solo Dios Padre Todopoderoso creador de todas las cosas, visibles e
invisibles:
Y en un solo Señor Jesucristo, Hijo de Dios, engendrado como unigénito del Padre,
es decir, de la sustancia (ousia) del Padre, Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero
90
Robert Letham ofrece un útil resumen de seis creencias teológicas clave del primer arrianismo: (1) Dios no fue
siempre Padre, porque no siempre hubo un Hijo; (2) el Hijo es una criatura; (3) el Hijo es cambiante por naturaleza; (4)
el conocimiento que el Hijo tiene de Dios y de sí mismo es imperfecto; (5) el Hijo fue creado por Dios como un
instrumento por el que creó el mundo; (6) la Trinidad, si es que podemos hablar de ella, es de hipóstasis diferentes
(Letham, Holy Trinity, 113). Cualquier unidad es sólo moral, no ontológica; el Hijo depende de la voluntad del Padre,
no de su esencia.
91
Algunos de los textos bíblicos a los que apelaban los arrianos eran Colosenses 1:15, donde el hecho de que el
Hijo sea el primogénito de la creación se interpretaba temporalmente y no en términos del rango del Hijo sobre la
creación; y los textos que hablan del Hijo como dependiente del Padre (por ejemplo, Juan 5:19-29) o del Padre como
mayor que el Hijo (por ejemplo, Juan 14:28; cf. Marcos 13:32-33; Lucas 2:52). Los arrianos interpretaban los títulos
divinos aplicados a Jesús —Señor, Hijo— como simples expresiones de la singularidad de Jesús al compartir la gracia
de Dios. También apelaron a Proverbios 8, que presenta la sabiduría como una realidad creada. Una de las razones por
las que las apelaciones a Proverbios 8 tenían tanto peso se debía a que personas como Justino Mártir argumentaban que
Cristo es la «sabiduría» de Proverbios 8. Esta interpretación casi universal envolvió a la Iglesia en la controversia sobre
la naturaleza precisa de la relación entre el Padre y el Hijo, especialmente cuando los arrianos argumentaron que
Proverbios 8:22 mostraba que el Hijo es un ser creado. Contra los arrianos, los teólogos nicenos emplearon dos
estrategias exegéticas: (1) el Hijo fue «creado» cuando se encarnó; (2) la creación de la sabiduría fue en realidad la
creación de la imagen de la sabiduría en las criaturas al ser traídas a la existencia. Sin embargo, es cuestionable que esta
línea de exégesis sea útil o necesaria. Sobre este punto, véase Bruce K. Waltke, The Book of Proverbs: Chapters 1-15,
New International Commentary on the Old Testament (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 2004), 126-133.
260
Parte III Garantía Eclesiológica para la Cristología actual
La enseñanza más significativa de Nicea fue la plena deidad del Hijo —algo que la
Iglesia siempre había confesado pero que ahora estaba en disputa, dado el arrianismo.
Los obispos insistieron constantemente en la deidad del Hijo encarnado, pero
desgraciadamente con cierta ambigüedad que requeriría una aclaración posterior.
Sin embargo, de Nicea hay al menos cuatro afirmaciones importantes que enfatizan
la deidad de Cristo y el propósito de la encarnación.
En primer lugar, la deidad del Hijo se enseña en la frase de que el Hijo es «de la
sustancia (ousia) del Padre». Atanasio explica la importancia de esta referencia.93 No
bastaba con decir que el Hijo era «de Dios», ya que los arrianos estaban de acuerdo en
que todas las criaturas proceden de Dios; más bien, los obispos tenían que utilizar un
lenguaje extrabíblico para transmitir la verdad de que el Hijo no es creado. Al decir
que el Hijo era «de la sustancia del Padre» y luego que es «consustancial (homoousios)
con el Padre», los obispos estaban dejando constancia de «que el ser del Hijo es
idéntico al ser del Padre».94 Sin embargo, como se ha señalado anteriormente, en este
momento de la historia, todavía no se había establecido una clara distinción entre ousia
(naturaleza) e hipóstasis (persona), como se evidencia en el último anatema. Por esta
razón, algunos interpretaron que Nicea afirmaba el modalismo, lo que no es el caso; sin
embargo, se necesitó otro medio siglo para eliminar esta ambigüedad.
En segundo lugar, la deidad del Hijo en relación con el Padre se enseña también en
las frases que afirman que el Hijo fue «engendrado pero no creado» y «engendrado
como unigénito del Padre». Los arrianos habían afirmado que el Padre era «no
engendrado» (agennētos) e «increado, eterno» (agenētos) mientras que el Hijo era
«creado» (genētos) y «engendrado» (gennētos). Nicea afirma lo primero pero no lo
segundo al resaltar que el Hijo fue eterno e increado (agenētos) y, por tanto, deidad,
mientras que también fue engendrado del Padre (gennētos) en términos del
engendramiento eterno del Hijo —«engendrado pero no creado» (gennētos non
genētos). Nicea es clara: el Hijo no es una criatura, y existe una relación y ordenación
eterna y personal, un tema que se desarrollará en la reflexión trinitaria posterior.
En tercer lugar, en la afirmación de Nicea de que el Hijo era «Dios verdadero de
Dios verdadero» se distinguió del arrianismo y enseñó la deidad del Hijo. Los arrianos
92
Hanson, Search for the Christian Doctrine of God, 163; cf. Letham, Holy Trinity, 115-116.
93
Atanasio, De Decretis 5.19–21 (NPNF2 4:162–164); cf. Letham, Holy Trinity, 116–118.
94
Letham, Holy Trinity, 117; cf. Galot, Who Is Christ?, 228–229.
261
Cristología ante-nicena: la necesidad de la ortodoxia
podían aceptar que el Hijo era «de Dios», pero decir que era «Dios verdadero» implica
«que era de la misma naturaleza que el Padre».95
En cuarto lugar, Nicea también sitúa toda la discusión sobre la encarnación dentro
del plan general de Dios para salvarnos de nuestros pecados. Habla de la encarnación y
de la obra de Cristo «por nosotros los hombres y por nuestra salvación», destacando así
el hecho de que estos obispos no estaban interesados en una mera teorización
académica, sino en confesar a un Señor y Salvador que puede satisfacer nuestra
necesidad más profunda, a saber, tomar nuestra humanidad sobre sí y hacerse uno con
nosotros para salvarnos de nuestros pecados. En otras palabras, el propósito
soteriológico de la encarnación es fundamental para entender la identidad de Cristo;
entender quién es, es crucial para afirmar lo que hace.
95
Grillmeier, From the Apostolic Age to Chalcedon (451), 268.
96
Donald Fairbairn, Life in the Trinity: An Introduction to Theology with the Help of the Church Fathers (Downers
Grove, IL: IVP Academic, 2009), 45-46. Robert Letham también observa que en Nicea, ousia e hipóstasis se usaron
como sinónimos, lo que creó la confusión modalista (véase Letham, Holy Trinity, 115-121).
97
Letham, Holy Trinity, 119.
262
Parte III Garantía Eclesiológica para la Cristología actual
98
Para una discusión del alma humana de Cristo en la cristología de Atanasio, véase ibíd., 130-133; Bray, God Has
Spoken, 325-329. Grillmeier sostiene que, antes del año 362, Atanasio aceptaba que Jesús tenía un alma humana, pero
en la práctica le daba poca importancia teológica (Grillmeier, From the Apostolic Age to Chalcedon (451), 308-328).
Por lo general, Atanasio escribió sobre el Cristo encarnado en términos de una unión del Logos con un cuerpo o carne,
lo que implica que la humanidad asumida es sólo física. Sin embargo, tras la negación del alma humana de Cristo por
parte de Apolinar (un hombre que estaba estrechamente alineado con Atanasio), Atanasio hizo hincapié en la plena
humanidad de Cristo y se dio cuenta de la importancia de afirmar, lo que más tarde dejaría claro la Definición de
Calcedonia, que Cristo tenía una naturaleza humana completa, incluyendo un cuerpo y un alma, y que a menos que
tuviera una humanidad completa no podría funcionar como nuestro Redentor y cabeza.
263
Cristología ante-nicena: la necesidad de la ortodoxia
264
Parte III Garantía Eclesiológica para la Cristología actual
CAPÍTULO 8
LA CRISTOLOGÍA DE NICEA A
CALCEDONIA: EL SURGIMIENTO DE LA
ORTODOXIA
Los años entre Nicea (325) y el Concilio de Constantinopla (381) fueron importantes
para el desarrollo trinitario y cristológico. Aunque el Credo de Nicea era la doctrina
oficial de la Iglesia, la influencia arriana continuaba y había que resolver una serie de
cuestiones lingüísticas y teológicas. Como se ha comentado en el capítulo 7, se
necesitó tiempo para crear un vocabulario teológico común que estableciera la crucial
distinción «persona-naturaleza». Además, fue necesario trabajar más duro para
establecer la personalidad del Hijo y del Espíritu como distintos del Padre, pero que
subsisten en la misma naturaleza idéntica. Para complicar las cosas, el Estado comenzó
a desempeñar un papel más importante en las disputas teológicas, como lo demuestra
la desafortunada lucha de vaivenes entre los emperadores que afirmaban la ortodoxia o
alguna versión de la teología arriana.1 Durante esta época, el papel de Atanasio y de los
tres teólogos capadocios fue importante, ya que ayudaron a aclarar y conceptualizar la
ortodoxia trinitaria, lo que allanó el camino hacia Constantinopla y sentó las bases para
el Concilio de Calcedonia (451) y su formulación cristológica.
Con el fin de preparar el terreno para nuestro debate sobre el Concilio de
Calcedonia, y para seguir desgranando la garantía eclesiológica de la cristología
ortodoxa, vamos a reflexionar sobre esta importante época en tres pasos. En primer
lugar, describiremos tres desarrollos teológicos entre Nicea y Calcedonia que fueron
fundamentales para la ortodoxia trinitaria y cristológica. En segundo lugar,
esbozaremos tres falsas cristologías, que ayudaron positivamente a la Iglesia a
esclarecer su pensamiento sobre Cristo en Calcedonia. En tercer lugar, volveremos a
Calcedonia y analizaremos su importancia para el surgimiento de la ortodoxia, así
1
Para un análisis de la historia, véase Harold O. J. Brown, Heresies: The Image of Christ in the Mirror of Heresy
and Orthodoxy from the Apostles to the Present (Garden City, NY: Doubleday, 1984), 118-144; Lewis Ayres, Nicaea
and Its Legacy: An Approach to Fourth-Century Trinitarian Theology (Oxford: Oxford University Press, 2006), 1-130;
David F. Wells, The Person of Christ: A Biblical and Historical Analysis of the Incarnation (Westchester, IL:
Crossway, 1984), 95-97.
265
La Cristología de Nicea a Calcedonia: el surgimiento de la ortodoxia
como abordaremos algunas de las cuestiones que dejó sin resolver para el posterior
desarrollo cristológico calcedoniano.
266
Parte III Garantía Eclesiológica para la Cristología actual
4
Ibid., 139–144.
5
Sobre este punto, véase ibíd., 144-145; cf. Thomas F. Torrance, Trinitarian Perspectives: Toward Doctrinal
Agreement (Edimburgo: T&T Clark, 1994), 15; R. P. C. Hanson, The Search for the Christian Doctrine of God: The
Arian Controversy 318-381 (Edimburgo: T&T Clark, 1988), 444-445, 644-645. Atanasio, en el Concilio de Alejandría
(362), argumentó que ousia e hipóstasis podían usarse en sentidos diferentes y que, por tanto, era posible hablar de tres
hipóstasis en la única naturaleza (véase Atanasio, Synodal Letter to the People of Antioch 5-8 (NPNF2 4:484-485).
6
Letham, Holy Trinity, 145.
7
Para un tratamiento más detallado de esta discusión, véase Brown, Heresies, 150-152; Letham, Holy Trinity, 146-
166. Letham argumenta que Basilio fue el primero en utilizar la hipóstasis para denotar la forma en que Dios es tres,
aunque argumentando fuertemente que el Padre, el Hijo y el Espíritu son inseparables en su naturaleza (Letham, Holy
Trinity, 149).
8
Brown, Heresies, 146.
9
Letham, Holy Trinity, 177.
267
La Cristología de Nicea a Calcedonia: el surgimiento de la ortodoxia
Dios en la Escritura y por sus obras externas o económicas (opera ad extra). Al pensar
en las relaciones internas o inmanentes de las personas divinas (opera ad intra), los
capadocios emplearon el vocabulario bíblico de forma analógica y distinguieron las
personas (hypostases) de la Divinidad hablando de las relaciones entre ellas y de las
propiedades de cada persona: increado (Padre), engendrado (Hijo) y procesión
(Espíritu), insistiendo al mismo tiempo en que las tres personas poseen la misma e
idéntica naturaleza y atributos.
Donald Fairbairn lo explica de esta manera: «El Hijo es engendrado por el Padre, y
el Espíritu procede del Padre… es decir, la relación entre el Hijo y el Padre no es
idéntica a la relación entre el Espíritu y el Padre, aunque las tres personas posean
características idénticas».10 Así, las tres personas poseen eternamente los mismos
atributos y subsisten en la naturaleza divina en comunión y unión, pero el Padre, el
Hijo y el Espíritu se distinguen entre sí por sus propiedades personales únicas y sus
relaciones entre sí. Cada una de las personas es igual a Dios entre sí, eliminando así
cualquier indicio de subordinación que antes había plagado a la Iglesia, pero también
hay un orden (taxis) entre las personas que se conserva en la expresión «del Padre a
través del Hijo y por el Espíritu Santo»,11 —relaciones que no pueden invertirse y que
ayudan a distinguir a las personas entre sí.
Sobre la base de estas distinciones conceptuales, la Iglesia pudo dar mayor claridad
teológica a la doctrina de la Trinidad, como se puso de manifiesto en el Concilio de
Constantinopla (381). Este Concilio fue la conclusión final de la controversia arriana, y
coronó los esfuerzos de Atanasio y los tres teólogos capadocios al rechazar todas las
formas de subordinacionismo (incluido el arrianismo) y el modalismo, y al reescribir el
Credo de Nicea para que incluyera un «tercer artículo» sobre el Espíritu Santo y la
Iglesia. Enfatizó que Dios es un solo ser, pero que este Dios único consta eternamente
de tres personas distintas. Cada una de las personas comparte completamente la única e
idéntica naturaleza divina y es, por tanto, de la misma naturaleza (homoousios), y cada
persona es Dios en sí misma. Además, para explicar cómo era posible esa entidad
numérica entre tres personas distintas, la Iglesia se basó en las ideas de Atanasio y los
capadocios y reflexionó sobre este maravilloso misterio tomando como referencia Juan
14:10-11 —«Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí»—, i.e., la idea de perichoresis
o «coinherencia».12 Dentro de la única Divinidad, argumentó la Iglesia, las tres
personas coinciden entre sí, se compenetran. Donald Macleod explica bien esta idea:
10
Donald Fairbairn, Life in the Trinity: An Introduction to Theology with the Help of the Church Fathers (Downers
Grove, IL: IVP Academic, 2009), 53.
11
Letham, Holy Trinity, 179.
12
Griego, enperichoresis; latín, circumincessio o circuminsessio. Juan de Damasco describe la perichoresis: «Las
subsistencias habitan y se establecen firmemente la una en la otra. Porque son inseparables y no pueden separarse la una
de la otra, sino que mantienen su curso separado dentro de la otra, sin unirse ni mezclarse, sino adhiriéndose la una a la
otra. Porque el Hijo está en el Padre y en el Espíritu, y el Espíritu en el Padre y en el Hijo, y el Padre en el Hijo y en el
Espíritu, pero no se unen, ni se mezclan, ni se confunden. Y hay un mismo movimiento: porque hay un impulso y un
movimiento de las tres subsistencias, que no se observa en ninguna naturaleza creada» (Juan de Damasco, An Exact
Exposition of the Orthodox Faith 1.14 [NPNF2 9:17b], en Donald Macleod, The Person of Christ. Contours of
Christian Theology [Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 1998], 141).
268
Parte III Garantía Eclesiológica para la Cristología actual
inmensidad. Más allá de eso, cada uno contiene al otro; cada uno habita en el otro;
cada uno penetra al otro, y cada uno condiciona el modo de existencia del otro.
Ninguno, ni siquiera el Padre, sería lo que es sin los otros.13
13
Macleod, Person of Christ, 141.
14
En el pensamiento patrístico, o mejor, en la ortodoxia pro-nicena, esto se llama la doctrina de las «operaciones
inseparables». Dado que cada persona de la Divinidad subsiste igualmente en la naturaleza divina, constituyendo así un
solo Dios, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo actúan inseparablemente como uno solo (es decir, las tres personas están
involucradas en cada acto divino). Sin embargo, dado que las personas son distintas, cada una de ellas actúa como
Padre, Hijo y Espíritu, aunque en esa acción las personas divinas promulgan un único organismo, que refleja la taxis
intratrinitaria y las relaciones de las personas dentro de la vida divina (ad intra). Así, la obra del Padre, del Hijo y del
Espíritu es inseparablemente la obra de los tres ad extra, pero las personas divinas actúan como una sola según sus
relaciones personales ad intra. Keith Johnson expone esta doctrina a través de Agustín: «El Padre actúa con las otras
personas divinas según su modo de ser “de nadie” (no engendrado). El Hijo actúa con las otras personas divinas según
su modo de ser “del Padre” (engendrado). El Espíritu actúa con las otras personas divinas según su modo de ser “del
Padre y del Hijo” (procesión)» (Keith E. Johnson, Rethinking the Trinity and Religious Pluralism: An Augustinian
Assessment [Downers Grove, IL: IVP Academic, 2011], 119).
15
Macleod, Person of Christ, 142.
269
La Cristología de Nicea a Calcedonia: el surgimiento de la ortodoxia
notas al pie de página a la discusión previa y a defender los puntos de vista anteriores
de las negaciones actuales de la ortodoxia.
16
Fairbairn argumenta este punto en Life in the Trinity, 139-145; cf. Donald Fairbairn, «The One Person Who Is
Jesus Christ: The Patristic Perspective», en Jesus in Trinitarian Perspective: An Intermediate Christology, ed. Fred
Sanders y Klaus D. Issler (Nashville: B&H, 2007), 80-113. Algunos ejemplos de quienes enseñaban esto son Diodoro
de Tarso, Teodoro de Mopsuestia y Nestorio. Nestorio fue condenado en el Concilio de Éfeso (431), y Diodoro y
Teodoro fueron condenados póstumamente en el Concilio de Constantinopla (553).
17
Macleod, Person of Christ, 186.
270
Parte III Garantía Eclesiológica para la Cristología actual
Lo que esto supone, entonces, es que el niño concebido por el Espíritu Santo en
María; que nació; que creció en sabiduría, en estatura y en gracia delante de Dios y de
los hombres (Lc. 2:52); era la misma persona divina que había sido eternamente el
Hijo en relación con el Padre y el Espíritu. El encarnado no era simplemente un
hombre en el que habitaba Dios, ni siquiera un hombre dotado de un poder único por el
Espíritu de Dios. Por el contrario, Jesús de Nazaret es Dios Hijo viviendo
personalmente en la tierra y experimentando lo que significa ser humano —para
nosotros y para nuestra salvación. De hecho, la Iglesia insistió en esto porque esto es
precisamente lo que enseñan las Escrituras y este es precisamente el tipo de Redentor
que necesitamos. Necesitamos un Salvador que sea un hombre que nos represente;
pero más que eso, necesitamos que el Señor venga a salvar. La salvación es del Señor,
y a menos que el Señor venga, sufra y muera en la cruz, su muerte no tendría poder ni
eficacia para lograr nuestra salvación. Y el Hijo, como segunda persona de la
Divinidad, lo hizo tomando una naturaleza humana con toda su gama de capacidades
en su persona divina junto con la naturaleza que había poseído eternamente. Fairbairn
capta este énfasis con su declaración: «la afirmación fundamental de la iglesia
primitiva era que la única persona que es Jesucristo es Dios Hijo. Fue Dios el Hijo
como persona (no sólo la naturaleza divina) quien bajó del cielo. Fue Dios Hijo como
persona quien unió la humanidad a sí mismo (no dos naturalezas unidas para hacer una
nueva persona)».18
Lo que hace esto posible es que la persona del Hijo, que posee la naturaleza divina,
es capaz de actuar en y a través de ambas naturalezas.19 Antes de la encarnación, el
Hijo actuaba en y a través de la naturaleza divina (junto con el Padre y el Espíritu),
pero ahora, como resultado de la acción personal del Hijo en obediencia a su Padre y
por la agencia del Espíritu, también es capaz de actuar en y a través de su naturaleza
humana. Esta interpretación supone que una «naturaleza», ya sea divina o humana,
consta de atributos, características o capacidades que la hacen ser lo que es. Pero
también asume que las «naturalezas» nunca existen por sí mismas; siempre tienen una
«persona» en la que reside la naturaleza. En el caso de la encarnación, Fairbairn, junto
con la Iglesia, ha llegado a la siguiente conclusión:
Dios Hijo —una de las tres y únicas personas que poseían la naturaleza divina—
añadió a su propia persona una naturaleza humana completa, una combinación total
de las características y componentes que hacen a un ser humano. De este modo, la
misma persona —la segunda persona de la Trinidad— era a la vez divina y humana.
Era divino porque desde la eternidad poseía la naturaleza divina. Después de la
encarnación fue también humano porque tomó sobre sí la «carne», es decir, todas las
características que definen a un ser humano. Como esta misma persona, a la que
ahora llamamos Jesucristo, era a la vez divina y humana, pudo vivir en dos niveles
al mismo tiempo. Siguió viviendo en el nivel divino como lo había hecho desde toda
la eternidad, compartiendo la comunión con el Dios, manteniendo el universo (véase
Col. 1:17) y cualquier otra cosa que Dios haga. Pero ahora comenzó a vivir en el
nivel humano al mismo tiempo —siendo concebido y nacido como un bebé,
18
Fairbairn, Life in the Trinity, 143–144.
19
Gerald Bray, God Has Spoken: A History of Christian Theology (Wheaton, IL: Crossway, 2014), 320–322, 350–
365; cf. Geerhardus Vos, Christology, vol. 3 of Reformed Dogmatics, trad. and ed. Richard B. Gaffin Jr. (Bellingham, WA:
Lexham, 2014), 48–55.
271
La Cristología de Nicea a Calcedonia: el surgimiento de la ortodoxia
creciendo en Nazaret, aprendiendo las Escrituras como cualquier otro niño judío,
pasando hambre, sed y cansancio, e incluso muriendo.20
20
Fairbairn, Life in the Trinity, 140.
21
E. David Willis, Calvin’s Catholic Christology: The Function of the So-Called Extra Calvinisticum in Calvin’s
Theology (Leiden: E. J. Brill, 1966), 1 (énfasis mío).
22
Ibid., 153.
272
Parte III Garantía Eclesiológica para la Cristología actual
de que la Iglesia rechazara la negación del alma humana de Cristo por parte de
Apolinar, en Constantinopla en el año 381.23 Por ejemplo, en su refutación del
arrianismo, Atanasio no menciona el alma humana de Cristo, y parece pensar en la
encarnación como si el Hijo asumiera un cuerpo humano, pero no un alma. Esta es una
de las razones por las que atribuye las cualidades espirituales de Cristo al Logos,
mientras que sus pasiones se atribuyen a su cuerpo. Sin embargo, después de la
controversia apolínea (véase más adelante), la Iglesia insistió cuidadosamente en que el
Hijo, en la encarnación, asumió un cuerpo y un alma humanos.
En la iglesia primitiva, a grandes rasgos, había dos maneras de pensar en la
naturaleza humana de Cristo: «Verbo (Logos)-hombre» frente a «Verbo (Logos)-
carne». En el debate arriano y más tarde con Apolinar, la Iglesia insistió en que era
necesaria una visión del «Verbo-hombre» para dar cuenta de la enseñanza bíblica. La
necesidad de una cristología del Verbo-hombre fue evidente especialmente en el
debate postcalcedoniano sobre la cuestión de la «voluntad», representada por la
insistencia de la Iglesia en que el Hijo encarnado tenía dos voluntades (diotelismo, una
visión del Verbo-hombre) frente a la visión de una sola voluntad (monotelismo, una
visión del Verbo-carne). Volveremos a este debate en el capítulo 9. En este momento,
simplemente queremos distinguir estos diferentes puntos de vista y destacar su
importancia para el surgimiento de una cristología ortodoxa. Sin embargo, antes de
hacerlo, debemos disipar una forma común, aunque inexacta, de vincular estos dos
puntos de vista a las «escuelas» de Antioquía y Alejandría.
Durante gran parte del siglo XX, muchos han identificado el punto de vista del
«Verbo-Carne» con Alejandría y el del «Verbo-Hombre» con Antioquía. Según la
historia, la escuela de Alejandría se centró más en la deidad de Cristo y restó
importancia a su humanidad, mientras que la escuela de Antioquía hizo hincapié en la
humanidad completa de Cristo. Esta opinión comúnmente aceptada también distinguía
a cada escuela por su orientación filosófica general, que, según sus defensores,
afectaba no sólo a su cristología sino también a su exégesis de las Escrituras.
Alejandría tenía una orientación más platónica y, por tanto, favorecía la exégesis
alegórica, mientras que Antioquía tenía una perspectiva más aristotélica y, por tanto,
favorecía una lectura literal de las Escrituras. Además, según la historia, fue en
Calcedonia donde hubo una mediación entre estas dos escuelas, de modo que el Credo
Calcedoniano se ve mejor como una declaración negativa, una especie de compromiso;
no dice nada positivo sobre Cristo, sólo quién no es.24
El problema de esta construcción histórica es su reduccionismo, ya que asume
mínimamente los siguientes puntos, todos ellos discutidos por la erudición patrística
actual: (1) estas escuelas eran uniformes y estaban bien representadas en la Iglesia
primitiva; (2) los antioquenos se tomaban en serio las Escrituras y la humanidad de
Cristo, mientras que los alejandrinos no; (3) las diferentes cristologías de dichas
escuelas se debían a sus diferentes métodos exegéticos.
La verdad es que la separación entre estas dos tradiciones fue el resultado, como
sostiene Fairbairn, «de las diferentes maneras de refutar el desafío teológico del
23
Aloys Grillmeier, From the Apostolic Age to Chalcedon (451), vol. 1 en Christ in Christian Tradition, trad. John
Bowden, 2nd rev. ed. (Atlanta: John Knox, 1975), 308–328; cf. Jean Galot, Who Is Christ? A Theology of Incarnation
(Chicago: Franciscan Herald, 1981), 230. Letham, Holy Trinity, 130–133, discute este punto, pero véase la útil
discusión en Bray, God Has Spoken, 325–329.
24
Esta opinión se expresa, por ejemplo, en Roger E. Olson, The Story of Christian Theology: Twenty Centuries of
Tradition and Reform (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 1999), 201-235.
273
La Cristología de Nicea a Calcedonia: el surgimiento de la ortodoxia
arrianismo, que argumentaba que, puesto que Dios el Hijo sufrió y murió, debía ser
pasible y, por tanto, menor que el Padre».25 En respuesta, los «antioquenos»
argumentaron que el que sufrió y murió no era Dios el Hijo, y por tanto podían seguir
afirmando que Dios el Hijo era impasible e igual al Padre. Pero, como señala Fairbairn,
«esto les condujo a una cristología que dividía al Logos del hombre Jesús y entendía la
salvación como una obra humana, siguiendo a Jesús, desde lo que Teodoro llamaba la
primera edad (de imperfección y mortalidad) a la segunda edad (de vida humana
perfecta)».26 Por esta razón, los «antioquenos» tendían a interpretar el Antiguo
Testamento de forma más literal, pero fue su teología general la que produjo este tipo
de interpretación, no ningún deseo particular de tomarse la historia más en serio.27
Por el contrario, el punto de vista alejandrino refutó el arrianismo al afirmar que
fue la persona de Dios Hijo la que sufrió, pero que lo hizo en su naturaleza humana, no
en su naturaleza divina, empleando así la crucial distinción «persona-naturaleza». Esto
les llevó a una cristología diferente, que, es importante señalar, es el punto de vista
ortodoxo de la iglesia, a saber, que Dios Hijo fue el sujeto activo en cada momento de
nuestra salvación (en relación con el Padre y el Espíritu) —en su encarnación, vida,
muerte, resurrección, ascensión, etc. Así, la exégesis alejandrina de los textos que
describen a Cristo, como señala Fairbairn, «atribuyó todas sus acciones y experiencias
al propio Logos, pero dividió entre lo que el Logos hizo de acuerdo con su naturaleza
divina, y lo que hizo de acuerdo con su recién adoptado modo de vida humano. Los
antioquenos (especialmente Nestorio) trataron los mismos pasajes atribuyendo algunas
acciones al Logos y otras al Jesús hombre».28 El resultado es el siguiente: las
diferencias entre estas «escuelas» tienen más que ver con diferentes teologías sobre
Cristo y la salvación en su respuesta al arrianismo que con diferentes énfasis en la
exégesis.
Si seguimos esta corrección histórica, ¿qué resulta? Es esto: no debemos pensar en
dos «escuelas» diferentes y bien desarrolladas, sino que debemos pensar en dos
enfoques diferentes de la teología, la salvación y la cristología. Si pensamos en los
pensadores «antioquenos» — principalmente tres individuos, Diodoro de Tarso,
Teodoro de Mopsuestia y Nestorio (que fueron condenados por la iglesia)— debemos
considerar su cristología como no ortodoxa. Como señala Fairbairn, estos tres
pensadores «veían a Cristo de forma divisiva (y por tanto ponían el énfasis en el
hombre asumido, en lugar de en el Logos divino)».29 Así pues, en nuestro debate sobre
el Verbo-hombre frente al Verbo-carne, no vincularemos estos puntos de vista a
diferentes escuelas; en su lugar, los vincularemos a la cuestión central de la naturaleza
de la humanidad de Cristo. Con esta advertencia, describamos ahora estos dos
enfoques.
¿Cuál es la visión del «Verbo-carne» y sus implicaciones para la comprensión de la
humanidad de Cristo? El punto de vista es el siguiente: en la encarnación, el Hijo
(Logos) sustituye al alma humana y entra en unión con el cuerpo humano para formar
un ser humano, pero, es crucial señalar que lo que se pierde es la plena humanidad de
25
Donald Fairbairn, «Patristic Exegesis and Theology: The Cart and the Horse», WTJ 69/1 (2007): 10.
26
Ibid. Fairbairn sostiene que, tras el enfoque «antioqueno», concretamente el de Nestorio y Teodoro de
Mopsuestia, había una visión diferente de la salvación, lo que él denomina una visión de «dos edades». En cambio, la
ortodoxia entiende la historia humana en términos de creación, caída y redención, lo que él denomina una visión de
«tres edades» (idem, «One Person Who Is Jesus Christ», 92-96).
27
Véase Fairbairn, «Patristic Exegesis and Theology», 10-14.
28
Ibid., 11.
29
Ibid., 14.
274
Parte III Garantía Eclesiológica para la Cristología actual
Cristo.30 ¿Por qué? Porque normalmente la Iglesia identificaba con el alma toda una
psicología humana que incluye en ella la razón, la voluntad, el intelecto, las
emociones, etc. Pero Cristo sin un alma humana, o incluso sin su sustitución por el
Hijo, la visión de la encarnación del Verbo socava la plena humanidad de Cristo y
tiene dificultades para explicar cómo el Hijo encarnado pudo experimentar toda la
gama de experiencias y relaciones humanas y, lo que es más importante, actuar como
nuestro Redentor. Además, los enfoques basados en la visión Verbo-carne tendían a
respaldar la visión de una sola naturaleza de Cristo (monofisismo), o algún tipo de
naturaleza mixta, en lugar de dos naturalezas.31
Por el contrario, una visión de «Verbo-hombre» insiste en que en la encarnación el
Hijo divino asumió una naturaleza humana completa —cuerpo y alma— y, por tanto,
una psicología humana completa, incluyendo toda la actividad de conocer y desear.
Sobre la base de la distinción «persona-naturaleza», este punto de vista sostiene que la
persona es el sujeto de su naturaleza que actúa en y a través de su naturaleza. En
términos de cristología, entonces, la persona del Hijo, dado que ha asumido una
naturaleza humana integral, es ahora capaz de vivir una vida plenamente humana, tal
como siempre ha vivido en relación con el Padre y el Espíritu. Pero para vivir una vida
humana, el Hijo necesitaba algo más que un simple cuerpo o carne; también necesitaba
un alma humana para poder amar, actuar y experimentar como un hombre.
A medida que la Iglesia recorría el camino hacia Calcedonia, su comprensión sobre
la humanidad de Cristo se hizo más precisa al adoptar una visión «Verbo-hombre». Las
Escrituras insisten claramente en la plena humanidad de Cristo, y la Iglesia sabía que
no podía dar cuenta de esta enseñanza a menos que se adoptara un punto de vista del
«Verbo-hombre». En última instancia, la Iglesia sabía que lo que estaba en juego era la
salvación. Si el Hijo no asumió personalmente nuestra plena naturaleza humana y vivió
y murió en nuestro lugar como Jesucristo hombre, ¿cómo podría redimirnos? Además,
como enfatizaba la visión hombre-palabra, no bastaba con que Cristo tuviera una
naturaleza o dos naturalezas incompletas; él, como Hijo divino, necesitaba dos
naturalezas, explicando así cómo es plenamente Dios y plenamente hombre
simultáneamente.
Teniendo en cuenta estos desarrollos teológicos, pasemos ahora a tres herejías que
surgieron en los años entre Nicea y Calcedonia, que dieron lugar a una mayor claridad
cristológica. En la respuesta de la Iglesia a estas herejías descubrimos una vez más el
30
Véase Grillmeier, From the Apostolic Age to Chalcedon (451), 247. Este punto de vista no operaba con una clara
distinción «persona-naturaleza». Tendía a pensar en Dios como una naturaleza personal, atribuyendo así el proceso de
vinculación entre el Verbo y la humanidad de Cristo a la naturaleza del Logos tanto como a su persona, que era sólo la
manifestación de esa naturaleza. Por eso, las visiones de la «carne del Verbo» tienden a la visión de una sola naturaleza,
entendida como «ser autodeterminado». En la encarnación, el Hijo asumió la naturaleza humana y la unió a sí mismo,
sin cambiar en absoluto por ello. El proceso de unión en una sola naturaleza a través de la encarnación no destruyó la
deidad ni la humanidad de Jesús, que se mantuvieron unidas por una transferencia de atributos de la primera a la
segunda. Este recurso se utilizó para explicar los milagros de Jesús, que parecían atribuir poderes sobrehumanos a su
cuerpo. Jesús caminó sobre el agua porque su naturaleza divina se expresó en su carne, etc. El problema, sin embargo,
con tal punto de vista es que no podía dar cuenta de la plena humanidad del Hijo encarnado. ¿Cómo pudo Jesús tener
sed en la cruz? ¿Cómo es posible que no supiera ciertas cosas? La visión del «Verbo-carne» sólo tenía respuestas
inadecuadas a estas preguntas, ya que atribuían la debilidad/ignorancia de Jesús a que el Logos se acomodaba a nuestros
límites carnales.
31
Por ejemplo, Apolinar afirmaba una «naturaleza única» (mia physis) en Cristo, al igual que el monofisismo. En
ambas visiones, el Verbo asume un cuerpo, y la unidad que resulta es paralela a la unidad cuerpo-alma en nosotros.
Como señala acertadamente Galot a propósito de Apolinar, «la unidad es tan completa que es imposible distinguir las
propiedades de cada uno relacionando unas con la carne y otras con el Verbo», de ahí una única naturaleza (Galot, Who
Is Christ?, 232).
275
La Cristología de Nicea a Calcedonia: el surgimiento de la ortodoxia
A. Apolinarismo
32
Técnicamente, Apolinar era un tricotomista, pues afirmaba que el ser humano estaba compuesto de cuerpo, alma
y espíritu, frente a los dicotomistas, quienes afirman sólo un cuerpo y un alma. En la encarnación, el Logos divino
desplazó al espíritu humano (nous, pneuma). Así, aunque Cristo era plenamente Dios, carecía de una naturaleza humana
«completa» como la nuestra. Apolinar sostenía una interpretación muy literal de Juan 1:14 —«el Verbo se hizo
carne»—, lo que significa que el Logos asumió únicamente un cuerpo humano. Una de las principales implicaciones de
su punto de vista es que la naturaleza humana de Cristo no tiene una voluntad o mente humana, una visión similar al
posterior monotelismo («una voluntad»), que también fue rechazado por la iglesia.
33
Grillmeier, From the Apostolic Age to Chalcedon (451), 331.
34
Ibid, 333. Brown hace la misma observación (véase Brown, Heresies, 164). El cuerpo humano de Cristo no era
preexistente; llegó a existir en el momento de la concepción, pero en la encarnación la carne de Cristo fue deificada
como consecuencia del efecto dinamizador del Logos. Como comenta Brown, «Cristo, como todos los demás humanos,
era un cuerpo de carne animado y formado por un nous, pero con la significativa diferencia de que el Nous de Cristo no
era un espíritu humano sino el Logos divino» (ibid.).
276
Parte III Garantía Eclesiológica para la Cristología actual
35
Brown hace esta observación (ibid., 163-164). Apolinar equiparó el concepto bíblico de carne con la visión
aristotélica de la materia, y el concepto bíblico de espíritu con la visión aristotélica de la forma. Es la forma espiritual la
que anima y da verdadero carácter a la materia, y esto lo hace en los humanos el intelecto humano o nous, pero en
Cristo lo hace el propio Logos. Por eso en la encarnación el Logos se hizo carne, pero no un hombre como nosotros, ya
que no asumió un intelecto o nous humano.
36
Grillmeier, From the Apostolic Age to Chalcedon (451), 336.
37
Ibid., 338.
38
Gregorio de Nacianceno «To Cledonius the Priest against Apollinarius» en Christology of the Later Fathers, ed.
Edward R. Hardy (Philadelphia: Westminster, 1954), 218.
39
Por ejemplo, el argumento de Hebreos 2:5-18 hace este punto: para que Cristo actúe como nuestra cabeza del
nuevo pacto y como nuestro gran Sumo Sacerdote, debe ser totalmente humano y totalmente Dios. Más tarde, en la
época medieval, Anselmo (1033-1109) desarrolla este importante punto teológico en su famoso Cur Deus Homo.
40
En este punto, Demetrios Bathrellos señala con razón que lo que Apolinar excluía de la humanidad de Cristo «era
un alma racional como centro del pensamiento y de la actividad voluntaria», y así, de forma similar a algunas
cristologías contemporáneas, «se acercaba mucho a identificar la hipóstasis humana con la mente humana» (Demetrios
Bathrellos, The Byzantine Christ: Person, Nature, and Will in the Christology of Saint Maximus the Confessor [Oxford:
Oxford University Press, 2004], 11).
277
La Cristología de Nicea a Calcedonia: el surgimiento de la ortodoxia
B. Nestorianismo
41
Para un análisis útil y matizado de Nestorio, véase Bray, God Has Spoken, 329-350.
42
Donald Fairbairn, Grace and Christology in the Early Church, Oxford Early Christian Studies (Oxford: Oxford
University Press, 2003), 21.
43
Fred Sanders, «Chalcedonian Categories for the Gospel Narrative» en Jesus in Trinitarian Perspective, ed. Fred
Sanders y Klaus D. Issler (Nashville: B&H, 2007), 21.
44
Fairbairn, Grace and Christology, 23.
45
Bathrellos, Byzantine Christ, 19.
46
En lo que sigue, estoy en deuda con la exposición de Fairbairn, Grace and Christology, 28-62; ídem, «One
Person Who Is Jesus Christ», 80-113.
278
Parte III Garantía Eclesiológica para la Cristología actual
47
Fairbairn, «One Person Who Is Jesus Christ», 93; idem, Grace and Christology, 32-34.
48
Fairbairn, Grace and Christology, 44.
49
Véase ibid., 44-45.
50
Véase ibid., 53-54.
51
Véase ibid., 42; cf. ibid., 54-55.
52
Véase ibid., 43.
53
Véase ibid., 46-48.
54
Ibid, 48.
55
Ibid, 58.
56
Ibid.
279
La Cristología de Nicea a Calcedonia: el surgimiento de la ortodoxia
ortodoxia, el sujeto personal en Cristo es el Hijo eterno, pero para Nestorio es una
especie de compuesto.57
Esto explica en parte que Nestorio utilice el término Christotokos («portador de
Cristo») en lugar del uso de Cirilo (y Calcedonia) de Theotokos («portador de Dios»)
en referencia a María. Dada la trascendencia del Logos, las dos naturalezas de Cristo y,
sobre todo, que el sujeto personal en Cristo es una unión compuesta de dos sujetos
personales (el Logos y el hombre) y no sólo el Hijo divino, Nestorio rechazó el término
Theotokos. Para Nestorio, María sólo lleva la humanidad de Cristo con su propio
prosopon, y puesto que el Logos como Dios es distinto del hombre, Theotokos debe ser
rechazado. Cirilo (m. 444), en cambio, insistió en Theotokos, porque se preocupaba de
preservar la unidad de la persona de Cristo y, junto con la ortodoxia, de considerar al
único sujeto personal en Cristo como el Hijo eterno, no una unión compuesta de dos
sujetos personales. Debido que el sujeto personal de ambas naturalezas es el Hijo;
porque ninguna de las dos naturalezas se expresa sino en unión con el Hijo como
sujeto activo de cada naturaleza; y porque todo lo que se dice de una de sus naturalezas
puede decirse de él como Hijo, es necesario decir que María es la «portadora de Dios»
en el sentido de que Jesús, que nació de María, es el Hijo encarnado y no sólo un ser
humano habitado por el Logos. Por tanto, Theotokos no era realmente una declaración
sobre María, sino que enfatizaba la deidad de Cristo y el hecho de que el sujeto
personal de Cristo es el Hijo eterno que ahora subsiste en dos naturalezas.58
Este debate también implicaba otras conclusiones que separaban la ortodoxia del
nestorianismo. Por ejemplo, en cuanto a la cuestión de si Dios puede sufrir, tanto Cirilo
como Nestorio estaban de acuerdo en que Dios era impasible. Sin embargo, a
diferencia de Teodoro y Nestorio, Cirilo afirmó que Dios Hijo, como sujeto activo de
la naturaleza humana, puede vivir una vida plenamente humana y, por tanto,
experimentar en esa naturaleza humana el sufrimiento y la muerte. En las famosas
palabras de Cirilo, Cristo «sufrió impasiblemente», o para ser más precisos, el Hijo
hizo impasiblemente suyos los sufrimientos de su propia naturaleza humana. Cirilo no
estaba diciendo que hubiera ningún cambio o disminución de la naturaleza divina de
Cristo, ya que en la encarnación el Hijo asumió una naturaleza humana completa
además de su naturaleza divina, pero sí implicaba que el Hijo es ahora capaz de vivir
una vida divina y humana.
