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TEMA VII

Narrativa entre 1936 y 1975. Novela de tesis, tremendismo, existencialismo.


Facetas del realismo hacia el medio siglo. La renovación de los años sesenta.*

I. Narrativa durante el franquismo ra social, tanto en poesía (Alberti, Prados,


León Felipe, Miguel Hernández..., y los
Al igual que ocurrió en otros géneros, la
hispanoamericanos Vallejo o Neruda) co-
guerra supuso un corte traumático para la
mo en novela (Arderíus, Carranque de
novela española. Es cierto que la narrativa
Ríos, Sender...). La literatura había mani-
de anteguerra no había alcanzado la altura
festado una creciente preocupación por los
que lograra la poesía con los autores del
contenidos sociopolíticos durante la época
27. Quizá por ello, al concluir el conflicto
de la República.
la orfandad parecía más visible en poesía
que en narrativa. Con todo, la quiebra de La autarquía cultural de los primeros años
los tres años de la guerra fue enorme. Entre de la postguerra se corresponde con el ais-
1936 y 1939 murieron maestros del “fin de lamiento político, muy intenso desde la
siglo” como Unamuno, Valle-Inclán, Ciges finalización de la II Guerra Mundial. Hasta
Aparicio... Poco antes había muerto Ga- la década del cincuenta España no sería
briel Miró. Baroja o Azorín, tras un breve admitida como miembro de la ONU. Este
exilio francés, regresaron a España, pero aislamiento fue particularmente efectivo en
eran ya “clásicos” que apenas contaban el terreno de los influjos literarios: los au-
para una auténtica renovación de la novela, tores que gozaban de mayor prestigio
pese a la abundante producción azoriniana mundial ―Joyce, Faulkner, Dos Passos,
hasta los años sesenta, y a la también Hemingway, Greene, Sartre, Camus...―
abundante de Baroja, especialmente sus tuvieron poca presencia en el interior del
memorias Desde la última vuelta del ca- país, adonde sí llegaban, en cambio, nove-
mino (1943-1949). Respecto a los jóvenes, listas de segunda fila. En ello tuvo mucho
el exilio fue el destino de Rosa Chacel, que ver la censura, vigente durante toda la
Benjamín Jarnés, Manuel Andújar, Max época franquista, si bien con sustanciales
Aub, Ramón J. Sender, Francisco Ayala... modificaciones desde 1966, con la llamada
“ley Fraga” de prensa. Novelas importan-
Antes de 1936, los narradores novecentis-
tes fueron prohibidas o hubieron de publi-
tas (Pérez de Ayala, Miró) o afines al 27
carse mutiladas, y varias tuvieron que apa-
(Jarnés, Espina, Francisco Ayala, Cha-
recer en el extranjero; es el caso de La
cel...) habían oscilado entre la “deshuma-
colmena de Cela, cuya primera edición es
nización” intelectualista y la exquisitez
argentina.
sensitiva. A veces se percibían inclinacio-
nes a la experimentación: eran años en que
resonaban ecos de las vanguardias. Sin
II. Novela de tesis en la primera post-
embargo, entre 1927 y 1936 ya habían apa-
guerra
recido los primeros testimonios de literatu-

*
Este panorama puede ampliarse en Santos Sanz Villanueva, Literatura actual, t. 6/2 de Historia de la literatura espa-
ñola, Barcelona, Ariel, 1984, cap. 2 (“La novela”).
