ota}INDICE
El ruisefior y la rosa
pig. 7
El gigante egoista
pag. 23
El principe feliz,
pag. 37
El amigo fiel
pag. 63
El joven rey
pag. 93
Un cohete muy especial
pag. 123
Oscar Wilde
pig. 149
El ruisefior y la rosa
-D kj gue baitarta conmigo site le-
vaba unas rosas rojas —se lamentaba el joven
estudiante—, pero no hay una sola rosa roja en
todo mi jardin.
Desde su nido de 1a encina, lo oy6 el ruise-
flor. Miré por entre las hojas asombrado.
—iNo hay ni una rosa roja en todo mi jar-
din! —gritaba el estudiante
Y sus hermosos ojos se llenaban de Ianto.
—iAh, de qué cosa mas insignificante de-
pende la felicidad! He lefdo cuanto han escrito
los sabios, poseo todos los secretos de la filosofia
y encuentro mi vida destrozada por carecer de
tuna rosa roja,7en_SURUSENOR LA ROSA YOTHOSCUENTS
—He aqui, por fin, el verdadero enamorado
—ijo el ruisefior—. Le he cantado todas las
noches, aun sin conocerlo; todas las noches les
cuento su historia a las estrellas; y ahora lo veo.
Su cabellera es oscura como la flor del jacinto y
sus labios rojos como la rosa que desea; pero la
pasién le ha puesto pilido como el marfil y el
dolor ha sellado su frente.
—EI principe da un baile mafiana por la no-
che —murmuraba el joven estudiante— y mi
amada asistird a la fiesta. Si le Hevo una rosa roja,
bailaré conmigo hasta el amanecer. Si le Ilevo
tuna rosa roja, la tendré en mis brazos. Reclinaré
su cabeza sobre mi hombro y su mano estrecharé
la mfa, Pero no hay rosas rojas en mi jardin, Por
lo tanto, tendré que estar solo y no me ha
in-
gn caso, No se fijaré en mi para nada y mi
corazén se destrozaré .
—He aqui el verdadero enamorado —dijo el
ruiselior—, Sufre todo lo que yo canto: todo lo
ue es alegria para mi es pena para él, Realmente
61 amor es algo maravilloso: es mas bello que lasJ PERUBEROH LA ROSA YOTHOSCUENTOS
S,
cesmeraldas y més caro que los finos 6palos. Per-
las y rubfes no pueden pagarle, porque no se halla
‘expuesto en el mercado. No puede uno comprarlo
al vendedor ni ponerlo en una balanza para adqui
rirlo a peso de oro.
—Los miisicos estardn en su estrado —decfa
el joven estudiante—. Tocardn sus instrumentos
de cuerda y mi adorada bailara a los sones del
arpa y del violin, Bailard tan vaporosamente que
su pie no tocar el suelo, y los cortesanos con sus
alegres atav{os la rodearén solfcitos; pero conmi-
20 no bailaré, porque no tengo rosas rojas que
darle.
'Y dejandose caer sobre el césped, se cubrfa
la cara con las manos y lloraba.
— {Por qué llora? —preguntaba una lagartija
verde, correteando cerea de él, con la cola levan-
tad,
Si, qpor qué? —deefa una mariposa que
revoloteaba persivu
Evo digo yo. gpor q
Inargurita a st ye
Lior por
ido un rayo de sol.
‘murmuré una
‘con una vocecilla tenue.
rosa roja
_pre_THHUSHRORY LA Rosh YOMROSCURMTES
A,
— Por una rosa roja? ;Qué tonteria!
Y la lagartija, que era algo cfnica, se eché a
refr con todas sus ganas.
Pero el ruisefior, que comprendfa el secreto
de la pena del estudiante, permanecié silencioso
cn la encina, reflexionando sobre el misterio del
amor.
De pronto desplegé sus alas oscuras y em-
prendié el vuelo.
Pas6 por el bosque como tuna sombra, y como
una sombra atraves6 el jardin.
En el centro del cuadro se levantaba un her-
moso rosal, y al verlo vol6 hacia él y se posé
sobre una ramita.
—Dame wna rosa roja —Ie grit6—, y te can-
taré mis canciones més dulces.
Pero el rosal mene6 la cabeza.
—Mis rosas son blaneas —contesté—, blan-
cas como la espuma del mar, mas blancas que la
nieve de la montafia. Ve en busca de mi herma-
no, el que crece alrededor del viejo reloj de sol,
y quizé él te dé lo que deseas,
u[Jam_SLRUSERORY LA ROSA ¥ OTROS CUENTOS
ELRUISENOR Y LA ROSA Y OTROS CUENTOS
XS
Entonces el ruiseftor volé al rosal que crecfa
en torno del viejo reloj de sol.
—Dame una rosa roja —le grité—, y te can-
taré mis canciones més dulces.
Pero el rosal meneé la cabeza.
—Mis rosas son amarillas —respondi6—,
tan amarillas como los cabellos de las sirenas que
se sientan sobre un tronco de érbol, més amarillas
‘que el narciso que florece en los prados antes que
egue el segador con su hoz. Ve en busca de mi
hermano, el que crece debajo de la ventana del
estudiante, y quizé él te dé lo que deseas.
Entonces el ruisefior vol6 al rosal que crecfa
debajo de la ventana del estudiante.
—Datne una rosa roja —le grité—, y te can-
taré mis canciones més duces.
Pero el arbusto mene6 la cabeza.
—Mis rosas son rojas —respondié—, tan
rojas como las patas de las palomas, més rojas
que los grandes abanicos de coral que el océano
mece en sus abismos; pero el invierno ha helado
mis venas, la escarcha ha marchitado mis boto-
2
ay,
. el huracén ha partido mis ramas, y no tendré
iis rosas en este afo.
—No necesito mas que una rosa roja —grit6
cl ruisefior—, una sola rosa roja. ,No hay ningtin
medio para que yo la consiga’?
—Hay un medio —respondié el rosal—, pero
cs tan terrible que no me atrevo a decfrtelo,
—Dimelo —contesté el ruisefior—. No soy
miedoso.
—Si necesitas una rosa roja —dijo el r0-
sal, tienes que hacerla con notas de musica al
claro de luna y tefirla con ta sangre de tu propio
corazén, Cantarés para mi con el pecho apoyado
mis espinas. Cantarés para mi durante toda la
noche y las espinas te atravesardn el corazén: la
sangre de tu vida correré por mis venas y se
convertiré en sangre mia.
—La muerte es un buen precio por una rosa
roja —replie6 el ruisefior—, y todo el mundo
ama la vida, Es grato posarse en el bosque
verdeante y mirar al sol en su carro de oro y a la
luna en su carro de perlas. Suave es el aroma de
BJim SEHUSENOR LA ROA ¥ OTROS CENTOS
EL RUISERIOR Y LA ROSA Y OTROS CUENTOS
av
los nobles espinos. Dulces son las campanillas
que se esconden en el valle y los brezos que
cubren la colina, Sin embargo, el amor es mejor
que Ia vida. ZY qué es el corazén de un péjaro
comparado con el de un hombre?
Entonces desplegé sus alas oscuras y em-
prendié el vuelo. Pas6 por el jardin como una
sombra, y como una sombra cruz6 el bosque.
El joven estudiante permanecta tendido so-
bre el césped alli donde el ruisefior lo dejé y las
igrimas no se habfan secado atin en sus hermo-
508 ojos,
—Sé feliz —le grit6 el nuisefior—, sé feliz;
tendrds tu rosa roja. La crearé con notas de misi-
ca al claro de luna y la teftiré con la sangre de mi
propio corazén. Lo tinico que te pido, en cambio,
es que seas un verdadero enamorado, porque el
amor es mas sabio que Ia filosofia, aunque ésta
sea sabia; més fuerte que el poder, por fuerte que
éste lo sea. Sus alas son color de fuego y su
cuerpo color de llama; sus labios son dulces como
Ia miel y su aliento es como el incienso.
14
le A,
El estudiante levant6 los ojos del césped y
presté atencién; pero no pudo comprender lo que
le decfa el ruisefior, pues Gnicamente sabia las
cosas que estan escritas en los libros.
Pero la encina lo comprendié y se puso tris-
le, porque amaba mucho al ruiseiior que habia
construido el nido en sus ramas.
—Cntame la dltima cancién —murmuré—.
iMe quedaré muy triste cuando te vayas!
Entonces el ruisefior cant6 para la encina, y
su voz era como el agua que rie en una fuente de
plata.
Al terminar su cancién, el estudiante se le-
vant6, sacando al mismo tiempo su cuaderno de
notas y su lapiz.
“EL ruisefior —se decia pasedndose por la
‘alameda—, el ruisefior posee una belleza innega-
ble, gpero siente? Me temo que no. Después de
todo, es como muchos artistas: puro estilo, exen-
to de sinceridad, No se sacrifica por los demés.
No piensa més que en la miisica y en el arte;
como todo el mundo sabe, es egofsta. Ciertamen-
IsELRUISENOR Y LA ROSA Y OTROS CUENTOS
eS
te, no puede negarse que su garganta tiene notas
bellisimas. ;Qué léstima que todo eso no tenga
sentido alguno, que no persiga ningdn fin préc-
tico!”
Y volviendo a su habitacién, se acosté sobre
su jergén y se puso a pensar en su adorada,
Al poco rato se quedé dormido.
Y cuando la luna brillaba en los cielos, el
ruisefior vols al rosal y colocé su pecho contra las
espinas
Y toda la noche canté con el pecho apoyado
sobre las espinas; y la frfa luna de cristal se detu-
vo y estuvo escuchando toda la noche.
Canté durante la noche entera; las espinas
penetraron cada vez mas en su pecho, mientras
Ja sangre de su vida flufa de su pecho.
Al principio canté el nacimiento del amor en
el coraz6n de un joven y de una muchacha; y
sobre la rama mas alta del rosal florecié una rosa
maravillosa, pétalo tras pétalo, cancién tras can-
cién, *
Primero era palida como la bruma que flota
16ELRUISENOR YLA ROSA Y OTROS CUENTOS
| aS
sobre el rio, pélida como los pies de la mafiana y
argentada como las alas de la aurora,
La rosa que florecfa sobre la ramas més altas
del rosal parecfa la sombra de una rosa en un
espejo de plata, la sombra de la rosa en un lago,
Pero el rosal grité al ruiseitor que se apretase
‘més contra las espinas.
—Aprigtate més, ruisefior —le decié
Megaré el dia antes que la rosa esté terminada,
Entonces el ruisefior se apreté mas contra las,
espinas y su canto fluy6 més sonoro, porque can-
taba el nacimiento de la pasién en el alma de un
hombre y de una virgen.
Y un delicado rubor aparecié sobre los péta-
los de la rosa, lo mismo que enrojece la.cara de un
enamorado que besa los labios de su prometida.
Pero las espinas no habfan Hlegado atin al
corazén del ruisefior; por eso el corazdn de la
rosa seguia blanco: porque sélo la sangre de un
ruisefior puede colorear el corazén de una rosa.
Y el rosal grité al ruisefior que se apretase
‘més contra las espinas.
0
18
FL RUISENOR Y LA ROSA Y OTROS CUENTOS
—Apriétate més, ruisefior le repetia—, 0
egaré el dia antes que la rosa esté terminada.
Entonces el ruisefior se apreté aun més con-
{ra las espinas, y las espinas tocaron su corazén y
61 simtié en su interior un cruel tormento de dolor.
Cuanto més cruel era su dolor, més impetuo-
so salfa su canto, porque cantaba el amor subli-
mado por la muerte; el amor que no termina en la
tumba.
Y Ia rosa maravillosa enrojecié como las
rosas de Bengala. Purpiireo era el color de los
pétalos y purptireo como un rubf era su corazén,
Pero la voz del ruisefior desfallecié. Sus bre-
ves alas empezaron a batir y una nube se extendié
sobre sus ojos.
Su canto se fue debilitando cada vez més.
tid que algo se le ahogaba en la garganta.
Entonces su canto tuvo un diltimo destello.
La blanca luna lo oy6 y olvidéndose de la aurora
se detuvo en el cielo.
La rosa roja lo oy6; tembl6 toda ella de arro-
bamiento y abrié sus pétalos al aire frio del alba.
si
19Jr_EERUSERORY LAROA¥ OTROS CUENTOS
ELRUISEROR Y LA ROSA Y OTROS CUENTOS
=
El eco lo condujo hacia su caverna purptirea
de las colinas, despertando de sus suefios a los
rebafios dormidos.
