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LA NULIDAD DE LA ORDENACIÓN SACERDOTAL

PRINCIPIOS JURÍDICO - CANÓNICOS

Pontificia Universidad
JAVERIANA
----------- Bogotá ------------

ROGELIO ROJAS MARROQUÍN Pbro.

PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA

FACULTAD DE DERECHO CANÓNICO

LICENCIATURA ECLESIÁSTICA Y

MAESTRÍA EN DERECHO CANÓNICO

BOGOTÁ; 2016
LA NULIDAD DE LA ORDENACIÓN SACERDOTAL

PRINCIPIOS JURÍDICO - CANÓNICOS

ROGELIO ROJAS MARROQUÍN Pbro.

Trabajo presentado como requisito para optar al título de

Licenciado Eclesiástico y Magister en Derecho Canónico

DIRECTOR

Pbro. ISMAEL ARTURO GARCERANTH RAMOS, S.J

Doctor en Derecho Canónico

PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA

FACULTAD DE DERECHO CANÓNICO

LICENCIATURA ECLESIÁSTICA Y

MAESTRÍA EN DERECHO CANÓNICO

BOGOTÁ; 2016
PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA

Rector:

Jorge Humberto Peláez Piedrahita, S.J

Vicerrector académico:

Ing. Luis David Prieto Martínez

Decano de la facultad de Derecho Canónico

Luis Bernardo Mur Malagón, SDB


Nota de aceptación

Presidente del Jurado

Jurado

Jurado

Bogotá, D.C., octubre de 2016


Dedicatoria

In laudem Sacerdotio Christi, fuente de inspiración en la

ejecución de este proyecto académico en favor de los

candidatos al sacerdocio y los clérigos de la Iglesia. A la

Misericordia infinita de Dios en este año Jubilar

Extraordinario, por su inagotable fuente de perdón hacia la

humanidad. A María Santísima, Madre del Sumo y Eterno

Sacerdote y auxilio de los fieles cristianos. A cada sacerdote

en el mundo, que con amor responde fielmente al llamado del

Señor por la salvación de las almas, máxima del Derecho

Canónico. A cada seminarista en el orbe, que desde lo secreto

de su corazón anhela la válida ordenación sacerdotal para el

servicio de Dios y de la Iglesia Universal.


Agradecimientos

A la Santa Madre Iglesia de Dios por confirmar mi deseo vocacional, mediante la

imposición de manos y oración consecratoria del Excelentísimo Monseñor Jorge Alberto

Ossa Soto.

A mis padres Rogelio Rojas Vargas y Doris Marroquín Preciado, que con humildad

y amor asisten mi vida y vocación. A mis hermanos Eisenover, Pbro. Jhon Robert, y César

Augusto que con fraternidad se unen a mis proyectos de vida. A mis abuelos Isaías Rojas,

Eduviges Vargas, Gilberto Marroquín (q.e.p.d.) y María de la Cruz Preciado.

Al Excelentísimo Monseñor Omar de Jesús Mejía Giraldo, por su anhelado deseo de

formar al Clero diocesano, y junto a él, a mis hermanos del Presbiterio de la Diócesis de

Florencia con quienes hacemos camino de fe en el ministerio sacerdotal.

Al Señor Cardenal Primado de Colombia, Su Eminencia Rubén Salazar Gómez, al

Ilustrísimo Monseñor Alberto José Ojalvo Prieto, Vicario Episcopal San Pedro, al Clero de

la Arquidiócesis de Bogotá, y al Rvdo. Padre Jairo Salazar Gómez, que me han permitido

ejercer diariamente el ministerio sacerdotal en esta jurisdicción eclesiástica.

Al Ilustrísimo Monseñor Oscar Lozano Rojas, mi primer formador de Derecho

Canónico en el Seminario Conciliar María Inmaculada de la Diócesis de Garzón - Huila.

A la comunidad parroquial Santa María del Prado por su constante apoyo y

experiencia de fe durante mi estadía en Bogotá, a los servidores y Ministros Extraordinarios

de la Sagrada Comunión y junto a ellos a la Familia Rojas Figueroa que con amistad y

cariño me han asistido.


A la Pontificia Universidad Javeriana, al Señor Decano Luis Bernardo Mur

Malagón, SDB, a sus profesores, a mis compañeros Pbros. Leivi Leonardo Gutiérrez Mota,

Jesús María Rosales Jaraba y Diácono Edgar Augusto Casallas Saavedra, SDS, con quienes

caminamos en esta etapa de formación; al Pbro. Leonardo Cárdenas Téllez, Rector del

Seminario Mayor San José de la Arquidiócesis de Bogotá y, de manera especial, al Pbro.

Ismael Arturo Garceranth Ramos, S.J, por su esmerado apoyo y dedicación en la dirección

de este trabajo.

A los fieles de la Diócesis de Florencia, a la Parroquia del Espíritu Santo y a mis

amistades que con fraternal caridad me han acompañado con su ferviente oración para

impulsar mi vocación y formación permanente.

Al Fondo Aloisiano por su incondicional apoyo económico en la realización de esta

maestría en Derecho Canónico.


Contenido

Introducción general............................................................................................................. 13
Capítulo I .............................................................................................................................. 17
Aproximaciones histórico - jurídicas de la nulidad de la Sagrada Ordenación..................17
1.1. Algunas definiciones Magisteriales y jurídicas del sacramento del Orden..........17
1.2. La nulidad de la ordenación sacerdotal en las intervenciones de los Concilios y del
Magisterio de la Iglesia .................................................................................................... 32
1.3. La nulidad sacerdotal en la primera codificación de la Iglesia y en el Magisterio
Pontificio posterior...........................................................................................................41
1.4. La segunda codificación de la Iglesia y avances de la canonística actual sobre la
declaración de la nulidad de la ordenación sacerdotal......................................................47
1.5. Conclusión............................................................................................................. 55
Capítulo II............................................................................................................................ 57
De las causas para declarar la nulidad de la sagrada ordenación ........................................ 57
2.1 El ministro de la sagrada ordenación..................................................................... 59
2.1.1 El ministro de la ordenación episcopal................................................................60
2.1.2 El ministro de la ordenación de presbíteros y diáconos......................................62
2.1.2.1 El Obispo propio........................................................................................... 63
2.2 Los ritos esenciales de la sagrada ordenación.......................................................64
2.2.1 La materia.............................................................................................................66
2.2.2 La forma...............................................................................................................69
2.3 La condición del sujeto que recibe la ordenación sacerdotal................................71
2.3.1 Condición masculina del sujeto............................................................................72
2.3.1.1 La interpretación a la luz de la Escritura y la Tradición.............................72
2.3.1.2 La interpretación a la luz del Magisterio...................................................... 74
2.3.2 Recepción válida del bautismo.............................................................................78
2.3.2.1 Motivaciones teológicas................................................................................ 79
2.3.2.2 Motivaciones jurídicas.................................................................................. 81
2.4 La intención del sujeto........................................................................................... 83
2.4.1 La debida libertad............................................................................................... 85
9

2.4.2 Vicios que se derivan de causa extem a........................................................... 86


2.4.2.1 La violencia física........................................................................................ 87
2.4.2.2 El miedo grave y el dolo...............................................................................88
2.4.3 La amencia y otras enfermedades psíquicas.......................................................90
2.5 Conclusión.............................................................................................................. 92
Capítulo III .......................................................................................................................... 94
Del proceso para declarar la nulidad de la sagrada Ordenación sacerdotal......................... 94
3.1 La nulidad del acto jurídico en el ordenamiento del Codex Iuris Canonici de 1983
............................................................................................................................... 95
3.2 El proceso por vía judicial....................................................................................103
3.3 El proceso por víaadministrativa......................................................................... 106
3.3.1 El Libelo de petición y el foro competente.......................................................109
3.3.2 El procedimiento ante el Ordinario.................................................................... 112
3.3.3 El itinerario de la causa en el Departamento de la Rota Romana...................... 119
3.3.4 La Apelación contra la decisióndel proceso administrativo............................... 120
3.4 Conclusión........................................................................................................... 122
Conclusiones generales....................................................................................................... 124
Anexo 1 .............................................................................................................................. 127
Regulae Servandae ad proceduram administrativam nullitatis ordinationis inchoandam et
celebrandam noviter confectae........................................................................................... 127
Anexo 2 .............................................................................................................................. 139
Esquema de petición de la nulidad de la sagrada ordenación ante el Departamento de la
Rota Romana...................................................................................................................... 139
Referencias......................................................................................................................... 174
Siglas y abreviaturas

AAS: Acta Apostolice Sedis

ACS: Ad Catholici Sacerdotii

Art: Artículo

c/cc: Canon / Cánones

CCE: Catecismo de la Iglesia Católica

CECDC: Comentario Exegético al Código de Derecho Canónico

CFL: Christifideles Laici

CIC 17: Código de Derecho Canónico de 1917

CIC 83: Código de Derecho Canónico de 1983

Comm: Communicationis

DZ: Denzinger

DGDC: Diccionario General de Derecho Canónico

Hb: Hebreos

Hch: Hechos de los Apóstoles

Jn: Juan

Lc: Lucas
LG: Lumen Gentium

Mc: Marcos

MN: Menti Nostrae

Mt: Mateo

PB: Pastor Bonus

Pbro: Presbítero

OS: Ordinatio Sacerdotalis

PO: Presbyterorum Ordinis

PDV: Pastore Dabo Vobis

QS: Quaerit Semper

RS: Regulae Servandae

Sal: Salmo

SDB: Sacerdote de Don Bosco

SDL: Sacrae Disciplinae Legis

SDS: Sociedad del Divino Salvador

SJ: Sacerdote Jesuita

SO: Sacramentum Ordinis


SS: Su Santidad

ULO: Ut Locorum Ordinarii

Tt: Tito

1Tim: Primera carta a Timoteo

2Tim: Segunda carta a Timoteo

§/§§: Parágrafo / Parágrafos


13

Introducción general

Entre las funciones que el Sumo y Eterno Sacerdote encomendó a la Iglesia sobre el

sólido fundamento de los apóstoles, además del Munus docendi et sanctificandi, se

encuentra el Munus regendi. Potestad desde la cual brota la justicia como característica

primordial que garantiza el ejercicio de los derechos y deberes de los fieles. En esta

perspectiva, la Autoridad Suprema de la Iglesia, ha madurado por siglos su experiencia de

gobernar y establecer con normas canónicas, su deber de proteger, garantizar y promover el

Depósito divino encomendado por su Fundador, haciendo uso de procesos y actos

legislativos, judiciales y ejecutivos que dinamizan la vida y el ordenamiento jurídico del

Pueblo de Dios en orden a alcanzar el fin sobrenatural: salus animarum (c.1752).

Entendiendo que el sacramento del Orden pertenece por institución divina a la

naturaleza de la Iglesia y es, a la vez, el sacramento del gobierno de la misma, el presente

proyecto investigativo procura exponer, a manera de síntesis, el estatuto jurídico actual que

regula la nulidad de la sagrada ordenación sacerdotal, haciendo énfasis en los cánones

290,1°; 1708 - 1712 de la legislación vigente y en las nuevas Regulae Servandae de SS.

Juan Pablo II del año 2001, donde se describe el procedimiento administrativo por el cual

se acusa la validez del sacramento del Orden.

Esta síntesis canónica pretende además, profundizar y exponer en principios

jurídicos canónicos el estatuto actual de la nulidad de la ordenación sacerdotal, un tema

poco tratado por la doctrina y la jurisprudencia de la Iglesia, pues “actualmente son muy

escasas las causas de nulidad de la ordenación (hay años en que se introducen 2 o 3 causas,

otros ninguna)” (DGDC, p. 600). “Entre el año 1983 y 2013 se recibieron

aproximadamente unas 50 solicitudes, la mayoría de las cuales fueron rechazadas por falta
14

de fumus boni iuris y, la totalidad de las que fueron admitidas por el procedimiento

administrativo fueron declaradas pro validitate” (Prisco, 2013, p. 604). Esto indica que el

proceso más usado por los solicitantes es la pérdida del estado clerical que presupone que la

ordenación sacramental fue válida, pero es posible que muchos desconozcan razones o

motivos canónicos que los puedan llevar a la declaración de la nulidad del Orden sagrado

recibido; y es aquí donde radica precisamente la necesidad de demostrar en qué casos puede

ser nula la ordenación y cómo proceder frente a una sospecha seria de una causal de nulidad

sacerdotal. Para responder a este propósito, tres serán los capítulos que se desarrollarán

durante el avance de este proyecto de investigación, haciendo uso del método histórico y el

método documental.

En el primer capítulo se realizarán unas aproximaciones histórico - jurídicas de la

nulidad de la sagrada ordenación, entendiendo que la poca jurisprudencia y reflexión

canónica del tema, generan escasez de material histórico para la conceptualización de este

apartado. No obstante, a través de los métodos enunciados, se efectuará una recopilación,

síntesis y comentario de las diversas fuentes canónicas, de las intervenciones de los

Concilios, de la autoridad Magisterial de la Iglesia y de los aportes recientes de los

canonistas para proveer a un mayor conocimiento de los orígenes de la norma eclesial que

custodia la validez de la sagrada ordenación y tutela la nulidad en ciertos casos previstos

por el Derecho Canónico.

En el segundo capítulo se abordarán las distintas causales reguladas por el Código

vigente para acusar la validez del sacramento del Orden. La legislación reglamenta en

apenas cinco cánones (cc.1708 - 1712) lo concerniente a las causas para declarar la nulidad

de la ordenación sacerdotal, enmarcándolas en el libro VII del Código, al tratar de los

procesos especiales. Sin embargo al presentar las causas, como lo indica el título, la
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codificación no enuncia las causas concretas, sino que se limita a describir el respetivo

proceso. De allí que la canonística actual remitirá a distintos cánones que tratan sobre los

actos jurídicos, el sujeto, el ministro y los ritos del sacramento, que se convierten en

regulación sobre la validez del Orden sacerdotal.

De esta forma, la nulidad del Orden sacerdotal versará sobre estos aspectos

fundamentales; 1. “Es ministro de la sagrada ordenación el obispo consagrado” (c.1012); 2.

La ordenación “se confiere mediante la imposición de manos y oración consecratoria que

los libros litúrgicos prescriben para cada grado” (c.1009 §2); 3. “Sólo el varón bautizado

recibe válidamente la sagrada ordenación” (c.1024); 4. Y finalmente se regula la necesidad

de que el sujeto que va “a ser ordenado goce de la debida libertad; pues está

terminantemente prohibido obligar a alguien, de cualquier modo y por cualquier motivo, a

recibir las órdenes sagradas” (c. 1026). La intención no sólo requiere la certeza de la

libertad sino también la conveniente capacidad del sujeto (124 §1) y el necesario estado

psíquico que afectaría la mencionada intención del candidato al Orden sacerdotal. Estos

cuatro aspectos recogerán globalmente las circunstancias o causales por las cuales podría el

sacramento del orden estar viciado de nulidad y, por las que se construiría el libelo para

proceder al respectivo procedimiento regulado por la autoridad eclesial.

En el tercer capítulo, el proyecto de investigación remitirá al proceso para declarar

la nulidad de la sagrada ordenación sacerdotal. Nace este capítulo del canon 290,1°, el cual

legisla que “una vez recibida válidamente la ordenación sagrada, nunca se anula. Sin

embargo, un clérigo pierde el estado clerical: por sentencia judicial o decreto administrativo

en los que se declare la invalidez de la sagrada ordenación”. Esta normativa canónica

permitirá un acercamiento al proceso por vía judicial o administrativa, para describir y

comentar, con la ayuda de los canonistas, los pasos y las instancias necesarias que la
16

competencia debe tener en cuenta hasta llegar a la sentencia o decreto que resolverá la

acusación contra la validez del sacramento del Orden.

El campo jurídico de la nulidad del sacramento de la ordenación sacerdotal

implicará estos conceptos detallados durante la introducción general. Conceptos que han

abarcado la naturaleza teológico - jurídica del Orden sacerdotal; las causales que demandan

la validez del acto sacramental respecto al sujeto, al ministro, y al rito esencial (materia y

forma); y finalmente la normativa jurídica sobre la intencionalidad y libertad del candidato

al Orden sagrado. Estas perspectivas serán la base sobre las cuales se articularán las

causales que acusan la validez de la ordenación sacerdotal en el correspondiente proceso

judicial o administrativo. Todas estas expresiones canónicas estarán presentes en la

realización de la temática e irán construyendo el proyecto investigativo, respondiendo a las

intenciones y metas propuestas en la ejecución de esta síntesis canónica.


17

Capítulo I

Aproximaciones histórico - jurídicas de la nulidad de la Sagrada Ordenación

1.1. Algunas definiciones Magisteriales y jurídicas del sacramento del Orden

Hablar de la nulidad del sacramento del Orden sacerdotal, toca inevitablemente la

naturaleza teológica y jurídica del mismo, de tal manera que, comprender la nulidad de la

ordenación, implica comprender en sí mismo la importancia doctrinal y el significado que

dicho sacramento ha recibido en la Iglesia a lo largo de su historia. De este modo, al

indagar el Orden sacerdotal, su teología, su historia y derecho, se pondrán también las bases

que garantizan su validez y dan cabida a las causales de nulidad.

En palabras del Papa Pablo VI, se puede argumentar que “la naturaleza del derecho

canónico sólo puede definirse adecuadamente en la profundización del misterio de la

Iglesia” (Ghirlanda, 1990, p.35). De allí la necesidad de afirmar que “el derecho eclesial

debe tener como fundamento la Escritura y la Tradición, ya que la Iglesia tiene clara

conciencia de que es verdaderamente ella misma sólo si se encuentra en continuidad con su

fundación” (Ghirlanda, 1990, p.37). El derecho de cada sacramento nace entonces como

una exigencia misma de su naturaleza; exigencia que bajo respectivas normas se ampara,

garantiza y se promueve la dignidad y validez de los actos sacramentales.

Partiendo de esta realidad, de la misma fundación de la Iglesia, se puede ilustrar que

desde el comienzo de su vida pública, Jesucristo anunció a sus apóstoles el hecho de que

los llamaba para un ministerio muy especial, ser “pescadores de hombres” (Mt.4, 1). De

esta forma “Llamó a los que Él quiso y vinieron donde Él. Instituyó a los doce para que
18

estuvieran con Él y para enviarlos a predicar” (Mc.3, 13-14). Y cerca de la consumación de

su misterio pascual, en la última cena, les confirió el incomparable poder de transubstanciar

el pan en su Cuerpo y el vino en su Sangre al decirles “Haced esto en memoria mía”

(Lc.22, 19). Con estas mismas palabras les ordenó ofrecer por la salvación del mundo el

sacrificio de su Cuerpo y su Sangre, sacramento perpetuo de su inefable presencia. Después

de su pasión, una vez resucitado, confiere a sus apóstoles la sublime misión de hacer

discípulos en su nombre y la potestad de perpetuar el Evangelio con sus palabras y obras.

“Como el Padre me envió, así también yo los envío” (Jn.20, 21), “A mí se me ha dado

plena potestad en el cielo y en la tierra, vayan pues y hagan discípulos a todos los pueblos

bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y enseñándoles a

guardar todo lo que yo les he mandado” (Mt. 28, 19 - 20).

En la raíz de estos actos solemnes de la vida del Señor y su ministerio público, se

encuentra el fundamento teológico y jurídico de la plenitud y del ejercicio del sacerdocio.

Este poder conferido a los apóstoles no quedaría restringido simplemente a ellos, sino que

debería extenderse y propagarse a todo el mundo y por todas las generaciones. Por eso los

apóstoles, conscientes de la misión del Señor y de su temporalidad en este mundo,

entendieron la necesidad de transmitir, mediante la imposición de las manos, el don

recibido del Señor para perpetuar su obra en favor de la salvación del género humano

(Hch.6, 6; 1Tim.4, 14). En otras palabras, se puede decir que la transmisión de los apóstoles

a sus sucesores expresa la comunicación activa de un poder, de un Depósito doctrinal, de

unas normas, de unos comportamientos, de unas estructuras ministeriales que sostienen la

vinculación con los apóstoles y le da la respectiva condición de autenticidad y seguridad en

la Iglesia. La comprensión jurídica del Orden sacerdotal hunde, entonces, sus raíces en los
19

designios de su Fundador y en la transmisión viva de los apóstoles. Cristo otorgó a sus

apóstoles y sucesores “autoridad para hablar en nombre de Dios e imponer acatamiento a

los fieles. Confió también a los que él eligió y, elige cada día, el poder de atar y desatar;

perdonar y retener, de regir en su nombre la gran familia de los redimidos” (Prólogo, CIC

17).

Este hecho sucesorio lo constata ya a finales del siglo I San Clemente Romano:

Cristo ha sido enviado por Dios, los apóstoles son enviados por Cristo y éstos,

“después de probarlos, iban estableciendo inspectores y ministros” (Ad Corinthios

42). Esta misma verdad la certifica San Ireneo de Lyon (Adversus Haereses V,

20.1), la confirman Tertuliano (De praescriptione III, 2) y San Cipriano (Carta 64,

3.1) , y se repite de continuo en los escritos de los santos padres (DGDC V, p. 740).

Arraigados en la historia y en la viva tradición de la Iglesia, conviene entonces

remitirnos además, a algunas definiciones y consideraciones magisteriales respecto al

sacramento del Orden, definiciones que son base de la estructura jurídica de este

sacramento. Así por ejemplo, el Concilio de Trento declaró que “existe en la Iglesia

católica un sacerdocio visible y externo” (DZ, 961), “una jerarquía instituida por

ordenación divina” (DZ, 966), es decir, un sacerdocio especial y un estado sacerdotal

esencialmente distinto del laical. A este estado sacerdotal se ingresa por medio de un

sacramento especial, el sacramento del Orden, sacramento instituido por Cristo que

imprime un carácter definitivo en la vida del clérigo.

c. 3: Si alguno dijere que el Orden, o sea, la sagrada ordenación no es verdadera y

propiamente sacramento, instituido por Cristo Señor, o que es una invención

humana, excogitada por hombres ignorantes de las cosas eclesiásticas, o que es sólo
20

un rito para elegir a los ministros de la palabra, de Dios y de los sacramentos, sea

anatema (DZ, 945).

c. 4: Si alguno dijere que por la sagrada ordenación no se da el Espíritu Santo, y que

por lo tanto en vano dicen los obispos: Recibe el Espíritu Santo; o que por ella no se

imprime carácter; o que aquel que una vez fue sacerdote puede nuevamente

convertirse en laico, sea anatema (DZ, 946).

En esta doctrina declarada por el Magisterio conciliar de Trento, se argumenta el

carácter impreso por el sacramento del Orden, en el cual se fundamenta la imposibilidad de

recibirlo de nuevo e igualmente la imposibilidad de volver al estado laical. Ratifica así el

Concilio su posición firme sobre el sacramento del Orden, definiendo su naturaleza y su

carácter y condenando los errores de doctrina, dados sobre todo por la reforma protestante,

que hasta entonces habían puesto en tela de juicio la grandeza del sacerdocio. “El Concilio

no se propuso exponer una teología acabada del sacramento del Orden, sino que sale al

paso de errores que contiene la pretendida reforma” (DGDC V, p. 743).

Por otra parte, en el año 1935, el Magisterio pontificio del Papa Pío XI, atendiendo

a las necesidades de su tiempo y con el ánimo de exponer la grandeza y dignidad del

sacramento del Orden, publica la carta encíclica Ad Catholici Sacerdotii, sobre el

sacerdocio católico en la que afirma:

Los poderes conferidos al sacerdote por un peculiar sacramento, no son caducos y

pasajeros, sino estables y perpetuos, como quiera que proceden del carácter

indeleble, impreso en su alma, por el que, a semejanza de aquel, de cuyo sacerdocio

participa, se ha hecho “sacerdote para siempre” (Sal. 110,4). Y aun cuando por la

fragilidad humana cayere en error o en infamias morales; jamás, sin embargo, podrá

borrar de su alma ese carácter sacerdotal (ACS, 17).


21

De esta forma, Pío XI, ratifica lo ya dicho en las conclusiones conciliares sobre el

carácter del Orden sacerdotal. Carácter que es realmente indeleble e irrepetible y por el cual

el candidato recibe una marca interior en su alma que lo constituye para siempre en

sacerdote de Jesucristo y ministro de la Iglesia. Marca que significa además la nueva

condición espiritual y jurídica del clérigo en su ministerio sacerdotal en y para la

comunidad de los creyentes. Condición que lo hace acreedor de derechos y deberes en su

dimensión consagrada, distinta del sacerdocio común que poseen los fieles cristianos por

razón del sacramento del Bautismo. Junto a estos derechos y deberes, el Papa insiste

también en la gracia especial y en los poderes sacerdotales que capacitan al sacerdote para

cumplir fielmente las obligaciones esenciales al ministerio sagrado.

Pero juntamente con este carácter y con estos poderes, el sacerdote, por medio del

sacramento del Orden, recibe nueva y especial gracia con derecho a especiales

auxilios, con los cuales, si fielmente coopera mediante su acción libre y personal a

la acción infinitamente poderosa de la misma gracia, podrá dignamente cumplir

todos los arduos deberes del sublime estado al que ha sido llamado, y llevar, sin ser

oprimido por ellas, las tremendas responsabilidades inherentes al ministerio

sacerdotal (ACS, 17).

En la misma línea de Pío XI, el Papa Pío XII, en su Magisterio del año 1950,

elabora la Exhortación Apostólica Menti Nostrae, dedicada en especial, a la santidad del

ministerio sacerdotal. En ella ilustra su doctrina argumentando que el sacerdote, al ser

sellado con el sacramento, se convierte en otro Cristo (Alter Christus) para ofrecer dones y

sacrificios por los hombres. Es dispensador de los misterios divinos y colaborador insigne

de Dios. Esta dignidad recibida sólo es posible mediante el sacramento del Orden
22

sacerdotal que lo configura en un nuevo estado de vida frente a Dios y a los hombres;

estado que le exige representar a Cristo y ser imagen viva del Sumo y Eterno Sacerdote.

El sacerdocio es, ciertamente, el gran don del divino redentor: pues éste, a fin de

perpetuar hasta el final de los siglos, la obra de la redención, por él consumada en su

sacrificio de la Cruz, confió su potestad a la Iglesia, a la que quiso hacer partícipe de

su único y eterno sacerdocio. El sacerdote es como otro Cristo, porque está sellado

con un carácter indeleble, por el que se convierte casi en imagen viva de nuestro

Salvador; el sacerdote representa a Cristo, el cual dijo: “Como el Padre me envió,

así yo os envío a vosotros” (Jn. 20, 21), “el que a vosotros os escucha a mí me

escucha” (Lc. 10, 16). Consagrado, como por una divina vocación, a este

augustísimo misterio, está constituido en lugar de los hombres en las cosas que

tocan a Dios, para ofrecer dones y sacrificios por los pecados (Hb. 5, 1) (MN, 7).

Siguiendo las conclusiones magisteriales de la Iglesia, surge en la era moderna

(1962 - 1965), el Concilio Vaticano II que pretende poner a la Iglesia en sintonía con el

mundo, deseo gestado en la mente del Papa San Juan XXIII, cuando manifiesta vivamente

la necesidad del aggiornamento. “A raíz de la importancia del sacramento del Orden, casi

todo el Concilio está permeado de su significado pues es parte fundamental del ser y del

quehacer de la Iglesia en todos los tiempos” (Sánchez, 2010, p. 31). Esta importancia es

visible entonces en la constitución Lumen Gentium y en los decretos Presbyterorum

Ordinis, Christus Dominus y Optatam Totius. Por su parte, el decreto referente al

ministerio y vida de los presbíteros recoge entonces el sentir de los padres sinodales sobre

lo que debe ser y es para la Iglesia el sacerdocio. En esta doctrina conciliar, el decreto

Presbyterorum Ordinis, afirma que el mismo Señor “constituyó a algunos ministros que,

ostentando la potestad sagrada en la sociedad de los fieles, tuvieran el poder sagrado del
23

Orden, para ofrecer el sacrificio y perdonar los pecados, y desempeñar públicamente, en

Nombre de Cristo, la función sacerdotal en favor de los hombres”. Entendiendo esta

doctrina es posible advertir que se trata de una institución de naturaleza divina que brota de

su mismo Fundador. De allí, continúa argumentando el decreto conciliar, que:

“El mismo Señor enviando a los apóstoles, como Él había sido enviado por el Padre,

hizo partícipes de su consagración y de su misión, a los sucesores de éstos, los

obispos, cuya función ministerial fue confiada a los presbíteros, en grado

subordinado, con el fin de que, constituidos en el Orden del presbiterado, fueran

cooperadores del Orden episcopal, para el puntual cumplimiento de la misión

apostólica que Cristo les confió” (PO, 2).

El Concilio subraya también en la Constitución Lumen Gentium, que todos los

bautizados participan de la función sacerdotal, profética y real de Cristo, pero así mismo

advierte y recalca la importante diferencia, tanto gradual cuanto esencial, existente entre el

sacerdocio común de todos los fieles y el sacerdocio ministerial, los cuales se ordenan el

uno al otro. Así por su parte, “el sacerdocio ministerial, por la potestad sagrada de que

goza, forma y dirige al pueblo sacerdotal, confecciona el Sacrificio Eucarístico en la

persona de Cristo y lo ofrece en nombre de todo el pueblo de Dios” (LG, 10). En efecto, el

sacerdocio ministerial es en sí mismo jerárquico por naturaleza divina y jurídica, puesto que

está unido al poder de formar y regir al pueblo de Dios, bajo el mismo poder concedido por

el Señor a sus apóstoles y de estos a sus sucesores.

Por otra parte, en la doctrina del Beato Pablo VI, artífice del Concilio Vaticano II,

resonaron sus enseñanzas y definiciones sobre el Orden sacerdotal, haciendo eco a las

conclusiones conciliares emanadas en la Lumen Gentium; de las cuales conviene recordar la

expresada en un mensaje a los sacerdotes al finalizar el año de la fe en 1968: El sacerdocio


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ministerial, “no es un oficio o un servicio cualquiera que pueda ser ejercido por la

comunidad eclesial, sino un servicio que participa de un modo particularísimo, mediante el

sacramento del Orden con carácter indeleble, de la potestad del sacerdocio de Cristo”

(AAS, 60, p. 468). El sacerdote, entonces, por razón del sacramento del Orden recibe “una

nueva y especial gracia y una particular ayuda, por la cual es capacitado para responder

dignamente y con ánimo inquebrantable a las altas obligaciones del ministerio que ha

recibido y para cumplir las arduas tareas que del mismo dimanan” (Pablo VI,1968).

SS. Pablo VI reafirma, entonces, la doctrina sobre el carácter sacramental,

sosteniendo que ese carácter es la impresión de una huella nueva, interior e imborrable, que

configura con Cristo, le hace semejante a Él. Esta dimensión es expresada en palabras del

Papa cuando atestigua en una de sus homilías a los candidatos a las órdenes sagradas:

Señor, “Has grabado en ellos tu semblante humano y divino, confiriéndoles no sólo una

inefable semejanza contigo, sino también potestad y virtud, una capacidad de realizar

acciones, que sólo la eficacia divina de tu Palabra atestigua y tu voluntad realiza” (Pablo

VI, 1967).

Al discurrir sobre el carácter sacramental, el Pontífice asume la actitud de quién está

contemplando un misterio, un absoluto misterio de la misericordia divina, “una corriente de

gracia que entra en la vida de alguien que fue elegido, preferido por la misericordia del

Señor” (Pablo VI, 1967). Después, argumenta el Papa que aquella huella impresa, el

carácter, es como una habilitación para ejercer poderes divinos, realizar las acciones de

Cristo y obrar con potestad en la comunidad eclesial. La transformación que el carácter

provoca, cristifica al sacerdote a tal grado que ya no puede separarse de su ministerio,

haciéndolo sacerdote In Eternum que personifica a Cristo. No es el sacerdocio ministerial

un oficio o un servicio cualquiera, el sacerdocio es un ministerio instituido por Cristo para


25

servicio de su cuerpo místico que es la Iglesia. Servicio que participa de un modo especial y

con un carácter indeleble de la potestad del sacerdocio de Cristo mediante el sacramento del

Orden.

El sacerdote es y será siempre Alter Christus. Aunque se diera el caso, como

consecuencia de la fragilidad humana, de que la gracia recibida en el sacramento del

Orden se apagara, no se borraría nunca el sello sacramental, “porque Cristo se ha

asociado ya de tal forma al ministro que sustituye en él toda causalidad efectiva”.

Hay, por lo tanto, un “absoluto predominio de la acción de Cristo” en la acción que

el sacerdote realiza “In Persona Christi, cuius vicem... geritper ordinispotestatem ”

- en lugar de Cristo, cuyo puesto ocupa... por la potestad del Orden (Azebedo, 2011,

p. 405)

Unido a esta posición, San Juan Pablo II en su Magisterio pontificio, sostiene que

“la doctrina del sacerdocio de Cristo y la participación en él, es el mismo corazón de las

enseñanzas del último Concilio, y que en ella se encierra de algún modo cuanto el Concilio

quería decir acerca de la Iglesia y del mundo” (Azebedo, 2011, p. 362). Enseña entonces el

Papa, el origen divino del sacramento del Orden como un designio directo de su Fundador

en la persona de los apóstoles y sus sucesores. Con el sacerdocio ministerial, “por la acción

del Espíritu Santo, estamos unidos sacramentalmente al Hijo, enviado por el Padre como

Sumo Sacerdote y Buen Pastor. La vida y el ministerio del sacerdote son continuación de la

vida y de la acción del mismo Cristo” (PDV, 18).

La vida sacerdotal está construida sobre la base del sacramento del Orden, que

imprime en nuestra alma el signo de un carácter indeleble. Este signo, marcado en

lo más profundo de nuestro ser humano, tiene su dinámica “personal”. Nuestro

sacerdocio sacramental, pues, es sacerdocio “Jerárquico” y al mismo tiempo


26

“Ministerial”. Constituye unMinisterium particular, es decir, es “servicio” respecto

a la comunidad de los creyentes. Sin embargo, no tiene su origen en esta comunidad

como si fuera ella la que “llama” o “delega”. Este es en efecto, don para la

comunidad y procede de Cristo mismo, de la plenitud de su sacerdocio (Juan Pablo

II, 1979).

