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4 Historia Moderna Ii: Siglo Xvii

2º Grado en Historia

Facultad de Filosofía y Letras


Universidad Autónoma de Madrid

Reservados todos los derechos.


No se permite la explotación económica ni la transformación de esta obra. Queda permitida la impresión en su totalidad.
Historia Moderna II – S. XVII

TEMA 1. EUROPA Y EL MUNDO EN 1600

No se permite la explotación económica ni la transformación de esta obra. Queda permitida la impresión en su totalidad.
El mapa muestra una distribución territorial distinta a nuestras concepciones actuales. El ‘eurocentrismo’
presenta a los habitantes europeos de forma positiva, mientras que las otras poblaciones eran ‘bárbaros’,
lo que no es correcto. Estamos ante mundos distintos, ni peores ni mejores, que no deben trasponerse. A
lo largo de este mapa, se observan otros territorios que acabaron como Estados-Nación en el s. XIX.
ESTADOS ALEMANES. Conforman el conjunto apodado como ‘Sacro Imperio Romano Germánico’. Está
formado por distintos estados / estamentos en su interior, que rinden cuentas al Imperio y que tienen una
soberanía interna. No son un estado en el sentido actual porque tienen por encima al Imperio, por lo que
no son Estados-Nación (al no haberse desarrollado aún este concepto). Es un territorio ‘sacro’, aunque
se desarrolla una pugna particular de la Europa occidental: se construye sobre la creencia de que es aquí
donde está y es la cristiandad, y donde se traslada el mensaje del Cristo a través de la Iglesia.
En Europa se dividen las autoridades sacras: el Imperio y el Papado. Lo ‘sacro’ implica una misión, que

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es la de conducir a los cristianos a la obediencia a las instituciones de la Iglesia. La Iglesia, trasladada a
Roma desde Oriente, construye la idea de que la cristiandad es Europa; en el caso del Sacro Imperio, se
ha trasladado la idea de que son la herencia cristiana y de Carlomagno, aunque mejorado. Este territorio
es fundamental para la historia de Europa (ss. XIII-XIX), que ha sufrido numerosas luchas de poder en
un plano interno como externo a lo largo de la Plena y Baja Edad Media, hasta la Edad Contemporánea.
El Imperio nunca configuró un Estado, no así algunos territorios; lo que importaba era el Imperio.
Estos territorios ocupan el centro europeo hasta el ‘extremo de la cristiandad’ es decir, la frontera con el
otomano (nunca era denominado Imperio Otomano, sino denominaciones de ‘bárbaros’). La cabeza del
Imperio era el Sacro Emperador, un cuerpo llamado ‘Imperio’ donde participan diversos territorios, los
principescos1, las ciudades llamadas ‘mediatas’2, las ‘inmediatas’3 y las asociadas al emperador4. Todos
estos territorios se relacionaban con el Emperador a través de diversas instituciones, unidas a través del
contrato entre ‘la cabeza’ y ‘el cuerpo’ con derechos y obligaciones, sin poder violar las normas. Cuando
hay asuntos que deben decidirse en conjunto, si la ‘cabeza’ lo realiza sola estamos ante ‘tiranía’, y si lo
hace solo ‘el pueblo’, es una ‘turba’. En el s. XVIII, algunos poderes tendrían privilegios acumulados, y
en ese grupo no podían situarse las mujeres. Los emperadores decidían, acompañados de los ‘nobles’.
La llegada del absolutismo como sistema de poder supuso la ruptura con esta forma de gobierno, siendo
‘la cabeza’ la única en tomar las decisiones. A través de instituciones como la Dieta Imperial, se reúnen
en distintas ciudades y representan al Imperio en los diversos asuntos que tratar. Otra institución de este
sistema fue la ‘Bula de Oro’, creada en 1356 para que los príncipes pudieran gobernar sus territorios en
un cierto sistema de independencia. Hasta final del s. XV la Dieta no se formalizó como institución, pese
a que los príncipes se reunían irregularmente con el rey. La regularización de la Dieta supuso la creación
de una estructura de gobierno: los collegia, los príncipes electores, y las ciudades dependientes. Sí hubo
intentos por reformar el Imperio para frenar la desintegración, aunque sin gran efecto. Sobre todo, 1648
marcó un antes y un después al limitar el poder al Emperador. Hasta su desintegración, el Imperio sería
un conjunto de Estados independientes. La Dieta fue itinerante hasta 1663, quedándose en Ratisbona.

1
La familia de los Augsburgo tenían en estos lugares importantes posesiones de fincas.
2
Son el grupo de las ciudades dependientes del estamento de los príncipes.
3
Denominadas como las ‘Ciudades Libres del Imperio’.
4
Es el caso de la ciudad de Aquisgrán, en la que se celebraban las reuniones imperiales.

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Historia Moderna II. S. XVII – Josu Asarta y Luis Parras

En la Dieta, era la cabeza quien decidía ejercer la política entre todos, porque era lo justo (pese a ello, sí
hubo veces en la que se impuso la fuerza). En otros territorios europeos hubo instituciones similares:
- En Francia, coexistieron los États generaux con el Parlement.
- En Inglaterra, el Parliament aglutinó a la Cámara de los Lores y a la de los Comunes.
- En Dinamarca y Suecia existieron similares, aunque hubo intentos por eliminar las cortes.
- En España, se desarrollaron las Cortes como órgano gubernativo.

La Dieta Imperial fue el nombre que recibió la principal institución. Nunca fue un parlamento al modo

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actual, al responder a la representación del particularismo estamental y territorial del Antiguo Régimen.
Consistía en la asamblea de los príncipes, laicos y eclesiásticos, de cada estado imperial, junto a los que
no estaban sujetos a ninguna autoridad inferior a la del propio emperador. Tuvo un papel cambiante en
el tiempo, sin tener un lugar definido de celebración en sus inicios. Empezó como la convención de los
príncipes de las viejas tribus germánicas que formaban el Reino Franco; al tomar decisiones importantes,
probablemente basado en la vieja ley germánica en la que cada líder confiaba en el apoyo de sus hombres
principales. Esta Dieta estaba compuesta por tres cámaras:
- Cámara de los príncipes electores. Están a la cabeza de un territorio y tenían una Dieta con los
estamentos que hay en ese territorio; a su vez dentro de ese territorio hay 3 cámaras. Los Príncipes
son los que eligen a la cabeza, es decir que la dignidad Imperial es electiva y no hereditaria.

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Desde la Bula de oro, ley fundamental del imperio que obliga a todos a cumplirla, marca que el
cargo del emperador es hereditario, se establecen 7 electores (4 seculares, 3 religiosos) que eligen
al emperador. La dignidad imperial nació y murió con su ‘carácter electivo’. Esta cámara, tras la
Guerra de los Treinta años, aumentará en otro miembro más al entrar Baviera en él. Maguncia,
Tréveris y Colonia fueron electores eclesiásticos (arzobispados: tienen representación territorial,
pero también a la autoridad máxima, que es la del emperador, junto a otra externa, que es la del
Papa de Roma). Los otros electores seculares: Margrave de Brandemburgo, el Duque de Sajonia,
Rey de Bohemia, y Duque de Baviera (que forma parte del mismo hacia 1626). Hay una segunda
cámara, donde no están los electores aunque repite similarmente: habrá principados territoriales
seculares, y religiosos; el principal era la casa de Austria, pero también hubo otras familias.
- Cámara de los Príncipes territoriales. Los príncipes no son electores (ej.: Duque de Baviera).
No elegían al emperador, y podían ser religiosos: los obispos príncipes territoriales; y seculares:
como los Austrias (no tienen como emperador un grano de terreno, pero como príncipe de Austria
posee todos los territorios, es la más potente de todo el Imperio).
- Cámara de las Ciudades. Formada por las ciudades libres del Imperio, porque las dependientes
ya están representadas en la Dieta del territorio. En caso de empate en una decisión las ciudades
votaban y determinaban la decisión. Si no había empate esta cámara no votaba.

GRAN BRETAÑA. Es un espacio territorial conformado por varios reinos. Analizamos esos mismos:
- Inglaterra. Desde de los Tudor en adelante a configurarse como hegemónica que tiene una idea
imperial en ese sentido, de imperio dentro de la isla por eso emprende la conquista de varios
territorios que conservan sus especificidades institucionales y políticas (Gales, Irlanda, Condado
de Irlanda, o Escocia). En algunos de los territorios aunque pertenezcan o fueran absorbidos por
Inglaterra, conservan sus instituciones particulares y sobre todo su derecho, lo que les confiere
capacidad de tener territorio e instituciones que alcanzaban representación, empezando por la
propia Inglaterra que tiene un parlamento con una cabeza que es el rey o reina y con dos cámaras,

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Historia Moderna II. S. XVII – Josu Asarta y Luis Parras

de lores y la de los comunes (diversas organizaciones corporativas representadas). En Inglaterra


se hace política, se decide sobre lo que a todos toca es (‘quod omnes tangit ab omnibus approbari
debet’): ‘the king in the parliament’ decide sobre cosas comunes. Nunca hay absolutismo, los
reyes no consiguen imponerse de forma definitiva. En los doce años de tiranía, se estuvo a punto
cerca de un sistema absolutista: en 1649 fue ejecutado legalmente Carlos I y tras un juicio.
- Escocia. Tenía una confesión distinta desde el estallido de la reforma: calvinistas presbiterianos,
no tienen obispos y eligen en los presbiterios, que se reúnen hasta alcanzar un acuerdo. Tienen
su propio parlamento hasta 1707 al incorporarse a Inglaterra, perdiendo su propio parlamento y
los ingleses les dejan un cacho de parlamento inglés.

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- Gales. Es casi Inglaterra, pero las marcas tienen sus propios parlamentos que dicen de acuerdo
con el derecho de la tierra, de allí no de Inglaterra.
- Irlanda. Gran bastión del catolicismo, por ahí quiso entregar Felipe II y Luis XIV para derrocar
a la dinastía primero de los Tudor y luego de los Estuardo. Aquí nos encontramos también con
una forma de organización territorial y jurídica que no tiene nada que ver con el Estado inglés.

FRANCIA. El título del rey de Francia es el ‘rey cristianísimo’ y desde el punto de vista territorial es ‘le
roi de France et de Navarre’: es primogénito de la Iglesia y tiene una particular organización eclesial. La
referencia a ‘Navarra del norte’ se debía a que ‘Navarra del sur’ fue conquistada por Fernando el Católico
e incorporada a Castilla en 1512. Tiene sus propias normas, su propia conformación religiosa, los reyes

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de navarra son calvinistas (gracias a la implantación que hizo Enrique IV).
El territorio se extendía desde Île d’France (región de París) a otros territorios que se unificaron ya siglos
atrás, gracias a la labor de la dinastía de los Capeto. Sí es llamativo el caso de Avignon, ciudad que hasta
el momento estaba controlado por el Papado (pese a estar en territorio francés, no pertenece a Francia).
Existían diversos territorios internos que, disponían de derechos propios legislativos o parlamentarios,
y que se reunían en los Étáts généraux (ej.: en el caso del reino de Navarra, se refleja como conserva el
derecho jurídico propio) hasta el 1710, cuando quedaron sustituidos por el Órgano de Jueces de París.
A pesar de la apariencia uniforme, no podemos decir que Francia fuera estado-nación.
ITALIA. Formada por los Estados Pontificios y parte del territorio que corresponde a la monarquía de
España (Nápoles). Va desde Sicilia hasta los Estados pontificios, que son a su vez territorios cuya cabeza
espiritual y temporal es el Papa y cuya legitimidad se basó en un documento manipulado: la Donación
de Constantino (s. V), porque esta escrito con un latín medieval del s. XI. También, había un conjunto
de republicas independientes y luego un feudo, Milán, feudo del Imperio, es decir tiene que ser donado
en calidad de feudatario (es decir que tiene que hacerle pleito homenaje al emperador).
ESPAÑA. En este mapa, la representación es algo compleja. No aparece representada una división de los
territorios de la Corona de Aragón a nivel peninsular (compuesta internamente por el Reino de Aragón,
además del Principado de Cataluña y del Reino de Valencia). Cada uno de estos lugares tenía su propia
forma particular de representación política o legislativa, basada en un derecho propio territorial –en
resumen, cada territorio se rige de formas determinadas–. En este territorio, el rey hispano debe respetar
todas las obligaciones que existan en estos territorios; tenían una forma de representación ante el rey, las
Cortes, que se reúnen con su ‘cabeza’ para abordar asuntos de interés para la entidad. Estas Cortes no
tienen similitudes con el sistema de Cortes actual, porque las primeras se regían mediante estamentos.
El rey hispano reinaba en el territorio peninsular, aunque en otros territorios extranjeros como Holanda,
o Milán, era un mero ‘duque’ que, quedaba obligado a jurar ante el emperador (porque pertenecían en

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condición de doble pertenencia a la monarquía, pero también al Imperio). Hay otros territorios que, no
aparecen representados, pero que pertenecían a la corona de Castilla: las posesiones en América5. El rey
Felipe II alcanzó numerosos títulos, como el de Rey de Castilla, Aragón, Nápoles y Sicilia, Emperador
de las Indias, Conde de Charolais, o el Señor de Vizcaya y de Molina de Aragón (prov. de Guadalajara).
La distribución es totalmente distinta a la insistencia de una unidad del destino universal que se llame
España. El estado-nación es una creación propia del s. XIX, aunque si había naciones sin Estado como
los judíos. España en el sentido actual del término no existe, se hablaba de las Españas, muchos dicen
que son españoles de nación que quiere decir castellanos, por lo que culturalmente existe una España.

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Son territorios organizados de modo distinto, no se concibe el derecho, el sujeto individual del derecho,
esto quiere decir, en el Antiguo Régimen no hay derechos en el sentido terminal de la época, pero hay
privilegios intrínsecos a la religión: Dios creó el mundo de manera que el orden de la sociedad existente
se legitima por un acto de creación divina: no creó a los seres humanos en igualdad. Hay una distribución
en estatus que impide la existencia de un individuo como sujeto unitario. Felipe II se autodenominaba
con todos los títulos que tenía, pero tenía derechos y obligaciones en cada sitio, tiene diversas personas
jurídicas. El sujeto del derecho es una corporación que permanece viva y ejerce derechos feudales.

TEMA 2. CONSECUENCIAS POLÍTICAS DE LA CONFESIONALIZACIÓN EN EUROPA

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1. La lucha por la hegemonía europea: la Guerra de los Treinta Años
Los enfrentamientos religiosos que ocasionaron en el Sacro Imperio la Reforma protestante y la ruptura
de la cristiandad se solucionan provisionalmente con la Paz de Augsburgo (1555), en la que se sancionó
que en adelante cada súbdito debería profesar la religión de su príncipe: ‘cuius regio eius religio’. Pero,
¿esto implicaba que en adelante se aceptarían en los territorios imperiales todas las confesiones? No. El
citado acuerdo de paz solo reconocía dos cultos oficiales: el católico y el luterano (protestante). La Gran
Guerra que se inició en 1618, se desató en Bohemia, dentro de los dominios de los Habsburgo. La noticia
de que el archiduque Fernando de Estiria (católico defensor de la Contrarreforma) iba a acceder al trono
de reino profundamente calvinista hizo que los representantes de la Dieta local defenestraran en Praga a
los dos enviados del futuro emperador, ofrecieran el trono a Federico V, elector del Palatinado.
Cuando Fernando II accedió a la dignidad imperial, envió al conde de Tilly para que aplastara la rebelión;
tras derrotar a los sublevados en la Montaña Blanca, se desató la represión, y el catolicismo pasó a ser
confesión obligatoria, al tiempo que el elector palatino fue sustituido por el D. de Baviera, (lo que otorga
la mayoría a los príncipes católicos en del colegio que elegía a los emperadores). Ante la amenaza para
los territorios reformados el rey de Dinamarca interviene, iniciando la internacionalización del conflicto:
- Durante esta fase danesa (1625-1639), el rey Felipe IV de España se alía con su primo Fernando
II, al tiempo que tras concluir la tregua de los Doce Años, su valido el C-D. de Olivares reanuda
las hostilidades con las Prov. Unidas. Las campañas del condotiero imperial que llegan hasta el
Báltico obligan a Cristian a firmar la paz, firmando el emperador en 1629 el edicto de Restitución.
- La fase sueca (1629-1635). El arrinconamiento de los estados evangélicos hacen que Gustavo
Adolfo de Suecia-Finlandia, decida emprender una cruzada anticatólica, que le llevó a Viena. Al
tiempo que el primer ministro de Luís XIII de Francia, el cardenal Richelieu tomó partido por el

5
Las Leyes de Indias, de Castilla, planteaban el traslado de las formas sociales, políticas o económicas a América.
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bando reformado para frenar el poder de la casa de Austria; especialmente en 1634, los ejércitos
de la Monarquía hispánica y el Emperador vencen a los evangélicos en Nördlingen.

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- Al abandonar los suecos sus posiciones en Alemania central, S y O, y comenzar una ofensiva por
parte de los triunfadores para ‘recatolizar’ la sociedad, se inicia la fase francesa (1635-1648), lo
que hace que la guerra se generalice afectando a buena parte del subcontinente europeo. Aunque
en principio el éxito sigue sonriendo a los Austrias (rendición de Breda en 1637), las rebeliones
de Portugal, Nápoles y Cataluña, tres años después, la derrota de los tercios españoles en Rocroi
(1643), y diversas victorias suecas en Bohemia, fuerzan a los Habsburgo a negociar la paz.
En el cénit del conflicto, asistimos a enfrentamientos entre alianzas con planteamientos diferentes:
- La católica, liderada por las dos ramas de la casa de Austria, que defiende un férreo absolutismo,
libre de interferencias de los poderes locales inferiores (asambleas representativas de los reinos,
aristócratas) y cuyos cimientos descansarían sobre el catolicismo del Concilio de Trento.
- La protestante, cuyo modelo político republicano, tiene como gran referencia las Prov. Unidas,

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en el cual el poder estatal se basa en las asambleas representativas (dietas, estados provinciales)
y en instituciones dominadas por aristócratas y terratenientes, cuyas estructuras eclesiásticas si
no dominan el Estado pueden vivir al margen de él.
No obstante, estos postulados iniciales se ven alterados por las necesidades hegemónicas de los reinos
más pujantes, de ahí que los suecos saqueen electorados calvinistas, o que los primeros ministros del rey
de Francia, los cardenales Richelieu y Mazarino, apoyen a los protestantes contra los católicos. Pese a
que los ejércitos y armadas que participarán en ella serán genuinos exponentes de la Revolución Militar
(las necesidades de las tropas mercenarias reclutadas por los contratistas militares), provocarán saqueos
y destrucciones en los principados alemanes (los sufrieron 50-60% por ciento de su población total).
Para lograr la paz, las potencias católicas se dieron cita en Münster en 1644, mientras que las protestantes
lo hacían en la vecina Onsabrück, núcleos de los cuales salieron los tratados que conocemos como paz
de Westfalia, (firmados en octubre de 1648) que pusieron fin a la guerra entre Francia, Suecia e Imperio,
y sentaron las bases del futuro equilibrio europeo. Los principados germanos reforzaron sus atribuciones
estatales. En el ámbito confesional, se autoriza el calvinismo junto a confesiones oficiales ya reconocidas
anteriormente. Desde un punto de vista territorial, se reconoce la independencia de los cantones suizos,
Alsacia cae en las manos del rey de Francia y Pomerania se reparte entre el elector de Brandeburgo y el
soberano de Suecia. Por el tratado de Münster, firmado a comienzos de ese mismo año, el rey de España
reconocía la independencia de las Prov. Unidas, mientras que Francia sólo se alcanzará 11 años después.

2. Felipe IV y la desarticulación de la Monarquía de España: las revueltas de los reinos


Durante el reinado del Felipe IV (1621-1665) se ponen de manifiesto las contradicciones que implicaba
costear el precio del imperio. Se hizo imprescindible que el Imperio dejara de ser pagado por la Corona
de Castilla, algo que estuvo a punto de hacer desaparecer a la propia monarquía de España.
En 1598 fallecía en El Escorial Felipe II, dejando a su heredero una deuda astronómica. De inmediato,
Felipe III encomendó el control del Estado a su favorito: el D. de Lerma. Este grande de España, inaugura
la Edad de Oro de los validos, que logran controlar en su propio beneficio al Estado centralizada. Este
giro revela la naturaleza social del absolutismo hispánico, a la vez que hace constante la corrupción.