El canto floté entre los caftaverales del rio,
que llevaron su mensaje al mar.
—Mira, mira —grité el rosal—, ya esté ter-
‘minada la rosa.
Pero el ruisefior no respondié: yacfa muerto
sobre las altas hierbas, con el coraz6n traspasado
de espinas.
‘A mediodia el estudiante abrié su ventana y
miré hacia afuera,
—iQué extrafia buena suerte! —exclamé—.
jHe aqui una rosa roja! No he visto una rosa
semejante en toda mi vida. Es tan bella, que estoy
seguro de que debe tener en latin un nombre
enrevesado.
E inclinéndose, la cogié.
Inmediatamente-se puso el sombrero y corrié
casa del profesor, Ilevando en su mano la rosa.
La hija del profesor estaba sentada a la puer-
ta, Devanaba seda azul sobre un carrete, con un
perrito echado a sus pies.
20
lo =
—Dijiste que bailarias conmigo si te traia
tuna rosa roja —le dijo el estudiante—. Aqui tie-
nes [a rosa més roja del mundo. Esta noche la
prenderas cerca de tu corazén, y cuando bailemos
juntos, ella te diré cudnto te quiero.
Pero la joven fruncié las cejas.
—Temo que esta rosa no armonice bien con
mi vestido —respondié—. Ademés, el sobrino
del chambelén me ha enviado varias joyas de
verdad, y ya se sabe que las joyas cuestan més
que las flores.
—Oh, qué ingrata eres! —dijo el estudiante
Heno de cdlera,
Y tir la rosa al arroyo.
Un pesado carro la aplast6.
—jIngrata! —dijo la joven—. Te diré que te
portas como un grosero; y después de todo, qué
eres? Un simple estudiante. Bah! No creo que
puedas tener nunca hebillas de plata en los zapa-
tos como las del sobrino del chambeldn.
Y levanténdose de su silla, se metié en su
21pr _SLUSERORYLA OSA YOTROSCUENTOS
“;Qué tonterfa es el amor! —se decfa el estu-
diante a su regreso—. No es ni la mitad de dil
que la l6gica, porque no puede probar nada;
habla siempre de cosas que no sucederén y hace
creer a la gente cosas que no son ciertas. Real-
mente, no es nada préctico, y como en nuestra
época todo estriba en ser prictico, voy a volver a
la filosofia y al estudio de La metafisica.”
Y dicho esto, el estudiante, una vex en su
habitacién, abri6 un gran libro polvoriento y se
puso a leer,
El gigante egoista
> 818: 6
Cando volvian del colegio, cada tarde,
los nifios tenfan la costumbre de ir a jugar al
jardin del gigante.
Era un jardin grande y solitario, con un sua-
verde ¢ésped. Brillaban hermosas flores so-
bre el suelo, y habia doce durazneros que en
primavera se cubrian con delicadas flores de un
blanco rosado y que en otofio daban jugosos
frutos,
Los p4jaros, posados sobre las ramas, canta-
ban tan deliciosamente, que los nifios solfan inte-
rrumpir sus juegos para escucharlos.
23em_TURUSENORY LA Rosa ¥ mms CUENTOS
—iQué felices somos aqui! —se deefan unos
aotros.
Un dia volvi6 el gigante. Habia ido a vi
‘4 su amigo el ogro de Comualles, y se quedé
siete afios en su casa. Al cabo de los siete ailos
dijo todo lo que tenia que decir, pues su conversa~
ci6n era limitada, y decidié volver a su castillo.
Al llegar, vio a los nifios que jugaban en su
jardin.
—{ Qué hacen ahf? —Ies grité con voz des.
agradable,
Los nifios huyeron.
—Mi jardin es para mf solo —prosiguié el
gigante—. Todos deben entenderlo asf, y no per-
mitiré que nadie que no sea yo se divierta en él
Entonces lo cereé con altas murallas y puso
el siguiente cartelén:
SE PROHIBE LA ENTRADA.
BAJO LAS PENAS LEGALES
CORRESPONDIENTESEL RUISERIOR Y LA ROSA Y OTROS CUENTOS
(Je>_S-HUSEROH LA HOSA ¥ Orns CURNTOS
AS,
Era un gigante egofsta.
Los pobres niffos no tenfan ya sitio de recreo.
Intentaron jugar en la carretera; pero la ca-
rretera estaba muy polvorienta, toda llena de agu-
das piedras, y no les agradaba.
‘Tomaron la costumbre de pasearse, una vez
terminadas sus lecciones, alrededor del alto muro,
para hablar del hermoso jardin que habfa al otro
lado.
Entonces lleg6 la primavera y el pais se lend
de pajaros y florecillas.
Sélo en el jardin del gigante egoista conti-
nuaba siendo invierno.
Los pajaros, desde que no habfa nifios, no
tenfan interés en cantar y los érboles no se acor-
daban de florecer.
En cierta ocasién una linda flor levanté su
cabeza sobre el césped; pero al ver el cartel6n se
entristecié tanto pensando en los nifios, que se
dejé6 caer a tierra, volviéndose a dormir.
Los tnicos que estaban contentos eran el
hielo y la nieve.
26
a= B
—La primavera se ha olvidado de este jardin
—exclamaban—. Gracias a esto vamos a vivir en
61 todo el afi.
La nieve extendié su gran manto blanco so-
bre el césped y el hielo visti6 de plata todos los
frboles.
Entonces invitaron al viento Norte a que vi-
niese a pasar una temporada con ellos.
El viento Norte acept6 y vino. Estaba en-
vuelto en pieles. Aullaba durante todo el dia por
el jardin, derribando chimeneas a cada momento.
—Este es un sitio delicioso —decfa—, Invi-
temos también al granizo.
Y lego también el granizo.
‘Todos los dias, durante tres horas, tocaba el
tambor sobre la techumbre del castillo, hasta que
rompié muchas tejas. Entonces se puso a dar
vvueltas alrededor del jardin, lo més de prisa que
pudo, Iba vestido de gris y su aliento era de hielo.
—No comprendo por qué la primavera tarda
tanto en Llegar —decia el gigante egoista cuando
se asomaba a la ventana y vefa su jardin blanco y
frio—. {Ojalé cambie el tiempo!
27EL RUSERORY LA ROSA Y OTROS CUENTOS
ne
Pero la primavera no legaba, ni el verano
tampoco.
El otofio trajo frutos de oro a todos os ja
nes, pero no dio ninguno al del gigante.
—Es demasiado egofsta —dijo.
Y segufa el invierno en casa del gigante, y el
viento Norte, el granizo, el hielo y la nieve danza-
ban en medio de los érboles.
Una maiiana, el gigante acostado en su le-
cho, pero ya despierto, oy6 una miisica deliciosa
Soné tan dulcemente en sus ofdos, que le hizo
imaginarse que los mtisicos del rey pasaban por
alli,
En realidad, era un pardillo que cantaba ante
su ventana; pero como no habja ofdo a un péjaro
en su jardin hacfa mucho tiempo, le parecié la
msica més bella del mundo.
Entonces el granizo dejé de bailar sobre su
cabeza y el viento Norte de rugit. Un perfume
delicioso Hegé hasta é1 por la ventana abierta,
—Creo que ha llegado al fin a primavera
—Aijo el gigante,
pe" La nos Yorn CUBTOS
—-_<—T— ovr
Y saltando de la cama se asomé a mirar por
la ventana. ZY qué vio?
Pues vio un espectaculo extraordinario.
Por una brecha abierta en el muro, los nifios
se habyan deslizado en el jardin, encaramsndose a
ramas. Sobre todos los Arboles que alcanzaba
4a ver el gigante, habia un niio, y los arboles se
sentian tan dichosos de sostener nuevamente a
los nfios, que se habsan cubierto de flores y agita-
ban graciosamente sus brazos sobre las cabezas
infantile
Los pajaros revoloteaban cantando con deli-
cia y las flores refan irguiendo sus cabezas sobre
el eésped.
Era un cuadro precioso.
Sélo en un rineén, en el rincn més apartado
del jardin, seguia siendo invierno.
Alli se encontraba un nifio muy pequefio.
“Tan pequefio era, que no habfa podido llegar a las
ramas del érbol y se paseaba a su alrededor Ilo-
rando amargamente,
El pobre arbol estaba atin cubierto de hielo y
29EL RUISENOR Y LA ROSA ¥ OTROS CUENTOS
de nieve, y el viento Norte soplaba y rugia por
encima de é1.
—Sube ya, muchacho —decia el arbol.
Y le alargaba sus ramas, inclinéndose todo lo
que podia, pero el nifio era demasiado pequefio.
El coraz6n del gigante se enternecit
{Qué egofsta he sido! —pensé—. Ya sé por
qué Ja primavera no ha querido llegar hasta aqui.
Voy a colocar a ese pobre pequefiuelo sobre la
cima del drbol, luego echaré abajo el muro, y mi
jardin serd desde ahora el sitio de recreo de los
nifios.”
Estaba verdaderamente arrepentido de lo que
habia hecho.
Entonces bajé las escaleras, abrié nuevamente
la puerta y entré en el jardin.
Pero cuando los nifios lo vieron, se aterrori
zaron tanto que huyeron y el jardin se cut
nuevamente de nieve y de hielo.
Unicamente el nifio pequeflito no habja hui-
do, porque sus ojos estaban tan llenos de légrimas
que no lo vio venir.
301H, RUISENOR V LA ROSA Y OTROS CUENTOS
Jra_TERUIERIOR LA ROSA ¥ OTROS CUENTOS
Sy
El gigante se acered a ¢1, 1o cogié carifiosa-
mente y lo deposité sobre el drbol.
Y el drbol inmediatamente florecié, los péja-
ros vinieron a posarse y a cantar sobre él y el nifio
extendi6 sus brazos, rode6 con ellos el cuello del
gigante y lo bes6.
Los otros nifios, viendo que el gigante ya
rno era malo, se acercaron y la primavera los
acompaii6.
—Desde ahora este jardin es de ustedes, pe-
quefiuelos —dijo el gigante.
Y cogiendo un martillo muy grande, ech6
abajo el muro.
Asi, cuando los campesinos fueron a medio-
dia al mercado, vieron al gigante jugando con los
nitfos en el jardin més hermoso que pueda imagi-
Estuvieron jugando durante todo el dfa, y por
la noche fueron a despedirse del gigante.
—Pero, {dénde esta el comparierito de uste-
des? —les pregunté—. ;Aquel muchacho que
subj al érbol?
= A,
A él era a quien queria més el gigante, por-
que le habia abrazado y besado.
No sabemos —respondieron los nifios—;
ne ha ido.
Diganle que venga mafiana sin falta
repuso el gigante.
Pero los niflos contestaron que no sabfan
donde vivia y que hasta entonces no to habfan
visto nunca.
EL gigante se quedé muy triste. Todas las
tardes, a la salida del colegio, venfan los nifios a
jugar con el gigante, pero éste ya no volvié a ver
al pequefiuelo a quien querfa tanto. Bra muy bon-
daxloso con todos os nifios, pero echaba de me-
nos a su primer amiguito y hablaba de él con
frecuen
—jCémo me gustaria verlo! —solia decir.
Pasaron los afios y el gigante envejeci6 y fue
\obilitindose. Ya no podia tomar parte en los
juegos; permanecfa sentado en un gran sill6n vien-
«lo jugar a los niffos y admirando su jardin,
—Tengo muchas flores bellas —decfa—,
33EL RUISERORY LA ROSA Y OTROS CUBNTOS
FE RISRON ANOS ONESIES _ agg
pero los nifios son las flores més bellas de todas.
Una maiiana de inviemo, mientras se vestia,
‘miré por la ventana.
‘Ya no detestaba el invierno; sabfa que no es
sino el suefio de la primavera y el reposo de las
flores.
De pronto se froté los ojos aténito, y miré
con atencién,
Realmente era una visién maravillosa. En un
extremo del jardin habia un érbol casi cubierto de
flores blancas. Sus ramas eran todas de oro y
colgaban de ella frutos de plata; bajo el érbol
aquel estaba el pequefiuelo a quien tanto querfa.