El sacerdote entonces queda habilitado para actualizar los gestos potestativos con

que el Señor rige, guía y edifica al pueblo de Dios. Queda configurado en signo y persona

al obrar en nombre de Cristo y en nombre de la Iglesia. Gracias al sacramento del Orden,

esta consagración, capacita al ordenado para que actúe de acuerdo a las actitudes de

Jesucristo, Cabeza y Pastor de la Iglesia. Ese carácter, “conferido con la unción, en los que

lo reciben es signo de una consagración especial, de una configuración más profunda con

Cristo sacerdote, que los hace sus ministros activos en el culto a Dios y en la santificación

de sus hermanos” (Juan Pablo II, 1993).

Esta realidad consignada en palabras del Beato Pablo VI y en San Juan Pablo II,

testimonia sin lugar a dudas la madurez doctrinal y jurídica, que poco a poco ha cosechado

la Iglesia a través de los siglos sobre el sacramento del Orden sacerdotal. Los Papas y la

enseñanza de los Concilios coinciden siempre argumentando que, el sacerdocio es de

institución divina, gestada por su Fundador, posee una materia y forma definida por la

tradición de la Iglesia y surte como efecto principal un carácter espiritual que genera en el

clérigo una nueva condición jurídica respecto al pueblo de Dios, condición que lo configura

con Cristo y le hace sujeto de derechos y deberes, distintos de los adquiridos por la

condición bautismal propia de los fieles del pueblo de Dios.

Por su parte el Magisterio de Benedicto XVI, pone en relieve el sacramento del

Orden como una consagración especial que hace del sujeto una propiedad de Dios, un ser
27

sacado del mundo para estar inmerso en Dios. “Esta entrega o consagración define en qué

consiste el sacerdocio: es un cambio de propiedad, un ser quitado del mundo y entregado a

Dios” (Benedicto XVI, 2009). En el contenido de esta palabra, consagración, el Papa

manifiesta que allí está la esencia y el origen del sacramento del Orden Sacerdotal, por el

cual un hombre es sellado definitivamente para el servicio de Dios y de su Iglesia. En otras

palabras: “Nuestro ser sacerdotes no es otra cosa, por tanto, que una nueva forma de

unificación con Cristo. Sustancialmente ésta nos ha sido dada para siempre en el

sacramento.” (Benedicto XVI, 2009). Pero además de ser una consagración, el sacramento

del Orden, es el sacramento del gobierno de la Iglesia, pues el ministerio sacerdotal,

procedente del Señor, es el gobierno en el sentido profundo. “Este es el punto decisivo. No

es el hombre quien hace algo, sino que es el sacerdote fiel a su misión el que gobierna, en el

sentido de que es el Sacramento, es decir, Cristo mismo mediante el Sacramento, quien

gobierna” (Benedicto XVI, 2006).

Hoy día, el Papa Francisco, con sus enseñanzas y su profundo ser pastoral,

manifiesta respecto al sacramento del Orden sacerdotal, “que el Señor Jesús quiso elegir a

algunos en particular, para que ejercitando públicamente en la Iglesia en su nombre el

oficio sacerdotal a favor de todos los hombres, continuaran su misión personal de Maestro,

Sacerdote y Pastor” (Francisco, 2015). Recuerda el Papa que el sacramento nace

precisamente del envío, de la misión querida por el Padre, realizada por Cristo y continuada

por la acción del Espíritu Santo en los apóstoles y sus sucesores. “El sacerdote es un don de

Dios para el bien de todos, un hombre que nace en un contexto determinado, llamado por

Dios, tomado de entre los hombres, en favor de los hombres” (Francisco, 2015). Es el

sacramento que configura definitivamente a Cristo y consagra con un título nuevo y

especial para hacer las veces de Cristo en el mundo.


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Serán configurados en Cristo Sumo y Eterno Sacerdote, o sea, serán consagrados

como verdaderos sacerdotes del Nuevo Testamento, y con este título, que les une en

el sacerdocio al Obispo, serán predicadores del Evangelio, pastores del pueblo de

Dios, y presidirán las acciones del culto, especialmente en las celebraciones del

Sacrificio del Señor (Francisco, 2015).

Sintetizando toda esta doctrina magisterial dada a lo largo de la historia en el

Magisterio eclesial, conviene recordar que el Catecismo de la Iglesia Católica, promulgado

el 11 de octubre de 1992 por el Papa San Juan Pablo II, con la Constitución Apostólica

Fidei Depositum, condensa la doctrina sobre el sacramento del Orden en los numerales

1536 a 1589. Aquí, de manera precisa, “presenta lo que siempre se ha mantenido como

doctrina cierta en torno al ministerio sacerdotal y especifica los grados que este mismo

contiene en consonancia con la norma canónica que también los especifica (c. 1003)”

(Sánchez, 2010, p. 53). Enseña entonces el catecismo que:

El Orden es el sacramento gracias al cual la misión confiada por Cristo a sus

apóstoles sigue siendo ejercida en la Iglesia hasta el fin de los tiempos: es, pues, el

sacramento del ministerio apostólico. Comprende tres grados: El episcopado, el

presbiterado y el diaconado. El sacramento del Orden confiere un carácter espiritual

indeleble y no puede ser reiterado ni ser conferido para un tiempo determinado. Un

sujeto válidamente ordenado puede ciertamente, por justos motivos, ser liberado de

las obligaciones y las funciones vinculadas a la ordenación, o se le puede impedir

ejercerlas, pero no puede convertirse de nuevo en laico en sentido estricto porque el

carácter impreso en la ordenación es para siempre (CCE, 1536, 1582 y 1583).

Entendiendo la grandeza doctrinal y teológica a la luz del Magisterio de la Iglesia,

las comprensiones y reflexiones dadas a lo largo de la historia, es preciso establecer que “el
29

principio teológico que subyace bajo este proceso es que la sagrada ordenación, una vez

recibida válidamente, nunca se anula, puesto que sella a la persona con un carácter

indeleble (cc. 290 y 1008)” (CECDC IV/2, p. 2013). Partiendo de esta comprensión, es

posible afirmar que el derecho canónico tiene su fuente en la vida misma de la Iglesia, en su

enseñanza y tradición, y en las normativas surgidas de la propia praxis eclesial. De allí que

se pueda argumentar que la ordenación sacerdotal, goza no sólo de un fundamento

teológico y doctrinal, sino también de un estatuto jurídico canónico, fruto de la madurez de

la Iglesia, en el cual se dispone de los elementos necesarios para salvaguardar la validez,

dignidad y ejercicio del ministerio sacerdotal de Jesucristo. Este estatuto jurídico del

sacramento de la ordenación sacerdotal se encuentra diseminado en el amplio marco de los

cánones del código de derecho canónico actual (CIC 83), en el cual se determina su

pertinente naturaleza, grados, ministro, validez, celebración, impedimentos respectivos,

funciones y prohibiciones que garantizan la noble función del ministerio sagrado en favor

del pueblo de Dios.

Es aquí, en este amplio campo del ordenamiento jurídico canónico, donde la Iglesia

dispone de las medidas y las normas necesarias para regular la vida sacramental y social de

los fieles y alcanzar así el cumplimiento de su ley suprema: “la salvación de las almas”

(c.1752). Ley suprema que implica una mirada global de sus orígenes, su misión y su

quehacer en el mundo. Esta realidad temporal de la Iglesia, “por estar constituida a modo

de cuerpo social y visible, le exige normas para hacer visible su estructura jerárquica y

orgánica, para ordenar correctamente el ejercicio de las funciones confiadas a ella

divinamente, sobre todo de la potestad sagrada y de la administración de los sacramentos”

(SDL, 25). Y es en esta realidad sacramental donde la autoridad de la Iglesia dispone de su

potestad para “aprobar o definir los elementos necesarios que determinan la validez de los
30

sacramentos” (c. 841); elementos que se convierten en principios jurídicos canónicos que

salvaguardan la esencia, la materia y la forma de los sacramentos que hacen parte del

Depósito divino confiado por su Fundador. Esta potestad de la Iglesia le permite también

declarar, en casos concretos, la nulidad de los actos sacramentales, argumentando que de

acuerdo a sus disposiciones no existe o no se efectúa el sacramento.

Entendido de esta manera, el cuerpo jurídico de la Iglesia con el correr de los siglos

y de acuerdo a su sabiduría magisterial, determina lo siguiente en el código de derecho

canónico actual, respecto al sacramento del Orden Sacerdotal:

Mediante el sacramento del Orden, por institución divina, algunos de entre los

fieles quedan constituidos ministros sagrados, al ser marcados con un carácter

indeleble, y así son consagrados y destinados a apacentar el pueblo de Dios según

el grado de cada uno, desempeñando en la persona de Cristo cabeza, las funciones

de enseñar, santificar y regir (c. 1008).

El canon citado, ilustra la naturaleza del sacramento del Orden, argumentando la

institución divina y el carácter indeleble del mismo, postura definida ya por el Magisterio

eclesial. “Se ofrece de igual modo, la causa y el fin de la diferencia entre los ministros

sagrados y los otros fieles: la causa es el sacramento del Orden; el fin es la paternidad

espiritual de la comunidad, que es un don del espíritu, un carisma” (Ghirlanda, 1990, p.

361). Esta expresión canónica es mucho más doctrinal y jurídica respecto a la expresada en

el c. 948 del CIC 17, que consideraba el sacramento del Orden, como aquel que por

institución de Cristo, separaba en la Iglesia a los clérigos de los seglares en lo tocante al

régimen de los fieles y al servicio del culto divino. A pesar de su poca argumentación

doctrinal, el canon dejaba claro el fundamento de la institución divina por el cual existen en

la Iglesia las dos condiciones de los fieles cristianos: los ministros sagrados, que en el
31

derecho eclesial se denominan clérigos, y los demás fieles no ordenados, llamados laicos.

Esta constitución jerárquica de la Iglesia, según el canon 207§1 del CIC 83, es un elemento

de carácter jurídico que emana de la voluntad divina de su Fundador por naturaleza misma

del Bautismo y del sacramento del Orden, con el cual los candidatos quedan sellados y

constituidos en favor del pueblo de Dios en el grado del sacerdocio común y ministerial.

El sacramento del Orden es, pues, el fundamento del ministerio jerárquico y del

principio jerárquico de la Iglesia. A través del sacramento del Orden, los obispos y

los presbíteros quedan habilitados también para actuar “In Persona Christi

Capitis”, en nombre y en representación de Cristo, Cabeza de la Iglesia, con el

poder de representarlo y de ejercitar su potestad - “sacrapotestas” - en relación

con las tres funciones que son propias de Cristo y de la Iglesia: Munus docendi,

sanctificandi et regendi (Molano, 2013, p. 251 - 252).

El principal efecto del sacramento, como ya lo ha manifestado la doctrina eclesial,

es el carácter, “espiritual marca indeleble impresa en el alma, por el cual el receptor se

distingue de los demás, designado como ministro de Cristo, y delegado y facultado para

ejercer determinadas funciones del culto divino” (Summa, III, lXIII P., a. 2). Este carácter

indeleble con el que el ministro sagrado queda marcado para siempre, expresa no sólo el

cambio ontológico y la perpetuidad del Orden, sino también la nueva condición jurídica del

clérigo por el cual adquiere derechos y deberes que lo integran definitivamente a su estado

de vida. En razón del carácter “no puede repetirse el sacramento del Orden en el mismo

grado” (c. 845 §1); si persistiera la duda sobre la colación o la validez del mismo, “deben

conferirse bajo condición” (c. 845§2).


32

Por otra parte, el canon 1009 afirma que “los órdenes son el episcopado, el

presbiterado y el diaconado”, cuyos grados se confieren mediante la imposición de manos y

oración consecratoria prescrita por los libros litúrgicos. Rito que debe efectuarse por “el

obispo consagrado” (c. 1012), quien es ministro válido de la ordenación sagrada al poseer

la plenitud del sacramento del Orden sacerdotal. Plenitud que fue definida en la

constitución Lumen Gentium, donde se enseña que “con la consagración episcopal se

confiere la plenitud del sacramento del Orden, que es llamado supremo sacerdocio o

cumbre del ministerio sagrado” (LG, 21).

Todas estas consideraciones jurídicas manifestadas en el código actual no son fruto

del azar, sino que tienen como fuente la inagotable tradición de la Iglesia, la viva enseñanza

del Magisterio, la solidez de la Sagrada Escritura y la firme praxis del Munus regendi que

el Señor confió a los apóstoles y a sus sucesores. Toda normativa eclesial tiene su cimiente

en la misma doctrina de la Iglesia, puesto que ella es la gestora y receptora de la condición

jurídica que ampara y tutela el Depósito divino confiado por el mismo Señor.

1.2. La nulidad de la ordenación sacerdotal en las intervenciones de los Concilios y

del Magisterio de la Iglesia

El acercamiento a la declaración de la nulidad de la ordenación sacerdotal es todo

un tema rodeado de muchas circunstancias de la normativa eclesial, ya que la gestación de

este elemento jurídico tiene todo un contenido histórico, que emerge de la vida, doctrina y

praxis legal de la Iglesia en las distintas etapas de su historia. Visto desde esta perspectiva,

es preciso indicar que la nulidad no surge como un tema jurídico directo de reflexión sino
33

como una disciplina que pretende proteger la grandeza del sacerdocio respecto a diversas

situaciones que ponían en riesgo la dignidad de tan excelso sacramento instituido por

Cristo.

El contacto con la nulidad de la ordenación sacerdotal, es también un contacto con

la vida de los clérigos y la disciplina que suscitaba el ministerio. Es así, que en los

primeros siglos de la era cristiana, la disciplina eclesial buscaba la prevención de las

irregularidades y de los impedimentos con los cuales se pusieran en riesgo la validez y la

licitud del sacramento ministerial. Entendiendo que la Sagrada Escritura y la Tradición son

la fuente de la doctrina y la normativa esencial de la Iglesia, muchos elementos jurídicos

fueron apareciendo poco a poco para iluminar y legislar respecto a la naturaleza del Orden

sacerdotal. Es preciso entender que los hagiógrafos y los padres de Iglesia no pretendían

implantar procesos canónicos, sino simplemente responder a los problemas de cada día que

amenazaban la vida del pueblo de Dios y la normativa sustancial de los sacramentos.

Las palabras de San Pablo, en sus cartas a Tito y Timoteo, establecen condiciones

precisas para los candidatos al presbiterado y al diaconado (Tt. 1, 5 - 9; Tim. 3,2).

Estas condiciones fueron las que se utilizaron en los primeros siglos de organización

en la Iglesia: ser hospitalario, ordenado, sobrio, irreprochable, hombre de gobierno,

docente, moderado, justo, piadoso, dueño de sí; y no ser arrogante, ni colérico, ni

bebedor, ni pendenciero, ni ávido de ganancias honestas... La lista paulina, no hacía

más que resumir las cualidades que una sociedad sana requiere en cualquier época,

para la formación de un hombre cabal, pero le agregaba decididamente lo que la

situación de un jefe de comunidad con fines naturales exigía (Busso, 2014, p.45).

Basados en estas perspectivas bíblicas, la Iglesia fue legislando abundantemente

respecto a los requisitos, condiciones y naturaleza del sacramento del Orden sacerdotal con
34

el objeto de evitar que el sacramento fuera recibido por candidatos indignos, irregulares e

incapaces. Estas disposiciones fueron apareciendo principalmente en los Concilios

celebrados por la Iglesia. De allí que surgieran condiciones que fueron consignadas en los

respectivos cánones de los Concilios; condiciones que hacían referencia a la edad, salud,

idoneidad moral, ciencia, libertad, materia, forma, etc., para la elección y ordenación de los

candidatos al ministerio sacerdotal. Estas situaciones fueron recogidas en el correr de los

siglos en cartas, decretales y documentos magisteriales. Luego se introdujeron muchas de

ellas en el Decreto de Graciano, para terminar siendo normativa de la vida de la Iglesia en

el Corpus Iuris Canonici, el cual es fuente sistemática para los dos códigos que han

existido como regulación jurídica canónica de la vida eclesial.

La normativa de la nulidad de la ordenación sacerdotal nace de los elementos

jurídicos que pretenden legislar respecto a escrutinios, impedimentos e irregularidades de

los candidatos al sacerdocio ministerial. No se puede argumentar que el estatuto canónico

de la nulidad sacerdotal nace independiente de estos elementos de las leyes de la Iglesia. Es

partiendo de estos hechos evidentes, desde los cuales la autoridad eclesiástica se vale para

regular respecto a la validez de dicho sacramento. Así por ejemplo, la exigencia de

escrutinios para la ordenación se remonta al Concilio de Nicea, en el año 325, quien legisla

todo ello a propósito de la ordenación de los presbíteros (c. 29) y al Concilio de Cartago,

en el año 397, que extiende esa norma para los casos de ordenaciones de todos los clérigos

en general, afirmando en el “c. 22: Nullus ordinetur clericis, nisiprobatus fuerit vel

episcoporum examine velpopoli testimonio” (Busso, 2014, p. 45).

De Nicea a Calcedonia los principales temas disciplinares relativos al ministerio

eclesiástico, a la incardinación del clero y a la movilidad clerical son objeto de la

repetida atención de las asambleas conciliares (En Nicea, canon 16 es sancionada


35

como irrita la ordenación conferida por un obispo a clérigos pertenecientes a la

jurisdicción de otro obispo). Podemos asumir como punto de observación el

Concilio de Calcedonia, porque su legislación sobre esos temas consolida y

compone en un cuadro coherente, una serie de reglas disciplinares compartidas en la

Iglesia Universal. En este contexto se coloca el conocidísimo canon 6, en el cual se

sanciona la prohibición de las ordenaciones absolutas. Nadie debe ser ordenado

presbítero ni diácono ni para ningún otro grado eclesiástico, sino es destinado de

modo especial al servicio de una Iglesia de la ciudad o de los pueblos circundantes,

o de una Iglesia dedicada a un mártir, o de un monasterio. La ordenación conferida

en violación de tal prohibición es calificada como irrita, y al que ha sido ordenado

absolute no podrá ejercer el ministerio eclesiástico (Condorelli, 2005, p. 498 - 499).

La aplicación de esta norma del canon de Calcedonia del año 451, deja percibir un

elemento jurídico por el cual se procede con la declaración de la nulidad de las

ordenaciones absolutas. Esta normativa se constituyó en su tiempo, en una causal por la que

se viciaba de invalidez la ordenación sacerdotal, ya que la prohibición buscaba concentrar

en las manos del obispo el control de las instituciones eclesiásticas y religiosas de la ciudad

y de su distrito; establecer límites en el ejercicio de las funciones ministeriales y crear la

conciencia eclesial del sacramento del Orden. En la tendencia de que los candidatos fueran

ordenados sin estar adscritos a una Iglesia particular o a determinadas funciones en el

ámbito eclesial, la autoridad competente encontró la base de estas normativas conciliares

por las cuales obró con la legislación propia de la época. El canon 6 dice textualmente, que

el sagrado Concilio ha decretado que la ordenación de los ordenados sin título es nula, y

que no puede operar en cualquier lugar, a causa de la presunción del que les ordenó. Este

elemento jurídico de declarar irritas las ordenaciones absolutas de la época, desaparece con
36

el tiempo dando paso a nuevas situaciones que resolver para legislar respecto a la validez

del Orden sacerdotal, pues “el significado de tal sanción oscila entre la absoluta nulidad y la

simple licitud; esta última más verosímil a mi juicio” (Condorelli, 2005, p. 499).

En un nuevo contexto histórico de la Iglesia, aparece el segundo Concilio de Nicea

que en su octava sesión de octubre del año 787, expresa su determinación respecto a las

elecciones para los ministerios sagrados, calificando de nulas las elecciones de los

candidatos realizadas por la potestad de los príncipes de este mundo y no por elección de la

misma Iglesia:

Toda elección de un obispo, presbítero o diácono hecha por los príncipes, quede

anulada, según el canon (Cánones Apostolorum 30) que dice: “Si algún obispo,

valiéndose de los príncipes seculares, se apodera por su medio de la Iglesia, sea

depuesto y excomulgado, y lo mismo todos los que comunican con él. Porque es

necesario que quien haya de ser elevado al episcopado, sea elegido por los obispos,

como fue determinado por los Santos Padres de Nicea en el canon que dice (c. 41:

“Conviene sobremanera que el obispo sea establecido por todos los obispos de la

provincia. Más si esto fuera difícil, ora por la apremiante necesidad o por lo largo

del camino, reúnanse necesariamente tres y todos los ausentes den su aquiescencia

por medio de cartas y entonces se le impongan las manos; más la validez de todo lo

hecho ha de atribuirse en cada provincia al metropolitano”) (DZ, 604).

El contenido de la disposición conciliar manifiesta la convicción que va adquiriendo

la autoridad de la Iglesia para legislar con potestad propia sobre defectos y situaciones que

a su juicio viciaban de nulidad el sacramento del Orden sacerdotal. En esta etapa de la

historia, se condena la intervención del poder temporal sobre el poder eclesiástico, en el que

los príncipes de este mundo tenían facultad de intervenir respecto a la elección de un


37

candidato a las órdenes sagradas. Dicha elección, que encaminaba al sujeto al sacramento

del Orden, es defendida por la autoridad eclesiástica, a quien corresponde llamar, elegir y

ordenar con miras al ministerio sacerdotal. De tal forma que, la norma conciliar salía en

defensa del derecho propio y divino que posee la Iglesia sobre la administración, recepción

y ejercicio de los sacramentos del Depósito divino. Sin duda alguna, con la ciencia

canónica de la actualidad, esta norma no afecta la validez del sacramento, pero sí la licitud,

puesto que el sacramento debe ser administrado para los elegidos por la autoridad eclesial

competente, quien es la indicada para conceder tal dignidad.

Avanzando un poco más en el camino de la historia de la Iglesia respecto a lo que

concierne a este tema de la nulidad de la ordenación sacerdotal, se encuentra el Concilio

Romano presidido por el Papa Nicolás II, en el año 1059-1061, en el que se gesta el

enjuiciamiento de la simonía que se había combatido ya en el Concilio de Calcedonia y en

los Cánones Apostolorum 30. Se reflexionaba en la época, la cuestión sobre si las órdenes

conferidas por los simoníacos eran válidas o no.

El portavoz de los que negaban la validez era a la sazón el cardenal Humberto de

Silva Cándida. De opinión contraria era principalmente Pedro Damián, que defendía

la validez de tales ordenaciones, apoyándose en el principio formulado por Agustín

y en el principio aplicado desde hacía tiempo al Bautismo administrado por herejes.

Los documentos dimanados de los Papas en esta materia se contradecían los unos a

los otros. En consecuencia, la imposición de las manos en la readmisión de los

simoníacos habrá que enjuiciarla en esta cuestión, según se trate de un simple rito de

reconciliación (así probablemente *694) o de una ordenación (DZ, 691).


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El rechazo y condena de las ordenaciones simoníacas fue indudablemente declarado

por la autoridad de la Iglesia, que en cabeza del Papa Nicolás II, presidiendo el sínodo

Romano en la Basílica Constantiniana dijo:

Decretamos que ninguna compasión ha de tenerse en conservar la dignidad a los

simoníacos, sino que, conforme a las sanciones de los cánones y los decretos de los

Santos Padres, los condenamos absolutamente, y por apostólica autoridad

sancionamos que han de ser depuestos. Acerca, empero, de aquellos que no por

dinero, sino gratis han sido ordenados por los simoníacos, puesto que la cuestión ha

sido de tiempo atrás largamente ventilada, queremos desatar todo nudo de duda, de

suerte que sobre este punto no permitimos a nadie dudar en adelante... (DZ, 691).

La norma emanada por el Papa Nicolás II no resuelve la cuestión de la época sobre

la validez de las órdenes recibidas por los simoníacos. Sin embargo, deja entrever un

proceso judicial con el cual se efectúa una condena y una sanción que tiene como

contenido, privar al clérigo simoníaco del ejercicio del ministerio sacerdotal al ser depuesto

por la autoridad del Romano Pontífice. Por otra parte, la imposición de las manos a los

simoníacos conversos, conviene verla no como un gesto sacramental o una reordenación

del clérigo, sino más bien como un acto de reconciliación manifestado por la Iglesia.

En otro contexto histórico, aparecen las cartas Debent Subditi (1088) y Gaudemus

Filii (1091) del Papa Urbano II, que son importantes documentos en los cuales por juicio

del Espíritu Santo, el Magisterio eclesial, tiene por nulas las ordenaciones simoníacas

realizadas. La carta Debent Subditi dirigida al obispo Pedro de Pistoya y al abab Rústico de

Vallombrosa, es un importante documento que revela en trasfondo, el tratamiento jurídico

que se le concede a un caso concreto respecto a la declaración de la nulidad del Orden

sacerdotal a ciertos clérigos que habían sido ordenados por herejes. El Papa Urbano II
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sostiene en la carta que “el arzobispo Wezelo de Maguncia, que había sido ordenado por

herejes, no podía impartir órdenes válidamente. Por ello la ordenación impartida a Daiberto

por Wezelo fue considerada inválida y finalmente el Papa mismo le ordenó de diácono”

(DZ, 701). El documento manifiesta lo siguiente como resolución del Papa Urbano II al

caso de Daiberto, quien al ser ordenado por un ministro inválido, inválida era su ordenación

diaconal:

Nos hemos enterado por su misma confesión de que Daiberto fue ordenado, de

modo no simoníaco, diácono por el simoníaco Wezelo, y en virtud de la sentencia

del bienaventurado Papa Inocencio resulta expresado claramente que el hereje

Wezelo, que consta que fue ordenado por herejes, puesto que nada tenía, nada pudo

dar a aquel a quien impuso las manos. Confirmados, pues, por la autoridad de tal

pontífice y fortalecidos por el testimonio del Papa Dámaso que dice: “Hay que

repetir lo que se ha hecho mal”, ya que las necesidades de la Iglesia urgen,

constituimos de nuevo como diácono a Daiberto que se ha apartado del cuerpo y del

alma de los herejes y se aplica con todas sus fuerzas al bien de la Iglesia. Pensamos

que eso no debe considerarse una reiteración, sino sólo una plena colación del

diaconado, puesto que como hemos dicho antes, quien no tiene nada, nada puede

dar (DZ, 701).

En la misma línea, la carta Gaudemus Filii, dirigida por el Papa Urbano II a Lanzon,

Rodolfo y otros, resuelve la situación de la ordenación de Popo, quien había recibido la

ordenación diaconal por manos de Egelberto, arzobispo cismático de Tréveris, que

pertenecía al partido del antipapa Clemente III y del emperador Enrique IV. Resuelve el

Papa, mediante este documento, que en efecto todo lo que Popo por las manos del

arzobispo de Tréveris recibió de un modo extraordinario e indigno, “nosotros por el juicio


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del Espíritu Santo, lo tenemos por nulo, y mandamos en virtud de la autoridad presente, que

reciba las mismas órdenes de cualquier obispo católico. Porque un ordenante como este, no

teniendo nada, nada pudo dar” (DZ, 702).

La jurisprudencia de la época, perceptible por las dos cartas del Papa Urbano II,

revela una de las causales vigentes hasta estos días, por la cual se considera nula la

ordenación sacerdotal si el ordenante no es ministro cualificado, dotado de la potestad y del

sacramento del Episcopado para conceder las órdenes sagradas. Dicho ministro debe ser

ordenado válidamente como obispo para poseer la plenitud del sacerdocio de Jesucristo y

transmitirlo mediante los ritos aprobados a los candidatos elegidos por la autoridad

competente.

Finalmente, en su famosa carta, Apostolicae Curae et Caritatis, del 13 de

septiembre de 1896, el Papa León XIII resuelve la cuestión del rito litúrgico empleado por

la Iglesia Anglicana para conferir las órdenes sagradas. Los clérigos anglicanos convertidos

a la Iglesia Católica debían recibir de nuevo la ordenación y no condicionalmente. El Papa

entonces decide la cuestión por medio de esta carta, una vez realizadas las debidas

investigaciones por parte de la comisión pontificia. Declaró solemnemente León XIII, que

las ordenaciones anglicanas son inválidas: “Por propia iniciativa y a ciencia cierta,

pronunciamos y declaramos que las ordenaciones hechas en rito anglicano han sido y son

absolutamente inválidas y totalmente nulas” (DZ, 3315). El contenido de esta declaración

pontificia es, sin duda alguna, el rito sustancial de la ordenación sacerdotal sobre el cual

versa la nulidad en la Iglesia Anglicana y que el Papa expone de manera magistral

argumentando que la materia y la forma son parte esencial del rito de la ordenación:

En el rito de realizar y administrar cualquier sacramento, con razón se distingue

entre la parte ceremonial y la parte esencial, que suele llamarse materia y forma. Y
41

todos saben que los sacramentos de la nueva Ley, como signos que son sensibles y

que producen la gracia invisible, deben lo mismo significar la gracia que producen,

que producir la que significan (DZ, 3315).

Partiendo entonces de esta declaración solemne del Papa León XIII en su Carta

Apostólica mencionada, es posible determinar con claridad la conciencia jurídica que la

potestad eclesial va adquiriendo, de forma gradual, sobre la constitución de las respectivas

causales que ponen en tela de juicio la validez del sacramento del Orden sacerdotal. Visto

desde esta perspectiva, la autoridad suprema reconoce la materia y la forma como

elementos esenciales del rito litúrgico de la sagrada ordenación, sin los cuales es imposible

realizar los efectos jurídicos y sacramentales que conlleva dicho sacramento. Esta razón

sustancial del rito Católico es la que difiere del rito Anglicano, de allí la firme convicción

del Papa León XIII para declarar, con irrevocable decisión, la nulidad de las ordenaciones

sacerdotales realizadas mediante el rito Anglicano. La verdad del sacramento que en el

trasfondo defiende el Papa, es la misma verdad jurídica y teológica que subsiste hasta estos

días y que se constituye en una de las causales fundamentales sobre la cual se puede acusar

la validez de la sagrada ordenación.

1.3. La nulidad sacerdotal en la primera codificación de la Iglesia y en el Magisterio

Pontificio posterior

Después de este breve recorrido en fuentes magisteriales y decretales, y gracias al

decurso de los siglos en el que florecieron compendios de leyes eclesiásticas, que fueron

organizadas, muchas de ellas de manera contradictoria entre sí, aparece gracias a la base de
42

lo ya realizado por el monje Graciano, la primera codificación de la Iglesia en el año 1917

con el Codex Iuris Canonici; iniciativa jurídica querida por los obispos cuando ya se

preparaba el Concilio Vaticano I, y determinada por “el Papa Pío X, quien asumió la tarea

de reunir y reformar todas las leyes eclesiásticas, y dispuso que la obra se llevara a término

bajo la dirección del cardenal Pedro Gasparri” (Prefacio, CIC 83). La primera legislación

canónica asume la forma moderna de codificación que expresa las leyes con más brevedad

y según el sistema institucional del derecho romano de acuerdo a la división personas,

cosas y acciones. Dicho código figuraba como una verdadera obra unitaria, una sola

disposición jurídica de la Iglesia, con la respectiva división de libros y títulos y sobre todo

con artículos correlativamente enumerados con una excepción sistemática de rigor lógico.

“Muerto el Papa Pío X, esta colección universal, exclusiva y auténtica fue promulgada por

su sucesor, Benedicto XV, el 27 de mayo de 1917, y obtuvo vigencia desde el 19 de mayo

de 1918” (Prefacio, CIC 83).

La codificación Pío - Benedictina, en su canon 211 §1, paralelo del canon 290, 1°

del nuevo código, centro de esta investigación, manifestaba la conciencia de la Iglesia

respecto al sacramento del Orden, el cual una vez recibido válidamente nunca se anula,

pues es conciencia divina el carácter o huella imborrable que el sacramento surte en el

ordenado. La legislación sobre la nulidad de la sagrada ordenación estaba consignada en el

libro IV, título XXI, en los cánones 1993 - 1998, al tratar de las “causae contra sacram

ordinationem ”. En estos seis cánones se determinaba la autoridad competente (c.1993), la

petición del actor (c.1994), el proceso pertinente (c.1995; 1997; 1998), y la acción del

Defensor del vínculo de la sagrada ordenación (c.1996). Respecto a la debida

competencia, especificaba el código que el actor, sea el clérigo o el ordinario de la diócesis,

debía enviar el escrito de demanda a la Sagrada Congregación de los Sacramentos o, si la


43

ordenación se impugnaba por defecto sustancial del rito sagrado, a la Sagrada

Congregación del Santo Oficio; y la Sagrada Congregación resolvía “si la causa se había de

tramitar en forma judicial o por vía disciplinar” (c.1993). Estaban previsto además en los

cánones, dos tipos de acciones judiciales con relación al sacramento del Orden: la acción de

la nulidad de las cargas y la acción de la nulidad de la ordenación. Para el procedimiento

judicial constaba que debían aplicarse las normas generales del proceso (cc.1552 -1924) y

las prescripciones del proceso matrimonial. Aquí la participación del Defensor del vínculo

era de carácter obligatorio y tenía los mismos derechos y deberes que le reconocía el

derecho de acuerdo al proceso matrimonial. Se necesitaban dos sentencias conformes para

la declaración de la nulidad de la sagrada ordenación y respecto a la apelación, se regía con

las mismas normas que en las causas matrimoniales (cc.1986 - 1989). Si la demanda no

conseguía la finalidad, podía aspirarse según el canon 211 §1, a la reducción al estado laical

por un rescripto de la sede Apostólica.

A pesar de hablar de las causas contra la sagrada ordenación, el título referido no

expresaba alusión alguna a las correspondientes causas que se debían tener en cuenta para

iniciar un escrito de demanda en el cual se acusara la validez del sacramento del Orden. Sin

embargo, el código en diversos cánones deja consignado el estatuto jurídico para la nulidad

de la ordenación sacerdotal. De esta manera, haciendo uso de paralelos, en los cánones se

enumeraban las pertinentes causales de la nulidad de la sagrada ordenación, agrupándolas

en segmentos en los que se afirmaba que la ordenación era nula por defecto del ministro del

sacramento, por la administración de los ritos y por defecto en el que había sido ordenado

sacerdote, a saber: “a) por no tener la condición de varón; b) por falta de Bautismo válido;

c) por falta de intención de recibir las órdenes; d) por violencia y miedo sufridos por el

ordenado” (DGDC V, p. 599).


44

Estos elementos canónicos se pueden determinar en los cánones del libro III en el

que se abordaba el sacramento del Orden. Así por ejemplo, el canon 951 legislaba que el

obispo es el ministro ordinario de la sagrada ordenación, sujeto capaz que puede ordenar

con carácter de validez. El canon 968 §1 afirmaba que sólo el varón bautizado recibe

válidamente dicho sacramento, dejando con la claridad la elección del varón y su

correspondiente pertenencia jurídica a la Iglesia mediante el sacramento del Bautismo. El

canon 1002 ordenaba que en la colación de cualquier Orden debía el ministro observar con

exactitud los ritos propios preceptuados en el Pontifical Romano o en otros libros rituales

aprobados por la autoridad de la Iglesia. Dichos ritos correspondían por naturaleza a la

imposición de las manos sobre el candidato y la respectiva oración consecratoria. Por otra

parte, a estos defectos del sujeto relativos a la validez de la ordenación se añadía también la

invalidez de la asunción de las obligaciones inherentes a la ordenación que “casi siempre

son impugnadas por miedo grave” (c.214).

