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Tema 15. 1º Parte. La Eucaristía
Tema 15. 1º Parte. La Eucaristía
1ª Parte: LA EUCARISTÍA
OBJETIVOS
DESARROLLO DE LA SESIÓN
Diálogo sobre ello, qué descubrimos como novedoso, cómo nos ayuda a
comprender lo que celebramos, qué importancia le damos en la práctica a cada
momento significativo del Año Litúrgico…
Para la reflexión:
Y en tu experiencia:
- ¿Cómo y con quién compartimos el “banquete” de nuestra vida?
- ¿A quiénes sentamos a nuestra mesa: la de nuestro tiempo, nuestra
amistad, nuestros bienes, nuestro interés, …?
- ¿A quiénes excluimos y por qué?
3. La Eucaristía
1
DOLORES ALEIXANDRE, Relatos desde la mesa compartida, CCS.
Doc 3. La eucaristía
En la vida de las personas y los pueblos hay fechas importantes que se recuerdan y se
celebran. En nuestra experiencia de vida realizamos signos y gestos que recuerdan
acontecimientos y fechas que son especiales porque han aportado a nuestra existencia
más alegría y felicidad (la fecha del cumpleaños o el santo, día que conocí a una
persona a la que quiero, un éxito en los estudios o el trabajo, nacimiento de un hijo/a,
día en que superé una situación difícil…). Los signos y gestos con los que evocamos
esos acontecimientos no sólo los recuerdan, sino que de alguna manera hacen presente
aquello que se recuerda. Por ejemplo:
o Cuando una familia se reúne el día en que cumplía los años su difunta
madre, coloca su fotografía en la mesa del comedor y comienza a recordar
escenas de su vida, de alguna manera la sienten revivir en aquellos
momentos y no cabe duda de que actos como estos hacen que la memoria de
su madre siga viva en su interior.
Influyen mucho los gestos o signos utilizados para recordar algo o alguien. Según
tengan mayor o menor vinculación con el hecho o con la persona recordada, el recuerdo
se vivirá más o menos intensamente. Recordar un acontecimiento o a una persona de
nuestra historia personal o colectiva es un signo claro de que seguimos valorándolo
como algo positivo acontecido en nuestras vidas, a la vez que seguimos manifestando
que nuestro amor por dicha persona no ha decaído. Por ejemplo:
o Cuando una pareja celebra sus 25 ó 50 años de vida matrimonial, están
manifestando que esa etapa de su vida ha sido positiva, se sienten contentos
y agradecidos por ello y piden a sus más allegados que se unan a su gozo.
El Año Litúrgico
Se llama Año Litúrgico o año cristiano al periódico ciclo anual, durante el cual la
Iglesia celebra el entero misterio de Cristo, desde su nacimiento hasta su última y
definitiva venida, llamada la Parusía. Por tanto, el año litúrgico es una realidad salvífica,
es decir, recorriéndolo con fe y amor, Dios sale a nuestro paso ofreciéndonos la
salvación a través de su Hijo Jesucristo, único Mediador entre Dios y los hombres.
a) Una finalidad catequética: quiere enseñarnos los varios misterios de Cristo: Navidad,
Epifanía, Muerte, Resurrección, Ascensión, etc. El año litúrgico celebra el misterio de la
salvación en las sucesivas etapas del misterio del amor de Dios, cumplido en Cristo.
b) Una finalidad salvífica: es decir, en cada momento del año litúrgico se nos otorga la
gracia especifica de ese misterio que vivimos: la gracia de la esperanza cristiana y la
conversión del corazón para el Adviento; la gracia del gozo íntimo de la salvación en la
Navidad; la gracia de la penitencia y la conversión en la Cuaresma; el triunfo de Cristo
sobre el pecado y la muerte en la Pascua; el coraje y la valentía el día de Pentecostés
para salir a evangelizar, la gracia de la esperanza serena, de la honestidad en la vida de
cada día y la donación al prójimo en el Tiempo Ordinario, etc. Nos apropiamos los
frutos que nos trae aquí y ahora Cristo para nuestra salvación y progreso en la santidad y
nos prepara para su venida gloriosa o Parusía.
