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EL CUARTO DE LAVAR ROPA

Autor: Juan Antonio Lezama Morfín

-Muévete, idiota, ¿Cuántas veces te voy a decir que me sirvas


el desayuno? Pareces una vaca.
Rosa apenas podía moverse, tenía ocho meses de embarazo, y
en comparación con los tres anteriores, este era el peor. Como pudo
le trajo el café y los tamales. Se había sentido muy mal toda la noche
y ahora no se sentía con ánimo de nada. Cuando termino de poner
el café en la mesa, Rene le dio un empujón que casi ala hizo caer;
tuvo que sostenerse de una de las sillas para no rodar por el suelo.
- ¿Cuánto tiempo vas a andar con esa panza? Ya es hora que
tengas al escuincle ese. Si te hubieras cuidado no estarías así.
-Solo falta un mes, dijo en un susurro.
Rene no contesto nada, solo se le quedó viendo con desprecio
y escupió en el piso. Se atragantó los tamales bajándolos con un largo
trago de café.
- ¿Qué le echaste a este café?, sabe horrible, cada día estas
peor. No sirves para cocinar.
Cuando se fue y oyó que bajaba las escaleras, se relajó un poco.
Jaló una silla, se sentó, pensativa por un largo rato, tratando de no
llorar. No sabía que sentía. Solo vacío. Se paró con dificultad a
servirse una taza de café y se sentó de nuevo, saboreando
lentamente el amargo líquido.
Este era uno de sus mejores momentos: cuando se encontraba
sola. A las 7 de la mañana tenía que bajar los cinco pisos para llevar
a los niños a la escuela. Una vez se atrevió a pedirle a René que los
llevara pues le costaba mucho trabajo subir las escaleras y lo único
que sacó fue que le metiera una cachetada y que la llenara de insulto.
Desde que perdió el trabajo, René estaba irascible y tomaba
más de la cuenta. Todas las mañanas salía a buscar trabajo y por las
tardes regresaba borracho. Los niños estaban aterrorizados, junto
con ella. Ya no sabía qué hacer.
Rosa se sentaba a la mesa, ordenaba sus pensamientos y
organizaba su día. Era algo que la ayudaba a sobrevivir, después de
que se iba René. Algo que hacía todos los días: como una terapia.
- ¿Qué tengo que hacer hoy?
Mentalmente empezó su lista: juntar la ropa y ponerla en la
lavadora. Limpiar el cuarto de los niños. Sacar la ropa y colgarla. No,
primero tenía que comprar una cuerda, pues la que tenía se había
roto en varias ocasiones. Cuando fuera por los niños, la compraría.
Suspiró, pensando que ojalá viviera en el primer piso. Trapear los
pisos: no, eso lo dejaría para después, el médico le había dicho que
tratara de no hacer mucho esfuerzo. Arreglar la cocina y arreglarse
un poco, pues su hermana iba a venir más tarde y no quería darle
una mala impresión.
Se levantó trabajosamente y se puso a juntar la ropa; la separó
por colores y la metió a la lavadora, después se acordó que tenía que
planchar unos pantalones de René. Aunque no estaba en su lista,
mejor lo hacía de una vez, pues no quería darle ningún pretexto para
que la maltratara. Lo hizo con mucho cuidado a él le gustaba que las
líneas estuvieran bien marcadas. Después se maquilló; y se arregló
el pelo y siguió haciendo todo lo que tenía planeado.
Cerca de las 12 se fue a la cocina, pues su hermana estaba por
llegar. Hizo una jarra de naranjada y frio unas empanaditas de
pescado.: a Elena le gustaban mucho.
Se dio una vuelta por la casa y vip que todo estaba en orden.
Solo faltaba ir por los niños a las 2 y comprar el cordel para la ropa.
En eso sonó el timbre. Era Elena, como siempre muy puntual.
Lucía fresca, muy arreglada y feliz, la beso en ambas mejillas.
- ¡Uy! ¡Que, bien huele! Empanaditas de pescado. ¡Ay, Rosita!,
no deberías hacer nada. Mira cómo estás, apenas si puedes moverte.
Elena era dos años mayor que ella y siempre se habían llevado
muy bien, más que hermanas, eran dos buenas amigas. Se querían
mucho y siempre trataban de estar en contacto.
-Mes siento muy bien, no te preocupes. Ven, siéntate, vamos a
comer. Mira, también hice refresco de naranja que tanto te gusta.
- ¡Ay hermanita!, como me echas a perder. Y después vamos a
contarnos los chismes, hace días que no nos vemos ni nos hemos
hablado por teléfono, -Elena se calló de pronto y acercó su cara a la
de Rosa. Saco un pañuelito del bolso y le limpio el maquillaje de un
ojo.
-Rosa, ya te volvió a golpear el desgraciado de René.
-No, no Elena, me golpeé con una esquina de las puertas del
trastero. Con este peso siempre me ando trastabillando. Él no me
pega; grita un poco cuando esta borracho, pero no pasa de ahí.
Cuando toma no sabe lo que hace.
-Por supuesto que sabe lo que hace, siempre lo ha sabido. Y
tengo la seguridad de que no es la primera vez que te pega, ¡Que
tratero ni que nada! Desde que se casó contigo ha sido lo mismo.
Siempre lo ha hecho, lo que pasa es que no te das cuenta o no
quieres darte cuenta. Apuesto que te tiene amenazada a ti y a los
niños, para que no digan nada. Me preocupo mucho por ti, Rosa, el
día menos pensado se le pasa la mano y cómo estás…
