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HISTORIA Y VIOLENCIA EN LA COLOMBIA CONTEMPORANEA 1 pasado 26 de octubre de 1997, dia Re clecciones municipales y depar- tamentales, algo mas de nueve mi- ones de colombianos votaron por la paz. Esta votacién masiva es -o parece ser- la culminacién de miltiples demostraciones de la sociedad civil y acaso del Estado, en la biisqueda de una paz que resulta esquiva para una nacién considerada como la mas violenta del hemisferio occidental. Las ci- fras son contundentes. En la tiltima década se registraron entre 25 y 30 mil muertes violentas al afio. La tasa de homicidios del pafs es de 88 por cien mil habitantes, es deci, la més alta del mundo'. Ademis de Ia situacién descrita, y segan el tltimo in forme del Departamento de Estado de los Estados Unidos, Colombia ostenta el nada hontoso quinto lugar en el mundo, como violador de los Derechos Humanos?. Pero, qué circunstancias nos han con- ducido a esta lamentable situacién? Las cau- Jorge Ivén Marin Taborda* sas son miltiples, yen un intento por glo- balizarlas, siguiendo a los estudiosos y espe- ialistas en el conflicto actual de nuestro pais, se pueden sefialar cuatro factores principa- les, sin excluir, naturalmente, sus diversas expresiones y modalidades: primero, la in- veterada debilidad del Estado, que se mani- fiesta en la alta impunidad de la justicia, la ctisis institucional y la ilegitimidad politica del régimen; segundo, el conflicto armado - enfrentamientos entre las Fuerzas institu- cionales armadas y la subversion- que abarca ya més de cuatro décadas; terceto, el pro- blema del narcotréfico con sus secuelas permanentes de muerte y corrupeién; y, fi- nalmente, los problemas estructurales a ni- vel social y econémico, que se expresan no sélo en los preocupantes niveles de pobre- za y marginalidad de amplias capas de la poblacién, especialmente en la sociedad ru- tal, sino en los elevados niveles de desigual- dad en la disteibuci6n del ingreso. * Profesor del Departamento de Historia y Geografia de la Pontificia Universidad Javeriana. Un interesante estudio que contiene cifras y porcentajes sobre violencia en la ultima década son los articulos de Mauticio Rubio, De Jas riftas a Ja guerra. Hacia una reformulacién del diagndstico dela violencia colombiana, y el de Camilo Echandia C., Dimension Regional del homicidio en Colombia. En revista: Coyuntura Social, FEDESARROLLO, Instituto SER, noviembre 1997. 2 El Espectador, 31 de enero de 1998, 157 | Memoria y Soctepap - VoL. 3, No. 6 abril. DE 1999 Actualmente, el fenédmeno de la vio- lencia viene suscitando toda clase de inquie- tudes. Para todos, esta problematica se ha convertido en una prioridad que debe ser superada. El punto comin, en el cual con- vergen el gobierno, los sectores politicos, los ciudadanos comunes, los intelectuales y la academia en general, es la necesidad de en- contrat caminos para la paz y la conviven- cia entre los colombianos. Sin embargo, los mis optimistas afirman que en nuestro pais la paz es solamente un asunto de diélogo y voluntad politica; otros, mas prudentes, con- sideran la paz como una necesidad priorita- ria, que debe negociarse a partit de un com- promiso entre la sociedad civil y los secto- res involuctados en el conflicto. Otros, en forma “apocaliptica”, consideran que a Colombia le hace falta profundizar mas en la crisis y en la guerra para que, una vez maduro el proceso, se encuentre el camino de la reconciliacién, preferiblemente con la climinacién y/o definitiva detrota del otro. Lo tinico cierto es que la dinémica e inten- sificacién del proceso nos permite concluir que hay violencia para rato. Pero el dilema de la violencia en Co- lombia no es cuéndo empezé y cuando ter- minaré. No es, como pudiera pensatse con simpleza, un problema de los origenes y la culminacién, sino de su irreductible conti- nuidad y permanencia histérica. Conside- ramos, entonces, que la violencia en Co- lombia es un fendmeno social que puede y debe ser abordado histéricamente. Como bien lo sostiene Hernando Valencia Villa: Colombia, [es] una nasibn dividida enya he- rencia de violencia la obliga a buir hacia adelante, hacia un porvenir que por esta becbo dela misma ‘materia contenciosa que el pasado amenaza con frustrar todas las iniciatioas de modernizacion y reconcilacion en clave demooratica que surgen de propia entraiza. ¥ el tiempo presente resultan- 12 no puede defnirse més que como guerra, guerra civil de baja intensidad. [..] Més ain, la atrac- cién gravitacional del conflicto intestino es tan fuerte que la diversidad regional, la witalidad cul- ‘tural, la estabilidad macrosconémica y la plastic dad socetaria, que son valores objetioas dela vida colvetiva al punto que explican la supervivencia ¢ incluso el dinamismo del pas, terminan avasalla- das por laintolerancia, a barbarey la inspunidad caractertsticas de la politica colombiana contem- pordnea?, Quienes conocen a fondo los proce- sos de conflicto y violencia en nuestro pais, ‘no pueden negar la capacidad y la imagi- nacién de los colombianos para proponer y propender por salidas de paz y reconci- liacién en nuestra sociedad, inclusive, mas allé de la resignaci6n o la simple supervi- vencia. En otras palabras, no se nos puede acusar de ineptos en la busqueda de la paz. Peto la historia misma de Colombia, en la terca sucesin de hechos al parecer irre- mediables, nos condena a padecer el tor- mento de Sisifo. Para los colombianos, el pasado es una presencia ineludible. En mucho nuestra vi- sién de la violencia es ahist6rica. Sin em- bargo, nos procuramos deliberadamente una amnesia colectiva de ese oscuro pasado y presente que es la violencia, la cual recrea- mos constantemente en la prictica e inclu- sive, la actualizamos insospechadamente en la memoria. En Colombia la historia es contradicto- ria y conflictiva, pero, aun asi, ella misma debe servirnos de fundamento, de sustancia para cualquier futuro que busquemos cons- truir. De ahi que la voluntad de romper con el problema endémico de la violencia deba incluir, necesariamente, la civilizacién de los conflictos y la busqueda de alternativas para una paz duradera y generosa. En el presente ensayo pretendemos ex- poner en forma sintética un marco de refe- 3 Hernando Valencia-Villa, Entre la barbarie y la retérica: los derechos humanos en Colombia. En revista: El Viejo Topo, No. 94, Barcelona, marzo 1996. 158 ear ae Memoria Y Sociepan - VoL. 3, No. 6 ABRILDE 1999. rencia histérico sobre la violencia en Colom- bia; en la primera parte se establece la rela- cién existente entre guerra, politica y violen- cia; en Ia segunda, se presenta un itinerario hist6tico de la violencia con sus continuida- des y sus tupturas; y por ultimo, se plantea una breve perspectiva de la violencia actual que azota la sociedad colombiana. EL EJERCICIO DE LA POLITICA Y LA PRACTICA DE LA GUERRA Los estudios que sobre la violencia se han realizado en los tiltimos quince aiios permi- ten concluir que existe una relacién de con- tinuidad entre el denominado periodo “clé- sico” de la Violencia -1945 y 1965- y las guerras civiles que fueron tan frecuentes a lo largo del siglo XTX. Un rasgo en comtin que permite llegar a esta afirmacién, es la connotaci6n politi- ca de los conflictos colombianos a lo largo de los 180 afios de vida republicana, con- flictos que muchas veces derivan en pro- blemas sociales de criminalidad y bandida- je, pero que de alguna manera conservan su relacién entre lo politico y la competen- cia pot el poder del Estado, lo cual no ex- cluye, ni mucho menos, méviles socioeco- némicos o culturales. Hoy en dfa no resulta descabellado acep- tar la tesis de la larga duracién del conflicto colombiano en la sociedad y en la politica, por su permanencia y continuidad. Una importantisima demostraci6n de dicha tesis Ia realiza el historiador Gonzalo Sanchez al concluir cémo, durante las guerras civiles del siglo XIX, existia una relacién de conti- nuidad y complementariedad entre guerra y politica. En el siglo XX, durante el perio- do de Ia Violencia bipartidista de los cin- cuenta y la primera mitad de los sesenta, la guerra se despliega como una estrategia de exclusién, de supresi6n de lo politico; con el sutgimiento de las guerrillas y en el mo- mento actual, el conflicto se catacteriza por su fragmentaci6n y diversificacién, tanto de Ja guerra como de la politica. Argumentos que ratifican la necesidad includible de con- sultar la historia‘. Otro aspecto interesante de resaltar es la relacién entre guerra y orden constitu- cional. Ein el siglo pasado “la guerra se com- porta como fundadora del Derecho, del orden juridico-politico, de una nueva insti- tucionalidad,y no como fuente de anarquia”. Inclusive, la Constitucién més consistente y duradera para los colombianos, la Consti- tucién del 86, se dio como resultado de la guerra civil del 85 y se impuso sobre los liberales derrotados. En tiempos mas recientes, paradéjica- mente, la historia vuelve a repetirse. El re- cién posesionado gobierno de Cesar Gavi- tia (1990-1994) convocé a elecciones para legit Ia Asamblea Nacional Constituyente, €19 de diciembre de 1990. Una hora antes de abrirse las urnas pata ejercer el derecho democritico del voto, las Fuerzas Armadas desplegaron una gran ofensiva, en la que no faltaron los bombardeos, contra las ba- ses de la guerrilla mAs grande del pais, las FARC. Esto contradecia la voluntad empe- fiada por muchos colombianos de que esta nueva constitucién deberia servir como un nuevo pacto de paz. Lo que estos hechos no contradecfa era la constante historica de guerra y politica. El resultado, la Constitu- 4 Latesis sobre la estrecha relacién entre Guerra y Politica es del historiador Gonzalo Sinchez. Guerra ¥ Politica en Ia sociedad colombiana, En: revista: Andlisis Politico No. 11, de septiembre- diciembre de 1990, Universidad Nacional, Bogota, 1990. Con respecto a la relacién entre Guerras civiles del siglo XIX y las Constituciones, ver: Hernando Valencia Villa, Cartas de batalla, una etitica del constitucionalismo colombiano. Universidad Nacional, CEREC, Bogoti, 1987. 