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ademés tuvo que te afios que hundi tiene las grandes mentiras del fasc ‘cy mantuvo el régimen fascista 0, alejado de cuestiones de un cierto examen), la con su sangrienta plasma- iferente al lector y le realidad del fascismo y sus ment cién sobre los ciudadanos. Un libro que no roporcionar$ razones importantes para la reflexién. tirant humanidades Piero Calamandrei El fascismo como régimen de la mentira PIERO CALAMANDREI EL FASCISMO COMO REGIMEN i MENTIRA B irant fusenidades Capitulo VI Los dispositivos constitucionales para la manifestacién del consenso Este fue el valor moral de la aparente aquiescencia de Italia al fascismo que, por lo tanto, no fue consenti- miento, sino inicialmente fue falta de preparacién para Ja resistencia armada y después, durante la larga espera de veinte afios, paciente maduracion de la revancha. El fascismo no fundaba su aspiracién de figurar como un ré- sgimen basado en el consenso en esta general apariencia de resignacién: al contrario el silencio, el absentismo po- Iitico se miraban de reojo y muchas veces fueron motivo suficiente para una paliza. Las demostraciones del con- senso nacional, que el fascismo afirmaba ser su puntal, se hallaban més que en la pasividad aquiescente y silencio- sa, en las manifestaciones no s6lo activas sino clamorosas gue regularmente tenjan lugar gracias a los imaginativos dispositivos constitucionales creados ad hoo, para que el entusiasmo popular pudiera prorrumpir en fecha fija: ‘merece la pena detener la atencién a propésito del curio- so mecanismo de estos dispositivos constitucionales. La doctrina fascista, ya se dijo més arriba, se de- claré desde el comienzo ferozmente hostil al sufragio popular y a las “consultas periédicas™*: y la broma © Entrada “Faseismo”, II, n2. 6 136 Piero Calamandrei contra “los juegos electorales demo-liberales” fue un lugar comin con que los eriticos del régimen, usual- mente tan duros y de cefio fruncido, amaban atenuar con una sonrisa de complacencia, la tension de su esti- Jo. Pero, a pesar de esta proclamada antipatia te6rica, cl fascismo tuvo cuidado de desmontar de inmediato, cuando tomé el poder, la maquina electoral: y por diez yssiete afios, o sea hasta la ley del 10 de enero de 1939, siguié utilizéndola intentando probar, exactamente como hacfan los denostados regimenes democréti- cos, Ia prueba del consenso popular. Pero, dejindola ast como era, con el voto libre y secreto, hubiera sido ficilmente previsible la respuesta de la gran mayoria de los electores: por lo tanto se aportaron mejoras a laley electoral introduciendo ingeniosos retoques que constituyeron, creo, los mas pintorescos de todos los fraudes del régimen. En todos los gobiernos representativos, como era, por el art. 2 del Estatuto, la monarquia italiana, las, elecciones suponen que el elector ejerce un derecho de eleccién entre los varios candidatos o las diferentes, listas de partido que se presentan a la competicién po- ; de forma que otorgar el cargo piblico al elegido libre determinacién del cuerpo electoral. éQué hizo el fascismo? Conservé, ya que propiciaba su técnica es- pectacular, toda la teatralidad de la lucha electoral: convocando las masas populares, evando a cabo las ruidosas propagandas electorales, actuando el ritual misterioso del voto secreto, de la representacién de las urnas y de los escrutinios, escenificando la emoci6n fi- nal de la proclamacién de los vencedores; pero debajo Los dispostivosconstitucionales parala maniftstacin del eonsenso 137 de todo este aparato escénico del viejo estilo “liberal- democratico” que tenfa que dar la impresién de una encarnizada lucha politica y de una victoria valiente- mente conquistada, introdujo una pequefia novedad: suprimié en la votacién no sélo la libertad, también incluso los términos de la opcién. El elector asi no pudo elegir entre diferentes listas de partido ya que solo quedaba w i fascista, y tampoco pudo elegir a el gobierno y los juntaba de oficio en famoso “Listone” del partido fascista nos tenfan que tragarse en bloque... que bajo los regimenes precedentes eran “Juegos” se volvieron, gracias al fascismo, una cosa seria, algo pa- recido a una batalla electoral fingida donde todos los electores italianos estaban solemnemente llamados a celebrar la victoria de quinientos campeones que, ya antes de bajar a la plaza sin adversarios, habjan sido nombrados triunfadores por voluntad del duce. Pero hay que reconocer que los electores podian aprovecharse de alguna probabilidad de eleccién gra- cias a la ley de 1928*: 0 sea no ya opcién entre can- didatos o entre listas de partidos, sino eleccién entre votar “si” o votar “no” por la tinica lista. En realidad la ley, asf como estaba escrita no imponia expresamen- te al elector su aprobacién de la lista fascista, pues le dejaba aparentemente la libertad de aprobarla o de 5 [Regio decreto de 2 de septiembre de 1928, n?.1993, Aprobacién del texto tinico de la ley electoral politica.] 