El rechazo de la Iglesia a la cristología de Teodoro y Nestorio fue a menudo
desagradable, como lo demuestra la polémica Cirilo-Nestorio, pero era necesario. En
última instancia, estaban en juego dos cuestiones cruciales. Primero, la unidad de la
persona de Cristo. Nestorio simplemente no podía explicarla y en su lugar apelaba a
una unión compuesta de dos sujetos personales (el Logos y el hombre), pero la
Escritura no dice que la naturaleza humana de Cristo sea una persona independiente
que actúe en alguna relación con el Logos divino. Por el contrario, la Escritura dibuja
una imagen coherente de una sola persona, el Hijo divino, que actúa como un sujeto
unificado ahora en dos naturalezas, un punto que Calcedonia confesará firmemente. De
57
Véase ibid., 58-59.
58
Aunque teológicamente es correcto, el uso de theotokos en la actualidad es problemático. Teológicamente, es
correcto que la persona que nació de María era el Hijo de Dios. Pero Macleod se pregunta, con razón, si es correcto
desde el punto de vista kerigmático (Donald Macleod, «The Christology of Chalcedon», en The Only Hope Jesus:
Yesterday, Today, Forever, ed. Mark Elliott y John McPake [Fearn: Christian Focus, 2001], 86-87). Esto es
especialmente pertinente ya que muchos en la historia de la iglesia han distorsionado el término para preguntar más
sobre María como «madre de Dios» que sobre Jesús como «Hijo de Dios».
280
Parte III Garantía Eclesiológica para la Cristología actual
hecho, sólo cuando afirmamos este punto crítico podemos evitar cualquier atisbo de
«adopcionismo», — algo que a Nestorio le costó mucho evitar.
También estaba en juego la relación vital entre la cristología y la soteriología. En
última instancia, el debate nestoriano giraba en torno a los puntos de vista opuestos
sobre Cristo y la salvación. En agudo contraste con la concepción de las dos edades de
Teodoro y Nestorio, las Escrituras afirman una estructura de creación, caída y
redención, tal y como hemos analizado en el capítulo 3 de la Parte II. En lo que
respecta a la salvación, se requiere algo más que un hombre con una gracia única que
sirva de ejemplo a la humanidad; se requiere uno que sea Dios el Hijo. La crisis
humana es grave: estamos condenados ante el Dios santo del universo, y la única
solución a nuestro peligro es que Dios mismo actúe para salvar, a fin de satisfacer sus
propias exigencias de justicia. La Escritura es clara: el Dios trino debe salvar, y sólo él
puede hacerlo. La salvación es obra de Dios, y sólo Dios Hijo encarnado puede
redimirnos. No necesitamos simplemente a un hombre habitado por y/o unido en algún
tipo de unión con Dios Hijo; lo que necesitamos es que el Hijo divino asuma nuestra
naturaleza humana en su propia persona para que pueda representarnos y actuar en
nuestro nombre como nuestra cabeza y sustituto del nuevo pacto.
C. Monofisismo
59
Sanders, «Chalcedonian Categories for the Gospel Narrative», 22; cf. Macleod, Person of Christ, 184. Para
Eutiques, la deidad de Cristo absorbe completamente su humanidad como resultado de la encarnación.
281
La Cristología de Nicea a Calcedonia: el surgimiento de la ortodoxia
En octubre de 451, 520 obispos se reunieron en Calcedonia para luchar contra las
continuas disputas cristológicas dentro de la Iglesia. La mayoría de los obispos de la
Iglesia eran de Oriente, mientras que sólo cuatro procedían de Occidente —dos del
norte de África y dos que eran legados del Papa León de Roma. Sin embargo, la
influencia de Occidente fue grande, debido al Tomo de León, una carta que se escribió
antes del Concilio y que se incorporaría al Credo de Calcedonia.60 Al igual que el
Credo Niceno previo, la Definición de Calcedonia continúo siendo un centro de
controversia durante muchas décadas, pero nunca se dejó de lado y, como señala
Brown, se convirtió en «el segundo gran punto culminante de la teología cristiana
primitiva: estableció un estándar imperativo para la ortodoxia»61 al confesar la deidad
y la humanidad de Cristo en la formulación clásica de «dos naturalezas, una persona».
Como tal, rechazaba todas las falsas opiniones cristológicas previas y presentaba una
comprensión positiva de la identidad de Cristo. En una serie de declaraciones
distinguía claramente la «naturaleza» de la «persona». En cuanto a la «persona»,
afirmaba que el sujeto activo de la encarnación, «el único Cristo», no es otro que el
Hijo eterno, que es consustancial al Padre y al Espíritu, pero que ahora ha asumido una
naturaleza humana completa, de modo que ahora subsiste en dos naturalezas —
naturalezas que no se confunden ni cambian, sino que conservan todos sus atributos.
A. El Credo de Calcedonia
De acuerdo, entonces, con los santos padres, todos enseñamos unánimemente que
debemos confesar que nuestro Señor Jesucristo es uno y el mismo Hijo, el mismo
perfecto en la divinidad y el mismo perfecto en la humanidad, verdaderamente Dios
y verdaderamente hombre, el mismo de alma y cuerpo racionales, consustancial con
el Padre en la divinidad, y el mismo consustancial con nosotros en la humanidad,
semejante a nosotros en todo excepto en el pecado; engendrado del Padre antes de
los siglos en cuanto a su divinidad, y en los últimos días, el mismo, por nosotros y
por nuestra salvación engendrado de la Virgen María, la Theotokos, en cuanto a su
humanidad; uno y el mismo Cristo, Hijo, Señor, unigénito, dado a conocer en dos
naturalezas sin confusión, sin cambio, sin división, sin separación, la diferencia de
las naturalezas no siendo de ninguna manera eliminada a causa de la unión, sino que
la propiedad de cada naturaleza se ha conservado y ha confluido en un solo
prosopon y en una sola hupostasis —no dividida en dos prosopas, sino en un solo y
mismo Hijo, unigénito, Verbo divino, el Señor Jesucristo, tal como los profetas de la
antigüedad y el mismo Jesucristo nos han enseñado sobre Él y el credo de nuestros
padres ha transmitido.62
60
Para un análisis de los acontecimientos que rodean a Calcedonia y su teología, véase Grillmeier, From the
Apostolic Age to Chalcedon (451), 520-557; Bray, God Has Spoken, 350-365.
61
Brown, Heresies, 181.
62
Citado de J. N. D. Kelly, Early Christian Doctrines, 5ª ed. rev. (Londres: A & C Black, 1977), 339-340.
282
Parte III Garantía Eclesiológica para la Cristología actual
283
La Cristología de Nicea a Calcedonia: el surgimiento de la ortodoxia
siervo» (Flp. 2:7) de forma deliberada, voluntaria y sacrificial.66 Es la persona del Hijo
el agente actuante y el sujeto sufriente. ¿Implica esto un cambio en el Hijo? No en el
sentido de que la persona del Hijo haya cambiado su identidad o haya dejado de ser lo
que siempre fue. Incluso como Hijo encarnado, siguió poseyendo todos los atributos
divinos y desempeñando todas sus funciones y prerrogativas divinas. Sin embargo, de
nuevo, como señala acertadamente Macleod:
Hay un cambio real: un cambio en el sentido de que, en Cristo, Dios entra en una
gama totalmente nueva de experiencias y relaciones. Experimenta la vida en un
cuerpo humano y en un alma humana. Experimenta el dolor humano y las
tentaciones humanas. Sufre pobreza, soledad y humillación… Prueba la muerte.
Antes de la encarnación, Dios conocía estas cosas por observación. Pero la
observación, aunque sea desde la omnisciencia, no alcanza a la experiencia personal.
Eso es lo que la encarnación hizo posible para Dios: la experiencia real y personal
de ser humano.67
66
Macleod, Person of Christ, 185–186.
67
Ibid., 186.
68
En el capítulo 9, discutiremos cómo la anhipóstasis fue mejor entendida como enhipostasia.
69
Fairbairn, Life in the Trinity, 140. Bray lo expresa de esta manera: «En el Cristo encarnado, la hipóstasis divina
controlaba cada una de sus dos naturalezas (physeis), dando a la persona del Hijo encarnado la libertad de emplearlas
como quisiera sin estar limitado por ninguna de ellas» (Gerald Bray, God Is Love: A Biblical and Systematic Theology
[Wheaton, IL: Crossway, 2012], 129).
284
Parte III Garantía Eclesiológica para la Cristología actual
En cuarto lugar, no hay una unión de las naturalezas que oscurezca la integridad de
cualquiera de ellas. Dentro de Dios Hijo encarnado, la distinción Creador-criatura está
preconcebida; no hay mezcla de naturalezas, ni «transferencia de atributos»
(communicatio idiomatum) que produzca una especie de tertium quid. Sin embargo,
esto no implica que las dos naturalezas estén simplemente yuxtapuestas, yaciendo una
al lado de la otra sin contacto o interacción. Por el contrario, hay una «transferencia de
atributos» en el sentido de que los atributos de ambas naturalezas coexisten en la única
persona. Por eso la Escritura puede decir que Dios Hijo encarnado puede
simultáneamente sostener el universo (Col. 1:17), perdonar el pecado (Mc. 2:10), tener
hambre y sed, crecer en sabiduría y conocimiento (Lc. 2:52), e incluso morir. Por eso,
el Hijo, como sujeto de la encarnación, en todos sus actos y experiencias involucra
ambas naturalezas, cada una a su manera. Como Karl Barth expresaría más tarde este
punto, en el Hijo encarnado, «Dios mismo habla cuando este hombre habla en lenguaje
humano. Dios mismo actúa y sufre cuando este hombre actúa y sufre como hombre.
Dios mismo triunfa cuando éste triunfa como hombre».71
En quinto lugar, el Hijo tomó para sí una naturaleza humana completa, que estaba
compuesta por un «alma y un cuerpo racionales». Calcedonia insiste en que la
humanidad de Jesús, para ser una humanidad completa, tenía que ser más que un
cuerpo; tenía que consistir en una psicología humana completa similar a la nuestra.
Calcedonia, pues, distingue claramente entre «persona» y «alma» y sitúa el «alma»
como parte de la naturaleza humana. Al hacerlo, insiste en una cristología de «Verbo-
hombre». Rechaza la idea de que el Hijo sustituya al alma humana, y afirma
implícitamente que Cristo tenía una voluntad y una mente humanas, aunque esta última
afirmación no se formalice hasta el Sexto Concilio Ecuménico de 681.72
En pocas palabras, estos cinco puntos captan el corazón de la Definición de
Calcedonia. Aunque el Credo no es idéntico a la Escritura en cuanto a autoridad, no
obstante, es una declaración que establece los puntos básicos que debemos confesar,
articular y defender con respecto a la identidad de Cristo. Como estado confesional,
establece los parámetros dentro de los cuales la iglesia debe teologizar para captar con
precisión al Jesús de la Biblia.73 Como se afirma en el preámbulo de Calcedonia, fue
redactado sobre el telón de fondo de las Escrituras y de toda la tradición patrística y,
como señala Grillmeier, «pocos concilios han estado tan arraigados en la tradición
como el Concilio de Calcedonia».74 De este modo, como reconoce Brown, la
Definición de Calcedonia «se convirtió en nuestra norma para medir la ortodoxia;
cuando se rechaza su afirmación de la deidad de Cristo o de su humanidad, significa
70
Macleod, Person of Christ, 190.
71
Karl Barth, Church Dogmatics, 4.2, trad. G. T. Thomson (Edinburgh: T&T Clark, 1956), 51.
72
Grillmeier, From the Apostolic Age to Chalcedon (451), 547; cf. Galot, Who Is Christ?, 284.
73
A. T. B. McGowan, «Affirming Chalcedon» en The Forgotten Christ: Exploring the Majesty and Mystery of God
Incarnate, ed. Stephen Clark (Nottingham: Apollos, 2007), 44–47.
74
Grillmeier, From the Apostolic Age to Chalcedon (451), 550.
285
La Cristología de Nicea a Calcedonia: el surgimiento de la ortodoxia
La teología griega simpatizaba con la idea de las teofanías (dioses con forma
humana) y con la idea de las adopciones divinas, en las que un dios podía tomar el
control de una personalidad humana. Pero Calcedonia es el lenguaje de la
encarnación. Habla de la encarnación de una persona divina. Aquí, Dios mismo
entra en una existencia terrenal, histórica, de modo que podemos decir que este
hombre es el Hijo de Dios y que en este individuo concreto Dios vive una vida
verdaderamente humana. Esto va mucho más allá de la teofanía y la adopción…
Eso, por lo que puedo ver, es un concepto profundamente antigriego.76
Pero esta crítica va más allá. En relación con la objeción anterior, se plantea la
cuestión de si es necesario seguir empleando las mismas palabras que utilizó
Calcedonia o si podemos traducir la terminología del siglo V al lenguaje actual. ¿Es
posible, por ejemplo, traducir hipóstasis y ousia y la metafísica que las sustenta a un
vocabulario más actual? En teoría, la mayoría estaría de acuerdo con Macleod en que
esto es posible; como nos recuerda, «no es más difícil trasladar el lenguaje de la ousia,
la phusis y la hipóstasis a nuestro tiempo de lo que lo es trasladar el lenguaje de San
Pablo (morphe, homoioma y eikon, por ejemplo)».77 Sin embargo, como se analizará
en la Parte IV, la cuestión de la traducción no es fácil, especialmente cuando la gente
75
Brown, Heresies, 183–184.
76
Macleod, «Christology of Chalcedon» 79.
77
Ibid., 78.
286
Parte III Garantía Eclesiológica para la Cristología actual
287
La Cristología de Nicea a Calcedonia: el surgimiento de la ortodoxia
83
E. L. Mascall, Whatever Happened to the Human Mind? Essays in Christian Orthodoxy (London: SPCK, 1980),
29.
288
Parte III Garantía Eclesiológica para la Cristología actual
CAPÍTULO 9
CRISTOLOGÍA POSTCALCEDONIANA: EL
ESTABLECIMIENTO DE LA ORTODOXIA
Aunque la Definición de Calcedonia sirvió como credo para establecer los parámetros
de la ortodoxia, no fue la última palabra, y fue necesaria una mayor reflexión en los
años posteriores. De hecho, el credo dejó varias cuestiones sin explicar. Una de ellas,
por ejemplo, era dar sentido a la unión hipostática y cómo pensar que Cristo existe
como «una persona en dos naturalezas». La Definición preparó con precisión el
camino por el que debía transitar nuestra reflexión sobre la encarnación, pero dejó al
menos dos puntos sin aclarar, de ahí que las diferentes visiones cristológicas se
mantuvieran incluso hasta nuestros días.
En primer lugar, era necesario seguir trabajando en cómo explicar la forma de
preservar la unidad de la «persona» de Cristo, enfatizando al mismo tiempo la
integridad de sus dos «naturalezas». La redacción de Calcedonia, «…la diferencia de
las naturalezas no desaparece en absoluto por la unión, sino que la propiedad de cada
naturaleza se conserva y confluye en un prosopon y una hipóstasis», podría dar la falsa
impresión, como admite Robert Letham, «de que Cristo era una especie de esquizoide,
para quien algunas cosas sólo podían relacionarse con una parte de él y otras con otra
parte»,1 lo que, para muchos, podría implicar una especie de nestorianismo que
renunciara a la unidad de la persona de Cristo. Este punto es especialmente
significativo ya que, en esta época de la historia, la mayoría de la gente asumía que una
«naturaleza» requería una «persona» de manera unitaria. Así, si Cristo tiene dos
naturalezas, entonces debe tener dos personas (i.e., nestorianismo); o, a la inversa, si
tiene una sola persona, entonces debe tener una sola naturaleza (i.e., el monofisismo);
pero ambas posturas son inadecuadas desde el punto de vista bíblico.2 ¿Cómo
explicamos, entonces, el fuerte énfasis del credo en la unidad de la persona de Cristo,
1
Robert Letham, Union with Christ: In Scripture, History, and Theology (Phillipsburg, NJ: P&R, 2011), 28.
2
Sobre este punto, véase Demetrios Bathrellos, The Byzantine Christ: person, nature, and will in the Christology of
Saint Maximus the Confessor (Oxford: Oxford University Press, 2004), 33-35. Bathrellos señala que muchos
anticalcedonianos se empeñaban en repetir la frase «no hay naturaleza sin hipóstasis» (ibíd., 34). También señala que
este punto de vista está justificado ya que, para nosotros, «la naturaleza humana sólo existe como, en y a través de
personas humanas concretas» (ibíd.). Pero en el caso de Cristo, Calcedonia afirmó que su única persona subsistía en dos
naturalezas.
289
Cristología postcalcedoniana: el establecimiento de la ortodoxia
dada su afirmación de dos naturalezas? A la inversa, si afirmamos que Cristo tiene dos
naturalezas, lo que exige la Escritura, ¿cómo afirmamos entonces que el Hijo eterno es
el único sujeto que actúa?
Estas cuestiones se vieron agravadas por otro factor: Calcedonia dejó en claro
quién es el sujeto de la encarnación. Aunque Calcedonia utilizó la octava repetición de
«el mismo» para destacar la unidad del sujeto que subyace a todas las operaciones de
Cristo, e identificó al único sujeto como el Hijo eterno (contra el nestorianismo),
también enfatizó la realidad de las dos naturalezas y reconoció la integridad de la
humanidad de Cristo (contra el monofisismo) dentro de la propia unión. Sin embargo,
al hacer esto, como observa Dennis Ferrara, Calcedonia podría dar la impresión
(contraria a su intención) de que la «persona» de Cristo implica algún tipo de
«consecuente o compuesto, en lugar del sujeto preexistente en Cristo».3 Es esta tensión
aparentemente incorporada la que requería una mayor explicación; se necesitaba más
claridad para dar sentido a la unidad de la persona de Cristo como Hijo eterno (y no
como algún tipo de compuesto de dos naturalezas) y cómo el Hijo se relaciona con sus
dos naturalezas y vive y actúa en ellas. De hecho, lo que se requería en última instancia
era terminar con la suposición de que una «persona» siempre se relaciona con una
«naturaleza» de manera uno a uno, para dar cuenta de cómo el Hijo subsiste en dos
«naturalezas».
En segundo lugar (y relacionado con lo anterior), era necesario trabajar más en lo
que constituía una humanidad completa y si la humanidad de Cristo estaba completa.
Aunque Calcedonia afirmaba claramente que Cristo era plenamente hombre («lo
mismo que nosotros en cuanto a la humanidad»), también afirmaba que la «persona», o
sujeto activo de la encarnación, era Dios Hijo, en contra del nestorianismo. Con ello,
Calcedonia insistió en que el único «sujeto» que actúa en y a través de la «naturaleza»
humana es el Hijo divino, no un compuesto de dos «personas» —una divina y otra
humana. En Cristo hay un solo sujeto activo, que es el Hijo eterno que ha hecho suya
una naturaleza humana. Como sostenía Cirilo de Alejandría, y como afirmaba
Calcedonia, es el Hijo el sujeto personal de la encarnación, el único que «activa» la
mente y la voluntad de su naturaleza humana. Sin embargo, esta afirmación planteaba
una cuestión legítima que Calcedonia no abordó: Si el Hijo es el sujeto activo de la
«naturaleza» humana, «¿qué sentido tiene la atribución a Cristo de una “naturaleza”
humana plena y completa (incluyendo una mente y una voluntad humanas) si esa
“naturaleza” no puede funcionar como la nuestra?»4 Si la naturaleza humana de Cristo
nunca pudo funcionar como la nuestra, con una persona humana como sujeto actuante,
y en cambio el sujeto actuante es una persona divina, entonces ¿en qué sentido es
Cristo completamente humano como nosotros? O, como pregunta acertadamente Bruce
McCormack, «¿Cómo afirmamos el carácter activo de Jesús hombre sin dar lugar a dos
sujetos?»5
Esta cuestión era especialmente apremiante, ya que Calcedonia negaba que el Hijo
estuviera unido a una «persona humana» (contra el nestorianismo). En cambio, el
credo insistía en que el Hijo se unió a un complejo completo de atributos humanos, i.e.,
a una naturaleza humana, sin su persona (anhipostasia). Pero, ¿no implica la
3
Dennis M. Ferrara, «Hypostatized in the Logos», Louvain Studies 22/4 (1997): 317.
4
Bruce L. McCormack, «The Person of Christ», en Mapping Modern Theology: A Thematic and Historical
Introduction, ed. Kelly M. Kapic y Bruce L. McCormack (Grand Rapids, MI: Baker Academic, 2012), 153.
5
Ibid.
290
Parte III Garantía Eclesiológica para la Cristología actual
anhipostasia que Cristo carecía de una humanidad completa? ¿Fue Calcedonia una
vuelta a alguna forma de apolinarismo y/o monofisismo?
Teniendo en cuenta estos puntos no resueltos, no es de extrañar que, después de
Calcedonia, el debate continuara en diversas secciones de la iglesia. Calcedonia
estableció los parámetros básicos de la ortodoxia, pero requería más aclaraciones, que
es precisamente lo que ocurrió en los concilios posteriores celebrados en
Constantinopla en 553 y 681. También se produjeron otras reflexiones cristológicas en
las épocas medieval y de la Reforma, que prepararon el camino para una mayor
precisión y que establecieron mejor la cristología ortodoxa.
En este capítulo final de la Parte III, analizaremos los puntos centrales del
desarrollo cristológico desde el siglo VI hasta la época de la Reforma.6 Nos
enfocaremos en cuatro desarrollos cruciales posteriores a Calcedonia que aportaron
mayor claridad, especialmente en las dos áreas que quedaron sin resolver desde
Calcedonia. De este modo, terminaremos nuestra discusión sobre la garantía
eclesiológica de la cristología. Esto preparará el terreno para la Parte IV, en la que, a la
luz de la Escritura y la tradición, trataremos de recomendar una cristología evangélica,
ortodoxa y garantizada para hoy.
¿Cuáles son las cuatro cuestiones cruciales que se van a debatir? En primer lugar,
reflexionaremos sobre la distinción anhipóstasis/enhipóstasis, desarrollada en el V
Concilio Ecuménico (553), que ayudó a aclarar la unión hipostática y cómo el Hijo
subsiste en dos naturalezas. En segundo lugar, a la luz de los debates de la Reforma
sobre la cena del Señor, discutiremos cómo se desarrolló una comprensión adecuada de
la communicatio idiomatum, allanando así el camino para comprender mejor la
relación entre las dos naturalezas de Cristo y su unión en la única persona. En tercer
lugar, desmenuzaremos la importancia del extra Calvinisticum para la cristología
ortodoxa, especialmente como forma de mantener la sólida presentación bíblica de
Cristo como Hijo divino encarnado. En cuarto lugar, concluiremos con un análisis del
debate sobre la «voluntad» en el Sexto Concilio Ecuménico (681), que aclaró aún más
la distinción «persona-naturaleza». Veamos ahora cada una de estas cuestiones.
Calcedonia nos legó una serie de cuestiones legítimas. Teniendo en cuenta el énfasis
del credo en la integridad de las dos naturalezas y las atribuciones apropiadas a cada
una de ellas, ¿cómo dar sentido a la unidad de la persona de Cristo sin caer en la zanja
del nestorianismo? Si Cristo tiene dos naturalezas, cada una de las cuales conserva su
integridad, ¿no debe tener también dos personas? ¿Cómo es posible tener una
naturaleza sin el correspondiente sujeto actuante? La respuesta de Calcedonia: En la
encarnación, el Hijo asumió una naturaleza humana anhipostática, i.e., «sin persona».
Pero esto planteaba otro enigma. Si el Hijo se unió a una naturaleza humana sin una
persona humana, ¿en qué sentido es completa la humanidad de Cristo? Esta pregunta
era especialmente apremiante dado el uso de la palabra anhipostasia, ya que como nos
recuerda Donald Macleod, «La anhipostasia es en su propia forma una negativa. Es la
6
Para un análisis útil de esta época, véase Gerald Bray, God Has Spoken: A History of Christian Theology
(Wheaton, IL: Crossway, 2014), 350-402.
291
Cristología postcalcedoniana: el establecimiento de la ortodoxia
292
Parte III Garantía Eclesiológica para la Cristología actual
carne, no «adoptando» una persona humana existente, sino asumiendo una naturaleza
humana y en esa naturaleza viviendo y experimentando ahora una vida humana.
Sin embargo, dada la posible confusión de la palabra, ¿hay una forma mejor de
expresarlo? En el Segundo Concilio de Constantinopla (553), enhipostasia fue la
palabra enlistada, y desde entonces ha sido utilizada por los teólogos para expresar
mejor cómo Jesús es una persona que subsiste en dos naturalezas. Expliquemos
primero el concepto antes de hablar de su desarrollo en la época patrística.13
A. El concepto de enhipostasia
13
Existe una disputa sobre el desarrollo histórico de la enhipostasia y quién la originó. Debido a la influencia de la
obra de Friedrich Loofs, se atribuye a Leoncio de Bizancio (485-543) la acuñación y el desarrollo del concepto. Sin
embargo, diversos historiadores han demostrado que el trabajo de Loofs es inexacto y que Leoncio de Bizancio no es el
creador del término. En su lugar, es mejor remontarse a Leoncio de Jerusalén, un contemporáneo de Leoncio de
Bizancio. Aloys Grillmeier, The Church of Constantinople in the Sixth Century, vol. 2, parte 2 en Christ in Christian
Tradition, trad. Pauline Allen y John Cawte (Louisville: Westminster John Knox, 1995), 271, muestra que Loofs
identificó erróneamente a los dos Leoncios como una misma persona. El concepto de enhipostasia también fue
perfeccionado por Juan de Damasco (675-749), y luego fue retomado por los teólogos de la época medieval, de la
Reforma y de la ortodoxia protestante. Para este debate, véase Friedrich Loofs, «Leontius von Byzanz und die
Gleichnamigen Schriftsteller der Griechischen Kirche», en Die Lehre der zwölf Apostel, nebst Untersuchungen zur
ältesten Geschichte der Kirchenverfassung ud des Kirchenrechts, ed. Adolf von Harnack, Texte und Untersuchungen
zur Geschichte der altchristlichen Literatur 3/1-2 (Leipzig: J. C. Hinrich, 1887). Para los defensores de la tesis de
Loofs, véase, por ejemplo, Herbert M. Relton, A Study in Christology: The Problem of the Relation of the Two Natures
in the Person of Christ (Londres: SPCK, 1917), 69-83; R. V. Sellers, The Council of Chalcedon: A Historical and
Doctrinal Survey (Londres: SPCK, 1953), 308-320. Para una crítica de la tesis de Loofs, véase Grillmeier, Church of
Constantinople in the Sixth Century, 181-270; idem, From the Council of Chalcedon (451) to Gregory the Great (590-
604), vol. 2, parte 1 en Christ in Christian Tradition, trad. Pauline Allen y John Cawte (Atlanta: John Knox, 1987);
Bathrellos, Byzantine Christ, 34-59; U. M. Lang, «Anhypostatos-Enhypostatos: Church Fathers, Protestant Orthodoxy
and Karl Barth» Journal of Theological Studies 49/2 (1998): 630-657.
14
Para una definición de las palabras, véase Richard A. Muller, Dictionary of Latin and Greek Theological Terms
(Grand Rapids, MI: Baker, 1985), 35, 103.
293
Cristología postcalcedoniana: el establecimiento de la ortodoxia
B. Leoncio de Bizancio
15
Macleod, Person of Christ, 202. Wells capta la importancia de la enhipostasia desde un ángulo diferente. A la luz
de ella, dice, en Cristo «nos encontramos cara a cara con Dios. Nos encontramos con él, no subsumido bajo la carne
humana, no meramente asociado a ella, no meramente acompañándola, no meramente brillando a través de ella, sino en
un esplendor moral no disminuido, dando a esa humanidad la plenitud moral que ha estado ausente desde el momento
de la caída. Aunque sea humano, a Jesús le corresponde nuestra adoración, porque es Dios; aunque sea humano, suyo es
el mundo y suya es la iglesia, porque es Dios. Aunque humano, es el vencedor del pecado, la muerte y el diablo, porque
es Dios» (David F. Wells, The Person of Christ: A Biblical and Historical Analysis of the Incarnation [Westchester, IL:
Crossway, 1984], 178).
16
Véase la nota 13 más atrás para la discusión en torno a este debate.
17
Bathrellos, Byzantine Christ, 42.
18
Ibid., 43.
19
Ibid.
20
Ibid.
294
Parte III Garantía Eclesiológica para la Cristología actual
C. Leoncio de Jerusalén
21
Letham, Union with Christ, 30.
22
Bathrellos lo admite, al tiempo que respalda la aportación de Leoncio de Bizancio (Bathrellos, Byzantine Christ,
45).
23
Véase Ferrara, «Hypostatized in the Logos», 318. Grillmeier sostiene que con Leoncio de Jerusalén «comienza la
historia de un gran concepto cristológico» (Grillmeier, Church of Constantinople in the Sixth Century, 282); Cf. Lang,
«Anhypostatos-Enhypostatos», 632-657; Davidson, «Theologizing the Human Jesus», 140.
24
Para ejemplos del Contra (o Adversus) Nestorianos de Leoncio de Jerusalén, que describe la enhipostasia, véase
Grillmeier, Church of Constantinople in the Sixth Century, 271-312; Lang, «Anhypostatos-Enhypostatos», 640-648.
25
Grillmeier, Church of Constantinople in the Sixth Century, 285.
26
Davidson, «Theologizing the Human Jesus», 140.
295
Cristología postcalcedoniana: el establecimiento de la ortodoxia
27
Wells, Person of Christ, 178.
28
Para un desarrollo del vínculo entre la encarnación y la unión con Cristo, véase Letham, Union with Christ, 19-
141.
29
Grillmeier, Church of Constantinople in the Sixth Century, 438-475; Leo Donald Davis, First Seven Ecumenical
Councils (325-787): Their History and Theology (Wilmington, DE: M. Glazier, 1983; repr, Collegeville, MN:
Liturgical Press, 1990), 244-246; Bathrellos, Byzantine Christ, 54-56.
30
Véase Grillmeier, Church of Constantinople in the Sixth Century, 456-457.
31
Véase Ferrara, «Hypostatized in the Logos», 311-327; Davidson, «Theologizing the Human Jesus», 129-153;
Lang, «Anhypostatos-Enhypostatos», 630-657; cf. Geerhardus Vos, Christology, vol. 3 de Reformed Dogmatics, trad. y
ed., Richard B. Gaffin Jr. (Bellingham, WA: Lexham, 2014), 39-57.
296
Parte III Garantía Eclesiológica para la Cristología actual
297
Cristología postcalcedoniana: el establecimiento de la ortodoxia
36
Thomas F. Torrance, «The Vicarious Humanity of Christ» en The Incarnation: Ecumenical Studies in the
Nicene- Constantinopolitan Creed (Edinburgh: Handsel, 1981), 139.
37
Macleod, Person of Christ, 203.
38
Ibid.
39
Hoy en día, algunos han tratado de explicar esto distinguiendo entre la autoconciencia y la conciencia de Jesús.
La autoconciencia está relacionada con la «persona», mientras que la conciencia está relacionada con la «naturaleza».
En Jesús sólo hay una autoconciencia, pero dado que el Hijo subsiste en dos naturalezas, hay dos niveles de conciencia,
lo que implica que el Hijo puede experimentar simultáneamente una vida divina y otra humana. John Murray, por
ejemplo, argumentó este punto. Observó que en las Escrituras Jesús habla y actúa en términos de una autoconciencia
divina y filial, aunque hable y actúe como hombre. Murray escribe, «la inferencia parecería ser que la autoidentidad y
autoconciencia de nuestro Señor nunca puede ser pensada en términos de la naturaleza humana solamente. La
personalidad no puede ser predicada de él, excepto en la medida en que atrae dentro de su alcance su identidad
específicamente divina» (John Murray, «The Person of Christ», en Systematic Theology, vol. 2 de Collected Writings of
John Murray [Carlisle, PA: Banner of Truth Trust, 1977], 138-139). Cf. Philip H. Eveson, «The Inner or Psychological
Life of Christ», en The Forgotten Christ: Exploring the Majesty and Mystery of God Incarnate, ed. Stephen Clark.
Stephen Clark (Nottingham: Apollos, 2007), 60-61.
298
Parte III Garantía Eclesiológica para la Cristología actual
bíblico, es la imago dei la que sustenta el concepto. Como nos recuerda Wells, la
hipóstasis de Cristo no es una unión de dos propiedades completamente diferentes. No
es como si uniéramos una rana y un príncipe en una hipóstasis. Las cualidades físicas y
mentales de una rana y un príncipe son tan diferentes que es difícil ver cómo podría
ocurrir tal unión. Pero este no es el caso del Señor Jesús. ¿Por qué? Porque la
humanidad ha sido creada a imagen y semejanza de Dios, y sea lo que sea lo que
signifique imago dei, en el fondo es la idea de que lo que constituye la humanidad, lo
que la diferencia de la mera vida animal, son capacidades cuyos originales se
encuentran en Dios. Como afirma Wells, «la naturaleza humana, tal como ha sido
creada, es el eco del sonido del Creador. Él es el original, y nosotros somos los
derivados».40 Así, si Dios es el original, lo derivado sólo encuentra su sentido en
relación con el original. En última instancia, «lo que significa ser verdaderamente
humano se revela en y por Dios mismo. Siendo ese el caso, una humanidad perfecta,
no contaminada por el pecado, no sólo se fucionaría naturalmente con lo divino, sino
que, de hecho, encontraría su perfección en lo divino de lo cual se deriva».41 Por lo
tanto, hablar de la naturaleza humana de Cristo que llega a la unión personal con el
Hijo divino no disminuye en absoluto la humanidad de Cristo, sino que confiesa que
Jesús es «Dios en quien nuestra naturaleza humana, sin su pecado, ha llegado a la
realización plena, al cumplimiento moral, a la unión perfecta».42
40
Wells, Person of Christ, 178.
41
Ibid.
42
Ibid.
43
Juan de Damasco, An Exact Exposition of the Orthodox Faith 3.3 (NPNF2 9:46b-48b), en Macleod, Person of
Christ, 194.
299
Cristología postcalcedoniana: el establecimiento de la ortodoxia
44
Véase Bavinck, Sin and Salvation in Christ, 256-259; Jean Galot, Who Is Christ? A Theology of the Incarnation
(Chicago: Franciscan Herald, 1981), 337-357. Para saber cómo diversos teólogos de la época patrística trataron la
ignorancia de Cristo minimizando la humanidad de Cristo, véase Lionel R. Wickham, «The Ignorance of Christ: A
Problem for the Ancient Theology», en Christian Faith and Greek Philosophy in Late Antiquity: Essays in Tribute to
George Christopher Stead, ed. Lionel R. Wickham y Caroline P. Bammel, Suplementos a Vigiliae Christianae, vol. 19
(Leiden; Nueva York: E. J. Brill, 1993), 213-226. Por ejemplo, Atanasio y Cirilo trataron la autocalificación de la
ignorancia de Cristo como «condescendencia con nuestra naturaleza humana» (ibíd., 223), mientras que los capadocios
interpretaron tales limitaciones como relacionadas con la economía de la encarnación (ibíd., 224). En cualquier caso, no
se aprecia plenamente la humanidad de Cristo.
45
Macleod, Person of Christ, 194.
46
Para un útil resumen de la communicatio idiomatum y de los diversos sentidos de communicatio utilizados en
cristología, véase Muller, Dictionary of Latin and Greek Theological Terms, 72-75; Stephen R. Holmes, «Reformed
Varieties of the Communicatio Idiomatum», en The Person of Christ, ed., Stephen R. Holmes y Murray A. Rae (Nueva
York: T&T Clark, 2005), 70-86; Vos, Christology, 60-74.
47
La cristología clásica no es reticente a explicar el lenguaje bíblico en términos de las dos naturalezas de Cristo,
pero siempre predica lo que es cierto de esas naturalezas a la persona. Como señala Bray, «la cristología ortodoxa creía
así en una persona divina que se manifestaba en las capacidades de dos naturalezas y disponía de ellas. En la cruz, el
hijo divino sufrió y murió por nosotros en su naturaleza humana, combinando así el sacrificio de Dios en nuestro favor
con la doctrina de una deidad impasible e inmortal» (Gerald Bray, «Christology», en New Dictionary of Theology, ed.,
Sinclair Ferguson y K. Bray. Sinclair Ferguson y David F. Wright [Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 1988], 139).
Por ejemplo, pensemos en la omnipresencia de Cristo. En la ascensión (Jn. 16:28; 17:11; He. 1:9-11), ascendió y ya no
300
Parte III Garantía Eclesiológica para la Cristología actual
que asume una nueva naturaleza, un nuevo modo de existencia, y así hace suyas las
experiencias humanas. Esta comprensión de la communicatio, por tanto, no sólo
requiere una adecuada distinción «persona-naturaleza»; también mantiene la distinción
Creador-criatura en términos de las naturalezas. No está afirmando que los atributos de
las naturalezas estén mezclados; en cambio, está enseñando que lo que es cierto de las
naturalezas es también cierto de la persona, por lo que la communicatio es real con
respecto a la persona pero sólo verbal con respecto a las naturalezas.48
A partir de esta concepción de la communicatio, se afirmaron otros dos sentidos de
la «comunión» en el desarrollo del pensamiento cristológico. En primer lugar, la
«comunicación de las operaciones mediadoras» (communicatio apotelesmatum u
operationum), es decir, la idea de que, debido a la unión de las naturalezas en el Hijo,
todas las obras de nuestro Señor Jesucristo, concretamente el resultado final de esa
obra (apotelesma), tienen un carácter humano-divino. ¿Por qué? Porque, como señala
Bavinck, «todas ellas tienen como causa eficiente el único sujeto personal indiviso en
Cristo; todas fueron realizadas por Cristo con la cooperación de sus dos naturalezas y
con un doble trabajo (energeia), y en el resultado, sin embargo, forman de nuevo una
unidad indivisa en la medida en que son la obra de una sola persona».49 Así, en todos
los actos y experiencias de nuestro Señor, especialmente en su obra salvífica por
nosotros, están involucradas ambas naturalezas, ya que están unidas en el Hijo y el
Hijo es su sujeto activo. Por eso, la obra de Cristo es completamente suficiente y eficaz
como cabeza del nuevo pacto que vence al pecado, a la muerte y al maligno.50
En segundo lugar, está la «comunicación de dones o gracias» (communicatio
charismatum o gratiarum), es decir, la idea de que, desde la concepción, la naturaleza
humana de Cristo fue adornada con toda clase de dones gloriosos, de modo que su
humanidad se eleva por encima de todas las criaturas y en su naturaleza humana el
Hijo realiza obras y exhibe poderes exclusivos de Dios. En la época patrística y
medieval, estos «dones y gracias» se explicaban principalmente argumentando que el
Hijo, al unirse a una naturaleza humana, otorgaba a dicha naturaleza estas gracias en
virtud de su naturaleza divina. Pero hay que tener cuidado y no suponer una especie de
«transferencia de atributos» entre las naturalezas o pensar que las naturalezas son
agentes actuantes. Probablemente una mejor manera de pensar en estos «dones y
gracias» es la trinitaria, específicamente en términos de la relación Hijo-Espíritu.
Como se ha comentado en la Parte II, la Escritura vincula muy estrechamente la
obra del Espíritu con el Hijo encarnado. Jesús no sólo fue concebido por el Espíritu
Santo, sino que también recibió el Espíritu sin medida (Jn. 3:34), lo que le permitió
vivir y actuar en obediencia a su Padre como nuestro Redentor. Desde el vientre
materno hasta la tumba, el Espíritu fue el compañero constante del Hijo encarnado, y
es la obra única de morada, habilitación y unción del Espíritu la que mejor da sentido a
estas «gracias» y a «las capacidades sobrenaturales de Cristo, así como a su
preeminencia moral y espiritual».51 Esto no significa negar que todas las acciones del
está presente hasta que regrese. Sin embargo, en su naturaleza divina, el Hijo es omnipresente (véase Mt. 18:20; 28:20;
Jn. 14:23). O pensemos en la eternidad del Hijo. Jesús podía decir que tenía treinta años, pero también: «Antes de que
Abraham fuera, yo soy» (Jn. 8:58; cf. 1:1-2). Lo primero se aplica a su naturaleza humana, mientras que lo segundo se
aplica a él como Dios Hijo.
48
Véase Bavinck, Sin and Salvation in Christ, 256-259; Gregg R. Allison, Historical Theology: An Introduction to
Christian Doctrine (Grand Rapids, MI: Zondervan, 2011), 377-379; Macleod, Person of Christ, 193-196.
49
Bavinck, Sin and Salvation in Christ, 308.
50
Véase Vos, Christology, 56-64.
51
Eveson, «Inner and Psychological Life of Christ», 56.
301
Cristología postcalcedoniana: el establecimiento de la ortodoxia
Hijo sean acciones suyas, o sugerir que simplemente actúa como un hombre capacitado
por el Espíritu, sino que es otra forma de hablar de la obra de todas las personas
divinas en Cristo, especialmente la obra del Espíritu, para realizar y cumplir el plan
eterno de redención de Dios.
En la época posterior a la Reforma, John Owen desarrolló bien este punto.52 Al
luchar con la relación entre las dos naturalezas de Cristo, Owen, siguiendo a
Calcedonia, se niega a comprometer la integridad de cada naturaleza, pero también se
niega a seguir la tendencia patrística de explicar los «dones y gracias» en Cristo
apelando a la naturaleza divina de Cristo.53 En cambio, apela a la obra del Espíritu, el
mismo Espíritu que está en relación pericorética con el Padre y el Hijo y que comparte
la misma naturaleza divina. Es este Espíritu el que, junto con el Padre y el Hijo, actúa
inseparablemente para llevar a cabo nuestra salvación en y a través del Hijo encarnado.
Dada la relación personal intratrinitaria del Espíritu, o modo de subsistencia, con el
Padre y el Hijo, es la persona divina que crea y santifica la naturaleza humana de
Cristo y la llena «de gracia según la medida de su receptividad».54 Esto explica por qué
el Espíritu es el compañero constante del Señor Jesús, llenando, fortaleciendo,
potenciando y otorgándole gracia. Owen afirma claramente que estas «gracias»
comunicadas por el Espíritu a la naturaleza humana de Cristo, no transgreden los
límites de esa naturaleza, y como tal, el Hijo, en su naturaleza humana, no es infundido
con omnisciencia o se le da un conocimiento infinito. Como comenta Owen, la
naturaleza humana de Cristo sigue siendo plena y completamente humana, pero el
Espíritu lo llena de luz y sabiduría «hasta la capacidad máxima de una criatura; pero
fue así, no por haber sido transformada en una naturaleza o esencia divina, sino por la
comunicación del Espíritu a ella sin medida».55 Apelando a Isaías 11:2-3 y otros textos,
Owen explica mejor este sentido de la «communicatio» en Cristo, y como concluye
acertadamente Macleod, siguiendo a Owen, «esta habitación, más que cualquier gracia
de unión, es la explicación bíblica de la preeminencia moral y espiritual de Cristo».56
He aquí, pues, tres formas en que la Iglesia ha hablado de la relación de
communicatio entre las dos naturalezas de Cristo como unidas en su persona. De todas
estas maneras, obtenemos una mayor claridad respecto a la integridad de las dos
naturalezas y a cómo el Hijo actúa en ambas. Sin embargo, a pesar de esta forma
básica de pensar sobre la relación entre las naturalezas de Cristo y su persona, la época
de la Reforma fue testigo de un agudo debate entre luteranos y teólogos reformados
sobre este mismo punto, que volvió a poner la cuestión en primer plano y aportó más
claridad a nuestra cristología. Abordemos brevemente este debate, no sólo como una
continuación de la discusión más amplia de la communicatio, sino también como una
polémica que ayuda a aportar mayor precisión a nuestra teología sobre Cristo.
