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TEMA 15.

1ª Parte: LA EUCARISTÍA

OBJETIVOS

 Comprender y experimentar la liturgia como la actualización del Misterio de


Cristo y el encuentro con el Resucitado en la comunidad.
 Conocer el significado de las “comidas” en la predicación de Jesús y desde él, el
sentido de la Eucaristía
 Profundizar en el sentido y experiencia de celebrar la Eucaristía

DESARROLLO DE LA SESIÓN

1. La liturgia y el Año litúrgico

 Lectura del Doc1. La liturgia y el Año Litúrgico

 Explicación del Año Litúrgico

 Diálogo sobre ello, qué descubrimos como novedoso, cómo nos ayuda a
comprender lo que celebramos, qué importancia le damos en la práctica a cada
momento significativo del Año Litúrgico…

2. Los banquetes de Jesús.

 Leemos este siguiente texto: Doc.2. “Leví y sus amigos”1. Los


banquetes de Jesús

 Para la reflexión:

 ¿Qué significado tienen las comidas en la vida y el mensaje de Jesús?

 ¿Qué llama la atención de su actitud?

 Y en tu experiencia:
- ¿Cómo y con quién compartimos el “banquete” de nuestra vida?
- ¿A quiénes sentamos a nuestra mesa: la de nuestro tiempo, nuestra
amistad, nuestros bienes, nuestro interés, …?
- ¿A quiénes excluimos y por qué?

3. La Eucaristía
1
DOLORES ALEIXANDRE, Relatos desde la mesa compartida, CCS.
Doc 3. La eucaristía

4. La Iglesia celebra la Eucaristía

Doc 4. La Iglesia celebra la Eucaristía

Para profundizar en estos dos textos, sugerimos algunas cuestiones:

1. ¿Cómo os imagináis la escena de la última cena: sentimientos de cada uno,


gestos significativos, intencionalidad de Jesús en cada palabra y gesto suyo…?
2. ¿Qué nos evocan las palabras: entrega, servicio, ofrenda de amor, lavar los pies,
agacharse, salvación?
3. Reconocieron a Jesús “al partir el pan” ¿Dónde y cómo podemos reconocer
hoy a Jesús, en la vida cotidiana y en la vida celebrativa?
4. Con palabras nuestras ¿Cómo explicamos qué es la Eucaristía y cuál es su
significado para nuestra vida cristiana?
5. ¿Qué nos dicen a nosotros las palabras que aquellos cristianos y cristianas
mártires: No podemos vivir sin celebrar el día del Señor, somos cristianos?
6. ¿Qué experiencia de celebración de la eucaristía tenemos?
7. ¿Qué dificultades tenemos para celebrarla? ¿Y qué elementos nos facilitan
encontrarnos a gusto en ella, y vivirla con profundidad?

Sugerimos, que si el grupo es de Reiniciación (bautizados-as), en este momento se


celebre la Eucaristía en el grupo o se participe en una Eucaristía de la comunidad, de
manera especialmente significativa.
Tema 15. 1ª Parte. La Eucaristía

Doc.1: La Liturgia y el Año Litúrgico

Gestos que recuerdan y actualizan

En la vida de las personas y los pueblos hay fechas importantes que se recuerdan y se
celebran. En nuestra experiencia de vida realizamos signos y gestos que recuerdan
acontecimientos y fechas que son especiales porque han aportado a nuestra existencia
más alegría y felicidad (la fecha del cumpleaños o el santo, día que conocí a una
persona a la que quiero, un éxito en los estudios o el trabajo, nacimiento de un hijo/a,
día en que superé una situación difícil…). Los signos y gestos con los que evocamos
esos acontecimientos no sólo los recuerdan, sino que de alguna manera hacen presente
aquello que se recuerda. Por ejemplo:
o Cuando una familia se reúne el día en que cumplía los años su difunta
madre, coloca su fotografía en la mesa del comedor y comienza a recordar
escenas de su vida, de alguna manera la sienten revivir en aquellos
momentos y no cabe duda de que actos como estos hacen que la memoria de
su madre siga viva en su interior.