EL gigante se precipit6 por las escaleras le~
no de alegria y entré en el jardin. Corrié por el
ceésped y se acercé al nifio, Y cuando estuvo junto
a él, su cara enrojecié de célera y exclams:
—{ Quién se ha atrevido a herirte?
En las pal mas de la mano del nifio y en sus
piececitos se vefan las sefiales sangrientas de los
claves.
—{Quién se ha atrevido a herirte? —grité el
a4
AW AY
\ Ny Ses
Nsa
gigante—. Dimelo. Iré a coger mi espada y lo
mataré.
—No —respondié el nifio—, éstas son las
heridas del Amor.
—L¥ quién es ése? —dijo el gigante.
Un temor respetuoso le invadi6, haciéndole
caer de rodillas ante el pequefiuelo.
El nifio sonri6 al gigante y le dijo:
—Me dejaste jugar una vez.en tu jardin. Hoy
vendras conmigo a mi jardin, que es el Paraiso.
Y cuando Hegaron los niffos aquella tarde,
encontraron al gigante tendido, muerto, bajo el
Arbol, todo cubierto de flores blancas,
36
i El Principe Feliz
Een ta parte més alta de 1a ciudad, sobre
un pequefio pedestal, se alzaba la estatua del
Principe Feliz
‘staba enteramente revestida de madreselva
de oro fino. Sus ojos eran dos centelleantes zafi-
ros y un gran rubf rojo ardfa en el pufio de su
cexpada,
Por todo esto era muy admirada,
—Es tan hermoso como una veleta —obser-
v6 uno de los miembros del concejo que descaba
ser considerado como entendido en arte—. Aho-
|,no es tan titil —afiadi6, temiendo que lo toma-
ran por un hombre poco prictico.
37Jem _E UBER LA Hosa Yoo cUBNTOS
EL RUISEROR YLA ROSA Y OTROS CUENTOS
xs
Y realmente no lo era.
—;{Por qué no eres como el Principe Feliz?
—preguntaba una madre carifiosa a su hijito, que
pedfa la luna—. El Principe Feliz.no hubiera pen-
sado nunca en pedir nada gritando de ese modo.
—Me hace dichoso ver que hay en el mundo
alguien que es completamente feliz —murmura-
ba un hombre fracasado, contemplando la estatua
maravillosa,
—La verdad es que parece un éngel —de-
fan los nifios del orfelinato al salir de la catedral,
vestidos con sus soberbias capas escarlatas y sus
lindas chaquetas blancas.
—{En qué lo conocen —replicaba el profe-
sor de mateméticas—, si no han visto nunca uno?
—iOh! Los hemos visto en suefios —res-
pondieron los nifios.
Y el profesor de matematicas fruncia las ce-
jas, adoptando un severo aspecto, porque a él no
le parecia bien que unos nifios se permitiesen
sofia.
Una noche vol6 sin descanso una Golondri-
na hacia ta ciudad.
38
a
Hacfa seis semanas que sus amigas habfan
partido para Egipto, pero ella se qued6 atrés.
Estaba enamorada del més hermoso de los
juncos. Lo encontré al comienzo de la primavera,
cuando volaban sobre el rfo persiguiendo a una
Wn mariposa amarilla, y su talle esbelto la atrajo
de tal modo, que amainé el vuelo para hablarle,
—{ Quieres que te ame? —dijo la Golondri-
it, que no se andaba con rodeos.
Y el Junco le hizo un profundo saludo.
Entonces la Golondrina revolotes a su alre-
dedor, rozando el agua con sus alas y trazando
las de plata,
Era su manera de hacer la corte. Y asf trans-
currié todo el verano.
—Es un enamoramiento ridfculo—gorjeaban
as otras golondrinas—. Ese Junco es un pobretén
y tiene una familia muy numerosa.
Pues, en efecto, todo el rfo estaba cubierto de
juncos. Cuando Hlegé el otofio, todas las golondri-
nas emprendieron el vuelo,
ver que se fueron, la enamorada se. sin-
39Jr PERUBERORY LA OSA YOTROSCUENTOS
aK
muy sola y empez6 a cansarse de su amante.
“No sabe hablar —decia ella—. Y, ademas,
temo que sea inconstante, porque coquetea sin
cesar con la brisa.”
Y realmente, cuantas veces soplaba la brisa,
el Junco hacfa las més graciosas reverencias
“Veo que es muy casero —murmuraba la
Golondrina—. A mf me gustan los viajes. Por lo
tanto, al que me ame le debe gustar viajar conmi-
g0."
i Quieres seguirms
mo la Golondrina al Junco.
Pero el Junco moyié la cabeza. Estaba dema-
siado atado a su hogar.
—iTe has burlado de m{! —Ie grité la Golon-
drina—. Me marcho a las pirémides. ;Adiés!
Y la Golondrina se fue.
Vol6 durante todo el dfa y al caer la noche
lege a la ciudad.
“Dende buscaré un abrigo? —se dijo—. Su-
pongo que Ia ciudad habré hecho preparativos
para recibirme.”
—pregunt6 por ailti-
EL RUISERIOR VLA ROSA Y OTROS CUENTOS
a,
Entonces divis6 la estatua sobre la columnita.
—Voy a cobijarme alli —grité—. El sitio es
bonito y abt hace fresco.
Y se dej6 caer precisamente entre los pies del
Principe Feliz,
“Tengo una habitacién dorada”, se dijo que-
damente, después de mirar alrededor.
Y se dispuso a dormir.
Pero al ir a colocar su cabeza bajo el ala, le
cay6 encima una pesada gota de agua.
—{Qué curioso! —exclamé—. No hay una
sola nube en el cielo, las estrellas estén claras y
brillantes, jy, sin embargo, llueve! El clima del
norte de Europa es verdaderamente extrafio. Al
Junco le gustaba Ia Iluvia; pero en él era puro
egoismo.
Entonces cayé una nueva gota.
{Para qué sirve una estatua si no resguarda
de la lluvia? —dijo la Golondrina—. Voy a buscar
tun buen copete de chimenea.
Y se dispuso a volar més lejos. Pero antes
que abriese las alas cay6 wna tercera gota.
4EL RUSSEROR Y LA ROSA Y OTROS CUENTOS.
| re |
LaG
Jo que vio!
Los ojos del Principe Feliz estaban arrasados
de lagrimas, que corrfan por sus mejillas de oro,
‘Su rostro era tan bello a la luz de la luna, que
la Golondrina se sinti6 Mena de piedad.
—{Quién eres? —4ijo,
—Soy el Principe Feliz.
—Entonces, ,por qué Horas de ese modo?
—pregunté la Golondrina—. Me has dejado casi
‘empapada.
—Cuando yo estaba vivo y tenia un corazén
de hombre —dijo la estatua—, no sabia lo que
eran las lagrimas, porque vivia en el Palacio de la
Despreocupacién, en el que no se permite la en-
trada al dolor, Durante el dia jugaba con mis
compaiieros en el jardin y por la noche bailaba en
el gran sal6n, Alrededor del jardin se alzaba una
muralla muy alta, pero nunca me preocups lo que
habfa detras de ella, pues todo cuanto me rodeaba
era hermosisimo, Mis corte:
Principe Feliz, y, en verda
londrina miré hacia arriba y vio... ;Ah,
nos me llamaban el
yoera feliz, sies que
42EL RUISEROR Y LA ROSA Y OTROSCUENTOS
Ja _PERUISEROR LA ROSA Y OTROS CUERTOS
aS,
el placer es a felicidad. Ast vivi y ast mori, y
ahora que estoy muerto me han elevado tanto,
que puedo ver todas las fealdades y todas las
miserias de mi ciudad, y aunque mi coraz6n sea
de plomo, no me queda més recurso que llorar.
jCémo! ,No es de oro de buena ley?”, pen-
6 Ia Golondrina para sus adentros, pues estaba
demasiado bien educada para hacer observacio-
nes en voz alta sobre las personas.
—Alli abajo —continus Ia estatua con su
vor leve y musical—, allf abajo, en una callejue-
la, hay una pobre vivienda. Una de sus ventanas
esta abierta y por ella puedo ver a una mujer
sentada ante una mesa. Su rostro est4 enflaqueci-
do y ajado. Tiene las manos hinchadas y enrojeci-
das, llenas de pinchazos de aguja, porque es cos-
turera. Borda pasionarias sobre un vestido de raso
que debe lucir en el préximo baile de corte la mas
bella de las damas de honor de la reina. Sobre un
echo, en el rineén del cuarto, yace su hijito enfer-
mo. Tiene fiebre y pide naranjas. Su madre no
puede darle més que agua del rio, y por ello Lora.
44
= a
Golondrina, Golondrinita, no quieres llevarle el
rubf det pufio de mi espada? Mis pies estén suje-
{os al pedestal y no me puedo mover.
—Me esperan en Egipto —respondié la Go-
londrina—. Mis amigas revolotean de aqui para
alli sobre el Nilo y charlan con los grandes lotos.
Pronto irdn a dormir al sepulero del Gran Rey. El
mismo rey esté allf en su caja de madera, envuel-
to en una tela amarilla y embalsamado con sus-
tancias arométicas. Tiene una cadena de jade ver-
de pilido alrededor del cuello y sus manos son
como unas hojas secas.
—Golondrina, Golondrina, Golondrinita
dijo el Principe—, no te quedarés conmigo
tuna noche y serés mi mensajera? ;Tiene tanta
sed el nifio y tanta tristeza la madre!
-No creo que me agraden los niflos —con-
lest6 la Golondrina—. El invierno pasado, cuan-
do yo vivia a orillas del rio, dos muchachos mal
educados, los hijos del motinero, se pasaban el
ticmpo tirdndome piedras. Claro que no me al-
canzaban, Nosotras, las golondrinas, volamos
4s(pra Herstion ya Rost omos cumTOS
aS,
demasiado bien para eso y ademés yo pertenezco
una familia célebre por su agilidad; pero a pesar
de todo era una falta de respeto,
La mirada del Principe Feliz era tan triste,
que la Golondrina se quedé apenada.
—Mucho frio hace aqui —le dijo—, pero me
quedaré una noche contigo y seré tu mensajera,
—Gracias, Golondrinita —respondis el Prin-
cipe.
Entonces la Golondrina arraneé el gran ruby
de la espada del Principe y, Hevéndolo en el pico,
‘vol6 por sobre los tejados de la ciudad.
Pas6 sobre la torre de la catedral, donde ha-
bia unos angeles esculpidos en mérmol blanco.
Pas6 sobre el palacio real y oy6 la miisica de
baile.
Una bella muchacha aparecié en el baleén
con su novio.
—iQué hermosas son las estrellas —le di-
jo y qué poderosa es ta fuerza del amor!
—Quisiera que mi vestido estuviese acabado
para el baile oficial —respondi6 ella—. He man-
46
EL RUISEROR Y LA ROSA Y OTROS CUENTOS
dado bordar en él unas pasionarias, ;pero son tan
perezosas las costureras!
Pasé sobre el rio y vio los fanales colgados
cn los méstiles de los barcos. Pasé sobre el ghetto
y vio a los judfos viejos negociando entre ellos y
pesando monedas en balanzas de cobre.
Al fin Ileg6 a la pobre vivienda y eché un
vistazo dentro. El nifio se agitaba febrilmente en
su camita y la madre se habia quedado dormida
de cansancio,
La Golondrina entré en la habitaci6n y puso
cl gran ruby sobre la mesa, encima del dedal de la
costurera, Luego revoloted suavemente alrededor
del lecho, abanicando con sus alas la cara det
niito,
—iQué fresco més dulce siento! —murmuré
el nifio—, Debo estar mejor.
Y cay6 en un delicioso suefio.
Entonces la Golondrina se dirigi6 a todo vuelo
el Principe Feliz y le conté lo que habia
hai
hecho.
—Es curioso —observé ella—, pero ahora
47EL RUISENOR Y LA ROSA Y OTROS CUENTOS
J RUSENORYIATO
casi siento calor, y, sin embargo, hace mucho fro.
Y la Golondrina empezé a reflexionar y en-
tonces se durmis.
CCuantas veces reflexionaba, se dormia.
Al despuntar el alba vol6 hacia el rfo y tomé
un baiio,
—jNotable fenémeno! —exclamé el profe~
sor de omitologia que pasaba por el puente—.
{Una golondrina en invieno!
Y escribié sobre aquel tema una larga carta a
un periédico local.