Los primeros años de la postguerra fueron Eugenio o la proclamación de la primave-
especialmente pobres en manifestaciones ra (1938), de Rafael García Serrano, se
artísticas. Los vencidos hubieron de salir al plasman los valores falangistas de una ge-
exilio, o permanecieron en un duro ostra- neración de “jóvenes, elementales, orgu-
cismo interior. La línea de la deshumani- llosos, católicos y revolucionarios”. García
zación artística parecía inapropiada para la Serrano es también autor de La fiel infan-
nueva situación en España (pero también tería (1943). La vinculación del ideal fa-
en una Europa que se debatía en la II Gue- langista y el alzamiento armado se percibe
rra Mundial). La desorientación estética en Leoncio Pancorbo (1942), de José M.ª
provocó, en unos, un evasionismo por la Alfaro, o Javier Mariño (1943), de Torren-
línea del humor o del irrealismo: El bosque te Ballester. Otros intentos de novelar la
animado (1944), de Wenceslao Fernández guerra española con más desapasionamien-
Flórez; en otros, la continuación de un to habrían de esperar bastantes años: há-
realismo tradicional, sólido pero poco re- gase referencia a la voluminosa y desigual
novador en lo formal y en lo ideológico: saga de José María Gironella, comenzada
Zunzunegui, Ignacio Agustí... Varios auto- con Los cipreses creen en Dios (1953), o a
res de anteguerra publican ahora novelas la serie novelística de Ángel María de Le-
que exponen una tesis, a veces de manera ra, en que la guerra se contempla desde la
visceral, a favor de la “Cruzada” nacional perspectiva republicana, y que comenzó en
y de un catolicismo integrista. Es el caso 1968 con Las últimas banderas.
de Ricardo León (Cristo en los infiernos, La visión de la guerra por parte de quienes
1941) o de Concha Espina (Princesas del hubieron de salir al exilio peca asimismo,
martirio, 1941). en general, de maniqueísmo y panfletaris-
Entre los escritores más jóvenes, la guerra mo; aunque ofrece, también en general,
fue un motivo literario frecuente, habi- mayor altura y complejidad literarias. Al-
tualmente interpretada desde apriorismos gunas de las mejores obras son, con todo,
ideológicos que hicieron de muchas de muy posteriores al conflicto, cuando se
estas novelas obras de propaganda, de habían remansado las pasiones más ele-
exaltación política y gran retoricismo beli- mentales, y si las incluimos en este epígra-
cista. Así ocurre, desde la óptica de los fe es por su tema y no por su cronología.
vencedores, con Benítez de Castro (Se ha Obra maestra en su admirable economía
ocupado el kilómetro seis, 1939), Tomás narrativa es la novelita de Ramón J. Sen-
Borrás (Checas de Madrid, 1944)... Más der Mosén Millán (1953), luego titulada
valiosa es Madrid de corte a checa (1938), Réquiem por un campesino español. Un
de Agustín de Foxá, cuya vivacidad en la fresco poderoso sobre la guerra civil son
recreación de los años treinta se torna vis- las novelas de la serie “Campos” del versá-
ceralidad más allá de lo panfletario al des- til narrador Max Aub: Campo cerrado
cribir la barbarie en el Madrid “rojo”. En (1943), Campo abierto (1951), Campo de
línea con la exaltación de unos principios sangre (1945), Campo del Moro (1963),
de espiritualidad, valentía, hidalguía y ca- Campo de los almendros (1968)... Justa-
tolicismo integrista, está Raza (1942), de mente famosa es la trilogía La forja de un
“Jaime de Andrade”, pseudónimo que rebelde (1953), de Arturo Barea, cuya ter-
ocultaba la autoría del general Franco. En cer libro responde ya, desde el apasiona-
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miento ideológico del autor, a una descrip- sinceridad a vivencias que a veces son las
ción palpitante de la guerra. del autor. Pero, frente a ellas, no se recurre
sistemáticamente a la truculencia exaltada
o al desgarrón expresionista. Las situacio-
III. Tremendismo, existencialismo nes son más acordes con la insatisfacción
En 1942 apareció La familia de Pascual que con la desesperación. Con todo, la
Duarte, de Cela, quien iría marcando, en impresión global no puede ser más negati-
pasos sucesivos, el curso de la narrativa de va, dominada por la sensación de fracaso y
postguerra. Se trata de una novela descar- la sordidez ambiental. Este clima es el de
nada, con un protagonista bestializado que Nada (1945), novela con que la jovencísi-
parece movido por un hado ciego, en un ma Carmen Laforet obtuvo el primer pre-
mundo brutal. Un lenguaje hermoso e mio Nadal. En ella contaba en primera
inocente ―y a veces un tanto impropio, persona y con gran sencillez las vicisitudes
pues la novela se presenta como las memo- de Andrea, joven estudiante de una tristeza
rias de un inculto campesino extremeño poco definida, en un entorno familiar ca-
condenado a muerte― contrasta con la racterizado por la morbosidad y la oquedad
realidad novelada, patológica y hasta re- vital. En 1948 Miguel Delibes inicia su
pulsiva. Aunque la obra parece vertebrar andadura, dentro de este marco, con La
cierto existencialismo, la sordidez ambien- sombra del ciprés es alargada, de un pe-
tal termina proponiendo una lectura social. simismo vagamente existencial.