5 Gonzalo Sénchez, Guerra y politica en Ia sociedad colombiana, Especialmente pp. 8 - 12. 159 ‘Meworia y Socizpan - Vor. 3, No. 6 abRiL DE 1999 cién de 1991 no consiguié uno de sus prin- cipales objetivos: la paz y Ia convivencia’ Los sucesos del 9 de diciembre de 1990 demostraron una vez més en la practica, como lo sostiene Valencia Villa (1987), para otros y estos tiempos histéricos, que “cada una de las constituciones del siglo XIX fue la consecuencia de una guerra y la causa de otra. Cada una de las reformas del siglo XX ha sido la consecuencia de un conflicto y la causa de otro”’. No obstan- te, han sucedido cambios entre un siglo y lotro. En el siglo XIX, la proliferacién de guerras civiles dio paso en el siglo XX a los conflictos hoy denominado como la Violencia. Pero, qué ha cambiado sustan- cialmente de uno al otro? El historiador britinico Malcom Deas establece una distincién tajante entre las guerras civiles del siglo pasado y lo que se ha denominado la Violencia en el presente. Para él, las diferencias se encuentran tanto en la condicién de clase de quienes ejercfan Ia direccién de las fuerzas en conflicto en ‘uno y otro momento, y su composicién so- cial, como también, los alcances de los pla- nes, estrategias, batallas, costos econémicos y la corta duracién de las guerras civiles decimonénicas, frente a las dos décadas de duracién de la Violencia®. No obstante, con- sidero que estas argumentaciones, no des- virtian del todo una idea aceptada entre algunos historiadores, de que la Violencia del periodo 1945-1965, que ocasioné algo mas de 200 mil muertes, fue una “guerra civil no declarada””. LA RECIPROCIDAD ENTRE GUERRA Y VIOLENCIA Pero, por qué la Violencia del presente di- fiere de las guerras civiles del pasado?. Si- guiendo a Peter Waldmann, es posible acep- tar “que la guerra puede ser motor de in- novaciones sociales, técnicas y organizati- vas. La violencia, por el contrario, en cuan- to medio de poder en los conflictos y siste- mas de control intrasocietales, es conside- rada como estéril y de eficacia s6lo limita- da. Se le atribuye en primer lugar un efecto negativo, se supone que podria cuanto mas influir la conducta externa, pero se le niega toda fuerza configuradora respecto de la mentalidad y de las estructuras de una so- ciedad”. En Ia historia actual de Colom- bia abundan los ejemplos que confirman estas aseveraciones, sobre todo lo estéril de la violencia y sus efectos negativos Para muchos colombianos, el perio- do de la Violencia “clasica” (1945-1965) atin se conserva en la memoria como aquella época de caos que azot6 los cam- pos colombianos; cuando se diseminé el terror y las desgracias que afectaron a miles de familias. Como bien lo recoge Gonzalo Sanchez, la Violencia es “esa mezcla de anarqufa, de insurgencia cam- pesina y de terror oficial en la cual serfa invitil tratar de establecer cudl de sus com- ponentes juega el papel dominante...” pero en este pais diverso y regionalizado, la violencia tuvo diferentes connotaciones; en algunas zonas en donde los campesi- nos alcanzaron interesantes niveles de or- 6 La Constitucién de 1991 fue ademis, el resultado de los procesos de paz firmado entre el M-19 y el gobierno colombiano, en 1990. 7 Hernando Valencia Villa. Cartas de Batalla. p.149. 8 El autor establece un interesante paralelo en vatios aspectos sobre las guerras del siglo XIX y la Violencia. Ver: Malcom Deas, Algunos interrogantes sobre la relacién guerras civiles y violen- cia. En: Pasado y Presente de la Violencia en Colombia. Gonzalo Sénchez, Ricardo Pefiaranda. Bogotd, 1986. 9 Existe un amplio anilisis en: Gonzalo Sinchez, Los estudios sobre la Violencia: Balance y Perspectivas. En: Pasado y presente de la Violencia. 1986. 10 Peter Waldmann, La insospechada fecundidad de Ja violencia. En: Revista Colombiana de Psicologia, Universidad Nacional, Bogota, 1993. 160 | Meworta v Soctepap - VoL. 3, No. 6 ABRIL DE 1999 ganizacién, esta fue denominada como “la Revolucién”. En otras, se le dio a “La Violencia” un “caracter de Gran Sujeto Historico, trascendente, exterior a los ac- tores del conflicto, y que como tal, (..), permite despersonalizat las responsabili- dades. Fl fatalismo de expresiones tales como “La Violencia me maté la familia... La Violencia me quité la tierra” parecen sugerir la resignada aceptacién de los efec- tos de un proceso social y politico como si se tratara simplemente de un orden natural (0 sobrenatural?) de las cosas”. Otro aspecto para tener en cuenta es que para el “lenguaje oficial, el vocablo cum- ple una funcién ideolégica particular: ocul- tar el contenido social 0 los efectos de clase de la crisis politica”. En sintesis, como lo sostiene Gonzalo Sanchez, “la Violencia se proyecta casi exclusivamen- te como tragedia y como fuerza imperso- nal y destructora’™". Para los sectores po- pulares urbanos y campesinos, la Violen- cia no fue mas que una gran derrota y una tragedia. ‘Muchos de estos elementos de defini- cién de lo que fue la denominada Violencia ‘clasica’ se conservan en lo que hoy se lla- ma violencia o las violencias. Nuestra vio- lencia de todos los dias aparece aun indeve- lable, indescifrable; se fragmenta y diversi- fica en sus miltiples manifestaciones y en ella se conjugan y confluyen las dos gran- des tesis enfrentadas que la definen en su origen. Segin la primera, la violencia “es inherente a la naturaleza humana”; de acuer- do a la segunda, “procede de la vida social y de sus apremios”” En Colombia, la violencia es un sinto- ma permanente de la crisis y del malestar social que atraviesa todos los ambitos de la vida, La gente no alcanza a procesar un he- cho cuando sucede otzo igual o peor; esto ha generado en amplias zonas del pais proble- ‘mas de desatraigo e incertidumbre. Sin em- bargo, todos los actores sociales recurren permanentemente a ella. Podriamos adhe- tinnos a la afirmacién de Manuel Bridier: “la necesidad de la violencia se confunde fécil- mente con el gusto por la violencia”®. Pero en general, es posible concluir que atin exis- ten elementos que requieren ser dilucidados en el complejo fenémeno de nuestra violen- cia, sobre todo, que nos permitan explorar y comprender los aspectos culturales y psico- sociales que subyacen a la Violencia y al con- flicto colombiano. Un importante avance en este sentido, lo logra el ensayo de Myriam Jimeno" , quien concluye que la violencia en Colombia no es un asunto de identidad na- cional, o en otras palabras, que no se puede aceptar como cierto que en nuestro pais existe una cultura de la violencia. LA ENCRUCIJADA HISTORICA DE LA VIOLENCIA A lo largo del siglo XIX se sucedieron alte- dedor de 7 guerras civiles generales y cerca de veinte estallidos de violencia local; estas confrontaciones entre liberales y conserva- dores en competencia por el control del Estado se convirtieron en escenatio privile- giado de la accién politica. La tendencia hegeménica y excluyente del partido en el gobierno era por lo general la causa, peto también el efecto del conflicto. Y aunque no fueron el tinico medio, alli los partidos tradicionales definieron sus mecanismos de 11 Gonzalo Sanchez, Los estudios sobre la Violencia: Balance y ....pp. 14 - 28. En: Pasado y Presente de la Violencia..., 1986. 12 Louis-Matie Morfaux. Diccionario de Ciencias Humanas. Grijalbo, Barcelona, 1985. 13. Manuel Bridiet, Critica del «Terrorismo Revolucionarioy En: Revista El Viejo Topo, Extra No. 3, Madrid, s.f. 14 Myriam Jimeno, Identidad y experiencias cotidianas de violencia. En: Revista Anilisis Poli- tico, No. 33, Universidad Nacional, Bogoté, 1998. 161 Menonia y Soctepan - VoL. 3, No. 6 aprit DE 1999. socializacién politica, su pertenencia parti- dista y construyeron su identidad. En cierta forma los partidos se fueron transforman- do en dos suboulturas politicas contrapues- tas; se nacia liberal o conservador"’. Durante la segunda mitad del siglo XIX los partidos tradicionales se habjan consoli- dado como tendencias politicas claramente definidas. En los afios 50 y 60 el liberalismo decimonénico logré imponer su proyecto politico y econémico en la Constitucién fe- deralista de 1863; las dos décadas siguien- tes estarfan marcadas por el comportamiento hegeménico de los liberales radicales en el poder, lo que precipité la guerra civil del 85. Como consecuencia de la crisis politica y por el agotamiento del modelo agroex- portador, se fortalece en el poder la deno- minada Regeneracién, una alianza entre un grupo reducido de liberales criticos de la ortodoxia liberal decimonénica y de impor- tantes sectores conservadores, quienes des- pués de la guerra civil del 85 redactaron la Constitucién de 1886. La Constitucién del 86 le daria un vuel- co total al anterior orden institucional. En la nueva Constitucién se plantea un pro- yecto claro de unificacién nacional, con un fuerte contenido centralista y presidencia- lista, que por lo mismo termina siendo un proyecto hegeménico, del cual se resalta su caracter autoritario, que sin embargo, no consigue disuadir del uso de las armas a los liberales excluidos del podes"®. Por el con- trario, las convicciones ideolégicas y los in- tereses econémicos de diversos gsupos li berales se ven inclinados a recurrir