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ota} INDICE El ruisefior y la rosa pig. 7 El gigante egoista pag. 23 El principe feliz, pag. 37 El amigo fiel pag. 63 El joven rey pag. 93 Un cohete muy especial pag. 123 Oscar Wilde pig. 149 El ruisefior y la rosa -D kj gue baitarta conmigo site le- vaba unas rosas rojas —se lamentaba el joven estudiante—, pero no hay una sola rosa roja en todo mi jardin. Desde su nido de 1a encina, lo oy6 el ruise- flor. Miré por entre las hojas asombrado. —iNo hay ni una rosa roja en todo mi jar- din! —gritaba el estudiante Y sus hermosos ojos se llenaban de Ianto. —iAh, de qué cosa mas insignificante de- pende la felicidad! He lefdo cuanto han escrito los sabios, poseo todos los secretos de la filosofia y encuentro mi vida destrozada por carecer de tuna rosa roja, 7en_SURUSENOR LA ROSA YOTHOSCUENTS —He aqui, por fin, el verdadero enamorado —ijo el ruisefior—. Le he cantado todas las noches, aun sin conocerlo; todas las noches les cuento su historia a las estrellas; y ahora lo veo. Su cabellera es oscura como la flor del jacinto y sus labios rojos como la rosa que desea; pero la pasién le ha puesto pilido como el marfil y el dolor ha sellado su frente. —EI principe da un baile mafiana por la no- che —murmuraba el joven estudiante— y mi amada asistird a la fiesta. Si le Hevo una rosa roja, bailaré conmigo hasta el amanecer. Si le Ilevo tuna rosa roja, la tendré en mis brazos. Reclinaré su cabeza sobre mi hombro y su mano estrecharé la mfa, Pero no hay rosas rojas en mi jardin, Por lo tanto, tendré que estar solo y no me ha in- gn caso, No se fijaré en mi para nada y mi corazén se destrozaré . —He aqui el verdadero enamorado —dijo el ruiselior—, Sufre todo lo que yo canto: todo lo ue es alegria para mi es pena para él, Realmente 61 amor es algo maravilloso: es mas bello que las J PERUBEROH LA ROSA YOTHOSCUENTOS S, cesmeraldas y més caro que los finos 6palos. Per- las y rubfes no pueden pagarle, porque no se halla ‘expuesto en el mercado. No puede uno comprarlo al vendedor ni ponerlo en una balanza para adqui rirlo a peso de oro. —Los miisicos estardn en su estrado —decfa el joven estudiante—. Tocardn sus instrumentos de cuerda y mi adorada bailara a los sones del arpa y del violin, Bailard tan vaporosamente que su pie no tocar el suelo, y los cortesanos con sus alegres atav{os la rodearén solfcitos; pero conmi- 20 no bailaré, porque no tengo rosas rojas que darle. 'Y dejandose caer sobre el césped, se cubrfa la cara con las manos y lloraba. — {Por qué llora? —preguntaba una lagartija verde, correteando cerea de él, con la cola levan- tad, Si, qpor qué? —deefa una mariposa que revoloteaba persivu Evo digo yo. gpor q Inargurita a st ye Lior por ido un rayo de sol. ‘murmuré una ‘con una vocecilla tenue. rosa roja _pre_THHUSHRORY LA Rosh YOMROSCURMTES A, — Por una rosa roja? ;Qué tonteria! Y la lagartija, que era algo cfnica, se eché a refr con todas sus ganas. Pero el ruisefior, que comprendfa el secreto de la pena del estudiante, permanecié silencioso cn la encina, reflexionando sobre el misterio del amor. De pronto desplegé sus alas oscuras y em- prendié el vuelo. Pas6 por el bosque como tuna sombra, y como una sombra atraves6 el jardin. En el centro del cuadro se levantaba un her- moso rosal, y al verlo vol6 hacia él y se posé sobre una ramita. —Dame wna rosa roja —Ie grit6—, y te can- taré mis canciones més dulces. Pero el rosal mene6 la cabeza. —Mis rosas son blaneas —contesté—, blan- cas como la espuma del mar, mas blancas que la nieve de la montafia. Ve en busca de mi herma- no, el que crece alrededor del viejo reloj de sol, y quizé él te dé lo que deseas, u [Jam_SLRUSERORY LA ROSA ¥ OTROS CUENTOS ELRUISENOR Y LA ROSA Y OTROS CUENTOS XS Entonces el ruiseftor volé al rosal que crecfa en torno del viejo reloj de sol. —Dame una rosa roja —le grité—, y te can- taré mis canciones més dulces. Pero el rosal meneé la cabeza. —Mis rosas son amarillas —respondi6—, tan amarillas como los cabellos de las sirenas que se sientan sobre un tronco de érbol, més amarillas ‘que el narciso que florece en los prados antes que egue el segador con su hoz. Ve en busca de mi hermano, el que crece debajo de la ventana del estudiante, y quizé él te dé lo que deseas. Entonces el ruisefior vol6 al rosal que crecfa debajo de la ventana del estudiante. —Datne una rosa roja —le grité—, y te can- taré mis canciones més duces. Pero el arbusto mene6 la cabeza. —Mis rosas son rojas —respondié—, tan rojas como las patas de las palomas, més rojas que los grandes abanicos de coral que el océano mece en sus abismos; pero el invierno ha helado mis venas, la escarcha ha marchitado mis boto- 2 ay, . el huracén ha partido mis ramas, y no tendré iis rosas en este afo. —No necesito mas que una rosa roja —grit6 cl ruisefior—, una sola rosa roja. ,No hay ningtin medio para que yo la consiga’? —Hay un medio —respondié el rosal—, pero cs tan terrible que no me atrevo a decfrtelo, —Dimelo —contesté el ruisefior—. No soy miedoso. —Si necesitas una rosa roja —dijo el r0- sal, tienes que hacerla con notas de musica al claro de luna y tefirla con ta sangre de tu propio corazén, Cantarés para mi con el pecho apoyado mis espinas. Cantarés para mi durante toda la noche y las espinas te atravesardn el corazén: la sangre de tu vida correré por mis venas y se convertiré en sangre mia. —La muerte es un buen precio por una rosa roja —replie6 el ruisefior—, y todo el mundo ama la vida, Es grato posarse en el bosque verdeante y mirar al sol en su carro de oro y a la luna en su carro de perlas. Suave es el aroma de B Jim SEHUSENOR LA ROA ¥ OTROS CENTOS EL RUISERIOR Y LA ROSA Y OTROS CUENTOS av los nobles espinos. Dulces son las campanillas que se esconden en el valle y los brezos que cubren la colina, Sin embargo, el amor es mejor que Ia vida. ZY qué es el corazén de un péjaro comparado con el de un hombre? Entonces desplegé sus alas oscuras y em- prendié el vuelo. Pas6 por el jardin como una sombra, y como una sombra cruz6 el bosque. El joven estudiante permanecta tendido so- bre el césped alli donde el ruisefior lo dejé y las igrimas no se habfan secado atin en sus hermo- 508 ojos, —Sé feliz —le grit6 el nuisefior—, sé feliz; tendrds tu rosa roja. La crearé con notas de misi- ca al claro de luna y la teftiré con la sangre de mi propio corazén. Lo tinico que te pido, en cambio, es que seas un verdadero enamorado, porque el amor es mas sabio que Ia filosofia, aunque ésta sea sabia; més fuerte que el poder, por fuerte que éste lo sea. Sus alas son color de fuego y su cuerpo color de llama; sus labios son dulces como Ia miel y su aliento es como el incienso. 14 le A, El estudiante levant6 los ojos del césped y presté atencién; pero no pudo comprender lo que le decfa el ruisefior, pues Gnicamente sabia las cosas que estan escritas en los libros. Pero la encina lo comprendié y se puso tris- le, porque amaba mucho al ruiseiior que habia construido el nido en sus ramas. —Cntame la dltima cancién —murmuré—. iMe quedaré muy triste cuando te vayas! Entonces el ruisefior cant6 para la encina, y su voz era como el agua que rie en una fuente de plata. Al terminar su cancién, el estudiante se le- vant6, sacando al mismo tiempo su cuaderno de notas y su lapiz. “EL ruisefior —se decia pasedndose por la ‘alameda—, el ruisefior posee una belleza innega- ble, gpero siente? Me temo que no. Después de todo, es como muchos artistas: puro estilo, exen- to de sinceridad, No se sacrifica por los demés. No piensa més que en la miisica y en el arte; como todo el mundo sabe, es egofsta. Ciertamen- Is ELRUISENOR Y LA ROSA Y OTROS CUENTOS eS te, no puede negarse que su garganta tiene notas bellisimas. ;Qué léstima que todo eso no tenga sentido alguno, que no persiga ningdn fin préc- tico!” Y volviendo a su habitacién, se acosté sobre su jergén y se puso a pensar en su adorada, Al poco rato se quedé dormido. Y cuando la luna brillaba en los cielos, el ruisefior vols al rosal y colocé su pecho contra las espinas Y toda la noche canté con el pecho apoyado sobre las espinas; y la frfa luna de cristal se detu- vo y estuvo escuchando toda la noche. Canté durante la noche entera; las espinas penetraron cada vez mas en su pecho, mientras Ja sangre de su vida flufa de su pecho. Al principio canté el nacimiento del amor en el coraz6n de un joven y de una muchacha; y sobre la rama mas alta del rosal florecié una rosa maravillosa, pétalo tras pétalo, cancién tras can- cién, * Primero era palida como la bruma que flota 16 ELRUISENOR YLA ROSA Y OTROS CUENTOS | aS sobre el rio, pélida como los pies de la mafiana y argentada como las alas de la aurora, La rosa que florecfa sobre la ramas més altas del rosal parecfa la sombra de una rosa en un espejo de plata, la sombra de la rosa en un lago, Pero el rosal grité al ruiseitor que se apretase ‘més contra las espinas. —Aprigtate més, ruisefior —le decié Megaré el dia antes que la rosa esté terminada, Entonces el ruisefior se apreté mas contra las, espinas y su canto fluy6 més sonoro, porque can- taba el nacimiento de la pasién en el alma de un hombre y de una virgen. Y un delicado rubor aparecié sobre los péta- los de la rosa, lo mismo que enrojece la.cara de un enamorado que besa los labios de su prometida. Pero las espinas no habfan Hlegado atin al corazén del ruisefior; por eso el corazdn de la rosa seguia blanco: porque sélo la sangre de un ruisefior puede colorear el corazén de una rosa. Y el rosal grité al ruisefior que se apretase ‘més contra las espinas. 