138 Piero Calamandeed rechazarla, Por Io tanto, en realidad era en apariencia algo parecido a un referéndum o un plebiscito, aplica- al rechazo de las listas gubernamentales a expresar un juicio general de aprobacién o de desacuerdo a pro- pésito de la politica del gobierno. Es facil entender. que este sistema, aunque actuado legalmente, hacia desaparecer junto con la diferenciacién entre poder legislativo y poder ejecutivo, todo freno de legalidad a Ta omnipotencia del gobierno: ningin control efectivo podia ejercer en el gobierno la Camara de los diputa- dos, que, para ser admitidos en la lista gubernamen- tal y no ser rechazados a la primera ocasién, no les quedaba otra posibilidad que obedecer y callar. Sin embargo, también en este sistema concebido inge- niosamente para transformar el parlamento en una, gubernamental no hubiera sido aprobado por yoria de los electores), pero, aunque teérica la posi- bilidad existia; se necesitaba rellenar entonces esta laguna, para que la ley fuera perfecta. ‘Y justamente aqui se nota la duplici fascista, en sentido propio y figurado: Ta ilegalidad oficiosa Hamada a desmentir la aparien- cia de la legalidad oficial. Frente a los articulos de la ley escrita, que pregonaban solemnemente Ia libertad y el cardcter secreto del voto y predisponian todo un procedimiento visible para garantizar al ciudadano Los dispositivos constitucionales para la manifetacion del consenso 139 el derecho a elegir entre el si y el no, existia un pro- cedimiento subterraneo, organizado en los minimos detalles, con el fin de paralizar y de engafiar el proce- dimiento aparente. O sea la votacién se efectnaba de esta forma: el elector al que el presidente de la mesa electoral entregaba, un sobre abierto con la papeleta tricolor del Sf y la blanca del NO se retiraba a una ca- bina y secretamente introducia en el sobre la papeleta preferida, después, ya fuera de la cabina, el elector en- tregaba al presidente el sobre cerrado, que se intro- ducia en la urna bajo el control de los supervisores. Mientras que la prdctica del procedimiento aparente estaba a cargo de las autoridades oficiales, 0 sea de los magistrados que presidian las mesas, la actuacién del procedimiento subterraneo era a cargo de las autori- dades del partido, cuyos representantes estaban en la mesa con la obligacién de controlar a los electores y obligarles totalitariamente a votar Si. Si el magistrado que presidia la mesa persistia obli- gando a hacer respetar la ley contra la prepotencia de Tas camisas negras (y era una obstinacién que podia costarle su carrera) entonces intervenfa el prefecto a dirimir el conflicto entre las dos autoridades: el pre- fecto elogiaba los escrapulos juridicos del magistrado y daba la razon a la perspicacia politica de las camisas negras... Las cosas procedian de esta manera. En algu- nos casos, sobre todo en las mesas electorales alejadas de las ciudades, todo se desarrollaba sin problemas, sin inGtiles ceremonias: eran los mismos electores que, para evitar problemas, no iban a la cabina: y el fiduciario fascista introducia é1 mismo en los sobres las papeletas tricolores, sin que los electores que des- 140 Piero Calamandrei filaban ordenados delante de la mesa presidencial, se molestaran en hacer eso, En otras mesa més legalistas Jos electores solo iban a la cabina, pero en la puerta de Ta misma estaba vigilando una camisa negra que ga- rantizaba con su presencia el secretismo del voto. Si el presidente exigia que los electores estuvieran solos en la cabina, entonces, en esta hipétesis extrema, se remediaba con los sobres que habian sido fabrica- dos, con prevision gubernamental, en papel finfsimo de forma que desde fuera pudiera verse en transpa- rencia si la papeleta introducida era tricolor o blan- ca, Los controladores fascistas, en cuyas manos todos los sobres tenjan que pasar antes de legar a la urna, efectuaban el chequeo de cémo habia votado el elector y si parecia que alguien habia votado en blanco, los diligentes fiduciarios del partido disponfan que fuera apaleado de inmediato, o apuntaban que, en su casa antes de la noche tenfa que ser apaleado. Quien no ha visto nunca con sus ojos este espectiicu- Jo no puede creer que se pudiera legar a tanto. Cuan- do se piensa que en otros tiempos los pequefios fraudes privados de un candidato ministerial, que compraba con su dinero personal algunos votos, eran suficientes para tachar al jefe de aquel gobierno con el titulo de “ministro della malavita”, hay que renunciar a buscar hoy en dia en el diccionario expresiones idéneas para calificar con la debida proporcin al inventor de este truco totalitario publicamente organizado, con el que el gobierno fascista demostré al mundo, con el simple genial descubrimiento de una papeleta tricolor y de un, sobre transparente, el consenso popular que lo sostenia. Los dispostivs constitaconales parala manifestacén del consenso 147 Pero el truco no se limitaba a garantizar el voto fa- vorable de los electores que se presentaban a la mesa electoral: apuntaba a asegurar el plebiscito, la unani- midad de todo el cuerpo electoral. Y he aqui entonces, siempre a cargo del partido, la redada temprana, casa por casa, de los electores para conducirlos a las urnas en procesiones uniformemente ordenadas por los mi- lites fascistas; asi eran admitidos a votar por procura nifios lactantes, 0 viejos paraliticos, o también, para mayor solemnidad los enterrados; y al final antes de clausurar la votacién, manojos de papeletas tricolores introducidas a la fuerza en las urnas para acabar su embotellamiento... Después, cuando durante el recuento resultaba que Jos votos eran mucho més que los votantes, se hacian los oportunos arreglos para eliminar lo que era dema- siado y para que cuadraran las cuentas. A veces los guasones de escrutadores se divertfan para sazonar la aburrida unanimidad tricolor adicionando, antes de servitla, una pizca de papeletas blancas: asi habfa un argumento més para reirse a las espaldas de las “dé- biles oposiciones” y para garantizar que la libertad de voto cra asegurada también a los cuatro ojerosos anti- fascistas supérstites... Yo mismo que escribo, tuve la ingenuidad, en las elecciones del 1928, de ir a mi seccién electoral, en la periferia de Florencia, proponiéndome votar no: no por intil valentonada, sino por ingenua confianza en laley que garantizaba la libertad de voto. El presidente de la mesa, que era un juez. del tribunal, me entreg6 dos papeletas y un sobre; entré