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Cree Gece ae Biblioteca Bilingtie Marqués de Sade El cornudo de si mismo y otros cuentos Version Francés-Espafiol coon yseteccON DE TExTOS Eugenio Lopez Arriazu Ignacio Rodriguez Eugenio Lépez Arriazu Francisco Léper Arriazu Ignacio Rodriguez Walter Romero Terosa Santos Rojas, Lucia Vogelfang ® DedalusEditores Sade, Magus de El cornado de mismo y oro ents.~I*ed.~ Buenos Aires: Dedals, 009 145 p 7195" 12,5 em. (Bibliotea Bling 4/ Ave Shalom) ‘Teaducido por Bugenio Lopes Aria. et] ISBN 978-987-25248-5-8, 1 Naseatvsfeancess 2, Cucntos. 1 Lépez Arise, Eugenio ta. 1 Tilo cpp ss 1 edicién: agosto de 2009 (© Dedalus Ealitores Felipe Vllese 855, Buenos Aires, Argentina info@dedaluseditores.com as, dedalus.editoes gmail.com www, dedaluseditores.com.ar Diseno y diagramacin: Alejo De Cristfoss | Ariel Shalom Disefio de cubierta: Crudele Ribeiro Diserio ISBN 978-987-23248-5-8 Hecho el depéstito que marca Tmpreso en Argentina ley 11.728 ‘Ninguna parte de esta publicacin, incluido el disefio de la cubierta, puede ser e= prodiucida, lmacenada o transmitida en manera alguna ni por nlngtin medio, ya sea ico, mecinico, éptico, digital, de grabacién 0 de fotocopia, sin permiso lécsco, qui previo del editor, Inpice Sopre esta epici6n Inrropucci6n El relato segiin Sade Walter Romero Ensayo sobre las novelas / Maraués pe Sape Tradvecin de Bagenio Lipen rian Ei Connupo pe sf MISMO Y OTROS CUENTOS Le cocu de lui-méme ou le raccommodement imprévi El cornudo de sf mismo o la reconciliacién inesperada Traducin de Terea Sant Rojas, LEpoux corrigé El marido corregido raducion de Lata Voglong La chatelaine de Longeville ow la femme vengée La castellana de Longeville o la mujer vengada Tradscin de Wier Romeo u 0 50 st %6 95 Ilya della place pour deux Hay lugar para dos ‘Traduectn de Ignacio Rodriguez Aventure incomprehensible et attestée par toute une province Aventura incomprensible y atestiguada por toda una provincia Tradvsion de Franco Lopes rviazn Les harangueurs provensaw Los arengadores provenzales Traducin de Ignacio Rodrigue 14 us 2 3 134 135 SoprE ESTA EDICION La seleccién de relatos que aqui presentamos ha sido tomada del volumen Historiettes, contes et fabliaue que in- cluye el segundo tomo de la Obra Completa del Marqués de Sade (Pauvert, 1986). En la primera edicidn corriente bajo el titulo Histories tes, contes et fabliauxe (Simon Kra, 1927), Maurice Heine recuerda que en el Catdlogo razonado de su obra Sade re- gistra, en octubre de 1788, cincuenta titulos de relatos cor- tos. Treinta de ellos han sido inventariados como novelas y cuentos (Romans ef contes), dieciséis como historietas (que forman parte de Portefeuille dun homme de lettres), uno su- plementario (“Les Filous”), uno transformado en novela (“Les infortunes de la vertu’) y dos suprimidos (“Séide” y “L’Epoux complaisant”). ‘Aqui publicamos seis, de los cuales cuatro corresponden a la primera ribrica (“El cornudo de si mismo”, “Hay lugar para dos’, “El marido corregido” y “La castellana de Longville”), uno a la segunda (‘Aventura incomprensible...”), mientras que el restante, “Los arengadores provenzales”, ha permanecido inédito hasta 1927. En cuanto al Ensayo sobre las novelas, que aqui incluimos a modo de pequefio ars poetica, se trata de un prefacio del propio Marqués a su novela Les crimes d’amour (1800). InTRopucci6n Elrelato segiin Sade 1. El conjunto de “irénicos relatos morales” que retine esta edicién son parte de una realidad anexa o alterna al conjunto més difundido de la obra de Sade. Son una suer- te de adenda /ateral que agrega ¢ inyecta “mis realidad a la realidad” a través de un concentrado de escenas que vuelve visibles los universos picarescos de la trampa y del secreto. En un registro donde las relaciones humanas se despojan =o acaso asumen de manera libérrima- su folklore, estas piezas son, en definitiva, un estudio en torno de la relativi- dad de las costumbres y sus crudas convenciones. Algunos de estos “cuentos o fibulas” —designados asi por Sade, apelando a un conocimiento memorable de estas especies narrativas~no son otra cosa que mitologemas des- ‘gajados del acervo popular que, plasmados en clave chusca, demuestran una vez més los usos benéficos y didacticos de 12| bernopucerss Ja parodia. Sus peripecias no buscan narrar una desgracia inicial o el fin del suefio adénico, sino una rotunda caida moral bajo la forma graciosa y perversa de relatos equi- vocos, de preciosos artefactos narrativos “preparados” para mostrar “la arbitrariedad del deseo”, 2. Bruno Bettelheim decia que los cuentos de hadas! que en muchas culturas no pueden distinguirse con clari- dad del cuento popular~ suelen plantear “de modo breve y conciso, un problema existencial”®. Sade expone, de alguna manera, a través de estas narraciones, cases.o “manifesta~ ciones del mal” bajo la forma simple pero no ramplona del ropaje humano. Al articular los recursos para “disponer” las condiciones de posibilidad de la narracién, el marqués utiliza un esquema eficaz: simplifica de manera extrema las situaciones, define con precision los personajes —nunca ni buenos ni malos- y focaliza en ciertos detalles esos garantes del goce~ con el fin de presentar el problema. En esta médica pero irredenta utopia del mal ~verdadera versin en miniatura de la utepia del deseo sexual perma~ nente o del gran “suefio sadiano del orgasmo universal” la virtud vence, pero sdlo en apariencia. La ensertanza final deja a las claras que el mal es un factor demasiado “dit * Annie Le Brun dice a propésito de I Historia de Juliete que “es un verda~ py Pusssix Grav, Francine, dt home with the Marquis de Sade: alie, New York, Simon & Schuster, 1998 * Véase “La polémica de Sade con el demiurgo” en Rest, Jaime, Tres autores (probibides y otros ensayos, Buenos Aires, Galerna, 1968, p.39. Annie Le Brun ‘también sefiala Ia ccevistencia en Sade de un “desarrollo filoséfico” y de una “transaceién erética”. Véase Le Brun, Annie, op. cit, p. 167. 14 | InrropuccioN Estos pequefios tratados morales de “sexologia, comedia y politica” saben, a ou vez, poner de manifiesto de qué ma- nera las formaciones sociales se encuentran codificadas en estructuras textuales. Fue Roland Barthes quien sostuvo que la éarea de Sade consistié en contaminar “tecfproca- mente erotismo y ret6rica, palabra y crimen” al introducir de manera stibita “en las convenciones del lenguaje social las subversiones de la escena erética”®. Si bien es palmaria la repulsion de Sade hacia su propia casta® y su voluntad imperiosa por mezclarse “con los mo- destos pequefios burgueses de los pueblos provenzales’, los gérmenes del mal, que brotan por sf solos, exhiben sin dilaciones las marcas o las diferencias sociales que aderezan atin mas el conflicto. La valia singular de estas piezas pro- viene de la forma en que su autor trama versiones textuales ~o textuali iciones ejemplares- de ese mal congénito que se propaga irremediablemente. 