0 18 FL RUISENOR Y LA ROSA Y OTROS CUENTOS —Apriétate més, ruisefior le repetia—, 0 egaré el dia antes que la rosa esté terminada. Entonces el ruisefior se apreté aun més con- {ra las espinas, y las espinas tocaron su corazén y 61 simtié en su interior un cruel tormento de dolor. Cuanto més cruel era su dolor, més impetuo- so salfa su canto, porque cantaba el amor subli- mado por la muerte; el amor que no termina en la tumba. Y Ia rosa maravillosa enrojecié como las rosas de Bengala. Purpiireo era el color de los pétalos y purptireo como un rubf era su corazén, Pero la voz del ruisefior desfallecié. Sus bre- ves alas empezaron a batir y una nube se extendié sobre sus ojos. Su canto se fue debilitando cada vez més. tid que algo se le ahogaba en la garganta. Entonces su canto tuvo un diltimo destello. La blanca luna lo oy6 y olvidéndose de la aurora se detuvo en el cielo. La rosa roja lo oy6; tembl6 toda ella de arro- bamiento y abrié sus pétalos al aire frio del alba. si 19 Jr_EERUSERORY LAROA¥ OTROS CUENTOS ELRUISEROR Y LA ROSA Y OTROS CUENTOS = El eco lo condujo hacia su caverna purptirea de las colinas, despertando de sus suefios a los rebafios dormidos. El canto floté entre los caftaverales del rio, que llevaron su mensaje al mar. —Mira, mira —grité el rosal—, ya esté ter- ‘minada la rosa. Pero el ruisefior no respondié: yacfa muerto sobre las altas hierbas, con el coraz6n traspasado de espinas. ‘A mediodia el estudiante abrié su ventana y miré hacia afuera, —iQué extrafia buena suerte! —exclamé—. jHe aqui una rosa roja! No he visto una rosa semejante en toda mi vida. Es tan bella, que estoy seguro de que debe tener en latin un nombre enrevesado. E inclinéndose, la cogié. Inmediatamente-se puso el sombrero y corrié casa del profesor, Ilevando en su mano la rosa. La hija del profesor estaba sentada a la puer- ta, Devanaba seda azul sobre un carrete, con un perrito echado a sus pies. 20 lo = —Dijiste que bailarias conmigo si te traia tuna rosa roja —le dijo el estudiante—. Aqui tie- nes [a rosa més roja del mundo. Esta noche la prenderas cerca de tu corazén, y cuando bailemos juntos, ella te diré cudnto te quiero. Pero la joven fruncié las cejas. —Temo que esta rosa no armonice bien con mi vestido —respondié—. Ademés, el sobrino del chambelén me ha enviado varias joyas de verdad, y ya se sabe que las joyas cuestan més que las flores. —Oh, qué ingrata eres! —dijo el estudiante Heno de cdlera, Y tir la rosa al arroyo. Un pesado carro la aplast6. —jIngrata! —dijo la joven—. Te diré que te portas como un grosero; y después de todo, qué eres? Un simple estudiante. Bah! No creo que puedas tener nunca hebillas de plata en los zapa- tos como las del sobrino del chambeldn. Y levanténdose de su silla, se metié en su 21 pr _SLUSERORYLA OSA YOTROSCUENTOS “;Qué tonterfa es el amor! —se decfa el estu- diante a su regreso—. No es ni la mitad de dil que la l6gica, porque no puede probar nada; habla siempre de cosas que no sucederén y hace creer a la gente cosas que no son ciertas. Real- mente, no es nada préctico, y como en nuestra época todo estriba en ser prictico, voy a volver a la filosofia y al estudio de La metafisica.” Y dicho esto, el estudiante, una vex en su habitacién, abri6 un gran libro polvoriento y se puso a leer, El gigante egoista > 818: 6 Cando volvian del colegio, cada tarde, los nifios tenfan la costumbre de ir a jugar al jardin del gigante. Era un jardin grande y solitario, con un sua- verde ¢ésped. Brillaban hermosas flores so- bre el suelo, y habia doce durazneros que en primavera se cubrian con delicadas flores de un blanco rosado y que en otofio daban jugosos frutos, Los p4jaros, posados sobre las ramas, canta- ban tan deliciosamente, que los nifios solfan inte- rrumpir sus juegos para escucharlos. 23 em_TURUSENORY LA Rosa ¥ mms CUENTOS —iQué felices somos aqui! —se deefan unos aotros. Un dia volvi6 el gigante. Habia ido a vi ‘4 su amigo el ogro de Comualles, y se quedé siete afios en su casa. Al cabo de los siete ailos dijo todo lo que tenia que decir, pues su conversa~ ci6n era limitada, y decidié volver a su castillo. Al llegar, vio a los nifios que jugaban en su jardin. —{ Qué hacen ahf? —Ies grité con voz des. agradable, Los nifios huyeron. —Mi jardin es para mf solo —prosiguié el gigante—. Todos deben entenderlo asf, y no per- mitiré que nadie que no sea yo se divierta en él Entonces lo cereé con altas murallas y puso el siguiente cartelén: SE PROHIBE LA ENTRADA. BAJO LAS PENAS LEGALES CORRESPONDIENTES EL RUISERIOR Y LA ROSA Y OTROS CUENTOS (Je>_S-HUSEROH LA HOSA ¥ Orns CURNTOS AS, Era un gigante egofsta. Los pobres niffos no tenfan ya sitio de recreo. Intentaron jugar en la carretera; pero la ca- rretera estaba muy polvorienta, toda llena de agu- das piedras, y no les agradaba. ‘Tomaron la costumbre de pasearse, una vez terminadas sus lecciones, alrededor del alto muro, para hablar del hermoso jardin que habfa al otro lado. Entonces lleg6 la primavera y el pais se lend de pajaros y florecillas. Sélo en el jardin del gigante egoista conti- nuaba siendo invierno. Los pajaros, desde que no habfa nifios, no tenfan interés en cantar y los érboles no se acor- daban de florecer. En cierta ocasién una linda flor levanté su cabeza sobre el césped; pero al ver el cartel6n se entristecié tanto pensando en los nifios, que se dejé6 caer a tierra, volviéndose a dormir. Los tnicos que estaban contentos eran el hielo y la nieve. 26 a= B —La primavera se ha olvidado de este jardin —exclamaban—. Gracias a esto vamos a vivir en 61 todo el afi. La nieve extendié su gran manto blanco so- bre el césped y el hielo visti6 de plata todos los frboles. Entonces invitaron al viento Norte a que vi- niese a pasar una temporada con ellos. El viento Norte acept6 y vino. Estaba en- vuelto en pieles. Aullaba durante todo el dia por el jardin, derribando chimeneas a cada momento. —Este es un sitio delicioso —decfa—, Invi- temos también al granizo. Y lego también el granizo. ‘Todos los dias, durante tres horas, tocaba el tambor sobre la techumbre del castillo, hasta que rompié muchas tejas. Entonces se puso a dar vvueltas alrededor del jardin, lo més de prisa que pudo, Iba vestido de gris y su aliento era de hielo. —No comprendo por qué la primavera tarda tanto en Llegar —decia el gigante egoista cuando se asomaba a la ventana y vefa su jardin blanco y frio—. {Ojalé cambie el tiempo! 27 EL RUSERORY LA ROSA Y OTROS CUENTOS ne Pero la primavera no legaba, ni el verano tampoco. El otofio trajo frutos de oro a todos os ja nes, pero no dio ninguno al del gigante. —Es demasiado egofsta —dijo. Y segufa el invierno en casa del gigante, y el viento Norte, el granizo, el hielo y la nieve danza- ban en medio de los érboles. Una maiiana, el gigante acostado en su le- cho, pero ya despierto, oy6 una miisica deliciosa Soné tan dulcemente en sus ofdos, que le hizo imaginarse que los mtisicos del rey pasaban por alli, En realidad, era un pardillo que cantaba ante su ventana; pero como no habja ofdo a un péjaro en su jardin hacfa mucho tiempo, le parecié la msica més bella del mundo. Entonces el granizo dejé de bailar sobre su cabeza y el viento Norte de rugit. Un perfume delicioso Hegé hasta é1 por la ventana abierta, —Creo que ha llegado al fin a primavera —Aijo el gigante, pe" La nos Yorn CUBTOS —-_<—T— ovr Y saltando de la cama se asomé a mirar por la ventana. ZY qué vio? Pues vio un espectaculo extraordinario. Por una brecha abierta en el muro, los nifios se habyan deslizado en el jardin, encaramsndose a ramas. Sobre todos los Arboles que alcanzaba 4a ver el gigante, habia un niio, y los arboles se sentian tan dichosos de sostener nuevamente a los nfios, que se habsan cubierto de flores y agita- ban graciosamente sus brazos sobre las cabezas infantile Los pajaros revoloteaban cantando con deli- cia y las flores refan irguiendo sus cabezas sobre el eésped. Era un cuadro precioso. Sélo en un rineén, en el rincn més apartado del jardin, seguia siendo invierno. Alli se encontraba un nifio muy pequefio. “Tan pequefio era, que no habfa podido llegar a las ramas del érbol y se paseaba a su alrededor Ilo- rando amargamente, El pobre arbol estaba atin cubierto de hielo y 29 EL RUISENOR Y LA ROSA ¥ OTROS CUENTOS de nieve, y el viento Norte soplaba y rugia por encima de é1. —Sube ya, muchacho —decia el arbol. Y le alargaba sus ramas, inclinéndose todo lo que podia, pero el nifio era demasiado pequefio. El coraz6n del gigante se enternecit {Qué egofsta he sido! —pensé—. Ya sé por qué Ja primavera no ha querido llegar hasta aqui. Voy a colocar a ese pobre pequefiuelo sobre la cima del drbol, luego echaré abajo el muro, y mi jardin serd desde ahora el sitio de recreo de los nifios.” Estaba verdaderamente arrepentido de lo que habia hecho. Entonces bajé las escaleras, abrié nuevamente la puerta y entré en el jardin. Pero cuando los nifios lo vieron, se aterrori zaron tanto que huyeron y el jardin se cut nuevamente de nieve y de hielo. Unicamente el nifio pequeflito no habja hui- do, porque sus ojos estaban tan llenos de légrimas que no lo vio venir. 30 1H, RUISENOR V LA ROSA Y OTROS CUENTOS Jra_TERUIERIOR LA ROSA ¥ OTROS CUENTOS Sy El gigante se acered a ¢1, 1o cogié carifiosa- mente y lo deposité sobre el drbol. Y el drbol inmediatamente florecié, los péja- ros vinieron a posarse y a cantar sobre él y el nifio extendi6 sus brazos, rode6 con ellos el cuello del gigante y lo bes6. Los otros nifios, viendo que el gigante ya rno era malo, se acercaron y la primavera los acompaii6. —Desde ahora este jardin es de ustedes, pe- quefiuelos —dijo el gigante. Y cogiendo un martillo muy grande, ech6 abajo el muro. Asi, cuando los campesinos fueron a medio- dia al mercado, vieron al gigante jugando con los nitfos en el jardin més hermoso que pueda imagi- Estuvieron jugando durante todo el dfa, y por la noche fueron a despedirse del gigante. —Pero, {dénde esta el comparierito de uste- des? —les pregunté—. ;Aquel muchacho que subj al érbol? = A, A él era a quien queria més el gigante, por- que le habia abrazado y besado. No sabemos —respondieron los nifios—; ne ha ido. Diganle que venga mafiana sin falta repuso el gigante. Pero los niflos contestaron que no sabfan donde vivia y que hasta entonces no to habfan visto nunca. EL gigante se quedé muy triste. Todas las tardes, a la salida del colegio, venfan los nifios a jugar con el gigante, pero éste ya no volvié a ver al pequefiuelo a quien querfa tanto. Bra muy bon- daxloso con todos os nifios, pero echaba de me- nos a su primer amiguito y hablaba de él con frecuen —jCémo me gustaria verlo! —solia decir. Pasaron los afios y el gigante envejeci6 y fue \obilitindose. Ya no podia tomar parte en los juegos; permanecfa sentado en un gran sill6n vien- «lo jugar a los niffos y admirando su jardin, —Tengo muchas flores bellas —decfa—, 33 EL RUISERORY LA ROSA Y OTROS CUBNTOS FE RISRON ANOS ONESIES _ agg pero los nifios son las flores més bellas de todas. Una maiiana de inviemo, mientras se vestia, ‘miré por la ventana. ‘Ya no detestaba el invierno; sabfa que no es sino el suefio de la primavera y el reposo de las flores. De pronto se froté los ojos aténito, y miré con atencién, Realmente era una visién maravillosa. En un extremo del jardin habia un érbol casi cubierto de flores blancas. Sus ramas eran todas de oro y colgaban de ella frutos de plata; bajo el érbol aquel estaba el pequefiuelo a quien tanto querfa. EL gigante se precipit6 por las escaleras le~ no de alegria y entré en el jardin. Corrié por el ceésped y se acercé al nifio, Y cuando estuvo junto a él, su cara enrojecié de célera y exclams: —{ Quién se ha atrevido a herirte? En las pal mas de la mano del nifio y en sus piececitos se vefan las sefiales sangrientas de los claves. —{Quién se ha atrevido a herirte? —grité el a4 AW AY \ Ny Ses Ns a gigante—. Dimelo. Iré a coger mi espada y lo mataré. —No —respondié el nifio—, éstas son las heridas del Amor. —L¥ quién es ése? —dijo el gigante. Un temor respetuoso le invadi6, haciéndole caer de rodillas ante el pequefiuelo. El nifio sonri6 al gigante y le dijo: —Me dejaste jugar una vez.en tu jardin. Hoy vendras conmigo a mi jardin, que es el Paraiso. Y cuando Hegaron los niffos aquella tarde, encontraron al gigante tendido, muerto, bajo el Arbol, todo cubierto de flores blancas, 36 i El Principe Feliz Een ta parte més alta de 1a ciudad, sobre un pequefio pedestal, se alzaba la estatua del Principe Feliz ‘staba enteramente revestida de madreselva de oro fino. Sus ojos eran dos centelleantes zafi- ros y un gran rubf rojo ardfa en el pufio de su cexpada, Por todo esto era muy admirada, —Es tan hermoso como una veleta —obser- v6 uno de los miembros del concejo que descaba ser considerado como entendido en arte—. Aho- |,no es tan titil —afiadi6, temiendo que lo toma- ran por un hombre poco prictico. 