en la cabina, cerré en el 2 Piero Calamandrei sobre la papeleta blanca, eché en la papelera la pape- leta tricolor sin tomar ni la precaucién (io sancta sim- plicitas!) de ocultarla debajo de las papeletas blancas que eran todas las que estaban y volvi a la sala con mi sobre bien evidente en la mano, sin saber que me diri- gia hacia el martirio... Pero antes de subir el peldaiio de la mesa el presidente de repente se levanté de su asiento y alargando su brazo por encima de la mesa hacia mi me arraneé bruscamente el sobre de la mano y lo introdujo en la urna tan répidamente que nadie més puso el ojo sobre él. En ese momento me quedé sorprendido por este gesto inexplicable; sélo por la noche entendi la multitud de las consecuencias de las que el presidente me habia salvado. La misma noche en efecto desde una terraza de Piazza Vittorio el secretario politico de entonces anuncié en voz alta al pueblo exultante que las elec- ciones habian sido (équién podia pronosticarlo?) victoria aplastante de la juventud fascista y afiadi “Hemos conseguido esta victoria totalitaria a pesar de que algunos pseudo-intelectuales antifascistas ha- yan votado contra nosotros. Digo los nombres para su infamia ...” Y solté una lista de nombres, cada uno de ellos hacia estallar en la plaza, en la marea de las, camisas negras tumultuosas, un grito de sacrosanta indignacic mi buen presidente no hubiera evi- tado, con su movimiento rapido, que los controlado- res se dieran cuenta de mi inmaculado candor que'se transparentaba en mi sobre, ta ria figurado en la lista de proseripcién y entregado a los apetitos de la multitud vengadora. Los dispositivos constinuionalesparala manifestaciin deleonsenso 143 Algo parecido le pasé a mi inolvidable Giulio Pao- Ii, entonces admiradisimo profesor de Derecho penal en nuestra universidad florentina que, avisado por un amigo que su nombre estaba en la lista, consiguié po- nerse a salvo unos minutos antes que una banda de escuadrones legara a su casa para impartir justicia... Quedé escondido unas semanas hasta que se encontré ‘un ministro de educacién nacional (era [sie!]}": hay que acordarse para que su nombre no se olvide) que para aplacar la justa indignacién del fascismo floren- tino trasladé el rebelde, que se habia atrevido a votar NO, de la universidad de Florencia a la de Pavia. Nun- meta de su vida; se murié sofiando la libertad y con el corazén amargado por el resentimiento del exilio... Este fue el sistema electoral creado por el fascismo e iniciado felizmente con las elecciones de 1928 cuya esencia juridica puede resumirse en esta formula: acla- macién totalitaria de los diputados elegidos antes pi el gobierno, con votacién libre y secreta, pero flexibili- zado (para que el secretismo no alumbrara la traicién y la libertad no degenerara en licencia) por el control del partido fascista y por el palo a los que votaran NO. Pero al duce este sistema no le parecié suficiente- mente totalitario: en aquel nombre de “diputados” quedaba todavia algo de democracia y se hubiera po- dido sospechar que esa clase de plebiscito popular, que % [EI autor no completé introduciendo el nom! 4 Piero Calamandzei consagraba a los elegidos, pudiera inducir a algunos de ellos a hacerse ilusiones de significar algo... No le parecia bastante el envilecimiento de todos estos des- graciados que se arrastraban a sus pies pidiendo su inclusién en el list6n o su permanencia en el mismo: queria una ley que atin mAs enérgicamente declarara que los legisladores del régimen fascista no eran nada més que asalariados del poder ejecutivo que podian ser despedidos ad nutum de inmediato y sin preaviso. Y asi vino la ley de 10 de enero de 1939, n.129: de su singularidad tan original los Italianos no pudie~ ron darse cuenta ya que se dio a conocer en una fe- cha cuando habia que pensar en algo més serio; pero todavia merece una explicacién porque es una de las, pruebas mis preclara de la capacidad constructiva del fascismo. Elhallazgo ingenioso, que podria lamarse de la Ca- mara perpetua para la formacién automética y con- tinua preveia la transformacién directa e impersonal del nombramiento de los “consejeros nacionales" (de- nominacién que sustitu‘a a la de “diputados”) ya que se habia decidido que este cargo, en lugar de otorgarse ‘a personas seleccionadas por ser expresamente dignas y adecuadas para este cargo y mediante especificas lecciones, fuera atribuido autométicamente a todos los jerarcas que ya “eran miembros del consejo nacio- nal del partido nacional fascista” o del “consejo nacio- nal de las corporaciones” (art. 3): y por eso la nueva, ‘Cémara se Ilamé en vez de diputados “de los haces y de las corporaciones”. Asi ya no se necesitaban las elec ciones politicas, ya que el cargo de consejero nacional ‘Los dispositivos constitucionales parala manifestacién del consenso 145 recafa de derecho, como un accesorio acoplado al car- go principal, en cada miembro de estos dos consejos. Los nombrados a ocupar una de las dos Asambleas te- nian ademas el nombramiento de consejero nacional como un titulo nobiliario pegado a la posesién de un feudoylo perdian automaticamente cuando cesaban y yano estaban sentados en aquel sillén. Elnombramiento de consejero nacional no se otor- gaba gracias a una designacién nueva, sino “reconoci- da’, con decreto del duce del fascismo (art.5) en cali- dad de reconocimiento de una investidura anterior; y perdia al caducar esta funci6n (art. 8). ‘No hace falta profundizar mucho para comprender 7" como este sistema (donde el ejercicio de la funcién le- gislativa, que en los Estados libres es la mas alta expre~ sién de la soberania, se convertia en accesorio trivial de otros cargos de tipo administrativo) representaba a completa y definitiva