Influyen mucho los gestos o signos utilizados para recordar algo o alguien. Según
tengan mayor o menor vinculación con el hecho o con la persona recordada, el recuerdo
se vivirá más o menos intensamente. Recordar un acontecimiento o a una persona de
nuestra historia personal o colectiva es un signo claro de que seguimos valorándolo
como algo positivo acontecido en nuestras vidas, a la vez que seguimos manifestando
que nuestro amor por dicha persona no ha decaído. Por ejemplo:
o Cuando una pareja celebra sus 25 ó 50 años de vida matrimonial, están
manifestando que esa etapa de su vida ha sido positiva, se sienten contentos
y agradecidos por ello y piden a sus más allegados que se unan a su gozo.

Las grandes fiestas cristianas

Esta realidad que es común a toda la experiencia humana, aparece también en la


experiencia cristiana. El acontecimiento central para el cristiano es la
RESURRECCIÓN DE JESÚS. En ella, el ser humano y el mundo han sido salvados y
liberados del mal. En ella comienza el “hombre nuevo”, a imagen de Jesús. Pues bien, la
liturgia de la Iglesia es celebración y actualización de este acontecimiento. La liturgia
actualiza lo que la Iglesia anuncia: que Jesucristo Resucitado vive en la comunión de
Dios y actúa por la acción del Espíritu. La liturgia es el encuentro con el Resucitado que
acontece en la comunidad cuando se junta a escuchar la Palabra: “Donde dos o tres se
reúnen en mi nombre allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18,20).
El Misterio de Cristo se celebra en la Iglesia a lo largo del Año Litúrgico y se actualiza
en los momentos más importante de la vida de cada persona a través de los sacramentos
(encuentros con Cristo Resucitado, que se hace realmente presente, para comunicar su
salvación, en las diversas situaciones que vive el cristiano. Por medio de ellos, Jesús
continúa salvando al mundo y ofreciendo a todos su gracia y fuerza en los momentos
claves de la existencia humana).

El Año Litúrgico
Se llama Año Litúrgico o año cristiano al periódico ciclo anual, durante el cual la
Iglesia celebra el entero misterio de Cristo, desde su nacimiento hasta su última y
definitiva venida, llamada la Parusía. Por tanto, el año litúrgico es una realidad salvífica,
es decir, recorriéndolo con fe y amor, Dios sale a nuestro paso ofreciéndonos la
salvación a través de su Hijo Jesucristo, único Mediador entre Dios y los hombres.

El Año Litúrgico tiene dos funciones o finalidades:

a) Una finalidad catequética: quiere enseñarnos los varios misterios de Cristo: Navidad,
Epifanía, Muerte, Resurrección, Ascensión, etc. El año litúrgico celebra el misterio de la
salvación en las sucesivas etapas del misterio del amor de Dios, cumplido en Cristo.

b) Una finalidad salvífica: es decir, en cada momento del año litúrgico se nos otorga la
gracia especifica de ese misterio que vivimos: la gracia de la esperanza cristiana y la
conversión del corazón para el Adviento; la gracia del gozo íntimo de la salvación en la
Navidad; la gracia de la penitencia y la conversión en la Cuaresma; el triunfo de Cristo
sobre el pecado y la muerte en la Pascua; el coraje y la valentía el día de Pentecostés
para salir a evangelizar, la gracia de la esperanza serena, de la honestidad en la vida de
cada día y la donación al prójimo en el Tiempo Ordinario, etc. Nos apropiamos los
frutos que nos trae aquí y ahora Cristo para nuestra salvación y progreso en la santidad y
nos prepara para su venida gloriosa o Parusía.
En lenguaje más simple: el Año Litúrgico honra religiosamente los aniversarios de los
hechos históricos de nuestra salvación, ofrecidos por Dios, para actualizarlos y
convertirlos, bajo la acción del Espíritu Santo, en fuente de gracia divina, aliento y
fuerza para nosotros:

En Navidad Se conmemora el nacimiento de Jesús en la Iglesia, en el mundo y en


nuestro corazón, trayéndonos una vez más la salvación, la paz, el amor que trajo hace
más de dos mil años. Nos apropiamos de los mismos efectos salvíficos, en la fe y desde
la fe. Basta tener el alma bien limpia y purificada, como nos recomendaba san Juan
Bautista durante el Adviento.