37 Jem _E UBER LA Hosa Yoo cUBNTOS EL RUISEROR YLA ROSA Y OTROS CUENTOS xs Y realmente no lo era. —;{Por qué no eres como el Principe Feliz? —preguntaba una madre carifiosa a su hijito, que pedfa la luna—. El Principe Feliz.no hubiera pen- sado nunca en pedir nada gritando de ese modo. —Me hace dichoso ver que hay en el mundo alguien que es completamente feliz —murmura- ba un hombre fracasado, contemplando la estatua maravillosa, —La verdad es que parece un éngel —de- fan los nifios del orfelinato al salir de la catedral, vestidos con sus soberbias capas escarlatas y sus lindas chaquetas blancas. —{En qué lo conocen —replicaba el profe- sor de mateméticas—, si no han visto nunca uno? —iOh! Los hemos visto en suefios —res- pondieron los nifios. Y el profesor de matematicas fruncia las ce- jas, adoptando un severo aspecto, porque a él no le parecia bien que unos nifios se permitiesen sofia. Una noche vol6 sin descanso una Golondri- na hacia ta ciudad. 38 a Hacfa seis semanas que sus amigas habfan partido para Egipto, pero ella se qued6 atrés. Estaba enamorada del més hermoso de los juncos. Lo encontré al comienzo de la primavera, cuando volaban sobre el rfo persiguiendo a una Wn mariposa amarilla, y su talle esbelto la atrajo de tal modo, que amainé el vuelo para hablarle, —{ Quieres que te ame? —dijo la Golondri- it, que no se andaba con rodeos. Y el Junco le hizo un profundo saludo. Entonces la Golondrina revolotes a su alre- dedor, rozando el agua con sus alas y trazando las de plata, Era su manera de hacer la corte. Y asf trans- currié todo el verano. —Es un enamoramiento ridfculo—gorjeaban as otras golondrinas—. Ese Junco es un pobretén y tiene una familia muy numerosa. Pues, en efecto, todo el rfo estaba cubierto de juncos. Cuando Hlegé el otofio, todas las golondri- nas emprendieron el vuelo, ver que se fueron, la enamorada se. sin- 39 Jr PERUBERORY LA OSA YOTROSCUENTOS aK muy sola y empez6 a cansarse de su amante. “No sabe hablar —decia ella—. Y, ademas, temo que sea inconstante, porque coquetea sin cesar con la brisa.” Y realmente, cuantas veces soplaba la brisa, el Junco hacfa las més graciosas reverencias “Veo que es muy casero —murmuraba la Golondrina—. A mf me gustan los viajes. Por lo tanto, al que me ame le debe gustar viajar conmi- g0." i Quieres seguirms mo la Golondrina al Junco. Pero el Junco moyié la cabeza. Estaba dema- siado atado a su hogar. —iTe has burlado de m{! —Ie grité la Golon- drina—. Me marcho a las pirémides. ;Adiés! Y la Golondrina se fue. Vol6 durante todo el dfa y al caer la noche lege a la ciudad. “Dende buscaré un abrigo? —se dijo—. Su- pongo que Ia ciudad habré hecho preparativos para recibirme.” —pregunt6 por ailti- EL RUISERIOR VLA ROSA Y OTROS CUENTOS a, Entonces divis6 la estatua sobre la columnita. —Voy a cobijarme alli —grité—. El sitio es bonito y abt hace fresco. Y se dej6 caer precisamente entre los pies del Principe Feliz, “Tengo una habitacién dorada”, se dijo que- damente, después de mirar alrededor. Y se dispuso a dormir. Pero al ir a colocar su cabeza bajo el ala, le cay6 encima una pesada gota de agua. —{Qué curioso! —exclamé—. No hay una sola nube en el cielo, las estrellas estén claras y brillantes, jy, sin embargo, llueve! El clima del norte de Europa es verdaderamente extrafio. Al Junco le gustaba Ia Iluvia; pero en él era puro egoismo. Entonces cayé una nueva gota. {Para qué sirve una estatua si no resguarda de la lluvia? —dijo la Golondrina—. Voy a buscar tun buen copete de chimenea. Y se dispuso a volar més lejos. Pero antes que abriese las alas cay6 wna tercera gota. 4 EL RUSSEROR Y LA ROSA Y OTROS CUENTOS. | re | LaG Jo que vio! Los ojos del Principe Feliz estaban arrasados de lagrimas, que corrfan por sus mejillas de oro, ‘Su rostro era tan bello a la luz de la luna, que la Golondrina se sinti6 Mena de piedad. —{Quién eres? —4ijo, —Soy el Principe Feliz. —Entonces, ,por qué Horas de ese modo? —pregunté la Golondrina—. Me has dejado casi ‘empapada. —Cuando yo estaba vivo y tenia un corazén de hombre —dijo la estatua—, no sabia lo que eran las lagrimas, porque vivia en el Palacio de la Despreocupacién, en el que no se permite la en- trada al dolor, Durante el dia jugaba con mis compaiieros en el jardin y por la noche bailaba en el gran sal6n, Alrededor del jardin se alzaba una muralla muy alta, pero nunca me preocups lo que habfa detras de ella, pues todo cuanto me rodeaba era hermosisimo, Mis corte: Principe Feliz, y, en verda londrina miré hacia arriba y vio... ;Ah, nos me llamaban el yoera feliz, sies que 42 EL RUISEROR Y LA ROSA Y OTROSCUENTOS Ja _PERUISEROR LA ROSA Y OTROS CUERTOS aS, el placer es a felicidad. Ast vivi y ast mori, y ahora que estoy muerto me han elevado tanto, que puedo ver todas las fealdades y todas las miserias de mi ciudad, y aunque mi coraz6n sea de plomo, no me queda més recurso que llorar. jCémo! ,No es de oro de buena ley?”, pen- 6 Ia Golondrina para sus adentros, pues estaba demasiado bien educada para hacer observacio- nes en voz alta sobre las personas. —Alli abajo —continus Ia estatua con su vor leve y musical—, allf abajo, en una callejue- la, hay una pobre vivienda. Una de sus ventanas esta abierta y por ella puedo ver a una mujer sentada ante una mesa. Su rostro est4 enflaqueci- do y ajado. Tiene las manos hinchadas y enrojeci- das, llenas de pinchazos de aguja, porque es cos- turera. Borda pasionarias sobre un vestido de raso que debe lucir en el préximo baile de corte la mas bella de las damas de honor de la reina. Sobre un echo, en el rineén del cuarto, yace su hijito enfer- mo. Tiene fiebre y pide naranjas. Su madre no puede darle més que agua del rio, y por ello Lora. 44 = a Golondrina, Golondrinita, no quieres llevarle el rubf det pufio de mi espada? Mis pies estén suje- {os al pedestal y no me puedo mover. —Me esperan en Egipto —respondié la Go- londrina—. Mis amigas revolotean de aqui para alli sobre el Nilo y charlan con los grandes lotos. Pronto irdn a dormir al sepulero del Gran Rey. El mismo rey esté allf en su caja de madera, envuel- to en una tela amarilla y embalsamado con sus- tancias arométicas. Tiene una cadena de jade ver- de pilido alrededor del cuello y sus manos son como unas hojas secas. —Golondrina, Golondrina, Golondrinita dijo el Principe—, no te quedarés conmigo tuna noche y serés mi mensajera? ;Tiene tanta sed el nifio y tanta tristeza la madre! -No creo que me agraden los niflos —con- lest6 la Golondrina—. El invierno pasado, cuan- do yo vivia a orillas del rio, dos muchachos mal educados, los hijos del motinero, se pasaban el ticmpo tirdndome piedras. Claro que no me al- canzaban, Nosotras, las golondrinas, volamos 4s (pra Herstion ya Rost omos cumTOS aS, demasiado bien para eso y ademés yo pertenezco una familia célebre por su agilidad; pero a pesar de todo era una falta de respeto, La mirada del Principe Feliz era tan triste, que la Golondrina se quedé apenada. —Mucho frio hace aqui —le dijo—, pero me quedaré una noche contigo y seré tu mensajera, —Gracias, Golondrinita —respondis el Prin- cipe. Entonces la Golondrina arraneé el gran ruby de la espada del Principe y, Hevéndolo en el pico, ‘vol6 por sobre los tejados de la ciudad. Pas6 sobre la torre de la catedral, donde ha- bia unos angeles esculpidos en mérmol blanco. Pas6 sobre el palacio real y oy6 la miisica de baile. Una bella muchacha aparecié en el baleén con su novio. —iQué hermosas son las estrellas —le di- jo y qué poderosa es ta fuerza del amor! —Quisiera que mi vestido estuviese acabado para el baile oficial —respondi6 ella—. He man- 46 EL RUISEROR Y LA ROSA Y OTROS CUENTOS dado bordar en él unas pasionarias, ;pero son tan perezosas las costureras! Pasé sobre el rio y vio los fanales colgados cn los méstiles de los barcos. Pasé sobre el ghetto y vio a los judfos viejos negociando entre ellos y pesando monedas en balanzas de cobre. Al fin Ileg6 a la pobre vivienda y eché un vistazo dentro. El nifio se agitaba febrilmente en su camita y la madre se habia quedado dormida de cansancio, La Golondrina entré en la habitaci6n y puso cl gran ruby sobre la mesa, encima del dedal de la costurera, Luego revoloted suavemente alrededor del lecho, abanicando con sus alas la cara det niito, —iQué fresco més dulce siento! —murmuré el nifio—, Debo estar mejor. Y cay6 en un delicioso suefio. Entonces la Golondrina se dirigi6 a todo vuelo el Principe Feliz y le conté lo que habia hai hecho. —Es curioso —observé ella—, pero ahora 47 EL RUISENOR Y LA ROSA Y OTROS CUENTOS J RUSENORYIATO casi siento calor, y, sin embargo, hace mucho fro. Y la Golondrina empezé a reflexionar y en- tonces se durmis. CCuantas veces reflexionaba, se dormia. Al despuntar el alba vol6 hacia el rfo y tomé un baiio, —jNotable fenémeno! —exclamé el profe~ sor de omitologia que pasaba por el puente—. {Una golondrina en invieno! Y escribié sobre aquel tema una larga carta a un periédico local. Todo el mundo la cit6, ;Estaba plagada de palabras que no se podian comprender!. “Esta noche parto para Egipto”, se decfa la Golondrina. Y s6lo de pensarlo se ponfa muy contenta. ‘Visité todos los monumentos pablicos y des- cansé un gran rato sobre Ia punta del campanario de la iglesia. Por todas partes adonde iba piaban los go- rriones, diciéndose unos a otros — Qué extranjera més distinguida! 