52
Para un análisis de la opinión de Owen, véase Tyler R. Wittman, «The End of the Incarnation: John Owen,
Trinitarian Agency and Christology», IJST 15/3 (2013): 284-300.
53
Bray da el ejemplo de Atanasio como alguien que argumentó a favor de los «dones y gracias» de Cristo en virtud
de su naturaleza divina (Bray, «Christology», 139). Atanasio argumentó que la humanidad de Cristo tomó prestados los
atributos divinos, o al menos que la naturaleza divina dotó a la naturaleza humana como y cuando fue necesario. Así, en
referencia al conocimiento de Cristo, Atanasio argumentó que «Jesús fingió desconocer la fecha de su regreso, por
ejemplo, para convencer a sus discípulos de que era verdaderamente humano» (ibid.). Esta no es una explicación
adecuada de los datos bíblicos.
54
John Owen, The Works of John Owen, ed. William H. Goold, 16 vols. (Londres: Banner of Truth, 1965), 3:168.
55
Ibid, 1:93.
56
Macleod, Person of Christ, 196.
302
Parte III Garantía Eclesiológica para la Cristología actual
¿Qué tiene que ver la polémica de la communicatio en cristología con la cena del
Señor, concretamente con el debate sobre la presencia de Cristo en los elementos? 57 A
primera vista parece que no hay relación entre estos debates, pero, como suele ocurrir,
las apariencias engañan. Los reformados sostenían que la naturaleza de la presencia de
Cristo en la cena del Señor era espiritual; los luteranos sostenían que la presencia de
Cristo era una presencia local y física «en, con y bajo» los elementos, es decir, la
consubstanciación. Para explicar cómo el cuerpo de Cristo (físico, finito, localizado,
ahora resucitado, ascendido y sentado a la diestra del Padre) está físicamente presente
en la cena del Señor, los luteranos avanzaron en una comprensión innovadora de la
communicatio y, en consecuencia, a la naturaleza y los efectos de la unión hipostática
(effecta unionis).
De acuerdo con el primer sentido de la communicatio, los luteranos, junto con toda
la Iglesia, concedieron que los atributos de las dos naturalezas se comunicaban a la
persona del Hijo; sin embargo, los luteranos fueron más allá. Pensando que una de las
consecuencias de la unión hipostática era la comunión íntima de las dos naturalezas,
cada una con la otra, los luteranos insistieron en que algunos de los atributos de la
naturaleza divina de Cristo, concretamente la omnipotencia, la omnisciencia y la
omnipresencia, se comunicaban también a su naturaleza humana. El Libro de la
Concordia —que representaba la postura luterana oficial— sostenía que las dos
naturalezas de Cristo no estaban simplemente colocadas una al lado de la otra «como si
dos tablas estuvieran pegadas»;58 sino que, debido a esta «unión indescriptible», la
relación entre las dos naturalezas de Cristo era similar a la de una barra de hierro
impregnada en cada punto por el fuego que la calienta, o similar a la unión del alma y
el cuerpo en los seres humanos.59 En definitiva, la naturaleza humana de Cristo, debido
a su unión con la naturaleza divina, fue elevada, y este genus majesticum («género de
majestad») es la base para afirmar que la presencia física de Cristo (ahora localizada en
el cielo) está «en, con y bajo» los elementos en la Cena del Señor (en la tierra).
Los reformados rechazaron el punto de vista luterano. De hecho, acusaron a los
luteranos de «mezclar» las dos naturalezas de Cristo, de forma similar al monofisismo
—algo negado por Calcedonia. Los luteranos negaron esta acusación insistiendo en
que las naturalezas de Cristo no se transformaban esencialmente por su comunión.
«Tampoco se transforma una [naturaleza] en la otra. Más bien, cada una conserva sus
propias características esenciales, que nunca se convierten en las características de la
otra naturaleza»,60 y por lo tanto, los atributos divinos nunca se convierten en
predicados de la naturaleza humana de Cristo, aunque a la naturaleza humana se le
conceda una participación en ellos en virtud de la unión hipostática.
Sin embargo, el problema para los luteranos era dar sentido a su visión, y todas sus
explicaciones parecían insuficientes. Por ejemplo, distinguían entre los «atributos
operativos de Dios» (e.g., la omnipotencia, la omnipresencia y la omnisciencia) y los
«atributos quiescentes» (e.g., la infinitud y la eternidad), y luego argumentaban que
57
Véase Allison, Historical Theology, 379-381; Muller, Dictionary of Latin and Greek Theological Terms, 72-74;
Geoffrey W. Bromiley, «The Reformers and the Humanity of Christ», en Perspectives on Christology: Essays in Honor
of Paul K. Jewett, ed. Marguerite Shuster y Richard Muller (Grand Rapids, MI: Zondervan, 1991), 97-104.
58
El apéndice de la Fórmula de la Concordia 8/5.
59
Ibid.
60
Ibid., 8/2.
303
Cristología postcalcedoniana: el establecimiento de la ortodoxia
61
Bavinck, Sin and Salvation in Christ, 3:258.
62
Ibid.
63
Ibid.
64
Ibid.
65
John T. Mueller, Christian Dogmatics: A Handbook of Doctrinal Theology for Pastors, Teachers, and Laymen
(Louis: Concordia, 1955), 275.
66
Macleod, Person of Christ, 197; cf. Vos, Christology, 73, que hace el mismo punto.
304
Parte III Garantía Eclesiológica para la Cristología actual
67
Vos, Christology, 73-74.
68
Bavinck, Sin and Salvation in Christ, 258.
69
Macleod, Person of Christ, 198.
70
Bavinck, Sin and Salvation in Christ, 258.
71
Macleod, Person of Christ, 198.
72
Ibid.
305
Cristología postcalcedoniana: el establecimiento de la ortodoxia
¿Cuál es la lección que se extrae de este debate junto a nuestra discusión sobre la
en-hipostasia? Una lección mínima es la siguiente: en la formulación trinitaria y
cristológica debemos hacer cuidadosamente la distinción «persona-naturaleza». Si
pensamos en la encarnación como la naturaleza divina que se encarna en lugar de la
persona, introduciremos problemas insuperables. En este punto, Bavinck señala con
perspicacia que muchas cristologías, incluyendo la luterana, cometen este error sin
darse cuenta. Una visión luterana de la unión hipostática implica que la naturaleza
divina comunica a la naturaleza humana algunos de sus atributos, como si las
naturalezas fueran sujetos activos. Sin embargo, como insiste Bavinck, debemos
afirmar constantemente, junto con Calcedonia, no sólo que la distinción Creador-
criatura es cierta en el caso de Cristo, sino también que es «la persona del Hijo la que
se hizo carne: no la sustancia [la realidad subyacente] sino la subsistencia [el ser
particular] del Hijo asumió nuestra naturaleza. La unidad de las dos naturalezas, a
pesar de la distinción entre ellas, está inalterablemente anclada en la persona».73
Además, es la persona del Hijo el sujeto activo en dos naturalezas, de modo que el
Hijo puede vivir una vida plenamente divina y una vida humana en sus naturalezas. Lo
que es cierto de las naturalezas se predica del Hijo, y el Hijo, en toda su vida, actúa de
manera humano-divina. Sólo este desarrollo de la ortodoxia calcedoniana asegura el
espacio para un desarrollo humano real en Cristo, para una distinción real entre los
estados de humillación y exaltación, y para el hecho de que quien realiza nuestra
salvación eterna es Dios Hijo encarnado.
73
Bavinck, Sin and Salvation in Christ, 259.
74
Véase E. David Willis, Calvin's Catholic Christology: The Function of the So-Called Extra Calvinisticum in
Calvin's Theology (Leiden: E. J. Brill, 1966). Véase también la excelente discusión del extra Calvinisticum en Paul
Helm, John Calvin's Ideas (Oxford: Oxford University Press, 2004), 58-92; Andrew M. McGinnis, The Son of God
Beyond the Flesh: A Historical and Theological Study of the Extra Calvinisticum (Londres: Bloomsbury T&T Clark,
2014).
306
Parte III Garantía Eclesiológica para la Cristología actual
Y pensamos que se nos dice algo imposible de creer sobre la omnipotencia de Dios,
cuando se nos dice que el Verbo de Dios, por el que fueron hechas todas las cosas,
tomó carne de una virgen y se apareció a los mortales sin destruir su inmortalidad ni
infringir su eternidad, ni disminuir su poder, ni descuidar el gobierno del mundo, ni
abandonar el seno del Padre, donde está íntimamente con él y en él.80
75
Para un análisis de lo extra, especialmente en la teología de la Reforma y la post-Reforma, véase Muller,
Dictionary of Latin and Greek Theological Terms, 111. Muller escribe: «El Verbo está plenamente unido a la
naturaleza humana, pero nunca está totalmente contenido en ella y, por lo tanto, incluso en la encarnación debe
concebirse como más allá o fuera (extra) de la naturaleza humana» (ibid.).
76
Willis explica el extra de esta manera: «El llamado extra Calvinisticum enseña que el Hijo Eterno de Dios,
incluso después de la Encarnación, se unió a la naturaleza humana para formar una sola persona, pero no se limitó a la
carne» (Willis, Calvin's Catholic Christology, 1). Los teólogos luteranos lo llamaron por primera vez extra
Calvinisticum y lo utilizaron de forma negativa en el contexto de los debates sobre la presencia de Cristo en la cena del
Señor. Sin embargo, lo que Calvino, junto con toda la Iglesia, buscaba preservar era la realidad del Hijo divino que
seguía subsistiendo en la naturaleza divina y la plena realidad de la deidad del Hijo, incluso como encarnado.
77
Al describir el extra, Oliver Crisp capta dos puntos que distinguen la cristología clásica de las opiniones más
clásicas. En primer lugar, en la encarnación el Hijo divino «conserva todos sus atributos divinos esenciales», y en
segundo lugar, «estos atributos divinos [se] ejercen durante todo el período de la encarnación» (Oliver D. Crisp,
Divinity and Humanity [Cambridge: Cambridge University Press, 2007], 142). En el fondo, el extra afirma que el Hijo,
mientras está encarnado, está también «sosteniendo providencialmente el cosmos» (ibid.).
78
Willis observa que el extra fue ampliamente sostenido en la época patrística, pero por teólogos que ocupaban
posiciones cristológicas diversas. Sin embargo, lo que unía a las diversas cristologías, a las que el extra ayudaba a dar
sentido, era el intento de la mayoría de mantener juntos «1) el carácter impasible e inmutable de Dios y su correlato, la
realidad del sufrimiento expiatorio de Jesucristo, y 2) la constancia del ordenamiento del universo por parte de Dios y la
identidad de este ordenamiento de Dios con el Salvador» (Willis, Calvin's Catholic Christology, 49-51).
79
Agustín, «Letter 137», en Saint Augustine: Letters 131-164, trad. Wilfrid Parsons, The Fathers of the Church,
vol. 3 (Washington, DC: Catholic University of America Press, 1953), 20.
80
Ibid, 22-23. Para más declaraciones de Agustín, véase Willis, Calvin's Catholic Christology, 44-48.
307
Cristología postcalcedoniana: el establecimiento de la ortodoxia
…Cuando fue visto como un bebé y envuelto en pañales, incluso cuando todavía
estaba en el seno de la Virgen que lo dio a luz, [el Verbo unigénito de Dios] llenó
toda la creación como Dios, y fue entronizado con el que lo engendró. Porque lo
divino no se puede contar ni medir y no admite circunscripción. Así, confesando que
el Verbo está unido hipostáticamente, adoramos a un solo Hijo y Señor Jesucristo,
sin separar ni dividir al hombre y a Dios, como unidos entre sí por una unión de
dignidad y autoridad —pues esto sería una frase vacía y nada más— ni hablar del
Verbo de Dios por separado como Cristo, y luego por separado del que fue de mujer
como otro Cristo, sino conociendo un solo Cristo, el Verbo de Dios Padre con su
propia carne.81
81
Citado en Willis, Calvin's Catholic Christology, 59; véase T. H. Bindley, ed., The Oecumenical Documents of the
Faith, 3ª ed. (Londres: Methuen, 1925), 214. (Londres: Methuen, 1925), 214.
82
J. N. D. Kelly, Early Christian Doctrines, 5ª ed. rev. (Londres: A & C Black, 1977), 319.
83
Atanasio, «On the Incarnation of the Word», en Christology of the Later Fathers, ed. Edward R. Hardy, trad.
Archibald Robertson (Filadelfia: Westminister, 1954), 70-71.
308
Parte III Garantía Eclesiológica para la Cristología actual
Se nos impone como algo absurdo el hecho de que si el Verbo de Dios se encarnó,
entonces fue confinado dentro de la estrecha prisión de un cuerpo terrenal. Esto es
una mera insolencia. Pues aunque el Verbo, en su inconmensurable esencia, se
uniera a la naturaleza del hombre en una sola persona, no imaginamos que estuviera
confinado en ella. He aquí algo maravilloso: el Hijo de Dios descendió del cielo de
tal manera que, sin abandonar el cielo, quiso ser llevado en el seno de la virgen,
recorrer la tierra y ser colgado en la cruz; sin embargo, ¡proveyó continuamente el
mundo como lo había hecho desde el principio!86
Calvino refleja el sentir de la Iglesia desde la época patrística hasta la suya. Para
preservar todo lo que la Escritura dice sobre Dios Hijo encarnado, debemos insistir en
el extra. Paul Helm, al discutir el extra en Calvino, hace la simple observación de que
Calvino argumentó a favor de él porque «si la Encarnación es verdaderamente la
Encarnación del Hijo de Dios, entonces debe preservar la divinidad del Hijo de Dios
inalterada o intacta. De lo contrario, no sería una verdadera encarnación del Hijo».87
84
Véase Willis, Calvin's Catholic Christology, 34-44. En la época medieval, se hacía una distinción cristológica
entre totus y totum, que es similar a lo que se conoce como el extra calvinista, aunque en la Reforma el extra se utiliza
más en relación con los debates sobre la cena del Señor. Totus se refiere a la «persona completa» y totum a las
«naturalezas». Así, hablar de Cristo como totus Christus, i.e., «todo Cristo», es otra forma de decir que la persona del
Hijo estaba unida a una naturaleza humana, pero también tiene una existencia y una realidad más allá o fuera (extra) de
esa naturaleza humana y, por tanto, es omnipresente porque subsiste en la naturaleza divina y, en virtud de su deidad, es
omnipresente, omnipotente, eterno, etc. En cambio, hablar de Cristo como totum Christi, es decir, «todo Cristo», se
refiere a las naturalezas de Cristo y significa que en su naturaleza humana Cristo no es eterno, omnipresente,
omnipotente, etc. Sobre esta distinción, véase Muller, Dictionary of Latin and Greek Theological Terms, 305. De Aquino
también utiliza esta distinción: «Ni siquiera en la unión hipostática el Verbo de Dios o la naturaleza divina son
comprendidos por la naturaleza humana. Aunque la naturaleza divina estaba totalmente unida a la naturaleza humana en
la única Persona del Hijo, sin embargo todo el poder de la divinidad no estaba, por así decirlo, circunscrito» (Tomás de
Aquino, Summa Theologica, 3.10.1.2).
85
Podemos ver la influencia de Calvino en el Catecismo de Heidelberg, pregunta 48, que describe el extra:
«Pregunta: Pero si su naturaleza humana no está presente, donde está su divinidad, ¿no están entonces estas dos
naturalezas en Cristo separadas la una de la otra? Respuesta: En absoluto, pues como la Divinidad es ilimitada y
omnipresente, debe seguirse necesariamente que la misma está más allá de los límites de la naturaleza humana que
asumió, y sin embargo está en esta naturaleza humana, y permanece personalmente unida a ella».
86
Juan Calvino, Institutes of the Christian Religion, John T. McNeill, trad. Ford Lewis Battles (Filadelfia:
Westminster, 1960), 2.13.4. En el libro 4, Calvino escribe en referencia a la cena del Señor: «Pero algunos se dejan
llevar por una contención tal que dicen que a causa de las naturalezas unidas en Cristo, dondequiera que esté la
divinidad de Cristo, está también su carne, que no puede separarse de ella. Pero de la Escritura deducimos claramente
que la única persona de Cristo consta de dos naturalezas, de modo que cada una de ellas conserva intacto su propio
carácter distintivo. Cuando se dice que el Señor de la gloria fue crucificado (1 Cor. 2:8), Pablo no quiere decir que
sufrió algo en su divinidad, sino que lo dice porque el mismo Cristo, que fue abatido y despreciado, y sufrió en la carne,
era Dios y Señor de la gloria. De este modo era también Hijo del hombre en el cielo (Jn. 3:13), pues el mismo Cristo
que, según la carne, habitaba como Hijo del hombre en la tierra, era Dios en el cielo. De este modo, se dice que
descendió a ese lugar según su divinidad, no porque la divinidad dejara el cielo para esconderse en la casa-prisión del
cuerpo, sino porque aunque llenaba todas las cosas, todavía en la misma humanidad de Cristo habitaba corporalmente
(Col. 2:9), es decir, por naturaleza, y de cierta manera inefable. Hay un lugar común de las escuelas al que no me
avergüenzo de referirme: aunque todo Cristo está en todas partes, sin embargo todo lo que está en él no está en todas
partes. Y ojalá los propios escolares hubieran sopesado honestamente la fuerza de esta afirmación. Porque así se habría
obviado la absurda ficción de la presencia carnal de Cristo» (ibid., 4.17.30).
87
Helm, John Calvin’s Ideas, 62.
309
Cristología postcalcedoniana: el establecimiento de la ortodoxia
Helm insiste además en que Calvino, junto con la Iglesia, incluso permitiendo la
licencia poética, no estaría complacido con la copla del himno de Charles Wesley, «Let
Earth and Heaven Combine»: «Nuestro Dios contraído a un palmo;
incomprensiblemente hecho hombre». Como señala Helm, «en opinión de Calvino,
Dios no se contrajo a un palmo en la Encarnación, sino que se unió a lo que es sólo un
“palmo” —es decir, a la naturaleza humana».88
Helm concluye su discusión de la cristología de Calvino y captura el corazón del
extra con estas palabras: «Para Calvino, Jesús de Nazaret, siendo Dios el Hijo
encarnado, era Dios en la más estrecha unión con la naturaleza humana posible, pero
no era idéntico a la naturaleza humana, ni estaba mezclado con ella».89 Willis hace el
mismo punto. En Calvino, la Encarnación es una reafirmación del gobierno de Cristo
sobre la creación que se ha rebelado en Adán en la caída. En la Encarnación, la vida y
el poder del Hijo nunca se agotaron «por sus obras carnales»,90 y las «propiedades
eternas del Hijo fueron ejercidas por Cristo durante la Encarnación no por la
humanidad de la Persona Única sino por su divinidad».91 Así, como concluye Willis
respecto a la cristología de Calvino, «en la Encarnación, el Hijo de Dios dejó el cielo
sólo de tal manera que continuó ejerciendo su dominio sobre la creación; la
Encarnación fue la extensión de su imperio, no la abdicación momentánea del
mismo».92 Además, Calvino, junto con la ortodoxia, afirmó una fuerte asimetría entre
la persona del Hijo y la naturaleza humana que asumió —una asimetría enfatizada por
el extra. En la encarnación, la persona del Hijo tiene prioridad ontológica, para usar las
palabras de Helm, sobre la naturaleza humana, ya que él existe antes de la existencia
de la naturaleza humana que asumió. Por eso la persona del Hijo puede actuar
independientemente de la naturaleza humana que asumió, ya que «su naturaleza
humana nunca ha actuado y no puede actuar independientemente de la persona del
Verbo».93
Sin embargo, al afirmar lo extra, Calvino no pretende minimizar la humanidad de
Cristo. Calvino insiste en la plena humanidad de Cristo; sin ella, no tenemos Redentor.
De hecho, para Calvino, lo extra es indispensable para dar sentido a la obediencia
voluntaria del Hijo como nuestro mediador. Lo que salva la enseñanza, los milagros y
la muerte de Cristo no es simplemente el hecho de que ocurrieron, sino que se
produjeron voluntariamente. Como último Adán e Hijo obediente, como nuestro gran
profeta, sacerdote y rey, Cristo cumple su oficio de mediador deshaciendo la obra del
primer Adán mediante su obediencia. El extra guarda esta verdad porque, como señala
Willis, «esa doctrina apunta al hecho de que a través de su humildad en la carne, Cristo
no se vio obligado a encarnarse ni a adherirse a todo su curso de obediencia. La
actividad redentora del Señor encarnado fue un acto libre del Hijo Eterno».94
Para Calvino, la encarnación y el despojamiento del Hijo (kenosis) se interpreta
mejor bajo el epígrafe de krypsis, i.e., ocultación o velamiento.95 Como señala Willis,
para Calvino, «la kenosis fue el ocultamiento, no la abdicación, de la majestad divina
88
Ibid.
89
Ibid., 65.
90
Willis, Calvin’s Catholic Christology, 76.
91
Ibid.
92
Ibid.
93
Helm, John Calvin’s Ideas, 71.
94
Willis, Calvin’s Catholic Christology, 85; cf. Calvino, Institutes of the Christian Religion, 2.16.5.
95
Willis, Calvin’s Catholic Christology, 80–82.
310
Parte III Garantía Eclesiológica para la Cristología actual
del Hijo Eterno».96 Una vez más, esto no pretende disminuir la humanidad de Cristo,
sino que pretende mantenerla junto con la plena deidad del Hijo. Curiosamente,
Calvino, a diferencia de algunos de la época patrística y medieval, no resta importancia
a la afirmación de Lucas de que Jesús «creció» en sabiduría.97 Para Calvino,
afirmaciones como ésta no deberían avergonzarnos, sino que revelan la verdad de que
el Hijo eligió convertirse en nuestro Redentor. Para nuestra salvación, el Hijo divino
eligió someterse a la ignorancia, no por necesidad, como nosotros, sino por su amor y
obediencia a su Padre, y por amor a su pueblo. En definitiva, es por estas razones por
las que lo extra subyace a toda la cristología de Calvino. Como señala acertadamente
Willis, para Calvino el extra funcionaba «como un medio para profesar la unidad de la
persona de Jesucristo sin desplazar el misterio con la especulación, y es una forma de
dar cuenta de la libertad de la obediencia de Cristo que es su obra redentora».98
Dada la importancia del extra en la teología histórica, es sorprendente la rapidez
con la que se rechaza o se sustituye por otra cosa. El extra es crucial para ayudar a la
Iglesia a explicar el alcance completo de la presentación bíblica de la encarnación y
cómo el Hijo funcionó en y a través de ambas naturalezas, aunque, como veremos en la
Parte IV, ha sido rechazado por cristologías kenóticas. Pero es importante recordar que
desde la época patrística, a través de las épocas medieval y de la Reforma, e incluso
hasta nuestros días, la Iglesia ha sostenido que el extra, junto con la enhipostasia y una
comprensión adecuada de la communicatio idiomatum, es esencial para una cristología
bíblica y teológicamente fiel y ortodoxa. No es fácil explicar con exactitud todas estas
piezas de una cristología robusta, especialmente la doble actividad del Hijo que
requiere el extra. Sin embargo, para hacer justicia a todos los datos bíblicos, por no
hablar de la tradición, es necesario mantener estos desarrollos calcedonianos, incluido
el extra. Por eso la Iglesia ha creído necesario afirmar que, en la encarnación, el Hijo
divino ha tomado para sí una naturaleza humana y, como resultado, como escribe Bray,
el Hijo, nuestro Señor Jesucristo, es capaz de «vivir y obrar en cada una de sus dos
naturalezas según sus respectivos atributos».99
V. La controversia monotelita-diotelita
Ahora veremos una última cuestión postcalcedoniana para completar nuestro análisis
de la cristología clásica ortodoxa. La cuestión se centra en el debate sobre el
«testamento» del siglo VII. En la teología protestante y evangélica, las conclusiones de
los concilios postcalcedonianos son poco conocidas o ignoradas. Esto es especialmente
cierto del Tercer Concilio de Constantinopla (681). Por ejemplo, John Macquarrie, un
crítico de la ortodoxia, describió las conclusiones del Concilio como la «reductio ad
absurdum» de la cristología calcedoniana,100 y no es el único en su valoración. En el
rechazo del Concilio al monotelismo (Cristo tiene una sola voluntad) y su afirmación
del diotelismo (Cristo tiene dos voluntades, una divina y otra humana), Macquarrie y
otros ven el problema más amplio de distinguir la «persona» de la «naturaleza»,
96
Ibid., 80; cf. Institutes of the Christian Religion, 2.13.2.
97
Véase el comentario de Calvino sobre Lucas 2:40
98
Willis, Calvin’s Catholic Christology, 100.
99
Gerald Bray, God Is Love: A Biblical and Systematic Theology (Wheaton, IL: Crossway, 2012), 200.
100
John Macquarrie, Jesus Christ in Modern Thought (London: SCM; Philadelphia: Trinity Press, 1990), 166.
311
Cristología postcalcedoniana: el establecimiento de la ortodoxia
¿Por qué la Iglesia pensó que el debate sobre la voluntad era importante? Se pueden
dar tres razones. En primer lugar, la Iglesia insistió en que el diotelismo era necesario
para defender la plena humanidad de Cristo frente al monofisitismo y al apolinarismo.
El monotelismo era visto como una variante de estas antiguas herejías. ¿Cómo es eso?
Al igual que el apolinarismo y el monofisismo identificaban la «voluntad» con la
«persona», el monotelismo continuaba con estos rasgos problemáticos de las
cristologías de la carne del Verbo.102 Además, colocar la «voluntad» en la «persona» y
no en la «naturaleza», y argumentar que la única voluntad de Cristo es divina, parece
implicar que la naturaleza humana de Cristo no tiene una voluntad humana. Pero,
como señala Macleod, «por un lado, cualesquiera que sean las dudas que se planteen
sobre la definición de voluntad, está claro que no puede haber una verdadera naturaleza
humana sin la capacidad de tomar decisiones humanas».103 ¿Cómo podemos concebir
una naturaleza humana sin una voluntad humana?
101
Existe una tendencia reciente en la cristología evangélica a adoptar el monotelismo. Parte de la razón se debe a
que actualmente se tiende a identificar «persona» con la voluntad de la persona y no se distingue suficientemente
«persona» y «naturaleza» como en el pasado. En la época patrística, las cristologías de la carne del Verbo de Arrio,
Apolinar, etc., también identificaban «persona» con «alma», «voluntad», «mente», lo que la ortodoxia rechazaba. Por
eso Grillmeier ve el monotelismo como una continuación de la cristología de la carne del Verbo de Apolinar (Aloys
Grillmeier, From the Apostolic Age to Chalcedon [451], vol. 1 en Christ in Christian Tradition, trad. John Bowden, 2ª
ed. rev. [Atlanta: John Knox, 1975], 33).
102
Existe un debate legítimo sobre el origen del monotelismo. Algunos han argumentado que se originó en la
cristología ciriliana, dado el énfasis de Cirilo en la unidad de la persona en Cristo. Para un argumento convincente de
que el monotelismo es poco ortodoxo, véase Bathrellos, Byzantine Christ, 89-97. Para un debate sobre el monotelismo
como herejía, véase Kallistos Ware, «Christian Theology in the East, 600-1453», en A History of Christian Doctrine,
ed. Hubert Cunliffe-Jones (Edimburgo: T&T Clark, 1978), 181-225. Ware sostiene que el monotelismo fue «un
renacimiento de la herejía de Apolinar» (ibid., 188).
103
Macleod, Person of Christ, 179.
312
Parte III Garantía Eclesiológica para la Cristología actual
104
Véase ibid.
105
Véase Máximo el Confesor, Disputatio cum Pyrrho, en The Disputation with Pyrrhus of Our Father among the
Saints, Maximus the Confessor, trad. Joseph P. Farrell (South Canaan, PA: St. Tikhon's Seminary Press, 1990); cf.
Ware, «Christian Theology in the East», 188.
106
Thomas A. Watts, «Two Wills in Christ? Contemporary Objections Considered in the Light of a Critical
Examination of Maximus the Confessor’s Disputation with Pyrrhus», WTJ 71 (2009): 467.
107
Bathrellos, Byzantine Christ, 98.
108
Para un buen resumen de estos puntos, véase Gilles Emery, The Trinity: An Introduction to Catholic Doctrine
on the Triune God, trad. Matthew Levering (Washington, DC: Catholic University Press, 2011), 83-158.
313
Cristología postcalcedoniana: el establecimiento de la ortodoxia
314
Parte III Garantía Eclesiológica para la Cristología actual
afirma este punto: atribuir dos voluntades a Cristo procede «de la falsa suposición de
que hay una facultad u órgano de la mente llamado “voluntad” que tiene la función de
tomar decisiones… Pero una pequeña reflexión sobre el uso del lenguaje muestra que
la “voluntad” no es más que la actividad de querer, y ésta es una actividad de toda la
persona. La voluntad es simplemente el yo en acción».113 Es mejor, entonces, pensar en
la «voluntad» en términos de una «persona» que elige, o en los actos de querer de una
persona. Si esto es así, no es necesario hablar de dos voluntades.114
En tercer lugar, los monotelitas sostenían que dos voluntades implicaban dos
personas, lo que niega la unidad de Cristo y alude así al nestorianismo. Si «voluntad»
significa actos de voluntad de una persona, entonces decir que Cristo tiene dos
voluntades parece exigir dos personas distintas. Friedrich Schleiermacher argumentó
este punto. Afirmó: «Si Cristo tiene dos voluntades, entonces la unidad de la persona
no es más que aparente».115
En cuarto lugar, los monotelistas argumentaron que dos voluntades en Cristo se
opondrían entre sí, lo cual no es bíblico, o se conformarían entre sí, lo que haría que
una de las voluntades fuera superflua.116 En cuanto a la primera opción, si las
voluntades de Cristo se oponen entre sí, esto parece socavar la impecabilidad de Cristo,
ya que su voluntad humana iría en contra de su voluntad divina. Sin embargo, en
cuanto a la segunda opción, si la voluntad humana de Jesús siempre se ajustó a su
voluntad divina, por qué hablar entonces de dos voluntades, ya que «una u otra
voluntad es siempre y simplemente un acompañamiento superfluo de la otra».117
En quinto lugar, algunos monotelistas razonaron que, incluso si los argumentos a
favor de las dos voluntades eran convincentes, esto no eliminaba el hecho de hablar de
Jesús como si tuviera una sola voluntad en otro sentido, un sentido que es esencial para
preservar la unidad de la persona de Cristo. Algunos admitían la posibilidad de que
pudiéramos hablar de que Jesús tenía dos voluntades, pero también hay buenas razones
para decir que Cristo tiene una sola voluntad, en concreto para enfatizar la unidad
volitiva de Jesús como persona.118 De este modo, algunos monotelistas pensaban que
podían mantener la preocupación de los diotelistas al tiempo que defendían una sola
voluntad.
113
Macquarrie, Jesus Christ in Modern Thought, 166-167.
114
Bathrellos da el ejemplo patrístico de Pirro, que argumenta este punto (Bathrellos, Byzantine Christ, 80).
115
Friedrich Schleiermacher, Christian Faith, ed. H. R. Mackintosh y James S. Stewart (Edimburgo: T&T Clark,
1999), 394. Para una objeción similar, véase Moreland y Craig, Philosophical Foundations, 602; Wolfhart Pannenberg,
Jesus: God and Man, trad. Lewis L. Wilkins y Duane A. Priebe (Londres: SCM, 1968), 294.
116
Bathrellos describe a Pirro utilizando este argumento (Bathrellos, Byzantine Christ, 82).
117
Schleiermacher, Christian Faith, 394; cf. Pannenberg, Jesus: God and Man, 293-294.
118
Este argumento gira en torno a la distinción entre monotelismo «real» y «verbal». Watts explica la distinción:
«El monotelismo real sostiene que Cristo tiene una sola voluntad. El monotelismo verbal es más sutil: sostiene que es
posible hablar de una sola voluntad en Cristo, en algún sentido, aunque también sea posible hablar en otro sentido de
dos voluntades» (Watts, «Two Wills in Christ?» 459).
315
Cristología postcalcedoniana: el establecimiento de la ortodoxia
pero el teólogo más significativo fue Máximo el Confesor (580-662). Aunque murió en
el exilio antes del Concilio, fue su influencia la que se impuso.119
Máximo consideraba el monotelismo como una peligrosa continuación del
apolinarismo, el monofisismo y las cristologías de la carne del Verbo de la época
anterior. Por el contrario, consideraba el diotelismo como una extensión necesaria y
una mayor articulación de la definición calcedoniana. Aunque el debate sobre el
«testamento» no tuvo lugar oficialmente hasta el siglo VII, el diotelismo se encuentra
en figuras como Atanasio, los teólogos capadocios, Leoncio de Bizancio y Leoncio de
Jerusalén.120 Sin embargo, fue gracias al trabajo de Máximo que el debate y la
discusión avanzaron. Describamos la defensa del diotelismo de Máximo en siete
puntos:121
1. Máximo trabaja con una clara distinción «persona-naturaleza».122 Sigue la
tradición ortodoxa al pensar en la «naturaleza» en términos de lo que es común a una
cosa y en la «persona» en términos del quién o sujeto de la naturaleza. La persona se
caracteriza por subsistir por sí misma, mientras que la naturaleza subsiste en la
persona, y es por ello que Máximo afirma que existe una prioridad ontológica de la
persona sobre la naturaleza. Además, fiel a Calcedonia, en Cristo la «persona» es el
Hijo divino que ha compartido eternamente la naturaleza divina con el Padre y el
Espíritu y ahora subsiste en dos naturalezas.
2. ¿Cómo define Máximo la «voluntad»? Máximo hace dos distinciones cruciales.
En primer lugar, distingue entre la «facultad de la voluntad» (thelēma/thelēsis),
integrante de todos los seres racionales, por la que son capaces de querer, y el «objeto
de la voluntad» (thelēton/thelēthen), es decir, aquello que es querido por quienes
poseen esta facultad.123 En cuanto a esto último, Dios y los seres humanos tienen en
ocasiones la misma «voluntad», pero en cuanto a lo primero, no, dada la distinción
Creador-criatura. Como explica Watts, esta distinción permite a Máximo aclarar
exactamente lo que se duplica en Cristo: «Al argumentar que Jesús tiene dos
voluntades, [Máximo] no quiere decir que Jesús siempre quiso dos cosas diferentes (y
posiblemente contradictorias) a la vez; más bien, quiere decir que tenía la capacidad de
querer como hombre y la capacidad de querer como Dios».124 Máximo ilustra esta
distinción estableciendo una analogía con el ojo. Así como distinguimos entre «la
facultad de ver» (i.e., el ojo mismo) y «lo que se ve», de manera similar podemos
distinguir «la facultad de querer» (i.e., la capacidad o habilidad de querer) de «lo que
se quiere».125
Antes de dejar esta distinción, es importante señalar que Máximo también se
debate con la naturaleza de la «facultad de la voluntad». Watts señala que la
concepción de Máximo de la «voluntad» es similar a la de Jonathan Edwards en dos
sentidos. En primer lugar, Máximo habría estado de acuerdo con la definición de
Edwards de «la facultad de la voluntad» como «aquella facultad, poder o principio de
119
Para una útil discusión sobre Máximo el Confesor, véase Edward T. Oakes, Infinity Dwindled to Infancy: A
Catholic and Evangelical Christology (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 2011), 153-160.
120
Bathrellos, Byzantine Christ, 51–54.
121
Máximo el Confesor, Disputatio cum Pyrrho.
122
Bathrellos, Byzantine Christ, 99–116.
123
Watts, «Two Wills in Christ?» 460–461, 473–475; cf. Bathrellos, Byzantine Christ, 119.
124
Watts, «Two Wills in Christ?» 473 (énfasis mío); cf. Bathrellos, Byzantine Christ, 119.
125
Véase Máximo el Confesor, Disputatio cum Pyrrho, 8-9.
316
Parte III Garantía Eclesiológica para la Cristología actual
la mente por el que es capaz de elegir».126 Así, por ejemplo, en relación con la
naturaleza humana, viene el poder o la capacidad de querer. Es debido a esta
comprensión que Máximo sitúa la «voluntad» en la naturaleza y no en la «persona», ya
que no puede concebir cómo hacer justicia a la voluntad de Jesús como Dios y como
hombre, aparte de hacerlo. Situar la «voluntad» en la persona es perder la plena
humanidad de Cristo y su capacidad de actuar como hombre.127 Además, en esta
voluntad «natural» están implicados tanto los deseos instintivos como la capacidad de
elegir.128 En Cristo, debido a su voluntad humana, el Hijo no sólo quiso
instintivamente comer, beber y mantener la vida como un hombre; también eligió y
deliberó como un hombre. En segundo lugar, Máximo, al igual que Edwards, para usar
el lenguaje actual, habría visto la voluntad como más compatibilista que libertaria.
Consideraba que la libertad «no es la capacidad de elegir cualquier cosa, sino la
inclinación natural hacia lo que es bueno sin ignorancia ni vacilación».129 Así, de
forma similar a Edwards, Máximo estaba de acuerdo en que la libertad de la voluntad
reside en el giro de una criatura racional hacia el objeto natural de su deseo, que en
nuestro caso es servir y obedecer a Dios.130 Como explica Watts, «Él [Máximo]
rechazó, por tanto, el dilema de que la voluntad es totalmente libre para elegir
cualquier cosa, incluyendo sus propios deseos, o está totalmente atada de tal forma que
el que quiere ha perdido toda responsabilidad… Para Máximo, la voluntad no puede
ser vista como algo separado de la naturaleza en la que se encuentra».131 Es una
voluntad «natural» en el sentido de que actúa de acuerdo con la naturaleza en la que se
encuentra. Esta es otra razón por la que Máximo se opuso fuertemente a situar la
«voluntad» en la «persona», ya que, como explica Watts, «eso implicaría que la
voluntad está de alguna manera por encima de la naturaleza, en lugar de existir como
una propiedad y una función de ella».132
Junto a esta primera distinción hay una segunda, a saber, la «voluntad» como algo
«natural» que consiste en capacidades/habilidades específicas y actos concretos de
voluntad que hacen las «personas». Por esta distinción, Máximo puede hablar de una
persona que quiere y de su voluntad de la misma manera que hablamos de una persona
que piensa y de su intelecto.133 En Cristo, hay un único que quiere (Hijo), que tiene dos
voluntades —divina y humana— y estas dos voluntades no se identifican con la única
persona.134
126
Jonathan Edwards, Freedom of the Will, ed. Paul Ramsey, Works of Jonathan Edwards, vol. 1 (New Haven, CT:
Yale University Press, 1957), 137.
127
Watts, «Two Wills in Christ?» 485.
128
Véase Bathrellos, Byzantine Christ, 120-126.
129
Watts, «Two Wills in Christ?» 469.
130
Ibid., 469, 475.
131
Ibid., 475–476.
132
Ibid., 476.
133
Véase Bathrellos, Byzantine Christ, 168-172.
134
Aplicado a la Trinidad, hay tres «voluntades» (personas) que comparten la misma voluntad (naturaleza) idéntica.
La única capacidad de querer como Dios se actualiza en y por las tres personas. Dado que la voluntad única no se
refiere a actos específicos o a agentes específicos de la voluntad, debemos distinguir entre la voluntad de las tres
personas, aunque lo que quieren es lo mismo en todo momento porque comparten la misma voluntad al subsistir en la
única e idéntica naturaleza divina. Watts relaciona útilmente «voluntad» y perspectivas: «Así, cuando el Padre quiere
enviar al Hijo y el Hijo obedece, la acción es una y la voluntad es una, pero el Padre y el Hijo tienen perspectivas
diferentes sobre la misma acción, ya que se distinguen como agentes» (Watts, «Two Wills in Christ?», 480). El Padre,
el Hijo y el Espíritu se distinguen como agentes por sus propiedades personales, y la Iglesia lo ha hecho históricamente
apelando a las relaciones entre las personas: el Padre tiene la propiedad incomunicable de la paternidad; el Hijo tiene la
filiación y la generación eterna; el Espíritu tiene la procesión eterna. De hecho, como sostiene Letham, son las
relaciones eternas e inmanentes entre las personas divinas las que fundamentan las relaciones económicas (Robert
317
Cristología postcalcedoniana: el establecimiento de la ortodoxia
Letham, The Holy Trinity: In Scripture, History, Theology, and Worship (Phillipsburg, NJ: P&R, 2004), 397-404. Así,
en el caso de Cristo, su obediencia humana se basa en su relación eterna con el Padre como Hijo.
135
Oakes hace este punto en Infinity Dwindled to Infancy, 157-160.
136
Galot, Who Is Christ?, 284.
137
Crisp, Divinity and Humanity, 47–48, 63, 71.
138
Watts, «Two Wills in Christ?» 477.
139
Véase Letham, Holy Trinity, 395-396; cf. Galot, Who Is Christ?, 283-286.
140
Richard A. Norris Jr., trad. y ed., The Christological Controversy (Filadelfia: Fortress, 1980), 150 (énfasis mío).
141
Véase Richard Norris Jr., «Chalcedon Revisited: A Historical and Theological Reflection», en New Perspectives
on Historical Theology: Essays in Memory of John Meyendorff, ed. Bradley Nassif (Grand Rapids, MI: Eerdmans,
1996), 148; Watts, «Two Watts in Christ?», 477; Bathrellos, Byzantine Christ, 163-164, 176-185.
142
Norman P. Tanner, ed., Nicaea I to Lateran V, vol. 1 en Decrees of the Ecumenical Councils (Washington, DC:
Georgetown University Press, 1990), 128-129.
318
Parte III Garantía Eclesiológica para la Cristología actual
humana se pareciera aún más a un segundo “sujeto” de lo que había sido en la Iglesia
primitiva»?143 No si el Concilio se interpreta a la luz de Máximo.144 La ortodoxia
calcedoniana, vista a través de desarrollos posteriores, insiste en que las «naturalezas»
no actúan; sólo lo hacen las «personas». Como observa astutamente Bathrellos,
Máximo no hace que «las naturalezas sean sujetos de la voluntad»; de hecho, en
ninguna parte dice Máximo que cada naturaleza quiera, sino que, para Máximo, «el
sujeto que quiere y actúa en la cristología es la persona del Logos encarnado».145 De
este modo, Máximo protege la unidad de la persona de Cristo en el querer y el actuar,
al tiempo que preserva la distinción de las naturalezas y sus atributos. Como comenta
Watts, «cualquier conversación sobre la naturaleza que actúa debe entenderse como
referida a la persona en la que la naturaleza subsiste»,146 ya que una naturaleza humana
no subsiste por sí misma, sino en personas particulares, y es la persona la que es el
sujeto del querer y del actuar.