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El D. de Lerma trasladó la Corte a Valladolid, ciudad desde donde no regresaría a Madrid hasta 1606.
Tuvo que arrostrar las deudas contraídas como consecuencia de los voluminosos gastos militares, para
lo cual obtuvo de las Cortes la renovación del servicio de millones. El consejo de Hacienda decretó una
nueva bancarrota en 1607 y confirió la gestión de la misma a sus acreedores, los asentistas genoveses.
Al no haber más recursos, no quedó más remedio que suscribir en 1609 una ‘Tregua de Doce años’ con
los rebeldes neerlandeses. Tras varios escándalos protagonizados por el favorito y sus criaturas, Lerma
fue cesado y sustituido por el D. de Uceda (en el cargo hasta la llegada de Felipe IV en 1621)
El nuevo valido: el C-D. de Olivares se presentó en la Corte defendiendo un ambicioso programa de

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regeneración nacional. Con objeto de racionalizar la maquinaria imperial, apostó por homogeneizar la
fiscalidad de los distintos territorios que integraban la Monarquía compuesta gobernada por los Austrias,
pues la financiación de ese Estado recaía en exclusiva sobre la Hacienda Real Castellana. El objetivo era
costear la llamada ‘Unión de Armas’, un ejército de 140.000 hombres, reclutado y pagado por los reinos,
pensando que esta homogeneización podía favorecer la unificación política, al crear una íntima relación
entre soberanía y obediencia, pero que se topó con la resistencia de algunos de los reinos periféricos.
Las mayores resistencias se manifestaron en los casos de Cataluña y Portugal; alegaban que la medida
violaba sus competencias constitucionales y desbordaba su capacidad financiera. En tales circunstancias,
la guerra con Francia en 1635 iba a precipitar la Rebelión de los Catalanes. Cataluña se convirtió al año
siguiente en el escenario de las operaciones bélicas. La posterior recluta de tropas y las necesidades de

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alojamiento de los tercios desencadenaron una rebelión abierta de los campesinos pobres, los ‘segadors’,
que en 1640 se apoderaron de Barcelona y mataron al virrey en el famoso ‘Corpus de sang’. Los payeses
gerundenses desafiaron a los campesinos ricos y a las tropas reales, de suerte que la rebelión (hasta ese
momento dirigida por la Generalitat y encabezada por Pau Claris), se convirtió en una lucha social.
Para Madrid, en Cataluña surge una segunda Holanda que había que recuperar, especialmente cuando
el Principado solicitó su adhesión al reino de Francia. Sustituir a Felipe IV por Luís XIII no resolvió
el problema. Al contrario: los franceses aprovecharon la ocasión para que sus industrias penetraran en
el Principado eclipsando a las autóctonas; a la crisis económica de la industria local pronto se unió la
gran mortalidad causada por la peste de 1650 a 1654. La división entre pro francos y pro castellanos
coincidió con la invasión del Principado por don Juan José de Austria en 1651, que rindió Barcelona
al año siguiente y procedió a sofocar la rebelión del resto del ‘Principat’ en los años posteriores. La
pertenencia de Cataluña a la Monarquía Hispánica fue confirmada por la Paz de los Pirineos de 1659
(en Isla de los Faisanes – en el Bidasoa), si bien el Rosellón y la Cerdaña pasaron a manos de Francia.
La corona también trató de integrar a Portugal en la ‘Unión de Armas’, lo que provocó la irritación
lusa que pronto estallaría en forma de revueltas antifiscales (Évora - 1637). En 1640, la aristocracia
portuguesa se enfrentó a Felipe IV, ofreciendo resistencia activa al servicio militar de 6.000 soldados
con destino al frente catalán. La clase feudal cerró filas con la casa de Braganza. Jugó un papel muy
importante la pérdida de las plazas del imperio asiático a manos de los neerlandeses y la amenaza que
estos estaban ejerciendo sobre sus ingenios azucareros del Brasil (cuyos barcos atacaron los navíos
lusos dedicados al comercio de azúcar e incluso conquistaron Bahía en 1625), empleando para sus
financiación, así como para asediar Recife y Pernambuco las ganancias obtenidas por la captura de la
flota de la plata en Matanzas. Ello acabó quebrando la colaboración de los reinos ibéricos en la defensa
imperial, especialmente a partir de 1640, cuando la monarquía de España se encontraba debilitada por
la rebelión catalana, la insurgencia neerlandesa y la Guerra de los Treinta Años. Ese año D. Juan fue
coronado como el rey Juan IV de Portugal. Para consolidar la secesión, suscribe en 1656 alianza con

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Inglaterra. El ulterior acercamiento a su pertinaz enemigo, las Prov. Unidas, la boda de Catalina II de
Braganza con Carlos II de Inglaterra en el 1661, y la derrota de las tropas españolas en Vila-Viçosa,
cuatro años más tarde, llevaron al reconocimiento de la independencia lusa por la Paz de Lisboa.
El resto de las rebeliones y revueltas que se produjeron en el seno de la monarquía de España: Sicilia en
1647-1648 o Sevilla, Córdoba y Granada entre 1647-1652 siguieron patrones similares, algo que también
se observa en las resistencias de las Cortes castellanas al pago de nuevas contribuciones o las acaecidas
en las aldeas del interior peninsular frente la recluta de soldados. Pusieron de manifiesto algo que pronto
percibieron las elites: la importancia de la participación popular, que ahora, si se alineaba con ciertas

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elites nobiliarias o urbanas, podía provocar un cambio de Estado (ej.: revuelta de Nápoles – 1647).
Encabezada por un pescador llamado Masaniello, estalló en el mercado de la ciudad como consecuencia
de la carestía y de la entrada en vigor de la ‘gabella’ sobre la fruta. La acción colectiva se inició con la
quema ceremonial de los registros fiscales, mientras la multitud exhibía hogazas pinchadas en estacas,
gritando ‘viva el rey’ y ‘muera el mal gobierno’, al tiempo que reivindicaba la libertad. En la revuelta
participaron activamente las mujeres del mercado, mozos de cuerda, marineros, pescadores, artesanos y
miles de pobres, poniendo el mundo patas arriba en una de las ciudades más grandes de Europa. Aunque
en su cenit la revuelta de julio de 1647 sólo duró 10 días, fue la primera ocasión en que el proletariado
de una ciudad tomaba el poder y gobernaba solo, algo que fue divulgado a través de libros y panfletos
en sitios como Londres o Ámsterdam; si bien el abandono del buscado apoyo francés a la joven república

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un año después y la contraofensiva feudal acabaron con la toma hispana y la cabeza de Masaniello.

3. La crisis francesa: los movimientos de la Fonda


Desde mitad del siglo anterior, Francia se había visto inmerso en las Guerras de Religión (enfrentaron a
católicos y calvinistas - allí llamados hugonotes), creando un clima de inestabilidad. Ambos bandos se
arrogaron el derecho de rebelarse contra el monarca de turno e incluso, si las circunstancias lo exigían,
de matar al tirano. De hecho, el último Valois, Enrique III, fue asesinado en 1589 por un dominico, quien
mostró que el tiranicidio (defendido por los monarcómacos calvinistas), también era un asunto católico.
Su sucesor, Enrique de Navarra, iba a fundar una nueva dinastía: la Borbón. Consciente de fortalecer el
Estado real pasaba por orillar asuntos confesionales en un reino dividido, se mostró pragmático. Se va a
convertir al catolicismo (ya que era hugonote) para acceder al trono, al tiempo que otorgaba en el Edicto
de Nantes (1598) la libertad religiosa e incluso territorios autónomos y ciudades a los hugonotes.
Luís XIII tuvo que encarar dos problemas esenciales. De una parte, el poder intestino de los hugonotes,
un Estado dentro del Estado, que era necesario extirpar si pretendía hacer valer la máxima absolutista
‘un rey, una fe, una ley’. Tras la última convocatoria de los Estados Generales, hasta la Revolución
francesa, en 1624 designó presidente del Consejo real al cardenal Richelieu, que de inmediato arrostró
la resolución de problemas. Desarrolló un programa reformista para reducir competencias políticas del
reino y edificar así un ‘Estado de finanzas’, redoblando para ello la presión fiscal que gravaba a estas
explotaciones campesinas que recaían sobre consumo de productos esenciales, la gabela de la sal y la
Paulette, un tributo que deberían pagar los funcionarios al comprar su cargo. A la vez, con objeto de
compensar las fuerzas centrífugas que trataban de limitar el poder central, Richelieu creó un sistema de
intendentes reales y funcionarios provinciales, que controlaban todos los asuntos en sus territorios.

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Historia Moderna II. S. XVII – Josu Asarta y Luis Parras

El peso de todo este aparato burocrático y de unos ejércitos en continua expansión recae sobre los pobres.
Entre 1610-1644 las contribuciones totales se cuatruplican; Magistrados, señores feudales y eclesiásticos
alzaran sus voces clamando por la aminoración de una presión fiscal que estaba mermando sus propias
detracciones. Pero el mayor peligro procedía de un campesinado pauperizado que (ante la ofensiva de la
renta agraria y otras exigencias materiales que escoltaron la reacción señorial) inició unas crecientes
resistencias que en numerosas ocasiones desembocaron en rebeliones provinciales de gran calado. A las
huelgas de diezmos acaecidas en el Languedoc, pronto se sumaron el bandolerismo o los boicots al pago
de la renta agraria, manifestando un cambio profundo y duradero de la actitud de los campesinos frente
a los señores feudales. En medio de este clima de, hubo un aumento de exigencias de la Hacienda Real,

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que desencadenó una verdadera oleada de rebeliones campesinas, en respuesta al terrorismo fiscal del
Estado absolutista (ej.: Provenza – 264 revueltas entre 1596 y 1660).
La cultura política del insurrecto invoca continuamente la fórmula del retorno al pasado o la defensa de
la tradición, toda vez que en el lenguaje político del s. XVII las palabras ‘novedad’/‘innovación’ tenían
un significado negativo, pero ello no implica que la tradición se reinventase, para acomodarla a estas
demandas. Su motor esencial: antifiscalismo, encarna la respuesta radical de las clases subalternas a la
recaudación de la renta feudal centralizada de la que viven aristócratas, burócratas y arrendadores de las
rentas reales afincados en París y Lyon. Ello constituía una verdadera amenaza para la hegemonía de las
clases privilegiadas, en una etapa, el Feudalismo tardío o desarrollado, donde 4/5 partes de los recursos
de la clase dominante se captaba y distribuía a través del Estado fiscal-militar.

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La situación se complica en la minoría de edad de Luís XIV, hecho por el que Ana de Austria designó
primer ministro al cardenal Mazarino. Entre 1648-1653, el absolutismo francés tuvo que hacer frente a
un movimiento de agitación formado por diversos parlamentos, príncipes, oligarquías urbanas, ciertos
sectores del campesinado y el naciente proletariado urbano, teniendo uno de sus principales epicentros
en París. Fue ‘la Fronda’, que estuvo a punto de conducir al derrocamiento de la monarquía. La revuelta
estalló en París, cuando la ‘noblesse de robe’ del Parlamento, junto con procuradores de los Tribunales
de Cuentas, Apelación y el Gran Consejo, se negaron a acatar en 1648 los decretos del primer ministro;
elaboran un programa para revolución política y administrativa que exigía supresión de los intendentes,
protección contra las detenciones arbitrarias y la aprobación en adelante de las subidas de impuestos por
un tribunal independiente. Se pretendía hacer bascular el ordenamiento político y constitucional de la
monarquía hacia el reino. Cuando Mazarino fue a dictaminar detener a los parlamentarios, se produjo la
sublevación popular. Tuvo que ceder suspendiendo los impuestos y retirando a intendentes provinciales.
Al año siguiente a la ‘Fronda’ parlamentaria se une ahora la de los príncipes, que reivindicaban su control
del Consejo Real frente al poder de un ministro extranjero. Sus ideas y críticas se difunden a través de
canciones y panfletos, lo que forzó al cardenal a exiliarse en Colonia en 1650. La alianza de Condé con
la monarquía de España para derrocar a Luís XIV conduce a una guerra abierta en las inmediaciones de
París. No obstante, fue precisamente el temor a una confrontación similar a la vivida en la segunda mitad
del s. XVI, lo que acabó favoreciendo el triunfo de Mazarino (quien en 1653 regresó junto al soberano),
reinstaurando los intendentes, restringiendo el poder del Parlamento e imponiendo nuevos impuestos.
‘La Fronda’ constituyó un verdadero intento alternativo frente al absolutismo. Los rebeldes pretendieron
volver a un modelo constitucional donde el Reino, a través de la alta nobleza (los príncipes), los Estados
Generales, los Parlamentos y las corporaciones urbanas controlaran el sistema político, en detrimento de
los aparatos centrales del Estado (similar del vigente en Polonia-Lituania o Suecia). Pero la Guerra Civil
y la subsiguiente inestabilidad social dieron al traste con el proyecto, haciendo que la baja nobleza, los

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burgueses y mercaderes como los que dirigieron la insurrección urbana radical Burdeos se echasen atrás,
al constatar que campesinos y las clases subalternas podían imprimir a la revuelta un carácter extremista

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que desembocase en un cambio de Estado contrario a sus intereses; de suerte, que el cierre del conflicto
condujo a un resultado intencionado: el afianzamiento de un modelo absolutista.

4. La revolución inglesa de 1640


La Revolución inglesa fue el mayor cataclismo político y social que ocurrió en Europa durante la crisis
del s. XVII. Para comprender sus raíces es necesario remontarnos a la centuria anterior. La Inglaterra
Tudor se había caracterizado por un delicado equilibrio constitucional entre el rey y el reino.
Esta situación iba a cambiar con la nueva dinastía de los Estuardo, cuyos miembros se sintieron tentados
a desarrollar un modelo absolutista y hacer concesiones a los aborrecidos católicos, pese a que un grupo
de ellos había organizado en 1605 un complot para asesinar a Jacobo I, su familia y la mayoría de la

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aristocracia protestante durante la sesión de apertura del parlamento (‘Conspiración de la pólvora’). El
heredero del fundador de la dinastía británica, Carlos I recurrió, como sus homónimos continentales, a
los servicios de un favorito, el duque de Buckingham, su principal consejero, hasta que fue asesinado en
1628. La guerra contra Francia y la de los Tres Reinos (Inglaterra, Escocia e Irlanda), no solo le llevaron
a imponer mayores obligaciones financieras (subsidios), sino también a emitir una voluminosa deuda a
largo plazo, sin recurrir al Parlamento, que dejó de ser convocado en 1628 tras presentar al Estuardo la
Petición de Derechos, que trataba de imponer límites al poder real.
Desde un punto de vista confesional, el puritanismo inglés y el presbiterianismo escocés se conformaron
como las típicas iglesias calvinistas construidas desde abajo, que rechazaban la estructura jerárquica, el
culto a los santos y otros aspectos católicos de la Iglesia anglicana, estatal, reivindicando una completa
autonomía. Fue el intento del arzobispo de Canterbury de imponer el anglicanismo en Escocia, lo que
provocó la rebelión de la nobleza escocesa, que liderando a sus clanes campesinos invadieron Inglaterra,
derrotando al ejército real. Carlos se ve obligado a convocar al Parlamento, que aprovecha para revocar
todas las medidas de corte absolutista. Un año después, son los católicos irlandeses los que se rebelan
para defender su confesión: Guerra de los Tres Reinos. La decisión de quién debía controlar al ejército
inglés condujo a la Guerra Civil, en la cual se enfrentaron dos bandos de intereses contrapuestos:
- El bando realista, apoyado por la corte londinense, eran los grandes terratenientes feudales, sus
arrendatarios y servidores, cuyas bases geográficas se hallaban en la Inglaterra NO. El soberano
contó con el apoyo de los mercaderes de las grandes compañías privilegiadas. Desde un punto
de vista confesional, el bando regio se caracterizó por su defensa a ultranza del anglicanismo.
- El bando parlamentario, integrado por mercaderes modestos y los empresarios manufactureros,
los miembros de la ‘gentry’ y los propietarios de la Inglaterra del SE. Este bando, tuvo asimismo
el respaldo decisivo de los pequeños productores rurales y los asalariados urbanos: los oficiales,
aprendices y asalariados temporales de las grandes ciudades. Sus integrantes sí profesaban una
variada gama de ideas religiosas, desde el puritanismo, mayoritario, hasta el anabaptismo.

La revolución tuvo un carácter progresista y burgués, porque su victoria despejó los obstáculos políticos
que impedían el pleno desarrollo del capitalismo. Carlos huyó de Londres y los rebeldes crean el Nuevo
Ejército Modelo (‘New Model Army’) dirigido por Oliver Cromwell que derrotó al real. Unos años más
tarde, la Cámara de los Lores fue abolida, la de los Comunes depurada y el soberano (ante la presión de

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las clases populares integradas en el ‘New Model Army’) condenado a muerte y decapitado en 1649, lo
que condujo a la abolición de la monarquía y la instauración de la Commonwealth. La soberanía residiría
enteramente en el Parlamento, que legislaba y elegía al consejo de Estado: sus miembros, puritanos de
la ‘gentry’, acabaron siendo presididos por el jefe de los Roundheads: Cromwell.
La Guerra Civil también fue una revolución democrática frustrada, iniciada cuando los soldados del New
Model Army comenzaron a manifestar sus aspiraciones y sus derechos políticos. Entre sus integrantes
destacan: el ‘London leveller party’ o ‘partido de los niveladores’, un grupo democrático radical que se
apoyaba en los pequeños productores rurales y asalariados urbanos (liderados por John Lilburne, Richard

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Overton y William Walwyn). En 1647 debatieron en Putney con la gentry puritana sus ideas acerca de
la naturaleza de la Commonwealth. Su vocal, el coronel Thomas Rainborugh defendía una constitución
democrática y en los ‘Agreements of People’ los niveladores formularon la necesidad de extender la
inmunidad parlamentaria a todos los hombres, propugnando la igualdad, defensa de pequeña propiedad
y tolerancia religiosa, para lo que era imprescindible el sufragio universal masculino. Estas propuestas
aterraron a las clases acomodadas, similar a lo ocurrido tras la conquista de Irlanda en 1649.
Los ‘Diggers’, liderados por Winstanley, propugnaban una sociedad comunista, sin propiedad privada,
a fin de asegurar la igualdad de derechos y una libertad sin restricciones, para lo cual crearon una colonia
comunal igualitaria. Rechazaron la esclavitud e incluso la pena de muerte. Sostuvieron que para poder
triunfar, el colectivismo y la propiedad comunal debían difundirse por el mundo, lo que implicaba una

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conciencia de clase planetaria. Algo que se percibe en The law of freedom, la obra más importante.
Cromwell procedió a una enérgica represión, ejecutando a los líderes de ‘levellers’ y los ‘diggers’ entre
1649-1650, al tiempo que era investido ‘Lord Protector’ de la República de Inglaterra, Irlanda y Escocia.
Mientras tanto, los miembros de pequeñas compañías marítimas le alentaron para que desarrollara una
ambiciosa política exterior. Aunque enseguida suscribió un tratado de paz con el embajador de Felipe
IV en 1655, procedería a ocupar algunas islas caribeñas como Barbados y Jamaica (que conformarían
las Indias occidentales británicas). Gran Bretaña emprendió una lucha sin cuartel contra los neerlandeses
para disputarles el dominio de los mares (Primera Guerra Anglo-Holandesa de 1652-54).
El Lord Protector muere en 1658, y dejó como sucesor a su hijo (que declinó el poder de Commonwealth
al general Monck). El resultado final de la Revolución inglesa nos permite valorar las consecuencias de
la oleada de revueltas y de rebeliones que hemos analizado, las cuales pusieron al mundo patas arriba.
Cuando los aristócratas descubrieron que el cambio de Estado podía proceder de fuerzas ajenas a ellos,
y los burgueses comprobaron las serias amenazas que implicaba la radicalización popular, reaccionaron
apuntalando la sociedad estamental, intensificando la represión y excluyendo a los débiles del poder
político. La crisis se saldó en términos de estabilidad y orden; en 1660 una delegación encabezada por
Monck negoció con el hijo del soberano depuesto, Carlos II, la Restauración de la monarquía Estuardo.