48 EL RUISEROR Y LA ROSA Y OTROS CUENTOS J_PERUSEROR La Rosa Yorn CUTER eas, ¥ esto la Ilenaba de gozo. Al salir la luna, volvi6 a todo vuelo hacia el Principe Feliz. —;Tienes algiin encargo para Egipto? —le grité—. Voy a emprender el vuelo. —Golondrina, Golondrina, Golondrinita —Aijo el Principe—, no te quedards otra noche conmigo? —Me esperan en Egipto —respondic la Go- Jondrina—. Mafiana mis amigas volarén hasta la segunda catarata. Allf el hipopétamo se acuesta entre los juncos y el dios Memnén se alza sobre un gran trono de granito. Acecha a las estrellas durante toda la noche, y cuando brilla Venus, lanza un grito de alegria y luego se calla. A me- diodfa, los rojizos leones bajan a beber a la orilla del rio. Sus ojos son verdes aguamarinas y sus rugidos dominan a los rugidos de la catarata. —Golondrina, Golondrina, Golondrinita —Aijo el Principe—, alld abajo, al otro lado de la ciudad, veo a un joven en una buhardilla, Esté inclinado sobre una mesa cubierta de papeles y en tun vaso a su lado hay un ramo de violetas marchi- 50 m as tas. Su cabello es negro y rizoso y sus labios son rojos como pepas de granada. Tiene unos grandes ojos sofiadores. Trata de terminar una obra para el director del teatro, pero tiene demasiado frfo para seguir escribiendo. No hay fuego ninguno en el ‘aposento y el hambre lo ha rendido. —Me quedaré otra noche contigo —dijo la Golondrina, que tenia realmente buen coraz6n—. {Debo Hlevarle otro rubt? —iAy! No tengo més rubies —dijo el Princi- pe—. Mis ojos son lo tinico que me queda. Son unos zafiros extraordinarios trafdos de la India hace miles de afios. Arréncame uno de ellos y lévaselo. Lo venderé a un joyero, se comprar imentos y combustible, y concluird su obra, —Amado Principe —dijo la Golondrina—, ‘eso no lo puedo hacer yo. Y se ech6 a Morar. —iGolondrina, Golondrina, Golondrinita! —ijo el Principe—. Haz lo que te pido. Entonces la Golondrina arrancé un ojo del Principe y vol6 hacia la buhardilla del estudiante SL pom HUSHNOR LA ROSA YomROS CUETO Era fécil penetrar en ella porque habia un agujero enel techo. La Golondrina entr6 por él como wna flecha y se encontré en la habitacién. EI joven tenia la cabeza entre las manos. No oy6 el aleteo del pdjaro, y cuando levants la cabeza, vio el hermoso zafiro colocado sobre las violetas marchitas. —Empiezo a ser estimado —exclamé—. Esto proviene de algtin rico admirador. Ahora puedo terminar la obra, Y parecia felicisimo. Al dfa siguiente la Golondrina vol6 hacia el puerto. Descansé6 sobre el méstil de un gran navio y contempld a los marineros, que sacaban enormes cajas de la cala tirando de unos cabos. —iAh, iza! —gritaban a cada caja que lega- baal puente, —iMe voy a Egipto! —les grité 1a Goton- rina. Pero nadie le hizo caso, y al salir Ja luna volvié hacia el Principe Feliz. 92 EL RUISENOR Y LA ROSA Y OTROS CUENTOS Pp S —He venido para decirte adiés —Ie dijo. —iGolondrina, Golondrina, Golondrinita! -exclamé el Principe—, ,no te quedarés conmi- ‘20 una noche més? —Es invierno —replic6 1a Golondrina—, y pronto estard aguf la nieve glacial. En Egipto calienta el sol sobre las palmeras verdes. Los cocodrilos, acostados en el barro, miran perezo- samente a los érboles, a orillas del rio, Mis com- pafieras construyen nidos en el templo de Baalbeck. Las palomas rosadas y blancas las si- guen con Ia mirada mientras se arrullan. Amado Principe, tengo que dejarte, pero no te olvidaré ‘nunca y la primavera préxima te traeré de all dos bellas piedras preciosas para que sustituyan a las que diste. Bl ruby ser més rojo que una rosa roja yy el zafiro serd tan azul como el océano, —Allé abajo, en la plazoleta —contesté el Principe Feliz—, tiene su puesto una nifia vende- dora de fésforos. Se le han caido los fésforos al Toyo, estropedndose todos. Su padre le pegaré si no lleva algiin dinero a casa, y est lorando, 33 No tiene ni medias ni zapatos y leva la cabecita al descubierto. Arréncame el otro ojo, daselo, y su padre no le pegara. —Pasaré otra noche contigo —dijo la Go- ondrina—, pero no puedo arrancarte el ojo, por- que entonces te quedarias ciego del todo. —Golondrina, Golondrina, Golondrinita! —Aijo el Principe—. Haz lo que te mando. Entonces la Golondrina arraneé el segundo ojo del Principe y emprendié el vuelo Hevéndo- selo. Se pos6 sobre el hombro de la vendedora de f6sforos y desliz6 la joya en la palma de su mano. {Qué bonito pedazo de cristal! —exclams la nia, Y corrié a su casa muy alegre. Entonces la Golondrina volvié de nuevo ha- cia el Principe. —Abhora estés ciego. Por eso me quedaré contigo para siempre. —No, Golondrinita —dijo el Principe—. Tienes que ir a Egipto. 54 [BL RUISENOR Y LA ROSA Y OTROS CUENTOS > EL RUISEROR Y LA ROSA Y OTROS CUENTOS = a aS, —Me quedaré contigo para siempre —dijo la Golondrina. Y se durmié entre los pies del Principe. Al dia siguiente se colocé sobre el hombro del Prin- cipe y le refirié lo que habfa visto en pafses ex- trafios. Le habl6 de los ibis rosados que se colocan en largas filas a orillas del Nilo y pescan a picotazos peces de oro; de la esfinge, que es tan vieja como el mundo, vive en el desierto y lo sabe todo; de los mercaderes que van despaciosos jun- to a sus camellos, pasando las cuentas de unos rosarios de mbar; del rey de las montafias de la Luna, que es negro como el ébano y que adora un gran bloque de cristal; de la gran serpiente verde que duerme en una palmera y que es alimentada ‘con pastelitos de miel por veinte sacerdotes, y de Jos pigmeos que navegan por un gran lago sobre anchas hojas y estén siempre en guerra con las mariposas. —Querida Golondrinita —dijo el Prin- cipe—, me cuentas cosas maravillosas, pero mas 56 maravilloso atin es 1o que soportan los hombres y las mujeres. No hay misterio més grande que la miseria, Vuela por mi ciudad, Golondrinita, y dime 1o que veas. Entonces la Golondrina vol6 por la gran ciu- dad y vio a los ricos que se festejaban en sus magnificos palacios, mientras los mendigos esta- ban sentados a sus puertas. Vol6 por los barrios oscuros y vio las pélidas caras de los nifios hambrientos que miraban indi- ferentes las calles sombrias.. Bajo los arcos de un puente estaban acosta- dos dos nifiitos abrazados uno a otro para calen- tarse, —iQué hambre tenemos! —decéan. —iNo pueden estar tumbados aqui! —les rit6 un guardia. Ellos se alejaron bajo la lluvia. Entonces la Golondrina reanudé su vuelo y fue a contar al Principe lo que habia visto. —Estoy cubierto de oro fino —dijo el Prin- cipe—; despréndelo hoja por hoja y déselo a mis 7 Fre PLRUSENORY LA HOSA Y OTROS CUENTOS a pobres. Los hombres creen siempre que el oro puede hacerlos felices. Hoja por hoja arrancé la Golondrina el oro fino hasta que el Principe Feliz. se qued6 sin brillo ni belleza. Hoja por hoja lo distribuy6 entre los pobres, y las caritas de los nifios se tornaron nuevamente sonrosadas y rieron y jugaron por la calle. —iYa tenemos pan! —gritaban, Entonces legé la nieve, y después de la nie~ ve, el hielo. Las calles parecfan empedradas de plata de tanto como relucfan. Largos cardmbanos, semejantes a pufales de cristal, pendian de los tejados de las casas. Todo el mundo se cubria de pieles y los nifios llevaban gorritos rojos y patinaban sobre el hielo. La pobre Golondrina tenfa frio, cada vez mas frfo, pero no querfa abandonar al Principe: lo amaba demasiado para hacerlo, Picoteaba las migas a la puerta del panadero cuando éste no la vefa e intentaba calentarse ba- tiendo las alas. 58 HL RUISEROR Y LA ROSA ¥ OTROS CUENTOS le = Pero, al fin, sintié que iba a morir. No tuvo fuerzas mas que para volar una vez. sobre el hom- bro del Principe. —jAdiés, amado Principe! —murmuré—. sme que te bese la mano. —Me da mucha alegria que partas por fin para Egipto, Golondrina —dijo el Principe—. Has permanecido aqui demasiado tiempo. Pero tienes que besarme en los labios, porque te amo, —No es a Egipto adonde voy a ir —dijo la Golondrina—. Voy a ir a Ja morada de la Muerte, La Muerte es hermana del Suefio, verdad? Y besando al Principe Feliz en los labios, cay6 muerta a sus pies. En el mismo instante se oy6 un extrafio cru- Jido en el interior de la estatua, como si se hubiera roto algo. La coraza de bronce se habfa partido en dos. Realmente hacia un frio terrible. ‘A la mafiana siguiente, muy temprano, el alcalde se paseaba por la plazoleta con dos conce- jales de la ciudad. Pert 59 pes SERUSERORYLAROSAY OTROS CUENTOS aS, Al pasar junto al pedestal, levant6 los ojos hacia la estatua — {Dios mfo! —exclamé—. (Qué andrajoso parece el Principe Feliz! —iSi, esta verdaderamente andrajoso! —di jeron los concejales de la ciudad, que eran siem- pre de la opinién del alcalde, Y levantaron la cabeza para mirar la estatua. —EI rubf de su espada se ha caido y ya no tiene ojos ni es dorado —dijo el alcalde—. En. resumidas cuentas, que esti Io mismo que un mendigo. —Lo mismo que un mendigo! —repitieron a coro los concejales. —Y tiene a sus pies un p4jaro muerto —prosiguié el alcalde—. Realmente habré que promulgar un bando prohibiendo a los pajaros que se mueran aqui. El secretario del ayuntamiento tomé nota de aquella idea. Y la estatua del Principe Feliz fue derri- ada. 60 ELRUSSENOR YA ROSA ¥ OTROS CUENTOS ae a —Ya que ha dejado de ser bello, gpara qué sirve? —dijo el profesor de estética de la univer- sidad. Entonces fundieron la estatua en un horno y el alcalde reunié al concejo en sesién para decidir lo que debia hacerse con el metal. —Podrfamos —propuso— hacer otra esta- (ua. La mfa, por ejemplo. —O la mia —dijo cada uno de los conce- jales. Y acabaron peledndose. —iQué cosa més rara! —dijo el oficial pri- mero de Ia fundicién—. Este corazén de bronce no quiere fundirse en el horno; habré que tirarlo como desecho. Los fundidores lo arrojaron al montén de basura en que yacfa la golondrina muerta. —Tréeme las dos cosas més preciosas de la ciudad —dijo Dios a uno de sus angeles. Y el dngel le llevé el corazén de bronce y el {jaro muerto. 