En la Pascua Se conmemora la pasión, muerte y resurrección de Jesús, sacándonos de


las tinieblas del pecado a la claridad de la luz. Y nosotros mismos morimos junto con
Él, para resucitar a una nueva vida, llena de entusiasmo y gozo, de fe y confianza,
comprometida en el apostolado.

En Pentecostés Se conmemora la venida del Espíritu Santo, para santificar, guiar y


fortalecer a su Iglesia y a cada uno de nosotros. Vuelva a renovar en nosotros el ansia
misionera y nos lanza a llevar el mensaje de Cristo con la valentía y arrojo de los
primeros apóstoles y discípulos de Jesús.
Doc 2. Leví y sus amigos. Los banquetes de Jesús

Leví y sus amigos


Cuando comencé a ejercer el oficio de publicano, sentía vergüenza y esquivaba
el trato con los que antes habían sido mis amigos. Notaba sobre mí su desprecio y sus
críticas, y me humillaba darme cuenta de que evitaban mi compañía; pero me decía a mí
mismo que me importaba poco todo aquello, en comparación con el dinero fácil que
estaba ganando.

Por aquel entonces hice amistad con Leví, otro recaudador de impuestos que
vivía situaciones muy parecidas a las mías y, juntos, junto a una jarra de vino,
simulábamos reírnos del vacío que sentíamos a nuestro alrededor, aunque nuestras
burlas no conseguían esconder nuestra amargura, ni disimular cuánto nos hería sentirnos
tratados así.

Hacía mucho que no veía a Leví, cuando un día vino a buscarme dando muestras
de agitación y de una intensa emoción, y se puso a contarme, entrecortadamente, su
encuentro con un tal Jesús de Nazaret:

"Desde que le conocí, me dijo, me di cuenta de que él era distinto de los demás,
de que para él no contaba ni una sola de las distinciones que crean
clasificaciones y separaciones entre nosotros. Y lo supe cuando vi que se sentaba
a la mesa con todos: mujeres junto a hombres, libres junto a esclavos, gente de
altos cargos junto a los que todos miran como inferiores, personas de reconocida
pureza según los ritos de nuestro pueblo, al lado de impuros como nosotros,
gente respetada junto a muertos de hambre.
Ayer estaba yo sentado, como de costumbre, detrás de mi mesa, repasando mi
lista de la gente que hacía cola delante de mí para pagar, cuando, al levantar los
ojos para atender al siguiente, vi que era él quien estaba allí parado, mirándome.
No puedo explicarte lo que sentí, era como si su sola presencia deshiciera
barreras y derritiera distancias. Esperaba que me dirigiera una sarta de reproches
por colaboracionista y explotador pero, en lugar de eso, escuché con asombro: -
Leví, me haces falta ¿quieres venirte conmigo?
¡Irme con él! ¿Te das cuenta de la locura que supone? Me vas a decir que estoy
trastornado, y seguramente no te falta razón, pero, por favor, ven tú mismo a
conocerle; esta noche doy una cena en su honor, antes de liquidar mi negocio
para seguirle."

Una cena inolvidable


Sin salir de mi estupor, acudí a aquella cena en la que nos reuníamos todos los amigos
de Levi, es decir, lo peorcito de Jerusalén: recaudadores, prostitutas, soldados romanos,
comerciantes de todas clases, cambistas, traficantes y más de alguno ya borracho antes
de comenzar la cena.

Jesús participaba de la alegría general, que iba creciendo según circulaba el


excelente vino que Leví había sacado de su bien surtida bodega. Pero algo sentíamos los
comensales que nos embriagaba mucho más que aquel vino: estar allí, rodeando a Jesús,
hacía caer el fardo del "personaje" que cada uno llevábamos a cuestas y empezábamos a
experimentar la libertad de no estar atados a ninguna jerarquía social, religiosa ni
económica, ni a normas de pureza o de legalidad. Era como si él estuviera convencido
de que esa comunidad de mesa podía romper las líneas divisorias que nos separaban a
unos de otros, y su convicción nos contagiaba a todos la sensación de que algo
absolutamente nuevo estaba comenzando.