En lenguaje más simple: el Año Litúrgico honra religiosamente los aniversarios de los
hechos históricos de nuestra salvación, ofrecidos por Dios, para actualizarlos y
convertirlos, bajo la acción del Espíritu Santo, en fuente de gracia divina, aliento y
fuerza para nosotros:
Por aquel entonces hice amistad con Leví, otro recaudador de impuestos que
vivía situaciones muy parecidas a las mías y, juntos, junto a una jarra de vino,
simulábamos reírnos del vacío que sentíamos a nuestro alrededor, aunque nuestras
burlas no conseguían esconder nuestra amargura, ni disimular cuánto nos hería sentirnos
tratados así.
Hacía mucho que no veía a Leví, cuando un día vino a buscarme dando muestras
de agitación y de una intensa emoción, y se puso a contarme, entrecortadamente, su
encuentro con un tal Jesús de Nazaret:
"Desde que le conocí, me dijo, me di cuenta de que él era distinto de los demás,
de que para él no contaba ni una sola de las distinciones que crean
clasificaciones y separaciones entre nosotros. Y lo supe cuando vi que se sentaba
a la mesa con todos: mujeres junto a hombres, libres junto a esclavos, gente de
altos cargos junto a los que todos miran como inferiores, personas de reconocida
pureza según los ritos de nuestro pueblo, al lado de impuros como nosotros,
gente respetada junto a muertos de hambre.
Ayer estaba yo sentado, como de costumbre, detrás de mi mesa, repasando mi
lista de la gente que hacía cola delante de mí para pagar, cuando, al levantar los
ojos para atender al siguiente, vi que era él quien estaba allí parado, mirándome.
No puedo explicarte lo que sentí, era como si su sola presencia deshiciera
barreras y derritiera distancias. Esperaba que me dirigiera una sarta de reproches
por colaboracionista y explotador pero, en lugar de eso, escuché con asombro: -
Leví, me haces falta ¿quieres venirte conmigo?
¡Irme con él! ¿Te das cuenta de la locura que supone? Me vas a decir que estoy
trastornado, y seguramente no te falta razón, pero, por favor, ven tú mismo a
conocerle; esta noche doy una cena en su honor, antes de liquidar mi negocio
para seguirle."
Era una manera de hablar justo al revés de todo lo que habíamos oído muchos,
cuando aún frecuentábamos la sinagoga y escuchábamos que Dios se complace en los
justos y rechaza a los pecadores. Nos dimos cuenta de que estábamos ante otra manera
de interpretar la vida, la ley, las tradiciones, la relación con Dios y el futuro de nuestro
pueblo. Todo estaba cambiando vertiginosamente y el centro de la espiral era aquella
mesa en la que un grupo de gente que nos creíamos perdidos, empezábamos a darnos
cuenta de que habíamos sido encontrados.
Mateo 9,9-13
“Siguiendo adelante vio Jesús a un hombre llamado Mateo sentado ante la mesa de los
impuestos. Le dice: - Sígueme. Se levantó y lo siguió. Estando Jesús en la casa, sentado
a la mesa, muchos recaudadores de impuestos y pecadores llegaron y se sentaron con
Jesús y los discípulos. Al verlo, los fariseos dijeron a los discípulos: - ¿Por qué come
vuestro maestro con recaudadores y pecadores? Él lo oyó y contestó: - Los que gozan
de buena salud no necesitan médico, sino los enfermos. Id y aprended qué significan
estas palabras de la Escritura: “Quiero que seáis compasivos, y no que me ofrezcáis
sacrificios. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores”.
Los banquetes de Jesús
Jesús vivió toda su vida en función del Reino del Padre. El plan de Dios, su Reino,
apunta a un gran banquete que reúne a todo el pueblo, del que nadie es excluido (Is
25,6). Jesús, durante su vida celebró muchas comidas que eran signo y anticipo de ese
Reino. Eran signo de la cercanía de Dios para con los pobres y pecadores. Dios no
excluye a nadie de su comunión.