6 7ee_PLRUISENORYLA ROSA ¥ OTROSCUENTOS —Has elegido bien —dijo Dios— En mi jardin del Parafso este pajarillo cantaré eterna mente, y en mi ciudad de oro el Principe Feliz repetird mis alabanzas 2 Elamigo fiel Waa mafana ta vieja rata de agua asoms beza por su agujero. Tenfa unos ojos redon- ‘dos muy vivarachos y unos largos bigotes grises. Su cola parecia un eléstico negro. ‘Unos patitos nadaban en el estanque, pareci- dos a una bandada de canarios amarillos, y su madre, toda blanca con patas rojas, esforzébase cen ensefiarles a hundir la cabeza en el agua. —Nunca podrén estrenarse en sociedad si no aprenden a sumergir la cabeza —les decia. Y les ensefiaba de nuevo cémo tenfan que hacerlo. Pero los patitos no prestaban ninguna atenci6n a sus lecciones. Eran tan j6veneS que no 683 EL RUISEROR LA ROSA ¥ OTROS CUENTOS = ———er—r—vvet sabfan las ventajas que reporta la vida en so- ciedad. —iQué criaturas més desobedientes! —ex- clamé Ia rata de agua—. jLes estaria bien em- pleado que se ahogaran! —iNo lo quiera Dios! —replicé 1a pata— ‘Todo tiene sus comienzos y nunca es demasiada Ja paciencia de los padres. —iAnh! No tengo la menor idea de los senti- mientos patemios —dijo la rata de agua—. No soy padre de familia, Jamas me he casado, ni he pensado en hacerlo, Indudablemente, el amor es tuna buena cosa a su manera; pero la amistad vale mis, Le aseguro que no conozco en el mundo nada més noble o més raro que una fiel amistad. Y digame, se lo ruego, ,qué idea se forma usted de los deberes de un amigo fiel? —pregun- 16 un pardillo verde que habia escuchado Ia con- versaci6n, posado sobre un sauce retorcido. —Si, eso es precisamente lo que quisiera yo saber —dijo la pata, y nadando hacia el extremo del estanque hundié la cabeza en el agua para dar ejemplo a sus hijos. 64 _Jra_ELRUEROR YL ROSA YOMROSCUBNTOS Sy —iQué pregunta més tonta! —grité la rata de agua—. ;Como es natural, entiendo por amigo fiel al que me demuestra fidelidad! —LY qué hard usted en cambio? —dijo la avecilla columpidndose sobre una ramita platea- day moviendo sus alitas. —No lo comprendo a usted —respondié la rata de agua, —Permitame que le cuente una historia so- bre el asunto —dijo el pardillo, —iSe refiere a mi esa historia? —pregunts la rata de agua—. Si es asf, la escucharé gustosa, porque a m{ me vuelven loca los cuentos. —Puede aplicarse a usted —respondié el par- dillo, Y abriendo las alas, se pos6 en la orilla del estanque y cont6 la historia del amigo fiel. —Habfa una vez —empezé el pardillo— un honrado mozo llamado Hans. —iEra un hombre verdaderamente distin- guido? —pregunté la rata de agua. —No—respondié el pardillo—. No creo que 66 ELRUISEROR Y LA ROSA Y OTROS CUENTOS = a, fuese nada distinguido, excepto por su buen cora- 76n y por su redonda cara morena y afable. "Vivia en una humilde casita de campo y todos los dias trabajaba en su jardin, “En toda la comarca no habia jardin tan her- moso como el suyo. Crecfan en él claveles, no- meolvides, saxifragas, asi como rosas de Damas- co y rosas amarillas, granates, lilas y oro, alelies rojos y blancos, Y segiin los meses y por su orden, florecfan agavanzos y cardaminas, mejoranas y albahacas, silvestres, velloritas ylirios de Alemania, asfédelos y claveros. "Una flor sustitufa a otra, Por lo cual habja siempre cosas bonitas a la vista y olores agrada- bles que respirar. "El pequefio Hans tenfa muchos amigos, pero el més intimo era el gran Hugo, el molinero, Realmente, el rico molinero era tan allegado al pequefio Hans, que no visitaba nunca su jardin sin inclinarse sobre los macizos y coger un gran. ramo de flores o un buen puiiado de lechugas 6 7rm_EURUSERORY LA ROSA ¥ OTROS CUENTOS suculentas 0 sin Henarse los bolsillos de ciruelas y de cerezas, segiin la estacién. Los amigos verdaderos lo comparten todo centre si—acostumbraba decir el molinero. "Y el pequefio Hans asentfa con la cabeza, sonriente, sintiéndose orgulloso de tener un ami- go que pensaba con tanta nobleza. “Algunas veces, sin embargo, el vecindario encontraba raro que el rico molinero no diese ‘nunca nada en cambio al pequefio Hans, aunque tuviera cien sacos de harina almacenados en su ‘molino, seis vacas lecheras y un gran mimero de ‘ganado lanar; pero Hans no se preocupé nunca de semejante cosa, "Nada le encantaba tanto como ofr las bellas ‘cosas que el molinero acostumbraba decir sobre Ja Solidaridad de los verdaderos amigos. "Asi, pues, el pequefio Hans cultivaba su jardin. En primavera, en verano y en otofio se sentia muy feliz; pero cuando llegaba el invierno y no tenia ni frutos ni flores que Hevar al merca- do, padecia mucho frio y mucha hambre, acostén- 68 EL RUISEROR LA ROSA Y OTROS CUENTOS os A dose con frecuencia sin haber comido més que unas peras secas y algunas nueces rancias. “Ademds, en invierno se encontraba muy solo, porque el molinero no iba nunca a verlo durante aquella estacién. "No esti bien que vaya a ver al pequefio Hans mientras duren las nieves —decia muchas veces el molinero a su mujer—. Cuando las per- sonas pasan apuros hay que dejarlas solas y no molestarlas con visitas. Esa es por lo menos mi copinién sobre la amistad, y estoy seguro de que es acertada. Por eso esperaré la primavera y enton- ces iré a verle; podré darme un gran cesto de velloritas y eso le alegrard. "Eres realmente amable con los demas —e respondia su mujer, sentada en un cémodo sillén junto a un buen fuego de lefia—. Resulta encantador oirte hablar de Ja amistad. Estoy segu- ra de que el cura no dirfa sobre ella cosas tan bellas como ti, aunque vive en una casa de tres pisos y lleva un anillo de oro en el mefiique. "_1Y no podrfamos invitar al pequefio Hans 70 pra PLFUSHHORYLA RoBA¥ OTROS CUBS aS, a venir aqu®? —preguntaba el hijo del moline- ro—. Si el pobre Hans pasa apuros, le daré Ia mitad de mi sopa y le ensefiaré mis conejos blancos, {Qué bobo eres! —exclamé el moline- ro—. Verdaderamente no sé para qué sive man- darte a la escuela. Parece que no aprendes nada. Si el pequeiio Hans viniese aqui, jcarambal, y viera nuestro buen fuego, nuestra excelente cena y nuestro gran barril de vino tinto, podria sentir envidia. Y la envidia es una cosa terrible que estropea los mejores caracteres. Realmente, no podria yo suftir que el cardcter de Hans se estro- peara, Soy su mejor amigo, velaré siempre por él y tendré buen cuidado de no exponerle a ninguna tentacién. Ademés, si Hans viniese aqui, podria pedirme que le diese un poco de harina fiada, 1o cual no puedo hacer. La harina es una cosa y la amistad es otra, y no deben confundirse. Esas dos palabras se escriben de un modo diferente y sig- nifican cosas muy distintas, como todo el mundo sabe. n EL RUISENOR ¥ LA ROSA Y OTROS CUENTOS JF _SERUSERORY LA 5A Y OTROS CUENTOS S "—iQué bien hablas! —dijo la mujer del molinero sirviéndose un gran vaso de cerveza caliente—. Me siento verdaderamente como ador- mecida, lo mismo que en la iglesia. ”—Muchos obran bien —replicé el moline- TO—, pero pocos saben hablar bien, lo que prueba que hablar es, eon mucho, la cosa més dificil, asf como la més hermosa de las dos. “Y miré severamente por encima de la mesa a su hijo, que, avergonzado, bajé la cabeza, se puso colorado como un tomate y empez6 a llorar encima de su té. Bra tan joven, que bien puede usted perdo- narlo! —if’se es el final de la historia? —pregunts larata de agua. —Nada de eso —contesté el pardillo—. Ese es el comienzo. —Entonces quiere decir que esté usted muy atrasado con relacién a su tiempo —repuso la rata de agua—. Hoy dia todo buen cuentista empieza por el final, prosigue por el comienzo y termina por la mitad. Es el nuevo método. Asi se lo he n = B ido decir a un critico que se paseaba alrededor del estanque con un joven, Trataba el asunto ma- gistralmente y estoy segura de que tenia raz6n, porque llevaba unas gafas azules y era calvo, y ‘cuando el joven le hacfa alguna observacién, con- {estaba siempre: “jPse!” Pero continée usted su historia, por favor. Me agrada mucho el molinero.. Yo también encierro toda clase de bellos senti- mientos: por eso hay una gran simpatia entre él y yo. — Bien! —dijo el pardillo brineando sobre sus dos patitas—. No bien pas6 el invierno, en ‘cuanto las velloritas empezaron a abrir sus estre- Ilas amarillas pélidas, e! molinero dijo a su mujer que iba a salir y visitar al pequefio Hans. ”{Ah, qué buen coraz6n tienes! —le grité su mujer—. Siempre pensando en los dems. No te olvides de llevar el cesto grande para traer las flores. “Entonces e! molinero até unas con otras las spas del molino con una fuerte cadena de hierro ¥ bajé la colina con la cesta al brazo. B [BL RUISENOR Y LA ROSA YOTROS CUENTOS Jess By, Buenos dias, pequefio Hans —dijo el mo- linero. Buenos dias —contesté Hans, apoyéindo- se en su azadén y sonriendo con toda su boca. LY c6mo has pasado el invierno? —pre- gunt6 el molinero. ”,Bien, bien! —repuso Hans—. Muchas gracias por tu interés. He pasado mis malos ratos, pero ahora ha vuelto la primavera y me siento casi feliz... Ademas, mis flores van muy bien. —Hlemos hablado de ti con mucha frecuen- cia este inviemo, Hans —prosiguié el moline- 1o—, pregunténdonos qué serfa de ti Qué amable eres! —dijo Hans—. Temi {que me hubieras olvidado, "Hans, me sorprende ofrte hablar de ese modo —dijo el molinero—. La amistad no olvida nunca. Eso es lo que tiene de admirable, aunque ‘me temo que no comprendas Ia poesia de la amis- tad... Y entre paréntesis, jqué bellas estén tus velloritas! "Si, verdaderamente estén muy bellas 4 Jr _BARUSERORY LAOSA YOTROSCUEYTOS EL RUISEROR Y LA ROSA Y OTROS CUENTOS. -_ —dijo Hans—, y es para mf una gran suerte tener tantas. Voy a llevarlas al mercado, donde las ven- deré a la hija del alcalde, y con ese dinero com- praré otra vez mi carretilla. Que comprarés otra ver una carretilla? {Quieres decir entonces que la has vendido? Has cometido una tonteria, "—Con toda seguridad, pero el hecho es —teplicé Hans— que me vi obligado aello. Como sabes, el inviemo es una estacién mala para mf y no tenfa ningtin dinero para comprar pan. Asi es ‘que vends primero los botones de plata de mi traje de los domingos; luego vendi mi cadena de plata yy después mi flauta. Por tiltimo vendf mi carreti- Ila, Pero ahora voy a rescatarlo todo. “—Hans —dijo el motinero—, te daré mi carretilla. No se halla en buen estado. Uno de los lados se ha roto y estén algo torcidos los radios de Ja rueda, pero a pesar de esto te la daré. Sé que es ‘muy generoso por mi parte y a mucha gente le parecer una locura que me desprenda de ella, ero yo no soy como el resto del mundo. Creo 16 = a que la generosidad es la esencia de la amistad, y, ademés, me he comprado una carretilla nueva. Si, puedes estar tranquilo... Te daré mi carretilla Gracias, eres muy generoso —dijo el pe- quefio