En la sobremesa, se puso a contar la historia de un hombre que tenía cien ovejas


y, al contarlas por la noche, antes de hacerlas entrar en el redil en una noche de
tormenta, se dio cuenta de que se le había perdido una. Se echó al monte bajo el
aguacero para buscarla, y recorrió muchas leguas sin conseguir dar con ella. Casi de
madrugada la oyó balar en lo hondo del barranco por el que se había despeñado,
enredándose en unas zarzas; bajó a toda prisa, se la cargó a los hombros contentísimo y,
a la vuelta, convocó a sus vecinos para celebrarlo y les dijo: - ¡Felicitadme! ¡He
encontrado la oveja que había perdido!

Al terminar el relato, sacó la siguiente conclusión: - Así es Dios, vuestro Padre,


y así se alegra cuando encuentra a uno de sus hijos perdidos.

Uno de los comensales, que fue durante un tiempo discípulo de un rabino y


conocía la historia, le recordó: - No has dicho que la oveja perdida era la mejor del
rebaño y que por eso la quería tanto el pastor.
Jesús le contestó: - No, las cosas con Dios no son así. Para El nadie necesita
estar cargado de méritos ni de cualidades para ser querido, sino que su amor es como el
de una madre que, entre todos sus hijos, prefiere al pequeño hasta que crezca, al
enfermo hasta que sane, al que está de viaje, hasta que vuelva a casa.

Era una manera de hablar justo al revés de todo lo que habíamos oído muchos,
cuando aún frecuentábamos la sinagoga y escuchábamos que Dios se complace en los
justos y rechaza a los pecadores. Nos dimos cuenta de que estábamos ante otra manera
de interpretar la vida, la ley, las tradiciones, la relación con Dios y el futuro de nuestro
pueblo. Todo estaba cambiando vertiginosamente y el centro de la espiral era aquella
mesa en la que un grupo de gente que nos creíamos perdidos, empezábamos a darnos
cuenta de que habíamos sido encontrados.

Leví, un recaudador de impuestos y colaborador con el imperio opresor, viene en


representación de toda la «gentuza», de toda la gente de «mal vivir» que eran
despreciados por todos por su condición de pecadores. Nadie quería tener «comunidad
de mesa» con ellos.

Mateo 9,9-13
“Siguiendo adelante vio Jesús a un hombre llamado Mateo sentado ante la mesa de los
impuestos. Le dice: - Sígueme. Se levantó y lo siguió. Estando Jesús en la casa, sentado
a la mesa, muchos recaudadores de impuestos y pecadores llegaron y se sentaron con
Jesús y los discípulos. Al verlo, los fariseos dijeron a los discípulos: - ¿Por qué come
vuestro maestro con recaudadores y pecadores? Él lo oyó y contestó: - Los que gozan
de buena salud no necesitan médico, sino los enfermos. Id y aprended qué significan
estas palabras de la Escritura: “Quiero que seáis compasivos, y no que me ofrezcáis
sacrificios. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores”.
Los banquetes de Jesús

Las comidas de Jesús ocupan un lugar considerable en la tradición evangélica. Comer


con otras personas fue para Jesús una forma privilegiada de dar a conocer el proyecto de
Dios. A Jesús le encontramos dando de comer a una gran multitud, sentado a la mesa de
quienes le invitaban, o en la última cena con sus discípulos. Las comidas fueron tan
importantes en su vida, que cuando resucitó sus discípulos le reconocieron con
frecuencia al compartir la mesa con Él. Su vida no se entiende sin estas comidas, y
tampoco su muerte, porque en cierto modo Jesús murió por la forma en que comía. Tras
su resurrección, las comidas siguieron siendo muy importantes para los cristianos.