TEMA 3. LOS PLANTEAMIENTOS IDEOLÓGICOS

1. La ‘soberanía’ y la ‘razón de Estado’

En los ss. XVI-XVII se produjo una reflexión sobre la esencia y la función del Primitivo Estado moderno
que había emergido en Europa a la salida de la crisis bajomedieval. Numerosos tratadistas reflexionaron
sobre el concepto de ‘soberanía’, lo que constituye uno de los fundamentos esenciales de Los Seis Libros
de la República publicados por Jean Bodin en 1576. Para este tratadista, dicho concepto, o su sinónimo

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latino la ‘majestas’, constituía el poder absoluto o perpetuo de una comunidad política. Ahora bien, con
ser interesantes estos postulados para el desenvolvimiento de la teoría del Estado, en la práctica tuvieron
poca influencia sobre las constituciones que dotaban a las monarquías occidentales de estructura interna.

El poder de los reyes europeos se legitimó desde la Edad Media con el despliegue de dos doctrinas: de
una parte las doctrinas de ‘poder ascendente’ (sostienen que el origen estaba en señores, corporaciones
y estamentos, algo que casaba muy bien con el sistema feudovasallático imperante en Occidente tras la
Revolución del año mil). Por otra, aquellas que sostenían un origen del ‘poder descendente o teocrático’.
Según este modelo (mucho más difundido en la Europa moderna) la majestad emanaba de Dios, de ahí

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que el monarca no tuviera que dar cuenta de sus actuación en la tierra ante nadie, y que sus decisiones
se guiaran en la práctica por intereses dinásticos de carácter patrimonial: la razón de Estado.

Ambos postulados informaban sobre la teoría de la ‘majestas duplex’, la verdadera piedra angular de las
constituciones estamentales o feudo-corporativas que determinaba la estructura interna de los Estados
en el siglo XVII. Según esta construcción ideológica, el poder político se repartía entre el Rey y el Reino,
cual si de una propiedad feudal más se tratase. El rey poseía el dominio útil o usufructo del poder estatal;
se trataba de una competencia que dimanaba del supremo hacedor y se transmitía en el seno de dinastías;
el Reino, las clases privilegiadas y el alto capital mercantil, eran las titulares del dominio eminente, que
ejercían a través de los aparatos centralizados (Consejos reales), las asambleas representativas (Estados
Generales, Cortes, Dietas, Parlamentos) y dentro de las altas magistraturas existentes en cada territorio,

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de ahí que el monarca tuviese que respetar la libertades de las clases privilegiadas, motivo por el cual a
estas constituciones se las calificaba de libertarias. En aquellas zonas de Occidente donde tras la salida
de la crisis bajomedieval los monarcas se habían convertido en emperadores de sus respectivos reinos,
sus funcionarios tendieron a fusionar ambos dominios en el llamado dominio absoluto, lo que en seguida
implicó dejar de convocar las asambleas representativas y domesticar a la nobleza, convirtiéndola en
una clase cortesana: así sucedió en la Castilla del s. XVI, la Francia del s. XVII o en Rusia de los zares.
Tal giro implicó la aparición del ‘Estado absolutista’, cuya naturaleza social se orientó a preservar la
hegemonía social y política de las clases privilegiadas durante la transición al capitalismo.

Para lograr el objetivo había desplazar el poder de los señores y las ciudades hacia un poder centralizado
y militarizado, cuyas instituciones se financian por la recaudación de tributos del tercer estado (una parte
de los cuales se repartía en la Corte entre miembros de la clase dominante). En todas las constituciones
estamentales que forman la matriz de las monarquías absolutistas, el ordenamiento jurídico reconoce la
existencia de tres poderes o prerrogativas que residen respectivamente:

- Al rey le corresponde ‘majestad’, la cual confiere al soberano la capacidad de administrar justicia.


- A los oficiales reales que integran los consejos y las magistraturas le corresponde la autoridad.
- A las clases privilegiadas la libertad, fueros y exenciones que disfrutan la nobleza y el clero.

Con objeto de reforzar el poder del monarca, en todos los reinos europeos que transitaron hacia el modelo
absolutista se produjo una recuperación del derecho romano. Esta se debió a la actividad desplegada por
la burocracia real. Durante la fase de apogeo del poder real, acaecida en los ss. XVI-XVII, los diferentes
Consejos dejan de estar integrados por los ‘grandes’ y las altas dignidades eclesiásticas para pasar a estar
constituidos por ‘Oficiales’ especializados: los letrados serían, si bien, durante la Alta Edad Moderna,
estos cargos administrativos y judiciales tendieron a patrimonializarse por la venta de oficios.

Con todas estas herramientas que legitimaban la soberanía real, y con los potentes ejércitos mercenarios
financiados a través de una creciente presión fiscal, los Estados absolutistas no solo monopolizaron el
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poder político en sus reinos, sino que emprendieron un ambicioso programa para someter a sus súbditos
a través del control de sus respectivas Iglesias (les permitiría fijar paulatinamente los comportamientos
religiosos, sexuales, sociales y laborales de los habitantes que vivían en sus dominios en el Barroco).

2. El mundo del Barroco

La cultura del Barroco representa la culminación ideológica del proceso de reacción social, producido
durante el Siglo de Hierro. El Barroco es la manifestación cultural de una sociedad en crisis, que codifica

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sus fundamentos con una finalidad muy precisa: fomentar la defensa de los ideales aristocráticos. Es una
cultura estamental y dirigida que pretende reforzar, a través de educación y propaganda, los mecanismos
de autoridad (exaltando a quienes la encarnan y representan: soberano, nobleza, clero y oficiales reales).
Desde un punto de vista social, existe una relación muy importante entre este fenómeno la Reforma y la
Contrarreforma, ya que tras postular la confesionalización de los Estados, ambas corrientes recurren a
una propaganda efectista que tiende a exacerbar los sentimientos religiosos, siempre que se circunscriban
a la ortodoxia sancionada por las Iglesias oficiales. Por consiguiente, no es de extrañar que durante el
apogeo de esta cultura conservadora, las élites tratasen de reeducar a las masas modificando incluso el
contenido de las festividades populares, con objeto de arraigar un conformismo social.

En lo que respecta a exaltación y propaganda del poder de los reyes, éstas se manifiestan en su esplendor

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en el ámbito de las ciudades cortesanas. El modelo a seguir es la capital de los Estados Pontificios, que
lo mismo que otras capitales (Madrid, París o Londres) creció de manera acusada a lo largo de este siglo.
La arquitectura civil sirve para mostrar la grandeza de las autoridades designadas por Dios; los complejos
palaciegos son cada vez mayores, tendencia que culminó en el Buen Retiro y el Alcázar madrileños, el
Versalles de Luís XIV y sus muchas imitaciones, desde los Países Bajos y Londres hasta la corte vienesa.
Asimismo, los grandes maestros de la pintura (Veláquez o Rubens) realizan trabajos que ensalzan a la
imagen del monarca por derecho divino y la de sus validos, mientras Van Dick transforma a Carlos I y
a su mujer en dioses del Olimpo. También es ahora cuando se producen profundos cambios en el proceso
de civilización que culminó en el desarrollo de una ‘sociedad cortesana’. En efecto, dentro de las cortes
reales se consolidan suntuosos protocolos y comportamientos, las normas de urbanidad.

Los trastornos y convulsiones sociales que acarreó el terremoto mental de la Reforma condujeron a la
definitiva confesionalización de Estados europeos. La historia del periodo que nos ocupa se caracteriza
porque en ella se produjo un esfuerzo de reconquista interior, (destinado a crear la sociedad homogénea,
basada en los valores religiosos y éticos de las elites) que sirviera para reforzar la hegemonía social de
grupos dominantes. Reforma y Contrarreforma se esforzaron por igual en la doble tarea de luchar contra
la disidencia, combatiendo a brujas, herejes, incrédulos, quienes violaban la moral y valores, al tiempo
que difundían una religiosidad ortodoxa que permitiera el control social (con pastores o párrocos).

En zonas protestantes, las nuevas Iglesias constituidas desataron una auténtica caza de brujas. Durante
la fase que nos ocupa, las estimaciones hablan de miles de procesos y un gran número de condenas a
muerte (entre 50.000 y 200.000). Un 80% de las procesadas eran mujeres pobres, que quitaban clientes
a los médicos y fueron asociadas por todas las Iglesias al culto diabólico. En Francia, la caza de Brujas
se activó al acabar con los herejes; mientras, en España, Portugal e Italia tuvo escasa incidencia, pero no
por la ‘sabiduría y firmeza’ de inquisidores que pronto descubrieron que se trataba de supersticiones ya
que en nuestro país, el Santo Oficio estaba muy ocupado en perseguir y quemar judaizantes, protestantes
y moriscos (que finalmente serían expulsados en 1609). A partir de entonces, el objetivo de la Inquisición

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española pasaron a ser nuevamente los judaizantes, de tal forma que desde 1720, el 70% de los casos
juzgados fueron por criptojudaísmo, al tiempo que la Suprema desplazaba su foco de actividades de la

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ciudad al campo, para vigilar y castigar las desviaciones de conducta de campesinos. Fueron duramente
perseguidas en los reinos periféricos de Aragón, Valencia, Galicia y Cataluña. Si en la corona de Castilla
la Inquisición no mostró preocupación por estos problemas fue porque tales delitos ya hacía tiempo que
habían caído en manos de la justicia civil ordinaria, cuya actividad procesal fue superior al Santo Oficio.

La segunda parte de este programa exigía el control de la religiosidad popular. Esto se realizó, mediante
la confesionalización de la sociedad, que tenía su pilar básico en el reforzamiento de la familia patriarcal,
(ahora basada en el matrimonio) y en una estrecha colaboración entre el poder político y su Iglesia a fin
de imponer orden y obediencia. Para lograr esto, las élites no dudaron en recurrir a la ‘predicación’ y la
‘propaganda’, lo que acabó fraguando en las zonas católicas en la difusión de una cultura de la muerte,
la vigencia del purgatorio y el papel de las obras externas. Al tiempo que se sustraían manifestaciones
populares del espacio público para realizarlas en otros semiprivados más controlables, confiriendo a

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otras manifestaciones de la piedad popular (caso de las procesiones de Semana Santa), un papel esencial
en el reforzamiento del conformismo social y en la escenificación ritual del orden establecido.

En estas zonas católicas, el control de la vida privada se intensificó a través de la ‘confesión auricular’
y la ‘culpabilización de conductas atípicas’. En suma, todas las religiones reivindicaron la cristianización
efectiva de la vida cotidiana, exigiendo a las masas el cumplimiento de una ética cristiana y una moral
acordes con las perspectivas de la Iglesia nacional, a través de una férrea disciplina. La magnitud de la
disciplina que se trató de imponer en la vida cotidiana por el calvinismo y el catolicismo reformado, fue
enorme. Era obligatorio asistir a los oficios divinos, al tiempo que la propia vida cotidiana se configuraba
eclesiásticamente (a través de obligatoriedad del matrimonio, el bautismo infantil, el registro parroquial
de la asistencia religiosa y los principales ritos, incluido el entierro). Paralelamente, se produjo un control
vigoroso de la vida sexual de los fieles, separándose lo permitido por cada Iglesia de lo prohibido.

Esta restauración sexual no sólo condujo a un acusado descenso de los nacimientos ilegítimos, sino que
acabó provocando la aceptación de las reglas que ligaban matrimonio-familia y sexualidad; eso hizo que
la prostitución comenzara a ser prohibida y perseguida en la mayoría de las ciudades europeas, donde el
cierre de las mancebías municipales se vio escoltado por la penalización de su práctica. Estos cambios,
unidos al desarrollo de un mecanismo familiar de autorregulación ligado a la cadena de reproducción y
herencia, causó una elevación de la edad de contraer matrimonio, que sin duda sirvió para estabilizar e
incluso reducir a largo plazo la población de numerosos reinos.

Los Estados occidentales, y especialmente los emplazados en la fachada N Atlántica del subcontinente,
mostraron una creciente preocupación por combatir la pobreza y regular el mercado laboral. En lo que
respecta al primero de estos fenómenos, en ss. XVI-XVII el aumento exponencial de los menesterosos
que produjo el proceso de acumulación de capital, acabó desbordando las posibilidades asistenciales de
las viejas instituciones benéficas existentes en las ciudades (ej.: inclusas, los hospicios y los hospitales),
y cambió la de actitud de las élites respecto a los desposeídos. En las ciudades flamencas, neerlandesas
e inglesas sus oligarquías abandonaron la doctrina de la utilidad social de la pobreza, sustituyéndola por
otra basada en la ‘aporofobia’. A partir de ese momento, los pobres se clasificarían en dos grupos:

- Pobres estructurales. No podían ganarse la vida debido a las discapacidades físicas y psíquicas
que padecían o a su avanzada edad. las autoridades civiles y eclesiásticas les concedían licencias
para practicar la mendicidad o recibir alguna ayuda de los párrocos.

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- Pobres malentretenidos. Podían trabajar, y se negaban a ello: vagabundos, malentretenidos o


los parados coyunturales. Se les criminalizaría y perseguiría por parte de las autoridades, con
objeto de apresarles y recluirles en centros penitenciaros. Allí serían reeducados a través de la
disciplina y la enseñanza simultánea de un oficio, un fenómeno que Michel Foucault denominó
el ‘Gran confinamiento’: ello condujo a la eclosión de ‘Hospitales generales’, ‘Rasphuis’, y
‘workhouses’, (donde iban los hombres), y de ‘Spinhuis’/‘cárceles Galera’, (recluían a mujeres).

En el control de esta política social, párrocos y eclesiásticos desempeñaron un papel de vital importancia
pues gestionaban hospicios y hospitales, y tenían funciones relevantes donde se centralizó la asistencia

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pública: Inglaterra. Ellos serían los encargados de recaudar el nuevo impuesto de beneficencia instaurado
a finales del reinado de Isabel I, así como gestionar la concesión de ayudas a aquellos parroquianos que
demostrasen su predisposición a trabajar cuando cesara el paro estacional, a fin de mantenerles con vida
para de esta manera preservar los salarios en unos niveles razonables. Y quienes no estuvieran dispuestos
a acatar esta normativa, serían tratados como vulgares delincuentes, hasta el punto de que 80.000 ingleses
fueron ejecutados en el siglo XVII, acusados en la mayor parte de los casos de haber perpetrado hurtos,
robos y otros atentados contra la propiedad, (ideas vistas en La piedad y la horca, B. Geremek).

Dentro del orden que los Estados europeos imponen, las actividades policiales no se centraban solo en
la represión de la vagancia y otras actitudes consideradas criminales, sino que también buscaron regular
el mundo laboral exhaustivamente. Las leyes sobre artesanos y jornaleros (empezaron a ver la luz en el

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siglo anterior) buscaban poner orden en un mundo, el del trabajo, que se vio asimismo afectado por la
movilidad que generó la proliferación del pauperismo. Organismos como el Consejo de Castilla o la Sala
de Alcaldes de Casa y Corte, promulgaron disposiciones para normalizar y fijar los horarios de trabajo
de los talleres manufactureros y tampoco dudaron a la hora de supervisar las ordenanzas gremiales, con
objeto de homogeneizarlas en todo el reino. De nuevo, la piedra angular de estas disposiciones revela la
naturaleza conservadora de esta policía laboral, puesto que tanto Estados republicanos como absolutistas
decretaron el sometimiento de los trabajadores al poder de los amos y patronos.

Es ahora cuando la ‘cultura de las élites’ se distancia totalmente de la ‘cultura popular’. Este proceso de
ruptura, iniciado en el tránsito de la Edad Media a la Moderna, se basó en la afirmación por parte de los
intelectuales de la estrecha relación existente entre cultura y escritura. En el Siglo de Hierro la formación
de los Estados absolutistas se vio escoltada por un proceso civilizador que surgió con la propia Sociedad
cortesana, que al basarse en una amplia coacción cambió las maneras de los hombres (aproximándolas
a pautas de conducta que hoy consideramos razonables): renunciar al uso de la violencia o tener buenos
modales a la hora de tratar a otras personas. La gran novedad estriba en la voluntad por los cultivados
de cambiar actitudes y valores del resto de la población (aculturación). De nuevo, lo que antes era propio
de un reducido número de privilegiados (usar cubiertos al comer, comportarse en la mesa, etc.) se quiere
convertir en norma de vida para la sociedad, estableciéndose una antítesis entre civilización o urbanidad
y rusticidad, que se transforma en sinónimo de barbarie (indicador del carácter conservador del Barroco).

3. La réplica al confesionalismo

Durante la crisis del Siglo de Hierro asistimos a la eclosión de nuevas ideas que acaban poniendo en tela
de juicio las principales premisas del confesionalismo imperante. Junto a quienes apostaban desde la
cúspide del ordenamiento social por ‘confesionalizar’ cada uno de los reinos europeos, fue surgiendo un
grupo de cristianos que acabaron considerando que las diferentes Iglesias surgidas tras la ruptura de la
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Cristiandad eran formas humanas de culto a las que no era lícito dar significados trascendentes y, mucho
menos, matar por ellas. Tras la apuesta por la libertad de conciencia sostenida por los distintos grupos
integrantes de la Reforma popular, la chispa saltó en Ginebra por el calvinismo. Allí, la intransigencia
con respecto a los herejes, similar a la de los católicos de la época, había llevado a Calvino a extirpar de
la sociedad todos aquellos sectores caracterizados por dar muestras de cierta libertad de pensamiento. El
caso más significativo sería la muerte en la hoguera en 1553 de Miguel Servet6.

Estas tesis defendidas abiertamente por sectores todavía minoritarios, acabarán abriendo paso a partir de
1650 a una tolerancia, cada vez mayor en materia religiosa, cuyo primer y más elocuente exponente se

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encontraría en un territorio abonado a la causa calvinista: los Países Bajos. Allí, la emergente república
había apostado por crear una Iglesia de Estado, que excluía la posibilidad de que los asuntos religiosos
fueran tratados por laicos. Este hecho iba a desencadenar crecientes tensiones que se intensificaron a
partir de la Tregua de los Doce Años, cuando hubo un choque entre los seguidores de François Gomar,
defensor de la teoría de la predestinación, y Jacobo Arminio: fue acusado de desviacionista por defender
una postura más liberal, apoyada por la burguesía culta, al insistir que la omnipotencia divina no excluía
la libertad del hombre y concluir que la teoría de la predestinación no tenía un fundamento bíblico real.
En 1619, se convocó un Sínodo en Dordrecht a instancias del Estatúder o Lugarteniente de la República,
en el cual se condenó a los arminianos y se fijó la ortodoxia calvinista, contra la que hubo represión.

Entre estos últimos se encontraba Hugo Grocio, que consideraba que tanto como el dogma luterano de

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la justificación por la fe sin obras, como el calvinista de la doble predestinación, implicaban una negación
de los valores humanos. Si se quería lograr la ansiada unión de las iglesias cristianas era necesaria una
organización jurídica de los Estados al margen de cualquier precepto religioso: el derecho natural, esto
es, ‘lo que la recta razón demuestra conforme a la naturaleza social del hombre’, punto donde se muestra
un continuador del jesuita Suárez, completado por el Derecho de gentes, gérmenes del moderno Derecho
Internacional. Partiendo de ambos principios, se podía defender el principio de tolerancia religiosa, que
se revelaba imprescindible para la conservación pacífica de la sociedad humana. A partir de estas tesis,
podían extraerse fecundas ideas relativas a la libertad económica, comercial y religiosa.

Estas tesis fueron abriéndose camino. En 1622 dan permiso a luteranos para abrir templo en Ámsterdam.
A estos les siguen los católicos e incluso los anabaptistas. A las Iglesias cristinas pronto se incorporaron
otras ligadas a minorías con un importante peso comercial; así, puesto que la libertad económica era
asimismo de vital relevancia, nada tiene de extraño que aquí las comunidades judías desempeñaran un
papel de primera magnitud, lo que en breve se tradujo en la apertura de una sinagoga en Ámsterdam,
cuyos fieles, muchos de origen portugués, desempeñaron un papel muy importante en el comercio con
las colonias lusas en Brasil y Ceilán, y de los sefardíes con respecto al tráfico mercantil con España. De
este modo, al concluir el Siglo de Hierro, la República de las Prov. Unidas se erigió en el primer Estado
que, pese a su calvinismo originario, había apostado por una completa tolerancia religiosa.