4. ¿Cómo aplica Máximo sus ideas al jardín de Getsemaní? Para Máximo,
Getsemaní es un caso crucial de prueba que demuestra el diotelismo. Es en Getsemaní
donde vemos de manera más conmovedora al Hijo actuando en y a través de su
voluntad humana, en todos sus aspectos instintivos, racionales y autodeterminantes. A
diferencia de los teólogos anteriores (e.g., Gregorio de Nacianceno), que sostenían que
la voluntad humana de Cristo estaba divinizada, de modo que la oposición de la que se
habla en la oración entre la voluntad del Padre y la voluntad del Hijo era sólo
reveladora para nosotros, o de Atanasio, que atribuía el encogimiento de Cristo ante la
muerte a su voluntad humana mientras mantenía su compromiso con el Padre con su
voluntad divina, como si las dos voluntades se opusieran entre sí,147 Máximo da una
interpretación mejor y más coherente del texto.
Máximo interpreta la oración de Jesús como el Hijo actuando en y a través de su
voluntad humana en ambas peticiones, haciendo así justicia a la obediencia humana
del Hijo al Padre. Máximo insiste en que en esta oración el Hijo, como hombre, se
dirige a su Padre porque decide obedecer hasta la muerte, retrocediendo ante la
realidad de soportar la ira de Dios por nosotros. Para Máximo, entonces, «el sujeto que
dice «pasa de mi esta copa» y el sujeto que dice «no como yo quiero [sino como tú
quieres]» son uno y el mismo… tanto el deseo de evitar la muerte como la sumisión a
la voluntad divina del Padre tienen que ver con la humanidad de Cristo y su voluntad
humana».148
Sólo afirmando que Cristo tiene una voluntad humana podemos hacer justicia a la
obediencia del Hijo como hombre, que es tan fundamental para la obra de Cristo por
nosotros. El Hijo, en su humanidad, como nos recuerda Macleod, «tuvo deseos,
anhelos, preferencias y aspiraciones humanas ordinarias. Y también tuvo aersiones
humanas. Bajo estas influencias tomó decisiones y buscó opciones de la misma manera
que lo hacemos nosotros mismos».149 En Getsemaní, todo esto llega a su punto crítico,
donde en un sentido muy real —un sentido que nunca comprenderemos— Jesús no
quiere esta copa y retrocede ante la idea, pero como Hijo obediente que ama a su
143
McCormack, «Person of Christ» 155.
144
Juan de Damasco lo afirma de forma similar a Máximo (véase Norris, «Chalcedon Revisited», 147-151).
145
Bathrellos, Byzantine Christ, 182 (énfasis suyo).
146
Watts, «Two Wills in Christ?» 477.
147
Véase Bathrellos, Byzantine Christ, 140-142.
148
Bathrellos, Byzantine Christ, 147.
149
Macleod, Person of Christ, 179.
319
Cristología postcalcedoniana: el establecimiento de la ortodoxia
150
See Watts, «Two Wills in Christ?» 485.
151
Ibid.
152
Ibid., 472.
153
Máximo el Confesor, Disputatio cum Pyrrho, 47-48, en Watts, «Two Wills in Christ?», 472.
154
Watts, «Two Wills in Christ?» 472.
155
Ibid, 462. Watts apela a Constantinopla II y al siguiente anatema para probar este punto: «Si alguien usa la
expresión “de dos naturalezas”, confesando que se hizo una unión de la Divinidad y de la humanidad, o la
expresión “la única naturaleza hecha carne de Dios Verbo”, y no entiende esas expresiones como los santos Padres
han enseñado, a saber: que de la naturaleza divina y humana se hizo una unión hipostática, de la cual es un solo Cristo;
sino que a partir de estas expresiones trata de introducir una naturaleza o sustancia (hecha por una mezcla) de la
Divinidad y la humanidad de Cristo; que sea anatema» (ibid., 462n37).
156
Ibid, 462; cf. Máximo el Confesor, Disputatio cum Pyrrho, 14-15.
157
Véase Bathrellos, Byzantine Christ, 99-101.
320
Parte III Garantía Eclesiológica para la Cristología actual
158
Máximo cita a Pirro como ejemplo de una persona que apela ilegítimamente a la communicatio (véase Watts,
«Two Wills in Christ?» 462-463); cf. Máximo el Confesor, Disputatio cum Pyrrho, 16.
159
Maximus the Confessor, Disputatio cum Pyrrho, 16, en Watts, «Two Wills in Christ?» 463.
321
Cristología postcalcedonia: el establecimiento de la ortodoxia
RESUMEN DE LA PARTE III
323
Resumen de la Parte III
324
PARTE IV
327
Parte IV Una Cristología garantizada para la actualidad
CAPÍTULO 10
DESAFÍOS CONTEMPORÁNEOS DE LA
CRISTOLOGÍA ORTODOXA: KENOTICISMO
¿UN CAMINO INTERMEDIO?
329
Desafíos contemporáneos de la Cristología ortodoxa: kenoticismo ¿un camino intermedio?
claro espectro de puntos de vista actuales que están influenciados por rasgos del
pensamiento kenótico, todos los cuales suponen un alejamiento de la cristología
clásica, algunos más radicales que otros.2 En el capítulo 12, criticaremos y
rechazaremos el kenoticismo evangélico. Nuestro argumento general es que estos
puntos de vista cristológicos «más nuevos» no son «mejores», y que fracasan como via
media. En última instancia, no dan cuenta de todos los datos bíblicos, y la vía
«antigua», como se desarrolla en la Parte III, sigue siendo la mejor manera de dar
sentido a la presentación bíblica de Jesús como Dios Hijo encarnado.
2
B. E. Foster, «Kenoticism», en New Dictionary of Theology, ed. Sinclair B. Ferguson et al. (Downers Grove, IL:
InterVarsity Press, 1988), 364, señala cómo el estado actual del kenoticismo es difícil de evaluar, ya que no es una
forma popular de expresar la naturaleza de la encarnación entre los evangélicos. Sin embargo, como demostrará el
capítulo 11, muchos de los principales temas del kenoticismo se han incorporado a las cristologías evangélicas actuales.
3
Para una descripción de la cristología kenótica, véase David Brown, Divine Humanity: Kenosis and the
Construction of Christian Theology (Waco, TX: Baylor University Press, 2011); Donald G. Dawe, The Form of a
Servant: A Historical Analysis of the Kenotic Motif (Philadelphia: Westminster, 1963).
4
C. Stephen Evans, «Introduction», en Exploring Kenotic Christology: The Self-Emptying of God, ed. C. Stephen
Evans (Oxford: Oxford University Press, 2006), 4.
5
Thomas R. Thompson señala este punto citando a Friedrich Loofs: ningún teólogo anterior a esta época enseñó
«una teoría de la kenosis del Logos que implicara una sustitución real de su forma divina de existencia por la humana,
un verdadero “hacerse hombre”, i.e., una transformación por parte del Logos» (Thomas R. Thompson, «Nineteenth-
Century Kenotic Christology: The Waxing, Waning, and Weighing of a Quest for a Coherent Orthodoxy», en Exploring
Kenotic Christology, 75n1).
6
Curiosamente, el precursor histórico del kenoticismo en Alemania fueron los debates previos generados por el
luteranismo y el calvinismo posteriores a la Reforma. Sobre este punto, véase David F. Wells, The Person of Christ: A
Biblical and Historical Analysis of the Incarnation (Westchester, IL: Crossway, 1984), 133-136. Como se discute en el
capítulo 9, el luteranismo y el pensamiento reformado difieren en la naturaleza de la communicatio. El luteranismo
permitía una verdadera «transferencia de atributos» de la naturaleza divina a la humana, pero no viceversa. Dentro del
luteranismo se desarrollaron dos corrientes de pensamiento, que la Fórmula de la Concordia (1576) trató de conciliar.
330
Parte IV Una Cristología garantizada para la actualidad
posible dejar de lado ciertos atributos divinos, excepto lo que es esencial para Dios, ¿es
esta condición temporal o permanente? Si es temporal, entonces durante su existencia
terrenal, ¿tuvo Cristo algún acceso a sus atributos divinos —ya que aparentemente
Cristo, en su estado glorificado, tendrá acceso a ellos en el futuro? ¿O debemos afirmar
que estos atributos divinos le fueron negados desde su concepción y para siempre? Si
esto último es cierto, ¿en qué sentido podemos afirmar que el Hijo encarnado es
verdaderamente Dios?
Al luchar con estas cuestiones cristológicas perennes, los kenóticos del siglo XIX
caminaron por una línea muy fina entre la ortodoxia y el «modernismo». Se alinearon
con las confesiones históricas de la Iglesia, pero también aceptaron los resultados de la
crítica histórica, y es por esta razón que Thomas Thompson considera las cristologías
de esta época como una mezcla de lo «clásico» y lo «moderno». Frente a la filosofía de
Hegel y el liberalismo clásico, los kenóticos afirmaron la doctrina de la Trinidad y «la
preexistencia eterna y personal del Hijo»,7 aunque, en definitiva, su comprensión de la
encarnación difería sustancialmente del pensamiento clásico. El objetivo de estos
teólogos era admirable: hacer «un poco más comprensible cómo es que el Hijo
preexistente puede entrar en una condición plenamente humana, conservando al mismo
tiempo su divinidad y su unidad como persona».8 Sin embargo, sus propuestas
plantearon más cuestiones de las que resolvieron. En el Continente, había un espectro
de tres puntos de vista (representados por sus proponentes), sobre los que
reflexionaremos en lo que sigue.
Por un lado, Juan Brentz sostenía que los atributos «relativos» del Hijo (omnipotencia, omnisciencia y omnipresencia)
se comunicaban a su humanidad. En el caso de la omnipresencia, argumentó que había diferentes formas de
omnipresencia en la humanidad de Cristo, lo que implicaba que Cristo podía estar tanto localizado (ubicuidad in loco)
como universalizado (ubicuidad in Logo). Para Brentz, esto significaba que la gloria divina de Dios Hijo no disminuía
en absoluto en la encarnación. En cambio, Martin Chemnitz interpretó la communicatio de la naturaleza divina a la
humana de forma más intermitente. Debido a la unión de las naturalezas en el Hijo, éste siempre puede optar por
utilizar la naturaleza humana en formas que superan los límites normales de las limitaciones humanas, como los
poderes extrafísicos, incluida la omnipresencia. La Fórmula de la Concordia trató de conciliar estas dos escuelas de
pensamiento: una que sostenía que los omnipresentes atributos estaban siempre presentes, aunque ocultos, y la otra
escuela que sostenía que, aunque estos atributos divinos estaban presentes en capacidad, rara vez se ejercían. Debido a
la influencia de la Ilustración, el debate sobre la communicatio cambió de dirección en el siglo XIX. Ahora el debate no
era sobre cuándo, dónde y cómo Jesús tenía acceso a sus atributos divinos; en cambio, se centraba en si era siquiera
posible que tuviera algún acceso a estos atributos.
7
Thompson, «Nineteenth-Century Kenotic Christology» 77.
8
Ibid., 77–78.
9
Véase Gottfried Thomasius, «Christ's Person and Work», en God and Incarnation in Mid-Nineteenth Century
German Theology, ed. y trad. Claude Welch (Nueva York: Oxford University Press, 1965). Cf. Bruce L. Mc- Cormack,
«The Person of Christ», en Mapping Modern Theology: A Thematic and Historical Introduction, ed. Kelly M. Kapic y
Bruce L. McCormack (Grand Rapids, MI: Baker Academic, 2012), 163-166; Brown, Divine Humanity, 42-55.
331
Desafíos contemporáneos de la Cristología ortodoxa: kenoticismo ¿un camino intermedio?
10
Thomasius, «Christ’s Person and Work» 46–47.
11
Ibid., 40.
12
Ibid., 48.
13
Wells, Person of Christ, 136.
14
Thomasius, «Christ’s Person and Work» 56.
15
Thompson, «Nineteenth-Century Kenotic Christology», 83; cf. Thomasius, «Christ's Person and Work», 67-69.
16
Thomasius, «Christ's Person and Work», 76. Thomasius, trabajando dentro de una visión luterana de la
communicatio, la emplea con un giro. Con la tradición luterana, sostiene que en la exaltación hay una transferencia de
atributos divinos a la naturaleza humana de Cristo. Sin embargo, Thomasius se aparta de la tradición al entender que
durante el estado de humillación la communicatio fue de la naturaleza humana a la divina.
17
Thompson, «Nineteenth-Century Kenotic Christology» 84.
332
Parte IV Una Cristología garantizada para la actualidad
18
Véase Thomasius, «Christ's Person and Work», 81-82.
19
Thompson, «Nineteenth-Century Kenotic Christology», 86.
20
Ibid.
21
Esta limitación es difícil de reconciliar con las Escrituras y la tradición en dos áreas. En primer lugar, niega que
el Hijo encarnado siga ejerciendo sus atributos divinos durante su existencia terrenal, cuestionando así que sea
plenamente Dios. En segundo lugar, compromete la humanidad real del Hijo al otorgar a su humanidad poderes que
normalmente no tenemos.
22
Thompson, «Nineteenth-Century Kenotic Christology», 86.
23
Ibid.
24
Ibid.
333
Desafíos contemporáneos de la Cristología ortodoxa: kenoticismo ¿un camino intermedio?
3. W. F. Gess (1819-1891)
A diferencia de Thomasius, y yendo aún más lejos que Ebrard, W. F. Gess aplica la
kenosis a todos los aspectos de la encarnación, socavando así la plena deidad de Cristo.
En la encarnación, el Hijo divino renunció a «todos los atributos, poderes,
prerrogativas y gloria»,25 incluyendo tanto los atributos esenciales como los relativos, y
lo hizo de forma permanente. Al hacerse carne, el Hijo no sólo asume un alma
humana, sino que se metamorfosea en ella; en Cristo se renuncian permanentemente
todos los atributos divinos. La única diferencia entre un alma humana y el Hijo, por
tanto, es que el Hijo se convirtió en alma por kenosis, mientras que el alma humana es
el resultado de la creación.
El punto de vista de Gess es la forma más extrema de kenoticismo ontológico, ya
que niega que el Hijo encarnado sea «plenamente Dios». Gess extrae tres conclusiones
cristológicas radicales. En primer lugar, sostiene que la autoconciencia eterna del Hijo
se abandona en el momento de la concepción, para ser recuperada gradualmente en el
curso normal de su desarrollo humano. En segundo lugar, insiste en que el Hijo
encarnado no puede ejercer ningún poder divino, y que cualquier poder divino ejercido
por Cristo no lo hace él, sino únicamente el Padre y el Espíritu. Esta conclusión no sólo
niega las funciones cósmicas continuas del Hijo encarnado; también rechaza un
elemento básico de la teología pronicena, a saber, las operaciones inseparables de las
personas trinitarias. En tercer lugar, en lo que respecta a las relaciones trinitarias, desde
la encarnación, las relaciones personales han sufrido cambios. Como resultado de la
encarnación, por ejemplo, el Hijo nunca ejerce sus atributos divinos, como lo hacía
antes.
Estos tres puntos de vista (i.e., Thomasius, Ebrard y Gess) representan la
cristología kenótica promulgada en el Continente, pero el kenoticismo no se limitaba a
Europa. También se estaba desarrollando en el Reino Unido, donde era menos
especulativo y más ortodoxo que su contraparte europea. Sin embargo, incluso en el
Reino Unido, desafió la cristología clásica y trató de ofrecer una via media.
Describamos brevemente esta forma de kenoticismo representada por tres proponentes
clave.
En su mayor parte, Charles Gore era un eclesiástico prudente, que deseaba mantener
las confesiones eclesiásticas tradicionales y la ortodoxia. Por ejemplo, afirmó las
conclusiones de Nicea y Calcedonia; sin embargo, dada su aceptación de algunas
conclusiones de la alta crítica, se preocupó por conciliar el anglocatolicismo y el
liberalismo, especialmente en el ámbito de la crítica bíblica. Tuvo problemas con la
autoría de ciertos libros del Antiguo Testamento y con las afirmaciones que Cristo hizo
sobre ellos, como la autoría mosaica del Pentateuco y la unidad de Isaías, que parecían
25
Ibid, 87. Para un útil resumen de Gess, véase Brown, Divine Humanity, 62-69.
334
Parte IV Una Cristología garantizada para la actualidad
ir en contra de lo que él pensaba que la erudición crítica había refutado. Para Gore, la
teoría kenótica parecía ofrecer una posible salida a la dificultad.26 Mediante ella,
pensaba que podía mantener una visión sólida de la deidad de Cristo y, al mismo
tiempo, afirmar que, en la encarnación, el Hijo se «despojó» y, por tanto, se
«acomodó» a las ideas «falsas» actuales, enseñando así una visión de la autoría del
Antiguo Testamento que ahora «sabemos» que es incorrecta.27
¿Cómo desarrolla Gore su cristología kenótica? De esta manera: como resultado de
haber asumido nuestra humanidad, el conocimiento de Cristo era limitado y, por lo
tanto, no era diferente al de sus contemporáneos en cuestiones relacionadas con la
historia, la ciencia y otros asuntos. En otras palabras, el conocimiento de Cristo estaba
circunscrito por su humanidad, y durante su existencia terrenal no tenía acceso a su
conocimiento divino —una modificación de la cristología clásica especialmente en lo
que respecta a lo extra.
Gore explicó su punto de vista de forma similar a Thomasius: En la encarnación, el
Hijo renunció o dejó de lado lo que no era esencial para Dios y lo que era incompatible
con la humanidad, especialmente su omnisciencia, y vivió completamente dentro de
los límites de su naturaleza humana.28 Sin embargo, Gore también creía que el Hijo no
dejó de lado su conciencia o voluntad divina y continúo sosteniendo el universo (Col.
1:17). La mayoría admite que Gore está tratando de casar dos cristologías
incompatibles —la clásica y la kenótica—, una visión que es altamente inestable.29
2. P. T. Forsyth (1848-1921)
26
Véase este punto en James Carpenter, Gore: A Study in Liberal Catholic Thought (Londres: Faith Press, 1960),
156. Para una descripción útil de la teología de Gore, véase Brown, Divine Humanity, 126-144.
27
Véase Charles Gore, «The Holy Spirit and Inspiration», en Lux Mundi: A Series of Studies in the Religion of the
Incarnation, ed. Charles Gore, 12ª edición. (Londres: John Murray, 1902), 265. Para una opinión similar en la
actualidad, véase Peter Enns, Inspiration and Incarnation: Evangelicals and the Problem of the Old Testament (Grand
Rapids, MI: Baker Academic, 2005).
28
Gore escribe: «Se despojó de tal manera que asumió las características permanentes de la vida humana o servil:
tomó la forma de siervo» (Charles Gore, The Incarnation of the Son of God, Bampton Lectures [Londres: John Murray,
1898], 158).
29
Donald Macleod, The Person of Christ (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 1998), 206–207.
30
P. T. Forsyth, The Person and Place of Jesus Christ (Boston: Pilgrim, 1909).
31
Ibid., 229.
32
Ibid., 307.
335
Desafíos contemporáneos de la Cristología ortodoxa: kenoticismo ¿un camino intermedio?
Hugh Ross Mackintosh es uno de los últimos kenóticos modernos, y como tal, intenta
unir los puntos de vista anteriores en el Continente y en el Reino Unido. Su punto de
vista se asemeja a los puntos de vista kenóticos anteriores en tres aspectos. En primer
lugar, acepta las enseñanzas ortodoxas relativas a la Trinidad, la plena deidad y
humanidad de Cristo, y la unidad de las dos naturalezas de Cristo en una sola
persona.38 En segundo lugar, afirma lo que hacen todas las opiniones kenóticas, a
saber, que en la encarnación, «de alguna manera Él [el Hijo] dejó a un lado su modo de
existencia divino para hacerse hombre»,39 y que el Hijo vivió «una vida totalmente
restringida dentro de los límites de la condición de hombre. Fuera de las condiciones
impuestas por la elección de la vida como hombre, el hijo no tiene acción ni
conocimiento».40 En tercer lugar, no está satisfecho con la cristología clásica,
concretamente en su afirmación de la anhipostasia y lo extra. Como señala Thompson,
«aunque comprometido con las intenciones de Calcedonia… Mackintosh no está
convencido de que su forma particular de “tendencia teórica” haya servido mejor a la
Iglesia. Lo que tiene a la vista aquí es la doctrina de las dos naturalezas».41 En
33
Wells, Person of Christ, 137.
34
Ibid.
35
Forsyth, Person and Place of Jesus Christ, 333.
36
Wells, Person of Christ, 138.
37
Forsyth, Person and Place of Jesus Christ, 294.
38
H. R. Mackintosh, The Doctrine of the Person of Jesus Christ, ed. Charles A. Briggs and Stewart D. F. Salmond, 2nd
ed. (Edinburgh: T&T Clark, 1913), 469–470. Cf. Brown, Divine Humanity, 114–120.
39
Mackintosh, Doctrine of the Person of Jesus Christ, 266.
40
Ibid., 479.
41
Thompson, «Nineteenth-Century Kenotic Christology» 90.
336
Parte IV Una Cristología garantizada para la actualidad
42
Mackintosh, Doctrine of the Person of Jesus Christ, 294–296.
43
Thompson, «Nineteenth-Century Kenotic Christology» 92.
44
Mackintosh, Doctrine of the Person of Jesus Christ, 477. Mackintosh afirma: «Es posible concebir al Hijo…
como poseyendo ahora todas las cualidades de la Divinidad en forma de potencia concentrada más que de plena
actualidad, dunamei en lugar de energeia» (ibid.).
45
Mackintosh se debate con el conocimiento de Cristo: «así que Cristo, que en virtud de su relación con el Padre
tenía al alcance el conocimiento divino, tomó sólo lo que era esencial para su vocación. Aunque en muchos temas
compartía la ignorancia así como el conocimiento de sus contemporáneos, sin embargo tenía al mando toda la verdad
superior que puede ser asimilada por la perfecta facultad humana» (ibid.).
46
Ibid., 473.
47
Ibid., 485.
48
Wells, Person of Christ, 138.
337
Desafíos contemporáneos de la Cristología ortodoxa: kenoticismo ¿un camino intermedio?
embargo, a pesar de estos aspectos positivos, las teorías kenóticas plantearon más
problemas de los que resolvieron. Al final, carecían de justificación bíblica y de ajuste
histórico, y el resultado fueron al menos cinco problemas importantes.
En primer lugar, el kenoticismo no mantuvo una clara distinción entre «persona» y
«naturaleza» y, de hecho, redefinió el funcionamiento de estos términos en la teología
trinitaria y cristológica. En cuanto a lo primero, el kenoticismo confundió la persona
del Hijo con su naturaleza divina, interpretando así el despojamiento del Hijo como
una renuncia a sus atributos divinos, en lugar de su asunción de una naturaleza humana
como enseña Filipenses 2. En cuanto a esto último, los puntos de vista kenóticos
definieron la «naturaleza» y la «persona» de forma diferente a la ortodoxia histórica.
En cuanto a la «naturaleza», diversas formulaciones kenóticas aceptaron la
distinción de Thomasius entre los atributos inmanentes y relativos de la naturaleza
divina, haciendo así que los omniatributos fueran no esenciales o accidentales. Sin
embargo, históricamente, dada la clasificación tradicional de los atributos divinos,
todos los atributos de Dios se consideraban esenciales y ninguno accidental. Además,
esta interpretación redefine drásticamente la naturaleza de Dios, tanto bíblica como
históricamente. Como señala Wells, «el único Dios del que hablan las Escrituras es
uno que es todopoderoso, lo sabe todo y está en todas partes. Por definición, un dios
que tiene un poder y un conocimiento reducidos no es el Dios bíblico».49 Algunos
kenóticos, como Forsyth y Mackintosh, intentaron evadir la cuestión pasando de las
categorías metafísicas a las morales, pero la mayoría admite que no tuvieron éxito.
Otros argumentaron que la deidad de Cristo se contrajo a una mera potencialidad, y por
tanto a la pasividad divina. Para ellos, puede que el Hijo no haya renunciado a los
atributos divinos, pero ciertamente no los ejerció durante su estado de humillación, e
incluso para algunos, ahora de forma permanente. Pero, una vez más, como insiste
Wells, «la pasividad divina sólo puede distinguirse de la impotencia divina en teoría.
En la práctica, una pasividad necesaria es una impotencia operativa».50 Las Escrituras
no nos permiten pensar en ningún momento que haya un mínimo de deidad, y que Dios
pueda carecer de poder, conocimiento y presencia y seguir siendo Dios.
Es significativo que esta redefinición de la «naturaleza» tenga también
implicaciones soteriológicas. Al diluir la deidad del Hijo, al menos mientras estuvo en
la tierra, la «capacidad de Cristo para salvarnos también se vería comprometida. El
Hijo de Dios pudo sacrificar su naturaleza humana para nuestra salvación sólo porque
la muerte de esa naturaleza no fue el fin de su existencia. En su divinidad, siguió
siendo quien siempre había sido, y fue debido a que permaneció completamente divino
que la muerte no pudo mantenerlo cautivo».51
Junto a la redefinición de la naturaleza que hace el kenoticismo, está también la
redefinición de «persona». La Escritura enseña que el Hijo divino, en un momento
dado, tomó para sí una naturaleza humana. Sin embargo, en la teoría kenótica, cuando
la encarnación tiene lugar, es como si la persona divina se hubiera despojado de su
naturaleza divina. Pero, como se pregunta Bray, «si una persona divina no tiene una
naturaleza divina, o si su naturaleza divina está de alguna manera inactiva, ¿qué
contenido tiene su divinidad personal? Sólo podría ser verdaderamente divino mientras
conservara la capacidad de expresarse en y a través de su naturaleza divina».52 Por eso
49
Ibid.
50
Ibid.
51
Gerald Bray, God Is Love: A Biblical and Systematic Theology (Wheaton, IL: Crossway, 2012), 202.
52
Bray, God Is Love, 202.
338
Parte IV Una Cristología garantizada para la actualidad
53
Macleod, Person of Christ, 210.
54
Baillie insiste en que el punto de vista kenótico no da lugar a una verdadera encarnación, sino a una «teofanía
temporal, en la que Aquel que antes era Dios se transformó temporalmente en hombre, o cambió su divinidad por
humanidad» (Donald Baillie, God Was in Christ: An Essay on Incarnation and Atonement [Nueva York: Charles
Scribner's Sons, 1948], 96). Baillie argumenta que incluso si la teoría kenótica mantiene la anhipostasia, el Hijo divino,
en la encarnación, se despoja de tal manera de sus omniatributos que hay una pérdida de deidad. Sin embargo, si el
kenótico niega la anhipostasia y considera a Jesús ahora como una persona humana, entonces tenemos una especie de
metamorfosis. Ambos movimientos niegan el concepto cristiano de la encarnación. Cf. Louis Berkhof, Systematic
Theology, 4th rev. and enlarged ed. (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1981), 310.
55
Wells, Person of Christ, 139.
339
Desafíos contemporáneos de la Cristología ortodoxa: kenoticismo ¿un camino intermedio?
que exigía una redefinición de la inmutabilidad divina junto con una comprensión
diferente de las personas trinitarias.
En tercer lugar, las teorías kenóticas no pudieron explicar cómo las Escrituras
atribuyen funciones cósmicas al Hijo encarnado (e.g., Col. 1:17; Heb. 1:3). Estos
textos no dan ninguna indicación de que el Hijo cesara o suspendiera temporalmente su
actividad divina y cósmica durante la encarnación, ni de que no participara en estas
acciones junto al Padre y al Espíritu. Además, si, en aras de la argumentación, se
admite el punto de vista kenótico, ¿cómo concebimos ahora la agencia trinitaria? Un
principio básico de la teología pronicena es que en cada acción divina, todas las
personas divinas actúan inseparablemente (opera Trinitatis ad extra sunt indivisa),
aunque cada persona actúa de forma distinta según su modo de relación o subsistencia.
Así, en la creación, en la providencia y en la redención actúan el Padre, el Hijo y el
Espíritu Santo, pero cada persona actúa como Padre, como Hijo y como Espíritu Santo,
conservando así simultáneamente la unidad y la diversidad de la acción trinitaria. Pero,
en contra de la comprensión histórica de la Iglesia, las teorías kenóticas sostienen que
el Hijo encarnado, al menos temporalmente (y, para la mayoría de los kenóticos,
permanentemente), ya no actúa como el Hijo divino en relación con el Padre y el
Espíritu de la misma manera que lo hacía antes de la encarnación. Esto no sólo no hace
justicia a algunos textos bíblicos, sino que también supone una grave desviación de una
comprensión ortodoxa del albedrío trinitario.
Este debate no es nuevo. De hecho, a lo largo de la historia de la Iglesia, la
cuestión de si se afirman las «funciones cósmicas» del Hijo encarnado ha servido de
línea divisoria entre la ortodoxia y la herejía. Basándose en las Escrituras, la Iglesia ha
afirmado que incluso en el estado de humillación de Cristo, como Hijo encarnado,
sigue manteniendo, sosteniendo y dirigiendo el universo como Hijo divino. El
kenoticismo no puede dar sentido a esta verdad bíblica. Es por esta razón que William
Temple hizo la famosa pregunta a los defensores del kenoticismo en su época:
¿Qué sucedía con el resto del universo durante el período de la vida terrenal de
nuestro Señor? Decir que el Niño Jesús estuvo desde su cuna ejerciendo un cuidado
providencial sobre todo ello es ciertamente monstruoso;56 pero negar esto, y sin
embargo decir que el Verbo Creador estaba tan despojado de sí mismo como para no
tener ningún ser excepto en el Niño Jesús, es afirmar que durante un cierto período
la historia del mundo se liberó del control del Verbo Creador, y que
«independientemente de Él» ocurrió casi todo lo sucedido durante treinta y tantos
años, tanto en este planeta como en las inmensidades del espacio.57
Las teorías kenóticas del siglo XIX y de principios del XX nunca abordaron
adecuadamente esta cuestión. Por eso Macleod hace esta valoración global sobre las
cristologías kenóticas: «Cualquier forma de kenoticismo que implique la idea de un
Logos despotenciado (“uno que no tenía el poder que un hombre perfecto no podía
mediar”) sería fatal para llevar a cabo sus funciones cósmicas»,58 y, como tal, debe ser
rechazada como antibíblica.
56
Temple no niega las funciones cósmicas del Hijo encarnado. En cambio, está negando que el Hijo sea el único
que actúa, dada la unidad de la acción trinitaria.
57
William Temple, Christus Veritas (London: Macmillan, 1924), 142–143.
58
Macleod, Person of Christ, 209.
340
Parte IV Una Cristología garantizada para la actualidad
Incluso para aquellos que, como Thomasius, sostenían que la pérdida o la falta de
uso de los atributos divinos por parte del Hijo era sólo temporal, él (y otros como él)
no podían explicar los textos bíblicos ni dar sentido a cómo los atributos divinos, que
se dejaron de lado en el estado de humillación, volvieron en el estado de exaltación. La
lógica de la visión kenótica exigía que, debido a la encarnación, se produjera algún tipo
de pérdida, o mínimamente, la abstinencia de los atributos divinos del Hijo. Pero
entonces, ¿cómo se interpreta, sobre todo para los que afirmaban el carácter temporal
de este hecho, que el Hijo encarnado recuperara esos atributos junto con su uso? Si la
encarnación requiere algún tipo de pérdida y el Hijo permanece encarnado ahora y para
siempre, parecería que el punto de vista kenótico debe afirmar no sólo una pérdida
temporal, sino una permanente. La única alternativa es que, en la glorificación, lo que
provocó la limitación en primer lugar —a saber, que el Hijo asumiera una naturaleza
humana— se invierta. Pero esta situación no sólo es rechazada por las Escrituras, sino
que las implicaciones de tal punto de vista serían desastrosas para la capacidad de
Cristo de ser nuestro Redentor, cabeza y representante del nuevo pacto.
Hace años, Donald Baillie desafió las teorías kenóticas en este preciso punto.
Baillie rechaza la noción de que exista una limitación permanente del Hijo, por lo que
presiona a los que piensan que la kenosis fue meramente temporal. Si la asunción de
una naturaleza humana por parte del Hijo requiere necesariamente una renuncia o una
pérdida de los omniatributos, o incluso una abstinencia temporal de los mismos,
entonces ¿cómo evitamos afirmar que esta limitación es ahora permanente? Parece que
hay que afirmar o bien la pérdida permanente de los omniatributos y/o su uso, o bien la
eliminación de lo que provocó la limitación en primer lugar, es decir, la asunción de la
naturaleza humana. Ambas opciones, señala Baillie, son antibíblicas y, por tanto,
inaceptables. Él plantea su desafío de esta manera:
59
Baillie, God Was in Christ, 97.
341
Desafíos contemporáneos de la Cristología ortodoxa: kenoticismo ¿un camino intermedio?
60
Macleod, Person of Christ, 210–211.
342
Parte IV Una Cristología garantizada para la actualidad
nuestro Redentor, pero en todo esto, Filipenses 2 no describe la kenosis del Hijo según
la teoría kenótica, ya que incluso en la encarnación el Hijo sigue siendo quien siempre
ha sido, Dios Hijo. El kenoticismo no puede dar cuenta de toda la presentación de
Jesús en las Escrituras.
En lugar del sentido kenótico de la kenosis, Filipenses 2 y todo el Nuevo
Testamento hablan más bien de krypsis, i.e., de ocultación o velamiento. Esto no quiere
decir que la encarnación fuera un mero «ocultamiento». Fue la adición real de una
naturaleza humana, pero no fue la reducción o renuncia de su deidad. Al encarnarse, el
Hijo no sólo se adaptó a la debilidad humana; también ocultó su gloria, que sólo se ve
claramente por la revelación y la gracia soberana de Dios. Mientras Jesús vivía una
vida plenamente humana, al ser tentado en el desierto para convertir las piedras en pan,
tenía claramente la capacidad de ejercer su poder y autoridad divinos, como se
evidencia en otras ocasiones, como cuando pronunció el perdón de los pecados,
resucitó a Lázaro de entre los muertos, calmó la tormenta y alimentó a los cinco mil.
Pero, como señala Macleod, hay una diferencia entre el hecho de que Jesús no ejerciera
su poder divino en su tentación en el desierto y su uso del poder divino en la
alimentación de la multitud. En el primer caso, Jesús tuvo la tentación de utilizar su
poder para sí mismo; en el segundo, lo utilizó para la gloria de Dios y para los demás.
Macleod expresa bellamente esta verdad:
61
Ibid., 220.
343
Desafíos contemporáneos de la Cristología ortodoxa: kenoticismo ¿un camino intermedio?
62
Ibid., 209–210.
63
Wells, Person of Christ, 139.
64
Ibid.
344
Parte IV Una Cristología garantizada para la actualidad
CAPÍTULO 11
Como se ha esbozado en el capítulo anterior, la cristología kenótica fue una via media
propuesta por los teólogos para reformular la ortodoxia calcedoniana por un camino
«nuevo» y «mejor». Estos pensadores no abrazaron por completo el Zeitgeist de la
Ilustración, pero estaban insatisfechos con la ortodoxia. El resultado fue una cristología
«reconstruida» que, según argumentamos, fracasó en cuanto a la garantía bíblica y
eclesiástica. La mayoría de los cristianos ortodoxos, incluidos los evangélicos
posteriores, rechazaron este intento de refundir la cristología, aunque hoy en día, en la
cristología evangélica, existe una inconfundible influencia kenótica que da lugar a una
mayor diversidad de pensamiento de la que a menudo se reconoce.1 De hecho, a
grandes rasgos, existe un espectro de tres puntos de vista: los puntos de vista «más
nuevos» conocidos como cristología kenótica ontológica y funcional frente al punto de
vista clásico «más antiguo».2
En este capítulo, nuestra intención es esbozar los puntos de vista cristológicos
«más nuevos», los cuales incorporan alguna forma de kenoticismo. A continuación, en
el capítulo 12, ofreceremos algunas reflexiones críticas y llegaremos a la misma
conclusión que los puntos de vista kenóticos anteriores, a saber, que estos puntos de
vista «más nuevos» no dan cuenta de todos los datos bíblicos, y que el camino
«antiguo» es mejor. Esto preparará el camino para los capítulos 13-14, que
recomendarán la visión clásica para los evangélicos de hoy.
1
En contra de Macquarrie, quien argumentó que las cristologías kenóticas «resultaron no ser más que un episodio
del pensamiento moderno sobre la persona de Jesucristo» (John Macquarrie, Jesus Christ in Modern Thought [Londres:
SCM; Filadelfia: Trinity Press, 1990], 250). De hecho, el kenoticismo está teniendo una inmensa influencia tanto fuera
como dentro del evangelismo. Sobre este punto, véase Kevin J. Vanhoozer, Remythologizing Theology: Divine Action,
Passion, and Authorship (Cambridge: Cambridge University Press, 2010), 105-177; cf. Philip Clayton y Arthur
Peacocke, eds., In Whom We Live and Move and Have Our Being: Panentheistic Reflections on God's Presence in a
Scientific World (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 2004); John Polkinghorne, ed., The Work of Love: Creation as Kenosis
(Grand Rapids, MI: Eerdmans, 2001).
2
Para estas categorías, véase Oliver D. Crisp, Divinity and Humanity (Cambridge: Cambridge University Press,
2007), 118-153. En la discusión cristológica, «ontológico» se refiere a algún tipo de cambio en la naturaleza divina del
Hijo como resultado de la encarnación, mientras que «funcional» se refiere a que el Hijo conserva todos sus atributos
divinos pero elige no ejercerlos, ya sea temporal o permanentemente, debido a la encarnación.
345
Cristología evangélica y las influencias kenóticas
3
Véase C. Stephen Evans, ed., Exploring Kenotic Christology: The Self-Emptying of God (Nueva York: Oxford
University Press, 2006); Anna Marmodoro y Jonathan Hill, ed. The Metaphysics of the Incarnation (Nueva York:
Oxford University Press, 2011); Stephen T. Davis, Christian Philosophical Theology (Nueva York: Oxford University
Press, 2006); ídem, Logic and the Nature of God (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1983); Stephen T. Davis, Daniel
Kendall y Gerald O'Collins, eds., The Incarnation (Nueva York: Oxford University Press, 2002); Stephen T. Davis,
Daniel Kendall y Gerald O'Collins, eds., The Trinity: An Interdisciplinary Symposium on the Trinity (Oxford; Nueva
York: Oxford University Press, 1999); Ronald J. Feenstra y Cornelius Plantinga Jr, eds., Trinity, Incarnation, and
Atonement: Philosophical and Theological Essays (Notre Dame, IN: University of Notre Dame Press, 1989).
4
Evans, «Introduction», en Exploring Kenotic Christology, 5.
5
Estos puntos están tomados de Davis, «Is Kenosis Orthodox?» en Exploring Kenotic Christology, 113.
6
Véase Evans, «Introduction», 1-2, que considera a Calcedonia de esta manera.
7
Véase Evans, «Kenotic Christology and the Nature of God», en Exploring Kenotic Christology, 196; Davis, «Is
Kenosis Orthodox?» 113.
346
Parte IV Una Cristología garantizada para la actualidad
y que después de la glorificación del Hijo reanuda la posesión de todos los atributos
divinos.8 Otros consideran que el despojo es permanente.9
En tercer lugar, ¿cuáles son los puntos fuertes percibidos de la CKO? Frente a la
visión clásica, los defensores de la CKO sugieren al menos tres ventajas: En primer
lugar, ayuda a reorientar nuestro pensamiento sobre Dios al ofrecernos un Dios que
comparte plenamente nuestra condición humana y que, en Jesús, soporta «la situación
humana del mismo modo que todos nosotros», i.e., sin «poderes divinos ocultos en
reserva».10 Esta visión de Dios es una visión con la que podemos identificarnos —una
que no es distante, inmutable e impasible— una visión «que puede identificarse
plenamente con nosotros».11 En segundo lugar, evita la tendencia de la visión clásica a
sobredimensionar la deidad de Cristo a expensas de su humanidad, evitando así el
docetismo y el nestorianismo.12 En tercer lugar, puede responder mejor a la acusación
de incoherencia lógica porque no recurre a los rasgos problemáticos percibidos de la
visión clásica —e.g., dos voluntades y mentes, estrategias reduplicativas y lo extra.13
En cuarto lugar, la verdadera «novedad» de la cristología kenótica ontológica se
centra en su comprensión de la naturaleza divina de Cristo. Antes de discutir este
punto, vamos a discutir primero el concepto de «naturaleza» en términos de la
discusión filosófica y teológica actual para situar la CKO a la luz de esa discusión.
Actualmente, en el debate sobre lo que es una naturaleza, concretamente una
naturaleza humana, se contrapone una naturaleza abstracta y una naturaleza concreta.14
Cuando la naturaleza humana de Cristo se considera abstracta, es vista como una
propiedad o un conjunto de propiedades, necesarias y suficientes para ser humano, que
el Hijo añade a sí mismo. Como señala Oliver Crisp, se puede pensar que el Hijo se
añade a sí mismo una naturaleza abstracta de dos o tres maneras. La opción de dos
partes implica que el Hijo asume la propiedad de «tener un cuerpo humano» con el
Hijo convirtiéndose en un alma humana; la opción de tres partes implica que el Hijo
asume las propiedades de «tener un cuerpo humano» y «tener un alma humana», donde
el alma es distinta del Hijo.15 Por el contrario, una naturaleza concreta no se considera
meramente en términos de propiedades, sino que se ve como un particular concreto. En
el caso de la naturaleza humana de Cristo, el Hijo añade a sí mismo una naturaleza
humana concreta, i.e., un caso particular de naturaleza humana que tiene ciertas
propiedades. De forma similar a la visión abstracta, se puede pensar en la adición de
una naturaleza concreta de una forma de dos o tres partes. Un punto de vista de dos
partes, que implicaría el apolinarismo, piensa que el Hijo asume un cuerpo humano
8
Véase Davis, «Is Kenosis Orthodox?» 112-138; Feenstra, «Reconsidering Kenotic Christology», en Trinity,
Incarnation, and Atonement, 128-151.
9
Véase Evans, «The Self-Emptying of Love: Some Thoughts on Kenotic Christology», en Incarnation, 263-267;
ídem, «Kenotic Christology and the Nature of God», 200-202, que defiende esta posibilidad.
10
Evans, «Introduction», 7.
11
Ibid.
12
Para esta acusación, véase ibid, 3, 7-8.
13
John Hick acusa a la visión clásica de incoherencia racional (John Hick, The Metaphor of God Incarnate:
Christology in a Pluralistic Age, 2a ed. [Louisville: Westminster John Knox, 1993]; ídem, «Jesus and the World
Religions», en The Myth of God Incarnate, ed. John Hick [Filadelfia: Westminster, 1977], 178). Feenstra defiende la
superioridad racional de la CKO (Feenstra, «A Kenotic Christology of Divine Attributes», en Exploring Kenotic
Christology, 144).
14
Véase Oliver Crisp, Divinity and Humanity, 34-71; véase también Alvin Plantinga, «On Heresy, Mind, and
Truth» Faith and Philosophy 16/2 (1999): 182-193. Para una útil categorización de las opiniones actuales, véase Hill,
«Introduction», en Metaphysics of the Incarnation, 1-19. Para una discusión aplicada a la naturaleza divina, véase
William Hasker, Metaphysics and the Tri-Personal God (Oxford: Oxford University Press, 2013), 50-54.