Todo el mundo la cit6, ;Estaba plagada de
palabras que no se podian comprender!.
“Esta noche parto para Egipto”, se decfa la
Golondrina.
Y s6lo de pensarlo se ponfa muy contenta.
‘Visité todos los monumentos pablicos y des-
cansé un gran rato sobre Ia punta del campanario
de la iglesia.
Por todas partes adonde iba piaban los go-
rriones, diciéndose unos a otros
— Qué extranjera més distinguida!
48EL RUISEROR Y LA ROSA Y OTROS CUENTOS
J_PERUSEROR La Rosa Yorn CUTER
eas,
¥ esto la Ilenaba de gozo. Al salir la luna,
volvi6 a todo vuelo hacia el Principe Feliz.
—;Tienes algiin encargo para Egipto? —le
grité—. Voy a emprender el vuelo.
—Golondrina, Golondrina, Golondrinita
—Aijo el Principe—, no te quedards otra noche
conmigo?
—Me esperan en Egipto —respondic la Go-
Jondrina—. Mafiana mis amigas volarén hasta la
segunda catarata. Allf el hipopétamo se acuesta
entre los juncos y el dios Memnén se alza sobre
un gran trono de granito. Acecha a las estrellas
durante toda la noche, y cuando brilla Venus,
lanza un grito de alegria y luego se calla. A me-
diodfa, los rojizos leones bajan a beber a la orilla
del rio. Sus ojos son verdes aguamarinas y sus
rugidos dominan a los rugidos de la catarata.
—Golondrina, Golondrina, Golondrinita
—Aijo el Principe—, alld abajo, al otro lado de la
ciudad, veo a un joven en una buhardilla, Esté
inclinado sobre una mesa cubierta de papeles y en
tun vaso a su lado hay un ramo de violetas marchi-
50
m as
tas. Su cabello es negro y rizoso y sus labios son
rojos como pepas de granada. Tiene unos grandes
ojos sofiadores. Trata de terminar una obra para el
director del teatro, pero tiene demasiado frfo para
seguir escribiendo. No hay fuego ninguno en el
‘aposento y el hambre lo ha rendido.
—Me quedaré otra noche contigo —dijo la
Golondrina, que tenia realmente buen coraz6n—.
{Debo Hlevarle otro rubt?
—iAy! No tengo més rubies —dijo el Princi-
pe—. Mis ojos son lo tinico que me queda. Son
unos zafiros extraordinarios trafdos de la India
hace miles de afios. Arréncame uno de ellos y
lévaselo. Lo venderé a un joyero, se comprar
imentos y combustible, y concluird su obra,
—Amado Principe —dijo la Golondrina—,
‘eso no lo puedo hacer yo.
Y se ech6 a Morar.
—iGolondrina, Golondrina, Golondrinita!
—ijo el Principe—. Haz lo que te pido.
Entonces la Golondrina arrancé un ojo del
Principe y vol6 hacia la buhardilla del estudiante
SLpom HUSHNOR LA ROSA YomROS CUETO
Era fécil penetrar en ella porque habia un agujero
enel techo. La Golondrina entr6 por él como wna
flecha y se encontré en la habitacién.
EI joven tenia la cabeza entre las manos. No
oy6 el aleteo del pdjaro, y cuando levants la
cabeza, vio el hermoso zafiro colocado sobre las
violetas marchitas.
—Empiezo a ser estimado —exclamé—. Esto
proviene de algtin rico admirador. Ahora puedo
terminar la obra,
Y parecia felicisimo.
Al dfa siguiente la Golondrina vol6 hacia el
puerto.
Descansé6 sobre el méstil de un gran navio y
contempld a los marineros, que sacaban enormes
cajas de la cala tirando de unos cabos.
—iAh, iza! —gritaban a cada caja que lega-
baal puente,
—iMe voy a Egipto! —les grité 1a Goton-
rina.
Pero nadie le hizo caso, y al salir Ja luna
volvié hacia el Principe Feliz.
92
EL RUISENOR Y LA ROSA Y OTROS CUENTOS
Pp
S
—He venido para decirte adiés —Ie dijo.
—iGolondrina, Golondrina, Golondrinita!
-exclamé el Principe—, ,no te quedarés conmi-
‘20 una noche més?
—Es invierno —replic6 1a Golondrina—, y
pronto estard aguf la nieve glacial. En Egipto
calienta el sol sobre las palmeras verdes. Los
cocodrilos, acostados en el barro, miran perezo-
samente a los érboles, a orillas del rio, Mis com-
pafieras construyen nidos en el templo de
Baalbeck. Las palomas rosadas y blancas las si-
guen con Ia mirada mientras se arrullan. Amado
Principe, tengo que dejarte, pero no te olvidaré
‘nunca y la primavera préxima te traeré de all dos
bellas piedras preciosas para que sustituyan a las
que diste. Bl ruby ser més rojo que una rosa roja
yy el zafiro serd tan azul como el océano,
—Allé abajo, en la plazoleta —contesté el
Principe Feliz—, tiene su puesto una nifia vende-
dora de fésforos. Se le han caido los fésforos al
Toyo, estropedndose todos. Su padre le pegaré
si no lleva algiin dinero a casa, y est lorando,
33No tiene ni medias ni zapatos y leva la cabecita
al descubierto. Arréncame el otro ojo, daselo, y
su padre no le pegara.
—Pasaré otra noche contigo —dijo la Go-
ondrina—, pero no puedo arrancarte el ojo, por-
que entonces te quedarias ciego del todo.
—Golondrina, Golondrina, Golondrinita!
—Aijo el Principe—. Haz lo que te mando.
Entonces la Golondrina arraneé el segundo
ojo del Principe y emprendié el vuelo Hevéndo-
selo.
Se pos6 sobre el hombro de la vendedora de
f6sforos y desliz6 la joya en la palma de su mano.
{Qué bonito pedazo de cristal! —exclams
la nia,
Y corrié a su casa muy alegre.
Entonces la Golondrina volvié de nuevo ha-
cia el Principe.
—Abhora estés ciego. Por eso me quedaré
contigo para siempre.
—No, Golondrinita —dijo el Principe—.
Tienes que ir a Egipto.
54[BL RUISENOR Y LA ROSA Y OTROS CUENTOS
>
EL RUISEROR Y LA ROSA Y OTROS CUENTOS
= a
aS,
—Me quedaré contigo para siempre —dijo
la Golondrina.
Y se durmié entre los pies del Principe. Al
dia siguiente se colocé sobre el hombro del Prin-
cipe y le refirié lo que habfa visto en pafses ex-
trafios.
Le habl6 de los ibis rosados que se colocan
en largas filas a orillas del Nilo y pescan a
picotazos peces de oro; de la esfinge, que es tan
vieja como el mundo, vive en el desierto y lo sabe
todo; de los mercaderes que van despaciosos jun-
to a sus camellos, pasando las cuentas de unos
rosarios de mbar; del rey de las montafias de la
Luna, que es negro como el ébano y que adora un
gran bloque de cristal; de la gran serpiente verde
que duerme en una palmera y que es alimentada
‘con pastelitos de miel por veinte sacerdotes, y de
Jos pigmeos que navegan por un gran lago sobre
anchas hojas y estén siempre en guerra con las
mariposas.
—Querida Golondrinita —dijo el Prin-
cipe—, me cuentas cosas maravillosas, pero mas
56
maravilloso atin es 1o que soportan los hombres y
las mujeres. No hay misterio més grande que la
miseria, Vuela por mi ciudad, Golondrinita, y
dime 1o que veas.
Entonces la Golondrina vol6 por la gran ciu-
dad y vio a los ricos que se festejaban en sus
magnificos palacios, mientras los mendigos esta-
ban sentados a sus puertas.
Vol6 por los barrios oscuros y vio las pélidas
caras de los nifios hambrientos que miraban indi-
ferentes las calles sombrias..
Bajo los arcos de un puente estaban acosta-
dos dos nifiitos abrazados uno a otro para calen-
tarse,
—iQué hambre tenemos! —decéan.
—iNo pueden estar tumbados aqui! —les
rit6 un guardia.
Ellos se alejaron bajo la lluvia.
Entonces la Golondrina reanudé su vuelo y
fue a contar al Principe lo que habia visto.
—Estoy cubierto de oro fino —dijo el Prin-
cipe—; despréndelo hoja por hoja y déselo a mis
7Fre PLRUSENORY LA HOSA Y OTROS CUENTOS
a
pobres. Los hombres creen siempre que el oro
puede hacerlos felices.
Hoja por hoja arrancé la Golondrina el oro
fino hasta que el Principe Feliz. se qued6 sin brillo
ni belleza.
Hoja por hoja lo distribuy6 entre los pobres,
y las caritas de los nifios se tornaron nuevamente
sonrosadas y rieron y jugaron por la calle.
—iYa tenemos pan! —gritaban,
Entonces legé la nieve, y después de la nie~
ve, el hielo.
Las calles parecfan empedradas de plata de
tanto como relucfan.
Largos cardmbanos, semejantes a pufales de
cristal, pendian de los tejados de las casas. Todo
el mundo se cubria de pieles y los nifios llevaban
gorritos rojos y patinaban sobre el hielo.
La pobre Golondrina tenfa frio, cada vez mas
frfo, pero no querfa abandonar al Principe: lo
amaba demasiado para hacerlo,
Picoteaba las migas a la puerta del panadero
cuando éste no la vefa e intentaba calentarse ba-
tiendo las alas.
58
HL RUISEROR Y LA ROSA ¥ OTROS CUENTOS
le =
Pero, al fin, sintié que iba a morir. No tuvo
fuerzas mas que para volar una vez. sobre el hom-
bro del Principe.
—jAdiés, amado Principe! —murmuré—.
sme que te bese la mano.
—Me da mucha alegria que partas por fin
para Egipto, Golondrina —dijo el Principe—. Has
permanecido aqui demasiado tiempo. Pero tienes
que besarme en los labios, porque te amo,
—No es a Egipto adonde voy a ir —dijo la
Golondrina—. Voy a ir a Ja morada de la Muerte,
La Muerte es hermana del Suefio, verdad?
Y besando al Principe Feliz en los labios,
cay6 muerta a sus pies.
En el mismo instante se oy6 un extrafio cru-
Jido en el interior de la estatua, como si se hubiera
roto algo.
La coraza de bronce se habfa partido en dos.
Realmente hacia un frio terrible.
‘A la mafiana siguiente, muy temprano, el
alcalde se paseaba por la plazoleta con dos conce-
jales de la ciudad.
Pert
59pes SERUSERORYLAROSAY OTROS CUENTOS
aS,
Al pasar junto al pedestal, levant6 los ojos
hacia la estatua
— {Dios mfo! —exclamé—. (Qué andrajoso
parece el Principe Feliz!
—iSi, esta verdaderamente andrajoso! —di
jeron los concejales de la ciudad, que eran siem-
pre de la opinién del alcalde,
Y levantaron la cabeza para mirar la estatua.
—EI rubf de su espada se ha caido y ya no
tiene ojos ni es dorado —dijo el alcalde—. En.
resumidas cuentas, que esti Io mismo que un
mendigo.
—Lo mismo que un mendigo! —repitieron
a coro los concejales.
—Y tiene a sus pies un p4jaro muerto
—prosiguié el alcalde—. Realmente habré que
promulgar un bando prohibiendo a los pajaros
que se mueran aqui.
El secretario del ayuntamiento tomé nota de
aquella idea.
Y la estatua del Principe Feliz fue derri-
ada.
60
ELRUSSENOR YA ROSA ¥ OTROS CUENTOS
ae a
—Ya que ha dejado de ser bello, gpara qué
sirve? —dijo el profesor de estética de la univer-
sidad.
Entonces fundieron la estatua en un horno y
el alcalde reunié al concejo en sesién para decidir
lo que debia hacerse con el metal.
—Podrfamos —propuso— hacer otra esta-
(ua. La mfa, por ejemplo.
—O la mia —dijo cada uno de los conce-
jales.
Y acabaron peledndose.
—iQué cosa més rara! —dijo el oficial pri-
mero de Ia fundicién—. Este corazén de bronce
no quiere fundirse en el horno; habré que tirarlo
como desecho.
Los fundidores lo arrojaron al montén de
basura en que yacfa la golondrina muerta.
—Tréeme las dos cosas més preciosas de la
ciudad —dijo Dios a uno de sus angeles.