a la re- vuelta. Es asi como antes de terminar el siglo se presenta la breve guerra civil del 95 y posteriormente, en octubre de 1899 como consecuencia de la intransigencia politica y lactisis econémica y cafetera, estalla la con- flagraci6n civil mas grande del siglo XIX, y la primera del presente, que se conoce con el nombre de la Guerra de los Mil Dias”. ‘Ademés de la destruccién material y de las cuantiosas pérdidas humanas, la Guerra de los Mil Dias se caracteriz6 por los exce- s08 que se cometieron en los enfrentamien- tos; en muchos casos, la guerra derivé en actos de ferocidad y barbarie de lado y lado; las dos fuerzas utilizaron grupos de mache- teros que se destacaron por su crueldad. De otra parte, las fuerzas liberales por efecto de su dispersi6n se vieron empujadas a utilizar tacticas guerzilleras que basaban su accionar en Ia astucia y la sorpresa, y que ademis sir- vieron para prolongar el conflicto. Al finalizar la guerra en noviembre de 1902, los resultados eran desastrosos; la brutalidad de los enfrentamientos habia hecho manifiesto un profundo odio entre liberales y conservadores; algunos inclusi- ve, utilizaron la denominacién de “odios hetedados” para referirse a los horrores de la violencia; para muchos dirigentes polti cos y algunos analistas, estos odios y los deseos de venganza latentes resurgieron draméticamente durante la violencia de los afios cuarenta y cincuenta. Sin embargo, no 15 16 17 162 La denominacién de los partidos politicos tradicionales colombianos como suhauturas es de Daniel Pécaut, Orden y violencia: Colombia 1930-1954, dos vokimenes, Bogot’, 1987. Para ampliar sobre las relaciones partidos politicos e identidad partidista en Colombia, consultar: Fernén Gonzilez, Aproximaciones a la Configuracién politica de Colombia. En: Revista Controversia Nos. 153- 154, vol. I,CINEP, Bogoté, 1989. El periodo que va de 1886 a 1930, ha sido denominado en la historia de Colombia como la “hegemo- nia conservadora”. Aunque los conservadores controlaron el gobierno por casi medio siglo, durante algunos momentos contaron con la colaboracin de algunos liberales. El ejemplo mis interesante lo constituye la presidencia de Rafael Reyes, 1904-1909. Para consultar sobre la guerra de los Mil Dias, ver: Charles W. Bergquist, Café y conflicto en Colombia, 1886-1910, la guerra de los Mil Dias: sus antecedentes y consecuencias. FAES, Medellin, 1981. También, Carlos Eduardo Jaramillo, La Guerra de los Mil Dias, 1899-1902. En: Nueva Historia de Colombia, Tomo I, Editorial PLANETA, Bogoté, 1989. 7 Menonta ¥ Sociepan - VoL. 3, No. 6 ABRILDE 1999 se puede establecer de manera directa la continuidad de estos procesos; la Violencia que va de 1945 a 1965 surge en un contex- to histético diferente, como veremos mas adelante, Pero como lo recuerda Gonzalo Sin- chez sobre el fenémeno de la violencia, ademas de sefalar las continuidades es ne- cesatio, también apuntar sus discontinuida- des. Si existe un periodo en el cual se hace evidente esa discontinuidad, es después de la firma de paz de la Guerra de los Mil Dias y de la pérdida de Panamé a finales de 1903. Durante cuatro décadas Colombia vive un petiodo de relativa paz y estabili- dad politica. No obstante, hubo esporidicos hechos de violencia, entre los cuales podemos men- cionar dos: en primer lugar, la represin desatada por los gobiernos de la hegemonia conservadora en la segunda mitad de los afios veinte contra el movimiento sindical y las clases subalternas; las vias de hecho pata sofocat las huelgas y protestas, concluye- ron a fines de 1928 con la masacre de las bananeras que le costo In vida a cerca de 2000 trabajadores, En segundo lugar, la tran- sicién politica en 1930, de los gobiernos conservadores que habjan permanecido en el poder practicamente durante medio si- glo, a manos de los liberales. En 1930 el candidato liberal Enrique Olaya Herrera derroté en las elecciones a los dos candidatos conservadores. Ademés de la divisién, la caida del conservatismo era también el resultado del manejo excesi- vamente tepresivo de las protestas sociales de obteros y campesinos, y de la recesin econémica generada por la crisis mundial del capitalismo del afio 29. Pero la transi- cién de la hegemonia conservadora al go- bietno liberal no fue pacific, aunque algu- nos minimizan los brotes de violencia. Lo cierto es que en algunas regiones, como los Santanderes y Boyacd, se vieron envueltos en confrontaciones que hicieron temet por elestallido de una guerra civil. En estas re- giones, el sectarismo y la venganza entre conservadores y liberales generaron hechos de violencia que solo perdieron intensidad en septiembre de 1932, cuando los colom- bianos se unieron para enfrentar un enemi- go externo: la guerra contra el Peri'®. DEL REFORMISMO A LA VIOLENCIA BI detrumbe de la Hegemonia Conserva- dota dio paso a la Republica Liberal que durara 16 afios (1930-1946). El ascenso del liberalismo se caracterizara por su reformis- mo, especialmente, durante el gobierno de Ia “Revolucién en Marcha” de Alfonso Lépez Pumatejo (1934-1938). El reformis- mo liberal era consecuente con el nuevo contexto econémico y social surgido a par- tit de los afios veinte. Por entonces el pais se encontraba mejor articulado a la econo- mia mundial a través de las exportaciones cafeteras, la inversién extranjera y el acce- so al mercado de capitales. Se dieron tam- bién, condiciones internas que permitieron dinamizat los procesos de industrializacién y urbanizacién, lo que generd el surgimien- to de nuevas clases sociales En la década de los treinta hicieron su apaticién en el escenario nuevas fuerzas politicas y sociales que se aglutinaron en organizaciones agratias y sindicales, entre Jas que se destaca el Partido Comunista y la Unidn Nacional Izquierdista Revoluciona- ria (UNIR) de Jorge Eliécer Gaitin. Otro aspecto no menos importante en el petio- do, fue el artibo de nuevas corrientes ideo- logicas de izquierda y de derecha que influ- yeron tanto a los sectores de la elite, como 18 Algunas descripciones sobre la violencia de este periodo, se encuentran en, Mario Latorre Rueda, 1930- 1934, Olaya Herrera: un nuevo régimen. En: Nueva Historia de Colombia, Tomo I, Bogoté, 1989. 163 Meworia y Sociepan - Vor. 3, No. 6 ABRIL DE 1999 a las clases populares urbanas y rurales. ‘Todo esto conttibuyo a agitar el ambiente politico. Uno de los hechos mas relevantes del periodo es la Reforma Constitucional de 1936, impulsada por el gobierno de Lopez Pumarejo, que pretendié adecuar el Estado a las nuevas exigencias de los tiempos. En- tre las reformas, cabe resaltar el carécter de funcién social que se le asigné a la pro- piedad y la limitacién de privilegios que tra- dicionalmente tenia la iglesia, sobre todo en el campo de la educacién; ademis, quién le fij6 al gobierno parémetros de intervencién y regulacién econémica. Paralelamente, el gobierno de la Revolucién en Marcha im- pulsa la Reforma Agraria y laboral. Estos cambios fueron considerados excesivos por los sectotes mis recalcitrantes y atrasados de la élite que vieron en las reformas libe- rales un verdadero peligro para sus intere- ses”. Estas reformas, que han sido califica- das como los intentos mas importantes de modernizacin en el pais, quedarian a me- dio camino, y en muchos casos fueron una frustracién para las clases subalternas que no vieron colmadas sus expectativas. Para los campesinos la situacién resulté mas dra- mitica: el fracaso de la Reforma Agraria liguidaba la esperanza de solucionar los con- flictos por la tierra y aplazaba indefinida- mente los problemas del agro colombiano. Las transformaciones sociales y politi- cas, as{ como la crisis econémica de la pri- mera mitad de los afios treinta, exigieron del Estado un intervencionismo mas activo en la economia y la sociedad. Con el propé- sito de superar las crisis y las sucesivas re- cesiones de los afios treinta y las consecuen- cias de Ja segunda Guerra Mundial, se im- puso la necesidad de establecer instrumen- tos y mecanismos de intervencién ma- croeconémica y de regulacién de la activi- dad cafetera®. La forma como los gobier- nos liberales atendicron las sucesivas crisis nos permite comprender que el Estado con- servaba un papel muy importante en la es- tabilidad social y econémica del pais. Lo cual no contradice, sin embargo, el hecho de que el Estado institucional colombiano y su uni- dad nacional fueran aun débiles. Debemos advertir que usualmente se ha considerado que tanto el Estado colombiano como su tunidad nacional han sido precatios. En los afios treinta y cuarenta, Colom- bia esté viviendo un destacado proceso de integracién nacional como resultado de la consolidacién del capitalismo, sin embargo, el desarrollo de la infraestructura de comu- nicaciones que vincule las diferentes regio- nes del pais y la cohesi6a social, atin se en- cuentran en una etapa incipiente. Porlo tan- to, consideramos este periodo como de tran- sicién a un Estado fuerte y moderno, pro- ceso que quedé truncado por efecto de la violencia politica a partir de la segunda mi- tad de los afios cuarenta”. Después de los fracasos del segundo gobierno de Lépez Pumarejo (1942-1945), debido a los escéndalos de corrupcién, es designado Lleras Camargo para terminar el periodo presidencial hasta 1946, Durante este gobierno se desata una persecucién contra el movimiento sindical, a la que se considera como el inicio de la violencia. ‘Ademés, la corrupcién y lo que algunos se- fialaran como la divisién del liberalismo entre Ia candidatura oficialista de Gabriel 19 Alvaro Tirado Mejia, Lépez Pumarejo: la Revolucién en Marcha. En: Nueva Historia de Colombia, Historia Politica 1886-1946, ‘Tomo I, Bogoté, 1989. 