absoreién de la funcién legis- lativa en el poder ejecutivol A la rigida formula del estatuto, cuyo texto recitaba “el poder legislativo sera colectivamente ejercido por el rey y las dos Cémaras” (art. 3), se sustituyé por una frase penosamente ano- dina: “el Senado del reino y Ia Camara de los haces y de las corporaciones colaboran con el gobierno para la formacién de las leyes” (art. 2), donde no aparecia ninguna referencia al “poder legislativo” y la funcién del Senado y de la Camara se reducia a una simple co- laboracién con el gobierno. Pero, si se piensa que el nombramiento de todos los, cargos politicos 0 corporativos o su destitucién depen- dia de la aprobacién del duce, es facil entender no sélo 46 Piero Calamandrei que con este sistema la Camara “dei fasci e delle cor porazioni” se habia vuelto abiertamente un organismo de nombramiento gubernamental, sino que ademas el {jefe del partido y del gobierno podia en todo momento, ‘administrando oportunos "cambios de guardia” en las jerarquias, apartar de su sill6n uno a uno alos conseje- ros nacionales que no le satisfacian y en su lugar poner a otros més apreciados. Asi la Cémara, sin la perié- dica alteracién de las elecciones y de las disoluciones, habia alcanzado la solemne solidez de una institucién permanente como el régimen, equipada con valvulas de recambio para renovarse sin cesar y para adaptar- se en cada momento a la dindmica voluntad del jefe: Wgo parecido a un consejo de Estado de ineptos, una academia de sirvientes respetuosos asustados por el duefio cuya tinica colaboracién consistia en aclamar los decretos del gobierno y después transformarlos en eyes.) Las votaciones de esta leal asamblea se hacian (en homenaje ala viril lealtad a la que se inspiraban todas las instituciones fascistas) "siempre de forma mani- fiesta” (art, 15): y en la indefectible unanimidad de sus, deliberaciones el jefe del gobierno podia corroborar cada dia la plenitud del consentimiento nacional que acompafiaba a su obra. S6lo una vez la mayorfa de un organismo delibe~ rante fascista, el Gran Consejo, en la noche de 24 de julio de 1943, se atrevi6 a votar contra la voluntad del duce; y todos los que habjan votado contra... fueron condenados a muerte. Los dispesitivos constituconalesparala manifestacin del consenso 147 iy! Me acuerdo lo que eseribié un genial histo- riador de la literatura romana a propésito de Técito: “obligado a ensefiarnos en el Senado el espectécu- lo més repugnante de lo que pueda llegar a ser una asamblea politica que, despojada de sus prerrogativas y solamente solicita de las fortunas privadas, reponga Ja base de sus inmediatos intereses en la conversacién del poder actual. , El Senado representa en Roma una oficina de legali- zacién de todas las actas imperiales y esta funcién, aun- que representa la vergiienza continua, asegura también su dinamismo y su duracién”®?. Una oficina de legaliza- cin de todos las actas imperiales: he aqui la vergiienza, y al mismo tiempo la justificacién constitucional, de la ‘Camara de los haces y de las corporaciones. Los organismos constitucionales de los que se ha hablado hasta ahora no eran, en realidad, los tinicos representantes del consenso nacional que, en su ge- nuina espontaneidad, sabfa encontrar otras vias para Iegar directamente hasta al corazén del duce. Por el momento existia una cotidiana explosién de érdenes del dia entusiastas, de discursos exaltados y de ora- ciones incontenibles que de todas las partes de Italia dondequiera que estuvieran, juntos alrededor de una mesa, tres o cuatro jerarcas enviaban al gran jefe las expresiones de la fe inmutable en los destinos de la revolucién. No hubo “reunién” o “feria” o “informe” 0 “comida amistosa” que no enviara al duce, al principio ® Marchesi, Storia della letteratura latina cit. TI, p. 279. 48 Piero Calamandrei yamenudo al final, un telegrama vibrante de orgullo- ‘sas promesas, sonora como una fanfarria. ¥ por la tar- de la radio del régimen comunicaba el texto a todos los, que temblando lo ofan. En algunos periodos también Jas universidades participaron a este juego: cuando el duce decidia declarar la guerra a alguien, los agentes, de policia universitaria, que se Hamaban rectores, a una sefial del ministro responsable enviaban una gran cantidad de telegramas agresivos que indicaban al jefe que los jévenes “de Curtatone y de Montanara’(icudn- tas veces los nombres més puros de nuestra epopeya fueron contaminados por esta prosa mezquina de ma- reclamaban la guerra; y el gobierno tenia que escuelas, todos los rectores recibieron la orden de en- viar al ministro telegramas de enfervorizada indigna- ci6n contra la inaudita vejacién; sé de un profesor que le pregunté a su rector: “Pero éestamos seguros que esta noticia es verdadera? ¥ el rector contesté brusca- mente:"Esto no es importante”. Y cuando el consenso Iegaba al paroxismo existia un desahogo més direc- to: los coloquios con las masas. Un dia aparecieron en todas las esquinas de las calles grandes anuncios que decian:"Asamblea totalitaria” y entonces la gente se dirigié hacia la plaza sefialada para intervenir én el desfile de las jerarquias: los dignatarios vestidos de guerreros, los mosqueteros del duce en tela oscura, la milicia fascista en uniforme, los vanguardistas con su ‘Los dispesitivos constinucionalesparala manifestaciin delconsenso 149 vestimenta, los balilla* con sus trajes, y al fondo “las organizaciones” en camisa negra encuadradas por el pueblo libre formado por los agentes de policia, los ‘inicos de paisano. En este océano de brea en ebulli- cién aparecié en la terraza y se regodeaba feliz re rando por algunos minutos el aullido bestial: “du-cé, du-c2” Después pidié silencio con los gestos y hablo y al final