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UNIDAD 10

REPRESENTACIÓN, PODER Y MANDATO. CARACTERIZACIÓN, DIFERENCIAS Y REGLAS APLICABLES


El Código Civil y Comercial de la Nación legisla en forma separada la representación del mandato,
por lo cual es necesario tener en claro qué significa cada una y la relación que puede existir entre ambos
institutos. El apoderamiento como tal se lo contempla junto con la representación1
El Código de Vélez Sarsfield trataba conjuntamente mandato, representación y apoderamiento, sin
distinción alguna, lo cual respondía al modelo legislativo de su sanción. Investigaciones posteriores,
fundamentalmente la obra de LABAND, a fines del Siglo 19, de notoria influencia en el Código Civil Alemán
(BGB), permitieron distinguir dos institutos que hasta entonces, y también en el CC derogado, no estaban
debidamente diferenciados: el mandato del poder de representación. Las diferencias centrales son las
siguientes:
i) El poder es un acto jurídico unilateral que se perfecciona por la sola voluntad del poderdante. El
mandato, en cambio, es un contrato y por ello un acto jurídico bilateral
ii) El poder rige las relaciones externas, o sea la que se producen entre el representado y los
terceros con quienes contrata el representante. El mandato, en cambio, rige las relaciones internas entre
mandante y mandatario (la retribución, las instrucciones, la rendición de cuentas, los derechos y
obligaciones de las partes)
iii) El poder se considera un acto jurídico abstracto (carente de causa) en cambio el mandato es un
acto jurídico causado. Ello es así en tanto en el poder la causa (por ejemplo ilícita o inmoral) no deriva del
acto de apoderamiento sino del acto para el cual fue dado el poder, el cual será causado y por ende
susceptible de ser impugnado por falsedad, ilicitud o inmoralidad de la causa o motivo que lo inspira.
Esto no significa que, eventualmente, el contrato de mandato y el acto de apoderamiento consten
en un mismo instrumento. Esta circunstancia no obsta a que, en realidad, se trate de actos jurídicos
distintos y perfectamente diferenciables.
El CCC ha seguido en la materia un criterio absolutamente diverso y ha adoptado así las propuestas
de las nuevas corrientes doctrinarias y del derecho comparado. En ese sentido, la representación ha sido
desarrollada en el Libro Primero (Parte General), Título IV (Hechos y Actos Jurídicos), Capítulo 8. Ello
significa que su regulación es aplicable a todos los hechos y actos jurídicos, sin perjuicio de disposiciones
especiales previstas para aspectos específicos, como lo son la representación legal de incapaces y la
orgánica; esta última propia de las personas jurídicas en general y las sociedades en particular. En las
normas referenciadas (arts. 358 a 381) se distingue –a su vez- la representación en general (incluyendo a
sus tres variantes: voluntaria, orgánica y legal) del poder, regulado a propósito de la representación
voluntaria.
Esto explica, también, que se hayan reducido notoriamente las normas destinadas a la regulación
del mandato –ahora desarrolladas en los arts. 1319/1334- en tanto varias de las cuestiones referidas al
mandato representativo son ahora tratadas en los actos jurídicos, a propósito de la representación
voluntaria y el poder.
El nuevo criterio legislativo está en línea con las recomendaciones efectuadas en diversos
encuentros de derecho civil, el derecho extranjero (los Principios de UNIDROIT, el Anteproyecto de Código
Europeo de los Contratos —Academia de Pavía—, los Principios de Derecho Europeo de los Contratos —
comisión dirigida por Lando y Beale— y los anteriores proyectos de Código (Bibiloni, Llambías, y los de los
años 1987, 1993 y 1998)2.
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BORDA, A. ob.cit.
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BORDA, A. ob.cit.
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Así como en los párrafos precedentes diferenciamos el mandato del poder, también corresponde
caracterizar el restante instituto: la representación. Lo primero que debe señalarse al respecto es que la
representación no es un contrato ni un acto jurídico, es una situación jurídica. La representación configura
un género jurídico que permite a una persona otorgar en nombre y por cuenta de otro, actos jurídicos
entre vivos, con la salvedad de aquellos que únicamente puedan ser otorgados por el titular del derecho,
por ser personalísimos del mismo o intuitu personae3.
La representación, en cuanto institución, se traduce en la posibilidad de que el representante,
intermediario o apoderado actúe frente al tercero invocando el nombre del representado y que el acto
jurídico se realice por su orden y cuenta. El representante declara su voluntad, pero lo hace a nombre del
representado. De modo tal que las consecuencias del acto jurídico cumplido por el representante no
inciden sobre su patrimonio sino que afectarán al patrimonio del representado. Por tal razón, el acuerdo,
en el que interviene el representante, se perfecciona entre el representado y el tercero4.
La representación surge cuando una persona (representante) ejecuta un acto jurídico en nombre
de otra (representado), de modo que el negocio se considera celebrado directamente por este último, y
los derechos y las obligaciones emergentes de dicho acto celebrado por el representante se generan
directamente (no de modo indirecto o reflejo) en el representado y afectan a su patrimonio.
La representación exige que se observen tres requisitos5:
1. Obrar en "nombre ajeno"
El primer requisito implica que el representante que realiza un acto jurídico con un tercero no lo
hace propio, sino que por actuar en "nombre de su representado" los efectos jurídicos de dicho acto
ocurren respecto de la persona y el patrimonio del representado. Es este último quien adquiere los
derechos y obligaciones, quien asume legitimación activa para demandar o pasiva para ser demandado por
aquellos y, por ende, a sus herederos se trasmitirán sus derechos y obligaciones.
Los actos jurídicos ejecutados por el mandatario, en los límites de sus poderes y a nombre del
mandante, y las obligaciones que hubiere contraído como efecto de aquellos, son considerados hechos
personalmente por este último, el mandatario no puede reclamar en nombre propio la ejecución de las
obligaciones, ni ser demandado personalmente por el cumplimiento de ellas. Tal como prevé el art. 359
CCyCN los actos celebrados por el representante en nombre del representado y en los límites de las
facultades conferidas por la ley o por el acto de apoderamiento, producen efecto directamente para el
representado.

2. Objeto
El segundo recaudo esencial tiene que ver con el "objeto" de la actuación en "nombre ajeno". El
objeto de la representación son actos jurídicos, no obras materiales o intelectuales, ni servicios.
Precisamente, el art. 358 CCyCN establece que los actos jurídicos entre vivos pueden ser celebrados por
medio de representante, excepto en los casos en que la ley exige que sean otorgados por el titular del
derecho.
3. El poder, procura o apoderamiento
Como ya se señalara, en el derogado Código Civil se confundió la representación, el mandato y el
poder. El poder, la procura o el apoderamiento no son sino el "título" que legitima la representación. Ya
hemos mencionado que la representación es una situación jurídica por la cual, quien actúa en "nombre de
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BORDA, A. ob.cit.
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BORDA, A. ob.cit.
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DI CHIAZZA, ob.cit.
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otro" hará que los efectos del acto jurídico celebrado con un tercero se produzcan en cabeza del
representado y ello así, porque lo invistió la ley (v.gr. representación necesaria) o porque lo invistió (lo
apoderó) la persona en cuyo nombre actuó (v.gr. representación convencional). Ese acto de investir al
representante voluntario es lo que se denomina poder, procura o apoderamiento.
De la misma forma que, como hemos visto, puede existir "representación" sin contrato de
mandato (v.gr. representación necesaria) y contrato de mandato representativo o no representativo,
puede haber "representación" sin poder, procura o apoderamiento (v. gr. representación necesaria).
2. EL CONTRATO DE MANDATO
NOCION6
De acuerdo al art. 1319 CCyCN hay contrato de mandato cuando una parte se obliga a realizar uno
o más actos jurídicos en interés de otra.
La mayor simplicidad de la definición –respecto al CC derogado- es evidente, sobre todo porque se
ha omitido la referencia al "poder" que generaba no pocas disquisiciones y confusiones, en razón de que el
mandato puede o no ser representativo, de acuerdo a lo que las partes estipulen. Ello explica que los
términos de la definición legal aludan ahora a una actuación del mandatario en "interés" de otro sujeto (el
mandante), dejando de lado la expresión que antes utilizaba el régimen derogado cuando aludía a la
actuación "en nombre de ese sujeto". El cambio es apropiado pues queda claro que el ordenamiento
permite dos opciones: mandato representativo y no representativo, según lo acordado por las partes al
respecto.
De la definición legal surgen los aspectos centrales de la figura: (i) la actuación de un sujeto
(mandatario) en interés de otro (mandante) y (ii) respecto de la realización de ciertos actos jurídicos.
CARACTERES DEL CONTRATO
1. Contrato bilateral:
El contrato de mandato es bilateral ya que genera obligaciones para las dos partes, mandante y
mandatario, ambas se obligan recíprocamente la una hacia la otra (art. 966). Vimos que en eso se
diferencia del poder que es un acto jurídico unilateral.
2. Contrato oneroso:
El contrato de mandato es oneroso, toda vez que las ventajas que se procuran a una de las partes
les son concedidas por una prestación que ella ha hecho o se obliga a hacer a la otra (art. 967). Este
contrato se presume oneroso (art. 1322). Si las partes no hubieran acordado al respecto, la remuneración
será la que establezcan las disposiciones legales o reglamentarias aplicables, o el uso. A falta de ambos,
debe ser determinada por el juez. Si bien el mandato se presume oneroso (art. 1322), nada impide que las
partes acuerden la gratuidad.
3. Contrato conmutativo:
El contrato de mandato es conmutativo, por regla, pero podría ser aleatorio. Los contratos son
conmutativos cuando las ventajas para los contratantes son ciertas (art. 968). Tal es la regla en materia de
contrato de mandato. El carácter conmutativo implica que las partes pueden conocer y evaluar la
extensión de las obligaciones asumidas.
4. Contrato no formal7:

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DI CHIAZZA, ob.cit.
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DI CHIAZZA, ob.cit.
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El contrato de mandato es no formal. Como principio general el mandato carece de formalidades
especiales y se trata de un contrato que queda concluido por el solo consentimiento e incluso, en
determinados supuestos, en forma tácita.
Distinta es la situación de la forma del poder. En función de la diferenciación (y separación) trazada
por el nuevo CCyCN entre "mandato" y "representación" a lo que ya nos hemos referido al principio, cabe
recurrir a la normas de esta última para precisar algunos detalles relevantes. Así, el art. 363 CCyCN prevé
que "el apoderamiento debe ser otorgado en la forma prescripta para el acto que el representante debe
realizar". Ahora bien, cabe recordar que en el marco de las disposiciones generales aplicables a los
contratos del derogado Código Civil se incluían una disposición de suma importancia. En efecto, el
derogado art. 1184 establecía en su inc. 7 que los poderes generales o especiales que debían presentarse
en juicio, y los poderes para administrar bienes, y cualesquiera otros que tuvieran por objeto un acto
redactado o que deba redactarse por escritura pública, debían ser celebrados por este último medio.
El art. 1017 del Código Civil y Comercial que reemplaza, precisamente, al art. 1184 derogado no
contiene una mención semejante a aquella del inc. 7. La regulación de la representación directa, que
mantiene la libertad de formas, exige como regla general que el apoderamiento revista la misma forma
que el acto que el representante deba realizar.
Particular atención merece el tema de la representación en juicio. El inc. 7 del art. 1184 del
derogado Código Civil exigía la escritura pública como forma para los poderes generales o especiales que
debieran presentarse en juicio. Como ya mencionamos, el art. 1017 del nuevo ordenamiento unificado
nada establece al respecto. ¿Significa ello un cambio de régimen a favor de la libertad de formas absoluta?
La respuesta es negativa desde que la forma aparece replicada en los ordenamientos procesales; sin
perjuicio, claro, de los poderes especiales autorizados por funcionarios judiciales.
5. Contrato consensual
El contrato de mandato es consensual ya que resulta perfeccionado por el consentimiento de las
partes, no requiere, a diferencia de los contratos reales, la entrega de la cosa para el perfeccionamiento
del contrato. El nuevo ordenamiento no contempla al referirse a la clasificación de los contratos, a los
consensuales y reales (arts. 966 a 970).
6. Contrato nominado y típico
FORMACIÓN DEL CONSENTIMIENTO
Agrega la definición del art. 1319 CCyCN que el mandato puede ser conferido y aceptado expresa o
tácitamente. Si una persona sabe que alguien está haciendo algo en su interés, y no lo impide, pudiendo
hacerlo, se entiende que ha conferido tácitamente mandato. La ejecución del mandato implica su
aceptación aun sin mediar declaración expresa sobre ella.
Esta segunda parte de la norma contiene lo relativo a la formación del consentimiento. El contrato
de mandato es consensual en cuanto a la forma de perfeccionamiento, ya que se requieren las voluntades
del mandante y del mandatario, tanto sea de manera expresa como tácita.
MANDATO TÁCITO
En cuanto al mandato tácito, la norma habilita el perfeccionamiento de dos formas, esto es,
mediante: a) la no oposición, pudiendo hacerlo, cuando se sabe que alguien hace algo en su interés, y b) la
ejecución del mandato aun sin mediar declaración expresa sobre ella.
La primera es una excepción a la regla, de la parte general, que indica que el silencio no implica
manifestación de voluntad (art. 263).