4, Estas piezas articulan uns nocién de relato que proce- de, de alguna manera, de la prictica del exemplum’, de uso * Véase el articulo “L/Arbre du crime” de Roland Barthes en la revis- ta Tel quel, 28, Paris, hiver 1967, pp. 23-37. Hay tradueci6n espatiola en Kzossowst1, P, Soutens, Py Barres, R., Sade Filéiofo de la perversion, ‘Montevideo, Garfio, 1968, “Apollinaire destaca a este propésito el incipi o pértico del cuento "La Cas- tellana de Longeville o In mujer vengada”, que iutegia este voluimien, Véase en «spafiol “El divino marqués" con traduecién y prélogo de Rodolfo Alonso en Avouunaire, Guillaume, Los demeoniar de! amer, Buenos Aires, Vinciguerra, 1998, p.193. 7 Véase el capitulo ui: “Literatura y ensefianza’, en Cuntius, Emst, Literatura europea y Edad Media laine, México, FCE, 1975. Elrelto rein Sade |S extendido desde los albores de la Edad Media en todo el mundo occidental. Mediante anécdotas breves y sorprendentes los predica- dores ilustraban “verdades” sobre la religién basindose en hechos de la vida real. Fue Giovanni Boccaccio, a mediados del srecento, quien le agregé, con mayor efectividad, el tono libertino a estas prdcticas. Muy pronto, en esos primeros es- tadios capitalistas, su funci6n, a la vez satirica y didactica, reclamaba~ante la flagrante ambigiiedad de los personajes y las situaciones- un final obligadamente moral. Sade produ- jo, partir de este y otros preclaros antecedentes, una suerte de exemplum intervenide, hecho de dosis inicuas de ingenio, preceptos y bufoneria. En su Ensayo sobre las novelas que también integra este volumen, el marqués ~a contramano de las versiones més extendidas y erradas sobre el origen del género- se encarga de reconocer filiaciones y de establecer de alguna manera un programa, La clave del uso paradéjico de los recursos y de los pro- positos narrativos estarfa en estos arcanos autores: Aristides de Mileto, en cuyas obras “la virtud es siempre premiada y el vicio castigado”, y Antonio Diégenes, novelista cuya Mara- villas mds alld de Tule esté. atiborrada de escabrosas escenas. Si bien en ambos el elemento procaz es estructurante, en Didgenes la salida de Dinias, el héroe, en busca de la isla de Tule, tenia ya un propésito edificante: a modo de viaje y divertimento la narracién divulgaba los milagros pitagéricos. 16 | Inrnopucciss El autor de Les crimes de 'amour aplicé de manera discor- dante tanto la vertiente aretoligica® de Diégenes ~didéctica pero disoluta~ como el tono subido pero “correctivo” de las famosas Milesias de Aristides. 5. Al igual que Balzac en sts Contes drolatigues, por fuera de la empresa que dio en lamar La Comédie Humaine, estos relatos de Sade son, segiin Raymond Jean, una ocasién “para ejercitarse en un lenguaje de Ia verba, de la truculencia y de Ja extravagancia” que, en el marqués, neutraliza “la escritu- ra retdrica y filos6fica” que tiende “a invadirlo todo”? Su tratamiento del componente drolético —categorfa siempre tentativa y difuusa, que lo acerca a Rabelais, a La Fontaine" o al Heptamerén de Margarita ée Navarra~ logra transformar el texto, a través de un lenguaje ligeramente imitativo de la lengua del siglo XVI y sus muchas oscuridades, en una suerte de sofisticado “juguete cémico”. EI disparate aparece en muchos casos como anacrénico: es decir, més inventado que real; su género, enteramente jocoso, esté leno de parodia, pero es, sobre todo, proclive al retruécano. Su modalidad de tensién interna presupone un * Vease el abarcador estudio de Gua:, Carlos Garcia, Las origenes de la no- vela, Madrid, Istmo, 1972 Jean, Raymond, Un retrato del Margués de Sade. El placer de la desmesura, Barcelona, Gedisa, 1990, p. 138 ™ Vease a modo de ejemplo “La Venus Callipyga’, “El gascén castigado” © “El embuchado de anguila” muy reconocibles en Ia obra de Sade en La Fontaine, Jean, Fébulaslibertinas, versién de Garcia-Ramén (1882), Buenos Aires, Leviatin, 1997, Elveltoregin Sade |W7 procedimiento tipico del orden de la feria"; la elaboracién manipulante de lo real. Su pacto narrativo ~admitiendo el caricter “imaginario” de la narracién— consiste en superar las dinamicas de interpretacién puramente lineales.” La demostracién® escandalosa de las transgresiones hu- manas es la respuesta sadiana més cruda a las pretensiones orondas de la razén, El marqués implanta un mundo cuyas coordenadas se anulan: lo secreto y lo oculto se vuelven sus~ tancia que hace indefinible todo contorno. La realidad, por si sola, es capaz de engendrar lo insélito e instaurar lo mons~ truoso: “En Sade lo imposible no se opone a lo real sino a lo imaginario”, postula Nicolas Rosa. Si las formas artisticas contemporneas se han vuelto im- pridicas", su proto eslabén es Sade al mostrar “con voluntad © Generre, Gérand, Fiction f diction, Paris, Seil, 1991. ® Véase el prélogo “El enigma-Sade” de Oscar del Barco, muy esclarecedor sobre las formas de lectura ¢ interpretacién en la obra del autor de Aline et Valour, en Save, Masqués de, Ernestina, Buenos Aires, Rodolfo Alonso edi- tos, 1974, pp. 7-44, En relacin eon la facultad “demostrativa” en Sade, véase la “Présentation de Sacher-Masoch” de Gilles Deleuze, en Sactter-Massoctt, Léopold von, La Venus a la Fowrrure, Paris, Minuit, 1967. Hay version espafiola en Detevze, Gilles, Sacher-Masoc y Sade, C6rdobe, Editorial Universitaria de Cordoba, 1969. \ Vease de Nicolis Rosa el imprescindible articulo “De monstruos y pasibnes’ aparecido en revista Matera, 2, Barcelona, Naturaleses, 2002, pp. 205-222. "S Kenpricx, Walter, EI mauseo secret. La pornografia en la cultura moderna, Bogoti, Tercer Mundo Editores, 1995, 1s] de estupor” ~y sin ambages- la “arrogancia del verdugo”, “la vehiculizacién de lo obsceno” y una serie de signas panices que ~de manera bifronte, es deciz, risuefia y brutal- son ya reconocibles en estos textos de didactico, lidico y ancestral diseni 7 Watrer Romero * Vinmuto, Paul, La Procédure silence, Pais, Galilée, 2000, Hay version es- pafola con una introduccién de Andrea Giunta en Vi1110, Paul, Bl procedi- ‘miento silencio, Buenos Aires, Paidés, 2001, jo Ensayo sobre las novelas Marautés De Save Se llama novela a Ia obra fabulosa compuesta segiin las més singulares aventuras de la vida de los hombres. @Pero por qué lleva esta clase de obra el nombre de novela? gEn qué pueblo debemos buscar la fuente, cuales son las mis célebres? ZY cuales son, en fin, las reglas que se debe seguir para llegar a la perfecci6n del arte de escribir? Estas son las tres preguntas que nos proponemos tratar; comencemos por la etimologia de la palabra. Sin nada que remita el nombre de esta composicién a los pueblos de la Antigiiedad, s6lo debemos, me parece, abdcarnos a descubrir por qué motivo lleva entre nosotros el que todavia le damos. La lengua romdnica era, como se sabe, una mezcla de 20 Inrropucei6n idioma celta y latin, en uso bajo las dos primeras genera~ ciones de nuestros reyes; es bastante razonable creer que las obras del género del que hablamos, compuestas en esta lengua, debieron evar su aombre, y se ha debido decir tun romance para designar la