pregunté: “éLo queréis vosotros? Y todos los jerarcas, todos los mosqueteros, todos los milites, todos los vanguardistas, todos | agentes de paisano estallaron: clase de consenso deliberado y tomé todas sus historicas decision« Grecia. Vosotros élo queréis?, “Sit” Francia “ “éLo queréis vosotro: ‘Apufialaremos a ” Declareremos la guerra a Inglaterra, a Rusia y a Estados Unidos de América...dLo queréis vosotros? “Sif, siff, siempre si’” Sia alguien se le hubiera ocurrido procesarle, 61 se habria salvado siempre: el rey detrés de la constitu- , él detrés del consenso popular. Por cada acusa~ ‘habria acumulado no solamente y por aclamacién los votos de la Camara y del Senado, sino los manojos de telegramas legados de toda Italia y sobre todo los “si? de la multitud. ¥ habrian podido llegar por cente- nares los agentes de la OVRA para atestiguar que nun- © Los facistasitalianos encuadraban a los niflos y alos jovenes én las chicas tenfan su clasificacion y de~ nominacién [N. de lat] 150 Piero Calamandrei ca jamés en aquellas reuniones alguien dijo no... Pero, a lo mejor, la ironia de la tragedia esta en eso: que el autor de todo este fraude desmesurado con el que no solo la libertad fue oprimida sino encima de sus ruinas, se puso en escena una espectacular fiecién de consen- so, acabé tomando en serio esta propaganda montada por él mismo: y se cayé como un fantoche en la trampa de su bufonesco pragmatismo politico. Este insensato que, para transformar un pueblo de pacificos traba- jadores en una horda de predadores, crey6 que fuera bastante imponer el saludo romano, el paso romano, el “Usted” y el cefio militar pegado en las caras creadas por la naturaleza para la sonrisa amable; este simplén, que creyé que para que creciera en los corazones de los jovenes el orgullo civil fuera bastante gritar: "Me da igual” y suprimir en las cartas los saludos de cortesia, se estrangulé con su mismo lazo. Cuando vio desfilar delante de sus ojos a los jerar- cas trajeados de negro, con los galones rojos y dorados, erey6 que de verdad se trataba de un estado mayor d Napole6n; y no se dio cuenta que los desfiles. esas interminables procesiones de medios bél parados para el ensayo y que él miraba de pie, encima de un faste, los pufios apoyados en las caderas, repre- sentaban la devocién de sus fieles que para que fuera le hacian pasar y repasar debajo de sus narices siempre los mismos cafiones, como los figurantes en el corteo triunfal de “Aida”. Convencido que bastaba con vociferar y organizar desfiles militares para aterrori- zara las paeificas y débiles democracias de la libertad, ciegamente y aterrorizado a la vez, se puso de parte Los dispostivos constivuconalesparala manifestacin del consenso 151 de los que le habian prometido detrés de la cortina, como Pirro con sus clefantes, el siniestro resplandor del artefacto guerrero preparado para ensangrentar a Europa. Otra vez su tan cacareado “realismo” politico Ie levé a ignorar el papel crucial de las fuerzas mo- rales para solucionar los problemas més acuciantes: y fue exactamente esta falta de sensibilidad humana {que le Ilev6 al torpe engafio de sus previsiones. Inca- paz de comprender, por su natural aridez, qué clase de rebeliones y de sacrificios puede inspirar el amor ala libertad, no supo prever qué fuerzas invencibles podia contraponer la humanidad ofendida al brutal impetu de la fuerza motorizada después del primer aturdimiento de la agresién. Ya fatal consecuencia de su congénita sordera moral fue su miserable caida de hombre de Estado. Si las ficciones de las que hemos hablado hasta ahora pueden tener algunas coincidencias con otros regimenes europeos, sobre todo con el nacionalso- cialista alemén que, bajo muchos puntos de vista fue una reproduccién del modelo fascista agrandado y perfeceionado con cientifica rigurosidad teuténica, Jo de que voy a deseribir ahora es original en absolu- to y sin precedentes y hasta ahora sin imitaciones en Ja historia: Ja ficcién de la “monarquia fascista’, con la que se encontré la solucién histérica de un asunto que segiin la l6gica juridica podia parecer un proble- ma irresoluble, se trata de la convivencia en un mismo régimen, formalmente unitario, de un rey constitucio- nal con un dietador absoluto. También en este caso, a propésito del asunto de la monarquia, la doctrina del fascismo intenté al principio no comprometerse de- 152 Piero Calamandrei masiado y no implicarse en el asunto: desde una ini- cial tendencia republicana que parecfa una amenaza cuando todavia no se conocfan las intenciones de la monarquia, pas6, después de la marcha sobre Roma donde se experimenté la docilidad del soberano, aun comodo agnosticismo que afirmaba que el fascismo al contrario del democratismo “habia superado el anti- tesis monarquia-republica”™ y acabé proclamando* que el régimen partia “de un presupuesto indiscutible ¢ intangible: la monarqufa y la dinastia”. Si“tepiblica” quiere decir gobierno de todos y “mo- narquia” gobierno de uno solo, de acuerdo con las denominaciones tradicionales, no cabe duda que el fascismo totalitario, por lo que ya se ha dicho a propé sito del totalitarismo, es esencialmente mondrquico: violentamente, exasperadamente monérquico en el sentido etimolégico de la palabra. A la vacilacién y a la debilidad del asambleismo democratico el fascismo quiso sustituir el sentido de responsabilidad y el vo- Tuntarismo dindmico de Uno, que los publicistas ale- manes llamaron Fithrerprinzip: la concentracién de todo el poder en un “jefe”, en un comandante, de cu- yas directivas todos los organismos del Estado fueran, nada m4s que ejecutores. Pero en una concepcién tan espasmédicamente autocratica del Estado el monarca, y no hace falta demostrarlo, no puede ser que aquel ‘Uno cuya voluntad encarné la sintesis y la verdad del pueblo: o sea hablando sin rodeos, no puede ser otro + Entrada “Fascismo", 5 Discurso de 28 de: ‘Los dispostivos constinacionalesparala manifestacién deleonsenso 153 que Mussolini. Que se lamara monarea, jefe o “duce” de cualquier otra forma que quisiera decir comando absoluto, en la doctrina fascista seguramente existié la figura del soberano; y s6lo fue uno. Ahora el fenémeno paradéjico es exactamente este: que en Italia durante los veinte afios de aplicacién préctica de esta doctrina coexistieron dos soberanos: el rey y el “duce” y los dos durante veinte y mas afios aparentemente se llevaron Dien. Como haya podido pasar, parece por légica lo més inexplicable de los problemas. Si, cuando la marcha sobre Roma, Italia hubie- ra sido una repiblica, la Hegada del fascismo habria cambiado, por lo menos, la forma de gobierno, que de republicano se habria vuelto mondrquico: el mismo procedimiento politico por el que de la crisis de la re- publica derivé, gracias al golpe de Estado de brumario 0 de diciembre, el absolutismo imperial del tio abuelo 0 del tercer Napoleén. Pero en Italia la monarqufa era preexistente al gol- pe de Estado: por lo tanto no se podia reinstaurar una forma de gobierno ya existente. ¥ tampoco quitar del trono un rey impopular y poner en su sitio otro mas digno; porque todo se hizo con la aprobacién del so- berano felizmente reinante que, también durante el fascismo se quedé tranquilo, sin molestar, sentado en su poltrona. Tampoco se trataba de uno de los clésicos golpes de Estado a los que los reyes del siglo XIX recu- rrian como repentino expediente para anular la cons- titucién y volver al gobierno absoluto: el rey quiso que el ascenso de Mussolini al gobierno se Ilevara a cabo respetando las reglas estatutarias y siguié llaméndose 154 lero Calamandrei rey constitucional y la consecuencia del golpe de Es- tado fue que sus poderes fueron debilitados en vez de reforzados. El raro fenémeno no se explica ni aunque se quisie- ra considerar el fascismo como una dictadura tempo- rénea, o sea como un remedio extraordinario y tran- sitorio, destinado a dejar fandamentalmente intacto, después de su paso, el mecanismo de la monarqufa constitucional, donde estaba insertado. En realidad el, fascismo nunea toleré que se le considerara como un régimen excepcional por tiempo limitado, destinado a terminar con la vuelta a la normalidad; por otra parte en un régimen monrquico no puede existir otra dicta- dura compatible con la monarquia, menos en aquella donde el dictador es el mismo rey. También en la anti- gua republica romana el remedio heroico de la dictadu- ra represento el regreso temporal de la autoridad regia, ena hora del peligro, que exigia la concentracién de los poderes piblicos en una sola persona; pero en una mo- narquia donde esta exigencia ya tenfa su érgano cons- titucional en el soberano, la existencia de otro dictador, aunque temporal, queria decir s6lo y tinicamente que el rey estaba desautorizado: Cromwell ensefia, Ocurrié entonces en Italia, durante los veinte afios del fascismo, un fenémeno juridicamente muy eurioso de absolutismo personal, 0 sea el fascismo se anid6, como un enorme neoplasma politico, entre el cuerpo de una monarqufa constitucional que lentamente se vacié de todo su contenido vital y se quedé como un, despojo inerte haciendo de pantalla a la tirania. Desde el punto de vista histérico écémo pudo pasar? Los dispositivos constituionslesparala manifestaciin del.consenso 155 Eljefe del fascismo entendié que poniéndose abier- tamente contra el soberano habria chocado, en los primeros tiempos, contra la compacta reaecién del ejército y contra el sentimiento dindstico aiin vivo en algunas categorias y en algunas regiones de Italia, asi que disimul6 que queria mantener intacta la posicién de la monarquia reinante. Consintié la permanencia del soberano nominal en ciertas formas figurativas de la realeza no més importantes que la efigie en los sellos o unas menciones en el encabezamiento de las sentencias; mientras tanto, gracias a unas leyes conce- bidas para traspasar todos los poderes efectivos del rey menos su nombre~ al “jefe del gobierno duce del fas- cismo”, consiguié convertirse, también juridicamente, en el tinico duefio del Estado al que la curiosa figura del rey no consiguié eclipsar, més bien la mezquindad del rey acrecent6, frente al piblico, la resplandeciente preeminencia del verdadero soberano. Por otra parte el monarca habia visto en el fascis- mo, que desde el principio se habia presentado como un movimiento de reaccién contra las violencias de las plazas, un instrumento util para salvar su corona en una fase de agitaciones sociales que se presentaban mis terribles de lo que fueron en realidad (el pobre no Ividar el canto de “Bandiera Rossa” con que le recibi yuguracién de la Asamblea general de la XXV legislatura). ¥ consideré que cualquier condescendencia en el campo constitucional era en aquel momento el precio necesario por este servicio prometiéndose que, cuando el peligro hubiera desaparecido y pasada la crisis, po- 156 Piero Calamandrei dria restringir el papel del fascismo transformandole en un asunto de administracién ordinaria y entonces canalizar y facilitar su desahogo en el mecanismo par- lamentario y al final, ala hora oportuna, liberarse mo- dificando el ministerio. ‘Ala frase de presentacién con que el histrién entré en escena:"Sefior, os entrego aquella Italia de Vittorio ‘Véneto”, el rey contesté fingiendo creérselo y recitan- do gravemente su parte de soberano que admitia com- placido el homenaje ofrecido de la lealtad de sus sib- ditos. En el fondo calculé que era un gesto de politico prudente manejar como una normal crisis