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La segunda es una ratificación de la regla, también de la parte general, que indica que los actos
pueden exteriorizarse por la ejecución de un hecho material (art. 262).
De modo tal que el mandato tácito se configura no sólo a partir de hechos positivos del
mandatario, sino también de la inacción o silencio del mandante al no impedir, pudiendo hacerlo, cuando
sabe que alguien está haciendo algo en su nombre. Desde luego, en cualquier de esas dos situaciones,
siempre la manifestación tácita de la voluntad para resultar eficaz se debe conocer con certidumbre (art.
264); vale decir, tácita pero con ciertos fundamentos. Desde luego, no cabe confundir la hipótesis del
mandato tácito con la actividad de los dependientes del mandatario8.
OBJETO DEL CONTRATO9
En cuanto al objeto del mandato, la supresión de la división entre actos civiles y comerciales
simplifica el punto respecto de este contrato. El CCyCN comprende como objeto del contrato a los actos
jurídicos, lo que incluye a todos los actos voluntarios lícitos que tienen por fin inmediato adquirir,
modificar o extinguir relaciones o situaciones jurídicas, según la definición dada por el art. 259 CCyCN.
Perdura en el nuevo ordenamiento que el objeto del mandato debe ser la realización de actos jurídicos, y
no la ejecución de trabajos materiales ni intelectuales o la realización de actividades, en cuyo caso
estaríamos en presencia de un contrato de obra o de servicios, según el caso.
Un tema relevante que se relaciona con el objeto es el referido a la extensión y límites del
mandato. El objeto del mandato determina los límites de la actuación del mandatario y con ello, su
responsabilidad e incluso influye respecto de terceros. En punto a la representación, el art. 360 CCyCN
prevé que aquélla alcanza a los actos objeto del apoderamiento; ahora bien, ante la eventualidad de que
en el acto de apoderamiento se hubiere omitido consignar alguna facultad, la norma expresamente
habilita al representante a llevar a cabo aquellos actos que resulten necesarios para la ejecución de la
misión que le fuera encomendada. Vale decir, el representante cuenta con facultades implícitas para el
mejor desarrollo del negocio encomendado, lo propio si se tratara de facultades otorgadas por la ley. En
efecto, el objeto para el cual se ha otorgado el mandato determina las facultades que se han conferido al
mandatario, conforme a lo que es de uso y según las reglas de la buena fe. Ello, aunque tales facultades no
se hallen explícitamente mencionadas, pero en cuanto sean necesarias para lograr la finalidad perseguida
o sean inseparables de ésta.
Si antes del cumplimiento del objeto del mandato no se exterioriza ningún acto revocatorio del
mismo, los efectos del acto otorgado por el mandatario quedan firmes respecto del tercero contratante,
para quien la situación ha de juzgarse en función del contenido de los instrumentos mediante los cuales se
concretó el apoderamiento y en cuya virtud obró el mandatario. Por tanto, no son oponibles al tercero el
eventual exceso del mandatario.
Ahora bien, el principio según el cual los actos del mandatario realizados fuera de los límites
autorizados carecen de efecto respecto del mandante, no es absoluto y cede cuando un tercero, en razón
de las circunstancias, puede razonablemente creer que aquél actúa en los límites de sus poderes. Estas
consideraciones jurisprudenciales basadas en el Código Civil derogado aplican en el marco del nuevo
ordenamiento a tenor de lo regulado en materia de representación aparente (art. 367 CCyCN), a la cual
luego nos referiremos.
De modo tal que si la extralimitación de la actuación del representante, sea porque se verificó más
allá de los límites del apoderamiento o porque lo hizo una vez cesado o modificado éste, lleva a analizar los
efectos de tal gestión con relación a los terceros que contrataron con él. La norma del art. 361 CCyCN
establece, como regla, que tales situaciones son oponibles a los terceros si estos conocían o podían

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conocerlas actuando con la debida diligencia (v.gr. exigir la presentación y exhibición del poder respectivo
y, en su caso, con las formalidades que fueren menester —art. 374—).
La norma del art. 362, referido a la representación voluntaria, dispone que los límites de la
representación, su extinción, y las instrucciones que el representado dio a su representante, son oponibles
a terceros si éstos han tomado conocimiento de tales circunstancias, o debieron conocerlas obrando con
cuidado y previsión. En tanto que si alguien actúa como representante de otro sin serlo, o en exceso de las
facultades conferidas por el representado, es responsable del daño que la otra parte sufra por haber
confiado, sin culpa suya, en la validez del acto; si hace saber al tercero la falta o deficiencia de su poder,
está exento de dicha responsabilidad (art. 376).
La actuación llevada a cabo por el representante que no es tal o que obró en exceso de las
facultades conferidas en el poder es susceptible de comprometer su responsabilidad. Las limitaciones del
poder son oponibles a los terceros si estos conocían o "pudieron conocerlas actuando con la debida
diligencia", o "debieron conocerlas obrando con cuidado y prevención" (arts. 361 y 362 CCyCN,
respectivamente), de modo que si no conocían ni podían o debían conocer que se trataba de un supuesto
no autorizado, o que se estaba obrando en transgresión a las limitaciones impuestas a la representación, o
que el poder se hallaba extinguido, la actuación del representante es eficaz y resulta obligatoria para el
representado, sin comprometer al representante de modo personal.
REPRESENTACIÓN APARENTE10
Cuando los terceros contratan con el representante que actúa en los límites del poder, el negocio y
sus consecuencias jurídicas resulta concretado, activa y pasivamente, en cabeza del representado. Por el
contrario, si el representante carece de poder (v.gr. por extinción o insuficiencia de facultades) tal efecto
no operará (salvo que la gestión sea ratificada).
La apariencia de representación refiere a una hipótesis distinta. Debe reconocerse la existencia de
mandato aparente cuando una persona obra a nombre de otra sin poderes suficientes, y sin embargo las
circunstancias que rodean su gestión hacen suponer razonablemente, que obra en ejercicio de un
mandato, lo que significa que el aparente mandante quede obligado frente al tercero de buena fe.
Es un instituto que procura la protección de los terceros. Ello así en el entendimiento de que el
supuesto representado ha obrado de modo tal que ha inducido al tercero a celebrar un acto jurídico,
dejándolo creer razonablemente que negocia con un representante, sin que haya representación expresa,
se considera que le ha otorgado poder tácitamente
La cuestión referida a la representación aparente está contemplada en el art. 367 CCC. Dicha
norma contiene una regla general según la cual “cuando alguien ha obrado de manera de inducir a un
tercero a celebrar un acto jurídico, dejándolo creer razonablemente que negocia con su representante, sin
que haya representación expresa, se entiende que ha otorgado tácitamente poder suficiente”. Luego la
norma describe tres situaciones donde esa representación aparente debe ser presumida y alude a los
administradores de establecimiento mercantiles (gerentes, encargados, etc.), a los empleados y
dependientes y a las personas encargadas de entregar mercaderías fuera del establecimiento, cuando
están facultados para recibir el precio (fleteros, transportistas, etc.)
Distinto sería el supuesto, claro está, en que el tercero hubiera obrado de mala fe. En efecto, se ha
juzgado, por ejemplo, que hubo un incorrecto proceder del mandatario, que traspasó los límites de su
mandato, si ante la carta documento que remitiera el vendedor en el sentido de reajustar el precio del
inmueble dado en venta no lo efectivizó. Por ello, no habiendo ratificado el contrato, éste será nulo, si la
parte con quien contrató el mandatario conoció los poderes, y sus alcances, dados por el mandante.

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En pocas palabras, el principio según el cual los actos del mandatario realizados fuera de los límites
autorizados carecen de efecto respecto del mandante no es absoluto y cede cuando un tercero, en razón
de las circunstancias, puede razonablemente creer que aquél actúa en los límites de sus poderes.
MANDATO GENERAL Y ESPECIAL
El Código Civil y Comercial prevé en el art. 375, el poder conferido en términos generales y las
facultades expresas. Establece la norma que las facultades contenidas en el poder son de interpretación
restrictiva. El poder conferido en términos generales sólo incluye los actos propios de administración
ordinaria y los necesarios para su ejecución y agrega que son necesarias facultades expresas para:
a) peticionar el divorcio, la nulidad de matrimonio, la modificación, disolución o liquidación del
régimen patrimonial del matrimonio;
b) otorgar el asentimiento conyugal si el acto lo requiere, caso en el que deben identificarse los
bienes a que se refiere;
c) reconocer hijos, caso en el que debe individualizarse a la persona que se reconoce; d) aceptar
herencias;
e) constituir, modificar, transferir o extinguir derechos reales sobre inmuebles u otros bienes
registrables;
f) crear obligaciones por una declaración unilateral de voluntad;
g) reconocer obligaciones anteriores al otorgamiento del poder; h) hacer pagos que no sean los
ordinarios de la administración;
i) renunciar, transar, someter a juicio arbitral derechos u obligaciones, sin perjuicio de las reglas
aplicables en materia de concursos y quiebras;
j) formar uniones transitorias de empresas, agrupamientos de colaboración empresaria,
sociedades, asociaciones, o fundaciones;
k) dar o tomar en locación inmuebles por más de tres años, o cobrar alquileres anticipados por más
de un año;
l) realizar donaciones, u otras liberalidades, excepto pequeñas gratificaciones habituales;
m) dar fianzas, comprometer servicios personales, recibir cosas en depósito si no se trata del
necesario, y dar o tomar dinero en préstamo, excepto cuando estos actos correspondan al objeto para el
que se otorgó un poder en términos generales.
Como puede verse, el nuevo CCC ha suprimido la triple categorización que realizaba el Código de
Vélez, entre mandatos concebidos en términos general, mandato general y mandato especial. Ahora
tenemos, por un lado, un poder conferido en términos generales y por el otro un poder conferido en
términos expresos. En el primer caso –por ejemplo si una persona da poder a otro para que haga lo que
crea más convenientes con sus bienes- deberá entenderse que se trata de un poder general de
administración (entonces podrá alquilar un inmueble pero no podrá venderlo ni hipotecarlo). Al mismo
tiempo, el CCC –como lo hacía el CC derogado- contiene una enumeración de los actos que requieren un
poder conferido en términos expresos, que son los enunciados en los diversos incisos del art. 375.
Al mismo tiempo la norma contiene una regla interpretativa en el sentido que las facultades
conferidas en un poder –se entiende, en términos expresos- deben interpretarse en forma restrictiva, o
sea en la duda si un acto está o no incluido en un poder deberá concluirse que no. Otra discusión que se
había planteado bajo el Código de Vélez es si la enumeración de los actos que requieren poderes