Ahora bien, si el Estado ya no debía apoyarse en una Iglesia nacional, ni mucho menos defender la férrea
ortodoxia que exigía, ¿dónde estaban entonces los fundamentos del poder político? Hobbes (1588-1679)
iba a dar en su Leviatán, o la materia, forma y poder de una república eclesiástica y civil, una respuesta

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Miguel Servet fue un médico aragonés adscrito a la ‘Reforma radical’ que negaba la existencia de la Santísima Trinidad:
Servet fue quemado en efigie por los católicos franceses y en carne y hueso por los calvinistas ginebrinos. Su muerte provocó
una tremenda conmoción entre los intelectuales más tolerantes.

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alejada de las doctrinas teocéntricas hasta entonces en boga. En dicha obra, propone una teoría del Estado
secularizado, cuya necesidad deriva no le los designios divinos sino de la propia naturaleza humana.

Para Hobbes, la concepción del ser humano ‘descansa en un materialismo mecanicista, el egoísmo y el
instinto de autoconservación son inherentes al hombre; para evitar la muerte muestra un continuo afán
de seguridad, que le lleva en estado de naturaleza a una constante lucha de todos contra todos; resumida
en el ‘homo homini lupus’: ‘el hombre es un lobo para el hombre’. Desde esta perspectiva, el Estado
responde a las necesidades sociales derivadas de este pesimismo antropológico: como los hombres son
incapaces de renunciar por voluntad propia a sus libertades, derechos y ambiciones, se van a someter

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voluntariamente a un soberano, el cual (en el marco del orden obligatorio racional) mantiene la paz con
todos los medios del poder por el bien de la seguridad humana. La delegación del poder en el rey es, por
tanto, absoluta, definitiva e irrevocable. Para Hobbes la misión central del Estado es la protección y la
seguridad de sus súbditos; se trata de un poder absolutista que no procede de dios sino de la sociedad:
no obstante, y aquí se nota su experiencia de la Revolución de 1640, en aras de la efectividad, el soberano
utilizará las leyes no para oprimir a sus gobernados, sino para promover su bienestar, ocupándose de su
educación, la asistencia a los pobres, equidad fiscal, y a la defensa de la propiedad privada.

Por último, el carácter absoluto e indivisible de la soberanía hace que el poder civil no pueda admitir
otro poder junto al suyo, no sólo en lo temporal (incluidas las relaciones internacionales), que se moverán
exclusivamente en función de sus propios intereses, sino también en lo espiritual. Las implicaciones de

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tales postulados, derivadas del rechazo del confesionalismo en la Europa N Atlántica, fueron de una vital
importancia para el ulterior desarrollo de la moderna teoría política, pues el Estado hobbesiano era ya
una construcción humana erigida por consenso popular y con fines exclusivamente temporales.

4. La instauración del paradigma mecanicista

Las transformaciones acaecidas en el ámbito del pensamiento científico del Siglo de Hierro sentaron las
bases de la ciencia moderna. Desde la crisis bajomedieval el tomismo, piedra angular de la cosmovisión
hasta entonces imperante, empezó a ser cuestionado por los nuevos intelectuales del Renacimiento, los
humanistas, quienes decidieron acudir para tal fin al arsenal de ideas que provenían de la Antigüedad,
pero no para confundirse con ella, sino para definirse contra ella.

Así las cosas, la visión de un universo geocéntrico, hegemónica dentro del aristotelismo cristiano, iba a
saltar por los aires en 1543 cuando el polaco Nicolás Copérnico publicó su obra Sobre las revoluciones
de los cuerpos celestes, donde proponía –merced a meticulosas observaciones- un modelo astronómico
heliocéntrico, si bien, temiendo la represión eclesiástica, no dio a la imprenta su trabajo hasta el año de
su muerte. Los temores de este científico no eran injustificados: de hecho, su discípulo Giordano Bruno,
tras defender ideas similares, e incluso llevarlas más lejos al sostener que el sol era una de las muchas
estrellas de un universo que debería contener un infinito número de mundos, estuvo los últimos años de
su vida encerrado en cárceles de la Inquisición, de las que sólo saldría en 1600 para ser quemado vivo.
Al despuntar el siglo XVII La Revolución copernicana se encontraba en un callejón sin salida, como lo
demuestra el hecho de que Galileo Galilei acabara recluido y tuviera que retractarse públicamente tras
haber vuelto a subrayar que era el sol y no la tierra el centro de nuestro sistema planetario.

Ahora bien, si la certeza científica no se halla en autoridades tradicionales, entonces ¿dónde encontrarla?
Paradójicamente, como ha señalado Yuval Noah Harare, el punto fundamental de la ciencia moderna en
que no lo sabemos todo y que ningún concepto, idea o teoría son sagrados. Por consiguiente, los curiosos
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procedieron a reconstruir la visión cosmológica a través de la indagación, cuya piedra angular, al decir
de René Descartes, se encontraría en la autonomía lógica del sujeto: ‘pienso, luego existo’, el punto de

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partida del método racional. En buena medida, todas estas transformaciones deben ligarse a la gradual
secularización del pensamiento, la creciente necesidad de conocimientos técnicos y el papel que en todo
ello desempeñaba la experiencia; cobraran particular importancia en los territorios donde la burguesía y
el capitalismo estaban en un estadio de desarrollo más avanzado. No es casual que la mayor parte de las
nuevas premisas e investigaciones se desarrollaran en la Europa del norte, donde gracias a la gran
tolerancia existente pronto surgieron centros científicos; mientras que en los países del sur, ‘El otoño del
Renacimiento’ que ocasionó la represión contrarreformista condujo a su prematuro agotamiento.

El movimiento científico está integrado por pequeño elenco de filósofos experimentales que se dedican
a la astronomía, la física, la química, prestando particular atención a la estructura de la materia (orgánica
e inorgánica), si bien tampoco desdeñan disciplinas que poco a poco irían desapareciendo del catálogo
de las ciencias, caso de la astrología y la alquimia. No obstante, Galileo, Kepler, Gilbert, Harvey, Bruno,

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Bacon o Descartes tienen varias cosas en común: propugnan ciencia basada en la razón, la experiencia
y la naturaleza (cuyo centro social se encuentra en pequeños grupos, con su propia red de comunicación,
integrados por miembros libres que intercambian opiniones por carta o en salones - gérmenes de clubes
científicos privados, como los de Dublín y Nápoles, sociedades y academias). Caso de la academia dei
Lyncei en Roma (1603), a la que asistía Galileo, a las cuales se unieron a partir de la década de 1620 las
de París, Oxford o Londres. Todo ello culminará en centros respaldados por las autoridades como la
Royal Society de Londres (1661) o la Académie des Sciences de París (1666).

El pequeño grupo de filósofos experimentales que agregaron novedosas precisiones a sus estudios, van
a aportar el empleo de las matemáticas. Lo revolucionario ya no radica en descubrimientos astronómicos,
físicos o químicos (empleo del telescopio, el microscopio o la bomba de aire), sino en la forma de acceder
a ellos, nuevo método de conocer y estudiar la realidad, cuyo soporte esencial se encuentra en un enfoque
racional. Después de admitir la ignorancia, la ciencia moderna pretende obtener nuevos conocimientos,
reuniendo observaciones y emplear herramientas matemáticas para vincularlas a las teorías generales.

El paradigma de estos filósofos experimentales británicos fue Francis Bacon (1561-1626), quien en su
Great Instauration o Novum Organum, de 1620 defendió la necesidad de construir una filosofía natural
totalmente diferente, basada en la paulatina acumulación colectiva de conocimientos derivados de la
observación y análisis mediante un sistema de clasificación: se trata del método inductivo basado en el
empirismo. Por su parte, el filósofo y matemático francés René Descartes, en su Discurso del método de
1637 (tras enfatizar la importancia de la razón o sentido común para determinar objetivamente qué son
las cosas, y el papel de la conciencia individual para fundamentar toda verdad posible) se decanta por
una ciencia y una técnica capaces de dominar racionalmente el mundo a través del análisis matemático.

Estas tesis se vieron coronadas por la publicación en 1687 de los famosos Principios Matemáticos de la
Filosofía Natural, de Isaac Newton, en los que arrincona definitivamente el sistema aristotélicotomista,
lo cual lo convierte en el tratado científico más importante de la historia moderna. En él, se formulan las
leyes que gobiernan los movimientos de la Tierra y cuerpos celestes, y una Ley de Gravitación Universal
que relaciona la gravedad con la densidad de la materia, de suerte que en ella los cuerpos se atraerían
mutuamente en proporción a la cantidad de materia que contienen (permite predecir los movimientos de
todos los cuerpos en un universo infinito mediante sencillas fórmulas matemáticas). Basta con considerar
para ello la masa, la aceleración y la dirección del objeto, y las fuerzas que actúan sobre el mismo.

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Ahora, merced al sistema mecanicista, que permanecerá incólume como explicación científica principal
hasta la teoría de la relatividad, los fenómenos naturales y del Universo quedaban reducidos a principios
matemáticos y universales, mensurables con total precisión merced al descubrimiento (unos años más
tarde, por parte del propio Newton, Leibniz y los hermanos Bernoulli, del cálculo infinitesimal). Desde
este momento, el verdadero conocimiento ya no residiría en el aislamiento en sí del ente (metafísica),
sino en el análisis de los fenómenos de la naturaleza, a partir del cual se podían inferir leyes naturales.

La nueva ciencia era antiautoritaria, toda vez que frente al monopolio cultural detentado por la Iglesia,
la universidad y sus autoridades filosóficas (Ptolomeo, Aristóteles, etc.). Los filósofos experimentales

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luchaban por la libertad de opinión (opuesta a cualquier interpretación basada en la tradición), ahora
sustituida por la observación directa, la medición matemática y la interpretación de la naturaleza con
objeto de alcanzar la objetividad. La nueva ciencia era antiestamental: el saber ya no era un monopolio
del orden eclesiástico, sino un bien común que pertenecía a cualquiera que se decantase por el uso de la
razón. La nueva ciencia propugnaba una orientación práctica de los resultados obtenidos: el saber, y la
investigación deberían ponerse al servicio del perfeccionamiento material y cultural social, impulsando
desde la agricultura hasta la producción manufacturera, merced a su aplicación en el ámbito tecnológico,
lo que ponía de manifiesto una dimensión central de esta cultura protoburguesa, reflejada en el ámbito
de la literatura utópica: caso de la Nueva Atlántida de Francis Bacon (1627). Sus habitantes se rigen por
un orden racional, donde la ciencia desempeña una clara función social y, en cual, la jerarquía estamental
es reemplazada por una elite intelectual que busca satisfacer todas las necesidades materiales y culturales

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sociales. Al siglo posterior, el impulso serviría para sentar las bases de la Revolución industrial.

TEMA 4. LA FORMACIÓN DE LOS NUEVOS MODELOS POLÍTICOS

1. La monarquía de Luis XIV


La crisis social y política, ocasionada por la Fronda, terminó en un afianzamiento del rey Luis XIV. La
imagen de este monarca fue construida por sus propagandistas, con el fin de resaltar su poder absoluto
(P. Burke), de tal manera que para ellos ‘el Rey Sol era la encarnación y el corazón de las instituciones
políticas del reino de Francia’ y ‘el lugarteniente de Dios en la tierra’. De hecho, en la Monarquía de su
Cristianísima majestad la grandeza del Estado se identificó con su poder: ‘el bien del Estado es la gloria
del rey’ dice en sus Memorias. Su programa se orientó a la reducción sistemática a otros poderes.

Para marcar más nítidamente la distancia que existía entre la capital y la Corte real, a la última se la dotó
de una nueva ubicación fuera de París: Versalles, que pasó a ser nueva sede de gobierno a partir de 1680.
Versalles, cuyo coste estuvo a punto de hacer quebrar a la hacienda real francesa, se convirtió en el lugar
de encuentro entre el soberano designado por Dios y la elite de sus súbditos. En el palacio se emplazaban
los aparatos centrales del Estado absolutista, cuya espina dorsal lo constituía el Consejo del Rey; dentro
del cual se distinguía el Alto Consejo, donde se trataban las cuestiones más relevantes y el monarca de
ordinario estaba presente; pronto se separaron el C. de los Despachos (1650), C. Royal des Finances
(1661), el C. de Conscience y, C. de Estado privado, Hacienda y Dirección, presidido por el canciller.

Para su lugarteniente financiero, J. B. Colbert, el Estado borbónico desarrolló un programa centralizador


basado en la reforma fiscal: si los impuestos directos –tailles– generaban hasta entonces más de la mitad
de las rentas reales, empezaron a ser sustituidos por los impuestos indirectos (gabela de la sal o derechos

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aduaneros), así como algunos tributos que gravaban a la nobleza y el clero, los cuales acabaron aportando
2/3 del total. Paralelamente, Colbert redujo el coste de la deuda y el de la recaudación de impuestos, al
tiempo que, merced al despliegue de planteamientos mercantilistas orientados a equilibrar la balanza de
pagos, impulsó el desarrollo de manufacturas reales y de compañías dedicadas al comercio exterior. El
consiguiente aumento de los ingresos permitieron a Michelle Le Tellier y su hijo, el marqués de Luovois
financiar una potente armada (120 navíos) y al ejército más grande de Occidente (400.000 hombres).

Colbert fue el principal impulsor de la reorganización administrativa mediante establecimiento definitivo


de intendentes de justicia, policía y finanzas. La consolidación de la Intendencia nacional en 1690 vino

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a coronar la maquinaria centralizadora. No obstante, su tarea dependía de la cooperación de los poderes
locales y medios financieros, y estos estaban en manos de los banqueros que suministraban empréstitos
al Estado, el absolutismo galo tuvo que buscar otro pilar donde sustentarse: la unidad ideológica.

El soberano impuso su autoridad sobre el clero francés, seduciéndolo con la defensa de las libertades de
una Iglesia nacional: ‘la Galicana’, que ya no dependería tanto del Papa como del propio soberano: los
‘Cuatro Artículos’, redactada por Bossuet en 1682 lo sometió a su jurisdicción, controlando en adelante
los nombramientos de cargos importantes. En lo que respecta a los hugonotes, este quedó abruptamente
zanjado tras la promulgación del ‘Edicto de Fontainebleau’ (1685), que convertía al catolicismo en la
confesión oficial del Estado, lo que colocó fuera de la ley y provocó el exilio de 200.000 franceses, el
4% de la población total, haciendo que el poder descansara por fin sobre ‘un rey, una ley, una fe’.

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Cuando el viejo monarca murió en 1715 a los 87 años, legó al duque de Orleans (que presidiría el consejo
de regencia hasta la llegada del rey Luis XV), un reino esquilmado por la financiación de una política
centralizadora y militarista que no había dado los frutos apetecidos; frente a su grandeza, la llegada de
la Regencia anunció la reacción social de la nobleza, los magistrados y las elites urbanas que, a la postre,
seguirían condicionando la singladura del absolutismo francés en el siglo XVIII (Perry Anderson).

2. La revolución inglesa de 1688

En las Islas Británicas el desplome del gobierno militar acaecido tras la muerte de Cromwell condujo en
1660 a la llamada Restauración. El regreso de Carlos II tuvo toda la apariencia de una contrarrevolución;
la monarquía quedó reforzada por la confirmación de que el mando de las fuerzas armadas, la dirección
de las relaciones internacionales, el control de la judicatura y la Iglesia (que son competencias exclusivas
del soberano). Se restauraron las dos Cámaras parlamentarias, la Iglesia de Inglaterra, el sistema legal
antiguo y el Consejo Privado del rey, que ahora sería presidido por su nuevo favorito: Lord Clarendon.

La monarquía restaurada tenía en la confesionalidad su gran problema. El Parlamento Cavalier (elegido


tras el regreso del rey) aprobó el restablecimiento de la Iglesia Anglicana y la ilegalización del resto de
las corrientes religiosas, incluido el puritanismo. Como los terratenientes preservaron sus patrimonios y
sus derecho a votar contribuciones regias en el Parlamento, la recuperación de la vida política estimuló
la aparición de dos partidos: los tories, que eran la vieja aristocracia feudal y partidarios de prerrogativas
reales, y los whigs, herederos de las fuerzas sociales capitalistas que protagonizan la revolución de 1640.

En 1670 el rey se alió con Luis XIV contra las Provincias Unidas, al tiempo que mediante la Declaración
de Indulgencia recabó facultades para levantar el veto que tenían los católicos para desempeñar cargos
públicos. La reacción parlamentaria fue inmediata, promulgado en 1673 el Bill of Test, que obligaba a
cualquier aspirante a un cargo público a jurar públicamente su repulsa del credo católico. Cuando Jacobo,

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reveló su conversión a dicha fe, los whigs exigieron su exclusión de la sucesión, lo cual condujo en 1679
a la disolución del Parlamento Caballero y de los ulteriores Parlamentos cortos elegidos después en 1681
y 1682. Carlos apeló a la Cámara de los Lores para defender el principio hereditario de la dinastía, que
ahora se veía amenazado. Casas, dirigentes y organizadores de los whigs fueron acusados y procesados
por sedición y los tories se convirtieron en sus principales valedores, si bien al morir en 1685 su heredero
el duque de York tuvo que optar entre la sumisión al Parlamento, aceptando el Bill of Test y la exclusión
de los católicos, o el restablecimiento pleno de la prerrogativa real.

Jacobo II optó por esta segunda opción. La ulterior Declaración de Indulgencia, promulgada en 1687

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para establecer la igualdad civil y política de los católicos (así como el bautismo público por un religioso
papista de su hijo al año siguiente) hicieron que los acontecimientos se precipitaran. Tories y Whigs se
unen para dar el trono a la hija del rey, y a su esposo Guillermo de Orange: líder de las Prov. Unidas.

Cuando Guillermo atravesó el canal de la Mancha con un ejército reclutado en Holanda Jacobo huyó a
Francia en diciembre 1688. El Parlamento consideró que su huida equivalía a una abdicación y declaró
a Guillermo y María reyes de Inglaterra en 1689, según el principio de que ‘la ley hace al rey y puede
revocarlo cuando deje de reunir las condiciones señaladas por las leyes del reino’. Más tarde, el Acta de
Establecimiento (1701), que regulaba los derechos sucesorios al trono inglés, excluyó al príncipe Jacobo
Estuardo y a todo pretendiente católico. Paralelamente, el Parlamento votó el Bill of Rights en 1689, que
establecía los principios básicos del futuro constitucionalismo británico:

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- La supremacía del Parlamento, le correspondía fijar los impuestos, y gobierno del derecho.
- Mediante la Trienal Act de 1694, se limitó a tres años las legislatura, se establece la costumbre
de que el monarca nombraría jefe del ejecutivo al líder del partido ganador, si bien solo los
propietarios, esto es, un varón adulto de cada seis, tenían derecho a votar en las elecciones.
- La Toleration Act (1689) resolvió aunque no completamente el problema religioso, otorgando a
los no conformistas (puritanos, presbiterianos, etc.), excepto a los católicos, ateos y deístas, una
igualdad de derechos y libertad de culto; seis años después la censura fue suprimida.

Este giro copernicano se completó en el ámbito de las relaciones internacionales; Gran Bretaña se enroló
en las filas de los enemigos de Luis XIV, una posición que mantendría al despuntar en 1700 en la Guerra
de Sucesión española. Para financiar la guerra, respaldar la deuda consolidada del ‘Royal Exchequer’ y
favores las operaciones comerciales, en 1694 se creó el Banco de Inglaterra, lo que hizo aún más difícil
gobernar sin la participación del Parlamento, hasta el punto de que Guillermo III acabó renunciado a los
ingresos independientes y aceptando que la Cámara de los Comunes fijase el presupuesto de la casa real.

A finales del s. XVII en Gran Bretaña apareció una sociedad dominada por los terratenientes (los grandes
empresarios y mercaderes) quienes desarrollaron un nuevo modelo de ‘economía política’ capitalista,
basada en el individualismo posesivo. Y no por casualidad, su más depurada manifestación se encontró
en el segundo Tratado sobre el gobierno civil de Locke (1690). Contrariamente a Hobbes, considera que
el estado de naturaleza es un estado pacífico anterior a la sociedad civil, en el cual la propiedad privada
existe. Para garantizar su disfrute, los hombres salen del estado de naturaleza y constituyen una sociedad
civil, ‘cuyo fin principal es la conservación de la propiedad’. Leyes, jueces y una policía: esto es lo que
les falta a los hombres en el estado de naturaleza y lo que les otorga el gobierno civil. Por consiguiente,
el poder político es un depósito confiado de propietarios a propietarios, los únicos que pueden disfrutarlo,
y donde la misión de sus gobernantes consiste en asegurar el bienestar y la prosperidad.