ministerial Ja que era la espectacular puesta en escena de una in- surreccién armada contra los poderes del Estado: asi confié al organizador del espectéculo intimidatorio, en ver, del fusilamiento que era lo que por derecho le tocaba, el encargo de formar un nuevo gobierno. Pero con aquel compromiso, que entregaba el Pais al fascismo para asegurarse como contrapartida la co- rona unos afios de pobre y precaria existencia nor, qued6 mortalmente herido exactamente el bien que un rey constitucional cumplidor de su jura- mento tenia que defender, la constitucién. La consti- tucién quedé perjudicada cuando el rey solucioné la crisis contra el parlamento entregando el gobierno a un partido de exigua minor‘ iputados fascistas eran 31 de 508), y no se rebajé el dafio por el simple hecho de que la minoria habfa afianzado su programa con paradas de pufiales y de bombas de mano y con reconocimientos de guerra civil. Les dispositivos constitucionalesparala manifesacion deleonsenso 157 Y todavia este primer gesto del soberano (que no fue en realidad el golpe de Estado, solo fue la crea- cién de las condiciones para poder actuarlo més ade~ ante), podia tener, en si mismo, una justificacién po- Iitica, sobre todo por la incapacidad del Parlamento de funcionar de forma normal y materializar con su mayorfa fraccionada un gobierno estable. La lama- da del fascismo al gobierno podia terminar siendo un expediente habil para “normalizarlo”, para frenar sus arrebatos juveniles y transformarlo, sin necesidad de otras infracciones constitucionales, en un sélido par- tido de mayoria fundado en el libre consenso del pais. Pero el homicidio de Giacomo Matteotti revel6, si es que todavia hacia falta, qué clase de bandidos eran Ttalia se rebel6, en una oleada de indignacién moral que unié a todos los honestos contra el autor de aquel delito, la eleccién que tenfa que hacer el rey no era entre programas de dos partidos diferentes, entre dos distintas concepciones politicas de gobierno: era ele- gir entre la ley y el bandidaje, entre la inocencia y el crimen, la justicia y el asesinato. Yel rey, que por el art. 68 del Estatuto es la persona, de donde “emana la justicia” escogi6% y suscribié sin Cuando Amendola present al rey las pruebas de la responsabi- Tidad personal de Mussolini en el magnicidio del diputado socia lista el reyTe contest6: “ No me obligue a leer”. (Véase P. Nenni, ‘VEE. sene va, en “Avanti", 7 de junio de 1944). 158 Piero Calamandrei vacilar los decretos del golpe de Estado en cuanto el cabecilla se los present6 para la firma. A partir de en- tonces y durante veinte afios el papel de la monarquia fue el de acatar, sin discusién, toda paulatino desmantelamiento del creado por nuestro Risorgimento, del patrimonio politico y moral que Italia durante cin- cuenta afios de sabio gobierno y después de la victoria en Ja Gran Guerra habia conseguido. Se borraron una a una las libertades del Estatuto, sin que la persona que se habia comprometido a garantizarlas se avergonzara por estas traiciones y siguiendo la legislacién fascista se podrian anotar las fechas dia por dfa. A partir de entonces el respeto por Ia libertad in- la libertad de opinién y de aso prensa fue estrangulada y todos los periédicos se vol- vieron un instrumento régimen; el principio dadanos se enterrd mesa consagrada en un espectfico articalo del Hstatu- ‘Vietor Manuel III, de la casa de Saboya que fue rey de Ttalia desde 1900 hasta 1946, que abdied en su hijo Loe dispositivos constitucionalesparala mantfestacién del consenso 159 +o; certificé en el Tribunal especial para la defensa del Estado la institucién de una justicia de partido donde Jas venganzas politicas se disfrazaron de sentencias en nombre del rey; formalizé con el confinamiento poli- cial el instrumento para sustraer los ciudadanos a sus jueces naturales y para abandonarles sin defensa a un arbitrio punitivo que funcionaba sin ley y sin juicio; consagré sin pestafiear la monstruosidad de las leyes raciales, que arrinconaron, sin que el rey se dignara echar un vistazo, a ciudadanos ejemplares: generales, almirantes, cientificos que hasta el dia anterior él mis- mo consideraba servidores de la patria... Pero al mismo tiempo, mientras para salvar su co- rona dejaba que se desgarrasen uno a uno los princi- pios de la carta constitucional cuya defensa habia sido confiada a su lealtad de soberano, vio fatalmente la disolucién, hasta quedarse tnicamente con portancia herdldica, de la consistencia juridica de su figura de rey y, a expensas de la evanescente larva del “jefe del Estado”, que mas y més tomaba cuerpo, se consolidaba y se imponia la figura brutalmente abul- tada del “jefe del gobierno”. Dejemos a los constitucionalistas de aquel tiempo la tarea, més bien engorrosa, de analizar y traducir en for- mulas el verdadero significado juridico de aquel poder que, en el ordenamiento fascista, fue claramente atri- Duido al jefe del gobierno, o sea la labor de marcar las directivas politicas de la accién del Estado. No vamos 5 Véase ley de 24 de diciembre de 1925 [1.2263 en G.U. de 29 de diciembre n.301, Atribuciones y prerrogativas del jefe del 160 Piero Calamandrei a discutir, como s¢ hizo seriamente™, si en la figura del, Jefe del Estado, definido como “6rgano supremo” de tal ordenamiento, se podria reconocer, en vez de un érga- no del Estado, nada menos que el Estado en persona, en carne y hueso por asi decirlo. Es innegable que en, estas discusiones nunca se aleanza a ver la funcién de la figura del rey. La diferencia entre “jefe del Estado” que es el rey, (“Jefe Supremo del Estado” segiin el art. 5 del Estatuto) y “jefe del gobierno” que es el presidente del, consejo de ministros, tiene sentido en una monarquia parlamentaria, donde