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especiales era o no taxativa. En general prevalecía el criterio según el cual era meramente enunciativa
pues debía concluirse en que todo acto de disposición requería poderes expresos.
CAPACIDAD
Dispone al art. 1323 CCyCN que el mandato puede ser conferido a una persona incapaz, pero ésta
puede oponer la nulidad del contrato si es demandado por inejecución de las obligaciones o por rendición
de cuentas, excepto la acción de restitución de lo que se ha convertido en provecho suyo. Esta constituye
una regla que ya se entraba prevista en el CC derogado y que proviene del derecho romano. En tal sentido
en el mandato dado a un incapaz ningún perjuicio se le causa a éste pues los actos por él celebrados
repercuten en el patrimonio del mandante y no en el del mandatario incapaz. Además si el mandante ha
elegido un incapaz para que actúe como su mandatario ello es un problema solo a él atribuible.
El nuevo ordenamiento unificado únicamente refiere a la capacidad de uno de los sujetos: el
mandatario, en el art. 1323 en el supuesto especial que antes mencionamos. Resulta de toda lógica que se
apliquen al respecto las reglas generales y por ello el mandante deberá ser capaz respecto del acto que le
encomienda al mandatario.
Como expresamente lo determina el art. 1323 en las relaciones internas mandante-mandatario
incapaz el primero no podrá exigirle rendición de cuentas ni reclamarle la restitución de lo que le hubiere
entregado el tercero, salvo la acción de enriquecimiento sin causa.
Si bien el art. 1323 legitima el mandato conferido a un incapaz, la norma debe ser vinculada con el
art. 364 CCyCN que exige que el representante cuente con discernimiento. O sea que no sería válido ni
obliga al mandante cuando al representado le falta discernimiento, o sea en los siguientes casos: a) el acto
de quien, al momento de realizarlo, está privado de la razón; b) el acto ilícito de la persona menor de edad
que no ha cumplido diez años; c) el acto lícito de la persona menor de edad que no ha cumplido trece
años, sin perjuicio de lo establecido en disposiciones especiales (art. 261 CCyCN).
MANDATO CONFERIDO A VARIAS PERSONAS11
El mandante puede designar un único mandatario o más de uno para llevar a cabo el mismo o
varios actos jurídicos. En tal caso, si el mandato se confiere a varias personas sin estipular expresamente la
forma o el orden de su actuación, se entiende que pueden desempeñarse conjunta o separadamente (art.
1326).
Desde luego, en tal hipótesis lo primero que cabe considerar es la voluntad del mandante y si nada
surge al respecto los mandatarios pueden desempeñarse separada o conjuntamente, lo que establece
flexibilidad para la ejecución del mandato, tal como lo señala la norma.
La norma del art. 1326 incorpora una regla contractual supletoria, por lo que es válido que el
mandante confiera un mandato imponiendo que la aceptación o la ejecución del encargo deban ser
realizadas individual o conjuntamente por todos los mandatarios o sólo por un grupo de ellos. La norma
analizada modifica la regla general contraria que establecía el art. 1899 del derogado Código Civil en
cuanto disponía que si el instrumento designaba a dos o más mandatarios se entendía que el
nombramiento había sido hecho para ser aceptado por uno solo de los designados, con las excepciones
que el mismo precepto admitía.
Por otra parte, el art. 378 del CCyCN establece que la designación de varios representantes, sin
indicación de que deban actuar conjuntamente, todos o algunos de ellos, se entiende que faculta a actuar
indistintamente a cualquiera de ellos.
SUSTITUCIÓN DE MANDATO12
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DI CHIAZZA, ob.cit.
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El mandatario puede sustituir en otra persona la ejecución del mandato y es responsable de la
elección del sustituto, excepto cuando lo haga por indicación del mandante (art. 1327, 1ª parte). Es decir,
el mandato recibido puede ser objeto de sustitución, mediante la transmisión que el mandatario haga de
sus facultades a un tercero, lo cual puede hacerse de modo total o parcial (por ejemplo, un abogado puede
sustituir el poder en otro pero solo respecto a determinados juicios –vg. ejecutivos- o a los que tramitan en
determinada jurisdicción –vg. Rosario). En la materia rige la autonomía de la voluntad (arts. 377, 958, 962 y
1327) debiéndose estar a aquello previsto por el mandante. Sin embargo, este último puede omitir toda
mención sobre este aspecto o bien autorizarla en forma expresa a favor de persona determinada o a
determinar por el mandatario. También puede prohibirla.
El principio general es la posibilidad de sustituir salvo disposición contractual en contrario. Esta
previsión específica contenida en el artículo 1327 prevalece sobre lo dispuesto por el artículo 776 referido
a la incorporación de terceros en las obligaciones de hacer y por el artículo 1070 que regula el subcontrato.
En efecto, más allá de que el mandato por lo general implica una relación de especial confianza, el artículo
1327 es una norma especial que prevalece sobre las dos últimas de carácter general.
En cualquier caso de sustitución, el mandante tiene la acción directa contra el sustituto prevista en
los artículos 736 y concordantes, pero no está obligado a pagarle retribución si la sustitución no era
necesaria (art. 1327, 2ª parte).
Los efectos que produce la sustitución son diversos según los casos:
i) Cuando el mandatario sustituye el mandato en favor de la persona indicada por el mandante, no
incurre en ninguna responsabilidad por mal desempeño del sustituto (art. 1327, 1ª parte); a esto se lo
denomina cesión del mandato, que es una variante del instituto general de la cesión de la posición
contractual. El mandatario queda fuera de la relación jurídica originaria con su mandante pues su lugar es
ocupado por el sustituto indicado por este último. Por tal razón el mandatario no tiene ninguna obligación
de vigilancia respecto del obrar del sustituto; al realizar tal designación sólo ha cumplido la voluntad de
quien lo invistió. Y el mandante original de nada podrá quejarse pues él fue quien indicó la persona en
quien debía sustituirse.
ii) Si el mandante prohíbe la sustitución, la actuación del sustituto no determina responsabilidad
sino la invalidez del acto celebrado por este último, en términos idénticos a los previstos para el caso de
actuación sin representación o en exceso de ella (art. 376) y hace responsable al falso mandatario por los
daños que hubiera producido al tercero. Se trata de una nulidad relativa, pues no se advierte impedimento
para una eventual confirmación de lo actuado por parte de aquél que hubiera sido mandante.
iii) También puede ocurrir que el mandante autoriza la sustitución en general pero no designa el
sustituto o que no hubiera dado autorización alguna para sustituir (pero tampoco la hubiere prohibido).
Bajo el sistema del Código Civil de Vélez, el mandatario respondía por la actuación del sustituto, porque se
le imponía un deber de vigilar a este último. En el régimen del Código Civil y Comercial la cuestión no se
presenta clara pues el artículo 1327 solo establece que el mandatario responde por la actuación del
sustituto cuando no fue autorizado a sustituir, o cuando la sustitución era innecesaria para la ejecución del
mandato. Y antes, la misma norma dispone que el mandatario es responsable de la elección del sustituto.
Por lo tanto, solo existiría una responsabilidad in eligendo en cabeza del mandatario en los casos dados
(cuando no fue autorizado a sustituir o cuando la sustitución era innecesaria). La norma no resuelve, sin
embargo, el supuesto del mandante que autoriza la sustitución pero sin designar el sustituto.
Al respecto lo razonable es que el mandatario no quede desvinculado, sino que se haga
responsable por el adecuado desempeño del sustituto. Es decir, que cumpla con un deber de vigilancia
sobre la actuación de quien lo sustituye en el ejercicio del mandato. En este supuesto la responsabilidad
será consecuencia de un obrar culposo del mandatario, en razón de no haber elegido como sustituto a la
persona adecuada; o bien por haber realizado la elección sin que fuese necesaria. Y lo mismo debe
9
extenderse al supuesto del mandatario que sustituye en otro cuando el mandante no hubiera autorizado la
sustitución.
MANDATO CON O SIN REPRESENTACION13
En el mandato con representación el mandante apodera al mandatario y, a través de ese acto,
confiere al mandatario la facultad de actuar en nombre de él. En el mandato sin representación, la
ausencia de facultades de representación a favor del mandatario implica que él actúa, frente a terceros, en
su propio nombre y no en nombre del mandate. En un caso –mandato representativo- el mandatario actúa
en nombre y en interés del mandante. En el otro supuesto –mandato sin representación- el mandatario
actúa en nombre propio pero en interés del mandante. Esto se vincula con la propia definición del
mandato contenida en el art. 1319 –ya analizado- según la cual para que haya mandato se requiere que
una parte se obligue a realizar actos jurídico “en interés” de otra. Como se ve, lo esencial para que se
configure el contrato de mandato es la actuación en interés ajeno aun cuando –si bien excepcionalmente-
se actúe en nombre propio.
De acuerdo al art. 1320 CCyCN si el mandante confiere poder para ser representado, le son
aplicables las disposiciones de los arts. 362 y siguientes. Aun cuando el mandato no confiera poder de
representación, se aplican las disposiciones citadas a las relaciones entre mandante y mandatario, en todo
lo que no resulten modificadas en este capítulo.
La norma siguiente prevé que si el mandante no otorga poder de representación, el mandatario
actúa en nombre propio pero en interés del mandante, quien no queda obligado directamente respecto
del tercero, ni éste respecto del mandante. El mandante puede subrogarse en las acciones que tiene el
mandatario contra el tercero, e igualmente el tercero en las acciones que pueda ejercer el mandatario
contra el mandante (art. 1321).
El nuevo Código regula de manera separada y distingue claramente la figura de la representación,
institución que corresponde a la parte general de los actos jurídicos, del contrato de mandato, figura
perteneciente al ámbito de los contratos en particular. Sin embargo, como se trata de instituciones
compatibles y no excluyentes, se admite expresamente que el mandato pueda celebrarse bajo dos
modalidades diferentes: mandato con representación y mandato sin representación. En la primera, el
mandante apodera al mandatario y, a través de ese acto, confiere al mandatario la facultad de actuar en
nombre de él; en la segunda, la ausencia de facultades de representación a favor del mandatario implica
que él actúa, frente a terceros, en su propio nombre y no en nombre del mandate (por eso también se lo
denomina “mandato oculto”).
En el mandato se puede actuar con o sin representación, invocando el nombre del mandante o el
suyo propio, pero siempre debe hacerlo en interés del dominus. Si actúa en nombre e interés del
mandante será el mandato con representación y si actúa en nombre propio pero en interés del mandante
frente al tercero, será el mandato sin representación. Puede existir representación sin mandato (porque
aquella surge, por ejemplo, directamente de la ley) o bien, mandato sin representación, como ocurre en
aquellos casos en que el representante celebra un acto jurídico en nombre propio. Por supuesto que la
representación voluntaria puede provenir de un contrato de mandato; pero así como este último es un
acto jurídico bilateral, la primera es unilateral.
Cuando ha sido otorgado con representación, el mandatario actúa, asimismo, en nombre del
mandante, de modo tal que el tercero sabe que establece el vínculo jurídico con este último y por ello
nada podrá reclamarle al mandatario. En cambio, si no hay representación, el tercero no establece ningún
vínculo con el mandante, sino que toda su relación jurídica queda circunscripta a él y al mandatario, cuya
condición de tal debe ignorar.