Hans. Y su amable cara redonda resplan- deci6 de placer—. Puedo arreglarla fécilmente porque tengo una tabla en mi casa. "Una tabla! —exclamé el motinero—. Muy bien! Eso es precisamente lo que necesito para la techumbre de mi granero. Hay una gran brecha y se me mojard todo el trigo si no la tapo. Qué oportuno has estado! Realmente es de notar «que una buena accién engendra otra siempre. Te he dado mi carretilla y ahora tt vas a darme tw tabla, Claro es que la carretilla vale mucho mas que la tabla, pero Ia amistad sincera no repara rnunea en esas cosas. Dame enseguida Ia tabla y hoy mismo me pondré a la obra para arreglar mi granero, —jEncantado! —replicé el pequefio Hans. "Fue corriendo a su vivienda y sacé la tabla “No es una tabla muy grande —dijo el n Jra_TERUSEROR VLA ROSA YOTROS CUENTOS xs molinero, examindndola—, y me temo que una vez hecho el arreglo de la techumbre del granero no quedaré madera suficiente para el arreglo de la carretlla, pero, claro, no tengo la culpa de eso.. Y ahora, en vista de que te he dado mi carretill estoy seguro de que accederds a darme en cambio unas flores... Aquf tienes el cesto; procura Henar- lo casi por completo. .Casi por completo? —dijo el pequefio Hans, bastante afligido, porque el cesto era de grandes dimensiones y comprendfa que si lo lle- naba no tendria ya flores para llevar al mercado y estaba deseando rescatar sus botones de plata, ”—{Vélgame Dios! —respondié el moline- To, ya que te doy mi carretilla no cref que fuese ‘mucho pedirte unas cuantas flores. Podré estar equivocado, pero yo me figuré que la amistad, 1a verdadera amistad, no puede compartirse con el egoismo. querido amigo, mi mejor amigo —protesté el pequefio Hans—, todas las flores de mi jardin estan a tu disposicién, porque me im- 18 _pra_TLUSERORY LA HOSA Y OTIS CUENTOS B porta mucho mé de plata. "Y corri6 a coger las preciosas velloritas y a enar el cesto del molinero. "jAdiés, pequefio Hans! —dijo el moli- nero subiendo de nuevo ta colina con su tabla al hombro y su gran cesto al brazo. ”jAdiés! —dijo el pequefio Hans. "Y se puso a cavar alegremente: jestaba tan ccontento de tener otra carretilla! A la maifiana siguiente, cuando estaba suje- tando unas madreselvas sobre su puerta, oy6 la vor del molinero que lo llamaba desde el camino. Entonces salté de su escalera y corriendo al final del jardin mir6 por encima del muro. Era el molinero con un gran saco de harina asu espalda. "—Pequefio Hans —dijo el molinero—, iquerrfas Hevarme este saco de harina al mer- cado? tu estimacién que mis botones (Oh, Io siento mucho! —dijo Hans—; pero verdaderamente me encuentro hoy ” rx_E-RUSEORYLAMOEATOTIOSCUBNTOS yg ‘ocupadisimo. Tengo que sujetar todas mis enre- daderas, regar todas mis flores y segar todo mi césped. "4Caramba! —replic6 el molinero—; e peraba que en consideracién a que te he dado mi carretilla ibas a complacerme. "—jOh, sf quiero complacerte! —protest6 el pequefio Hans—. Por nada del mundo dejaria yo de obrar como amigo traténdose de ti. "Y fue a coger su gorra y partié con el gran saco a la espalda, "Era un dia muy caluroso y la carretera esta- ba terriblemente polvorienta. Antes que Hans lle- gara al hito que marcaba la sexta milla, se hallaba tan fatigado que tuvo que sentarse a descansar. ‘Sin embargo, no tard6 mucho en continuar ani ‘mosamente su camino y por fin lleg6 al mercado. "Después de esperar un rato, vendié el saco de harina a buen precio y regres6 a su casa de un tirén, porque temia encontrarse a algiin salteador en el camino si se retrasaba mucho. Qué dfa tan duro! —se dijo Hans al meter- 80 JE _RERUSERORY LA ROEA¥ OTRO CUEVTOS S se en su cama—. Pero me alegro mucho de haber hecho este favor al molinero, porque es mi mejor amigo y, ademés, va a darme su carretilla.” A la mafiana siguiente, muy temprano, el molinero Ileg6 por el dinero de su saco de harina, pero el pequefio Hans estaba tan cansado, que atin no se habfa levantado, "Palabra! —exclamsé el molinero—. Eres ‘muy perezoso. Cuando pienso que acabo de darte mi carretilla, creo que podrias trabajar con més ardor. La pereza es un gran vicio y no quisiera yo que ninguno de mis amigos fuera perezoso 0 apd- tico, No creas que te, hablo sin consideracién. Claro es que no te hablarfa asf si no fuese amigo tuyo, Pero, gde qué servirfa la amistad si no pu- diera uno decir claramente lo que piensa? Todo el mundo puede decir cosas amables y esforzarse en complacer y halagar, pero un amigo sincero dice cosas desagradables y no teme causar pesadum- bre. Por el contrario, si'es un amigo verdadero, lo prefiere, porque sabe que asf hace bien. Lo siento mucho —respondi6 el pequefio 82 praetor a ony ors CUETOS A Hans, restregdndose los ojos y quiténdose el go- ro de dotmir—. Pero estaba tan rendido, que crefa haberme acostado hace poco y escuchaba cantar a los pdjaros. No sabes que trabajo siem- pre mejor cuando oigo cantar a los péjaros? ”;Bueno, tanto mejor! —respondié el moli- nero dandole una palmada en el hombro—, por- que necesito que arregles la techumbre de mi granero. BI pequefio Hans tenfa gran necesidad de ir a trabajar a su jardin, porque hacfa dos dias que no regaba sus flores, pero no quiso decir que no al molinero, que era un buen amigo para él *—¢Crees que no serfa amistoso decirte que tengo que hacer? —preguni6 con voz humilde y timida, "No cref nunca, por cierto —contesté el molinero—, que fuese mucho pedirte, teniendo en cuenta que acabo de regalarte mi carretilla, pero claro es que lo haré yo mismo si te niegas. "0h, de ningtin modo! —exclamé el pe- quefio Hans, saltando de su cama, 83 EL RUISENIOR Y LA ROSA ¥ OTROS CUENTOS. FL RUISEROR Y LA ROSA ¥ OTROS CUENTOS 1 a Sy "Se visti6 y fue al granero. "Trabajé allf durante todo el dia hasta el anochecer, y al ponerse el sol vino el molinero a ver hasta dénde habia legado. {Has tapado el boquete del techo, peque- iio Hans? —grité el molinero con tono alegre. ”Esté casi terminado —respondié Hans, bajando la escala. Ah! —dijo el molinero—. No hay traba- jo tan delicioso como el que se hace por otro. {Bs un encanto ofrte hablar! —respondié el pequefio Hans, que descansaba secéndose la frente—. Es un encanto, pero temo que nunca legaré a tener ideas tan hermosas como las tuyas. "jh, ya las tendrés! —dijo el moline- ro, pero habris de tomarte més trabajo. Por ahora no poses més que la préctica de la amis- tad. Algtin dia posers también la teoria. "Crees eso de verdad? —pregunté el pe- ‘quefio Hans. ‘Indudablemente —contesté el moli- nero—. ¥ ahora que has arreglado el techo, mejor 84 la S serd que vuelvas a tu casa a descansar, pues ma- fiana necesito que Hleves mis carneros a la mon- tafia, El pobre Hans no se atrevi6 a protestar, y al dia siguiente, al amanecer, el molinero condujo sus carneros hasta cerca de su casita y Hans se fue con ellos a la montaiia. Entre ir y volver se le fue el dia, y cuando regresé estaba tan cansado, que se durmié en su silla y no se despert6 hasta entra- da la mafana, “{Qué tiempo més delicioso tended mi jar- din’, se dijo, ¢ iba a ponerse a trabajar, pero por un motivo u otro no tuvo tiempo de echar un vvistazo a sus flores; llegaba su amigo el molinero y le mandaba muy lejos a recados o le pedia que fuese ayudar en el molino. Algunas veces el pe- quefio Hans se apuraba mucho al pensar que sus flores creerfan que las habia olvidado, pero se consolaba pensando que el molinero era su mejor amigo. “Ademés —acostumbraba decirse—, va a darme su carretilla, lo cual es un acto de puro desprendimiento.” 85 EL RUISERORY LA ROSA YOTHOS CUENTOS > aS, *Y el pequefio Hans trabajaba para el moli- nero, y éste decia muchas cosas bellas sobre la amistad, cosas que Hans copiaba en su libro ver- de y que relefa por la noche, pues era culto, “Ahora bien; sucedié que una noche, estan- do el pequefio Hans sentado junto al fuego, ron un aldabonazo en la puerta. “La noche era negrisima. El viento soplaba y rugia en tomno de la casa de un modo tan terrible, que Hans pens6 al principio si serfa el huracdn el, que sacudfa la puerta Pero soné un segundo golpe y después un tercero, mds violento que los otros. "Sera algtin pobre viajero, se dijo el pe- quefio Hans y corrié a la puerta, BI] molinero estaba en el umbral con una linterna en una mano y un grueso garrote en la otra. *Querido Hans —grité el molinero—, me aflige un gran pesar. Mi hijo se ha eafdo de una escala, hiriéndose. Voy a buscar al médico. Pero vive lejos de aqui y la noche es tan mala, que he 86 Fe ERUSHRORYLA REA ¥ OMS CURT si pensado que fueses ti en mi lugar. Ya sabes que te doy mi carretilla. Por eso estarfa muy bien que hicieses algo por mf en cambio. Por supuesto —exclamé el pequefio Hans—, me alegra mucho que se te haya ocurrido venir. Iré enseguida, Pero debes dejarme tu linter- 1a, porque la noche es tan oscura, que temo caer en alguna zanja. Lo siento muchfsimo —respondié el mo- linero—, pero es mi linterna nueva y serfa una gran pérdida que le ocurriese algo. ” —;Bueno, no hablemos més! Iré sin ella —4ijo el pequeiio Hans Se puso su gran capa de pieles, un gorro colorado de mucho abrigo, se enroll6 su bufanda alrededor del cuello y parti6. ;Qué terrible tempestad se desencadenaba! “La noche era tan negra, que el pequeiio Hans apenas vefa, y el viento tan fuerte, que le ccostaba gran trabajo andar. "Sin embargo, él era muy animoso, y des- pués de caminar cerca de tres horas, Tlegé a casa del médico y llamé a la puerta, 87 Jee _SVRUIBEGORY LA Hosa YomROSCURLTOS SAN ay {Quin es? —grit6 el doctor, asomando la cabeza a la ventana de su dormitorio. "{EI pequefio Hans, doctor! "iY qué deseas, pequefio Hans? "EI hijo del molinero se ha cafdo de una escala y se ha herido y es menester que vaya usted enseguida. "Muy bien! —replicé el doctor: “Enjaez6 en el acto su caballo, se calz6 sus grandes botas y, cogiendo su linterna, bajé la escalera. Se dirigié a casa del molinero, levando al pequefio Hans a pie detrés de él. "Pero la tormenta arreci6. Llovia a torrentes yy el pequefio Hans no podia ni ver por dénde iba, ni seguir al caballo. "Finalmente, perdié su camino, estuvo va- gando por el paramo, que era un paraje peligroso eno de hoyos profundos, cayé en uno de ellos y se ahogé. A la maiana siguiente, unos pastores en- contraron su cuerpo flotando en una gran charca y le llevaron a su choza. 