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APROXIMACIONES ACERCA DE LA IDENTIDAD

PERSONAL Y SU RELACIÓN CON LA


IDENTIDAD COLECTIVA.

Mtra. Ivonne Filigrana Barrios.

Introducción.

Si pudiera sustituir la tan conocida frase “todos los caminos llevan a Roma” por alguna
frase que diera cuenta del tema que he escogido para desarrollar en este trabajo, diría
que todos los caminos de las ciencias humanas, así como todos los caminos del hombre,
sea cual fuere su estatus social, económico, político, profesional, sus preferencias
religiosas o sexuales, su edad, su género, su nacionalidad, etc., conducen,
indefectiblemente al tema de la Identidad Personal, tema escabroso y complejo, materia
de múltiples divergencias pero también de numerosos consensos y objeto siempre del
interés y la curiosidad de cualquier individuo que se haya preguntado cuál es el lugar
que ocupa en el mundo y, más aun, cuál es el lugar que el mundo ocupa para él.

El orden de presentación de este trabajo gira en torno, primeramente, de algunas


consideraciones generales con respecto al tema de la Identidad, para pasar después a
centrar este trabajo en su dimensión personal, haciendo énfasis en algunos puntos del
desarrollo de la identidad personal en las etapas de la pubertad y la adolescencia 1, por
ser estos temas de especial interés para mí, como acabo de mencionar.

Seguido de ello, presentaré algunos aspectos característicos de la identidad colectiva,


así como de su conformación y la relación que guarda con la identidad personal. Y por
último, en el apartado de conclusiones, haré referencia a cómo a partir de lo aprendido
puedo tomar en cuenta nuevos aspectos a abordar relacionados con mi objeto de estudio
y el tema de la identidad.

No es mi intención entrar en un estudio pormenorizado de todo lo que atañe al tema de


la identidad personal, al tema de la identidad colectiva y al tema de la construcción de la
identidad en la adolescencia. Sin embargo, sí pretendo mostrar los aspectos que, de
estos temas son, a mi parecer, los más relevantes.

1
Para hacer referencia a la construcción de la identidad personal en la etapa de la pubertad y de la adolescencia,
utilizo el modelo propuesto por Giampiero Arciero, que se basa en una psicología del desarrollo de la identidad
personal a partir de la teoría de las organizaciones de apego. Cfr. Arciero, Giampiero, Estudios y diálogos sobre
la identidad personal. Reflexiones sobre la experiencia humana. Amorrotu/editores, Madrid, 2003. Pp. 129 –
200.
2
El tema de la Identidad, al ser sumamente amplio resulta imposible de aprehender en
todos los aspectos que la conforman, sin embargo, es posible comenzar este ensayo
haciendo un esbozo de lo que es la identidad y qué factores intervienen, a grandes
rasgos en su conformación. Se trata de un proceso dinámico y dialéctico que no se
encuentra fijado rígida e inamoviblemente, por el contrario, la identidad se nos presenta
como una especie de entramado en el que se conjugan aspectos de nuestra biografía, los
vínculos que establecemos con quienes nos rodean, la forma en que nos asumimos como
parte de una o más colectividades, aspectos de índole simbólica (como el lenguaje y la
religión), etc., pero que, por encima de todo esto, y concretamente en el caso de la
identidad personal, siempre tiende a responder la gran pregunta que todos los seres
humanos de todos los tiempos llegamos a hacernos por lo menos alguna vez en la vida
desde que cobramos consciencia de nosotros mismos: “¿Quién soy yo?”, y tan
importante como esta pregunta sería también el cuestionarnos acerca del por qué somos
quienes somos y cómo llegamos a serlo.

I. EL PROBLEMA DE LA CONSTRUCCIÓN DE LA IDENTIDAD:


¿POR QUÉ SOMOS QUIENES SOMOS?

Desde que el hombre se dedicó a pensar al mundo a partir de él, y a pensarse a sí mismo
en función de lo que le rodea dando con ello nacimiento a la Filosofía, numerosas
ciencias y disciplinas de carácter social y humanista (incluso hasta biológico) se han
ocupado del tema de la identidad. Han sido, principalmente los sociólogos, los psicólogos
y los filósofos, quienes han hecho gala de los mayores esfuerzos en lo que a este tema
respecta, resultando de ello un sinnúmero de posiciones teóricas con tan variados
argumentos y tan variados enfoques, que resultaría imposible mencionar en su
totalidad aquí. Baste, para efectos de este ensayo, que comencemos por hacer un breve
recorrido por lo que han significado algunas de las más relevantes posiciones teóricas a
través de los tiempos, para después pasar a definir la identidad desde una perspectiva,
principalmente sociológica, partiendo de las elucidaciones de Claude Dubar y Erwin
Goffman.2

1.1 Breve reseña de algunas posiciones teóricas


con respecto al problema de la Identidad.

Para dar cuenta, como acabo de señalar, de la complejidad del fenómeno de la identidad,
procuraré guardar un orden cronológico que me remite, en primera instancia a Heráclito,
quien a través de sus escritos se sitúa en una postura nominalista de la identidad, es
decir, para Heráclito no hay esencias inalterables ni eternas.

Un siglo después, Parménides vendría a enunciar lo contrario en sus poemas, en los que
deja entre ver que hay cosas en la identidad de los seres humanos que permanecen a
modo de esencia o mismidad.

Posteriormente, Aristóteles quizá no fue el primero en cuestionarse directamente sobre


este problema, pero su lógica orienta muchas de las posiciones que al respecto se
2
Por ser estos dos autores los que se trabajaron a manera más profunda en el seminario de Identidad e
Identificación, me propongo partir de ellos para abordar el problema de la definición de Identidad.
3
guardan incluso hoy en día: "Al estudiar la identidad en función de los predicados o de
las propiedades de un sujeto, la dependencia de la lógica atributiva es estricta. Dado que
el fundador de esta lógica, Aristóteles, se ocupó atentamente de la cuestión de la
identidad, será imprescindible explorar brevemente sus tesis básicas". 3 Por supuesto,
aquí no revisaré las tesis básicas de Aristóteles, sino que me conformaré únicamente con
mencionar que, para él, la identidad es un modo de la unidad y por ello es posible
atribuirla a todo cuanto existe.