13
DI CHIAZZA, ob.cit.
10
No obstante lo señalado en el punto precedente, el Código establece que tanto el mandante como
el tercero pueden subrogarse –a través de la acción subrogatoria u oblicua- en los derechos del
mandatario que ha actuado sin representación; la previsión parece razonable pues en definitiva son
respectivamente titulares de intereses propios (art. 1321, párr. 2º). Por lógica para que pueda tener lugar
tal subrogación, resulta condición indispensable que, con posterioridad a la celebración del acto, el tercero
tome conocimiento que la persona con la cual contrató no lo hacía en interés propio sino de otra que era
su mandante.
3. OBLIGACIONES DEL MANDATARIO
El nuevo Código Civil y Comercial regula las obligaciones del mandatario en el art. 1324. Veamos el
detalle de las obligaciones que enumera el CCyCN sin perder de vista que se trata de normas supletorias y
que las partes se encuentran facultadas para regular como mejor consideren el tema de sus obligaciones y
derechos.
Todos los supuestos del art. 1324 son manifestaciones concretas y derivaciones lógicas del deber
de buena fe que debe primar en la relación entre el mandante y mandatario.
A) CUMPLIMIENTO DE LOS ACTOS COMPRENDIDOS EN EL MANDATO14
De acuerdo al inc. a) del art. 1324 el mandatario está obligado a "...cumplir los actos comprendidos
en el mandato, conforme a las instrucciones dadas por el mandante y a la naturaleza del negocio que
constituye su objeto, con el cuidado que pondría en los asuntos propios o, en su caso, el exigido por las
reglas de su profesión, o por los usos del lugar de ejecución".
Aceptado el mandato de forma expresa o tácita conforme lo hemos analizado anteriormente, el
mandatario tiene que ejecutar el encargo y lo debe hacer observando las instrucciones otorgadas por el
mandante. La actuación del mandatario se debe ceñir a los límites de su poder, es decir, a los actos
comprendidos en el mandato. Debe ejecutar el mandato dentro del marco de la función asignada (art. 366,
aplicable al mandato —art. 1320—).
En el mandato hay que tener presente la llamada “facultad de deliberar” que es de la esencia del
mandato. MOSSET ITURRASPE distingue entre el “mandato absoluto” que se configura cuando el
mandante da autorización para realizar un acto pero sin ninguna instrucción específica (da poder para
vender un inmueble pero no indica por qué precio ni ninguna otra instrucción). En el “mandato relativo”,
en cambio, al mandatorio se le indica en modo expreso y de manera detallada y precisa cómo debe obrar
(a quien debe venderle, porque precio, que plazos puede otorgar, qué garantías debe exigir, etc.). Pero,
sea el mandato absoluto o relativo y cualquiera fueren las ordenes o instrucciones, es esencial al mandato
–en virtud de importar el encargo de un negocio declarativo- la facultad de deliberar. Si las instrucciones
son tan severas, detallistas o imperativas que quitan al mandatario de toda posibilidad de deliberación, al
punto que su declaración de voluntad no hace sino repetir lo ordenado en el encargo, se configura en
realidad no un mandato sino un supuesto de un mero “nuncio” o “mensajero”.
Dentro de esa facultad de deliberar debe tenerse presente que no se trata de cualquier ejecución,
ni se agota su responsabilidad en el cumplimiento de las órdenes o instrucciones impuestas por el
mandante, sino que debe hacerlo de determinado modo, esto es, con el mismo cuidado que pondría en
sus propios asuntos. Esto habla del especial cuidado y diligencia que debe imprimir a la gestión el
mandatario. Desde luego, la referencia a "sus propios asuntos" implica un estándar mínimo y no significa
que si el mandatario resulta ser descuidado o negligente con sus propios asuntos ello lo habilite a actuar
de la misma manera con los asuntos ajenos (emergentes del mandato), por el contrario, alude a una pauta
objetiva y generalizada para cualquier agente racional en su comportamiento promedio. Estos criterios
pueden considerarse coincidentes con el deber de fidelidad que impone al representante la norma del art.
14
DI CHIAZZA, ob.cit.
11
372, inc. a) y más específicamente con el deber de realizar la gestión encomendada cumpliendo con la
legalidad de su prestación, con las instrucciones del representado y, en definitiva, con el desarrollo de una
conducta acorde a los usos y prácticas del tráfico (inc. b], art. 372 CCyCN).
Por otra parte, si el mandatario fuera un profesional y el mandato se vinculara con su profesión
(v.gr. el caso de un abogado que recibe mandato para firmar en nombre del mandante un contrato) es
evidente que el mandatario deberá imprimir a su actuación un plus, en cuanto cuidado adicional o
especial, derivado de su profesionalidad.
Desde luego, es de gran relevancia tener en cuenta que estamos en presencia de un contrato de
colaboración en virtud del cual el mandatario coloca su actividad, orientada a adquirir, modificar o
extinguir derechos, al servicio del mandante y si hubiera conflicto de intereses entre el mandante y el
mandatario, éste debe posponer los suyos en la ejecución del mandato, o en su defecto, debe renunciar
(art. 1325).
B) COMUNICACIÓN CON EL MANDATARIO15
El inc. b) del art. 1324 establece que el mandatario debe dar aviso inmediato al mandante de
cualquier circunstancia sobreviniente que razonablemente aconseje apartarse de las instrucciones
recibidas, requiriendo nuevas instrucciones o ratificación de las anteriores, y adoptar las medidas
indispensables y urgentes.
La norma mencionada refiere a dos obligaciones. La primera es el deber de informar las situaciones
o acontecimientos que, de acuerdo a su criterio, requieran un cambio de las instrucciones originarias.
Desde luego, si fuese necesario actuar de urgencia el mandatario lo hará atendiendo al carácter
indispensable de dichas medidas. Ello constituye la segunda obligación. Se trata de que el mandatario
brinde al mandante la posibilidad de actuar, sin tener que esperar nuevas instrucción, cuando ello reclame
urgencia y necesidad de proteger los intereses del mandate, circunstancias que deberán ser analizadas en
función de las circunstancias de cada caso. El segundo supuesto no alude a la actuación posterior, una vez
recibidas las nuevas instrucciones o ratificadas las originarias, sino que contempla la hipótesis de la
actuación inmediata. En efecto, el mandatario debe, simultáneamente a la consulta anterior, tomar las
medidas indispensables y urgentes que requieran la situación, los bienes, los valores, el dinero (recibidos
del mandate, de terceros o adquiridos como consecuencia del mandato), para evitar cualquier perjuicio al
patrimonio e intereses del mandante.
Esta regla estaba contenida en el Código de Velez como de la ejecución evidentemente dañosa por
el mandante. Por ejemplo el mandatario recibe un poder para realizar determinada operación cambiaria o
financiera pero ocurre que, luego de le que fuera otorgado el mandato y antes de ejecutarlo, se adoptan
medidas gubernamentales drásticas que importan un cambio notorio de la situación anterior, claramente
perjudicial para el mandante (una brusca devaluación, una hiperinflación, un corralito bancario, etc). En
este caso se aplica claramente el art. 1324 y deberá el mandatario abstenerse de cumplir el encargo y
requerir nuevas instrucción o la ratificación de las anteriores.
En cuanto al apartamiento de las instrucciones, su razonabilidad la evaluará, en un primer
momento, el mandatario; al ser notificado, lo propio hará el mandante. Asimismo, la adopción de las
medidas indispensables y urgentes dependerá de lo que el mandatario estime por tales. En materia de
representación, la ley también impone como pauta general del representante el deber de comunicación,
que incluye los deberes de información y de consulta (art. 372, inc. c]). Recordemos que estas
disposiciones se aplican al mandato (art. 1320).
C) CONFLICTO DE INTERESES

15
DI CHIAZZA, ob.cit.
12
La conducta que debe observar el mandatario, regida por la buena fe, impide, en principio, que el
mandato subsista cuando los intereses de las partes sean incompatibles. Por ello debe informar sin
demora al mandante de todo conflicto de intereses y de toda otra circunstancia que pueda motivar la
modificación o la revocación del mandato (art. 1324, inc. c). El fundamento y razón de este criterio es la
posibilidad cierta de que se genere un peligro para el mandante con motivo de la actuación de su
mandatario. El mandante, así informado, podrá adoptar el criterio que estime más conveniente a sus
intereses y disponer lo adecuado en relación al mandato conferido. Ínterin, el mandatario debe hacer
primar los intereses del mandante por sobre los suyos o bien renunciar. Si en el desempeño del cargo
obtuviere un beneficio no autorizado por el mandante, pierde el derecho a la retribución (art. 1325)16 .
Por ello si el mandatario advierte que en el acto para el que se le ha dado poder está interesado un
familiar suyo, o si de cualquier modo la ejecución del mandato podría entrar en conflicto con un interés
propio, deberá abstenerse de continuar la ejecución del mandato y actuar del modo que indica la norma
citada.

D) CONFIDENCIALIDAD17
El mandatario debe mantener en reserva toda información que adquiera con motivo del mandato
que, por su naturaleza o circunstancias, no está destinada a ser divulgada (art. 1324, inc. d]). Esta
disposición reitera una explicitación de la regla de que todo representante debe mantener reserva (art.
372, inc. a).
¿Qué información no está destinada a ser divulgada? ¿A qué se refiere con divulgada? En primer
lugar, las respuestas dependerán de lo que las partes hubieren podido acordar al respecto. Ahora bien, si
ello no ha ocurrido cabe considerar lo siguiente: el mandatario no puede, salvo acuerdo expreso del
mandante, divulgar información referente al mandato y obtenida con motivo del mandato a terceros,
salvo, por supuesto, que ese tercero sea la contraparte en el negocio que el mandate encomendó al
mandatario. El mandatario siempre debe manejarse con prudencia y recato, la "naturaleza y
circunstancias" a que refiere el inc. d) no son sino consideraciones generales que deben ser evaluadas en
cada caso concreto. El criterio del mandatario es clave al respecto, en caso de duda sería razonable que
solicite autorización al mandante. Precisamente, en el supuesto de incertidumbre o eventuales respuestas
contradictorias, un mandatario diligente y previsor lo consultaría a fin de evitar o reducir, al menos, la
contingencia del reclamo posterior del mandante.

E) DESTINO DE LOS VALORES RECIBIDOS18


El inc. e) del art. 1324 prevé que el mandatario debe dar aviso al mandante de todo valor que haya
recibido en razón del mandato, y ponerlo a disposición de aquél. Es una regla coincidente con el art. 372,
inc. c) CCyCN que establece las obligaciones del representante de comunicación, que incluye información y
consulta. Además de informarle, el mandatario también debe poner los valores, cosas, etc., a disposición
del mandante, entregándoselos, tal como prevé el inc. i) del art. 1324 o remitiéndoselos, según lo que el
mandante indique en el momento o haya indicado anteriormente al otorgar el mandato.
F) RENDICIÓN DE CUENTAS19

16
BORDA, A., op.cit.
17
DI CHIAZZA, ob.cit.
18
DI CHIAZZA, ob.cit
19
BORDA, A., op.cit.
13
El mandatario debe rendir cuentas al mandante por el desempeño y el resultado de su mandato; la
rendición tendrá lugar en las oportunidades convenidas o al final del mandato (arts. 1324, inc. f, 860, incs.
a y c, y 861). Más allá de la previsión legal no se puede pasar por alto que el mandante es el titular del
negocio, por lo cual nada obsta a que pueda exigir en cualquier momento una rendición parcial de las
cuentas hasta tal requerimiento, sin que por ello se vea afectada la vigencia del mandato. Esto puede
suceder cuando el mandato se refiera a un negocio de ejecución continuada, supuesto en que será exigible
también al concluir cada uno de los períodos o al final de cada año calendario, sin perjuicio de la que
corresponda a la finalización de aquél (art. 861).
Tampoco obsta la previsión legal al derecho del mandante de requerir información sobre lo
encomendado en todo momento.
Para mayor comprensión, recordamos que se entiende por cuenta la descripción de los
antecedentes, hechos y resultados pecuniarios de un negocio, aunque consista en un acto singular. Su
rendición consiste en ponerlas en conocimiento de la persona interesada (art. 858), en este caso del
mandante.
La rendición debe realizarse conforme lo dispuesto por el artículo 859, por lo cual ha de cumplir
con los siguientes requisitos: (i) ser hecha de modo descriptivo y documentado; (ii) incluir las referencias y
explicaciones razonablemente necesarias para su comprensión; (iii) acompañar los comprobantes de los
ingresos y de los egresos, excepto que sea de uso no extenderlos; y, (iv) concordar con los libros que lleve
quien las rinda.
La rendición de cuentas puede hacerse en forma privada, pues en el caso la ley no dispone que
deba serlo ante un juez (art. 860, párr. final). Está sujeta a la aprobación del mandante, la cual puede ser
expresa o tácita. Es tácita si no es observada en el plazo convenido o en su defecto, en el de treinta días de
presentadas en debida forma. Sin embargo, puede ser observada por errores de cálculo o de registración
dentro del plazo de caducidad de un año de recibida (art. 862).
En supuestos en que el mandato comprende relaciones de ejecución continuada, si la rendición de
cuentas del último período es aprobada, se presume que también lo fueron las rendiciones
correspondientes a los periodos anteriores (art. 863).
Salvo estipulación en contrario, las cuentas deben rendirse en el domicilio del mandatario y los
gastos que generan son a cargo del mandante (art. 1334).
No existe en el caso del mandato impedimento para que el mandante libere al mandatario de
rendir cuentas, a diferencia de lo que ocurre en los supuestos de representación legal en materia de tutela
y curatela, en las cuales esa obligación es de orden público. Sin embargo en tal situación –conforme se
sostuviera respecto al régimen derogado- la eximición de rendir cuentas solo produce una inversión de la
carga de la prueba, o sea que el mandante podrá acreditar que el mandatario actuó incorrectamente,
retuvo fondos o los destinó a otros fines.
G) ENTREGA DE GANANCIAS20
El inc. g) refiere a la obligación del mandatario de entregar al mandante las ganancias derivadas del
negocio, con los intereses moratorios, de las sumas de dinero que haya utilizado en provecho propio. Una
duda que genera la norma es la referencia a los "intereses moratorios". La norma replica el art. 1913 del
Código Civil derogado pero con alguna omisión ya que a diferencia de esta norma, el nuevo CCyCN no
alude al momento del cómputo. En efecto, el art. 1913 del derogado Código Civil estipulaba que se debían
los intereses desde el día en que el mandatario "lo hizo" (en referencia al momento en que aplicó a uso
propio las ganancias). A nuestro criterio, la solución es la misma. Partiendo del principio de que el
mandatario no debe utilizar el dinero que pertenece al mandante en provecho propio, si esa utilización
20
DI CHIAZZA, ob.cit.
14
ocurre se genera un daño resarcible a favor del mandante, en el caso, la suma utilizada con más los
intereses que se deben desde que se produce cada perjuicio (art. 1748), es decir, desde el
aprovechamiento en cuestión.
H) INFORMAR LA EJECUCIÓN DEL MANDATO21
De acuerdo al inc. h) el mandatario debe informar en cualquier momento, a requerimiento del
mandante, sobre la ejecución del mandato. Se trata de una nueva y reiterativa mención del deber de
información del mandatario. La disposición se vincula con los incs. b), c) y e) del art. 1324 CCyCN. Lo propio
con el art. 372, inc. c) en materia de representación, aplicable al mandato, y que recrea el deber del
representante de comunicar e informar al representado.
La única diferencia es que mientras en los supuestos anteriores se aludía al deber de información a
instancia del propio mandatario (en particular incs. b] y c]), en este supuesto se trata del requerimiento del
mandante. Ello así por cuanto el mandante es el dueño del negocio, es decir, el titular del interés que se
pretende satisfacer con el negocio encomendado al mandatario, es de su interés conocer
permanentemente el desenvolvimiento de la gestión encargada. Por este motivo, el mandante posee el
derecho, y el mandatario el consecuente deber, de solicitar información sobre todos los aspectos o
circunstancias del trabajo encomendado.
I) DOCUMENTACIÓN22
En el inc. i) del art. 1324 se prevé que el mandatario debe exhibir al mandante toda la
documentación relacionada con la gestión encomendada, y entregarle la que corresponde según las
circunstancias. Reitera, en parte, la obligación que establece el nuevo Código en el art. 372, inc. f) en
materia de representación.
J) PROVIDENCIAS CONSERVATORIAS URGENTES23
Por último, la norma del art. 1324 CCyCN dispone que si el negocio encargado al mandatario fuese
de los que, por su oficio o su modo de vivir, acepta él regularmente, aun cuando se excuse del encargo,
debe tomar las providencias conservatorias urgentes que requiera el negocio que se le encomienda.
Se procura proteger al mandante que, confiando en la profesionalidad (en cuanto habitualidad del
mandatario en cierta categoría de negocios), le encarga un trabajo de esa naturaleza por lo que aquél
puede, lógica y razonablemente, esperar su aceptación. Vale decir, el mandante, descuenta la aceptación
del mandatario y se confía, precisamente, por la profesionalidad (en cuanto habitualidad) del mandatario.
Ahora bien, por las razones que fuere, el mandatario podría no aceptar (v.gr. por carecer de disponibilidad
de tiempo para ocuparse del negocio encomendado por el mandante), en tal caso, deberá tomar las
medidas urgentes que fueren menester, conforme a las circunstancias del caso, a fin de conservar los
bienes o la gestión encomendada por el mandante para evitar perjuicios a su patrimonio.
La norma merece una aclaración fundamental: es necesario que el mandante no hubiere confiado,
injustificada o inmotivadamente, en que el mandatario aceptaría el encargo. Decimos esto porque bien
podría suceder que el mandatario anticipadamente hubiera manifestado tal circunstancia y no obstante
ello, el mandante insistiera procurando obtener la aceptación del encargo por parte del mandatario. Si ello
ocurriera, no sería justo hacer cargar sobre el mandatario la responsabilidad si es que tuvo la deferencia de
avisar que, a pesar de su profesionalidad, no le era materialmente posible acepar el mandato (o decidiese
no hacerlo por el motivo que fuera); de lo contrario, se haría cargar sobre el mandatario el resultado de la
actitud desaprensiva y obstinada del mandante.