88 pr>_ELSUBERONY LA OSA YCTHOS CUENTOS = Todo el mundo asistié al entierro del peque- fio Hans porque era muy querido. Y el molinero figuré a la cabeza del duelo. "Era yo su mejor amigo —decfa el mol nero—; justo es que ocupe el sitio de honor. "Asi es que fue a la cabeza del cortejo con una larga capa negra; de cuando en cuando se cenjugaba los ojos con un gran pafiuelo. "EI pequefio Hans representa ciertamente una gran pérdida para todos nosotros —dijo el hojalatero una vez.terminados los funerales y cuan- do la comitiva estuvo cmodamente instalada en la posada, bebiendo vino dulce y comiendo bue- nos pasteles. "Es una gran pérdida, sobre todo para mi —contest6 el molinero—. En verdad, yo fui lo bastante bueno para comprometerme a darle mi carretilla y ahora no sé qué hacer con ella. Me estorba en casa, y est en tan mal estado, que si la vendiera no sacarfa nada. Les aseguro que de aqui en adelante no daré nada a nadie. Se pagan siem- pre las consecuencias de haber sido generoso. 90 FL RUSERORY LA ROSA Y OTROS CUENTOS. - S —Y es verdad —replicé la rata de agua des pués de una larga pausa. —iBueno! Pues eso es todo —dijo el par- dillo. —iY qué fue del molinero? —dijo la rata de agua. jOh! No Io sé realmente —contesté el pardillo—y me da lo mismo. —Es evidente que su carécter no es nada simpstico —dijo fa rata de agua. —Temo que no haya comprendido usted la ‘moraleja de la historia —replicé el pardillo. —jLa qué? —grité la rata de agua. —La moraleja. —{ Quieres decir que la historia tiene una moraleja? — Pues, naturalmente! —afirmé el pardillo, —jCaramba! —dijo la rata con tono iracun- do—. Podia usted habérmelo dicho antes de em- pezar. De ser asf no le hubiera escuchado, con toda seguridad. Le hubiese dicho indudablemen- 91 LRUISEROR ¥ LA ROSA Y OTROS CUENTOS A OTROS UINTOS ag te: “jPse!”, como el critico, Pero atin estoy a tiempo de hacerlo. Grit6 su “ipse!” a toda voz, y dando un cole- tazo, se volvi6 a su agujero. —{ Qué le parece a usted la rata de agua? —pregunt6 la pata, que Heg6 chapoteando algu- nos minutos después—. Tiene muchas buenas cua- lidades, pero yo, por mi parte, tengo sentimientos de madre y no puedo ver a un solterén empeder- nido sin que se me salten las lagrimas. —Temo haberle molestado —respondié el pardillo—. El hecho es que le he contado una historia que tiene su moraleja —iAh, eso es siempre una cosa peligrosfsima! dijo la pata. —Y yo comparto absolutamente su opinién, 92 = joven rey Eo ta noch anterior al dia de 6ucorons- ci6n el joven rey se encontraba en su hermosa alcoba. Los cortesanos, de acuerdo a la costum- bre de la época, se habfan retirado haciendo una venia hasta el suelo. En el gran vestibulo de pala- cio recibirian las tiltimas lecciones del profesor de etiqueta, pues algunos conservaban atin moda- les demasiado naturales, lo que para un cortesano —no necesito decirlo— es una grave falta. Al joven —que sélo era un joven pues aca- baba de cumplir dieciséis afios— no le desagradé que se fueran. Con un suspiro de alivio, se recliné en los mullidos cojines y, con los ojos y la boca 93 rT RuROR YA Osa YoHOSCUENTOS aS, ‘muy abiertos, parecfa un fauno de los bosques, un joven jabalf recién apresado por los cazadores. En realidad, fueron unos cazadores quienes, casualmente, lo habfan encontrado en momentos, en que, a pie desnudo y flauta en mano, cuidaba el rebafio del humilde cabrero que Io crié y del cual siempre habfa crefdo ser hijo. Era hijo de ta hija tnica det rey. Esta se habfa casado secretamente con un hombre de ori- gen muy inferior al suyo, un extranjero, segtin algunos, del que la princesa se habia enamorado por la magica y maravillosa manera en que toca- ba el latid. Otros decfan que se trataba de un artista de Rimini, al que la princesa habia agasa- jado demasiado, el cual abandoné de pronto la citudad dejando sin terminar su obra en la cate~ dral, El bebé, de apenas una semana, le habia sido arrancado a la madre mientras ésta dormfa, y le fue entregado a un humilde campesino y a su mujer. Ambos no tenfan hijos y vivian en el més apartado Iugar del bosque, a més de un dia de camino de la ciudad, La pena —o la peste, segiin el médico de la 4 pro_PLTUBEROR YLAnOSA YorROSCURNTCE Et Corte—, 0, como otros dijeron, un mortal veneno italiano puesto en un copa de vino con especias, mat6 répidamente a la rubia joven que le habia dado a luz, Mientras el leal mensajero, con el bebé atra- vesado sobre su montura golpeaba a la puerta de a cabaiia del cabrero, el cuerpo de la princesa era depositado en tna tumba de un solitario cemente- rio. En aquella tumba, se decfa, también estaba depositado otro cuerpo, el de un joven de una rara y extraordinaria hermosura, que yacfa con las manos atadas a la espalda y el pecho destrozado. por numerosas heridas. Esta era la historia que corria de boca en boca. Lo cierto era que el rey, en su lecho de muerte, agobiado por el remordimiento de su gra- ve pecado, 0 para evitar que su reino pasara a otra dinastia, orden6 traer al joven y, en presencia de ‘sus consejeros, lo reconocié como su heredero. Desde su aparicién, el principe mostré sefia- Jes de su rara pasidn por la belleza, la que iba a tener un gran influjo sobre su vida. Quienes recorrieron con él los aposentos pre~ 95 (Pre_SLHISENORYLARoBA¥ omnes CUBNTOS XB parados para su servicio, no olvidaban la excla- macién de placer que brot6 de sus labios cuando vio los bellos trajes y las fabulosas joyas que le estaban destinadas, ni la salvaje alegrfa con que se desprendié de su tosco vestido de cuero y su ordinaria manta de piel de oveja. El principe, en ciertas ocasiones, habfa echado de menos su libre vida en el bosque. Le desagradaban las latosas ceremonias de la Cor- te, que lo mantenfan ocupado durante muchas horas, pero el fabuloso palacio del que ahora era sefior le parecfa un mundo nuevo, creado para su gozo. En cuanto podfa liberarse del Concejo 0 de la Sala de Audiencias, bajaba a la carrera la gran escalera, con sus leones de bronce dorado y sus peldafios de brillante mérmol, para pasearse de sal6n en salén y de logia en logia, como buscando calmar su nostalgia en la belleza. Durante estos viajes de descubrimiento, como gustaba llamarles —y la verdad es que eran para él verdaderos viajes a través de un pafs fabu- Joso—solfan acompafiarle los esbeltos y rubios ajes de la Corte, ataviados con sus capas y visto- 96 ELRUISENOR YLA ROSA Y OTROS CUENTOS ys a sas cintas flotantes. Pero gran parte de las veces iba solo, pues su fuerte instinto le decfa que los secretos de Ias artes se captan mejor en secreto, y que la Belleza, como la Sabidurfa, gustan del adorador solitario. En esos tiempos se contaban variadas histo- rias de su vida, Se decfa que un rado burgomaestre (que vino a pronunciar un discurso en nombre de los habitantes de Ia ciudad, lo habja encontrado de rodillas y en fervorosa contemplacin ante un gran cuadro recién traido de Venecia, en el que aparecia el culto de algunos dioses paganos, Otra vez desaparecié durante varias horas y cuando lo hallaron, después de una larga biisqueda, se en- contraba en una pequefia habitacién de la tore norte del palacio, contemplando en éxtasis una Joya griega que tenfa tallado el dios Adonis. Otra vez se lo habia visto, se rumoreaba, con sus la- bios pegados sobre la frente de mérmol de una antigua escultura descubierta en el lecho del rio mientras construfan un puente de piedra. La es- cultura tenia grabado el nombre del esclavo bitinio de Adriano. En otra ocasién, el principe haba ” > _E-HUSERORY LA ROSA ¥ OTROS CUENTOS av pasado la noche entera contemplando el efecto del claro de luna sobre una figura de plata de Endimién, No hay duda que todos los materiales extra- fios y costosos ejercian sobre él una gran atrac- ci6n. Para obtenerlos habfa enviado en misién a distintos mercaderes. Algunos para traficar ém- bar con los duros pescadores de los mares del Norte; otros, a Egipto, en busca de aquella extra- fia turquesa verde que s6lo se halla en las tumbas reales, y que posee, segin se cree, propiedades mégicas; otros a Persia en busca de tapices de seda y cerdmica policromada, y algunos a la India cn pos de tules y marfil, espejuelos y brazaletes de jade, madera de séndalo y esmaltes azules y finisimos chales de lana, Pero su mayor preocupaci6n habfa sido el traje que iba a ponerse el dfa de su coronacin, un ttaje tejido con hilos de oro, y la corona ornada de rubfes, y el cetro con sus incrustaciones de perlas. Eraen lo que pensaba esa noche, tirado en su ‘mullido divén, mirando arder en la chimenea un gtueso tronco de pino. 98. (pre_S-RUSERORY LA ROEA YorROSCUETOS A, Los disefios, realizados por los ms presti- ‘giosos artistas, se los habfan presentado para su aprobacién varios meses antes. Fl habfa ordenado que se trabajara dfa y noche en su ejecucidn, y que se buscaran en el ‘mundo entero las piedras preciosas adecuadas para allo. Se imagin6 ante el altar mayor de la catedral con la espléndida vestimenta de un rey. Una son- risa le recorrié sus labios adolescentes y un deste- Ilo iluming sus ojos oscuros. Poco después se levanté de su divin y, apo- xyado sobre la labrada repisa de la chimenea, ob- serv6 la aleoba casi en penumbra, De las paredes colgaban ricos tapices que representaban el triunfo de la Belleza. Una estan- terfa, incrustada con égatas y lapizlézulis, relle- naba un rinc6n, y delante de la ventana habfa una cémoda extrafiamente labrada, con zonas Iaqueadas y doradas, sobre la cual se hallaban unos finos vasos de cristal veneciano y un céliz de Gnice de oscuras vetas. La colcha del lecho era de seda bordada con delicadas amapolas, y esbel- 9 ELRUISEROR YLA ROSA Y OTROS CUENTOS tas columnas de marfil estriado sostenfan el dosel de tereiopelo, sobre el cual se asomaban, cual blanca espuma, grandes penachos de plumas de avestruz. Un sonriente Narciso de bronce verde sostenfa en su cabeza un pulido espejo. ‘Sobre la mesa habfa un plato de amatista. Afuera, la gran cépula de la catedral resalta- ba como una burbuja sobre las casas en sombra, mientras los sofiotientos centinelas se paseaban de arriba abajo por la neblinosa terraza que daba al rio. A través de la ventana abierta penetraba un vago olor a jazmin, Peinndose sus rubios bucles, el principe tomé el lati y recorri6 con sus dedos las cuerdas. Sus parpados se cerraron pesadamente y una rara languidez se apoder6 de él. Nunca habfa sentido con tanta fuerza o con tan deliciosa alegria el isterio y el hechizo de tas cosas bellas. Cuando el reloj de la torre dio la mediano- che, se oy una campana y sus pajes entraron a quitarle ceremoniosamente sus vestiduras, a la- varle las manos con agua