Y el dngel le llevé el corazén de bronce y el
{jaro muerto.
67ee_PLRUISENORYLA ROSA ¥ OTROSCUENTOS
—Has elegido bien —dijo Dios— En mi
jardin del Parafso este pajarillo cantaré eterna
mente, y en mi ciudad de oro el Principe Feliz
repetird mis alabanzas
2
Elamigo fiel
Waa mafana ta vieja rata de agua asoms
beza por su agujero. Tenfa unos ojos redon-
‘dos muy vivarachos y unos largos bigotes grises.
Su cola parecia un eléstico negro.
‘Unos patitos nadaban en el estanque, pareci-
dos a una bandada de canarios amarillos, y su
madre, toda blanca con patas rojas, esforzébase
cen ensefiarles a hundir la cabeza en el agua.
—Nunca podrén estrenarse en sociedad si
no aprenden a sumergir la cabeza —les decia.
Y les ensefiaba de nuevo cémo tenfan que
hacerlo. Pero los patitos no prestaban ninguna
atenci6n a sus lecciones. Eran tan j6veneS que no
683EL RUISEROR LA ROSA ¥ OTROS CUENTOS
= ———er—r—vvet
sabfan las ventajas que reporta la vida en so-
ciedad.
—iQué criaturas més desobedientes! —ex-
clamé Ia rata de agua—. jLes estaria bien em-
pleado que se ahogaran!
—iNo lo quiera Dios! —replicé 1a pata—
‘Todo tiene sus comienzos y nunca es demasiada
Ja paciencia de los padres.
—iAnh! No tengo la menor idea de los senti-
mientos patemios —dijo la rata de agua—. No
soy padre de familia, Jamas me he casado, ni he
pensado en hacerlo, Indudablemente, el amor es
tuna buena cosa a su manera; pero la amistad vale
mis, Le aseguro que no conozco en el mundo
nada més noble o més raro que una fiel amistad.
Y digame, se lo ruego, ,qué idea se forma
usted de los deberes de un amigo fiel? —pregun-
16 un pardillo verde que habia escuchado Ia con-
versaci6n, posado sobre un sauce retorcido.
—Si, eso es precisamente lo que quisiera yo
saber —dijo la pata, y nadando hacia el extremo
del estanque hundié la cabeza en el agua para dar
ejemplo a sus hijos.
64_Jra_ELRUEROR YL ROSA YOMROSCUBNTOS
Sy
—iQué pregunta més tonta! —grité la rata
de agua—. ;Como es natural, entiendo por amigo
fiel al que me demuestra fidelidad!
—LY qué hard usted en cambio? —dijo la
avecilla columpidndose sobre una ramita platea-
day moviendo sus alitas.
—No lo comprendo a usted —respondié la
rata de agua,
—Permitame que le cuente una historia so-
bre el asunto —dijo el pardillo,
—iSe refiere a mi esa historia? —pregunts
la rata de agua—. Si es asf, la escucharé gustosa,
porque a m{ me vuelven loca los cuentos.
—Puede aplicarse a usted —respondié el par-
dillo,
Y abriendo las alas, se pos6 en la orilla del
estanque y cont6 la historia del amigo fiel.
—Habfa una vez —empezé el pardillo— un
honrado mozo llamado Hans.
—iEra un hombre verdaderamente distin-
guido? —pregunté la rata de agua.
—No—respondié el pardillo—. No creo que
66
ELRUISEROR Y LA ROSA Y OTROS CUENTOS
= a,
fuese nada distinguido, excepto por su buen cora-
76n y por su redonda cara morena y afable.
"Vivia en una humilde casita de campo y
todos los dias trabajaba en su jardin,
“En toda la comarca no habia jardin tan her-
moso como el suyo. Crecfan en él claveles, no-
meolvides, saxifragas, asi como rosas de Damas-
co y rosas amarillas, granates, lilas y oro, alelies
rojos y blancos,
Y segiin los meses y por su orden, florecfan
agavanzos y cardaminas, mejoranas y albahacas,
silvestres, velloritas ylirios de Alemania, asfédelos
y claveros.
"Una flor sustitufa a otra, Por lo cual habja
siempre cosas bonitas a la vista y olores agrada-
bles que respirar.
"El pequefio Hans tenfa muchos amigos, pero
el més intimo era el gran Hugo, el molinero,
Realmente, el rico molinero era tan allegado al
pequefio Hans, que no visitaba nunca su jardin
sin inclinarse sobre los macizos y coger un gran.
ramo de flores o un buen puiiado de lechugas
67rm_EURUSERORY LA ROSA ¥ OTROS CUENTOS
suculentas 0 sin Henarse los bolsillos de ciruelas
y de cerezas, segiin la estacién.
Los amigos verdaderos lo comparten todo
centre si—acostumbraba decir el molinero.
"Y el pequefio Hans asentfa con la cabeza,
sonriente, sintiéndose orgulloso de tener un ami-
go que pensaba con tanta nobleza.
“Algunas veces, sin embargo, el vecindario
encontraba raro que el rico molinero no diese
‘nunca nada en cambio al pequefio Hans, aunque
tuviera cien sacos de harina almacenados en su
‘molino, seis vacas lecheras y un gran mimero de
‘ganado lanar; pero Hans no se preocupé nunca de
semejante cosa,
"Nada le encantaba tanto como ofr las bellas
‘cosas que el molinero acostumbraba decir sobre
Ja Solidaridad de los verdaderos amigos.
"Asi, pues, el pequefio Hans cultivaba su
jardin. En primavera, en verano y en otofio se
sentia muy feliz; pero cuando llegaba el invierno
y no tenia ni frutos ni flores que Hevar al merca-
do, padecia mucho frio y mucha hambre, acostén-
68EL RUISEROR LA ROSA Y OTROS CUENTOS
os
A
dose con frecuencia sin haber comido més que
unas peras secas y algunas nueces rancias.
“Ademds, en invierno se encontraba muy
solo, porque el molinero no iba nunca a verlo
durante aquella estacién.
"No esti bien que vaya a ver al pequefio
Hans mientras duren las nieves —decia muchas
veces el molinero a su mujer—. Cuando las per-
sonas pasan apuros hay que dejarlas solas y no
molestarlas con visitas. Esa es por lo menos mi
copinién sobre la amistad, y estoy seguro de que es
acertada. Por eso esperaré la primavera y enton-
ces iré a verle; podré darme un gran cesto de
velloritas y eso le alegrard.
"Eres realmente amable con los demas
—e respondia su mujer, sentada en un cémodo
sillén junto a un buen fuego de lefia—. Resulta
encantador oirte hablar de Ja amistad. Estoy segu-
ra de que el cura no dirfa sobre ella cosas tan
bellas como ti, aunque vive en una casa de tres
pisos y lleva un anillo de oro en el mefiique.
"_1Y no podrfamos invitar al pequefio Hans
70
pra PLFUSHHORYLA RoBA¥ OTROS CUBS
aS,
a venir aqu®? —preguntaba el hijo del moline-
ro—. Si el pobre Hans pasa apuros, le daré Ia
mitad de mi sopa y le ensefiaré mis conejos
blancos,
{Qué bobo eres! —exclamé el moline-
ro—. Verdaderamente no sé para qué sive man-
darte a la escuela. Parece que no aprendes nada.
Si el pequeiio Hans viniese aqui, jcarambal, y
viera nuestro buen fuego, nuestra excelente cena
y nuestro gran barril de vino tinto, podria sentir
envidia. Y la envidia es una cosa terrible que
estropea los mejores caracteres. Realmente, no
podria yo suftir que el cardcter de Hans se estro-
peara, Soy su mejor amigo, velaré siempre por él
y tendré buen cuidado de no exponerle a ninguna
tentacién. Ademés, si Hans viniese aqui, podria
pedirme que le diese un poco de harina fiada, 1o
cual no puedo hacer. La harina es una cosa y la
amistad es otra, y no deben confundirse. Esas dos
palabras se escriben de un modo diferente y sig-
nifican cosas muy distintas, como todo el mundo
sabe.
nEL RUISENOR ¥ LA ROSA Y OTROS CUENTOS
JF _SERUSERORY LA 5A Y OTROS CUENTOS
S
"—iQué bien hablas! —dijo la mujer del
molinero sirviéndose un gran vaso de cerveza
caliente—. Me siento verdaderamente como ador-
mecida, lo mismo que en la iglesia.
”—Muchos obran bien —replicé el moline-
TO—, pero pocos saben hablar bien, lo que prueba
que hablar es, eon mucho, la cosa més dificil, asf
como la més hermosa de las dos.
“Y miré severamente por encima de la mesa
a su hijo, que, avergonzado, bajé la cabeza, se
puso colorado como un tomate y empez6 a llorar
encima de su té.
Bra tan joven, que bien puede usted perdo-
narlo!
—if’se es el final de la historia? —pregunts
larata de agua.
—Nada de eso —contesté el pardillo—. Ese
es el comienzo.
—Entonces quiere decir que esté usted muy
atrasado con relacién a su tiempo —repuso la rata
de agua—. Hoy dia todo buen cuentista empieza
por el final, prosigue por el comienzo y termina
por la mitad. Es el nuevo método. Asi se lo he
n
= B
ido decir a un critico que se paseaba alrededor
del estanque con un joven, Trataba el asunto ma-
gistralmente y estoy segura de que tenia raz6n,
porque llevaba unas gafas azules y era calvo, y
‘cuando el joven le hacfa alguna observacién, con-
{estaba siempre: “jPse!” Pero continée usted su
historia, por favor. Me agrada mucho el molinero..
Yo también encierro toda clase de bellos senti-
mientos: por eso hay una gran simpatia entre él
y yo.
— Bien! —dijo el pardillo brineando sobre
sus dos patitas—. No bien pas6 el invierno, en
‘cuanto las velloritas empezaron a abrir sus estre-
Ilas amarillas pélidas, e! molinero dijo a su mujer
que iba a salir y visitar al pequefio Hans.
”{Ah, qué buen coraz6n tienes! —le grité
su mujer—. Siempre pensando en los dems. No
te olvides de llevar el cesto grande para traer las
flores.
“Entonces e! molinero até unas con otras las
spas del molino con una fuerte cadena de hierro
¥ bajé la colina con la cesta al brazo.
B[BL RUISENOR Y LA ROSA YOTROS CUENTOS
Jess
By,
Buenos dias, pequefio Hans —dijo el mo-
linero.
Buenos dias —contesté Hans, apoyéindo-
se en su azadén y sonriendo con toda su boca.
LY c6mo has pasado el invierno? —pre-
gunt6 el molinero.
”,Bien, bien! —repuso Hans—. Muchas
gracias por tu interés. He pasado mis malos ratos,
pero ahora ha vuelto la primavera y me siento
casi feliz... Ademas, mis flores van muy bien.
—Hlemos hablado de ti con mucha frecuen-
cia este inviemo, Hans —prosiguié el moline-
1o—, pregunténdonos qué serfa de ti
Qué amable eres! —dijo Hans—. Temi
{que me hubieras olvidado,
"Hans, me sorprende ofrte hablar de ese
modo —dijo el molinero—. La amistad no olvida
nunca. Eso es lo que tiene de admirable, aunque
‘me temo que no comprendas Ia poesia de la amis-
tad... Y entre paréntesis, jqué bellas estén tus
velloritas!
"Si, verdaderamente estén muy bellas
4Jr _BARUSERORY LAOSA YOTROSCUEYTOS
EL RUISEROR Y LA ROSA Y OTROS CUENTOS.
-_
—dijo Hans—, y es para mf una gran suerte tener
tantas. Voy a llevarlas al mercado, donde las ven-
deré a la hija del alcalde, y con ese dinero com-
praré otra vez mi carretilla.
Que comprarés otra ver una carretilla?
{Quieres decir entonces que la has vendido? Has
cometido una tonteria,
"—Con toda seguridad, pero el hecho es
—teplicé Hans— que me vi obligado aello. Como
sabes, el inviemo es una estacién mala para mf y
no tenfa ningtin dinero para comprar pan. Asi es
‘que vends primero los botones de plata de mi traje
de los domingos; luego vendi mi cadena de plata
yy después mi flauta. Por tiltimo vendf mi carreti-
Ila, Pero ahora voy a rescatarlo todo.