Para la prueba del temor se exigía no haber ratificado la ordenación con el ejercicio

del Orden cuando el ordenado estaba libre del miedo. Actualmente ha desaparecido

la referencia a la invalidez de las obligaciones asumidas con metu gravi, pues se

consideró que esos casos serían rarísimos. De todos modos no se excluye que, en la

aplicación de los principios establecidos en los cc. 124 - 126 (CIC 1983) se puedan

dar casos de nulidad de las obligaciones por temor grave (DGDC V, p. 599).

Como jurisprudencia canónica de la época se afirma que en los primeros años de

vigencia del primer código de derecho canónico, se tramitaron al menos dos causas de

nulidad de la ordenación sacerdotal “dirimidas por vía judicial, una juzgada en primera

instancia por un tribunal diocesano y en apelación por la Rota Romana en 1922, y otra

juzgada por la Rota en ambas instancias en 1928” (CECDC IV/2, p. 2015).


45

Después de esta primera codificación surge, en el Magisterio pontificio, el decreto

Ut Locorum Ordinarii del 9 de junio de 1931, que recoge las “Regulae Servandae in

processibus super nullitate sacrae ordinationis vel onerum sacris ordinibus inhaerentium a

sacra congregatione de disciplina sacramentorum editate” (AAS, 23, p.457 - 473), en el

cual el Papa Pío XI apoyado en el Codex Iuris Canonici 1917, realiza un comentario oficial

sobre las respectivas normas que deben observarse en los procesos de nulidad de la

ordenación y de las obligaciones sagradas inherentes al ministerio sacerdotal. Este decreto,

redactado como guía para los ordinarios locales, consta de 16 capítulos en los que el

Legislador exponía los respectivos pasos a seguir en la petición de la declaración de la

nulidad de la sagrada ordenación sacerdotal. Dejaba claro el Pontífice que la práctica

normal de la Santa Sede era proceder mediante la vía administrativa en los posibles casos

de nulidad, optando en la mayoría de los asuntos por resolver la situación del clérigo

mediante la reducción al estado laical y la dispensa ad cautelam de las obligaciones que

derivan del ministerio sacerdotal. Sin embargo, el decreto se limitaba a detallar el proceso

judicial, dejando de forma aislada e insuficiente el proceso administrativo. Esto refleja

claramente, la praxis estricta de la Iglesia y la cautela que se tenía al respecto para declarar

nulo el sacramento del Orden.

El decreto Ut Locorum Ordinarii, sobre las Regulae Servandae, establecía entonces

que el escrito de la demanda o la petición iba dirigido directamente al Romano Pontífice y

debía contener una completa y escrupulosa narración de los hechos, determinando todas y

cada una de las razones por las cuales se solicitaba la petición. A su vez, debía anotarse el

día, el mes y el año e incluir el nombre de la diócesis de origen o de la diócesis de

residencia desde la cual se realizaba el libelo. Esta petición del actor era tramitada a través

del ordinario del lugar, quien era la autoridad adecuada para remitir al Santo Padre el
46

escrito de demanda. Por su parte la Congregación competente (c.1993), una vez recibida la

petición, solicitaba al “ordinario del lugar que llevara a cabo una investigación preliminar

para determinar si la causa tenía un fundamento probable” (ULO, 6).

Comprobar que la causa poseíafumus boni iuris era realmente la base para sostener

y evitar que el proceso fuera rechazado por la indicada competencia. Si ésta actuaba

rechazando la petición, el actor en un plazo de 10 días podía pedir a la Congregación que

revocara o enmendara la petición. Caso contrario, si la Congregación competente admitía el

escrito de demanda, determinaba entonces el procedimiento a seguir en la causa, sea por vía

administrativa o judicial. Respecto a esta cuestión, conviene recordar que la práctica

ordinaria en los casos aceptados era decidir mediante el procedimiento administrativo.

Cuando la congregación no adjudicaba para sí la causa, sino que designaba el

tribunal de la diócesis, entonces el proceso se llevaba a cabo en la curia diocesana, y según

la Regulae Servandae, debía “seguir un modelo judicial, con un juez Instructor, un

Defensor de la sagrada ordenación y un notario” (ULO, 7 - 29); “pero al final de la

instrucción, el juez Instructor daba su sentencia sobre la sustancia de la causa, aportando los

fundamentos tanto de derecho como de hecho” (CECDC IV/2, p. 2021). Una vez definida

la sentencia del juez mediante el proceso judicial, se enviaban a la Congregación las actas

de la causa, el proceso y el voto del ordinario para que ésta tomara la decisión final. Si

dicha decisión era afirmativa, entonces la persona era considerada como no clérigo y

perdía, por razón de la nulidad, las obligaciones inherentes al ministerio. Si el caso

resultaba negativo, la Congregación decidía si recomendaba o no al Romano Pontífice la

reducción al estado laical y la dispensa de las obligaciones de la sagrada ordenación.

El decreto Ut Locorum Ordinarii, del Papa Pío XI, mantuvo la competencia de la

Sagrada Congregación de los Sacramentos o de la Sagrada Congregación del Santo Oficio


47

según los casos, pero en el año 1967, pasados 36 años, el Papa Pablo VI en la Constitución

Regimini Ecclesiae Universae, sobre la reforma de la Curia Romana, no hace descripción

del proceso ni de las causales para la nulidad de la ordenación sacerdotal sino que se limita

a definir la correspondiente competencia, manteniendo de hecho las Regulae Servandae de

Pío XI que orientaban el proceso de las causas contra la validez de la ordenación. Es así

que, en el numeral 57 de la nombrada constitución, se regula la competencia trasladando a

la Sagrada Congregación para la Disciplina de los Sacramentos las causas de la nulidad de

la ordenación. Esta Congregación entonces, decide si la causa la conoce ella misma o un

tribunal que ella misma designe, oyendo el parecer de la Sagrada Congregación de la

Doctrina de la Fe en cuanto sea necesario.

1.4. La segunda codificación de la Iglesia y avances de la canonística actual sobre la

declaración de la nulidad de la ordenación sacerdotal

La nueva normativa codicial, Codex Iuris Canonici 1983, en sus trabajos

preparatorios respecto al proceso contra la validez de la sagrada ordenación, dispuso de

unas comisiones competentes para revisar lo relacionado con las causas y el proceso para

declarar la nulidad de la ordenación sacerdotal. Es así, que en el año 1967, el Coetus de

Sacra Hierarchia planteó que las disposiciones de los cánones 1993 - 1998 del antiguo

código fueran revisadas y simplificadas y que las causas canónicas para la nulidad de la

ordenación se ampliaran para incluir dos puntos fundamentales: “a) La falta de la debida

libertad por cualquier causa grave; y b) Cualquier enfermedad incurable que haga al sujeto

incapaz de asumir o cumplir las obligaciones que se derivan de la ordenación” (Comm.17,


48

1985, p. 76 - 89). Pero, un nuevo Coetus de Populo Dei designado en 1980, contrario a lo

sugerido por el Coetus de 1967, limita el proceso a la cuestión de la validez de la

ordenación misma sin tener en cuenta la ampliación pedida respecto a las causas. “La razón

del cambio no está clara: el sumario de la sesión muestra una cierta confusión entre la

declaración, judicial o administrativa, de la invalidez de las obligaciones y la dispensa de

dichas obligaciones” (Comm.14, 1982, p. 84 - 87).

En la sesión plenaria de la Comisión celebrada en 1981, doce Cardenales

propusieron que se extendiera de nuevo el objeto del proceso, de manera que se

incluyera la nulidad de las obligaciones por miedo grave; sin embargo, después de

la discusión correspondiente, 38 de los 48 miembros presentes decidieron mantener

el texto propuesto por el Coetus de Populo Dei. El primer Schema sobre los

procesos, de 1976, no contenía ningún proceso sobre la sagrada ordenación. En

1980 el Coetus de Processibus propuso nuevos cánones para el proceso sobre la

sagrada ordenación en sí misma, para reemplazar a los cánones 1993 - 1998 CIC

17, llevando así a efecto el cambio propuesto por el Coetus de Populo Dei. Estos

cánones fueron incorporados sin cambios al CIC, con los números 1708 - 1712.

En consecuencia, el CIC no contiene un proceso sobre la nulidad de las obligaciones

que se derivan de la sagrada ordenación. En la medida en que la ordenación ha sido

válidamente recibida, la única solución para el clérigo es pedir del Santo Padre una

dispensa de estas obligaciones (CECDC IV/2, p. 2016).

Entendido todo el proceso preparatorio al nuevo código en las comisiones

respectivas al proceso sobre la nulidad de la sagrada ordenación, surge en el año 1983, la

segunda y última codificación de la ley de la Iglesia en el CIC, que recoge en el canon 290,

1° la forma de proceder respecto a la nulidad, sea por sentencia judicial o decreto


49

administrativo; y en los cánones 1708 - 1712 del título II del libro de los procesos, se

indican las causas para declarar la nulidad de la sagrada ordenación. Si bien es cierto, estos

cinco cánones tienen por título “De las causas ”, en el fondo no enumeran causas

respectivas, sino que describen los pasos para iniciar un proceso en el que se determine la

nulidad de la ordenación sacerdotal, indicando quién tiene derecho a acusar la validez de la

sagrada ordenación (c.1708), la competencia respectiva que recibe el libelo (c.1709), la

observación sobre los juicios en general y sobre todo del juicio contencioso (c.1710), el

papel del Defensor del vínculo (c.1711) y finalmente la exigencia de dos sentencias

conformes que declaren la nulidad de la sagrada ordenación (c.1712).

En un nuevo contexto histórico, gracias a la segunda codificación de la Iglesia,

aparece la intervención del canonista Adrián González Martín, profesor de la universidad

de Navarra en España y colaborador activo de la revista Ius Canonicum de la misma

universidad, quien en el año 1983 aborda el tema de la nulidad en la sagrada ordenación,

exponiendo en un artículo de la revista Ius Canonicum, las nociones sobre la validez del

acto jurídico para luego presentar los requisitos que argumentan la validez del sacramento

del Orden sacerdotal y abren la posibilidad para hablar de la nulidad; entendiendo de esta

manera que el Orden sagrado es un acto jurídico revestido de las condiciones necesarias

para que sea válido. “Tales nociones se refieren a los conceptos de hecho y acto jurídico;

validez, inexistencia, nulidad y rescindibilidad” (González, 1983, p. 579); son nociones

involucradas en el tema de la nulidad de la sagrada ordenación. En efecto, argumenta

también que “los sacramentos, que la teología define como signos sensibles productores de

gracia, interesan al derecho bajo este doble aspecto: en cuanto instrumentos de salvación y

en cuanto productores de consecuencias jurídicas; es decir, de derechos y deberes”

(González, 1983, p. 579). Así mismo, González Martín en su mencionado artículo,


50

interpretando los cánones 1708 - 1712 del nuevo CIC 1983, indica el procedimiento para la

“Actio nullitatis”.

En el año 1988, la Constitución Apostólica Pastor Bonus del día 28 de junio del

Año Mariano 1988 de SS. Juan Pablo II, sobre la Curia Romana, en el artículo 68

determinó la competencia en esta materia sobre las causas contra la validez de la

ordenación sacerdotal, designando a la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina

de los Sacramentos. Era competente entonces la mencionada congregación, según la norma

del derecho, para examinar las causas de nulidad de la sagrada ordenación. Tenía además,

esta Congregación, una sección especializada para el estudio de los denominados casos y

era su deber analizar cada uno de ellos para luego presentarlos al Santo Padre para su

debida concesión.

Para ayudar más eficazmente al bien espiritual de aquellos que según las normas de

la Iglesia, del código vigente, piden la declaración de la nulidad de la ordenación,

esta Congregación del Culto Divino y de la Disciplina de los Sacramentos, es

competente para esta materia según el canon 1709 §1 correlacionado con el artículo

68 de la Constitución Apostólica sobre la reforma de la Curia Romana Pastor

Bonus, promulgadas para libremente seguir, establece las normas, ya antes dadas,

que se han de observar, las reglas que se han de observar en los procesos sobre la

nulidad de la sagrada ordenación del día 9 de junio de 1931, promulgadas y

publicadas con la aprobación del Romano Pontífice Pío Papa XI, las cuales han de

ser renovadas del todo, de conformidad con el nuevo códice, es decir, renovación

total (Juan Pablo II, 2001).


51

Atendiendo a este deseo de renovación total sobre las reglas de los procesos de la

nulidad de la ordenación sacerdotal dadas por Pío XI en 1931, el Santo Padre Juan Pablo II

publica la nueva instrucción sobre las causas de la nulidad de la ordenación sacerdotal

emanadas por la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, con

el decreto “A d Satius Tutiusque y Regulae Servandae adproceduram administrativam

nullitatis ordinationis inchoandam et celebrandam noviter confectae”, del 16 de noviembre

del 2001 (AAS, 94). Las normas anteriores, como dice el prólogo del decreto mencionado,

planteaban las reglas para el proceso judicial más que para el proceso administrativo al que

se hacía referencia de forma insuficiente. Por esta razón, el dicasterio competente

“establece que se renueve el proceso administrativo y se cree uno más actual, con el fin de

dirigir los trabajos de los Instructores de los ordinarios diocesanos y de los religiosos

cuando así se lo encomiende la misma Congregación” (Prisco, 2013, p. 2).

Las nuevas normas emanadas en el decreto Ad Satius Tutiusque y Regulae

Servandae contiene 8 capítulos y 32 artículos que describen el respectivo procedimiento

administrativo para tener en cuenta en la posibilidad de acusar la validez de la ordenación

sacerdotal recibida. Comienza el documento enunciando la competencia de la

Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos a quien corresponde

conocer las causas contra la validez del sacramento del Orden recibido (c. 1709 §1; PB 68).

A esta Congregación recurre el orador que puede ser el mismo clérigo, el ordinario del

lugar o el Promotor de justicia, pues los sacramentos al ser de carácter público requieren la

tutela de esta figura jurídica. La Congregación, una vez recibido el libelo, puede conceder

si así lo considera, la facultad al ordinario del lugar para hacer la oportuna instrucción de la

causa en cuestión. Este designará entonces “cuanto antes un Instructor y un Defensor de la

sagrada ordenación de entre los ministros del tribunal o de la curia” (RS, Art. 3. §1).
52

Al Instructor de la causa le concierne socavar las pruebas y hacer las debidas

investigaciones para probar la nulidad de la ordenación, contando siempre con las

cuestiones elaboradas por el Defensor de la sagrada ordenación, a quien corresponde

recurrir al Instructor siempre que exista una violación de la justicia. “El Instructor, para

estimar el valor de cada uno de los testimonios, no debe nunca omitir la investigación sobre

la probidad y credibilidad de cada uno de los llamados a juicio” (RS, Art. 9). Puede

también el Instructor prever que el orador sea examinado por algún perito en medicina,

psiquiatría o psicología (c. 1574). “Una vez concluida la instrucción, han de ser enviadas al

Defensor de la ordenación todas las actas por decreto del Instructor, para que plantee sus

observaciones” (RS, Art.20). El mismo Instructor, antes de enviar las actas a la

Congregación competente debe elaborar y adjuntar a las actas su propia relación en la que

se pronuncie acerca del mérito de la petición del orador, exponiendo las razones, tanto de

derecho como principalmente de hecho. Añadirá a las actas también el voto del ordinario,

“tanto acerca del mérito de la causa, como acerca de lo que puede hacer temer o no un

escándalo (RS, Art. 21). La Congregación competente decide entonces con sentencia sobre

la nulidad de la ordenación. El secretario del Dicasterio, “una vez analizado el voto

mayoritario de los comisarios y las razones de hecho y de derecho aportadas por ellos,

comunicará la decisión final al Orador y a su Ordinario. La decisión se notificará

igualmente al Defensor de la ordenación” (RS, Art. 30). Contra la decisión tiene el derecho

a recurrir, en los diez días siguientes a la notificación, el Defensor de la sagrada ordenación

y el orador. “Contra el decreto en segundo grado no hay apelación posible, sólo recurso a la

Signatura Apostólica, según dicta el artículo 123 §1 de la Constitución Apostólica Pastor

Bonus” (RS, Art. 31. §4).


53

En el año 2009, Tomás Rincón Pérez en su libro “El Orden de los clérigos o

ministros sagrados ”, realiza una aproximación canónica al tema de la nulidad de la sagrada

ordenación, indicando que dicho proceso declara la inexistencia de la condición de clérigo a

través de la vía judicial o administrativa según se determine. El autor precisa además las

posibles causas que dan lugar a la apertura del proceso.

Una nueva competencia es instaurada por el Papa Benedicto XVI, el 30 de agosto de

2011 con el Motu Proprio Quaerit Semper, quien regula en el artículo 3 que es competente

para tratar estas causas a tenor del derecho universal y propio, una nueva oficina, un

departamento del Tribunal de la Rota Romana, el cual asume la competencia desde el 01 de

octubre de 2011. “El Departamento para los procedimientos de dispensa del matrimonio

rato y no consumado y las causas de nulidad de la sagrada ordenación está dirigido por el

Decano de la Rota Romana, asistido por Oficiales, Comisarios delegados y Consultores”

(QS, Art. 3). Esta normativa deroga la competencia establecida por la Constitución

Apostólica Pastor Bonus en su artículo 68 del Papa San Juan Pablo II (QS, Art. 1). Ahora

bien, según la norma del derecho, la nueva oficina creada en el Motu Proprio mencionado

con anterioridad, recibe el escrito de acusación de la nulidad de la sagrada ordenación,

redactado conforme al canon 1504, que contiene los requerimientos y datos de una

demanda, según determina el canon 1709. Este tribunal competente decidirá si la causa

tiene que ser instruida por sí misma o por un tribunal que podrá designar libremente. Si el

departamento de la Rota Romana decide conocer por sí misma la causa, su tramitación se

realizará por la vía administrativa, conforme a las normas AdSatius Tutiusque y Regulae

Servandae del 2001, más arriba citadas. En caso contrario, si se designa que sea un tribunal

el que tramite la causa por la vía judicial, este actuará de acuerdo a las respectivas normas

del proceso contencioso ordinario, con la intervención obligatoria del Defensor del vínculo,
54

en observancia de lo reglamentado en los cánones 1432 y 1711. Así también, acorde a lo

prescrito en el canon 1712, se exigen dos sentencias favorables a la nulidad de la

ordenación sacerdotal para que el candidato que fue ordenado inválidamente abandone

totalmente su condición de clérigo, pierda el estado clerical y quede libre de todas las

obligaciones inherentes al ministerio sacerdotal, incluida la norma del celibato, tal como

estipulan los cánones 290, 1° y 291 del código vigente.

Haciendo uso de la nueva legislación promovida por el Santo Padre Juan Pablo II en

las Regulae Servandae y con la nueva competencia legislada por el M.P. Quaerit Semper,

el canonista José San José Prisco, escritor de la Revista Española de Derecho Canónico, en

el año 2013, expone en un artículo su intención de presentar el nuevo proceso

administrativo determinado por el decreto Ad Satius Tutiusque y Regulae Servandae. Así

mismo, se propone estudiar detenidamente aquellas causas que serían motivo para solicitar

la nulidad del sacramento del Orden; especificar el procedimiento administrativo y judicial

y argumentar con mayor claridad las causas que son necesarias para iniciar la tramitación

de la declaración de la nulidad de la ordenación.

Entre las condiciones requeridas para la validez del sacramento del Orden, objeto

principal de nuestro estudio, están la recepción del sacramento con la materia y

forma establecidas, administrado por un ministro válido -obispo-, y recibido por un

sujeto que reúna las debidas cualidades: condición masculina, recepción válida del

Bautismo y libertad necesaria para que exista verdadera intención de recibir el

sacramento. Por el enunciado, ya podemos comprender que esta última condición es

la que reviste una especial dificultad, por las implicaciones que tiene desde el punto

de vista psicológico, no siempre fáciles de determinar (Prisco, 2013, p. 1).


55

Finalmente, en reciente artículo de la revista Universitas Canónica 2015, el

canonista italiano Giorgio Degiorgi, SDB, desarrolla en dos artículos lo que ha

denominado: “Las condiciones subjetivas para la válida ordenación”, en donde realiza una

profunda exposición de las causales que son motivadas por situaciones subjetivas que

pueden afectar la recta intención y libertad del candidato a las órdenes sagradas. Argumenta

el autor que “no se puede, dejar de tomar en consideración el tema de la voluntad del

ordenando, teniendo presentes las peculiaridades de este sacramento, que se derivan de la

reflexión teológica sobre el mismo” (Degiorgi, 2015, p. 103). En esta exposición se

examina entonces la disciplina canónica vigente acerca de los requisitos que el sujeto debe

tener para recibir válidamente el sacramento del Orden, teniendo en cuenta los elementos

extrínsecos que se le exigen al ordenando (Bautismo y sexo masculino) y la intención

interna en la que entra en juego la debida libertad y el miedo grave.

1.5. Conclusión

Los hechos y la historia consignados por siglos en las páginas memorables de la

Iglesia, reflejan la madurez teológica y jurídica que ella misma ha adquirido respecto a su

naturaleza, potestad, constitución y misión. De allí la necesidad de comprender que toda

normativa canónica nace de la experiencia de la Iglesia, de su viva Tradición, de su

interpretación de la Sagrada Escritura y de su sabiduría Magisterial con las cuales resuelve

las continuas problemáticas que cuestionan la doctrina, la praxis legal y sacramental, en las

que se desenvuelve el proyecto originario de su Fundador.


56

De esta manera se puede percibir, gracias a las fuentes históricas estudiadas con

anterioridad, que el decurso de los siglos ha heredado al Pueblo de Dios las herramientas

necesarias en el orden teológico y jurídico, para defender, promover y garantizar el

Depósito divino encomendado por el Sumo y Eterno Sacerdote, depósito divino que busca

privilegiar siempre, mediante el ejercicio del tripleMunus, la salvación de las almas y la

instauración del Reino de Dios en el mundo, finalidad suprema de la Iglesia Universal.

Atendiendo a esta estructura histórica y normativa, es posible entonces determinar

que la declaración de la nulidad de la ordenación sacerdotal es un elemento canónico que

tiene todo un contenido histórico, que emerge de la doctrina y de las acciones legales de la

Iglesia en las distintas etapas de su historia. La nulidad de la sagrada ordenación, surge

como un procedimiento canónico que pretende proteger la grandeza del sacerdocio respecto

a diversas situaciones que ponen en riesgo la dignidad de este sacramento. Surge también,

como una alternativa para instruir en las verdades doctrinales y jurídicas que promueven la

observación de los elementos sustanciales que fundamentan la validez de la ordenación

sacerdotal.

Seguramente, con el correr de los siglos, el divino Fundador seguirá mostrando a la

Autoridad Suprema de la Iglesia y a sus eximios exponentes de la normativa canónica,

nuevos elementos y desconocidas realidades que tendrán que ser asumidos, para que los

actos de la potestad ejecutiva, legislativa y judicial sean cada vez más afines con la misión

de la Iglesia y la promoción integral del hombre. Es de suponer que, como la historia no

está totalmente escrita, el Magisterio y la jurisprudencia de la Iglesia seguirán suscitando

nuevas disposiciones canónicas que enriquecerán el estatuto jurídico de la nulidad de la

ordenación sacerdotal.
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Capítulo II

De las causas para declarar la nulidad de la sagrada ordenación

Indudablemente, la nulidad canónica se puede aplicar a todos los actos de naturaleza

jurídica que se realizan en la Iglesia, y ya que los sacramentos son signos sagrados del

Depósito divino, poseen en su esencia los elementos constitutivos y jurídicos por los cuales

se realiza la validez y la eficacia del acto sagrado. Así pues, el Código de Derecho

Canónico actual presenta, en sus expresiones normativas, tres cánones (cc.124 - 126) que

instruyen sobre la realidad de un acto válido y las condiciones propias para que éste no sea

afectado por la nulidad. De estas normativas jurídicas, reguladas en los mencionados

cánones, surgen los fundamentos para establecer las causales que acusarán la validez del

sacramento del Orden sacerdotal. Conviene recordar que las causales son los elementos

canónicos que ha determinado la Autoridad Suprema para promover la nulidad de un acto

jurídico ejecutado en la Iglesia. Sobre estas causales se estructura no sólo la validez, sino

también la correspondiente nulidad de los actos realizados dentro del ámbito eclesial; las

causales son entonces, la base jurídica sobre la cual se articula el libelo del Orador y el

respectivo proceso que decidirá sobre la posibilidad de declarar nulo el sacramento en

cuestión.

El amplio campo jurídico de la nulidad del sacramento de la ordenación sacerdotal

implica entonces la determinación de las causales que demandan la validez del acto

sacramental haciendo énfasis respecto al sujeto, al ministro, y al rito esencial (materia y

forma) y a la perspectiva jurídica de los elementos constitutivos que pueden viciar de

nulidad un acto jurídico.


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Ilustra el Código de Derecho Canónico vigente unos requisitos necesarios para

preservar la recepción válida de la ordenación sacerdotal. Requisitos que garantizan la

verdad del sacramento y afectan directamente a la sustancia o esencia del rito sacramental,

así como al ministro y al sujeto del Orden sacerdotal. Partiendo de esta realidad, el estatuto

jurídico de la sagrada ordenación permite discernir las circunstancias o causas por las

cuales podría el sacramento del Orden estar viciado de nulidad, y por las que se puede

proceder por “sentencia judicial o decreto administrativo a la declaración de la invalidez de

la sagrada ordenación” (c. 290 §1).

Dichas causas se recogen generalmente en cuatro aspectos: en primer lugar, el

ministro de la ordenación, cuyo argumento se expone en el canon 1012 donde se afirma que

“es ministro de la sagrada ordenación el obispo consagrado”. En segundo lugar, la

observancia de los ritos esenciales del sacramento del orden, cuyo fundamento deriva del

canon 1009 §2 donde se afirma que “la ordenación se confiere mediante la imposición de

manos y oración consecratoria prescrita por los libros litúrgicos”. En tercer lugar, la

condición del sujeto, que sugiere dos aspectos enunciados en el canon 1024: “Sólo el varón

bautizado recibe válidamente la sagrada ordenación”. Por último, en cuarto lugar, la

intención del sujeto. “Es necesario que quien va a ser ordenado goce de la debida libertad;

está terminantemente prohibido obligar a alguien, de cualquier modo y por cualquier

motivo, a recibir las órdenes sagradas, así como apartar de su recepción a uno que es

canónicamente idóneo” (c. 1026).

Todos estos argumentos o causales obtienen su eficacia y comprensión a raíz del

elemento canónico de la nulidad, pues sólo a través de ella es posible cuestionar la validez

del sacramento del orden.


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2.1 El ministro de la sagrada ordenación

Para todos los grados del Orden (episcopado, presbiterado y diaconado), el ministro

ordinario legítimo es únicamente el obispo consagrado de manera válida (c. 1012). Desde

los primeros años de la tradición cristiana, como consta en la Sagrada Escritura (2Tim. 1, 6;

1Tim. 5, 22; Tít. 1, 25) y en la praxis de la Iglesia, se reconoce a los obispos consagrados

como únicos ministros de la ordenación, siendo su potestad exclusiva; potestad que es

negada a los presbíteros, como lo expresa San Hipólito de Roma en la Traditio Apostolica,

al afirmar que el presbítero “clerum non ordinat”. Ya en el Concilio de Florencia se

definió este poder de los obispos de conferir las órdenes sagradas, definición que fue

reafirmada en el Concilio de Trento, concluyendo que: “Si quis dixerit episcopos non

habere potestatem confirmandi et ordinandi, vel eam quam habent, illis esse cum

presbyteris communem” (DZ, 967; CIC 17, c. 951). Teniendo en consideración lo anterior,

se establece entonces que sería nula toda ordenación efectuada por un sacerdote, ya que no

cabe ninguna delegación o suplencia de la potestad del Obispo.

Así mismo, se debe tener en cuenta que,

Todo obispo consagrado válidamente, aunque sea hereje, cismático, simoníaco o se

halle excomulgado, puede administrar válidamente el sacramento del orden

suponiendo que tenga la intención requerida y observe el rito externo de la

ordenación, al menos en su parte sustancial (DZ, 855, 860; CIC 17 c.2372).

Antiguamente existía una distinción entre ministro ordinario y ministro

extraordinario de la sagrada ordenación. Teniéndose por ministro ordinario al obispo

consagrado de manera válida, mientras que el ministro extraordinario vendría a ser quien

recibiera la potestad de conferir algunas órdenes por derecho o por indulto, aún sin poseer
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la correspondiente consagración episcopal. Tal distinción tenía su fundamento en la

existencia de las órdenes menores, las cuales eran conferidas por los ministros

extraordinarios. De ahí que, con la desaparición de estas órdenes, no tiene objeto dicha

distinción, por lo que desaparece esta clasificación de ministro extraordinario de la sagrada

ordenación (Rincón - Pérez, 2001).

Como se expresó previamente, el canon 1012 del Código de Derecho Canónico de

1983 afirma que “es ministro de la sagrada ordenación el obispo consagrado”, manteniendo

en esencia lo dispuesto por el CIC 17, en el canon 951 (prescindiendo de lo que se refiere a

las órdenes menores, suprimidas en la actualidad). Esta afirmación excluye, por tanto,

cualquier otra posibilidad, ya que sólo el obispo posee la plenitud del sacerdocio de

Jesucristo, como ya se ha expuesto. Visto desde esta perspectiva, si se verificara que el

ministro no tuviera la dignidad episcopal, la ordenación sería nula de pleno derecho. “El

problema a veces reside en comprobar si efectivamente era o no obispo porque hay dudas

sobre la continuidad ininterrumpida de la sucesión apostólica. Por tanto, sería nula toda

ordenación conferida por un sacerdote, no cabiendo en este punto delegación alguna o

suplencia de la potestad episcopal” (Prisco, 2013, p. 606).

2.1.1 El ministro de la ordenación episcopal

En el caso de la ordenación episcopal, sigue siendo el obispo el ministro ordinario,

pero se necesita mandato pontificio para la licitud de la misma (c. 1013), mandato con el

cual “se asegura la idoneidad del candidato y se garantiza la comunión” (Prisco, 2013, p.

606). Y es que “ningún obispo puede ser elevado a tal oficio” (LG, 24) sin la aprobación
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pontificia o cuando le sea negada la comunión apostólica por el Santo Padre. Aunque este

requerimiento no afecta la validez de la consagración, el no cumplimiento del mismo se

constituye en una infracción que conlleva pena de excomunión Latae Sententiae

circunscrita a la Sede Apostólica, por la cual se ven afectados tanto el obispo o los obispos

que confieren la ordenación sin mandato pontificio como el ordenando que recibe la

consagración (c. 1382).

De igual forma, para la administración lícita de la ordenación episcopal, es necesaria

la presencia y participación de dos obispos asociados al obispo que consagra, a no ser que

haya sido dispensado por la Sede Apostólica, conviniendo que junto con ellos consagren al

ordenando todos los obispos presentes (c. 1014). Los otros dos obispos que se requieren

para una administración lícita de la ordenación fungen, de acuerdo a la Constitución

Apostólica de Pío XII, Episcopus Consecrationis, como correalizadores o coconsagradores

de la ordenación; siendo indispensable que tengan, a su vez, la intención de conferir la

ordenación y dispongan, junto con el consagrador, el signo sacramental en su totalidad.

De esta forma, ambos coconsagradores deben realizar la imposición de manos,

inmediatamente después del consagrador, profiriendo las palabras “Accipe Spiritum

Sanctum”, y pronunciar, al mismo tiempo que el consagrador, pero en voz baja, la oración

de consagración y su prefacio (AAS 42, 1950). Sin embargo, para que la sagrada

ordenación sea válida, es suficiente que la realice uno sólo de los obispos, ya que en él se

encuentra la plenitud del sacerdocio.


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2.1.2 El ministro de la ordenación de presbíteros y diáconos

En relación a la ordenación de presbítero y diácono, la ordenación está a cargo del

obispo propio o bien de otro obispo, con cartas dimisorias legítimas emitidas por la

autoridad competente (c. 1015 §1). Siendo el obispo propio el de la diócesis en la que se

tiene el domicilio, o el de la diócesis en la que va a ejercer su servicio (c. 1016). No

obstante, en caso de que el obispo tenga que ordenar a alguien fuera de su diócesis es

preciso la licencia del obispo de dicho lugar (c. 1017).

De la misma manera como en la ordenación episcopal se exige el mandato

pontificio teniendo como base el principio de colegialidad episcopal y de comunión

jerárquica, en la ordenación de presbíteros y diáconos se requiere el principio de

legitimidad que procede del lugar o del instituto donde será incardinado. Así, aunque el

presbítero es un ministro de la Iglesia Universal, puntualiza su ministerio pastoral en una

estructura determinada, por medio del instituto canónico de la incardinación acogida desde

el diaconado y acorde a la situación canónica propia (c. 266), por la cual se establece en

cada caso, el obispo propio de la ordenación o la autoridad competente que debe emitir las

letras dimisorias para que la ordenación sea celebrada por otro obispo (Rincón-Pérez,

2001).

“Este acto de autorización, por el cual se legitima la ordenación que efectúa un

obispo no propio, se denomina dimisoria o más usualmente letras dimisorias por la forma

escrita en que suele realizarse, aunque ello no se requiera para la validez del sacramento”

(Rincón-Pérez, 2001, p. 277). De acuerdo a quien se confieran estas letras dimisorias se

establece la autoridad correspondiente para otorgarla. Así, en el caso de los clérigos

seculares éstas pueden ser concedidas por el obispo propio, por el administrador apostólico,
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por el administrador diocesano (con la aprobación del consejo de consultores) o por el pro­

vicario y el pro-prefecto apostólico (con la aprobación del consejo de por lo menos tres

presbíteros misioneros) (c. 1018 §1). En el caso de los clérigos seculares de prelaturas

personales: el prelado que es el Ordinario propio (c. 295 §1). Para los institutos religiosos

clericales de derecho pontificio y para las sociedades clericales de vida apostólica de

derecho pontificio: el Superior Mayor (c. 1019 §1).