obra que trataba de aventu- ras amorosas, como se ha dicho romance para hablar de los lamentos del mismo género. En vano se buscaria una ctimologia diferente para esta palabra; ya que el sentido comiin no ofrece otra, parece simple adoptarla’. Pasemos entonces a Ia segunda pregunta. cEn qué pueblo debemos ouscar la fuente de este tipo de obra, y cudles son las mas célebres? La opinién comin cree descubrirla entre los griegos; de ellos pas6 a los moros, de qtienes la tomaron los espafioles para transmitirla luego a nuestros trovadores, de quienes la recibieron nuestros novelistas? de caballeria. Aunque respeto esta filiacién, y a veces me someto a ella, estoy lejos sin embargo de adoptarla con rigurosida es ello, en efecto, muy dificil en siglos en que los uminos eran tan poco conocidos y las comunicaciones tan inte~ rrumpidas? Hay modas, usos, gustos que no se transmiten; inherentes a todos los hombres, nacen naturalmente con ellos; dondequiera que haya hombres, se encuentran los "Novela, romnico'y ‘romance’ se dicen en francés ‘roman’, ‘roman y ‘ro~ mance (N.4.T) * Bl término francés original ‘romancier alude tanto al escritor moderno de novelas, como al escritor medieval de romances (N. d.T). Ensayo sobre lar novelas | 21 rastros inevitables de esos gustos, de esos usos y de esas modas. No lo dudemos: fue en los primeros parajes en que los dioses fueron reconocidos donde las novelas hallaron su fuente, y por consecuencia en Egipto, cuna cierta de todos los cultos; apenas los hombres hubieron saspechado a los seres inmortales, los hicieron actuar y hablar; desde enton- ces hay metamorfosis, fabulas, parabolas, novelas; en una palabra, hay obras de ficcién desde que la ficcién se apode- ra del espiritu de los hombres. Hay libros fabulosos desde que se trata de quimeras: cuando los pueblos, después de haberse degollado por sus divinidades fantasticas, primero guiados por los sacerdotes, se armaron finalmente por su. rey 0 por su patria, el homenaje ofrecido al heroismo ha equilibrado el de la supersticién: no sélo se pone muy sa~ biamente, entonces, a los héroes en el lugar de los dioses, sino que se canta a los hijos de Marte como antes se habia celebrado a los del cielo; se aumentan las grandes acciones de sus vidas; 0, cansados de conversar con ellos, se crean personajes que los semejen... que los superen: y pronto aparecen las novelas nuevas, mas verosimiles sin duda, mucho mejor hechas para el hombre que aquellas que sélo habian celebrado a fantasmas. Heércules’, gran capitén, 2 Hercules es un nombre genérco compuesto de dos palabras celts, Her- Coide, lo que quiere decir seo eaptin; Herone era el nombre del general del ¢jército, lo que multiplicé infinitamente los Hercoules, la fibula atribuys Juego a uno solo las acciones maravillosas de muchos (ver Historia de lo celias, por Pellouties) (N.d. A.). 22 | Inrnomuces6 debié combatir con valentia a sus enemigos; esos son el héroe y la historia; Hercules destruye monstruos, atra~ viesa gigantes: ése es el dios... Ia fabula y el origen de la supersticién; pero de la supersticién razonable, ya que no tiene por base sino la recompensa del heroismo, el recono- cimiento debido a los liberadores de una nacién, mientras que la que forja seres increados y nunca percibidos sélo tiene por motivo el temos, la esperanza y el desenfreno del espiritu. Cada pueblo ha tenido pues sus dioses, sus semidioses, sus héroes, sus historias auténticas y sus fabu- las; algo, como acabamos de ver, puede ser verdadero en lo que concierne a los héroes; todo fue imaginado, todo fue fabuloso en lo restante, todo fue obra de la invencién, todo fue novela, porque los dioses no hablaron sino por la boca de los hombres, quienes, mas 0 menos interesados en este artificio ridiculo, no descuidaron componer el lenguaje de los fantasmas de su espiritu, de todo Io que imaginaron mejor hecho para seducir para asustar,y por tanto, de lo més fabuloso: “Es una opinién recibida, dijo el sabio Huet, que el nombre de novela se daba antes a las historias, y que se aplicé luego a las ficciones, lo que es un testimonio invencible de que éstas provienen de aquéllas”. Ha habido pues novelas escritas en todas las lenguas, en todas las naciones, cuyos estilos y hazafias se calcaron sobre las costumbres nacionales y las opiniones recibidas por estas naciones. El hombre esta sujeto a dos debilidades que ataften a Enuay sobre ls novela | 23 su existencia, que la caracterizan, En todas partes es pre- ciso que rece, en todas es preciso que ame, y esa es la base de todas las novelas; las ha hecho para pintar a los seres a los que imploraba, las ha hecho para celebrar a los que amaba, Las primeras, dictadas por el terror o la esperanza, debieron ser sombrias, gigantescas, llenas de mentiras y de ficciones: tales son las que Esdrés compuso durante el cautiverio de Babilonia. Las segundas, llenas de delicadeza ysentimientos: tal es la de Tedgenes y Cariclea, de Heliodo- r0; pero como el hombre rezd, como am por todas partes, sobre todos los puntos del globo en que vivid, ha habido novelas, es decir obras de ficcidn, que pintaron tanto los objetos fabulosos de su culto como los més reales de su amor. No hace falta pues intentar encontrar la fuente de este género de escritura en tal o cual nacién de preferencia; debemos persuadirnos por lo que se acaba de decir de que todas la han empleado mas 0 menos, segiin la mayor 0 menor inclinacién que hayan tenido, o bien al amor, bien ala superstici6n. Ahora, una ojeada rapida a las naciones que mas han acogido estas obras, a las obras mismas,y a quienes las han compuesto; traigamos el hilo del discurso hasta nosotros para que nuestros lectores puedan establecer algunas comparaciones. Aristides de Mileto ¢s el novelista més antiguo de quien habla la Antigiiedad, pero sus obras ya no existen. Sdlo sa~ 24 | Inrnopuceron bemos que llamaba a sus cuentos los Milesiacos; un pasaje de El asno de oro parece probar que las producciones de Aristides eran licenciosas: “Quiero escribir en este géne- 10”, dice Apuleyo al comenzar su Asno de oro. Antonio Didgenes, contemporéneo de Alejandro, es~ cribié en un estilo mas puro Los amores de Dinias y de Derciltis, novela lena de ficciones, de sortilegios, de viajes y de aventuras muy extracrdinarias, que Le Seurre copié en 1745 en una pequefia obra atin més singular; pues no contento con hacer, come Didgenes, viajar a sus héroes por una regién conocida, los leva unas veces a la luna, otras a los infiernos. Luego vienen las aventuzas de Sinoi y de Rodanis, de ‘Yamblico; los amores de Tedgenes y Cariclea, que acabamos de citar, la Ciropedia, de Xenofén; los amores de Dafnis y Cloé, de Longo; los de Ismena e Ismenia, y muchas otras, 0 traducidas o totalmente olvidadas en nuestros dias. Los romanos, mis inclinados a la critica, a la maldad, que al amor o a la plegaria, se contentaron con algunas sitiras, como las de Petrorio y de Varrén, que habria que cuidarse bien de clasificar en el nimero de las novelas, Los galos, mas cerca de