de rosas y a esparcir flores sobre sus almohadas. Apenas quedé solo, 100 pre_PLRUSMOR YA ROSA YTS CUBNTOS poe eon La ROBAY OTROS CUENTOS a a el suefio lo invadi6. —{Quién es tu amo? —pregunté el joven Entonces tuvo un suefio. rey. Sofié que se hallaba en una habitacién larga —iNuestro amo! —exclams el tejedor con y muy baja, en medio del estrépito y del vocerfo ‘de numerosos telares. La escasa luz, que entraba por las enrejadas ventanas mostraba las magras figuras de los tejedores inclinados sobre sus tela- res. Unos nifios pélidos ¢ insalubres vigilaban expectantes los largos listones transversales; ape~ nas las lanzaderas atravesaban la urdimbre, alza- ban los pesados listones, y cuando las lanzaderas, se detenfan, los dejaban caer, apretando os hilos. ‘Tenfan sus rostros demacrados por el hambre y les temblaban sus flacas manos. Alrededor de un mesén, algunas mujeres oje- rosas cosfan. Un espantoso olor invadia el am- biente. El aire era pesado y las paredes exudaban humedad. Aproximéndose a uno de los tejedores, el joven rey se detuvo y lo miré, El tejedor se enfureci6: —{Por qué me miras? —dijo—. ;Acaso eres un espia enviado por muestro amo? 102 resentimiento—. Es un hombre igual que yo. En verdad, s6lo hay una diferencia entre nosotros: é1 se viste ricamente mientras yo visto harapos; mien- tras yo sufto hambre, él sufre de sobrealiments- cin. —Estamos en un pats libre —dijo el joven rey—. Ti no eres esclavo de nadie, —Cuando hay guerra —repuso el tejedor—, Jos fuertes esclavizan a los débiles, y cuando hay paz, los ricos esclavizan a los pobres. Tenemos ‘que trabajar para vivir, pero nuestros salarios son tan bajos que la vida se nos va. Trabajamos el dia entero para los ricos; ellos acumulan oro en sus arcas mientras nuestros hijos mueren prematura- mente, y los rostros de nuestros seres queridos se ponen duros y malvados. Pisoteamos las uvas, pero otros beben el vino, Sembramos el trigo, pero nuestra mesa esté vacfa, Arrastramos cade- nas, aunque no se vean, y somos esclavos, aun- que nos digan que somos libres. 103 pra _E HUN La HOA YoMROSCUBNTOS S —jA todos les pasa lo mismo? —pregunté el joven rey. —iA todos! —contest6 el tejedor—. A los j6venes y a los ancianos, a las mujeres y a los hombres, a los nifios y a los viejos. Los comer- ciantes nos explotan y debemos estar a sus 6rde- nes. El cura pasa en su caballo rezando el rosario y nadie se preocupa de nosotros. La Pobreza, con sus ojos hambrientos, se arrastra por nuestras ca~ Iles sin sol, y el Pecado, con su rostro ebrio, corre tras ella. La Miseria nos despierta en la madruga- da y por la noche la Vergtienza se duerme con nosotros. Pero, ;acaso esto te importa? Ti no eres de los nuestros; se te ve demasiado feliz Y frunciendo el cefio metié su lanzadera entre los hilos. El joven rey observ6 entonces que estaba tejiendo con hilo de oro. El terror se poderé de él. —¢Para quién esta tejiendo ese traje? —pre- guns, —Para el rey, para su coronaci6n, ¢Y a ti, qué te importa? El joven rey lanz6 un grito y despert6. Se 104 ELRUISEROR Y LA ROSA Y OTROS CUENTOS ze a5 encontraba en su propia alcoba. Una gran luna, dorada por el amanecer, penetraba a través de la ventana, Se durmié de nuevo y volvié a sofiar. Sofi6 que se hallaba en la cubierta de una enorme galera impulsada por cien remeros escla~ vos. A su lado se sentaba, sobre una alfombra, el capitén de la galera. Era negro como el ébano y evaba un turbante de seda rojo. De los I6bulos de sus orejas le colgaban grandes aros de plata y tenfa en sus manos una balanza de marfil A los esclavos s6lo los cubria un harapiento taparrabos y cada uno estaba encadenado a su vecino, El sol ardfa sobre su pieles mientras otros negros se desplazaban junto a ellos azotindolos con litigos de cuero. Los esclavos alargaban sus magros brazos ¢ introduefan los pesados remos en el agua. Finalmente Megaron a una pequetia bahia, donde empezaron a tirar la sonda. Una leve brisa soplé desde tierra y cubrié con un fino polvo ocre la cubierta y la gran vela latina, De pronto, y montados en asnos, aparecieron tres drabes y les 105 (pra FEHUBEROR VLA Hosa ¥ OTROS CUENTOS ELRUISENOR Y LA ROSA Y OTROS CUENTOS a arrojaron flechas. El capitén de la galera tomé su. arco ¢ hirié en el cuello a uno de ellos. El herido cay6 pesadamente sobre la arena mientras sus compafieros hufan al galope. Los seguia una mu- jer montada en un camello, que volvia de vez en cuando la cabeza para mirar al muerto. En cuanto arriaron la vela y echaron el ancla, los negros bajaron a la bodega y subie- ron con una escalera de cuerda lastrada con plomo, El capitén de la galera la arrojé por encima de la borda y la amarr6 a dos argollas de hierro, Luego los negros agarraron al escla- vo més joven, le quitaron sus cadenas, le taponearon la natiz y los ofdos con cera, y le ataron un gran piedra a la cintura, El esclavo bajé dificultosamente por la escalera y desapa- recié en el mar. Del agua s6lo surgieron unas pocas burbujas, miradas con curiosidad por los otros esclavos. Un encantador de tiburones to- caba en la proa ritmicamente un tambor. ‘Tras unos minutos el buzo surgié del agua y se agarté jadeante a la escalera. En su mano dere- ccha trafa una perla. Los negros se la quitaron y 106 ys — volvieron a empujarlo al mar. Los esclavos dor- mitaban sobre los remos. El buzo apareci6 una y otra vez, trayendo siempre una bella perla. El capitén de la galera las pesaba y las ponia Iuego en tna bolsita de cuero. EI joven rey quiso hablar pero su lengua parecia pegada al paladar y sus labios no le obe- decian. Los negros conversaban entre ellos, hasta que de stibito empezaron a pelearse por un collar de cuentas que destellaba. Dos grullas sobrevolaban la galera, EL buzo surgié por iltima vez. La perla que ‘rafa era mds bella que todas las perlas de Ormuz; era redonda como la luna Hena y més brillante que la estrella matutina, Pero el rostro del buzo estaba extrafiamente pélido y cay6 sobre la cu- bierta botando sangre por sus ofdos y su nariz, Se estremecié un poco y luego quedé inmévil. Los regros se encogieron de hombros y arrojaron el cadaver por sobre la borda. El capitén de la galera ri6 y tom6 la perla, Luego de observarla, la apreté contra su frente & hizo una reverencia. 107 Fra_S-RUSERORY La OSA Y OTROS CUENTOS pee_HeMUseROR LaRosa yomFOS CURIOS A —Esta seré para el cetro del joven rey —dijo—, y ordené a los negros que levaran el ancla Al oftlo, el joven rey lanz6 un agudo grito y despert6, Por la ventana se vefan los largos dedos arises de la aurora aferrados a las tenues estrellas. Y de nuevo se qued6 dormido y sof Sofis que caminaba por un bosque oscuro, de cuyos Arboles colgaban exéticas frutas y bellas flores venenosas. A su paso las serpientes silba- ban y los papagayos chillaban volando de rama en rama. Enormes tortugas dormitaban sobre el ardiente barro, Entre los drboles pululaban monos y pavos reales. Camin6 hasta alcanzar el final del bosque y ver a una gran multitud de hombres que trabaja- ban en el lecho seco de un rio, Parecfan hormigas. Hacfan profundos hoyos en la tierra y se metian en ellos. Unos partfan rocas con pesados combos ¥ otros se inclinaban sobre la arena, arrancando actos de rafz. Se gritaban unos a otros, yendo y Viniendo, sin que ninguno dejara de trabajar. La Muerte y Ia Avaricia los observaban des- de la oscuridad de una caverna. 108 aS —Estoy cansada —dijo la Muerte—. Dame la tercera parte de ellos y deja que me vaya. La avaricia negé con la cabeza. —Son servidores mfos —repuso. La muerte pregunts: —{ Qué es eso que tienes en la mano? —Tres granos de trigo. ;Acaso te importa? —Dame uno para plantarlo en mi jardin; s6lo uno y me iré —grité la Muerte. —No te daré cosa alguna —dijo la Avaricia, y oculté la mano entre sus ropas. La Muerte rid, tom6 una copa y la sumergié en un chareo. De la copa emergié la Fiebre, Esta cruzé a través de la multitud y un tercio de ella se desplo- mé muerta, La segufa una frfa neblina y las ser- pientes acudticas reptaban a su lado. Al ver la Avaricia que la tercera parte de la multitud habfa muerto, se golpes el pecho sollo- zando. Se golped el vientre estéril y exclamé: —Hias dado muerte a un tercio de mis servi- dores. Aljate de aguf, En las montafias de Tartaria hay guerra y los reyes de ambos bandos te necesi- 109 ELRUISESOR VLA ROSA Y OTROS CUENTOS. Ys si tan. Los afganos han degollado al buey negro y ‘marchan hacia el frente de combate. Golpean sus cescudos con sus lanzas y se han puesto sus cascos, de hierro. {Tanto te interesa mi valle como para quedarte en él? Aléjate. jNo vuelvas jamés a él! —No; no me marcharé hasta que me hayas entregado un grano de trigo —porfié la Muerte. La Avaricia cerr6 entonces el puiio y aprets los dientes. —No te daré nada —dijo. La Muerte ri6, agarré una piedra negra y la Janz6 hacia el bosque. Desde un arbusto de cicu- ta, la Fiebre emergié entonces envuelta en llamas. ‘Cruz6 por entre la multitud tocando a cada hom- bre, el cual cafa muerto, Y la hierba se calcinaba a su paso. Temblando, la Avaricia se cubri6 la cabeza de cenizas. —iQué cruel eres! —grit6—, jqué cruel! El hambre cunde tras las ciudades amuralladas de la India y los pozos de Samarkanda se secaron. El hambre cunde en las ciudades amuralladas de Fito y las langostas se dejaron caer desde el 10 Jr TESUSEROR LARA YonRoSCumTOS a desierto. EI Nilo no se ha desbordado y los sacer- dotes han maldecido a los dioses Isis y Osiris. Corre adonde te necesitan y no toques a mis ser- vidores. —No —porfié la Muerte—, no te dejaré hasta que me des un grano de trigo. —Nada te daré —replicé la Avaricia, La Muerte volvi6 a reir, y con tn silbido hizo que una mujer apareciera volando, Esta tenfa en su frente la palabra Peste y a su alrededor volaba una bandada de buitres. Sus alas cubrieron el valle y no quedé nadie con vida. Chillando, la Avaricia huy6 a través del bos- que, La Muerte salt6 entonces sobre su caballo alazén y galop6, galopé ms répida que el viento, Desde el barro del fondo del valle surgieron Gragones y horribles seres cubiertos de escamas, Los chacales se acercaron al trote, olfateando el aire. El joven rey rompié en Ianto. —{Quienes eran aquellos hombres —pre~ gunté— y qué buscaban? —Rubfes para la corona de un rey —dijo ry pen_S-RUSERORY LAROBA YoTROSCURNTS alguien, tras él ‘Temblando, el joven rey se dio vuelta y vio a tun hombre con ropas de peregrino que tenfa en la mano un espejo de plata. —

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