El Código actual establece que dichas letras dimisorias deben ser conferidas después

de cumplirse la entrega de los documentos y testimonios requeridos por derecho,

considerando que pueden ser enviadas a “cualquier obispo en comunión con la Sede

Apostólica, exceptuados solamente, salvo indulto apostólico, los obispos de un rito distinto

al del ordenando” (c. 1021). Una vez recibidas las letras dimisorias se debe comprobar su

autenticidad antes de proceder a la ordenación, considerando que las mismas puedan ser

anuladas, pero que una vez dadas su eficacia se mantiene (cc. 1022, 1023).

2.1.2.1 E l Obispo propio

El Obispo propio es la persona que legítimamente puede y debe ordenar a sus

súbditos personalmente, a menos que por justa causa se encuentre impedido para hacerlo.

Considerando que se hace necesario indulto apostólico en el caso particular de la

ordenación de un súbdito de rito oriental. Si bien con anterioridad se entendía que el

obispo propio era el de la diócesis de la que fuera originario y en la que tuviera el domicilio

el ordenando, o bien sólo fuera domiciliado en dicha diócesis (jurando permanecer en la

misma); hoy día se determina el obispo propio para la ordenación de acuerdo a dos
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criterios: el primero reafirma el anterior criterio del domicilio: “es obispo propio el de la

diócesis donde el aspirante tiene su domicilio, o el de la diócesis a la que el candidato ha

decidido quedarse” (Rincón-Pérez, 2001, p. 276), dando libertad al candidato de elegir la

diócesis en la cual quiere servir, teniendo en cuenta para ello lo que se establece en el canon

1034. El segundo criterio determina que el obispo propio para la ordenación de presbíteros

del clero secular es el de la diócesis en la cual se encuentra incardinado por el diaconado (c.

1016).

2.2 Los ritos esenciales de la sagrada ordenación

La reflexión teológico-canónica sobre la controversia relacionada con la materia y la

forma del sacramento del Orden sagrado, en particular, en relación con la ordenación de los

presbíteros, ha sido un proceso largo, no siempre fácil ni sencillo; el cual, a pesar de tener

sus raíces en los escritos del Nuevo Testamento, ha conocido su desarrollo más importante

en el período comprendido entre la Traditio Apostólica, de San Hipólito de Roma (siglo

III), y el Pontifical de Guillermo Durando (siglo XIII).

El desarrollo histórico muestra que, en la estructura del ritual de la ordenación

sacerdotal, la imposición de manos y la oración consecratoria que la acompaña, han tenido

originaria y constantemente un papel específico, aunque en varias Constituciones

posteriores a la Traditio, las reflexiones sobre tal especificidad no se hayan motivado e

investigado más a fondo de manera teológica ni litúrgica. No obstante, esto no cambia su

valor o importancia, antes bien confirma su aceptación universal. El desacuerdo que se

produjo entre los teólogos fue determinado por el hecho de que autores como Tomás de
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Aquino, Belarmino y el decreto Pro Armenis del Concilio de Florencia denominaron la

entrega de los instrumentos como la esencia inherente del ritual del sacramento, solicitando

su validez.

De ahí que, con respecto a estos ritos esenciales de la sagrada ordenación, “en el

Código de 1917 no se decía nada al respecto, pues se debatía entonces sobre si la materia

era la imposición de las manos o la entrega de los instrumentos” (Prisco, 2013, p. 606). Se

tenían tres posiciones al respecto: que la materia del sacramento era la sola entrega de los

instrumentos; que la materia del sacramento era la sola imposición de manos; y que la

materia del sacramento era simultáneamente la entrega de los instrumentos y la imposición

de manos (Perlasca, 1999).

Finalmente, en el siglo XX, con la Constitución Apostólica del Papa Pío XII,

Sacramentum Ordinis (1947), se recupera la tradición y se resuelve este debate,

determinándose que la entrega de los instrumentos es un rito complementario, siendo

esencial y una sola la materia de las sagradas órdenes del diaconado, del presbiterado y del

episcopado: la imposición de manos, la cual ha de hacerse con el contacto físico de las

manos del ministro ordinario sobre la cabeza del ordenando. De igual manera, declara que

es una sola la forma: las palabras que determinan la aplicación de esta materia y que

constituyen la oración consecratoria señalada en los libros litúrgicos para cada grado

(Perlasca, 1999). Posteriormente, el Papa Pablo VI reafirma esta doctrina, en la

Constitución Apostólica Pontificalis Romani (1968), la cual queda plasmada en el canon

1009 §2 del actual Código.

El canon 1009 §2 afirma entonces que “la ordenación se confiere mediante la

imposición de manos y oración consecratoria prescrita por los libros litúrgicos”,

fundamentando así, la observancia de los ritos esenciales para la administración válida del
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sacramento del Orden. De esta manera el rito esencial de la ordenación sacerdotal está

constituido, para los tres grados, “por la imposición de manos del obispo sobre la cabeza

del ordenando, así como por una oración consecratoria específica que pide a Dios la efusión

del Espíritu Santo y de sus dones apropiados al ministerio para el cual el candidato es

ordenado” (Cenalmor - Miras, 2004, p. 428). La materia (imposición de manos) y la forma

(oración consecratoria prescrita por los libros litúrgicos) son considerados el “momento

central y fundamental del rito” (Izquierdo, 2006, p. 761).

Visto desde esta perspectiva canónica, tiene validez incuestionable la ordenación

administrada bajo esta materia y forma determinada, pero faltando algún elemento en el rito

esencial, será nula entonces la ordenación sacerdotal en cualquiera de sus grados.

2.2.1 La materia

La imposición de manos, conocida desde antiguo como medio de donación del

Espíritu Santo, es a la que se refiere la Sagrada Escritura, en las cartas pastorales, en

relación a la investidura de Timoteo, como gesto sacramental que lo facultaba para realizar

su función ministerial y que, a su vez, es asumido por él para conferir a otros el

presbiterado (1Tim 4, 14; 2Tim 1, 6). Sin importar la fragmentación o lo ocasional de los

datos que ofrece el Nuevo Testamento con respecto a la sagrada ordenación, se puede

delinear con cierta certeza un rito de otorgamiento del ministerio, fundamentalmente

idéntico aunque diverso en algunos elementos, que tiene su centro en la oración

acompañada del gesto de la imposición de mano hecha generalmente del apóstol o del

Colegio de los apóstoles o del presbítero. Se discute si el origen de este rito es judío o
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pagano, aunque comúnmente se considera que el mismo ha sido estructurado en el modelo

judío de la institución del rabino, si bien recibiendo un nuevo significado en la Iglesia

primitiva (Perlasca, 1999).

La tradición apostólica ha tenido a la vez una importancia teológica e histórica,

sobre todo por el desarrollo doctrinal, ya que de esta fuente depende todo el ritual de la

sagrada ordenación de la Iglesia de Occidente y de Oriente. La tradición distingue entre

cheirotonia, imposición de las manos o de la mano, y katastasis, palabra que en la lengua

corriente griega indicaba la institución (sin la imposición de las manos) de un funcionario

en su oficina. La ordenación era precedida de la elección del candidato. Para la ordenación

del presbítero y del obispo se habla de la imposición de “mano”; mientras que para el

diácono, que no participa del sacerdocio, común al obispo y al presbítero, se habla de

imposición de “manos”. Para el presbítero, a diferencia de cuanto sucede en la ordenación

episcopal, en la cual sólo el presidente, a solicitud de todos, imponía la mano pronunciando

la oración de consagración, el presbiterio entero participaba de la imposición de mano

hecha por el obispo (contingentibus etiam presbyteris), expresando así el común y similar

espíritu sacerdotal. La tradición valora la imposición de mano del presbiterio como

“consignatio”, distinta de la “ordinario” del obispo. El gesto de la imposición de mano era

acompañado de la oración de consagración pronunciada del presidente que se asociaba a la

oración silenciosa de la asamblea, que confirmaba cuanto decía el celebrante con el amén

(Perlasca, 1999).

La tradición se ve influenciada también por San Hipólito de Roma, quien en su

Traditio Apostolica, no informa sobre un ritual real y propio para la ordenación presbiteral,

diciendo sólo que “si autem ordinatur Presbyter, omnia cum eo similiter agantur ac cum
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Episcopo”. Pero estableciendo además, que la imposición de manos constituía el gesto

ritual que confería el ministerio (Izquierdo, 2006).

Las Constituciones Apostólicas nacen de la unión y de la ampliación de tres

documentos ya existentes: la Didascalia Apostolorum, la Didaché y la Traditio Apostolica.

Con la recopilación de esta obra se reafirma y actualiza el ritual de ordenación presente en

la Tradición: “cum presbyterum ordinas, episcope, manum super caput eius ipse impone

adstante tibi praesbyterio nec non diaconis, et orans d ic ..” (Didascalia y Constituciones

Apostólicas, I, cit., VIII, 16, 1-5,). Se trata de un ritual muy importante que prevé

expresamente una sola imposición de manos, a diferencia de cuanto se informa en la

Traditio, no parece que los presbíteros presentes tuvieran la posibilidad de expresar con un

gesto particular su aprobación y participación en el otorgamiento del ministerio presbiteral.

Sin embargo, en la oración pronunciada durante la imposición de manos, el obispo

recalcaba que el presbítero había sido elegido “suffragio ac iudicio totius cleri” (Perlasca,

1999, p. 257).

Para el año 1439, en el Concilio de Florencia se estableció que la materia era la que

confería el Orden. El presbiterado era transmitido con la entrega del cáliz con el vino y de

la patena con el pan, siendo considerada esta entrega como el elemento fundamental del

sacramento del Orden. Posteriormente, en el Concilio de Trento, recordando que “ordinem

ese vere etproprie unum ex septem sanctae Ecclesiae sacramentis” se citan las palabras del

apóstol sobre la necesidad de reavivar el don de Dios “per impositionem manuum mearum”

(2 Tm 1, 6-7), dándole relevancia a este elemento (DZ, 1326).

Para 1947, el Papa Pío XII en la Constitución Apostólica Sacramentum Ordinis,

declara que: “Sacrorum Ordinum Diaconatus, Presbyteratus et Episcopatus materiam

eamque unam esse manuum impositionem1’ (AAS, vol. XL, 1948, n. 1-2, pp. 5-7).
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Estableciendo que dicha imposición de manos debe realizarse a través del contacto físico

del ministro ordinario sobre la cabeza del ordenando. Si bien, a su vez, determina que el

contacto moral, emanado de la extensión de las manos del ministro ordinario sobre el

ordenando, es suficiente para la validez del sacramento. Esta enseñanza se ve considerada

“digna de especial mención” y reafirmada por el Papa Pablo VI en 1968 en la Constitución

Apostólica Pontificalis Romani (AAS 60, 1968), quedando plasmada en el canon 1009 §2

del actual Código de Derecho Canónico, señalándose que en la celebración del rito de la

sagrada Orden del diaconado, del presbiterado y del episcopado, la materia única necesaria

para la válida administración de este sacramento es la imposición de manos del obispo

(ministro ordinario) que ordena (Prisco, 2006).

Se reafirma entonces, que la ausencia de esta materia única - la imposición de

manos - en el rito de la sagrada ordenación hace que la misma se considere como nula.

2.2.2 La forma

La forma propia para la sagrada ordenación del diaconado, del presbiterado y del

episcopado está constituida únicamente por las palabras que expresan lo que significa la

imposición de manos, como declara el Papa Pío XII en Sacramentum Ordinis (1947):

“formam vero itemque unam esse verba applicationem huius materiae determinantia,

quibus univoce significantur effectus sacramentales — scilicetpotestas Ordinis et gratia

Spiritus Sancti --, quaeque ab Ecclesia qua talia accipiuntur et usurpantur” (DZ, 3001).

Esta forma propia de la ordenación es la oración consecratoria prescrita en los libros

litúrgicos para cada grado (c. 1009 §2). Esto es, diferente para cada grado del sacramento,
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pronunciándose una oración consecratoria específica en la que se pide a Dios la efusión del

Espíritu Santo, y de los dones propios a cada ministerio, para el cual el candidato es

ordenado y sellado definitivamente con el carácter sacramental.

Las palabras contenidas en el prefacio de ordenación son las que cumplen con la

exigencia de determinar la materia imprimiendo los efectos del sacramento, esto es, la

potestad y la gracia conferidas por el Orden. Así, para la sagrada ordenación se hacen

fundamentales y necesarias las palabras específicas que atañen a cada grado para su

validez. De esta manera, para la ordenación de diácono la forma corresponde a las

palabras: “Emitte in eum, quaesumus, Domine, Spiritum Sanctum, quo in opus ministerii tui

fideliter exsequendi septiformis gratiae tuae munere roboretuf (SO, 5). Para la ordenación

de presbítero el prefacio de ordenación indica esenciales las palabras: “Da, quaesumus,

omnipotens Pater, in hunc famulum tuum Presbyterii dignitatem; innova in visceribus eius

spiritum sanctitatis, ut acceptum a Te, Deus, secundi meriti munus obtineat censuramqne

morum exemplo suae conversationis insinuet” (SO, 5). Así mismo, para la ordenación

episcopal se requieren fundamentalmente las siguiente palabras: “Comple in Sacerdote tuo

ministerii tui summam, et ornamentis totius glorificationis instructum coelestis unguenti

rore sanctifica” (SO, 5).

Pablo VI, en la Constitución Apostólica Pontificalis Romani del 18 de junio de

1968, define el nuevo rito de las sagradas órdenes (obispos, sacerdotes, diáconos) y

confirmará esta doctrina que es la que recoge el CIC 83 en su canon 1009 §2. Por tanto,

será válida la ordenación que haya sido administrada de esta manera e inválida aquella a la

que le falte alguno de estos dos ritos esenciales. De esta forma, para la validez de cada uno

de los grados del sacramento del Orden, son esenciales y necesarias las palabras que

acompañan la imposición de manos, las cuales se ven prescritas en los libros litúrgicos. De
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no observarse fielmente y sin error las mencionadas palabras, la ordenación se considera

entonces nula.

2.3 La condición del sujeto que recibe la ordenación sacerdotal

La condición del sujeto que recibe la ordenación sacerdotal sugiere dos aspectos

enunciados en el canon 1024 del CIC 83: “Sólo el varón bautizado recibe válidamente la

sagrada ordenación”. El primer aspecto versa sobre la masculinidad del candidato, que en

el antiguo CIC 17 aparecía enunciado en el canon 968 y cuyo requisito para recibir el

sacramento del Orden ha sido una doctrina constante y universal en la Iglesia, como se

afirma en el Catecismo de la Iglesia Católica: “El Señor Jesús eligió a hombres (viri) para

formar el Colegio de los doce apóstoles, y los apóstoles hicieron lo mismo cuando eligieron

a sus colaboradores que les sucederían en su tarea” (CCE, 1577). Este estado de virilidad

debe cumplirse material y fisiológicamente en el sujeto para que se obre la validez del

sacramento, de allí que las mujeres no puedan acceder al Orden sacerdotal, “cuestión que

fue definida por Juan Pablo II en la Carta Apostólica Ordinatio Sacerdotalis (1994), en la

que afirmó que esta doctrina debe ser considerada definitiva y atañe a la misma

constitución divina de la Iglesia, la cual no tiene en modo alguno la facultad de conferir la

ordenación sacerdotal a las mujeres” (Cenalmor - Miras, 2004, p. 430).

El segundo aspecto demarcado en la condición del sujeto es la recepción válida del

Bautismo, por el cual el hombre es constituido persona en la Iglesia (c. 96), capaz de

derechos y deberes, e inserto en la vida sacramental. De tal manera que sin el Bautismo

ningún sacramento es válido (c. 842), pues este es llamado en verdad “puerta de los
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sacramentos, por el cual los hombres son liberados de los pecados, reengendrados como

hijos de Dios e incorporados a la Iglesia”. (c. 849). Sin la recepción válida del Bautismo,

cualquier sacramento estaría entonces viciado de nulidad. “Esta es una verdad de carácter

dogmático afirmada directamente que establece una prohibición de administrar los

sacramentos a quien no esté bautizado. Por tanto, se presenta como una condición

indispensable para recibir válidamente el sacramento del Orden” (Prisco, 2013, p. 608).

2.3.1 Condición masculina del sujeto

La primera condición establecida por el canon 1024 del Código vigente es que el

ordenando sea de sexo masculino. Como praxis constante, la Iglesia, tanto de occidente

como de oriente, admite sólo personas de sexo masculino a las órdenes sagradas, praxis que

a lo largo de los años se mantuvo sin duda y sin controversia hasta el siglo XX, cuando

empieza a gestarse una problemática alrededor de la misma que conduce a

pronunciamientos oficiales acerca de los argumentos que la sostienen, argumentos que se

dilucidan iluminados por la Escritura y la Tradición, así como por el Magisterio de la

Iglesia.

2.3.1.1 La interpretación a la luz de la Escritura y la Tradición

En la Sagrada Escritura se recogen antecedentes y testimonios que fundamentan el

ministerio ordenado, datos que a la luz de la Tradición han sido interpretados para soportar

la praxis eclesial con respecto al requerimiento de la condición masculina para la


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ordenación. De acuerdo al análisis que realiza Degiorgi en su estudio de las condiciones

subjetivas para la ordenación válida, es importante considerar que no se encuentran pasajes

de la Escritura que denoten que se les hayan concedido papeles sacerdotales a las mujeres,

ya sea por Jesucristo o por las primeras comunidades apostólicas (2015). Se presenta, no

obstante, en la Carta a los Romanos (16, 1) la mención única de una “diaconisa” (Febe),

término que lejos de indicar una función jerárquica determinada, tiene un profundo sentido

de servicio. De igual forma, plantea el rescate de la clara conducta de Cristo en la elección

de su ministerio apostólico, entre los cuales sólo se encuentran asociados hombres, quienes

son enviados a misión sin presencia femenina. Así mismo, la experiencia de la Última Cena

(momento este en el que sitúa la institución del sacramento del Orden), está reservada a los

doce apóstoles (Mc. 14,14), siendo confiada a ellos la tarea de evangelizar (Mt. 28, 18-20).

Se reafirma entonces que “la Revelación divina no consta sólo de palabras explícitas, sino

también de hechos” (Ligier, 1977, p. 15).

Algunos críticos consideran que la elección de Jesús de confiar sólo a los hombres

la misión sacerdotal se encontraba apoyada en la mentalidad judía de ese tiempo, es decir,

que tenía un fundamento sociológico para negar el sacerdocio a las mujeres; argumento que

cae por su propio peso, cuando los Evangelios constituyen una clara evidencia del actuar de

Cristo en contra de los prejuicios de esa época, especialmente en relación con las mujeres

(Jn. 4, 27; 8, 18; Mt. 9, 20; Lc. 7, 37). Puede decirse entonces, que no se le puede atribuir la

no escogencia de mujeres entre los doce a la influencia de la cultura judía, antes bien,

plasma con ello de manera evidente la intencionalidad específica en esta praxis, “la

voluntad precisa de reservar una tarea en particular, como la de quien es llamado a actuar

en la persona del Señor, sólo a los hombres” (Degiorgi, 2015, p.117). La referencia a la

praxis de Cristo constituye el argumento utilizado desde los primeros siglos para justificar
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la praxis de la Iglesia de conferir la ordenación sacerdotal exclusivamente a los hombres.

El ministro ordenado, a semejanza de Cristo, se convierte en el esposo de la Iglesia.

La praxis de la Iglesia con respecto a la condición masculina del ordenando, sin

controversia por casi dos milenios, tiene su fundamento de acuerdo a la interpretación que

hace a la luz de la Sagrada Escritura y la Tradición.

2.3.1.2 La interpretación a la luz del Magisterio

La condición masculina del ordenado no fue una problemática para las primeras

comunidades, se puede decir que:

Esta práctica firmemente arraigada en la tradición apostólica fue difícilmente

considerada objeto de legislación canónica en la Iglesia naciente porque se daba por

descontado y no tenía objeción sustentada. Las muy pocas instancias en las cuales

se prestó para discusión fueron ocasionadas por transgresiones heréticas (Ejeh,

2002, p. 19).

Pero con el inicio de la admisión de las mujeres al ministerio sacerdotal en las

comunidades Luteranas en el año 1929, dicha práctica se fue extendiendo en Europa,

alcanzando la comunidad Anglicana que abre el acceso al ministerio presbiteral y episcopal

a las mujeres. La controversia vuelve y los criterios que avalan la condición masculina del

ordenando, como lo son la Escritura, la Tradición y el Magisterio, son considerados

discriminantes. De manera indirecta, el Papa Pablo VI, con la Carta Apostólica Ministeria

Quaedam (1972), dispone que sólo sean admitidos al sagrado Orden los sujetos de sexo

masculino, al determinar que se reserve al lectorado y al acolitado, el acceso exclusivo a los


75

hombres, siendo estos requisitos ineludibles para acceder al diaconado y al presbiterado

(Degiorgi, 2015).

Posteriormente, plantea Degiorgi (2015), el Magisterio debió pronunciarse de

manera clara sobre el sacerdocio femenino, al surgir este tema al interior de la Iglesia

católica, especialmente con el levantamiento de corrientes teológicas feministas. La

encargada de dar la respuesta es la Congregación para la Doctrina de la fe, quien con la

Declaración Inter Insigniores (1976), presenta “la justificación más detallada de la praxis

de llamar solo a los hombres a las sagradas órdenes” (Cenalmor, 2004, p. 930). En este

documento se presentan cuatro argumentos fundamentados en la Traditio perpetuo ad

Ecclesia servata de no ordenar mujeres en el sagrado Orden, a saber:

a) La acción o el actuar de Jesús, de quien procede la praxis y a quien la Iglesia

permanece fiel desde el principio.

b) La conducta de Jesús, constatando que Jesús no se asoció con mujeres, ni les confió

tareas que pudiesen hacer surgir un gobernante mundial.

c) La praxis de los apóstoles, quienes no consintieron derogación sobre este punto.

d) Se indica la praxis como:

normativa seguida por Cristo y el Colegio apostólico, explicitando que si la Iglesia

tiene ciertamente derecho de intervenir y disciplinar los signos sacramentales esta

tiene un deber correspondiente de no alterar su significado profundo, faltando de

esta manera a la fidelidad en relación con el Fundador (Degiorgi, 2015, p. 121).

La Declaración presenta además, la interpretación del ministerio del Orden como el

actuar In Persona Christi, siendo relevante el hecho mismo de que Jesús se haya encarnado

en una persona de sexo masculino. Los contenidos de esta Declaración son avalados por el

Papa Juan Pablo II en la Carta Apostólica Mulieris Dignitatem (1988), arrogando el


76

llamado de los apóstoles al libre actuar de Cristo, quien les confía tareas estrictamente

sacerdotales como lo son la celebración eucarística y el perdón de los pecados. Más tarde,

insiste en el mismo tema en la Exhortación Apostólica Christifideles Laici (1988),

afirmando que:

En la participación en la vida y en la misión de la Iglesia, la mujer no puede recibir

el sacramento del Orden; ni, por tanto, puede realizar las funciones propias del

sacerdocio ministerial. Es ésta una disposición que la Iglesia ha comprobado

siempre en la voluntad precisa - totalmente libre y soberana - de Jesucristo, el cual

ha llamado solamente a varones para ser sus apóstoles (CFL, 51).

En 1994, con su Carta Apostólica Sacerdotali Ordinatione viris tantum reservanda,

el Papa Juan Pablo II, con la intención de solventar toda duda al respecto declara:

Por tanto, con el fin de alejar toda duda sobre una cuestión de gran importancia, que

atañe a la misma constitución divina de la Iglesia, en virtud de mi ministerio de

confirmar en la fe a los hermanos (cf. Lc. 22,32), declaro que la Iglesia no tiene en

modo alguno la facultad de conferir la ordenación sacerdotal a las mujeres, y que

este dictamen debe ser considerado como definitivo para todos los fieles de la

Iglesia (OS, 4).

Ante las dudas surgidas con esta Carta Apostólica, en 1996 la Congregación para la

Doctrina de la Fe declara como definitiva y verdad de fe, la doctrina expresada en ella por

Juan Pablo II; “es un acto del Magisterio auténtico ordinario del Pontífice Romano sobre

una doctrina que, sin ser divinamente revelada, pertenece a la constitución divina de la

Iglesia y está tan conectada a la Revelación tanto que debe creerse por fe divina y católica”

(Ferme, 1996, pp. 720 - 727).


77

Considerando lo expuesto, se puede decir que la ordenación sacerdotal exclusiva al

sujeto de sexo masculino está conectada con la Palabra de Dios y con la Tradición, al punto

que debe ser tenida en cuenta como parte del Depósito de la fe, exigiendo, por lo tanto, una

asentimiento contundente por parte de los fieles, al haberse pronunciado sobre ella el

Magisterio. De modo que, si una mujer llegara a recibir la sagrada ordenación, esta sería

inválida.

Dentro de la condición masculina del ordenando, se intenta responder también el

caso del transexualismo, esto es, el cambio de sexo debido al desorden de la identidad y de

la orientación sexual. Se debe tener en cuenta, para este problema, si el transexual cumple

los requerimientos para la validez de la ordenación. Se recuerda que la determinación del

sexo la recibe el individuo al nacer y no se acepta una determinación posterior al

nacimiento por procedimientos médicos. En el caso de hermafroditismo, se tendrá en

cuenta la prevalencia de su dimensión sexual para determinar si es hombre o mujer, y una

vez establecido el proceder de acuerdo a lo estipulado en el código. El problema no está

tanto en saber el sexo de la persona, sino en demarcar el entendimiento canónico de la

condición masculina. En lo que respecta a la condición homosexual, esta no puede ser

citada como causa de nulidad de la ordenación, ya que se cumple la condición que

determina el derecho, de ser fisiológicamente un varón. Pero se le deberá prohibir el

ejercicio del ministerio en caso de que su conducta sea motivo de escándalo (Prisco, 2013).

La expresada doctrina es la que se mantiene radicalmente hasta estos días por el

Magisterio de la Iglesia; sin embargo, en el mes de mayo del presente año, el Papa

Francisco, en el desarrollo de un diálogo en el aula Pablo VI, con las participantes en la

asamblea plenaria de las Superioras Generales, atendiendo a sus intenciones, ha decidido

convocar una Comisión de expertos para estudiar con detalle el diaconado femenino, sobre
78

todo respecto a los primeros siglos de la era cristiana. Dicha comisión está integrada por

doce teólogos y teólogas que con profunda madurez y experiencia en la ciencia teológica,

buscarán argumentos que puedan dar luz para la admisión de las mujeres al diaconado,

entendiendo que este Orden se trata fundamentalmente de un servicio a Dios en la Iglesia

(L’Osservatore Romano, 2016). Mientras la cuestión permanece en estudios, la doctrina

Magisterial subsiste en su afirmación de que sólo el varón bautizado recibe válidamente la

ordenación sacerdotal, afirmación que como se ha argumentado, tiene sólidas bases en la

Sagrada Escritura y la Tradición de la Iglesia.

2.3.2 Recepción válida del bautismo

La otra condición que presenta el CIC 83, con relación al ordenando, de manera que

sea válido el sacramento del Orden es que sea bautizado. Este sacramento es de gran

importancia en la dinámica de la gracia salvífica, destacando un principio fundamental del

canon 842 §1: “su valor como puerta de acceso a la vida en el espíritu y a los demás

sacramentos” (Prisco, 2013, 608), comportando a su vez la adquisición de derechos y

obligaciones de efectiva importancia, de los efectos canónicos básicos en la vida de los

fieles y no como consecuencia relativa a la validez de las acciones sacramentales futuras.

Con el Bautismo, se recibe la personalidad canónica que otorga los derechos y deberes

propios de los fieles a Cristo (Degiorgi, 2015).

Aunque no se expresa de manera clara en el Código, el derecho de recibir el

Bautismo, es aplicable a toda persona, en vista del querer de Cristo de que la salvación se

dé a todos los hombres. Su exigencia se arraiga en el derecho natural de todo hombre de


79

adquirir la adopción filial con Cristo y, así, unirse a su misterio para ser parte del Pueblo de

Dios. El canon 864 declara que “es capaz de recibir el Bautismo todo ser humano aún no

bautizado, y sólo él”. El Bautismo es el único sacramento que se entrega a quien todavía

no es un fiel de Cristo. El canon 842 define, además, que “quien no ha recibido el

Bautismo, no puede ser admitido válidamente a los demás sacramentos”, sentencia que

explicita una demarcación eclesial natural, por lo que se afirma que sólo el Bautismo

efectuado válidamente, es sacramento en el sentido competente, capaz de imprimirle el

respectivo carácter de indeleble. Por tanto, el ordenando no puede recibir el sacramento del

Orden si antes no ha recibido el sacramento del Bautismo, condición indispensable para

recibirlo válidamente, de lo contrario la ordenación sería inválida. Por otra parte, en caso de

no haber sido válida la recepción del Bautismo, tampoco lo sería la de la sagrada

ordenación. En ambos casos, los actos ejercidos por este sujeto serían nulos.

2.3.2.1 Motivaciones teológicas

Se exponía con anterioridad que el Bautismo incorpora al individuo a Cristo y a la

Iglesia. Siendo el primero de los sacramentos que debe recibir la persona, su precedencia

con respecto a los otros sacramentos, va más allá de un sentido cronológico, entendiendo

los demás sacramentos como el desarrollo y profundización de la incorporación y

pertenencia a Cristo y su Iglesia adquirida en el Bautismo. Al igual que el sacramento de la

Confirmación y el de Orden, el Bautismo signa al individuo con una marca indeleble, razón

por la que ninguno de estos tres sacramentos debe ser repetido. La reflexión teológica y el
80

don incuestionable del Magisterio constituyen como verdad de fe la enseñanza del carácter

del Bautismo, del cual no se tiene una base clara en la Sagrada Escritura.

El carácter bautismal tiene una significación primordial de “sello”, el cual

manifiesta de manera exacta la pertenencia substancial a Cristo, entendida en lo que

respecta a su condición de “indeleble”. La doctrina sobre este carácter bautismal ha sido

objeto de profundos estudios teológicos que aunados a aclaraciones y descripciones dadas

por el Magisterio eclesial, culmina en una doctrina segura sobre el mismo para el año de

1201, con Inocencio III, doctrina que define el Concilio de Trento como “patrimonio de la

fe católica” (DZ, 1609), en el capítulo 9 del Decretum de Sacramentis.

Una primera y primordial consecuencia de este carácter bautismal es la

incorporación real del sujeto a la Iglesia. Sin importar si el sujeto sea fiel o no a su

compromiso cristiano, su pertenencia a Cristo y, por ende, a la Iglesia persistirá, si bien de

forma imperfecta. El Concilio de Florencia explicita el hecho de que la incorporación a

Cristo conlleva a la vez incorporación a la Iglesia (DZ, 1314), hecho que afirma el Concilio

de Trento (DZ, 1671) y que se ratifica en el Concilio Vaticano II: “en la única Iglesia de

Cristo los hombres entran mediante el Bautismo como por su puerta” (LG, 14).

En cuanto al sentido de conformación a Cristo y de pertenencia a la Iglesia, existe

una íntima relación entre el Bautismo y los demás sacramentos, manteniendo un vínculo

aún más estrecho con algunos de ellos. El Código de Derecho Canónico manifiesta que:

“los sacramentos del Bautismo, de la Confirmación y de la Santísima Eucaristía están tan

íntimamente unidos entre sí, que todos son necesarios para la plena iniciación cristiana” (c.

842 §2). En el Bautismo está arraigado el sacerdocio ministerial (diferente del sacerdocio

común): “por el sacramento del Orden el bautizado recibe la capacidad de desarrollar una

función de presidencia en Nombre de Cristo, de mediación y de intercesión” (Falsini, 1986,


81

p. 99). Así también, se relaciona el sacramento de la Penitencia, el cual a semejanza del

Bautismo, tiene el objetivo de volver al pecador a un estado en el que se encuentre libre de

los pecados cometidos, siendo conocido como la “segunda tabla de la salvación”; y en el

sacramento del matrimonio, únicamente entre bautizados, se aprecia en plenitud la alianza

de Cristo con su Iglesia, como su reflejo.

Con el Bautismo, el sacerdote es miembro del Cuerpo de Cristo, participando de una

manera específica en la misión de todo bautizado, creciendo en el conocimiento de la

comunión que lo une al Pueblo de Dios, como hermano entre hermanos, en la Iglesia. La

adopción filial producida por el Bautismo y por la cual el sujeto se incorpora al misterio de

Cristo y participa de la gracia salvífica que emana de los sacramentos, se constituye en la

reflexión teológica que soporta las disposiciones canónicas con respecto a la condición de

bautizado como requisito para que la sagrada ordenación sea válida (Degiorgi, 2015).

2.3.2.2 Motivaciones jurídicas

Las motivaciones jurídicas tienen su razón última en el derecho divino positivo,

apunta Degiorgi (2015), resaltando que el Bautismo es la raíz sacramental de todo el

Derecho Canónico, ya que confiere al sujeto que lo recibe una posición jurídica,

atribuyéndole derechos y deberes que lo hacen titular en el ordenamiento canónico. El

canon 96 despliega los aspectos jurídicos que brotan de estas consideraciones, siendo de

gran importancia en la legislación canónica, teniéndosele como fundamento de todo el

Código al definir al sujeto de derechos y deberes. Los bautizados “se vuelven partícipes a

su manera de la función sacerdotal, profética y real de Cristo” (c. 204 §1), comparten igual
82

dignidad, consintiendo una diversidad de deberes y derechos acordes a las condiciones

propias de cada uno.

En el manejo canónico de los demás sacramentos se tiene en cuenta con precisión lo

que dispone el canon 842 §1 con respecto a la invalidez de los sacramentos, cuando no se

ha recibido el Bautismo. Es así que, cuando se reglamentan las condiciones relacionadas a

los confirmandos, el canon 889 §1 establece que “sólo es capaz de recibir la Confirmación

todo bautizado aún no confirmado”. De igual forma, todo bautizado, siempre y cuando el

derecho no se lo prohíba, “puede y debe ser admitido a la Sagrada Comunión” (c. 912). En

esa misma línea, sin ser muy claro al respecto, pero acentuando la necesidad del Bautismo,

el canon 1004 §1, dispone que la unción de los enfermos “puede ser administrada al fiel”,

entendiéndose por fiel, el sujeto a quien se le ha conferido el Bautismo. Con respecto al

Matrimonio, el canon 1055 §1 lo destaca como “elevado por Cristo Señor a la dignidad de

sacramento”, recordando en el canon 1055 §2 que “entre bautizados, no puede haber

contrato matrimonial válido que no sea al mismo tiempo sacramento”.