estas dos debilidades, tuvieron sus bardos, a quienes se puede considerar como los prime- ros novelistas de la parte de Europa en que vivimos hoy. La profesin de estos bardos, dice Lucano, era escribir en verso las acciones inmortales de los héroes de su nacién, cantarlas al son de un instrumento que se parecia a la lira; Ensayo sobre las novelas | 25 se conocen hoy muy pocas de sus obras. Luego tuvimos los hechos y gestas de Carlomagno, atribuidas al arzobis- po Turpin, y todas las novelas de la Mesa Redonda, los Tristén, los Lancelot du Lac, los Percival, todas escritas con el propésito de inmortalizar a los héroes conocidos, 0 de inventar segiin ellos a quienes, engalanados por la ima~ ginacién, los superaran en maravillas. ;Pero qué distancia entre estas obras largas, aburridas, apestadas de supersti- cin y las novelas griegas que las habian precedido! ;Qué barbarie, qué groseria seguia a las novelas llenas de gusto y ficciones agradables cuyos modelos nos habian dado los griegos! Pues aunque habia habido sin duda otras antes de ellas, al menos entonces se conocian sélo ésas. Luego aparecieron los trovadores y, aunque se los debe considerar como poetas antes que como novelistas, la can- tidad de lindos cuentos que compusieron en prosa les dio sin embargo, con justa razén, un lugar entre los escritores de los que hablamos. Ponganse a la vista, para convencerse, sus fabliaue, escritos en lengua roménica bajo el reino de Hugo Capeto, y que Italia copié con tanta diligencia. Esta bella parte de Europa, que todavia se quejaba bajo el yugo de los sarracenos, todavia lejos de la época en que deberia ser la cuna del renacimiento de las artes, no habia casi tenido novelistas hasta el siglo décimo, cuando éstos aparecieron casi en la misma época que nuestros trovado- res en Francia, y los imitaron; pero osemos convenir sobre esta gloria: no fueron los italianos quienes se convirtieron 26 | lereopucct6s en nuestros maestros en este arte, como dice La Har- pe (p. 242, v. II), fue al conuariv entre nosotros que ellos se formaron; fue en la escuela de nuestros trovadores que Dante, Boccacio, El Tasso, ¢ incluso un poco Petrarca, esbozaron sus composiciones; casi todos los cuentos de Boccaccio se hallan en nuestros fiabliaux. No sucede lo mismo con los espaiioles, instruidos en el arte de Ia ficcién por los moros, quienes a su vez lo ob- tenian de los griegos, de quienes posefan todas las obras de este género, traducidas al arabe; hicieron novelas deli- ciosas, imitadas por nuestros escritores; volveremos sobre allo. ‘A medida que la galanteria tomé un rostro nuevo en Francia, la novela se perfeccioné, y fue entonces, es decir a comienzos del tiltimo siglo, que d’Urfé escribié su novela La Astrea, que nos hizo preferir,a muy justo titulo, sus en- cantadores pastores de Lignon a los valerosos extravagan- tes de los siglos XL XII. El furor de la imitaci6n se apoder6 desde entonces de todos aquellos a quienes la naturaleza habia dado el gusto de este género; los asombrosos sucesos de La Astrea, que todavia se lefa a mediados de este siglo, habian abrasado las cabezas por completo, y se la imité sin alcanzarla, Gomberville, La Calprenéde, Desmarets, Scudéry creyeron superar el original al poner principes o reyes en lugar de los pastores de Lignon, y volvieron a caer en el defecto que evitaba su modelo; Scudéry cometié la misma falta que su hermano; como él, ella quiso ennoble- Ensayo sobre las novels |27 cer el género de d’Urfé, y, como él, puso héroes aburridos en lugar de agradables pastores. Eu vez de representar en la persona de Ciro a un principe como el que pinta Hero- doto, compuso un Artaméne més loco que todos los per- sonajes de La Astrea... un amante que no sabe sino Hlorar dela mafiana a la noche, y cuyas languideces son excesivas en vez de interesantes; los mismos inconvenientes en su Clélie, donde presta a los romanos, que ella desvirtia, y quienes nunca habian sido mejor desfigurados, todas las extravagancias de los modelos que seguia. Que se nos permita retroceder un instante para cumplit la promesa que recién hicimos de dar una ojeada a Espafia. En verdad, si la caballeria habia inspirado a nuestros no- velistas en Francia, jen qué grado no se habia igualmente subido a las cabezas del otro lado de los montes! El catalo- go de la biblioteca de Don Quijote, hecho con gracia por Miguel de Cervantes, lo demuestra con evidencia; pero sea como fuere, el célebre autor de las memorias del mas gran- de loco que haya podido venir a la mente de un novelista no tenia por cierto rival. Su obra inmortal, conocida por el mundo entero, traducida a todas las lenguas, que se debe considerar como la primera de todas las novelas, posee sin duda, mas que ninguna otra, el arte de narrar, de mezclar agtadablemente las aventuras, y particularmente de ins- truir mientras divierte. “Este libro, decfa Saint-Evremond, es el tinico que releo sin aburrirme, y el tinico que querria 26 | Inrnooucei6x haber escrito”. Las doce novelas cortas del mismo autor, Ienas de interés, de sal y de fineza, terminan de colocar en la primera fila a este célebre escritor espaitol, sin quien quizé no habriamos tenido ni la encantadora obra de Sca~ rron, ni la mayoria de las de Le Sage. Después de d’Urfé y sus imitadores, después de las Aria- dna, las Cleopatra, los Faramundo, los Polixandro, todas estas obras en fin donde el héroe, después de suspirar nue- ve voltimenes, estaba muy feliz de casarse en el décimos después, digo, de todo este montén, ininteligible hoy, apa recié Madame de La Fayette, quien, aunque seducida por el tono ldnguido que encontré establecido entre los que la precedian, resumié sin embargo mucho: y al hacerse més concisa, se volvié més interesante. Se ha dicho, porque era mujer (como si este sexo naturalmente més delicado, mis hecho para escribir la novela, no pudiera, en este gé- nero, aspirar a muchos més laureles que nosotros), se ha pretendido, digo, que, ayudada infinitamente, La Fayette s6lo habia hecho sus noveleas con el auxilio de La Roche- foucauld para los pensamientos y de Segrais para el estilo. Sea lo que fuere, nada tan interesante como Zaide ni tan agradablemente escrito como La princesa de Cleves. Ama- ble y encantadora mujer, silas Gracias sostenfan tu pincel, gno le estaba pues permitido al amor dirigirlo a veces? Apareci6 Fénelon, y crey6 volverse interesante al dictar poéticamente una leccién a soberanos que nunca la siguie~ ron; amante voluptuoso de Guyon, tu alma tenia necesi Ensayo sabre las novelas |29 dad de amar, tu espiritu sentia la de pintar; al abandonar la pedanteria, o el orgullo de aprender a reinat, habriamos obtenido de ti obras maestras, en lugar de un libro que ya no se lee. No sera lo mismo contigo, delicioso Scarron: hasta el fin del mundo tu novela inmortal hard reir, tus cuadros nunca envejecerin. Telémaco, que s6lo tenia un siglo por vivir, perecer4 bajo las ruinas de este siglo que ya no existe; y tus comediantes del Mans, querido y amable hijo de la locura, divertirén