Muchos años más tarde, ya en la era moderna, vemos el problema de la identidad en


John Locke, quien, entre muchas otras cosas con respecto a este tema, asume lo que han
calificado de postura reduccionista, porque dice que el principal criterio de la identidad
personal es la consciencia, es decir, se posee identidad en la medida en que la persona
asuma que es y ha sido el mismo individuo durante toda su vida. Así el criterio clave de
la identidad, en Locke, se reduce a la memoria. Contrario a todo lo que se pueda pensar
de esto, incluyendo desde las trincheras del sentido común, tiempo después hubo
seguidores de Locke que trataron de dar consistencia a sus argumentos para poder
seguir sosteniéndolos aunque para ello hubieran de modificarlos un poco. Tal es el caso
Parfit, quien, a la tesis lockeana agrega el hecho de que la identidad en el tiempo
descansa sobre diversos hechos que son aún más fundamentales y que pueden
nombrarse sin suponer un punto de vista subjetivo. De esta manera, no sólo el Yo no es
importante para el concepto mismo de persona, sino que, además, pierde toda
importancia para la evaluación de las acciones futuras de una persona y lo que cuenta,
no sería la identidad, sino la supervivencia de una persona, siendo perfectamente
concebible que podamos sobrevivir en varias personas. Parfit deriva en un
reduccionismo psicológico.

Pero antes de Parfit, encontramos a George Herbert Mead, quien establece algunas tesis
sobre la identidad en función de sus postulados acerca de los Otros inmediatos y los
Otros significativos. Autores como Goffmann, y Turner (quien más adelante logrará
resolver el problema de los reduccionismos y los antirreduccionismos psicológicos al
postular que hay cosas de la identidad que se conservan y otras cosas que se
transforman), parten de las tesis de Mead, al igual que lo hacen sociólogos como Berger
y Luckmann. A su vez, de Goffman (así como también de otros muchos autores), partirá
Claude Dubar para dar su visión del problema de la construcción de la identidad.

Y en este punto pareciera que “quisiéramos librarnos de todos los nombres” (como
comienzan pidiendo Berger y Luckmann al inicio de La Construcción Social de la Realidad)
con el fin de dar paso a la discusión que nos interesa en materia de Identidad. Pues bien,
si en este brevísimo e incompleto recuento quise hacer relación a todos estos teóricos
con sus distintas posiciones fue sólo para ejemplificar la complejidad del problema, que
no sólo no está dado, sino que además, su construcción y su entramado suponen grandes
dificultades para poder ubicar lo que se aplica a nuestro contexto actual y lo que no en
materia de identidad.

Por ello mismo, lo que yo entiendo por identidad he tratado de construirlo a partir de
tomar de varios lugares diversas ideas que me permitan darme una visión más o menos
completa de dicha noción. Y aunque no niego que sería muy interesante revisar a

3
ECHEVERRÍA, Javier. Análisis de la Identidad. Barcelona, 1987. P. 12.
4
profundidad todas estas perspectivas teóricas y sus contraposiciones, lo cierto es que lo
que interesa en este ensayo es dar una versión sólida del concepto de identidad, para
después partir en busca de los elementos que intervienen en su dimensión personal.

1.2 El quid de la Identidad:


¿Qué es y cómo se construye?

Para ir elaborando una construcción del concepto de Identidad que dé cuenta de la


multiplicidad de factores que intervienen en ella, es menester que retomemos, del
apartado anterior el debate entre la postura esencialista y la postura nominalista de la
identidad, profundizando un poco en ello. Una reseña de este debate la aborda Claude
Dubar en su libro La crisis de las identidades, en donde, con mayor detalle nos explica
que a partir de Parménides se sigue una línea de pensamiento que ubica a la identidad
como una sustancia inmutable y establece categorías para calificar las esencias. Esta
postura establece pertenencias esenciales a priori, e incluso heredadas que no se ven
afectadas al pasar del tiempo. Se trata de una postura determinista en la medida en que
parece promover la idea de un destino inalterable que todos los seres humanos ya traen
desde que nacen y con el cual deben cumplir invariablemente.

Por otra parte, a partir del pensamiento de Heráclito se sientan las bases para entender
la identidad como algo que depende del contexto y épocas a tomar en cuenta, como algo
que permite movilidad y descarta la idea de esencias eternas. La postura nominalista
también se ubica como una postura existencialista que promueve modos de
identificación que pueden transformarse a lo largo de la vida de un individuo inserto en
un contexto histórico-social. Aquí, “la identidad no es lo que permanece necesariamente
<<idéntico>>, sino el resultado de una identificación contingente. Es el resultado de una
doble operación lingüística: diferenciación y generalización”. 4 A través de la
diferenciación, establecemos límites que nos diferencian de los demás individuos y por
ende, nos confieren la idea de que nosotros existimos como organismos aparte que, si
bien, formamos parte de una colectividad y formamos parte del mundo, tenemos la
posibilidad de tomar la distancia suficiente para discernir cuándo empieza el mundo y
cuándo empezamos nosotros. Al respecto, Heiddeger dice que, a diferencia de los seres
humanos, los animales no tienen esta conciencia y, por ende, nunca se reconocerán a sí
mismos, “son pobres de mundo”.

En el caso de la generalización, lo que busca la identificación es lo contrario, es decir,


hacernos sentir que pertenecemos a un colectivo, a un grupo, a una categoría: deseamos
ser ubicados como seres que pertenecemos a la especie humana, seres que
pertenecemos a una nación en específico, a una determinada clase social, a un
determinado grupo religioso, etc. En la generalización lo que se busca es sentirse parte
de algo y lo que compartimos con algunos es lo que nos hace únicos y a su vez, demarca
los límites de diferenciación con respecto de otros grupos o categorías. Así,
generalización y diferenciación, si bien son dos procesos distintos de los modos de
identificación, también son procesos íntimamente vinculados uno a otro, tanto que, no
pueden concebirse aisladamente.
Ahora bien, ¿por qué se ha de prestar específica atención a estas dos concepciones
distintas de lo que es la identidad a través de su permanencia o su inmutabilidad en el

4
DUBAR, Claude. La crisis de las identidades; la interpretación de una mutación. Ediciones Bellaterra. P. 11.
5
tiempo? Precisamente, porque la definición que me parece ser la más atinada y completa
en relación con la noción de identidad, tiende hacia la postura nominalista.5 Es decir, que
me parece mejor fundamentado el hecho de poder concebir a la identidad como algo
flexible y no como algo rígido, algo que se construye en nosotros, por nosotros, pero
también a partir de la mirada de los otros. Vemos así que, un proceso clave en la
construcción de la identidad es, precisamente, la socialización.