21
DI CHIAZZA, ob.cit.
22
DI CHIAZZA, ob.cit.
23
DI CHIAZZA, ob.cit.
15
4. OBLIGACIONES DEL MANDANTE
El art. 1328 estipula las obligaciones que tiene el mandante en cinco incisos. Al igual que lo hemos
mencionado al analizar las obligaciones del mandatario, cabe reiterar que estamos en presencia de normas
supletorias de la voluntad de las partes. No cabe dudar de la legitimidad de que el mandante y el
mandatario acuerden lo que estimen más conveniente a sus intereses al respecto.
A) FACILITAR LA EJECUCIÓN DEL MANDATO
Según establece el inc. a) del art. 1328, es deber del mandante suministrar al mandatario los
medios necesarios para la ejecución del mandato y compensarle, en cualquier momento que le sea
requerido, todo gasto razonable en que haya incurrido para ese fin. El mandante es el titular del interés
involucrado en el negocio encomendado y como tal debe cooperar a fin de que el mandatario logre el
resultado cometido. En función de ello es que la norma le impone el deber de suministrar de manera
adecuada, en tiempo y forma, los "medios" (v.gr. documentación, bienes, dinero, etc.) necesarios a tal
efecto24 .
B) INDEMNIZACIÓN DE DAÑOS25
El inc. b) del art. 1328 prevé que el mandante deberá indemnizar al mandatario los daños que
sufra como consecuencia de la ejecución del mandato, no imputables al propio mandatario.
La norma aclara que los daños que sufra el mandatario deben ser consecuencia de la ejecución del
mandato. Ello así por cuanto no es cualquier daño el que debe resarcir sino aquel que presente un nexo
causal adecuado con la ejecución del mandato. Desde luego, aun cuando se trate de un daño derivado de
la ejecución del mandato, si fuera consecuencia de la propia culpa del mandatario, entonces, ello no será
responsabilidad del mandante.
C) LIBERACIÓN DEL MANDATARIO26
El mandante debe liberar al mandatario de las obligaciones asumidas con terceros, proveyéndole
de los medios necesarios para ello (art. 1328, inc. c). Se sobreentiende, con respecto a la obligación de
liberar al mandatario, que es una pauta aplicable al mandato sin representación, pues en este caso el
mandatario queda obligado personalmente por obligaciones que fueron contraídas en interés del
mandante. La diferenciación, de la que ya nos hemos ocupado, en lo atinente al mandato con y al mandato
sin representación, es relevante en este punto. En el mandato sin representación, la actuación del
mandatario no obliga al mandante respecto de terceros, se obliga el mandatario personalmente ya que no
actúa en nombre del mandante. Las obligaciones asumidas podrían ser cumplidas con los medios que el
mandate le hubiere adelantado, conforme lo hemos analizado anteriormente; sin embargo, también
podría suceder que tal provisión por adelantado no ocurra. En dicho supuesto, se plantea la hipótesis del
inc. c) del art. 1328, el mandatario debe liberar al mandante y proveerle los medios necesarios al efecto.
El mandante, entonces, debe liberar al mandatario de las obligaciones asumidas en el ejercicio del
mandato, proveyéndole los medios necesarios para ello, es decir, el dinero, valores o papeles de comercio,
documentos, cosas, etc., que resulten necesarias para que el mandatario pueda cumplir las obligaciones
asumidas con los terceros en la ejecución del encargo y quedar, así, liberado. Se advierte que el nuevo
sistema emplea la expresión "medios" necesarios (art. 373, inc. a] y art. 1328, inc. a]), que resulta más
comprensiva que los términos cosas o fondos que utilizaba la legislación anterior (art. 1951 del derogado
Código Civil). Si el mandatario actuara en representación del mandante, porque éste le hubiera conferido
expresamente esa facultad (art. 1320), la liberación de las obligaciones asumidas por el mandatario a que
se refiere esta norma consistirá en proveerle y suministrarle todo lo necesario para que el mandatario
24
DI CHIAZZA, ob.cit.
25
DI CHIAZZA, ob.cit.
26
DI CHIAZZA, ob.cit.
16
quede desobligado de aquellos deberes que hubiera asumido en su nombre en la ejecución del encargo,
por ser ello necesario para la fiel realización del cometido conferido.
D) RETRIBUCIÓN27
Conforme al inc. d) el mandante deberá abonar al mandatario la retribución convenida. Si el
mandato se extingue sin culpa del mandatario, debe la parte de la retribución proporcionada al servicio
cumplido; pero si el mandatario ha recibido un adelanto mayor de lo que le corresponde, el mandante no
puede exigir su restitución. Finalmente, el mandante debe abonar al mandatario la retribución convenida o
la que surja de las leyes arancelarias, los usos o la que establezca el juez, en base al carácter oneroso de
este contrato, que se fija en el art. 1322.
La norma del art. 1325 CCyCN agrega que la obtención, en el desempeño del cargo, de un beneficio
no autorizado por el mandante, hace perder al mandatario su derecho a la retribución. Si bien la norma se
ubica bajo el título referido al "conflicto de intereses", el párrafo en el que se dispone la pérdida del
derecho a la retribución aclara que tiene lugar ante la obtención, en el desempeño del cargo, de un
beneficio no autorizado por el mandante, circunstancia que podría ocurrir aun sin la contradicción de
intereses en atención a que no pareciera ser un requisito legal indispensable para la pérdida del derecho a
la retribución, sino que bastaría con que exista la obtención por parte del mandatario de un beneficio no
autorizado por el mandante.
5. EXTINCIÓN DEL MANDATO
El contrato de mandato puede cesar por diversas causas previstas por las partes o dispuestas por la
ley. Dentro de las previsiones legales cabe mencionar lo que dispone al respecto el art. 1329 CCyCN. El
mandato se extingue: a) por el transcurso del plazo por el que fue otorgado, o por el cumplimiento de la
condición resolutoria pactada; b) por la ejecución del negocio para el cual fue dado; c) por la revocación
del mandante; d) por la renuncia del mandatario; e) por la muerte o incapacidad del mandante o del
mandatario.
PLAZO O CONDICIÓN RESOLUTORIA
El primer inciso de la norma incluye dos alternativas que hacen a lo estipulado por las partes de
acuerdo a la voluntad común, cuando incorporaron al contrato alguna modalidad especial, como ser un
plazo o una condición resolutoria. El transcurso del plazo produce ipso iure su extinción, sin necesidad de
declaración alguna de las partes; finalmente, el acaecimiento del hecho condicionante al que se subordinó
el mandato produce la disolución del contrato sin efecto retroactivo, salvo pacto en contrario, tal como lo
dispone el CCyCN (art. 346).
EJECUCIÓN DEL NEGOCIO28
El cumplimiento del negocio encargado agota el objeto del contrato y, por ende, resulta coherente
su terminación como tal. Se trata de la extinción por el cumplimiento del mandato. Ello es coincidente con
el inc. a) del art. 380 CCyCN que refiere, como causal de extinción del poder, al cumplimiento del o los
actos encomendados en el apoderamiento.
REVOCACIÓN29
La revocación es la facultad discrecional del mandante para dejar sin efecto, por su propia
voluntad, el mandato conferido. Se trata de un acto unilateral que no requiere la conformidad del
mandatario (no es distracto o rescisión bilateral). La manera de hacer saber al mandatario la decisión de
revocar el mandato se rige por la aplicación de los principios generales que prevé el nuevo CCyCN en
27
DI CHIAZZA, ob.cit.
28
DI CHIAZZA, ob.cit.
29
DI CHIAZZA, ob.cit.
17
materia de extinción del contrato por declaración unilateral de la voluntad (arts. 1078 y ss.). Se trata de
una declaración de voluntad unilateral e incausada. Otro aspecto importante de la revocación es su
carácter recepticio ya que produce efectos cuando llega a conocimiento del destinatario de esa declaración
que es el mandatario.
La posibilidad de la libre revocación del mandato sin necesidad de invocar justa causa y sin que ello
genere responsabilidad alguna al mandante es consecuencia de que el mandato constituye un vínculo de
confianza de donde no puede obligarse al mandante a mantenerlo cuando ha perdido –por la causa que
sea- la confianza que le inspiraba la actuación del mandatario.
El Código Civil derogado contenía dos supuestos de revocación tácita del mandato: i) Cuando se
nombraba un nuevo mandatario para el mismo negocio, lo cual provocaba la revocación del primer
mandato; ii) Cuando el mandante intervenía directamente en el negocio encomendado al mandatario y
poniéndose en relación con los terceros. En el nuevo CCyCN no hay menciones similares por ello se ha
intepretado que tales alternativas no tienen cabida en el marco del nuevo ordenamiento. Ello es así pues
para el nuevo CCC, excepto disposición legal o convencional en contrario, el derecho a revocar se ejerce
"mediante comunicación a la otra parte" (art. 1078, inc. a] CCyCN) y "la comunicación de la declaración
extintiva del contrato produce su extinción de pleno derecho" (art. 1078, inc. f] CCyCN), todo lo cual, deja
en claro que la revocación requiere de una manifestación expresa y, conforme al art. 264 CCyCN, carece de
eficacia cuando la ley, como en este supuesto, exige una manifestación expresa.
Consecuencias de la revocación30
De acuerdo al art. 1331 CCyCN la revocación sin justa causa del mandato otorgado por tiempo o
asunto determinado obliga al mandante a indemnizar los daños causados; si el mandato fue dado por
plazo indeterminado, el mandante debe dar aviso adecuado a las circunstancias o, en su defecto,
indemnizar los daños que cause su omisión.
Se trata de una norma novedosa, no prevista en el régimen derogado. Impone reglas que el
mandante debe observar a fin de la revocación del contrato. En el régimen derogado la revocación del
mandato era una facultad absoluta del mandante, basada en, entre otras razones, el interés primordial del
mandante y en la confianza que el mandatario debía inspirar al mandate. De modo tal que, aunque no
hubiere causal concreta, en cuyo caso podía operar la resolución por incumplimiento, el mandante
contaba con la posibilidad de revocar.