Jesús vivió toda su vida en función del Reino del Padre. El plan de Dios, su Reino,
apunta a un gran banquete que reúne a todo el pueblo, del que nadie es excluido (Is
25,6). Jesús, durante su vida celebró muchas comidas que eran signo y anticipo de ese
Reino. Eran signo de la cercanía de Dios para con los pobres y pecadores. Dios no
excluye a nadie de su comunión.
Doc.3. La eucaristía

Entre todas estas comidas que aparecen en el Evangelio, una adquiere un carácter
singular. En el contexto de una cena pascual, en la que los judíos celebraban todos los
años la liberación de la esclavitud de Egipto, tiene lugar la “Última Cena” y en ella la
institución de la Eucaristía. Jesús, al celebrar la cena de Pascua con sus discípulos, le
da un nuevo sentido como ofrenda de amor al Padre y de salvación de todos. Habiendo
amado a los suyos los amó hasta el extremo. Sabiendo que había llegado la hora de
partir de este mundo para retornar a su Padre, en el transcurso de la cena hizo el gesto
de lavar los pies de sus discípulos y les dio el mandamiento del amor. Para dejarles un
signo de su amor y hacerles partícipes de su Pascua, instituyó la Eucaristía como
memorial de su muerte y su resurrección y mandó a sus apóstoles celebrarla hasta su
retorno.
Dios había hecho una alianza con su pueblo después de la liberación de Egipto. Jesús
hizo una nueva alianza con la entrega de su cuerpo y con su sangre. Jesús entrega su
persona y su vida entera en el contexto de una nueva alianza.

Mateo 26,26-29
Mientras cenaban, Jesús tomó en sus manos el pan, y habiendo dado gracias a Dios lo
partió y se lo dio a los discípulos, diciendo:
–Tomad, comed, esto es mi cuerpo.
Luego tomó en sus manos una copa, y habiendo dado gracias a Dios la pasó a ellos,
diciendo:
–Bebed todos de esta copa, porque esto es mi sangre, la sangre de la alianza, la cual es
derramada en favor de muchos para perdón de sus pecados. Os digo que no volveré a
beber del fruto de la vid hasta el día en que beba con vosotros vino nuevo en el reino de
mi Padre.

Juan 13,1-15
Era la víspera de la fiesta de la Pascua. Jesús sabía que le había llegado la hora de
dejar este mundo para ir a reunirse con el Padre. Él siempre había amado a los suyos
que estaban en el mundo, y así los amó hasta el fin.
El diablo ya había metido en el corazón de Judas, hijo de Simón Iscariote, la idea de
traicionar a Jesús. Durante la cena, Jesús, sabiendo que había venido de Dios, que
volvía a Dios y que el Padre le había dado toda autoridad, se levantó de la mesa, se
quitó la ropa exterior y se puso una toalla a la cintura. Luego vertió agua en una
palangana y comenzó a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla que
llevaba a la cintura.
Cuando iba a lavar los pies a Simón Pedro, este le dijo:
–Señor, ¿vas tú a lavarme los pies?
Jesús le contestó:
–Ahora no entiendes lo que estoy haciendo, pero más tarde lo entenderás.
Pedro dijo:
–¡Jamás permitiré que me laves los pies!
Respondió Jesús:
–Si no te los lavo no podrás ser de los míos.
Simón Pedro le dijo:
–¡Entonces, Señor, no solo los pies, sino también las manos y la cabeza!
Pero Jesús le respondió:
–El que está recién bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está
limpio. Y vosotros estáis limpios, aunque no todos.
Dijo: “No estáis limpios todos”, porque sabía quién le iba a traicionar.
Después de lavarles los pies, Jesús volvió a ponerse la ropa exterior, se sentó de nuevo
a la mesa y les dijo:
–¿Entendéis lo que os he hecho? Vosotros me llamáis Maestro y Señor, y tenéis razón
porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y Señor, os he lavado los pies, también vosotros
debéis lavaros los pies unos a otros. Os he dado un ejemplo para que vosotros hagáis
lo mismo que yo os he hecho.

A partir de la experiencia de la resurrección, los discípulos de Jesús le reconocieron “al


partir el pan” (Emaús). Desde el comienzo de la comunidad cristiana, la Eucaristía se
convierte en su centro. Es algo constitutivo de lo más hondo de su fe, irrenunciable, a
pesar de las circunstancias más adversas que encontraron en sus primeros tiempos.