incluso a los més graves lecto- res, mientras haya hombres sobre la tierra, Haacia el fin del mismo siglo, la hija del célebre Poisson (Madame de Gémez), en un género muy diferente del de los escritores de su sexo que la habfan precedido, escri- bié unas obras que no eran por ello menos agradables; y sus Jornadas divertidas, asi como sus Cien nuevas novelas constituirin siempre, a pesar de sus muchos defectos, el fondo de la biblioteca de todos los amantes de este géne- ro. Gémez comprendia su arte, no podemos negarle este justo elogio. Madmoiselle de Lussan, Madame de Tencin, de Graffigny, Elie de Beaumont y Riccoboni rivalizaron con ella; sus escritos, llenos de delicadeza y de gusto, hi- cieron seguramente honor a su sexo. Las Cartas peruanas de Graffigny seran siempre un modelo de ternura y de sentimiento, como podran aquellas de mi lady Catesbi, por Riccoboni, servir eternamente a quienes s6lo aspiran a la gracia ya la ligereza del estilo. Pero volvamos al siglo donde lo hemos dejado, apurados 30 | Inrropucciox por el deseo de alabar a las mujeres amables que daban en este género tan buenas lecciones a los hombres. El epicureismo de los Ninon de Lenclos, de los Marion de Lorme, de los marqués de Sévigné y de La Fare, de los Chaulieu, de los Saint-Evremond, de toda esta sociedad encantadora, en fin, que, habiendo regresado de las lan- guideces del dios de Citera, comenzaba a pensar, como Bufén, gue no habia nada tan bueno en amor como el fisico pronto cambié el tono de las novelas. Los escritores que aparecieron luego sintieron que la insipidez. no divertiria més a un siglo pervertido por el Regente, un siglo que estaba de vuelta de las locuras caballerescas, de las extra- vagancias religiosas y de la adoracién de las mujeres, y en- contrando més simple divertir a estas mujeres 0 corrom- perlas, que servirlas o adularlas, crearon sucesos, cuadros, conversaciones més afines al espiritu del dia; envolvieron el cinismo, las inmoralidades, bajo un estilo agradable y jocoso, a veces incluso filoséfico, y si no instruyeron, al ‘menos complacieron. Crébillon escribié E/ Sopha, Tanzai, Los extravios de co- razén y de espiritu, etc. Todas novelas que fomentan el vicio y se alejan de la virtud, pero que, desde que se publicaron, debian aspirar a los éxitos més grandes. Marivaux, més original en su manera de pintar, més vi goroso, al menos ofrecié caracteres, cautivé el alma, hizo Horar; gpero cémo con tal energia se podia tener un estilo tan precioso, tan afectado? Bien probé que la naturaleza no Enayo sobre lar novelas |31 da jams al novelista todos los dones necesarios para la per- feecién de su arte. El fin de Voltaire fue completamente diferente: sin tener otro propésito que poner la filosofia en sus novelas, abandoné todo por este proyecto. Con qué habilidad lo logré! Y a pesar de todas las criticas, Céindido y Zadig, zno serin por siempre obras maestras? Rousseau, a quien la naturaleza le habia concedido en delicadeza, en sentimiento, lo que sélo le habia dado en ingenio a Voltaire, traté la novela de una manera muy diferente. {Cudnto vigor, cuénta energia en Heloise! Cuando Momo dictaba Candido a Voltaire, el Amor trazaba con su antorcha todas las piginas ardientes de Julie,y se puede decir con raz6n que este libro sublime jamés tendré imitadores. Que esta verdad haga caer la pluma de las manos a esa multitud de escritores efimeros que, desde hace treinta afios, no dejan de darnos malas copias de ese original inmortal; que sientan pues que, para lograrlo, hace falta un alma de fuego como la de Rousseau, un espiritu filésofo como el suyo, dos cosas que la naturaleza no retine dos veces en el mismo siglo. A través de todo ello, Marmontel nos daba unos cuentos, que él llamaba morales, no porque (dice un literato estimable) ensefiasen la moral, sino porque pintaban nuestras costum- bres', aunque un poco demasiado en el géneto afectado de Marivaux. Por lo demas, qué son estos cuentos? Puerili- “Juego de palabras entre moraux, morales, moeurscostumbres'(N. dT). 32 | Iisrropucctos dades, tinicamente escritas para las mujeres y los nifios, y que no se ereerin nunca de la misma mano que Belisaire obra que bastaria sola para la gloria del autor: quien habia hecho el capitulo quince de este libro, gdebia entonces aspirar a la pequefia gloria de darnos unos cuentos senti- mentales? Por ultimo, las novelas inglesas, las obras vigorosas de Richardson y de Fielding, vinieron a enseftarles a los fran- ceses que no es pintando las languideces fastidiosas del amor 0 las conversaciones aburridas de dleoba, que se pue- de alcanzar éxitos de este género; sino trazando caracteres vvaroniles, que, juguetes y-victimas de esta efervescencia del corazén conocida bajo el nombre de amor, nos muestren ala vez sus peligros y sus desdichas; sélo asi se pueden obtener esos desarrollos, esas pasiones tan bien trazadas en las novelas inglesas. Fue Richardson, también Fileding quienes nos han ensefiado que el estudio profundo del corazon del hombre, verdadero laberinto de la naturaleza, puede por si solo inspirar al novelista, cuya obra nos debe hacer ver al hombre, no s6lo lo que es, 0 cémo se muestra, tal es el deber del historiador, sino tal como puede ser, tal como deben velverlo las modificaciones del vicio, y todas las sacudidas de las pasiones. Hay que conocerlas todas, entonces, hay que usarlas todas, entonces, si se quiere trabajar este género; aprendimos también de ellos que no es haciendo que triunfe siempre la virtud que se pue- de interesar; que hay que tender a ello, muy ciertamente Enuayo sobre la novelas | 33 tanto como se pueda, pero que esta regla no es en abso- luto esencial en la novela, ni segiin la naturaleza ni segiin Aristételes, sino s6lo aquella a la cual querriamos que todos los hombres se sometieran para nuestra felicidad, ni siquiera es la que debe conducir al interés; pues cuando la virtud triunfa, siendo las cosas lo que deben ser, nuestras lagrimas se enjugan antes de rodar; pero si, después de las pruebas més duras, vemos finalmente la virtud abatida por el vicio, nuestras almas in: . pensablemente se desgarran, y al habernos emocionado la obra excesivamente, al haber, como decia Diderot, ensangrentado nuestros corazones en la desdicha, debe indudablemente producir el interés que es Io tinico que asegura los laureles. Que se nos responda: si, después de doce o quince voli- menes, el inmortal Richardson hubiera terminado virtuo~ samente por convertir a Lovelace, y por hacerlo desposar pacificamente a Clarisa, gse habrian vertido con la lectura de esta novela, tomada en un sentido contrario, las ligri- mas deliciosas que obtiene de todos los seres sensibles? Es pues la naturaleza lo que hay que aprehender cuando se trabaja este género, es el corazén del hombre, la més sin- gular de sus obras,y en absoluto la virtud, porque la virtud, por més bella, por mas necesaria que sea, no es sin embar go sino uno de los modos de este corazén sorprendente, el profundo estudio del cual es tan necesario al novelista,y la novela, espejo fiel de este corazén, debe trazar necesaria~ mente todos sus pliegues. 