MANDATO IRREVOCABLE Y MANDATOS “POST MORTEM”


Si bien el mandato, como regla, es revocable por la sola voluntad del mandante, las partes pueden
pactar que el negocio sea irrevocable. En el marco del nuevo CCyCN el art. 1330 refiere al mandato
irrevocable y habilita su pacto en los casos de los incisos b) y c) del art. 380 relativo a la extinción del
poder. En el primer supuesto, puntualiza que pese a la muerte de las partes, el mandato subsiste en caso
de fallecimiento del representado, siempre que haya sido conferido para actos especialmente
determinados y en razón de un interés legítimo del representante o de un tercero). En el segundo
supuesto, el inc. c) del art. 380, al disponer la revocación del poder, habilita su carácter irrevocable, pero
con idénticas condiciones a las establecidas en el inciso anterior. La norma agrega que el mandato
irrevocable se extingue llegado el transcurso del plazo fijado y puede revocarse si media justa causa31 .
Se trata, entonces, de dos supuestos distintos. El mandato irrevocable propiamente dicho está
contemplado en el inciso c) del art. 380. De conformidad a lo allí indicado el pacto de irrevocabilidad del
poder está sometido a los siguientes requisitos:
30
DI CHIAZZA, ob.cit.
31
DI CHIAZZA, ob.cit.
18
a) Debe estar expresamente pactado como irrevocable. Ello se infiere de la referencia contenida en
la norma en el sentido de que un poder “puede ser conferido” de modo irrevocable. Bajo el Código
derogado, en interpretando el anterior art. 1977, alguna doctrina sostuvo que si daban objetivamente las
condiciones previstas en la norma (poder especial, limitado en el tiempo y en interés común) el poder
debía ser considerado como irrevocable aun cuando no hubiera sido expresamente pactado como tal. La
nueva norma descarta esa interpretación, máxime que la revocabilidad debe ser la regla en materia de
mandato y la irrevocabilidad la excepción.
b) Debe ser un poder especial, o sea otorgado para actos especialmente determinados. No podría
entonces pactar como irrevocable un poder general de administración.
c) Debe estar limitado temporalmente. No es admisible pactar una irrevocabilidad “sine die” o sea
por tiempo indeterminado.
d) Debe ser otorgado en razón de un interés legítimo solo del representante (o mandatario), o solo
de un tercero o común a representante y representado, o a representante y un tercero o al representado y
a un tercero. O sea que no se admite pactar la irrevocabilidad en un poder dado exclusivamente en interés
del representado (o mandante), que es lo que comúnmente ocurre.
Distinta es la situación contemplada en el inciso b) del art. 380 que alude al llamado “poder post
mortem”. Como el mandato y el poder es un acto jurídico entre vivos el fallecimiento del poderdante
produce su extinción, como regla. Por ello el art. 1330, segundo párrafo, preceptúa que el mandato
destinado a ejecutarse después de la muerte del mandante es nulo si no puede valer como disposición de
última voluntad (se trata de un supuesto de conversión del negocio jurídico). La excepción a esa regla –
extinción del mandato por muerte del mandante- está constituida por el supuesto contemplado en el art.
380, inciso b). Como puede verse en la norma, allí se reiteran los requisitos que el inciso c) establece para
el poder irrevocable, con la sola excepción de la limitación temporal, que para el mandato “post mortem”
no aparece reproducida. En el caso del mandato “post mortem” no es necesario pactar la irrevocabilidad –
como si ocurre en el supuesto del inciso c)- sino que la continuidad del poder luego del fallecimiento del
representado se opera por la sola configuración de los recaudos allí enunciados (actos especiales e interés
común).

MUERTE O INCAPACIDAD DE LAS PARTES


El mandato puede también concluir por un acontecimiento que afecta la vida o la capacidad de las
partes del contrato: la muerte o la declaración de incapacidad, tal como lo señala el art. 1329 inc. c) del
CCyCN.
Puede llamar la atención que, conforme lo dispuesto en el art. 1323, es válido el mandato
otorgado a un incapaz y en cambio ahora el art. 1329 determina que la incapacidad opera la extinción del
mandato. Ocurre que una cosa es que desde el inicio el mandante otorgue un mandato a una persona
incapaz, conociendo esa circunstancia y asumiendo las consecuencias, que se haya otorgado un mandato a
una persona capaz que luego sufre una incapacidad, supuesto en el cual resulta harto justificado disponer
su extinción.
El art. 1333 regula la extinción del mandato por muerte o incapacidad de alguna de las partes,
distinguiendo las consecuencias según quién fallezca. En cuanto al mandato post mortem remitimos a lo
analizado en el punto precedente. La extinción del mandato por fallecimiento del mandatario implica que,
para el CCC, el mandato constituye un contrato intuitu personae, no operando a su respecto la regla

19
general que determina la continuidad de los efectos del contrato respecto a los sucesores universales de
las partes (art. 1024)
LA RENUNCIA DEL MANDATARIO
Otra causal de extinción del mandato es la renuncia que puede realizar el mandatario. Ahora bien,
como todo derecho, la facultad de renunciar tiene límites establecidos a los fines de no afectar los
derechos del mandante. La renuncia al mandato es un acto unilateral del mandatario que no precisa de la
aceptación del mandante, y aún puede hacerse en contra de la voluntad de éste, no obstante, si la
renuncia fuese intempestiva y sin causa justificada obliga al mandatario a indemnizar los daños que tal
proceder le cause al mandante (art. 1332)32 .
Admitir la posibilidad de la renuncia del mandatario –sin invocar justa causa- es como la contracara
de la facultad de revocar unilateralmente el mandato que el ordenamiento le confiere al mandante. Se
coloca así a las partes en un pie de igualdad y al mismo tiempo se subraya de tal modo la característica de
ser el mandato un negocio que requiere la confianza recíproca de las partes.
6. GESTION DE NEGOCIOS
BIBLIOGRAFIA:
1. EL CUASICONTRATO. ANTECEDENTES.
En relación a las fuentes de las obligaciones, los textos originarios romanos aludían,
exclusivamente, a los contratos y a los delitos. Gayo, en una obra posterior, agrega a la bipartición
originaria una fórmula omnicompresiva y residual que aludía a las varias especies de causa (ex varis
causarum figuris). La Instituta justinianea desdobló esta última categoría en obligaciones que nacían como
de un contrato (quasi ex contractu) y como de un delito (quasi ex delicto). En el derecho bizantino
posterior se introdujo una importante modificación en virtud de la cual las expresiones del texto originario
fueron sustituidas por la de “ex quasi contracto” y “ex cuasi delicto”, cristalizando así categorías que hasta
ese momento no tenía más que un puro sentido de aproximación (Diez –Picazo).
Las notas tipificantes del cuasicontrato son: tratarse de un hecho voluntario, lícito pero que no es
convencional o contractual y es fuente generadora de obligaciones. Según MOSSET ITURRASPE las notorias
diferencias entre la decena de figuras cuasicontractuales admitidas en el derecho romano hacía
infructuosa la búsqueda de elementos positivos comunes a todas ellas y conducen insensiblemente a
definir el cuasicontrato por su notas negativas (no son un contrato y no constituyen un hecho ilícito)
En la categoría fue inserta, junto a otros institutos, la gestión de negocios ajenos. Así como la figura
específica –la gestión- mantiene su vigencia y utilidad, coincide la doctrina y la legislación en señalar la
imposibilidad de sostener, con fundamentos plausibles, la existencia de la categoría genérica –el
cuasicontrato- En esa línea se inscriben el Cód. Civil alemán, el Código Civil Suizo, el Cod. Civil italiano de
1942 y el Cód. portugués. Ello importa que, sin necesidad de referenciarla a una categoría general, la
gestión configura una fuente autónoma de obligaciones, con requisitos y efectos propios, más allá de su
proximidad con figuras negociales típicas, fundamentalmente el mandato.
El Código Civil de Vélez Sarsfield no reguló autónomamente, como fuente específica de
obligaciones, al cuasicontrato. Sin embargo reguló la gestión de negocios y el empleo útil. El nuevo CCC
siguió el criterio adoptado por la moderna doctrina y el derecho comparado. En los Fundamentos del
nuevo ordenamiento se señala, en tal sentido, que “la tradición histórica, basada en el derecho romano, y
luego francés, admitió una clasificación cuatripartita de las obligaciones: el contrato, cuasicontrato, delito y
el cuasidelito. En este contexto, la gestión de negocios ajenos y la repetición del pago de lo indebido fueron

32
DI CHIAZZA, ob.cit.

20
consideradas cuasicontratos y así se enseña en muchas de las facultades de derechos del país. Sin embargo,
la mayoría de la doctrina actual considera innecesarias las categorías híbridas del cuasicontrato y
cuasidelito y se propone regular la gestión de negocios como una fuente autónoma y la repetición del pago
de lo indebido como una especie del enriquecimiento sin causa. Esta es la tesis predominante, adoptada en
el Proyecto de 1998 y que seguimos en este Anteproyecto”.
Se coincide en sostener que la gestión de negocios nace en el ámbito procesal, para representar al
ausente citado en juicio. Incluso, los ordenamientos procesales modernos han receptado el instituto,
confiriendo regulación expresa al gestor procesal (así art. 48 C.Proc. Civ. y Com de la Nación). La figura
amplía luego su contenido a los bienes y actuaciones patrimoniales en general, involucrando a toda
intervención voluntaria, sin mandato ni representación legal, en el patrimonio de otro.
La gestión de negocios incide en dos reglas centrales del derecho privado patrimonial cual es la
ilicitud implicada en toda actuación en los negocios de otro –de allí las cuestiones involucradas en la
llamada “lesión al derecho de crédito”- como la irrelevancia jurídica de todo lo actuado sobre la esfera
ajena. No obstante, los ordenamientos coinciden en admitir la figura con sustento en el principio de
solidaridad aunque sometiéndola a recaudos estrictos de procedencia. Se da entonces prevalencia, en
necesario equilibrio con la regla de no injerencia, al ánimo altruista de prestar un servicio a otro,
fundamento moral de la gestión de negocios ajenos.
Constituyen ejemplos clásicos de gestión de negocios el pago de una deuda ajena, el ingreso a la
casa de un vecino ausente para arreglar una cañería que se ha roto y produce peligro de daños mayores, el
alimentar a animales de otro.
2. GESTIÓN DE NEGOCIOS. CARACTERIZACIÓN. REQUISITOS.
El art. 1781 dispone que “hay gestión de negocios cuando una persona asume oficiosamente la
gestión de un negocio ajeno por un motivo razonable, sin intención de hacer una liberalidad y sin estar
autorizada ni obligada, convencional o legalmente”. De la definición legal pueden extraerse los requisitos
que deben concurrir para que pueda sostenerse que, en el caso, hay gestión de negocios y se producen,
por ende, los efectos que la ley prevé. Esos requisitos de procedencia son los siguientes:

A) Realización de un negocio lícito ajeno:


Los actos que lleva adelante el gestor pueden ser tanto jurídicos como materiales, radicando allí
una diferencia con el mandato, que sólo puede referir a actos jurídicos. A su vez, los negocios o asuntos
pueden ser singulares o múltiples. Pero, si se trata de más de un negocio, asumidos con sentido unitario o
en forma simultanea o, si por el contrario, se trata de la gestión de negocios autónomos o emprendidos
sucesivamente, los presupuestos del instituto deben concurrir específicamente en cada acto realizado
Si bien la regla es que la actividad del gestor está dirigida a la realización de actos de conservación
o administración del patrimonio del dueño, no debe descartarse que, en situaciones excepcionales,
también pueda realizar actos de disposición. Esto debe interpretarse restrictivamente teniendo en cuenta
la limitación que al mandatario impone el art. 375 CCC, exigiéndose mandato especial para la realización
de actos de disposición. A su vez, los actos sobre los que versa la gestión deben ser naturaleza patrimonial
y por ende disponibles. Por ello la gestión no procede respecto de actos que no admitan sustitución, o sea
actos personalísimos. Debe, asimismo, admitirse la actuación del gestor tanto para continuar negocios ya
comenzados como para emprender negocios nuevos, en tanto concurran los requisitos generales de
procedencia.
Bajo el código derogado se sostuvo que el gestor debía actuar con la intención de gestionar el
negocio de otro. Por ende, no había gestión cuando creyendo hacer un negocio suyo hiciese los negocios