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En sintonía con la idea whig, el poder total es el legislativo, que elabora leyes que no podrán ocasionar
perjuicio a los propietarios, mientras que el poder ejecutivo (confiado al príncipe) tiene como exclusiva

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finalidad proveer el bien público respetando las leyes. Ambos poderes deben de estar separados, pero el
legislativo es superior al ejecutivo, pues es ‘el alma que da vida, forma y unidad al Estado’. Ahora bien,
si el poder perjudica a los derechos naturales, especialmente a la libertad y la propiedad, Locke reconoce
a los gobernados, en realidad a las élites sociales, el derecho a sublevarse, pero no para que las clases
populares protagonicen una revolución, sino para defender o restaurar el orden establecido.

El pensamiento de Locke es laico; en sintonía con los cambios se estaban dando en Europa N Atlántica,
el autor separa rigurosamente lo temporal de lo espiritual, sin que el poder del primero pueda inmiscuirse
en el terreno de las ideas religiosas, pero su defensa de la tolerancia vuelve a ser relativa: sí que acepta
a distintas confesiones de la Reforma, pero rechaza tanto el catolicismo mostrando de nuevo una clara
sintonía con los planteamientos que habían triunfado en la Inglaterra a finales del s. XVII. Locke, teórico
de la revolución, no es un revolucionario; desconfía tanto de la soberanía popular como del absolutismo.

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Su principal preocupación es el orden y seguridad, las dos grandes aspiraciones de las clases propietarias
que acaban de triunfar con la Gloriosa, para las cuales lo único aceptable es la defensa de un liberalismo
político que excluya del poder a aquellos que son incapaces de ser felices por carecer de propiedad.

3. Los regímenes políticos en la Europa N y E

El resto de los Estados existentes presentan grandes similitudes organizativas con respecto a los ejemplos
de absolutismo y monarquía parlamentaria hasta ahora analizados. Analizamos ahora Europa N y E:

La paz de Westfalia terminó reduciendo al Sacro Imperio Romano Germánico a una liga de microestados
absolutistas; los Habsburgo abandonaron cualquier esperanza de monarquía imperial fortalecida; fue así
por lo que el principal fundamento de poder se encontraba en sus posesiones patrimoniales: los ducados
de Bohemia y Austria, más Hungría, que poseían una estructura política similar y estaban gobernados
por una nobleza terrateniente; tenían su base institucional en las Dietas provinciales, mediante las cuales
controlaba la administración local y los impuestos que eran remitidos a Viena.

La única fuerza unificadora de los dominios de Leopoldo I (1657-1705) era el catolicismo (practicaban
nobles austriacos y bohemios que seguían controlando las Dietas provinciales). La tentativa más seria
de remodelación administrativa sucedió en Hungría. En 1670, la rebelión de parte de la nobleza magiar
contra los Habsburgo, brindó la ocasión para ocupar militarmente el país, al tiempo que se cambiaba su
constitución. Este fenómeno centralizador se completó tras la reconquista de Hungría otomana y el cerco
de Viena en 1683: en adelante, la corona sería hereditaria, a cambio de que los terratenientes católicos
siguieran disfrutando de cierta autonomía tanto allí como en Transilvania (conquistada en 1690), lo que
hizo que los Habsburgo desde Viena siguieran rigiendo en 1701 una confederación muy laxa.

4. La Europa del s. XVII

En los territorios gobernados por el elector de Brandemburgo las cosas son distintas. Federico Guillermo
era el señor patrimonial de una franja de territorios emplazados en el norte de Alemania, que abarcaban
desde las antiguas posesiones de la orden teutónica hasta la Prusia E, donde los terratenientes feudales
también habían hecho fortuna con el comercio de cereales que exportaban por el puerto de Königsberg
(actual Kaliningrado). Junto al idioma alemán, todas estas zonas tenían una estructura social similar: los
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dominios de la nobleza terrateniente, hegemónicos dentro del paisaje agrario, eran cultivados por siervos
de la gleba que realizaban prestaciones personales en las reservas señoriales de los junkers. Como
consecuencia de la Guerra de los 30 Años, primero, y de expansión imperial sueca en el Báltico, después.
Los Hohenzollern tuvieron que hacer frente a la necesidad de construir urgentemente un ejército fuerte,
capaz de oponer resistencia a la presión del ‘martillo sueco’. En 1652, el elector convocó un Landtag
general en Brandemburgo a fin de constituir un nuevo sistema financiero, que permitiese mantener al
ejército real. El subsiguiente pacto social entre el elector y la aristocracia sentó las bases del absolutismo
prusiano. La concesión del deseado subsidio durante seis años se vio acompañada por un decreto del
Elector mediante el cual todos los campesinos quedarían reducidos a la condición de siervos.

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El desarrollo de una poderosa burocracia y aristocracia, integradas en el ejército, sellaron el destino de
la autocracia prusiana. Desde 1672 hasta 1678, el Comisariado General de la Guerra se convirtió en una
administración general militarizada de todos los territorios del Elector (cuya piedra angular descansaba
sobre la Tesorería Central); su titular era simultáneamente jefe del Estado Mayor, ministro de la Guerra
y de Hacienda. La principal función del Generalkriegskommissariat era asegurar el mantenimiento y la
expansión de las fuerzas armadas de los Hohenzolern. En 1640-1688 los ingresos totales de la Tesorería
se triplicaron, lo que suponía una carga fiscal per cápita casi dos veces superior a la de la Francia de Luis
XIV. De resultas de este aumento, si a la llegada de Federico Guillermo Brandemburgo solo tenía 4.000
soldados, al final del reinado del Gran Elector su número se había multiplicado por 7. En 1701, el ascenso
de Federico I se vería coronado por la concesión por parte del emperador del título de rey de Prusia.

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En los territorios escandinavos el absolutismo estaba adquiriendo ‘carta de naturaleza’. En Dinamarca-
Noruega, un reino liderado por terratenientes feudales, la derrota sufrida a manos de los suecos en 1660
provocó una mutación política: el rey Federico III logró que la Dieta aceptase una monarquía hereditaria,
al tiempo que se redactaba la primera constitución formalmente absolutista de Europa, que combinaba
principios del Derecho divino y natural para afirmar la necesidad de un poder soberano absoluto que
estableciera un gobierno eficaz. En sintonía con ello, se desarrolló nueva nobleza ligada a la burocracia
que controlaba los aparatos centrales del Estado y ejército. Al igual que en Prusia, los perdedores fueron
los campesinos, sometidos por los viejos terratenientes feudales y la nueva nobleza.

La guerra desempeñó un papel muy importante en la conformación del absolutismo en Suecia-Finlandia.


La asamblea representativa del reino proclamó en 1544 la monarquía hereditaria de la familia Vasa; si
bien el soberano debería consultar los asuntos importantes a la Dieta, formada por 4 brazos que incluían
a la nobleza, clero luterano, burguesía mercantil, campesinos de realengo y Consejo real (sus miembros
eran designados por el Senado). El Gobierno de 1634 reorganizó los aparatos centrales, estructurándolos
en cinco ministerios colegiados y administrados por burócratas profesionales a sueldo. Este predominio
del reino se vio alterado por la participación de Suecia en la Guerra de los Treinta Años, la guerra contra
Polonia de 1655, los enfrentamientos con Dinamarca entre 1660-1672 y el inicios de la Guerra del Norte.
Ante las necesidades financieras, Carlos XI utilizó al Riksdag para abolir los privilegios tradicionales de
la alta nobleza y recuperar rentas y tierras reales enajenadas; paralelamente, incrementó la presión fiscal
sobre los campesinos, lo que sirvió para ampliar la maquinaria militar a 63.000 hombres (se amplió sin
interrupción para luchar contra holandeses y rusos, sus principales adversarios en el Báltico).

El dominio real llegó a su plenitud en la última década del reinado de Carlos XI: en 1693, la Dieta aprobó
una resolución por la que se declaraba el derecho divino del monarca a la soberanía absoluta sobre el
reino, en cuanto delegado terrenal ungido por el supremo hacedor, lo que permitiría a su sucesor, Carlos
XII, detentar un poder autocrático que ya fue pregonado el día de su coronación en 1697.

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Historia Moderna II. S. XVII – Josu Asarta y Luis Parras

Las formaciones sociales situadas en Europa E nos ofrecen ejemplos extremos de las dos formas políticas
analizadas: la república aristocrática, y la autocracia. El Estado de Polonia-Lituania constituye el mejor
exponente del primero de los casos. En el s. XVII este reino se erigía en la república aristocrática basada
en una intensa servidumbre agraria. Para defender esos privilegios o libertades nobiliarias, el rey seguía
siendo electivo (como ocurrió con los tres miembros de la dinastía Vasa que reinaron hasta 1660, cuyas
tentativas para fortalecer la autoridad real fracasaron de manera rotunda); los magnates de la alta nobleza
continuaron monopolizando la maquinaria estatal a través de la Dieta, que elegía al soberano y nombraba
a su consejo (impidiéndole poseer de un ejército propio), además de disponer un veto de posibilidad de
impedir que las medias regias salieran adelante sin la aprobación unánime del Sejm, lo que legalizaba el

No se permite la explotación económica ni la transformación de esta obra. Queda permitida la impresión en su totalidad.
derecho de rebelión cuando alguna ley del monarca amenazase las libertades de la nobleza.

En 1648 los cosacos ucranianos dirigidos por Chelmnitski iniciaron una rebelión campesina contra los
terratenientes polacos: se trata del denominado ‘diluvio’, que culminó en 1654 con el traspaso de grandes
zonas del SE al imperio zarista; al año siguiente, Suecia y Prusia atacan Pomerania y Curlandia, Varsovia
y Cracovia; la intervención de daneses y neerlandeses acabó restableciendo la situación al bloquear la
expansión del imperio sueco: no obstante, la guerra se saldó con la pérdida de Ucrania E y de Podolia
por los turcos. Los efectos económicos de estas rebeliones y guerras fueron aún más graves: entre 1650
y 1675 Polonia perdió 1/3 de su población y la exportación de cereales a través de Danzig bajó más de
un 80%, la ruina no sirvió para acabar con la negación radical del absolutismo; el rey Juan Sobieski,
cuyas tropas participaron en la liberación de Viena en 1683 y frenaron el avance otomano, moriría viendo

Reservados todos los derechos.


cómo sus intentos de una monarquía única fueron bloqueados por el Sejm7.

Al despuntar el s. XVII, todo parecía indicar que el poder de los zares rusos correría la misma suerte. La
muerte sin herederos de Iván IV ‘el Terrible’ condujo a la desintegración del Estado durante el ‘periodo
de los trastornos’ (1605-1613). Sin embargo, la rebelión campesina encabezada por Bolótnikov, cuyos
integrantes se opusieron al aumento de represión señorial y servidumbre, llevaron en 1613 a los nobles
a cerrar filas en torno al joven boyardo Miguel Románov, fundador de una dinastía que perduraría hasta
la Revolución rusa. La solidaridad de la clase feudal se mantuvo a través de su presencia en el Zemski
Sobor (Asamblea de la Tierra) que en 1649, tras nuevas rebeliones de campesinos y artesanos, redactó
un detallado código legal que constituiría la carta social del absolutismo ruso (al codificar y al promulgar
definitivamente la servidumbre del campesinado), al tiempo que declaraba hereditarias las tierras de la
vieja aristocracia boyarda y de la nueva nobleza de servicio, encumbrando el poder autocrático del zar.
La segunda mitad de siglo reveló la solidez de esta unión: la Asamblea de la Tierra desapareció después
de 1653, al tiempo que el imperio de la tercera Roma proseguía su expansión desde Ucrania y el Báltico
hasta Siberia. El ejército zarista creció hasta rebasar los 200.000 hombres hacia 1681, situándose así al
mismo nivel que los más grandes aparatos militares occidentales de la época.

Se logró también un desarrollo de burocracia central y provincial, controlada por gobernadores voivoda
designados desde Moscú. El recrudecimiento de la servidumbre y el empeoramiento de las condiciones
de vida del campesinado condujeron en 1670 a la gran insurrección rural de Stenka Razin, que lideró a
una amalgama de cosacos, siervos, pobres urbanos y esclavos del SE, animando a la rebelión a lo largo
del Volga. Ante esta nueva amenaza, el zar Alexis I y la poderosa nobleza rusa cerraron filas, reforzando
los poderes de la autocracia moscovita, cuyo ejército procedió a una represión implacable de la protesta
servil. Paralelamente, la imagen del zar, propietario absoluto de todas las tierras rusas y de sus moradores

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Ello condujo a que, en Polonia-Lituania, hubiera a una debilidad crónica del poder real.

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Historia Moderna II. S. XVII – Josu Asarta y Luis Parras

por derecho divino, quedó reforzada por el control que el código de 1649 le confirió sobre la Iglesia
ortodoxa, consolidando así, aún más, su omnímodo poder autocrático.

5. El final de la dinastía Austria en España: Carlos II

El desarrollo del absolutismo no constituyó un proceso lineal y progresivo, sino que en muchos Estados
europeos experimentó vaivenes, que reflejaban claramente la tensión que en su seno se producían entre
los intereses regios, y los que encarnaban al reino. Particularmente, se puso de manifiesto en el decurso

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de las crisis políticas y sucesorias que afectaron a diversas dinastías (ej.: caso español de los Austrias).

En el reinado de Carlos II (1665-1700), la aristocracia española logró definitivamente el poder político.


Consciente de ello, Felipe IV dejó en su testamento la creación de una Junta de Gobierno, presidida por
doña Mariana de Austria, su viuda, que ejercería la regencia hasta que Carlos II alcanzase la mayoría de
edad. Dicha junta estaba conformada por otros seis miembros que representaban a la crema de las clases
privilegiadas y la nobleza de servicio, al tiempo que procedían de provincia distintas, a fin de implicar
valencianos, catalanes y vascos en el gobierno central. La reina madre volvió al modelo del despotismo
ministerial, apostando decididamente por su confesor, el padre Nithard (un jesuita austriaco al que colmó
de honores, permitiéndole asistir al elitista ‘Consejo de Estado’, y designándole finalmente Inquisidor
General, cargo que le habilitaba para liderar la Junta de Gobierno).

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La decisión molestó a los aristócratas castellanos, en particular al partido del hermano bastardo de Carlos
II: don Juan José de Austria; era un militar de contrastada capacidad en cargos de responsabilidad. Este
general protagonizó una batalla de panfletos contra el citado padre Nithard, que concluyó exigiendo su
cese: contaba con el apoyo de la aristocracia castellana, y con el respaldo de los súbditos de los reinos
de la Corona de Aragón, (delineándose así los dos poderosos bandos que posteriormente se enfrentarían
durante la Guerra de Sucesión). De resultas de esta presión, Nithard fue destituido a finales de 1668, al
tiempo que don Juan José salió de Barcelona al frente de un ejército para hacerse con el poder central;
conforme se acercaba a Madrid, su marcha fue adquiriendo el aspecto de un pronunciamiento castrense,
un golpe militar que se desactivó al saberse que la Junta accedía a sus peticiones, incluido el destierro
del Inquisidor, una depuración del aparato judicial y una reforma fiscal, lo que finalmente le alejaría de
la Corte mediante su nombramiento como Vicario general de Aragón.

Entre el 1669 y 1673, la reina madre, apoyada por la Junta de Gobierno continuó tomando las decisiones
importantes, para lo cual recurrió a un nuevo valido: Fernando Valenzuela y Enciso, un noble de servicio
que culminó su ascenso social con el nombramiento de Marqués de Villasierra en 1675. Ese año, Carlos
II no asumió el trono, pues la Junta amplió la mayoría de edad oficial del infante dos años más alegando
su incapacidad mental; Carlos solicitó el amparo de su hermanastro. La aristocracia se reveló, haciendo
público un manifiesto contra Valenzuela donde pedían su ceso y encarcelamiento y designar a D. Juan
como nuevo hombre fuerte de la Corte. En 1677 el príncipe salió de Zaragoza con 15 mil efectivos; poco
después se instaló en el Buen Retiro, perpetrando esta vez con éxito un golpe de Estado, el primero en
la historia de España que contó con apoyos de la clase dominante y pueblo, que le consideró el ‘salvador
de la patria’; Valenzuela fue desterrado a Filipinas, y doña Mariana fue enviada al alcázar de Toledo.

Los males que aquejaban al reino de España no podían solucionarse con un simple cambio de gobierno,
ya que eran de origen estructural y se habían hecho palpables, en una insuficiencia fiscal crónica, que
impedía costear campañas exitosas para depender los guiñapos del Imperio. El declive llegó en 1678
cuando la Monarquía católica se vio forzada a firmar la humillante Paz de Nimega, por la cual perdía a
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manos galas, el Franco Condado y otras plazas flamencas. Por fortuna, la muerte le llegó prematuramente
en 1679, impidiéndole cosechas nuevos fracasos, pues al fallecer la presión fiscal seguía siendo muy

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elevada, la inflación galopante y el ejército estaba completamente desprestigiado.

Con la muerte de don Juan José, les llegó la hora de nuevo a los representantes que apoyaban a la reina
madre. El duque de Medinaceli (noble más rico del reino), y en 1684, el C. de Oropesa ejercieron como
‘validos’, tratando (también sin éxito) de realizar las reformas necesarias para paliar la decadencia de la
monarquía hispánica. A ellos se deben una serie de medidas económicas:

- La devaluación de la moneda en 1680.


- La aminoración de la presión fiscal y la creación de una Junta de Comercio y Moneda, así como
la decisión de incrementar los descuentos sobre las rentas de los juros, que hizo que el valor de
lo pagado por la deuda consolidada se redujera entre un 50 y un 75%
- En un momento en que nuevas guerras exigían aumentar los gastos militares, en 1678 el Consejo
de Hacienda decretó la supresión de toda la deuda contraída hasta ese año.

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En junio de 1684, el C. de Oropesa asumió la presidencia del Consejo de Castilla; apoyado en el marqués
de Vélez, acometió una nueva reforma monetaria en 1686 y saneó las finanzas, un nuevo golpe de Estado
perpetrado por los aristócratas que apoyaban al partido austriaco, recién creado tras la boda de Carlos II
con Mariana de Neoburgo, (cuyos líderes eran D. de Arcos y el Almirante de Castilla), acabó desalojando
a Oropesa en 1691. Por entonces, ya comenzaba a planear sobre el horizonte el espinoso problema de la
sucesión al trono español. En el interior, mientras el gobierno vivía una bancarrota permanente, algunos
representantes de la clase feudal empezaron a pensar en repartirse el pastel: así, en 1693, el rey remitió
a ciudades con voto en Cortes una carta donde les comunicaba el nombramiento de cuatro Lugartenientes
generales para el gobierno de España, quienes se repartirían el control territorial y militar: el Condestable
se encargaría de Castilla la Vieja; el D. de Montalto haría lo propio con Castilla la Nueva; el Almirante
se haría con el control de Andalucía-Canarias y, el C. de Monterrey adquiriría el de la Corona de Aragón.

Si el orden y la paz sociales no sufrieron conmociones significativa en Castilla y Aragón, en Cataluña y


Valencia iban a verse gravemente amenazados como consecuencia de las rebeliones agrarias. En efecto,
la ‘revuelta de las Barratines’ (que se produjo en el principado de Cataluña entre 1688-1689), constituyó
el levantamiento rural de mayor envergadura de cuantos se produjeron en España del s. XVII. Las causas
de este deben ligarse al endurecimiento de las condiciones de vida del mundo rural, en franco proceso
de pauperización, que sin duda se vio agravado por el alojamiento de las tropas reales que estaban de
nuevo enfrascadas en una guerra contra Francia. Desde Centelles, la protesta se extendió por el Penedés,
el Camp de Tarragona y el Vallés, afectando asimismo a las localidades más relevantes de la red urbana
como Igualada, Mataró, Manresa, San Feliu de Llobregat y Vic. Los ejércitos rebeldes, al grito de ‘Visca
la Terra’, confluyeron en Barcelona para presentar sus demandas a las autoridades: un perdón general
para los alzados, un reajuste de la contribución militar y la amnistía para sus representantes encarcelados.
El resto de 1668, tras ser aceptadas sus peticiones, Cataluña estuvo en manos del Exèrcit de la Terra, lo
que a la postre condujo a una ruptura entre las áreas rurales del principado y las oligarquías de la ciudad
condal que ante la radicalidad de los ‘segadors’ apoyaron decididamente a las autoridades centrales. Tras
fracasar el sitio de Barcelona por parte de los payeses y su ulterior derrota, en 1689 la cabeza de uno de
sus líderes, Antoni Soler, fue colgada en una jaula en las paredes de la Generalitat.. Y como ya sucediera
en las rebeliones del siglo anterior, poco después el virrey le concedió un ‘perdón general’, del que sólo
fueron exceptuados los instigadores, la mayoría de los cuales huyó a la Cataluña francesa.