Para Dubar, la socialización debe dejar de ser visa como una simple incorporación de
elementos culturales, habitus o, incluso, como procesos del desarrollo humano, puesto
que la socialización implica toda una construcción del mundo que vivimos, y lo que es
susceptible de ser construido, también puede ser deconstruido y reconstruido. Así, la
socialización como elemento dinámico que juega un papel fundamental en la
construcción de la identidad, hace que esta misma también se convierta en un proceso
dinámico.

Como mencioné anteriormente, uno de los teóricos que le aporta elementos a Dubar
para llegar a esta conclusión es precisamente Erwin Gofmman, que logra dar cuenta de
todos los procesos relacionales que se juegan en la configuración identitaria a partir de
sus estudios con pacientes psiquiátricos, internos en cárceles y demás individuos que
han sido estigmatizados.

Goffman ubicará dos tipos de Identidad Social, una que llama Virtual y que tiene que ver
con lo que demandamos del otro en “esencia”, y otra que denomina Real y que está en
función de los atributos que es posible demostrar que posee el otro.

Como bien maneja Goffman en su obra Estigma, la ruptura entre ambas identidades
sociales produce estigmas por los que los sujetos son menospreciados y discriminados
por el grupo o colectividad al que pertenecen o al que se insertan en determinadas
situaciones.6

5
Existen muchos debates acerca de la condición mutable o inmutable de la identidad que, por razones de espacio
no consideré apropiado mencionar en el apartado anterior. Sin embargo, aquí me parece prudente hacer mención
de tres posturas que, a partir de las concepciones esencialista y nominalista de la identidad, enfrentan sus
argumentos en un entramado interpretativo complejo y difícil en el cual podemos ver teóricos deterministas
como Parsons que nos habla de una estructura estable de la personalidad, o bien como Goffman y los
interaccionistas simbólicos, quienes nos hablan de una configuración efímera de los modos de identificación que
depende totalmente del reconocimiento ajeno. Sin embargo, en medio de los dos extremos que representan
ambas posiciones teóricas, encontramos la que, a mi gusto, proporciona los elementos más completos y
ecuánimes de cualquier teoría que aborde el mismo problema. Me refiero al pensamiento de Turner, quien, a
partir de distinguir entre “identidad” e “imagen de sí”, logra resolver el problema diciendo que: “Mientras que la
primera responde a valores y aspiraciones durables que el individuo percibe como constitutivos de su “yo
profundo” o “real”, la segunda representa la fotografía que registra su apariencia en un determinado instante”.
Cfr. GIMÉNEZ, Gilberto, “La identidad social o el retorno del sujeto en sociología”, en Méndez y Mercado, L.
Identidad: análisis y teoría, simbolismo, sociedades complejas, nacionalidad y etnicidad. P. 195. Sin embargo,
no sólo Turner busca equilibrar la balanza de esta manera, también lo hacen otros teóricos, como Giampiero
Arciero, quien a partir de los conceptos de mismidad (lo inmutable) e ipseidad (lo que se presenta como nuevo),
logra ubicar en la conformación de la identidad ambos momentos, que se equilibran y se complementan sin
necesidad de polarizarse y sin dejar incompleta la noción de identidad como algo que mantiene elementos como
“Historia incorporada” pero al mismo tiempo logra transformaciones y mutaciones, producto de la interacción
social.
6
GOFFMAN, Erwin. Estigma. La identidad deteriorada. Amorrotu /Editores. Buenos Aires, 2006.
6
Pues bien, éste es el punto del que Dubar parte para mostrar cuál es la influencia de los
vínculos relacionales que se establecen con los otros en la conformación de la identidad,
logrando enunciar así dos fenómenos estudiados desde lo psíquico y lo social: La
Identidad para sí y la Identidad para otros. Ésta nos refiere a la Identidad social,
mientras que aquélla nos habla de la dimensión personal de la Identidad, la cual es
precisamente el punto central del presente ensayo y no tardaremos en abordarlo.

Solamente quisiera tratar de articular un concepto de Identidad que nos guíe para poder
abordarla en su dimensión personal. En este sentido, y con base en los elementos que
hemos revisado –aunque de forma un tanto superficial-, me atrevería a entender a la
identidad como:

El resultado de procesos de socialización que llevamos a cabo cuando entramos en


contacto con los otros, y más aún, con lo que Mead llamara “El Otro Significativo”.
También es el resultado de las negociaciones que llevamos a cabo en nuestra relación
con el otro (lo que Dubar llamaría transacciones, que son estrategias de las que echamos
manos para reconocernos a nosotros mismos y del mismo modo para ser reconocidos
por los demás). Conjuntamente, la identidad consiste en identificar y reivindicar
nuestras cualidades, no sólo para los otros, sino también para nosotros mismos.
Queremos tener una identidad para poder vernos, pero en igual grado de importancia,
para poder ser vistos por los demás, así, la identidad se da también por intereses
estratégicos, por conveniencias personales, y también por sentirnos diferentes de
algunos, pero al mismo tiempo, por sentirnos iguales a los que reconocemos como
miembros de nuestro grupo o categoría, porque no queremos estar solos en el mundo y
porque no podemos más que “pertenecer a”.

La Identidad no depende de un atributo, ni si quiera depende de la suma de varios


atributos. Más bien tiene que ver con toda una organización relacional entre la totalidad
de los atributos que nos conforman y las pertenencias que reconocemos como nuestras.

La identidad es algo que nadie puede imponernos pero que, al mismo tiempo, somos
incapaces de construir alejados de la mirada de los demás. Por ser algo sumamente
complejo y que atraviesa todas las esferas de nuestra condición humana, la identidad se
entiende en función de varias dimensiones, y como vimos al principio de este ensayo, la
dimensión a abordar como punto central aquí, es la dimensión personal.

II. IDENTIDAD PERSONAL:


EL PROBLEMA DE LO QUE SOMOS Y LO QUE NO SOMOS.

Como señalábamos en el apartado anterior, Dubar considerará a la Identidad para sí


como la Identidad Personal, y si partimos de la definición que intenté dar sobre lo que es
la Identidad, encontraremos que, al ser algo que se construye gracias a la mirada del
otro, también tiene, por fuerza, que echar mano de elementos que le permitan dar una
cierta coherencia a la identidad que el propio individuo se atribuye, o lo que llama Dubar
“el Self reivindicado”.7

7
Cfr. DUBAR, Claude. Op. Cit. P. 199.
7
Así, este autor entenderá a la Identidad Personal como un proceso dinámico en el cual se
configuran todas las identificaciones que el individuo realiza a lo largo de su proyecto de
vida y que además, dicho proceso debe garantizarle una coherencia íntima. Y es cierto,
pues no importa qué dimensión de la personalidad abordemos, como dije en la
introducción a este trabajo: a final de cuentas, todos los caminos nos conducen a tocar
por fuerza el tema de la identidad personal. Es decir, podremos tener una identidad
profesional, por ejemplo, pero hay una estrecha relación entre lo que somos como
profesionistas y lo que somos como personas, y ambas dimensiones se influyen.