21
de otro. El nuevo CCC no parece considerar el animus o intención de realizar un negocio ajeno como
elemento estructural, al disponer que la ratificación de la gestión implica la aplicación de las reglas del
mandato “aunque el gestor crea hacer un negocio propio” (art. 1790).
El error sobre la persona no desnaturaliza el acto, porque esa circunstancia no modifica ni altera en
lo más mínimo la intención de gestionar el negocio de otro, la cual constituye la condición esencial del
instituto. O sea que se aplican igualmente las reglas de la gestión si el gestor –Juan- cree estar realizando la
gestión en beneficio de Pedro cuando en realidad el beneficiario es Pablo.
B) Ausencia de una liberalidad.
Si bien el instituto de la gestión de negocios está inspirado en un principio de solidaridad, lo que
conlleva un cierto ánimo de beneficiar al dueño, evidenciado en la falta de derecho a reclamar retribución
(salvo que se trate de su actividad profesional o por razones de equidad -art.1785-), la actuación del gestor
sin intención de reclamar el reembolso de los gastos obsta al ejercicio por éste de la acción contraria. Es en
ese sentido que no debe confundirse gratuidad con liberalidad: la actuación del gestor es siempre gratuita,
pues como regla no tiene derecho a retribución, pero sin ánimo liberal, lo cual refiere al derecho a exigir el
reembolso de los gastos al dueño.
El ánimo de liberalidad no se presume incumbiendo su prueba al dueño del negocio que sostenga
su configuración y por ende su falta de obligación de rembolsar los gastos.
C) Falta de autorización, mandato o representación legal.
La inexistencia de mandato –o más genéricamente de toda relación obligatoria- es condición –
negativa- de admisibilidad de la gestión, tal como se encarga de puntualizarlo la propia definición legal
contenida en el art. 1781. La figura no se basa en el acuerdo de partes sino que la actividad se realiza por
decisión unilateral del gestor.
D) Motivación razonable.
Este requisito no estaba contenido en el Código derogado y por ello la doctrina discutía acerca de
si constituía o no una exigencia implícita. Se sostenía, por alguna doctrina, que ese requisito debía exigirse
en la gestión de negocios pues ella implica la intromisión en un patrimonio ajeno, sin la conformidad de su
titular. Por eso el common law limita las acciones restitutorias y requiere alguna forma de conformidad o
aquiescencia del enriquecido o del dueño del negocio. El criterio restrictivo lo encontramos también en el
B.G.B. y en los Proyectos de reforma al Cód. Civil argentino que imponen la exigencia del “motivo
razonable” que justifique la intervención del gestor. Idéntico recaudo lo encontramos ahora en el CCC
2015 (art. 1781).
E) Falta de prohibición del dueño del negocio o gestionado.
Según el art 1783 CCC, ante la prohibición del dueño de seguir adelante, la gestión concluye. En
consecuencia, otro de los presupuestos de la gestión tiene carácter negativo y consiste en la inexistencia
de oposición del dominus, pues de haberla el gestor no tendrá derecho a recuperar lo gastado, ni a que el
dueño deba desobligarlo respecto de terceros. Ello es así en razón de que si bien el ordenamiento admite
la injerencia del gestor, no lo exime de respetar el patrimonio y los derechos ajenos cuando el dueño se ha
opuesto a dicha intervención. De haber mediado oposición, la continuidad de la intervención del gestor
constituye o un supuesto de ilicitud.
F) Utilidad de la gestión.
Este requisito no surge de la definición legal del art. 1781 CCC pero constituye un presupuesto
indiscutido de toda gestión de negocios y así lo determina, en modo expreso, el art. 1785, primer párrafo,
cuando supedita las obligaciones del dueño del negocio allí establecidas a que la gestión sea “útilmente
conducida”
22
Si bien el concepto de utilidad es de difícil determinación, es gracias a su existencia que el dueño
del negocio estará obligado respecto del gestor, en caso de darse los restantes requisitos. Mediante el
reconocimiento del requisito de la utilidad es que se puede compatibilizar la necesaria protección de la
esfera privada del dueño, por una parte, con el fomento de las actitudes solidarias, por la otra. En síntesis
la utilidad constituye un recaudo ineludible a punto tal que de faltar carecería de todo fundamento la
injerencia en negocios de otro.
En cuanto a los criterios para establecer el requisito de la utilidad deben formularse las siguientes
distinciones:
a) Tradicionalmente se distingue entre la utilidad inicial –“utiliter coeptum” y utilidad final -“utiliter
gestum”-. La primera supone un juicio de conveniencia en función de las circunstancias existentes al
comienzo de la gestión, mientras que a tenor del segundo criterio enunciado, se valora el resultado. El CCC
ha optado por el criterio de la utilidad inicial al hacer referencia a la gestión útilmente “conducida”,
acordando en ese caso derecho al gestor para ejercitar la acción contra el dueño “aunque la ventaja que
debía resultar no se haya producido o haya cesado” (art. 1785, primer párrafo). En el enriquecimiento sin
causa, en cambio, la utilidad que se tiene en cuenta no es la inicial sino la final.
b) La utilidad debe apreciarse acudiendo a moldes abstractos, tomando como parámetro no al
dueño en concreto, sino en base criterios objetivos como el de buen padre de familia o buen hombre de
negocios.
3. OBLIGACIONES DEL GESTOR.
El art. 1782 CCC determina las obligaciones del gestor. Al respecto le impone las siguientes
obligaciones:
A) Avisar sin demora al dueño del negocio que asumió la gestión, y aguardar su respuesta,
siempre que esperarla no resulte perjudicial.
Se requiere la comunicación sin demora al interesado sobre el inicio de la gestión y la espera de su
respuesta, salvo supuestos de urgencia. Ello es así en tanto la gestión tiende a evitar un perjuicio al
gestionado en situaciones de ausencia, enfermedad o bien imposibilidad de actuación oportuna, pero no a
reemplazar su voluntad con relación al rumbo que deben tomar los negocios.
El deber de comunicar al dueño la asunción de la gestión no estaba expresamente previsto en el
Código derogado. No obstante, la doctrina coincidía en que se trata de una obligación implícita, en tanto la
posibilidad del dueño de proveer lo necesario para autogestionar su negocio se supedita a que
previamente sea avisado de su existencia. Sin embargo, bajo el derogado Código Civil, se sostenía también
que la comunicación del inicio de la gestión no importaba necesariamente que el gestor debía aguardar la
respuesta del dueño, tal como lo impone ahora el nuevo CCC. Esta carga adicional –esperar la respuesta
del dueño- ha sido criticada por la doctrina en tanto se exhibe como contradictoria con el deber de
continuar la gestión, puesto que se le obliga al gestor a detener o interrumpir su actividad hasta obtener
una respuesta del dueño, que si fuere negativa convierte a la gestión en injustificada.
B) Actuar conforme a la conveniencia y a la intención, real o presunta, del dueño del negocio
El gestor tiene la obligación de actuar como presumiblemente lo haría el interesado, cuya ausencia
se ha propuesto espontáneamente suplir. Este deber está ratificado por el art. 1786 que hace responsable
al gestor por el daño causado por su culpa.
C) Continuar la gestión hasta que el dueño del negocio tenga posibilidad de asumirla por sí
mismo o, en su caso, hasta concluirla
La intervención del gestor en los negocios del dueño ha sido voluntaria y espontánea, inspirada en
el principio de solidaridad. Como derivación necesaria de ello, no puede abandonar la gestión arbitraria o
23
caprichosamente, como si lo puede hacer el mandatario, renunciando al mandato, en cualquier momento.
La gestión tiene tres etapas: iniciación, continuación y conclusión, siendo la primera producto del obrar
espontaneo del gestor, mientras que en las dos siguientes la ley le ha impuesto el deber jurídico de no
abandonar los intereses hasta que el dueño o sus herederos puedan gestionarlo.
Esta obligación de continuar la gestión se aplica especialmente en los supuestos de obligaciones
que no se agotan en un solo acto, sino que requieren trabajos continuados. En estos casos el abandono de
la gestión puede ocasionar un daño mayor al que podría esperarse en el caso de no haberse iniciado ésta.
Piénsese, por ejemplo, en la demolición de una pared precaria de un vecino durante su ausencia, con el fin
de construir un muro más sólido, quedando luego inconclusa la nueva edificación iniciada por el gestor.
Ello podría facilitar el hurto de las pertenencias del dueño o el ingreso de intrusos, con la consecuente
responsabilidad del gestor.
Corresponde establecer cuál es el momento en que cesa la obligación de gestor de continuar el
negocio emprendido. La conclusión natural de la gestión será la conclusión del negocio, como la misma
norma lo determina. Antes de ello, el cese de la intervención del gestor se producirá en el momento en
que el propio interesado o sus herederos se encuentren en situación de proveer por sí al negocio. A esos
fines deberá formular un requerimiento expreso, tal como lo prevé el Cód. civil español; cumplido tal acto,
unido al hecho de que el dueño puede gestionar el negocio por sí mismo, debe entenderse que cesa la
obligación del gestor de continuar la gestión.
D) Proporcionar al dueño del negocio información adecuada respecto de la gestión
Esta es una obligación genérica de información que debe ser objetiva, veraz, completa y accesible,
características que se derivan de la exigencia impuesta expresamente de brindar información “adecuada”.
E) Una vez concluida la gestión, rendir cuentas al dueño del negocio
Tal carga es impuesta por la ley a todo administrador de bienes ajenos y resulta por ende de
aplicación al gestor, máxime que a su respecto no ha mediado comisión o encargo del dominus. Tiene una
finalidad claramente instrumental y sirve para la determinación del grado de cumplimiento que el gestor
ha dado a las obligaciones que derivan de su injerencia en los asuntos ajenos, así como para fijar el
resultado objetivo de la gestión, permitiendo, además, resolver la cuestión relativa a las obligaciones de
restitución y de entrega al dominus del eventual saldo de la gestión. Se aplican las reglas del mandato
respecto a idéntica obligación a cargo del mandatario y en particular las reglas ahora genéricamente
establecidas en los arts. 858 y ss. del CCC. Para dar por concluida la gestión no basta con que las cuentas
sean presentadas sino que se requiere su aprobación, privada o judicial.
4. OBLIGACIONES DEL DUEÑO DEL NEGOCIO
Las obligaciones del dueño del negocio surgen de la previsión contenida en el art. 1785 CCC. En
ese sentido las obligaciones que se derivan para el dueño del negocio son las siguientes:
A) Obligación de reembolsar al gestor el valor de los gastos necesarios y útiles, con los intereses
legales desde el día en que fueron hechos.
El art. 1785 determina que el gestor puede reclamar al dueño los gastos que la gestión le hubiere
ocasionado. A la hora de precisar los gastos reembolsables el Código refiere a los “necesarios y útiles”. Los
voluntarios en principio no deben ser restituidos, salvo que el dueño se hubiere beneficiado (Salvat –
Acuña Anzorena).
El curso de los intereses debidos por el dueño respecto a los gastos incurridos por el gestor se
devenga “desde el día en fueron hechos”. Se trata de un supuesto de mora automática de origen legal, no
requerido de interpelación.

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B) Obligación de liberar al gestor de las obligaciones personales que haya contraído a causa de la
gestión
De este modo, si frente a la gestión consistente en la reparación de la pared del vecino, el gestor se
hubiere comprometido también a reparar cualquier daño causado a otros vecinos durante el curso de los
trabajos, el dueño o beneficiario de la gestión deberá asumir el costo de tales arreglos.
C) Obligación de reparar los daños que, por causas ajenas a su responsabilidad, haya sufrido el
gestor en el ejercicio de la gestión.
El artículo 2300 del derogado Código Civil establecía que “el dueño del negocio no está obligado a
pagar retribución alguna por el servicio de la gestión, ni a responder de los perjuicios que le resultasen al
gestor del ejercicio de la gestión”. Se sostenía como fundamento para la negativa consagrada
legislativamente, que quien asume tareas sin estar autorizado y sin tener obligación, lo hace a su propio
riesgo. No obstante esa solución fue criticada pues pone a cargo del gestor daños que son ajenos a su
responsabilidad y son derivados del propio ejercicio de la gestión. Por ello el nuevo CCC reconoce
expresamente la obligación del dueño de asumir el pago de tales daños.
D) Obligación de remunerar al gestor si la gestión corresponde al ejercicio de su actividad
profesional, o si es equitativo en las circunstancias del caso.
Adopta el nuevo CCC en este tema una solución claramente diferente a la seguida por Vélez
Sarsfield que negaba al gestor derecho a retribución por su actuación. La cuestión relativa al derecho del
gestor a recibir una remuneración por sus tareas es particularmente controvertida en el derecho
comparado y hay ordenamientos que guardan silencio a su respecto. Se ha pretendido fundar la gratuidad
de la gestión a partir de su analogía con el mandato, que en el Código Civil derogado había sido regulado
como contrato gratuito. Sin embargo, ésto que podría servir de fundamento respecto de la gestión de
actos jurídicos ajenos, no podía serlo respecto de aquellas gestiones que consistan sólo en hechos
puramente materiales. Tampoco podía servir de fundamento a las gestiones de actos comerciales cuya
gratuidad no puede sostenerse. El fundamento no puede ser otro que la autonomía de la gestión como
fuente de las obligaciones y de una decisión de política legislativa tendiente a garantizar de la mejor
manera la privacidad del patrimonio de otros, señalándose que si se admitiera el derecho a la
remuneración se propiciaría toda clase de injerencias en patrimonios ajenos, o toda clase de actividades
gestorias, teniendo principalmente en mira la remuneración.
La solución adoptada por el nuevo CCC en realidad mantiene, como regla general, el carácter
gratuito de la actividad del gestor si bien se establecen ahora dos excepciones que flexibilizan
notoriamente aquella regla. En ese sentido el inc. d) del art. 1785 reconoce, en primer lugar, derecho a
retribución si la gestión corresponde al ejercicio de la actividad profesional del gestor. Al respecto, ya
BORDA sostenía en el régimen derogado que si el gestor contrata con un tercero el mismo servicio que él
presta, tendría derecho a la restitución a título de gasto, y en cambio se le niega tal derecho cuando es el
propio gestor quien presta dicho servicio, lo que es manifiestamente injusto. La segundo excepción que se
consagra es cuando, en función de las circunstancias del caso, se considere equitativo remunerar la
gestión.
5. RESPONSABILIDAD DEL GESTOR.
A) RESPONSABILIDAD POR CULPA.
Según el art. 1786 CCC “el gestor es responsable ante el dueño del negocio por el daño que le haya
causado por su culpa. Su diligencia se aprecia con referencia concreta a su actuación en los asuntos
propios; son pautas a considerar, entre otras, si se trata de una gestión urgente, si procura librar al dueño
del negocio de un perjuicio, y si actúa por motivos de amistad o de afección”.