Sirva de ilustración este ejemplo:


Diocleciano fue un emperador romano que prohibió a los cristianos sus encuentros
dominicales. Sus soldados sorprendieron en Abitinia (actual Túnez) a un grupo
celebrando la Eucaristía.
Detenidos, el 12 de febrero del año 304 les hicieron comparecer en Cartago ante el
procónsul Anulino:
- Habéis actuado en contra del edicto del emperador...
- Sí, lo sabemos. Hemos celebrado en mi casa el día del Señor -respondió un tal
Emérito.
- Y la celebración del Señor no puede interrumpirse -añadió Cayo a las palabras
de su compañero de banquillo, casi sin dejarle terminar.
- ¿Por qué no cumplís con lo mandado? -preguntó Anulino, amenazador.
- Nosotros no podemos vivir sin celebrar el día del Señor -respondieron ambos
al unísono, con decisión, en nombre del grupo que estaba siendo juzgado.

Según cuentan las Actas de los mártires, entre los arrestados faltaba una joven llamada
Victoria. La detuvieron unos días después y no ocultó su identidad en el nuevo
interrogatorio del procónsul Anulino:
- También yo soy cristiana.
- No te pregunto si eres cristiana, sino si asististe a la reunión.
- Ridícula me parece su pregunta, procónsul ¡Como si los cristianos pudiéramos
pasar sin la Eucaristía!

Treinta y un hombres y dieciocho mujeres fueron despedazados por los leones. Aquellos
discípulos de Jesús sabían los riesgos que corrían al contravenir las órdenes del
emperador y, sin embargo, manifestaron sin temor alguno: «No podemos vivir sin
celebrar el día del Señor, somos cristianos».

No les cupo la menor duda en la elección: no estaban dispuestos a abandonar su reunión


de los domingos. Aunque corrieran peligro, no querían dejar de poner en práctica el
«Haced esto en memoria mía»:
Habían experimentado que, en la Eucaristía, Jesucristo les llenaba del gozo de la
resurrección, les animaba y fortalecía posibilitándoles, así, formar una comunidad en la
que vivir fraternalmente era una realidad plena.

Lo que se ve en la celebración, pretende expresar un hondo significado:


Compartir un mismo pan significa tener algo en común. Si compartimos el cuerpo del
Señor, compartimos entre nosotros la misma vida del Señor. Él se nos hace presente en
este sacramento para llenarnos de su Espíritu y para que, así, podamos hacer lo que él
hizo: Amar y liberar, hacer comunidad que ayuda a la gente a ponerse en pie.
Doc.4. La Iglesia celebra la Eucaristía

Jesús pide a sus discípulos que sigan celebrando la Eucaristía hasta el final de los
tiempos:

“Haced esto en memoria mía” (Lc 22,19).

La Iglesia cumple su encargo y los cristianos se reúnen en la Eucaristía para celebrar la


muerte de Jesús hasta que Él vuelva.

Cuando celebramos la Eucaristía:

a) Nos reunimos como comunidad de hermanos. Estamos llamados a:


 Encontrarnos y acogernos los amigos y vecinas; adultos, ancianas, niños,
ricos y pobres.
 Sentirnos hermanos y hermanas, solidarias con todos, compartir nuestras
alegrías y problemas.
 Comprometernos a practicar el perdón, vivir el amor, construir la unidad.

b) Proclamamos la Palabra de Dios


 Escuchamos la lectura de la Biblia
 Respondemos con salmos y cánticos
 Guardamos silencio y la meditamos de corazón

c) Hacemos presente la Muerte y Resurrección de Jesús


 Jesús da su vida por la salvación de los hombres y mujeres
 Ofrecemos a Dios Padre lo que más le agrada: la entrega de Jesús hasta la
muerte.
 Nos comprometemos a amar y sacrificarnos por los hermanos

d) Recibimos un alimento de vida


 El pan y el vino se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo
 Cristo es comida y bebida que nos alimenta y fortalece para vivir como hijos
de Dios.
 Es un banquete en que nos unimos estrechamente a Cristo y entramos en
comunión con sus mismos sentimientos y proyectos.

e) Anticipamos la gran fiesta del Reino


 Se anuncia y anticipa el banquete final de los tiempos, donde será realidad la
convivencia feliz y definitiva entre Dios y los seres humanos.
 Recibimos una semilla de inmortalidad y la garantía de que también nosotros
y nosotras resucitaremos.
 Pedimos y esperamos confiados la vuelta del Señor Jesús

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