Entre los méritos de la novela, descuella su Años después, novelas como Nosotros, los
prosa de ribetes expresionistas, que en Rivero (1952), de Dolores Medio, o Entre
ciertos rasgos remite a la de Valle. visillos (1958), de Carmen Martín Gaite,
La novela de Cela abrió la puerta a una presentaban un mundo en que la frustra-
serie de obras que presentaban similares ción de los personajes ya no procedía prin-
ingredientes: seres alucinados, tarados físi- cipalmente de su desorganizado universo
cos o psíquicos, miseria moral... El abuso íntimo, sino, en muy buena medida, de un
de una literatura que se regodeaba en la entorno ramplón, gris y provinciano. La
degradación terminó provocando una sen- relación entre novela existencial, centrada
sación de hartazgo. A esta corriente litera- en conflictos que desbordan lo histórico, y
ria se la denominó “tremendismo”, aunque novela social, en que el problema deriva
por criterios puramente estéticos parece principalmente de las circunstancias del
más propio considerarla neoexpresionista. medio, se hace así evidente.

Guarda conexión con ella una serie de no-


velas coetáneas, centradas temáticamente IV. Facetas del realismo hacia el medio
en la condición humana interpretada en un siglo
sentido existencial. Son abundantes los
En la década del cincuenta, diversas causas
elementos de contacto con las novelas tre-
de carácter político y cultural favorecen un
mendistas: personajes violentos, indolentes
relativo aperturismo en el campo de la no-
u oprimidos; situaciones de vacío, sufri-
vela. Entre las políticas, el final del aisla-
miento y náusea; pautas realistas, alejadas
miento internacional del país (los embaja-
de la renovación formal; uso frecuente de
dores regresan en 1951, y en 1955 se admi-
la primera persona para dar un tono de
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te el ingreso de España en la ONU) y, ya torsionada según un particular modo cari-
hacia el ocaso de la década, la orientación caturesco, casi esperpéntico.