“—Hans —dijo el motinero—, te daré mi
carretilla. No se halla en buen estado. Uno de los
lados se ha roto y estén algo torcidos los radios de
Ja rueda, pero a pesar de esto te la daré. Sé que es
‘muy generoso por mi parte y a mucha gente le
parecer una locura que me desprenda de ella,
ero yo no soy como el resto del mundo. Creo
16
= a
que la generosidad es la esencia de la amistad, y,
ademés, me he comprado una carretilla nueva. Si,
puedes estar tranquilo... Te daré mi carretilla
Gracias, eres muy generoso —dijo el pe-
quefio Hans. Y su amable cara redonda resplan-
deci6 de placer—. Puedo arreglarla fécilmente
porque tengo una tabla en mi casa.
"Una tabla! —exclamé el motinero—.
Muy bien! Eso es precisamente lo que necesito
para la techumbre de mi granero. Hay una gran
brecha y se me mojard todo el trigo si no la tapo.
Qué oportuno has estado! Realmente es de notar
«que una buena accién engendra otra siempre. Te
he dado mi carretilla y ahora tt vas a darme tw
tabla, Claro es que la carretilla vale mucho mas
que la tabla, pero Ia amistad sincera no repara
rnunea en esas cosas. Dame enseguida Ia tabla y
hoy mismo me pondré a la obra para arreglar mi
granero,
—jEncantado! —replicé el pequefio Hans.
"Fue corriendo a su vivienda y sacé la tabla
“No es una tabla muy grande —dijo el
nJra_TERUSEROR VLA ROSA YOTROS CUENTOS
xs
molinero, examindndola—, y me temo que una
vez hecho el arreglo de la techumbre del granero
no quedaré madera suficiente para el arreglo de la
carretlla, pero, claro, no tengo la culpa de eso..
Y ahora, en vista de que te he dado mi carretill
estoy seguro de que accederds a darme en cambio
unas flores... Aquf tienes el cesto; procura Henar-
lo casi por completo.
.Casi por completo? —dijo el pequefio
Hans, bastante afligido, porque el cesto era de
grandes dimensiones y comprendfa que si lo lle-
naba no tendria ya flores para llevar al mercado y
estaba deseando rescatar sus botones de plata,
”—{Vélgame Dios! —respondié el moline-
To, ya que te doy mi carretilla no cref que fuese
‘mucho pedirte unas cuantas flores. Podré estar
equivocado, pero yo me figuré que la amistad, 1a
verdadera amistad, no puede compartirse con el
egoismo.
querido amigo, mi mejor amigo
—protesté el pequefio Hans—, todas las flores de
mi jardin estan a tu disposicién, porque me im-
18
_pra_TLUSERORY LA HOSA Y OTIS CUENTOS
B
porta mucho mé
de plata.
"Y corri6 a coger las preciosas velloritas y a
enar el cesto del molinero.
"jAdiés, pequefio Hans! —dijo el moli-
nero subiendo de nuevo ta colina con su tabla
al hombro y su gran cesto al brazo.
”jAdiés! —dijo el pequefio Hans.
"Y se puso a cavar alegremente: jestaba tan
ccontento de tener otra carretilla!
A la maifiana siguiente, cuando estaba suje-
tando unas madreselvas sobre su puerta, oy6 la
vor del molinero que lo llamaba desde el camino.
Entonces salté de su escalera y corriendo al final
del jardin mir6 por encima del muro.
Era el molinero con un gran saco de harina
asu espalda.
"—Pequefio Hans —dijo el molinero—,
iquerrfas Hevarme este saco de harina al mer-
cado?
tu estimacién que mis botones
(Oh, Io siento mucho! —dijo Hans—;
pero verdaderamente me encuentro hoy
”rx_E-RUSEORYLAMOEATOTIOSCUBNTOS yg
‘ocupadisimo. Tengo que sujetar todas mis enre-
daderas, regar todas mis flores y segar todo mi
césped.
"4Caramba! —replic6 el molinero—; e
peraba que en consideracién a que te he dado mi
carretilla ibas a complacerme.
"—jOh, sf quiero complacerte! —protest6 el
pequefio Hans—. Por nada del mundo dejaria yo
de obrar como amigo traténdose de ti.
"Y fue a coger su gorra y partié con el gran
saco a la espalda,
"Era un dia muy caluroso y la carretera esta-
ba terriblemente polvorienta. Antes que Hans lle-
gara al hito que marcaba la sexta milla, se hallaba
tan fatigado que tuvo que sentarse a descansar.
‘Sin embargo, no tard6 mucho en continuar ani
‘mosamente su camino y por fin lleg6 al mercado.
"Después de esperar un rato, vendié el saco
de harina a buen precio y regres6 a su casa de un
tirén, porque temia encontrarse a algiin salteador
en el camino si se retrasaba mucho.
Qué dfa tan duro! —se dijo Hans al meter-
80JE _RERUSERORY LA ROEA¥ OTRO CUEVTOS
S
se en su cama—. Pero me alegro mucho de haber
hecho este favor al molinero, porque es mi mejor
amigo y, ademés, va a darme su carretilla.”
A la mafiana siguiente, muy temprano, el
molinero Ileg6 por el dinero de su saco de harina,
pero el pequefio Hans estaba tan cansado, que
atin no se habfa levantado,
"Palabra! —exclamsé el molinero—. Eres
‘muy perezoso. Cuando pienso que acabo de darte
mi carretilla, creo que podrias trabajar con més
ardor. La pereza es un gran vicio y no quisiera yo
que ninguno de mis amigos fuera perezoso 0 apd-
tico, No creas que te, hablo sin consideracién.
Claro es que no te hablarfa asf si no fuese amigo
tuyo, Pero, gde qué servirfa la amistad si no pu-
diera uno decir claramente lo que piensa? Todo el
mundo puede decir cosas amables y esforzarse en
complacer y halagar, pero un amigo sincero dice
cosas desagradables y no teme causar pesadum-
bre. Por el contrario, si'es un amigo verdadero, lo
prefiere, porque sabe que asf hace bien.
Lo siento mucho —respondi6 el pequefio
82
praetor a ony ors CUETOS
A
Hans, restregdndose los ojos y quiténdose el go-
ro de dotmir—. Pero estaba tan rendido, que
crefa haberme acostado hace poco y escuchaba
cantar a los pdjaros. No sabes que trabajo siem-
pre mejor cuando oigo cantar a los péjaros?
”;Bueno, tanto mejor! —respondié el moli-
nero dandole una palmada en el hombro—, por-
que necesito que arregles la techumbre de mi
granero.
BI pequefio Hans tenfa gran necesidad de ir
a trabajar a su jardin, porque hacfa dos dias que
no regaba sus flores, pero no quiso decir que no al
molinero, que era un buen amigo para él
*—¢Crees que no serfa amistoso decirte que
tengo que hacer? —preguni6 con voz humilde y
timida,
"No cref nunca, por cierto —contesté el
molinero—, que fuese mucho pedirte, teniendo
en cuenta que acabo de regalarte mi carretilla,
pero claro es que lo haré yo mismo si te niegas.
"0h, de ningtin modo! —exclamé el pe-
quefio Hans, saltando de su cama,
83EL RUISENIOR Y LA ROSA ¥ OTROS CUENTOS.
FL RUISEROR Y LA ROSA ¥ OTROS CUENTOS
1 a Sy
"Se visti6 y fue al granero.
"Trabajé allf durante todo el dia hasta el
anochecer, y al ponerse el sol vino el molinero a
ver hasta dénde habia legado.
{Has tapado el boquete del techo, peque-
iio Hans? —grité el molinero con tono alegre.
”Esté casi terminado —respondié Hans,
bajando la escala.
Ah! —dijo el molinero—. No hay traba-
jo tan delicioso como el que se hace por otro.
{Bs un encanto ofrte hablar! —respondié
el pequefio Hans, que descansaba secéndose la
frente—. Es un encanto, pero temo que nunca
legaré a tener ideas tan hermosas como las tuyas.
"jh, ya las tendrés! —dijo el moline-
ro, pero habris de tomarte més trabajo. Por
ahora no poses més que la préctica de la amis-
tad. Algtin dia posers también la teoria.
"Crees eso de verdad? —pregunté el pe-
‘quefio Hans.
‘Indudablemente —contesté el moli-
nero—. ¥ ahora que has arreglado el techo, mejor
84
la S
serd que vuelvas a tu casa a descansar, pues ma-
fiana necesito que Hleves mis carneros a la mon-
tafia,
El pobre Hans no se atrevi6 a protestar, y al
dia siguiente, al amanecer, el molinero condujo
sus carneros hasta cerca de su casita y Hans se fue
con ellos a la montaiia. Entre ir y volver se le fue
el dia, y cuando regresé estaba tan cansado, que
se durmié en su silla y no se despert6 hasta entra-
da la mafana,
“{Qué tiempo més delicioso tended mi jar-
din’, se dijo, ¢ iba a ponerse a trabajar, pero por
un motivo u otro no tuvo tiempo de echar un
vvistazo a sus flores; llegaba su amigo el molinero
y le mandaba muy lejos a recados o le pedia que
fuese ayudar en el molino. Algunas veces el pe-
quefio Hans se apuraba mucho al pensar que sus
flores creerfan que las habia olvidado, pero se
consolaba pensando que el molinero era su mejor
amigo.
“Ademés —acostumbraba decirse—, va a
darme su carretilla, lo cual es un acto de puro
desprendimiento.”
85EL RUISERORY LA ROSA YOTHOS CUENTOS
>
aS,
*Y el pequefio Hans trabajaba para el moli-
nero, y éste decia muchas cosas bellas sobre la
amistad, cosas que Hans copiaba en su libro ver-
de y que relefa por la noche, pues era culto,
“Ahora bien; sucedié que una noche, estan-
do el pequefio Hans sentado junto al fuego,
ron un aldabonazo en la puerta.
“La noche era negrisima. El viento soplaba y
rugia en tomno de la casa de un modo tan terrible,
que Hans pens6 al principio si serfa el huracdn el,
que sacudfa la puerta
Pero soné un segundo golpe y después un
tercero, mds violento que los otros.
"Sera algtin pobre viajero, se dijo el pe-
quefio Hans y corrié a la puerta,
BI] molinero estaba en el umbral con una
linterna en una mano y un grueso garrote en la
otra.
*Querido Hans —grité el molinero—, me
aflige un gran pesar. Mi hijo se ha eafdo de una
escala, hiriéndose. Voy a buscar al médico. Pero
vive lejos de aqui y la noche es tan mala, que he
86
Fe ERUSHRORYLA REA ¥ OMS CURT
si
pensado que fueses ti en mi lugar. Ya sabes que te
doy mi carretilla. Por eso estarfa muy bien que
hicieses algo por mf en cambio.
Por supuesto —exclamé el pequefio
Hans—, me alegra mucho que se te haya ocurrido
venir. Iré enseguida, Pero debes dejarme tu linter-
1a, porque la noche es tan oscura, que temo caer
en alguna zanja.
Lo siento muchfsimo —respondié el mo-
linero—, pero es mi linterna nueva y serfa una
gran pérdida que le ocurriese algo.
” —;Bueno, no hablemos més! Iré sin ella
—4ijo el pequeiio Hans
Se puso su gran capa de pieles, un gorro
colorado de mucho abrigo, se enroll6 su bufanda
alrededor del cuello y parti6.
;Qué terrible tempestad se desencadenaba!
“La noche era tan negra, que el pequeiio
Hans apenas vefa, y el viento tan fuerte, que le
ccostaba gran trabajo andar.
"Sin embargo, él era muy animoso, y des-
pués de caminar cerca de tres horas, Tlegé a casa
del médico y llamé a la puerta,
87Jee _SVRUIBEGORY LA Hosa YomROSCURLTOS
SAN ay
{Quin es? —grit6 el doctor, asomando
la cabeza a la ventana de su dormitorio.
"{EI pequefio Hans, doctor!
"iY qué deseas, pequefio Hans?
"EI hijo del molinero se ha cafdo de una
escala y se ha herido y es menester que vaya
usted enseguida.
"Muy bien! —replicé el doctor:
“Enjaez6 en el acto su caballo, se calz6 sus
grandes botas y, cogiendo su linterna, bajé la
escalera. Se dirigié a casa del molinero, levando
al pequefio Hans a pie detrés de él.
"Pero la tormenta arreci6. Llovia a torrentes
yy el pequefio Hans no podia ni ver por dénde iba,
ni seguir al caballo.