15
Véase Crisp, Divinity and Humanity, 41-49.
347
Cristología evangélica y las influencias kenóticas
concreto, mientras que él, como Hijo, reemplaza el alma humana. Una visión tripartita
sostiene que el Hijo asume una naturaleza humana concreta que consiste en un
compuesto de cuerpo y alma. Históricamente, la Iglesia ha afirmado que la naturaleza
de Dios es una y concreta, y que en la encarnación, Cristo se compone de tres «partes»:
la persona del Hijo y la naturaleza divina, y una naturaleza humana formada por un
compuesto de cuerpo y alma, aunque, debemos reconocerlo, es anacrónico hablar así
de la teología patrística.16
A la luz de estas categorías, la CKO adopta una visión abstracta frente a una visión
concreta, aunque ésta no sea monolítica.17 La implicación es que en la encarnación, el
Hijo divino se hace humano asumiendo las propiedades necesarias y suficientes para
ello, pero conservando lo esencial de la deidad. Al resaltar la palabra esencial, ahora
podemos discutir cómo la CKO entiende la naturaleza divina.
Al igual que el kenoticismo anterior, la cristología kenótica ontológica rechaza la
visión clásica de que todos los atributos de Dios son esenciales para él; en su lugar,
distingue entre atributos «esenciales» y «accidentales».18 Históricamente, la ortodoxia
afirmaba que en la encarnación el Hijo conservaba todos sus atributos divinos —e.g.,
la omnipresencia, la omnipotencia, la omnisciencia, la eternidad, etc.— y, por tanto,
seguía siendo homoousios con el Padre y el Espíritu; también afirmaba que la
encarnación era un acto de adición, no de sustracción. Esta, sin embargo, no es la
posición de la CKO. El reto, entonces, es explicar cómo el Hijo sigue siendo
plenamente Dios dada su destitución de algunos de los atributos divinos en la
encarnación. Al emplear la distinción esencial-accidental, la CKO niega que el Hijo
«renuncie» completamente a su naturaleza divina; en cambio, sólo «renuncia» a sus
atributos accidentales.
Pero, ¿cómo se decide la forma de clasificación de los atributos? La respuesta de la
CKO es teologizar sobre la naturaleza divina a la luz de la encarnación. Al hacer este
movimiento, la CKO rechaza el enfoque metodológico de la «teología anselmiana o
clásica», tomando una página de Karl Barth (aunque Barth rechazaría la CKO), y
argumentando que sólo conocemos lo que es esencial para Dios en Cristo. Así, por
ejemplo, las Escrituras enseñan que el Hijo encarnado es plenamente Dios pero carece
de conocimiento. Para que esto tenga sentido, debemos repensar la omnisciencia y la
omnipotencia (de hecho, todos los atributos divinos) de manera que se afirme que el
Hijo encarnado es divino y no omnisciente, no omnipotente, etc. A partir de esta
observación, concluimos entonces que los atributos omnipotentes no son esenciales
para la deidad, sino que son accidentales y sólo son verdaderos para Dios.19
En su «redefinición» de la naturaleza divina, no es sorprendente que los defensores
de la CKO se aparten drásticamente de la teología clásica, aunque insisten en que su
visión es fiel a Calcedonia y es racionalmente coherente. ¿Cómo es eso? Siempre que
redefinamos la omnisciencia (o cualquier atributo divino que sea inconsistente con ser
16
Hasker demuestra que los pronicenos adoptaron una visión concreta de la naturaleza divina, que ciertamente
implica lo mismo para la naturaleza humana de Cristo (Hasker, Metaphysics and the Tri-Personal God, 62-67).
17
Véase Hill, «Introduction», en Metaphysics of the Incarnation, 8-10.
18
Véase Davis, «Is Kenosis Orthodox?» (¿Es la kenosis ortodoxa?) 115-116. Davis da las siguientes definiciones:
Una propiedad esencial de x es un atributo que tiene x y que no puede perder sin dejar de existir o dejar de ser x. Una
propiedad accidental de x es un atributo que tiene x pero que puede dejar de tener y seguir siendo x. Por ejemplo, tener
tres lados es una propiedad esencial de un triángulo, mientras que tener pelo o un brazo es una propiedad accidental de
un humano.
19
Sobre este punto, véase Feenstra, «Kenotic Christology of the Divine Attributes», 158-164; Evans, «Kenotic
Christology and the Nature of God», 190-217.
348
Parte IV Una Cristología garantizada para la actualidad
20
Davis, «Is Kenosis Orthodox?» 118.
21
Feenstra, «Kenotic Christology of Divine Attributes» 153.
22
Ibid., 154.
23
Ibid.
24
Davis, «Is Kenosis Orthodox?» 121.
25
Véase Thomas R. Thompson y Cornelius Plantinga Jr., «Trinity and Kenosis», en Exploring Kenotic Christology,
165-189, para una discusión útil de cómo los defensores de la CKO redefinen la persona, junto con sus implicaciones
trinitarias.
26
Véase Cornelius Plantinga Jr., «Social Trinity and Tritheism», en Trinity, Incarnation, and Atonement, 22. Cf.
Hasker, Metaphysics and the Tri-Personal God, 19-25.
349
Cristología evangélica y las influencias kenóticas
27
Citado en Gilles Emery, «The Dignity of Being a Substance: Person, Subsistence, and Nature», Nova et Vetera
9/4 (2011): 994 (edición en inglés). Para la fuente original, véase Boecio, Liber de Persona et Duabus Naturis, capítulo
3, «A Treatise against Eutyches and Nestorius», 85, en sus Theological Tractates.
28
Thompson and Plantinga, «Trinity and Kenosis» 170.
29
Ibid.
30
Véase Richard Swinburne, «The Coherence of the Chalcedonian Definition of the Incarnation», en Metaphysics
of the Incarnation, 156-160.
350
Parte IV Una Cristología garantizada para la actualidad
31
Sobre este punto, véase Richard Swinburne, Christian God (Oxford: Oxford University Press, 1994), 182;
Thomas H. McCall, Which Trinity? Whose Monotheism: Philosophical and Systematic Theologians on the Metaphysics
of Trinitarian Theology (Grand Rapids: Eerdmans, 2010), 12-19, 87-105.
32
Stephen T. Davis, «Perichoretic Monotheism: A Defense of a Social Theory of the Trinity», en The Trinity: East/
West Dialogue, ed. Melville Y. Stewart (Dordrecht: Kluwer Academic, 2003), 42.
33
Thompson y Plantinga, «Trinity and Kenosis», 183-184.
34
Ibid., 189.
35
Véase Gerald F. Hawthorne, The Presence and the Power: The Significance of the Holy Spirit in the Life and
Ministry of Jesus (Eugene, OR: Wipf & Stock, 2003); Klaus Issler, Living into the Life of Jesus: The Formation of
Christian Character (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 2012); Garrett J. DeWeese, «One Person, Two Natures:
Two Metaphysical Models of the Incarnation», en Jesus in Trinitarian Perspective, ed. Fred Sanders y Klaus D. Issler
(Nashville: B&H Academic, 2007), 114-153; J. P. Moreland y William Lane Craig, Philosophical Foundations for a
Christian Worldview (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 2003), 597-614. Millard Erickson es ligeramente
diferente porque apoya el diotelismo y no enfatiza el papel del Espíritu tanto como los otros defensores, aunque el
énfasis kenótico funcional es fuerte (ver Millard Erickson, The Word Became Flesh: A Contemporary Incarnational
Christology [Grand Rapids, MI: Baker, 1991]). Además, véase Bruce A. Ware, The Man Christ Jesus: Theological
Reflections on the Humanity of Christ (Wheaton, IL: Crossway, 2013), que adopta un punto de vista similar, aunque es
lo suficientemente matizado como para que sea difícil saber dónde situarlo.
351
Cristología evangélica y las influencias kenóticas
36
Véase Moreland y Craig, Philosophical Foundations, 607. Cf. Ware, Man Christ Jesus, 16-24.
37
DeWeese, «One Person, Two Natures», 144-149; Moreland y Craig, Philosophical Foundations, 611-612. Sobre
la cuestión del monotelismo, es difícil localizar a Bruce Ware, aunque actualmente parece afirmar el diotelismo. Como
sugiere Kyle Claunch en «God Is the Head of Christ: Does 1 Corinthians 11:3 Ground Gender Complementarity in the
Immanent Trinity?» en One God in Three Persons: Unity of Essence, Distinction of Persons, Implications for Life, ed.
Bruce A. Ware y John Starke (Wheaton, IL: Crossway, 2015), 88, Ware parece afirmar tres voluntades distintas en la
Trinidad inmanente vinculadas a cada persona divina, lo que implica una sola voluntad en la persona de Cristo. Sin
embargo, en conversaciones privadas, Ware quiere afirmar algún tipo de «duplicidad» con respecto a la voluntad de
Cristo. En los últimos días, Ware ha aclarado su punto de vista con respecto al número de voluntades en la Divinidad
trina. Ware afirma ahora una sola voluntad en Dios, que comparten las tres personas divinas. En esta afirmación, Ware,
junto con la ortodoxia pro-nicena, considera la voluntad como una capacidad o facultad de la naturaleza divina, y
cuando se aplica a la cristología, esto implica dos voluntades en Cristo. Sobre este punto, véase Bruce Ware, «Knowing
the Self-Revealed God who is Father, Son, and Holy Spirit-Guest Post by Bruce Ware», en
https://secundumscripturas.com/2016/07/04/knowing-the-self-revealed-god-who-is-father-son- and-holy-spirit/
(consultado el 25 de julio de 2016).
38
DeWeese, «One Person, Two Natures», 147-148; Moreland y Craig, Philosophical Foundations, 608-610. Según
conversaciones privadas con Bruce Ware, éste no equipara persona con alma, distinguiéndose así de la CKF. Sin
embargo, en muchos lugares, simpatiza con la perspectiva general.
39
Crisp, Divinity and Humanity, 59, artícula el siguiente desafío: «La posesión de una voluntad es constitutiva de
ser una entidad humana o divina. Así, si Cristo es plenamente humano, debe tener una voluntad humana distinta. Y si es
plenamente divino debe tener una voluntad divina distinta». Sin embargo, dada la definición de «persona» de la CKO y
CKF, parece que Cristo sólo tiene una voluntad divina distinta y no una voluntad humana distinta.
40
Ver, por ejemplo, Moreland y Craig, Philosophical Foundations, 597-614.
352
Parte IV Una Cristología garantizada para la actualidad
apolíneo, como algunos admiten de buen grado; sin embargo, como explica Crisp con
gran ayuda, no es necesariamente así. Crisp aclara el punto de vista: técnicamente, la
CKF no dice «que el Verbo reemplace un alma humana existente. En cambio, el Verbo
se convierte en el alma del cuerpo de Cristo».41
En tercer lugar, la cristología kenótica funcional también difiere de la visión
clásica en cuanto al ejercimiento o uso funcional de los atributos divinos del Hijo
encarnado durante el estado de humillación. Específicamente, la CKF niega que el Hijo
encarnado ejerza sus atributos divinos en el mantenimiento del universo y la
realización de milagros, sin embargo, debemos admitir que dentro de este punto de
vista hay un espectro de pensamiento con respecto al uso del Hijo de sus atributos
divinos. Algunos defensores de la CKF sostienen que el Hijo nunca utiliza sus
atributos divinos; todos sus actos «divinos» son realizados por el poder del Espíritu,
similar pero mayor que el de los anteriores hombres con poder del Espíritu. Otros
modifican esta postura reconociendo que el Hijo usa ocasionalmente sus atributos
divinos, pero que predominantemente el Hijo vive su vida como nosotros —no en su
deidad, sino en su humanidad— dependiendo del Espíritu, y a través del cual el
Espíritu actúa.42 Aquí hay otro punto en el que la CKF no es simplemente una especie
de la visión clásica.43 ¿Por qué? Porque aunque la cristología clásica afirma
inequívocamente que el Hijo vive una vida plenamente humana, rechaza la opinión de
que el Hijo encarnado se limita sólo o incluso predominantemente a vivir una vida
humana por el poder del Espíritu. Dado que el punto de vista clásico sitúa las
capacidades de la voluntad y la mente en las naturalezas, es capaz de afirmar el extra,
que afirma que el Hijo encarnado puede actuar en y a través de ambas naturalezas y,
por tanto, seguir viviendo una vida plenamente humana y otra plenamente divina. La
CKF, en cambio, dada su visión de una sola voluntad y mente divina en la persona,
tiene dificultades para dar cuenta de lo extra y así dar sentido a cómo la Escritura dice,
por ejemplo, que el Hijo encarnado continuó sosteniendo el universo por su propio
ejercimiento de poder divino (e.g., Col. 1:15-17; Heb. 1:3).44 Sin duda, al igual que la
cristología clásica, la CKF afirma la plena deidad de Cristo, pero se aleja en puntos
significativos: su minimización del ejercimiento continuo de los atributos divinos de
Cristo en la tierra, su compromiso con el monotelismo y su dificultad para aceptar o
rechazar lo extra.
En cuarto lugar, la CKF se asocia a menudo con el término «cristología del
Espíritu».45 Una de las razones de esta asociación es su deuda con las conclusiones de
41
Crisp, Divinity and Humanity, 50.
42
Hawthorne, Presence and the Power, 208-219, representa el primer punto de vista, mientras que DeWeese, «One
Person, Two Natures», 67; Issler, Living into the Life of Jesus, 113-129; y Ware, Man Christ Jesus, 32-33, representan
el último punto de vista. Para una visión similar, véase Myk Habets, The Anointed Son: A Trinitarian Spirit Christology
(Eugene, OR: Pickwick, 2010), 118-187, 260-267.
43
En contra de Peter Forrest, que identifica el punto de vista kenótico funcional como «cuasi-kenótico» y luego lo
ve como una versión de la cristología clásica (Peter Forrest «The Incarnation: A Philosophical Case for Kenosis»,
Religious Studies 36/2 [2000]: 127-140).
44
Dar sentido a las funciones cósmicas del Hijo encarnado separa la visión clásica de sus variantes kenóticas. Por
ejemplo, Issler (Living into the Life of Jesus, 125n31) explica Colosenses 1:17 y Hebreos 1:3 de esta manera: En una
decisión previa a la encarnación, el Hijo delegó temporalmente sus funciones cósmicas en el Padre y el Espíritu, aunque
el texto no lo diga. En conversaciones privadas con Bruce Ware, a pesar de que adopta tanto el punto de vista de la
CFK, también afirma el extra, lo que hace que, una vez más, sea difícil situarlo completamente en este campo.
45
La «cristología del Espíritu» se entiende de diferentes maneras en un espectro que va de lo liberal a lo ortodoxo.
Para un debate útil sobre este punto, véase Habets, Anointed Son, 1-9.
353
Cristología evangélica y las influencias kenóticas
Gerald Hawthorne en su importante monografía The Presence and the Power.46 En esta
obra, Hawthorne investiga el papel del Espíritu en la vida y el ministerio de Jesús
desde su concepción hasta su exaltación. Él, junto con muchos defensores de la CKF,
está convencido de que no hemos hecho justicia a la relación Espíritu-Hijo encarnado
y, de hecho, que esta relación es una pieza que falta en nuestra comprensión de la
encarnación. Siguiendo a Hawthorne, la CKF sostiene que el Hijo, al hacerse hombre,
«quiso renunciar al uso de sus poderes, atributos y prerrogativas divinas, para poder
vivir plenamente dentro de las limitaciones inherentes al ser verdaderamente
humano».47 En la encarnación, pues, no se «renuncia» a los atributos divinos; en
cambio, se convierten en «potenciales o latentes dentro del encarnado —presentes en
Jesús en toda su plenitud, pero sin ejercerlos»,48 de modo que el Hijo encarnado elige
vivir su vida completamente circunscrito por su naturaleza humana (o en su mayor
parte) y «dentro de los límites de las limitaciones humanas».49 Así, cuando se trata de
cómo Jesús tiene conocimiento sobrenatural y ejerce poder sobrenatural en sus
milagros, la CKF insiste en que Jesús lo hace, no por el uso de sus atributos divinos,
sino por el poder del Espíritu.50 Así, en todas las acciones del Hijo encarnado, incluso
en las acciones tradicionalmente consideradas como acciones divinas (como sus
milagros), Jesús las realiza por el Espíritu, de forma similar a otros hombres con poder
del Espíritu y paralela a la obra del Espíritu en nosotros. Por eso Jesús puede servirnos
de ejemplo, ya que nos muestra cómo vivir nuestra vida en dependencia del Espíritu —
aunque él es el modelo, interpretado más cuantitativa que cualitativamente.51
He aquí, pues, la cristología kenótica funcional en pocas palabras. Sus puntos
fuertes son numerosos, especialmente al llamar nuestra atención sobre los datos
bíblicos relativos a la relación Espíritu-Hijo encarnado y al destacar el significado
teológico de la humanidad de Cristo. Sin embargo, queda por ver si puede cumplir sus
promesas. Antes de pasar a la crítica constructiva, dada la creciente influencia de la
CKF dentro de la teología evangélica, expliquemos el punto de vista con más detalle a
través de dos ejemplos representativos.
46
Para una discusión y crítica de Hawthorne, véase Mark L. Strauss, «Jesus and the Spirit in Biblical and
Theological Perspective: Messianic Empowering, Saving Wisdom, and the Limits of Biblical Theology», en The Spirit
and Christ in the New Testament and Christian Theology: Essays in Honor of Max Turner, ed. I. Howard Marshall,
Volker Rabens y Cornelis Bennema (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 2012), 266-284. Dentro del evangelismo, la
influencia de Hawthorne es grande. Fuera de él, la cristología del Espíritu está influenciada por personas como Karl
Barth, Karl Rahner, Jürgen Moltmann, Ralph Del Colle, James Dunn, Colin Gunton y Roger Haight.
47
Hawthorne, Presence and the Power, 208.
48
Ibid.
49
Ibid, 212. Como se ha señalado, Hawthorne piensa que el Hijo encarnado nunca ejerció sus atributos divinos,
mientras que otros como DeWeese, Issler y Ware piensan que lo hizo ocasionalmente, pero raramente.
50
arece que Hawthorne y otros defensores de la CKF asumen que el ejercicio de la deidad intrínseca del Hijo
encarnado es mutuamente excluyente con su dependencia del Espíritu, algo que la cristología calcedoniana negaría.
51
Hawthorne, Presence and the Power, 219.
354
Parte IV Una Cristología garantizada para la actualidad
En una útil descripción de una CKF actual, Garrett DeWeese y Klaus Issler esbozan su
punto de vista frente a la cristología clásica, especialmente en su redefinición de
«persona». Seguiremos principalmente la presentación de DeWeese con la
complementación de Issler en dos pasos. En primer lugar, describiremos su
comprensión básica de la Definición de Calcedonia y sus problemas. En segundo lugar,
esbozaremos las principales implicaciones metafísicas y teológicas de su punto de
vista.
Antes de que DeWeese esboce su propuesta, primero la sitúa dentro de los límites de
Calcedonia. Resume muy bien el desarrollo de la cristología hasta Constantinopla III
(681). Aunque hubo algunos giros cristológicos, identifica correctamente la cristología
básica de la ortodoxia calcedoniana.
Sin embargo, a pesar de ser la ortodoxia cristológica establecida hasta la era
moderna, DeWeese discute la idoneidad de la comprensión clásica de «persona»,
especialmente tal como la define Boecio.53 Enumera una serie de problemas con la
definición, pero hay dos que son dignos de mención. En primer lugar, está convencido
de que la visión clásica no puede evitar el nestorianismo. En todos los casos, excepto la
naturaleza humana de Cristo, normalmente una naturaleza humana individual es una
persona humana, así que ¿qué es lo que falta exactamente cuando la naturaleza humana
de Cristo es sostenida por una persona divina? En otras palabras, ¿qué impide que la
naturaleza humana de Cristo sea también una persona humana y nos lleve a afirmar
que hay dos personas en Cristo?54 En segundo lugar, encuentra problemática la
ubicación de la voluntad y la mente en la naturaleza según la visión clásica. Pregunta:
¿Cómo puede una persona tener dos voluntades y mentes? ¿Cómo podemos dar
sentido a la relación entre la voluntad divina y humana de Cristo, y no sería la voluntad
divina de Cristo siempre superior a su voluntad humana, minimizando así su
humanidad?55 DeWeese insiste en que el punto de vista clásico hace que «la
voluntad/mente/conciencia humana de Cristo se convierta en poco más que una entidad
teórica sin consecuencias observables en la vida de Cristo. El papel ejemplar de Cristo
como hombre perfecto simplemente se evapora».56
52
Véase DeWeese, «One Person, Two Natures», 114-153; Klaus Issler, «Jesus' Example: Prototype of the
Dependent, Spirit-Filled Life», en Jesus in Trinitarian Perspective, 189-225. Estos dos capítulos representan muy bien
su versión de CKF, con DeWeese dando la explicación teológico-filosófica e Issler dando el argumento bíblico.
53
DeWeese, «One Person, Two Natures», 125.
54
Véase ibíd., 127-128.
55
Véase ibíd., 133.
56
Ibid. La discusión de DeWeese sobre el diotelismo es confusa. En primer lugar, parece pensar que el punto de
vista clásico sostiene que las «naturalezas» son sujetos actuantes, lo que implica que la naturaleza humana de Cristo
«reconoce y adora conscientemente su suppositum personal divino, el Logos» (ibíd., 134). Esto es incorrecto. El punto
de vista clásico afirma que la persona es el agente actuante en y a través de las capacidades de la naturaleza, y como tal
el Hijo es el único agente actuante en Cristo. En segundo lugar, DeWeese cita a Donald Macleod (ibid.) para reforzar su
355
Cristología evangélica y las influencias kenóticas
Tres puntos captan la propuesta básica. Primero, DeWeese define cuidadosamente los
términos cruciales «persona» y «naturaleza». Al igual que la CKO, la «persona» se
define como «un individuo con capacidades mentales adecuadamente complejas»,58 lo
que, para DeWeese, incluye tanto la agencia como las capacidades de la voluntad y la
mente.59 Además, al igual que la CKO, identifica este concepto de «persona» con el
concepto bíblico de alma: «[a veces] la palabra bíblica alma se utiliza como sinónimo
de persona».60 Curiosamente, DeWeese insiste en que los teólogos patrísticos
definieron «persona» básicamente de la misma manera, lo cual es sencillamente falso.
Aunque la hipóstasis tardó en desvincularse de la ousia, Calcedonia nunca equiparó
«persona» con «alma», ni los concilios posteriores ubicaron las capacidades de la
voluntad y la mente en la «persona».
DeWeese define la «naturaleza» como una propiedad abstracta y no como un
particular concreto. Dice: «Una naturaleza es una propiedad compleja que incluye
todas las propiedades esenciales para que un individuo sea miembro de un tipo». 61 Es
el «qué» abstracto de un tipo, «una cosa abstracta» que debe ser instanciada y
ejemplificada por un particular, y no tiene existencia concreta por sí misma.62 Cuando
la naturaleza y la persona están unidas, insiste en que una persona real es un «individuo
junto con una naturaleza»,63 con las capacidades de voluntad y mente ubicadas en la
persona.
En segundo lugar, empleando estas definiciones, DeWeese pasa a su propuesta. El
Hijo divino, la segunda persona de la Trinidad, que esencial y necesariamente instala la
naturaleza divina, asume ahora el conjunto de propiedades que definen una naturaleza
humana, de modo que Jesús es ahora plenamente Dios y plenamente humano. Además,
«puesto que la persona tiene una mente y una voluntad, y la naturaleza no, Cristo tenía
una mente y una voluntad, que pertenecen a su persona divina».64 Durante el ministerio
terrenal del Hijo encarnado, «restringió voluntariamente el uso de sus capacidades de
persona a la gama de pensamientos, sensaciones, voliciones, percepciones, etc., que
puede ejercer una persona que opera con las limitaciones comunes de la naturaleza
punto de vista de que las naturalezas no son sujetos actuantes (¡lo que afirma la cristología clásica!), pero no parece
darse cuenta de que Macleod afirma el diotelismo.
57
Ibid., 137.
58
Ibid., 117.
59
Véase ibíd., 138. «Una persona es un individuo con un conjunto apropiadamente complejo y estructurado de
propiedades mentales, facultades (una agrupación natural de capacidades) y capacidades de orden superior, unificadas
por relaciones internas».
60
Ibid., 117, 140.
61
Ibid., 141.
62
Véase ibid., 141–142.
63
Ibid., 142.
64
Ibid., 144.
356
Parte IV Una Cristología garantizada para la actualidad
65
Ibid., 145.
66
Ibid., 146.
67
Ibid.
68
Ibid.
69
Ibid.
70
Ibid.
71
Ibid., 147–148.
357
Cristología evangélica y las influencias kenóticas
72
Ibid., 149 (énfasis suyo).
73
Para la discusión histórica de estos puntos, véase la Parte III.
74
Issler expone tres opciones lógicas en cuanto al acceso de Jesús al poder divino: (1) Jesús dependía
ocasionalmente del Padre y del Espíritu, pero mayormente usaba su propio poder divino; (2) Jesús dependía
predominantemente del Padre y del Espíritu, mientras que normalmente vivía dentro de su propio poder humano; (3)
Jesús dependía exclusivamente del Padre y del Espíritu y vivía completamente dentro de su propio poder humano
(Issler, «Jesus’ Example», 202-205). Luego añade dos opciones más: (1) Jesús utilizó exclusivamente su propia
capacidad divina y nunca dependió del Padre y del Espíritu, y (2) Jesús utilizó su propia capacidad divina
aproximadamente la mitad del tiempo y la otra mitad dependió del Padre y del Espíritu (Issler, Living into the Life of
Jesus, 114). Como argumentaremos en el capítulo 12, desde un punto de vista clásico, esta es una forma de
argumentación muy extraña. El pensamiento trinitario pro-niceno argumenta que en ningún momento las personas de la
Divinidad actúan «en su propio poder» independientemente de las otras personas divinas, como si las personas divinas
estuvieran haciendo sus propias cosas con sus propios recursos y poder, independientes unas de otras. Aplicado a la
cristología, las acciones del Hijo son siempre sus acciones como Hijo divino, pero siempre en relación con las otras
personas divinas, de ahí la clásica afirmación de acciones inseparables pero distintas de las personas trinas. Dada la
encarnación, el Hijo divino es ahora capaz de actuar en y a través de su naturaleza humana (y divina), pero siempre en
relación con el Padre y el Espíritu.
75
Issler, «Jesus’ Example» 202.
76
Véase ibid., 214.
77
Issler, «Jesus' Example», 204, enumera cinco ocasiones en las que Jesús actuó con «su propio poder» y no en
dependencia del Padre o del Espíritu: (1) Jesús perdonando los pecados (Mc. 2:1-12); (2) Jesús transfigurándose (Mt.
17:1-13); (3) Jesús mostrando su gloria en Caná (Jn. 2:11); (4) Jesús respondiendo a la pregunta de los soldados con un
«Yo soy» como revelación directa de su deidad (Jn. 18:6); (5) Jesús anhelando su gloria preexistente con el Padre (Jn.
17:5). A esto, Bruce Ware, Man Christ Jesus, 32-33, añade que Jesús resucitó a Lázaro de entre los muertos (Jn. 11:1-
44) y la eficacia de la expiación.
358
Parte IV Una Cristología garantizada para la actualidad
también fueron realizadas por “simples” seres humanos, lo que proporciona evidencia
adicional para la propuesta de dependencia».78
Issler y DeWeese están convencidos de que esta propuesta de la CKF explica
mejor algunas de las cuestiones perennes de la cristología. Por ejemplo, al explicar
cómo el Hijo, que es plenamente Dios, está limitado en su conocimiento, Issler sugiere
que el Hijo, antes de la encarnación, accedió a permitir que el Espíritu se convirtiera en
un cortafuegos dinámico de la mente divina de Jesús, de modo que, o bien Jesús
conocía las cosas sólo a través de su naturaleza humana, o bien el Espíritu mantenía su
conocimiento divino latente en su mente subconsciente. «En consecuencia, el Espíritu
permitiría entonces el aumento de la conciencia de Jesús dentro de su limitada
conciencia humana de una manera que sería apropiada en cada etapa de los años de
crecimiento de Jesús».79 De manera similar, Issler explica las «funciones cósmicas» del
Hijo. En una decisión previa a la encarnación, el Hijo «delegó temporalmente en los
otros miembros de la Trinidad sus habituales funciones divinas, como sostener el
universo (Col. 1:17: Heb. 1:3)».80 La impecabilidad de Jesús se explica por la
distinción entre posibilidad metafísica y epistémica. La primera afirma que Jesús no
podía pecar, debido a su naturaleza divina; la segunda, que «aunque Jesús sabía que era
Dios, no estaba seguro de que su naturaleza divina anulara su naturaleza humana para
impedirle pecar. Debido a esta incertidumbre, luchó en su humanidad contra la
tentación».81
Obviamente, esta propuesta tiene implicaciones teológicas que no se limitan a la
cristología, concretamente su afirmación de una comprensión «social» de la Trinidad,
pero al final, sus defensores la consideran una «mejor» formulación que la visión
clásica.
Craig y Moreland también examinan los puntos culminantes del debate y el desarrollo
cristológico en la Iglesia primitiva que condujeron a la Definición de Calcedonia.
Apoyan firmemente la fórmula básica: Jesucristo es plenamente Dios y plenamente
hombre, una persona con dos naturalezas, pero, al igual que la CKF 1, insisten en que
Calcedonia no explicó con precisión cómo es Cristo, ya que Calcedonia sólo estableció
78
Issler, «Jesus’ Example» 214.
79
Ibid, 215. Para una explicación más detallada de la idea del «cortafuegos», véase Issler, Living into the Life of
Jesus, 125.
80
Issler, Living into the Life of Jesus, 125n31.
81
Ibid, 121. La explicación de Issler es extraña, ya que la idea de que la naturaleza divina anule su naturaleza
humana presupone que las «naturalezas» son agentes actuantes, en lugar de «personas» que actúan en y a través de las
«naturalezas».
359
Cristología evangélica y las influencias kenóticas
82
Moreland y Craig, Philosophical Foundations, 601.
83
Ibid., 602.
84
Ibid., 603.
85
Ibid., 605.
86
Ibid., 606.
360
Parte IV Una Cristología garantizada para la actualidad
genéticamente, a las que nunca renuncia y que son suficientes para la deidad».87
Consideran este intento como «explicativamente vacuo» y, ontológicamente hablando,
«no está claro que haya siquiera propiedades como el ser-omnisciente-excepto-cuando-
se-encarna-genéticamente». Estas definiciones evidencian un aire de arbitrariedad y, si
se aceptan, conducen a más problemas. Por ejemplo, si el Hijo renuncia temporalmente
a su omnipotencia, pero luego la recupera, entonces «de hecho nunca dejó de ser
omnipotente, ya que la omnipotencia es una propiedad modal relativa a lo que se puede
hacer».88 O consideremos los atributos divinos de necesidad, aseidad y eternidad. Estos
atributos no pueden ser abandonados temporalmente, pues son por naturaleza atributos
permanentes. Pero si esto es así, ¿cómo podemos dar sentido a la muerte de Cristo, a
menos que se renuncie a ellos? La única respuesta, insisten Craig y Moreland, es
argumentar junto con la cristología clásica que Cristo murió sólo en su naturaleza
humana, mientras que atributos como la necesidad, la aseidad y la eternidad se
conservan en la naturaleza divina. Pero si este es el caso (que incluso los defensores de
la CKO deben reconocer en lo que respecta a algunos de los atributos divinos),
entonces ¿por qué no decir lo mismo para los otros atributos divinos también? Cristo
puede ser omnisciente, omnipotente y omnipresente en su naturaleza divina, pero no en
su naturaleza humana —lo cual, observan, es precisamente lo que ha enseñado la
ortodoxia.89 Al final, la solución de la CKO fracasa; es mejor permanecer dentro de los
parámetros clásicos, especialmente en lo que respecta a la naturaleza divina.
En segundo lugar, en contra de la cristología clásica y de forma similar a Apolinar,
Craig y Moreland proponen que el Logos era el alma racional de Jesús. Aquí se apartan
significativamente de Calcedonia y, como la CKF 1, redefinen lo que es una
«persona». De acuerdo con todos los puntos de vista kenóticos actuales y con el
trinitarismo social, definen la persona como un centro de conciencia distinto que
incluye en su interior conocimiento, mente, voluntad y acción.90 Proponen que el
Verbo divino comparte algún constituyente común que une las dos naturalezas
individuales, y explican esta unión, basándose en las ideas de Apolinar. Sugieren que
en la encarnación el Verbo no sustituye a un alma humana existente, sino que el Verbo
se convierte en el alma del cuerpo humano de Cristo. Dado que el Verbo es la imagen
de Dios, también contiene «la persona humana perfecta arquetípicamente en su propia
naturaleza».91 El resultado, por tanto, es éste: «[E]l Logos, al asumir un cuerpo
homínido, aportó a la naturaleza animal de Cristo justamente los vínculos propios que
servirían para convertirla en una naturaleza humana completa. Así, la naturaleza
humana de Cristo estuvo completa precisamente en virtud de la unión de su carne con
el Logos».92
Sobre esta base, Craig y Moreland afirman que Cristo poseía una naturaleza
humana completa compuesta de cuerpo y alma, pero su propuesta se aleja de
87
Ibid., 607.
88
Ibid., (énfasis suyo)
89
Ibid., 608.
90
Véase ibíd., 583. En referencia a la Trinidad, Craig y Moreland explican que «en Dios hay tres centros distintos
de autoconciencia, cada uno con su propio intelecto y voluntad». Craig conecta entonces la autoconciencia con la
persona: «Dios es una sustancia inmaterial o alma dotada de tres conjuntos de facultades cognitivas, cada una de las
cuales es suficiente para ser persona, de modo que Dios tiene tres centros de autoconciencia, intencionalidad y
voluntad» (William Craig, «Trinity Monotheism Once More: A Response to Daniel Howard-Snyder» Philosophia
Christi 8/1 (2006): 10). Para un útil resumen de la visión de Craig y Moreland sobre la Trinidad, véase McCall, Which
Trinity? Whose Monotheism?, 28-39, y Hasker, Metaphysics and the Tri-Personal God, 139-146.
91
Moreland y Craig, Philosophical Foundations, 608.
92
Ibid.
361
Cristología evangélica y las influencias kenóticas
Calcedonia. Calcedonia no enseña que el Hijo divino se convirtió en el alma del cuerpo
humano de Cristo;93 sino que afirma que el Hijo se añadió a sí mismo una naturaleza
humana que estaba compuesta por un cuerpo y un alma humanos.94 Craig y Moreland,
entonces, de forma similar a los defensores de la CKO y la CKF 1, no sólo redefinen
«persona» para incluir dentro de ella las capacidades de la mente y la voluntad, sino
que también equiparan «alma» con «persona», lo que resulta en un sofisticado
monotelismo. Sugieren que su punto de vista se apoya en la enseñanza bíblica de que
los seres humanos son portadores de una imagen. Dado que reflejamos a Dios, no en
virtud de nuestros cuerpos animales, sino como «personas» (almas), Dios ya posee las
propiedades suficientes para ser persona humana antes de la encarnación. Lo único que
le falta al Verbo es la corporeidad, que ocurre en la encarnación.
Además, Craig y Moreland insisten en que su punto de vista es consistente con la
enhipostasia. Afirman correctamente que la enhipostasia significa que la naturaleza
humana de Cristo no tenía su propia hipóstasis humana, sino que se convirtió en
«personal» sólo en su unión con el Verbo y, por tanto, «la hipóstasis de la naturaleza
humana es idéntica a la persona divina».95 Sin embargo, es importante señalar que,
aunque su lenguaje y formulación son similares a los de Calcedonia, no son los
mismos. La cristología clásica enseña que el Hijo divino es la persona de la naturaleza
humana, pero no enseña que el Hijo se convierte en el alma humana de la naturaleza
humana de Cristo. En cambio, lo que el Hijo asume y se convierte en la persona de, es
una naturaleza humana concreta compuesta por un cuerpo y un alma humana y sus
capacidades correspondientes de voluntad y mente. En opinión de Craig y Moreland,
«el Logos completa la naturaleza humana individual de Cristo dotándola de un alma
racional, que es el propio Logos»,96 pero es esta equiparación de «alma» con «persona»
lo que Calcedonia niega, junto con su redefinición de «persona».
En tercer lugar, en lugar de emplear la estrategia reduplicativa, es decir, que el Hijo
actúa y piensa como hombre qua su naturaleza humana, y como Dios qua su naturaleza
divina, para explicar las limitaciones humanas del Hijo encarnado, Craig y Moreland
postulan un yo subliminal como una explicación más adecuada. Dado que el Verbo se
convierte en el alma del cuerpo humano de Cristo, y dado que sólo hay una voluntad y
una mente divina en Cristo, ¿cómo explicamos sus limitaciones humanas,
concretamente su falta de conocimiento (e.g., Mc. 13:32)? Clásicamente, la Iglesia ha
sostenido que en la encarnación el Hijo asumió una naturaleza humana consistente en
un cuerpo y un alma y sus correspondientes capacidades de voluntad y mente humanas.
Como resultado de esta acción, el Hijo divino es ahora capaz de vivir una vida
plenamente humana en y a través de las capacidades de su naturaleza humana, aunque
nunca completamente limitado o circunscrito por su naturaleza humana, ya que sigue
poseyendo la naturaleza divina. Así, cuando se presenta a Jesús como cansado, débil y
93
Aunque Craig y Moreland dicen que evitan el apolinarismo, parecen afirmarlo. Sobre este punto, véase Crisp,
Divinity and Humanity, 45n18. Crisp cita a John A. McGuckin, «Apollinaris of Laodicea», en The Westminster
Handbook to Patristic Theology (Louisville: Westminster John Knox, 2004), 21-22, y señala la similitud de CKF 2 con
el apolinarismo: «El Logos constituía a los humanos como imagen de Dios. La imagen estaba particularmente
localizada en el nous, el intelecto espiritual. Este era también la sede de la persona (mente y alma). En el caso de Jesús,
el Logos no necesitaba asumir una mente humana (logos o racionalidad), ya que él mismo era el arquetipo de todo
intelecto. En este caso la imagen no era antropológicamente necesaria, ya que el original estaba presente,
sustituyéndolo» (ibid.).
94
Es mejor pensar en la naturaleza humana de Cristo como algo concreto, aunque esta terminología sea anacrónica.
95
Moreland y Craig, Philosophical Foundations, 609.
96
Ibid, 610 (el énfasis es mío).
362
Parte IV Una Cristología garantizada para la actualidad
363
Cristología evangélica y las influencias kenóticas
funcional, excepto que Erickson afirma el diotelismo y las dos mentes en Cristo (ver 556-560). Después de que
Erickson describa algunos de los fundamentos metafísicos de la encarnación (507-530), pasa a discutir la lógica de la
misma (531-576). Tras rechazar varias herejías a lo largo de la historia de la Iglesia (por ejemplo, el docetismo, el
adopcionismo y las formas ontológicas fuertes del kenotismo), sugiere una CKF por la que el Hijo encarnado elige no
ejercer sus atributos divinos. Por ejemplo, el Hijo divino eligió no ejercer, durante un período de tiempo, su
omnipresencia y omnisciencia. Erickson afirma: «No es que fingiera que no podía usar [los omni-atributos]; realmente
no podía» (549). O bien, «lo que estamos diciendo es que no se perdieron los poderes básicos [del Hijo], sino sólo la
capacidad de ejercerlos» (550; cf. 551-576). En este punto, Erickson distingue entre los atributos activos y latentes del
Hijo. En la encarnación, propone Erickson, los atributos divinos del Hijo se volvieron latentes, de modo que su
conocimiento «puede haber estado limitado en su ejercicio real por su conciencia; al estar relacionado con una
personalidad humana y particularmente con un cerebro humano» (556). Pero dado que Cristo tenía dos mentes y
voluntades, según la cristología clásica, podemos afirmar que el Hijo divino no renunció a nada de lo que era y tenía,
sino que se añadió a sí mismo una naturaleza humana y «restringió así un poco las condiciones en las que podían
ejercerse sus cualidades divinas» (558). Como el Padre lo permitió, el Hijo tuvo acceso y uso de sus atributos divinos,
pero en su mayor parte, durante su tiempo en la tierra, el Hijo eligió actuar en y a través de su naturaleza humana. Con
respecto al estado exaltado de Cristo, Erickson sostiene que el Hijo encarnado está menos restringido que en su estado
de humillación, aunque todavía hay algún tipo de «modificación permanente en la Segunda Persona de la Trinidad, pero
las limitaciones se reducen enormemente» (576). Es mejor categorizar la cristología de Erickson como una CKF,
aunque admite que es más clásica en su aceptación del diotelismo. Sin embargo, sus explicaciones sobre las tentaciones
de Jesús, el (no) ejercicio de sus atributos divinos, etc., están más alineadas con una CKF.
364
Parte IV Una Cristología garantizada para la actualidad
CAPÍTULO 12
365
Los evangélicos y las cristologías kenóticas: ¿un camino «nuevo» y «mejor»?
debe preguntarse legítimamente, ¿hasta qué punto podemos redefinir nuestros términos
de manera que entren en conflicto con la definición calcedoniana antes de que la
definición adquiera un significado diferente? Nuestro punto no es que las confesiones
son iguales a las Escrituras y que es imposible que puedan ser mejoradas. Las
confesiones son normas secundarias y, por lo tanto, están abiertas a la corrección y, sin
duda, los partidarios de cualquiera de las dos formas de kenoticismo evangélico
insisten en que ese replanteamiento es necesario. Sin embargo, dado el consenso de la
ortodoxia establecida, debemos tener mucho cuidado con este replanteamiento.
Debemos demostrar que la cristología clásica, bien entendida, es, en primer lugar,
antibíblica y, en segundo lugar, teológicamente inadecuada, antes de descartarla tan
fácilmente. Oliver Crisp capta bien este punto: «Me parece que alguien que disienta de
las conclusiones de un concilio ecuménico de la Iglesia debería tener una muy buena
razón —de hecho, una muy buena razón teológica— para hacerlo».6 Una vez más, esto
no quiere decir que la reflexión cristológica deba cesar; lo que quiere decir,
especialmente en el caso de estos «nuevos» puntos de vista, es que deben demostrar
que son más bíblicos y teológicamente fieles que el punto de vista clásico, algo que
todavía no se ha hecho.7
cristiana tradicional de Dios». Cf. Richard Swinburne, The Christian God (Oxford: Clarendon; Nueva York: Oxford
University Press, 1994), 232-233.
6
Oliver D. Crisp, Divinity and Humanity (Cambridge: Cambridge University Press, 2007), 35 (énfasis suyo). En
una nota de advertencia similar, William Hasker, Metaphysics and the Tri-Personal God (Oxford: Oxford University
Press, 2013), 10, en aplicación a la teología trinitaria advierte: «[S]i no estamos dispuestos a ser escépticos trinitarios,
sostengo que haremos bien en tomar en serio el consenso de la Iglesia universal, en lugar de ir en una dirección
fundamentalmente diferente por nuestra cuenta». Cf. Brian Leftow, «Anti Social Trinitarianism», en Philosophical and
Theological Essays on the Trinity, ed. Thomas McCall y Michael C. Rea (Oxford: Oxford University Press, 2009), 97,
quien hace el mismo comentario.