20 Sobre los cambios econémicos del periodo consultar, José Antonio Ocampo, Crisis mundial y cambio estructural (1929-1945). En: Historia Econémica de Colombia, Siglo XXI editores, FEDESARROLLO, Bogoté, 1987. 21 Sobre el proceso de desarrollo capitalista y de modernizacién del Estado, ver: Consuelo Corsedor Martinez, Los limites de la modernizaci6n, Editado por CINEP, Universidad Nacional, Bogota, 1992. 164 7 | Memoria y Sociepan - VoL. 3, No. 6 ABRILDE 1999 ‘Turbay y la disidente de Jorge Eliécer Gai- tan contribuyen a la derrota del liberalismo. Finalmente, el triunfo en las elecciones de 1946 le corresponde al candidato conser- vador Mariano Ospina Pérez. Para el Gai- tinismo las elecciones no fueron mas que un peldafio en el camino hacia el poder. Indudablemente el hecho mas destaca- do en materia politica durante la primera mitad del siglo XX lo constituye sin lugar a dudas la irrupcién del movimiento gaitanis- ta. Aunque el nombre de Jorge Eliécer Gai- tan figura ya en el escenario politico un par de décadas antes, es a partir de la segunda mitad de los afios cuatenta cuando el gaita- nismo emerge como un movimiento aut- nomo en a vida politica del pais. El ascenso del gaitanismo desenmascara las oligarquias liberales y conservadoras ¢ introduce al pueblo en el debate politico nacional, espe- cialmente a las masas urbanas. En sintesis Jo que hace Gaitin es meterle pueblo a la democracia colombiana. Ese pueblo al que la Gite nacional mira con desprecio y te- mor, 0 como dice Catherine LeGrand refi- tiéndose a Pécaut y Braun, ellos “estén fas- cinados con el miedo intenso, y aparente- mente itracional, expresado por las clases altas hacia los pobres a finales de los cua- renta”™, Si bien Gaitén no fundamenta su bre- ga social y politica en la lucha de clases, su posicién antioligarquica y su compromiso al lado de los intereses de los sectores po- pulares lo erigen como un lider de nuevo cufio que introduce practicas politicas no- vedosas, y recurre como ningéin otro politi- co de su época a la plaza publica, convo- cando permanentemente a las masas. Peto a medida que crecfa el movimiento Gaita- nista se hacian evidentes sus diferencias ideol6gicas y de intereses con el Partido Li- beral, especialmente con los postulados y la forma de hacer politica de la clase ditigente del partido. Elascenso al poder de los conservado- res en el 46 conté con un Gaitén en la opo- sicién, lo cual agité aun mas el ambiente politico. Pero, al mismo tiempo, el partido de gobietno inicié con animo revanchista y sectario el desplazamiento de los liberales de los puestos de poder. Inclusive, se pro- ducen hechos de sangre, lo que exacerba los dnimos y da comienzo a enfrentamien- tos bipartidistas que cada vez van ganando en intensidad. La violencia oficial tiende a empeorar el panorama politico. En ese momento, Gaitan asume la direccién del partido Liberal, debiendo afrontar la deli- cada situacién de violencia. Como la violencia recobraba cada vez mayor vigor, Gaitan decide utilizar su arma mis poderosa. Es asi como a comienzos de febrero de 1948 convoca una gran movili- zacién en Bogota, conocida con el nombre de la Manifestacién del Silencio. La movili- zacién multitudinatia y disciplinada del pue- blo confirmé la capacidad de control social y politico que Gaitén ejercia sobre las ma- sas. Algunas semanas después de la mar- cha, el 9 de abril, Gaitin caia asesinado, generindose una gran insurreccién que se inici6 en la Capital, se extendi6 por todo el pais y, sin embargo, fue répidamente con- trolada por el gobierno®. Para entonces la violencia se extiende por todo el territorio. nacional. Como lo sostiene Sanchez, “la cli minacién del lider no ponfa término a la efervescencia social sino que por el contra- tio la potenciaba. Pero a la postre revelé 22 Catherine LeGrand, La politica y la violencia en Colombia (1946-1965): interpretaciones en la década de los ochenta, En: Revista Memoria y Sociedad, Universidad Javeriana, Bogoté, no- viembre de 1997. 23 Existen abundantes estudios sobre Gaitin y el Gaitinismo, de los cuales se destacan, el estudio de Herbert Braun, Mataron a Gaitdn, vida publica y violencia urbana en Colombia, Editado por la Universidad Nacional de Colombia 1987. Y, Gonzalo Sanchez, Las Dias de la Revolucién, Gaité- nismo y 9 de abril en provincia. Editado por el Centro Gaitén, 1983. 165 Menoria ¥ Soctgpap - VoL. 3, No. 6 ari. DE 1999 también verdades mas profundas y més decepcionantes: la identificacién personal de todos estos procesos con Gaitén es tal que, una vez aplastada la rebelién subsiguiente al asesinato, la politica daba la impresién de regresar a sus causes decimonénicos y des- hacerse de todo lo social, tan arduamente construido en la primera mitad del siglo”™ El fracaso de Ia insurreccién popular en abril del 48 y la frustracién politica que significé la interrupcién abrupta del Gaita- nismo, unidos a la represién del gobierno conservador y al sectarismo a nivel local en contra de los opositores, ya fueran estos li- berales, Gaitanistas 0 comunistas, genera- ron en 1949 una agudizacién de la violen- cia, especialmente en Ia sociedad rural La represién de los gobiernos conser- vadores de Ospina Pérez y Lauteano Gé- mez (1946-1953), por su comportamiento politico diluyé facilmente las posibles dife- rencias entre las acciones de fuerza del Es- tado y lo que era partidista. En otras pala~ bras, se hizo imposible distinguir cudles eran las acciones represivas del Estado, y cules las propias del proyecto hegeménico y sec- tario del conservatismo. Un ejemplo fue la utilizacién de la policia como un instrumento efectivo de persecucién y represién contra los opositores al régimen, desatindose un verdadero terrorismo oficial. El gobierno nacional perdié su capaci dad de controlar los desafueros de sus ciu- dadanos, fueran estos adeptos o no; de esta forma se expandié ripidamente la violen- 24 Gonzalo Sanchez, Guerra y politica en Ia sociedad. cia por todo el pais. Los anteriores factores no sélo hicieron perder legitimidad al Esta- do institucional, sino que generalizaron la ctisis socio-politica, contribuyendo asi pro- ducir un derrumbe parcial del Estado, como lo sostiene Paul Oquist: “Es el detrumbe parcial del Estado el que explica la simult- nea evolucién de numerosos conflictos ha- cia la Violencia. Esta simultaneidad de miil- tiples luchas fisicas, coercitivas, es lo que a Ja vez explica la intensidad de la Violencia”™. Pero el fenémeno de violencia también contenia otros elementos ademas de los expuestos, y que en su momento no era ficil percibir detrés de la confrontacién biparti- dista: el problema agrario y los conflictos de clase. Los terratenientes aprovecharon con ventajas el desorden causado porla vio- lencia y la ausencia de Estado para impo- ner sus propios intereses. No en vano se habla de “revancha terrateniente”. En mu chas regiones del pais los campesinos de- bieron abandonar sus tierras y sus perte- nencias para buscar refugio y defender la vida; su “dilema era perecer o resistir”. El caso més evidente fue el de los Llanos orien- tales, hacia donde huyeron miles de fami- lias campesinas en busca de refugio™. Fue precisamente en el pie de monte llanero donde se conformé el grueso de las guerrillas liberales, las cuales, por su niime- 10 y organizacién, se constituyeron en una potencial amenaza para el régimen conser- vador e incluso para la élite dirigente del mismo partido liberal que habia sostenido p13. 25 En las tltimas dos décadas han proliferado los estudios y las publicaciones sobre la Violencia de este periodo. Uno de los estudios mas influyente y novedoso y quien planteo por primera vez el “derrumbe parcial del Estado”, es el de Paul Oquist, Violencia, Conflicto y Politica en Colombia, Bogoti, Biblioteca Banco Popular, 1978. Para ampliar la bibliografia sobre la Violencia, consultar: Jesus Antonio Bejarano, Historiografia de la Violencia en Colombia, En: Once ensayos Sobre la Violencia, Bogoti, Fondo Editorial CEREC y Centro Gaitin, 1985. Gonzalo Sinchez G, Los estudios sobre la violencia. Balance y perspectivas. in: Pasado y presente de la violencia en Colombia, Bogoté, CEREC, 1991. Catherine LeGrand, La Politica y la violencia en Colombia (1946-1965): Inerpretaciones en Ia década de Ios ochenta. Ex: revista Memoria y sociedad, Bogoté, Universidad Javeriana, noviembre de 1997. 26 Gonzalo Sanchez y Donny Mertens, Bandoleros, gamonales y campesinos, el caso de Ia violen- cia en Colombia, El Ancora editores, Bogoté, 1983. p.p. 29-60 166 Sa Memoria ¥ Sociepan - Vou. 3, No. 6 ABRIL DE 1999 una posicién ambigua frente a los campesi- ‘nos en atmas y que ahora veia cémo este movimiento armado de resistencia tomaba sus decisiones con independencia frente al Directorio Liberal de Bogoté. Para 1953 una suma de factores, entre Jos que se cuenta el peligro que representa- ban las guerrillas en los Llanos otientales y en otras regiones del pafs, el proyecto teac- cionatio y hegeménico de reforma constitu- cional planteado por Laureano Gémez y la situacién cada vez més incontrolable de vio- lencia, lew a varios sectores politicos de la clase ditigente a buscar una salida de transi- cidn ala crisis. Fue asi como en junio de este afio el estamento militar comandado pot el General Gustavo Rojas Pinilla, asumié el poder. Se puede decir que hasta el momento los militares estaban poco comprometidos en Ia represién del conflicto interno y a la vex gozaban de alguna credibilidad en los sectotes populares, lo que les permitié ser- vir como alternativa para salitle al paso a la ptofunda crisis social y politica en que esta- ba sumida la nacién. “Solucién politica a la ctisis y no dictadura, en el sentido usual del término, la intervencién de Rojas fue recibi- da como un “golpe de opinién”””. El gobierno militar ofrecié una amnis- tfa que permitié la desmovilizacién y el des- arme de las guerillas de los Llanos y de otras zonas del pais. De esta forma se logté parcialmente la paz, y el conflicto disminu- y6 en intensidad. Sin embargo, el gobierno militar sefial6 como bandoleros a los pocos reductos armados que no se acogieron a la amnistia y a los grupos comunistas de auto- defensa campesina, con el propésito de ex- tetminarlos por la via armada. Pero el fra- caso militar por reducir estos focos arma- dos y el asesinato de muchos dirigentes gue- rilleros amnistiados, contribuyeron a for- talecer en algunas zonas nuicleos de insur- gentes que, posteriormente, serian la base de la estructuracién de las guerrillas de los afios sesenta. 27. fdem, p.4l. Los intentos del gobierno de Rojas Pi- nilla por crear usia base social y politica que le facilitara la construcci6n de un proyecto politico auténomo a pattit de la creacién de una tercera fuerza resulté desafiante para las clases dirigentes de los partidos tradicio- nales, quienes actuaton rapidamente, con- formando un Frente Civil de oposicién al gobierno militar. Como era de esperarse, el gobierno de Rojas cae a mediados del 57, siendo suplantado transitoriamente por una Junta Militar que estaré en el poder hasta ‘mediados del afio 58. Durante este tiempo, las lites del biparti- dismo firman un pacto politico por arriba, es decir entre las clases dirigentes de los partidos tradicionales. Este pacto, denominado Frente Nacional, no es més que una coalicién bipar- tidista que ya habia sido ensayada en otros momentos histéricos de crisis politica, con la diferencia de que esta vez, ademis de acabar con la tendencia hegeménica partidista, se fja tun lapso de diecistis afios -que corresponden a cuatro perfodos presidenciales de 1958 a 1974. de reparticién patitaria del poder entre los dos partidos y, por supuesto, de la buro- cracia del Estado. El pacto pretende ponedle fin en forma definitiva a las tradicionales con- frontaciones violentas entre liberales y con- servadores, propésito que se logra. Sin em- bargo, la medida tendra un alto costo en lo politico, como lo resefiaremos mis adelante. Pero mucho més importante que el pacto politico resulté el acuerdo entre los gremios cempresariales del pais sobre el papel que de- beria desempefiar el Estado en el desattollo industrializador y en el futuro econémico de Ja nacién, es decir, en la consolidacién del ca- pitalismo moderno. EL FRENTE NACIONAL, LAS SUCESIVAS CRISIS Y LA PAZ La hegemonfa bipartidista institucionaliza- da en el Frente Nacional sellé la paz entre 167 MeMoria ¥ Soctepan - Vol. 3, No. 6 ABRIL DE 1999 liberales y conservadores y los “odios here- dados” ge desvanecieron en la reparticion equitativa de la burocracia. Pero, a pesar de que la violencia habia perdido intensidad, atin se estaba lejos de conseguir una paz politica completa: reductos de resistencia armada producto de la oposicién al pacto, desconfianza mutua entre las autoridades y los insurrectos, utilizacién por parte de te- rratenientes o gamonales locales de grupos armados para su provecho o la simple bus- queda de venganza, se fueron transforman- do en una fase més de la violencia, conoci- da con el nombre de bandolerismo. Como lo sefialan Meertens y Sanchez, “Bl bandolerismo no puede ser entendido (..) como un simple residuo de la Violencia, sino como la expresién armada caracteris- tica de una de sus etapas. (..), ¢8 el resulta- do de las cambiantes relaciones de los alza- dos en armas con el Estado, los partidos politicos y los detentadores del poder local y regional”, En gran medida, el bandole- rismo fue la expresion de la venganza y del desquite frente al terror oficial y partidista. Este fenémeno social y politico se incubé en la segunda mitad de los cincuenta y se prolongé hasta el afio 65, cuando fueron controlados y exterminados los tiltimos gru- pos de bandoleros. De otro lado y en forma inconexa con el bandolerismo, en las zonas de influencia comunista, pequefios grupos armados de autodefensas campesinas continuaban resis- tiendo el acoso militar de las autoridades. Estos grupos serdn los nticleos que més tar de conformaran las guerrillas insurreccio- nales de las FARC. Como se puede inferir del anterior corolario, la violencia contintia latente, pero no por una terca persistencia sino por las condiciones que permiten la continuidad del 28. idem, p48. 29 Francisco Leal Buitrago, Estado y politica en Colombia. Siglo XX1 editores, CEREC. 2%. E Bogoti, 1989. p314, 30. idem, p.p.318-337. 168 conflicto social y econémico. La pteocupa- cién de las clases ditigentes por la paz bi- partidista y su proyecto social y econémico ‘no contemplaban las necesidades ni los in- tereses de los sectores subalternos de la so- ciedad, ni las nuevas contradicciones y con- flictos surgidos en el marco de las transfor- maciones introducidas por el desarrollo ca- pitalista. De este modo, seguian presentes os elementos potenciales del conflicto. Es decir, el Frente Nacional no sélo habia fa- lado en la biisqueda de la paz sino también en la introduccién de reformas socioeco- némicas y en la democratizacin del régi- men politico. Como acertadamente lo sefia- Ja Francisco Leal, “se planted la solucién de una multifacética consecuencia que era la violencia, pero se dejaron de lado los facto- res de crisis no resueltos totalmente, como el problema agrario, la concentracién del ingreso y la estructura oligirquica del po- qos En la década de los sesenta el pais esta- ba asistiendo a un proceso dinémico de mo- demizacién en muchos aspectos, basicamen- te, en el agro, la industria y, en general, en la actividad productiva. Pero el pacto biparti- dista estaba lejos de modernizar las costum- bres politicas. Problemas como el abstencio- nismo electoral, las viejas y nuevas practicas clientelistas, con las cuales los politicos de los dos partidos traficaban con los recursos y favores del Estado, la corrupcién y la inefi- ciencia burocritica y, finalmente, la despoli- tizacién de la sociedad civil y la desideologi- zacién de los partidos tradicionales, pesaron mucho en la democracia y sociedad colom- biana en los afios ulteriores, e inclusive sub- sistieron més allé de concluido el Frente Nacional en 1974”. Estos factores contri- buyeron a que el Estado institucional colom- biano no sdlo no saliera de la ctisis sino a que esta se agudizara e inclusive se abonara MeNonta ¥ Sociepab - VoL. 3, No. 6 apeit DE 1999 1 terreno para la aparicién de nuevos fend- menos desestabilizadores, como sucederia a finales de los setenta y en los ochenta con el surgimiento del narcotrifico. El aplazamiento de las soluciones a los problemas sociales surgidos en la década de los sesenta y setenta junto con las restric- ciones del sistema politico colombiano, se encargaron de prolongar hasta el presente Ia ctisis del Estado. La obstruccién del sis- tema a la aparicién de alternativas politicas, asi estas fueran simplemente disidencias de los partidos tradicionales -como sucedié con el Movimiento Revolucionario Liberal, MRL o con la Alianza Nacional Popular, Anapo- y mucho menos cuando se trataba de la conformacién legal de fuerzas 0 mo- vimientos de izquierda, impidié la expresion politica de muchos colombianos que no se sentian representados por el bipartidismo 0 que simplemente pretendian crear fuerzas alternas que respondieran a las contradic- ciones sociales surgidas de los cambios ge- nerados por el capitalismo. Incluso si bien es cierto que algunas de estas alternativas politicas de izquierda no comprendieron el pafs en el cual estaban desarrollando su ac- cién politica, Como lo sostiene Francisco Leal, “no sobra indicar que la incapacidad de integracién de la nueva izquierda a la realidad nacional se encontré también con las barreras que el régimen oponia defensi- vamente a cualquier intento de escape del control bipastidista”™", En este ambiente se conformaron y consolidaron en la segunda mitad de los afios sesenta algunas de las organizaciones gue- rrilleras como el Ejercito de Liberacién Nacional -ELN., las Fuerzas Armadas Re- volucionarias de Colombia -FARC-, y el Ejercito Popular de Liberacién -EPL-. Son precisamente estas tres organizaciones las que aiin hoy se encuentran activas. Es importante resefiar también que en este petiodo y en la década siguiente proli- 31 idem, p.170 feraron los movimientos de izquierda, mu- chos de los cuales se encontraron atrapa- dos entre la accién politica legal y la lucha armada. Sin embargo, una parte apreciable de este movimiento terminé tentado por la lucha armada como la “verdadera y tinica via” al cambio revolucionario. Entre mu- chos otros, sintetizaremos tres factores que alentaban esta decisién. Primero, la expe- tiencia de muchos sectores populares en la lucha guerrillera durante la violencia bipar- tidista y las sucesivas frastraciones histori- cas de las vias legales, cuya demostracién ‘mis patente habfa sido el asesinato de Gai- tan, dirigente que siempre habia apelado a Ia tradici6n civilista en su brega politica. Segundo, a situacién internacional, especial- mente la ltinoamericana, con sus movimien- tos de liberacién y, por supuesto, el éxito armado de la revolucién cubana. Y tercero, los espacios cerrados para Ia participacién politica y las arbitrariedades represivas del régimen, situacién que se prolonga mas alli del Frente Nacional, inclusive hasta nues- tros dias. Pero una cosa son las restricciones del régimen y del sistema politico colombiano, y otra Ia posicién que asumirén muchos sectores de izquierda que privilegiaron la lucha armada a la oposicién legal. Esta dlti- ma idea fue reforzada por la desconfianza © la poca credibilidad que muchos guetti- lleros tenfan del cumplimiento de los com- ptomisos por parte de los gobiernos des- pués de firmar tratados de paz. Un ejem- plo de esta situacién se vivi6 en la primera mitad de la década de los cincuenta, espe- cialmente en los Llanos orientales cuando vatios insurgentes desmovilizados cayeron victimas de las balas oficiales. El caso mas relevante fue el asesinato del carismatico dirigente guerrillero Guadalupe Salcedo. Esta desconfianza se ha conservado a lo largo del tiempo y es uno de los obstéculos que plantean las organizaciones guerrilleras cuando se inician didlogos de paz, pues con- 169 Menoria y Soctepap - VoL. 3, No. 6 abril DE 1999 sideran que pierden mas guerrilleros en pe- riodos de tregua que de guerra, Sin que todos los elementos hasta aqui citados justifiquen y legitimen necesariamen- te la recurrencia de los sectores radicales de las izquierdas a las armas, si debemos considerar que en Colombia la lucha arma- da es una tentacién permanente cuando se trata de ejercer la practica politica y que aquella, a pesar de los desvios, conserva un fuerte y evidente nexo politico, Son muchas las criticas que se le hacen a la izquierda colombiana por su sectarismo y di mo, pero también por repetir los vicios del bipartidismo tradicional, en lo que tiene que ver con su dogmatismo. ‘ionis- Finalmente, es necesario mencionar que las crisis del Estado y la sociedad colombia~ na, durante y después del Frente Nacional, se hicieron evidentes como consecuencia de dos hechos que desafiaron la aparente esta- bilidad del régimen: el exitoso Paro Civico de septiembre de 1977, en el cual el movi- miento sindical y los sectores populates pu- sieron en jaque al gobierno de Lépez Mi- chelsen, y las acciones emprendidas por las guerrillas, especialmente del M-19, durante el cuatrienio siguiente (1978-1982), que de- velaron la incapacidad del gobierno de ‘Tur- bay Ayala pata hacer efectivas sus medidas de represién, a pesar de haber apelado a to- dos los instrumentos a su alcance, incluido el desgastado estado de sitio y una feroz repre- sién militar. Paralelamente a la problemé- tica politica, se manifestaron con mayor in- tensidad los conflictos sociales y econémi- cos, lo que hizo especialmente critica la si- tuacién del pais, a lo cual contribuyé tam- bien el narcotrafico, diversificindose de esta manera los fenémenos de violencia. Més preocupante atin que la crisis, re- sulté la debilidad del Estado para controlar Ia dificil situaci6n y recuperat su capacidad mediadora en los conflictos. Ea otras pala- bras, el tejido social se encontraba roto, frag- mentado, y las restricciones a la patticipa- cién politica ligadas a la despolitizacién so- cial eran tan evidentes, que una solucién facilista como la utilizacién de la fuerza contra los conflictos sociales y Ia oposicién armada, terminé demostrando la debilidad del régimen. Frente a la crisis y a la confrontacién, el gobierno de Belisario Betancur (1982- 1986) planteé una salida pacifica al contlic- to y reconocié Jas causas objetivas que lo generaban. Su planteamiento conté con cier- to apoyo popular y desperté expectativas en muchos sectores sociales y politicos. No obstante, resultaron mAs poderosos los sec- tores minoritarios que sabotearon sistems- ticamente los procesos de diélogo y paz, y entre los cuales se cuentan las élites socioeco- némicas, altos jefes politicos, las fuerzas militares y algunos grupos militaristas de la guerrilla. Es decir, todos pretendian la paz pero de acuerdo a sus propios intereses. ‘Aunque este segundo ensayo para so- lucionar la crisis nacional fracas6” , es im- portante resaltar el carécter politico que el gobierno de Berancur le reconocié al conflicto colombiano, pues no sélo se reactivaron muchos movimientos socia- les sino que se dinamizé el proceso de politizacién de una sociedad fragmenta~ da y resignada al anquilosado y tradicio- nal bipartidismo. Pero ademés, otro he- cho destacado es que, a partir de la admi- nistracién Betancur, la paz se volvié un tema obligado en las agendas de los poli- 32 Pata amplias, ver: Francisco Leal Buitrago, Estabilidad macroeconémica ¢ institucional y vio- Jencia cronica, En: En busca de la estabilidad perdida, Vercer Mundo Editores, IEPRI y Colciencias, Bogoti, 1995. 33. Elplanteamiento y concepto sobre segundo ensayo para la solucién politica del problema de violencia es de Francisco Leal, En: En busca de la estabilidad perdida. Ea este ensayo, se comprende como segundo momento al proceso de paz durante los gobiernos de Betancur y, un tercer momento con Barco. En mi concepto replanteo como ua tercer momento el proceso iniciado con la Asamblea Nacional Constituyente de 1991. 170 7 | t t | | | } ' I 1 Menonria ¥ Soctepap - Vou. 3, No. 6 agri. DE 1999 ticos y de todos los gobiernos hasta el presente. Sin embargo, no fueron pocos los que consideraron que el haber plan- teado la paz y el didlogo fue lo que final- mente contsibuyé al crecimiento de las guerrillas y exigieron perentotias medidas de fuerza y mano dura contra la subver- sién y todo lo que se le pareciera. Las anteriores cixcunstancias tendieron a po- latizar el conflicto, lo que produjo un re- cradecimiento de la violencia, cuya con- secuencia ha sido el sostenimiento de la estremecedora cifra de muertos hasta nuestros dias. Un resultado concreto de las negocia- ciones de paz entre el gobierno de Betan- cur y la guerrilla de las FARC fue la crea- cién de la Unién Patriotica (U.P), que con- 16 con el apoyo del Partido Comunista. Posteriormente, este movimiento seria ani- quilado por la eliminacién sistemética de cerca de dos mil de sus cuadros dirigentes y militantes. En materia de reformas poli- ticas, la eleccién popular de alcaldes y la descentralizacién municipal se constituye- ron en sus principales logros. Estas refor- mas influyeron en la nueva dinémica del conflicto, pues la lucha por el poder local se convirtié en un nuevo centro de la con- frontacién por el dominio territorial. En conclusién, al finalizar en 1986 el gobier- no de Betancur no se lograron importan- tes acuerdos paz y aunque las guerrillas habjan ganado militarmente por su creci- miento cuantitativo y asentamiento en muchas zonas, perdieron lo més importan- te: el prestigio y el protagonismo politico ganado unos afios antes. Por ota parte, el gobierno de Virgi- lio Barco (1986-1990) continué los pro- cesos de paz y didlogo, bajo el lema de “mano tendida y pulso firme”. Pero a di- ferencia del anterior gobierno, realiz6 es- fuerzos por despolitizar la paz, centran- do la accién del Estado en la inversion social en zonas marginadas del desarrollo y en donde estaban acentuados los pro- blemas de violencia y pobreza. Con este propésito impulsé el Plan Nacional de Rehabilitacién —PNR-, que cumplié una fancién interesante en varias regiones ais- ladas del pais, implantando programas de desarrollo socioeconémico a nivel regio- nal con la participacién de las comunida- des; también, se establecié una mayor presencia del ejército y la policia en estas zonas. De esta forma, como sostiene Daniel Pécaut, se dio una “Institucionali- zacién” de la negociacién del conflicto at- mado”. En sus primeros dos afios, la adminis- tracién Barco ensayé la salida de fuerza y los militares ganaron tanto en autonomia para el manejo del orden publico come en el incremento de su presupuesto de guerra, a pesar de lo cual no les fue posible contro- lar a las guersillas y el conflicto se intensifi- c6. El Estado debié enfrentar ademas el terrorismo desatado por los carteles del narcotrafico, que demostré su gran poder desestabilizador al declaratle la guerra no sélo al gobierno sino a la sociedad colom- biana, Tal como lo plantea Francisco Leal, “La injerencia del narcotrafico en la pro- gresién de la violencia fue decisiva para dejar al descubierto la debilidad del Estado, pues Ja impunidad y el desamparo de la justicia se hicieron ostensibles. De esta manera, se redujo mis la ya notoria incapacidad estatal de monopolizar el uso de la fuerza’. No menos preocupante fue el fortalecimiento del paramilitarismo y los escuadrones de la muerte, organizados por los sectores de derecha, narcotraficantes y elementos mili- tares comptometidos no sélo en la elimina- cién de ditigentes de izquierda, defensores de derechos humanos y periodistas sino tam- 34 Para ampliar el anilisis sobre la década de los ochenta, consultar Dawiel Pécant, Cronica de dos décadas de politica colombiana 1968-1988, Siglo XX1 editores, Bogoté, 1989. Fundamentalmente en Ia parte sobre Crisis, Guerra y Paz. 35. Franciico Leal Buitraga, Estabilidad macroeconémica ¢ institucional... p49. 