tecnocrática del gobierno. Entre las cultu- El realismo presentó, según se ha adelan-
rales, la labor de editoriales como Destino tado, diversas inclinaciones. Hay un rea-
y Seix Barral, la creación de premios como lismo objetivista, conductista o behavioris-
Planeta y Biblioteca Breve, y la mayor ta, que muestra sólo la realidad externa,
difusión de las principales corrientes de la sin adentrarse en la interioridad de los per-
literatura extranjera: neorrealismo italiano, sonajes, tal como la registrarían una cáma-
“generación perdida” norteamericana... ra de cine y un magnetófono que se limita-
Ello propició una renovación del género, ran a recoger acciones y dichos y no pen-
dentro de un pretendido realismo que
samientos ni sentimientos, a los que no
apuntaba distintas vías. tienen acceso. Desaparece, pues, ese “autor
Inicia este camino una novela de Cela: La omnisciente” que opina sobre sus persona-
colmena (1951). En ella, el autor presenta jes, sabe qué ocurre en su interior, anticipa
una maraña espesísima de personajes ano- acontecimientos, etcétera. Un ejemplo de
dinos que entran, salen, hablan, malvi- este tipo de novela es El Jarama (1956),
ven..., en una “celdas” en las que no ocurre de Sánchez Ferlosio, donde una acción
apenas nada digno de ser salvado. La col- concentrada y anodina salvo en su final
mena testimoniaba una realidad que hasta ―la excursión dominguera de una pandilla
entonces no parecía novelable, dominada de jóvenes al río, en el que termina aho-
por el fatalismo y el instinto. Pero, junto a gándose una de las muchachas― está ex-
ello, aparecían interesantes innovaciones puesta sin retórica ni descripciones, distan-
técnicas. Así, es destacable la estructura ciadamente, con ausencia absoluta de emo-
caleidoscópica de pequeñas historias que tividad.
se entrecruzan y se confunden; el persona- Junto al realismo objetivista existe otro
je colectivo, formado por una suma de que no se conforma con la constatación
camareros, sablistas, gentes de letras, notarial de los hechos y circunstancias de
bohemios, niñas prostituidas...; la conden- vida (del campo o de la ciudad, de los
sación cronológica (la acción transcurre en obreros y los explotados...), sino que tiene
poco más de dos días)... Sin embargo, aún como fin criticar las injusticias y forzar el
no se da lo que se ha llamado “el autor cambio social. Es éste el realismo crítico, o
oculto”, la desaparición de la omniscien- socialrealismo, con títulos como La zanja,
cia; en realidad, y aunque de manera sutil, de Alfonso Grosso; Central eléctrica, de
se mantiene una omnisciencia que hace López Pacheco; La mina, de López Sali-
que toda la novela esté controlada por el nas; etcétera. A veces se confunden ambos
narrador. La pretensión por parte del autor tipos de realismo; así ocurre en Los bra-
de mostrarnos tan sólo “un trozo de vida vos, de Jesús Fernández Santos, cuya apa-
narrado paso a paso, sin reticencias, sin rente neutralidad cumple tareas de denun-
extrañas tragedias, sin caridad” no debe cia social. Esta novela tiene, como tantas
engañarnos: en todo momento Cela está otras, un protagonista plural: es la colecti-
manejando una realidad que, bajo la super- vidad ―o, en su defecto, el individuo que
ficie de neutralidad narrativa, aparece dis-
la representa― la que protagoniza los im-
pulsos sociales. Otros importantes novelis-
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tas del momento, que participan de estos ria y cívica, a veces abiertamente política),
modos narrativos, son Ignacio Aldecoa (El fue perdiendo fuerza, debido sobre todo a
fulgor y la sangre, Con el viento solano), que hubo de apostar por un lenguaje lineal,
Juan Goytisolo (Juegos de manos, La re- como de crónica, y una construcción senci-
saca), Antonio Ferres (La piqueta)... Estos lla, apta para la lectura fácil. Ello a veces
y otros autores ―Carmen Martín Gaite, desembocó en un relajamiento de la ten-
Juan García Hortelano, o los algo más jó- sión literaria, y hasta en un estilo descui-
venes Juan Marsé, Isaac Montero, etcéte- dado y ramplón. Determinadas novelas, sin
ra― constituyen la generación narrativa embargo, denotan un afán de conciliar el
del “medio siglo”, que acompañaría a par- realismo crítico con un estilo cuidado. Es
tir de ahora a los maestros algo mayores en lo que ocurre, por ejemplo, en Dos días de
edad, cuya evolución se encamina, en nu- setiembre (1962), de J. M. Caballero Bo-
merosos casos, desde el realismo objetivis- nald. De todos modos, el caso de Caballero
ta o social hacia una mayor preocupación Bonald ejemplifica el tránsito que muchos
por la forma y la estructura de la novela. novelistas vivieron desde las primitivas
formas de concienciación social hacia una
Desde luego, la novela socialrealista no
narrativa progresivamente más compleja
fue la única existente en la época a que nos
en los argumentos, en la construcción, en
referimos. Otros autores avanzaban por
el mundo ficcionalizado y en el estilo.