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Cuatro años después estalló la segunda Germanía en el reino de Valencia. La revuelta fue marcadamente
antiseñorial; el malestar rural hunde sus raíces en un fenómeno que conmocionó el campo valenciano:
la expulsión de los moriscos de 1609, pues para resarcir las pérdidas demográficas y las económicas, los
señores procedieron a repoblar las aldeas abandonadas con cristianos viejos procedentes de La Mancha,
Castilla la Vieja, Andalucía y otras zonas peninsulares, aprovechando la ocasión para establecer nuevas
y pesadas cargas sobre sus vasallos- El frágil orden rural empezó a resquebrajarse como consecuencia
de la labor realizada por un abogado y un notario, quienes suministraron argumentos técnicos a grupos
rurales para demostrar que los gravámenes señoriales eran ilegales. En 1693, los representantes de 35
poblaciones señoriales de la Ribera Alta valenciana entablaron un pleito contra nobles ante la Audiencia

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de Valencia; el 12 de febrero los oidores de aquella magistratura sentenciaron que las reclamaciones
carecían de base, y otro tanto hizo el Consejo de Aragón cuando recibió el pleito en apelación. Al fracasar
la vía legal, varias comunidades se negaron a pagar los tributos señoriales.

Poco después los aldeanos constituyeron un ejército de 3.000 hombres, que al grito de ‘Vivan los pobres,
muera el mal gobierno’ aumentaba: el ‘Exèrcit dels Agermanats’, liderado por José Navarro y Francisco
García. El virrey de Valencia reaccionó con rapidez derrotando a los rebeldes en Cela de Núñez. Un año
después, Navarro y otros implicados fueron detenidos, juzgados y condenados a galeras, salvo el primero
que fue ejecutado el uno de marzo de 1694. García, en cambio, logró eludir todos los intentos de captura,
manteniendo viva entre los campesinos la llama de la rebelión, que el mismo animaría durante la Guerra
de Sucesión. Durante esta etapa final, el partido austriaco siguió ejerciendo un papel de primer orden en

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la Corte, si bien ésta pronto se vio inundada de sátiras, pasquines y panfletos donde se criticaba a la reina
consorte y sus seguidores políticos. Poco después, la grave situación militar vivida en 1697, cuando los
franceses tomaron Barcelona, devolvió al poder al C. de Oropesa, que seguiría ejerciendo la presidencia
del Consejo de Castilla hasta que un motín popular provocó su cese en 1699. El también denominado
motín de los gatos vino precedido por las malas cosechas de 1697 y de 1698, en cuyo decurso el precio
del trigo se dobló en un momento en que los salarios reales se estaban deteriorando y la tasa de desempleo
alcanzaba niveles insostenibles, una situación que se agravó con la llegada al año siguiente de 20.000
campesinos empobrecidos huyendo del hambre, al tiempo que el pan escaseaba cada vez más.

El tumulto estalló en abril de 1699, cuando el corregidor Francisco de Vargas respondió a las quejas que
le planteó una mujer pobre por la mala calidad del pan y su alto precio: su contestación: ‘haced castrar
a vuestro marido, para que no os haga tantos hijos’- fue interpretada por la multitud como ofensa contra
la dignidad popular, recibiendo de inmediato la réplica varios asistentes, los cuales le demostraron que
el pan además de caro y negro era duro, propiedad que pudo comprobar en su propia testa, cuando tuvo
que emprender la huida bajo una lluvia de ‘piedras, berzas y panes’. Como consecuencia, el rey acabó
pidiendo perdón al pueblo por la pasividad que había mostrado, cesando al corregidor, aboliendo la tasa
de granos en vigor, decretó un perdón general y destituyó al presidente del Consejo de Castilla.

La autoridad real estaba en una grave crisis: Carlos II no sólo fue sometido a un exorcismo (que no surtió
los efectos procreativos deseados) sino que las noticias llegadas de fuera, donde se confirmaba que Luís
XIV firmó un tratado de partición con el Emperador para repartir la Monarquía de España; hicieron que
Carlos descartase las candidaturas austriaca y francesa, nombrando sucesor al elector José Fernando de
Baviera. Sin embargo, el motín contra Oropesa hizo caer al valedor de la propuesta bávara, (cuyo titular
moriría ese mismo año), y el golpe palaciego había defenestrado a los miembros del bando austracista.
El nuevo soberano debería garantizar la integridad de las posesiones tanto en Europa como en América,
al tiempo que introducir reformas necesarias para reforzar todavía más el carácter administrativo de la
Monarquía. Finalmente, se decretó que el candidato ideal para semejante cometido era Felipe de Anjou,

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nieto de Luis XIV y de María Teresa de Austria, hermana de Carlos II, siempre y cuando Luis XIV se
comprometiera a que no uniría las dos coronas. El otro candidato: archiduque Carlos de Austria, se opuso
a semejante decisión, lo que haría que, al morir Carlos II, estallara la Guerra de Sucesión de España, en
la que participaron todas las potencias Occidentales, entre 1701 y 1715.

TEMA 5. LA LUCHA POR LA HEGEMONÍA ECONÓMICA DEL S. XVII

1. ¿Un siglo de crisis?

No se permite la explotación económica ni la transformación de esta obra. Queda permitida la impresión en su totalidad.
A comienzos del s. XVII, 555 millones de personas aprox. vivían en el planeta Tierra, de los que 1/5 lo
hacían en el subcontinente europeo. Las zonas más pobladas estaban lejos de Europa (la India, imperio
Ming, etc.); cien años después, la población europea no ganó importancia numérica, porque se mantenía
en un porcentaje similar a los inicios de siglo. Los datos de población reflejaban un estancamiento (o es
más, hasta cierto retroceso), que era una consecuencia de una profunda crisis global. Esa idea la aportó
G. Parker en su obra El siglo maldito; esas causas son las siguientes:

- En este momento tuvo lugar un periodo climático frío: la Pequeña Edad del Hielo. La temperatura
media de las estaciones invernales descendieron un promedio de dos grados, golpeando al campo.
- Hubo un agravamiento de los enfrentamientos bélicos, que alcanzaron un número alto en Eurasia
(en comparación, no sería hasta la Primera Guerra Mundial cuando se alcanzó tanto belicismo).

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- Los conflictos se financiaron por los Estados fiscales-militares, a través de subidas de impuestos.
Estos eran pagados por los más pobres, y servían para pagar los gastos militares y hacer frente a
las deudas. Eso conllevó a rebeliones, revueltas y revoluciones, especialmente hacia 1640.
- La historiografía tradicional calificó al s. XVII europeo como el ‘siglo de la decadencia’ (Elliot),
transmitiendo una visión cargada de connotaciones negativas. Cambió gracias a obras como En
torno a los orígenes de la Revolución Industrial (Hobsbawn) y el desarrollo del capitalismo.

Enseguida se produjo un debate sobre ‘la naturaleza de la crisis europea’. Las corrientes historiográficas
intentaron aportar sus visiones sobre qué se entendía por ‘crisis’. Para los ‘economicistas’: un retroceso
de la tasa de crecimiento económico (es decir, recesión o decrecimiento); para otros, el cambio fue más
o menos brusco según las actividades económicas (es decir, crisis coyuntural); y para otros especialistas,
estamos ante una crisis estructural de un sistema (que desembocaba en otro modelo de economía). En la
actualidad, es difícil establecer que la crisis afectó de la misma manera al subcontinente europeo; en las
zonas NE se desarrolló el capitalismo, mientras que en el Mediterráneo y O fue una crisis coyuntural.

2. La difícil evolución de las economías mediterráneas

En las dos grandes penínsulas del Mediterráneo O se produjo una recesión. Desde la península Ibérica a
las primeras décadas de 1600, la crisis demográfica y agraria se extendió a la península Itálica (entre los
años 1619 y 1622). Ello supuso la reducción de población italiana en unos dos millones de habitantes a
mitad de siglo, plasmado en la caída de los bautismos y en el alza de la mortalidad ocasionada (causada
por los microparásitos como la peste – ver ¿Quién rompió las rejas de Monte Lupo?, C. Mª Cipolla).

En O, la recesión fue consecuencia de la crisis coyuntural del feudalismo tardío: en España, los estados
Italianos o Francia, afloraron las contradicciones internas que surgieron en la fase previa de expansión.
El aumento fiscal hizo que estas se agravasen, alcanzando el paroxismo en la monarquía de España (lo

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que causó cientos de rebeliones campesinas – denominado como ‘terrorismo fiscal del absolutismo’). Al
mismo tiempo, la crisis supuso la desurbanización; los efectos se vieron a largo plazo, por la pérdida de
los focos urbanos occidentales (la población de las ciudades descendió hacia final de s. XVII).

En la Europa E, la solución a la crisis permitió continuar y consolidar las viejas estructuras. Se sucedió
un periodo de ‘refeudalización’ por autores como R. Romano o R. Villari. Dentro de la economía de la
región europea, el Mediterráneo O se periferizó y se convirtió en una zona atrasada, que ahora exportaba
materias primas al nuevo centro, que pasó a situarse en la Europa atlántica.

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3. La transformación y el auge de las economías atlánticas

En los Países Bajos e Inglaterra la crisis tuvo un ‘carácter estructural’, y al terminar, supuso el desarrollo
del capitalismo como sistema económico. El NO europeo: Islas Británicas, Países Bajos y Escandinavia,
la población creció un 35%, pasando de 12 a 16 millones de habitantes. El cambio verdadero sucedió en
el periodo 1600-1650, cuando los moradores pasaron del 50% al 70% de la población del Mediterráneo.

HOLANDA

La población creció más de un 58%, pasando de 1’2 a más de 2 millones, ya en los primeros años del s.
XVIII. El aumento se debió a diferentes causas, que explicamos en profundidad en este punto:

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- Hubo un crecimiento de la producción agraria, debido al aumento de la superficie cultivable. El
sistema de ‘polders’ logró aumentar los terrenos para cultivar (siendo un 4% del total del país).
- El ‘ciclo agrario holandés’ (Slicher van Bath), que estaba vinculado a la capitalización de todas
las explotaciones agropecuarias, colocándolas en el desarrollo agrario del subcontinente europeo.
- Hubo un aumento de la productividad por el mayor consumo de abonos utilizados. Ello favoreció
la crianza de ganado bovino y un sistema de rotación (más beneficioso que el ‘barbecho’). Quedó
así el paisaje agrario estructurado en las cercanías de ciudades y mercados (anillos ‘V. Thünen’).
- El tulipán provocó el primer ‘crac financiero’, concretamente en la Europa moderna en 1637. La
flor turca alcanzó valores inhóspitos, arruinando a numerosos inversores. Algo alejado de la urbe
había explotaciones cerealeras en las que había rotaciones de leguminosas, alfalfa y colza.
- Para asegurar e incrementar los cultivos, los holandeses redujeron la superficie dedicada a frutas;
a su vez, debían asegurar el abastecimiento, que procedía del Báltico mediante navíos propios.
- En el s. XVII, se produjo en las ciudades un auge de intercambios mercantiles elaborados en el
mundo rural. Más tarde llegaron las especias, las joyas y los metales preciosos. Ello condujo a la
aparición del ‘Imperio marítimo Holandés’, construido sobre la base del portugués y que tenía a
importantes clientes tanto en Asia como América (ej.: Yakarta, Nueva Ámsterdam, Guyana, etc.)
- Hubo transformaciones metropolitanas que impulsaron el comercio a larga distancia. Ámsterdam
(en la que vivían 1/10 hab. del país) pasó a ser la capital de la economía-mundo europeo. Contó
con un centro permanente de intercambios desde 1611, y se perfeccionaron las técnicas para que
facilitasen la captación de las compañías de comercio (como ya hacían en el comercio marítimo).
- Se emitieron acciones homogéneas para allegar un capital fijo del mismo valor, que se negociaba
solo en la Bolsa y que solo admitía prestamos de particulares. En 1621 surgió una compañía que
era similar a la anterior, pero que pretendía comerciar con la región caribeña.
- En 1609 apareció un banco público central, que pretendía facilitar las transacciones financieras
al exterior y asegurar así los depósitos de aquellos que operaban en la Bolsa.

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Historia Moderna II. S. XVII – Josu Asarta y Luis Parras

Todo ello permitió el florecimiento de los Países Bajos, especialmente del comercio marítimo. Lograron
poseer la mayor flota del Hemisferio N. Solo en la medida en la que los nobles y mercaderes holandeses

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pudieran mantener su papel de intermediación comercial, los Países Bajos seguirían liderando dentro de
las economías del Atlántico N. En el mismo siglo, el monopolio pasó a ser contestado por los británicos.

ISLAS BRITÁNICAS

En el mismo siglo, surgieron las estructuras capitalistas en el campo inglés. El proceso de acumulación
en el campo inglés supuso la separación de los productores y los medios de producción (Marx). Esto fue
el inicio de una nueva fase de apogeo en el tránsito del régimen de los Tudor a los Estuardo. En los años
previos a 1640, el 40% de la población apenas tenía un pequeño hogar y un huerto no muy extenso. Este
proceso expropiatorio, el campesino se endeudó y crecieron los cercamientos de campos abiertos y otros
terrenos comunales, llamados ‘enclosures’. Junto a ello, hubo otras causas que explican el auge:

- Surgió la ‘Triada Capitalista’ en las aldeas; los grandes propietarios (‘gentry’ – burguesía local)

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empleaban en la tierra al proletariado rural, y se vieron forzados a vender su fuerza de trabajo. A
la misma vez, los mercaderes de las grandes ciudades aprovechaban su presencia para emplearlo
como mano de obra barata en la producción de manufacturas textiles en sus domicilios. Eso llevó
al sistema de ‘putting-off’, que abarató el coste de productos y expandió la demanda en las urbes.
- Hubo avances técnicos que favorecieron el aumento de la producción agraria. El barbecho quedó
en un segundo plano, porque las rotaciones se impusieron y porque facilitaron la ganadería ovina
(y sus manufacturas textiles). En 1660, nace en Norfolk el ‘sistema de cultivo intensivo’, basado
en la cuádruple alternancia: trigo, nabos, cereal y trébol (escapando así de rendimientos bajos).
- Hubo un desarrollo demográfico, especialmente urbano. La población urbana pasó de 3 a unos 5
millones de habitantes. Los movimientos migratorios campo-urbe consolidaron la tendencia, lo
que obligó a que la producción agraria se orientase a abastecer el embrionario mercado interior.
- Las urbes como Londres acogían las principales instituciones políticas y fiscales; a la vez, eran
lugares de gran extensión poblacional (lo que conllevaba la posesión de cierta riqueza). Todo eso
desemboca en la aparición de compañías privilegiadas mercantiles, junto a otras de aventureros
(en ambos casos, las acciones también se cotizaban en bolsa: Stock Exchange, desde 1571).
- En 1694 se creó el Banco de Inglaterra, siendo el primer exponente de ‘banco público moderno’.
- Hubo algunos excedentes demográficos del campo británico que constituyeron un proletariado
multiétnico que acabó emigrando a las colonias norteamericanas. Las ‘Europas fuera de Europa’
no atesoraban grandes recursos naturales ni tenían poblaciones indígenas, por lo que no reciben
el mismo trato que en el imperio español. Las colonias británicas eran ‘colonias de poblamiento’.
- A diferencia de los castellanos, el comercio británico no buscaba extraer de las colonias riquezas
que no poseían (Elliot), sino articularlas dentro del nuevo modelo colonial (Hobsbawn). El nuevo
sistema unía África O, América E y Gran Bretaña. Ello permitió comerciar con esclavos, azúcar,
algodón y paños, permitiendo amasar grandes fortunas (controlado todo desde las ‘metrópoli’).

Todo este auge económico impulsó a liderar diversas guerras comerciales y marítimas contra Holanda y
España. Ello supuso que Gran Bretaña pasó a ser el principal ‘emporio comercial’ de Europa.

4. La reestructuración de la economía peninsular: la crisis en Castilla y los cambios en la periferia

La península Ibérica tenía en la Corona de Castilla la principal zona dinámica del territorio. Sufrió, sin
embargo un ‘infarto’ prolongado en el tiempo, exactamente dos siglos. La población española descendió
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Historia Moderna II. S. XVII – Josu Asarta y Luis Parras

un 12% aprox. (unas cuatro veces más que en el resto de Europa: 2’5% aprox.). Desde final del s. XVI,
se produjeron desplomes demográficos causados por el hambre, la peste fiscalidad regia, y la expulsión
de los moriscos (1609), que ocasionaron un retroceso poblacional de ¼ parte de la población total.

A diferencia de la crisis bajomedieval, la del s. XVII fue una ‘crisis de distribución’. Los desequilibrios
en el reparto de la riqueza se vieron agravados por la necesidad de pagar los gastos militares elevados.
Las Haciendas recurren al crédito, lo que les llevó a suspensión de pagos y bancarrotas, que se sufragan
con aumentos de impuestos (en España, las numerosas bancarrotas determinan el fin de su hegemonía).
Pero estas no fueron las únicas consecuencias de la grave situación de crisis:

No se permite la explotación económica ni la transformación de esta obra. Queda permitida la impresión en su totalidad.
- La depresión rural repercutió sobre el desarrollo urbano, lo que llevo a un importante proceso de
‘desurbanización’ (exceptuando Madrid, las ciudades de interior pierden ½ de su población).
- La reacción señorial que auspició la crisis en los reinos meridionales terminó afianzando en ellos
las estructuras feudales resistentes. En Castilla, la Hacienda recurrió a privatizaciones y ventas,
para así frenar la grave situación económica: se vendieron hasta la jurisdicción de las aldeas del
realengo. Esta feudalización supuso avances del régimen señorial, y que los nobles se afianzasen.
- El dinamismo demográfico, económico y social español pasó a protagonizarse por la ‘periferia’
(especialmente Galicia, Asturias y Levante). En estas zonas la población creció un 75% de media
gracias a los cultivos de maíz; en Valencia o Cataluña, pese a las guerras, la población aumentó.

Todo ello hizo que la llamada ‘España radial’ creciese en múltiples aspectos. Hubo una agricultura muy

Reservados todos los derechos.


especializada, y un desarrollo de la producción manufacturera en ciudades medianas y en Barcelona. Al
acabar el siglo, el despoblamiento interior y el dinamismo periférico permitió que 2/3 habitantes vivieran
en estas regiones periféricas como Galicia, Catalunya, València, Murcia o Andalucía entre otras.

5. La expansión de la segunda servidumbre en la Europa oriental

En el transcurso de las crisis, las clases privilegiadas alcanzaron grandes proporciones en Europa C-E.
Los desajustes demográficos se produjeron en los territorios imperiales, que eran los que participaron en
la Guerra de los Treinta Años. En algunos casos, la población se redujo a la mitad; de media europea, se
pasó de 16’25 a 9’5 millones de habitantes. A mitad de siglo, afectó a Polonia, Hungría y Ucrania. La
crisis hizo peligrar las rentas señoriales, surgiendo la reacción nobiliaria que recayó sobre el campesino.

Causó también graves pérdidas económicas, lo que hizo más necesario el control sobre la mano de obra
(ya de por sí escasa y coyunturalmente disminuida). Desembocó en la ‘Segunda Servidumbre’ (Engels),
lo que fortaleció un modelo de señorío territorial organizado mediante la articulación de las ‘reservas’.
Por ello, la nobleza empezó a ejercer autocracias absolutistas en sus territorios. En los territorios E, las
guerras determinaron la servidumbre: en Bohemia, en Prusia o en Rusia.

A finales de siglo la ‘Segunda servidumbre’ acabó imposibilitando el desarrollo de las economías de los
campesinos. Las prestaciones personales no motivaban al trabajo rural, lo que conllevó una bajada de la
productividad y el rendimiento (W. Kula estudió el caso de Polonia). La clase feudal usurpó a las débiles
burguesías locales de sus funciones mercantiles, llegando a suprimir gremios. Estamos ante un ejemplo
de la expansión periférica de la economía-mundo europea, escoradas cada vez más a la exportación de
alimentos y materias primas. El centro de todo ello eran tanto Países Bajos como Inglaterra.