En lo que respecta al tema de la identidad personal, me interesa abordar el problema


acerca de cómo se configura ésta, sin embargo, por ser también éste un tema demasiado
complejo y extenso, he elegido resaltar sólo algunas características del mismo en la
medida en que me resultan significativas a partir de mis propios intereses profesionales
y personales.

Me resulta importante abordar, por ejemplo, lo relacionado con el problema de saber si


somos las mismas personas al pasar del tiempo, el cómo nuestra identidad personal se
articula a través de la dimensión narrativa y, principalmente, el problema de la
identidad personal en las etapas de la pubertad y de la adolescencia. En el siguiente
apartado iré puntualizando sobre estos tópicos y los elementos que se relacionan
directamente con ellos.

2.1 Identidad personal y temporalidad:


Lo que queda y lo que se va.

Una pregunta ha sacudido a los principales círculos intelectuales ocupados de dar


cuenta del problema que relaciona a la identidad personal con el pasar del tiempo:
¿Somos o no somos los mismos conforme va transcurriendo nuestra trayectoria de vida?
Es decir, ¿somos una o varias personas al pasar del tiempo?

La discusión filosófica –que se da desde mucho tiempo atrás y se sigue dando aún ahora
en la actualidad- sobre el problema de la identidad personal, se desarrolla,
principalmente en los países anglosajones y se centra en lo tocante a la identidad a
través del tiempo. Así nos lo ejemplifica Mariano Rodríguez González, al relatarnos el
siguiente fragmento: “Cuando al llegar la noche por fin descanso de los agobios de todo
el día, a veces fijo la mirada en la vieja foto descolorida en la que se puede ver a un niño
con su madre frente a la puerta de una casa destartalada. Y de vez en cuando me hundo
en la perplejidad: Ese niño soy yo. ¿Cómo es posible? Lo sé porque me lo dicen desde
hace treinta años, pero ¿qué puede tener que ver ese niño de la foto conmigo? No nos
parecemos, y con toda seguridad nuestros pensamientos y nuestras actitudes ante la
vida nada tienen en común”.8 Si lográsemos establecer qué tipo de relación se establece
entre este hombre y el niño de la fotografía, quizá hallaríamos la respuesta al problema
de la identidad a través del tiempo. Sin embargo, los expertos en el tema llegan a la
conclusión de que hay propiedades de la identidad que, a saber, son: cualitativas
(relacionadas con semejanzas entre objetos disímiles, o bien, entre diferentes periodos
de la vida del individuo); y numéricas (que se describen en función del número de
objetos individuales implicados en determinadas condiciones situacionales).
8
RODRÍGUEZ González, Mariano. El problema de la identidad personal. Más que fragmentos. Biblioteca
Nueva. Madrid, 2003. P. 34.
8

De ambas propiedades, la que permite entender que la identidad puede mantenerse a


través del tiempo es la numérica, pues la cualitativa no soporta las transformaciones, en
tanto que la numérica9 pide como condición que los estados sucesivos sean estados de la
misma cosa. Así, apegándonos a esta propiedad numérica de la identidad, podemos
entender que el hombre y el niño de la fotografía son el mismo, numéricamente
hablando, sólo que han experimentado cambios cualitativos en su personalidad al pasar
del tiempo.

Así, la identidad a través del tiempo, nos remite a pensar en una igualdad o coincidencia
con lo que hemos sido desde que nacimos hasta el momento presente de nuestras vidas.
Ello da un carácter relativo de estabilidad que algunas personas llegan a entender como
una especie de inmutabilidad en su carácter. De hecho, más que permanencia,
podríamos entender a la identidad como una continuidad en el cambio, porque ello
implica: “(...) que la identidad a la que nos referimos es la que corresponde a un proceso
evolutivo, y no a una constancia substancial. Hemos de decir entonces que es más bien la
dialéctica entre permanencia y cambio, entre continuidad y discontinuidad, la que
caracteriza por igual a las identidades”. 10 Se trata de entender a la propia biografía
como una “espiral dialéctica” de crisis, momentos de estabilidad, rupturas y
recomposiciones. Nuestras historias pasadas comparten características con la forma
que tenemos de adquirir e incorporar nuevos conocimientos a los previos.
Pero la identidad personal no sólo está vinculada a través del tiempo con el pasado, sino
también con el futuro, porque no sólo estamos hechos de memorias, sino también de
intenciones, proyectos y expectativas. Si somos capaces de proyectarnos a nosotros
mismos hacia el futuro, necesitamos por fuerza pensar en la influencia que el pasado ha
ejercido sobre nosotros. El pasado nos configura y nos atraviesa de tal manera que a
partir de él podríamos entrever lo que podría pasarnos el día de mañana. 11 Claro, esto
siempre y cuando no intervenga el azar. El problema de esta vida es que el azar siempre
interviene, el azar todo lo cambia. Por ello, en este punto cabe aclarar que en la
configuración identitaria a través del tiempo, estamos hablando, sobre todo, de un
pasado reciente, un momento actual, y un futuro inmediato. El pasado reciente nos
determina para emprender la acción futura a la que sólo podemos atribuir sentido a
partir de nuestros proyectos del momento y nuestras intenciones.

Por otra parte, aunque podríamos mencionar también la dimensión corpórea de la


identidad, tampoco conseguiríamos concebir al cuerpo como algo que determina la
identidad. Ésta lo incorpora, pero lo trasciende.12

9
Aunque, en este punto, para Deveraux, la identidad de ego no se reduce a su unicidad numérica.
10
GIMÉNEZ, Gilberto: Materiales para una teoría de las identidades sociales. Instituto de Investigaciones
Sociales de la UNAM. P. 14.
11
RODRÍGUEZ Tirado, Álvaro. La Identidad personal y el pensamiento autoconsciente. Universidad Nacional
Autónoma de México. Instituto de Investigaciones filosóficas. México, 1987. P. 293.
12
La importancia del cuerpo para la identidad personal, viene dada en la medida en que la gente suele
identificarnos por él, así como nosotros mismos también nos identificamos por nuestro cuerpo e identificamos a
los demás por el suyo. Se han realizado investigaciones que dan cuenta de que, incluso en los primates, el cuerpo
es un signo de identificación propia: se anestesió a algunos chimpancés y después se les marcó con un distintivo,
principalmente en la región del rostro. Al despertar, se les puso frente al espejo y los científicos notaron con
asombro, que lo primero que hacían estos animales era tocarse en el rostro la marca distintiva que se les había
impuesto. Con mayor razón, en el caso de los seres humanos, el cuerpo es signo de identificación personal.
Tanto Weirob, como Nietzsche, tenían claro que el cuerpo no dice <<yo>> pero hace <<yo>>". P. 62.
9

Quizá a ciencia cierta no podremos dar cuenta exacta de aquello en lo que consiste la
identidad personal, sin embargo, a partir de identificar lo que no es, podemos darnos
una idea: no es algo sólo físico, ni algo puramente psicológico, ni algo que se determine
sólo a partir del escenario social. Es la mezcla de todos estos factores y de muchos más
que, quizá, apenas en nuestros días se comiencen a enunciar.