derroteros propios, aunque esta exposición
no puede ni siquiera citar a todos los im- La publicación de Tiempo de silencio
portantes. Aludamos al onirismo imagina- (1962), de Luis Martín-Santos, abrió un
tivo de Cela en Mrs. Caldwell habla con camino de renovación novelística. Tiempo
su hijo; al lirismo de Ana María Matute, de silencio logró hacer compatibles las
una novelista con una extraordinaria capa- innovaciones lingüísticas, constructivas y
cidad fabuladora y un estilo muy eficaz, estilísticas con la crítica social propia de
como se aprecia en Los Abel, Fiesta al los cincuenta. De otro modo: mostró la
noroeste, Los hijos muertos, Primera me- posibilidad de hacer buena literatura al
moria...; a los diversos logros novelísticos tiempo que testimonio y denuncia. Junto al
de Delibes, de lenta pero sostenida evolu- componente social (la estratificación cla-
ción, desde una sólida técnica realista; al sista de la España de postguerra, la sordi-
magistral realismo tradicional de la trilogía dez y la miseria) e incluso político (la
Los gozos y las sombras, de Torrente Ba- opresión institucional que impide el desa-
llester, cuya primera entrega, El señor lle- rrollo personal), Tiempo de silencio con-
ga, data de 1957; a la fantasía galaica de tiene también un ingrediente filosófico,
Álvaro Cunqueiro, que en la década del con algunos ribetes marxistas y freudianos,
cincuenta publica obras como Merlín y pero sobre todo existencialistas. En el tra-
familia y Las crónicas del sochantre... yecto vital de su protagonista asistimos a
una interpretación global de la existencia
del hombre: el joven don Pedro, vocacio-
V. Del socialrealismo a las estructuras nalmente dedicado a la investigación cien-
narrativas en los años sesenta tífica, se ve imposibilitado por diversas
El realismo social vivió su momento de circunstancias para realizar su ambicioso
esplendor. Cumplida su tarea (entre litera- proyecto, y termina aceptando su destino
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como médico de pueblo. Su fracaso final (Oficio de tinieblas); Delibes (Cinco horas
deriva tanto de las dificultades del medio con Mario, Parábola del náufrago); To-
como de su falta de carácter para perseguir rrente Ballester, quien al fin encontró, con
el éxito o para, al menos, ser digno de la La saga-fuga de J.B., la atención que su
derrota. Tiempo de silencio va más lejos, talento y trayectoria merecían, así como el
seguramente, que La náusea de Sartre en aplauso unánime de la crítica, al que pron-
su visión desazonadora de la condición to se sumaría el de los lectores...
humana. Ante el hastío de lo social, la novela de
A la renovación novelística coadyuvó el esta época es resultado de mayores exigen-
ejemplo de autores como Joyce (presente cias formales, cuyos rasgos pueden resu-
en Martín-Santos), Faulkner (que influye mirse así:
mucho en Benet), Marcel Proust, o los ➢ Autor y “punto de vista”.- La desapari-
integrantes del nouveau roman francés... ción del autor omnisciente ya se había pro-
Junto a ellos, hay que recordar el papel ducido, pero ahora la complejidad es ma-
jugado por los hispanoamericanos “mayo- yor que en las novelas behavioristas. A
res”, como Juan Rulfo, Borges, Alejo Car- veces el autor es un narrador aséptico, en
pentier o Miguel Angel Asturias. Otros tercera persona; otras veces presenta el
hispanoamericanos más jóvenes (Cortázar, relato en primera persona (Delibes: Cinco
García Márquez, Vargas Llosa, Carlos horas con Mario), identificando narrador y
Fuentes) realizaron una tarea importantí- personaje. Existe también la novela en
sima en la regeneración de la novela his-
segunda persona, o en las tres personas
pana. El boom comercial (pero también verbales, muestra de que se han multipli-
literario) de los primeros años fue sustitui- cado las posibilidades narrativas.