"Finalmente, perdié su camino, estuvo va-
gando por el paramo, que era un paraje peligroso
eno de hoyos profundos, cayé en uno de ellos y
se ahogé.
A la maiana siguiente, unos pastores en-
contraron su cuerpo flotando en una gran charca
y le llevaron a su choza.
88pr>_ELSUBERONY LA OSA YCTHOS CUENTOS
=
Todo el mundo asistié al entierro del peque-
fio Hans porque era muy querido. Y el molinero
figuré a la cabeza del duelo.
"Era yo su mejor amigo —decfa el mol
nero—; justo es que ocupe el sitio de honor.
"Asi es que fue a la cabeza del cortejo con
una larga capa negra; de cuando en cuando se
cenjugaba los ojos con un gran pafiuelo.
"EI pequefio Hans representa ciertamente
una gran pérdida para todos nosotros —dijo el
hojalatero una vez.terminados los funerales y cuan-
do la comitiva estuvo cmodamente instalada en
la posada, bebiendo vino dulce y comiendo bue-
nos pasteles.
"Es una gran pérdida, sobre todo para mi
—contest6 el molinero—. En verdad, yo fui lo
bastante bueno para comprometerme a darle mi
carretilla y ahora no sé qué hacer con ella. Me
estorba en casa, y est en tan mal estado, que si la
vendiera no sacarfa nada. Les aseguro que de aqui
en adelante no daré nada a nadie. Se pagan siem-
pre las consecuencias de haber sido generoso.
90
FL RUSERORY LA ROSA Y OTROS CUENTOS.
- S
—Y es verdad —replicé la rata de agua des
pués de una larga pausa.
—iBueno! Pues eso es todo —dijo el par-
dillo.
—iY qué fue del molinero? —dijo la rata de
agua.
jOh! No Io sé realmente —contesté el
pardillo—y me da lo mismo.
—Es evidente que su carécter no es nada
simpstico —dijo fa rata de agua.
—Temo que no haya comprendido usted la
‘moraleja de la historia —replicé el pardillo.
—jLa qué? —grité la rata de agua.
—La moraleja.
—{ Quieres decir que la historia tiene una
moraleja?
— Pues, naturalmente! —afirmé el pardillo,
—jCaramba! —dijo la rata con tono iracun-
do—. Podia usted habérmelo dicho antes de em-
pezar. De ser asf no le hubiera escuchado, con
toda seguridad. Le hubiese dicho indudablemen-
91LRUISEROR ¥ LA ROSA Y OTROS CUENTOS
A OTROS UINTOS ag
te: “jPse!”, como el critico, Pero atin estoy a
tiempo de hacerlo.
Grit6 su “ipse!” a toda voz, y dando un cole-
tazo, se volvi6 a su agujero.
—{ Qué le parece a usted la rata de agua?
—pregunt6 la pata, que Heg6 chapoteando algu-
nos minutos después—. Tiene muchas buenas cua-
lidades, pero yo, por mi parte, tengo sentimientos
de madre y no puedo ver a un solterén empeder-
nido sin que se me salten las lagrimas.
—Temo haberle molestado —respondié el
pardillo—. El hecho es que le he contado una
historia que tiene su moraleja
—iAh, eso es siempre una cosa peligrosfsima!
dijo la pata.
—Y yo comparto absolutamente su opinién,
92
= joven rey
Eo ta noch anterior al dia de 6ucorons-
ci6n el joven rey se encontraba en su hermosa
alcoba. Los cortesanos, de acuerdo a la costum-
bre de la época, se habfan retirado haciendo una
venia hasta el suelo. En el gran vestibulo de pala-
cio recibirian las tiltimas lecciones del profesor
de etiqueta, pues algunos conservaban atin moda-
les demasiado naturales, lo que para un cortesano
—no necesito decirlo— es una grave falta.
Al joven —que sélo era un joven pues aca-
baba de cumplir dieciséis afios— no le desagradé
que se fueran. Con un suspiro de alivio, se recliné
en los mullidos cojines y, con los ojos y la boca
93rT RuROR YA Osa YoHOSCUENTOS
aS,
‘muy abiertos, parecfa un fauno de los bosques,
un joven jabalf recién apresado por los cazadores.
En realidad, fueron unos cazadores quienes,
casualmente, lo habfan encontrado en momentos,
en que, a pie desnudo y flauta en mano, cuidaba
el rebafio del humilde cabrero que Io crié y del
cual siempre habfa crefdo ser hijo.
Era hijo de ta hija tnica det rey. Esta se
habfa casado secretamente con un hombre de ori-
gen muy inferior al suyo, un extranjero, segtin
algunos, del que la princesa se habia enamorado
por la magica y maravillosa manera en que toca-
ba el latid. Otros decfan que se trataba de un
artista de Rimini, al que la princesa habia agasa-
jado demasiado, el cual abandoné de pronto la
citudad dejando sin terminar su obra en la cate~
dral, El bebé, de apenas una semana, le habia sido
arrancado a la madre mientras ésta dormfa, y le
fue entregado a un humilde campesino y a su
mujer. Ambos no tenfan hijos y vivian en el més
apartado Iugar del bosque, a més de un dia de
camino de la ciudad,
La pena —o la peste, segiin el médico de la
4
pro_PLTUBEROR YLAnOSA YorROSCURNTCE
Et
Corte—, 0, como otros dijeron, un mortal veneno
italiano puesto en un copa de vino con especias,
mat6 répidamente a la rubia joven que le habia
dado a luz,
Mientras el leal mensajero, con el bebé atra-
vesado sobre su montura golpeaba a la puerta de
a cabaiia del cabrero, el cuerpo de la princesa era
depositado en tna tumba de un solitario cemente-
rio. En aquella tumba, se decfa, también estaba
depositado otro cuerpo, el de un joven de una rara
y extraordinaria hermosura, que yacfa con las
manos atadas a la espalda y el pecho destrozado.
por numerosas heridas.
Esta era la historia que corria de boca en
boca. Lo cierto era que el rey, en su lecho de
muerte, agobiado por el remordimiento de su gra-
ve pecado, 0 para evitar que su reino pasara a otra
dinastia, orden6 traer al joven y, en presencia de
‘sus consejeros, lo reconocié como su heredero.
Desde su aparicién, el principe mostré sefia-
Jes de su rara pasidn por la belleza, la que iba a
tener un gran influjo sobre su vida.
Quienes recorrieron con él los aposentos pre~
95(Pre_SLHISENORYLARoBA¥ omnes CUBNTOS
XB
parados para su servicio, no olvidaban la excla-
macién de placer que brot6 de sus labios cuando
vio los bellos trajes y las fabulosas joyas que le
estaban destinadas, ni la salvaje alegrfa con que
se desprendié de su tosco vestido de cuero y su
ordinaria manta de piel de oveja.
El principe, en ciertas ocasiones, habfa
echado de menos su libre vida en el bosque. Le
desagradaban las latosas ceremonias de la Cor-
te, que lo mantenfan ocupado durante muchas
horas, pero el fabuloso palacio del que ahora era
sefior le parecfa un mundo nuevo, creado para su
gozo. En cuanto podfa liberarse del Concejo 0
de la Sala de Audiencias, bajaba a la carrera la
gran escalera, con sus leones de bronce dorado y
sus peldafios de brillante mérmol, para pasearse
de sal6n en salén y de logia en logia, como
buscando calmar su nostalgia en la belleza.
Durante estos viajes de descubrimiento,
como gustaba llamarles —y la verdad es que eran
para él verdaderos viajes a través de un pafs fabu-
Joso—solfan acompafiarle los esbeltos y rubios
ajes de la Corte, ataviados con sus capas y visto-
96
ELRUISENOR YLA ROSA Y OTROS CUENTOS
ys a
sas cintas flotantes. Pero gran parte de las veces
iba solo, pues su fuerte instinto le decfa que los
secretos de Ias artes se captan mejor en secreto, y
que la Belleza, como la Sabidurfa, gustan del
adorador solitario.
En esos tiempos se contaban variadas histo-
rias de su vida, Se decfa que un rado burgomaestre
(que vino a pronunciar un discurso en nombre de
los habitantes de Ia ciudad, lo habja encontrado
de rodillas y en fervorosa contemplacin ante un
gran cuadro recién traido de Venecia, en el que
aparecia el culto de algunos dioses paganos, Otra
vez desaparecié durante varias horas y cuando lo
hallaron, después de una larga biisqueda, se en-
contraba en una pequefia habitacién de la tore
norte del palacio, contemplando en éxtasis una
Joya griega que tenfa tallado el dios Adonis. Otra
vez se lo habia visto, se rumoreaba, con sus la-
bios pegados sobre la frente de mérmol de una
antigua escultura descubierta en el lecho del rio
mientras construfan un puente de piedra. La es-
cultura tenia grabado el nombre del esclavo bitinio
de Adriano. En otra ocasién, el principe haba
”> _E-HUSERORY LA ROSA ¥ OTROS CUENTOS
av
pasado la noche entera contemplando el efecto
del claro de luna sobre una figura de plata de
Endimién,
No hay duda que todos los materiales extra-
fios y costosos ejercian sobre él una gran atrac-
ci6n. Para obtenerlos habfa enviado en misién a
distintos mercaderes. Algunos para traficar ém-
bar con los duros pescadores de los mares del
Norte; otros, a Egipto, en busca de aquella extra-
fia turquesa verde que s6lo se halla en las tumbas
reales, y que posee, segin se cree, propiedades
mégicas; otros a Persia en busca de tapices de
seda y cerdmica policromada, y algunos a la India
cn pos de tules y marfil, espejuelos y brazaletes
de jade, madera de séndalo y esmaltes azules y
finisimos chales de lana,
Pero su mayor preocupaci6n habfa sido el
traje que iba a ponerse el dfa de su coronacin, un
ttaje tejido con hilos de oro, y la corona ornada de
rubfes, y el cetro con sus incrustaciones de perlas.
Eraen lo que pensaba esa noche, tirado en su
‘mullido divén, mirando arder en la chimenea un
gtueso tronco de pino.
98.
(pre_S-RUSERORY LA ROEA YorROSCUETOS
A,
Los disefios, realizados por los ms presti-
‘giosos artistas, se los habfan presentado para su
aprobacién varios meses antes.
Fl habfa ordenado que se trabajara dfa y
noche en su ejecucidn, y que se buscaran en el
‘mundo entero las piedras preciosas adecuadas para
allo.
Se imagin6 ante el altar mayor de la catedral
con la espléndida vestimenta de un rey. Una son-
risa le recorrié sus labios adolescentes y un deste-
Ilo iluming sus ojos oscuros.
Poco después se levanté de su divin y, apo-
xyado sobre la labrada repisa de la chimenea, ob-
serv6 la aleoba casi en penumbra,
De las paredes colgaban ricos tapices que
representaban el triunfo de la Belleza. Una estan-
terfa, incrustada con égatas y lapizlézulis, relle-
naba un rinc6n, y delante de la ventana habfa una
cémoda extrafiamente labrada, con zonas
Iaqueadas y doradas, sobre la cual se hallaban
unos finos vasos de cristal veneciano y un céliz
de Gnice de oscuras vetas. La colcha del lecho era
de seda bordada con delicadas amapolas, y esbel-
9ELRUISEROR YLA ROSA Y OTROS CUENTOS
tas columnas de marfil estriado sostenfan el dosel
de tereiopelo, sobre el cual se asomaban, cual
blanca espuma, grandes penachos de plumas de
avestruz. Un sonriente Narciso de bronce verde
sostenfa en su cabeza un pulido espejo.
‘Sobre la mesa habfa un plato de amatista.
Afuera, la gran cépula de la catedral resalta-
ba como una burbuja sobre las casas en sombra,
mientras los sofiotientos centinelas se paseaban
de arriba abajo por la neblinosa terraza que daba
al rio. A través de la ventana abierta penetraba un
vago olor a jazmin,
Peinndose sus rubios bucles, el principe
tomé el lati y recorri6 con sus dedos las cuerdas.
Sus parpados se cerraron pesadamente y una rara
languidez se apoder6 de él. Nunca habfa sentido
con tanta fuerza o con tan deliciosa alegria el
isterio y el hechizo de tas cosas bellas.