En la medida en que no somos exactamente lo que fuimos y, considerando que tampoco


somos algo totalmente diferente de lo que hemos sido desde que nacimos, el problema
de la identidad a través del tiempo nos habla de transformaciones graduales que
experimentamos, a veces de forma imperceptible, en nuestra propia configuración
identitaria; incluso, nos habla de cambios radicales que los teóricos identifican como
mutaciones. Y si a eso le añadimos los factores del contexto histórico-social que son
partícipes de esta configuración también desde generaciones anteriores, encontraremos
que, la temporalidad de la identidad personal –con todo su carácter complejo y dual-
sólo puede entenderse como una narrativa que dé consistencia y coherencia a todo el
entramado que la conforma.

En lo tocante a la relación que guarda la identidad narrativa con la identidad personal, es


posible afirmar que somos en la medida en podemos nombrarnos. El lenguaje forma una
parte vital de los procesos identitarios. La identidad narrativa nos habla de nuestra
historia subjetiva, y en este punto, no debemos olvidar la advertencia que el
psicoanálisis nos hace: la palabra es enfermedad y cura. Al narrarnos damos sentido y
coherencia a nuestros recuerdos, los ordenamos y les otorgamos un significado que
funciona como explicación y como respuesta a la pregunta de cómo es que hemos
llegado a ser o a actuar de determinada manera: "La idea básica es que las historias que
urdimos como la araña teje su tela, o sea, de forma no deliberada, nos definen a nosotros,
seríamos su producto más que sus autores".13

Al poner en palabras, sea a nosotros o los otros, nos identificamos e identificamos al


mundo y así, incurrimos en una autorrevelación de lo que somos y la compartimos con
el mundo (véase por ejemplo, el caso de San Agustín o de Rousseau con sus Confesiones).
El único inconveniente que guarda el plasmar de forma escrita nuestra visión de lo que
somos, es que se nos oponen barreras para desdecirnos, cosa que no pasa cuando el
discurso es únicamente hablado. A pesar de ello, la mayoría de las veces se trabaja
abordando el problema de la identidad a partir de la narración.

Hay todavía una característica en particular de la identidad personal que no quisiera


dejar de lado, y tiene que ver con el carácter de unicidad que le confiere Goffman. Para él,
las personas son únicas en la medida en que presentan una “marca positiva” o un
soporte de la identidad, que bien puede tratarse de características físicas o de posiciones
relacionales dentro de grupos o colectividades. Asimismo, las personas son únicas no
porque posean un rasgo o atributo específico que nadie más posee, en este sentido no se
da la originalidad, sino que son únicas gracias a la combinación particular de estos
rasgos o atributos que se da en ellas, combinación irrepetible e impar. Así, para Goffman,
la identidad personal está dada por estas características de unicidad que se relacionan
con la propiedad de distinguibilidad -a la que hicimos mención cuando abordamos el

13
RODRÍGUEZ González, Mariano. Op. Cit. P. 162.
10
tema de la postura nominalista- que al mismo tiempo queda entrelazada con los factores
que nos influyen a partir del exterior, del contacto con el otro, de la vida entre los
demás.14

Hasta aquí considero prudente extenderme sobre el tema de la identidad personal,


aunque estoy consciente de que faltan muchas cosas por decir al respecto. Sin embargo,
me parece que, en este punto –y una vez sentadas las bases que permiten una mayor
comprensión con respecto a este tópico- se hace necesario ir “aterrizando” todas estas
conceptualizaciones en el terreno que, por razones académicas, me interesa abordar
más: el problema de la identidad personal en las etapas de la pubertad y la adolescencia.

2.2 Identidad personal en la pubertad y la adolescencia:


Paradójica dualidad entre lo que es dejado atrás y lo que se va incorporando.

Antes de desarrollar este apartado, por lo que a la descripción de algunos aspectos


fundamentales de la conformación identitaria en la pubertad y la adolescencia se refiere,
quisiera hacer hincapié en un detalle que, si bien es conocido por muchos, es
reflexionado en forma por pocos profesionales dedicados al ámbito educativo: lo que
implica ser adolescente desde la perspectiva de la identidad. A pesar de que se sabe que
la adolescencia es una época de cambios y de crisis, pocas reflexiones abarcan el
problema en su justa dimensión como lo hace la teoría de la identidad. Sobre todo si
orientamos la mirada desde la perspectiva del psicoanálisis, la perspectiva sociológica
de la crisis de las identidades, y las reflexiones de Goffman acerca de la estigmatización,
es posible comenzar el abordaje de esta cuestión de tal manera que logre cambiar la idea
simplista que, como construcción y representación social se tiene acerca de la
adolescencia.

Basándome en el modelo psicológico del desarrollo de la identidad personal que se


propone desde la teoría del apego y, en particular, desde la perspectiva que nos presenta
Giampiero Arciero, encontré datos interesantes, pues nos muestra una amplia
descripción acerca de los factores que influyen en la configuración de la identidad
personal en el ser humano, abordando las principales etapas en función de la edad que
éste atraviesa a lo largo de la vida.15

El tránsito a la pubertad resulta problemático para muchos chicos puesto que cambia el
sistema de referencia escolar, aumenta la cantidad de materias de estudio, y el trato que
reciben por parte de los profesores exige que los muchachos que se comporten como
adultos, aunque, al mismo tiempo ellos parecen tender a actuar como si fuesen mayores.
Cuando este cambio se presenta problemático, entre otras cosas podemos ser testigos de
una baja notable en el rendimiento escolar.