do, al cabo de un tiempo, por un influjo
menos explosivo, pero sostenido y feraz. ➢ Personajes y fábula.- Frente al héroe
tradicional, y como continuación de la
Entre los novelistas españoles más pujan- época anterior, el protagonista suele ser un
tes en los sesenta destacan Juan Goytisolo hombre gris, adocenado, espejo de un
(Señas de identidad, Reivindicación del mundo sin certidumbres. El personaje será
conde Don Julián), Juan Marsé (Últimas uno de tantos hombres sin proyecto o sin
tardes con Teresa, La oscura historia de la voluntad para llevarlo a término. Con-
prima Montse), Juan Benet (Volverás a
gruentemente, la fábula de estas novelas es
Región), Luis Goytisolo (Antagonía, serie con frecuencia una retahíla de acciones
de varias novelas que conforman un com- intrascendentes. Otras veces, la novela da
plejo universo narrativo, con abundantes entrada a aspectos que no tenían cabida en
ingredientes metaliterarios), Fernando la estética realista: mundo de lo onírico y
Quiñones, Carmen Martín Gaite, Caballe- lo imaginario, alegorismo simbólico (Mi-
ro-Bonald, etcétera. Muchos de ellos, co- guel Espinosa: Escuela de mandarines),
mo se ve, corresponden a la generación del experimentalismo, juegos de lenguaje...
medio siglo, protagonistas de un reflexivo
proceso de evolución. Es de hacer notar ➢ Estructura y tiempo.- La construcción
que muchos de los mejores novelistas de la novelística adquiere mayor complejidad.
primera generación de postguerra colabo- Decrece el número de novelas divididas en
raron en esta empresa renovadora: Cela capítulos; muchas se estructuran en se-
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cuencias, sin marcas externas de separa- mediar el autor entre el personaje y el lec-
ción (Tiempo de silencio, de Martín- tor, la novela gana en inmediatez y viveza.
Santos), o funcionan como una sarta de
cláusulas de extensión variable (Mrs.
Caldwell habla con su hijo y Oficio de VI. La novela en el tardofranquismo
tinieblas, ambas de Cela). A veces se arti- La novela de los años sesenta se prolonga
cula la novela como un discurso ininte- sin demasiadas innovaciones hasta la
rrumpido. Respecto a la estructura interna, muerte de Franco. Los narradores del me-
hay varias novedades: el desorden argu- dio siglo continúan su producción, en una
mental (saltos indiscriminados de una ac- segunda etapa en la que se van intensifi-
ción a otra), la presentación de la misma cando las preocupaciones formales, al
acción narrada por diversos personajes, tiempo que disminuye su interés por la
etc. Lo más importante es el tratamiento función social de la literatura. Algunos
del tiempo, muy influido por los recursos autores de esa generación que, como Juan
del cine. Como nota general, el tiempo Benet, aparecen tardíamente, muestran ya
tiende a comprimirse; se presenta un seg- un evidente rechazo de las concepciones
mento cronológico breve en la vida del socialrealistas. La primera novela de Be-
protagonista: unos días, unos meses, acaso net, Volverás a Región (1967), es muy
unas horas. La acción a veces queda sus- reveladora de la evolución que la sociedad
pendida para dar paso a la evocación del cultural vivió en unos años. Los ingredien-
tiempo pasado (flash-back), o se precipita tes perceptibles en ella ya no son sólo, ni
hacia un final sin desenlace argumental. fundamentalmente, provenientes de la tra-
➢ Monólogo interior y estilo indirecto dición española. Y aunque los caracteres
libre.- Al predominio del diálogo en la de la narrativa de Benet ―densa, elíptica,
novela social, sucede aquí la utilización sinuosa, hermética― no son aplicables sin
del monólogo como manera de presentar la más a otros autores, sirven para ejemplifi-
interioridad de un personaje desde dentro. car una propensión hacia el experimenta-
Mención aparte merece el monólogo inte- lismo que llegó a afectar incluso a quienes
rior (o corriente de conciencia), discurso procedían de una narrativa tradicional.