En relación al sacramento del Orden, se plantea también la necesidad del Bautismo

para recibirlo válidamente, motivado en que el sacerdote, como ministro de la Iglesia, actúa

en nombre de ella en todos sus actos, careciendo de sentido que se obrara en nombre de la

Iglesia sin ser parte de ella, consecuencia que proviene directamente del Bautismo.

Entonces, se reconoce el sacramento del Bautismo como un requisito indispensable para la

ordenación válida del ordenando, es el primer paso y el principal, en la incorporación al

misterio de Cristo y de la Iglesia, el cual establece el vínculo de unión entre los cristianos y

la vía a la plena comunión en la Iglesia, “gobernada por el sucesor de Pedro y por los

obispos en comunión con él” (c. 204 §2). De acuerdo a Condorelli, en el canon 1024

debería entenderse la necesidad de ser bautizado en un sentido más amplio, como una
83

participación plena del ordenando en la comunión de la Iglesia. Puesto que el presbítero

debe avalar la unión de la comunidad y ser guía del Pueblo de Dios que se le ha confiado,

siendo él mismo parte de esta común unión (2000, p. 232).

Las razones teológicas y las disposiciones jurídicas vistas previamente, demandan la

recepción válida del Bautismo en orden de poder recibir también de manera válida los

demás sacramentos. Se deduce entonces que el Bautismo es la condición que fundamenta

la capacidad del individuo para recibir válidamente los demás sacramentos. Siendo así, la

sagrada ordenación requiere también de esta condición, a fin de que sea válidamente

recibida la ordenación sacerdotal.

2.4 La intención del sujeto

El cuarto y último aspecto a contemplar dentro de las causales de nulidad de la

ordenación sacerdotal, versa sobre la intención del sujeto. “Es necesario que quien va a ser

ordenado goce de la debida libertad; está terminantemente prohibido obligar a alguien, de

cualquier modo y por cualquier motivo, a recibir las órdenes sagradas, así como apartar de

su recepción a uno que es canónicamente idóneo” (c. 1026). El candidato, por tanto, en su

intención, debe carecer de elementos que ejerzan presión o limiten su libertad en el

momento de la decisión. Tan cuidadosa es la Iglesia sobre la intención del sujeto, que el

canon 1036 prescribe que el candidato debe hacer una declaración redactada y firmada de

puño y letra, “en la que haga constar que va a recibir el Orden espontánea y libremente,

argumentando que su intención está libre de cualquier vicio, violencia o miedo grave, que

limiten su opción al estado de vida clerical” (Prisco, 2013, p. 609).


84

En disposición de recibir cualquier sacramento, el Código de Derecho Canónico

manifiesta su preocupación en la voluntad expresa del sujeto del sacramento. El canon 1026

centraliza su dirección acerca de la libertad que debe tener el que se ordena, en vista de la

importancia que reviste la voluntad positiva del mismo en la expresión del acto que realiza,

sin reducir los elementos que le dan su validez, como lo son el bautismo y el sexo

masculino (Degiorgi, 2015).

Parece entonces primordial establecer una manera clara en la que el ordenando deba

estar libre de todo tipo de coacción en el momento de ser ordenado, considerando que de

otra forma esto podría “comportar la invalidez de la ordenación si llegara a determinar de

tal forma la voluntad del sujeto que anulara el acto humano, o llevara al sujeto a simular o

fingir externamente su ordenación, excluyendo la intención de recibir el sacramento”

(Cenalmor, 2002, p. 940).

Es incuestionable que la intención del sujeto tiene un rol preponderante, difícil de

ignorar, siendo un elemento decisivo y necesario para la validez de la sagrada ordenación

cuando este es conferido a un adulto, teniendo en cuenta que ciertas condiciones subjetivas

son igualmente imprescindibles para la validez del sacramento. Según Prisco, “la intención

habitual se presume con tanta fuerza que no cede si no hay causas verdaderamente

fundamentadas como la violencia física o coacción grave” (2013, p. 608); resaltando

además, que:

El derecho considera razonable, en virtud de la coherencia personal, que lo que se

manifiesta externamente es lo que se quiere internamente, aunque esta presunción

admite prueba en contrario por la que se demuestre que a pesar de la apariencia

externa el acto fue nulo. De tal modo es así, que los casos contrarios de simulación
85

o limitación mental que destruirían la presunción estable de la ley deberán ser

probados (Prisco, 2013, p. 608).

2.4.1 La debida libertad

El canon 219 del Código de Derecho Canónico vigente contempla el elemento de la

libre elección del estado de vida, estableciendo el derecho de todo fiel a estar exento de

todo tipo de coacción, norma que se detalla con precisión en los cánones 1026, 1034 §1 y

1036, en los que se determinan las condiciones para certificar que el ordenando disfrute de

la debida libertad. El sacramento del Orden es el único sacramento que prevé cánones en

los que se tiene en cuenta la solicitud libre del sujeto que recibe el sacramento.

La libertad con la que un ordenando accede al sacramento del Orden está vinculada

de forma íntima con la intención del mismo, la cual se convierte en elemento discriminante

para la validez del acto sacramental. Por lo demás, la prohibición que utiliza el CIC 83,

permite que la norma vuelva al ámbito divino, estableciéndola al mismo tiempo en el

derecho natural: “no se puede obligar a alguien [...] al estado clerical, como no se puede,

por otro lado, desanimar al idóneo a abrazarlo” (Degiorgi, 2015, p. 137).

El requerimiento de la debida libertad se pone de manifiesto en el canon 1034

§1, al demandar solicitud escrita por parte del ordenando para su inscripción como

aspirante de la recepción de la ordenación sacerdotal: “ .p r e v ia solicitud escrita y

firmada de su puño y letra”. Consecutivamente, se debe tener en cuenta para la

admisión a la recepción del Orden sagrado, la presentación de “una declaración

redactada y firmada de su puño y letra, en la que haga constar que va a recibir el Orden
86

espontánea y libremente” (c. 1036). Por medio de esta normativa, se garantiza la

libertad del sujeto que accede al sacramento del Orden, por una parte y, por la otra, se

obtiene una garantía cautelar para la Iglesia antes y después de la ordenación, en caso

de que sobrevenga la nulidad de la misma.

Lo anterior permite concluir que la voluntad del ordenando es un elemento

propio a la capacidad de recibir la ordenación de manera válida. “Si la falta de libertad

induce a excluir la intención de recibir el Orden sagrado, al tratarse de la recepción de

un sacramento por parte de un adulto, la ordenación es nula” (Prisco, 2013, p. 609). Y

se presume nula, exactamente por la falta de libertad interna, causa invalidante de la

ordenación, como lo dispone el canon 1026 ya citado. Resulta claro el sentido de esta

norma, puesto que la libertad, subscrita en la personalidad del hombre, es su forma

existencial de realización propia, es una cualidad de sus acciones que las distingue y le

da sentido: “sin libertad no hay acto humano” (Prisco, 2013, p. 609).

2.4.2 Vicios que se derivan de causa externa

Se definen estos vicios como aquellos factores externos que alteran el ánimo del

ordenando, impidiéndole cumplir una elección enteramente anhelada. Así, se discurre

que cualquier tipo de coacción que afecte la voluntad del sujeto haciéndole aparentar y

fingir de forma externa su ordenación, suprimiendo una real intención de recibirla,

haría que la misma fuera nula. Por ello, es realmente indispensable distinguir las

causas que son objeto de la disminución o anulación de la libertad del sujeto, ya que

podrían ser posible motivo de nulidad (Prisco, 2013).


87

2.4.2.1 La violencia física

El canon 125 §1, que se profundizará en el tercer capítulo, determina la normativa

general en cuanto a la invalidez del acto que cumple estas características, presentándose la

violencia física como causa invalidante en otros cánones del Código. Entendiendo esta

violencia física como una acción material que influye de manera directa en la persona y a la

que no puede oponer resistencia. Degiorgi plantea que, el hecho de que se utilice la

violencia física con el objetivo de conseguir un acto que de otra forma no se hubiese

realizado, hace que el acto jurídico realizado sea nulo por derecho natural. Lo anterior se

determina partiendo del presupuesto de que los sacramentos son bienes, y como bienes que

son no pueden ser ocasión de daño o maltrato para la persona que los recibe, teniendo como

consecuencia que los sacramentos así recibidos no son solamente válidos sino que tampoco

son rescindibles; llevando a que la conducta sacramental de ayuda del ordenando carezca

de contenido (2015).

Una ordenación ocurrida bajo presión de una violencia física a la cual el sujeto no se

ha podido resistir resulta, por lo tanto, nula para la aplicación del principio general

del que se ha hablado y por el cual no se ve la necesidad de derogar si se aplica a los

sacramentos. Entonces, se puede concluir que la vis physica hace nula la ordenación

porque la priva de manera radical de la característica de ser un acto humano y por

tales motivos deseado por el sujeto (Degiorgi, 2015, p. 139).

La violencia física hace que se pierda la voluntad del sujeto por realizar el acto en

cuestión, en este caso la ordenación, se tiene por no realizada; quiere decir que no la

invalida porque en realidad el acto nunca existió, es nulo.


88

2.4.2.2 E l miedo grave y el dolo

Se considera en este punto, el miedo grave que pueda tener un ordenando al acceder

al sagrado Orden. Es importante esclarecer los efectos que dicho miedo produce sobre el

acto en sí, tanto en la dimensión sacramental como en la dimensión jurídica. Prisco aclara

que este miedo se define como trepidatio mentís, esto es, “reacción psicológica que impele

a huir de un mal (espiritual o físico, para uno mismo o para un ser querido) que es

inminente e inevitable a menos que se haga algo” (2013, p. 610). Por miedo, el sujeto

cambia su deseo a fin de evitar un mal que considera mayor, como resultado de no aceptar

la situación. De acuerdo al canon 125 §2, con respecto a una ordenación recibida bajo la

influencia del miedo grave y, encaminado abiertamente a lograr el consentimiento, no

deseado por el sujeto, se concluye que la ordenación, aún con estos vicios, no es inválida,

solamente es ilícita. No obstante, queda a determinar por el derecho, pudiendo ser

rescindida por sentencia judicial como de oficio.

El caso del miedo grave con vías a una posible nulidad de la sagrada ordenación, es

más complicado que el de la violencia física. Parecería razonable que la ordenación

recibida por un sujeto que finja su intención de recibirla por miedo fuera inválida, ya que

no hubo real voluntad de ordenarse. Sin embargo, al decidir ser ordenado para evadir el

mal con que se le coacciona, aún motivado por el miedo, ha hecho uso de su voluntad, si

bien disminuida, para recibir la ordenación, lo que hace que esta sea válida. La doctrina,

considerada válida en el Código vigente, es que por lo general el consentimiento no se ve

suprimido por el miedo. Sin embargo, en casos extremos de miedo grave, existe la

posibilidad de pedir que se declare la invalidez de la ordenación, aduciendo que la


89

intención para recibirla no fue suficiente; siempre y cuando este miedo fuera realmente

grave y dirigido explícitamente a la consecución del Orden sagrado.

Con referencia a este miedo grave es de gran importancia indicar la existencia de

ciertos trastornos de la personalidad que se caracterizan principalmente por el miedo y que

serían capaces de incitar el miedo suficiente para que se produzca la anulación de la

intención debida para la ordenación. Entre estos se encuentran los trastornos por evitación,

por dependencia, conductas obsesivo-compulsivas o pasivo-agresivas. De igual forma,

existen enfermedades de carácter neurótico o trastornos depresivos del estado de ánimo que

se consideran capaces de favorecer que el miedo que sienta el sujeto sea realmente grave,

ya sea debido a la desestabilización interior como por los trastornos de la afectividad que

induciría, sin importar que la coacción no haya tenido la intención de que se diera la

ordenación o que no existiera siquiera la coacción. En estos casos, señala Prisco, “la tarea

de los peritos psicólogos y psiquiatras es de máxima relevancia, pues en su juicio

especializado ha de sostenerse la decisión que tome posteriormente la autoridad

competente, que debe ajustarse lo más posible a la verdad” (2013, p. 612).

El Código, sin embargo, pretende evitar que se recurran a ciertas causas con

demasiada facilidad para solicitar la nulidad de la sagrada ordenación; pero se reconoce que

el derecho tiene en consideración que el miedo puede ser causa suficiente para invalidar

otros actos, al tener que ver de manera directa con el derecho básico del individuo, en

cuanto a la elección de su estado de vida propio, como lo es el caso de la validez de la

ordenación sacerdotal.

Según la normativa general vigente, el argumento del dolo en relación al Orden

sagrado, al igual que el miedo grave, no causa invalidez al acto, a no ser que sea dispuesto
90

de otra forma por el derecho, no siendo el problema que el sujeto sea objeto de engaño

acerca de un elemento substancial (c. 125 §2).

2.4.3 La amencia y otras enfermedades psíquicas

En este punto se contemplan causas que incapacitan al sujeto para el correcto

desempeño del ministerio sacerdotal, causas que son consideradas como impedimentos para

recibir las órdenes. Entre estas causas se encuentran la amencia, y otras enfermedades

psíquicas. El objetivo de la normativa a este respecto es la de resguardar el debido

tratamiento de la sagrada ordenación, del ministerio y de los propios ministros ordenados

(c. 1041).

Si bien estos impedimentos no determinan la validez del sacramento del Orden,

siendo requeridos para determinar la licitud del mismo, pueden ser razón suficiente para

negar la admisión o aceptación a la ordenación e incluso prohibir su ejercicio una vez

recibida (c. 1025). De ahí la importancia de pormenorizar un poco al respecto. Siendo así,

se ve que la amencia es:

Cualquier desorden que habitualmente afecta al uso de razón, limitando de manera

considerable la capacidad de juicio crítico, de razonamiento lógico, de comprender,

de discriminar, de conocer. Esta afección psíquica se puede identificar, en términos

clínicos, con el retraso mental grave y con otras anomalías claramente psicóticas,

donde se da una pérdida de contacto con la realidad, como es el caso de la

esquizofrenia y sus subtipos clínicos o de los trastornos delirantes. En todas ellas se

produce la falta de uso de razón o de una proporcionada discreción de juicio, son de


91

carácter persistente porque duran toda la vida y no tienen posibilidades terapéuticas

de modificar sustancialmente, aunque puedan experimentar mejoría con un

tratamiento apropiado y continuado (Prisco, 2003, p.16).

En los casos en que una persona sufra este tipo de desorden, esta es tenida en cuenta

desde el punto de vista jurídico como un niño (c. 99), motivo por el cual se prescinde de la

intención habitual necesaria para que sea válida la ordenación. A este respecto, se recuerda

que el canon 1024 no determina una edad definitiva al referirse a las condiciones objetivas

requeridas por el sujeto, así como tampoco exige la posesión plena de las facultades

mentales, ya que “el sacramento del orden - como sucede con los demás sacramentos que

imprimen carácter - actúa sin la mediación de sujeto y se administra válidamente siempre

que no exista en el candidato una voluntad determinadamente contraria a ordenarse”

(Rincón, 2009, p. 278). Sin embargo, claramente esta ordenación sería irregular, ilícita y

reprobable, y el ordenado no tendría obligación alguna, como sería la del celibato o

cualquiera que surja del ministerio sacerdotal.

Además de la amencia, otras enfermedades que causan irregularidad son las

llamadas enfermedades psíquicas que atañen a los trastornos de la personalidad, los cuales

se definen como: “patrones de conducta inflexibles, causantes de deterioro funcional

significativo o malestar subjetivo, en cuya base está un severo trastorno del control

volitivo” (Prisco, 2003, p. 17). Estos trastornos hacen que la persona que los padece se

caracterice por ser extraña, introvertida extrema, incomunicativa, solitaria, emocionalmente

fría; también puede ser antisocial, narcisista e histriónica. Además, pueden reaccionar de

manera desproporcionada, rara, exagerada o compleja ante los estímulos habituales, siendo

personas que llevan vidas complicadas que causan perturbación tanto en la familia como en

las personas que lo rodean. Un sujeto con este tipo de enfermedad psíquica es incapaz de
92

funcionar efectivamente en un contexto social, y en ciertas situaciones es capaz de

presentar comportamientos psicóticos, sin llegar a ser psicótico, sin tener sentido de la

realidad que lo circunda.

Aunque este tipo de trastornos no socaven la libertad de la persona al punto que lo

inhabiliten totalmente para ser ordenada, al ser la sagrada ordenación un ministerio social,

de servicio a la comunidad eclesial, es claro que la persona que sufre de estos trastornos se

ve incapacitada de cumplir las obligaciones propias del ministerio. De ahí que, “aunque no

invalidan la recepción del Orden sagrado, el Legislador ha querido prevenir las nefastas

consecuencias que se derivarían de ordenar a alguien que las padeciera” (Prisco, 2003, p.

17).

2.5 Conclusión

La presentación en este capítulo, de las causas para declarar la nulidad de la sagrada

ordenación, ha tenido como objetivo profundizar y exponer los principios jurídicos

canónicos vigentes con respecto a cada una de ellas, a fin de que mediante su conocimiento

se pueda ser capaz de determinar las razones o motivos canónicos, presentando las

exigencias necesarias en cuanto causales, para proveer a un respectivo proceso

administrativo o judicial para la declaración de la nulidad de la ordenación sacerdotal. Esto

no con el fin de dar una salida fácil, sino en la procura de vigilar, custodiar, promover y

tutelar las condiciones jurídicas necesarias para que la sagrada ordenación sea siempre

válida; cuidando la dignidad e integridad del sacerdocio de Jesucristo, como también, el

bien de los fieles, quienes participan de los frutos del sacerdocio ministerial.
93

Se concluye entonces que las causales que determina el Derecho Canónico para la

nulidad del sagrado Orden, hacen referencia a cuatro aspectos que se deben cumplir, a

saber, al ministro ordinario, que siempre va a ser el obispo válidamente consagrado; a los

ritos esenciales para la celebración de la ordenación: la imposición de las manos y la

oración consecratoria, que son la materia y forma válidas y suficientes para significar la

gracia conferida en vista del sacerdocio ministerial, que actualmente, se comprende más en

términos de autoridad espiritual (paternidad espiritual y servicio a la comunidad), que en

términos de autoridad jurisdiccional; a la condición del sujeto, varón bautizado, condición

que no admite la ordenación de mujeres, y en la que se mantiene firme el Magisterio de la

Iglesia; y a la intención del sujeto, siendo este último aspecto el más complejo de todos, en

vista de la dificultad probatoria de la misma, en los diferentes casos; no obstante, se tiene

en cuenta para cada uno lo que determine el derecho.


94

Capítulo III

Del proceso para declarar la nulidad de la sagrada Ordenación sacerdotal

El sacramento del Orden sacerdotal, don de Dios para la salvación de las almas, “ley

suprema de la Iglesia Universal” (c. 1752), reviste una dinámica pastoral, sacramental y

jurídica que está asistida siempre por la potestad eclesial, cuya misión es garantizar y

custodiar el Depósito de la fe encomendado por el mismo Señor a los apóstoles y a sus

sucesores. Esta dinámica de protección genera la capacidad jurídica sobre los sacramentos,

los cuales son regulados “exclusivamente por la autoridad suprema de la Iglesia, a quien

corresponde aprobar o definir lo que se requiere para su validez, celebración,

administración y recepción lícita” (c. 841).

Todos los sacramentos, en cuanto instrumentos de salvación, son de naturaleza

pública, significan la gracia y son productores de consecuencias jurídicas, es decir de

derechos y deberes que comprometen al pueblo de Dios, quien se beneficia de los frutos de

los mismos. De allí la necesidad de vigilar, custodiar, promover y tutelar las condiciones

jurídicas necesarias para que los actos sacramentales gocen siempre de la validez, y no se

exponga en grado alguno la salus animarum, que es en sí misma, la máxima del derecho

canónico. Entendiendo esta dimensión jurídica de la Iglesia y su potestad respecto a los

sacramentos, es posible entonces comprender las acciones canónicas de la misma autoridad

competente para comprobar la validez o nulidad de todo sacramento en cuestión. Al tratarse

de un acto sagrado, pero a la vez de un acto eminentemente jurídico, la Iglesia dispone

siempre de procesos determinados con los cuales se promueve la defensa de la validez del

sacramento o su consecuente declaración de nulidad. Esto sólo es posible después de recibir


95

el libelo del orador, definir la competencia, exponer las respectivas causales, promover la

declaración de los testigos, recabar las pruebas necesarias y dar sentencia a favor o en

contra de la validez del sacramento. Esta acción procesal canónica según el canon 290, 1°

se puede determinar mediante vía judicial o vía administrativa. Será el foro competente el

que decida el camino a seguir, aunque en la práctica se suele seguir la vía administrativa,

siendo esta la más usada en este caso de la nulidad de la ordenación sacerdotal.

Es preciso tener presente que entre los principios de la reforma del CIC 17, se

estipulaba la necesidad de regular el ejercicio de la potestad por parte de la administración

eclesiástica y la relación entre los actos de la autoridad y los derechos de los fieles. Es así

que el principio 7 de la reforma canónica manifestaba la necesidad de poner especial

cuidado en que se “delimitara claramente las distintas funciones de la potestad eclesiástica,

o sea, la legislativa, la administrativa y la judicial, y que se determine bien qué función

debe ejercer cada órgano” (Prefacio, CIC 83). El citado principio exige, entonces, el debido

cuidado que hay que tener a la hora de aplicar el proceso respectivo, en un caso concreto,

para no lesionar los derechos de los fieles ni exponer en grado alguno la dignidad de los

actos jurídicos de la potestad eclesial.

3.1 La nulidad del acto jurídico en el ordenamiento del Codex Iuris Canonici de

1983

La declaración de la nulidad de la ordenación sacerdotal desde el punto de vista

canónico, es posible por sentencia judicial o decreto administrativo según regula el canon

290, 1°, centro de esta investigación. Sin embargo, hablar de la nulidad de la sagrada
96

ordenación toca inevitablemente el tema de la nulidad de los actos jurídicos, regulado en el

libro de las Normas Generales, Título VII, cánones 124 - 126 del CIC 83. Es así que sólo a

través de este elemento jurídico estipulado por la normativa canónica actual, es posible

acusar la validez del sacramento del Orden sacerdotal. Hablar de nulidad es hablar,

entonces, de la falta de validez de un acto jurídico propio del ordenamiento eclesial. “Se

entiende por nulidad del acto jurídico la falta de idoneidad del acto para producir los

efectos jurídicos pretendidos en su manifestación. La nulidad comporta el grado más alto de

ineficacia jurídica, pues la ineficacia procede del mismo acto” (DGDC V, p. 594). Cuando

se dice que un acto es nulo, se indica que nada produce, ya sea porque jurídicamente es

inexistente, ya sea porque a causa de su ineficacia no produce efecto alguno.

El acto es nulo no sólo cuando carece de un elemento esencial del acto humano o

cuando ha sido expresamente sancionado con la nulidad por falta de requisitos

formales previstos ad validitatem, sino también cuando falta algún elemento que

constituye la esencia del tipo de acto de que se trata. Estos elementos pueden ser

requeridos por la misma naturaleza de las cosas o por la definición legal de algunos

actos o instituciones. Cuando los elementos constitutivos son definidos legalmente,

el acto que no posea esos elementos será nulo, aunque la ley no lo declare

expresamente (DGDC V, p. 594).

Ciertamente la nulidad canónica, que brota de la normativa codicial actual, es

aplicable a todos los actos de naturaleza jurídica realizados en la Iglesia, incluidos los

sacramentos, que además de ser signos sagrados del Depósito divino, son también actos

públicos que poseen en su esencia los elementos constitutivos y jurídicos por los cuales se

realiza la validez y la eficacia del acto sagrado. De esta forma, el código vigente recoge en

sus expresiones normativas, muchos cánones sobre las condiciones para realizar
97

determinados actos jurídicos y sobre sus específicos efectos; sin embargo, se centrará la

atención en los cánones 124 - 126 que regulan sobre la validez de un acto jurídico y sus

condiciones para que no sea afectado por la nulidad. Normativas jurídicas, que son el

fundamento canónico, sobre las cuales se sostienen las causales ya enunciadas que acusan

la validez del sacramento del Orden sacerdotal.

El canon 124 §1 afirma entonces que, para que un acto jurídico sea válido, “se

requiere que haya sido realizado por una persona capaz, y que en el mismo concurran los

elementos que constituyen esencialmente ese acto, así como las formalidades y requisitos

impuestos por el derecho para la validez del acto”. El canon citado advierte la presencia de

elementos subjetivos (capacidad, habilidad y voluntariedad), elementos objetivos

(constitutivos o sustanciales) y elementos legales (formalidades y requisitos establecidos

por la ley). La normativa, como tal, no define lo que es un acto jurídico en el derecho

canónico, pero sí describe sus elementos constitutivos con los cuales se puede construir un

concepto para su definición.

Al no ser fácil definir con precisión el acto jurídico por la cantidad de elementos que

confluyen en su configuración, se le puede delimitar en dos sentidos. En sentido general, se

denomina acto jurídico “cualquier hecho externo voluntario, realizado por el hombre libre,

al cual, la ley, de hecho, le atribuye un efecto jurídico determinado, independiente del

objeto del acto interno y del fin buscado por el agente” (Michiels, 1955, p. 572). Y en

sentido estricto, el acto jurídico es “el acto humano social, legítimamente puesto y

declarado, al cual la ley le reconoce un efecto jurídico determinado, porque como tal el

agente intentó ese efecto” (Michiels, 1955, p. 572).

Entendido así el acto jurídico, es preciso entonces determinar cuándo ese acto

estaría viciado de invalidez o nulidad. De allí la necesidad de comprender que todo acto
98

legal debe estar asistido por los elementos constitutivos mencionados que garantizan su

validez, pero que a la vez confluyen en la declaración de la nulidad si no son observados

dichos elementos. El canon 124 §1 sugiere que el acto sea realizado por una persona capaz,

en cuanto sujeto de derechos y deberes. Esta capacidad de la persona refleja también que es

hábil para realizar el acto jurídico y por tanto carece de cualquier impedimento para actuar.

La capacidad implica de igual forma la facultad de la persona para realizar un acto

plenamente humano, en el que concurran el ejercicio de la inteligencia y la voluntad bajo la

garantía de la libertad plena, consciente y responsable.

Así por ejemplo, al hablar de la ordenación sacerdotal, la legislación prevé que el

candidato y el ministro de este sacramento sean personas con capacidad y habilidad para

producir el efecto jurídico válido querido en la ordenación. Se debe recordar que el sujeto

pasivo de la sagrada ordenación debe ser el varón bautizado (c. 1024), doctrina cierta y

segura para recibir la válida ordenación sacerdotal. Sin estos elementos subjetivos no se

realizan, en el candidato, los efectos jurídicos y teológicos que implica la recepción del

ministerio. En cuanto al sujeto activo, el canon 1012 afirma que “es ministro de la sagrada

ordenación el obispo consagrado”, pues éste es, según la norma codicial, la persona capaz o

el ministro consagrante, con derecho de realizar válidamente el acto sacramental al ostentar

con el episcopado la plenitud del sacerdocio de Cristo.

Junto a esta necesaria capacidad en la persona, se sugieren también la existencia de

los elementos constitutivos que son requeridos por la naturaleza del acto o por la

disposición del derecho, sin los cuales no existiría el acto jurídico ni produciría los efectos

queridos por la ley.

Los elementos constitutivos del acto jurídico son, en primer lugar, el elemento

subjetivo, es decir el acto humano libre y deliberado con el cual se realiza, y en


99

segundo lugar el elemento objetivo, es decir el objeto idóneo, posible y lícito, con

los efectos jurídicos pretendidos por el actor y garantizados por la ley (Bunge, 2006,

p. 236).

Además de la necesaria capacidad o habilidad de la persona que realiza el acto y de

los elementos constitutivos del mismo, es requisito también para la validez, cumplir con los

elementos legales o las respectivas formalidades con las cuales se reviste el acto jurídico en

la normativa canónica. En este caso, como ya se argumentó en el segundo capítulo, la

debida formalidad del acto jurídico de la ordenación sacerdotal implica la observancia fiel

de los ritos esenciales del sacramento del Orden, cuyo fundamento legal deriva del canon

1009 §2 donde se afirma que “la ordenación se confiere mediante la imposición de manos y

oración consecratoria prescrita por los libros litúrgicos”. Si faltase el cumplimiento de esta

forma señalada, se estaría hablando entonces de nulidad en el sacramento mencionado.

Estas formalidades, presentes en todo acto jurídico, pueden ser intrínsecas al acto en

cuestión, o al modo de realizarlo. “La forma del acto no es siempre necesaria para la

validez del acto, sino solamente en los casos prescritos por el derecho. La razón es que la

forma no pertenece a la sustancia del acto jurídico (cfr. c. 126)” (García, 2010, p. 370). Por

esta razón en algunas ocasiones, prescritas de manera expresa por la ley canónica, se realiza

la dispensa de la forma canónica del acto jurídico (cc. 1116; 1127, §§2 y 3).

Por otra parte, los cánones 125 - 126 abordan las circunstancias que pueden afectar

a la persona que realiza el acto, haciendo que éste posea elementos con los cuales resulte

viciado el acto jurídico o posiblemente nulo, según lo juzgue la legislación canónica en los

casos determinados. En estos cánones aparecen las figuras jurídicas de la nulidad y la

anulación, las cuales difieren claramente la una de la otra. En la primera, la autoridad


100

eclesial competente declara que el acto jurídico nunca existió, mientras que en la segunda,

el acto existió, pero se anularon sus correspondientes efectos.

Los actos jurídicos, aunque sean válidos y produzcan su eficacia jurídica y valgan

porque están todos los elementos requeridos para la validez de los mismos, pueden

estar viciados. Se dice que un acto jurídico está viciado cuando existe una causa

que en parte afecta o vicia al acto de la persona o lo hace defectuoso. Las causas o

vicios pueden ser externas, como el miedo y el dolo, e internas, como la ignorancia

y el error; pueden influir sobre la voluntad, como el miedo, y sobre el

entendimiento, como el dolo, la ignorancia y el error. El código sigue

principalmente la primera distinción (García, 2010, p. 376).

De esta forma, el canon 125 reglamenta que “se tiene como no realizado el acto

que una persona ejecuta por una violencia exterior a la que de ningún modo ha podido

resistir” (§1). “El acto realizado por miedo grave injustamente infundido, o por dolo, es

válido, a no ser que el derecho determine otra cosa” (§2). El acto entonces no existe

jurídicamente por falta esencial de la voluntad, pues no es un acto humano y se tiene como

nulo, como no realizado, porque es un acto externamente hecho por una motivada

violencia exterior a la cual el sujeto no se puede resistir. Se trata de violencia física o de

coerción que genera graves males a la persona y anula totalmente la libertad, haciendo que

ésta obre sin que exista la necesaria voluntariedad del acto humano. De allí la evidente

consecuencia que señala la norma cuando admite que el acto se tiene por no realizado.

“Cuando se realiza un acto jurídico forzado por la violencia física de tal modo que no

existe el acto humano por carencia de libertad, consecuentemente tampoco existe el acto

jurídico, y sus correspondientes efectos jurídicos” (Bunge, 206, p. 239).


101

Si se aplica este canon al sacramento del Orden sacerdotal se estaría discurriendo

sobre una causal de nulidad, como ya se ha expuesto, pues la falta de libertad en el

candidato que proviene de una violencia externa a la que difícilmente se podría resistir,

haría según el canon 125 §1, que en cuyo caso la ordenación fuera nula por falta absoluta

de intención en la persona.

Al no existir voluntariedad en el acto, no lo hace inválido sino que simplemente no

existe, se tiene como no realizado (pro infecto habetur). Es una presunción iuris et

de iure. Por tanto, aquél que reciba la ordenación forzado por este tipo de violencia

lo hace de forma inválida (Prisco, 2013, p. 14).

En cuanto al miedo grave injusto y el dolo, regulados en el §2 del canon 125, el

derecho canónico, para determinados casos, genera la anulación del acto jurídico o su

posibilidad de ser rescindido. “La acción de rescindir significa que el acto realizado es

anulado. Esto presupone su existencia, mientras declarar la nulidad equivale a negarla,

como si no existiese. La anulación de los efectos del acto jurídico se hace mediante una

sentencia” (García, 2010, p.378). El principio general que manifiesta el canon es que el

miedo en cuanto tal, de cualquier especie, grave o leve, justa o injustamente infundido, no

hace inválido el acto jurídico, “a no ser que el derecho determine otra cosa” (c. 125 §2).

Sólo en casos extremos, cuando el miedo hubiera sido realmente grave, absoluta o

relativamente, se podría solicitar la declaración de invalidez de la ordenación por

haberla recibido sin la intención suficiente. Se requeriría para ello verdadero miedo

o coacción propiamente dicha, directamente dirigidos a recibir el orden sagrado,

que hicieran que la persona simulara o fingiera su intención de recibir el

sacramento (Prisco, 2013, p. 15).


102

Otra condición o vicio externo del acto jurídico, manifestado en el canon 125 §2, es

el dolo, que a su vez se puede definir como engaño, fraude o simulación que no afecta

directamente a la voluntad sino a la inteligencia, aunque la pueda determinar. “El que es

responsable del dolo oculta deliberadamente ciertos hechos, o afirma como verdaderas

cosas que son falsas y que él sabe que son falsas, a fin de persuadir a otro para que actúe de

determinada manera” (CECDC, p. 827). Según el canon citado, los efectos jurídicos de los

actos realizados por dolo son iguales a los realizados por miedo, de tal forma que se tienen

por válidos a no ser que el derecho determine otra cosa.

Finalmente, el canon 126, argumenta que:

Es nulo el acto realizado por ignorancia o por error cuando afecta a lo que

constituye su sustancia o recae sobre una condición sine qua non; en caso contrario,

es válido, a no ser que el derecho establezca otra cosa, pero el acto realizado por

ignorancia o por error puede dar lugar a acción rescisoria conforme a derecho (CIC

83).

La ignorancia se puede definir como la ausencia del conocimiento y, por lo tanto,

de un juicio prudente sobre los hechos o las cosas que se ignoran. “Es, en cierto sentido, un

estado negativo: es un estado habitual en el que el sujeto no tiene conocimiento de tal o

cual objeto; por tanto no ha podido emitir un juicio” (CECDC I, p. 828). Mientras que la

ignorancia es negativa, el error es un “estado positivo en el que el sujeto emite un juicio

que conduce a la decisión de la voluntad. Pero es un acto falso, porque la evaluación del

objeto hecha por la inteligencia no se corresponde con la verdad objetiva” (CECDC, p.