34| Inrnopucci6n Prévost, sabio traductor de Richardson, tii a quien de- bemos haber hecho pasar a nuestra lengua las bellezas de este escritor célebre, gno se te debe, por tu propia cuenta, un tributo de elogios tan bien merecido? 2Y no es a justo titulo que se te podria lamar ef Richardson francés? Ti solo poseiste el arte de interesar por un largo tiempo con fé- bulas entramadas sosteniendo siempre el interés, aunque dividiéndolo; ti solo compusiste siempre tus episodios lo suficientemente bien para que la intriga principal debiera antes ganar que perder por su multitud o por su complica- cién. Asi esta cantidad de sucesos, que La Harpe te repro- cha, no sdlo es lo que produce en tu obra el més sublime efecto, sino al mismo tiempo lo que mejor prueba tanto la bondad de tu espiritu, como la excelencia de tu genio. “Las ‘memorias de un hombre de cualidad, en fin (para agregar a Jo que pensamos de Prévost lo que otros han igualmente pensado), Cleveland, la Historia de una griega moderna, El mundo moral, Manon Lescaut sobre todo’, estan Henas de esas escenas enternecedoras y terribles que golpean y atrapan invenciblemente; las situaciones de estas obras, felizmente compuestas, brindan esos momentos en que 5 {No hay como las ligrimas que uno vierte con la lectura de esta obra deli- ciosa! Cémo esta pintada alli Ia naruraleza, cémo se sostiene el interés, cémo. sumentagradualmentel;Cudateedifeultadesvencidat! Cudntafilosofa para haber hecho surgir todo ete interés de una muchacha perdida. (Se diria demasiado al osar asegurar que esta obra tiene derecho al titulo de nuestra ‘mejor novela? Fue con ella que Rousseau vio que, a pesar de las imprudencias y-distracciones, una heroina podia aspirar todavia a enternecernos, y quia no ‘habriamos tenido nunce Julie sin Manon Lescaut (N.d. A.) Ensayo sobre los novels | 35 la naturaleza tiembla de horror”, etc. He ahi lo que se Hama escribir una novela; he ahi lo que, cn la posteridad, le asegurard a Prévost un lugar al que no Ilegaré ninguno de sus rivales. Llegaron luego los escritores de mitad de este siglo: Do- rat, tan afectado como Marivaux, tan frio, tan poco moral como Crébillon, pero un escritor més agradable que los dos con Jos que lo comparamos; la frivolidad de su siglo excusa la suya, y tuvo el arte de bien aprehenderla. Encantador autor de La reina de Goleonde, ame permites que te oftezca un laurel? Raramente hubo un espititu ms agradable, y los cuentos més lindos del siglo no valen el que te inmortaliza; a la vez més amable y més feliz que Ovidio, ya que el héroe, salvador de Francia, prueba, al lamarte al seno de tu patria, que es amigo tanto de Apolo como de Marte, corresponde la esperanza de este gran hombre agregando aun algunas lindas rosas sobre el seno de tu bella Aline. D’Armaud, émulo de Prévost, puede con frecuencia aspi- rar a superarlo; los dos mojaron sus pinceles en el Estigia; pero d’Amaud, a veces, suaviza el suyo sobre los flancos del Eliseo; Prévost, mas enérgico, no alter6 nunca las tin- tas de aquel con el que trazé Cleveland. Rétif inunda al piblico; le hace falta una prensa a la cabecera de la cama; por suerte seré la Gnica en gemir por sus terribles producciones, un estilo bajo y rastrero, aventuras asquerosas, siempre extraidas en la peor compafiia; ningtin 36 | Iwrropuceres otro mérito, en fin, més que la prolijidad.... por la que sélo Jos comerciantes de pimienta le estarin agradecido Tal vez deberfamos analizar aqui las novelas nuevas, el mérito de las cuales esti compuesto aproximadamente por el sortilegio y 1a fantasmagoria, poniends a la cabeza El monje, superior, segtin todos los comentarios, a los ex- trafios arrebatos de la brillante imaginacién de Radcliffe; pero esta disertacién serfa demasiado larga. Convengamos solamente en que a este género, digase lo que se diga, no le falta mérito; se convertia en el fruto indispensable de las sacudidas revolucionarias que toda Europa experimenta- ba. Para quien conocfa todas las desdichas con las cuales los malvados pueden colmar a los hombres, Ia novela se volvia tan dificil de hacer como monétona de leer; no ha- bia ningtin individuo que no hubiera sufrido infortunio, en cuatro 0 cinco afios, que no pudiera pintar, en un siglo, el mas famoso novelista de a literatura. Hacfa falta por Jo tanto Hamar al infierno en su auxilio para componer titulos de interés,y hallar en el pais de las quimeras lo que se sabia corrientemente tan s6lo hurgando la historia del hombre en esta edad de hierro. ;Pero cudntos inconve- nientes presentaba esta manera de escribir! El autor de EY ‘monje no los ha evitado mas que Radcliffe; aqui, necesaria- mente, dos cosas de una: 0 hay que revelar el sortilegio, y desde ese momento usted no se interesa mas, 0 es preciso que nunca se levante el telén, y entonces se halla usted frente a la més espantosa inverosimilitud. Que aparezca Ensayo sobre las novelas | 37 una obra de este género lo bastante buena para alcanzar el fin sin estrellarse contra uno u otro de estos escollos, lejos de reprocharle sus medios, la ofreceremos entonces como un modelo. Antes de comenzar con nuestra tercera y tiltima pre~ gunta: gCudles son las reglas del arte de escribir una novela? debemos, me parece, responder a la perpetua objecién de algunos espiritus atrabiliarios que, para darse el barniz de una moral de la que con frecuencia su corazén est’ muy lejos, no dejan de decir: gPara qué sirven las novelas? ¢Para qué sirven, hombres hipécritas y perversos? Por- que sélo ustedes hacen esta pregunta ridicula: sirven para pintarlos tal como son. Individuos orgullosos que quieren sustraerse al pincel, porque temen sus efectos, al ser la novela, es posible expresarlo asi, ef cuadro de las costumbres seculares, es tan esencial como la historia para el filésofo que quiere conocer al hombre; porque el buril de ésta sélo lo pinta cuando se deja ver, y entonces ya no es él; la ambi- cién, el orgullo cubren su frente con una mascara que s6lo nos representa esas dos pasiones, y no al hombre. El pincel de la novela, por el contrario, lo atrapa en su interior... lo toma cuando se quita la mascara, y lo esboza mucho mas interesante, y al mismo tiempo mucho mis verdadero: ésa es la utilidad de la novelas. Censores frfos que no la aman, se parecen ustedes a ese lisiado que también decfa: z¥ por qué se hacen retratos? Si es pues verdad que la novela es itil, no temamos 38 | Iwrzopucci6n trazar aqui algunos de los principios que creemos necesa~ ios para Hevar este géneso a la perfeccién. Bien sé que es dificil cumplir esta tarea sin dar armas en mi contra: sno me vuelvo doblemente culpable de no haber Aecho bien, si pruebo que sé lo que hace falta para hacer bien? ;Ay! ;De- jemos estas consideraciones vanas, que se inmolen al amor del arte! El conocimiento més esencial que exige es por cierto el del corazn del hombre. Ahora bien, este importante conocimiento, todos los buenos espiritus