verbal ajeno a las leyes de la lógica, que Aún más tardío en publicar que Benet es
permite la emergencia de pensamientos sin Miguel Espinosa, también alejado de los
racionalizar, tal y como afloran a la mente estrechos caminos del realismo, quien al-
del personaje. Este recurso tiene estrecha canzó con Escuela de mandarines (1974)
relación con el automatismo psíquico su- una de las cimas de la narrativa en el tar-
rrealista. También es importante el estilo dofranquismo.
indirecto libre. Mediante él, accedemos a A lo largo de la década del sesenta, el pa-
los pensamientos y dichos de un personaje, pel protagonista lo comparten los autores
expuestos por el narrador con la misma más jóvenes o renovadores de la genera-
construcción que en el estilo directo, pero ción del medio siglo, junto con otros que
sin el entramado distanciador de los verbos se van poco a poco incorporando. En torno
introductores (propios de los estilos directo a 1968 ―año de valor simbólico para los
e indirecto) y de las conjunciones subordi- integrantes de la novísima generación―
nantes (propias del estilo indirecto). Al no parece haberse constituido una nueva leva
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de narradores: José María Guelbenzu, Ra- el caso Savolta (1974), de Eduardo Men-
món Hernández, Pedro A. Urbina, J. Ley- doza, ostentaba unas calidades formales y
va... Los años finales del Franquismo son, una complejidad estructural puestas al ser-
novelísticamente, años de un intenso expe- vicio de una historia que siempre aparece
rimentalismo. Los modelos extranjeros que en primer plano. Se trataba, sin duda, de
habían servido a los novelistas anteriores un síntoma que los años siguientes convir-
―neorrealistas italianos, “generación per- tieron en evidencia: la reivindicación del
dida” americana...― son sustituidos en el placer de contar historias.
fervor de los novelistas españoles por los
maestros de la renovación formal, como
Joyce, Kafka, Faulkner, “escuela de la mi-
rada” francesa...
Algunos autores como Francisco Umbral
―Memorias de un niño de derechas, Las
ninfas, La noche que llegué al café Gi-
jón―, Terenci Moix ―El día en que mu-
rió Marilyn―, Manuel Vázquez Montal-
bán ―Crónica sentimental de España,
Tatuaje― y otros, se encargarían de efec-
tuar un recuento de la mítica de la España
de postguerra, en la que se produjo su edu-
cación sentimental. La relación de motivos
y referencias, frecuentemente filtrados a
través de una sensibilidad camp, es amplia:
mass media, cómic, cine americano... La
correspondencia con los seniors de la anto-
logía de José María Castellet Nueve noví-
simos poetas españoles (1970), en la que
por cierto estaba incluido Vázquez Mon-
talbán, es muy evidente.
El prurito innovador parece ir cediendo
hacia 1975, aunque todavía hubiera por
entonces una muy importante novelística
experimental, con nombres como Julián
Ríos, José María Guelbenzu, Sánchez Es-
peso... En general, puede afirmarse que lo
argumental recupera la primacía narrativa.
Ejemplos como los de los hispanoamerica-
nos García Márquez en Cien años de sole-
dad o Vargas Llosa en La casa verde ve-
nían a demostrar que innovación y ameni-
dad eran elementos compatibles. En
España, una novela como La verdad sobre
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