-No te preocupes, hermanita. Yo sé cómo controlarlo y no me
va a pasar nada ¿Cómo está mamá? No he sabido nada de ella
desde…
-Está muy sentida. Desde que René la sacó a empujones de
aquí, no quiero saber nada de él. Y bueno, dice que mientras no te
separes de René, no quiere saber nada de ustedes. No te sientas, ya
se le pasará.
-Eso es algo que no le perdono a René. No sabes lo que lloré.
Te juro que nunca más va a suceder eso con alguien de mi familia.
-No, seguro que no, porque si a mí me llegara hacer lo que a mi
mamá, mato al desgraciado ese.
-Ya, Elenita, vamos a tomar otro refresquito y mejor hablemos
de otra cosa.
-No, ya se me hizo tarde y tú tienes que ir por los niños. ¿No
quieres que te ayude con alguna cosa? ¡Qué bárbara, Rosa! ¡Rosa!
Con esa panza y mira todo lo que has hecho hoy. ¿Quieres bajar
conmigo? Ya casi son las 2, además, puedo ayudarte a bajar las
escaleras.
-No, después bajo, quiero prepararle algo a los niños antes de
que vengan, de todos modos, si llego tarde ellos me esperan
enfrente de la escuela. En media hora dejo listo los bisteces, el arroz
y una ensaladita de pepino y rabanitos. A los niños les gusta mucho
con sal, limón y un poquito de chilito en polvo.
-Bueno, ya me voy, -Elena le dio un abrazo fuerte a Rosa, como
si no la fuera a ver de nuevo y se le escurrieron las lágrimas.
Casi había terminado de hacer la comida, cuando entró René.
Se sorprendió mucho pues no lo esperaba hasta más tarde. Le entró
un temblor en las piernas y no pudo moverse, de donde estaba.
-¿Qué no has ido a buscar a los chamacos? Cada día estás peor.
Muévete, mujer y la empujo al pasar.
Rosa no dijo nada, se fue al cuarto a buscar su bolso y a
peinarse un poco. Ya iba a salir, cuando René la agarró por un brazo
y la paró.
- ¡Hey! ¿A dónde crees que vas?
-A buscar a los niños.
-Pues antes de que vayas, dame de comer y pásame una
cerveza del refrigerador.
Rosa le trajo la cerveza y le sirvió la comida. Salió lentamente y
bajó las empinadas escaleras con mucho cuidado, agarrándose del
barandal.
Antes de ir a la escuela pasó a comprar la cuerda en una tienda
que le quedaba de paso. La hizo rollito y metió en su bolso de mano.
Cuando llegó, los niños ya estaban esperándola. Pobrecitos, se
ven tan desamparados, pensó cuando los vio agarraditos de la mano
y con las miradas tristes. Se agacho y los besó uno por uno.
-Hola mami, ¿Por qué tardaste?
-Es que tuve que hacer un mandado.
- ¿ya llegó mi papá?
-Sí, ya está en casa.
- ¿Y está tomado?
-No, no se preocupen. Vamos, que ya se hizo tarde.
Los agarró de la mano y empezó a caminar tan rápido como su
cuerpo le permitía. Cuando llegaron, René roncaba, acostado en el
sofá. Sin hacer ruido, Rosa dio de comer a los niños y los mando a su
cuarto. Después fue al refrigerador y vio que ya no había cerveza.
Como autómata fue a la alacena para ver si quedaba alguna. Con
temor vio que no había ni siquiera una. Sabía qué pasaría cuando
René se levantará y no las encontrara.
Ya había entrado la noche cuando René se levantó, Rosa estaba
con los niños, así que no oyó sus primeros gritos.
- ¡Rosa! ¡Rosa! Con un carajo ¿estás sorda? ¿dónde chingado te
metes?
-Ya voy –pero no le dio tiempo de salir, pues él ya estaba en la
puerta del cuarto con el cinturón en la mano.
-Como siempre, malcriando a esta punta de maricones. Ahora
vas a ver cómo los hago hombres.
Y empezó a tirar cinturonazos tratando de alcanzar a los niños
que, asustados y temblando, se escondían atrás de la mamá, quien
con su cuerpo trataba protegerlos.
-Ya, René, por favor no les pegues ¿qué quieres?
René no escuchaba. Seguía dándoles de cinturonazos a Rosa:
en la cara y en el vientre que ella cubría con sus manos. Tiró el
cinturón y empezó a jalarla por los cabellos. Los niños gritaban y
trataban de separarlo de la mamá. Con un esfuerzo, Rosa se lo quitó
de encima.
-René, espérate, ¿Qué quieres?
- ¿Dónde diablos están mis cervezas? No hay nada en el
refrigerador.
-Se han de haber acabado, pero ahorita te las voy a comprar.
Tomó su bolso, cerró con llave el cuarto de los niños y se fue lo
más rápido que pudo.
-Después de un rato, René oyó que Rosa lo llamaba a gritos
desde bajo.
- ¡René! ¡René! ¡Ven por favor, ven! ¡Ay, Ay, René ven! ¡Por
favor!
René salió al pasillo a ver qué pasaba.
-Con un carajo, ¿Por qué está tan oscuro este pasillo? Y ¿Por
qué estas gritando como loca?
- ¡Ay, René, ven! ¡por favor ven, no sé qué me pasa!
Al dar el paso para bajar el primer escalón, René trastabillo con
algo, precipitándose escalera abajo. Fue a parar hasta el siguiente
piso, estrellándose la cabeza contra la pared, quebrándose el cuello
con el impacto.
Cuando Rosa subió, no tuvo que tocar para saber que estaba
muerto.
Lentamente terminó de subir las escaleras. Desató la cuerda
del barandal, apretó el foco del pasillo y entró en su casa. Fue al
cuarto de lavar ropa. Amarró la cuerda, sacó la ropa de la lavadora y
se puso a colgarla lentamente.

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