Cuando el reloj de la torre dio la mediano-
che, se oy una campana y sus pajes entraron a
quitarle ceremoniosamente sus vestiduras, a la-
varle las manos con agua de rosas y a esparcir
flores sobre sus almohadas. Apenas quedé solo,
100pre_PLRUSMOR YA ROSA YTS CUBNTOS
poe eon La ROBAY OTROS CUENTOS
a
a
el suefio lo invadi6. —{Quién es tu amo? —pregunté el joven
Entonces tuvo un suefio. rey.
Sofié que se hallaba en una habitacién larga —iNuestro amo! —exclams el tejedor con
y muy baja, en medio del estrépito y del vocerfo
‘de numerosos telares. La escasa luz, que entraba
por las enrejadas ventanas mostraba las magras
figuras de los tejedores inclinados sobre sus tela-
res. Unos nifios pélidos ¢ insalubres vigilaban
expectantes los largos listones transversales; ape~
nas las lanzaderas atravesaban la urdimbre, alza-
ban los pesados listones, y cuando las lanzaderas,
se detenfan, los dejaban caer, apretando os hilos.
‘Tenfan sus rostros demacrados por el hambre y
les temblaban sus flacas manos.
Alrededor de un mesén, algunas mujeres oje-
rosas cosfan. Un espantoso olor invadia el am-
biente. El aire era pesado y las paredes exudaban
humedad.
Aproximéndose a uno de los tejedores, el
joven rey se detuvo y lo miré,
El tejedor se enfureci6:
—{Por qué me miras? —dijo—. ;Acaso eres
un espia enviado por muestro amo?
102
resentimiento—. Es un hombre igual que yo. En
verdad, s6lo hay una diferencia entre nosotros: é1
se viste ricamente mientras yo visto harapos; mien-
tras yo sufto hambre, él sufre de sobrealiments-
cin.
—Estamos en un pats libre —dijo el joven
rey—. Ti no eres esclavo de nadie,
—Cuando hay guerra —repuso el tejedor—,
Jos fuertes esclavizan a los débiles, y cuando hay
paz, los ricos esclavizan a los pobres. Tenemos
‘que trabajar para vivir, pero nuestros salarios son
tan bajos que la vida se nos va. Trabajamos el dia
entero para los ricos; ellos acumulan oro en sus
arcas mientras nuestros hijos mueren prematura-
mente, y los rostros de nuestros seres queridos se
ponen duros y malvados. Pisoteamos las uvas,
pero otros beben el vino, Sembramos el trigo,
pero nuestra mesa esté vacfa, Arrastramos cade-
nas, aunque no se vean, y somos esclavos, aun-
que nos digan que somos libres.
103pra _E HUN La HOA YoMROSCUBNTOS
S
—jA todos les pasa lo mismo? —pregunté
el joven rey.
—iA todos! —contest6 el tejedor—. A los
j6venes y a los ancianos, a las mujeres y a los
hombres, a los nifios y a los viejos. Los comer-
ciantes nos explotan y debemos estar a sus 6rde-
nes. El cura pasa en su caballo rezando el rosario
y nadie se preocupa de nosotros. La Pobreza, con
sus ojos hambrientos, se arrastra por nuestras ca~
Iles sin sol, y el Pecado, con su rostro ebrio, corre
tras ella. La Miseria nos despierta en la madruga-
da y por la noche la Vergtienza se duerme con
nosotros. Pero, ;acaso esto te importa? Ti no eres
de los nuestros; se te ve demasiado feliz
Y frunciendo el cefio metié su lanzadera
entre los hilos. El joven rey observ6 entonces que
estaba tejiendo con hilo de oro.
El terror se poderé de él.
—¢Para quién esta tejiendo ese traje? —pre-
guns,
—Para el rey, para su coronaci6n, ¢Y a ti,
qué te importa?
El joven rey lanz6 un grito y despert6. Se
104
ELRUISEROR Y LA ROSA Y OTROS CUENTOS
ze a5
encontraba en su propia alcoba. Una gran luna,
dorada por el amanecer, penetraba a través de la
ventana,
Se durmié de nuevo y volvié a sofiar.
Sofi6 que se hallaba en la cubierta de una
enorme galera impulsada por cien remeros escla~
vos. A su lado se sentaba, sobre una alfombra, el
capitén de la galera. Era negro como el ébano y
evaba un turbante de seda rojo. De los I6bulos
de sus orejas le colgaban grandes aros de plata y
tenfa en sus manos una balanza de marfil
A los esclavos s6lo los cubria un harapiento
taparrabos y cada uno estaba encadenado a su
vecino, El sol ardfa sobre su pieles mientras otros
negros se desplazaban junto a ellos azotindolos
con litigos de cuero. Los esclavos alargaban sus
magros brazos ¢ introduefan los pesados remos
en el agua.
Finalmente Megaron a una pequetia bahia,
donde empezaron a tirar la sonda. Una leve brisa
soplé desde tierra y cubrié con un fino polvo ocre
la cubierta y la gran vela latina, De pronto, y
montados en asnos, aparecieron tres drabes y les
105(pra FEHUBEROR VLA Hosa ¥ OTROS CUENTOS
ELRUISENOR Y LA ROSA Y OTROS CUENTOS
a
arrojaron flechas. El capitén de la galera tomé su.
arco ¢ hirié en el cuello a uno de ellos. El herido
cay6 pesadamente sobre la arena mientras sus
compafieros hufan al galope. Los seguia una mu-
jer montada en un camello, que volvia de vez en
cuando la cabeza para mirar al muerto.
En cuanto arriaron la vela y echaron el
ancla, los negros bajaron a la bodega y subie-
ron con una escalera de cuerda lastrada con
plomo, El capitén de la galera la arrojé por
encima de la borda y la amarr6 a dos argollas
de hierro, Luego los negros agarraron al escla-
vo més joven, le quitaron sus cadenas, le
taponearon la natiz y los ofdos con cera, y le
ataron un gran piedra a la cintura, El esclavo
bajé dificultosamente por la escalera y desapa-
recié en el mar. Del agua s6lo surgieron unas
pocas burbujas, miradas con curiosidad por los
otros esclavos. Un encantador de tiburones to-
caba en la proa ritmicamente un tambor.
‘Tras unos minutos el buzo surgié del agua y
se agarté jadeante a la escalera. En su mano dere-
ccha trafa una perla. Los negros se la quitaron y
106
ys —
volvieron a empujarlo al mar. Los esclavos dor-
mitaban sobre los remos.
El buzo apareci6 una y otra vez, trayendo
siempre una bella perla. El capitén de la galera las
pesaba y las ponia Iuego en tna bolsita de cuero.
EI joven rey quiso hablar pero su lengua
parecia pegada al paladar y sus labios no le obe-
decian. Los negros conversaban entre ellos, hasta
que de stibito empezaron a pelearse por un collar
de cuentas que destellaba. Dos grullas
sobrevolaban la galera,
EL buzo surgié por iltima vez. La perla que
‘rafa era mds bella que todas las perlas de Ormuz;
era redonda como la luna Hena y més brillante
que la estrella matutina, Pero el rostro del buzo
estaba extrafiamente pélido y cay6 sobre la cu-
bierta botando sangre por sus ofdos y su nariz, Se
estremecié un poco y luego quedé inmévil. Los
regros se encogieron de hombros y arrojaron el
cadaver por sobre la borda.
El capitén de la galera ri6 y tom6 la perla,
Luego de observarla, la apreté contra su frente &
hizo una reverencia.
107Fra_S-RUSERORY La OSA Y OTROS CUENTOS
pee_HeMUseROR LaRosa yomFOS CURIOS
A
—Esta seré para el cetro del joven rey —dijo—,
y ordené a los negros que levaran el ancla
Al oftlo, el joven rey lanz6 un agudo grito y
despert6, Por la ventana se vefan los largos dedos
arises de la aurora aferrados a las tenues estrellas.
Y de nuevo se qued6 dormido y sof
Sofis que caminaba por un bosque oscuro, de
cuyos Arboles colgaban exéticas frutas y bellas
flores venenosas. A su paso las serpientes silba-
ban y los papagayos chillaban volando de rama
en rama. Enormes tortugas dormitaban sobre el
ardiente barro, Entre los drboles pululaban monos
y pavos reales.
Camin6 hasta alcanzar el final del bosque y
ver a una gran multitud de hombres que trabaja-
ban en el lecho seco de un rio, Parecfan hormigas.
Hacfan profundos hoyos en la tierra y se metian
en ellos. Unos partfan rocas con pesados combos
¥ otros se inclinaban sobre la arena, arrancando
actos de rafz. Se gritaban unos a otros, yendo y
Viniendo, sin que ninguno dejara de trabajar.
La Muerte y Ia Avaricia los observaban des-
de la oscuridad de una caverna.
108
aS
—Estoy cansada —dijo la Muerte—. Dame
la tercera parte de ellos y deja que me vaya.
La avaricia negé con la cabeza.
—Son servidores mfos —repuso.
La muerte pregunts:
—{ Qué es eso que tienes en la mano?
—Tres granos de trigo. ;Acaso te importa?
—Dame uno para plantarlo en mi jardin;
s6lo uno y me iré —grité la Muerte.
—No te daré cosa alguna —dijo la Avaricia,
y oculté la mano entre sus ropas.
La Muerte rid, tom6 una copa y la sumergié
en un chareo.
De la copa emergié la Fiebre, Esta cruzé a
través de la multitud y un tercio de ella se desplo-
mé muerta, La segufa una frfa neblina y las ser-
pientes acudticas reptaban a su lado.
Al ver la Avaricia que la tercera parte de la
multitud habfa muerto, se golpes el pecho sollo-
zando. Se golped el vientre estéril y exclamé:
—Hias dado muerte a un tercio de mis servi-
dores. Aljate de aguf, En las montafias de Tartaria
hay guerra y los reyes de ambos bandos te necesi-
109ELRUISESOR VLA ROSA Y OTROS CUENTOS.
Ys si
tan. Los afganos han degollado al buey negro y
‘marchan hacia el frente de combate. Golpean sus
cescudos con sus lanzas y se han puesto sus cascos,
de hierro. {Tanto te interesa mi valle como para
quedarte en él? Aléjate. jNo vuelvas jamés a él!
—No; no me marcharé hasta que me hayas
entregado un grano de trigo —porfié la Muerte.
La Avaricia cerr6 entonces el puiio y aprets
los dientes.
—No te daré nada —dijo.
La Muerte ri6, agarré una piedra negra y la
Janz6 hacia el bosque. Desde un arbusto de cicu-
ta, la Fiebre emergié entonces envuelta en llamas.
‘Cruz6 por entre la multitud tocando a cada hom-
bre, el cual cafa muerto, Y la hierba se calcinaba a
su paso.
Temblando, la Avaricia se cubri6 la cabeza
de cenizas.
—iQué cruel eres! —grit6—, jqué cruel! El
hambre cunde tras las ciudades amuralladas de la
India y los pozos de Samarkanda se secaron. El
hambre cunde en las ciudades amuralladas de
Fito y las langostas se dejaron caer desde el
10
Jr TESUSEROR LARA YonRoSCumTOS
a
desierto. EI Nilo no se ha desbordado y los sacer-
dotes han maldecido a los dioses Isis y Osiris.
Corre adonde te necesitan y no toques a mis ser-
vidores.
—No —porfié la Muerte—, no te dejaré
hasta que me des un grano de trigo.
—Nada te daré —replicé la Avaricia,
La Muerte volvi6 a reir, y con tn silbido
hizo que una mujer apareciera volando, Esta tenfa
en su frente la palabra Peste y a su alrededor
volaba una bandada de buitres. Sus alas cubrieron
el valle y no quedé nadie con vida.
Chillando, la Avaricia huy6 a través del bos-
que, La Muerte salt6 entonces sobre su caballo
alazén y galop6, galopé ms répida que el viento,
Desde el barro del fondo del valle surgieron
Gragones y horribles seres cubiertos de escamas,
Los chacales se acercaron al trote, olfateando el
aire.
El joven rey rompié en Ianto.
—{Quienes eran aquellos hombres —pre~
gunté— y qué buscaban?
—Rubfes para la corona de un rey —dijo
rypen_S-RUSERORY LAROBA YoTROSCURNTS
alguien, tras él
‘Temblando, el joven rey se dio vuelta y vio a
tun hombre con ropas de peregrino que tenfa en la
mano un espejo de plata.
—