Doc.3. La eucaristía
Entre todas estas comidas que aparecen en el Evangelio, una adquiere un carácter
singular. En el contexto de una cena pascual, en la que los judíos celebraban todos los
años la liberación de la esclavitud de Egipto, tiene lugar la “Última Cena” y en ella la
institución de la Eucaristía. Jesús, al celebrar la cena de Pascua con sus discípulos, le
da un nuevo sentido como ofrenda de amor al Padre y de salvación de todos. Habiendo
amado a los suyos los amó hasta el extremo. Sabiendo que había llegado la hora de
partir de este mundo para retornar a su Padre, en el transcurso de la cena hizo el gesto
de lavar los pies de sus discípulos y les dio el mandamiento del amor. Para dejarles un
signo de su amor y hacerles partícipes de su Pascua, instituyó la Eucaristía como
memorial de su muerte y su resurrección y mandó a sus apóstoles celebrarla hasta su
retorno.
Dios había hecho una alianza con su pueblo después de la liberación de Egipto. Jesús
hizo una nueva alianza con la entrega de su cuerpo y con su sangre. Jesús entrega su
persona y su vida entera en el contexto de una nueva alianza.
Mateo 26,26-29
Mientras cenaban, Jesús tomó en sus manos el pan, y habiendo dado gracias a Dios lo
partió y se lo dio a los discípulos, diciendo:
–Tomad, comed, esto es mi cuerpo.
Luego tomó en sus manos una copa, y habiendo dado gracias a Dios la pasó a ellos,
diciendo:
–Bebed todos de esta copa, porque esto es mi sangre, la sangre de la alianza, la cual es
derramada en favor de muchos para perdón de sus pecados. Os digo que no volveré a
beber del fruto de la vid hasta el día en que beba con vosotros vino nuevo en el reino de
mi Padre.
Juan 13,1-15
Era la víspera de la fiesta de la Pascua. Jesús sabía que le había llegado la hora de
dejar este mundo para ir a reunirse con el Padre. Él siempre había amado a los suyos
que estaban en el mundo, y así los amó hasta el fin.
El diablo ya había metido en el corazón de Judas, hijo de Simón Iscariote, la idea de
traicionar a Jesús. Durante la cena, Jesús, sabiendo que había venido de Dios, que
volvía a Dios y que el Padre le había dado toda autoridad, se levantó de la mesa, se
quitó la ropa exterior y se puso una toalla a la cintura. Luego vertió agua en una
palangana y comenzó a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla que
llevaba a la cintura.
Cuando iba a lavar los pies a Simón Pedro, este le dijo:
–Señor, ¿vas tú a lavarme los pies?
Jesús le contestó:
–Ahora no entiendes lo que estoy haciendo, pero más tarde lo entenderás.
Pedro dijo:
–¡Jamás permitiré que me laves los pies!
Respondió Jesús:
–Si no te los lavo no podrás ser de los míos.
Simón Pedro le dijo:
–¡Entonces, Señor, no solo los pies, sino también las manos y la cabeza!
Pero Jesús le respondió:
–El que está recién bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está
limpio. Y vosotros estáis limpios, aunque no todos.
Dijo: “No estáis limpios todos”, porque sabía quién le iba a traicionar.
Después de lavarles los pies, Jesús volvió a ponerse la ropa exterior, se sentó de nuevo
a la mesa y les dijo:
–¿Entendéis lo que os he hecho? Vosotros me llamáis Maestro y Señor, y tenéis razón
porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y Señor, os he lavado los pies, también vosotros
debéis lavaros los pies unos a otros. Os he dado un ejemplo para que vosotros hagáis
lo mismo que yo os he hecho.
Según cuentan las Actas de los mártires, entre los arrestados faltaba una joven llamada
Victoria. La detuvieron unos días después y no ocultó su identidad en el nuevo
interrogatorio del procónsul Anulino:
- También yo soy cristiana.
- No te pregunto si eres cristiana, sino si asististe a la reunión.
- Ridícula me parece su pregunta, procónsul ¡Como si los cristianos pudiéramos
pasar sin la Eucaristía!
Treinta y un hombres y dieciocho mujeres fueron despedazados por los leones. Aquellos
discípulos de Jesús sabían los riesgos que corrían al contravenir las órdenes del
emperador y, sin embargo, manifestaron sin temor alguno: «No podemos vivir sin
celebrar el día del Señor, somos cristianos».
Jesús pide a sus discípulos que sigan celebrando la Eucaristía hasta el final de los
tiempos: