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Lo ominoso (1919) Es muy raro que el psicoanalista se sienta proclive a in- dagaciones estéticas, por més que a la estética no se la citcunscriba a la ciencia de lo bello, sino que se la designe como doctrina de las cualidades de nuestro sentir. E] psico- analista trabaja en otros estratos de 1a vida anfmica y tiene poco que ver con esas mociones de sentimiento amortigun- das, de meta inhibida, tributarias de muchisimas constela- ciones concomitantes, que constituyen casi siempre el mate- rial de la estética. Sin embargo, aqui y allf sucede que deba interesarse por un Ambito determinado de la estética, pero en tal caso suele tratarse de uno marginal, descuidado por Ia bibliogeafia especializada en la materia. Uno de ellas es el de lo «ominoso». No hay duda de que pertenece al orden de lo tetrorffico, de lo que excita angus- tia y horror; y es igualmente cierto quesesta palabra no siempre se usa en un sentido que se pueda definir de ma- nera tajante, Pero es licito esperar que una palabra-concepto particular contenga un niicleo que justifique su empleo. Uno quettia conocer ese micleo, que acaso permita diferenciar algo }.] * (Abreviatura de «alto alemin medio», lengua hablada por, Jos habitantes de la Alta Alemania entre fos aiios 1100-1500 aproxima- damente,} + (Versién de Sociedades Biblicas Unidas: Salmos 27:5: «Porque &{ me esconderd en su taberniculo en el dia del mal; ocultardme en To reservado de su pabelléne; 1 Sam. 5:12: «¥ los que no morian eran heridos de hemorroides». (Véase supra, pig. 222, la nota de la traduceién castellana.) } 225 »c. Funcionarios que emiten consejos sobre importantes asuntos de Estado que deben mantenerse en secteto son Ila- mados “consejeros heinlich”; en el uso actual, ese adjetivo es sustituido por gehein {secreto) (...) “Fl faraén Hamé a José ‘declarador de lo oculto’ (consejero beinilich)” (Gen. 41:45). »(Pég. 878:) 6, Heinnlich para el conocimiento: mistico, alegdrico; significado beimlich: mystics, divinus, occultus, figuratus »( Pig. 878:) Lucgo, beinlich ¢s en otto sentido Jo sus- traido del conocimiento, Jo inconciente. (...) Ahora bien, como consecuencia es beimlich también lo reservado, lo inesctutable (. ..) “gNo ves que no conffan en mi? Temen cl rostro heimlich del duque de Friedland” (Schillee, Wallen- steins Lager, escena 2) »9. El significado de lo escondido y peligroso, que se des- taca en el pardgrafo anterior, se desarrolla todavia mas, de suerte que “heinlich” cobra el sentido que sucle asignarse 4 “unheimlich”. Ast: “A veces me ocutte como a quien anda en la noche y cree en aparecidos: cada tinedn se Je antoja heinilich y espeluznante” (Klinger, Theater, 3, pig 298)», Entonces, Aeimlich os una palabra que ha desartollado su significado signiendo sina ambivalencia hasta coincidir al fin con su apuesto, aubcinlich, De algtin modo, unbeimlich es una variedad de beintlich, Unamos este resultado todavia no bien esclarecido con In definicién que Schelling ® da de Jo Unbeimlich, La indagacién detallada de los casos de lo Un- beimlich {ominoso} nos permitird comprender estas indi- caciones. II Si ahora procedemos a pasar revista a las personas y cosas, impresiones, procesos y situaciones capaces de despertarnos con particular intensidad y nitidez el sentimiento de lo omi- nosd, es evidente que el primer requisito serd elegir un ejemplo apropiado. E. Jentsch destacé como caso notable la aduda sobre si en verdad es animado un set en apatiencia vivo, y, a la inversa, si no puede tener alma cierta cosa A [En Ia versién original de este trabajo (1919) se lefa aqui «Schleictnuchers, notoriamente un error.) 226 inerte». mvocando para ello la impresién que nos causan unas figuras de cera, unas mufiecas 0 autématas de ingeniosa construccién. Menciona a continuacién lo ominoso del ataque epiléptico y de las manifestaciones de la locura, pues despier- tan en el espectador sospechas de unos procesos automaticos —mecénicos— que se ocultarfan quizé tras la familiar figura de lo animado. Pues bien; aunque esta puntualizacién de Jentsch no nos convence del todo, la tomaremos como punto de partida de nuestra indagacién, porque en lo que sigue nos remite a un hombre de letras que descollé como ninguino en el arte de producir efectos ominosos. Escribe Jentsch: «{'no de los attificios més infalibles para producir efectos ominosos en el cuenta literatio consiste en dejar al lector en Ja incertidumbre sobre si una figura deter- minada que tiene ante sf es una persona o un autémata, y de tal suerte, ademés, que esa incettidumbre no ocupe el centro de su atencidn, pues de lo contrario se verfa llevado a indagar y aclarar al instante el problema, y, como hemos dlicho, si tal hiciera desapareceria fécilmente ese patticular efecto sobre ef sentimiento. E. T. A. Hoffmann ha realizado con éxito, y repetidas veces, esta maniobra psicolégica en sus cuentos fantdsticas». Esta observacién, sin duda correcta, vale sobre todo para el cucnto «El Hombre de la Arena», incluido en las Nacht- stiicken {Piezas nocturnas) de Hoffmann;* de él, la figura de Ja musieca Olimpia ha sido tomada por Offenbach para el primer acto de su dpera Los cuentos de Hoffmann. No obstante, debo decir —y espero que la mayorfa de los lecto- res de Ia historia estarén de acuerdo conmigo— que el mo- tivo de la mufteca Olimpia cn apatiencia animada en modo alguno es el tinico al que cabe atribuir el efecto incompara- blemente ominoso de ese relato, y ni siquiera es aquel al que corresponderfa imputérselo en primer lugar. Por cierto, no contribuye a este efecto el hecho de que el autor imprima al episodio de Olimpia un leve giro satfrico y lo use para burlarse de la sobrestimacién amorosa del joven. En el centro del relato se sitéa mas bien otro factor, del que por lo demés aquel toma también su titulo y que retorna una y otra vez en los pasajes decisivos: el motivo del Hombre de la Arena, que arranca los ojos a los nifios. El estudiante Nathaniel, de cuyos recuerdos infantiles par- te el cuento, no puede desterrar, a pesar de su dicha pre- 4 Hoffmann, Samtliche Werke, edicién de Grisebach, 3. 227 sente, los recuerdos que se fe anudan a la enigmética y terro- tific’ muerte de su amado padre. Ciertas veladas la madre solia mandar a los nifios temprano a la cama con esta adver- tencia: «jViene el Hombre de la Arenal»;* y en efecto, en cada ocasién el nifio escucha los pasos sonoros de un visitante que requiere a su padre para esa velada. I's cierto que Ja madre, preguntada acerca del Hombre de la Arena, nicga que exista; es slo una manera de decir; pero un aya sabe dar noticias més positivas: «Es un hombre malo que bu a los nifios cuando no quieren irse a Ja cama y les arroja puiiados de arena a los ojos hasta que estos, baiiados cn sangre, se les saltan de la cabeza; después mete los ojos en una bolsa, y las noches de cuarto creciente se los Heva para dérselos a comer a sus hijitos, que estan allé, en el nido, y tienen unos piquitos curvos como las lechwzas; con ellos picotean los ojos de las criaturas que se portan mal», Aunque el pequefio Nathaniel ya eta demasiado crecide ¢ inteligente para dar crédito a esos espeluznantes atributos agregados a la figura del Hombre de la Arena, la angustia ante él lo domind. Resolvié averiguar ef aspecto que tenia, y un atardecer en que otra vez lo esperaban se escondis en cl gabinete de trabajo de su padre. Al Ilegar cl visitante, lo reconoce como el abogado Coppelius, una personalidad’ re- pelente de quien los nifios solfan recelar en aquellas ocas es en yuic se presentaba como convidado a almorzar; iden- tifiea, entances, a exe Coppeliny con el temido Hombre de la Arona, Ya on lo que sigue a esta escena ef autor nos hace dudar: gestamos frente a un printer delirinu del nifio po- seido por la angustia o a un informe que hubiera de conce- birse como real en el universo figurativo del relato? Su padre ¥ ef huésped hacen algo con un braseto de Iameantes carbones, El pequefo espia escucha exclamar a Coppelius: «jOjo, ven aqui! {Ojo, ven aqui»; el nifio se delata con sus gritos y es capturado por Coppelius, quien se propone echarle a los ojos unos putindos de carboncillos ardientes to- mados de las Hamas, para después arrojar aquellos al brase: to. El padre intercede y salva los ojos del nifio. Un profundo desmayo y una larga enfermedad son cf desenlace de Ia vivencia. Quien se decida por la interpretacién racionalista de «El Hombre de la Arena» no dejaré de ver en esta fan- tasfa del nifio Ia consecuencia de aquel relato del aya. En lugat de pufiados de arena, son ahora puiiados de carbon- * {aDer Sandmann kommt!», una de las amenazas habituales en lox paises de habla alemana para inducir a los nifios a dormirse; expresiones similares existen en inglés («The Sandman is about!») yen francés (ule marchand de sable passe!»),} 228 cillos Hameantes ios que serdn echados a los ojos del nifio; y,en ambos casos, para que Jos ojos se Je salten. Un aio después, tras otra visita del Hombre de Ia Arena, el padre muere a rafz de una explosién en su gabinete de trabajo; el abogado Coppelius desaparece del lugar sin dejar rastros. Lucgo, cl estudiante Nathaniel cree reconocer esta figura terrorifica de su infancia en un éptico ambulante, un italia- no Hamado Giuseppe Coppola que en la ciudad universitaria donde aquel se encuentra le ofrece en venta unos baréme- tros y, cuando declina compratlos, agrega: «jEh, barémetros no, bardmetros no! ; Vendo también bellos ojos, bellos ojos!». El espanto del estudiante se calma al advertir que los ojos ofrecidos resultan ser unas inocentes gafas; le compra a Coppola un prismético de bolsillo con el que espia la casa lindera del profesor Spalanzani, donde divisa a su hija Olim- pia, bella pero enigmaticamente silenciosa ¢ inmévil, § mota perdidamente de ella, hasta el punto de olvidar a st inteligente y serena novia. Pero Olimpia es un autémata a que Spalanzani le ha. puesto el mecanismo de relojerfa y Coppola —el Hombre de la Arena-— los ojos. El estudiante sorprende a los dos maestros disputando por su obra; el Gptico se leva a la mufieca de madera, sin ojos, y el mecd- nico Spalanzani arroja al pecho de Nathaniel los ojos de Olimpia, que permanecfan en ef suelo bafiados en sangre; dice que Coppola se los ha hurtado a Nathaniel, Este cae presa de un nuevo ataque de locuta en cuyo delirium se atinan la reminiscencia de la muerte del padre con la impre- sidn fresea: «jUy, uy, uy! {Citculo de fuego, circulo de fue- go! jGira, circulo de fuego, lindo, lindo! {Mufequita de madera, uy, bella mufiequita de madera, gira!». Se arroja entonces sobre el profesor, el presunto padre de Olimpia, con dnimo de estrangularlo. Recobrado de una prolongada y grave enfermedad, Natha- nicl patece al fin sano. Ha recuperado a su novia y se pro- pone desposatla. Un dia, ella y él pasean por la ciudad, sobre cuya plaza mayor la alta torre del Ayuntamiento proyecta su sombta gigantesca, La muchacha propone a su novio subir a Ja torre, en tanto el hermano de ella, que acompafiaba a la pareja, permanece abajo. Ya en Jo alto, la curiosa apa cién de algo que se agita allé, en la calle, atrae la atencién de Clara, Nathaniel observa la misma cosa mediante cl pris- matico de Coppola, que encuentra en su bolsillo; de nuevo cae presa de Ia locuta y a la voz de «jMufiequita de made- ra, gital» pretende arrojar desde lo alto a ta muchacha. El hermano, que acude a sus gritos de auxilio, la salva y des- ciende répidamente con ella, Artiba, el loco furioso corre 229 en torno exclamando «;Circulo de fuego, gira!», cuyo ori gen nosotros comprendemos, Entre las personas reunidas en Ia calle sobresale el abogado Coppelitis, quien ha reaparecido de pronto. Tenemos derecho a suponet que Ia locura estallé en Nathaniel cuando vio que se acercaba. Alguien quiere su- bir para capturar al furioso, pero Coppelius dice sonriendo: «Esperen, que ya bajaté él por sus propios medios». De pronto Nathaniel se queda quieto, mira a Coppelius y se arroja por encima de la baranda dando el estridente grito de 4(Si, bellos ojos, bellos ojos!». Al quedar sobre el pavimen- to con la cabeza destrozada, ya el Hombre de la Arcna se ha perdido entre Ja multitud. Aun esta breve sintesis no deja subsistir ninguna duda de que el sentimiento de lo ominoso adhicre directamente a Ja figura del Hombre de la Arena, vale decir, a Ja representa cién de ser despojado de los ojos, y que nada tiene que ver con este efecto fa incertidumbre intelectual en el sentido de Jentsch. La duda acerca del cardcter animado, que debimos admitir respecto de la mufieca Olimpia, no es nada en com- paracién con este otro ejemplo, més intenso, de lo ominoso. Es cierto que el autor produce al comienzo en nosotros una especie de incertidumbre -<«eliberadamente, desde luego—, al no dejurnos calegir de entrada si se propone introducirnos en el mundo real © en un mundo fantastico creado por st albedrio, Como ex notorio, tiene derecho a hacer lo uno 6 Io otro, y si por ejemplo ha escogido como escenario de sus figntaciones un mundo donde actian espiritus, demo- nios y espectros —tal cl caso de Shakespeare en Hamlet, Macbeth y, en otro sentido, en La tempestad y en Suefio de una noche de verano—, hemos de seguirlo en ello y, todo el tiempo que dure nuestra entrega a su relato, tratar como una realidad objetiva ese universo por él presupues- to. Ahora bien, en el curso del cuento de Hoffmann e: duda desaparece; nos percatamos de que el autor quiere hacernos mirar a nosotros mismos por las gafas o los pri maticos del dptico demonfaco, y hasta que quizds ha atis- bado en persona por ese instrumento. La conclusién del cuento deja en claro que el dptico Coppola es efectivamen- te el abogado Coppelius® y, por tanto, el Hombre de la rena. & La esposa del doctor Rank me ha hecho notar las derivaciones de este nombre: acppellay = «copela» (véanse las operaciones quimi- cas w rain de las cuales hallé Ia muerte el padre); «oppo»: Ia cuenca del oju, [Excepio en la primera edicién (1919), esta nota se adjun- taba, uparentemente-por error, al aparecer por Segunda vez el nom bre «Coppelinw» en el patrafo’ anterior. ] 230 En este punto ya no cuenta ninguna «incertidumbre in- telectual»: ahora sabemos que no se nos quiere presentar el producto de la fantasfa de un loco, tras el cual, desde nuestra superioridad sacionalista, pudiéramos discernir el estado de cosas positivo; y sin embargo... ese esclareci- miento en nada ha reducido Ia impresién de lo ominoso. Por tanto, la incertidumbre intelectual no nos ayeda a en render ese efecto. ominoso. Tn cambio, la experiencia psicoanalitica nos pone sobre aviso de que dafarse los ojos o petdetlos es una angustia que espeluzna a los nifios. Ella pervive en muchos adultos, que temen la lesién del ojo mds que la de cualquier otro Srgano. Por otra parte, se suele decit que uno cuidard cierta cosa como a ta nivia dle sits ojos. Ademss, el estudio de los suefios, de las fantusfas y mitos nos ha ensefiado que la angustia por los ojos, Ja angustia de (O. Rank), y es probable que ¢l alma «inmortal» fuera el pri- mer doble del cucrpo, El recurso a esa duplicacién para defenderse del aniquilamiento tiene su correlato en un me- dlio figurativo del Ienguaje onirico, que gusta de expresar la castracién mediante duplicacién o saultiplicacién del. sim- bolo genital; cn la cultura del antiguo Egipto, impulsd a plasmar la imagen artistica del muerto en un material im- perecedero, Ahora bien, estas representaciones hin nacide sobre el terreno del irrestricto amor por si mismo, el nar cisismo primario, que gobierna fa vida anfmica tanto del nifio como del primitivo; con la superacién de esta fave cambia el signo del doble: de un seguro de supervivencia, pasa a ser cl ominoso anunciador de 1a muerte, La representacién del doble no necesariamente es sepulta- da junto con ese narcisismo inicial; en efecto, puede cobrar un nuevo contenido a partir de los posteriores estadios de desarrollo del yo, En el intctior de este se forma poco a poco una instancia particular que puede contraponerse al sto del yo, que sitve a la observacién de sf y a la auto- critica, desempefia ef trabajo de la censuga psiquica y se vuelve notoria pata nuestra conciencia como «conciencia moral». En el caso patolégico del delirio de ser notado, se isla, se escinde del yo, se vuelve evidente para el médico. Fl hecho de que exista una instancia ast, que puede tratar como objeto al resto del yo; vale decir, el hecho de que {l'sor humano sea capar de ebservacion ee sf, posiilitn lle nar a antigua representacién del dable con an nuevo con- tenido y atribuirle diversas cosas, principalmente todo aquello que aparece ante la autocritied como perteneciente al viejo natcisismo superado de la época primordial.° ® (CE, La interpretacién de los suefios (19002), AE, 8, pig. 363.] 10 Creo que cuando los poetas se quejan de que dos almas moran en et pecho del hombre, y cuando fos adictos a la psicologfa popular hablan de la escisién del yo en el hombre, entrevén esta bifurcacién (pertenecicnte a la psicologia del yo) entre la instancia y el resto del yo, y no la relacién de oposicién descubierta pot el psicoandlisis entre el yo y lo reptimido inconciente. Es verdad que !a diferencia se borra por el hecho de que entre lo desestimado por la ctitica del yo se en- cuentran en primer lugar los retofios de lo reptimido. [Freud ya habla considcrado con detalle esta instancia crftica en la seccién TIT de «In. troduccién del natcisismo» (1914c), y pronto la ampliarfa hasta con- 235 Pero no sélo este contenido chocante para la critica del yo puede incorporatse al doble; de igual modo, pueden serlo todas las posibilidades incumplidas de plasmacién del destino, a que Ia fantasia sigue aferrada, y todas Jas aspira- ciones del yo que no pudieron realizarse a consecuencia le unas circunstancias externas desfavorables, asi como to- das las decisiones voluntarias sofocadis que han producido la ilasién del libre albedrfo.!t Ahora bien, tras considerar la motivacién manifiesta de la figura del doble, debemos decimnos que nada de eso nos permite comprender el grado extraordinariamente alto de ominosidad a él adhetido; y a partir del conocimiento que tenemos sobre los procesos animicos patoldgicos, ¢s autorizados a agregar que nada de ese contenido podria explicar el empefio defensivo que lo proyecta fucra del yo como algo ajeno. Entonces, el cardcter de lo ominoso sdlo puede estribar cn que el doble es una formacién oriunda de las épocas primordiales del alma ya superadas, que en aquel tiempo poseys sin duda un sentido mis benigno. El doble ha devenido una figura terrorifica del mismo modo como los dioses, tras Ia ruina de su religidn, se convierten en demonios. Siguiendo cl paradigma del motivo del doble, resulta f4cil_apreciar lus otras perturbaciones del yo utilizadas por Hoffmann, Kn elfas se trata de un retroceso a fases singu- lures de la historia de desarrollo del sentimiento yoico, de una regresidn a Gpacus en que el yo no se habia deslindado avin netamente del mundo exterior, ni del Otro, Creo que estos motives contribuyen a la impresién de lo ominoso, si bien no resulta f4cil aislar su participacién EI factor de la repeticién de lo igual como fuente del sentimiento ominoso acaso no sea aceptado por todas las personas. Segtin mis observaciones, bajo ciertas condicio- nes y en combinacién con determinadas circunstancias se produce inequivocamente un sentimiento de esa indole, que, ademds, recuerda al desvalimiento de muchos estados oniricos. Cierta vez que en una calurosa tarde yo deambu- vertirla en el «ideal del yoo y en el esuperyé» en el capitulo XT de su Psicologia de as masas y anilisis del yo (192\c) y el capitulo TIL de EY x0 ¥ ef ello (19236), sespectivamente.] 1 Ein la obra de HH. Ewers, Der Student von Prag {El estudiante le Praga}, que sitve de punto de partida al estudio de Rank sobre el doble, el hétoe ha prometido a su amada no matar a su desafiante en el duclo. Pero en camino al campo del honor se encuentra con el doble, auc ya ha matado a su rival, — [Sobre la ailusién del libre albedrfo». ef Parupatolagne de la vide cotidiana (1901b), AE, 6, pags. 246-7.) 12 Heine, Die Gilter in Exil {Las dioses en el’ exilio}. 236 laba por las calles vacias, para mi desconocidas, de una pe- quefia ciudad italiana, fui a dar en un sector acerca de cuyo carécter no pude dudar mucho tiempo. Sélo se vefan mu- jetes pintarrajeadas que se asomaban por las ventanas de las casitas, y me apresuré a dejar la estrecha callejuela do- blando en Ta primera esquina, Pero tras vagar sin rambo durante un rato, de pronto me encontré de nuevo en la misma calle donde ya empezaba a lamar la atencién, y mi apurado alejamiento sélo tuvo por consecuencia que fuera a parar ahi por tercera vez tras un nuevo rodeo. Entonces se apoders de mi un sentimiento que s6lo puedo calificar de ominoso, y sent{ alegtia cuando, renunciando a ulterio- res viajes de descubrimiento, volvi a hallar 1a piazza que poco antes habia abandonado, Otras situaciones, que tienen en comin con la que acabo de describie el retorno no de- liberado, pero se diferencian radicalmente de ella cn los demés puntos, engendran empero el mismo sentimiento de desvalimiento y ominosidad, Por ejemplo, cuando uno se extravfa en el bosque, acaso sorprendido por la niebla, y a pesar de todos sus esfuerzos por hallar un camino demar- cado © familiar retorna repetidas veces a cierto sitio carac- terizado por determinado aspecto. O cuando uno anda por tuna habitacién desconocida, oscura, en busca de la puerta 0 de la perilla de Ia luz, y por enésima ver tropieza con el mismo mueble, situacién que Mark ‘Twain, exageréndola hasta lo grotesco, ha trasmudado en la de una comicidad irresistible. . También cn otra serie de experiencias discernimos sin trabajo que es sdlo el factor de Ia repeticién no deliberada | que vuelve ominoso algo en s{ mismo inofensivo y nos pone a idea de lo fatal, inevitable, donde de ordinario sdlo habriamos hablado de «casualidad». Ast, es una vi- vencia sin duda indiferente que en un_guatdarropas reci- bamos como vale cierto ntimero (p. ej. 62) 0 hallemos que el camarote asignado en el barco Heva ese ntimero Pero esa impresién cambia si ambos episodios en sf tri viales se suceden con poca diferencia de tiempo: si uno se ropa con el niimero 62 varias veces el mismo dia y se ve precisado a observar que todo cuanto lleva designacién numérica —direcciones, la pieza del hotel, el vagéa del fervocartil, ete-— presenta una y otra vez el mismo né- meto, aunque sea como componente. Uno lo halla «omi oso», y quien no sea impermeable a las tentaciones de la supersticidn se inclinaré a atribuir a ese pertinaz retorno 35 [Mark Twain, A Tramp Abroad. 237 del mismo niimero un significado secreto, acaso una refe- rencia a la edad de la vida que le esta destinado aleanzar."" O si uno se ha dedicado tiltimamente a estudiar los esctitos del gran fisidlogo E. Hering y con diferencia de unos po- cos dias recibe cartas de dos personas de ese nombre de diversos paises, cuando hasta entonces nunca habja tenido relacién con personas que se Iamaran asi. Un ingenioso investigador de lu naturaleza ha intentado hace poco su- bordinar a cicttas leyes sucesos de esa indole, lo cual no podria menos que cancelar la impresién de lo ominoso.!* No me atrevo a pronunciatme sobte si fo ha logrado Sélo de pasada puedo indicar aqui el modo en que !o ominoso del retorno de lo igual puede deducirse de Ja vida animica infantil; remito al lector, pues, a una exposicién de detalle, ya terminada, que se desarrolla en otro contexto."” En lo inconciente animico, en efecto, se discierne el im- perio de una compulsién de repeticién que probablemente depende, a su vez, de la naturaleza més intima de las pul- siones; tiene suficiente poder para doblegar al principio de placer, confiere cardcter demonfaco a cierto aspectos de Ia vida animica, se exterioriza todavia con mucha niti- dez en las aspiraciones del nifio pequeio y gobierna el psicoandlisis de los neurdticos en una parte de su decutso Todas las elucidaciones anteriores nos hacen esperar que se sienta como ominoso justuinente aquello capaz de re- cordir a est compulsidn interior de repeticién, Sin embargo, creo que ya es tiempo de dejar estas. cons- telaciones, sobre las cuales siempre es dificil emitic juicio, y buscar casos inequivocos de lo ominoso cuyo andlisis nos permita obtener una decisién definitiva acerca de la vali dez. de nuestra hipétesi En «El anillo de Policrates»,'* el rey de Egipto se apar- ta con horror de su hugsped porque nota que todo deseo de su amigo le es cumplido en el acto y el destino le aventa enseguiida cada una de sus preacupaciones. Su amigo se le ha vuelto «ominosom, La explicacién que é mismo da, a 44 [Freud habla cumplido 62 aifos de edad el 4 13 Kammerer, 1919, 18 [Se reficte a Mas alld def principio de placer (1920g), publicada tin aio mas tarde, en cuyos capitulos Hy IIL se explaya sobre las diversas manifestaciones de la «compulsisn de repeticién» aqut enu- hictadts, Como fendémeno clinica, la «compulsiéa de repeticién» ya hubia side tratada por Freud en un trabajo dado a conocer cinco aflos antes: @Reconlar, repetir y reclaborar» (1914g).J HEEL poem dle Schiller asada en Hlerodoto,] fio anterior, 1918.] 238 suber, que los demasiado dichosos tienen que temer Ia en- vidia ‘de los dioses, nos parece todavia impenetrable, su sentido se oculta tras un velo mitolégico. Tomemos, ‘por eso, un ejemplo de circunstancias mucho més simples: en el historial clinico de un neurético obsesivo ™ referi que este enfermo habfa tomado una cura de aguas, y durante su permanencia en el sanatorio habia experimentado una gran mejoria. Pero tuvo suficiente perspicacia para no atri- buir ese resultado a Ja virtud curativa del agua, sino a la ubicacién de su pieza, en la inmediata vecindad de la de una amable enfermera, Llegado por segunda vez al sana- torio, pidié la misma habitacién, pero le dijeron que ya estaba ocupada por un sefior anciano; entonces dio rienda suelta a su disgusto con estas palabras: «Ojalé te dé un ataque». Catorce dias después el anciano murié efectiva- mente de un ataque de apoplejia. Para mi paciente fue una vivencia «ominosa», La impresién de lo ominoso habria sido todavia més intensa de trascurtir un lapso menor en- tre su manifestacién y el hecho fatal, o si el paciente hubie- ra podido informar sobre otras muchas vivencias de la misma indole, En realidad, no le faltaban tales corrobora- ciones; pero no sdlo a él: todos los neurdticos obsesivos que yo he estudiado sabian refcrir cosas andlogas de sf mismos. En modo alguno les sorprendia encontrarse re- gularmente con la persona en la que acubaban —acaso por primera vez tras largo tiempo— de pensar; por las ma- fianas solfan recibir carta de un amigo de quien Ja tarde anterior habian dicho: «Hace mucho que no sé nada de él», y, en particular, eta raro que sucedieran muertes o des- gracias sin que un rato antes se les pasaran por la cabeza Solian expresar tales situaciones, con Ja mayor modestia, aseverando tener «presentimientos» que «casi siempre» se cumplian Una de las formas més ominosas y difundidas de la su- persticién es la angustia ante el «mal de ojo», estudiado a fondo por el oculista de Hamburgo, S. Seligman (1910- 11). La fuente de que nace esta angustia parece haber sido reconocida siempre. Quien posee algo valioso y al mismo tiempo fragil teme la envidia de los otros, pues les proyecta Ja que él mismo habria sentido en el caso inverso. Uno deja traslucir tales mociones mediante la mirada, aunque les de niegue su expresién en palabras; y cuando alguien se diferen- cia de los demas por unos rasgos Hamativos, en particular 1S «A propésito de un caso de neurosis obsesivas (19094) LAE, 10, pags, 182-3] reel nt son de naturaleza desagradable, se Je atribuye una envidia dle particular intensidad y la capacidad de trasponer en actos sa intensidad. Por tanto, se teme un ptopdsito secreto de hacer dafio, y por ciertos signos se supone que ese props- sito posee tambi¢n Ia fuerza de realizars Los ejemplos de Jo ominoso citados en diltimo término dependen del principio que yo, siguiendo In sugcrencia de un paciente,"" he Hlamado «omnipotencia cel pensamientor ‘Ahora bien, estamos en terreno conocido y ya no podemos ignorarlo, EL andlisis de fos easos de to ominoso nos ha reconducido a Ia antigua concepcién del mundo del aninis mo, que se caracterizaba por Henar el universe con expt ritus humanos, por la sobrestimacién narcisista de los pro- pios process animicos, la omnipotencia del pensamicnto y Ia técnica de Ia magia basada en ella, fa atribucién de virtudes cnsalmadoras —dentro de una gradacién cuidade- samente establecida— a personas ajenas y cosas (wana), asi_como por todas [as cteaciones con que cl narcisismo irrestricto de aquel perfodo cvolutiv se ponia en guardia frente al inequivoco veto de la realidad, Parece que en mues- tro desarrollo individual todos atraveséramos una fase co- rrespondiente a ese animismo de los primitivos, y que en ninguno de nosotros hubiera pasado sin dejar como secuela unos restos y huellas capaces de exteriorizarse; y es como si todo cuanto hoy nas parece «omineso» cumpliera Le con- dlicidin de tocar estoy restos de actividtel gnimista © ineitar su exteriarizaetin a Vin este punto he de hicer dos scitalamientas en fos cua Jes quertia asentar el contenido esencial de esta pequefia indagacién, La primera: Si la teoria psicoanalitica acierta cuando asevera que todo afecto de una mocién de ‘senti- mientos, de cualquticr clase que sea, se trasmuda cn angustia por obra de la represidn, enire los easos de lo que provoca angustia existird por fuera wn grupo cn que pueda de- mostrarse que exo angustioso ¢s algo reprimide que retor- na, Esta variedad de lo que provoca angustia seria justamen te lo ominoso, resultando indiferente que en su origen fuera 4 su vez algo angustioso 0 tuviese como portador algtin otro 1 [EI (Ia mala suette, el mal de ojo).} 24 [La novela de Schaeffer se publicé en 1918.) 242 vo al terreno del animismo, Es el presentimiento de esas fuerzas secretas lo que vuelve tan ominoso a Mofistéfeles para la piadosa Margarita: «Ella sospecha que seguramente soy un genio y hasta quizés el mismo Diablo» Lo ominoso de la epilepsia, de la locura, tiene el mismo origen, El lego asiste aqui a la exteriorizacién de unas fuer- zas que ni habla sospechado en su préjimo, pero de cuya mocién se siente capaz en algtin remoto rinedn de su per- sonalidad. De una manera consecuente y casi correcta en lo psicolégico, Ja Edad Media atribuia todas estas exterioti- zaciones patolégicas a la accién de demonios. Y hasta no me asombraria Megara saber que el psicoundlisis, quc se ocupa de poner en descubierto tales fuerzas seeretis, se ha vuelto ominoso para muchas personas justamente por exo. En un caso en que logré restablecer —si bien no muy nipi damente— a una muchacha invélida desde hacia varios aiios, mucho tiempo despuds escuché eso mismo de labios de su madre: Miembros seccionados, una cabeza cortada, una mano se- parada del brazo, como en un cuento de Haut s que danzan solos, como en el citado libro de Schaeffer, contie- nen algo cnormemente ominoso, en particular cuando se les atribuye todavia (asi en el timo ejemplg) una actividad auténoma. Ya sabemos que esa ominosidad se debe a su cercania respecto del complejo de castracién. Muchas per- sonas concederian las palmas de Jo ominoso a la represen- tacién de ser enterrados teas una muerte aparente, Sdlo que él psicoandlisis nos ha ensefiado que esa fantasia terrorffica no es mds que la trasmudacién de otra que en sti arigen no presentaba en modo alguno esa cualidad, sino que tenia por portadora una cierta concupiscencia: la fantasia de vivir en el seno materno,*" Agreguemos atin algo general que, en sentido estricto, estaba ya contenido en Jas afirmaciones hechas sobre el animismo y Jos modos de trabajo superados del aparato animico, si bien parece digno de ser destacado expresamente: 2% [Goethe, Fausto, parte I, escenta 16.1 28 [aDie Geschichte von der abgebauenen Hand» {La historia de Ja mano cortada).] 27 [Véase el anilisis del «Hombre de fos Lobos» (19185), supra, pigs. 92 y sigs.] 243 menudo y con facilidad se tiene un efecto ominoso cuando «« horran Jos limites entre fantasfa y realidad, cuando apa- rece frente a nosottos como real algo que habfamos tenido por fantéstico, cuando un simbolo asume la plena operacién v cl significado de lo simbolizado, y cosas por el estilo. En ello estriba buena parte del cardcter ominoso adherido a las practicas mégicas, Ahi fo infantil, que gobierna tambign ta vida animica de los neurdticos, consiste cn otorgar mayor peso a In realidad psiquica por comparacién con Ju material, Fasgo este emparentado con Ia omnipotencia de los pensar micntos. Tin medio del bloque impuesto por Ja Guerra Mundial legé a mis manos un némero de la Sirand Magazine donde, entre otros articulos bastante triviales, se relataba que una joven pateja habia alquilado una vivienda amue- blada en ta que habia una mesa de forma rata con unos cocodrilos talladas, At atardecer suele difunditse por la casa un hedor insoportable, caracteristico, se tropieza con alguna cosa en In oscuridad, se cree ver cémo algo indefinible pasa répidamente por ta escalera; en suma, debe colegirse que a tatz de la presencia de esa mesa las dnimas de unos coco- drilos espectrales frecuentan la casa, 0 que los monstruos de madera cobran vida en la oscuridad, 0 alpuna otra cosa parecida. Era una historia muy ingen, pero se sentia muy grande stt efecto ominaso. Para dat por concluida esta seleccisn de ejemplos, sin duda todavia incomplein, dehemos citar una experiencia extrafda del trabajo psicoanalltico, que, sito se basa en wna coinci- dencia aecidental, conlleva Innis: cabal corroboracién. de nuestra concepeién de fo ominoso. Con frecuencia hombres neuréticos declaran que Jos genitales femeninos son para ellos algo ominoso. Ahora bien, eso ominoso ¢s Ia puerta de acceso al antiguo solar de la criatura, al lugar cn que cada quien ha morado al comienzo. «Amor es nostalgian, se dice en broma, y cuando cl sofiante, todavia en suefios, piensa acerca de un Jugat 0 de un paisaje: «Me es familiar, ya una vez estave abt», la interpretacién esta autorizada a 'rempla- zaslo por los genitales o el vientre de la madre.?* Por tanto, también en este caso lo omineso es 10 otrora doméstico, lo familiar de antiguo. Ahora bien, el prefijo «i» de In palabra unbeimlich es Ta marca de la represién.”? "<1CK Lt interpretacién de los suefos (19001), AE, 5, pig. 401.7 (CL wba negacién» (1925).] 244 UL Ya en el curso de las precedentes elucidaciones se habrin agitado en el Jector unas dudas a las que debemos permitit ahora reunirse y expresarse en voz alta. Acaso sea cierto que lo ominoso (Usheimliche) sea lo fa miliar-cntraiable |Heinliche-Heimische} que ha experimen- tado una represién y retorna desde ella, y que todo lo omi nos cumphi esa condicién. Pero el enigma de lo ominoso no parece resuelto con la eleccién de ese material. Nuestra iesis, evidentemente, no admite ser invertida. No todo lo que recuerda a mociones de desco reprimidas y a modos de pensamiento superados de la prehistoria individual y de la Epoca primordial de Ia humanidad es ominoso por eso solo, ‘Tampoco callaremos el hecho de que pura casi todos los ejemplos capaces de probar nuestro enunciado pueden hae Harse otros andlogos que lo contradicen, En el cuento de Haulé «La historia de la mano cortada», la mano seccionada produce sin duda un efecto ominoso, que nosotros hemos reconducido at complejo de eastracién. Pero en el relato de Herodoto sobre el tesoro de Rhampsenit, el maese Iadrdn a quien la princesa quicre tener agarrado por la mano deja tras si lt mano cortada de su: hermano, y es probable que otras personas coincidan conmigo en juzgar que ese rasgo no pro- voca ningtin efecto ominoso. La prontitud con que se cum: len Tos descos en «Et anilio de Policrates» sin duda nos resulta tan ominosa a nosotros como al propio rey de Egipto; pero cn nuestros cuentos tradicionales son abundantisimos csos cumplimientos instanténeos del deseo, y lo ominoso brille por su ausencia, En el cuento de los tres deseos, Ia mujer se deja seducir por el otorcillo de unas salchichas, y dice que le gustarfa tener ella también una salchichita asf. Y al punto [a tiene sobre el plato. El marido, en su enojo, desea que se le cuelgue de la nariz a la indiscreta. Y volando Ja tiene ella balancedndosele en su nariz. Esto es muy im- presionante, pero por nada del mundo ominoso, El cuento tradicional se pone por entero y abiertamente en el punto dle vista de la omnipotencia del pensar y desear, y