7
Jordan Wessling, «Christology and Conciliar Authority: On the Viability of Monothelitism for Protestant
Theology», en Christology: Ancient and Modern Explorations in Constructive Dogmatics, ed. Oliver D. Crisp y Fred
Sanders (Grand Rapids, MI: Zondervan, 2013), 151-170, cuestiona la apelación de Crisp a la autoridad conciliar en
relación con el diotelismo. Wessling argumenta que, a menos que podamos demostrar que el Concilio toma decisiones
sobre cuestiones que socavan directamente el evangelio, la mera apelación al rechazo del monotelismo por parte del
Concilio no es suficiente para rechazar la opinión como herética. Esto puede ser cierto, pero la carga de la prueba recae
sobre los monotelitas para justificar su alejamiento de los Concilios, ya que éstos fueron considerados como el
desarrollo coherente de Calcedonia. Los críticos deben demostrar que (1) el diotelismo no es bíblico o, mínimamente,
no es necesario; (2) es teológicamente incoherente y, por tanto, inadecuado; y (3) el monotelismo no socava otras
verdades teológicas centrales, por ejemplo, la teología trinitaria y la humanidad de Jesús. Nuestro argumento es que el
monotelismo falla en estas áreas.
8
Véase Feenstra, «Kenotic Christology of Divine Attributes», 158-164. Para un análisis del método teológico
empleado por el kenotismo, véase Kevin J. Vanhoozer, Remythologizing Theology: Divine Action, Passion, and
Authorship (Cambridge: Cambridge University Press, 2010), 139-177.
366
Parte IV Una Cristología garantizada para la actualidad
sugiere que invirtamos la dirección.9 Feenstra escribe: «Si los cristianos usan métodos
anselmianos para articular su concepto de Dios, deben usar estos métodos sólo en la
medida en que reflejen lo que la Escritura dice sobre Dios. Y si hay algún conflicto
entre lo que dice la Escritura y lo que dice el método anselmiano, los teólogos
cristianos deben favorecer lo que dice la Escritura».10 Por ejemplo, dado que Jesús es
descrito como creciente en conocimiento, ignorante de ciertos eventos y limitado en
poder, Feenstra propone que nuestra comprensión de la omnisciencia, la omnipotencia
y todos los atributos divinos deben ser definidos a la luz de Cristo. Sobre esta base, la
CKO argumenta que la omnisciencia, la omnipotencia y la omnipresencia no son
esenciales para la deidad: estos atributos sólo se aplican a Dios simpliciter, i.e.,
claramente y sin calificación, al margen de la encarnación.
Pero, ¿este método es correcto? Feenstra tiene razón en que debemos teologizar
sobre la naturaleza divina a partir de la Escritura, pero ¿es correcto pasar de la
encarnación a la teología propiamente dicha? ¿Hasta qué punto la encarnación dicta
nuestra comprensión de la naturaleza de Dios? Por muy plausible que parezca, este
enfoque es problemático y reduccionista. Kevin Vanhoozer registra esta preocupación
cuando nos recuerda que «si bien una concentración cristológica es totalmente
apropiada a la luz del testimonio canónico (Lc. 24:27), no lo es una reducción
cristológica».11 ¿Por qué no? Vanhoozer da dos razones importantes.
En primer lugar, «Jesucristo no revela a Dios ni de novo ni ex nihilo. Por el
contrario, la identidad de Jesús está inextricablemente ligada a la identidad de Dios ya
establecida por su pacto con Israel».12 En otras palabras, la revelación de Dios no
comienza en el Nuevo Testamento; empieza con la creación, se muestra en la
providencia, la redención y el juicio, y finalmente encuentra su cumplimiento en
Cristo. A medida que se pasa de la creación a Cristo, el Dios trino revela más sobre sí
mismo, y aunque el plan de Dios llega a su cumplimiento en el Hijo encarnado, la
naturaleza fundamental de Dios no cambia. Lo que Dios es antes de la encarnación está
en continuidad directa con lo que es después de la encarnación. De hecho, sabemos
cuál es la naturaleza de Dios, y por tanto lo que significa que el Hijo sea plenamente
Dios, sólo a la luz de la autodescripción de Dios en el Antiguo Testamento. Es
demasiado reduccionista comenzar con Cristo y trabajar hacia atrás. Toda la Escritura
es nuestra norma, empezando por la creación, y es todo el canon el que define la
naturaleza de Dios.
En segundo lugar, no se puede aplicar coherentemente esta reducción cristológica,
ya que Jesús es a la vez Dios y hombre, el Hijo que subsiste en dos naturalezas. Esto
exige distinguir las acciones y características que son divinas y las que son humanas.
Como observa Vanhoozer, «si la historia de Jesús revela completamente —o, lo que es
más, constituye— el ser mismo de Dios, entonces resulta difícil identificar qué
propiedades son humanas y cuáles divinas. ¿La vida encarnada de Jesús revela que
Dios es un durmiente (porque Jesús duerme)? Sí, Jesús revela a Dios en forma corporal
(Col. 1:19), pero ¿se deduce que todo lo que Jesús hace en el cuerpo es igualmente una
9
Con frecuencia se identifica el método anselmiano con la teología natural, o lo que hoy se denomina ontoteología.
A la luz de la influencia de varias tendencias en teología, entre ellas la epistemología posmoderna, se han formulado
severas críticas contra este enfoque, a menudo de forma inexacta, tachándolo de estar irremediablemente influenciado
por el modernismo y de ser contrario a las Escrituras. Para una evaluación útil de este debate, véase Vanhoozer,
Remythologizing Theology, 81-138.
10
Feenstra, «Kenotic Christology of Divine Attributes», 162.
11
Vanhoozer, Remythologizing Theology, 418.
12
Ibid.
367
Los evangélicos y las cristologías kenóticas: ¿un camino «nuevo» y «mejor»?
13
Ibid., 419.
14
Crisp, Divinity and Humanity, 131, se pregunta con razón: «¿Por qué no pensar, con la multitud de teólogos
clásicos que reflexionaron sobre esta cuestión con cuidado y rigor, que el Verbo conserva su omnisciencia pero que la
naturaleza humana de Cristo no es omnisciente? ¿Por qué no decir que, en la unión hipostática, el Verbo interpenetra la
naturaleza humana de Cristo, pero no ocurre lo contrario, de modo que la naturaleza humana de Cristo simplemente no
tiene ciertas propiedades o predicados que sí tiene la naturaleza divina de Cristo? Esto me parece totalmente acorde con
la tradición, sin conceder que la Encarnación implique que el Verbo renuncie a ciertas propiedades divinas».
15
Tanto Stephen T. Davis, «Is Kenosis Orthodox?», en Exploring Kenotic Christology, 135-136, como Feenstra,
«Kenotic Christology of Divine Attributes», 154, reconocen este problema. Curiosamente, la redefinición de la
naturaleza divina que hace la CKO es más afín al panenteísmo (cf. Evans, «Kenotic Christology and the Nature of
God», 202-205; Vanhoozer, Remythologizing Theology, 105-177).
16
David F. Wells, The Person of Christ (Westchester, IL: Crossway, 1984), 138.
368
Parte IV Una Cristología garantizada para la actualidad
¿Qué pasa con la comprensión de ambos puntos de vista sobre la «persona»? Aunque
la CKF no está de acuerdo con la CKO en lo que respecta a la naturaleza divina, de
acuerdo con la CKO en contra del pensamiento clásico, redefine la «persona» en
términos más contemporáneos: un centro distinto de conocimiento, voluntad y acción,
colocando así las capacidades de la voluntad y la mente en la persona y no en la
naturaleza.22 Sin embargo, la visión clásica, siguiendo la definición de Boecio —«Una
17
Crisp, Divinity and Humanity, 126, hace este mismo punto. Para una mejor discusión de la naturaleza y los
atributos de Dios, véase John S. Feinberg, No One Like Him: The Doctrine of God (Wheaton, IL: Crossway, 2001),
233-374.
18
J. P. Moreland y William Lane Craig, Philosophical Foundations for a Christian Worldview (Downers Grove,
IL: InterVarsity Press, 2003), 607. Incluso Thomas Senor, que afirma la CKO, admite que su redefinición de la
naturaleza divina tiene un «aire de artificialidad» y, al final, «parece ser ad hoc» (Thomas Senor, «Drawing on Many
Traditions: An Ecumenical Kenotic Christology», en The Metaphysics of the Incarnation, ed. Anna Marmodoro y
Jonathan Hill [Oxford: Oxford University Press, 2011], 105).
19
Crisp, Divinity and Humanity, 132.
20
Véase Moreland y Craig, Philosophical Foundations, 608.
21
Véase Crisp, Divinity and Humanity, 127n18.
22
Véase Cornelius Plantinga Jr., «Social Trinity and Tritheism», en Trinity, Incarnation, and Atonement:
Philosophical and Theological Essays, ed. Ronald J. Feenstra y Cornelius Plantinga Jr. (Notre Dame, IN: University of
Notre Dame Press, 1989), 22; cf. Hasker, Metaphysics and the Tri-Personal God, 19-25.
369
Los evangélicos y las cristologías kenóticas: ¿un camino «nuevo» y «mejor»?
23
Citado en Gilles Emery, «The Dignity of Being a Substance: Person, Subsistence, and Nature», Nova et Vetera
9/4 (2011): 994; cf. Richard A. Muller, Dictionary of Latin and Greek Theological Terms (Grand Rapids, MI: Baker,
1985), 223-227. Como Emery y Muller discuten, cuando Boecio habla de «una sustancia individual», no se refiere a un
individuo como una «sustancia» separada de la substantia de las otras personas divinas (en el caso de la Trinidad), o, en
el caso de Cristo, que es sólo una sustancia. En cambio, la «sustancia individual» se entiende mejor como subsistencia
individual, o la subsistencia incomunicable de una naturaleza racional, de modo que la persona (latín: persona; griego:
hipóstasis) es un agente, un «yo» que subsiste en una naturaleza y actúa en y a través de ella (ibíd.).
24
Este argumento es común. Por ejemplo, Moreland y Craig sostienen que «es extraordinariamente difícil preservar
la unidad de la persona de Cristo una vez que se atribuyen voluntades distintas al Logos y a la naturaleza humana
individual de Cristo» (Philosophical Foundations, 611); cf. Evans, «Kenotic Christology and the Nature of God», 199.
25
Véase Crisp, Divinity and Humanity, 64-65.
26
Evans, «Kenotic Christology and the Nature of God», 197.
27
Véase ibid., 213. Evans escribe: «Una decisión por parte del Hijo de Dios de convertirse en una persona humana
asumiendo la naturaleza humana y viviendo en una forma corporal...» (ibid., el énfasis es mío).
28
Véase C. Stephen Evans, «The Self-Emptying of Love: Some Thoughts on Kenotic Christology», en The
Incarnation: An Interdisciplinary Symposium on the Incarnation of the Son of God, ed. Stephen T. Davis, Daniel
Kendall, y Gerald O'Collins (Oxford: Oxford University Press, 2002), 271; véase también Garrett J. DeWeese, «One
Person, Two Natures: Two Metaphysical Models of the Incarnation», en Jesus in Trinitarian Perspective, ed. Fred
Sanders y Klaus Issler (Nashville: B&H Academic, 2007), 117, 140; Moreland y Craig, Philosophical Foundations,
608.
370
Parte IV Una Cristología garantizada para la actualidad
29
Stephen T. Davis, «The Metaphysics of Kenosis», en Metaphysics of the Incarnation, 122.
30
Hasker, Metaphysics and the Tri-Personal God, 206 (énfasis suyo).
31
Ibid., 207.
32
Véase Gilles Emery, The Trinitarian Theology of St. Thomas Aquinas (Oxford: Oxford University Press, 2007),
51-127, 338-412; cf. Jean Galot, Who Is Christ? (Chicago: Franciscan Herald, 1981), 279-313.
33
Gilles Emery, Trinity, Church, and the Human Person (Nápoles, FL: Sapientia, 2007), 128-129.
371
Los evangélicos y las cristologías kenóticas: ¿un camino «nuevo» y «mejor»?
34
Véase Davis, «Metaphysics of Kenosis», 129.
35
De ahí la propuesta de Craig y Moreland de dos niveles de conciencia dentro de la única mente divina y la
naturaleza subliminal del conocimiento divino del Hijo (véase Moreland y Craig, Philosophical Foundations, 610-612).
372
Parte IV Una Cristología garantizada para la actualidad
En tercer lugar, ¿dónde nos deja esto? Obviamente, la visión clásica y la actual de
la «persona» son diferentes. ¿Entonces, cómo decidimos cuál es el punto de vista
correcto? En aras de la argumentación, asumiremos que ambas visiones son
racionalmente coherentes, por lo que, en última instancia, debemos decidir con
respecto a su ajuste bíblico-teológico, es decir, ¿qué visión explica mejor todos los
datos relativos a Cristo? En nuestras dos últimas reflexiones, cuestionaremos si las
«nuevas» vías kenóticas cumplen realmente con este criterio frente a la «vieja» vía de
la cristología clásica.
36
Sobre este punto, véase Hasker, Metaphysics and the Tri-Personal God, 81-163; Thomas H. McCall, Which
Trinity? Whose Monotheism? Philosophical and Systematic Theologians on the Metaphysics of Trinitarian Theology
(Grand Rapids, MI: Eerdmans, 2010).
37
En la encarnación, si el Hijo «deja a un lado», i.e., ya no tiene ciertos atributos divinos, incluso temporalmente,
hay un período de tiempo en el que Jesús no comparte igualmente la misma naturaleza y atributos divinos que el Padre
y el Espíritu. Si esto es así, entonces es difícil ver cómo el Hijo es homoousios con el Padre y el Espíritu. Para una
mayor discusión de estos puntos, véase Crisp, Divinity and Humanity, 127-131.
38
Donald Macleod, The Person of Christ (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 1998), 210.
373
Los evangélicos y las cristologías kenóticas: ¿un camino «nuevo» y «mejor»?
39
Evans, «The Self-Emptying of Love», 259. Evans también sugiere que no es imposible pensar que «una persona
de la Trinidad no podría despojarse libremente de tales propiedades, segura de que el Padre y el Espíritu continuarán
guiando providencialmente la creación, y quizás incluso segura de que algún día será recompensada por ellos con la
restauración de todas las prerrogativas divinas» (ídem, «Kenotic Christology and the Nature of God», 213-214).
Stephen Davis está de acuerdo y sugiere que el Hijo «planeó por adelantado, hizo arreglos, resolvió algunos asuntos
antes de tiempo» (Stephen T. Davis, «Jesus Christ: Savior or Guru?» en John B. Cobb et al., Encountering Jesus: A
Debate on Christology, ed. Stephen T. Davis [Atlanta: John Knox, 1988], 54).
40
Véase Evans, «Self-Emptying of Love», 259n28.
374
Parte IV Una Cristología garantizada para la actualidad
375
Los evangélicos y las cristologías kenóticas: ¿un camino «nuevo» y «mejor»?
funciones divinas habituales, como la de sustentar el universo (Col. 1:17; Heb. 1:3)».41
Pero esta explicación tropieza con los mismos problemas que se han discutido
anteriormente, a saber, que la Escritura no la enseña explícitamente, que
potencialmente renuncia a la unidad de la agencia trinitaria, y que da lugar a un cambio
en el contenido de la deidad personal del Hijo. Como pregunta Gerald Bray, si la
«naturaleza divina del Hijo está inactiva de alguna manera, ¿qué contenido tiene su
divinidad personal? ¿Él podría ser verdaderamente divino solo mientras retuviera la
capacidad de expresarse en y a través de su naturaleza divina?».42 En otras palabras, la
CKF cambia tanto la vida del Hijo divino que la identidad propia del Hijo, junto con
las relaciones trinitarias, se redefine.
El segundo problema trinitario que introduce la CKF es que sobredimensiona la
relación Hijo-Espíritu y no es suficientemente trinitaria al pensar en las relaciones
Padre-Hijo-Espíritu. Debido a la influencia de Hawthorne, muchos defensores de la
CKF creen que el papel del Espíritu en la vida de Cristo es la clave para dar sentido a
la encarnación. Su propuesta es que el Hijo encarnado nunca (e.g., Hawthorne) o rara
vez (e.g., DeWeese, Issler, Ware) ejerce sus atributos divinos. En cambio, el Hijo
divino vive su vida única o predominantemente en un cuerpo humano, con todas sus
correspondientes limitaciones, y como alguien que está habitado por el Espíritu, con su
poder y que depende de él. Con respecto a la actividad sobrenatural de Cristo, la CKF
sostiene que todas o la mayoría de las acciones únicas de Cristo fueron realizadas por
el Espíritu. Por ejemplo, Ware habla de este punto preguntando, ¿por qué necesitaba
Jesús el Espíritu de Dios para habitar y dar poder a su vida? Después de todo, él era
completamente Dios, así que ¿qué podría añadir el Espíritu a su deidad? Nada. Pero si
preguntamos qué podía aportar el Espíritu a su humanidad, la respuesta es: «todo lo
que le faltaba de poder y capacidad sobrenatural en su naturaleza humana».43 O,
refiriéndose a Mateo 12:28, Ware dice: «Jesús no afirma haber realizado este milagro
por su poder divino y su autoridad como Dios. Más bien, atribuye el poder utilizado en
las sanidades y liberaciones al Espíritu que actúa en y a través de él».44 Sin embargo,
hay al menos dos problemas con este punto de vista en lo que respecta a las relaciones
trinitarias y la agencia.
El primer problema se centra en la acción del Hijo. En lo que respecta a sus
acciones sobrenaturales, es como si el Hijo desapareciera y el agente actuante fuera el
Espíritu. Pensemos, por ejemplo, en la resurrección de Jesús, en su caminar sobre las
aguas o en la alimentación de los cinco mil; la CKF afirma que todas estas acciones
fueron realizadas, no por la agencia del Hijo, sino por el Espíritu. Dado que el Hijo
nunca o rara vez ejerce sus atributos divinos, estas acciones no son acciones del Hijo
como hombre (a menos que afirmemos que los humanos pueden ser omnipotentes),
sino acciones realizadas por el Espíritu. De forma similar a la agencia del Espíritu en
otras personas con poder del Espíritu, aunque hay que admitir que es mayor, no es el
humano el que hace la obra (ni, en el caso de Cristo, el Hijo divino), sino el Espíritu el
que actúa a través de los humanos como instrumentos para llevar a cabo su poder. Sin
41
Klaus Issler, Living into the Life of Jesus (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 2012), 125n31.
42
Gerald Bray, God Is Love: A Biblical and Systematic Theology (Wheaton, IL: Crossway, 2012), 202.
43
Bruce A. Ware, The Man Christ Jesus: Theological Reflections on the Humanity of Christ (Wheaton, IL:
Crossway, 2013), 34. Aunque Ware no abraza todos los puntos de la CKF, se hace referencia a él aquí para ilustrar
cómo muchos defensores de esta piensan en la relación Espíritu-Hijo con respecto a la agencia del Hijo encarnado. Cf.
también Myk Habets, The Anointed Son: A Trinitarian Spirit Christology (Eugene, OR: Pickwick, 2010), 118-187.
44
Ware, Man Christ Jesus, 36.
376
Parte IV Una Cristología garantizada para la actualidad
embargo, si este es el caso, ¿qué ha pasado con el albedrío del Hijo en todas sus
acciones? ¿Se ha convertido el Hijo en un mero pasivo en la realización de sus propias
acciones? No sólo se considera que el Espíritu es extrañamente «externo» al Hijo, lo
que desde una perspectiva trinitaria no es así, sino que el Hijo divino, como persona de
la encarnación, también se ve alejado de la actividad de su naturaleza humana, lo que
plantea problemas para nuestra comprensión de la unión hipostática.45 Oliver Crisp
señala esto cuando argumenta que tal visión parece asumir que Dios Hijo, como
persona y agente actuante de las naturalezas, nunca actúa directamente «en» y «a
través» de su naturaleza humana. Dicha acción tras la asunción de su naturaleza
humana es sólo mediata, a través de la obra del Espíritu Santo.46 Pero ciertamente,
como insiste Crisp, «[s]i la naturaleza humana de Cristo es “poseída” por Dios Hijo,
parece muy extraño que no sea la persona divina la que actúe inmediatamente sobre, o
a través de, su naturaleza humana».47 De hecho, dada la íntima relación entre el Hijo y
su naturaleza humana asumida, no debemos remover al Hijo divino de su propia
naturaleza humana y sustituirla por la acción «externa» del Espíritu sobre él.48 ¿Hay
una mejor forma de explicar esto?
En efecto, hay una forma mejor, y lleva a plantear el segundo problema: el modelo
de la CKF no es suficientemente trinitario. Enfatiza correctamente la relación Hijo-
Espíritu, que obviamente forma parte de los datos bíblicos; sin embargo, no piensa
satisfactoriamente en las relaciones Padre-Hijo-Espíritu como un todo. Después de
todo, no basta con centrarse simplemente en las relaciones Hijo-Espíritu; también hay
que tener en cuenta el Evangelio de Juan, por ejemplo, que hace hincapié
predominantemente en las relaciones Padre-Hijo.49 En otras palabras, no basta con
apelar a la obra del Espíritu sin luchar con la forma en que las tres personas se
relacionan entre sí. Lo que se necesita es una apelación más sólida a la agencia
trinitaria que incluya dentro de ella una comprensión clásica de la distinción persona-
naturaleza y de las operaciones inseparables;50 cuando se hace esto, estamos
convencidos de que podemos dar un mejor sentido a todos los datos bíblicos.
Pensemos, por ejemplo, en Juan 5:19-30. Aquí se nos dice que Jesús no puede hacer
nada por iniciativa propia, sino solo lo que ve hacer al Padre. Y luego Jesús añade
rápidamente que puede hacer todo lo que hace su Padre, i.e., crear y sostener el
universo, juzgar a todas las personas, dar la vida eterna y, en este contexto, ¡sanar en
Sabbat! La relación personal y filial del Hijo con su Padre —una relación desde la
eternidad— explica ahora por qué el Hijo obedece la voluntad de su Padre, por qué no
persigue su propia iniciativa, por qué depende completamente de su Padre y por qué
45
Recuerde una regla crucial de la cristología: las personas son agentes actuantes, no naturalezas. Véase
Geerhardus Vos, Christology, vol. 3 de Reformed Dogmatics, trad. y ed. Richard B. Gaffin Jr. (Bellingham, WA:
Lexham, 2014), 50, 64.
46
Véase Oliver D. Crisp, Revisioning Christology: Theology in the Reformed Tradition (Farnham; Burlington, VT:
Ashgate, 2011), 100-102.
47
Ibid., 102.
48
Para un mayor desarrollo de este punto, véase Crisp, Revisioning Christology, 103-107. Crisp sostiene que los
actos intencionales de Cristo se originan en la persona. Dado que el Hijo actúa a través de su naturaleza «entonces no
parece haber espacio metafísico para la interposición de otra persona divina entre las intenciones de Dios Hijo (es decir,
su agencia) y las acciones intencionales producidas en su naturaleza humana. En resumen, para que las acciones de
Jesús de Nazaret sean realmente acciones de Dios Hijo encarnado, deben ser acciones que se originan en Dios Hijo»
(ibíd., 105).
49
Véase el excelente tratamiento de la agencia trinitaria en Andreas J. Köstenberger y Scott R. Swain, Father, Son,
and Spirit: The Trinity and John's Gospel, NSBT 24 (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 2008), 165-186.
50
Para una exposición completa de la agencia trinitaria, véase Emery, Trinity, Church, and the Human Person,
115-153.
377
Los evangélicos y las cristologías kenóticas: ¿un camino «nuevo» y «mejor»?
actúa como Hijo en relación con su Padre. En realidad, se pueden explicar tan
fácilmente las acciones del Hijo, su dependencia, su falta de conocimiento, etc. en
términos de la relación Padre-Hijo, como intentan hacer los defensores de la CKF
apelando a la relación Hijo-Espíritu, pero hacerlo sería reduccionista. En su lugar,
debemos explicar cómo se relacionan las tres personas ad intra y luego pensar en cómo
estas relaciones personales se muestran en la economía divina ad extra. Cuando
hacemos esto, podemos entender mejor la encarnación en términos de relaciones
trinitarias y de agencia, como la cristología clásica siempre ha tratado de hacer.
51
Sobre estos puntos, véase Zacharias Ursinus, Commentary on the Heidelberg Catechism, trad. G. W. Williard, 2ª
ed. americana. (Columbus, OH: Scott, 1852; repr, Phillipsburg, NJ: P&R, [1985]), 135-137.
52
Köstenberger y Swain, Father, Son, and Spirit, 123.
53
Emery, Trinity, Church, and the Human Person, 133.
54
Ibid. Véase también Scott R. Swain y Michael Allen, «The Obedience of the Eternal Son: Catholic Trinitarianism
and Reformed Christology» in Christology: Ancient and Modern, 74–95.
378
Parte IV Una Cristología garantizada para la actualidad
55
Crisp, Revisioning Christology, 102.
56
Ibid.
57
Swain y Allen, «Obedience of the Eternal Son» 90.
379
Los evangélicos y las cristologías kenóticas: ¿un camino «nuevo» y «mejor»?
nuestro representante y sustituto del nuevo pacto. Este relato clásico de las relaciones
trinitarias y de la agencia es el que explica de la mejor manera todos los datos bíblicos,
incluido el ejercimiento y la abstinencia de las prerrogativas divinas del Hijo
encarnado en cumplimiento del plan eterno de Dios.
Uno de los grandes puntos fuertes que pregonan los defensores del kenoticismo
evangélico frente a la cristología clásica es la capacidad de dar cuenta de la humanidad
de Cristo. Sin embargo, dada su redefinición de «persona», parece que será más difícil
mantener la plena humanidad de Cristo, en primer lugar, al hacer que la humanidad de
Cristo sea diferente a la nuestra; y en segundo lugar, al dar sentido a cómo Cristo
retiene su humanidad en el estado de exaltación o no está permanentemente limitado y,
por tanto, cambiado en su capacidad de actuar como Dios Hijo. Veamos cada uno de
estos puntos.
Las Escrituras enseñan que la humanidad de Cristo es como la nuestra en todos los
aspectos, excepto en el pecado (e.g., Heb. 2:14, 17; Rom. 8:3). Este punto es
significativo: si Cristo no es completamente hombre, no puede representarnos en el
nuevo pacto. Nuestra salvación requiere no sólo que Jesús sea plenamente Dios, sino
también que sea plenamente humano, y la Escritura no disminuye su plena humanidad.
La cristología kenótica insiste mucho en este punto y acusa constantemente a la
cristología clásica de tener tendencias docetistas. Se nos dice constantemente que los
evangélicos hacen más hincapié en la deidad de Cristo que en su humanidad,58 pero
debido a la forma en que la CKO y la CKF redefinen la persona, son las visiones
kenóticas las que parecen tener problemas para explicar que la humanidad de Cristo es
como la nuestra.
Para empezar, ambos puntos de vista parecen equiparar la persona con el alma, y
así, en la encarnación el Hijo se convierte en un alma humana, o en palabras de Craig y
Moreland, «el Logos completa la naturaleza humana individual de Cristo dotándola de
un alma racional, que es el propio Logos».59 Pero si esto es así, entonces no se puede
pensar en un alma humana distinta que el Hijo asume, en contra de la definición
calcedoniana. O pensemos en que ambos puntos de vista colocan las capacidades de la
voluntad y la mente en la persona, necesitando así una voluntad y una mente en Cristo,
a saber, la voluntad y la mente divina del Hijo. Sin embargo, al igual que el problema
del alma, en Cristo no hay una voluntad o mente humana distinta, una vez más en
contra de la afirmación clásica del diotelismo. Lo mejor que se puede decir es que la
persona divina del Hijo tiene una voluntad que en la encarnación tiene dos aspectos,
pero esto no es lo mismo que dos voluntades distintas,60 lo que hace difícil ver cómo es
que la humanidad de Cristo es como la nuestra. Si el Hijo no actúa, no piensa, no crece
58
Por ejemplo, véase esta acusación en Gordon D. Fee, «The New Testament and Kenosis Christology», en
Exploring Kenotic Christology, 25, y Habets, Anointed Son, 53-88.
59
Moreland y Craig, Philosophical Foundations, 610.
60
Véase Crisp, Divinity and Humanity, 57-61.
380
Parte IV Una Cristología garantizada para la actualidad
61
Para contrarrestar esta acusación, los monotelitas suelen rechazar la idea de que el Hijo se añadiera a sí mismo
una naturaleza humana concreta y, en cambio, dicen que su naturaleza humana era abstracta. Si es así, como explica
Wessling, la naturaleza humana de Cristo es una propiedad, o una colección de propiedades, que son suficientes para la
posesión de una naturaleza humana completa. En ese caso, «Cristo tiene tanto una voluntad divina como humana en el
sentido de que tiene propiedades que son suficientes para ambas voluntades, aunque no sean dos voluntades distintas
Así, pues, la idea sería que la voluntad del Logos, en virtud de tomar ciertas propiedades humanas —propiedades
mentales y afectivas, tal vez llega a poseer todo lo suficiente para ser una voluntad humana, aun conservando lo que es
suficiente para una voluntad divina» (Wessling, «Christology and Conciliar Authority», en Christology: Ancient and
Modern, 157). El problema de esta explicación es que Cristo no tiene una voluntad humana distinta y que, para la
mayoría de los kenoticistas, las propiedades mentales y afectivas que Cristo adquiere no están ligadas a un alma
humana, ya que, al equiparar persona con alma, la única alma que tiene Cristo es su propia alma divina.
62
Moreland y Craig, Philosophical Foundations, 612.
63
Ibid., 611.
64
Ibid.
65
Ibid.
66
Ibid.
67
Ibid., 612.
381
Los evangélicos y las cristologías kenóticas: ¿un camino «nuevo» y «mejor»?
Todo esto está muy bien y, de hecho, coincide con la cristología clásica, ya que
supone implícitamente una especie de «doblez» de la voluntad. Pero dado que la CKF
se compromete con una sola voluntad, ¿cómo es que el Hijo divino es susceptible de
tomar decisiones humanas y de resistir la tentación en su humanidad cuando no hay
una voluntad humana distinta y sólo una voluntad divina? ¿Cómo actúa el Hijo como
hombre si las capacidades de la voluntad y la mente se encuentran en la persona? La
cristología clásica, en su afirmación de las dos voluntades, puede hablar de la tentación
real del Hijo encarnado porque el Hijo es capaz de vivir una vida y una voluntad
plenamente humanas como hombre. Puede dar sentido a la obediencia del Hijo como
hombre, que es tan fundamental para que Cristo pueda ser nuestro Redentor. Este
punto se esclarece especialmente cuando la obediencia de Cristo llega a su punto
culminante en Getsemaní, donde el Hijo, actuando como nuestra cabeza del pacto,
alinea su voluntad humana con la voluntad de su Padre, ya que decide renunciar a sus
derechos y dar su vida por nosotros y así lograr nuestra redención.
En última instancia, toda visión de la cristología debe luchar con la famosa máxima
de Gregorio de Nacianceno: «lo que no es asumido no es redimido».68 Si el Hijo no ha
asumido una naturaleza humana como la nuestra, es decir, un cuerpo y un alma
humanos, entonces es difícil ver cómo el Hijo encarnado puede servir como cabeza y
mediador del nuevo pacto y obedecer como hombre para nuestra salvación. ¿Cómo
puede servir como nuestro representante y sustituto del pacto? Sólo si Cristo posee una
voluntad humana distinta puede rendir obediencia a Dios en nuestro lugar. Sólo si
Cristo posee un alma y una mente humanas puede ocupar nuestro lugar en la cruz.
Como señala sobriamente Bray, «el pecado se manifiesta por actos de la mente y la
voluntad, no por la piel y los huesos inertes, de modo que si Jesús no tuviera alma no
podría haber pecado ni convertirse en pecado por nosotros».69 Aunque las opiniones
kenóticas afirman en los términos más fuertes la humanidad de Cristo, su formulación
cristológica nos deja con un Cristo cuya humanidad no es como la nuestra en todos los
sentidos.70
68
Gregorio de Nacianceno, To Cledonius the Priest against Apollinarius (Ep. 101) (NPNF2 7:440).
69
Bray, God Is Love, 569.
70
También hay otras implicaciones. Si la mente se pone en persona y no hay una mente humana distinta, entonces
¿cómo puede el Hijo crecer en sabiduría y conocimiento, si sólo tiene una mente divina? ¿Cómo puede servir de
modelo para nosotros? O, ¿qué pasa con la muerte de Cristo? Si su alma es la de la persona del Hijo, entonces al morir,
cuando su cuerpo es colocado en la tumba, separado de su alma divina, ¿qué ha pasado con la unión hipostática? ¿Sigue
habiendo encarnación? En contra de esta opinión, la cristología clásica insiste en que, incluso en la muerte de Cristo, la
encarnación continúa porque la persona del Hijo sigue subsistiendo en la naturaleza divina y en el alma humana.
71
Citando de nuevo a Macleod, Person of Christ, 211.
382
Parte IV Una Cristología garantizada para la actualidad
72
Hawthorne, Presence and Power, 208. Véase también Issler, Living into the Life of Jesus, 109–129.
383
Los evangélicos y las cristologías kenóticas: ¿un camino «nuevo» y «mejor»?
sostiene que, a menos que esto tuviera lugar, no podríamos explicar la unidad de la
persona de Cristo como humana y divina, lo que hace difícil «pensar en Jesús como un
ser genuinamente humano».73 En otras palabras, al hacerse hombre, el Hijo divino se
cubrió necesariamente con una naturaleza humana creada, limitada y finita, de modo
que, aunque Cristo es plenamente Dios, no puede expresar aquellos atributos divinos
incompatibles con su humanidad. Aunque la naturaleza divina del Hijo está
plenamente presente e intacta, no se permite su plena expresión, dada la realidad de la
encarnación.
Pero debemos plantear una pregunta: ¿Qué pasa con el estado de Cristo después de
la resurrección? ¿Las limitaciones de su encarnación son permanentes? Dado que el
Hijo es ahora y siempre el Hijo encarnado, ¿puede ahora expresar sólo aquellos
atributos divinos consistentes con su humanidad? ¿Su incapacidad para expresar
atributos divinos incompatibles con su humanidad está ligada únicamente al estado de
humillación (aunque, como enseñan las Escrituras, incluso en la tierra el Hijo divino
sigue sosteniendo el universo)? Además, en la glorificación, ¿se remueve el velo y se
muestra toda la gloria del Hijo, o esta incapacidad de expresar sus atributos divinos
está ligada a la propia naturaleza del Hijo al asumir una naturaleza humana, de modo
que ahora el Hijo no puede expresar permanentemente toda la gama de sus atributos
divinos?74
La afirmación de las limitaciones permanentes del Hijo encarnado parece
coherente con el punto de vista kenótico, aunque algunos defensores intenten evitar
esta conclusión. Es coherente por cómo el punto de vista kenótico define «persona».
De su equiparación de persona con alma y de su ubicación de la voluntad y la mente en
la persona, parece deducirse que, a menos que la humanidad de Cristo se desprenda en
su glorificación, existen ahora limitaciones permanentes en el Hijo en su expresión y
uso de sus atributos divinos. A diferencia del punto de vista clásico, los puntos de vista
kenóticos no afirman la existencia de dos voluntades y dos mentes en Cristo, lo que
hace difícil concebir cómo, en la glorificación, el Hijo puede volver a ejercer
plenamente sus atributos divinos. Piénsese, por ejemplo, en la omnisciencia del Hijo
ligada a su mente divina. Si la adición de una naturaleza humana requiere la
abstinencia del conocimiento, o que la conciencia divina se convierta en subliminal,
entonces ¿cómo vuelve el Hijo a un conocimiento pleno, consciente y omnisciente,
dado que sólo tiene una mente y fue la adición de su cuerpo humano lo que provocó
esta condición? En la exaltación, si el Cristo glorificado vuelve a su estado previo y
puede ejercer todos sus atributos divinos, ¿cómo es que sigue siendo verdaderamente
humano? Por otra parte, si el Cristo glorificado puede ejercer todos sus atributos
divinos y conservar su humanidad, ¿por qué no puede hacerlo también en el estado de
humillación, lo que, si se admite, parece socavar la justificación de la visión kenótica?
Parece que un kenoticismo coherente requiere que, o bien el Hijo debe eliminar su
humanidad para volver a ejercer plenamente sus atributos divinos, o bien hay
limitaciones permanentes que conlleva la encarnación.75 Si esas alternativas no son
73
Ibid., 214.
74
Bruce Ware es difícil de entender en esta cuestión. Aunque afirma lo extra, parece dar a entender que la
encarnación ha traído consigo limitaciones permanentes, no sólo para el estado de humillación sino para siempre. Véase
Ware, Man Christ Jesus, 21-23, 43-45. Afirma: «[C]uando Jesús asumió nuestra naturaleza humana y aceptó su
dependencia del Espíritu, parece que aceptó esto como su forma de vida para siempre, desde ese momento sin fin.
Cuando se hizo humano, se hizo dependiente para siempre del Espíritu» (44-45).
75
Crisp, Divinity and Humanity, 135, también plantea este dilema.
384
Parte IV Una Cristología garantizada para la actualidad
aceptables, entonces la otra alternativa sería volver a una cristología clásica con sus
correspondientes compromisos metafísicos.
Este no es un reto nuevo. Como se señaló en el capítulo 10, Donald Baillie planteó
este mismo problema y mencionó el mismo dilema.76 Al negar que hubiera
limitaciones permanentes en el Hijo, Baillie presionó a la visión kenótica para que
explicara cómo la kenosis era meramente temporal, ya que parecía requerir algún tipo
de pérdida permanente o la renuncia a la humanidad de Cristo. Si la lógica de la
postura exige que era necesario que el Hijo renunciara a ciertos atributos divinos (o
que no los ejerciera) para encarnarse porque la divinidad era inconsistente con una vida
verdaderamente humana, entonces el Hijo exaltado o bien sigue careciendo de estos
atributos (o no los ejerce) o ya no es verdaderamente humano —opciones que Baillie,
la cristología clásica y las Escrituras consideran insostenibles. ¿Cómo responden los
kenoticistas? Hay tres respuestas.
En primer lugar, unos pocos niegan la humanidad perpetua de Cristo, que es
imposible de conciliar con las Escrituras y las confesiones históricas, y que en última
instancia nos priva de nuestro mediador del nuevo pacto ahora y para siempre.77
En segundo lugar, los kenoticistas fuertes afirman que las limitaciones de Cristo
son permanentes. Evans, en representación de la CKO, propone que el Cristo
glorificado sigue siendo plenamente humano, pero que continúa «sin poseer todas las
propiedades divinas tradicionales».78 Esto implica que la posesión y el ejercimiento de
los atributos divinos por parte del Hijo antes de la encarnación han cambiado a partir
de la encarnación, y que el cambio es ahora permanente. Lo que esto implica para las
relaciones personales trinas, sugiere Evans, es que «la reanudación de las propiedades
divinas tradicionales puede entenderse como realizada por el poder del Padre y del
Espíritu, que otorgan la glorificación al Hijo, que la merece en virtud de su vida y
muerte sacrificial».79 Preocupado por el hecho de que esto dé lugar a relaciones
asimétricas y a la desigualdad entre las personas divinas, Evans admite que todos
afirman algún tipo de «asimetrías en las relaciones que mantienen las personas de la
Trinidad»,80 pero es difícil ver cómo Evans puede afirmar que el Hijo es homoousios
con el Padre y el Espíritu, porque el Hijo no posee los atributos divinos de la misma
manera. Históricamente, la ortodoxia pronicena ha hablado de la ordenación (taxis)
entre las personas divinas según sus relaciones eternas e inmanentes, pero también ha
afirmado sistemáticamente que las tres personas poseen por igual la misma e idéntica
naturaleza divina concreta. Por otra parte, Evans y otros como él, al afirmar las
limitaciones permanentes del Hijo encarnado, tienen que reconfigurar en última
instancia la teología trinitaria de forma poco ortodoxa.81 Dentro de una visión de la
76
Véase Donald M. Baillie, God Was in Christ: An Essay on Incarnation and Atonement (Nueva York: Charles
Scribner's Sons, 1948), 97. Para cuestiones relativas a cómo la teoría kenótica puede dar sentido al retorno a la
omnisciencia en la exaltación de Cristo, véase John S. Lawton, Conflict in Christology: A Study of British and
American Christology from 1889-1914 (Londres: SPCK; Nueva York: Macmillan, 1947), 142-143.
77
Véase David Brown, The Divine Trinity (Londres: Duckworth, 1985), 234, 257, que defiende esta opción.
Feenstra, «Reconsidering Kenotic Christology», en Trinity, Incarnation, and Atonement, 147, rechaza enérgicamente
esta opción.
78
Evans, «Kenotic Christology and the Nature of God», 200; cf. ídem, «Self-Emptying of Love», 265-266.
79
Evans, «Kenotic Christology and the Nature of God», 200.
80
Evans, «Self-Emptying of Love», 267.
81
Para evitar las limitaciones permanentes de Cristo, Evans sugiere la posibilidad de que el cuerpo glorificado de
Cristo sea compatible con «readquirir y poseer los atributos divinos tradicionales», y como tal, en su cuerpo glorificado
reasume todos los atributos teístas tradicionales (Evans, «Self-Emptying of Love», 265). El problema de este punto de
vista es que la naturaleza humana glorificada de Cristo ya no parece humana. ¿Qué evidencia hay de que la naturaleza
humana, incluso en un estado glorificado, sea capaz de ser deificada de la manera que Evans propone? Las Escrituras
385
Los evangélicos y las cristologías kenóticas: ¿un camino «nuevo» y «mejor»?
CKF, los que abrazan las limitaciones permanentes afirmarán que el Hijo encarnado
sigue poseyendo la naturaleza divina por igual, aunque la relación Hijo-Espíritu ha
cambiado ahora de forma permanente respecto a lo que era antes de la encarnación, lo
que ahora da lugar a una taxis diferente de lo que era en la eternidad pasada.
Tercero, probablemente la mejor respuesta que encaja con la presentación bíblica
del Cristo glorificado es que las limitaciones del Hijo encarnado son temporales para el
estado de humillación y no en el estado de exaltación, aunque Cristo es
permanentemente el Hijo encarnado. Desde la perspectiva de la CKO, Feenstra
argumenta esta posición distinguiendo entre la encarnación, i.e., el Hijo haciéndose
humano, que es permanente, y la kenosis, i.e., el despojamiento del Hijo de ciertos
atributos divinos, que es temporal. Feenstra sugiere: «La Encarnación no tiene por qué
implicar el despojamiento de sus atributos como la omniciencia… La encarnación no
requiere, en sí misma, que el Hijo de Dios carezca de atributos como la omnisciencia.
El Hijo de Dios puede ser, y tal vez incluso puede encarnarse, poseyendo tales
atributos. La encarnación es simplemente la asunción de la naturaleza humana por
parte del Hijo»,82 mientras que la kenosis es algo diferente.