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Historia Moderna II. S. XVII – Josu Asarta y Luis Parras

6. La evolución económica de las colonias americanas

El Nuevo Mundo fue una de las zonas en las que no hubo recesión en el s. XVII. Eso se explica en que
la coyuntura divergente y opuesta a la europea, se encuentra en la catástrofe demográfica del siglo previo.
Las conquistas hicieron desaparecer a la mayor parte de indios americanos, por lo que apenas había un
mínimo de población en estos territorios. Al tocar fondo, la población solo podía volver a crecer (ej.: el
Virreinato de Nueva España tenía en 1630 1’5 millones de indios; en 1646, 1’7, y hacia 1750, unos 2’5).

La población blanca hispanoamericana subió en la misma proporción, sobre todo por la llegada de gente
llegada de la península Ibérica hacia los virreinatos. Creció también la producción agrícola y ganadera;

No se permite la explotación económica ni la transformación de esta obra. Queda permitida la impresión en su totalidad.
en los latifundios se consolidó el sistema feudal de los conquistadores. Los grandes propietarios que sí
tenían indios sometidos permitió desbancar a los terratenientes que no tenían trabajo forzoso (idea de M.
Caramagnami). La minería de la plata continuó en apogeo en Potosí, pero el oro entró en escena con el
descubrimiento de la mina de V. R. Ouro Preto. América pasó a ser la mayor productora de metal. Para
financiar esta actividad, se desarrolló una clase mercantil autóctona que lideró, junto a los terratenientes
locales, los procesos de independencia de España (idea de que iban funcionado mejor sin la metrópoli).

Desde el siglo anterior, ningún territorio de Europa O aceptaba que el Papa hubiera consolidado el poder
de las potencias ibéricas. Eso hizo que franceses, holandeses y británicos empezasen a desafiarles junto
a la creación de asentamientos coloniales8. En el caso francés, que fundó factorías en la actual Canadá,
supuso el inicio de la expansión territorial hasta la época de Luis XIV (pese a ello, el clima frío de esta

Reservados todos los derechos.


zona no logró atraer importantes cotas de emigración). Los holandeses e ingleses sí tuvieron más éxito,
porque fundaron ciudades (ej.: Nuevo Ámsterdam – futura Nueva York) y compañías económicas como
la de las Indias Occidentales. Eso permitió construir más de sesenta barcos con miles de tripulantes.

El imperio inglés en América fue menos espectacular. Irlanda fue utilizada en sus inicios de ‘ensayo’;
posteriormente fundan la colonia de Virginia en el final del s. XVI. Más tarde, se asientan sobre Jamaica
(y los franceses en Haití). Aparecieron nuevas compañías marítimas en N América, que transportaban a
los emigrantes a las colonias al N de Virginia. Al S de Virginia, los que llegaban produjeron el tabaco y
la azúcar (que primero era cultivado por ellos, aunque más tarde les sustituyeron los esclavos negros).

El desarrollo demográfico supuso el desarrollo de la esclavitud. Para impulsar la mano de obra indígena
en zonas tropicales, importaron esclavos de África O; más tarde, las colonias francesas y anglosajonas,
los primeros esclavos blancos que llegaban permanecían en esclavitud entre 3-7 años. Solo los británicos
enviaron durante el s. XVII ¼ de millón de irlandeses como ‘indectureds’ o ‘convict servants’. Cuando
hubo oposición desde Jamaica y Barbados, introdujeron trabajadores negros, que serían esclavos de por
vida. La trata negrera la que suministró las ‘piezas de ébano’ que consumieron durante varios siglos las
plantaciones de azúcar, tabaco y algodón. En el s. XVII, millón y medio de negroafricanos se movieron
a Brasil (560 mil), la América española (menos de 300 mil) y el Caribe británico (más de 260 mil).

Pronto, las uniones entre blancos e indígenas, o entre amos y esclavos, supuso la aparición de una nueva
categoría: ‘el mestizo / criollo’. Este último aspecto no debe hacernos olvidar la otra cara de la moneda:
el tráfico de esclavos (del comercio triangular) tuvo un peso decisivo en la contracción demográfica que
sufriría el continente africano a partir de la crisis global del s. XVII.

8
Los súbditos del rey francés fueron los primeros en crear asentamientos en N América, desafiando así al Tratado de
Tordesillas y los privilegios papales. Fundaron colonias y factorías pesqueras principalmente en la actual Canadá.

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Historia Moderna II. S. XVII – Josu Asarta y Luis Parras

ANEXO

TEXTO 1. Las disputas entre Felipe II de España y Enrique IV de Francia

Felipe II es el gran representante del catolicismo en la Europa coetánea; ha intentado ser rey de Francia
y se enfrentó a Francia continuamente no solo por la pugna estructural de dominio de Europa, sino por
motivos de orden confesional. Estos aspectos definieron la existencia, configuración y concepción de la
monarquía hispánica, que no en vano es conocida como la monarquía católica y además es el reflejo de
la configuración estructural de toda la Europa del momento hasta final del s. XVIII.

No se permite la explotación económica ni la transformación de esta obra. Queda permitida la impresión en su totalidad.
Enrique IV es francés; los franceses, para los hispanos de los ss. XVI-XVII han sido grandes traidores,
porque si algo es malo es ser hereje, pero peor es ser católico y hacer una política de acuerdos y tolerancia
con los herejes. A finales del s. XVI así sucede, consolidándose por dos cuestiones. Enrique era navarro
y era calvinista en origen; tras ganar la Guerra de los 3 Enriques se convierte al catolicismo y el Papado
da visto bueno a su conversión, aunque se hace católico para ser rey de Francia. En 1598 acuerda con el
monarca de España: un periodo de paz durante el reinado de Felipe III. Esta condición es imprescindible
para reorientar la política exterior de la propia monarquía católica; en segundo lugar, en el 1598 se llega
a un acuerdo, que pretendía ser definitivo entre las dos confesiones que existen en Francia para convivir
sin matarse: el Edicto de Nantes. Pretendía que alguien tan católico como Felipe II pactase con alguien
que antes fuera maquiavélico: que interpone la política a la religión. En Europa, los ss. XVI-XVII era la
cristiandad porque no era un continente, es una península de Asia (Eurasia en su origen).

Reservados todos los derechos.


El número de religiones en Europa son dos: cristianos y judíos, había una parte positiva para estos
últimos, pero la cristiandad protege a los cristianos (derecho a recurrir ante tribunales). Sin embargo, los
judíos no tenían “derechos”. A su vez, aparecen diversas confesiones cristianas con reivindicaciones:
- Lutero pensaba que el Papa era el anticristo, y que el tiempo del mundo se estaba acabando.
- Carlos V invade Roma en el 1525, lo que significó para la gente ‘el fin de los tiempos’.
- Los puritanos a su vez, les pedían más reformas a la Iglesia.

‘Confesar’ significa declarar hacia el exterior algo oculto en el interior, incluido el teológico; esto era la
imposición propia de la época. Para poder ser aceptado, se confesaban así se identificaban con aquellos
que creen en lo mismo que confesaba. Esto sucedió hacia 1520, donde hubo numerosas confesiones que
obligaron a aquellos que creían en otras cosas, que confesaran en lo que creían. Así apareció Lutero; en
el 1531 apareció en el imperio: la Confesión de Augsburgo o ‘Confessio Augustana’ (que constituía la
primera exposición oficial de los principios del luteranismo – llamado después ‘protestantismo’) en latín,
siendo un conjunto de artículos donde los luteranos compartían sus ideas. El proceso de confesar se ha
producido históricamente, porque se confiesan cosas distintas varios grupos de personas.
La monarquía católica no experimentaba en el interior del territorio, ante el nulo número de herejes. Con
el sistema de la imposición confesional, hubo erasmistas extremados que fueron expulsados. En Europa
en su conjunto, hubo una importante guerra confesional que se produjo al colisionar convivencias entre
distintas ‘verdades’. En Inglaterra por ejemplo, dentro de esta guerra, apareció la ‘apelación al cielo’. A
este problema, la solución que se observaba eran la imposición confesional, la tolerancia, o la concordia.
Analizamos en profundidad los últimos aspectos: tanto la tolerancia como la concordancia:
La tolerancia se entendía en la época como un acuerdo político en materia de religión para convivir
las diversas confesiones en un mismo territorio. Nunca se pensaba, que la opinión del otro es una

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Historia Moderna II. S. XVII – Josu Asarta y Luis Parras

opinión más, porque eso sería reducir la religión a una cuestión de opiniones (no se ve hasta la obra
de Locke). Pese a ello, hubo diversos ejemplos de ‘tolerancia’ visibles en estos tiempos:

No se permite la explotación económica ni la transformación de esta obra. Queda permitida la impresión en su totalidad.
- Paz de Augsburgo. Llamada ‘Paz de las religiones’; fue un tratado entre Fernando I de Habs., el
hermano de Carlos V, y la Liga de Esmalcalda (1555) en la ciudad de Augsburgo. En este pacto,
se resolvía el conflicto religioso entre los católicos y los miembros de la reforma protestante.
- Paz de Westfalia. Firmado en 1648, supuso la desintegración de la república cristiana, junto al
fin del imperio de Carlos V. Se propugnaron principios como la ‘libertad religiosa’ entre estados.
Cada Estado adoptaba como propia la religión del momento, lo que fue visto por católicos como
la ‘ruptura de Europa’. El Papado perdió el ejercicio de un poder temporal significativo; el pacto
supuso el fin de los conflictos religiosos, pasando a ser las guerras por motivos geopolíticos. Pese
a intentar la convivencia religiosa, la intransigencia obligó a exiliarse a los que no comulgaban.
La concordia no funcionó en época; Carlos V pidió al Papa un concilio que admitiera a los herejes,
pero el Papa no quería. Carlos V organizó coloquios sobre materia dogmático de religión. En ellos

Reservados todos los derechos.


se pretendía poner puntos en común que permitieran la salvación, para que todas las confesiones se
acomodaran a unos ideales mínimos (y así reconstruir una única Iglesia cristiana).
Los impositivos no querían renunciar, ni los tolerantes querían renunciar a la tolerancia. La concordia sí
podía ser impositiva, cosa que intentó la monarquía española. La solución no funcionó, aunque en el s.
XVII sí se discutió la posibilidad de reunificar todas las iglesias en una única. Bossuet discutía sobre las
posibilidades de reunificar todas las iglesias: sería una solución de concordia que intentaron, con Carlos
V, Jacobo I de Inglaterra (para reunificar la iglesia entre católicos y protestantes). La reunificación y la
concordia era posible, y se produjeron coloquios (Poissy – 1561) que no tuvieron grandes resultados.
En 1561, las guerras se sucedían entre católicos y los hugonotes, que alcanzaban acuerdos mediante los
‘edictos de religión’: eran una proclamación bajo el nombre del rey, que establece la posibilidad de que
para solucionar una guerra de religión se establezcan algunas concesiones a la iglesia menos privilegiada
(es decir, los calvinistas). El rey protegía bajo el derecho a esas confesiones; pese a ello, en las siguientes
décadas las guerras entre católicos y hugonotes fueron constantes hasta 1590. Enrique III de Navarra se
convirtió al catolicismo, venciendo a la totalidad de los ultraortodoxos. Se consiguió, mediante el Edicto
de Nantes, establecer el fin a estos periodos de guerra; Enrique IV firmó este Edicto en 1598, aceptando
la libertad de conciencia y de culto que hasta el momento se limitaba a los protestantes calvinistas. Este
hecho puso fin a las Guerras de Religión, que coincidieron con la Paz de Vervins de Felipe II.
Los hispanos del momento se sentían traicionados, por lo que acusaron a los franceses de maquiavélicos
y de haber interpuesto lo secular a la religión: los ‘politiciens’. La monarquía de España incorporará el
catolicismo a su identidad, a la vez que estableció el contrato entre la cabeza política y el cuerpo. Junto
a ello, se afirmó que el catolicismo sería la ley fundamental española; la monarquía se sustenta sobre el
catolicismo, de ahí que fuera existencial y primordial mantenerlo como parte de la monarquía de España.
Esta monarquía pretendía la dominación de Europa en su totalidad mediante la imposición confesional.
La monarquía hispánica en el siglo XVI tiene una doble posibilidad de que una de sus identidades:
- La más importante, sea la de la confesión católica (así era desde el s. XV). A finales del s. XVI
se posiciona frente a los ‘politiciens’ y se define una identidad basada en la religión y catolicismo
hispánico. Es un elemento de la propaganda de religión decir que los protestantes son muchos y
el catolicismo es solo uno, pero el catolicismo francés es distinto al hispano, con el Papado.

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Historia Moderna II. S. XVII – Josu Asarta y Luis Parras

- Una segunda razón de tipo dinástico: En los dos territorios rige la casa de Austria, Carlos V en
1555 dividió la casa en dos ramas: la rama primogénita de la casa, reinaría en España, América,
y Milán como feudo (dada a Felipe II), y la rama segundo génica tiene el título más importante:
Fernando y sus sucesores se quedan con el título imperial; sin embargo, nunca dejaron de aspirar
a convertirse en una sola casa. La rama primogénita llevaba la voz cantante en esta imposición
confesional, porque la define identitariamente, a través de la religión como piedra angular.

Otra circunstancia que se da en el s. XVII es que la misma casa coincide en territorio hispano, las Indias
y en el Imperio: la Casa de Austria, que se considera en posesión de una misión salvífica y que la mejor

No se permite la explotación económica ni la transformación de esta obra. Queda permitida la impresión en su totalidad.
manera de conservar la paz en Europa es por tanto la imposición confesional.

TEXTO 2. Saavedra al Conde de Oñate

Francia entra en la guerra en 1635, declara la guerra a la rama hispánica de la Casa de Austria, pero lo
que quiere decir es que declara la guerra a la totalidad de la Casa de Austria. Por lo tanto, a partir de este
momento la guerra se politiza. La guerra se convierte progresivamente en una guerra movida por razones
de Estado, constitucionales y territoriales. En la Paz de Westfalia de 1648 los personajes principales van
a tener que solucionar dos problemas: los constitucionales y los confesionales. Hay que volver a restaurar
la constitución imperial que fijaba que la monarquía era electiva y que los Austrias pasan a impositiva,

Reservados todos los derechos.


así como la imposición por parte de esta monarquía de la confesionalidad.
Wallenstein (el duque de Frieslant y mercenario al servicio del emperador Fernando II, que luchó contra
los rebeldes protestantes y sus aliados suecos y daneses, y que consiguió la conquista del Imperio). Para
Saavedra, el degollamiento de Wallenstein era un milagro porque este se había pasado al enemigo, esto
implica que existe una concepción de que la Dinastía de Austria es la preferida por Dios. En diciembre
de 1633 se retiró con sus soldados a Pilsen, Bohemia. El emperador seguía sospechando sobre la lealtad
de Wallenstein, ya que además de haber tenido poca voluntad en la lucha se ofreció como árbitro en las
negociaciones entre católicos y protestantes. Fernando II pensó que Wallenstein podía cambiar de bando
y le retiró el mando de sus ejércitos, y le declaró traidor a la causa católica condenándole a muerte. La
dinastía de los Austria se van a dedicar a respetar Westfalia que a implementar una monarquía universal.
Al año después de la comentada firma, en Inglaterra se ejecuta a Carlos I, en gran medida por motivos
confesionales, por lo que sigue habiendo conflictos confesionales, porque hay una potencia que es la
monarquía hispánica que juega a la imposición confesional y que curiosamente no firma la Paz de
Westfalia. Esta Paz quitaba del medio al papado, por lo que la monarquía hispánica no podía firmar esto;
aunque firma el tratado de Utrecht para salvar un bien mayor a costa de sufrir un mal menor, es por tanto
una paz parcial y así recuperar fuerzas para mantener el catolicismo. Holanda garantiza la tolerancia de
los católicos que ahí vive, se firma por lo tanto con una tolerancia para los católicos en los Países Bajos.
La Paz de Westfalia consiste en la Reunión de dos instrumentos de Paz IPO E IPM, se refiere a los dos
tratados de paz de Osnabrück y Münster. En estos tratados participaron el emperador del Sacro Imperio
Romano-Germánico, monarquía de España, reinos de Francia y Suecia, Prov. Unidas y sus respectivos
aliados entre los príncipes del Sacro Imperio Romano-Germánico. Se reunieron el emperador junto a los
protestantes del imperio, más Suecia, Francia y Suecia (son los poderes garantes de la constitución de la
paz de Westfalia y ante los cuales puede recurrir cualquier príncipe interno para solicitar su intervención
cuando considere que cualquiera este solventando la paz de Westfalia).

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‘Habrá una paz cristiana, universal y perpetua’: todos los participantes son cristianos, por lo tanto sin
reconocidos todos los cristianos, es decir todas las confesionalidades; con universal se refiere a Europa
en este momento, el universo conocido es Europa, por lo que juzga a quien no lo sea como barbaros e
incivilizados, sus normas son las mismas por tanto en las otras civilizaciones; con perpetua se entiende
la vida eterna por lo tanto en los asuntos humanos lo perpetuo es relativo, quiere decir que es perpetuo
mientras dure la causa que lo origina, esta causa en este momento existe por lo que en un futuro se puede
revocar al desaparecer la causa. Westfalia no despareció, por la forma de organizar las relaciones en el
ámbito confesional, esto hacía difícil su aceptación ya que era parecía que iba a ser permanente. Roma
hace una protesta formal en forma de bula ‘en el celo de la casa de Dios’ (máximo documento pontificio),

No se permite la explotación económica ni la transformación de esta obra. Queda permitida la impresión en su totalidad.
lo cual nos dice el significado de esta paz para el arreglo confesional.

TEXTO 3. El Leviatán, de Hobbes

Es la primera edición, cuyo autor es Thomas Hobbes (preceptor del hijo de Carlos II). Tuvo que exiliarse
durante la república de Cromwell, y luego le llamó para que le hiciese una justificación de poder de
facto. En realidad, la república no contaba con legitimidad reglamentaria como contaba la monarquía,
por tanto, la república era un poder de facto. Hobbes estaba en contacto con la Revolución Científica en
diversos países europeos.. En la Paz de Westfalia de 1648, se producía un acuerdo perpetuo, que pacifica
el Imperio y aparca el enfrentamiento confesional como enfrentamiento entre naciones. Para el Imperio

Reservados todos los derechos.


fue una realidad, sin embargo, para territorios adyacentes a éste, como fueron Bohemia y Lituania, había
imposiciones confesionales hasta 1720 y en el caso de Bohemia hubo persecuciones a los protestantes.

En términos generales se produjo una pacificación en cuestiones constitucionales y confesionales para


el imperio y de relativa pacificación para el resto de Europa. Los Estados europeos pierden la religión
como elemento de enfrentamiento. Esto no quiere decir que existiesen enfrentamientos puntuales; hubo
territorios que seguían manteniendo el enfrentamiento confesional en su concepción del mundo con el
resto de países, como el caso de la monarquía católica de España. Seguían pensando con una imposición
confesional, a pesar de haber alcanzado un acuerdo parcial con los herejes. La propia teología reconocía
que se podía pactar con herejes cuando no existiesen otras alternativas. Alcanzaron un pacto parcial con
los herejes holandeses, que reconocen una independencia de facto que se producen desde el s. XVI.