yo no sabria indicar ningén cuento geauino en que ocurra algo ominoso, Se nos ha dicho que tiene un efecto en alto gea- do ominoso Ja animacién de cosas inanimadas, como image- nes, mufiecas, pero en los cuentos de Andersen viven los enseres domésticos, los muebles, ef soldadito de plomo, y acaso nada haya més distanciado de lo ominoso. Dificilmente se sentiré ominosa, pot otra parte, Ia animacidn de ta bella estatua de Pigmalisn 245 Ia muerte aparente y la reanimacién de los muertos se tins dieron a conocer como unas reptesentaciones harto omi- nosas. Pero cosas parecidas son muy corrientes en los cuentos tradicionales; equién osaria calificar de ominoso el hecho de que Blancanieves vuelva a abrir los ojos? También el des- pertar de los muertos en las historias de milagros, por cjem- plo las del Nuevo Testamento, provoca sentimientos que nada tienen que ver con Jo ominoso. El retorno no delibe- vado de lo igual, que nos produjo unos efectos tan induda- blemente ominosos, en toda una serie de casos concurre empero a ottos efectos, por cierto muy diversos. Ya sefia- lamos uno en que se lo usé pata provocar el sentimiento edmico [pég. 237], y podrfamos acumular ejemplos de esa indole. Otras veces opera como refuerzo, ete, Ademas: ede dénde proviene lo ominoso de Ja calma, de Ia soledad, de la oscutidad? ¢No apuntan estos factores al papel del peligro en la génesis de Jo ominoso, si bien se trata de las mismas condiciones bajo las cuales vemos a los nifios, las mds de las veces, exteriorizar [en cambio] angustia? ¢Y acaso podemos descuidar por entero el factor de la incertidumbte intelec- tual, cuando hemos teconocido su significatividad para lo ominoso de la muette [pags. 241-2]? Debemos entonces admitir Ia hipétesis de que para la emergencia del sentimiento ominoso son decisives otros fac: tores que las condiciones por nosotros propuestas y que se reficren al material, Y hasta podria decirse que con esta pri- Incratcomprobacidn queda tramitado et intckKs psicoanalftico por ef problema de fo aminusey; of resto probablemente exija una indagacién estética. Pero asi abrirfamos las puertas a Ja duda sobre el valor que puede pretender nuestra intelec- cién del origen de lo ominoso desde lo entrafiable reprimido. Una observacién acaso nos indique el camino para resolver estas incertidumbres. Casi todos los ejemplos que contra- dicen nuestras expectativas est4n tomados del campo de Ia ficcidn, de Ia creacidn literaria. Ello nos sefiala que deberfa- mos establecer un distingo entre lo ominoso que uno vivencia y lo ominoso que uno meramente se representa o sobre lo cual lee. Lo ominoso del vivenciat responde a condiciones mucho més simples, pero abarca un mimero menor de casos. Creo que admite sin excepciones nuestra solucién tentativa: siem- pre se lo puede reconducir alo reprimido familiar de antigua. Umpero, también aqui corresponde emprender una impor- (ante y psicolégicamente sustantiva separacin def material; lo mejor seré discernirla a raiz de ejemplos apropiados. ‘Vomemos lo ominoso de Ia omnipotencia de los pensa 246 micntos, del inmediato cumplimiento de los deseos, de las fuerzas que procuran dafio en secteto, del retorno de los muertos. La condicién bajo Ia cual nace aqué el sentimiento de lo ominoso es inequivoca. Nosotros, 0 nuesttos ancesttos primitivos, consideramos alguna vez esas posibilidades como una tealidad de hecho, estuvimos convencidos de la objeti- vidad de esos procesos. Hoy ya no cteemos en ello, hemos superado esos modos de pensat, pero no nos sentimos del todo seguros de estas nuevas convicciones; las antiguas per- viven en nosotros y acechan la oportunidad de corraborarse. Y tan pronto como en nuestra vida ocurre algo que parece aportar confirmacién a esas antiguas y abandonadas convic- ciones, tenemos el sentimiento de lo ominoso, que podemos completar con este juicio: «Entonces es cierto que uno pucde matar a otro por el mero deseo, que los muertas siguen vi viendo y se vuelven visibles en los sitios de su anterior acti vidad», y cosas semejantes. Por el contrario, faltaré lo omi noso de esta clase cn quien haya liquidado en st mismo de una mancra radical y definitiva esas convicciones animistas La més asombrosa coincidencia de deseo y cumplimiento, la repeticién més enigmatica de vivencias parecidas en un mismo lugar o para una misma fecha, las més engafiosas visiones y los ruidos més sospechosos no lo hardn equivocarse, no despertarén en él ninguna angustia que puciera calificarse de angustia ante lo «ominoso». Por tanto, aqui se trata pura- mente de un asunto del examen de realidad, de una cues: de la realidad material.*° Otra cosa sucede con lo ominoso que parte de complejos 80 Como también lo ominoso del doble es de este género, serd inte- resante averiguar el efecto que nos produce topatnos con Ia imagen de nuestra propia persona sin haberla invocado e insospechadamente. E, Mach comunica dos de tales observaciones en su Anulyse der Simp findung (1900, pag. 3). Una vez se espanté no poco al advertir yue el rostro que vela era el suyo propio, y otra vex pronuncis un jul harto negativo sobre alguien en quien crey ver un extratio que subsa al dmnibus donde se encontraba él:

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