Sin embargo, si este es el caso, entonces por qué argumentar a favor de la CKO,
porque esto es precisamente lo que una cristología clásica siempre ha afirmado.
Feenstra responde diciendo que la kenosis es necesaria para que el Hijo comparta
nuestra humanidad y realice nuestra redención; no es necesaria para hacerse humano.
Pero, una vez más, ¿es realmente necesario que el Hijo deje de lado ciertos atributos
divinos para lograr nuestra salvación? Si el Hijo puede hacerse verdaderamente
humano sin la kenosis, parece que Feenstra ha socavado el propio fundamento de su
punto de vista. Además, la cristología clásica, que afirma la encarnación y la kripsis,
puede dar cuenta de la humanidad plena y completa de Cristo y de su realización de
nuestra redención, y puede hacerlo de manera que evite las características
problemáticas de la cristología kenótica.
no dan ninguna indicación al respecto, y la Iglesia ha mantenido cuidadosamente las naturalezas divina y humana de
Cristo, preservando así la distinción Creador-criatura incluso en la encarnación.
82
Feenstra, «Reconsidering Kenotic Christology», 148.
386
Parte IV Una Cristología garantizada para la actualidad
387
Parte IV Una Cristología garantizada para la actualidad
CAPÍTULO 13
FORMULACIÓN CRISTOLÓGICA: LA
IDENTIDAD ORTODOXA DE JESUCRISTO
389
Formulación Cristológica: la identidad ortodoxa de Jesucristo
390
Parte IV Una Cristología garantizada para la actualidad
En última instancia, la tesis de toda esta obra es una conclusión teológica con muchas
partes. Basándonos en la garantía y la crítica de los capítulos anteriores, debemos
confesar que la identidad del Jesús de la Biblia es que es Dios el Hijo encarnado. Cada
parte de este volumen y cada capítulo de cada parte han contribuido a esta declaración
de identidad. Una epistemología bíblica-revelacional proporciona el poder intelectual y
racional para recibir y comprender la presentación bíblica de la encarnación del Hijo
eterno, lo que significa, como la iglesia ha llegado a confesar, que Cristo es el Dios-
hombre, la persona divina del Hijo con dos naturalezas, una divina y otra humana.
Ahora podemos articular tres afirmaciones más específicas que marcan los límites
contemporáneos de una cristología clásica. Para mayor claridad, podemos situar estas
afirmaciones en tres categorías: el sujeto, la metafísica y la economía de la
encarnación.1
«El Verbo se hizo carne» (Jn. 1:14). Basándonos en la autoridad magisterial de toda la
presentación bíblica y en la autoridad ministerial de la confesión tradicional de la
Iglesia, sabemos ahora que Juan nos dice que el quién, el sujeto, la persona de la
encarnación es el Verbo o el Hijo desde la eternidad. Esta única y misma persona es a
la vez eterna y divina: «estaba con Dios» (pros ton theon) y «era Dios» (theos ēn ho
logos) (Jn. 1:1). La persona que ha existido eternamente como Hijo en relación con
Dios Padre y en comunión divina con el Padre y el Espíritu es la misma que tomó la
decisión voluntaria y obediente de encarnarse. La segunda persona de la Trinidad, por
medio de la cual fueron creadas todas las cosas y que siempre las ha sostenido y
1
Estas tres afirmaciones consolidan y amplían los cuatro desiderata de Oliver Crisp que, según él, comprenden la
confesión mínima para una cristología ortodoxa (véase Oliver D. Crisp, «Desiderata for Models of the Hypostatic
Union», en Christology Ancient and Modern: Explorations in Constructive Dogmatics, ed., Oliver D. Crisp y Fred
Sanders. [Grand Rapids, MI: Zondervan, 2013], 19-41). Crisp propone estos cuatro puntos: «1. Cristo es una sola
persona. 2. Cristo tiene dos naturalezas, una divina y otra humana. 3. Las dos naturalezas de Cristo conservan su
integridad y son distintas; no se mezclan ni se confunden, ni se amalgaman en un híbrido de atributos divinos y
humanos (como un semidiós). 4. Las naturalezas de Cristo están realmente unidas en la persona de Cristo; es decir, son
dos naturalezas poseídas por una sola persona» (ibíd., 29, 40).
391
Formulación Cristológica: la identidad ortodoxa de Jesucristo
sostendrá, es la misma persona que asumió una «naturaleza humana creada, en cuerpo
y alma, en unión consigo misma, de modo que ahora tiene una naturaleza humana
propia».2 El Hijo que participa de la naturaleza divina como Señor del pacto de toda la
creación es la persona de Cristo, el mismo sujeto que actúa como nuestro Redentor y
cabeza del nuevo pacto, la nueva humanidad y la nueva creación.
Al decirlo así, la Escritura y la teología cristiana distinguen clara, cuidadosa y
coherentemente entre el quién, el sujeto, la persona de la encarnación, y el qué, el
objeto, la naturaleza de la encarnación. Esta distinción entre persona y naturaleza
comenzó como una necesidad teológica para dar sentido y articular la autorrevelación
del único Dios —Padre, Hijo y Espíritu Santo. Para ser consistentemente bíblico,
debemos hacer una distinción real entre el Padre, el Hijo y el Espíritu sin separarlos en
tres Dioses. Por lo tanto, la iglesia confiesa que hay tres personas divinas que
comparten una sola naturaleza divina, de manera que sólo hay un Dios. En este sentido
teológico, la naturaleza divina se refiere a lo que es un objeto: Dios, un ser divino con
la correspondiente perfección de atributos y capacidades. La naturaleza humana se
refiere a lo que constituye la humanidad: un compuesto de cuerpo y alma con sus
correspondientes capacidades, como la voluntad, la mente y las emociones. A
diferencia de la naturaleza, la persona divina se refiere al quién, yo, sujeto activo que
subsiste en la naturaleza divina y actúa a través de sus capacidades: el Padre, el Hijo y
el Espíritu son cada uno una persona divina. Del mismo modo, persona humana se
refiere al quién, yo, sujeto activo que subsiste en una naturaleza humana y actúa a
través de sus capacidades. Una naturaleza no actúa. Una persona actúa a través de una
naturaleza, nunca a la inversa. En la encarnación, la persona del Hijo, que subsiste
eternamente en la única naturaleza divina, actuó para asumir una naturaleza humana.
Aunque debemos distinguir entre persona y naturaleza, la definición precisa y el
contenido metafísico de cada una de ellas sigue siendo objeto de debate en la Iglesia.
De hecho, como hemos señalado en nuestra discusión sobre el kenoticismo, las
diferentes visiones de persona dan lugar a variaciones cruciales en la formulación
cristológica. Hoy en día, a diferencia de la teología clásica, la persona se define como
un «centro distinto de conocimiento, voluntad, amor y acción».3 Además, esta
definición insiste en que las capacidades de la voluntad y la mente se encuentran en la
persona y no en la naturaleza. Por esta razón, muchos defienden hoy un trinitarismo
social que implica tres voluntades y mentes distintas en Dios. El corolario cristológico,
igualmente problemático, es el monotelismo: si la voluntad y la mente se sitúan en la
persona y Cristo es una sola persona, entonces Cristo sólo tiene una voluntad y una
mente. Además, los puntos de vista actuales a menudo identifican a la persona con el
alma y ubican rasgos psicológicos de la personalidad también en la persona. Tal como
se ha expuesto en nuestro estudio de la teología histórica en la Parte III y en nuestra
crítica al kenoticismo evangélico en el capítulo 12, esta redefinición de la persona y la
naturaleza se aleja de la teología y la cristología clásicas y crea más problemas de los
que resuelve.
A la luz del debate en curso, será útil desarrollar esta primera afirmación
cristológica construyendo la visión clásica de la persona y considerando
posteriormente su coherencia y su contexto trinitario.
2
Robert Letham, The Message of the Person of Christ (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 2013), 120.
3
Cornelius Plantinga Jr., «Social Trinity and Tritheism», en Trinity, Incarnation, and Atonement: Philosophical
and Theological Essays, ed. R. J. Feenstra y C. Plantinga Jr. (Notre Dame, IN: University of Notre Dame Press, 1989),
22; véase William Hasker, Metaphysics and the Tri-Personal God (Oxford: Oxford University Press, 2013), 19-25.
392
Parte IV Una Cristología garantizada para la actualidad
4
Citado en Gilles Emery, «The Dignity of Being a Substance: Person, Subsistence, and Nature», Nova et Vetera
9/4 (2011): 994 (edición en inglés). Para la fuente original, véase Boecio, Liber de Persona et Duabus Naturis, capítulo
3, «A Treatise against Eutyches and Nestorius», 85, en sus Theological Tractates. Para una útil discusión de Boecio
sobre este punto, véase Eleonore Stump, «Aquinas' Metaphysics of the Incarnation», en The Incarnation: An
Interdisciplinary Symposium on the Incarnation of the Son of God, ed. Stephen T. Davis, Daniel Kendall y Gerald
O'Collins (Oxford: Oxford University Press, 2002), 206-218.
5
Citado en Emery, «Dignity of Being a Substance», 995.
6
Herman Bavinck, Sin and Salvation in Christ, vol. 3 de Reformed Dogmatics, ed. John Bolt, trad. John Vriend
(Grand Rapids, MI: Baker Academic, 2006), 306; cf. Brian E. Daley, «Nature and the “Mode of Union”: Late Patristic
Models for the Personal Unity of Christ», en Incarnation, 193-196.
7
Tomás de Aquino, Summa Theologica, q. 40, a. 2 ad 1.
8
Juan Calvino, Institutes of the Christian Religion, 2 vols. John T. McNeill, trad. Ford Lewis Battles (Philadelphia:
Westminster, 1960), I.xiii.6.
393
Formulación Cristológica: la identidad ortodoxa de Jesucristo
eterna); y el Espíritu por la procesión eterna. Las personas divinas, al igual que las
humanas, subsisten en la misma e idéntica naturaleza divina. Y porque poseen
igualmente la misma y única naturaleza, el Padre, el Hijo y el Espíritu deben
distinguirse como personas por sus diferentes modos de subsistencia: el Padre subsiste
en la naturaleza divina como Padre; el Hijo subsiste como Hijo; y el Espíritu subsiste
como Espíritu.9
Las personas humanas, en cambio, no son relaciones subsistentes. Por el contrario,
cada persona humana subsiste en su propia naturaleza concreta; ninguna persona
humana subsiste en más de una naturaleza concreta; y ninguna persona humana
comparte la misma naturaleza concreta con otra persona humana. Los seres humanos
individuales, por tanto, se identifican tanto por el principio de subsistencia (i.e., la
persona o el sujeto activo de la naturaleza) como por el principio de distinción (i.e.,
una naturaleza humana concreta con esta carne, estos huesos y esta alma). Todas las
naturalezas humanas concretas son el mismo tipo de naturaleza, pero no la misma
instancia de una naturaleza humana. Sin embargo, una persona humana es similar a las
personas divinas en el sentido de que una persona humana subsiste en una naturaleza
correspondiente y actúa a través de ella. Manteniendo la distinción persona-naturaleza,
podemos decir que, como análogo de las personas divinas, una persona humana es un
sujeto activo particular que subsiste en un compuesto cuerpo-alma humano
individuado (i.e., distinguido de otros del mismo tipo).10
Dada la presentación bíblica, la coherencia teológica requerida, la orientación de la
tradición teológica y las opciones metafísicas, la visión clásica de la persona sigue
siendo la más convincente. En primer lugar, deberíamos optar por la visión que hace
justicia a todos los datos bíblicos y a sus implicaciones teológicas. Como se ha
expuesto en la Parte III, la visión clásica de la persona explica la distinción real entre
las personas divinas y su unidad y plena participación en la única naturaleza divina que
exige la presentación bíblica. Otros puntos de vista, incluida la redefinición kenótica de
la persona, no logran ni la distinción real ni la participación plena, encapsulando así a
las personas divinas en una sola o separando la naturaleza divina en tres dioses. En
segundo lugar, el punto de vista clásico de la persona merece deferencia teológica
porque fue adoptado y enseñado por la Iglesia durante siglos como parte crucial para
entender adecuadamente la doctrina de la Trinidad y la cristología ortodoxa. Cualquier
otro punto de vista lleva la carga de la prueba, y no deberíamos apartarnos del punto de
vista clásico sin una prueba clara de que está equivocado, o de que ha surgido una
opción mejor en términos de fundamento bíblico y/o razonamiento teológico. En tercer
lugar, dada la superioridad bíblica y teológica del punto de vista clásico, no
deberíamos abandonarlo o redefinirlo a menos que se demuestre que es incoherente.
Apoyándonos en el trabajo cristológico de Jean Galot, podemos ver que la visión
clásica de la persona es también superior en su coherencia racional a todas las demás
propuestas.11
Galot sostiene que la distinción clásica entre persona y naturaleza no sólo da
cuenta de todos los datos bíblicos, sino que además es la que mejor sentido tiene de los
9
Para una discusión de este punto, véase Emery, «Dignity of Being a Substance», 997-1001; cf. Gilles Emery, The
Trinitarian Theology of St. Thomas Aquinas (Oxford: Oxford University Press, 2007), 51-150.
10
Sobre este punto, véase Emery, «Dignity of Being a Substance» 997-10001.
11
En particular, véase Jean Galot, Who Is Christ? A Theology of the Incarnation (Chicago: Franciscan Herald,
1981); cf. Klaas Runia, The Present-Day Christological Debate (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 1984), 105-
109.
394
Parte IV Una Cristología garantizada para la actualidad
datos y los presenta de la manera más racionalmente coherente. Galot admite que, en
nuestra experiencia, «la persona y la naturaleza están tan íntimamente ligadas que las
percibimos juntas y no dicotomizamos sus respectivos papeles».12 Sin embargo,
incluso en nuestra experiencia psicológica, es posible distinguir la persona de la
naturaleza según la concepción teológica clásica. Por ejemplo, el autodescubrimiento
de nuestra propia persona se produce «esencialmente en nuestras relaciones con los
demás».13 La conciencia del yo sólo se produce en relación con un tú. Al interactuar
diferentes yoes, cada uno descubre el carácter incomunicable que lo convierte en un yo
en relación con los túes.
Por otra parte, Galot sugiere que, para tener sentido de nosotros mismos, «cada
persona posee también una realidad que no es del orden relacional, lo que podría
llamarse una perfección sustancial».14 Galot identifica esta perfección sustancial como
el alma y el cuerpo y nuestra posesión de una naturaleza humana concreta. Al
distinguir entre ambas, «la naturaleza abarca la rica realidad del cuerpo y el alma,
incluidas las facultades de pensamiento y acción. La persona es la entidad relacional
que dinamiza la naturaleza dirigiendo su actividad hacia los demás en el conocimiento
y el amor».15 En este sentido, podemos pensar en la persona como «una relación que
posee una realidad propia».16 Pero debemos añadir rápidamente que «esta relación no
deriva su realidad de la naturaleza».17 Galot insiste en que, incluso en nuestra propia
experiencia, tenemos cierta sensación de que nuestra persona es el sujeto de todas las
actividades de nuestra naturaleza, y que nuestra naturaleza está gobernada por nuestra
persona: «si bien la persona humana no es, en rigor, su naturaleza humana, la persona
personaliza la naturaleza hasta el punto de poseerla totalmente. En este sentido, la
naturaleza se identifica con la persona».18
La discusión de Galot demuestra por lo menos la coherencia de la distinción
clásica entre persona y naturaleza y su poder explicativo para la cristología. Llevar la
distinción persona-naturaleza a la cristología ayuda a dar sentido a la presentación
bíblica de la encarnación y a la continuidad entre la humanidad de Cristo y la nuestra.
Podemos estar de acuerdo con la Escritura en que Dios Hijo se hizo hombre sin
cambiar su naturaleza divina, explicando que la persona divina del Hijo personalizó
una naturaleza humana creada para él. La persona de Cristo existe como el Dios-
hombre porque subsiste en la naturaleza divina y en una naturaleza humana. El Hijo
continúo siendo Dios, subsistiendo y actuando a través de la naturaleza divina que
comparte con el Padre y el Espíritu desde la eternidad. Y el Hijo vino a ser todo lo que
significa ser un hombre: una persona que subsiste en y actúa a través de un cuerpo-
alma humano. Como explica Klaas Runia, «[El Hijo después de la encarnación] tuvo
una mente, una voluntad, una conciencia y una personalidad verdaderamente humanas.
12
Galot, Who Is Christ? 287. Galot señala que, en el uso común, no distinguimos entre persona y naturaleza, sino
que solemos entender tres cosas por «persona»: (1) una referencia a todo el individuo, es decir, la persona junto con la
naturaleza que posee; (2) un sinónimo de alma; y (3) una referencia a diversos rasgos de la personalidad (ibíd., 283-
313). Este uso actual, sin embargo, no refleja el uso teológico de «persona» en la tradición de la formulación trinitaria y
cristológica.
13
Ibid., 295.
14
Ibid., 298.
15
Ibid.
16
Ibid., 299.
17
Ibid.
18
Ibid., 300.
395
Formulación Cristológica: la identidad ortodoxa de Jesucristo
19
Runia, Present-Day Christological Debate, 107. Por «personalidad», Runia no se refiere a una persona humana
(hipóstasis), sino a los rasgos únicos de la personalidad humana y a la composición psicológica de la naturaleza humana
de Cristo.
20
Galot, Who Is Christ?, 321.
21
Ibid., 322.
22
Andreas J. Köstenberger y Scott R. Swain, Father, Son, and Spirit: The Trinity and John’s Gospel, NSBT 24
(Downers Grove, IL: InterVarsity, 2008), 111 (énfasis original).
23
Runia, Present-Day Christological Debate, 106.
24
Bavinck, Sin and Salvation in Christ, 274.
396
Parte IV Una Cristología garantizada para la actualidad
¿Por qué solo se encarnó el Hijo? ¿Cómo se relaciona el Hijo encarnado con el Padre?
¿Cómo se relaciona el Hijo encarnado con el Espíritu?
Sin embargo, antes de comenzar con estas preguntas, debemos reconocer que gran
parte de nuestra discusión se basará en un axioma bíblico-teológico particular: lo
ontológico se revela en lo económico —lo que algo es se dará a conocer en cómo
funciona. En cuanto a la Trinidad, las relaciones ad intra se revelan en la obra ad extra
de las personas divinas —las relaciones eternas entre las personas divinas se revelan en
su funcionamiento en la historia de la redención. Como ya se ha dicho, el Padre, el
Hijo y el Espíritu subsisten en la misma y única naturaleza divina, de modo que deben
distinguirse por sus relaciones personales inmanentes o modo de subsistencia en la
naturaleza divina: paternidad, filiación y procesión eterna. Además, basándose en el
axioma ontológico-económico, las personas divinas se distinguen también en sus
acciones externas en la ejecución del decreto de Dios en el escenario de la historia
humana. Las personas divinas subsisten en la naturaleza divina ad intra según una
taxis específica: sus relaciones personales no son arbitrarias ni intercambiables. Por lo
tanto, las relaciones inmanentes y eternas pueden verse adecuadamente en la actividad
externa y económica de las personas divinas, incluida la encarnación.25 Más
específicamente, todo el trabajo ad extra de las personas divinas está unificado porque
subsisten en la única y misma naturaleza divina y actúan a través de ella. Sin embargo,
como las personas divinas trabajan ad extra según sus taxis relacionales ad intra, las
acciones específicas dentro de las operaciones inseparables de Dios terminan en
personas divinas específicas según una taxis económica correspondiente.26
En resumen, podemos decir respecto a las relaciones divinas ad intra que el Padre
tiene prioridad no en la naturaleza sino en el modo de subsistencia en la naturaleza
divina; el Hijo depende del Padre no en la naturaleza sino en la filiación personal; el
Espíritu procede del Padre y del Hijo no en la naturaleza sino en la espiración personal.
En cuanto a la economía ad extra, toda la Divinidad actúa en unidad, pero el Padre
inicia y actúa por medio del Hijo y en el Espíritu; el Hijo obedece al Padre y obra en el
Espíritu; el Espíritu ejecuta los actos del Padre y del Hijo con poder.
Teniendo en cuenta los propios taxis ad intra y ad extra, podemos abordar ahora la
conexión entre la existencia trina de Dios y la encarnación de Cristo.
Sólo el Hijo se encarnó porque convenía a su forma única y filial de subsistir en la
naturaleza divina en relación con el Padre y el Espíritu. Como agente divino de la
creación e imagen eterna de Dios, era conveniente y apropiado que el Hijo se
convirtiera en el resplandor de la gloria de Dios como hombre, asumiendo y actuando a
través de una naturaleza humana creada. Gilles Emery explica que «[pertenece]
propiamente al Hijo ser aquel a través del cual el Padre crea y realiza todas las cosas:
En la Trinidad, el Hijo es el único que actúa de este modo, como corresponde a su
propiedad de Hijo, Verbo e Imagen del Padre».27 Era conveniente, pues, que el Hijo
eterno del Padre en el Espíritu se convirtiera en el Hijo obediente en la carne y
cumpliera la voluntad del Padre como hombre en el Espíritu. Scott Swain vincula la
25
Véase Gilles Emery, Trinity, Church, and the Human Person (Naples, FL: Sapientia, 2007), 115-153.
26
Sobre este punto, véase Robert Letham, The Holy Trinity: In Scripture, History, Theology, and Worship
(Phillipsburg, NJ: P&R, 2004), 383. Letham resume la taxis entre las personas divinas: Las obras de Dios son «del
Padre a través del Hijo por el Espíritu Santo: el movimiento inverso en nuestra respuesta a la gracia de Dios es por el
Espíritu Santo a través del Hijo al Padre» (énfasis suyo). Además, aunque las personas divinas son igualmente Dios en
su totalidad, la taxis sigue siempre un orden específico, a saber, «el Padre envía al Hijo, y el Hijo nunca envía al Padre.
El Espíritu Santo procede del Padre, pero el Padre nunca procede del Espíritu Santo ni del Hijo».
27
Emery, Trinity, Church, and the Human Person, 133.
397
Formulación Cristológica: la identidad ortodoxa de Jesucristo
28
Scott R. Swain, The God of the Gospel: Robert Jenson’s Trinitarian Theology (Downers Grove, IL: InterVarsity,
2013), 190, 192 (énfasis suyo).
29
Köstenberger y Swain, Father, Son, and Spirit, 118.
30
Dada esta relación divino-filial, podemos entender mejor textos como Juan 14:28 (cf. 1 Cor. 15:27-28), que
hablan de la prioridad del Padre en relación con el Hijo. La Escritura enseña que el Padre goza de prioridad personal en
el taxis (orden) de la vida trina, pero no de superioridad ontológica. La Iglesia ha captado esta verdad describiendo al
Padre como fons divinitatis. El Padre es la fuente de la Divinidad no en el engendramiento de la deidad/naturaleza del
Hijo (y del Espíritu) sino en la prioridad de su relación personal con el Hijo y el Espíritu. Todo lo que tiene la persona
del Hijo (y del Espíritu) lo recibe de la persona del Padre. La plena igualdad y deidad del Hijo (y del Espíritu) no se ve
disminuida por la prioridad personal del Padre, porque todos participan plena y eternamente de la naturaleza divina.
Para una útil discusión de estos puntos, véase ibíd., 184.
31
Köstenberger y Swain, Father, Son, and Spirit, 122 (el énfasis es de ellos).
32
Swain, God of the Gospel, 201.
398
Parte IV Una Cristología garantizada para la actualidad
Entonces, debemos decir que el Hijo tiene ahora dos naturalezas, de modo que vive
una vida plenamente divina y otra plenamente humana en relación filial con el Padre
por medio del Espíritu. Según la naturaleza divina, el Hijo sigue desempeñando sus
funciones cosmológicas en el Espíritu como lo ha hecho desde el principio. Y según su
naturaleza humana, el Hijo tiene en el Espíritu «toda la gracia necesaria para crecer en
sabiduría (Lc. 2:52) y obediencia (Heb. 5:8) [y] el liderazgo requerido para ejecutar su
misión divinamente dada (Mc. 1:12; Lc. 4:1-21)». El Espíritu permite progresivamente
a Jesús convertirse en un ser humano verdaderamente perfeccionado (Heb. 5:9),
modelo de una humanidad filial renovada (Gal. 3:26-28)».35
A la luz de las relaciones eternas y económicas de la persona divina, pues,
podemos hacer que Swain resuma nuestra primera afirmación sobre la identidad de
Cristo: «Jesús es el Hijo que vive en forma humana su relación eterna con el Padre en
el Espíritu para nuestro beneficio salvador».36
33
Véase Tyler R. Wittman, «The End of the Incarnation: John Owen, Trinitarian Agency and Christology», IJST
15/3 (2013): 298-300; cf. Swain, God of the Gospel, 204, nota 45; John Owen, The Works of John Owen, vol. 3, ed.,
William H. Goold (Carlisle, PA: Banner of Truth, 1965), 161-162. Owen argumenta que el Espíritu es la «causa
inmediata, peculiar y eficiente de todas las operaciones divinas externas: porque Dios obra por su Espíritu, o en él
aplica inmediatamente el poder y la eficacia de las excelencias divinas para su operación; por lo que la misma obra es
igualmente la obra de cada persona» (ibíd., énfasis suyo).
34
John Owen, The Works of John Owen, vol. 3, ed. William H. Goold (Carlisle, PA: Banner of Truth, 1965), 161–
162 (énfasis suyo).
35
Swain, God of the Gospel, 205.
36
Ibid., 192.
399
Formulación Cristológica: la identidad ortodoxa de Jesucristo
37
Como se ha expuesto en la Parte III, el cambio en las perfecciones de la naturaleza divina es una imposibilidad
teológico-metafísica, al igual que el cambio en la ontología de una persona divina. Sin embargo, como veremos, la
identidad y la experiencia de una persona divina pueden cambiar sin que disminuya su perfección metafísica.
38
J. I. Packer nos ofrece un retrato preciso y atractivo de cómo la encarnación del Hijo divino le permitió vivir una
vida plenamente humana por nosotros: «El Hijo de Dios vivió una vida plenamente humana antes de nacer, a través del
nacimiento, la infancia, la niñez y la adolescencia, hasta la edad adulta. Experimentó una amplia gama de relaciones
humanas en la familia y fuera de ella. Supo lo que era ser enseñado y aprender de las Escrituras, y orar diariamente, y
luchar con las diversas formas de tentación que desafían la sabiduría y la virtud. Entró en todas las realidades del amor
y la hospitalidad, de la alegría y la decepción, de la popularidad y la impopularidad, del dolor, la pena y la tortura, la
agonía de la mente y el cuerpo, y la muerte. Además (aquí está de nuevo el misterio), Su relación con nuestra raza fue
tal que cada elemento de la experiencia humana se convirtió en principio en la suya, de una manera arquetípica,
genérica e inclusiva. En otras palabras, la experiencia de la vida humana que Él tuvo le permite entrar empáticamente
en cada parte de la experiencia humana como tal, ... y ayudarnos en todos nuestros intentos de lidiar con ellos. Porque él
mismo padeció la tentación, puede ayudar a los que son tentados (Heb. 2:18; véase 4:15), cualquiera que sea la forma
de su tentación» (J. I. Packer, «The Glory of the Person of Christ», en The Glory of Christ, ed. John H. Armstrong
[Wheaton, IL: Crossway, 2002], 52-53).
400
Parte IV Una Cristología garantizada para la actualidad
para satisfacer todas nuestras necesidades, especialmente la del perdón de los pecados.
Según el relato de la Escritura, sólo el Dios-hombre —el Hijo encarnado— podía
mediar en la reconciliación de Dios y el hombre ofreciéndose como sacrificio
sustitutivo, suficiente y sin pecado, de modo que Dios mismo redimiera a su pueblo
como hombre (1 Tim. 2:5-6; Heb, 5-10). Como Hijo divino, Cristo es el único que
satisface el propio juicio de Dios sobre la humanidad pecadora y la demanda de justicia
perfecta. Como Hijo encarnado, sólo Cristo se identifica con la humanidad pecadora
en su sufrimiento y representa una nueva humanidad como nuestro gran y glorioso
Señor del pacto. Como explica J. I. Packer, «sin la encarnación no habría habido un
Dios-hombre, y sin el Dios-hombre no habría habido mediación, ni revelación de la
redención… La encarnación del Hijo era, pues, parte integral del plan de salvación de
Dios, y la gloria de la persona única de Cristo debe considerarse un aspecto de la gloria
del propio Evangelio».39
Para comprender mejor la identidad del Hijo como este único Dios-hombre que es
glorioso en la salvación, podemos aprovechar las doctrinas de la anhipóstasis y la
enhipóstasis tratadas en la Parte III. La naturaleza humana de Cristo nunca tuvo una
persona humana separada; sólo tuvo su subsistencia en la persona del Hijo divino.
Cuando «el Verbo se hizo carne» (Jn. 1:14), asumió una naturaleza humana que no
tenía una persona humana correspondiente. El Hijo divino es el único sujeto
autoconsciente, autoafirmado y activo de Cristo. Desde el momento de la concepción
virginal, el Hijo eterno «tomó en su propia persona divina un conjunto completo de
características y componentes humanos —incluyendo todo lo que pertenece a la
humanidad— de modo que desde entonces se dice que posee también una naturaleza
humana».40 La dirección del movimiento metafísico aquí es crucial. El Hijo no vino a
un ser humano existente o incluso a la naturaleza humana para formar una unión
artificial o ad hoc. Más bien, mediante la concepción virginal, Dios creó una nueva
naturaleza humana para el Hijo, que asumió esa naturaleza como parte de su existencia
subsistente. En cambio, los creyentes son habitados por el Espíritu sin ningún cambio
en su identidad metafísica. Sin embargo, el Hijo no habitó en un compuesto de cuerpo
y alma humana. La persona del Hijo eligió subsistir en una naturaleza humana del
mismo modo que subsiste en la naturaleza divina. Como la naturaleza divina ha sido
desde la eternidad, la naturaleza humana de Cristo es ahora parte de su identidad
metafísica permanente.
Para aclarar y comunicar esta nueva identidad metafísica de Cristo, la Iglesia
desarrolló y desplegó los conceptos de anhipostasia y enhipostasia. Partiendo de la
distinción persona-naturaleza y afirmando que la naturaleza humana de Cristo era un
particular concreto compuesto por un cuerpo y un alma humanos, la anhipostasia
enseña que el Hijo divino asumió una naturaleza humana «sin persona humana» o un
«yo» humano. La naturaleza humana de Cristo nunca tuvo una existencia
independiente aparte de su identidad personal en la hipóstasis del Hijo divino por
quien fue asumida y a quien se unió. En la época postcalcedonia, este concepto fue
desarrollado por el lenguaje de la enhipostasia, que señalaba la misma verdad pero con
más precisión: La naturaleza humana de Cristo subsiste en la persona del Hijo, i.e., es
39
Packer, «Glory of the Person of Christ», 54.
40
Donald Fairbairn, «The One Person Who Is Jesus Christ: The Patristic Perspective», en Jesus in Trinitarian
Perspective, ed. Fred Sanders y Klaus Issler (Nashville: B&H Academic, 2007), 108.
401
Formulación Cristológica: la identidad ortodoxa de Jesucristo
«in-personal», y como tal, el Hijo es ahora el sujeto actuante de sus dos naturalezas, la
divina y la humana.
El gran punto cristológico de la an-enhipostasia es que la naturaleza humana de
Cristo nunca compone una persona humana distinta de Dios Hijo.41 Y la gloriosa
implicación para la identificación cristológica es que sólo Cristo es el único y completo
Dios-hombre de nuestra salvación. La enhipostasia da sentido a la encarnación al
tiempo que enfatiza la unidad de la persona de Cristo. El mismo Hijo eterno de la
Divinidad intratrinitaria, que posee y comparte eternamente la naturaleza divina con el
Padre y el Espíritu, subsiste ahora para siempre en una naturaleza humana, de modo
que vive y actúa en ambas naturalezas para siempre. En Jesús, nos encontramos
verdaderamente con Dios cara a cara; nos encontramos con él, no habitando o
eclipsando la carne humana, ni meramente asociado a ella, sino en plena y maravillosa
gloria. Aunque lo contemplamos como hombre, es mucho más; es el Señor, el Hijo
divino que se humilla y vela su gloria haciéndose uno con nosotros. Es el mismo Dios
Hijo que habita entre nosotros para hablar, actuar, vivir, amar, gobernar y redimir para
nuestro bien y su gloria.
Para resumir nuestra segunda afirmación sobre la identidad de Cristo, podemos
decir que el Hijo cambió voluntariamente su identidad metafísica de persona divina
que subsiste en la naturaleza divina a persona divina que subsiste tanto en la naturaleza
divina como en una naturaleza humana plena y sin pecado creada para él,
convirtiéndose en Dios Hijo encarnado en aras de una nueva humanidad.
41
Insistiendo en que la cristología clásica no es nestoriana, Oliver Crisp concluye que «la naturaleza humana nunca
está en condiciones de formar un supuesto distinto de Dios Hijo, lo cual, en el modo de pensar medieval, es una
condición necesaria para la instanciación de la persona -suponiendo la definición boetiana de persona» (Oliver D. Crisp,
«Compositional Christology without Nestorianism», en The Metaphysics of the Incarnation, ed. Anna Marmodora y
Jonathan Hill [Oxford: Oxford University, 2011], 59).
402
Parte IV Una Cristología garantizada para la actualidad
42
Otro ejemplo de la capacidad de Jesús para actuar a través de la naturaleza divina es su forma de manejar la
tentación de Satanás. Satanás tentó a Jesús en el desierto para que convirtiera las piedras en pan (Mt. 4:1-11). La
tentación sólo tiene sentido si Jesús tiene la capacidad de convertir una sustancia en otra (véase el ejemplo del agua en
vino en Jn. 2:6-11). Experimentar el hambre, entonces, fue el resultado de la elección específica de Jesús de no ejercer
el poder de su naturaleza divina, no una limitación impuesta de esa naturaleza.
43
En una famosa declaración, Cirilo dijo que el Hijo encarnado experimentó un «sufrimiento impasible» (citado en
Fairbairn, «One Person Who Is Jesus Christ», 107). Las experiencias humanas, como el sufrimiento y la muerte, le
suceden a una persona. En Cristo, lo divino sufrió en su naturaleza humana.
403
Formulación Cristológica: la identidad ortodoxa de Jesucristo
44
Para un análisis de esta tendencia en la teología actual, véase Kevin J. Vanhoozer, Remythologizing Theology:
Divine Action, Passion, and Authorship (Cambridge: Cambridge University, 2010), 124-138. Vanhoozer señala que el
giro «relacional» de la teología ha sustituido el pensamiento clásico por un «panenteísmo kenótico-pericorético».
También hace la astuta observación de que los teístas relacionales han sacado el concepto de pericoresis de su contexto
trinitario original, que pretendía explicar cómo las personas divinas se habitan mutuamente. Estos teístas relacionales
elevan la pericoresis a un principio general para explicar la relación Dios-mundo, al igual que han sacado la kenosis de
su contexto cristológico y la han convertido en un principio general para redefinir la naturaleza divina (cf. Thomas G.
Weinandy, Does God Suffer [Notre Dame, IN: University of Notre Dame, 2000]).
404
Parte IV Una Cristología garantizada para la actualidad
45
Contra Bruce McCormack, «Karl Barth's Christology as a Resource for a Reformed Version of Kenoticism»,
IJST 8 (2006): 247-248; cf. Vanhoozer, Remythologizing Theology, 422-426.
46
Vanhoozer, Remythologizing Theology, 422-426.
47
Vanhoozer desarrolla este punto en cuatro partes: (1) el Hijo asumió nuestra humanidad «no simplemente para
identificarse con nuestros sufrimientos (i.e., empatizar) sino para librarnos de ellos (i.e., convirtiéndose en nuestro
sustituto)»; (2) la muerte de Cristo no fue como una víctima; la cruz formaba parte del plan eterno de Dios y no fue
«una “respuesta” tardía a algo que el héroe humano dijo o hizo»; (3) Cristo murió como el Hijo obediente en relación
con su Padre, de modo que «[l]a llamada obediencia “pasiva” de Jesús (es decir, (4) en su sufrimiento, Jesús nos
comunica al Dios que nos ama «derramando libremente su propia vida por los demás» (Vanhoozer, Remythologizing
Theology, 429-430).
48
Para una defensa de la coherencia lógica de la propia estrategia reduplicativa, véase Eleonore Stump, «Aquinas'
Metaphysics of the Incarnation», en Incarnation, 211-218.
405
Formulación Cristológica: la identidad ortodoxa de Jesucristo
49
Para una discusión más detallada y técnica, véase Stump, «Aquinas' Metaphysics of the Incarnation», en
Incarnation, 217. Sobre el punto tratado aquí, Stump concluye: «En consecuencia, no hay razón para negar que Cristo
pueda tener propiedades prestadas tanto de su naturaleza humana como de su naturaleza divina. Porque cada una de las
propiedades incompatibles las tiene por derecho propio un constituyente diferente del todo y porque se adhieren al todo
sólo derivativamente, como consecuencia del hecho de que el todo tiene estos constituyentes, no hay incoherencia en
atribuir al todo ambas propiedades que de otro modo serían incompatibles» (ibíd.).
50
Es importante recordar que el extra no fue sólo una enseñanza de la Reforma; ha sido parte integrante de la
cristología clásica, al menos hasta la época de la Ilustración.
406
Parte IV Una Cristología garantizada para la actualidad
universo, ya que todas sus funciones cósmicas se realizan «fuera» de su vida humana.
Además, cuando lo extra se combina con la krypsis, se comprende mejor la naturaleza
de su kenosis: la encarnación supuso un verdadero ocultamiento, pero no una
abdicación de la majestad divina del Hijo eterno. El Hijo se hizo uno con nosotros para
vivir, en primer lugar, como uno de nosotros y, después, para morir por nosotros, todo
ello en obediencia a la voluntad de su Padre.
Teniendo en cuenta que la Iglesia ha distinguido la persona de la naturaleza, no
hay nada contradictorio en afirmar que el Hijo puede actuar simultáneamente a través
de ambas naturalezas para realizar obras diferentes, incluso cuando las obras divinas
son imposibles para la naturaleza humana. Hay que postular algún tipo de relación
asimétrica entre el vivir, el hablar y el actuar del Hijo en y a través de sus naturalezas,
lo cual es probablemente una de las áreas más difíciles de concebir para nosotros. El
ser humano es una sola persona que subsiste en una naturaleza humana; no somos
personas divinas ni subsistimos en dos naturalezas diferentes. Concebir la relación
asimétrica entre el Hijo que vive y actúa en su naturaleza divina y el que vive y actúa
en su naturaleza humana supera nuestra comprensión. Pero eso no significa que esta
parte de la economía encarnada no sea cierta —sino que nos resulta en gran medida
desconocida. Y aún así, el extra nos ayuda a hacer esta confesión teológico-metafísica
de Cristo.
La mejor forma de explicar la relación asimétrica en Cristo es en términos de las
relaciones trinitarias elaboradas en la historia redentora en aras de la misión de
encarnación del Hijo. El Hijo vive su vida divina y humana en relación con el Padre y
el Espíritu y como nuestro Redentor. Contra toda forma de kenoticismo, el Hijo no
renuncia a sus atributos divinos, ni siquiera al uso de los mismos. Por el contrario, toda
la vida del Hijo se ve mejor a través de la lente de su dependencia filial del Padre en el
Espíritu. El Hijo no hace nada más que lo que sabe que el Padre quiere que haga.
Cuando el Padre no quiere que el Hijo encarnado actualice algún poder divino o acceda
a alguna información desde su omnisciencia, el Hijo obedece y se abstiene. El Hijo no
abandonó el uso de sus atributos divinos; podía haber convertido las piedras en pan o
bajar de la cruz, pero no era la voluntad de su Padre. Además, la relación filial eterna y
divina del Hijo con el Padre puede verse en la historia redentora precisamente porque
el Hijo siempre vive y actúa para cumplir el plan divino del Padre. En la encarnación,
ni la deidad del Hijo ni su humanidad se ven disminuidas. Como el Padre lo permite, y
por el Espíritu, el Hijo divino, el Señor de la Gloria, vive, habla, actúa, obedece, tiene
voluntad, gobierna y salva como el Creador y Señor del pacto y como nuestro gran
Redentor.
Habiendo aplicado ahora también el extra a la economía de la encarnación,
podemos finalizar nuestra afirmación de que, aunque Jesús realiza todas sus obras a
través de su naturaleza divina o humana, esas naturalezas siguen siendo distintas y
conservan su plena integridad, incluso cuando cada una contribuye a la predicación de
atributos divinos y humanos al Hijo. Y, sin embargo, la prioridad ontológica de la
persona divina de Cristo respecto a su naturaleza humana significa que seguirá
ejerciendo sus prerrogativas divinas como Dios Hijo, aunque viva y trabaje
principalmente como hombre para cumplir su misión encarnada de redención.
407
Formulación Cristológica: la identidad ortodoxa de Jesucristo
408
Parte IV Una Cristología garantizada para la actualidad
también debemos llegar a conocer algo de nuestra propia culpa ante Dios y por qué
necesitamos la clase de Redentor que él es. Porque hasta que no nos conozcamos como
perdidos, bajo la sentencia de muerte y condenados ante Dios, no podremos apreciar y
alegrarnos de un Redentor humano-divino. Sólo cuando nos damos cuenta de que no
podemos salvarnos a nosotros mismos, vemos claramente que él es el Redentor que
necesitamos. Sin embargo, para las personas que, por la gracia de Dios, llegan a ver su
necesidad de él, entonces el Jesús de la Biblia no sólo es comprendido por lo que es,
sino que también es abrazado, amado y adorado como Señor y Salvador.
Sin embargo, antes de terminar nuestro viaje en esta obra, hay una tarea más que
completar. La teología no termina con la mera descripción de la identidad de Jesús o la
construcción teológica. La teología también debe dedicarse a la labor apologética de
defender las enseñanzas de la Biblia frente a diversos desafíos y preguntas legítimas,
como ya hemos hecho en los capítulos 10-13. A lo largo de los tiempos, pero
especialmente en nuestros días, la cristología ortodoxa es acusada a menudo de ser
lógicamente incoherente. En el último capítulo, responderemos a esta acusación desde
la formulación cristológica desarrollada en este capítulo, y también abordaremos dos
cuestiones teológicas perennes y legítimas que los datos bíblicos plantean en relación
con el conocimiento de Cristo y su in/capacidad de pecar. Estos últimos temas están
relacionados con las cuestiones de coherencia, pero también reflejan cuestiones
legítimas que es importante abordar como ejercicio de «fe en busca de entendimiento».
A estos temas nos referimos ahora.
409
Parte IV Una Cristología garantizada para la actualidad
CAPÍTULO 14
411
Defensa de la teología del Dios Hijo encarnado
lógicamente coherente. En lo que sigue abordaremos esta cuestión en tres pasos: (1)
esbozaremos la acusación básica de algunos críticos; (2) describiremos cómo
responderemos a la acusación; y (3) responderemos a la acusación en cuatro puntos.