Estado y gobierno son concep- tos claramente diferentes y donde, en contraste con la estabilidad del jefe del Estado, el cargo del jefe del go- bierno es provisorio y revocable. Pero, cuando, como ha pasado durante la época fascista, los dos conceptos de Estado y de gobierno se confunden hasta identificarse y 1 cargo de jefe del gobierno se vuelve vitalicio, aquella diferencia se difumin: En realidad en la legislacién fascista los poderes concentrados en el ‘jefe del gobierno” aparecieron in- comparablemente més relevantes e incluyentes que los siempre mas reducidos del rey Jlamente porque el “jefe del mismo tiempo el “duce del fe el drbitro de aquel tinico partido cuyas ideas y cuyos hombres el gobierno aprovechaba, sino también por- istro, secretario de Estado] y S. Foderaro, della personalitis degli organi dello Stato, 41931] todos los autores citados en © Iwi, pags 162 ysig, ‘Los dispostivos constituconales parala manifestacién delconsenso 161 que, en aquel sistema constitucional donde todas las barreras tradicionales de organismos y de poderes habfan sido infringidas, se concentraban en el “jefe ierno” las prerrogativas esenciales de las tres funciones de la soberania. E] jefe del gobierno, en calidad de presidente del ‘Tribunal especial y de las comisiones de ciendo la jurisdiccién de los delitos régimen donde toda la vida podia convertirse en poli- tica-,de hecho usurpaba directamente el ambito de la ia penal; asimismo el jefe del gobierno, mediante ombramiento y el cese de los consejeros nacionales miembros de la “Camara dei fasci e delle corporazio- ni", imponfa su supremacia en el poder legislativo y finalmente, el presidente del gobierno detenia el mo- nopolio del poder ejecutivo, colocado, para decirlo con sus mismas palabras”... en la primera fila delante de todos los poderes del Estado”. El art. 5 del Estatuto, que declaraba que “en el rey recae solo el poder ejecutivo”, tuvo sentido hasta cuan- do el rey pudo ejercerlo a través de los ministros nom- brados y destituidos por é1 mismo (art.65); pero en el ordenamiento fascista el “jefe del gobierno” ya no se concibié como un organismo delegado por el sobera~ no, que podia cesarse cuando faltaba la confianza de la autoridad delegante, sino se ideé como “ un organismo supremo” de caracteristica constitucional, como el soberano, originario, permanente y vit % Discurso de 28 de octubre 1925. 162 Piero Calamandrei La legislacién fascista en este punto muy espinoso siempre mantuvo una equivoca reticencia, (alo mejor por deseo de los dos interesados que, al estar los dos en situacién de ambigiiedad vefan un medio por dejar al otro en Ia ilusién); de hecho podfa dar lugar a una probable discrepancia entre el rey y el jefe del fascis- mo que podia desembocar en una cuestién jurfdica. Pero si la legislacién no aclaré, hablé la elocuencia del orador que, en el discurso de 28 de octubre de 1925, afirmé tajante:"Este régimen puede volearlo sélo la fuerza...La llamada rotacién de las carteras ya no exis- te, y si tuviera que volver mafiana podria tener lugar solamente en el émbito del partido nacional fascista”. Més claramente la intencién del “jefe del gobier- no” no podria expresarse: su poder se desprendia de la confianza del soberano al que se le quitaba la capa- cidad, prevista por el Estatuto, de elegir los ministros, que consideraba aptos... Aqui también el rey hizo que no se daba cuenta que, de este mode, saltaba el pivote del sistema parlamentario y del Estatuto: y toleré sin protestar que, de hecho, se le retirara el nombramien- to de los ministros rebajando la designacién a nivel de cualquier “cambio de guarda” ordenado por el duce en cl interior de su teatral cuartel. Hasta en el campo militar, donde por tradicion la mayor prerrogativa ~que es el mando de las fuerzas, armadas de tierra y de mar-, siempre fue reservado a Jos monarcas guerreros, el rey de hecho se dejé humi- lar sin negarse a la creacién y al mantenimiento de ‘una milicia de partido leal por juramento al duce en contraposicién al ejército regular leal al rey, consin- Los dispositivos constitucionales para la manifestaci6n del consenso 163 tiendo asf que en las fuerzas armadas nacionales ga- nara terreno un pérfido dualismo que era a la vez un reconocimiento oficial de la guerra civil permanente y presagio de disgregacién en la guerra contra los inva- sores. ¥ més cobarde fue el rey cuando en el momento del peligro abandoné los destinos militares de Italia a la estrategia oratoria de un fantoche disfrazado de comandante, firmemente convencido que la sangre de Ja mejor juventud italiana era un precio minimo para asegurarse después, a toro pasado, la gloria de la ca- balgata triunfal. De las muchas renuncias atribuibles a la gélida in- diferencia del soberano ésta fue la que toda la nacién percibié como la desercién mas delictuosa; y la suer- ‘te, siempre astuta, quiso esta paradoja singular: que los primeros en reprocharselo abiertamente fueran los jerarcas fascistas que en la famosa orden de 25 de julio de 1943 le instaron a retomar, como afirmaba el Estatuto, el mando de la fuerzas armadas que él se habia dejado usurpar por el jefe de su (de ellos) jerarquia! ‘Ademis, a la progresiva erosién de los poderes ju- ridicos del soberano, cuyas etapas es muy facil seguir detenidamente en los textos de la legislacin fascista de los veinte afios, se afiadié asimismo la merma de su prestigio personal; cuanto mas ascendfa “el jefe del gobierno” como un sol artificial en la escenografia del régimen, mds se destefiia la figura del jefe del Estado en un brumoso creptsculo lunar. En un principio el régimen, en sus ceremonias ofi- ciales, parecié contentarse con una aparente equipa-

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