171 Menoria y Soctepan - Vol. 3, No. 6 ABRIL DE 1999 bién de jueces y funcionarios del gobierno™. Los numerosos crimenes execrables contra reconocidos dirigentes politicos y sociales hacian temer por un desenlace aun peor de Ia violencia, es deciz, por la eventualidad de una guerra civil, no en el marco de la pola- rizacin sino del caos social en el que se encontraba sumergido el pais. La incapacidad del Estado para garan- tizarle la vida tanto a los politicos de oposi- cién como a sus propios funcionarios, su- mié al gobierno en una profunda crisis que repercutié en el aparato de justicia y en los organismos de seguridad, generéndose una impunidad que afecté profundamente el andamiaje de Ia justicia, su capacidad de mediacién a nivel social y la credibilidad del gobierno. En medio de la confusién creada por el incremento de la violencia se fueron posicionando los diversos actores de la vio- lencia. Ante los numerosos frentes del con- flicto, el gobierno de Barco da prioridad nuevamente a los tratados de paz con la insurgencia, logrando al final de su manda- to la negociacién con el diezmado M-19. La firma del acuerdo definitivo de paz y la entrega de armas concluye a comienzos de 1990 y muchos de sus antiguos dirigentes se disponen a participar en la contienda elec- toral de ese afio. Por primera vez una orga~ nizacién armada por fuera del bipartidis- mo se inserta en forma definitiva en la vida civil, convirtiéndose en movimiento politi- co. Este camino ser seguido por otros sec tores armados, como el Ejercito Popular de Liberacién -EPL- que desmovilizé gran parte de sus frentes, y otras organizaciones guertilleras menores, como el Partido Re- volucionario de los Trabajadoxes PRT, y el movimiento indigenista Quintin Lame. Mis adelante, en 1994, también se desmovilizd uun pequefio sector del Ejercito de Libera- cién Nacional —ELN- conocido con el nom- bre de la Corriente de Renovacién Socialis- ta -CRS.. La evidente debilidad del Estado y el colapso de la justicia facilitaron, a comien- 208 de los 90, la convocatotia a una Refor- ma Constitucional como salida a Ja situa- cién de crisis. El nuevo orden constitucio- nal deberfa permitir el fortalecimiento del Estado, restaurar la legitimidad de las insti- tuciones, garantizar la participacién de to- dos los sectores sociales y politicos, la mo- dernizacién y consolidacién de la democra- cia participativa, y recuperar el poder judi- cial y el monopolio de la fuerza por parte del Estado. Le correspondié a la adminis- tracién del presidente Cesar Gaviria (1990- 1994) adelantar esta tarea. ‘También el go- bierno estaba interesado en profundizar las reformas que le permitieran reasignarle un nuevo papel al Estado en el marco de la internacionalizacién de la economia y de su modelo neoliberal. La convocatoria a la Asamblea Nacio- nal Constituyente en 1990 fue considerada por las organizaciones guersilleras desmo: vilizadas y por algunos sectores sociales y politicos como un pacto de convivencia, de ampliacién de la democtacia y de legitima- cién del régimen. El gobierno aproveché estos elementos y el entusiasmo popular despertado por el ambiente reformista, para desarrollar su estrategia de guerra; la “legi- timidad recuperada” le permitia la satani- zacién de los sectores que persistian en su iucha armada. A partir de 1992, la declara- toria de “guerra integral” era consecuente con la pretensién del gobierno de debilitar a las guertillas en varios frentes para obli- garlas a negociar; la guerra integral inckuia, ademas de la confrontacién militar con los grupos subversivos, el aumento del presu- 36 Durante el cuatricnio de Virgilio Barco, fueron asesinados dos candidatos presidenciales de la Unién Patristica (UP), Jaime Pardo Leal, y Bernardo Jaramillo; el liberal Luis Carlos Galén; y, Carlos Pizarro el candidato de ia Alianza Democritica del recién desmovilizado M-19. Entre los casos més sonados de asesinatos colectivos de funcionatios puiblicos, fue la masacre de doce miembros de Ia rama judicial en La Rochela (Santander) en enero de 1989 a manos de paramilitares. 172 Menor y Sociepab - VoL. 3, No. 6 aBRiL DE 1999 puesto militar para financiar la guerra, me- jorar y reestructurar sus organismos de in- teligencia, al tiempo que se pretendia arre- batarle a los grupos guerrilleros cualquier pretensién de contenido ideolégico y politi co, todo esto combinado con una impor- tante estrategia de desinformacién y con- fasién adelantada por los medios de comu- nicacién con el fin de desprestigiar el accio- nar de la subversién. El resultado de nuevo fue una intensificacién de la guerra y el in- cremento de la violencia; al concluir el go- bierno Gaviria, las guerrillas persistian, ha- bian tedisefiado sus ticticas y la violencia continuaba generando sus muertos. LA VIOLENCIA ACTUAL: UNA TENDENCIA A LA DEGRADACION DEL CONFLICTO Después de los agitados procesos de paz de los ochenta y del intento fallido por doblegar a las guerrillas con la “guerta integral” en la primera mitad de los noventa, la confronta- cién armada ha tendido a exacerbarse. Tan- to el gobierno como las guerrillas han canali- zado sus esfuerzos hacia el aumento de su capacidad bélica, fortaleciendo los dispositi- vos militares, incrementando su pie de fuer- zay los recursos econémicos, y haciendo mas eficientes sus estrategias de guerra. El resul- tado ha sido nefasto para el pais, porque ademas de soportar la guerra irtegulat, tanto el Estado como la sociedad colombiana se han visto abocados a enfrentar los proble- mas del narcotrafico y la violencia desorga- nizada, lo que ha multiplicado los factores que deterioran cada vez mis la situacién de Derechos Humanos de los colombianos. Durante el cuatrienio del presidente Ernesto Samper (1994-1998), los avances hacia la paz fueron pricticamente nulos, pues el presidente dedicé todos sus esfuer- 208 a sortear la crisis generada por el ingre- so de dineros del narcotrifico en su cam- paiia. Ello obligé al gobierno a concederle favores a la clase politica, a los empresarios y alos militares con el fin de mantenerse en el poder. De la misma manera, para evitar las sanciones econémicas del gobierno nor- teameticano, debié empefiarse mas a fon- do en Ia lucha contra el narcotriifico y en la etradicacién de cultivos ilicitos. Estos fac- tores le restaron capacidad de maniobra para buscar salidas negociadas al conflicto, pues hasta las guerrillas cuestionaron la le- gitimidad del gobierno; de esta forma, se intensificé la confrontacién armada y se fortalecieron nuevos actores de la guerra como el paramilitarismo, lo cual degrado atin mas el fendmeno de violencia. Con Samper, slo se dieron timidos pero significativos adelantos en materia de Dere- chos Humanos, en parte por voluntad del gobierno y en patte por la presién de los efec- tos que podsian tener las sanciones econémi- cas de la comunidad internacional ante la rei- terada violacién de éstos en Colombia. A di- ferencia de gobiernos anteriores, se tecono- ié que el problema de los Derechos Huma- ‘nos no era un asunto de mala imagen para el pais, sino un problema real; en este sentido se tomaron medidas para humanizar el conflic- to intemo”. Entre las acciones més impor- tantes que se emprendieron, podemos citar la cteacién en diciembre de 1994 de la oficina del Alto Comisionado de Derechos Huma- nos de las Naciones Unidas en Colombia; en febrero de 1995, el gobiemo acepté la res- ponsabilidad del Estado por accién u omisién sobre los hechos de Trujillo ~Valle del Cauca- en donde fueron brutalmente asesinadas 107 personas; en febrero de 1996, se incorporé en Ia legislacién colombiana el Protocolo II de Ginebra con el fin de sacar a la poblacién civil del conflicto y de humanizar la guerra; y 37 Juan Gabriel Gémez, Los Derechos Humanos del nuevo gobierno: entre la imagen y la realidad. En: Revista Andlisis Politico, IEPRI, Universidad Nacional de Colombia, No. 23 sep- tiembre/diciembre de 1994, 173 Memoria y Sociepap - VoL. 3, No. 6 anki pe 1999) finalmente, por primera vez, se cre6 un pro- grama ditigido ala poblacién desplazada por Ja violencia, Lamentablemente, estas medidas no han logrado disminuir ni los horrores del conflicto ni las violaciones permanente de Jos Derechos Humanos. Debido a su continuidad y complejidad, se ha sefialado que la violencia en Colom- bia es endémica. Por sus catacteristicas y dimensiones, tanto la violencia organizada como la desorganizada han hecho ver la violencia como un fenémeno generalizado en el pais. Sin embargo, es necesario pun- tualizar que la guerra declarada no arroja el mayor nimero de victimas al afio, pues se ha podido establecer que en la ultima déca- da el mimero de muertos por el enfrenta- miento armado entre el Estado y la guerti- lla se ubica entre un 6 y 7%, mientras que €1 85% de los homicidios al afio son ocasio- nados por la violencia desorganizada -de- lincuencia, arreglos de cuentas, rifias y liti- gios-. También se ha encontrado que en los lugares en donde existe disputa territorial, o en donde hace presencia mas de un actor organizado como guerrilla, paramilitarismo y narcotrafico, los niveles de violencia des- organizada son mayores. Es decir, existe una estrecha relacién entre los municipios més violentos y aquellos donde hay una fuerte presencia de los actores organizados**. La violencia actual se incrementé a partir de 1985, cuando el narcotrifico y sus secuelas se hicieron més evidentes por sus recursos y procedimientos violentos, con- solidéndose como un actor mAs del conflic- to; desde entonces, el mimero de homici- dios al afio se ha conservado por encima de 25 mil. Pero en los iiltimos cuatro aftos un nuevo ingrediente degradé aun mas el conflicto colombiano: la expansién y el for- talecimiento del ‘paramilitarismo introdujo como practica favorita la modalidad de las masactes, diseminando asi el terror por va- rias regiones del pais. La aplicacién sistem4- tica del terror por parte de los paramilitares se ha hecho siguiendo una estrategia con- trainsurgente que pretende “quitarle el agua al pez”, pero también se ha realizado por motivaciones estrictamente econdmicas, cuyo objetivo es defender o incrementar los capitales de terratenientes, narcotraficantes o dirigentes politicos”. Aunque algunos es- pecialistas prefieren denominar a los para- militares como autodefensas y/o grupos armados privados dedicados a la lucha anti- guerrillera”, la verdad es que existe abun- dante evidencia que demuestra que en su lucha contrainsurgente los paramilitares han contado con la complicidad -por accién u omisién- de efectivos de las Fuerzas Arma- das; a este tipo de operaciones se les deno- mina acciones encubiertas‘'. Daniel Pécaut lo explicita muy bien, cuando afirma que “Jos militares cubren a los paramilitares en los cuales delegan de hecho la funcién tan- to de realizar la mayoria de las masacres de envergadura, como de implantarse territo- rialmente”®. De otro lado, los paramilita- 38 Una estadistica importante sobre homicidios en la presente década y su distribucién geografica se encuentra en, Mauricio Rubio P. De las rifias a la guerra, Hacia una reformulacién del diagnés- tico de Ia violencia colombiana. En: Revista Coyuntura Social, FES, FEDESARROLLO, lasti- tuto SER, No. 17, Noviembre 1997. Ver también, Daniel Pécaut, Presente, pasado y firturo de la violencia, En: Revista Andlisis Politico, IEPRI, Universidad Nacional, Bogota, No. 30 Ene/abr. 1997, pp. 3-10. 