14
GOFFMAN, Erwin. Op. Cit. Pp. 72, 73.
15
Mencionar todos estos factores en todas las diferentes etapas de la vida del individuo implica una ardua labor
que, por motivos de espacio, no me es posible describir al detalle aquí. Sin embargo, me parece relevante
mencionar algunos de estos aspectos en dos etapas específicas: la pubertad y la adolescencia, debido a que mi
tema de tesis se relaciona, como ya sabemos, con cuestiones de interacción entre adolescentes de escuelas
secundarias.
11
Otro factor perturbador en esta etapa, está dado por el inicio de la maduración sexual,
que influye simultáneamente sobre varias situaciones, que van desde lo corporal
(transformaciones del cuerpo que, a la vez que son radicales no se presentan de golpe y
tardan en completarse, constituyéndose así en una fuente de mucha inestabilidad), hasta
lo cognitivo y lo emocional. El púber se sitúa así, frente a un nuevo posicionamiento
frente a la realidad.

Conforme el cuerpo cambia, también se modifica lo que Arciero nombra como sentido de
la presentabilidad que el púber tiene con respecto a los que le rodean.16 La mirada del
Otro influye en esta etapa quizá más de lo que influye en cualquiera otra de la vida, pues
determina en mucho la forma que desarrollaremos de ser susceptibles de ser amados ya
en la vida adulta. Al respecto del concepto de presentabilidad, nos dice Arciero que
“corresponde a la medida en que una persona se siente apta para ser escogida por otro
ser humano con quien poder establecer una relación que tenga características de
unicidad y exclusividad”;17 y, como ya sabemos a través de Freud, la elección de objeto
amoroso se da en función de la relación que se tiene con las figuras parentales.

¿Qué implican para la construcción de la identidad todos estos cambios que se viven
durante la pubertad? Dubar entiende a las crisis identitarias como fenómenos que se
dan a partir de cambios significativos en la vida del ser humano. Se trata de
transformaciones que no sólo tienen su origen en procesos de orden cognitivo o
emocional, sino que trascienden a la esfera de lo social e implican una especie de ruptura
con el mundo y con nosotros mismos, como si todo lo que iba en marcha de pronto se
detuviera para conducirnos a un repliegue de nuestro Sí Mismo, y necesitáramos un
respiro para reflexionar acerca de esas nuevas situaciones que se nos presentan de
pronto. Las crisis implican transvaloraciones –el cuestionamiento profundo de todo
cuanto nos servía de sostén para entender al mundo-, y éstas suelen ser dolorosas
porque hay en ellas siempre algo de pérdida. Así, el púber pierde su infancia, pierde el
mundo que conoció de niño, incluso, pierde la forma que tenía de ver a sus padres y a sí
mismo. ¿Hay una ganancia? Sí, en la medida en que se incorporan nuevas perspectivas
sobre uno mismo y sobre los otros. Pero, al mismo tiempo, toda pérdida lleva consigo un
duelo.

Por otra parte, el púber pasa a tener otro tipo de estigmatización social. Si entendemos
al estigma como el atributo que nos marca ante la mirada del otro (en este caso, los
adultos) y sabemos, además, que se trata de un atributo que nos desacredita,
entenderemos que el niño, casi siempre, es estigmatizado como “el ignorante”, “el que no
tiene voz”, “el desvalido”; pero en el caso del púber, además de que se siguen
manteniendo estos marcos referenciales, también se añade otro que pesará sobre él
como una carga injusta: el púber, ante la mirada del adulto, se convierte en alguien –o en
el peor de los casos, en algo- que hay que controlar aún más debido a su incursión en el
terreno de la maduración sexual.
16
Arciero se refiere concretamente a que cambian las actitudes con respecto al sexo opuesto, pero como bien
sabemos, hay casos en los que no siempre es el sexo opuesto el objeto de nuestro deseo consciente. Arciero pasa
por alto el factor de la homosexualidad en este punto, por eso, yo prefiero referirme a que el sentido de
presentabilidad tiene que ver con la forma con la que los otros nos ven, sin importar si son del sexo opuesto o no,
en la medida en que también el púber puede sentirse atraído por personas de su mismo sexo.
17
ARCIERO, Giampiero. Estudios y diálogos sobre la identidad personal. Reflexiones sobre la experiencia
humana. Amorrotu/Editores. Buenos Aires, 2005.
12

Ya en la etapa de la adolescencia, vemos emerger una característica bastante notoria: la


tendencia a diferenciarse a uno mismo de los demás en términos de unicidad.18 El
adolescente busca un modo personal de dar sentido su acción en el mundo. Quizá por
ello, muchos adolescentes buscan distinguirse, paradójicamente, a través de
identificarse con cierto género musical, cierta vestimenta o cierta ideología. He aquí la
paradójica dualidad distinguibilidad/generalización de la Identidad.

También, en la adolescencia encontramos un cambio con respecto a la conciencia que


caracterizaba a la pubertad, pues ésta se refería a predominios delimitados de la
experiencia, mismos que se coordinaban en un sentido de unidad personal, como
totalidad. Pero con el paso a la adolescencia, aquel tipo de conciencia se convierte en
objeto de reflexión para el individuo. Esta nueva magnitud de la conciencia, no excluye a
la que se tenía en la pubertad, pero tiene que ver con ámbitos de acción que se mediante
estructuras semánticas complejas y de objetos lingüísticos. Esta transformación es
posible gracias a la viabilidad que ofrece el lenguaje de generar nuevos significados. El
lenguaje ofrece estrategias para establecer nuestra relación con el mundo, con los otros,
y al mismo tiempo, también nos permite atribuir significado a nuestra propia vida. 19
Vemos así que, mientras en la niñez, el individuo logra distinguirse como Yo que se abre
al mundo, en la adolescencia lo que predomina es una identidad reflexiva de este Yo
sobre sí mismo.

Este repliegue sobre sí mismo, característico de la adolescencia, cuando es invadido


sobremanera por una nostalgia de lo que adolescente fue en su niñez, nos remite a
pensar en una vuelta a modos de identificación comunitarios (que, en palabras de Dubar,
se trata de relaciones sociales que se basan en la necesidad subjetiva de pertenecer a
una misma colectividad) 20 en donde el adolescente corre el riesgo de no querer ser
partícipe del compromiso voluntario que implica el ámbito de lo societario (un proceso
en el que las relaciones sociales son elegidas y se accede a un proyecto de vida). 21 Así
como la adolescencia se caracteriza por una mayor necesidad de independencia con
respecto de las figuras parentales y una mayor demanda de autonomía, se corre el riesgo
de que el individuo no desarrolle estos aspectos, quedando así, atrapado en lo que
Fromm llamaría “el miedo a la libertad”, que implica también el miedo a la
responsabilidad de tener un proyecto de vida propio que tenga en cuenta a los otros,
mismo que ya está en posibilidad de elaborar, precisamente, por su paso al estadio
cognitivo de las operaciones formales. En la adolescencia, es imprescindible que logren
construirse referencias identitarias propias, reconocerlas y lograr que los otros las
reconozcan, pero ¿cuál es el papel de esos otros en la configuración identitaria del
adolescente? Para colegirlo, es menester entrar en el tema de la Identidad Colectiva.