Los Países Bajos del Norte hace un acuerdo con su Señor, que es el rey de España, si bien estaban
dentro del Imperio. Esto se ratifica en la Paz de Westfalia, y establecía que el monarca hispano deja
de tener soberanía en los Países Bajos: pasan a ser las propias Prov. Unidas, en términos de república,
que son soberanas. Pasaron a ser independientes y dejaron de pertenecer al Imperio de España.
Igual sucede con Suiza: Confederación Helvética, que estaba en el Imperio con unas características
concretas y desde la Paz de 1648 deja de pertenecer al Imperio y se convierten en confederación
independientemente soberana de sí mismas. Con la ‘Paz de Westfalia’, la monarquía hispánica y su
concepción confesional iba quedando desplazada respecto a los pasos que iban dándose en el Imperio
y en Europa. El elemento confesional tampoco desaparece en Inglaterra. Es curioso que se encuentre
vivo el elemento confesional en el territorio pausado. En 1649 Carlos I fue ejecutado en Inglaterra
acusado de traición a la constitución. Gran parte de estos acontecimientos eran el resultado de unos
enfrentamientos que empezaron en Inglaterra en 1640 y tenían un elevado componente confesional.
El origen habría que buscarlo con Enrique VIII; sin embargo, Isabel I fue quién establece las bases
de la iglesia anglicana. Su padre, Enrique VIII, lleva a cabo la separación con Roma y realiza todas

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las desamortizaciones de la Iglesia católica, pero no modificó nada en cuanto ritos y celebraciones
religiosas. Fue su hija Isabel I, la que sentó las bases de la Iglesia Anglicana (calvinista) en Inglaterra
e implantó todo el ceremonial diferente al católico. Acuerdo isabelino; con el cual consiguió que las
diferentes sensibilidades existentes en Inglaterra, confluyeran en la verdadera iglesia anglicana.
Los primeros problemas los llevaron los puritanos calvinistas, que piden más reformas. En 1640, cada
parte de la iglesia anglicana que Isabel I consiguió unir mediante la renuncia de determinados aspectos
particulares, comienzan a cuestionar la unidad de la Iglesia Anglicana. Se produjeron deshilachamientos
del acuerdo isabelino, convencidos de que había que hacer más reformas porque el final de los tiempos

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estaba cerca. Sin las reformas y con el fin de los tiempos cerca, no podrían alcanzar la salvación, por
tanto, la Iglesia Anglicana precisaba más reformas, que pedían los puritanos. Estallaron los conflictos
confesionales, principalmente, pero también asociados a problemas constitucionales.

Thomas Hobbes dice que se trata de un asunto inglés que afectaría a toda Gran Bretaña. El frontispicio
del Leviatán es comprendido por los ingleses que leen la obra, ya que habían sufrido los acontecimientos
sucedidos en Inglaterra desde 1640. El Rey es el Obispo Supremo de Inglaterra; Inglaterra se ha separado
de Roma y por encima del Rey, no hay ningún poder supremo, ni temporal ni espiritual. También se
aprecia que porta el báculo (poder espiritual) y la espada (poder civil), uno en cada mano. Los poderes
están separados, pero los tiene la misma autoridad. Perspectiva mayestática, por encima de las montañas,
preponderancia sustancial. El cuerpo del Leviatán, está lleno de cuerpos que representan a la ‘civitas’.

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Implica que el rey de Inglaterra representa el poder temporal y el espiritual, desde el acta de 1533 quiere
decir que es un Imperio en sí mismo. En resumen, que tiene los dos poderes en una sola dignidad.

El obispo superior de Inglaterra es el de Canterbury y ocupa el lugar de la máxima autoridad eclesiástica


y fue quién casó a Enrique VIII con Ana Bolena. Pero la ‘cabeza de la Iglesia de Inglaterra’ es el propio
Rey, aunque exista una jerarquía eclesiástica. La ‘civitas’ inglesa, como Hobbes la concibe a la altura
que escribió el Leviatán, con el objetivo de que no se repitiesen los acontecimientos de guerra civil de
1640. Una ‘civitas’ para conseguir estabilidad implicaba la coexistencia en una sola persona los poderes
espiritual y temporal, sin que esto supusiese que no existiera una jerarquía de cada uno de ellos. Lo que
propone Hobbes para que en Inglaterra no se repitan las guerras sucedidas en 1640 hacía falta que el
reino volviese a la construcción que se había dado desde principios del siglo XVI, en plena reforma,
donde, en 1533, (el ‘Acta de Supremacía’), Enrique VIII se declaraba cabeza de la Iglesia de Inglaterra.
Implicaba la estabilidad que Inglaterra tenía hasta los años 40. Si la espada atacaba el báculo, o viceversa,
se rompía esa estabilidad. Los súbditos ingleses de 1640 no sabían a qué poder obedecer, puesto que los
dos tenía la misma legitimidad. Crisis de obediencia en 1640 Con una apelación al cielo decidieron quien
debía tener la razón (en principio la monarquía pierde), ya que en 1649 ejecutaron a Carlos I.

Toda la historia de Inglaterra desde 1640, hasta el primer Leviatán efectivo, Guillermo III de Orange en
1688. Arreglo de 1689, la Revolución Gloriosa, el problema de la sucesión de las formas de gobierno
consistía en el miedo de los ingleses a que los enfrentamientos de los años 1640 volviesen a repetirse.
Sobre la decisión de la forma de gobierno que debía establecerse en Inglaterra había muchas dudas, ya
que Cromwell pretendía perpetuarse en el poder y hacer hereditario el cargo en su hijo, de tal forma que
pretendía comportarse como un rey. Después de que los súbditos ingleses solicitasen ayuda externa, en
el año 1660 se restaura la monarquía en la figura de Carlos II de la Casa Estuardo. Carlos II fue sucedido
por su hermano Jacobo II. Pero Carlos II tenía veleidades católicas, incluso el ‘Tratado secreto de Dover
1670’ con Francia. Para los ingleses la reimposición del catolicismo suponía la tiranía (el ‘papismo’).

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El poder internacional que no tiene ningún poder superior terrestre por encima de él, (y que pretende la
imposición confesional y por tanto la destrucción de la constitución de libertades inglesas) que se había

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establecido sobre la base de una iglesia en una misma persona. El problema de los años 1680 es que el
catolicismo estaba en recuperación. Una monarquía universal y católica, representado por Francia (Luis
XIV). Los ingleses lo percibían así. Cuando Jacobo II empieza a dar atribuciones y a suspender las leyes
para favorecer a sus súbditos católicos, los ingleses temían la imposición confesional. Jacobo II suspende
la aplicación de algunas leyes para favorecer a sus similares. Este rey era católico y favorecía a los suyos.
Los whigs eran una organización partidaria de la tolerancia religiosa, mientras que los tories no lo eran.

Un grupo de ambas organizaciones contactaron con el ‘estatuder’ de los Países Bajos, que era Guillermo
de Orange (casado con Mary, la hermana protestante de Jacobo II). Ésta sería la reina de Inglaterra, pero
los ingleses pretendían que el rey fuese un hombre. Guillermo y Mary reinarían Inglaterra, una vez que
habían echado del poder a Jacobo II. Huyó a Francia y tira al Támesis el sello real, representación de la
dignidad real, lo que significaba que había dejado de ser rey. Los jacobitas eran un peligro en Inglaterra,

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ante la posibilidad de que se restaurase la causa de Jacobo. Los ingleses con la ‘Revolución Gloriosa de
1689’, evitaron de forma permanente, la repetición de los conflictos que habían tenido lugar en Inglaterra
en 1640. Esto es lo que venían buscando. En 1651, Hobbes, pretendía con su Leviatán que Inglaterra
volviese a sus orígenes. Guillermo III, es el primer Leviatán efectivo, ya que llevó a término la cuestión
de Cabeza de la Iglesia de Inglaterra (báculo y espada en una sola persona). Desde el punto de vista
internacional, en 1689 se lleva a cabo ese acuerdo, “Acta de Tolerancia”, mediante la cual se acordaba
la tolerancia de culto a las sectas de Inglaterra, a cambio de no tener oficios en la Corona. Los católicos
y los anti-trinitarios no estaban incluidas en dicha acta. Los católicos no tuvieron libertad hasta 1829.

El absolutismo es cualitativamente diferente: es una cuestión de cómo entendiera el poder que se tiene.
Como por ejemplo, el rey de Francia tiene más poderes, aunque sigue extiendo un parlamento de París;
por lo tanto, no podemos hablar de un rey absolutista.
- Es un poder que concentra los 3 poderes (ejecutivo, legislativo y judicial): Esta definición no es
ajustada a la realidad, ya que la división de poderes surge realmente después de la Rev. Francesa
de 1789 y la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano, donde dice que “un país que
no tiene constitución no tiene país”.
- Tipo de poder otorgado por Dios, aunque no caracteriza nada (porque todos los poderes eran así).

TEXTO 4. El regalo de coronación de los judíos de Berlín a Federico I en 1701 (el Águila Prusiana)

Prusia nunca fue Estado imperial hasta 1701. Era un territorio que entra dominado por la Orden Religiosa
Teutónica, y que, por unas determinadas cuestiones dinásticas, acaba en manos de la Casa Hohenzollern.
La Casa Dinástica de los Hohenzollern representan en el Imperio el Electorado de Brandeburgo. Por esta
vía de la conexión dinástica, entra Prusia en el Imperio. Posteriormente irá sometiéndose a un progresivo
proceso de conversión en reino. En 1701, el monarca de la Casa Hohenzollern se convierte a su vez en
Elector del Imperio por Brandeburgo, y también Rey de Prusia (que posee Prusia). Por esa vía dinástica
pasa a formar parte del Imperio, porque anteriormente eran los territorios patrimoniales de una Casa del
Imperio, sin formar parte del mismo. Sólo formará parte de éste, por esta vía dinástica a partir de 1701.
Algo similar sucede en Hungría, que es parte del Imperio en la medida en que pasa a formar parte del
patrimonio de la Casa de Austria. Federico I de Prusia y Brandeburgo, con un territorio patrimonializado,

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y convertido en rey absoluto, busca apoyo legitimador en religión. Elige la forma directa de legitimación
divina, sin intermediación El poder del Rey proviene directamente de Dios, y así se legitiman los reyes.
Otra posibilidad, sin dejar de concebir que Dios es el autor de todos los poderes políticos que existen en
el reino es que, Dios creador de la Corona, la entrega a la Comunidad y ésta a su vez la entrega al rey,
pero con condiciones. El rey lo es por gracia divina, pero no lo es por decisión directa, sino que la corona
la entrega a la comunidad del reino y estamentos del reino (Iglesia, nobleza, clero, instituciones del reino,
etc), a cambio de respetar sus libertades. En el texto del regalo de los judíos a Federico I, transmite que
la defensa de los judíos es el propio rey, ya que los judíos no forman parte de la Cristiandad y dependían

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directamente del monarca. No estaban sometidos a las limitaciones que la Iglesia había establecido para
la usura a los cristianos, ya que estos no son cristianos. Esto tenía inconvenientes, ya que no se benefician
de sus libertades y derechos. Por tanto, si no les protegía alguien podían ser sometidos a los ‘pogromos’
(agresiones multitudinarias a las que fueron sometidos la comunidad judía con el expolio de sus bienes).

TEXTO 5. La constitución revisada para el reino de Bohemia


En Bohemia ya había una constitución anterior. Este texto es un ejemplo de lo que los contemporáneos
entendían como poder absoluto. ‘Nos Fernando’: Fernando es Fernando II de Bohemia, no está actuando
como emperador sino como rey de Bohemia. El reino era electivo, por lo que le habían elegido desde un

Reservados todos los derechos.


principio. El rey ya no se va a elegir, esto significa que no ya no van a tener que pasar por el trámite de
una elección (para ello había que hacer concesiones). Por lo tanto, la transformación de un reino electivo
en hereditario, para ello se hace una reinterpretación de esa norma que establecía el carácter electivo del
reino, que era una ley fundamental. Dice que se ha hecho hereditario con el ‘poder de la espada’, esto
también significa que se ha hecho mediante el derecho de conquista, que hubo una rebelión en el reino.
Se reconoce como justo cuando hay la rebelión. ‘Tenemos como principal propósito asegurar / Nuestro
Reino Hereditario’ repite varias veces nuestro reino hereditario, para que quede claro. ‘Nuestro reino se
rebeló in forma universitatis’ es corporación, y tiene personalidad jurídica independiente de miembros
que la representan: esto significa que lo que va a hacer es aplicar esta modificación al reino tanto que es
reino, las personas afectas a su causa van a ser recompensadas (pero no por ser miembros de la nobleza,
sino que dependiendo de la pura voluntad del rey, es decir es una recompensa discrecional).
Se destruye la antigua nobleza y se sustituye por una nobleza erradicada en la concesión de un monarca.
A los estamentos de Bohemia se les privaba de sus derechos, y se les recompensa como resultado de una
acción puramente discrecional. Esto es por tanto la destrucción de la constitución de libertades de un
territorio: es la pura descripción del absolutismo. Supone el establecimiento de un nuevo derecho. Es un
aumento cualitativo y no cuantitativo del poder, no es que el rey tenga más cantidad de poderes, sino
que es un poder cualitativamente distinto.
La Constitución de Bohemia de 1627 es un ejemplo temprano de lo que es el absolutismo (el rey cambia
una suerte de bula para el Imperio, por lo que está alterando una ley fundamental sirviéndose del derecho
de conquista), a partir de 1660 en otros territorios se reproducirán partes de este modelo, con variaciones.
‘Solicitud paternal’: es un símil, entre el rey y el padre, que es un símil habitual, y que no siempre
significa absolutismo a veces se refiere a la bondad y el amor de un padre a sus hijos. El padre de sus
súbditos en el sentido de la ciencia que estudia eso. Consiste en convertir el reino en la casa del rey;
de manera que el rey (en ese sentido) es el ‘padre de sus súbditos’ y lo mismo que hace el padre hace

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en casa, es decir, manda, hace el monarca absoluto en todo el reino. Por lo tanto los súbditos son hijos
y los hijos de un padre en una casa no tienen derechos (no hace política). Es la transposición exacta
del poder del rey concebido como poder de un padre en casa. La casa es propiedad del padre (y el
patrimonio, era ya del reino – lo trascendental, por encima de todo, es una autoridad monástica pero
no política: la potestas del pater). ‘Con nos / señores hereditarios’ habla la garantía de que el poder
se transmita por herencia. La dinastía y reconversión es un movimiento egoísta.
‘Ley imparcial y uniforme’: se impone una ley uniforme, que eliminará los derechos particulares que
tenían la nobleza, las ciudades, el clero, etc. La ley suprime los derechos que no eran uniformes, que

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eran los privilegios de la nobleza distintos a los derechos de otros ámbitos privilegiados. El rey se va
a reservar el derecho futuro a poder modificar su propia constitución nueva (por tanto, inseguridad
jurídica) ‘…Lo contrario a la ley debe ser abolido’: afirma que nos reservamos el derecho a establecer
la legislación, todos no quiere decir todos, sino ‘Nos Fernando y mis herederos’, la ley imparcial la
establece solo, y también dice que la puede cambiar (establece la constitución que le da todo el poder,
hace las leyes y además la puede cambiar cuando quiera). ‘Una Bula de Oro’ dice que es un reino
hereditario, pero era un reino electivo y dice que la estableció Carlos IV, de resultas de su solicitud
paternal por lo que la puede quitar. Esta Bula existe en Bohemia como resultado de la magnánima
concesión de Carlos IV, y reinterpretaba a su favor las leyes fundamentales de un territorio.
‘Y herederos al reino que puedan sucedernos que nos estableceremos demanda / peticiones de nuevos

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privilegios’: Se reinterpreta la ley fundamental de sucesión: el reino se considera electivo, pero no en
origen, que el rey hace elección del rey cuando la casa dinástica se queda sin herederos y es cuando
el reino se convierte en electivo (hecho para reinterpretarla a su favor). ‘Los estados reunidos en la
Dieta’: se refieren a que en Bohemia hay Dieta, pero la va a vaciar porque en esas reuniones aprueban
tributos extraordinarios. El rey dice que primero se aprueba y luego discute.
El absolutismo va acompañado de una imposición confesional. La ‘imposición’ es una reversión de una
situación de tolerancia que existía en Bohemia: convivencia entre confesiones. Existe la Iglesia católica
y una deliberación luterana llamada los ‘utraquistas’ (en ambos derechos, para designar el derecho civil
y canónico). Los protestantes comulgaban en ambas especies, es decir, que el pastor que es representante
de la comunidad y no miembro de la jerarquía eclesiástica (todos son iguales). Las ‘usitas’ derivan en
un planteamiento luterano. En Bohemia, Fernando III elimina este estamento y dice que la verdadera
religión es la católica. El absolutismo por tanto en este caso lleva una uniformidad confesional católico.
Supuso un elemento de control político y de evitación de disensiones internas. El aumento cuantitativo
se queda en que hay un aumento de poderes en lo administrativo que se incrementa. Luis XIV no fue un
rey absolutista en destrucción de libertades. Tras su muerte, el parlamento fue solemne lecho de justicia.
El artículo V insiste en que el dinero debía ser entregado hacia la autoridad monárquica a través de las
Dietas; debía hacerse sin tener claro qué buscaba el rey en ello, sin saber si los distintos territorios iban
a tener mejor trato por parte del rey.

TEXTO 6. Luis XIV y sus Memorias para la instrucción del delfín


Esto son Memorias para la instrucción del delfín o Memorias del rey de Francia para la instrucción del
delfín, hechas por Luis XIV. Unas memorias que Luis XIV decide que le redacten para instruir al sucesor
de Francia en cómo ha reinado él y como entiende él que se debe reinar el reino de Francia.

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Luis XIV no lo escribe directamente (sí es autor intelectual), sino que se vale de la Real Academia y uno
de sus miembros: Pellisson. El rey interviene enormemente en la vigilancia de todo lo que allí se escribe,
de manera que se puede considerar en gran medida de Luis XIV o algo que nos refleja su pensamiento
político. Al iniciar su reinado personal decide gobernar solo (por eso es ‘personal’). Los historiadores
han interpretado que Luis XIV mete mano a los asuntos de Francia, y que su infancia traumatizada (las
guerras de las Frondas – fueron revueltas judiciales, nobiliares y populares que asolaron Francia en el
s. XVII, que le obligaron a salir de París a la corte) le lleva a restablecer el orden de Francia. Mira a este
reino con cierto sentido avaricioso, pero Luis XIV nunca dijo que “el Estado soy yo”; sin embargo, si es
cierto que dijo que “me voy, pero el Estado permanece”. El Estado es entendido como la corona, donde

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el rey la administra y debe entregarla a su sucesor. En su coronación, está ungido por Cristo (en la forma
de coronación, el arzobispo de Reims unge a los futuros reyes – el hecho de que se le corone significa
que esa corona no es de Luis XIV, sino que se la ponen para que sepa lo que ejerce, sin que se le suba a
la cabeza (nunca mejor dicho)). A él lo corona el arzobispo, no como en Bohemia. Luis XIV recuperará
aquellos derechos que en la Fronda fueron usurpados (al tener la obligación constitucional de devolver
en su integridad el reino, se impone la obligación de hacerlo así)
Esto lleva a pensar que el rey se ha convertido en un monarca absoluto, pero eso no es así9. Se concibe
su intervención para recuperar derechos que él considera propios y que se han usurpado. Luis XIV toca
el ámbito de la administración, pero nunca el de la constitución, hay un ámbito reservado al poder del
rey: el de la administración, y es el accidental. El de la Constitución es intocable, sobre todo las leyes

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fundamentales (Fernando II sí lo hace en Bohemia).

TEXTO 7. Luis XIV y las concepciones sobre la gente.


Luis XIV dice que la gente tiene que divertirse con los ‘placeres honestos’. Son concepciones del mundo
totalmente distintas porque el rey de Francia considera que hay ‘placeres honestos’: estos contribuyen a
pulir las costumbres y suavizar las relaciones sociales, esto quiere decir que esto constituye a mejorar la
sociabilidad mediante los buenos hábitos sociales. Esto forma parte de un proceso de inicio que dice que
las maneras constituyen para civilizar al ser humano, Voltaire dice que le proceso de civilización que se
está viviendo en pleno apogeo en su momento de vida empieza con la Francia de Luis XIV.
La ‘virtud’ es la virtud cristiana a la que él se refiere es una virtud guerrera y agria. Empieza a aparecer
un nuevo concepto de virtud que ya no es estrictamente clerical. ‘Esas diversiones públicas, que no son
tanto nuestras como las de nuestra corte y de nuestro pueblo’: hay un pueblo de Francia, esto significa
que hay derechos y libertades, no es como en Bohemia que no hay pueblo sino gente sin derechos. La
gente sabe lo que hace el rey en comparación a otros sitios donde el rey permanece oculto en un pueblo
acostumbrado a la servidumbre, aquí significa esclavos. El rey de Francia no los domina por el terror,
hay como una igualdad de justicia. Es decir, hay una igualdad, pero la igualdad de los iguales (de todos).

9
‘Absolutismo’ es un término del s. XIX en plena asamblea francesa cuando restaurada la monarquía en Francia, después de
la Restauración - 1815 y Tratado de Viena, la monarquía francesa ayuda a Frenando VII a restaurarse frente a la Constitución
de Cádiz con el contingente de los Cien Mil hijos de San Luis.

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