nos aprobaran seguramente al afirmar que se lo adquiere por medio de desgracias y de viajes; hace falta haber visto a los hombres de todas las naciones para conocerlos bien, y hace falta haber sido su victima para saberlos apreciar; la mano del infortunio, al exaltar el cardcter de aquel a quien aplasta, 1o pone a la distancia justa « la que debe estar para estudiar a los hombres; él los ve desde alli como el pasajero percibe las olas furiosas estrellarse contra el escollo sobre el que lo ha arrojado la tempestad, Pero, en cualquier situacién que lo haya puesto la naturaleza o la suerte, si quiere conocer a los hombres, que hable poco cuando esté con ellos: no se aprende nada cuando se habla, uno s6lo se instruye es- cuchando; es por eso que los charlatanes por lo comtin no son mas que tontos. Oh, ti que quieres recorrer esta espinosa carrera, no pierdas de vista que el rovelista es el hombre de la na- turaleza; ella Io ha creado para ser su pintor; sino llega Ensayo bre les novels | 38 a amar a su madre desde que ésta lo ha traido al mundo, que nunca escriba, no lo leeremos; pero si experimenta esa sed ardiente por pintar todo, si entreabre con estremeci~ miento el seno de la naturaleza para buscar alli su arte y para obtener sus modelos, si tiene la fiebre del talento y el entusiasmo del genio, que siga la mano que lo conduce: ha adivinado al hombre, lo pintaré; dominado por su imagi- nacién, que ceda a ella, que embellezca lo que ve; el tonto corta una rosa y la deshoja, el hombre de genio la aspira y la pinta: éste es al que leeremos. Pero al aconsejarte que embellezcas, te prohibo alejar- te de la verosimilitud: el lector tiene derecho a enojarse cuando se da cuenta de que uno quiere exigirle demasiado; vve que se busca engafiarlo, su amor propio sufre; ya no cree nada desde que sospecha que lo quieren embaucar. Por otro lado, sin otra barrera que te contenga, usa a tu gusto el derecho de atentar contra todas las anécdotas de la historia cuando la ruptura de este freno se vuelve nece- saria para los placeres que nos preparas: una vez mas; no se te exige que seas verdadero, sino tan slo verosimil; exigir demasiado de ti seria dafiar los placeres que esperamo: no reemplaces sin embargo lo verdadero por lo imposible, y que lo que inventes esté bien dicho: lo se te perdona que pongas tu imaginacién en lugar de Ia verdad bajo la cléusula expresa de ornar y de deslumbrar. No se tiene nunca el derecho de decir mal cuando se puede decir todo Jo que uno quiere; si s6lo escribes como Rétif /o gue todo ef 40| Inrropuccion mundo sabe, aunque nos dieras, como él, cuatro volimenes por mes, no vale la pena tomar la pluma: nadie te obliga al oficio que haces; pero si lo emprendes, hazlo bien, No lo adoptes, sobre todo, como una ayuda para tu existencia; tu trabajo se resentiria por tus necesidades; le transmitirias tu debilidad; tendria la palidez del hambre: otros oficios se te presentan; haz zapatos, y no escribas libros. No por ello te estimaremos menos, y como no nos aburrirés, te querremos quiz més. Una vez plasmado tu esbozo, trabaja ardientemente en ampliarlo, pero sin encerrarte dentro de los limites que parece en principio prescribirte: te volveris flaco y frio con este método; son impulsos lo que queremos de ti, y no reglas; sobrepasa tus planes, varfalos, auméntalos; no es sino trabajando que vieren las ideas. :Por qué no quieres que la que te urge cuando compones, sea tan buena como la dictada por tu esboz0? Sélo exijo de ti una sola cosa: que sostengas el interés hasta la tiltima pagina; yerras el blanco si cortas tu relato con incidentes, o demasiado repetidos, 0 que no se relacionan con el tema: que los que te permitas sean més cuidados todavia que el fondo: debes compensar al lector cuando lo obligas a dejar lo que le interesa para comenzar un incidente: puede permitirte que lo interrum- Pas, pero no te perdonara que lo aburras. Que tus episo- dios nazcan siempre del fondo del tema,y que alli vuelvan; si haces viajar a tus héroes, conoce bien la regién a donde los conduces, lleva la magia al punto de identificarme con Ensayo sobre las novelas | 44 ellos; piensa que me paseo al lado de ellos, en todos los lugares donde los pones, y que, quiz més instruido que td, no perdonaré ni una costumbre inverosimil, ni un defec- to de atavio, todavia menos una falta de geografia: como nadie te obliga a esas escapadas, tus descripciones locales deben ser reales, o debes quedarte en el rincén de tu fuego; es el tinico caso en tus obras en que no se puede tolerar la invencién a menos que las regiones adonde me trans- portas sean imaginarias, y aun con esta hipétesis, siempre exigiré lo verosimi Evita el amaneramiento de la moral: no es en una novela donde hay que buscarla; si los personajes que necesita tu plan se ven obligados a veces a razonar, que sea siempre sin afectacién, sin la pretensién de hacerlo; nunca debe mora- lizar el autor, sino el personaje, y aun asi sélo se le permite hacerlo cuando esté forzado por las circunstancias. Una vez en el desenlace, que sea natural, nunca forzado, nunca maquinado, sino siempre nacido de las circunstan- cias; no exijo de ti, como los autores de La enciclopedia, que sea conforme al deseo del lector: squé placer le queda cuando ha adivinado todo? El desenlace debe ser tal que lo preparen los sucesos, que lo exija la verosimilitud, que lo inspire la imaginaci6n; y con estos principios, que en- cargo a tu espiritu y a tu gusto que amplien, si no lo haces bien, al menos lo hards mejor que nosotros; pues, debemos convenir, en las novelas breves que van a leerse, el vuelo osado que nos hemos permitido emprender no esta siem- 42 | Ivrnonucersn pre de acuerdo con Ia severidad de las reglas del arte; pero esperamos que 1a verdad extrema de los caracteres quizé las compense. La naturaleza, més insdlita de lo que nos la pintan los moralistas, se escapa todo el tiempo de las barreras que la politica de éstos querria prescribirle; uni- forme en sus planes, irregular en sus efectos, su seno, siem- pre agitado, se parece a la chimenea de un volcén, desde donde se lanzan por turno, o piedras preciosas que sirven al lujo de los hombres, o globos de fuego que los aniquilan; grande, cuando puebla la tierra no s6lo de Antoninos sino de Titos; horrible, cuando sobre ella vomita Andrénicos © Nerones; pero siempre sublime, siempre majestuosa, siempre digna de nuestros estudios, de nuestros pinceles y de nuestra respetuosa admiracién, porque sus designios nos son desconocidos, porque esclavos de sus caprichos 0 de sus necesidades, nunca debemos regular nuestros sen- timientos por ella sobre lo que aquéllos nos hacen expe- rimentar, sino sobre su grandeza, su energia, sin importar cules pudieran ser los resultados. A medida que los espiritus se corrompen, a medida que una nacién envejece, en tanto y en cuanto la naturaleza est mas estudiada, mejor analizada, los prejuicios mejor destruidos, hay que hacerlos conocer més. Esta ley es la misma para todas las artes: sélo avanzando se