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Acá también el CCC se aparta de la solución adoptada al respecto por el CC derogado, cuyo art.
2291 preceptuaba que el gestor responde por toda culpa y no se libera acreditando haber aplicado su
diligencia habitual. Ahora se reconoce su responsabilidad, de índole subjetiva y basada en la culpa. Sin
embargo el art. 1786 se encarga de precisar las pautas o criterios a adoptar a los fines de apreciar la culpa
del gestor. En ese sentido se señalan los siguientes:
A) La diligencia con la que actúa el gestor en sus asuntos propios.
La ley atenúa la responsabilidad del gestor y le exige actuar sólo como lo hace “en sus propios
asuntos”, o sea una especie de apreciación “in concreto”, como lo hacían los romanos en relación a la
culpa leve.
B) El carácter urgente de la gestión.
Tal urgencia se derivará, usualmente, del peligro inminente para los bienes del dueño,
ejemplificándose en el caso de un edificio que amenaza derrumbarse.
C) Si procura librar al dueño del negocio de un perjuicio
En este caso, a diferencia del anterior, puede faltar el recaudo referido a la urgencia inmediata,
pero hay posibilidad de perjuicio para el dueño de los bienes
D) Si actúa por motivos de amistad o afección.
Móvil altruista y generoso que justifica no imponer al gestor una diligencia mayor que la que utiliza
en sus propios negocios.
B) RESPONSABILIDAD POR CASO FORTUITO.
Según las reglas generales, el caso fortuito libera al deudor, situación que también resulta, por vía
de principio, aplicable al gestor. No obstante y por las razones que, en general, conducen agravar su
responsabilidad, derivación necesaria de la injerencia no autorizada en un patrimonio ajeno, el legislador
ha previsto supuestos excepcionales donde se hace responsable al gestor aun ante hechos imprevisibles e
inevitables que revistan las características propias del “casus”. Se trata, en términos generales, de
hipótesis de culpa o incluso de dolo, circunstancias que por sí misma justifican la responsabilidad atribuida
por la ley.
En ese sentido el art. 1787 CCC se encarga de precisar los supuestos en que, excepcionalmente, el
gestor responderá aún por el caso fortuito. Son los siguientes:
a) Cuando el gestor actúa contra la voluntad expresa del dueño
En realidad la oposición del dueño hace cesar la gestión, de allí que lo que ocurra con posterioridad
a dicha oposición será a riesgo del gestor.
b) Si el gestor emprende actividades arriesgadas, ajenas a las habituales del dueño del negocio
Se trata de los llamados “nova et insolita negocia”. Para que pueda responsabilizarse al gestor por
el caso fortuito deben concurrir dos requisitos: uno positivo o de inclusión, de acuerdo al cual la operación
ha de ser arriesgada y otro, negativo o de exclusión, consistente en que el dueño no tuviera costumbre de
realizar tal tipo de operaciones. La valoración acerca de lo que el dueño tenía o no costumbre de realizar
deberá realizarse en forma objetiva, tomando en consideración la situación de un hombre medio pero sin
que se requiera indagar sobre la subjetividad del dominus y la particular forma en que encara sus negocios
y actividades.
c) Si el gestor pospone el interés del dueño del negocio frente al suyo

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Si concurren los intereses del gestor y de dueño, la norma hace responsable al primero por el caso
fortuito cuando antepusiere su propio interés al del “dominus”. Se da acá una actuación con el propósito
de obtener un lucro o en interés personal que debe ser calificada como dolosa. La agravación de la
responsabilidad del gestor encuentra justificación en el abuso y mala fe que implica posponer los intereses
del dueño, sobre todo si se tiene en cuenta que la razón que justifica la existencia de la gestión es el
beneficio que se procura hacer al dominus, que en esta caso falta.
d) Si el gestor no tiene las aptitudes necesarias para el negocio
Quien decide –sin mandato- realizar un negocio ajeno para recibir protección legal debe contar con
las habilidades y aptitudes necesarias para llevar adelante la gestión. Si carece de ellas, por una razón
elemental de prudencia y buena fe, debe abstenerse de hacerlo. Si así no actúa, su responsabilidad alcanza
incluso al caso fortuito. Se trata de una cuestión de hecho y así, si el gestor tiene título profesional que lo
habilita para ocuparse del negocio, será éste un antecedente a su favor y si carece de título, operará en su
contra.
e) Si la intervención del gestor impide la de otra persona más idónea.
La última de las circunstancias reputadas agravantes de la conducta del gestor, y que lo
responsabiliza aún ante el caso fortuito, refiere al hecho de haber impedido la actuación de otro más
idóneo. Este supuesto es, en principio, diferente del anterior –carecer de las aptitudes necesarias- pues acá
el gestor cuenta con tales habilidades pero impide, a conciencia, la actuación de otra persona que posee
mejores conocimiento sobre el negocio sobre el que recae la gestión. Ello exige apreciar y confrontar las
aptitudes del gestor y las del que, en su defecto, hubiera gestionado.
6. PLURALIDAD DE GESTORES Y DE DUEÑOS. SOLIDARIDAD.
Según el art. 1788 son solidariamente responsables los gestores que asumen conjuntamente el
negocio ajeno y los varios dueños del negocio, frente al gestor.
En esta norma el nuevo Código adoptada una solución claramente contrapuesta con la consagrada
en el Código de Vélez donde la responsabilidad era simplemente mancomunada, tanto en el caso de los
gestores plurales como de los dueños plurales.
Respecto de la responsabilidad de los gestores la solución seguida en el Código derogado fue
criticada pues la tendencia que exhibe el derecho comparado es establecer la responsabilidad solidaria de
los gestores conjuntos (Códigos de España, Portugal, Perú y proyectos de reformas al Cód. Civil argentino).
Parece de toda lógica que se agrave la situación del gestor respecto a la del mandatario en tanto aquél ha
actuado sin encargo previo y en todo caso los hechos perjudiciales al dueño realizados por los cogestores
estarían alcanzados por la solidaridad que rige en materia de hechos ilícitos
Respecto a la responsabilidad de los dueños plurales el nuevo código consagra también la
solidaridad. La pluralidad supone que el negocio haya sido gestionado para más de una persona, sea por
existir entre ellas una misma relación jurídica (vg. condóminos, coherederos, codeudores) o que se trate de
títulos diferentes (vg. usufructuario y nudo propietario).
7. RESPONSABILIDAD DE DUEÑO DEL NEGOCIO FRENTE A TERCEROS. RATIFICACIÓN DE LA
GESTIÓN.
Según el art. 1784 el gestor queda personalmente obligado frente a terceros y sólo se libera si el
dueño del negocio ratifica su gestión, o asume sus obligaciones; y siempre que ello no afecte a terceros de
buena fe. A su vez, según el art. 1789 el dueño del negocio queda obligado frente a los terceros por los
actos cumplidos en su nombre, si ratifica la gestión, si asume las obligaciones del gestor o si la gestión es
útilmente conducida.

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En las relaciones con terceros, puede distinguirse según que el gestor haya actuado en su propio
nombre o en nombre del dueño del negocio. En el primer caso no hay dudas que no obstante la
ratificación, el gestor quedará de todos modos personalmente obligado respecto de terceros con quienes
haya contratado. En cambio, cuando el gestor actúa en nombre del dueño del negocio, los terceros podrán
accionar directamente contra este último y en ese caso el gestor queda desobligado desobligado.
Por ello, el citado art. 1789 determina que el dueño queda obligado frente a los terceros “por los
actos cumplidos en su nombre” si media ratificación, si la gestión ha sido útilmente conducida o si asume
las obligaciones del gestor.
Según el art. 1790 si el dueño del negocio ratifica la gestión se producen los efectos del mandato,
entre partes y respecto de terceros, desde el día en que aquélla comenzó. La conversión de la gestión en
mandato que se deriva de la ratificación por el dueño implica que, en tal caso, no serían de aplicación ni las
reglas del enriquecimiento sin causa, ni las de la gestión sino las propias del mandato representativo. Por
lo tanto el gestor quedará desobligado frente a los terceros con quienes hubiera contratado, tendrá
derecho a retribución y al resarcimiento de todos los daños y perjuicios que hubiera sufrido a consecuencia
de su intervención, aun cuando la gestión no hubiera sido útilmente iniciada.
EMPLEO UTIL
1. CARACTERIZACIÓN
Hay empleo útil cuando alguien sin ser mandatario, ni gestor de negocios ajenos, y sin obligación
legal hace inversiones que aumentan el patrimonio de otro o se impide su disminución. Se entiende, en
general, que el empleo útil constituye un supuesto de aplicación del enriquecimiento sin causa.
El empleo útil se diferencia tanto de la gestión de negocios, como del régimen general del
enriquecimiento sin causa. Ello es así porque en la gestión, el gestor recupera todos los gastos que ha
efectuado con sus intereses desde la fecha en que los hizo, en tanto en el empleo útil el crédito no excede
el monto de la inversión hecha y de la utilidad obtenida inicialmente por el beneficiario de la misma. A su
vez se diferencia de la regla normal de la actio in rem verso porque la utilidad se mide inicialmente, y no al
tiempo de promoción de la demanda.
El CCC caracteriza al empleo útil en el art. 1791. En ese sentido dispone que “quien, sin ser gestor
de negocios ni mandatario, realiza un gasto, en interés total o parcialmente ajeno, tiene derecho a que le
sea reembolsado su valor, en cuanto haya resultado de utilidad, aunque después ésta llegue a cesar”.
Al igual de lo previsto respecto a la gestión de negocios (art. 1785, inciso a), los gastos incurridos
en el empleo útil deben adicionarse los intereses desde la fecha del pago. O sea una mora automática, de
carácter legal, que no requiere interpelación previa.
2. LOS GASTOS FUNERARIOS
En base a la tradición jurídica, el nuevo CCC regula el ejemplo que típicamente ha encuadrado
dentro de la figura del empleo útil, que es el de los gastos funerarios, más queda claro que solo se trata de
una categoría entre otras posibles. Se refiere también, aunque sea implícitamente, a los límites aplicables
al reembolso de esos gastos, disponiendo que deben tener relación razonable con las circunstancias de la
persona y los usos del lugar.
En ese sentido el art. 1792 CCC dispone que “están comprendidos en el artículo 1791 los gastos
funerarios que tienen relación razonable con las circunstancias de la persona y los usos del lugar”.
Los gastos que se entienden incluidos en la norma que se comenta son los de entierro, velatorio,
coche fúnebre, sepultura, acompañamiento, avisos, gastos municipales, responsos, compra de un sepulcro
o gastos por oficios religiosos para el sepelio. Deben considerarse excluidos, en cambio, los gastos
posteriores al sepelio, como así también los derivados del luto de la familia, las ofrendas florales y los que
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se hagan en bien del alma del difunto, tales como misas y funerales. Los gastos de embalsamamiento sólo
se han admitido cuando sean necesarios para la conservación del cadáver hasta el momento en que se le
dé sepultura.
En cuanto a la relevancia y razonabilidad de los gastos, para su estimación deben tenerse en
cuenta los usos del lugar, incluyéndose en el concepto a los usos relativos a la religión del difunto y a sus
condiciones socio- económicas. También debe considerarse para el cálculo la fortuna del causante, su
posición social y su actuación pública.
Un sector de la doctrina considera que deben equipararse los gastos de última enfermedad con los
gastos funerarios, si bien la opinión mayoritaria –respecto a idéntica regulación del CC derogado- se
expresa en el sentido que tales gastos no encuadran en la previsión legal expresa.
3. OBLIGADOS AL REEMBOLSO.
El art. 1793 dispone que el acreedor tiene derecho a demandar el reembolso de los siguientes
sujetos:
a) A quien recibe la utilidad: O sea, el beneficiario de la erogación o quien obtuvo provecho de ella.
Se trata de una disposición amplia, que involucra a cualquier beneficiario (ejemplo: el dueño del campo
que se beneficia por el sistema de riego o iluminación instalado por su vecino)
b) A los herederos del difunto, en el caso de gastos funerarios: Es un supuesto aplicable
exclusivamente a la hipótesis de empleo útil prevista en el art. 1792.
c) Al tercero adquirente a título gratuito del bien que recibe la utilidad, pero sólo hasta el valor de
ella al tiempo de la adquisición. Con ello se tiende a prevenir que el crédito por empleo útil devenga
ilusorio a raíz de una enajenación gratuita que torne insolvente al deudor.

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