39 Ver: Amnistia Internacional, Violencia politica en Colombia. Mito y realidad. Madsid, Espaia, 1994, ¥, Americas Watch, Estado de guerra, Tercer Mundo editores, IEPRI, Cei, Bogota, 1994. 40 Mauricio Rubio, De Jas rifas a la guerra,.. p81. 41 Existe abundante informacién sobre Ia telacién entre el paramilitarismo y efectivos de las Fuerzas Armadas. Consultar: Americas Watch, La violencia Contintia, 1992. Asnericas Watch, Estado de guerra, 1994, También ver: El informe sobre Colombia de Amnistia Internacional, 1994. 42 Daniel Pécaut, De Ja violencia banalizada al terror: el caso colombiano, En: Revista Controver- sia, segunda etapa, No. 171, Santafé de Bogota, Dic. 1997. 174 ‘Memoria y SoctsDab - VoL. 3, No. 6 aBRit- DE 1999 res no han restringido su actuar a las zonas murales; también operan en los centros ur- banos con asesinatos selectivos, desatando una guerra sucia preferentemente contra los defensores de los Derechos Humanos, ac- tivistas por la paz y las organizaciones no gubernamentales que se han atrevido a denunciatlos Con el surgimiento del paramilitarismo, en 1985, el terror se difundi6 rapidamente y las masacres en varias regiones del pais se generalizaron, Desde entonces, una de sus Principales consecuencias ha sido el despla- zamiento forzado de mAs de un millén de desplazados: tan sdlo en 1997 se produjo tun éxodo de 257 mil personas, de las cuales el 60% emigré forzosamente por causa de los paramilitares, el 29% por la guerrilla y el 6% por la fuerza publica. Pero el des- plazamiento no slo est circunscrito a una estrategia politico-militar por el dominio te- rritorial, sino que también esta ligndo a im- portantes intereses econdmicos, motivo por el cual, muchas veces la violencia indiscri- minada se emprende contra la poblacin inerme, totalmente ajena a la confrontacin armada’. El desplazamiento que afecta especialmente a la poblacién pobre de la sociedad rural que soporta la guerra, evi- dencia la incapacidad del Estado para brin- darle seguridad a los campesinos, controlar alos actores de la guerra y atender este gra- ve problema social que se acumula en los centros urbanos. Como conclusién, podemos afirmar que la degradacién de la violencia en el tlti- mo cuatrienio ha estado ligada al incremen- to de masacres de cuatro o més victimas. Esta prictica del terror “tiene como propé- sito intimidar a la poblacién e impedir cual- quier intento de resistencia por parte de las comunidades; busca extender, a un radio de accién sin limites, la definicién del ad- versario”®. En 1997 se presentaron 185 masacres, de las cuales los paramilitares cometieron 84%, la guerrilla 14% y el Ejér- cito 2%"*. Sin dejar de lado las otras vio- lencias ni los otros actores, podemos desta- car que las masacres realizadas por los pa- ramilitares han vuelto a revivir en las zonas rarales los actos brutales de la violencia de los afios cincuenta. Como sostenia Gonza- lo Sanchez en relacién a la violencia de mediados del presente siglo: “No tiene igual impacto el asesinato escalonado de 40 per- sonas que una masacte del mismo nuimero de victimas en una sola operacién fulmi- nante y paralizante™”. Para Pécaut®, la di- fasidn del terror deberia acabar con la ba- nalidad de la violencia, pero como afirma més adelante, la crueldad y la brutalidad del conflicto se han vuelto instrumentales y es- tratégicas para los protagonistas. A lo cual también ha contribuido la prolongacién de Ja violencia, haciéndola prosaica, irracional, sin sentido. Lo extrafio es que, a pesar de su degradacién, la violencia en Colombia con- timia conservado sus nexos con lo politico. Pero 1997 no fue sélo un afio de vio- lencia y terror, también se dieron hechos de paz. La convocatoria de diferentes sec- tores de la sociedad civil —Organizaciones no gubernamentales y algunos movimien- tos sociales-, agrupados en el Mandato ciu- dadano por la paz, consiguié en las clec- ciones de octubre de ese afio un hecho sin 43. Desplazados, una herramienta de guerra, Periddico, El Tiempo, 16 de agosto de 1998, Bogoti. 8a. 44 Jorge Rojas Rodriguez, Violencia y desplazamiento: El drama continta, En: Revista Foro, No. 34 junio de 1998. p. 38. 45. Revista Cien Dias, Especial de Derechos Humanos 1997, CINEP, Vol. 10, No. 40, Eneto- marzo 1998. p. 18-19. 46 idem, 18. 47 Gonzalo Sinchez, Guerra y politica en Ia sociedad... p.\6. 48 Daniel Pécaut, De le violencia banalizada al terror:.., p/p. 25-31 175 ‘Menonia y Soctepap - Vor. 3, No. 6 abei.bE 1999 precedentes, 10 millones de votos. Este vo- lumen de votos resulta importante para un pais donde la sociedad civil se encuentra profundamente fragmentada y los movi- mientos sociales son débiles 0 inexistentes. Debemos teconocer que la convocatoria la realizaron entidades no gubernamenta- les -ONGs- e individualidades, las deno- minadas personalidades democraticas. Fi- nalmente podrfamos decir que el movimien- to por la paz es un importante referente para catalizar lo que piensan los colombia nos con respecto al conflicto armado. Al mismo tiempo, a través de la convocatoria se logré un importante golpe de opinién para sensibilizar al pais sobre la situacién del conflicto y su degradacién, pero debe- ‘mos tener presente que si la sociedad civil no logra resultados concretos que conduz- can a la paz, seria una realidad el temor expresado por Luis Carlos Restrepo, -uno delos impulsores y organizadores del Man- dato por la paz-, en el sentido de que los. mismos que votaron por la paz podrian caet en el despecho y alentar salidas auto- ritarias”. Y no es para menos. Los colombianos estén cansados de una violencia cada vez mis irracional e incomptensible. Pero el fenémeno de la violencia en nuestro pais es mucho més que eso. Sin embargo, a pesar del propésito altruista de buscar la paz, el Movimiento por la paz y los medios de co- municacién se han encargado de presentar- le a la sociedad colombiana una violencia descontextualizada y estéril, que no le dice nada a las mayorias urbanas del pais, pero que se les aproxima a través de la television y que los afecta en forma de delincuencia organizada y banal. La lectura ahistorica que los medios de comunicacién hacen de la violencia actual y su prolongacién, ha lleva- do a olvidar su proceso, sus causas, sus ar- gumentos y motivaciones. La violencia en- tonces sélo tiene sentido para los que la sufren directamente. En otras palabras, la violencia se vive en la sociedad rural y sus ecos en los centros urbanos sélo causan mayor malestar y por oposicién son mu- chos los colombianos que pretenden como remedio salidas de fuerza a un mal tan en- quistado en la sociedad colombiana que Pécaut desctibe acertadamente como una guerra civil “larvada”. Podtiamos finalizar diciendo que defi- nitivamente existe una prolongacién hist6- ica de la incapacidad del Estado para re~ dueir la violencia y para subyugar a algunos actores que la ejetcen, pata ganar credibil: dad en su eficacia de controlatla. Las poc reformas econémicas, politicas y sociales que se han introducido, desde el momento en que se exacerbé la violencia a mediados de los cuatenta, no han sido lo suficiente- mente profundas ¢ impactantes para que se permita de esta manera recuperar la cre dibilidad en el sistema politico, en el gobier- no y en las instituciones que lo representan, Por el contratio, la situacién de violencia se disemina, se focaliza, se repite, desaparece y reaparece en muchas regiones, con una frecuencia que desconcierta. Parece que las pacificaciones fueran temporales, y a su vez, al no generalizarse el conflicto, las posibili- dades de que se desate una guetta civil se desvanecen, pero paradéjicamente también permanecen latentes. De forma continua, los diferentes actores desafian la imagina cién y nos ponen de presente que atin no se ha visto todo sobre la violencia. Por eso, ante la incapacidad del Estado para brindar seguridad a sus ciudadanos, controlar a los actores del conflicto y al convertirse él mis- mo en actor de ese conflicto, se ha vuelto un imperative humanizar la guetra, sacar 0 afectar lo minimo a la poblacién civil, es decir, hacer efectivo el Derecho Interna- cional Humanitario. Sin 4nimo apocalipti- co, podemos concluir que atin falta macho en el camino hacia la paz y la reconciliacion entre los colombianos 49. Luis Carlos Restrepo, Ecos del Mandato por la Paz, En: Revista Foro, No. 34, junio de 1988. p.45. 176 { i MBMoria Y Socigpab - VoL. 3, No. 6 april DE 1999 OBRAS CONSULTADAS AMERICAS WATH (1992). La violencia continia. Aseinatos poltcas y reforma institucional en Co- Jombia, Tetcet Mundo- TEPRI Universidad Nacional de Colombia) - CEI. Santa Fe de Bogoté, Enero 1993 AMERICAS WATH (1994). 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