18
Al respecto, véase lo que arriba mencionábamos con Goffman acerca de las características de unicidad de la
identidad personal.
19
Esto puede constatarse a partir de la revisión de lo que antes se dijo sobre la Identidad Narrativa.
20
DUBAR, Claude. Op. Cit. P. 38.
21
Ibídem. P. 200.
13
III. IDENTIDAD COLECTIVA:
HORIZONTES DE SIGNIFICACIÓN EN TORNO
A LA NECESIDAD DE PERTENENCIA.

Hemos visto que una condición indispensable de la construcción de la identidad es la


mirada del otro, la Identidad para los otros, quienes nos reflejan a través de sus
actitudes y sus palabras la imagen que proyectamos de nosotros mismos y con ello, nos
ayudan a construir nuestra identidad personal. Pero, al hablar en términos relacionales,
no podemos pasar por alto que si tenemos una necesidad de reconocimiento por parte
de los otros es porque también tenemos necesidades de pertenencia a uno o varios
grupos en función de lo que somos. Se trata, de nuevo, de una dualidad que Maalouf
alcanza a expresar como ningún otro autor cuando nos dice que “la identidad está
formada por múltiples pertenencias: pero es imprescindible insistir otro tanto en el
hecho de que es única, y de que la vivimos como un todo. La identidad de una persona no
es una yuxtaposición de pertenencias autónomas, no es un mosaico: es un dibujo sobre
una piel tirante; basta con tocar una sola de esas pertenencias para que vibre la persona
entera”.22 Es decir, que en lo que somos hay un sinnúmero de elementos que nos
refieren pertenecer a no sólo a uno, sino a varios grupos o colectividades. Por ejemplo:
Yo soy mujer (pertenezco al género femenino y cuando pienso en ser mujer me doy
cuenta de que también hay otros tantos millones de mujeres en el mundo que
comparten mi condición de género, y cuando se ejerce violencia sobre una o varias de
ellas por el solo hecho de ser mujer, me siento identificada, me siento tocada porque
también Yo soy mujer); pero también soy madre (y aunque no todas las mujeres del
mundo son madres, siento empatía con las que tienen hijos porque yo también los tengo
y comparto con ellas esa condición); soy mexicana (y aunque ni todas las mujeres ni
todas las madres del mundo nacieron en México, comparto con las que sí ese
sentimiento de pertenecer a una nación en específico); soy profesionista, soy pedagoga,
soy nietzscheana, etc., y si, siguiendo el ejemplo de Maalouf, me voy todavía más allá en
la génesis de mi identidad, veré que comparto cosas con muchas otras personas a partir
de lo que fueron mis padres y sus respectivas familias. Así, mi identidad está
conformada por múltiples pertenencias que, cuando van saliendo al paso, me recuerdan
cosas que me atribuyo o me atribuyen, pero también cosas a las que yo pertenezco.

Ahora bien, el hecho de tener múltiples pertenencias que nos llevan a compartir con
otros determinados aspectos de nuestra personalidad, nos conduce al ámbito de las
identidades colectivas. Aunque éstas están conformadas por individuos que se hallan
vinculados entre sí debido a esta cuestión de las pertenencias, las identidades colectivas
son entidades relacionales que se presentan como totalidades que obedecen a procesos
y mecanismos específicos.

Así como el individuo busca tener una representación de sí, una imagen de su cuerpo y
de su papel social, también pasa lo mismo con los grupos formados por los individuos.
Estos grupos también interpretan la forma en que son vistos por la mirada de los otros.
Sin embargo, hay que tener claro que la identidad colectiva no tiene una conciencia en el
mismo sentido que una persona individual. Es decir, la identidad colectiva no tiene una
entidad psíquica propia, sino que es una construcción intersubjetiva que comparten los

22
MAALOUF, Amin. Identidades Asesinas. Biblioteca Maalouf. España, 1999. P. 34.
14
individuos de una misma colectividad: “Una construcción cuyo contenido es un sistema
de creencias, de actitudes y de comportamientos, que le son comunicados a cada
miembro del grupo por su mera pertenencia a él. En realidad es un modo de
comprender el mundo, de sentir y de actuar, cuyas formas de vida compartidas se
expresan en instituciones, saberes y comportamientos regulados en que se reconoce
cada miembro del grupo y reconoce como tal a la otra persona". 23

De lo anterior podemos encontrar infinidad de ejemplos en la obra de Goffman, cuando


nos habla de las asociaciones que forman los grupos de estigmatizados (asociaciones
para personas con determinados padecimientos, asociaciones para divorciados, para
alcohólicos anónimos, clubes para depresivos, para neuróticos, etc.), así como también,
podemos verlo en el caso de las llamadas “tribus urbanas” que tienden a formarse entre
grupos de adolescentes que se identifican entre sí a través de preferencias específicas
(como el caso de los, tan en boga, Emos). La identidad colectiva es el resultado del modo
en que los miembros de un grupo se relacionan entre sí.

Estas entidades relacionales se conducen como verdaderos actores colectivos que


denotan la capacidad de operar a través de representantes haciendo uso del mecanismo
de la delegación (sea real o supuesta).24

Asimismo, las identidades colectivas comparten un núcleo de símbolos y


representaciones sociales distintivos, que les permiten, a su vez, la posibilidad de
diferenciarse de otros grupos al tiempo que reconocen ciertos atributos como suyos y se
los apropian y todas estas condiciones se apoyan, a su vez, sobre la necesidad de
pertenencia a un grupo.25

De lo anterior se deduce que la necesidad de pertenencia a un grupo está en función de


atributos, porque precisamente el individuo se percibe a sí mismo como un conjunto de
atributos que lo llevan a pertenecer a uno o varios colectivos.

Los atributos tienen diferentes horizontes de significación en función del contexto en el


que se halle el individuo (en mi caso, no es lo mismo ser nietzscheana en un seminario
sobre Nietzsche, que serlo en un seminario sobre Kant; y en el caso de los adolescentes,
no es lo mismo ser adolescente dentro del salón de clases, que serlo en una reunión
familiar). Es decir, el significado del atributo cambia en función del contexto de la
colectividad: “Todo atributo, tanto de significación preferentemente individual como de
significación preferentemente colectiva, organiza la interacción de un individuo con los
otros”.26 Esto pasa porque las personas (que son las que conforman los grupos) son
también construcciones sociales.