1
Por ejemplo, véase C. Stephen Evans, «The Self-Emptying of Love», en The Incarnation: An Interdisciplinary
Symposium on the Incarnation of the Son of God, ed. Stephen T. Davis, Daniel Kendall, y Gerald O. Collins (Oxford:
Oxford University, 2002), 251-252, quien acusa a la cristología clásica de ser lógicamente problemática, de ahí su
propuesta kenótica.
2
Por ejemplo, véase John Hick, «Jesus and World Religions» en The Myth of God Incarnate, ed., John Hick
(Philadelphia: Westminster, 1977), 178; ídem, The Metaphor of God Incarnate: Christology in a Pluralistic Age, 2a ed.
(Louisville: Westminster John (Louisville: Westminster John Knox, 2006).
3
Véase Michael Martin, «The Incarnation Doctrine Is Incoherent and Unlikely», en Debating Christian Theism,
ed., J. P. Moreland, Chad Meister y Khaldoun A. Sweis (Oxford: Oxford University Press, 2013), 404-413.
4
Jonathan Hill, «Introduction», en The Metaphysics of the Incarnation, ed. Anna Marmodora y Jonathan Hill
(Oxford: Oxford University Press, 2011), 3. En el centro de la acusación está el «principio de la indiscernibilidad de los
idénticos». Este principio especifica las condiciones necesarias para la «identidad». Por ejemplo, un objeto x es idéntico
a un objeto y sólo si cada propiedad que tiene x la tiene y, y viceversa. En la cristología, afirmamos que Jesús es el
412
Parte IV Una Cristología garantizada para la actualidad
mismo individuo que Dios el Hijo, pero luego predicamos atributos contradictorios de ese mismo individuo, lo cual es
contradictorio, especialmente dada la distinción Creador-criatura.
5
Para una discusión de la distinción arquetipo-ectípo en teología, especialmente en referencia a nuestro
conocimiento de Dios, véase Richard A. Muller, Post-Reformation Reformed Dogmatics: The Rise and Development of
Reformed Orthodoxy, ca. 1725 (4 vols.; Grand Rapids MI: Baker, 2003), 3:164-170.
413
Defensa de la teología del Dios Hijo encarnado
414
Parte IV Una Cristología garantizada para la actualidad
debemos afirmar no sólo un Dios que actúa en el mundo, sino también el Dios trino
específico de las Escrituras. Como se ha argumentado en las partes I-II, si no se tiene
en cuenta todo el marco de las Escrituras, hablar de una encarnación, y mucho menos
tratar de darle sentido, es realmente difícil. Por ello, este trabajo ha comenzado
situando a Jesús dentro de la propia historia y cosmovisión de la Biblia. Si no lo
hacemos, no podremos responder a la acusación de incoherencia.
En segundo lugar, debemos definir nuestros términos cuidadosamente y hacer
algunas distinciones importantes, como lo hemos hecho a lo largo de este trabajo.
Específicamente, los siguientes términos y distinciones son cruciales.
1. La distinción persona-naturaleza
415
Defensa de la teología del Dios Hijo encarnado
de ser nestoriana.12 También evitamos la acusación de Martin donde afirma que «es al
menos dudoso que una persona pueda tener dos mentes»,13 si la persona y la naturaleza
se han distinguido y definido como lo ha hecho la ortodoxia. Un último punto:
distinguir entre «persona» y «naturaleza» es también crucial para dar sentido a la
estrategia de reduplicación, que es importante para responder a la acusación de que
predicamos al mismo individuo propiedades contradictorias. Pero antes de discutir ese
punto, añadamos algunas distinciones más cruciales que son necesarias para dar
sentido lógico a la encarnación.
Los atributos comunes son características que tienen la mayoría de los individuos de
una naturaleza específica, mientras que los atributos esenciales son cualidades que
debe tener un individuo para formar parte de esa naturaleza específica. En el caso de
los humanos, es común que nazcan en la tierra, que tengan una madre y un padre, que
tengan la capacidad de razonar, que tengan cinco dedos, etc., pero estas cosas no son
esenciales para ser humano. En otras palabras, «alguien puede ser humano sin tener
todas las propiedades comunes a los seres humanos, pero no se puede ser humano y
carecer de una cualidad que forma parte de la esencia misma de los seres humanos».15
En el caso de Cristo, tiene todo lo esencial de la humanidad, aunque no lo tiene todo en
común con nosotros. El hecho de que su naturaleza humana no sea fruto de la
reproducción natural, o que no tenga una persona humana, sino que haya sido
«personificada» por el Hijo divino (enhipostasia), no implica que su naturaleza
humana carezca de lo esencial del ser humano. La naturaleza humana de Cristo tiene
todos los atributos esenciales que componen una naturaleza humana, incluyendo un
cuerpo y un alma y sus correspondientes capacidades. Como señala John Feinberg, lo
que los críticos deben hacer, y no han hecho, «es demostrar que la humanidad de Jesús
carece de las propiedades esenciales para ser humano».16
Algunos pueden conceder que Cristo tiene todos los atributos esenciales para ser
humano, pero aun así pueden objetar que, dado que tiene atributos divinos (que no son
esenciales o comunes al ser humano) en virtud de ser el Hijo, es difícil pensar que es
realmente un hombre como nosotros. En respuesta, debemos distinguir entre ser
«plenamente» humano y ser «meramente» humano. Ser meramente humano es tener
todos los atributos necesarios y suficientes para la humanidad y no poseer nada más
que esos atributos. Si Jesús es meramente humano, es difícil pensar que es un hombre
como nosotros, pero esto no es lo que afirmamos. En cambio, sostenemos que Jesús es
12
Véase Martin, «Incoherent and Unlikely Incarnation Doctrine», 406.
13
Ibid.
14
Las distinciones utilizadas son desarrolladas por Morris, Logic of God Incarnate, y son empleadas por muchas
personas. Por ejemplo, véase Copan, Loving Wisdom, 156-157; Feinberg, «Incarnation of Jesus Christ», 231-234;
Douglas Groothuis, Christian Apologetics (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 2011), 523-526.
15
Feinberg, «Incarnation of Jesus Christ», 233.
16
Ibid.
416
Parte IV Una Cristología garantizada para la actualidad
plenamente humano, lo que implica que tiene todos los atributos esenciales de la
humanidad y, a diferencia de nosotros, también tiene todos los atributos esenciales de
la deidad. Feinberg señala las implicaciones de este punto para nuestro debate: «la
doctrina cristiana de la encarnación sostiene que para ser plenamente humano, ¡no es
necesario ser meramente humano! Jesús tiene todas las propiedades esenciales que
posee cualquier persona meramente humana (por lo tanto, es plenamente humano);
pero como también es plenamente divino, no es meramente humano. Una vez que
entendemos que las propiedades no humanas de Cristo no son propiedades de su
naturaleza humana, sino de su naturaleza divina, podemos ver cómo una persona que
es plenamente humana podría tener propiedades que nadie que sea meramente humano
podría tener».17
Todas las distinciones anteriores son necesarias para conceptualizar la encarnación
y evitar la acusación de incoherencia. No es lógicamente contradictorio afirmar que
una persona —el Hijo divino— pueda subsistir en dos naturalezas, y pueda actuar en y
a través de esas naturalezas, aunque hay que admitir que no somos así. Además, como
afirma la ortodoxia, el Hijo, al asumir nuestra humanidad, asume una naturaleza
humana concreta que incluye todos los atributos esenciales de la humanidad, de modo
que es plenamente humano y no meramente humano, lo cual, una vez más, es diferente
a nosotros, pero no resulta en una contradicción necesaria. Además, cuando los críticos
se preguntan cómo puede encarnarse el Hijo, dado que los humanos tienen atributos tan
diferentes a los de Dios, se puede decir dos cosas. En primer lugar, los atributos
humanos que parecen incompatibles con una encarnación son esenciales sólo para ser
meramente humano y no para ser plenamente humano. En segundo lugar, como
veremos más adelante, dado que el ser humano es la imago dei, no hay nada
incoherente en pensar que la persona del Hijo pueda subsistir en una naturaleza
humana con capacidades modeladas según Dios.18
En tercer lugar, la estrategia de la reduplicación ayuda a refutar la acusación de que
es lógicamente incoherente atribuir a un solo individuo atributos contradictorios.19 En
el centro de esta estrategia hay dos puntos interrelacionados. En primer lugar, hay que
hacer una clara distinción «persona-naturaleza», junto con la afirmación de que el Hijo
subsiste en dos naturalezas. A menudo la crítica utiliza la palabra «individuo» en el
sentido de «naturaleza individual», pero no es así como se utiliza en cristología. En
cambio, Cristo como individuo completo es la persona del Hijo que subsiste en dos
naturalezas distintas, no en una. En segundo lugar, dada la distinción «persona-
naturaleza», no estamos predicando atributos contradictorios de la misma persona
exactamente de la misma manera. Por ejemplo, en el caso de la predicación de los
atributos divinos al Hijo, lo hacemos por su naturaleza divina, que posee eterna y
necesariamente. En cambio, cuando le predicamos atributos y capacidades humanas, lo
hacemos por su naturaleza humana y no por su naturaleza divina. El Hijo, al asumir
una naturaleza humana, subsiste ahora en dos naturalezas, y cuando se predica de esas
naturalezas a su persona, se hace en aspectos diferentes. Por supuesto, afirmarlo de
17
Ibid., 234. Cf. Morris, Logic of God Incarnate, 65–66.
18
Véase David F. Wells, The Person of Christ (Westchester, IL: Crossway, 1984), 177-178, que hace esta
observación.
19
Para una defensa de la estrategia de reduplicación, véase Stump, «Aquinas' Metaphysics of the Incarnation», en
The Incarnation, 211-218; idem, «Book Review of Thomas V. Morris, The Logic of God Incarnate», Faith and
Philosophy 6/2 (1989): 218-223; Rogers, «An Anselmian Defense of the Incarnation», 395-401; Groothuis, Christian
Apologetics, 524-525.
417
Defensa de la teología del Dios Hijo encarnado
20
Morris rechaza la estrategia reduplicativa, pero Stump, «Book Review of Thomas V. Morris, The Logic of God
Incarnate», 219-223, sostiene que Morris se precipita demasiado al rechazar la reduplicación, y en su solución de dos
mentes adopta una forma de la misma.
21
Véase Morris, Logic of God Incarnate, 103.
22
Ibid., 104–106.
23
Feinberg, «Incarnation of Jesus Christ», 239-241, que hace esta misma observación.
418
Parte IV Una Cristología garantizada para la actualidad
Algunos todavía pueden objetar y cuestionar cómo funcionan dos mentes en una
sola persona. La respuesta corta es: no lo sabemos exactamente. La respuesta algo más
larga es que, dada la distinción «persona-naturaleza», y apelando a una relación
asimétrica entre las naturalezas, aunque no podamos explicar exactamente la relación,
no hay nada contradictorio en ella. Además, como se ha argumentado anteriormente, al
pensar en esta relación asimétrica en Cristo, la Escritura nos anima a hacerlo en
términos de las relaciones personales trinitarias ad intra que se despliegan en la
agencia trinitaria ad extra, y vinculando estas relaciones trinitarias a la misión del Hijo
como nuestro Redentor y cabeza del nuevo pacto. Al hacerlo, podemos conceptualizar
cómo y cuándo el Hijo «accede» y vive su vida divina y humana, aunque no podamos
explicarlo completamente. Pero, una vez más, debemos enfatizar que, aunque la
explicación de la Escritura nos deja muchos interrogantes, no es necesariamente
contradictoria.
En cuarto lugar, y ampliando el primer punto, es crucial dar sentido a la
encarnación dentro de la cosmovisión cristiana, concretamente la teología propiamente
dicha y una antropología teológica. En realidad, las cuestiones relativas a la coherencia
de la encarnación se centran en dar sentido a cómo las dos naturalezas de Cristo están
unidas en una sola persona, el Hijo, y cómo éste es el sujeto activo de ambas
naturalezas. Dada la distinción Creador-criatura, ¿cómo pueden estar unidas en la
persona dos naturalezas cualitativamente diferentes, a no ser que una u otra naturaleza
esté incompleta? Además, dado que el Hijo es la persona de la naturaleza humana,
¿cómo se entiende que una persona divina viva, hable, conozca y actúe en y a través de
una naturaleza humana?24
En respuesta, debemos recordar siempre que, por muy maravillosa y más allá de
nuestra comprensión que sea la encarnación, dado que los seres humanos son la imago
dei, como señala David Wells, esta verdad implica que lo que constituye la humanidad
«son las capacidades y quizá los papeles resultantes en la creación cuyos originales se
encuentran en Dios. La naturaleza humana, en tanto que fue creada, es el eco del que
suena el Creador. Él es original, y nosotros somos derivados… Lo que significa ser
verdaderamente humano es revelado en y por Dios mismo».25 Teniendo en cuenta este
hecho, no es extraño, aunque sí glorioso, pensar que el Hijo divino es capaz de ser el
sujeto activo de su naturaleza humana y de vivir en y a través de las capacidades de
ésta. El centro de lo que es una persona, en el sentido clásico, es un sujeto relacional, y
hablar de que la humanidad de Cristo llega a su culminación personal en la persona del
Hijo, como insiste Wells, «no disminuye ni menosprecia en absoluto la plena realidad
24
Véase John Hick, «Review of Thomas V. Morris, The Logic of God Incarnate», Religious Studies 25 (1989):
411- 414, que critica la ortodoxia en estos puntos. Se queja de que las diferencias entre la deidad y la humanidad son
tan grandes que es difícil concebir cómo se unen en una sola persona. Sin embargo, Hick parece pensar erróneamente
que la ortodoxia afirma que por la encarnación algo que es humano adquiere posteriormente atributos divinos, y que la
mente humana de Cristo adquiere omnisciencia. Pero esto no es ortodoxia. Nadie afirma que la naturaleza divina de
Cristo adquirió cualidades humanas o viceversa, ya que las dos naturalezas siguen siendo distintas, pero quedan dudas
sobre cómo se unen las naturalezas en la persona.
25
Wells, Person of Christ, 178. Hay un debate sobre la composición exacta de la imago dei, pero, como mínimo,
incluye la razón, la emoción y la voluntad, todas ellas capacidades que siguen el modelo de Dios, aunque de forma
finita y creatural. Tanto Dios como los humanos tienen la capacidad de razonar, querer y sentir, pero Dios tiene estas
capacidades como Creador, y nosotros las tenemos como criaturas. Si estas capacidades humanas fueran totalmente
diferentes a las de Dios, entonces sería difícil concebir cómo la persona del Hijo es capaz de vivir y actuar a través de
estas capacidades humanas, pero dada nuestra creación en la imago dei, no hay razón para pensar esto.
419
Defensa de la teología del Dios Hijo encarnado
de su humanidad, sino que simplemente reconoce que en este caso la intención original
de la creación se ha realizado plena y finalmente».26
Por eso, en Cristo tenemos a alguien que satisface todas nuestras necesidades. En
él, por ser Dios Hijo, tenemos un Salvador divino que satisface las propias exigencias
de justicia de Dios contra nosotros. En él, dado que es el Hijo encarnado, tenemos un
mediador que puede hacer por nosotros lo que nosotros no podemos hacer. El Hijo
encarnado nos deja mucho que reflexionar, pero bíblica y teológicamente es coherente.
Por la acción del Dios trino, que termina en el Hijo, la encarnación no implica que la
humanidad se convierta en deidad, sino que Dios Hijo asume nuestra humanidad y
lleva a cabo todos los propósitos soberanos de Dios, incluyendo maravillosamente,
nuestra restauración como portadores de su imagen, para lo que Dios nos creó en
primer lugar, ahora según el modelo de la humanidad glorificada de Cristo.
26
Wells, Person of Christ, 178. Véase Gerald Bray, God Is Love: A Biblical and Systematic Theology (Wheaton,
IL: Crossway, 2012), 568-569, quien hace un punto similar. A pesar de las diferencias entre la naturaleza divina y la
humana en cuanto a la persona, hay un aspecto relacional común a ambas.
27
En lo que sigue estoy en deuda con Macleod, Person of Christ, 164-170; Bray, God Is Love, 566-574.
28
Para una defensa del punto de vista de las dos mentes de Thomas Morris, véase Feinberg, «Incarnation of Jesus
Christ», 231-241.
420
Parte IV Una Cristología garantizada para la actualidad
menos aún que conociera los secretos profundos del universo… aunque fuera una
persona divina, estaba funcionando dentro de los parámetros de su naturaleza humana
y no podía excederlos sin comprometer la integridad de su humanidad».29 De hecho, la
Escritura nos dice que Jesús, como hombre, creció en conocimiento y que no sabía
ciertas cosas. ¿Cómo podemos entender esto? Hay que situar otras dos verdades
intermedias, a las que ahora nos referiremos.
En segundo lugar, debemos situar toda esta discusión dentro de la cuestión más
amplia de las relaciones y la agencia trinitarias que se desarrollan ahora en la historia
redentora a la luz de la encarnación. Como se ha desarrollado en el capítulo 13, pensar
en cómo las personas divinas se relacionan entre sí ad intra y ad extra es crucial para
dar sentido a cuándo y cómo actúa y conoce el Hijo encarnado. Desde la eternidad, el
Hijo, en relación con el Padre y el Espíritu, nunca actúa ni conoce al margen de su
relación divino-filial con su Padre (y en relación con el Espíritu). Al asumir una
naturaleza humana, el Hijo sigue relacionándose con su Padre como lo ha hecho
siempre, en absoluta dependencia, pero ahora como Hijo encarnado.
En tercer lugar, y basándose en el segundo punto, el conocimiento de Jesús debe
considerarse en términos de las relaciones trinitarias y de su papel como cabeza y
representante de nuestro pacto. Cuándo y cómo el Hijo «accede» o conoce, habla y
actúa en y a través de sus naturalezas es trinitario y mediador. En otras palabras, Cristo,
como Hijo, para llevar a cabo nuestra redención como mediador, habló, actuó y
conoció en dependencia de su Padre y en relación con el Espíritu, principalmente en y
a través de su humanidad, a menos que el Padre por el Espíritu permitiera otra cosa.
Algunos han intentado captar este punto señalando que, en la encarnación y en aras de
la misión, el Hijo abandonó el uso independiente de sus prerrogativas divinas, de las
que, como hombre, no habría gozado, para actuar como el último Adán en nuestro
favor. Ciertamente, esto es cierto y ayuda a comprender por qué el Hijo, en estado de
humillación, vive, actúa y conoce principalmente en su condición de hombre. Sin
embargo, no debemos insistir demasiado en la noción de «uso independiente de»,
como si quisiéramos sugerir que el Hijo fue alguna vez «independiente» de su Padre y
del Espíritu. Por eso, pensar en términos de relaciones trinitarias y de la obra
mediadora del Hijo es necesario para explicar cómo el Hijo encarnado conoce tanto las
relaciones personales divinas como su obra a nuestro favor como mediador.
La mejor explicación, pues, de cómo y cuándo actúa y conoce el Hijo encarnado
debe «juntar» todas estas verdades. Una vez más, como se ha señalado anteriormente,
D. A. Carson está en el camino correcto cuando insiste en que el Hijo encarnado nunca
actúa y conoce por sí mismo, sino sólo en relación con su Padre y por nuestro bien:
29
Bray, God Is Love, 570.
421
Defensa de la teología del Dios Hijo encarnado
exigía multiplicar los panes en favor de los cinco mil, así lo hizo. Incluso sus
conocimientos eran confesamente limitados (Mt. 24:36).30
J. I. Packer hace eco del mismo pensamiento. Tras hablar de las relaciones
trinitarias del Padre y el Hijo y resaltar su plena igualdad, aunque con distinciones
personales, Packer observa que la obediencia de Cristo al Padre «mientras estaba en la
tierra no fue una nueva relación ocasionada por la encarnación, sino la continuación en
el tiempo de la relación eterna entre el Hijo y el Padre en el cielo. Como en el cielo,
también en la tierra, el Hijo dependía totalmente de la voluntad del Padre».31 A
continuación, Packer conecta la verdad de las relaciones trinitarias con la obra
mediadora de Cristo y la aplica a la cuestión del conocimiento de Jesús. Sugiere que, al
igual que el Hijo encarnado no actuó independientemente del Padre, tampoco conoció
independientemente. Como citamos anteriormente, Packer escribe de manera útil:
Así como [Jesús] no hizo todo lo que podría haber hecho, porque ciertas cosas no
eran la voluntad de su Padre (véase Mt. 26:53-54), así tampoco sabía
conscientemente todo lo que podría haber sabido, sino sólo lo que el Padre quería
que supiera. Su conocimiento, como el resto de su actividad, estaba limitado por la
voluntad de su Padre. Y, por tanto, la razón por la que ignoraba (por ejemplo) la
fecha de su regreso no era que hubiera renunciado al poder de conocer todas las
cosas en la Encarnación, sino que el Padre no había querido que tuviera ese
conocimiento concreto mientras estaba en la tierra, antes de su pasión.32
30
D. A. Carson, The Farewell Discourse and Final Prayer of Jesus (Grand Rapids, MI: Baker, 1980), 35–36.
31
J. I. Packer, Knowing God (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 1973), 62. El uso de Packer de «voluntad» en
este contexto podría ser engañoso, pero lo estoy situando en el contexto de nuestra discusión anterior sobre la
comprensión clásica de persona y voluntad. Lo que hay que destacar es que el conocimiento del Hijo en relación con el
Padre y el Espíritu ad extra es el resultado de las relaciones de persona ad intra. Desde la eternidad, el Hijo conoce
como Hijo en relación con el Padre y el Espíritu, y nunca de forma independiente, lo que continúa de forma similar en
la ejecución del glorioso plan de redención de Dios.
32
Ibid. Calvino afirma la misma verdad en su discusión de Marcos 13:32: «Hasta que [Jesús] no hubiera
desempeñado plenamente su oficio (como madiador), no le fue dada la información que recibió después de su
resurrección» (citado en Packer, Knowing God, 62). Para un desarrollo de este entendimiento, véase J. I. Packer, «The
Glory of the Person of Christ», en The Glory of Christ, ed. John H. Armstrong (Wheaton, IL: Crossway, 2002), 48-52.
33
Packer, Knowing God, 63. Para una explicación similar, véase D. Broughton Knox, Selected Works-Volume 1:
The Doctrine of God, ed., Kingsford, Australia. Tony Payne (Kingsford, Australia: Matthias Media, 2000), 233-246.
34
Macleod, Person of Christ, 166-170.
422
Parte IV Una Cristología garantizada para la actualidad
tiene razón al admitir que la capacidad de Jesús para tal conocimiento diferiría
significativamente de la de los hombres ordinarios, dada su relación única con el Padre
como Hijo y su impecabilidad. Como sugiere Macleod, «el intelecto [de Jesús] estaba
perfectamente sintonizado con lo divino»,35 y como Hijo, «conversaba con Dios como
su Hijo; y pensaba como su Hijo. Podemos incluso decir que vivió en un mundo de
pensamiento de pura revelación, de modo que, hasta un punto que no podemos
comprender, Dios se reveló no sólo a su pensamiento, sino en su pensamiento».36 Sin
embargo, el Hijo, actuando y conociendo como hombre, actuó dentro de los parámetros
de sus capacidades humanas, incluida su mente humana, y así creció realmente en
conocimiento como hombre.
¿Supone esto que Jesús ignoró alguna vez algo que debería haber sabido?
¿Podemos apelar a este hecho para argumentar que el conocimiento de Jesús, por
ejemplo, de la ciencia y la psicología era sólo una comprensión del primer siglo y, por
lo tanto, cometió errores?37 Una vez más, Macleod es útil al sugerir dos verdades que
deben mantenerse simultáneamente, ninguna de las cuales implica falibilidad —
especialmente dado el hecho de que hay otros factores, además de la humanidad de
Cristo, que debemos tener en cuenta, a saber, su relación divina única con el Padre y el
Espíritu. En primer lugar, como mediador, Jesús «nunca ignoró nada de lo que debía
saber».38 Como hombre, Jesús creció en conocimiento, pero como mediador sabía todo
lo que necesitaba saber, y vivió y actuó en obediencia a la voluntad de su Padre. En
segundo lugar, como mediador, Jesús «tuvo que cumplir su obra como mediador
dentro de las limitaciones de un cuerpo humano, por lo que tuvo que cumplirlo dentro
de las limitaciones de una mente humana».39 Como observamos en los relatos de la
tentación, en obediencia a la voluntad de su Padre y actuando en nuestro nombre como
representante del pacto, al igual que nuestro Señor no recurrió a su omnipotencia para
convertir las piedras en pan, eligió conocer como hombre, de forma dependiente y
parcial. Siguiendo las Escrituras, Macleod sugiere que «[Jesús] tuvo que aprender a
obedecer sin conocer todos los hechos y a creer sin estar en posesión de toda la
información. Tuvo que renunciar a la comodidad que la omnisciencia le habría
proporcionado en ocasiones».40 Aplicado a la cruz, Macleod insiste en que la
dependencia de Jesús de su Padre para su conocimiento fue un factor importante en su
sufrimiento. Mientras Jesús cargaba con nuestro pecado, la seguridad del amor de su
Padre, el sentido de su propia filiación, se oscurecían mientras Jesús sufría «como el
que no tiene todas las respuestas y en su extremo tiene que preguntar: ¿Por qué? La
ignorancia no es una mera apariencia. Es una realidad. Pero es una realidad libremente
elegida, igual que en la cruz eligió no convocar a doce legiones de ángeles. La
omnisciencia era un lujo siempre a su alcance, pero incompatible con sus reglas de
actuación. Tuvo que servir dentro de las limitaciones de la finitud».41
Sin embargo, nada de esto implica falibilidad. Todo lo que implica es que el Hijo,
en relación con las personas divinas y por el bien de la misión, sabía lo que tenía que
saber, y hablaba con autoridad divina como Hijo porque todo lo que decía procedía del
35
Ibid., 167.
36
Ibid.
37
Peter Enns, Inspiration and Incarnation: Evangelicals and the Problem of the Old Testament (Grand Rapids, MI:
Baker, 2005).
38
Macleod, Person of Christ, 168.
39
Ibid., 169.
40
Ibid.
41
Ibid.
423
Defensa de la teología del Dios Hijo encarnado
Padre en relación con el Espíritu, de modo que sus acciones y palabras son también las
acciones y palabras de Dios.
Otra cuestión teológica crucial en la cristología es: ¿Jesús podría haber pecado? Esta
pregunta no es fácil de responder, y como tal, requiere una cuidadosa reflexión, dada la
variedad de cuestiones involucradas. Históricamente, la cristología clásica ha sostenido
que nuestro Señor Jesucristo experimentó la tentación como nosotros, pero la afrontó
como alguien incapaz de pecar, de ahí la afirmación de la impecabilidad de Cristo (non
posse peccare). El informe minoritario, en cambio, es que Jesús experimentó la
tentación y que, aunque nunca pecó, pudo hacerlo, de ahí la afirmación de la
pecabilidad de Cristo (posse non peccare).
Ambos puntos de vista admiten que, al abordar la cuestión, hay que hacer justicia a
las siguientes verdades bíblicas: (1) Jesús nunca pecó. La escritura es clara en este
punto, por lo que la cuestión es si Jesús pudo pecar, no si realmente lo hizo. (2) Jesús
fue tentado, y sus tentaciones fueron auténticas (Lc. 4:2; Heb. 4:15; 5:5-7). De hecho,
Kevin Vanhoozer señala astutamente cómo los Evangelios comienzan y terminan con
la tentación de Cristo. «La narración de la tentación al principio del ministerio de Jesús
(Lc. 4:1-13) es un escaparate del mismo sufrimiento activo que marca otra narración de
la tentación (Lc. 22:39-46), junto con la narración de la pasión, al final».43 Hay que
afirmar, pues, la autenticidad de las tentaciones de Jesús: como Hijo obediente, desde
el principio de su ministerio hasta la cruz, se enfrentó a pruebas, tentaciones y
sufrimientos por nosotros. Cualquier visión que minimice la realidad de sus tentaciones
es inconsistente con la Escritura. Sin embargo, debemos añadir una advertencia:
debemos afirmar firmemente la realidad de las tentaciones de Cristo, pero no debemos
afirmar que sus tentaciones sean iguales a las nuestras en todos los aspectos. ¿Por qué?
Porque, por mucho que Jesús sea como nosotros, también es único, y sus tentaciones
reflejan este hecho. Por ejemplo, Jesús fue tentado a convertir las piedras en pan, una
tentación a la que los humanos normales no se enfrentan. Fue tentado a utilizar sus
prerrogativas divinas en lugar de caminar por la senda de la obediencia, y eligió vivir
en dependencia del Padre para convertirse en nuestro misericordioso y fiel Sumo
Sacerdote (Heb. 2:17-18). Además, se enfrentó a la tentación en Getsemaní, pero no
por algo en su interior, ya que era perfectamente santo y justo. A diferencia de nosotros
en nuestra condición caída, en Cristo no había predisposición al pecado ni amor por él.
La tentación a la que se enfrentó fue única para él como Hijo, y fue única para él como
portador del pecado por nosotros. Con razón, y legítimamente, retrocedió ante la
perspectiva de perder la comunión con su Padre durante un tiempo; como hombre,
quería evitar la muerte de esta manera por muchas razones. Nunca debemos negar que
las tentaciones de Cristo fueron reales, de hecho más reales de lo que podríamos
42
Asumimos el diotelismo en nuestra discusión, lo que parece necesario incluso para plantear la cuestión de si el
Hijo pudo ser tentado legítimamente. Si afirmamos el monotelismo, como hacen los kenoticistas evangélicos, entonces
la única voluntad de Cristo es una voluntad divina, lo que parece socavar su capacidad de ser tentado como hombre.
Para un análisis completo de esta cuestión, véase John E. McKinley, Tempted for Us: Theological Models and the
Practical Relevance of Christ's Impeccability and Temptation (Eugene, OR: Wipf & Stock, 2009).
43
Kevin J. Vanhoozer, Remythologizing Theology: Divine Action, Passion, and Authorship (Cambridge:
Cambridge University Press, 2010), 430.
424
Parte IV Una Cristología garantizada para la actualidad
imaginar o experimentar, pero también debemos afirmar que fueron totalmente únicas
para él. (3) Dios no puede ser tentado con el mal, y Dios no puede pecar (véase, e.g.,
Sant. 1:13).
A partir de estas tres verdades bíblicas, hay que responder a la pregunta sobre la
impecabilidad o pecaminosidad de Cristo. Si se sostiene (2), parecería que el Hijo, al
hacerse hombre, podría pecar. Al fin y al cabo, como dice el argumento de la
pecabilidad, si Jesús no pudo pecar, entonces ¿de qué forma es realmente como
nosotros? Sin embargo, dado que la persona de la encarnación es el Hijo divino, ¿no se
le aplicaría (3) y por tanto, sería incapaz de pecar? En última instancia, el reto consiste
en mantener las tres verdades simultáneamente sin minimizar ninguna de ellas. ¿Cómo
lo haremos?
Nuestra respuesta es que la posición de impecabilidad es la mejor. ¿Por qué? En
primer lugar, vamos a exponer los fundamentos teológicos de la misma, trabajando
dentro de los parámetros de la cristología clásica, y luego ofreceremos una breve
defensa de la misma. Desde el punto de vista teológico, si consideramos a nuestro
Señor como Jesucristo hombre, aunque su naturaleza humana fuera inmaculada y sin
pecado, sin embargo podría pecar, como el primer Adán. En este sentido, podemos
decir que la naturaleza humana no caída de Jesús era pecable. Pero la identidad de
Jesús es mucho más que esto, sobre todo si pensamos en el quién de la encarnación.
Jesús no es simplemente otro Adán, ni siquiera uno más grande, con poder del Espíritu.
Es el último Adán, la cabeza de la nueva creación, el Hijo divino encarnado, y como
Hijo, es imposible que peque y ceda a la tentación, porque Dios no puede pecar. Detrás
de esta afirmación está el hecho de que el pecado es un acto de la persona, no de la
naturaleza, y que en el caso de Cristo, él es el Hijo eterno. Como nos recuerda
acertadamente Macleod, «si él pecó, Dios pecó. A este nivel, la impecabilidad de
Cristo es absoluta. No se basa en su dotación única con el Espíritu ni en la
indefectibilidad del propósito redentor de Dios, sino en el hecho de que él es quien
es».44
En última instancia, la explicación de por qué Jesús no pudo pecar, al igual que la
explicación de cuándo y cómo actúa y conoce, está basada en la Trinidad. Lo que hizo
imposible que pecara no fue su naturaleza divina como agente actuante, sino el hecho
de que es el Hijo, en relación con el Padre y el Espíritu, y como Hijo, habla, actúa y
elige, de buen grado y de buena gana, obedecer a su Padre en todas las cosas.45 Herman
Bavinck capta bien este razonamiento: «Es el Hijo de Dios, el Logos, que estaba en el
principio con Dios y él mismo era Dios. Es uno con el Padre y cumple siempre la
voluntad y la obra de su Padre. Para aquellos que confiesan esto de Cristo, la
posibilidad de que peque y caiga es impensable».46 De hecho, esta verdad es la que
proporciona el fundamento y la seguridad de la indefectibilidad del plan soberano de
Dios, y en última instancia explica por qué, en Cristo, todos los propósitos de gracia de
Dios no pueden fallar. También es la razón por la que el último Adán es mucho más
grande que el primero y, afortunadamente, por la que la redención que asegura es
gloriosamente mejor en todos los sentidos imaginables.
44
Macleod, Person of Christ, 229-230. Macleod continúa diciendo: «Podemos vincular el sujeto “Dios” con
muchos predicados. El Hijo de Dios puede sufrir, puede ser tentado, puede ser ignorante e incluso puede morir. Pero no
podemos relacionar a Dios con el predicado “pecó”. Dios no puede, en ninguna situación ni con ningún propósito,
cometer una transgresión de su propia voluntad. No puede en absoluto ser culpable de iniquidad» (230).
45
Bray, God Is Love, 578, que hace este punto. Nos recuerda de nuevo la crucial distinción «persona-naturaleza».
46
Bavinck, Sin and Salvation in Christ, 314.
425
Defensa de la teología del Dios Hijo encarnado
47
David Basinger, «Middle Knowledge and Classical Christian Thought», Religious Studies 22 (1986): 416, lo
expresa así: para que una persona sea libre con respecto a la realización de una acción, debe tener en su poder «elegir
realizar la acción A o elegir no realizar la acción A. Tanto A como no A podrían ocurrir realmente; cuál ocurrirá
realmente aún no se ha determinado». Véase también William Hasker, Metaphysics (Downers Grove, IL: InterVarsity
Press, 1983), 32-44; Michael Peterson et al. Reason and Religious Belief (Oxford: Oxford University Press, 1991), 59-
61.
48
Peterson, Reason and Religious Belief, 59. El tercer requisito que Peterson et al. enumeran es muy importante: el
agente podría haber actuado de forma diferente si lo hubiera elegido. Los libertarios sostienen que no es libre quien no
podría haber hecho (realmente) otra cosa. Los compatibilistas argumentan que el significado de la frase «podría haber
hecho lo contrario» debe ser cuidadosamente definido. La cuestión clave aquí es el significado de puede o podría. Hay
al menos siete formas de entender esta expresión. Y sólo en una de estas formas el compatibilista no puede afirmar
«podría haber hecho lo contrario». Sin embargo, en las otras seis formas, es perfectamente apropiado que el
426
Parte IV Una Cristología garantizada para la actualidad
cumplen estas tres condiciones, aunque las acciones humanas estén determinadas,
siguen considerándose libres. Al reflexionar sobre estas dos concepciones de la libertad
humana, hay que tener en cuenta dos puntos: en primer lugar, la mayoría admite que
ambos puntos de vista son posibles en el sentido de que no hay ninguna contradicción
lógica al afirmar cualquiera de ellos; en segundo lugar, ambos puntos de vista no
pueden ser verdaderos. Entonces, ¿cómo se puede decidir entre ellos? En última
instancia, hay que adoptar el punto de vista que mejor se ajuste a los datos bíblicos, y
no a nuestra noción preconcebida de lo que es o debe ser la libertad humana.
¿Qué tiene que ver esta discusión con la impecabilidad de Cristo? Mucho. Muchos
de los que rechazan la impecabilidad de Cristo suelen argumentar lo siguiente: Si
Cristo es impecable, no tiene sentido pensar que fue verdaderamente tentado, ya que
no se resistiría al pecado libremente.49 En otras palabras, las tentaciones de Cristo sólo
son genuinas o libremente elegidas, si siempre pudo hacer lo contrario, pero como la
impecabilidad insiste en que Cristo no pudo pecar, «no pudo hacer lo contrario» con
respecto a esas tentaciones. Sin embargo, es crucial señalar que este argumento sólo
funciona si se asume una visión libertaria de la libertad, pero tal suposición requiere
una defensa. Por una serie de razones, la libertad libertaria no es la mejor opción, dado
que es inconsistente con las Escrituras y teológicamente problemática.50 El
compatibilismo, por otro lado, es una visión más bíblica y teológicamente consistente.
Suponiendo que sea así, nuestras elecciones se consideran verdaderas y genuinas,
aunque estén determinadas causalmente, siempre que elijamos lo que queramos y
nuestras elecciones no estén limitadas. Aplicado a Cristo, ahora es posible entender
cómo puede resistirse a la tentación libremente, no en el sentido libertario o incluso
porque esté obligado a hacerlo, sino porque lo eligió libremente según sus deseos.51
En su defensa de este punto de vista, John Feinberg establece una analogía entre el
hecho de que Jesús resistiera las tentaciones libremente, pero según sus deseos, como
Hijo santo encarnado, y nosotros, como cristianos, que resistimos cada vez más la
tentación a medida que progresamos en nuestra vida cristiana. En nuestra vida
cristiana, debido a la obra de gracia de Dios en nosotros por medio de su Espíritu,
resistimos cada vez más el pecado y amamos la justicia a medida que nuestros deseos
se conforman más con Cristo. Nuestro crecimiento en la gracia nos lleva a una mayor
victoria sobre la tentación, y todo ello se hace libremente según nuestros deseos. De
manera similar y mayor, Jesús resiste la tentación como Hijo, según sus deseos santos
y perfectamente buenos, pero nada de esto requiere que lo haga sin libertad. Como
escribe Feinberg, «Sus actos [de Jesús] de rectitud y de resistencia a la tentación
estaban determinados causalmente, pero no eran contrarios a sus deseos, y no sólo en
función de su conocimiento de que no podía pecar».52
Feinberg lleva la analogía aún más allá, hacia la cuestión de si un cristiano genuino
puede apostatar. Si alguien está convencido (como yo) de que la doctrina de la
compatibilista afirme que el «agente podría haber hecho lo contrario», y si poder hacer otra cosa es el criterio para ser
libre, entonces un compatibilista puede hablar legítimamente de libertad. Sobre este punto, véase John S. Feinberg,
«God Ordains All Things», en Predestination and Free Will: Four Views of Divine Sovereignty and Human Freedom,
ed. David Basinger y Randall Basinger (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 1986), 26-28; cf. John S. Feinberg, No
One Like Him: The Doctrine of God, Foundations of Evangelical Theology (Wheaton, IL: Crossway, 2001), 625-676.
49
Por ejemplo, véase Morris, Logic of God Incarnate, 138-146.
50
Para algunas defensas del compatibilismo, véase Feinberg, No One Like Him, 625-775; John M. Frame, The
Doctrine of God (Phillipsburg, NJ: P&R, 2002), 119-59; Vanhoozer, Remythologizing Theology, 297-386.
51
Para una excelente defensa de este punto de vista, véase Feinberg, «Incarnation of Jesus Christ», 241-245.
52
Ibid., 243.
427
Defensa de la teología del Dios Hijo encarnado
53
Ibid., 245.
54
Ibid.
55
Ibid.
56
Macleod, Person of Christ, 227–228.
428
Parte IV Una Cristología garantizada para la actualidad
57
Morris, Logic of God Incarnate, 146–153.
58
Bray, God Is Love, 577. Cf. Bavinck, Sin and Salvation in Christ, 315.
429
CONCLUSIÓN
Nuestro viaje ha concluido, pero en realidad apenas hemos arañado la superficie. Así
como iniciamos este trabajo, ahora lo terminamos con la conclusión de que no hay
mayor tema que nuestro Señor Jesucristo. Reflexionar sobre la gloria, la maravilla y la
grandeza de nuestro glorioso Dios trino en el rostro de Cristo Jesús es un privilegio que
va más allá de nuestra imaginación. De hecho, nuestra mayor vocación no es sólo
pensar en él, sino conocerlo como nuestro Señor y Redentor. En verdad, conocerlo a él,
que es la vida eterna, cumple el propósito mismo de nuestra existencia, como nos
recuerda la Escritura (Col. 1:17).
De hecho, un estudio como el que hemos realizado nos lleva al corazón mismo del
Evangelio y de toda la Escritura. Jesucristo, nuestro Señor, es el tema principal de la
Escritura, ya que todos los propósitos redentores de Dios se centran en él. La Biblia no
es una colección aleatoria de documentos recopilados. La Escritura es la
autorevelación de Dios, revelada progresivamente a través de los escritos de autores
humanos. Y puesto que la Escritura es la palabra de Dios, a pesar de su diversidad hay
una unidad general que despliega el plan infalible de Dios —un plan que la
Escritura afirma que se centra y se cumple en última instancia en el Hijo de Dios
encarnado y su gloriosa obra redentora en nuestro favor.
Además, como hemos tratado de transmitir a lo largo de esta obra, la cristología no
es simplemente el punto de partida de toda la reflexión teológica, sino su punto central.
Todas las doctrinas teológicas preparan la cristología o se deducen de ella. De hecho,
toda la teología y la vida de la Iglesia sólo tienen sentido cuando se centran en él. Es
por esta razón que la encarnación ha preocupado a la iglesia durante dos milenios; de
hecho, es algo que haremos con alegría durante toda la eternidad, mientras intentamos
comprender, pero nunca agotar, la profundidad, la amplitud y la maravilla del Señor de
la gloria, su encarnación y su gloriosa obra en nuestro favor como nuestro Señor,
Mesías, cabeza del pacto y sustituto. Nosotros, como pueblo caído, tenemos una gran
necesidad, y él, el Hijo encarnado, es el único que puede satisfacer esa necesidad.
Teniendo en cuenta lo que dicen las Escrituras sobre nuestro Señor, también
necesitamos que se nos recuerde que nuestra teología sobre él no es una mera cuestión
académica, algo para que los teólogos reflexionen; es también una cuestión de
importancia vital. Comenzamos esta obra señalando que hay muchas creencias que
distinguen al cristianismo de otras cosmovisiones religiosas y filosóficas, pero ninguna
tan obvia y vital como quién es Jesús. La conclusión es que Jesús de Nazaret no es
simplemente otra figura religiosa de la historia, sino nuestro único Señor y Redentor.
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Conclusión
Coronadle como el Hijo de Dios antes de que los mundos fueran creados,
Y vosotros, que pisáis donde Él ha pisado, coronadle como el Hijo del Hombre;
Que ha conocido todas las penas que oprimen el pecho humano,
Y las toma y las soporta como suyas, para que todo descanse en él.
1
Matthew Bridges y Godfrey Thring, «Crown Him with Many Crowns», en Hymns for the Living Church, ed.
Donald P. Hustad (Carol Stream, IL: Hope, 1974).
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