perfeccio- nan; no Hegan a la meta sino por ensayos. Seguramente no se debfa ir tan lejos en aquellos tiempos horribles de la ignorancia cuando, doblados bajo los hierros religiosos, se Ensayo sobre las novelas | 43 castigaba de muerte a quienes la querian apreciar, cuando las hogueras de la Inquisicin se convertian en premio de los talentos; pero en nuestro estado actual, partamos siempre de este principio: cuando el hombre ha sopesado todos los frenos, cuando, con una mirada audaz, su ojo mide las barreras, cuando, segiin el ejemplo de los Titanes, sa elevar su mano temeraria al cielo,y armado con sus pa- siones, como aquellos lo estaban con las lavas del Vesuvio, ya no teme declarar la guerra a quienes en otros tiempos lo hacian estremecerse, cuando sus extravios mismos ya slo le parecen errores legitimados por sus estudios, ano se le debe entonces hablar con la misma energia que él mismo emplea para conducirse? El hombre del siglo XVIII, en una palabra, ges acaso el del XI? ‘Terminamos con una afirmacién positiva, que las nove- las que damos hoy son absolutamente nuevas, y en modo alguno bordadas sobre fondos conocidos. Esta cualidad tiene quiza algiin mérito en un tiempo en que todo parece estar hecho, en que la imaginacién agotada de los autores parece no poder crear ya nada nuevo, y en que ya s6lo se oftece al ptiblico compilaciones, extractos o traducciones. Sin embargo, La torre encantada y La conspiracién de Amboise tienen algunos fundamentos histéricos. Se ve, pot Ia sinceridad de nuestras confesiones, cuan lejos estamos de querer engaftar al lector; hay que ser original en este género, o no meterse con él. He aqui lo que en una y otra de estas novelas se puede 44 lerropucciss encontrar en las fuentes que indicamos. EL historiador Arabe Abul-coecim-terif-aben-tario’, escritor bastante poco conocido por nuestros literatos de hoy, refiere lo que sigue a propésito de La torre encantada: “Rodrigo, principe afeminado, atraia a su corte, por moti- vos de voluptuosidad, a les hijas de sus vasallos, y abusaba de ellas. De este ntimero fue Florinda, hija del conde Ju- lian, La viol6. Su padre, que estaba en Africa, recibis esta noticia por una carta alegérica de su hija; sublevé a los moros y volvié a Espafia a la cabeza de ellos. Rodrigo no sabia qué hacer, sin fondes en sus tesoros, en ningiin lado; va a registrar la Torre encantada, cerca de Toledo, donde le dicen que debe encontrar sumas inmensas; entra en ella, y ve una estatua del Tiempo que golpea con su maza,y por una inscripcién anuncia a Rodrigo todos los infortunios que le esperan; el principe avanza, y ve una gran cuba de agua, pero nada de plata, Vuelve sobre sus pasos; hace ce- rrar la torre; un rayo fulmina el edificio: no quedan més que ruinas. El rey, a pesar de estos pronésticos funestos, retine un ejército, se bate durante ocho dias cerca de Cor- doba, y es muerto sin que se pueda encontrar su cuerpo”. Esto es lo que nos ha provisto la historia; que se lea nuestra obra ahora, y que se vea si la multitud de sucesos que hemos agregado a la sequedad de este hecho amerita ‘Parece que el nombre de este historiados, desconocido por los especialistas que hemos interrogado, deberia lerse asi, més probablemente: Abul-selim- terif-ben-tarig (N.d.A.), Ena sobre las novelas | AS no que consideremos la anécdota como nuestra! En cuanto a La conspiracién de Amboise, que se la lea en Garnier, y se vera lo poco que me ha prestado la historia. Ningtin guia nos ha precedido en las otras novelas; fon- dos, narraci6n, episodios, todo es nuestro. Quiz no sea lo mis feliz que haya: no importa, siempre hemos creido, y no dejaremos nunca de estar persuadidos de ello, que mas vale inventar, aunque sea incluso debil, que copiar o tra~ ducir; uno tiene la pretensién del genio, al menos es eso: gcudl puede ser la del plagiario? No conozco oficio més bajo, no concibo confesiones mas humillantes que esas a las que tales hombres se ven forzados al confesar ellos, mismos que tienen que carecer de ingenio, ya que se ven obligados a tomar prestado de los otros. Con respecto al traductor, no quiera Dios que le quite- mos su mérito; pero s6lo valoriza a nuestros rivales; y aun- que s6lo sea por el honor de la patria, ¢no es mejor decir a esos orgullosos rivales: también nosotros sabemos crear? 7 Esta anéedota es la que comienza Brigandos, en el episodio de la novela de Aline y Valeour que tiene por titulo: Sainville y Léonore,y que intesrumpe ta circunstancia del cadéver encontrado en la torre. Los imitadores de este episodio, al copiarlo palabra por palabra, no evitaron copiar también las eua- fo primerse nes de eta anecdote, que ee enounta cn boca del jefe de os bohemios. Es pues tan esencial para nosotros, en este momento, como para quienes compran novelas, advertrles que la obra que se vende en Pigoreau y Leroux, bajo el titulo de Vatmor y Lydia, y en Cérioux y Moutardier, bajo el de Azonde y Koradin, son exactamente lo mismo, ambas literalmente plagiadas, frase por frase, del episodio de Sainvitle y Léonore, que casi forma tres vohi~ menes de mi novela Aline y Valcour (N. dA.) 46| Inrropuccion Debo por tiltimo responder al reproche que se me hizo cuando apareci son demasiado fuertes; le doy al vicio rasgos demasiado Aline y Valeour. Mis pinceles, se dice, J Pi odiosos. Se quiere saber la razén? No quiero hacer que se ame el vicio; no tengo, como Crébillon y como Dorat, el peligroso proyecto de hacer que las mujeres amen a los personajes que las engafian; quiero, por el contrario, que los detesten; es el tinico medio que puede evitarles ser en- gafiados; y, para lograrlo, he hecho a mis héroes que siguen la carrera del vicio tan espantosos que muy seguramente no inspirarn ni piedad ni amor. Con ello, me atrevo a de- cit, soy mas moral que aquellos que se creen con permiso de embellecerlos: las obras perniciosas de estos autores se parecen a esos frutos de América que, bajo el colorido mas brillante, llevan Ia muerte en su seno; esta traicién de la naturaleza, de la cual no nos corresponde revelar el moti- vo, no est hecha para el hombre. Nunca, en fin, lo repito, nunca pintaré el crimen sino bajo los colores del infierno; quiero que se lo vea desnudo, que se le tema, que se lo de- teste, y no conozco otra manera para llegar a eso mas que mostrarlo con todo el horror que lo caracteriza. ;Malhayan quienes lo rodean de rosas! Sus miras no son tan puras, y jamés las copiaré. Que entonces no se me atribuya més, segtin estos sistemas, la novela de Justine: nunca hice tales obras y seguramente nunca las haré; sdlo los imbéciles los malvados pueden, a pesar de Ia autenticidad de mis negativas, sospechar de mio aun acusarme de ser su autor, Enayo sobre las novelas |47 y de ahora en adelante el mas soberano desprecio sera la ‘inica arma con la cual combatiré cus calumnias.$ Traduecién de Eugenio Lipez Arriazar * Sade rechaza con frecuencia la autoria de Justine debido a los problemas que le ocasions (N.d.T).

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