23
OLIVÉ, León y Fernando Salmerón (editores). La identidad personal y la colectiva. Actas del Coloquio de
México del Institut International de Philosophie. Universidad Nacional Autónoma de México. México, 1994. P.
17.
24
Para profundizar sobre este aspecto de los representantes, véase en Estigma, de Goffman, cómo en algunos
casos de estigmatizados que destacan en los grupos, se convierten en representantes de esas categorías. El papel
de los representantes consiste en el de me mediadores entre su grupo y otros grupos.
25
Cfr. GIMÉNEZ, Gilberto. La identidad social o el retorno del sujeto en sociología. Op. Cit. P. 199.
26
PÉREZ-AGOTE, Alfonso. “La identidad colectiva: una reflexión abierta desde la sociología”. En Revista de
Occidente. Núm. 56. P. 81.
15
En el caso específico de la adolescencia y su relación con las identidades colectivas,
pensada en términos de interacción al interior de un grupo, y en relación precisamente
con esta lógica de los horizontes de significación de los atributos, me parece prudente
dar cuenta de dos estudios que indagaban actividades "agradables" y la "actividad más
agradable" entre adolescentes. La mayoría respondió que la actividad que más les
agrada es el "salir juntos", lo cual indica que lo que les interesa es, por un lado, estar
juntos, y por otro, estar en contextos alternativos a los familiares, porque al interior de
la familia se sienten “vigilados”, coartados en su libertad de expresarse. Por eso,
mencionaba arriba que no es lo mismo ser adolescente al interior de un grupo
conformado por quienes comparten esta misma condición, que serlo en un contexto que
les obliga a reprimirse en función de las normas sociales impuestas por los adultos.

Por otra parte, en la estructura de la amistad durante la etapa de la adolescencia, se dan


modificaciones que reflejan el proceso de separación de la autoridad parental y, al
mismo tiempo, muestran de la paulatina autonomía que se adquiere en los contextos de
amistad como territorios de nueva regulación y exploración de la identidad personal.
Vemos así, cómo la identidad personal y la identidad colectiva, aunque no son la misma
cosa, se encuentran fuertemente vinculadas en un proceso dialéctico, en el cual ninguna
puede operar sin la otra.

En los adolescentes, se evidencia todavía más que en ninguna otra etapa de la vida, la
influencia del colectivo sobre la identidad personal, y testimonio de ello son los estudios
que revelan la influencia de las amistades en adolescentes que presentaban problemas
de consumo de alcohol, drogas y tabaco.
Pero, volviendo de nuevo a la paradoja de la identidad, al mismo tiempo en que el
adolescente se construye al interior de la colectividad, esto le permite también tomar
distancia de sus coetáneos para poder afirmarse a sí mismo como un ser individual.
16
CONCLUSIONES.

No ha sido fácil emprender un recorrido que pretenda dar cuenta de las múltiples
relaciones que hay entre la Identidad, la Identidad Personal, la Identidad Colectiva y
cómo podemos ser testigos de todas estas implicaciones en las etapas de la adolescencia
y la pubertad. Sin embargo, este intento me ha permitido ir tejiendo un entramado que
me brinda nuevas explicaciones, pero sobre todo, nuevas interrogantes en función del
objeto de estudio de mi proyecto de tesis y, por qué no, también nuevas interrogantes
sobre mi propia configuración identitaria.

Me queda claro que la construcción de la identidad es un proceso de extraordinaria


complejidad, al interior del cual se entrelazan tantos factores que, sería imposible dar
cuenta detallada de todos ellos en un solo estudio. Por lo que respecta a la identidad a
través del tiempo, cautivó mi interés el problema de saber si somos lo mismos cuando
algo en nosotros cambia, o dejamos de serlo para convertirnos en "otra persona". Según
mi perspectiva, a pesar de todas nuestras modificaciones sustanciales e, incluso, a pesar
de nuestras transformaciones más radicales, seguimos siendo los mismos, porque una
característica del ser humano es, precisamente, el ir transformando su pensamiento, el ir
construyéndose, pero nunca sobre bases totalmente nuevas, porque todo lo nuevo que
incorporamos lo fijamos a los cimientos que ya teníamos antes y que son los que, a su
vez, darán una interpretación y una perspectiva particular a todo lo nuevo que
incorporamos. Cambiamos para adaptarnos, sí, pero eso no quiere decir que dejemos de
ser quienes éramos, pues esto se conserva, aunque fuere en una mínima instancia, en la
medida en que esos cambios se realizan a partir de incorporar lo nuevo sobre bases
previas: lo que éramos, no deja de ser, aunque nos modifiquemos.

REFERENCIAS

ARCIERO, Giampiero, Estudios y diálogos sobre la identidad personal. Reflexiones sobre


la experiencia humana. Amorrotu/editores, Madrid, 2003. Trd. Luciano Padilla
López.

DUBAR, Claude. La crisis de las identidades; la interpretación de una mutación.


Ediciones Bellaterra.

ECHEVERRÍA, Javier. Análisis de la Identidad. Colección Plural. Filosofía. Barcelona,


1987.

GIMÉNEZ, Gilberto, “La identidad social o el retorno del sujeto en sociología”, en Méndez
y Mercado, L. Identidad: análisis y teoría, simbolismo, sociedades complejas,
nacionalidad y etnicidad.
17

GIMÉNEZ, Gilberto: Materiales para una teoría de las identidades sociales. Instituto de
Investigaciones Sociales de la UNAM.

MAALOUF, Amin. Identidades Asesinas. Biblioteca Maalouf. España, 1999.

OLIVÉ, León y Fernando Salmerón (editores). La identidad personal y la colectiva. Actas


del Coloquio de México del Institut International de Philosophie. Universidad
Nacional Autónoma de México. México, 1994

PÉREZ-AGOTE, Alfonso. “La identidad colectiva: una reflexión abierta desde la


sociología”. En Revista de Occidente. Núm. 56.

RODRÍGUEZ González, Mariano. El problema de la identidad personal. Más que


fragmentos. Biblioteca Nueva. Madrid, 2003.

RODRÍGUEZ Tirado, Álvaro. La Identidad personal y el pensamiento autoconsciente.


Universidad Nacional Autónoma de México. Instituto de Investigaciones
filosóficas. México, 1987.

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