828). El error y la ignorancia sustancial causan, entonces, la nulidad del acto jurídico

cuando estos recaen sobre una condición sine qua non, es decir, sobre una circunstancia

cuya presencia se requiere, por derecho, para la existencia del acto mismo. Según lo
103

regulado por la norma codicial, en cualquier otra situación de ignorancia o error, el acto

jurídico resultaría válido sino se afecta la determinada condición de la cual discurre el

canon.

Los argumentos y las normativas reguladas en los cánones citados con anterioridad

no siempre son aplicables en los casos de la nulidad de la ordenación sacerdotal. Algunos

de ellos no se tienen dentro de las causales definidas por el Legislador para acusar la

validez del sacramento del Orden recibido. Sin embargo, estos cánones son la base que

sostiene la validez de todos los actos jurídicos realizados en la Iglesia, dentro de los cuales

también aparecen los actos sacramentales.

3.2 El proceso por vía judicial

Conviene tener presente que la vía judicial o vía jurisdiccional, es una de las

acciones de la potestad de la Iglesia que “consiste en resolver conflictos jurídicos entre

partes formalmente enfrentadas, diciendo e imponiendo con un acto imperativo la solución,

según derecho, a las cuestiones controvertidas” (Miras - Canosa - Baura, 2001, p.30). Esta

acción tiene como consecuencia la determinación de la autoridad, que se caracteriza por ser

imparcial, objetiva e independiente en el ejercicio de la resolución de los conflictos en

cuestión.

En las causas de la nulidad de la sagrada ordenación, la autoridad competente, es

decir, el Departamento constituido en el Tribunal de la Rota Romana (QS, Art. 3), define si

el proceso se lleva o no por vía judicial. Si se admite la vía judicial, la Congregación

encomienda la causa a un tribunal, cuya acción consistirá en juzgar y decidir sobre la


104

validez del sacramento del Orden en el clérigo. Se dice que el Departamento encomienda y

no delega la causa, puesto que no tiene poder judicial para obrar por sí mismo, sino que esta

acción es llevada a cabo por la instancia del tribunal que ha recibido la causa.

El camino judicial tiene, entonces, una reglamentación propia que brota de la

observancia de los juicios en general, legislado por el CIC 83 en sus cánones 1400 - 1500 y

sobre el juicio contencioso ordinario como lo sugiere el canon 1710: “Si la Congregación

remite la causa a un tribunal, deben observarse, a no ser que lo impida la naturaleza del

asunto, los cánones sobre los juicios en general y sobre el juicio contencioso ordinario,

quedando a salvo las prescripciones de este título”. Así entonces, el camino judicial para la

declaración de la nulidad de la ordenación sacerdotal debe seguir el siguiente derrotero

procesal:

Cuando se envíe la causa por vía judicial habrán de observarse, a no ser que lo

impida la naturaleza de la cosa, las normas de los juicios en general. El libelo o

acusación de nulidad será enviado a la Congregación que designará un tribunal

colegial de tres jueces. Se precisará para la firmeza de la decisión, doble sentencia

conforme. Es evidente, por tanto, que ningún tribunal ordinario es competente por

razón de la materia. El tribunal designado no actúa por delegación de la

Congregación, que sólo designa un tribunal al que remite la causa, puesto que la

Congregación no tiene por sí misma potestad judicial. Cuando se trata de un tribunal

diocesano, se podrá apelar ante el tribunal ordinario de apelación o ante la Rota

Romana; cuando la causa se remite a la Rota Romana en primera instancia ella

misma debe juzgar las ulteriores (Prisco, 2013, p. 613).

Es claro que el uso de la vía judicial, por parte del tribunal, conlleva la ejecución de

los procedimientos propios para las causas sobre el estado de las personas y para las causas
105

que afectan al bien público. Indudablemente, como se ha argumentado, el sacramento del

Orden es de naturaleza pública y genera consecuencias jurídicas que comprometen al

pueblo de Dios, de allí la razón por la cual pueda admitirse una causa contra la sagrada

ordenación sacerdotal por vía judicial. Estas causas entonces son de carácter contencioso y

no criminal, aun cuando las inicie el ordinario del lugar contra la voluntad del clérigo. “En

ninguna de ellas se ventila el interés privado del clérigo. Todas afectan poderosamente al

bien común, tanto por lo referente al estado personal de los ordenados, como por el

escándalo que hay que evitar siempre y en todas partes” (CECDC I, p. 388). En

consecuencia, la declaración de nulidad del orden sacerdotal recibido no es un acto

discrecional de la autoridad competente, sino una estricta obligación de justicia por cuanto

está en riesgo el bien del Pueblo de Dios.

Al hablar de las causas que se refieren al estado propio de las personas, es preciso

tener presente que las normas canónicas establecen que “la acción nunca se extingue por

prescripción en tales causas (c. 1492 §1), que tales causas nunca devienen res iudicata (c.

1643), que se puede solicitar una nova causaepropositio en cualquier momento por nuevas

y graves pruebas o argumentos (c. 1644)” (CECDC IV/2, 1997, p. 2024).

Por otra parte, en la referencia a las causas que afectan al bien público, el código

vigente sugiere la aplicación de distintos cánones sobre esta cuestión. Así por ejemplo,

están los cánones 1430 y 1431 §1 sobre el promotor de justicia; la acción del juez que

recibe la introducción de la causa (c. 1452 §1); la designación de un Defensor por parte del

juez para la parte en cuestión (c. 1481 §3); la necesidad de pedir juramento a las partes (c.

1532); la fuerza probatoria de la confesión judicial (c. 1536); y la reserva exclusiva de estas

causas a un tribunal colegiado de tres jueces (c. 1425 §1, 1°).


106

Una vez realizado el respectivo proceso judicial, si el tribunal dicta sentencia firme

de nulidad de la sagrada ordenación, se “produce la pérdida de todos los derechos propios

de la condición clerical y la liberación de todas las obligaciones inherentes al ministerio

sacerdotal, incluida la del celibato (c. 1712)” (CECDC I, p. 388).

3.3 El proceso por vía administrativa

La vía administrativa es el camino más usado en las causas para la declaración de la

nulidad de la sagrada ordenación. De allí que en el año 2001, la Congregación para el Culto

Divino y la Disciplina de los Sacramentos, a través del decreto Ad Satius Tutiusque del

Santo Padre Juan Pablo II, promulgara las normas respectivas, sobre todo, para un detallado

procedimiento administrativo de la nulidad de la ordenación sacerdotal, como concreción

de lo establecido en los cánones 1708 - 1712 del Código de Derecho Canónico actual. Esta

normativa sustituye las reglas anteriores emanadas por el Papa Pío XI con el decreto Ut

Locorum Ordinarii de 1931, que contenían algunas regulaciones contrarias al Código

vigente (c. 6 §1).

Es necesario entender que la misión de la Iglesia se desenvuelve en una triple

dinámica de la potestad, sea ejecutiva, legislativa o judicial. Por otra parte, conviene

recordar que la vía administrativa o ejecutiva es, sin duda alguna, “aquella función por la

que la autoridad eclesiástica persigue de manera práctica e inmediata los fines públicos,

aplicando los medios de que dispone a la promoción del bien público eclesial y a la

satisfacción de las necesidades públicas concretas” (Miras - Canosa - Baura, 2001, p.31).
107

El objetivo de la potestad administrativa en la Iglesia, genera una acción inmediata

sobre la realidad en cuestión, puesto que su deber es atender los bienes que le están

encomendados como asunto propio. Para responder a este objetivo, la canonística actual

argumenta que el procedimiento administrativo, en general, debe contener cuatro fases

fundamentales, cuya amplitud y duración dependerá de la calidad y de los bienes afectados

por la decisión final. Estas fases determinadas son la iniciación, la substanciación, la

conclusión y las actuaciones complementarias del respectivo proceso. Todas y cada una de

estas fases están estructuradas de manera estricta para corresponder a la respectiva solución

querida mediante la vía administrativa.

A pesar de la importancia que tiene la función administrativa, hasta el momento no

se ha elaborado una regulación unitaria del procedimiento administrativo canónico, a

diferencia de lo que ha sucedido respecto al proceso judicial, el cual se encuentra mejor

detallado y explicitado en la codificación del 83. Sin embargo, atendiendo a esta dinámica

del procedimiento administrativo, el Legislador ha dejado un pequeño bloque normativo

que permite estructurar un esquema de regulación para dicho proceso, teniendo presente

que debe ser completado, en sus lagunas, con algunas partes de la normativa propia del

proceso judicial o con la praxis de la jurisprudencia canónica.

Por otra parte, atendiendo a esta temática, es preciso tener en cuenta que el código

vigente ha eliminado, respecto al estatuto jurídico de la nulidad de la sagrada ordenación, lo

relativo al proceso sobre la nulidad de las obligaciones sacerdotales que estaba presente en

la codificación Pío - Benedictina. De esta manera, el procedimiento administrativo actual

responde exclusivamente a los elementos que se tienen presentes para declarar o no la

nulidad del sacramento en cuestión.


108

El Código sólo recoge lo relativo a la validez del sacramento y no contiene un

procedimiento sobre la nulidad de las obligaciones. En la medida en que la

ordenación ha sido válidamente recibida, la única solución para el clérigo es pedir la

dispensa de estas obligaciones al Romano Pontífice, aunque como sabemos no

conlleva automáticamente la dispensa de celibato (Prisco, 2013, p. 614).

Como ya se ha anunciado, para el tema de investigación, la Autoridad Suprema ha

promulgado a través de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los

Sacramentos, el decreto AdSatius Tutiusque que contiene las reglas que se han de observar

en el procedimiento administrativo para declarar la nulidad de la ordenación sacerdotal.

Dichas reglas son las que sostienen todo el esquema querido por el Legislador para resolver

una acción contra la validez del sacramento del orden. El desarrollo de este nuevo

procedimiento administrativo se configura en dos etapas primordiales:

La diocesana y la vaticana. La primera no concluye con una verdadera decisión,

sino con un parecer del Instructor sobre cuánto ha solicitado el actor, y con otro

parecer del ordinario sobre el mérito y sobre la ausencia del escándalo. Ambos

pareceres son enviados a la Rota Romana. La segunda expone el desarrollo de la

etapa dicasterial donde se trata la constitución del colegio, la presencia del Defensor

de la ordenación, el modo de proceder para tomar la decisión, y la posibilidad del

recurso. La decisión sobre el caso la toma el decano de la Rota Romana, mediante

decreto (DGDC V, p. 600).

Haciendo uso entonces de los cánones 1708 - 1712 del CIC 83, de los aportes

actuales de los canonistas y de las nuevas Regulae Servandae del Papa San Juan Pablo II,

se expondrá en cuatro apartados las diversas disposiciones del nuevo procedimiento


109

administrativo, que se deben tener en consideración para el respectivo desarrollo de una

causa contra la validez de la sagrada ordenación sacerdotal.

3.3.1 El Libelo de petición y el foro competente

El proceso para declarar la nulidad de la ordenación sacerdotal, nace del acto

jurídico ejecutado por el correspondiente orador, que instaura con el libelo de petición, su

derecho de cuestionar la validez del sacramento del orden. Según la codificación vigente,

“Tienen derecho a acusar la validez de la sagrada ordenación, el propio clérigo, el

Ordinario de quien depende, o el de la diócesis donde fue ordenado” (c. 1708).

Que pueda hacerlo el propio clérigo es algo evidente, pues afecta a la elección del

propio estado de vida en la Iglesia, que tiene derecho a elegir libremente (cc. 219 y

1026). Que lo haga el Ordinario competente (cc. 134 §1, 620 y 734) es otra de las

posibilidades, porque está en juego el bien común que significa el ejercicio de un

ministerio público en la Iglesia, especialmente en lo que se refiere a la

administración válida de los sacramentos, a la que los fieles tienen derecho (c. 213)

(Prisco, 2013, p. 615).

Además de los sujetos mencionados por el canon, puede también acusar la validez

de la ordenación, el Promotor de Justicia de la diócesis de incardinación o de domicilio del

clérigo, siendo esta la novedad que ofrece las Regulae Servandae de 2001, sobre todo para

los casos donde el escándalo causa daño grave a los fieles, entendiendo que el orden

sacerdotal es un sacramento de naturaleza pública, que genera efectos jurídicos sobre

quienes integran el Pueblo de Dios y estos, en razón de la justicia, tienen derecho a que
110

alguien los represente cuando sus derechos son lesionados en el orden eclesial y

sacramental.

La nulidad de una ordenación sacerdotal, requiere ser denunciada cuanto antes por

el gravísimo daño que puede causar quien no está signado con el orden sacerdotal.

La nulidad de la sagrada ordenación no es por tanto de orden privado sino de

carácter público, razón por la cual la intervención del ministerio público, del

Promotor de Justicia no estaría fuera de lugar (Montañez, 2002, p. 75).

Al hablar del Ordinario, es conveniente precisar que se trata de todos aquellos que

nombra el canon 134 del CIC 83, es decir, el Romano Pontífice, los Obispos diocesanos, el

Vicario apostólico, el Abad territorial, el Prefecto apostólico, el Prelado territorial, el

Administrador apostólico, los Vicarios generales y episcopales, los Superiores mayores de

institutos religiosos de derecho pontificio y de sociedades de clericales de vida apostólica

de derecho pontificio. Aunque este título incluye a algunos que ejercen sólo una potestad

vicaria, es preferible que presente la demanda el Ordinario propio, en vez de sus respectivos

vicarios.

En cuanto al libelo de petición, es necesario recordar que debe contener los

elementos correspondientes regulados en la codificación de 1983 en sus cánones 1501 -

1504 para el escrito de la demanda. Debe por tanto especificar ante qué Ordinario se

introduce la causa e indicar concretamente el objeto de la petición; demostrar también en

qué derecho se fundamenta el actor para determinar la correspondiente causal y, al menos

de modo general, en qué hechos y pruebas se apoya para demostrar lo que afirma; debe

además, estar firmado el libelo por el actor o por su procurador, con indicación del día, mes

y año, así como también del lugar donde habita o tiene su residencia para efectos de recibir

los respectivos documentos. “El Ordinario competente añadirá al libelo, si las hubiere, sus
111

propias informaciones especialmente las referidas al fundamento de la causa, según el

interrogatorio extrajudicial hecho al Orador sobre las afirmaciones hechas por él en dicho

libelo” (RS, Art. 2). “En el momento en que se envía el libelo se prohíbe al clérigo, ipso

iure el ejercicio de las órdenes, lo que modifica lo establecido en la disciplina anterior que

decía que se debía prohibir a d cautelam (CIC 83, c. 1709 §2; CIC 17 c. 1997)” (Prisco,

2013, p. 615).

El §2 del canon 1709 establece una prohibición tajante, una vez interpuesta la

demanda. Se trata de una medida cautelar más tajante que la paralela del canon 1997

del código anterior, que preveía tal prohibición para ser impuesta ab homine. En

todo caso no se trata de una suspensión u otra medida penal; simplemente una

prohibición absoluta (González, 1983, p. 592).

Una vez entendida la estructura del libelo y a quién le corresponde entablar la

acusación contra la validez de la ordenación sacerdotal, se pasa ahora a definir el foro

competente que recibe el libelo del orador. El canon 1709 regula que “las preces deben

enviarse a la Congregación competente, la cual decidirá si la causa habrá de ser conocida

por la misma Congregación de la Curia Romana o por un tribunal que ella designe” (§1).

En las Regulae Servandae aparece como autoridad competente la Congregación para el

Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, a quien le correspondía conocer las causas

contra la validez del sacramento del orden recibido, según lo había definido la Pastor

Bonus 68. Sin embargo atendiendo a la nueva legislación del M.P Quaerit Semper del Papa

Benedicto XVI, la competencia ha cambiado y se ha determinado que es competente para

tratar estas causas a tenor del derecho universal, una nueva Oficina, un Departamento del

Tribunal de la Rota Romana, el cual asumió la competencia desde el 01 de octubre de 2011.

“Ninguna autoridad inferior puede intimar el proceso sin que previamente hubiera recibido
112

la facultad de la misma Congregación” (RS, Art.1). Este nuevo Departamento creado a

tenor del Motu Proprio, resolverá si la causa en cuestión tiene que ser conocida por ese

organismo o por un tribunal que el nuevo Oficio designará.

En el supuesto de que el Oficio decida conocer por sí mismo la causa, su

tramitación se realizará por la vía administrativa conforme a las normas del 2001,

más arriba citadas. En caso de que se decida que sea un tribunal el que tramite la

causa por la vía judicial, éste habrá de seguir las normas del proceso contencioso

ordinario con la intervención obligatoria del Defensor del vínculo, en cumplimiento

de lo preceptuado en los cánones 1432 y 1711 (Olmos, 2012, p. 106).

3.3.2 El procedimiento ante el Ordinario

Las nuevas Regulae Servandae que se están comentando, desarrollan esta parte en 4

capítulos y 21 artículos que estructuran y regulan el camino por vía administrativa que debe

seguir el Ordinario del lugar, cuando ha recibido la debida designación por parte del nuevo

Oficio de la Rota Romana, para instruir el proceso contra la validez de la ordenación

sacerdotal. La acción del Ordinario, según las nuevas Regulae Servandae Art. 1, consistirá

en instituir, por escrito, en acto de delegación a un Instructor y a un Defensor de la Sagrada

Ordenación entre los ministros del Tribunal o de la Curia. Podrá el Ordinario elegir a

quiénes prefiera, con tal que posean las cualidades exigidas por el derecho para el

desempeño del oficio correspondiente (cc. 1421 §§1 y 3; 1432) (RS, Art. 3. §1). Si los

elegidos para la instrucción del proceso cayesen en sospecha legítima o estuviesen

impedidos, puede el Ordinario y el Instructor elegir a otros que hagan sus veces, dejando
113

por escrito una clara mención de la delegación con “las razones de la subrogación” (RS,

Art. 4).

Recomienda la norma, como medida de precaución, que se prohíba aceptar la causa

al Ordinario o al Instructor cuando existan “razones de consanguinidad, afinidad, relación

íntima o gran enemistad con el Orador” (RS, Art. 4). Dicha recomendación parece lógica en

aras de facilitar el cauce correcto de la investigación, favoreciendo así la justicia eclesial,

para que no se filtren razones de sentimientos o preferencias humanas que puedan

entorpecer el avance justo de la instrucción del proceso administrativo.

El Instructor es el sujeto jurídico encargado, por designación especial del ordinario

mediante decreto, para llevar a cabo la respectiva investigación que pone en marcha el

procedimiento administrativo que resolverá la decisión final, a favor o en contra, de la

nulidad de la ordenación sacerdotal. Es su deber, atendiendo a la nueva legislación por

decreto AdSatius Tutiusque, que cumpla con las siguientes responsabilidades:

a) Hacer las investigaciones sobre todo aquello que pueda probar la nulidad en el

caso. Las principales pruebas son: 1. La confesión jurada del clérigo orador; 2. Las

deposiciones juradas de otros testigos (especialmente familiares y formadores del

Seminario); 3. Otras deposiciones de testigos llamados a instancia del Orador o de

oficio; 4. Documentos auténticos de cualquier género, especialmente cartas u otros

que sean pertinentes en la causa; 5. Indicios y presunciones.

b) Avisar al Orador, antes de iniciar la instrucción, de que tiene la facultad de elegir

un procurador, que ha de ser sacerdote y sea apreciado por su honradez y

principalmente por sus conocimientos jurídicos y teológicos.

c) Proponer al Orador y a los testigos los cuestiones elaboradas por el Defensor de

la sagrada ordenación. El Clérigo puede, si lo considera necesario, plantear por sí


114

mismo o por su procurador algunas preguntas al Instructor para que sean propuestas

a todos o a alguno de los testigos.

Para el examen del Orador o de los testigos que no están en la diócesis, se puede

recurrir al Ordinario del lugar donde viven para que él designe un juez que realice el

interrogatorio; para los que estando en la diócesis no pueden acudir al tribunal, se

puede delegar la misión en el párroco o en un sacerdote idóneo junto a otro

sacerdote que realice la función de notario. En cualquier caso, el Instructor deberá

hacer constar en las actas que verificó la probidad y credibilidad de cada uno de los

testigos (Prisco, 2013, p. 616 - 617).

Entendido el alcance y la función del Instructor de la causa de la nulidad de la

ordenación sacerdotal, el documento citado, prosigue enumerando las respectivas

obligaciones que debe tramitar el Defensor de la sagrada ordenación, entendiendo que el

objetivo de esta figura canónica es precisamente generar los argumentos necesarios para

salvaguardar la naturaleza, dignidad y validez del sacramento en cuestión, así como ejercer

vigilancia sobre el debido proceso administrativo. En este caso, según el canon 1711, el

Defensor goza de los mismos derechos y tiene las mismas obligaciones que el Defensor del

vínculo matrimonial. De allí que el Defensor tenga el deber de cuidar que no exista ninguna

violación de la justicia y de los derechos del orador; velar que no se haya omitido algún

requerimiento legal o se haya realizado algo de manera inoportuna; proponer y exponer

todo aquello que pueda aducirse razonablemente en favor del vínculo de la sagrada

ordenación. Si se presentaran algunas anomalías en el proceso, el Defensor tiene la

obligación de recurrir al Instructor, o cuando éste disienta, al Ordinario.

De esta misión brotan, entonces, los derechos y los deberes que corresponden al

Defensor de la sagrada ordenación en beneficio del respetivo proceso administrativo. Se


115

puede detallar en cuatro puntos fundamentales la normativa que exige las Regulae

Servandae al mencionado Defensor:

a) Examinar al Orador y a los testigos o al menos estudiar profundamente y dar su

punto de vista a las deposiciones de los testigos en la misma sede del tribunal;

b) Presentar al Instructor cuestiones cerradas y firmadas para que las proponga,

sugerir nuevas preguntas que hayan surgido del examen y, fundamentalmente, poner

en evidencia las contradicciones descubiertas;

c) Sopesar las razones aducidas por el Orador y reconocer los documentos

aportados;

d) Escribir las observaciones sobre las afirmaciones y alegar, según se deduce de

ellas, todo lo que considere útil para defender la Sagrada Ordenación (RS, Art. 10).

Comprendidas y determinadas las funciones del Ordinario, del Instructor y del

Defensor de la sagrada ordenación, el proceso administrativo evoluciona de acuerdo a lo

estipulado por las normas canónicas, es decir, que inicia con la respectiva citación que se

debe enviar al Orador y a los testigos en un lapso de tiempo conveniente, antes del día

establecido para la sesión instructora. El modo legal de proceder para la citación se

encuentra establecido en los cánones 1508 y 1509 del CIC 83, los cuales regulan que:

§1 El decreto de citación judicial debe notificarse enseguida al demandado, y al

mismo tiempo a aquellos otros que deban comparecer. §2. Debe unirse a la citación

el escrito de demanda, a no ser que, por motivos graves, el juez considere que éste

no debe darse a conocer a la parte antes de que declare en el juicio. §3. Si se

demanda a quien no tiene el libre ejercicio de sus derechos o la libre administración

de las cosas sobre las que se litiga, la citación se ha de hacer, según los casos, al
116

tutor, curador, procurador especial o a aquel que, según el derecho, está obligado a

asumir en su nombre el juicio (c. 1508).

§1 La notificación de las citaciones, decretos, sentencias y otros actos judiciales ha

de hacerse por medio del servicio público de correos o por otro procedimiento muy

seguro, observando las normas establecidas por ley particular. §2. Debe constar en

las actas la notificación y el modo en que se ha hecho (c. 1509).

Este es el modo ordinario reglamentado por la codificación actual para la citación

del Orador y de los testigos, pero puede también el Instructor proceder, de consenso con el

ordinario, a elegir otro modo oportuno de efectuar la citación. Incluso, “podrá utilizar la

mediación para evitar la no comparecencia, si existiese, de alguna persona amiga o de una

autoridad de prestigio” (RS, Art. 11§2).

Una vez efectuada la citación y lograda la presencia del Orador y de los testigos, el

Instructor para recabar las convenientes declaraciones, en el lugar indicado, debe exigir

a las partes “el juramento de decir la verdad tocando el libro de los santos Evangelios” (RS,

Art 12), e insistir en la santidad del juramento y la obligación de decir la verdad, bajo pena

de ser castigado por perjurio. Las partes mencionadas deben responder de manera verbal a

las preguntas del Instructor, y “no se les debe permitir conocer las preguntas con

anterioridad ni tampoco leer las actas o los documentos a no ser que, en un caso particular,

el Instructor lo considere oportuno” (RS, Art 14). Las correspondientes respuestas serán

consignadas por escrito por el notario. En caso de requerir un equipo técnico, se admitirá

“el uso de un magnetófono, en cuyo caso la declaración, una vez consignada íntegramente

por escrito, ha de ser reconocida y firmada por el declarante llamado de nuevo a la sala (c.

1567 §2)” (RS, Art. 14).


117

No se admiten, ni siquiera en circunstancias peculiares, el uso del teléfono, fax,

email, whatsapp u otro modo, en el que el Instructor no pueda comprobar la

identidad del declarante. Pero si pudiera comprobarse dicha identidad por algún

medio, como por ejemplo la videoconferencia, parece que no habría problema en

que fuera aceptado (Prisco, 2103, p. 619).

Las declaraciones y el avance del proceso reflejado en los actos realizados durante

la investigación, deben estar siempre consignados por escrito, de manera clara y precisa. Se

sugiere también que las actas elaboradas durante el procedimiento han de estar “redactadas

en español, pues es uno de los idiomas admitidos según el Reglamento de la Curia Romana

(junto con el italiano, francés, inglés, alemán y otros), o si se prefiere en latín” (Prisco,

2013, p. 620).

Por otra parte, insiste las Regulae Servandae que en caso de existir documentos o

certificados médicos que puedan comprobar alguna enfermedad hereditaria o genética,

deben ser presentados por el Orador o los testigos como pruebas que orienten la

investigación y la decisión final. Así mismo, el Instructor posee la facultad de pedir la

prueba pericial, exigiendo que el Orador sea examinado por algún perito en medicina,

psiquiatría o psicología para recabar, cuando sea necesario, los distintos testimonios

científicos que orienten y fundamenten la instrucción.

Una vez reunidas todas las declaraciones y las diversas pruebas emanadas por el

Orador y los testigos, se procede entonces a la conclusión de la causa. En esta instancia

del procedimiento, el Instructor no deberá actuar “si previamente no declara el Defensor de

la sagrada ordenación que no queda nada más que preguntar y el Orador que no tiene nada

más que añadir” (RS, Art. 19 §1). Consciente de la terminación de esta acción, el Instructor

tiene la obligación de revisar y analizar los testimonios del Orador y de los testigos para
118

observar si no existe alguna contradicción o ambigüedad. Obtenida la certeza del orden del

proceso y la observancia de las exigencias, se procederá a la conclusión de la causa para

luego enviar las actas al Defensor de la sagrada ordenación, quien las examinará

atentamente y constatará el hecho de que no existe ninguna falta a la reglamentación

exigida para este procedimiento administrativo.

Antes de enviar las actas al Dicasterio competente, además de las observaciones del

Defensor de la ordenación, el Instructor debe anexar “su propia relación en la que se

pronuncie acerca del mérito de la petición del Orador, exponiendo las razones, tanto de

derecho como principalmente de hecho” (RS, Art. 21. §1). “Se añadirá a las actas también

el voto del Ordinario, aunque él mismo sea el Instructor, tanto acerca del mérito de la

causa, como acerca de lo que puede hacer temer o no un escándalo” (RS, Art. 21. §2).

Reunidas las actas, las observaciones del Defensor, la relación del Instructor y el

voto del Ordinario, “se han de transmitir a la Sede Apostólica, por medio del

Representante pontificio o si él falta por otro medio, en triple ejemplar auténtico,

encuadernado en un fascículo escrito a máquina con el índice de todos los documentos”

(RS, Art. 21. §2). Con el envío a la competente autoridad, se da por terminada la

instrucción ante el Ordinario y queda ahora, en manos del nuevo Departamento de la Rota

Romana, conocer las respectivas actas y definir mediante el procedimiento correspondiente

si se efectúa o no la nulidad de la ordenación sacerdotal. Dicho proceso abre el itinerario

que se comentará a continuación siguiendo los documentos ya citados.


119

3.3.3 El itinerario de la causa en el Departamento de la Rota Romana

El íter procesal administrativo de la causa del sacramento en cuestión, ante el foro

competente, es desarrollado con meticulosa reglamentación en la segunda parte de las

nuevas Regulae Servandae, en los capítulos VII y VIII, donde se describe la manera de

proceder del Departamento de la Rota Romana, encargado de juzgar las causas sobre la

nulidad de la sagrada ordenación.

Con respecto a la tramitación en la Rota, las normas asignan este trabajo a un

colegio de al menos tres miembros elegidos de entre los miembros del

Departamento creado para tal efecto, de los cuales uno será Presidente y ponente y

otro Defensor de la sagrada ordenación. Como es habitual en cualquier proceso,

habrá al menos un notario-actuario que de fe de todo en las actas. Para garantizar la

buena administración de la justicia, se recomienda que el Orador tenga un sacerdote

procurador en Roma que lo represente, especialmente si se trata de añadir nuevas

pruebas o documentos. Las actas así completadas se transferirán al Defensor de la

ordenación para que dé su voto y con ese voto se enviarán a cada uno de los

miembros del Colegio (Prisco, 2013, p. 621).

Una vez observado correctamente este proceder, el Presidente del colegio

“establecerá el día de la reunión para decidir, de modo que los miembros del Colegio

tengan tiempo suficiente, no más tarde de un mes completo, para realizar el estudio de las

actas y dar su voto por escrito” (RS, Art. 28). En la fecha de la reunión fijada por el

Presidente, se tomará entonces la decisión final que resolverá la causa en procedimiento. En

dicha reunión, “después de que el Ponente lea su voto, y los demás Comisarios consientan,

se ha de llegar enseguida a la decisión final” (RS, Art. 29). Si no se llega a una decisión, se
120

recomienda que los miembros del colegio realicen una moderada discusión con el fin de

resolver las disensiones para que, en cuanto sea posible, se llegue a la unanimidad. De no

ser así, el Decano de la Rota Romana, con su voto de calidad, podrá tomar una decisión

cuando no haya unanimidad, una vez analizado el voto mayoritario de los miembros del

Colegio y las razones de hecho y de derecho aportadas por ellos.

Finalmente, el Decano de la Rota comunicará la decisión final al Orador y a su

Ordinario. La decisión se notificará igualmente al Defensor de la ordenación.

3.3.4 La Apelación contra la decisión del proceso administrativo

La vía administrativa, legislada por la nueva reglamentación, pretende que la

decisión final del Colegio del Departamento de la Rota Romana proteja los derechos del

clérigo, pero también la dignidad del sacramento de la ordenación sacerdotal. Atendiendo a

estos derechos, “se prevén distintos recursos contra los decretos del Decano de la Rota

Romana, pudiendo llegar hasta la Signatura Apostólica” (DGDC V, p. 601). De esta forma,

en el procedimiento administrativo, las Regulae Servandae establecen que:

Comunicada la decisión por el Decano de la Rota al Ordinario y al Orador, tanto el

Defensor de la sagrada ordenación como el Orador - por medio del Ordinario o por

su procurador - tienen derecho a recurrir en los diez días siguientes a la notificación

del decreto por la Rota y en el período de un mes íntegro tiene el derecho de

proponer sus argumentos tanto de hecho como de derecho (Prisco, 2103, p. 621).

Reunidos los nuevos argumentos requeridos para entablar la correspondiente

apelación, el Departamento de la Rota Romana, si considera que las pruebas son


121

suficientes, traspasará la causa íntegra, junto con los argumentos propuestos, a un nuevo

turno de tres o cinco Comisarios que procederán, según lo descrito, hasta dar un segundo

decreto; en caso contrario, la decisión se hará ejecutiva y se comunicará al Ordinario

competente por decreto del Departamento de la Rota Romana.

Una vez constituido el nuevo Colegio por decreto del Decano de la Rota, el

Presidente del colegio “debe oír al Orador y al Defensor de la sagrada ordenación por si

acaso quieren proponer breves animadversiones a las afirmaciones de la otra parte” (RS,

Art. 31. §2); Después, establecido el día de la nueva reunión del Colegio y analizados los

nuevos argumentos, los miembros del colegio han de llegar a una decisión, estando

presente el Decano de la Rota Romana quien comunicará, mediante decreto, la decisión

final al Orador y a su Ordinario. Regula la normativa vigente que, contra este segundo

decreto de decisión, no hay apelación posible sino solamente recurso a la Signatura

Apostólica que resolverá la cuestión.

Si la decisión o sentencia es afirmativa, con el correspondiente proceso

administrativo o judicial, queda claro que el sacramento recibido por el sujeto no se realizó

efectivamente y carece de validez, de tal forma que se declara que “esa persona no es, ni ha

sido verdaderamente ministro de la Iglesia o clérigo, pues faltaba aquello sobre lo que se

apoya todo el estado clerical: la recepción válida del sacramento” (DGDC V, p. 598).

Conviene recordar que la declaración de la nulidad de la sagrada ordenación, produce

también en el sujeto la inmediata “pérdida del estado clerical, con la consiguiente pérdida

de todos los derechos, facultades y deberes propios de los ordenados in sacris ” (DGDC V,

p. 598).

Por otra parte, si la decisión es negativa en doble sentencia por vía judicial o por

decisión final del decreto administrativo, en el clérigo se ratifica la validez de su ministerio


122

recibido y podrá entonces, si así lo desea, pedir al Romano Pontífice la gracia de la

dispensa del celibato y de las demás obligaciones inherentes a la sagrada ordenación.

3.4 Conclusión

Finalizado el recorrido legal instaurado por la legislación canónica de 1983 y las

Regulae Servandae de 2001 para la declaración de la nulidad de la ordenación sacerdotal,

en sus determinados procesos por vía judicial o administrativa, es necesario advertir que

estos dos caminos de la normativa eclesial han surgido desde la madurez doctrinal y

teológica para responder a las exigencias de los tiempos y a los defectos de los actos

jurídicos sacramentales presentados en el sujeto activo y pasivo de la sagrada ordenación.

No es el querer de la Iglesia que los sacramentos estén viciados de nulidad, pero dadas las

condiciones de la naturaleza humana y la fragilidad de la persona, la autoridad competente

debe legislar convenientemente para realizar la salvaguarda de los derechos de los fieles y

la dignidad del sacramento del Orden. De allí que los procesos mencionados tengan

siempre, como fundamento, disponer de los elementos necesarios para que de ninguna

manera se vea afectada la justicia de las partes en cuestión y el bien común eclesial.

El proceso de la nulidad de la ordenación sacerdotal de ninguna forma puede ser

visto como un escape jurídico, por parte del clérigo o de los interesados, para evadir las

obligaciones y responsabilidades propias del sagrado ministerio. Es por el contrario, una

alternativa canónica para evitar que los actos jurídicos realizados por el clérigo afecten su

propio estado y el estado de los fieles respecto a la salvación de las almas, pues de tan
123

augusto sacramento brotan otros sacramentos y las potestades para enseñar, santificar y

gobernar al Pueblo de Dios.


124

Conclusiones generales

La ejecución del método documental y el método histórico permitieron llevar a

cabalidad el desarrollo de los tres capítulos expuestos, que lograron un acercamiento al

estatuto jurídico de la nulidad de la sagrada ordenación sacerdotal según la legislación

canónica actual. Fue indispensable hacer uso de las diversas fuentes histórico - jurídicas

emanadas por los Concilios de la Iglesia, el Magisterio de los Papas y el desarrollo de la

canonística actual. Sin estos recursos habría sido imposible construir el discurso, los

comentarios y el desarrollo de este proyecto investigativo.

El trabajo, entonces, resulta ser una síntesis bien lograda, gracias al material

alcanzado, que determina en el primer capítulo, la praxis de la Iglesia en los diversos siglos

de la era cristiana, respecto a circunstancias significativas que requerían la intervención del

gobierno eclesiástico, para resolver situaciones en las que estaba expuesto el bien de las

almas y la dignidad del sacramento del orden sacerdotal. De estos hechos históricos nace la

normativa canónica que legisla sobre los elementos subjetivos, objetivos y legales por los

cuales se determina la validez de todo acto jurídico, entendiendo que el sacramento del

Orden por su naturaleza pública, no deja de ser por tanto un acto jurídico vigilado,

protegido y promovido por la ley de la Iglesia para facilitar su correspondiente validez.

La Legislación vigente regulada por el Código de 1983, junto a los avances de los

canonistas aportaron la normativa necesaria para plasmar en el segundo capítulo las

diversas causales por las cuales se puede entablar una demanda contra la validez del

sacramento del Orden. Causales que, expuestas con claridad, orientarán el discernimiento y

la posibilidad de construir un libelo para que el Orador reciba una respuesta del foro

competente de la autoridad de la Iglesia Universal. Dichas causales quedaron definidas


125

sobre el fundamento de aquellos requisitos legales que son necesarios para preservar la

dignidad de la sagrada ordenación y que “afectan directamente a la sustancia o esencia del

rito sacramental, al ministro válido y a las condiciones requeridas en el sujeto que lo recibe,

y no en aquellas otras condiciones que la Iglesia ha querido establecer como necesarias

simplemente para la licitud” (Prisco, 2013, p. 605).

Planteado en el canon 290,1° las formas legales de juzgar una causa contra la

validez de la ordenación sacerdotal, el tercer capítulo, abordó de manera expresa el

procedimiento judicial y el proceso administrativo con los cuales se decide, por sentencia o

por decreto, la nulidad del sacramento en cuestión. Aunque el Código permite la ejecución

de las dos vías mencionadas, la praxis actual ilustra la preferencia del foro competente

respecto al procedimiento administrativo, razón por la cual, el Santo Padre Juan Pablo II,

con el ánimo de actualizar las normas emanadas por el decreto Ut Locorum Ordinarii de

1931 de SS. Pío XI, promulgó en el año 2001 mediante el decreto AdSatius Tutiusque, las

nuevas Regulae Servandae que describen detalladamente las pautas necesarias para iniciar,

instruir y decidir por decreto, la acusación de un Orador contra la validez del Orden

sacerdotal.

Al concluir el desarrollo de los enunciados capítulos, conviene tener presente que

debido a la expresada escasez de material y jurisprudencia canónica sobre el tema en

cuestión, seguramente quedan lagunas e interrogantes sobre los principios jurídicos

expuestos respecto a la declaración de la nulidad de la ordenación sacerdotal. Así por

ejemplo, resultan como incógnitas: 1. La necesidad de abordar la nulidad desde el sujeto

activo, es decir desde el ministro de la ordenación, no sólo en lo referente a legitimidad de

ostentar el episcopado sino también respecto a situaciones internas o externas que afecten

su intención y libertad de transmitir el sacerdocio al sujeto pasivo; 2. Las referencias a los


126

aspectos de orden psicológico y psiquiátrico, aunque han despertado el interés de la

reflexión canónica, pueden ser aún más enriquecidas con el avance de la ciencia y de la

medicina actual, para juzgar si pueden adquirir más fuerza a la hora de decidir sobre la

validez del sacramento del Orden; fuerza que sí posee la violencia y el miedo grave, pues

cuentan con una larga tradición y especulación canónica; 3. La escasez de jurisprudencia

respecto al tema y la devolución de los casos llegados al foro competente, pueden dejar

percibir dos situaciones: La rigidez y el absoluto respeto por la dignidad del Orden sagrado,

o el miedo de la autoridad competente que al declarar nula una ordenación pueda también

poner en riesgo la validez de los actos sacramentales y los actos de la potestad de Orden

realizados por el clérigo en sus años de servicio ministerial.

Finalmente, lo consignado en este trabajo se convierte en una ayuda pastoral,

doctrinal, canónica y formativa para los vocacionados y candidatos al ministerio sacerdotal,

quienes revisando su libertad y su recta intención deben, buscar siempre consagrarse

válidamente al servicio de la Iglesia para la salvación de las almas. Así mismo, el proyecto

investigativo es una ayuda fundamental para aquellos clérigos que se encuentran en

discernimiento de su vida ministerial y que frente a las crisis que los llevan a una opción

definitiva de abandono del sacerdocio, puedan optar no sólo por el proceso de pérdida del

estado clerical, sino también a la alternativa de pedir que sea juzgada la validez del Orden

sagrado mediante una posible causa de nulidad que acepte la autoridad competente, para

liberarlos del estado clerical y de las cargas inherentes al ministerio sacerdotal.


127

Anexo 1

Regulae Servandae ad proceduram administrativam nullitatis ordinationis

inchoandam et celebrandam noviter confectae

Reglas renovadas que han de ser observadas para incoar y realizar el procedimiento

administrativo de la nulidad de la ordenación.

Acuerdos de la Congregación para el Culto Divino y Disciplina de los Sacramentos

Decreto mediante el cual se expiden las Normas Obligatorias para declarar la

nulidad de las sagradas Órdenes.

Para mejor entender, satisfacer y proteger el bien espiritual de aquellos que en la

Iglesia, según las normas jurídicas vigentes, solicitan la nulidad de sus Órdenes ésta

Congregación del Culto Divino y Disciplina de los Sacramentos, competente en la materia

según el c. 1709 §1 en concordancia con el Artículo 68 de la Constitución Pastor Bonus y

secundando con todo vigor las normas ya establecidas de tiempo atrás; a saber, normas

obligatorias en los procesos sobre nulidad de las Sagradas Órdenes emitidas el día 4 de

junio de 1931 y aprobadas y confirmadas por el Sumo Pontífice Pío XI felizmente reinante

(f.r.), es necesario desde todo punto de vista renovarlas puesto que ni las incorporó el nuevo

Código, ni las reordenó en su totalidad.

Parecía urgente la renovación, si principalmente se tiene en cuenta el espíritu y la

letra del nuevo Código, en especial en cuanto al tema del derecho de todos los fieles y por

lo tanto de los clérigos en procesos en los que debe salvaguardarse la condición de las
128

personas. El Dicasterio del Culto Divino y Disciplina de los Sacramentos manda que todos

los clérigos y especialmente los Ordinarios locales, cumplan fielmente y apliquen al pie de

la letra las normas para adelantar el proceso administrativo de reciente versión y

aprobación, dado que surgen dudas y problemas sobre la validez y los efectos del vínculo

de la Ordenación de algunos clérigos y es necesario salirles al paso conservando el régimen

disciplinario.

Mediante este decreto, una vez conseguido el beneplácito de la Secretaria de Estado

(Litt. Secr. Status del día 25 de septiembre de 2001, n. 497 070) empiezan a entrar en vigor

las presentes Normas Obligatorias redactadas por la Congregación del Culto Divino y

Disciplina de los Sacramentos en concordancia con el c. 34 del Código de Derecho

Canónico; las normas anteriores ya establecidas, mencionadas antes, es necesario

considerarlas abrogadas en lo sucesivo y no tienen fuerza alguna de ahora en adelante. Sin

la más mínima objeción de cualquier naturaleza.

En la Sede la Congregación, 16 de octubre del año del Señor 2001

G.A. Card. Medina Estevez, Prefecto L.ms. 83

Francisco Pío Tamburrino, Secretario

Capítulo I: El foro Competente

Art. 1. A la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos

le corresponde conocer las causas contra la validez del sacramento del Orden recibido (c.

1709 §1; PB 68). Ninguna autoridad inferior puede intimar el proceso sin que previamente

hubiera recibido la facultad de la misma Congregación.

Nota: El Motu Proprio Quaerit Semper en su artículo 3 de SS. Benedicto XVI,

deroga la mencionada competencia instaurada por la PB 68, legislando que es competente


129

para tratar estas causas una nueva oficina, un Departamento del Tribunal de la Rota

Romana.

Capítulo II: El Libelo de Petición

Art. 2. §1 Además del Clérigo y del Ordinario competente según la norma del

canon 1708, puede acusar la validez de la ordenación también el Promotor de justicia de la

diócesis de incardinación o de domicilio del Clérigo. §2 El libelo de petición debe contener

los elementos que se requieren en el Código (cc. 1501-1504) y ha de ser enviado a la

Congregación. El Ordinario competente añadirá al libelo, si las hubiere, sus propias

informaciones especialmente las referidas al fundamento de la causa, según el

interrogatorio extrajudicial hecho al Orador sobre las afirmaciones hechas por él en dicho

libelo.

Primera Parte: Procedimiento ante el Ordinario

Capítulo III: El nombramiento de los ministros

Art. 3. §1 El Ordinario, hecha suya la facultad de la que se trata en el artículo 1 para

realizar la instrucción sobre la nulidad pedida, procurará instituir cuanto antes un Instructor

y un Defensor de la sagrada ordenación de entre los ministros del Tribunal o de la Curia.

Sin embargo, a no ser que lo aconsejen razones muy peculiares, podrá elegir a quiénes

prefiera, con tal que posean las cualidades que el derecho prescribe para el oficio de cada

uno (cc. 1421 §§1 y 3; 1432). §2 A no ser que el Ordinario haga la instrucción por sí

mismo, algo que no parece oportuno en circunstancias ordinarias, pondrá por escrito el acto

de la delegación correspondiente e incorporarla el documento a las actas de la instrucción.

Art. 4. El Ordinario o el Instructor no deben aceptar la causa por razones de

consanguinidad, afinidad, relación íntima o gran enemistad con el Orador.


130

Art. 5. En todo el decurso de la Instrucción, el Ordinario o el Instructor podrán

elegir otros ministros idóneos para que, en casos particulares, hagan sus veces, cuando los

primeros elegidos estuvieran impedidos o recayera sobre ellos sospecha legítima. Se debe

hacer mención en las actas de la delegación resultante y de la razón de la subrogación.

Capítulo IV: El oficio del Instructor y de los otros ministros

Art. 6. §1 Le corresponde al Instructor, después de haber obtenido la facultad para

instruir la causa, hacer las investigaciones sobre todo aquello que pueda probar la nulidad

en el caso; §2 Las principales pruebas en estas causas son: a) la confesión jurada del clérigo

orador; b) las deposiciones juradas de otros testigos (especialmente familiares y formadores

del Seminario); c) otras deposiciones de testigos llamados a instancia del Orador o de

oficio; d) documentos auténticos de cualquier género, especialmente cartas u otros que sean

pertinentes en la causa; e) indicios y presunciones. §3 Antes de iniciar la instrucción, el

Instructor avise al Orador de que tiene la facultad de elegir un procurador, que ha de ser

sacerdote y sea apreciado por su honradez y principalmente por sus conocimientos jurídicos

y teológicos.

Art. 7. El Instructor deberá proponer al Orador y a los testigos los cuestiones

elaboradas por el Defensor de la sagrada ordenación. El Clérigo puede, si lo considera

necesario, plantear por sí mismo o por su procurador algunas preguntas al Instructor para

que sean propuestas a todos o a alguno de los testigos.

Art. 8. §1 Si en alguna ocasión el clérigo Orador o los testigos que han de ser

examinados son de otra diócesis o están fuera de la diócesis, y por la distancia o por otro

impedimento no pueden acceder a la sede establecida, el Instructor pedirá al Ordinario de

su diócesis que examine a los testigos, observando las normas del Derecho, y añadiendo, si

fueran necesarias, las oportunas instrucciones para el juez que ha de interrogar. §2 El


131

Orador o los testigos que viven en la diócesis pero que, por la amplitud de ésta o por otro

grave incómodo, no pueden acceder a la sede establecida por el Instructor, ni tampoco

pueden llegar a ellos el Instructor y los administrativos del tribunal, les oigan por medio del

párroco o por otro sacerdote idóneo y digno delegado por el Instructor para esta función,

quien puede pedir colaboración a alguien que esté ordenado in sacris para ejercer el oficio

de notario (c. 483 §2). A dicho delegado se le han de transmitir todas las instrucciones,

interrogatorios necesarios e incluso los documentos que sean oportunos al caso.

Art. 9. El Instructor, para estimar el valor de cada uno de los testimonios, no debe

nunca omitir la investigación sobre la probidad y credibilidad de cada uno de los llamados a

juicio, pidiendo para ello incluso a sus párrocos cartas testimoniales. De todo esto se ha de

hacer referencia en las actas.

Art. 10. §1 Le corresponde al Defensor de la sagrada ordenación como derecho y

deber: a) examinar al Orador y a los testigos o al menos estudiar profundamente y dar su

punto de vista a las deposiciones de los testigos en la misma sede del tribunal; b) presentar

al Instructor cuestiones cerradas y firmadas para que las proponga, sugerir nuevas

preguntas que hayan surgido del examen y fundamentalmente poner en evidencia las

contradicciones descubiertas; c) sopesar las razones aducidas por el Orador y reconocer los

documentos aportados; d) escribir las observaciones sobre las afirmaciones y alegar, según

se deduce de ellas, todo lo que considere útil para defender la sagrada ordenación. §2 Le

corresponde al Defensor recurrir al Instructor siempre que exista una violación de la justicia

y de los derechos de la parte Oradora o cuando considere que se ha omitido algo

ilegítimamente, se ha hecho algo inoportunamente, o incluso si se ha omitido alguna

prescripción de la ley. Si el Instructor disiente, se hará un recurso al Ordinario.


132

Capítulo V: La evolución del proceso

Art. 11. §1 La cédula de la citación se ha de enviar en un conveniente espacio de

tiempo antes del día establecido para la sesión instructora. En el caso de que, después de

haber realizado una diligente investigación, se ignore dónde se encuentran de hecho el

Orador o los testigos, el Instructor discierna si han de ser observadas las reglas establecidas

en el Código (cc. 1508-1509), o si, de consenso con el Ordinario, ha de elegirse otro modo

que se considere oportuno. §2 Si el citado rechazase obedecer el mandato de comparecer,

vea el Instructor si puede volver a enviar la citación por otros medios más oportunos;

deberá utilizar para evitar la no comparecencia la mediación, si existiese, de alguna persona

amiga o de una autoridad de prestigio.

Art. 12. El Instructor, antes de proceder al interrogatorio del Orador y de los

testigos, deberá exigir el juramento de decir la verdad tocando el libro de los santos

Evangelios; si el testigo se negara se hará constar en las actas la negativa y el motivo. Del

mismo modo se avisará al Orador y a los testigos de la santidad del juramento y de las

penas con las que es castigado el delito de perjurio en el foro de la Iglesia (c. 1368; 1391).

Art. 13. El Orador y los testigos sólo den respuestas verbales al Instructor que

interroga, y no se les avise previamente de las preguntas que se les van a hacer, ni tampoco

se les permita leer las actas o los documentos a no ser que, en un caso particular, el

Instructor considere oportuno permitir que la parte interrogada lea algún documento

importante que sirva para comprobar lo que ha dicho o para ayudarle a recordar.

Art. 14. El contenido de la respuesta del Orador o de los testigos ha de ser

consignado por escrito por el notario, al menos en lo que a la sustancia se refiere, a no ser

que el Instructor prevea el uso de un magnetófono, en cuyo caso la declaración, un vez

consignada íntegramente por escrito, ha de ser reconocida y firmada por el declarante


133

llamado de nuevo a la sala (c. 1567 §2). No se admiten sin embargo, ni siquiera en

circunstancias peculiares, el uso del teléfono o del fax o de otro modo en el que el

Instructor no pueda comprobar la identidad del declarante.

Art. 15. §1 El Orador y los testigos pueden ser llamados de nuevo para el examen

de aquellas cosas que ya han sido testificadas o de otros hechos nuevos o cuestiones que

hayan surgido durante el proceso, bien sea a petición propia, a petición del Defensor de la

sagrada ordenación, o ex officio por el Instructor, oído el Defensor. §2 Para confeccionar

las actas se han de utilizar los idiomas que son admitidos según el Reglamento de la Curia

Romana. De otro modo todas las actas se traducirán literalmente al latín o a otra lengua

usual. Si para hacer la traducción se precisara recurrir a un intérprete, éste será elegido por

el Instructor, oído el Defensor de la ordenación, y deberá realizar el juramento de

desempeñar fielmente el oficio y de guardar secreto.

Art. 16. Correspondería la Orador el derecho de pedir que se le pongan de

manifiesto los nombres de los testigos llamados ex officio, a no ser que el Instructor, oído

el Defensor de la sagrada ordenación o a petición de él mismo, establezca otra cosa en su

decreto, exponiendo en el mismo decreto las razones. Contra este decreto del Instructor se

puede interponer un recurso al Ordinario quien ha de definir el asunto de forma expedita. El

Orador tiene facultad también para recusar a algún testigo, observando las normas del

Derecho.

Art. 17. §1 Les corresponde al Orador y a los testigos presentar al Instructor

aquellos documentos que posean y que hayan sido elaborados en tiempo no sospechoso.

Entre los documentos posibles, se han de considerar de más valor los certificados médicos

que refieren alguna enfermedad de las llamadas hereditarias o genéticas que padecía el

Orador antes de recibir las órdenes. §2 El Instructor, por su autoridad y mediante decreto,
134

puede requerir documentos y testimonios y sobre ellos interrogar al Orador o a los testigos

en examen.

Art. 18. Si es el caso, el Instructor puede prever que el Orador sea examinado por

algún perito en medicina, psiquiatría o psicología (c. 1574). El perito, seleccionado de entre

varones poseedores de ciencia y prudencia, después de realizar su función según la

metodología de su oficio para discernir el estado del Orador, refiera por escrito aquellos

indicios y argumentos acomodados a la doctrina médica que parezcan dificultar o excluir la

validez de la sagrada ordenación. Se le pedirá al perito que jure cumplir fielmente su oficio

y guardar secreto y se le remitirá un cuestionario con preguntas que deberá responder.

Capítulo VI: La conclusión de la instrucción

Art. 19. §1 El Instructor no deberá declarar concluida la instrucción si previamente

no declara el Defensor de la sagrada ordenación que no queda nada más que preguntar y el

Orador que no tiene nada más que añadir. §2 Antes de que el Instructor dé el decreto de

conclusión, sopese atentamente las actas por sí mismo, compare los testimonios del Orador

y de los testigos entre sí y con los otros elementos emergentes del proceso y mire si existe

alguna contradicción o ambigüedad relativa o absoluta. En ese caso discierna, con el fin de

resolver las cuestiones confusas, si es necesario volver a citar al Orador o a los testigos para

completar la instrucción, oído no obstante el Defensor de la ordenación.

Art. 20. Una vez concluida la instrucción, han de ser enviadas al Defensor de la

ordenación todas las actas por decreto del Instructor, para que plantee sus observaciones,

constatando también si fueron o no observadas en la instrucción las reglas dadas hasta aquí.

Art. 21. §1 El mismo Instructor, antes de enviar las actas al Dicasterio competente,

además de las observaciones del Defensor de la ordenación, elabore y adjunte a las actas su

propia relación en la que se pronuncie acerca del mérito de la petición del Orador,
135

exponiendo las razones, tanto de derecho como principalmente de hecho. §2 Se añadirá a

las actas también el voto del Ordinario, aunque él mismo sea el Instructor, tanto acerca del

mérito de la causa, como acerca de lo que puede hacer temer o no un escándalo. Si la sede

episcopal queda vacante, el voto lo ha de dar aquél que legítimamente ejerce las funciones

del obispo (cc. 409 §2, 413 §1; 426427).

Art. 22. §1 El cumplimiento de estas normas se encomienda de manera

especialísima a los Ordinarios, a quienes compete vigilar para que no se desvíen de ellas los

elegidos como ayudantes. Si en alguna ocasión sucediera que una justa razón aconsejara

dejar de lado, alguna de las presentes normas, el Instructor dará razón de ello en las actas,

para que conste la causa de la inobservancia. §2 Le corresponde únicamente a los

Ordinarios, bajo su criterio, examinar las actas en cualquier momento del proceso, dar

consejos y avisos a los oficiales o removerlos con causa grave.

Art. 23. Todas las actas (cf. c. 1472) se han de transmitir a la Sede Apostólica, por

medio del Representante pontificio o si él falta por otro medio, en triple ejemplar auténtico,

encuadernado en un fascículo escrito a máquina con el índice de todos los documentos,

tomando las precauciones necesarias de las que se dispone, según las condiciones del lugar,

para una transmisión segura de los documentos.

Segunda Parte: El itinerario de la causa en el dicasterio

Capítulo VII: La continuación del proceso

Art. 24. §1 Una vez recibidas las actas, procure el Dicasterio que cuanto antes se

constituya el Colegio, generalmente formado por tres de entre los Comisarios

pertenecientes al Dicasterio, destacados en el oficio de tratar causas sacerdotales; a uno de

ellos se le encomendará que asuma el oficio de Presidente del colegio y Ponente de la

causa. §2 Procure también la Congregación competente que se constituya el Defensor de la


136

sagrada ordenación de entre el Colegio de Comisarios constituidos en el Dicasterio o, a

juicio del Prefecto, incluso de entre los Oficiales de dicho Dicasterio. §3 Después se

constituyan uno o varios Actuarios entre los Oficiales del Dicasterio para que desempeñen

el oficio de notarios y refieran fielmente todo en las actas, bajo la dirección del Presidente

del colegio.

Art. 25. El Presidente del colegio escriba al Orador si acaso tenga algo que añadir,

principalmente si hay bastantes pruebas o documentos nuevos, y le exhorte a que nombre

un procurador en Roma, que además debe ser sacerdote y muy reconocido en cuestiones

teológicas y jurídicas.

Art. 26. Una vez adquiridas las nuevas pruebas y argumentos, si los hay, todas las

actas se transferirán al Defensor de la ordenación para que dé su voto, una vez asignado por

el Presidente un espacio de tiempo congruo.

Art. 27. Una vez recibido el voto del Defensor, si considera que no hay nada más

que investigar, se han de distribuir las actas entre los miembros del Colegio. En caso

contrario, ponderado con atención el voto del Defensor, el Presidente del Colegio procure

que el Ordinario competente sea avisado de la necesidad de completar la instrucción a tenor

del voto del mismo Defensor. Si por el contrario el Presidente disiente, se seguirá adelante.

Art. 28. Completado lo dicho en los artículos 26 y 27, el Presidente del colegio

establecerá el día de la reunión para decidir, de modo que los miembros del Colegio tengan

tiempo suficiente, no más tarde de un mes completo, para realizar el estudio de las actas y

dar su voto por escrito.

Capítulo VIII: La conclusión y el derecho a recurrir

Art. 29. El día de la reunión, se cite al Colegio ante el Prefecto o el Secretario del

Dicasterio. Después de que el Ponente lea su voto, y los demás Comisarios consientan, se
137

ha de llegar enseguida a la decisión final. En caso contrario se puede tener una moderada

discusión con el fin de resolver las disensiones para que, en cuanto sea posible, se llegue a

la unanimidad. Es justo que cada uno de los comisarios se atenga a su primera decisión.

Art. 30. Si el Colegio no puede lograr la unanimidad, el Prefecto, oído el Secretario

del Dicasterio, una vez analizado el voto mayoritario de los Comisarios y las razones de

hecho y de derecho aportadas por ellos, comunicará la decisión final al Orador y a su

Ordinario. La decisión se notificará igualmente al Defensor de la ordenación.

Art. 31. §1 Contra la decisión, el Defensor de la sagrada ordenación y el Orador por

medio del Ordinario o por procurador constituido a tenor del artículo 25 tiene el derecho a

recurrir en los diez días siguientes a la notificación del decreto por la misma Congregación,

y en el período de un mes íntegro tiene el derecho de proponer sus argumentos tanto de

hecho como de derecho. La Congregación traspasará la causa íntegra junto con los

argumentos propuestos a un nuevo turno de tres o cinco Comisarios; en caso contrario la

decisión se hará ejecutiva y se comunicará al Ordinario competente por decreto de la

Congregación. §2 Una vez constituido por decreto del Prefecto el otro colegio que debe ver

la causa, el Presidente del colegio debe oír al Orador y al Defensor de la sagrada

ordenación por si acaso quieren proponer breves animadversiones a las afirmaciones de la

otra parte; después, establecido el día de la nueva reunión del Colegio, a tenor de lo

establecido en los artículos 28 y 29, se ha de llegar a una decisión, estando presente el

Prefecto o el Secretario de la Congregación. §3 La decisión ha de comunicarse por decreto

del Prefecto de la Congregación al Orador y a su Ordinario. §4 Contra el decreto en

segundo grado no hay apelación posible, sólo recurso a la Signatura Apostólica, según dicta

el art. 123 §1 de la Constitución apostólica Pastor Bonus.


138

Art. 32. Entrando en vigor estas normas dejan de tener vigencia todas las normas

anteriores universales o particulares.

Regulae Servandae emanadas por S.S. Juan Pablo II mediante decreto A d Satius

Tutiusque de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos

(16 de octubre de 2001)


139

Anexo 2

Esquema de petición de la nulidad de la sagrada ordenación ante el Departamento de

la Rota Romana

Santa Teresa, 08 de junio de 2016

A Su Eminencia Reverendísima

El Señor Decano de la Rota Romana.

Roma, Italia.

Yo, Tomás Eduardo Sánchez Ríos, identificado con Cédula de Ciudadanía No.

40.528.233 de Santa Teresa de Jesús, hijo de Clemente Sánchez y Luisa María Ríos,

ordenado Presbítero el treinta de Enero del año 2011, por Monseñor Luis Fabián Tovar

Gómez. Presento respetuosamente ante su Eminencia la demanda de nulidad de mi

ordenación de presbítero por la causal de falta de la fórmula del sacramento del orden

sacerdotal.

Hechos

1. Durante años en el Seminario Mayor San Luis Beltrán, me formé con la

conciencia de ser ministro del Señor en el ejercicio del sacerdocio de Cristo para bien de la

Iglesia y de mi propia salvación. Por años fui siempre Liturgo de las diversas ceremonias

que el Rector me encomendaba y sabía con claridad la importancia de observar las normas

litúrgicas mandadas por la autoridad competente para la celebración de los sacramentos.


140

2. Terminado el tiempo de mi formación y aceptado por el consejo de formadores

para acceder a la sagrada ordenación, dispuse siempre lo mejor de mí para que no faltara la

observación de cada uno de los detalles de mi consagración como presbítero. Fui

reemplazado en mi oficio de Liturgo por el Seminarista Claudio López, quien se mostraba

inexperto para dirigir tan solemne acto sacramental. Sin embargo, yo me desentendí de todo

y dejé en manos de Claudio el deber de orientar la sagrada liturgia de aquel día memorable.

Él siempre me argumentaba que sentía nervios para dirigir la ceremonia y, además, le tenía

profundo miedo al Señor Obispo, quien en medio de su edad avanzada se mostraba estricto

y disciplinado en su deberes episcopales.

3. Llegó el día tan anhelado, aquel sábado 30 de enero de 2011. Entraba yo feliz en

procesión a la Catedral de Santa Teresa de Jesús, dispuesto a entregar mi vida al Sumo y

Eterno Sacerdote. Muchos sacerdotes me acompañaban, al igual que dos obispos

concelebrantes de las Diócesis vecinas. Me sentía nervioso pero muy feliz. Dejé que la

ceremonia avanzara a su debido ritmo para consagrarme sacerdote para siempre. Traté de

despojarme de mi rutina como Liturgo para disfrutar el acontecimiento que marcaba mi

vida. Todo transcurrió en aparente normalidad y me sentía bienaventurado y consagrado

para Cristo en el servicio de la Iglesia. Celebré mi primera Eucaristía en mi pueblo natal de

San José, Caquetá y luego asumí mi cargo como vicario de la Parroquia Santa Lucía de

Paujil, Caquetá. Así, entre cargos y funciones pastorales, transcurrió mi ministerio

sacerdotal. Muchas veces me sentía dudoso y en crisis vocacional, pero quería seguir dando

pasos de fidelidad a Cristo.

4. Cuando se acercaba mi quinto aniversario de ordenación sacerdotal, la comunidad

parroquial y mi familia decidieron sorprenderme con una hermosa y sencilla celebración.

Compartimos, después de la Santa Misa, una deliciosa cena y, al final, fuimos invitados a
141

ver el video de mi ordenación. Al ver tan solemne ceremonia sentía tanta emoción que

hasta lágrimas corrieron por mis mejillas. No había tenido la oportunidad de ver el video de

mi ordenación, pues no contaba con los recursos para contratar a alguien que me hiciera ese

servicio. Sin embargo, sabía que el canal institucional de mi pueblo había grabado la

ceremonia, pero el correr de los años y el trabajo me habían hecho olvidar de tan valioso

material. Vimos la ceremonia desde el comienzo y cuando llegamos al momento de la

consagración me llevé una gran sorpresa. El Liturgo olvidó indicarle al Obispo la debida

fórmula para mi ordenación presbiteral. Me puse helado porque conocía completamente lo

que eso significaba. Ese video me estaba diciendo que no era sacerdote. Salí

inmediatamente de la sala y nervioso rompí en llanto. No podía creer que esto hubiera

pasado, pero era la inevitable verdad.

5. Me asesoré del P. Lucrecio Vivas, Doctor en Derecho Canónico de la Diócesis, y

me dijo que efectivamente no era presbítero. Sin embargo, me pidió que fuera a Bogotá y

pidiera en documento una prueba de la autenticidad del video. Una vez conseguida la

prueba y con certeza de la veracidad del contenido del video, el P. Lucrecio me dijo que, si

quería, él orientaba el caso para hablar con el nuevo obispo Luis Eduardo Mejía Díaz, para

determinar mi ordenación. No obstante, al saber que nunca había sido sacerdote en el orden

de los presbíteros y sabiendo de mis dudas y de las constantes crisis que me acechaban,

decidí pedir orientación para realizar el proceso para la declaración de mi ordenación

sacerdotal.

Desde el 04 de febrero de 2016, por razón de derecho y con decreto de mi actual

Obispo, dejé de ejercer mi ministerio sacerdotal por la evidente prueba que me notificaba

que no era presbítero.


142

Fundamentos de Derecho

C.1009 §1 Los órdenes son el episcopado, el presbiterado y el diaconado.

§2 Se confieren por la imposición de manos y oración consecratoria que los libros

litúrgicos prescriben para cada grado.

Peticiones

Respetuosamente solicito al Departamento de la Rota Romana, autoridad

competente en la Iglesia Universal, para que se declare la nulidad del orden sacerdotal de

Tomás Eduardo Sánchez Ríos, recibido el día 30 de enero del año 2011 en la Catedral de

Santa Teresa de Jesús Caquetá, por el ministro Monseñor Luis Fabián Tovar Gómez.

Testigos

1. Excmo. Monseñor Jesús María Díaz, obispo de Belén, Huila.

Dirección: Calle 22 No 35 - 82 Belén.

Teléfono: 5223456

Correo Electrónico: jemadi34@hotmail.com

2. Claudio López Ramírez

Dirección: Calle 35 No. 11- 41 Santa Teresa de Jesús, Caquetá

Teléfono: 8213496

Correo Electrónico: paluisto11@hotmail.com

3. Ricardo Luna Dávila

Dirección: Calle 116 No 11 - 12 B - 26 Santa Teresa de Jesús, Caquetá.

Teléfono: 4352583

Correo Electrónico: Riluma33@hotmail.com

Documentos Adjuntos

1. La partida de Bautismo.
143

2. Curriculum Vitae

3. Acta de ordenación sacerdotal

4. Documento de autenticidad del video de ordenación

Notificaciones

Yo, Tomás Eduardo Sánchez Ríos, recibo citaciones Santa Teresa de Jesús, Calle

127 No. 55B - 11, Apto. 103, Barrio Luna Nueva. Teléfono 4305678. Correo Electrónico:

tom asar56@hotm ail .com

Ruego a su Eminencia que acepte esta demanda y ordene, a quien corresponda, la

tramitación, sea por vía judicial o administrativa.

De su Eminencia,

Tomás Eduardo Sánchez Ríos Pbro.

CC. 40.528.233 de Santa Teresa de Jesús - Caquetá


144

Diócesis de Santa Teresa de Jesús

Parroquia Nuestra Señora del Carmen

Cra 22 No. 20 - 91 San José - Caquetá

Acta de Bautismo

Tomás Eduardo Sánchez Ríos

Libro No. 45 Folio No. 125 Acta No. 524

En la Parroquia Nuestra Señora del Carmen de San José - Caquetá, el día cinco de

abril de mil novecientos ochenta y uno, el Pbro. Miguel Alcides Mejía Díaz bautizó a

Tomás Eduardo Sánchez Ríos, nacido en San José - Caquetá, el 22 de diciembre de mil

novecientos ochenta. Padres: Clemente Sánchez Rosales y Luisa María Ríos Gutiérrez;

Abuelos paternos: Gilberto Sánchez y Eudosia Garcés; Abuelos maternos: Sebastián Ríos y

Luisa María Pineda. Padrinos: Esteban González y Lucrecia Molano. Notas Marginales:

Confirmado el 15 de septiembre de 1992 en la Parroquia Sagrado Corazón de Albania -

Caquetá. Ordenado Diácono el 02 de marzo de 2010 en la Catedral Santa Teresa de Jesús -

Caquetá, por el Excmo. Monseñor Luis Fabián Tovar Gómez. Ordenado Presbítero el 30 de

enero de 2011 en la Catedral Santa Teresa de Jesús, Caquetá, por el Excmo. Monseñor Luis

Fabián Tovar Gómez. Expedida en San José - Caquetá, el quince de mayo de dos mil

dieciséis.

Doy Fe:

P. Darío de Jesús Bastidas

Párroco
145

Diócesis de Santa Teresa de Jesús

Ordenación sacerdotal de Tomás Eduardo Sánchez Ríos

Acta No. 232

En la Catedral Santa Teresa de Jesús Caquetá, el treinta de enero de dos mil once, el

Excelentísimo Monseñor Luis Fabián Tovar Gómez, Obispo de Santa Teresa de Jesús,

promovió a la sagrada orden del presbiterado al Diácono Tomás Eduardo Sánchez Ríos,

incardinado a la Diócesis de Santa Teresa de Jesús e identificado con C.C No 40.528.233

de Santa Teresa de Jesús. El Rvdo. P. Tomás Eduardo Sánchez Ríos nació en San José,

Caquetá. Es hijo de Clemente Sánchez Rosales y Luisa María Ríos Gutiérrez. Fue

bautizado en la parroquia Nuestra Señora del Carmen de San José - Caquetá, el día cinco

de abril de mil novecientos ochenta y uno. Terminó sus estudios de Filosofía y Teología en

el Seminario Mayor San Luis Beltrán de Timaná, Huila.

Participaron en la sagrada ordenación los Excelentísimos Obispos Jesús María Díaz,

obispo de Belén - Huila y Ángel Darío Castañeda, Obispo de Algeciras - Huila, los

sacerdotes del presbiterio de la Diócesis de Santa Teresa de Jesús, sacerdotes de la Diócesis

de Belén - Huila, diáconos, religiosas, seminaristas, familiares, amigos y la comunidad de

fieles en general.

Firmada por el Pbro. Clemencio Artunduaga Garzón - Canciller

Es fiel copia tomada de su original, expedida el diecisiete de mayo de dos mil

dieciséis.

Pbro. Clemencio Artunduaga Garzón

Canciller
146

Curriculum Vitae

Tomás Eduardo Sánchez Ríos, identificado con CC. 40.528.233 de Santa Teresa

de Jesús. Nacido en San José, Caquetá el 22 de diciembre de mil novecientos ochenta. Hijo

de Clemente Sánchez Rosales y Luisa María Ríos Gutiérrez. Bautizado el día cinco de abril

de mil novecientos ochenta y uno por el Pbro. Miguel Alcides Mejía Díaz. Confirmado el

15 de septiembre de 1992 en la Parroquia Sagrado Corazón de Albania - Caquetá, por el

Excmo. Monseñor Libardo Rojas Betancur. Domiciliado en Santa Teresa de Jesús, Calle

127 No. 55B - 11, Apto. 103, Barrio Luna Nueva. Teléfono: 4305678. Correo Electrónico:

tom asar56@hotm ail .com

Formación Académica

1. Escuela Laurencio Lozano. San José, Caquetá - Colombia. Primaria. 1992

2. Colegio Comercial Santa Rita. San José, Caquetá - Colombia. Secundaria.

Bachiller Técnico Comercial 1998.

3. Seminario San Luis Beltrán de Timaná, Huila - Colombia. Formación Filosófica

y Teológica. 1999 - 2006.

4. Licenciado en Teología. Universidad Católica de Oriente. Medellín, Antioquia -

Colombia 2014.

5. Maestría en Teología. Pontificia Universidad Bolivariana. Bucaramanga -

Colombia. 2016.

Experiencia Ministerial y Pastoral

1. Ministerio del Lectorado, el 03 de agosto de 2004. Catedral Santa Teresa de

Jesús, Caquetá - Colombia.


147

2. Ministerio del Acolitado, el 08 de agosto de 2007. Catedral Santa Teresa de

Jesús, Caquetá - Colombia.

3. Ordenado Diácono el 02 de marzo de 2010 en la Catedral Santa Teresa de Jesús,

Caquetá, por el Excmo. Monseñor Luis Fabián Tovar Gómez.

4. Ordenado Presbítero el 30 de enero de 2011 en la Catedral Santa Teresa de Jesús,

Caquetá, por el Excmo. Monseñor Luis Fabián Tovar Gómez.

5. Vicario Parroquial, vicario de la Parroquia Santa Lucía de Paujil, Caquetá -

Colombia, en los años 2011 - 2012.

6. Vicario Parroquial, Parroquia Santo Tomás. San Vicente, Caquetá - Colombia, en

los años 2012 - 2014.

7. Párroco, Parroquia Santa María de las Lajas. Solita, Caquetá - Colombia, en los

años 2014 - 2016.


148

Centro técnico de imagen y diseño

Certificado de autenticidad de video 30 de enero de 2011

Ordenación sacerdotal de Tomás Eduardo Sánchez Ríos

Certificado No. 58

En Bogotá D.C. - Colombia, el señor Tomás Eduardo Sánchez Ríos puso a nuestra

disposición un video de fecha 30 de enero de 2011, con el objetivo de realizar la respectiva

prueba de autenticidad. Después de someter el mencionado video a distintas pruebas

técnicas por los profesionales de este centro técnico de imagen y diseño, se ha comprobado

su plena autenticidad.

Se descarta cualquier posibilidad de manipulación de imagen, video y sonido. El

video tiene cinco años desde su grabación. Presenta nitidez y claridad respecto a la imagen

y sonido. De ninguna manera se han introducido elementos de diseño o cortes de escenas.

Anotadas las debidas pruebas al video en cuestión, el Centro técnico de imagen y

diseño, certifica la plena autenticidad y veracidad del mismo, argumentando que de ninguna

manera tiene elementos que pongan en duda la legitimidad de la grabación.

Dado en Bogotá D.C. - Colombia, a treinta de mayo de dos mil dieciséis.

En constancia de lo anterior firma,

Lucrecio Alfredo López Santos

Ingeniero en Sistemas
149

Santa Teresa de Jesús, 12 de junio de 2016

Excelentísimo Monseñor

Luis Eduardo Mejía Díaz

Curia Episcopal

Santa Teresa de Jesús (Caquetá)

Excelencia:

De manera respetuosa y atenta me dirijo a Usted, con el fin de solicitarle el favor de

remitir mi demanda a la Santa Sede, Departamento de la Rota Romana, sobre la nulidad de

la ordenación sacerdotal que recibí en la Catedral Santa Teresa de Jesús, el 30 de enero del

año 2011. La causa de mi demanda es que el Señor Obispo Luis Eduardo Mejía Díaz

omitió, en el momento de la ordenación, la oración consecratoria propia de los presbíteros,

razón por la cual no se efectuaron los efectos jurídicos y teológicos para la válida

ordenación sacerdotal. Por lo cual, no me siento presbítero desde el día en que conocí el

video de mi ordenación. Sin embargo, dejo la decisión a la autoridad competente

determinada por la Santa Sede.

Apoyo esta petición en el testimonio de un ministro concelebrante, del Liturgo de la

ceremonia y la grabación auténtica de la respectiva ceremonia. Grabación que fue puesta en

examen para constatar que no tenía ningún tipo de manipulación que generara sospecha al

respecto.

Presento como testigos a las siguientes personas:

1. Excmo. Monseñor Jesús María Díaz, obispo de Belén, Huila. Calle 22 No 35 -

82.
150

2. Claudio López. Calle 35 No. 11 - 41, Santa Teresa de Jesús - Caquetá.

3. Ricardo Luna. Calle 116 No 11 - 12 B - 26, Santa Teresa de Jesús - Caquetá.

Adjunto como documentos: la partida de Bautismo, Curriculum Vitae, el Acta de

ordenación, el video de mi ordenación y la declaración de autenticidad del respectivo video.

Adjunto, además, el respectivo Escrito de Demanda con la correspondiente narración de los

hechos y el fundamento canónico sobre el cual se pide la nulidad.

Mi dirección es: Calle 127 No. 55B - 11, Apto. 103, Barrio Luna Nueva de Santa

Teresa de Jesús - Caquetá.

Agradeciendo de Su Excelencia este importante favor, me suscribo deseándole

bendiciones en su Ministerio Episcopal.

Tomás Eduardo Sánchez Ríos Pbro.

CC. 40.528.233 de Santa Teresa de Jesús - Caquetá


151

Diócesis de Santa Teresa de Jesús

Santa Teresa de Jesús, 16 de junio de 2016

A su Eminencia Reverendísima

El Señor Decano de la Rota Romana.

Roma, Italia.

Eminencia Reverendísima:

Tengo el alto honor de dirigirme a Vuestra Eminencia, con el fin de remitir la

Demanda de Nulidad de la Ordenación Sacerdotal de Tomás Eduardo Sánchez Ríos,

quien, en consciencia y plena libertad, fundamenta su libelo de demanda en la causal de no

haber sido ordenado con la fórmula propia para la consagración presbiteral, pues el ministro

de la ceremonia omitió dicha oración consecratoria. Adjunto a la presente, la carta que él

me dirigió, el libelo con los documentos correspondientes y los fundamentos de hecho y de

derecho sobre los cuales radica su petición; la partida de Bautismo, el Acta de la

Ordenación, el Curriculum vitae y un documento que declara la autenticidad del video de

su ordenación como documento probatorio.

Con mucho gusto puedo recibir las comunicaciones de este Departamento de la

Rota Romana para hacerla llegar a quien ha presentado la demanda.

De Su Eminencia,

+ Luis Eduardo Mejía Díaz

Obispo de San Teresa de Jesús - Caquetá.


152

Tribunal de la Rota Romana

Departamento para las causas de la nulidad de la ordenación sacerdotal

Decreto No. 3485

El Decano de la Rota Romana, por gracia y voluntad de la Santa Sede

Considerando

1. Que es competencia del Departamento de la Rota Romana, según el M.P. Quaerit

Semper Art. 3, conocer las causas contra la validez del sacramento del orden recibido.

2. Que teniendo en cuenta lo dispuesto en las Regulae Servandae Art. 1, en la cual

se reglamenta que ninguna autoridad inferior puede intimar el proceso sin que previamente

hubiera recibido la facultad de la misma Competencia.

3. En virtud de la Competencia de este Departamento,

Decreta

1. Deléguese la facultad de instruir el proceso administrativo, al Obispo Luis

Eduardo Mejía Díaz, Ordinario de la Diócesis de Santa Teresa de Jesús, Caquetá, a la cual

pertenece el Pbro. Tomás Eduardo Sánchez Ríos.

2. Hecha suya esta facultad, el Ordinario, para realizar la instrucción sobre la

nulidad pedida, procurará instituir cuanto antes un Instructor y un Defensor de la Sagrada

Ordenación de entre los ministros del Tribunal o de la Curia.

3. El proceso administrativo debe ser instruido de acuerdo a las nuevas Regulae

Servandae de 2001.
153

Comuniqúese y cúmplase.

Dado hoy 16 de julio de 2016, en el Departamento de la Rota Romana - Italia.

+ Alduvo Taballe Lui

Decano de la Rota Romana


154

Diócesis de Santa Teresa de Jesús

Gobierno Eclesiástico

+ Luis Eduardo Mejía Díaz, por Gracia de Dios y voluntad de la Santa Sede,

Obispo de San Teresa de Jesús - Caquetá

Decreto No. 568

Considerando

1. Que por delegación del Departamento de la Rota Romana para las causas contra

la validez del sacramento del orden, de fecha 16 de Julio del año 2016, para instruir en

procedimiento administrativo la causa de nulidad de la Ordenación Sacerdotal de Tomás

Eduardo Sánchez Ríos.

2. Que teniendo en cuenta lo dispuesto el canon 290, 1° sobre la nulidad de la

ordenación sacerdotal, los cánones 1708 a 1712 sobre las causas para declarar la nulidad y

las nuevas Regulae Servandae de 2001, sobre el proceso administrativo.

3. En virtud de la facultad de nombrar Instructor, Defensor de la sagrada ordenación

y Notario para la investigación de la causa en cuestión,

Decreta

1. Nómbrese al Rvdo. Padre Ramiro Marulanda Torres, Instructor de la causa de

Nulidad de la Ordenación Sacerdotal de Tomás Eduardo Sánchez Ríos; como Notario, al

Sr. Pbro. Ignacio Camacho López y como Defensor de la sagrada ordenación, al Sr. Pbro.

Abelardo Valencia Cifuentes.

2. Tomarán posesión de sus cargos el día 18 de julio de 2016, ante el Señor Vicario

General, Monseñor Floresmiro Pastrana Cabrera.


155

Comuniqúese y cúmplase.

Dado hoy 18 de julio de 2016, en la Curia Episcopal de San Teresa de Jesús -

Caquetá.

+ Luis Eduardo Mejía Díaz

Obispo de San Teresa de Jesús - Caquetá.


156

Diócesis de Santa Teresa de Jesús

Causa: Nulidad de la Ordenación Sacerdotal de

Tomás Eduardo Sánchez Ríos

Decreto de aceptación de la Demanda y citación de las Partes

Decreto No. 001

El Instructor de la Causa, Ramiro Marulanda Torres Pbro.

Visto:

1. El nombramiento del Excmo. Monseñor Jorge Rodríguez Figueroa, Obispo

Diocesano, de fecha 18 de julio de 2016.

2. Los cánones 290,1°; 1708 - 1712 del Código de Derecho Canónico y las Regulae

Servandae de 2001.

3. El Oficio del Auditor, señalado en el Canon 1428,3, del mismo código

Decreta

1. Citar a Tomás Eduardo Sánchez Ríos, para el día 28 de julio de 2016.

2. Citar a los testigos mediante exhorto al Tribunal Eclesiástico de la Diócesis de

Santa Teresa de Jesús.

Comuníquese y cúmplase,

Ramiro Marulanda Torres Pbro.

Instructor
157

Diócesis de Santa Teresa de Jesús

Causa: Nulidad de la Ordenación Sacerdotal de

Tomás Eduardo Sánchez Ríos

Interrogatorio para Tomás Eduardo Sánchez Ríos

I. Generales de Ley

1. Nombres y apellidos, filiación, fecha de nacimiento, fecha de ordenación

sacerdotal, documento de identidad, oficio actual y residencia, dirección completa.

2. Describa usted si está ejerciendo alguna función sacerdotal o desde cuándo ha

dejado de ejercer el ministerio sacerdotal.

II. Especiales

3. ¿Durante el tiempo de la ceremonia de ordenación y del ejercicio del ministerio

sacerdotal, tuvo alguna duda sobre su sagrada ordenación?

4. ¿Cómo ha sido su vida ministerial? ¿Ha experimentado fuertes crisis que lo hagan

desistir de su camino sacerdotal? Tenga la bondad de narrar su experiencia.

5. ¿Cómo se enteró que no había sido válidamente ordenado? ¿Preguntó a alguien

más para tener certeza de lo que observaba en el video?

6. ¿Qué seguridad le dan a Usted el testimonio de sus testigos?

7. ¿No ha pensado en la posibilidad de recibir el sacramento de la ordenación

sacerdotal si la decisión del proceso llega a ser positiva?

8. ¿Tiene algo más que agregar?


158

Diócesis de Santa Teresa de Jesús

Causa: Nulidad de la Ordenación Sacerdotal de

Tomás Eduardo Sánchez Ríos

Examen judicial de Tomás Eduardo Sánchez Ríos

Hoy 28 de julio de 2016, ante el infrascrito instructor de la causa de la referencia,

estando presente el Señor Notario Eclesiástico y habiendo sido citado el Señor Defensor de

la sagrada ordenación, se presentó Tomás Eduardo Sánchez Ríos, debidamente citado

para declarar en la causa de la referencia. Después de prestar juramento sobre los Santos

Evangelios, declaró como sigue:

I. Generales de Ley

1. Nombres y apellidos, filiación, fecha de nacimiento, fecha de la ordenación

sacerdotal, documento de identidad, oficio actual y residencia, dirección.

Respuesta: Me llamo Tomás Eduardo Sánchez Ríos, identificado con Cédula de

Ciudadanía No. 40.528.233 de Santa Teresa de Jesús, hijo de Clemente Sánchez y Luisa

María Ríos, ordenado Presbítero el 30 (treinta) de enero del año 2011, por el Excelentísimo

Monseñor Luis Fabián Tovar Gómez. Domiciliado en Santa Teresa de Jesús - Caquetá,

Calle 127 No. 55B - 11, Apto. 103, Barrio Luna Nueva.

2. Describa Usted si está ejerciendo alguna función sacerdotal o desde cuándo ha

dejado el ministerio sacerdotal.

Respuesta: Desde el 04 de febrero de 2016 dejé la parroquia y dejé de ejercer mi

ministerio sacerdotal. Me retiré a vivir a casa de mis padres en Santa Teresa de Jesús.

Después de varios diálogos con el canonista de la Diócesis, Pbro. Lucrecio Vivas, y el


159

Señor Obispo Jorge Rodríguez Figueroa, resolví entablar Escrito de Demanda para acusar

la validez del orden sacerdotal recibido, al conocer un video legítimo en el cual se percibe

claramente que el Señor Obispo Luis Fabián Tovar Gómez omite la fórmula de la oración

consecratoria.

II. Especiales

3. ¿Durante el tiempo de la ceremonia de ordenación y del ejercicio del ministerio

sacerdotal tuvo alguna duda sobre su sagrada ordenación?

Respuesta: Ninguna duda en absoluto. Siempre fui Liturgo del seminario y me

afanaba porque las cosas se hicieran correctamente, pero ese día dejé todo en manos del

Seminarista Claudio López, quien dirigiría la ceremonia. Me mostré feliz durante la

consagración. No sentía dudas, solo hasta hace unos pocos días que me enteré de la

realidad. Esto ocurrió cuando celebraba mi quinto aniversario sacerdotal. Allí, por el video

de mi ordenación, me percaté de la ausencia de la fórmula del sacramento del Orden.

4. ¿Cómo ha sido su vida ministerial? ¿Ha experimentado fuertes crisis que lo hagan

desistir de su camino sacerdotal? Tenga la bondad de narrar su experiencia.

Respuesta: Fui ordenado sacerdote el 30 de enero de 2011. Desde entonces mi vida

ministerial se ha desarrollado dentro de lo normal. Sin embargo, a pesar del gozo de

sentirme sacerdote, he experimentado constantes desánimos sobre mi opción sacerdotal.

Muchas veces no me sentía seguro del camino que había elegido, pero continuaba con mi

propósito de ser fiel a Cristo y a la Iglesia. Después de conocer el fatal error en mi

consagración, hoy me doy cuenta que no soy sacerdote. Seguramente Dios me está

indicando otro camino y por eso recurro a este procedimiento administrativo, con el ánimo

de que la autoridad eclesiástica decida lo justo y conveniente.


160

5. ¿Cómo se enteró que no había sido válidamente ordenado? ¿Preguntó a alguien

más para tener certeza de lo que observaba en el video?

Respuesta: Como ya lo he narrado, hace pocos días en la celebración de mi quinto

aniversario, viendo el video de mi ordenación sacerdotal, noté con gran asombro que

Monseñor Luis Fabián Tovar Gómez no pronunció la fórmula del sacramento. Desconozco

las razones de su omisión. Como Liturgo que fui del Seminario tengo seguridad de que

Monseñor se dejaba siempre orientar por lo que el Liturgo dijera. El seminarista Claudio

López, encargado de la ceremonia, olvidó, según veo en el video, indicarle al obispo la

oración consecratoria.

Después de ver el video, me dediqué a preguntar y a solucionar mis respectivas

dudas. Es por eso que pedí entrevista con Monseñor Jesús María Díaz, obispo de Belén,

Huila, quien en ese entonces había participado como concelebrante. Él vio el video y

después me indicó que efectivamente no era sacerdote según las normas canónicas.

También dialogué con Claudio López, Liturgo de la ceremonia, quien me dijo que al

percatarse de su error, no fue capaz de decir nada al respecto para no pasar vergüenza

pública. Además, era un seminarista de Filosofía y no dimensionaba su error.

6. ¿Qué seguridad le dan a Usted el testimonio de sus testigos?

Respuesta: Los testigos me dan absoluta seguridad porque son personas

transparentes que conocen mi situación y hablarán desde la verdad. Son personas del campo

eclesiástico y saben a plenitud lo que este error litúrgico significa para la validez del

sacramento del Orden.

7. ¿No ha pensado en la posibilidad de recibir el sacramento de la ordenación

sacerdotal?
161

Respuesta: En este momento tengo plena certeza de no recibir el sacramento. Mi

anhelo es recibir la decisión afirmativa por parte de la autoridad eclesiástica y, con ella, la

liberación de mis derechos y deberes como presbítero. Deseo, después de este

procedimiento administrativo, pedir dispensa al Santo Padre del celibato y de las

obligaciones inherentes al Diaconado.

Debido a las fuertes crisis vocacionales, deseo replantear mi camino y mi opción de

vida, sabiendo que si el Señor me permitió conocer este error litúrgico después de cinco

años, es porque me está indicando una nueva faceta en mi vida personal.

8. ¿Tiene algo más que agregar?

Respuesta: No.

Leída la anterior declaración, por si se quería corregir algo o agregar el declarante,

la halló conforme a la verdad y, en constancia, se firma por los que en ella intervinieron.

Tomás Eduardo Sánchez Ríos

Orador

Ramiro Marulanda Torres Pbro. Ignacio Camacho López Pbro.

Instructor Notario
162

Diócesis de Santa Teresa de Jesús

Causa: Nulidad de la Ordenación Sacerdotal de

Tomás Eduardo Sánchez Ríos

Interrogatorio para los testigos

I. Generales de Ley

1. Nombres y apellidos, fecha de nacimiento, documento de identidad, oficio actual

y residencia, dirección completa.

2. Describa usted qué tipo de relación tiene con el Pbro. Tomás Eduardo Sánchez

Ríos.

II. Especiales

3. ¿Hace cuánto tiempo que conoce al Orador? ¿Puede afirmar que lo conoce bien?

4. ¿Puede hacer una descripción de las principales virtudes y la vida ministerial del

mismo Orador en sus cinco años de sacerdocio?

5. ¿Conoce usted si el Orador ha sufrido alguna enfermedad grave, física o

psíquica en su infancia, juventud o vida presente?

6. ¿Conoce usted si el orador ha tenido graves dificultades o crisis en su ministerio

sacerdotal?

7. ¿Sabe usted si el Orador ha contraído matrimonio civil o convive con alguna

mujer en este momento?

8. ¿Estuvo usted en la ceremonia de la ordenación sacerdotal del Orador? ¿Qué

papel desempeñó dentro de la misma ceremonia?


163

9. ¿Está usted completamente seguro de que se omitió la oración consecratoria en

el momento mismo de la ordenación?

10. ¿Conoce usted alguna prueba contundente que dé razón para comprender mejor

la naturaleza de la posible invalidez del sacramento recibido por el Orador?

11. ¿Juzga usted que sea oportuno y conveniente, mirando tanto al bien del

interesado como al bien de la Iglesia, que el Departamento de la Rota Romana

conceda por decreto una decisión positiva sobre la nulidad de la ordenación

sacerdotal del Orador?

12. ¿Tiene algo más que añadir a cuanto ya se ha dicho?

Leída la anterior declaración por si se quería corregir algo o agregar el declarante, la

halló conforme a la verdad y, en constancia, se firma por los que en ella intervinieron.

Tomás Eduardo Sánchez Ríos

Orador

Ramiro Marulanda Torres Pbro. Ignacio Camacho López Pbro.

Instructor Notario
164

Diócesis de Santa Teresa de Jesús

Causa: Nulidad de la Ordenación Sacerdotal de

Tomás Eduardo Sánchez Ríos

El Instructor de la Causa, Ramiro Marulanda Torres Pbro.

Decreto No. 002

Visto

Que se han cumplido las normas de los cánones 290, 1°; 1708 - 1712 y las Regulae

Servandae

Decreta

1. Dar por concluida la presente causa.

2. Conceder al Orador o Procurador 15 días hábiles para que presente su alegato de

conclusión, si lo estima conveniente.

3. Pásese el expediente al Defensor de la sagrada ordenación, una vez

intercambiadas las defensas y alegatos y presentadas las réplicas, o expresada por el Orador

su voluntad de no presentar más pruebas, para que en este despacho lo estudie en orden a

emitir sus correspondientes observaciones.

Comuníquese y cúmplase

Dado en Santa Teresa de Jesús - Caquetá, 05 de agosto de 2016

Ramiro Marulanda Torres Pbro.

Instructor
165

Diócesis de Santa Teresa de Jesús

Causa: Nulidad de la Ordenación Sacerdotal de

Tomás Eduardo Sánchez Ríos

Observaciones del Señor Defensor de la Sagrada Ordenación

De conformidad con el canon 1711, en el que se indica que debe existir la

intervención del Defensor de la sagrada ordenación, teniendo los mismos derechos y

obligaciones propios del Defensor del Vínculo Matrimonial y, ajustado a las nuevas

Regulae Servandae de 2001 que en su artículo 10 determina lo correspondiente al Defensor

frente al proceso administrativo para declarar la nulidad de la ordenación sacerdotal,

entiendo que en este proceso en el que se pide una decisión por decreto del Departamento

de la Rota Romana, la intervención será sobre si la demostración se ajustó completamente a

las normas y si no se falló en la justicia.

En base a la observación pedida por el derecho, debo decir que no solo he leído

atentamente las actas del proceso sino que he participado en el desarrollo cuidadoso de toda

la instrucción. Me consta que los testigos fueron oídos por separado y sin mutua

información. Todo fue observado de manera muy estricta y ajustada a la ley canónica en el

respectivo proceso administrativo.

El caso, lo considero convincente y con elementos probatorios por parte del Orador,

quien además de presentar testigos de la situación, argumenta también con un video

legítimo y un documento de la autenticidad del mismo, la existencia de la ausencia de la

fórmula sacramental en la respectiva ordenación.


166

No es que esté a favor de la nulidad de la ordenación del Orador porque ese no es

mi oficio, sino que en el proceso no tengo argumentos en contra de lo actuado.

En fe de lo cual firmo y sello en Santa Teresa de Jesús - Caquetá, a 22 días del mes

de agosto de 2016.

Abelardo Valencia Cifuentes Pbro.

Defensor de la sagrada ordenación.


167

Diócesis de Santa Teresa de Jesús

Causa: Nulidad de la Ordenación Sacerdotal de

Tomás Eduardo Sánchez Ríos

Relación del Instructor

Después de haber estudiado y revisado detalladamente toda la documentación en la

causa de solicitud de nulidad de la ordenación sacerdotal del Pbro. Tomás Eduardo Sánchez

Ríos y habiendo sido nombrado como Juez Instructor por el Excelentísimo Monseñor Luis

Eduardo Mejía Díaz, Obispo de San Teresa de Jesús - Caquetá, el día 16 de julio de 2016,

emito el siguiente voto de Instructor:

La respectiva solicitud del Pbro. Tomás Eduardo Sánchez Ríos, Orador del caso,

identificado con Cédula de Ciudadanía No. 40.528.233 de Santa Teresa de Jesús - Caquetá,

hijo de Clemente Sánchez y Luisa María Ríos, ordenado Presbítero el treinta (30) de enero

del año 2011, por Monseñor Luis Fabián Tovar Gómez; expone de manera libre,

consciente, responsable, y con motivos argumentados, que después de cinco años de su

ordenación sacerdotal, descubre por medio de un video auténtico que durante la celebración

de su ordenación, el ministro omitió la oración consecratoria, fórmula necesaria para la

validez del sacramento del orden sacerdotal.

El libelo nace después de una seria reflexión de vida a lo largo de 5 años de servicio

ministerial a Dios y a la Iglesia. Tiempo en el cual ha analizado y revisado su opción

vocacional para determinar que se siente incapaz de continuar con su opción sacerdotal;

manifiesta además, las constantes crisis vocacionales que han generado inestabilidad en su

ministerio, crisis que se agravaron con el conocimiento de la ausencia de la fórmula durante


168

la ordenación. Conociendo este fatal error litúrgico, el Orador manifiesta que conocida la

causa de su nulidad no desea recibir la ordenación sacerdotal. Argumenta que los motivos

de esta decisión de entablar el proceso administrativo no son un hecho fortuito, ni una falta

de lucha y sacrificio, ni de una ausencia de verdadera adaptación al Sagrado Ministerio,

sino que es el fruto de una prolongada crisis vocacional que experimentó durante el tiempo

de vida y servicio ministerial.

Junto a los anteriores motivos expuestos por el Pbro. Tomás Eduardo Sánchez Ríos,

emerge la valoración probatoria de los diversos testigos y respectivos documentos que

manifiestan coherencia con las razones expuestas por el Orador. Dichas pruebas resultan

ser un argumento veraz que ilumina la situación actual del libelo del Presbítero interesado.

Como fundamento profesional de la legitimidad del video, el Orador anexa también

un documento que demuestra la autenticidad del mismo, razón por la cual se concluye que

el video no contiene posibles manipulaciones. De la misma manera, las declaraciones de los

testigos: Excmo. Monseñor Jesús María Díaz, obispo de Belén, Huila; Claudio López, Ex -

seminarista y Liturgo de la ceremonia de ordenación y Ricardo Luna, productor del video,

son realmente claras, precisas y concisas para ilustrar las circunstancias y los elementos

vitales que han conducido al Presbítero interesado a llevar a cabo la respectiva solicitud.

Dichos testimonios y elementos probatorios señalan con seriedad que, durante la

ceremonia de ordenación sacerdotal, el Pbro. Pbro. Tomás Eduardo Sánchez Ríos,

efectivamente no recibió la materia y forma completa del sacramento, pues se omitió la

oración consecratoria que, según el derecho, es necesaria para la validez del sacramento del

Orden. Esta razón y las continuas crisis vocacionales han llevado al Orador hasta el punto

de entablar su libelo para acusar la validez del sacramento del orden recibido y luego,
169

contemplar la posibilidad de pedir la dispensa al Santo Padre del celibato y de las

obligaciones inherentes al Orden diaconal.

Atendido el caso del Pbro. Tomás Eduardo Sánchez Ríos y después de haber

llevado a cabo los elementos necesarios de la solicitud, considero que existen argumentos y

razones consistentes para que le sea concedida la respectiva declaración de nulidad de su

ordenación sacerdotal.

En fe de lo cual firmo y sello en Santa Teresa de Jesús - Caquetá, a 30 días del mes

de agosto de 2016.

Ramiro Marulanda Torres Pbro.

Instructor
170

Diócesis de Santa Teresa de Jesús

Causa: Nulidad de la Ordenación Sacerdotal de

Tomás Eduardo Sánchez Ríos

Voto del Ordinario sobre el mérito y la ausencia del escándalo

De conformidad con las normas del Código de Derecho Canónico y en

cumplimiento de las Regulae Servandae de 2001 que legisla en su Art. 21 §2 la obligación

del Ordinario de emitir un voto acerca del mérito de la causa, como acerca de lo que puede

hacer temer o no un escándalo, considero que en la causa de nulidad de la ordenación

sacerdotal del Pbro. Tomás Eduardo Sánchez Ríos, se observó fielmente las normas del

proceso administrativo reguladas para la Iglesia Universal. La instrucción de la causa

pedida por el Departamento de la Rota Romana ha generado méritos suficientes según las

pruebas y las declaraciones de los testigos del proceso, para considerar la posibilidad de la

nulidad de la sagrada ordenación del Orador. Decisión que finalmente emitirá por decreto el

foro Competente.

Frente a este derecho que tiene el Orador de acusar la validez de su ordenación

sacerdotal considero, según las investigaciones y el discernimiento pastoral propio, que el

Orador, por su corta vivencia del ministerio sacerdotal, no genera escándalo alguno para la

fe del Pueblo de Dios de esta jurisdicción Eclesiástica de Santa Teresa de Jesús - Caquetá.

A pesar de su breve permanencia en el ministerio, el Pbro. Tomás Eduardo Sánchez Ríos se

mostró siempre solícito al cumplimiento de sus obligaciones y una vez conocida la causa de

la posible nulidad de su ordenación, ha manifestado su deseo sincero de permanecer fiel a

la Iglesia y lejos de cualquier situación que pueda generar escándalo entre los fieles.
171

Así, por su parte, el Orador ha rechazado la posibilidad de recibir válidamente la

ordenación sacerdotal y, por el contrario, desea luego pedir dispensa al Santo Padre del

celibato y de las obligaciones inherentes al Diaconado. Desea vivir su consagración como

laico en el mundo, ejerciendo no ya el sacerdocio ministerial, sino el sacerdocio común de

todos los fieles. Razón que ha argumentado por las constantes crisis de opción vocacional

que experimentó en la vivencia de sus cinco años de sacerdocio.

En fe de lo cual firmo y sello en Santa Teresa de Jesús - Caquetá, a 4 días del mes

de agosto de 2016.

+ Luis Eduardo Mejía Díaz

Obispo de Santa Teresa de Jesús - Caquetá


172

Diócesis de Santa Teresa de Jesús

Santa Teresa Caquetá, 12 de agosto de 2016.

A su Eminencia Reverendísima

El Señor Decano de la Rota Romana.

Roma, Italia.

Eminencia Reverendísima:

Hecha efectiva la facultad recibida del Departamento de la Rota Romana, el 16 de

agosto de 2016, por decreto No. 3485, tengo el alto honor de dirigirme a Vuestra

Eminencia, con el fin de transmitir a la Sede Apostólica, por medio del Representante

pontificio en Colombia, Excelentísimo Monseñor Luigi de Sossa, un triple ejemplar

auténtico de las correspondientes actas sobre la instrucción del proceso administrativo

contra la validez de la Ordenación Sacerdotal de Tomás Eduardo Sánchez Ríos, quien

como Orador ha respondido fielmente al proceso llevado a cabo en esta Diócesis, dando sus

fundamentos de hecho y de derecho sobre los cuales argumenta su demanda de nulidad.

En la ejecución del procedimiento administrativo se han observado diligentemente

las normativas del código de derecho Canónico en sus cánones 290,1°; 1708 - 1712; 1501

-1504 y las nuevas Regulae Servandae de 2001, promulgadas por decreto AdSatius

Tutiusque de SS. Juan Pablo II.


173

Quedo atento a la notificación del decreto del Departamento de la Rota Romana que

determinará el caso de nulidad de la ordenación sacerdotal del Pbro. Tomás Eduardo

Sánchez Ríos.

De Su Eminencia,

+ Luis Eduardo Mejía Díaz

Obispo de San Teresa de Jesús - Caquetá.

Los nombres, lugares, fechas y la narración del caso son ficticios en este ejemplo del

proceso administrativo, pues lo que se busca es presentar un posible modelo de lo que

debe contener el correspondiente procedimiento.

Nota del Autor.


174

Referencias

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Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos.

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